Silvia Senz, Jordi Minguell y Montserrat Alberte: «Las academias de la lengua española, organismos...

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5 Las academias de la lengua española, organismos de planificación lingüística 1 S. Senz, J. Minguell y M. Alberte 2 Salvo que, según lo establecido en sus estatutos, el cometido de una academia de la lengua incluya también la investigación filológica o su fomento, 3 lo cierto es que la tarea más propia y genuina —y a menudo exclusiva— de este tipo de instituciones es la codificación de una deter- minada lengua, es decir, la elaboración de un modelo artificial de lengua (un estándar) apto para la escritura y para el intercambio —entendido este no sólo como transacción comunicativa— entre su comunidad de hablantes, una labor en cuya realización prevalecen ideologías y fines de tipo político y económico, por encima del conocimiento lingüístico disponible en un momento dado. 4 Esta tarea, que recibe el nombre de planificación del corpus, constituye, de hecho, uno de los pilares del pro- ceso deliberado de intervención sobre la diversidad lingüística al que conocemos como planificación lingüística, que a su vez se inscribe en un marco superior de ordenamiento político y de organización social de las lenguas denominado política lingüística. No obstante, la labor planificadora de una academia no tiene por qué detenerse en el plano de la codificación: en función del ascendiente que haya adquirido como organismo de planificación —por mérito propio o por el apoyo recibido de los estamentos de poder—, su labor y su figura institucional pueden alcanzar otros campos de la política que se aplica a una lengua. De hecho, uno de los principales rasgos que distingue a la Academia Española de aquellas academias europeas con las que guarda relación filial es precisamente su elevado protagonismo en los proyectos político-lingüísticos aplicados al castellano. 5 En este trabajo revisaremos los alcances de la política del lenguaje y ve- remos en qué planos han llegado a intervenir la Real Academia Española (particularmente) y la Asociación de Academias de la Lengua Española y qué consecuencias ha tenido su intervención no sólo en la consolidación de 0055-E VOL. 1. El dardo en la Academia.indd 371 05/11/11 20:24

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Las academias de la lengua española, organismos de planificación lingüística1

S. Senz, J. Minguell y M. Alberte2

Salvo que, según lo establecido en sus estatutos, el cometido de una academia de la lengua incluya también la investigación filológica o su fomento,3 lo cierto es que la tarea más propia y genuina —y a menudo exclusiva— de este tipo de instituciones es la codificación de una deter-minada lengua, es decir, la elaboración de un modelo artificial de lengua (un estándar) apto para la escritura y para el intercambio —entendido este no sólo como transacción comunicativa— entre su comunidad de hablantes, una labor en cuya realización prevalecen ideologías y fines de tipo político y económico, por encima del conocimiento lingüístico disponible en un momento dado.4 Esta tarea, que recibe el nombre de planificación del corpus, constituye, de hecho, uno de los pilares del pro-ceso deliberado de intervención sobre la diversidad lingüística al que conocemos como planificación lingüística, que a su vez se inscribe en un marco superior de ordenamiento político y de organización social de las lenguas denominado política lingüística.

No obstante, la labor planificadora de una academia no tiene por qué detenerse en el plano de la codificación: en función del ascendiente que haya adquirido como organismo de planificación —por mérito propio o por el apoyo recibido de los estamentos de poder—, su labor y su figura institucional pueden alcanzar otros campos de la política que se aplica a una lengua. De hecho, uno de los principales rasgos que distingue a la Academia Española de aquellas academias europeas con las que guarda relación filial es precisamente su elevado protagonismo en los proyectos político-lingüísticos aplicados al castellano.5

En este trabajo revisaremos los alcances de la política del lenguaje y ve-remos en qué planos han llegado a intervenir la Real Academia Española (particularmente) y la Asociación de Academias de la Lengua Española y qué consecuencias ha tenido su intervención no sólo en la consolidación de

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su autoridad, sino también en la difusión entre los castellanohablantes de ciertas ideas sobre el lenguaje y sobre su propio idioma.

1. Política del lenguaje, o política lingüística

Yendo más allá de la lectura restringida al ámbito legal que la opinión pública suele dar a este término, la política del lenguaje o política lingüís-tica puede entenderse como la forma en que una comunidad plurilec-tal o plurilingüe se comporta y organiza lingüísticamente, realizando elecciones en su conducta verbal, de manera consciente o inconscien-te, siempre que exista suficiente variación (opciones de uso lingüístico) para permitir una elección.

Estas elecciones no son fruto de un idílico libre albedrío, sino que están condicionadas por cuatro factores, estrechamente relacionados:

1. Las características peculiares de cada situación de contacto y convi-vencia entre grupos dialectales o lingüísticos distintos, y la idiosin-crasia de cada uno de estos grupos. Estas situaciones están sujetas a vicisitudes muy diversas, mayoritariamente de índole extralingüís-tica —expansión territorial de un grupo étnico, flujos migratorios (motivados por razones económicas, políticas o naturales), desplaza-miento, subyugación o exterminio de comunidades culturales, confi-guración de núcleos de población, etc.—, que resultan imprevisibles y que pueden dar lugar a innumerables casos de contacto lingüístico entre grupos heterogéneos.

2. Las ideas sobre el lenguaje y el peso de las lenguas presentes en las comunidades en cuestión, teniendo en cuenta que las ideas sobre el lenguaje no necesariamente responden al conocimiento científico disponible en un momento dado, que en un determinado contexto social o político pueden prevalecer ideas minoritarias, de una élite, y que estas mismas ideas pueden ser subvertidas por una contraélite.

3. El sistema de valores por el que se rigen dichas comunidades en un momento dado, considerando que los sistemas de valores son tam-bién elementos culturales dinámicos que se hallan en la base de toda forma de organización humana y de la concepción del mundo que alberga, y que pueden ser igualmente promovidos por una minoría y subvertidos por fuerzas opositoras.

4. Los conflictos que puedan derivarse de la confrontación entre las ideas y los sistemas de valores de cada uno de los grupos en contacto.

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Adicionalmente, sobre este funcionamiento lingüístico de los grupos humanos (plurilectales o plurilingües) condicionado por variables contextuales e ideológicas se pueden ejercer acciones deliberadas, sis-temáticas y a menudo institucionalizadas, con el fin de conducir las elecciones de los hablantes por cauces específicos. De forma general, Bernard Spolsky (2006: 62) define estas acciones como «cualquier in-tento de un individuo o una institución que tiene (o declara tener) autoridad sobre otro individuo o grupo para modificar las prácticas o creencias del lenguaje de ese individuo o grupo». En esta administra-ción lingüística consciente y activa de grupos lingüísticos participan, pues, individuos (gestores) perfectamente identificables, a los que se conoce como agentes de política o planificación lingüística, cuya acción —si se plantea fines ambiciosos, de largo alcance— exige el desa-rrollo de una estrategia de intervención metodológicamente definida (es decir, planificada), en la que suelen movilizarse aquellos factores ideológicos que, como ya hemos señalado, condicionan la conducta lingüística de los hablantes.

Históricamente ha desempeñado este papel modelador del lengua-je ajeno todo aquel que contribuya a difundir y dar valor social —con diversos intereses, materiales y no materiales— a lenguas o variantes propias o extrañas y todo aquel que contribuya a elaborar, difundir y preservar formas verbales modélicas —con diversas funciones—: progenitores, gramáticos, lexicógrafos, ortógrafos, terminólogos, es-critores, traductores, maestros, instituciones educativas, misioneros, gobernantes, legisladores, academias, cuerpo diplomático, medios editoriales, medios de comunicación (o cualquier otro tipo de entidad comercial donde se establezcan políticas de gestión del lenguaje), en-tidades políticas, entidades civiles, instituciones estandarizadoras, etc. Como se ve, estas injerencias en las conductas lingüísticas ajenas pue-den darse en contextos privados (familiares, sociales y empresariales) o públicos (locales, nacionales, continentales e internacionales). Dado que el tipo de intervención político-lingüística que practican las academias de la lengua pertenece a la esfera pública, nacional, regional e internacional, nos centraremos en este ámbito.

Es un hecho remarcado en los estudios sobre políticas del lenguaje que todo agente de política lingüística (pL en lo sucesivo) ha de estar legiti-mado de algún modo para ejercer influencia sobre el comportamiento lin-güístico ajeno; es decir, ha de tener la autoridad necesaria para que sus ac-ciones tengan efecto sobre los individuos que son objeto de su actuación, y esa autoridad puede derivar de una posición de partida encumbrada,

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que le confiera predominio moral, o derivarse de un acto de investidura, en el que una tercera persona o institución transfiere parte de su autoridad a un agente de pL. En el caso particular de la Real Academia Española, ha sido necesaria una repetida transferencia de autoridad (particularmente del poder político) para mantener su ascendiente sobre la comunidad his-panohablante.6

Pese a que el estudio teórico del campo de la pL (ordenamiento de una situación sociolingüística dada) y de la planificación lingüística (di-seño y ejecución de una estrategia de intervención sobre el lenguaje) cuenta con poco más de medio siglo, lo cierto es que la pL es sumamente antigua; como comenta William F. Mackey (2006: 21), data «por lo menos de la invención de la escritura, cuando el registro del lenguaje otorgó importancia y poder a aquellos que lo dominaban —sacerdotes y mandarines, escribas y clérigos—, proporcionando vínculos duraderos y proyectando sus influencias al futuro».

Los modelos de pL (esto es, las formas efectivas de planificación del lenguaje) no son inmutables; con mayor o menor improvisación, se delinean, ensayan y corrigen en la medida en que su éxito o fracaso —entendiendo por éxito la consecución de unos fines— o su adecuación a nuevas necesidades, nuevas situaciones y formas de funcionamiento lingüístico, y también nuevas visiones del mundo y del lenguaje, exi-gen retoques o replanteamientos más o menos drásticos en el modelo de partida (v. § 5).

2. El modelo clásico de planificación lingüística

Ante todo, para encuadrar la labor académica en el terreno preciso de planificación lingüística que ha ido ocupando desde su fundación es imprescindible exponer en qué planos se desarrolla esta actividad. Para ello, tomando como referencia, de un lado, el modelo descriptivo desa-rrollado por Einar Haugen en 1966 y remodelado en 1983, que integra aportaciones de Kloss y Cooper (Calvet, 1996: 18), y de otro, el modelo propuesto por Kaplan y Baldauf (1997), estableceremos un patrón don-de se recogen las pautas de los diversos casos y experiencias de planifi-cación lingüística conocidos y analizados hasta finales del siglo pasado, que puede resumirse en el siguiente cuadro:

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Forma Función

Sociedad: A. Planifi-cación del estatus (o de-terminación lingüística)

B. Planifi-cación de la adquisición (o promo-ción del aprendizaje y difusión de una lengua planificada)

Selección (proceso de delimi-tación y elección):a) Delimitación y estudio del

contexto social (plurilectal o plurilingüe) sobre el que se quiere actuar: acopio de da-tos y análisis posterior sobre el estatus político de las len-guas o variantes presentes en este contexto; las creencias y actitudes de la población res-pecto a ellas; la distribución demográfica y geográfica de las lenguas o variantes; las características sociales de su comunidad de hablantes; las funciones que desempeñan en el medio social las lenguas o variantes en cuestión...

b) Identificación y selección de la/s variante/s o la/s lengua/s objeto de planificación.

Diseño y aplicación (desarrollo del plan de acción, implanta-ción, difusión y evaluación):a) Determinación de las funcio-

nes sociales que se quiere atri-buir a una lengua o variante (fines de la planificación);

b) Análisis de los factores psico-sociales (actitudes y creencias de los hablantes) relacionados con las variantes o lenguas ob-jetos de planificación.

c) Valoración de la factibilidad del plan de acción (previsión de re-sultados y plan de viabilidad).

d) Diseño del proceso de implan-tación de la lengua planifica-da (definición de las medidas necesarias para modificar/co-rregir la situación lingüística determinada).

e) Aplicación de las medidas es-tablecidas (mecanismos psi-cosociales, medidas legales, mecanismos de difusión...) y distribución social del están-dar (en la escuela, los medios escritos, los medios de comu-nicación, los textos oficiales...).

f) Evaluación de los resultados de la planificación y revisión del plan de acción.

Lengua: C. Planifi-cación del corpus (o desarrollo y equipamien-to lingüís-tico)

Codificación (proceso de nor-mativización y estandariza-ción):a) Grafización, o designación de

las grafías que conformarán el estándar.

b) Gramaticación, o selección y depuración de las formas gra-maticales que conformarán el estándar.

c) Lexicación, o selección, depura- ción y repertorización del léxi-co que conformará el estándar.

Elaboración: desarrollo de equi-pamientos lingüísticos (termino-logías, cánones textuales...) que permitan:a) Ampliar los registros de una

lengua.b) Diversificar su producción es-

tilística.

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No en todos los casos de intervención en una situación lingüística de-terminada se suelen desplegar acciones que afecten a todos estos campos ni tampoco hay por qué ajustarse escrupulosamente a las sucesivas fases de este esquema. En función de los objetivos que se plantee un plan de acción lin-güística, de las características de la situación de partida o de la evolución de un contexto sobre el que ya se ha intervenido previamente se aplicará una batería de actuaciones más o menos compleja y más o menos perseverante.

3. Academias y planificación del corpus: normativización y estandarización

La elaboración de un modelo restrictivo y común de lengua, o estándar, es requisito indispensable de algunos de los objetivos más habituales de la planificación lingüística (v. § 4). En la mayoría de países donde el español se ha constituido en lengua oficial, cooficial o de uso son las academias de la lengua las responsables de la elaboración de un modelo general de lengua, concretado en compendios normativos (básicamente, una gramática, un diccionario y una ortografía). Además de las academias de la lengua, pro-ducen también modelos particulares de lengua los medios editoriales y de comunicación (mediante sus libros de estilo) y los especialistas que elabo-ran manuales de estilo, compilaciones gramaticales normativas, ortografías e incluso gramáticas descriptivas y diccionarios de uso nacionales que, aun sin establecer norma, muestran el estado de una lengua en un momento y lugar dados y sientan con ello acta de ciertas parcelas del uso común.

Antes de definir con precisión lo que es un estándar lingüístico, y de caracterizar su tipología y los distintos modelos de estandarización ensaya-dos, vale la pena ponerlo en correlación con el término genérico de estándar —originariamente propio del ámbito industrial, con el que a menudo, y erróneamente, suele equipararse—, para señalar las similitudes y significa-tivas diferencias entre ambos.

3.1. Estándar y norma no lingüísticos

En términos generales, un estándar es todo patrón de uso común y repe-tido, elaborado con el fin general y básico de:

1. Reducir las variedades de una misma producción o proceso (simpli-ficando y uniformando su forma y sus características).

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2. Acotar los ámbitos de uso de los procesos o producciones divergentes o distintos del estandarizado.

3. Permitir la intercambiabilidad del proceso o producto y aumentar su rentabilidad.

4. Si la norma está orientada a optimizar procesos y productos, garanti-zar su calidad, su eficacia y su funcionalidad.

5. Permitir su compatibilidad con otros productos.6. Garantizar la seguridad de personas y bienes.

Al proceso de creación de un estándar se lo denomina estandarización. El proceso de estandarización está a cargo de organismos sancionadores de alcance internacional, regional, estatal o federal/autonómico.7

Sus ámbitos de aplicación son:

– campos de actividad económica (industrias y servicios), cultural (ar-tes y tradiciones) y científico-técnica,

– y productos, procesos, sistemas y representaciones gráficas.

Un estándar se concreta en la promulgación de una norma, o regla de actuación. La norma resultante tiene las siguientes características:

1. Es una simplificación de la variedad de usos.2. Tiene un carácter estable, pese a lo cual puede requerir revisión y ajus-

tes para acomodarla a nuevas necesidades o corregir inconsistencias.3. Tiene un carácter artificial y virtual; la norma por sí misma no se

hace efectiva si no llega a aplicarse, lo que exige facilidades de im-plementación y la participación activa de todas las partes implicadas.

Son condiciones que favorecen su aceptación y aplicación:

1. La colaboración en el proceso de elaboración de la norma de la mayor representación posible de las partes implicadas.

2. La transparencia de la norma, tanto en cuanto a su formulación como en cuanto a la explicitación que hagan sus promulgadores de las fuen-tes de conocimiento que la inspiran y de los criterios que la guían.

3. La difusión y disponibilidad de la norma (que la norma sea conocida y accesible).

4. El desarrollo de campañas de comunicación y persuasión, en las que sus promotores difundan sus ventajas entre quienes desconocen la norma.

5. La comprobación efectiva de esas ventajas derivadas de su aplicación.

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Son medios que garantizan su aceptación y aplicación:

– la promulgación de reglamentos que obliguen a su aplicación;– la penalización de las contravenciones a la norma.

3.2. Estándar y norma lingüísticos8

Un estándar lingüístico es, por su parte, una forma de expresión verbal, artificial y convencional deliberadamente elaborada, esto es, resultante de un proceso de estandarización que implica:

1. La selección de las variantes (sociales, geográficas o funcionales) que servirán de base al estándar, que pueden ser:– todos los niveles socioculturales de la lengua actual;– sólo el nivel de lengua de los hablantes instruidos;– sólo el registro escrito (en el caso de estándares escritos);– sólo el registro oral (en el caso de estándares orales);– sólo el registro técnico o científico (en el caso de estándares ter-

minológicos);– una combinación de registros (p. ej.: oral, escrito y formal) y de

niveles de lengua;– formas históricas, con tradición escrita;– todas las variantes geográficas;– sólo una o algunas variantes geográficas;– formas de lenguas extranjeras (lenguas clásicas, lenguas de inter-

ferencia o lenguas genéticamente cercanas).2. La criba de los rasgos de las variantes seleccionadas que confor-

marán el modelo estándar, según una serie de criterios de selección (v. § 3.4), a menudo suplementados con cierta dosis de arbitrariedad y subjetividad.

3. La creación de un sistema de grafía.4. La normativización o formulación de normas, que pueden ser

de tipo prescriptivo (que recomiendan u obligan a adoptar ciertos usos, marcados como correctos) y proscriptivo (que prohíben otros, marcados como incorrectos).

5. La codificación o formalización del modelo de lengua obtenido en diversos códigos normativos, que básicamente han de ser tres: diccionario general, gramática y ortografía.

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Los ámbitos de aplicación de un estándar lingüístico son:

1. Usos públicos de una lengua: Administración, enseñanza y medios de comunicación públicos.

2. Usos privados de una lengua: medios de comunicación privados, co-municación empresarial, productos comercializables (libros, produc-ciones audiovisuales...).

3. Usos sociales: enseñanza a extranjeros, enseñanza a inmigrantes, en-señanza a adultos.

4. Usos especializados: comunicación técnica y científica.5. Usos locales: Administración, enseñanza y medios de comunicación

locales.6. Usos regionales: organismos políticos regionales.7. Usos internacionales: comunicación y comercio internacional, orga-

nismos políticos internacionales.

El fin primordial de un proceso de estandarización suele ser servir a los múltiples objetivos de planificación lingüística, parte de los cuales se describirán, en relación con las academias de la lengua española, en próximos apartados y que escuetamente son los siguientes:

– reformismo lingüístico (v. § 4.1); – purificación de la lengua (v. § 4.2);9 – uniformismo lingüístico;10

– expansionismo y asimilacionismo lingüístico;11

– competencia interlingüe;12 – comunicación inter e intralingüe (v. § 4.3); – segregación lingüística (v. § 4.4); – modernización lingüística (v. § 4.5); – armonización de estándares (v. § 4.6); – simplificación estilística (v. § 4.7); – estandarización de códigos auxiliares (v. § 4.8); – conservación y revitalización de lenguas (v. § 4.9); – corrección política (v. § 4.10).

Como ya hemos avanzado, la elaboración de un estándar lingüístico puede quedar a cargo de diversos agentes: academias de la lengua u otro tipo de organismo estandarizador, medios editoriales o periodís-ticos (productores de diccionarios, gramáticas, ortografías y libros de

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estilo que se adoptarán como modelo de lengua estándar), y gramáticos normativos, lexicógrafos u ortógrafos.

Las normas en que un estándar se explicita tienen las siguientes carac-terísticas:13

1. Son simplificaciones (en diverso grado y según diversos modelos de selección, reducción y recombinación) de la diversidad lingüística presente entre la población afectada.

2. Son excluyentes: instituyen los usos integrados en la norma como patrón de actuación lingüística y rechazan implícita o explícita-mente el resto, con énfasis prescriptivos que pueden presentar una gradación que va desde la proscripción hasta la no recomendación de un uso.

3. Tienen un carácter fijo y estable hasta que se hace necesario revi-sarlas, por ejemplo para:– ajustarlas a la evolución de la lengua natural; – adecuarlas a nuevas concepciones del lenguaje y a nuevos conoci-

mientos sobre las condiciones de uso de una lengua; – ampliar el estándar y habilitarlo para nuevas funciones lingüísticas; – adecuarlo a nuevos objetivos de ordenamiento lingüístico de la

población; – corregir errores e inconsistencias de las propias normas (incorrec-

ciones lingüísticas, problemas de sistematicidad, de congruencia, arbitrariedades normativas...).

4. Tienen un carácter artificial y virtual; esto es, la norma por sí mis-ma no se hace efectiva si no llega a aplicarse, lo que exige facilida-des de implementación y la participación activa de todas las partes implicadas. Uno de los mayores problemas para la ejecución de una norma lingüística es que no se den los medios necesarios para apli-carla o que se oponga resistencia a su aplicación.

En el caso de un estándar lingüístico, el coste económico de la elabo-ración y de la difusión de un estándar (ergo, de los códigos normativos en que se concreta) es mucho mayor que el que exige otro tipo de estándar. Una administración política, según los objetivos anteriormente enume-rados, debe:

1. Costear su aplicación en la administración (rotulación pública, for-mularios, sistemas de atención ciudadana...).

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2. Costear o subvencionar la producción y distribución de libros de texto, diccionarios, gramáticas y ortografías para la enseñanza del estándar.

3. Costear la capacitación de todo agente difusor para que pueda aplicar y transmitir debidamente el estándar.

4. Alfabetizar a toda la población.5. Persuadir a los medios privados de la necesidad de costear su aplica-

ción, sin escatimar gastos, o subvencionar su aplicación.6. Costear el gasto de los medios de control y sanción por incumpli-

miento de las leyes que exigen el uso del estándar.

Aunque se adopte, un estándar lingüístico no se realiza nunca. De hecho, no existe más que en la teoría; en la práctica, la incompleción y el carácter restringido de todo estándar lo inhabilitan para sustituir a las variedades naturales de una lengua. Es más, cuando se adoptan las formas estandarizadas, estas se mezclan con las variedades sociales y geográficas de la lengua, que acaban remodelando el estándar base (v. § 3.9.1, 3.9.2 y 3.9.5). No obstante, sí existen medios que garantizan su difusión y su aplicación en ciertos contextos:

– la oficialización de la norma;– la promulgación de reglamentos que obliguen a su aplicación;– la penalización jurídica de las contravenciones a la norma.

Dado que existe una tendencia social al rechazo de las formas explícita-mente coercitivas de implantación de un estándar lingüístico, a menudo su aceptación social requiere la movilización de mecanismos psicoso-ciales14 que incidan en el conjunto de creencias, aspiraciones y juicios de valor que motivan el comportamiento lingüístico de los grupos de hablantes. De igual modo, el habitual rechazo de actitudes arbitrarias y autoritarias en la elaboración de las normas, y no sólo en su implanta-ción, recomienda observar las siguientes condiciones que favorecen su aceptación y aplicación:

1. La colaboración y el consenso en el proceso de elaboración de la norma de la mayor representación posible de las partes implicadas.

2. La transparencia de la norma, tanto en cuanto a su formulación como en cuanto a la explicitación que hagan sus promulgadores de las fuentes de conocimiento que la inspiran y de los criterios que la guían.

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3. Su rigor y consistencia; en otras palabras, la ausencia o mínima presencia de contradicciones doctrinales, errores y arbitrariedades.

4. La compleción de la norma, esto es, su capacidad para cubrir las necesidades expresivas del hablante, al menos en los ámbitos para los que se ha formulado.

5. La difusión y disponibilidad de la norma; esto es, que la norma sea conocida y accesible.

6. La comprobación efectiva, por parte de la población afectada, de las ventajas derivadas de su aplicación.

7. El desarrollo de campañas de comunicación y persuasión, en las que sus promotores difundan sus ventajas entre quienes no conocen ya la norma.

8. La penalización social de las contravenciones a la norma.

En el caso del estándar académico, en su aceptación ha tenido mucho mayor peso el apoyo oficial a la institución y a sus códigos normativos y los mecanismos persuasivos desplegados para convencer a la población de su necesidad, que la simple valoración positiva de una norma que durante siglos se ha mostrado muy deficiente.15

3.3. Consenso, transparencia, rigor, consistencia, compleción, difusión y disponibilidad de la norma académica

Sin ánimo de exhaustividad, en los párrafos que siguen expondremos di-versos casos que ilustran hasta qué punto la norma académica incumple con estas condiciones de aceptabilidad y de facilitación de la implanta-ción de un estándar.

3.3.1. Consenso

3.3.1.1. Los Continuos debates interaCadéMiCos

Pese a que en el discurso público de la Real Academia Española y de la Asociación de Academias de la Lengua Española suele insistirse en que las relaciones de colaboración interacadémica son armoniosas, de vez en cuando trascienden a lo público documentos internos que muestran la enorme dificultad que representa elaborar una norma para un ámbito lingüístico tan extenso cuando, además, hay que conciliar voluntades,

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personalismos, ambiciones, pareceres e incluso necesidades de planifica-ción tan dispares.

Si alguna vez el lector se ha preguntado por qué las obras panhispánicas presentan un grado de coherencia en sus criterios normativos inferior al de-seable, le resultará iluminador este debate sobre aspectos de tildación dia-crítica mantenido entre la Academia Mexicana de la Lengua (aML) y la Real Academia Española (rae) con motivo de la nueva Ortografía, hecho público en la revista cultural Justa por el académico de la aML Felipe Garrido:

La Real Academia Española (rae) ha propuesto que el acento diacrítico que ponemos en sólo cuando significa ‘únicamente’, para distinguirlo del solo que quiere decir no acompañado, se suprima. Y que lo mismo se haga en los demostrativos sustantivos. El argumento básico es que el contexto es suficiente para entender el significado de estas palabras, diferente según sea su función gramatical.La Academia Mexicana de la Lengua (aML) se opone a esta modificación, pues considera que los casos de posible confusión son abundantes y que debe protegerse la claridad de lo que se escribe ante todos los hablantes de la lengua, aun aquellos que tienen una menor preparación gramatical.Justa presenta aquí los documentos que han intercambiado las dos academias, y que se han hecho llegar a todas las demás academias del español. [...] [Felipe Garrido, 2009: en línea.]

Si se lee detenidamente el texto que sigue a lo citado (disponible en línea), podrán observarse dos asuntos capitales a la hora de conocer la naturaleza de estas instituciones y de la nueva política panhispánica:16

1. Que en un aspecto de grafía relacionado con la categoría gramatical que ya debería haber quedado consensuado y resuelto en la recientí-sima Nueva gramática de la lengua española (volúmenes 1 y 2, 2009; en adelante, ngLe2009) sigue sin haber acuerdo, al menos entre la rae y la aML, que mantienen posturas diametralmente opuestas: a favor de la total supresión, la rae; y a favor de la restitución de la tilde diacrítica (hoy, reservada a los casos de ambigüedad), la aML.

2. Que, pese a que todas las obras académicas carecen de bibliografía (cita de las fuentes teóricas consultadas), la rae reconoce autoridades externas sobre cuyo trabajo sustenta sus propuestas (v. tb. § 3.3.2.2):

[...] esta solución ha sido ya defendida y aplicada en su escritura por muchos au-tores y ortógrafos. A modo de ejemplo citaremos lo que a propósito de solo dice Manuel Seco en su Diccionario de dudas y dificultades de la lengua [...]. Y uno de los autores que más ha escrito sobre ortografía del español, Martínez de Sousa, también defiende la supresión definitiva como la solución más adecuada. [Felipe Garrido, 2009: en línea.]

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3.3.1.2. eL pretendido Consenso Con Los habLantes

En su propósito de difundir entre la opinión pública una imagen de institución abierta, moderna y al servicio de la voluntad popular, la Real Academia Española apoyó la creación por parte del organismo pa-raacadémico Fundéu bbva (presidido por el director de la rae)17 de un recurso colaborativo en la red dedicado a aspectos normativos de len-gua española, la Wikilengua,18 a la que el director de la corporación ha bautizado como la «ciberplaza mayor» (abc, 11/03/09: en línea) de la lengua española, un calificativo en línea con su afirmación de que «la lengua se hace en la calle» (Terra.es, 18/01/2007: en línea) y de que la academia ejerce una función notarial (Universia, 24/05/2010: en línea). Esta postura aparentemente democrática es pura pantomima. La rae se vale de este subterfugio para evitar que se detecte su vigente elitismo, hermetismo y autoritarismo.

Para empezar, aunque se invite a los usuarios a pensar lo contrario, la rae no participa en la Wikilengua vertiendo en ella ni siquiera una parte de su obra vigente. Ello no impide que, según la ley de Propiedad Inte-lectual, la paternidad intelectual de los contenidos, en lugar de corres-ponder a sus usuarios colaboradores, recaiga sobre la organización que la promueve, coordina y ofrece como servicio: la Fundéu bbva, cuyo pa-tronato preside el director de la rae, y en cuyo consejo asesor hay varios académicos. En efecto, la Wikilengua está acogida a una licencia Creative Commons by-sa,19 no restrictiva en cuanto a derechos de modificación y reproducción de sus contenidos, y que cede los derechos de explota-ción de sus contenidos a todo el mundo (siempre que se mantengan las condiciones de esta licencia), pero que mantiene la titularidad de la pro-piedad intelectual de la obra en manos de sus autores. Pero ¿quiénes son sus autores? Para saberlo hay primero que averiguar en qué categoría de obra puede encuadrarse la Wikilengua, jurídicamente hablando. Según la ley de Propiedad Intelectual (Lpi),20 el tipo de obra al que mejor se aco-moda es el de obra colectiva, con lo que la paternidad de la Wikilengua recae, según el articulado correspondiente de la ley, sobre la fundación que la patrocina: la Fundéu bbva. Para que no sea así, tal y como expone la Lpi en el párrafo segundo del artículo 8 («Salvo pacto en contrario, los derechos sobre la obra colectiva corresponderán a la persona que la edite y divulgue bajo su nombre»), la Fundéu bbva debería explicitar una renuncia a la titularidad de esos derechos intelectuales. Y de momento no hace tal cosa. No hay «pacto contrario» visible en la sección infor-mativa de la Wikilengua sobre la licencia empleada.21 No hay, por parte

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de esta entidad, renuncia a la paternidad de la nueva doctrina que pueda derivarse del wiki.

Así pues, en rigor y contrariamente a la imagen que pretenden mos-trar con la Wikilengua, se puede afirmar que, entre las academias de la lengua española, al menos la rae es altamente reacia a la colaboración de los hablantes en su trabajo de codificación. Y no sólo da la espalda a esa participación mientras simula lo contrario con recursos como la Wikilengua, sino que tampoco establece cauces participativos que per-mitan consultar la opinión y debatir las propuestas de la comunidad de especialistas y profesionales de la lengua, cuya contribución podría ayu-dar a mejorar ostensiblemente los tres códigos normativos básicos del español. A lo sumo, se limitan al expolio de la obra ajena (v. § 3.3.2.2).

3.3.2. Transparencia, rigor, consistencia y compleción

3.3.2.1. ausenCia de Criterios aCadéMiCos para La forMaCión de epóniMos (adJetivos derivados de noMbres propios)

Sobre este hueco en la norma académica, basta citar lo que José Martínez de Sousa señala (2009: 10-11):

Hay otros problemas que la Academia ni siquiera ha querido plantearse, pero que no por ello dejan de estar ahí. Por ejemplo, las formas de obtención de adjetivos derivados de nombres de personas, como shakespeariano, saussureano, bironiano, rous-seauniano. ¿Cómo se han de escribir estos adjetivos? Tiene la Academia algún ante-cedente, como hegelianismo y hegeliano, de Hegel, por un lado, y freudiano, de Freud, por otro. De las dos primeras decía la Academia, en el drae92, que se aspiraba la h y tenía la g sonido suave, y de la segunda, que en ella el diptongo eu se pronuncia oi. Pues bien: en el drae01 tales avisos han desaparecido, lo cual, teniendo en cuenta que en español se lee lo que se escribe, esas palabras deben pronunciarse tal como están escritas. ¿Es así en realidad? Tenemos ejemplos de derivación de la pronun-ciación, como sansimoniano (de Saint-Simon) y volteriano (de Voltaire), pero el com-portamiento de la Academia en los últimos tiempos nos sume en el desconcierto.

3.3.2.2. oMisión de Las fuentes ConsuLtadas

Faltando al principio más básico de la ética y el rigor científicos, la rae nunca publica una bibliografía de las obras teóricas en las que se basa su trabajo y raramente cita influencias ajenas en sus obras normativas.22 La única nómina de autores y obras que ofrece hoy en el dpd y en la ngLe

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es la que corresponde a las citas realizadas en el cuerpo del diccionario para ilustrar la norma con ejemplos de uso real, en su mayoría extraídas de los corpus académicos. Grave omisión puesto que «el trabajo cientí-fico, y la lexicografía es ciencia aplicada, requiere la constante consulta de fuentes y el reconocimiento honesto de los autores que transitaron previamente el camino» (Coral, 2006: en línea). Sin embargo, extraofi-cialmente, reconoce inspirarse en las obras de otros autores. El director de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia (04/09/2006: en línea), admitía así el uso de obras no académicas (por otra parte plenamente reconocibles en la obra) en el dpd:

[El dpd] es la obra más completa y amplia en su género, pues contiene unas siete mil entradas que se han basado en tres fuentes: a) las obras afines precedentes, como el caso de los valiosos diccionarios de dudas gramaticales, de Manuel Seco, de José Martínez de Sousa, de Fernando Corripio, de Albertos, etc., el Manual del espa-ñol urgente, de efe, los libros de estilo de muchos medios de comunicación, etc. [...]

Un año antes (17/05/2005: en línea; la negrita es nuestra), el propio Barcia hacía incluso chascarrillos al respecto:

Después del drae, destaca de manera definitiva la oferta del Diccionario panhispánico de dudas, obra [...] lograda, por cierto con el aporte de tantas obras precedentes, algunas nutricias de varias generaciones y a las que debemos nuestra gratitud: los manuales de don Manuel Seco (todos hemos «manuelsaqueado»), de don José Martínez de Sousa, de Manuel Rafael Aragó, y otros más.

Sin comentarios.

3.3.2.3. transparenCia, rigor, ConsistenCia y CoMpLeCión en eL dicciOnariO panhispánicO de dudas

Entre las obras lexicográficas, podemos encuadrar el Diccionario panhis-pánico de dudas (dpd) como un diccionario sincrónico (estudia el léxico de una época más o menos extensa en la que se han producido cambios lingüísticos poco sustanciales), monolingüe (estudia una lengua), particular o restringido (se centra en una parte del vocabulario de una lengua), normativo (establece un modelo léxico basado en el uso de los escritores y en el de las personas cultas, el cual considera correc-to), no definitorio (carece de definiciones, o en este caso, cuando las incluye, no son el objetivo principal del artículo), alfabético direc-to (ordena las entradas alfabetizándolas a partir de la primera letra),

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semasiológico (parte de las entradas para conformar el artículo), así como analógico (editado en papel) y digitalizado (con una versión electrónica, en internet). Publicado el 10 de noviembre de 2005, es la primera obra confeccionada por consenso entre las 22 academias y firmada conjuntamente por la rae y la Asociación de Academias de la Lengua Española.

Si bien la idea de crear un diccionario de dudas académico ya había surgido con anterioridad, el origen de esta obra está vinculado a la crea-ción del Departamento de Español al Día de la Real Academia Española —y a la apertura de la página web de la corporación—, en 1998, cuyo objetivo en aquel entonces era ofrecer un nuevo canal de atención de las consultas lingüísticas formuladas por los hablantes a la Real Academia Española. El volumen de consultas recibidas a través de este servicio y la subsiguiente tipificación de las mismas llevó a la rae a constatar que existía «una necesidad real de los hispanohablantes, además de los ex-tranjeros, [...] de resolver los problemas que en el ejercicio cotidiano de la competencia comunicativa se le presentan al que habla y escribe con responsabilidad» (Matus, 2003: 250). Sin duda, esa necesidad se debía, en muy buena medida, a la falta de una gramática académica actuali-zada (la entonces vigente era de 1931), a la abundancia de errores en su ortografía23 y a las deficiencias del Diccionario de la rae (drae), también palmarias en lo relacionado con el léxico americano. Quizá habría sido más conveniente que la corporación hubiera dedicado sus esfuerzos a mejorar sus principales códigos normativos; como apuntaba Martínez de Sousa en su reseña del dpd (2005b: en línea), «lo que se necesita es que la Academia ordene convenientemente sus textos normativos y nos ofrezca ediciones completas y solventes de la Ortografía, la Gramática y el Diccionario. Es la única manera de que las personas interesadas puedan resolver sus dudas [...]». Pero a la vista está que optó por un procedi-miento distinto, seguramente más sencillo y más rentable, y sin duda más conveniente para mostrar a los hablantes y a los benefactores aca-démicos que la institución estaba activa y al día. Así, contando con el potente respaldo económico de Telefónica (v. § 3.3.3.1), la institución empezó a dar forma a la nueva obra y, durante su gestación, mantuvo un avance (esbozo) del dpd accesible en línea.

En marzo del 2000, Víctor García de la Concha, a la sazón direc-tor de la rae, se reunió con los representantes de todas las academias americanas y presentó los antecedentes, la concepción y los supuestos teóricos del proyecto del primer diccionario de dudas académico, cuya esencial característica debía ser su carácter panhispánico. Asimismo se

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definieron las finalidades y el usuario tipo del diccionario, su estructura, las fuentes y la metodología, y, en especial, el concepto de norma que debían reflejar sus contenidos. A fin de garantizar su eficiente realización, se acordó crear una comisión interacadémica, presidida por García de la Concha e integrada por representantes de las distintas áreas dialectales americanas,24 cuyas funciones eran coordinar y supervisar la obra. De las tareas lexicográficas propias de la realización del diccionario se encargó un equipo de lingüistas del Departamento de Español al día de la rae, coor-dinado por Elena Hernández —jefa de dicho departamento—, al que se incorporó Alicia González de Sarralde, como representante del Instituto Cervantes, a raíz del convenio de colaboración suscrito por el director de la rae y dicha entidad para la elaboración de la obra (Matus, 2003: 250-251).

En cuanto a los procesos y metodología seguidos por parte del equi-po lexicográfico, según Matus (2003: 252-253), fueron los siguientes:

1. Selección de las entradas a partir de diversas fuentes, principalmente, las consultas formuladas por los hablantes a las academias; observa-ciones normativas presentes en las obras académicas; y otras obras lexicográficas y lingüísticas, como diccionarios de dudas, libros de estilos y manuales de corrección idiomática —insistimos: ninguna de estas obras es referenciada por las academias como bibliografía utilizada.

2. Configuración de la microestructura de los artículos tras el análisis de los problemas seleccionados.

3. Envío del borrador del trabajo realizado a todas las academias.4. Examen del borrador por parte de las academias y remisión de las

observaciones realizadas al equipo lexicográfico.5. Recopilación de todos los comentarios, por parte del equipo lexico-

gráfico, en un documento.6. Reunión de la comisión interacadémica con el equipo lexicográfico

para evaluar las observaciones y considerarlas desde la perspectiva panhispánica.

7. Redacción final de los artículos por parte del equipo lexicográfico.

Sin duda, el punto clave de este proceso son las reuniones25 en las que se analizaron las observaciones académicas y se tomaron las decisiones que posteriormente se reflejarían en los artículos del diccionario. Como hemos expuesto, según Matus —director de la Academia Chilena de la Lengua—, a estas reuniones asistían los miembros de la comisión interacadémica y el equipo lexicográfico; sin embargo, según La nueva

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política lingüística panhispánica, suscrita por la Asociación de Academias de la Lengua, los únicos protagonistas de tales reuniones fueron los co-misionados:

El equipo de redactores recibe las observaciones de cada una de las Academias y las reúne en un único documento, que se somete a debate en las reuniones periódicas que celebra la comisión interacadémica. Con acuerdo a las decisiones adoptadas por la comisión, se modifica el borrador y se aprueba la versión definitiva. [rae y Asale, 2004: 11.]

¿Quién se ajusta a la realidad, el director de la Academia Chilena o la Asale? Y, en consecuencia, ¿quiénes tomaron las decisiones que pueden leerse en el dpd, la comisión y el equipo, o sólo la comisión? Si aten-demos a Matus, los acuerdos adoptados fueron el fruto del debate y consenso entre académicos y filólogos. Por el contrario, si seguimos a la Asale, la resolución de los artículos es obra, única y exclusivamente, de los miembros de la comisión interacadémica.

Tal divergencia en la exposición de la metodología seguida por las máximas instituciones de la lengua española en la elaboración del dpd no es precisamente muestra ni de rigor ni de cohesión.

En cuanto a la finalidad de la obra, las academias manifiestan, en los preliminares, que el diccionario «se propone servir de instrumento eficaz para todas aquellas personas interesadas en mejorar su conoci-miento y dominio de la lengua española» y que «en él se da respuesta a las dudas más habituales que plantea el uso del español». La observación que conviene hacer es que las dudas teóricamente resueltas en el dpd son las causadas por unas 7250 palabras o, lo que es lo mismo, las más habituales de entre las formuladas por los hablantes a la corporación —fundamentalmente a su Departamento de Español al Día—, que no tienen por qué corresponderse con todas las dudas posibles que plan-tea el uso del español a todos los hablantes. ¿Cuántas personas tienen dudas lingüísticas pero no las consultan con la Real Academia Españo-la? ¿Cuántos hispanohablantes no tienen acceso a internet o a un fax? ¿Cuántas dudas plantean todas las palabras recogidas por el drae y no incluidas en el dpd? Demasiado ambiciosa y con poco sustento estadís-tico nos parece la afirmación académica, aunque eficaz desde el punto de vista publicitario.

Controvertido es también su carácter normativo. En los prelimi-nares del dpd se señala que «es un diccionario normativo en la medida en que sus juicios y recomendaciones están basados en la norma que regula hoy el uso correcto de la lengua española». Los diccionarios normativos

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son los que establecen un modelo léxico y prescriben el uso correcto. Sin embargo, el dpd, ante usos distintos, señala en diversas ocasiones que todos son correctos, que todos son válidos, lo cual poco tiene de normativo y mucho de descriptivo. Consecuentemente, no encontramos fundamento ni en la definición expuesta del dpd ni en las siguientes palabras de Guillermo Rojo (2005: 62): «Es una obra de carácter nor-mativo, en la que se expone la solución discutida y aprobada por las Academias […]». Por otra parte, al dar por buenas todas las soluciones posibles, no sólo no resuelve la duda del usuario, sino que incluso puede crearle alguna más (cf. Martínez de Sousa, 2005b: en línea).

El elemento que visibiliza la normatividad del dpd es este signo: ⊗, que hace su aparición en la lexicografía académica en este diccionario. Este símbolo se antepone a las citas y ejemplos que ilustran usos incorrectos o desaconsejados. Es, pues, una marca de «incorrección», entendida esta como inadecuación a la norma culta (rae y Asale, 2005: xxviii y xxix). De los ejemplos con que podría ilustrarse la tendencia académica a la improvisación, a la descoordinación y a la arbitrariedad en su obra lexicográfica, tal vez este sea uno de los más claros.

Según manifestó el actual director de la rae, Víctor García de la Con-cha, en entrevista concedida al magazine dominical del diario El Mundo (Elena Pita, 14/11/2004), este símbolo y su denominación son, ambos, una creación académica:

Nosotros, para el Panhispánico, hemos inventado un «palabro» que es bolaspa. [...] el aspa es la prohibición, y para remarcarlo lo metemos en un círculo. ¿Y esto cómo lo llamamos? Pues bolaspa. Y empezamos a usarlo de una manera convencional, como herramienta de trabajo, y ahí está: es un signo.

Y así, por arte de birlibirloque, los usuarios nos encontramos con un signo desconocido y un nuevo vocablo, y la rae se estrenó en una nueva faceta: la de inventora de palabras; y eso que, como suele decir don Víc-tor, «la Academia nunca crea palabras, su papel es notarial o registral» (Pilar Rubiera, 30/06/2009: en línea).

Pese a esta atribución creadora, lo cierto es que la figura de este signo (⊗) no es en absoluto un invento académico, puesto que, como recoge Martínez de Sousa (2007: 581), ya simbolizaba el concepto matemático de producto directo. Pero sí son novedosos, en cambio, la adjudicación del valor de incorrección y el término neológico con el que se denomina: bolaspa, resultado, según la entrevista citada, de la adición de las pala-bras bola y aspa, cuando habría sido más apropiado componerlo a partir de círculo y aspa, dada la forma bidimensional del signo.

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En su calidad de neologismo especializado, en el apartado del dpd «Uso de los símbolos ⊗ y * ante citas y ejemplos» (pp. xxviii y xxix), la rae justifica su creación para enfatizar la censura de aquellos usos tauto-lógicamente denominados «incorrectos o desaconsejados» por no aten-der a la norma culta, y lo emplea como complemento del asterisco (*) en su uso tradicional en filología para indicar que cierta voz o construcción es hipotética o agramatical. Lo curioso, paradójico y hasta cómico es que, aunque este símbolo se (re)creó para su uso en el dpd, el término bo-laspa no aparece mencionado en este diccionario en ninguno de los casos en los que se hace alusión metalingüística a él («Uso de los símbolos ⊗ y * ante citas y ejemplos», en pp. xxviii y xxix, y «Signos [usados en el diccionario]», en p. xxxv) ni tiene tampoco entrada propia. Es decir, se nos presenta el símbolo, se describe su uso en el dpd, pero jamás de los jamases se nos dice cómo diantre se llama.

Esta anomalía resulta muy desconcertante para el usuario del dpd, quien muy probablemente —dada la especificidad del símbolo ⊗, hasta este diccionario equivalente sólo al término producto directo— nunca an-tes lo habrá visto y menos aún se habrá encontrado en el trance de tener que interpretarlo y, por lo tanto, de tener que asignarle un nombre. En realidad, si hemos llegado a conocer el nombre con el que las academias rebautizaron este signo para su propio uso lexicográfico es por decla-raciones públicas como la citada anteriormente, no porque se explicite en las obras académicas que lo emplean (el Diccionario panhispánico de dudas [2005] y, posteriormente, el Diccionario esencial de la lengua espa-ñola [2006]), ni tampoco porque se haya creado un artículo para la voz bolaspa e incorporado como adición para la próxima edición del drae. De hecho, si buscamos dicha voz en el drae digital, obtenemos el mensaje siguiente: «La palabra bolaspa no está en el Diccionario».

Por otra parte, y para mayor inri, este signo, en su nuevo uso aca-démico, no es unívoco, sino que se le adjudican dos valores distintos dentro de una misma escala: el de incorrecto (y tajantemente evitable) y el de desaconsejado (o utilizable con menor preferencia). De su ambi-valencia se desprende, pues, la equivocidad y el potencial desorientador de este signo académico, bien poco adecuado para resolver dudas. Es por esto, entre otras muchas razones, que al Diccionario panhispánico se lo ha llamado de dudas: porque las crea sin cesar.

Lo que también genera la Real Academia Española al conceder-le carácter normativo al dpd es que otras obras académicas normativas —Ortografía, Diccionario de la Real Academia Española y Diccionario del estudiante— pierdan vigencia, puesto que, ante normas contradictorias,

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prevalece la más reciente. De hecho, las academias justifican la existencia del dpd diciendo que «Hasta ahora, las personas interesadas en conocer la norma académica debían consultar, separadamente, los tres grandes códigos en que esta se expresa: la Ortografía, la Gramática y el Diccionario. [...] Se echaba de menos una obra que permitiera resolver, con comodi-dad y prontitud, los miles de dudas concretas que asaltan a los hablantes en el manejo cotidiano del idioma [...]» (rae y Asale, 2005: xi), dando a entender que las obras académicas disponibles no respondían a esa necesidad, que el dpd sí cubre. Pero no es así: abundan los casos en que no es posible hallar respuesta a una duda con remisión exclusiva al dpd. Algunos los mencionaremos nosotros en este mismo apartado. Por su parte, Cristina Buenafuentes de la Mata y Carlos Sánchez Lancis (2008) exponen muchos otros relacionados con la información ortográfica y morfológica, cuya ausencia, oscuridad expositiva o difícil localización en el dpd obligan a la consulta del Diccionario de la Real Academia Espa-ñola (drae) o de la Ortografía de la lengua española (1999); y concluyen al respecto:

[...] ¿no sería más coherente mejorar la información que aportan las marcas orto-grafía y morfología del diccionario de la lengua y hacerlas más sistemáticas? De este modo, el usuario tendría en una sola obra no sólo el significado de la palabra (que suele ser lo primero que busca en un diccionario), sino también aquellas cuestiones que de su uso se derivan. [C. Buenafuentes y C. Sánchez, 2008: 314.]

Así debería ser. El usuario común desconoce generalmente la prevalen-cia de una obra respecto de las otras, y la dispersión y ausencia de armonización normativas hacen un flaco favor a la consecución del modelo de lengua perseguido por la academia. En este sentido, nos pre-guntamos por qué la institución, cuatro años después de la publicación del dpd —teniendo en cuenta los recursos informáticos26 hoy en día a su alcance—, aún no ha actualizado la versión digital del drae con todas las nuevas decisiones recogidas en el dpd, que bien podrían haberse in-corporado, a modo de enmienda, adición o supresión, a fin de facilitar un poco el acceso a la norma a quienes lo deseen o se vean obligados a ello por su profesión. Quizá la respuesta a nuestra pregunta esté en que la corporación aún no parece tener claro si en la próxima edición del drae se van a recoger, o no, los mismos criterios que en el dpd. Sería de esperar que sí, porque, de lo contrario, la dispersión y contradicción serán ya mayúsculas.

Como ejemplo de la volubilidad de las decisiones académicas y del negligente trabajo de armonización normativa sirva el caso de récord (voz

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sobre cuyo tratamiento en el dpd volveremos más adelante). El primer diccionario que recoge esta voz es el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española de la rae (dMiLe, 1927) y lo hace con su forma inglesa, record, precedida de asterisco —para indicar que es incorrecta—; el mismo trato se le da en la segunda edición (1950). La tercera edición (1985) ofrece ya una forma adaptada, ‘récord’, precedida de corchete —para indicar que no consta en el drae—, al igual que hace la cuar-ta edición (1989). Siete años después, la Real Academia Española la recoge con su forma adaptada en el drae (1992), dándole, por tanto, carta de naturaleza; y así se mantiene en la edición vigente (2001). El dpd (rae y Asale, 2005, s. v. récord, § 1: 562), en cambio, propone la adaptación ‘récor’, sin la d. si consultamos el término en el drae en línea, comprobamos que es este un artículo enmendado para la próxima edición. Ante ello es fácil pensar que la enmienda consistirá, precisamente, en la aplicación de la solución recogida en el dpd para esta misma voz. Pero no, no es así: el lema sigue siendo el mismo (‘ré-cord’); la enmienda consiste simplemente en la supresión del ejemplo que ilustraba la segunda acepción. Si se sigue esta tendencia a la im-provisación y la dispersión, desconcertados del todo puede dejarnos la próxima edición del drae, cuya publicación está prevista para el 2013, al igual que puede hacerlo el dpd, obra cuya versión en línea supues-tamente debía estar en constante actualización, como afirmó García de la Concha (Ceballos, 01/10/2006: en línea), según lo acordado al respecto por la Asociación de Academias de la Lengua (Asale) y reco-gido en La nueva política lingüística panhispánica:

El Diccionario panhispánico de dudas, que se mantendrá permanente abierto en In-ternet, prestará especial atención a los neologismos que vayan apareciendo para ofrecer, en el plazo más breve posible, una respuesta unitaria consensuada por todas las Academias de la Lengua Española. [rae y Asale, 2004: 9.]

Pese a estas afirmaciones, el dpd en línea sigue siendo el mismo cinco años después de su publicación, como evidencian sus discrepancias con los dos primeros tomos de la obra normativa más reciente: la Nueva gra-mática de la lengua española (ngLe2009). Quizá la razón de este incumpli-miento se halle en que las academias han considerado —juiciosamente en este caso— que, para no seguir mareando la perdiz con criterios dis-pares repartidos entre sus distintas obras, valía la pena esperar al texto definitivo de su códigos normativos en proceso de revisión: la Orto-grafía, prevista para principios del 2011,27 y la 23.ª edición del drae, prevista para el 2013.

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Como ya hemos señalado, de la selección de las entradas para el dpd resultó un lemario de unas 7250 entradas —incluidas las remisiones y las 56 de carácter temático—, cuyo uso plantea, o puede plantear, dudas en los distintos niveles lingüísticos: fonográfico (sobre ortología, o pronunciación, y ortografía), morfológico (plurales, femeninos y for-mas derivadas nominales; formas de la conjugación verbal), sintáctico (construcción, régimen, concordancia, forma y uso de la fraseología), y lexicosemántico (impropiedades léxicas, orientaciones en el uso). Buena parte de la nomenclatura del dpd está conformada por extranjerismos, neologismos, gentilicios, variantes diatópicas y topónimos.

Dada la considerable presencia de extranjerismos en el lemario —reflejo evidente de su implantación en el uso real de la lengua—, estos merecieron la creación de un apartado en el que se daban normas sobre su tratamiento en el diccionario. Merece la pena citarlas para con-textualizar las críticas que más adelante expondremos.

En este protocolo de trabajo se distinguían tres tipos de extranjeris-mos (Matus, 2003: 255):

1. Los superfluos e innecesarios, puesto que existen equivalencias en español.

2. Los necesarios, dado que no tienen equivalente en español, y entre los cuales se encuentran los susceptibles de adaptación y los que han de mantenerse sin adaptar porque suelen usarse con su grafía original (xenismos).

3. Los de uso muy extendido pese a existir equivalencias en español.

Esta distinción inicial quedó reducida a dos tipos, según consta en los preliminares del dpd (rae y Asale, 2005: xix-xx). La primera categoría se mantiene bajo la denominación de «extranjerismos superfluos o in-necesarios», para los que se censura su uso en redonda y se señalan las formas que deben usarse. En cuanto a las dos restantes, se unifican en los llamados «extranjerismos necesarios o muy extendidos», para los que, según el caso, se proponen adaptaciones o equivalencias, o se señala su condición de extranjerismos crudos asentados en el uso (xenismos) y se prescribe su escritura en cursiva o entre comillas.

En cuanto a los artículos, se distinguen dos tipos: los temáticos y los no temáticos —en su origen, llamados «generales» y «específicos» (Matus, 2003: 254)—. En los temáticos se tratan cuestiones generales, como las normas de acentuación gráfica, el uso de los signos de pun-tuación o de las mayúsculas, las reglas de formación del femenino o del

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plural, el dequeísmo, la concordancia, etc.; y se distinguen tipográfica-mente porque el lema figura en versalita negrita. Los no temáticos son los referidos a palabras concretas que plantean algún tipo de duda de entre las citadas anteriormente, y cuyo lema figura en redonda negrita, excepto los considerados extranjerismos crudos, que constan en cursiva negrita.

