Valores en emprendimiento femenino

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Escuela de Psicología Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Doctorado en Psicología “Valores asociados al microemprendimiento femenino” Yuvitza Reyes Donoso (yuvitzareyes @ gmail.com ) Resumen Este artículo examina la presencia de valores en el microemprendimiento femenino. A través de trece entrevistas individuales a mujeres usuarias y ex usuarias de una institución de microfinanzas, se analizan cuales son los valores que estas mujeres consideran más relevantes en el desarrollo de sus microemprendimientos y como la presencia de estos marca las bases de la relación con la institución microfinanciera, sus pares emprendedoras y en sus prácticas de emprendimiento. Los principales resultados dan cuenta de la existencia de diferencias de género y la generación de un círculo valórico en las prácticas emprendedoras de este grupo de mujeres. Finalmente, a modo de conclusión se presentan algunas reflexiones que surgen de este análisis y que pretenden contribuir al desarrollo de esta temática. Introducción

Transcript of Valores en emprendimiento femenino

Escuela de Psicología Pontificia Universidad Católica de

Valparaíso.

Doctorado en Psicología

“Valores asociados al microemprendimiento femenino”Yuvitza Reyes Donoso (yuvitzareyes @ gmail.com )

Resumen

Este artículo examina la presencia de valores en el

microemprendimiento femenino. A través de trece entrevistas

individuales a mujeres usuarias y ex usuarias de una

institución de microfinanzas, se analizan cuales son los

valores que estas mujeres consideran más relevantes en el

desarrollo de sus microemprendimientos y como la presencia de

estos marca las bases de la relación con la institución

microfinanciera, sus pares emprendedoras y en sus prácticas

de emprendimiento. Los principales resultados dan cuenta de

la existencia de diferencias de género y la generación de un

círculo valórico en las prácticas emprendedoras de este grupo

de mujeres. Finalmente, a modo de conclusión se presentan

algunas reflexiones que surgen de este análisis y que

pretenden contribuir al desarrollo de esta temática.

Introducción

Este artículo examina la presencia de valores de las mujeres

en el microemprendimiento femenino. En los estudios del

trabajo de las mujeres en general ha destacado la importancia

de la conciliación trabajo- familia (Raymond, 2006, Rocha-

Coutinho, 2008, Solé & Parella, 2004). Sin embargo, no se

hallaron estudios que hayan examinado la presencia valores en

el microemprendimiento. A través de un grupo de mujeres que

ha vivido situación de pobreza, y pertenecen a una

institución de microfinanzas (en adelante IMF) que declara

abiertamente sus valores institucionales, se analizan cuales

son los valores que estas mujeres consideran más relevantes y

como la presencia de estos marca las bases de la relación con

la IMF, sus pares emprendedoras yen sus prácticas de

emprendimiento.

Estas IMF impulsan los microemprendimientos a través de

préstamos a las mujeres y pueden ofrecer servicios de

microcrédito, ahorro y capacitación (Bercovich, 2004). Según

Jordán y Martínez (2009) uno de los argumentos para el

desarrollo de las IMF, es que estas instituciones pueden

interpretar adecuadamente la demanda que tienen los sectores

de menores ingresos. Sin embargo, y a pesar que el 84% de

los/as usuario/as de IMF en el mundo son mujeres (Pronyk,

Hargreaves & Morduch, 2007), la lógica del

microemprendimiento proviene de una visión marcadamente

masculina sobre lo que es “emprender” (Bruni et al., 2004).

Es así como las mujeres podrían verse obligadas a cumplir con

valores provenientes de la masculinidad emprendedora (Aidis,

Welter, Smallbone & Isakova, 2007).

De este modo, la mujer que decide desarrollar un

microemprendimiento, podría verse forzada a dejar de lados

sus valores femeninos o a incorporarlos al

microemprendimiento. Algunos estudios dan cuenta de que las

mujeres tienden a incorporar sus valores femeninos en la

decisión de emprender (Kirkwood, J. 2009), en sus prácticas

emprendedoras (Bruni et al., 2004) y en el desarrollo de la

relación entre usuarias y las IMF (Servon, 1998).

En este sentido, los estudios dan cuenta de que uno de los

principales ejes valóricos en las mujeres está asociado a la

familia (Bruni et al., 2004; Eversole, 2004; Gill & Ganesh,

2007; Kuada, 2009; Reyes, 2011 y Strier, 2010). Respecto de

los valores asociados a la decisión de emprender, en su

estudio sobre las motivaciones al emprendimiento, Kirkwood

(2009) da cuenta de que las mujeres piensan relacionalmente

sobre sus negocios analizando el impacto que este tendrá en

la familia, y considerando fundamental el apoyo de sus

esposos para iniciar su emprendimiento. A diferencia de los

hombres, quienes no requieren necesariamente del apoyo de sus

esposas para tomar la decisión de emprender.

Respecto de las prácticas de emprendimiento, Gill & Ganesh

(2007) plantean que las emprendedoras tienden a generar una

relación familiar y un ambiente con lazos fuertemente

emocionales en el trabajo. Asimismo, Bruni et al. (2004) en

su estudio, refieren al caso de una microempresa de dos

hermanas, que declaran que su forma de hacer emprendimiento

es “alternativa” (o des- emprendimiento), ya que ellas hacen

emprendimiento siendo mujeres, estableciendo límites difusos

entre hacer familia y hacer emprendimiento, siendo su forma

distinta de la forma hegemónica masculina.

