Memoria de la represión: ¿memoria nacional?

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1 Loreto F. López G. Antropóloga, U. de Chile Programa Magister en Estudios Latinoamericanos 2006 Memoria de la represión: ¿memoria nacional? “La comprensión, sin embargo, no significa negar la afrenta, deducir de precedentes lo que no los tiene o explicar fenómenos por analogías y generalidades tales que ya no se sientan si el impacto de la realidad ni el choque de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente el fardo que los acontecimientos han colocado sobre nosotros – ni negar su existencia ni someterse mansamente a su peso como si todo lo que realmente ha sucedido no pudiera haber sucedido de otra manera-. La comprensión, en suma, es un enfrentamiento impremeditado, atento y resistente, con la realidad –cualquiera que sea o pudiera haber sido ésta.” Hannah Arendt, Prólogo a la primera parte: Antisemitismo, en Los Orígenes del Totalitarismo. “(...) se nos ha dicho que dentro de esa historia de América, la notable excepcionalidad fue Chile, con un desarrollo no igualado en el continente, con un auténtico Estado Nacional que, si mal no recordamos, se nos concientizó a través de la enseñanza formal y de la educación llamada refleja. Se nos dijo que esta nación chilena había tenido todo un programa diferente dentro del esquema disociador-anarquizante del resto de los estados latinoamericanos, y allí, justo allí, comenzaron nuestras sospechas.” Ariel Peralta, Acerca de la supuesta originalidad del sistema político chileno, en Los proyectos nacionales en el pensamiento político y social chileno del siglo XIX. Ed. UCSH, Santiago. 2002 Presentación ¿Pueden las memorias de las violaciones a los derechos humanos perpetradas por agentes de Estado durante la dictadura, constituirse como memorias legítimas para la construcción de una nueva memoria nacional?. ¿Es posible que las miles de víctimas, la mayor parte anónimas, puedan levantarse como protagonistas y eje de un relato nacional compartido?. ¿Qué desafíos impone a la identidad nacional, incorporar en la narrativa del “nosotros compartido” las fracturas del pasado?. Estas preguntas junto a otras posibles rondan los pasillos del Estadio Nacional cuando se acallan las barras, y el recinto queda silenciado por la oscuridad y la ausencia. Lejanos murmullos llegan a través de las eternas paredes que tras múltiples capas de pintura esconden la ingratitud de un pasado marcado por episodios de encierro, desconcierto, dolor y tristeza.

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Loreto F. López G. Antropóloga, U. de Chile Programa Magister en Estudios Latinoamericanos 2006 Memoria de la represión: ¿memoria nacional?

“La comprensión, sin embargo, no significa negar la afrenta, deducir de precedentes lo que no los tiene o explicar fenómenos por analogías y generalidades tales que ya no se sientan si el impacto de la realidad ni el choque de la experiencia. Significa, más bien, examinar y soportar conscientemente el fardo que los acontecimientos han colocado sobre nosotros – ni negar su existencia ni someterse mansamente a su peso como si todo lo que realmente ha sucedido no pudiera haber sucedido de otra manera-. La comprensión, en suma, es un enfrentamiento impremeditado, atento y resistente, con la realidad –cualquiera que sea o pudiera haber sido ésta.” Hannah Arendt, Prólogo a la primera parte: Antisemitismo, en Los Orígenes del Totalitarismo.

“(...) se nos ha dicho que dentro de esa historia de América, la notable excepcionalidad fue Chile, con un desarrollo no igualado en el continente, con un auténtico Estado Nacional que, si mal no recordamos, se nos concientizó a través de la enseñanza formal y de la educación llamada refleja. Se nos dijo que esta nación chilena había tenido todo un programa diferente dentro del esquema disociador-anarquizante del resto de los estados latinoamericanos, y allí, justo allí, comenzaron nuestras sospechas.” Ariel Peralta, Acerca de la supuesta originalidad del sistema político chileno, en Los proyectos nacionales en el pensamiento político y social chileno del siglo XIX. Ed. UCSH, Santiago. 2002

Presentación ¿Pueden las memorias de las violaciones a los derechos humanos perpetradas por agentes de Estado durante la dictadura, constituirse como memorias legítimas para la construcción de una nueva memoria nacional?. ¿Es posible que las miles de víctimas, la mayor parte anónimas, puedan levantarse como protagonistas y eje de un relato nacional compartido?. ¿Qué desafíos impone a la identidad nacional, incorporar en la narrativa del “nosotros compartido” las fracturas del pasado?. Estas preguntas junto a otras posibles rondan los pasillos del Estadio Nacional cuando se acallan las barras, y el recinto queda silenciado por la oscuridad y la ausencia. Lejanos murmullos llegan a través de las eternas paredes que tras múltiples capas de pintura esconden la ingratitud de un pasado marcado por episodios de encierro, desconcierto, dolor y tristeza.

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No tan lejos del Estadio, en los faldeos cordilleranos, se levanta el Parque por la Paz Villa Grimaldi, otrora Cuartel Terranova, centro de detención, tortura y desaparición de la dictadura. Aunque devastado antes del retorno a la democracia, deja escuchar similares interrogantes a pesar de una transformación paisajística que para algunos dificulta el reconocimiento físico del pasado. El Estadio Nacional se “normalizó”, Villa Grimaldi se recuperó. Ambos casos representan extremos para enfrentar algunas de las preguntas planteadas. Mientras el Estadio volvió a sus funciones normales, ocultando el período más oscuro de su historia bajo nuevas gestas y héroes deportivos, Villa Grimaldi ha sido posible únicamente porque un eslabón de la memoria social se negó a “normalizarse” en el olvido. Esta “normalización” se relaciona con las formas en cómo se construye la memoria, y en este caso la memoria nacional, bajo marcos y patrones que orientan tanto la selección de hechos así como la manera en que ellos serán representados. De ahí que para poder enfrentar la legitimación de las memorias de la represión como parte de la memoria nacional, sea necesario revisar esos marcos o delimitaciones, que a su vez limitan o restringen el ingreso de nuevos episodios y personajes. La narrativa patrimonial, como un reducto específico de la narrativa histórica nacional, constituye un espacio a través del cual acceder a algunos principios con los que opera la selección y consagración. A su vez, tanto el Estadio Nacional como Villa Grimaldi, por tratarse de lugares o vestigios materiales, han entrado en ese campo discursivo como soporte de visibilización de las memorias de la represión. Patrimonio e historia nacional, concurren como plataformas de apoyo para la construcción de memorias e identidades nacionales, pretendiendo articular a la comunidad política que es la nación, a partir de factores ideológicos, históricos y culturales. La idea de un pasado común y compartido, reflejado no únicamente en relatos plasmados en textos de estudios, sino en vestigios y ruinas, una materialidad que proporciona verificación a aquellos relatos, consolida las filiaciones y herencias que deben reconocer como propias los ciudadanos, y a las que deben guardar lealtad. Es por ello, que los que podrían llamarse “patrimonios de la represión” abren la controversia respecto a la identidad nacional que consagra el patrimonio nacional. Ya sea sobre el tipo de comunidad que ha contribuido a forjar -¿política o cultural?- y los principios sobre los cuales se sostiene esa identidad nacional. Así, en las próximas páginas intentaremos revisar algunos vínculos entre patrimonio y nación, en la expresión del patrimonio nacional en tanto forma de representación de la identidad nacional. Atenderemos luego la irrupción de las memorias de la represión, y el camino que han seguido hacia el patrimonio, como una forma de institucionalización, tensionando las lecturas del pasado, constituidas muchas veces como “lecturas míticas”, y herencias que se desprenden de aquellas lecturas para la construcción de la nación.

