Víctor Viñuales - Ecodes

283
PALABRAS DEL AGUA TRIBUNA DEL AGUA EXPOAGUA ZARAGOZA 2008 S.A. EXPOSICIÓN INTERNACIONAL ZARAGOZA 2008 Víctor Viñuales CAJA DE HERRAMIENTAS PARA LOS CONSTRUCTORES DEL CAMBIO A TOOLKIT FOR THE BUILDERS OF CHANGE CAISSE À OUTILS POUR LES BÂTISSEURS DU CHANGEMENT

Transcript of Víctor Viñuales - Ecodes

PALABRAS DEL AGUATRIBUNA DEL AGUA

EXPOAGUA ZARAGOZA 2008 S.A.

EXPOSICIÓN INTERNACIONAL ZARAGOZA 2008

VíctorViñuales

CAJA DE HERRAMIENTAS PARA LOS CONSTRUCTORESDEL CAMBIOA TOOLKIT FOR THE BUILDERS OF CHANGECAISSE À OUTILS POUR LES BÂTISSEURS DU CHANGEMENT

PALABRAS DEL AGUATRIBUNA DEL AGUA

EXPOAGUA ZARAGOZA 2008 S.A.

Rigoberta Menchú

José Luis Sampedro

Susan George

Wangari Maathai

Vandana Shiva

Marina da Silva

Riccardo Petrella

Elisabeth Anglarill

Pedro Arrojo

Javier Solana

Inés Restrepo

Antonio Garrigues

Jeremy Rifkin

Federico Mayor Zaragoza

Mikhail Gorbachev & Green Cross

Víctor Viñuales

Víctor Viñuales. Sociólogo y activista ambiental. Director de la Fundación Ecologíay Desarrollo. “Caja de herramientas para los constructores del cambio” es undocumento fresco, lleno de ideas, en el que se incide en la importancia de laspersonas para marcar la diferencia (“se precisan constructores de sueños”) y laacción colectiva. En su capítulo final, titulado “Los 25 instrumentos para el cambio”,se plantean sugerentes iniciativas en positivo para hacer este mundo más justoy en el que vivamos de una manera más respetuosa con el medio ambiente.

Víctor Viñuales. Sociologist and environmental activist. Director of the FoundationEcology and Development. “Toolbox for the change builders”, is a fresh document,full of ideas, which highlights the importance of people in order to stablish thedifference (“dream builders are needed”) and collective action. In its final chapter,entitled “The 25 tools for change”, positive suggestive initiatives are proposedin order to make this world a fairer place and in order to achieve amore respectfullifestyle towards environment.

Víctor Viñuales. Sociologue et activiste environnemental. Directeur de la FondationÉcologie et Développement. « Boîte à outils pour les bâtisseurs du changement» est un document frais, rempli d'idées, qui insiste sur l'importance des personnespour instaurer un changement et l'action collective : « les bâtisseurs de rêves sontnécessaires ». Dans son chapitre final, intitulé « Les 25 instruments du changement», il propose des initiatives positives pour améliorer la justice du monde dans lequelnous vivons et pour adopter un mode de vie plus respectueux de l'environnement.

Víctor Viñuales

Para mis padres, de ellos heredé el planeta y todo,

y para mis hijas, Clara y María. Ellas son para mí

el rostro cotidiano de las generaciones venideras,

las que heredarán nuestro planeta agua.

Caja de herramientas para los constructores del cambio

Víctor Viñuales

Introducción

Este texto está escrito para la acción. Sabemos mucho, hacemos poco.

Ése es el drama de nuestro tiempo. Mientras tanto, mueren los ríos,

muchas veces envenenados por nuestra codicia, mueren los niños, y

nosotros miramos a otro lado, como cambiando de canal de televisión.

Estas páginas están dirigidas a los constructores del cambio. Los

cambios no se hacen solos, los cambios son hijos de las acciones de

los hombres y mujeres que, insatisfechos con lo que existe, se ponen

a la tarea de construir otra realidad. A esos constructores del cambio

hacia un nuevo pacto con el agua, con la naturaleza, y con nosotros

mismos, va dirigido este libro.

Los constructores del cambio con frecuencia se desmoralizan o

riñen entre sí. En ambos casos, el cambio se frena. No haremos las

paces con el agua y con nosotros mismos, no lograremos dar agua

potable a todos los habitantes del planeta, si no logramos multiplicar

los constructores del cambio. Necesitamos más y los necesitamos más

esperanzados.

Para cambiar la realidad se necesita querer hacerlo, tener esperanza

en que las cosas pueden cambiar y querer ayudar a empujar ese cambio.

En segundo lugar se necesita mucha tenacidad, mucho esfuerzo: la

fuerza de la inercia es tremenda. El desarrollo sostenible no aparece

como generación espontánea por el mero paso de los días. Y también

se necesitan herramientas adecuadas para abrir la puerta de los cambios.

En las páginas siguientes se proponen herramientas para cambiar.

Unas reflexionan sobre los constructores del cambio. Otras tienen que

ver con la cultura relacional que deberían tener esos actores. Algunas

tienen que ver con el enfoque de la acción, otras son ideas concretas

para poner en práctica. Todas ellas, breves como píldoras, buscan

provocar en el lector un diálogo con su propia experiencia como

trabajador a favor de la nueva cultura del agua, a favor del derecho

humano al agua.

Algunas de estas herramientas provienen de historias de éxito, otras

nacen de fracasos, hemos acumulado muchos los constructores del

cambio. Unas son hijas directas del trabajo de la Fundación Ecología

y Desarrollo, otras son hijas de la observación de los proyectos que

realiza un sinnúmero de organizaciones que trabajan para hacer las

paces con el agua y para dar agua potable a todos los habitantes del

planeta. Todas responden a la pregunta que nos ha tocado a nuestra

generación: ¿Cómo podemos cambiar rápida, honda y extensamente

nuestra manera de relacionarnos con el agua?

El tiempo apremia. Los desastres acumulados y el tiempo perdido

no nos dejan mucho margen para la pereza. Tenemos que seguir

hablando, debatiendo, aclarando dudas y confirmando certezas, pero,

sobre todo, tenemos que hacer más y más rápido.

Hoy sabemos que los problemas ambientales tienen, en muchos

casos, un comportamiento similar al cáncer, crecen, a veces lentamente,

y de pronto se produce una metástasis, con la que es ya muy difícil lidiar

con éxito. En muchos casos nuestros ecosistemas están al borde de la

metástasis, por eso este libro es una llamada a la acción, a la acción

urgente. La comunidad internacional se tomó ocho años para ratificar

el Protocolo de Kioto, a pesar de que se sabía que contra el cambio

climático el tiempo apremia sobremanera. No podemos actuar con esa

desidia, con esa displicencia.

Este libro no se dedica a describir los problemas del agua en el mundo,

hay mucha literatura al respecto, tampoco describe cómo deberían

funcionar las cosas en una situación deseable. El objetivo explícito es

aportar reflexiones, ideas y ánimo a los que trabajan para que las cosas

cambien. Es tiempo de actuar. Es nuestro tiempo.

Parte primera

ESTO ES LO QUE HAY

Lo que vemos

Lo dicen los científicos y lo comenta la gente común: los ríos del mundo,

los humedales y los acuíferos, salvo contadas excepciones, van a peor.

Y lo mismo dicen, a su manera, los peces y las ranas.

Y como el agua no es buena ni para el junco, ni para la trucha, ni

para el baño, ni para beberla…. sus víctimas crecen. Cada día mueren

más de 4.000 niños por enfermedades relacionadas con la falta de agua

potable. Las fuentes del campo, que antes aliviaban la sed del caminante,

están rotuladas con un aviso de peligro: agua no potable. El agua

“silvestre”, casi de entrada, salvo excepciones, ni es buena para el baño

ni es buena para beber.

Mejora nuestro conocimiento y mejoran nuestras leyes. Han

cambiado mucho los discursos de nuestros dirigentes: siempre justifican

los nuevos proyectos apelando al desarrollo sostenible. Pero no estamos

tan convencidos de que esta mejora evidente y masiva en los discursos

sobre el agua haya ido acompañada de una mejora proporcional en los

hechos que actúan sobre su estado.

Nunca como ahora

Nunca en la historia de la humanidad hemos sabido tanto sobre el

agua, su gestión, su ciclo hidrológico, sus contaminantes... Hemos

vivido ya muchos fracasos en nuestra relación con el agua, hemos

cometido auténticos desastres, hemos logrado éxitos. De unas y de

otras experiencias hemos aprendido mucho.

Nunca en la historia de la humanidad hemos atesorado tanta

capacidad tecnológica y científica. Somos la primera generación capaz

de enviar una nave espacial a Marte para averiguar si hay agua. La oferta

de posibles soluciones para afrontar los problemas del agua es inmensa.

Nunca en la historia de la humanidad hemos tenido tanta capacidad

económica. Nunca en la historia de la humanidad ha habido tantas

instituciones, tantas empresas y tantas ONG especializadas en el agua

y la sostenibilidad. Nunca habíamos desarrollado herramientas

prospectivas tan precisas y sofisticadas para “visualizar” el futuro.

La distancia crece

La distancia entre lo que decimos y lo que hacemos crece. La distancia

entre los textos que resultan de las Cumbres Mundiales (la de Río de

Janeiro, la de Johannesburgo…) y las acciones subsiguientes crece.

Construimos laboriosos acuerdos internacionales, por ejemplo, el

de los Objetivos de Desarrollo del Milenio, para concertar voluntades

del Sur y del Norte, con más de 180 países comprometidos…, pero ya

nos hemos resignado a que no se cumplan.

Nos hemos acostumbrado a que una cosa sea lo que se dice, incluso

lo que se firma en una Cumbre Internacional, y otra muy distinta lo que

se acaba haciendo.

Muchas veces no se llega a entender por qué hay tanta resistencia a

rubricar un compromiso, un convenio, un plazo, una cantidad concreta…,

si después pasa el tiempo y, si no se cumple, nada pasa, nadie dimite.

La vida sigue.

Entre los desposeídos crece la desconfianza en las promesas de los

que mandan. El escepticismo, como hiedra abundante, va ocultando la

pared de la esperanza. Los problemas crecen y el ánimo para resolverlos

se marchita.

Además, el dolor se incrementa con la convicción de que los problemas

del agua se pueden solucionar…, si se quisiera de verdad. Sabemos,

somos capaces, pero... Ése sería el duro resumen de la situación actual.

Círculos viciosos

Cuando hurgamos en el porqué de lo que ocurre raramente nos encon-

tramos con una sola causa. En seguida aparecen, anudados como las

cerezas en un cesto, un conjunto de factores que se influencian mutua-

mente, que se ayudan unos a otros para que la situación se mantenga

como está.

¿Por qué en muchas ciudades del mundo pobre y rico se pierde

tanta agua en las redes de abastecimiento urbano y en las propias

viviendas? La pregunta es una, pero las respuestas son varias. Veamos

algunas: los ayuntamientos o las autoridades públicas responsables no

invierten lo debido porque los responsables políticos para las elecciones

dan prioridad a las inversiones más vistosas y fotografiables, sobre

suelo y no bajo tierra. Los ciudadanos no usan con eficiencia el agua

porque no pagan los costes reales, el agua es barata y tienen tecnologías

poco eficientes porque no les compensa económicamente renovarlas.

Se instalan tecnologías poco eficientes porque las autoridades públicas

no crean una normativa de obligado cumplimiento que imponga la

instalación de las mejores tecnologías disponibles. Las empresas que

producen estas tecnologías más eficientes encuentran muchas dificultades

para colocarlas en el mercado, porque ni son obligatorias ni es rentable

económicamente la renovación de las tecnologías más obsoletas. Las

que se instalan, en ocasiones, no son usadas de forma adecuada por

los ciudadanos por desconocimiento e ignorancia. Los profesionales

del sector (arquitectos, promotores urbanísticos, fontaneros…) no

instalan estas tecnologías porque las desconocen. Los ayuntamientos

no pueden renovar las redes de abastecimiento porque no tienen recursos

económicos para invertir. Las autoridades políticas responsables

mantienen esos precios subvencionados porque creen que el electorado

castigaría las opciones políticas que subieran significativamente el precio

del agua…

Podríamos seguir y seguir encontrando causas que expliquen el

despilfarro de agua en las ciudades. Todas son ciertas y la mayoría de

ellas tienen dependencia recíproca, se explican unas a otras.

En muchas ocasiones el fracaso en los intentos de transformar la realidad

tiene que ver con que se actuó sobre uno de los factores, el resto siguió

sustancialmente igual, y, finalmente, el cambio parcial no logró romper

significativamente el círculo vicioso existente.

Los círculos viciosos, su nombre los obliga, gustan de perpetuarse, de

reproducirse. Como si fueran un muelle que desplazamos gracias a un

fuerte esfuerzo y, luego, cuando el cansancio nos vence, vuelve a su ser.

El cambio climático agrava las cosas

El cambio climático, como dice claramente el Panel Intergubernamental

del Cambio Climático (IPCC), se manifiesta, sobre todo, a través del

agua: más sequías, más inundaciones, más zonas costeras amenazadas

por el aumento del nivel del mar, desaparición acelerada de los glaciares…

Como consecuencia, los equilibrios existentes se romperán con mayor

frecuencia. Una región que ayer tenía costumbres, infraestructuras,

normativas y tecnologías complementarias, a resguardo de conflictos,

mañana empieza a padecer, por ejemplo, sequías reincidentes y ese

equilibrio estalla. Los conflictos entre usuarios se cronifican.

El cambio climático trae más dolor para los ecosistemas, las plantas

no pueden huir de la sed, más dolor para el conjunto de los seres vivos,

más dolor y desplazamientos para los seres humanos. El cambio

climático rompe las fronteras entre los factores económicos, ambientales

y sociales. A todos altera, a todos quiebra. La sequía extrema, que no

deja resquicio a la esperanza, crea emigrantes desesperados que

arriesgan todo lo que tienen, porque poco tienen, y cruzan fronteras y

mares buscando luz y futuro.

Para mitigar nuestro impacto civilizador sobre la biosfera, y reducir

nuestras emisiones de efecto invernadero, tendríamos que cambiar

muchas políticas, muchas leyes, muchos precios, muchos valores,

muchas rutinas… en muy poco tiempo. El último informe del Programa

de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) indica una cifra que da

idea de la urgencia con la que tendríamos que actuar: diez años.

El cambio climático en marcha y el que ya está previsto nos obliga

a adaptarnos para sufrir menos. Y debemos adaptarnos en muy poco

tiempo. Y romper muchas inercias. Tantos años haciendo las cosas

de la misma manera… y ahora tenemos que aprender otra vez, y

olvidar muchas cosas que aprendimos antes: no valen, son inútiles.

Todavía más, nos hemos dado cuenta de que son las responsables

de nuestra desgracia.

Para mitigar el cambio climático, para evitar que crezcan sus efectos

negativos, debemos cambiar con gran celeridad. Para adaptarnos a

las consecuencias que ya son inevitables, también. No es fácil. No va

a ser fácil.

Los actores del cambio: soberbia y desconfianza

Los gobiernos creen con frecuencia que para cambiar la realidad basta

la normativa que crean. Las empresas casi siempre creen que los

problemas se atajan, y basta y sobra con tecnología y dinero. Muchas

ONG creen que todos los problemas se solucionan con concienciación.

Aunque no lo expresen así, parecen afirmar que cada uno de ellos

se baste y sobre para enderezar las cosas.

Las ONG no creen en la seriedad de los compromisos gubernamen-

tales. Los gobiernos no creen en la seriedad de las ONG. Las empresas

creen que los gobiernos hacen mejor cuando hacen menos. Las ONG

no creen en las buenas intenciones de las empresas. Las empresas no

creen en la eficacia y eficiencia de la ONG. Los hacedores de los cambios

sociales, económicos, tecnológicos e institucionales –las administraciones

públicas, las ONG y las empresas– se vigilan con recelo. El tiempo pasa.

Una gran parte de las energías que los actores del cambio emplean

va dirigida a evitar que las iniciativas de los otros actores sigan adelante.

Si pudiéramos hacer un balance de energías y recursos económicos

desplegados por empresas, gobiernos y organizaciones sociales, nos

encontraríamos con que más de la mitad de esos esfuerzos se ha

empleado en evitar que los planes de los otros salieran adelante. En

muchas ocasiones, esa política reactiva es necesaria para avanzar. Pero,

escasos como son los días, da lástima desplegar tantas energías para

frenar las iniciativas ajenas.

EL DESAFÍO

El 0,7% no puede resolver todos los problemas que genera el funciona-

miento del 99,3% de la economía

Hubo un tiempo en el que los constructores del cambio descansábamos

en un error: si todos los países aportaban el 0,7% de su PIB para las

políticas de cooperación al desarrollo, podríamos acabar con la pobreza

masiva en el mundo. Hoy sabemos que no es cierto. Hubo un tiempo

en el que los ambientalistas descansábamos en un error: bastaba con

proteger los lugares con una flora o fauna singular. Hoy sabemos que

no es cierto.

Construir un desarrollo sostenible exige repensar el conjunto de

nuestro modelo de producción, distribución y consumo. De forma

similar, pactar con el agua, hacer las paces con las masas de agua del

planeta y garantizar el derecho humano al agua en todos los países no

se puede lograr sin replantear las bases del conjunto de nuestro sistema.

Por tanto, podríamos decir, para situar el tamaño de este desafío,

que no se trata de reordenar el 0,7% de nuestra sociedad, se trata de

reescribir el funcionamiento del 99,3% de nuestra economía y de

nuestras sociedades.

Hemos perdido mucho tiempo

Los datos son tercos. Los indicadores del malestar del planeta se

agravan. Los indicadores del malestar social se multiplican. El cambio

climático está agravando una situación que ya era muy negativa.

Hemos perdido mucho tiempo, un tiempo precioso. Con los problemas

ambientales ocurre lo que decía Maquiavelo de la tisis, que cuando casi

no había certezas de que estaba allí, y había dudas sobre la fiabilidad

del diagnóstico, era fácil de curar. Sin embargo, cuando todo el mundo

percibía que ya se había instalado en el cuerpo del enfermo, y ya no

había dudas con el diagnóstico, era muy difícil de curar.

Eso nos ha pasado con los problemas del agua en el mundo. Cuando

unos pocos ecologistas y científicos señalaban los problemas de forma

más incipiente, la situación era más fácil de atajar. Pero, ahora, cuando

todo el mundo civilizado reconoce la gravedad del problema y los

diagnósticos son claros e indubitables, entonces el desafío es enorme

y el pronostico incierto.

Hoy con el cáncer pasa algo parecido a lo que pasaba en los tiempos

de Maquiavelo con la tisis: el momento en que empezamos el tratamiento

condiciona nuestras opciones de salvación. Muchos médicos empiezan

un diálogo difícil con los pacientes con la expresión: “Si usted hubiera

venido antes”.

Hemos perdido mucho tiempo. La probabilidad de lograr reconducir

de forma exitosa la situación y construir un desarrollo sostenible en el

que hagamos las paces con el agua no es alta. Pero debemos intentarlo.

Y pronto, porque cada día cuenta, cada día las víctimas se multiplican.

Ya sabemos que no es fácil, que, como nos advirtió Ortega y Gasset,

la realidad es la contravoluntad. Ya sabemos que el poder de la inercia

es enorme. Ya hemos constatado, en muchos lugares y muchas veces,

que una cosa es decir que se va a cambiar, y otra, cambiar realmente.

Los cambios profundos y amplios no son imposibles, pero son difíciles.

En mi opinión, sólo se producen cuando hay una conciencia de crisis,

de peligro, que nos da fuerzas para romper inercias y rutinas. Y esto

vale para el cambio personal y para el cambio social. Para lo micro y

lo macro. Con el regusto amargo de un infarto reciente, muchas

personas dejan de fumar o comienzan a practicar un deporte, rompiendo

así costumbres de décadas.

La constatación política, científica y mediática de que el cambio climático

ya está entre nosotros ha creado un clima de emergencia medioambiental

planetaria. Tenemos que actuar todos, tenemos que actuar ya. Quizás

estemos ante una oportunidad de cambio sobre el uso sostenible del

agua en el mundo si, gracias a esa conciencia general de emergencia

planetaria, somos capaces de, con esperanza y ánimo, construir la

arquitectura social necesaria para impulsar el cambio institucional,

económico, tecnológico y cultural que precisamos.

Tenemos desafíos enormes: cambiar nuestro modelo energético,

nuestro modelo de transporte, nuestras pautas de consumo, nuestra

consideración del agua y de los ríos, dejar de verlos como metros

cúbicos convertibles en dólares a corto plazo, y empezar a verlos como

la sangre de la vida en el planeta.

Necesitamos cambiar nuestras leyes, porque los gobiernos del

mundo deben entender YA que una de sus principales obligaciones

como servidores públicos es garantizar el derecho humano al agua a

los ciudadanos de su país. Del mismo modo que los gobiernos garantizan

el derecho de asociación y el voto para todas las personas, deben

garantizar que los que votan por derecho beban agua buena por derecho.

Necesitamos cambiar las prioridades públicas. Si podemos dar agua

potable a todo el mundo congelando durante cinco días el gasto militar

en el mundo, hagámoslo YA.

Necesitamos dejar de mirar el agua, los ríos, los humedales, los

acuíferos… con ojos codiciosos, hinchados de avaricia. Nuestros hijos

no se merecen el robo pertinaz de su derecho a disfrutar de los recursos

naturales pasado mañana. El envilecimiento moral que significa robar

el futuro al que no puede defenderlo debe acabar YA.

Estamos empujando el cambio desde hace décadas, pero la situación

mejora poco y el tiempo pasa. Las fuerzas de los portadores de este

sueño de cambio siempre serán escasas para la dimensión de la tarea,

para la fuerza de la inercia y para contrarrestar la resistencia activa de

los intereses económicos creados.

Por eso tenemos que trabajar en dos direcciones, sumar al viento

del cambio e incrementar la productividad de nuestros esfuerzos. No

es fácil, y, con frecuencia, mucha gente se siente empapada por la niebla

del desánimo y la desesperanza. No digo que no haya razones para

ello. Pero la civilización que tiene por primera vez en la historia de la

humanidad el conocimiento y el poder para dar de beber a todos sus

semejantes y para hacer las paces con el agua no debe tirar la toalla

ahora. Todavía no.

Es tiempo, como recomendaba Gramsci, de realismo en la valoración

de las razones y los datos, pero también de ánimo y esperanza para

empujar el cambio. André Malraux decía que el motor de la revolución

es la esperanza. De eso se trata: de hacer en muy poco tiempo cambios

muy profundos: se trata de hacer una revolución, la revolución del agua,

la más antigua, la más actual. Y se trata de hacerlo con el motor de las

revoluciones, con esperanza.

¡Cuidado con el plan perfecto! Actuemos ya

Lo que ocurre, aunque siempre necesitamos saber más e incrementar

nuestro conocimiento sobre los problemas, lo sabemos. Lo que debería

ocurrir, aunque tenemos controversias, también lo sabemos razonable-

mente. Pero pasar del hoy real al mañana deseable no es un salto

mental, que se da en el campo del conocimiento, es un salto real que

tienen que dar los ríos, las conexiones domiciliarias, los humedales…

Las ranas deben notar que las cosas están cambiando, que el mundo

vuelve a ser también para ellas. Los temerarios que se bañan en los ríos

deben notar que vuelve a ser un placer. Los acuíferos deben notar que

ya no se cargan de nitratos y de pesticidas. El estómago de los niños,

cargado de parásitos, debe notar cambios, debe notar que el agua nueva

ya no viene cargada de problemas, que ayuda a vivir y no a morir.

Lo que cambia la realidad no son nuestras intenciones, nuestros

deseos o nuestros textos… Intenciones, deseos y textos son importantes

para preparar la acción, pero por sí solos no cambian la realidad. Lo que

cambia la realidad son nuestras acciones.

Es preciso actuar ya. Sigamos estudiando, sigamos debatiendo, es

bueno, es necesario. Pero no dejemos de actuar por ello. Los debates

del cambio climático han sido tristes, desalentadores. No había

certidumbre sobre el diagnóstico, luego no hacíamos nada, ni lo dudoso,

ni lo siempre certero. No podemos seguir por ese camino. La incertidum-

bre sobre algún aspecto no debe paralizar nuestras acciones. Además,

en muchas ocasiones, sólo acabamos sabiendo cuando hacemos.

Cuando hay una emergencia, y las masas de agua en el planeta

viven una situación de emergencia, se necesitan acciones urgentes.

Y emergencia es también, querido lector o lectora, que en el tiempo

que tardas en leer esta página mueren quizás tres niños, quizás cinco

niñas, por enfermedades relacionadas directamente con el agua

contaminada. Muertes de diarrea, de deshidratación… Muertes evitables,

muertes que no deberían ocurrir, muertes que nos avergüenzan como

civilización.

Actuar ya no es un llamamiento a actuar precipitadamente,

confusamente. Actuar ya es poner las cosas en su sitio. Hay muchas

cosas seguras, sobre cuya bondad no dudamos, que no tienen daños

colaterales conocidos, no tienen efectos secundarios perniciosos. No

tenemos excusas para no hacerlas. Cuando haya acciones de dudoso

beneficio, pensémoslas. Sin embargo, cuando haya acuerdo y consenso

en la bondad de determinadas acciones, actuemos. Trabajemos en ellas.

En muchas ocasiones el freno del cambio viene disfrazado de virtud:

la propuesta de hacer un plan global e integral acaba produciendo, como

efecto secundario no deseado, un retraso de la acción cierta y benéfica.

Esa búsqueda de la perfección acaba en la inacción. La elaboración de

un plan global muchas veces es utilizada por las administraciones

públicas como un sucedáneo de la acción. Mientras se elabora el plan,

las acciones prácticas se paran.

Planificar para guiar la acción es necesario, es una virtud. Planificar

para aplazar las acciones, es pecado. No hay ninguna contradicción en

detener un vertido contaminante a la vez que se sigue elaborando un

plan global de control de los vertidos. Los planes no son fines en si

mismos, son medios, muy útiles, para ordenar y dar prioridad a nuestras

actuaciones.

Decían los clásicos: al final de la tarde, nos examinarán de amor.

Remendando la frase podríamos decir: al final de la tarde, nos examinarán

por nuestras obras, no por nuestros planes.

Parte segunda

LOS CONSTRUCTORES DEL CAMBIO

Se precisan constructores de sueños

Gioconda Belli es una excepcional poeta nicaragüense. Tiene un poema

titulado “Portadores de sueños”. Es muy bello. Narra el incesante vagar

de los que sueñan otro mundo mejor, más libre, más justo, más fraternal…

Me gusta el poema, pero ahora necesitamos constructores de sueños.

Necesitamos soñar, es imprescindible, pero donde estamos más

retrasados es en la asignatura de construir lo que soñamos. Los ríos y

los niños con sed de agua buena claman por gente que les ayude

a modificar su dolor cotidiano: los constructores del cambio.

Hay muchas personas que ya están trabajando en el planeta para

hacer las paces con el agua, que están arrepentidas del maltrato reiterado

que hemos infligido a los ríos, a los deltas, a los acuíferos, a los humedales,

a los lagos, a todas las masas de agua.

Hay muchas personas trabajando duro para lograr que todo ser humano,

por serlo, tenga acceso garantizado a agua buena.

Muchas de ellas están dentro de instituciones locales, regionales,

nacionales o internacionales. Muchos funcionarios públicos y muchos

responsables políticos se esfuerzan por crear bienestar general en la

sociedad y por mejorar las relaciones de ésta con la biosfera.

Muchas personas están trabajando desde la sociedad civil, en

asociaciones voluntarias de ciudadanos, o trabajando dentro del sistema

educativo, en la universidad en las escuelas primarias, en los institutos

de secundaria…

Hay muchos profesionales independientes que, como trabajo o

como vocación, dedican sus desvelos a construir una nueva cultura del

agua, un efectivo derecho humano al agua.

Hay muchas empresas que han encontrado una conexión entre su

negocio y el desarrollo sostenible, y producen bienes o servicios con

poco impacto ambiental. Hay muchas otras que buscan cómo minimizar

su impacto sobre el ciclo del agua, porque entienden que las masas de

agua se deben usar, pero no se deben contaminar. Hay muchas personas,

dentro de empresas que desempeñan actividades francamente discutibles,

que trabajan para virar el rumbo de su empresa hacia la sostenibilidad.

Los principales actores del cambio son los gobiernos, que con sus

políticas, presupuestos y leyes tienen un enorme potencial de cambio;

las empresas, que atesoran conocimientos operativos y recursos muy

útiles; y las ONG, que germinan nuevos valores y nueva cultura. Junto

a estos tres actores clave, existen muchos otros que desempeñan papeles

muy relevantes: científicos, medios de comunicación, artistas, universi-

dades…

Necesitamos más constructores del cambio, necesitamos que tengan

más confianza en sí mismos, más confianza en su poder transformador

y más autoestima. Pero necesitamos que esa confianza en sí mismos

no merme el reconocimiento de lo que aportan al cambio social los

otros actores sociales. Necesitamos una cultura de colaboración entre

los constructores del cambio. Necesitamos que se respeten mutuamente,

que sepan discutir y colaborar a la vez… Necesitamos que sumen sus

fuerzas, que las multipliquen. Necesitamos, en definitiva, que los

constructores del cambio se doten de una nueva cultura para relacionarse

entre sí.

Desde cualquier lugar se construye el cambio. Donde hay una

persona a la que le duele la realidad, que sueña otra, que tiene ánimo

y coraje para dar el primer paso y que tiene tenacidad para dar los

siguientes, hay un constructor del cambio. Necesitamos a esas personas.

Y las necesitamos porque nada vale si no hay personas dispuestas

a cambiar las cosas. Ellas son el todo del cambio social. No el dinero,

no las leyes, no las tecnologías… La sociedad movilizada es la lluvia

fuerte que trae los cambios, como anuncian los poetas.

Una minoría basta

Muchas personas están trabajando duro para hacer las paces con el

agua y para que todo ser humano tenga agua buena. Son una minoría,

dirán los pesimistas. Pero los cambios sociales siempre los han hecho

las minorías. El número no es el problema. Todos los grandes avances

sociales que hemos conseguido los han iniciado minorías. Lo que hoy

es de toda la sociedad, ayer fue cosa de unos pocos. Desde el voto de

las mujeres a la escuela pública. La propia idea de que los poderes

públicos tienen que garantizar el acceso al agua potable en los domicilios

de los ciudadanos no nació como una convicción de mayorías. Por así

decirlo, el cambio social de las mayorías exige que se ensaye en el

“pequeño laboratorio de las minorías”.

No tiene sentido, pues, la queja muy común de que somos pocos,

como un argumento desmovilizador de la acción. Siempre son pocos

los que promueven los cambios.

El verdadero problema es que muchos de los que quieren cambiar

las cosas no hacen nada, o casi nada, para cambiarlas. El problema es

que muchos soñadores del porvenir no agarran las herramientas para

construirlo. Reniegan del presente y sueñan el futuro deseable. Ambas

acciones son necesarias, pero no son suficientes. La realidad que nos

hiere no se modifica si no hay un tercer paso: construir el cambio: pasar

de las ideas a los hechos.

El absentismo de los soñadores del cambio es el auténtico problema.

El drama es que se quedan entre las sábanas, acunados por el calor de

las ideas, y no engrosan las filas de los constructores del cambio, que

trabajan a la intemperie. A veces con sol de primavera, a veces con lluvia

y viento.

Para hacer las paces con el agua en el planeta, para dar agua potable

a las personas que lo habitan, basta con una minoría…, activa.

UNA NUEVA CULTURA DE RELACIÓN

DE LOS CONSTRUCTORES DEL CAMBIO

Somos corresponsables. Somos a la vez víctimas y victimarios

Todas las personas usamos el agua. Más o menos, pero todas las

personas somos usuarios del agua, todas la contaminamos, la disfrutamos

y la necesitamos. Y eso vale para los ricos y para los pobres, para mujeres

y hombres… Y no hay actividad económica que, en primera o segunda

instancia, no necesite agua.

Esa ubicuidad del recurso, esa necesidad masiva y general hace de

la política del agua algo especial. De los problemas del agua todos

podemos ser víctimas y todos somos sus victimarios.

En la sociedad hay una tendencia, que viene de lejos, a la

especialización. Unas organizaciones se ocupan de unos temas, otras

de otros, cada una focalizada en su especialización.

Sin embargo, la revolución del agua de la que estamos hablando,

que implica un cambio brusco hacia la sostenibilidad, empujado por la

lucha contra el cambio climático, exige que todos los actores “se mojen”.

Lograr que toda persona, viva donde viva, tenga agua buena que beber

no es sólo asunto de las organizaciones de cooperación al desarrollo.

Cualquier ciudadano que goce del enorme placer de tener agua corriente

en casa, de poder ducharse y limpiarse de polvo y de preocupaciones,

debería hacer algo, siquiera poco, para que sus semejantes también

tengan la posibilidad de beber sin miedo, de limpiarse con placer.

Cualquier ayuntamiento, cualquier empresa, cualquier gobierno, cualquier

clínica, cualquier tienda de ropa de diseño…, todos deben hacer lo que

está en su mano, no más, tampoco menos, para acabar con esa lacra

que nos debería sonrojar a todos.

La reconsideración del agua, volverla a ver como lo que siempre ha

sido, como lo que es: como la fuente de vida, el ADN de la vida, donde

la vida duerme y descansa, sólo es posible de verdad si la revolución

cultural que implica nos alcanza a todas las entidades, a todas las

personas. Las escuelas deben hacer, los agricultores deben hacer, las

empresas deben hacer, los niños deben hacer, los mayores deben hacer…

Mucho potencial de cambio no se moviliza porque hay un enfoque

paralizante: si no lo hace el otro no servirá para nada. Se niega el valor

del acto unilateral. En los debates sobre el protocolo de Kioto éste ha

sido un asunto que ha interferido, e interfiere continuamente todavía,

en los compromisos de acción. Si Estados Unidos no hace nada contra

el cambio climático, que tiene una cuota de responsabilidad enorme

en la generación y en la resolución del problema, todo lo que hagamos

las otras naciones no tiene sentido, no arregla nada. Esta manera de

razonar se podría resumir como: si no hacen los más responsables, yo

no hago nada.

Éste es un enfoque compresible, pero nos arroja a la inacción. Todo

el mundo señala al otro diciéndole: tú primero. Nadie hace nada.

En muchas sociedades se oye este discurso exculpatorio de la propia

acción, si no actúa el ayuntamiento de qué sirve que actúe yo, si no

actúan los agricultores de qué sirve que actúen los ayuntamientos. Los

agricultores dicen: “si no actúan las grandes empresas, para qué sirve

que actuemos nosotros”…, y la rueda de coartadas exculpatorias para

justificar la propia inacción se alarga hasta el infinito.

Es un círculo vicioso que se rompe con un pensamiento divergente.

Yo actúo porque soy corresponsable, y con mi acción me cargo de razón

para pedir que el otro también actúe, es una reivindicación de la

unilateralidad. Esta política de responsabilidad unilateral ha sido la

política que ha realizado la Unión Europea frente al cambio climático.

Es la política de corresponsabilidad que se precisa para afrontar los

problemas del agua.

Como se recomendaba antes en los pueblos de España: la calle

estará limpia si cada cual barre su trozo de acera. De eso se trata, de

que cada cual barra su trozo de acera, haga lo que haga el vecino, aunque

el vecino no haga nada. Así de fácil, así de ambicioso.

Responsabilidad desigual

Todos somos corresponsables, pero no en el mismo grado. Quien tiene

más poder tiene más responsabilidad. Y quien tiene más responsabilidad

debe ejercerla.

El llamamiento general a la responsabilidad colectiva no debe diluir

una obviedad: hay entidades, empresas e instituciones que tienen una

cuota mucho mayor de responsabilidad.

Las empresas eléctricas, por ejemplo, cuyos proyectos a menudo

han convertido a los ríos en caricaturas de sí mismos, deben reconsiderar

su papel en la generalización de la nueva cultura del agua que necesitamos.

Las empresas privadas de abastecimiento de agua, a menudo cuestio-

nadas por sus actuaciones en las ciudades de los países empobrecidos,

deben reconsiderar cómo se concilia la búsqueda del beneficio,

consustancial a cualquier empresa, con la satisfacción de ese derecho

humano al agua potable.

Los ayuntamientos, que animan a los ciudadanos a usar con eficiencia

el agua, deben aplicarse el cuento. Ellos son las instituciones responsables,

deben actuar y dar ejemplo al resto de la sociedad.

El concepto general de corresponsabilidad no debe ocultar que la

responsabilidad es muy desigual. Por eso lo poderosos tienen que hacer

más, tienen más poder, tienen más responsabilidad.

Cuando los que tienen más poder y más responsabilidad no actúan

ocurren dos cosas. En primer lugar, “su trozo de acera permanece sin

barrer”, no contribuyen, no suman. Su hueco no lo puede llenar nadie.

En segundo lugar, contribuyen decisivamente a recortar el ánimo social.

Muchos se desmovilizan cuando ven que los más responsables no se

mueven.

Lo que hacen o dejan de hacer los poderosos es muy importante en

sí, y es decisivo para lograr la movilización de la sociedad.

Los otros también valen

A menudo, la incomunicación con los otros actores o su ninguneo no

tiene que ver sólo con el juicio moral sobre la bondad de sus acciones.

Muchas veces existe un factor que nubla el entendimiento. Y es simple.

No acabamos de entender el papel irreemplazable que el otro actor

desempeña en el devenir social.

Si las empresas entendieran que las ONG son la voz del porvenir,

valorarían más su contacto y el dialogo con ellas. Si se dieran cuenta de

que muchos de sus negocios se fundan en una antigua reclamación de

las ONG, estudiarían lo que dicen para oler el porvenir, para orientar

sus inversiones de futuro. Si las empresas entendieran que las

depuradoras, las potabilizadoras, los contadores de agua, los sistemas

de uso eficiente del agua... han sido antes que nada reivindicaciones de

los movimientos sociales y las entidades no lucrativas, cultivarían más

su amistad.

Si las ONG se dieran cuenta de que para generalizar una idea, para

hacerla realidad de mayorías, se precisa la intervención de las empresas,

estarían más dispuestas a la colaboración con ellas.

Si los gobiernos del mundo se dieran cuentan de que, como dicen

reiteradamente las encuestas de opinión, los ciudadanos creen más a

las ONG que a los gobiernos, acordarían con éstas estrategias orientadas

a promover los valores de la sostenibilidad entre la ciudadanía… y

gastarían menos dinero en sus campañas oficiales.

Las relaciones más críticas son las relaciones entre los “viejos”

actores, acostumbrados a relacionarse y entenderse, y el nuevo actor,

los movimientos sociales, las ONG. Pero los cambios que se deben

promover son enormes y muy rápidos, tenemos que lograr una gran

movilización social, tenemos que “tensar” el cuerpo social. Y esa tarea

es muy difícil de resolver eficazmente sin la participación de una sociedad

civil articulada.

Además, ya sabemos que para lograr ríos limpios se necesitan leyes

adecuadas, dinero, depuradoras idóneas, pero es inexcusable el

compromiso de la ciudadanía. No hay dinero suficiente, ni policía

suficiente para compensar los daños colaterales que causa la falta de

compromiso cívico. Los problemas del agua no pueden ser resueltos

por un solo actor. Sin lo que el otro aporta, no hay solución.

La mañana en que los gobiernos, las empresas y las ONG logren

ver, sin maquillaje, los problemas existentes (ríos y acuíferos

contaminados, millones de personas sin poder beber agua potable,

sequías, inundaciones…), y vuelvan la mirada hacia sus propias manos,

la fuerza de sus manos, se abrirán a la suma y a la colaboración, humildes

y dispuestos.

Necesitamos una cultura de colaboración selectiva entre los actores

del cambio

Necesitamos una cultura de colaboración entre los actores del cambio.

Si sólo pelean entre sí, lo cual no es infrecuente, muchas energías trans-

formadoras se pierden, se anulan.

No tendremos suficiente tiempo para cambiar las cosas si sólo nos

dedicamos a frenar las iniciativas de los otros. Si las energías, recursos

y talentos están volcados en destruir las iniciativas de los otros, después

de trabajar mucho, cuando levantemos la vista, constataremos que la

sociedad ha avanzado muy poco.

En cualquier caso, esa cultura de colaboración debe estar guiada

con los mismos criterios que conducen el amor y la amistad: con quien

yo quiero, cuando yo quiero. Con la libertad de elección como bandera

y lema. Lógicamente, siempre atendiendo al pragmatismo: hay proyectos

que llaman a la participación de un actor. Todavía más: hay proyectos

que no son viables sin la participación de tal o cual actor social.

Es obvio que frente a la generalización abusiva de que con el otro

sector no cabe la colaboración, tampoco es razonable la generalización

abusiva de que sea positivo colaborar con cualquiera del otro sector y

para cualquier cuestión. En definitiva, lo que propugnamos es una cultura

de colaboración selectiva, en la que la argamasa de las relaciones duraderas

y la libertad de elección estén garantizadas. Así, las colaboraciones serán

útiles y largas. Pero esta nueva cultura de colaboración selectiva no nace

por generación espontánea, nace del trabajo compartido y a partir de

enfoques adecuados.

Discutir y colaborar no son actividades incompatibles

Estamos educados en una cultura maniquea, de blanco o negro, en la

que los grises no existen. Los demás se dividen en dos: amigos y

enemigos. O estamos de acuerdo al cien por cien o discrepamos al cien

por cien. Necesitamos ser más complejos, no podemos seguir pensando

con los restos de cerebro de reptil que todos llevamos dentro. Necesitamos

un enfoque más elaborado, más matizado, más sutil.

En el siglo XXI, para afrontar con éxito el desafío tan enorme que

tenemos ante nosotros, necesitamos salir de la prehistoria de las relaciones

que hemos mantenido en el siglo XIX y el siglo XX. Necesitamos empresas,

administraciones públicas y ONG que sean capaces de mantener debates

y discusiones sobre lo que les separa y, a la vez, mantengan líneas de

colaboración y de trabajo compartido en lo que están de acuerdo. Ése

es el desafío. De otra forma despilfarraremos un sinnúmero de energías

sociales…, y no sobran.

Tenemos algunos ejemplos positivos de colaboración transfronteriza

entre empresas, ONG y gobiernos, pero son la excepción, no son la

norma. En un estado de Estados Unidos existe una asociación que

fomenta el uso eficiente del agua, entre empresas abastecedoras de agua

y organizaciones ecologistas, y su composición es paritaria. Funcionan

por consenso.

Los asuntos del agua son complejos y poliédricos, por lo tanto, es

normal –y bueno– que haya distintos enfoques y distintas alternativas

para resolver un mismo problema. Luz y taquígrafos, que haya debate,

que haya información, que haya opinión dispar. Pero junto a esta

constatación de diferencias, también sabemos que existen zonas de

acuerdo en las que se puede trabajar conjuntamente.

No habrá posibilidad de resolver los desafíos que comporta un uso

sostenible del agua en el siglo xxi si no desarrollamos esta capacidad de

discutir y trabajar al mismo tiempo.

El mundo se reía de un alto dignatario del que, para subrayar sus

limitaciones intelectuales, se decía que no era capaz de andar y mascar

chicle al mismo tiempo. Gobiernos, empresas y ONG deben superar

rápido esa fase infantil, esa minusvalía colectiva, en la que han estado

enfrascados en los últimos años, y deben aprender a trabajar y discutir

a la vez. Nos va mucho en ello.

El otro es otro y, además, nadie es perfecto

En muchos casos, lo que molesta, lo que no se entiende del otro, tiene

que ver con su misma sustancia. Muchas empresas se quejan de que

las ONG son poco profesionales (sic). Muchas ONG se quejan de que

las empresas quieren ganar dinero (sic). Muchos gobiernos se quejan

de que las ONG casi siempre critican sus acciones y que no representan

de verdad a los ciudadanos porque nadie les ha votado (sic). En los

juicios sobre el otro, un problema grave es la incomprensión de raíz: no

se entiende bien el rol que cumplen en el funcionamiento social. Entender

al otro, lo que puede hacer, lo que no, sus limitaciones y sus posibilidades

es fundamental para construir una colaboración eficaz.

