Piaget – Vygotski: El juego infantil a debate
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Piaget – Vygotski: El juego infantil a debate
Fernando Clemente
Introducción
En los últimos años, el debate entre las teorías de Piaget y de Vygotski ha ocupado gran
parte del centro de atención en la Psicología del Desarrollo (Castorina y Baquero, 2005;
Martí, 2005; Bronckart, 2000; Castorina, 1996; Valsiner, 1998; Tryphon y Vonèche, 2000).
Parte de esta discusión se ha centrado en la búsqueda de criterios propios de cada teoría
y de cada programa de investigación, tanto piagetiano como vygotskiano, que rescaten la
originalidad de preguntas centrales, perspectiva asumida, metodología empleada,
presupuestos epistemológicos y filosóficos propios, entre otros aspectos cruciales. René
van der Veer (van der Veer, 2000) sistematizó un criterio que incluye cuatro niveles para
el análisis de la obra de un autor: 1) nivel epistemológico, relativo a las concepciones
sobre el conocimiento que tiene determinado investigador; 2) nivel metodológico, análisis
de las distintas estrategias y perspectivas utilizadas; 3) discusión de los distintos métodos,
instrumentos y técnicas de investigación, y; 4) análisis de los datos empíricos en
búsqueda de coherencia entre los postulados teóricos y las herramientas utilizadas (van
der Veer, 2000). Por supuesto, el cuadro presentado por el autor exige la consideración
interrelacionada de los distintos niveles, en un movimiento que implica el paso constante
de 1 a 4, sin por ello renunciar a la especificidad de cada uno de los mismos.
Se podrían utilizar también, para la comparación de las obras de Piaget y Vygotski,
criterios histórico-contextuales (analizando el lugar y tiempo en el que vivieron y cómo
tales condiciones influyeron en las características de su obra). Hasta donde sabemos, tal
esfuerzo no ha sido encarado aún de manera sistemática, si bien se dispone de un gran
cuerpo de datos biográficos e históricos de ambos pensadores (Coll y Gillièron, 1981; van
der Veer y Valsiner, 1991; Wertsch, 1985). También resultaría posible un nivel más
“textual” de comparación, en el que se cuestionen los escritos de ambos autores desde
preguntas comunes, poniendo así en evidencia la pertinencia o no de las consideraciones
relativas a conocimiento social versus individual, desarrollo espontáneo versus
socialmente guiado, etcétera (Smith, 2000).
Se ha utilizado, además, en el debate entre ambos autores un criterio temático, entendido
como la utilización de aquellos aspectos comunes indagados por uno y otro. Un ejemplo
es la discusión entre Piaget y Vygotski sobre el concepto de egocentrismo. Se trataría,
así, de buscar tanto el marco teórico general como las preguntas y presupuestos sobre
los que ambos pensadores trataron un mismo fenómeno (Castorina, 1996; Martí, 2000,
2005).
En lo que sigue intentaremos demostrar, a partir del estudio que sobre el juego infantil
hicieran ambos autores, la posible compatibilidad entre ambas teorías (Castorina, 1996).
Señalaremos que tal compatibilidad se acredita en que las unidades de análisis elegidas
por un autor no se contraponen con las utilizadas por el otro. Elegimos, además, el juego
infantil por otros dos motivos que nos parecen importantes: se trata de un mismo tema
indagado por uno y otro autor desde una perspectiva psicológica en un mismo momento
histórico, lo que evitaría sesgos de impertinencia temática o anacronismo histórico en la
consideración comparativa, como se sugirió en los párrafos anteriores.
El juego en Piaget
A grandes rasgos, Jean Piaget se abocó al tema del juego infantil en dos textos que
implican también dos momentos bien diferenciados en su obra: El criterio moral en el niño
(Piaget, 1932/1971) y La formación del símbolo en el niño (Piaget, 1959/1996). En este
último se refiere al juego simbólico –no específicamente al juego reglado- en tanto
manifestación de la función semiótica o simbólica en el niño, que se produce junto con
otros emergentes concomitantes: lenguaje, imitación y representación. Según
entendemos, esta dimensión del juego (en términos generales, el juego concebido como
asimilación más o menos libre de los objetos y situaciones del mundo a los esquemas del
sujeto), además de haber sido trabajada en otro artículo (Nicolopoulou, 1993),
corresponde a un período de la obra piagetiana en donde el objetivo principal era la
explicación del surgimiento de la representación a partir de la interiorización de esquemas
sensoriomotores. Se trataría de un ejercicio de primado de la asimilación, que permite al
sujeto “…lograr satisfacciones fantaseadas a través de la compensación, el logro y la
eliminación de conflictos…” (Nicolopoulou, 1993, p. 4, traducción propia). En palabras del
propio Piaget: “…el juego infantil es sencillamente la expresión de una de las fases de
esta diferenciación progresiva [entre asimilación y acomodación]; es producto de la
asimilación que se disocia de la acomodación antes de reintegrarse en las formas de
equilibrio permanente que harán de ella su complementario al nivel del pensamiento
operatorio o racional.” (Piaget, 1959/1996).
Uno de los objetivos del trabajo de Nicolopoulou es una revisión de los estudios que han
priorizado la relación entre juego y desarrollo cognitivo. A tal efecto, la autora rescata la
perspectiva piagetiana sobre el tema como una influencia dominante y, a partir de las
últimas décadas, la crítica cultural encarnada por los seguidores de la obra de Vygotski.
Con el objeto de destacar cómo el juego como actividad social se relaciona con una base
cognitiva más amplia (p. 3) la autora destaca una perspectiva evolutiva del desarrollo del
juego, que va desde el juego motor, pasando por el simbólico hasta llegar al juego
reglado, como una suerte de equilibrio entre la asimilación de los objetos y situaciones del
mundo al yo y las exigencias de la vida social.