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Una breve mirada al pasado: Nación y patrimonio nacional En el relato del origen de la nación chilena, nacida al alero de las luchas por la independencia del imperio español, comúnmente se presenta a sus protagonistas como sujetos que en algún momento fueron influenciados por el pensamiento ilustrado europeo, las corrientes liberales y evidentemente por el republicanismo derivado de la recientemente ocurrida Revolución Francesa. Esos antecedentes, hacen pensar que el proyecto nacional debió tomar el camino “natural” del republicanismo liberal. Sin embargo, en la práctica se produjeron alejamientos de la tradición de origen. “Es decir, como sostiene Leopoldo Zea, en la adaptación del pensamiento político a la realidad latinoamericana, ésta tendía a convertirse en un pensamiento social, en la medida en que las ideas, al cotejarse con la realidad social, no inspiraban las mismas prácticas políticas que en sus lugares de origen.” (Stuven, 2002:62) Desde ya se intuyen las consecuencias que eventualmente tendrá esta alteración para la construcción de la naciente nación. La disociación entre la teoría, el modelo, y la práctica concreta, dejan espacio para enfocar el proyecto nacional hacia nuevos destinos. La “desviación” ocurrida no se manifiesta únicamente en la formulación de un nuevo modelo, en el mejor de los casos, sino en la relectura que de la idea de república se hizo, y junto a ella la de ciudadanía (o pueblo soberano). Aproximarse a este punto es particularmente importante, en tanto permitirá comprender luego si la identidad que se construyó para la nación, se ajusta a una comunidad política (de deberes y derechos) o bien responde mayormente a un sustrato cultural (tradicional) que sustituye la adhesión a un espectro compartido de deberes y derechos. Asumiendo dos ideas gruesas de la nación, puede decirse que “(...) la idea revolucionaria de nación en el fondo bajo la idea de libertad; la idea romántica bajo la idea de naturaleza; de necesidad, pues o de determinismo.” (Renaut, 1993:51) La historiografía social chilena, revela que desde sus inicios, la nación alentada por las ideas revolucionarias, se construyó no obstante, como un espacio no necesariamente conquistado por los “derechos del pueblo”, sino en contra, o al menos en cautela, de ellos. “El énfasis en proteger a la nación contra los alcances de los derechos que puede consagrar una constitución acudiendo a la religión y a la moral, negando así el sentido secularizador de la república, implican el reconocimiento de una tensión entre republicanismo y la noción de derechos propia del liberalismo que algunos miembros de la clase dirigente vinculaban conceptualmente en los comienzos de la república.” (Stuven, 2002: 65) Si la nación chilena nace con una “debilidad política” por la limitación de los derechos, ¿dónde encuentra entonces su fortaleza para consolidar la unificación de la comunidad nacional?, suponiendo que dicha unidad sea una necesidad en el contexto de un “sistema interestatal”, siguiendo a Wallerstein:

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“¿Por qué es preciso que en la creación de un Estado soberano concreto dentro de un sistema interestatal cree paralelamente una ‘nación’, un ‘pueblo’?. En realidad la cuestión no es difícil de comprender: las pruebas son numerosas. Los Estados de este sistema tiene problemas de cohesión. Una vez reconocida su soberanía, es frecuente que los Estados se encuentren amenazados por la desintegración interna y la agresión externa. Las amenazas disminuyen a medida que se desarrolla un sentimiento ‘nacional’.” (Wallerstein, 1991:128) Antes de abordar esta interrogante, es necesario señalar otra situación que caracterizó la construcción de la nación chilena, cual es la marcada exclusión que asumió el derecho de representación de la nación, concentrado en las manos de unos pocos.1 Ello significó la marginación de una parte de la población, a la que se le negó el derecho a asumir un rol activo en la configuración del proyecto nacional, y se redujo a una posición más bien contemplativa y subordinada. “Los hechos históricos, en este sentido, son elocuentes: nunca, en el siglo XIX –ni tampoco después- la nación ‘en pleno’ (tiene que ser ‘en pleno’ para que sea Nación) elaboró un proyecto de país por el cual todos los chilenos, de consenso, se jugaran después. Si se busca identificar concretamente al actor histórico denominado ‘nación’ a partir de los hechos a través de los cuales se construyó ‘el’ proyecto nacional dominante n el siglo XIX, no se encuentra en todo ese siglo nada semejante a eso, Jamás apareció en escena tal actor.” (Salazar, 2002:155) Así, la nación sería una suerte de “ficción discursiva”, “recurso retórico”, “constructo político o instructivo general”, destinado a vincular y unificar a una población social y culturalmente diversa, bajo la palabra o el rótulo de la nación, pero en torno a intereses sectoriales que buscan concentrar el poder y realizar un determinado proyecto, en beneficio propio, con la excusa nacional. Sin embargo, establecer que la nación se construye como un recurso retórico para la unificación, sabiendo además que los Estados requieren de ella para pervivir en un contexto interestatal, no señala los mecanismos por los cuales se ejecuta o vehiculiza aquella retórica, ni los contenidos que la componen. En efecto, el discurso nacional construido por los sectores oligárquicos (y mercantiles, diría Salazar), influenciados por las corrientes republicanas y liberales, a pesar de la negación de derechos a la gran masa de la población, circula y “baja” hasta los excluidos a través de 1 “La representación se entiende como un resguardo contra la tiranía, y por lo tanto como uno de los elementos que justifican la rebelión contra la monarquía, lo cual nuevamente no define una ideología liberal, ya que la imagen de la nación representada no corresponde a una nación formada por individuos. Eso explica que cuando Camilo Henríquez inaugura el Primer Congreso Nacional sostiene que ‘... los derechos de la soberanía, para ser legítimos, han de fundarse sobre el consentimiento libre de los pueblos’. Ese consentimiento se expresa en los dictámenes de la ‘voluntad general’, entendida como la voluntad racional de aquellos que están en condiciones de gobernar. (...) El Correo (de Arauco) se formuló la pregunta definitiva: ‘Pero en un estado bien constituido, ¿quiénes son naturalmente los que tienen el derecho de representar a la nación? Son los ciudadanos que se hallan más en disposición de conocer sus necesidades, su estado y sus derechos, los interesados más en la felicidad pública ...’ Estos ciudadanos son los propietarios de tierras y los instruidos, en un claro reconocimiento a la justificación del sufragio censitario consagrado en todas las constituciones, incluyendo la de 1833.” (Stuven, 2002:66)

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“mediaciones discursivas y simbólicas” que operaban al servicio de la hegemonización de aquel discurso nacional. “(el desempeño de ciertos intelectuales) significó un formidable esfuerzo de construcción y universalización de un discurso de legitimación de un proyecto sectorial que conocemos como la cultura republicana y liberal, si bien reconocemos que no poco de ese proyecto está basado en ficciones, de ahí su función mediática, tal como la idea de estado de derecho y la igualdad de todos ante la ley. Esta mediación discursiva y simbólica de la universalidad a un proyecto que, como señalamos, es sectorial y esa mediación no es insignificante, ni puede ser regalada así no más a la derecha chilena.” (Subercaseaux, 2002:170) La intervención de mediaciones simbólico-discursivas que transmiten el discurso y sus principios, con el fin de construir ciertas identidades sociales y políticas, habría promovido, por ejemplo, la identificación de los excluidos en un espacio denominado “la patria chilena”, entendida como una gran familia con ciertas características sustanciales de difícil transformación en el tiempo. El mecanismo ahí no es sólo el traducir la nación en un léxico similar al de la terminología de parentesco, sino transformar a la familia en una especie de mito respecto de la cualidad de la nación (filial y consanguínea versus contractual y legal). Como se verá más adelante, la idea de la nación como familia tendrá consecuencias para la legitimación del patrimonio de la represión al interior de la sociedad. Otros “mitos” respecto a las cualidades del ser nacional, podrían encontrarse como dispositivos que dificultan el cuestionamiento del proyecto nacional excluyente forjado en las primeras décadas de la República. En particular, los mitos más analizados en el último tiempo se refieren a aquellos que organizan el imaginario político nacional, tales como la excepcionalidad del sistema político chileno,2 la persistencia de un cierto orden y estabilidad inigualada en otros Estado-nación latinoamericanos, la “larga” y “arraigada” tradición democrática, y tal vez en los próximos años se adviertan otros más.