Por su parte, Servon (1998) describe la importancia de los

valores institucionales para el desarrollo de relaciones de

confianza entre las IMF y sus usuarias, en una institución

dirigida a mujeres, contexto en el cual la confianza es la

base de las relaciones, que son declaradas como parte

fundamental de la intervención del programa, ya que se piensa

que es fundamental para el buen desarrollo del negocio de las

mujeres.

Por otra parte, desde la perspectiva del trabajo de las

mujeres en general, se da cuenta de que la mujeres están

sobrecargadas de responsabilidades y labores (Raymond, 2006,

Rocha-Coutinho, 2008, Solé & Parella, 2004), con

consecuencias negativas para sí mismas, sus familias y el

desarrollo de sus actividades productivas.

En el ámbito del microemprendimiento, las responsabilidades

domésticas y las dificultades cotidianas condicionan en gran

parte el desarrollo de las mujeres como emprendedoras (Reyes,

2011), limitándose principalmente por razones de tiempo y

energía, al priorizar asuntos domésticos por sobre los

asuntos de negocio, lo cual podría explicar la gran presencia

de mujeres en negocios de subsistencia (FSP, 2005).

En este sentido las IMF como canalizadoras de las políticas

de emprendimiento juegan un rol fundamental. En efecto,

estudios señalan que la visión y la misión de la institución

influyen en como los usuarios de los programas conceptualizan

y desarrollan sus emprendimientos (Aidis et al., 2007; Kuada,

2009; Servon, 1998)

Muchas veces estos valores institucionales pueden reproducir

valores patriarcales (Aidis et al., 2007) profundizando la

desigualdad existente entre hombres y mujeres, y acrecentando

los desafíos y barreras que las mujeres en situación de

pobreza deben afrontar para superar su situación.

Es por ello que se considera en este estudio, dar cuenta de

cómo los valores institucionales marcan las bases de la

relación entre usuarias y entre usuarias y la IMF, y como

estos se reproducen en las prácticas emprendedoras. Asimismo,

se plantea la pregunta ¿Cuáles son los valores identificados

por las mujeres como relevantes para el desarrollo del

microemprendimiento femenino?

Marco de referencia

Perspectiva de género

Tal como se menciona anteriormente, la problemática central

de este artículo se aborda desde una perspectiva de género,

cuya epistemología plantea que el sujeto está inevitablemente

implicado en la producción del conocimiento. De este modo, al

considerar a los conocedores “situados” (Lennon & Withford,

1994), la producción del conocimiento neutro o libre de

valores es imposible. Desde este punto de vista, hombres y

mujeres poseen formas distintas de conocer y experienciar el

mundo.

En esta línea, Lorber (1997) entiende el género como proceso,

estratificación y estructura. Como proceso, el género crea

diferencias sociales, que definen las categorías “hombre” y

“mujer”. Diariamente, en las interacciones sociales

cotidianas se construye y mantiene el orden de género, tanto

al interior de la familia, como en el trabajo, y otras

organizaciones e instituciones. Como parte de un sistema de

estratificación, los hombres y mujeres son evaluados

diferencialmente, en donde el género masculino es el normal-

dominante, y el femenino es diferente, desviado y

subordinado. Como estructura, el género divide el trabajo en

casa y la producción económica. Esta desigualdad estructural

deviene en la devaluación de la mujer y la dominación social

del hombre.

Dado que el género es una de las principales vías por las

cuales se organiza la vida (Lorber, 1997) se perpetúan a

diario las “marcas de género”, que nos indican que hombres y

mujeres ocupan diferentes posiciones en la sociedad y tienen

experiencias característicamente diferentes (Lennon &

Withford, 1994).

El reconocimiento de esta diferencia que devalúa a las

mujeres, permite el entendimiento de una posición de opresión

(Lennon & Withford, 1994), de una perspectiva vista como

diferente o desviada (Lorber, 1997) y experiencias asociadas

a la formación en cualidades como la cooperación, la

sensibilidad, la afectividad, la responsabilidad y el

cuidado, todas características a las que se resta valor

social, dada la dominación del género masculino (Palacios,

2009).

Cabe señalar que ser mujer no responde a una categoría

uniforme, dado que las mujeres tienen diferentes

experiencias, perspectivas y problemáticas, que se cruzan con

otras variables como la clase social y la edad, entre otras

(Lennon & Withford, 1994).

Otra expresión de desigualdad: la pobreza femenina

Según Valdés (2005), la pobreza femenina aparece como el

resultado de las desigualdades de género, concretamente de la

falta de poder y la limitación de las mujeres de acceder a

recursos económicos, políticos y culturales, en equivalentes

condiciones que los hombres. En este sentido, diversas

autoras coinciden en que existe una discriminación general

hacia las mujeres y que además, los instrumentos utilizados

para medir la pobreza no dan cuenta de las diferencias de

género (Buvinic, 1998; Chant, 2003, Damián, 2003; Valdés,

2005).

En efecto, Rojas y Jiménez (2008) plantean que en los

estudios de pobreza ha predominado un “enfoque de arriba

hacia abajo” (p. 12), en donde expertos definen, miden y

diseñan programas para reducir la pobreza. Para estos autores

esta visión tiene limitaciones para capturar la complejidad

de la pobreza tal y como las personas la viven. En este

contexto, las medidas subjetivas de pobreza se basan en la

percepción que tienen las personas sobre cuáles son sus

propias necesidades y cuál es su situación económica y

social. Buscan, entre otras cosas, que las personas expresen

si se consideran pobres, y que comenten respecto a las

condiciones de vida que les ofrece su hogar (Larraín, 2008).