En definitiva, sobre la base de esta consideración diacrónica y tomando en cuenta los
instrumentos desarrollados en la perspectiva piagetiana sobre el juego infantil,
fundamentalmente el juego motor y el simbólico, la conclusión a la que se llega es que el
juego progresa como un devenir centralmente individual basado en el desarrollo de un
sistema idiosincrático de símbolos. La socialización, nuevamente –tal como sucede con la
consideración piagetiana de la relación entre lenguaje y vida social- es un punto de
llegada del desarrollo general, moral, afectivo y cognitivo, del niño.
Tal progresión, que a grandes rasgos vertebra un eje que lleva desde el “autismo” al
egocentrismo y la cooperación, ha consistido en una suerte de fórmula canónica de una
vertiente del programa piagetiano clásico (Castorina, Faigenbaum y Clemente, 2002). En
la actualidad, y tomando el guante del desafío contexto e instituciones proponen para el
desarrollo del conocimiento social infantil, una vertiente “crítica” en el interior del programa
de investigación constructivista propone ir más allá de esta progresión, incluso
discutiéndola, para centrarse en aspectos que se consideran más centrales del legado de
Piaget: la fuerte consideración de la constitución mutua entre sujeto y objeto de
conocimiento, e individuo y sociedad en el pensamiento de la sociedad. Precisamente,
consideramos que El criterio moral en el niño condensa lo mejor de esta perspectiva anti-
escisionista para el estudio de los fenómenos del desarrollo social infantil. Privilegiaremos,
por lo tanto, la consideración de esta obra en la comparación crítica.
Además, tenemos el doble beneficio de que esta obra concuerda con el período
cronológico en el que Vygotski dictara su conferencia sobre el juego (1933) y,
fundamentalmente, porque en El criterio moral en el niño Piaget intenta elucidar la
relación entre pensamiento moral individual y regla social, o sea, entre conciencia y
práctica social. Si reconocemos que a grandes rasgos la relación entre estos dos polos es
eco de la más amplia entre psique y sociedad, podemos convenir en que tal preocupación
se encuentra también en el centro de la teoría de Vygotski.
El criterio moral en el niño
Se podría sostener que El criterio moral en el niño (Piaget, 1932/1971) es el primer intento
por develar de manera empírica, recurriendo a la psicología como herramienta de
investigación, un aspecto crucial de las relaciones entre Individuo y Sociedad: la relación
entre conciencia moral individual y prácticas sociales (Enesco, 1996; Damon, 1997;
Faigenbaum, Castorina y Clemente, 2003). En este trabajo el autor, enfrentándose a la
doctrina sociológica de Durkheim -quien considera que la sociedad actúa como un todo
imponiendo sus reglas al individuo que simplemente adscribe a las mismas (Castorina,
Clemente, Lombardo y Toscano, 2002)-, sostiene que existe una progresión en la
conciencia moral que está doblemente determinada: por un lado, por el progreso de la
razón moral, que va del egocentrismo a la descentración cognitiva; y, por otra parte, por el
pasaje desde prácticas sociales centradas en el respeto unilateral a prácticas basadas en
el respeto mutuo. No se trata en absoluto de dos factores que se desarrollen de manera
covariante, siquiera paralela, sino que se produce entre conciencia moral y práctica social
una verdadera relación dialéctica (Castorina y Baquero, 2005), que nos permitiría hablar
de una constitución mutua entre cómo el sujeto concibe los sistemas reglados y los
modos en los que efectivamente participa de los mismos.
Quizá el rasgo más original de la investigación piagetiana, y que diera origen a toda una
tradición de investigación en moral (Enesco, 1996; Turiel, 1984), es haber
“operacionalizado” los conceptos teóricos de “individuo” y “sociedad” a fin de dar cabida a
la investigación empírica. Así, en lugar de “individuo” el autor investigó las características
de la concepción infantil sobre las reglas de un juego. Asimismo, en lugar de “sociedad”
consideró las reglas sociales implícitas en un juego infantil reglado, que mantienen (tal
como las normas sociales más amplias) su carácter de exterioridad respecto de las
acciones de los niños. En palabras del propio autor: “Los juegos de los niños constituyen
admirables instituciones sociales. El juego de las canicas, para los muchachos, comporta
un sistema muy complejo de reglas, es decir, todo un código y toda una jurisprudencia.”
(Piaget, 1932/1971, p. 9)
Así, al entender la moral individual como la conciencia que un sujeto tiene sobre la regla
(en este caso un niño pensando en si es justo o no, por ejemplo, modificar una de las
reglas del juego de las canicas) y la sociedad como sistema de reglas (en nuestro caso, el
conjunto de reglas que define el juego de las canicas), Piaget entendió que la indagación
psicológica podía constituirse en una via regia para la indagación de las relaciones entre
individuo y sociedad. Más específicamente, entre racionalidad moral y cooperación social
basada en el respeto mutuo. Quizá uno de los resultados más importantes de su estudio
fue demostrar que tal relación es de constitución mutua: “Tanto si la cooperación es la
causa como si es el producto de la razón, o ambas cosas a la vez, la razón necesita de la
cooperación en la medida en que ser racional consiste en ‘situarse’ para someter lo
individual a lo universal. El respeto mutuo se nos presenta, pues, como la condición
necesaria para la autonomía bajo su doble aspecto intelectual y moral.” (Piaget,
1932/1971, p. 90).
