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PALABRAS DEL AGUATRIBUNA DEL AGUA
EXPOAGUA ZARAGOZA 2008 S.A.
EXPOSICIÓN INTERNACIONAL ZARAGOZA 2008
VíctorViñuales
CAJA DE HERRAMIENTAS PARA LOS CONSTRUCTORESDEL CAMBIOA TOOLKIT FOR THE BUILDERS OF CHANGECAISSE À OUTILS POUR LES BÂTISSEURS DU CHANGEMENT
PALABRAS DEL AGUATRIBUNA DEL AGUA
EXPOAGUA ZARAGOZA 2008 S.A.
Rigoberta Menchú
José Luis Sampedro
Susan George
Wangari Maathai
Vandana Shiva
Marina da Silva
Riccardo Petrella
Elisabeth Anglarill
Pedro Arrojo
Javier Solana
Inés Restrepo
Antonio Garrigues
Jeremy Rifkin
Federico Mayor Zaragoza
Mikhail Gorbachev & Green Cross
Víctor Viñuales
Víctor Viñuales. Sociólogo y activista ambiental. Director de la Fundación Ecologíay Desarrollo. “Caja de herramientas para los constructores del cambio” es undocumento fresco, lleno de ideas, en el que se incide en la importancia de laspersonas para marcar la diferencia (“se precisan constructores de sueños”) y laacción colectiva. En su capítulo final, titulado “Los 25 instrumentos para el cambio”,se plantean sugerentes iniciativas en positivo para hacer este mundo más justoy en el que vivamos de una manera más respetuosa con el medio ambiente.
Víctor Viñuales. Sociologist and environmental activist. Director of the FoundationEcology and Development. “Toolbox for the change builders”, is a fresh document,full of ideas, which highlights the importance of people in order to stablish thedifference (“dream builders are needed”) and collective action. In its final chapter,entitled “The 25 tools for change”, positive suggestive initiatives are proposedin order to make this world a fairer place and in order to achieve amore respectfullifestyle towards environment.
Víctor Viñuales. Sociologue et activiste environnemental. Directeur de la FondationÉcologie et Développement. « Boîte à outils pour les bâtisseurs du changement» est un document frais, rempli d'idées, qui insiste sur l'importance des personnespour instaurer un changement et l'action collective : « les bâtisseurs de rêves sontnécessaires ». Dans son chapitre final, intitulé « Les 25 instruments du changement», il propose des initiatives positives pour améliorer la justice du monde dans lequelnous vivons et pour adopter un mode de vie plus respectueux de l'environnement.
Víctor Viñuales
Para mis padres, de ellos heredé el planeta y todo,
y para mis hijas, Clara y María. Ellas son para mí
el rostro cotidiano de las generaciones venideras,
las que heredarán nuestro planeta agua.
Caja de herramientas para los constructores del cambio
Víctor Viñuales
Introducción
Este texto está escrito para la acción. Sabemos mucho, hacemos poco.
Ése es el drama de nuestro tiempo. Mientras tanto, mueren los ríos,
muchas veces envenenados por nuestra codicia, mueren los niños, y
nosotros miramos a otro lado, como cambiando de canal de televisión.
Estas páginas están dirigidas a los constructores del cambio. Los
cambios no se hacen solos, los cambios son hijos de las acciones de
los hombres y mujeres que, insatisfechos con lo que existe, se ponen
a la tarea de construir otra realidad. A esos constructores del cambio
hacia un nuevo pacto con el agua, con la naturaleza, y con nosotros
mismos, va dirigido este libro.
Los constructores del cambio con frecuencia se desmoralizan o
riñen entre sí. En ambos casos, el cambio se frena. No haremos las
paces con el agua y con nosotros mismos, no lograremos dar agua
potable a todos los habitantes del planeta, si no logramos multiplicar
los constructores del cambio. Necesitamos más y los necesitamos más
esperanzados.
Para cambiar la realidad se necesita querer hacerlo, tener esperanza
en que las cosas pueden cambiar y querer ayudar a empujar ese cambio.
En segundo lugar se necesita mucha tenacidad, mucho esfuerzo: la
fuerza de la inercia es tremenda. El desarrollo sostenible no aparece
como generación espontánea por el mero paso de los días. Y también
se necesitan herramientas adecuadas para abrir la puerta de los cambios.
En las páginas siguientes se proponen herramientas para cambiar.
Unas reflexionan sobre los constructores del cambio. Otras tienen que
ver con la cultura relacional que deberían tener esos actores. Algunas
tienen que ver con el enfoque de la acción, otras son ideas concretas
para poner en práctica. Todas ellas, breves como píldoras, buscan
provocar en el lector un diálogo con su propia experiencia como
trabajador a favor de la nueva cultura del agua, a favor del derecho
humano al agua.
Algunas de estas herramientas provienen de historias de éxito, otras
nacen de fracasos, hemos acumulado muchos los constructores del
cambio. Unas son hijas directas del trabajo de la Fundación Ecología
y Desarrollo, otras son hijas de la observación de los proyectos que
realiza un sinnúmero de organizaciones que trabajan para hacer las
paces con el agua y para dar agua potable a todos los habitantes del
planeta. Todas responden a la pregunta que nos ha tocado a nuestra
generación: ¿Cómo podemos cambiar rápida, honda y extensamente
nuestra manera de relacionarnos con el agua?
El tiempo apremia. Los desastres acumulados y el tiempo perdido
no nos dejan mucho margen para la pereza. Tenemos que seguir
hablando, debatiendo, aclarando dudas y confirmando certezas, pero,
sobre todo, tenemos que hacer más y más rápido.
Hoy sabemos que los problemas ambientales tienen, en muchos
casos, un comportamiento similar al cáncer, crecen, a veces lentamente,
y de pronto se produce una metástasis, con la que es ya muy difícil lidiar
con éxito. En muchos casos nuestros ecosistemas están al borde de la
metástasis, por eso este libro es una llamada a la acción, a la acción
urgente. La comunidad internacional se tomó ocho años para ratificar
el Protocolo de Kioto, a pesar de que se sabía que contra el cambio
climático el tiempo apremia sobremanera. No podemos actuar con esa
desidia, con esa displicencia.
Este libro no se dedica a describir los problemas del agua en el mundo,
hay mucha literatura al respecto, tampoco describe cómo deberían
funcionar las cosas en una situación deseable. El objetivo explícito es
aportar reflexiones, ideas y ánimo a los que trabajan para que las cosas
cambien. Es tiempo de actuar. Es nuestro tiempo.
Parte primera
ESTO ES LO QUE HAY
Lo que vemos
Lo dicen los científicos y lo comenta la gente común: los ríos del mundo,
los humedales y los acuíferos, salvo contadas excepciones, van a peor.
Y lo mismo dicen, a su manera, los peces y las ranas.
Y como el agua no es buena ni para el junco, ni para la trucha, ni
para el baño, ni para beberla…. sus víctimas crecen. Cada día mueren
más de 4.000 niños por enfermedades relacionadas con la falta de agua
potable. Las fuentes del campo, que antes aliviaban la sed del caminante,
están rotuladas con un aviso de peligro: agua no potable. El agua
“silvestre”, casi de entrada, salvo excepciones, ni es buena para el baño
ni es buena para beber.
Mejora nuestro conocimiento y mejoran nuestras leyes. Han
cambiado mucho los discursos de nuestros dirigentes: siempre justifican
los nuevos proyectos apelando al desarrollo sostenible. Pero no estamos
tan convencidos de que esta mejora evidente y masiva en los discursos
sobre el agua haya ido acompañada de una mejora proporcional en los
hechos que actúan sobre su estado.
Nunca como ahora
Nunca en la historia de la humanidad hemos sabido tanto sobre el
agua, su gestión, su ciclo hidrológico, sus contaminantes... Hemos
vivido ya muchos fracasos en nuestra relación con el agua, hemos
cometido auténticos desastres, hemos logrado éxitos. De unas y de
otras experiencias hemos aprendido mucho.
Nunca en la historia de la humanidad hemos atesorado tanta
capacidad tecnológica y científica. Somos la primera generación capaz
de enviar una nave espacial a Marte para averiguar si hay agua. La oferta
de posibles soluciones para afrontar los problemas del agua es inmensa.
Nunca en la historia de la humanidad hemos tenido tanta capacidad
económica. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tantas
instituciones, tantas empresas y tantas ONG especializadas en el agua
y la sostenibilidad. Nunca habíamos desarrollado herramientas
prospectivas tan precisas y sofisticadas para “visualizar” el futuro.
La distancia crece
La distancia entre lo que decimos y lo que hacemos crece. La distancia
entre los textos que resultan de las Cumbres Mundiales (la de Río de
Janeiro, la de Johannesburgo…) y las acciones subsiguientes crece.
Construimos laboriosos acuerdos internacionales, por ejemplo, el
de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, para concertar voluntades
del Sur y del Norte, con más de 180 países comprometidos…, pero ya
nos hemos resignado a que no se cumplan.
Nos hemos acostumbrado a que una cosa sea lo que se dice, incluso
lo que se firma en una Cumbre Internacional, y otra muy distinta lo que
se acaba haciendo.
Muchas veces no se llega a entender por qué hay tanta resistencia a
rubricar un compromiso, un convenio, un plazo, una cantidad concreta…,
si después pasa el tiempo y, si no se cumple, nada pasa, nadie dimite.
La vida sigue.
Entre los desposeídos crece la desconfianza en las promesas de los
que mandan. El escepticismo, como hiedra abundante, va ocultando la
pared de la esperanza. Los problemas crecen y el ánimo para resolverlos
se marchita.
Además, el dolor se incrementa con la convicción de que los problemas
del agua se pueden solucionar…, si se quisiera de verdad. Sabemos,
somos capaces, pero... Ése sería el duro resumen de la situación actual.
Círculos viciosos
Cuando hurgamos en el porqué de lo que ocurre raramente nos encon-
tramos con una sola causa. En seguida aparecen, anudados como las
cerezas en un cesto, un conjunto de factores que se influencian mutua-
mente, que se ayudan unos a otros para que la situación se mantenga
como está.
¿Por qué en muchas ciudades del mundo pobre y rico se pierde
tanta agua en las redes de abastecimiento urbano y en las propias
viviendas? La pregunta es una, pero las respuestas son varias. Veamos
algunas: los ayuntamientos o las autoridades públicas responsables no
invierten lo debido porque los responsables políticos para las elecciones
dan prioridad a las inversiones más vistosas y fotografiables, sobre
suelo y no bajo tierra. Los ciudadanos no usan con eficiencia el agua
porque no pagan los costes reales, el agua es barata y tienen tecnologías
poco eficientes porque no les compensa económicamente renovarlas.
Se instalan tecnologías poco eficientes porque las autoridades públicas
no crean una normativa de obligado cumplimiento que imponga la
instalación de las mejores tecnologías disponibles. Las empresas que
producen estas tecnologías más eficientes encuentran muchas dificultades
para colocarlas en el mercado, porque ni son obligatorias ni es rentable
económicamente la renovación de las tecnologías más obsoletas. Las
que se instalan, en ocasiones, no son usadas de forma adecuada por
los ciudadanos por desconocimiento e ignorancia. Los profesionales
del sector (arquitectos, promotores urbanísticos, fontaneros…) no
instalan estas tecnologías porque las desconocen. Los ayuntamientos
no pueden renovar las redes de abastecimiento porque no tienen recursos
económicos para invertir. Las autoridades políticas responsables
mantienen esos precios subvencionados porque creen que el electorado
castigaría las opciones políticas que subieran significativamente el precio
del agua…
Podríamos seguir y seguir encontrando causas que expliquen el
despilfarro de agua en las ciudades. Todas son ciertas y la mayoría de
ellas tienen dependencia recíproca, se explican unas a otras.
En muchas ocasiones el fracaso en los intentos de transformar la realidad
tiene que ver con que se actuó sobre uno de los factores, el resto siguió
sustancialmente igual, y, finalmente, el cambio parcial no logró romper
significativamente el círculo vicioso existente.
Los círculos viciosos, su nombre los obliga, gustan de perpetuarse, de
reproducirse. Como si fueran un muelle que desplazamos gracias a un
fuerte esfuerzo y, luego, cuando el cansancio nos vence, vuelve a su ser.
El cambio climático agrava las cosas
El cambio climático, como dice claramente el Panel Intergubernamental
del Cambio Climático (IPCC), se manifiesta, sobre todo, a través del
agua: más sequías, más inundaciones, más zonas costeras amenazadas
por el aumento del nivel del mar, desaparición acelerada de los glaciares…
Como consecuencia, los equilibrios existentes se romperán con mayor
frecuencia. Una región que ayer tenía costumbres, infraestructuras,
normativas y tecnologías complementarias, a resguardo de conflictos,
mañana empieza a padecer, por ejemplo, sequías reincidentes y ese
equilibrio estalla. Los conflictos entre usuarios se cronifican.
El cambio climático trae más dolor para los ecosistemas, las plantas
no pueden huir de la sed, más dolor para el conjunto de los seres vivos,
más dolor y desplazamientos para los seres humanos. El cambio
climático rompe las fronteras entre los factores económicos, ambientales
y sociales. A todos altera, a todos quiebra. La sequía extrema, que no
deja resquicio a la esperanza, crea emigrantes desesperados que
arriesgan todo lo que tienen, porque poco tienen, y cruzan fronteras y
mares buscando luz y futuro.
Para mitigar nuestro impacto civilizador sobre la biosfera, y reducir
nuestras emisiones de efecto invernadero, tendríamos que cambiar
muchas políticas, muchas leyes, muchos precios, muchos valores,
muchas rutinas… en muy poco tiempo. El último informe del Programa
de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indica una cifra que da
idea de la urgencia con la que tendríamos que actuar: diez años.
El cambio climático en marcha y el que ya está previsto nos obliga
a adaptarnos para sufrir menos. Y debemos adaptarnos en muy poco
tiempo. Y romper muchas inercias. Tantos años haciendo las cosas
de la misma manera… y ahora tenemos que aprender otra vez, y
olvidar muchas cosas que aprendimos antes: no valen, son inútiles.
Todavía más, nos hemos dado cuenta de que son las responsables
de nuestra desgracia.
Para mitigar el cambio climático, para evitar que crezcan sus efectos
negativos, debemos cambiar con gran celeridad. Para adaptarnos a
las consecuencias que ya son inevitables, también. No es fácil. No va
a ser fácil.
Los actores del cambio: soberbia y desconfianza
Los gobiernos creen con frecuencia que para cambiar la realidad basta
la normativa que crean. Las empresas casi siempre creen que los
problemas se atajan, y basta y sobra con tecnología y dinero. Muchas
ONG creen que todos los problemas se solucionan con concienciación.
Aunque no lo expresen así, parecen afirmar que cada uno de ellos
se baste y sobre para enderezar las cosas.
Las ONG no creen en la seriedad de los compromisos gubernamen-
tales. Los gobiernos no creen en la seriedad de las ONG. Las empresas
creen que los gobiernos hacen mejor cuando hacen menos. Las ONG
no creen en las buenas intenciones de las empresas. Las empresas no
creen en la eficacia y eficiencia de la ONG. Los hacedores de los cambios
sociales, económicos, tecnológicos e institucionales –las administraciones
públicas, las ONG y las empresas– se vigilan con recelo. El tiempo pasa.
Una gran parte de las energías que los actores del cambio emplean
va dirigida a evitar que las iniciativas de los otros actores sigan adelante.
Si pudiéramos hacer un balance de energías y recursos económicos
desplegados por empresas, gobiernos y organizaciones sociales, nos
encontraríamos con que más de la mitad de esos esfuerzos se ha
empleado en evitar que los planes de los otros salieran adelante. En
muchas ocasiones, esa política reactiva es necesaria para avanzar. Pero,
escasos como son los días, da lástima desplegar tantas energías para
frenar las iniciativas ajenas.
EL DESAFÍO
El 0,7% no puede resolver todos los problemas que genera el funciona-
miento del 99,3% de la economía
Hubo un tiempo en el que los constructores del cambio descansábamos
en un error: si todos los países aportaban el 0,7% de su PIB para las
políticas de cooperación al desarrollo, podríamos acabar con la pobreza
masiva en el mundo. Hoy sabemos que no es cierto. Hubo un tiempo
en el que los ambientalistas descansábamos en un error: bastaba con
proteger los lugares con una flora o fauna singular. Hoy sabemos que
no es cierto.
Construir un desarrollo sostenible exige repensar el conjunto de
nuestro modelo de producción, distribución y consumo. De forma
similar, pactar con el agua, hacer las paces con las masas de agua del
planeta y garantizar el derecho humano al agua en todos los países no
se puede lograr sin replantear las bases del conjunto de nuestro sistema.
Por tanto, podríamos decir, para situar el tamaño de este desafío,
que no se trata de reordenar el 0,7% de nuestra sociedad, se trata de
reescribir el funcionamiento del 99,3% de nuestra economía y de
nuestras sociedades.
Hemos perdido mucho tiempo
Los datos son tercos. Los indicadores del malestar del planeta se
agravan. Los indicadores del malestar social se multiplican. El cambio
climático está agravando una situación que ya era muy negativa.
Hemos perdido mucho tiempo, un tiempo precioso. Con los problemas
ambientales ocurre lo que decía Maquiavelo de la tisis, que cuando casi
no había certezas de que estaba allí, y había dudas sobre la fiabilidad
del diagnóstico, era fácil de curar. Sin embargo, cuando todo el mundo
percibía que ya se había instalado en el cuerpo del enfermo, y ya no
había dudas con el diagnóstico, era muy difícil de curar.
Eso nos ha pasado con los problemas del agua en el mundo. Cuando
unos pocos ecologistas y científicos señalaban los problemas de forma
más incipiente, la situación era más fácil de atajar. Pero, ahora, cuando
todo el mundo civilizado reconoce la gravedad del problema y los
diagnósticos son claros e indubitables, entonces el desafío es enorme
y el pronostico incierto.
Hoy con el cáncer pasa algo parecido a lo que pasaba en los tiempos
de Maquiavelo con la tisis: el momento en que empezamos el tratamiento
condiciona nuestras opciones de salvación. Muchos médicos empiezan
un diálogo difícil con los pacientes con la expresión: “Si usted hubiera
venido antes”.
Hemos perdido mucho tiempo. La probabilidad de lograr reconducir
de forma exitosa la situación y construir un desarrollo sostenible en el
que hagamos las paces con el agua no es alta. Pero debemos intentarlo.
Y pronto, porque cada día cuenta, cada día las víctimas se multiplican.
Ya sabemos que no es fácil, que, como nos advirtió Ortega y Gasset,
la realidad es la contravoluntad. Ya sabemos que el poder de la inercia
es enorme. Ya hemos constatado, en muchos lugares y muchas veces,
que una cosa es decir que se va a cambiar, y otra, cambiar realmente.
Los cambios profundos y amplios no son imposibles, pero son difíciles.
En mi opinión, sólo se producen cuando hay una conciencia de crisis,
de peligro, que nos da fuerzas para romper inercias y rutinas. Y esto
vale para el cambio personal y para el cambio social. Para lo micro y
lo macro. Con el regusto amargo de un infarto reciente, muchas
personas dejan de fumar o comienzan a practicar un deporte, rompiendo
así costumbres de décadas.
La constatación política, científica y mediática de que el cambio climático
ya está entre nosotros ha creado un clima de emergencia medioambiental
planetaria. Tenemos que actuar todos, tenemos que actuar ya. Quizás
estemos ante una oportunidad de cambio sobre el uso sostenible del
agua en el mundo si, gracias a esa conciencia general de emergencia
planetaria, somos capaces de, con esperanza y ánimo, construir la
arquitectura social necesaria para impulsar el cambio institucional,
económico, tecnológico y cultural que precisamos.
Tenemos desafíos enormes: cambiar nuestro modelo energético,
nuestro modelo de transporte, nuestras pautas de consumo, nuestra
consideración del agua y de los ríos, dejar de verlos como metros
cúbicos convertibles en dólares a corto plazo, y empezar a verlos como
la sangre de la vida en el planeta.
Necesitamos cambiar nuestras leyes, porque los gobiernos del
mundo deben entender YA que una de sus principales obligaciones
como servidores públicos es garantizar el derecho humano al agua a
los ciudadanos de su país. Del mismo modo que los gobiernos garantizan
el derecho de asociación y el voto para todas las personas, deben
garantizar que los que votan por derecho beban agua buena por derecho.
Necesitamos cambiar las prioridades públicas. Si podemos dar agua
potable a todo el mundo congelando durante cinco días el gasto militar
en el mundo, hagámoslo YA.
Necesitamos dejar de mirar el agua, los ríos, los humedales, los
acuíferos… con ojos codiciosos, hinchados de avaricia. Nuestros hijos
no se merecen el robo pertinaz de su derecho a disfrutar de los recursos
naturales pasado mañana. El envilecimiento moral que significa robar
el futuro al que no puede defenderlo debe acabar YA.
Estamos empujando el cambio desde hace décadas, pero la situación
mejora poco y el tiempo pasa. Las fuerzas de los portadores de este
sueño de cambio siempre serán escasas para la dimensión de la tarea,
para la fuerza de la inercia y para contrarrestar la resistencia activa de
los intereses económicos creados.
Por eso tenemos que trabajar en dos direcciones, sumar al viento
del cambio e incrementar la productividad de nuestros esfuerzos. No
es fácil, y, con frecuencia, mucha gente se siente empapada por la niebla
del desánimo y la desesperanza. No digo que no haya razones para
ello. Pero la civilización que tiene por primera vez en la historia de la
humanidad el conocimiento y el poder para dar de beber a todos sus
semejantes y para hacer las paces con el agua no debe tirar la toalla
ahora. Todavía no.
Es tiempo, como recomendaba Gramsci, de realismo en la valoración
de las razones y los datos, pero también de ánimo y esperanza para
empujar el cambio. André Malraux decía que el motor de la revolución
es la esperanza. De eso se trata: de hacer en muy poco tiempo cambios
muy profundos: se trata de hacer una revolución, la revolución del agua,
la más antigua, la más actual. Y se trata de hacerlo con el motor de las
revoluciones, con esperanza.
¡Cuidado con el plan perfecto! Actuemos ya
Lo que ocurre, aunque siempre necesitamos saber más e incrementar
nuestro conocimiento sobre los problemas, lo sabemos. Lo que debería
ocurrir, aunque tenemos controversias, también lo sabemos razonable-
mente. Pero pasar del hoy real al mañana deseable no es un salto
mental, que se da en el campo del conocimiento, es un salto real que
tienen que dar los ríos, las conexiones domiciliarias, los humedales…
Las ranas deben notar que las cosas están cambiando, que el mundo
vuelve a ser también para ellas. Los temerarios que se bañan en los ríos
deben notar que vuelve a ser un placer. Los acuíferos deben notar que
ya no se cargan de nitratos y de pesticidas. El estómago de los niños,
cargado de parásitos, debe notar cambios, debe notar que el agua nueva
ya no viene cargada de problemas, que ayuda a vivir y no a morir.
Lo que cambia la realidad no son nuestras intenciones, nuestros
deseos o nuestros textos… Intenciones, deseos y textos son importantes
para preparar la acción, pero por sí solos no cambian la realidad. Lo que
cambia la realidad son nuestras acciones.
Es preciso actuar ya. Sigamos estudiando, sigamos debatiendo, es
bueno, es necesario. Pero no dejemos de actuar por ello. Los debates
del cambio climático han sido tristes, desalentadores. No había
certidumbre sobre el diagnóstico, luego no hacíamos nada, ni lo dudoso,
ni lo siempre certero. No podemos seguir por ese camino. La incertidum-
bre sobre algún aspecto no debe paralizar nuestras acciones. Además,
en muchas ocasiones, sólo acabamos sabiendo cuando hacemos.
Cuando hay una emergencia, y las masas de agua en el planeta
viven una situación de emergencia, se necesitan acciones urgentes.
Y emergencia es también, querido lector o lectora, que en el tiempo
que tardas en leer esta página mueren quizás tres niños, quizás cinco
niñas, por enfermedades relacionadas directamente con el agua
contaminada. Muertes de diarrea, de deshidratación… Muertes evitables,
muertes que no deberían ocurrir, muertes que nos avergüenzan como
civilización.
Actuar ya no es un llamamiento a actuar precipitadamente,
confusamente. Actuar ya es poner las cosas en su sitio. Hay muchas
cosas seguras, sobre cuya bondad no dudamos, que no tienen daños
colaterales conocidos, no tienen efectos secundarios perniciosos. No
tenemos excusas para no hacerlas. Cuando haya acciones de dudoso
beneficio, pensémoslas. Sin embargo, cuando haya acuerdo y consenso
en la bondad de determinadas acciones, actuemos. Trabajemos en ellas.
En muchas ocasiones el freno del cambio viene disfrazado de virtud:
la propuesta de hacer un plan global e integral acaba produciendo, como
efecto secundario no deseado, un retraso de la acción cierta y benéfica.
Esa búsqueda de la perfección acaba en la inacción. La elaboración de
un plan global muchas veces es utilizada por las administraciones
públicas como un sucedáneo de la acción. Mientras se elabora el plan,
las acciones prácticas se paran.
Planificar para guiar la acción es necesario, es una virtud. Planificar
para aplazar las acciones, es pecado. No hay ninguna contradicción en
detener un vertido contaminante a la vez que se sigue elaborando un
plan global de control de los vertidos. Los planes no son fines en si
mismos, son medios, muy útiles, para ordenar y dar prioridad a nuestras
actuaciones.
Decían los clásicos: al final de la tarde, nos examinarán de amor.
Remendando la frase podríamos decir: al final de la tarde, nos examinarán
por nuestras obras, no por nuestros planes.
Parte segunda
LOS CONSTRUCTORES DEL CAMBIO
Se precisan constructores de sueños
Gioconda Belli es una excepcional poeta nicaragüense. Tiene un poema
titulado “Portadores de sueños”. Es muy bello. Narra el incesante vagar
de los que sueñan otro mundo mejor, más libre, más justo, más fraternal…
Me gusta el poema, pero ahora necesitamos constructores de sueños.
Necesitamos soñar, es imprescindible, pero donde estamos más
retrasados es en la asignatura de construir lo que soñamos. Los ríos y
los niños con sed de agua buena claman por gente que les ayude
a modificar su dolor cotidiano: los constructores del cambio.
Hay muchas personas que ya están trabajando en el planeta para
hacer las paces con el agua, que están arrepentidas del maltrato reiterado
que hemos infligido a los ríos, a los deltas, a los acuíferos, a los humedales,
a los lagos, a todas las masas de agua.
Hay muchas personas trabajando duro para lograr que todo ser humano,
por serlo, tenga acceso garantizado a agua buena.
Muchas de ellas están dentro de instituciones locales, regionales,
nacionales o internacionales. Muchos funcionarios públicos y muchos
responsables políticos se esfuerzan por crear bienestar general en la
sociedad y por mejorar las relaciones de ésta con la biosfera.
Muchas personas están trabajando desde la sociedad civil, en
asociaciones voluntarias de ciudadanos, o trabajando dentro del sistema
educativo, en la universidad en las escuelas primarias, en los institutos
de secundaria…
Hay muchos profesionales independientes que, como trabajo o
como vocación, dedican sus desvelos a construir una nueva cultura del
agua, un efectivo derecho humano al agua.
Hay muchas empresas que han encontrado una conexión entre su
negocio y el desarrollo sostenible, y producen bienes o servicios con
poco impacto ambiental. Hay muchas otras que buscan cómo minimizar
su impacto sobre el ciclo del agua, porque entienden que las masas de
agua se deben usar, pero no se deben contaminar. Hay muchas personas,
dentro de empresas que desempeñan actividades francamente discutibles,
que trabajan para virar el rumbo de su empresa hacia la sostenibilidad.
Los principales actores del cambio son los gobiernos, que con sus
políticas, presupuestos y leyes tienen un enorme potencial de cambio;
las empresas, que atesoran conocimientos operativos y recursos muy
útiles; y las ONG, que germinan nuevos valores y nueva cultura. Junto
a estos tres actores clave, existen muchos otros que desempeñan papeles
muy relevantes: científicos, medios de comunicación, artistas, universi-
dades…
Necesitamos más constructores del cambio, necesitamos que tengan
más confianza en sí mismos, más confianza en su poder transformador
y más autoestima. Pero necesitamos que esa confianza en sí mismos
no merme el reconocimiento de lo que aportan al cambio social los
otros actores sociales. Necesitamos una cultura de colaboración entre
los constructores del cambio. Necesitamos que se respeten mutuamente,
que sepan discutir y colaborar a la vez… Necesitamos que sumen sus
fuerzas, que las multipliquen. Necesitamos, en definitiva, que los
constructores del cambio se doten de una nueva cultura para relacionarse
entre sí.
Desde cualquier lugar se construye el cambio. Donde hay una
persona a la que le duele la realidad, que sueña otra, que tiene ánimo
y coraje para dar el primer paso y que tiene tenacidad para dar los
siguientes, hay un constructor del cambio. Necesitamos a esas personas.
Y las necesitamos porque nada vale si no hay personas dispuestas
a cambiar las cosas. Ellas son el todo del cambio social. No el dinero,
no las leyes, no las tecnologías… La sociedad movilizada es la lluvia
fuerte que trae los cambios, como anuncian los poetas.
Una minoría basta
Muchas personas están trabajando duro para hacer las paces con el
agua y para que todo ser humano tenga agua buena. Son una minoría,
dirán los pesimistas. Pero los cambios sociales siempre los han hecho
las minorías. El número no es el problema. Todos los grandes avances
sociales que hemos conseguido los han iniciado minorías. Lo que hoy
es de toda la sociedad, ayer fue cosa de unos pocos. Desde el voto de
las mujeres a la escuela pública. La propia idea de que los poderes
públicos tienen que garantizar el acceso al agua potable en los domicilios
de los ciudadanos no nació como una convicción de mayorías. Por así
decirlo, el cambio social de las mayorías exige que se ensaye en el
“pequeño laboratorio de las minorías”.
No tiene sentido, pues, la queja muy común de que somos pocos,
como un argumento desmovilizador de la acción. Siempre son pocos
los que promueven los cambios.
El verdadero problema es que muchos de los que quieren cambiar
las cosas no hacen nada, o casi nada, para cambiarlas. El problema es
que muchos soñadores del porvenir no agarran las herramientas para
construirlo. Reniegan del presente y sueñan el futuro deseable. Ambas
acciones son necesarias, pero no son suficientes. La realidad que nos
hiere no se modifica si no hay un tercer paso: construir el cambio: pasar
de las ideas a los hechos.
El absentismo de los soñadores del cambio es el auténtico problema.
El drama es que se quedan entre las sábanas, acunados por el calor de
las ideas, y no engrosan las filas de los constructores del cambio, que
trabajan a la intemperie. A veces con sol de primavera, a veces con lluvia
y viento.
Para hacer las paces con el agua en el planeta, para dar agua potable
a las personas que lo habitan, basta con una minoría…, activa.
UNA NUEVA CULTURA DE RELACIÓN
DE LOS CONSTRUCTORES DEL CAMBIO
Somos corresponsables. Somos a la vez víctimas y victimarios
Todas las personas usamos el agua. Más o menos, pero todas las
personas somos usuarios del agua, todas la contaminamos, la disfrutamos
y la necesitamos. Y eso vale para los ricos y para los pobres, para mujeres
y hombres… Y no hay actividad económica que, en primera o segunda
instancia, no necesite agua.
Esa ubicuidad del recurso, esa necesidad masiva y general hace de
la política del agua algo especial. De los problemas del agua todos
podemos ser víctimas y todos somos sus victimarios.
En la sociedad hay una tendencia, que viene de lejos, a la
especialización. Unas organizaciones se ocupan de unos temas, otras
de otros, cada una focalizada en su especialización.
Sin embargo, la revolución del agua de la que estamos hablando,
que implica un cambio brusco hacia la sostenibilidad, empujado por la
lucha contra el cambio climático, exige que todos los actores “se mojen”.
Lograr que toda persona, viva donde viva, tenga agua buena que beber
no es sólo asunto de las organizaciones de cooperación al desarrollo.
Cualquier ciudadano que goce del enorme placer de tener agua corriente
en casa, de poder ducharse y limpiarse de polvo y de preocupaciones,
debería hacer algo, siquiera poco, para que sus semejantes también
tengan la posibilidad de beber sin miedo, de limpiarse con placer.
Cualquier ayuntamiento, cualquier empresa, cualquier gobierno, cualquier
clínica, cualquier tienda de ropa de diseño…, todos deben hacer lo que
está en su mano, no más, tampoco menos, para acabar con esa lacra
que nos debería sonrojar a todos.
La reconsideración del agua, volverla a ver como lo que siempre ha
sido, como lo que es: como la fuente de vida, el ADN de la vida, donde
la vida duerme y descansa, sólo es posible de verdad si la revolución
cultural que implica nos alcanza a todas las entidades, a todas las
personas. Las escuelas deben hacer, los agricultores deben hacer, las
empresas deben hacer, los niños deben hacer, los mayores deben hacer…
Mucho potencial de cambio no se moviliza porque hay un enfoque
paralizante: si no lo hace el otro no servirá para nada. Se niega el valor
del acto unilateral. En los debates sobre el protocolo de Kioto éste ha
sido un asunto que ha interferido, e interfiere continuamente todavía,
en los compromisos de acción. Si Estados Unidos no hace nada contra
el cambio climático, que tiene una cuota de responsabilidad enorme
en la generación y en la resolución del problema, todo lo que hagamos
las otras naciones no tiene sentido, no arregla nada. Esta manera de
razonar se podría resumir como: si no hacen los más responsables, yo
no hago nada.
Éste es un enfoque compresible, pero nos arroja a la inacción. Todo
el mundo señala al otro diciéndole: tú primero. Nadie hace nada.
En muchas sociedades se oye este discurso exculpatorio de la propia
acción, si no actúa el ayuntamiento de qué sirve que actúe yo, si no
actúan los agricultores de qué sirve que actúen los ayuntamientos. Los
agricultores dicen: “si no actúan las grandes empresas, para qué sirve
que actuemos nosotros”…, y la rueda de coartadas exculpatorias para
justificar la propia inacción se alarga hasta el infinito.
Es un círculo vicioso que se rompe con un pensamiento divergente.
Yo actúo porque soy corresponsable, y con mi acción me cargo de razón
para pedir que el otro también actúe, es una reivindicación de la
unilateralidad. Esta política de responsabilidad unilateral ha sido la
política que ha realizado la Unión Europea frente al cambio climático.
Es la política de corresponsabilidad que se precisa para afrontar los
problemas del agua.
Como se recomendaba antes en los pueblos de España: la calle
estará limpia si cada cual barre su trozo de acera. De eso se trata, de
que cada cual barra su trozo de acera, haga lo que haga el vecino, aunque
el vecino no haga nada. Así de fácil, así de ambicioso.
Responsabilidad desigual
Todos somos corresponsables, pero no en el mismo grado. Quien tiene
más poder tiene más responsabilidad. Y quien tiene más responsabilidad
debe ejercerla.
El llamamiento general a la responsabilidad colectiva no debe diluir
una obviedad: hay entidades, empresas e instituciones que tienen una
cuota mucho mayor de responsabilidad.
Las empresas eléctricas, por ejemplo, cuyos proyectos a menudo
han convertido a los ríos en caricaturas de sí mismos, deben reconsiderar
su papel en la generalización de la nueva cultura del agua que necesitamos.
Las empresas privadas de abastecimiento de agua, a menudo cuestio-
nadas por sus actuaciones en las ciudades de los países empobrecidos,
deben reconsiderar cómo se concilia la búsqueda del beneficio,
consustancial a cualquier empresa, con la satisfacción de ese derecho
humano al agua potable.
Los ayuntamientos, que animan a los ciudadanos a usar con eficiencia
el agua, deben aplicarse el cuento. Ellos son las instituciones responsables,
deben actuar y dar ejemplo al resto de la sociedad.
El concepto general de corresponsabilidad no debe ocultar que la
responsabilidad es muy desigual. Por eso lo poderosos tienen que hacer
más, tienen más poder, tienen más responsabilidad.
Cuando los que tienen más poder y más responsabilidad no actúan
ocurren dos cosas. En primer lugar, “su trozo de acera permanece sin
barrer”, no contribuyen, no suman. Su hueco no lo puede llenar nadie.
En segundo lugar, contribuyen decisivamente a recortar el ánimo social.
Muchos se desmovilizan cuando ven que los más responsables no se
mueven.
Lo que hacen o dejan de hacer los poderosos es muy importante en
sí, y es decisivo para lograr la movilización de la sociedad.
Los otros también valen
A menudo, la incomunicación con los otros actores o su ninguneo no
tiene que ver sólo con el juicio moral sobre la bondad de sus acciones.
Muchas veces existe un factor que nubla el entendimiento. Y es simple.
No acabamos de entender el papel irreemplazable que el otro actor
desempeña en el devenir social.
Si las empresas entendieran que las ONG son la voz del porvenir,
valorarían más su contacto y el dialogo con ellas. Si se dieran cuenta de
que muchos de sus negocios se fundan en una antigua reclamación de
las ONG, estudiarían lo que dicen para oler el porvenir, para orientar
sus inversiones de futuro. Si las empresas entendieran que las
depuradoras, las potabilizadoras, los contadores de agua, los sistemas
de uso eficiente del agua... han sido antes que nada reivindicaciones de
los movimientos sociales y las entidades no lucrativas, cultivarían más
su amistad.
Si las ONG se dieran cuenta de que para generalizar una idea, para
hacerla realidad de mayorías, se precisa la intervención de las empresas,
estarían más dispuestas a la colaboración con ellas.
Si los gobiernos del mundo se dieran cuentan de que, como dicen
reiteradamente las encuestas de opinión, los ciudadanos creen más a
las ONG que a los gobiernos, acordarían con éstas estrategias orientadas
a promover los valores de la sostenibilidad entre la ciudadanía… y
gastarían menos dinero en sus campañas oficiales.
Las relaciones más críticas son las relaciones entre los “viejos”
actores, acostumbrados a relacionarse y entenderse, y el nuevo actor,
los movimientos sociales, las ONG. Pero los cambios que se deben
promover son enormes y muy rápidos, tenemos que lograr una gran
movilización social, tenemos que “tensar” el cuerpo social. Y esa tarea
es muy difícil de resolver eficazmente sin la participación de una sociedad
civil articulada.
Además, ya sabemos que para lograr ríos limpios se necesitan leyes
adecuadas, dinero, depuradoras idóneas, pero es inexcusable el
compromiso de la ciudadanía. No hay dinero suficiente, ni policía
suficiente para compensar los daños colaterales que causa la falta de
compromiso cívico. Los problemas del agua no pueden ser resueltos
por un solo actor. Sin lo que el otro aporta, no hay solución.
La mañana en que los gobiernos, las empresas y las ONG logren
ver, sin maquillaje, los problemas existentes (ríos y acuíferos
contaminados, millones de personas sin poder beber agua potable,
sequías, inundaciones…), y vuelvan la mirada hacia sus propias manos,
la fuerza de sus manos, se abrirán a la suma y a la colaboración, humildes
y dispuestos.
Necesitamos una cultura de colaboración selectiva entre los actores
del cambio
Necesitamos una cultura de colaboración entre los actores del cambio.
Si sólo pelean entre sí, lo cual no es infrecuente, muchas energías trans-
formadoras se pierden, se anulan.
No tendremos suficiente tiempo para cambiar las cosas si sólo nos
dedicamos a frenar las iniciativas de los otros. Si las energías, recursos
y talentos están volcados en destruir las iniciativas de los otros, después
de trabajar mucho, cuando levantemos la vista, constataremos que la
sociedad ha avanzado muy poco.
En cualquier caso, esa cultura de colaboración debe estar guiada
con los mismos criterios que conducen el amor y la amistad: con quien
yo quiero, cuando yo quiero. Con la libertad de elección como bandera
y lema. Lógicamente, siempre atendiendo al pragmatismo: hay proyectos
que llaman a la participación de un actor. Todavía más: hay proyectos
que no son viables sin la participación de tal o cual actor social.
Es obvio que frente a la generalización abusiva de que con el otro
sector no cabe la colaboración, tampoco es razonable la generalización
abusiva de que sea positivo colaborar con cualquiera del otro sector y
para cualquier cuestión. En definitiva, lo que propugnamos es una cultura
de colaboración selectiva, en la que la argamasa de las relaciones duraderas
y la libertad de elección estén garantizadas. Así, las colaboraciones serán
útiles y largas. Pero esta nueva cultura de colaboración selectiva no nace
por generación espontánea, nace del trabajo compartido y a partir de
enfoques adecuados.
Discutir y colaborar no son actividades incompatibles
Estamos educados en una cultura maniquea, de blanco o negro, en la
que los grises no existen. Los demás se dividen en dos: amigos y
enemigos. O estamos de acuerdo al cien por cien o discrepamos al cien
por cien. Necesitamos ser más complejos, no podemos seguir pensando
con los restos de cerebro de reptil que todos llevamos dentro. Necesitamos
un enfoque más elaborado, más matizado, más sutil.
En el siglo XXI, para afrontar con éxito el desafío tan enorme que
tenemos ante nosotros, necesitamos salir de la prehistoria de las relaciones
que hemos mantenido en el siglo XIX y el siglo XX. Necesitamos empresas,
administraciones públicas y ONG que sean capaces de mantener debates
y discusiones sobre lo que les separa y, a la vez, mantengan líneas de
colaboración y de trabajo compartido en lo que están de acuerdo. Ése
es el desafío. De otra forma despilfarraremos un sinnúmero de energías
sociales…, y no sobran.
Tenemos algunos ejemplos positivos de colaboración transfronteriza
entre empresas, ONG y gobiernos, pero son la excepción, no son la
norma. En un estado de Estados Unidos existe una asociación que
fomenta el uso eficiente del agua, entre empresas abastecedoras de agua
y organizaciones ecologistas, y su composición es paritaria. Funcionan
por consenso.
Los asuntos del agua son complejos y poliédricos, por lo tanto, es
normal –y bueno– que haya distintos enfoques y distintas alternativas
para resolver un mismo problema. Luz y taquígrafos, que haya debate,
que haya información, que haya opinión dispar. Pero junto a esta
constatación de diferencias, también sabemos que existen zonas de
acuerdo en las que se puede trabajar conjuntamente.
No habrá posibilidad de resolver los desafíos que comporta un uso
sostenible del agua en el siglo xxi si no desarrollamos esta capacidad de
discutir y trabajar al mismo tiempo.
El mundo se reía de un alto dignatario del que, para subrayar sus
limitaciones intelectuales, se decía que no era capaz de andar y mascar
chicle al mismo tiempo. Gobiernos, empresas y ONG deben superar
rápido esa fase infantil, esa minusvalía colectiva, en la que han estado
enfrascados en los últimos años, y deben aprender a trabajar y discutir
a la vez. Nos va mucho en ello.
El otro es otro y, además, nadie es perfecto
En muchos casos, lo que molesta, lo que no se entiende del otro, tiene
que ver con su misma sustancia. Muchas empresas se quejan de que
las ONG son poco profesionales (sic). Muchas ONG se quejan de que
las empresas quieren ganar dinero (sic). Muchos gobiernos se quejan
de que las ONG casi siempre critican sus acciones y que no representan
de verdad a los ciudadanos porque nadie les ha votado (sic). En los
juicios sobre el otro, un problema grave es la incomprensión de raíz: no
se entiende bien el rol que cumplen en el funcionamiento social. Entender
al otro, lo que puede hacer, lo que no, sus limitaciones y sus posibilidades
es fundamental para construir una colaboración eficaz.
Entender hasta la médula, con el corazón, una verdad simple y a
menudo olvidada, como todo lo obvio: que nadie es perfecto, también
ayuda a construir esa cultura de colaboración selectiva –con unos sí con
otros no–, para esto sí para esto no.