2 El llamado “mito de la excepcionalidad chilena” ya ha sido propuesto y revisado por algunos autores. Por ejemplo, uno de los “mitos” o “verdades a medias” que ha persistido para conformar una autoimagen del país, ha sido la idea de la excepcionalidad chilena en el contexto latinoamericano, sin embargo el golpe de Estado de 1973, provocó un cierto aire de familiaridad con los demás países de la región, delatando “(...) que éramos, a fin de cuentas, astillas del mismo palo.” (García de la Huerta, 2003: 156). “La excepcionalidad atribuida a los militares chilenos, por ejemplo, llevó a algunos a pensar que eran una especie de civilistas de nacimiento, que jamás llegarían a atentar contra un gobierno constitucional.” García de la Huerta, 2003: 157. “Se puede suponer con verosimilitud que la patente ingenuidad respecto del discurso y del quehacer que mostró la Unidad Popular se basó en uno de nuestros mitos políticos identitarios, la creencia en la excepcionalidad de la experiencia política chilena.” Moulian, 1997: 162. “Es un hecho evidente que el mito de la diferencia constitucionalista chilena no fue narrado por la historiografía del siglo XIX (...) El mito de la excepcionalidad constitucional y el orden republicano chileno se narró en pleno siglo XX, especialmente hacia la década de 1920-1930, en momentos en que el país atravesaba por una profunda crisis económica y política, siendo obstruida la reforma por la élite parlamentaria y habiendo sido golpeada la institucionalidad por sucesivos cuartelazos militares de signos políticos disímiles, pero todos bastante críticos al régimen político oligárquico, y cuyas tendencias oscilaban entre un reformismo conservador hasta un reformismo socialista. En estas circunstancias, un grupo de historiadores conservadores, encabezados por Francisco Antonio Encina, construyen el mito portaliano de la excepcionalidad histórica chilena, la que habría sido sustentada por un ordenamiento autoritario republicano, capaz de conjurar la ‘anarquía’ impuesta por los gobiernos liberales de la década de 1820, los que supuestamente se habrían visto incapacitados de otorgarle estabilidad al país, siendo derribados por una seguidilla de cuartelazos dirigidos por caudillos.” Illanes, 2002: 165-166.

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“En verdad, la suficiencia de la categoría orden en sí (o de ‘Estado en forma’, según la llamó el historiador Alberto Edwards) ha sido subentendida, proclamada y aplicada, tanto ayer como hoy, no sólo por políticos profesionales sino también por altos oficiales de las fuerzas armadas y numerosos politólogos e historiadores, a tal punto que la han convertido en un axioma ‘oficial’ que han debido respetar, aprender y asumir todos los chilenos. Más aún: la suficiencia y oficialidad de la categoría ‘orden en sí’ ha terminado por dar vida al más célebre mito de la memoria política chilena: aquel que dice que el orden constitucional ha tenido en Chile una estabilidad y duración ejemplares, configurando un caso excepcional con relación a cualquier otro país de América Latina. Mito, que como cabe suponer, ha sido una de las principales fuentes del ‘orgullo patriótico’, considerándose la cristalización más clara de los valores superiores de la nación.” (Salazar, 2005:14-15) En este campo de las mediaciones simbólico-discursivas, basadas muchas veces en relatos míticos, fundantes y recurrentes sobre la nación, el patrimonio cumple un rol estratégico: presenta las pruebas materiales que servirán de referente a través del tiempo, de la idea de nación que convocará a los ciudadanos.3 En él, los mitos manifestarán su vigencia encarnados en héroes, fechas y lugares, escogidos a partir de los principios o valores que organizan el relato mítico. A su vez, la adhesión a aquellos principios, fundará un cuerpo nacional moldeado mayormente por la necesidad de sembrar un “sentimiento nacional”, una cierta emotividad, manifiesta en arengas militares y discursos políticos e incluso en preceptos morales de conducta, por ejemplo, más que la adhesión a un estado de derecho que garantice la igualdad de los ciudadanos de la nación.4 Reflejo de ello será la construcción del patrimonio nacional: “Con la era moderna y la aparición de la cultura política del estado-nación burgués, se configura en la sociedad occidental una clase específica de prácticas de reproducción simbólica: los 'patrimonios'. El concepto de patrimonio vehiculiza un discurso ideológico relativo al colectivo social, mediante la selección e individualización de 'objetos', que son preservados del paso del tiempo, ordenados y mostrados en nombre del bien común y a

3 “La especificidad de los patrimonios radica en la noción de 'bien común', que presupone la existencia de instituciones políticas, de fuentes de autoridad capaces de articular y legitimar discursos sobre la autoridad. El patrimonio es un ámbito privilegiado para la representación de los rituales de pertenencia y de exclusión social, relativos tanto al juego de espejos identitarios- que escinden el 'nosotros' de unos 'otros'- como a la reproducción de hegemonías internas. El patrimonio coexiste con otros mecanismos de reproducción simbólica de la sociedad y, como se deduce de lo que he apuntado hasta ahora, no es una fórmula universal, ni en el tiempo ni en el espacio.” Iniesta, 1994 4 Un ejemplo de esto, lo constituye la sacralización que se efectúa sobre la figura de Arturo Prat. Heroificado tiempo después de la derrota que sufriera frente al acorazado peruano Huáscar en la bahía de Iquique durante la Guerra del Pacífico, los atributos enaltecidos nunca remiten necesariamente a un espíritu republicano liberal, sino a una serie de atributos personales de carácter moral como el autosacrificio y la dedicación, las que aparecen como indicios de un sistema de valores para el cual Prat en algún momento parece representativo. Sater, 2005. A ello habría que agregar la recomendación que hace Renán cuando señala que “En cuestión de recuerdos nacionales más valen los duelos que los triunfos, pues ellos imponen deberes; piden esfuerzo en Común.” Renán, 2000:65

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causa de la capacidad de evocación de la colectividad, aquello que, en términos revolucionarios, expresaba la nación.” (Iniesta, 1994) El surgimiento/construcción de ciertos patrimonios se hace urgente desde los primeros días de la Independencia, primero como signo de vida autónoma, y luego como señal de una particular y específica alternativa identitaria. Como signo de autonomía, el ímpetu patrimonial se tradujo primero en la conformación de una simbólica nacional y formas de conmemoración propias, y en la posterior valorización de ciertos objetos de importancia para aquella simbólica. “(...) el simbolismo inicial se manifestó en gestos, discursos y en el acta de la instalación de la Primera Junta. De este modo, objetos ‘menores’ como el bastón de mando y el tintero del Conde de la Conquista que se utilizó para firmar el acta, adquirieron gran valor simbólico.” (Voionmaa, 2004:55). La independencia de España, supuso justamente construir una patria propia, o una nueva patria, que trascendiera además la mera afección por el lugar de origen, reclamando entonces la constitución de un patrimonio particular, compuesto en lo inmediato por emblemas del cambio capaces de representar el presente y el futuro de la nación, y posteriormente por la erección de monumentos conmemorativos a personas y hechos, así como la sacralización de ciertos lugares y edificios –vestigios- que dieran cuenta luego de un pasado compartido. Luego, con el paso del tiempo y cuando el proyecto nacional de los sectores “capacitados” para la representación de la nación fue adquiriendo mayores cualidades, sus propios integrantes fueron adquiriendo el status de personajes dignos de ser inmortalizados por medio de un monumento público, por ejemplo. Si bien el patrimonio nacional, tal como se conoce hoy en la figura de los “monumentos nacionales”, se remonta recién a la década de 1920,5 hacia aquella época ya sea había formado una idea respecto de lo que podría constituir legalmente el patrimonio de la nación. Los criterios de selección se habían forjado durante todo el primer centenario de la República y en los años posteriores. Para abordar los criterios que operan en la selección de un patrimonio, nacional en este caso, es útil revisar los Monumentos Nacionales en la categoría de Monumento Histórico, declarados en la ciudad de Santiago. Estas declaratorias derivan de la aplicación de la Ley N°17.288 de Monumentos Nacionales promulgada en 1970,6 en la cual se definen cinco

5 Aunque la Ley 17.288 de Monumentos Nacionales se promulga en 1970, tiene su antecedente en el Decreto Ley N°651 de 1925, que a su vez se habría inspirado en las resoluciones relativas a la preservación de los restos históricos y arqueológicos existentes en los países americanos, recomendando la dictación de leyes en la materia, adoptadas en la Quinta Conferencia de la Unión Panamericana (antecesor de la OEA) que se celebrara en Santiago durante 1923. Espiñeira y Simonetti, 1999. 6 Esta ley opera sobre los monumentos nacionales, a los que define como “(...) los lugares, ruinas, construcciones u objetos de carácter histórico o artístico; los enterratorios o cementerios u otros restos de los aborígenes, las piezas u objetos antropo-arqueológicos, paleontológicos o de formación natural, que existan