Otra conclusión fundamental, que se desprende de lo anterior, fue trazar la existencia de
un desarrollo moral. Esta cuestión no es menor en la historia de la psicología (e incluso de
la filosofía moral). Piaget inaugura, con esta obra, una tradición de la investigación en
moral que da lugar a un progreso, un desarrollo de la racionalidad moral (Enesco, 1996;
Turiel, 1984; Kohlberg, 1976; Moshman, 1995; Lourenço, 1996). Pero a diferencia de
algunos de sus seguidores, Piaget consideró que este progreso de la racionalidad moral
no se produce por el simple despliegue de la razón sino –y en esto radica a nuestro
entender la originalidad del trabajo- por el pasaje que el sujeto realiza desde prácticas
sociales basadas en el respeto unilateral a prácticas sociales basadas en el respeto
mutuo, que conlleva un desarrollo de las razones, creencias y justificaciones morales.
Este pasaje estará orientado por las posibilidades de interacción social que se van
ampliando a medida que el niño crece.
Así, y como síntesis de los dos primeros capítulos de El criterio moral en el niño, Piaget
concluirá que el desarrollo moral está signado por el pasaje desde el realismo moral (en
general, tendencia a considerar las normas como externas e independientes de la acción
de los sujetos) hasta la cooperación. En consonancia con todo el trabajo de este primer
Piaget, se tratará en definitiva de cómo el niño se desprende de su fase inicial de
egocentrismo. En el caso del texto que nos ocupa, se referirá al pasaje del egocentrismo
(entendido fundamentalmente como indiferenciación entre el punto de vista propio y el
ajeno) a la cooperación (ubicación del yo del sujeto, su propia perspectiva, en el interior
de una constelación más amplia que incluye el punto de vista de los otros) y la autonomía
moral. Quizá este bello párrafo resuma lo dicho hasta aquí:
“¿Cómo llega el niño a la autonomía propiamente dicha? La vemos anunciada en el
momento en que descubre que la veracidad es necesaria a las relaciones de simpatía
y de respeto mutuos. La reciprocidad parece ser, en este sentido, un factor de
autonomía. (…) O sea que sin relación con los demás no hay necesidad moral: el
individuo, como tal, conoce la anomia y no la autonomía. Inversamente, toda relación
con los demás en que intervenga el respeto unilateral conduce a la heteronomía. La
autonomía, pues, aparece con la reciprocidad cuando el respeto mutuo es lo bastante
fuerte para que el individuo experimente desde dentro la necesidad de tratar a los
demás como él querría ser tratado.” (Piaget, 1932/1971, p. 165)
En suma, en los párrafos precedentes hemos sugerido que en 1932 el objetivo principal
de Piaget era indagar la compleja relación entre, por una parte, la conciencia moral
subjetiva (expresada tanto por las ideas infantiles acerca de la posibilidad o no de
modificar las reglas de un juego, el carácter externo o no respecto de los grupos de
jugadores, el origen de las mismas respecto de la comunidad de niños) signada por el
pasaje del realismo moral a la cooperación y, por otra parte, los distintos tipos de
prácticas sociales de las que el sujeto en desarrollo participa. El juego infantil reglado se
convierte, así, en un “laboratorio psicológico” sobre el cual indagar la compleja relación
constitutiva entre ambos elementos.
El juego en Vygotski
Hasta donde sabemos, el único trabajo en el que Vygotski se refiere específicamente al
juego infantil data de una conferencia realizada en 1933, El juego en el desarrollo del
niño, que fuera publicada en Voprosi Psikhologii en 1966, con edición en español de 1996
(Vygotski, 1996). En este trabajo el autor comienza criticando concepciones ampliamente
difundidas, que consideran el juego infantil bien una actividad puramente placentera, o
bien un subproducto derivado del desarrollo intelectual. Frente a estas alternativas,
considera que el juego infantil está relacionado con las necesidades del niño, a saber,
todo lo que lo impulsa a la acción: “Al igual que no podemos considerar el placer como
una característica definitoria del juego, me parece que las teorías que ignoran el hecho de
que el juego completa las necesidades del niño desembocan en una intelectualización
pedante del juego. (…) muchos teóricos han desdeñado erróneamente las necesidades
del pequeño (comprendidas en su sentido más amplio para incluir todo aquello que pueda
inducir a la acción).” (Vygotski, 1996, p. 141)
Señala el autor que la evolución del juego infantil se corresponde con el cambio de las
necesidades infantiles, que poseen un carácter especial. “Si no somos capaces de
comprender el carácter especial de estas necesidades, no podremos entender la
singularidad del juego como forma de actividad.” (Vygotski, 1996, p. 142). En definitiva, a
medida que el niño puede aplazar la realización de sus necesidades, comienza a recurrir
a la imaginación para satisfacción de sus deseos. Esta posibilidad de imaginar
“Representa una forma específicamente humana de actividad consciente. Al igual que
todas las funciones del conocimiento, surge originariamente de la acción.” (Vygotski,
1996, p. 143). La creación, por parte del niño, de una situación imaginaria, es el atributo
principal del juego infantil y rasgo distintivo que lo diferencia de otras formas de actividad.
Pero Vygotski no disocia entre actividad imaginativa y regla. No considera que la
imaginación sea la contraparte de una situación reglada. Por el contrario, explica que no
hay imaginación sin reglas, y esto se aplica al mundo del juego. Lo ejemplifica
sosteniendo que un juego infantil predominantemente imaginario, como el de dos niñas
que jueguen a ser hermanas, requiere seguir reglas sobre lo que las participantes
consideran sea la hermandad; en el otro extremo, el juego de ajedrez no excluye una
situación imaginaria: un terreno de batalla con personajes. El desarrollo del juego en el
niño sería, en esencia, el pasaje de situaciones con predominio de la imaginación por
sobre la regla a otras en las que el influjo es inverso.