El olvido de esa verdad de Perogrullo ha hecho, y sigue haciendo, mucho
daño a los soñadores y constructores de los cambios en la política del
agua. Con mucha frecuencia exigimos al otro un comportamiento excelso
que nosotros no tenemos. Excusamos con facilidad nuestros errores,
pero no acabamos de entender la razón por la cual el otro los tiene.
La aplicación del principio de “realismo humanista” –empresas,
gobiernos y ONG no somos perfectos, somos mejores unos que otros,
pero desde el humilde reconocimiento de que el aliento del error y la
imperfección nos alcanza a todos– nos ayudaría a construir relaciones
de colaboración más sólidas y más duraderas.
La pregunta pertinente para juzgar la idoneidad de una colaboración
no es si esa organización es perfecta o no, si pertenece a la lista de los
justos o a la de los impuros… Las preguntas pertinentes son: ¿la organización
sobre la que dudamos es mejor que la media de su sector? ¿El proyecto
es interesante en sí mismo? ¿La organización está en una línea de progreso
de cambio positivo? ¿La colaboración será útil para la sociedad?
Ya sé que son preguntas menos absolutas, menos sagradas, pero
cambiar el mundo, la realidad del mundo del agua, la realidad que afecta
a las personas concretas, a los seres vivos concretos, a los ecosistemas
concretos… tiene ver con la utopía, pero también tiene mucho que ver
con el pragmatismo.
Aplicar el principio de la presunción de inocencia
La Constitución española, como otras en el mundo, consagra el principio
de la presunción de inocencia como una garantía para el ciudadano. De
entrada, salvo prueba de lo contrario, el otro es inocente. Con tal fin se
construye un edificio jurídico, para garantizar que ese principio no se
vea conculcado en la práctica social o gubernamental.
Pues bien, ese principio tan básico que se afirma en las leyes fundadoras
de muchos países no se aplica a la mayoría de los actos de los tres
actores clave para el cambio ambiental. Muchas de las decisiones de
empresas, gobiernos y ONG están preñadas de prejuicios sobre los
otros.
Es muy difícil comenzar una relación cuando se parte de este nivel
de desconfianza. Es improbable que una colaboración se construya
cuando los potenciales colaboradores sospechan del otro.
Una cosa es pensar, discutir y argumentar que tal entidad ha cometido
un error, y otra muy distinta es creer que la entidad ya tenía una intención
malévola, y que esa intención maléfica es la que explica ese error. Se
discute de manera muy desigual. No afirmo que el mal no exista o que
el comportamiento delictivo no exista, lo que afirmo es que, de entrada,
debemos ser bienpensantes y tratar a los demás como nos gustaría que
nos trataran a nosotros, sin juicios de intención apriorísticos.
Esa disposición inicial es un sustrato sobre el que sí pueden crecer
las relaciones de colaboración fructíferas. Sobre la desconfianza y la
sospecha no crece ni la fina hierba.
Toda acción es impura
Cuando hacemos algo, cuando pasamos de los sueños a los hechos,
cuando pasamos del plan a la acción, necesariamente, “traicionamos”
nuestras intenciones. Así nos pasa a nosotros, así les pasa a los otros.
Para nuestras “traiciones” encontramos justificación, para las de los
demás… nos cuesta más. Claro que en la vida hay traiciones y “traiciones”.
Hay ocasiones en que la idea original se ha esfumado totalmente en su
realización. En otras, simplemente, se trata de la erosión natural que
tiene cualquier idea cuando la intentamos materializar.
Este asunto, antiguo y conocido, sencillo de enunciar y de entender, es
responsable de una gran parte de la conflictividad existente entre los
actores del cambio.
Quien cruza la acera y pasa de la comodidad de opinar sobre lo que
ocurre a hacer que las cosas ocurran debe aceptar dos dolencias: el
dolor de no hacer las cosas tal cual las soñó y el dolor de ver cómo los
de la acera de las opiniones comentan, a veces con acritud, las acciones
impuras que fatigosamente crea.
Ambos dolores y las emociones que suscitan son responsables del
clima de desconfianza que compromete la creación de oportunidades
de colaboración entre los actores del cambio.
La aceptación de que toda acción es impura menguaría la agresividad
hacia las acciones de los otros y aumentaría nuestra compresión acerca
del actuar ajeno.
Reconocer y agradecer
Uno de los guijarros que hacen más difícil el camino de la colaboración
es el sentimiento, que yo he percibido en muchas miradas, de que los
otros no reconocen ni valoran lo uno hace, de que sólo se fijan en lo que
haces mal, por una especie de tortícolis interesada, que sólo permite
mirar al otro cuando falla.
Y esa falta de reconocimiento hacia lo que se ha hecho bien la he
visto en los ojos de los funcionarios públicos, en los ojos de los líderes
sociales y en los ojos de los empresarios. Todos la sufren como víctimas,
pero a veces no son capaces de ver que también son victimarios.
Las relaciones mejorarían mucho si los actores se sintieran valorados
por lo que sí hacen bien. Entonces, tras las felicitaciones, las críticas
serían más legítimas. De esta manera, quedaría claro que se critican los
hechos concretos y no, sustantivamente, a quien los ha realizado.
Muchas ONG tienen el sentimiento de que los gobiernos no valoran
toda su ingente labor de cambio cultural. Muchas autoridades tienen el
sentimiento de que las ONG no ven nada positivo en lo que hacen, que
todo está mal, que nunca aciertan. Muchas empresas tienen la idea de
que nunca es suficiente lo que hacen, de que siempre están en falta y
son tratados como presuntos delincuentes. Y, muy posiblemente, todos
tengan razón en sus percepciones.
Decía un clásico que la gratitud es la mayor de las virtudes y,
posiblemente, la madre de todas ellas. Esa falta de gratitud hacia lo que
los otros hacen envenena mucho las relaciones. Y los otros a veces son
actores de distinta condición, y, en otras ocasiones, son actores similares.
Y entonces duele más.
Alta tolerancia con los amigos y casi amigos
Es paradójico, pero es muy común: las discusiones entre los constructores
del cambio suben de tono con frecuencia, tanto que parece que son enemi-
gos. Y en realidad no es así, trabajan por un horizonte emancipador parecido.
Esas discusiones no sólo consumen tiempo, su efecto fundamental es,
sobre todo, regar los días de mezquindad y consumir uno de los alimentos
más valiosos para el camino de los cambios: el ánimo de los caminantes.
El dolor de las críticas de los que deberían ser amigos es superior a
cualquier dolor y agosta muchas energías de los hacedores de cambios.
Es necesario desarrollar una cultura de la tolerancia, del respeto a la
manera en que los otros quieren cambiar la realidad. A fin de cuentas,
nadie tiene la certeza de que su apuesta sea la mejor. Sólo al final,
pasado el tiempo, se puede valorar de verdad la eficacia de las acciones.
Sólo la historia habla con claridad… pasado el tiempo.
Respeto, respeto… y otra vez respeto
Hay constructores del cambio que viven en el Norte, un azar. Hay
constructores del cambio que viven en el Sur, otro azar. Muchas veces
entran en relación y hay organizaciones del Norte que realizan programas
y proyectos de cooperación al desarrollo en los países empobrecidos.
Eso está muy bien.
Pero a veces hay problemas. El diálogo entre ONG o gobiernos que
plantean problemas y evidencian la pobreza, y ONG y gobiernos que
aportan euros o dólares no es equilibrado. Es preciso recordar en este
encuentro de voluntades que lo que es adecuado hacer en el Sur lo
deben decidir los habitante del Sur. Es preciso recordar que las soluciones
que fueron buenas en un país, si así fueron, no tienen por qué serlo en
otros países. Es preciso recordar que los países empobrecidos tienen
el derecho de encontrar su propio camino, su propio desarrollo. Es
preciso recordar que, de entrada, quien mejor conoce los problemas y
las soluciones de un país son sus propios habitantes, las organizaciones
e instituciones de ese país.
Tener buenas intenciones no basta. La solidaridad no basta. Con
esa bandera se han realizado verdaderos desastres. Hay que ayudar
bien y hay que respetar las instituciones, la sociedad y las organizaciones
del Sur. Así de sencillo.
Hay que construir una cooperación de ida y vuelta
El ejemplo de lo que hicieron los países más ricos puede servir a los
constructores del cambio en los países empobrecidos. Pero también
vale la dirección contraria. El Norte necesita cambios, por su propio
interés y para lograr construir un desarrollo sostenible en el planeta, y
muchas de las respuestas que necesita el Norte provienen del Sur. Hay
que escuchar al Sur. Hay que construir una cooperación de ida y vuelta.
Las innovaciones tecnológicas, que surgen como subproducto de
la cantidad de recursos económicos invertidos, suelen proceder del
Norte, pero, en los últimos tiempos, las innovaciones sociales están
llegando del Sur. Atender a esos cambios culturales del Sur es muy
importante para el Norte, necesita cambiar, necesita respuestas.
Para buscar respuestas, los constructores del cambio deben buscar
en todas las direcciones, en el Norte y en el Sur. Las entidades del Norte
deben corregir su rutina de buscar las soluciones al futuro de los países
menos desarrollados en la historia de los países más desarrollados. Y
las entidades del Sur, ONG, empresas y autoridades públicas, también
deben percibir las sombras de los países desarrollados. No están
condenados a repetir sus errores, deben aprovechar la ventaja del tiempo.
Pueden saltarse esos errores.
Un buen ejemplo es que muchos países del Sur, gracias a los errores
de los países del Norte, pueden gestionar las aguas subterráneas de
forma integrada con las aguas superficiales.
Escuchar y hablar más con los otros
Pocas acciones son más baratas que hablar, y pocas son más útiles. No
hay posibilidad de colaborar, de entenderse y de trabajar juntos si, como
requisito previo, no hemos hablado con el otro, si no entendemos bien
sus esperanzas y sus miedos, sus razones y, sobre todo, sus emociones.
En varias zonas del mundo existe déficit hídrico, es importante, cierto,
pero se habla poco del déficit de diálogo entre empresas, ONG y
gobiernos. No hay posibilidad de crear la cultura de colaboración que
los tiempos exigen si no incrementamos significativamente el tiempo
que dedicamos a entender a los otros, a escucharlos.
En la actualidad, al menos en lo que se refiere a las relaciones más
recientes y problemáticas (la relación entre las empresas y las ONG, y
la relación entre los gobiernos y las ONG) se dialoga cuando existen los
conflictos, pero no hay espacios de diálogo normalizados.
Con la distancia y la incomunicación crece la hierba de la desconfianza.
Y si la hierba de la desconfianza crece y se hace alta, los senderos de la
colaboración se pierden.
Confiar en la sociedad
Los actores clave mencionados son tres, pero para que haya cambio,
para que haya una revolución mental y real en los cinco continentes, de
manera que en muy poco tiempo aprobemos asignaturas antiguas,
reiteradamente suspendidas, y por fin hagamos las paces con el agua
y con nosotros mismos, necesitamos involucrar activamente a la sociedad.
Para dar saltos cualitativos, necesitamos generar una complicidad cívica
sin precedentes.
Por qué no pensar, por ejemplo, en una red de vigilantes, con SMS
o e-mails, de los cursos de agua. No hay delincuentes que puedan burlar
ese control social. Si un problema es masivo, su resolución exige una
fuerte implicación social.
Todas las organizaciones se vuelven conservadoras con el tiempo.
Las empresas, los gobiernos, las ONG… El viento fresco de la sociedad
civil rompe sus dudas y empuja el cambio. Generar este viento debe ser
un objetivo explícito de gobiernos, ONG e, incluso, empresas. Sin un
tsunami social, que remueva inercias, instituciones, leyes y rutinas
obsoletas no lograremos hacer tantas tareas en tan poco tiempo.
Si los gobiernos sienten la complicidad o la presión de los ciudadanos
subirán las tarifas, invertirán en obras de subsuelo, prohibirán prácticas
delictivas, estimularán proyectos de cambio… Si las empresas se sienten
examinadas por los consumidores sobre su política en relación con los
cursos de agua, tomarán medidas y dedicarán recursos. Si la sociedad
mira, habla y actúa, los cambios se aceleran.
Parte tercera
CRITERIOS PARA ACTUAR
Crear círculos virtuosos
Para resolver un problema multicausal debemos poner en marcha una
multisolución. Y donde funciona un círculo vicioso debemos poner en
funcionamiento un círculo virtuoso. Debemos entender las relaciones
que existen entre la tecnología, los valores y las leyes. Debemos percibir
sus dependencias recíprocas, su encadenamiento. Los problemas están
relacionados, pero las soluciones también. Y esa constatación es un
signo de esperanza.
Con frecuencia, existe una deformación en la toma de posición a la
hora de percibir las soluciones. Las empresas creen que todo se arregla
con nuevos productos, con nuevas tecnologías. Las administraciones
públicas piensan que todo se arregla con una ley nuevecita. Y las ONG,
con frecuencia, creen que todo se arregla con concienciación. Todo el
mundo tiene parte de razón. Sin cambio cultural, los cambios no serán
duraderos; sin cambio normativo, los cambios serán parciales; sin nuevas
tecnologías, algunos problemas son difíciles de resolver. Esta razón
compartida debería provocar análisis más complementarios, más holísticos.
Y también existe una deformación que proviene de la escasa
interdisciplinariedad de los enfoques. El ingeniero piensa en el hormigón,
el biólogo en bacterias, el sociólogo en organizaciones sociales, el
abogado en normas… Todos tienen enfoques muy relevantes, pero
parciales e insuficientes.
Si, de forma coincidente en el tiempo, ponemos en marcha un
cambio normativo, una sensibilización cultural, un cambio tecnológico
y un cambio de los precios que intervengan en el problema, entonces
estaremos creando un círculo virtuoso con capacidad de perdurar en
el futuro.
No hay una única causa, no hay una única solución. Tenemos que
actuar en todos los factores que explican la situación actual para que
el cambio de un factor sea un refuerzo para el cambio del resto.
Tenemos que cambiar las normativas para que fuercen el cambio de
tecnologías y de conductas, tenemos que poner otros precios para crear
fondos económicos que permitan financiar las inversiones necesarias,
tenemos que propiciar cambios culturales para que el cambio tecnológico
no sea boicoteado por el inmovilismo conductual de la población,
tenemos que formar a los profesionales en los nuevos paradigmas,
tenemos que mover el mercado para que fabricantes, distribuidores y
comerciantes ofrezcan bienes y servicios más sostenibles, tenemos que
lograr que el sistema educativo eduque en valores de sostenibilidad, y
que éste sea un ejemplo vivo del compromiso con el medio ambiente,
tenemos que lograr que las instituciones públicas no desmientan con
sus acciones aquello que afirman con sus declaraciones…
Todos estos factores se influyen entre sí, y debemos hacer que su
influencia recíproca sea favorable al cambio, para que forme un círculo
virtuoso que “siembre” sostenibilidad.
Con frecuencia, el “pecado original” de nuestra formación o de
nuestra pertenencia a uno u otro de los actores del cambio hace que no
valoremos los factores que sentimos más extraños a nuestras
preocupaciones.
Pero el buen tecnólogo acaba dándose cuenta, después de algunos
fracasos, de que la complicidad del público es esencial para que el cambio
tecnológico tenga los efectos esperados. Y la ONG ocupada en la educa-
ción ambiental pronto percibe que las declaraciones de intenciones de
los encuestados no acaban de cambiar las constantes vitales del planeta.
Lo que cambia la contaminación de los ríos tiene mucho que ver con
las características químicas de los pesticidas y los abonos que emplean
los agricultores. Y el cambio, por seguir con el ejemplo, hacia la agricultura
ecológica tiene mucho que ver con las ayudas públicas que se implantan,
y no sólo con los folletos que se reparten entre los consumidores.
Muchos esfuerzos de cambio han sido inútiles, o casi, porque nos
hemos olvidado de que los problemas están relacionados, y hemos
actuado sólo focalizados en un aspecto del problema, pero el resto ha
quedado fuera de nuestro mapa mental. Al final, el cambio de un aspecto
parcial no pudo contrarrestar la influencia múltiple de todos los otros
factores que “trabajaban” para reproducir la situación inicial. Los círculos
viciosos sólo se rompen de verdad creando otro círculo virtuoso.
La ecología nos ha enseñado, entre otras cosas, que el enfoque
adecuado para entender la biosfera es el enfoque sistémico, que explica
la realidad entendiendo las relaciones las partes que la componen. De
igual modo, también la sociedad se entiende mejor comprendiendo las
relaciones que existen entre los actores que la componen.
Acabar con los círculos viciosos que hemos creado en la biosfera y
en la sociedad exige, si queremos que la nueva situación sea duradera,
construir un círculo virtuoso que empuje hacia la sostenibilidad.
Esa creación de círculos virtuosos sostenibles exige entender y dialogar
con todos los actores sociales que intervienen en el mantenimiento o
cambio de estos factores de cambio. El verdadero cambio no vendrá
porque nosotros lo hagamos muy bien. El verdadero cambio vendrá
cuando gobiernos, ciudadanos y empresas trabajen con un horizonte
compartido, y cuando lo que haga cada cual refuerce lo que hacen los
otros actores del cambio.
En consecuencia, crear un círculo virtuoso exige un diálogo activo
y franco con todos los otros actores del cambio social. Es necesario
complementar energías de empresas, administraciones públicas y ONG,
y para ello es básico entender su rol, sus posibilidades, sus capacidades.
Crear un círculo virtuoso es posible si existe esa cultura de colaboración
por la que abogábamos anteriormente.
Apoyar a los líderes: crear una red de cómplices por el cambio
El cambio sucede por imitación, pero para que haya imitación la sociedad
necesita innovadores que imitar. Personas que van delante y que arriesgan.
Establecer esa red de cómplices por el cambio es una tarea fundamental
si se quiere tener éxito en la fatigosa tarea de transformar la realidad.
De hecho, los cambios sociales los han empezado siempre minorías
exiguas. Una vez que se prueba, en lo pequeño, que el cambio es posible,
se generaliza. Sucede con la innovación tecnológica, y sucede con la
innovación social.
Esa minoría de innovadores sociales existe, de lo que se trata es de
lanzar propuestas para enlazar con ella. Antes de que el fundador del
software Linux lanzara su desafío, ya existían los miles de programadores
que participaron en la iniciativa de forma voluntaria y desinteresada.
Pero, para hacerse visible, esa minoría necesita desarrollarse alrededor
de una idea, de una invitación.
La mayoría del cuerpo social tiene una justificada tendencia a aferrarse
a la costumbre, a las verdades probadas. Por tanto, de entrada, su
respuesta es el escepticismo y la reserva. La manera de vencer esa
resistencia al cambio es con la prueba de la realidad, no tanto con las
palabras. Por eso son imprescindibles las minorías sociales para sembrar
los cambios en el humus, siempre escéptico, de la sociedad.
La minoría recoge el honor que la historia reserva a los pioneros,
pero también recoge el mayor número de problemas que la historia
reserva a los pioneros.
Una sociedad innovadora es una sociedad que no penaliza a esta minoría
innovadora, al contrario, la estimula. Las instituciones, que en muchas
ocasiones están en la mejor situación para liderar los cambios, no
deberían impedirlos y, por el contrario, deberían alentarlos.
En el nordeste brasileño, un grupo de ONG probó un aljibe para asegurar
agua potable a partir de la lluvia en las viviendas de una región con
problemas de sequías recurrentes. Primero lo hicieron con un proyecto
para 25.000 casas, una vez que constataron que la propuesta funcionaba,
la están generalizando hasta alcanzar un millón de hogares. Primero lo
pequeño, primero los más convencidos, para después generalizar la
propuesta para las mayorías. Éstas calman sus temores ante los cambios
cuando alguien cercano, conocido y semejante prueba la nueva práctica,
la nueva tecnología.
Estos líderes del cambio están en todas las trincheras. Hay
innovadores sociales dentro de las instituciones, como técnicos, como
políticos. Hay líderes del cambio dentro de las empresas, en los medios
de comunicación, en las universidades, en las escuelas, en las ONG,
en los equipos deportivos, en las iglesias… La innovación variará según
su rol, su posición, su lugar en el mundo, pero, estén donde estén
estos innovadores, deben empujar los márgenes de lo posible.
En ocasiones, fruto de una especie de pesimismo sustantivo sobre
“el alma humana”, no confiamos en que haya personas que quieran
complicarse la vida en un proyecto innovador. Pensamos que, si no
existe ganancia económica cierta, no habrá nadie que quiera practicar
la sostenibilidad. Falso. La historia está llena de comportamientos
altruistas, muchos de ellos desarrollados en momentos en que había
un riesgo cierto para los innovadores.
Hacer visibles a estos líderes del cambio, apoyarlos y fomentar las
relaciones cruzadas entre ellos son tres estrategias fundamentales para
consolidar la primera ola de los cambios, la que precede a la marea de
las mayorías. Donde no llegue la ola, no llegará la marea. La cantidad
y calidad de los innovadores permite prever la extensión y profundidad
del cambio social que se va a producir en la sociedad general.
El dios dinero debe ayudar al dios amor
Muchos de los problemas que padecemos en la gestión del agua tienen
que ver con que, en la práctica, hay una contradicción entre los intereses
económicos particulares y los intereses generales de la sociedad.
No es infrecuente que a una empresa, por ejemplo, le resulte más
racional, y más barato, pagar una multa por contaminar que depurar
sus vertidos. No es infrecuente que a una vivienda particular, a un hotel,
a un colegio… no le salgan las cuentas a la hora de invertir en tecnología
ahorradora de agua.
La fórmula concreta de elaboración de las tarifas, que muchas veces
da una gran relevancia a los costes fijos, no recompensa claramente a
quienes están haciendo esfuerzos para usar el agua de forma eficiente.
Esa situación hace que, en la práctica, el caballo de la bondad y los
intereses generales tire de la carreta del cambio social en una dirección,
mientras el caballo del interés económico tira en la contraria. Suele ganar
la competencia el caballo “dinerario”, más musculoso, y los intereses
generales se ven arrastrados por caminos polvorientos. El resultado
final es que el cambio no avanza, o avanza muy poco, o avanza en los
discursos, pero los hechos se quedan varados en las arenas movedizas
de los intereses económicos.
Cuando pensamos en intereses económicos pensamos en que las
rémoras del cambio hacia la sostenibilidad sólo son las empresas. No
es cierto, si los ayuntamientos tampoco tienen intereses económicos
para el cambio, si los ciudadanos tampoco tienen incentivos económicos
para cambiar, si las escuelas no tienen intereses económicos para
cambiar, si los agricultores y ganaderos no tienen intereses económicos
para cambiar…, la realidad no se mueve, o se mueve muy poco.
La bondad y el altruismo tienen los hombros muy estrechos para
aguantar todo el peso de los cambios. Debemos reforzarlos, que no
estén solos.
Debemos construir procesos sociales en los que el buen comporta-
miento sea incentivado y donde la empresa que no contamina los ríos
vea mejoradas sus ganancias: que el agricultor ecológico, que no contamina
los acuíferos con pesticidas, vea mejorados sus ingresos finales respecto
a los vecinos de su comarca que sí lo hacen, que la universidad que
reduce su consumo vea mejorado su balance anual, que el municipio
que reduzca su consumo de agua también reduzca mucho su factura de
agua, y sea recompensado con subvenciones gubernamentales más
relevantes para renovar su red de abastecimiento urbano…
Y, de forma congruente, quien aparte su conducta de forma grosera
de los intereses generales, sin obviar el castigo específico que la ley
prevea para él, debe sufrir una penalización económica considerable
que le haga recapacitar. Así, las personas racionales no encontrarán
ninguna razón para mantener una conducta que atente contra el medio
ambiente.
En el fondo, estamos hablando de aplicar la vieja y probada pedagogía:
castigar a los malos y premiar a los buenos. Pero esta cuestión sencilla
y muy entendible no es lo que hoy ocurre en muchas ocasiones. No es
raro que los buenos ante los ojos de los demás y ante sus propios ojos
se vean como tontos, y los desalmados se vean y los vea la sociedad
como gente lista, viva.
Muchas energías sociales se despilfarran porque hay personas,
instituciones, empresas y entidades que están empujando la carreta de
los cambios sociales hacia la sostenibilidad y otras personas, otras
instituciones, otras empresas y otra entidades, normalmente más
numerosas y poderosas, están empujando la carreta de los cambios
sociales en otra dirección, hacia el pasado, manteniendo un desarrollo
insostenible.
La creación de incentivos económicos, adaptados a la situación
particular de cada entidad o actor social, tiene que tener como objetivo
que toda la energía que existe en la sociedad, que es inmensa, trabaje
en la misma dirección.
Dejar todo el peso del cambio a la bondad y la generosidad no da
sus frutos, el cambio es lento, los problemas crecen. El dios dinero debe
ayudar al dios amor. Juntos pueden.
Utilizar el discurso más elocuente: nuestros hechos
Existen muchos predicadores en el mundo que dicen lo que se debe
hacer. Ahí están las iglesias, ahí están las ONG, ahí están las autoridades
públicas, ahí están los sindicatos, están las universidades, las escuelas…
En casi todos los textos de estos actores está escrita la verdad de lo que
debería ocurrir.
Salvo excepciones, en todos sus textos, en todos los discursos de
sus responsables se dicen cosas sensatas sobre lo que habría que hacer
para lograr un uso más eficiente del agua, para conservar la calidad de
los ríos, para abastecer de agua potable a los millones de personas que
carecen de ella en el mundo… Pero subsiste un pequeño problema: con
enorme frecuencia los hechos desmienten las palabras.
Esa distancia, a veces enorme, entre lo que dicen los predicadores
y lo que hacen frena sobremanera las posibilidades de cambio. Al final,
todas las personas hacemos más caso a lo que vemos que a lo que
oímos.
Este problema es especialmente grave en el caso de las administra-
ciones públicas, que promueven continuamente campañas de información
y sensibilización en las que aconsejan a los ciudadanos que realicen
acciones que ellas mismas ignoran. De igual forma, apenas hay textos
escolares en los que no se hable del desarrollo sostenible y del uso
eficiente del agua, ideas que son desmentidas una vez que los alumnos
cierran las páginas del libro y recorren las instalaciones del centro.
Alumnos y ciudadanía, por tanto, son educados en la vieja máxima
cínica: no me juzgues por lo que hago, júzgame por lo que digo.
Sin embargo, aun al precio de hablar menos, si los actos de estas
entidades fueran más consecuentes con las palabras, la pedagogía social
sería más eficaz. Hablar menos y hacer más debería ser la consigna de
las administraciones públicas y los predicadores de la nueva sociedad.
Es lógico aceptar una distancia entre lo que debe ser y lo que es, entre
lo que decimos y lo que hacemos, ¿quién no tiene contradicciones? Pero
estamos hablando de que en muchas ocasiones no hay zonas de
conexión entre las palabras y los hechos. El mismo ayuntamiento que
pide a los ciudadanos que ahorren agua no aplica ninguna medida de
ahorro en sus propios edificios.
Un ayuntamiento responsable primero reforma sus instalaciones,
y después anima a sus vecinos a hacer lo mismo. Una ONG responsable
primero reduce sus vertidos, y luego exige que se instale una depuradora
biológica en su municipio.
Además, cuando nos ponemos a hacer lo que predicamos somos
más compresivos con las imperfecciones de los demás, porque estamos
comprobando en nuestras propias carnes las dificultades de la transfor-
mación social: quien practica sabe más y entiende más.
La mayor parte de la pérdida de credibilidad que los gobiernos han
sufrido en casi todos los países del mundo tiene que ver con esta pérdida
de confianza en lo que dicen. No te creo, parecen decir los ciudadanos,
porque te veo.
No hay manera de movilizar a la sociedad para el cambio si no se
recupera la confianza de ésta en aquellos que lo anuncian. Esa confianza
pasa por un incremento de la coherencia de todos los actores sociales
que impulsan la transformación.
Concentrar nuestras energías en aquellas acciones más transformadoras
La ciudad de Bangkok, en Tailandia, en un programa para mejorar la
eficiencia del agua en la ciudad, seleccionó las acciones posibles para
ahorrar agua, las ordenó por su potencial ahorrador, las listó según la
relación entre el coste y el beneficio y las estudió después desde el punto
de vista de su aceptabilidad social. Donde había decenas de acciones,
a partir de estas “cribas”, acabaron dando prioridad a un número
reducido y abarcable de iniciativas.
El enfoque que realizaron en la ciudad de Bangkok es muy adaptable a
muchos otros territorios y muchas otras políticas relacionadas con el
agua. Nunca podemos hacer todo lo que es posible hacer, nunca tenemos
todo el dinero necesario, nunca tenemos el tiempo necesario… Por eso
los transformadores del mundo tienen que dedicar tiempo a seleccionar
cuáles son las acciones más útiles, más productivas, más sencillas de
poner en funcionamiento.
Hay acciones que tiran de otras, que su cambio representa una
fuerza tractora sobre el resto. En ésas nos tenemos que concentrar.
No somos dioses, no podemos hacer todo lo que soñamos, tenemos
que elegir. No hay problema en no hacer todo lo que soñamos o todo
lo que se podría hacer. Pero debemos evitar gastar los escasos recursos
en iniciativas de resultado incierto y, por tanto, no poder acometer
propuestas útiles y rentables.
Cambio en dos fases: primero, la voluntad, después, la ley
Ante el cambio social, las instituciones son conservadoras… y los pueblos
también. En muchas ocasiones, las administraciones públicas son
conscientes de que deberían aprobar una nueva normativa e imponer
tal o cual tecnología, tal o cual práctica, pero el miedo al fracaso las
paraliza.
Una forma de salir del atolladero es organizar el cambio en dos fases.
La primera, en la que se trata de alentar a los innovadores y en la que
éstos prueban que las nuevas prácticas son buenas, posibles y razonables
desde el punto de vista económico y social. La segunda fase es aquella
en la que con la experiencia y el conocimiento adquirido en la fase
voluntaria se legislan normas de obligado cumplimiento.
Ese cambio dual, en dos tiempos, tiene varias ventajas. A las administra-
ciones públicas les da la seguridad de que lo que están legislando es
“cumplible”. Además, les otorga un muy realista campo de pruebas, a
modo de laboratorio social. De este modo las nuevas normas tienen
más probabilidades de ser útiles. A la minoría innovadora le otorga,
además de los problemas lógicos de los primerizos, un reconocimiento
social e institucional adicional.
Hacer visibles las consecuencias de nuestras acciones, aunque estén
lejos de nosotros
Nuestra civilización se basa en transferir el daño a terceros. Bien en el
tiempo, bien en el espacio. Hay gente mala, que lo sabe y lo hace. Son
una minoría. Lo normal es gente que ignora las consecuencias de sus
acciones.
En un mundo global no es fácil darse cuenta de los encadenamientos
causales que se producen. Muchos de ellos son invisibles a los ojos.
¿Son conscientes los agricultores de que hay un relación, bajo tierra y
pasados los años, entre los pesticidas con los que combaten las plagas
y el cierre de la fuente de agua buena y natural que había en el pueblo?
Con frecuencia, no. ¿Son conscientes los enamorados de que al regalar
ese anillo de oro como prueba de amor están contribuyendo a la brutal
contaminación de muchos ríos del planeta? Seguro que no. ¿Son
conscientes los millones de usuarios de las modernas camisetas de
algodón de que, para cultivarlo, a no ser que se haga de forma orgánica,
se contaminan los acuíferos de forma muy grave?
Para avanzar en la protección de las masas de agua del planeta
debemos hacer visibles estas conexiones causales. Es necesario hacer
visibles las relaciones entre nuestras acciones y lo que ocurre en los ríos
y humedales, cercanos y lejanos, hoy y pasado mañana. Hoy muchas
de estas acciones están ocultas a los ojos de la gente por el suelo, la
distancia física, el tiempo…
VEINTICINCO INSTRUMENTOS PARA EL CAMBIO
Aprovechar las experiencias previas y construir sobre ellas
Si una empresa de Boston encuentra una solución tecnológica adecuada,
posiblemente dos años después esa nueva solución tecnológica ya
estará en todos los mercados de Calcuta. De alguna forma, el capitalismo
de consumo tiene fórmulas muy rápidas para aprovechar lo que otros
ya han inventado y construye sobre eso.
Pero si nos vamos al campo de las innovaciones sociales, muchas
de ellas desarrolladas exitosamente por entidades sin ánimo de lucro,
bien gubernamentales bien no gubernamentales, nos encontramos con
mucha frecuencia con que la experiencia exitosa desarrollada en Bombay,
después del transcurso de los años, todavía no ha sido copiada o
adaptada en Calcuta, de manera que los que afrontan el mismo problema
vuelven a derrochar sus escasas energías para “inventar” la misma
solución, o muy parecida.
Este desperdicio por las enseñanzas y “soluciones” ya encontradas
está muy generalizado. En muy pocas ocasiones se investiga lo que ya
han logrado otros exitosamente, se reconoce el trabajo de los pioneros,
se incorpora de algún modo al nuevo proyecto, para garantizar la mejor
transferencia de conocimiento y enseñanzas, y se construye a partir del
punto que alcanzaron en el proyecto anterior.
Este escaso aprovechamiento de las experiencias previas hace que
se despilfarren energías, talentos y economías.
Ese reconocimiento del trabajo ajeno, bien en clave de imagen, bien en
clave económica, ayudaría a acelerar los cambios sociales y permitiría
aprovechar mejor los recursos de que se dispone.
El ritmo del cambio hacia la sostenibilidad del uso del agua se
aceleraría enormemente si los nuevos proyectos recogieran y aprovecharan
las enseñanzas ya cosechadas en las experiencias previas.
Hacer que la política del agua sea prioritaria para los gobiernos
En todas las sociedades, por pobres que sean, hay muchas energías,
mucho dinero.
En Pakistán el saneamiento y el abastecimiento de agua a la población
es muy mejorable, pero, como señala Naciones Unidas, este país gasta
47 veces más en armamento que en estas políticas. No es sólo un
problema de dinero, es, ante todo, un problema de prioridad política.
España, en los últimos años, ha logrado situarse a la cabeza del mundo
en lo que se refiere a kilómetros de autopistas, autovías y líneas férreas
de alta velocidad. No está a la cabeza del mundo respecto a la salud de
sus ríos, las autopistas de su biosfera. No es, pues, un problema de
dinero, es un problema de prioridad política. De si en España la sociedad
y el gobierno valoran más construir buen asfalto para los automóviles
o mantener los ríos en buen estado para peces, bañistas y abastecimiento
de agua de boca para poblaciones.
¿Cómo se actúa sobre las prioridades políticas de los gobiernos?
¿Cómo se influye en la asignación de los presupuestos gubernamentales,
la prueba definitiva del compromiso de un gobierno?
Los gobiernos democráticos pasan regularmente un examen cada
cuatro años, o un período de tiempo similar. Los partidos políticos se
presentan a elecciones, con un programa, los ciudadanos votan, y los
elegidos aplican su programa en sus años de legislatura. Así funcionan
las cosas, cuando la democracia funciona. Lo que no sucede siempre.
Ese funcionamiento “normal” tiene un problema estructural: la
contradicción entre el corto plazo, que es el espacio temporal en el que
habitualmente gestionan los gobiernos, y el largo plazo que en muchos
casos exigen las políticas efectivas de agua.
¿Cómo ganar esa prioridad política para las políticas del agua? Ésa es
una pregunta muy relevante siempre, aunque su respuesta tiene muchos
matices particulares en cada país, dependiendo de la cultura política,
sistema electoral, entramado institucional…
Una opción es aprovechar las crisis que el azar trae y que hacen que
el entendimiento social, regado por el dolor, se abra a nuevos enfoques
y se reajuste el orden de las prioridades sociales y presupuestarias. Otro
camino, como señalábamos también antes, es provocar las crisis,
vistiendo con ropajes nuevos ante la opinión pública y la opinión
publicada problemas enquistados y antiguos.
Todas las vías son necesarias. Es muy útil el hacer incidencia política
para aprovechar el debate anual de los presupuestos en los parlamentos.
Los presupuestos son el resumen claro e inequívoco de la prioridad que
un país da a tal o cual política. Tal es el presupuesto, tal es la prioridad.
Así de fácil. Muchas veces la importancia de ese debate de cifras no es
percibida por la sociedad, y será necesario hacer pedagogía social para
educar a la ciudadanía. Al fin y al cabo, de lo que se habla en el parlamento
es de cómo emplear los recursos económicos de los ciudadanos.
En los países que reciben ayudas externas, las instituciones donantes
y las propias entidades sociales del país receptor pueden ejercer una
presión concertada para exigir que un incremento de la ayuda externa
vaya acompañado por un compromiso presupuestario mayor del país
receptor. No es razonable que un país pida ayuda para poder dar agua
potable a sus habitantes y que, mientras tanto, gaste lo que tiene y lo
que no tiene en armarse hasta los dientes.
Con mucha frecuencia, las ONG del Primer Mundo hemos financiado
proyectos de cooperación al desarrollo gestionados por ONG del Sur.
Les hemos pedido eficacia y eficiencia. Y se han convertido en muchos
casos en organizaciones con gran capacidad de gestión. No es mal
resultado. Sin embargo, no es infrecuente que haya ocurrido un efecto
no deseado: han abandonado su tradicional papel de crear conciencia
social en su sociedad y de incidencia en las políticas públicas. Realizan
mejor su pequeño proyecto, pero su papel como fermento del cambio
social e institucional en su país se ha debilitado. Son muy útiles en lo
pequeño, pero se han vuelto más incapaces en lo general.
La política pública expresa la importancia que un país concede a un
problema. Por una vía o por otra es necesario lograr que los gobiernos
den prioridad a las políticas del agua. Muy posiblemente haya que
aprovechar tanto momentos cíclicos, como las elecciones o la anual
discusión presupuestaria, como momentos inesperados, como crisis
sobrevenidas de forma intempestiva.
Aprovechar las crisis
Lamentablemente, cada vez hay más quejas agudas del dolor del agua
en la naturaleza y del dolor de la humanidad por el agua. Se suceden
las crisis donde las situaciones de partida se exacerban y, por ello, saltan
de las páginas interiores a la portada de los periódicos del mundo.
Todo el mundo tiene en su memoria las imágenes del huracán Mitch
o del Katrina. Las imágenes del lago Aral, la sequía en el Sahel, etc.
Muchas de estas crisis agudas nos muestran, como enseñanza fácil,
las negativas consecuencias de nuestro modelo de desarrollo. En la vida
social y personal hay poco aprendizaje anticipatorio, como el que
recomendaba el Club de Roma. Con mucha frecuencia, siguiendo la
terminología que empleaba uno de los informes del Club, aprendemos
por shock, después de un dolor profundo, después de una crisis.
En ocasiones ese dolor por lo ocurrido se transforma en decisión de
evitar estas situaciones en el futuro. Entonces, las instituciones cambian
sus políticas, sus prioridades, y las sociedades cambian su enfoque
sobre la realidad. En esas ocasiones, de algún modo, aprovechamos la
crisis para cambiar, la crisis es útil, nos vacuna, para no volver a recaer
en nuevos traumas.
Sin embargo, hay muchas veces en las que, haciendo honor al refrán
antiguo, “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la
misma piedra”, olvidamos los mensajes que emergen del dolor, no
corregimos el rumbo y caminamos, por tanto, en dirección a su repetición.
Los portadores de cambios debemos aprovechar que las crisis
suscitan emociones y, con el calor de las emociones, razones que antes
no lograban abrirse paso en la sociedad, de pronto encuentran cobijo
y acogida y, a partir de ellas, cambian las políticas, cambian los
presupuestos, cambian las instituciones, cambia la cultura…
España, por ejemplo, logró el abastecimiento de agua potable para
todos como reacción al dolor y la vergüenza del surgimiento del cólera
en el valle del río Jalón. Muchos éxitos de los que nos enorgullecemos
nacen como reacción a una crisis profunda.
Las crisis, como conoce la sabia cultura china, son oportunidades
de cambio que el destino nos ofrece a las personas y a las sociedades.
Ante ellas, las sociedades pueden hundirse resignadamente ante el
dolor o reaccionar y transformar ese dolor en determinación de cambio.
Los portadores de cambios, estén donde estén, sean administradores
públicos, asociaciones de ciudadanos o trabajadores de una empresa,
deben subirse a pilotar la ola de la crisis para aprovechar la energía
que genera y promover cambios sociales, políticos, culturales e institu-
cionales.
Lamentablemente, los días nos van a traer más y más crisis,
muchas veces bajo la forma de fenómenos atmosféricos extremos.
En nuestra mano está aprovechar estas situaciones para acelerar el
cambio social. Hay momentos de “calma chicha” en la evolución de
la sociedad, parece que nada cambia, no hay movimientos en la
superficie… Pero esa misma sociedad adormecida, abotargada, en los
momentos álgidos de las crisis puede dar saltos enormes. Los
constructores del cambio debemos estar atentos al cambio de los
vientos, para aprovecharlos cuando soplan a favor.
Un mes, comúnmente, no es nada. Pero hay meses que valen como
años. En esos días, que valen como meses, tenemos que estar muy
atentos. El viento del cambio no sopla siempre.
Crear crisis
Una opción es aprovechar las crisis, pero otra opción es crearlas: hacer
aparecer ante los ojos de la sociedad un trozo de la realidad, que no es
nuevo, que está ahí, pero que se visibiliza en clave de escándalo social.
Hace no mucho tiempo los autodenominados “hijos de Don Quijote”
organizaron en Francia un sinnúmero de acampadas en calles y plazas.
No hablaban de algo nuevo, extraordinario, sólo estaban haciendo
aparecer la pobreza ordinaria de los sin techo ante los ojos de la sociedad.
Antes de las acciones de estas organizaciones, los pobres ya estaban
allí, pero estaban como la masa hundida de un iceberg, bajo los adoquines,
sin molestar a las conciencias.
Su grito y su gesto provocaron que los medios de comunicación y
la sociedad en general repararan en algo que ya conocían, pero que
parecían ignorar.
Hace más años, las ONG de cooperación al desarrollo sembraron
de tiendas de campaña las calles y plazas de las ciudades de España
para reclamar que las instituciones cumplieran con la donación del 0,7%
del PIB para la ayuda al desarrollo. No estaban hablando de algo descono-
cido. Hablaban de la pobreza de siempre, pero con su campaña gestual
lograron llevar a la agenda política esa vieja reivindicación y lograron,
finalmente, que muchas instituciones españolas, locales y regionales,
crearan por primera vez fondos de cooperación al desarrollo.
De repente, con su movilización de unos pocos meses, los “hijos de
Don Quijote” lograron incorporar a las leyes el derecho humano a la
vivienda. De repente, se generalizaron en la cultura institucional española
las convocatorias públicas de ayuda a los proyectos de cooperación al
desarrollo, hasta entonces casi restringidas al gobierno central. La historia
va a saltos. Pero esos saltos se pueden incentivar con creatividad social,
provocando crisis, construyendo símbolos con poder movilizador. ¿Por
qué no hacerlo con la crisis del agua?
Abrir los ojos a la ciudadanía, hacerla caer del caballo del consumismo
y hacerla reparar en una de las auténticas prioridades de la biosfera y
de la sociedad, la gestión del agua, es necesario y puede ser posible.
La política hacia los negros en Estados Unidos empezó a girar a
partir de un hecho menor, la negativa de una mujer negra a cumplir con
la normativa que se establecía en los autobuses públicos. Esa mujer
cambió la historia de Estados Unidos, y nunca la política racial del
gobierno norteamericano sería la misma. Elegir un hecho pequeño del
que tirar de la madeja de los cambios sociales y provocar un cambio
general de las políticas puede ser a veces más eficaz que hacer desde
el principio una propuesta más general.
Con mucha frecuencia, los problemas más globales son entendidos
mejor por las mayorías sociales a partir de sucesos concretos, parciales,
que dan rostro humano a la problemática amplia.