Los usos comentados en los artículos se avalan con citas extraídas, en su mayoría, de los bancos de datos de la Real Academia Española, tan-to del Crea como, en menor medida, del Corde. No obstante, también figuran citas de diversos textos, incluso de publicaciones periódicas en internet —lo que se indica con el símbolo @—; la relación de todos estos documentos figura como «Nómina de fuentes citadas».28 Elena Hernández Gómez (2005: 60), coordinadora del equipo lexicográfico del dpd, asegura que «a la seriedad que ello [el uso de las citas] aporta al diccionario como obra sólidamente documentada, se añade la diversión que proporciona, en muchos casos, la lectura de estas citas». Sobre la «seriedad» en el uso de citas tomadas de los corpus de la academia, la (escasa) solidez de la documentación con que se avalan las nor-mas y las recomendaciones del dpd, y la «diversión» que proporcionan ya no la lectura de las citas, sino los muchos problemas metodológi-cos recurrentes en esta obra hablaremos a continuación.

• Dice Franz Lebsanft (2007: 233; la negrita es nuestra) que, en ciertos casos, «el dpd falsea la realidad lingüística, aduciendo ejemplos ais-lados frente a usos desaconsejados pero con documentación abundante» y que en otros sus propuestas chocan «de frente con el uso general tal como lo refleja el Crea». Pone como ejemplos de lo que juzga «una estrategia planificadora poco útil» la recomendación de la grafía baipás (pl. baipases), «que no se puede documentar ni una sola vez en el corpus de la rae [Crea] cuando by-pass es la grafía utilizada en 88 casos en 52 documentos [...] y bypass en 29 casos en 20 documentos»; y la recomen-dación de bodi, bajo la cual «se cita el único documento del Crea con esta grafía, mientras que body se utiliza en 99 casos en 63 documentos [...]». Casos de esta índole, abundan, de hecho, en el dpd. Veamos otros más, como complemento para ilustrar esta crítica.

De entre todos ellos, tal vez los más desopilantes sean los que cita Ricardo Bada (2007: 106-107) en su reseña «El panhispánico nuestro de cada día», donde descubrimos la trascendencia que una mala correc-ción editorial puede tener en la norma del español cuando el redactor o académico de turno no contrasta sus fuentes:

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[...] Otra de las dudas que me asaltaban tiene que ver con la justa adscripción de determinados usos a unos ámbitos geográficos. Le escribí, por ejemplo, a la autora costarricense Anacristina Rossi felicitándola como autoridad del idioma cuando descubrí en el dpd una cita de su María la noche, certificando el uso cen-troamericano de la palabra ‘agujerada’, pero Anacristina me contestó: «No soy ninguna autoridad de la lengua castellana, apenas procuro manejar más o menos bien la lengüita del entorno tico y unos pocos países aledaños. Me sorprendés con lo de ‘agujerada’. Porque lo que recuerdo es que yo escribí ‘agujereada’, como se dice en Costa Rica. ¡Si pone ‘agujerada’ quiere decir que lo corrigieron en [la editorial] Lumen sin que yo me diera cuenta! La autoridad del idioma sería tu compatriota [la editora] Esther Tusquets». = Pocos días más tarde volví a felici-tar a Anacristina, ahora porque se la citaba otra vez como autoridad, en la entrada correspondiente a la palabra ‘guipur’: «A los noventa años arrastrará su belleza perdida como un vestido de guipur». Pero la autora de María la noche me volvió a contestar que «lo de guipur fue una errata de Lumen, nosotros decimos guipiur, a la francesa, ellos me lo corrigieron, yo lo volví a corregir y no me hicieron caso». Con lo cual me di cuenta de que al final bien podría terminar escribiendo un ar-tículo sobre la involuntaria contribución de los correctores de Lumen al español centroamericano. […]

En esta línea, vamos a analizar unas cuantas consultas realizadas en el diccionario a raíz de dudas reales surgidas a lo largo de diversas tareas de corrección y traducción, y vamos a centrarnos en aquellas cuyos resulta-dos ponen en cuestión la metodología seguida en cuanto a la asignación de valor a los contenidos del Crea y a su interpretación, y que se corres-ponden con extranjerismos, precisamente por su inestable condición en la lengua.29

Consulta récord

dpd 1. Voz tomada del inglés record, ‘marca o mejor resultado homologado en la práctica de un deporte’. Se utiliza frecuentemente en sentido figu-rado, fuera del ámbito deportivo. Su plural es récords […]. En español, tanto el singular como el plural deben escribirse con tilde […]. En al-gunos países, especialmente en Chile, comienza a circular la forma récor (pl. récores), mejor adaptada al español y, por tanto, más recomendable que récord. Por su extensión, se considera aceptable el uso del anglicismo adaptado, aunque se recomienda emplear con preferencia los equivalen-tes españoles marca, plusmarca o mejor registro.

crea (casos) récord: 3317; récor: 3

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Comentario Dado que récord es forma recogida en el drae desde 1992 como palabra propia de la lengua española y sobre la que, por tanto, la rae ya se pro-nunció trece años atrás, no hay razón aparente para su análisis en el dpd. Pero ahí está.Este artículo recomienda usar, por una parte, una forma adaptada, récor, y, por otra, voces patrimoniales equivalentes. ¿Por qué? No lo sabemos.Si consideramos la presencia de récord y récor en el Crea, comprobamos que la superioridad de la primera forma es aplastante, mientras que afir-mar que «en algunos países, especialmente en Chile, comienza a circu-lar» la segunda forma es, como poco, osado.Los casos de récor ofrecidos por el Crea pertenecen a la prensa, dos de ellos de Chile y uno de El Salvador.¿Tres casos merecen ser convertidos en forma «más recomendable» cuando ya hay una instalada en la lengua real y, es más, refrendada por la rae desde 1992 como propia del español culto?

Consulta espuma

dpd mousse. → espuma.[Yendo a la entrada a la que remite:]espuma. Para designar el plato de consistencia esponjosa preparado con claras de huevo y otros ingredientes, se recomienda usar en español el término espuma, calco del francés mousse: «Como postre, espuma de chocolate con fresas de temporada» (País [Esp.] 17.5.04).

crea (casos) 1) Realizamos una búsqueda de mousse y de espuma que acote sólo el área temática al campo 501: «Gastronomía, cocina».

Mousse: 34 casos. Espuma: 83 casos. Coinciden (aproximadamente) con la descripción

del plato que da el dpd sólo 2 casos, pertenecientes a estas fuentes: • Xavier Domingo: El sabor de España, Barcelona: Tusquets, 1992,p. 204.

Dice la cita correspondiente: «Uno de los postres más corrientes en los restaurantes españoles, se anuncia como mousse de chocolate. Ig-noran los reposteros y cocineros españoles que Juan de la Mata ya la hacía y la llamaba, como debe ser en España, espuma de chocolate. Su receta es sencilla y deliciosa: “Se deshará una libra de chocolate la-brado, del mejor, con media libra de azúcar, unas rajitas de canela en rama, y una cortecita de limón verde; hecho el chocolate en el modo ordinario, y que esté algo espeso, se apartará del fuego, y se pasará por una tela fina o cedazo de seda, cuyo recipiente será una cazuela, donde se dejará enfriar aumentando un poco de agua fría de nieve para batirle; concluyendo como en la espuma de leche”».

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crea (casos) • José Luis Armendáriz Sanz: Procesos de cocina, Madrid: Paraninfo, 2001. En este caso, el texto consigna lo siguiente: «Mousses o espumas.

Mousse es una palabra francesa que significa espuma y, que está tan generalizado su uso que a veces suena raro utilizar el castellano al nombrar una elaboración espuma de chocolate por mousse de chocolate. Una espuma es una elaboración a la que se ha introducido aire, de forma que tenga una textura esponjosa y, en algunos casos, sea exac-tamente una espuma. Pueden ser dulces o saladas».

2) Hacemos una búsqueda por las combinaciones mousse de chocolate y espuma de chocolate sin acotar ninguna variable.

Mousee de chocolate: 8 casos (dos de los cuales proceden de las mismas fuentes que espuma de chocolate).

Espuma de chocolate: 2 casos (los citados para espuma).

La cita del Crea que el dpd ofrece como ejemplo pertenece a una noti-cia de la comida ofrecida por el Gobierno de España al príncipe Felipe de Borbón y a Leticia Ortiz antes de su boda («Los novios almuerzan con Zapatero en La Moncloa», El País, 17/05/2004; en línea: <http://www.elpais.com/articulo/espana/novios/almuerzan/Zapatero/Moncloa/elpepuesp/20040517elpepunac_6/Tes>). Curiosamente, tal fuente no aparece en el Crea.

Comentario De los dos casos contados hallados para espuma y espuma de chocolate, uno señala la conveniencia de llamar espuma a la mousse, y atribuye esta op-ción a un cocinero concreto (que publicó recetarios a mediados del xviii); el otro insiste justo en lo contrario: en la extrañeza que produce el uso del calco espuma en lugar del término culinario original: mousse, hoy muy común. Por tanto, el Crea no da pie en absoluto para fundamentar la palabra espuma como calco por el que se pueda adaptar al castellano la voz francesa mousse.Por otra parte, al recomendar espuma por mousse, la rae no repara en que en la cocina actual se distingue netamente entre las espumas y las mousses. Se habla de espuma para aludir a las texturas esponjadas obtenidas me-diante una técnica de elaboración desarrollada por el prestigiosísimo cocinero Ferran Adrià en 1994. Contrariamente a las mousses, estas es-pumas se realizan sin leche ni huevos (como sí los tiene la mousse), y su textura ligera y esponjosa se obtiene aireando la preparación básica de ingredientes con un sifón también ideado por Adrià (junto con su equipo de investigación culinaria, de la Fundació Alícia). De haber consultado, durante la realización del Crea, con expertos en culina-ria, no se habría propuesto nunca espuma como adaptación española de mousse.

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Consulta ballet30

dpd ballet. 1. Voz francesa (pron. [balé]) que significa ‘danza clásica’ y ‘com-pañía que interpreta este tipo de danza’. Por tratarse de un extranjerismo crudo, debe escribirse con resalte tipográfico. Su plural es ballets […].2. Aunque es palabra asentada en el uso internacional con su grafía ori-ginaria, puede adaptarse fácilmente al español en la forma balé (pl. balés): «Di clases de balé» (CInfante Habana [Cuba 1986]).

crea (casos) ballet: 1573; balé: 2

Comentario La palabra ballet está registrada por primera vez en el drae en su edición de 1992, que la recoge como palabra propia de la lengua española; no obstante, en la edición del 2001 pasó a ser considerada extranjerismo y marcada, como tal, en cursiva. Es término de extenso uso en el español, como bien señala el dpd, lo que también se refleja en el Corde, cuya primera referencia a esta forma data de 1916.

Pese a considerarlo extranjerismo crudo, las academias, en su afán adap-tador, proponen la forma balé, de la que sólo se registran 2 casos en el Crea: el que se da como ejemplo en el dpd y otro, de la misma obra de Cabrera Infante.Dos casos no parecen representatividad suficiente como para avalar una nueva forma para este término tan instalado en la lengua. Ni parece que el análisis realizado de los resultados obtenidos del Crea haya tenido el rigor necesario para formular propuestas sólidas.

Un simple clic sobre el término balé mostrado por el corpus académico permite acceder al párrafo de la obra de Cabrera Infante, donde, curio-samente, conviven la forma dada en el dpd como adaptación (balé), con la forma usual (ballet) y con otra espontánea: bale. Y decimos espontánea porque tanto balé como bale son palabras usadas en boca de un personaje de la obra, probablemente para reflejar su habla poco formal, en con-traposición con el narrador en primera persona, que siempre usa ballet. Quizá el autor no quiso marcar en cursiva estas formas espontáneas, quizá la editorial no realizó una buena corrección del texto…Señalemos además que la consulta en el Crea de la forma bale ofrece 3 casos, uno más que la forma balé y todos de la misma obra de Cabrera Infante. El dpd, en cambio, no propone esta adaptación.

¿La aparición de una forma o de la otra en una única obra de un único autor es una documentación sólida para las academias? Si quieren pro-poner una adaptación, que la propongan, pero que no la avalen con una cita que carece de validez. Y, por otra parte, ¿merece la pena sugerir formas adaptadas para términos extensamente usados y fijados en la len-gua? A buenas horas mangas verdes…

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Consulta rafting y puentismo31

dpd rafting. → balsismo.balsismo. ‘Deporte que consiste en descender en balsa por aguas rápi-das’. Voz propuesta en sustitución del anglicismo rafting. Se ha formado a partir del sustantivo balsa (equivalente español del inglés raft) más el sufijo -ismo, presente en otros términos españoles que designan prácticas deportivas, como senderismo, piragüismo, paracaidismo o andinismo.

⊗puenting. → puentismo.puentismo. Voz recomendada en sustitución de la forma híbrida ⊗puenting (del sustantivo español puent[e] + el sufijo inglés -ing) para designar el deporte consistente en lanzarse al vacío desde un puente u otro lugar situado a gran altura, sujetándose a este mediante una cuerda atada al cuerpo. Está formada con un sufijo tradicional y productivo en español, presente en otros términos que designan prácticas deportivas: ciclismo, senderismo, piragüismo, paracaidismo, etc.

crea (casos) rafting: 30; balsismo: 0 / puenting: 15; puentismo: 0

Comentario Las adaptaciones propuestas carecen de cita que las avale; de hecho, no constan tales formas en el Crea. Por tanto, no es cierta la afirmación de Elena Hernández (2005: 59): «[…] todos los usos comentados se ilus-tran con citas textuales […]».Por otra parte, el signo ⊗ (bolaspa) que precede a puenting señala que es un término incorrecto y que no debe usarse; sin embargo, el dpd lo escribe en redonda y no indica si, en caso de querer usar puenting, debemos escribirlo en cursiva. Y es que las academias aún no se han inventado cómo deben escribirse las voces generadas por los propios hablantes y consideradas incorrectas o desaconsejadas. Esperemos que no prescriban que las precedamos de la bolaspa para así darle más vida a su «invento».

Consulta espónsor

dpd ⊗espónsor, ⊗esponsorización, ⊗esponsorizar. → patrocinador.patrocinador -ra. 1. ‘[Persona o entidad] que apoya o financia una ac-tividad, frecuentemente con fines publicitarios’ […]. La existencia de esta voz española hace innecesario el uso del inglés sponsor y de su adap-tación ⊗espónsor. Igualmente superfluos son los derivados ⊗(e)sponsori-zar y ⊗(e)sponsorización, cuyos equivalentes tradicionales en español son patrocinar y patrocinio.

2. En muchos países americanos se usan los términos auspiciador, auspi-ciar y auspicio, igualmente válidos y preferibles al anglicismo […].

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crea (casos) espónsor: 5; esponsorización: 109; esponsorizar: 2432

Comentario Cabe mencionar, primero, que el drae vigente (2001) recoge esponsori-zación y esponsorizar, lo que supone que la rae sí las considera formas propias del español. En esponsorizar se remite a patrocinar, señalando que es esta la forma preferida por la academia. En cambio, en esponsorización se da su definición y no una remisión a ninguna forma preferida; por tanto, la academia está legitimándola con todas las de la ley.Sorprende, eso sí, que espónsor, palabra de la que el resto deriva, no fi-gure en el drae2001, y sí lo haga sponsor, considerado extranjerismo y remitido a patrocinador. No logramos dar con ninguna posible explica-ción lingüística que justifique esta anomalía, puesto que, al elaborar el drae2001, en el Crea ya se registraban casos de espónsor.

El dpd, por su parte, sí recoge los tres términos, precedidos de la bolaspa y remitidos a patrocinador, palabra que, a criterio de este diccionario, debe usarse, junto con sus derivados, en lugar de las formas consideradas ahora incorrectas o desaconsejadas.¿A qué obedece este cambio de opinión? ¿Por qué en sólo cuatro años dos voces han pasado de ser aceptadas por la rae a ser rechazadas por esta misma institución y sus correspondientes americanas? ¿No había sido «profundamente revisado» (drae, 2001: en línea) el contenido del drae2001?

Por otra parte, del análisis de los resultados del Crea se desprende que la forma con menor presencia en el corpus es espónsor y que, en los años noventa del siglo pasado, convive con esponsor, lo que refleja la inestabili-dad aún del término —o lo que es lo mismo, la vacilación de los hablan-tes—. No obstante, dos de los casos se corresponden al plural, espónsores, ambos con tilde y fechados en el 2004, lo que podría indicar una cierta fijación ya de la voz —o lo que es lo mismo, que los hablantes ya la han adaptado al paradigma acentual y morfológico del español.

Consulta aerobismo

dpd aerobismo. En América del Sur, especialmente en los países del Río de la Plata, ‘deporte que consiste en correr al aire libre’: «Sí, me manten-go bien, aerobismo... esas cosas...» (Rovner Premio [Arg. 1981]). En otras zonas del mundo hispánico se emplean, con este sentido, la voz inglesa jogging o el falso anglicismo footing. Se recomienda sustituir estos tér-minos foráneos por el sustantivo aerobismo o por los verbos trotar (raro en España aplicado a personas, pero frecuente en América con este sen-tido) y correr: «Vuelvo a casa y salgo a trotar» (Época [Chile] 11.7.97); «Si sale a correr al parque, al mes tiene diez amigos que corren» (Agui-lar Error [Méx. 1995]).

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crea (casos) aerobismo: 47 casos en 9 documentos; footing: 74 casos en 55 documen-tos; jogging: 88 casos en 54 documentos

Comentario Aerobismo aparece en el Crea casi exclusivamente en textos argentinos (97,87 % de Argentina y 2,13 % de Perú) con los dos sentidos: aeróbic (ejercicios gimnásticos aeróbicos) y footing o jogging (correr al aire libre). Footing aparece en 74 casos en 55 documentos, 86,48 % de España, 6,75 % de Argentina, 2,70 % de Venezuela, 1,35 % de México, 1,35 % de Paraguay y 1,35 % de Perú. No hay casos en plural y siempre signi-fica ‘correr al aire libre a poca velocidad como ejercicio físico’.

Jogging aparece en 88 casos en 54 documentos, con la siguiente distribu-ción geográfica: España 64,77 %, Argentina 21,59 %, Chile 7,95 %, Mé-xico 2,27 %, Costa Rica 1,13 %, Perú 1,13 % y Venezuela 1,13 %. Siem-pre significa ‘correr al aire libre a poca velocidad como ejercicio físico’.

¿A santo de qué proponer a los millones de usuarios habituales de footing o jogging una forma extraña, polisémica y muy local como aerobismo? Al margen, resulta divertido que se clasifiquen los usos entre América del Sur (especialmente el Río de la Plata, que acaba siendo sólo Argentina), de un lado, y «otras zonas del mundo hispánico», del otro. ¿Cuáles hay que entender que son esas otras zonas? Si América del Sur es sólo el Río de la Plata, «otras zonas del mundo hispánico» son la mayoría de los países, ¿no? En el artículo aerobismo tenemos, pues, un caso de monocentrismo nor-mativo, pero argentinista en lugar de españolista por una vez, o «rio-platocéntrico» en lugar de eurocéntrico (como se prefiera). Así es como, según nos consta, el panhispanismo mal entendido conduce a personas de poca formación a incluir la forma alienígena aerobismo como opción obligada en libros de estilo editoriales españoles, cuando footing y jogging aparecen recurrentemente como formas usuales españolas no sólo en el Crea, sino también en el Diccionario del español actual de Manuel Seco (Aguilar, 1999, pp. 2211 y 2736, restringido al español de España y basado en un corpus textual), donde aerobismo no figura ni por el forro. Ya que el dpd ha «manuelsaqueado» su obra, como diría el ocurrente Barcia (v. § 3.3.2.2), al menos podría haberlo hecho bien.

Consulta hippie

dpd hippie, hippy. → jipi.jipi. Adaptación gráfica propuesta para la voz inglesa hippy o hippie, que se aplica, como adjetivo, al ‘[movimiento] contracultural juvenil surgi-do en los Estados Unidos de América en los años sesenta del siglo xx’ […]. Se usa sobre todo, como sustantivo común en cuanto al género (el/la jipi; → género2, 1a y 3d), para designar a la persona que sigue dicho movimiento o que adopta alguna de sus características o actitudes […].

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crea (casos) hippie(s): 320; hippy: 97; jipi: 77

Comentario Por si no fueran suficientemente reveladores los resultados del Crea, súmenseles los del Corde: 5 casos para jipi y 22 para hippie y hippy. Y es que larga historia tienen ya estas formas, tanto que incluso se registran en el corpus diacrónico del español y a partir de ellas se han formado derivados, como hippismo y neohippie.Tarde llega la academia a normalizar el extranjerismo…

• A continuación comprobará el lector que basta un simple espigueo por la letra a para constatar los problemas de todo orden que presenta el dpd. Desde sus primeras páginas nos ofrece perlas cultivadas de su tendencia a la oscuridad expositiva, al error y a la inconsistencia:

Lema abajo (p. 4):

abajo. 1. Adverbio de lugar que, con verbos de movimiento explícito o implícito, significa ‘hacia lugar o parte inferior’: «Camina arriba y abajo manteniendo el mismo ritmo» (Belbel Elsa [Esp. 1991]); «No mires abajo» (Delibes Madera [Esp. 1987]). Suele ir precedido de las preposiciones de, desde, hacia, para o por, nunca de la pre-posición a, ya incluida en la forma de este adverbio: Le miró de arriba abajo (y no ⊗de arriba a abajo). Puede indicar también estado o situación, con el significado de ‘en lugar o parte inferior’: «Te espero abajo» (Santiago Sueño [P. Rico 1996]); «Las doncellas estaban abajo, en la cocina» (Caso Peso [Esp. 1994]).2. Indicando estado o situación, abajo puede referirse a cualquier lugar situado en el plano inferior: Mis padres duermen abajo (‘en un lugar indeterminado de la planta inferior’); mientras que debajo alude al lugar del plano inferior inmediatamente en contacto con el superior, o situado en la misma vertical: Mis padres duermen debajo (‘en el lugar de la planta inferior situado en la misma vertical del punto desde el que se habla’). Esto explica que debajo lleve siempre, implícito o explícito, un complemento con de que expresa el lugar de referencia: Mis padres duermen debajo de mi habitación.3. En el español de América, en registros coloquiales o populares, no es infrecuente que abajo vaya seguido de un complemento con de: ⊗«El puente peatonal [...] se incendió cuando el avión pasó por abajo de él» (Expreso [Perú] 1.8.87). Pero, en gene-ral, es uso rechazado por los hablantes cultos y se recomienda evitarlo en el habla esmerada; en esos casos debe emplearse debajo.4. Por su condición de adverbio, no se considera correcto su empleo con posesivos: ⊗abajo mío, ⊗abajo suyo, etc. (debe decirse debajo de mí, debajo de él, etc.).

Dos comentarios sobre esta entrada:

1. Nótese la inadecuada selección del ejemplo: Mis padres duermen abajo no indica, como se dice, ‘en un lugar indeterminado de la planta

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inferior’, sino ‘en un lugar indeterminado bajo la planta en que nos encontramos’, que puede ser o no ser la planta inferior.

2. Se dice de abajo: «Por su condición de adverbio, no se considera correc-to su empleo con posesivos: ⊗abajo mío, ⊗abajo suyo, etc. (debe decirse debajo de mí, de él, etc.)». Sin embargo, en el lema alrededor se dice que «es legítimo el uso del adverbio seguido de los posesivos plenos mío, tuyo, suyo, etc. [...] Se justifica este uso porque el adverbio alrededor está formado por la contracción al seguida del sustantivo rededor». Pese a esto, en los lemas encima, enfrente, arriba, compuestos por un sustantivo (cima, frente, riba) se dirá de cada uno que «por su condición de adver-bio, no se considera correcto su empleo con posesivos». Maravillosa congruencia.

Lema ab intestato (p. 6):

ab intestato. Loc. lat. que significa ‘sin testamento’: «El viejo murió ab intestato» (MDurán Toque [Col. 1981]). [...]

Pésima traducción la del dpd. Esta locución significa ‘procedente de quien no hizo testamento’. El ejemplo de Duran (1981) aportado en este lema es un error conceptual. El viejo pudo morir «sin testar», pero no pudo morir «ab intestato» (‘procedente de quien no hizo testamento’). En cambio, se puede dar una «herencia ab intestato».

Lema aedo (p. 25):

aedo. ‘Cantor épico de la antigua Grecia’: «Los aedos no tenían que contar la prehisto-ria de sus héroes» (Trías Encuentro [Esp. 1990]). La variante aeda, tomada tardíamen-te del francés, es igualmente válida: «Ellos llevan la historia a cuestas, como antes de la aparición del libro los aedas» (Ruffinelli Guzmán [Ur. 2001]).

Se da el caso de que el francés diga aède y de que los préstamos del fran-cés de palabras masculinas terminadas en -e (como aède) terminen en -e (garaje, fuselaje, petimetre, etc.). Por tanto, parece más razonable decir que aeda es una ultracorrección de algún petimetre. Manuel Seco (1998: 26) señalaba la corrección de la forma masculina y añadía que, aunque «es más frecuente decir el aeda», esta forma presenta «una terminación -a poco justificada». A lo que apostillaba con gracia: «Por ser una voz de uso exclusivamente culto, es menos justificable que en otros casos el error, y mas fácil imponer la corrección». Lo mismo, con otras palabras, se decía desde la edición de 1967. En fin, que los cultos ya eran incultos

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hace más de cuarenta años. No sería raro que estos cultos incultos hubie-ran dicho aeda por analogía con poeta. Al fin y al cabo, el aedo tenía mucho que ver con la poesía y, fácilmente, podía ser «infectado» por el poeta.

Lemas aerostato o aeróstato (p. 26), atmósfera (p. 72), fotólisis o fotoli-sis (p. 300) y fotosfera o fotósfera (p. 300), -lisis (p. 400) y -sfera (p. 599):

aerostato o aeróstato. [...] la forma llana aerostato está desplazando en el uso a la forma esdrújula aeróstato, que es la conforme con la prosodia grecolatina.

Harto difícil le resultaría al redactor de turno del dpd explicar qué es la prosodia «grecolatina», pues el griego tenía su prosodia y el latín la suya. Si bien, por lo que cuenta el dpd, la forma esdrújula aeróstato es la «conforme» a dicha inexistente prosodia, el drae2001 (edición en línea) registra aerolito y fotolito, pero no las formas esdrújulas aerólito y fotólito. Sobre estos vocablos el dpd no dice nada, por lo que deben considerarse aceptables solamente las formas llanas del drae.

En cambio, el dpd recoge los lemas fotólisis o fotolisis y fotosfera o fo-tósfera, que remiten respectivamente a -lisis y -sfera. En los compuestos con -lisis, el dpd acepta la acentuación grave y la llana. Así, pues, según el dpd y el drae tenemos las siguientes formas canónicas: aeróstato/aeros-tato, aerolito (pero no aerólito), fotolito (pero no fotólito), fotólisis/fotolisis. Muy cómodo para no cometer faltas de ortografía. Y, sobre todo, muy razonable.

Para los compuestos con -sfera, la obra distingue: en América, la acentuación suele ser esdrújula; en España «todas las palabras formadas con este elemento compositivo, salvo atmósfera, son llanas: biosfera, estra-tosfera, hidrosfera, etc.». De hecho, el mismo dpd, en el lema atmósfera dice que «la forma llana etimológica atmosfera está en desuso y debe evitarse». Ahora bien, el drae2001 (en línea) aún admite las dos formas. Panorama maravilloso: en América casi siempre las palabras con -sfera son esdrújulas; en España son siempre llanas, salvo atmósfera, aunque la acentuación llana sea la etimológica. Cómodo y razonable, también. ¿Para qué va una institución normativa, tan poco dada a interferir en el uso, a sugerir normas que acaben de poner orden en estos paradigmas cultos y faciliten la escritura? ¿Acaso les pagamos por eso?

Lema a látere (p. 34):

a látere. Loc. lat. que significa literalmente ‘al lado’. [...] De esta locución deriva el sustantivo adlátere o alátere (→ adlátere); [...].

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No es verdad. Literalmente significa ‘desde el lado’. El drae en línea dice del sustantivo adlátere:

adlátere.(Del lat. a latĕre, al lado, por confusión de las preps. lats. ab o a y ad).1. com. despect. Persona subordinada a otra, de la que parece inseparable. [...]

Lo más probable es que adlátere no derive de a látere, sino que sea un hí-brido entre a latere (que, hablando de parentela, significa ‘colateralmente’) y ad latus (que, espacialmente, significa ‘al lado’: Eum vident sedere ad latus praetoris, ‘lo ven sentado al lado del pretor’ [Cicerón]).

Lema alerta (p. 36):

alerta. 1. Voz procedente de la locución interjectiva italiana all’erta, con la que se instaba a los soldados a ponerse en guardia ante un ataque. [...]

Esta defición es muy mala: no se entiende quién instaba a los soldados y no es verdad que se los instaba «ante un ataque». Los diccionarios italianos dicen que all’erta o allerta significa ‘grito con que los soldados se exhortaban recíprocamente a vigilar’. Literalmente, all’erta [sto], sig-nifica ‘en lo alto, la parte alta [estoy]’. Es evidente que quien está en lo alto puede ver con mayor facilidad al enemigo.

Lema altamar (p. 41):

altamar. ‘Parte del mar que está a bastante distancia de la costa’: «El suelo se movía como la cubierta de un barco en altamar» (Jodorowsky Pájaro [Chile 1992]). Aunque todavía es mayoritaria la grafía en dos palabras alta mar, no es infrecuente y resulta preferible la grafía simple altamar, ya que, normalmente, el primer elemento del compuesto se hace átono y ambas palabras se pronuncian como si fueran una sola. Como evidencia el género del adjetivo, este compuesto es femenino: la altamar, la alta mar (y no ⊗el altamar, ⊗el alta mar).

Consideremos los aspectos señalados:

La freCuenCia. El Corpus Diacrónico del Español (Corde)33 presenta 10 ejemplos de altamar y 631 de alta mar; porcentaje de un uso respecto al otro: 1,58 %. El Corpus de Referencia del Español Actual (Crea)34 presenta 68 casos de altamar (casi todos de la prensa, que, notoriamente, no brilla por competencia lingüística) y 439 de alta mar; porcentaje de un uso respecto al otro: 15,4 %. Estos numeritos le sobran al dpd para

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decir que el uso de altamar no es infrecuente. No es que sea infrecuente: es casi inexistente.grafía preferente. Los señores académicos no explican por qué ha de ser preferible la grafía altamar, pese a que sea mayoritaria la otra (¡y cómo que lo es!). En realidad, alta mar significa ‘mar profundo’, como aguas altas significan ‘aguas profundas’. Los buenos escritores del pasado, co-nociendo el instrumento que usaban, decían altas mares o altos mares para indicar el mar abierto, lejano de la costa, donde las sondas con que se medía la altura de la columna de agua situada debajo de la quilla no tocaban nunca el fondo. Pues esto: agua alta, alta mar.priMer eLeMento átono, pronunCiaCión en una soLa paLabra. El dpd quiere justificar su singular preferencia ortográfica con una explicación absurda. Si esta explicación (elemento átono, pronunciación en una sola palabra) fuera norma aplicada a todas las grafías, las obras académicas deberían registrar donnadie (tal como registran donjuán); pero no lo ha-cen. El drae nos dice, en cambio, que debemos escribir don nadie. Seguro que estas divergencias deben atribuirse a los gustillos o gustazos de los distintos redactores de las obras académicas.CoMpuesto feMenino porque Lo indiCa eL adJetivo de altaMar (alta). Pongamos que así sea. La rae debería explicar por qué considera mascu-lino el compuesto aguamanos, formado evidentemente con un sustantivo femenino singular y un sustantivo femenino plural. Es evidente que no hay explicación: es así porque tal es el uso. O sea: la rae no ha explicado nada respecto al género de altamar.

Resulta cómico, además, que la academia afirme en una de sus obras que alta mar es un compuesto. Sin embargo, lo hace al escribir: «[...] este compuesto es femenino: la altamar, la alta mar [...]». En fin, termi-nología lingüística de aprendices.

El dpd, al decir que el compuesto es femenino y no indicar que carece de plural, sugiere que este se da y que sólo puede ser las altamares. Esta aberración, que no se da en el uso, puede que a partir del dpd llegue a darse por obra y gracia de la llamada «norma panhispánica», administrada ge-nerosamente por la rae y que muchos toman y engullen con un «Amén».

A todo esto, nos hemos preguntado por qué a alguien se le ocurrió es-cribir altamar. Acaso esa persona oyó campanas, sin localizar el campa-nario, y, siendo gramático de secano, hizo un razonamiento poco acepta-ble. Sus campanas debieron de ser las palabras bajamar y ple(n)amar (con sus significados de ‘marea baja’ y ‘marea alta’); su razonamiento debió de consistir en esto: si se dan bajamar y ple(n)amar, ¿por qué no ha de

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darse altamar? Lo primero que se le ocurre a cualquiera es que altamar o alta mar no significa ‘marea alta’, sino ‘mar profundo’. Ahora bien, esto no debió tener relevancia alguna para el gramático de secano.

Lo malo es que mucha gente toma en serio, con total buena fe, lo pri-mero que la rae publica. Luego, la rae cantará victoria diciendo: «Está en el uso». Y así se construye lo que llaman burocráticamente norma panhispánica pluricéntrica.

Lema amarar (p. 43):

amarar. Dicho de un hidroavión o de un vehículo espacial, ‘posarse en el agua’: «¿Y si un desperfecto nos obliga a amarar en pleno océano?» (Tibón Aventuras [Méx. 1986]). El español dispone de otros verbos con el mismo sentido e igualmen-te aceptables, como amarizar y acuatizar: «Secuestraron un pequeño avión de turismo y amarizaron cerca de las costas de Florida» (Proceso [Méx.] 8.12.96); «La ensenada de Manzanillo, donde acuatizaban los hidroaviones» (GaMárquez Amor [Col. 1985]). Existe también amerizar, formado sobre amerizaje, adaptación gráfica del francés amerrisage: «Había seleccionado una nave [...] capaz de amerizar en el océano» (Vanguar-dia [Esp.] 21.7.94). Mientras acuatizar solo se usa en el español de América, los otros verbos se extienden por todo el ámbito hispánico. [...]

(La negrita es nuestra.) Si al tratar el lema aerobismo nos quejábamos de mentalidad «rioplatocentrista», aquí ya no hay motivo. Sin duda, el re-dactor de turno había vuelto a enroscarse el cerebro castellanocéntrico de siempre. Evidentemente, debería haber dicho: «Estos verbos son comunes a todo el ámbito del español, salvo acuatizar, que no se usa en España».

Lema amateur (p. 44):

amateur. 1. Voz francesa (pron. [amatér]) que se usa con cierta frecuencia en español con el sentido de ‘[persona] que realiza una actividad por placer, no de modo profesio-nal ni remuneradamente’ y, en especial, ‘[deportista] que practica un deporte sin re-cibir por ello remuneración directa’. También significa, en referencia a una actividad o a una categoría deportiva, ‘de aficionados’. [...] = 2. Este galicismo ha dado lugar al derivado amateurismo (pron. [amateurísmo]), que significa ‘condición de aficionado o no profesional’ y ‘práctica no profesional de una actividad o de un deporte’: [...].

Considerando que, en la práctica, cada cual pronunciará estas voces fran-cesas como dios le dé a entender o según sea su dominio del francés, por «(pron. [amatér]) y «(pron. [amateurísmo])» entendemos que un cas-tellanohablante debe pronunciar [amatér] y [amateurísmo]. Es de una coherencia exorbitante. Sería muy interesante saber a qué razonamiento se debe. Pero no se nos aclara la duda.

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Lema Antártida (p. 51):

Antártida. 1. Para denominar el conjunto de tierras situado en el polo sur terres-tre son válidas las denominaciones Antártida y Antártica. [...] La forma Antártida —surgida por analogía con la terminación en -da de otros topónimos como Holan-da, Nueva Zelanda, Atlántida, etc.— es la única usada en España y la preferida en la mayor parte de América: «El adelgazamiento de la capa de ozono en la Antártida» (Excélsior [Méx.] 14.9.01). [...]

La terminación de Holanda y de Zelanda (-landa, del germánico land, ‘tierra’, ‘país’) no tiene nada que ver con la terminación de Atlántida. El nombre de esta tierra fabulosa está tomado del latín Atlantis idis o idos, donde -idis o -idos indica origen (‘del monte Atlas’) o descendencia (‘hijo o descendiente de Atlas’).

Lema antediluviano (p. 51):

antediluviano -na. [...] Este adjetivo está formado con el prefijo -ante, que signifi-ca ‘anterior’; no es correcta la forma ⊗antidiluviano, pues anti- significa ‘contrario’.

Dicho lo cual, es necesario corregir inmediatamente anticipar y usar el apropiadísimo antecipar; del mismo modo, hay que abandonar antiguo e ir a lo correcto: anteguo.

Lema antinomia (p. 52):

antinomia. [...] Se pronuncia [antinómia], con diptongo entre las dos vocales fi-nales. No es correcta, pues, la forma con hiato: ⊗antinomía.

¡Qué exceso de cháchara! El único lugar donde podría haber hiato es precisamente entre las dos vocales finales. La rae debe de considerar que los lectores de su obra pueden ver un posible hiato en alguna de las tres primeras sílabas de este vocablo.

Muy bien, esta palabra no es correcta, dice el dpd (nótese lo pres-criptivo). Probablemente es la única palabra castellana que termina en -nomia. Lo normal es que esas palabras terminen en -nomía (agronomía, astronomía, autonomía, biblioteconomía, economía, ergonomía, fisionomía, gas-tronomía, etc.). ¿Quién sería el antinómico (= enemigo de la norma) que inventó antinomia?

El drae, con la imprecisión de que a menudo hace gala, dice que an-tinomia deriva del latín antinomĭa y este del griego antinomía. Del mismo modo, el drae dice que economía deriva del latín oeconomĭa y este del griego

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oikonomía. Por tanto, si se quiere respetar la indicación prosódica del latín, debe decirse [antinómia] y [económia]; pero si se quiere respetar la del griego, debe decirse [antinomía] y [economía]. Lo que no vale es decir que antinomia y economía derivan del latín, pero se acentúan de modo distinto.

Lema apartotel (p. 55):

apartotel. ‘Hotel de apartamentos’: «Una amable periodista [...] me ayudó a trasla-darme a un apartotel» (Gala Invitados [Esp. 2002]). Esta es la grafía recomendada para este acrónimo tomado del inglés —de apart[ment] + [h]otel—, pues ⊗apar-thotel contiene un grupo th ajeno al sistema gráfico español. Se desaconseja, por minoritaria, la forma ⊗apartahotel.

Verdad sacrosanta: este grupo es ajeno al castellano. ¿No son ajenas tam-bién al castellano las terminaciones en -c (crac), en -b (esnob), en -p (chip), en -t (mamut), en -m (álbum), y otras que omitimos, todas ellas aceptadas por las academias? Estas terminaciones, ajenas al castellano, parece que van bien; va mal el grupo th por ajeno al castellano. ¿Por qué? No se nos dice.

Lema arpía (p. 63):

arpía. ‘Ave fabulosa con rostro de mujer’ y ‘mujer perversa’: [...] También es váli-da, aunque mucho menos frecuente, la variante harpía, que conserva la h- etimo-lógica: [...]. Hay otras palabras en que la rae admite la grafía con h- etimológica y sin ella (por ejemplo, armonía/harmonía) ¿Por qué no se aplica sistemá-ticamente este criterio a todas las palabras con h- etimológica? ¿O por qué no se abrogan todas las h- etimológicas, salvo las pocas (si las hay) que podrían tener valor diacrítico? Es más, ¿por qué no se abrogan las h- iniciales no etimológicas (por ejemplo, hueso, huevo, huérfano)? ¿Se ve más bonita la lengua con tanta hache? ¿O sólo se mantiene intenciona-damente para que los «indoctos», en virtud de las faltas de ortografía que en su aplicación van a cometer, nunca olviden lo que son?

Lema ayudar(se) (p. 79):

ayudar(se). 1. Cuando significa ‘ofrecer ayuda a alguien’, se ha generalizado su uso como transitivo en gran parte del dominio hispanohablante. Además del com-plemento directo de persona, suele llevar un complemento con a, si lo que sigue es un infinitivo, o con a o en si lo que sigue es un sustantivo: «Alguien lO ayudó a incorporarse» (JmnzEmán Tramas [Ven. 1991]); «Un psiquiatra [...] puede definir el

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perfil del asesino y ayudar a su captura» (LpzNavarro Clásicos [Chile 1996]); «Tenía perros amaestrados que lO ayudaban en sus fechorías» (Villoro Noche [Méx. 1980]). [...] En ciertas zonas no leístas, sin embargo, se mantiene su uso como intransitivo, conservando el dativo con que se construía en latín (lat. adiutare): «Su hijo Leoncio le ayuda [a ella] a vivir» (Hoy [El Salv.] 30.1.97) (→ LeísMo, 4e).

El redactado no deja claro si la «gran parte del dominio hispanohablan-te» incluye las zonas leístas ibéricas. Ello puede llevar al lector a ima-ginar que un madrileño dirá «alguien lo ayudó», en vez de expresarse leístamente (que es lo que hace).

Los redactores del dpd corren demasiado con la construcción de adiu-to are. De hecho, este verbo tiene varias construcciones transitivas y una intransitiva. La intransitiva significa ‘prestar ayuda’ y no indica en qué se presta ayuda (venisses, saltem nobis adiutasses, ‘si hubieras venido, al menos nos habrías ayudado’). La transitiva tiene varias construcciones: con doble acusativo cuando la cosa en que se ayuda se expresa con un pronombre: id adiuta me, ‘ayúdame [me acusativo en latín] en esto [id acusativo en latín]’; con ad + acusativo para indicar la cosa en que se ayuda: solere pisces etiam ad magicas potestates adiutare, ‘generalmente los peces ayudan [son de ayuda] para los poderes mágicos [magicas potestates, acusativo regido por ad]’; con dativo para indicar la persona ayudada y acu-sativo para indicar la cosa en que se ayuda: illi adiutare funus, literalmen-te ‘ayudar a él [illi dativo] el funeral [funus acusativo]’.

Lo dicho, pues, muestra que la construcción transitiva o intransitiva de ayudar no tiene ningún modelo de referencia en el latín adiuto are.

• El tratamiento de los nombres propios y comunes extranjeros en el dpd merece también comentario. Veamos algunos casos hallados en un espigueo aleatorio de voces:

Lemas agá o aga, sublema agá (o aga) kan o jan (p. 29), y lemas kan (p. 384) y sah (p. 584):

Con respecto a las tres primeras de estas voces turcas dice el dpd:

agá o aga. 1. Originalmente, ‘individuo que, en ciertos países musulmanes, de-sempeña una jefatura, especialmente de carácter militar’: «El agá hizo arrojar por sobre las murallas el siniestro crucifijo» (Lugones Milagro [Arg. 1906]). Hoy se emplea como mero título honorífico o de nobleza. Esta voz de origen turco presenta dos acentuaciones en español, la aguda etimológica agá (pl. agás; → pLuraL, 1b) y la llana aga (pl. agas; → pLuraL, 1a), también válida.2. agá (o aga) kan o jan. ‘Título del jefe espiritual de una de las ramas de los musulmanes chiíes’. La pronunciación etimológica del segundo elemento de esta

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locución es [ján], voz del turco antiguo que significa ‘señor o príncipe’; de ahí la grafía agá (o aga) jan, válida, aunque muy minoritaria. Más usual es la pronuncia-ción [kán], que justifica la grafía agá (o aga) kan, la más recomendable en español, pues la voz kan se documenta ya desde antiguo como nombre del jefe o príncipe de los tártaros (→ kan). No debe escribirse ⊗khan, grafía que corresponde a otros idiomas, como el inglés o el francés. Como ocurre con todos los títulos de dignidad o cargo, no es obligatoria, aunque sí frecuente, su escritura con mayúscula inicial (→ MayúsCuLas, 4.31 y 6.9); así, puede escribirse agá (o aga) kan o Agá (o Aga) Kan. Lo que no está justificado es escribir con mayúscula solo uno de los dos elementos de la locución: ⊗agá (o aga) Kan.

kan. ‘Jefe o príncipe de los tártaros’: «La derrota del ejército del Kan se debió a que los japoneses fueron siempre feroces y temidos hombres de caballería» (Bonfil Simbiosis [Méx. 1993]). Es voz de origen turco, documentada en español desde época medieval. La grafía kan es la única vigente en el uso, ya que la variante can, frecuente con este sentido hasta época clásica, es hoy inusitada, y la forma jan, más cercana al étimo turco, es muy minoritaria. No debe escribirse khan, grafía que corresponde a otros idiomas, como el inglés o el francés. Su plural es kanes (→ pLuraL, 1g). [...]

Lo primero que acaso debía decir la egregia institución es que, en turco, se escribe ağa y que esta g con el diacrítico, llamada yumuşak g (= g blanda), no representa ningún sonido consonante, sino sólo la duplicación de la vocal precedente. O sea, la palabra ağa representa el sonido /aaá/.

Esta palabra tuvo distintos usos y significados durante el Imperio otomano. La República turca la abrogó como título de nobleza u hono-rífico, contrariamente a lo que dice el dpd; actualmente (algo que el dpd no dice), esta palabra es usada por la gente sencilla con el significado que suele o solía darse al castellano maestro o jefe referido a una persona de mayor rango laboral o algo por el estilo.

Lleva relativamente razón el dpd al decir que la acentuación etimo-lógica de ağa es aguda. Ahora bien, la tónica turca (exceptuadas las oraciones negativas) es casi una entelequia para un oído hispano. Por otro lado, dada la estructura aglutinante de esta lengua, el acento tónico prácticamente no es distintivo (exceptuadas las oraciones negativas).

El dpd hace saber que la pronunciación etimológica de kan es /ján/; ¿qué pinta ahí la tilde? Bueno, la pronunciación etimológica de esta pa-labra es doble: /jan/ (escrito han en turco de hoy) y /kaán/ (escrito kaan en turco de hoy). O sea, el dpd dice lo que mejor le parece sobre esta pronunciación etimológica.

La obrita académica afirma: «la voz kan se documenta ya desde an-tiguo como nombre del jefe o príncipe de los tártaros» y «la grafía kan es la única vigente en el uso, ya que la variante can, frecuente con este sentido hasta época clásica, es hoy inusitada». ¿En qué quedamos? Otra

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vez dicen lo que quieren: «la voz kan está documentada desde antiguo» y «la grafía can fue frecuente hasta la época clásica». Naturalmente, la grafía kan (referida al cargo de que hablamos) no aparece ni una sola vez en el corpus histórico de la rae. ¿Qué importa? Si los hechos no cuadran con las afirmaciones, acaso se puedan cambiar los hechos.

Con respecto a la cuarta voz, sah, dice el dpd:

sah. ‘Rey de la antigua Persia, hoy Irán’: «El sah de Persia creó premios anuales para los maestros» (Hora [Guat.] 3.5.97). Esta es la grafía recomendada en español para transcribir esta voz de origen persa. Se recomienda evitar las grafías anglicadas ⊗shah y ⊗sha.

Resulta sensacional que el dpd rechace las grafías shah y sha por anglica-das y recomiende sah. La hache final es etimológica, puesto que figura en la palabra persa. Ahora bien, ¿qué significa en castellano? Parece una incrustación etimológica hija, probablemente, del prurito de algún se-ñor que sabe leer el alfabeto árabe. Muy docta esta hache, no cabe duda; pero también inútil y contraria a las mismas normas de la rae.

En resumidas cuentas, parece evidente que la rae conoce muy mal a los turcos.

Lemas antuerpiense, Antwerp, Antwerpen (p. 53), Anvers (p. 53) y Amberes (p. 44):

Los dos primeros remiten al tercero:

Amberes. Forma tradicional española del nombre de esta ciudad belga: [...] No deben usarse en español ni la forma inglesa Antwerp ni la neerlandesa Antwerpen ni la francesa Anvers. Para el gentilicio existen las formas amberino y antuerpiense, este último derivado del latín medieval Antuerpiensis (de Antuerpia, nombre latino usado también ocasionalmente en español en épocas pasadas).

La única forma que se acepta es Amberes. Se rechazan Antwerp (inglés), Antwerpen (neerlandés) y Anvers (francés). Se aceptan como gentilicios amberino y antuerpiense. Este último se relaciona con el nombre latino Antuerpia, «usado ocasionalmente en español en épocas pasadas», dice el dpd. Si Antuerpia fue ocasional en el pasado, ¿por qué no renunciar al gentilicio antuerpiense?

Lemas atrezo (p. 73), jacuzzi (p. 379) y yacusi (p. 681), mezzoso-prano (p. 435), mozzarella (p. 447) y mozarela (p. 446), paparazi (p. 483), pizzicato (p. 504) y palabras afines ausentes del dpd:

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Otro caso digno de estudio es el del dígrafo ortográfico italiano zz y su tratamiento en el dpd y en el drae2001. Este dígrafo representa en italiano dos sonidos: el africado dental sonoro (como el dígrafo <tz> en la palabra catalana tretze) y el africado dental sordo (que se obtiene pronunciando en una sola emisión los sonidos representados en castella-no por la <t> y por la <s> ).

Representaremos el sonido africado dental sonoro con [dz], y el africa-do dental sordo, con [ts]. Representaremos las vocales abiertas con acento grave (por ejemplo, [è], [ò]) y las cerradas, con acento agudo (por ejem-plo, [é], [ó]). Indicaremos la sílaba tónica con un apóstrofo que la preceda.

Sabido es que han penetrado en el español algunas palabras italianas que se escriben con <zz> Las obras académicas las recogen sin atenerse a un criterio sistemático y no explican el porqué. Es acaso probable que esta ensalada no responda a una decisión científica, sino a los criterios distintos de los distintos redactores, poco dados al consenso o bien mal coordinados. Veámoslas:

attrezzo. Esta palabra italiana suena [at-’tré-tso]. El drae2001 registra ‘atrezo’ y dice, erróneamente, que deriva del italiano atrezzo (en realidad, deriva de attrezzo, con dos t y no con una, étimo que la versión avanzada de la 23.ª edición del drae da correctamente). El dpd no registra tampo-co atrezzo, sino ‘atrezo’, y en este lema corrige también el étimo erróneo del drae2001 y preceptúa: «Es inadmisible la grafía atrezzo, que no es italiana ni española».

Con la castellanización de attrezzo se pierden la geminación de la t y la [ts] y se imponen pronunciaciones lejanísimas del original y aven-turaríamos que infrecuentes entre los hablantes cultos de español, cuya tendencia actual es a acercarse en lo posible a la pronunciación original de una palabra extranjera, un hábito de la lengua culta que, paradóji-camente, la norma culta del español (la que dice establecer el dpd; cf. rae y Asale, 2005: xiv-xv), en su línea tradicionalmente casticista, suele ignorar.

JaCuzzi. Así aparece registrada en el drae2001. En el dpd, jacuzzi remite a yacusi, donde se dice: «Adaptación gráfica propuesta para la voz ingle-sa jacuzzi, ‘bañera dotada de un sistema para hidromasaje’: [...]. Se trata en origen de una marca registrada, que procede del apellido de quienes inventaron y comercializaron este sistema. El anglicismo puede tam-bién sustituirse por el equivalente español (bañera de) hidromasaje: [...]». Los académicos dicen, pues, que es voz inglesa. No, señores: es palabra

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italianísima registrada como marca comercial en los Estados Unidos por los fundadores de la marca, inmigrantes italianos apellidados Jacuzzi. Por su difusión, es un epónimo extendido internacionalmente, origi-nado en un nombre propio italiano. Pero el dpd lo adapta partiendo de la base de que es una voz inglesa. Por tanto, dejaremos de lado cómo se pronuncia esta palabra en italiano y consideraremos cómo se hace en inglés: la j representa el sonido que esta letra tiene en inglés, /ʒ/, un sonido también existente en ciertas variedades del español (v. pp. 450-453); las zz representan una sibilante sonora (como, por ejemplo, la z en la palabra francesa azimut). El dpd pone las cosas en su sitio proponiendo ‘yacusi’. No considerando jacuzzi una voz italiana, se ve que los acadé-micos no osaron proponer ‘yacuzi’ ateniéndose a lo hecho con las otras palabras italianas, ya que la z pronunciada a la española es muy lejana de la sibilante sonora de los ingleses. Ahora bien, la z pronunciada a la española en una palabra como ‘mozarela’ también está muy lejos del sonido representado en la palabra italiana mozzarella con zz. Mezzosoprano. Esta palabra italiana es de género masculino y se pro-nuncia [’mè-dzo-so-prà-no]. El drae2001 la registra en cursiva como palabra extranjera, sin indicar su pronunciación. El dpd dice que es «ex-tranjerismo crudo», pero señala que, si bien esta forma está «asentada en uso internacional, se puede adaptar al español en la forma ‘mesosopra-no’, puesto que el elemento compositivo meso- significa, precisamente ‘medio o intermedio’». Esta propuesta es de lo más chusco, ya que el elemento compositivo meso- es exclusivo de la terminología científica. El dpd no alcanza en su despropósito a introducir ‘meso’, por mezzo, como abreviación sinónima de mezzosoprano. Parecería lógico que lo hiciera, puesto que el drae2001 sí da mezo como sinónimo de mezzosoprano.

MozzareLLa. Esta palabra italiana suena [mó-tsa-’rèl-la]. El drae2001 la escribe con cursiva por considerarla voz extranjera, pero sin indicar su pronunciación. En cambio, el dpd propone ‘mozarela’ como adapta-ción gráfica. Mal servicio se ha hecho al italiano: el castellanohablante ceceante o distinguidor, al ver esta grafía, pronunciará la típica zeta española; el hablante seseante, una sibilante sorda.

paparazzi. Esta palabra es el plural italiano de paparazzo, nombre inven-tado por Federico Fellini para un fotógrafo de su La dolce vita. En italia-no se pronuncia [’pa-pa-’ra-tsi]. El drae2001 no la registra. El dpd pro-pone ‘paparazi’, lo que, como en los casos anteriores, impone pronunciar

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de modo muy distinto del original. No es anormal que un plural entre en castellano como singular. Sin entrar en detalles, puede decirse que el fenómeno se remonta a la época de la formación de la lengua. Ahora bien, acaso pueda decirse que los sustantivos masculinos singulares ter-minado en -o suenan mejor que los terminados en -i.

pizza. Esta palabra italiana suena [’pi-tsa]. El drae2001 la escribe con cursiva como palabra extranjera, sin indicar su pronunciación. Sin em-bargo, la misma obra registra en redondo ‘pizzería’, como voz castellana. Aquí se hace buen servicio al italiano y mal servicio al castellano, puesto que de una palabra extranjera (pizza) se hace derivar una palabra caste-llana (‘pizzería’). ¿Habrá que pronunciar la primera a la italiana y la se-gunda a la hispana o a la latinoamericana? Si pizza es palabra extranjera que debe escribirse en cursiva, ¿cómo debe escribirse su plural? Porque el caso es que pizzas es un engendro: un plural castellano de una palabra extranjera. Proponemos escribir pizzas (con la ese de redonda). La osadía está permitida; a fin de cuentas el dpd, taimadísimo, no registra ni la una ni la otra. Ahora bien, si el dpd propone ‘mozarela’, ¿por qué no habría de proponer ‘piza’ y ‘pizería’? O se han olvidado, o no se habrán atrevido con dos palabras de difusión mundial.

pizziCato. El drae2001 y el dpd registran la palabra en cursiva. Contra-riamente a lo que hace con las palabras italianas cuya pronunciación no indica, en este caso el dpd siente el deber de explicarse: «Por tratarse de un extranjerismo crudo, conserva su pronunciación originaria [pitsikáto]».

