Treinta años de elecciones democráticas en España: balance de un record en nuestra historia política
Pablo Oñate Universidad de Valencia
Publicado en P. Oñate (ed.), Treinta años de elecciones en España, Valencia,
Tirant lo Blanch, 2010 (15-38)
1. Introducción: ¿30 años no es nada?
Las elecciones de 15 de junio de 1977 abrieron la puerta a un período
democrático nuevo en la historia política española. Esas elecciones cerraban la
puerta a más de dos siglos de vida política convulsa y dramática, en la que se
sucedieron 9 Constituciones1 y diversas reformas y proyectos constitucionales
que no llegaron a aprobarse. Esos dos siglos estuvieron jalonados por toda una
serie de golpes de Estado, asonadas, revoluciones, motines, dictaduras y guerras
civiles que retrasaron que nuestro país se incorporara en su momento al proceso
de Modernidad. La Constitución de 1978, elaborada por consenso por los
diputados elegidos en aquellas elecciones fundacionales de 1977, estableció el
marco normativo que ponía fin al carácter pendular de nuestra historia política,
propiciando alternancias de gobierno y el desarrollo de la vida política por cauces
de normalidad democrática que nuestro país había desconocido hasta entonces.
Ese marco y convivencia democrática propiciaron, por fin, que España se
incorporara plenamente al proceso de modernización, en sentido amplio.
Después de 30 años de experiencia democrática damos por supuestas
muchas cosas que hace solo tres décadas se percibían como objetivos casi
1 Dos de ellas no llegaron a ser promulgadas (las de 1856 y 1873). Estuvieron en vigor la Constitución de 1912, el Estatuto Real de 1834, la Constitución de 1837, la de 1845, la de 1869, la de 1876 y la de 1931.
quiméricos: el desarrollo de un sistema político-institucional democrático
plenamente consolidado en el que la composición de las respectivas cámaras
parlamentarias (y, a través de ellas, otras instituciones) responda a la voluntad
política ciudadana plural expresada en las urnas; un sistema político altamente
descentralizado, con intensos y extensos niveles de autogobierno, que permiten
calificarlo como funcionalmente federal; que en las distintas instancias políticas
estén presentes representantes de un amplio abanico de posiciones políticas, que
reflejan el pluralismo político existente en la sociedad, trasladando a las
instituciones las diferentes alternativas políticas y sociales; unos altos niveles de
garantías y protección en el ejercicio de derechos y libertades políticas básicas
para los ciudadanos; la plena integración de España en los organismos e
instituciones europeos, en los que se ha vinculado de forma definitiva e intensa; o
que los responsables políticos estén sometidos a escrutinio público y tengan que
rendir cuentas ante las instituciones –políticas y judiciales- por las
responsabilidades en que pudieran haber incurrido en su mandato, así como,
periódicamente, ante los ciudadanos; unos altos niveles de apoyo al sistema
democrático, que se ha mantenido estable desde aquellos primeros momentos de
este período, cuya longevidad supera la de cualquier otra etapa de vida
democrática en España…
No obstante, hay que recordar que este balance no puede ser plenamente
positivo, pues hay que recordar que aún hay problemas severos no resueltos:
esos logros no se han alcanzado en todo el territorio español: en el País Vasco
perduran excepcionales circunstancias que limitan la vida democrática plena de
buena parte de la ciudadanía, que ve cercenados sus derechos hasta el punto de
tener de vivir con escoltas. El resto de cuestiones son propias de la vida
democrática y de la mejora de su calidad, aun cuando versen sobre la reforma de
estatutos de autonomía o la aprobación de determinadas leyes altamente
cuestionadas.
Pese a ello, no resulta exagerado afirmar que estos 30 años de elecciones
democráticas han cumplido satisfactoriamente los objetivos que tradicionalmente
se atribuyen a las elecciones: generar gobierno, generar representación y generar
legitimidad. En estas tres décadas ha habido gobierno (gestión política y políticas
públicas) y gobiernos (instituciones eficaces) duraderos y estables. Nunca en la
historia democrática española hemos conocido gobiernos tan estables. Incluso, si
se comparan con otros europeos, los gobiernos españoles de las tres últimas
décadas han sido de los más longevos. Baste recordar que el promedio de
duración de los gobiernos de la II República fue de 101 días, mientras que el de la
de los gobiernos de la actual etapa democrática supera los 1.000 días (1.250, si
se cuenta desde 1982). Los partidos políticos han formado y seleccionado a
candidatos y han elaborado programas electorales que someten a la
consideración de los ciudadanos en cada proceso electoral. Los gobiernos han
podido desplegar su programa político, negociando eficazmente con otros
partidos para recabar su apoyo, si lo necesitaban. Y lo han hecho en todos los
niveles de gobierno, estatal, autonómico y municipal, sin que se hayan vivido
crisis institucionales dignas de mención. Al tiempo, se ha desplegado un
desarrollo institucional de carácter democrático que ha afectado a todos los
niveles de gobierno, experimentándose una vertiginosa descentralización que
jamás había conocido nuestro país, creándose una élite política y organizativo-
partidista regional, y desarrollándose unas relaciones de cooperación multinivel
con el apoyo de la ciudadanía. Toda esa generación de gobierno ha propiciado
una rápida modernización del país lo que, a su vez, ha mejorado la calidad del
sistema democrático.
En segundo lugar, la práctica totalidad de las opciones políticas presentes
en la sociedad --de todo el espectro ideológico (incluso las antisistema)-- se ha
visto representada en unas u otras instituciones. Las elecciones se conforman, de
esta forma, como un mecanismo fiable de representación (si bien, no exhaustivo),
que permite a los ciudadanos expresar su voz para optar por un programa político
que consideran afín a sus intereses y elegir a quienes deban gobernarlos
llevándolo a la práctica o controlando a quienes lo hacen. Las elecciones han
servido eficazmente para trasladar la voluntad ciudadana a las instituciones de
todos los niveles y para propiciar la participación generalizada en los asuntos
públicos. Las elecciones han coadyuvado a integrar políticamente a los
ciudadanos facilitando que sus intereses estén representados en las instituciones
y en las decisiones que en ellas se han adoptado.