Aprovechar el momento en que los partidos políticos escuchan más y
temen más
Un momento especialmente oportuno para lograr que las políticas del
agua entren en la agenda política es aquél en el que las formaciones
políticas escuchan con mayor atención a la sociedad, porque son los
momentos en que tienen más miedo, más inseguridad, más temor al
futuro: los meses previos a la campaña electoral. En ese momento los
candidatos y candidatas experimentan la verdad última de una democracia:
que la soberanía reside en el pueblo. En ese momento suelen estar muy
atentos a oír la voluntad de los electores. Ése es un momento que la
sociedad debe aprovechar.
En los meses previos a las últimas elecciones presidenciales francesas,
un conocido comunicador francés, con mucha sensibilidad ecológica,
Nicholas Hulot, anunció su candidatura a la Presidencia de la Republica,
siempre y cuando los principales candidatos asumieran un pacto por el
medio ambiente. Nicholas Hulot utilizó ese momento para lograr
condicionar el programa electoral de los dos grandes partidos. Y lo logró.
Los dos principales partidos en liza rubricaron el pacto que Nicholas
Hulot proponía.
La fórmula que hay que emplear no es única, pero la utilidad de
aprovechar ese momento de máxima apertura de los partidos políticos,
administradores últimos de los gobiernos democráticos, es evidente.
Resolver esa contradicción entre el “tempo” político, el corto plazo, y el
tempo que necesitan las políticas efectivas de agua, un compromiso
mantenido de medio y largo plazo, pasa por hacer pedagogía social. La
sociedad y los electores deben entender la relación existente entre el
presente y el futuro. Por debajo de la espuma de los enfrentamientos
políticos al uso, deben aprender a distinguir y valorar la importancia de
los temas básicos, de los que dependen la salud de la población y la
salud de los ecosistemas, soporte último de la vida, de nuestra vida.
El derecho humano al agua, a las constituciones
En Uruguay han logrado incluir el derecho humano al agua en la Constitu-
ción del país. Es su lugar adecuado si se le quiere dar a ese derecho el
mismo lugar que tienen otros. Habrá países en los que sea el momento
adecuado para proponer ese cambio constitucional. Puede que en otros
no haya condiciones objetivas, pero la sola propuesta tiene un sentido
pedagógico claro. Es un derecho, es básico, debe estar en la Constitución,
y los gobiernos del mundo, ricos o pobres, tienen que tomar medidas
activas para que ese derecho se pueda ejercer, se pueda practicar.
Además, llevar ese derecho a la ley suprema que ordena la arquitectura
de un país tiene un sentido claro: subraya la prioridad que tienen que
dar los gobiernos a las políticas dirigidas a garantizar ese derecho, aunque
tengan que reordenar radicalmente sus prioridades presupuestarias.
Las constituciones recogen derechos humanos –el de asociación,
libertad de expresión, reunión…– que son muy importantes para garantizar
la vida democrática en una sociedad. Eso está bien. Pero no parece
comprensible que no recojan también el derecho humano al agua, que
garantiza algo más básico: la vida misma.
Donde se conculca ese derecho, el resto de derechos también se hacen
difíciles de practicar.
Las administraciones públicas pueden ayudar a los ríos comprando de
otra manera
Otro actor económico de enorme poder que ha infrautilizado su potencial
de cambio son las administraciones públicas. Ellas administran en
muchos países el 12% del PIB, eso significa gastar sumas extraordinarias
de dinero.
Y esta infrautilización es paradójica, porque cuando legislan los
administra-dores públicos son ogros para las empresas, pero cuando
compran pasan a ser dioses, cuyos deseos son órdenes.
Con enorme frecuencia, el mismo ministro que financia una campaña
publicitaria para que los ciudadanos utilicen papel reciclado, no lo
compra para el uso cotidiano del ministerio; la misma concejala que
trabaja contra el cambio climático, compra vehículos oficiales con los
peores indicadores desde el punto de vista del consumo de gasolina…
Los ejemplos serían infinitos. Con este proceder no sólo sufre el grado
de confianza de los dirigidos en sus dirigentes, también se dejan de
inyectar unos recursos económicos a las empresas que producen o
venden productos más ecológicos, y que, por tanto, han realizado
inversiones en línea con lo que un desarrollo sostenible necesita.
Las compras públicas responsables son un elemento imprescindible
para construir un desarrollo sostenible. Se trata de que el dinero de
todos se dedique a comprar bienes y servicios más sostenibles y no,
por el contrario, a financiar productos, bienes, servicios y empresas que
perjudican gravemente la biosfera y los cursos de agua.
Hay ayuntamientos y gobiernos regionales que en los comedores
escolares ofrecen a los niños alimentos procedentes de la agricultura
ecológica. Al hacerlo se consiguen dos resultados notables: ganan los
niños, más sanos, y ganan los ríos, que se libran de recibir nitratos y
pesticidas.
Si las administraciones públicas compran papel reciclado, que
consume menos agua que el papel convencional, el caudal “silvestre”
de los ríos aumenta. Las posibilidades de ayudar a las masas de agua
que tienen las administraciones públicas comprando de forma responsable
son casi infinitas.
Aprovechar el momento en que los directivos empresariales escuchan
más y temen más
Hay empresas que tienen más poder que muchos gobiernos. Quien
tiene más poder, tiene más responsabilidad. El impacto económico,
social y medioambiental de las empresas que cotizan en las distintas
bolsas del mundo es astronómico. Los accionistas de estas compañías
deben responsabilizarse de las consecuencias que genera la actividad
de su empresa.
Hay mucha química biocida que envenena los ríos del mundo, hay
mucha minería irresponsable, hay todavía empresas que no han entendido
que no pueden ser viables en países inviables… Sí, de igual manera que
las empresas pueden y deben ser actores de las soluciones hacia un uso
sostenible del agua, también es cierto que constituyen parte del problema.
En un mundo global, a veces es difícil seguir el hilo que va desde
las causas a las consecuencias. Muchos accionistas, gente solvente y
decente, de reputadas empresas de países desarrollados, no perciben
que como propietarios de la empresa son corresponsables de los
desastres ambientales y los dramas sociales que luego ven en los
informativos de televisión. No perciben que sus beneficios se fundan
en daños ajenos y lejanos.
Posiblemente sean personas respetuosas con el medio ambiente,
muy probablemente son personas atentas con el dolor de los más débiles.
Pero no acaban de establecer las conexiones lógicas entre sus acciones,
que compraron en el banco de la esquina, y las acciones de su empresa,
que sufren unos indígenas a miles de kilómetros de distancia.
Similar al momento electoral para los líderes políticos, para los
directivos empresariales es el momento de aprobación o no de su gestión,
de rendir cuentas antes los propietarios de su empresa, es el momento
del examen, de la reválida de su posición.
Un momento para que las empresas aprueben políticas en línea con
la sostenibilidad, para que entiendan que no pueden fundar sus legítimos
beneficios en prácticas ilegítimas que atentan contra la naturaleza o los
derechos humanos, son las juntas generales de accionistas. En Estados
Unidos es muy normal la presentación de propuestas, de activismo
accionarial, para lograr que las empresas ratifiquen su compromiso con
el desarrollo sostenible.
En muchos países esta actividad es inexistente o es muy embrionaria.
Sin embargo, los transformadores del mundo deberían aprovechar ese
momento en que los accionistas, grandes y pequeños, deciden las
políticas empresariales que condicionan enormemente la suerte de
muchos ecosistemas y de muchas poblaciones en todo el planeta. Y los
propietarios del mundo, grandes y pequeños, deberían entender que no
es lícito hacer negocios contra los intereses del planeta, contra los
intereses de los pueblos que lo habitamos. Ellos deben responsabilizarse
de las consecuencias de sus propias acciones.
Muchas empresas ya están demostrando que, de entrada, no hay una
contradicción entre la rentabilidad y la sostenibilidad. No es un dilema
que haya que resolver: o hay negocio o hay sostenibilidad. Puede haber
negocio y puede haber sostenibilidad. No hay contradicción entre la eco-
logía y la economía, hay contradicción entre una economía del corto
plazo y una economía del largo plazo. Hoy, si una empresa quiere hacer
negocios a largo plazo, deberá hacerlos respetando la biosfera. De otra
manera, saldrá del mercado expulsada por las leyes o por los consumidores.
El consumo es parte del problema… puede ser parte de la solución
¿Por qué los consumidores no recompensan a las empresas que realizan
un uso sostenible del agua? ¿Por qué esos mismos consumidores no
castigan a las compañías que realizan prácticas perjudiciales para los
cursos de agua, para el derecho humano a un agua buena para todos?
Los ciudadanos, en nuestros bolsillos, además de la herramienta del
voto, de la herramienta del grito, tenemos otra de un potencial enorme,
muy temida y muy poco utilizada en muchos países: nuestro consumo,
nuestro dinero. Votamos, en general, cada cuatro años, pero compramos
a cada rato. A los millones de empresas del mundo les importa mucho
las leyes que emanan de los gobiernos, pero me atrevo a asegurar que
les importa más recibir los favores de los consumidores.
Ese poder, esa herramienta de cambio de potencial temible, apenas es
usada, con lo cual el motor del cambio se ve privado de un combustible
de enorme capacidad movilizadora de voluntades empresariales: el
consumo.
Además, la cultura empresarial, muy resistente a la innovación legislativa,
es muy receptiva a la hora de satisfacer la voluntad de los compradores.
Las empresas con frecuencia se resisten mancomunadamente a las
nuevas regulaciones, pero aceptan, con aplicación de buen alumno, los
cambios de tendencia de los consumidores.
Puede no cambiar la norma legal, pero si una empresa de electrodo-
mésticos detecta que un modelo ahorrador de agua de la competencia
se vende mejor que el suyo, sus directivos instarán, sin que medie
compulsión legal alguna, a su departamento de innovación para desarrollar
un modelo más eficiente que el de la competencia.
Cambiando de sector, si los agricultores ecológicos hacen crecer su
negocio un 20%, mientras que la agricultura convencional crece un 4%,
si la madera que proviene de bosques gestionados de forma sostenible
se vende más cara y más que la que procede de talas incontroladas, si
los juguetes con productos químicos tóxicos no encuentran comprador…
la señal que se lanza a los fabricantes es clara: o cambiar, o cerrar.
Es un mensaje muy fácil de entender tanto para el empresario cargado
de buenas intenciones, como para el empresario que vive sólo para el
beneficio económico. Y como resultante de ese abandono de procesos
productivos contaminantes, los ríos del mundo mejorarán su salud. Los
peces vivirán mejor y será más fácil dar de beber a los sedientos con
agua buena, no contaminada.
Consumir de forma responsable no sólo es consumir otras cosas,
también y, sobre todo, es consumir de otra manera y, en muchas
ocasiones, consumir menos. Por tanto, se trata de cambiar los productos
que entran en nuestro “carro de la compra”, pero también se trata de
que disminuyamos el tamaño de nuestro “carro de la compra”.
Con mucha frecuencia, las organizaciones sociales se han focalizado
en la presión monotemática hacia las autoridades públicas, olvidando
un poder cada vez más creciente, más relevante: el poder de las grandes
corporaciones. Una enorme parte del PIB mundial depende de las
decisiones de sus consejos de administración. En la revolución del agua
estas empresas deberían ser aliadas de los cambios, no enemigas de
éstos. Y los consumidores podemos y debemos ayudar a ello, recompen-
sando a los que lo hacen mejor que la media y castigando a los que lo
hacen peor. Así de fácil, así de efectivo.
Las intenciones de los consumidores no van mal. En España, algunas
encuestas reflejan que un 40% de los consumidores “dicen” que quieren
consumir de forma más responsable. En otros países la situación es
análoga. El problema no está en las intenciones de los consumidores,
la dificultad se encuentra en las prácticas. Los porcentajes no acaban
de encajar: no es infrecuente que el 95% de las intenciones del corazón
de los consumidores no acaben de ponerse de acuerdo con la mano
que compra.
Pero, así y todo, en todo el mundo las cosas están cambiando, y los
consumidores pueden desempeñar un papel esencial para proteger las
masas de agua.
Invertir consecuentemente con nuestros valores
Pero emplear nuestro dinero en línea con nuestras convicciones no sólo
es consumir de otra manera en la tienda de la esquina. También es
asegurarnos de que cuando lo invertimos estamos poniéndolo a trabajar
de forma congruente con nuestro ideario. Y en esta línea tenemos
múltiples oportunidades. La primera es al elegir el banco o la institución
financiera con la que trabajamos. ¿Es una entidad que está financiando
proyectos en algún lugar del mundo que atentan contra el medio
ambiente, que contaminan el agua, que dañan gravemente ríos y
humedales? Si es así, estamos viviendo de manera esquizofrénica:
nuestras palabras trabajan en una dirección y nuestro dinero en otra.
El sistema financiero tiene un tremendo potencial para empujar el mundo
en una u otra dirección. En muchas ocasiones, los ciudadanos nos acerca-
mos a las entidades financieras y sólo hacemos tres preguntas para
seleccionarlas: interés, seguridad y liquidez. Falta una cuarta pregunta,
sencilla y extraordinariamente relevante: ¿Qué proyectos estoy impulsando
con mi dinero? La generalización de esa pregunta en los diálogos entre
las entidades financieras y los ciudadanos haría que los proyectos
ambientalmente insostenibles, que atentan gravemente contra las masas
de agua, tuvieran serias dificultades de financiación. Así de sencillo, así
de claro.
Nuestro dinero, que hemos puesto en manos de otros, trabaja día
y noche apoyando empresas y proyectos que a veces son totalmente
antagónicos con nuestros valores. Si nosotros trabajamos en pro de los
ríos y de los peces, no deberíamos consentir que nuestro dinero trabajara
en contra de nuestros ideales. Nuestro dinero no debería tener “alma”
propia.
Lo que no parece, no es
Todas las personas nos relacionamos con los demás por lo que creemos
que son, no por lo que en realidad son. Es difícil que sea de otro modo.
Y esa verdad, de validez prácticamente universal, plantea con fuerza la
importancia de trabajar con los medios de comunicación y lograr que
den cuenta de los problemas del agua, que den cuenta de las soluciones
que llevamos a cabo.
Si no existen los problemas del agua y sus soluciones en los medios
de comunicación, no habrá modo de que las políticas del agua sean
una prioridad para los gobiernos, o de que las empresas trabajen
activamente por el cambio.
Los medios de comunicación, en su rol de informar, de callar o de
ampliar lo que ocurre, de subrayarlo o de ningunearlo, son fundamentales.
Debemos hacerlos cómplices, hacerles ver su responsabilidad.
Hay organizaciones exitosas, como Greenpeace, que organizan sus
acciones buscando desde el principio la máxima repercusión en los
medios de comunicación. Los constructores del cambio no tendremos
éxito si no logramos que las noticias del agua pasen de la página veinte
a la portada.
Sin embargo, habría que dar un salto más. Un objetivo –bueno
siempre– es que los medios reflejen mejor las noticias del agua. Otro,
que es posible hoy, es que los medios de comunicación, en el ejercicio
de su responsabilidad social, construyan iniciativas propias para difundir
los desafíos que plantea el problema del agua, para lograr llegar a las
mayorías. Los medios de comunicación tienen mucho poder y deben
utilizarlo a favor del agua y a favor de los que no la tienen buena o
suficiente.
Vanidad y vergüenza
Mucho de lo que hacemos se explica porque nos obligan a ello, otra
parte se explica porque tenemos un móvil económico, pero existe un
amplio espacio de nuestras acciones que ni las explica el dinero ni las
explica la ley. En ese amplio espacio la vanidad y la vergüenza explican
mucho de lo que ocurre.
En muchos debates electorales el informe Pisa, que establece un
ranking internacional entre los sistemas educativos nacionales, ha sido
fuente de controversia entre los partidos gubernamentales y los partidos
en la oposición. Lo mismo que lo ha sido la posición que ocupa cada
país en el Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas
o el Índice que elabora Transparency International sobre la corrupción
en los distintos países del mundo.
Si un país aparece en posiciones destacadas, sus dirigentes presumen.
Si un país aparece en posiciones retrasadas, el gobierno cuestiona la
fiabilidad del informe mientras la posición lo airea.
En cualquier caso, lo que todo el mundo percibe es que, en buena
medida gracias a la difusión que realizan los medios de comunicación,
estas listas constituyen un impulso para el cambio. Bien porque los
países quieren seguir estando en las buenas posiciones, bien porque
los países quieren dejar de estar en los lugares más vergonzosos. La
controversia social que suscitan estas prelaciones “tensa” a la sociedad
y la hace discutir sobre políticas, presupuestos y prioridades.
En la revolución del agua que debemos promover es necesario construir
“observatorios” con gran visibilidad y repercusión mediática. En ellos
se deben comparar los indicadores clave de la gestión del agua entre
países, regiones, ciudades, industrias, universidades… De este modo,
se establece una competencia sana entre organizaciones análogas, bien
por estar en los mejores puestos y recibir por ello el aplauso y el
reconocimiento, bien por escapar de los lugares de vergüenza y deshonor.
Muchas veces esos rankings existen, pero sólo los conocen los expertos,
no aparecen en los medios de comunicación y los afectados no ven que
su consideración social se ve perjudicada o beneficiada por ocupar una
u otra posición en esta lista. Por tanto, una tarea es elaborar estos
observatorios de la realidad del agua y otra complementaria es hacer
que sean conocidos por la opinión pública.
Junto a la repercusión pública está, como un factor previo, el rigor
de ese ranking. Si hay dudas sobre su seriedad o independencia, su
efecto impulsor del debate social e incentivador de cambios ambientales
disminuye.
Reto colectivo, también local
Para que una sociedad logre resultados en poco tiempo debe focalizar
su esfuerzo en un objetivo común, a cuya contribución cada cual, desde
el lugar que le es propio, aporta sus talentos y capacidades. De algún
modo, se trata de establecer un reto colectivo que estimule las energías
transformadoras presentes en la sociedad.
Un reto colectivo para el planeta son los Objetivos del Milenio. Todos
lo países se fijaron esas metas. Eso está bien. El Protocolo de Kioto es
otro reto para la sociedad internacional.
Estos retos colectivos, planetarios, son muy necesarios, porque nos
permiten entendernos como ciudadanos de un solo mundo: con
parecidos problemas, con retos comunes, superando el estrecho corsé
de las naciones existentes.
Sin embargo, cuando contemplamos los problemas del mundo
globalmente, su magnitud provoca, en general, un sentimiento de
abatimiento. ¿Cómo vamos a poder resolverlo todo?
Pensemos en el agua. ¿Cómo vamos a lograr dar agua potable a más
de 1.200 millones de seres humanos que carece de ella? ¿Cómo podemos
lograr que 2.600 millones de seres humanos tengan saneamiento
adecuado? ¿Cómo resolver la enorme contaminación de los ríos del
mundo?
Ese pensamiento global es necesario y necesarias son las metas
globales, civilizadoras, pero ese enfoque global tiene un efecto perverso:
abatir y apesadumbrar a la persona concreta o a la organización concreta
que se sitúa frente al reto global.
Para ganar autoestima, para recuperar el imprescindible ánimo transfor-
mador es necesario bajar la escala de los problemas del agua y bajar
también la escala de los retos que vamos a acometer.
Necesitamos fijarnos un reto para nuestra ciudad, para nuestro río,
para nuestro humedal…; un objetivo ambicioso, pero un objetivo
alcanzable… Ese sentimiento colectivo de que somos capaces nos
devuelve el ánimo y la esperanza, imprescindibles para el cambio
ambiental y social. Una buena parte de las victorias conseguidas han
tenido que ver con la fijación de retos locales que movilizan lo mejor
de los actores sociales de una localidad, de una región, de una comarca,
de un país. La poquedad de la propia acción queda compensada porque
se percibe su contribución al objetivo global. El “todos a una” está
presente en todas las culturas. La historia cuenta que cuando los pueblos
se unen, y trabajan juntos, casi siempre consiguen lo que se proponen.
Además, ese esfuerzo común anima a los activos, despierta a los pasivos
y moviliza lo mejor de la sociedad.
Los retos colectivos estimulan la corresponsabilidad entre los diversos
actores de una comunidad, un reparto de cargas para alcanzar el objetivo
común. La convicción de que estamos ante un desafío a la altura de
nuestras posibilidades da a los actores sociales e institucionales un
punto de luz de esperanza al final de un túnel de esfuerzos.
Es muy importante esa que se haga patente esa posibilidad de éxito
del objetivo común, porque el cáncer del cambio social es el escepticismo,
un virus muy difícil de derrotar. Para hacerlo, necesitamos victorias que
prueben que el cambio hacia la sostenibilidad no sólo es necesario, algo
que casi todo el mundo acepta, sino que también es posible, algo que
poca gente practica. Por eso, para frenar el pertinaz escepticismo
imperante, es necesario que los retos sean locales y alcanzables.
Para cambiar la vida de millones de personas tenemos que idear acciones
globales
El mundo es uno, y con el cambio climático mucha gente lo ha compren-
dido. Hay mercado global, biosfera común, problemas comunes, sociedad
on line, pero no hay gobierno global. Y las instituciones que son de
todos, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a
veces no lo parecen, y los actores del cambio no las percibimos como
propias.
Hay acciones cuya escala apropiada para su ejecución es la global.
Internet permite la realización de acciones globales. Hay poca globalización
de las protestas y poca globalización de las propuestas.
La sociedad global debe hacerse presente. Puede ser un referéndum
planetario, puede ser la presión organizada ante una cumbre. Para
cambiar la vida de los miles, las acciones locales son imprescindibles.
Para cambiar la vida de millones, tenemos también que idear acciones
globales.
Las movilizaciones contra la guerra de Iraq, la presión conjunta para
que el G8 se moviera por África y contra el cambio climático, con
conciertos de rock incluidos, convocatorias para realizar apagones de
electricidad en los cinco continentes… son antecedentes muy relevantes.
Antes, cuando los damnificados por una política pública dirigían
sus protestas al gobierno de su país, en esa instancia se encontraban
los auténticos responsables. Ahora, sin embargo, con mucha frecuencia,
cuando dirigen sus críticas al gobierno local se encuentran con que éste
redirige la responsabilidad a una instancia internacional más global: la
Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario
Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Unión Europea… Sin
embargo, muy raramente las protestas se globalizan y muy raramente
las propuestas se globalizan. El mundo es uno. Y en muchos de los
laberintos en que nos encontramos sólo es posible encontrar la salida
si es una salida global.
¿Cabe pensar en resolver la contaminación creciente del mar
Mediterráneo si no existe un acuerdo regional entre los países ribereños?
Muchas de las soluciones o son globales… o no serán. Impulsarlas exige
también propuestas y acciones globales.
Cambiar los termómetros
En la salud humana se sabe que hay indicadores sencillos que ayudan
a entender si la salud se está alejando o no de nuestra almohada: la
temperatura, el pulso, la tensión arterial.
Los indicadores de las sociedades más admitidos, que todos los
medios de comunicación comentan, son los de carácter económico: el
Producto Interior Bruto (PIB), la renta per cápita, la tasa de desempleo,
la inflación…
En los últimos años, en el ámbito internacional y en el ámbito nacional
hay serios intentos de crear otros indicadores, igualmente sencillos, que
señalen a la sociedad si se debe preocupar por su “salud” o no. Naciones
Unidas creó el Índice de Desarrollo Humano (IDH), como complemento
de otros indicadores. Existen observatorios nacionales e internacionales
que señalan unos u otros aspectos vinculados al desarrollo sostenible.
Hemos avanzado, pero necesitamos hacer girar el rumbo de la sociedad
hacia las señales del agua, necesitamos que la sociedad no se quede
tranquila si sube la renta per cápita mientras se destruyen las masas de
agua.
No es fácil hacer patentes estos indicadores a la ciudadanía, los
medios de comunicación están saturados de información y, seguramente,
va a ocupar más columnas el último adulterio de famosos que la noticia
de que un río chino, famoso y largo, no llega al mar, su natural destino.
Sin embargo, tenemos que lograr que en los parlamentos del mundo
la oposición le afee al gobierno de turno el número de puntos negros
de contaminación en los ríos, del mismo modo que le echa en cara la
subida de la tasa de desempleo.
La sensibilidad de los que deciden está conectada, como vasos
comunicantes, con la sensibilidad de los ciudadanos y con la sensibilidad
de los medios de comunicación. No es fácil lograr cambios significativos
en la consideración de los problemas del agua en los políticos sin lograr
cambiar la percepción de la sociedad.
Necesitamos defensores de las generaciones venideras
Es obvio que llevamos años robando el futuro, en el sentido más real
y menos metafórico, a nuestros hijos y a los nietos de nuestros hijos.
Cuando contaminamos un río, un acuífero, de forma en muchas ocasiones
irreversible, cuando secamos un humedal, cuando troceamos un río y
lo convertimos en una suerte de canales conectados eventualmente por
tuberías…, estamos comiéndonos el futuro de las generaciones venideras.
Las decisiones que van a afectar a los que vivirán mañana no deberían
ser tomadas sólo por los que votamos hoy. Los niños deberían opinar,
y deberían tener voz los que todavía no saben hablar, y los que todavía
crecen en el vientre de su madre, y los que crecen en los sueños de las
parejas de enamorados… El desarrollo sostenible conlleva, sobre todo,
contar con los que no conocemos, construir un desarrollo con espacio
para los que vendrán.
¿Cómo hacer conscientes a los hombres y mujeres de hoy de que
no pueden tomar decisiones que condicionan gravemente el futuro sin
tener en cuenta a los hombres y mujeres de mañana? Es necesario hacer
visibles las pérdidas irreversibles que se van a producir en el patrimonio
que deberían heredar nuestros hijos, y es necesario hacer protagonistas,
de algún modo, a las generaciones venideras. Habría dos acciones que
ayudarían a que este robo del futuro fuera más entendido por la sociedad.
Una de ellas sería que se multiplicaran las demandas por afección
de futuro promovidas por niños menores de diez años. No encajarán
posiblemente en la cultura legal habitual, pero su emergencia en los
medios de comunicación ayudará a que la sociedad entienda que, en
lo más profundo, tienen derecho a su reclamación. ¿Cómo no entender
que un niño tiene razón cuando demanda a un jefe de gobierno porque
no hace nada para evitar la contaminación de las fuentes en que el niño
debería beber el día de mañana?
Otra acción que ayudaría a que la sociedad percibiera a las
generaciones venideras sería promover la creación formal de defensores
de éstas. Estos cargos, que si fuera posible deberían ser reconocidos
por las administraciones públicas, deberían defender los derechos y
razones de quienes vivirán mañana.
Es paradójico que en muchos países existan defensores del pueblo,
un pueblo que en definitiva existe y, a las malas, se puede defender solo,
y de hecho lo hace en situaciones de excepción, sin embargo, no existen
defensores de las generaciones venideras, que es obvio que no pueden
defenderse por sí solas.
Apadrinar lo común
Uno de los problemas que existen en muchos países es que los ríos y
las masas de agua son de todos; luego, no son de nadie; luego, no los
cuida nadie; luego, los tienen que cuidar los funcionarios públicos, que
para eso les pagan… Es una manera de razonar perversa, pero está
bastante extendida.
Una opción para atajar este problema de descuido de un bien común
como el agua es “trocear lo común” y repartirlo entre ciudadanos y
organizaciones, para que tal tramo de río, tal acuífero, tal humedal “sea”
de tal o cual colectivo de personas.
Se trata de que los ciudadanos “propietarios” o las organizaciones
“propietarias” conozcan bien esos tramos, basándonos en la idea de
que lo que se conoce se acaba queriendo, y lo que se quiere se acaba
defendiendo.
En varios países existen proyectos que organizan voluntarios para
cuidar esos tramos de río. Esta repartición es muy útil para combinar
la propiedad común con la apropiación por un colectivo de una zona
para su cuidado y defensa. Es muy difícil confiar la defensa del patrimonio
natural solamente a los funcionarios públicos. El patrimonio común
extendido debe ser defendido por la ciudadanía extendida.
Forjar alianzas plurales
La colaboración entre los actores del cambio puede ser puntual o más
estable. Hay experiencias, la Alianza por el agua para Centroamérica es
una de ellas, en la que administraciones públicas, empresas y ONG
trabajan juntas en pro de un objetivo concreto. Cada cual es cada cual,
pero, desde la diversidad y el respeto a las características sustantivas
del otro, suman energías y talentos.
No son fáciles las alianzas, hay desconfianzas y hay recelos mutuos.
Pero son un espacio de relación y de diálogo estructurado que permite
sumar fuerzas y llevar a cabo proyectos comunes. Además, también
permiten conocer mejor al otro, sus motivos y porqués y, en su caso,
discutir con él con más conocimiento de causa.
Crear una alianza para un objetivo común es perfectamente compatible
con el mantenimiento por los protagonistas de la alianza de divergencias
y discusiones en otros campos. Crear alianzas plurales es practicar el
principio, que comentábamos líneas arriba, de que debe ser posible para
los constructores del cambio hacer dos cosas a la vez: trabajar juntos en
las zonas de acuerdo y seguir discutiendo en las zonas de disenso.
Lo sagrado del agua
El agua no es un recurso más. Todas las religiones han hecho del agua
un símbolo sagrado para nacer, para vivir, para morir…
Pero ese carácter sagrado no sólo está en los textos religiosos, también,
por poco que se hurgue en la cultura popular, se encuentra en las
creencias y en los mitos del Este y del Oeste, del Norte y del Sur del
planeta.
Esa excepcionalidad del agua frente a cualquier otro elemento de la
biosfera, frente a cualquier otro asunto medioambiental, debería ser
utilizada para este cambio ambiental. En la historia de los cambios
sociales las emociones juegan un papel mayor que las razones. A la
tremenda fuerza argumental de las razones del agua debería sumarse
la fuerza de lo no intelectualizado, de lo que existe en recodos de nuestro
yo que ni nuestro yo comprende bien.
Ese “ejército de reserva”, que permanece somnoliento y acurrucado
dentro de nuestros cerebros, atiborrados habitualmente de cifras y
razones, el ejército de los mitos, de las leyendas, de lo sagrado, debería
movilizarse para contribuir decisivamente a esta revolución del agua
que necesita nuestro planeta y nosotros mismos.
Para entender el efecto invernadero hay que hacer entender el CO 2, la
radiación…, cosas “raras”, no visibles a primera vista. Para entender la
excepcionalidad del agua basta la auto observación o, más sencillo,
recordar los cuentos de los abuelos. Es un camino corto hacia la
comprensión, más cercano a la iluminación que recomiendan los
maestros zen.
Dicen los niños en las calles cargadas de sol de Nicaragua: “¿me
regalaría un vaso de agua?”. Lo dicen con la complicidad de saber que
un vaso de agua ni se le niega a nadie ni se le vende a nadie. Ese carácter
de bien común, en el que nace la vida, hace del agua en muchas culturas,
incluso en sociedades secularizadas, un bien excepcional, que moviliza
recursos emocionales excepcionales.
Si una sociedad logra fundir las razones científicas del agua y su
carácter sagrado en una ola de movilización social, todo es posible. Si
van divorciadas, lamentablemente, también todo será posible.
Estudios científicos
Los datos pesan más que las palabras. Es más difícil confundir un
número que un adjetivo. Los estudios científicos por sí solos no cambian
la realidad, pero para cambiar la realidad los estudios científicos son
extraordinariamente útiles.
Una movilización social cargada de emociones y de gritos es muy
importante, pero si va acompañada con el peso de la ciencia desnuda
es apabullante. Por eso, conseguir la complicidad de estudiosos y de
investigadores de departamentos universitarios es fundamental.
No es lo mismo decir que este río está contaminado, está sucio y huele
mal a describir con precisión el grado de contaminación por mercurio,
y contrastar ese dato con las tablas de la Agencia Medioambiental de
Estados Unidos. No es lo mismo.
Con frecuencia las decisiones políticas se justifican por razones técnicas,
que se presentan como no contaminadas por valores. Pero nunca hay
decisiones neutras, y casi nunca hay sólo una manera de resolver un
problema. Casi siempre hay varias alternativas posibles. Esclarecer ante
los ojos de la sociedad esta pluralidad de enfoques científicos es muy
importante.
Imágenes
Se dice que una imagen vale más que mil palabras, se dice que “ojos
que no ven, corazón que no siente”. Esto ha sido siempre cierto, ahora
lo es más.
El informe que realizó el Observatorio de la Sostenibilidad de España
sobre la urbanización de la costa española ocupó las primeras páginas
de los medios de comunicación porque comparaba fotos antiguas con
fotos aéreas actuales. La visión de ambas fotos era demoledora. No
hacían falta palabras. Todo estaba dicho con esas imágenes.
Poco después, Greenpeace España, utilizando un software de imágenes,
comparó fotos actuales de conocidos ríos españoles con una recreación
de cómo sería la situación de ese río en el futuro debido al cambio
climático. Esas imágenes se reprodujeron en muchas televisiones, revistas,
periódicos…
El impacto político y mediático de estos informes gráficos fue enorme,
seguro que mucho mayor que un dossier de doscientas paginas. La
“traducción” de un informe a fotos o a vídeo es, casi siempre, una buena
opción. Decirlo en imágenes es hacer que se “oiga” más.
Web 2.0
Los últimos años son años paradójicos. En muchas sociedades aumentan
las quejas porque no hay participación social. Sin embargo, los últimos
años nos han traído fenómenos mundiales de participación voluntaria
inmensos. Wikipedia es una enciclopedia mundial, en muchos idiomas,
y su creador es el pueblo, anónimo y plural. Linux, el software libre, fue
creado por un ejercicio de colaboradores sin precedentes en la historia,
por miles de personas que no se conocían previamente.
Internet ha llegado para quedarse y está cambiando muy rápidamente
usos y costumbres. Muchas iniciativas de protesta, propuesta,
sensibilización, debate… tienen como soporte la red. Todavía debe haber
más. La capacidad de la red para conectar a ciudadanos y entidades es
casi infinita. Y la comunicación ya no será nunca más unidireccional, irá
y volverá. Y la iniciativa partirá de la ONG o del ciudadano, de una ciudad
cosmopolita o de una ciudad del Sur, y tanto dará. Lo mejor está por
venir.
Además, la generalización del uso de móviles y cámaras digitales,
unido a la emergencia de fenómenos masivos en internet como You
Tube, hacen que pueda existir un periodismo digital ciudadano, masivo
y descentralizado.
Este periodismo ciudadano puede ser un elemento de control social
sobre las agresiones a las masas de agua mucho más extenso que
cualquier plantilla laboral de las administraciones públicas.
La última represión del gobierno de Myanmar fue, casi al instante,
traducida a imágenes grabadas en móviles y cámaras digitales. Sarkozy
bajó su valoración en Francia por la grabación, que alguien realizó con
un teléfono móvil, de su insulto a un ciudadano común.
Las nuevas tecnologías permiten que el poder controle más, pero
también permiten controlar más y mejor al poder. Pueden ser una
potente herramienta de cambio social.
Pactos de río
Que los usuarios y beneficiarios de un río pacten su uso ha sido siempre
una buena cosa. Que peces, pescadores, agricultores, empresarios,
ayuntamientos, ecologistas, piragüistas… discutan y se pongan de
acuerdo ha sido siempre una buena cosa, aunque muy rara.
Ahora, con el cambio climático en el salón de nuestra casa, esos
pactos deberían generalizarse. Estos acuerdos serán una manera de
minimizar las tensiones y los conflictos que se producirán debido al
incremento de la variabilidad climática.
En el pacto de río, con diálogo y participación social como ladrillos
fundamentales, deben compartirse los sueños, los temores, los intereses
de cada parte, y construir un proyecto común. En buena medida, habría
que construir un acuerdo sobre el horizonte deseable, el que debe guiar
los trabajos del presente para ir poco a poco construyendo el porvenir,
un porvenir común.
Cuando el agua llega al cuello o cuando el agua no llega y las plantas
se mueren de sed y los grifos no conducen agua, se piensa mal. Debemos
anticiparnos a las crisis, promoviendo acuerdos cuando la lluvia frecuenta
a los negociadores y no cuando la situación ya es crítica.
Pero esos pactos de río no pueden hacerse sin contar con lo que
“dicen” los otros seres vivos, ni sin contar con los derechos de las
generaciones venideras. No puede construirse un consenso al margen
del futuro, al margen de los otros seres vivos o al margen de lo que dice
la ciencia. No podemos hacer un pacto de río… contra el río.
Píldoras de ánimo
Los constructores del cambio tenemos más éxitos de los que recordamos.
Y esa amnesia provoca que el sentimiento de que no se puede hacer
nada esté más generalizado de lo que debería. Para combatir el pesimismo,
para generar esperanza en que se puede conseguir ganar la batalla a la
sed y que podemos reconciliarnos con la naturaleza, necesitamos dar
a conocer los éxitos que se vayan obteniendo.
No pecamos de narcisismo al contar lo bien que lo hemos hecho.
Con la publicidad de los resultados positivos de nuestra acción logramos
que otros, estén donde estén, se animen a intentar también el cambio.
El viento del cambio está lastrado por un escepticismo muy antiguo,
muy enraizado en el “alma humana”, el sentimiento de que al final
nunca llegan las victorias.
Escepticismo y pesimismo trabajan mancomunadamente para diluir
las energías del cambio presentes en la sociedad. En forma de abogados
del diablo, tienen millones, o bajo cualquier otra forma corpórea, lo
cierto es que existe una legión de “negacionistas” de que el mundo
deseable sea posible. Hasta ahora, la fórmula magistral más contundente
contra esta plaga de agoreros, extendida por los cinco continentes, es
la publicidad de los éxitos ya conseguidos.
Algunas organizaciones recogen estas buenas prácticas, las ordenan
y las visibilizan. Es una labor muy necesaria.
Construir un clima cívico
La simultaneidad de varias de las acciones descritas debería crear un
clima cívico en el que los principales actores sientan que deben hacer
algo, que es el momento, que de otro modo no están en su tiempo. Si
se es capaz de crear este clima, empiezan a ocurrir cosas no previstas.
La creatividad social se despliega
Crear ese clima debe constituir un objetivo explícito de los construc-
tores del cambio. Cuando ese clima se ha creado, los políticos empiezan
a aprobar presupuestos para las políticas de agua, la sociedad acepta
subidas de precios, se crean normativas, se generalizan tecnologías…
El tiempo se acelera, y los cambios con él.
Ese clima se genera por la simultaneidad en el tiempo de un conjunto
de hechos de actores interdependientes que crean un estado de opinión
colectiva. La opinión pública y la opinión publicada coinciden. Gobernantes
y administrados se movilizan en una dirección compartida. De repente,
hay recursos económicos, hay iniciativas y voluntad política. Todo parece
haber cambiado. El viento del cambio se hace presente, impregna las
instituciones, las empresas, las entidades sociales...
La clave para que ese cambio de clima se dé es la simultaneidad de
las acciones: en el mismo lugar y en el mismo tiempo.
Epílogo
NINGUNA HERRAMIENTA ES MÁS POTENTE QUE LA ESPERANZA
Algunas de las herramientas que se han propuesto en este libro son
apropiadas para un país, otras para otro, no todas ellas tienen valor
universal. En cada zona es necesario hacer un análisis concreto de la
realidad concreta. Los constructores del cambio son artesanos, no
realizan un trabajo en cadena.
Cada constructor del cambio, dependiendo de su posición, de sus
posibilidades, de la coyuntura, que hay que leer con atención y mimo,
elegirá de esta caja de herramientas aquella que le parezca más adecuada
para el momento.
Y puede que en ocasiones lo más eficaz sea adaptar y construir una
nueva y original herramienta, que mejore quizás las virtudes de algunas
de las aquí expuestas, y que tenga menores contraindicaciones. Lo que
debería hacer ese innovador social es dar cuenta de su descubrimiento
y compartirlo, para que otros se puedan beneficiar de sus ideas.
El juicio último sobre cada herramienta es su utilidad, su eficacia y
su eficiencia en aras del cambio profundo, rápido y extenso que necesi-
tamos construir en el planeta para hacer las paces con el agua y con la
biosfera, y para poder ofrecer agua buena a todos los seres humanos,
habitantes del Norte y habitantes del Sur. Todos, finalmente.
Ninguna herramienta es más potente que la esperanza. Si los construc-
tores del cambio no creen que éste sea posible, no ocurrirá. Por tanto,
alimentar el fuego de la esperanza es una tarea muy importante. Y el
fuego de la esperanza se alimenta con éxitos y con logros concretos. Con
la finalidad de ayudar a incrementarlos están redactadas estas páginas.
For my parents, from whom i inherited the planet,
and for my daughters, Clara and María. They are
for me the everyday face of future generations,
those that will be inheriting our water planet.
A toolkit for the builders of change
Víctor Viñuales
Introduction
This text is written for action. We know a lot, we do little. That’s the
drama of our time. Meanwhile, rivers are dying, often poisoned by our
greed, children are dying and we look the other way, as if changing the
TV channel.
These pages are addressed to the builders of change. Changes do
not make themselves, changes are the children of the actions of men
and women who, not satisfied with things the way they are, set to the
task of building another reality. It is to these builders of change to a new
pact with water, with nature and with ourselves, that this book is
addressed.
The builders of change often become demoralised or squabble with
each other. In both cases, change is halted. We will never make peace
with water and with ourselves, we will never be able to give drinking
water to all the inhabitants of the planet, unless we succeed in increasing
the number of builders of change. We need more of them and we need
them with greater expectations.
To change reality, one needs to want to do so, to have expectations
that things can change, in the hope of boosting this change. Secondly,
a great deal of tenacity and effort is needed: the force of inertia is
formidable. Sustainable development does not come about through
spontaneous generation merely over the passing of time. We also need
the proper tools to open the gates to change.
The following pages suggest tools for change. Some have to do with
the builders of change. Others have to do with the relationship culture
that these players need to have. Some are connected with the focus of
action, and still others are specific ideas to be put into practice. All of
them aim to sow the seeds of dialogue with the reader’s experience as
someone who is working for the new water culture and the human right
to water.
Some of these tools have their origin in success stories, other in
failures (and we builders of change have accumulated a good many of
those). Some come from the work of the Fundación Ecología y Desarrollo,
others from observing projects of a large number of organisations
working to make peace with water and to give drinking water to all the
inhabitants of the planet. All are answers to the question that our
generation has to address: How can we rapidly and thoroughly change
our way of relating to water?
Time is pressing. The list of disasters and the time wasted gives us
little margin for sitting back. We must keep talking, debating, clearing
doubts and confirming certainties, but above all, we must do more,
quickly.
Today we know that environmental problems in many cases behave
like a cancer, sometimes spreading slowly, and then suddenly there is
a metastasis, by which time it is hard to fight it successfully. In many
cases our eco-systems are on the brink of metastasis, and this is why
this book is a battle cry, an urgent battle cry. The international community
took eight years to ratify the Kyoto Protocol, despite the fact that it knew
that time was of the essence in fighting climate change. We cannot
afford this apathy, this indifference.
This book is not devoted to describing the world’s water problems
– much has been written in that respect – nor does it describe how
things should function in an ideal world. The explicit aim is to provide
thoughts, ideas and encouragement for those working for change. It is
time to act. It is our turn.
Part one
AS IT STANDS
What we can see
The scientists are saying it and so is the man in the street: the world’s
rivers, wetlands and aquifers, with just a few exceptions, are deteriorating.
And that, in their own way, is what the fish and frogs are saying, too.
And as this water is no good for reeds, or trout, or bathing or
drinking… its victims are growing. Over 4,000 children a day are dying
from diseases related to the lack of drinking water. Country streams,
which once quenched the thirst of passers-by, now have danger signs:
not safe to drink. With just a few exceptions, it is safe to say that “wild”
water is not fit for bathing or for drinking.