Entender hasta la médula, con el corazón, una verdad simple y a

menudo olvidada, como todo lo obvio: que nadie es perfecto, también

ayuda a construir esa cultura de colaboración selectiva –con unos sí con

otros no–, para esto sí para esto no.

El olvido de esa verdad de Perogrullo ha hecho, y sigue haciendo, mucho

daño a los soñadores y constructores de los cambios en la política del

agua. Con mucha frecuencia exigimos al otro un comportamiento excelso

que nosotros no tenemos. Excusamos con facilidad nuestros errores,

pero no acabamos de entender la razón por la cual el otro los tiene.

La aplicación del principio de “realismo humanista” –empresas,

gobiernos y ONG no somos perfectos, somos mejores unos que otros,

pero desde el humilde reconocimiento de que el aliento del error y la

imperfección nos alcanza a todos– nos ayudaría a construir relaciones

de colaboración más sólidas y más duraderas.

La pregunta pertinente para juzgar la idoneidad de una colaboración

no es si esa organización es perfecta o no, si pertenece a la lista de los

justos o a la de los impuros… Las preguntas pertinentes son: ¿la organización

sobre la que dudamos es mejor que la media de su sector? ¿El proyecto

es interesante en sí mismo? ¿La organización está en una línea de progreso

de cambio positivo? ¿La colaboración será útil para la sociedad?

Ya sé que son preguntas menos absolutas, menos sagradas, pero

cambiar el mundo, la realidad del mundo del agua, la realidad que afecta

a las personas concretas, a los seres vivos concretos, a los ecosistemas

concretos… tiene ver con la utopía, pero también tiene mucho que ver

con el pragmatismo.

Aplicar el principio de la presunción de inocencia

La Constitución española, como otras en el mundo, consagra el principio

de la presunción de inocencia como una garantía para el ciudadano. De

entrada, salvo prueba de lo contrario, el otro es inocente. Con tal fin se

construye un edificio jurídico, para garantizar que ese principio no se

vea conculcado en la práctica social o gubernamental.

Pues bien, ese principio tan básico que se afirma en las leyes fundadoras

de muchos países no se aplica a la mayoría de los actos de los tres

actores clave para el cambio ambiental. Muchas de las decisiones de

empresas, gobiernos y ONG están preñadas de prejuicios sobre los

otros.

Es muy difícil comenzar una relación cuando se parte de este nivel

de desconfianza. Es improbable que una colaboración se construya

cuando los potenciales colaboradores sospechan del otro.

Una cosa es pensar, discutir y argumentar que tal entidad ha cometido

un error, y otra muy distinta es creer que la entidad ya tenía una intención

malévola, y que esa intención maléfica es la que explica ese error. Se

discute de manera muy desigual. No afirmo que el mal no exista o que

el comportamiento delictivo no exista, lo que afirmo es que, de entrada,

debemos ser bienpensantes y tratar a los demás como nos gustaría que

nos trataran a nosotros, sin juicios de intención apriorísticos.

Esa disposición inicial es un sustrato sobre el que sí pueden crecer

las relaciones de colaboración fructíferas. Sobre la desconfianza y la

sospecha no crece ni la fina hierba.

Toda acción es impura

Cuando hacemos algo, cuando pasamos de los sueños a los hechos,

cuando pasamos del plan a la acción, necesariamente, “traicionamos”

nuestras intenciones. Así nos pasa a nosotros, así les pasa a los otros.

Para nuestras “traiciones” encontramos justificación, para las de los

demás… nos cuesta más. Claro que en la vida hay traiciones y “traiciones”.

Hay ocasiones en que la idea original se ha esfumado totalmente en su

realización. En otras, simplemente, se trata de la erosión natural que

tiene cualquier idea cuando la intentamos materializar.

Este asunto, antiguo y conocido, sencillo de enunciar y de entender, es

responsable de una gran parte de la conflictividad existente entre los

actores del cambio.

Quien cruza la acera y pasa de la comodidad de opinar sobre lo que

ocurre a hacer que las cosas ocurran debe aceptar dos dolencias: el

dolor de no hacer las cosas tal cual las soñó y el dolor de ver cómo los

de la acera de las opiniones comentan, a veces con acritud, las acciones

impuras que fatigosamente crea.

Ambos dolores y las emociones que suscitan son responsables del

clima de desconfianza que compromete la creación de oportunidades

de colaboración entre los actores del cambio.

La aceptación de que toda acción es impura menguaría la agresividad

hacia las acciones de los otros y aumentaría nuestra compresión acerca

del actuar ajeno.

Reconocer y agradecer

Uno de los guijarros que hacen más difícil el camino de la colaboración

es el sentimiento, que yo he percibido en muchas miradas, de que los

otros no reconocen ni valoran lo uno hace, de que sólo se fijan en lo que

haces mal, por una especie de tortícolis interesada, que sólo permite

mirar al otro cuando falla.

Y esa falta de reconocimiento hacia lo que se ha hecho bien la he

visto en los ojos de los funcionarios públicos, en los ojos de los líderes

sociales y en los ojos de los empresarios. Todos la sufren como víctimas,

pero a veces no son capaces de ver que también son victimarios.

Las relaciones mejorarían mucho si los actores se sintieran valorados

por lo que sí hacen bien. Entonces, tras las felicitaciones, las críticas

serían más legítimas. De esta manera, quedaría claro que se critican los

hechos concretos y no, sustantivamente, a quien los ha realizado.

Muchas ONG tienen el sentimiento de que los gobiernos no valoran

toda su ingente labor de cambio cultural. Muchas autoridades tienen el

sentimiento de que las ONG no ven nada positivo en lo que hacen, que

todo está mal, que nunca aciertan. Muchas empresas tienen la idea de

que nunca es suficiente lo que hacen, de que siempre están en falta y

son tratados como presuntos delincuentes. Y, muy posiblemente, todos

tengan razón en sus percepciones.

Decía un clásico que la gratitud es la mayor de las virtudes y,

posiblemente, la madre de todas ellas. Esa falta de gratitud hacia lo que

los otros hacen envenena mucho las relaciones. Y los otros a veces son

actores de distinta condición, y, en otras ocasiones, son actores similares.

Y entonces duele más.

Alta tolerancia con los amigos y casi amigos

Es paradójico, pero es muy común: las discusiones entre los constructores

del cambio suben de tono con frecuencia, tanto que parece que son enemi-

gos. Y en realidad no es así, trabajan por un horizonte emancipador parecido.

Esas discusiones no sólo consumen tiempo, su efecto fundamental es,

sobre todo, regar los días de mezquindad y consumir uno de los alimentos

más valiosos para el camino de los cambios: el ánimo de los caminantes.

El dolor de las críticas de los que deberían ser amigos es superior a

cualquier dolor y agosta muchas energías de los hacedores de cambios.

Es necesario desarrollar una cultura de la tolerancia, del respeto a la

manera en que los otros quieren cambiar la realidad. A fin de cuentas,

nadie tiene la certeza de que su apuesta sea la mejor. Sólo al final,

pasado el tiempo, se puede valorar de verdad la eficacia de las acciones.

Sólo la historia habla con claridad… pasado el tiempo.

Respeto, respeto… y otra vez respeto

Hay constructores del cambio que viven en el Norte, un azar. Hay

constructores del cambio que viven en el Sur, otro azar. Muchas veces

entran en relación y hay organizaciones del Norte que realizan programas

y proyectos de cooperación al desarrollo en los países empobrecidos.

Eso está muy bien.

Pero a veces hay problemas. El diálogo entre ONG o gobiernos que

plantean problemas y evidencian la pobreza, y ONG y gobiernos que

aportan euros o dólares no es equilibrado. Es preciso recordar en este

encuentro de voluntades que lo que es adecuado hacer en el Sur lo

deben decidir los habitante del Sur. Es preciso recordar que las soluciones

que fueron buenas en un país, si así fueron, no tienen por qué serlo en

otros países. Es preciso recordar que los países empobrecidos tienen

el derecho de encontrar su propio camino, su propio desarrollo. Es

preciso recordar que, de entrada, quien mejor conoce los problemas y

las soluciones de un país son sus propios habitantes, las organizaciones

e instituciones de ese país.

Tener buenas intenciones no basta. La solidaridad no basta. Con

esa bandera se han realizado verdaderos desastres. Hay que ayudar

bien y hay que respetar las instituciones, la sociedad y las organizaciones

del Sur. Así de sencillo.

Hay que construir una cooperación de ida y vuelta

El ejemplo de lo que hicieron los países más ricos puede servir a los

constructores del cambio en los países empobrecidos. Pero también

vale la dirección contraria. El Norte necesita cambios, por su propio

interés y para lograr construir un desarrollo sostenible en el planeta, y

muchas de las respuestas que necesita el Norte provienen del Sur. Hay

que escuchar al Sur. Hay que construir una cooperación de ida y vuelta.

Las innovaciones tecnológicas, que surgen como subproducto de

la cantidad de recursos económicos invertidos, suelen proceder del

Norte, pero, en los últimos tiempos, las innovaciones sociales están

llegando del Sur. Atender a esos cambios culturales del Sur es muy

importante para el Norte, necesita cambiar, necesita respuestas.

Para buscar respuestas, los constructores del cambio deben buscar

en todas las direcciones, en el Norte y en el Sur. Las entidades del Norte

deben corregir su rutina de buscar las soluciones al futuro de los países

menos desarrollados en la historia de los países más desarrollados. Y

las entidades del Sur, ONG, empresas y autoridades públicas, también

deben percibir las sombras de los países desarrollados. No están

condenados a repetir sus errores, deben aprovechar la ventaja del tiempo.

Pueden saltarse esos errores.

Un buen ejemplo es que muchos países del Sur, gracias a los errores

de los países del Norte, pueden gestionar las aguas subterráneas de

forma integrada con las aguas superficiales.

Escuchar y hablar más con los otros

Pocas acciones son más baratas que hablar, y pocas son más útiles. No

hay posibilidad de colaborar, de entenderse y de trabajar juntos si, como

requisito previo, no hemos hablado con el otro, si no entendemos bien

sus esperanzas y sus miedos, sus razones y, sobre todo, sus emociones.

En varias zonas del mundo existe déficit hídrico, es importante, cierto,

pero se habla poco del déficit de diálogo entre empresas, ONG y

gobiernos. No hay posibilidad de crear la cultura de colaboración que

los tiempos exigen si no incrementamos significativamente el tiempo

que dedicamos a entender a los otros, a escucharlos.

En la actualidad, al menos en lo que se refiere a las relaciones más

recientes y problemáticas (la relación entre las empresas y las ONG, y

la relación entre los gobiernos y las ONG) se dialoga cuando existen los

conflictos, pero no hay espacios de diálogo normalizados.

Con la distancia y la incomunicación crece la hierba de la desconfianza.

Y si la hierba de la desconfianza crece y se hace alta, los senderos de la

colaboración se pierden.

Confiar en la sociedad

Los actores clave mencionados son tres, pero para que haya cambio,

para que haya una revolución mental y real en los cinco continentes, de

manera que en muy poco tiempo aprobemos asignaturas antiguas,

reiteradamente suspendidas, y por fin hagamos las paces con el agua

y con nosotros mismos, necesitamos involucrar activamente a la sociedad.

Para dar saltos cualitativos, necesitamos generar una complicidad cívica

sin precedentes.

Por qué no pensar, por ejemplo, en una red de vigilantes, con SMS

o e-mails, de los cursos de agua. No hay delincuentes que puedan burlar

ese control social. Si un problema es masivo, su resolución exige una

fuerte implicación social.

Todas las organizaciones se vuelven conservadoras con el tiempo.

Las empresas, los gobiernos, las ONG… El viento fresco de la sociedad

civil rompe sus dudas y empuja el cambio. Generar este viento debe ser

un objetivo explícito de gobiernos, ONG e, incluso, empresas. Sin un

tsunami social, que remueva inercias, instituciones, leyes y rutinas

obsoletas no lograremos hacer tantas tareas en tan poco tiempo.

Si los gobiernos sienten la complicidad o la presión de los ciudadanos

subirán las tarifas, invertirán en obras de subsuelo, prohibirán prácticas

delictivas, estimularán proyectos de cambio… Si las empresas se sienten

examinadas por los consumidores sobre su política en relación con los

cursos de agua, tomarán medidas y dedicarán recursos. Si la sociedad

mira, habla y actúa, los cambios se aceleran.

Parte tercera

CRITERIOS PARA ACTUAR

Crear círculos virtuosos

Para resolver un problema multicausal debemos poner en marcha una

multisolución. Y donde funciona un círculo vicioso debemos poner en

funcionamiento un círculo virtuoso. Debemos entender las relaciones

que existen entre la tecnología, los valores y las leyes. Debemos percibir

sus dependencias recíprocas, su encadenamiento. Los problemas están

relacionados, pero las soluciones también. Y esa constatación es un

signo de esperanza.

Con frecuencia, existe una deformación en la toma de posición a la

hora de percibir las soluciones. Las empresas creen que todo se arregla

con nuevos productos, con nuevas tecnologías. Las administraciones

públicas piensan que todo se arregla con una ley nuevecita. Y las ONG,

con frecuencia, creen que todo se arregla con concienciación. Todo el

mundo tiene parte de razón. Sin cambio cultural, los cambios no serán

duraderos; sin cambio normativo, los cambios serán parciales; sin nuevas

tecnologías, algunos problemas son difíciles de resolver. Esta razón

compartida debería provocar análisis más complementarios, más holísticos.

Y también existe una deformación que proviene de la escasa

interdisciplinariedad de los enfoques. El ingeniero piensa en el hormigón,

el biólogo en bacterias, el sociólogo en organizaciones sociales, el

abogado en normas… Todos tienen enfoques muy relevantes, pero

parciales e insuficientes.

Si, de forma coincidente en el tiempo, ponemos en marcha un

cambio normativo, una sensibilización cultural, un cambio tecnológico

y un cambio de los precios que intervengan en el problema, entonces

estaremos creando un círculo virtuoso con capacidad de perdurar en

el futuro.

No hay una única causa, no hay una única solución. Tenemos que

actuar en todos los factores que explican la situación actual para que

el cambio de un factor sea un refuerzo para el cambio del resto.

Tenemos que cambiar las normativas para que fuercen el cambio de

tecnologías y de conductas, tenemos que poner otros precios para crear

fondos económicos que permitan financiar las inversiones necesarias,

tenemos que propiciar cambios culturales para que el cambio tecnológico

no sea boicoteado por el inmovilismo conductual de la población,

tenemos que formar a los profesionales en los nuevos paradigmas,

tenemos que mover el mercado para que fabricantes, distribuidores y

comerciantes ofrezcan bienes y servicios más sostenibles, tenemos que

lograr que el sistema educativo eduque en valores de sostenibilidad, y

que éste sea un ejemplo vivo del compromiso con el medio ambiente,

tenemos que lograr que las instituciones públicas no desmientan con

sus acciones aquello que afirman con sus declaraciones…

Todos estos factores se influyen entre sí, y debemos hacer que su

influencia recíproca sea favorable al cambio, para que forme un círculo

virtuoso que “siembre” sostenibilidad.

Con frecuencia, el “pecado original” de nuestra formación o de

nuestra pertenencia a uno u otro de los actores del cambio hace que no

valoremos los factores que sentimos más extraños a nuestras

preocupaciones.

Pero el buen tecnólogo acaba dándose cuenta, después de algunos

fracasos, de que la complicidad del público es esencial para que el cambio

tecnológico tenga los efectos esperados. Y la ONG ocupada en la educa-

ción ambiental pronto percibe que las declaraciones de intenciones de

los encuestados no acaban de cambiar las constantes vitales del planeta.

Lo que cambia la contaminación de los ríos tiene mucho que ver con

las características químicas de los pesticidas y los abonos que emplean

los agricultores. Y el cambio, por seguir con el ejemplo, hacia la agricultura

ecológica tiene mucho que ver con las ayudas públicas que se implantan,

y no sólo con los folletos que se reparten entre los consumidores.

Muchos esfuerzos de cambio han sido inútiles, o casi, porque nos

hemos olvidado de que los problemas están relacionados, y hemos

actuado sólo focalizados en un aspecto del problema, pero el resto ha

quedado fuera de nuestro mapa mental. Al final, el cambio de un aspecto

parcial no pudo contrarrestar la influencia múltiple de todos los otros

factores que “trabajaban” para reproducir la situación inicial. Los círculos

viciosos sólo se rompen de verdad creando otro círculo virtuoso.

La ecología nos ha enseñado, entre otras cosas, que el enfoque

adecuado para entender la biosfera es el enfoque sistémico, que explica

la realidad entendiendo las relaciones las partes que la componen. De

igual modo, también la sociedad se entiende mejor comprendiendo las

relaciones que existen entre los actores que la componen.

Acabar con los círculos viciosos que hemos creado en la biosfera y

en la sociedad exige, si queremos que la nueva situación sea duradera,

construir un círculo virtuoso que empuje hacia la sostenibilidad.

Esa creación de círculos virtuosos sostenibles exige entender y dialogar

con todos los actores sociales que intervienen en el mantenimiento o

cambio de estos factores de cambio. El verdadero cambio no vendrá

porque nosotros lo hagamos muy bien. El verdadero cambio vendrá

cuando gobiernos, ciudadanos y empresas trabajen con un horizonte

compartido, y cuando lo que haga cada cual refuerce lo que hacen los

otros actores del cambio.

En consecuencia, crear un círculo virtuoso exige un diálogo activo

y franco con todos los otros actores del cambio social. Es necesario

complementar energías de empresas, administraciones públicas y ONG,

y para ello es básico entender su rol, sus posibilidades, sus capacidades.

Crear un círculo virtuoso es posible si existe esa cultura de colaboración

por la que abogábamos anteriormente.

Apoyar a los líderes: crear una red de cómplices por el cambio

El cambio sucede por imitación, pero para que haya imitación la sociedad

necesita innovadores que imitar. Personas que van delante y que arriesgan.

Establecer esa red de cómplices por el cambio es una tarea fundamental

si se quiere tener éxito en la fatigosa tarea de transformar la realidad.

De hecho, los cambios sociales los han empezado siempre minorías

exiguas. Una vez que se prueba, en lo pequeño, que el cambio es posible,

se generaliza. Sucede con la innovación tecnológica, y sucede con la

innovación social.

Esa minoría de innovadores sociales existe, de lo que se trata es de

lanzar propuestas para enlazar con ella. Antes de que el fundador del

software Linux lanzara su desafío, ya existían los miles de programadores

que participaron en la iniciativa de forma voluntaria y desinteresada.

Pero, para hacerse visible, esa minoría necesita desarrollarse alrededor

de una idea, de una invitación.

La mayoría del cuerpo social tiene una justificada tendencia a aferrarse

a la costumbre, a las verdades probadas. Por tanto, de entrada, su

respuesta es el escepticismo y la reserva. La manera de vencer esa

resistencia al cambio es con la prueba de la realidad, no tanto con las

palabras. Por eso son imprescindibles las minorías sociales para sembrar

los cambios en el humus, siempre escéptico, de la sociedad.

La minoría recoge el honor que la historia reserva a los pioneros,

pero también recoge el mayor número de problemas que la historia

reserva a los pioneros.

Una sociedad innovadora es una sociedad que no penaliza a esta minoría

innovadora, al contrario, la estimula. Las instituciones, que en muchas

ocasiones están en la mejor situación para liderar los cambios, no

deberían impedirlos y, por el contrario, deberían alentarlos.

En el nordeste brasileño, un grupo de ONG probó un aljibe para asegurar

agua potable a partir de la lluvia en las viviendas de una región con

problemas de sequías recurrentes. Primero lo hicieron con un proyecto

para 25.000 casas, una vez que constataron que la propuesta funcionaba,

la están generalizando hasta alcanzar un millón de hogares. Primero lo

pequeño, primero los más convencidos, para después generalizar la

propuesta para las mayorías. Éstas calman sus temores ante los cambios

cuando alguien cercano, conocido y semejante prueba la nueva práctica,

la nueva tecnología.

Estos líderes del cambio están en todas las trincheras. Hay

innovadores sociales dentro de las instituciones, como técnicos, como

políticos. Hay líderes del cambio dentro de las empresas, en los medios

de comunicación, en las universidades, en las escuelas, en las ONG,

en los equipos deportivos, en las iglesias… La innovación variará según

su rol, su posición, su lugar en el mundo, pero, estén donde estén

estos innovadores, deben empujar los márgenes de lo posible.

En ocasiones, fruto de una especie de pesimismo sustantivo sobre

“el alma humana”, no confiamos en que haya personas que quieran

complicarse la vida en un proyecto innovador. Pensamos que, si no

existe ganancia económica cierta, no habrá nadie que quiera practicar

la sostenibilidad. Falso. La historia está llena de comportamientos

altruistas, muchos de ellos desarrollados en momentos en que había

un riesgo cierto para los innovadores.

Hacer visibles a estos líderes del cambio, apoyarlos y fomentar las

relaciones cruzadas entre ellos son tres estrategias fundamentales para

consolidar la primera ola de los cambios, la que precede a la marea de

las mayorías. Donde no llegue la ola, no llegará la marea. La cantidad

y calidad de los innovadores permite prever la extensión y profundidad

del cambio social que se va a producir en la sociedad general.

El dios dinero debe ayudar al dios amor

Muchos de los problemas que padecemos en la gestión del agua tienen

que ver con que, en la práctica, hay una contradicción entre los intereses

económicos particulares y los intereses generales de la sociedad.

No es infrecuente que a una empresa, por ejemplo, le resulte más

racional, y más barato, pagar una multa por contaminar que depurar

sus vertidos. No es infrecuente que a una vivienda particular, a un hotel,

a un colegio… no le salgan las cuentas a la hora de invertir en tecnología

ahorradora de agua.

La fórmula concreta de elaboración de las tarifas, que muchas veces

da una gran relevancia a los costes fijos, no recompensa claramente a

quienes están haciendo esfuerzos para usar el agua de forma eficiente.

Esa situación hace que, en la práctica, el caballo de la bondad y los

intereses generales tire de la carreta del cambio social en una dirección,

mientras el caballo del interés económico tira en la contraria. Suele ganar

la competencia el caballo “dinerario”, más musculoso, y los intereses

generales se ven arrastrados por caminos polvorientos. El resultado

final es que el cambio no avanza, o avanza muy poco, o avanza en los

discursos, pero los hechos se quedan varados en las arenas movedizas

de los intereses económicos.

Cuando pensamos en intereses económicos pensamos en que las

rémoras del cambio hacia la sostenibilidad sólo son las empresas. No

es cierto, si los ayuntamientos tampoco tienen intereses económicos

para el cambio, si los ciudadanos tampoco tienen incentivos económicos

para cambiar, si las escuelas no tienen intereses económicos para

cambiar, si los agricultores y ganaderos no tienen intereses económicos

para cambiar…, la realidad no se mueve, o se mueve muy poco.

La bondad y el altruismo tienen los hombros muy estrechos para

aguantar todo el peso de los cambios. Debemos reforzarlos, que no

estén solos.

Debemos construir procesos sociales en los que el buen comporta-

miento sea incentivado y donde la empresa que no contamina los ríos

vea mejoradas sus ganancias: que el agricultor ecológico, que no contamina

los acuíferos con pesticidas, vea mejorados sus ingresos finales respecto

a los vecinos de su comarca que sí lo hacen, que la universidad que

reduce su consumo vea mejorado su balance anual, que el municipio

que reduzca su consumo de agua también reduzca mucho su factura de

agua, y sea recompensado con subvenciones gubernamentales más

relevantes para renovar su red de abastecimiento urbano…

Y, de forma congruente, quien aparte su conducta de forma grosera

de los intereses generales, sin obviar el castigo específico que la ley

prevea para él, debe sufrir una penalización económica considerable

que le haga recapacitar. Así, las personas racionales no encontrarán

ninguna razón para mantener una conducta que atente contra el medio

ambiente.

En el fondo, estamos hablando de aplicar la vieja y probada pedagogía:

castigar a los malos y premiar a los buenos. Pero esta cuestión sencilla

y muy entendible no es lo que hoy ocurre en muchas ocasiones. No es

raro que los buenos ante los ojos de los demás y ante sus propios ojos

se vean como tontos, y los desalmados se vean y los vea la sociedad

como gente lista, viva.

Muchas energías sociales se despilfarran porque hay personas,

instituciones, empresas y entidades que están empujando la carreta de

los cambios sociales hacia la sostenibilidad y otras personas, otras

instituciones, otras empresas y otra entidades, normalmente más

numerosas y poderosas, están empujando la carreta de los cambios

sociales en otra dirección, hacia el pasado, manteniendo un desarrollo

insostenible.

La creación de incentivos económicos, adaptados a la situación

particular de cada entidad o actor social, tiene que tener como objetivo

que toda la energía que existe en la sociedad, que es inmensa, trabaje

en la misma dirección.

Dejar todo el peso del cambio a la bondad y la generosidad no da

sus frutos, el cambio es lento, los problemas crecen. El dios dinero debe

ayudar al dios amor. Juntos pueden.

Utilizar el discurso más elocuente: nuestros hechos

Existen muchos predicadores en el mundo que dicen lo que se debe

hacer. Ahí están las iglesias, ahí están las ONG, ahí están las autoridades

públicas, ahí están los sindicatos, están las universidades, las escuelas…

En casi todos los textos de estos actores está escrita la verdad de lo que

debería ocurrir.

Salvo excepciones, en todos sus textos, en todos los discursos de

sus responsables se dicen cosas sensatas sobre lo que habría que hacer

para lograr un uso más eficiente del agua, para conservar la calidad de

los ríos, para abastecer de agua potable a los millones de personas que

carecen de ella en el mundo… Pero subsiste un pequeño problema: con

enorme frecuencia los hechos desmienten las palabras.

Esa distancia, a veces enorme, entre lo que dicen los predicadores

y lo que hacen frena sobremanera las posibilidades de cambio. Al final,

todas las personas hacemos más caso a lo que vemos que a lo que

oímos.

Este problema es especialmente grave en el caso de las administra-

ciones públicas, que promueven continuamente campañas de información

y sensibilización en las que aconsejan a los ciudadanos que realicen

acciones que ellas mismas ignoran. De igual forma, apenas hay textos

escolares en los que no se hable del desarrollo sostenible y del uso

eficiente del agua, ideas que son desmentidas una vez que los alumnos

cierran las páginas del libro y recorren las instalaciones del centro.

Alumnos y ciudadanía, por tanto, son educados en la vieja máxima

cínica: no me juzgues por lo que hago, júzgame por lo que digo.

Sin embargo, aun al precio de hablar menos, si los actos de estas

entidades fueran más consecuentes con las palabras, la pedagogía social

sería más eficaz. Hablar menos y hacer más debería ser la consigna de

las administraciones públicas y los predicadores de la nueva sociedad.

Es lógico aceptar una distancia entre lo que debe ser y lo que es, entre

lo que decimos y lo que hacemos, ¿quién no tiene contradicciones? Pero

estamos hablando de que en muchas ocasiones no hay zonas de

conexión entre las palabras y los hechos. El mismo ayuntamiento que

pide a los ciudadanos que ahorren agua no aplica ninguna medida de

ahorro en sus propios edificios.

Un ayuntamiento responsable primero reforma sus instalaciones,

y después anima a sus vecinos a hacer lo mismo. Una ONG responsable

primero reduce sus vertidos, y luego exige que se instale una depuradora

biológica en su municipio.

Además, cuando nos ponemos a hacer lo que predicamos somos

más compresivos con las imperfecciones de los demás, porque estamos

comprobando en nuestras propias carnes las dificultades de la transfor-

mación social: quien practica sabe más y entiende más.

La mayor parte de la pérdida de credibilidad que los gobiernos han

sufrido en casi todos los países del mundo tiene que ver con esta pérdida

de confianza en lo que dicen. No te creo, parecen decir los ciudadanos,

porque te veo.

No hay manera de movilizar a la sociedad para el cambio si no se

recupera la confianza de ésta en aquellos que lo anuncian. Esa confianza

pasa por un incremento de la coherencia de todos los actores sociales

que impulsan la transformación.

Concentrar nuestras energías en aquellas acciones más transformadoras

La ciudad de Bangkok, en Tailandia, en un programa para mejorar la

eficiencia del agua en la ciudad, seleccionó las acciones posibles para

ahorrar agua, las ordenó por su potencial ahorrador, las listó según la

relación entre el coste y el beneficio y las estudió después desde el punto

de vista de su aceptabilidad social. Donde había decenas de acciones,

a partir de estas “cribas”, acabaron dando prioridad a un número

reducido y abarcable de iniciativas.

El enfoque que realizaron en la ciudad de Bangkok es muy adaptable a

muchos otros territorios y muchas otras políticas relacionadas con el

agua. Nunca podemos hacer todo lo que es posible hacer, nunca tenemos

todo el dinero necesario, nunca tenemos el tiempo necesario… Por eso

los transformadores del mundo tienen que dedicar tiempo a seleccionar

cuáles son las acciones más útiles, más productivas, más sencillas de

poner en funcionamiento.

Hay acciones que tiran de otras, que su cambio representa una

fuerza tractora sobre el resto. En ésas nos tenemos que concentrar.

No somos dioses, no podemos hacer todo lo que soñamos, tenemos

que elegir. No hay problema en no hacer todo lo que soñamos o todo

lo que se podría hacer. Pero debemos evitar gastar los escasos recursos

en iniciativas de resultado incierto y, por tanto, no poder acometer

propuestas útiles y rentables.

Cambio en dos fases: primero, la voluntad, después, la ley

Ante el cambio social, las instituciones son conservadoras… y los pueblos

también. En muchas ocasiones, las administraciones públicas son

conscientes de que deberían aprobar una nueva normativa e imponer

tal o cual tecnología, tal o cual práctica, pero el miedo al fracaso las

paraliza.

Una forma de salir del atolladero es organizar el cambio en dos fases.

La primera, en la que se trata de alentar a los innovadores y en la que

éstos prueban que las nuevas prácticas son buenas, posibles y razonables

desde el punto de vista económico y social. La segunda fase es aquella

en la que con la experiencia y el conocimiento adquirido en la fase

voluntaria se legislan normas de obligado cumplimiento.

Ese cambio dual, en dos tiempos, tiene varias ventajas. A las administra-

ciones públicas les da la seguridad de que lo que están legislando es

“cumplible”. Además, les otorga un muy realista campo de pruebas, a

modo de laboratorio social. De este modo las nuevas normas tienen

más probabilidades de ser útiles. A la minoría innovadora le otorga,

además de los problemas lógicos de los primerizos, un reconocimiento

social e institucional adicional.

Hacer visibles las consecuencias de nuestras acciones, aunque estén

lejos de nosotros

Nuestra civilización se basa en transferir el daño a terceros. Bien en el

tiempo, bien en el espacio. Hay gente mala, que lo sabe y lo hace. Son

una minoría. Lo normal es gente que ignora las consecuencias de sus

acciones.

En un mundo global no es fácil darse cuenta de los encadenamientos

causales que se producen. Muchos de ellos son invisibles a los ojos.

¿Son conscientes los agricultores de que hay un relación, bajo tierra y

pasados los años, entre los pesticidas con los que combaten las plagas

y el cierre de la fuente de agua buena y natural que había en el pueblo?

Con frecuencia, no. ¿Son conscientes los enamorados de que al regalar

ese anillo de oro como prueba de amor están contribuyendo a la brutal

contaminación de muchos ríos del planeta? Seguro que no. ¿Son

conscientes los millones de usuarios de las modernas camisetas de

algodón de que, para cultivarlo, a no ser que se haga de forma orgánica,

se contaminan los acuíferos de forma muy grave?

Para avanzar en la protección de las masas de agua del planeta

debemos hacer visibles estas conexiones causales. Es necesario hacer

visibles las relaciones entre nuestras acciones y lo que ocurre en los ríos

y humedales, cercanos y lejanos, hoy y pasado mañana. Hoy muchas

de estas acciones están ocultas a los ojos de la gente por el suelo, la

distancia física, el tiempo…

VEINTICINCO INSTRUMENTOS PARA EL CAMBIO

Aprovechar las experiencias previas y construir sobre ellas

Si una empresa de Boston encuentra una solución tecnológica adecuada,

posiblemente dos años después esa nueva solución tecnológica ya

estará en todos los mercados de Calcuta. De alguna forma, el capitalismo

de consumo tiene fórmulas muy rápidas para aprovechar lo que otros

ya han inventado y construye sobre eso.

Pero si nos vamos al campo de las innovaciones sociales, muchas

de ellas desarrolladas exitosamente por entidades sin ánimo de lucro,

bien gubernamentales bien no gubernamentales, nos encontramos con

mucha frecuencia con que la experiencia exitosa desarrollada en Bombay,

después del transcurso de los años, todavía no ha sido copiada o

adaptada en Calcuta, de manera que los que afrontan el mismo problema

vuelven a derrochar sus escasas energías para “inventar” la misma

solución, o muy parecida.

Este desperdicio por las enseñanzas y “soluciones” ya encontradas

está muy generalizado. En muy pocas ocasiones se investiga lo que ya

han logrado otros exitosamente, se reconoce el trabajo de los pioneros,

se incorpora de algún modo al nuevo proyecto, para garantizar la mejor

transferencia de conocimiento y enseñanzas, y se construye a partir del

punto que alcanzaron en el proyecto anterior.

Este escaso aprovechamiento de las experiencias previas hace que

se despilfarren energías, talentos y economías.

Ese reconocimiento del trabajo ajeno, bien en clave de imagen, bien en

clave económica, ayudaría a acelerar los cambios sociales y permitiría

aprovechar mejor los recursos de que se dispone.

El ritmo del cambio hacia la sostenibilidad del uso del agua se

aceleraría enormemente si los nuevos proyectos recogieran y aprovecharan

las enseñanzas ya cosechadas en las experiencias previas.

Hacer que la política del agua sea prioritaria para los gobiernos

En todas las sociedades, por pobres que sean, hay muchas energías,

mucho dinero.

En Pakistán el saneamiento y el abastecimiento de agua a la población

es muy mejorable, pero, como señala Naciones Unidas, este país gasta

47 veces más en armamento que en estas políticas. No es sólo un

problema de dinero, es, ante todo, un problema de prioridad política.

España, en los últimos años, ha logrado situarse a la cabeza del mundo

en lo que se refiere a kilómetros de autopistas, autovías y líneas férreas

de alta velocidad. No está a la cabeza del mundo respecto a la salud de

sus ríos, las autopistas de su biosfera. No es, pues, un problema de

dinero, es un problema de prioridad política. De si en España la sociedad

y el gobierno valoran más construir buen asfalto para los automóviles

o mantener los ríos en buen estado para peces, bañistas y abastecimiento

de agua de boca para poblaciones.

¿Cómo se actúa sobre las prioridades políticas de los gobiernos?

¿Cómo se influye en la asignación de los presupuestos gubernamentales,

la prueba definitiva del compromiso de un gobierno?

Los gobiernos democráticos pasan regularmente un examen cada

cuatro años, o un período de tiempo similar. Los partidos políticos se

presentan a elecciones, con un programa, los ciudadanos votan, y los

elegidos aplican su programa en sus años de legislatura. Así funcionan

las cosas, cuando la democracia funciona. Lo que no sucede siempre.

Ese funcionamiento “normal” tiene un problema estructural: la

contradicción entre el corto plazo, que es el espacio temporal en el que

habitualmente gestionan los gobiernos, y el largo plazo que en muchos

casos exigen las políticas efectivas de agua.

¿Cómo ganar esa prioridad política para las políticas del agua? Ésa es

una pregunta muy relevante siempre, aunque su respuesta tiene muchos

matices particulares en cada país, dependiendo de la cultura política,

sistema electoral, entramado institucional…

Una opción es aprovechar las crisis que el azar trae y que hacen que

el entendimiento social, regado por el dolor, se abra a nuevos enfoques

y se reajuste el orden de las prioridades sociales y presupuestarias. Otro

camino, como señalábamos también antes, es provocar las crisis,

vistiendo con ropajes nuevos ante la opinión pública y la opinión

publicada problemas enquistados y antiguos.

Todas las vías son necesarias. Es muy útil el hacer incidencia política

para aprovechar el debate anual de los presupuestos en los parlamentos.

Los presupuestos son el resumen claro e inequívoco de la prioridad que

un país da a tal o cual política. Tal es el presupuesto, tal es la prioridad.

Así de fácil. Muchas veces la importancia de ese debate de cifras no es

percibida por la sociedad, y será necesario hacer pedagogía social para

educar a la ciudadanía. Al fin y al cabo, de lo que se habla en el parlamento

es de cómo emplear los recursos económicos de los ciudadanos.

En los países que reciben ayudas externas, las instituciones donantes

y las propias entidades sociales del país receptor pueden ejercer una

presión concertada para exigir que un incremento de la ayuda externa

vaya acompañado por un compromiso presupuestario mayor del país

receptor. No es razonable que un país pida ayuda para poder dar agua

potable a sus habitantes y que, mientras tanto, gaste lo que tiene y lo

que no tiene en armarse hasta los dientes.

Con mucha frecuencia, las ONG del Primer Mundo hemos financiado

proyectos de cooperación al desarrollo gestionados por ONG del Sur.

Les hemos pedido eficacia y eficiencia. Y se han convertido en muchos

casos en organizaciones con gran capacidad de gestión. No es mal

resultado. Sin embargo, no es infrecuente que haya ocurrido un efecto

no deseado: han abandonado su tradicional papel de crear conciencia

social en su sociedad y de incidencia en las políticas públicas. Realizan

mejor su pequeño proyecto, pero su papel como fermento del cambio

social e institucional en su país se ha debilitado. Son muy útiles en lo

pequeño, pero se han vuelto más incapaces en lo general.

La política pública expresa la importancia que un país concede a un

problema. Por una vía o por otra es necesario lograr que los gobiernos

den prioridad a las políticas del agua. Muy posiblemente haya que

aprovechar tanto momentos cíclicos, como las elecciones o la anual

discusión presupuestaria, como momentos inesperados, como crisis

sobrevenidas de forma intempestiva.

Aprovechar las crisis

Lamentablemente, cada vez hay más quejas agudas del dolor del agua

en la naturaleza y del dolor de la humanidad por el agua. Se suceden

las crisis donde las situaciones de partida se exacerban y, por ello, saltan

de las páginas interiores a la portada de los periódicos del mundo.

Todo el mundo tiene en su memoria las imágenes del huracán Mitch

o del Katrina. Las imágenes del lago Aral, la sequía en el Sahel, etc.

Muchas de estas crisis agudas nos muestran, como enseñanza fácil,

las negativas consecuencias de nuestro modelo de desarrollo. En la vida

social y personal hay poco aprendizaje anticipatorio, como el que

recomendaba el Club de Roma. Con mucha frecuencia, siguiendo la

terminología que empleaba uno de los informes del Club, aprendemos

por shock, después de un dolor profundo, después de una crisis.

En ocasiones ese dolor por lo ocurrido se transforma en decisión de

evitar estas situaciones en el futuro. Entonces, las instituciones cambian

sus políticas, sus prioridades, y las sociedades cambian su enfoque

sobre la realidad. En esas ocasiones, de algún modo, aprovechamos la

crisis para cambiar, la crisis es útil, nos vacuna, para no volver a recaer

en nuevos traumas.

Sin embargo, hay muchas veces en las que, haciendo honor al refrán

antiguo, “el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la

misma piedra”, olvidamos los mensajes que emergen del dolor, no

corregimos el rumbo y caminamos, por tanto, en dirección a su repetición.

Los portadores de cambios debemos aprovechar que las crisis

suscitan emociones y, con el calor de las emociones, razones que antes

no lograban abrirse paso en la sociedad, de pronto encuentran cobijo

y acogida y, a partir de ellas, cambian las políticas, cambian los

presupuestos, cambian las instituciones, cambia la cultura…

España, por ejemplo, logró el abastecimiento de agua potable para

todos como reacción al dolor y la vergüenza del surgimiento del cólera

en el valle del río Jalón. Muchos éxitos de los que nos enorgullecemos

nacen como reacción a una crisis profunda.

Las crisis, como conoce la sabia cultura china, son oportunidades

de cambio que el destino nos ofrece a las personas y a las sociedades.

Ante ellas, las sociedades pueden hundirse resignadamente ante el

dolor o reaccionar y transformar ese dolor en determinación de cambio.

Los portadores de cambios, estén donde estén, sean administradores

públicos, asociaciones de ciudadanos o trabajadores de una empresa,

deben subirse a pilotar la ola de la crisis para aprovechar la energía

que genera y promover cambios sociales, políticos, culturales e institu-

cionales.

Lamentablemente, los días nos van a traer más y más crisis,

muchas veces bajo la forma de fenómenos atmosféricos extremos.

En nuestra mano está aprovechar estas situaciones para acelerar el

cambio social. Hay momentos de “calma chicha” en la evolución de

la sociedad, parece que nada cambia, no hay movimientos en la

superficie… Pero esa misma sociedad adormecida, abotargada, en los

momentos álgidos de las crisis puede dar saltos enormes. Los

constructores del cambio debemos estar atentos al cambio de los

vientos, para aprovecharlos cuando soplan a favor.

Un mes, comúnmente, no es nada. Pero hay meses que valen como

años. En esos días, que valen como meses, tenemos que estar muy

atentos. El viento del cambio no sopla siempre.

Crear crisis

Una opción es aprovechar las crisis, pero otra opción es crearlas: hacer

aparecer ante los ojos de la sociedad un trozo de la realidad, que no es

nuevo, que está ahí, pero que se visibiliza en clave de escándalo social.

Hace no mucho tiempo los autodenominados “hijos de Don Quijote”

organizaron en Francia un sinnúmero de acampadas en calles y plazas.

No hablaban de algo nuevo, extraordinario, sólo estaban haciendo

aparecer la pobreza ordinaria de los sin techo ante los ojos de la sociedad.

Antes de las acciones de estas organizaciones, los pobres ya estaban

allí, pero estaban como la masa hundida de un iceberg, bajo los adoquines,

sin molestar a las conciencias.

Su grito y su gesto provocaron que los medios de comunicación y

la sociedad en general repararan en algo que ya conocían, pero que

parecían ignorar.

Hace más años, las ONG de cooperación al desarrollo sembraron

de tiendas de campaña las calles y plazas de las ciudades de España

para reclamar que las instituciones cumplieran con la donación del 0,7%

del PIB para la ayuda al desarrollo. No estaban hablando de algo descono-

cido. Hablaban de la pobreza de siempre, pero con su campaña gestual

lograron llevar a la agenda política esa vieja reivindicación y lograron,

finalmente, que muchas instituciones españolas, locales y regionales,

crearan por primera vez fondos de cooperación al desarrollo.

De repente, con su movilización de unos pocos meses, los “hijos de

Don Quijote” lograron incorporar a las leyes el derecho humano a la

vivienda. De repente, se generalizaron en la cultura institucional española

las convocatorias públicas de ayuda a los proyectos de cooperación al

desarrollo, hasta entonces casi restringidas al gobierno central. La historia

va a saltos. Pero esos saltos se pueden incentivar con creatividad social,

provocando crisis, construyendo símbolos con poder movilizador. ¿Por

qué no hacerlo con la crisis del agua?

Abrir los ojos a la ciudadanía, hacerla caer del caballo del consumismo

y hacerla reparar en una de las auténticas prioridades de la biosfera y

de la sociedad, la gestión del agua, es necesario y puede ser posible.