De este modo, sin tratar de negar las dimensiones económicas

y de capacidades presentes en el fenómeno de la pobreza, es

interesante señalar cómo la pobreza, al relacionarse con

categorías como el género, puede ser leída, más que como un

dato, como una experiencia subjetiva heterogénea y en cambio

constante (Gamboa, 2007). Así, las diversas trayectorias de

vida, tienen un impacto particular en relación con la pobreza

y sus significados. Además las nociones de pobreza cambian

históricamente, colectiva e individualmente, y las personas

pueden percibir su situación económica como más o menos

dramática, según la relacione con otras experiencias.

Panorama de las condiciones laborales para las mujeres en

situación de pobreza

Un terreno importante donde se manifiesta la desigualdad de

género, es el ámbito del trabajo (OIT, 2007; Comunidad Mujer,

2009). Para Buvinic (1998), la diferencia en el ingreso es

una de las principales razones que explican el grado de

pobreza entre las familias con jefatura femenina, planteando

además que la mayoría de estas mujeres trabajan en

actividades mal remuneradas o en la economía informal.

La economía informal constituye una gran proporción del

empleo en América Latina en donde alcanza un 51% (Sánchez y

Labbé, 2004). Las trabajadoras del sector informal no tienen

garantías de acceso a un empleo de calidad, entendido como un

trabajo seguro, estable, libre de riesgo para la salud,

realizado en condiciones de dignidad y respeto a las leyes

del trabajo (OIT, 1999). Por el contrario, un empleo precario

e informal, ofrece al trabajador una limitada capacidad para

organizarse y conseguir que se cumplan las normas

internacionales del trabajo y los derechos humanos (Chant &

Pedwell, 2008).

Según Bastidas (2008), la situación de vulnerabilidad en que

se desenvuelve una mujer pobre y con limitado nivel

educativo, hace que se emplee en “cualquier cosa”. En este

sentido, Chant y Pedwell (2008) afirman que las mujeres

pobres se cuentan entre los grupos de trabajadores más

vulnerables y desprotegidos.

En este contexto de vulnerabilidad, las mujeres en situación

de pobreza ven reducidas sus oportunidades de obtener un

trabajo que permita su desarrollo laboral, bajo las

condiciones del “trabajo decente” (OIT, 2002).

El microemprendimiento

Dentro de las nuevas formas organizacionales en emergencia,

que representan diversas alternativas de autogestión en el

trabajo (Sonnet, Gertel & Giulidori, 2007), se encuentran el

emprendimiento y el microemprendimiento, entre otros.

Según el Centro de Estudios para el Desarrollo Económico

Metropolitano (CEDEM, 2001) no existe consenso acerca del

significado de microemprendimiento, sin embargo, gran parte

de las definiciones incorpora la idea de unidades económicas

de pequeña escala (CEDEM, 2001). Por su parte Sonnet et al.

(2007) plantean que los microemprendimientos pueden ser

ubicados en un rango difuso de actividades, cuyos límites

podrían ser la pequeña y mediana empresa (pymes) y las

actividades hogareñas variadas y circunstanciales de carácter

no estable, como por ejemplo artesanías y otros servicios.

Según el CEDEM (2001), existen definiciones que destacan la

dimensión social de los microemprendimientos, como

alternativa de autoempleo en economías empobrecidas,

vinculada a economías de subsistencia, y a un alto grado de

informalidad (CEDEM, 2001). Según Sonnet et al. (2007) acá

también pueden ubicarse las actividades laborales informales

de baja productividad ligadas al círculo de la pobreza, de

pobreza extrema e indigencia.

Por su parte, el emprendimiento puede definirse, dentro de

las múltiples acepciones que existen del mismo, como el

desarrollo de un proyecto que persigue un determinado fin y

que se caracteriza por tener una cuota de incertidumbre y de

innovación (Formichella, 2004), en función del crecimiento.

Conde & Saleme (2003) plantean que no existe consenso sobre

la definición de emprendimiento y los límites del paradigma.

En este sentido, en la literatura revisada, la principal

distinción entre emprendimiento y microemprendimiento se

relaciona con las proyecciones de la empresa (en el

emprendimiento se busca el crecimiento, mientras que en el

microemprendimiento se busca principalmente la subsistencia y

se asocia a situación de pobreza o vulnerabilidad). Sin

embargo, para efectos de este artículo ambos términos serán

utilizados indistintamente.

Instituciones de microfinanzas

Las IMF son instituciones que otorgan servicios de

microcréditos y/o microfinanzas. Según Martínez (2009) las

microfinanzas abarcan una variedad de servicios financieros

para las personas de bajos ingresos, entre los cuales están,

además del crédito, el ahorro y otros servicios

complementarios. Actualmente, en América Latina opera un gran

número de Instituciones de Microfinanzas (Jordán & Martínez,

2009).

En Chile, existen más de treinta organizaciones, entre

instituciones privadas de ahorro y crédito y organismos

públicos, que ofrecen recursos de fomento y atienden al 15.3%

de la población más pobre del país Error: Reference source

not found. Esto incluye bancos, cooperativas, ONGs,

organizaciones de seguridad social e instituciones públicas

que ofrecen recursos para fomentar la microempresa urbana y

rural (www.redmicrofinanzas.cl).