Lemas Asjabad (p. 68), y As(h)gabat, As(h)gabad, Ashjabad y Ashk(h)abad (p. 67), Shanghái (p. 599), Chatila (p. 132) y Chuva-sia (p. 135):

El lema As(h)gabat, As(h)gabad, Ashjabad y Ashk(h)abad remite a Asjabad, donde se precisa sobre este topónimo:

Asjabad. Forma recomendada del nombre de la capital de Turkmenistán. Es prefe-rible a Ashjabad, menos acorde con el sistema gráfico del español. No deben usarse las grafías Ashk(h)abad o Achkabad, que corresponden a transcripciones del inglés o del francés. Últimamente circulan también las grafías As(h)gabat y As(h)gabad, más cercanas al original turcomano.

El nombre turcomano es Aşgabat /a∫ga’bat/. Si bien se menciona el uso de formas parecidas al turcomano (As(h)gabat y As(h)gabad), se reco-mienda una forma derivada del nombre ruso Ашхабад /a∫xabat/, don-

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de /x/ representa el fonema velar fricativo sordo correspondiente en la escritura castellana a la j (o a la g delante de e o de i) y /∫/ corresponde al sonido fricativo postalveolar sordo que en inglés se escribe como sh. Con la recomendación se renuncia —incomprensiblemente— a reproducir en la grafía, del modo más próximo posible, tanto la forma rusa como la forma vernácula turcomana.

Más que eso: en un nuevo ejemplo de injustificada asistematicidad, no se sigue el criterio que se había aplicado en los lemas Chatila y Chu-basia (donde el dpd representa el sonido /∫/ de las correspondientes pa-labras árabe y rusa con una ch), de cuya aplicación habrían resultado las formas Achjabad o incluso Achgabat, ni admite tampoco el empleo de la forma escrita más próxima a ese sonido, sh (que habría dado Ashjabad o Ashjabat), que sí mantiene, en cambio, en el lema Shanghái, donde tal grupo (así como -gh-) no desaparece de la castellanización del topónimo chino transliterado, por alienígena que resulte:

Chatila. Forma adaptada a la ortografía y pronunciación españolas del nombre de este campo de refugiados palestinos en el Líbano: [...] No debe usarse en español la forma inglesa Shatila, aunque responda a la transcripción del nombre árabe.

Chuvasia. Forma adaptada a la ortografía y pronunciación españolas del nombre de esta república de la Federación Rusa: [...] Se desaconseja la grafía Chuvashia, transcripción del nombre ruso que contiene el grupo -sh-, ajeno al sistema gráfico del español. Tampoco debe usarse la forma Chuvachia. [...]

Shanghái. Ciudad del este de China. Esta grafía resulta de transcribir el original chino al alfabeto latino y, por tratarse de una transcripción, debe someterse a las reglas de acentuación gráfica del español (→ tiLde2, 6.2), que obligan a tildar las voces agudas acabadas en vocal, incluidos, como es el caso, los diptongos: [...] No se considera válida la grafía ⊗Shangái.

Lemas Azerbaiyán (p. 79), Abkhazia (p. 7) y Abjasia (p. 7):

Azerbaiyán. 1. Forma española del nombre de este país de Asia, antigua república soviética: «Armenia se blindó ayer frente a su vecino y enemigo Azerbaiyán» (País [Esp.] 30.8.97). No deben utilizarse en español las grafías Azerbaijan (inglés) ni Azerbaid-jan (francés); tampoco la simplificación ⊗Azerbayán. [...].

En ruso esta palabra se escribe Азербайджан. La segunda letra repre-senta el sonido sibilante sonoro (como la s en el catalán casa).

El dpd acepta transliterar esta letra rusa con una z en el lema Azer-baiyán, pero lo considera una especie de blasfemia en el lema Abja-sia (Абхазия en ruso), para la que prescribe en el mismo caso una s y

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se añade: «No debe usarse en español la grafía inglesa Abkhazia. [...] Tampoco debe usarse en español la grafía ⊗Abjazia —ni el gentilicio correspondiente ⊗abjaz(i)o—, ya que no refleja adecuadamente la pro-nunciación que corresponde a este topónimo».

Lemas Banja Luka y Bania Luka (p. 86):El primero remite al segundo, donde se dice:

Bania Luka. Forma adaptada a la ortografía y pronunciación españolas del nom-bre de esta ciudad de Bosnia-Herzegovina: [...] Se desaconseja el uso de la grafía serbocroata Banja Luka, que no refleja en español la correcta pronunciación de este topónimo.

Verdad sacrosanta. Veamos qué cuenta el dpd en el lema Krajina (v. tb. p. 421): «Grafía asentada en el uso español actual del nombre de esta región de Croacia, [...]. Aunque en serbocroata se pronuncia [kraíina] [sic; v. nuestras notas en pp. 421-422], en español debe decirse [krajína] [con una jota], adecuando su pronunciación a su grafía». Aquí, como se ve, no hay que adaptar la grafía a la pronunciación sino la pronunciación a la grafía. No sabemos qué razón asiste a esta falta de sistematicidad.

Lema Bizerta (p. 96):

Bizerta. Forma tradicional española del nombre de esta ciudad de Túnez: [...] No debe usarse en español la forma francesa Bizerte.

¿Bizerta, forma tradicional española? ¿Seguro? El Corde académico arroja 95 casos de Biserta y 17 de Bizerta.

Lema Brandeburgo (p. 101):

Brandeburgo. Forma española del nombre de esta ciudad de Alemania, que sigue plenamente vigente y es mayoritaria en el uso: [...] La forma Brandemburgo, adaptación plena a la ortografía española del nombre alemán Brandenburg, es también válida (→ m, 2 y n, 2): [...]. Se desaconseja la forma semiadaptada ⊗Brandenburgo, que va contra la regla ortográfica española que prescribe la escritura de m ante b.

Que el dpd dé como incorrecta una forma onomástica con n ante b no le es impedimento para que, tras prescribir en el lema m (dpd, p. 406, § 2) el empleo de esta letra delante de b y p, y el de la letra n ante v, se diga: «[...] hay algún caso en que, por respetarse las grafías etimológicas, pue-de aparecer n ante b: Canberra, Gutenberg. O sea: Brandeburgo, que man-

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tiene la n etimológica, resulta poco grata al paladar de los doctos por-que va contra la regla ortográfica española; en cambio, Canberra, que va contra la norma ortográfica, es plato suculento porque respeta el étimo.

Lemas Brema (p. 101) y Bremen (p. 101), Brindis (p. 102) y Bríndisi (p. 102), y Mumbai (p. 448) y Bombay (p. 99):

Los lemas Brema y Brindis remiten a Bremen y Bríndisi, respectiva-mente, donde se nos dice:

Bremen. Aunque el nombre tradicional español de esta ciudad de Alemania, ca-pital del estado homónimo, es Brema, hoy se emplea la forma alemana Bremen: [...]

Brindisi. Aunque el nombre tradicional español de esta ciudad de Italia es Brindis, hoy se emplea la forma italiana Brindisi, que en español debe escribirse Bríndisi, con tilde, por ser palabra esdrújula (→ tiLde2, 1.1.3).

Se sugiere, pues, el abandono del nombre tradicional. Todo lo contrario se aconseja en el lema Bombay, al que se llega desde Mumbai y donde se lee:

Bombai. Forma tradicional española del nombre de esta ciudad de la India: [...] Aunque actualmente la denominación oficial de esta ciudad ha adoptado la forma local Mumbai, sigue siendo preferible en español el uso del topónimo tradicional. [...]

Con toda probabilidad, si en el lema Bombay se aconsejara abandonar esta forma de manera progresiva, indicando un periodo de acomodación en que concurrieran ambas formas, la oficial (desde 1995) de la capi-tal del estado indio de Maharashtra, transliterada Mumbai, y la antigua oficial (de origen colonial) y también exonímica Bombay —es decir, si se aconsejara referirse a ellas así: «Mumbai (antigua Bombay)»—, ocu-rriría como en los casos de Brema y Brindis: que con el tiempo (poco tiempo, dado el poder amplificador de los medios de comunicación) se crearía un exónimo nuevo a partir de la nueva forma oficial: Mumbái o Mumbay, que resultaría mucho más fácilmente identificable con su referente geográfico. Como ya hemos dicho con respecto a los lemas Birmania y Sri Lanka, la norma hace el uso en estos casos. Qué menos que pedir que sea una norma coherente y funcional.

Lemas Kalmukia (p. 384), Karelia (p. 385) y Carelia (p. 121):

Kalmukia. Forma recomendada en español para el nombre de esta república de la Federación Rusa: «También es el presidente de la República de la Federación Rusa de Kalmukia» (Tiempo [Col.] 8.11.96). El gentilicio es kalmuko: «Se trataba de un

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ejército tal vez abigarrado en exceso. Italianos, [...] rusos, ucranianos, armenios, tártaros de Crimea, kalmukos y hasta indios» (Gironella Hombres [Esp. 1986]). El gentilicio tradicional era calmuco, lo que ha dado lugar a la creación de la forma adaptada Calmuquia, de muy escaso uso. Se desaconseja la variante ⊗Kalmikia, adaptación del inglés Kalmykia.

Existe en la Federación Rusa una república llamada, en ruso, Респyблика Калмыкия (transliterado: Respublica Kalmykiia, donde la y representa un sonido, inexistente en castellano, que se produce bombeando la parte media de la lengua y tratando de pronunciar una e abierta). El caso es que el sonido representado por la y en la transliteración se parece mucho más a una /i/ castellana que a una /u/. O sea, no sería desacertado usar la forma Kalmikia si se quisiera pronunciar algo parecido a lo que dicen los rusos.

El gusto por la exótica k de Kalmukia cambia cuando se trata de Ca-relia. De hecho, el lema Karelia remite a Carelia, donde se dice:

Carelia. Forma tradicional española del nombre de esta república de la Federación Rusa: [...]. Aunque en el uso actual es frecuente la grafía Karelia, se prefiere la forma tradicional. El gentilicio es carelio.

¿Hay alguna coherencia en esto? Calmuquia (forma tradicional) se des-carta por poco usada, por lo que el criterio de selección parece ser el empleo efectivo. En cambio Karelia se descarta, aunque su uso sea fre-cuente, a favor de la forma tradicional (Carelia).

Lemas Katar (p. 385), Qatar (p. 541), Iraq (p. 374) y casba (p. 123):

El lema Katar está marcado como incorrecto y remite a Qatar, donde dice:

Qatar. Grafía recomendada para el nombre de este emirato situado en la península de Arabia. Esta forma es la que resulta de aplicar las normas de transcripción del alfabeto árabe al español, según las cuales la letra qāf con la que comienza este to-pónimo en árabe se representa en español mediante la letra q. Carece de tradición, y no se considera aceptable, la grafía ⊗Katar. Como gentilicio se usan las formas catarí y qatarí, ambas válidas: [...]. El plural preferido en lengua culta es cataríes o qataríes (→ pLuraL, 1c).

En el lema Iraq (p. 374) se afirma que esta es la «grafía culta del nom-bre del país árabe que se asienta sobre los territorios de la antigua Me-sopotamia», y se añade que «Esta grafía resulta de aplicar las normas

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de transcripción del alfabeto árabe al español, según las cuales la letra qāf en la que termina este topónimo en árabe se representa en español mediante la letra q. [...] No obstante, y debido probablemente a la ano-malía que supone para el sistema gráfico español el uso de la letra q en posición final, desde muy temprana fecha se documenta también en español, y es válida, la grafía Irak. El gentilicio es, para ambas formas, iraquí y su plural, en la lengua culta, es iraquíes (→ pLuraL, 1c). No debe usarse la forma ⊗irakí para el gentilicio».

¿Por qué se acepta la forma catarí y no la forma Catar? ¿Por qué se acepta la forma Irak y no la forma irakí? Si se justifica la forma Irak por la anomalía ortográfica que, en castellano, representa una q final, ¿por qué no se acepta Katar o Catar, siendo que la grafía recomendada (Qatar) es una forma tan anómala como Iraq?

Puesto que, al parecer, el dpd quiere a toda costa transliterar la qāf árabe con una q, ¿por qué prescribe casba, palabra derivada de un vocablo ára- be escrito con qāf inicial, en lugar de qasba arguyendo que «Esta es la grafía más adecuada en español para la voz árabe qasabah (‘ciudadela’)»?

Lemas Kichinev (p. 386) y Chisinau (p. 133):El lema Kichinev remite a Chisinau, donde se lee:

Chisinau. Forma recomendada en la actualidad del nombre de la capital de Mol-davia: [...]. Es adaptación gráfica del nombre original moldavo. Se desaconseja el uso de grafías anteriores, como Kichinev, Kishin(i)ev o Kishiniov, procedentes de transcripciones del nombre ruso.

¿Adaptación gráfica a qué? Hasta 1989, el moldavo (= rumano) se es-cribió con caracteres cirílicos. Desde aquel año, en Moldavia se usa la convención gráfica del rumano. En rumano (y, por tanto, en moldavo) el nombre de la capital de Moldavia se escribe Chişinău, grafía que co-rresponde a la palabra /ki∫inäu/ (donde la ä representa un sonido muy parecido a la vocal neutra del catalán oriental).

Más que haberse hecho una adaptación, se ha creado un monstruito. ¿Qué tienen que ver los sonidos representados por la grafía castellana con los representados por la rumana? Nada. Lo más aproximado a los sonidos del rumano sería Quichinau o incluso Quichineu.

Lema Krajina (p. 388):

Krajina. Grafía asentada en el uso español actual del nombre de esta región de Croacia, proclamada unilateralmente por su población serbia, de 1991 a 1998,

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República Serbia de Krajina: [...] Aunque en serbocroata se pronuncia [kraíina], en español debe decirse [krajína], adecuando su pronunciación a su grafía. Si se quiere respetar la pronunciación vernácula de este topónimo, se recomienda escribir en español Kraína.

La pronunciación [kraíina] no se da ni en serbio ni en croata. Los serbios pronuncian [krá-ji-na] y los croatas pronuncian [kra-jí-na] (donde la /j/ representa una i semiconsonante). Por ende, la pronunciación indicada por el dpd para el serbocroata no se da en serbocroata. Puesto que el dpd prescribe («debe decirse») pronunciar en español la grafía ‘Krajina’ con la jota española («[krajína]»), pues este es el valor convencional que se otorga a la j en las transcripciones de este diccionario (cf. pp. xxix y xxx), cabe preguntarse cuándo se prescribirá pronunciar Washington como si fuera palabra castellana: [guasíncton] o [basíncton], según lo que indica el lema w del dpd (cf. p. 678, § 2) y el aludido sistema con-vencional inventado por sus artífices para indicar la pronunciación.

Este es, además, uno de los casos en que la forma de exponer la norma desorienta al lector. Por un lado, se indica que «debe decirse [krajína]». Pero, por otro, se añade que el que quiera respetar la pronunciación ver-nácula (o la que supone como tal el dpd) puede escribir ‘Kraína’ (luego, pronunciar [kraíina]). Que se sepa, la locución deber + infinitivo, como el propio dpd señala (p. 207, s. v. deber, § 2a), denota obligación, no opción. O se plantean las grafías y pronunciaciones 1) ‘Krajina’ y [krajína] y 2) ‘Kraína’ y [kraíina] como dos opciones posibles, o si se establece norma con respecto a una de ellas, se desecha la otra. De otro modo viene a ser como si en las Tablas de la Ley se mandara: «No matarás» con una nota al pie que matizara: «O sí, si te parece bien».

Lemas Myanmar (p. 450), Birmania (p. 95), Ceilán, ceilandés -sa, ceilanés -sa (p. 127) y Sri Lanka (p. 615):

Myanmar remite a Birmania, donde se nos dice:

Birmania. Aunque la denominación oficial de este país asiático ha adoptado la forma vernácula Myanmar, sigue siendo mayoritario y preferible en español el uso del topónimo tradicional Birmania, al menos en los textos de carácter no oficial. En estos últimos se recomienda recordar la denominación tradicional, junto con el nuevo nombre oficial. El gentilicio es birmano [...].

Otra vez nombre oficial nuevo, pero denominación del país y gentili-cio tradicionales. Estupendo. El dpd no piensa lo mismo en el lema Sri Lanka, al que se llega desde el lema Ceilán, ceilandés -sa, ceilanés -sa:

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Sri Lanka. Nombre actual de la antigua Ceilán: [...] El gentilicio tradicional cin-galés resulta inapropiado, pues, en rigor, designa estrictamente a los individuos de la etnia mayoritaria y a su lengua; por ello, resultan preferibles, como gentilicios del país, las formas ceilanés o ceilandés: [...] A raíz del cambio de denominación, comienza a circular el gentilicio esrilanqués, derivado del nuevo nombre: «El asalto se saldó con la muerte de 13 guerrilleros [...] y de siete miembros de las fuerzas de seguridad esrilanquesas» (País@ [Esp.] 25.7.01).

Nombre nuevo, denominación nueva, abandono del gentilicio tradicional y propuesta de otro gentilicio que aún no está en el uso general pero que comienza a circular como consecuencia —aunque la razón no se explici-te— de que algunos medios de comunicación (al menos El País de Espa-ña, según el ejemplo citado) han admitido en español la redenominación de la antigua Ceilán y formado derivados consistentes a partir de ella.

Este es uno de los casos donde se ve que las formas exonímicas de la toponimia no siempre se crean espontáneamente (por contacto directo o cultural o por intercambio comercial sostenido entre hablantes de len-guas distintas), sino que también se forman de manera planificada; en el caso de Sri Lanka, según este mecanismo: las instituciones de un país so-berano oficializan nuevas formas para su toponimia (por las razones que sean) y, en otros países, quienes consideran que no puede ignorarse esa realidad e incluso que admitirla tiene ventajas funcionales (identifica-ción y localización), deciden replicarla en sus lenguas o crear en ella un exónimo aproximado (con sus derivados). Otra decisión posible habría sido dar la espalda a la nueva denominación y perseverar en un exónimo que no tiene una correspondencia geográfica actual, que es lo que hace el dpd en el caso de Birmania o Bombay.

Este tipo de decisiones no suelen tomarlas los hablantes, sino quienes emplean topónimos a diario en el ejercicio de su profesión y tienen ade-más un papel difusor de las formas toponímicas nuevas en otras lenguas: periodistas, traductores, editores... Y las decisiones que toman suelen formalizarse en manuales de redacción y libros de estilo que sirven a estos profesionales como guía constante de actuación (v. § 4.6).

Lo que no es admisible es que en una obra normativa convivan am-bos criterios (actualizador y conservador), sin justificación alguna. Esta-blecer normas exige sistematicidad y simplicidad, y no es lo que suele observarse en el dpd.

• Algunos errores que revelan (cuando menos) incapacidad docu-mental:

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Lema Afganistán (p. 27):

Afganistán. [...] esta república del sudoeste de Asia [...].

Puede que los geógrafos no estén muy de acuerdo con la localización.Aparte, viendo el empleo del prefijo sud- en sudoeste uno se sorprende

al comprobar el gusto del dpd por las formas que no da como prefe-rentes. Véase: el lema sud- (p. 618) remite a sur- (p. 620) donde se nos dice: «Elemento compositivo prefijo que significa ‘sur o del sur’: = a) Antepuesto a los nombres de los puntos cardinales este y oeste, y de los compuestos así formados, significa ‘sur’ y da lugar a los nombres de los puntos del horizonte sureste, suroeste, sursureste y sursuroeste: [...]. A menu-do adopta la forma sud-, dando lugar a las variantes sudeste y sudoeste, de uso algo menos frecuente, pero igualmente válidas: [...]».

Lema aligátor (p. 39):

aligátor. Adaptación gráfica de la voz inglesa alligator, usada también en francés, que se emplea ocasionalmente en español para designar al caimán (‘reptil parecido al cocodrilo’). Hoy es mayoritaria la pronunciación llana basada en el inglés; se desaconseja, por desusada, la forma aguda ⊗aligator (pron. ⊗[aligatór]), basada en la pronunciación francesa. [...] Aunque es adaptación admitida, se recomienda usar con preferencia la voz caimán, de mayor tradición y frecuencia en español.

El aligátor y el caimán son animales de géneros zoológicos distintos. Y hay distintas especies de ambos. Los aligátores más conocidos son Alli-gator mississipiensis y Alligator sinensis. Los caimanes más conocidos son Caiman crocodylus y Caiman sclerops. Puestos a no distinguir, acaso sería mejor llamarlos indistintamente «animalejos».

Lemas buganvilla y buganvilia (p. 104):El primero remite al segundo:

Buganvilia. [...] Esta es la forma usada con preferencia en la mayor parte de Amé-rica; en España y algunos países americanos se emplea normalmente la forma bu-ganvilla, más cercana a la etimología, pues esta voz procede del nombre del nave-gante francés que la trajo a Europa desde América, el conde de Bougainville: [...].

Este mismo étimo da el drae2001. El nombre de la planta, sin embargo, no procede, en realidad, del del navegante, sino del nombre científico botánico construido a partir del nombre del navegante. El nombre cien-tífico de la planta es Bougainvillea spectabilis. Según su pronunciación,

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el nombre más próximo sería *buguenvílea. Es evidente, pues, que bu-ganvilia es mucho más próximo al nombre científico que buganvilla. El castellanocentrismo vuelve miope.

Lema karst (p. 385):

karst. ‘Paisaje de relieve accidentado, originado por la erosión química de terre-nos calcáreos’. [...] Este sustantivo masculino procede del topónimo Karst, nombre alemán de una región de Eslovenia constituida por mesetas calizas; de ahí que sea mayoritaria, y preferible, la grafía etimológica con k-, frente a carst, variante gráfica también documentada. Para el adjetivo derivado pueden usarse las formas kárstico y cárstico, siendo preferible la primera.

La Docta no debe de poseer ni un miserable diccionario enciclopédico. Y eso que tiene reales. Karst es, en efecto, un topónimo en lengua ale-mana. Ahora bien, la región designada con esta palabra forma parte de tres Estados distintos: Italia, Eslovenia y Croacia. Los italianos la llaman Carso (y, naturalmente, dicen un carso y carsico); los friulanos que viven en el Carso la llaman Cjars; los eslovenos y los croatas la llaman Kras. Como se ve, los latinos que viven en la región evitan usar la hermosa k. Acaso es mejor dar preferencia en español a lo que no hacen los latinos.

Lema kétchup (p. 386):

kétchup. ‘Salsa de tomate condimentada con vinagre y especias’. Es voz de origen chino, que el español ha tomado del inglés, lengua en la que se escribe de tres formas: ketchup —la más cercana a la etimología y única usada en el inglés británico—, catchup y catsup —más comunes en el inglés americano—. En español se documentan las tres formas, que deben escribirse con tilde por ser palabras llanas acabadas en consonante distinta de -n o -s (→ tiLde2, 1.1.2): kétchup, cátchup y cátsup. La más usada es kétchup.

The Oxford Dictionary and Thesaurus (Melbourne: Oxford University Press, 1995) dice, sin embargo, «ketchup (also catchup)» y «catsup [...] US var. of ketChup». En cuanto a la pronunciación del étimo chino, esta obra da esta indicación: koechiap, donde las letras representan los mismos sonidos que en castellano.

El Funk&Wagnalls Standard Dictionary (1980), una especie de biblia del hablante estadounidense, entra las palabras catchup y catsup, pero remite, en ambos casos, a ketchup. Según esta obra, el étimo chino se pronuncia ke-tsiap.

Así pues, ketchup parece la forma más corriente en inglés por doquier, aunque no queda claro si su pronunciación a la inglesa es la más cercana

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al étimo chino. ¿En qué se basa entonces el dpd para decir que la forma ketchup es «la más cercana a la etimología»? ¿En qué se basa el dpd para decir que los británicos solo usan ketchup, si el Oxford dice «also cat-chup»? En los ee.uu. serán comunes catchup y catsup, pero la «biblia» que hemos mentado remite a ketchup.

Estos ejemplos, al igual que los recogidos por otros autores,35 restan veracidad a la propia definición que las academias dan del diccionario; y, en especial, los casos que hacen tambalear el rigor aportado por el Crea echan por tierra la siguiente afirmación: «[…] gracias a los recursos técnicos con que cuenta hoy la Real Academia Española, en especial su gran banco de datos del español, integrado por textos de todas las épocas y de todas las áreas lingüísticas del ámbito hispánico, ha podido analizar la pervivencia y extensión real de todos los usos comentados y ofrecer, por tanto, soluciones y recomendaciones fundadas en la realidad lingüística presente» (dpd, 2005: en línea).

3.3.2.4. transparenCia, rigor, ConsistenCia y CoMpLeCión en eL dicciOnariO escOlar de La reaL aCadeMia españoLa

Atendiendo a la clasificación presentada anteriormente para el dpd, el Diccionario escolar de la Real Academia Española (derae) es un dicciona-rio sincrónico (estudia el léxico de una época más o menos extensa en la que se han producido cambios lingüísticos poco sustanciales), mono-lingüe (estudia una lengua y presenta, por medio de definiciones, los significados de los términos), general (se ocupa de todo el vocabulario de una lengua, aunque, en este caso, con determinadas restricciones), normativo (establece un modelo léxico basado en el uso de los escrito-res y en el de las personas cultas, el cual considera correcto), definito-rio (ofrece definiciones de los distintos significados de las entradas, así como diversas indicaciones, y algún ejemplo o contextualización inven-tados), alfabético directo (ordena las entradas alfabetizándolas a partir de la primera letra), semasiológico (parte de las entradas para confor-mar el artículo con sus distintas acepciones), didáctico escolar (su fin es la enseñanza del idioma a escolares) y analógico (editado en papel).

El derae lo publicó la Real Academia Española en 1996, «cumplien-do un mandato estatutario», según palabras con las que la corporación inicia el prólogo de la obra. Suponemos que el mandato estatutario al que se refiere es el artículo ii de los Estatutos de 1993,36 que, con ligeras

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modificaciones, ya encontramos en los Estatutos de 1859, y cuyo con-tenido fundamental es que la academia también publicará otros diccio-narios, además del drae, en especial compendios o repertorios derivados de este.

Sorprende que lo primero que diga la academia en el prólogo de su primer diccionario dirigido a estudiantes sea que está cumpliendo con los estatutos, en vez de decir algo más adecuado; por ejemplo, que está abordando la lexicografía didáctica, terreno alimentado exclusivamente por productos editoriales y en auge en la década de los noventa. No so-mos capaces de dilucidar las razones que llevaron a la institución a hacer tal proclama en ese momento, puesto que nos parece completamente fuera de lugar, sobre todo si tenemos en cuenta que fue en 1927, con la publicación del Diccionario manual e ilustrado de la lengua española, cuan-do cumplieron por primera vez con el precepto estatutario mencionado.

El Diccionario escolar es, por tanto, una obra derivada del drae y ob-tenida, según consta en el prólogo, seleccionando «aquellas voces y acepciones que puedan resultar útiles a los alumnos de Educación Se-cundaria». Para ello, se suprimieron las voces y acepciones anticuadas, desusadas y poco frecuentes, los localismos, las voces de Filipinas y de Guinea Ecuatorial, los derivados de fácil deducción y los adverbios aca-bados en -mente; se simplificaron los envíos y remisiones, así como ciertos ejemplos. Por otra parte, se incorporaron algunas voces y acep-ciones aprobadas por el Pleno académico después de la edición vigente del drae (1992), así como un apéndice gramatical y ortográfico. De todo ello resultó un diccionario de unos 33 000 artículos, frente a los más de 83 000 del drae.

No obstante, la academia vuelve a ser buen ejemplo del refrán que dice que del dicho al hecho hay mucho trecho, y no todo lo afirmado en el prólogo se refleja en las páginas del diccionario.

En el derae se mantienen voces y acepciones poco usuales e innecesarias, como ajonje, arseniato, bock, bombonaje, delitescencia (en su acepción de medicina), granjería (‘ganancia y utilidad’), neodimio, noso-grafía, nosología, licopeno, retrucar, tribual (que, además, se da como forma preferente a tribal) y usucapión; y no se registran otras de gran uso, como desnatado (pero sí consta descremado), fibra de vidrio, goteo, kart, pa-triótico, patrullar, peninsular, picnic, pub, reflexividad, reflexivo (en su acep-ción de matemáticas), reposabrazos, reposacabezas (pero sí consta reposapiés), resistente, socorrista, sorteo; incluso no se recogen voces y acepciones que sí figuran en las ilustraciones, como bodega de carga (‘de avión’), redondo (‘músculo’), suero fisiológico, vasto (‘músculo’).

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En cuanto a los ejemplos, hay que decir que son pocos y malos. Si en algún tipo de diccionario han de abundar los ejemplos o contex-tualizaciones es precisamente en los diccionarios didácticos (escolares o para extranjeros), puesto que son imprescindibles para mostrar el uso de las unidades léxicas al estudiante de una lengua. Mala decisión de la academia, por tanto, la de simplificar los ejemplos. Así, en el derae son muchos los verbos para los que no se indica la rección preposicional por medio de un ejemplo, como abusar (de), alegrarse (de), apresurarse (a), des-pedirse (de), suscribirse (a). Del mismo modo, hay ejemplos que no son los más adecuados, como sucede en el artículo abril, cuya segunda acepción (‘año, período de doce meses’) está ejemplificada con «Floridos, lozanos abriles», contextualizaciones de mucho menor uso que la que probable-mente nos venga a todos en mente: «Tiene catorce abriles». Se echan en falta ejemplos que permiten indicar una combinación léxica de gran frecuencia (compuesto o colocación), como «huella dactilar» en dactilar, o «fuerza centrífuga» en centrífugo y «fuerza centrípeta» en centrípeto.37

Las definiciones conservan los mismos defectos que las del drae, entre los que destaca su estilo conservador, radicalmente opuesto al didacticismo que debe imperar en un diccionario escolar. Al respecto, Haensch y Omeñaca (2004: 167) señalan: «¿Qué le dicen a un alumno de 12 o 14 años definiciones como las siguientes: “dorada. f. Pez teleós-teo marino, del suborden de los acantopterigios…”; “vencetósigo. m. Planta perenne de la familia de las asclepiadáceas…”».

Es fácil encontrar en las páginas del derae muchas más definiciones abstrusas: «bolina. f. Mar. Cabo con que se hala hacia proa la relinga de barlovento de una vela para que reciba mejor el viento», ante la cual probablemente el estudiante tenga que realizar unas cuantas consultas más para esclarecer el significado de varios términos de la definición; «entrepaño. m. […] 3. Carp. Cualquiera de las tablas pequeñas o cuar-terones que se meten entre los peinazos de las puertas y ventanas», que puede llevar al usuario a consultar peinazo, término definido como «Lis-tón o madero que atraviesa entre los largueros de puertas y ventanas para formar los cuarterones»; ante lo cual ya no entenderá cómo es posible que los cuarterones se metan entre los peinazos y, al mismo tiempo, los peinazos formen los cuarterones…

En otros casos, las definiciones resultan completamente incorrectas, insuficientes e inapropiadas, como «matemática. f. Ciencia que trata de la cantidad», definición que ya encontramos igual en el drae de 1832.

Y por si fueran pocas las deficiencias de las definiciones, hay que sumarles unas explicaciones que figuran entre corchetes y que vienen

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a complicar mucho más aún la comprensión de los significados. Estas explicaciones son la solución encontrada por la academia para evitar las pistas perdidas38 generadas por el hecho de haber suprimido entradas y acepciones, solución que, por otra parte, no es aplicada sistemáticamente, por lo que el léxico definitorio no siempre está definido. Así, por ejemplo, podemos leer: «abrecartas. m. Especie de plegadera [instrumento para plegar o cortar papel] estrecha y apuntada, que sirve para abrir los sobres de las cartas», «doncella. f. Mujer que no ha conocido [tenido relaciones sexuales con] varón», «lexicógrafo, fa. m. y f. Colector [persona que reúne] de los vocablos que han de entrar en un léxico». Una revisión de las definiciones hubiera permitido eliminar estas molestas definiciones entre corchetes, en la mayoría de los casos, simplemente reemplazando el término no recogido como entrada por el contenido entre corchetes; de este modo, una definición de compleja lectura, como, por ejemplo, la de lexicógrafo se convertiría en una definición con un mejor estilo: «Persona que reúne los vocablos que han de entrar en un léxico».

En definitiva, el derae adolece de los males del drae —en especial en lo que a microestructura se refiere: definición, categorización gramatical, marcación, etc.— y de unos cuantos más, derivados de una reducción algo rupestre, llevada a cabo sin tener en cuenta las necesidades del usuario tipo.39

En palabras de Haensch y Omeñaca (2004: 167): «La publicación de esta obra fue un total desacierto, indigno de una corporación como la Real Academia Española, puesto que lo que promete el título “Diccio-nario escolar” no se cumple de ningún modo».40

3.3.2.5. transparenCia, rigor, ConsistenCia y CoMpLeCión en eL dicciOnariO esencial de la lengua españOla

El Diccionario esencial de la lengua española (deLe) es un diccionario sin-crónico (estudia el léxico de una época más o menos extensa en la que se han producido cambios lingüísticos poco sustanciales), monolingüe (estudia una lengua y presenta, por medio de definiciones, los signi-ficados de los términos), general (se ocupa de todo el vocabulario de una lengua y va dirigido al público culto, aunque, en este caso, con determinadas restricciones), normativo (establece un modelo léxico basado en el uso de los escritores y en el de las personas cultas, el cual considera correcto), definitorio (ofrece definiciones de los distintos signi-ficados de las entradas, así como diversas indicaciones, y algún ejemplo o

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contextualización inventados), alfabético directo (ordena las entradas alfabetizándolas a partir de la primera letra), semasiológico (parte de las entradas para conformar el artículo con sus distintas acepciones) y analógico (editado en papel).

El Diccionario esencial de la lengua española es una obra realizada por la Real Academia Española y las academias correspondientes americanas y publicada en noviembre del 2006, que fue presentada con estas preten-ciosas palabras (las primeras, de Amparo Morales, miembro de la Aca-demia Puertorriqueña de la Lengua Española; las segundas, de Bruno Rosario Candelier, director de la Academia Dominicana de la Lengua):

[…] la simplificación que presenta el Diccionario esencial facilita que se pueda uti-lizar por cualquier usuario, que indudablemente encontrará en él la palabra buscada, con rapidez [...]. [A. Morales, 2007: en línea.]

Un hablante culto es un usuario de la lengua que debería conocer la cantidad de vo-ces y términos que están registrados en este Diccionario Esencial y con esa intención lo confeccionó la Real Academia Española, para que conozcamos el registro esen-cial de nuestro vocabulario y profundicemos en el conocimiento de nuestra lengua con la posesión de un léxico opulento, de manera que obtengamos un dominio del glosario más que indispensable para leer y entender cualquier texto, literario o científico […]. [B. Rosario, 2007, en línea; las negritas son nuestras.]

Según consta en los preliminares del diccionario (rae, «Diccionario esen-cial de la Real Academia Española»: en línea) es «un compendio del drae —en este caso de su 22.ª edición—» que, además, «incluye un amplio adelanto de los contenidos que registrará la edición siguiente del Diccio-nario por excelencia de la Academia». Y aunque las academias aseguran que «con su planteamiento y espíritu» enlaza con el Diccionario manual e ilustrado de la lengua española (dMiLe), el deLe sólo comparte con este el hecho de ser una versión reducida del drae. A diferencia del deLe, el dMiLe incorporaba voces no recogidas en el drae, con lo que mostraba un crite-rio aperturista; en cambio, el repertorio del deLe lo integran sólo aquellas palabras admitidas por la Real Academia Española, bien en la edición vigente del drae (2001), bien para ser incorporadas en la próxima edición.

Para elaborar el deLe, dirigido por Manuel Seco y coordinado por Rafael Rodríguez Marín —subdirector del Instituto de Lexicografía de la rae—, se constituyó «un equipo de colaboradores estables en estas labores y otros ocasionales, así como los becarios de la Escuela de Lexi-cografía Hispánica» y se utilizaron como fuentes el Crea y el Diccionario del español actual, de Manuel Seco, Olimpia Andrés y Gabino Ramos, «para verificar el carácter actual de las voces» (Barcia, 2007: en línea).

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Su lemario recoge el «léxico común y culto actual del drae, y pres-cinde por completo del vocabulario cronológicamente desfasado. Su-prime las acepciones del Diccionario mayor que corresponden al léxico medieval (señaladas con la marca “ant.”), al posterior a 1500 y anterior a 1900 (“desus.”) o al que desaparece durante las primeras décadas del siglo xx (“p. us.”). Prescinde, además, de las muchas acepciones que, marcadas o no en el Diccionario clásico de la Academia, no tienen uso probado en nuestros días».

Por otra parte, también las acepciones han sido sometidas a filtros diatópicos, diastráticos y diafásicos, y diatécnicos.

En cuanto a la selección geográfica, «se ha reducido de manera significativa el número de acepciones con marcas geográficas españolas, americanas y de Filipinas» y se han mantenido «las que corresponden a áreas geográficas y lingüísticas amplias», etiquetadas con las marcas correspondientes, referidas a dichas áreas geográficas (como América, América Meridional, América Central, Área del Caribe, Área del Río de la Plata, etc.), y no a países (rae, «Diccionario esencial de la lengua española»: en línea). A este respecto, Pedro Luis Barcia —presidente de la Academia Argentina de Letras— señala que «esta diferenciación en áreas es simplemente orientadora y tentativa, y es playa móvil más que línea fronteriza» (2007: en línea); certera precisión si tenemos en cuenta que no se dispone aún de estudios exhaustivos y bien funda-mentados sobre la distribución del léxico hispanoamericano. El propio director de la Academia Nicaragüense de la Lengua, Jorge Eduardo Are-llano (08/09/2007, en línea), con respecto de la variante beisbol sin til-de, critica la inexactitud de la marcación diatópica del deLe: «[B]eisbol —deporte preferido en Nicaragua y Panamá, y que se juega en El Sal-vador y Honduras— carece de la marca Am. Cen. para el Diccionario esen-cial, nuestro deporte rey sólo es patrimonio del Caribe y México, según las marcas que consigna: A. Caribe y Méx.».

El mismo criterio de selección del léxico común a España y América se ha aplicado a los usos coloquiales o vulgares, así como a la fraseología; por lo que el usuario que quiera conocer el significado de expresiones como, por ejemplo, pegar la hebra, hacer pellas, ir algo a misa, estar en la higuera, estar entre Pinto y Valdemoro —de uso frecuente en España— hará mejor consultando otro diccionario, puesto que en este no hallará la respuesta.

En lo que respecta a las voces técnicas o científicas, Raúl Rivadeneira —director de la Academia Boliviana de la Lengua— señala que el deLe incluye «un repertorio de términos seleccionado bajo el criterio de mayor

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vigencia actual en consulta con las comisiones académicas de vocabu-larios especiales: científico, jurídico, económico, filosófico, marítimo, etc.» (2007: en línea) y en los preliminares de la obra se precisa que de las voces «que carecen de actualidad solo se han mantenido aquellas que corresponden al léxico histórico (términos como ballestero, geocen-trismo o Santa Hermandad, presentes en el uso de nuestros días pese a la falta de vigencia o a la desaparición de sus referentes), que el diccio-nario recoge debidamente marcadas» (rae, «Diccionario esencial de la lengua española»: en línea). En efecto, en el deLe se usa la marca hist. en lo que las academias han clasificado como «léxico histórico». Sorprende que este se mencione bajo el apartado «léxico técnico»; cuesta enten-der dónde ven los académicos las características de tecnicismo en voces como las señaladas u otras como arcabuz (y sus derivadas), loriga, primi-ciero o catón. Aquí las academias han mezclado churras con merinas o, lo que es lo mismo, la marcación diatécnica con la marcación diacrónica.

Finalmente, también han sido objeto de selección determinadas palabras de significado fácilmente deducible a partir de sus elementos compositivos, la mayoría de los derivados mecánicos de nombres pro-pios y algunos gentilicios.

No obstante, como hemos dicho, el deLe no es sólo el resultado de una reducción del drae, sino también de la inclusión de voces y acepciones no presentes en la edición vigente de este, pero sí refrendadas ya para la próxima edición. Y, como viene siendo habitual, este ha sido el aspecto más publicitado del diccionario y que más titulares en prensa ha mereci-do, suponemos que haciéndose eco del hecho de que la academia consi-dere un «aliciente» la incorporación de «todas las novedades aprobadas para próxima edición del drae por la Real Academia Española y sus vein-tiuna academias asociadas de América y Filipinas, desde octubre de 2001 a julio de 2006, con inclusión de un buen número de americanismos» (rae, «Diccionario Esencial de la lengua española» [Dosier de prensa]: en línea). Entre tales incorporaciones conviven términos que designan nuevas realidades, como internet, chat o pósit —adaptación para post-it, marca registrada de notas adhesivas—, que sí merecen recibir la consi-deración de «novedad», junto con palabras de amplio uso en la lengua desde hace muchos años, como abs, nif, amniocentesis, cuentarrevoluciones, rap, salvapantalla o salvapantallas y zódiac, que no deberían calificarse de «novedad», sino de lamentable ausencia en el repertorio del drae.

La consulta en el Crea de tales voces —siguiendo la metodología aca-démica de comprobación del uso real de los términos— revela que to-das, excepto salvapantalla, se encuentran documentadas en él y en textos

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fechados antes del 2001 —cuando se editó el drae—; por lo que bien podrían haberse incorporado ya en la edición vigente de este. Los datos sobre los casos recogidos son los siguientes:

– abs: 109,– nif: 40,– amniocentesis: 84,– cuentarrevoluciones: 3,– rap: 247,– salvapantalla: 0,– salvapantallas: 19,– zódiac: 3.

Ante los resultados obtenidos, merece especial atención el caso de sal-vapantalla, el cual, a nuestro parecer, es significativo bien del mal uso que se hace del corpus en las instancias académicas, bien de la toma de decisiones no basadas en los datos del corpus. La ausencia de registros para este término debe llevar, a cualquier lexicógrafo, a cuestionarse si tal forma es de uso o no, y a averiguar cómo designan los hablantes este concepto. No es tarea ardua dar con los términos salvapantallas y protector de pantalla —quien más quien menos lo tiene activado en su ordenador y lo llama de uno u otro modo—. No obstante, el compuesto protector de pantalla brilla por su ausencia en el deLe.

Aun así, las academias afirman que «es el repertorio académico que más se aproxima a una obra dedicada en exclusiva al léxico hispánico general de nuestros días», pese a la ausencia de voces tan vigentes como microcrédito, píxel o picnic. Nosotros nos inclinamos a pensar que es el repertorio con el que las academias le han puesto un parche al drae y, de paso, han recogido ese léxico común que con tanto empecinamiento defienden y en el que basan no sólo su política lingüística, sino también su política comercial.

Otra característica de este diccionario es la presencia de cuatro apén-dices, en los que se recogen:

– los modelos de conjugación verbal;– los extranjerismos;– los elementos compositivos, prefijos y sufijos, y– las principales reglas ortográficas.

Centrémonos, por su novedad, en el apéndice de extranjerismos. Este recoge 194 términos, los cuales no constan en el cuerpo del diccionario,

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a diferencia del drae2001 que los relaciona junto con el resto de léxico español y en letra cursiva. En este apéndice se registran tanto los ex-tranjerismos sin equivalente en español, como los que sí cuentan con un equivalente o una adaptación que, según la rae, están fijados y do-cumentados en la lengua española, y a los que se remite directamente. No se incluyen aquí las voces que, pese a haber sido en algún momen-to extranjerismos, ya han recibido la aprobación académica, como, por ejemplo, chat.

Esta segregación de los extranjerismos no facilita en absoluto la con-sulta del diccionario. Primero, para que el usuario llegue al apéndice ha de ser consciente de la condición de extranjerismo del término que necesita consultar, lo cual no siempre ocurre; menos aún cuando se trata de un xenismo (extranjerismo de amplio uso en la lengua que lo toma prestado y ya de largo recorrido), como, por ejemplo, adagio, ballet, blues, byte, camping, flash, jazz, jetset, motocross, pizza, rally, rock o rugby, que son sentidas por los hablantes como palabras «normales» y, consecuente-mente, buscadas junto con el resto de voces; o, aún peor, cuando se trata de la nomenclatura de las unidades del sistema internacional, tratadas como extranjerismos en el deLe sin serlo.41 Segundo —y esto resulta más difícil todavía—, el usuario ha de saber si ese extranjerismo ha sido previamente admitido por la academia en alguna de sus obras, para, en consecuencia, buscarlo en el cuerpo del diccionario —admitido— o en el apéndice —no admitido—. Y tercero, ya en el apéndice, si el extranjerismo que se busca tiene equivalente o adaptación, se remite a este; con lo que el usuario deberá realizar una segunda búsqueda, esta vez en el cuerpo del diccionario. La combinación de estas tres variables da lugar a diferente número de búsquedas, o paseos, por el diccionario. Así, sólo obtendrá resultados a la primera el usuario que reconozca que el término buscado es un extranjerismo sin equivalente o adaptación —porque halla la definición—. El resto de usuarios se verán obligados a realizar dos consultas (usuario consciente de extranjerismo + extran-jerismo con equivalente o adaptación, y usuario no consciente de ex-tranjerismo + extranjerismo sin equivalente o adaptación) o incluso tres (usuario no consciente de extranjerismo + extranjerismo con equiva-lente o adaptación).

A nuestro entender, queda claro que, cuando decidieron extraer los extranjerismos del repertorio general del deLe y formar con ellos un subdiccionario, relegándolos a los apéndices —donde, por definición,42

figuran informaciones complementarias—, las academias pensaron poco en el usuario, en ese gran público al que tienen como destinatario de la

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obra. Este afán académico por diferenciar el extranjerismo da lugar a situaciones tan absurdas como la protagonizada por las voces yin y yang, dos términos tan estrechamente relacionados que el uno no tiene sentido sin el otro; forman, por tanto, una pareja indisociable, ya en su propia conceptualización. A pesar de ello, en el deLe, sin reparo alguno, se les da un tato distinto: yin se trata como voz española y, como tal, consta en el cuerpo del diccionario; yang, por el contrario, es extranjerismo y hay que buscarlo en el apéndice. ¿La razón? La ge final de yang. Y no hay otra, porque el uso de yin corre parejo al de yang, al igual que su frecuencia en la lengua.

En cuanto a las definiciones, se utilizan las del drae, aunque mu-chas se simplificaron a fin de que en ellas no aparecieran voces no reco-gidas en el repertorio —reducido respecto al del drae.

En los artículos del deLe se han incluido notas sobre ortografía y so-bre conjugación verbal, que remiten —otra remisión más— al apéndice correspondiente, así como notas de información morfológica (plurales). Todas ellas, según la academia, «Siguen, en sus normas generales, la doctrina expuesta por el Diccionario panhispánico de dudas, y afectan a las formaciones irregulares y a todos aquellos casos en que pueda producirse vacilación en el uso» (drae, «Diccionario esencial de la lengua españo-la»: en línea). Abundando en ello, Pedro Luis Barcia (2007: en línea) destaca que «Este nuevo lexicón […] se ha concordado con las propues-tas del Diccionario panhispánico de dudas», de forma que «se comienza a tejer una urdida coherencia entre las obras académicas».

Una única búsqueda de un extranjerismo en el deLe y en el dpd nos ha bastado para comprobar que tal afirmación no es del todo cierta. (Con-vendría verificar si se trata de una excepción.)43 El tratamiento dado al extranjerismo marketing en el deLe no concuerda con el del dpd. Este diccionario remite de marketing (en cursiva) a márquetin (en redonda), en cuyo artículo consta:

Adaptación gráfica propuesta para la voz inglesa marketing, ‘conjunto de estrategias empleadas para la comercialización de un producto y para estimular su demanda’ […]. Aunque, por su extensión, se admite el uso del anglicismo adaptado, se recomienda usar con preferencia la voz española mercadotecnia […]. [rae y Asale, 2005: 418.]

El dpd, por tanto, admite tres formas: marketing (extranjerismo, en cur-siva), marquétin (adaptación, en redonda) y mercadotecnia (voz española, en redonda). Por su parte, el deLe recoge mercadotecnia (en redonda) en el cuerpo de la obra, con su correspondiente artículo; y marketing en el apéndice de extranjerismos, con remisión a mercadotecnia. ¿Y márquetin?

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¿Dónde está el márquetin que las academias proponían en el dpd? Es más, ¿por qué no está márquetin?

Algo similar sucede con otras voces extranjeras, como por ejemplo catering y flash, para las que se obvian las adaptaciones propuestas en el dpd: caterín y flas.

Podemos aventurar razones, como, por ejemplo, que en un año —tiempo transcurrido entre la publicación del dpd y del deLe—, las aca-demias pudieron comprobar científicamente que la forma por ellos pro-puesta no había cuajado en la lengua y, en consecuencia, no la incluyeron en el deLe, la obra que recoge «todo el léxico vivo de España y América» (rae: «Diccionario Esencial de la lengua española» [Dosier de prensa]: en línea); pero esta nos parece una hipótesis con pies de barro. Otra posibili-dad podría ser que las academias no acabaran de ver claras las adaptaciones propuestas en el dpd y decidieran silbar mirando hacia otro lado. O bien que la tal «urdida coherencia» tiene algún que otro descosido.

Ante tanta pregunta sin respuesta, nos queda seguir de sorpresa en sorpresa, esperando a que la institución nos exponga los criterios cientí-ficos —los que corresponden a la lexicografía como ciencia aplicada— en los que fundamenta sus decisiones, lo cual sería muy de agradecer. Entonces la lexicografía española académica ganaría en rigor y seriedad, cualidades que difícilmente pueden atribuírsele hoy día.

3.3.3. Difusión y disponibilidad

3.3.3.1. ausenCias y deMoras de Las versiones de Libre aCCeso de La obra aCadéMiCa

El 8 de marzo del 2000 Telefónica y la rae firmaron un convenio (Ame-lia Castilla, 09/03/2000: en línea) de colaboración por el que la entidad de telecomunicación aportaba 300 millones de pesetas durante el perio-do 2000-2002 para financiar:

– el desarrollo en Internet del servicio del departamento Español al Día, que atiende las consultas lingüísticas de los usuarios;

– la elaboración del Diccionario panhispánico de dudas (dpd), y– la puesta en marcha de la infraestructura informática y de comuni-

caciones necesaria para la conexión de las 14 academias que care-cieran de ella, a fin de establecer una red interacadémica a través de Internet.

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El 12 de enero del 2004 se renovó para ese año el convenio anterior (El País, 13/01/2004: en línea), y en la web de Telefónica44 se precisó que la finalidad era en esta ocasión:

– Consolidar y continuar mejorando la calidad y rapidez de las res-puestas del servicio Español al Día, que en ese momento recibía y despachaba una media de 275 consultas diarias de todas las partes del mundo.

– Patrocinar la redacción y revisión del Diccionario panhispánico de du-das, para completar los materiales previstos para la primera edición impresa de la obra en el año 2005, añadiendo los campos de conjuga-ción irregular, problemas de construcción y régimen, problemas de género, parónimos, usos impropios y extranjerismos.

Se anunciaba, además, que cuando el diccionario estuviera terminado, el Grupo Telefónica presentaría la versión electrónica en sus distintos servicios de Internet, al igual que ya hacía con el diccionario de la rae, disponible en los portales de Terra y de la Fundación Telefónica. No obstante, una vez publicado el dpd en papel (el 10 de noviembre del 2005), no sólo se tardó meses en poner a disposición del usuario la ver-sión en línea, sino que veinte días después de su publicación impresa se retiró de su página electrónica el avance de los artículos ya aprobados de la obra, que hasta entonces se habían mantenido en línea, sin duda a la espera de alcanzar las mejores expectativas de venta del volumen. Así se justificó esta decisión:

Dado que recientemente fue aprobado por todas las Academias de la Lengua Espa-ñola el texto definitivo de la primera edición del Diccionario panhispánico de dudas, que aparecerá en formato libro en fecha próxima, se ha considerado conveniente retirar el Avance que figuraba, como muestra, en la página electrónica de la rae. En el plazo más breve posible se incorporará a los recursos de esta página la versión completa de la obra. [Cit. en Martí nez-Almeida González, 01/12/2005: en línea.]

Valga señalar que las academias no suelen ofrecer en abierto sus obras hasta haber alcanzado unos ciertos resultados comerciales con la venta de las ediciones en papel, y ello aun estando suficientemente financia-das con fondos públicos y privados (S. Senz, 22/02/2006; 23/02/2006; 15/01/2008; 13/10/2008; 17/03/2009, y 07/10/2009: en línea). Para que el lector se haga una idea aproximada, los contratos que Espasa (propiedad del Grupo Planeta) ha mantenido desde 1925 con la rae representaban hasta el 40 % de su facturación en un año de lanzamiento

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de obra académica nueva (B. Ramírez, 23/11/2004: en línea). Sólo la 22.ª edición del Diccionario de la rae vendió 400 000 ejemplares en los seis meses que siguieron a su publicación, en el 2001. El Diccionario pan-hispánico de dudas alcanzó los 200 000 ejemplares vendidos en el mismo periodo (El Universal, 06/04/2006: en línea). Y la reciente publicación (exclusivamente en papel) de los dos primeros volúmenes de la Nueva gramática de la lengua española al nada reducido precio de 120 € logró situarse, en su primera semana de recorrido comercial, en el número uno de obras de no ficción vendidas en España, y sólo en dos meses ha vendido ya 60 000 ejemplares (Agencia Efe, 22/02/2010: en línea). Sin embargo, ni de estos dos primeros volúmenes ni de su edición manual posterior hay aún versión disponible en línea. Y todo ello se da sin que ninguna de las casas editoras de la rae haya tenido que ganar ningún concurso público; pese a estar parcialmente financiadas con dinero pú-blico, el carácter jurídico de las reales academias como corporaciones científicas de derecho público las exime de cumplir la legislación apli-cable en las administraciones públicas.

Además de contradecir la promesa del patrocinador (Grupo Telefó-nica) de presentar la versión electrónica del dpd en sus distintos servi-cios de Internet cuando el diccionario estuviera terminado, esta retirada también supuso que la academia se desdijera tácitamente de sus propó-sitos iniciales:

En cuanto a cuándo cerraremos el diccionario panhispánico de dudas, le diré que nunca, ya que estará permanente abierto en Internet, como ya está. Como todavía quedamos mortales que manejamos libros y nos gusta hacerlo, a diferencia de las generaciones más jóvenes que lo harán en sus computadoras —utilizo este término porque es el más utilizado en todo el ámbito hispánico; el término ordena-dor es español a imitación de los franceses, por cierto—, lo tenemos abierto y estará permanentemente abierto, porque efectivamente la lengua es siempre viva y habrá que ir modificándola. [Víctor García de la Concha, en España. Cortes Generales, 2002: en línea; la negrita es nuestra.]