La política hacia los negros en Estados Unidos empezó a girar a

partir de un hecho menor, la negativa de una mujer negra a cumplir con

la normativa que se establecía en los autobuses públicos. Esa mujer

cambió la historia de Estados Unidos, y nunca la política racial del

gobierno norteamericano sería la misma. Elegir un hecho pequeño del

que tirar de la madeja de los cambios sociales y provocar un cambio

general de las políticas puede ser a veces más eficaz que hacer desde

el principio una propuesta más general.

Con mucha frecuencia, los problemas más globales son entendidos

mejor por las mayorías sociales a partir de sucesos concretos, parciales,

que dan rostro humano a la problemática amplia.

Aprovechar el momento en que los partidos políticos escuchan más y

temen más

Un momento especialmente oportuno para lograr que las políticas del

agua entren en la agenda política es aquél en el que las formaciones

políticas escuchan con mayor atención a la sociedad, porque son los

momentos en que tienen más miedo, más inseguridad, más temor al

futuro: los meses previos a la campaña electoral. En ese momento los

candidatos y candidatas experimentan la verdad última de una democracia:

que la soberanía reside en el pueblo. En ese momento suelen estar muy

atentos a oír la voluntad de los electores. Ése es un momento que la

sociedad debe aprovechar.

En los meses previos a las últimas elecciones presidenciales francesas,

un conocido comunicador francés, con mucha sensibilidad ecológica,

Nicholas Hulot, anunció su candidatura a la Presidencia de la Republica,

siempre y cuando los principales candidatos asumieran un pacto por el

medio ambiente. Nicholas Hulot utilizó ese momento para lograr

condicionar el programa electoral de los dos grandes partidos. Y lo logró.

Los dos principales partidos en liza rubricaron el pacto que Nicholas

Hulot proponía.

La fórmula que hay que emplear no es única, pero la utilidad de

aprovechar ese momento de máxima apertura de los partidos políticos,

administradores últimos de los gobiernos democráticos, es evidente.

Resolver esa contradicción entre el “tempo” político, el corto plazo, y el

tempo que necesitan las políticas efectivas de agua, un compromiso

mantenido de medio y largo plazo, pasa por hacer pedagogía social. La

sociedad y los electores deben entender la relación existente entre el

presente y el futuro. Por debajo de la espuma de los enfrentamientos

políticos al uso, deben aprender a distinguir y valorar la importancia de

los temas básicos, de los que dependen la salud de la población y la

salud de los ecosistemas, soporte último de la vida, de nuestra vida.

El derecho humano al agua, a las constituciones

En Uruguay han logrado incluir el derecho humano al agua en la Constitu-

ción del país. Es su lugar adecuado si se le quiere dar a ese derecho el

mismo lugar que tienen otros. Habrá países en los que sea el momento

adecuado para proponer ese cambio constitucional. Puede que en otros

no haya condiciones objetivas, pero la sola propuesta tiene un sentido

pedagógico claro. Es un derecho, es básico, debe estar en la Constitución,

y los gobiernos del mundo, ricos o pobres, tienen que tomar medidas

activas para que ese derecho se pueda ejercer, se pueda practicar.

Además, llevar ese derecho a la ley suprema que ordena la arquitectura

de un país tiene un sentido claro: subraya la prioridad que tienen que

dar los gobiernos a las políticas dirigidas a garantizar ese derecho, aunque

tengan que reordenar radicalmente sus prioridades presupuestarias.

Las constituciones recogen derechos humanos –el de asociación,

libertad de expresión, reunión…– que son muy importantes para garantizar

la vida democrática en una sociedad. Eso está bien. Pero no parece

comprensible que no recojan también el derecho humano al agua, que

garantiza algo más básico: la vida misma.

Donde se conculca ese derecho, el resto de derechos también se hacen

difíciles de practicar.

Las administraciones públicas pueden ayudar a los ríos comprando de

otra manera

Otro actor económico de enorme poder que ha infrautilizado su potencial

de cambio son las administraciones públicas. Ellas administran en

muchos países el 12% del PIB, eso significa gastar sumas extraordinarias

de dinero.

Y esta infrautilización es paradójica, porque cuando legislan los

administra-dores públicos son ogros para las empresas, pero cuando

compran pasan a ser dioses, cuyos deseos son órdenes.

Con enorme frecuencia, el mismo ministro que financia una campaña

publicitaria para que los ciudadanos utilicen papel reciclado, no lo

compra para el uso cotidiano del ministerio; la misma concejala que

trabaja contra el cambio climático, compra vehículos oficiales con los

peores indicadores desde el punto de vista del consumo de gasolina…

Los ejemplos serían infinitos. Con este proceder no sólo sufre el grado

de confianza de los dirigidos en sus dirigentes, también se dejan de

inyectar unos recursos económicos a las empresas que producen o

venden productos más ecológicos, y que, por tanto, han realizado

inversiones en línea con lo que un desarrollo sostenible necesita.

Las compras públicas responsables son un elemento imprescindible

para construir un desarrollo sostenible. Se trata de que el dinero de

todos se dedique a comprar bienes y servicios más sostenibles y no,

por el contrario, a financiar productos, bienes, servicios y empresas que

perjudican gravemente la biosfera y los cursos de agua.

Hay ayuntamientos y gobiernos regionales que en los comedores

escolares ofrecen a los niños alimentos procedentes de la agricultura

ecológica. Al hacerlo se consiguen dos resultados notables: ganan los

niños, más sanos, y ganan los ríos, que se libran de recibir nitratos y

pesticidas.

Si las administraciones públicas compran papel reciclado, que

consume menos agua que el papel convencional, el caudal “silvestre”

de los ríos aumenta. Las posibilidades de ayudar a las masas de agua

que tienen las administraciones públicas comprando de forma responsable

son casi infinitas.

Aprovechar el momento en que los directivos empresariales escuchan

más y temen más

Hay empresas que tienen más poder que muchos gobiernos. Quien

tiene más poder, tiene más responsabilidad. El impacto económico,

social y medioambiental de las empresas que cotizan en las distintas

bolsas del mundo es astronómico. Los accionistas de estas compañías

deben responsabilizarse de las consecuencias que genera la actividad

de su empresa.

Hay mucha química biocida que envenena los ríos del mundo, hay

mucha minería irresponsable, hay todavía empresas que no han entendido

que no pueden ser viables en países inviables… Sí, de igual manera que

las empresas pueden y deben ser actores de las soluciones hacia un uso

sostenible del agua, también es cierto que constituyen parte del problema.

En un mundo global, a veces es difícil seguir el hilo que va desde

las causas a las consecuencias. Muchos accionistas, gente solvente y

decente, de reputadas empresas de países desarrollados, no perciben

que como propietarios de la empresa son corresponsables de los

desastres ambientales y los dramas sociales que luego ven en los

informativos de televisión. No perciben que sus beneficios se fundan

en daños ajenos y lejanos.

Posiblemente sean personas respetuosas con el medio ambiente,

muy probablemente son personas atentas con el dolor de los más débiles.

Pero no acaban de establecer las conexiones lógicas entre sus acciones,

que compraron en el banco de la esquina, y las acciones de su empresa,

que sufren unos indígenas a miles de kilómetros de distancia.

Similar al momento electoral para los líderes políticos, para los

directivos empresariales es el momento de aprobación o no de su gestión,

de rendir cuentas antes los propietarios de su empresa, es el momento

del examen, de la reválida de su posición.

Un momento para que las empresas aprueben políticas en línea con

la sostenibilidad, para que entiendan que no pueden fundar sus legítimos

beneficios en prácticas ilegítimas que atentan contra la naturaleza o los

derechos humanos, son las juntas generales de accionistas. En Estados

Unidos es muy normal la presentación de propuestas, de activismo

accionarial, para lograr que las empresas ratifiquen su compromiso con

el desarrollo sostenible.

En muchos países esta actividad es inexistente o es muy embrionaria.

Sin embargo, los transformadores del mundo deberían aprovechar ese

momento en que los accionistas, grandes y pequeños, deciden las

políticas empresariales que condicionan enormemente la suerte de

muchos ecosistemas y de muchas poblaciones en todo el planeta. Y los

propietarios del mundo, grandes y pequeños, deberían entender que no

es lícito hacer negocios contra los intereses del planeta, contra los

intereses de los pueblos que lo habitamos. Ellos deben responsabilizarse

de las consecuencias de sus propias acciones.

Muchas empresas ya están demostrando que, de entrada, no hay una

contradicción entre la rentabilidad y la sostenibilidad. No es un dilema

que haya que resolver: o hay negocio o hay sostenibilidad. Puede haber

negocio y puede haber sostenibilidad. No hay contradicción entre la eco-

logía y la economía, hay contradicción entre una economía del corto

plazo y una economía del largo plazo. Hoy, si una empresa quiere hacer

negocios a largo plazo, deberá hacerlos respetando la biosfera. De otra

manera, saldrá del mercado expulsada por las leyes o por los consumidores.

El consumo es parte del problema… puede ser parte de la solución

¿Por qué los consumidores no recompensan a las empresas que realizan

un uso sostenible del agua? ¿Por qué esos mismos consumidores no

castigan a las compañías que realizan prácticas perjudiciales para los

cursos de agua, para el derecho humano a un agua buena para todos?

Los ciudadanos, en nuestros bolsillos, además de la herramienta del

voto, de la herramienta del grito, tenemos otra de un potencial enorme,

muy temida y muy poco utilizada en muchos países: nuestro consumo,

nuestro dinero. Votamos, en general, cada cuatro años, pero compramos

a cada rato. A los millones de empresas del mundo les importa mucho

las leyes que emanan de los gobiernos, pero me atrevo a asegurar que

les importa más recibir los favores de los consumidores.

Ese poder, esa herramienta de cambio de potencial temible, apenas es

usada, con lo cual el motor del cambio se ve privado de un combustible

de enorme capacidad movilizadora de voluntades empresariales: el

consumo.

Además, la cultura empresarial, muy resistente a la innovación legislativa,

es muy receptiva a la hora de satisfacer la voluntad de los compradores.

Las empresas con frecuencia se resisten mancomunadamente a las

nuevas regulaciones, pero aceptan, con aplicación de buen alumno, los

cambios de tendencia de los consumidores.

Puede no cambiar la norma legal, pero si una empresa de electrodo-

mésticos detecta que un modelo ahorrador de agua de la competencia

se vende mejor que el suyo, sus directivos instarán, sin que medie

compulsión legal alguna, a su departamento de innovación para desarrollar

un modelo más eficiente que el de la competencia.

Cambiando de sector, si los agricultores ecológicos hacen crecer su

negocio un 20%, mientras que la agricultura convencional crece un 4%,

si la madera que proviene de bosques gestionados de forma sostenible

se vende más cara y más que la que procede de talas incontroladas, si

los juguetes con productos químicos tóxicos no encuentran comprador…

la señal que se lanza a los fabricantes es clara: o cambiar, o cerrar.

Es un mensaje muy fácil de entender tanto para el empresario cargado

de buenas intenciones, como para el empresario que vive sólo para el

beneficio económico. Y como resultante de ese abandono de procesos

productivos contaminantes, los ríos del mundo mejorarán su salud. Los

peces vivirán mejor y será más fácil dar de beber a los sedientos con

agua buena, no contaminada.

Consumir de forma responsable no sólo es consumir otras cosas,

también y, sobre todo, es consumir de otra manera y, en muchas

ocasiones, consumir menos. Por tanto, se trata de cambiar los productos

que entran en nuestro “carro de la compra”, pero también se trata de

que disminuyamos el tamaño de nuestro “carro de la compra”.

Con mucha frecuencia, las organizaciones sociales se han focalizado

en la presión monotemática hacia las autoridades públicas, olvidando

un poder cada vez más creciente, más relevante: el poder de las grandes

corporaciones. Una enorme parte del PIB mundial depende de las

decisiones de sus consejos de administración. En la revolución del agua

estas empresas deberían ser aliadas de los cambios, no enemigas de

éstos. Y los consumidores podemos y debemos ayudar a ello, recompen-

sando a los que lo hacen mejor que la media y castigando a los que lo

hacen peor. Así de fácil, así de efectivo.

Las intenciones de los consumidores no van mal. En España, algunas

encuestas reflejan que un 40% de los consumidores “dicen” que quieren

consumir de forma más responsable. En otros países la situación es

análoga. El problema no está en las intenciones de los consumidores,

la dificultad se encuentra en las prácticas. Los porcentajes no acaban

de encajar: no es infrecuente que el 95% de las intenciones del corazón

de los consumidores no acaben de ponerse de acuerdo con la mano

que compra.

Pero, así y todo, en todo el mundo las cosas están cambiando, y los

consumidores pueden desempeñar un papel esencial para proteger las

masas de agua.

Invertir consecuentemente con nuestros valores

Pero emplear nuestro dinero en línea con nuestras convicciones no sólo

es consumir de otra manera en la tienda de la esquina. También es

asegurarnos de que cuando lo invertimos estamos poniéndolo a trabajar

de forma congruente con nuestro ideario. Y en esta línea tenemos

múltiples oportunidades. La primera es al elegir el banco o la institución

financiera con la que trabajamos. ¿Es una entidad que está financiando

proyectos en algún lugar del mundo que atentan contra el medio

ambiente, que contaminan el agua, que dañan gravemente ríos y

humedales? Si es así, estamos viviendo de manera esquizofrénica:

nuestras palabras trabajan en una dirección y nuestro dinero en otra.

El sistema financiero tiene un tremendo potencial para empujar el mundo

en una u otra dirección. En muchas ocasiones, los ciudadanos nos acerca-

mos a las entidades financieras y sólo hacemos tres preguntas para

seleccionarlas: interés, seguridad y liquidez. Falta una cuarta pregunta,

sencilla y extraordinariamente relevante: ¿Qué proyectos estoy impulsando

con mi dinero? La generalización de esa pregunta en los diálogos entre

las entidades financieras y los ciudadanos haría que los proyectos

ambientalmente insostenibles, que atentan gravemente contra las masas

de agua, tuvieran serias dificultades de financiación. Así de sencillo, así

de claro.

Nuestro dinero, que hemos puesto en manos de otros, trabaja día

y noche apoyando empresas y proyectos que a veces son totalmente

antagónicos con nuestros valores. Si nosotros trabajamos en pro de los

ríos y de los peces, no deberíamos consentir que nuestro dinero trabajara

en contra de nuestros ideales. Nuestro dinero no debería tener “alma”

propia.

Lo que no parece, no es

Todas las personas nos relacionamos con los demás por lo que creemos

que son, no por lo que en realidad son. Es difícil que sea de otro modo.

Y esa verdad, de validez prácticamente universal, plantea con fuerza la

importancia de trabajar con los medios de comunicación y lograr que

den cuenta de los problemas del agua, que den cuenta de las soluciones

que llevamos a cabo.

Si no existen los problemas del agua y sus soluciones en los medios

de comunicación, no habrá modo de que las políticas del agua sean

una prioridad para los gobiernos, o de que las empresas trabajen

activamente por el cambio.

Los medios de comunicación, en su rol de informar, de callar o de

ampliar lo que ocurre, de subrayarlo o de ningunearlo, son fundamentales.

Debemos hacerlos cómplices, hacerles ver su responsabilidad.

Hay organizaciones exitosas, como Greenpeace, que organizan sus

acciones buscando desde el principio la máxima repercusión en los

medios de comunicación. Los constructores del cambio no tendremos

éxito si no logramos que las noticias del agua pasen de la página veinte

a la portada.

Sin embargo, habría que dar un salto más. Un objetivo –bueno

siempre– es que los medios reflejen mejor las noticias del agua. Otro,

que es posible hoy, es que los medios de comunicación, en el ejercicio

de su responsabilidad social, construyan iniciativas propias para difundir

los desafíos que plantea el problema del agua, para lograr llegar a las

mayorías. Los medios de comunicación tienen mucho poder y deben

utilizarlo a favor del agua y a favor de los que no la tienen buena o

suficiente.

Vanidad y vergüenza

Mucho de lo que hacemos se explica porque nos obligan a ello, otra

parte se explica porque tenemos un móvil económico, pero existe un

amplio espacio de nuestras acciones que ni las explica el dinero ni las

explica la ley. En ese amplio espacio la vanidad y la vergüenza explican

mucho de lo que ocurre.

En muchos debates electorales el informe Pisa, que establece un

ranking internacional entre los sistemas educativos nacionales, ha sido

fuente de controversia entre los partidos gubernamentales y los partidos

en la oposición. Lo mismo que lo ha sido la posición que ocupa cada

país en el Índice de Desarrollo Humano que elabora Naciones Unidas

o el Índice que elabora Transparency International sobre la corrupción

en los distintos países del mundo.

Si un país aparece en posiciones destacadas, sus dirigentes presumen.

Si un país aparece en posiciones retrasadas, el gobierno cuestiona la

fiabilidad del informe mientras la posición lo airea.

En cualquier caso, lo que todo el mundo percibe es que, en buena

medida gracias a la difusión que realizan los medios de comunicación,

estas listas constituyen un impulso para el cambio. Bien porque los

países quieren seguir estando en las buenas posiciones, bien porque

los países quieren dejar de estar en los lugares más vergonzosos. La

controversia social que suscitan estas prelaciones “tensa” a la sociedad

y la hace discutir sobre políticas, presupuestos y prioridades.

En la revolución del agua que debemos promover es necesario construir

“observatorios” con gran visibilidad y repercusión mediática. En ellos

se deben comparar los indicadores clave de la gestión del agua entre

países, regiones, ciudades, industrias, universidades… De este modo,

se establece una competencia sana entre organizaciones análogas, bien

por estar en los mejores puestos y recibir por ello el aplauso y el

reconocimiento, bien por escapar de los lugares de vergüenza y deshonor.

Muchas veces esos rankings existen, pero sólo los conocen los expertos,

no aparecen en los medios de comunicación y los afectados no ven que

su consideración social se ve perjudicada o beneficiada por ocupar una

u otra posición en esta lista. Por tanto, una tarea es elaborar estos

observatorios de la realidad del agua y otra complementaria es hacer

que sean conocidos por la opinión pública.

Junto a la repercusión pública está, como un factor previo, el rigor

de ese ranking. Si hay dudas sobre su seriedad o independencia, su

efecto impulsor del debate social e incentivador de cambios ambientales

disminuye.

Reto colectivo, también local

Para que una sociedad logre resultados en poco tiempo debe focalizar

su esfuerzo en un objetivo común, a cuya contribución cada cual, desde

el lugar que le es propio, aporta sus talentos y capacidades. De algún

modo, se trata de establecer un reto colectivo que estimule las energías

transformadoras presentes en la sociedad.

Un reto colectivo para el planeta son los Objetivos del Milenio. Todos

lo países se fijaron esas metas. Eso está bien. El Protocolo de Kioto es

otro reto para la sociedad internacional.

Estos retos colectivos, planetarios, son muy necesarios, porque nos

permiten entendernos como ciudadanos de un solo mundo: con

parecidos problemas, con retos comunes, superando el estrecho corsé

de las naciones existentes.

Sin embargo, cuando contemplamos los problemas del mundo

globalmente, su magnitud provoca, en general, un sentimiento de

abatimiento. ¿Cómo vamos a poder resolverlo todo?

Pensemos en el agua. ¿Cómo vamos a lograr dar agua potable a más

de 1.200 millones de seres humanos que carece de ella? ¿Cómo podemos

lograr que 2.600 millones de seres humanos tengan saneamiento

adecuado? ¿Cómo resolver la enorme contaminación de los ríos del

mundo?

Ese pensamiento global es necesario y necesarias son las metas

globales, civilizadoras, pero ese enfoque global tiene un efecto perverso:

abatir y apesadumbrar a la persona concreta o a la organización concreta

que se sitúa frente al reto global.

Para ganar autoestima, para recuperar el imprescindible ánimo transfor-

mador es necesario bajar la escala de los problemas del agua y bajar

también la escala de los retos que vamos a acometer.

Necesitamos fijarnos un reto para nuestra ciudad, para nuestro río,

para nuestro humedal…; un objetivo ambicioso, pero un objetivo

alcanzable… Ese sentimiento colectivo de que somos capaces nos

devuelve el ánimo y la esperanza, imprescindibles para el cambio

ambiental y social. Una buena parte de las victorias conseguidas han

tenido que ver con la fijación de retos locales que movilizan lo mejor

de los actores sociales de una localidad, de una región, de una comarca,

de un país. La poquedad de la propia acción queda compensada porque

se percibe su contribución al objetivo global. El “todos a una” está

presente en todas las culturas. La historia cuenta que cuando los pueblos

se unen, y trabajan juntos, casi siempre consiguen lo que se proponen.

Además, ese esfuerzo común anima a los activos, despierta a los pasivos

y moviliza lo mejor de la sociedad.

Los retos colectivos estimulan la corresponsabilidad entre los diversos

actores de una comunidad, un reparto de cargas para alcanzar el objetivo

común. La convicción de que estamos ante un desafío a la altura de

nuestras posibilidades da a los actores sociales e institucionales un

punto de luz de esperanza al final de un túnel de esfuerzos.

Es muy importante esa que se haga patente esa posibilidad de éxito

del objetivo común, porque el cáncer del cambio social es el escepticismo,

un virus muy difícil de derrotar. Para hacerlo, necesitamos victorias que

prueben que el cambio hacia la sostenibilidad no sólo es necesario, algo

que casi todo el mundo acepta, sino que también es posible, algo que

poca gente practica. Por eso, para frenar el pertinaz escepticismo

imperante, es necesario que los retos sean locales y alcanzables.

Para cambiar la vida de millones de personas tenemos que idear acciones

globales

El mundo es uno, y con el cambio climático mucha gente lo ha compren-

dido. Hay mercado global, biosfera común, problemas comunes, sociedad

on line, pero no hay gobierno global. Y las instituciones que son de

todos, como el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, a

veces no lo parecen, y los actores del cambio no las percibimos como

propias.

Hay acciones cuya escala apropiada para su ejecución es la global.

Internet permite la realización de acciones globales. Hay poca globalización

de las protestas y poca globalización de las propuestas.

La sociedad global debe hacerse presente. Puede ser un referéndum

planetario, puede ser la presión organizada ante una cumbre. Para

cambiar la vida de los miles, las acciones locales son imprescindibles.

Para cambiar la vida de millones, tenemos también que idear acciones

globales.

Las movilizaciones contra la guerra de Iraq, la presión conjunta para

que el G8 se moviera por África y contra el cambio climático, con

conciertos de rock incluidos, convocatorias para realizar apagones de

electricidad en los cinco continentes… son antecedentes muy relevantes.

Antes, cuando los damnificados por una política pública dirigían

sus protestas al gobierno de su país, en esa instancia se encontraban

los auténticos responsables. Ahora, sin embargo, con mucha frecuencia,

cuando dirigen sus críticas al gobierno local se encuentran con que éste

redirige la responsabilidad a una instancia internacional más global: la

Organización Mundial del Comercio (OMC), el Fondo Monetario

Internacional (FMI), el Banco Mundial (BM), la Unión Europea… Sin

embargo, muy raramente las protestas se globalizan y muy raramente

las propuestas se globalizan. El mundo es uno. Y en muchos de los

laberintos en que nos encontramos sólo es posible encontrar la salida

si es una salida global.

¿Cabe pensar en resolver la contaminación creciente del mar

Mediterráneo si no existe un acuerdo regional entre los países ribereños?

Muchas de las soluciones o son globales… o no serán. Impulsarlas exige

también propuestas y acciones globales.

Cambiar los termómetros

En la salud humana se sabe que hay indicadores sencillos que ayudan

a entender si la salud se está alejando o no de nuestra almohada: la

temperatura, el pulso, la tensión arterial.

Los indicadores de las sociedades más admitidos, que todos los

medios de comunicación comentan, son los de carácter económico: el

Producto Interior Bruto (PIB), la renta per cápita, la tasa de desempleo,

la inflación…

En los últimos años, en el ámbito internacional y en el ámbito nacional

hay serios intentos de crear otros indicadores, igualmente sencillos, que

señalen a la sociedad si se debe preocupar por su “salud” o no. Naciones

Unidas creó el Índice de Desarrollo Humano (IDH), como complemento

de otros indicadores. Existen observatorios nacionales e internacionales

que señalan unos u otros aspectos vinculados al desarrollo sostenible.

Hemos avanzado, pero necesitamos hacer girar el rumbo de la sociedad

hacia las señales del agua, necesitamos que la sociedad no se quede

tranquila si sube la renta per cápita mientras se destruyen las masas de

agua.

No es fácil hacer patentes estos indicadores a la ciudadanía, los

medios de comunicación están saturados de información y, seguramente,

va a ocupar más columnas el último adulterio de famosos que la noticia

de que un río chino, famoso y largo, no llega al mar, su natural destino.

Sin embargo, tenemos que lograr que en los parlamentos del mundo

la oposición le afee al gobierno de turno el número de puntos negros

de contaminación en los ríos, del mismo modo que le echa en cara la

subida de la tasa de desempleo.

La sensibilidad de los que deciden está conectada, como vasos

comunicantes, con la sensibilidad de los ciudadanos y con la sensibilidad

de los medios de comunicación. No es fácil lograr cambios significativos

en la consideración de los problemas del agua en los políticos sin lograr

cambiar la percepción de la sociedad.

Necesitamos defensores de las generaciones venideras

Es obvio que llevamos años robando el futuro, en el sentido más real

y menos metafórico, a nuestros hijos y a los nietos de nuestros hijos.

Cuando contaminamos un río, un acuífero, de forma en muchas ocasiones

irreversible, cuando secamos un humedal, cuando troceamos un río y

lo convertimos en una suerte de canales conectados eventualmente por

tuberías…, estamos comiéndonos el futuro de las generaciones venideras.

Las decisiones que van a afectar a los que vivirán mañana no deberían

ser tomadas sólo por los que votamos hoy. Los niños deberían opinar,

y deberían tener voz los que todavía no saben hablar, y los que todavía

crecen en el vientre de su madre, y los que crecen en los sueños de las

parejas de enamorados… El desarrollo sostenible conlleva, sobre todo,

contar con los que no conocemos, construir un desarrollo con espacio

para los que vendrán.

¿Cómo hacer conscientes a los hombres y mujeres de hoy de que

no pueden tomar decisiones que condicionan gravemente el futuro sin

tener en cuenta a los hombres y mujeres de mañana? Es necesario hacer

visibles las pérdidas irreversibles que se van a producir en el patrimonio

que deberían heredar nuestros hijos, y es necesario hacer protagonistas,

de algún modo, a las generaciones venideras. Habría dos acciones que

ayudarían a que este robo del futuro fuera más entendido por la sociedad.

Una de ellas sería que se multiplicaran las demandas por afección

de futuro promovidas por niños menores de diez años. No encajarán

posiblemente en la cultura legal habitual, pero su emergencia en los

medios de comunicación ayudará a que la sociedad entienda que, en

lo más profundo, tienen derecho a su reclamación. ¿Cómo no entender

que un niño tiene razón cuando demanda a un jefe de gobierno porque

no hace nada para evitar la contaminación de las fuentes en que el niño

debería beber el día de mañana?

Otra acción que ayudaría a que la sociedad percibiera a las

generaciones venideras sería promover la creación formal de defensores

de éstas. Estos cargos, que si fuera posible deberían ser reconocidos

por las administraciones públicas, deberían defender los derechos y

razones de quienes vivirán mañana.

Es paradójico que en muchos países existan defensores del pueblo,

un pueblo que en definitiva existe y, a las malas, se puede defender solo,

y de hecho lo hace en situaciones de excepción, sin embargo, no existen

defensores de las generaciones venideras, que es obvio que no pueden

defenderse por sí solas.

Apadrinar lo común

Uno de los problemas que existen en muchos países es que los ríos y

las masas de agua son de todos; luego, no son de nadie; luego, no los

cuida nadie; luego, los tienen que cuidar los funcionarios públicos, que

para eso les pagan… Es una manera de razonar perversa, pero está

bastante extendida.

Una opción para atajar este problema de descuido de un bien común

como el agua es “trocear lo común” y repartirlo entre ciudadanos y

organizaciones, para que tal tramo de río, tal acuífero, tal humedal “sea”

de tal o cual colectivo de personas.

Se trata de que los ciudadanos “propietarios” o las organizaciones

“propietarias” conozcan bien esos tramos, basándonos en la idea de

que lo que se conoce se acaba queriendo, y lo que se quiere se acaba

defendiendo.

En varios países existen proyectos que organizan voluntarios para

cuidar esos tramos de río. Esta repartición es muy útil para combinar

la propiedad común con la apropiación por un colectivo de una zona

para su cuidado y defensa. Es muy difícil confiar la defensa del patrimonio

natural solamente a los funcionarios públicos. El patrimonio común

extendido debe ser defendido por la ciudadanía extendida.

Forjar alianzas plurales

La colaboración entre los actores del cambio puede ser puntual o más

estable. Hay experiencias, la Alianza por el agua para Centroamérica es

una de ellas, en la que administraciones públicas, empresas y ONG

trabajan juntas en pro de un objetivo concreto. Cada cual es cada cual,

pero, desde la diversidad y el respeto a las características sustantivas

del otro, suman energías y talentos.

No son fáciles las alianzas, hay desconfianzas y hay recelos mutuos.

Pero son un espacio de relación y de diálogo estructurado que permite

sumar fuerzas y llevar a cabo proyectos comunes. Además, también

permiten conocer mejor al otro, sus motivos y porqués y, en su caso,

discutir con él con más conocimiento de causa.

Crear una alianza para un objetivo común es perfectamente compatible

con el mantenimiento por los protagonistas de la alianza de divergencias

y discusiones en otros campos. Crear alianzas plurales es practicar el

principio, que comentábamos líneas arriba, de que debe ser posible para

los constructores del cambio hacer dos cosas a la vez: trabajar juntos en

las zonas de acuerdo y seguir discutiendo en las zonas de disenso.

Lo sagrado del agua

El agua no es un recurso más. Todas las religiones han hecho del agua

un símbolo sagrado para nacer, para vivir, para morir…

Pero ese carácter sagrado no sólo está en los textos religiosos, también,

por poco que se hurgue en la cultura popular, se encuentra en las

creencias y en los mitos del Este y del Oeste, del Norte y del Sur del

planeta.

Esa excepcionalidad del agua frente a cualquier otro elemento de la

biosfera, frente a cualquier otro asunto medioambiental, debería ser

utilizada para este cambio ambiental. En la historia de los cambios

sociales las emociones juegan un papel mayor que las razones. A la

tremenda fuerza argumental de las razones del agua debería sumarse

la fuerza de lo no intelectualizado, de lo que existe en recodos de nuestro

yo que ni nuestro yo comprende bien.

Ese “ejército de reserva”, que permanece somnoliento y acurrucado

dentro de nuestros cerebros, atiborrados habitualmente de cifras y

razones, el ejército de los mitos, de las leyendas, de lo sagrado, debería

movilizarse para contribuir decisivamente a esta revolución del agua

que necesita nuestro planeta y nosotros mismos.

Para entender el efecto invernadero hay que hacer entender el CO 2, la

radiación…, cosas “raras”, no visibles a primera vista. Para entender la

excepcionalidad del agua basta la auto observación o, más sencillo,

recordar los cuentos de los abuelos. Es un camino corto hacia la

comprensión, más cercano a la iluminación que recomiendan los

maestros zen.

Dicen los niños en las calles cargadas de sol de Nicaragua: “¿me

regalaría un vaso de agua?”. Lo dicen con la complicidad de saber que

un vaso de agua ni se le niega a nadie ni se le vende a nadie. Ese carácter

de bien común, en el que nace la vida, hace del agua en muchas culturas,

incluso en sociedades secularizadas, un bien excepcional, que moviliza

recursos emocionales excepcionales.

Si una sociedad logra fundir las razones científicas del agua y su

carácter sagrado en una ola de movilización social, todo es posible. Si

van divorciadas, lamentablemente, también todo será posible.

Estudios científicos

Los datos pesan más que las palabras. Es más difícil confundir un

número que un adjetivo. Los estudios científicos por sí solos no cambian

la realidad, pero para cambiar la realidad los estudios científicos son

extraordinariamente útiles.

Una movilización social cargada de emociones y de gritos es muy

importante, pero si va acompañada con el peso de la ciencia desnuda

es apabullante. Por eso, conseguir la complicidad de estudiosos y de

investigadores de departamentos universitarios es fundamental.

No es lo mismo decir que este río está contaminado, está sucio y huele

mal a describir con precisión el grado de contaminación por mercurio,

y contrastar ese dato con las tablas de la Agencia Medioambiental de

Estados Unidos. No es lo mismo.

Con frecuencia las decisiones políticas se justifican por razones técnicas,

que se presentan como no contaminadas por valores. Pero nunca hay

decisiones neutras, y casi nunca hay sólo una manera de resolver un

problema. Casi siempre hay varias alternativas posibles. Esclarecer ante

los ojos de la sociedad esta pluralidad de enfoques científicos es muy

importante.

Imágenes

Se dice que una imagen vale más que mil palabras, se dice que “ojos

que no ven, corazón que no siente”. Esto ha sido siempre cierto, ahora

lo es más.

El informe que realizó el Observatorio de la Sostenibilidad de España

sobre la urbanización de la costa española ocupó las primeras páginas

de los medios de comunicación porque comparaba fotos antiguas con

fotos aéreas actuales. La visión de ambas fotos era demoledora. No

hacían falta palabras. Todo estaba dicho con esas imágenes.

Poco después, Greenpeace España, utilizando un software de imágenes,

comparó fotos actuales de conocidos ríos españoles con una recreación

de cómo sería la situación de ese río en el futuro debido al cambio

climático. Esas imágenes se reprodujeron en muchas televisiones, revistas,

periódicos…

El impacto político y mediático de estos informes gráficos fue enorme,

seguro que mucho mayor que un dossier de doscientas paginas. La

“traducción” de un informe a fotos o a vídeo es, casi siempre, una buena

opción. Decirlo en imágenes es hacer que se “oiga” más.

Web 2.0

Los últimos años son años paradójicos. En muchas sociedades aumentan

las quejas porque no hay participación social. Sin embargo, los últimos

años nos han traído fenómenos mundiales de participación voluntaria

inmensos. Wikipedia es una enciclopedia mundial, en muchos idiomas,

y su creador es el pueblo, anónimo y plural. Linux, el software libre, fue

creado por un ejercicio de colaboradores sin precedentes en la historia,

por miles de personas que no se conocían previamente.

Internet ha llegado para quedarse y está cambiando muy rápidamente

usos y costumbres. Muchas iniciativas de protesta, propuesta,

sensibilización, debate… tienen como soporte la red. Todavía debe haber

más. La capacidad de la red para conectar a ciudadanos y entidades es

casi infinita. Y la comunicación ya no será nunca más unidireccional, irá

y volverá. Y la iniciativa partirá de la ONG o del ciudadano, de una ciudad

cosmopolita o de una ciudad del Sur, y tanto dará. Lo mejor está por

venir.

Además, la generalización del uso de móviles y cámaras digitales,

unido a la emergencia de fenómenos masivos en internet como You

Tube, hacen que pueda existir un periodismo digital ciudadano, masivo

y descentralizado.

Este periodismo ciudadano puede ser un elemento de control social

sobre las agresiones a las masas de agua mucho más extenso que

cualquier plantilla laboral de las administraciones públicas.

La última represión del gobierno de Myanmar fue, casi al instante,

traducida a imágenes grabadas en móviles y cámaras digitales. Sarkozy

bajó su valoración en Francia por la grabación, que alguien realizó con

un teléfono móvil, de su insulto a un ciudadano común.

Las nuevas tecnologías permiten que el poder controle más, pero

también permiten controlar más y mejor al poder. Pueden ser una

potente herramienta de cambio social.

Pactos de río

Que los usuarios y beneficiarios de un río pacten su uso ha sido siempre

una buena cosa. Que peces, pescadores, agricultores, empresarios,

ayuntamientos, ecologistas, piragüistas… discutan y se pongan de

acuerdo ha sido siempre una buena cosa, aunque muy rara.

Ahora, con el cambio climático en el salón de nuestra casa, esos

pactos deberían generalizarse. Estos acuerdos serán una manera de

minimizar las tensiones y los conflictos que se producirán debido al

incremento de la variabilidad climática.

En el pacto de río, con diálogo y participación social como ladrillos

fundamentales, deben compartirse los sueños, los temores, los intereses

de cada parte, y construir un proyecto común. En buena medida, habría

que construir un acuerdo sobre el horizonte deseable, el que debe guiar

los trabajos del presente para ir poco a poco construyendo el porvenir,

un porvenir común.

Cuando el agua llega al cuello o cuando el agua no llega y las plantas

se mueren de sed y los grifos no conducen agua, se piensa mal. Debemos

anticiparnos a las crisis, promoviendo acuerdos cuando la lluvia frecuenta

a los negociadores y no cuando la situación ya es crítica.

Pero esos pactos de río no pueden hacerse sin contar con lo que

“dicen” los otros seres vivos, ni sin contar con los derechos de las

generaciones venideras. No puede construirse un consenso al margen

del futuro, al margen de los otros seres vivos o al margen de lo que dice

la ciencia. No podemos hacer un pacto de río… contra el río.

Píldoras de ánimo

Los constructores del cambio tenemos más éxitos de los que recordamos.

Y esa amnesia provoca que el sentimiento de que no se puede hacer

nada esté más generalizado de lo que debería. Para combatir el pesimismo,

para generar esperanza en que se puede conseguir ganar la batalla a la

sed y que podemos reconciliarnos con la naturaleza, necesitamos dar

a conocer los éxitos que se vayan obteniendo.

No pecamos de narcisismo al contar lo bien que lo hemos hecho.

Con la publicidad de los resultados positivos de nuestra acción logramos

que otros, estén donde estén, se animen a intentar también el cambio.

El viento del cambio está lastrado por un escepticismo muy antiguo,

muy enraizado en el “alma humana”, el sentimiento de que al final

nunca llegan las victorias.

Escepticismo y pesimismo trabajan mancomunadamente para diluir

las energías del cambio presentes en la sociedad. En forma de abogados

del diablo, tienen millones, o bajo cualquier otra forma corpórea, lo

cierto es que existe una legión de “negacionistas” de que el mundo

deseable sea posible. Hasta ahora, la fórmula magistral más contundente

contra esta plaga de agoreros, extendida por los cinco continentes, es

la publicidad de los éxitos ya conseguidos.

Algunas organizaciones recogen estas buenas prácticas, las ordenan

y las visibilizan. Es una labor muy necesaria.

Construir un clima cívico

La simultaneidad de varias de las acciones descritas debería crear un

clima cívico en el que los principales actores sientan que deben hacer

algo, que es el momento, que de otro modo no están en su tiempo. Si

se es capaz de crear este clima, empiezan a ocurrir cosas no previstas.

La creatividad social se despliega

Crear ese clima debe constituir un objetivo explícito de los construc-

tores del cambio. Cuando ese clima se ha creado, los políticos empiezan

a aprobar presupuestos para las políticas de agua, la sociedad acepta

subidas de precios, se crean normativas, se generalizan tecnologías…

El tiempo se acelera, y los cambios con él.

Ese clima se genera por la simultaneidad en el tiempo de un conjunto

de hechos de actores interdependientes que crean un estado de opinión

colectiva. La opinión pública y la opinión publicada coinciden. Gobernantes

y administrados se movilizan en una dirección compartida. De repente,

hay recursos económicos, hay iniciativas y voluntad política. Todo parece

haber cambiado. El viento del cambio se hace presente, impregna las

instituciones, las empresas, las entidades sociales...

La clave para que ese cambio de clima se dé es la simultaneidad de

las acciones: en el mismo lugar y en el mismo tiempo.

Epílogo

NINGUNA HERRAMIENTA ES MÁS POTENTE QUE LA ESPERANZA

Algunas de las herramientas que se han propuesto en este libro son

apropiadas para un país, otras para otro, no todas ellas tienen valor

universal. En cada zona es necesario hacer un análisis concreto de la

realidad concreta. Los constructores del cambio son artesanos, no

realizan un trabajo en cadena.

Cada constructor del cambio, dependiendo de su posición, de sus

posibilidades, de la coyuntura, que hay que leer con atención y mimo,

elegirá de esta caja de herramientas aquella que le parezca más adecuada

para el momento.

Y puede que en ocasiones lo más eficaz sea adaptar y construir una

nueva y original herramienta, que mejore quizás las virtudes de algunas

de las aquí expuestas, y que tenga menores contraindicaciones. Lo que

debería hacer ese innovador social es dar cuenta de su descubrimiento

y compartirlo, para que otros se puedan beneficiar de sus ideas.

El juicio último sobre cada herramienta es su utilidad, su eficacia y

su eficiencia en aras del cambio profundo, rápido y extenso que necesi-

tamos construir en el planeta para hacer las paces con el agua y con la

biosfera, y para poder ofrecer agua buena a todos los seres humanos,

habitantes del Norte y habitantes del Sur. Todos, finalmente.

Ninguna herramienta es más potente que la esperanza. Si los construc-

tores del cambio no creen que éste sea posible, no ocurrirá. Por tanto,

alimentar el fuego de la esperanza es una tarea muy importante. Y el

fuego de la esperanza se alimenta con éxitos y con logros concretos. Con

la finalidad de ayudar a incrementarlos están redactadas estas páginas.

For my parents, from whom i inherited the planet,

and for my daughters, Clara and María. They are

for me the everyday face of future generations,

those that will be inheriting our water planet.

A toolkit for the builders of change

Víctor Viñuales

Introduction

This text is written for action. We know a lot, we do little. That’s the

drama of our time. Meanwhile, rivers are dying, often poisoned by our

greed, children are dying and we look the other way, as if changing the

TV channel.

These pages are addressed to the builders of change. Changes do

not make themselves, changes are the children of the actions of men

and women who, not satisfied with things the way they are, set to the

task of building another reality. It is to these builders of change to a new

pact with water, with nature and with ourselves, that this book is

addressed.

The builders of change often become demoralised or squabble with

each other. In both cases, change is halted. We will never make peace

with water and with ourselves, we will never be able to give drinking

water to all the inhabitants of the planet, unless we succeed in increasing

the number of builders of change. We need more of them and we need

them with greater expectations.

To change reality, one needs to want to do so, to have expectations

that things can change, in the hope of boosting this change. Secondly,

a great deal of tenacity and effort is needed: the force of inertia is

formidable. Sustainable development does not come about through

spontaneous generation merely over the passing of time. We also need

the proper tools to open the gates to change.

The following pages suggest tools for change. Some have to do with

the builders of change. Others have to do with the relationship culture

that these players need to have. Some are connected with the focus of

action, and still others are specific ideas to be put into practice. All of

them aim to sow the seeds of dialogue with the reader’s experience as

someone who is working for the new water culture and the human right

to water.

Some of these tools have their origin in success stories, other in

failures (and we builders of change have accumulated a good many of

those). Some come from the work of the Fundación Ecología y Desarrollo,

others from observing projects of a large number of organisations

working to make peace with water and to give drinking water to all the

inhabitants of the planet. All are answers to the question that our

generation has to address: How can we rapidly and thoroughly change

our way of relating to water?

Time is pressing. The list of disasters and the time wasted gives us

little margin for sitting back. We must keep talking, debating, clearing

doubts and confirming certainties, but above all, we must do more,

quickly.

Today we know that environmental problems in many cases behave

like a cancer, sometimes spreading slowly, and then suddenly there is

a metastasis, by which time it is hard to fight it successfully. In many

cases our eco-systems are on the brink of metastasis, and this is why

this book is a battle cry, an urgent battle cry. The international community

took eight years to ratify the Kyoto Protocol, despite the fact that it knew

that time was of the essence in fighting climate change. We cannot

afford this apathy, this indifference.

This book is not devoted to describing the world’s water problems

– much has been written in that respect – nor does it describe how

things should function in an ideal world. The explicit aim is to provide

thoughts, ideas and encouragement for those working for change. It is

time to act. It is our turn.

Part one

AS IT STANDS

What we can see

The scientists are saying it and so is the man in the street: the world’s

rivers, wetlands and aquifers, with just a few exceptions, are deteriorating.