Por último, las elecciones han generado legitimidad, esto es, adhesión y
apoyo ciudadano para el sistema político, sus instituciones y actores. Las
elecciones han permitido a la ciudadanía ver sus opiniones y posiciones políticas
representadas en las instituciones, elegir a quienes protagonizan su actividad y
percibir que hay acción de gobierno y control de la misma respecto de cuestiones
importantes de su vida cotidiana; por último, todo ello es sometido a su escrutinio
periódicamente: ello permite a los ciudadanos sentir al sistema político como
propio y otorgarle su respaldo. Los estudios que miden el apoyo a la democracia
evidencian un inequívoco y estable apoyo de la ciudadanía al sistema político en
su conjunto y a la democracia como forma de gobierno. Las altas tasas de
participación electoral confirman esa misma observación. Aunque ese apoyo sea
menor cuando se refiere a alguna de las instituciones o actores en particular, una
abrumadora mayoría de ciudadanos españoles respalda es sistema democrático.
Pese a que puedan señalarse un buen número de cuestiones que merecerían
atención y mejora, el balance de estas tres décadas de elecciones no puede ser
sino positivo.
Los cambios experimentados por el país en estas tres décadas de
elecciones han sido ingentes, incorporando a España definitivamente en la senda
de la Modernidad. No es este el lugar para relatarlos, pero ciñéndonos al ámbito
electoral, merece la pena recordar que en 1977 el censo electoral incluía a 23,5
millones de electores, mientras que en 2008 había 35,1 millones de ciudadanos
censados (un 50 por ciento más). El porcentaje de votos nulos en aquellas
primeras elecciones fue del 1,43, mientras que en 2008 esa cifra se había
reducido al 0,64. En las elecciones fundacionales de 1977 hubo 4.480
candidaturas en 585 listas de partidos, mientras que en 2008 las candidaturas
ascendieron a 8.800 y el número de listas a 720. Los dos primeros partidos (UCD
y PSOE) sumaron en 1977 el 63 por ciento del voto y el 81,1 por ciento de los
escaños, mientras que en 2008 los dos primeros partidos (PSOE y PP) sumaron
casi el 84 por ciento del voto y el 92 por ciento de los escaños. En 1977
accedieron al Congreso de los Diputados 12 formaciones políticas (6 de ellas de
ámbito estatal y 6 de ámbito no estatal); en 2008 fueron 10 los partidos que
contaron con representación en el Congreso, siendo solo 3 de ellos de ámbito
estatal. En 1977 las 6 formaciones de ámbito no estatal presentes en el Congreso
de los Diputados sumaron el 15,5 por ciento del voto y 25 escaños (el 7,2 por
ciento); en 2008 los 7 partidos de ámbito no estatal con representación en el
Congreso de los Diputados acumularon el 12,3 por ciento del voto y 25 escaños
(el 7,2 por ciento).
En estos 30 años transcurridos entre los comicios de 1977 y los de 2008
los ciudadanos españoles han votado unas 30 veces para elegir a sus
representantes en el Parlamento Europeo (5 elecciones), el Congreso de los
Diputados y el Senado (10 elecciones), los parlamentos autonómicos (7
elecciones; en las históricas 8) y las corporaciones locales o ayuntamientos (8
elecciones). Además, han sido convocados al menos en tres ocasiones a sendos
referendos. En esos procesos se ha configurado toda una élite política en todos
los niveles: los ciudadanos han elegido 3.500 diputados, 2.940 senadores, unos
9.000 diputados autonómicos, aproximadamente 522.800 concejales, 65.000
alcaldes y casi 300 diputados europeos.
2. Los sistemas electorales
En todos estos procesos electorales la normalidad y limpieza democrática ha sido
la pauta. Esto que nos parece hoy tan evidente (¿cómo iba a ser de otra forma?),
supone un verdadero salto adelante respecto de la tradición que imperó en las
efímeras experiencias democráticas de los últimos 200 años: en ellas, el
pucherazo, la compra de votos, las manipulaciones electorales y otras
manifestaciones de fraude electoral eran la norma. En cambio, a partir de 1977,
en ninguna elección fue cuestionada la limpieza del proceso, de manera que los
resultados han sido sistemáticamente aceptados por todas las fuerzas y las
autoridades elegidas reconocidas como legítimas.
El sistema electoral que ha propiciado que la voluntad política de los
ciudadanos (votos) se traduzca eficazmente en distribución de la autoridad
(escaños) en todos los niveles fue delineado en marzo de 1977. Después la
Constitución recogió los principios básicos del sistema electoral en sus artículos
68 y 69, aunque fue en la Ley Orgánica 5/1985 del Régimen Electoral General
(LOREG) donde se regularon de forma precisa estas cuestiones para las
elecciones generales (Congreso de los Diputados y Senado), locales
(corporaciones locales) y europeas (Parlamento Europeo). Merece la pena
recordar que la LOREG fue aprobada con sólo un voto en contra y tres
abstenciones, lo que no fue obstáculo para que resultara cuestionada casi desde
su entrada en vigor y por muy distintos motivos. Para las elecciones autonómicas
rige la ley electoral de la respectiva comunidad, y sólo subsidiariamente la
LOREG.
El sistema que rige la elección del Congreso de los Diputados (proporcional
corregido) se aplica también –salvadas las diferencias en cuanto a la magnitud de
las circunscripciones— a las elecciones autonómicas, locales y europeas. Sólo la
elección del Senado se rige por un sistema electoral distinto (mayoritario), como
suele ser habitual para este tipo de Cámara, donde prima el criterio de
representación territorial.
