Problemas de la vida cotidiana: Algunas reflexiones teóricas para un análisis social en...

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DE LA ESTRUCTURA DOMÉSTICA AL ESPACIO SOCIAL. LECTURAS ARQUEOLÓGICAS DEL USO SOCIAL DEL ESPACIO

Sonia Gutiérrez LLoret e iGnaSi Grau Mira (edS.)

de La eStruCtura doMéStiCa aL eSPaCio SoCiaL.

LeCturaS arQueoLÓGiCaS deL uSo SoCiaL deL eSPaCio

PuBLiCaCioneS de La uniVerSidad de aLiCante

Publicaciones de la universidad de alicanteCampus de San Vicente s/n

03690 San Vicente del [email protected]

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© los autores, 2013© de la presente edición: universidad de alicante

© ilustración de la cubierta: Fernanda Palmieri (artículo de elizabeth Fentress)

iSBn: 978-84-9717-287-5depósito legal: a 663-2013

editores científicos: Sonia Gutiérrez Lloret, ignasi Grau MiraCoordinadora técnica: Victoria amorós ruiz

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impresión y encuadernación: Kadmos

reservados todos los derechos. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. diríjase a Cedro (Centro español de derechos reprográficos,

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este volumen ha sido realizado en el marco del proyecto de investigación «Lectura arqueológica del uso social del espacio. análisis transversal de la protohistoria al Medioevo en el Mediterráneo occidental» (Har2009-11441) del Ministerio de Ciencia y tecnología, y su edición ha contado

igualmente con financiación del Ministerio de economía y Competitividad (Har2011-15720-e), la Consellería de educación, Formación y empleo de la Generalitat Valenciana (aorG/2012/205) y la universidad de alicante.

Universitat d’AlacantUniversidad de Alicante

índiCe

PreSentaCiÓn ....................................................................................................................................... 9Sonia Gutiérrez Lloret e Ignasi Grau Mira

LaS ÁreaS de aCtiVidad Y LaS unidadeS doMéStiCaS CoMo unidadeS de oBSerVaCiÓn de Lo SoCiaL: de LaS SoCiedadeS CazadoraS-reCoLeCtoraS a LaS aGriCuLtoraS en eL eSte de La PenínSuLa iBériCa ........................................... 13Francisco Javier Jover Maestre

Todo queda en caSa: eSPaCio doMéStiCo, Poder Y diViSiÓn SoCiaL en La edad deL Hierro deL nW de La PenínSuLa iBériCa ......................................................... 39Xurxo M. ayán Vila

unidad doMéStiCa, Linaje Y CoMunidad: eStruCtura SoCiaL Y Su eSPaCio en eL Mundo iBériCo (SS. Vi-i aC) ................................................................................................ 57Ignasi Grau Mira

eL eSPaCio doMéStiCo Y Su LeCtura SoCiaL en La ProtoHiStoria de CataLuÑa (S. Vii – ii/i a.C.) ................................................................................................................ 77Maria carme Belarte

deL eSPaCio doMéStiCo a La eStruCtura SoCiaL en un oPPIduM iBériCo. reFLeXioneS a Partir de La BaStida de LeS aLCuSSeS .................................................. 95Jaime Vives-Ferrándiz Sánchez

eSPaCio doMéStiCo Y eStruCtura SoCiaL en ConteXtoS PúniCoS ........................ 111Helena Jiménez Vialás y Fernando Prados Martínez

uTILITaS Frente a VenuSTaS: ViViendaS PoPuLareS de La antiGua roMa ........... 127Jaime Molina Vidal

anÁLiSiS SoCiaL de La arQuiteCtura doMéStiCa roMana en La reGiÓn deL aLto duero: una aProXiMaCiÓn SintÁCtiCo-eSPaCiaL ................................................ 141Jesús Bermejo Tirado

La CaSa roMana CoMo eSPaCio SoCiaL Y reLiGioSo: ProYeCCiÓn SoCiaL de La FaMiLia a traVéS deL CuLto ................................................................................................... 155María Pérez Ruiz

La CaSa roMana CoMo eSPaCio de ConCiLiaCiÓn entre eL ÁMBito doMéStiCo Y La rePreSentaCiÓn SoCio-eConÓMiCa deL doMinuS: aLGunoS CaSoS de eStudio deL conVenTuS caRTHaGInIenSIS ................................... 169Julia Sarabia Bautista

Città Senza CaSe: La doMuS CoMe SPazio PuBBLiCo nei MunIcIPIa deLL’uMBria .......................................................................................................................................... 191Simone Sisani

eSPaCio SoCiaL Y eSPaCio doMéStiCo en LoS aSentaMientoS CaMPeSinoS deL Centro Y norte PeninSuLar (SiGLoS V-iX d.C.) .......................................................... 207alfonso Vigil-escalera Guirado

SPazio SoCiaLe e SPazio doMeStiCo neL Lazio MedieVaLe: iL CaSo di tuSCoLo ................................................................................................................................................... 223Valeria Beolchini

reConSiderinG iSLaMiC HouSeS in tHe MaGHreB ............................................................ 237elizabeth Fentress

CoMinG BaCK to GraMMar oF tHe HouSe: SoCiaL MeaninG oF MedieVaL HouSeHoLdS .......................................................................................................................................... 245Sonia Gutiérrez Lloret

ContriBution à L’étude de L’HaBitat deS éLiteS en MiLieu ruraL danS Le MaroC MédiéVaL: QueLQueS réFLeXionS à Partir de La QaSBa d’ÎGÎLÎz, BerCeau du MouVeMent aLMoHade ....................................................................................... 265ahmed S. ettahiri, abdallah Fili et Jean-Pierre Van Staëvel

ViViendaS MedieVaLeS aL Sur deL anti-atLaS (MarrueCoS). ProBLeMaS de eStudio Y eSPeCiFiCidadeS ........................................................................................................... 279Youssef Bokbot, Yasmina cáceres Gutiérrez, Patrice cressier, Jorge de Juan ares, María del cristo González Marrero, Miguel Ángel Hervás Herrera y Jorge onrubia Pintado

eL aGadIR de id aYSa (aMtudi, MarrueCoS). MateriaLidad Y eSPaCio SoCiaL . 299Marie-christine delaigue, Jorge onrubia Pintado y Youssef Bokbot

aPortaCioneS MetodoLÓGiCaS aL eStudio de La ViVienda iSLÁMiCa ................. 313Víctor cañavate castejón

ProBLeMaS de La Vida Cotidiana: aLGunaS reFLeXioneS teÓriCaS Para un anÁLiSiS SoCiaL en arQueoLoGía de La doMeStiCidad ............................................... 325Jordi a. López Lillo

una ViSiÓn deL eSPaCio deSde La arQuiteCtura. treS ForMaS de CoMPrender LaS diMenSioneS deL eSPaCio doMéStiCo .............................................. 341débora Marcela Kiss

1. Un contexto para la «crítica contextUal»: arqUeología y antropología

Hasta cierto punto, se podría decir que el estudio sis-temático de las evidencias materiales generadas en el ámbito de la vida cotidiana debería de ser, necesaria-mente, un punto de partida disciplinar para los arqueó-logos. en este sentido, y parafraseando la expresión acuñada por eric r. Wolf (1987), la arqueología está bien situada para escribir la historia de la gente sin Historia. Sin embargo, la eventual ausencia de una re-flexión epistemológica que equipare en calado el po-tencial de tales evidencias juega el peligro constante, por un lado, de reducirla a una versión material, menos colorida, y también menos fiable, de los compendios proto-etnográficos de costumbres exóticas; del otro, de descontrolar, e incluso desconocer, la traspolación

1. el presente trabajo se encuadra en el marco de un proyecto de investigación doctoral en curso –con lo que conlleva de cuarentena e inconclusión– dirigido por Sonia gutiérrez e ignasi grau, a quienes he de agradecer, entre otras muchas cosas, la lectura y revisión de una versión anterior de este texto. Buena parte de las ideas que aquí se recogen fueron presentadas por primera vez en la GAO Annual Conference «the archaeology of daily life», celebrada en la Universidad de oxford (reino Unido) entre los días 16 y 17 de marzo de 2012. Dulcinea tomás no sólo tuvo el valor de traducir al inglés una sintaxis infame –«colorless green ideas sleep furiously»–, sino de acompañarme hasta en las malas ideas. también isaac Sastre, chema tejado, Javier Martínez, Débo-ra Kiss y Julián Salazar me dedicaron lecturas y valoraciones indispensables; sin embargo, nadie, sino yo, es responsable de las opiniones y errores que sigan a continuación.

de determinados constructos culturales como herra-mientas analíticas, y en definitiva perder la perspectiva y la capacidad de contextualización. esta problemáti-ca, por lo demás común a cualquier aproximación al estudio de grupos humanos, alcanza todas sus propor-ciones a la hora de abordar el análisis de instituciones no formalizadas –y, por lo general, sólo marginalmen-te gestionadas– en la esfera política de la sociedad, como efecto colateral del predominio de unas tradi-ciones interpretativas basculadas volens nolens hacia los discursos del poder, concretizados precisamente en dicha esfera y desde esta posición vertidos al resto del entramado socio-cultural. por tanto, la pertinencia de la oposición enfática entre la gente sin Historia y el Estado en tanto solidificación proverbial de ese poder, como complemento necesario a lo apuntado por Wolf esta vez de la mano del antropólogo francés pierre clastres (2010 (1974)), no podía ser más absoluta: «la historia de los pueblos sin Historia es la historia de su lucha contra el estado».

pues bien, si existe una institución en los entrama-dos socio-culturales de los grupos humanos a la largo de su historia expuesta a esta situación, sin duda es la situación doméstica.