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tipos de monumentos, a saber Monumentos Históricos, referidos a los lugares, ruinas, construcciones y objetos de propiedad fiscal, municipal o particular que por su calidad e interés histórico o artístico o por su antigüedad; Monumentos Públicos, tales como estatuas, columnas, fuentes, pirámides, placas, coronas, inscripciones y, en general, todos los objetos que estuvieren colocados o se colocaren para perpetuar memoria en campos, calles, plazas y paseos o lugares públicos. Monumentos Arqueológicos de propiedad del Estado, es decir los lugares, ruinas, yacimientos y piezas antropo-arqueológicas que existan sobre o bajo la superficie del territorio nacional; Zona Típica o Pintoresca (conservación de caracteres ambientales), correspondiente al carácter ambiental y propio de ciertas poblaciones o lugares donde existieren ruinas arqueológicas, o ruinas y edificios declarados Monumentos Históricos; y Santuarios de la naturaleza e investigaciones científicas, correspondiente a todos aquellos sitios terrestres o marinos que ofrezcan posibilidades especiales para estudios e investigaciones geológicas, paleontológicas, zoológicas, botánicas o de ecología, o que posean formaciones naturales, cuya conservación sea de interés para la ciencia o para el Estado.7 De los Monumentos Históricos declarados a la fecha, sobresalen los inmuebles catalogados como “arquitectura civil privada”, “arquitectura religiosa” y “arquitectura civil pública”, los que en su conjunto representan el 60,7% de las declaratorias de Monumentos Históricos, es decir en primer lugar sobresalen las antiguas casas y parques patronales, mansiones, palacetes así como centros de reunión (clubes) de la antigua oligarquía santiaguina,8 luego iglesias, conventos y capillas, y finalmente edificios públicos en los que se encuentran representados una serie de servicios y entidades ya sea del Estado o con carácter público, tales como hospitales, museos, escuelas, recintos militares u otros dedicados a la administración pública. En síntesis, los tres poderes que durante la mayor parte de la historia de Chile han determinado el destino de la sociedad chilena: las élites (económicas, sociales y culturales), la Iglesia y el Estado, han logrado establecer y legitimar lo que esa misma sociedad debe aceptar y entender por patrimonio. Así, la selección de monumentos nacionales, no sólo ratifica al patrimonio como un mecanismo de consagración del pasado y la memoria nacional construida por un sector de la sociedad chilena, sino que además desconflictúa y oculta los procesos a través de los cuales ese imaginario de nación logró consolidarse. Un ejemplo de ello es que la sacralización de lugares vinculados a las oligarquías, ya sean sus mansiones o clubes de reunión, nunca aparecen vinculados con los lugares de explotación humana que hicieron posible la acumulación de capital que les permitió ejercer

bajo o sobre la superficie del territorio nacional o en la plataforma submarina de sus aguas jurisdiccionales y cuya conservación interesa a la historia, al arte o a la ciencia; los santuarios de la naturaleza; los monumentos, estatuas, columnas, pirámides, fuentes, placas, coronas, inscripciones y, en general, los objetos que estén destinados a permanecer en un sitio público, con carácter conmemorativo.” Consejo de Monumentos Nacionales 7 Ídem 8 Algunas excepciones a esta regla la constituyen otros inmuebles como una de las casas del poeta premio nobel Pablo Neruda, un teatro, la antigua sede del Diario Ilustrado, etc.

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su influencia hacia distintos ámbitos de la sociedad. La mina de carbón de Lota (que podría ser fácilmente relacionada con el palacio Cousiño en Santiago) junto a las antiguas salitreras del norte, por lo general son vistas más como “patrimonio industrial” al servicio del progreso de la nación en algún momento de la historia, que como vestigios de modernas formas de esclavitud. Ya había dicho Renán, es preciso proceder hacia el olvido de los horrores que han sacudido a la sociedad, de los recuerdos traumáticos: “es bueno para todos saber olvidar” “Si haciendo eso (construyendo la nación) violaron los derechos cívicos y humanos de pipiolos, los liberales, los freiristas, o’higginistas y rotos alzados ¿qué importa?. Si violaron algún derecho, es preciso olvidarlo. El interés de la Patria lo exige; los grandes terratenientes estaban construyendo la Nación y el Estado Nacional.” (Salazar, 2002:157) Un patrimonio fundado en los “actos de nobleza”, las señales de “ilustración y civilidad” de quienes lograron institucionalizar su memoria de grupo como historia y patrimonio nacional, establece los criterios con los que deberá entrar en disputa un posible patrimonio de la represión. La memoria de la represión y la construcción de patrimonios Tal como ha ocurrido en otras sociedades que han vivido períodos de represión unidos a sucesos de carácter traumático, donde la posibilidad de dar cuenta de las experiencias y memorias unidas a aquellos momentos ha debido esperar por mejores condiciones para su aparición y circulación pública, Chile ha experimentado durante los recientes años de democracia una “oleada” de las memorias de la represión vivida durante la dictadura. Puesta al servicio de la resistencia en los años dictatoriales, el poder testimonial de la memoria de la represión construida desde las víctimas de violaciones a los derechos humanos, dio cuenta de una realidad que fue sistemáticamente negada y rechazada por las fuentes oficiales de información empeñadas en emprender un acto de doble borradura sobre quienes estaban siendo intervenidos, eliminados o desaparecidos de la vida nacional: negar los procesos de negación, desaparecer las prácticas de desaparición.9 De esta manera, los testimonios y prácticas destinadas a develar una nueva verdad sobre los hechos que estaban aconteciendo en el país durante la dictadura, se convirtieron en un espacio de denuncia y resistencia, tanto a nivel nacional como internacional.10 Ahí, la memoria actuaba como un valioso soporte para retener y divulgar información detallada sobre los sucesos que experimentaban las personas portadoras de los recuerdos, que sin embargo debían mantenerse en una red silenciosa de complicidades y solidaridades. 9 “Desde entonces se puede comprender fácilmente por qué la memoria se ha visto revestida de tanto prestigio a ojos de todos los enemigos del totalitarismo, porque todo acto de reminiscencia, por humilde que fuese, ha sido asociado con la resistencia antitotalitaria.” Todorov, 2000:14. 10 Al respecto, resulta emblemático el caso del temprano testimonio Tejas Verdes de Hernán Valdés, publicado en el año 1976 en España, el que fue rápidamente traducido a varios idiomas en los años que siguieron.