El sistema electoral adoptado por la LOREG para el Congreso de los
Diputados establecía una Cámara de tamaño relativamente pequeño, 350
escaños, que se distribuían entre las circunscripciones (las provincias) en
atención a dos criterios: una cierta igualdad territorial, al otorgar un mínimo de
escaños (dos) para cada distrito; y la proporción a la respectiva población. El
resultado es una gran cantidad de circunscripciones cuya magnitud (número de
escaños) es pequeña: hay 30 en las que se eligen 5 o menos de 5 escaños. Las
candidaturas son de listas completas, cerradas y bloqueadas, que no permiten
ningún tipo de modificaciones: el elector opta por la candidatura de un partido tal y
como éste ordena a sus candidatos: no permiten al elector manifestar sus
preferencias entre ellos. La fórmula electoral para la distribución de escaños entre
los partidos políticos que habían obtenido votos es una fórmula electoral
proporcional de divisor, la fórmula d´Hondt, que sólo despliega sus efectos
proporcionales cuando es aplicada a circunscripciones de más de 7 escaños: en
los distritos pequeños da lugar a considerables sesgos desproporcionales (o
mayoritarios). De los 30 distritos electorales en los que se reparten 5 o menos de
5 escaños, sólo en 3 de ellos un tercer partido logra algún escaño; en los otros 27
los escaños se reparten entre los dos partidos más votados. Por último, se
establece una barrera electoral o cláusula de exclusión del 3 por ciento del voto
válidamente emitido en el ámbito de la provincia, que nunca ha tenido aplicación
en este tipo de elecciones habida cuenta del sesgo mayoritario generado por el
bajo número de escaños a repartir en muchas de las circunscripciones y la alta
desproporcionalidad resultante.
Para la elección del Senado se ha optado por un sistema de fórmula
mayoritaria, con cuatro escaños por provincia (circunscripciones) y por listas de
panachage o --mal llamadas-- abiertas, listas en las que el ciudadano selecciona
tres candidatos cualesquiera de entre la lista de nombres que le proponen todos
los partidos. La fórmula adoptada, en este caso, es la fórmula de mayoría simple:
consiguen los escaños los candidatos que han logrado más votos.
Las leyes electorales autonómicas que configuraron los sistemas para ese
ámbito electoral siguieron los criterios de la LOREG, diferenciándose de ésta sólo
en el número de escaños que tiene el parlamento respectivo y, así, los distritos,
así como en el tamaño de la cláusula de exclusión, como se puede apreciar en el
cuadro 1. La consecuencia es que en las elecciones autonómicas se suelen
alcanzar mayores tasas de proporcionalidad que en las del Congreso de los
Diputados.
Cuadro 1. Sistemas electorales autonómicos (*) Tamaño
de la
Asamblea
Número de
distrito
s
Tamaño med
io del
distrito
Ratio electore
s por escaño
Cláusula de exclusión
Andalucía 109 8 13,6 57.200 3 D Aragón 67 3 22,3 15.200 3 D Asturias 45 3 15,0 21.800 3 D Baleares 59 4 14,8 12.000 3 D Canarias 60 7 8,6 25.600 3 CA/20 D Cantabria 39 1 39,0 12.500 5 CA C-La Mancha 47 5 9,4 32.000 3 D C y León 83 9 9,2 26.500 3 D Cataluña 135 4 33,8 39.400 3 D
Extremadura 65 2 32,5 13.700 5 D Galicia 75 4 18,8 35.300 5 D Madrid 120 1 120,0 37.200 5 CA Murcia 45 5 9,0 21.400 5 CA Navarra 50 1 50,0 9.500 3 CA País Vasco 75 3 25,0 23.300 5 D La Rioja 33 1 33,0 7.200 5CA Com alencia 99 3 33,0 35.300 5CA Promedio 70,9 3,8 28,6 24.600 Elaboración propia con datos de elecciones de 2007. (*) La fórmula empleada es siempre la fórmula D´Hondt, y la forma de la candidatura, de listas completas, cerradas y bloqueadas. La cláusula de exclusión es “D” (en el nivel del distrito) o “CA” (en el nivel de la comunidad autónoma).
Los sistemas electorales fueron concebidos en el proceso de transición
para reforzar a unas organizaciones partidistas débiles, creadas prácticamente ex
novo en los años 70, carentes de una base social bien trabada y que se
manifestaban incapaces de integrar en ellos a la sociedad española. Así, con el
convencimiento de que sin partidos consolidados no podría haber democracia, el
reforzamiento de las organizaciones partidistas fue –conviene recordarlo— un
objetivo del sistema electoral conscientemente buscado.
Los sistemas electorales se manifestaron inmediatamente como sistemas
electorales fuertes, en función de las relevantes consecuencias políticas que se
derivaron de su aplicación para los electores, los partidos políticos y las
instituciones (Sartori; 1994: 37): generaron considerables sesgos mayoritarios,
que obligan a calificarlos más como mayoritarios atenuados que como
proporcionales corregidos: refuerzan a los dos partidos más votados,
sobrerrepresentándoles, mientras que castigan a los terceros y sucesivos,
confiriéndoles menos representación de la que les corresponde en términos de
estricta proporcionalidad. El sistema electoral del Congreso de los Diputados
propicia, además, que partidos de ámbito no estatal que presentan candidaturas
en pocas circunscripciones compitan en ellas con éxito con los de ámbito estatal,
desplazándoles de las primeras posiciones. Así, junto a los partidos de ámbito
estatal, coexiste un buen número de partidos no estatales: en la elección de la
Cámara Baja suman entre el 10 y el 15 por ciento de los votos y el 7,5 por ciento
de los escaños, y se han manifestado considerablemente útiles para facilitar la
gobernabilidad y para establecer relaciones de cooperación y competición en los
distintos niveles de gobierno. Aunque los sistemas electorales autonómicos
generan mayor proporcionalidad, siguen dando lugar a efectos mecánicos de
sobrerrepresentación de los dos partidos más votados en perjuicio de los demás.