El inicio del juego se produce, para Vygotski, a partir de un hito crucial: el momento en el
que el pequeño puede diferenciar entre impulso y percepción a la vez que deja de
fusionar significado y percepción. En un primer tiempo, previo al juego, “…toda percepción
es un estímulo para la actividad.” (Vygotski, 1996, p. 147). El niño se encontraría a
merced de sus percepciones, y su campo de actividad coincide con éstas, de manera
inmediata: podría decirse que el niño actúa por lo que percibe y viceversa. Tampoco
pueden diferenciar entre significado y percepción; para un niño pequeño toda mención de
una palabra es una indicación de un objeto en el mundo: “Si le decimos a un niño la
palabra ‘reloj’, en seguida empezará a buscar el reloj. Originariamente, la palabra significa
una determinada localización espacial.” (Vygotski, 1996, pp. 148 – 149). La palabra es,
entonces, una propiedad de la cosa (Vygotski, 1996; Piaget, 1933/1993).
Así, el juego requiere de este doble movimiento relacionado: la diferenciación entre
impulso y percepción, a la vez que la separación entre significado y percepción.
Simplificando, podríamos señalar que tanto significado como acción se tornan
independientes de la percepción. El niño comienza a poder desglosar, por ejemplo al
jugar con un palo como si montase una cabalgadura, el significado “caballo” del objeto
“palo” percibido: la acción no va a estar comandada por el objeto en tanto percibido, sino
por su significado.
Por lo tanto, la separación entre significado y percepción termina implicando una inversión
en la proporción. Se pasa del predominio del objeto sobre el significado (O / Sdo) al
imperio del significado sobre el objeto (Sdo / O). Asimismo, el significado deja de estar
determinado por la acción en curso (Acc / Sdo) y comienza a ser aquél el que predomina
sobre ésta (Sdo / Acc). Cuando se produce esta doble inversión –solidaria una de otra– el
niño ingresa al mundo del juego y al reino de lo específicamente humano. Es decir, a
diferencia de los animales, su actividad deja de estar inmediatamente determinada por la
percepción para afirmarse en su carácter mediado por significados. Cabe destacar que
todo significado, para la escuela sociocultural, es culturalmente específico y socialmente
negociado. Así, los significados que comienzan a destacarse en el horizonte del desarrollo
del juego infantil no son el producto de un proceso puro de exteriorización, sino que para
Vygotski tienen una pertenencia social obvia (Wertsch, 1985).
Este modo de concebir el juego es solidario con el planteo de la escuela sociocultural para
la que lo específicamente humano, los procesos psicológicos superiores, se definen por
su carácter mediado por signos y éstos, a su vez, son socialmente trasmitidos al tiempo
que son apropiados por el sujeto. Según la conocida fórmula:
“Podemos formular la ley genética general del desarrollo cultural del siguiente modo:
toda función en el desarrollo cultural del niño aparece en escena dos veces, en dos
planos; primero en el plano social y después en el psicológico, al principio entre los
hombres como categoría intrapsíquica. (…) Tenemos pleno derecho a considerar la
tesis expuesta como una ley, pero el paso, naturalmente, de lo externo a lo interno,
modifica el propio proceso, transforma su estructura y funciones. Detrás de todas las
funciones superiores y sus relaciones se encuentran genéticamente las relaciones
sociales, las auténticas relaciones humanas.” (Vygotski, 1995, p. 150).
Gracias a este salto cualitativo en las posibilidades cognoscitivas, que surge a partir del
acceso al significado en lugar de las cosas, el niño puede ampliar su campo de actividad
hacia límites indefinidos. El significado “…subordina a sí mismo todas las acciones y
objetos reales. La conducta no está limitada por el campo perceptual inmediato. Dicho
movimiento en el campo del significado predomina en el juego.” (Vygotski, 1996, p. 154).
Así, el juego constituye una verdadera “zona de desarrollo próximo” para el niño, en la
que se ejerce una tracción del propio desarrollo cognitivo y nivel de autocontrol (Vygotski,
1996; Nicolopoulou, 1993; Sarlé y Rosas, 2005).
En síntesis, hemos visto que el progreso del juego en el niño se corresponde con el
pasaje de la resolución inmediata de las necesidades a una mediada por significados.
Este carácter mediacional implica que la conducta deja de estar orientada por la acción y
el objeto para comenzar a estar mediada por el significado. En otras palabras, se
produciría un pasaje que va desde una acción no mediada, dominada por la acción –
definida a partir de la percepción- y los objetos, a un tipo de actividad específicamente
humana, en la que tanto la acción como el objeto cobran sentido bajo el influjo del
significado. En términos casi matemáticos se podría expresar el pasaje de objeto – acción
/ significado a significado / objeto – acción, o O – Acc / Sdo a Sdo / O – Acc.
Tal progresión no es exclusiva del juego. Tal modelo de constitución mediacional se
registra también en los estudios vygotskianos sobre memoria, percepción, atención y
control del propio comportamiento, entre otros procesos psicológicos superiores que,
como tales, exigen este nivel de mediación semiótica.
Un análisis comparativo
En lo precedente hemos tratado de esbozar algunos tópicos centrales de la obra de
Piaget y de Vygotski referida al juego. Nos hemos ceñido fundamentalmente a unos pocos
aspectos para poder realizar la comparación. En primer lugar, un criterio temático que
implica la elección de un mismo objeto de estudio para uno y otro: en nuestro caso el
juego infantil. Esta consideración no excluye nuestro convencimiento teórico de que el
estudio piagetiano sobre el juego reglado expresa de manera más clara la propuesta
epistemológica de una constitución mutua de individuo y sociedad sobre la base de la
toma de conciencia de prácticas sociales. Y esta posición teórica se expresa en la
metodología utilizada para el estudio (Castorina et al 2002). Además, hemos recurrido a
un criterio histórico, ya que analizamos un texto de 1932 y una conferencia de 1933. si
bien este criterio no se equipara en importancia con los anteriores, claramente los
complementa. Por último, en lo que sigue, buscaremos establecer algunas reflexiones a
partir de lo expuesto y poner en evidencia las unidades de análisis que ambos autores
pusieran en juego en los trabajos presentados.