De forma sumaria, y con el consabido –y, espe-ramos, consentido– ejercicio de generalización más o menos tosca que ello comporta, se podrían resumir en tres las actitudes adoptadas a la hora de enfrentar un contexto arqueológico doméstico. en primer lu-gar quedaría la que desconoce activa o pasivamente la existencia de un problema de reflexión teórica en la modelización de los instrumentos de análisis social de la domesticidad, o bien, conociéndolo, autolimita su interpretación. De cualquiera de las dos maneras es harto probable incurrir en una proyección inmanente

proBleMaS De la viDa cotiDiana: algUnaS reflexioneS teóricaS para Un análiSiS Social en arqUeología De la

DoMeSticiDaD1

JorDi a. lópez lilloUniversitat d’Alacant

En la biblioteca del Congreso, en Washington, comentaba el tema con José An-tonio Arze, un colega boliviano que había publicado un artículo sobre los incas.

Estábamos de acuerdo en que la etiqueta de socialista no pegaba, pero ¿cuál otra? En la serie limitada de la cual creíamos disponer en 1943, no nos quedaba sino esclavitud o feudalismo [...]. En 1950-51, cuando regresé al tema, una clasi-ficación tan ligera me resultó intolerable. En la tesis de 1955 retiré formalmente

la etiqueta feudal. Lo que había pasado entre tanto fue que había empezado a estudiar otros reinos preindustriales, investigados en el terreno por antropólogos

y no por historiadores en los archivos.John v. Murra, introducción de 1977 a La organización económica del Estado inca

Jordi A. López Lillo326

que, en tanto oculta, maximiza los riesgos de perderle el control que convierte el conocimiento en académi-co. tal circunstancia se resuelve en interpretaciones más o menos presentistas y universalizadas únicamen-te a través del filtro indiscriminado de nuestro propio sistema socio-cultural, o bien en el deslizamiento par-cial de características implícitas que van más allá de donde nos suponíamos detener.

Éste sería el caso de las aproximaciones que en-cierran la domesticidad en la mera cohabitación como un giro que imprima cierta asepsia materialista a la in-terpretación de lo material. por ejemplo, si ya en las primeras reflexiones de Linda Manzanilla al respecto de su concepto de unidad habitacional se le fijaba el cepo de la función económica en las actividades com-partidas de producción y consumo –que de hecho ver-tebran su propuesta analítica en torno de las áreas de actividad (Manzanilla, 1986; 1990)–, Martine Segalen corroborará, desde un enfoque sociológico aplicado a grupos europeos modernos y contemporáneos, la inoperancia de los intentos por arriostrar los análisis sociales de lo doméstico a nociones limitadas estricta-mente a la residencia. para la autora francesa, que cier-tamente lidia no sólo con unas evidencias de naturale-za bien diferente a la arqueológica sino también desde unas tradiciones académicas igualmente diferentes, la relación entre el grupo doméstico y el grupo resi-dente o habitacional es sinecdótica en su sentido más estricto, introduciendo, además de la definición de lo doméstico en lo económico, el casi tan elidido como eludido en arqueología factor de «familiaridad»2, al punto de explicar la categoría de grupos domésticos

2. curiosamente, la carga semántica de este término guarda más matices relacionales con el original latino familia, en lo que se refiere al contacto habitual y el conocimiento profundo, que con los usos de éste que se extendieron en las lenguas romances sólo bien entrada la edad Media, tal y como apunta el célebre etimólogo Joan Coromines (1954, II, 484; 1995, III, 872-873); jugando el equilibrio, podría resolverse el guiño de que no deja de ser sintomático el recelo a presu-poner abiertamente este tipo de relaciones en los contextos arqueológicos domésticos. en numerosas ocasiones, además, la obviamente cierta incapacidad positiva de «desenterrar» los lazos de parentesco no es óbice para que estos mismos autores disciernan perfectamente, en factores propios de nuestra «familiaridad» –especialmente en las reproducciones biológica y cultural–, las situaciones domésticas de las no domésticas, aunque coincidan en el resto de variables defi-nitorias –cohabitación, economía autocentrada, etc.–. otro tanto ocurre, podríamos proseguir, con la obstinada negación a considerar la división sexual del trabajo un valor analítico apriorístico hasta demostrar más que sobradamente en la ma-terialidad esta condición, y no a la inversa, contradiciendo no solamente todo el registro etnográfico –con la única ex-cepción, tal vez, de los grupos llamados post-industriales, y desgraciadamente aun en términos discutidos–, sino también todos los escenarios evolutivos para el género Homo, que in-ciden en el desarrollo de estrategias reproductivas basadas en la estabilización de alianzas intersexuales íntimamente coo-perativas y complementarias, y la consiguiente formación

sin estructura familiar del esquema clásico propuesto por el grupo de cambridge mayoritariamente dentro de las sístoles, diástoles y arritmias del ciclo de desa-rrollo doméstico (Segalen, 2004, 37 y ss.)

otro tanto ocurre, desde un punto de partida muy distinto, con determinadas expresiones dentro de la llamada «arqueología de la práctica», donde la diso-lución de los principios estructurales dialógicos del post-estructuralismo –en el cual, por otro lado, se fun-damentan abiertamente– alcanza el punto de cuestio-nar la (pre)existencia misma de las instituciones que rastrean en el registro material. así, en una reciente re-visión a la materia, el arqueólogo argentino José María vaquer (2007, 11-12) planteaba la intención de «dejar de lado la categoría de unidad doméstica como es en-tendida en antropología y en arqueología, para redu-cirla a una serie de prácticas que son llevadas a cabo en el espacio doméstico. a su vez, serían las prácticas mismas las que estarían conformando una representa-ción particular de lo doméstico» como un mecanismo para explicitar la idea por la cual la domesticidad es una situación que ha de entenderse en los equilibrios socio-culturales de su contexto. A pesar de confluir con los planteamientos de vaquer sobre este último punto, lo cierto es que la obliteración inicial de la es-tructuración social del grupo doméstico para regenerar tal estructura al final del proceso de interpretación ar-queológico nos resulta algo, al menos, controvertido, especialmente en la medida en que las prácticas que presuntamente han de definirla ex nihil se anudan, pre-cisamente, en un espacio doméstico cuya resolución conceptual seminal se mantendría ignota, si no fuera precisamente por los procesos de estructuración social que la retro-alimentan. Un enfoque tal aporta sin duda una direccionalidad válida en el programa metodoló-gico de interpretación en arqueología, pero lo hace al precio de obscurecer el funcionamiento y la estructu-ración socio-cultural de los grupos humanos que inter-preta. Desde nuestro punto de vista, la formulación de la «práctica», aunque sea perceptible material y quizá sensorialmente antes que la institución que la pone en juego, ha de entenderla simultáneamente como causa y efecto de esta institución en su proceso de replica-ción dialógica, como defenderemos más adelante.

Una segunda actitud en la aproximación arqueoló-gica a la domesticidad sí que utiliza en sus interpreta-ciones modelos teóricos, pero los toma de las idealiza-ciones propias a un contexto socio-cultural concreto; obviamente, con ello nos referimos a uno diferente al nuestro, por más que no sea en todos los casos igual de obvio –o al menos igual de explícito–, en otro or-den de cosas, el tratamiento de idealización cultural. Sea como fuere, lo cierto es que un enfoque de este tipo no deja de comportar problemas; a nuestro modo de ver, concretamente dos. De un lado queda la falla

de «familoides» que toshisada nishida no encontró en otros homínidos vivos (vid. Chapais, 2008; Wrangham, 2010; etc.)