Tres meses después, en respuesta a nuestra consulta sobre la esperada «reaparición» del dpd en la web de la rae, la corporación aducía estar trabajando en la versión electrónica del diccionario. Citamos textual-mente las palabras del Departamento de Español al Día recibidas por correo electrónico el 9 de febrero del 2006: «Actualmente estamos tra-bajando en la versión electrónica del dpd para poder ofrecerla al público lo antes posible». Habría que esperar aún a marzo del 2006 para que el dpd electrónico se subiera finalmente a la red, y no en las mejores con-diciones de usabilidad.

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3.3.3.2. La aCCesibiLidad y usabiLidad de Los datos deL drae y deL dpd en Línea

• A principios de marzo del 2006 vio por fin la luz la esperada versión en línea del dpd, pero no lo hizo, ni con mucho, en las condiciones es-peradas. Así lo señalaba José Antonio Millán (24/05/2006: en línea):

[...] el sitio como tal merece algunas mejoras; entre otras cuestiones: mantiene siem-pre la urL o dirección de la portada, lo que a alguien poco versado le puede impedir enlazar directamente a las páginas donde se encuentran los distintos materiales que contiene. Para acceder a la lista de artículos temáticos del dpd, por ejemplo, alguien sin mucho dominio del medio tendría que dar las siguientes instrucciones:

«Vaya a http://www.rae.es/, haga clic en la columna de la izquierda, en “Dicciona-rio panhispánico de dudas”; en la página que aparezca, debajo de la caja de búsque-das, haga clic en la columna de la derecha en “Artículos temáticos”.»

Naturalmente, se puede hacer trampa (mirando en las propiedades de la página con el botón derecho), como yo he hecho para remitir a la lista completa, pero ¿por qué no facilitar las cosas?La Academia ha dado grandes pasos adelante poniendo en la Web a disposición del público hispanohablante sus materiales (lo que es de estricta justicia en una insti-tución sin ánimo de lucro, que recibe tantos apoyos públicos —por no hablar de los privados— y que se propone difundir instrumentos para mayor bien de nuestra lengua). Sin embargo, le faltan pasos por dar. Por ejemplo: hoy en día es posible hacer directamente búsquedas en el Diccionario panhispánico y en el Diccionario de la rae, pero ¿por qué no tener además un lemario de ambos en línea? (un lemario es la lista de las palabras o temas que tiene el diccionario). En la consulta del dpd, por ejemplo, se lee la siguiente nota:

«Para obtener resultados, la palabra o tema buscados deben coincidir con el lema de alguno de los artículos contenidos en el diccionario, por lo que se recomienda seguir al máximo las orientaciones para la búsqueda.»

¿No sería más sencillo tener en línea el lemario que fuera enlazando a cada una de las palabras? Por ejemplo:

aab initioab intestatoab ovo

y así sucesivamente, hasta

zum

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Y lo mismo para el drae...

aabaababol

y así sucesivamente, hasta

zuzo

Supongo que no pasará mucho tiempo sin que algún grupo de esforzados volun-tarios amantes de su lengua, de los muchos que pueblan la Web, preste al público hispanohablante el buen servicio de preparar estos lemarios enlazados.

Las palabras de Millán resultaron casi proféticas. En junio del 2009 dimos, casualmente (Alberte y Senz, 29/06/2009: en línea), con la ver-sión mejorada del dpd en línea, elaborada por el hispanista Franz Mayrhofer —y no por un esforzado hablante nativo de español, como esperaba Millán—, docente del californiano Gavilan College, versión que se halla entre los recursos en línea de su departamento. Sin traicio-nar el dpd original en ningún aspecto, la versión de Mayrhofer le añade las siguientes mejoras:

1. Restituye las páginas viii a xii del pliego de principios de la versión impresa, que no figuraban en la versión en línea. De este modo, May-rhofer ofrece al usuario la presentación y la relación de todos los es-pecialistas que integraron la comisión interacadémica y el equipo de redacción, que sí constan en la edición en papel del dpd pero no en su edición digital original académica.45 Téngase en cuenta que el hecho de que en un diccionario no conste la autoría del mismo, sea en for-mato papel o digital, es considerado un abuso de los tipificados como «delincuencia lexicográfica» (G. Haensch y C. Omeñaca, 2004: 19).

2. Esta versión digital alternativa y mejorada dispone de una interfaz que, a diferencia de la académica, permite ver el lemario de la obra y realizar consultas avanzadas (en el cuerpo de los artículos), lo que la convierte en un recurso útil y práctico para acceder al contenido del diccionario según criterios distintos al único permitido por la rae: a partir de un lema, consultar su artículo y los enlaces que contenga.

Sin duda, un eficiente trabajo de servicio al usuario (particularmente de servicio a sus alumnos) que Mayrhofer ha tenido que realizar motu proprio.

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• Desde que la versión digital del dpd se subió por fin a la red, cuando un usuario necesitaba hacer una consulta con el fin de despejar sus dudas sobre la grafía normativa de una voz de origen extranjero o de nuevo cuño, de un topónimo o de un gentilicio o sobre el valor de una forma verbal, entre otros tipos de dudas usuales, se veía en la obligación de hacer dos consultas por separado en la obra académica disponible en la web de la rae: una en el dpd y la otra en el drae2001 (22.ª ed.).

Si primero buscaba un término en el dpd y lo encontraba, podía darse por satisfecho, puesto que la norma que en él se da tiene preferencia so-bre la del drae2001, por ser el dpd2005 posterior a este. Pero si primero buscaba en el dpd y no lograba respuesta a su consulta, debía dirigirse entonces al drae2001, confiando en hallarla allí. A este caso responde, por ejemplo, la búsqueda de la palabra suite, que no tiene entrada en el dpd pero sí en el drae2001, en cursiva (suite), como voz francesa, e inclu-so en el avance de la 23.ª edición del drae (disponible por línea), donde se enmienda la edición anterior adaptando suite al español, como ‘suite’, en redonda, sin darnos, sin embargo, indicaciones de la forma de plural correspondiente, como es usual en el drae.

Si primero buscaba en el drae y lo encontraba, podía suponer que las academias habrían considerado necesario realizar alguna modificación posterior en el momento de confeccionar el dpd, y entonces verse tam-bién obligado a consultar el dpd, para mayor seguridad. A este caso res-ponde, por ejemplo, la búsqueda de la palabra dossier, que aparece así en el drae2001, como voz francesa en cursiva, sin avanzar ninguna modi-ficación de esta entrada en la próxima edición del Diccionario, mientras que en el dpd dossier remite a ‘dosier’ (pl. ‘dosieres’), adaptación gráfica del galicismo propuesta para el castellano. (Lo curioso de este caso, por cierto, es que en la versión precedente del drae [la 21.ª ed., de 1992] ya se había hecho la adaptación de dossier a ‘dosier’, revertida luego en la edición vigente del drae y restaurada finalmente en el dpd.)

Ya en el 2010, todo usuario que llevara cuatro años de idas y venidas del drae en línea al dpd en línea habría agradecido la opción de una con-sulta simultánea de ambas obras. Sobre todo los profesionales autónomos que cobran una tarifa fija (y escasa) por su trabajo y valoran su tiempo en oro. ¿Se la ha llegado a proporcionar la rae, una institución que cuenta con sobrados recursos humanos y financieros para atender debidamente al usuario?46 Al menos en el momento de concluir este trabajo, no. Ha tenido que esperar a que la Academia Costarricense de la Lengua, una de las más pobres de las academias americanas (Pablo Fonseca, 04/03/2009: en línea), que apenas acaba de estrenar sede y página web pero que, aun

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así, trabaja con mayor eficiencia que la española, le proporcione esta utili-dad. En la esquina superior derecha de su portal aparece una ventana con el título «Diccionarios» que permite al usuario buscar a la vez en ambos diccionarios: el usual y el de dudas.47

3.4. Criterios de estandarización y norma académica

Decíamos en el párrafo 3.2 que la selección de las variedades (diatópicas, diastráticas, diafásicas y diacrónicas) y formas (léxicas, gráficas y gramatica-les) que servirán de base para componer el estándar general de una lengua se realiza a partir de la aplicación de una serie de criterios de selección de carácter estrictamente funcional en algunos casos, pero en su mayor parte de tipo axiológico en tanto que suponen la asociación de ciertos valores —derivados de los sistemas de creencias que prevalecen en una determinada sociedad en una época dada— a las variantes y formas seleccionadas:

1. Criterio diastrático (valores de mercado social). Se avalan las variantes socialmente «prestigiosas», usadas por la gente instruida y por las clases dominantes, a cuyas producciones verbales se otorga un elevado valor de mercado.48 En el origen de este criterio estaría el principio de consensus eruditorum (uso lingüístico de los doctos) de Quintiliano, como modelo de puritas (pureza o corrección en el em-pleo del lenguaje), opuesto al consensus popularis (uso lingüístico del pueblo) de Cicerón (Fries, 1989: 161). Este criterio, tradicional en la norma académica, permanece en el Diccionario panhispánico de dudas (2005)49 y en la Nueva gramática de la lengua española (2009).

2. Criterio de historicidad (valores genealógico y tradicional). Se-gún este criterio, se opta por las formas avaladas por la antigüedad o la tradición: las que se ajustan más al étimo, y las que tienen una mayor «solera» escrita o literaria. Es, por ejemplo, el criterio que mantiene, en la norma académica, la condena del laísmo, el loísmo y el leísmo y otros desvíos del paradigma etimológico de los pronom-bres personales átonos, apoyada también —en ciertos casos— en los criterios diastrático y diatópico (cf. Klein, 2008).

3. Criterio diafásico (valor estilístico). Se seleccionan los usos consa-grados por la lengua escrita, particularmente por el registro literario. Como señala Gema B. Garrido Vílchez (2008: 245), «esta defensa

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de la lengua literaria como modelo de perfección idiomática puede entenderse como corolario de la defensa de un modelo lingüístico basado en el consensus eruditorum de Quintiliano». En el modelo aca-démico, la lengua literaria ha sido una referencia permanente, a la que se ha añadido, desde el Diccionario panhispánico de dudas (2005), el lenguaje de la prensa.

4. Criterio canónico (valor cualitativo o estético). Se seleccionan los usos consagrados por cierto grupo de escritores o en cierta etapa literaria considerada particularmente sublime por los codificadores. Tradicionalmente, la norma del español ha tomado como modelo a los autores de los Siglos de Oro, con la excepción particular de los escritores del barroco. Este criterio guarda relación con la idea de la corruptio linguae,50 según la cual se entiende la vida de una lengua como un proceso de nacimiento, desarrollo, declive y muerte, que puede detenerse antes de la fase degenerativa mediante la fijación y perfeccionamiento del idioma en el punto de desarrollo que se consi-dere de mayor brillantez, finalidad que guió a la rae durante siglos y que consagró en su lema tradicional «Limpia, fija y da esplendor».

5. Criterio diatópico (valor geográfico). Según el cual se seleccio-nan las formas de uno o más centros geográficos. Tal como repite el discurso oficialista, el estándar del español se ha basado en los usos del centro-norte de Castilla hasta el Diccionario panhispánico de dudas (2005), aunque lo cierto es que ciertas formas privativas de España no han perdido en esta obra su tradicional privilegio (v. § 3.3.2.3, 3.5.4.1, 3.5.6 y 3.6.2).

6. Criterio demográfico (valor cuantitativo). Se avalan las formas que emplea la mayoría de la comunidad lingüística51 cuya lengua es objeto de estandarización. Este criterio no tiene aplicación en la norma del castellano, dado que, en lo relativo a grupos poblacionales, se prioriza el criterio diastrático, que favorece a una minoría: la clase cultivada.

7. Criterio de diasistematicidad (valor cohesivo). Se da preferencia a las formas comunes a la mayor parte de sistemas lingüísticos que componen una lengua (o a todos si se da el caso),52 cuya débil marca-ción étnica favorece, por un lado, su aceptación general, y cuya marca de colectividad contribuye a asentar la conciencia de una identidad común entre los hablantes.

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8. Criterio de autonomía (valor diferenciador). Se prefieren las formas que marcan distancia lingüística con respecto a una lengua dominante. Está en relación con los criterios de genuinidad y de especificidad:a) Criterio de genuinidad (valor purificador). Cuando se quieren marcar

distancias respecto a una lengua dominante cualquiera, se priorizan las formas patrimoniales (las que se ajustan a los patrones fónicos y morfosintácticos más estables del sistema o de los sistemas lingüís-ticos estandarizables) y endógenas (las que se originan en el propio sistema). Este criterio es también una constante en la norma del es-pañol (v. § 4.2.1 y 4.2.2) y responde a una concepción monoglósica de las lenguas.53

b) Criterio de especificidad (valor segregador). Cuando hay proximidad genética con la lengua respecto a la cual se quieren marcar dis-tancias, se seleccionan las formas privativas de la variedad que se quiere estandarizar.

9. Criterio analógico (valor imitativo). Se prefieren las formas que presentan características análogas a las de las formas preferidas en la tradición normativa de otra u otras lenguas. Así como el criterio de autonomía amplía las distancias con respecto a otras lenguas o variantes, el criterio analógico las aproxima.

10. Criterio de regularidad (valores de homogeneidad y sistema-ticidad). Se da preferencia a las formas gramaticalmente más regu-lares y a los paradigmas más homogéneos, lo que supone evitar el alomorfismo.

11. Criterio de regularidad diacrónica (valor de estabilidad). Se seleccionan las formas que han evolucionado a un ritmo lento y constante.

12. Criterio funcional (valores de disponibilidad, vigencia y

comprensibilidad). Se prefieren las formas que aportan:– difusión: se prefieren las formas más difundidas porque son las

más disponibles, las que tienen mayor amplitud de aplicación y las que están más acordes con las tendencias generales de la lengua;

– diacrisis: se seleccionan las formas que permiten establecer dis-tintividad morfológica y semántica y evitar con ello la homoni-mia, la ambigüedad y la homografía;

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– inteligibilidad: se avalan las formas que, por su difusión, por su re-gularidad, por su distintividad, por su tradición, por su carácter dia-sistemático o por cualquier otro valor resultan más comprensibles;

– simplicidad: se prefieren aquellas formas que, además, presen-tan menos problemas para el aprendizaje;

– representatividad: se seleccionan las formas gráficas con capa-cidad de acoger cualquiera de las pronunciaciones vigentes en la comunidad de hablantes a la que se dirige el estándar. Es la razón, por ejemplo, por la que en el sistema ortográfico del español se mantienen las grafías c ante e, i y z ante a, o, u, correspondientes al fonema fricativo interdental sordo /θ/, aun siendo este minoritario.

Para promover la aceptación de un estándar que incorpora criterios de base axiológica y no exclusivamente funcional, su implantación suele acompañarse de una elaboración ideológica, de un aparato persuasivo que naturaliza la selección realizada y estigmatiza las formas de-sechadas, y que causa verdaderos estragos en las autoevaluaciones que los hablantes hacen de sus formas de expresión y en sus actitudes lingüísticas.

3.5. Modelos de estandarización y norma académica

3.5.1. Modelo unitarista

Corresponde a este modelo todo estándar que, partiendo de la idea pre-via de comunidad lingüística, elabore para ella un solo estándar gene-ral. El estándar del español siempre ha sido unitarista, con ampliación de la base de selección en el llamado estándar panhispánico.54

3.5.2. Modelo pluricéntrico

Es justo lo opuesto al modelo unitarista. Corresponde al modelo plu-ricéntrico toda lengua para la que se haya elaborado más de un estándar general. Esta situación puede darse tanto en lenguas que cuenten con organismos oficiales de normalización (caso del catalán, que tiene dos estándares: el fabriano, continuado por la Secció Filològica del Institut d’Estudis Catalans, y el valenciano, elaborado por la Acadèmia Valenciana de la Llengua; v § 3.5.4 y 3.5.7)55 como en lenguas que no los tengan (por ejemplo, el inglés).

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En las lenguas sin organismos normativos, son los especialistas (lexi-cógrafos, ortógrafos, gramáticos), los medios de comunicación y las edi-toriales quienes crean diversas obras y modelos de lengua de referencia que hacen las veces de estándares.

En las lenguas que cuentan con academias, son estos organismos los que crean y difunden el estándar. En el caso del español, el modelo de estandarización oficial (el académico) no es pluricéntrico, sino unitarista, puesto que todas las academias elaboran conjuntamente un único estándar.

Asunto distinto es que para el castellano, al igual que para las len-guas sin «academias», también existen otros medios capaces de crear y difundir modelos referenciales de lengua, es decir, nor-ma particular. Los medios escritos y audiovisuales (locales, nacionales e internacionales),56 las empresas que utilizan el español en mercados globales, y los medios políticos internacionales llevan décadas creando formas estandarizadas que responden a sus propias necesidades produc-tivas y de mercado. Sin ir más lejos, la traducción al español de las tres últimas entregas de Harry Potter cuenta con tres versiones distintas, según tres estándares nacionales o regionales aplicados —según crite-rios propios— por las traductoras/adaptadoras a quienes la editora es-pañola57 encargó las tres ediciones en español. En el caso de la quinta entrega, la versión para España fue realizada por Gemma Rovira Ortega (traductora de las tres últimas entregas de la serie), en traducción direc-ta del inglés; de la versión distribuida en Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay se encargó María José Rodríguez Murguiondo (Argentina), quien adaptó la versión española a formas generales en el Cono Sur (su-ponemos que con toda la dificultad que implica abarcar un área tan extensa); la versión destinada a los mercados norteamericanos (México y Estados Unidos), distribuida desde México, fue realizada por Myriam Rudoy (mexicana), también adaptando la versión de Gemma Rovira.58 Las diferencias entre versiones responden a exigencias del mercado —los seguidores americanos de la saga habían expresado quejas por la difi-cultad para comprender ciertos usos de la traducción española en las entregas anteriores— y se concretan en usos léxicos, morfosintácticos y pragmáticos divergentes (jugo por zumo, tomar por coger; cantar a los gritos por cantar a voz en grito; empleo de las fórmulas de tratamiento personal y de cortesía propios de cada zona...). La finalidad de estas ver-siones no sólo es resultar comprensibles para los lectores de cada zona, sino también adecuadas y aceptables, es decir, reconocibles como usos naturales y propios; y, desde luego, satisfacer con ello al cliente. No

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sabemos hasta qué punto en las elecciones de estas tres profesionales hay discrepancia con respecto al estándar académico del español, incluso con respecto a su nueva modalidad panhispánica (parcialmente inclusiva de la variedad geolectal), pero aventuramos que será mayor que la que muchos académicos tolerarían. Y aventuramos también que, de haberse realizado directamente tres traducciones distintas (o más) de Harry Pot-ter, el resultado final habría sido mucho más divergente que siendo las dos versiones americanas resultado de una adaptación de la traducción al español peninsular (o al español de Cataluña, teniendo en cuenta la impregnación de catalanismos que suele detectarse en las traducciones al castellano realizadas por la potentísima industria editorial barcelo-nesa). A fin de cuentas, al igual que una lengua expansiva —como lo son todas las lenguas poscoloniales— mantiene su estatus gracias a la fuerza del mercado lingüístico59 que se deriva de su expansión territorial y demográfica y de su predominio social, también su fragmentación o, mejor dicho, la fragmentación de su forma general estandarizada —que es lo que hoy realmente preocupa a los agentes de planificación del es-pañol— obedece a los mandatos de ese mismo mercado. Es más: el día —no muy lejano— en que el paso de la edición de libros al modo digital y la extensión de las nuevas licencias de explotación y reproducción de las obras sujetas a derechos de autor (las licencias Creative Commons)60 permitan flexibilizar las concesiones de derechos de traducción, abran vías más libres de difusión de las producciones editoriales y reduzcan costos productivos, permitiendo una mayor inversión en traducciones localizadas; o, simplemente, el día en que la edición en español no sea asunto exclusivo de hispanohablantes preocupados por la unidad y pu-reza del idioma —como ya ocurre en Estados Unidos— se abrirá la veda a múltiples modelos idiomáticos editoriales, que alcanzarán a su propio mercado local a través de la red. Ese día, en un área de variación lingüística61 tan extensa y en un territorio política y económicamente tan fragmentado —y por ello difícilmente planificable según pautas comunes— como los que corresponden al español, a duras penas podrá seguir sosteniéndose un estándar general unitarista.

3.5.3. Modelo monocéntrico

Es un modelo de estandarización unitarista en el que se selecciona una sola variedad geográfica como base del estándar general. El resto se desecha y queda en una posición de contraste con respecto al modelo

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común. No obstante, la variedad de base también queda distanciada del estándar, debido al proceso reductor y transformador de que este resul-ta. A este modelo corresponde el estándar del francés y, hasta la nueva estandarización panhispánica, también el del español. Puede ocasionar tensiones con las variedades no seleccionadas, que en el caso del castella-no explican —en parte— el cambio de modelo normativo.62

3.5.4. Modelo composicional (o compositivo)

Es un modelo de estandarización unitarista sintético, que se construye como modelo de lengua general sobre la base de todas las varieda-des geográficas de una lengua, aunque algunas pueden tener mayor aportación que otras. Es decir, parte de una idea previa de comunidad lingüística y de la voluntad de integración de todas las partes que la constituyen.

Es común en estandarizaciones modernas como la del vasco unificado (euskera batua), y, en parte, la del aragonés63 y la del catalán (estándar fabriano; Bibiloni, 2000: 109-141), que presentan también polimorfis-mo. Este modelo exige una codificación donde se prioricen los criterios de diasistematicidad, de regularidad, de difusión y de represen-tatividad. Y los organismos que elaboran estándares composicio-nales deben contar con especialistas de toda el área dialectal de la lengua. Así ocurre, por ejemplo, en la Secció Filològica del Institut d’Estudis Catalans, con sede en Barcelona, que desarrolla el estándar fa-briano y tiene entre sus miembros a especialistas de cuatro países: Ando-rra, Italia, Francia y España; y dentro de España, de cuatro comunidades autónomas: Aragón (la Franja), Cataluña, Islas Baleares y Comunidad Valenciana. Para mayor garantía de integración, la nueva edición de la gramática de la Secció Filològica está dirigida por el vicepresidente de la Acadèmia Valenciana de la Llengua (miembro también de la catalana), Manuel Pérez Saldanya64 (v. § 3.5.7).

La aplicación de un modelo composicional da pie, en un inicio, a un estándar que se percibe como artificioso. Precisamente su artificialidad y su carácter equidistante lo hace más fácilmente aplicable a las lenguas que presentan poca variedad geográfica o incluso a un grupo restringido de subvariedades —sería, por ejemplo, idónea para la estandarización del andaluz—,65 ya que, en estos casos, las distancias intradialectales son menores y el estándar resultante presentará mayor similitud con las variedades de base.

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3.5.4.1. propuestas CoMposiCionaLes para La norMa deL españoL: La norMa ideaL hispániCa de Lope bLanCh

A pesar de que el español, como todas las lenguas con un pasado co-lonial y una vasta expansión geográfica, presenta una amplia variedad (v. p. 479), el lingüista Juan Manuel Lope Blanch (padre del Proyecto de Estudio Coordinado de la Norma Lingüística Culta de las Principa-les Ciudades de Iberoamérica y de la Península Ibérica)66 formuló una propuesta de norma hispánica ideal (1995 y 2001) que combinaba prin-cipios composicionales y polimórficos.

Desglosaremos a continuación sus puntos principales (cf. Lope Blanch, 2001: en línea):

1. La norma ideal hispánica estaría constituida por la totalidad de los hechos lingüísticos comunes a todas las normas nacionales cultas, de reconocido prestigio. (Criterios de diasistematicidad y diastrático.)

2. En los casos de divergencia gramatical (polimorfismo) entre los usos nacionales o regionales normales de los hispanohablantes cultos («norma culta» llama Lope Blanch a lo estadísticamente usual entre los instruidos),67 se aplicarán los siguientes principios adicionales de criba:a) La forma gramatical, histórica, cultural o geográficamente menos

justificable (criterios de regularidad, historicidad, diafásico y dia-tópico) no podrá considerarse como propia de la norma hispánica, aunque sea válida en una —o varias— normas nacionales.

b) Si dos formas divergentes son igualmente justificables y están respaldadas, cada una de ellas, por una norma nacional de pres-tigio, habrá que aceptar las dos formas divergentes como propias de la norma hispánica, es decir, habrá que admitir una dualidad o una pluralidad de normas diferentes dentro de la norma hispánica ideal (polimorfirsmo).

Para ilustrar estas soluciones, Lope Blanch las aplicaba a una serie de rasgos divergentes; entre ellos:

• Pronombres personales y posesivos. El plural de tú es vosotros en Es-paña, pero lo es ustedes en prácticamente toda América; paralelamente, el plural de tuyo es vuestro en Castilla, pero suyo en Hispanoamérica. El perso-nal tú de España y de muchos países americanos, México entre ellos, es vos en normas lingüísticas de alto prestigio, como la argentina o la uruguaya.

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De un lado, Lope Blanch considera que la aceptación del ustedes y el suyo americanos como formas más diasistemáticas no puede excluir de la nor-ma hispánica el vosotros y el vuestro españoles, debido a los principios de historicidad, diafásico y canónico. En cambio, sí aventura otro trato para el voseo propio de algunas hablas hispanoamericanas de indudable pres-tigio actual, como las del Río de la Plata, de las que dice que no gozan «del respaldo cultural y social del pasado histórico de la lengua española —de que sí gozan, indudablemente, vosotros y vuestro—, ya que durante el siglo xvi la forma pronominal vos fue siendo arrinconada en España y en América por el cortesano tú procedente de la metrópoli española». De modo que, aunque este vos sea «válido, indudablemente, dentro de las hablas cultas que lo han mantenido hasta nuestros días, quizá su validez no alcanza a la norma hispánica general».

La pronominalización se los en lugar del ortodoxo se lo u os lo (Ya com-pré el uniforme a los niños. > Ya se los compré. / Dije a ustedes que no llegaran tarde a la fiesta. > Se los dije), propia de la norma culta mexicana según Lope Blanch —o más bien de la norma americana en las condiciones que cita C. Company y Company, 2008: 25-26—, deberá rechazarse por tener lo que él considera un carácter «agramatical». No puede ser agramatical lo que es ya parte de un sistema linguístico,68 así que en-tendemos que Lope rechazaba esta forma más bien por no ajustarse a los criterios de historicidad y canónico.

En el caso del leísmo castellano, pese a la «clara y etimológica dis-tinción lo/le prevaleciente en Hispanoamérica y también —aunque más débilmente— en dialectos españoles meridionales y atlánticos», Lope Blanch considera que «no sería factible condenar el uso castellano, naci-do ya en la lejana Edad Media y respaldado por las máximas autoridades literarias y culturales de los Siglos de Oro, como Cervantes, Lope de Vega, Quevedo, Tirso de Molina o Calderón de la Barca, y sancionado por la Real Academia Española en el siglo xviii» (criterios de historici-dad, diafásico y canónico), por lo que deberá admitirse el leísmo —no especifica si de cosa o persona, pero en todo caso parece que sólo en el singular—, junto a la tradicional distinción lo/le. En cambio, se recha-zará el laísmo, básicamente madrileño, puesto que no goza del mismo respaldo histórico y cultural que el leísmo.

• Dominio fonético: Paralelamente, para Lope Blanch el rehilamiento ensordecido del fonema fricativo palatal sonoro /y/ (/ʝ/ en el Alfabeto Fonético Internacional, afi; equivale al sonido de la pronunciación cen-tropeninsular de la y en palabras como mayo y a la pronunciación yeísta

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de la ll en palabras como llover), por el que la realización de /y/ pasa a /š/ (fricativa palatoalveolar sorda, /∫/ en el afi; equivale al sonido de la sh del inglés shampoo, de la ch de francés chic y de la x del catalán xocolata), propio de las hablas cultas del Río de la Plata, con Buenos Aires y Montevi-deo a la cabeza, no formará parte de la norma hispánica culta, «que ha mantenido la palatal en su sonoridad fricativa no rehilada». Por similar razón, la eliminación del fonema oclusivo dental sonoro /d/ en la termi-nación -ado, aceptada por la norma culta castellana y de otras regiones (soldao, cansao, demasiao, en vez de soldado, cansado, demasiado) deberá ser rechazada por la norma culta hispánica, que lo mantiene en la mayor parte de zonas. Para estas decisiones se aduce el criterio diasistemático y presumimos que el de historicidad.

Por otra parte, la distinción [s]/[θ] —de [kása] frente a [káθa]—, aun siendo evidentemente minoritaria dentro del conjunto de hablas hispá-nicas debido a la generalización del seseo en las hablas americanas y aun en algunas españolas (canarias y meridionales), para Lope Blanch está «históricamente por completo justificada», «respaldada, además, por la ortografía tradicional —secular— de nuestra lengua» y es «además fo-nológicamente enriquecedora del sistema fónico español» (criterios de historicidad y funcional). En consecuencia, tanto la distinción como el seseo deben ser soluciones igualmente válidas para la norma hispánica.

Por limitación de tiempo, no nos ha sido posible completar para este trabajo una comparativa minuciosa entre estas y otras soluciones que aplica Lope Blanch al polimorfismo y las que ofrecen las dos obras panhispánicas de las academias: Diccionario panhispánico de dudas (dpd) y Nueva gramática de la lengua española (vols. 1 y 2, ngLe2009; y su versión Manual, del 2010). Pero, hasta donde hemos podido llegar, el cotejo reali-zado permite avanzar estas observaciones:

1. Ni el dpd ni la ngLe2009 responden a un modelo de tendencia estric-tamente composicional, al que Lope Blanch proponía acercarse. De hecho, cabría más bien situarlos a caballo entre el monocentrismo y el polimorfismo (v. § 3.5.3 y 3.5.6), en dosis divergentes de una obra a la otra, con mayor peso del polimorfismo en el caso de la ngLe2009.

2. El dpd muestra una tendencia monocéntrica («eurocéntrica») más acusada en estos casos:– en el tratamiento de los usos americanos de se los, cuya pertenen-

cia a la norma culta americana no reconoce (cf. s. v. pronombres per-sonales átonos, § 6b, p. 529), error que la ngLe2009 —más rigurosa que el dpd— corrige, admitiendo además este uso;

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– y en el tratamiento del españolismo a por, proscrito por las gra-máticas académicas al menos desde 1880 (Gómez Asencio, 2006: 43) por «combinar dos partículas incongruentes», que tanto el dpd como la ngLe2009 aceptan sin vacilación.

Sobre esta tendencia del dpd al eurocentrismo, Lefsanft (2007: 235) señala, además, que cuando se dan en él explicaciones detalladas que permiten vislumbrar las distribuciones diastráticas de los usos, tales detalles «se refieren al español de España». Y añade que es «muy raro que el dpd discuta la posibilidad de que un fenómeno no pertenezca al “habla esmerada” de España», mientras que sí discute que pueda pertenecer a la norma culta de otro país.

3. Con respecto a las formas de tratamiento, ambas obras tienden al poli-morfismo y se apartan de las propuestas de Lope Blanch sobre el voseo.

4. A falta del volumen de fonética y fonología de la ngLe, cabe decir que el dpd coincide con Lope Blanch con respecto al seseo y a la distin-ción [s]/[θ].

5. En cambio, a diferencia de Lope Blanch, que excomulgaba abierta-mente de la norma hispánica la forma de rehilamiento ensordecido del sonido fricativo palatal sonoro /y/ (/ʝ/ en el afi), que resulta en el fricativo palatoalveolar sordo /š/ (/∫/ en el afi), el dpd procede de un modo más artero: «hace caso totalmente omiso» tanto de la forma rehilada sorda como de la rehilada sonora /ž/ (/ʒ/ en el afi, que corres-ponde al sonido como la j en la palabra francesa jeu o en la catalana joc) y, con ello, «de su estatus normativo en el español rioplatense» (F. Lebsanft, 2007: 235). De este modo, el dpd corre un tupido velo sobre este delicado aspecto, que podría afectar a las transcripciones de voces de alfabetos no latinos que incluyan el fonema /š/ (/∫/) y /ž/ (/ʒ/) y a las adaptaciones más recientes de extranjerismos que también los presentan (por ejemplo, banjo, jacuzzi, jazz, jockey, share, sheriff, sher-pa, shock, short, shoot, show, cash, flash y geisha), e incluso podría plantear la necesidad de reformar el alfabeto español para incorporar una repre-sentación más fidedigna del fonema /š/ (/∫/) (por ejemplo, el dígrafo sh) que la que proporcionan la ch o la s. En estos casos, en cambio, el dpd procede driblando el asunto de diversos modos: – acepta el xenismo, pero prescribe una pronunciación lejana a la

original: jazz → jazz (pron. [yás]); – desecha la forma extranjera y propone una forma patrimonial en su

lugar: cash → efectivo; jeep → todoterreno; show → espectáculo;– salvo en el caso excepcional del topónimo Shanghái (v. p. 417),

desecha las grafías (original o transliterada) sh y j y fija o propone

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su adaptación/transcripción en ch o en s para el dígrafo sh y en y para la j: Ашхабад /a∫xabat/ → Asjabad; shock → choque; flash → flas; short → chor; jockey → yóquey.

Con estas decisiones da a entender —y de este modo ayuda a cons-truir la imagen unitaria y homogénea del español que las academias quieren propagar— que no hay pronunciación genuina y culta del español que en estas palabras avale el mantenimiento del dígrafo sh y la admisión de las pronunciaciones /š/ (/∫/) y /ž/ (/ʒ/).

3.5.5. Modelo neutro

El llamado neutro es un modelo de estándar no general, elaborado con fines netamente comerciales y de intercomprensión en ciertos sectores productivos con un mercado transnacional (traducción/doblaje y pro-ducción en medios audiovisuales, en medios editoriales y en medios de comunicación; etiquetado y manuales informativos de productos, etc.) y en entornos de comunicación internacional (comunicación interna de empresas transnacionales y de organismos políticos internacionales con representación de diversas variedades geográficas de una misma lengua).

En la teoría, un estándar neutro tiene por fin eliminar en lo posible los localismos, es decir, las marcas de identidad regional que pudieran afectar la aceptación de un producto en un mercado lingüístico deter-minado o la intercomprensión entre hablantes de distintas variedades geográficas. Según esto, el proceso de neutralización debe ampararse fundamentalmente en el criterio de diasistematicidad y rechazar el de especificidad. Pero el hecho de que estos estándares suelan elaborarse de manera improvisada por profesionales sin conocimientos específicos ni experiencia en estandarización (traductores, redactores, directores de doblaje...), que no conocen bien la(s) variedad(es) que deben neutralizar ni cuentan con formación, recursos lingüísticos u obras de referencia para conocerla, y aún menos con asesoría técnica especializada,69 hace que finalmente se obtengan resultados muy dispares según la intuición, la pericia, las ideas y juicios lingüísticos y el saber idiomático de quienes los elaboren, y que habitualmente no reflejen criterios y procedimien-tos sistemáticos ni coherentes con la finalidad del estándar (cf. Lilla Petrella, 1998: 986-987). De hecho, lo común es que la mayor parte de procesos de neutralización acaben resultando en una serie de nor-mas dialectales (usos con carácter normativo en sus zonas respectivas)

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yuxtapuestas, que «no contemplan la difusión de los fenómenos lingüís-ticos en áreas mayores con una norma hispanoamericana subyacente» (Lilla Petrella, 1998: 987). Por tanto, la creencia de muchos empresarios en la existencia de un español neutro es completamente infundada. Ni hay un solo estándar neutro —si acaso lo son muchos de los que así se denominan— ni existen los necesarios recursos lingüísticos para elaborarlo, ni está descrito y asentado el paradigma metodológico que permita desarrollarlo.

A pesar de ello, algunos académicos como el director de la Asociación de Academias de la Lengua Española, Humberto López Morales, confían incondicionalmente en la supuesta capacidad homogeneizadora de los medios de comunicación internacionales y de la industria audiovisual en español que trabaja con formas «neutralizadas» de esta lengua.70 A nuestro juicio, tan desmedida fe no se explica si no se interpreta como una sublimación del fortísimo deseo que preside la ideología panhis-panista71 y la acción académica desde los años posteriores a la indepen-dencia colonial: que la dispersión del español —y de su comunidad de hablantes nativos— no quiebre su «unidad espiritual y cultural».

3.5.6. Modelo polimórfico

El polimorfismo léxico y morfosintáctico es el aspecto consustancial a la variedad que más dificultades plantea a la reducción que todo estándar implica. Si existe exigencia social de admisión normativa de la variedad, como ha sido el caso del español, en continua tensión entre el mono-centrismo académico y la dignificación de las variedades excluidas del estándar —particularmente las americanas—, el modelo de estandariza-ción que pretenda evitar la segregación tendrá que ceder en este aspecto, estableciendo, sin embargo, límites sin los cuales no podría obtenerse un estándar, sino una simple descripción del uso. El modelo panhis-pánico de la rae y la Asale ha ido avanzando, desde el dpd hasta la ngle2009, en este sentido, pero sin aplicar criterios sistemáticos en la admisión del polimorfismo. Veamos algunos ejemplos:

• Ejemplos de admisión del polimorfismo léxico:

jersey. ‘Prenda de punto y con mangas que cubre desde el cuello a la cintura’ y, en algu-nos países americanos, ‘tejido de punto’. La voz inglesa jersey se ha adaptado al español en distintas formas. En España se emplea jersey (pl. jerséis, → pLuraL, 1d), que también tiene cierto uso en algunos países americanos: [...]. No es correcto el singular ⊗jerséi,

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ni los plurales ⊗jerseys o ⊗jerseises. Junto a jersey, existen las adaptaciones yérsey (pl. yerseis), usada sobre todo en América, y yersi (pl. yersis), propia de algunas zonas de Andalucía occidental: «Se puso su yérsey marinero» (Skármeta Carte-ro [Chile 1986]); «El yersi granate que a tía Blanca se le había quedado chico» (Mendicutti Palomo [Esp. 1991]). Se recomienda adaptar siempre la grafía a la pronunciación, de manera que quien pronuncie [jerséi] escriba jersey, quien pronuncie [yérsei] escriba yérsey y quien pronuncie [yérsi] escriba yersi. [rae y Asale, dpd2005, s. v. jersey, p. 380; la negrita es nuestra.]

short. 1. Anglicismo innecesario —usado frecuentemente en plural (shorts) con el mismo sentido que en singular— que debe sustituirse por su equivalente espa-ñol pantalón corto (o pantalones cortos): [...]. En Venezuela, donde está muy arraigado el uso del anglicismo, comienza a circular la adaptación gráfica chor (pl. chores): «Uno de los vecinos [...] salió corriendo en chores y en chancletas para avisar a los bomberos» (Universal@ [Ven.] 12.5.97). [...] [dpd2005, s. v. short, p. 600; la negrita es nuestra.]

• Ejemplos de rechazo del polimorfismo:

sándwich. Voz tomada del inglés sandwich —pronunciada corrientemente [sánduich o sánguich]— que designa el conjunto de dos o más rebanadas de pan, normalmente de molde, entre las que se ponen distintos alimentos. En español debe escribirse con tilde por ser palabra llana acabada en consonante distinta de -n o -s (→ tiLde2, 1.1.2). Su plural es sándwiches (→ pLuraL, 1i): [...]. Esta es la forma mayoritariamente usada por los hablantes cultos en todo el ámbito hispánico, aunque en algunos países americanos, especialmente en Colombia, Venezuela, Chile y el Perú, circulan adaptaciones como ⊗sánduche o ⊗sánguche, más propias de registros coloquiales y desaconsejadas en favor de la unidad. Con este mismo sentido, existe la palabra española emparedado, puesta en circulación en el último tercio del siglo xix, cuyo uso es preferible al anglicismo: [...]. [rae y Asale, dpd2005, s. v. sándwich, pp. 586-587; la negrita es nuestra.]

barman. 1. Voz tomada del inglés barman, que significa ‘persona que sirve bebidas alco-hólicas en la barra de un bar, generalmente especializada en la preparación de combina-dos’: «La costumbre es dejar a los mozos y el barman el 15% del total de la cuenta» (Dios Miami [Arg. 1999]). Es un préstamo útil, ya que su significado no coincide exactamente con el de la voz tradicional española camarero, de sentido más general, pues así se denomina tam-bién a la persona encargada de servir las mesas de un bar o un restaurante. En Centroamé-rica, México o Colombia, este anglicismo alterna en el uso con la voz tradicional cantinero: [...]. En Estados Unidos y Puerto Rico se emplea a veces, con este sentido, la voz angloamericana bartender, cuyo uso se desaconseja, en favor de barman, por razones de unidad. [rae y Asale, dpd2005, s. v. barman, p. 87; la negrita es nuestra.]

Se admiten, pues, todas las adaptaciones (gráficas y fonéticas) de jersey y de short registradas por los redactores del dpd, pero se rechazan algunas de las registradas para sandwich y también los préstamos a partir de vo-ces distintas que en castellano funcionan como sinónimos de barman. En

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la voz barman, se arguye, al parecer, un criterio de diasistematicidad para favorecer el préstamo barman (se dice que es más común que bartender), criterio, en cambio, que se omite en jersey. En la voz sandwich se rechazan sánduche y sánguche en razón de los criterios de selección diasistemático y diastrático (se dice que es más culto y más común sándwich), mientras que en short se admite la adaptación chor a partir del término inglés short, pese a estar, según el dpd, geográficamente restringida (el dpd sólo la localiza en Venezuela) y ser propia de los registros coloquiales; de hecho, de los seis casos de chores que aparecen en el Crea (chor no se documenta), cinco corresponden a registros orales. En todos los casos, por criterio de autonomía, se admiten las formas genuinas si las hay (emparedado, pantalón corto, cantinero).

Así pues, en función de qué criterios se apliquen o se omitan de ma-nera —por lo visto— aleatoria, en la norma panhispánica, la admisión del polimorfismo léxico lleva a veces a no restringir la aceptación de las diversas formas registradas (jersey, yérsey y yersi) y a veces a restringirla. De nuevo, esta obra se tambalea por carecer de cimientos firmes: el estableci-miento previo de un modelo normativo que aplique criterios sistemáticos.

3.5.7. Modelo segregador

El estándar que se ajusta a un modelo segregador requiere la existen-cia de una estándar general previo para la misma lengua, que el estándar segregado desea renovar sobre principios distintos o del que desea diferenciarse de una manera más o menos acentuada. Las razones que mueven a la segregación (v. § 4.4) pueden ser diversas y darse de manera aislada o combinada; por ejemplo:

1. Falta de representatividad: puede ocurrir que el estándar original sea poco representativo de la variedad y que, por ello, no se identifi-que con él la comunidad que opta por elaborar el estándar segregado.

2. Conciencia nacional diferenciada: puede ocurrir que el estándar original sea comprehensivo y representativo de todas las variedades, pero aun así el deseo de autonomía de una comunidad lingüística que se siente distinta del resto de hablantes de su lengua exige la creación de un estándar que la haga visiblemente diferenciada.

3. Agravios históricos: si ha habido un menosprecio social histórico hacia la comunidad lingüística que decide crear su propio estándar como modo de dignificación.

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4. Estándar original defectuoso u obsoleto: el estándar original presenta numerosos errores, inconsistencias y huecos o está elaborado sobre principios trasnochados;

5. Inadecuación funcional local: se rechaza el estándar original, que se juzga extraño o demasiado general para servir a determinados campos de ordenamiento lingüístico de un territorio político determinado.

Las propuestas de reforma ortográfica de Bello y Sarmiento que ocasio-naron la secesión ortográfica del español en el siglo xix

72 se fundamen-taban en todas estas razones, en distinta dosificación según el parecer de Bello o de Sarmiento.

Los estándares segregadores cuyo objetivo sea la simple diferenciación priorizarán la aplicación del criterio de autonomía (subcriterio de especifi-cidad) y podrán además redenominar la lengua. Los que persigan la reno-vación, aplicarán una combinación nueva de criterios, de los que resultará una selección distinta. Los que deseen acentuar al extremo la diferencia-ción, combinarán preferentemente el criterio de especificidad con el ana-lógico y llevarán a cabo, con seguridad, una redenominación de la lengua.

Con respecto al estándar catalán fabriano (de índole composicional-polimórfica), el estándar valenciano es un estándar segregado de espíritu estrictamente diferenciador, no rupturista; es decir, en la misma línea de composicionalidad, reduce (localiza) el polimorfismo, pero mantiene criterios convergentes. Así lo reconoce la gramática de la Acadèmia Valenciana de la Llengua:

2. criterios inspiradores de la Gnv [Gramàtica normativa valenciana]Los criterios que han inspirado la redacción de la gnv son, con carácter general, los que señala el artículo 4 de la Ley de Creación de la Academia Valenciana de la Lengua y que, en términos más concretos, se especifican en el Dictamen sobre los principios y criterios para la defensa de la denominación y la entidad del valenciano, aprobado unánimemente en la reunión plenaria del avL del 9 de febrero del 2005. Estos, fundamentalmente, son:a) La lengua propia e histórica de los valencianos es también la que comparten las

comunidades autónomas de Cataluña y de las Islas Baleares y el Principado de Andorra, así como otros territorios de la antigua Corona de Aragón (el departa-mento francés de los Pirineos Orientales, la ciudad sarda del Alguer y la franja oriental de Aragón) y la comarca murciana del Carxe. Los diferentes hablas de todos estos territorios constituyen una misma lengua o sistema lingüístico.

b) Dentro de este conjunto de hablas, el valenciano tiene la misma jerarquía y dignidad que cualquier otra modalidad territorial de la lengua compartida, y presenta unas características propias que la avL preservará y potenciará de acuer-do con la tradición lexicográfica y literaria propia, la realidad lingüística valen-ciana y la normativización consolidada a partir de las Normas de Castellón.

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En consecuencia, en la redacción de la gnv se ha intentado armonizar dos princi-pios básicos:1. La recuperación y la priorización de las soluciones valencianas genuinas, vivas,

bien documentadas en los clásicos y avaladas por la etimología y por la tradición literaria y gramatical.

2. La convergencia con las soluciones adoptadas en los otros territorios que com-parten nuestra lengua, con el fin de garantizar la cohesión pertinente.

La Gnv quiere ser una contribución de la avl al proceso de construcción de un modelo de lengua convergente con el resto de modalidades del idioma común. Un modelo que da preferencia a las formas valencianas, pero que también describe las variantes usadas en el resto del ámbito lingüístico compartido. [Acadèmia Valenciana de la Llengua, 2006: 14; en valenciano en el original; la negrita es nuestra.]

La segregación lingüística sólo es problemática cuando, adicionalmente, se levantan barreras políticas que excluyen el resto de estándares de la misma lengua y se limita con ello los flujos de intercambio que con-tribuyen a alimentar un necesario mercado lingüístico, en su sentido estrictamente económico. Este sería el caso de un ordenamiento que no convalidara, en un territorio político con estándar propio, titulaciones de capacitación en otro estándar de la misma lengua o titulaciones de conocimiento filológico de otras variedades, algo que el Partido Po-pular valenciano al frente de la Generalitat lleva décadas persiguiendo para la administración y la universidad valencianas, afortunadamente —para las propias variedades valencianas— sin éxito (Neus Caballer, 02/02/2010: en línea). Aplicado con un espíritu abierto y coope-rador, el modelo segregador no tiene mayor consecuencia que el pluricentrismo normativo y una mayor tolerancia y capacita-ción plurilectal. A pesar de ello, las academias de la lengua espa-ñola sienten verdadero pánico ante este modelo, que no cesan de atribuir a un «denostable espíritu de campanario», olvidando que los campanarios están en el corazón de los pueblos y que en ellos siempre anida vida.

3.6. Estándar y dinámicas del lenguaje

Incluso cuando un estándar lingüístico se desarrolla teniendo como principal finalidad la máxima uniformidad lingüística, al difundirse entre la población y trasladarse a la práctica verbal se sumerge en un proceloso océano de comportamientos lingüísticos, movidos por dos

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corrientes opuestas, una de ellas favorable a la convergencia en los patro-nes generales de uso (o usos «normales») y otra a la divergencia:

3.6.1. Fuerzas centrípetas

Favoreciendo la uniformidad, actúan una serie de fuerzas reductoras o niveladoras de carácter intralingüístico (que responden a la naturaleza y funcionamiento del lenguaje humano y de cada sistema lingüístico) o extralingüístico (factores contextuales o psicosociales):

1. En tanto reducen la variedad intra o interlingüística, son fuerzas cen-trípetas los dos procesos naturales de convergencia lingüística en situaciones de contacto: koineización o criollización.1) Criollización. El proceso de criollización consiste en la mezcla de va-

riedades lingüísticas o de lenguas en contacto muy diferentes entre sí y mutuamente ininteligibles, y el resultado de esta confluencia son nuevas variedades que no resultan inteligibles para los hablan-tes de la variedad que constituye la base principal de la mezcla.

Las actuales lenguas criollas proliferaron en las rutas comerciales con la expansión imperial europea y los consiguientes procesos de colonización, durante los que hablantes de lenguas muy distintas de las coloniales (inglés, español, portugués, francés y holandés) acomodaron sus propias hablas a las del colonizador (base del criollo). Criollos basados en el español son el palenquero (Palen-que de San Basilio, Cartagena de Indias, Colombia), el papia-miento (Antillas holandesas, al norte de la costa venezolana: islas Curaçao, Bonaire, Saba, Aruba, San Martín y San Eustaquio) y las variedades de filipino chabacano: zamboangueño, cotabateño y davaeño (Mindanao) y caviteño, ternateño y ermiteño (Manila).

Cabe señalar que existen creencias muy enraizadas que ven las len-guas de mixtión como formas impuras y deficientes de la lengua base, a cuya degradación y desprestigio contribuyen, o incluso como formas primitivas, no estandarizables e ineptas para la comu-nicación y la cultura. Ejemplo de lo primero son estas declaraciones de José Antonio Pascual (Rodríguez Marcos, 13/11/2004; en lí-nea), en calidad de académico de la Española: «¿Dónde se habla un español más cuidadoso? En Perú. ¿Y un español horrible? En Perú. Porque todavía hay grupos mal hispanizados». En un excelente tra-bajo crítico que toma como base los estudios de Zamora Vicente

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(1974) y Antonio Quilis (1996) y cuya lectura recomendamos a todo lector interesado en saber algo más sobre los criollos, Moreno Cabrera (2002: 26-27 y 36-38; disponible en línea) desmonta una serie de juicios de valor parecidos sobre el chabacano, publicados en este artículo de El País (R. Lobo, 25/02/2001):

EL CHABACANO Lo llaman chabacano. Ése debió ser el nombre que dieron los españoles a la va-

riedad idiomática que se hablaba en los puertos, Cavite y Zamboanga (Minda-nao). Hoy lo practican unas 650.000 personas. Carece de femenino (el mujer) y de tiempo verbal (puede visitar hoy?); es de transmisión oral; no tiene gramática y pervive por el empeño de la alcaldesa de Zamboanga, Clara Llobregat, quien impulsó un diccionario, la emisión de chabacano en las radios locales y un festival que coincide con la fiesta del Pilar. Cosa diuste nombre? y donde uste ta queda? Son formas chabacanas de preguntar por el nombre o dónde se hospeda. = Abultao, abogao o bandejao, ejemplos en los que se ha suprimido la d, o pulis, un anglicismo importado. = Para el Instituto Cervantes, el chabacano es un problema; apoyarlo perjudicaría la expansión del castellano; ignorarlo, un error, pues corre el riesgo de desaparecer, como ha sucedido ya en Cavite, engullido por el tagalo.

Además de los usuales prejuicios etnocentristas sobre las lenguas criollas, esta nota de El País muestra también que —paradójicamen-te— incluso las lenguas criollas pueden ser válidas en la actual com-petencia internacional entre las lenguas coloniales, siempre y cuando no perturben la imagen internacional del idioma y no dificulten su identificación como lengua pretendidamente unitaria; y también siempre y cuando la protección de un criollo con marcada base es-pañola sirva al menos para mantener, en una antigua colonia, algún vestigio del dominio territorial del Imperio español.

2) Koineización. El proceso de koineización consiste en la mixturación de lenguas muy próximas entre sí desde el punto de vista genético o de variedades lingüísticas mutuamente inteligibles, en las que —por acomodación de unas hablas con otras— se tiende a una nivelación, es decir, a una reducción del número de variantes fonético-fonológi-cas, léxicas o gramaticales presentes en las variedades iniciales y, por tanto, a una cierta disminución de la diversidad, aunque nunca se produzca una completa homogeneización.

Dado que no todas las variedades que entran en contacto tienen el mismo valor o extensión sociales, en general las koinés suelen suponer la reducción o pérdida de formas lingüísticas minoritarias, marcadas o no funcionales, en favor de las funcionales y de las atribuibles a un

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grupo socialmente dominante (no marcadas), de forma que no deja de observarse y reconocerse en ellas cuáles son las variedades prin-cipales sobre las que se asienta la nueva variedad koinética. Como señala Moreno Cabrera (en prensab) en el aspecto geográfico, «las koinés, por muy comunes que sean y extendidas que estén, siempre conservan un carácter dialectal concreto proporcionado por la varie-dad lingüística dominante en el proceso de mezcla y convergencia».

En el proceso de koineización se da también un fenómeno no sólo de reducción sino también de simplificación lingüística, que se manifies-ta en un cierto aumento de la regularidad y sistematicidad, balanceada por el surgimiento de nuevas formas de irregularidad. Esta simplifica-ción relativa y la también relativa nivelación observable en una koiné que ya hemos señalado son dos de los rasgos que distinguen una koiné de un estándar, en cuya elaboración se persigue un ideal de máxima reducción de la variedad, y una máxima sistematización y regularidad de las formas estandarizadas resultantes. Para ilustrar este efecto de regularización parcial, Moreno Cabrera (2011a), citando a Ralph Pen-ny (2006), pone el ejemplo de reinterpretación de los neutros plurales acabados en -a del latín como femeninos singulares en castellano:

Los aspectos irregulares de las lenguas tienen que ver en muchas ocasiones con el fenómeno de la opacidad morfológica, frecuente en los idiomas. Este fenóme-no consiste en que existen determinaciones morfológicas que o no tienen un ex-ponente fonético, o cuyo exponente fonético realiza de forma simultánea otra u otras determinaciones morfológicas adicionales. Como ejemplo de esto, puedo aducir el fenómeno bien conocido de la reinterpretación de los neutros plurales acabados en -a del latín como femeninos singulares en castellano (Penny 2006: 152). De esta forma, neutros plurales como folia ‘hojas’ o vota ‘votos’ pasan al castellano como hoja y boda, es decir, como nombres femeninos singulares. La opacidad está en que esta terminación -a latina expresa fónicamente tres morfemas: género (neutro), número (plural) y caso (nominativo y acusativo), pero puede también realizar el género femenino, el número singular y el caso nominativo. Esto puede ser perfectamente transparente para los usuarios de esta variedad lingüística, pero puede no serlo tanto para quienes hablan una variedad lingüística divergente o una lengua completamente distinta. En ese caso, se produce un proceso de regularización, consistente en asignar el número singular y el género femenino a todos los sustantivos acabados en -a; este pro-ceso incrementa la transparencia morfológica, aunque esa transparencia puede verse contrarrestada o reducida por otros fenómenos relacionados con éste. En el caso que nos ocupa, el género neutro latino se reinterpreta como masculino o femenino según su estructura morfológica y sus relaciones semánticas en castellano (Penny, 2006: 144-148). Esto pudiera parecer una simplificación; sin embargo, como estos procesos nunca son totalmente sistemáticos, quedan restos de género neutro en castellano que lo hacen opaco, pues hay pronom-

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bres y demostrativos neutros (ello, lo, esto, aquello, algo) pero no hay sustantivos neutros. [...] Por ello, no se puede pensar que los procesos denominados de simplificación o regularización característicos de la koineización supongan la creación de variedades lingüísticas más sencillas o elementales que aquellas de cuya mezcla surgen; sin duda, pueden presentar una mayor transparencia morfológica en algunos puntos pero, como ocurre con los procesos naturales no planificados y realizados sin un plan previo, esa mayor transparencia se ve contrarrestada por una mayor opacidad y complejidad en algunos puntos nue-vos. Ello se debe a que [...] es imposible modificar un aspecto de una lengua sin que se vean afectados otros muchos aspectos que no siempre aparecen como directamente relacionados con aquel en la conciencia del hablante (y, a veces, ni siquiera en la del filólogo o lingüista).