Especificidad de enfoques y problemas
Hemos visto que cuando Piaget indaga el juego infantil, hasta cierto punto lo hace “sin
importarle” el juego. Es decir, el juego de las canicas se convierte en una excusa para
pesquisar el modo en el que los niños piensan los sistemas reglados. Daría la impresión
que podría haber sido ese juego como cualquier otro. Pero ¿por qué indaga la conciencia
moral en un juego infantil y no en cualquier otro sistema del que el niño participe, como la
familia o la escuela? Precisamente para evitar el sesgo que implicaría estudiar sistemas
reglados que sólo se sostienen sobre el respeto unilateral. La diferencia, para el autor,
entre el juego reglado y una institución social como la escuela radica en que en esta
última la legitimidad de la autoridad y las normas mismas son independientes de la
conciencia infantil. De haber indagado la relación entre conciencia moral y prácticas
sociales en la escuela, Piaget se hubiese encontrado con un cuadro muy similar al
propuesto por Durkheim para explicar los modos en los que el individuo adscribe a los
sistemas de reglas. En cambio, en el juego infantil puede advenir la argumentación, la
variación y el establecimiento de criterios de justicia en el interior de una “institución social
de derecho pleno.” (Piaget, 1932/1971). En el juego infantil hay lugar para la conciencia
autónoma, y para indagar la relación entre autonomía moral y cooperación social.
Por supuesto, tamaña perspectiva hunde sus raíces en los presupuestos filosóficos,
ideológicos e incluso teológicos del joven Piaget (Vidal, 1994; Faigenbaum, Castorina,
Helman y Clemente, 2001). En El criterio moral en el niño se dejan oír los ecos de una
racionalidad inmanente y abstracta que tiende hacia el equilibrio y la equidad en los
intercambios, propia del protestantismo continental europeo del que el joven Piaget
participaba.
En suma, Piaget intentó demostrar, mediante la investigación psicológica empírica, que la
racionalidad moral sólo puede abrirse camino en un contexto social en el que se dé lugar
al respeto mutuo. Si recordamos que el trabajo fue realizado entre la Primera y la
Segunda Guerra Mundial, tal objetivo alcanza dimensiones aún más impactantes.
Para Vygotski el interés era muy distinto. En primer lugar, analizó el juego infantil
otorgándole una especificidad psicológica, y lo incluyó en el interior del circuito de la
actividad humana, como el trabajo. No se trata ya de un puro ejercicio de la imaginación
que quedaría fuera del desarrollo intelectual del niño. Tampoco se tratará de un derivado
del desarrollo cognitivo. El juego, para el autor soviético, es un verdadero motor en el que
interactúan la satisfacción de necesidades y el desarrollo cognitivo. Consiste en una
situación social compleja en la que se encuentran imaginación y reglas, pero que sólo
resulta posible cuando el niño comienza a ser capaz de apropiarse de los significados que
la cultura le propone. Esta relación en la que el significado toma bajo su influjo la acción y
el objeto cambia el núcleo de la actividad infantil; de ser precipitada por la percepción y la
acción comienza a estar orientada por significados y sistemas de signos.
Pero al sostener tal enfoque para el estudio del juego infantil, Vygotski lo incluye en el
interior de una constelación más amplia: la de las actividades específicamente humanas.
Como hemos señalado más arriba, en el juego se repite el modelo con el que se trata el
pasaje de los procesos psicológicos elementales a los superiores. El vector que producirá
este pasaje es el del carácter mediacional, en el que los significados provienen de la
negociación social de los signos productores de conciencia. Podríamos concluir que el
enfoque teórico con el que Vygotski estudia el juego infantil es parte del proyecto más
amplio de constitución de una Psicología General, dialéctica y anti-reduccionista.
Carácter “paradójico” de las investigaciones de cada autor
Gran parte de la discusión Piaget – Vygotski, al menos en Latinoamérica, ha estado
signada por el enfrentamiento de posiciones irreconciliables y extremas. José A. Castorina
(1996) ha caracterizado este debate en el que se entrecruzan versiones alternativas y
mutuamente excluyentes sobre el Desarrollo. Expresa que, respecto de la obra de Piaget,
el panorama está signado por “versiones estándar” que se utilizan en la comparación con
la obra de Vygotski: “Semejante versión [estándar], basada en lecturas superficiales, en
algunos casos dogmáticas y en otros simplemente erróneas, de los textos clásicos y de
las indagaciones más recientes, impide una auténtica confrontación que incluya un
examen de la naturaleza de las perspectivas y problemas que se plantearon nuestros
autores.” (Castorina, 1996, p. 9).
Para estas versiones estándar, la teoría de Piaget se trataría del estudio de un sujeto
interactivo pero abstracto, que va produciendo estructuras lógicas en un proceso de
“exteriorización” o inside-out. Para el autor suizo, la sociedad sería un “factor” que incide
desde afuera en el desarrollo, y se reduce a un rol que facilita u obstaculiza el mismo. En
cambio, la teoría vygotskiana aparece como un proyecto sociocultural e histórico en
psicología, en el que se privilegiaría la internalización de significados culturales. O sea, un
desarrollo que en su base conlleva un proceso de “interiorización” u outside-in. (Castorina,
1996)
El estudio que hemos emprendido sobre el juego infantil pondría en jaque esta versión
estándar, ya que en Piaget lo crucial es el estudio de la conciencia moral producida sobre
la base de la participación del sujeto en determinadas prácticas sociales. En definitiva,
como hemos expresado, se trata de la relación constitutiva entre individuo - sociedad y
cómo esta última se encuentra en el núcleo mismo de la producción intelectual ya que,
por ejemplo, la conciencia moral autónoma no puede conquistarse sin haber participado
de prácticas sociales basadas en el respeto mutuo. La originalidad de esta idea
acompañará, además, todo el trabajo sociológico de Piaget –probablemente el menos
difundido- que se extenderá a lo largo de 40 años de su vida (Piaget, 1995).