Como decíamos en la introducción, los sistemas electorales fueron
criticados desde prácticamente su aprobación, proponiéndose su reforma por
considerar que estaban generando efectos perniciosos para la democracia: las
críticas pueden agregarse en torno a tres cuestiones de las que se responsabiliza
al sistema electoral: que las listas completas, cerradas y bloqueadas refuerzan a
las cúpulas y maquinarias partidistas, impidiendo la selección de candidatos por
los electores y que éstos establezcan una relación más directa con sus
representantes; que se confiere excesivo poder a los partidos de ámbito no estatal
de cuyo apoyo depende el gobierno del partido de ámbito estatal que gana las
elecciones pero sin mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados o el
Senado; y que los sesgos desproporcionales que generan perjudican
severamente a los pequeños partidos en beneficio de los grandes, mermando la
representación de importantes segmentos de la ciudadanía.
Pese a esas críticas y alguna propuesta concreta de reforma, la ley de la
inercia de los sistemas electorales ha venido imponiéndose hasta la fecha: para
reformar el sistema haría falta el voto favorable de aquellos partidos que son
reiteradamente beneficiados por el sistema a reformar… La Comisión
Parlamentaria que había de elaborar una proposición de reforma del sistema
electoral parece haber fracasado en su intento de alcanzar un acuerdo que reciba
el suficiente apoyo en el Parlamento. No parece muy arriesgado augurar que
tampoco en la presente Legislatura vaya a ver la luz esa reforma del sistema
electoral en ninguno de sus aspecto.
3. La participación y la abstención electoral
Los niveles de participación electoral han sido relativamente altos y estables en
estas tres décadas de elecciones en España. Si se compara las tasas de
participación registradas en España con las de otros países europeos, España se
ubica en el décimo lugar en la última elección, ligeramente por debajo de la media
(Blais, 2000; Boix y Riba, 2000; Rose, 2004; López Pintor y Gratschew, 2004;
Franklin, 2004). Esa participación ha variado tanto en función del tipo de elección
como de la coyuntura política de cada convocatoria y territorio.
Pero más allá de la comparación con otros sistemas políticos europeos,
hay que señalar que se confirma en España la distinción que hace años hicieron
Reif y Schmitt (1980) al diferenciar entre elecciones de primer y de segundo
orden, en atención a la relevancia que los ciudadanos conferimos a sus
respectivos resultados: tenemos a considerar que hay más en juego en las
elecciones generales (Congreso de los Diputados y Senado) que en las
autonómicas, locales o europeas, en las que pensamos que se dilucidan
cuestiones de menor importancia. Ello lleva a una parte significativa del
electorado a experimentar con su voto en estas elecciones de segundo orden,
absteniéndose en mayor medida que en las generales, utilizando su voto para
castigar al partido que está en el gobierno estatal (y al que en las generales votó)
o apoyando a pequeñas formaciones a las que no otorgaría su voto en las
elecciones al Congreso de los Diputados y el Senado.
El resultado es que en las elecciones de segundo orden suele registrase
más abstención que en las de primer orden, el partido del gobierno estatal suele
lograr peores resultados que en la convocatoria general precedente, el primer
partido de la oposición logra habitualmente mejores resultados, los grandes
partidos consiguen menor porcentaje de voto, los pequeños partidos suelen
cosechar mejores resultados, y el número efectivo de partidos suele ser mayor
que en las elecciones generales precedentes. El caso de las elecciones en
España se ajusta considerablemente bien a este modelo: sirvan las elecciones
autonómicas de 2007 de ejemplo para comprobar cómo se confirman las cinco
condiciones propias de las elecciones de segundo orden (Cuadro 2).
Cuadro 2. Características de elecciones de segundo orden (autonómicas 2007) Mayor
Absten. Menos voto
grandes Más voto pequeños
Menor NEP
Menos voto partido Gob
Andalucía ü ü ü ü ü Aragón ü ü ü ü - Asturias ü ü ü ü ü Baleares ü ü ü ü ü Canarias ü ü ü ü - Cantabria ü - - - - C-Mancha ü ü ü ü - C y León ü ü ü ü ü Cataluña ü ü ü ü ü Extremadura ü ü - ü - Galicia ü ü ü ü ü Madrid ü ü ü - ü Murcia ü ü ü ü ü Navarra ü ü ü ü ü País Vasco ü ü ü - ü La Rioja ü ü ü ü ü Valencia ü ü ü - ü Elaboración propia a partir de datos electorales de Argos. En buena parte de los casos en los que no se cumple la característica los resultados de los respectivos índices correspondientes a las elecciones autonómicas y a las generales inmediatamente anteriores fueron iguales. En alguna comunidad autónoma los partidos más votados no fueron PSOE y PP: el segundo partido más votado en Canarias fue CC; los dos partidos más votados en Cataluña fueron CiU y PSC-PSOE; el segundo partido más votado en Navarra fue Na-Bai; el partido más votado en el País Vasco fue el PNV.
En las elecciones generales la abstención se ha mantenido en niveles
relativamente más bajos, oscilando entre el 20 y el 32 por ciento (el promedio
para las 10 convocatorias es de 26,1 por ciento). Como ocurre en buena parte de
los países europeos (Rose, 2004), no se aprecia una tendencia al aumento de la
abstención que pudiera evidenciar que los electores están retirando su apoyo a
los partidos o a las instituciones democráticas, como la teoría del malestar apunta.
La oscilación del nivel de abstención parece responder más bien a la valoración
que los electores hacen de la situación política y económica y all grado de
competitividad de la elección (y, así, a que los electores perciben la convocatoria
como excepcional o de continuidad).