Our knowledge is improving, and so are our laws. Our leaders’
approach has undergone a great change: they now justify new projects
by invoking sustainable development. But we are not so convinced that
this obviously massive improvement in their attitude to water is
accompanied by a proportional improvement in their actions on the
state of water.
Greater awareness than ever
Never in the history of humankind have we known so much about water,
its management, its cycle, its pollutants, and so on. We have experienced
many failures in the past in our relationship with water, we have perpetrated
real disasters and we have also had successes. From all these experiences
we have learnt a great deal.
Never in the history of humankind have we gathered so much technological
and scientific skill. We are the first generation to send a spacecraft to
Mars to see if there is water there. The range of potential solutions to
water problems is vast.
Never in the history of humankind have we had so many economic
resources. Never in the history of humankind have there been so many
institutions, businesses and NGOs specialising in water and sustainability.
Never have we developed such precise and sophisticated research tools
for “visualising” the future.
The gap is growing
The gap between what we say and what we do is growing. The gap
between the words emerging from World Summits (in Río de Janeiro,
Johannesburg, etc.) and subsequent action is growing. We painstakingly
construct international agreements, such as the Millennium Development
Goals, to reconcile the wishes of the Third World with those of the First
World, with over 180 countries committing themselves, but we have
resigned ourselves to the fact that these agreements will never be
complied with.
We have got used to the fact that what is said, including what is
agreed to in an International Summit, is one thing, but what is actually
done is quite another.
It is often impossible to understand why there is so much reluctance
to ratify a commitment, an agreement, a deadline or a specific sum of
money, when afterwards, if it is not complied with, nobody hands in
their resignation. Life goes on as usual.
Among the have-nots, there is a growing distrust of the promises
made by those in power. Scepticism, just like thick ivy, covers the wall
of hope. The scale of problems is growing and the will to solve them is
withering.
And the grief is intensified by the conviction that water problems
could be solved, if there were really any willingness to do so. We know
how to, we can, but… And that is the hard reality of the current situation.
Vicious circles
When we delve into why something happens, we rarely find just one
cause. All at once we find a set of factors, joined together like cherries
in a basket, which influence each other, helping each other to make the
situation what it is.
Why is it that in many cities in the First and Third world so much
water is lost in the urban supply networks and in the homes themselves?
Just one question, but several answers. Let’s look at one or two: the city
councils or public authorities do not invest enough because the politicians
at election time give priority to investments that are more eye-catching,
more likely to be photographed, above, not below the ground. The public
do not use water efficiently because they don’t pay the real price; water
is cheap and the technology is inefficient because it is not profitable to
renew it. Barely efficient technology is installed because the public
authorities fail to pass binding regulations to force the installation of the
best technology available. The companies that produce this more efficient
technology come across many obstacles against placing it on the market,
because it is not compulsory, and renovating more obsolete technology
is not economically lucrative. The technology that is installed is sometimes
not used properly by the public, because they do not know how to. The
professionals in the sector (architects, developers, plumbers, etc.) do
not install this technology because they are unaware of it. The city councils
cannot renew the supply networks because they cannot afford it. The
politicians maintain these subsidised prices because they believe that
the electorate will reject any political proposal to raise the price of water…
and so it goes on.
We could go on and on finding reasons to explain the wastage of
water in cities. They are all true and most of them are mutually dependent
– they all explain each other.
Very often, failure to transform the reality has to do with the fact that
action is taken on one of the factors, the rest stay basically the same,
and finally partial change does not succeed in making a significant break
in the vicious circle.
Vicious circles, as their name implies, like to perpetuate themselves
and reproduce. It is as if they were a spring which we stretch out by
making a great effort, and then, when we are overcome by fatigue, it
goes back to what it was.
Climate change makes things worse
Climate change, as has been clearly stated by the Intergovernmental
Panel on Climate Change (IPCC), makes its presence felt, above all,
through water: more droughts, more flooding, more coastal areas
threatened by the rise in sea level, the rapid disappearance of glaciers
– the list goes on.
Consequently, existing balances will be upset with increasing frequency.
A region that yesterday had customs, infrastructures, regulations and
technology that were complementary, with no danger of conflict, will
tomorrow, for example, begin to suffer recurrent droughts, and this
balance will be shattered. Conflicts between users will set in.
Climate change brings more grief to eco-systems, plants cannot evade
thirst, with more grief for living creatures, more grief and migration for
human beings. Climate change breaks down the boundaries between
economic, environmental and social factors. It affects everyone, it destroys
everyone. Extreme drought, which removes any glimmer of hope, creates
desperate emigrants who risk all they have, and they have very little,
crossing frontiers and oceans in search of relief and a future.
To lessen our civilising impact on the biosphere, and reduce our
greenhouse emissions, we would have to change a large number of
policies, laws, prices, values and habits in a very short time. The latest
United Nations Development Programme (UNDP) report states a
figure that gives an idea of the urgency with which we would need to
act: ten years.
The existing climate change and the one that is forecast forces us
to adapt in order to suffer less. And we must adapt in a very short time.
And break a lot of old habits. So many years doing things the same old
way – and now we must learn anew and forget a great many things we
learnt before: they are useless. What is more, we now realise that they
are what has caused our misery.
To lessen climate change, to stop its negative effects growing, we
must change with all speed. That goes for adapting to the consequences
that are now inevitable, as well. It’s not easy. It’s not going to be easy,
either.
The actors of change: pride and distrust
Governments often believe that to change reality, all it takes is the
regulations they create. Businesses almost always believe that problems
can more than easily be avoided with technology and money. Many
NGOs believe that problems can be solved by raising awareness.
Although in not so many words, each one seems to be saying that
they can easily sort things out.
The NGOs do not believe in the sincerity of government commitments.
Governments do not believe in the sincerity of NGOs. Businesses believe
that the less governments do, the better. The NGOs do not believe in
the good intentions of businesses. Businesses do not believe in the
effectiveness and efficiency of the NGOs. The agents of social, economic,
technological and institutional changes – public administrations, NGOs
and businesses – watch each other with suspicion. Time is passing.
Much of the energy spent by the agents of change is aimed at
stopping the initiatives of the other agents from going ahead. If we were
to take stock of the energy and money deployed by businesses,
governments and social organisations, we would find that over half this
effort has been used in preventing the plans of the others from coming
to fruition. Very often, this reactive policy is necessary in order to make
progress. But, in view of the urgency, it is sad to see so much energy
being deployed to put a brake on others’ initiatives.
THE CHALLENGE
The 0.7% initiative cannot solve all the problems generated by the
performance of 99.3% of the economy
There was a time when we agents of change laboured under a
misapprehension: if every country contributed 0.7% of its GDP to
development cooperation policies, we could put an end to mass poverty
in the world. Today we know that that is not true. There was a time when
we environmentalists laboured under a misapprehension: all we had to
do was protect places with rare flora or fauna. Today we know that that
is not true.
Building sustainable development calls for a rethink on the whole of
our production, distribution and consumer patterns. In the same way,
coming to terms with water, making peace with the planet’s water masses
and upholding man’s right to water in all countries cannot be achieved
without readdressing the foundations of our system as a whole.
Therefore, we might say, in order to establish the magnitude of this
challenge, that it is not a question of rearranging 0.7% of our society, it
is a question of redrafting the performance of 99.3% of our economy and
our companies.
We have wasted a lot of time
Figures are stubborn. The indicators of the planet’s malaise are getting
worse. The indicators of social malaise are multiplying. Climate change
is making a situation which was already extremely negative much worse.
We have wasted a lot of time, time that is precious. There is a
similarity between environmental problems and what Machiavelli said
about tuberculosis – that when practically no one was certain that it was
there and there were doubts about its diagnosis, it was easy to cure.
Yet when everyone realised that it had installed itself in the sick person’s
body, and there were no longer any doubts about the diagnosis, it was
very hard to cure.
This is what has happened to us with the world’s water problems.
When just a few ecologists and scientists ventured to point out the
problems, the situation was easier to sort out. But now, when the entire
civilised world recognises the gravity of the problem and the diagnoses
are clear and beyond doubt, then the challenge is enormous and the
prognosis is uncertain. Today, cancer is in a somewhat similar position
to what happened in Machiavelli’s time with TB: our chances of survival
depend on when we start the treatment. Many doctors begin a difficult
exchange with patients with the expression: “If you’d come earlier…”.
We’ve wasted a lot of time. The probability of successfully turning
the situation round and constructing sustainable development in which
we can make peace with water is not high. But we must try. And quickly,
because every day counts, every day there are more victims.
We already know that it is not easy, that, as Ortega y Gasset warned
us, reality is countervolition. We know that the power of inertia is vast.
We have seen, in many places and many times, that it is one thing to
say what one is going to change, and another actually to change it.
In-depth, far-reaching changes are not impossible, but they are hard to
achieve. In my opinion, they can only come about when there’s an
awareness of crisis, of danger, which gives us the strength to break with
inertia and routine. The same goes for personal as well as social change.
For micro-change and macro-change. The bitter aftertaste of a recent
heart attack causes many people to stop smoking or to begin playing
sport, thus breaking with the habits of a lifetime.
The political, scientific and media discovery that climate change is
already with us has created an atmosphere of environmental emergency
all over the planet. We all have to act, we have to act now. We may have
the chance to make changes for the sustainable use of water in the world
if, as a result of this general awareness of planetary emergency, we can,
with hope and courage, build the social architecture required to motivate
the institutional, economic, technological and cultural change that we need.
We face immense challenges: to change our energy pattern, our
transport pattern, our consumption guidelines, our consideration for
water and rivers, to stop seeing them as short-term dollar-convertible
cubic metres, and to start seeing them as the lifeblood of the planet.
We need to change our laws, because the world’s governments must
understand NOW that one of their main obligations as public servants
is to guarantee the human right to water for all the inhabitants of their
respective countries. Just as governments guarantee the right of assembly
and the right to vote for all, they must guarantee that those who vote
by right, drink clean water by right.
We need to change public priorities. If we can give drinking water
to everyone by freezing world military spending for five days, let’s do it
NOW.
We need to stop looking at water, rivers, wetlands and aquifers with
covetous eyes, bulging with greed. Our children do not deserve the
persistent stealing of their right to enjoy natural resources in the future.
The moral degradation involved in stealing the future from those who
cannot defend it must stop NOW.
We have been promoting change for several decades, but the situation
is barely improving and time is passing. The forces of the bearers of this
dream of change are barely enough for the size of the task, against the
strength of inertia, and for beating off the active resistance of the economic
interests created.
This is why we have to work on two fronts, increasing the strength
of the wind of change and the productivity of of our efforts. It’s not easy,
and many people often feel they are shrouded in the mist of
discouragement and despair. I’m not saying that there are no reasons
for this. But a civilisation that, for the first time in the history of humankind,
has the knowledge and power to provide all its members with water and
make peace with water should not throw in the towel now. Not yet.
It’s time, as Gramsci recommended, for realism in the valuation of
reasons and data, but also for courage and hope to push for change.
André Malraux said that the impulse of revolution was hope. That is
what it is all about: making in-depth changes in a very short time: it is
about revolution, the oldest, yet most up-to-date revolution, the revolution
of water. And it is about calling for it with the impulse of all revolutions,
hope.
Forget the perfect plan - we must act now!
We already know what is happening now, although we always need to
learn more and increase our knowledge of problems.
We also know reasonably well what should happen, even if we do not
agree with it. But to go from what is real today to what is desirable
tomorrow is not a mental leap in the field of knowledge, it is a real leap
that needs to be made by rivers, domestic supply systems, wetlands,
and so on.
Frogs need to see that things are changing, that the world is coming
back to what it was for them too. Those impetuous people who bathe
in rivers need to be aware that it is a pleasure again. Aquifers need to
find that they are no longer being filled with nitrates and pesticides.
Children’s stomachs, full of parasites, need to note changes, need to
note that the new water no longer arrives loaded with problems, and
that it helps them to live, not to die.
It’s not our intentions, our wishes or our writings that change
reality. Intentions, wishes and writings are all very well for preparing
action, but they do not change reality on their own. What changes
reality is our actions.
We must act now. Studying and debating are fine, even necessary.
But let’s not allow that to stop us from acting. Debates on climate change
have been dismal and depressing. No one was sure about the diagnosis,
so we did nothing, not even what we were not certain about or knew
was right. This situation cannot be allowed to continue. Uncertainty
about some aspect must not paralyse our actions. Indeed, on many
occasions, we only know about something when we do it.
When there is an emergency, and the world’s water masses are
undergoing a situation of emergency, urgent actions are required.
And, dear reader, another emergency situation is the fact that, in the
time it takes you to read this page, three little boys, or five little girls,
may have died from diseases directly linked to polluted water. Diarrhoea,
dehydration – deaths that are avoidable, deaths that should not have
happened, deaths that put our civilisation to shame.
Action now is not a call for hurried, confused action. Action now is
telling it like it is. There are many actions that are safe, whose benefits
are not in doubt, that have no known negative or dangerous side-effects.
We have no excuse for not carrying them out. When there are actions
of doubtful benefit, by all means let’s think about them. However, when
there is agreement and consensus on the benefit of particular actions,
let’s act on them. Let’s work on them.
Often, the brake on change appears disguised as a virtue: a proposal
to act on a global and integrated plan ends up, as an undesired side-
effect, by delaying an action that is befitting and beneficial. This search
for perfection only ends up in inaction. The drafting of a global plan is
often used by public administrations as a substitute for action. While
the plan is being drawn up, practical actions are halted.
Planning to guide action is necessary, a virtue. Planning to postpone
actions is a vice. There’s no contradiction in stopping a polluting outflow
while continuing to draw up a global plan to control outflows. Plans are
not ends in themselves, they are very useful means for ordering and
giving priority to our actions.
As St John of the Cross said, in the evening of life we will be judged
on love. Adapting the sentence, we might say: in the evening of life, we
will be judged on our works, not our plans.
Part two
THE BUILDERS OF CHANGE
Dream builders needed
Gioconda Belli is an exceptional Nicaraguan poet. One of her poems is
called “Dream Bearers”. It is a very beautiful poem. It tells of the incessant
wandering of those who dream of a better, freer, fairer and more fraternal
world. I like the poem, but now we need dream builders. We need to
dream, it is essential, but where we are most behind is in the matter of
building what we dream. Rivers, and children with a thirst for clean water,
are crying out for people to help them change their daily sorrow: the
builders of change.
There are many people already working on the planet to make peace
with water, who regret the repeated ill-treatment we have inflicted on
rivers, deltas, aquifers, wetlands, lakes and all other water masses.
There are many people working hard to ensure that every human being,
as of right, has guaranteed access to clean water.
Many of them are to be found in local, regional, national and
international institutions. Many public servants and politicians are making
an effort to create general well-being in society and to improve its
relationship with the biosphere.
Many people are working within civil society, in civic voluntary
organisations, or from within the educational system, universities,
primary and secondary schools.
There are many independent professionals who, in their jobs or as
a vocation, devote their sleepless nights to building a new water culture,
an effective human right to water.
There are many companies that have found a connection between their
business and sustainable development, and produce goods or services
that have little impact on the environment. There are many others that
are looking for ways to minimise their impact on the water cycle, because
they understand that water masses are there to be used, but not to be
polluted. There are many people within companies who carry out frankly
contentious duties, but who are working to change their company’s
course towards sustainability.
The main agents of change are governments, who with their policies,
budgets and laws have great potential for changing things; businesses,
who accumulate very useful operational knowledge and resources; and
NGOs, who sow the seeds of new values and a new culture. Alongside
these three key agents, there are many others that play highly significant
roles: these include scientists, the media, artists and universities.
We need more builders of change, and we need them to have more
confidence in themselves, more confidence in their power to change
things and more self-esteem. But we also need to ensure that this
confidence in themselves does not diminish the recognition of what
other social agents contribute to social change. We need a culture of
collaboration between the builders of change. We need them to respect
each other, to know how to discuss and collaborate at the same time.
We need them to join forces, and multiply them. In short, we need the
builders of change to assign themselves a new culture so that they can
interact with each other.
Change can be built anywhere. Wherever there is someone who is
pained by reality, who is dreaming of another reality, who has the courage
to take the first step and the tenacity to go on, that is where you will find
a builder of change. We need these people.
And we need them because there is no point if there is nobody prepared
to change things. They are the whole essence of social change. Not
money or laws or technology. A mobilised society is the heavy rain that
brings changes, as the poet said.
All it takes is a minority
Many people are working hard to make peace with water and to ensure
that every human being has clean water. They are a minority, say the
pessimists. But all social changes have been introduced by minorities.
The number is not the problem. All the major social advances that we
have achieved were started by minorities. What is normal for society
today was so for just a few in the past. From women’s suffrage to State
education. The idea that the public administration is obliged to guarantee
access to drinking water in people’s homes did not originate as a majority
view. One might say that social change for the majority requires that it
be tested in the “small laboratory of the minority”.
Thus the widespread complaint that we are the minority does not
hold water as an argument against taking action. It’s always the few who
promote changes.
The real problem is that many of those who want to change things
do nothing, or practically nothing, to change them. The problem is that
many dreamers of change do not take up their tools to build it. They
grumble about the present and dream of a desirable future. Both actions
are necessary, but they are not enough. The reality that afflicts us cannot
be modified unless there is a third step: building change: moving on
from ideas to actions.
The absenteeism of the dreamers of change is the real problem.
They are wrapped in their own world, content to be shrouded by ideas,
and fail to join the ranks of the builders of change, who work in all
weathers. Sometimes under the spring sun, other times in the rain and
wind.
To make peace with water on the planet, to provide everyone living
on it with drinking water, all it takes is a minority – but an active minority.
A NEW CULTURE OF RELATIONSHIP
BETWEEN BUILDERS OF CHANGE
We are jointly responsible. We are both victims and victimisers
Every one of us uses water. That is true up to a point, but every one of
us is a user of water, every one of us pollutes it, enjoys it and needs it.
The same goes for rich and poor, men and women. And there is no
economic activity that does not need water, either directly or indirectly.
The ubiquity of the resource, and the massive widespread need for
it, makes water policy something special. We are all potential victims of
water problems and we are all their victimisers.
For a long time in society, there has been a tendency for specialisation.
Some organisations deal with one matter, others with something else,
each focussed on its own specialisation.
However, the water revolution that we’re talking about, involving a
sharp swing to sustainability, driven by the fight against climate change,
requires all the players to “get their feet wet”.
Ensuring that everyone, wherever they live, has clean water to drink
is not only a matter for development cooperation organisations. Anyone
who is lucky enough to have running water at home, to be able to have
a shower and wash off his dirt and worries, should do something,
however small, to ensure that everyone should also have the chance to
drink without fear, to have the pleasure of being clean. Any city council,
any company, government, clinic, or any other establishment should do
what they can, no more, no less, to break this curse which we should
all be thoroughly ashamed of.
The reconsideration of water, seeing it for what it really is, that is to
say the source of life, the DNA of life, is only truly possible if the cultural
revolution it entails reaches all bodies and every single person. Schools,
farmers, businesses, children, the elderly – absolutely everyone must
play their part.
A lot of potential change is not put into practice because of an
attitude that is an obstacle: if the other guy doesn’t do it, it will be of no
use. The value of a unilateral action is negated. In debates about the
Kyoto Protocol, this has been an aspect that has blocked, and will
continue to block, commitments to action. If the United States, which
bears a large share of the responsibility for causing and solving the
problem, does nothing against climate change, anything the rest of the
world does has no point, and does not solve anything. This reasoning
can be summed up as meaning “if those who are most responsible will
not do anything, neither shall I”.
This is an understandable attitude, but it doesn’t get us anywhere.
Everyone is saying “after you”. Nobody’s doing anything.
In many societies one hears the excuse for inaction that goes along
the lines of “if the council is not doing anything, what’s the point in my
doing anything?”, or “if the farmers are not taking action, why should
the councils?” Farmers say: “if major companies are not doing anything,
what use is anything we do?”, and the cycle of excuses for not doing
anything just goes on for ever.
It is a vicious circle which can only be broken by expressing a diverging
opinion. An opinion that says “I am taking action because I am jointly
responsible, and my action gives me the right to ask others to act” as
a call for solidarity. This policy of unilateral responsibility has been one
conducted by the European Union with climate change. This is the policy
of joint responsibility that is essential for dealing with water problems.
In the past, people living in the villages in Spain were told that the
streets would be clean if everyone swept their section of pavement. And
that is the answer – everyone sweeping their section of the pavement,
whatever their neighbour does, even if he does nothing. It’s as easy and
as ambitious as that.
Unequal responsibility
We are all responsible, but not all to the same degree. With more power
comes more responsibility. And whoever has more responsibility must
exercise it.
The widespread call for collective responsibility must not be allowed
to dilute something obvious: there are organisations, companies and
institutions that have a much higher share of responsibility.
Electricity companies, for example, whose projects often turn rivers
into mere caricatures of themselves, should reconsider their role in
spreading the new water culture that we need. Private water utility
companies, who are often challenged over their actions in cities in poorer
countries, should reconsider how to reconcile their quest for profit, a
feature common to any company, with satisfying the human right to
drinking water.
City councils, who encourage citizens to use water efficiently, should
practise what they preach. They are responsible institutions, they should
act and lead the rest of society by example.
The general concept of co-responsibility should not hide the fact that
the responsibility is unequal. This is why the powerful have to do more
–they have more power, so they have more responsibility.
When those with more power and more responsibility do not act,
two things occur. Firstly, “their section of pavement is left unswept”:
they fail to contribute or participate. Nobody can fill their gap. Secondly,
they play a decisive role in reducing social good intentions. Many people
withdraw from participation when they see that those most responsible
are not acting.
What the powerful do or fail to do is very important in itself, and is
decisive for ensuring the mobilisation of society.
Others also play their part
Often, the lack of communication with other players, or disdain for them,
is not only to do with a moral judgement on the goodness of their
actions. There is often a factor that clouds understanding. And it’s a
simple one. We never understand the irreplaceable role of the other
player involved in social change.
If businesses were to understand that the NGOs are the voice of the
future, they would put a higher value on contact and dialogue with them.
If they were to realise that many of their businesses were founded on a
former complaint by the NGOs, they would study what they say to get
a whiff of the future, to guide their future investments. If businesses
were to understand that water treatment and purifying plants, water
meters, systems for efficient water usage, and so on, were mainly claims
made by social movements and not-for-profit organisations, they would
cultivate their friendship more.
If the ONGs were to realise that in order to spread an idea, to make
it a reality for the majority, intervention by businesses was essential, they
would be more prepared to collaborate with them.
If the governments of the world were to realise that, as opinion polls
repeatedly state, people believe in ONGs more than in governments,
they would give their blessing to strategies aimed at promoting the
values of sustainability among the public, and would spend less money
on their official campaigns.
The most crucial relationships are those between the “old” players,
accustomed to interrelating and understanding each other, and the new
player, social movements, NGOs. But the changes that need to be
promoted are huge and pressing – we need to produce mass social
mobilisation, we need to “wind up” the social body. And this task is very
difficult to carry out effectively without the participation of a structured
civil society.
We know as well that to ensure clean rivers, we need appropriate
laws, money, proper purifying plants, but above all, commitment by the
people. There will never be enough money or policing to offset the
collateral damage that is caused by a lack of civic commitment. Water’s
problems cannot be solved by just one player. Unless others contribute,
there is no solution.
The day that governments, businesses and NGOs finally see the
stark face of existing problems (polluted rivers and aquifers, millions of
people with no drinking water, droughts, floods – the list goes on), and
then look at their own hands, the strength of their hands, then that day
they will humbly be willing to join in and collaborate.
We need a culture of selective collaboration between the agents of
change
We need a culture of collaboration between the agents of change. If
they only squabble amongst themselves, something that is hardly
infrequent, a great deal of energy that could be put into change is wasted
or cancelled out.
We won’t have enough time to change things if we only devote
ourselves to putting a brake on other people’s initiatives. If energy,
resources and talents are expended in destroying the initiatives of others,
after a great deal of work, when we look up, we will see that society has
made very little progress.
At any event, this culture of collaboration should be guided by the
same criterion as for love and friendship: to be with whom I want,
whenever I want. And with freedom of choice as the watchword. Naturally,
looking at it pragmatically, there are projects that require the participation
of just one player. Furthermore, there are projects that are not feasible
without the participation of a particular social agent.
It’s obvious that, given the outrageous generalisation that there can
be no cooperation with the other sector, it is equally outrageous to
suggest that it’s a good thing to collaborate with anyone in another
sector on any issue. In short, what we are advocating is a culture of
selective collaboration, in which the cement of lasting relationships and
freedom of choice are guaranteed. This way, collaborations will be useful
and durable.
But this new selective collaboration culture is not produced by
spontaneous generation, but from shared efforts based on appropriate
approaches.
Debating and collaborating are not incompatible activities
We have been brought up to see things as being black or white, with no
greys in between. Everybody else is split into two, either friends or
enemies. We either agree one hundred per cent, or we disagree one
hundred per cent. We need to be more complex; we cannot go on
thinking with the vestiges of a reptile’s brain that we all have in our
heads. We need an approach that is more elaborate, more finely-tuned,
more subtle.
In order to face successfully the vast challenge before us in the
twenty-first century, we need to break away from the ancient history of
relationships we maintained in the nineteenth and twentieth centuries.
We need businesses, public administrations and NGOs that can hold
debates and discussions on what separates them while at the same time
keeping open lines of collaboration and shared work with regard to what
they agree on. That’s the challenge. Otherwise we shall be wasting an
infinite amount of social energy, which we can ill afford.
We do have some positive examples of trans-boundary collaboration
between companies, NGOs and governments, but they are the exception,
not the rule. In one of the United States there is an association that
promotes efficient water usage between utility supply companies and
ecological organisations, with equal representation from both sides.
They operate through consensus.
Water matters are complex and multi-faceted, and so it is hardly
surprising – in fact it is a good thing – that there are different approaches
and options to solve a particular problem. There is total transparency,
debate, information, differing opinions. But we also know that, alongside
this evidence of differences, there are areas of agreement that allow for
working together.
We shall never be able to meet the challenges accompanying sustainable
water use in the twenty-first century unless we develop the ability to
discuss and work at the same time.
The world used to laugh about a major dignitary of whom it was
said, in order to emphasise his intellectual limitations, that he could not
walk and chew gum at the same time. Governments, businesses and
NGOs must rapidly overcome this childlike phase, this collective handicap,
in which it has been wrapped in recent years, and learn to work and
discuss simultaneously. A great deal depends on it.
The others are something else, and what’s more, nobody is perfect
In many cases, what we find bothersome, what we cannot understand
in others, has to do with the very substance. Many companies complain
that the NGOs are not very professional (sic). Many NGOs complain
that businesses want to make money (sic). Many governments complain
that the NGOs almost always criticise their actions and do not really
represent the citizens because nobody has voted for them (sic). When
judging others, one of the biggest problems is the deep-rooted lack of
understanding: nobody properly understands the role they perform in
the way society works. Understanding others, what they can and cannot
do, their limitations and their potential, is essential for building up
effective collaboration.
Understanding deep down to the heart a simple but often forgotten
truth – that nobody is perfect – also helps to build up this selective
collaboration culture of ‘I’ll work with him but not her’ and ‘I’ll collaborate
on this, but not on that’.
Forgetting this platitude has done, and still does, a lot of damage
to change dreamers and builders in water policy. We very often demand
in others a behaviour that is sublime, but which we do not have. We
easily excuse our own shortcomings, but never understand why others
have them.
Applying the principle of “humanistic realism” – businesses,
governments and NGOs are not perfect, some are better than others,
but always humbly recognising that errors and shortcomings touch us
all – would help us to build more solid and longer-lasting collaboration
relationships.
The relevant question to judge the suitability of a collaboration is
not whether that organisation is perfect or not, or whether it belongs on
the list of the righteous or the impure. The relevant questions are: Is
the organisation we are not sure about better than the average in its
sector? Is the project interesting in itself? Does the organisation follow
a line of positive progress of change? Will this collaboration be useful
for society?
I know that these are less than absolute questions, less sacred, but
changing the world, the reality of the world of water, the reality that
affects specific people, specific living creatures and specific eco-systems
might be utopian, but it also has its pragmatic aspect.
Applying the principle of the benefit of the doubt
The Spanish Constitution, like others in the world, confirms the principle
of the benefit of doubt as a guarantee for its citizens. For a start, a person
is innocent unless proved otherwise. That is the purpose of a judicial
structure, to ensure that this principle is not breached in social or
government practice.
Yet this very basic principle that is declared in the founding laws of
many countries is not applied in most of the actions of the three main
players in environmental change. Many decisions taken by businesses,
governments and NGOs are coloured by prejudice regarding the others.
It is very difficult to initiate a relationship on the basis of such a
level of distrust. It’s unlikely that a collaboration can be built up when
the potential collaborators suspect each other.
It’s one thing to think, discuss and argue that a particular organisation
has committed an error, and quite another to believe that the organisation
had malicious intentions, and that these intentions were the reason for
the error. That makes for a one-sided argument. I’m not claiming that
malice doesn’t exist, or that criminal behaviour doesn’t exist; what I am
claiming is that, for a start, we should think well of others and treat
others as we would like them to treat us, without prejudice about
intentions.
This initial condition is a subsoil in which fruitful collaboration can
certainly grow. Not even weeds will grow in distrust and suspicion.
Every action is adulterated
When we do something, when we move on from dreams to deeds,
when we move on from the plan to action, we necessarily “betray” our
intentions. This is what happens to us, and to others as well. We find
justification for our own “betrayals”, but it is harder to find it for those
of others. Naturally, in life there are betrayals and “betrayals”. There
are occasions when the original idea completely disappears when it is
brought to fruition. In other cases, it’s a simple matter of natural erosion
that any idea has when we try to act on it.
This is an old, well-known issue, easy to explain and understand,
and it is responsible for much of the conflict that exists between the
agents of change.
Anyone crossing over from the comfortable position of giving opinions
on what is happening, to actually making things happen, must be
prepared to accept two pains: the pain of not having done things as they
were originally conceived, and the pain of seeing how those giving their
opinions comment, sometimes aggressively, on the adulterated actions
so painstakingly carried out.
Both pains and the emotions they arouse are responsible for the
climate of distrust that compromises the creation of chances for
collaboration between agents of change.
Accepting that every action is adulterated would diminish aggressiveness
towards the actions of others and increase our understanding of them.
Acknowledgement and gratitude
One of the bugbears that makes collaboration difficult is the feeling that
I have seen in many faces, that others fail to recognise or appreciate
what you’re doing; they only concentrate on what you’re doing badly, a
blinkered approach that only sees the other person when he is a failure.
And I’ve seen this lack of recognition of what has been done well in the
faces of public servants, social leaders and businessmen. They all suffer
it as victims, but they are sometimes unable to see that they are also
victimisers.
Relationships would greatly improve if the agents felt appreciated
for what they do well. Then, after the back-slapping, criticism would be
more legitimate. In this way, it would be made quite clear that specific
actions are being criticised, not those who have carried them out.
Many NGOs feel that governments fail to appreciate their huge
efforts to bring cultural change. Many authorities feel that the NGOs do
not see anything positive in what they are doing, that everything is going
wrong, that they never get it right. Many businesses have the idea that
what they do is never enough, that they are always wrong and are treated
as alleged criminals. And they are all very possibly right in their perceptions.
Seneca said that gratitude was the greatest of virtues, and possibly
the mother of all virtues. This lack of gratitude for what others do is
poisoning relationships. Sometimes it is agents from a different camp
that show ingratitude, and sometimes they are from the same camp.
And that’s when it hurts the most.
Maximum tolerance with friends and near-friends
Here is something paradoxical, but very common: discussions between
builders of change often get very heated, so much so that they appear
to be enemies. Yet in fact they are not, because they are working for a
similar liberating aim.
These discussions not only take time, their fundamental effect is,
above all, to inject life into those days when little progress seems to be
made, and to take in one of the most valuable substances for the path
of change: the enthusiasm of those walking the path.
The pain of criticism from those who should be friends is much
more intense than any other pain, and drains a good deal of energy out
of the builders of change.
We need to develop a tolerance of culture, respect for the way others
are trying to change reality. After all, nobody can be absolutely sure that
their proposal is the best one. It is only at the end, once time has passed,
that the effectiveness of the actions can be truly judged. Only history
can speak clearly – after the event.
Respect, respect… and once again respect
There are builders of change who happen to live in the northern hemisphere.
There are builders of change who, again by chance, happen to live in the
southern hemisphere. Often they build up a relationship and there are
northern hemisphere organisations who take part in development
cooperation projects in poorer countries. That is all very well.
But sometimes there are problems. The dialogue between governments
and NGOs that address problems and reveal poverty, and NGOs and
governments that provide euros or dollars, is not a balanced one. It needs
to be remembered in this meeting of intentions that what it’s appropriate
to do in the Third World should be decided by the inhabitants of the Third
World. It needs to be remembered that the solutions that were effective
in one country, if indeed they were effective, are not necessarily effective
in other countries. It needs to be remembered that impoverished countries
have the right to discover their own way, their own development. It needs
to be remembered that, for a start, the ones who are most closely
acquainted with the problems and solutions of a country are the inhabitants,
organisations and institutions in that country.
It’s not enough just to have good intentions. It’s not enough just to
show solidarity. That has been the recipe for real disasters. Proper help
needs to be given, and respect shown for the southern hemisphere’s
institutions, society and organisations. It’s as simple as that.
The need to build two-way cooperation
The example shown by the richer countries could well serve the builders
of change in impoverished countries. But the reverse also holds good.
The northern hemisphere needs changes, for its own interests and to
attain sustainable development on the planet, and many of the answers
it needs come from the southern hemisphere. We need to listen to the
southern hemisphere. We need to build two-way cooperation.
Technological innovations, which come about as a sub-product of
the large amount of economic resources invested, usually come from
the northern hemisphere, but in recent years, social innovations are
arriving from the southern hemisphere. It is very important for the
northern hemisphere to pay attention to these cultural changes; it needs
to change, it needs answers.
To find answers, the builders of change need to search everywhere,
in both the north and south. Northern organisations should break out
of their habit of looking for solutions for the future of developing countries
in the history of developed countries. And southern organisations, NGOs,
businesses and public authorities should also look to see what developed
countries have done. They do not have to repeat their errors, they should
make use of the advantage of time. They can avoid those errors.
A good example is the fact that many southern countries, thanks to
the errors of northern countries, can implement integrated management
of groundwaters and surface waters.
More listening and speaking to others
There are few actions cheaper than talking, and few more useful. There
is no chance of collaborating, mutual understanding and working together
if, as a prior requirement, we have not talked with the other party, if we
do not fully understand their hopes and fears, their reasons and, above
all, their emotions.
It’s true to say that water shortages in various areas of the world are
an important issue, but nobody says much about dialogue shortages
between companies, NGOs and governments. There is no chance of
creating the collaboration culture that these times require, unless we
significantly increase the time devoted to understanding and listening
to others.
Currently, at least as far as more recent and problem-filled relationships
are concerned (between businesses and NGOs, between governments
and NGOs), dialogue only takes place when there are conflicts, but there
is place for standardised dialogue.
Distance and non-communication help the weeds of distrust to grow.
And if the weeds of distrust get too high, the paths of collaboration are lost.
Trusting society
We have said that there are three key agents, but in order to produce
change, a mental and physical change in the five continents, so that we
can quickly settle past mistakes and finally make our peace with water
and with ourselves, we need to actively involve society. In order to make
good progress, we need to generate an unprecedented civic cooperation.
For example, what about a network of water course supervisors, armed
with SMS or e-mail? Nothing could get by this type of social monitoring
If a problem is massive, strong social involvement is required to solve it.
All organisations, businesses, governments and NGOs, become
conservative with time. Civil society is the breath of fresh air that blows
away their doubts and brings about change. Generating this breath of
fresh air should be the express aim of governments, NGOs and even
businesses. Without this social tsunami to stir up inaction, institutions,
laws and obsolete habits, we shall not be able to carry out so many tasks
in such little time.
If governments detect citizens’ agreement or pressure, they will, for
example, raise water rates, invest in maintenance works, ban criminal
practices and promote projects for change. If businesses feel that they
are being examined by consumers over their policy regarding water
courses, they will take measures and devote more resources. With society
watching, talking and acting, changes will speed up.
Part three
CRITERIA FOR ACTION
Creating vicious circles
To resolve a problem with multiple causes, we have to set up a multi-
solution. And wherever there is a vicious circle operating, we need to set
up a virtuous circle. We need to understand the relationships between
technology, values and laws. We need to be able to perceive their rciprocal
dependencies, how they are linked together. Problems are linked, but
so are solutions. And that discovery is a sign of hope.
There is often a skewed approach when perceiving solutions.
Businesses believe that everything can be sorted out with new products
and technologies. Public administrations think that a cute new law will
fix everything. And NGOs often believe that the answer to everything is
awareness-raising. Everyone is partly right. Without a cultural shift,
changes will not be long-lasting; without a reform of the regulations,
there will only be partial changes; without new technology, certain
problems will be hard to solve. This shared truth should bring about
more complementary, more holistic analyses.
Another flaw arises from the low degree of interdisciplinarity that
exists between the approaches. The engineer thinks only of concrete,
the biologist of bacteria, the sociologist of social organisations, and the
lawyer of regulations. They all have highly significant approaches, but
they are only partial, insufficient ones. If we were to simultaneously set
up a reform of regulations, cultural awareness-raising, a technological
change and a change in the prices involved in the problem, then we
would be creating a virtuous circle with long-lasting potential.
There is no single cause, no single solution. We need to act on all
the factors that have brought about the current situation so that a change
in one factor can be a reinforcement for change in the others.
We need to change the regulations to bring about a change in technology
and behaviour; we need to charge higher prices to create funds that will
finance necessary investments; we need to bring about cultural changes
so that technological change is not boycotted by the apathy of the
population; we need to train professionals in the new standards; we
need to encourage the market so that manufacturers, distributors and
retailers offer goods and services that are more sustainable; we need to
ensure that the education system teaches the values of sustainability,
and that it be a living example of commitment to the environment. we
need to ensure that the public institutions’ actions do not contradict
their declarations of intent.
All these factors influence each other, and we need to ensure that
their reciprocal influence favours change, forming a virtuous circle that
will “sow” sustainability.
It frequently happens that the “original sin” of our training or our
membership of a sector of change builders means that we do not
appreciate factors that are furthest away from our own concerns.
But the good technology specialist ends up realising, after a few failures,
that public cooperation is essential for technological change to have the
desired effects. And the NGO involved in environmental education soon
sees that the good intentions of those being surveyed never fully change
the vital statistics of the planet. What changes pollution in rivers has a
great deal to do with the chemical properties of the pesticides and
fertilisers used by farmers. And to follow this example, the change-over
to ecological agriculture has a great deal to do with the public subsidies
introduced, not just with the leaflets handed out to consumers.
Much of the effort expended on change has been useless, or almost
useless, because we have lost sight of the fact that problems are
interrelated, and we have acted focussing on only one aspect of the
problem, while the rest of the aspects are off our mental map. In the
end, change to a partial aspect cannot counter the multiple influence
of all the other factors that “worked” to give birth to the initial situation.
Vicious circles are only truly broken by creating a new virtuous circle.
One of the things that ecology has taught us is that the right focus
for understanding the biosphere is the systemic approach, which explains
reality by understanding the relationships of its components. Similarly,
society can get along better by understanding the relationships between
the players that are its components.
Doing away with the vicious circles that we have created in the
biosphere and society requires, if we want the new situation to be long-
lasting, the construction of a virtuous circle that fosters sustainability.
This creation of sustainable virtuous circles calls for understanding and
dialogue with all the social agents involved in the maintenance or
modification of these change factors. True change will come about not
because we might have done the right thing. True change will come
when governments, citizens and businesses work with a shared vision,
and when each action reinforces what the other agents of change do.
Thus, creating a virtuous circle calls for active, open dialogue with
all the other agents of social change. It will be necessary to complement
the efforts of businesses, public administrations and NGOs, and to do
this it is essential to understand their role, their potential, their abilities.
Creating a virtuous circle is possible if there is this collaboration culture
that we advocated earlier.
Supporting leaders: creating a network of accomplices for change
Change comes about through imitation, but for imitation to exist, society
needs innovators to imitate. People who boldly lead from the front. Setting
up this network of accomplices for change is a fundamental task if we
want success in the painstaking job of transforming the way things are.
In fact, social changes have always been initiated by tiny minorities
Once it has been proved, on a small scale, that change is possible, it
becomes widespread. This happens with technological innovation and
with social innovation as well.
This minority of social innovators exists – it is a question of inviting
people to join it. Before the founder of Linux software launched his
challenge, there were already thousands of programmers who were
selfless voluntary participants in the initiative. But, to get itself noticed,
this minority needed to centre on an idea, an invitation.
Most of society has a justifiable tendency to cling on to habit, to
proven truths. This is why, at the outset, their response is scepticism
and reserve. The way to overcome this resistance to change is with the
proof of reality, not so much with words. This is why social minorities
are essential for sowing the seeds of change in the ever-sceptical mind
of society.
The minority harvests the honour that history reserves for pioneers,
but it also harvests the greater number of problems that history reserves
for its pioneers.
An innovative society is one that does not penalise this innovating minority
–it stimulates it. Institutions, which are often not best placed for promoting
change, should not stand in its way– it should encourage it.
In the north-east of Brazil, an NGO tried out a rainwater cistern to provide
drinking water to homes in a region with recurrent drought problems.
They tried out the first phase of the project with 25,000 homes, and now
they have discovered that the proposal worked, they have since expanded
it to cover as many as one million homes. Start small, start with those
who are most convinced, and then spread the proposal to the majority.
The majority put their fear of change at rest when someone close to
them tries the new practice, the new technology.
These leaders of change are to be found on all fronts. There are
social innovators in the institutions, such as technicians and politicians.
There are leaders of change in businesses, the media, universities,
schools, NGOs, sports teams and the church. Innovation will vary
depending on their role, their position, their location in the world, but
wherever these innovators are, they need to push the envelope out as
far as possible.
Sometimes, as a result of a type of substantive pessimism about
“the human soul”, we do not have faith in the fact that there may be
people who want to get embroiled in an innovative project. We think
that, unless there is guaranteed profit from it, nobody will want to practice
sustainability. Far from it. History is full of altruistic actions, many of
them conducted when there was a high risk for the innovators.
Giving prominence to these leaders of change, supporting them and
fostering interrelationships between them are the three essential strategies
for consolidating the first wave of changes, the one that comes before
the tide of the majority. Where the wave does not reach, neither will the
tide. The quantity and quality of the innovators provides a forecast of
the extension and depth of the social change that will occur in society
overall.
The great god money must help the god of love
Many of the problems that we suffer in water management are connected
with the fact that, in practice, there is a contradiction between private
economic interests and the general interests of society.
It’s quite common, for example, that a company finds it more rational
and cheaper to pay a fine for polluting rather than treating its waste. It’s
quite common that a household, a hotel or a school finds it difficult to
afford water-saving technology.
The specific formula for water rates, which often prioritises fixed
costs, does not clearly reward those who are making great efforts to use
water efficiently.
This situation means that, in practice, the horse representing good
intentions and general interests is pulling the cart of social change in
one direction, while the horse representing economic interest is pulling
in the other. It is usually the more muscular horse, the “money-driven”
horse that wins, and the general interests are dragged along dusty tracks.
The final result is that change does not make any progress, or very
little, or makes progress in words, but the deeds are stuck in the
quicksands of economic interests.
When we think of economic interests, we think that it is only
commercial interests that are holding back change to sustainability. This
is not true: city councils, citizens, schools and farmers have no economic
incentives to change, either – the current situation is not moving forward,
or if it is, only very little.
Good intentions and altruism have very narrow shoulders to bear the
entire weight of change. We need to strengthen them, so that they are
not alone.