Es importante subrayar que, en parte de la comunidad de hispanis-tas, hay una tendencia manifiesta —más o menos interesada, más o menos desinformada— a confundir una koiné con un estándar lin-güístico.73

2. En tanto sirve para eliminar situaciones de contacto y la consiguien-te interferencia lingüística entre comunidades —factor de cambio lingüístico—, constituye una fuerza homegeneizadora indirecta la sustitución de la lengua de una comunidad por la de otra, que se materializa con el cese abrupto de la transmisión intergeneracio-nal de la lengua sustituida y culmina con su extinción, tras la muerte de su último hablante.

La sustitución lingüística puede ser consecuencia del exterminio fí-sico de una comunidad de hablantes (genocidio) o de la acción de un proceso planificado de asimilación cultural (etnocidio) generalmente combinado con una progresiva asfixia social de la lengua asimilada. La transición hacia la muerte de la lengua suele evidenciarse con un aumento unidireccional de la interferencia y desarrollarse con una etapa intermedia de minorización —en la que la presión social y política de la comunidad dominante desplaza a la lengua de la comu-nidad dominada del desempeño de ciertos usos—, de interposición lingüística —en la que los flujos de intercambio con otras lenguas y comunidades de hablantes externos no son directos, sino que pasan por la lengua dominante—, de bilingüismo unilateral (exclusivo de los hablantes de la comunidad dominada), y de estigmatización so-cial de la lengua de la comunidad dominada.74

3. La difusión de un estándar común entre la población, por diver-sos medios: escuela, medios de comunicación, tradiciones literarias...

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4. La influencia que tiene en la conducta lingüística de los ha-blantes el valor de cambio atribuido al estándar en el sis-tema capitalista y en una sociedad clasista. De un lado, el prestigio asociado a las formas estandarizadas convierten el apren-dizaje del estándar y el abandono de las formas que el estándar ex-cluye o proscribe en un medio de ascenso social; de otro, el uso en los diversos sectores económicos de patrones lingüísticos estanda-rizados convierte el estándar en un medio de acceso a los recursos materiales.

5. El potencial homogeneizador de los centros geográficos cul-turales o de poder, por la atracción que los modelos de lengua que producen ejerce sobre la sociedad.

6. La continuidad geográfica de los territorios políticos donde está establecida una misma comunidad de habla, que facilita la creación de espacios de intercambio cultural y comunicativo e incluso su integración política, de la que pueden derivarse políticas lingüísticas de área comunes.

7. La armonización de los diversos modelos de lengua elabora-dos tanto por entidades públicas (las distintas administraciones na-cionales, los organismos de difusión idiomática y cultural exterior) como privadas (especialistas en estilo editorial, medios editoriales y de comunicación de masas, y medios de comunicación científica). La creación de la Fundación de Español Urgente (Fundéu)75 y los conve-nios suscritos por las academias con los medios periodísticos para el cuidado de la lengua y la elaboración de libros de estilos convergen-tes (v. pp. 521-522), según las pautas que ofrecen las obras académicas, están encaminados a lograr la máxima uniformidad en sus modelos de lengua de referencia. No se sabe aún en qué líneas de estandarización resultará el acuerdo internacional de convergencia en la certificación enseñanza de español como lengua extranjera, Sicele.76

3.6.2. Fuerzas centrífugas

Contrarrestando las anteriores actúa una corriente de fuerzas con po-tencial diversificador, también de naturaleza intra o extralingüís-tica, entre las cuales:

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1. La expansión territorial de una lengua, proporcional a su diver-sificación.

2. El inevitable contacto lingüístico entre poblaciones asentadas en un mismo territorio, caso en el cual pueden darse tres situaciones, de las que resultan cambios sustanciales en sus respectivas hablas:

1) Transferencia interlingüe, manifestada en dos fenómenos: in-terferencia y cambio de código:

– Por interferencia se entiende la interpenetración de rasgos fonéti-co-fonológicos, morfológicos, sintácticos, léxicos e incluso gráfi-cos entre dos sistemas lingüísticos (dos lenguas o dos variantes de una misma lengua) que entran en contacto:

En una serie de valiosos estudios recientemente publicados, G[ermán] de Gran-da, apoyándose en su profundo conocimiento de la realidad paraguaya, aporta muy interesantes observaciones sobre este tema. Lo novedoso de la concepción de G. de Granda consiste en que el autor parte del hecho de que el castellano y el guaraní son al mismo tiempo lenguas interferentes e interferidas; presta la atención al proceso de convergencia bidireccional y muy especialmente al influjo del guaraní sobre el español descubriendo varios fenómenos que de-muestran una intensa interferencia del guaraní sobre el español en todos los niveles. Esta interferencia, que el autor denomina «en profundidad», resulta realmente excepcional en el plano léxico y semántico. En el concepto del estu-dioso, pertenecen a la lengua guaraní también muchas lexías que «si bien de procedencia hispánica, han sido adoptadas (y adaptadas) por el guaraní, lengua en la que funcionan conservando, parcial o totalmente, su fisonomía formal originaria pero con valores semánticos que ya no coinciden con los que poseen en el código de origen» = Notables son también muchas interferencias en profundidad a nivel morfosintáctico lo que refuta la generalmente aceptada tesis sobre la homogeneidad de la estructura íntima del es-pañol hispanoamericano. G. de Granda cita una larga serie de fenómenos de amplio uso en el español paraguayo que son calcos morfosintácticos basados en las estructuras referenciales guaraníes y que se desvían extremadamente de los esquemas morfosintácticos españoles normativos. Si se suman a estas inter-ferencias las que se dan a nivel fonético, cabe inferir de ello que el proceso de convergencia que se está operando en la situación de bilingüismo paraguayo, caracterizado por una relativa estabilidad, puede conllevar graves consecuen-cias para la unidad del español americano. [Bartoš, 1987: 32.] En el caso del léxico, se dan diversas tipologías de transferencia:

a) préstamo, o importación lexemática íntegra (de forma y sen-tido) de una palabra, que puede acomodarse al sistema de la

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lengua de recepción bien parcialmente (esp. Esp. sándwich < in. sandwich), o bien totalmente (esp. Ecu. y Col. sánduche; esp. Per. y Arg. sánguche < in. sandwich);

b) calco, en el que se transfiere el significado de una palabra o expresión de una lengua a otra, pero utilizando bien las es-tructuras propias de la lengua de recepción, bien una palabra parónima de la lengua de recepción, en principio con un sig-nificado distinto del de la palabra adoptada (falso amigo); p. ej., jardín de infancia es un calco del alemán kindergarten. El nuevo sentido en español de efectivo como ‘eficaz’ ‘eficiente’ (aceptado por el drae2001) es un calco de este mismo sentido en la palabra parónima inglesa effective, que está deplazando a eficaz y eficiente de sus usos tradicionales.

– Por cambio de código entendemos el uso alternante de variantes o de lenguas distintas (de cógidos distintos) en un mismo acto de enunciación (en una misma intervención a lo largo de una con-versación) que realizan los hablantes bilingües o bidialectales en función de los interlocutores, de la situación, de la imagen que el hablante quiera dar de sí mismo, etc.77

2) Una progresiva amalgama de las lenguas de los antiguos y nue-vos pobladores (criollización, v. pp. 459-460) o de sus respectivas variantes si comparten lengua (koineización, v. pp. 460-462), que puede dar lugar a variedades nuevas.

La primera situación (interferencia y cambio de código) puede relacionarse con el proceso de conformación de la segunda (amal-gama) en cuanto a la dirección de la transferencia interlingüe y al grado de integración de las formas transferidas.

3) Inseguridad lingüística: particularmente en territorios donde el castellano está en permanente contacto con otras lenguas, el discurso condenatorio con el que los agentes de defensa y depu-ración idiomática, como las academias, suelen juzgar las produc-ciones verbales de los hablantes de estas zonas les provoca una actitud de inseguridad lingüística que suele manifestarse en dos conductas paliativas: la ultracorrección (factor de cambio lingüís-tico) y, en casos extremos, la inhibición en el uso de la lengua que se les dice que «destrozan».78

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3. Las divergencias, entre los diversos sistemas que comprenden un diasistema, en las tendencias de cambio lingüístico:79

Un cambio lingüístico se ubica en el vértice de una dialéctica entre varias ten-dencias o motivaciones comunicativas encontradas o en competencia [...] usual-mente, en un acto discursivo específico, una «vence» a la otra, generándose así innovaciones o cambios. [...] Estas fuerzas son, entre otras, fundamentalmente: a) tendencia a la transparencia isomórfica —una forma~un significado— vs. tendencia económica hacia la polisemia y la homonimia —una forma~varios significados—; b) tendencia a la separación articulatoria y perceptiva, pronun-ciando cada palabra por separado vs. tendencia al menor esfuerzo, a la rapidez comunicativa, juntando palabras y generando procesos de fonética sintáctica; c) tendencia a mantener conservadoramente las formas vs. tendencia a manipular pragmáticamente, discursivamente, esas formas de manera innovadora, esto es, peso formal vs. peso pragmático; d) tendencia a mantener el orden no marcado de los constituyentes, resultando, por ejemplo, un orden sujeto-verbo-objeto vs. tendencia a marcar focos informativos, resultando en este caso, por ejemplo, un orden tópico-comentario, esto es, orden gramatical vs. orden informativo —am-bos ordenamientos pueden coincidir, pero no necesariamente—; e) tendencia a regularizar, a analogizar paradigmáticamente vs. tendencia a mantener las irregu-laridades, ya que ello le da preeminencia e individualidad a la palabra, además de que el control de las irregularidades conlleva prestigio, esto es, peso del paradig-ma vs. peso de la palabra: y f) tendencia comunicativa conservadora a asimilarse e identificarse con un determinado grupo de hablantes vs. tendencia comunicativa a ser diferente, a parecer brillante y distinto. En general, las primeras tendencias, como acabamos de ver, son de naturaleza conservadora, otorgan estabilidad y preservan las formas en la lengua; las segundas tendencias son, por el contrario, de naturaleza innovadora, desestabilizan y generan cambios. Ambas logran efi-ciencia comunicativa. [...] [Company y Company, 2003: 23-24.]

4. Entre estas tendencias de cambio, el carácter innovador de ciertas sociedades, que facilita la aceptación y el avance de nuevas formas lingüísticas, como es el caso del español de Argentina, Uruguay y parte de Chile:

El español de Argentina y Uruguay —y en buena medida de Chile— [...] se trata de una variedad hispanoamericana muy innovadora que ha llevado a extremos no compartidos por otros dialectos del español la implantación casi total de cambios sintácticos, algunos de los cuales están, incluso, muy estigma-tizados en esas otras modalidades dialectales. Por ejemplo, entre otras muchas innovaciones, ha casi generalizado la concordancia de haber existencial (7a) es-pecialmente en perífrasis y tiempos compuestos, ha extendido enormemente el dequeísmo (7b), ha extendido a grados no conocidos por otros dialectos el rango funcional de la preposición a para significar distintos tipos de locación y direccionalidad (7c), [...] y ha extendido muchísimo el empleo de adjetivos en función adverbial (7d), con clases léxicas adjetivas poco comunes en otros

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dialectos (Suñer y Tullio, 2001). = (7a) De dos millones de boletas en todo (sic) la Nación, solamente han habido 146 casos de quejas (Corpus de Referencia del Española Actual,[80] Argentina, 1997, prensa, s. v. han habido). = (7b) —Ahora estás en el camino de darles satisfacciones. —Sí, pienso de que sí (Cor-pus del Español de Mark Davies,[81] Argentina, s. v. pienso de que). = Se necesita de que la censura pueda superarse (Del Valle, 1996-1997: 814).[82] [= (7c) Vivo al 340 de Corrientes (Argentina). Nos vemos a la noche (Argentina). = (7d) ¡Chau, amorcito!... ¡Cante lindo! (Corpus de Referencia del Española Actual, Argentina, 1996, cine, s. v. lindo). Lo vacunamos lindo a Platense: 4 a 0 (Corpus de Referencia del Española Actual, Argentina, Maradona, Yo soy el Diego, 2000, s. v. lindo). [Company y Company, 2008: 34-35.]

A pesar de la extensión y práctica generalización de estas innova-ciones83 en los países citados, el académico Diccionario panhispánico de dudas (2005; s. v. haber y dequeísmo) y la mayoría de las gramáti-cas de referencia del español señalan como incorrectas o vulgares la 7a y la 7b, una estigmatización (o juicio reprobatorio) que «puede operar como un retardador de los cambios lingüísticos y, sobre todo, un retardador de su documentación en lengua escrita» (Company y Company, 2008: 36). Constituyendo los registros escritos la parte fundamental del corpus académico, y siendo que, teóricamente, se confecciona la norma tomando los corpus como base, la ausencia de estas innovaciones generalizadas en los registros escritos sería uno de los varios factores susceptibles de obstaculizar su reconocimien-to normativo. En resumidas cuentas: la pescadilla que se muerde la cola. Las academias, siguiendo una actitud purista, no admiten las innovaciones que son «norma» nacional o regional. Los hablantes, creyendo que deben acatar la norma sin cuestionarla, se inhiben de su uso tanto como les es posible —y suele ser más posible en lo es-crito— y dificultan con ello el paso de estas formas innovadoras a los corpus del idioma en que se basa la norma actual. Y así es como la lengua normativa y la real se van distanciando hasta hacerse la pri-mera cada vez más extraña y difícil de adquirir.

5. Las diferencias en la composición y evolución étnica, social y cultural de los diferentes países hispanoamericanos. Por lo que respecta a las innovaciones citadas anteriormente del español de Argentina y Uruguay:

[...] el mayor avance de la gramaticalización de esas construcciones innovadoras en el español de Argentina y Uruguay debe ponerse en relación directa con aspectos históricos y sociales de la conformación del español en esos territorios

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[...]: de un lado, la tardía conquista y población y, consecuentemente, el esta-blecimiento también muy tardío como virreinato; y, de otro, la conformación multiétnica europea, y multilingüística por tanto, de su población [...]. Los primeros asentamientos de españoles en lo que hoy es Argentina y Uruguay se hicieron tardíamente, a fines del siglo xvi, y [...] el virreinato de La Plata fue constituido [...] a fines del xvii. [...] La Plata fue además un virreinato carac-terizado en términos generales como muy pobre en cuanto a actividad y pro-ducción cultural en el periodo colonial y muy alejado de las grandes corrientes culturales americanas que generaban, por ejemplo, los virreinatos de la Nueva España y del Perú, y muy alejado asimismo de las corrientes culturales penin-sulares. Es decir, se trataba de un virreinato distante de los grandes focos de difusión cultural y conocimiento americanos y que él mismo no se constituyó en centro difusor de cultura durante la Colonia; por lo tanto, las innovaciones lingüísticas pudieron progresar más rápidamente, y también, posiblemente, las retenciones lingüísticas debieron permanecer por más tiempo. En cuanto a la segunda causa, [...] cabe pensar que los abundantes flujos migratorios de europeos no hispanohablantes y españoles de distintas procedencias regionales durante el siglo xix e inicios del xx debieron generar sucesivos procesos de ni-velación lingüística [...] y debieron dar cabida a innovaciones lingüísticas que facilitaban y otorgaban éxito comunicativo a la compleja interacción social. [Company y Company, 2008: 36.]

[...] en los grandes núcleos urbanos a los que no cesan de fluir fuertes contin-gentes campesinos; si éstos últimos pertenecen a la raza aborigen, la situación lingüística se hace aún más heterogénea y complicada. Esta amplia gama de situaciones, altamente fluctuante, y todavía poco estudiada, puede tener inci-dencias imprevisibles en el futuro. [Bartoš, 1987: 30.]

6. Los diversos contextos políticos y educativos, y las distintas dinámicas de intercambio económico de cada territorio, que pueden dar lugar a políticas lingüísticas divergentes dentro de una misma comunidad lingüística. Así, por ejemplo, la diversidad de mercados lingüísticos y la conformación de distintos mercados co-munes regionales puede dar pie a la formación de múltiples centros de creación y difusión de modelos de lengua.

7. La variabilidad resultante del cambio, a la que no escapan tampo-co las hablas cultas urbanas:

[...] el habla culta misma de las capitales y las grandes concentraciones urbanas, focos de irradiación, es portadora de ciertas tendencias cuya acción, a lo largo, puede ser disgregadora. En primer lugar, es el profundo polimorfismo existente en todos los planos lingüísticos, causado por la diferenciación socio-cultural y la diversa procedencia geográfico-étnica de los hablantes, como lo comprueba en México J. M. Lope Blanch. Estima este destacado lingüista que el polimorfismo

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«suele ser más complejo y variado en las grandes ciudades que en las poblaciones pequeñas, debido a la mayor complejidad de la organización social urbana...». Ahora bien: podría objetarse que el polimorfismo se da normal y naturalmente en todas las lenguas, que es el modo fundamental de su existir, o sea que el di-namismo que las caracteriza, las predestina a una situación polimórfica en cada período de su evolución. Sin embargo, dada la existencia de una multitud de normas cultas en Hispanoamérica, el polimorfismo más o menos intenso implica la posibilidad, en el marco del diasistema, de que pueda devenir factor condu-cente a la disgregación. [Bartoš, 1987: 30.]

8. El auge de los valores de patrimonio cultural, genuinidad e idiosincrasia asociados a las lenguas, variantes o formas de expre-sión, valores que promueven la lealtad de los hablantes a sus propias hablas, aun cuando no estén prestigiadas:84

[...] A diferencia de la mayoría de los lingüistas, quienes postulan la unidad cultural de Hispanoamérica, consideramos que la pervivencia y la pujanza ac-tual de algunas lenguas amerindias se debe también a la conservación de la herencia cultural de los antepasados. A este respecto conviene citar las palabras de J. M. Arguedas: «La existencia de una vasta población monolingüe quechua y aymara puede ser considerada como un indicio muy sólido, no solamente de la pervivencia de una cultura quechua y aymara, sino de lo que bien podríamos denominar la continuidad de la cultura prehispánica, cualquiera sea el grado y la cuantía de las modificaciones que ésta haya sufrido». [Bartoš, 1987: 31.]

9. La (re)emergencia de identidades culturales divergentes:

El valor simbólico del español como seña de identidad hispánica, como pa-trimonio cultural [...] se ve confrontado en sus idealizaciones excesivas con realidades centrífugas y conflictivas en los diversos confines de sus territorios. La presencia e incluso revitalización de ciertas lenguas amerindias son el pro-ducto de la movilización de sus hablantes, que presentan con fuerza creciente sus reivindicaciones lingüísticas, educativas y de autonomía, que cuestionan precisamente el postulado del español como referente identitario; la enorme y muy dinámica comunidad hispana en los Estados Unidos se ha construido imaginarios simbólicos propios, desde Aztlán, la cuna mítica de la civilización azteca, hasta su cultura chicana inconfundible. [Rainer Enrique Hamel, 2004: en línea.]

10. La erosión de los valores de corrección y ejemplaridad atribui-dos al estándar y a los grupos prestigiosos, y su sustitución por valo-res de competencia y adecuación lingüística, democracia e igualdad, que extiendan una conciencia de que la lengua es un bien común, propiedad de todos y resultado de consensos sociales tácitos cons-tantemente renovados, y de que no hay formas correctas de lenguaje

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sino formas más o menos adecuadas —según criterios flexibles y di-námicos de aceptabilidad— a una situación de comunicación dada.

De la interiorización de esta nueva percepción del lenguaje se derivará una mejor evaluación del hablante de su propia conducta verbal, una mayor seguridad lingüística y una mayor capacidad de gestionar por sí mismo la ampliación de su aprendizaje lingüístico y de modelar sus producciones verbales para ajustarlas al contexto, lo que redundará a su vez en una actitud de rechazo de la normativización apriorística, es decir, de aquellos intentos por parte de las autoridades normativas de imponer determinadas propuestas normativas que emanan de sí mismas y que no se corresponden con el uso consagrado.

11. El prestigio que adquieren las variedades no estandarizadas e incluso las llamadas «vulgares» —tradicionalmente rechazadas por la norma culta académica debido a su supuesto efecto corruptor y disgregador (v. § 4.2.2)—85 cuando se integran en la produc-ción literaria, lo que al mismo tiempo aumenta sus posibilidades de ser registradas por los corpus académicos y, si la norma académica atiende a estos registros, de alcanzar legitimidad normativa:

Otra tendencia que actúa en algunas capitales y que puede intervenir en una caracterización específica de ciertas normas cultas nacionales es el aplebeya-miento de la lengua, o sea la penetración en masa de elementos populares y vulgares en el habla de las personas cultas. Este fenómeno se da con particular intensidad en Buenos Aires como lo señala P. G. Teodorescu [...] y concluye categóricamente dicho autor que «la penetración del léxico lunfardo es mayor que en cualquier otra época...». El autor considera, además, que estos ele-mentos tienen tanta fuerza que se introducen incluso en las obras de los más renombrados prosistas argentinos: «la literatura argentina, y especialmente la originada por los escritores porteños, ha sabido descubrir nuevos valores en el habla popular y hasta en el argot o slang típico, el lunfardo». = A este propósito conviene citar a los autores que realizaron una encuesta entre los habitantes de Córdoba, ciudad argentina de perfil más bien conservador; a la pregunta si se puede admitir el uso de la lengua popular y aun vulgar en la literatura, la mayoría de los encuestados (el 83 %) respondió afirmativamente. Este hecho contradice manifiestamente la tesis de que la literatura sea un factor de unificación de la lengua. [Bartoš, 1987: 31; la negrita es nuestra.]

12. El «síndrome Belén Esteban», o la tolerancia social que se de-sarrolla hacia las variedades no prestigiadas o no integradas en el estándar cuando su presencia se hace constante (se normaliza) en los medios de comunicación de masas.

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14. Los huecos en la estandarización del español, que dejan margen de decisión a los usuarios (v. § 3.3.2).

15. Los errores, contradicciones y rémoras del estándar académico, que dificultan su aprendizaje y aplicación. Con respecto a la obra nor-mativa de las academias de la lengua española, la literatura sobre este particular es amplia; en este mismo artículo (§ 3.3.2 y 3.5.4.1) y en el conjunto de esta obra se dedican varias secciones a ello.86

16. El desprestigio del estándar académico como consecuencia de sus errores, rémoras e inconsistencias y sobre todo de un escaso in-terés por enmendarlos.

17. Programas educativos y profesionales de la enseñanza que di-fundan precariamente un modelo general de lengua. En cierta medida, el temor a este factor de disgregación es lo que fundamenta la insistencia histórica de las academias por mantener la presencia de sus obras en la enseñanza,87 que no podía dejar de manifestarse en la historia de la rae escrita por el académico Alonso Zamora Vicente:

Sería muy de desear que [...] se volviese a la situación anterior a la guerra civil, en que, a partir de la Ley de Instrucción Pública de Claudio Moyano (1857),[88] se declaraba obligatoriedad de los textos académicos para la enseñanza de la lengua en todo el territorio nacional. [Zamora Vicente, 1999: 381-382.]

18. La proliferación de nuevos medios de expresión verbal e in-tercomunicación (particularmente, foros, blogs y redes sociales de Internet), no sujetos a un control normativo,89 que, de un lado, se constituyen en fuentes de innovación lingüística y, de otro, dan lu-gar a nuevos registros a caballo entre la oralidad y la escrituralidad:

Suelen ser innovadores los hablantes que sólo figuran en redes sociales difusas, lo que habitualmente se asocia a cierto grado de movilidad personal y social u con la existencia de muchos y variados contactos. [Pedro Martín Butragueño, 2003: 46.]

19. Los diversos modelos de lengua elaborados tanto por entidades públicas (las distintas administraciones nacionales, los organismos de difusión idiomática y de cultural exterior) como privadas (espe-cialistas en estilo editorial, medios editoriales y de comunicación de masas, y medios de comunicación científica), no armonizados según criterios comunes.

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20. La ausencia de procesos de control productivo en los que se ve-rifique la aplicación del estándar en los medios escritos o audio-visuales, práctica hoy habitual en la prensa y tendencia manifiesta en el mundo del libro en papel (Senz, 2005; Gallardo Camacho, 2005) y mucho más aún en el del libro digital, por la irrupción de nuevos promotores sin capacitación ni oficio editorial (Senz, 2007).

En las sociedades occidentalizadas actuales, la expresión oral y escri-ta de los periodistas, los escritores, los intelectuales, los políticos y las celebridades, en virtud de su prestigio social y del impacto en el receptor que causa el tipo de comunicación pública que practican en el ejercicio de su profesión, contribuye a la difusión de modelos de lengua, es decir, de usos que los hablantes, como receptores de esta comunicación reiterada unidireccional y a menudo masiva, toman en consideración como formas de expresión de referencia. En las em-presas que producen discursos (orales o escritos) de alcance masivo (medios publicitarios, medios de entretenimiento y medios de difu-sión informativa y cultural), la corrección lingüística como proceso deliberado de intervención con el fin de ajustarlos a un determinado modelo de lengua contribuye a difundir dicho modelo.

21. El desplazamiento de los tradicionales medios masivos de comunicación y transmisión cultural, arrinconados por la eclo-sión y proliferación de nuevos canales de información, formación y entretenimiento no corporativos, atomizados y exentos de cohe-sión y control normativos (caso de la crisis de la prensa, causada, entre otros factores, por la competencia del periodismo ciudadano en la red).

3.7. Convergencia y prospectiva idiomáticas: las mentiras académicas sobre la unidad y el futuro del castellano

Como acabamos de ver, toda lengua es una realidad lingüística compleja y dinámica, sujeta a la acción de variables no bien conocidas (particu-larmente las extralingüísticas; Company y Company, 2008: 20-21) y muchas de ellas no planificables, lo que convierte la prospectiva lingüís-tica, es decir, la previsión del futuro no inmediato de una lengua en una actividad más propia del campo de la ciencia ficción. Sin embargo, los vaticinios sobre el porvenir del español son dedicación predilecta, en sus comparecencias públicas, de la élite directiva académica, en un

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tipo de discurso90 que suele elidir o manipular la mayor parte de los factores disgregadores que hemos enumerado:

Sostiene Humberto López Morales[91] que «el español es una lengua propiciadora de la unidad lingüística» y esa cualidad, que le viene de lejos, se ha acentuado con fenómenos como la creciente urbanización de Hispanoamérica o la expansión de los medios de comunicación públicos. López Morales, secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española, pronunció ayer una conferen-cia en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo, invitado por la Cátedra Emilio Alarcos, en la que hizo historia y reflexionó sobre la unidad de la lengua española en América. = López Morales explicó a su numeroso auditorio cómo el proceso de urbanización de Hispanoamérica, «un hecho tan notable como vertiginoso», trae como consecuencia la uniformidad de la lengua. «El patrón lingüístico del recién llegado es de asimilación», según el académico. = Similar efecto ejercen los medios de comunicación. «La prensa en internet está obligada a ser entendible», observó, y en la actualidad hay cuatrocientos periódicos digitales en lengua española. Citó el caso de Argentina, el país con mayor número de títulos: 46. Aún así, puntualizó, «nada es comparable a la televisión por cable», que por su difusión es el medio de comunicación que más influye en los hábitos lingüísticos, tanto a través de sus programas informativos como de los populares culebrones. [Fernández-Pello, 12/11/2009: en línea.]

Como ya hemos ido apuntando, y diga lo que diga López Morales, en el caso de una lengua tan extendida como el español lo cierto es que la práctica verbal de los hispanohablantes dista mucho de ser unitaria incluso en un nivel sociocultural elevado. De hecho, las diferencias en las preferencias y tradiciones verbales de los hablantes, en los procesos de estandarización, en la idiosincrasia de los encuentros interculturales, en los reajustes y restricciones de cada sistema del es-pañol... marcan divergencias notables que trascienden las fronteras es-tatales. Así, por ejemplo, en el ámbito fonético-morfoló gico y mor-fosintáctico:

[...] la mayoría de los países de la Hispania no representa, de ninguna manera, una unidad. Una gran parte de los rasgos no sólo se encuentran en un país, sino en varios, y las isoglo-sas (con pocas excepciones en los países muy pequeños) no corresponden a las fronteras de los Esta dos, sino que atraviesan los distintos países, como queda testimoniado por Za-mora y Guitart (1982).[92] Así, tenemos que el español del Caribe no sólo abarca las islas caribeñas, sino también las regiones costeras de Venezuela y Colombia, países colindantes con el Caribe, en cuyas regiones andinas se habla otra variedad dialectal del español. = Ahí no estriba la problemática mayor de la divergencia de las varie dades nacionales en la enseñanza del español como lengua extranjera, sino más bien en la diferencia del léxico, de la semántica, de la pragmática, en sus circunstancias reales muy distintas entre sí, y en sus nomenclaturas. Sin lugar a dudas, las divergencias serán más fuertes e inesperadas en lo que se podría llamar «aspectos interculturales». [Zimmermann, 2006: 571.]

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Y en el ámbito del léxico:

[...] hay que remitirse a los indigenismos específicos de cada país o a otras influencias (como la del italiano en Argentina), así como a topónimos surgidos de lenguas indígenas (por ejemplo en México, cuya pronunciación, por cierto, presenta dificultades a los his-panohablantes no mexicanos). Más allá de esto se ha constituido un vocabulario político-admi nistrativo particular en cada uno de los países. Los diccionarios contrastivos del es-pañol americano de Haensch y Werner (1993, 2000)[93] documentan, por otra parte, una alta divergencia semántica, incluso en entradas con el mismo significante, aunque sólo muestran la diferencia con el español peninsular. Sólo en el caso de Colombia se presentan alrededor de ocho mil peculiari dades léxicas. [Zimmermann, 2006: 571.]

En cuanto a la pragmática,

[...] se ha observado que la forma directa de hablar por parte de los españoles (por ejemplo, en exhortaciones) causa la impresión de descortesía en los mexicanos. Por el contrario, la forma semántico-pragmática específica de la promesa y de los tratos comerciales por parte de los mexicanos provoca la impresión de falta de responsa-bilidad o sinceridad. Asimismo, las maneras de autorrepresentación y los elogios al propio país por parte de los argentinos son considerados por muchos otros hispano-hablantes como presunción y arrogancia descarada. Tales fenómenos no conducen a un no entendimiento a manera de problema [...] sino a un falso entendimiento intercultural, e incluso a un rechazo mutuo, aun entre hablantes de la presunta «misma lengua». [...] Tales problemas interculturales no sólo tienen lugar en la comunicación entre hablantes de distintas lenguas, sino también entre distintas variedades de una misma lengua, pues en los años posteriores a la obtención de la independencia nacional, han surgido diferentes tradicio nes del discurso en la misma lengua. Entre las variedades no estándares, con frecuencia es apenas posible la comprensión: jóvenes mexicanos y jóvenes españoles o chilenos, cada uno hablando su jerga juvenil, tendrán muchas dificultades para comprenderse. [Zimmermann, 2006: 572; la negrita es nuestra.]

En consecuencia, como subraya Zimmermann (2006: 572), sólo cabe achacar a una lingüística reduccionista no haber reconocido hasta ahora la dimensión de las diferencias entre las variedades. Pese a ello, el dis-curso que sostienen incesantemente académicos y otros paladines de la actual competencia internacional entre la llamada Hispanofonía94 y otros bloques lingüísticos y culturales no hace sino recalcar una pretendida unidad (= homogeneidad) idiomática fundamental, que salva las di-ferencias entre los hispanohablantes, los integra en lo común y proyecta a la comunidad resultante hacia un futuro promisorio si, junto a la unidad intrínseca del idioma, que sitúa al español en una posición de ventaja respecto de sus lenguas competidoras y se dan ciertas condiciones de for-taleza en la escena geopolítica y en los mercados internacionales —con-diciones en favor de las cuales las academias también trabajan:95

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Estamos elaborando el Diccionario panhispánico de dudas. Es un poco, si me permiten, la joya de la Corona. En la Academia tenemos dentro de la página web de español al día una sección que recibe más de 200 consultas al día de todos los países hispanohablan-tes. Y advertimos que la mayor parte de preguntas y dudas que se nos planteaban eran idénticas en un estadounidense, en un argentino, en un chileno; entonces, pensamos que esto quiere decir dos cosas, primero, que hay una gran unidad en la realización del español de hoy, lo cual es natural, dada la potenciación de los medios de comuni-cación[96] y, en segundo lugar, que nos ofrece una enorme posibilidad, que es registrar todas las dudas más frecuentes y consensuar con todas las academias una respuesta unitaria. [Víctor García de la Concha; cf. España, Cortes Generales, 2002: en línea.]

Un factor que ha aportado un enorme peso a la expansión del español en el mundo y a la adquisición de su condición de lengua internacional ha sido su homoge-neidad. El español es un idioma homogéneo: sus variantes, en la fonética, en la gramática, en el léxico, son muy pequeñas y, en muchísimas ocasiones, meramente anecdóticas. [...] En resumen, la intercomprensión entre un mexicano y un santia-gueño, un zaragozano y un limeño es mucho más sencilla e inmediata que la que se da entre un australiano y un escocés, un irlandés y un sudafricano, por no hablar de keniatas o nigerianos. [Francisco Marcos Marín,97 2001: en línea]

«Por estudios que hemos hecho, hemos notado que el español tiene un noventa y cinco por ciento de comunicabilidad entre hispanoparlantes, y apenas el cinco por ciento restante pertenece a giros idiomáticos». [Carmen Caffarel,98 cit. en S. Levinsky, 06/11/2008: en línea.]

Hemos de elogiar los esfuerzos persuasivos de todos estos agentes de política lingüística, pero tampoco en este trabajo nos cansaremos de afir-mar lo contrario: que la idea de unidad (= homogeneidad) que esgrimen carece de fundamento; y es ya hora de que no sólo el hablante común, sino también la clase política y económica que apoya a la rae y a la Aso-ciación de Academias de la Lengua Española cobre conciencia de ello. El influjo modelador de un estándar sobre los comportamientos lingüís-ticos sólo puede actuar sobre los hablantes más cultivados (los que han asimilado y cultivado el estándar). Pero, por mucho que la implantación de un estándar efectivamente actúe sobre la expresión de los cultos, es-tos representan una mínima parte de la población hispanohablante,99 e igualmente utilizarán formas coloquiales y populares de habla, particu-larmente en circunstancias informales (en el entorno privado y familiar). Además, como ya hemos señalado, incluso entre las clases cultivadas existen influencias disgregadoras incontrolables.

Con respecto al argumento de la directora del Instituto Cervantes que apoya la afirmación de la homogeneidad del idioma en unos estu-dios sobre su variación que no cita, lo cierto es que el conocimiento lin-güístico del español (especialmente de las variedades de América)

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está aún hoy en mantillas, así que difícilmente pueden hacerse sobre él ninguna de la aserciones citadas. De esto tienen plena conciencia no sólo los hispanistas, sino también muchos de los académicos que ac-túan con honestidad a la hora de evaluar la situación de descripción del idioma y el grado de conocimiento de los factores que condicionan sus dinámicas normativas:100

Un objetivo central de la ecolingüística consiste en contemplar la diversidad de lenguas y sus variedades, de forma análoga a lo que ocurre con la diversidad de es-pecies, como un bien valioso que merece ser protegido. Por lo general, son las len-guas de las minorías las que requieren una protección especial. Pero también hay excepciones. Un ejemplo de ello es la situación lexicográfica del español his-panoamericano, si la comparamos con la del español europeo. Pese a que los aproximadamente 40 millones de hispanohablantes de España contrastan con los 330 millones de hispanohablantes de Norteamérica, América Central y Sudamé-rica1, las variedades hispanoamericanas, a excepción del mexicano,[101] no están, ni mucho menos, tan ampliamente documentadas en la lexicografía como lo está el español europeo. [Yvonne Stork, 2006: 1; la negrita es nuestra.]

La situación actual del español, como producto de la historia, corresponde a una cultura lingüística pluricéntrica, la cual se define por el hecho de que existen en el territorio de vigencia de una lengua varios centros que constituyen mo-delos de prestigio y que, por consiguiente, son irradiadores de norma para un país o para una región. Cuántos y cuáles sean exactamente estos centros no se puede determinar hoy por hoy, pues falta la investigación empírica indispensable. Cabe advertir que, por la mayor parte estas normas son de ca-rácter subyacente, para adaptar un término usado en la bibliografía especializada, es decir, que no tienen una codificación explícita, a pesar de lo cual son reconocidas como tales por los hablantes de las correspondientes variedades y tienen un carác-ter implícitamente prescriptivo. La investigación que puede sacarlas a luz, como paso previo a su codificación, no se agota en la pura investigación dialectológica, ya que lo que interesa es determinar la valoración de los usos y la pertenencia o no de los mismos a los modelos de lengua que tienen vigencia en cada caso. = [...] la posibilidad de una codificación rigurosa de una lengua de cultura es menor cuanto mayor es el número de hablantes para el cual dicha codificación debe ser compro-misoria. Naturalmente, entre los polos de una codificación monocéntrica-rigurosa y otra pluricéntrica-tolerante hay una escala continua de más a menos en precisión, o de más a menos en tolerancia; sobre los más y menos de esta escala influye una multiplicidad de factores glotopolíticos. = [...] la condición necesaria de una codificación pluricéntrica es la determinación lo más precisa posible de las características de todas y cada una de las variedades cultas que ocupan el espacio global de la lengua de cultura en cuestión. En el caso del español estamos todavía lejos de esta meta. Pero pasos decisivos en esa dirección son, por ejemplo, la reciente y magna codificación lexicográfica del español europeo llevada a cabo por Seco (1999) o los trabajos en curso sobre el léxico del español mexicano que dirige Lara (1982, 1986, 1996). Asimismo, cabe mencionar, entre

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otras, las publicaciones que registran el léxico culto de las principales ciudades del mundo hispánico, en el marco del proyecto dirigido por J. M. Lope Blanch (1986). [José Luis Rivarola (Academia Peruana de la Lengua), 2001: en línea; la negrita es nuestra.]

Estas declaraciones son del 2001, pero a día de hoy la situación no ha variado mucho, como precisa José Luis Ramírez Luengo (2007: 96-98; la negrita es nuestra):

[...] si hace ya 40 años Lope Blanch tildaba —sin asomo de exageración— al español americano de ilustre desconocido, tampoco ahora estamos muy desencaminados cuando repetimos las palabras del profesor hispano-mexicano. En efecto, en estos momentos las tareas a las que se enfrentan los es-tudiosos del español de América son enormes, algunas derivadas de los defectos existentes en trabajos anteriores o —en los más de los casos— de la ausencia de trabajos que nunca se llevaron a cabo, en otras ocasiones como resultado de los nuevos procesos y fenómenos que se están produciendo últimamente y cuyo estu-dio detallado se debería comenzar ya en estos momentos para poder comprenderlos en toda su magnitud y analizar las consecuencias que pueden tener en el futuro. = Por ejemplo, es del todo imprescindible llevar a cabo estudios de zonas cuya realidad dialectal desconocemos, o conocemos únicamente por des-cripciones parciales y a menudo realizadas por simples aficionados, tales como el oriente boliviano (Santa Cruz de la Sierra y los departamentos aledaños), Paraguay o Centroamérica, entre otras regiones. Como añadi-dura, en muchas ocasiones los estudiosos se siguen basando en estudios llevados a cabo hace más de 30, 40 y 50 años —véase el caso de Henríquez Ureña (1940) para República Dominicana, Vidal de Battini ( 1949) para el interior argentino o Lope Blanch (1953) para el verbo mexicano—, por lo que la validez actual de sus datos es del todo discutible; se debe, por tanto, desarrollar trabajos que, volviendo sobre los temas indicados, revaliden lo que estos investigadores regis-traron en su tiempo o muestren las diferencias producidas con el paso del tiempo. = Por otro lado, los cambios sociales y demográficos que se han producido en las úl-timas décadas en Latinoamérica han transformado sus ciudades en grandes centros urbanos de muchos millones de habitantes, auténticos microcosmos lingüísticos en los que se producen, entre otros fenómenos, una importante estratificación so-ciolingüística y un abundante contacto interdialectal que a veces está modificando de manera radical la forma de hablar propia de urbes como Lima, Buenos Aires, Bogotá o Ciudad de México; [...] pues bien, es preciso continuar con el pro-yecto que ya explicó certeramente Lope Blanch (1986)[102] sobre el estudio de la norma culta de las ciudades latinoamericanas, y ampliarlo a análisis sociolingüísticos completos que nos ofrezcan una radiografía lingüística de estas metrópolis, en muchas ocasiones importantes focos de difusión y estandarización lingüística. Del mismo modo, y como añadidura de lo anterior, es necesario rematar los Atlas Lingüísticos que pretenden cartografiar el continente, y cuyos datos serán de sumo valor para complementar el estudio del español urbano, así como para establecer —ahora sí— una posible división dialectal

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de Hispanoamérica. = Por lo que se refiere a las nuevas situaciones a las que se en-frenta el español de América, se ha citado ya el contacto interdialectal que se produce en las ciudades del continente y que determina —o puede determinar— cambios en la variedad lingüística afectada; pues bien, del mismo modo sería interesante analizar los efectos que, por ejemplo, puede tener la llegada de inmigran-tes latinoamericanos a las diferentes ciudades españolas —Madrid, muy especialmente— en las hablas propias de estos centros urbanos, así como la valoración que españoles y latinoamericanos tienen sobre los usos lingüís-ticos empleados por éstos que chocan con la norma estándar de su nuevo lugar de residencia, entre otros muchos otros aspectos. = En todo caso, se hace evidente la necesidad de conocer, en primer lugar, la realidad dialectal de América, no sólo para poder llevar a cabo (algunos de) los proyectos mencionados anteriormente, sino también como forma de enriquecer nuestra comprensión de esa realidad multiforme y heterogénea que constituye actualmente la lengua española.

Esta insuficiencia descriptiva, que afecta también a las hablas cultas, muestra hasta qué punto son endebles las bases de una nueva norma panhispánica que se pretende pluricéntrica.

3.8. Qué NO es un estándar, y qué y cómo son las lenguas naturales

Cuando comparece ante un público no especializado para disertar sobre el conocimiento disponible en torno a la naturaleza del lenguaje verbal humano, un lingüista avispado y con ciertas dotes de divulgador, cons-ciente de que una exposición técnica puede resultar demasiado abstracta o tremendamente soporífera, probablemente echará mano de un golpe de efecto que le permitirá concentrar toda la atención de su audiencia, y así afirmará que «las lenguas no existen». Que un lingüista diga que el objeto de su estudio no existe surte el mismo efecto que si un teólogo afirmara que Dios no existe: superada la sospecha de locura del confe-renciante, rompe esquemas, permite partir de cero y facilita la recons-trucción en la mente del receptor de una nueva imagen de las lenguas.

Nosotros no vamos a ser menos y empezaremos afirmando eso mis-mo: que las lenguas no elaboradas, las lenguas naturales humanas, no son «lenguas», sino sólo formas de habla diversas e interconectadas. Desde el punto de vista estrictamente lingüístico, hasta el momento de su elaboración escrita, ninguna lengua existe propiamente como realidad diferenciada e identificable y, de hecho, al margen de esa elaboración, sigue sin existir como tal. Para ser claros: entre las lenguas naturales —esto es, entre las hablas— no hay fronteras netamente distinguibles, ni

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espaciales ni temporales. Son, de hecho, los instrumentos de análisis que desarrollan los lingüistas con vistas a su clasificación y descripción lo que permite establecer aproximaciones delimitativas y categorizaciones de las formas de habla humana que, en la práctica, se dan como con-tinuos. El término lengua es, por así decirlo, una abstracción que sirve al especialista para aludir, sin perderse en rodeos técnicos, al hilo encadenado —tejido por la interacción de diversas variables— de rasgos comunes entre variedades lingüísticas que, a lo largo del espacio y el tiempo, permite reconocerlas como partes de un todo. Así, español —o castellano, pues ambas palabras se comportan a menudo como sinónimas— es un concepto abstracto que, en lingüís-tica,103 sirve para designar un conjunto evolutivo (diasistema), varia-ble también en el tiempo, de múltiples formas de habla —clasificadas, como veremos, en variantes geográficas, sociales y funcionales—, cada una de las cuales está considerada, desde el punto de vista de la ciencia del lenguaje, como un sistema de signos que se combinan siguiendo reglas propias.

Pero ¿en cuántas variantes exactamente se concreta el español? Cen-trándonos sólo en lo que respecta a la variación geográfica, y siguiendo la propuesta de clasificación tipológica realizada por Juan Carlos Moreno Cabrera (2003) —que sigue el esquema siguiente: filo > familia > gru- po > área > zona > región (con subdivisiones: subfilo, subgrupo, etc.), en el que las nociones de filo y familia tienen una naturaleza genética, mientras que las de área, zona o región responden a criterios geográficos— el espa-ñol queda categorizado como sigue: filo indoeuropeo > familia romance (subfamilia occidental) > grupo galo-íbero-romance (subgrupo íbero-romance). Según esta clasificación, Moreno Cabrera (2003: 188-189) ofrece para el español el siguiente cómputo, evidentemente incompleto considerando el limitado conocimiento disponible de la variación del español en América: 60 geolectos, además del estándar como variedad artificial: 1 variedad extinta (el mozárabe, hablado hasta el siglo xi en la España musulmana), y 59 variedades geográficas vivas repartidas entre Europa (de las que se mencionan 31 sólo en España), América (de las que se mencionan 24, casi todas variedades nacionales), Asia (español filipino y chabacano, en Filipinas, y judeo-español, vivo en Turquía e Israel) y África (español guineano). Por tanto, cuando se dice que el español (u otra lengua cualquiera) tiene x número de hablantes —y suponiendo que en el cómputo sólo se cuenten los hablantes de español como primera lengua, lo que no siempre ocurre— lo que se está diciendo es que la suma de hablantes nativos de las diversas formas convencionalmente agrupadas

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bajo la etiqueta de español da ese resultado, pero no que haya x número de hablantes que se expresan de la misma manera.

Para diferenciar lo que son variedades de habla clasificables dentro una mismo grupo de lo que son lenguas distintas, los especialistas uti-lizan criterios no coincidentes con aquellos tópicos que un grupo de ha-blantes suele emplear intuitivamente para diferenciarse de otros grupos. El principal de estos lugares comunes es el criterio de intercomprensión, es decir, la creencia de que, si dos personas utilizan variedades mutua-mente inteligibles pese a las diferencias, puede afirmarse que esas dos variedades forman parte de una misma lengua. Como bien indica el profesor Gabriel Bibiloni (2000, 11-12; en catalán en el original), en primer lugar «cabe decir [...] que la intercomprensión entre dos varian-tes no es un hecho claramente evaluable, sino una posibilidad sometida a diversas variables»:

– el nivel cultural de los interlocutores,– el tema de conversación,– las condiciones físicas del contexto en que se produce la interacción.

En segundo lugar, los propios hechos evidencian que este criterio no es siempre válido: existen variedades lingüísticas tipológicamente con-sideradas parte de una misma lengua entre las que hay dificultades de intercomprensión, e incluso el caso contrario: lenguas independientes cuyos hablantes se entienden sin gran dificultad. Así, por ejemplo, las distancias interlingüísticas en el bloque de los dialectos italianos o en el de los dialectos alemanes son en ciertos casos mayores que los que se dan en el conjunto de las lenguas escandinavas (noruegos, suecos y daneses). Así pues, la diferenciación que establecen las clasificaciones tipológicas de la lingüística no coincide habitualmente con aquello que un hablante común considera una lengua distinta de la suya.

A pesar de ello, todo hablante tiene conciencia de la existencia de lenguas distintas, cuyos nombres conoce, y es capaz incluso de situar toscamente algunas de ellas en un mapamundi. Pero si observáramos esas delimitaciones fruto de una idea aproximada de la distribución de las lenguas en el mundo, veríamos, en primer lugar, que las lenguas que los hablantes suelen situar en el mapa mundial son las lenguas con un mayor número de hablantes y mayor extensión territorial, por efecto de una historia expansiva; en segundo lugar, que no se suelen situar lenguas distintas en un mismo territorio político; en tercer lugar, que no se repre-senta tampoco la intravariedad de una misma lengua en el territorio en

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el que se la sitúa; en cuarto lugar, que las lenguas de transición o fronteri-zas —aquellas que no han sido eliminadas por procesos de homogeneiza-ción— brillan por su ausencia; y en quinto lugar, que se identifican como lenguas distintas, con territorios distintos, aquellas variedades geográficas de una misma lengua denominadas con nombres diferentes.

En definitiva, y por poner un ejemplo claro: el mapa del español que dibujaría un hablante europeo se parecería al atlas político-histórico del nacimiento y expansión de esta lengua en el mundo y tendría muy poco que ver con el atlas que para esta misma lengua trazaría un especialista en dialectología, cuyas representaciones gráficas de las fluctuaciones e interconexiones entre diversos rasgos de las hablas del español más bien guardaría parecido con un mapa meteorológico. Incluso una cartografía muy simplificada de las lenguas de Europa —sin contemplar su intra-variedad y las fluctuaciones de rasgos entre variedades— daría perfiles nada coincidentes con los de un atlas político continental, compuesto hoy día por 45 estados. Es más, si quisiéramos hacer coincidir las len-guas europeas con las fronteras estatales, deberíamos crear unos pocos estados nuevos y reagrupar los existentes de tal modo que algunos de los actuales (como es el caso de España) verían su territorio bastante reduci-do, y al menos 17 desaparecerían.

Este simple ejercicio de observación de la percepción que el hablante común tiene de las fronteras lingüísticas pone en evidencia que lo que se identifica y sitúa habitualmente como lengua no es ciertamente una lengua real, sino un artefacto funcional, ideológico y políti-co, con fines homogeneizadores, al que conocemos como lengua estándar (o normativizada), construido artificialmente —«en buena medida sobre la subjetividad» (Prieto de los Mozos, 2005: 961)— a partir de una o más lenguas (variedades) naturales, a las cuales se su-perpone sin llegar a reemplazarlas, y difundido como consecuencia de la acción conjunta de determinadas condiciones históricas, ideológicas y socioeconómicas, de las políticas aplicadas sobre los grupos lingüís-ticos y culturales humanos —en las que tienen participación principal las academias de la lengua—, de ciertos instrumentos de difusión y de determinados mecanismos psicosociales.

Así pues, es posible afirmar que nadie habla propiamente una lengua, sino modalidades diversas.

Al igual que el concepto técnico y convencional de lengua es una abstracción creada para el estudio filogenético y ontogenético de las hablas humanas en el tiempo y en el espacio geográfico y social, para la clasificación de la variedad verbal también se han establecido

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categorizaciones. En una primera instancia, se distingue entre dos tipos principales de variedades del lenguaje verbal:

– las asociadas a los usuarios (hablantes), derivadas de las característi-cas idiosincrásicas de los individuos y de los grupos humanos;

– las asociadas al uso verbal, o funcionales, derivadas de las diversas formas de aplicación del lenguaje verbal y de su función en la socie-dad y en el mundo cultural.

Estas variedades principales se subdividen y manifiestan a su vez en otras más:

1. Variedades asociadas a los usuarios:

a) variedades individuales, o idiolectos, que responden a caracterís-ticas personales de la forma de expresión de un hablante;

b) variedades diacrónicas, o cronolectos, observables a lo largo de la historia de una lengua;

c) variedades diastráticas, o sociolectos, relacionadas con la perte-nencia a un determinado grupo o clase social;

d) variedades diatópicas, o geolectos (tradicionalmente llamados también dialectos, término ambiguo en desuso; v. § 4.4.1), que caracterizan las formas de expresión de los hablantes de una zona geográfica delimitada.

2. Variedades asociadas al contexto de uso de una lengua (también llamadas registros, variedades diatípicas o variedades diafásicas): uso gene-ral/específico, formal/informal, general/local, objetivo/subjetivo, pre-parado/espontáneo, científico, literario, etc., que presentan a su vez gradaciones y subdivisiones estilísticas. Un estándar suele estar asocia-do con los grados más alto de los registros formal, general y escrito.

3.9. Lengua natural / lengua estándar

Desde hace siglos, e incluso hoy, el discurso académico sobre el lengua-je, transmitido al hablante común por los medios difusores que constitu-yen la institución educativa y los mass media, abunda en tópicos, falacias y mitos lingüísticos completamente obsoletos104 pero tan poco rectificados por la divulgación científica que urge no perder ocasión para iluminar

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ese oscurantismo con la relativa claridad que el actual conocimiento del lenguaje nos permite. En los párrafos que siguen mostraremos bajo esta luz las dicotomías conceptuales con las que tradicionalmente suelen clasificarse la lengua natural y la lengua estándar.

3.9.1. Particularismo / universalidad

Lingüísticamente hablando, lo único verdaderamente común y univer-sal a todos los seres humanos es que comparten una misma facultad humana (el lenguaje verbal) asociada a procesos evolutivos de la especie Homo sapiens sapiens (especie humana a la que pertenecemos todos los habitantes de la Tierra), que se transmite genéticamente. A este respecto señala Jesús Tusón (2003: 84):

La tarea prodigiosa que las lenguas han realizado (o que nosotros mismos hemos acometido con el lenguaje) no es la que ha culminado con las obras maestras de la literatura y del pensamiento filosófico, sino otra mucho más esplendorosa: lo que ha hecho posible el despliegue de la humanidad. Las lenguas, así pues, han sido el factor decisivo para la emergencia de la capacidad simbólica que nos constituye como seres pensantes capaces de una grado altísimo de cooperación y organización social. El lenguaje, entre otros factores de los que podrían hablarnos los biólogos y los paleontólogos, nos ha proporcionado unos elementos de desarrollo descono-cidos en otras especies del mundo natural y nos ha permitido que hoy podamos considerarnos Homo sapiens sapiens y no Austrolopithecus robustus.

Pese al deseo de internacionalidad que guía la planificación de ciertas lenguas, como el español, ningún estándar puede alcanzar la categoría efectiva de lengua única mundial (universal), entre otras razones porque la variedad es consustancial a las lenguas humanas, y siempre habrá muchas lenguas. En cambio, sí es universal el hecho de que todas las lenguas del mundo corresponden a un mismo estadio evolutivo de la facultad humana para el lenguaje, lo que se evidencia también en la pre-sencia de una serie de rasgos comunes a todas las lenguas, o universales lingüísticos, citados de este modo por Moreno Cabrera (2000: 42-45):

1. Un inventario limitado de sonidos vocálicos y consonánticos y unas reglas restringidas de combinación de los mismos para obtener uni-dades mayores denominadas sílabas; evidentemente el catálogo de sonidos y el tipo de reglas varían de una lengua a otra, pero todas ellas disponen de un material fónico y de construcción morfológica finito.