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Atendiendo a las características que concurren en la definición de la memoria, entendida como la recuperación del pasado orientada por marcos que permiten significar eventos y experiencias a partir del presente, organizándolos en una constelación de olvidos y recuerdos,11 es posible comprender que las memorias que se construyeron y operaron durante la dictadura estaban orientadas por urgencias inmediatas dirigidas a registrar circunstancias de detención, ejecución y desaparición de quienes estaban siendo perseguidos. Y que además, recibían el influjo del dolor y abatimiento provocado por el fin de un período inédito en la historia nacional (y del mundo). Es así que los archivos de derechos humanos, que el año 2003 fueron declarados por UNESCO patrimonio mundial en el Programa Memoria del Mundo,12 podrían representar una de las formas emblemáticas de operación y de configuración de la memoria de la represión durante la dictadura, al concentrarse en documentos judiciales, declaraciones y testimonios en procesos de búsqueda, entre otro tipo de registros. Sin embargo, tras la recuperación de la democracia puede decirse que las orientaciones para la configuración de la memoria fueron cambiando. El nuevo contexto democrático no sólo abrió la posibilidad de demandar verdad y justicia para las víctimas, sino que inauguró un escenario donde paradojalmente las memorias unidas a las violaciones a los derechos humanos debieron sortear la resistencia de enfoques, posiciones e intereses que veían en ellas una amenaza, más que una oportunidad, para el desarrollo y consolidación de la democracia recuperada. En este sentido, el discurso de la reconciliación popularizado durante el primer gobierno democrático y las promesas del fin de la transición, del segundo,13 intentaron poner obstáculos al trabajo de la memoria, en un gesto que pretendía reiterar la llamada “vía chilena de reconciliación política”, basada en acuerdos de amnistías y pactos de silencio y olvido. Pero la bondad de los acuerdos cupulares que caracterizaron a la historia chilena frente a otros episodios de violencia y represión, no han surtido efecto en el contexto actual, 11 Para Maurice Halbwachs, la memoria colectiva se encuentra orientada a partir de ciertos “marcos sociales”, ahí radica el nivel social y cultural de la memoria, a través de los cuales las memorias individuales logran actualizarse: todo recuerdo individual requiere de la complicidad con otros, de lo contrario corre el riesgo de ser clasificado como alucinante. Los marcos sociales, es decir normas que indican qué se debe recordar y cómo, tales como principios, valores, juicios que operan en el presente sobre el pasado, organizando, seleccionando, jerarquizando e interpretando, hacen posible el vínculo entre el individuo y el colectivo, y sin duda la persistencia de la identidad, o bien la identidad como posibilidad. “(…) la memoria es, en todo momento y necesariamente, una interacción de ambos (supresión y conservación). El restablecimiento integral del pasado es algo por supuesto imposible (…) y, por otra parte, espantoso; la memoria, como tal, es forzosamente una selección: algunos rasgos del suceso serán conservados, otros inmediata o progresivamente marginados, y luego olvidados.” Todorov, 2000:16. 12 Compuestos por documentación archivada y recopilada por la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, la Comisión Chilena de Derechos Humanos, la Corporación CODEPU, la Corporación Justicia y Democracia, la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristiana (FASIC), la Fundación de Protección a la Infancia Dañada por los Estados de Emergencia (PIDEE), la Fundación de Archivos de la Vicaría de la Solidaridad y la Productora Nueva Imagen. 13 Apresurándose al devenir histórico, y tal vez desconociendo la complejidad del tema, el presidente Aylwin declaró que la tarea de su gobierno sería alcanzar la “reconciliación nacional”, “cerrando” el problema de las violaciones a los derechos humanos.

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pues las condiciones nacionales e internacionales no favorecen la alternativa del olvido jurídico y social para conseguir la “paz social”. Siguiendo los trabajos desarrollados por Brian Loveman y Elizabeth Lira, puede decirse que el eje de los conflictos que ha escondido la historia chilena respecto de otras amnistías e indultos en períodos anteriores, es la tensión que provoca en la sociedad la persistencia de memorias que por el sólo efecto de la ley no logran albergar el pretendido olvido. Esta situación señala además la complicidad entre la actividad historiográfica y el poder que impone el olvido, pues se deduce que muchos de los episodios anmistiados, parecen haber sido omitidos de los relatos oficiales, con el fin de sanar el trauma, develando así los delicados vínculos entre historia y política.14 De esta manera, las omisiones que cierta historiografía y memoria social han cometido puestas al servicio más alto de los “intereses de la nación”, contribuyeron a construir y consolidar un conjunto de mitos sobre la “tradición chilena”, algunos de los cuales ya hemos señalado, pero que en su conjunto vacían o minimizan de violencia y brutalidad en la historia nacional. Es por ello que la reconciliación en este último período, aunque también en otros, emerge como consigna política o meta simbólica, más que como una realidad tangible.15 Ante un contexto nacional contradictoriamente adverso,16 la recuperación del pasado dictatorial en su cara represiva, ya no podía aludir únicamente a la búsqueda de justicia por

14 Esta relación es objeto de una revisión crítica por la corriente de la historia social chilena, de la cual Gabriel Salazar es uno de sus más importantes representantes, señalando que “La memoria política de los chilenos debe ser, por tanto, revisada e intervenida. Reestructurada según criterios cívicos y democráticos, a objeto de rescatar y reconstruir el gran ‘capital humano’ que ha perdido” (Salazar, 2005:21) producto de un relato historiográfico oficial que ha narrado como democráticas tradiciones autoritarias, arbitrarias y represivas que difícilmente hoy pueden ser aceptadas como afiliadas a valores y actitudes democráticas, pues desde el origen de la nación hasta mediados del siglo XX impidieron la efectiva participación ciudadana, consagrando su ausencia en la vida política del país. “(...) en Chile, al ser celebrada y mitificada la estabilidad y recurrencia del ‘orden’ establecido por los estadistas Portales, Alessandri y Pinochet, y al heroificarse a sus restauradores, no se ha hecho otra cosa que exaltar como valores patrióticos el autoritarismo, la arbitrariedad gubernamental y la represión de los derechos cívicos y humanos de los chilenos, y condenar al olvido o a la negación fáctica los valores propios de la sociedad civil, la ciudadanía y la humanización.” (Ídem: 19) 15 “Había, como nunca antes en la historia del país, una resistencia intensa y visceral en algunos sectores al olvido social y jurídico, un rechazo a la impunidad por delitos ‘políticos’ cometidos durante un período de polarización y represión política. Si bien no era la primera vez en que en el país la represión política se realizaba mediante asesinatos y desaparecimiento de personas por agentes del Estado, muchos chilenos crían que esta práctica represiva era inédita. Tampoco lo era la tortura en 1973, ya fuera en las cárceles o cuarteles, en lugares destinados a ‘interrogatorios’ de los servicios de Inteligencia e Investigaciones, o en el propio entrenamiento de las fuerzas armadas. La tortura ha sido parte de la formación de marinos y soldados en América latina, en Chile, y en muchos países del mundo. No obstante, en la historia del país jamás existió resistencia tan prolongada a alguna anmistía, como en el caso de la ley 2.191 de 1978. Nunca antes el olvido jurídico, por delitos de funcionarios del Estado, civiles o uniformados se había resistido con tanta pasión.” Loveman y Lira, 2002:18. 16 “(...) para muchos ha resultado incomprensible que, una vez dadas las condiciones, hace una docena de años, no haya sido publicado (Tejas Verdes. Diario de un Campo de Concentración en Chile) en el país que le dio origen. La verdad es que ha habido débiles intentos y fuertes oposiciones. No de los militares o de la derecha, que hace ya algún tiempo han perdido todo miedo a las palabras, sino de grupos de presión (o de omisión) de lo que tímidamente me atrevería a llamar el actual poder político.” Valdés, 1996:3.

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las vías jurídicas, sino que se amplió al necesario reconocimiento público de lo ocurrido entrando en pugna con otras memorias sobre el período. No se trataba entonces de una memoria que circulara únicamente por los pasillos de los tribunales como triangulación de testimonios dirigidos a elucidar la verdad de los hechos, el destino de los detenidos desaparecidos, o a conseguir condenas y reparaciones, sino de una empresa más compleja como situar a aquella memoria en tanto espacio legítimo para abordar y reflexionar sobre el pasado, el presente y el futuro del país. Si se considera que la memoria contribuye a estructurar la experiencia y asegura la continuidad de tradiciones de una colectividad, operando entonces como un eje para la construcción de identidad, el poner a disposición de la ciudadanía la memoria de las violaciones a los derechos humanos construida por las víctimas de aquellas violaciones, sus familiares y amigos, interpela a la sociedad chilena a convocarse y verse reflejada en aquella memoria, pero no tanto desde un sentido compasivo o solidario, sino desde la posibilidad de incorporarla como parte de la historia nacional (oficial) y una identidad compartida. El desafío en este punto, supone reflexionar acerca de qué memoria (nacional) es la que convocará a la sociedad chilena. La importancia de los lugares de memoria Mientras los testimonios, relatos y el propio “cuerpo de los condenados”, fueron el espacio donde se convocaron las memorias de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura, tras la recuperación de la democracia otros nudos han concurrido en la configuración de estas memorias. Del espacio privado del cuerpo, el testimonio personal, la conversación y la práctica terapéutica, las memorias de la represión saltaron al espacio público de los actos y conmemoraciones activadas en fechas identificadas como significativas, así como al lugar de los memoriales, monumentos y marcas territoriales que tejen la topografía del terror legada por la dictadura. Fechas y lugares, hitos temporales y espaciales, fueron adquiriendo importancia en la medida que el olvido, la ignorancia y la indiferencia amenazaban con sepultar el pasado reciente “dando vuelta la página”, e impidiendo a la sociedad chilena integrar en su memoria los aspectos “indeseables” de la dictadura que contribuían a relativizar la lectura exitista de la “gran obra” constitucional, institucional y económica heredada por el gobierno de facto. Era necesario entonces buscar hitos que permitieran convocar a las memorias emblemáticas de la represión sufrida por las víctimas, y que pudiesen ser apropiados por otros sectores de la sociedad, no necesariamente considerados como “herederos directos” de aquellas memorias. Así, la proliferación de “lugares de memoria” como anclaje para el recuerdo se tradujo en la recuperación de sitios y en la edificación de memoriales. Es importante considerar que los