And that, in their own way, is what the fish and frogs are saying, too.

And as this water is no good for reeds, or trout, or bathing or

drinking… its victims are growing. Over 4,000 children a day are dying

from diseases related to the lack of drinking water. Country streams,

which once quenched the thirst of passers-by, now have danger signs:

not safe to drink. With just a few exceptions, it is safe to say that “wild”

water is not fit for bathing or for drinking.

Our knowledge is improving, and so are our laws. Our leaders’

approach has undergone a great change: they now justify new projects

by invoking sustainable development. But we are not so convinced that

this obviously massive improvement in their attitude to water is

accompanied by a proportional improvement in their actions on the

state of water.

Greater awareness than ever

Never in the history of humankind have we known so much about water,

its management, its cycle, its pollutants, and so on. We have experienced

many failures in the past in our relationship with water, we have perpetrated

real disasters and we have also had successes. From all these experiences

we have learnt a great deal.

Never in the history of humankind have we gathered so much technological

and scientific skill. We are the first generation to send a spacecraft to

Mars to see if there is water there. The range of potential solutions to

water problems is vast.

Never in the history of humankind have we had so many economic

resources. Never in the history of humankind have there been so many

institutions, businesses and NGOs specialising in water and sustainability.

Never have we developed such precise and sophisticated research tools

for “visualising” the future.

The gap is growing

The gap between what we say and what we do is growing. The gap

between the words emerging from World Summits (in Río de Janeiro,

Johannesburg, etc.) and subsequent action is growing. We painstakingly

construct international agreements, such as the Millennium Development

Goals, to reconcile the wishes of the Third World with those of the First

World, with over 180 countries committing themselves, but we have

resigned ourselves to the fact that these agreements will never be

complied with.

We have got used to the fact that what is said, including what is

agreed to in an International Summit, is one thing, but what is actually

done is quite another.

It is often impossible to understand why there is so much reluctance

to ratify a commitment, an agreement, a deadline or a specific sum of

money, when afterwards, if it is not complied with, nobody hands in

their resignation. Life goes on as usual.

Among the have-nots, there is a growing distrust of the promises

made by those in power. Scepticism, just like thick ivy, covers the wall

of hope. The scale of problems is growing and the will to solve them is

withering.

And the grief is intensified by the conviction that water problems

could be solved, if there were really any willingness to do so. We know

how to, we can, but… And that is the hard reality of the current situation.

Vicious circles

When we delve into why something happens, we rarely find just one

cause. All at once we find a set of factors, joined together like cherries

in a basket, which influence each other, helping each other to make the

situation what it is.

Why is it that in many cities in the First and Third world so much

water is lost in the urban supply networks and in the homes themselves?

Just one question, but several answers. Let’s look at one or two: the city

councils or public authorities do not invest enough because the politicians

at election time give priority to investments that are more eye-catching,

more likely to be photographed, above, not below the ground. The public

do not use water efficiently because they don’t pay the real price; water

is cheap and the technology is inefficient because it is not profitable to

renew it. Barely efficient technology is installed because the public

authorities fail to pass binding regulations to force the installation of the

best technology available. The companies that produce this more efficient

technology come across many obstacles against placing it on the market,

because it is not compulsory, and renovating more obsolete technology

is not economically lucrative. The technology that is installed is sometimes

not used properly by the public, because they do not know how to. The

professionals in the sector (architects, developers, plumbers, etc.) do

not install this technology because they are unaware of it. The city councils

cannot renew the supply networks because they cannot afford it. The

politicians maintain these subsidised prices because they believe that

the electorate will reject any political proposal to raise the price of water…

and so it goes on.

We could go on and on finding reasons to explain the wastage of

water in cities. They are all true and most of them are mutually dependent

– they all explain each other.

Very often, failure to transform the reality has to do with the fact that

action is taken on one of the factors, the rest stay basically the same,

and finally partial change does not succeed in making a significant break

in the vicious circle.

Vicious circles, as their name implies, like to perpetuate themselves

and reproduce. It is as if they were a spring which we stretch out by

making a great effort, and then, when we are overcome by fatigue, it

goes back to what it was.

Climate change makes things worse

Climate change, as has been clearly stated by the Intergovernmental

Panel on Climate Change (IPCC), makes its presence felt, above all,

through water: more droughts, more flooding, more coastal areas

threatened by the rise in sea level, the rapid disappearance of glaciers

– the list goes on.

Consequently, existing balances will be upset with increasing frequency.

A region that yesterday had customs, infrastructures, regulations and

technology that were complementary, with no danger of conflict, will

tomorrow, for example, begin to suffer recurrent droughts, and this

balance will be shattered. Conflicts between users will set in.

Climate change brings more grief to eco-systems, plants cannot evade

thirst, with more grief for living creatures, more grief and migration for

human beings. Climate change breaks down the boundaries between

economic, environmental and social factors. It affects everyone, it destroys

everyone. Extreme drought, which removes any glimmer of hope, creates

desperate emigrants who risk all they have, and they have very little,

crossing frontiers and oceans in search of relief and a future.

To lessen our civilising impact on the biosphere, and reduce our

greenhouse emissions, we would have to change a large number of

policies, laws, prices, values and habits in a very short time. The latest

United Nations Development Programme (UNDP) report states a

figure that gives an idea of the urgency with which we would need to

act: ten years.

The existing climate change and the one that is forecast forces us

to adapt in order to suffer less. And we must adapt in a very short time.

And break a lot of old habits. So many years doing things the same old

way – and now we must learn anew and forget a great many things we

learnt before: they are useless. What is more, we now realise that they

are what has caused our misery.

To lessen climate change, to stop its negative effects growing, we

must change with all speed. That goes for adapting to the consequences

that are now inevitable, as well. It’s not easy. It’s not going to be easy,

either.

The actors of change: pride and distrust

Governments often believe that to change reality, all it takes is the

regulations they create. Businesses almost always believe that problems

can more than easily be avoided with technology and money. Many

NGOs believe that problems can be solved by raising awareness.

Although in not so many words, each one seems to be saying that

they can easily sort things out.

The NGOs do not believe in the sincerity of government commitments.

Governments do not believe in the sincerity of NGOs. Businesses believe

that the less governments do, the better. The NGOs do not believe in

the good intentions of businesses. Businesses do not believe in the

effectiveness and efficiency of the NGOs. The agents of social, economic,

technological and institutional changes – public administrations, NGOs

and businesses – watch each other with suspicion. Time is passing.

Much of the energy spent by the agents of change is aimed at

stopping the initiatives of the other agents from going ahead. If we were

to take stock of the energy and money deployed by businesses,

governments and social organisations, we would find that over half this

effort has been used in preventing the plans of the others from coming

to fruition. Very often, this reactive policy is necessary in order to make

progress. But, in view of the urgency, it is sad to see so much energy

being deployed to put a brake on others’ initiatives.

THE CHALLENGE

The 0.7% initiative cannot solve all the problems generated by the

performance of 99.3% of the economy

There was a time when we agents of change laboured under a

misapprehension: if every country contributed 0.7% of its GDP to

development cooperation policies, we could put an end to mass poverty

in the world. Today we know that that is not true. There was a time when

we environmentalists laboured under a misapprehension: all we had to

do was protect places with rare flora or fauna. Today we know that that

is not true.

Building sustainable development calls for a rethink on the whole of

our production, distribution and consumer patterns. In the same way,

coming to terms with water, making peace with the planet’s water masses

and upholding man’s right to water in all countries cannot be achieved

without readdressing the foundations of our system as a whole.

Therefore, we might say, in order to establish the magnitude of this

challenge, that it is not a question of rearranging 0.7% of our society, it

is a question of redrafting the performance of 99.3% of our economy and

our companies.

We have wasted a lot of time

Figures are stubborn. The indicators of the planet’s malaise are getting

worse. The indicators of social malaise are multiplying. Climate change

is making a situation which was already extremely negative much worse.

We have wasted a lot of time, time that is precious. There is a

similarity between environmental problems and what Machiavelli said

about tuberculosis – that when practically no one was certain that it was

there and there were doubts about its diagnosis, it was easy to cure.

Yet when everyone realised that it had installed itself in the sick person’s

body, and there were no longer any doubts about the diagnosis, it was

very hard to cure.

This is what has happened to us with the world’s water problems.

When just a few ecologists and scientists ventured to point out the

problems, the situation was easier to sort out. But now, when the entire

civilised world recognises the gravity of the problem and the diagnoses

are clear and beyond doubt, then the challenge is enormous and the

prognosis is uncertain. Today, cancer is in a somewhat similar position

to what happened in Machiavelli’s time with TB: our chances of survival

depend on when we start the treatment. Many doctors begin a difficult

exchange with patients with the expression: “If you’d come earlier…”.

We’ve wasted a lot of time. The probability of successfully turning

the situation round and constructing sustainable development in which

we can make peace with water is not high. But we must try. And quickly,

because every day counts, every day there are more victims.

We already know that it is not easy, that, as Ortega y Gasset warned

us, reality is countervolition. We know that the power of inertia is vast.

We have seen, in many places and many times, that it is one thing to

say what one is going to change, and another actually to change it.

In-depth, far-reaching changes are not impossible, but they are hard to

achieve. In my opinion, they can only come about when there’s an

awareness of crisis, of danger, which gives us the strength to break with

inertia and routine. The same goes for personal as well as social change.

For micro-change and macro-change. The bitter aftertaste of a recent

heart attack causes many people to stop smoking or to begin playing

sport, thus breaking with the habits of a lifetime.

The political, scientific and media discovery that climate change is

already with us has created an atmosphere of environmental emergency

all over the planet. We all have to act, we have to act now. We may have

the chance to make changes for the sustainable use of water in the world

if, as a result of this general awareness of planetary emergency, we can,

with hope and courage, build the social architecture required to motivate

the institutional, economic, technological and cultural change that we need.

We face immense challenges: to change our energy pattern, our

transport pattern, our consumption guidelines, our consideration for

water and rivers, to stop seeing them as short-term dollar-convertible

cubic metres, and to start seeing them as the lifeblood of the planet.

We need to change our laws, because the world’s governments must

understand NOW that one of their main obligations as public servants

is to guarantee the human right to water for all the inhabitants of their

respective countries. Just as governments guarantee the right of assembly

and the right to vote for all, they must guarantee that those who vote

by right, drink clean water by right.

We need to change public priorities. If we can give drinking water

to everyone by freezing world military spending for five days, let’s do it

NOW.

We need to stop looking at water, rivers, wetlands and aquifers with

covetous eyes, bulging with greed. Our children do not deserve the

persistent stealing of their right to enjoy natural resources in the future.

The moral degradation involved in stealing the future from those who

cannot defend it must stop NOW.

We have been promoting change for several decades, but the situation

is barely improving and time is passing. The forces of the bearers of this

dream of change are barely enough for the size of the task, against the

strength of inertia, and for beating off the active resistance of the economic

interests created.

This is why we have to work on two fronts, increasing the strength

of the wind of change and the productivity of of our efforts. It’s not easy,

and many people often feel they are shrouded in the mist of

discouragement and despair. I’m not saying that there are no reasons

for this. But a civilisation that, for the first time in the history of humankind,

has the knowledge and power to provide all its members with water and

make peace with water should not throw in the towel now. Not yet.

It’s time, as Gramsci recommended, for realism in the valuation of

reasons and data, but also for courage and hope to push for change.

André Malraux said that the impulse of revolution was hope. That is

what it is all about: making in-depth changes in a very short time: it is

about revolution, the oldest, yet most up-to-date revolution, the revolution

of water. And it is about calling for it with the impulse of all revolutions,

hope.

Forget the perfect plan - we must act now!

We already know what is happening now, although we always need to

learn more and increase our knowledge of problems.

We also know reasonably well what should happen, even if we do not

agree with it. But to go from what is real today to what is desirable

tomorrow is not a mental leap in the field of knowledge, it is a real leap

that needs to be made by rivers, domestic supply systems, wetlands,

and so on.

Frogs need to see that things are changing, that the world is coming

back to what it was for them too. Those impetuous people who bathe

in rivers need to be aware that it is a pleasure again. Aquifers need to

find that they are no longer being filled with nitrates and pesticides.

Children’s stomachs, full of parasites, need to note changes, need to

note that the new water no longer arrives loaded with problems, and

that it helps them to live, not to die.

It’s not our intentions, our wishes or our writings that change

reality. Intentions, wishes and writings are all very well for preparing

action, but they do not change reality on their own. What changes

reality is our actions.

We must act now. Studying and debating are fine, even necessary.

But let’s not allow that to stop us from acting. Debates on climate change

have been dismal and depressing. No one was sure about the diagnosis,

so we did nothing, not even what we were not certain about or knew

was right. This situation cannot be allowed to continue. Uncertainty

about some aspect must not paralyse our actions. Indeed, on many

occasions, we only know about something when we do it.

When there is an emergency, and the world’s water masses are

undergoing a situation of emergency, urgent actions are required.

And, dear reader, another emergency situation is the fact that, in the

time it takes you to read this page, three little boys, or five little girls,

may have died from diseases directly linked to polluted water. Diarrhoea,

dehydration – deaths that are avoidable, deaths that should not have

happened, deaths that put our civilisation to shame.

Action now is not a call for hurried, confused action. Action now is

telling it like it is. There are many actions that are safe, whose benefits

are not in doubt, that have no known negative or dangerous side-effects.

We have no excuse for not carrying them out. When there are actions

of doubtful benefit, by all means let’s think about them. However, when

there is agreement and consensus on the benefit of particular actions,

let’s act on them. Let’s work on them.

Often, the brake on change appears disguised as a virtue: a proposal

to act on a global and integrated plan ends up, as an undesired side-

effect, by delaying an action that is befitting and beneficial. This search

for perfection only ends up in inaction. The drafting of a global plan is

often used by public administrations as a substitute for action. While

the plan is being drawn up, practical actions are halted.

Planning to guide action is necessary, a virtue. Planning to postpone

actions is a vice. There’s no contradiction in stopping a polluting outflow

while continuing to draw up a global plan to control outflows. Plans are

not ends in themselves, they are very useful means for ordering and

giving priority to our actions.

As St John of the Cross said, in the evening of life we will be judged

on love. Adapting the sentence, we might say: in the evening of life, we

will be judged on our works, not our plans.

Part two

THE BUILDERS OF CHANGE

Dream builders needed

Gioconda Belli is an exceptional Nicaraguan poet. One of her poems is

called “Dream Bearers”. It is a very beautiful poem. It tells of the incessant

wandering of those who dream of a better, freer, fairer and more fraternal

world. I like the poem, but now we need dream builders. We need to

dream, it is essential, but where we are most behind is in the matter of

building what we dream. Rivers, and children with a thirst for clean water,

are crying out for people to help them change their daily sorrow: the

builders of change.

There are many people already working on the planet to make peace

with water, who regret the repeated ill-treatment we have inflicted on

rivers, deltas, aquifers, wetlands, lakes and all other water masses.

There are many people working hard to ensure that every human being,

as of right, has guaranteed access to clean water.

Many of them are to be found in local, regional, national and

international institutions. Many public servants and politicians are making

an effort to create general well-being in society and to improve its

relationship with the biosphere.

Many people are working within civil society, in civic voluntary

organisations, or from within the educational system, universities,

primary and secondary schools.

There are many independent professionals who, in their jobs or as

a vocation, devote their sleepless nights to building a new water culture,

an effective human right to water.

There are many companies that have found a connection between their

business and sustainable development, and produce goods or services

that have little impact on the environment. There are many others that

are looking for ways to minimise their impact on the water cycle, because

they understand that water masses are there to be used, but not to be

polluted. There are many people within companies who carry out frankly

contentious duties, but who are working to change their company’s

course towards sustainability.

The main agents of change are governments, who with their policies,

budgets and laws have great potential for changing things; businesses,

who accumulate very useful operational knowledge and resources; and

NGOs, who sow the seeds of new values and a new culture. Alongside

these three key agents, there are many others that play highly significant

roles: these include scientists, the media, artists and universities.

We need more builders of change, and we need them to have more

confidence in themselves, more confidence in their power to change

things and more self-esteem. But we also need to ensure that this

confidence in themselves does not diminish the recognition of what

other social agents contribute to social change. We need a culture of

collaboration between the builders of change. We need them to respect

each other, to know how to discuss and collaborate at the same time.

We need them to join forces, and multiply them. In short, we need the

builders of change to assign themselves a new culture so that they can

interact with each other.

Change can be built anywhere. Wherever there is someone who is

pained by reality, who is dreaming of another reality, who has the courage

to take the first step and the tenacity to go on, that is where you will find

a builder of change. We need these people.

And we need them because there is no point if there is nobody prepared

to change things. They are the whole essence of social change. Not

money or laws or technology. A mobilised society is the heavy rain that

brings changes, as the poet said.

All it takes is a minority

Many people are working hard to make peace with water and to ensure

that every human being has clean water. They are a minority, say the

pessimists. But all social changes have been introduced by minorities.

The number is not the problem. All the major social advances that we

have achieved were started by minorities. What is normal for society

today was so for just a few in the past. From women’s suffrage to State

education. The idea that the public administration is obliged to guarantee

access to drinking water in people’s homes did not originate as a majority

view. One might say that social change for the majority requires that it

be tested in the “small laboratory of the minority”.

Thus the widespread complaint that we are the minority does not

hold water as an argument against taking action. It’s always the few who

promote changes.

The real problem is that many of those who want to change things

do nothing, or practically nothing, to change them. The problem is that

many dreamers of change do not take up their tools to build it. They

grumble about the present and dream of a desirable future. Both actions

are necessary, but they are not enough. The reality that afflicts us cannot

be modified unless there is a third step: building change: moving on

from ideas to actions.

The absenteeism of the dreamers of change is the real problem.

They are wrapped in their own world, content to be shrouded by ideas,

and fail to join the ranks of the builders of change, who work in all

weathers. Sometimes under the spring sun, other times in the rain and

wind.

To make peace with water on the planet, to provide everyone living

on it with drinking water, all it takes is a minority – but an active minority.

A NEW CULTURE OF RELATIONSHIP

BETWEEN BUILDERS OF CHANGE

We are jointly responsible. We are both victims and victimisers

Every one of us uses water. That is true up to a point, but every one of

us is a user of water, every one of us pollutes it, enjoys it and needs it.

The same goes for rich and poor, men and women. And there is no

economic activity that does not need water, either directly or indirectly.

The ubiquity of the resource, and the massive widespread need for

it, makes water policy something special. We are all potential victims of

water problems and we are all their victimisers.

For a long time in society, there has been a tendency for specialisation.

Some organisations deal with one matter, others with something else,

each focussed on its own specialisation.

However, the water revolution that we’re talking about, involving a

sharp swing to sustainability, driven by the fight against climate change,

requires all the players to “get their feet wet”.

Ensuring that everyone, wherever they live, has clean water to drink

is not only a matter for development cooperation organisations. Anyone

who is lucky enough to have running water at home, to be able to have

a shower and wash off his dirt and worries, should do something,

however small, to ensure that everyone should also have the chance to

drink without fear, to have the pleasure of being clean. Any city council,

any company, government, clinic, or any other establishment should do

what they can, no more, no less, to break this curse which we should

all be thoroughly ashamed of.

The reconsideration of water, seeing it for what it really is, that is to

say the source of life, the DNA of life, is only truly possible if the cultural

revolution it entails reaches all bodies and every single person. Schools,

farmers, businesses, children, the elderly – absolutely everyone must

play their part.

A lot of potential change is not put into practice because of an

attitude that is an obstacle: if the other guy doesn’t do it, it will be of no

use. The value of a unilateral action is negated. In debates about the

Kyoto Protocol, this has been an aspect that has blocked, and will

continue to block, commitments to action. If the United States, which

bears a large share of the responsibility for causing and solving the

problem, does nothing against climate change, anything the rest of the

world does has no point, and does not solve anything. This reasoning

can be summed up as meaning “if those who are most responsible will

not do anything, neither shall I”.

This is an understandable attitude, but it doesn’t get us anywhere.

Everyone is saying “after you”. Nobody’s doing anything.

In many societies one hears the excuse for inaction that goes along

the lines of “if the council is not doing anything, what’s the point in my

doing anything?”, or “if the farmers are not taking action, why should

the councils?” Farmers say: “if major companies are not doing anything,

what use is anything we do?”, and the cycle of excuses for not doing

anything just goes on for ever.

It is a vicious circle which can only be broken by expressing a diverging

opinion. An opinion that says “I am taking action because I am jointly

responsible, and my action gives me the right to ask others to act” as

a call for solidarity. This policy of unilateral responsibility has been one

conducted by the European Union with climate change. This is the policy

of joint responsibility that is essential for dealing with water problems.

In the past, people living in the villages in Spain were told that the

streets would be clean if everyone swept their section of pavement. And

that is the answer – everyone sweeping their section of the pavement,

whatever their neighbour does, even if he does nothing. It’s as easy and

as ambitious as that.

Unequal responsibility

We are all responsible, but not all to the same degree. With more power

comes more responsibility. And whoever has more responsibility must

exercise it.

The widespread call for collective responsibility must not be allowed

to dilute something obvious: there are organisations, companies and

institutions that have a much higher share of responsibility.

Electricity companies, for example, whose projects often turn rivers

into mere caricatures of themselves, should reconsider their role in

spreading the new water culture that we need. Private water utility

companies, who are often challenged over their actions in cities in poorer

countries, should reconsider how to reconcile their quest for profit, a

feature common to any company, with satisfying the human right to

drinking water.

City councils, who encourage citizens to use water efficiently, should

practise what they preach. They are responsible institutions, they should

act and lead the rest of society by example.

The general concept of co-responsibility should not hide the fact that

the responsibility is unequal. This is why the powerful have to do more

–they have more power, so they have more responsibility.

When those with more power and more responsibility do not act,

two things occur. Firstly, “their section of pavement is left unswept”:

they fail to contribute or participate. Nobody can fill their gap. Secondly,

they play a decisive role in reducing social good intentions. Many people

withdraw from participation when they see that those most responsible

are not acting.

What the powerful do or fail to do is very important in itself, and is

decisive for ensuring the mobilisation of society.

Others also play their part

Often, the lack of communication with other players, or disdain for them,

is not only to do with a moral judgement on the goodness of their

actions. There is often a factor that clouds understanding. And it’s a

simple one. We never understand the irreplaceable role of the other

player involved in social change.

If businesses were to understand that the NGOs are the voice of the

future, they would put a higher value on contact and dialogue with them.

If they were to realise that many of their businesses were founded on a

former complaint by the NGOs, they would study what they say to get

a whiff of the future, to guide their future investments. If businesses

were to understand that water treatment and purifying plants, water

meters, systems for efficient water usage, and so on, were mainly claims

made by social movements and not-for-profit organisations, they would

cultivate their friendship more.

If the ONGs were to realise that in order to spread an idea, to make

it a reality for the majority, intervention by businesses was essential, they

would be more prepared to collaborate with them.

If the governments of the world were to realise that, as opinion polls

repeatedly state, people believe in ONGs more than in governments,

they would give their blessing to strategies aimed at promoting the

values of sustainability among the public, and would spend less money

on their official campaigns.

The most crucial relationships are those between the “old” players,

accustomed to interrelating and understanding each other, and the new

player, social movements, NGOs. But the changes that need to be

promoted are huge and pressing – we need to produce mass social

mobilisation, we need to “wind up” the social body. And this task is very

difficult to carry out effectively without the participation of a structured

civil society.

We know as well that to ensure clean rivers, we need appropriate

laws, money, proper purifying plants, but above all, commitment by the

people. There will never be enough money or policing to offset the

collateral damage that is caused by a lack of civic commitment. Water’s

problems cannot be solved by just one player. Unless others contribute,

there is no solution.

The day that governments, businesses and NGOs finally see the

stark face of existing problems (polluted rivers and aquifers, millions of

people with no drinking water, droughts, floods – the list goes on), and

then look at their own hands, the strength of their hands, then that day

they will humbly be willing to join in and collaborate.

We need a culture of selective collaboration between the agents of

change

We need a culture of collaboration between the agents of change. If

they only squabble amongst themselves, something that is hardly

infrequent, a great deal of energy that could be put into change is wasted

or cancelled out.

We won’t have enough time to change things if we only devote

ourselves to putting a brake on other people’s initiatives. If energy,

resources and talents are expended in destroying the initiatives of others,

after a great deal of work, when we look up, we will see that society has

made very little progress.

At any event, this culture of collaboration should be guided by the

same criterion as for love and friendship: to be with whom I want,

whenever I want. And with freedom of choice as the watchword. Naturally,

looking at it pragmatically, there are projects that require the participation

of just one player. Furthermore, there are projects that are not feasible

without the participation of a particular social agent.

It’s obvious that, given the outrageous generalisation that there can

be no cooperation with the other sector, it is equally outrageous to

suggest that it’s a good thing to collaborate with anyone in another

sector on any issue. In short, what we are advocating is a culture of

selective collaboration, in which the cement of lasting relationships and

freedom of choice are guaranteed. This way, collaborations will be useful

and durable.

But this new selective collaboration culture is not produced by

spontaneous generation, but from shared efforts based on appropriate

approaches.

Debating and collaborating are not incompatible activities

We have been brought up to see things as being black or white, with no

greys in between. Everybody else is split into two, either friends or

enemies. We either agree one hundred per cent, or we disagree one

hundred per cent. We need to be more complex; we cannot go on

thinking with the vestiges of a reptile’s brain that we all have in our

heads. We need an approach that is more elaborate, more finely-tuned,

more subtle.

In order to face successfully the vast challenge before us in the

twenty-first century, we need to break away from the ancient history of

relationships we maintained in the nineteenth and twentieth centuries.

We need businesses, public administrations and NGOs that can hold

debates and discussions on what separates them while at the same time

keeping open lines of collaboration and shared work with regard to what

they agree on. That’s the challenge. Otherwise we shall be wasting an

infinite amount of social energy, which we can ill afford.

We do have some positive examples of trans-boundary collaboration

between companies, NGOs and governments, but they are the exception,

not the rule. In one of the United States there is an association that

promotes efficient water usage between utility supply companies and

ecological organisations, with equal representation from both sides.

They operate through consensus.

Water matters are complex and multi-faceted, and so it is hardly

surprising – in fact it is a good thing – that there are different approaches

and options to solve a particular problem. There is total transparency,

debate, information, differing opinions. But we also know that, alongside

this evidence of differences, there are areas of agreement that allow for

working together.

We shall never be able to meet the challenges accompanying sustainable

water use in the twenty-first century unless we develop the ability to

discuss and work at the same time.

The world used to laugh about a major dignitary of whom it was

said, in order to emphasise his intellectual limitations, that he could not

walk and chew gum at the same time. Governments, businesses and

NGOs must rapidly overcome this childlike phase, this collective handicap,

in which it has been wrapped in recent years, and learn to work and

discuss simultaneously. A great deal depends on it.

The others are something else, and what’s more, nobody is perfect

In many cases, what we find bothersome, what we cannot understand

in others, has to do with the very substance. Many companies complain

that the NGOs are not very professional (sic). Many NGOs complain

that businesses want to make money (sic). Many governments complain

that the NGOs almost always criticise their actions and do not really

represent the citizens because nobody has voted for them (sic). When

judging others, one of the biggest problems is the deep-rooted lack of

understanding: nobody properly understands the role they perform in

the way society works. Understanding others, what they can and cannot

do, their limitations and their potential, is essential for building up

effective collaboration.

Understanding deep down to the heart a simple but often forgotten

truth – that nobody is perfect – also helps to build up this selective

collaboration culture of ‘I’ll work with him but not her’ and ‘I’ll collaborate

on this, but not on that’.

Forgetting this platitude has done, and still does, a lot of damage

to change dreamers and builders in water policy. We very often demand

in others a behaviour that is sublime, but which we do not have. We

easily excuse our own shortcomings, but never understand why others

have them.

Applying the principle of “humanistic realism” – businesses,

governments and NGOs are not perfect, some are better than others,

but always humbly recognising that errors and shortcomings touch us

all – would help us to build more solid and longer-lasting collaboration

relationships.

The relevant question to judge the suitability of a collaboration is

not whether that organisation is perfect or not, or whether it belongs on

the list of the righteous or the impure. The relevant questions are: Is

the organisation we are not sure about better than the average in its

sector? Is the project interesting in itself? Does the organisation follow

a line of positive progress of change? Will this collaboration be useful

for society?

I know that these are less than absolute questions, less sacred, but

changing the world, the reality of the world of water, the reality that

affects specific people, specific living creatures and specific eco-systems

might be utopian, but it also has its pragmatic aspect.

Applying the principle of the benefit of the doubt

The Spanish Constitution, like others in the world, confirms the principle

of the benefit of doubt as a guarantee for its citizens. For a start, a person

is innocent unless proved otherwise. That is the purpose of a judicial

structure, to ensure that this principle is not breached in social or

government practice.

Yet this very basic principle that is declared in the founding laws of

many countries is not applied in most of the actions of the three main

players in environmental change. Many decisions taken by businesses,

governments and NGOs are coloured by prejudice regarding the others.

It is very difficult to initiate a relationship on the basis of such a

level of distrust. It’s unlikely that a collaboration can be built up when

the potential collaborators suspect each other.

It’s one thing to think, discuss and argue that a particular organisation

has committed an error, and quite another to believe that the organisation

had malicious intentions, and that these intentions were the reason for

the error. That makes for a one-sided argument. I’m not claiming that

malice doesn’t exist, or that criminal behaviour doesn’t exist; what I am

claiming is that, for a start, we should think well of others and treat

others as we would like them to treat us, without prejudice about

intentions.

This initial condition is a subsoil in which fruitful collaboration can

certainly grow. Not even weeds will grow in distrust and suspicion.

Every action is adulterated

When we do something, when we move on from dreams to deeds,

when we move on from the plan to action, we necessarily “betray” our

intentions. This is what happens to us, and to others as well. We find

justification for our own “betrayals”, but it is harder to find it for those

of others. Naturally, in life there are betrayals and “betrayals”. There

are occasions when the original idea completely disappears when it is

brought to fruition. In other cases, it’s a simple matter of natural erosion

that any idea has when we try to act on it.

This is an old, well-known issue, easy to explain and understand,

and it is responsible for much of the conflict that exists between the

agents of change.

Anyone crossing over from the comfortable position of giving opinions

on what is happening, to actually making things happen, must be

prepared to accept two pains: the pain of not having done things as they

were originally conceived, and the pain of seeing how those giving their

opinions comment, sometimes aggressively, on the adulterated actions

so painstakingly carried out.

Both pains and the emotions they arouse are responsible for the

climate of distrust that compromises the creation of chances for

collaboration between agents of change.

Accepting that every action is adulterated would diminish aggressiveness

towards the actions of others and increase our understanding of them.

Acknowledgement and gratitude

One of the bugbears that makes collaboration difficult is the feeling that

I have seen in many faces, that others fail to recognise or appreciate

what you’re doing; they only concentrate on what you’re doing badly, a

blinkered approach that only sees the other person when he is a failure.

And I’ve seen this lack of recognition of what has been done well in the

faces of public servants, social leaders and businessmen. They all suffer

it as victims, but they are sometimes unable to see that they are also

victimisers.

Relationships would greatly improve if the agents felt appreciated

for what they do well. Then, after the back-slapping, criticism would be

more legitimate. In this way, it would be made quite clear that specific

actions are being criticised, not those who have carried them out.

Many NGOs feel that governments fail to appreciate their huge

efforts to bring cultural change. Many authorities feel that the NGOs do

not see anything positive in what they are doing, that everything is going

wrong, that they never get it right. Many businesses have the idea that

what they do is never enough, that they are always wrong and are treated

as alleged criminals. And they are all very possibly right in their perceptions.

Seneca said that gratitude was the greatest of virtues, and possibly

the mother of all virtues. This lack of gratitude for what others do is

poisoning relationships. Sometimes it is agents from a different camp

that show ingratitude, and sometimes they are from the same camp.

And that’s when it hurts the most.

Maximum tolerance with friends and near-friends

Here is something paradoxical, but very common: discussions between

builders of change often get very heated, so much so that they appear

to be enemies. Yet in fact they are not, because they are working for a

similar liberating aim.

These discussions not only take time, their fundamental effect is,

above all, to inject life into those days when little progress seems to be

made, and to take in one of the most valuable substances for the path

of change: the enthusiasm of those walking the path.

The pain of criticism from those who should be friends is much

more intense than any other pain, and drains a good deal of energy out

of the builders of change.

We need to develop a tolerance of culture, respect for the way others

are trying to change reality. After all, nobody can be absolutely sure that

their proposal is the best one. It is only at the end, once time has passed,

that the effectiveness of the actions can be truly judged. Only history

can speak clearly – after the event.

Respect, respect… and once again respect

There are builders of change who happen to live in the northern hemisphere.

There are builders of change who, again by chance, happen to live in the

southern hemisphere. Often they build up a relationship and there are

northern hemisphere organisations who take part in development

cooperation projects in poorer countries. That is all very well.

But sometimes there are problems. The dialogue between governments

and NGOs that address problems and reveal poverty, and NGOs and

governments that provide euros or dollars, is not a balanced one. It needs

to be remembered in this meeting of intentions that what it’s appropriate

to do in the Third World should be decided by the inhabitants of the Third

World. It needs to be remembered that the solutions that were effective

in one country, if indeed they were effective, are not necessarily effective

in other countries. It needs to be remembered that impoverished countries

have the right to discover their own way, their own development. It needs

to be remembered that, for a start, the ones who are most closely

acquainted with the problems and solutions of a country are the inhabitants,

organisations and institutions in that country.

It’s not enough just to have good intentions. It’s not enough just to

show solidarity. That has been the recipe for real disasters. Proper help

needs to be given, and respect shown for the southern hemisphere’s

institutions, society and organisations. It’s as simple as that.

The need to build two-way cooperation

The example shown by the richer countries could well serve the builders

of change in impoverished countries. But the reverse also holds good.

The northern hemisphere needs changes, for its own interests and to

attain sustainable development on the planet, and many of the answers

it needs come from the southern hemisphere. We need to listen to the

southern hemisphere. We need to build two-way cooperation.

Technological innovations, which come about as a sub-product of

the large amount of economic resources invested, usually come from

the northern hemisphere, but in recent years, social innovations are

arriving from the southern hemisphere. It is very important for the

northern hemisphere to pay attention to these cultural changes; it needs

to change, it needs answers.

To find answers, the builders of change need to search everywhere,

in both the north and south. Northern organisations should break out

of their habit of looking for solutions for the future of developing countries

in the history of developed countries. And southern organisations, NGOs,

businesses and public authorities should also look to see what developed

countries have done. They do not have to repeat their errors, they should

make use of the advantage of time. They can avoid those errors.

A good example is the fact that many southern countries, thanks to

the errors of northern countries, can implement integrated management

of groundwaters and surface waters.

More listening and speaking to others

There are few actions cheaper than talking, and few more useful. There

is no chance of collaborating, mutual understanding and working together

if, as a prior requirement, we have not talked with the other party, if we

do not fully understand their hopes and fears, their reasons and, above

all, their emotions.

It’s true to say that water shortages in various areas of the world are

an important issue, but nobody says much about dialogue shortages

between companies, NGOs and governments. There is no chance of

creating the collaboration culture that these times require, unless we

significantly increase the time devoted to understanding and listening

to others.

Currently, at least as far as more recent and problem-filled relationships

are concerned (between businesses and NGOs, between governments

and NGOs), dialogue only takes place when there are conflicts, but there

is place for standardised dialogue.

Distance and non-communication help the weeds of distrust to grow.

And if the weeds of distrust get too high, the paths of collaboration are lost.

Trusting society

We have said that there are three key agents, but in order to produce

change, a mental and physical change in the five continents, so that we

can quickly settle past mistakes and finally make our peace with water

and with ourselves, we need to actively involve society. In order to make

good progress, we need to generate an unprecedented civic cooperation.

For example, what about a network of water course supervisors, armed

with SMS or e-mail? Nothing could get by this type of social monitoring

If a problem is massive, strong social involvement is required to solve it.

All organisations, businesses, governments and NGOs, become

conservative with time. Civil society is the breath of fresh air that blows

away their doubts and brings about change. Generating this breath of

fresh air should be the express aim of governments, NGOs and even

businesses. Without this social tsunami to stir up inaction, institutions,

laws and obsolete habits, we shall not be able to carry out so many tasks

in such little time.

If governments detect citizens’ agreement or pressure, they will, for

example, raise water rates, invest in maintenance works, ban criminal

practices and promote projects for change. If businesses feel that they

are being examined by consumers over their policy regarding water

courses, they will take measures and devote more resources. With society

watching, talking and acting, changes will speed up.

Part three

CRITERIA FOR ACTION

Creating vicious circles

To resolve a problem with multiple causes, we have to set up a multi-

solution. And wherever there is a vicious circle operating, we need to set

up a virtuous circle. We need to understand the relationships between

technology, values and laws. We need to be able to perceive their rciprocal

dependencies, how they are linked together. Problems are linked, but

so are solutions. And that discovery is a sign of hope.

There is often a skewed approach when perceiving solutions.

Businesses believe that everything can be sorted out with new products

and technologies. Public administrations think that a cute new law will

fix everything. And NGOs often believe that the answer to everything is

awareness-raising. Everyone is partly right. Without a cultural shift,

changes will not be long-lasting; without a reform of the regulations,

there will only be partial changes; without new technology, certain

problems will be hard to solve. This shared truth should bring about

more complementary, more holistic analyses.

Another flaw arises from the low degree of interdisciplinarity that

exists between the approaches. The engineer thinks only of concrete,

the biologist of bacteria, the sociologist of social organisations, and the

lawyer of regulations. They all have highly significant approaches, but

they are only partial, insufficient ones. If we were to simultaneously set

up a reform of regulations, cultural awareness-raising, a technological

change and a change in the prices involved in the problem, then we

would be creating a virtuous circle with long-lasting potential.

There is no single cause, no single solution. We need to act on all

the factors that have brought about the current situation so that a change

in one factor can be a reinforcement for change in the others.

We need to change the regulations to bring about a change in technology

and behaviour; we need to charge higher prices to create funds that will

finance necessary investments; we need to bring about cultural changes

so that technological change is not boycotted by the apathy of the

population; we need to train professionals in the new standards; we

need to encourage the market so that manufacturers, distributors and

retailers offer goods and services that are more sustainable; we need to

ensure that the education system teaches the values of sustainability,

and that it be a living example of commitment to the environment. we

need to ensure that the public institutions’ actions do not contradict

their declarations of intent.

All these factors influence each other, and we need to ensure that

their reciprocal influence favours change, forming a virtuous circle that

will “sow” sustainability.

It frequently happens that the “original sin” of our training or our

membership of a sector of change builders means that we do not

appreciate factors that are furthest away from our own concerns.

But the good technology specialist ends up realising, after a few failures,

that public cooperation is essential for technological change to have the

desired effects. And the NGO involved in environmental education soon

sees that the good intentions of those being surveyed never fully change

the vital statistics of the planet. What changes pollution in rivers has a

great deal to do with the chemical properties of the pesticides and

fertilisers used by farmers. And to follow this example, the change-over

to ecological agriculture has a great deal to do with the public subsidies

introduced, not just with the leaflets handed out to consumers.

Much of the effort expended on change has been useless, or almost

useless, because we have lost sight of the fact that problems are

interrelated, and we have acted focussing on only one aspect of the

problem, while the rest of the aspects are off our mental map. In the

end, change to a partial aspect cannot counter the multiple influence

of all the other factors that “worked” to give birth to the initial situation.

Vicious circles are only truly broken by creating a new virtuous circle.

One of the things that ecology has taught us is that the right focus

for understanding the biosphere is the systemic approach, which explains

reality by understanding the relationships of its components. Similarly,

society can get along better by understanding the relationships between

the players that are its components.

Doing away with the vicious circles that we have created in the

biosphere and society requires, if we want the new situation to be long-

lasting, the construction of a virtuous circle that fosters sustainability.

This creation of sustainable virtuous circles calls for understanding and

dialogue with all the social agents involved in the maintenance or

modification of these change factors. True change will come about not

because we might have done the right thing. True change will come

when governments, citizens and businesses work with a shared vision,

and when each action reinforces what the other agents of change do.

Thus, creating a virtuous circle calls for active, open dialogue with

all the other agents of social change. It will be necessary to complement

the efforts of businesses, public administrations and NGOs, and to do

this it is essential to understand their role, their potential, their abilities.

Creating a virtuous circle is possible if there is this collaboration culture

that we advocated earlier.

Supporting leaders: creating a network of accomplices for change

Change comes about through imitation, but for imitation to exist, society

needs innovators to imitate. People who boldly lead from the front. Setting

up this network of accomplices for change is a fundamental task if we

want success in the painstaking job of transforming the way things are.

In fact, social changes have always been initiated by tiny minorities

Once it has been proved, on a small scale, that change is possible, it

becomes widespread. This happens with technological innovation and

with social innovation as well.

This minority of social innovators exists – it is a question of inviting

people to join it. Before the founder of Linux software launched his

challenge, there were already thousands of programmers who were

selfless voluntary participants in the initiative. But, to get itself noticed,

this minority needed to centre on an idea, an invitation.

Most of society has a justifiable tendency to cling on to habit, to

proven truths. This is why, at the outset, their response is scepticism

and reserve. The way to overcome this resistance to change is with the

proof of reality, not so much with words. This is why social minorities

are essential for sowing the seeds of change in the ever-sceptical mind

of society.

The minority harvests the honour that history reserves for pioneers,

but it also harvests the greater number of problems that history reserves

for its pioneers.

An innovative society is one that does not penalise this innovating minority

–it stimulates it. Institutions, which are often not best placed for promoting

change, should not stand in its way– it should encourage it.

In the north-east of Brazil, an NGO tried out a rainwater cistern to provide

drinking water to homes in a region with recurrent drought problems.

They tried out the first phase of the project with 25,000 homes, and now

they have discovered that the proposal worked, they have since expanded

it to cover as many as one million homes. Start small, start with those

who are most convinced, and then spread the proposal to the majority.

The majority put their fear of change at rest when someone close to

them tries the new practice, the new technology.

These leaders of change are to be found on all fronts. There are

social innovators in the institutions, such as technicians and politicians.

There are leaders of change in businesses, the media, universities,

schools, NGOs, sports teams and the church. Innovation will vary

depending on their role, their position, their location in the world, but

wherever these innovators are, they need to push the envelope out as

far as possible.

Sometimes, as a result of a type of substantive pessimism about

“the human soul”, we do not have faith in the fact that there may be

people who want to get embroiled in an innovative project. We think

that, unless there is guaranteed profit from it, nobody will want to practice

sustainability. Far from it. History is full of altruistic actions, many of

them conducted when there was a high risk for the innovators.

Giving prominence to these leaders of change, supporting them and

fostering interrelationships between them are the three essential strategies

for consolidating the first wave of changes, the one that comes before

the tide of the majority. Where the wave does not reach, neither will the

tide. The quantity and quality of the innovators provides a forecast of

the extension and depth of the social change that will occur in society

overall.

The great god money must help the god of love

Many of the problems that we suffer in water management are connected

with the fact that, in practice, there is a contradiction between private

economic interests and the general interests of society.

It’s quite common, for example, that a company finds it more rational

and cheaper to pay a fine for polluting rather than treating its waste. It’s

quite common that a household, a hotel or a school finds it difficult to

afford water-saving technology.

The specific formula for water rates, which often prioritises fixed

costs, does not clearly reward those who are making great efforts to use

water efficiently.

This situation means that, in practice, the horse representing good

intentions and general interests is pulling the cart of social change in

one direction, while the horse representing economic interest is pulling

in the other. It is usually the more muscular horse, the “money-driven”

horse that wins, and the general interests are dragged along dusty tracks.

The final result is that change does not make any progress, or very

little, or makes progress in words, but the deeds are stuck in the

quicksands of economic interests.