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2. Un elenco de elementos mínimos con significado, denominados pa-labras, que se forman con una o más sílabas y que se cuentan por miles en todas las lenguas, compuesto por términos más generales y términos más específicos. El vocabulario básico de una lengua se sitúa sobre las 5000 palabras y es el que permite al hablante desen-volverse en su entorno natural y cultural.

3. Mecanismos para obtener palabras nuevas a partir de otras ya exis-tentes por algún medio como la composición, derivación, parasínte-sis, aglutinación o la incorporación.

4. Reglas de combinación sintáctica mediante las cuales se unen las palabras para obtener sintagmas y oraciones.

Además, todas las lenguas humanas disponen de material y recursos suficientes para desempeñar las siguientes funciones comunicativas y expresivas, aunque cada una lo haga de manera distinta:

– transmitir información, hacer preguntas y dar órdenes;– describir y narrar acontecimientos;– señalar las relaciones de los hablantes con su entorno;– expresar razonamientos;– expresar lo imaginado, lo soñado o lo visionado, aunque no coincida

con la realidad (esto es: fabular e incluso mentir);– expresarse con elocuencia;– jugar con el lenguaje;– desarrollar procedimientos retóricos;– cultivo estético (según conceptos de lo estético variables en cada cul-

tura);– connotar.

Y todas las lenguas naturales (todas las hablas humanas) pueden ser objeto de codificación escrita, elaboración y cultivo.

Por otra parte, por potente que sea el discurso aplicado a la natu-ralización, en la conciencia del hablante, de un estándar como lengua común, universal, desprovista de particularismos, lo cierto es que los estándares lingüísticos se crean y se actualizan a partir de la selección de formas lingüísticas peculiares de ciertos grupos de hablantes. En el caso del español, la base histórica del modelo estándar de lengua (el llamado «español correcto») ha sido muy restringida, claramente localizada y extremadamente elitista: el habla centronorteña de España del grupo sociolectal culto y su producción escrita (v. § 3.5.3). Aunque la nueva

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norma panhispánica amplíe relativamente la referencia geográfica, la so-cial se mantiene intacta, y el estándar actual es igualmente escasamente representativo y, por tanto, difícilmente común y general. Pero incluso cuando se utiliza una lengua mixta como lengua auxiliar (de interco-municación) entre grupos de lenguas nativas diversas (caso del criollo neomelanesio de Papúa Nueva Guinea) o se elabora un estándar lingüís-tico tan desprovisto como sea posible de marcas étnicas, mediante un proceso planificado de nivelación lingüística (caso del estándar aragonés unificado o del euskera batua), la lengua resultante —si acaso las pre-siones del entorno llegan a hacerla aceptable y a garantizar su difusión generalizada— no mantiene nunca las características anónimas y unifor-mes que le confieren su valor universal, de lengua de todos; al contrario: al mezclarse con las lenguas o variantes nativas de los hablantes que la reciben, como toda lengua en uso muta, se diversifica y se convierte en marca de identidad de un grupo, es decir, en lengua particular.

3.9.2. Lengua de la calle (vulgar y corrupta) / lengua de instrucción (culta y perfecta)

Desde su misma cuna, la Real Academia Española ha contribuido a la conformación y consolidación de un prejuicio lingüístico en torno al lenguaje popular, de un lado, y al lenguaje literario y el de las clases instruidas, de otro, que aún pervive en sus obras más recientes y que se perpetúa por medio de la enseñanza escolar. Nos referimos a la idea de que la lengua popular actúa como una fuerza corruptora del «buen castellano» (v. p. 505), ese lenguaje sublime encarnado por la lengua literaria y el habla culta y depurado en el modelo académico de lengua.

La tradición académica de estigmatización de la lengua popular se amplía en el pensamiento lingüístico del hablante común con la asignación a la lengua oral de la etiqueta social de lengua de la calle, vulgar y exenta de méritos, y a la lengua escrita, de lengua sublime. Esta categorización nace de la evidencia de que el habla se adquiere durante la infancia de forma natural, por inmersión social (se mama desde la cuna), aparentemente sin esfuerzo y sin tener que seguir instrucción específica alguna, mientras que la lengua escrita estandarizada requie-re a todas las edades un esfuerzo consciente y exige instrucción espe-cífica, así como un continuo refresco, perfeccionamiento y ejercitación a lo largo de toda la vida; un aprendizaje y un cultivo, por cierto, a los que no todo el mundo tiene acceso y que contribuye a distinguir

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socialmente a las clases cultivadas como clases socioeconómicamente favorecidas, y a conferir a sus producciones verbales el codiciado valor del prestigio social.

Tanto la idea de que la lengua popular es una forma decadente del lenguaje como la intuición según la cual la adquisición de la oralidad en la infancia está exenta de dificultad y no constituye mérito intelectual alguno son falsas. La lengua oral es la forma natural del lenguaje que ad-quirimos desde la primera infancia y que se halla en constante evolución (y no degradación), un proceso de variación más dinámico y visible entre los hablantes que no modelan su lenguaje según el canon social y esté-tico que conforma la norma académica, que entre aquellos que intentan en todo momento sujetarse a él. Pero su adquisición no es en absoluto un proceso sencillo, al contrario; simplemente no somos conscientes de su enorme complejidad.

En contrapartida, el modelo estándar académico (como todo están-dar) es demasiado restrictivo, restringido y artificioso para cubrir las necesidades expresivas del hablante. Si quiere ampliar sus competencias lingüísticas y adecuarse a cada circunstancia de comunicación en la que tenga que desenvolverse, un hablante no podrá contentarse nunca con el modelo de lengua académico, por mucho que se lo adornen con cali-ficativos como correcto, esmerado, elevado o prestigioso. Para ver satisfechas sus necesidades de desenvolverse en sociedad de forma lingüísticamente competente, necesitará echar mano, por un lado, de estandarizaciones complementarias (ortografías especializadas, terminologías, estructuras propias de diversas tipologías discursivas...) que adquirirá igualmente mediante el estudio, y, por otro, del conocimiento de la lengua oral espontánea adquirido a lo largo de su vida por contacto con grupos lin-güísticos heterogéneos, un saber que seguirá alimentando por el mismo mecanismo de adquisición natural e inconsciente. Por mucho que el ser humano cree estándares y se instruya en su manejo, nunca llegará a ad-quirirlo del modo espontáneo y natural en que adquiere la lengua oral. La razón la expresa Juan Carlos Moreno Cabrera de manera gráfica con este símil (2011b):

Exactamente igual que por mucho tiempo que haya pasado desde que los caballos en cautividad llevan silla de montar, no nacen caballos en cautividad con la silla de montar ya incorporada, hay que hacerla y ponérsela, se da que por mucho tiempo que lleve existiendo una lengua estándar escrita, las lenguas naturales no se apren-den de forma espontánea en esas formas estándares, sino que hay que añadir la silla de montar posteriormente, en el colegio. Nunca surgirán espontáneamente lenguas naturales con las propiedades de las lenguas escritas.

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3.9.3. Oralidad = simplicidad, pobreza, agramaticalidad / escrituralidad = complejidad, riqueza, gramaticalidad

En la misma línea de los prejuicios sobre la lengua popular y la lengua literaria culta que acabamos de describir, existe una sostenida creencia que considera que lo oral es sinónimo de pobreza, simplicidad y asistematici-dad, mientras que lo escrito se caracteriza por su riqueza, complejidad y regularidad. De esta idea se deriva la de que no se adquiere plenamente una lengua hasta que no se domina su código escrito. Nada más erróneo. El lenguaje humano, insistimos, es eminentemente oral, espontáneo e in-teractivo, y surge a lo largo de la evolución del ser humano como forma de intercomunicación, como sistema complejo de representación cognitiva del mundo (es decir, como medio para clasificar y manipular la informa-ción del entorno) y como instrumento de organización de grupos huma-nos, sin que en ello medie la voluntad humana (ni, que se sepa, la divina). De haber sido un sistema deficiente, está claro que la raza humana no habría podido servirse de él para alcanzar su actual estadio evolutivo como especie. El lenguaje oral es, de hecho, un sistema complejo que integra diversos planos: un plano verbal o lingüístico, un plano paralingüístico, un plano no verbal (gestual y proxémico) y un plano semiótico-cultural. Que escribir y leer resulte más difícil que hablar y escuchar no se debe a que la lengua escrita sea más compleja que la oral, sino a que no estamos predispuestos genéticamente para la primera, pero sí para la segunda.

Entre las razones por las cuales el lenguaje humano se ha desarrolla-do como forma oral y no fundamentalmente gestual, Moreno Cabrera apunta la siguiente (2000: 105):

El lenguaje humano se ha desarrollado en forma primariamente oral entre otras razones por la ventaja que supone para la comunicación en la oscuridad. Durante la mayor parte de la existencia del ser humano, éste ha tenido que conformarse con los períodos de luz natural. [...] No es creíble, pues, que las lenguas humanas sean ineficaces en la comunicación no visual.

Contrariamente al lenguaje oral, el lenguaje escrito es un artificio humano (no natural) elaborado deliberadamente en ciertas sociedades —no en todas, por lo que no es un rasgo común de la cultura huma-na—, con diversos fines y aplicaciones, y enmarcado en una situación de comunicación verbal con características peculiares y diferenciadas de la comunicación oral, cuyas diversas formas (sistemas de escritura, tipo-logías textuales y estilos) responden a peculiaridades de cada lengua y a distintas tradiciones y contextos de uso de la lengua escrita.

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El lenguaje escrito cuenta, en relación con el oral conversacional, con muchas más desventajas que ventajas: tiene a su favor una capacidad de almacenaje, preservación y transmisión duradera del conocimiento y de la creación cultural verbal muy superior al de la memoria humana y la transmisión intergeneracional; y en su contra tiene el hecho de ser un código comunicativo deficitario, que presenta un potencial muy inferior de eficacia: no cuenta con las ventajas de la presencia y reconocimiento del receptor; del feedback comunicativo y de la posibilidad de detección y reparación inmediata de desajustes e interferencias; del refuerzo proxé-mico, paralingüístico y no verbal; de la comunicación multicanal... Para suplir estas importantísimas carencias y optimizar sus ventajas, los ar-tífices del código escrito (escritores, retóricos, gramáticos, ortógrafos...) desarrollan paulatina y convencionalmente todo un aparato de comple-jas reglas de construcción y de recursos paratextuales y expresivos, en parte tomados del habla natural, en parte elaborados.

La formalización de las artificiosas reglas del código escrito requiere un análisis y descripción del lenguaje natural en el que se apoya, así como de los fenómenos de representación y construcción exclusivos del código escrito. Esta descripción (materializada en ortografías, gramáti-cas, manuales de retórica y estilística...) requerirá a su vez el desarrollo de un metalenguaje, es decir, de un lenguaje que permita conceptualizar el sistema descrito, y estará determinada por las teorías lingüísticas y los modelos de análisis que prevalgan en una época determinada. A medida que el código escrito evolucione y también lo hagan las teorías lingüís-ticas y los modelos de análisis, los términos de la descripción variarán (o deberían variar).

Además de ser útil para los teóricos del lenguaje, la descripción de una lengua se emplea en la enseñanza de las reglas de escritura. Así, por ejemplo, haber definido el número gramatical y distinguido los morfe-mas de singular y plural, y haber establecido categorías y subcategorías gramaticales como artículo y sustantivo, e indefinido y definido permite:

– clasificar una como forma femenina singular del artículo indefinido un, y radio105 como sustantivo femenino singular,

– enseñarle al niño que el artículo y el sustantivo, en castellano, se escriben de manera segmentada.

El problema surge cuando esta clasificación topa con la evidencia de que la mayoría de formas sustantivas acabadas en -o en español no son femeninas, sino masculinas. Cuando en la escuela se le enseña a un niño lo contrario

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no se le están transmitiendo simples descripciones de una lengua, útiles para aprender a escribirla, sino un modelo de lengua establecido en un estándar (el estándar académico del castellano) en el que se priman las realizaciones de las élites cultas y del registro escrito, de tal modo que a menudo se fijan como normativas ciertas formas lingüísticas que no se ajustan a los patrones de la lengua natural. Este es el caso del ejemplo que hemos expuesto: el estándar español consagra la grafía una radio y, con ello, el género femenino de este sustantivo, a contracorriente de la tenden-cia histórica del castellano a acomodar las palabras extrañas (cultismos, tecnicismos o extranjerismos) a sus propias reglas; en este caso, a masculi-nizar los sustantivos acabados en -o (R. Menéndez Pidal, 1987: 11 y 213), tendencia de la que se derivan la pronunciación y flexión populares un arradio, el arradio, etc., consistentes con los rasgos endógenos del idioma.

Cuando ciertas gramáticas supuestamente descriptivas clasifican de agramaticales estas y otras formas, a sabiendas de que no hay forma de lenguaje natural sin reglas o con reglas deficientes —porque de ser así la comunicación entre sus hablantes sería imposible—, podemos decir que se está incurriendo en una manipulación deliberada e irresponsable de las ideas que los hablantes albergan sobre sus variantes, con el fin de pro-mover la adhesión a aquellas formas que sirven de base al estándar y, con ello, a la uniformación de los usos. Y decimos «irresponsable» porque los efectos de esa manipulación en el hablante cuya variante es tildada de incorrecta son siempre la marginación, la inseguridad lingüística o el au-toodio. Cuando, por otra parte, la norma estándar tilda de incorrecto un uso generalizado en una determinada variedad natural creyéndolo verda-deramente un desajuste del sistema lingüístico al que pertenece, muy a menudo se da el caso de que tal uso es deficientemente comprendido, o no comprendido en absoluto, por el gramático o la institución prescrip-tivista que lo reprueba, bien debido a sus propias limitaciones analíticas, bien debido a que la información disponible sobre el fenómeno (descrip-ción) es insuficiente para analizarlo debidamente. Para colmo, este tipo de excepciones artificiosas a una regla natural dificultan el aprendizaje de la lengua escrita: cuando, en los puntos de contacto entre lo oral y lo escrito, mayor sea la distancia que abre el estándar, tanto más habrá que estudiar sus reglas, y más fallos habrá en su empleo.

Cabe señalar, por último, la existencia de formas intermedias entre lo oral y lo escrito; nos referimos a los registros orales formales o pro-tocolarios: disertaciones en forma de monólogo o conversaciones rituali-zadas, previamente planificadas según patrones elaborados, sistemáticos y más o menos fijados.

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Todavía lejos del dominio académico se desarrollan espontáneamente otras formas de intersección de lo oral y lo escrito a que ha dado pie la extensión de sistemas de teleconversación escritos (correo electrónico, chats en línea y mensajes cortos [sMs]). Resultado de ello son nuevas tipologías textuales muy cercanas a la lengua coloquial, que incorpo-ran recursos de representación de la información no verbal y paraverbal propios, ajenos a los cánones establecidos por los gramáticos prescrip-tivistas y las academias, para enorme irritación de estos.106 Tales formas de oralidad escrita prueban de nuevo los límites comunicativos de lo es-crito y, al mismo tiempo, muestran que pueden desarrollarse y probarse nuevos códigos de comunicación interpersonal de manera consensuada, capaces de evolucionar con la propia deriva tecnológica y las nuevas condiciones de interacción, sin necesidad de contar con la supervisión y aprobación de ningún organismo de estandarización.

3.9.4. Lengua inculta / lengua de cultura

Existe la idea que considera que sólo las lenguas codificadas y con una tradición de cultivo escrito son lenguas de cultura. Lo cierto es que hay y sigue habiendo numerosas comunidades humanas con una tradición exclusivamente oral, cuyo grado de civilización y sofisticación cultural no se ha visto comprometido por no haber elaborado estándares para sus lenguas e incluso por ser ágrafas. El prejuicio que escatima la condición de lengua de cultura a las lenguas no codificadas se debe a un entendi-miento muy estrecho del concepto de cultura. Todas las lenguas son por igual formas de organización social y creación cultural de los grupos humanos y todas las lenguas permiten la creación estéti-ca. Que una lengua no tenga una tradición literaria escrita no significa que no tenga tradición literaria oral.

3.9.5. Mutabilidad y variabilidad / fijeza y homogeneidad

Las lenguas naturales son intrínsicamente variadas y dinámicas. Trasmi-tidas en el tiempo intergeneracionalmente y distribuidas en el espacio por desplazamiento de su comunidad de hablantes, cambian y se di-versifican de manera constante. Como señala Moreno Cabrera (2008b: 522): «Las lenguas no son entidades unitarias conformadas por sistemas homogéneos, sino complejos poblacionales de competencias lingüísticas

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que están continuamente en interacción y que se adaptan mutuamente de manera constante».

Así pues, la idea de que es posible generalizar en el uso oral de la población de un determinado territorio una forma de lenguaje verbal artificialmente elaborada según un ideal de regularidad, mínima varia-bilidad y fijeza (la mítica lengua perfecta)107 carece de fundamento. Tal artificio, una vez se intente aplicar al habla, se verá irremisiblemente sometido al cambio y la variación.

La irregularidad no sólo es inevitable, sino que resulta una útil he-rramienta que favorece el aprendizaje natural de una lengua. En las ad-versas condiciones cotidianas de comunicación,

[...] la irregularidad sirve para marcar aquellos aspectos de la gramática y el léxico sobre los que quienes aprenden la lengua deben estar especialmente atentos. Nor-malmente, los verbos irregulares son los más usados y los verbos menos usados son regulares. [...] Es muy difícil encontrar un verbo irregular que signifique ‘descor-char’ o ‘desencuadernar’, pero es fácil encontrar verbos irregulares entre los que designan las actividades más frecuentes o útiles de una comunidad lingüística. Si hacemos regulares todos los nombres y verbos de una lengua nos encontraremos con un léxico uniforme donde ningún elemento sobresale sobre los demás, donde nada nos indica qué elementos son más útiles o frecuentes y qué elementos son más accesorios. [...] Los seres humanos somos poco eficientes para aprender listas monótonas de elementos homogéneos; estamos más capacitados para aprender adquirir, asimilar y utilizar aquellos sistemas que, dentro de ciertas regularida-des, presentan saltos, discontinuidades y variaciones que llaman la atención y que nos orientan. = ¿Cómo se puede llamar la atención del niño que adquiere naturalmente una lengua sobre el hecho de que en ésta existen generalizaciones y regularidades que es necesario asimilar? [...] La mejor manera [...] es presentando algún elemento que rompa breve o momentáneamente dicho continuidad. [Mo-reno Cabrera, 2000: 143-145.]

Así actúan los mecanismos naturales de transmisión del lenguaje hu-mano:108 permitiendo formas asistemáticas, irregularidades del sistema, para llamar la atención sobre las reglas de funcionamiento del propio sistema. Esas irregularidades, que nunca sobrepasan las regularidades de una lengua, como, por ejemplo, ciertas formas de participio (hecho), en contraste con formas regulares (bebido, comido, dormido, conocido, etc.), permiten al niño percibir la regularidad del sistema y producir formas análogas como decido, que manifiestan que ha percibido y asimilado esa regularidad; luego, que la ha aprendido; luego, que está adquiriendo adecuadamente su sistema lingüístico, y no al contrario.

Asimismo, y como se desprende de lo dicho sobre el papel de la variación y el cambio en el funcionamiento del lenguaje, la diversidad

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lingüística es un material valiosísimo para el estudio de la facultad hu-mana innata para el lenguaje:

[...] el estudio de la diversidad estructural de las lenguas es una vía de acceso privi-legiada para desentrañar los componentes, factores y propiedades que integran esa facultad humana. = El modelo presentado sería compatible con el escenario evolutivo planteado por Piatelli-Palmarini y Uriagereka (2004), quienes relacionan la propia diversidad lingüística no sólo con el surgimiento evolutivo de la morfología (flexiva), sino con el propio surgimiento de la sintaxis humana moderna. De ser correcto su es-peculativo planteamiento, la diversidad de las lenguas no sólo sería, como hemos con-cluido, una puerta de acceso privilegiada a la fL [facultad del lenguaje] humana, sino también la clave de su propia evolución en la especie. [Mendívil Giró, 2008: 72-73.]

3.9.6. Alienación / identificación

No es preciso contar con un estándar para identificar a una comunidad lingüística. Como expresiones culturales, las lenguas —es decir, todas y cada una de sus variantes— son medios de identificación y de ca-racterización de la idiosincrasia no sólo del individuo, sino de todo colectivo humano social y culturalmente cohesionado. Al poner en evidencia ciertos rasgos comunes a todos ellos, un estándar escrito puede servir para promover la identificación a gran escala de hablantes de geolectos y sociolectos distintos de una misma lengua. Y ciertas ideas asociadas al estándar (nación, prestigio, progreso, dominio...) y un apoyo legislativo que garantice su difusión pueden potenciar su aceptación y su capacidad identificadora. Pero como ya hemos señalado al tratar las di-námicas normativas (§ 3.6), esta identificación general que favorece un estándar se ve limitada por numerosos factores:

– el cambio lingüístico y la diversificación de las hablas;– el carácter ilimitado e imprevisible de las situaciones de contacto in-

terlectal e interlingüístico (ergo, intercultural), mayores cuanto más variada sea y más expandida esté una lengua;

– el carácter impredecible de las condiciones contextuales que las con-figuran;

– la mutabilidad de los juicios de valor asociados a la conducta lingüística;– el valor identitario de las variantes particulares.

Con respecto al español actual, Rainer Enrique Hamel (31/03/2005: en línea; la negrita es nuestra) define así estas limitaciones de la capacidad identificadora y unificadora del estándar:

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Cuando se evoca la ideología lingüística de la grandeza, homogeneidad y unidad de la lengua española, lo que hoy en día constituye un proyecto impulsado por el gobierno de España, apoyado por consorcios españoles transnacionales, se olvida que la lengua en abstracto, tan lejana en su norma «culta» para la mayor parte de la población, no constituye ni de lejos el único referente de identidad para ellos. Existen otras lealtades con las regiones culturales y dialectales, relaciones de clase, parentesco y etnia; existen rivalidades, odios, guerras, explota-ción. Más complicada aún se antoja la relación que guardan con el español los sujetos bi- o multilingües: indígenas de todos los confines, hispanos y chi-canos, caribeños hispanos cuya capital es Miami, inmigrantes y herederos de otras tradiciones, clase alta criolla y gerentes empresariales que van de shopping a L. A. y buscan sus valores en cualquier parte menos en su propio país. Las identidades nacionales se fragmentan cada vez más con el debilitamiento de los esta-dos nacionales. Resurge un fenómeno que se creía superado: la revitali-zación de dialectos regionales y sociales históricamente desprestigiados, como también de lenguas indígenas, justamente porque ofrecen un referente identitario y un eficaz medio de comunicación que las distantes lenguas nacionales, con sus normas «cultas», no les pueden brindar a esta población tan diversa.

3.9.7. Fragmentación / unidad

Ya hemos visto que el lenguaje humano es un entramado de hablas que, incluso cuando sufre desgarrones por causas extralingüísticas (genoci-dio, glotofagia, muerte accidental de un grupo de hablantes...), es capaz de reestructurar su red de conexiones por medio de nuevos contactos lin-güísticos entre poblaciones. Ello equivale a decir que ese hilo entretejido que forman las hablas humanas sólo podría fragmentarse (dividirse en varias tramas aisladas) si se dividiera a la humanidad en partes, se las dispersara por el universo y se imposibilitara el contacto entre ellas. Por tanto, más allá de la ciencia ficción, no hay base alguna para afirmar que pueda darse una fragmentación duradera del continuo for-mado por las hablas humanas.

Hemos visto también que, sólo a efectos de estudio y clasificación de las diversas manifestaciones del lenguaje humano, la ciencia lingüística realiza secciones de hablas interconectadas, obteniendo de esa compar-timentación unidades discretas a las que convencionalmente denomina lenguas. Pero esas secciones, esas unidades discretas, son, por así decirlo, abstracciones científicas. En consecuencia, no hay tampoco base para sostener que las lenguas existan de hecho como formas neta-mente delimitadas y claramente discernibles, ni mucho menos para afirmar que son un todo homogéneo, puesto que están con-formadas por hablas distintas en diversos aspectos. El concepto

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de unitariedad lingüística —como el de fragmentación—, es, de hecho

[...] político y cultural, no lingüístico. = Los lingüistas saben perfectamente que todas las lenguas que se hablan realmente [...] están constituidas por una serie de va-riedades lingüísticas (llámense dialectos o hablas, según su amplitud geográfica) que forman una cadena de solidaridad lingüística con eslabones contiguos o eslabones más separados. Esto pasa con el euskera, pero también con el español o el inglés que, al ser lenguas con mayor amplitud geográfica, tienen muchísimas más variantes lingüísticas que el euskera. [Moreno Cabrera, 2008a: 154; la negrita es nuestra.]

Es más, los seres humanos conceptualizan las hablas a las que están ex-puestos como un sistema autónomo y homogéneo sólo en las siguientes condiciones:

1) cuando estas se someten a un proceso de grafización que da como resultado una representación escrita única para todas ellas;

2) cuando, en la taxonomía lingüística, se simboliza su pertenencia a una unidad lingüística agrupándolas bajo un mismo nombre genérico;

3) cuando se oficializa la existencia de esa lengua concediéndole un de-terminado estatus legal; y también

4) cuando, sobre la evidencia de que una lengua compartida es fruto de un pasado común (de un contacto entre sus hablantes más o menos prolongado y sostenido, con o sin predominio de una parte de la población sobre la otra), se realizan y difunden tres elaboraciones ideológicas, con fines políticos unitaristas:109

a) la idea de que la lengua es la sublimación de una idiosincrasia consustancial a sus hablantes, que establece entre ellos una suerte de comunión espiritual (nacionalismo esencialista);

b) la idea de que la forma estándar común (la académica, en el caso del castellano), modelada a partir de ciertas variedades de esa len-gua, es la lengua misma —lo que los académicos denominan «el sistema» del español, aunque el español no sea un sistema lin-güístico, sino un diasistema—, una lengua con mayúsculas a la que todos deben amoldarse si se quiere evitar que la dispersión de usos la fragmente en un sinnúmero de formas distintas y desinte-gre con ello la cohesión espiritual de sus hablantes;

c) la idea de que a esa lengua, supuestamente representada por el estándar, sólo puede corresponderle una denominación (aunque en el uso exista más de una), sin la que resulta imposible agrupar a sus hablantes en un bloque cultural o político-cultural interna-mente compacto y externamente identificable.110

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Difundido todo ello entre el colectivo poblacional de hablas categoriza-bles como una misma lengua, las ideas de unidad y de comunidad cultu-ral homogénea pueden acabar integrándose en su conciencia lingüística como una creencia axiomática, aunque la realidad la contradiga.

No obstante, por mucho que se incida en la elaboración y difusión de un forma «común» de lengua; por mucho que se quiera convencer a la población de que la divergencia de ese modelo es algo parecido a una de-ficiencia mental, y la sumisión a él, un servicio a la nación; y por mucho que intenten adoptarlo aquellos hablantes que reúnen prestigio y actúan como modelo social, lo cierto es que ningún estándar, llevado al uso real, puede convertirse en la lengua natural de nadie ni aunque se tomara a una generación entera y se la educara de forma aislada y exclusiva en ese estándar. Y esto, insistimos, es por dos razones fundamentales: porque el estándar no cubre todas las necesidades de expresión del hablante y porque ninguna lengua en uso puede escapar de la propiedad inheren-temente dinámica del lenguaje natural y de su acción remodeladora de las hablas. La comunidad que produce y recibe el estándar seguirá dan-do lugar a nuevas formas de habla, que mantendrán una conexión más o menos cercana en función del resultado de la interacción de diversas fuerzas de signo contrario (convergentes y divergentes; v. § 3.6). En cualquier caso, cuanto más se extienda lo que se clasifica como lengua, más se ampliará el hilo concatenado de hablas que la constituyen, más in-trincadas serán sus conexiones, más polimórfica será en todos los niveles del lenguaje, y más difícil resultará, por ello, sublimar su «esencia común», en forma de un único estándar general que la represente y la identifique y que ofrezca a sus hablantes un espejismo de uniformidad.

Esta es la paradoja esencial de la política lingüística española: que sus dos fines fundamentales (unidad y expansión) no sólo resultan irreconcilia-bles, sino que colisionan irremediablemente.

3.9.8. Confusión / comunicación

Todas las lenguas y variantes posibilitan la comunicación, y su carácter mutable, irregular y variado no sume al ser humano en el caos ni en la confusión. Al contrario: esta flexibilidad del lenguaje natural es pre-cisamente el mecanismo que garantiza el entendimiento. Como señala Juan Carlos Moreno (2000: 141), la variación (en la pronuncia-ción de los sonidos y en la construcción de las palabras, enunciados y significados) «hace que podamos entendernos, aun cuando no pronun-

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ciemos con exactitud matemática todos los sonidos de una palabra o construyamos con total exactitud y perfección todos los componentes de una frase o discurso». Las situaciones más habituales de comunica-ción suelen estar repletas de interferencias de todo tipo; en ese contexto, además, los hablantes suelen pronunciar un discurso no preparado (no elaborado con antelación, mentalmente o por escrito, y más o menos memorizado), que improvisan espontáneamente. En estas condiciones:

Si el menor titubeo sintáctico o semántico o la más mínima alteración fonética die-ran al traste con el mensaje, la comunicación lingüística sería imposible. Por ello, hay que dejar un gran espacio para la variación, de modo que las unidades lingüís-ticas puedan reconocerse aunque no se realicen de una manera invariable. = Esta variación necesaria para que la lengua sea un instrumento utilizable hace que las leyes fónicas y gramaticales nunca puedan llevarse hasta sus últimas consecuencias, de modo que las lenguas presenten una regularidad completa que uniformice y sis-tematice hasta el más mínimo recoveco del idioma. [Moreno Cabrera, 2000: 142.]

Dada la función adaptativa de las lenguas humanas como formas de organización social y de expresión cultural, el contacto entre grupos de hablantes de distintas variantes/lenguas no es obstáculo para la in-tercomunicación. A lo largo de su historia, ante situaciones de inte-racción prolongada entre grupos lingüísticos y culturales distintos, el ser humano —cuya capacidad innata para la adquisición de lenguas, especialmente plástica y porosa en la infancia, suele despreciarse— ha desarrollado dos estrategias espontáneas de adaptación para la in-tercomunicación que le han permitido entenderse con los otros (evi-dentemente, no de forma instantánea):

1) Plurilingüismo, o adquisición y empleo de más de una lengua, y plurilectalismo, o adquisición y uso de más de una variante lingüís-tica (geográfica o social) de lo que se considera una misma lengua.

En situaciones de plurilingüismo/plurilectalismo, cabe decirlo, se establece una jerarquía (Junyent, 1998: 77) en el conocimiento y el uso de las diversas lenguas/variantes que un mismo hablante llega a adquirir, en función de:a) El orden cronológico de aprendizaje de cada lengua/variante.b) La identificación con una lengua/variante, que puede ser de dos

órdenes:– interno: la lengua-cultura con la que el hablante se siente

identificado o en la que se reconoce preferentemente, y que puede no ser su lengua/variante nativa o primera;

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– externo: la lengua/variante nativa (la del territorio o grupo de origen);

c) El grado de competencia, o conocimiento y destreza en el uso de cada lengua/variante, que puede ser más o menos completa. Según esta, puede hablarse de:– sesquilingüismo (bi o plurilingüismo/plurilectalismo

pasivos), que permite comprender una o más lenguas/varian-tes distintas de la propia, sin hablarlas;

– bilingüismo/bilectalismo activos, que supone un conoci-miento, dominio y uso efectivo de dos lenguas/variantes, in-distintamente, y

– poliglotismo/polilectalismo, un grado de capacitación que permite hablar y comprender más de una lengua/variante con un nivel nativo o avanzado.

d) Las funciones para las que se usa cada una de las lenguas/variantes adquiridas.

El plurilingüismo es la situación más general entre las comunida-des humanas, donde la cultura occidental, de matriz europea, con una antigua tradición de fomento de lenguas únicas expansivas,111 es la excepción. Como ejemplo de plurilingüismo, Moreno Cabrera (2000: 74-75) refiere el de los buangos, comunidad lingüística indí-gena que vive en siete poblados en el distrito Morobe de Nueva Gui-nea, y en la que, por razones históricas, sociales y políticas, se em-plean tres lenguas diferentes —dos de ellas emparentadas, variantes de la lengua papú— en una convivencia más o menos equilibrada:

[...] la suya propia, el buango (lengua papú), el yabén (lengua papú), [...] utilizada para la evangelización luterana, y la lengua criolla de base inglesa neomelanesio, idioma común de Nueva Guinea Papúa. El buango se utiliza en todas las situaciones formales en las que se dirige la palabra a un buango. En ellas, para los temas reli-giosos se puede utilizar también el neomelanesio y el yabén; para los temas políticos y organizativos, el buango comparte con el neomelanesio el protagonismo; para los temas tradicionales, el buango es la lengua que se utiliza exclusivamente. = En situa-ciones informales se usa el yabén y el neomelanesio cuando el medio es el escrito y, en el medio oral, se utiliza normalmente el buango; el yabén y el neomelanesio pueden usarse en circunstancias especiales, como, por ejemplo, a la hora de contar chistes.

2) La acomodación mutua entre distintas comunidades de habla, de la que resultan dos formas de convergencia lingüística:a) entre lenguas tipológicamente distintas (criollización: v. pp.

459-460);

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b) entre variedades lingüísticas distintas de una misma lengua o en-tre lenguas genéticamente muy próximas (koineización; v. pp. 460-462).

Así pues, no es precisa la implantación de una lengua nacional estanda-rizada para garantizar la intercomunicación entre grupos de hablantes heterogéneos. En contextos territoriales multilingües —como los de la propia España y buena parte de América Latina—, el fomento de ha-bilidades plurilingües en la población (v. § 4.3) supone una forma de planificación en condiciones de mayor equidad, que permite igualmen-te la movilidad intra e internacional, fomenta la armonía intercultural, enriquece las identidades y reduce las actitudes de subordinación entre hablantes de distintas lenguas; además, su coste no es, ni mucho menos, tan elevado como a menudo se pretende.112

Un estándar lingüístico —y no necesariamente un único es-tándar— sólo se requiere para facilitar la intercomprensión en situaciones de comunicación diferida, técnica y de gran alcance (medios escritos o de comunicación masivos, comunicación especializa-da y comunicación internacional), y sólo la necesidad de desarrollar un sistema de escritura y promover la alfabetización exige la ela-boración de un estándar escrito.

4. Objetivos habituales de la planificación lingüística

Tomando como base los establecidos por Kaplan y Baldauf (1997: 59-83), en esta sección describiremos las metas que más comúnmente guían un plan de acción sobre el lenguaje —ya enumeradas en el § 3.2—, ponien-do un muy especial énfasis en aquellas en las que han participado o par-ticipan la Real Academia Española (rae) y la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale). Dado que están ampliamente tratados en dos de las contribuciones de esta obra,113 en nuestra enumeración obviaremos los fines que han constituido, desde sus inicios, los principa-les y más conocidos objetivos de estas instituciones: el uniformismo, el expansionismo y el asimilacionismo lingüísticos y la competencia inter-lingüe; esto es, la conformación y expansión de una lengua (e identidad) común a los diversos pueblos que aún integran España y también a los que constituyeron el antiguo imperio español, puesta al servicio de la construcción del Estado nación español y del bloque geopolítico trans-nacional llamado Hispanofonía (J. del Valle, 2007: 37-41).

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4.1. Reformismo lingüístico

El reformismo lingüístico responde a un proyecto de ampliación de la funcionalidad de la lengua, o de transformación de su contexto social a través de ella, para cuya consecución se realizan modificaciones en su código estandarizado (repertorio léxico, gramática u ortografía).

Un ejemplo de lo primero es el desarrollo planificado de repertorios de léxico especializado para una lengua, con el fin de habilitarla para su uso en cualquier campo de la ciencia, la industria, el arte o la técnica.

Como ejemplo de lo segundo tomaremos el citado por Kaplan y Bal-dauf para ilustrar el reformismo lingüístico (1997: 64-65): la reforma que tuvo lugar en Turquía en 1928, en un periodo de reconstrucción na-cional tras la constitución de la moderna República de Turquía (1923), según un ideario de homogeneización cultural y occidentalización basa-do en el nacionalismo identitario, el europeísmo y el laicismo. En este marco, el Gobierno presidido por Mustafa Kemal Atatürk decretó el reemplazo de la grafía árabe por un alfabeto especialmente ideado para la lengua turca por la Dil Encümeni (Comisión del Idioma), basado en el alfabeto latino, al que se agregaron o del que se eliminaron signos diacríticos hasta obtener un alfabeto de 29 letras, en el que cada signo representa un solo fonema. Todos los turcos entre seis y cuarenta años fueron obligados a regresar a la escuela para aprender el nuevo alfabe-to. Esta política de alfabetización y la propia consistencia del alfabeto turco romanizado (de fácil adquisición) catapultó los niveles de alfabe-tización de la población y contribuyó a la modernización del país. El idioma turco fue también depurado mediante la remoción de muchos términos árabes y persas, reemplazados por palabras turcas o préstamos de lenguas europeas. Los proyectos ortográficos reformistas de Bello y Sarmiento114 llevados a cabo en las nuevas repúblicas americanas, tras la emancipación colonial, tuvieron, de hecho, objetivos sociales de pareci-do signo modernizador.

Paralelamente, y en contrapartida, se inició un proceso de asimila-ción de la población kurda del Kurdistán turco, a la que no se reconoció su peculiaridad étnica y cuyas lengua y cultura fueron perseguidas. El caso turco revela que las reformas operadas en el código de una lengua, si bien pueden estar al servicio de fines encomiables, como la extensión de la alfabetización, no siempre conllevan una ventaja o una mejora para toda la población entre la que se aplican. La implementación escolar del trabajo llevado cabo por la Real Academia Española115 respondió también a este patrón.

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4.2. Purificación de la lengua

Se lleva a cabo mediante la elaboración y fijación de modelos cultivados de lengua y la elaboración de estándares de referencia en los que se de-sarrolla una labor de depuración o purificación idiomática, que se puede entender en dos sentidos:

1. Purificación externa, casticismo o defensa idiomática.2. Purificación interna, o purismo.

4.2.1. Purificación externa (o defensa idiomática) y academias de la lengua española

En este caso, el objetivo es proteger la lengua de influencias extranjeras indeseadas, eliminándolas o estableciendo cauces de asimilación. El pro-ceso a menudo se centra en el desarrollo de gramáticas prescriptivas y diccionarios que aspiran a reducir la entrada de extranjerismos mediante la promulgación de normas que pueden:

– proscribir ciertos usos extranjeros; – establecer mecanismos de adaptación ortográfica y ortológica que

ajusten los extranjerismos a las formas (gráficas, fonológicas y mor-fosintácticas) propias de la lengua que los adopta;

– u ofrecer alternativas genuinas mediante la creación de formas neo-lógicas con idéntico sentido al del término o locución extranjeros (calcos) o mediante la revitalización de formas propias, por completo o en buena medida equivalentes al extranjerismo, que han sido des-plazadas en el uso por este.

Los flujos e intercambios de palabras, locuciones y formas morfosin-tácticas entre lenguas (y entre variantes de una misma lengua) son un hecho constante e inevitable, fruto del contacto lingüístico entre grupos humanos. El problema se da cuando las condiciones de flujo no son equivalentes y cuando una lengua recibe de otra u otras un caudal de extranjerismos verdaderamente arrollador. La purificación externa está basada en el temor a que una avalancha de préstamos pueda trastocar los rasgos de la lengua que se consideran genuinos y que se han asociado a una determinada identidad cultural o a que directamente este alud alie-nígena desemboque en un proceso de sustitución lingüística.

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A este respecto, Moreno Cabrera (2002: 191-192) señala, por una par-te, el carácter enriquecedor de los préstamos en cualquier lengua, como mecanismos de creación léxica que permiten expresar nuevos conceptos:

A veces se dice que tal lengua de esa o aquella tribu es inútil para la ciencia ya que no existe en ella palabras como átomo o galaxia. Eso lo podemos hacer desde el español o el inglés. Ahora bien, no reparamos en que la palabra átomo no es espa-ñola ni inglesa, sino griega. Como ni el español ni el inglés disponían de palabras para denotar los átomos, hemos tenido que recurrir a otra lengua, el griego, para nombrar ese objeto. [...] Si observamos el léxico del español veremos que está lleno de palabras tomadas de otras lenguas: germanismos, arabismos, cultismos griegos, cultismos latinos, galicismos, italianismos, anglicismos [...].[116] = ¿Qué ocurri-ría si despojáramos a nuestra lengua de todos estos elementos léxicos tomados de otras para hacerla más pura y genuina y nos quedáramos solamente con las voces patrimoniales que hemos heredado de nuestra lengua madre, el latín vulgar? Que el español se vería reducido a un castellano con un léxico rural y que podríamos juzgar no apto para expresar la cultura urbana actual.

Pero advierte también del peligro de una entrada masiva y desbocada de préstamos de otra lengua:

Con todo, no siempre la existencia de préstamos es signo de buena salud de una lengua. A veces, la muerte de una lengua se ve preludiada por una corriente incon-trolable de préstamos léxicos de una lengua dominante. Cuando esta situación es sentida por los hablantes, se puede producir una actitud de desánimo y desvalora-ción de la propia lengua frente al idioma dominante.

En efecto, la sensación que tienen los hablantes de la lengua «invadi-da» de pérdida abrupta de su identidad (genuinidad) y legado (tradi-ción) lingüísticos, junto con la estigmatización de las hablas de mixtión —habitual en toda sociedad donde el lenguaje verbal revista un fuerte carácter identificador— pueden conducir a la comunidad de hablantes afectada a abandonar una lengua en la que ya no se reconocen, que ya no los distingue o que socialmente los penaliza. Estos casos se dan siempre en situaciones diglósicas conflictivas entre dos lenguas en convivencia, es decir, cuando una de las dos lenguas se halla subordinada a la otra en el marco político y social de interacción y cuando la lengua con mayor poder (demográfico, político, social, productivo y económico) desplaza a la otra de la mayoría de las funciones sociales, de tal modo que la espera-ble mutua interferencia se da de forma muy desproporcionada, mayori-tariamente en un solo sentido (de la lengua hegemónica a la subordina-da) y en todos los planos del lenguaje y de las funciones comunicativas. Este es el caso del español con respecto al inglés, siendo un ejemplo de

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sustitución el que se da con la pérdida de la transmisión intergeneracio-nal del español entre hispanohablantes emigrados a Estados Unidos117 —es decir, entre quienes hablan español como primera lengua, caso del que se excluye a quienes tienen lenguas maternas amerindias, por ejem-plo—. Pero también es el caso del gallego, el asturleonés, el quechua, el catalán-valenciano, el aymara, el portuñol, el vasco (etc.) con respecto al castellano.118

Para contrarrestar lo que muchas sociedades perciben como una inva-sión cultural intolerable o como una amenaza evidente a la supervivencia de su lengua o variante —y, con ello, a su identidad cultural—, son ne-cesarias regulaciones constantes y ágiles de la entrada de extranjerismos, que —hay que señalarlo— por sí mismas no bastan para frenarlos o encauzarlos si no cuentan con la necesaria complicidad de los hablantes de la lengua «invadida» y si, para ello, no se estimula entre la población una actitud de lealtad lingüística ya no sólo hacia su propia lengua sino también hacia los agentes de planificación que intentan regular y refre-nar el caudal de entrada de extranjerismos. Hay que tener en cuenta, eso sí, que por mucho que se promueva una actitud proteccionista entre los hablantes, no se obtendrá de ellos la necesaria colaboración si estos perciben que no están capacitados para defender su lengua —es decir, si no saben cómo o si se les suele afear su forma de expresión— y no se les facilitan los medios, el aliento y el apoyo necesario, o si creen que las alarmas que hacen sonar los garantes institucionalizados de la pureza del idioma son desproporcionadas o rayan en la paranoia.

El terreno de la defensa idiomática es uno de los ejemplos más palma-rios de que la planificación lingüística, para alcanzar el objetivo propuesto (la purificación, en este caso) ha de incidir en muchos niveles: el de la propia regulación de la lengua, el de los juicios y valores de los hablantes, el de sus actitudes y el de las medidas (legales, educativas...) de implanta-ción de las regulaciones lingüísticas. Pese a que muchos albergan la idea de que la Real Academia Española es una institución filológica, lo cierto es que su actividad histórica se ha centrado en la defensa del idioma —y en su estandarización— y que, en este sentido, ha actuado siempre en estos tres planos, gracias a un constante apoyo gubernamental (concre-tado en leyes que oficializaban la institución y la enseñanza escolar de su trabajo normativo,119 garantizando así su implantación) y a su presencia en órganos de difusión y de persuasión (es decir, de divulgación ideológica y creación de opinión) como la escuela y los medios de comunicación;120 y en la medida de sus posibilidades (dado su desigual peso político y social) también lo han hecho las academias hispanoamericanas asociadas.121

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En una América que, tras las emancipaciones, vivió bajo la influencia (y la amenaza) de la potencia norteamericana y fue tierra de llegada de masivos flujos de población europea, el temor al peligro de «contamina-ción» que suponían las lenguas exteriores desencadenó, desde las prime-ras décadas del siglo xx, diversas y sucesivas campañas de purificación externa122 que continúan en el presente siglo y que han tenido un débil correlato en España, donde la defensa del idioma se ha concentrado fun-damentalmente en poner coto a la amenaza interior al orden lingüístico establecido, es decir, en combatir —incluso de forma cruenta— las re-clamaciones de reconocimiento lingüístico de los nacionalismos perifé-ricos, que podían suponer una merma de la hegemonía castellana y, con ello, del ascendiente de España sobre las comunidades hispanoameri-canas.123 Con todo, tanto en la lucha contra el enemigo exterior como contra el interior, las academias de la lengua española han desempeñado un papel activo en ambos lados del océano.

4.2.2. Purificación interna y purismo académico

La purificación interna de una lengua responde al temor a ciertas consecuen-cias del cambio lingüístico, entendido este como corrupción o decadencia, y se materializa en un proceso de depuración estilística y fijación de reglas gramaticales y de uso léxico, consideradas modelo ejemplar de lengua.

Esta concepción del cambio como degeneración marcó el ideario aca-démico desde su misma cuna. Partiendo de la idea de la corruptio lin-guae124 y en el convencimiento de que era posible evitar la decadencia de un idioma fijándolo en su momento de máxima perfección, la academia se propuso en sus primeros Estatutos (1715) emprender una labor de canonización del modelo de lengua castellana que consideraba perfecto y digno de estabilización:

Siendo el fin principál de la fundación de esta Académia cultivar y fijar la puréza y elegáncia de la léngua Castellana, desterrando todos los errores que en sus voca-blos, en sus modos de hablar, ò en su construcción ha introducido la ignoráncia, la vana afectación, el descuido, y la demasiada libertad de innovar; será su empléo distinguir los vocablos, phrases, ò construcciones extrangéras de las pró-prias, las antiquadas de las usadas, las baxas y rústicas de las Cortesanas y levantadas, las burlescas de las sérias, y finalmente las próprias de las figu-radas. En cuya conseqüéncia tiene por conveniente dár principio desde luego por la formación de un Diccionario de la Léngua, el mas copioso que pudiere hacerse [...]. [rae, Diccionario de la lengua castellana [Autoridades], i, 1726, «Historia de la Real Academia Española»: xxiii; la negrita es nuestra.]

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El ideal de lengua pura o perfecta que inspiraba a la Academia Española era el castellano literario del Siglo de Oro125 y el viejo modelo social de los usos cortesanos, dos criterios de selección —de hecho tres: diastrá-tico, diafásico y diatópico— que triunfaron plenamente por el impulso recibido «del aristotelismo estético, con su tajante división entre lengua vulgar y lengua artística» (Lázaro Carreter, 1985 [1949]: 221).

Una vez hubo alcanzado su propósito inicial —recuperar y fijar el momento de mayor gloria nacional del castellano— y ya establecido en el Diccionario el canon del español en su forma más esplendorosa, todo lo que supusiera un distanciamiento de él se interpretaba «forzosa-mente como una corrupción» (Lázaro Carreter, 1985 [1949]: 235). Para evitarla, se hacía indispensable una constante labor de expurgación de todos los elementos (ajenos, como ya se ha visto, pero también propios) que pudieran desvirtuarlo, aun cuando tal proceso restringiera enorme-mente la variedad expresiva bendecida por la corporación, paralizara la forma modélica del castellano y la distanciara de la lengua viva e incluso de la literaria; una distancia aún más visible del otro lado del Atlántico.

Con el tiempo, la evidencia de la parálisis normativa que suponía esta actitud purista, unida al conocimiento sobre la naturaleza, factores y mecanismos del cambio lingüístico proporcionado por la lingüística histórica, y a la toma de conciencia de la amenaza que la diversificación suponía para la unidad identitaria, muy evidente tras las emancipacio-nes de las colonias, fueron rebajando la altura del muro protector aca-démico y derivando hacia una reformulación del ideal de pureza, que si bien fue haciendo concesiones a los usos criollos a condición de ser propios de las clases cultivadas, no ha llegado a modificar su actitud respecto al lenguaje popular.

En efecto, la noción castellanocéntrica de pureza idiomática fue ob-jeto de uno de los principales debates en torno a la naturaleza y pro-piedad del castellano que mantuvieron la intelectualidad española y la americana desde la segunda mitad del siglo xix.126 Su reformulación para admitir en el modelo académico de lengua las formas mestizas americanas —en principio, a condición de ser comunes entre las clases instruidas y de no deberse a la interferencia del inglés— ha servido, de hecho, al nuevo panhispanismo para desplazar el componente racial de la vieja retórica panhispanista y sustituirlo por el valor del mestizaje (cf. Elvira Narvaja de Arnoux, 2008; Mauro Fernández, 2007). Pero si bien la idea académica de pureza y la aplicación que ha hecho a su labor de «jardinería» idiomática han evolucionado en uno de sus pilares (el modelo territorial), han mantenido, en cambio, firme su anclaje en la

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dicotomía lengua elevada/lengua baja. Una actitud que, por cierto, la ha conducido —y no sólo a ella (Moreno Cabrera, 2009)—,127 a «de-sestimar y desconocer el [lenguaje] hablado, que, por antonomasia, es el verdadero lenguaje» (Lázaro Carreter, 1985 [1949]: 221). En este aspecto, el único cambio de parecer perceptible ha sido el tipo de pecado atribuido a la lengua popular: si en los inicios de la institución española el lenguaje plebeyo era uno de los causantes —junto a los desmanes del barroco— de la decadencia del ideal estético de lengua nacional que la academia se proponía definir y fijar, más adelante, y aún hoy, lo es de la corrupción del ideal de lengua común multinacional que la rae y la Asale se proponen preservar.128 A tal punto que la batalla contra la disgregación idiomática visible en la lengua coloquial llevó a suscitar una subdivisión de esta en dos niveles: uno aceptable en tanto quedara integrado por la lengua de los cultos, y otro execrable en tanto siguiera su propio camino. Y a tal punto que, en las políticas latinoamericanas de defensa idiomática, el lenguaje vulgar llegó a convertirse, junto a los anglicismos, en objetivo principal. Silke Jansen (2008: 264), citando a Luis Fernando Lara (1987), nos recuerda la campaña publicitaria que la subcomisión de radiodifusión-televisión mexicana realizó en 1982 con-tra los anglicismos, las contravenciones a la norma académica y ciertas particularidades del lenguaje popular del México, tildado despectiva-mente de «cantinflesco». Como nos refiere Jansen:

Según Lara, el rechazo de los usos populares por la Comisión, que más tarde habría de contribuir a su fracaso [...], revela el trasfondo ideológico de la política lingüís-tica mexicana de aquella época, ya que se inscribe en una línea de ideología purista, heredada de España, que nada tiene que ver con la voluntad de defender valores culturales nacionales.

4.3. Comunicación inter e intralingüe

La comunicación interlingüe tiene como meta facilitar la intercomu-nicación entre miembros de comunidades de habla distintas promovien-do el uso de una lengua artificial (o auxiliar), como el esperanto, o de una lengua franca de comunicación a partir de la estandarización de una lengua real, difundida entre poblaciones lingüísticamente heterogéneas.

La comunicación intralingüe tiene por objeto desarrollar formas estandarizadas que puedan servir de lengua de intercambio, en ciertos usos, para una misma comunidad de hablantes muy diversificada en cuanto a su variedad sociolectal y geolectal.

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Disponer de una lengua auxiliar como medio de comunicación en-tre comunidades lingüísticas distintas sería, sin duda, la mejor opción si su promoción contara con el apoyo de todas las naciones. Siendo la lengua franca una lengua «neutral», no identificable con ningún grupo y fácilmente planificable por su propia artificialidad, daría las mismas oportunidades a todos los hablantes que la emplearan en sus ámbitos de uso y evitaría la situación que se da hoy con la que se ha erigido como única lengua franca de facto en todo el mundo, el inglés: que todos sus hablantes nativos cuentan con una clara ventaja sobre el resto de comu-nidades en la comunicación internacional de organismos mundiales, de la ciencia y la tecnología, y del mundo empresarial, lo que los coloca en una situación de privilegio y predominio y los acomoda en un empobre-cedor monolingüismo.

La situación del inglés como única lengua franca internacional es, sin duda, fruto del poder económico y político adquirido por el mundo anglosajón (particularmente por los Estados Unidos de América), un estatus que, siguiendo la estela de la vieja competencia interlingüe europea,129 está siendo combatido por algunos de los principales blo-ques lingüísticos mundiales (particularmente por la Francofonía)130 surgidos de periodos de expansionismo imperial y colonial, que no se resignan a ver limitado su poderío mundial y a ceder el mando al mundo anglosajón, y que reclaman para sí el respeto, la visibilidad y el espacio que cínicamente niegan, en sus países, a las comunidades lingüísticas que se hallan supeditadas a su propio dominio.

Desde una renovada perspectiva de planificación lingüística, cier-tos proyectos de comunicación interlingüe, poniendo el acento en la capacidad innata de los seres humanos para el aprendizaje simultáneo de lenguas, han desarrollado sistemas de educación pluri o sesqui-lingüe a partir del estudio de la relación y los elementos comunes entre una determinada familia lingüística. Es el caso del proyecto de in-tercomprensión románica EuroComRom (E. Clua, P. Estelrich, H. G. Klein y T. D. Stegmann, 2003). El método, basado en un enfoque comunicativo y en el autoaprendizaje, aprovecha las similitudes entre las lenguas de una misma familia lingüística —en este caso, la románica o neolatina— poniendo ejemplos de una serie de correspondencias que se producen de manera regular entre las diversas lenguas con un origen común. Propone siete niveles (llamados tamices) de comparación, cuyo objetivo es que el estudiante relacione las formas de su lengua con las de las otras lenguas de la misma familia, aplicando unas leyes que permiten deducir el significado de los textos en las demás lenguas.

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Los siete tamices o niveles de correspondencia son:

1. El léxico internacional, propio del ámbito científico, del deporte, de la política internacional y de las nuevas tecnologías. Una gran parte de este léxico proviene de las lenguas románicas, cosa que supone una ventaja para sus hablantes.

2. El léxico panrománico, constituido por unas 500 palabras que per-tenecen al léxico básico y más frecuente de las lenguas románicas. De ellas, 147 son utilizadas en nueve lenguas románicas; otras 260 forman parte del léxico de entre cinco y ocho lenguas románicas, y otras 93 palabras son préstamos del latín culto o bien del germánico.