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lugares actúan en una primera instancia como “nudo convocante” para las memorias,17 y no necesariamente se constituyen inmediatamente en patrimonios, como se verá más adelante. Se entiende entonces, que un lugar de memoria (no solo sitios, sino también fechas), responde a la intencionalidad de establecer una marca significativa “(...) cuando en un sitio acontecen eventos importantes, lo que antes era un mero ‘espacio’ físico o geográfico se transforma en un ‘lugar’ son significados particulares, cargado de sentidos y sentimientos para los sujetos que lo vivieron.” (Jelin y Langland, 2003:3) Deriva además del trabajo de un colectivo: los “emprendedores de memoria”, integrado por sobrevivientes, familiares y amigos de víctimas, así como organismos de derechos humanos y partidos políticos, que invierten voluntades y recursos en la transformación de un espacio en lugar, en lugar de memoria de la represión en este caso, sobre los sitios donde ocurrieron las violaciones a los derechos humanos (en la mayor parte de los casos).18 A estos emprendedores nacionales, se unen además agentes internacionales que no sólo apoyan el trabajo de memoria efectuado, sino que también orientan el camino a seguir promoviendo el intercambio entre experiencias de distintos países y la coordinación internacional en este ámbito.19 Ahora bien, para comprender la cualidad de los lugares de memoria producidos por los emprendedores de memoria, es importante considerar algunas características de la red represiva tejida por la dictadura. En los primeros años de la dictadura, entre 1973 y 1978, se produjo en Chile un tipo de represión caracterizada por la detención masiva de militantes y simpatizantes (y a veces sin ninguna filiación aparente) de partidos políticos, movimientos, sindicatos, organismos 17 “(...) hay que conceptualizar cuales son los nudos convocantes de la memoria y el olvido, para ver con mayor claridad los actores sociales y las situaciones que van creando y hasta exigiendo puentes de memoria, ligando lo suelto y lo emblemático en la sociedad. Hay tres tipos de nudos -nudos que son grupos humanos, nudos de "hechos y fechas" y nudos que son sitios o restos físicos-, que van convocando múltiples memorias y exigiendo que se construya puentes hacia la memoria y el olvido colectivo.” Stern, 2000:13. “Los nudos convocantes de la memoria son los seres humanos y las circunstancias sociales que exigen que se construyan puentes entre el imaginario personal y sus memorias sueltas por un lado, y el imaginario colectivo y sus memorias emblemáticas por otro.” Ídem :22. 18 “(…) un lugar de memoria es una ‘unidad significativa, de orden material o ideal, a la que la voluntad de los hombres o el trabajo del tiempo convirtieron en un elemento simbólico de una determinada comunidad’. La idea de fabricación, de producción del lugar subyace a la definición. (...) Una vez que el lugar es producido, es difícil abolirlo. Salvo en los casos de amnesia espontánea de un grupo, esto no puede llevarse a cabo sin la destrucción física del lugar, cuando se trata de un lugar material.(...) En la expresión lugares de memoria hay que entender la preposición con el significado más de una pertenencia o una procedencia –son lugares que pertenecen a la memoria, que son producto de ella, que viene de ella- que como una simple indicación de localización: los lugares en los que la memoria encarna. Si hay lugares que parecen sobredeterminados por la memoria, más destinados que otros para acogerla, es porque ésta ya trabajó allí y depuso, con el correr del tiempo, capas sucesivas de sedimentos de memoria hasta tal punto que a veces satura de sentido estos sitios particulares.” Candau, 2002: 112-113. 19 Al respecto, el caso del Parque por la Paz Villa Grimaldi es emblemático, puesto que mantiene vínculos con distintos organismos e instituciones dedicadas al rescate de la memoria y el procesamiento del pasado traumático en distintos países, como Memoria Abierta en Argentina, la Fundación Ana Frank en Holanda, por ejemplo, a la vez que participa de instancias internacionales de coordinación como es la Coalición Internacional de Museos en Sitios Históricos de Conciencia (http://www.sitesofconscience.org).

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poblacionales, así como de funcionarios del gobierno de la Unidad Popular recién derrocado por el Golpe, todo ello avalado por la Declaración de Estado de Guerra a través del Decreto Ley N°5 publicado en el Diario Oficial el 22 de Septiembre de 1973. En aquel período, y en los años posteriores a 1978 de manera más selectiva, los detenidos y detenidas eran conducidos a recintos o centros de detención dependientes de las distintas ramas de las Fuerzas Armadas, de Carabineros e Investigaciones o bien de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA)20. En dichos centros, los prisioneros permanecían por períodos variables privados de libertad sin mediar procesos judiciales atribuibles al sistema judicial ordinario, en tanto el país vivía un “estado de excepción” (Estado de Sitio y de Guerra Interna). Los motivos de la detención nunca eran revelados a los propios afectados ni a sus familiares y amigos, quienes la mayor parte de las veces desconocían el destino de los detenidos.21 De acuerdo a los testimonios y a la información disponible sobre los diferentes centros de detención, la función de éstos no estaba únicamente destinada a “neutralizar” por medio de la reclusión e incomunicación al “enemigo interno”, que a raíz de su adhesión ideológica y activismo político había atentado contra la patria22, sino que además estaban destinados a desarticular la cohesión de los “derrotados” por la vía del quebrantamiento personal a través de la tortura, la que parecía estar justificada (nunca oficial o públicamente), como parte de interrogatorios dirigidos a obtener información sobre supuestos “planes subversivos” o bien acerca de las redes de partidos, organizaciones y movimientos. Así, miles de personas desfilaron, permanecieron y muchas veces desaparecieron en los 1.132 recintos y centros de detención localizados a lo largo del país, de los que hoy se tiene conocimiento oficial y público gracias a los informes de verdad –Informe Verdad y Reconciliación e Informe sobre Prisión Política y Tortura- elaborados en los 16 años que han transcurrido de democracia, dando cuenta que la dictadura tejió una cartografía del terror a través del territorio, por medio de una red de lugares en los cuales se ejecutaron violaciones a los derechos humanos de manera concertada y sistemática por parte de los agentes del Estado. Aunque la mayor parte de los centros de detención correspondió a dependencias e instalaciones propias del funcionamiento institucional de las Fuerzas Armadas, Carabineros e Investigaciones, otros se establecieron deliberadamente en sitios e inmuebles que fueron 20 Creada el año 1974 mediante el Decreto Ley N° 521, dictado el 14 de Junio. “Se trataba de un ‘organismo militar de carácter técnico profesional, dependiente directamente de la Junta de Gobierno y cuya misión será la de reunir toda la información a nivel nacional, proveniente de los diferentes campos de acción, con e propósito de producir la inteligencia que se requiera para la formulación de políticas, planificación y para la adopción de medidas que procuren el resguardo de la seguridad nacional y el desarrollo del país’. Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación, 1996:55. 21 En ocasiones algunos detenidos nunca llegaron a saber en qué centro de detención permanecieron, según declara el Informe sobre Prisión Política y Tortura. 22 El Golpe y la dictadura introdujeron un léxico fundado en la idea de la guerra interna contra un supuesto enemigo interno encarnado por los que eran sindicados como adherentes al marxismo internacional, basado en la nomenclatura característica de la doctrina de Seguridad Interior del Estado, en la cual la sociedad era polarizada entre “patriotas” o “ciudadanos decentes” y “anti-patriotras” o “vende patria”, “humanoides”, “terroristas, subversivos o insurgentes”, entre otros apelativos.