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correlacionada con el mismo origen del modelo: la de la incapacidad para servirse de él más allá del contexto que lo generó. esto indefectiblemente acaba por subli-marse en la incapacidad para servirse de él también en el contexto que lo generó, una vez que lo lanzamos al devenir histórico. en este sentido resultan paradójicas las advertencias sobre los riesgos de «ahistoricidad» apuntadas desde determinados discursos arqueológi-cos formados en el ámbito de la Historia disciplinar a otros más basados en las tradiciones interpretativas en antropología3, en la medida en que la presunción im-plícita de estatismo –y aquí curiosamente la polisemia del término juega a favor de la realidad poliédrica– es sin lugar a dudas más patente en el abordaje del aná-lisis social de un proceso pertrechados de herramien-tas conceptuales firmemente solapadas a un momento concreto que el hacerlo con otras reconstruidas desde una deconstrucción antropológica.

pero en cualquier caso, del otro lado, sucede que el estudio de la realidad práctica suele hallar otra falla aun más significativa entre ésta y los discursos cul-turales históricos a partir de los cuales se generó el modelo, incluso en su ámbito de aplicación inmediato, a razón, en especial, de que tales discursos nos han

3. Muchas de estas críticas repiten en buena medida parte del debate entre el estructuralismo lévi-straussiano y determina-das reacciones especialmente encabezadas por la antropolo-gía marxista francesa. en ello descuidan no sólo las propues-tas de conciliación desde el propio marxismo –caso, entre otros, de Maurice godelier– o, sobre todo, el post-estructu-ralismo, sino que las tradiciones teóricas en antropología excedían y exceden el marco de dicha polémica; y es más, que las encontramos de facto en la mayoría de los grandes paradigmas que estructuran la interpretación arqueológica en la actualidad, desde la ecología cultural para Binford a la an-tropología interpretativa para Hodder (vid. gosden, 1999).

sido legados en la mayoría de los casos precisamente por la «cualidad histórica» de grupos humanos donde la fractura social se ha osificado, y los discursos ya no corresponden a la sociedad en el sentido comuni-tario tönniesiano, sino al fragmento de ella que se ha apoderado de la autoridad (fig. 1). Buena cuenta de ello se da en casos como, por ejemplo, el del clásico gineceo griego, donde autores como Marina picazo (2008, 86-89), con un somero repaso histórico, captan ya la tendenciosidad de lo transmitido en las fuentes escritas sobre el aislamiento femenino, inviable de ne-cesidad al punto que la arqueóloga catalana no duda en suscribir sentencias tan significativas como que «la contradicción se negociaba de diversas formas y seguramente mediante una compleja serie de normas y prohibiciones que permitiesen el funcionamiento de la ideología y la realidad viva», y vincular tales «imágenes» e «ideales» a una práctica preferente en las «clases acomodadas». aun sin descartar que los segmentos sociales sin acceso al discurso histórico de la elite pudieran no observar estos ideales en igual manera, Lisa C. Nevett (1994; 1995), basándose en la evidencia material recuperada en olinto, fue más le-jos al proponer una posible reformulación directa del concepto de gineceo, no en un espacio físico concreto y delimitado propio exclusivamente de la mujer, sino entretejiendo género y parentesco y diluyéndolo en aquellos espacios de la casa no destinados a la presen-cia de hombres ajenos a la familia: todos a excepción del androceo4.

4. el punto de partida de nevett es básicamente el mismo que el que esbozábamos líneas arriba al sostener que los «con-juntos arqueológicos representan los residuos de patrones de actividad reales, sin filtrar por el tipo de elecciones que ope-ran en la producción de las evidencias escritas», no obstante,

fig. 1. Diagrama, generalista, de la problemática sobre la intervención de los discursos del poder en la interpretación de un sistema socio-cultural dado a partir de su materialidad; elaboración propia.

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este fenómeno nos sitúa directamente en la base de la tercera actitud. la necesidad de un enfoque de cor-te antropológico para comprender cualquier sociedad constituye parte del acervo programático de la discipli-na desde que a mediados de la centuria pasada quebrara el cliché fundacional de la «otredad» colonial. precisa-mente a propósito de la imprescindibilidad estructural de las relaciones de parentesco en los niveles sociales económico, político, etc., para los mismos grupos con-temporáneos en los cuales la sociología parsoniana ha-bía encerrado lo familiar en la leve intrascendencia de lo afectivo, Wolf (1980, 19-20) escribía:

el estudio antropológico de las sociedades comple-jas se justifica sobre todo por el hecho de que dichas sociedades no están tan organizadas ni tan estructu-radas como sus portavoces quieren a veces hacernos creer [...].el sistema institucional de poderes econó-micos y políticos coexiste o se coordina con diversos tipos de estructuras no institucionales, intersticiales, suplementarias o paralelas a él [...]. a veces, estos grupos se adhieren a la estructura institucional. otras veces, las relaciones sociales informales producen el proceso metabólico necesario para que funcionen las instituciones oficiales.

la idea es clara: que la realidad de cualquier sistema socio-cultural es más compleja de lo que se entrevé a partir del discurso histórico emanado de la forma-lización política del poder, abocándonos, para com-prenderla en una dimensión holística, a un tratamiento análogo. en esencia, lo que vendría a sostenerse aquí es la necesidad de contar con herramientas conceptua-les que atraviesen esos discursos hegemónicos tanto sincrónica como diacrónicamente si lo que preten-demos es llevar a cabo un análisis social de procesos históricos en instituciones que mutan de una manera relativamente lenta y, sobre todo, no dentro de la es-fera política formal –la cual nos puede proporcionar eventualmente los modelos ideales de contextos con-cretos, pero no nos habla de su replicación fenoménica en la «práctica»–. como es evidente llegados a este

considerando las prácticas de culturas contemporáneas que presentan unos modelos ideales similares, como es el caso de los grupos mediterráneos islámicos, apunta que «la ausencia de un espacio específico femenino no tiene porqué contra-decir totalmente la evidencia literaria. es posible que exis-tiera un área tal en el sentido literal de que jamás accedieran hombres [...]. parece posible que el término gineceo pueda referirse a áreas en las cuales los visitantes varones no fue-ran admitidos en sus visitas, áreas utilizadas por las mujeres de la casa –aunque no necesariamente en exclusión de los miembros masculinos de la familia–. Si esta interpretación es correcta, entonces el movimiento de los hombres visitantes habría estado tan restringido o más que el movimiento de las mujeres cohabitantes, y el comportamiento habría estado regido no sólo por el género, sino también por otros factores como el parentesco» (Nevett, 1995, 365-373). [Con el fin de darle fluidez a la lectura, de aquí en adelante presentamos todas las citas en traducción propia al castellano].

punto, ésta es la actitud que defendemos, si bien cabe recordar, llegados a este punto, que una actitud no deja de ser la manifestación de una disposición anímica, y no cabe esperar de ella una formulación milagrosa que aplicada indiscriminadamente al registro material desgrane los entresijos contextuales de la situación doméstica como si no existiera el contexto; aquél es su objetivo, y no éste.

para demostrar la pertinencia de tales considera-ciones, en lo que sigue nos centraremos en algunos aspectos del tratamiento interpretativo del plano eco-nómico que afecta a la conceptuación genérica de la domesticidad. Con este fin plantearemos como «caso-práctico» teórico una crítica a la idea de actividades de mantenimiento desarrollada precisamente en españa y utilizada como instrumento analítico por algunos com-pañeros desde la llamada arqueología del género en sus aproximaciones a la situación doméstica, aunque para ello vamos a tener que hablar en primer lugar de economistas que no escriben de economía, de femi-nistas que sí, de campesinos, de un ruso, de algunos antropólogos más, y de Bourdieu.

2. Hay algo Mal en el cálcUlo Del traBaJo: econoMía y antropología

Una de las aproximaciones más destacadas a la pro-blemática económica del grupo doméstico es la de la restitución de la figura de la mujer como agente social al mismo nivel que el hombre. no en vano, a nadie escapa que la mayoría de las actividades entendidas culturalmente como «trabajo doméstico» venía sien-do desempeñada tradicionalmente por el componen-te femenino del grupo doméstico y, de esta manera, resulta lógico que la «recién» adquirida posición de centralidad de la mujer deviniera en un replanteamien-to profundo de estas actividades. Sin embargo, ceñirse a un objeto de estudio convertido en principio y fin de la preocupación analítica acaba siendo también un escollo hacia una eventual reconceptuación global de la lógica en la cual se inserta. tomemos el caso de la socióloga pionera christine Delphy, cuyo análisis del «trabajo doméstico» es seguido en mayor o menor medida por los feminismos de base materialista que, a pesar de la desespecifidad género-ideológica que se reclama prácticamente desde los inicios de la concre-ción subdisciplinar en obras que le son tan representa-tivas como por ejemplo el Invisible people and proces-ses editado por Jenny Moore y eleanor Scott (1997)5,

5. la propia Scott arrancaba su introducción al citado trabajo recordando que «debido a que las interpretaciones históricas y arqueológicas –nuestras narrativas sobre el pasado– son construcciones culturales, resultan necesariamente incomple-tas. comprenden e incluyen aquellas facetas de la existencia humana consideradas importantes para el autor de la narra-tiva en el momento de escribirla». en efecto, a este fenóme-no apelaba, aplicado con una intencionalidad muy diferente

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sustentan la práctica totalidad de la arqueología del género, incluidos varios textos de ese mismo volumen.