3. Correspondencias fónicas: este tamiz ofrece los medios para lograr la comprensión de las palabras que, en relación con su lengua origina-ria, han sufrido una evolución en el sonido que afecta también a la grafía.

4. Grafías y pronunciaciones: la mayoría de las grafías corresponden a los mismos sonidos en las diferentes lenguas románicas, pero hay algunos casos divergentes. En este tamiz se describen aisladamente los sonidos de cada lengua y su representación gráfica.

5. Estructuras sintácticas panrománicas: no hay prácticamente diferen-cias que dificulten la comprensión en la construcción de las oraciones gramaticales de las diferentes lenguas románicas.

6. Correspondencias morfosintácticas: se estudian la comparación del adjetivo, el artículo, el plural en la flexión nominal, la contracción de preposición y artículo, las marcas de genitivo, dativo y acusativo, y las flexiones verbales (persona, tiempo y modo). La morfología verbal es la más compleja y la que presenta más diferencias en el conjunto de las lenguas.

El método EuroComRom forma parte del proyecto EuroCom,131 que aglutina métodos de intercomprensión en las tres grandes familias de lenguas europeas (románica, eslava y germánica), está en la línea de una serie de proyectos europeos de intercomprensión lingüística con una clara orientación intercultural, que rechaza la idea de la unificación lin-güística por imposición —legal o de mercado— de una lengua única entre los europeos. No obstante, este tipo de iniciativas no suelen contar con el apoyo de los países que mantienen un sistema educativo en el que la intercomprensión se logra por medio de una «lengua común», gene-ralmente la del grupo etnolingüístico históricamente en el poder, como es el caso del castellano en España.

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Algunos intentos de elaborar lenguas francas basadas en una lengua real, pero de ámbito más restringido, parten de las necesidades de ho-mogeneización de mercados que tienen los medios de comunicación de masas y las industrias culturales que operan en una región lingüística con varias lenguas o con una lengua muy diversificada, y de las necesidades de convergencia de los traductores de organismos internacionales con distintas variantes nacionales nativas de una misma lengua. Los diversos estándares neutros del español (v. § 3.5.5) son un claro ejemplo de este tipo de planificación para la comunicación regional inter e intralingüe.

La traducción y la interpretación son los medios más clásicos de comunicación interlingüe, tradicionalmente realizadas por agentes hu-manos, pero cada vez con mayor asistencia tecnológica. Desde la década de 1950, la investigación en tecnologías lingüísticas132 ha concentra-do especiales esfuerzos y, al mismo tiempo, ha espoleado el desarrollo de la ciencia lingüística y de la neurociencia; pero hasta el momento los avances tecnológicos no han sido capaces de ponerse al nivel de la com-petencia humana en este campo ni de superar el escollo de la intraduci-bilidad de los elementos lingüísticos y culturales de las lenguas, reflejo de su complejidad y enorme (e inevitable) diversificación.

4.4. Segregación lingüística

4.4.1. Definición y causas

La segregación lingüística es el proceso de planificación lingüística por el que, en una lengua que ha desarrollado ya un estándar, los hablantes de una de sus variedades o de un subgrupo de ellas deciden elaborar un nuevo estándar que amplíe las distancias con respecto al están-dar previo, movidos por alguna(s) de las muy diversas razones que ya hemos enumerado en el párrafo 3.5.7, entre las cuales nos interesa desta-car el deseo de dignificar una variedad marcada con la carga despectiva y clasista que arrastra el término dialecto en la cultura europea.

El matiz excluyente y despectivo del término dialecto es reflejo de una concepción piramidal de las lenguas por completo ajena a la lin-güística, que sólo puede comprenderse como efecto del desarrollo de una determinada visión del lenguaje, anclada en el genealogismo y el chovinismo, y de una determinada forma de ordenamiento político y so-cial de las lenguas: la uniformación lingüística propia de la construcción de los Estados nación.133

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En la Antigüedad clásica, la palabra dialecto no tenía el menor matiz despreciativo:

En el período clásico, los dialectos griegos se repartían las funciones estéticas. El jónico se utilizaba en la historiografía, el dórico para la lírica coral y el ático para la tragedia. En la época posclásica, los dialectos desaparecieron para dar origen a una koiné basada en el habla de Atenas, de la que desciende el griego actual, aunque no el tsakoniano. [Zabaltza, 2006: 47.]

Pero cuando este vocablo se reintroduce, como cultismo, en las lenguas modernas, el concepto deja de ser funcional para marcar la diferencia de clase e incorpora un sentido claramente peyorativo.

El camino hacia esta categorización jerárquica de las lenguas (y de sus variantes) arranca ya en el siglo xiii. Por entonces, diversas cancille-rías reales europeas (en el territorio de lo que siglos después sería España, la castellana y la catalanoaragonesa) elaboraron estándares escritos aptos para la transmisión del saber y la redacción de documentos legales y administrativos. Con el progresivo establecimiento de las monarquías absolutistas europeas y la conformación de los modernos Estados centra-lizados, a partir del siglo xvi el dialecto cortesano (codificado y cultiva-do) se asentó entre las élites como modelo recto, de «buen hablar». Las modernas cortes monárquicas se distinguían de las medievales por su carácter sedentario, por constituirse como uno de los más importantes centros económicos del reino, por concentrar en el centro y dependien-do del monarca los instrumentos de gobierno de todo el reino y, como medio de propaganda y exaltación del poder absoluto del soberano, por someter a la nobleza, que se vio atraída desde la periferia a la corte cen-tral y asimilada a sus modos, también lingüísticos.

Desde el siglo xviii, la conveniencia de una clase social emergente, la burguesía, de conformar un Estado unificado, vertebrado y cohesio-nado, con un sólido mercado interior, impulsó un sistema político e ideológico donde la idea de la nación única favorecería sus objetivos. El Estado nación se configuró como un sistema de regulación que dis-ponía aquellos medios de homogeneización de la población que creía necesarios para procurarse recursos humanos móviles e intercambiables, y que utilizaba la maquinaria burocrática y los avances de la ciencia y la tecnología en aras de la eficiencia y la rentabilidad. Siendo la lengua y la cultura los más potentes identificadores sociales y, con ello, generadores de diferencia, y suponiendo además una traba para la optimización de la eficiencia en la gestión de los recursos del Estado, a la hora de acomodar la diversidad a las nuevas necesidades cohesivas del Estado moderno se

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optó mayoritariamente por la asimilación de la divergencia a las pau-tas fijadas por el grupo nacional dominante. Así, considerando que un medio común de intercambio lingüístico facilitaba la cohesión social, la movilidad de las fuerzas de trabajo y la estandarización de las relaciones con el Gobierno, se impulsó la generalización de una lengua nacional común, estandarizada (codificada y desarrollada para los usos requeri-dos), que permitiera la administración y el control de los recursos de la periferia desde un solo centro de poder político, económico y militar, y que incrementara el peso del Estado tanto hacia el interior como hacia el exterior. De este modo, la lengua central y con mayúsculas, la de la corte, en algunos Estados depurada y fijada por academias como la Española, adquiriría el rango de lengua nacional, se asociaría a los con-ceptos de modernidad y progreso, se impondría legalmente a todos los ciudadanos y se expandiría —a diferentes ritmos y con mayor o menor eficacia en cada país— por medio de mecanismos difusores y de presión social como la escuela, la milicia obligatoria, los libros, la prensa y las migraciones (y modernamente, también por medio de la cultura de ma-sas). El resto de lenguas y variantes —tuvieran o no tradición de cultivo escrito— quedarían relegadas al uso privado —incluso doméstico— y socialmente rebajadas a la categoría de lenguas bajas y superfluas; en una palabra: a «dialectos».

En Francia, paradigma del clasismo lingüístico y modelo de Esta-do nación glotofágico, cuando se erigió la norma literaria en torno al habla de París, el resto de variedades y lenguas se convirtieron ya no en dialectos, sino en patois, palabra cuyo origen y evolución detalla el Trésor de la Langue Française:134 procedente del francés antiguo patoier ‘agitar las manos, gesticular (para hacerse entender, como los sordo-mudos)’, su sentido derivó en ‘comportamiento grosero’ y luego en ‘jerga o lengua peculiar (como el balbuceo de los bebés, el chapurreo de los pájaros, un lenguaje rústico y grosero)’. La Encyclopédie (1778) lo define como «lenguaje corrompido como el que se habla en todas las provincias. [...]. No se habla la lengua más que en la capital» (cit. en Zabaltza, 2006: 47).

En una España que no iniciaría el camino hacia la centralización y la unificación hasta la llegada de los borbones, y que iría construyendo más lentamente su perfil uninacional sobre la lengua del poder central, idéntico sentido de degeneración y bajeza adquiriría el término dialecto, aplicado a las hablas no cultivadas por escrito ya en época de los aus-trias y, con la nueva dinastía, a toda lengua o variedad distinta de la del centro cortesano: el castellano. Así se refleja ya en la edición de 1884

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(en plena efervescencia del proceso nacionalizador) del Diccionario de la lengua española de la Real Academia Española, y así se mantiene en la acepción tercera de dialecto de su edición vigente (2001):

dialecto. (Del lat. dialectus, y este del gr. διάλεκτος). [...]3. m. Ling. Estructura lingüística, simultánea a otra, que no alcanza la categoría social de lengua.

La segregación lingüística corresponde en numerosas ocasiones a la vo-luntad de contrarrestar la estigmatización que una comunidad sufre cuando su variedad geográfica ha sido históricamente denostada y des-pectivamente calificada como dialecto según esta comprensión sociopolí-tica del término. De este modo, la segregación lingüística se ha acabado constituyendo, en muchos casos, en un proceso de glotogénesis por el cual, en Europa, encontramos dialectos (en el sentido de geolectos) que son considerados por sus hablantes como lenguas, mientras se da la pa-radoja de que hay lenguas a las que se considera dialectos por el simple hecho de no contar con una forma estandarizada.

En relación con los procesos de segregación lingüística debidos no tanto a un deseo de dignificación de una variante o subgrupo de va-riantes, como a razones histórico-políticas, en Europa tenemos diversos ejemplos, algunos muy cercanos.

Entre el grupo románico, la lengua histórica135 gallego-portuguesa, con una comunidad de hablantes que se distribuye, en la península ibé-rica, entre Portugal, Galicia y algunas zonas de Asturias, Extremadura y Castilla (España), y en África, Asia y América —por razones de expan-sión imperial y colonial de Portugal—, entre Madeira, Angola, Brasil, Cabo Verde, Guinea Bissau, Mozambique, Macao y Santo Tomé y Prín-cipe, ha visto incrementada la distancia entre algunas de sus variedades por causas diversas: en la península, por motivos históricos de conflicto territorial entre Portugal y la Corona de Castilla y por la segregación política y el progresivo deterioro del tejido social y cultural que unía a la población de habla galaicoportuguesa —con una tradición compartida de cultivo literario altomedieval—; en las zonas colonizadas, fundamen-talmente por la acción del contacto con las lenguas autóctonas y por la emancipación política. Este distanciamiento, además, se ha consagrado mediante procesos divergentes de gramatización y codificación de las variedades de Portugal, Brasil y Galicia, y la creación de tres estándares distintos: el portugués europeo (que afecta a Portugal y a las colonias no americanas), el portugués brasileño (que afecta a Brasil) y el gallego (que afecta a Galicia), el último de los cuales ha aumentando artificialmente

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aún más las distancias interlectales, aproximando el estándar oficial del gallego al castellano. En Galicia, la corriente reintegracionista, minori-taria, entiende que la normativa oficial vigente en Galicia, las Nomiga (Normas Ortográficas e Morfolóxicas do Idioma Galego), elaboradas por la Real Academia Galega (rag) y por el Instituto da Lingua Galega (iLg), es inapropiada, puesto que consagra la castellanización del gallego, y en su lugar propone una norma gráfica próxima a la portuguesa. En cuanto a los estándares portugués europeo y portugués brasileño, se hallan en la recta final de un largo proceso de reunificación ortográfica —no exento de disensión y dificultades—, con reseñables concesiones del estándar portugués al brasileño y motivado por las razones económicas y geoes-tratégicas que sustentan la competencia en los mercados lingüísticos internacionales:136

[...] la [nueva] estandarización del portugués incluye tres nuevas letras en el abece-dario (k, w, y), así como cambios ortográficos en cerca de 2.000 palabras y nuevas normas en el uso de guiones y acentos. = Curiosamente, el 75% de los cambios tan sólo tendrán que ser adoptados en Portugal. = [...]= A pesar de lo controvertido del asunto, ésta fue aprobada por diputados de todos los grupos políticos, aunque muchos abandonaron el plenario en medio de la votación. = Estos cambios se em-pezarán a reflejar en los libros de texto portugueses dentro de seis años, mientras que en Brasil se cambiarán ya en 2010. = [...] = Los que se mostraron a favor di-cen que el cambio facilitará las búsquedas en internet y dará lugar a un idioma más uniforme a la hora de realizar acuerdos comerciales. = Las autoridades portuguesas esperan que la medida también les ayude a convertir el portugués en una de las lenguas oficiales de Naciones Unidas. Actualmente hay seis: árabe, chino, inglés, francés, ruso y español. = [...] = Para el gobierno portugués, su aprobación es el primer paso a la existencia de una política internacional de la lengua portuguesa, que será anunciada cuando Portugal asuma la presidencia rotativa de la Comuni-dad de los Países de Habla Portuguesa (CpLp) en junio de este año. [BBC Mundo, 16/05/2008: en línea.]

Brasil se convirtió el 1º de enero en el primer país de lengua portuguesa en adop-tar las nuevas reglas ortográficas que estandarizan el idioma, acordadas polémica mediante. = Si bien las reformas fueron acordadas por todas las naciones de habla portuguesa, parece que por un buen tiempo la lengua se seguirá escribiendo de diferentes formas. = [...] = Portugal ya ratificó los cambios, pero no ha establecido una fecha para introducirlos. = Pero es allí donde más se siente la resistencia. = [...] = Miles de personas firmaron una solicitud contra las reformas, argumentando que implica adoptar modismos brasileños. = «Por supuesto que es una capitulación ante los intereses brasileños», dijo a la bbC Vasco Graça Moura, poeta portugués y uno de los principales detractores de la reforma. = «El día en que la ortografía brasileña pueda ser usada en todos lados donde se habla portugués será de gran beneficio para los intereses económicos de Brasil, especialmente los relacionados con la edición de libros de texto», agregó. [BBC Mundo, 02/01/2009: en línea.]

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Diversos casos de segregación, siempre por motivaciones extralingüís-ticas —es decir, por razones ajenas a la naturaleza más o menos diferen-ciada de las variantes que se segregan— los tenemos en otros grupos de lenguas europeas, como las eslavas, las escandinavas o las germánicas. Respecto a estas últimas, un proceso también frustrado de diferencia-ción por motivos político-iedológicos fue el intento de elevar las hablas germánicas de Suiza a idioma literario diferente del alemán:

Tras la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, los dialectos suizos fueron la garantía del federalismo y la democracia. Esta consideración alcanzó su punto culminante durante el nazismo. Eml Baer declaraba en 1936: «El alemánico [Ale-mannisch] es nuestra lengua, el alemán [Hochdeutsch] es la primera lengua extranje-ra». [Zabaltza, 2006: 58.]

En 1937, Baer fundó la sociedad Schwyzer Schproch Biwegig con la intención de difundir el «alemánico», al que, de haber prosperado el estándar composicional elaborado a partir de todos los dialectos alema-nes de Suiza en este periodo, los profanos en lingüística conocerían hoy seguramente como suizo y no relacionarían con el alemán. Hoy en día, aunque las hablas de Suiza son perfectamente vitales, la lengua escrita y administrativa en Suiza sigue siendo el Hochdeustch, o alto alemán.

4.4.2. Hitos del segregacionismo hispánico

El español, también una lengua histórica y diversificada en el tiempo y el espacio, ha vivido igualmente episodios de segregacionismo —siem-pre por motivos político-ideológicos— que no han llegado a fraguar, a menudo neutralizados por la fuerza del panhispanismo y el unitarismo. Tras las emancipaciones de las colonias americanas y filipina, el miedo a la fragmentación idiomática como realización simbólica de la pérdida del imperio trasatlántico situó la unidad de la lengua (o, mejor dicho, su uniformidad normativa) como objetivo prioritario de la labor acadé-mica, y el unitarismo panhispánico y la supeditación a la norma de la rae han sido la constante, hasta ahora, en las políticas lingüísticas del español de ambos lados del Atlántico.137 Pero el camino del español ha-bría sido muy diferente, en su formalización, de haber cuajado procesos segregacionistas como el de la reforma ortográfica chilena. En este caso, el liberalismo y los proyectos de modernización educativa de Bello y Sarmiento, al que este último sumaba un profundo deseo de afirma-ción nacional y de emancipación completa de la metrópoli por medio

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de la soberanía lingüística, fueron el germen de un largo camino de dis-gregación ortográfica138 que, al carecer de un apoyo institucional firme, acabó aboliéndose en favor de la norma académica unitaria.

El peronismo139 dio lugar a otro episodio menos conocido, que no llegó a materializarse, según nos narra Mara R. Glozman (2008: 5-8):

El discurso gubernamental peronista respecto de la lengua participa en todos sus aspectos del género político, no solamente por el marco institucional en el que se debate (el Congreso de la Nación) sino principalmente porque arrojó a la escena pública una proposición polémica respecto de la tradición político-lingüística legi-timada en y por el aparato estatal durante la primera mitad del siglo xx. El objetivo idiomático general para el segundo mandato presidencial de Perón consistía, como ya mencionamos, en la configuración nacional de la lengua. Los medios para realizarlo se explicitaban en el objetivo especial: la creación de la Academia Nacional de la Lengua, que debería preparar el Diccionario Nacional, incluyendo «las voces pe-culiares de nuestro país en sus diferentes regiones y las usadas corrientemente en Latinoamérica» (Segundo Plan Quinquenal 1953: 104). Los principales argumentos con los cuales el gobierno legitimó el nuevo objetivo respecto de la lengua se orien-taban a sostener la necesidad de producir instrumentos lingüísticos nacionales, que pudieran competir con el Diccionario de la Real Academia Española. El modo específico de razonamiento es aquel que caracteriza, en términos aristotélicos, el género deliberativo: la ejemplificación. Los ejemplos presentados resultan elocuen-tes: = «En el diccionario de la Real Academia Española se define la palabra pejerrey diciendo que es un pez que tiene siete centímetros de largo por dos de ancho, y los pejerreyes argentinos tienen más de cincuenta centímetros de largo.» (Segundo Plan Quinquenal 1953: 102.) = «La palabra Justicialismo, por ejemplo, definida y expuesta por primera vez por el general Perón el 1.º de mayo de 1947 en este mis-mo recinto, que importa toda una definición de una nueva cultura en el mundo, no ha sido todavía incorporada al diccionario de la Real Academia Española.» (Segundo Plan Quinquenal, 1953: 102.) = De esta manera, el discurso gubernamental no so-lamente aconseja respecto de las decisiones futuras sino también desaconseja e insta a rechazar toda una tradición discursiva que había sido predominante en el discurso oficial argentino durante las décadas precedentes. Para la posición gubernamental, los ejemplos presentados bastaban para legitimar su posición: con la inadecuación en sus definiciones y la ausencia en el Diccionario académico del concepto de Justi-cialismo —esto es, la doctrina propia del peronismo— los instrumentos producidos por la institución española devenían inapropiados para su uso por parte de los ciudadanos argentinos. Era necesario, por lo tanto, que el gobierno emprendiera la producción de nuevos instrumentos lingüísticos que reflejaran las condiciones polí-ticas, históricas y geográficas de la Argentina. De esta forma, la lengua era caracte-rizada como un elemento constitutivo de la unidad cultural e identitaria nacional; el propósito del Diccionario Nacional, instrumento que el gobierno se proponía confeccionar, era, pues, fijar los sentidos del vocabulario que tenían y tendrían en común los ciudadanos de la nación argentina. Con la inclusión de estos ejemplos se pone de manifiesto una concepción de los instrumentos lingüísticos que difería de aquella sostenida por las academias de la lengua. Esto implicaba también una

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concepción diferente de la norma lingüística, según la cual esta no debía sostenerse ni en la gramática ni en la tradición literaria. Por el contrario, la norma lingüística para la esfera del léxico debía ser aquella que está legitimada en la realidad nacional y en el habla del pueblo argentino. En este sentido, se plantea una revalorización de la lengua popular, tradicionalmente subordinada a la norma escrita y literaria. = De este modo, a lo largo del Capítulo V del Segundo Plan Quinquenal —destinado a las políticas culturales— y, en particular, en el objetivo lingüístico citado se puso de manifiesto el fin del idilio peronista con la Madre Patria; España, en efecto, era excluida de la unidad idiomática y cultural: que del Diccionario «oficial» se ocu-para la Real Academia Española; el Diccionario Nacional se abocaría a construir la unidad nacional y latinoamericana. Atrás quedaba el lugar privilegiado concedido a España en materia cultural durante los primeros años de gobierno de Juan D. Perón [...]. = [...] El Estado argentino devenía, así, un firme competidor de la corporación madrileña, extendiendo el principio de soberanía nacional —que el peronismo reivindicaba en los campos político, económico y cultural— también a las cuestiones idiomáticas.

4.5. Modernización lingüística

La modernización lingüística se da cuando una lengua se actualiza in-corporando a su corpus lingüístico los nuevos registros necesarios para su uso en todas las esferas del conocimiento y la actividad propias de la sociedad del momento. El proceso de equipamiento lingüístico suele exigir esfuerzos limitados y fácilmente controlables de planificación y tener especial incidencia en la normalización terminológica. Paradójica-mente, pese a ser una lengua multinacional, expansiva y con presencia en organismos internacionales, el español es claramente deficiente en este terreno, una situación que no se ve favorecida por la acción de la rae ni de la Asale.140

El caso más llamativo de modernización lingüística corresponde a la que muchos consideran una lengua muerta, el latín, pese a ser la lengua oficial del Estado del Vaticano y mantenerse viva en la curia romana, entre los latinistas, y, por supuesto, en la liturgia. La Fundación Latini-tas,141 un organismo dependiente del Vaticano, se ocupa de que todos estos usos estén a la orden del día. Entre otros cometidos tiene a su cargo la elaboración del Lexicon Recentis Latinitatis,142 un glosario de más de quince mil neologismos traducidos al latín, gracias al cual podemos referirnos a un tejano (bluyín) como un bracae línteae caerúleae, o poner en incómoda evidencia que a lo que se procede en un chek-up es a una totīus córporis inspéctio. Como señala Ricardo Bada (2008), su lectura es impagable y nos garantiza una buen rato de diversión.

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4.6. Armonización de estándares

La globalización de las comunicaciones y de la actividad económica que ha tenido lugar a lo largo de la última mitad del siglo xx ha puesto en evidencia la necesidad de armonizar los diversos estándares lingüísticos desarrollados en una misma área idiomática para hacer más eficientes los intercambios en ciertos entornos de comunicación y más rentables las producciones de las industrias de la lengua.

No mencionaremos aquí los esfuerzos realizados en la armonización de la terminología del español ni el papel que en esta tarea han desem-peñado y desempeñan las academias, puesto que ya son objeto de un extenso artículo en esta obra,143 pero sí creemos necesario señalar las acciones desplegadas en este mismo sentido a instancias de estas ins-tituciones que pretenden armonizar los modelos de lengua de los medios de comunicación con el estándar académico.

A finales de la década de 1970, en los medios de comunicación de masas españoles empezaron a proliferar libros de estilo que no siempre seguían las pautas académicas. En aquel momento, resultaba difícil ha-cerlo: la labor de la rae estaba (mucho más que hoy) francamente desfa-sada, presentaba clamorosos huecos y evidentes inconsistencias, estaba muy alejada de la conducta lingüística de una sociedad democratizada, y resultaba por todo ello inadecuada para muchos campos de expresión. Así lo reconocía el académico Fernando Lázaro Carreter en su discurso «Los medios de comunicación y la lengua española», pronunciado du-rante la Primera Reunión de Academias de la Lengua Española sobre el Lenguaje y los Medios de Comunicación (Madrid, 1985):

[...] nuestro Diccionario [...] tiene rasgos heredados de la tradición establecida por la Academia misma. [...] es selectivo por naturaleza [pero] tampoco realiza un deter-minado modelo de selección, sino que es confeccionado según criterios de consenso, el cual depende de la cambiante composición de las Academias, y de circunstancias aleatorias que conocemos bien. Reducimos el caudal léxico circulante a un promedio de aquel que los académicos nos formamos individualmente de nuestro particular ideal de lengua, aunque sea controlado por los datos objetivos que proporcionan nuestros insuficientes ficheros. El impulso casticista sigue moviéndose, cuando para otorgar plaza a una palabra nueva o a una nueva acepción, pedimos que sea acreditado su empleo por textos solventes, o aplazamos su introducción hasta que obtenga ese crédito. Por su parte, el purismo nos impide ceder ante vocablos extranjeros común-mente empleados e insustituibles —de hecho, insustituidos— porque su catadura gráfica o fónica proclama ostensiblemente su extranjería. Pero, a la vez, mantenemos centenares de vocablos no usados ni usables, arcaicos, sólo presentes en viejos textos a cuyo desentrañamiento, pensamos, debe contribuir el Diccionario; o conservamos dialectalismos o localismos causalmente allegados. No es firme [...] el criterio para

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inventariar términos técnicos y científicos, y definimos, por ejemplo, el ácido muriá-tico, pero no el lisérgico, de terrible presencia en las lenguas actuales. La fundamental aportación de voces americanas tampoco es fruto de una actividad sistemática. Por esta y otras razones, nuestro Diccionario representa una extraña idealización del léxi-co hispano, en el que conviven sincronía y diacronía, voces comunes y extravagantes, modalidades diastráticas y diatópicas que no se justifican más que otras ausentes; y en la que pueden producirse omisiones asombrosas, por el modo del trabajo lexicográ-fico, que no procede a revisiones y rastreos metódicos. El resultado es que la lengua reflejada en el Diccionario no se ha usado nunca, ni se usa, en parte alguna; y que la lengua que se usa sólo parcialmente está en él. [Asale, 1987: 30.]

Hasta hace poco, el Diccionario académico era testimonio de una cultura, dirigido a los participantes, actores o receptores, en esa cultura. Su simple posesión constituía una señal de aceptación, y hasta cualificaba a su posesor como miembro efectivo o desiderativo de aquella determinada comunidad cultural representada por el código académico. Este era, y aún sigue siendo, rasgo de identidad de un grupo, todo lo extenso que se quiera, pero ya no el más influyente en los destinos de la lengua. Por lamentable que resulte, hay que reconocerlo. = Esa nueva sociedad es mucho menos literaria que la de antaño; sus modelos lingüísticos no suelen ser, o no lo son tanto, los grandes escritores, multitudinariamente desconocidos, sino la prensa y los programas de radio y televisión. Y, por tanto, también hemos de prestar atención a esos modelos, si nos importa describir la lengua real. Es bien sabido que una gran parte del lenguaje periodístico, o es oral, o tiende a la oralidad. En la misma medida, se aparta de los estilos formales o literarios anteriormente dominantes. [Ib.: 32.]

La situación [idiomática] ha cambiado espectacularmente: la comunicación entre los distintos niveles de lengua es ahora absoluta. Se han disuelto los sólidos muros que mantenían jerarquizado el léxico en virtud de méritos sociales y culturales. Y ese abatimiento de barreras no se ha producido sólo entre las «clases» internas de la lengua, sino también entre lenguas distintas [...] es causa, si no determinante, sí coadyuvante en grado máximo, ese agente mediado de formidable eficacia que son los medios de comunicación. Actúan con diligencia extrema transportando léxico —y otras cosas, pero a él me limito— de lengua a lengua, y de estrato social a es-trato social. El cambio lingüístico, antes tan despacioso, puede ser hoy casi instan-táneo [...]. La historia de las lenguas ha adquirido un dinamismo nunca conocido, cuyo motor más enérgico es el transistor [...]. [Ib.: 31-32.]

Ya desde mediados del siglo xix, la ideología panhispanista había ido colocando en la misma posición de prioridad que el casticismo y el pu-rismo144 (principales desvelos dieciochescos de la institución) el man-tenimiento de un determinado ideal de unidad lingüística y cultural de los «pueblos hispánicos», cuya guarda y custodia estaba en manos exclusivas de la rae.145 Pero ese ideal, según se ve en las palabras de Fernando Lázaro Carreter, no siempre correspondía con las orientaciones que parecían guiar a la prensa, la radio y la televisión en el siglo xx. Los medios escritos y audiovisuales no sólo emitían sus propios modelos

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de lengua y amenazaban así con depredar la autoridad académica, sino que establecían sus normas internas con base a criterios específicos del lenguaje, la comunicación y el negocio periodísticos que no siempre convergían —y siguen sin hacerlo— con los criterios académicos ni con el objetivo unitarista y homogeneizante de su labor estandarizadora:

1. Los criterios de inmediatez comunicativa (propia de las publica-ciones diarias) y de eficacia (propia de todo tipo de medio produc-tivo), que exigen:– dar rápida respuesta a aquellas cuestiones de lenguaje escrito y

formal que se plantean con frecuencia en los medios y sobre las que no existe referencia suficiente o adecuada, mediante la con-fección de un prontuario (repertorio normativo) de fácil consulta, desprovisto de aparato teórico-explicativo;

– agilizar y optimizar, con ello, el trabajo de los redactores, los edi-tores de texto y los (ya casi extintos) correctores.

2. Los criterios de actualidad informativa y especialización, que requieren tomar decisiones sobre usos neológicos y terminológicos a los que la academia no atiende (o no en debida forma).146

3. Los criterios estilísticos de:– claridad del discurso, que supone una escritura tendente a la

concisión y que evite toda grafía o construcción que pueda resul-tar ambigua o difícilmente inteligible para el público al que el medio se dirige;

– expresividad, que implica el uso de recursos de captación de la atención del receptor;

– rigor, que exige usos coherentes e implica asentar criterios de escritura unificados;

4. El criterio de identidad corporativa, que requiere el estableci-miento de opciones de grafía propias, que confieran al medio un se- llo distintivo.

5. Los criterios de proximidad (en los medios no internacionales) y sincronía, que conllevan:– De un lado, la adecuación del lenguaje empleado al momento y al

lugar, es decir, al uso idiomático contemporáneo que, a juicio del medio, el receptor comparte y considera aceptable, y a la variedad

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local con la que este se identifica. En este sentido son elocuentes las palabras expresadas en el II Congreso Internacional de la Len-gua Española (Valladolid, 2001) por Alejandro Miró Quesada, director de El Comercio de Lima, Perú):

[...] aunque la prensa mantiene la obligación de hacer lo que esté a su al-cance por defender la pureza del lenguaje, no está en posición de brindar la cuota de sacrificio que muchas veces se le exige, especialmente si esto implica perder algún grado de comunicación con sus lectores. [A. Miró Quesada, 2001: en línea.]

Y, ante las proclamas habituales de que el español global se está fraguando en los Estados Unidos (López Morales, 2006a) merece también la pena citar la intervención en el CiLe de Rosario (2004) del periodista mexicano Rubén Keoseyán:

[...] tenemos un problema de globalización y de estandarización del len-guaje de Internet y de otros medios de comunicación porque nosotros te-nemos ahora tres periódicos en ee. uu. siendo así el bloque más fuerte de periódicos en español, el periódico La Prensa de Nueva York (el semanario más grande en ee. uu.), La Raza en el estado de Illinois, en Chicago, y desde luego La Opinión. Tenemos entonces que estandarizar el lenguaje en esos tres lugares, pero también identificar las diferencias lingüísticas y la aplicación del conocimiento de sus respectivos mercados. No es lo mismo hablar con un puertorriqueño de Nueva York que hablar del mercado al mexicano de Los Ángeles. [R. Keoseyán, 2004: en línea.]

– En zonas bilingües o plurilingües, la inclusión de elementos de otras lenguas que el receptor entiende y reconoce como propias. Siguiendo este principio, el Libro de redacción del diario catalán La Vanguardia (M. Camps, 2004) establece para este medio:

Declaraciones en catalán. Las declaraciones expresadas en catalán se traducen al castellano, pero hay que tener especial cuidado con las frases hechas y los giros. En algunos casos, el sentido común aconseja no traducir la locución, sino mantenerla en catalán entrecomillada y, si es necesario, explicar su sentido para evitar malentendidos. [Ib.: 46.]

Y a continuación da un ejemplo que ilustra esta aserción final: «Todo ello demuestra que es mejor mantener la frase original, comprensible para la inmensa mayoría de los lectores de La Van-guardia» (ib.: 46). Con respecto a la presencia del spanglish en los medios estadouni-denses en español, Rubén Keoseyán (2004: en línea) consideraba

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también la dificultad de mantener una actitud exacerbadamente purista y casticista ante una realidad sociolingüística compleja y efervescente: «A mí también me mortifica la idea del spanglish. Pero también debemos de entender que hay cosas que ya se em-piezan a manejar como lenguaje común; [...]».

6. El criterio de corrección política,147 que incorpora al tratamiento textual una conducta no discriminatoria, contraria a la que presen-taban —y lo siguen haciendo—148 la Gramática y el Diccionario académicos.

Desde mediados del siglo xx, la rae como entidad, ciertos periodistas y algunos académicos de manera destacada —muy particularmente Fer-nando Lázaro Carreter, flagelo de periodistas con sus afilados «dardos», a los que la presente obra responde—, entendiendo erróneamente que es obligación de los medios en castellano involucrarse en la defensa del idioma, han hecho todo lo que estaba en su mano para ejercer influencia directa en los responsables de los mass media, difundir entre ellos la ideo-logía defensiva (§ 4.2.1) e implicarlos en una batalla por cierto ideal de lengua149 que no es, en principio, asunto de su competencia y que, como hemos visto, no casa en muchos aspectos con los principios que guían el lenguaje periodístico. Como bien dice el profesor y asesor de la Fundéu, José Luis Martínez Albertos (2005: 5-6):

Ni en España ni en ningún otro país del mundo civilizado existe un código de ética periodística ni cualquier otro recurso propio de lo que se entiende como autorregu-lación profesional que establezca para los periodistas la obligación de convertirse en vigilantes y paladines del idioma que usan. (Una cuestión aparte es lo que digan de dientes afuera los libros de estilo de los medios: pero no debemos confundir aquí libros de estilo con códigos éticos.) [...] la realidad comprobable es que, a título individual o colectivo, muchos periodistas deciden involucrarse personalmente en la defensa de lo que para ellos aparece como una deseable corrección idiomática, y llegan a esta conclusión por motivaciones de tipo cultural, económico o político —desde el patrioterismo nacionalista más exacerbado hasta las nobles y pondera-das consideraciones de alta diplomacia y estrategia ecuménica—. Pero sea cual sea su motivación personal en cada caso, el mecanismo intelectual que les lleva a esta decisión debe valorarse a partir de la valiosa y clásica teoría del watch-dog, es decir, desde el entendimiento del periodista como perro guardián de las instituciones. De acuerdo con esa teoría, el periodista tiene la obligación moral de defender los grandes valores de la colectividad. Y si el periodista considera que la normativa académica sobre corrección idiomática es una de las instituciones que hay que de-fender, asumirá consecuentemente el papel de defensor eficaz de estos valores, pero esta decisión dependerá de cada individuo en particular. El periodista que acepte

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este papel de protector del idioma será porque en su fuero interno está convencido de que la corrección de la lengua y su unidad sustancial en todos los países de la comunidad hispanohablante son algunos de esos bienes colectivos e institucionales por los cuales vale la pena trabajar.

De todos los pasos dados por la rae —hoy acompañada de la Asale— en esta dirección, se encuadra perfectamente en el objetivo de armoniza-ción de estándares la firma de un convenio entre las academias y los representantes de los medios de comunicación reunidos en la Real Academia Española con motivo de la presentación del Diccionario panhispánico de dudas. Los suscriptores de este acuerdo se comprometían a incorporar los criterios y normas del dpd en la labor de sus respectivas redacciones. Este fue el texto suscrito:

1. Valoramos de manera muy positiva el esfuerzo realizado por las veintidós Aca-demias de la Lengua Española para ofrecer a todo el mundo hispanohablante una solución consensuada a las más frecuentes dudas lingüísticas. Creemos que con ello se presta un eficaz servicio a la fundamental unidad del idioma, dentro del respeto a su diversidad de realización.

2. Nos satisface comprobar que son muchos los textos periodísticos que han ser-vido de base de documentación de la continua evolución de la lengua, y que el trabajo de nuestros libros de estilo y las observaciones que hemos formulado a las Academias, de manera particular y en reuniones específicas, han sido apro-vechadas con amplitud.

3. Por ello nos comprometemos a continuar esa colaboración aportando críticas y sugerencias que puedan enriquecer el texto y contribuyan a la permanente actualización de la obra.

4. Conscientes de la responsabilidad que en el buen uso de la lengua nos impone el poder de influencia de los medios, nos comprometemos a adoptar como nor-ma básica de referencia la que todas las Academias han fijado en el Diccionario panhispánico de dudas, y animamos a otros medios de comunicación a sumarse a la iniciativa.

Madrid, 19 de noviembre de 2005. [López Morales, 2006b: 488]

Esta declaración fue firmada por los periódicos La Nación y Clarín de Argentina, La Razón de Bolivia, El Mercurio y La Tercera de Chile; El Espectador y El Tiempo de Colombia, y Radio Caracol, del mismo país; La Razón de Costa Rica; El Comercio y El Tiempo de Ecuador; El Nuevo Herald de Miami y La Opinión de Los Ángeles; el Grupo Prensa Libre de Guatemala; El Heraldo de Honduras; El Universal, el Grupo Reforma y el Grupo Radio Centro de México; ABC Color de Paraguay; El Comercio de Perú; El Listín Diario de la República Dominicana; El Observador y El País de Uruguay, y El Nacional y Venevisión de Venezuela. Por parte española firmaron también la Agencia Efe, la Editorial Prensa Ibérica,

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El Mundo, El Periódico de Catalunya, el Heraldo de Aragón, La Razón, La Vanguardia, La Voz de Galicia, el Grupo prisa, Radiotelevisión Española, Telecinco y el Grupo Vocento. Con el tiempo se adhirieron también la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (adepa, Argenti-na); y por parte mexicana, el Sistema Michoacano de Radio y Televisión (sMrtv), Canal 22 y la agencia de noticias Notimex.

Pero ¿significa esto que puede realmente convertirse el dpd en obra de referencia principal de los medios de comunicación? Lo dudamos, y por diversas razones:

1. La especificidad de cada medio y la ya mencionada diferencia entre los principios que guían el manejo del lenguaje en la comunicación masiva y los criterios normativos marcan distancias evidentes a la hora de incorporar la norma del dpd. Veamos algunos ejemplos:

Para los extranjerismos (generalmente galicismos) acabados en vocal + t que, sólo en ocasiones y de manera arbitraria (v. p. 399 y nota 30) el dpd adapta al castellano eliminando la terminación con-sonántica, La Vanguardia, pese a haberse comprometido a adaptar sus normas de redacción a lo establecido en el dpd, hace caso omiso de la obra académica en la versión actualizada de su Libro de redacción (versión electrónica no venal, sólo para uso interno)150 en lo tocante a las soluciones que aquella da para las siguientes voces:

– dpd: ballet > balé (pl. balés); la versión en línea del Libro de redac-ción dice, en cambio, lo siguiente:

extranjerismos. Para evitar el uso indiscriminado de extranjerismos, este libro —siguiendo las directrices académicas— recomienda formas genuinas en castellano, cuyo uso puede ayudar a fijar un empleo generalizado. Por ejemplo, aunque aún se escribe top-model, se ha aceptado y extendido el término supermodelo.

Tres grados de aceptación de los extranjerismos: 1. Se emplean en redonda y grafía original cuando están muy arraigados, no existe un equivalente aceptable en castellano o la hispanización no difiere foné-ticamente del original: ballet, crack, cricket, jogging, striptease. [...]

– dpd: bidet > bidé (pl. bidés); en cambio, la versión electrónica actualizada del Libro de redacción de La Vanguardia mantiene los criterios anteriores al dpd, que ya especificaba la versión impresa de su libro de estilo (2004):

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bidet. Aunque el drae sólo recoge la forma ‘bidé’, escribimos ‘bidet’, mante-niendo así la grafía original francesa. [Camps, 2004: 107.]

– dpd: carnet > carné (pl. carnés); la versión electrónica actualizada del Libro de redacción de La Vanguardia mantiene también en este caso los criterios anteriores al dpd:

carnet. Aunque el drae sólo recoge ‘carné’, escribimos ‘carnet’, manteniendo así la grafía original francesa. [Ib.: 115.]

– dpd: chalet > chalé (pl. chalés); la versión electrónica actualizada del Libro de redacción de La Vanguardia mantiene igualmente los criterios anteriores al dpd:

chalet. Aunque el drae también recoge la grafía ‘chalé’, optamos por ‘chalet’, manteniendo así la grafía original francesa. [Ib.: 119.]

El motivo para resistirse a admitir estas adaptaciones no es otro que uno de los criterios que hemos citado como guía de la labor de las redacciones periodísticas: el principio de proximidad. La Vanguardia es un medio en castellano que —aunque tiene mayor difusión— se publica en una zona catalanohablante; las terminaciones en t son pro-pias del catalán, y las voces mencionadas suelen ser pronunciadas, incluso hablando en castellano, con la -t final por cualquiera que tenga el catalán como primera o segunda lengua. Por esta razón se hace comprensible el rechazo de La Vanguardia a la norma académica de elisión de la -t en estos casos, que se interpreta como una norma ortológica inadmisible para los lectores de este medio.

2. Los abundantes errores, incongruencias, imprecisiones y huecos del dpd (v. § 3.3.2.3) hacen difícil su incorporación a los libros de estilo. Por mucha obediencia que un medio, un periodista o un editor de textos periodísticos crea deber a la rae, hacerse eco de un error es siempre una decisión desaconsejable.

3. El hecho de que el dpd se haya planteado —teóricamente— como una obra en perpetua renovación (J. M. González, 2006: 6) obligaría a los responsables de las redacciones y de los libros de estilo a una actualización constante y dificultaría la transmisión a sus respectivas redacciones de unas normas inestables, que cambian con cada nueva obra académica y que a menudo se contradicen. Así lo veía Magí

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Camps, jefe de Edición de la editora La Vanguardia y coordinador del libro de estilo de la cabecera homónima:

[...] hay que decir que la Academia ha desconcertado a los del gremio de la lengua. En poco tiempo ha dictado normas en ocasiones contradictorias. En el drae2001 incluyó un número significativo de extranjerismos crudos en cursiva —hecho insólito en un diccionario normativo— y ahora con el dpd práctica-mente dice todo lo contrario. Hay que evitar el anglicismo crudo y la cursiva; es el turno de la hispanización. [...] Todo ello es muy interesante y es lo que se espera de una Academia de la Lengua. Pero como en cuatro años prácticamente ha dado instrucciones diametralmente opuestas, los usuarios vamos de cráneo. [M. Camps, 2008: 188-189.]

A nuestro juicio, pues, la deseada armonización de estándares es, en el caso de la norma académica y el lenguaje de los medios, un fin in-alcanzable.

4.7. Simplificación estilística

4.7.1. Definición y desarrollos

La complejidad de una lengua puede dar pie a dificultades de compren-sión entre ciertos grupos de hablantes con condiciones de desventaja lectora. Para paliar este tipo de situaciones, en la década de 1970 sur-gieron dos movimientos de facilitación de la lectura de distinto cariz, en el marco de políticas de integración social y de atención de las admi-nistraciones al ciudadano: el easy-to-read (lectura fácil, o fácil lectura) y el plain language (lenguaje llano, lenguaje claro o lenguaje ciudadano).

La lectura fácil (Mayol, 2005; Senz, 24/01/2007) nació como res-puesta a la necesidad que los bibliotecarios de las bibliotecas públicas de diversos países tenían de materiales especiales con los que poder atender a colectivos cada vez más amplios con dificultades de acceso a la lectura, fundamentalmente:

1. Personas con minusvalías o disfunciones: discapacitados mentales de diverso grado; disléxicos; personas con trastornos de concentra-ción, motrices y de percepción; autistas; sordos de nacimiento o con sordera precoz; sordos-ciegos; afásicos; personas de edad avanzada o parcialmente seniles.

2. Lectores con deficiencias lingüísticas (en la lengua oficial o predo-minante) y/o habilidades lectoras transitoriamente limitadas: inmi-

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grantes recientes y otros hablantes de lengua no nativa; analfabetos funcionales y personas en desventaja educativa, y niños.

Las instituciones internacionales del ámbito bibliotecario y cultural acogieron estas demandas creando foros de trabajo y promoviendo la elaboración de este tipo de materiales. Así, en 1987, la ifLa

151 (Interna-tional Federation of Library Associations/Federación Internacional de Asociaciones e Instituciones Bibliotecarias) creó el Easy to Read, un grupo de trabajo que inicialmente se estructuró con la aportación de los profesionales de los dos países más activos y avanzados en este campo: Suecia y los Países bajos. En 1993, durante el congreso de la ifLa cele-brado en Barcelona, se incorporó a la sección Libraries Serving Disad-vantaged Persons el primer grupo de España: el grupo catalán Lectura Fàcil. A lo largo de la primera mitad de la década de los noventa, no sólo la ifLa, sino otros organismos internacionales y regionales tan re-presentativos como la unesCo, ebLida (la federación de asociaciones bi-bliotecarias europeas) y el Parlamento Europeo desarrollaron una serie de acciones orientadas a impulsar la alfabetización, promover el libro y fomentar el interés por los materiales de lectura fácil como instrumentos de alfabetización e inclusión social. En el segundo lustro de esta déca-da, los esfuerzos se centraron en el desarrollo de acciones destinadas a difundir en todo el mundo guías de elaboración de materiales de Lf y a establecer políticas de apoyo a la edición que facilitaran la adhesión de autores y productores a la campaña, y en dar orientaciones sobre cómo potenciar la difusión de la Lf entre los colectivos interesados. En esta línea, la Section for Libraries Serving Disadvantadged Persons de la ifLa publicó las Guidelines for Easy-to-Read Materials,152 unas directrices des-tinadas a escritores y editores, redactadas por Brør Ingemar Tronbacke, del Centrum för Lättläst/Easy-to-Read Foundation, de Suecia —el más veterano, con un importante apoyo institucional, que acumulaba una larga y fructífera experiencia en edición de libro fácil—, y consensuadas por todos los miembros de la sección, válidas para la edición digital y la impresa y para diversos géneros textuales y tipos de publicaciones. Es-tas normas tienen alcance internacional, han sido traducidas a todas las lenguas oficiales de la ifLa,153 y establecen estándares de edición con los que elaborar libros de Lf adaptados a todos los colectivos con necesidades lectoras especiales, permanentes o transitorias. La mencionada veteranía de la fundación sueca, con una sólida red de contactos con centros im-pulsores de Lf de otros países nórdicos, y el creciente interés mundial por este tipo de publicaciones incentivaron la creación, en el 2004, de

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una red internacional electrónica abierta a los profesionales que traba-jan en organizaciones públicas o privadas para fomentar la cultura en-tre todos los ciudadanos: la International Easy-to-Read Network.154 La componen entidades de 15 países comprometidas con la difusión y la implantación de la lectura fácil. Entre las tareas que se impone destacan la cooperación en proyectos de Lf, el apoyo a la investigación, la convo-catoria de cursos especializados y la asesoría para la creación de nuevos centros de trabajo de Lf.

El lenguaje llano, lenguaje claro o lenguaje ciudadano es un movimiento de revisión y de reorientación del estilo de los documen-tos pertenecientes a ciertos registros (particularmente jurídico-adminis-trativos y médico-sanitarios), que persigue mejorar la comprensibilidad y la transparencia de la documentación pública, a fin de mejorar la co-municación entre la Administración pública o las entidades privadas y los ciudadanos. Teniendo como precedente las obras de renovación de un anquilosado lenguaje jurídico-administrativo escritas por Ernest Gowers (Plain Words [1948]; The ABC of Plain Words [1954] y The Complete Plain Words [1954]), surge en los Estados Unidos en la década de 1970 como Plain English Movement, con la emergencia del activismo de defensa del consumidor y de los derechos civiles, y se centra en la promoción de la simplificación de la lengua inglesa. Los resultados de este movimiento se materializaron en una serie de acciones entre las que destaca la creación, en 1979, del Document Design Center, en el seno del American Institu-te for Research, de Washington, con el cometido de prestar apoyo a las empresas y los organismos oficiales para la renovación de su documenta-ción destinada al consumidor/ciudadano, que publicó y actualizó diversas guías de diseño y redacción en plain english. Con el transcurso de los años, el espíritu del movimiento se introduce de manera específica en el terreno de la justicia (plain legal language), y así, en 1989, el Colegio de Abogados de California adopta una resolución por la cual se requiere tanto a juristas como a instituciones jurídicas que simplifiquen sus documentos.

El modelo estadounidense se extendió a otros países —especialmente anglófonos y francófonos, aunque también con otras lenguas europeas, incluidas las de España (Gelpí, 2006)— donde se crearon también cen-tros de documentación y normalización que trabajaban en este campo y se publicaron obras de referencia sobre el tema. A un nivel mundial, el movimiento plain language se ha articulado en torno a diversas asociacio-nes de alcance internacional que promueven la investigación, difusión y uso del lenguaje claro, entre las que destacan Clarity155 y Plain Langua-ge Association Internacional.156

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La diferencia más sustancial entre los movimientos de lectura fácil y de lenguaje llano tal vez sea que, pese a partir ambos de postulados filantrópicos, la aplicación del segundo no ha estado, en algunos casos, exenta de sospechas de mercantilización del bien público que es la len-gua (Lara, 2006: 30-31).157

4.7.2. La rae y la simplificación estilística en español

Por lo que respecta al español, en el campo de las administraciones pú-blicas se han publicado diversos textos de referencia que establecen cri-terios de simplificación estilística. A finales del siglo xx, en España, «coincidiendo con un periodo de reflexión profunda sobre la moder-nización de la Administración del Estado» (Martínez Bargueño, 1991: 182), el Ministerio de Administraciones Públicas promovió el uso de un lenguaje sencillo y diáfano en los servicios y oficinas dependientes de la Administración del Estado mediante la publicación del Manual de estilo del lenguaje administrativo (Madrid, 1990). En el año 2003, por medio de la orden Jus/3126/2003, de 30 de octubre,158 se creó la Comisión para la Modernización del Lenguaje Jurídico, en el seno del Ministerio de Justicia, que debía estar integrada por «personas relevantes en el ámbito académico, lingüístico y de las diversas profesiones jurídicas». Según González Salgado (2009: 4), no hay constancia a día de hoy de que di-cha comisión haya empezado a operar. Más recientemente, en julio del 2006, se produjo un nuevo acercamiento entre juristas e instituciones estandarizadoras, mediante la firma de un convenio de colaboración entre la Real Academia Española159 y la Vicepresidencia del Go-bierno, por el que la rae se comprometía a asesorar al Ministerio de la Presidencia, que coordina la tarea normativa de los diferentes ministe-rios, para tratar de mejorar la calidad técnica y lingüística de las normas que elabora el Gobierno, «con el fin de procurar una mayor seguridad jurídica y una más fácil comprensión por parte de los ciudadanos» (abc, 21/07/2006: en línea). Según las líneas de actuación que establecía el convenio, debía procederse a la fijación de un conjunto de normas de redacción, promoverse la publicación de manuales o guías de estilo que facilitaran la labor de quienes a diario bregan con textos normativos, y elaborarse programas de acción normativa en el ámbito lingüístico del personal de la Administración. Sin embargo, a decir de González Salga-do (2009: 4), tampoco hay en este caso constancia de que, tras su anun-cio en la prensa, el acuerdo haya pasado de la pura declaración de inten-

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ciones; si nos atenemos a la calidad lingüística del boe de principios del 2009, constatamos que en él «siguen apareciendo las mismas incorrec-ciones y faltas estilísticas» que el acuerdo del 2006 pretendía desterrar. A pesar, de ello, la rae no abandona su campaña de publicitación de una imagen de laboriosidad y polivalencia y ha anunciado su participación en la recién creada Comisión de Modernización del Lenguaje Jurídico, adscrita a la Secretaría de Estado de Justicia y vicepresidida por Víc-tor García de la Concha, director de la Real Academia Española, en la que actuará como vocal el académico de número Salvador Gutiérrez Ordóñez (Europapress, 30/12/2009: en línea). El tiempo nos dirá cuáles serán sus concreciones, si llega a haberlas.

4.7.3. La simplificación estilística en español: iniciativas latinoamericanas

Un esfuerzo más decidido y eficaz de simplificación del castellano ju-rídico-administrativo se ha llevado a cabo en Argentina y en México. En la primera se inició, en 1990, la realización del Digesto Jurídico Argentino, un proyecto monumental, y único en el mundo, de depura-ción, reordenación y simplificación de todo el derecho nacional en vigor —según los principios y el procedimiento estipulados por la ley 24967, de 18/06/1998—,160 cuyo objetivo es resolver los problemas de conta-minación e inflación legislativa —esto es, «del crecimiento desmedido de las normas sin un criterio válido que elimine del sistema las que ya no están en vigor por objeto cumplido, las obsoletas y las tan temidas derogaciones implícitas» (Martino, 2005: 322)—, una lacra existente en prácticamente todos los sistemas jurídicos occidentales y parte de los orientales, que conlleva elevados costos institucionales y facilita las oportunidades de corrupción. La empresa se dividió en dos partes: la primera, la redacción de un Manual de Técnica Legislativa que debía regir la producción normativa; la segunda, la revisión de todos los textos normativos desde la Constitución de 1853. En la redacción del Manual, coordinada por Antonio A. Martino,161 intervino un grupo de juristas lingüistas italianos, juristas documentalistas argentinos, juristas infor-máticos italianos y miembros del Instituto per la Documentazione Giu-ridica del Consejo Nacional de Investigaciones italiano, al frente del cual había estado Martino de 1983 a 1992. El Manual se concluyó y entregó en el 2001, y está a disposición en la red en una versión digital de libre descarga.162 Además de guiar el estilo de los juristas que han

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revisado las leyes para el Digesto, establece criterios de redacción clara y sencilla de textos jurídicos.

El Digesto fue entregado en el mes de mayo del 2009 por la Facultad de Derecho al Ministerio de Justicia y a la Comisión bicameral prevista por la ley institutora. Es de esperar que ahora el Congreso proceda a adoptarlo. Entretanto, el Manual comienza a ser un estándar de legisla-ción provincial y municipal.

En octubre del 2004, la Secretaría de la Función Pública del Gobierno de México, presidido por Vicente Fox, lanzó una campaña de simplifica-ción del lenguaje administrativo y judicial bajo las denominaciones de lenguaje ciudadano y posteriormente de lenguaje claro. En el 2005, se insti-tuyó la Red de Lenguaje Claro, conformada por académicos, periodistas, representantes de organizaciones no gubernamentales, ciudadanos y fun-cionarios públicos que trabajan en diferentes ámbitos de la comunicación, con el fin de supervisar e impulsar el desarrollo de una cultura de trans-parencia en la comunicación interna del Gobierno y hacia los ciudada-nos. En el 2006, se realizó un gran esfuerzo de selección, reformulación y estandarización de documentos relevantes y se pusieron en marcha cursos de capacitación en línea y certificaciones para redactores. Con el cambio de gobierno, en el 2006 el proyecto quedó frenado, pero se mantienen aún accesibles su página web, Lenguaje Ciudadano,163 y las tres ediciones del Manual de lenguaje claro, de libre descarga en la web citada.