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adquiridos (a veces apropiados a la fuerza) para fines de detención y tortura, y que posteriormente en los años previos a la transición democrática, fueron abandonados, traspasados a otros propietarios y a veces destruidos. Son justamente ese tipo de sitios, que no quedaron en manos de la institucionalidad pública, los que en gran parte han sido objeto de recuperación por parte de sobrevivientes junto a ciertos sectores de la sociedad civil, y han sido transformados en lugares de memoria. Como ya se mencionó, es importante destacar que el trabajo de la memoria encarnada en el proceso de recuperación de un sitio y su traducción en lugar de memoria, ha debido sortear una serie de obstáculos. Por una parte, con frecuencia los propios sitios susceptibles de identificación y recuperación han sido sometidos a una estrategia de desaparición o encubrimiento ya sea por demolición (destrucción física del lugar), ocultamiento (otra actividad o circunstancia desvincula al lugar de su identidad como centro de detención), apropiación (por el traspaso a otro dueño se impide la acción pública en el lugar), simulación (se disfraza la identidad del centro al cambiar, por ejemplo, su numeración), aislamiento (cuando existen barreras geográficas o de accesibilidad) o desconocimiento (sin registro de la ubicación del centro ni relación con su identidad como centro de detención y tortura).( Silva y Rojas, 2005: 133) En la capital del país, ejemplos emblemáticos de demolición han sido los casos de la casa de José Domingo Cañas y Villa Grimaldi, mientras la simulación se ha efectuado sobre el inmueble de Londres 38, que hoy lleva por numeración el número 40. Por otra parte, ya que la mayoría de los recintos y centros de detención operaron en instalaciones institucionales de propiedad del Estado, tras la finalización de la dictadura éstas regresaron a sus funciones normales, encubriendo las labores extraordinarias a las que estuvieron destinadas durante la dictadura a través de un proceso que podría llamarse de “normalización”.23 En Chile, son pocos los recintos o centros de detención actualmente no-institucionales, que han sido recuperados, puesto que en propiedad de particulares el proceso de recuperación y resignificación se inicia a la vez como una disputa entre privados: el propietario por una parte y la agrupación de sobrevivientes y familiares de detenidos desaparecidos del lugar, por otra, hasta que la interpelación al Estado para que tome parte y se involucre en la disputa, surte efecto y las autoridades públicas toman cartas en el asunto. Así ocurrió con Villa Grimaldi, ex Cuartel Terranova durante la dictadura, que de ser una propiedad particular antes del Golpe pasó luego a manos de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA), posteriormente a la Central Nacional de Informaciones (CNI), luego al Servicio de Vivienda y finalmente a una empresa constructora que, tras arrasar con el sitio, proyectaba edificar un conjunto habitacional. Sin embargo, gracias a un amplio movimiento ciudadano compuesto por familiares de las personas detenidas desaparecidas y ejecutadas, 23 En Argentina se ha suscitado un proceso de recuperación por parte del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, de un sitio que desde la dictadura que se instauró luego del Golpe de Estado de 1976, había pertenecido a las Fuerzas Armadas. El predio e instalaciones donde actualmente se ubica la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA) ha sido devuelto a las manos de la ciudad, y pronto se convertirá en un museo de la memoria, previo desalojo del personal militar que en ese lugar desempeña funciones.

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sobrevivientes, pobladores de las comunas de Peñalolén y La Reina, sacerdotes y religiosas, organizaciones de derechos humanos, personalidades del mundo de la cultura y la política, coordinado con instituciones del Estado, fue posible recuperar el sitio en los primeros años de la democracia, rescatándolo de su desaparición final y definitiva. En este caso se contó con el apoyo del Estado quien, a través del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, expropió el sitio que hoy es de propiedad pública, y permitió que el año 1994 las puertas del otrora centro de detención fueran abiertas a la ciudadanía, el que posteriormente fue transformado en el Parque por la Paz Villa Grimaldi, inaugurado y abierto a la comunidad el año 1997.24 Entre los casos de “normalización”, el más emblemático tal vez sea el del Estadio Nacional, que entre septiembre y noviembre de 1973 albergó la mayor cantidad de presos políticos de todo el país. Se calcula que entre 12.000 y 20.000 detenidos, tanto chilenos como extranjeros, habrían pasado por el Estadio, permaneciendo por períodos que fluctuaban entre los 2 días y 2 meses. El Estadio Nacional no fue un mero centro de detención, se dice que por tratarse de uno de los centros del primer período de detención masiva, y porque recién se iniciaba la política de terrorismo de Estado, se cometieron una serie de “excesos” más allá de las prácticas brutales que en él se ejecutaban. Aunque el Estadio volvió pronto a sus funciones deportivas normales, no escapó de ser señalado como lugar de memoria, cuando en 1998 Pinochet fue detenido en Londres y en Santiago se organiza la Agrupación de ex prisioneros políticos con réplica en todas las regiones del país, con el fin de presentar querellas por torturas. La Agrupación correspondiente a la Región Metropolitana asume como emblema la recuperación simbólica del Estadio Nacional como lugar de memoria, pues la mayor parte de los integrantes de dicha agrupación habían estado detenido/as en tal centro. Así, el Estadio operaba como nudo convocante para las memorias personales de la represión sufrida en la Región Metropolitana. Pero también podía ser enaltecido como un lugar de proyección nacional en tanto en él habían permanecido detenidos venidos desde distintas partes del país. Así se gestó “Estadio nacional. Memoria nacional”, con el fin de hacer del Estadio un “museo abierto” constituido por un recorrido patrimonial compuesto por ocho estaciones o sitios emblemáticos donde se realizarán intervenciones espaciales con el fin de señalar los hechos ahí ocurridos.25

24 Al momento de la recuperación la mayor parte de las instalaciones originales del centro de detención no existían, pues habían sido deliberadamente arrasadas, de manera que las alternativas de intervención espacial consideraban o bien la reconstrucción exacta del lugar, o bien una reinterpretación espacial, como finalmente se hizo, lo que ha significado debates en torno a las formas de representación de la memoria y la experiencia del lugar. 25 Los sitios son: la escotilla 8, el camarín 5 de hombres, el camarín de la piscina norte (lugar donde estaban detenidas las mujeres), puerta de entrada por la calle Pedro de Valdivia, Caracola sur, el túnel que une la Caracola con el Velódromo y el Velódromo.

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Aunque esta iniciativa de recuperación simbólica se encuentra coordinada con instituciones públicas como el Instituto Nacional de Deportes, las demandas surgieron desde la sociedad civil, como la mayor parte de los procesos de recuperación de sitios. En la línea de la construcción de lugares de memoria, pero desde otro ángulo, las recomendaciones respecto de la adopción de medidas de reparación de carácter simbólico derivadas del Informe Verdad y Reconciliación,26 se concretaron, entre otras formas, en el desarrollo de una Política de memoriales al interior del Programa de Derechos Humanos del Ministerio del Interior. Si bien ya existían varios memoriales financiados o no con aportes del Estado, cuando comenzó a operar el Programa de Derechos Humanos en el año 2001, esta repartición pública ha continuado con la tarea de reparar a las víctimas acogiendo las solicitudes de diversas agrupaciones de sobrevivientes, familiares y amigos de víctimas de violaciones a los derechos humanos, con el fin de establecer lugares destinados a recordar a las víctimas, disponer de espacios para la conmemoración y la visbilización de las memorias de las violaciones a los derechos humanos. A raíz de que los memoriales se erigen en respuesta a la solicitud y planteamiento de agrupaciones de sobrevivientes y familiares de víctimas de violaciones a los derechos humanos, y en el marco de un conjunto de políticas de reparación, el Estado no ha emprendido de forma autónoma y premeditada una política de memoria dirigida a la sociedad chilena en su conjunto, sino que ha respondido a los agravios que en otros momentos agentes del Estado ejecutaron contra ciudadanos chilenos. Es decir, los memoriales responden a una visión restringida de la memoria donde la motivación fundamental parece estar centrada en poner la memoria al servicio de la reparación de las víctimas. De esta manera, la construcción de lugares de memoria a través de la recuperación de sitios, por una parte, y gracias a la edificación de memoriales, por otra, parece seguir un camino que en algún punto se bifurcará aunque sigan perteneciendo a la constelación de iniciativas vinculadas con el trabajo de la memoria. De la memoria al patrimonio de la represión