Delphy partirirá de la detección de ciertas irregula-ridades y vacíos en la definición del «trabajo domés-tico» en la francia de la década de 1970, constatando no sólo que la valoración social como productivo o no productivo es aleatoria sino que, además, su con-ceptuación misma descansa sobre una base débil no claramente centrada ni en el tipo de acción, ni en el sujeto que la realiza, ni tampoco en la institución en el marco de la cual se desarrolla. Utilizando los cómpu-tos del piB sobre el «autoconsumo» en grupos rurales demostró cabalmente que, en efecto y con tales datos, únicamente es posible practicar una definición en ne-gativo del «trabajo doméstico»:

La definición del autoconsumo contabilizado parece ser [...] la de toda producción agrícola autoconsumi-da menos la producción que se autoconsume en to-das las familias, rurales y urbanas [...]. Según estos criterios, la producción se efectúa fuera de la casa y todo lo que se realiza en el interior de la casa se con-sidera no-productivo. (Delphy, 1982b, 44)

tan sólo unas páginas más tarde, Kurtis S. lesick (1997, 31 y ss.) al afirmar que «lo que hemos estado experimentando en los últimos diez años no ha sido una concentración en el género, sino más bien el desarrollo de una arqueología feminista. aunque existen asuntos compartidos entre las dos, no son la misma cosa. es más, si no promulgamos una se-paración teórica entre género y feminismo, la fusión tácita de ambos términos ahogará el desarrollo de sendas agendas de investigación»; pues bien, el desarrollo del presente tex-to precisamente corroborará el enunciado de lesick y con ello, opinamos, debería de redundar en la llamada de aten-ción sobre los derroteros que siguen ocupando –tanto como opacando– la aproximación a la comprensión de los factores que entran y han entrado en juego en las relaciones sexuadas y la construcción cultural del género en los grupos humanos.

el razonamiento desde este punto va a resultar lógico:

el motivo de que no se considere productivo y no se contabilice el trabajo doméstico es que éste se reali-za gratuitamente –en el marco de la familia–, que no está remunerado y en general tampoco se intercam-bia. y ello no es consecuencia de la naturaleza de los servicios que lo integran –puesto que todos estos servicios pueden encontrarse en el mercado– ni de la naturaleza de las personas que lo prestan –puesto que la misma mujer que cocina gratuitamente [...] en su casa recibe remuneración en cuanto lo hace en otra casa–, sino de la naturaleza particular del con-trato que vincula a la trabajadora –la esposa–, a la familia. (Ibíd., 45)

Sin embargo, un razonamiento lógico no implica ne-cesariamente un razonamiento acertado, y desde nues-tro punto de vista la socióloga francesa incurre en dos errores de envergadura al postular desde aquí, y de la mano de una aplicación bastante rígida de las relacio-nes de producción en términos marxistas, una explo-tación sistémica en un «modo familiar de producción» en coexistencia con el «modo industrial» (Delphy, 1982a; 1982b).

el primer error es bastante obvio: nos referimos al filtro sexista que aplica para definir el «trabajo domés-tico». independientemente de que, en efecto, en las idealizaciones recurrentes de nuestro sistema socio-cultural todavía hoy día el agente que lo desarrolla es mayoritariamente femenino, existen –y han existido en todas las sociedades humanas– actividades masculinas reiterativas que sin lugar a dudas se incardinarían en la misma tipología de ámbito doméstico, significación social no productiva, etc., únicamente absteniéndonos de sexuarlas. el segundo error se nos podría haber des-lizado más fácilmente: el filtro significativo que sub-yace en sus conceptos (fig. 2). pero aparquemos la teoría feminista en este punto, antes de que se vierta a

Fig. 2. Esquema de razonamiento seguido por Delphy en su conceptuación del «trabajo doméstico»; elaboración propia.

Jordi A. López Lillo330

la arqueología, para argumentar a qué nos referimos y porqué consideramos que es un error.

Hablemos del ruso. otra aproximación que conver-ge hacia la caracterización de la faceta económica de la situación doméstica ha sido el estudio de las comu-nidades rurales y de la llamada lógica económica cam-pesina. a pesar de que como campo de acción antro-pológico se desarrolla relativamente tarde, y que tras el trabajo de William i. thomas y florian znaniecki (2006 (1918-1920)) habrá que esperar más de dos dé-cadas para que se normalicen y proliferen los estudios campesinos, lo cierto es que en lo que se refiere a sus aspectos económicos, concretamente, los textos fun-dacionales se los debemos a un agrónomo activo en el primer cuarto del s. xx. alexander v. chayánov (1981 (1924); 1985 (1925)) se sirvió de los datos estadísticos recopilados en diferentes niveles de la administración rural rusa desde 18646 para tratar de comprender las

6. Específicamente, el trabajo de Chayánov, y de la Escuela de organización y producción rusa (Organizacionno-proi-zvódstvennoye naplavlenie) de la cual se reconocía parte, fue posible por la concurrencia de dos instituciones de diferen-te carácter: de un lado los zemstva, órganos administrativos creados por el gobierno zarista tras el Decreto de emancipa-ción de los siervos que concentraron enormes cantidades de información susceptible de procesarse estadísticamente; del otro, las comunas tradicionales de tipo mir, cuyas prácticas de repartición periódica de las tierras en función de las va-riaciones cíclicas de los grupos domésticos «visibilizaron» la lógica por la cual se regían éstos. esto es así con independen-cia del grado de implantación o de «bondad» que se le reco-nozca al sistema y sus agentes, ramificándose las salvedades, matices, ejemplos y contraejemplos en una bibliografía in-gente (vid. Dennison, 2011; Scott, 1976; Popkin, 1979; etc.) que escapa al propósito de este trabajo; en cualquier caso, existen otros ejemplos conocidos de grupos con sistemas de

irregularidades macroeconómicas que se daban en las zonas agrícolas respecto del comportamiento «espera-ble» frente las fluctuaciones del mercado, y concluyó que los economistas no eran capaces de explicar sa-tisfactoriamente fenómenos relacionados, en general, con el mantenimiento de la producción en condicio-nes en las que la clásica «ley de los rendimientos de-crecientes» habría disuadido de continuar a cualquier explotación estrictamente capitalista, sencillamente porque el mercado autorregulado funciona con una lógica distinta a la lógica doméstica o familiar de los campesinos. Nada menos que afirmar que la Teoría económica general no es general.

para chayánov, la unidad productiva familiar constituye una «máquina» diferente de la unidad pro-ductiva capitalista. Mientras que ésta funciona segre-gada institucionalmente de otros ámbitos sociales, centrada sobre el mercado, con un intercambio mone-tarizado e impelida por la idea de maximización de los beneficios, la unidad doméstica está centrada sobre sí misma, atravesada por más de un sistema social y condicionada en primera instancia por su propio ciclo de desarrollo, el cual se resuelve en los índices de con-sumidores y productores que son a la vez, a grandes rasgos, las necesidades del grupo doméstico y los re-cursos humanos que puede movilizar para satisfacer-las. asumiendo esto, el autor ruso pudo explicar que la lógica campesina no se rigiera por categorías for-males, sino por una valoración subjetiva del equilibrio

repartición de los medios de producción en función de las fluctuaciones en las necesidades y capacidad laboral de los grupos domésticos como, por ejemplo, entre los mayas chi-maltecos (Watanabe, 2006, 197) o el campesinado tradicio-nal andino (Murra, 1987, 62 y ss.).

Fig. 3. Representación gráfica de las funciones que principian el aparato teórico chayanoviano; elaboración propia a partir del original (Chayánov, 1985, 54, Gráfico 1-1, y 57, Gráfico 1-2).

Problemas de la vida cotidiana: algunas reflexiones teóricas para un análisis social en Arqueología de la domesticidad 331

entre necesidades y fatigas (fig. 3) donde la interac-ción con el sistema de la económica política o social expresada –en este caso– en el mercado es subsidiara, y desarrollando todo un aparato teórico ad hoc más parsimonioso con la realidad observada del cual, sin embargo, por ahora nos es suficiente con conocer lo expuesto hasta aquí.

el principal problema que hubo con la teoría de chayánov fue que chayánov no la escribió en inglés, y tras su asesinato político en algún momento de la década de 1930 y la damnatio memoriae a que fueron sometidos subsiguientemente sus escritos por parte de la ortodoxia bolchevique, no sería hasta que lo resca-tara la antropología francesa y anglo-americana, con la traducción del cuerpo teórico principal en 1966, que sus ideas alcanzaran cierta difusión en occidente. De los numerosos autores que harán uso de ellas, son per-tinentes para el objeto del que aquí se trata dos: el ya citado Wolf, y Marshall Sahlins.