When we think of economic interests, we think that it is only

commercial interests that are holding back change to sustainability. This

is not true: city councils, citizens, schools and farmers have no economic

incentives to change, either – the current situation is not moving forward,

or if it is, only very little.

Good intentions and altruism have very narrow shoulders to bear the

entire weight of change. We need to strengthen them, so that they are

not alone.

We need to construct social processes in which good habits are

encouraged and where the business that does not pollute rivers sees a

rise in its profits; where the ecological farmer, who does not pollute

aquifers with pesticides, sees higher end of year returns than his

neighbours who do pollute them; where a university that reduces its

water consumption sees a rise in its annual balance; and where the town

that reduces its water consumption also makes a big reduction in its

water bill and is rewarded with better government subsidies to renew

its urban supply network.

And, likewise, whoever allows his behaviour to violate the general

interest should suffer, as well as the specific punishment laid down by the

law for this, a considerable fine that will make him reconsider his action.

This will ensure that reasonable people will find no reason to behave

in a way that will harm the environment.

Basically, we are talking about applying the tried and tested lesson:

punish the bad guys and reward the good guys. But this simple,

understandable issue is not what is happening today on many occasions.

It is not unusual for the good guys to be seen as stupid in their own eyes

and those of others, and the ruthless guys to be seen as smart.

A great deal of social energy is being wasted because there are people,

institutions, businesses and organisations who are driving the cart of

change towards sustainability, and other people, institutions, businesses

and organisations, generally more numerous and more powerful, driving

the cart of social change the other way, into the past, by maintaining

unsustainable development.

The setting up of economic incentives, adapted to the particular situation

of each organisation or social sector, needs to be aimed at ensuring

that the vast amount of energy that exists in society works towards a

common end.

Putting the entire burden of change on good intentions and generosity

slows down change and creates more problems. The great god money

must help the god of love. Together they can do it.

Using the most eloquent discourse: our actions

There are a lot of preachers in the world who tell us what needs to be

done. They can be found in churches, NGOs, public authorities, trade

unions, universities and schools. Almost all of these agents’ texts contain

the truth about what should be happening.

Their texts and speeches almost always say sensible things about what

should be done to ensure more efficient water usage, in order to preserve

the quality of the rivers and to supply the millions of people in the world

who lack it with clean drinking water. But there is still a small problem:

all too often, actions contradict their words.

This gap, sometimes enormous, between what the preachers say

and what they do puts a firm brake on the potential for change. At the

end of the day, we all take more notice of what we see than what we hear.

This problem is particularly serious in the case of the public

administrations, who continually launch information and awareness-

raising campaigns advising the public to carry out actions which they

themselves ignore. Similarly, there are very few school textbooks that do

not talk about sustainable development and efficient water use, ideas

that are contradicted as soon as the pupils close their textbooks and see

what the school facilities are like.

And so children and adults learn the old cynical maxim: “Don’t do as I

do, do as I say”.

However, even at the cost of speaking less, if the actions of these

organisations were more in line with their words, social awareness-

raising would be more effective. ‘Less talk and more action’ should be

the motto of the public administrations and preachers of the new society.

It is reasonable to accept the fact that there is a gap between what should

happen and what is actually the case, between what we say and what

we do – nobody is perfect. But we are talking about the fact that often

there are no areas of connection between words and deeds. The very

city council that asks its citizens to save water fails to apply any measure

to save water in its own buildings.

A responsible city council first reforms its facilities, and then

encourages its citizens to do the same. A responsible NGO first reduces

its waste, and then demands that a biological treatment plant be installed

in its city.

What’s more, when we start to practice what we preach, we are more

comprehensive about the imperfections of others, because we are seeing

with our own eyes the difficulties of social transformation: he who

practices something has more knowledge and understanding.

Most of the loss of credibility that governments have undergone nearly

everywhere in the world is due to the loss of confidence in what they

say. I don’t believe in you, their citizens seem to be saying, because I

can’t see you.

There is no way of mobilising society for change unless unless its

confidence in those who proclaim it is restored. This confidence is

achieved by increasing the coherence of all the social agents promoting

transformation.

Focussing our energies on the actions that produce most changes

As part of a programme to improve water efficiency there, the city of

Bangkok, Thailand, selected potential water-saving actions, ordered them

according to their water-saving potential, listed them according to their

cost-benefit ratios, and then examined them for their social acceptability.

Based on these “filters”, from dozens of actions, they ended up giving

priority to a small, manageable number of initiatives.

Bangkok’s approach can easily be adapted to many other territories

and water-related policies. We can never do all that can be done, we

never have all the money required, we never have enough time. This is

why the world’s agents of change must devote time to selecting which

actions are the most useful, most productive, easiest to implement.

There are actions which inspire others, whose change is a driving

force for the rest. These are the ones we need to concentrate on.

We are not gods; we cannot do everything we would like to – we have

to choose. There is nothing wrong in not doing everything we would like

to, or everything that could be done. But we must avoid spending limited

resources on initiatives whose result is uncertain, which stop us from

taking on board proposals that are useful and fruitful.

Change in two stages: intentions first, then the law

With social change, institutions are conservative – and so are people.

Very often, public administrations are aware that they should pass new

regulations and impose such-and-such a technology, such-and-such a

practice, but the fear of failure stops them.

One way of escaping from the mire is to organise the change in two

phases. The first phase consists of encouraging the innovators to test

that the new practices are good, possible and reasonable from an

economic and social standpoint. The second phase consists of using

the experience and knowledge acquired in the volunteer phase to

formulate binding regulations.

This two-fold, two-phase change has various advantages. It gives

the public administrations the certainty that the new regulations can

be made binding. It also provides them with a highly realistic test bench,

by way of a social laboratory. This means that the new regulations are

more likely to be useful. It provides the innovating minority with the

usual problems associated with being pioneers, but also with extra

social and institutional recognition.

Making the consequences of our actions visible, even though they may

be a long way from us

Our civilisation is based on transferring harm to third parties. Either in

time or in space. There are unscrupulous people who know this and do

it. They are a minority. Usually, people are unaware of the consequences

of their actions.

In a global world, it is hard to be aware of the chain of causes that

occur. Many of them can’t be seen. Are farmers aware that there is a

relationship, below the ground and over time, between the pesticides

they use and the shutting down of the source of natural clean water

that there used to be in the village? The answer is often no. Are couples

aware that by giving each other a gold ring as proof of their love, they

are contributing to the mass pollution of many of the planet’s rivers?

Almost certainly not. Are the millions of wearers of modern cotton t-

shirts aware that, to grow the cotton, unless it is being grown organically,

aquifers are being seriously polluted?

In order to make progress in protecting the planet’s water masses, we

need to make these causal connections visible. We need to make visible

the relationship between our actions and what is happening in rivers

and wetlands, near and far, today and in the future. Today, many of

these actions are hidden from people’s eyes by the soil, physical distance

and time.

TWENTY-FIVE INSTRUMENTS FOR CHANGE

Taking advantage of previous experiences and building on them

If a firm in Boston invents a good technological solution, it may possibly

be found two years later in all the markets in Kolkata. One way or another,

consumer capitalism has very swift formulas for taking advantage of what

others have invented, and it builds on it.

But if we examine the field of social innovations, many of them

successfully developed by not-for-profit organisations, either governmental

or non-governmental, we very often find that the successful experience

developed in Mumbai has not, after some years, been copied or adapted

in Kalkota, so that those who are facing the same problem once again

expend what little energy they have on “inventing” the same solution, or

something similar.

This wasting of the lessons and “solutions” that have already been

discovered is very widespread. It’s only on very rare occasions that research

is conducted on what others have successfully achieved, or recognition

given to the work of the pioneers, or that this work is somehow incorporated

into the new project to ensure the optimum transfer of knowledge, or

that the culmination of the previous project is built on.

This scant use of previous experiences means that energy, talent and

money is being thrown away. This recognition of others’ work, either in

terms of image or money, would help to speed up social changes and

enable better use to be made of the resources available.

The rate of change to sustainability in water usage would speed up greatly

if new projects included and made use of the lessons learnt from previous

experience.

Ensuring that water policy is a priority for governments

In all societies, rich or poor, there is a great deal of energy and money.

There is a great deal of room for improvement in Pakistan’s santitation

and water supply systems, yet, as the United Nations points out, this

country spends 47 times more on armaments than on its water policy.

It’s not just a problem of money – it is above all a problem of political

priorities.

In recent years Spain has managed to become number one in the

world in terms of the number of kilometres of motorways, dual carriageways

and high speed rail lines. However, it is not number one in terms of the

health of its rivers, the motorways of its biosphere. So it’s not a problem

of money, it’s a problem of political priorities. It’is a question of whether

Spain’s society and government place more value on good tarmac for

its cars than on maintaining its rivers in good condition for fish, bathers

and drinking water for its towns.

What can be done with regard to governments’ political priorities?

What can be done to influence the allocation of government budgets,

the decisive test for a government’s commitment?

Democratic governments are regularly examined every four or five

years. Political parties stand for election with a manifesto, the citizens

vote, and those elected apply their programme during their term of office.

This is how things work, when democracy works. This is not always the

case.

This “normal” functioning has a structural snag: the anomaly between

the short term, the length of time that governments are usually in office,

and the long term which is often required for effective water policies.

How can we gain political priority for water policies? This has always

been a highly significant question, although its reply has particular

nuances in every country, depending on their political culture, electoral

system and institutional structure.

One option is to take advantage of any crises that comes along and

cause public opinion to open itself up to new approaches and change

the order of social and budgetary priorities. Another way, as we have

also already mentioned, is to cause crises, by dressing up long-standing

problems in new clothes that will be noticed by public opinion and the

media.

All these ways are necessary. Exerting political pressure is very useful

for taking advantage of the annual budget debate in parliaments. Budgets

are the clear, unmistakeable summary of the priority that a country gives

to a particular policy. The higher the budget, the higher the priority. It’s

as easy as that. The importance of this debate is often not perceived by

society, and it will be necessary to socially educate the public. At the end

of the day, what is discussed in parliament is how to use the citizens’

economic resources.

With countries that receive external aid, the donor institutions and

the social organisations in the recipient country can exert joint pressure

to demand that any increase in external aid be accompanied by a greater

budgetary commitment by the recipient country. It is not reasonable for

a country to ask for aid to supply its inhabitants with drinking water, only

for it to spend what it can and cannot afford on arming itself to the teeth.

First World NGOs have often funded development cooperation projects

managed by Third World NGOs. We have asked them for effectiveness

and efficiency. And in many cases they have become organisations with

a great capacity for management. That’s not a bad result. However,

sometimes an undesired effect is created: they abandon their traditional

role of raising social awareness in their society and influencing public

policies. They run their small project better, but their role as instigators

of social and institutional change has weakened. They are very useful on

a small scale, but they have become less effective overall.

Public policy expresses the importance that a country gives to a

problem. One way or another we need to ensure that governments give

priority to water policies. We probably need to take advantage of regular

occurrences, such as elections or the annual budget debate, as well as

unexpected occurrences, such as untimely crises.

Taking advantage of crises

Unfortunately, the cries of pain of water in nature, and of mankind for

water, are getting increasingly louder. Crises occur where the original

situations are aggravated and thus they pass from the inside pages to

the cover of the world’s newspapers.

Everyone remembers images of Hurricanes Mitch and Katrina, the

Aral Sea, the Sahel drought, and so on.

Many of these acute crises are easy-to-understand examples of the

negative consequences arising from our pattern of development.

In our social and personal lives, there is very little looking ahead, as

recommended by the Club of Rome. Very often, following the terminology

used by one of the Club’s reports, we learn through shock, after deep

grief, after a crisis. Sometimes, this grief for what has happened is

transformed into a decision to avoid these situations in the future. It is

then that institutions change their policies, their priorities, and societies

change their approach to the reality. On these occasions, one way or

another, we take advantage of the crisis to change; the crisis is useful,

it immunises us, so that we don’t relapse into fresh traumas.

However, there are many occasions when, in the words of the old

saying, “man is the only animal that can stumble twice on the same

stone”, and we forget the lessons taught by grief, we fail to correct our

course and keep on walking towards its repetition.

The change bringers need to take advantage of the fact that crises

arouse emotions, and with the heat of emotions, reasoning that previously

failed to make itself felt in society. This reasoning suddenly finds shelter

and is welcomed, and from there on, policies, budgets, institutions and

culture change.

Spain, for example, managed to supply drinking water to all as a

result of the grief and shame arising from the outbreak of cholera in

the Jalón valley. Many of the successes that we are proud of have come

about as a reaction to a grave crisis.

Crises, as wise Chinese culture has it, are opportunities for change

that fate offers people and societies. With them, societies can either

resign themselves to grief or react, and transform that grief into a

determination for change. The change-bringers, wherever they are, be

they public administrations, citizens’ associations or employees in a

firm, need to ride the wave of a crisis to take advantage of the energy

it generates, and to promote social, political, cultural and institutional

changes. Unfortunately, more and more crises are going to come along,

often in the form of extreme weather phenomena. It is in our hands to

take advantage of these situations to speed up social change.

There are moments of “dead calm” in the evolution of society, when

it seems that nothing is changing and there is no movement on the

surface. But this same sleepy, befuddled society can take enormous

leaps when crises are at their height. The builders of change need to

watch out for when the wind changes, so as to take advantage of it

when it is a following wind.

Usually, one month is nothing. But there are months which are worth

years. These days, which are worth months, we need to be particularly

alert. The wind of change doesn’t blow all the time.

Creating crises

One option is to take advantage of crises, but another option is to create

them: reveal to society a situation which is not new, which actually exists,

but ensure that it is seen in terms of a social scandal.

Not long ago in France, the self-styled “enfants de Don Quixotte”

organised a large number of tent villages in streets and squares. They

were not talking of anything new or unusual: all they were doing was to

expose the plight of the homeless to society. The poor were already

there before the actions of these orgnisations, but they were the unexposed

part of the iceberg, below the cobblestones, not disturbing any

consciences.

Their clamour and their gesture caused the media, and society in

general, to take notice of something they already knew about, but which

they seemed to ignore.

A few years before that, development cooperation NGOs filled the

streets and squares of Spanish cities to demand that the institutions

comply with the promise to donate 0.7% of the GDP as development

aid. They weren’t talking about something that was unknown. They were

talking about the poverty that had always been there, but with their

campaign they brought to the political agenda this old demand and

finally managed to get many Spanish institutions, both local and regional,

to set up funds for development cooperation.

Suddenly, with their mobilisation that lasted just a few months, the

“enfants de Don Quixotte” managed to force the human right to housing

onto the statue books. Suddenly, the Spanish institutional culture saw

an increase in the public calls for aid to development cooperation

projects, hitherto almost entirely restricted to central government. History

goes in spurts. But these spurts can be incentivised with social creativity,

causing crises, building symbols with the power to mobilise. Why not

do this with the water crisis?

Opening the eyes of the public, making it dismount from the horse

of consumerism and take notice of one the true priorities of society and

the biosphere, water management, is necessary and can be done.

The policy towards negros in the United States was to change

because of a minor incident, a negro woman’s refusal to comply with

the regulations established for public transport. This woman changed

the history of the United States, and the government’s racial policy

would never be the same again. Choosing something small from which

to unravel the thread of social change and bring about an overall change

in policies can sometimes be more effective than making a more general

proposal from the outset.

Very often, the more global problems are better understood by the

social majorities when they are based on specific events which give a

human face to the broader problem.

Taking advantage of the time when the political parties listen more and

have the most to fear

A particularly opportune time to force water policies onto the political

agenda is when the political parties pay closer attention to society, because

that is the time when they have most to fear, more insecurity, more

worries about the future: the months leading up to an election campaign.

It is then that the candidates experience the ultimate truth of a democracy:

that sovereignty resides in the people. It is the time when they listen with

great attention to the will of the electorate. It is a time that society should

take advantage of.

In the months leading up to the last French presidential elections,

Nicolas Hulot, a well-known French journalist, with strong ecological

commitment, announced his candidacy for the Presidency of the Republic,

unless the main candidates joined an ecology pact. Nicolas Hulot used

this opportunity to determine the electoral programme of the two main

parties. And he was successful. The two main parties in the race signed

the pact proposed by Nicolas Hulot. The formula that needs to be

employed is not unique, but the usefulness of taking advantage of this

time when the political parties, the ultimate administrators of democratic

governments, are most open to suggestions, is obvious.

Resolving this contradiction between the political “time-scale”, the

short term, and the time required for effective water policies, a medium-

and long-term commitment, is achieved by educating society. Society

and the electorate need to understand the relationship between the

present and the future. They must learn to look under the froth of normal

political confrontations, to distinguish and value the importance of the

basic issues governing the health of the population and that of the eco-

systems, the ultimate support of life, our lives.

The human right to water to be included in constitutions

In Uruguay they have managed to include the human right to water in

the country’s Constitution. That is the right place for it if the intention

is to give this right the same ranking as others. There will be countries

in which this is the right time to propose this constitutional change. In

others, the time may not be right at the moment, but just the proposal

in itself has an obvious lesson to teach. It is a basic right which should

be in the Constitution, and the world’s governments, rich or poor, should

take active measures to ensure that this right can be exercised and

practised.

In addition, transferring this right to the supreme law that arranges

the architecture of a country makes obvious sense: it underlines the

priority that governments need to give to policies aimed at guaranteeing

this right, even if it means radically rearranging their budget priorities.

Constitutions include human rights – of association, freedom of

speech, of assembly, among others – that are paramount for guaranteeing

democratic life in a society. That’s all very well. But it seems incomprehensible

that they do not include the human right to water as well, which gurantees

something more basic: life itself.

When this right is violated, it is hard to exercise the remaining rights.

Public administrations can help rivers by changing their buying habits

Another enormously powerful economic agent which has underexploited

its potential for promoting change is the public administrations. In

many countries they manage 12% of the GDP, which means they spend

vast sums of money.

And this under-exploitation is paradoxical, because when the public

administrators are legislating, they are ogres as far as businesses are

concerned, but when they are buying, they become gods, whose wishes

are commands.

All too often, the very minister who funds a publicity campaign to

encourage citizens to use recycled paper does not buy it for every-day

use in the ministry; the very city councillor who is working against climate

change, buys official vehicles with the worst figures for fuel economy

– the list of examples is endless. Under these circumstances, not only

is the degree of confidence shown by people to their rulers affected, but

money is not spent with companies that produce or sell greener products,

and who have, therefore, invested in accordance with the needs of

sustainable development.

Responsible public purchasing is an essential element for building

sustainable development. It’is a question of our money being used to

purchase more sustainable goods and services, not to finance products,

goods, services and businesses that do serious harm to the biosphere

and water courses.

There are councils and regional governments who offer children

school dinners made with organically-grown produce. By doing so, two

noteworthy results are obtained: the children benefit, because they are

healthier, and so do the rivers, because they no longer take in nitrates

and pesticides.

If the public administrations purchase recycled paper, which uses

less water than conventional paper, the “wild” flow of rivers increases.

The potential for helping water masses that the public administrations

have by purchasing responsibly is practically boundless.

Taking advantage of the time when business leaders listen more and

have the most to fear

There are businesses that have more power than many governments.

With more power comes more responsibility. The economic, social and

environmental impact of the businesses that are quoted on the world’s

stock exchanges is astronomical. The shareholders of these companies

need to take responsibility for the consequences generated by the activity

of their business.

There are a lot of life-destroying chemicals poisoning the world’s

rivers, a great deal of irresponsible mining, and there are still companies

that have not understood that they cannot function in unviable countries.

Just as companies can and should be agents in solutions to bring about

sustainable water usage, it is also true that they are part of the problem.

In a global world, it is sometimes difficult to follow the thread linking

causes and consequences. Many decent and solvent shareholders of

reputable companies in developed countries do not see that, as owners

of the company, they are jointly responsible for the environmental disasters

and social dramas they see later on TV news bulletins. They do not see

that their profits are founded on harm inflicted far away.

They may be people who show respect for the environment, and very

probably they are people who take notice of the grief of the weakest. But

they are never capable of establishing the logical connection between

their shares, which they bought at the bank on the corner, and the actions

of their company which are suffered by some natives thousands of

kilometres away.

Just as with the election period for the political leaders, there is a

time when business leaders have to face the approval or otherwise of

their management, when they are accountable to the owners of their

firm, a time to be examined. A time for companies to approve policies

in line with sustainability, for them to understand that they cannot base

their legitimate profits on illegitimate practices that harm nature or

human rights: that time is the Annual General Meeting. It is very common

in the United States for shareholders to make proposals that force

companies to ratify their commitment to sustainable development.

In many countries, this approach either does not exist or is in a very

early embryonic stage. Yet the transformers of the world should take

advantage of this time when the shareholders, both major and minor,

decide the business policies that will have an enormous effect on the

fortune of many eco-systems and peoples all over the world. And the

world’s business owners, both great and small, should understand that

it is not legitimate to do business that goes against the interests of the

planet and the peoples who inhabit it. They should take responsibility

for the consequences of their actions.

Many companies are already showing that, for a start, there is no

conflict between profitability and sustainability. It is not a question of

choosing between business and sustainability. Business can coexist with

sustainability. There is no conflict between ecology and profitability; but

there is conflict between short term profitability and long term profitability.

Today, if a firm wants to do long-term business, it has to do so respecting

the biosphere. Otherwise it will fail, driven out either by the laws or the

consumers.

Consumption is part of the problem… it could be part of the solution

Why don’t consumers reward businesses that practice sustainable water

usage? Why don’t these consumers punish companies whose activities

harm water courses and the human right to clean water for all?

Among the tools we citizens have at our disposal are the vote, protest,

and another with enormous potential, greatly feared and little used in

many countries: our consumption, our money. Usually we vote every

four years, but we buy much more frequently. As far as millions of

companies in the world are concerned, the laws that governments pass

matter a great deal to them, but I venture to suggest that receiving the

favours of consumers matters much more to them.

This power, this tool of change with its fearsome potential, is very

little used, which means that the engine of change is deprived of a fuel

that can do a great deal to mobilise business strategy: consumerism.

Furthermore, business culture, which is very resistant to new legislation,

is very receptive when it comes to satisfying buyers’ needs. Businesses

often put up a united front against new regulations, but they are all too

ready to accept any changes in consumer trends.

The regulations might not change, but if a white goods manufacturer

discovers that a water-saving appliance manufactured by the competition

sells better than its own model, the bosses will order its department of

innovation to come up with a more efficient model, without any need

for regulatory intervention.

Moving on to another sector, if ecological farmers experience a 20%

growth in business, while conventional farmers only see a 4% rise, if

timber from sustainably managed forests sells at a higher price and in

greater volumes than that from uncontrolled felling, if toys with toxic

chemical products cannot find any buyers, then the message to

manufacturers is clear: either change or shut down.

It is a message that is easily understood, not only by a company

brimming with good intentions, but also by a company that only lives

for profit. As a result of abandoning polluting production processes, the

health of the world’s rivers will improve. The fish will live better and it

will be easier to provide clean, unpolluted drinking water to the thirsty.

Responsible consumption is not only consuming different things, it is

also, above all, consuming a different way, and often consuming less.

Therefore it is a question of changing the products that go into our

“shopping trolley”, and also of reducing the size of our “shopping trolley”.

All too often, social organisations have concentrated on putting pressure

on the public authorities only, overlooking a power that is increasingly

growing, increasingly more significant: the power of the big corporations.

A vast proportion of the world’s GDP depends on the decisions of their

boards. In the water revolution, these companies should be allies, not

enemies, of change. And we consumers can and should help this come

about, by rewarding those who make a greater effort to change and

punishing those who don’t. It’s as easy and as effective as that.

Consumers’ intentions are on the right track. In Spain, some surveys

have shown that 40% of consumers “claim” that they want to consume

more responsibly. It is a similar situation in other countries. The problem

lies not in consumers’ intentions, it lies in their actions. The percentages

simply do not add up: it is not unusual for 95% of the intentions in

consumers’ hearts to fail to reach an agreement with the hands holding

out the money.

But even so, things are changing in the world, and consumers can

play an essential role in protecting water masses.

Investing in line with our values

But using our money in line with our convictions does not just mean

spending our money in the corner shop. It also means making sure that

when we invest it, we are putting it to work in a way that matches our

ideology. And here, we have a great number of opportunities. The first

is when it comes to choosing a bank to work with. Is it a bank that is

financing projects somewhere in the world that are harming the

environment, polluting water and seriously harming rivers and wetlands?

If so, we are living a schizophrenic life: our words are working one way,

and our money another.

The financial system has enormous potential to direct the world one

way or another. Very often, we go to the banks and only ask three

questions to make our choice: interest, security and solvency. What is

missing is a fourth question, simple and extremely significant: What

projects am I helping with my money? If this question were to be

commonly present in exchanges between banks and the public, it would

ensure that environmentally unsustainable projects, which do serious

harm to water masses, would find it very hard to acquire financing. It’s

as simple and as obvious as that.

Our money, which we have put into the hands of others, is working

day and night in support of businesses and projects which are sometimes

entirely incompatible with our values. If we work in favour of rivers and

fish, we should not give our consent for our money to work against our

ideals. Our money should not have a “soul” of its own.

It might look like it, but it isn’t

We all deal with other people for what we believe they are, not for what

they really are. It would be difficult any other way. And this truth, which

holds practically everywhere, strongly addresses the importance of

working with the media and ensuring that they take notice of water

problems and what we are doing about them.

Unless water problems and their solutions appear in the media,

there is no way that water policies can be a priority for governments, or

that businesses actively work for change.

The media, in their role as informers, silencers or expanders of what

is happening, underlining or dismissing it, are essential. We must get

them onto our side, and make them see their responsibility.

There are successful organisations, such as Greenpeace, who organise

their actions looking for maximum media coverage from the outset. The

builders of change will not be successful unless we manage to ensure

that water news moves off page twenty onto the cover.

However, there’s one more thing to be done. One goal – always a

good one – is that the media give better coverage to water news. Another,

and today it is possible, is that when the media are exercising their social

responsibility, they construct their own initiatives to disseminate the

challenges posed by the problem of water, so that the majority hears

about them. The media have a great deal of power, and they must use

it in favour of water and of those who do not have enough clean water.

Pride and shame

Much of what we do can be explained by the fact that we are obliged

to do it, and another part of what we do is because we have a financial

motive, but there is a large percentage of our actions that cannot be

explained by money or the law. It is here that pride and shame explain

much of what the situation is.

In many electoral debates, the Pisa report, which establishes an

international ranking of national educational systems, has been the

source of controversy between government and opposition parties. The

same goes for the ranking that each country occupies in the United

Nations Human Development Index or the Index drawn up by Transparency

International for corruption in various countries of the world.

When a country gets a good ranking, its leaders boast about it. When

a country is nearer the bottom, the government questions the reliability

of the report, while the opposition publicises it.

At any event, what everyone sees is that, largely thanks to the media

coverage, these lists are a major impulse for change. This is either

because countries want to keep their good ranking or because they want

to improve their shameful position. The social controversy that these

rankings cause “winds up” society and causes it to discuss politics,

budgets and priorities.

In the water revolution that we must promote, we need to build

“observatories” which can be clearly seen and which attract media

interest. They should compare the key indicators of water management

between countries, regions, cities, industries, universities, and so on.

In this way healthy competition is established between similar

organisations, either to be near the top and thus receive applause and

recognition, or to escape from the positions of shame and dishonour.

Often these rankings exist but only the experts know about them; they

do not appear in the media and those affected do not see that reputation

is damaged or benefited by their position on these lists. Therefore one

task is to establish these water situation observatories, and a

complementary one is to ensure that public opinion is aware of them.

As well as the public repercussion, there is a prior factor, which is the

scientific rigour of such ranking. If there are doubts as to their seriousness

or independence, their effect as a stimulus for social debate and

environmental change is reduced.

A collective challenge, also a local one

For a society to get results quickly, it has to concentrate its efforts on a

common objective, with everyone contributing their talents and skills in

the field that they are competent in. To a certain extent, this means

establishing a collective challenge that will stimulate the energy for change

to be found in society.

The Millennium Development Goals are one such collective challenge.

Every country has established their goals. That’s a good thing. The Kyoto

Protocol is another challenge for international society.

These worldwide collective challenges are extremely necessary, because

they enable us to see ourselves as citizens of one single world: with similar

problems and common challenges that are unrestricted by national

boundaries.

Yet when we look at the world’s problems globally, the sheer size of

them usually casts us into despondency. How are we going to solve it all?

Let’s take water. How will we manage to give drinking water to the

more than 1.2 billion human beings that do not have it at the moment?

How can we see to it that 2.6 billion people have proper sanitation?

What can we do about the massive pollution of the world’s rivers?

This global thinking is necessary, as are the civilising global challenges,

but this approach also has a perverse effect: it casts the specific person

or organisation taking on the global challenge into despair.

To regain our self-confidence and our essential enthusiasm for

change, we need to lower the scale of water problems as well as of the

challenges that we are going to tackle.

We need to set ourselves a challenge for our city, our river, our wetland;

an ambitious, but feasible goal. This collective feeling that we can do it

restores our enthusiasm and hope, which are essential for environmental

and social change.

Many of the success stories have been due to the setting of local

challenges which bring out the best in the social players of a town, a

region, a district or a country.

The smallness of the action is compensated because it is seen as

contributing to the global objective. The idea of “all for a common goal”

is to be found in all cultures. History shows that when people unite and

work together, they almost always achieve what they set out to do.

Furthermore, this common effort encourages the active, wakes up the

passive and brings out the best in society.

Collective challenges stimulate co-responsibility among the various

players of a community, a sharing out of tasks to achieve the common

objective. The conviction that we are facing a challenge that we are

capable of meeting gives the social and institutional players a view of

the light of hope at the end of the tunnel of effort.

It is very important that this possibility of success in meeting the

common objective is made clear, because the cancer of social change

is scepticism, a virus that is very hard to defeat. To do so, we need

victories that prove that change to sustainability is not only necessary,

something which nearly everyone accepts, but is also possible, something

that very few people practice. This is why, to put a brake on the persistent

scepticism that abounds, it is necessary for challenges to be local and

feasible.

To change the lives of millions, we must think up global actions

The world is one unit, and because of global warming, many people

understand that. There is a global marketplace, a common biosphere,

common problems, an on-line society, but there is no global government.

And the institutions that are supposed to serve everyone, such as the

World Bank and the International Monetary Fund, do not always appear

to do so, and we as agents of change do not perceive them as such.

There are actions that are best carried out on a global scale. The Internet

enables global actions to be carried out. There is scant globalisation of

protests and proposals.

The global society should make its presence felt. It might take the

form of a worldwide referendum, or it could be organised pressure on

a summit conference. To change the lives of thousands, local actions

are essential. To change the lives of millions, we must also think up

global actions.

Mobilisations against the war in Iraq, concerted pressure for the G8

countries to take action over Africa and climate change, with rock concerts

included, calls for mass black-outs in all five continents, among other

initiatives, are highly significant precedents.

In the past, when victims of a public policy protested to their country’s

government, it was there that those truly responsible were to be found.

But now, when they aim their criticisms at the local government, they

all too often find that it passes the buck to a more global international

jurisdiction: the World Trade Organisation (WTO), the International

Monetary Fund (IMF), the World Bank or the European Union, among

others. However, it’s only rarely that protests or proposals are globalised.

The world is one unit. And in many of the labyrinths we find ourselves

in, it is only possible to find the way out if it is a global way out.

Could we imagine solving the growing pollution problem in the

Mediterranean sea if there were not a regional agreement in place among

the shoreline countries? Many solutions are either global or nothing.

Giving impulse to them calls for global proposals and actions as well.

Changing the thermometers

We all know that with human health, there are simple indicators that

help us see whether we are healthy or not: temperature, pulse and blood

pressure.

The most commonly accepted indicators for societies mentioned by

the media are of an economic nature: Gross Domestic Product (GDP),

per capita income, unemployment rate, inflation, and so on.

In recent years, on both the international and national stages, there

have been serious attempts to create other equally simple indicators to

show society whether it should be concerned for its “health” or not. The

United Nations created the Human Development Index (HDI) as a

complement to other indicators. There are national and international

observatories that show various aspects linked to sustainable development.

We have made progress, but we need to change society’s course to look

at water signals; we need society to show concern if the per capita income

rises while water masses are being destroyed.

It is not easy to make these indicators visible to the public; the media

are saturated with information and almost certainly will devote more

column inches to the bedroom secrets of the stars than to the fact that

a major river in China is failing to reach the sea, its natural destination.

However, we have to ensure that the opposition parties in the world’s

parliaments rap their governments over the number of pollution black

spots in their rivers, just as they do over a rise in the unemployment rate.

The awareness of the decision-makers is connected to that of the public

and the media. It’s not easy to get politicians to make significant changes

to their attitudes regarding water problems, unless society’s attitude

changes.

We need people to defend future generations

It is obvious that for years we have been pillaging, in a more real than

metaphorical sense, our children’s future, and that of our children’s

children. When we pollute a river, an aquifer, often irreversibly, when

we dry out a wetland, when we carve up a river and turn it into a set

of channels that are temporarily connected by pipelines, we are eating

up the future of the generations to come.

The decisions that will affect those who will be alive tomeorrow

should not be taken by those of us who vote today alone. Children

should have their say, as should those who cannot talk yet, those still

in their mother’s womb, and those who are still a twinkle in their

father’s eye. Sustainable development means, above all, taking into

account those we do not know and building an environment with room

for all those who are to come.

How can we make the men and women of today aware of the fact

that they cannot take decisions that will seriously affect the future,

without taking into account the men and women of tomorrow? We

need to give visibility to the irreversible losses that are going to occur

in the legacy that our children will be inheriting, and somehow give

future generations a leading role. There are two actions that would

open society’s eyes wider to this rape of the future.

One would be to step up the number of lawsuits presented by

children under ten years of age for mortgaging their future. They might

not fit in with usual legal culture, but their emergence in the media

would help society understand that, deep down, their cause is justified.

Who could deny that a child is in the right when he sues a government

minister because he has done nothing about the pollution in the child’s

source of drinking water in the future?

Another action which would help society take notice of future

generations would be the formal appointment of children’s ombudsmen.

These posts, which if possible, should be recognised by the public

administrations, would defend the rights and opinions of tomorrow’s

citizens.

It is paradoxical that many countries have ombudsmen, with people

who definitely exist and, in the worst scenario, can defend themselves

without help, and indeed do so at a pinch, and yet there are no

ombudsmen for the future generations, who obviously cannot defend

themselves on their own.

Sponsoring a common resource

One problem that can be found in many countries is that the rivers and

water masses belong to everyone; therefore, they belong to no one;

therefore, no one looks after them; therefore, public servants have to

look after them, because that’s what they are paid for. This is perverse

reasoning, but fairly widespread.

One way to tackle this lack of care of a common resource such as

water would be to “carve up the common resource” and share it out

among citizens and organisations, so that a particular stretch of river,

aquifer or wetland “belonged” to such-and-such a collective.

This would involve “owner” citizens or “owner” organisations getting

to know their stretches well, on the basis that what one knows ends up

being loved, and what is loved ends up being defended.

Various countries have projects that organise volunteers to look

after such stretches of river. This distribution is very useful for combining

common property with the adoption by a collective of an area with a

view to looking after and defending it. It’s very difficult to entrust the

defence of the natural heritage to public servants alone. The extended

common heritage must be defended by the extended public.

Forging multiple alliances

Collaboration between agents of change can be ad hoc or more stable.

There are initiatives, such as Water Alliance for Central America, in

which the public administrations, businesses and NGOs work for a

specific objective. Everyone is different, but from their diversity and

respect for each others’ particular characteristics, comes a joining of

energy and talent.

Alliances aren’t easy – there is often mutual distrust and suspicion.

But they do constitute a space for relationship and structured dialogue

which enables forces to be joined and common projects to be carried

out. They also help each other to have greater awareness of each other’s

motives and reasons and, if applicable, discuss with full knowledge of

the facts.

Setting up an alliance for a common objective is perfectly compatible

with members of that alliance maintaining divergences and discussions

in other fields. Setting up plural alliances is practising the principle that

we mentioned earlier, that it should be possible for all builders of change

to do two things at once: work together in areas of agreement and

continue to debate in areas of discrepancy.

The sacred aspect of water

Water is not just another resource. All religions have made water a

sacred symbol with regard to birth, life and death.

But this sacred nature is not only to be found in religious texts: a

quick dip into popular culture will show that it is to be found in the

myths and beliefs of East and West, North and South.

This exceptional status of water over any other element of the

biosphere, over any other environmental issue, should be used for this

environmental change. In the history of social change, emotions play

a more prominent role than reason. The tremendous force that argues

in favour of the reasons of water should be joined by a non-intellectualised

force, which exists in the hidden corners of our ego which not even our

ego fully understands.

This “reserve army”, which lies dormant in our brains, habitually

packed with figures and reason, the army of myths, legends and the

sacred, needs to mobilise in order to make a decisive contribution to

this water revolution that we and our planet need.

To understand the greenhouse effect, you have to understand CO2,

radiation and other “weird” things, not visible at first sight. To understand

the exceptional status of water, all it takes is self-observation, or more

simply, remembering the tales our grandparents told us. It’s a short-

cut to understanding, closer to the illumination recommended by the

zen masters. In the sultry streets of Nicaragua, the children say: “Could

you make me a present of a glass of water?” They say this in the full

knowledge that a glass of water cannot be denied or sold to anyone.

In many cultures, even in secularised societies, this status as a common

resource in which life is born makes water an exceptional asset, which

mobilises exceptional emotional resources.

If a society can fuse water’s scientific aspect with its sacred nature in a

wave of social mobilisation, then everything is possible. If they go

separately, then again, unfortunately, everything will be possible.

Scientific studies

Figures are more important than words. It’s harder to mistake a number

than an adjective. Scientific studies alone cannot change reality, but to

change reality, scientific studies are extremely useful.

A social mobilisation packed with emotions and clamour is very

important, but if it’s accompanied by the weight of sheer science, it is

overwhelming. This is why it’s essential to get academics and university

researchers on our side.

Saying that this river is polluted, dirty and smells bad is not the same

as giving an exact description of the degree of mercury pollution, and

contrasting this figure with tables issued by the United States Environment

Agency. Definitely not the same.

Political decisions are often justified for technical reasons which are

presented as being unadulterated by values. But there are never any

neutral decisions, and hardly ever is there just one solution to a problem.

Almost always there are various possible options. It is very important to

open society’s eyes to this plurality of approaches.

Images

A picture is said to be worth a thousand words, and it’s said that “what

the eye doesn’t see, the heart doesn’t grieve about”. This has always

been true and now even more so.

The report drawn up by Spain’s Sustainability Observatory on the

development of the Spanish coastline occupied the front covers of the

media because it compared old photographs with current ones. Both

sets of photographs were devastating. There was no need for words.

The images said it all.

Soon afterwards, Greenpeace Spain, using imaging software, compared

current photographs of well-known Spanish rivers with a mock-up of

what they would be like in the future as a result of climate change. These

images were reproduced on TV and in magazines and newspapers.

The political and media impact of these graphic reports was huge,

certainly much bigger than for any two-hundred-page dossier. The

“translation” of a report into photographs or video is almost always a

good option. Saying it in images ensures that the message is more

“audible”.

Web 2.0

The last few years have been paradoxical. There is growing protest in many

societies because there is no social participation. Yet recent years have

brought us worldwide phenomena of massive volutary participation.

Wikipedia is a world encyclopaedia, in many languages, and its creator is

the people, anonymous and plural. Linux, the free operating system, was

created by an army of collaborators unprecedented in history, thousands

of people who had never met each other before.

The Internet is here to stay, and is rapidly changing habits and

customs. Many protest, proposal, awreness-raising and debate initiatives

are carried out over the web. There should be more of this. The web’s

ability to connect citizens and organisations is almost boundless.

Communication will no longer be one-way, but two-way. The initiative

will start with an NGO or a citizen, a cosmopolitan city or a third-world

city, and the best is yet to come.

In addition, the widespread use of mobile phones and digital cameras,

together with the emergence of mass phenomena on the Internet such

as YouTube, has given rise to a citizen’s digital journalism, which is

massive and decentralised.

This citizen journalism can be an element of social monitoring of

aggression against water masses that is much more extensive than any

department of the public administrations.

The recent government repression in Myanmar was almost

immediately transferred to images recorded on mobile phones and

digital cameras. In France, Sarkozy’s popularity rating went down because

of a recording that somebody made, on a mobile phone, of him insulting

a member of the public.

The new technologies give power more control, but they also enable

a greater control on power. They are potentially a powerful tool of social

change.

River pacts

It has always been a good thing for the users and beneficiaries of a river

to come to an agreement over its use. It has always been a good thing

(albeit rather rare) for fish, anglers, farmers, businesses, city councils,

ecologists and canoeists, to name a few, to discuss matters and come

to an agreement.

Now with climate change in our “living room”, these pacts need to

become widespread. These agreements would be a way of minimising

the tension and conflict that occur as a result of of the increase in climate

variability.

In a river pact, with dialogue and social participation as the foundation,

the dreams, fears and interests of each party need to be shared, in order

to create a common project. To a large extent, there would need to be

an agreement over what would be a desirable purpose, which will guide

the actions of the present to gradually build the future, a common future.

It is not considered desirable when the water reaches our necks or

when the water does not reach anywhere and plants die and the taps are

dry. We need to anticipate crises by promoting agreements when the

rain is in plentiful supply and not when the situation has become critical.

But these river pacts cannot be made without taking into account

what other living creatures “say” or without recognising the rights of

future generations. One cannot build up a consensus that does not

include the future, other living creatures or what science tells us. We

cannot make a river pact… against the river.

Pep pills

The builders of change have had more successes than we can remember.

And this amnesia means that the feeling that nothing can be done is

more widespread than it should be. To combat pessimism, to generate

the hope that the battle against thirst can be won and that we can

reconcile ourselves with nature, we need to broadcast any successes

that are obtained.

We will not be boasting when we say how well we have done. The

publicity for the positive results of our action will encourage others,

wherever they are, to try to change things as well. The wind of change

is slowed down by a scepticism that goes back a long way, deeply rooted

in the “human soul”, the feeling that victory will never come in the end.

Scepticism and pessimism work jointly to dilute the energy of change

to be found in society. In the guise of devil’s advocates –there are millions

of them – or in any other bodily guise, it is true to say that there is a

legion of “deniers” that a desirable world is possible. Up to now, the

most conclusive master formula against this plague of prophets of

doom, spread over the five continents, has been to publicise successes

achieved.

Some organisations compile these good practices, classify them

and make them visible. It is a very necessary task.

Building a civic climate

The simultaneous nature of various of the actions described should

create a civic climate in which the main players feel that they should do

something, that now is the moment, otherwise it will be too late. If we

can create this climate, unexpected things will start to happen. Social

creativity will spread.

Creating such a climate should be an explicit objective of the builders

of change. Once this climate has been created, the politicians will begin

to pass budgets for water policies, society will accept water price rises,

regulations will be drawn up and technologies will spread. Time is

speeding up, and so are changes.

This climate is generated by the simultaneous nature of a set of

actions by interdependent players who are creating a state of collective

opinion. Public and published opinion coincide. Rulers and the ruled are

being mobilised in a shared direction. Suddenly, there are economic

resources, initiatives and political willingness. Everything seems to have

changed. The wind of change is here, blowing through institutions,

businesses, and social organisations.

The key reason that this climate change is occurring is the simultaneous

nature of the actions: in the same place, at the same time.

Epilogue:

THERE IS NO TOOL MORE POWERFUL THAN HOPE

Some of the tools proposed in this book are appropriate for one country,

other tools for somewhere else; not all of them are universally valid. In

every area there needs to be a specific analysis of a specific reality. The

builders of change are craftsmen – they do not work on an assembly line.

Each builder of change, depending on his or her position, opportunities,

situation (which has to be carefully read), will choose the tool from this

toolbox that is deemed to be the most appropriate for the situation.