We need to construct social processes in which good habits are
encouraged and where the business that does not pollute rivers sees a
rise in its profits; where the ecological farmer, who does not pollute
aquifers with pesticides, sees higher end of year returns than his
neighbours who do pollute them; where a university that reduces its
water consumption sees a rise in its annual balance; and where the town
that reduces its water consumption also makes a big reduction in its
water bill and is rewarded with better government subsidies to renew
its urban supply network.
And, likewise, whoever allows his behaviour to violate the general
interest should suffer, as well as the specific punishment laid down by the
law for this, a considerable fine that will make him reconsider his action.
This will ensure that reasonable people will find no reason to behave
in a way that will harm the environment.
Basically, we are talking about applying the tried and tested lesson:
punish the bad guys and reward the good guys. But this simple,
understandable issue is not what is happening today on many occasions.
It is not unusual for the good guys to be seen as stupid in their own eyes
and those of others, and the ruthless guys to be seen as smart.
A great deal of social energy is being wasted because there are people,
institutions, businesses and organisations who are driving the cart of
change towards sustainability, and other people, institutions, businesses
and organisations, generally more numerous and more powerful, driving
the cart of social change the other way, into the past, by maintaining
unsustainable development.
The setting up of economic incentives, adapted to the particular situation
of each organisation or social sector, needs to be aimed at ensuring
that the vast amount of energy that exists in society works towards a
common end.
Putting the entire burden of change on good intentions and generosity
slows down change and creates more problems. The great god money
must help the god of love. Together they can do it.
Using the most eloquent discourse: our actions
There are a lot of preachers in the world who tell us what needs to be
done. They can be found in churches, NGOs, public authorities, trade
unions, universities and schools. Almost all of these agents’ texts contain
the truth about what should be happening.
Their texts and speeches almost always say sensible things about what
should be done to ensure more efficient water usage, in order to preserve
the quality of the rivers and to supply the millions of people in the world
who lack it with clean drinking water. But there is still a small problem:
all too often, actions contradict their words.
This gap, sometimes enormous, between what the preachers say
and what they do puts a firm brake on the potential for change. At the
end of the day, we all take more notice of what we see than what we hear.
This problem is particularly serious in the case of the public
administrations, who continually launch information and awareness-
raising campaigns advising the public to carry out actions which they
themselves ignore. Similarly, there are very few school textbooks that do
not talk about sustainable development and efficient water use, ideas
that are contradicted as soon as the pupils close their textbooks and see
what the school facilities are like.
And so children and adults learn the old cynical maxim: “Don’t do as I
do, do as I say”.
However, even at the cost of speaking less, if the actions of these
organisations were more in line with their words, social awareness-
raising would be more effective. ‘Less talk and more action’ should be
the motto of the public administrations and preachers of the new society.
It is reasonable to accept the fact that there is a gap between what should
happen and what is actually the case, between what we say and what
we do – nobody is perfect. But we are talking about the fact that often
there are no areas of connection between words and deeds. The very
city council that asks its citizens to save water fails to apply any measure
to save water in its own buildings.
A responsible city council first reforms its facilities, and then
encourages its citizens to do the same. A responsible NGO first reduces
its waste, and then demands that a biological treatment plant be installed
in its city.
What’s more, when we start to practice what we preach, we are more
comprehensive about the imperfections of others, because we are seeing
with our own eyes the difficulties of social transformation: he who
practices something has more knowledge and understanding.
Most of the loss of credibility that governments have undergone nearly
everywhere in the world is due to the loss of confidence in what they
say. I don’t believe in you, their citizens seem to be saying, because I
can’t see you.
There is no way of mobilising society for change unless unless its
confidence in those who proclaim it is restored. This confidence is
achieved by increasing the coherence of all the social agents promoting
transformation.
Focussing our energies on the actions that produce most changes
As part of a programme to improve water efficiency there, the city of
Bangkok, Thailand, selected potential water-saving actions, ordered them
according to their water-saving potential, listed them according to their
cost-benefit ratios, and then examined them for their social acceptability.
Based on these “filters”, from dozens of actions, they ended up giving
priority to a small, manageable number of initiatives.
Bangkok’s approach can easily be adapted to many other territories
and water-related policies. We can never do all that can be done, we
never have all the money required, we never have enough time. This is
why the world’s agents of change must devote time to selecting which
actions are the most useful, most productive, easiest to implement.
There are actions which inspire others, whose change is a driving
force for the rest. These are the ones we need to concentrate on.
We are not gods; we cannot do everything we would like to – we have
to choose. There is nothing wrong in not doing everything we would like
to, or everything that could be done. But we must avoid spending limited
resources on initiatives whose result is uncertain, which stop us from
taking on board proposals that are useful and fruitful.
Change in two stages: intentions first, then the law
With social change, institutions are conservative – and so are people.
Very often, public administrations are aware that they should pass new
regulations and impose such-and-such a technology, such-and-such a
practice, but the fear of failure stops them.
One way of escaping from the mire is to organise the change in two
phases. The first phase consists of encouraging the innovators to test
that the new practices are good, possible and reasonable from an
economic and social standpoint. The second phase consists of using
the experience and knowledge acquired in the volunteer phase to
formulate binding regulations.
This two-fold, two-phase change has various advantages. It gives
the public administrations the certainty that the new regulations can
be made binding. It also provides them with a highly realistic test bench,
by way of a social laboratory. This means that the new regulations are
more likely to be useful. It provides the innovating minority with the
usual problems associated with being pioneers, but also with extra
social and institutional recognition.
Making the consequences of our actions visible, even though they may
be a long way from us
Our civilisation is based on transferring harm to third parties. Either in
time or in space. There are unscrupulous people who know this and do
it. They are a minority. Usually, people are unaware of the consequences
of their actions.
In a global world, it is hard to be aware of the chain of causes that
occur. Many of them can’t be seen. Are farmers aware that there is a
relationship, below the ground and over time, between the pesticides
they use and the shutting down of the source of natural clean water
that there used to be in the village? The answer is often no. Are couples
aware that by giving each other a gold ring as proof of their love, they
are contributing to the mass pollution of many of the planet’s rivers?
Almost certainly not. Are the millions of wearers of modern cotton t-
shirts aware that, to grow the cotton, unless it is being grown organically,
aquifers are being seriously polluted?
In order to make progress in protecting the planet’s water masses, we
need to make these causal connections visible. We need to make visible
the relationship between our actions and what is happening in rivers
and wetlands, near and far, today and in the future. Today, many of
these actions are hidden from people’s eyes by the soil, physical distance
and time.
TWENTY-FIVE INSTRUMENTS FOR CHANGE
Taking advantage of previous experiences and building on them
If a firm in Boston invents a good technological solution, it may possibly
be found two years later in all the markets in Kolkata. One way or another,
consumer capitalism has very swift formulas for taking advantage of what
others have invented, and it builds on it.
But if we examine the field of social innovations, many of them
successfully developed by not-for-profit organisations, either governmental
or non-governmental, we very often find that the successful experience
developed in Mumbai has not, after some years, been copied or adapted
in Kalkota, so that those who are facing the same problem once again
expend what little energy they have on “inventing” the same solution, or
something similar.
This wasting of the lessons and “solutions” that have already been
discovered is very widespread. It’s only on very rare occasions that research
is conducted on what others have successfully achieved, or recognition
given to the work of the pioneers, or that this work is somehow incorporated
into the new project to ensure the optimum transfer of knowledge, or
that the culmination of the previous project is built on.
This scant use of previous experiences means that energy, talent and
money is being thrown away. This recognition of others’ work, either in
terms of image or money, would help to speed up social changes and
enable better use to be made of the resources available.
The rate of change to sustainability in water usage would speed up greatly
if new projects included and made use of the lessons learnt from previous
experience.
Ensuring that water policy is a priority for governments
In all societies, rich or poor, there is a great deal of energy and money.
There is a great deal of room for improvement in Pakistan’s santitation
and water supply systems, yet, as the United Nations points out, this
country spends 47 times more on armaments than on its water policy.
It’s not just a problem of money – it is above all a problem of political
priorities.
In recent years Spain has managed to become number one in the
world in terms of the number of kilometres of motorways, dual carriageways
and high speed rail lines. However, it is not number one in terms of the
health of its rivers, the motorways of its biosphere. So it’s not a problem
of money, it’s a problem of political priorities. It’is a question of whether
Spain’s society and government place more value on good tarmac for
its cars than on maintaining its rivers in good condition for fish, bathers
and drinking water for its towns.
What can be done with regard to governments’ political priorities?
What can be done to influence the allocation of government budgets,
the decisive test for a government’s commitment?
Democratic governments are regularly examined every four or five
years. Political parties stand for election with a manifesto, the citizens
vote, and those elected apply their programme during their term of office.
This is how things work, when democracy works. This is not always the
case.
This “normal” functioning has a structural snag: the anomaly between
the short term, the length of time that governments are usually in office,
and the long term which is often required for effective water policies.
How can we gain political priority for water policies? This has always
been a highly significant question, although its reply has particular
nuances in every country, depending on their political culture, electoral
system and institutional structure.
One option is to take advantage of any crises that comes along and
cause public opinion to open itself up to new approaches and change
the order of social and budgetary priorities. Another way, as we have
also already mentioned, is to cause crises, by dressing up long-standing
problems in new clothes that will be noticed by public opinion and the
media.
All these ways are necessary. Exerting political pressure is very useful
for taking advantage of the annual budget debate in parliaments. Budgets
are the clear, unmistakeable summary of the priority that a country gives
to a particular policy. The higher the budget, the higher the priority. It’s
as easy as that. The importance of this debate is often not perceived by
society, and it will be necessary to socially educate the public. At the end
of the day, what is discussed in parliament is how to use the citizens’
economic resources.
With countries that receive external aid, the donor institutions and
the social organisations in the recipient country can exert joint pressure
to demand that any increase in external aid be accompanied by a greater
budgetary commitment by the recipient country. It is not reasonable for
a country to ask for aid to supply its inhabitants with drinking water, only
for it to spend what it can and cannot afford on arming itself to the teeth.
First World NGOs have often funded development cooperation projects
managed by Third World NGOs. We have asked them for effectiveness
and efficiency. And in many cases they have become organisations with
a great capacity for management. That’s not a bad result. However,
sometimes an undesired effect is created: they abandon their traditional
role of raising social awareness in their society and influencing public
policies. They run their small project better, but their role as instigators
of social and institutional change has weakened. They are very useful on
a small scale, but they have become less effective overall.
Public policy expresses the importance that a country gives to a
problem. One way or another we need to ensure that governments give
priority to water policies. We probably need to take advantage of regular
occurrences, such as elections or the annual budget debate, as well as
unexpected occurrences, such as untimely crises.
Taking advantage of crises
Unfortunately, the cries of pain of water in nature, and of mankind for
water, are getting increasingly louder. Crises occur where the original
situations are aggravated and thus they pass from the inside pages to
the cover of the world’s newspapers.
Everyone remembers images of Hurricanes Mitch and Katrina, the
Aral Sea, the Sahel drought, and so on.
Many of these acute crises are easy-to-understand examples of the
negative consequences arising from our pattern of development.
In our social and personal lives, there is very little looking ahead, as
recommended by the Club of Rome. Very often, following the terminology
used by one of the Club’s reports, we learn through shock, after deep
grief, after a crisis. Sometimes, this grief for what has happened is
transformed into a decision to avoid these situations in the future. It is
then that institutions change their policies, their priorities, and societies
change their approach to the reality. On these occasions, one way or
another, we take advantage of the crisis to change; the crisis is useful,
it immunises us, so that we don’t relapse into fresh traumas.
However, there are many occasions when, in the words of the old
saying, “man is the only animal that can stumble twice on the same
stone”, and we forget the lessons taught by grief, we fail to correct our
course and keep on walking towards its repetition.
The change bringers need to take advantage of the fact that crises
arouse emotions, and with the heat of emotions, reasoning that previously
failed to make itself felt in society. This reasoning suddenly finds shelter
and is welcomed, and from there on, policies, budgets, institutions and
culture change.
Spain, for example, managed to supply drinking water to all as a
result of the grief and shame arising from the outbreak of cholera in
the Jalón valley. Many of the successes that we are proud of have come
about as a reaction to a grave crisis.
Crises, as wise Chinese culture has it, are opportunities for change
that fate offers people and societies. With them, societies can either
resign themselves to grief or react, and transform that grief into a
determination for change. The change-bringers, wherever they are, be
they public administrations, citizens’ associations or employees in a
firm, need to ride the wave of a crisis to take advantage of the energy
it generates, and to promote social, political, cultural and institutional
changes. Unfortunately, more and more crises are going to come along,
often in the form of extreme weather phenomena. It is in our hands to
take advantage of these situations to speed up social change.
There are moments of “dead calm” in the evolution of society, when
it seems that nothing is changing and there is no movement on the
surface. But this same sleepy, befuddled society can take enormous
leaps when crises are at their height. The builders of change need to
watch out for when the wind changes, so as to take advantage of it
when it is a following wind.
Usually, one month is nothing. But there are months which are worth
years. These days, which are worth months, we need to be particularly
alert. The wind of change doesn’t blow all the time.
Creating crises
One option is to take advantage of crises, but another option is to create
them: reveal to society a situation which is not new, which actually exists,
but ensure that it is seen in terms of a social scandal.
Not long ago in France, the self-styled “enfants de Don Quixotte”
organised a large number of tent villages in streets and squares. They
were not talking of anything new or unusual: all they were doing was to
expose the plight of the homeless to society. The poor were already
there before the actions of these orgnisations, but they were the unexposed
part of the iceberg, below the cobblestones, not disturbing any
consciences.
Their clamour and their gesture caused the media, and society in
general, to take notice of something they already knew about, but which
they seemed to ignore.
A few years before that, development cooperation NGOs filled the
streets and squares of Spanish cities to demand that the institutions
comply with the promise to donate 0.7% of the GDP as development
aid. They weren’t talking about something that was unknown. They were
talking about the poverty that had always been there, but with their
campaign they brought to the political agenda this old demand and
finally managed to get many Spanish institutions, both local and regional,
to set up funds for development cooperation.
Suddenly, with their mobilisation that lasted just a few months, the
“enfants de Don Quixotte” managed to force the human right to housing
onto the statue books. Suddenly, the Spanish institutional culture saw
an increase in the public calls for aid to development cooperation
projects, hitherto almost entirely restricted to central government. History
goes in spurts. But these spurts can be incentivised with social creativity,
causing crises, building symbols with the power to mobilise. Why not
do this with the water crisis?
Opening the eyes of the public, making it dismount from the horse
of consumerism and take notice of one the true priorities of society and
the biosphere, water management, is necessary and can be done.
The policy towards negros in the United States was to change
because of a minor incident, a negro woman’s refusal to comply with
the regulations established for public transport. This woman changed
the history of the United States, and the government’s racial policy
would never be the same again. Choosing something small from which
to unravel the thread of social change and bring about an overall change
in policies can sometimes be more effective than making a more general
proposal from the outset.
Very often, the more global problems are better understood by the
social majorities when they are based on specific events which give a
human face to the broader problem.
Taking advantage of the time when the political parties listen more and
have the most to fear
A particularly opportune time to force water policies onto the political
agenda is when the political parties pay closer attention to society, because
that is the time when they have most to fear, more insecurity, more
worries about the future: the months leading up to an election campaign.
It is then that the candidates experience the ultimate truth of a democracy:
that sovereignty resides in the people. It is the time when they listen with
great attention to the will of the electorate. It is a time that society should
take advantage of.
In the months leading up to the last French presidential elections,
Nicolas Hulot, a well-known French journalist, with strong ecological
commitment, announced his candidacy for the Presidency of the Republic,
unless the main candidates joined an ecology pact. Nicolas Hulot used
this opportunity to determine the electoral programme of the two main
parties. And he was successful. The two main parties in the race signed
the pact proposed by Nicolas Hulot. The formula that needs to be
employed is not unique, but the usefulness of taking advantage of this
time when the political parties, the ultimate administrators of democratic
governments, are most open to suggestions, is obvious.
Resolving this contradiction between the political “time-scale”, the
short term, and the time required for effective water policies, a medium-
and long-term commitment, is achieved by educating society. Society
and the electorate need to understand the relationship between the
present and the future. They must learn to look under the froth of normal
political confrontations, to distinguish and value the importance of the
basic issues governing the health of the population and that of the eco-
systems, the ultimate support of life, our lives.
The human right to water to be included in constitutions
In Uruguay they have managed to include the human right to water in
the country’s Constitution. That is the right place for it if the intention
is to give this right the same ranking as others. There will be countries
in which this is the right time to propose this constitutional change. In
others, the time may not be right at the moment, but just the proposal
in itself has an obvious lesson to teach. It is a basic right which should
be in the Constitution, and the world’s governments, rich or poor, should
take active measures to ensure that this right can be exercised and
practised.
In addition, transferring this right to the supreme law that arranges
the architecture of a country makes obvious sense: it underlines the
priority that governments need to give to policies aimed at guaranteeing
this right, even if it means radically rearranging their budget priorities.
Constitutions include human rights – of association, freedom of
speech, of assembly, among others – that are paramount for guaranteeing
democratic life in a society. That’s all very well. But it seems incomprehensible
that they do not include the human right to water as well, which gurantees
something more basic: life itself.
When this right is violated, it is hard to exercise the remaining rights.
Public administrations can help rivers by changing their buying habits
Another enormously powerful economic agent which has underexploited
its potential for promoting change is the public administrations. In
many countries they manage 12% of the GDP, which means they spend
vast sums of money.
And this under-exploitation is paradoxical, because when the public
administrators are legislating, they are ogres as far as businesses are
concerned, but when they are buying, they become gods, whose wishes
are commands.
All too often, the very minister who funds a publicity campaign to
encourage citizens to use recycled paper does not buy it for every-day
use in the ministry; the very city councillor who is working against climate
change, buys official vehicles with the worst figures for fuel economy
– the list of examples is endless. Under these circumstances, not only
is the degree of confidence shown by people to their rulers affected, but
money is not spent with companies that produce or sell greener products,
and who have, therefore, invested in accordance with the needs of
sustainable development.
Responsible public purchasing is an essential element for building
sustainable development. It’is a question of our money being used to
purchase more sustainable goods and services, not to finance products,
goods, services and businesses that do serious harm to the biosphere
and water courses.
There are councils and regional governments who offer children
school dinners made with organically-grown produce. By doing so, two
noteworthy results are obtained: the children benefit, because they are
healthier, and so do the rivers, because they no longer take in nitrates
and pesticides.
If the public administrations purchase recycled paper, which uses
less water than conventional paper, the “wild” flow of rivers increases.
The potential for helping water masses that the public administrations
have by purchasing responsibly is practically boundless.
Taking advantage of the time when business leaders listen more and
have the most to fear
There are businesses that have more power than many governments.
With more power comes more responsibility. The economic, social and
environmental impact of the businesses that are quoted on the world’s
stock exchanges is astronomical. The shareholders of these companies
need to take responsibility for the consequences generated by the activity
of their business.
There are a lot of life-destroying chemicals poisoning the world’s
rivers, a great deal of irresponsible mining, and there are still companies
that have not understood that they cannot function in unviable countries.
Just as companies can and should be agents in solutions to bring about
sustainable water usage, it is also true that they are part of the problem.
In a global world, it is sometimes difficult to follow the thread linking
causes and consequences. Many decent and solvent shareholders of
reputable companies in developed countries do not see that, as owners
of the company, they are jointly responsible for the environmental disasters
and social dramas they see later on TV news bulletins. They do not see
that their profits are founded on harm inflicted far away.
They may be people who show respect for the environment, and very
probably they are people who take notice of the grief of the weakest. But
they are never capable of establishing the logical connection between
their shares, which they bought at the bank on the corner, and the actions
of their company which are suffered by some natives thousands of
kilometres away.
Just as with the election period for the political leaders, there is a
time when business leaders have to face the approval or otherwise of
their management, when they are accountable to the owners of their
firm, a time to be examined. A time for companies to approve policies
in line with sustainability, for them to understand that they cannot base
their legitimate profits on illegitimate practices that harm nature or
human rights: that time is the Annual General Meeting. It is very common
in the United States for shareholders to make proposals that force
companies to ratify their commitment to sustainable development.
In many countries, this approach either does not exist or is in a very
early embryonic stage. Yet the transformers of the world should take
advantage of this time when the shareholders, both major and minor,
decide the business policies that will have an enormous effect on the
fortune of many eco-systems and peoples all over the world. And the
world’s business owners, both great and small, should understand that
it is not legitimate to do business that goes against the interests of the
planet and the peoples who inhabit it. They should take responsibility
for the consequences of their actions.
Many companies are already showing that, for a start, there is no
conflict between profitability and sustainability. It is not a question of
choosing between business and sustainability. Business can coexist with
sustainability. There is no conflict between ecology and profitability; but
there is conflict between short term profitability and long term profitability.
Today, if a firm wants to do long-term business, it has to do so respecting
the biosphere. Otherwise it will fail, driven out either by the laws or the
consumers.
Consumption is part of the problem… it could be part of the solution
Why don’t consumers reward businesses that practice sustainable water
usage? Why don’t these consumers punish companies whose activities
harm water courses and the human right to clean water for all?
Among the tools we citizens have at our disposal are the vote, protest,
and another with enormous potential, greatly feared and little used in
many countries: our consumption, our money. Usually we vote every
four years, but we buy much more frequently. As far as millions of
companies in the world are concerned, the laws that governments pass
matter a great deal to them, but I venture to suggest that receiving the
favours of consumers matters much more to them.
This power, this tool of change with its fearsome potential, is very
little used, which means that the engine of change is deprived of a fuel
that can do a great deal to mobilise business strategy: consumerism.
Furthermore, business culture, which is very resistant to new legislation,
is very receptive when it comes to satisfying buyers’ needs. Businesses
often put up a united front against new regulations, but they are all too
ready to accept any changes in consumer trends.
The regulations might not change, but if a white goods manufacturer
discovers that a water-saving appliance manufactured by the competition
sells better than its own model, the bosses will order its department of
innovation to come up with a more efficient model, without any need
for regulatory intervention.
Moving on to another sector, if ecological farmers experience a 20%
growth in business, while conventional farmers only see a 4% rise, if
timber from sustainably managed forests sells at a higher price and in
greater volumes than that from uncontrolled felling, if toys with toxic
chemical products cannot find any buyers, then the message to
manufacturers is clear: either change or shut down.
It is a message that is easily understood, not only by a company
brimming with good intentions, but also by a company that only lives
for profit. As a result of abandoning polluting production processes, the
health of the world’s rivers will improve. The fish will live better and it
will be easier to provide clean, unpolluted drinking water to the thirsty.
Responsible consumption is not only consuming different things, it is
also, above all, consuming a different way, and often consuming less.
Therefore it is a question of changing the products that go into our
“shopping trolley”, and also of reducing the size of our “shopping trolley”.
All too often, social organisations have concentrated on putting pressure
on the public authorities only, overlooking a power that is increasingly
growing, increasingly more significant: the power of the big corporations.
A vast proportion of the world’s GDP depends on the decisions of their
boards. In the water revolution, these companies should be allies, not
enemies, of change. And we consumers can and should help this come
about, by rewarding those who make a greater effort to change and
punishing those who don’t. It’s as easy and as effective as that.
Consumers’ intentions are on the right track. In Spain, some surveys
have shown that 40% of consumers “claim” that they want to consume
more responsibly. It is a similar situation in other countries. The problem
lies not in consumers’ intentions, it lies in their actions. The percentages
simply do not add up: it is not unusual for 95% of the intentions in
consumers’ hearts to fail to reach an agreement with the hands holding
out the money.
But even so, things are changing in the world, and consumers can
play an essential role in protecting water masses.
Investing in line with our values
But using our money in line with our convictions does not just mean
spending our money in the corner shop. It also means making sure that
when we invest it, we are putting it to work in a way that matches our
ideology. And here, we have a great number of opportunities. The first
is when it comes to choosing a bank to work with. Is it a bank that is
financing projects somewhere in the world that are harming the
environment, polluting water and seriously harming rivers and wetlands?
If so, we are living a schizophrenic life: our words are working one way,
and our money another.
The financial system has enormous potential to direct the world one
way or another. Very often, we go to the banks and only ask three
questions to make our choice: interest, security and solvency. What is
missing is a fourth question, simple and extremely significant: What
projects am I helping with my money? If this question were to be
commonly present in exchanges between banks and the public, it would
ensure that environmentally unsustainable projects, which do serious
harm to water masses, would find it very hard to acquire financing. It’s
as simple and as obvious as that.
Our money, which we have put into the hands of others, is working
day and night in support of businesses and projects which are sometimes
entirely incompatible with our values. If we work in favour of rivers and
fish, we should not give our consent for our money to work against our
ideals. Our money should not have a “soul” of its own.
It might look like it, but it isn’t
We all deal with other people for what we believe they are, not for what
they really are. It would be difficult any other way. And this truth, which
holds practically everywhere, strongly addresses the importance of
working with the media and ensuring that they take notice of water
problems and what we are doing about them.
Unless water problems and their solutions appear in the media,
there is no way that water policies can be a priority for governments, or
that businesses actively work for change.
The media, in their role as informers, silencers or expanders of what
is happening, underlining or dismissing it, are essential. We must get
them onto our side, and make them see their responsibility.
There are successful organisations, such as Greenpeace, who organise
their actions looking for maximum media coverage from the outset. The
builders of change will not be successful unless we manage to ensure
that water news moves off page twenty onto the cover.
However, there’s one more thing to be done. One goal – always a
good one – is that the media give better coverage to water news. Another,
and today it is possible, is that when the media are exercising their social
responsibility, they construct their own initiatives to disseminate the
challenges posed by the problem of water, so that the majority hears
about them. The media have a great deal of power, and they must use
it in favour of water and of those who do not have enough clean water.
Pride and shame
Much of what we do can be explained by the fact that we are obliged
to do it, and another part of what we do is because we have a financial
motive, but there is a large percentage of our actions that cannot be
explained by money or the law. It is here that pride and shame explain
much of what the situation is.
In many electoral debates, the Pisa report, which establishes an
international ranking of national educational systems, has been the
source of controversy between government and opposition parties. The
same goes for the ranking that each country occupies in the United
Nations Human Development Index or the Index drawn up by Transparency
International for corruption in various countries of the world.
When a country gets a good ranking, its leaders boast about it. When
a country is nearer the bottom, the government questions the reliability
of the report, while the opposition publicises it.
At any event, what everyone sees is that, largely thanks to the media
coverage, these lists are a major impulse for change. This is either
because countries want to keep their good ranking or because they want
to improve their shameful position. The social controversy that these
rankings cause “winds up” society and causes it to discuss politics,
budgets and priorities.
In the water revolution that we must promote, we need to build
“observatories” which can be clearly seen and which attract media
interest. They should compare the key indicators of water management
between countries, regions, cities, industries, universities, and so on.
In this way healthy competition is established between similar
organisations, either to be near the top and thus receive applause and
recognition, or to escape from the positions of shame and dishonour.
Often these rankings exist but only the experts know about them; they
do not appear in the media and those affected do not see that reputation
is damaged or benefited by their position on these lists. Therefore one
task is to establish these water situation observatories, and a
complementary one is to ensure that public opinion is aware of them.
As well as the public repercussion, there is a prior factor, which is the
scientific rigour of such ranking. If there are doubts as to their seriousness
or independence, their effect as a stimulus for social debate and
environmental change is reduced.
A collective challenge, also a local one
For a society to get results quickly, it has to concentrate its efforts on a
common objective, with everyone contributing their talents and skills in
the field that they are competent in. To a certain extent, this means
establishing a collective challenge that will stimulate the energy for change
to be found in society.
The Millennium Development Goals are one such collective challenge.
Every country has established their goals. That’s a good thing. The Kyoto
Protocol is another challenge for international society.
These worldwide collective challenges are extremely necessary, because
they enable us to see ourselves as citizens of one single world: with similar
problems and common challenges that are unrestricted by national
boundaries.
Yet when we look at the world’s problems globally, the sheer size of
them usually casts us into despondency. How are we going to solve it all?
Let’s take water. How will we manage to give drinking water to the
more than 1.2 billion human beings that do not have it at the moment?
How can we see to it that 2.6 billion people have proper sanitation?
What can we do about the massive pollution of the world’s rivers?
This global thinking is necessary, as are the civilising global challenges,
but this approach also has a perverse effect: it casts the specific person
or organisation taking on the global challenge into despair.
To regain our self-confidence and our essential enthusiasm for
change, we need to lower the scale of water problems as well as of the
challenges that we are going to tackle.
We need to set ourselves a challenge for our city, our river, our wetland;
an ambitious, but feasible goal. This collective feeling that we can do it
restores our enthusiasm and hope, which are essential for environmental
and social change.
Many of the success stories have been due to the setting of local
challenges which bring out the best in the social players of a town, a
region, a district or a country.
The smallness of the action is compensated because it is seen as
contributing to the global objective. The idea of “all for a common goal”
is to be found in all cultures. History shows that when people unite and
work together, they almost always achieve what they set out to do.
Furthermore, this common effort encourages the active, wakes up the
passive and brings out the best in society.
Collective challenges stimulate co-responsibility among the various
players of a community, a sharing out of tasks to achieve the common
objective. The conviction that we are facing a challenge that we are
capable of meeting gives the social and institutional players a view of
the light of hope at the end of the tunnel of effort.
It is very important that this possibility of success in meeting the
common objective is made clear, because the cancer of social change
is scepticism, a virus that is very hard to defeat. To do so, we need
victories that prove that change to sustainability is not only necessary,
something which nearly everyone accepts, but is also possible, something
that very few people practice. This is why, to put a brake on the persistent
scepticism that abounds, it is necessary for challenges to be local and
feasible.
To change the lives of millions, we must think up global actions
The world is one unit, and because of global warming, many people
understand that. There is a global marketplace, a common biosphere,
common problems, an on-line society, but there is no global government.
And the institutions that are supposed to serve everyone, such as the
World Bank and the International Monetary Fund, do not always appear
to do so, and we as agents of change do not perceive them as such.
There are actions that are best carried out on a global scale. The Internet
enables global actions to be carried out. There is scant globalisation of
protests and proposals.
The global society should make its presence felt. It might take the
form of a worldwide referendum, or it could be organised pressure on
a summit conference. To change the lives of thousands, local actions
are essential. To change the lives of millions, we must also think up
global actions.
Mobilisations against the war in Iraq, concerted pressure for the G8
countries to take action over Africa and climate change, with rock concerts
included, calls for mass black-outs in all five continents, among other
initiatives, are highly significant precedents.
In the past, when victims of a public policy protested to their country’s
government, it was there that those truly responsible were to be found.
But now, when they aim their criticisms at the local government, they
all too often find that it passes the buck to a more global international
jurisdiction: the World Trade Organisation (WTO), the International
Monetary Fund (IMF), the World Bank or the European Union, among
others. However, it’s only rarely that protests or proposals are globalised.
The world is one unit. And in many of the labyrinths we find ourselves
in, it is only possible to find the way out if it is a global way out.
Could we imagine solving the growing pollution problem in the
Mediterranean sea if there were not a regional agreement in place among
the shoreline countries? Many solutions are either global or nothing.
Giving impulse to them calls for global proposals and actions as well.
Changing the thermometers
We all know that with human health, there are simple indicators that
help us see whether we are healthy or not: temperature, pulse and blood
pressure.
The most commonly accepted indicators for societies mentioned by
the media are of an economic nature: Gross Domestic Product (GDP),
per capita income, unemployment rate, inflation, and so on.
In recent years, on both the international and national stages, there
have been serious attempts to create other equally simple indicators to
show society whether it should be concerned for its “health” or not. The
United Nations created the Human Development Index (HDI) as a
complement to other indicators. There are national and international
observatories that show various aspects linked to sustainable development.
We have made progress, but we need to change society’s course to look
at water signals; we need society to show concern if the per capita income
rises while water masses are being destroyed.
It is not easy to make these indicators visible to the public; the media
are saturated with information and almost certainly will devote more
column inches to the bedroom secrets of the stars than to the fact that
a major river in China is failing to reach the sea, its natural destination.
However, we have to ensure that the opposition parties in the world’s
parliaments rap their governments over the number of pollution black
spots in their rivers, just as they do over a rise in the unemployment rate.
The awareness of the decision-makers is connected to that of the public
and the media. It’s not easy to get politicians to make significant changes
to their attitudes regarding water problems, unless society’s attitude
changes.
We need people to defend future generations
It is obvious that for years we have been pillaging, in a more real than
metaphorical sense, our children’s future, and that of our children’s
children. When we pollute a river, an aquifer, often irreversibly, when
we dry out a wetland, when we carve up a river and turn it into a set
of channels that are temporarily connected by pipelines, we are eating
up the future of the generations to come.
The decisions that will affect those who will be alive tomeorrow
should not be taken by those of us who vote today alone. Children
should have their say, as should those who cannot talk yet, those still
in their mother’s womb, and those who are still a twinkle in their
father’s eye. Sustainable development means, above all, taking into
account those we do not know and building an environment with room
for all those who are to come.
How can we make the men and women of today aware of the fact
that they cannot take decisions that will seriously affect the future,
without taking into account the men and women of tomorrow? We
need to give visibility to the irreversible losses that are going to occur
in the legacy that our children will be inheriting, and somehow give
future generations a leading role. There are two actions that would
open society’s eyes wider to this rape of the future.
One would be to step up the number of lawsuits presented by
children under ten years of age for mortgaging their future. They might
not fit in with usual legal culture, but their emergence in the media
would help society understand that, deep down, their cause is justified.
Who could deny that a child is in the right when he sues a government
minister because he has done nothing about the pollution in the child’s
source of drinking water in the future?
Another action which would help society take notice of future
generations would be the formal appointment of children’s ombudsmen.
These posts, which if possible, should be recognised by the public
administrations, would defend the rights and opinions of tomorrow’s
citizens.
It is paradoxical that many countries have ombudsmen, with people
who definitely exist and, in the worst scenario, can defend themselves
without help, and indeed do so at a pinch, and yet there are no
ombudsmen for the future generations, who obviously cannot defend
themselves on their own.
Sponsoring a common resource
One problem that can be found in many countries is that the rivers and
water masses belong to everyone; therefore, they belong to no one;
therefore, no one looks after them; therefore, public servants have to
look after them, because that’s what they are paid for. This is perverse
reasoning, but fairly widespread.
One way to tackle this lack of care of a common resource such as
water would be to “carve up the common resource” and share it out
among citizens and organisations, so that a particular stretch of river,
aquifer or wetland “belonged” to such-and-such a collective.
This would involve “owner” citizens or “owner” organisations getting
to know their stretches well, on the basis that what one knows ends up
being loved, and what is loved ends up being defended.
Various countries have projects that organise volunteers to look
after such stretches of river. This distribution is very useful for combining
common property with the adoption by a collective of an area with a
view to looking after and defending it. It’s very difficult to entrust the
defence of the natural heritage to public servants alone. The extended
common heritage must be defended by the extended public.
Forging multiple alliances
Collaboration between agents of change can be ad hoc or more stable.
There are initiatives, such as Water Alliance for Central America, in
which the public administrations, businesses and NGOs work for a
specific objective. Everyone is different, but from their diversity and
respect for each others’ particular characteristics, comes a joining of
energy and talent.
Alliances aren’t easy – there is often mutual distrust and suspicion.
But they do constitute a space for relationship and structured dialogue
which enables forces to be joined and common projects to be carried
out. They also help each other to have greater awareness of each other’s
motives and reasons and, if applicable, discuss with full knowledge of
the facts.
Setting up an alliance for a common objective is perfectly compatible
with members of that alliance maintaining divergences and discussions
in other fields. Setting up plural alliances is practising the principle that
we mentioned earlier, that it should be possible for all builders of change
to do two things at once: work together in areas of agreement and
continue to debate in areas of discrepancy.
The sacred aspect of water
Water is not just another resource. All religions have made water a
sacred symbol with regard to birth, life and death.
But this sacred nature is not only to be found in religious texts: a
quick dip into popular culture will show that it is to be found in the
myths and beliefs of East and West, North and South.
This exceptional status of water over any other element of the
biosphere, over any other environmental issue, should be used for this
environmental change. In the history of social change, emotions play
a more prominent role than reason. The tremendous force that argues
in favour of the reasons of water should be joined by a non-intellectualised
force, which exists in the hidden corners of our ego which not even our
ego fully understands.
This “reserve army”, which lies dormant in our brains, habitually
packed with figures and reason, the army of myths, legends and the
sacred, needs to mobilise in order to make a decisive contribution to
this water revolution that we and our planet need.
To understand the greenhouse effect, you have to understand CO2,
radiation and other “weird” things, not visible at first sight. To understand
the exceptional status of water, all it takes is self-observation, or more
simply, remembering the tales our grandparents told us. It’s a short-
cut to understanding, closer to the illumination recommended by the
zen masters. In the sultry streets of Nicaragua, the children say: “Could
you make me a present of a glass of water?” They say this in the full
knowledge that a glass of water cannot be denied or sold to anyone.
In many cultures, even in secularised societies, this status as a common
resource in which life is born makes water an exceptional asset, which
mobilises exceptional emotional resources.
If a society can fuse water’s scientific aspect with its sacred nature in a
wave of social mobilisation, then everything is possible. If they go
separately, then again, unfortunately, everything will be possible.
Scientific studies
Figures are more important than words. It’s harder to mistake a number
than an adjective. Scientific studies alone cannot change reality, but to
change reality, scientific studies are extremely useful.
A social mobilisation packed with emotions and clamour is very
important, but if it’s accompanied by the weight of sheer science, it is
overwhelming. This is why it’s essential to get academics and university
researchers on our side.
Saying that this river is polluted, dirty and smells bad is not the same
as giving an exact description of the degree of mercury pollution, and
contrasting this figure with tables issued by the United States Environment
Agency. Definitely not the same.
Political decisions are often justified for technical reasons which are
presented as being unadulterated by values. But there are never any
neutral decisions, and hardly ever is there just one solution to a problem.
Almost always there are various possible options. It is very important to
open society’s eyes to this plurality of approaches.
Images
A picture is said to be worth a thousand words, and it’s said that “what
the eye doesn’t see, the heart doesn’t grieve about”. This has always
been true and now even more so.
The report drawn up by Spain’s Sustainability Observatory on the
development of the Spanish coastline occupied the front covers of the
media because it compared old photographs with current ones. Both
sets of photographs were devastating. There was no need for words.
The images said it all.
Soon afterwards, Greenpeace Spain, using imaging software, compared
current photographs of well-known Spanish rivers with a mock-up of
what they would be like in the future as a result of climate change. These
images were reproduced on TV and in magazines and newspapers.
The political and media impact of these graphic reports was huge,
certainly much bigger than for any two-hundred-page dossier. The
“translation” of a report into photographs or video is almost always a
good option. Saying it in images ensures that the message is more
“audible”.
Web 2.0
The last few years have been paradoxical. There is growing protest in many
societies because there is no social participation. Yet recent years have
brought us worldwide phenomena of massive volutary participation.
Wikipedia is a world encyclopaedia, in many languages, and its creator is
the people, anonymous and plural. Linux, the free operating system, was
created by an army of collaborators unprecedented in history, thousands
of people who had never met each other before.
The Internet is here to stay, and is rapidly changing habits and
customs. Many protest, proposal, awreness-raising and debate initiatives
are carried out over the web. There should be more of this. The web’s
ability to connect citizens and organisations is almost boundless.
Communication will no longer be one-way, but two-way. The initiative
will start with an NGO or a citizen, a cosmopolitan city or a third-world
city, and the best is yet to come.
In addition, the widespread use of mobile phones and digital cameras,
together with the emergence of mass phenomena on the Internet such
as YouTube, has given rise to a citizen’s digital journalism, which is
massive and decentralised.
This citizen journalism can be an element of social monitoring of
aggression against water masses that is much more extensive than any
department of the public administrations.
The recent government repression in Myanmar was almost
immediately transferred to images recorded on mobile phones and
digital cameras. In France, Sarkozy’s popularity rating went down because
of a recording that somebody made, on a mobile phone, of him insulting
a member of the public.
The new technologies give power more control, but they also enable
a greater control on power. They are potentially a powerful tool of social
change.
River pacts
It has always been a good thing for the users and beneficiaries of a river
to come to an agreement over its use. It has always been a good thing
(albeit rather rare) for fish, anglers, farmers, businesses, city councils,
ecologists and canoeists, to name a few, to discuss matters and come
to an agreement.
Now with climate change in our “living room”, these pacts need to
become widespread. These agreements would be a way of minimising
the tension and conflict that occur as a result of of the increase in climate
variability.
In a river pact, with dialogue and social participation as the foundation,
the dreams, fears and interests of each party need to be shared, in order
to create a common project. To a large extent, there would need to be
an agreement over what would be a desirable purpose, which will guide
the actions of the present to gradually build the future, a common future.
It is not considered desirable when the water reaches our necks or
when the water does not reach anywhere and plants die and the taps are
dry. We need to anticipate crises by promoting agreements when the
rain is in plentiful supply and not when the situation has become critical.
But these river pacts cannot be made without taking into account
what other living creatures “say” or without recognising the rights of
future generations. One cannot build up a consensus that does not
include the future, other living creatures or what science tells us. We
cannot make a river pact… against the river.
Pep pills
The builders of change have had more successes than we can remember.
And this amnesia means that the feeling that nothing can be done is
more widespread than it should be. To combat pessimism, to generate
the hope that the battle against thirst can be won and that we can
reconcile ourselves with nature, we need to broadcast any successes
that are obtained.
We will not be boasting when we say how well we have done. The
publicity for the positive results of our action will encourage others,
wherever they are, to try to change things as well. The wind of change
is slowed down by a scepticism that goes back a long way, deeply rooted
in the “human soul”, the feeling that victory will never come in the end.
Scepticism and pessimism work jointly to dilute the energy of change
to be found in society. In the guise of devil’s advocates –there are millions
of them – or in any other bodily guise, it is true to say that there is a
legion of “deniers” that a desirable world is possible. Up to now, the
most conclusive master formula against this plague of prophets of
doom, spread over the five continents, has been to publicise successes
achieved.
Some organisations compile these good practices, classify them
and make them visible. It is a very necessary task.
Building a civic climate
The simultaneous nature of various of the actions described should
create a civic climate in which the main players feel that they should do
something, that now is the moment, otherwise it will be too late. If we
can create this climate, unexpected things will start to happen. Social
creativity will spread.
Creating such a climate should be an explicit objective of the builders
of change. Once this climate has been created, the politicians will begin
to pass budgets for water policies, society will accept water price rises,
regulations will be drawn up and technologies will spread. Time is
speeding up, and so are changes.
This climate is generated by the simultaneous nature of a set of
actions by interdependent players who are creating a state of collective
opinion. Public and published opinion coincide. Rulers and the ruled are
being mobilised in a shared direction. Suddenly, there are economic
resources, initiatives and political willingness. Everything seems to have
changed. The wind of change is here, blowing through institutions,
businesses, and social organisations.
The key reason that this climate change is occurring is the simultaneous
nature of the actions: in the same place, at the same time.
Epilogue:
THERE IS NO TOOL MORE POWERFUL THAN HOPE
Some of the tools proposed in this book are appropriate for one country,
other tools for somewhere else; not all of them are universally valid. In
every area there needs to be a specific analysis of a specific reality. The
builders of change are craftsmen – they do not work on an assembly line.
Each builder of change, depending on his or her position, opportunities,
situation (which has to be carefully read), will choose the tool from this
toolbox that is deemed to be the most appropriate for the situation.
And it may be that sometimes, the most effective choice will be to
adapt and make a new and original tool that will perhaps enhance the
virtues of some of those suggested here, and which will have fewer
contraindications. What this social innovator should then do is publicise
his or her discovery and share it so that others can benefit from those
ideas.