4.8. Estándares auxiliares

La elaboración de estándares auxiliares afecta a:

1. La necesidad de elaborar y planificar en cada idioma el lenguaje de signos para personas con discapacidad auditiva.

2. La normalización toponímica.3. Las reglas de transliteración y transcripción.

Estos campos de estandarización son cometido de asociaciones, especia-listas y organismos oficiales diversos, y ninguno de ellos forma parte de la encomienda estatutaria de la rae, a pesar de lo cual en su Ortografía vigente (1999) y en el Diccionario panhispánico de dudas (2005) ha elabo-rado, con poco conocimiento de causa (v. pp. 413-424) y sobre la base de criterios casticistas y «coloniales» muy cuestionables y criticados (cf. Á. Grijelmo, 1998: en línea), tanto listas toponímicas como propuestas de

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transcripción al castellano de nombres propios y términos procedentes de lenguas con sistemas de escritura no alfabéticos o con alfabetos no latinos.

En lo referente a la lengua de señas española —una de las tres que existen en España—, la rae no ha querido dejar de «bendecirla» con su autoridad firmando en el 2005 un convenio con la Confederación Estatal de Personas Sordas por el que se comprometía a colaborar en la elaboración del ya publicado Diccionario normativo de la lengua de signos es-pañola (diLse iii) (Agencia Efe, 15/10/2008: en línea). A sabiendas de que los sordos del ámbito hispánico no tienen una única lengua de señas, el director de la rae no perdió la ocasión de expresar su deseo de que «este esfuerzo de normalización de la lengua de signos española pudiera ser común en todo el ámbito hispanohablante» (Agencia Efe, 19/08/2005: en línea). De momento, no hay signos de tal cosa.

4.9. Conservación y revitalización de lenguas

La revitalización lingüística tiene por objeto recuperar una lengua —e incluso una variante dialectal— que ha desaparecido o que se halla en proceso de recesión, revirtiendo esta tendencia.

La conservación lingüística es una categoría superior que subsume no sólo la revitalización de lenguas sino algunas de las anteriormente ci-tadas (purificación, reformismo y modernización, principalmente) y que se aplica para revertir, frenar e incluso prevenir los procesos de mino-rización que tienen lugar cuando dos comunidades lingüísticas entran en competencia en un mismo terreno de uso o en un mismo territorio geográfico, contando con condiciones contextuales (políticas, económi-cas, educativas, demográficas o sociales) muy desiguales que acabarán colocando a una de ellas en un papel dominante y restringiendo progre-sivamente el área de uso o el número de hablantes de la otra. Aun siendo el español una lengua expansiva y plenamente vital, sufre asimismo una situación de minorización en el caso de la masa de inmigrantes latinos en Estados Unidos, que no ven favorecido el mantenimiento de su idioma nativo —cuando este es el español— por el sistema político, económi-co, social y educativo estadounidense y, paradójicamente, tampoco por la acción de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (anLe).164

Las intervenciones planificadas en una lengua (esté o no en declive) de signo conservacionista se apoyan en la naturaleza de las lenguas (y de cada una de sus variantes) como formas de organización social y creación cultural de los grupos humanos y en su potencial como medios de iden-

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tificación no sólo del individuo, sino de colectivos social y culturalmen-te cohesionados, y son siempre resultado de una firme voluntad política, por parte de la comunidad de hablantes implicada o de las autoridades que la representan, de afirmación y preservación de su identidad, de su cultura y de su derecho a la visibilidad.

Las políticas de revitalización y protección de lenguas en declive par-ten de la idea de que no muere la lengua que cambia y evoluciona (y da con ello vida a nuevas lenguas), sino aquella que pierde al último de sus hablantes y de la que ya no queda apenas vestigio. Desde la perspectiva de la ética política, además, consideran los derechos lingüísticos de una comunidad como parte de los derechos humanos de cada uno de sus in-dividuos, y se fundamentan en los preceptos de discriminación positiva y protección de las minorías que también se aplican en las políticas de compensación e integración de los grupos humanos históricamente víc-timas de una situación de desventaja, persecución o maltrato, como pue-den ser las mujeres, los indígenas americanos, los negros o los gitanos. Desde el punto de vista de la gestión y conservación del patrimonio cultural, entienden las lenguas como formas intangibles de patrimo-nio antropológico e histórico. Y en lo que respecta al plano científico, estas políticas consideran la diversidad lingüística como un material de inconmensurable valor —que lo tiene (Mendívil Giró, 2008)— para la investigación sobre la facultad humana para el lenguaje.

Para diseñar un proceso de revitalización adecuado a cada situación es necesario partir de una definición de lengua en peligro y evaluar en qué grado lo está la lengua en cuestión. Uno de los marcos referenciales más recientes para establecer políticas de salvaguardia y recuperación es el de-finido por la unesCo. En el 2002, esta organización mundial encomendó a un grupo internacional de lingüistas la elaboración de un baremo que per-mitiera determinar la vitalidad de una lengua. Este Grupo de Expertos en Lenguas en Peligro elaboró un documento titulado «Vitalidad y peligro de desaparición de las lenguas»165 en el que se fijaban los siguientes nueve criterios de medición de la vitalidad de una lengua (unesCo, 2006: 2):

1. Transmisión intergeneracional de la lengua. 2. Número absoluto de hablantes.3. Políticas y actitudes hacia la lengua por parte del Gobierno y las

instituciones.4. Situación de la lengua en cuanto a los ámbitos en los que se emplea.5. Disponibilidad de materiales didácticos para el uso de la lengua en

la enseñanza, así como para su propia enseñanza.

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6. Naturaleza y calidad de la documentación disponible de la lengua.7. Posibilidades de la lengua de abrirse a nuevos ámbitos y a los medios

de comunicación.8. Actitudes de los miembros hablantes de la comunidad hacia la lengua.9. Proporción de hablantes en la comunidad etnolingüística afectada.

Los procesos expansionistas (propios del imperialismo y el colonialismo) y centralistas y unitaristas (propios de los proyectos de Estados nación),166 a los que no son ajenas las academias de lenguas expansivas como el cas-tellano, son dos de las causas más habituales de decadencia y exterminio lingüísticos. En las políticas de este tipo de procesos, la causa de la extin-ción de las lenguas de las poblaciones sometidas puede ser el etnocidio, es decir, el exterminio abrupto o progresivo de sus hablantes nativos; pero lo más frecuente es que se deba a un cúmulo de circunstancias, entre las que tienen especial fortaleza:

1. Las políticas de aculturación, es decir, de desplazamiento inducido de la identidad y la cultura propias y de sustitución por la hegemó-nica, por la vía de la extensión, legalmente regulada, de la lengua (elevada al rango de) nacional en la educación, los medios culturales y los medios de comunicación.

2. El desprestigio social de la lengua sometida.3. Las dificultades impuestas por la élite de la lengua dominante al

resto de la población para prosperar económica y socialmente en su lengua nativa —o, cuando se instala un sistema social racista, como suele ser común, incluso en la lengua del colono.

4. La represión, mediante medidas coercitivas y punitivas, del uso de la lengua dominada.

También el arrinconamiento (minorización) de aquellas variantes de una lengua no seleccionadas como base de la lengua estándar nacional, que que-dan confinadas a usos coloquiales y muy localizados y asociadas al habla de las clases menos instruidas (lengua «vulgar») es una forma de empobreci-miento del patrimonio lingüístico y cultural que no debe menospreciarse y que instala igualmente la verticalidad lingüística entre los hablantes de una misma lengua, parte de los cuales estarán siempre en desventaja social y laboral en razón de sus usos propios, aunque no sean conscientes de ello.167

El caso más espectacular de renacimiento lingüístico es indudable-mente el del hebreo, que pasó de ser una lengua que sólo mantenía un uso litúrgico como lengua ritual del judaísmo, a convertirse en la lengua

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nacional del moderno Estado de Israel. Esta simbólica acción política llevada a cabo desde la independencia proclamada en 1948 ha exigido un gran esfuerzo no sólo de difusión y normalización, sino también de modernización, a fin de habilitarla como una lengua capaz de expresarse en los registros de la ciencia y la técnica, y en los campos de la políti-ca, el negocio y la economía. Para concluir la recuperación del hebreo con un éxito sino completo, al menos considerable, no ha bastado, sin embargo, con la voluntad política de las clases dirigentes, con una in-versión sustancial de fondos y con una intensa labor de planificación del corpus, sino que ha sido necesaria la connivencia de los ciudadanos del Estado de Israel, una población políglota que debía mostrarse dispuesta a aceptar el hebreo como lengua nacional y a utilizarlo en la variedad de campos para los que está ahora disponible. De hecho, en este tipo de si-tuaciones de planificación sumamente extremas, la capacidad de las éli-tes políticas e ideológicas para elaborar y difundir un discurso que sepa movilizar a la población, superando la confrontación con otros discursos críticos e incluso una actitud reticente de los hablantes implicados, es fundamental para crear el sustrato que la lengua recuperada necesita para arraigar y volver a una vida plena.

Tanto en España como en América Latina se vienen desarrollando procesos de revitalización de lenguas minorizadas por la expansión del castellano, con éxito diverso en buena medida por la falta de apoyo y acción gubernamental, por el arraigo de la ideología unitarista y del liberalismo lingüístico, por racismo cultural y por la reticencia de la comunidad dominante (castellanohablante) a ceder espacio a las comu-nidades lingüísticas en proceso de recuperación. A lo largo de toda su historia, la Real Academia Española ha mantenido un discurso de firme oposición a todo proceso de revitalización de las lenguas —no digamos ya de dignificación de variantes del español— con las que el castellano comparte territorio,168 motivado tanto por su base ideológica naciona-lista unitarista como por una clara conciencia de que ceder espacio es ceder poder... e incluso perder dinero.

4.10. Corrección política

Pese a que sus detractores han acabado impregnando el término con una fuerte carga de connotaciones despectivas, la corrección política es una más de las diversas intervenciones en el lenguaje (simplificación lingüística, conservación y revitalización de lenguas, estandarización de

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códigos auxiliares...) cuyo objeto es la inclusión de las minorías y de los colectivos en desventaja social; en este caso particular, evitando el len-guaje despectivo y discriminatorio hacia las personas por razón de sexo, raza, cultura o creencia, en los documentos públicos de la Administra-ción y del mundo empresarial.

Tampoco nos extenderemos aquí sobre la postura de las academias en este campo, puesto que ya es objeto de otros dos artículos en esta obra.169 Pero sí nos interesa señalar que la planificación en este terreno, muy particularmente la que afecta al lenguaje sexista, se ha convertido en blanco preferido de los llamados chamanes del lenguaje, término que hace referencia al «guardián del lenguaje» espontáneo que, con más atrevimiento que conocimiento, se dedica a denunciar los supuestos «atentados» al idioma que causan su declive y corrupción. Como se-ñala Carla Amorós (2008: 8), en numerosas ocasiones estos chamanes «juzgan las realizaciones orales con los parámetros de la lengua escrita y se rechaza el camino hacia una norma más objetiva y descriptiva, im-puesta por el uso, la variabilidad y el cambio lingüístico». Aun estan-do la corporación académica española provista de buenos lingüistas, no faltan académicos —y aspirantes a sillón— que, sin serlo, se ponen el mundo por montera y se lanzan a la caza y denuncia del «desvío» y, con más saña aún, del «corruptor». En una brillante revisión crítica del debate en torno a la feminización de juez, que recomendamos al lector, Ana María Vigara Tauste (2009: 21-76) pone diáfanos ejemplos de estas actitudes aludiendo a las posturas exhibidas en prensa por el académico Arturo Pérez Reverte y por el periodista, director de Efe y vicepresidente de la Fundéu, Álex Grijelmo.

5. Academias, nuevas ideas sobre el lenguaje y nuevas perspectivas en la planificación lingüística. A modo de conclusión

El modelo de planificación en el que se desarrolla la labor de las acade-mias de la lengua española ancla sus fundamentos en un sistema de valo-res y creencias secular, que hereda ideas sobre el lenguaje y preferencias estilísticas de las tradiciones judeocristiana y grecolatina —en muchos aspectos, completamente obsoletas—.170 A este ideario lingüístico se añade, en primer lugar, una ideología (pan)nacionalista española —que ha adquirido diversos matices a lo largo de la historia académica—, fun-damentada en el carácter simbólico que se otorga a la lengua española

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como representación del carácter y la unidad (espiritual y material) de una comunidad de hablantes (la hispanidad), y, hoy en día, también en una visión mercantilizada de la lengua que responde a los parámetros e intereses del modelo económico de acumulación de capital que ha dominado el mundo en los últimos tiempos.171 Los modos de acción desplegados tradicionalmente por estas instituciones académicas —par-ticularmente por su matriz española—, además, responden al carácter vertical y en cierto modo despótico de las políticas lingüísticas desarro-lladas desde la Ilustración («para el pueblo, pero sin el pueblo»), que supeditan por completo a sus dictados el comportamiento lingüístico de los hablantes de las naciones donde el castellano se ha erigido como lengua del poder.172

Contrariamente a lo que suele preconizarse desde las propias ins-tancias académicas —muy preocupadas por enfatizar públicamente su vigencia institucional, fruto de una pretendida capacidad de remodela-ción y adaptación a los nuevos tiempos y a las nuevas exigencias de la comunidad hispanohablante—, la obsolescencia de este modelo de pen-samiento y acción sobre el lenguaje está siendo puesta en evidencia por las nuevas dinámicas globales de interacción y desarrollo de identidades; por la emergencia de nuevas perspectivas sobre el lenguaje, las lenguas, los derechos humanos, la convivencia social, la ética política y la gestión del entorno natural y del patrimonio cultural, y por las tensiones he-gemónicas mundiales en un momento de evidente fracaso de un cierto modelo político y económico: el capitalismo liberal.

Estas nuevas visiones del mundo y los propios avances del conoci-miento lingüístico —que descartan el principio de desigualdad entre las lenguas, descubren el potencial humano para la adquisición de idio-mas, y ponen de relieve el valor científico y cultural de la diversidad lin-güística, como ya hemos visto— están afectando también a los patrones y principios de la planificación del lenguaje. Aunque lo idóneo sería que no fuera necesario llevar a cabo planificación lingüística alguna (cf. la propuesta alternativa de C. Junyent, 1998), las sociedades occidentales están cortadas por un patrón que todavía la exige, mal que nos pese. Puede consolarnos al menos que, actualmente, las políticas lingüísti-cas que desarrollan e implementan acciones sobre el lenguaje tienden a regirse por una voluntad de preservación de la diversidad de comunida-des lingüísticas y por una actitud de respeto a los derechos lingüísticos colectivos y de las minorías.173 En este sentido, en el tratamiento de situaciones plurilingües la tendencia es a seguir los principios recogidos en este decálogo (Riera, 2008: 83-85; en catalán en el original):

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1. La lengua está en la base de la cultura de un individuo y de una sociedad, y está estrechamente ligada a su identidad. Como código de interpretación del mun-do, es un patrimonio cultural a conservar por interés de la humanidad. Como código de comunicación, su prestigio y su utilidad están directamente relacio-nados con el bienestar y la autoestima de sus hablantes. La política lingüística es al mismo tiempo una política social dirigida al bienestar de las personas y una política de protección de un bien común.

2. Es posible hacer políticas que garanticen al mismo tiempo el establecimiento de una lengua de intercomunicación y de cohesión social dentro de un territorio, y el mantenimiento de la diversidad lingüística, aunque tradicionalmente la teoría política ha contrapuesto estos dos objetivos. Estas políticas se basan en la concepción plurilingüe de las personas[174] y de las organizaciones.

3. Los gobiernos tienen el deber de facilitar el aprendizaje de las lenguas relevantes en una sociedad (las lenguas oficiales y las que son importantes para el progreso social). Los ciudadanos tienen el deber de aprender al menos las lenguas oficia-les, para facilitar el funcionamiento correcto de la sociedad democrática.

4. Los gobiernos tienen una especial responsabilidad en la protección de las len-guas propias de su territorio, como patrimonio de la humanidad que hay que preservar. Preservar las lenguas quiere decir mantener vivo el uso, mantener viva la voluntad de sus hablantes de utilizarlas y de transmitirlas a los hijos. La voluntad de utilizar una lengua está relacionada con los valores y las expectati-vas que los individuos le asocian, y por lo tanto con las ventajas funcionales y de promoción social que su uso comporta.

5. Diversas lenguas pueden convivir y mantenerse en un territorio si cumplen funciones diferentes, es decir, si no son redundantes. Las políticas de sosteni-bilidad lingüística se basan en un principio de subsidiariedad, según el cual todo aquello que se pueda hacer en las lenguas locales no se debería hacer en lenguas regionales o globales. Las lenguas locales tienen que tener funciones exclusivas o específicas, incluyendo las asociadas al prestigio y la modernidad. Los gobiernos pueden establecer estas funciones en diferentes ámbitos, desde los servicios públicos y el sistema educativo hasta el ámbito privado. Además de la regulación de funciones y espacios de uso de las lenguas, han de hacer políticas de pedagogía y sensibilización sobre la diversidad lingüística.

6. Las leyes del mercado favorecen el uso de las lenguas más extendidas. Los go-biernos de territorios con lenguas minorizadas tienen que contrarrestar la fuerza del mercado preservando espacios de uso para estas lenguas. El principio de equidad legitima que sus hablantes tengan derechos lingüísticos diferenciados o adicionales respecto a los hablantes de lenguas mayoritarias.

7. Hay diferentes tipos de derechos lingüísticos: derechos de tolerancia o de pro-moción, derechos instrumentales, derechos individuales o territoriales. Así como en el caso de las minorías nacionales los gobiernos pueden determinar

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la oficialidad de las lenguas y establecer políticas de promoción, en el caso de las lenguas de la inmigración la universalización de derechos sólo es viable con respecto a la tolerancia en la esfera privada (derechos de tolerancia) y a la adaptación de los servicios públicos durante un periodo de transición (dere-chos instrumentales) en casos como la incorporación en la escuela, la asistencia en los tribunales de justicia o la prestación de servicios públicos vitales. Don-de hay altas concentraciones de inmigración, los gobiernos pueden establecer medidas adicionales, como ofrecer clases de lengua extraescolares que ayuden a conservar su patrimonio lingüístico.

8. Los derechos de determinados individuos o grupos comportan deberes u obli-gaciones para otros individuos o grupos, o dicho de otra manera, restricciones de sus libertades. La restricción de libertades de los más poderosos para garan-tizar el ejercicio de derechos de los más débiles es un hecho común en todas las políticas sociales.

9. Derecho y libertad son conceptos diferentes. La libertad de una persona tie-ne relación con su poder. La libertad para escoger la lengua que utiliza está condicionada por las lenguas que conoce (si es monolingüe, no tiene ninguna libertad de elección) y por el entorno de uso. El individuo sólo puede escoger la lengua cuando es él quien controla el entorno de uso lingüístico, es decir, el entorno social. Las condiciones de poder para la libertad lingüística siempre son condiciones sociales. El problema de la libertad lingüística no es estric-tamente individual, sino que es de decisión individual en un entorno social favorable.

10. Desde el punto de vista de la ética política, son legítimas las políticas lingüís-ticas que están entre dos umbrales: el límite inferior es el régimen de toleran-cia lingüística, y el límite superior es el establecimiento de restricciones en el sector privado, que se tiene que hacer según criterios de de razonabilidad (ob-jetivo valioso y medida proporcionada). Se pueden restringir, pero no negar, los derechos fundamentales.

A modo de poco esperanzada conclusión, cabe insistir en que los princi-pios que guían las nuevas formas de actuación sobre el lenguaje no han calado aún ni en el ideario ni en la pragmática académica, anclada en un nacionalismo unitarista al que la conveniencia coyuntural, más que la asimilación de las nuevas perspectivas del lenguaje y de su planificación, ha forzado a aflojar el corsé homogeneizador y a hacer concesiones a la variedad intralingüística.

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52. Sobre esta evaluación geopolítica y económica del español, y su relación con la labor académica y con el apoyo financiero y político que recibe, véanse especialmente S. Senz (II: 224-238) y J. del Valle (I: 564-574). (N. de las Eds.)

5. «Las academias de la lengua española, organismos de planificación lingüística» Silvia Senz, Jordi Minguell y Montserrat Alberte

1. Las notas críticas sobre el Diccionario panhipánico de dudas (dpd) que se in-cluyen en este trabajo son en su mayoría contribución de Jordi Minguell y Montserrat Alberte. Las referentes al Diccionario escolar y al Diccionario esencial se deben a Montserrat Alberte. La estructura, la línea argumental y el desarrollo de las diversas secciones y algunas de las mencionadas notas sobre el dpd corresponden a Silvia Senz.

2. Queremos expresar nuestro agradecimiento a Juan Carlos Moreno Cabrera y a Luis Fernando Lara por haber aceptado realizar la revisión de diversas secciones de este ensayo y por sus atinadas observaciones.

3. Este es, por ejemplo, el caso de la Secció Filològica del Institut d’Estudis Catalans, que cumple, además, funciones normativas.

4. A este respecto, véanse también, en esta obra, J. C. Moreno Cabrera (I: 157-314), L. F. Lara (I: 315-341), S. Senz (II: 9-302), J. del Valle (I: 579-584), G. Barrios (I: 591-619), E. Forgas (II: 425-457), S. Rodríguez Bar-cia (II: 459-509). (N. de las Eds.)

5. Sobre los rasgos que distinguen a la rae de las academias italiana y fran-cesa, véase G. Esposito, I: 343-369. Sobre la participación de la Academia Española en la política lingüística, cultural, económica y exterior españo-la, véase S. Senz (II: 171-303). (N. de las Eds.)

6. Sobre la transferencia de autoridad a la academia por parte de las institu-ciones políticas a lo largo de su historia, véanse S. Senz (II: 9-302) y M. Alberte (II: 367-424). (N. de las Eds.)

7. Citados, los principales, en M. Pozzi, II: 305-307. (N. de las Eds.) 8. Por estar desarrollado en otro capítulo de esta obra (M. Pozzi, II: 303-

365), en este apartado pasaremos por alto lo relativo a la normalización de nomenclaturas especializadas (terminologías), un campo a caballo entre la estandarización no lingüística y la lingüística.

9. Abordado por G. Barrios (I: 591-619) en relación con las campañas pu-ristas en Uruguay, y por J. del Valle (I: 551-590) en lo tocante a las actitudes puristas de la Academia Norteamericana de la Lengua. (N. de las Eds.)

10. Tratado en esta obra por J. C. Moreno (I: 157-314) y S. Senz (II: 9-302). (N. de las Eds.)

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Toni
Tachado

11. El proceso de castellanización desarrollado en España y la participación en él de la rae se detallan extensamente en S. Senz, II: 13-16, 25-27, 55-88, 91-100, 103-135 y 139-149. (N. de las Eds.)

12. La implicación de la rae en este objetivo se analiza en J. C. Moreno (I: 164-180, 192-195, 254-267 y 307), J. del Valle (I: 554-573 y 579-585) y S. Senz (II: 149-274). La acción conjunta de rae e Instituto Cervantes en la expansión del mercado de enseñanza de español a extranjeros se aborda en G. Barrios (II: 611-618). (N. de las Eds.)

13. Para una diferenciación sobre los usos sociales normales (norma implícita) y las normas de un estándar lingüístico (norma explícita), véase L. F. Lara, I: 324-329. (N. de las Eds.)

14. Descritos en S. Senz, II: 18-24. (N. de las Eds.)15. En esta obra, muchas de las deficiencias e inconsistencias históricas y presen-

tes de la norma académica quedan detalladas en este mismo artículo, y en los de J. C. Moreno Cabrera (I: 157-314, L. F. Lara (I: 315-341), J. Martínez de Sousa (I: 621-689), M. Pozzi (II: 308-365), M. Alberte (II: 367-424), E. Forgas (II: 425-457) y S. Rodríguez Barcia (II: 459-509). (N. de las Eds.)

16. Véase la descripción de esta nueva orientación de la política lingüística académica en S. Senz, II: 197-274. (N. de las Eds.)

17. Sobre la Fundéu bbva, véanse L. F. Lara (I: 329, 338-339) y S. Senz (II: 240-258). (N. de las Eds.)

18. Sobre este recurso, véase en esta obra M. Pozzi, II: 351-352. (N. de las Eds.)19. Cf. <http://creativecommons.org/licenses/by-sa/3.0/deed.es>.20. Cf. <http://noticias.juridicas.com/base_datos/Admin/rdleg1-1996.html>.21. Cf. <http://www.wikilengua.org/index.php/Wikilengua:Acerca_de#Licencia>.22. Sobre la alusión a Bello y Salvá como fuentes manejadas para la Gramática

de la rae de 1854, véase S. Senz, II: 158-159. (N. de las Eds.)23. Sobre estos errores, véase tb. J. Martínez de Sousa, I: 663-684. (N. de las Eds.)24. Los académicos comisionados fueron Humberto López Morales (como secreta-

rio), Gregorio Salvador (rae), Ofelia Kovacci —a cuya muerte la sustituyó Pe-dro Luis Barcia— (Academia Argentina de Letras), Alfredo Matus (Academia Chilena), Susana Cordero (Academia Ecuatoriana), José Moreno de Alba (Aca-demia Mexicana), Joaquín Segura (Academia Norteamericana), María Vaquero (Academia Puertorriqueña), María Josefa Tejera (Academia Venezolana).

25. Se celebraron cinco reuniones en cinco años: en el 2000 (Madrid), el 2001 (Buenos Aires), el 2002 (Madrid), el 2003 (México D. F.) y el 2004 (Santiago de Chile).

26. Sobre el proceso de informatización de la rae, véanse S. Senz (II: 230-232 y 235-236), M. Alberte (II: 413-414) y M. A. Martí y M. Taulé (II: 540-543). (N. de las Eds.)

27. Cf. el avance de esta nueva Ortografía académica en <www.rae.es/rae/gestores/gespub000039.nsf/.../Folleto_ortografía-rec.pdf>. La comparación del índi-ce de esta obra en proyecto con el de la Ortografía académica vigente, de un lado, y con el de la Ortografía y ortotipografía del español actual de José Martínez

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de Sousa (Trea: 2008, 2.ª ed.; índice disponible en <http://www.calameo.com/books/0004107245a41e1b9e5c0>), de otro, permite aventurar que las acade-mias se han «inspirado» más que mucho en el trabajo de este ortógrafo español. Aun así, en su línea de parasitación del esfuerzo ajeno, seguramente no lo refe-renciarán. De hecho, el avance de la nueva Ortografía no muestra bibliografía alguna... lo que, en el colmo del cinismo, no impide a las academias dar en ella lecciones de cómo elaborar una cita bibliográfica y confeccionar una bibliografía.

28. Ello nos lleva a echar de menos, nuevamente, la relación de las fuentes lexicográficas y lingüísticas de las que bebieron los redactores del dpd y que bien habrían podido conformar la correspondiente «Nómina de fuen-tes consultadas».

29. Al consultar el crea, se han buscado también las formas plurales de los sus-tantivos, por lo que el número de casos indicados es la suma de los resultados ofrecidos para el singular y para el plural.

30. No se admiten tampoco en las adaptaciones al español las terminaciones en -t de otras voces francesas, como bidet, cabaret, carnet, chalet; aunque sí se acepta esa -t, en cambio, en las formas tomadas del francés ‘complot’ (pl. ‘complots’), ‘debut’ (pl. ‘debuts’) y ‘maillot’ (pl. ‘maillots’). Como en el caso de ballet, para cabaret el dpd propone ‘cabaré’ (pl. ‘cabarés’), cuando en el crea hay 488 casos en 245 documentos de cabaret, mayoritariamente de España (45,41 %) y México (21,66 %), y de cabaré sólo 34 casos en 23 documentos, mayoritariamente de España (70,58 %); cabarets da 128 casos en 85 documentos, con una distribución geográfica muy repartida, y caba-rés sólo 16 casos en 14 documentos (68,75 % de España).

31. Consultado un experto en deportes de montaña y aventura al que avala una amplia trayectoria profesional, Miquelàngel (Key) Costa, se nos confirmó que las formas usuales en estos contextos son rafting y puenting. Nuestro experto aún está recuperándose de la sorpresa que le causó la «inventiva» académica...

32. Es el resultado de buscar «esponsoriza*» y de restarle manualmente las formas sustantivas, ya que la interfaz del crea disponible en internet para los usuarios no permite realizar consultas que impliquen análisis morfoló-gico y que posibiliten obtener los casos correspondientes a todas las formas del paradigma verbal de esponsorizar o del nominal de esponsorización.

33. Cf. <http://corpus.rae.es/cordenet.html>.34. Cf. <http://corpus.rae.es/creanet.html>.35. Cf. Martínez de Sousa (2005b: en línea), Velando (2006: 225-242), Bue-

nafuentes y Sánchez (2006: 308-314). 36. Cf. <http://noticias.juridicas.com/base_datos/Anterior/r0-rd1109-1993.html>.37. «Huella dactilar» sí consta bajo huella, pero remitida a «impresión dac-

tilar». (¿Por qué, si es de menor uso?) Y en fuerza se recoge y se define «fuerza centrífuga» y «fuerza centrípeta». Este proceder no favorece en absoluto el uso del diccionario por parte de los usuarios, y menos aún de

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los estudiantes, puesto que, si al realizar la búsqueda de una expresión compleja, no la localizan en el primer término consultado, muy probable-mente dejarán de buscar, sobre todo si se los va remitiendo de voz en voz, como sucede con el primer caso expuesto. Es correcto que la definición de estas formas esté sólo en uno de sus componentes, pero no está de más, sino todo lo contrario, que figuren bajo el otro componente a modo de ejemplo.

38. Las pistas perdidas designan el hecho de recurrir en las definiciones a térmi-nos que no están a su vez definidos en el diccionario (Medina, 2003: 135).

39. Este proceder en la elaboración de diccionarios escolares no es exclusivo de la academia; también las editoriales han seguido este método en más oca-siones de las deseadas, y así lo señala Pérez Lagos (1998, citado en Herrero, 2006: en línea): «las editoriales tradicionalmente dedicadas al diccionario se afanan todos los años en sacar a la luz nuevas obras, muchas de ellas con el título de escolares, pero todas ellas muestran una continuidad en el estilo y forma con respecto a las obras mayores de las que proceden».

40. Aunque, al poco tiempo, la Real Academia Española publicó una segunda edición, en la que se afirmaba que se habían revisado las voces técnicas y científicas y adaptado el lenguaje de las definiciones a los estudiantes, ta-les anuncios no se cumplieron sistemáticamente, por lo que este segundo derae sigue sin ser adecuado como diccionario didáctico escolar.

41. Sobre el tratamiento del drae a la nomenclatura del sI de unidades, véase M. Pozzi, II: 329-343. (N. de las Eds.)

42. Definición de apéndice del drae 2001: «Cosa adjunta o añadida a otra, de la cual es como parte accesoria o dependiente».

42. El análisis comparativo del dele y del dpd requiere mucho más tiempo y espacio del disponible en esta ocasión, y es un estudio que seguramente resultaría muy interesante.

44. Cf.<http://www.acceso.com/display_release.html?id=14924>.45. Cf. <http://hhh.gavilan.edu/fmayrhofer/spanish/raedpd/dpdI/index.htm> y

<http://buscon.rae.es/dpdI/>.46. Sobre la estructura y capacidad financiera de la rae, véanse en esta obra L. C.

Díaz Salgado (I: 101-103 y 131-148) y S. Senz (II: 218-263). (N. de las Eds.)47. Cf. <http://filologocfa.blogspot.com/2010/02/buscar-palabras-en-el-drae-

y-en-el-dpd.html> y <http://www.acl.ac.cr/>.48. Véanse las definiciones de los conceptos de prestigio y de mercado lingüístico

en S. Senz, II: 18-24. (N. de las Eds.)49. Véase un análisis de su aplicación en J. C. Moreno (I: 240-250). (N. de las Eds.)50. Véase esta idea expuesta en J. C. Moreno (I: 164, 201-210, 231-254 y

298), y S. Senz (II: 36, 53 y 200-201). (N. de las Eds.)51. Por comunidad de habla o comunidad lingüística entendemos el grupo social

de hablantes cohesionado por la existencia de una red de interacciones frecuentes (reales y simbólicas) que comparte un mismo repertorio verbal (al menos, una variedad lingüística) y unas mismas actitudes y formas de

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comportamiento lingüístico, es decir, unas reglas de uso lingüístico y un sistema de valores (en lo referente al lenguaje) comunes.

52. Sobre los términos sistema y diasistema, véase en esta obra J. C. Moreno, I: 226-228 y § 7. (N. de las Eds.)

53. El concepto de monoglosia se describe en J. del Valle, I: 582-584. (N. de las Eds.)

54. Véase la historia del modelo panhispánico en S. Senz (II: 193, 197-274). (N. de las Eds.)

55. Cf. <http://www.iec.cat/activitats/institucio.asp?v_seccio=2> y <http://www.avl.gva.es/>.

56. Sobre la consideración de posibles estándares nacionales para la enseñanza de español a extranjeros, véase en este misma obra G. Barrios, I: 614-618. (N. de las Eds.)

57. Salamandra, radicada en Barcelona, que ostenta los derechos de traducción de la saga Harry Potter al español —lo que implica a cualquiera de sus variedades—, y que distribuye en España y América según acuerdo con distribuidoras locales.

58. Resulta curioso comprobar cómo el grueso de la inversión en traducción de los volúmenes de la serie Harry Potter se ha destinado a la versión peninsular (con traducción directa del inglés), que tiene un público potencial muy in-ferior al de cualquiera de las dos adaptaciones hechas a partir de ella. Este es uno de los muchos indicadores de propiedad idiomática que se detectan en la industria editorial española en castellano. A este respecto, merece la pena leer el artículo del escritor y traductor argentino Marcelo Cohen, «Nuevas batallas por la propiedad de la lengua» (2007), quien concentra en su piel la esquizofrenia idiomática (y estilística) de los muchos profesionales argenti-nos que se han desempeñado en la edición y traducción de libros en España.

59. En este trabajo empleamos el concepto de mercado lingüístico en los dos sentidos descritos en S. Senz, II: 18-24.

60. Con respecto a los movimientos copyleft y open access, a las licencias Creative Commons y al paso de la edición impresa al formato digital recomenda-mos al lector los siguientes textos: L. Lessig (2005); Cagide y otros (2006); Traficantes de Sueños (2006); J. Rodríguez (2007).

61. Como veremos (§ 3.7), la variación geográfica del español, particularmente en América, es la gran desconocida de la lingüística hispánica. Ese precario conocimiento de las diversas y variables formas del español sirve a las aca-demias para relativizar, ante la opinión pública, el influjo de la variación en las prácticas lingüísticas locales y en la conformación de identidades, y, con ello, para hacer creer que es posible difundir un único estándar con un cierto grado de aceptación de esa variación pretendidamente «escasa y controlable».

62. Una tesis sobre las razones subyacentes a este cambio se propone en S. Senz, II: 193 y 197-274. (N. de las Eds.)

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63. Cf. <http://www.academiadelaragones.org/biblioteca.htm>.64. Cf. <http://www.iec.cat/coneixement/entrada_c.asp?c_epigraf_num=162>.65. Sobre la posible elaboración de un estándar andaluz, véase L. C. Díaz Sal-

gado, I: 43-45. (N. de las Eds.)66. Sobre este proyecto, véase S. Senz, II: 215-216. (N. de las Eds.)67. Véase la discusión del concepto de norma culta que realiza L. F. Lara,

I: 324-329. (N. de las Eds.)68. Sobre la supuesta agramaticalidad de estas formas, véase L. F. Lara, I: 326.

(N. de las Eds.)69. Y esto no puede atribuirse a responsabilidad suya.70. Sobre estas creencias en el potencial uniformador de la norma mediática

y sobre las apologías del estándar neutro, no exclusivas de López Morales, véanse J. C. Moreno (I: 230), S. Senz (II: 243 y 248). (N. de las Eds.)

71. Descrita en S. Senz (II: 149-274) y J. del Valle (I: 554-573). (N. de las Eds.)72. Sobre este episodio de la historia normativa del español, véanse S. Senz

(II: 114-118) y J. Martínez de Sousa (I: 636-647). (N. de las Eds.)73. De hecho, y con respecto al español, se han desarrollado ciertos mitos

sobre su expansión, derivados de su temprano carácter koinético y de su supuesta función «natural» y primigenia como lengua común peninsular. En relación con estos mitos, véase en esta misma obra J. C. Moreno Cabre-ra (I: § 4, 7, 8 y 10), y, del mismo autor, «De la cuna a la cuña. Brevísima relación del nacionalismo lingüístico español» (en prensa).

74. El proceso de castellanización de España responde a este patrón; véase S. Senz, II: 13-16, 25-27, 55-88, 91-100, 103-135 y 139-149. (N. de las Eds.)

75. Véase al respecto S. Senz, II: 240-258. (N. de las Eds.)76. Sobre esta cuestión, véase G. Barrios, I: 614-618. (N. de las Eds.)77. Sobre este fenómeno en el comportamiento de los latinos en Estados Uni-

dos, véáse, en esta misma obra, J. del Valle, I: 576. (N. de las Eds.)78. Sobre el discurso condenatorio del habla de los hispanohablantes de Esta-

dos Unidos emitido por la rae y la anle, y sus efectos, véase J. del Valle (I: 579-584). (N. de las Eds.)

79. Sobre la naturaleza y mecanismos del cambio lingüístico, véase en esta obra J. C. Moreno, I: 231-254 y 298.

80. Cf. <corpus.rae.es/creanet.html>.81. Cf. <http://www.corpusdelespanol.org/>.82. Juana del Valle Rodás (1996-1997): «Para una lingüística interpretativa:

(de)queísmo en el habla de Salta (N. O. Argentino)», en Studia hispanica in honorem Germán de Granda, vols. 12 y 13 del Anuario de Lingüística Hispá-nica, Valladolid: Universidad de Valladolid, pp. 797-818.

83. Que se califiquen de «innovaciones» no significa que se trate de fenómenos de aparición reciente en la lengua.

84. Véanse las nociones de prestrigio y prestigio encubierto en S. Senz, II: 19-21. (N. de las Eds.)

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85. Sobre la elaboración de la idea de vulgarismo en la ideología académica, véase J. C. Moreno, I: 201-219. (N. de las Eds.)

86. Véanse especialmente J. C. Moreno Cabrera (I: 157-314), J. Martínez de Sousa (I: 621-689), M. Pozzi (II: 308-365), M. Alberte (II: 367-424), E. Forgas (II: 425-457) y S. Rodríguez Barcia (II: 459-509). (N. de las Eds.)

87. Sobre esta actitud en relación con la Academia Española, véase S. Senz, II: 70-75, 118-131, 226 y 239-240. (N. de las Eds.)

88. Y con anterioridad a ella; véanse S. Senz (II: 70-75 y 118-123) y J. Mar-tínez de Sousa (I: 628-629 y 636-647). (N. de las Eds.)

89. Sobre las tentativas de intervención académica en estos entornos, véanse M. A. Martí y M. Taulé, II: 513 y 516. (N. de las Eds.)

90. Los fundamentos ideológicos y los fines políticos de este discurso se tra-tan en J. C. Moreno Cabrera (I: 164-180, 192-195 y 254-267), J. del Valle (I: 554-573 y 579-585) y S. Senz (II: 149-274). (N. de las Eds.)

91. Actual secretario general de la Asociación de Academias de la Lengua Española.

92. La nota de Zimmermann refiere a J. G. Zamora Munné. y J. M. Guitart: Dia-lectología hispanoamericana. Teoría, descripción, historia, Salamanca: Almar, 1982.

93. La nota de Zimmermann refiere a las siguientes obras lexicográficas de G. Haensch y R. Werner (eds.): Nuevo diccionario de americanismos: colom-bianismos, Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, 1993; Diccionario del español de Argentina, Madrid: Gredos, 2000; Diccionario del español de Cuba, Ma-drid: Gredos, 2000.

94. Véanse las definiciones de Hispanofonía en J. del Valle (I: 554-573) y S. Senz (II: 172-197). (N. de las Eds.)

95. Véase a este respecto S. Senz (II: 198-274). (N. de las Eds.) 96. Una deducción más razonable habría sido que los huecos e inconsisten-

cias de la norma académica dan pie a las mismas dudas entre todos los hablantes, con independencia de su procedencia.

97. Académico correspondiente de la Academia Norteamericana de la Len-gua Española y de la Academia Argentina de Letras, y ex-director acadé-mico del Instituto Cervantes.

98. Actual directora del Instituto Cervantes. 99. Sobre el carácter socialmente minoritario de la variante culta del español

(la de las clases instruidas y socioeconómicamente elevadas, muy per-meable a las formas del estándar), véase en esta misma obra J. C. Moreno Cabrera, I: § 7 y 9. (N. de las Eds.)

100. Sobre la situación descriptiva del léxico español, tanto de España como de América, véase, en esta misma obra, L. F. Lara, I: 331-333 y 334-337. (N. de las Eds.)

101. La condición excepcional del español de México se debe a la ímproba tarea de descripción realizada por L. F. Lara y su equipo en el Diccionario del español usual en México, ya por su segunda edición y con una primera

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edición disponible en línea: <http://www.cervantesvirtual.com/FichaO-bra.html?Ref=3161>.

102. Se refiere al Proyecto de la Norma Culta Hispánica Juan M. Lope Blanch, cuya historia, relación con las academias y con el nuevo estándar, y actual situación se refieren en S. Senz, II: 215-216 y 259-260. (N. de las Eds.)

103. Decimos «en lingüística» para enfatizar que la palabra español tiene, en sus usos ideológico y político, una dimensión nacionalista, esto es, iden-titaria y unitarista.

104. Ampliamente tratados, en su mayoría, en J. C. Moreno (I: 157-314), S. Senz (II: 27-55) y J. del Valle (I: 582-584). (N. de las Eds.)

105. Radio entra como cultismo ya en el primer diccionario académico (el Autoridades).

106. A este respecto, véase, en esta misma obra, M.ª A. Martí y M. Taulé, II: 513 y 516. (N. de las Eds.)

107. Sobre la idea de lengua perfecta, véanse J. C. Moreno (I: 157, 161, 183-188, 197-206, 215, 254, 277, 284 y 296) y S. Senz (II: 27-55). (N. de las Eds.)

108. Sobre la relación del cambio lingüístico con los procesos de adquisición de las lenguas naturales durante la infancia, véase también la propuesta de Hale (procesador de Hale) referida y ejemplificada por J. C. Moreno en esta misma obra, I: 214, 229-234, 245, 276-277. (N. de las Eds.)

109. Las raíces y motivaciones de esta ideología se exponen y analizan en J. C. Mo-reno (I: 164-180, 192-195 y 254-267) y S. Senz (II: 149-274). (N. de las Eds.)

110. Sobre la cuestión del nombre del idioma, véase S. Senz (II: 134-139). (N. de las Eds.)

111. Al respecto, véase S. Senz, II: 9-302. (N. de las Eds.)112. En la planificación lingüística de organismos públicos, que incide en los

aspectos sociales, culturales y políticos relacionados con las lenguas, no cabe reducir la gestión de las lenguas al análisis coste-beneficio, pues, como señala Alarcón (2005: 97), «los análisis coste-beneficio deben ser usados sólo como información para la toma de decisiones más que para determinar las decisiones finales. Es más fácil identificar costes que pre-ver los beneficios de la planificación lingüística, simplemente porque éstos tienden a ser intangibles».

113. Véase J. C. Moreno Cabrera (I: 157-314) y S. Senz (II: 9-302). (N. de las Eds.)114. Referidos en esta misma obra por S. Senz (II: 114-118) y J. Martínez de

Sousa (I: 636-647). (N. de las Eds.)115. Tratada extensamente en S. Senz (II: 70-75 y 118-131). (N. de las Eds.)116. El castellano ha tomado también numerosas palabras de las lenguas con

las que mantiene aún contacto directo, como es el caso del catalán. Este origen tienen (Prat Sabater, 2003: 458-459), por ejemplo, los siguientes términos recogidos en el Diccionario de la Real Academia Española (drae): alioli, avería, bou, burdel, chuleta, entremiche, forastero, linaje, manjar, merca-der, mercería, mosqueta, mújol, oriol, peaje, trébol...

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117. Sobre este asunto, veáse en esta misma obra el análisis realizado por J. del Valle, I: 574-579. (N. de las Eds.)

118. Cuando desde el nacionalismo español (o hispánico) se plantea como una amenaza para el castellano la recuperación de lenguas en situación de des-ventaja con respecto al español o en situación de franca recesión (lenguas europeas que cohabitan con el español en España, lenguas amerindias, lenguas de frontera y lenguas criollas) lo que suele hacerse es confundir el destino de los hablantes monolingües de español que habitan en las zonas con una lengua vernácula o criolla legalmente protegida, con el destino de toda la comunidad de hablantes de español. Una lengua no está amen-zada si no lo está toda su comunidad lingüística. Que parte de ella llegue a aprender y usar la lengua propia de una comunidad con la que convive en un determinado lugar y que está radicada en ese territorio histórica-mente no constituye peligro alguno, para nadie: es sin duda un acto de generosidad y de pura acomodación al entorno. Lo que es un peligro para la humanidad son los actos de monolingüismo militante entre hablantes que lo tienen todo ganado y que sólo se ponen la palabra bilingüismo en la boca para defender un bilingüismo unilateral, que segregue la sociedad en dos grupos: un grupo pertinazmente monolingüe o sesquilingüe (el suyo) y otro grupo bilingüe activo (el que añade el español a su propia lengua por imperativo del mercado o por imperativo legal).

En relación con los procesos de sustitución lingüística, recomendamos la lectura de Carme Junyent (1992).

119. Al respecto, véase nota 88. (N. de las Eds.)120. Sobre las relaciones con los medios de comunicación, véase en esta misma

obra S. Senz, II: 240-258. (N. de las Eds.)121. Al respecto, sobre las academias uruguaya y argentina, véanse G. Barrios

(I: 596-598) y S. Ramírez Gelbes (II: 563-573). (N. de las Eds.)122. Sobre ello, véanse G. Barrios (I: 591-619) y S. Ramírez (II: 560-563).

(N. de las Eds.)123. Sobre la defensa idiomática interior, véase S. Senz, II: 210-211. (N. de las

Eds.)124. Véase nota 50. (N. de las Eds.) 125. En un primer momento, el ideal estético que configura el momento de

máximo esplendor literario es, para la academia, la «mejor» literatura del xvII, referencia que, por influencia del neoclasicismo, se ampliará más adelante a los autores del xvI.

126. Referidos en S. Senz (II: 167-170 y 198-218) y J. del Valle (I: 557-561). (N. de las Eds.)

127. A este respecto, véase el desarrollo que J. C. Moreno Cabrera hace del concepto de criptoescriturismo en esta obra, I: 221. (N. de las Eds.)

128. Véase la elaboración pidaliana de la (aún vigente) retórica de la unidad en S. Senz, I: 203-205. (N. de las Eds.)

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129. Véase al respecto S. Senz, II: 41-54. (N. de las Eds.)130. Véase nota 94. (N. de las Eds.)131. Cf. <http://eurocomprehension.eu/>.132. Sobre el estado del desarrollo de las tecnologías lingüísticas para el espa-

ñol y el papel que en él desempeñan las academias, véase, en esta obra, M.ª A. Martí y M. Taulé, II: 511-558. (N. de las Eds.)

133. Véase al respecto S. Senz, II: 9-171. (N. de las Eds.)134. Versión informatizada, consultable en línea: <http://atilf.atilf.fr/tlf.htm>.135. Entendemos por lengua histórica «la identificación de todos los elementos

y de las estructuras que, a lo largo del tiempo y en diferentes comunidades geográficas y políticas, se juzgan parte de “la misma lengua”» (Lara, 2009: 37).

136. Sobre esta competencia, véanse las notas 94 y 129. (N. de las Eds.)137. Véanse al respecto S. Senz (II: 167-170 y 149-274), y J. del Valle (I: 554-

573). (N. de las Eds.) 138. Véase la nota 72. (N. de las Eds.)139. Cabe señalar que Juan Domingo Perón, aun no siendo un especialista,

no era tampoco un lego en materia lingüística. Su periodo como militar en la Patagonia lo llevó a elaborar y publicar una Toponimia patagóni-ca de etimología araucana (Almanaque del Ministerio de Agricultura, Buenos Aires, 1935-1936), en la que suministraba información léxica, observaciones etimológicas, y referencias culturales, geográficas e his-tóricas sobre la población indígena de la zona; una actividad de explo-ración y conocimiento étnico y geográfico que respondía a la necesidad de resolver problemas de ocupación del territorio (Narvaja de Arnoux, 2001: 3).

140. Sobre el papel de la Real Academia Española y del resto de reales acade-mias en la normalización terminológica del español, véase, en esta obra, M. Pozzi, II: 310-359. (N. de las Eds.)

141. Cf. <http://www.vatican.va/roman_curia/institutions_connected/latini tas/documents/index_sp.htm>.

142. Cf. <http://www.vatican.va/roman_curia/institutions_connected/latini tas/documents/rc_latinitas_20040601_lexicon_it.html>.

143. Sobre el apoyo de la Real Academia Española y la Asale al proyecto Ter-minesp de armonización terminológica del español, véase, en esta obra, M. Pozzi, II: 349-352. (N. de las Eds.)

144. Véase la definición que L. F. Lara hace de ambos conceptos en I: 321. (N. de las Eds.)

145. Véase la nota 137. (N. de las Eds.)146. Sobre el papel de la rae en la estandarización terminológica, véase

M. Pozzi, II: 310-352 y 359-363. (N. de las Eds.)147. Un ejemplo de los problemas que ocasiona la falta de aplicación de este

principio se da en S. Senz, II: 251-254. (N. de las Eds.)

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148. Véanse L. C. Díaz (I: 113-119) y E. Forgas (II: 425-457). (N. de las Eds.)149. Este proceso de intervencionismo académico se narra en S. Senz, II: 240-

258. (N. de las Eds.)150. Agradecemos los datos vigentes del Libro de redacción, amablemente pro-

porcionados por Magí Camps, jefe de Edición de La Vanguardia.151. Cf. <http://www.ifla.org>152. La versión en español está disponible en <http://www.crmfalbacete.org/

recursosbajocoste/facillectura/index.html>.153. Para saber qué grupos de trabajo e instituciones promueven la lf en Europa y

España, y qué materiales son el resultado de su labor, cf. Senz (24/01/2007).154. Cf. <http://www.easy-to-read-network.org/>.155. Cf. <http://www.clarity-international.net/>.156. Cf. <http://www.plainlanguagenetwork.org/>.157. Sobre este aspecto oscuro del plain language, véase también en esta obra

L. F. Lara, I: 339. (N. de las Eds.)158. Cf. <www.boe.es/boe/dias/2003/11/11/pdfs/A39810-39810.pdf>.159. No era la primera vez que la rae firmaba un acuerdo de este tipo: en

2001 ya se había comprometió con el Tribunal Constitucional a revisar la corrección lingüística de algunas sentencias de este organismo.

160. Cf. <http://secretjurid.www5.50megs.com/leyes/lysvarias/24967.htm>.161. Página web personal: <http://www.antonioanselmomartino.it/>.162. En <http://www.antonioanselmomartino.it/index.php?option=com_doc

man&task=doc_download&gid=1&Itemid=65>.163. Cf. <http://www.lenguajeciudadano.gob.mx/> y <http://www.funcionpu

blica.gob.mx/images/doctos/programas/ManualLenguajeClaro.pdf>.164. Sobre el discurso condenatorio de la anle de las prácticas lingüísticas de

los hispanos estadounidenses, véase, en esta obra, J. del Valle, I: 579-584. (N. de las Eds.)

165. La versión completa del informe puede consultarse en: <http://unesdoc.unesco.org/images/0018/001836/183699S.pdf>.

166. Sobre ellos, véase S. Senz, I: 9-302. (N. de las Eds.)167. A este respecto, véase, en esta misma obra, L. C. Díaz Salgado, I: 39-63

y 87-88. (N. de las Eds.)168. Véase, por ejemplo, su oposición al reconocimiento del catalán en S.

Senz, II: 130-134. (N. de las Eds.)169. Véase la nota 148. (N. de las Eds.)170. Sobre estas tradiciones y su influencia en el pensamiento académico, véanse

especialmente J. C. Moreno (I: 219-230) y S. Senz (II: 34-35) y S. Rodrí-guez Barcia (II: 459-509). (N. de las Eds.)

171. Véanse al respecto J. C. Moreno (I: 192-195), L. F. Lara (I: 324, 338-339), S. Senz (II: 171-302) y J. del Valle (I: 554-574). (N. de las Eds.)

172. Sobre la arbitrariedad y el autoritarismo académicos, véanse las notas 90 y 122. (N. de las Eds.)

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173. En lo referente a la legislación de alcance mundial, incluyen referen-cias a estos derechos: la Declaración Universal de los Derechos Humanos (onu, 1948, art. 2), el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políti-cos (onu, 16/12/1966, arts. 2, 14 y 27), la Resolución del 20/11/1990 (art. 30) y la 47/135, la Declaración sobre los Derechos de las Personas pertenecientes a Minorías Nacionales o Étnicas, Religiosas y Lingüísticas (18/12/1992, arts. 1, 2, 4, 5 y 7) de la Asamblea General de Naciones Unidas; la Convención relativa a la Lucha contra la Discriminación en el Ámbito de la Enseñanza (unesco, 14/12/1960); la Recomendación re-lativa a la Participación y la Contribución de las Masas Populares en la Vida Cultural (unesco, 26/11/1976), la Declaración de México sobre Po-líticas Culturales (unesco, 06/08/1982); la Declaración Universal de los Derechos Lingüísticos (08/06/1996, aprobada por cuatro entidades con-sultivas: Chaire unesco en aménagement linguistique et didactique des langues, Fédération Internationale des Professeurs de Langues Vivantes, Linguapax y Literacy & Development Liaison Unit-Summer Institute of Linguistics, y por 54 entidades [universidades, academias, centros de estudios lingüísticos, asociaciones de expertos en lingüística y derechos humanos, centros de gestión y conservación del patrimonio cultural y organizaciones de protección de las minorías culturales], 40 centros pen y por 41 expertos de todo el mundo; aspira a ser asumida por la unesco y la Asamblea General de Naciones Unidas e integrarse como anexo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos).

174. Cabría enfatizar: «De todas ellas, incluidas las que pertenecen a grupos tradicionalmente monolingües».

6. «Política del lenguaje y geopolítica: España, la rae y la población latina de Estados Unidos»

José del Valle

1. Quiero expresarles mi agradecimiento a Silvia Senz y Montse Alberte por haberme incluido en el proyecto y por su extraordinaria labor como editoras. También doy las gracias a Ana Nuño, quien, hace años ya, me animó a escribir un ensayo sobre el español en Nueva York para la revista Quimera, y a Clare Mar-Molinero y Miranda Stewart por publi-carme en Globalization and Language in the Spanish-Speaking World un artículo sobre estas cuestiones. En este ensayo retomo asuntos tratados en aquellos.

2. Todas las traducciones a lo largo del ensayo son mías. 3. Sobre la historia glotopolítica de los Estados Unidos se puede leer Baron

(1991) o Crawford (1992). 4. Cf. <http://www.us-english.org/inc/>.

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Toni
Tachado