Pero si se atiende a la dimensión territorial (cuadro 3), se observa que hay
unas comunidades autónomas más abstencionistas que otras, por mucho que las
tasas respectivas se hayan aproximado, superándose un primer momento en el
que se configuró una periferia claramente más abstencionista, como Boix y Riba
(2000) señalaron hace años. En las elecciones de 2008 la mayor abstención se
registro en el País Vasco (36 por ciento), mientras que los niveles más altos de
participación se dieron en Castilla-La Mancha (20 por ciento).
Cuadro 3. Abstención en elecciones generales 2008 y autonómicas 2007
Abstención Generales 2008
Abstención
Autonómicas 2007
Andalucía 27,2 25,3 Aragón 24,1 33,5 Asturias 28,1 38,4 Baleares 32,4 39,9 Canarias 34,1 38,7 Cantabria 23,6 28,0 Castilla-La Mancha 20,0 26,4 Castilla y León 22,3 29,3 Cataluña 29,7 44,0 Extremadura 21,5 25,1 Galicia 29,5 35,8 Madrid 20,9 32,7 Murcia 20,4 32,0 Navarra 27,9 26,2 País Vasco 36,0 32,0 La Rioja 20,7 26,7 Comunidad Valenciana 21,2 29,9 Fuente: Ministerio del Interior y Archivo Electoral de la Comunidad Valenciana Argos. Andalucía, Cataluña, Galicia y País Vasco celebraron sus elecciones autonómicas en fecha distinta.
En las elecciones de segundo orden se registran mayores tasas de
abstención, aunque tampoco se observa una pauta de declive en la participación
electoral desde que se comenzaron a celebrar este tipo de comicios a comienzos
de los años 80. En las elecciones autonómicas se repiten, prácticamente, las
pautas de comunidades más y menos abstencionistas. En el período 1983-2007
las comunidades en las que se registró mayor abstención fueron Galicia (40,9),
Cataluña, Baleares y Canarias, mientras que se alcanzó la menor abstención en
Castilla-La Mancha (25,0), Extremadura, Cantabria y La Rioja. En la convocatoria
de 2007 (o asimiladas) la abstención osciló entre el 44 por ciento (registrado en
Cataluña) y el 25,1 (de Extremadura).
En las elecciones municipales tampoco se observa un declive de la
participación electoral en estas tres décadas: la abstención ha oscilado entre el
30,1 (registrado en la convocatoria de 1995) y el 37,2 (de la de 1991). Es en las
elecciones al Parlamento Europeo en las que se suelen dar tasas de abstención
muy elevadas en casi todos los países, especialmente en las últimas
convocatorias, por la distancia a la que los electores perciben las instituciones
europeas: en España se registró una tasa de abstención del 55,1 por ciento en la
convocatoria de 2009 (un promedio de 44,1 por ciento para el período 1987-
2009), aunque está lejos de la registrada en países como Eslovaquia (80 por
ciento), Lituania (79 por ciento) o Polonia (75 por ciento), y un poco por debajo de
la media (que para esta convocatoria se ubicó en el 57,5 por ciento –53,9, si se
considera a los dos países en los que el voto es obligatorio).
Así, como notas más relevantes en cuanto a las dinámicas de la
participación y la abstención en estas tres décadas de elecciones en España,
cabe apuntar las de una abstención moderada (algo más alta que en las
democracias desarrolladas), con ciertas fluctuaciones a lo largo del tiempo
debidas a factores coyunturales, la convergencia en la dimensión espacial-
territorial (que ha suavizado las considerables diferencias entre comunidades más
y menos abstencionistas), así como la clara diferenciación entre elecciones de
primer y de segundo orden en cuanto a esta variable (en virtud de la distinta
importancia que los ciudadanos conferimos a unas y otras elecciones). Los
principales factores que explican en mayor medida una mayor o menor tasa de
participación (o de abstención) son de carácter político-institucional: relevancia de
las instituciones/autoridades a elegir, ubicación ideológica del elector (más en el
centro del espectro ideológico, donde se registra mayor abstencionismo, o más en
los extremos), grado de competitividad percibida y cálculos de los electores,
estrategias de movilización de las elites políticas, así como los efectos de las
reglas electorales (Boix y Riba, 2000).
4. Los períodos electorales
Las elecciones celebradas en estas tres décadas pueden agruparse en distintos
períodos electorales en atención a las características de los resultados que
generaron para los partidos y los sistemas de partidos. Aunque la periodización va
a realizarse en atención a las elecciones generales, las de segundo orden siguen
–en términos generales y salvadas las peculiaridades de cada una de ellas-- las
pautas de las del Congreso de los Diputados. Así, se pueden distinguir tres
períodos diferentes.
El primer período electoral abarcó las elecciones de 1977 y 1979. Las
elecciones fundacionales registraron una participación considerablemente alta (en
torno al 80 por ciento del censo). Lograron representación en el Congreso 12
partidos políticos (cuadro 4): dos de ellos eran grandes partidos (UCD y PSOE, de
centro-derecha y de centro-izquierda, respectivamente) que sumaban la mayoría
holgada de escaños; estaban acompañados por otros dos pequeños partidos de
ámbito estatal (AP y PCE, de derecha y de izquierda, respectivamente). Otros dos
partidos de ámbito estatal serían absorbidos, en breve, por los primeros. Junto a
ellos, otros 6 partidos de ámbito no estatal representaban identidades
regionalistas o nacionalistas, de formaciones que habían logrado representación
en las pocas circunscripciones en las que presentaban candidaturas.