Asimismo, y también “paradójicamente” –en relación con las versiones estándar que
hemos caracterizado- el enfoque de Vygotski sobre el juego está fuertemente centrado en
el desarrollo cognitivo. El autor señala que “…esta estricta subordinación de las reglas
[del juego] es totalmente imposible en la vida real; sin embargo, en el juego resulta
factible: de este modo, el juego crea una zona de desarrollo próximo en el niño. Durante el
mismo, el niño está siempre por encima de su edad promedio, por encima de su conducta
diaria (…) el juego contiene todas las tendencias evolutivas de forma condensada, siendo
en sí mismo una considerable fuente de desarrollo.” (Vygotski, 1996, p. 156). El juego,
entonces, al enfrentar al niño con el universo de los significados, “tracciona” su desarrollo
cognitivo. Por lo tanto, no se trataría, como sostendría una lectura apresurada del autor
soviético, de un proceso que se produce de afuera hacia adentro sino que admite un
movimiento doble de interiorización – exteriorización. Al crearse la conciencia mediante el
proceso de interiorización, el sujeto puede, al mismo tiempo, acceder, modificar e incluso
crear nuevos significados.
Direccionalidad del desarrollo
Tanto la teoría de Piaget como la de Vygotski, al ser modelos psicológicos de la
modernidad, llevan en su interior la propuesta de una dirección en el desarrollo. El mismo
no es considerado imposible, fortuito ni indeterminado, sino que se extiende en un
sentido. Y esto puede observarse en sus consideraciones acerca del juego. En el caso de
Piaget, el niño progresa desde un juego regido por la pura actividad motora, pasa por una
fase de juego egocéntrico –en el que jugar consiste en realizar correctamente aquellos
aspectos que se conocen del juego; el mismo no tiene su partenaire en otro niño sino que
se juega con la imagen interiorizada del adulto al que se toma como modelo, no se
consideran los diversos puntos de vista y las reglas revisten un carácter intangible-, luego
por el juego cooperativo –se juega teniendo en cuenta al otro, controlando sus acciones y
se quiere vencer observando reglas comunes- hasta llegar a una fase de codificación de
las reglas, en donde el placer pasa más por la discusión acerca de las normas que por el
verdadero juego. Esta dirección implica un progreso en la conciencia moral que va de la
heteronomía a la autonomía, del egocentrismo a la descentración y del realismo moral a
la configuración moral autónoma (Piaget, 1932/1971).
En Vygotski el progreso del juego va de la mano de la inversión –de la que habláramos
más arriba- entre percepción – acción y significado. Estrictamente hablando, el juego
aparece precisamente cuando el significado infunde su sentido a la percepción y a la
acción. Pero también señala el autor un vector que va desde la predominancia de la
situación imaginaria al predominio de las reglas en el juego. Además, en un principio, el
juego está más cerca de la reproducción de una situación real que de la elaboración
imaginaria. Pero: “A medida que el juego va desarrollándose, vemos un avance hacia la
realización consciente de un propósito.” (Vygotski, 1996, p. 156). La aparición de las
reglas, hacia el final del desarrollo del juego, implica una exigencia mayor para el niño.
En suma, vemos que en Piaget hay un sentido que va hacia desde la heteronomía hacia
la autonomía; en Vygotski el vector va desde el control externo hacia el autocontrol
(Glassman y Zan, 1995).
Compatibilidad y unidades de análisis
Según señala Castorina, la compatibilidad entre dos programas de investigación involucra
que la aceptación de los postulados de uno no implica el rechazo de los del otro
(Castorina, 1996). El autor propone este concepto en la discusión de las tesis más
generales de ambas teorías. Pero creemos que al considerar las unidades de análisis –
entendidas en términos generales como el conjunto mínimo de elementos y relaciones,
conductuales y psíquicos, a ser considerados en una explicación no reduccionista de un
fenómeno psíquico superior (Bronckart, 2000)- se puede aportar una prueba más que
sostenga la compatibilidad entre ambos proyectos y, lo que resulta más importante, que
posibilite “…la realización de investigaciones conjuntas entre piagetianos y vigotskianos
que pudieran contribuir a nuestra comprensión de la práctica educativa.” (Castorina,
1996). También, agregaríamos, se contribuiría a nuestra comprensión de algunos
problemas centrales de la Psicología del Desarrollo.
En El criterio moral en el niño dijimos que Piaget intenta esclarecer las relaciones entre
individuo y sociedad o, más específicamente, entre conciencia moral y prácticas sociales.
Pero al preguntarle a niños sobre la posibilidad o no de modificar las reglas del juego –o
sea, indagando las ideas infantiles acerca de un objeto, a saber, un sistema de reglas
determinado- las inferencias para la indagación de aquel objetivo más general serán
posibles sólo a través de la elucidación de las relaciones sujeto – objeto (S – O). Este
modelo, típico de la gnoseología en general y de la epistemología en particular, se
extenderá a lo largo de toda la producción de Piaget. Por supuesto que en el caso del
juego –así como en obras como La representación del mundo en el niño (Piaget,
1933/1993)- el objeto no es del mundo físico. Pero además, en el texto que estamos
estudiando, Piaget no sólo indagó la conciencia de la norma –aquel aspecto más “teórico”
de los niños- sino que interrogó la práctica de la regla –a saber, cómo efectivamente
juegan en cada estadio- y qué relación tiene esta práctica con aquella conciencia. Con lo
cual en el análisis del sujeto no sólo entran sus concepciones sino también sus acciones.