Respecto del primero, quien retomara la definición del campesinado genérico para conceptuarlo como una categoría económica partiendo de la fórmula «part society-part culture» de Kroeber, nos interesa llamar la atención sobre su sistematización del presu-puesto familiar en cuatro categorías –fondos de man-tenimiento, de reemplazo, de ceremonial y de renta (Wolf, 1982, 13-16)–; noción que nos va a permitir, a su vez, ilustrar más claramente algo que se despren-de del trabajo de Sahlins, independientemente de las justificadas críticas contextuales vertidas por autores como e. p. Durrenberger (1984) o el substantivista george Dalton (1971) sobre la pertinencia universa-lizante de aquel concepto seminal de campesinado genérico (peasantry-in-general). pero centrémonos en la que quizá haya sido la obra de mayor impacto y trascendencia de las escritas por Sahlins, Economía de la Edad de Piedra (1977 (1974)), de la cual lo pri-mero que hay que destacar es la ampliación del mar-co de aplicación de las ideas de chayánov. y es que, efectivamente, mientras el ruso aceptaba más o menos la misma secuencia evolutiva unilineal de modos de producción de la escuela histórica alemana, de manera que consideraba su lógica familiar como un fenóme-no circunscrito al campesinado tradicional post-feudal (chayánov, 1981, 73), Sahlins la considera el leitmotiv general de todas las sociedades indivisas en su «Mo-dalidad Doméstica de la producción» (Sahlins, 1977, 55 y ss.), y aun de ciertas instituciones de las divisas como sería el campesinado de chayánov. rotos los límites originales, por nuestra parte no encontramos demasiados problemas para sostener que, realmente, es la lógica que subyace a cualquier situación domés-tica independientemente del contexto cultural, social o económico; pero vayamos por partes.

el segundo punto fundamental es su corrección empírica de la «curva de chayánov», la cual represen-ta idealmente en un gráfico la intensidad del trabajo en función del balance entre consumidores y productores en una situación doméstica dada. con nuevos datos

etnográficos, Sahlins (1977, 55 y ss.) se percata de que en la práctica los extremos de dicha curva tienden a estabilizarse deformándose hacia la horizontal, lo cual significa que, aun con ratios desfavorables en dicho balance, por lo general la MDp tiende a la subproduc-ción. Dentro de los márgenes usuales, esta tendencia no representaría una inviabilidad estructural, pero lo determinante aquí no es poner en evidencia que existe un porcentaje de grupos domésticos que podrían co-lapsar fruto de una mala conjunción de factores im-ponderables internos o externos –enfermedad, muerte, catástrofes naturales, políticas, etc., o, sencillamente, mala suerte–, sino que este fenómeno y la integración supra-doméstica han de entenderse en relación conco-mitante. es decir, que un grupo doméstico en ningún caso funciona en el vacío, y cualquiera que sea el mo-delo de sistema social, existirá una esfera de integra-ción política en la que se vincularán, entre otras cosas económicamente, las esferas domésticas7. Si volvemos ahora sobre la sistematización presupuestaria de Wolf podremos dividir fácilmente los fondos según este fac-tor: «mantenimiento» y «reemplazo» serían fondos de subsistencia, destinados a asegurar la viabilidad inme-diata de la producción y la reproducción del grupo do-méstico, mientras que «ceremonial» y «renta» serían fondos políticos, destinados a la representación del grupo doméstico en relaciones sociales horizontales y verticales; en estos mismos términos los entienden, sin ir más lejos, allen Johnson y timothy earle (2003, 59-60) en una ya clásica actualización de la escuela antropológica evolucionista multilineal de Steward y

7. en sus propias palabras: «Dado un sistema de producción de unidad doméstica para el consumo, la teoría afirma que la in-tensidad laboral por trabajador aumentará en relación directa con la proporción doméstica de consumidores por trabajador [...]. [pero] la estructura social real y general de la comuni-dad no concibe por su parte la curva de intensidad de chayá-nov, aunque no más sea porque las relaciones políticas y de parentesco entre las unidades domésticas, y el interés por el bienestar de los demás que implican estas relaciones, deben promover la producción más allá de lo normal en ciertas ca-sas que se encuentran en condiciones de hacerlo» (Sahlins, 1977, 118-119); y nuevamente: «La regla de Chayánov no expresa ni más ni menos que una relación inversa entre la intensidad doméstica y el número relativo de productores; es decir, cuanto menos productores haya por consumidores, tanto más tendrá que trabajar cada uno. Desde el punto de vista lógico, las dos proposiciones son simétricas, pero tal vez no lo sean desde el punto de vista sociológico [...]. es posible que algunas [unidades domésticas] no hayan trabaja-do lo suficiente porque de antemano era evidente que podían depender de las demás. e incluso la subproducción debida a circunstancias imprevistas resulta aceptable a la sociedad, con tolerancia hacia esas unidades domésticas vulnerables, en virtud de un excedente de intensidad en otro sector que, en cierto sentido, había anticipado en su propia dinámica cierta incidencia social de tragedias domésticas», de manera que, en definitiva, «este esquema de producción en su totalidad debe considerarse como un sistema social integrado» (Ibíd., 127-131, el primer énfasis es añadido, el segundo original).

Jordi A. López Lillo332

Service (vid. gosden, 1999, 88 y ss.) de sobra cono-cida, e incorporada, en la interpretación arqueológica.

llegados a este punto se vuelve inevitable recalar en el que sin duda ha sido el debate principal de la antropología económica, la controversia entre forma-listas y substantivistas8. a pesar de indicios como los presentados por chayánov, o la dirección que apun-taban autores como los citados thomas y znaniecki

8. el uso del pretérito en este caso casi podría considerarse un convencionalismo. Desde nuestro punto de vista, quizá se-ría más ajustado hablar de un estado de latencia irresoluta que de una obsolescencia o falta de relevancia actual, y ello puede, quizá, estar relacionado con el agotamiento de las posturas en liza y un relevo generacional en buena medida más preocupado en la casuística estrictamente «endocontex-tual» como noray ante la generalización virtual de la frag-mentación posmoderna. no es baladí que Michael chibnik en uno de los ensayos teóricos más recientes sobre la materia anudara, prácticamente de pasada, contexto y percepción al apuntar que «hacia la década de 1980 la mayoría de los antro-pólogos económicos consideraban el debate formalismo-sus-tantivismo como un callejón sin salida. además, la inmensa mayoría estaba por entonces desarrollando investigaciones en sociedades donde los mercados eran importantes»; como tampoco lo es que prosiguiera: «no obstante, persistió una clara división dentro de la antropología económica entre aquellos que propugnaban el uso de modelos formales ba-sados en asunciones utilitaristas y aquellos que enfatizaban la importancia de la historia y la cultura [...]. a pesar de esta división, incluso los autores contemporáneos orientados ha-cia los modelos [formalistas] no suelen aceptar acríticamente la teoría económica mainstream. Más bien, usualmente de-fienden que tales teorías necesitan modificaciones para poder ser aplicables a muchas situaciones tanto en disposiciones occidentales como no-occidentales. la gran mayoría de los antropólogos económicos –sea cual fuere su posición teóri-ca– se distancia, por tanto, de la teoría económica convencio-nal» (chibnik, 2011, 4-5).

en estados Unidos y, sobre todo, Malinowski (1976 (1921); 1986 (1922)) en el Reino Unido, no será hasta la publicación en 1944 de La gran transformación de Karl Polanyi cuando se ponga sobre la mesa definitiva y claramente la cuestión de la naturaleza «substancial» de la economía y, con ella, de la concepción general de la teoría económica. en trazos gruesos, podríamos esquematizar el argumento central como sigue: primer hecho, existe en todo grupo humano una integración económica verificada en la esfera social, esto es, una «economía política»; segundo hecho, en nuestra socie-dad, tal integración se ha llevado a cabo mediante la universalización del sistema de mercado autorregula-do, teorizado por la escuela clásica de Smith y ricar-do e implantado por el liberalismo entre los ss. xviii-xix; tercer hecho, la disciplina teórica económica que se funda desde entonces, trabaja a partir de la lógica formal de esta situación de integración concreta (fig. 4). el quid de la cuestión, entonces, es si esa lógica es la substancial para la economía o no, y basándose en los datos históricos y antropológicos los adherentes al grupo de Polanyi responderán que no (Polanyi, 1997; 2009; Polanyi, et al., 1976; Dalton, 1971; etc.).

para lo que aquí nos ocupa, no es tan importante repasar los pormenores de la contra-propuesta teóri-ca substantivista; de hecho, al menos su clasificación de las sociedades según la predominancia de siste-mas de integración –«reciprocidad», «redistribución» e «intercambio»– es bien conocida en arqueología precisamente a razón de su papel sustentante para los modelos de estructuración social en las tipologías neo-evolucionistas heredadas principalmente de elman r. Service (1962; 1984) –«banda», «tribu», «jefatura» y «estado»–. lo fundamental es su concepción de la economía, más allá del sistema de mercado autorre-gulado, incrustada en el sistema social y cultural, es decir, no entendida como una estructura segregada que

Fig. 4. Diagrama con los puntos básicos en la secuencia argumental substantivista; elaboración propia.

Problemas de la vida cotidiana: algunas reflexiones teóricas para un análisis social en Arqueología de la domesticidad 333

funciona en una lógica propia universal independiente de su contexto histórico; menos aun por una que, por otro lado, es inherente a un contexto histórico, social y cultural concreto: el nuestro. no en balde, con pos-terioridad autores de la trascendencia epistemológica del antropólogo estadounidense Clifford Geertz (1961; 1978) o el sociólogo francés pierre Bourdieu (2006 (1977); 2003) han llamado la atención sobre los con-dicionantes culturales que retro-ajustan la situación de mercado también en nuestra sociedad, alejándola de un comportamiento sistemático según las así llamadas «leyes formales» de los economistas.

3. lo EmIC y lo EtIC, y la «práctica»: SeMiótica y antropología

pero geertz y Bourdieu escribieron sobre cuestiones todavía más determinantes para la comprensión de los grupos humanos, sus culturas, sus sociedades y su historia.