Cuadro 4. Resultados del primer período electoral (Congreso de los Diputados) 1977 1979
Partido % voto escaños % voto escaños
PSOE 29.4 118 30.5 121
UCD 34.5 166 35.0 168
PCE 9.4 20 10.8 23
AP (*) 8.2 16 6.1 10
CiU 2.8 11 2.7 8
PNV 1.6 8 1.7 7
Otros 14.1 11(a) 13.2 13(b)
Total 100.0 350 100.0 350
Fuente: datos del Ministerio del Interior. (*) AP se presentó en 1979 bajo las siglas de Coalición Democrática. (a) Lograron escaños: Partido Socialista Popular-Unidad Socialista (6), Unió del Centre i de la Democracia Cristiana de Catalunya (2), Esquerra de Catalunya (1), Euskadiko Ezquerra (1) y Candidatura Independiente Aragonesa de Centro (1). (b) Lograron escaños:
Partido Socialista de Andalucía (5), Herri Batasuna (3), Partido Aragonés Regionalista (1), Unión Nacional (1), Esquerra Republicana de Catalunya (1) y Unión del Pueblo Canario (1).
Estas elecciones configuraron una Cámara de composición bien distinta a
las que se dieron en la II República, en 1931, 1933 y 1936. En aquéllas, había 20
ó más partidos con escaños, y ninguno de ellos sobrepasaba el 20 por ciento del
voto. Es decir, entre los dos partidos más votados no llegaban siquiera al 50 por
ciento de los escaños. Esa enorme fragmentación dificultó severamente la
articulación de mayorías suficientes para garantizar la gobernabilidad. Por el
contrario, en 1977 entre los dos primeros partidos superaban el 65 por ciento del
voto y sumaban más del 80 por ciento de los escaños, en una Cámara donde
además estaban representadas otras formaciones políticas del ámbito estatal y no
estatal. Ese pluralismo supuso una importante inyección de legitimidad y una
suficiente estabilidad para que el proceso de transición pudiera conducirse con
éxito, a diferencia de lo que ocurrió en la Segunda República. Se configuraba, por
lo tanto, una Cámara considerablemente poco fragmentada y que registraba una
alta concentración que facilitaba los grandes acuerdos de Estado que el país
necesitaba para elaborar una Constitución suficientemente consensuada. A ello
se unía una considerable pluralidad de pequeños partidos que confirió la
necesaria legitimidad para el sistema político español en todas las regiones:
legitimación, integración y eficacia.
Pero, al tiempo, se registraba una alta polarización, en el sentido de la
distancia en el espectro ideológico entre todas las formaciones y de los dos
principales partidos entre sí. No obstante, esa polarización se matizaba por la
dinámica de la competición electoral que se había creado, que era de carácter
centrípeto (a diferencia de la de carácter centrífugo de la II República española):
la mayor parte de los electores se ubicaron en el centro del espectro ideológico, y
la competición electoral se concentraría en la conquista de ese espacio, por
tendencias a la moderación que fueron claramente reforzadas por el electorado.
Por último, aparecía una característica que distinguiría al sistema de
partidos español de otros del resto de países europeos: se registraban unas altas
tasas de regionalismo, es decir, especificidades electorales en varios ámbitos
territoriales –más tarde comunidades autónomas-- en comparación con las pautas
registradas en el conjunto del territorio del Estado. Esas especificidades se
concretaban en el surgimiento de actores, pautas de competición, mayorías y
sistemas de partidos diferenciados, rompiendo la tendencia generalizada a la
nacionalización de los sistemas de partidos observada en la práctica totalidad de
los sistemas políticos europeos occidentales (Caramani, 2004). Desde 1977 se
observa en España el fenómeno contrario, la heterogeneidad de las arenas
electorales subestatales y que se analizará con más detalle en el siguiente
apartado.
Estas pautas se repiten básicamente en las elecciones de 1979, con una
novedad: se incorporan a la cámara dos partidos antisistema, Unión Nacional y
Herri Batasuna, dos partidos antisistema cuya presencia no provocó
consecuencia alguna en la Cámara, más allá del efecto testimonial.
El segundo periodo electoral se abre con la votación de 28 de octubre de
1982, y abarca también a las de 1986 y 1989. Las elecciones de 1982 fueron
calificadas de cataclismo o terremoto electoral, por registrarse en ellas –y con
marcada virulencia-- el reajuste que suele seguir a unas elecciones fundacionales
y que, en nuestro caso, se retrasó hasta las de 1982 (cuadro 5). Se produjo una
convulsión electoral por muchas circunstancias que no podemos analizar aquí
detenidamente, pero que acabaron provocando que el partido que tenía casi la
mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados (168 escaños) vio su presencia
reducida a 11 diputados; el Partido Socialista obtuvo una holgada mayoría
absoluta de escaños y rozó la mayoría absoluta de votos, dando lugar a que por
primera vez un partido socialista gobernara España y, además, que lo hiciera con
mayoría absoluta en el Congreso. Alianza Popular, que había sido el cuarto
partido en las anteriores elecciones, se convirtió en el segundo partido,
multiplicando por cinco su apoyo electoral y multiplicando por 11 su número de
escaños (alcanzando los 107). El PCE vio cómo sus parcos resultados de 1979 se
reducían hasta un 4 por ciento del voto, pasando de 23 a 4 escaños (sumiéndose
en una crisis que le llevaría a dividirse en tres partidos comunistas distintos. Y una
variedad de partidos de ámbito no estatal lograron acceder al Congreso de los
Diputados con desigual suerte.