Each tool is ultimately judged on its usefulness, its effectiveness and
efficiency in promoting the far-reaching rapid change that we need to
build on this planet in order to make our peace with water and the
biosphere, and to be able to provide clean water to all human beings all
over the world. To everyone, for good and all.
No tool is more powerful than hope. If the builders of change do not
believe that change is possible, it will not happen. Therefore, feeding the
flames of hope is a very important task. And the flames of hope are
fuelled by successes and specific achievements. These pages have been
written with a view to helping to increase these achievements.
A mes parents, de qui j’ai hérité cette planète,
et pour mes filles, Clara et María. Elles sont pour
moi le visage quotidien des générations futures, celles
qui hériteront de notre planète bleue.
Caisse à outils pour les bâtisseurs du changeme
Víctor Viñuales
Introduction
Ce texte est écrit pour l'action. Nous connaissons énormément de
choses, mais nous agissons peu. Tel est le drame de notre époque.
Pendant ce temps, des enfants meurent et des rivières agonisent,
empoisonnées par notre cupidité ; mais nous préférons regarder ailleurs
comme l’on change de chaîne de télévision.
Ces quelques lignes s’adressent aux bâtisseurs du changement. Car
les changements ne se font pas tout seuls, ils sont le fruit des actes des
hommes et des femmes qui, insatisfaits de ce qui existe, se sont mis à
l’ouvrage pour construire une réalité différente. Ce livre s’adresse à eux,
aux bâtisseurs du changement qui veulent instaurer un nouveau pacte
avec l'eau, la nature et avec nous-mêmes.
Les bâtisseurs du changement se découragent ou se disputent
souvent entre eux. Dans les deux cas, le changement s’en trouve
considérablement freiné. Nous ne ferons pas « la paix avec l’eau » et
avec nous-mêmes, nous n’arriverons pas à approvisionner en eau potable
tous les habitants de la planète, si nous ne réussissons pas à faire en
sorte que ces bâtisseurs du changement soient toujours plus nombreux
et plus optimistes.
Pour changer la réalité, il faut d’abord le vouloir, croire que les choses
peuvent changer et contribuer à imposer ce changement. Il faut ensuite
une grande ténacité et beaucoup d’efforts, car la force d'inertie est
immense. Le développement durable n'apparaît pas d’un jour à l’autre
comme une génération spontanée. Nous avons besoin d’outils adéquats
pour ouvrir la porte au changement.
Les pages qui suivent proposent plusieurs de ces outils. Certaines
concernent les bâtisseurs du changement, d'autres la culture relationnelle
que devraient établir les différents acteurs. Quelques-unes abordent les
actions à mener, d'autres les idées concrètes à mettre en œuvre. Toutes
sont brèves et cherchent à initier un dialogue avec le lecteur, à partir de
leur propre expérience d’acteur pour une nouvelle culture de l'eau et la
reconnaissance du droit humain à l'eau.
Les bâtisseurs du changement ont accumulé un grand savoir,
certaines réflexions sont issues d’expériences réussies, d'autres tirées
d'échecs. Certaines reprennent le travail de la Fondation Écologie et
Développement, d'autres proviennent du suivi d’une infinité de projets
menés par des organisations œuvrant pour le respect de l'eau et
l’approvisionnement de tous les habitants de la planète en eau potable.
Ces pages tentent toutes de répondre à la question que notre génération
doit affronter : Comment pouvons-nous changer de façon rapide,
profonde et diffuse notre relation avec l'eau ?
Le temps presse. Les catastrophes s’accumulent et le temps perdu
ne laisse plus la place à l’inactivité. Nous devons continuer à parler et
débattre pour clarifier nos doutes et confirmer nos certitudes, mais nous
devons surtout faire vite.
Nous savons aujourd'hui que les problèmes environnementaux ont
souvent une dynamique comparable à celle du cancer. Ils grandissent
parfois lentement, et les métastases apparaissent brusquement et sont
difficiles à combattre avec succès. Nos écosystèmes sont souvent au
bord de la métastase, ce livre est donc un appel urgent à l'action. La
communauté internationale a mis huit ans pour ratifier le protocole de
Kyoto, tout en étant pleinement consciente de l’urgence d’agir contre
le changement climatique. Nous ne pouvons continuer à fonctionner
avec autant de nonchalance et d’indifférence.
Ce livre n'a pas pour vocation de présenter les problèmes de l'eau
dans le monde, la littérature sur ce sujet est déjà abondante. Il ne détaille
pas non plus la façon dont devrait idéalement fonctionner les choses.
L'objectif explicite est d'apporter des réflexions, des idées et du courage
à ceux qui travaillent pour que les choses changent. Il est temps d'agir.
Notre temps est venu.
Première partie
C’EST TOUT CE QUE NOUS AVONS
Ce qui est visible
Les scientifiques le disent et les citoyens ordinaires en parlent : la
situation des cours d’eau, des zones humides et des aquifères de la
planète s’aggrave, à quelques rares exceptions près. Les poissons et les
grenouilles disent à leur manière la même chose.
L'eau n'étant plus bonne ni pour le jonc, ni pour la truite, ni pour
le bain, ni à boire.... le nombre de victimes ne cesse de croître. Chaque
jour, plus de 4 000 enfants meurent des suites de maladies liées à un
problème d'eau potable. Les sources des campagnes, qui étanchaient
autrefois la soif du promeneur, sont désormais flanquées d’un avis de
danger : « Eau non potable ». L'eau « sauvage » originelle n’est plus
bonne, ni pour se laver, ni pour se désaltérer.
Il faut améliorer nos connaissances et nos lois. Les discours de nos
dirigeants ont beaucoup évolués: ils justifient désormais les nouveaux
projets en faisant appel au développement durable. Mais nous ne
sommes toutefois pas convaincus que cette amélioration évidente et
généralisée du discours sur l'eau se soit réellement accompagnée d'une
amélioration proportionnelle dans la réalité.
Jamais plus comme aujourd’hui
Nous n’avons jamais disposé, dans toute l'histoire de l'humanité, de
si bonnes connaissances sur l’eau, sa gestion, le cycle hydrologique ou
les polluants... Nous avons déjà connu de nombreux échecs dans notre
relation à l'eau, nous sommes responsables de véritables catastrophes,
mais avons aussi obtenus quelques succès. Nous
avons appris beaucoup de ces diverses expériences.
Jamais dans l'histoire de l'humanité nous n’avons accumulé une
telle capacité technologique et scientifique. Nous sommes la première
génération capable d'envoyer un vaisseau spatial sur Mars pour rechercher
la présence d'eau. Le potentiel pour affronter les problèmes de l'eau est
immense.
Jamais dans l'histoire de l'humanité nous n'avons eu une telle
capacité économique. Jamais nous n’avons eu autant d'institutions,
d'entreprises et d’ONG spécialisées dans l'eau et le développement
durable. Nous n'avions jamais développé d'outils de prospective
aussi précis et sophistiqués pour « prévoir » le futur.
L’écart grandit
L’écart entre ce que nos paroles et nos actes ne cesse de croître. La
distance entre les déclarations issues lors des grands Sommets Mondiaux
(Rio de Janeiro, Johannesburg...) et les actions qui s’en suivent augmente
constamment. Nous produisons de laborieux accords internationaux,
comme les Objectifs du Millénaire pour le Développement, afin de
concerter des volontés des pays du Sud et du Nord, par l’engagement
de plus de 180 pays..., mais nous sommes déjà résignés au fait qu’ils
ne s'accompliront jamais.
Nous nous sommes habitués au fait que ce qui est dit, et même
signé lors de Sommets Internationaux, soit très différent de ce que est
finalement réalisé.
Il est souvent difficile de comprendre pourquoi certains font preuve
d’une telle résistance pour parapher un engagement, une convention,
un délai, un objectif chiffré..., puisqu’ensuite le temps passe sans que
rien ne change et que personne ne démissionne. La vie continue comme
si de rien n’était.
Parmi les plus déshérités, la méfiance ne fait qu’augmenter vis-à-
vis des personnes officiellement mandatées. Le scepticisme, tel un lierre
abondant, dissimule peu à peu le mur de l'espoir. Les problèmes
poussent et la volonté de les résoudre se fane.
En outre, la douleur ne fait qu’augmenter lorsque l’on sait que les
problèmes d'eau pourraient être résolus..., si nous le voulions vraiment.
Nous savons que nous en sommes capables, oui mais... Telle est la
dure réalité de la situation actuelle.
Cercles vicieux
Lorsque nous étudions en détail les raisons expliquant ce qui est en
train de se produire, une seule cause émerge. Mais d’autres apparaissent
ensuite immédiatement, liées entres elles comme des cerises dans un
panier. Les différents facteurs s’influencent et se renforcent mutuellement
pour que la situation n’évolue pas.
Pourquoi de nombreuses villes du monde, pauvres ou riches,
gaspillent-elles autant d'eau dans les réseaux d'approvisionnement
urbain et dans les logements eux-mêmes ? A cette unique question
plusieurs réponses. Les municipalités et les autorités publiques
n'investissent pas suffisamment dans le réseau car les responsables
politiques priorisent, pour des raisons électorales, les investissements
visibles, « photographiables », et non les infrastructures souterraines.
Les citoyens n'utilisent pas l'eau de manière efficience car ils ne payent
pas directement son coût réel. Le prix étant sous-évalué, le renouvellement
des technologies peu efficaces ne s’avère pas rentable compte tenu des
faibles économies qui seront réalisées sur la consommation. Ces
infrastructures peu efficaces persistent car les autorités publiques
n’instaurent aucune réglementation imposant l'installation de technologies
plus économes en eau. Les entreprises qui produisent ces nouvelles
technologies éprouvent de grandes difficultés à pénétrer le marché car
le renouvellement du matériel désuet n’est ni obligatoire, ni rentable.
En outre, celles qui sont installées ne sont pas toujours utilisées à bon
escient par les citoyens, le plus souvent par ignorance. Les professionnels
du secteur (architectes, promoteurs immobiliers, plombiers...) ne
proposent et n'installent pas systématiquement ces technologies qu’ils
connaissent mal. Les municipalités ne peuvent renouveler les réseaux
d'approvisionnement car elles disposent de ressources financières
limitées. Les autorités politiques maintiennent des prix subventionnés
par crainte qu’une augmentation ne soit sanctionnée lors des élections.
Nous pourrions trouver de multiples causes pour expliquer le
gaspillage de l'eau dans les agglomérations. Toutes sont fondées et la
majorité d’entre elles ont une dépendance réciproque ; les unes expliquent
les autres.
Souvent, l'échec des tentatives pour changer les choses est lié
à la concentration des actions sur certains facteurs, les autres restant
relativement inchangés. Le changement partiel qui en résulte n’est
pas suffisamment significatif pour rompre le cercle vicieux en place.
Les cercles vicieux aiment, comme leur nom l’indique, se perpétuer
et se reproduire. Comme un quai gagné sur la mer au prix de lourds
travaux, laisse la mer reprendre ses droits lorsque nous relâchons
nos efforts.
Le changement climatique aggrave les choses
Les impacts du changement climatique se manifestent principalement
à travers l'eau, comme l’a récemment affirmé le Groupe d’experts
intergouvernemental sur l’évolution du climat (GIEC): plus de sécheresses,
d'inondations, menace accrue des zones côtières par l’élévation du
niveau des océans, disparition accélérée des glaciers...
Les équilibres existants seront rompus de plus en plus fréquemment.
Les régions qui avaient des habitudes, des infrastructures, des
réglementations et des technologies complémentaires permettant
d’écarter tout risque de conflit, commence à souffrir de sécheresses
récurrentes qui remettent en cause cet équilibre. Les conflits entre
utilisateurs pourraient alors devenir chroniques.
Le changement climatique génère des impacts encore plus graves
aux écosystèmes, car les plantes ne peuvent fuir face à la sécheresse,
et à l'ensemble des êtres vivants de la planète. Mais le changement
climatique brise les frontières entre les facteurs économiques,
environnementaux et sociaux. Il altère et rompt tout. La sécheresse
extrême, qui ne laisse aucune place à l'espoir, est responsable du
désespoir de millions de migrants qui risquent tout ce qu'ils ont, c'est-
à-dire pas grand-chose, pour traverser les frontières et les océans à la
recherche d’un futur meilleur.
Pour limiter l’impact de notre civilisation sur la biosphère et réduire
nos émissions de gaz à effet de serre, nous devrions changer
fondamentalement et très rapidement nos politiques, nos lois, nos
systèmes de prix, nos valeurs, ainsi que nos actes quotidiens et routiniers.
Le dernier rapport du Programme des Nations Unies pour le
Développement (PNUD) avance un chiffre qui donne une idée de l'urgence
avec laquelle nous devrions réagir : l’échéance serait de dix ans.
Le changement climatique en cours et les prévisions alarmantes
nous obligent à nous préparer pour limiter la souffrance. Nous devons
nous adapter très rapidement et rompre de nombreuses inerties. Nous
devons réapprendre certaines choses et oublier certains enseignements
qui sont désormais inadaptés, inutiles et parfois même responsables
de nos malheurs.
Pour contrôler le changement climatique et limiter ses impacts
négatifs, nous devons nous adapter et nous préparer dès à présent aux
conséquences déjà inéluctables que nous auront à affronter. Mais une
telle chose n’est pas facile. Ça ne sera vraiment pas facile.
Les acteurs du changement : orgueil et méfiance
Les gouvernements pensent fréquemment que les réglementations
suffisent à transformer la réalité. Les entreprises croient presque toujours
que les problèmes seront résolus et dépassés grâce à la technologie et
à l’argent. De nombreuses ONG pensent que tous es problèmes se
résolvent grâce à la sensibilisation.
Même s’ils ne le disent pas explicitement, chacun d’entre eux semble
penser qu’il peut dépasser seul les problèmes et redresser les choses.
Les ONG ne croient pas au sérieux des engagements gouvernementaux.
Les gouvernements ne croient pas au sérieux des ONG. Les entreprises
pensent que les meilleurs gouvernements sont ceux qui les laissent agir.
Les ONG ne croient pas les entreprises capables de bonnes intentions.
Les entreprises ne croient pas en l'efficacité des ONG. Les promoteurs
de changements sociaux, économiques, technologiques et institutionnels
–les administrations publiques, les ONG et les entreprises– se surveillent
mutuellement avec méfiance. Et pendant ce temps là, le temps s’écoule…
Une grande partie de l’énergie des acteurs du changement est
gaspillée pour freiner les initiatives des autres. Si nous pouvions faire
un bilan des énergies et ressources économiques mobilisées par les
entreprises, les gouvernements et les organisations sociales, nous nous
rendrions vite compte que plus de la moitié de leurs efforts a été consacrée
aux actions visant à retarder d’autres projets. En de nombreuses occasions,
cette politique réactive est nécessaire pour avancer. Mais, le temps
manque et il est dommage de gaspiller autant d'énergie pour ralentir
les initiatives extérieures.
LE DÉFIT
Les problèmes générés par le fonctionnement de 99,3% de l’économie
ne peuvent être résolus par une contribution de 0,7%.
Longtemps, les bâtisseurs du changement se sont appuyés sur une idée
fausse : si tous les pays contribuaient à hauteur de 0,7% de leur PIB aux
politiques de coopération et de développement, nous pourrions éradiquer
la pauvreté dans le monde. Nous savons aujourd'hui qu'il n'en n’est rien.
Il y eut un temps où les défenseurs de l’environnement pensaient qu’il
était suffisant de protéger les lieux possédant une flore et une faune
exceptionnelles. Nous savons aujourd'hui qu'il n'en n’est rien.
Construire un développement durable exige de repenser l'ensemble
de notre modèle de production, de distribution et de consommation.
De manière comparable, respecter les ressources hydriques de la planète
et garantir le droit humain à l'eau dans le monde ne peut se faire sans
remettre en question les bases de notre système dans sa globalité.
Nous pourrions donc dire, en résumé, que repenser 0,7% de notre
société n’est pas suffisant. Pour faire face à l’ampleur du défi qui nous
attend, il faut remettre en cause le fonctionnement de 99,3% de notre
économie et de nos sociétés.
Nous avons déjà perdu beaucoup de temps
Les données sont claires. Les indicateurs du malaise de la planète et du
malaise social se multiplient et le changement climatique aggrave encore
une situation déjà très négative.
Nous avons déjà perdu beaucoup de temps, un temps précieux. Les
problèmes environnementaux sont aujourd’hui appréhendés de la même
façon que l’était la phtisie du temps de Machiavel. Ce dernier disait
ironiquement que lorsqu’il n'y avait presque aucune certitude de sa
présence et seulement des doutes sur la fiabilité du diagnostic, la maladie
était facile à guérir. Mais, lorsque tout le monde savait qu'elle avait déjà
pris possession du corps du patient et qu’il n'y avait aucun doute sur
le diagnostic, elle devenait très difficile à traiter.
C’est ce qui s’est passé avec les problèmes d'eau à travers le monde.
Lorsque premiers écologistes et scientifiques ont signalé le début des
problèmes, la situation était plus facile à résoudre. Maintenant que
l’ensemble du monde civilisé reconnaît la gravité du problème et que
les diagnostics sont clairs et incontestables, le défi devient énorme et
le pronostique incertain.
Il se produit aujourd'hui un phénomène comparable au cancer ou
à la phtisie du temps de Machiavel: le moment où débute le traitement
détermine les chances de survie. Trop souvent, les médecins entament
le difficile dialogue avec les patients en leur disant : « Si vous étiez venu
avant… ».
Nous avons déjà perdu beaucoup de temps. La probabilité de changer
la situation et atteindre un développement durable respectueux de l'eau
est faible. Mais nous devons tout tenter pour y arriver, et rapidement,
car chaque minute compte et le nombre de victimes croît de jour en
jour.
Nous savons déjà que ce ne sera pas facile, et comme le signalaient
Gélinotte et Gasset, la réalité c'est la contre-volonté. Nous savons déjà
que la force d'inertie est énorme. Nous n’avons que trop souvent constaté
l’écart entre les discours et l’action. De vastes et profonds changements
ne sont pas impossibles, mais ils sont difficiles à mettre en œuvre. A
mon avis, ces changements ne se produiront qu’avec la prise de
conscience que peut susciter une crise ou un danger suffisamment
important pour nous donner la force de briser les inerties et la routine.
Cela est également vrai pour le changement personnel et social, aussi
bien à l’échelle micro que macro. Suite à un infarctus, beaucoup de
personnes arrêtent de fumer ou se mettent au sport, cassant ainsi des
décennies de mauvaises habitudes.
La prise de conscience politique, scientifique et médiatique du
changement climatique est déjà en cours et créée un climat d'urgence
environnementale planétaire. Nous devons tous agir, et rapidement.
Nous nous trouvons peut-être face à une opportunité sans précédent
de changement, propice à l’instauration d’une utilisation durable de
l'eau dans le monde, si fidèle à cette prise de conscience générale
d'urgence planétaire, nous sommes capables de construire
l'architecture sociale permettant de promouvoir le changement
institutionnel, économique, technologique et culturel dont nous avons
besoin.
Nous sommes confrontés à d’immenses défis pour changer notre
modèle énergétique, notre modèle de transport, nos règles de
consommation, notre vision de l'eau et des cours d’eau, afin de ne plus
les considérer comme de simples réserves convertibles en dollars, mais
comme le sang de la vie sur la planète.
Nous avons besoin de changer nos lois, car les gouvernements du
monde doivent comprendre MAINTENANT que leur principale obligation,
en tant que serviteurs de la société, est de garantir le droit humain à
l'eau pour l’ensemble des citoyens. Tout comme les gouvernements
garantissent le droit de vote pour tous, ils doivent faire en sorte que le
droit de boire une eau saine devienne une réalité.
Nous devons changer les priorités publiques. S’il est possible
d’approvisionner le monde entier en eau potable en gelant les dépenses
militaires mondiale pendant cinq jours, qu’attendons-nous pour le faire
MAINTENANT.
Nous devons cesser de voir l'eau, les rivières, les zones humides,
les aquifères... avec des yeux avides et révulsés par l'avarice. Nos enfants
ne méritent pas le vol obstiné de leur droit à jouir à l’avenir des ressources
naturelles. Il faut mettre un terme MAINTENANT à l'avilissement moral
que représente ce véritable vole de l’avenir de ceux qui ne peuvent e se
défendre.
Nous réclamons le changement depuis des décennies, mais la
situation s’améliore très lentement et le temps passe. Les forces des
porteurs de ce rêve de changement restent faibles face à l’ampleur de la
tâche, à la force d'inertie et à la résistance active des intérêts économiques.
C'est pour cela que nous devons travailler dans deux directions, afin
de participer à ce vent de changement et accroître la productivité de nos
efforts. Ce n'est pas chose facile, et beaucoup de gens se perdent dans
le brouillard du découragement et du désespoir. Je ne dis pas qu'il n'y
ait aucune raisons à cela. Mais la civilisation, qui dispose enfin des
connaissances et des capacités suffisantes pour donner à boire à tous
et l’occasion de « faire la paix » avec l'eau, ne doit pas renoncer maintenant.
Pas encore.
Il est temps, comme le recommandait Gramsci, de faire preuve de
réalisme dans l'évaluation des raisons et des données, mais aussi
d’intelligence et d'espoir pour promouvoir le changement. André Malraux
disait que le moteur de toute révolution était l'espoir. C’est de cela dont
il est question : faire en très peu de temps des changements profonds,
une véritable révolution, la révolution de l'eau, la plus ancienne et la plus
actuelle qui soit. Et il s'agit de le faire avec le moteur des révolutions,
c’est-à-dire l’espoir.
Attention au plan parfait ! Agissons dès maintenant.
Nous sommes conscients de ce qui est en train se produire, même s’il
est nécessaire de développer encore nos connaissances sur les divers
problèmes.
Ce qui devrait d’arriver à l’avenir est également connu, malgré certaines
polémiques. Mais passer de la réalité d'aujourd'hui au futur désiré n'est
pas un saut mental qui s’inscrit dans le champ de la connaissance, c’est
un saut réel qui doit s’opérer pour les cours d’eau, les zones humides,
les raccordements individuel...
Les grenouilles doivent sentir que les choses changent, qu’elles font
à nouveau parti de ce monde. Les courageux qui se baignent dans les
rivières doivent à nouveau y prendre plaisir. Les aquifères ne doivent plus
subir la contamination par les nitrates et les pesticides. Les estomacs
des enfants infectés par des parasites doivent bénéficier d’une eau pure,
source de vie et non de mort.
Ce ne sont pas nos intentions, nos désirs ou nos textes qui changeront
la réalité... Ils sont certes importants pour préparer l'action, mais ils ne
changent pas la réalité en eux-mêmes. Ce sont nos actions qui changent
la réalité.
Il est nécessaire d'agir dès maintenant. Continuons d’étudier et de
débattre, ce sont des choses nécessaires. Mais ne cessons pas d'agir
pour autant. Les débats sur le changement climatique ont été tristes et
déprimants. Comme il n'y avait soit disant pas de certitude concernant
le diagnostic, rien n’était fait, ce qui n’était pas toujours honnête. Nous
ne pouvons pas continuer sur cette voie. Les incertitudes portant sur un
certains aspects ne doivent pas paralyser nos actions, d’autant que nous
comprenons souvent les choses une fois les actions menées. Lorsqu’il
y a urgence, et les ressources en eau de la planète sont confrontées à
une situation urgente, des actions urgentes s’imposent.
Et l’urgence, cher lecteur ou lectrice, c’est que pendant que vous lisez
cette page, trois, ou peut-être cinq enfants seront morts d’une maladie
liée au manque d’eau potable. Des décès souvent causés par des diarrhées
et la déshydratation... Des morts évitables, qui ne devraient pas se produire
et sont une honte pour notre civilisation.
Agir maintenant n'est pas un appel à agir précipitamment et de façon
confuse. Agir maintenant c’est remettre les choses à leur place. Il y a
beaucoup d’initiatives sûres, dont le bénéfice n’est pas remis en cause
et qui ne provoquent aucuns dommages collatéraux, ni effets secondaires
pernicieux. Nous n'avons donc aucune excuse pour ne pas les mettre en
œuvre. Pensons plus en détail les actions dont les effets sont incertains.
Mais agissons lorsque les avantages ne font aucuns doutes. Travaillons
dans ce sens.
Souvent, le frein du changement se travestit en vertu. La proposition de
mener un plan global et intégral finit alors par produire, comme effet
secondaire non désiré, un retard dans la mise en œuvre d’actions sûres
et bénéfiques. Cette recherche de la perfection finit par engendrer l'inaction.
L'élaboration d'un plan global est souvent utilisée par les administrations
publiques comme substitut à l'action. Pendant que l’on élabore le plan,
les actions ne se concrétisent pas.
Planifier est une chose nécessaire pour guider les actions, c’est même
une vertu ; mais planifier pour reporter les actions est un péché. Il n'y a
aucune contradiction dans le fait de stopper une pollution en même
temps que l’on élabore un plan global de contrôle des déchets. Les plans
ne sont pas une fin en eux-mêmes, ce sont des moyens, très utiles, pour
ordonner et prioriser nos actions.
Les anciens disaient : à la fin de l'après-midi, ils nous jugeront selon
l’amour. En parodiant cette phrase, nous pourrions dire : à la fin de
l'après-midi, ils nous jugeront selon nos actions, et non selon nos
objectifs.
Deuxième partie
LES BÂTISSEURS DU CHANGEMENT
On recherche des bâtisseurs de rêves
Gioconda Belli est une poète nicaraguayenne exceptionnelle. Son poème
intitulé « Porteurs de rêves » est magnifique. Il raconte l’errance permanente
de ceux qui rêvent d’un monde meilleur, un monde plus libre, plus juste et
plus fraternel. J'aime ce poème, mais nous avons aujourd’hui besoin de
bâtisseurs de rêves. Nous avons besoin de rêver, c’est indispensable. Mais
nous avons aussi et surtout pris du retard dans la réalisation de nos rêves.
Si les rivières et les enfants réclament de l’eau de qualité, c’est pour que les
bâtisseurs du changement les aident à atténuer leur souffrance quotidienne.
De nombreuses personnes travaillent déjà pour le respect de l'eau dans
le monde, elles s’offusquent du mauvais traitement répété que nous infligeons
aux cours d’eau, aux deltas, aux aquifères, aux zones humides, aux lacs et à
l’ensemble des ressources en eau.
De nombreuses personnes travaillent dur pour obtenir que chaque être
humain puisse bénéficier d’un accès garanti à une eau de qualité.
Beaucoup d'entres elles font partie d’institutions locales, régionales, nationales
ou internationales. Beaucoup sont fonctionnaires ou responsables politiques
et travaillent pour le bien-être général de la
société et l’amélioration des relations avec la biosphère.
Beaucoup de volontaires et de citoyens de la société civile travaillent pour
des associations ou le système éducatif : écoles primaires, collèges, lycées,
université...
De nombreux professionnels indépendants consacrent leurs efforts à la
construction d’une nouvelle culture de l'eau et un réel droit de l’être humain
à l'eau.
De nombreuses entreprises ont trouvé un lien entre leur commerce et
le développement durable et produisent des biens ou des services ayant
un faible impact environnemental. Beaucoup d'autres cherchent à
diminuer leur impact sur le cycle de l'eau et comprennent désormais
que les ressources peuvent être utilisées sans être polluées. De
nombreuses personnes employées par des sociétés aux activités
discutables, travaillent pour conduire leur entreprise sur le chemin de
la durabilité.
Les principaux acteurs du changement sont les gouvernements, qui
par leurs politiques, leurs budgets et leurs lois ont un potentiel de
changement immense ; les entreprises, qui accumulent des connaissances
opérationnelles et des ressources extrêmement utiles ; et enfin les ONG,
qui font émerger de nouvelles valeurs et une nouvelle culture de l’eau.
Au-delà de ces trois acteurs clés, beaucoup d'autres jouent également
des rôles très significatifs : les scientifiques, les universités, les médias,
les artistes...
Nous avons besoin d’un plus grand nombre de bâtisseurs du
changement, qu'ils aient davantage confiance en eux-mêmes et en leur
capacité de transformation. Mais il ne faut pas que cette confiance porte
atteinte à la reconnaissance des apports des autres acteurs sociaux du
changement. Nous avons besoin d'une culture de collaboration entre
les bâtisseurs du changement. Nous avons besoin qu'ils se respectent
mutuellement, qu’ils sachent discuter et collaborer à la fois... Nous
avons besoin qu'ils unissent leurs forces et qu’ils les démultiplient. Nous
avons besoin, en somme, que les bâtisseurs du changement se dotent
d'une nouvelle culture de collaboration.
Le changement se construit en tout lieu. Partout où des personnes
n’acceptent pas la dure réalité et rêvent d’en bâtir une meilleure, partout
où la motivation et le courage de quelques-uns permettent de faire le
premier pas et la ténacité les suivants. Tous ces bâtisseurs de changement
sont indispensables.
Nous en avons besoin parce que rien n’a de valeur si personne n’est
disposé à changer les choses. Le changement social n’existerait pas
sans cela, peu importe l'argent, les lois ou les technologies... La
mobilisation de la société est la tempête qui apporte les changements,
comme disent les poètes.
Une minorité suffit
Nombreux sont ceux qui travaillent dur pour « faire la paix avec l'eau»
et pour que tout être humain puisse disposer d’une eau de qualité. Les
plus pessimistes diront qu’il s’agit là d’une minorité. Mais les
changements sociaux ont toujours été l’œuvre de minorités. Ce n'est
pas le nombre le problème. Toutes les grandes avancées sociales ont
été initiées par une minorité. Ce dont bénéficie aujourd'hui la société
toute entière, était hier l’objet de lutte de quelques-uns, du vote des
femmes à l'école publique. L'idée elle-même que les pouvoirs publics
doivent garantir l'alimentation en eau potable des logements de ses
citoyens n'a pas toujours été une évidence pour la majorité. Pour dire
ainsi les choses, le changement social des majorités exige d'être testé
dans le « petit laboratoire des minorités ».
La critique très commune et démobilisatrice portant sur le fait que
nous ne sommes pas nombreux n’a donc aucun sens. Les promoteurs
du changement ne sont jamais nombreux.
Le véritable problème réside dans le fait que les nombreuses personnes
qui veulent que les choses changent ne font rien, ou quasiment rien,
pour cela. Beaucoup de rêveurs pour l’avenir ne saisissent pas les outils
permettant de le construire. Ils restent inactifs et renient le présent tout
en rêvant du futur. Les deux actions sont nécessaires, mais pas suffisantes.
La réalité qui nous affecte ne peut être modifiée sans un troisième pas :
construire le changement. Il faut passer des idées aux actes.
L'absence des rêveurs du changement est un authentique problème.
Le drame, c’est qu'ils restent au fond de leur lit, blottis dans la chaleur
de leurs idées, et ne grossissent pas les rangs des bâtisseurs du
changement, qui eux travaillent au cœur de la tempête. Parfois également
sous un soleil de printemps, mais le plus souvent sous la pluie et le vent.
Pour instaurer le respect des ressources en eau de la planète et
garantir l’approvisionnement en eau potable des êtres humains qui
l'habitent, une minorité suffit..., mais une minorité active.
LA NOUVELLE CULTURE RELATIONNELLE
ENTRE LES BÂTISSEURS DU CHANGEMENT
Nous sommes co-responsables. Nous sommes à la fois victimes
et victimaires
Nous avons tous besoin d’eau et sommes donc tous des utilisateurs,
des consommateurs et des pollueurs de quantités plus ou moins
importantes d’eau. Cela vaut aussi bien pour les riches que pour
les pauvres, pour les femmes que pour les hommes... Il n'y a pas
non plus d'activité économique qui n’ait besoin d'eau.
Cette ubiquité de la ressource, cette nécessité massive et collective
donne à la politique de l'eau un caractère très particulier. Nous
pouvons tous, un jour ou l’autre, être victimes de problèmes d’eau
et sommes tous des victimaires en puissance.
La société répond à une tendance profonde à la spécialisation.
Chaque organisation s'occupe de sujets spécifiques et se focalise
sur son domaine de spécialisation.
Toutefois, la révolution de l'eau dont nous parlons, nécessite
un changement brusque en termes de durabilité, car la lutte contre
le changement climatique exige l’implication de l’ensemble des
acteurs.
Obtenir que toute personne, quel que soit l’endroit où elle vit, puisse
avoir accès à une eau potable saine, n'est pas seulement l’affaire des
organismes de coopération et de développement. Tout citoyen qui jouit
de l’immense plaisir d’avoir l'eau courante à domicile pour se doucher,
devrait agir pour que ses semblables puissent, eux-aussi, boire sans
crainte et se laver avec plaisir. Chaque municipalité, chaque entreprise,
chaque gouvernement, chaque hôpital, chaque boutique..., devrait faire
tous ce qui est en son pouvoir pour mettre un terme à ce fléau qui
devrait littéralement tous nous faire rougir de honte
Reconsidérer l'eau, la voir à nouveau comme ce qu’elle a toujours
été : la source de vie, l'ADN de la vie, l’élément où la vie sommeille et
se repose, n’est vraiment possible que si la révolution culturelle que
cela implique atteint l’ensemble des organismes et toutes les personnes :
les écoles doivent agir, les agriculteurs, les entreprises, les enfants et
les adultes…, nous devons tous agir.
Un grand potentiel de changement ne se mobilise pas à partir d’une
approche paralysante : si les autres ne font rien, ça ne servira à rien. La
valeur de l'acte individuel est alors niée. Cette vision continue d’interférer
dans les débats sur le respect des engagements du protocole de Kyoto.
De nombreux pays n’agissent pas et se retranchent derrière un même
argument : si les Etats-Unis, qui sont le plus gros pollueur de la planète,
ne font rien contre le changement climatique, les efforts des autres
pays n’auront aucun sens et aucun effet. Cette manière de raisonner
pourrait se résumer ainsi : si les principaux responsables ne font rien,
je ne fais rien.
C'est un raisonnement compressible, mais qui est source de passivité.
Tout le monde pointe l’autre du doigt en disant : « toi d'abord ». Et au
final, personne ne fait rien.
Ce discours disculpant n’est pas rare dans la société : si la municipalité
n’agit pas, ce que je fais ne servira à rien, que peut faire la municipalité
si les agriculteurs ne font rien ? Les agriculteurs se plaignent à leur tour:
« si les grandes entreprises n’agissent pas, pourquoi devrions-nous faire
des efforts »... et la roue de l'alibi qui justifie l’inaction de chacun tourne
à l'infini.
Ce cercle vicieux ne peut être rompu qu’avec une pensée divergente.
J'agis car je suis responsable de mes actes et mes actions me donnent
une légitimité pour exiger de l’autre qu’il en fasse autant ; c’est une
revendication unilatérale. Cette politique de responsabilité unilatérale
est celle de l'UE face au changement climatique. C'est cette politique
de coresponsabilité qui devrait être mise en place pour affronter les
problèmes d'eau.
Comme l’on disait autrefois dans tous les villages d’Espagne : la
rue ne sera propre que si chaque habitant balaye devant sa porte. C’est
de cela dont il est question, que chacun balaye son morceau de trottoir,
peu importe ce que fait le voisin. C’est aussi simple que cela, et très
ambitieux aussi.
Responsabilité inégale
Nous sommes tous responsables, mais pas au même degré. Ceux qui
ont davantage de pouvoir ont plus de responsabilités. Et ceux
qui ont davantage de responsabilité doivent l'exercer.
L'appel général à la responsabilité collective ne doit pas occulter une
évidence : certains organismes, entreprises ou institutions ont une part
de responsabilité beaucoup plus importante.
Ainsi, les entreprises électriques, dont les projets ont souvent eu un
impact énorme sur les cours d’eau, doivent reconsidérer leur rôle dans
la généralisation de cette nouvelle culture de l'eau dont nous avons
aujourd’hui besoin. Les entreprises privées de l’eau, souvent montrées
du doigt pour leurs activités dans des villes des pays pauvres, doivent
reconsidérer la façon de concilier la recherche de profits, consubstantiel
à toute entreprise privée, et le respect du droit humain à l'eau potable.
Les municipalités, qui encouragent les citoyens à consommer l’eau
de façon plus efficace doivent appliquer cette règle à leurs propres
services. Les institutions responsables doivent agir et donner l’exemple
au reste de la société.
Le concept générique de coresponsabilité ne doit pas cacher la grande
inégalité des responsabilités. C'est pourquoi, ceux qui ont plus de pouvoir
et davantage de responsabilités, doivent faire encore plus d’efforts.
Lorsque ces « puissants » n'agissent pas, deux choses se produisent.
D'abord, leur propre « bout de trottoir » reste sale et personne ne peut
le nettoyer à leur place. Ils découragent ensuite de manière décisive les
bonnes volontés sociales. Beaucoup sont découragés en voyant l’inaction
des principaux responsables.
Ce que font les plus puissants est très important en soit, mais est
surtout décisif pour la mobilisation du reste de la société.
Les autres comptent aussi
Le manque ou l’absence de communication avec les autres acteurs n’est
généralement pas uniquement lié au jugement moral sur le bien fondé
de leurs actions. Il existe souvent un facteur simple qui obscurcit
l'entendement : nous ne comprenons pas le rôle indispensable des
autres acteurs pour l’avenir social.
Si les entreprises comprenaient que les ONG portent la voix de
l’avenir, elles valoriseraient davantage le dialogue avec elles. Si elles se
rendaient compte qu’un grand nombre de leurs activités actuelles
reposent sur d’anciennes exigences des ONG, elles étudieraient leurs
revendications pour anticiper l’avenir et orienter leurs futurs
investissements. Si les entreprises comprenaient que les stations
d’épuration, de potabilisation, les compteurs d’eau, les systèmes
d'utilisation efficace de l'eau... se sont développés suite aux exigences
des mouvements sociaux et des organisations à but non lucratifs, elles
cultiveraient davantage leurs liens d’amitié.
Si les ONG prenaient conscience du rôle essentiel des entreprises
pour diffuser une idée et faire en sorte qu’elle devienne réalité pour le
plus grand nombre, elles seraient plus disposées à collaborer avec elles.
Si les gouvernements du monde se rendaient compte que, comme
le répètent les sondages, les citoyens font davantage confiance aux ONG
qu'aux gouvernements, ils décideraient avec elles des stratégies visant
à promouvoir les valeurs du développement durable auprès de la
population, et dépenseraient, au passage, beaucoup moins d'argent
dans les campagnes officielles.
Les relations les plus difficiles sont celles entre les acteurs
« traditionnels », habitués à communiquer entre eux, et les « nouveaux
acteurs », à savoir les mouvements sociaux et les ONG. Mais nous
devons obtenir la plus large mobilisation sociale possible face à l’ampleur
et à l’urgence des changements à promouvoir ; nous devons donc
« tonifier » le corps social, car cette tâche semble extrêmement difficile
à résoudre sans la participation de la société civile.
Nous savons déjà que pour avoir des cours d’eau propres, il faut
des lois adéquates, de l’argent, des stations d’épuration, mais aussi de
l’engagement de tous citoyens. Mais il n'y aura jamais suffisamment
d'argent, ni de forces de l’ordre pour compenser les dommages collatéraux
causés par le désengagement civique. Les problèmes de l'eau ne peuvent
être résolus par un seul et unique acteur. Sans les apports de l’autre,
aucune solution n’est viable.
Le jour où les gouvernements, les entreprises et les ONG seront
capable de regarder en face, sans faux semblants, les problèmes existants
(la pollution des rivières et des aquifères, les millions de personnes sans
eau potable, la multiplication des sécheresses et des inondations...) et
tourneront à nouveau leur regard vers leurs propres mains et leurs
capacités, ils pourront enfin s’ouvrir, humbles et disposés, à l’effort
commun et à la collaboration.
Nous avons besoin d’une culture de collaboration sélective entre les
différents acteurs du changement
Nous avons besoin d'une culture de collaboration entre les différents
acteurs du changement. S’ils s’affrontent en permanence, ce qui
n’est pas rare, beaucoup d'énergie sera perdue ou annihilée.
Nous n'aurons pas le temps de changer les choses si nous nous
consacrons avant tout à freiner les initiatives des autres. Si les énergies,
les ressources et les talents sont convertis en forces destructrices des
initiatives d’autrui, nous constaterons, en relevant la tête, qu’après avoir
énormément travaillé, la société n’a que très peu avancé.
Cette culture de collaboration doit toujours être guidée par les critères
qui régissent l'amour et l'amitié : avec qui je veux et quand je veux. Les
projets doivent être menés avec la liberté de choix pour devise, mais
aussi avec logique et pragmatisme, car certaines actions impliquent la
participation privilégiée d'un acteur précis. De nombreux projets ne
peuvent être viables sans la participation des autres acteurs sociaux.
Tout comme il ne faut pas généraliser abusivement la pensée qui veut
qu’il soit impossible d’établir une collaboration entre certains secteurs,
il n'est pas non plus raisonnable de généraliser abusivement la collaboration
obligatoire et systématique entre tous les secteurs. Nous préconisons,
en définitive, l’instauration d’une culture de collaboration sélective qui
garantisse une réelle liberté de choix, véritable ciment des relations
durables entres les différents acteurs. C’est uniquement de cette façon
que les collaborations seront longues, productives et utiles.
Mais cette nouvelle culture de collaboration sélective ne se développera
pas spontanément ; elle naîtra du travail en commun et d’un intense
processus d’analyse.
Débattre et collaborer ne sont pas des activités incompatibles
Nous sommes éduqués selon une culture maniquéenne du noir et du
blanc, dans laquelle le gris n'existe pas. Les « autres » se divisent en deux
catégories : les amis et les ennemis. Soit nous sommes d’accord à 100%,
soit en désaccord total. Nous devons être plus complexes et cesser de
penser avec les restes de notre cerveau reptilien. Nous avons besoin d'une
analyse plus élaborée, plus nuancée et plus subtile de la réalité.
Pour affronter avec succès l’immense défi qui se présente à nous en ce
début de XXIe siècle, nous devons sortir de la préhistoire des relations
que nous avons maintenues au XIXe et au XXe siècle. Les entreprises,
les administrations publiques et les ONG doivent être capables de mener
des débats et des discussions sur ce qui les sépare tout en maintenant
des lignes de collaboration et de travail en commun sur les sujets de
concordance. Tel est le principal défi. Sans cela, nous gaspillerions les
énergies sociales, et elles n’abondent malheureusement pas.
Nous avons des exemples positifs de collaboration transfrontalière
entre certains gouvernements, entreprises et ONG, mais ils restent une
exception et ne sont pas la norme. Aux Etats-Unis, l’un des états fédéraux
dispose d’une association dont la vocation est de favoriser l'utilisation
concertée de l'eau entre les entreprises d’approvisionnement et les
organisations écologistes. Sa composition est paritaire, elle fonctionne
donc par consensus.
Les questions d'eau sont complexes et polyédriques, il est par
conséquent normal –et même bon– qu’il y ait différentes analyses et
alternatives pour résoudre un même problème. Il faut éclaircir les choses
par des débats et des avis divergents pour disposer d’une bonne
information. Mais au-delà de ce constat sur les différences, nous savons
aussi qu'il existe des points d'accord à partir desquels il est possible de
travailler conjointement.
Nous ne pouvons résoudre les défis que suppose l’utilisation durable
de l'eau au XXIe siècle si nous ne développons pas cette capacité à
débattre et travailler simultanément.
Le monde entier se moquait d’un haut dignitaire qui pour souligner
ses propres limites intellectuelles disait qu'il n'était pas capable de
marcher et de mâcher son chewing-gum en même temps. Les
gouvernements, les entreprises et les ONG doivent dépasser rapidement
cette phase infantile, ce handicap collectif, dans lequel ils se sont enfermés
ces dernières années, et doivent apprendre à travailler ensemble tout
en débattant des sujets de désaccords.