And it may be that sometimes, the most effective choice will be to

adapt and make a new and original tool that will perhaps enhance the

virtues of some of those suggested here, and which will have fewer

contraindications. What this social innovator should then do is publicise

his or her discovery and share it so that others can benefit from those

ideas.

Each tool is ultimately judged on its usefulness, its effectiveness and

efficiency in promoting the far-reaching rapid change that we need to

build on this planet in order to make our peace with water and the

biosphere, and to be able to provide clean water to all human beings all

over the world. To everyone, for good and all.

No tool is more powerful than hope. If the builders of change do not

believe that change is possible, it will not happen. Therefore, feeding the

flames of hope is a very important task. And the flames of hope are

fuelled by successes and specific achievements. These pages have been

written with a view to helping to increase these achievements.

A mes parents, de qui j’ai hérité cette planète,

et pour mes filles, Clara et María. Elles sont pour

moi le visage quotidien des générations futures, celles

qui hériteront de notre planète bleue.

Caisse à outils pour les bâtisseurs du changeme

Víctor Viñuales

Introduction

Ce texte est écrit pour l'action. Nous connaissons énormément de

choses, mais nous agissons peu. Tel est le drame de notre époque.

Pendant ce temps, des enfants meurent et des rivières agonisent,

empoisonnées par notre cupidité ; mais nous préférons regarder ailleurs

comme l’on change de chaîne de télévision.

Ces quelques lignes s’adressent aux bâtisseurs du changement. Car

les changements ne se font pas tout seuls, ils sont le fruit des actes des

hommes et des femmes qui, insatisfaits de ce qui existe, se sont mis à

l’ouvrage pour construire une réalité différente. Ce livre s’adresse à eux,

aux bâtisseurs du changement qui veulent instaurer un nouveau pacte

avec l'eau, la nature et avec nous-mêmes.

Les bâtisseurs du changement se découragent ou se disputent

souvent entre eux. Dans les deux cas, le changement s’en trouve

considérablement freiné. Nous ne ferons pas « la paix avec l’eau » et

avec nous-mêmes, nous n’arriverons pas à approvisionner en eau potable

tous les habitants de la planète, si nous ne réussissons pas à faire en

sorte que ces bâtisseurs du changement soient toujours plus nombreux

et plus optimistes.

Pour changer la réalité, il faut d’abord le vouloir, croire que les choses

peuvent changer et contribuer à imposer ce changement. Il faut ensuite

une grande ténacité et beaucoup d’efforts, car la force d'inertie est

immense. Le développement durable n'apparaît pas d’un jour à l’autre

comme une génération spontanée. Nous avons besoin d’outils adéquats

pour ouvrir la porte au changement.

Les pages qui suivent proposent plusieurs de ces outils. Certaines

concernent les bâtisseurs du changement, d'autres la culture relationnelle

que devraient établir les différents acteurs. Quelques-unes abordent les

actions à mener, d'autres les idées concrètes à mettre en œuvre. Toutes

sont brèves et cherchent à initier un dialogue avec le lecteur, à partir de

leur propre expérience d’acteur pour une nouvelle culture de l'eau et la

reconnaissance du droit humain à l'eau.

Les bâtisseurs du changement ont accumulé un grand savoir,

certaines réflexions sont issues d’expériences réussies, d'autres tirées

d'échecs. Certaines reprennent le travail de la Fondation Écologie et

Développement, d'autres proviennent du suivi d’une infinité de projets

menés par des organisations œuvrant pour le respect de l'eau et

l’approvisionnement de tous les habitants de la planète en eau potable.

Ces pages tentent toutes de répondre à la question que notre génération

doit affronter : Comment pouvons-nous changer de façon rapide,

profonde et diffuse notre relation avec l'eau ?

Le temps presse. Les catastrophes s’accumulent et le temps perdu

ne laisse plus la place à l’inactivité. Nous devons continuer à parler et

débattre pour clarifier nos doutes et confirmer nos certitudes, mais nous

devons surtout faire vite.

Nous savons aujourd'hui que les problèmes environnementaux ont

souvent une dynamique comparable à celle du cancer. Ils grandissent

parfois lentement, et les métastases apparaissent brusquement et sont

difficiles à combattre avec succès. Nos écosystèmes sont souvent au

bord de la métastase, ce livre est donc un appel urgent à l'action. La

communauté internationale a mis huit ans pour ratifier le protocole de

Kyoto, tout en étant pleinement consciente de l’urgence d’agir contre

le changement climatique. Nous ne pouvons continuer à fonctionner

avec autant de nonchalance et d’indifférence.

Ce livre n'a pas pour vocation de présenter les problèmes de l'eau

dans le monde, la littérature sur ce sujet est déjà abondante. Il ne détaille

pas non plus la façon dont devrait idéalement fonctionner les choses.

L'objectif explicite est d'apporter des réflexions, des idées et du courage

à ceux qui travaillent pour que les choses changent. Il est temps d'agir.

Notre temps est venu.

Première partie

C’EST TOUT CE QUE NOUS AVONS

Ce qui est visible

Les scientifiques le disent et les citoyens ordinaires en parlent : la

situation des cours d’eau, des zones humides et des aquifères de la

planète s’aggrave, à quelques rares exceptions près. Les poissons et les

grenouilles disent à leur manière la même chose.

L'eau n'étant plus bonne ni pour le jonc, ni pour la truite, ni pour

le bain, ni à boire.... le nombre de victimes ne cesse de croître. Chaque

jour, plus de 4 000 enfants meurent des suites de maladies liées à un

problème d'eau potable. Les sources des campagnes, qui étanchaient

autrefois la soif du promeneur, sont désormais flanquées d’un avis de

danger : « Eau non potable ». L'eau « sauvage » originelle n’est plus

bonne, ni pour se laver, ni pour se désaltérer.

Il faut améliorer nos connaissances et nos lois. Les discours de nos

dirigeants ont beaucoup évolués: ils justifient désormais les nouveaux

projets en faisant appel au développement durable. Mais nous ne

sommes toutefois pas convaincus que cette amélioration évidente et

généralisée du discours sur l'eau se soit réellement accompagnée d'une

amélioration proportionnelle dans la réalité.

Jamais plus comme aujourd’hui

Nous n’avons jamais disposé, dans toute l'histoire de l'humanité, de

si bonnes connaissances sur l’eau, sa gestion, le cycle hydrologique ou

les polluants... Nous avons déjà connu de nombreux échecs dans notre

relation à l'eau, nous sommes responsables de véritables catastrophes,

mais avons aussi obtenus quelques succès. Nous

avons appris beaucoup de ces diverses expériences.

Jamais dans l'histoire de l'humanité nous n’avons accumulé une

telle capacité technologique et scientifique. Nous sommes la première

génération capable d'envoyer un vaisseau spatial sur Mars pour rechercher

la présence d'eau. Le potentiel pour affronter les problèmes de l'eau est

immense.

Jamais dans l'histoire de l'humanité nous n'avons eu une telle

capacité économique. Jamais nous n’avons eu autant d'institutions,

d'entreprises et d’ONG spécialisées dans l'eau et le développement

durable. Nous n'avions jamais développé d'outils de prospective

aussi précis et sophistiqués pour « prévoir » le futur.

L’écart grandit

L’écart entre ce que nos paroles et nos actes ne cesse de croître. La

distance entre les déclarations issues lors des grands Sommets Mondiaux

(Rio de Janeiro, Johannesburg...) et les actions qui s’en suivent augmente

constamment. Nous produisons de laborieux accords internationaux,

comme les Objectifs du Millénaire pour le Développement, afin de

concerter des volontés des pays du Sud et du Nord, par l’engagement

de plus de 180 pays..., mais nous sommes déjà résignés au fait qu’ils

ne s'accompliront jamais.

Nous nous sommes habitués au fait que ce qui est dit, et même

signé lors de Sommets Internationaux, soit très différent de ce que est

finalement réalisé.

Il est souvent difficile de comprendre pourquoi certains font preuve

d’une telle résistance pour parapher un engagement, une convention,

un délai, un objectif chiffré..., puisqu’ensuite le temps passe sans que

rien ne change et que personne ne démissionne. La vie continue comme

si de rien n’était.

Parmi les plus déshérités, la méfiance ne fait qu’augmenter vis-à-

vis des personnes officiellement mandatées. Le scepticisme, tel un lierre

abondant, dissimule peu à peu le mur de l'espoir. Les problèmes

poussent et la volonté de les résoudre se fane.

En outre, la douleur ne fait qu’augmenter lorsque l’on sait que les

problèmes d'eau pourraient être résolus..., si nous le voulions vraiment.

Nous savons que nous en sommes capables, oui mais... Telle est la

dure réalité de la situation actuelle.

Cercles vicieux

Lorsque nous étudions en détail les raisons expliquant ce qui est en

train de se produire, une seule cause émerge. Mais d’autres apparaissent

ensuite immédiatement, liées entres elles comme des cerises dans un

panier. Les différents facteurs s’influencent et se renforcent mutuellement

pour que la situation n’évolue pas.

Pourquoi de nombreuses villes du monde, pauvres ou riches,

gaspillent-elles autant d'eau dans les réseaux d'approvisionnement

urbain et dans les logements eux-mêmes ? A cette unique question

plusieurs réponses. Les municipalités et les autorités publiques

n'investissent pas suffisamment dans le réseau car les responsables

politiques priorisent, pour des raisons électorales, les investissements

visibles, « photographiables », et non les infrastructures souterraines.

Les citoyens n'utilisent pas l'eau de manière efficience car ils ne payent

pas directement son coût réel. Le prix étant sous-évalué, le renouvellement

des technologies peu efficaces ne s’avère pas rentable compte tenu des

faibles économies qui seront réalisées sur la consommation. Ces

infrastructures peu efficaces persistent car les autorités publiques

n’instaurent aucune réglementation imposant l'installation de technologies

plus économes en eau. Les entreprises qui produisent ces nouvelles

technologies éprouvent de grandes difficultés à pénétrer le marché car

le renouvellement du matériel désuet n’est ni obligatoire, ni rentable.

En outre, celles qui sont installées ne sont pas toujours utilisées à bon

escient par les citoyens, le plus souvent par ignorance. Les professionnels

du secteur (architectes, promoteurs immobiliers, plombiers...) ne

proposent et n'installent pas systématiquement ces technologies qu’ils

connaissent mal. Les municipalités ne peuvent renouveler les réseaux

d'approvisionnement car elles disposent de ressources financières

limitées. Les autorités politiques maintiennent des prix subventionnés

par crainte qu’une augmentation ne soit sanctionnée lors des élections.

Nous pourrions trouver de multiples causes pour expliquer le

gaspillage de l'eau dans les agglomérations. Toutes sont fondées et la

majorité d’entre elles ont une dépendance réciproque ; les unes expliquent

les autres.

Souvent, l'échec des tentatives pour changer les choses est lié

à la concentration des actions sur certains facteurs, les autres restant

relativement inchangés. Le changement partiel qui en résulte n’est

pas suffisamment significatif pour rompre le cercle vicieux en place.

Les cercles vicieux aiment, comme leur nom l’indique, se perpétuer

et se reproduire. Comme un quai gagné sur la mer au prix de lourds

travaux, laisse la mer reprendre ses droits lorsque nous relâchons

nos efforts.

Le changement climatique aggrave les choses

Les impacts du changement climatique se manifestent principalement

à travers l'eau, comme l’a récemment affirmé le Groupe d’experts

intergouvernemental sur l’évolution du climat (GIEC): plus de sécheresses,

d'inondations, menace accrue des zones côtières par l’élévation du

niveau des océans, disparition accélérée des glaciers...

Les équilibres existants seront rompus de plus en plus fréquemment.

Les régions qui avaient des habitudes, des infrastructures, des

réglementations et des technologies complémentaires permettant

d’écarter tout risque de conflit, commence à souffrir de sécheresses

récurrentes qui remettent en cause cet équilibre. Les conflits entre

utilisateurs pourraient alors devenir chroniques.

Le changement climatique génère des impacts encore plus graves

aux écosystèmes, car les plantes ne peuvent fuir face à la sécheresse,

et à l'ensemble des êtres vivants de la planète. Mais le changement

climatique brise les frontières entre les facteurs économiques,

environnementaux et sociaux. Il altère et rompt tout. La sécheresse

extrême, qui ne laisse aucune place à l'espoir, est responsable du

désespoir de millions de migrants qui risquent tout ce qu'ils ont, c'est-

à-dire pas grand-chose, pour traverser les frontières et les océans à la

recherche d’un futur meilleur.

Pour limiter l’impact de notre civilisation sur la biosphère et réduire

nos émissions de gaz à effet de serre, nous devrions changer

fondamentalement et très rapidement nos politiques, nos lois, nos

systèmes de prix, nos valeurs, ainsi que nos actes quotidiens et routiniers.

Le dernier rapport du Programme des Nations Unies pour le

Développement (PNUD) avance un chiffre qui donne une idée de l'urgence

avec laquelle nous devrions réagir : l’échéance serait de dix ans.

Le changement climatique en cours et les prévisions alarmantes

nous obligent à nous préparer pour limiter la souffrance. Nous devons

nous adapter très rapidement et rompre de nombreuses inerties. Nous

devons réapprendre certaines choses et oublier certains enseignements

qui sont désormais inadaptés, inutiles et parfois même responsables

de nos malheurs.

Pour contrôler le changement climatique et limiter ses impacts

négatifs, nous devons nous adapter et nous préparer dès à présent aux

conséquences déjà inéluctables que nous auront à affronter. Mais une

telle chose n’est pas facile. Ça ne sera vraiment pas facile.

Les acteurs du changement : orgueil et méfiance

Les gouvernements pensent fréquemment que les réglementations

suffisent à transformer la réalité. Les entreprises croient presque toujours

que les problèmes seront résolus et dépassés grâce à la technologie et

à l’argent. De nombreuses ONG pensent que tous es problèmes se

résolvent grâce à la sensibilisation.

Même s’ils ne le disent pas explicitement, chacun d’entre eux semble

penser qu’il peut dépasser seul les problèmes et redresser les choses.

Les ONG ne croient pas au sérieux des engagements gouvernementaux.

Les gouvernements ne croient pas au sérieux des ONG. Les entreprises

pensent que les meilleurs gouvernements sont ceux qui les laissent agir.

Les ONG ne croient pas les entreprises capables de bonnes intentions.

Les entreprises ne croient pas en l'efficacité des ONG. Les promoteurs

de changements sociaux, économiques, technologiques et institutionnels

–les administrations publiques, les ONG et les entreprises– se surveillent

mutuellement avec méfiance. Et pendant ce temps là, le temps s’écoule…

Une grande partie de l’énergie des acteurs du changement est

gaspillée pour freiner les initiatives des autres. Si nous pouvions faire

un bilan des énergies et ressources économiques mobilisées par les

entreprises, les gouvernements et les organisations sociales, nous nous

rendrions vite compte que plus de la moitié de leurs efforts a été consacrée

aux actions visant à retarder d’autres projets. En de nombreuses occasions,

cette politique réactive est nécessaire pour avancer. Mais, le temps

manque et il est dommage de gaspiller autant d'énergie pour ralentir

les initiatives extérieures.

LE DÉFIT

Les problèmes générés par le fonctionnement de 99,3% de l’économie

ne peuvent être résolus par une contribution de 0,7%.

Longtemps, les bâtisseurs du changement se sont appuyés sur une idée

fausse : si tous les pays contribuaient à hauteur de 0,7% de leur PIB aux

politiques de coopération et de développement, nous pourrions éradiquer

la pauvreté dans le monde. Nous savons aujourd'hui qu'il n'en n’est rien.

Il y eut un temps où les défenseurs de l’environnement pensaient qu’il

était suffisant de protéger les lieux possédant une flore et une faune

exceptionnelles. Nous savons aujourd'hui qu'il n'en n’est rien.

Construire un développement durable exige de repenser l'ensemble

de notre modèle de production, de distribution et de consommation.

De manière comparable, respecter les ressources hydriques de la planète

et garantir le droit humain à l'eau dans le monde ne peut se faire sans

remettre en question les bases de notre système dans sa globalité.

Nous pourrions donc dire, en résumé, que repenser 0,7% de notre

société n’est pas suffisant. Pour faire face à l’ampleur du défi qui nous

attend, il faut remettre en cause le fonctionnement de 99,3% de notre

économie et de nos sociétés.

Nous avons déjà perdu beaucoup de temps

Les données sont claires. Les indicateurs du malaise de la planète et du

malaise social se multiplient et le changement climatique aggrave encore

une situation déjà très négative.

Nous avons déjà perdu beaucoup de temps, un temps précieux. Les

problèmes environnementaux sont aujourd’hui appréhendés de la même

façon que l’était la phtisie du temps de Machiavel. Ce dernier disait

ironiquement que lorsqu’il n'y avait presque aucune certitude de sa

présence et seulement des doutes sur la fiabilité du diagnostic, la maladie

était facile à guérir. Mais, lorsque tout le monde savait qu'elle avait déjà

pris possession du corps du patient et qu’il n'y avait aucun doute sur

le diagnostic, elle devenait très difficile à traiter.

C’est ce qui s’est passé avec les problèmes d'eau à travers le monde.

Lorsque premiers écologistes et scientifiques ont signalé le début des

problèmes, la situation était plus facile à résoudre. Maintenant que

l’ensemble du monde civilisé reconnaît la gravité du problème et que

les diagnostics sont clairs et incontestables, le défi devient énorme et

le pronostique incertain.

Il se produit aujourd'hui un phénomène comparable au cancer ou

à la phtisie du temps de Machiavel: le moment où débute le traitement

détermine les chances de survie. Trop souvent, les médecins entament

le difficile dialogue avec les patients en leur disant : « Si vous étiez venu

avant… ».

Nous avons déjà perdu beaucoup de temps. La probabilité de changer

la situation et atteindre un développement durable respectueux de l'eau

est faible. Mais nous devons tout tenter pour y arriver, et rapidement,

car chaque minute compte et le nombre de victimes croît de jour en

jour.

Nous savons déjà que ce ne sera pas facile, et comme le signalaient

Gélinotte et Gasset, la réalité c'est la contre-volonté. Nous savons déjà

que la force d'inertie est énorme. Nous n’avons que trop souvent constaté

l’écart entre les discours et l’action. De vastes et profonds changements

ne sont pas impossibles, mais ils sont difficiles à mettre en œuvre. A

mon avis, ces changements ne se produiront qu’avec la prise de

conscience que peut susciter une crise ou un danger suffisamment

important pour nous donner la force de briser les inerties et la routine.

Cela est également vrai pour le changement personnel et social, aussi

bien à l’échelle micro que macro. Suite à un infarctus, beaucoup de

personnes arrêtent de fumer ou se mettent au sport, cassant ainsi des

décennies de mauvaises habitudes.

La prise de conscience politique, scientifique et médiatique du

changement climatique est déjà en cours et créée un climat d'urgence

environnementale planétaire. Nous devons tous agir, et rapidement.

Nous nous trouvons peut-être face à une opportunité sans précédent

de changement, propice à l’instauration d’une utilisation durable de

l'eau dans le monde, si fidèle à cette prise de conscience générale

d'urgence planétaire, nous sommes capables de construire

l'architecture sociale permettant de promouvoir le changement

institutionnel, économique, technologique et culturel dont nous avons

besoin.

Nous sommes confrontés à d’immenses défis pour changer notre

modèle énergétique, notre modèle de transport, nos règles de

consommation, notre vision de l'eau et des cours d’eau, afin de ne plus

les considérer comme de simples réserves convertibles en dollars, mais

comme le sang de la vie sur la planète.

Nous avons besoin de changer nos lois, car les gouvernements du

monde doivent comprendre MAINTENANT que leur principale obligation,

en tant que serviteurs de la société, est de garantir le droit humain à

l'eau pour l’ensemble des citoyens. Tout comme les gouvernements

garantissent le droit de vote pour tous, ils doivent faire en sorte que le

droit de boire une eau saine devienne une réalité.

Nous devons changer les priorités publiques. S’il est possible

d’approvisionner le monde entier en eau potable en gelant les dépenses

militaires mondiale pendant cinq jours, qu’attendons-nous pour le faire

MAINTENANT.

Nous devons cesser de voir l'eau, les rivières, les zones humides,

les aquifères... avec des yeux avides et révulsés par l'avarice. Nos enfants

ne méritent pas le vol obstiné de leur droit à jouir à l’avenir des ressources

naturelles. Il faut mettre un terme MAINTENANT à l'avilissement moral

que représente ce véritable vole de l’avenir de ceux qui ne peuvent e se

défendre.

Nous réclamons le changement depuis des décennies, mais la

situation s’améliore très lentement et le temps passe. Les forces des

porteurs de ce rêve de changement restent faibles face à l’ampleur de la

tâche, à la force d'inertie et à la résistance active des intérêts économiques.

C'est pour cela que nous devons travailler dans deux directions, afin

de participer à ce vent de changement et accroître la productivité de nos

efforts. Ce n'est pas chose facile, et beaucoup de gens se perdent dans

le brouillard du découragement et du désespoir. Je ne dis pas qu'il n'y

ait aucune raisons à cela. Mais la civilisation, qui dispose enfin des

connaissances et des capacités suffisantes pour donner à boire à tous

et l’occasion de « faire la paix » avec l'eau, ne doit pas renoncer maintenant.

Pas encore.

Il est temps, comme le recommandait Gramsci, de faire preuve de

réalisme dans l'évaluation des raisons et des données, mais aussi

d’intelligence et d'espoir pour promouvoir le changement. André Malraux

disait que le moteur de toute révolution était l'espoir. C’est de cela dont

il est question : faire en très peu de temps des changements profonds,

une véritable révolution, la révolution de l'eau, la plus ancienne et la plus

actuelle qui soit. Et il s'agit de le faire avec le moteur des révolutions,

c’est-à-dire l’espoir.

Attention au plan parfait ! Agissons dès maintenant.

Nous sommes conscients de ce qui est en train se produire, même s’il

est nécessaire de développer encore nos connaissances sur les divers

problèmes.

Ce qui devrait d’arriver à l’avenir est également connu, malgré certaines

polémiques. Mais passer de la réalité d'aujourd'hui au futur désiré n'est

pas un saut mental qui s’inscrit dans le champ de la connaissance, c’est

un saut réel qui doit s’opérer pour les cours d’eau, les zones humides,

les raccordements individuel...

Les grenouilles doivent sentir que les choses changent, qu’elles font

à nouveau parti de ce monde. Les courageux qui se baignent dans les

rivières doivent à nouveau y prendre plaisir. Les aquifères ne doivent plus

subir la contamination par les nitrates et les pesticides. Les estomacs

des enfants infectés par des parasites doivent bénéficier d’une eau pure,

source de vie et non de mort.

Ce ne sont pas nos intentions, nos désirs ou nos textes qui changeront

la réalité... Ils sont certes importants pour préparer l'action, mais ils ne

changent pas la réalité en eux-mêmes. Ce sont nos actions qui changent

la réalité.

Il est nécessaire d'agir dès maintenant. Continuons d’étudier et de

débattre, ce sont des choses nécessaires. Mais ne cessons pas d'agir

pour autant. Les débats sur le changement climatique ont été tristes et

déprimants. Comme il n'y avait soit disant pas de certitude concernant

le diagnostic, rien n’était fait, ce qui n’était pas toujours honnête. Nous

ne pouvons pas continuer sur cette voie. Les incertitudes portant sur un

certains aspects ne doivent pas paralyser nos actions, d’autant que nous

comprenons souvent les choses une fois les actions menées. Lorsqu’il

y a urgence, et les ressources en eau de la planète sont confrontées à

une situation urgente, des actions urgentes s’imposent.

Et l’urgence, cher lecteur ou lectrice, c’est que pendant que vous lisez

cette page, trois, ou peut-être cinq enfants seront morts d’une maladie

liée au manque d’eau potable. Des décès souvent causés par des diarrhées

et la déshydratation... Des morts évitables, qui ne devraient pas se produire

et sont une honte pour notre civilisation.

Agir maintenant n'est pas un appel à agir précipitamment et de façon

confuse. Agir maintenant c’est remettre les choses à leur place. Il y a

beaucoup d’initiatives sûres, dont le bénéfice n’est pas remis en cause

et qui ne provoquent aucuns dommages collatéraux, ni effets secondaires

pernicieux. Nous n'avons donc aucune excuse pour ne pas les mettre en

œuvre. Pensons plus en détail les actions dont les effets sont incertains.

Mais agissons lorsque les avantages ne font aucuns doutes. Travaillons

dans ce sens.

Souvent, le frein du changement se travestit en vertu. La proposition de

mener un plan global et intégral finit alors par produire, comme effet

secondaire non désiré, un retard dans la mise en œuvre d’actions sûres

et bénéfiques. Cette recherche de la perfection finit par engendrer l'inaction.

L'élaboration d'un plan global est souvent utilisée par les administrations

publiques comme substitut à l'action. Pendant que l’on élabore le plan,

les actions ne se concrétisent pas.

Planifier est une chose nécessaire pour guider les actions, c’est même

une vertu ; mais planifier pour reporter les actions est un péché. Il n'y a

aucune contradiction dans le fait de stopper une pollution en même

temps que l’on élabore un plan global de contrôle des déchets. Les plans

ne sont pas une fin en eux-mêmes, ce sont des moyens, très utiles, pour

ordonner et prioriser nos actions.

Les anciens disaient : à la fin de l'après-midi, ils nous jugeront selon

l’amour. En parodiant cette phrase, nous pourrions dire : à la fin de

l'après-midi, ils nous jugeront selon nos actions, et non selon nos

objectifs.

Deuxième partie

LES BÂTISSEURS DU CHANGEMENT

On recherche des bâtisseurs de rêves

Gioconda Belli est une poète nicaraguayenne exceptionnelle. Son poème

intitulé « Porteurs de rêves » est magnifique. Il raconte l’errance permanente

de ceux qui rêvent d’un monde meilleur, un monde plus libre, plus juste et

plus fraternel. J'aime ce poème, mais nous avons aujourd’hui besoin de

bâtisseurs de rêves. Nous avons besoin de rêver, c’est indispensable. Mais

nous avons aussi et surtout pris du retard dans la réalisation de nos rêves.

Si les rivières et les enfants réclament de l’eau de qualité, c’est pour que les

bâtisseurs du changement les aident à atténuer leur souffrance quotidienne.

De nombreuses personnes travaillent déjà pour le respect de l'eau dans

le monde, elles s’offusquent du mauvais traitement répété que nous infligeons

aux cours d’eau, aux deltas, aux aquifères, aux zones humides, aux lacs et à

l’ensemble des ressources en eau.

De nombreuses personnes travaillent dur pour obtenir que chaque être

humain puisse bénéficier d’un accès garanti à une eau de qualité.

Beaucoup d'entres elles font partie d’institutions locales, régionales, nationales

ou internationales. Beaucoup sont fonctionnaires ou responsables politiques

et travaillent pour le bien-être général de la

société et l’amélioration des relations avec la biosphère.

Beaucoup de volontaires et de citoyens de la société civile travaillent pour

des associations ou le système éducatif : écoles primaires, collèges, lycées,

université...

De nombreux professionnels indépendants consacrent leurs efforts à la

construction d’une nouvelle culture de l'eau et un réel droit de l’être humain

à l'eau.

De nombreuses entreprises ont trouvé un lien entre leur commerce et

le développement durable et produisent des biens ou des services ayant

un faible impact environnemental. Beaucoup d'autres cherchent à

diminuer leur impact sur le cycle de l'eau et comprennent désormais

que les ressources peuvent être utilisées sans être polluées. De

nombreuses personnes employées par des sociétés aux activités

discutables, travaillent pour conduire leur entreprise sur le chemin de

la durabilité.

Les principaux acteurs du changement sont les gouvernements, qui

par leurs politiques, leurs budgets et leurs lois ont un potentiel de

changement immense ; les entreprises, qui accumulent des connaissances

opérationnelles et des ressources extrêmement utiles ; et enfin les ONG,

qui font émerger de nouvelles valeurs et une nouvelle culture de l’eau.

Au-delà de ces trois acteurs clés, beaucoup d'autres jouent également

des rôles très significatifs : les scientifiques, les universités, les médias,

les artistes...

Nous avons besoin d’un plus grand nombre de bâtisseurs du

changement, qu'ils aient davantage confiance en eux-mêmes et en leur

capacité de transformation. Mais il ne faut pas que cette confiance porte

atteinte à la reconnaissance des apports des autres acteurs sociaux du

changement. Nous avons besoin d'une culture de collaboration entre

les bâtisseurs du changement. Nous avons besoin qu'ils se respectent

mutuellement, qu’ils sachent discuter et collaborer à la fois... Nous

avons besoin qu'ils unissent leurs forces et qu’ils les démultiplient. Nous

avons besoin, en somme, que les bâtisseurs du changement se dotent

d'une nouvelle culture de collaboration.

Le changement se construit en tout lieu. Partout où des personnes

n’acceptent pas la dure réalité et rêvent d’en bâtir une meilleure, partout

où la motivation et le courage de quelques-uns permettent de faire le

premier pas et la ténacité les suivants. Tous ces bâtisseurs de changement

sont indispensables.

Nous en avons besoin parce que rien n’a de valeur si personne n’est

disposé à changer les choses. Le changement social n’existerait pas

sans cela, peu importe l'argent, les lois ou les technologies... La

mobilisation de la société est la tempête qui apporte les changements,

comme disent les poètes.

Une minorité suffit

Nombreux sont ceux qui travaillent dur pour « faire la paix avec l'eau»

et pour que tout être humain puisse disposer d’une eau de qualité. Les

plus pessimistes diront qu’il s’agit là d’une minorité. Mais les

changements sociaux ont toujours été l’œuvre de minorités. Ce n'est

pas le nombre le problème. Toutes les grandes avancées sociales ont

été initiées par une minorité. Ce dont bénéficie aujourd'hui la société

toute entière, était hier l’objet de lutte de quelques-uns, du vote des

femmes à l'école publique. L'idée elle-même que les pouvoirs publics

doivent garantir l'alimentation en eau potable des logements de ses

citoyens n'a pas toujours été une évidence pour la majorité. Pour dire

ainsi les choses, le changement social des majorités exige d'être testé

dans le « petit laboratoire des minorités ».

La critique très commune et démobilisatrice portant sur le fait que

nous ne sommes pas nombreux n’a donc aucun sens. Les promoteurs

du changement ne sont jamais nombreux.

Le véritable problème réside dans le fait que les nombreuses personnes

qui veulent que les choses changent ne font rien, ou quasiment rien,

pour cela. Beaucoup de rêveurs pour l’avenir ne saisissent pas les outils

permettant de le construire. Ils restent inactifs et renient le présent tout

en rêvant du futur. Les deux actions sont nécessaires, mais pas suffisantes.

La réalité qui nous affecte ne peut être modifiée sans un troisième pas :

construire le changement. Il faut passer des idées aux actes.

L'absence des rêveurs du changement est un authentique problème.

Le drame, c’est qu'ils restent au fond de leur lit, blottis dans la chaleur

de leurs idées, et ne grossissent pas les rangs des bâtisseurs du

changement, qui eux travaillent au cœur de la tempête. Parfois également

sous un soleil de printemps, mais le plus souvent sous la pluie et le vent.

Pour instaurer le respect des ressources en eau de la planète et

garantir l’approvisionnement en eau potable des êtres humains qui

l'habitent, une minorité suffit..., mais une minorité active.

LA NOUVELLE CULTURE RELATIONNELLE

ENTRE LES BÂTISSEURS DU CHANGEMENT

Nous sommes co-responsables. Nous sommes à la fois victimes

et victimaires

Nous avons tous besoin d’eau et sommes donc tous des utilisateurs,

des consommateurs et des pollueurs de quantités plus ou moins

importantes d’eau. Cela vaut aussi bien pour les riches que pour

les pauvres, pour les femmes que pour les hommes... Il n'y a pas

non plus d'activité économique qui n’ait besoin d'eau.

Cette ubiquité de la ressource, cette nécessité massive et collective

donne à la politique de l'eau un caractère très particulier. Nous

pouvons tous, un jour ou l’autre, être victimes de problèmes d’eau

et sommes tous des victimaires en puissance.

La société répond à une tendance profonde à la spécialisation.

Chaque organisation s'occupe de sujets spécifiques et se focalise

sur son domaine de spécialisation.

Toutefois, la révolution de l'eau dont nous parlons, nécessite

un changement brusque en termes de durabilité, car la lutte contre

le changement climatique exige l’implication de l’ensemble des

acteurs.

Obtenir que toute personne, quel que soit l’endroit où elle vit, puisse

avoir accès à une eau potable saine, n'est pas seulement l’affaire des

organismes de coopération et de développement. Tout citoyen qui jouit

de l’immense plaisir d’avoir l'eau courante à domicile pour se doucher,

devrait agir pour que ses semblables puissent, eux-aussi, boire sans

crainte et se laver avec plaisir. Chaque municipalité, chaque entreprise,

chaque gouvernement, chaque hôpital, chaque boutique..., devrait faire

tous ce qui est en son pouvoir pour mettre un terme à ce fléau qui

devrait littéralement tous nous faire rougir de honte

Reconsidérer l'eau, la voir à nouveau comme ce qu’elle a toujours

été : la source de vie, l'ADN de la vie, l’élément où la vie sommeille et

se repose, n’est vraiment possible que si la révolution culturelle que

cela implique atteint l’ensemble des organismes et toutes les personnes :

les écoles doivent agir, les agriculteurs, les entreprises, les enfants et

les adultes…, nous devons tous agir.

Un grand potentiel de changement ne se mobilise pas à partir d’une

approche paralysante : si les autres ne font rien, ça ne servira à rien. La

valeur de l'acte individuel est alors niée. Cette vision continue d’interférer

dans les débats sur le respect des engagements du protocole de Kyoto.

De nombreux pays n’agissent pas et se retranchent derrière un même

argument : si les Etats-Unis, qui sont le plus gros pollueur de la planète,

ne font rien contre le changement climatique, les efforts des autres

pays n’auront aucun sens et aucun effet. Cette manière de raisonner

pourrait se résumer ainsi : si les principaux responsables ne font rien,

je ne fais rien.

C'est un raisonnement compressible, mais qui est source de passivité.

Tout le monde pointe l’autre du doigt en disant : « toi d'abord ». Et au

final, personne ne fait rien.

Ce discours disculpant n’est pas rare dans la société : si la municipalité

n’agit pas, ce que je fais ne servira à rien, que peut faire la municipalité

si les agriculteurs ne font rien ? Les agriculteurs se plaignent à leur tour:

« si les grandes entreprises n’agissent pas, pourquoi devrions-nous faire

des efforts »... et la roue de l'alibi qui justifie l’inaction de chacun tourne

à l'infini.

Ce cercle vicieux ne peut être rompu qu’avec une pensée divergente.

J'agis car je suis responsable de mes actes et mes actions me donnent

une légitimité pour exiger de l’autre qu’il en fasse autant ; c’est une

revendication unilatérale. Cette politique de responsabilité unilatérale

est celle de l'UE face au changement climatique. C'est cette politique

de coresponsabilité qui devrait être mise en place pour affronter les

problèmes d'eau.

Comme l’on disait autrefois dans tous les villages d’Espagne : la

rue ne sera propre que si chaque habitant balaye devant sa porte. C’est

de cela dont il est question, que chacun balaye son morceau de trottoir,

peu importe ce que fait le voisin. C’est aussi simple que cela, et très

ambitieux aussi.

Responsabilité inégale

Nous sommes tous responsables, mais pas au même degré. Ceux qui

ont davantage de pouvoir ont plus de responsabilités. Et ceux

qui ont davantage de responsabilité doivent l'exercer.

L'appel général à la responsabilité collective ne doit pas occulter une

évidence : certains organismes, entreprises ou institutions ont une part

de responsabilité beaucoup plus importante.

Ainsi, les entreprises électriques, dont les projets ont souvent eu un

impact énorme sur les cours d’eau, doivent reconsidérer leur rôle dans

la généralisation de cette nouvelle culture de l'eau dont nous avons

aujourd’hui besoin. Les entreprises privées de l’eau, souvent montrées

du doigt pour leurs activités dans des villes des pays pauvres, doivent

reconsidérer la façon de concilier la recherche de profits, consubstantiel

à toute entreprise privée, et le respect du droit humain à l'eau potable.

Les municipalités, qui encouragent les citoyens à consommer l’eau

de façon plus efficace doivent appliquer cette règle à leurs propres

services. Les institutions responsables doivent agir et donner l’exemple

au reste de la société.

Le concept générique de coresponsabilité ne doit pas cacher la grande

inégalité des responsabilités. C'est pourquoi, ceux qui ont plus de pouvoir

et davantage de responsabilités, doivent faire encore plus d’efforts.

Lorsque ces « puissants » n'agissent pas, deux choses se produisent.

D'abord, leur propre « bout de trottoir » reste sale et personne ne peut

le nettoyer à leur place. Ils découragent ensuite de manière décisive les

bonnes volontés sociales. Beaucoup sont découragés en voyant l’inaction

des principaux responsables.

Ce que font les plus puissants est très important en soit, mais est

surtout décisif pour la mobilisation du reste de la société.

Les autres comptent aussi

Le manque ou l’absence de communication avec les autres acteurs n’est

généralement pas uniquement lié au jugement moral sur le bien fondé

de leurs actions. Il existe souvent un facteur simple qui obscurcit

l'entendement : nous ne comprenons pas le rôle indispensable des

autres acteurs pour l’avenir social.

Si les entreprises comprenaient que les ONG portent la voix de

l’avenir, elles valoriseraient davantage le dialogue avec elles. Si elles se

rendaient compte qu’un grand nombre de leurs activités actuelles

reposent sur d’anciennes exigences des ONG, elles étudieraient leurs

revendications pour anticiper l’avenir et orienter leurs futurs

investissements. Si les entreprises comprenaient que les stations

d’épuration, de potabilisation, les compteurs d’eau, les systèmes

d'utilisation efficace de l'eau... se sont développés suite aux exigences

des mouvements sociaux et des organisations à but non lucratifs, elles

cultiveraient davantage leurs liens d’amitié.

Si les ONG prenaient conscience du rôle essentiel des entreprises

pour diffuser une idée et faire en sorte qu’elle devienne réalité pour le

plus grand nombre, elles seraient plus disposées à collaborer avec elles.

Si les gouvernements du monde se rendaient compte que, comme

le répètent les sondages, les citoyens font davantage confiance aux ONG

qu'aux gouvernements, ils décideraient avec elles des stratégies visant

à promouvoir les valeurs du développement durable auprès de la

population, et dépenseraient, au passage, beaucoup moins d'argent

dans les campagnes officielles.

Les relations les plus difficiles sont celles entre les acteurs

« traditionnels », habitués à communiquer entre eux, et les « nouveaux

acteurs », à savoir les mouvements sociaux et les ONG. Mais nous

devons obtenir la plus large mobilisation sociale possible face à l’ampleur

et à l’urgence des changements à promouvoir ; nous devons donc

« tonifier » le corps social, car cette tâche semble extrêmement difficile

à résoudre sans la participation de la société civile.

Nous savons déjà que pour avoir des cours d’eau propres, il faut

des lois adéquates, de l’argent, des stations d’épuration, mais aussi de

l’engagement de tous citoyens. Mais il n'y aura jamais suffisamment

d'argent, ni de forces de l’ordre pour compenser les dommages collatéraux

causés par le désengagement civique. Les problèmes de l'eau ne peuvent

être résolus par un seul et unique acteur. Sans les apports de l’autre,

aucune solution n’est viable.

Le jour où les gouvernements, les entreprises et les ONG seront

capable de regarder en face, sans faux semblants, les problèmes existants

(la pollution des rivières et des aquifères, les millions de personnes sans

eau potable, la multiplication des sécheresses et des inondations...) et

tourneront à nouveau leur regard vers leurs propres mains et leurs

capacités, ils pourront enfin s’ouvrir, humbles et disposés, à l’effort

commun et à la collaboration.

Nous avons besoin d’une culture de collaboration sélective entre les

différents acteurs du changement

Nous avons besoin d'une culture de collaboration entre les différents

acteurs du changement. S’ils s’affrontent en permanence, ce qui

n’est pas rare, beaucoup d'énergie sera perdue ou annihilée.

Nous n'aurons pas le temps de changer les choses si nous nous

consacrons avant tout à freiner les initiatives des autres. Si les énergies,

les ressources et les talents sont convertis en forces destructrices des

initiatives d’autrui, nous constaterons, en relevant la tête, qu’après avoir

énormément travaillé, la société n’a que très peu avancé.

Cette culture de collaboration doit toujours être guidée par les critères

qui régissent l'amour et l'amitié : avec qui je veux et quand je veux. Les

projets doivent être menés avec la liberté de choix pour devise, mais

aussi avec logique et pragmatisme, car certaines actions impliquent la

participation privilégiée d'un acteur précis. De nombreux projets ne

peuvent être viables sans la participation des autres acteurs sociaux.

Tout comme il ne faut pas généraliser abusivement la pensée qui veut

qu’il soit impossible d’établir une collaboration entre certains secteurs,

il n'est pas non plus raisonnable de généraliser abusivement la collaboration

obligatoire et systématique entre tous les secteurs. Nous préconisons,

en définitive, l’instauration d’une culture de collaboration sélective qui

garantisse une réelle liberté de choix, véritable ciment des relations

durables entres les différents acteurs. C’est uniquement de cette façon

que les collaborations seront longues, productives et utiles.

Mais cette nouvelle culture de collaboration sélective ne se développera

pas spontanément ; elle naîtra du travail en commun et d’un intense

processus d’analyse.

Débattre et collaborer ne sont pas des activités incompatibles

Nous sommes éduqués selon une culture maniquéenne du noir et du

blanc, dans laquelle le gris n'existe pas. Les « autres » se divisent en deux

catégories : les amis et les ennemis. Soit nous sommes d’accord à 100%,

soit en désaccord total. Nous devons être plus complexes et cesser de

penser avec les restes de notre cerveau reptilien. Nous avons besoin d'une

analyse plus élaborée, plus nuancée et plus subtile de la réalité.

Pour affronter avec succès l’immense défi qui se présente à nous en ce

début de XXIe siècle, nous devons sortir de la préhistoire des relations

que nous avons maintenues au XIXe et au XXe siècle. Les entreprises,

les administrations publiques et les ONG doivent être capables de mener

des débats et des discussions sur ce qui les sépare tout en maintenant

des lignes de collaboration et de travail en commun sur les sujets de

concordance. Tel est le principal défi. Sans cela, nous gaspillerions les

énergies sociales, et elles n’abondent malheureusement pas.

Nous avons des exemples positifs de collaboration transfrontalière

entre certains gouvernements, entreprises et ONG, mais ils restent une

exception et ne sont pas la norme. Aux Etats-Unis, l’un des états fédéraux

dispose d’une association dont la vocation est de favoriser l'utilisation

concertée de l'eau entre les entreprises d’approvisionnement et les

organisations écologistes. Sa composition est paritaire, elle fonctionne

donc par consensus.

Les questions d'eau sont complexes et polyédriques, il est par

conséquent normal –et même bon– qu’il y ait différentes analyses et

alternatives pour résoudre un même problème. Il faut éclaircir les choses

par des débats et des avis divergents pour disposer d’une bonne

information. Mais au-delà de ce constat sur les différences, nous savons

aussi qu'il existe des points d'accord à partir desquels il est possible de

travailler conjointement.

Nous ne pouvons résoudre les défis que suppose l’utilisation durable

de l'eau au XXIe siècle si nous ne développons pas cette capacité à

débattre et travailler simultanément.

Le monde entier se moquait d’un haut dignitaire qui pour souligner

ses propres limites intellectuelles disait qu'il n'était pas capable de

marcher et de mâcher son chewing-gum en même temps. Les

gouvernements, les entreprises et les ONG doivent dépasser rapidement

cette phase infantile, ce handicap collectif, dans lequel ils se sont enfermés

ces dernières années, et doivent apprendre à travailler ensemble tout

en débattant des sujets de désaccords.