Y es que no hay acción pura sin algún tipo de “idea” subyacente, aunque esta tenga un
carácter implícito; ni tampoco práctica y conciencia son dos términos escindidos, sino que
se trata de dos dimensiones de una misma realidad (Damon, 1997).
En El juego en el desarrollo del niño, Vygotski sugiere que una vez se produjo el
predominio del significado sobre la acción y el objeto, se ingresa al mundo del juego,
aunque se trate de un simple juego de roles o un juego casi puramente simbólico, con
escaso contenido reglado. La unidad de análisis incluiría, en consecuencia, el significado
infundiendo sentido a la dupla acción – objeto (Sdo / Acc – O). El objeto ya no será el
“fragmento del mundo” sino que tendrá un carácter simbólico en la medida en que sea
incluido en una significación social, aunque el niño juegue solo. La acción no será
simplemente una expresión motora sino que cobrará sentido gracias al influjo del
significado. Siempre se tratará, en definitiva, de la satisfacción de una necesidad: pero no
de manera directa sobre el mundo, sino mediada por un universo cultural. En otras
palabras, si bien en el análisis del autor soviético y de la Escuela Socio-cultural se ha
centrado históricamente en la relación existente entre conciencia y significado social, esto
no implica la exclusión de las relaciones entre la conciencia subjetiva –producida a partir
de la interiorización activa de significados sociales- y objetos del mundo, constituidos no
en sus propiedades físicas sino en el interior de un entramado simbólico.
Vemos que, en ambos casos, se mantiene intacta, aunque no idéntica, la relación de un
sujeto (o de su actividad) en relación con un objeto (o sus significados sociales). En la
unidad de análisis del modelo piagetiano (S – O) el sujeto se define como “sujeto de
conocimiento” en tanto ejerce una acción transformadora sobre el mundo. En el caso de
Vygotski, la actividad de un sujeto es posibilitada por su conciencia semiótica (Sdo / Acc –
O). Por lo tanto, podemos encontrar que la aceptación de la unidad de análisis piagetiana
no implica la exclusión de la vygotskiana. No se han eliminado elementos ni excluido
relaciones. La diferencia –la consideración en el caso de Vygotski del predominio del
significado- está más relacionada con el énfasis de su teoría, en la que uno de los
objetivos es explicar el desarrollo psíquico a partir de las herramientas semióticas
constituidas a lo largo de la historia cultural, que con una incompatibilidad explícita
respecto del punto de vista de Piaget. Pero tampoco en el texto piagetiano que hemos
analizado se excluyen los sentidos sociales encarnados en la concepción infantil de las
normas sociales, específicamente en su conceptualización del realismo moral.
El sentido de una compatibilidad
Castorina (1996) señala distintos aspectos beneficiosos, desde la investigación
psicológica, para la compatibilidad propuesta: a saber, la apertura de un espacio de
intercambio entre las teorías, el emprendimiento de indagaciones compartidas sobre la
base de un “espíritu dialéctico común” (p. 38) y, específicamente, de los problemas que
surgen en el interior del sistema educativo y que admiten un nivel de análisis psicológico.
Más allá de estos puntos específicos, creemos que el mismo hecho del análisis
epistemológico y teórico asumido para la comparación crítica de las teorías y los
programas de investigación nos advierte sobre la necesidad de analizar las preguntas
centrales, presupuestos epistemológicos y metodológicos y consecuencias empíricas de
las teorías con un mayor grado de profundidad. Una especificidad mayor respecto de la
que, históricamente, ciertos sectores del panorama pedagógico trataron no sólo la teoría
de Piaget –resultante en lo que Castorina (1996) denomina “versión estándar”- sino las
relaciones entre Psicología Genética y Educación, que dieron origen al aplicacionismo
propio de la década de 1970 (Coll, 1983). En este sentido consideramos, sobre la base de
la experiencia del pasado, que es dable advertir los “peligros” de una lectura demasiado
“esperanzada” de la teoría de Vygotski en sus relaciones con la práctica educativa, que
desemboque en un nuevo aplicacionismo.
Según creemos, en este sentido ya se están empezando a plantear, desde la creciente
divulgación de la perspectiva socio-cultural, aspectos de lo que podríamos considerar una
futura “versión estándar” de la misma: la reducción de la teoría de Vygotski a una
psicología social de la instrucción sobre la base de la internalización de herramientas
sociales, que desconozca tanto los efectos de la modificación psíquica a largo plazo como
los procesos subjetivos de apropiación y transformación del arsenal semiótico a
disposición. Otra lectura contemporánea de la obra de Vygotski y su relación con el
desarrollo moral la relaciona fuertemente con la existencia de “voces” morales en el
interior de la mente, que se expresan de acuerdo con el contexto y cuya expresión es
absolutamente relativa al contexto (Tappan, 2006).
Estas consideraciones implicarían, por ejemplo respecto del campo de investigación en
desarrollo moral, responder a la pregunta sobre qué significa que una investigación sea
vygotskiana. ¿Alcanza con una mención a procesos lingüísticos, sin referencia a los
procesos sociales en los que encarnan? (Clemente, 2008). Otra cuestión interesante a
indagar es si la consideración del contexto en los procesos de control del comportamiento
implica la aceptación lisa y llana del relativismo moral.
Creemos que buena parte de la investigación en moral que podríamos denominar del tipo
“desarrollo en contexto” proviene de la consideración del interjuego histórico entre
investigación clásica –en este caso de raigambre piagetiana- y nuevos problemas, entre
otros, la referencia a la cultura y el contexto. Pero esta última no debe desconocer los
procesos de actividad del sujeto (Glassman y Zan, 1995).