L’autre c’est l’autre, et personne n’est parfait
Dans de nombreux cas, ce qui gêne ou n'est pas compris de l'autre, est
lié à sa nature même. Beaucoup d'entreprises se plaignent par exemple
du fait que les ONG soient peu professionnelles. Beaucoup d’ONG se
plaignent du fait que les entreprises ne pensent qu’à gagner de l'argent.
Les gouvernements déplorent que les ONG critiquent presque
toujours leurs actions alors qu’elles ne représentent pas légitimement
les citoyens puisque leurs dirigeants n’ont pas été élus. Dans les jugements
portés sur l'autre, le principal problème est l’incompréhension profonde
de leurs rôles respectifs dans le fonctionnement social global. Comprendre
l’autre, ce qu’il est capable d’accomplir, ses possibilités et ses limites,
est fondamental pour construire une collaboration efficace.
Il faut comprendre une vérité simple et souvent oubliée, comme tout
ce qui est évident : personne n'est parfait. Accepter cette évidence
contribue à construire une chaîne de collaboration sélective, en fonction
des acteurs et des circonstances.
L’oubli de cette vérité cause de nombreux préjudices aux rêveurs et
aux bâtisseurs du changement de la politique de l'eau. Nous exigeons
très souvent des autres un comportement exemplaire que nous n'avons
pas nous-mêmes. Nous excusons facilement nos erreurs, mais ne
comprenons pas celles des autres.
L'application du principe de « réalisme humaniste » – entreprises,
gouvernements et ONG ne sont pas parfaits, même si certains sont
meilleurs que d'autres, et il faut de reconnaitre humblement que l'erreur
et l'imperfection sont humaines– nous aiderait à construire des relations
de collaboration plus solides et plus durables.
La bonne question, pour juger de la pertinence d'une collaboration,
n'est pas de savoir si cette organisation est parfaite ou non, si elle
appartient à la liste des « justes » ou à celle des « impurs ». Les questions
appropriées sont plutôt : l'organisme dont nous doutons est-il meilleure
que la moyenne de son secteur ? Le projet est-il intéressant en soit ?
L'organisation est-elle en progrès ? La collaboration sera-t-elle utile pour
la société ?
Je sais déjà que ce sont là des questions moins absolues et moins
sacrées, mais changer le monde, la réalité de l'eau, la vie concrète des
personnes, des êtres vivants et des écosystèmes, est une question certes
liée à l'utopie, mais également au pragmatisme.
Appliquer le principe de présomption d’innocence
La Constitution espagnole, comme d'autres dans le monde, consacre
le principe de présomption d'innocence comme une garantie
fondamentale pour le citoyen. Sans preuve du contraire, l’autre est
innocent. Un arsenal juridique a été construit pour garantir le respect
de ce principe dans la pratique sociale et gouvernementale.
Ce principe de base, affirmé dans les lois fondatrices de nombreux
pays, ne s’applique malheureusement pas à la majorité des actions des
trois acteurs clés du changement environnemental. Un grand nombre
de décisions prises par les entreprises, les gouvernements et les ONG
sont influencées par les préjugés sur les autres.
Il est très difficile de débuter une relation avec un tel niveau de
méfiance et peu probable qu'une collaboration durable puisse être
construite lorsque les collaborateurs potentiels se soupçonneront les
uns les autres.
C’est une chose que de penser et prouver qu’un organisme a commis
une erreur, mais la situation est bien plus grave si cette erreur est le fruit
d’une intention malveillante et nuisible. Les choses sont très différentes
si l’intention initiale est positive. Je ne dis pas que les comportements
délictueux n'existent pas, simplement que nous devons rester bien-
pensant, de façon à traiter les autres comme nous aimerions qu'ils nous
traitent, sans jugement d'intention, ni apriori.
Cette disposition initiale est le substrat indispensable au
développement de collaborations fructueuses. La fine fleur ne croît pas
sur le terreau de la méfiance et du soupçon.
Toute action est impure
Lorsque nous agissons, que nous passons des rêves à la réalité, que
nous mettons en œuvre un plan d'action, nous « trahissons » forcément
nos intentions initiales. C’est toujours ce qui finit par arriver, aux autres
comme à nous-mêmes. Nous trouvons facilement une justification à
nos propres « trahisons », mais plus difficilement à celles des autres...
Il est évident que l’on ne peut pas mettre toutes les « trahisons » sur le
même plan Parfois l'idée initiale est totalement annihilée par sa réalisation.
Dans d'autres cas, il s’agit simplement de l'érosion naturelle propre à
toute application d’une idée.
Cette constatation, ancienne et bien connue, facile à énoncer et à
comprendre, est en grande partie responsable du caractère conflictuel
des relations entre les acteurs du changement.
Celui qui change de route pour passer de la position confortable de
juge à celle d’acteur, doit accepter deux doléances : accepter que les
choses ne se fassent pas exactement comme il les avait rêvé et accepter
les critiques de ceux qui sont restés de l’autre coté de la barrière et jugent
les erreurs sans se fatiguer.
Ces deux doléances, et les émotions qu’elles suscitent, sont
responsables du climat de méfiance qui compromet le développement
des opportunités de collaboration entre les différents acteurs du
changement. L'acceptation du fait que toute action est forcement impure
permettrait de diminuer l'agressivité envers les actions des autres acteurs
et augmenterait donc notre compréhension des agissements d’autrui.
Reconnaître et remercier
L’un des problèmes qui rend le chemin de la collaboration encore plus
difficile à parcourir est le sentiment, que j'ai perçu chez de nombreuses
personnes, que les autres ne reconnaissent pas et ne valorisent pas ce
qu’ils réalisent, mais insistent seulement sur les erreurs, dans un état
d’esprit où l’on ne voit l’autre que sous l’angle de ses échecs.
Et la douleur qui nait de cette absence de reconnaissance de ses
réussites, je l'ai vu dans les yeux des fonctionnaires publics, dans ceux
des responsables sociaux et des chefs d'entreprise. Tous souffrent
sincèrement comme des victimes, en oubliant parfois qu'ils sont aussi
victimaires.
Les relations s’amélioreraient considérablement si les acteurs se
sentaient valorisé pour ce qu'ils font bien. Suite à des félicitations, les
critiques deviennent plus légitimes, car il est alors clair que la critique
s’adresse à l’erreur en elle-même et non celui qui l’a commise.
Beaucoup d'ONG ont le sentiment que les gouvernements ne
valorisent pas les effets positifs de leur action et ne reconnaissent jamais
leur contribution. Beaucoup d'entreprises pensent que ce qu'elles font
ne suffit jamais et qu’elles sont considérées comme des délinquants
présumés. Et tous ont probablement en partie raison.
Un grand classique disait que la gratitude est la plus grande et
probablement la mère de toutes vertus. Ce manque de gratitude envers
les actions des autres empoisonne les relations. Les critiques émanent
souvent d’acteurs différents, mais parfois aussi d’acteurs du même
secteur, ce qui est encore plus douloureux.
Haute tolérance envers les amis et les « presque-amis
Il est paradoxal, mais très commun, que les discussions entre les bâtisseurs
du changement montent d’un ton, au point de sembler parfois ennemis.
Mais la réalité est différente car ils travaillent pour un même horizon
émancipateur.
Ces discussions ne sont pas uniquement une perte de temps, elles
développent la mesquinerie et consomment l’un des aliments les plus
précieux pour avancer sur le chemin du changement : le courage d es
marcheurs. La douleur des critiques formulées par ceux qui devraient être
des alliés est supérieure à toute autre et consume l'énergie des faiseurs
de changements.
Il est nécessaire de développer une culture de tolérance et de respect
sur la façon dont les autres agissent pour changer la réalité. En fin de
compte, personne n'a la certitude que son pari sera le meilleur. C’est
seulement à la fin, après un certain temps, que l’on peut évalue r
objectivement l'efficacité des actions. Seule l'histoire parle avec clarté...
une fois que le temps est passé.
Respect, respect… et encore respect
Certains bâtisseurs du changement proviennent de l’hémisphère Nord,
un hasard. D’autres vivent dans le Sud, un autre hasard. Ils entrent
souvent en relation et certaines organisations du Nord mènent des
programmes et des projets de coopération pour le développement dans
les pays pauvres. C’est une très bonne chose, mais des problèmes
apparaissent parfois.
Le dialogue est déséquilibré entre les ONG ou les gouvernements
qui subissent les problèmes de pauvreté et ceux qui apportent les fonds,
en euros ou en dollars. Dans le cadre de cette convergence de volontés,
les populations du Sud devraient elles-mêmes pouvoir décider des
actions qu’il convient de mener dans leurs propres pays. Il est également
nécessaire de rappeler que les solutions qui ont été couronnées de
succès dans un pays, ne le seront pas forcément dans d'autres. Les pays
pauvres ont donc le droit de trouver leur propre chemin, leur propre
mode de développement, car ce sont eux qui connaissent le mieux les
problèmes et les solutions adaptées à leur société, leurs organisations
et leurs institutions nationales.
Les bonnes intentions et la solidarité ne suffisent pas. Cette croyance
a été la source de véritables catastrophes. Il faut aider convenablement,
en respectant les institutions locales, la société et les organisations du
Sud. C’est aussi simple que cela.
Il faut construire une coopération d’aller-retour
L’exemple de ce qu’ont accompli les pays riches peut être utile aux
bâtisseurs du changement des pays en développement. Mais il faut
aussi prendre en considération les autres directions possibles. Le Nord
a besoin de ces changements, pour son propre intérêt et pour l’avènement
du développement durable de la planète. Beaucoup de réponses dont
le Nord a besoin proviennent du Sud. Il faut écouter le Sud et construire
une coopération d’aller-retour.
Les innovations technologiques, qui dépendent en grande partie du
volume des investissements économiques, proviennent généralement
du Nord. Mais ces dernières années, les innovations sociales viennent
du Sud. Il est très important pour les pays du Nord qui ont également
besoin de changements et de réponses, d’être attentifs à ces changements
culturels du Sud.
Pour trouver des réponses innovantes, les bâtisseurs du changement
doivent chercher dans toutes les directions, au Nord comme au Sud.
Ils doivent rompre avec l’habitude de rechercher dans l'histoire des pays
développés des solutions d’avenir pour les pays les moins développés.
Les organismes du Sud, les ONG, les entreprises et les autorités publiques
doivent comprendre les erreurs des pays développés. Ils ne sont pas
condamnés à les répéter et doivent profiter de l'avantage du temps pour
contourner ces erreurs.
De nombreux pays du Sud ont ainsi l’occasion de gérer les eaux
souterraines et les eaux de surface de manière intégrée.
Écouter et parler avec les autres
Peu d'actions sont meilleure marché et plus utiles que le simple fait de
parler. Il est impossible de collaborer, d'être compris et de travailler
ensemble si nous ne comprenons pas correctement les espoirs, les peurs,
les raisons et les émotions des autres acteurs.
On entend souvent parlez des régions du monde qui souffrent du
déficit hydrique, mais on parle peu du déficit de dialogue entre les
entreprises, les ONG et les gouvernements. Il est impossible de créer la
culture de collaboration que les temps exigent si nous n'augmentons
pas significativement le temps consacré à l’écoute et à la compréhension
des autres.
Le dialogue existe actuellement dans les relations les plus récentes
et les problématiques (entre les entreprises et les ONG, entre les
gouvernements et les ONG), mais ils ne sont malheureusement pas
réguliers et se limitent généralement aux situations conflictuelles.
La distance et l'isolement font croitre l'herbe de la méfiance. Et si cette
herbe croît exagérément, elle peut obstruer les sentiers de la collaboration.
Avoir confiance en la société
Les acteurs clés mentionnés sont au nombre de trois, mais pour qu'un
changement s’opère, pour qu'une véritable révolution psychologique
gagne les cinq continents, nous avons besoin de mobiliser activement
la société. Cela permettrait de rétablir très rapidement d’anciennes
disciplines, suspendues à diverses reprises, et de faire enfin la paix avec
l'eau et avec nous-mêmes. Pour opérer des sauts qualitatifs, il faut
générer une connivence civique sans précédent.
Pourquoi ne pas songer, par exemple, à la mise en place d’un réseau
de surveillants des cours d'eau, qui alerteraient les autorités en temps
réel par SMS ou e-mails. Aucun délinquant ne pourrait se jouer de ce
type de contrôle social. Lorsqu’un problème est massif, sa résolution
exige une forte implication sociale.
Toutes les organisations deviennent plus conservatrices avec le
temps, que se soient les entreprises, les gouvernements ou les ONG.
Le vent frais issu de la société civile rompt les doutes et pousse au
changement. Favoriser ce vent doit être un objectif explicite des
gouvernements, des ONG et même des entreprises. Sans un raz de
marée social qui bouleverse les inerties, les institutions, les lois et
habitudes désuètes, nous n’arriveront pas à accomplir de si lourdes
tâches en si peu de temps.
Si les gouvernements sentent la complicité et/ou la pression des
citoyens, ils pourront augmenter les tarifs, investir davantage dans les
infrastructures souterraines, interdire les pratiques délictueuses,
stimuler les projets innovants... Si les entreprises ressentent l’attention
des consommateurs vis-à-vis de leurs politiques relatives aux cours
d'eau, elles prendront des mesures spécifiques et investiront davantage.
Les changements ne s’accélèrent que lorsque la société surveille, exige
et agit.
Troisième partie
LES CRITÈRES POUR AGIR
Créer des cercles vertueux
Pour résoudre un problème dont les causes sont multiples, nous devons
mettre en place des solutions multiples. Et nous devons remplacer les
cercles vicieux par des cercles vertueux. Nous devons aussi comprendre
les relations qui existent entre la technologie, les valeurs et les lois. Nous
devons percevoir leurs dépendances réciproques et leurs étroites relations.
Si les problèmes sont liés, les solutions le sont également. Et cette
constatation est un signe d'espoir.
Il existe souvent une modification de la prise de position au moment
d’envisager les solutions. Les entreprises croient que les nouveaux
produits et les nouvelles technologies déterminent tout le reste. Les
administrations publiques pensent que tout est dépend des nouvelles
lois. Les ONG croient fréquemment que tout s’arrange par la
sensibilisation. Ils ont en partie raison. Mais sans changement culturel,
les avancées ne seront pas durables ; sans modification des normes,
les changements resteront partiels ; sans nouvelle technologie, certains
problèmes seront particulièrement difficiles à résoudre. Cette vision
partagée devrait faire naître des analyses plus complémentaires et plus
holistiques.
Il existe également une déformation liée au manque d’interdisciplinarité
des analyses. L'ingénieur pense au béton, le biologiste aux bactéries, le
sociologue aux organisations sociales, l'avocat aux lois... Tous ont des
analyses sectorielles justes et poussées, mais qui restent partielles et
insuffisantes.
Si nous sommes capables d’instaurer une dynamique s’appuyant
sur un changement de normes, une plus grande sensibilisation culturelle,
des avancées technologiques et un nouveau système de tarification,
nous créerons alors un cercle vertueux capable de se perpétuer dans le
temps.
Il n'y a pas une seule cause, ni une seule solution. Nous devons agir
sur l’ensemble des facteurs qui expliquent la situation actuelle, afin que
le changement qui s’opère pour l’un des facteurs soit une force pour
l’évolution des autres.
Nous devons changer les réglementations pour qu'elles imposent
un changement technologique et politique, modifier les prix pour accroître
la capacité de financement des infrastructures, favoriser les changements
culturels pour que la société soutienne les avancées technologiques,
former les professionnels aux nouveaux paradigmes, influencer le marché
pour que les fabricants, les distributeurs et les commerçants offrent des
biens et des services plus durables, obtenir que les institutions publiques
ne contredisent pas par leurs actes ce qu’elles affirment dans leurs
déclarations.... Nous devons également faire en sorte que le système
éducatif transmette des valeurs durables et soit, lui-même, un solide
exemple de cet engagement pour l'environnement,
Tous ces facteurs s’influencent mutuellement et il nous appartient
de veiller à ce que ces effets réciproques s’inscrivent dans une dynamique
favorables au changement, afin d’instaurer un cercle vertueux qui «
sème » la durabilité.
Souvent, le « péché originel » de notre formation ou de notre
appartenance à une certaine catégorie d’acteur fait que nous ne valorisons
pas les facteurs de changement qui semblent étrangers à nos
préoccupations.
Mais le bon technologue finit par se rendre compte, après quelques
échecs, que la participation publique est essentielle pour qu’un
changement technologique ait les effets attendus. L’ONG impliquée
dans l'éducation environnementale perçoit rapidement que les
déclarations d’intention des personnes enquêtées n’ont aucun impact
sur les données vitales de la planète. Ainsi, seul le contrôle de l’utilisation
de pesticides et d’engrais par les agriculteurs peut influer sur le niveau
de pollution des cours d’eau. Et pour continuer sur le même exemple,
le passage à l'agriculture écologique est intimement lié aux montant
des aides publiques versées et non au nombre de brochures distribuées
aux consommateurs.
Beaucoup d'efforts pour le changement se sont avérés inutiles, ou
presque, car nous avons oublié que les problèmes étaient tous liés et
avons focalisé nos actions sur un seul aspect du problème. Au final, le
changement partiel d'un seul aspect ne résiste pas à l'influence multiple
des autres facteurs qui « travaillaient » à reproduire la situation initiale.
Les cercles vicieux ne se brisent réellement que s’ils sont remplacés par
des cercles vertueux.
L'écologie nous a enseignée, entre autres choses, que seule l’analyse
systémique permettait de comprendre la biosphère, car elle explique le
fonctionnement d’un écosystème d’après les relations qu’entretiennent
entre eux les différents éléments qui le composent. De la même façon,
la société est mieux comprise si l’on tient compte des relations entre
les nombreux acteurs qui la composent.
Mettre un terme aux cercles vicieux que nous avons créés au sein
de la biosphère et de la société exige, si nous voulons que la nouvelle
situation soit durable, que nous instaurions un cercle vertueux orienté
vers la durabilité.
Cette création de cercles vertueux durables exige de comprendre et
de dialoguer avec l’ensemble des acteurs sociaux qui participent au
maintien ou à la transformation de ces facteurs de changement. Le
véritable changement ne se produira pas à partir de ce que nous faisons
déjà bien, mais lorsque les gouvernements, les citoyens et les entreprises
partageront le même objectif et que les actions de chacun renforceront
celles des autres acteurs du changement.
Créer un cercle vertueux exige, par conséquent, un dialogue actif et
franc avec l’ensemble des autres acteurs. Il est donc nécessaire de
fusionner l’énergie des entreprises, des administrations publiques et
des ONG ; et il s’avère pour cela fondamental de comprendre leur rôle,
leurs potentiels et leurs capacités respectives. Créer un cercle vertueux
n’est possible que si cette culture de collaboration, pour laquelle nous
plaidons, existe réellement.
Soutenir les leaders : créer un réseau d’alliés pour le changement
Le changement global se produit toujours par imitation. Mais pour
imiter, la société a besoin de précurseurs qui montrent l’exemple, des
personnes qui aillent de l’avant et qui prennent des risques. Établir ce
réseau d’alliés pour le changement est une tâche fondamentale si l’on
veut réussir à transformer la réalité.
Les changements sociaux ont toujours été initiés par des minorités
modestes. Un changement n’est généralisé que si son efficacité a été
auparavant prouvée à petite échelle. C’est notamment ce qui se passe
avec l'innovation technologique et l'innovation sociale.
Cette minorité d'innovateurs sociaux existe, mais il est nécessaire
d’avancer des propositions permettant de se lier à elle. Avant que le
fondateur du logiciel Linux ne se lance dans un tel défi, des milliers de
programmeurs avaient déjà pris part l'initiative de manière volontaire
et désintéressée. Mais pour qu’elle devienne visible, cette minorité a
besoin de se développer et se rassembler autour d'une idée commune.
La majorité du corps social a une tendance naturelle à s’accrocher
à ses habitudes et aux vérités avérées. Elle réagit donc d’abord avec
scepticisme et réserve. La seule manière de vaincre cette résistance au
changement est d’affronter la réalité et ne pas se contenter des mots.
Les minorités sociales sont donc indispensables pour semer les graines
du changement dans le sol, toujours sceptique, de la société.
La minorité reçoit en retour l'honneur que l'histoire réserve aux
précurseurs, mais aussi les problèmes réservés aux pionniers.
Une société innovante est une société qui ne pénalise pas cette
minorité de précurseurs mais, au contraire, la stimule. Les institutions,
qui n'ont souvent pas la meilleure position pour mener les changements,
devraient encourager ces visionnaires et non les freiner.
Dans le nord-est brésilien, un groupe d'ONG a testé l’usage de
citernes pour recueillir les eaux de pluie et alimenter en eau potable les
logements d'une région en proie à un problème de sécheresses récurrentes.
Ils ont débuté par un projet destiné à alimenté 25 000 logements, puis,
une fois la réussite constatée, ont généralisé le système jusqu'à équiper
plus d’un million d’habitations. La logique était de se concentrer d’abord
sur un petit nombre, convaincre les premiers habitants, pour généraliser
et diffuser ensuite le projet à la majorité. Cette démarche apaise les
craintes face au changement, puisque les personnes bénéficiaires vont
elles-mêmes persuader leurs proches et leurs connaissances de l’efficacité
de cette nouvelle technologie.
Ces leaders du changement sont de tous les combats. On trouve
des innovateurs sociaux dans toutes les institutions et à tous les échelons,
des techniciens aux politiciens. Il existe des leaders du changement dans
les entreprises, les médias, les universités, les écoles, dans les ONG,
les équipes sportives ou les églises... L'innovation change selon son
rôle, sa position et sa localisation sur la planète, mais peu importe le
lieu où elle se développe, elle vise immanquablement à repousser les
frontières du possible.
Fruit d'une sorte de pessimisme consubstantiel à « l'âme humaine»,
nous avons parfois du mal à concevoir qu'il puisse y avoir des personnes
qui se compliquent la vie en s’investissant dans un projet innovant. Nous
pensons que personne ne se risquera à mettre en œuvre des projets
durables sans la perspective d’un profit économique conséquent. Mais
il n’en n’est rien. L'histoire est parsemée d’actes altruistes, souvent menés
à des moments relativement risqués pour les innovateurs.
Rendre visible ces leaders du changement, les soutenir et favoriser
les relations croisées qui peuvent s’établirent entre eux, sont des stratégies
fondamentales pour consolider la première vague de changement ; celle
qui précède la marée qui emporte la majorité. La marée est incapable
d’atteindre ce que la vague ne réussie pas à atteint pas. La qualité et le
nombre d’innovateurs permettent de prévoir l’ampleur et la profondeur
du changement social qui touchera la société dans sa globalité.
Le dieu argent doit aider le dieu amour
Beaucoup de problèmes actuels relatifs à la gestion de l’eau sont, dans
la pratique, liés à une contradiction entre les intérêts économiques
particuliers et l’intérêt général de la société.
Il n'est, par exemple, pas rare qu’il soit pour une entreprise plus
rationnel et plus rentable de payer une amende pour pollution, plutôt
que d’épurer ou de recycler ses déchets. Il n'est pas rare non plus qu’il
ne soit pas rentable, pour un logement particulier, un hôtel ou un collège,
d'investir dans des technologies plus économes en eau.
L’élaboration des grilles de tarifs, accorde souvent une trop grande
importance aux coûts fixes et ne récompense pas franchement ceux qui
font des efforts pour rationnaliser leur consommation d'eau.
Dans la pratique, cette situation fait que le cheval de la bienveillance
et de l’intérêt général tire la charrette du changement social dans une
direction pendant que le cheval de l'intérêt économique tire dans le sens
inverse. Cette concurrence voit généralement s’imposer le «cheval
financier », beaucoup plus musclé. Au final, le changement n'avance
que très lentement, voir pas du tout, ou seulement dans les discours…
les actions se noient alors dans les sables mouvants des intérêts
économiques.
Lorsque l’on parle des intérêts économiques, nous pensons que
seules les entreprises sont des obstacles au changement vers la durabilité.
Tel n’est pas le cas, car la réalité n’évoluera que si les municipalités, les
citoyens, les écoles, les agriculteurs ou les éleveurs trouvent, eux aussi,
un intérêt économique au changement.
La bienveillance et l'altruisme n’ont pas les épaules assez larges
pour supporter tout le poids des changements. Nous devons les renforcer.
Nous devons construire des processus sociaux qui encouragent les
bons comportements, en permettant par exemple aux entreprises qui
ne polluent pas les cours d’eau ou aux agriculteurs écologiques qui
préservent les nappes phréatiques, d’accroître leurs bénéfices, aux
universités et aux communes qui réduisent leur consommation d’énergie
et d'eau de bénéficier de subventions gouvernementales plus importantes,
afin d’encourager le renouvellement des réseaux d'approvisionnement.
De même, celui qui par sa conduite se moque éperdument de l’intérêt
général, devrait, en plus des sanctions déjà prévues par la loi, s’acquitter
d’une amende dissuasive. Ainsi, les personnes rationnelles ne trouveront
plus aucun intérêt à maintenir une conduite qui porte atteinte à
l'environnement.
Il s’agit en fin de compte d'appliquer la pédagogie veille comme le
monde et maintes fois éprouvée de la punition et de la récompense.
Toutefois, cette pratique simple et facilement compréhensible n'est
toujours pas de rigueur. Il n'est pas rare que les « bons élèves » soient
considérés par la société comme des idiots et les « sans-cœur » comme
des personnes ambitieuses et malines.
L'énergie sociale est gaspillée car les personnes, les institutions, les
entreprises et les organismes qui poussent la charrette des changements
sociaux vers la durabilité sont moins nombreuses et puissantes que les
acteurs qui tirent la charrette dans l’autre direction, celle du passé et du
maintien d’un mode de développement non durable.
La création d’incitations économiques adaptées à la situation
particulière de chaque organisme ou acteur social, doit permettre de
faire travailler toutes les énergies de société dans la même direction.
Confier tout le poids du changement à la seule bienveillance et à la
générosité des acteurs ne portera jamais ses fruits, le changement sera
extrêmement lent et les problèmes ne cesseront de croître. Le dieu
argent doit aider au dieu amour. Ce n’est qu’ensemble qu’ils pourront
réussir.
Utiliser le discours le plus éloquent qui soit : nos actes
De nombreux « prédicateurs » nous donnent des leçons sur ce qui doit
être fait : les églises, les ONG, les autorités publiques, les syndicats, les
universités, les écoles... Leurs textes nous présentent la « vérité » sur
ce qui devrait arriver.
Sauf exception, ces discours avancent tous des arguments relativement
sensées sur ce qu'il faudrait faire pour utiliser plus efficace les ressources
en eau, conserver la qualité des rivières, approvisionner les millions de
personnes qui souffrent du manque d’eau potable dans le monde...
Mais un petit problème subsiste: leurs actes réfutent presque toujours
leurs paroles.
Cette distance, parfois énorme, entre les dires de ces prédicateurs
et leurs actions réelles freine considérablement les possibilités de
changement. Car nous faisons toujours davantage confiance à ce que
nous voyons, qu'à ce que nous entendons.
Ce problème est particulièrement sérieux pour les administrations
publiques, qui réalisent continuellement des campagnes d’information
et de sensibilisation pour promouvoir auprès des citoyens des actions
qu'ils méprisent eux-mêmes. De la même façon, très peu de textes
scolaires parlent du développement durable et de l'utilisation efficiente
de l'eau, des idées qui sont, de surcroît, balayées une fois les livres
refermés et que les élèves constatent le gaspillage des infrastructures
scolaires.
Les élèves et les citoyens sont donc éduqués selon un vieux principe
cynique : ne me jugez pas pour ce que je fais, mais pour ce que je dis.
Toutefois, plutôt que de parler moins, il faudrait plutôt que les actes
de ces organismes correspondent davantage à leurs paroles, afin que
la pédagogie sociale s’avère plus efficace. Parler moins et agir plus,
devraient-être la devise des administrations publiques et des prédicateurs
de la nouvelle société.
Il est logique qu’il y ait une certaine distance entre ce qu’ils devraient
faire et ce qu’ils font réellement, entre ce nous disons et ce que nous
réalisons. Qui n'a jamais été confronté à cette contradiction ? Mais il y
a trop souvent aucun rapport entre les mots et les actes. La même
municipalité qui demande à ses citoyens d’économiser l'eau, n'applique
aucune mesure en ce sens dans ses propres bâtiments.
Une municipalité responsable doit d'abord réformer ses installations
avant d’encourager ses concitoyens à le faire. Une ONG responsable
doit d'abord réduire ses rejets avant d’exiger que l'on installe une station
d’épuration biologique dans sa commune.
En outre, lorsque nous appliquons ce que nous prêchons, nous
devenons plus compréhensifs vis-à-vis des imperfections des autres,
car nous connaissons les difficultés provoquées par cette transformation
sociale : celui qui agit, connais mieux et comprend davantage.
La principales raison de la perte de crédibilité dont souffrent les
gouvernements de la quasi-totalité des pays du monde est liée à la perte
de confiance en ce qu’ils annoncent. « Je ne te crois pas car je t’ai vu »,
semblent dire ironiquement les citoyens.
Il est impossible de mobiliser la société pour le changement sans
regagner la confiance de la population. Cette confiance passe par une
meilleure cohérence entre le discours et les actes des acteurs sociaux
qui tentent de promouvoir le changement.
Concentrer nos énergies vers les actions propices au changement
La ville de Bangkok, en Thaïlande, a sélectionné, dans le cadre d’un
programme visant à améliorer sa gestion de l'eau, l’ensemble des actions
permettant de réaliser des économies d'eau. Ils les ont ensuite ordonnées
selon leur efficacité, puis classées en fonction du rapport entre le coût
et le bénéfice espéré. Pour finir, leurs niveaux respectifs d’acceptabilité
sociale ont été déterminés. Une fois filtrées par ces différents « tamis »,
les dizaines d'actions initialement identifiées ont abouti à un nombre
réduit d'initiatives réalistes.
L’étude réalisée dans la ville de Bangkok est facilement adaptable
à de nombreuses autres régions et politiques de l'eau. Il n’est jamais
possible de mettre en œuvre tout ce qu'il serait idéalement possible
d’entreprendre, car l’argent et le temps manquent... C'est pourquoi, les
acteurs du changement doivent prioriser les actions les plus utiles, les
plus pertinentes, les plus productives et les plus faciles à mettre en place.
Certaines actions pour le changement représentent une force motrice
pour les autres. Nous devons concentrer nos efforts sur ces actions
dynamisantes. Mais nous ne sommes pas des dieux et nous ne pouvons
réaliser tout ce dont nous rêvons. Il faut choisir pour éviter de dépenser
les faibles ressources dont nous disposons dans le développement
d’initiatives aux résultats incertains. Cela pourrait, en effet, remettre en
cause notre capacité à appliquer des propositions utiles et rentables.
Changement en deux temps : d’abord la volonté, ensuite la loi
Face au changement social, les institutions s’avèrent souvent
conservatrices... et les populations aussi. Les administrations publiques
sont souvent conscientes qu'elles devraient approuver de nouvelles
normes et imposer certaines technologies ou pratiques, mais elles sont
paralysées par la peur de l'échec.
L’une des solutions pour sortir de ce bourbier est de planifier le
changement en deux phases. Tout d’abord, encourager les innovateurs
capables de prouver que leurs propositions innovantes sont bonnes,
réalisables et réalistes du point de vue économique et social. La seconde
phase consiste à légiférer et définir de nouvelles réglementations, à partir
des connaissances acquises lors de la première phase volontaire.
Ce changement en deux temps présente plusieurs avantages. Il rassure
les administrations publiques quant au caractère « réalisable » des
projets sur lesquels elles doivent légiférer. Il leur confère, en outre, un
terrain d'essai très réaliste, une sorte de laboratoire social. Les nouvelles
réglementations ont ainsi plus de chance de s’avérer efficace. Cette
méthodologie accorde enfin à la minorité innovante, au-delà des
problèmes inhérents aux précurseurs, une reconnaissance sociale et
institutionnelle supplémentaire.
Rendre visibles les conséquences de nos actions
Notre civilisation fonctionne sur le principe de ne pas assumer nos
erreurs et d’en rejeter la responsabilité sur des tiers. Certaines
personnes mal attentionnées l’ont bien compris et ne s’en prive
pas, même s’il s’agit heureusement d’une minorité. Mais ces gens
ignorent souvent les conséquences de leurs actes…
Dans un monde globalisé, il n'est pas facile de se rendre compte
des enchaînements de cause à effet que produisent nos actes. La majorité
des impacts restent invisibles. Les agriculteurs sont-ils réellement
conscients de la relation, souterraine et ancienne, qu’il existe entre les
pesticides qu’ils utilisent et la fermeture des fontaines de leur village ?
La réponse est souvent non. Les amoureux sont-ils conscients qu’en
s’échangeant cet anneau d'or qui symbolise de leur amour, ils contribuent
à la pollution de nombreuses rivières de la planète ? Il est certain que
non. Les millions d'utilisateurs de tee-shirt en coton sont-ils conscients
que pour cultiver cette matière première, les aquifères ont été gravement
pollués?
Pour améliorer la protection des ressources en eau de la planète,
nous devons rendre visibles ces relations de cause à effet. Il est
impératif de révéler les impacts indirects de nos actes sur les rivières
et les zones humides, proches ou éloignés, d’aujourd'hui et pour
demain. La plupart de ces actions restent aujourd'hui encore invisibles
au regard des gens, occultées par la terre, la distance physique ou
le temps...
VINGT-CINQ INSTRUMENTS POUR LE CHANGEMENT
Profiter des expériences préalables et construire d’après elles
Si une entreprise de Boston présente une nouvelle innovation
technologique, elle sera très probablement copiée sur tous les marchés
de Calcutta en moins de deux ans. D'une certaine manière, le capitalisme
marchand offre des opportunités très rapides pour profiter des inventions
et des découvertes des autres.
Mais dans le champ des innovations sociales, dont beaucoup ont
été développées avec succès grâce à des organisations à but non-lucratif,
gouvernementales ou non, certaines expériences développées avec
succès à Bombay ne sont parfois même pas reproduites et adaptées à
Calcutta. Le transfert ne se fait pas, alors qu’il permettrait à ceux qui
affrontent un même problème de ne pas gaspiller leur faible capacité
à « inventer » pour une solution déjà existante.
Ce gaspillage des enseignements et des « solutions » déjà existantes
est très courant. Très peu de recherches sont menées sur ce qui a déjà
été réalisé avec succès et le travail des pionniers reste mal connu et n’est
presque jamais intégré aux nouveaux projets. Le transfert des
connaissances et des enseignements est limité et l’on ne construit que
trop rarement un projet à partir des réussites antérieures. Cette faible
utilisation des expériences préalables est responsable d’un véritable
gaspillage des énergies, des talents et de l’argent.
Cette reconnaissance du travail d’autrui, excellent en terme d’image et
au niveau économique, permettrait d’accélérer les changements sociaux
et de profiter au mieux des ressources disponibles.
Le rythme du changement vers une utilisation durable de l'eau serait
considérablement accéléré si les nouveaux projets rassemblaient et
profitaient des enseignements déjà récoltés lors des expériences préalables
Faire de la politique de l’eau une priorité des gouvernements
Toutes les sociétés, aussi pauvres soient-elles, disposent de nombreuses
énergies et beaucoup d'argent.
Au Pakistan, l'assainissement et l'approvisionnement en eau de la
population pourraient être largement améliorés, mais selon les Nations
Unies, le budget militaire de ce pays est 47 fois supérieur à celui dédié
aux politiques de l’eau. Ce n'est pas seulement un problème d'argent,
c'est avant tout un problème de priorité politique.
L'Espagne est, depuis quelques années, le pays au monde possédant
la meilleure couverture d’autoroutes, de voies ferrées et de lignes à haute
vitesse. Mais le pays n'est pas aussi performant concernant la santé de
ses cours d’eau et de l’environnement. Ce n'est donc pas une question
d'argent, mais un problème de priorité politique. Le gouvernement
espagnol et la société valorisent davantage la construction de voies
asphaltées pour les automobiles que la conservation des rivières pour
les poissons, les baigneurs et
l’approvisionnement en eau potable de la population.
Comment agir sur les priorités politiques des gouvernements ?
Comment influencer la répartition des budgets gouvernementaux,
qui est l’ultime preuve de l’engagement d’un gouvernement ?
Les gouvernements démocratiques passent régulièrement,
généralement tous les 4 ans, un examen ou une période dévaluation
comparable. Les partis politiques se présentent aux élections avec un
programme, les citoyens votent et les vainqueurs appliquent leur
programme durant leur législature. Ainsi vont les choses lorsque la
démocratie fonctionne. Ce qui n’est pas toujours le cas.
Ce fonctionnement « normal » est pourtant victime d’un problème
structurel : la contradiction entre le court terme, dont la logique temporaire
influence la gestion des gouvernements, et le long terme dont a besoin
la politique de l'eau.
Comment faire des politiques de l'eau une priorité politique ? C’est
toujours une question très importante, même si la réponse comporte
des zones d'ombres spécifiques à chaque pays, en fonction de la culture
politique, du système électoral, du cadre institutionnel...
Une alternative consiste à profiter des crises, qui génèrent une
souffrance souvent favorable à la compréhension sociale, à l’ouverture
à de nouvelles analyses et au réajustement de l'ordre des priorités
sociales et budgétaires. Un autre chemin consiste à provoquer
volontairement les crises, en présentant différemment des problèmes
anciens à l'opinion publique.
Toutes les voies sont nécessaires. Il est nécessaire d’avoir des
contacts politiques au sein des parlements pour influer sur le débat
budgétaire annuel. Celui-ci est le résumé clair et précis de la priorité
accordée par un pays aux différentes politiques. Le budget correspond
à la priorité, c’est aussi simple que cela. L'importance de ce débat sur
les chiffres est souvent mal comprise par la société. Il faudrait donc
faire preuve de pédagogie pour informer les citoyens, car au final le
parlement décide de la façon d'employer les ressources économiques
de la population.
Dans les pays bénéficiant d’aides extérieures, les institutions donatrices
et les organismes sociaux du pays receveur peuvent exercer une pression
concertée pour exiger l’augmentation de l'aide extérieure grâce à un
meilleur compromis budgétaire. En effet, il n'est pas acceptable qu'un
pays demande une aide pour fournir de l'eau potable à ses habitants
alors qu’il dépense une grande partie du budget national pour s’armer
jusqu'aux dents.
Très souvent, les ONG des pays développés financent des projets
de coopération et de développement gérés par des ONG du Sud. Une
grande efficacité leur était demandée en contrepartie ; beaucoup ont
donc acquis une grande capacité de gestion. Il n'est toutefois pas rare
qu’un effet indésirable complique les choses : les ONG oublient parfois
leurs rôles traditionnels consistant à créer une conscience sociale au
sein de leur société et à influencer les politiques publiques de leur pays.
Elles mènent leurs projets plus efficacement, mais leur rôle de catalyseur
du changement social et institutionnel s’amenuise. Elles sont devenues
très utiles à l’échelle micro, mais beaucoup moins à l’échelle macro.
Les politiques publiques expriment l'importance qu'un pays accorde
à un problème donné. Il est nécessaire d'obtenir que les gouvernements
accordent, d’une façon ou d’une autre, la priorité aux politiques de l'eau.
Il est très probable qu’il faille pour cela profiter d’opportunités cycliques,
comme les élections ou le débat budgétaire annuel, ou d’événements
inattendus, comme une crise soudaine.
Profiter des crises
Les plaintes se font malheureusement, toujours plus virulentes face aux
problèmes de l'eau dans la nature et ceux affectant l'humanité. Les crises
se succèdent et font aujourd’hui la couverture des journaux du monde
entier, alors qu’elles ne quittaient jamais des pages intérieurs auparavant.
Tout le monde garde en mémoire les images de l'ouragan Mitch ou
Katrina. Les images de la Mer d’Aral ou de la terrible sécheresse au
Sahel…
Un grand nombre de ces crises majeures démontrent les
conséquences négatives de notre modèle de développement économique.
La vie sociale et personnelle n’offre qu’un faible apprentissage du sens
de l’anticipation, contrairement aux recommandations du Club de Rome.
Nous apprenons très souvent les choses suite à la douleur causée par
un échec, une crise, ou un shock, pour reprendre la terminologie employée
dans l’un des rapports du Club.
Cette douleur se traduit parfois par des décisions pour éviter que
ce type de situation ne se reproduise à l’avenir. Un changement s’opère
alors au niveau des institutions, des politiques, des priorités et de
l’analyse de la réalité par la société. À ces occasions, nous profitons
d'une certaine manière de la crise pour initier des changements. La
crise devient alors utile et nous vaccine pour ne pas revivre de nouveaux
traumatismes.
Nous oublions toutefois très souvent les messages issus de ces
douleurs. Nous ne changeons pas toujours de chemin et marchons,
par conséquent, vers la répétition inéluctable des mêmes erreurs.
Comme le dit un vieux proverbe « l'homme est le seul animal qui
trébuche deux fois sur la même pierre ».
Les porteurs de changements doivent profiter de l’émotion suscitée
par les crises, car certains arguments auxquels la société n’aurait
auparavant accordé aucun crédit trouvent subitement un écho sans
précédent auprès du grand public. Un écho capable de faire changer
les politiques, les budgets, les institutions, la culture...
L'Espagne a, par exemple, mis en place son système d’approvisionnement
en eau potable en réaction à la douleur et à la honte suscitées par
l’apparition de cas de choléra dans la vallée de la rivière Jalón. De
nombreux succès qui font aujourd’hui notre fierté sont le fruit de réactions
suite à une profonde crise.
Les crises, comme le dit la culture chinoise emprunte de sagesse,
sont des occasions de changement que le destin offre aux personnes et
aux sociétés. Face à elles, les sociétés peuvent s’effondrer et se résigner
de douleur, ou bien réagir et transformer cette douleur en détermination
pour faire avancer les choses. Les porteurs de changements, qu’ils soient
issus des administrateurs publics, des associations de citoyens ou d'une
entreprise, doivent apprendre à maîtriser la vague des crises et tirer partie
de l'énergie qu'elles produisent afin de promouvoir des changements
sociaux, politiques, culturels et institutionnels.
L’avenir nous apportera malheureusement de plus en plus de crises,
sous forme de phénomènes atmosphériques extrêmes. Nous avons
entre nos mains la possibilité de profiter de ces situations pour accélérer
le changement social.
Il y a des périodes de calme relatif dans l'évolution des sociétés, où
rien ne semble changer, où ne se produit aucun mouvement de surface...
Mais cette même société endormie peut produire des changements
énormes aux moments les plus critiques d’une crise. Les bâtisseurs du
changement doivent être attentifs à la direction du vent, pour en profiter
lorsqu’il soufflera dans leur direction.
Un mois, ce n'est pas négligeable. Mais certains mois valent des
années. Il faut être particulièrement attentif durant ces jours qui valent
des mois, car le vent du changement ne souffle pas toujours.
Créer des crises
Une option consiste à profiter des crises, mais une autre est de créer
littéralement une crise : faire apparaître aux yeux de la société une réalité,
qui n'est pas nouvelle, mais qui devient visible suite à un scandale social.
Il y a peu de temps, les autoproclamés « fils de Don Quichotte »
ont organisé en France un immense campement de sans-abris dans les
rues de Paris. Ils ne dénonçaient pas un phénomène nouveau, ou extra-
ordinaire, ils faisaient seulement apparaître la pauvreté ordinaire aux
yeux de la société. Avant ce type d’action, les pauvres étaient déjà là,
mais disséminés à travers la ville ils ne dérangeaient pas les consciences.
Cette action et ce cri ont alerté les médias et toute la société. Elle a
fait apparaître quelque chose que tous connaissaient déjà, mais que
tous feignaient d’ignorer.