Breve reseña de Fondo Esperanza

Fondo Esperanza (FE) es una organización no gubernamental,

que se define como una institución de microcrédito solidario,

cuya misión es: “Apoyar a mujeres y hombres emprendedores de

sectores vulnerables a través de servicios financieros,

capacitación y redes, con el objetivo de aportar al

mejoramiento de sus condiciones de vida, las de sus familias

y sus comunidades” (www.fondoesperanza.cl).

La institución tiene una cobertura actual de 40.000

emprendedores/as, denominados “socios y socias”, con un 87%

de usuarias mujeres. FE cuenta con una estrategia de

intervención que contempla un plan de crédito, una escuela de

emprendimiento y de promoción de redes.

Respecto del plan de crédito, FE ofrece un plan de créditos

sucesivo y progresivo, en el cual se otorga un crédito

inicial y una vez completado el ciclo, se puede acceder a un

“re-crédito” que aumenta en la medida en que se van cumpliendo

períodos de trabajo (www.fondoesperanza.cl).

La entrega de los créditos se inscribe en un plan de capacitación

y la promoción de redes sociales. Por su parte, el plan de

capacitación contempla cuatro áreas: desarrollo del negocio,

desarrollo familiar, desarrollo local y desarrollo personal.

La promoción de redes, tiene como objetivo generar y/o potenciar

vínculos entre los distintos actores para generar capacidades

de autogestión y así promover el desarrollo humano y

comercial de las/os socias/os de FE (www.fondoesperanza.cl).

En cuanto a la metodología de trabajo, el servicio de FE se

entrega a través de Bancos Comunales (BC), que se componen

por grupos de 18 a 25 personas que viven en un mismo sector y

que se unen para obtener microcrédito. De esta manera, lo/as

beneficiario/as pasan a ser coavales solidario/as en el compromiso

de pago del préstamo, lo que significa que si una persona no

paga, el resto debe pagar por ella, aún cuando cada una

desarrolla su negocio en forma independiente. La

representante institucional en cada banco comunal es un/a

Asesor/a de Banco Comunal (ABC), cuya labor específica es

formar y apoyar la organización de los bancos comunales,

velar por el desarrollo de los/as socios/as y sus negocios, y

llevar registro y control de cartera bajo su responsabilidad.

Cabe señalar que FE se ha propuesto desarrollar un modelo

social para emprendedores de comunidades vulnerables,

buscando la participación en las comunidades y el

empoderamiento de sus socio/as y que estos aporten a la

construcción de un país más justo y solidario. Para ello

establece valores institucionales, los cuales son: la

responsabilidad, el respeto, la solidaridad, la honestidad,

la confianza y la transparencia.

Método

Participantes

En el estudio participaron 13 mujeres usuarias y ex usuarias

de Fondo Esperanza, residentes en tres comunas urbanas de la

región de Valparaíso, Chile. Al momento de llevar a cabo la

recolección de la información, las mujeres tenían entre 32 y

57 años, 6 de ellas eran casadas o estaban conviviendo en

pareja, 2 de ellas eran viudas y 5 separadas o divorciadas.

Estas mujeres presentan una trayectoria en

microemprendimiento que va de los 4 años a los 30 años, con

una media de 12,3 años de trayectoria.

Recolección de la información

Para la recolección de la información se utilizó la

entrevista en profundidad (Gaínza, 2006). Se realizaron trece

entrevistas de aproximadamente una hora de duración cada una.

Cabe señalar que, a pesar de contemplar una hora en promedio

para las entrevistas, se tomaba un tiempo previo a la

entrevista para presentarse personalmente con las mujeres.

Luego se indicaban los objetivos de la investigación, se

procedía a leer el consentimiento informado y a firmarlo.

Otro aspecto a considerar es que nueve entrevistas se

llevaron a cabo en las casas de las mujeres, tres se

realizaron en los negocios contiguos a sus casas y una de

ellas se desarrolló en un lugar distinto de su casa. Al vivir

estas mujeres alejadas de los núcleos urbanos la relación de

comunicación con ellas se iniciaba al tener que recibir

indicaciones de cómo llegar a sus casas. Este proceso, a ojos

de la investigadora, facilitó la comunicación inicial y al

estar las mujeres en su contexto habitual se sentían cómodas,

entablándose una comunicación fluida y sin mayores

inconvenientes.

Procedimiento

Una vez que se llevaron a cabo las primeras entrevistas, se

analizó la información obtenida, a partir de lo cual se

generaron los primeros conceptos, categorías e hipótesis que

contribuyeron a definir los criterios que sirvieron para

seleccionar a las siguientes participantes (Krause, Cornejo &

Radovic, 1998), tal como se plantea en el muestreo teórico

(Flick, 2004). Se analizaron los criterios de muestreo en

cada paso (Flick, 2004) y en varios momentos se utilizó la

estrategia de bola de nieve (Patton, 1990) para contactar a

potenciales entrevistadas. En varias ocasiones, las mismas

mujeres entrevistadas preguntaron si se necesitaba realizar

más entrevistas, y luego de entregados algunos detalles sobre

los criterios de inclusión y los resultado emergentes, ellas

ofrecían de manera espontánea contactar a sus conocidas que

pudieran brindar información relevante de su experiencia.