Hacia mediados de la década de 1950, los antro-pólogos culturales estadounidenses comenzaron a pre-ocuparse por la forma en la que estaban captando la realidad etnográfica, y a distinguir entre un nivel de ordenación estructural de los hechos y un nivel de or-denación simbólica de los agentes; en el fondo, puesto en el marco más amplio del «giro lingüístico», se tra-taba de una aplicación a su disciplina de la semiótica diádica de Saussure, la cual sería también la base del posterior estructuralismo francés. el par conceptual emic-etic fue aplicado con este fin caracterizador por primera vez en el trabajo de Kenneth pike, si bien des-de entonces ha habido diversas readaptaciones críticas que han tratado de señalar y dar respuesta a problemas derivados de una traspolación original demasiado lite-ral, empezando por la imposibilidad de establecer una correlación directa entre el concepto de «estructura» –en función del cual lo definía Pike– en Lingüística y en antropología (Harris, 1987, 492-493). Desde nuestra óptica, la definición más sintética es la que aportaría Marvin Harris, quien de hecho acabó por estabilizar y popularizar la dicotomía:

los enunciados emics describen los sistemas socia-les de pensamiento y comportamiento cuyas dis-tinciones, entidades o «hechos» fenoménicos están constituidos por contrastes y discriminaciones per-cibidos por los propios participantes como similares o diferentes, reales, representativos, significativos o apropiados; [mientras que] los enunciados etics, por su parte, dependen de las distinciones fenoménicas consideradas apropiadas por una comunidad de ob-servadores científicos. (vid. Harris, 2004, 29 y ss.)

como no es difícil de imaginar teniendo en cuenta el punto epistemológico en el que nos encontramos ac-tualmente, y los debates inmediatos que nos han lleva-do hasta él, la idea de una aproximación etic fue fuerte-mente criticada por los autores deconstructivistas de la

posmodernidad, empezando por señalar acertadamente el riesgo de que los enunciados etic se vieran condicio-nados de facto por los emic del observador occidental, y acabando en una cierta deriva kantiana por invalidar la posibilidad misma de cualquier lectura estructural. realmente, esta ponderación de la semiosis cultural como fenómeno central en el estudio de cualquier gru-po humano no es algo novedoso, sino que lo novedoso es la adopción de un sesgo fundamentalista filosófico que sólo puede acabar por desembocar «en la incohe-rencia de la materia, y en su incapacidad para cooperar con otras disciplinas que no están igualmente avergon-zadas de estudiar el fenómeno Homo sapiens» (Bloch, 2005, 15). De hecho, no sería difícil trazar una cadena argumental entre el «interaccionismo simbólico» de la primera escuela Sociológica de chicago, en el periodo de entreguerras, y la antropología interpretativa que cuajará a partir de 1970 de la mano de autores como, precisamente, geertz. De nuevo, al poner la carga esencial del concepto cultura en la semiótica, esta ten-dencia construirá todo su programa teórico orbitando sobre el agente y su universo referencial: «el hombre (sic, por –el humano–) es un animal inserto en tramas de significación que él mismo ha tejido, considero que la cultura es esa urdimbre y que el análisis de la cultu-ra ha de ser por lo tanto, no una ciencia experimental en busca de leyes, sino una ciencia interpretativa en busca de significaciones» (Geertz, 2005 (1973), 20).

en cualquier caso, es evidente que la introducción de variables semióticas en el análisis de todas las cul-turas humanas que propugna la «crítica contextual» no tiene por qué suponer el derrumbamiento de cualquier tipo de discurso estructural, y aquí es donde viene a insertarse el post-estructuralismo de Bourdieu con la formulación de una teoría de la «práctica» más en lí-nea con la semiótica triádica de Peirce; es decir, gros-so modo, colocando al agente y su contexto entre la estructura y la práctica, en una situación, entendida en términos de pragmalingüística. De esta manera, una «práctica» dada se explica por los sistemas y esque-mas de clasificación y percepción del agente, a su vez mediatizados por un habitus que engloba conceptual-mente el paquete de ideas que automatizamos como resultado del contexto simbólico cultural en que nos educamos; una especie de ahorro de cálculos para nuestro cerebro en tanto que está preprogramado para desenvolverse en un ambiente convencional. De aquí la idea de «estructuras estructuradas con capacidad de estructuras estructurantes» (vid. Bourdieu, 1972; 2008 (1980)), lo cual supone que las estructuras sociales precondicionan sincrónicamente nuestra percepción y acciones, pero a la vez se ven condicionadas por ellas diacrónicamente a través de una «práctica» que no está determinada, sino solamente mediatizada. es decir, las estructuras sociales existen, sin duda, pero en un esta-do dialógico, «rizomático».

el debate, entonces, es cómo nuestro sistema de percepción, que actúa sobre los restos materiales de las prácticas generadas en el contexto de habitus

Jordi A. López Lillo334

ajenos al nuestro, puede ser capaz de deshacer todo el recorrido desde el registro arqueológico hasta la estructura socio-cultural (fig. 5), devolviéndolo a los términos de una suerte de materialismo –aunque sea el de la física cuántica y el «principio de indetermi-nación» de Heisenberg–. en síntesis, la introducción de conceptos que enfatizan una mediación cultural plástica en la fenomenología práctica rescatan para el análisis social el núcleo de la herencia lévi-straussiana de una polémica que corre el riesgo de haberse conver-tido en buena medida en una «guerra de posiciones» entre tradiciones funcional-estructuralistas, marxistas y marxianas, neo-evolucionistas, simbólico-culturalis-tas, etc. esto debería revitalizar, a su vez, la reevalua-ción de tales paradigmas y sus modelos de explicación socio-histórica, planteando fórmulas de solidarización sistémica –si no de abierta complementariedad– entre las problemáticas sincronía/diacronía y estructura/sig-nificación/práctica. Probablemente sólo en esta línea se podría abordar la profundización en el programa planteado en origen por la «critica contextual» posmo-derna, afrontando la urgencia de un proceso de rearti-culación del discurso analítico socio-cultural para una «realidad no lineal».

en lo tocante a la arqueología, su ligazón seminal con lo material la ha balanceado frecuentemente entre cierta impermeabilidad ante los elementos simbólicos de la reacción posprocesual y una aceptación tan plena de la capacidad agente de la propia materialidad que en ocasiones la ha colocado en el punto álgido de la endoculturación; algo que, en definitiva, bien podría entenderse como una vía de radicalización absoluta de los postulados de Amos Rapoport (1979; 1990) sobre la producción y reproducción cultural en la arquitec-tura. pero en cualquier caso, ni es ni puede ser ajena a la polémica. en este marco, las recientes aportacio-nes de autores como, por ejemplo, los estadounidenses

Robert W. Preucel (2010) o Timothy Pauketat (2001; 2004; Pauketat y Alt, 2005; etc.), a través de la intro-ducción en sus trabajos de variables contextuales de origen simbólico-cultural en relación estructural dia-lógica, contribuyen a presentar los restos materiales generados en la acción histórica de los grupos huma-nos en un cuadro holístico más acabado para la inter-pretación arqueológica; y esto pinza un gran abanico de cuestiones fundamentales que van desde el análisis socio-cultural a los propios procesos de formación del registro.

4. Hacia Un análiSiS Social De la sItUACIón DOméstICA: antropología y arqUeología, De vUelta

retomemos ahora nuestro «caso-práctico» teórico donde lo habíamos dejado. ya hemos señalado que prácticamente la totalidad de la arqueología de géne-ro –feminista– que se ocupa de la cuestión económica construye su discurso desde una posición en mayor o menor medida heredera de la de Delphy y su plan-teamiento en torno de la conceptuación del «trabajo doméstico»; originado en el ámbito de la Arqueolo-gía española pero con una clara vocación internacio-nal, podríamos englobar también en esta tónica la categoría de actividades de mantenimiento9 que viene

9. en efecto, esta equiparación no escapó al grupo de investiga-dores de la Universitat autònoma de Barcelona que formuló la categoría: «en cierto sentido, las actividades de manteni-miento son generalmente concordantes con la definición con-vencional de trabajo doméstico en las sociedades modernas. pero como se ha señalado frecuentemente, el término –traba-jo doméstico– está, por supuesto, lejos de ser neutral y tien-de a asociarse con la aceptación de un modelo específico de

fig. 5. estructura, habitus y «práctica»; elaboración propia a partir de Preucel (2010, 133, Fig. 6.1) y éste de Bourdieu.