Il y a quelques années, les ONG de coopération pour le développement
ont investi les rues et les places des villes d'Espagne pour réclamer que
les institutions accordent 0,7% du PIB national pour l'aide au
développement. Elles n’évoquaient pas quelque chose d’inconnu, mais
la pauvreté de toujours. Leur campagne a permis d’obtenir que cette
revendication soit enfin portée à l'agenda politique et de nombreuses
institutions locales et régionales ont, pour la première fois, créé des
fonds de coopération pour le développement.
Très rapidement, la mobilisation de quelques mois des « Fils de
Don Quichotte » a permis d’obtenir que le droit humain au logement
soit reconnu par les lois françaises. Très rapidement, les subventions
publiques d'aides aux projets de coopération et de développement ont
été généralisées dans l’ensemble de la culture institutionnelle espagnole,
alors qu’elle se limitait jusque-là au gouvernement central. L'histoire
avance par sauts. Mais ces sauts peuvent être stimulés par la créativité
sociale, en provoquant des crises et en construisant des symboles au
pouvoir mobilisateur. Pourquoi ne pas faire de même avec la crise de
l'eau ?
Il est possible et nécessaire d’ouvrir les yeux des citoyens, de les
faire tomber du cheval de la consommation et leur faire prendre conscience
de l’importance réelle de l’environnement pour la société et la gestion
de l'eau.
La politique d’émancipation des noirs américains est partie d’un
acte modeste, le refus d'une femme noire de se plier au règlement des
autobus publics. Cette femme a changé l'histoire des Etats-Unis, et la
politique raciale du gouvernement américain n’a plus jamais été la
même. Choisir un acte modeste pour impulser des changements sociaux
et politiques majeurs peut parfois s’avérer plus efficace que de présenter
d’emblée des revendications plus générale.
Les problèmes généraux sont souvent mieux compris à partir
d'événements concrets, qui donnent un visage humain à une
problématique très vaste.
Profiter des époques où les partis politiques sont les plus attentifs et
les plus inquiets.
Les mois de campagne électorale précédents les élections sont
particulièrement propices pour obtenir que les politiques de l'eau intègrent
l'agenda politique. Les partis écoutent, en effet, les revendications de
la société avec une plus grande attention par peur, insécurité et intérêt.
Les candidats sont alors confrontés à la vérité de la démocratie : la
souveraineté réside dans le peuple. Les politiques sont alors
particulièrement sensibles aux volontés des électeurs. C’est un moment
dont la société doit savoir profiter.
Dans les mois qui ont précédé les dernières élections présidentielles
françaises, une personnalité médiatique à forte sensibilité écologique,
Nicholas Hulot, a annoncé sa candidature à la Présidence de la République
si les principaux candidats ne s’engageaient pas à respecter un accord
de principe sur l'environnement. Nicholas Hulot a utilisé ce moment
clé pour influencer le programme électoral des deux principaux partis
et a obtenu ce qu’il voulait. Les deux principaux partis en lice ont signé
l’accord proposé par Nicholas Hulot.
La formule à employer n'est pas unique, mais l'utilité de profiter de
ce moment d'ouverture des partis politiques, qui sont les derniers
administrateurs des gouvernements démocratiques, est évidente.
Résoudre cette contradiction entre le « temps » politique, le court
terme, et le « temps » dont ont réellement besoin les politiques de l’eau,
c’est-à-dire un engagement sur le moyen et le long terme, implique une
certaine pédagogie sociale. La société et les électeurs doivent comprendre
la relation qu’il existe entre le présent et le futur. Au-delà des confrontations
politiques, ils doivent apprendre à distinguer et à évaluer l'importance
des thèmes de base, dont dépend la santé de la population et la santé
des écosystèmes, qui sont le principal support de la vie, le support de
notre propre vie.
Intégrer le droit de l’homme à l'eau aux Constitutions
En Uruguay le droit humain à l'eau à été intégré à la Constitution du
pays. C’est sa juste place si l’on veut donner à ce droit la même importance
qu’aux autres droits de la personne. Certains pays se trouvent dans une
phase propice pour proposer ce changement constitutionnel. D’autres
ne réunissent sans doute pas les conditions favorables à une telle
réforme, mais le simple fait d’émettre la proposition a un sens
pédagogique évident. L’accès à l’eau est un droit fondamental et doit,
par conséquent, être reconnu par la Constitution des pays du monde
entier. Qu’ils soient riches ou pauvres, les gouvernements doivent
prendre des mesures actives pour que ce droit puisse s’exercer et
s’appliquer concrètement.
En outre, intégrer ce droit à la loi suprême qui détermine la structuration
d'un pays a un sens fort : il souligne la priorité que doivent donner les
gouvernements aux politiques visant à garantir l’accès à l’eau, même s'ils
doivent pour cela réorganiser radicalement leurs priorités budgétaires.
Les constitutions rassemblent les droits humains fondamentaux
–celui d’association, de liberté d'expression, de réunion... –qui sont
essentiels pour garantir la vie démocratique d’une société. Il paraît
toutefois incompréhensible que le droit humain le plus fondamental,
le droit à l'eau, élément nécessaire à la vie, ne soit pas lui aussi garantit.
Si ce droit est enfreint, il paraît bien difficile de garantir les autres.
Les administrations publiques peuvent protéger les cours d’eau
en investissant d’une manière différente.
Les administrations publiques constituent un acteur au pouvoir
économique potentiel énorme et pourtant sous-employé. Elles
administrent généralement près de 12% du PIB des pays, ce qui représente
des sommes colossales.
Cette sous-utilisation est paradoxale car si les administrateurs publics
sont des ogres pour les entreprises lorsqu’ils légifèrent, ils deviennent
de véritables dieux lorsqu’ils passent commande.
Très souvent, le ministre qui finance une campagne publicitaire pour
promouvoir le papier recyclé auprès des citoyens, ne l’utilise pas dans
son propre ministère ; le conseiller municipal qui travaille contre le
changement climatique, achète des véhicules de fonction aux indicateurs
écologiques peu performants... Les exemples sont infinis. Ce genre de
pratiques affecte le degré de confiance accordé aux dirigeants, mais
limite également les ressources économiques accordées aux entreprises
qui produisent ou vendent des produits écologiques, et qui ont pour
cela réalisé des investissements qui contribuent au développement
durable.
Gérer les dépenses publiques de manière responsable est un élément
indispensable au développement durable. L'argent des citoyens doit
être consacré à l’achat de biens et services plus durables et non au
financement de produits, de biens, de services et d’entreprises qui
nuisent gravement à la santé de l’environnement et des cours d'eau.
Certaines municipalités ou gouvernements régionaux financent
l’utilisation d’aliments issus de l'agriculture biologique dans les cantines
scolaires. Deux résultats remarquables en découlent: la bonne santé des
enfants et celle des cours d’eau, qui sont ainsi protégés des nitrates et
des pesticides.
Si les administrations publiques achètent du papier recyclé, dont le
procédé de fabrication est beaucoup plus économe en eau, le débit
« naturel » des cours d’eau pourra être préservé. Le potentiel des
administrations publiques dans la conservation des ressources en eau
est immense, via un mode de gestion responsable des dépenses
publiques.
Profiter des périodes où les chefs d’entreprises sont les plus attentifs
et les plus inquiets.
Certaines entreprises ont davantage de pouvoir que la plupart des
gouvernements. Celui qui dispose du pouvoir le plus important, a
davantage de responsabilité. L'impact économique, social et
environnemental des entreprises qui spéculent dans les différentes
bourses du monde est astronomique. Les actionnaires de ces compagnies
doivent être responsabilisés et avoir conscience des conséquences
provoquées par les activités de l’entreprise.
Trop de produits chimiques biocides empoisonnent les rivières de
la planète, trop d'industries minières se comportent de façon irresponsable,
trop d’entreprises n'ont pas encore compris qu'il ne peut y avoir de pays
viable avec des entreprises non-viables... Les entreprises peuvent et
doivent être des acteurs favorisant une utilisation durable de l'eau, même
si elles constituent pour l’heure l’essentiel du problème.
Dans un monde globalisé, il est parfois difficile de suivre le fil qui relie
les causes aux conséquences. Beaucoup d'actionnaires d’entreprises
réputées des pays développés, des personnes solvables et respectables,
n’ont absolument pas conscience de leur responsabilité face aux
catastrophes environnementales et aux drames sociaux qui alimentent
les journaux télévisés. Ils ne semblent pas avoir conscience du fait que
leurs bénéfices proviennent des dégâts humains et environnementaux
causés à l’autre bout de la planète.
Ce sont probablement des personnes respectueuses de l'environnement
et sensibles aux douleurs des autres dans leur vie quotidienne. Mais ils
ne font pas le lien logique entre les actions de leur entreprises, ou celles
achetées à la banque la plus proche, et la souffrance des peuples
autochtones situés à des milliers de kilomètres de là.
De même, les périodes électorales sont, pour les leaders politiques
et les directeurs d’entreprises, le moment qui détermine l’approbation
ou non de leur mode de gestion. C’est le moment de rendre des comptes
aux actionnaires, le moment de l'examen qui déterminera si leur statut
sera ou non renouvelé. Les assemblées générales d'actionnaires sont
une période favorable à l’approbation par les entreprises, des politiques
liées au développement durable. Elles doivent alors comprendre qu’elles
ne peuvent légitimer leurs bénéfices à partir de pratiques qui portent
atteinte à la nature ou aux droits de l’homme. Aux Etats-Unis, l’activisme
et les propositions de réformes par les actionnaires sont une pratique
normale pour obtenir des entreprises qu’elles ratifient leurs engagements
en matière de développement durable.
Dans de nombreux pays, cette activité est inexistante ou très marginale.
Toutefois, les acteurs du changement devraient profiter de ces moments
où les actionnaires, petits et grands, déterminent les politiques patronales
qui conditionnent en grande partie l’avenir des écosystèmes et des
populations de la planète. Ces propriétaires du monde devraient
comprendre qu'il n'est pas légitime de faire des bénéfices au détriment
des intérêts de la planète et des peuples qui l’habitent. Ils doivent par
conséquent se considérer comme responsables des conséquences de
leurs actes.
La consommation fait partie du problème… mais peut aussi faire partie
de la solution
Pourquoi les consommateurs ne récompensent-ils pas les entreprises
ayant une utilisation durable de l'eau ? Pourquoi ces mêmes
consommateurs ne punissent-ils pas les compagnies aux pratiques ne
respectant pas les cours d'eau et le droit humain à une eau potable de
qualité pour tous ?
Les citoyens disposent, en plus des outils que représentent le vote
et les manifestations, une autre arme puissante, crainte et très peu utilisée
dans la plupart des pays : la consommation et le pouvoir d’achat. Nous
votons en général tous les quatre ans, mais nous achetons tous les jours.
Les millions d'entreprises de la planète sont très respectueuses des lois
émanant des gouvernements mais elles sont encore plus soucieuses des
préférences des consommateurs.
Ce pouvoir, cet outil potentiel de changement est redoutable et à
peine utilisé, le moteur du changement est par conséquent privé d'un
combustible capable d’une très grande capacité mobilisatrice des volontés
patronales : la consommation.
En outre, la culture patronale, très résistante à l'innovation législative,
est très réceptive lorsqu’il s’agit de satisfaire la volonté des acheteurs.
Les entreprises résistent fréquemment de façon solidaire aux nouveaux
règlements, mais acceptent, avec l’application d’un bon élève, les
changements de tendance des consommateurs.
Même si la réglementation légale ne l’y oblige pas, une entreprise
d'appareils électroménagers qui détecte qu'un modèle économe en eau
d’une société concurrente se vend mieux que le sien, demandera à son
département innovation de développer un modèle encore plus efficace.
Il en va de même si les agriculteurs biologiques voient leur chiffre
d’affaire croître de 20% alors que l’agriculture conventionnelle ne croît
que de 4%, si le bois issu des forêts gérées de façon durable se vend
mieux que celui provenant des coupes sauvages, si les jouets contenant
des produits chimiques toxiques ne trouvent pas acheteur... le signal
lancé aux fabricants est clair : s’adapter ou mettre la clé sous la porte.
Le message est facile à comprendre pour le chef d'entreprise pétri
de bonnes intentions comme pour celui qui ne raisonne qu’en termes
de profits économiques. Or, l’abandon de ces processus productifs
polluants et destructeurs, ne peut qu’améliorer l’état des cours d’eau de
la planète. Les poissons seront protégés et l’alimentation des populations
en eau de qualité, non polluée, s’en trouvera facilité.
Consommer de manière responsable ne signifie pas seulement
consommer d'autres produits, c’est aussi consommer différemment et,
souvent, consommer moins. Il s'agit par conséquent de changer les
produits qui remplissent notre « cadi de supermarché », mais également
de diminuer la taille de notre cadi.
Les organisations sociales se sont très souvent focalisées sur la
pression unilatérale des autorités publiques, en oubliant le pouvoir
croissant et le plus significatif qui soit : le pouvoir des grandes corporations.
Une part énorme du PIB mondial dépend des décisions des Conseils
d'administration. Dans le domaine de l'eau, les entreprises devraient être
un moteur du changement, et non un frein. Les consommateurs peuvent
et doivent contribuer à ces changements en privilégiant les entreprises
dont les performances environnementales sont supérieures à la moyenne
et en pénalisant les autres. C’est aussi simple et efficace que cela.
Les intentions des consommateurs ne sont pas mauvaises en elles-
mêmes. En Espagne, les enquêtes montrent que 40% des consommateurs
« disent » vouloir consommer de manière plus responsable et cette
volonté est partagée dans de nombreux autres pays. Le problème n'est
pas dans l’intention des consommateurs, mais dans la pratique. Il n'est
pas rare que 95% des intentions généreuses des consommateurs ne se
concrétisent pas lors des achats.
Mais les choses changent partout dans le monde et les consommateurs
peuvent jouer un rôle essentiel pour protéger les ressources en eau.
Investir en respectant nos propres valeurs
Mais employer notre argent en fonction de nos convictions, ne signifie
pas seulement consommer d'une autre manière dans le magasin du
coin. C’est aussi s'assurer que lorsque nous investissons, nous faisons
travailler notre argent en accord avec nos convictions. Et nous avons
pour cela de multiples possibilités. La première est le choix de la banque
ou de l'institution financière à laquelle nous allons confier nos économies.
Est-ce un organisme qui finance des projets portant atteinte à
l'environnement, qui contaminent l'eau ou endommagent gravement
les cours d’eau et les zones humides quelque part sur la planète ? Si tel
est le cas, nous sommes en pleine schizophrénie: nos mots vont dans
une direction et notre argent dans l’autre.
Le système financier représente un énorme potentiel pour pousser
le monde dans l'une ou l'autre des directions. Souvent, les citoyens
choisissent leur organisme financier selon trois critères: les intérêts, la
sécurité, les liquidités. Il manque pourtant une quatrième question,
simple et incroyablement significative : Quels projets suis-je en train
d’appuyer avec mon argent ? La généralisation de cette question dans
les dialogues entre les organismes financiers et les citoyens causerait
d’énormes difficultés de financement aux projets indéfendables sur le
plan environnemental, ou qui portent gravement atteinte aux ressources
en eau. C’est aussi simple que cela.
L’argent, que nous confions à d’autres, travaille jour et nuit en
soutenant des entreprises et des projets qui sont parfois totalement
antagoniques avec nos valeurs. Si nous travaillons pour la protection
des cours d’eau et des poissons, nous ne devrions pas accepter que
notre argent travaille contre nos idéaux. Notre argent ne devrait pas
avoir une « âme » différente de la nôtre.
Ce qui ne se voit pas n’existe pas
Nous nous lions tous aux autres en fonction de ce que nous pensons
d’eux, et non selon qui ils sont réellement. Difficile qu'il en soit autrement.
Et cette vérité, quasi universelle, montre avec force l'importance de
travailler avec les médias pour obtenir qu'ils communiquent sur les
problèmes de l'eau et les solutions mise en œuvre pour les régler.
Si les problèmes de l'eau et ses solutions ne sont pas relayés dans
les médias, les politiques de l'eau ne seront jamais une priorité pour les
gouvernements et les entreprises ne seront pas contraintes de travailler
activement au changement.
Les médias sont fondamentaux car ils ont pour rôle d'informer, de
taire ou de diffuser ce qui arrive, de le souligner ou le relativiser. Nous
devons les responsabiliser, en faire nos alliés.
Certaines organisations à succès, comme Greenpeace, organisent
leurs actions en cherchant dès le départ la répercussion médiatique
maximale. Les bâtisseurs du changement n'auront de succès que s’ils
obtiennent que les informations relatives à l’eau passent de la page 20
du journal à la première page.
Toutefois, il faut faire un pas supplémentaire. Il faut pour cela que
les média relayent mieux les informations sur l'eau. Mais il faut aussi
que les médias exercent leur responsabilité sociale en prenant l’initiative
de diffuser les enjeux liés aux problèmes d'eau, pour mobiliser la majorité
de l’opinion publique. Les médias ont beaucoup de pouvoir et doivent
l'utiliser pour défendre l'eau et ceux qui n’y ont pas accès de façon
convenable.
Vanité et honte
Une grande partie de ce que nous faisons s’explique notamment par
les contraintes légales ou les raisons économiques. Mais il existe un
vaste champ d’action qui n’est régit ni par l'argent, ni par la loi. Ce vaste
espace de vanité et de honte explique lui-aussi en partie ce qui arrive.
Dans de nombreux pays, le rapport Pise, qui établit un classement
international des systèmes éducatifs nationaux, a été source de polémique
lors des débats électoraux entre partis au pouvoir et partis d’opposition.
Il en va de même concernant la position qu'occupe chaque pays dans
l'Indice de Développement Humain élaboré par les Nations Unies ou
l'Indice de Transparency International sur la corruption.
Si un pays figure en bonne position, ses dirigeants s’en vantent.
Dans le cas contraire, le gouvernement s’interroge sur la fiabilité du
rapport.
Quoi qu’il en soit, tout le monde comprend que ces classements,
relayés par les médias, initient une dynamique de changement. Soit
parce que les pays veulent se maintenir en bonne place, soit parce qu’ils
veulent quitter les positions les plus déshonorantes. La polémique sociale
que suscitent ces préséances génère des discussions sur les politiques,
les budgets et les priorités au sein de l’opinion publique.
Pour promouvoir une véritable révolution de l'eau, il est nécessaire
de construire des « observatoires » assurant une bonne visibilité et une
certaine répercussion médiatique. Leur rôle serait de comparer les
indicateurs clés de la gestion de l'eau entre différents pays, régions,
villes, industries, universités..., ce qui permettrait d’instaurer une
concurrence saine entre des organisations comparables, les poussant
ainsi à améliorer leur classement pour obtenir une certaine reconnaissance
ou quitter les places les plus déshonorantes.
Ces classements existent déjà, mais ils sont connus des seuls
spécialistes et n'apparaissent pas dans les médias. Les organismes ou
les pays concernés ne voient donc pas leur réputation entachée ou
améliorée vis-à-vis de la société selon leur position. Il est, par conséquent,
important d'élaborer ces observatoires de la réalité de l'eau, mais aussi
indispensable et complémentaire de les faire connaître à l'opinion
publique.
L’impact auprès de la population est un facteur préalable au même
titre que l’impartialité de ce classement. Si des doutes existent sur son
sérieux ou son indépendance, son effet catalyseur pour le débat social
et son potentiel déclencheur des changements environnementaux s’en
trouver grandement affecté.
Un défi collectif, mais aussi local
Pour qu'une société obtienne des résultats rapides, elle doit focaliser
ses efforts sur un objectif commun, en faisant en sorte que chacune des
contributions apporte, selon ses caractéristiques propres, ses compétences
et ses capacités. Il s’agit, d'une certaine manière, d'établir un défi collectif
qui stimule les énergies innovantes de la société.
Les Objectifs du Millénaire pour le Développement, déterminés par
les Nations Unies, sont l’un des principaux défis collectifs pour la planète.
Tous les pays se sont fixé des objectifs et des engagements, ce qui est
une démarche extrêmement positive. Le protocole de Kyoto est un autre
défi de taille pour la communauté internationale.
Ces défis collectifs planétaires sont nécessaires, car ils nous permettent
de nous considérer comme citoyens d'un même monde, avec des
problèmes identiques et des défis communs qui dépassent la vision
étroite des nations existantes.
Toutefois, lorsque nous considérerons les problèmes du monde à
l’échelle globale, leur ampleur provoque généralement un sentiment de
découragement. Comment allons-nous pouvoir tous les résoudre?
Pensons par exemple à l'eau. Comment allons-nous pouvoir approvisionner
en eau potable plus d’1,2 milliards d'êtres humains? Comment pouvons-
nous obtenir que 2,6 milliards de personnes disposent d’un système
d’assainissement décent. Comment résoudre le gigantesque
problème de la pollution des cours d’eau de la planète ?
Cette pensée globale est nécessaire, tout comme les objectifs globaux
de civilisation. Mais l’analyse globale a un effet pervers : elle affecte la
motivation des personnes et des organisations face à l’ampleur du défi
à relever à l’échelle mondiale.
Pour reprendre confiance en soi et retrouver l’indispensable esprit
de changement, il est nécessaire de réduire l'échelle des problèmes de
l'eau et de baisser également l'échelle des défis que nous allons affronter.
Nous devons d’abord fixer un objectif pour notre ville, nos cours
d’eau, nos zones humides... ; un objectif certes ambitieux, mais un
objectif réaliste et accessible... Le sentiment collectif d’être en mesure
de relever les défis redonne le courage et l'espoir indispensables pour
affronter les changements environnementaux et sociaux.
Une grande partie des succès obtenus sont liés à la détermination
de défis locaux, qui mobilisent les meilleurs acteurs sociaux d'une localité,
d'une région ou d'un pays.
La faible portée de l'action elle-même est compensée par le sentiment
d’avoir contribué à un objectif global. Le « Tous pour un » existe dans
toutes les cultures. L'histoire nous apprend que lorsque les peuples
s’unissent et travaillent ensemble, ils atteignent presque toujours leurs
objectifs. En outre, cet effort commun encourage l’implication des
personnes, réveille les plus passifs et mobilise le meilleur de la société.
Les défis collectifs stimulent la coresponsabilité entre les différents
acteurs d'une même communauté et permet de partager les charges
pour atteindre l’objectif commun. La conviction d’être confronté à un
défi à la hauteur de nos moyens donne aux acteurs sociaux et institutionnels
une lueur d'espoir au bout d’un tunnel d'efforts.
Savoir l'objectif commun à portée de main est fondamental, car le
scepticisme est le cancer du changement social, c’est un virus difficile à
vaincre. Il faut pour cela des victoires qui prouvent que le changement
vers le développement durable est non seulement nécessaire, ce que tout
le monde reconnaît aujourd’hui, ou presque, mais aussi possible, même
s’il reste relativement peu mis en pratique. Il est donc nécessaire de se
fixer des défis locaux et accessibles pour freiner le scepticisme ambiant.
Nous devons initier des actions globales pour changer la vie de millions
de personnes
Le monde est Un, et le changement climatique a fait prendre conscience
de cette réalité à beaucoup. Le marché économique est global, la biosphère
planétaire, les problèmes collectifs, la société on line, mais le monde
n’est pas dirigé par un gouvernement global. Les institutions qui sont
communes à tous les pays, comme la Banque Mondiale et le Fonds
Monétaire International, ne paraissent pas toujours représentatives de
façon équitable et les acteurs du changement ne les trouvent souvent
pas dignes de confiance.
Pour certaines actions, l'échelle d’application la plus appropriée est
globale. Internet permet aujourd’hui la réalisation d’actions globales.
Les contestations et les propositions sont pourtant peu globalisées.
La société globale doit s’exprimer davantage, par la tenue d’un referendum
planétaire ou la pression internationale organisée contre un sommet
mondial par exemple. Pour changer la vie de milliers de personnes, les
actions locales sont indispensables. Pour changer la vie de millions de
gens, nous devons concevoir des actions plus globales. Il existe des
précédents très significatifs en ce sens : les mobilisations contre la guerre
en Iraq, les pressions pour que le G8 se déroule en Afrique, la mobilisation
contre le changement climatique, à travers notamment une série de
concerts de rock à travers toute la planète, les appels à stopper
temporairement sa consommation d’électricité sur les cinq continents...
Les victimes d’une politique publique dirigeaient autrefois leurs
protestations contre le gouvernement de leur pays, instance dans laquelle
se trouvaient les véritables les responsables. Mais aujourd’hui, les critiques
adressées au gouvernement sont très souvent renvoyées vers les instances
internationales : l'Organisation Mondiale du Commerce (OMC), le Fonds
Monétaire International (le FMI), la Banque Mondiale (BM), l'Union
Européenne (UE)... Cependant, les protestations sont toujours très
rarement globalisées.
Le monde est Un. Et beaucoup de labyrinthes dans lesquels nous
nous trouvons n’ont qu’une seule issue possible, une ouverture globale.
Peut-on croire qu’il soit possible de résoudre la pollution croissante de
la mer Méditerranéenne sans un accord régional entre l’ensemble des
pays riverains? La majorité des solutions sera globale... ou ne sera pas.
Les impulser nécessite également des propositions et des actions globales.
Changer de baromètres
Nous connaissons des indicateurs simples permettant de savoir si nous
sommes ou non en bonne santé : la température, le pouls, la tension
artérielle. Les indicateurs sociétaux les plus acceptés, et que tous les
médias commentent, sont ceux à caractère économique : le Produit
Intérieur Brut (PIB), le revenu par habitant, le taux de chômage, l'inflation...
Ces dernières années, des tentatives sérieuses ont été menées à
l’échelle nationale et internationale pour créer d'autres indicateurs simples
pour évaluer « l’état de santé » d’une société. Les Nations Unies ont
créé l'Indice de Développement Humain (IDH), à partir d’un regroupement
d'autres indicateurs. Des observatoires nationaux et internationaux
apprécient également certains aspects liés au développement durable.
Nous avons certes avancé, mais nous avons besoin de réorienter la
société vers une meilleure prise en compte des critères de l'eau. La
société ne peut accepter que le revenu par habitant augmente au détriment
des ressources en eau.
Il n'est pas facile d’imposer ces indicateurs auprès des citoyens ; les
médias sont saturés d'informations et les histoires sentimentales des
célébrités occupent davantage de place que les l’état de santé d’un célèbre
fleuve chinois dont le cours naturel n’atteint plus la mer.
Nous devons obtenir qu’au sein des parlements du monde entier,
l'opposition critique le gouvernement en place sur la pollution et la
mauvaise gestion des cours d’eau, comme elle le fait lorsque les chiffres
du chômage sont mauvais.
La sensibilité des décideurs est liée à la pression des citoyens et des
médias selon le principe des vases communicants. Il est difficile d'obtenir
des changements significatifs dans la prise en compte politique des
problèmes de l'eau sans changer la perception de la société.
Nous avons besoin de défenseurs des générations futures
Il est évident que nous volons depuis des années le futur de nos propres
enfants et petits enfants. Lorsque nous polluons une rivière ou un
aquifère, souvent de manière irréversible, lorsque nous assécherons une
zone humide, lorsque nous modifions le cours naturel d’un fleuve ou
transformons une rivière en canal..., nous consommons littéralement
l’avenir des générations futures.
Les décisions qui affecteront ceux qui vivront demain ne devraient pas
seulement être prises par ceux qui votent aujourd'hui. Les enfants devraient
pouvoir juger et pouvoir faire entendre leur voix, y compris ceux qui ne
savent pas encore parler, sont encore dans le ventre de leur mère ou
dans les rêves des couples amoureux... Le développement durable
implique de prendre en considération les futurs habitants de la planète
en construisant un développement qui laisse une place à ceux nous
succéderont.
Comment faire prendre conscience aux hommes et aux femmes
d'aujourd'hui qu’ils ne peuvent prendre de décision qui compromettent
gravement le futur et ignorent les besoins des hommes et des femmes
de demain ? Il est nécessaire de dénoncer la perte irréversible du
patrimoine dont devraient hériter nos enfants. Il faut reconnaitre dès à
présent l’importance des générations futures. Deux actions pourraient
contribuer à faire comprendre à la société ce véritable vol du futur.
L’une d'elles serait de recueillir et accorder du crédit aux requêtes
des enfants de moins de dix ans. Elles ne correspondront probablement
pas au cadre légal classique, mais leur répercussion dans les médias
pourrait aider la société à comprendre que, dans le fond, ils ont droit à
leurs propres revendications. Comment ne pas comprendre qu'un enfant
aura toujours raison lorsqu’il reprochera à un chef de gouvernement de
ne rien faire pour éviter la pollution des sources qui lui permettront de
boire à l’avenir.
Une autre action qui pourrait aider la société à respecter les générations
futures serait de promouvoir la création formelle d’organismes ou de
réglementations chargés de leur défense. Ces fonctions, devraient alors
être reconnues par les administrations publiques, pour défendre les
droits et les intérêts de ceux qui habiteront notre planète dans les
décennies et les siècles à venir.
Il est paradoxal qu’il y ait, dans de nombreux pays, des défenseurs
du peuple, un peuple qui existe et peut donc se défendre tout seul, ce
qu’il fait d’ailleurs parfois, mais qu’il n'existe aucun défenseur des
générations futures, qui ne peuvent évidemment se défendre elles-
mêmes.
Parrainer ce qui est commun
Un problème récurant résulte dans le fait que les cours d’eau et les
ressources hydriques appartiennent à tous, et donc à personne. Personne
n’en prend donc soin, mis à part par les fonctionnaires publics qui sont
payés le faire... C'est une manière de raisonner perverse, mais assez
généralisée.
L’un des moyens pour stopper ce problème de négligence d'un bien
public comme l'eau est de « diviser ce qui est commun » et de le répartir
entre des citoyens et les organisations, afin que les diverses portions de
rivières, nappes phréatiques ou zones humides soient la responsabilité
d’un groupe de personnes.
Il s’agit de faire en sorte que les citoyens « propriétaires » ou les
organisations « propriétaires » connaissent bien ces ressources et ces
territoires, afin qu’ils finissent par s’y attacher et qu’ils les protègent.
Plusieurs projets organisés par des volontaires se développent dans
divers pays pour veiller sur les différentes portions de rivières. Cette
distribution est très utile pour combiner la propriété collective et une
appropriation par un groupe local en vue de sa protection. Il est très
difficile de confier la défense du patrimoine naturel aux seuls fonctionnaires
publics. Le patrimoine commun global doit donc être défendu par les
citoyens dans leur ensemble.
Forger des alliances plurielles
La collaboration entre les acteurs du changement peut être ponctuelle
ou relativement stable. Certaines expériences, comme l'Alliance pour
l'Eau en Amérique Centrale, font travailler ensemble les administrations
publiques, les entreprises et les ONG en vue d’un objectif concret.
Chacun est différent, mais leur diversité et le respect mutuel permet de
démultiplier les énergies et les capacités.
Les alliances ne sont pas faciles et la méfiance reste fréquente. Mais
elles sont un espace privilégié de relation et de dialogue structuré qui
permet de catalyser les forces et de mener à bien des projets communs.
En outre, elles permettent aussi de mieux connaître les autres, leurs
motivations et, le cas échéant, de débattre avec eux en toute connaissance
de cause.
Créer une alliance pour l’atteinte d’un objectif commun est
parfaitement compatible avec le maintien des divergences et des débats
sur d'autres domaines. Créer des alliances plurielles, c’est permettre aux
bâtisseurs de changement de mener deux processus simultanément :
travailler ensemble sur les questions faisant l’unanimité et poursuivre
les discussions sur les questions qui divisent.
Le caractère sacré de l’eau
L'eau n'est pas une ressource comme les autres. Elle est pour toutes
les religions un symbole sacré associé à la naissance, à la vie et à
la mort…
Mais ce caractère sacré n’est pas l’apanage des textes religieux.
En cherchant un peu dans la culture populaire, de nombreuses
croyances et mythes sont liés à l’eau, du Nord au Sud de la planète
et d'Est en Ouest.
Ce caractère unique de l'eau par rapport aux autres éléments de la
biosphère et aux autres composantes environnementales, devrait être
utilisé pour consolider le changement. Car dans l'histoire des changements
sociaux, les émotions jouent un rôle souvent bien plus grand que la
raison. À la puissance argumentaire des raisonnements sur l'eau devrait
s’ajouter la force des considérations non intellectuelles, la force des
sentiments dissimulés dans des recoins de nôtre moi intérieur, ces
choses que nôtre moi lui-même ne comprend pas bien.
Cette « armée de réserve », qui semble somnolente et blottie au
fond de notre cerveau généralement bourré de chiffres et logique, se
compose d’un bataillon de mythes, de légendes et de sacré. Cette armée
devrait être mobilisée pour contribuer de manière décisive à cette
révolution de l'eau dont a tellement besoin notre planète et l’humanité
elle-même.
Pour comprendre l'effet serre, il faut comprendre le cycle du CO 2,
la radiation..., autant de choses « étranges » et invisibles à l’œil nu. Pour
comprendre le caractère exceptionnel de l'eau, il suffit de pratiquer l'auto-
observation ou, plus simplement, de se remémorer les histoires de nos
grands-parents. C'est un court chemin vers la compréhension qui permet
de se rapprocher de l'illumination que recommandent les maîtres zen.
Les enfants des rues au Nicaragua, accablés par le soleil, demandent
souvent à boire aux passants. Ils le demande en sachant pertinemment
que personne ne peut refuser ni vendre un verre d'eau. Cette vision de
l’eau comme un bien commun et source de vie, lui confère un caractère
unique qui mobilise des ressources émotionnelles exceptionnelles dans
la plupart des cultures, notamment au sein des sociétés sécularisées.
Si une société réussit à fusionner les raisonnements scientifiques
sur l'eau et son caractère sacré, dans le cadre d’une vague de
mobilisation sociale, tout deviendra alors possible. Si les deux restent
séparés, tout sera malheureusement également possible.
L’importance des études scientifiques
Les données ont plus de poids que les mots. Il est plus difficile de
confondre un nombre qu’un adjectif. Les études scientifiques seules
ne peuvent changer pas la réalité, mais elles sont tout de même
foncièrement utiles.
Une mobilisation sociale chargée d'émotions et de cris est très
importante, mais si elle s’accompagne du poids de la science, elle
devient prodigieuse. La connivence des étudiants et des chercheurs
universitaires est donc fondamental.
Il est très différent de dire qu’un cours d’eau est sale et sent mauvais,
et de décrire avec précision son degré de pollution au mercure pour le
comparer ensuite aux données de l'Agence Environnementale Américaine.
Ce n'est pas du tout la même chose.
Les décisions politiques sont toujours justifiées par des raisons
techniques, se disant affranchies de tout jugement de valeur. Mais
aucune décision n’est réellement neutre ou totalement objective, et
il n’existe presque jamais une seule et unique façon de résoudre un
même problème. Plusieurs alternatives sont toujours possibles.
Révéler aux yeux de la société cette pluralité d'analyses scientifiques
est fondamental.
L’impact des images
On dit souvent qu'une image vaut plus que mille mots et que « ce que
les yeux ne voient pas, le cœur ne le ressent pas ». Cela a toujours été
vrai et l’est encore plus aujourd’hui.
Le rapport de l'Observatoire Espagnol du Développement Durable sur
l'urbanisation du littoral a fait la Une des médias en comparant
d'anciennes photographies des côtes à des photos aériennes récentes.
La vision simultanée des deux photos fut dévastatrice. Il n’y avait nul
besoin de mots, les images parlaient d’elles-mêmes.
Peu après, Greenpeace Espagne, a comparé, en utilisant un logiciel
d'infographie, des photographies actuelles de célèbres fleuves espagnols
avec une reconstitution de la situation probable dans quelques années,
suite aux effets du changement climatique. Ces images inquiétantes
furent largement diffusées par les chaînes de télévisions, les magasines,
les journaux...
L'impact politique et médiatique de ces rapports graphiques a été
considérable, bien plus important qu'un dossier de deux cent pages.
La « traduction » d'un rapport en photos ou en vidéo est, presque
toujours, une option payante. Dire les choses en images assure un bien
meilleur impact.
Le web 2.0
Ces dernières années ont été paradoxales. Les plaintes se font croissantes
dans de nombreuses sociétés pour dénoncer le manque d’implication
sociale. Mais d’immenses phénomènes mondiaux de participation
volontaire voient également le jour. Wikipedia est, par exemple, une
encyclopédie mondiale en ligne diffusée en de nombreuses langues,
dont le créateur n’est autre que la population mondiale, anonyme et
plurielle. Linux, logiciel libre de droits, a été créé dans un mouvement
de collaboration sans précédent entre des milliers d’inconnus.
Le développement d’Internet a changé très rapidement les habitudes.
Beaucoup d'initiatives de contestations, de propositions, de sensibilisation,
de débat... se développent grâce au web. Mais il faut qu’il y en ait encore
davantage. La capacité du réseau à connecter les citoyens et les organismes
est presque infinie. La communication ne sera plus jamais
unidirectionnelle, mais basée sur un aller-retour des informations. Les
initiatives partent des ONG ou des citoyens, qu’ils soient originaires
d'une ville cosmopolite ou d'une ville du Sud. Peu importe, le meilleur
reste à venir.
La généralisation de l’utilisation des téléphones portables et des
appareils photos numériques, associée à l’émergence de phénomènes
de masse sur Internet comme You Tube, font se développer un véritable
journalisme numérique des citoyens, un système d’information généralisé
et décentralisé. Ce journalisme citoyen peut devenir un élément de
contrôle social bien plus étendu et efficace que l’ensemble du personnel
des administrations publiques dans la lutte contre les agressions faites
aux ressources en eau.
La dernière répression du gouvernement du Myanmar a été relayée
presque immédiatement par des images enregistrées à partir de
téléphones portables et d’appareils numériques. Le président français,
Nicolas Sarkozy, a perdu une grande partie de sa popularité suite à
l’enregistrement par un téléphone portable, d’une insulte proférée à
l’encontre d’un citoyen.
Les nouvelles technologies permettent au pouvoir de mieux nous
contrôler, mais aussi un meilleur contrôle du pouvoir par les citoyens.
Elles peuvent devenir un puissant outil de changement social.
Pour l’instauration de pactes de rivières
Le fait que les utilisateurs et les bénéficiaires d'un cours d’eau réglementent
son utilisation a toujours été une bonne chose, même si ce genre
d’initiative reste rare. Il est fondamental qu’un dialogue s’instaure entre
les pêcheurs, les agriculteurs, les chefs d'entreprise, les municipalités,
les écologistes, les kayakistes... pour qu’ils se mettent d’accord sur
certaines règles.
Ces accords devraient être généralisés pour affronter les effets du
changement climatique, car ils permettraient de diminuer les tensions
et les conflits qui se produiront inévitablement compte tenu du
renforcement de la variabilité climatique.
La mise en place d’un pacte de rivière instaure le dialogue et la
participation sociale comme piliers fondamentaux de la gestion des
ressources en eau. Un tel pacte permettrait de partager les rêves, les
craintes et les intérêts de chacun des acteurs, pour construire un projet
commun. L’élaboration d’un accord sur les objectifs d’avenir est nécessaire
pour encadrer et guider les actions du présent et construire peu à peu
un futur commun et durable.
Si l'eau manque, que les plantes meurent de soif et les robinets se
tarissent, c’est qu’il y a un problème de gestion. Nous devons anticiper
les crises en développant des accords lorsque les précipitations sont
abondantes, et non lorsque la situation est déjà critique.
Mais ces pactes de rivière ne peuvent être élaborés en ignorant ce
que « disent » les autres êtres vivants et sans tenir compte des droits
des générations futures. On ne peut construire un consensus en ignorant
du futur, en marge des autres êtres vivants et sans tenir compte de ce
que démontre la science. Nous ne pouvons faire un pacte de rivière...
contre la rivière elle-même.
Des pilules de courage
Les bâtisseurs du changement obtiennent davantage de succès que
ce dont nous nous rappelons. Cette amnésie donne le sentiment que
l’on ne peut rien faire, un sentiment qui est plus répandu que ce qu’il
devrait objectivement être. Pour combattre le pessimisme, créer l’espoir
dont nous avons besoin pour gagner la bataille de la soif et nous
réconcilier avec la nature, nous devons faire connaître les succès obtenus.
Nous ne péchons pas par excès de narcissisme en valorisant ce
que nous avons accompli. La promotion des résultats positifs de nos
actions encourage les autres, où qu’ils se trouvent, à agir également
pour le changement. Le vent du changement est trop souvent freiné
par un scepticisme, très ancien et très enraciné dans l’« âme humaine »,
qui donne le sentiment que les victoires ne se n’arrivent jamais.
Scepticisme et pessimisme travaillent de concert pour affaiblir les
énergies du changement qui animent la société. Ils sont millions à
nier, tels des avocats du diable, qu’un autre monde est possible. A
l’heure actuelle, la formule magique la plus efficace contre cette «
peste de devins » qui s’étend sur les cinq continents, est la promotion
des succès déjà obtenus.
Trop peu d’organisations se chargent de rassembler, d’ordonner
et de rendre visible ces exemples positifs. C'est une tâche pourtant
essentielle.
Construire un climat civique
La mise en valeur simultanée de plusieurs actions menées avec succès
devrait créer un climat civique favorable à l’engagement des principaux
acteurs. Si nous sommes capables d’instaurer ce type de climat, la
créativité sociale sera dévoilée et les choses commenceront à changer.
Créer ce climat civique doit être un objectif explicite des bâtisseurs du
changement, car il encouragera les politiciens à voter des budgets pour
les politiques d'eau, incitera la société à accepter une augmentation
des prix, permettra la mise en place de nouvelles réglementations, la
diffusion de nouvelles technologies... Le temps s’accélérera et les
changements avec lui. Mais ce climat ne pourra se produire qu’avec
la réalisation simultanée d'un ensemble d'actions, menées par des
acteurs interdépendants, afin de susciter un consensus collectif au
sein de l'opinion publique. Si les dirigeants et les administrés se
mobilisent dans une direction commune, les ressources économiques,
les initiatives et la volonté politique seront rapidement débloquées.
Tout peut changer très vite. Le vent du changement soufflera alors sur
les institutions, les entreprises, les organismes sociaux...
La clé pour que ce changement de climat devienne réalité est la
simultanéité des actions, en un même lieu et en même temps.
Epilogue
AUCUN OUTIL N’EST PLUS PUISSANT QUE L’ESPOIR
Les outils proposés dans ce livre sont appropriés pour certains pays ou
contextes et n’ont pas tous une valeur universelle. Une analyse rigoureuse
de la réalité concrète doit être menée dans chacune des différentes régions
pour construire les outils adaptés aux spécificités locales. Les bâtisseurs
du changement sont des artisans et non des travailleurs à la chaîne.
Chaque bâtisseur du changement doit choisir dans cette caisse à
outils, les instruments les plus performants selon le contexte et la
conjoncture locale, mais également en fonction de sa position, son statut
et son pouvoir au sein de la société.
Il est possible qu’il s’avère parfois plus pertinent d'adapter ou de
construire un nouvel outil pour améliorer l’efficacité de ceux présentés
ici. Dans ce cas, l’innovateur en question devrait alors rendre compte de
sa découverte et la partager, pour que d'autres puissent à leur tour
bénéficier de ses idées.
L’ultime jugement sur chaque outil dépendra au final de son utilité,
son efficacité et son rendement face aux changements profonds, rapides
et étendus que nous devons instaurer pour faire la paix avec l’eau et la
biosphère, et alimenter en eau potable tous les êtres humains de la
planète.
Aucun outil n'est plus puissant que l'espoir. Si les bâtisseurs du
changement ne croient pas sincèrement qu’il soit possible de changer
les choses, rien n’arrivera jamais. Nourrir le feu de l'espoir est par
conséquent une tâche essentielle. Et le feu de l'espoir est attisé par les
succès et les réussites concrètes. Ces pages sont là pour contribuer à les
multiplier.