Cuadro 5. Resultados del segundo período electoral (Congreso de los Diputados) 1982 1986 1989
Partido % voto escaños % voto escaños % voto escaños
PSOE 48.3 202 44.3 184 39.9 175
PP (**) 26.5 107 26.1 105 26.0 107
IU (*) 4.0 4 4.7 7 9.1 17
CDS 2.9 2 9.3 19 8.0 14
UCD 6.8 11
CiU 3.7 12 5.1 18 5.1 18
PNV 1.9 8 1.5 6 1.3 5
Otros 5.9 4(a) 9.0 11(b) 10.6 14(c)
Total 100.0 350 100.0 350 100.0 350 Fuente: datos del Ministerio del Interior. (*) En 1982 se presentó como PCE. (**) En 1982 y 1986 se presentó en coalición con diversos partidos (bajo las siglas de Coalición Democrática, en 1986). En 1989 se presentó como Partido Popular. (a) Lograron escaños: Herri Batasuna (2), Esquerra Republicana de Catalunya (1) y Euskadiko Ezquerra (1). (b) Lograron escaños: Herri Batasuna (5), Euskadiko Ezquerra (2), Coalición Galega (1), Partido Aragonés Regionalista (1), Agrupaciones Independientes de Canarias (1) y Unió Valenciana (1). (c) Lograron esaños: Herri Batasuna (4), Partido Andalucista (2), Unió Valenciana (2), Eusko Alkartasuna (2), Euskadiko Ezquerra (2), Partido Aragonés Regionalista (1) y Agrupaciones Independientes de Canarias (1).
El resto de pautas siguieron dándose más o menos en iguales términos:
fragmentación reducida (más reducida aún por el carácter excepcional de la
elección de 1982), polarización matizada por la tendencia centrípeta y moderada
de la competición electoral, y, en tercer lugar, altos niveles de regionalismo o
heterogeneidad en el voto de los ciudadanos –y, consiguientemente, en los
sistemas de partidos resultantes.
En las elecciones de 1986 y de1989, que son las otras que integran este
segundo ciclo electoral, se reprodujeron básicamente las características de las
elecciones excepcionales de 1982. El PSOE consolidó su mayoría absoluta de
escaños; UCD desapareció del mapa político y el CDS tuvo una presencia
efímera hasta su desaparición en el siguiente ciclo electoral. AP se mantendría en
el techo del 26 por ciento del voto, aunque consolidando su posición de segunda
fuerza más votada y primer partido de la oposición; y el PCE se incardinó en la
plataforma Izquierda Unida, fusionándose en ella con varios pequeños partidos y
formaciones sociales y mejorando ostensiblemente sus resultados aunque
siempre lejos de los dos partidos más votados.
El tercer periodo electoral se abre con las elecciones de 1993, abarcando
hasta la actualidad, y se caracterizará por la pérdida de las mayorías absolutas
(con la excepción de la convocatoria del 2000), así como por la crisis interna del
PSOE (que experimentaría una profunda crisis interna organizativa y de liderazgo
–tras verse severamente afectado por diversos casos de corrupción entre sus
dirigentes-- durante toda la década). Como se puede observar en los cuadros 6 y
7, las elecciones de este período serán ganadas bien por el PSOE o por el
Partido Popular (en el que Alianza Popular se había transformado en 1990), pero
sin alcanzar la mayoría absoluta de escaños en el Congreso de los Diputados y
necesitando, así, de apoyos de otras formaciones (que ambos partidos
encontraron en los partidos de ámbito no estatal).
Cuadro 6. Resultados del tercer período electoral (I) (Congreso de los Diputados)
1993 1996 2000
Partido % voto escaños % voto escaños % voto escaños
PSOE 39.1 159 38.0 141 34,2 125
PP 35.0 141 39.2 156 44,5 183
IU 9.6 18 10.6 21 6,0 9
CiU 5.0 17 4.6 16 4,2 15
PNV 1.2 5 1.3 5 1,5 7
Otros 8.3 10(a) 6.3 11(b) 9,6 11(c)
Total 100.0 350 100.0 350 100.0 350 Fuente: datos del Ministerio del Interior. (a) Lograron escaños: Coalición Canaria (4), Herri Batasuna (2), Esquerra Republicana de Catalunya (1), Partido Aragonés Regionalista (1), Eusko Alkartasuna (1) y Unió Valenciana (1). (b) Lograron escaños: Coalición Canaria (4), Herri Batasuna (2), Bloque Nacionalista Galego (2), Esquerra Republicana de Catalunya (1), Eusko Alkartasuna (1) y Unió Valenciana (1).(c) Lograron escaños: Coalición Canaria (4), Bloque Nacionalista Galego (3), Esquerra Republicana de Catalunya (1), Partido Andalucista (1), Chunta Aragonesista (1), Eusko Alkartasuna (1).
Las elecciones de 2000 constituyen un paréntesis en este tercer período,
ya que fueron ganadas por el PP por mayoría absoluta, en unas circunstancias de
considerable crisis interna del PSOE. Esa ausencia de mayorías absolutas
(dejando al margen la legislatura de 2000 a 2004), provocó una vigorización o
reactivación de la vida parlamentaria. Se repitieron también los valores básicos de
las dimensiones relevantes anteriormente comentados: baja fragmentación, alta
concentración, una polarización considerable pero también matizada por el
carácter centrípeto y la tendencia moderada de la competición electoral, y una
heterogeneidad en el reparto del voto en los distintos espacios autonómicos,
configurándose lo que luego analizaremos con las Españas electorales.
Aunque cambiaron los protagonistas que ganaron las elecciones en cada
una de las consultas de este período, las pautas de la competición electoral y de
los consiguientes sistemas de partidos se repitieron (dejando al margen la
elección de 2000). El PP ganó por mayoría absoluta las elecciones de 2000, al
estar el PSOE sumido en una profunda crisis organizativa y de liderazgo, tras el
ensayo de elecciones primarias y la victoria del candidato no oficialista, y su
posterior dimisión por desavenencias con la cúpula dirigente del partido. No
obstante, a partir de 2000 el PP hubo de hacer frente a una serie de conflictos
sociales y políticos (movilización contra la Ley de Universidades, catástrofe del
Prestige, Guerra de Irak… que mermaron sus apoyos electorales. El PSOE ganó,
contra pronóstico, las elecciones de 2004 que se vieron afectadas por los
atentados terroristas de los trenes de Atocha, en los que fallecieron 192 personas
y casi 2.000 resultaron heridas un día antes de la votación. Pese a lo excepcional
de la convocatoria (por los atentados y la gestión de la información de los líderes
políticos hasta la votación), las pautas del comportamiento electoral de los
ciudadanos siguieron siendo básicamente las mismas. La pequeña ventaja del
PSOE se mantuvo toda la legislatura y le sirvió para ganar de nuevo las
elecciones de 2008, repitiéndose de nuevo las pautas y niveles de las distintas
dimensiones del voto.