L’autre c’est l’autre, et personne n’est parfait

Dans de nombreux cas, ce qui gêne ou n'est pas compris de l'autre, est

lié à sa nature même. Beaucoup d'entreprises se plaignent par exemple

du fait que les ONG soient peu professionnelles. Beaucoup d’ONG se

plaignent du fait que les entreprises ne pensent qu’à gagner de l'argent.

Les gouvernements déplorent que les ONG critiquent presque

toujours leurs actions alors qu’elles ne représentent pas légitimement

les citoyens puisque leurs dirigeants n’ont pas été élus. Dans les jugements

portés sur l'autre, le principal problème est l’incompréhension profonde

de leurs rôles respectifs dans le fonctionnement social global. Comprendre

l’autre, ce qu’il est capable d’accomplir, ses possibilités et ses limites,

est fondamental pour construire une collaboration efficace.

Il faut comprendre une vérité simple et souvent oubliée, comme tout

ce qui est évident : personne n'est parfait. Accepter cette évidence

contribue à construire une chaîne de collaboration sélective, en fonction

des acteurs et des circonstances.

L’oubli de cette vérité cause de nombreux préjudices aux rêveurs et

aux bâtisseurs du changement de la politique de l'eau. Nous exigeons

très souvent des autres un comportement exemplaire que nous n'avons

pas nous-mêmes. Nous excusons facilement nos erreurs, mais ne

comprenons pas celles des autres.

L'application du principe de « réalisme humaniste » – entreprises,

gouvernements et ONG ne sont pas parfaits, même si certains sont

meilleurs que d'autres, et il faut de reconnaitre humblement que l'erreur

et l'imperfection sont humaines– nous aiderait à construire des relations

de collaboration plus solides et plus durables.

La bonne question, pour juger de la pertinence d'une collaboration,

n'est pas de savoir si cette organisation est parfaite ou non, si elle

appartient à la liste des « justes » ou à celle des « impurs ». Les questions

appropriées sont plutôt : l'organisme dont nous doutons est-il meilleure

que la moyenne de son secteur ? Le projet est-il intéressant en soit ?

L'organisation est-elle en progrès ? La collaboration sera-t-elle utile pour

la société ?

Je sais déjà que ce sont là des questions moins absolues et moins

sacrées, mais changer le monde, la réalité de l'eau, la vie concrète des

personnes, des êtres vivants et des écosystèmes, est une question certes

liée à l'utopie, mais également au pragmatisme.

Appliquer le principe de présomption d’innocence

La Constitution espagnole, comme d'autres dans le monde, consacre

le principe de présomption d'innocence comme une garantie

fondamentale pour le citoyen. Sans preuve du contraire, l’autre est

innocent. Un arsenal juridique a été construit pour garantir le respect

de ce principe dans la pratique sociale et gouvernementale.

Ce principe de base, affirmé dans les lois fondatrices de nombreux

pays, ne s’applique malheureusement pas à la majorité des actions des

trois acteurs clés du changement environnemental. Un grand nombre

de décisions prises par les entreprises, les gouvernements et les ONG

sont influencées par les préjugés sur les autres.

Il est très difficile de débuter une relation avec un tel niveau de

méfiance et peu probable qu'une collaboration durable puisse être

construite lorsque les collaborateurs potentiels se soupçonneront les

uns les autres.

C’est une chose que de penser et prouver qu’un organisme a commis

une erreur, mais la situation est bien plus grave si cette erreur est le fruit

d’une intention malveillante et nuisible. Les choses sont très différentes

si l’intention initiale est positive. Je ne dis pas que les comportements

délictueux n'existent pas, simplement que nous devons rester bien-

pensant, de façon à traiter les autres comme nous aimerions qu'ils nous

traitent, sans jugement d'intention, ni apriori.

Cette disposition initiale est le substrat indispensable au

développement de collaborations fructueuses. La fine fleur ne croît pas

sur le terreau de la méfiance et du soupçon.

Toute action est impure

Lorsque nous agissons, que nous passons des rêves à la réalité, que

nous mettons en œuvre un plan d'action, nous « trahissons » forcément

nos intentions initiales. C’est toujours ce qui finit par arriver, aux autres

comme à nous-mêmes. Nous trouvons facilement une justification à

nos propres « trahisons », mais plus difficilement à celles des autres...

Il est évident que l’on ne peut pas mettre toutes les « trahisons » sur le

même plan Parfois l'idée initiale est totalement annihilée par sa réalisation.

Dans d'autres cas, il s’agit simplement de l'érosion naturelle propre à

toute application d’une idée.

Cette constatation, ancienne et bien connue, facile à énoncer et à

comprendre, est en grande partie responsable du caractère conflictuel

des relations entre les acteurs du changement.

Celui qui change de route pour passer de la position confortable de

juge à celle d’acteur, doit accepter deux doléances : accepter que les

choses ne se fassent pas exactement comme il les avait rêvé et accepter

les critiques de ceux qui sont restés de l’autre coté de la barrière et jugent

les erreurs sans se fatiguer.

Ces deux doléances, et les émotions qu’elles suscitent, sont

responsables du climat de méfiance qui compromet le développement

des opportunités de collaboration entre les différents acteurs du

changement. L'acceptation du fait que toute action est forcement impure

permettrait de diminuer l'agressivité envers les actions des autres acteurs

et augmenterait donc notre compréhension des agissements d’autrui.

Reconnaître et remercier

L’un des problèmes qui rend le chemin de la collaboration encore plus

difficile à parcourir est le sentiment, que j'ai perçu chez de nombreuses

personnes, que les autres ne reconnaissent pas et ne valorisent pas ce

qu’ils réalisent, mais insistent seulement sur les erreurs, dans un état

d’esprit où l’on ne voit l’autre que sous l’angle de ses échecs.

Et la douleur qui nait de cette absence de reconnaissance de ses

réussites, je l'ai vu dans les yeux des fonctionnaires publics, dans ceux

des responsables sociaux et des chefs d'entreprise. Tous souffrent

sincèrement comme des victimes, en oubliant parfois qu'ils sont aussi

victimaires.

Les relations s’amélioreraient considérablement si les acteurs se

sentaient valorisé pour ce qu'ils font bien. Suite à des félicitations, les

critiques deviennent plus légitimes, car il est alors clair que la critique

s’adresse à l’erreur en elle-même et non celui qui l’a commise.

Beaucoup d'ONG ont le sentiment que les gouvernements ne

valorisent pas les effets positifs de leur action et ne reconnaissent jamais

leur contribution. Beaucoup d'entreprises pensent que ce qu'elles font

ne suffit jamais et qu’elles sont considérées comme des délinquants

présumés. Et tous ont probablement en partie raison.

Un grand classique disait que la gratitude est la plus grande et

probablement la mère de toutes vertus. Ce manque de gratitude envers

les actions des autres empoisonne les relations. Les critiques émanent

souvent d’acteurs différents, mais parfois aussi d’acteurs du même

secteur, ce qui est encore plus douloureux.

Haute tolérance envers les amis et les « presque-amis

Il est paradoxal, mais très commun, que les discussions entre les bâtisseurs

du changement montent d’un ton, au point de sembler parfois ennemis.

Mais la réalité est différente car ils travaillent pour un même horizon

émancipateur.

Ces discussions ne sont pas uniquement une perte de temps, elles

développent la mesquinerie et consomment l’un des aliments les plus

précieux pour avancer sur le chemin du changement : le courage d es

marcheurs. La douleur des critiques formulées par ceux qui devraient être

des alliés est supérieure à toute autre et consume l'énergie des faiseurs

de changements.

Il est nécessaire de développer une culture de tolérance et de respect

sur la façon dont les autres agissent pour changer la réalité. En fin de

compte, personne n'a la certitude que son pari sera le meilleur. C’est

seulement à la fin, après un certain temps, que l’on peut évalue r

objectivement l'efficacité des actions. Seule l'histoire parle avec clarté...

une fois que le temps est passé.

Respect, respect… et encore respect

Certains bâtisseurs du changement proviennent de l’hémisphère Nord,

un hasard. D’autres vivent dans le Sud, un autre hasard. Ils entrent

souvent en relation et certaines organisations du Nord mènent des

programmes et des projets de coopération pour le développement dans

les pays pauvres. C’est une très bonne chose, mais des problèmes

apparaissent parfois.

Le dialogue est déséquilibré entre les ONG ou les gouvernements

qui subissent les problèmes de pauvreté et ceux qui apportent les fonds,

en euros ou en dollars. Dans le cadre de cette convergence de volontés,

les populations du Sud devraient elles-mêmes pouvoir décider des

actions qu’il convient de mener dans leurs propres pays. Il est également

nécessaire de rappeler que les solutions qui ont été couronnées de

succès dans un pays, ne le seront pas forcément dans d'autres. Les pays

pauvres ont donc le droit de trouver leur propre chemin, leur propre

mode de développement, car ce sont eux qui connaissent le mieux les

problèmes et les solutions adaptées à leur société, leurs organisations

et leurs institutions nationales.

Les bonnes intentions et la solidarité ne suffisent pas. Cette croyance

a été la source de véritables catastrophes. Il faut aider convenablement,

en respectant les institutions locales, la société et les organisations du

Sud. C’est aussi simple que cela.

Il faut construire une coopération d’aller-retour

L’exemple de ce qu’ont accompli les pays riches peut être utile aux

bâtisseurs du changement des pays en développement. Mais il faut

aussi prendre en considération les autres directions possibles. Le Nord

a besoin de ces changements, pour son propre intérêt et pour l’avènement

du développement durable de la planète. Beaucoup de réponses dont

le Nord a besoin proviennent du Sud. Il faut écouter le Sud et construire

une coopération d’aller-retour.

Les innovations technologiques, qui dépendent en grande partie du

volume des investissements économiques, proviennent généralement

du Nord. Mais ces dernières années, les innovations sociales viennent

du Sud. Il est très important pour les pays du Nord qui ont également

besoin de changements et de réponses, d’être attentifs à ces changements

culturels du Sud.

Pour trouver des réponses innovantes, les bâtisseurs du changement

doivent chercher dans toutes les directions, au Nord comme au Sud.

Ils doivent rompre avec l’habitude de rechercher dans l'histoire des pays

développés des solutions d’avenir pour les pays les moins développés.

Les organismes du Sud, les ONG, les entreprises et les autorités publiques

doivent comprendre les erreurs des pays développés. Ils ne sont pas

condamnés à les répéter et doivent profiter de l'avantage du temps pour

contourner ces erreurs.

De nombreux pays du Sud ont ainsi l’occasion de gérer les eaux

souterraines et les eaux de surface de manière intégrée.

Écouter et parler avec les autres

Peu d'actions sont meilleure marché et plus utiles que le simple fait de

parler. Il est impossible de collaborer, d'être compris et de travailler

ensemble si nous ne comprenons pas correctement les espoirs, les peurs,

les raisons et les émotions des autres acteurs.

On entend souvent parlez des régions du monde qui souffrent du

déficit hydrique, mais on parle peu du déficit de dialogue entre les

entreprises, les ONG et les gouvernements. Il est impossible de créer la

culture de collaboration que les temps exigent si nous n'augmentons

pas significativement le temps consacré à l’écoute et à la compréhension

des autres.

Le dialogue existe actuellement dans les relations les plus récentes

et les problématiques (entre les entreprises et les ONG, entre les

gouvernements et les ONG), mais ils ne sont malheureusement pas

réguliers et se limitent généralement aux situations conflictuelles.

La distance et l'isolement font croitre l'herbe de la méfiance. Et si cette

herbe croît exagérément, elle peut obstruer les sentiers de la collaboration.

Avoir confiance en la société

Les acteurs clés mentionnés sont au nombre de trois, mais pour qu'un

changement s’opère, pour qu'une véritable révolution psychologique

gagne les cinq continents, nous avons besoin de mobiliser activement

la société. Cela permettrait de rétablir très rapidement d’anciennes

disciplines, suspendues à diverses reprises, et de faire enfin la paix avec

l'eau et avec nous-mêmes. Pour opérer des sauts qualitatifs, il faut

générer une connivence civique sans précédent.

Pourquoi ne pas songer, par exemple, à la mise en place d’un réseau

de surveillants des cours d'eau, qui alerteraient les autorités en temps

réel par SMS ou e-mails. Aucun délinquant ne pourrait se jouer de ce

type de contrôle social. Lorsqu’un problème est massif, sa résolution

exige une forte implication sociale.

Toutes les organisations deviennent plus conservatrices avec le

temps, que se soient les entreprises, les gouvernements ou les ONG.

Le vent frais issu de la société civile rompt les doutes et pousse au

changement. Favoriser ce vent doit être un objectif explicite des

gouvernements, des ONG et même des entreprises. Sans un raz de

marée social qui bouleverse les inerties, les institutions, les lois et

habitudes désuètes, nous n’arriveront pas à accomplir de si lourdes

tâches en si peu de temps.

Si les gouvernements sentent la complicité et/ou la pression des

citoyens, ils pourront augmenter les tarifs, investir davantage dans les

infrastructures souterraines, interdire les pratiques délictueuses,

stimuler les projets innovants... Si les entreprises ressentent l’attention

des consommateurs vis-à-vis de leurs politiques relatives aux cours

d'eau, elles prendront des mesures spécifiques et investiront davantage.

Les changements ne s’accélèrent que lorsque la société surveille, exige

et agit.

Troisième partie

LES CRITÈRES POUR AGIR

Créer des cercles vertueux

Pour résoudre un problème dont les causes sont multiples, nous devons

mettre en place des solutions multiples. Et nous devons remplacer les

cercles vicieux par des cercles vertueux. Nous devons aussi comprendre

les relations qui existent entre la technologie, les valeurs et les lois. Nous

devons percevoir leurs dépendances réciproques et leurs étroites relations.

Si les problèmes sont liés, les solutions le sont également. Et cette

constatation est un signe d'espoir.

Il existe souvent une modification de la prise de position au moment

d’envisager les solutions. Les entreprises croient que les nouveaux

produits et les nouvelles technologies déterminent tout le reste. Les

administrations publiques pensent que tout est dépend des nouvelles

lois. Les ONG croient fréquemment que tout s’arrange par la

sensibilisation. Ils ont en partie raison. Mais sans changement culturel,

les avancées ne seront pas durables ; sans modification des normes,

les changements resteront partiels ; sans nouvelle technologie, certains

problèmes seront particulièrement difficiles à résoudre. Cette vision

partagée devrait faire naître des analyses plus complémentaires et plus

holistiques.

Il existe également une déformation liée au manque d’interdisciplinarité

des analyses. L'ingénieur pense au béton, le biologiste aux bactéries, le

sociologue aux organisations sociales, l'avocat aux lois... Tous ont des

analyses sectorielles justes et poussées, mais qui restent partielles et

insuffisantes.

Si nous sommes capables d’instaurer une dynamique s’appuyant

sur un changement de normes, une plus grande sensibilisation culturelle,

des avancées technologiques et un nouveau système de tarification,

nous créerons alors un cercle vertueux capable de se perpétuer dans le

temps.

Il n'y a pas une seule cause, ni une seule solution. Nous devons agir

sur l’ensemble des facteurs qui expliquent la situation actuelle, afin que

le changement qui s’opère pour l’un des facteurs soit une force pour

l’évolution des autres.

Nous devons changer les réglementations pour qu'elles imposent

un changement technologique et politique, modifier les prix pour accroître

la capacité de financement des infrastructures, favoriser les changements

culturels pour que la société soutienne les avancées technologiques,

former les professionnels aux nouveaux paradigmes, influencer le marché

pour que les fabricants, les distributeurs et les commerçants offrent des

biens et des services plus durables, obtenir que les institutions publiques

ne contredisent pas par leurs actes ce qu’elles affirment dans leurs

déclarations.... Nous devons également faire en sorte que le système

éducatif transmette des valeurs durables et soit, lui-même, un solide

exemple de cet engagement pour l'environnement,

Tous ces facteurs s’influencent mutuellement et il nous appartient

de veiller à ce que ces effets réciproques s’inscrivent dans une dynamique

favorables au changement, afin d’instaurer un cercle vertueux qui «

sème » la durabilité.

Souvent, le « péché originel » de notre formation ou de notre

appartenance à une certaine catégorie d’acteur fait que nous ne valorisons

pas les facteurs de changement qui semblent étrangers à nos

préoccupations.

Mais le bon technologue finit par se rendre compte, après quelques

échecs, que la participation publique est essentielle pour qu’un

changement technologique ait les effets attendus. L’ONG impliquée

dans l'éducation environnementale perçoit rapidement que les

déclarations d’intention des personnes enquêtées n’ont aucun impact

sur les données vitales de la planète. Ainsi, seul le contrôle de l’utilisation

de pesticides et d’engrais par les agriculteurs peut influer sur le niveau

de pollution des cours d’eau. Et pour continuer sur le même exemple,

le passage à l'agriculture écologique est intimement lié aux montant

des aides publiques versées et non au nombre de brochures distribuées

aux consommateurs.

Beaucoup d'efforts pour le changement se sont avérés inutiles, ou

presque, car nous avons oublié que les problèmes étaient tous liés et

avons focalisé nos actions sur un seul aspect du problème. Au final, le

changement partiel d'un seul aspect ne résiste pas à l'influence multiple

des autres facteurs qui « travaillaient » à reproduire la situation initiale.

Les cercles vicieux ne se brisent réellement que s’ils sont remplacés par

des cercles vertueux.

L'écologie nous a enseignée, entre autres choses, que seule l’analyse

systémique permettait de comprendre la biosphère, car elle explique le

fonctionnement d’un écosystème d’après les relations qu’entretiennent

entre eux les différents éléments qui le composent. De la même façon,

la société est mieux comprise si l’on tient compte des relations entre

les nombreux acteurs qui la composent.

Mettre un terme aux cercles vicieux que nous avons créés au sein

de la biosphère et de la société exige, si nous voulons que la nouvelle

situation soit durable, que nous instaurions un cercle vertueux orienté

vers la durabilité.

Cette création de cercles vertueux durables exige de comprendre et

de dialoguer avec l’ensemble des acteurs sociaux qui participent au

maintien ou à la transformation de ces facteurs de changement. Le

véritable changement ne se produira pas à partir de ce que nous faisons

déjà bien, mais lorsque les gouvernements, les citoyens et les entreprises

partageront le même objectif et que les actions de chacun renforceront

celles des autres acteurs du changement.

Créer un cercle vertueux exige, par conséquent, un dialogue actif et

franc avec l’ensemble des autres acteurs. Il est donc nécessaire de

fusionner l’énergie des entreprises, des administrations publiques et

des ONG ; et il s’avère pour cela fondamental de comprendre leur rôle,

leurs potentiels et leurs capacités respectives. Créer un cercle vertueux

n’est possible que si cette culture de collaboration, pour laquelle nous

plaidons, existe réellement.

Soutenir les leaders : créer un réseau d’alliés pour le changement

Le changement global se produit toujours par imitation. Mais pour

imiter, la société a besoin de précurseurs qui montrent l’exemple, des

personnes qui aillent de l’avant et qui prennent des risques. Établir ce

réseau d’alliés pour le changement est une tâche fondamentale si l’on

veut réussir à transformer la réalité.

Les changements sociaux ont toujours été initiés par des minorités

modestes. Un changement n’est généralisé que si son efficacité a été

auparavant prouvée à petite échelle. C’est notamment ce qui se passe

avec l'innovation technologique et l'innovation sociale.

Cette minorité d'innovateurs sociaux existe, mais il est nécessaire

d’avancer des propositions permettant de se lier à elle. Avant que le

fondateur du logiciel Linux ne se lance dans un tel défi, des milliers de

programmeurs avaient déjà pris part l'initiative de manière volontaire

et désintéressée. Mais pour qu’elle devienne visible, cette minorité a

besoin de se développer et se rassembler autour d'une idée commune.

La majorité du corps social a une tendance naturelle à s’accrocher

à ses habitudes et aux vérités avérées. Elle réagit donc d’abord avec

scepticisme et réserve. La seule manière de vaincre cette résistance au

changement est d’affronter la réalité et ne pas se contenter des mots.

Les minorités sociales sont donc indispensables pour semer les graines

du changement dans le sol, toujours sceptique, de la société.

La minorité reçoit en retour l'honneur que l'histoire réserve aux

précurseurs, mais aussi les problèmes réservés aux pionniers.

Une société innovante est une société qui ne pénalise pas cette

minorité de précurseurs mais, au contraire, la stimule. Les institutions,

qui n'ont souvent pas la meilleure position pour mener les changements,

devraient encourager ces visionnaires et non les freiner.

Dans le nord-est brésilien, un groupe d'ONG a testé l’usage de

citernes pour recueillir les eaux de pluie et alimenter en eau potable les

logements d'une région en proie à un problème de sécheresses récurrentes.

Ils ont débuté par un projet destiné à alimenté 25 000 logements, puis,

une fois la réussite constatée, ont généralisé le système jusqu'à équiper

plus d’un million d’habitations. La logique était de se concentrer d’abord

sur un petit nombre, convaincre les premiers habitants, pour généraliser

et diffuser ensuite le projet à la majorité. Cette démarche apaise les

craintes face au changement, puisque les personnes bénéficiaires vont

elles-mêmes persuader leurs proches et leurs connaissances de l’efficacité

de cette nouvelle technologie.

Ces leaders du changement sont de tous les combats. On trouve

des innovateurs sociaux dans toutes les institutions et à tous les échelons,

des techniciens aux politiciens. Il existe des leaders du changement dans

les entreprises, les médias, les universités, les écoles, dans les ONG,

les équipes sportives ou les églises... L'innovation change selon son

rôle, sa position et sa localisation sur la planète, mais peu importe le

lieu où elle se développe, elle vise immanquablement à repousser les

frontières du possible.

Fruit d'une sorte de pessimisme consubstantiel à « l'âme humaine»,

nous avons parfois du mal à concevoir qu'il puisse y avoir des personnes

qui se compliquent la vie en s’investissant dans un projet innovant. Nous

pensons que personne ne se risquera à mettre en œuvre des projets

durables sans la perspective d’un profit économique conséquent. Mais

il n’en n’est rien. L'histoire est parsemée d’actes altruistes, souvent menés

à des moments relativement risqués pour les innovateurs.

Rendre visible ces leaders du changement, les soutenir et favoriser

les relations croisées qui peuvent s’établirent entre eux, sont des stratégies

fondamentales pour consolider la première vague de changement ; celle

qui précède la marée qui emporte la majorité. La marée est incapable

d’atteindre ce que la vague ne réussie pas à atteint pas. La qualité et le

nombre d’innovateurs permettent de prévoir l’ampleur et la profondeur

du changement social qui touchera la société dans sa globalité.

Le dieu argent doit aider le dieu amour

Beaucoup de problèmes actuels relatifs à la gestion de l’eau sont, dans

la pratique, liés à une contradiction entre les intérêts économiques

particuliers et l’intérêt général de la société.

Il n'est, par exemple, pas rare qu’il soit pour une entreprise plus

rationnel et plus rentable de payer une amende pour pollution, plutôt

que d’épurer ou de recycler ses déchets. Il n'est pas rare non plus qu’il

ne soit pas rentable, pour un logement particulier, un hôtel ou un collège,

d'investir dans des technologies plus économes en eau.

L’élaboration des grilles de tarifs, accorde souvent une trop grande

importance aux coûts fixes et ne récompense pas franchement ceux qui

font des efforts pour rationnaliser leur consommation d'eau.

Dans la pratique, cette situation fait que le cheval de la bienveillance

et de l’intérêt général tire la charrette du changement social dans une

direction pendant que le cheval de l'intérêt économique tire dans le sens

inverse. Cette concurrence voit généralement s’imposer le «cheval

financier », beaucoup plus musclé. Au final, le changement n'avance

que très lentement, voir pas du tout, ou seulement dans les discours…

les actions se noient alors dans les sables mouvants des intérêts

économiques.

Lorsque l’on parle des intérêts économiques, nous pensons que

seules les entreprises sont des obstacles au changement vers la durabilité.

Tel n’est pas le cas, car la réalité n’évoluera que si les municipalités, les

citoyens, les écoles, les agriculteurs ou les éleveurs trouvent, eux aussi,

un intérêt économique au changement.

La bienveillance et l'altruisme n’ont pas les épaules assez larges

pour supporter tout le poids des changements. Nous devons les renforcer.

Nous devons construire des processus sociaux qui encouragent les

bons comportements, en permettant par exemple aux entreprises qui

ne polluent pas les cours d’eau ou aux agriculteurs écologiques qui

préservent les nappes phréatiques, d’accroître leurs bénéfices, aux

universités et aux communes qui réduisent leur consommation d’énergie

et d'eau de bénéficier de subventions gouvernementales plus importantes,

afin d’encourager le renouvellement des réseaux d'approvisionnement.

De même, celui qui par sa conduite se moque éperdument de l’intérêt

général, devrait, en plus des sanctions déjà prévues par la loi, s’acquitter

d’une amende dissuasive. Ainsi, les personnes rationnelles ne trouveront

plus aucun intérêt à maintenir une conduite qui porte atteinte à

l'environnement.

Il s’agit en fin de compte d'appliquer la pédagogie veille comme le

monde et maintes fois éprouvée de la punition et de la récompense.

Toutefois, cette pratique simple et facilement compréhensible n'est

toujours pas de rigueur. Il n'est pas rare que les « bons élèves » soient

considérés par la société comme des idiots et les « sans-cœur » comme

des personnes ambitieuses et malines.

L'énergie sociale est gaspillée car les personnes, les institutions, les

entreprises et les organismes qui poussent la charrette des changements

sociaux vers la durabilité sont moins nombreuses et puissantes que les

acteurs qui tirent la charrette dans l’autre direction, celle du passé et du

maintien d’un mode de développement non durable.

La création d’incitations économiques adaptées à la situation

particulière de chaque organisme ou acteur social, doit permettre de

faire travailler toutes les énergies de société dans la même direction.

Confier tout le poids du changement à la seule bienveillance et à la

générosité des acteurs ne portera jamais ses fruits, le changement sera

extrêmement lent et les problèmes ne cesseront de croître. Le dieu

argent doit aider au dieu amour. Ce n’est qu’ensemble qu’ils pourront

réussir.

Utiliser le discours le plus éloquent qui soit : nos actes

De nombreux « prédicateurs » nous donnent des leçons sur ce qui doit

être fait : les églises, les ONG, les autorités publiques, les syndicats, les

universités, les écoles... Leurs textes nous présentent la « vérité » sur

ce qui devrait arriver.

Sauf exception, ces discours avancent tous des arguments relativement

sensées sur ce qu'il faudrait faire pour utiliser plus efficace les ressources

en eau, conserver la qualité des rivières, approvisionner les millions de

personnes qui souffrent du manque d’eau potable dans le monde...

Mais un petit problème subsiste: leurs actes réfutent presque toujours

leurs paroles.

Cette distance, parfois énorme, entre les dires de ces prédicateurs

et leurs actions réelles freine considérablement les possibilités de

changement. Car nous faisons toujours davantage confiance à ce que

nous voyons, qu'à ce que nous entendons.

Ce problème est particulièrement sérieux pour les administrations

publiques, qui réalisent continuellement des campagnes d’information

et de sensibilisation pour promouvoir auprès des citoyens des actions

qu'ils méprisent eux-mêmes. De la même façon, très peu de textes

scolaires parlent du développement durable et de l'utilisation efficiente

de l'eau, des idées qui sont, de surcroît, balayées une fois les livres

refermés et que les élèves constatent le gaspillage des infrastructures

scolaires.

Les élèves et les citoyens sont donc éduqués selon un vieux principe

cynique : ne me jugez pas pour ce que je fais, mais pour ce que je dis.

Toutefois, plutôt que de parler moins, il faudrait plutôt que les actes

de ces organismes correspondent davantage à leurs paroles, afin que

la pédagogie sociale s’avère plus efficace. Parler moins et agir plus,

devraient-être la devise des administrations publiques et des prédicateurs

de la nouvelle société.

Il est logique qu’il y ait une certaine distance entre ce qu’ils devraient

faire et ce qu’ils font réellement, entre ce nous disons et ce que nous

réalisons. Qui n'a jamais été confronté à cette contradiction ? Mais il y

a trop souvent aucun rapport entre les mots et les actes. La même

municipalité qui demande à ses citoyens d’économiser l'eau, n'applique

aucune mesure en ce sens dans ses propres bâtiments.

Une municipalité responsable doit d'abord réformer ses installations

avant d’encourager ses concitoyens à le faire. Une ONG responsable

doit d'abord réduire ses rejets avant d’exiger que l'on installe une station

d’épuration biologique dans sa commune.

En outre, lorsque nous appliquons ce que nous prêchons, nous

devenons plus compréhensifs vis-à-vis des imperfections des autres,

car nous connaissons les difficultés provoquées par cette transformation

sociale : celui qui agit, connais mieux et comprend davantage.

La principales raison de la perte de crédibilité dont souffrent les

gouvernements de la quasi-totalité des pays du monde est liée à la perte

de confiance en ce qu’ils annoncent. « Je ne te crois pas car je t’ai vu »,

semblent dire ironiquement les citoyens.

Il est impossible de mobiliser la société pour le changement sans

regagner la confiance de la population. Cette confiance passe par une

meilleure cohérence entre le discours et les actes des acteurs sociaux

qui tentent de promouvoir le changement.

Concentrer nos énergies vers les actions propices au changement

La ville de Bangkok, en Thaïlande, a sélectionné, dans le cadre d’un

programme visant à améliorer sa gestion de l'eau, l’ensemble des actions

permettant de réaliser des économies d'eau. Ils les ont ensuite ordonnées

selon leur efficacité, puis classées en fonction du rapport entre le coût

et le bénéfice espéré. Pour finir, leurs niveaux respectifs d’acceptabilité

sociale ont été déterminés. Une fois filtrées par ces différents « tamis »,

les dizaines d'actions initialement identifiées ont abouti à un nombre

réduit d'initiatives réalistes.

L’étude réalisée dans la ville de Bangkok est facilement adaptable

à de nombreuses autres régions et politiques de l'eau. Il n’est jamais

possible de mettre en œuvre tout ce qu'il serait idéalement possible

d’entreprendre, car l’argent et le temps manquent... C'est pourquoi, les

acteurs du changement doivent prioriser les actions les plus utiles, les

plus pertinentes, les plus productives et les plus faciles à mettre en place.

Certaines actions pour le changement représentent une force motrice

pour les autres. Nous devons concentrer nos efforts sur ces actions

dynamisantes. Mais nous ne sommes pas des dieux et nous ne pouvons

réaliser tout ce dont nous rêvons. Il faut choisir pour éviter de dépenser

les faibles ressources dont nous disposons dans le développement

d’initiatives aux résultats incertains. Cela pourrait, en effet, remettre en

cause notre capacité à appliquer des propositions utiles et rentables.

Changement en deux temps : d’abord la volonté, ensuite la loi

Face au changement social, les institutions s’avèrent souvent

conservatrices... et les populations aussi. Les administrations publiques

sont souvent conscientes qu'elles devraient approuver de nouvelles

normes et imposer certaines technologies ou pratiques, mais elles sont

paralysées par la peur de l'échec.

L’une des solutions pour sortir de ce bourbier est de planifier le

changement en deux phases. Tout d’abord, encourager les innovateurs

capables de prouver que leurs propositions innovantes sont bonnes,

réalisables et réalistes du point de vue économique et social. La seconde

phase consiste à légiférer et définir de nouvelles réglementations, à partir

des connaissances acquises lors de la première phase volontaire.

Ce changement en deux temps présente plusieurs avantages. Il rassure

les administrations publiques quant au caractère « réalisable » des

projets sur lesquels elles doivent légiférer. Il leur confère, en outre, un

terrain d'essai très réaliste, une sorte de laboratoire social. Les nouvelles

réglementations ont ainsi plus de chance de s’avérer efficace. Cette

méthodologie accorde enfin à la minorité innovante, au-delà des

problèmes inhérents aux précurseurs, une reconnaissance sociale et

institutionnelle supplémentaire.

Rendre visibles les conséquences de nos actions

Notre civilisation fonctionne sur le principe de ne pas assumer nos

erreurs et d’en rejeter la responsabilité sur des tiers. Certaines

personnes mal attentionnées l’ont bien compris et ne s’en prive

pas, même s’il s’agit heureusement d’une minorité. Mais ces gens

ignorent souvent les conséquences de leurs actes…

Dans un monde globalisé, il n'est pas facile de se rendre compte

des enchaînements de cause à effet que produisent nos actes. La majorité

des impacts restent invisibles. Les agriculteurs sont-ils réellement

conscients de la relation, souterraine et ancienne, qu’il existe entre les

pesticides qu’ils utilisent et la fermeture des fontaines de leur village ?

La réponse est souvent non. Les amoureux sont-ils conscients qu’en

s’échangeant cet anneau d'or qui symbolise de leur amour, ils contribuent

à la pollution de nombreuses rivières de la planète ? Il est certain que

non. Les millions d'utilisateurs de tee-shirt en coton sont-ils conscients

que pour cultiver cette matière première, les aquifères ont été gravement

pollués?

Pour améliorer la protection des ressources en eau de la planète,

nous devons rendre visibles ces relations de cause à effet. Il est

impératif de révéler les impacts indirects de nos actes sur les rivières

et les zones humides, proches ou éloignés, d’aujourd'hui et pour

demain. La plupart de ces actions restent aujourd'hui encore invisibles

au regard des gens, occultées par la terre, la distance physique ou

le temps...

VINGT-CINQ INSTRUMENTS POUR LE CHANGEMENT

Profiter des expériences préalables et construire d’après elles

Si une entreprise de Boston présente une nouvelle innovation

technologique, elle sera très probablement copiée sur tous les marchés

de Calcutta en moins de deux ans. D'une certaine manière, le capitalisme

marchand offre des opportunités très rapides pour profiter des inventions

et des découvertes des autres.

Mais dans le champ des innovations sociales, dont beaucoup ont

été développées avec succès grâce à des organisations à but non-lucratif,

gouvernementales ou non, certaines expériences développées avec

succès à Bombay ne sont parfois même pas reproduites et adaptées à

Calcutta. Le transfert ne se fait pas, alors qu’il permettrait à ceux qui

affrontent un même problème de ne pas gaspiller leur faible capacité

à « inventer » pour une solution déjà existante.

Ce gaspillage des enseignements et des « solutions » déjà existantes

est très courant. Très peu de recherches sont menées sur ce qui a déjà

été réalisé avec succès et le travail des pionniers reste mal connu et n’est

presque jamais intégré aux nouveaux projets. Le transfert des

connaissances et des enseignements est limité et l’on ne construit que

trop rarement un projet à partir des réussites antérieures. Cette faible

utilisation des expériences préalables est responsable d’un véritable

gaspillage des énergies, des talents et de l’argent.

Cette reconnaissance du travail d’autrui, excellent en terme d’image et

au niveau économique, permettrait d’accélérer les changements sociaux

et de profiter au mieux des ressources disponibles.

Le rythme du changement vers une utilisation durable de l'eau serait

considérablement accéléré si les nouveaux projets rassemblaient et

profitaient des enseignements déjà récoltés lors des expériences préalables

Faire de la politique de l’eau une priorité des gouvernements

Toutes les sociétés, aussi pauvres soient-elles, disposent de nombreuses

énergies et beaucoup d'argent.

Au Pakistan, l'assainissement et l'approvisionnement en eau de la

population pourraient être largement améliorés, mais selon les Nations

Unies, le budget militaire de ce pays est 47 fois supérieur à celui dédié

aux politiques de l’eau. Ce n'est pas seulement un problème d'argent,

c'est avant tout un problème de priorité politique.

L'Espagne est, depuis quelques années, le pays au monde possédant

la meilleure couverture d’autoroutes, de voies ferrées et de lignes à haute

vitesse. Mais le pays n'est pas aussi performant concernant la santé de

ses cours d’eau et de l’environnement. Ce n'est donc pas une question

d'argent, mais un problème de priorité politique. Le gouvernement

espagnol et la société valorisent davantage la construction de voies

asphaltées pour les automobiles que la conservation des rivières pour

les poissons, les baigneurs et

l’approvisionnement en eau potable de la population.

Comment agir sur les priorités politiques des gouvernements ?

Comment influencer la répartition des budgets gouvernementaux,

qui est l’ultime preuve de l’engagement d’un gouvernement ?

Les gouvernements démocratiques passent régulièrement,

généralement tous les 4 ans, un examen ou une période dévaluation

comparable. Les partis politiques se présentent aux élections avec un

programme, les citoyens votent et les vainqueurs appliquent leur

programme durant leur législature. Ainsi vont les choses lorsque la

démocratie fonctionne. Ce qui n’est pas toujours le cas.

Ce fonctionnement « normal » est pourtant victime d’un problème

structurel : la contradiction entre le court terme, dont la logique temporaire

influence la gestion des gouvernements, et le long terme dont a besoin

la politique de l'eau.

Comment faire des politiques de l'eau une priorité politique ? C’est

toujours une question très importante, même si la réponse comporte

des zones d'ombres spécifiques à chaque pays, en fonction de la culture

politique, du système électoral, du cadre institutionnel...

Une alternative consiste à profiter des crises, qui génèrent une

souffrance souvent favorable à la compréhension sociale, à l’ouverture

à de nouvelles analyses et au réajustement de l'ordre des priorités

sociales et budgétaires. Un autre chemin consiste à provoquer

volontairement les crises, en présentant différemment des problèmes

anciens à l'opinion publique.

Toutes les voies sont nécessaires. Il est nécessaire d’avoir des

contacts politiques au sein des parlements pour influer sur le débat

budgétaire annuel. Celui-ci est le résumé clair et précis de la priorité

accordée par un pays aux différentes politiques. Le budget correspond

à la priorité, c’est aussi simple que cela. L'importance de ce débat sur

les chiffres est souvent mal comprise par la société. Il faudrait donc

faire preuve de pédagogie pour informer les citoyens, car au final le

parlement décide de la façon d'employer les ressources économiques

de la population.

Dans les pays bénéficiant d’aides extérieures, les institutions donatrices

et les organismes sociaux du pays receveur peuvent exercer une pression

concertée pour exiger l’augmentation de l'aide extérieure grâce à un

meilleur compromis budgétaire. En effet, il n'est pas acceptable qu'un

pays demande une aide pour fournir de l'eau potable à ses habitants

alors qu’il dépense une grande partie du budget national pour s’armer

jusqu'aux dents.

Très souvent, les ONG des pays développés financent des projets

de coopération et de développement gérés par des ONG du Sud. Une

grande efficacité leur était demandée en contrepartie ; beaucoup ont

donc acquis une grande capacité de gestion. Il n'est toutefois pas rare

qu’un effet indésirable complique les choses : les ONG oublient parfois

leurs rôles traditionnels consistant à créer une conscience sociale au

sein de leur société et à influencer les politiques publiques de leur pays.

Elles mènent leurs projets plus efficacement, mais leur rôle de catalyseur

du changement social et institutionnel s’amenuise. Elles sont devenues

très utiles à l’échelle micro, mais beaucoup moins à l’échelle macro.

Les politiques publiques expriment l'importance qu'un pays accorde

à un problème donné. Il est nécessaire d'obtenir que les gouvernements

accordent, d’une façon ou d’une autre, la priorité aux politiques de l'eau.

Il est très probable qu’il faille pour cela profiter d’opportunités cycliques,

comme les élections ou le débat budgétaire annuel, ou d’événements

inattendus, comme une crise soudaine.

Profiter des crises

Les plaintes se font malheureusement, toujours plus virulentes face aux

problèmes de l'eau dans la nature et ceux affectant l'humanité. Les crises

se succèdent et font aujourd’hui la couverture des journaux du monde

entier, alors qu’elles ne quittaient jamais des pages intérieurs auparavant.

Tout le monde garde en mémoire les images de l'ouragan Mitch ou

Katrina. Les images de la Mer d’Aral ou de la terrible sécheresse au

Sahel…

Un grand nombre de ces crises majeures démontrent les

conséquences négatives de notre modèle de développement économique.

La vie sociale et personnelle n’offre qu’un faible apprentissage du sens

de l’anticipation, contrairement aux recommandations du Club de Rome.

Nous apprenons très souvent les choses suite à la douleur causée par

un échec, une crise, ou un shock, pour reprendre la terminologie employée

dans l’un des rapports du Club.

Cette douleur se traduit parfois par des décisions pour éviter que

ce type de situation ne se reproduise à l’avenir. Un changement s’opère

alors au niveau des institutions, des politiques, des priorités et de

l’analyse de la réalité par la société. À ces occasions, nous profitons

d'une certaine manière de la crise pour initier des changements. La

crise devient alors utile et nous vaccine pour ne pas revivre de nouveaux

traumatismes.

Nous oublions toutefois très souvent les messages issus de ces

douleurs. Nous ne changeons pas toujours de chemin et marchons,

par conséquent, vers la répétition inéluctable des mêmes erreurs.

Comme le dit un vieux proverbe « l'homme est le seul animal qui

trébuche deux fois sur la même pierre ».

Les porteurs de changements doivent profiter de l’émotion suscitée

par les crises, car certains arguments auxquels la société n’aurait

auparavant accordé aucun crédit trouvent subitement un écho sans

précédent auprès du grand public. Un écho capable de faire changer

les politiques, les budgets, les institutions, la culture...

L'Espagne a, par exemple, mis en place son système d’approvisionnement

en eau potable en réaction à la douleur et à la honte suscitées par

l’apparition de cas de choléra dans la vallée de la rivière Jalón. De

nombreux succès qui font aujourd’hui notre fierté sont le fruit de réactions

suite à une profonde crise.

Les crises, comme le dit la culture chinoise emprunte de sagesse,

sont des occasions de changement que le destin offre aux personnes et

aux sociétés. Face à elles, les sociétés peuvent s’effondrer et se résigner

de douleur, ou bien réagir et transformer cette douleur en détermination

pour faire avancer les choses. Les porteurs de changements, qu’ils soient

issus des administrateurs publics, des associations de citoyens ou d'une

entreprise, doivent apprendre à maîtriser la vague des crises et tirer partie

de l'énergie qu'elles produisent afin de promouvoir des changements

sociaux, politiques, culturels et institutionnels.

L’avenir nous apportera malheureusement de plus en plus de crises,

sous forme de phénomènes atmosphériques extrêmes. Nous avons

entre nos mains la possibilité de profiter de ces situations pour accélérer

le changement social.

Il y a des périodes de calme relatif dans l'évolution des sociétés, où

rien ne semble changer, où ne se produit aucun mouvement de surface...

Mais cette même société endormie peut produire des changements

énormes aux moments les plus critiques d’une crise. Les bâtisseurs du

changement doivent être attentifs à la direction du vent, pour en profiter

lorsqu’il soufflera dans leur direction.

Un mois, ce n'est pas négligeable. Mais certains mois valent des

années. Il faut être particulièrement attentif durant ces jours qui valent

des mois, car le vent du changement ne souffle pas toujours.

Créer des crises

Une option consiste à profiter des crises, mais une autre est de créer

littéralement une crise : faire apparaître aux yeux de la société une réalité,

qui n'est pas nouvelle, mais qui devient visible suite à un scandale social.

Il y a peu de temps, les autoproclamés « fils de Don Quichotte »

ont organisé en France un immense campement de sans-abris dans les

rues de Paris. Ils ne dénonçaient pas un phénomène nouveau, ou extra-

ordinaire, ils faisaient seulement apparaître la pauvreté ordinaire aux

yeux de la société. Avant ce type d’action, les pauvres étaient déjà là,

mais disséminés à travers la ville ils ne dérangeaient pas les consciences.

Cette action et ce cri ont alerté les médias et toute la société. Elle a

fait apparaître quelque chose que tous connaissaient déjà, mais que

tous feignaient d’ignorer.