Conclusiones
A partir de la consideración del juego infantil en Piaget y en Vygotski hemos intentado
desentrañar lo que consideramos algunos puntos centrales de ambas teorías que darían
base a considerar una posible relación de compatibilidad entre los programas de
investigación producidos a partir de la obra de ambos autores. Tal compatibilidad sólo
sería posible en la medida en que los postulados de una no implicasen una contradicción
con los de la otra (Castorina, 1996). Luego de elucidar la especificidad del estudio
empírico que formulase Piaget en El criterio moral en el niño, hemos centrado la atención
en el desarrollo teórico de Vygotski en El juego en el desarrollo del niño, mostrando los
problemas específicos que guiaron ambos trabajos, aspectos metodológicos incluidos y
las principales conclusiones desarrolladas por uno y otro autor.
A partir de eso, hemos intentado un análisis comparativo en el que se privilegió la
especificidad de enfoques y problemas en cada caso. Hemos mencionado el interés
piagetiano por, entre otros aspectos, discutir con la perspectiva durkheimiana reinante en
su tiempo –encarnada fundamentalmente por Fauconnet y Mauss- para la consideración
de la relación entre hecho social y conciencia individual. También emprendió una
discusión de los postulados psicológicos sobre el desarrollo moral de Bovet y Baldwin,
dos de los principales autores de la Psicología del Desarrollo de su tiempo. La originalidad
del pensamiento piagetiano consistió en plantear que ni individuo ni sociedad están dados
desde el principio sino que, en su sentido más “cristalizado”, se trata del producto de un
desarrollo interactivo entre conciencia y regla social. En Vygotski, hemos destacado que
su objeto principal era incluir el juego infantil en el interior de la constelación de las
actividades específicamente humanas, destacando la implicación de significados sociales
que no sólo posibilitan el juego, sino que también advienen gracias a este. El juego,
entonces, marcaría la transición de actividades simplemente producidas a partir de la
percepción de objetos, al establecimiento de significaciones que “traccionan” la conducta
hacia un sentido socialmente negociado. A grandes rasgos, y simplificando, se trataría del
pasaje de conductas propias de la línea natural de desarrollo a comportamientos
producidos a partir de la inmersión del sujeto, durante su ontogénesis, en la línea socio-
histórica y cultural que permite, gracias a la mediación semiótica, la transformación de la
pura acción natural en actividad específicamente humana.
Hemos encontrado, además, que dada la naturaleza específica de los trabajos
seleccionados para el análisis, las perspectivas de Piaget y Vygotski no parecen
responder a una categorización que postulase que el primero se dedicó al “desarrollo
individual” mientras que el segundo lo hizo sobre el “desarrollo social”. Estas versiones
superficiales de ambas teorías desconocerían, según entendemos, las particularidades y
problemas que fueron enfrentando ambos autores –y los programas de investigación que
a partir de ellos se desarrollaron- en la búsqueda de resolver problemas específicos.
Podemos agregar, además, que en ambos casos y a pesar de la especificidad indagada –
los problemas no son los mismos- el intento resolutivo coincide en una perspectiva anti-
reduccionista y dialéctica que implica un desarrollo en un sentido, la emergencia de
novedades cognoscitivas a partir de la transformación cualitativa (y en consecuencia
cuantitativa) de un sustrato previo a lo largo de un tiempo irreversible (Valsiner, 1998).
Finalmente, hemos intentado dar pruebas de que las unidades de análisis que subyacen a
la obra de uno y otro autor, si bien revelan la especificidad de los problemas enfrentados y
del enfoque adoptado, no se excluyen mutuamente. A grandes rasgos, sostener que la
relación entre individuo y sociedad puede ejemplificarse en el juego infantil, estudiando la
compleja relación entre conciencia moral individual y regla social –en definitiva, la relación
entre un sujeto y un objeto social- no implica desestimar la búsqueda de cómo se produce
el pasaje del predominio de la acción precipitada por la percepción de los objetos, hasta el
hecho de que los significados sociales compartidos dirijan la actividad específicamente
humana frente a objetos socialmente significados. Sigue habiendo, en este caso particular
de la obra vygotskiana que hemos analizado, la preocupación por la actividad –de un
sujeto humano- frente a objetos sociales. Si bien es obvio que la relación entre sujeto y
objeto social no ha sido la unidad de análisis privilegiada por la Escuela Histórico-Cultural,
y mucho menos encarada con la consistencia que lo hiciera la Escuela de Ginebra, tal
relación no queda excluida de plano en los desarrollos de la primera.
Para concluir, hemos tratado de demostrar, a partir de la consideración del juego en
Piaget y en Vygotski, que en un mismo tiempo histórico y en una misma –y diferente-
Europa, ambos pensadores pudieron tratar temas en común, pero diseñaron sus
programas sobre preguntas particulares y con presupuestos filosóficos distintivos. Son
precisamente estas diferencias las que consideramos ameritan ser recuperadas, para que
ambas teorías se constituyan en opuestos dialécticos que posibiliten el “desarrollo” de la
Psicología del Desarrollo hacia una dirección genética y no reduccionista de explicación
de la novedad cognitiva (Valsiner, 1998). En palabras de van der Veer y Valsiner:
“…para Vygotski dos direcciones contrarias en el pensamiento constituían dos
opuestos, unidos entre sí, de un todo continuado: el discurso de las ideas. Es de
esperar que este discurso nos lleve a una comprensión más adecuada de la psique
humana, es decir, a trascender el estado actual del conocimiento teórico, más que a
forzar la variedad actual de ideas en el interior de clasificaciones estrictas de
tendencias en la disciplina psicológica, socialmente construida.” (van der Veer y
Valsiner, 1991, p. 393; traducción propia).
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