Durante la investigación se desarrolló un proceso interactivo

entre la recolección de datos a través de las entrevistas, el

análisis de esta información y la elaboración de los

resultados (Krause, Cornejo & Radovic, 1998).

Análisis de la información

Se analizaron los datos siguiendo los lineamientos de la

Teoría Empíricamente Fundamentada (Glaser & Strauss, 1967,

Strauss & Corbin, 2002), este método busca descubrir,

desarrollar y provisoriamente verificar teorías emergentes

por medio de la recolección y análisis sistemático de los

datos. Para desarrollar estas teorías emergentes se utilizó

una estrategia de comparación constante, con lo cual las

conceptualizaciones desarrolladas se retroalimentaron con la

nueva información obtenida. Los datos fueron codificados,

analizados y re codificados, buscando descripciones,

conexiones, relaciones y similitudes, para llegar a la

propuesta de diagramas descriptivos, axiales y el diagrama

selectivo (Glaser & Strauss, 1967, Strauss & Corbin, 2002).

Para efectos de este artículo, se extrajo parte de estos

resultados, referidos específicamente a los valores en el

microemprendimiento femenino, y que dan cuenta de la

formación de un circulo valórico en torno al

microemprendimiento femenino, en este grupo de mujeres

usuarias y ex usuarias de Fondo Esperanza.

Resultados

Diferencias de género en el microemprendimiento

Las mujeres entrevistadas manifiestan que existen diferencias

de género al hacer microemprendimiento, específicamente por

las diferencias de roles entre hombres y mujeres:

“Si eres hombre, el hombre toma desayuno y se va, se desliga todo lo

que es la casa. Pero mientras, la mujer no, tiene que hacer todas

estas cosas. Eso sería no más, esa parte de género, pero como

microempresarios (…) estamos a la par” (VII, 66).

Ellas consideran que ser mujer involucra ejercer una

multiplicidad de roles, siendo el rol de madre el principal,

y guía de la experiencia en microemprendimiento. Desde su rol

de trabajadoras, ellas ven en su trabajo una herramienta de

superación y un espacio de individualización. Como parejas

asumen un rol de cuidado de los hombres (prepararles y

servirles el alimento, cuidar su ropa y brindarles apoyo,

entre otras) y al ejercer su rol social extienden el rol que

juegan al interior de su familia hacia sus comunidades.

En este contexto, al hacer microemprendimiento estas mujeres

se plantean un proyecto personal que se arma desde el ser

madre, configurando este proyecto en torno a la realización

de los hijos, lo cual se refleja en el siguiente relato:

“[El emprendimiento] sería levantarse de la nada, usted tener una

mira de la vida, 'yo quiero ser harto' como yo digo: 'quiero que mis

hijos estudien, sean profesionales' y van a ser a costa de cualquier

esfuerzo de nosotros, ellos van a decir 'alguna vez fui pobre', pero sin

olvidarse de sus raíces” (XIII, 23).

Esta orientación hacia sus hijos las lleva a optar por

desarrollar su emprendimiento desde casa. Esta decisión

tiene, implicancias positivas y negativas. Lo positivo es que

les permite conciliar trabajo y familia. Esta necesidad de

conciliar ambos mundos, las mujeres lo atribuyen a una

necesidad exclusivamente femenina, manifestando que es la

mujer quien asume el cuidado de la familia y las labores del

hogar en general, limitando el rol del hombre a ser un

proveedor:

“mi esposo (…) todo lo que ha ganado lo ha entregado para la

familia. Por eso yo a él no tengo nada que criticarle. Buen proveedor

(…). Pero bueno a lo mejor antes los varones se criaban como que,

ellos tenían que dedicarse al trabajo y proveer no más (…) la

formación de los hijos a mi prácticamente me tocó sola” (XI, 67)

En este contexto, lo negativo de desarrollar su

emprendimiento en casa es que no hay límites claros entre

los roles de emprendedora, madre, dueña de casa, pareja y su

rol social. En este sentido, el uso y la disponibilidad de

tiempo es también un aspecto relevante a la hora de

establecer diferencias de género en el desarrollo del

emprendimiento, ya que las mujeres consideran que tienen

menos tiempo que los hombres, al tener que asumir una

multiplicidad de roles:

“[todos los días uno como mujer] se acuesta muy cansada, así que a

veces tú no tienes tiempo para pensar en tus cosas, como mujer (…),el

día lunes y el día jueves, yo lo tengo para ir a la municipalidad, para

hacer mis cosas [de la junta de vecinos]. El día de como mamá lo

tienes todos los días y el de como microempresaria todos los días, y tú

tienes que tener mucho tiempo para hacer cosas…” (VII, 48)

Esto las afecta porque no pueden dedicarse al negocio “tal

como lo hace un hombre”, y no pueden crecer como

emprendedoras. Estas dificultades se deben, a juicio de

estas mujeres, a que estamos en una sociedad “machista”. De

este modo, las diferencias en los roles de género devienen

en desigualdad, siendo la sobrecarga de roles la

consecuencia que más afecta a estas mujeres:

“…la mentalidad todavía no cambia (ríe) hay que hacer una lavado de

cerebro a todas las mujeres porque están tan acostumbradas al

sistema machista, que la mujer tiene que hacer todo [en la casa] y el

hombre dedicarse a puro trabajar no más y ser proveedor para el

hogar”(X, 75)

En síntesis, las diferencias de género en el

microemprendimiento, estas mujeres las visualizan en las

desigualdades en la distribución de roles asumidos por

hombres y mujeres al interior de la familia, y que limitan a

las mujeres en su desarrollo como emprendedoras.