Il y a quelques années, les ONG de coopération pour le développement

ont investi les rues et les places des villes d'Espagne pour réclamer que

les institutions accordent 0,7% du PIB national pour l'aide au

développement. Elles n’évoquaient pas quelque chose d’inconnu, mais

la pauvreté de toujours. Leur campagne a permis d’obtenir que cette

revendication soit enfin portée à l'agenda politique et de nombreuses

institutions locales et régionales ont, pour la première fois, créé des

fonds de coopération pour le développement.

Très rapidement, la mobilisation de quelques mois des « Fils de

Don Quichotte » a permis d’obtenir que le droit humain au logement

soit reconnu par les lois françaises. Très rapidement, les subventions

publiques d'aides aux projets de coopération et de développement ont

été généralisées dans l’ensemble de la culture institutionnelle espagnole,

alors qu’elle se limitait jusque-là au gouvernement central. L'histoire

avance par sauts. Mais ces sauts peuvent être stimulés par la créativité

sociale, en provoquant des crises et en construisant des symboles au

pouvoir mobilisateur. Pourquoi ne pas faire de même avec la crise de

l'eau ?

Il est possible et nécessaire d’ouvrir les yeux des citoyens, de les

faire tomber du cheval de la consommation et leur faire prendre conscience

de l’importance réelle de l’environnement pour la société et la gestion

de l'eau.

La politique d’émancipation des noirs américains est partie d’un

acte modeste, le refus d'une femme noire de se plier au règlement des

autobus publics. Cette femme a changé l'histoire des Etats-Unis, et la

politique raciale du gouvernement américain n’a plus jamais été la

même. Choisir un acte modeste pour impulser des changements sociaux

et politiques majeurs peut parfois s’avérer plus efficace que de présenter

d’emblée des revendications plus générale.

Les problèmes généraux sont souvent mieux compris à partir

d'événements concrets, qui donnent un visage humain à une

problématique très vaste.

Profiter des époques où les partis politiques sont les plus attentifs et

les plus inquiets.

Les mois de campagne électorale précédents les élections sont

particulièrement propices pour obtenir que les politiques de l'eau intègrent

l'agenda politique. Les partis écoutent, en effet, les revendications de

la société avec une plus grande attention par peur, insécurité et intérêt.

Les candidats sont alors confrontés à la vérité de la démocratie : la

souveraineté réside dans le peuple. Les politiques sont alors

particulièrement sensibles aux volontés des électeurs. C’est un moment

dont la société doit savoir profiter.

Dans les mois qui ont précédé les dernières élections présidentielles

françaises, une personnalité médiatique à forte sensibilité écologique,

Nicholas Hulot, a annoncé sa candidature à la Présidence de la République

si les principaux candidats ne s’engageaient pas à respecter un accord

de principe sur l'environnement. Nicholas Hulot a utilisé ce moment

clé pour influencer le programme électoral des deux principaux partis

et a obtenu ce qu’il voulait. Les deux principaux partis en lice ont signé

l’accord proposé par Nicholas Hulot.

La formule à employer n'est pas unique, mais l'utilité de profiter de

ce moment d'ouverture des partis politiques, qui sont les derniers

administrateurs des gouvernements démocratiques, est évidente.

Résoudre cette contradiction entre le « temps » politique, le court

terme, et le « temps » dont ont réellement besoin les politiques de l’eau,

c’est-à-dire un engagement sur le moyen et le long terme, implique une

certaine pédagogie sociale. La société et les électeurs doivent comprendre

la relation qu’il existe entre le présent et le futur. Au-delà des confrontations

politiques, ils doivent apprendre à distinguer et à évaluer l'importance

des thèmes de base, dont dépend la santé de la population et la santé

des écosystèmes, qui sont le principal support de la vie, le support de

notre propre vie.

Intégrer le droit de l’homme à l'eau aux Constitutions

En Uruguay le droit humain à l'eau à été intégré à la Constitution du

pays. C’est sa juste place si l’on veut donner à ce droit la même importance

qu’aux autres droits de la personne. Certains pays se trouvent dans une

phase propice pour proposer ce changement constitutionnel. D’autres

ne réunissent sans doute pas les conditions favorables à une telle

réforme, mais le simple fait d’émettre la proposition a un sens

pédagogique évident. L’accès à l’eau est un droit fondamental et doit,

par conséquent, être reconnu par la Constitution des pays du monde

entier. Qu’ils soient riches ou pauvres, les gouvernements doivent

prendre des mesures actives pour que ce droit puisse s’exercer et

s’appliquer concrètement.

En outre, intégrer ce droit à la loi suprême qui détermine la structuration

d'un pays a un sens fort : il souligne la priorité que doivent donner les

gouvernements aux politiques visant à garantir l’accès à l’eau, même s'ils

doivent pour cela réorganiser radicalement leurs priorités budgétaires.

Les constitutions rassemblent les droits humains fondamentaux

–celui d’association, de liberté d'expression, de réunion... –qui sont

essentiels pour garantir la vie démocratique d’une société. Il paraît

toutefois incompréhensible que le droit humain le plus fondamental,

le droit à l'eau, élément nécessaire à la vie, ne soit pas lui aussi garantit.

Si ce droit est enfreint, il paraît bien difficile de garantir les autres.

Les administrations publiques peuvent protéger les cours d’eau

en investissant d’une manière différente.

Les administrations publiques constituent un acteur au pouvoir

économique potentiel énorme et pourtant sous-employé. Elles

administrent généralement près de 12% du PIB des pays, ce qui représente

des sommes colossales.

Cette sous-utilisation est paradoxale car si les administrateurs publics

sont des ogres pour les entreprises lorsqu’ils légifèrent, ils deviennent

de véritables dieux lorsqu’ils passent commande.

Très souvent, le ministre qui finance une campagne publicitaire pour

promouvoir le papier recyclé auprès des citoyens, ne l’utilise pas dans

son propre ministère ; le conseiller municipal qui travaille contre le

changement climatique, achète des véhicules de fonction aux indicateurs

écologiques peu performants... Les exemples sont infinis. Ce genre de

pratiques affecte le degré de confiance accordé aux dirigeants, mais

limite également les ressources économiques accordées aux entreprises

qui produisent ou vendent des produits écologiques, et qui ont pour

cela réalisé des investissements qui contribuent au développement

durable.

Gérer les dépenses publiques de manière responsable est un élément

indispensable au développement durable. L'argent des citoyens doit

être consacré à l’achat de biens et services plus durables et non au

financement de produits, de biens, de services et d’entreprises qui

nuisent gravement à la santé de l’environnement et des cours d'eau.

Certaines municipalités ou gouvernements régionaux financent

l’utilisation d’aliments issus de l'agriculture biologique dans les cantines

scolaires. Deux résultats remarquables en découlent: la bonne santé des

enfants et celle des cours d’eau, qui sont ainsi protégés des nitrates et

des pesticides.

Si les administrations publiques achètent du papier recyclé, dont le

procédé de fabrication est beaucoup plus économe en eau, le débit

« naturel » des cours d’eau pourra être préservé. Le potentiel des

administrations publiques dans la conservation des ressources en eau

est immense, via un mode de gestion responsable des dépenses

publiques.

Profiter des périodes où les chefs d’entreprises sont les plus attentifs

et les plus inquiets.

Certaines entreprises ont davantage de pouvoir que la plupart des

gouvernements. Celui qui dispose du pouvoir le plus important, a

davantage de responsabilité. L'impact économique, social et

environnemental des entreprises qui spéculent dans les différentes

bourses du monde est astronomique. Les actionnaires de ces compagnies

doivent être responsabilisés et avoir conscience des conséquences

provoquées par les activités de l’entreprise.

Trop de produits chimiques biocides empoisonnent les rivières de

la planète, trop d'industries minières se comportent de façon irresponsable,

trop d’entreprises n'ont pas encore compris qu'il ne peut y avoir de pays

viable avec des entreprises non-viables... Les entreprises peuvent et

doivent être des acteurs favorisant une utilisation durable de l'eau, même

si elles constituent pour l’heure l’essentiel du problème.

Dans un monde globalisé, il est parfois difficile de suivre le fil qui relie

les causes aux conséquences. Beaucoup d'actionnaires d’entreprises

réputées des pays développés, des personnes solvables et respectables,

n’ont absolument pas conscience de leur responsabilité face aux

catastrophes environnementales et aux drames sociaux qui alimentent

les journaux télévisés. Ils ne semblent pas avoir conscience du fait que

leurs bénéfices proviennent des dégâts humains et environnementaux

causés à l’autre bout de la planète.

Ce sont probablement des personnes respectueuses de l'environnement

et sensibles aux douleurs des autres dans leur vie quotidienne. Mais ils

ne font pas le lien logique entre les actions de leur entreprises, ou celles

achetées à la banque la plus proche, et la souffrance des peuples

autochtones situés à des milliers de kilomètres de là.

De même, les périodes électorales sont, pour les leaders politiques

et les directeurs d’entreprises, le moment qui détermine l’approbation

ou non de leur mode de gestion. C’est le moment de rendre des comptes

aux actionnaires, le moment de l'examen qui déterminera si leur statut

sera ou non renouvelé. Les assemblées générales d'actionnaires sont

une période favorable à l’approbation par les entreprises, des politiques

liées au développement durable. Elles doivent alors comprendre qu’elles

ne peuvent légitimer leurs bénéfices à partir de pratiques qui portent

atteinte à la nature ou aux droits de l’homme. Aux Etats-Unis, l’activisme

et les propositions de réformes par les actionnaires sont une pratique

normale pour obtenir des entreprises qu’elles ratifient leurs engagements

en matière de développement durable.

Dans de nombreux pays, cette activité est inexistante ou très marginale.

Toutefois, les acteurs du changement devraient profiter de ces moments

où les actionnaires, petits et grands, déterminent les politiques patronales

qui conditionnent en grande partie l’avenir des écosystèmes et des

populations de la planète. Ces propriétaires du monde devraient

comprendre qu'il n'est pas légitime de faire des bénéfices au détriment

des intérêts de la planète et des peuples qui l’habitent. Ils doivent par

conséquent se considérer comme responsables des conséquences de

leurs actes.

La consommation fait partie du problème… mais peut aussi faire partie

de la solution

Pourquoi les consommateurs ne récompensent-ils pas les entreprises

ayant une utilisation durable de l'eau ? Pourquoi ces mêmes

consommateurs ne punissent-ils pas les compagnies aux pratiques ne

respectant pas les cours d'eau et le droit humain à une eau potable de

qualité pour tous ?

Les citoyens disposent, en plus des outils que représentent le vote

et les manifestations, une autre arme puissante, crainte et très peu utilisée

dans la plupart des pays : la consommation et le pouvoir d’achat. Nous

votons en général tous les quatre ans, mais nous achetons tous les jours.

Les millions d'entreprises de la planète sont très respectueuses des lois

émanant des gouvernements mais elles sont encore plus soucieuses des

préférences des consommateurs.

Ce pouvoir, cet outil potentiel de changement est redoutable et à

peine utilisé, le moteur du changement est par conséquent privé d'un

combustible capable d’une très grande capacité mobilisatrice des volontés

patronales : la consommation.

En outre, la culture patronale, très résistante à l'innovation législative,

est très réceptive lorsqu’il s’agit de satisfaire la volonté des acheteurs.

Les entreprises résistent fréquemment de façon solidaire aux nouveaux

règlements, mais acceptent, avec l’application d’un bon élève, les

changements de tendance des consommateurs.

Même si la réglementation légale ne l’y oblige pas, une entreprise

d'appareils électroménagers qui détecte qu'un modèle économe en eau

d’une société concurrente se vend mieux que le sien, demandera à son

département innovation de développer un modèle encore plus efficace.

Il en va de même si les agriculteurs biologiques voient leur chiffre

d’affaire croître de 20% alors que l’agriculture conventionnelle ne croît

que de 4%, si le bois issu des forêts gérées de façon durable se vend

mieux que celui provenant des coupes sauvages, si les jouets contenant

des produits chimiques toxiques ne trouvent pas acheteur... le signal

lancé aux fabricants est clair : s’adapter ou mettre la clé sous la porte.

Le message est facile à comprendre pour le chef d'entreprise pétri

de bonnes intentions comme pour celui qui ne raisonne qu’en termes

de profits économiques. Or, l’abandon de ces processus productifs

polluants et destructeurs, ne peut qu’améliorer l’état des cours d’eau de

la planète. Les poissons seront protégés et l’alimentation des populations

en eau de qualité, non polluée, s’en trouvera facilité.

Consommer de manière responsable ne signifie pas seulement

consommer d'autres produits, c’est aussi consommer différemment et,

souvent, consommer moins. Il s'agit par conséquent de changer les

produits qui remplissent notre « cadi de supermarché », mais également

de diminuer la taille de notre cadi.

Les organisations sociales se sont très souvent focalisées sur la

pression unilatérale des autorités publiques, en oubliant le pouvoir

croissant et le plus significatif qui soit : le pouvoir des grandes corporations.

Une part énorme du PIB mondial dépend des décisions des Conseils

d'administration. Dans le domaine de l'eau, les entreprises devraient être

un moteur du changement, et non un frein. Les consommateurs peuvent

et doivent contribuer à ces changements en privilégiant les entreprises

dont les performances environnementales sont supérieures à la moyenne

et en pénalisant les autres. C’est aussi simple et efficace que cela.

Les intentions des consommateurs ne sont pas mauvaises en elles-

mêmes. En Espagne, les enquêtes montrent que 40% des consommateurs

« disent » vouloir consommer de manière plus responsable et cette

volonté est partagée dans de nombreux autres pays. Le problème n'est

pas dans l’intention des consommateurs, mais dans la pratique. Il n'est

pas rare que 95% des intentions généreuses des consommateurs ne se

concrétisent pas lors des achats.

Mais les choses changent partout dans le monde et les consommateurs

peuvent jouer un rôle essentiel pour protéger les ressources en eau.

Investir en respectant nos propres valeurs

Mais employer notre argent en fonction de nos convictions, ne signifie

pas seulement consommer d'une autre manière dans le magasin du

coin. C’est aussi s'assurer que lorsque nous investissons, nous faisons

travailler notre argent en accord avec nos convictions. Et nous avons

pour cela de multiples possibilités. La première est le choix de la banque

ou de l'institution financière à laquelle nous allons confier nos économies.

Est-ce un organisme qui finance des projets portant atteinte à

l'environnement, qui contaminent l'eau ou endommagent gravement

les cours d’eau et les zones humides quelque part sur la planète ? Si tel

est le cas, nous sommes en pleine schizophrénie: nos mots vont dans

une direction et notre argent dans l’autre.

Le système financier représente un énorme potentiel pour pousser

le monde dans l'une ou l'autre des directions. Souvent, les citoyens

choisissent leur organisme financier selon trois critères: les intérêts, la

sécurité, les liquidités. Il manque pourtant une quatrième question,

simple et incroyablement significative : Quels projets suis-je en train

d’appuyer avec mon argent ? La généralisation de cette question dans

les dialogues entre les organismes financiers et les citoyens causerait

d’énormes difficultés de financement aux projets indéfendables sur le

plan environnemental, ou qui portent gravement atteinte aux ressources

en eau. C’est aussi simple que cela.

L’argent, que nous confions à d’autres, travaille jour et nuit en

soutenant des entreprises et des projets qui sont parfois totalement

antagoniques avec nos valeurs. Si nous travaillons pour la protection

des cours d’eau et des poissons, nous ne devrions pas accepter que

notre argent travaille contre nos idéaux. Notre argent ne devrait pas

avoir une « âme » différente de la nôtre.

Ce qui ne se voit pas n’existe pas

Nous nous lions tous aux autres en fonction de ce que nous pensons

d’eux, et non selon qui ils sont réellement. Difficile qu'il en soit autrement.

Et cette vérité, quasi universelle, montre avec force l'importance de

travailler avec les médias pour obtenir qu'ils communiquent sur les

problèmes de l'eau et les solutions mise en œuvre pour les régler.

Si les problèmes de l'eau et ses solutions ne sont pas relayés dans

les médias, les politiques de l'eau ne seront jamais une priorité pour les

gouvernements et les entreprises ne seront pas contraintes de travailler

activement au changement.

Les médias sont fondamentaux car ils ont pour rôle d'informer, de

taire ou de diffuser ce qui arrive, de le souligner ou le relativiser. Nous

devons les responsabiliser, en faire nos alliés.

Certaines organisations à succès, comme Greenpeace, organisent

leurs actions en cherchant dès le départ la répercussion médiatique

maximale. Les bâtisseurs du changement n'auront de succès que s’ils

obtiennent que les informations relatives à l’eau passent de la page 20

du journal à la première page.

Toutefois, il faut faire un pas supplémentaire. Il faut pour cela que

les média relayent mieux les informations sur l'eau. Mais il faut aussi

que les médias exercent leur responsabilité sociale en prenant l’initiative

de diffuser les enjeux liés aux problèmes d'eau, pour mobiliser la majorité

de l’opinion publique. Les médias ont beaucoup de pouvoir et doivent

l'utiliser pour défendre l'eau et ceux qui n’y ont pas accès de façon

convenable.

Vanité et honte

Une grande partie de ce que nous faisons s’explique notamment par

les contraintes légales ou les raisons économiques. Mais il existe un

vaste champ d’action qui n’est régit ni par l'argent, ni par la loi. Ce vaste

espace de vanité et de honte explique lui-aussi en partie ce qui arrive.

Dans de nombreux pays, le rapport Pise, qui établit un classement

international des systèmes éducatifs nationaux, a été source de polémique

lors des débats électoraux entre partis au pouvoir et partis d’opposition.

Il en va de même concernant la position qu'occupe chaque pays dans

l'Indice de Développement Humain élaboré par les Nations Unies ou

l'Indice de Transparency International sur la corruption.

Si un pays figure en bonne position, ses dirigeants s’en vantent.

Dans le cas contraire, le gouvernement s’interroge sur la fiabilité du

rapport.

Quoi qu’il en soit, tout le monde comprend que ces classements,

relayés par les médias, initient une dynamique de changement. Soit

parce que les pays veulent se maintenir en bonne place, soit parce qu’ils

veulent quitter les positions les plus déshonorantes. La polémique sociale

que suscitent ces préséances génère des discussions sur les politiques,

les budgets et les priorités au sein de l’opinion publique.

Pour promouvoir une véritable révolution de l'eau, il est nécessaire

de construire des « observatoires » assurant une bonne visibilité et une

certaine répercussion médiatique. Leur rôle serait de comparer les

indicateurs clés de la gestion de l'eau entre différents pays, régions,

villes, industries, universités..., ce qui permettrait d’instaurer une

concurrence saine entre des organisations comparables, les poussant

ainsi à améliorer leur classement pour obtenir une certaine reconnaissance

ou quitter les places les plus déshonorantes.

Ces classements existent déjà, mais ils sont connus des seuls

spécialistes et n'apparaissent pas dans les médias. Les organismes ou

les pays concernés ne voient donc pas leur réputation entachée ou

améliorée vis-à-vis de la société selon leur position. Il est, par conséquent,

important d'élaborer ces observatoires de la réalité de l'eau, mais aussi

indispensable et complémentaire de les faire connaître à l'opinion

publique.

L’impact auprès de la population est un facteur préalable au même

titre que l’impartialité de ce classement. Si des doutes existent sur son

sérieux ou son indépendance, son effet catalyseur pour le débat social

et son potentiel déclencheur des changements environnementaux s’en

trouver grandement affecté.

Un défi collectif, mais aussi local

Pour qu'une société obtienne des résultats rapides, elle doit focaliser

ses efforts sur un objectif commun, en faisant en sorte que chacune des

contributions apporte, selon ses caractéristiques propres, ses compétences

et ses capacités. Il s’agit, d'une certaine manière, d'établir un défi collectif

qui stimule les énergies innovantes de la société.

Les Objectifs du Millénaire pour le Développement, déterminés par

les Nations Unies, sont l’un des principaux défis collectifs pour la planète.

Tous les pays se sont fixé des objectifs et des engagements, ce qui est

une démarche extrêmement positive. Le protocole de Kyoto est un autre

défi de taille pour la communauté internationale.

Ces défis collectifs planétaires sont nécessaires, car ils nous permettent

de nous considérer comme citoyens d'un même monde, avec des

problèmes identiques et des défis communs qui dépassent la vision

étroite des nations existantes.

Toutefois, lorsque nous considérerons les problèmes du monde à

l’échelle globale, leur ampleur provoque généralement un sentiment de

découragement. Comment allons-nous pouvoir tous les résoudre?

Pensons par exemple à l'eau. Comment allons-nous pouvoir approvisionner

en eau potable plus d’1,2 milliards d'êtres humains? Comment pouvons-

nous obtenir que 2,6 milliards de personnes disposent d’un système

d’assainissement décent. Comment résoudre le gigantesque

problème de la pollution des cours d’eau de la planète ?

Cette pensée globale est nécessaire, tout comme les objectifs globaux

de civilisation. Mais l’analyse globale a un effet pervers : elle affecte la

motivation des personnes et des organisations face à l’ampleur du défi

à relever à l’échelle mondiale.

Pour reprendre confiance en soi et retrouver l’indispensable esprit

de changement, il est nécessaire de réduire l'échelle des problèmes de

l'eau et de baisser également l'échelle des défis que nous allons affronter.

Nous devons d’abord fixer un objectif pour notre ville, nos cours

d’eau, nos zones humides... ; un objectif certes ambitieux, mais un

objectif réaliste et accessible... Le sentiment collectif d’être en mesure

de relever les défis redonne le courage et l'espoir indispensables pour

affronter les changements environnementaux et sociaux.

Une grande partie des succès obtenus sont liés à la détermination

de défis locaux, qui mobilisent les meilleurs acteurs sociaux d'une localité,

d'une région ou d'un pays.

La faible portée de l'action elle-même est compensée par le sentiment

d’avoir contribué à un objectif global. Le « Tous pour un » existe dans

toutes les cultures. L'histoire nous apprend que lorsque les peuples

s’unissent et travaillent ensemble, ils atteignent presque toujours leurs

objectifs. En outre, cet effort commun encourage l’implication des

personnes, réveille les plus passifs et mobilise le meilleur de la société.

Les défis collectifs stimulent la coresponsabilité entre les différents

acteurs d'une même communauté et permet de partager les charges

pour atteindre l’objectif commun. La conviction d’être confronté à un

défi à la hauteur de nos moyens donne aux acteurs sociaux et institutionnels

une lueur d'espoir au bout d’un tunnel d'efforts.

Savoir l'objectif commun à portée de main est fondamental, car le

scepticisme est le cancer du changement social, c’est un virus difficile à

vaincre. Il faut pour cela des victoires qui prouvent que le changement

vers le développement durable est non seulement nécessaire, ce que tout

le monde reconnaît aujourd’hui, ou presque, mais aussi possible, même

s’il reste relativement peu mis en pratique. Il est donc nécessaire de se

fixer des défis locaux et accessibles pour freiner le scepticisme ambiant.

Nous devons initier des actions globales pour changer la vie de millions

de personnes

Le monde est Un, et le changement climatique a fait prendre conscience

de cette réalité à beaucoup. Le marché économique est global, la biosphère

planétaire, les problèmes collectifs, la société on line, mais le monde

n’est pas dirigé par un gouvernement global. Les institutions qui sont

communes à tous les pays, comme la Banque Mondiale et le Fonds

Monétaire International, ne paraissent pas toujours représentatives de

façon équitable et les acteurs du changement ne les trouvent souvent

pas dignes de confiance.

Pour certaines actions, l'échelle d’application la plus appropriée est

globale. Internet permet aujourd’hui la réalisation d’actions globales.

Les contestations et les propositions sont pourtant peu globalisées.

La société globale doit s’exprimer davantage, par la tenue d’un referendum

planétaire ou la pression internationale organisée contre un sommet

mondial par exemple. Pour changer la vie de milliers de personnes, les

actions locales sont indispensables. Pour changer la vie de millions de

gens, nous devons concevoir des actions plus globales. Il existe des

précédents très significatifs en ce sens : les mobilisations contre la guerre

en Iraq, les pressions pour que le G8 se déroule en Afrique, la mobilisation

contre le changement climatique, à travers notamment une série de

concerts de rock à travers toute la planète, les appels à stopper

temporairement sa consommation d’électricité sur les cinq continents...

Les victimes d’une politique publique dirigeaient autrefois leurs

protestations contre le gouvernement de leur pays, instance dans laquelle

se trouvaient les véritables les responsables. Mais aujourd’hui, les critiques

adressées au gouvernement sont très souvent renvoyées vers les instances

internationales : l'Organisation Mondiale du Commerce (OMC), le Fonds

Monétaire International (le FMI), la Banque Mondiale (BM), l'Union

Européenne (UE)... Cependant, les protestations sont toujours très

rarement globalisées.

Le monde est Un. Et beaucoup de labyrinthes dans lesquels nous

nous trouvons n’ont qu’une seule issue possible, une ouverture globale.

Peut-on croire qu’il soit possible de résoudre la pollution croissante de

la mer Méditerranéenne sans un accord régional entre l’ensemble des

pays riverains? La majorité des solutions sera globale... ou ne sera pas.

Les impulser nécessite également des propositions et des actions globales.

Changer de baromètres

Nous connaissons des indicateurs simples permettant de savoir si nous

sommes ou non en bonne santé : la température, le pouls, la tension

artérielle. Les indicateurs sociétaux les plus acceptés, et que tous les

médias commentent, sont ceux à caractère économique : le Produit

Intérieur Brut (PIB), le revenu par habitant, le taux de chômage, l'inflation...

Ces dernières années, des tentatives sérieuses ont été menées à

l’échelle nationale et internationale pour créer d'autres indicateurs simples

pour évaluer « l’état de santé » d’une société. Les Nations Unies ont

créé l'Indice de Développement Humain (IDH), à partir d’un regroupement

d'autres indicateurs. Des observatoires nationaux et internationaux

apprécient également certains aspects liés au développement durable.

Nous avons certes avancé, mais nous avons besoin de réorienter la

société vers une meilleure prise en compte des critères de l'eau. La

société ne peut accepter que le revenu par habitant augmente au détriment

des ressources en eau.

Il n'est pas facile d’imposer ces indicateurs auprès des citoyens ; les

médias sont saturés d'informations et les histoires sentimentales des

célébrités occupent davantage de place que les l’état de santé d’un célèbre

fleuve chinois dont le cours naturel n’atteint plus la mer.

Nous devons obtenir qu’au sein des parlements du monde entier,

l'opposition critique le gouvernement en place sur la pollution et la

mauvaise gestion des cours d’eau, comme elle le fait lorsque les chiffres

du chômage sont mauvais.

La sensibilité des décideurs est liée à la pression des citoyens et des

médias selon le principe des vases communicants. Il est difficile d'obtenir

des changements significatifs dans la prise en compte politique des

problèmes de l'eau sans changer la perception de la société.

Nous avons besoin de défenseurs des générations futures

Il est évident que nous volons depuis des années le futur de nos propres

enfants et petits enfants. Lorsque nous polluons une rivière ou un

aquifère, souvent de manière irréversible, lorsque nous assécherons une

zone humide, lorsque nous modifions le cours naturel d’un fleuve ou

transformons une rivière en canal..., nous consommons littéralement

l’avenir des générations futures.

Les décisions qui affecteront ceux qui vivront demain ne devraient pas

seulement être prises par ceux qui votent aujourd'hui. Les enfants devraient

pouvoir juger et pouvoir faire entendre leur voix, y compris ceux qui ne

savent pas encore parler, sont encore dans le ventre de leur mère ou

dans les rêves des couples amoureux... Le développement durable

implique de prendre en considération les futurs habitants de la planète

en construisant un développement qui laisse une place à ceux nous

succéderont.

Comment faire prendre conscience aux hommes et aux femmes

d'aujourd'hui qu’ils ne peuvent prendre de décision qui compromettent

gravement le futur et ignorent les besoins des hommes et des femmes

de demain ? Il est nécessaire de dénoncer la perte irréversible du

patrimoine dont devraient hériter nos enfants. Il faut reconnaitre dès à

présent l’importance des générations futures. Deux actions pourraient

contribuer à faire comprendre à la société ce véritable vol du futur.

L’une d'elles serait de recueillir et accorder du crédit aux requêtes

des enfants de moins de dix ans. Elles ne correspondront probablement

pas au cadre légal classique, mais leur répercussion dans les médias

pourrait aider la société à comprendre que, dans le fond, ils ont droit à

leurs propres revendications. Comment ne pas comprendre qu'un enfant

aura toujours raison lorsqu’il reprochera à un chef de gouvernement de

ne rien faire pour éviter la pollution des sources qui lui permettront de

boire à l’avenir.

Une autre action qui pourrait aider la société à respecter les générations

futures serait de promouvoir la création formelle d’organismes ou de

réglementations chargés de leur défense. Ces fonctions, devraient alors

être reconnues par les administrations publiques, pour défendre les

droits et les intérêts de ceux qui habiteront notre planète dans les

décennies et les siècles à venir.

Il est paradoxal qu’il y ait, dans de nombreux pays, des défenseurs

du peuple, un peuple qui existe et peut donc se défendre tout seul, ce

qu’il fait d’ailleurs parfois, mais qu’il n'existe aucun défenseur des

générations futures, qui ne peuvent évidemment se défendre elles-

mêmes.

Parrainer ce qui est commun

Un problème récurant résulte dans le fait que les cours d’eau et les

ressources hydriques appartiennent à tous, et donc à personne. Personne

n’en prend donc soin, mis à part par les fonctionnaires publics qui sont

payés le faire... C'est une manière de raisonner perverse, mais assez

généralisée.

L’un des moyens pour stopper ce problème de négligence d'un bien

public comme l'eau est de « diviser ce qui est commun » et de le répartir

entre des citoyens et les organisations, afin que les diverses portions de

rivières, nappes phréatiques ou zones humides soient la responsabilité

d’un groupe de personnes.

Il s’agit de faire en sorte que les citoyens « propriétaires » ou les

organisations « propriétaires » connaissent bien ces ressources et ces

territoires, afin qu’ils finissent par s’y attacher et qu’ils les protègent.

Plusieurs projets organisés par des volontaires se développent dans

divers pays pour veiller sur les différentes portions de rivières. Cette

distribution est très utile pour combiner la propriété collective et une

appropriation par un groupe local en vue de sa protection. Il est très

difficile de confier la défense du patrimoine naturel aux seuls fonctionnaires

publics. Le patrimoine commun global doit donc être défendu par les

citoyens dans leur ensemble.

Forger des alliances plurielles

La collaboration entre les acteurs du changement peut être ponctuelle

ou relativement stable. Certaines expériences, comme l'Alliance pour

l'Eau en Amérique Centrale, font travailler ensemble les administrations

publiques, les entreprises et les ONG en vue d’un objectif concret.

Chacun est différent, mais leur diversité et le respect mutuel permet de

démultiplier les énergies et les capacités.

Les alliances ne sont pas faciles et la méfiance reste fréquente. Mais

elles sont un espace privilégié de relation et de dialogue structuré qui

permet de catalyser les forces et de mener à bien des projets communs.

En outre, elles permettent aussi de mieux connaître les autres, leurs

motivations et, le cas échéant, de débattre avec eux en toute connaissance

de cause.

Créer une alliance pour l’atteinte d’un objectif commun est

parfaitement compatible avec le maintien des divergences et des débats

sur d'autres domaines. Créer des alliances plurielles, c’est permettre aux

bâtisseurs de changement de mener deux processus simultanément :

travailler ensemble sur les questions faisant l’unanimité et poursuivre

les discussions sur les questions qui divisent.

Le caractère sacré de l’eau

L'eau n'est pas une ressource comme les autres. Elle est pour toutes

les religions un symbole sacré associé à la naissance, à la vie et à

la mort…

Mais ce caractère sacré n’est pas l’apanage des textes religieux.

En cherchant un peu dans la culture populaire, de nombreuses

croyances et mythes sont liés à l’eau, du Nord au Sud de la planète

et d'Est en Ouest.

Ce caractère unique de l'eau par rapport aux autres éléments de la

biosphère et aux autres composantes environnementales, devrait être

utilisé pour consolider le changement. Car dans l'histoire des changements

sociaux, les émotions jouent un rôle souvent bien plus grand que la

raison. À la puissance argumentaire des raisonnements sur l'eau devrait

s’ajouter la force des considérations non intellectuelles, la force des

sentiments dissimulés dans des recoins de nôtre moi intérieur, ces

choses que nôtre moi lui-même ne comprend pas bien.

Cette « armée de réserve », qui semble somnolente et blottie au

fond de notre cerveau généralement bourré de chiffres et logique, se

compose d’un bataillon de mythes, de légendes et de sacré. Cette armée

devrait être mobilisée pour contribuer de manière décisive à cette

révolution de l'eau dont a tellement besoin notre planète et l’humanité

elle-même.

Pour comprendre l'effet serre, il faut comprendre le cycle du CO 2,

la radiation..., autant de choses « étranges » et invisibles à l’œil nu. Pour

comprendre le caractère exceptionnel de l'eau, il suffit de pratiquer l'auto-

observation ou, plus simplement, de se remémorer les histoires de nos

grands-parents. C'est un court chemin vers la compréhension qui permet

de se rapprocher de l'illumination que recommandent les maîtres zen.

Les enfants des rues au Nicaragua, accablés par le soleil, demandent

souvent à boire aux passants. Ils le demande en sachant pertinemment

que personne ne peut refuser ni vendre un verre d'eau. Cette vision de

l’eau comme un bien commun et source de vie, lui confère un caractère

unique qui mobilise des ressources émotionnelles exceptionnelles dans

la plupart des cultures, notamment au sein des sociétés sécularisées.

Si une société réussit à fusionner les raisonnements scientifiques

sur l'eau et son caractère sacré, dans le cadre d’une vague de

mobilisation sociale, tout deviendra alors possible. Si les deux restent

séparés, tout sera malheureusement également possible.

L’importance des études scientifiques

Les données ont plus de poids que les mots. Il est plus difficile de

confondre un nombre qu’un adjectif. Les études scientifiques seules

ne peuvent changer pas la réalité, mais elles sont tout de même

foncièrement utiles.

Une mobilisation sociale chargée d'émotions et de cris est très

importante, mais si elle s’accompagne du poids de la science, elle

devient prodigieuse. La connivence des étudiants et des chercheurs

universitaires est donc fondamental.

Il est très différent de dire qu’un cours d’eau est sale et sent mauvais,

et de décrire avec précision son degré de pollution au mercure pour le

comparer ensuite aux données de l'Agence Environnementale Américaine.

Ce n'est pas du tout la même chose.

Les décisions politiques sont toujours justifiées par des raisons

techniques, se disant affranchies de tout jugement de valeur. Mais

aucune décision n’est réellement neutre ou totalement objective, et

il n’existe presque jamais une seule et unique façon de résoudre un

même problème. Plusieurs alternatives sont toujours possibles.

Révéler aux yeux de la société cette pluralité d'analyses scientifiques

est fondamental.

L’impact des images

On dit souvent qu'une image vaut plus que mille mots et que « ce que

les yeux ne voient pas, le cœur ne le ressent pas ». Cela a toujours été

vrai et l’est encore plus aujourd’hui.

Le rapport de l'Observatoire Espagnol du Développement Durable sur

l'urbanisation du littoral a fait la Une des médias en comparant

d'anciennes photographies des côtes à des photos aériennes récentes.

La vision simultanée des deux photos fut dévastatrice. Il n’y avait nul

besoin de mots, les images parlaient d’elles-mêmes.

Peu après, Greenpeace Espagne, a comparé, en utilisant un logiciel

d'infographie, des photographies actuelles de célèbres fleuves espagnols

avec une reconstitution de la situation probable dans quelques années,

suite aux effets du changement climatique. Ces images inquiétantes

furent largement diffusées par les chaînes de télévisions, les magasines,

les journaux...

L'impact politique et médiatique de ces rapports graphiques a été

considérable, bien plus important qu'un dossier de deux cent pages.

La « traduction » d'un rapport en photos ou en vidéo est, presque

toujours, une option payante. Dire les choses en images assure un bien

meilleur impact.

Le web 2.0

Ces dernières années ont été paradoxales. Les plaintes se font croissantes

dans de nombreuses sociétés pour dénoncer le manque d’implication

sociale. Mais d’immenses phénomènes mondiaux de participation

volontaire voient également le jour. Wikipedia est, par exemple, une

encyclopédie mondiale en ligne diffusée en de nombreuses langues,

dont le créateur n’est autre que la population mondiale, anonyme et

plurielle. Linux, logiciel libre de droits, a été créé dans un mouvement

de collaboration sans précédent entre des milliers d’inconnus.

Le développement d’Internet a changé très rapidement les habitudes.

Beaucoup d'initiatives de contestations, de propositions, de sensibilisation,

de débat... se développent grâce au web. Mais il faut qu’il y en ait encore

davantage. La capacité du réseau à connecter les citoyens et les organismes

est presque infinie. La communication ne sera plus jamais

unidirectionnelle, mais basée sur un aller-retour des informations. Les

initiatives partent des ONG ou des citoyens, qu’ils soient originaires

d'une ville cosmopolite ou d'une ville du Sud. Peu importe, le meilleur

reste à venir.

La généralisation de l’utilisation des téléphones portables et des

appareils photos numériques, associée à l’émergence de phénomènes

de masse sur Internet comme You Tube, font se développer un véritable

journalisme numérique des citoyens, un système d’information généralisé

et décentralisé. Ce journalisme citoyen peut devenir un élément de

contrôle social bien plus étendu et efficace que l’ensemble du personnel

des administrations publiques dans la lutte contre les agressions faites

aux ressources en eau.

La dernière répression du gouvernement du Myanmar a été relayée

presque immédiatement par des images enregistrées à partir de

téléphones portables et d’appareils numériques. Le président français,

Nicolas Sarkozy, a perdu une grande partie de sa popularité suite à

l’enregistrement par un téléphone portable, d’une insulte proférée à

l’encontre d’un citoyen.

Les nouvelles technologies permettent au pouvoir de mieux nous

contrôler, mais aussi un meilleur contrôle du pouvoir par les citoyens.

Elles peuvent devenir un puissant outil de changement social.

Pour l’instauration de pactes de rivières

Le fait que les utilisateurs et les bénéficiaires d'un cours d’eau réglementent

son utilisation a toujours été une bonne chose, même si ce genre

d’initiative reste rare. Il est fondamental qu’un dialogue s’instaure entre

les pêcheurs, les agriculteurs, les chefs d'entreprise, les municipalités,

les écologistes, les kayakistes... pour qu’ils se mettent d’accord sur

certaines règles.

Ces accords devraient être généralisés pour affronter les effets du

changement climatique, car ils permettraient de diminuer les tensions

et les conflits qui se produiront inévitablement compte tenu du

renforcement de la variabilité climatique.

La mise en place d’un pacte de rivière instaure le dialogue et la

participation sociale comme piliers fondamentaux de la gestion des

ressources en eau. Un tel pacte permettrait de partager les rêves, les

craintes et les intérêts de chacun des acteurs, pour construire un projet

commun. L’élaboration d’un accord sur les objectifs d’avenir est nécessaire

pour encadrer et guider les actions du présent et construire peu à peu

un futur commun et durable.

Si l'eau manque, que les plantes meurent de soif et les robinets se

tarissent, c’est qu’il y a un problème de gestion. Nous devons anticiper

les crises en développant des accords lorsque les précipitations sont

abondantes, et non lorsque la situation est déjà critique.

Mais ces pactes de rivière ne peuvent être élaborés en ignorant ce

que « disent » les autres êtres vivants et sans tenir compte des droits

des générations futures. On ne peut construire un consensus en ignorant

du futur, en marge des autres êtres vivants et sans tenir compte de ce

que démontre la science. Nous ne pouvons faire un pacte de rivière...

contre la rivière elle-même.

Des pilules de courage

Les bâtisseurs du changement obtiennent davantage de succès que

ce dont nous nous rappelons. Cette amnésie donne le sentiment que

l’on ne peut rien faire, un sentiment qui est plus répandu que ce qu’il

devrait objectivement être. Pour combattre le pessimisme, créer l’espoir

dont nous avons besoin pour gagner la bataille de la soif et nous

réconcilier avec la nature, nous devons faire connaître les succès obtenus.

Nous ne péchons pas par excès de narcissisme en valorisant ce

que nous avons accompli. La promotion des résultats positifs de nos

actions encourage les autres, où qu’ils se trouvent, à agir également

pour le changement. Le vent du changement est trop souvent freiné

par un scepticisme, très ancien et très enraciné dans l’« âme humaine »,

qui donne le sentiment que les victoires ne se n’arrivent jamais.

Scepticisme et pessimisme travaillent de concert pour affaiblir les

énergies du changement qui animent la société. Ils sont millions à

nier, tels des avocats du diable, qu’un autre monde est possible. A

l’heure actuelle, la formule magique la plus efficace contre cette «

peste de devins » qui s’étend sur les cinq continents, est la promotion

des succès déjà obtenus.

Trop peu d’organisations se chargent de rassembler, d’ordonner

et de rendre visible ces exemples positifs. C'est une tâche pourtant

essentielle.

Construire un climat civique

La mise en valeur simultanée de plusieurs actions menées avec succès

devrait créer un climat civique favorable à l’engagement des principaux

acteurs. Si nous sommes capables d’instaurer ce type de climat, la

créativité sociale sera dévoilée et les choses commenceront à changer.

Créer ce climat civique doit être un objectif explicite des bâtisseurs du

changement, car il encouragera les politiciens à voter des budgets pour

les politiques d'eau, incitera la société à accepter une augmentation

des prix, permettra la mise en place de nouvelles réglementations, la

diffusion de nouvelles technologies... Le temps s’accélérera et les

changements avec lui. Mais ce climat ne pourra se produire qu’avec

la réalisation simultanée d'un ensemble d'actions, menées par des

acteurs interdépendants, afin de susciter un consensus collectif au

sein de l'opinion publique. Si les dirigeants et les administrés se

mobilisent dans une direction commune, les ressources économiques,

les initiatives et la volonté politique seront rapidement débloquées.

Tout peut changer très vite. Le vent du changement soufflera alors sur

les institutions, les entreprises, les organismes sociaux...

La clé pour que ce changement de climat devienne réalité est la

simultanéité des actions, en un même lieu et en même temps.

Epilogue

AUCUN OUTIL N’EST PLUS PUISSANT QUE L’ESPOIR

Les outils proposés dans ce livre sont appropriés pour certains pays ou

contextes et n’ont pas tous une valeur universelle. Une analyse rigoureuse

de la réalité concrète doit être menée dans chacune des différentes régions

pour construire les outils adaptés aux spécificités locales. Les bâtisseurs

du changement sont des artisans et non des travailleurs à la chaîne.

Chaque bâtisseur du changement doit choisir dans cette caisse à

outils, les instruments les plus performants selon le contexte et la

conjoncture locale, mais également en fonction de sa position, son statut

et son pouvoir au sein de la société.

Il est possible qu’il s’avère parfois plus pertinent d'adapter ou de

construire un nouvel outil pour améliorer l’efficacité de ceux présentés

ici. Dans ce cas, l’innovateur en question devrait alors rendre compte de

sa découverte et la partager, pour que d'autres puissent à leur tour

bénéficier de ses idées.

L’ultime jugement sur chaque outil dépendra au final de son utilité,

son efficacité et son rendement face aux changements profonds, rapides

et étendus que nous devons instaurer pour faire la paix avec l’eau et la

biosphère, et alimenter en eau potable tous les êtres humains de la

planète.

Aucun outil n'est plus puissant que l'espoir. Si les bâtisseurs du

changement ne croient pas sincèrement qu’il soit possible de changer

les choses, rien n’arrivera jamais. Nourrir le feu de l'espoir est par

conséquent une tâche essentielle. Et le feu de l'espoir est attisé par les

succès et les réussites concrètes. Ces pages sont là pour contribuer à les

multiplier.

PLAN DE DIVULGACIÓN EDITORIALDEL CONOCIMIENTO DEL AGUA

Y DESARROLLO SOSTENIBLE

PVP 12 EUROS