Problemas de la vida cotidiana: algunas reflexiones teóricas para un análisis social en Arqueología de la domesticidad 335

utilizándose en los últimos años con una intención instrumental en aproximaciones estrechamente re-lacionadas con la conceptuación de la domesticidad (Bardavio y González Marcén, 1996; Picazo, 1997; gonzález Marcén et al., 2005; 2007a; González Mar-cén y Picazo, 2005; etc.).

ciertamente «el estudio de lo cotidiano, como es-cala temporal y en situaciones y acciones históricas específicas, era considerado un subproducto de la investigación histórica destinado, como mucho, a la divulgación de baja exigencia» (gonzález Marcén y picazo gurina, 2005, 144) debido a la ausencia de la «escala cotidiana» en los discursos historiográficos tradicionales que han «confundido inmovilidad con resiliencia social y ubicuidad» (gonzález Marcén et al., 2007b, 177). frente a una carencia que sin lugar a dudas falsea por formidable omisión el conocimiento de los grupos humanos en un sentido básico, se propo-ne el estudio sistemático de las actividades de mante-nimiento, reificadas automáticamente como categoría analítica en ausencia, empero, de una definición real-mente pormenorizada y crítica que las inserte en una verdadera sistematización social y económica. así, si «las actividades humanas que con seguridad siempre han sido y siempre serán cotidianas y que normalmen-te se han tendido a equiparar con lo doméstico son las actividades de mantenimiento», éstas comprenderían lato sensu «las tareas que procuran el sostenimiento y bienestar de los miembros del grupo social [...], cons-tituyen el tejido temporal y de relación del ciclo de la vida cotidiana y comprenden las formas de cuidado que crean y conservan las estructuras sociales» (gon-zález Marcén y picazo, 2005, 143-148).

expresado de esta manera bien podría entenderse que la agricultura, la construcción y reparación edili-cia o las reuniones del mir practicadas por los campe-sinos rusos –y nos referimos aquí específicamente al componente masculino, verdadero invisibilizado se-mántico en el uso gramatical, al menos, romance– de chayánov son actividades de mantenimiento de pleno derecho. Sin embargo, el desarrollo de la definición las excluye al declarar abiertamente que «hemos propues-to el potencial conceptual y metodológico de la cate-goría de actividades de mantenimiento, no sólo para hacer visibles a las mujeres en los estudios arqueológi-cos, sino también para ubicar y realzar a las mujeres en la sociedad a través del su legado material» (gonzález Marcén et al., 2005, 1); es decir, que efectivamente de nuevo la conceptuación se remacha firmemente al género pervirtiendo no solamente el significado pleno de la voz «mantenimiento» hacia un uso tendencioso que incita a la apropiación excluyente de la cualidad

domesticidad y grupo de parentesco. además, este modelo asume que las actividades de mantenimiento pueden identifi-carse con un status social particular, por ejemplo uno el cual las sociedades contemporáneas generalmente consideran de una importancia social menor» (picazo, 1997, 60).

de mantener10, sino pervirtiendo también el total de las actividades llevadas a cabo por agentes femeni-nos susceptibles de computarse económicamente al seccionarlas por el límite nebuloso de la proximidad física al «hogar», o al menos su focalidad definitoria última (Picazo, 1997, 59; González Marcén et al., 2007b, 176, fig. 171). la producción en los campos, o en cualquier otro espacio definido primordialmente de manera exocultural como «no doméstico», no for-ma parte del mantenimiento del grupo aunque el pro-cesado y preparación de los productos obtenidos sí, y esto aun al precio de elidir –junto con buena parte del conocimiento etnográfico– que la misma mujer que muele y cocina el grano probablemente participó en la siembra y la cosecha junto con sus compañeros masculinos.

con ejemplos como el de Delphy o el de las ac-tividades de mantenimiento, el feminismo de corte materialista está sin duda poniendo de manifiesto una discriminación en la esfera económica y en relación al «trabajo doméstico», pero incluso de sus propias argumentaciones es sencillo concluir que la concep-tuación de estas actividades recae en el campo de la significación, de la construcción simbólica, y no en el de la estructuración económica funcional. que se trata de un problema profundo de valoración social más en la línea de un discurso emic que de una relación de ex-plotación económica clasista de un género sobre otro aprehensible mediante herramientas de análisis estruc-tural. Desde nuestro punto de vista, cualquier herra-mienta que no deconstruya mínimamente el significa-do contextual de los conceptos en que se fundamenta –empezando por el propio– corre el riesgo de no ser operativa, o al menos no para analizar la sociedad que pretende estudiar. así, el uso de la contabilidad

10. «abordar desde la arqueología el estudio de las experien-cias históricas femeninas implica explorar las acciones que hacen posible que los miembros de una comunidad (pre)histórica se despierten cada mañana y continúen viviendo, produciendo, tomando decisiones sobre el futuro y crean-do» (González Marcén y Picazo, 2005, 148); no hay otro sentido en que interpretar aseveraciones tan tajantes como intrascendentes –por su cuidada parcialidad sistémica– a efectos de análisis social, cultural e histórico de aquellas comunidades. compárese con aproximaciones tan quirúr-gicas como la de Wanda Minge-Klevana (1980) o concep-tualizaciones tan claras como la de Moni nag, Benjamin White y robert c. peet: «existen muchas actividades que son esenciales para la supervivencia del grupo doméstico pero no producen “ingresos” tangibles ni tienen un índice salarial reconocido. estas características hacen que sea razonable tratar cualquier unidad de tiempo trabajado con un valor equivalente a otra, sin importar qué miembro del grupo doméstico la lleva a cabo y sin importar cuál es su retorno visible inmediato. Siendo así, la medida más im-portante para la contribución relativa de mujeres frente a hombres o de niños frente a adultos quizá sencillamente debe de ser la cantidad relativa de tiempo invertido.» (nag et al., 1978, 300)

Jordi A. López Lillo336

estatal –esfera política, lógica formalista mercantil– sumado a una definición del «trabajo doméstico» que se basa en el género del agente –femenino– y no en la substancia de la actividad –lógica doméstica–, puede detectar una irregularidad en la construcción signifi-cativa de lo que es productivo y lo que no, pero no postular un modo de producción. De la misma manera, una interpretación arqueológica que reconvierte nues-tras propias construcciones significativas sobre «lo doméstico» y «lo económico» en actividades de man-tenimiento para aplicarlo a las prácticas de un género concreto, puede poner de manifiesto que ese género

cumplía una función económica, pero no decirnos cuál ni de qué manera (fig. 6). Sobre-enfatizar el papel de la mujer aislándola, según nuestros propios criterios culturales, del tejido social en el cual se desenvuelve puede ser puntualmente una buena estrategia de pro-paganda ideológica en nuestro sistema socio-cultural –quizá una a veces necesaria, por desgracia–, pero no puede ser la base del análisis estructural de otro siste-ma socio-cultural.

¿cómo conceptuar, entonces, la situación do-méstica en su plano económico de forma que nos permita aproximarnos a un análisis en su sistema

fig. 7. propuesta de mínimos.

Fig. 6. Crítica gráfica al concepto de actividades de mantenimiento enfatizando retóricamente que los tres pilares en que se reifica están profundamente enraizados en el contexto socio-cultural de partida sin entrar a considerar otros,

en contraste con el diagrama de la Fig. 5; elaboración propia.

Problemas de la vida cotidiana: algunas reflexiones teóricas para un análisis social en Arqueología de la domesticidad 337

socio-cultural? consideramos que hay razones su-ficientes para ensayar una conceptuación teórica ge-neralista –esto es: «multi-contextual»– sin que en la reflexión perdamos toda aplicabilidad contextual, sino que al contrario, dirija nuestra atención a las variables del registro arqueológico que permiten aislar la lógica de la estructura ideal de domesticidad que se ve re-plicada en la «práctica». y es más, esto nos da herra-mientas para rastrear su evolución histórica a través de sistemas socio-culturales con estructuras ideales cambiantes o distintas.

la aplicación genérica al ámbito doméstico de la lógica campesina que empezara a definir Chayá-nov permite explicar cabalmente los aparentes des-ajustes e incongruencias que tanto él como Delphy detectaron en el funcionamiento de los grupos do-mésticos que estudiaban. en el sentido económico, el grupo doméstico es una «unidad auto-centrada» que interactúa en el tejido social mediante los dife-rentes modos de integración que construyen la eco-nomía política, creando un sistema. ahora bien, cada contexto socio-cultural constela en un determinado juego de equilibrios funcionales estas esferas, de mo-dos de producir e integrar las economías en distintas instituciones y atravesadas por distintos subsistemas sociales. caminar hacia la resolución de estas dos in-cógnitas mediante indicadores materiales –grados de homogeneidad/heterogeneidad, actividades de trans-formación, almacenaje, consumo, segregación inter-na del espacio, grados y formas de auto-represen-tación, transferencia social de funciones, etc.– que remitan a dicha constelación contextual de prácticas e instituciones debe de ser, por consiguiente, uno de los objetivos principales (fig. 7). Siendo así, nues-tro particular planteamiento del estudio material de la domesticidad nos ha llevado a asumir en sus pos-tulados fundamentales el enfoque de corrientes que ponen el acento especialmente en el delineamiento de la integración como un entramado de tensiones centrífugas y centrípetas entre una lógica que pivota sobre lo doméstico y otra sobre lo político con un en ocasiones muy difícil establecimiento de una so-lución de continuidad. En definitiva, a postular que el estudio de la situación doméstica únicamente co-bra toda su potencial profundidad –y es posible que, sencillamente, «su sentido»– en el marco del sistema cultural y social en el que invariablemente ésta se ve-rifica, aunque ello, obviamente, no vaya a solucionar los problemas de nuestra vida cotidiana.