Ser “socias” de Fondo Esperanza

En este contexto de desigualdad, una de las principales

dificultades que enfrentaron estas mujeres para desarrollar

sus microemprendimientos, es el acceso a los créditos. Por

tanto, acceder a los préstamos de FE, es visualizado por

estas mujeres como una gran oportunidad. Sin embargo, estas

mujeres mencionan que más allá del préstamo, uno de los

aspectos institucionales más valorados, es ser consideradas

“socias” de FE, lo cual significa para ellas, tener la

confianza y el respaldo de la institución. A juicio de estas

mujeres, esta confianza y respaldo enmarca la relación que se

establece entre las socias, y entre las socias y la

institución, que se traduce en un vínculo con FE y con otras

socias que va más allá de los préstamos:

“FE me ha dado, no tanto la parte plata, es como la parte de saber

valorarte, saber que tú sí puedes, y gente muy buena (…) eso es lo

que yo más valoro de Fondo Esperanza, la gente con la que me he

codeado, gente con, a veces, las mismas aspiraciones de una y tirarte

para arriba siempre cuando te ven mal” (III 17).

Asimismo, se valora la relación con la asesora del banco

comunal, quien es la representante institucional con la que

trabajan directamente, y con la cual se valora la cercanía y

comunicación. Las relaciones creadas al interior de FE

propician un ambiente acogedor en las reuniones, que les

permite la integración a un espacio para compartir sus

experiencias como emprendedoras, sus asuntos personales y

compartir información relevante. Este espacio permite la

creación de lazos, que a juicio de las usuarias es algo

particular de FE, lo cual las lleva a plantear que es un

espacio selectivo:

“…es como selectivo esto [FE] es para ciertas personas, no es pa’

cualquiera, no así el [menciona otro programa de microfinanzas],

[que es] para cualquiera que tenga una idea no más, que tenga un

proyecto y que la ficha CAS le dé el puntaje” (I 91).

Dada la valoración que estas mujeres hacen de este espacio,

ellas manifiestan tener cuidado con las personas que ellas

llevan al banco para hacerse socias, ya que deben ser

personas que cumplan con ciertos valores.

Los valores en la relación con FE

Las mujeres manifiestan la importancia que para ellas ha

tenido en su vida la presencia de valores, y actuar en

función estos, ha sido una clave para que “se les abran

puertas en la vida”. Es así como, al llegar a una institución

que promueve valores con los que ellas se identifican, les

otorga un marco para desarrollar una relación “especial” con

la institución y con las socias, que -suponen- comparten los

mismos valores.

El valor más mencionado por estas mujeres es la confianza.

Estas mujeres manifiestan haber sentido que la institución

confió en ellas, y que las socias del banco -que son sus

coavales solidarias- también lo hicieron. Esto permite el

desarrollo de relaciones de confianza que les permite

“sentirse parte de FE”:

“Yo igual siempre me sentí como un bicho raro (…) pero aquí [en FE]

encontré que eran como bichos raros porque tienen como valor súper

importante el respeto (…) el confiar en otro, que eso tu no lo

encontrai en otro lado y aquí se encuentra como súper marcado. (I,

87)

Al igual que la confianza, el respeto por las compañeras y

por lo/as representantes institucionales, es otro valor

mencionado en las entrevistas y que en estas mujeres está muy

asociado a la tolerancia. Las mujeres manifiestan que al

interior de FE existe una diversidad de mujeres, con

costumbres, historias de vida, situaciones emocionales y

quehaceres distintos, y consideran que es importante respetar

la diferencia, ya que son mujeres que comparten objetivos y

valores similares.

Asimismo, otro valor presente en las narrativas de estas

mujeres es la solidaridad. Esta es manifestada a través del

apoyo mutuo, contención y ayuda a otras personas que se

encuentran en situaciones difíciles. En este sentido, la

coavalidad solidaria como sistema de funcionamiento de FE,

marca también el discurso referido a la solidaridad en estas

mujeres, quienes manifiestan que “es bueno y complicado a la

vez”. Lo consideran bueno porque sin conocer a las socias y

sin considerar sus deudas, la institución y las socias de su

banco confían en ellas. Y lo consideran complicado, ya que es

una decisión personal se responsable en los pagos.

Es por ello que la responsabilidad es otro valor importante

para estas mujeres. En sus relatos, estas mujeres manifiestan

que la confianza que FE y las socias han depositado en ellas

es una responsabilidad. Por ello es importante también

responder al compromiso que se adquiere al ingresar a FE y es

un aspecto relevante para el desarrollo de lazos con y en la

institución:

“ese compromiso [que existe en FE] es bacán porque no lo encontrai

en todos lados entonces encontrar gente que tenga valores parecidos

a ti creai otro lazo, es como buenísimo” (I 88).

De este modo, en las narrativas de estas mujeres aparecen los

valores como forjadores de las relaciones que se crean al

interior de FE y que estas mujeres producen y reproducen en

sus emprendimientos y en su relación con la institución.