Cuadro 7. Resultados del tercer período electoral (II) (Congreso de los
Diputados)
2004 2008
% voto escaños % voto escaños
PSOE 42,6 164 43,9 169
PP 37,7 148 39,9 154
IU 5,0 5 3,8 2
CiU 3,2 10 3,0 10
ERC 2,5 8 1,2 3
PNV 1,6 7 1,2 6
CC 0,9 3 0,7 2
Otros 6,5 5(a) 6,3 4(b)
Total 100,0 350 100,0 350 Fuente: datos del Ministerio del Interior. (a) Lograron escaños: Bloque Nacionalista Galego (2), Chunta Aragonesista (1), Eusko Alkartasuna (1) y Nafarroa Bai (1). (b) Lograron escaños: Bloque Nacinalista Galego (2), Unión, Progreso y Democracia (1) y Nafarroa Bai (1).
Esas pautas de los sistemas electorales que se han ido generando a lo
largo de 30 años en las elecciones generales, se han reproducido básicamente en
las elecciones de segundo orden, si bien con peculiaridades derivadas de unos
sistemas electorales más proporcionales y de una distribución del voto algo más
favorable a los partidos de ámbito no estatal (propias de las elecciones de
segundo orden). En varios de esos ámbitos autonómicos, los partidos de ámbito
no estatal han sido los que han protagonizado mayorías y gobiernos, bien en
solitario o en coalición con otras fuerzas, de ámbito no estatal o estatales. No
obstante, pese a esas especificidades de cada convocatoria y ámbito territorial,
se observa un paralelismo en la evolución de los distintos valores de las variables
que estamos analizando, de manera que se evolucionan dentro de un mismo ciclo
electoral, variando pari passu con las elecciones generales.
5. Los sistemas de partidos y las Españas electorales
Los procesos electorales que, en su respectivo nivel, se han ido sucediendo en
los últimos 30 años han dado lugar a una pluralidad de sistemas de partidos. Así,
como hemos visto, en el primer período electoral (de 1977 a 1982) se configuró
un sistema de partidos poco fragmentado, alcanzándose una alta concentración
de voto y escaños en los dos primeros partidos. La competitividad entre las dos
primeras fuerzas políticas fue alta en las dos elecciones de este período, como lo
fue la polarización del sistema, cuyas negativas consecuencias fueron atenuadas
por una competición de carácter centrípeto y de tendencia moderada. Las tasas
de volatilidad fueron moderadas, sorprendentemente bajas para las primeras
elecciones tras una transición a la democracia (el reajuste electoral se verificó en
las terceras elecciones); y se manifestó una pauta peculiar, que distinguiría al
sistema de partidos español de los de sus homólogos europeos, en la dimensión
territorial o del regionalismo: se alcanzaron altos niveles de éxito de formaciones
de ámbito no estatal y una distribución del voto peculiar en varias de las regiones
españolas, diferenciada respecto de la registrada en el conjunto del Estado.
El sistema de partidos que se implantó fue el del pluralismo moderado, con
tendencias centrípetas y pautas moderadas más orientadas a la reforma que al
cambio abrupto, y al consenso que a la política de adversarios. Ya entonces se
consolidaron, junto a los partidos de ámbito estatal (principalmente, UCD, PSOE,
AP y PCE), varias formaciones de ámbito no estatal que presentaban
candidaturas sólo en unas pocas circunscripciones, logrando un considerable
éxito en ellas, llegando a desplazar en sus respectivas regiones a los partidos de
ámbito estatal de las primeras posiciones.
En la elección de 1982 se produjo un verdadero cataclismo electoral
(Gunther, Sani y Shabad, 1981; también Caciagli, 1984). Fueron unas elecciones
excepcionales, por las extraordinarias circunstancias políticas, económicas y
sociales que vivía el país: el partido que había ganado las dos anteriores
elecciones y había conducido con éxito la transición a la democracia
prácticamente desapareció del espectro político. El Partido Socialista se hizo con
la mayoría absoluta de escaños en la primera vez que un partido socialista
ganaba unas elecciones en España. AP pasaba a ser el segundo partido más
votado, multiplicando sus votos por 5 y por 11 sus escaños. Por su parte, el PCE
se sumía en una crisis interna al casi desaparecer del espectro parlamentario, al
ver reducirse su número de escaños de 23 a 4. De nuevo, los partidos de ámbito
no estatal lograban acceder al Congreso de los Diputados con no pocos escaños,
desplazando de las primeras posiciones a los partidos de ámbito estatal en sus
respectivas comunidades autónomas. En las elecciones autonómicas lograban
hacerse con los gobiernos autonómicos ya fuera en coalición con otras
formaciones o en solitario.
En las elecciones de 1986 y 1989 se repetirían, básicamente, estas
características, aunque el PCE se incardinó en la coalición Izquierda Unida desde
la que desplegaría desde entonces toda su actividad político-electoral y
conseguiría mejores resultados electorales. Por su parte, Alianza Popular viviría
experimentó distintas coaliciones con formaciones afines, sufriendo varias crisis
internas de liderazgo y un techo electoral que no logró superar en toda la década.
En 1990 el partido fue refundado como Partido Popular, configurándose desde
entonces como un partido más moderno y centrado. Los partidos de ámbito no
estatal se consolidaron en sus posiciones electorales en el Congreso de los
Diputados, así como en la respectiva arena electoral autonómica, como un
elemento característico de nuestra geografía electoral (cuadro 8).
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