BiBliografía

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Problemas de la vida cotidiana: algunas reflexiones teóricas para un análisis social en Arqueología de la domesticidad 339

SUMMary

to a certain extent, it could be said that the systematic study of the material evidence generated within the scope of everyday life should be, necessarily, a disci-plinary starting point for archaeologists. in this regard, archaeology holds a privileged situation to bring forth the (hi)story of the people without History. neverthe-less, as academics, we are in need of an epistemological reflection that allows us to design specific objectives and research tools in the face of our data. falling into that trap could lead us a serious impediment regarding the analysis of the basic segment of the social tissue: we mean the household unit, as the institution/space in which almost all practices conceptualized as “every-day” fall into. this said, the current paper develops some of the theoretical models built around the catego-ry of “domestic group”, specifically in its dimension of economic institution.

Usually grounded on one or another theoretical for-mulation raised after 1968 by neo-feminist movements, the so-called “gender archaeology” proved to be fun-damental for the material approaches both to daily life and to domesticity. no doubt we all are indebted to these approaches, mainly because of their pertinent claim to restore the household category in Social and Historical archaeology. However, the feminist archaeologists, as well as their sociological and anthropological col-leagues, have proposed models that respond to the sym-bolic constructions of our own contemporary society rather than to the societies they research. in this paper, the archaeological feminist concept of maintenance ac-tivities will be analysed as a reflection of our own social ideas of everyday life, domesticity and economy.

one of the most outstanding approaches of the last few decades to the economic issues of the household is the consideration of women’s role as a social agent. not in vain, nobody can avoid the fact that the majority of activities considered as “domestic labor” had been performed traditionally by the feminine component of the domestic group. However, clinging to an ob-ject which is the beginning and the end of the analyti-cal concern is too, a hurdle which prompts a possible global re-conceptualization of the logic in which it is embedded. let’s take the case of pioneer sociologist christine Delphy, whose analysis of “domestic labor” is followed to a certain extent, by material feminisms which support the weight of practically the totality of gender archaeology concerning economics.

Delphy’s starting point will be the detection of cer-tain irregularities and vacuums in the definition of “do-mestic labor” in 1970s france, verifying not only that the social valuation as productive or non-productive is random, but that, too, the conceptualization itself rests on a weak base which is not clearly centered on the kind of action, nor on the subject which carries it out, nor on the framing institution. She will use the government calculation on “self-consumption” in rural groups to prove that effectively, with this data, it is just possible

to define “domestic labor” in negative terms, and pro-pose a women-explosive mode of production. However, a logical reasoning does not imply necessarily a correct reasoning, and from our point of view, Delphy incurs in two mistakes. The first one is obvious: the sexist fil-ter she applies to define “domestic labor”. The second mistake could have slipped more easily: the contextual significant filter which underlies in her concepts. Having reached this point, let’s set aside the feminist theory, to explain what i mean with this second error.

yet another approach which converges towards the characterization of Domestic economy has been the study of “peasant logic”. We owe the foundational texts on the economic facet of peasantry to alexander chayanov, who used the statistical data gathered by the russian administration to attempt to explain the macro-economic irregularities present in the rural areas in re-lation to market fluctuations. He concluded economists were not capable of a satisfactory explanation simply because the self-regulated market works with a differ-ent logic from that of the peasant family. in short: gen-eral economic theory is not general. for chayanov, the productive family unit was a different “machine” from the productive capitalist unit. Whilst the latter functions institutionally segregated from other social fields, based on the market, and is driven by the idea of maximization, the domestic unit is self-centered, is cut through more than one social system and is conditioned, firstly, by its development cycle. that is why the peasant logic is not governed by formal categories, but rather by a subjective assessment of the needs/fatigues balance where the in-teraction with the general economic logic is subsidiary.

the main problem with chayanov’s theory is that chayanov didn’t write it in english. it wouldn’t be until he was rescued by Western anthropologists in the 1960s that his ideas reached wider circulation. for now, we are interested in Sahlins’ work, whose first point is the ex-tension of the application framework present in the ideas of chayanov: Sahlins considered it the general leitmotiv of all undivided societies, and still, of certain institutions of divided ones, as would be chayanov’s peasantry. the second essential point is his empirical correction of chayanov’s Slope, which ideally represented in a graph the work intensity according to the consumers/producers balance. Sahlins becomes aware that in practice, by gen-eral rule, domestic logic is prone to sub-production. the fundamental issue here is not evidencing that there is a percentage of domestic groups that could collapse given a poor combination of unforeseeable factors, but rather, that this phenomenon and the supra-domestic integra-tion should be understood in a concomitant relation. that is to say, a domestic group never works in isolation, and whatever the social model, we will find a sphere of political integration in which the domestic spheres will be economically bound. if we go back to Wolf’s budget systematization we can easily divide the funds accord-ing to this factor: “maintenance” and “substitution” are

Jordi A. López Lillo340

subsistence funds, destined to ensure the immediate viability of production and reproduction of the domestic group; “ceremonial” and “rent” are political funds, des-tined to the representation of the domestic group within horizontal and vertical social relations.

it becomes necessary to take a stand in the core de-bate in economic anthropology. Despite the evidence as presented by chayanov and many others, it won’t be until the work of Karl polanyi when the question re-garding the general conception of economic theory is brought forth clearly. We could very easily outline the central argument as follows: (1) we have reached the conclusion that there is always an economic integration in the social sphere, that is: a political economy; (2) in our society, this is conducted by the universalization of the self-regulated market system; (3) the theoretical economic discipline founded since then, works from here onwards the formal logic of this specific integra-tion situation. the crux of the question is if that logic is the substantial one for general economy or not, and basing themselves on the historical and anthropological data, polanyi’s followers will answer negatively.

concurrently, by 1950 anthropologists began to distinguish between a level of structural distribution of the facts (etic), and a level of symbolic distribution of their agents (emic). in truth, it was the anthropological implementation of Saussure’s dyadic semiotic. as one can easily imagine, the idea of an etic approach was strongly criticized by the postmodern deconstructivist authors, who began by pointing out quite rightly the risk that the etic viewpoint would be conditioned by the Western observer’s emic viewpoint, and culminating in the idealist drift, which invalidated any structural inter-pretation. But the introduction of the semiotic does not entail the collapse of any kind of structural discourse, and at this point Bourdieu’s post-structuralism turns up. Bourdieu proposes a theory of practice more along the lines of the triadic semiotics of Peirce; that is to say, roughly, setting the agent and his context between the structure and the sign. for him, a given practice is ex-plained by the systems of classification and perception of the agent, in turn, influenced by the habitus. this con-cept includes the package of ideas which we automate as a result of the symbolic and cultural context in which we are brought up. Hence the idea that social structures pre-condition synchronically our perceptions and ac-tions, but at the same time are in turn conditioned dia-chronically, through a practice which is not determined but rather interfered. that is to say, social structures exist, but in a dialogic, “rizomatic” state. the debate is then, how our perception and classification systems, which act upon the material records of the practices generated within an habitus context different from ours, is capable of unraveling the sequence which goes from the archaeological records to the social structure. that is to say, we return the debate to the materialist methodol-ogy, not to the idealist metaphysics on reality.

let’s go back now to the beginning of this paper. as i was saying, virtually all gender archaeology

which is concerned with economics, builds its dis-course from a position inherited by Delphy. in Spain, feminist archaeologists have developed in the last few years the concept of maintenance activities. in their own words, these would include those which “tradi-tionally have been recorded under the label of domes-tic environment” and that “enable and ensure the so-cial and physical reproduction of human beings from the daily-life practices, binded directly to the action of women“. the way i see it, any tool of economic analysis which doesn’t deconstruct the contextual sig-nificance of the concepts on which it is based runs the risk of not being operative. in this way, the use of state accounting (political sphere, formalist logic) added to a definition of “domestic labor” which is based on the gender of the agent and not on the substance of the activity (domestic logic), can detect an irregularity in the significant construction of that which is produc-tive and that which is not, but cannot propose a mode of production. in the same manner, an archaeologi-cal interpretation which restructures our significant constructions on the “domestic” and the “economic” within “maintenance activities” to apply it to the prac-tices of a specific gender, can display that this gender carried out an economic function, but does not say which or in what way. over-emphasizing the role of women, isolating them, according to our own cultural criteria, from the social tissue in which they act out, is a good strategy in ideological propaganda in our so-cio-cultural system (unfortunately, sometimes neces-sary) but cannot be an academic analysis of a different socio-cultural system.

from my point of view, there are enough reasons to test a general theoretical conceptualization without losing in the reflection, all contextual applicability, but rather, directing our attention to the variables of the ar-chaeological record that allow us to isolate the logic of the ideal structure of domesticity which is reproduced in the practice. furthermore, it gives us tools to track its evolution through socio-cultural systems with different ideal structures. the generic application of the peas-ant logic on the domestic field, allows us to explain the apparent disruptions and inconsistencies which could be detected in the functioning of the domestic groups. in the economic sense, the domestic group is a self-centered unit which interacts in the social tissue through the different modes of integration which build political economy. now, each cultural context estab-lishes a particular set of functional balances between these spheres, of modes of producing and integrating the economies in the different institutions. to walk towards the resolution of these two questions through material signs (such as degrees of homogeneity-heterogeneity, transformation activities, storage, consumption, internal segregation of space, degrees and ways of self-representation, social transference of functions, etc.) which refer us to the contextual balance of the institutions of each socio-cultural system must be the aim of an archaeology of domesticity.