El Círculo valórico en el microemprendimiento

En este grupo de mujeres, el vínculo con FE y el marco

valórico en que este se da, hace que las mujeres se sientan

respaldadas y apoyadas por la institución. Esto genera la

necesidad de retribución y la generación de un “círculo

valórico”, en donde las mujeres sienten que el cumplimiento

con los pagos de los préstamos de FE es una forma de

practicar la solidaridad con otras personas en situaciones

difíciles:

“…si uno responde [al pago de los préstamos], es la posibilidad de que

otra persona pueda salir adelante (…) y así sucesivamente, se va a

poder ayudar a mucha gente, que lo necesita” (IV, 71).

Este círculo valórico se extiende a las prácticas

emprendedoras. Una característica que comparten estas mujeres

es que han desarrollado sus microemprendimientos en su barrio

y esto les permite cultivar relaciones con sus vecinos y

atender sus necesidades, lo cual las lleva a manifestar que

no solo han desarrollado un microemprendimiento, sino un

servicio a la comunidad:

“Pero yo creo que uno sigue en su barrio también, por ejemplo yo

puse el teléfono público porque hacía mucha falta, tal vez ahora por

los teléfonos celulares ya no, pero en ese momento era realmente

necesario, o si no tenían que bajar al centro (…) igual me han hecho

daño al teléfono, esa persona que no ve que es un servicio para los

vecinos, para el público” (XI 44).

El desarrollo de estos servicios, va de la mano con un

compromiso con sus clientes y/o vecinos, asumiendo ellas una

responsabilidad con su negocio. Asimismo, destaca la

valoración de sus clientes, ya que gracias a ellos su negocio

funciona:

“…y tenemos una muy buena atención con la gente, porque gracias a

esas personas uno come, gracias a esas personas paga cuentas (…)

así que uno tiene que atenderla muy bien, porque aunque te dejen

diez pesos, cien pesos, mil pesos, es plata de ellos que vienen a dejar

acá”(VII 13).

Esta relación con sus clientes y/o vecinos, va más allá de la

transacción comercial, sino que es valorada como una relación

de apoyo y de comunicación:

“… esa esencia de tratar bien a la persona cuando viene a comprarle,

tenerle todo lo que le falta y ser constante no más, abrir todos los

días, también uno es como psicólogo (ríe), dentro de todo en el

negocio” (VI 25)

A esta forma de hacer microemprendimiento, las mujeres tratan

de agregar valor a sus servicios poniendo un “toque femenino”

en sus negocios. Ponen atención a los detalles, buscan los

productos más convenientes en precio y calidad para sus

clientes y se atreven con nuevos productos, desarrollan

empatía con la clientela, ayudan y solidarizan con sus

vecinos, a fin de diferenciarse como emprendedoras de sus

pares masculinos.

En síntesis, estas mujeres consideran que hacer emprendimiento

desde sus valores, las hace más felices con su negocio, pueden

ayudar y retribuir a otros, como una forma de ser justas y de

compartir con otros sus logros.

Conclusiones

Los resultados de este estudio dan cuenta de que existen

diferencias de género al hacer microemprendimiento, marcado

por las diferencia en la distribución de roles entre hombres

y mujeres al interior del hogar. En este sentido, se

considera que “ser mujer” involucra ejercer una multiplicidad

de roles, siendo el rol de madre el principal, y guía de la

experiencia en microemprendimiento. Esta orientación las

lleva a optar por desarrollar su emprendimiento en casa, lo

cual les permite conciliar trabajo y familia y al mismo

tiempo, la sobrecarga. En este sentido, las mujeres

consideran que tienen menos tiempo para desarrollar sus

microemprendimientos que sus pares masculinos.

Asimismo, se reporta la importancia que para estas mujeres

tiene la relación con FE y se valora el espacio que propicia

la creación de lazos, enmarcado en valores, tales como la

confianza, el respeto, la tolerancia, la solidaridad, la

responsabilidad y el compromiso. Estos valores son percibidos

como forjadores de las relaciones que se crean al interior de

FE y que estas mujeres producen y reproducen en sus

emprendimientos y en su relación con la institución.

Finalmente, se da cuenta de la formación de un “círculo

valórico”, que se extiende también a sus prácticas

emprendedoras. En este sentido, ellas sienten que no solo han

desarrollado un microemprendimiento, sino un servicio a la

comunidad, buscando desarrollar relaciones de apoyo y buena

comunicación, incorporando rasgos tradicionalmente asociados

a lo femenino a sus negocios. Del mismo modo, sienten que a

través de sus negocios pueden retribuir a otros, como una

forma de ser justas y de compartir con otros sus logros.

Esta incorporación de valores a sus emprendimientos y la

incorporación de “rasgos femeninos”, se corresponde con lo

hallado en otros estudios en mujeres emprendedoras (Bruni et

al., 2004; Gill & Ganesh, 2007; Strier, 2010). En su estudio,

Strier (2010) plantea que las mujeres desean crear un

ambiente en su negocio más flexible y femenino, incorporando

sus valores de “madres trabajadoras”, siendo su rol de madres

preponderante en el desarrollo de sus negocios.

Esto es consistente con la imagen de madre tradicional que se

consagra a sus hijos (Raymond, 2006) y que se relaciona con

el “deber ser” una madre incondicional que lo da todo por sus

hijos. Al igual que lo hallado en diversos estudios sobre

maternidad, la madre es posicionada como la principal

responsable de los hijos (Mauro, 2004; Servicio Nacional de

la Mujer, 2004; 2009) y la figura del padre es una especie de

satélite que gira en torno al núcleo de la crianza, pero que

se sitúa fuera de él (Raymond, 2006).

La preponderancia de su rol materno, trae consigo la

necesidad de estas mujeres de conciliar trabajo y familia

(Strier, 2010), por lo cual las mujeres deben superar

diversos obstáculos para sacar adelante a sus familias y

negocios (Eversole, 2004; Strier & Abdeen, 2009; Strier,

2010), por lo cual las mujeres tienen aún mayores

dificultades que los hombres para consolidar su actividad

microempresarial (Valenzuela & Venegas, 2001).

Cabe señalar que el uso y la disponibilidad de tiempo es un

aspecto relevante a la hora de establecer diferencias de

género en el desarrollo del emprendimiento. Esto es

consistente con lo hallado por Eversole (2004) ya que las

mujeres de su estudio, consideran que tienen menos tiempo

para sus microemprendimientos que los hombres, y que el uso

del mismo es muy distinto en hombres y mujeres. Esto es

similar a lo hallado en estudios sobre el uso del tiempo

(Instituto Nacional de Estadísticas, 2009) y otros que

plantean que a las mujeres les falta tiempo para sus trabajos

(OIT, 2002; Mauro, 2004) al dedicar tiempo al trabajo

doméstico (Buvinic, 1998; Heller, 2010; Valenzuela, 2001).

Respecto de la relación con la IMF, al igual que lo

encontrado por Servon (1998), la confianza en las relaciones

entre las usuarias de la IMF y los agentes institucionales,

es considerado un elemento fundamental para el desarrollo del

trabajo. Esto también es planteado por Heller (2010), quien

afirma que la interacción de emprendedoras con pares e

instituciones del entorno constituye uno de los aspectos

cruciales para facilitar el inicio y desarrollo de un

emprendimiento.

En este sentido, algunos estudios dan cuenta de que la

relación establecida con la institución es relevante para las

mujeres, ya que esto puede generar desilusión frente a falsas

expectativas (Strier, 2010) o la construcción de redes que

fortalecen el desarrollo del negocio (Servon, 1998).

Es importante recalcar que la mujeres piensan en su negocio

como una red cooperativa de relaciones y que no la pueden

separar de la familia (Kirkwood, 2009), extendiendo sus

relaciones familiares hacia sus negocios (Gill & Ganesh,

2007). En esta línea, diversos estudios dan cuenta de que lo

que diferencia la práctica emprendedora entre hombres y

mujeres es la fuerte preponderancia de los valores familiares

en las mujeres y la necesidad de estas de extender estos

valores a su trabajo (Bruni et al., 2004; Eversole, 2004;

Gill & Ganesh, 2007; Kuada, 2009; Strier, 2010).

De este modo se manifiesta el círculo valórico, a través del

cual se reproducen sus valores en las relaciones establecidas

por estas mujeres con su familia, IMF, pares emprendedoras y

vecinos y/o clientes. A juicio de estas mujeres, esta es la

principal diferencia con sus pares masculinos, ya que los

hombres están motivados al emprendimiento solo buscando ser

proveedor, mientras que ellas lo piensan como un espacio

relacional y que integra a la familia.

Estos hallazgos dan pie a las sugerencias. A nivel de

política pública, se hace necesario llevar a cabo políticas

institucionales que incluyan la perspectiva de género, que

fomenten la corresponsabilidad de hombres y mujeres en las

tareas domésticas e impulsen un reparto equilibrado de la

carga de trabajo (Larrañaga, Arregui & Arpal, 2004). Esta

desigualdad adquiere más complejidad en contextos de pobreza,

al conjugarse dos fuentes de discriminación: el género y la

pobreza. En este sentido, el rol de las IMF es fundamental.

En estas instituciones es primordial la presencia de

educación para la igualdad, la implementación de estrategias

integrales que consideren la perspectiva de género, que

ayuden a comprender cómo hombres y mujeres pueden convivir en

igualdad, y que aborden la realidad de la mujer que es madre,

que vive en situación de pobreza y que desea superarse.

Esto podría contribuir a que la superación no tenga costos

tan altos para las mujeres, sino que sea una tarea de

responsabilidad social. Diversos estudios plantean que el rol

de la mujer es relevante para la superación de la pobreza

(Arriagada, 2005; FSP, 2005), por su dedicación a los hijos y

las familias. Sin embargo, la responsabilidad sobre los hijos

no puede radicar exclusivamente en la madre, y el costo de la

superación no debe pagarlo solo la mujer, reproduciendo la

segregación de la mujer en función de rol materno. En este

sentido, algunos expertos en políticas de pobreza y género,

plantean que existen programas en que la atención hacia las

mujeres se otorga en función de su rol como “madres”, con

miras a la eficiencia de intervenciones dirigidas a la

familia y a los niños. Es así como en la práctica algunos

programas “explotan” el imaginario social de que la mujer

está al servicio de otros (CEPAL, 2004).

Resulta relevante que las IMF incorporen manifiesten una

explícita preocupación por romper la subvalorización del

trabajo femenino, incorporando las prácticas del género

femenino como válidas, considerando los valores que para las

mujeres son relevantes, y principalmente considerando la

importancia que el desarrollo de relaciones de confianza

tiene para las mujeres.

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