26 “(...) las recomendaciones de la Comisión Rettig estuvieron dirigidas a abordar el tema de la reparación tanto hacia los familiares de las víctimas, como también hacia toda la sociedad, entendida ésta como el restablecimiento del Estado de Derecho y la restauración del honor y la dignidad de las víctimas a través de la justicia. La reparación del daño moral y material, por lo tanto, se ha expresado en distintos planos: a través de avances en el establecimiento de verdad y justicia, a través de medidas que atienden necesidades sociales de las víctimas y sus familiares, con medidas de prevención y socialización de una cultura de respeto de los derechos humanos en el ámbito de la educación formal e informal, en la generación de un espacio público para el debate y difusión del tema; y en la adopción de medidas de carácter simbólico. Las formas de reparación tienen una diversidad de expresiones, que se materializan según la capacidad de movilización y conciencia que adquiere la sociedad en su conjunto.” Mejías, 2005.

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El trabajo de la memoria construida a partir de la experiencia de las violaciones a los derechos humanos ocurridas durante la dictadura, se ha intensificado a medida que han transcurrido los años de democracia, a pesar de que en los primeros momentos la resistencia a aceptar la legitimidad de esa memoria atentó contra su viabilidad pública. Si bien el Estado ha respondido a este trabajo definiendo algunas acciones públicas, su incorporación ha sido lenta y cautelosa, manteniéndose a la zaga del movimiento ciudadano. Esta distancia entre el poder estatal y la sociedad civil, representa uno de los puntos críticos cuando los lugares de la memoria y las memorias mismas de la represión aspiran a convertirse en patrimonio de la nación. La intención de que las memorias convocadas alrededor de los centros de detención recuperados y los memoriales erigidos, sean consideradas y tratadas a través de ellos, con un status patrimonial, supone no sólo legitimar la posibilidad de que aquellas memorias aparezcan y circulen públicamente, sino que además son susceptibles de recibir un trato diferencial respecto de otras memorias, más aún cuando demandan el reconocimiento y garantización pública por parte del Estado –“reconocimiento legítimo por la sanción aprobatoria del Estado” (Jelin y Langland, 2003:3)-. Aquí es importante considerar primero que toda aseveración acerca de la existencia de un patrimonio, supone poner en práctica un criterio de distinción sobre ciertos bienes (o prácticas) dirigido a valorizarlos por sobre otros, es decir el valor del bien no radica en él mismo sino en la mirada que lo distingue y lo valoriza, de ahí entonces que el patrimonio no preexista a aquel juicio de valor. Este supuesto trasunta entonces que tan importante como el bien mismo, lugares en este caso, son los criterios de selección y el grupo social que ha puesto en marcha esos criterios. Actualmente es muy difícil sostener que los patrimonios tienen un valor intrínseco y que no responden a un proceso de naturalización de aquel valor. Luego, lo anterior tiene relación con los problemas de filiación simbólica que revisten a la construcción del patrimonio, es decir con qué símbolos, imágenes o modelos busca una comunidad emparentarse y constituirse como heredera. Y de ahí qué personajes, episodios o materialidades vale la pena recordar, conmemorar o conservar. Por cierto que este problema, tiene su símil en la narrativa historiográfica: ¿qué rescatar, qué describir, qué transmitir?. En otras palabras, los patrimonios orientados y activados en este caso por las memorias de la represión, se encuentran en relación no sólo con unos determinados hechos ocurridos en los lugares, sino más aún con un proyecto identitario que pretende ser validado y aceptado socialmente, e incluso reproducido; en síntesis considerado un bien común para la sociedad. De lo anterior se desprende que las filiaciones identitarias que sostienen al patrimonio de la represión, deben ser cuidadosamente escogidas si se espera que tengan una recepción positiva al interior de la sociedad, y luego que para lograr aquello es necesario contar con una cuota de poder que permita lograr el objetivo, pues “(...) no activa (patrimonios) quien quiere, sino quien puede” (Prats, 1997:33)

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Para comprender mejor el problema de las filiaciones y su aceptabilidad pública, es interesante pensar cómo en muchos casos las identidades políticas de las víctimas son sacrificadas por otras que permiten proyectar mejor una nueva identidad en el contexto democrático. Por ejemplo, la concepción de los derechos humanos tiende a restar identidad política a los sujetos en la medida en que sólo se detiene en el concepto de persona humana, que como tal es sujeto de derechos básicos, más allá de su credo, raza u opción política: los seres humanos necesariamente son considerados en abstracto y a partir de la idea de individuo y no en su pertenencia a un grupo o en su existencia histórica concreta.27 Así, para que puedan ser asumidas públicamente como bien común, las memorias de la represión en su versión institucional ya sea patrimonial, histórica o museográfica, deben proponer una identidad basada en la ejemplaridad y no en la literalidad de las experiencias,28 escogiendo marcos que permitan una conexión más generalizada con la memoria. Sin embargo, esto no anula la posibilidad de futuros conflictos por los sentidos del pasado o del propio patrimonio que representa aquel pasado, pudiendo significar un “(...) eje de negociación y conflicto –entre víctimas ‘directas’ y sociedades más ‘amplias’, entre espacios y lugares concretos y ‘literales’ y sentidos ‘ejemplares’- está en el corazón de la relación entre memoria e identidad de grupos y actores sociales, estableciendo cuán amplio o limitado va a ser definido el ‘nosotros’ que rememora y conmemora.” (Jelin y Langland, 2003:15) Es por ello que los vínculos con el poder público son tan importantes, no únicamente para lograr visibilidad pública, sino para intentar resguardar los lugares, ya no de la destrucción física sino de la intervención simbólica e ideológica.29 En los últimos años varios lugares que durante la dictadura fueron centros de detención han sido declarados Monumento Nacional, a través de la Ley N°17.288 de Monumentos Nacionales, tales como el Estadio Nacional, los inmuebles de José Domingo Cañas 1367 y Londres 38 (ex Cuartel Yucatán), el Parque por la Paz Villa Grimaldi (ex Cuartel Terranova), el inmueble de calle Santa Teresa 037 (Nido 20), entre otros. Pero ello no 27 En el caso argentino, frente a la necesidad de condenar los actos de terrorismo de Estado se opta por “obviar” la identidad política de las víctimas de ese terrorismo de Estado, como si el hecho de pertenecer a organizaciones armadas cuestionara la idea de que eran víctimas del accionar del terrorismo de estado. Se construye una imagen de víctima reforzando su inocencia a partir de una negación de su condición de militante armado: el que está armado o conoce de armas, parece decir el discurso de la justicia basada en los derechos humanos, es menos “víctima” o es también responsable de lo que le sucedió: justificaría el terrorismo de Estado. Se opta, entonces, por considerar a las víctimas no como militantes que habían asumido consciente y deliberadamente la opción de la lucha armada, sino como idealistas, románticos, inocentes y heroicos. Pernasetti, 2005. 28 “(...) no hay mérito alguno en ponerse en el lado acertado de la barricada, una vez que el consenso social ha establecido firmemente dónde está el bien y dónde el mal; dar lecciones de moral nunca ha sido una prueba de virtud. Sin embargo, hay un mérito indiscutible en dar el paso desde la propia desdicha, o de la de quienes nos rodean, a la de los otros, sin reclamar para uno el estatuto exclusivo de antigua víctima.” Todorov, 2000:13. 29 “La memoria como garantía de identidad puede ser objeto de lucha por parte de los grupos que intentan imponer su propia versión (sus propios sentidos) del pasado (...) la acción se orienta al presente, pero al mantenimiento de las nociones establecidas, de los marcos sociales que le dan sentido a la memoria de ese grupo que se siente amenazado o que se encuentra disputando su legitimidad. Las banderas que se levantan, aunque hagan referencia a la memoria, en realidad son una forma de reforzar un modo particular (del grupo) de entender los vínculos sociales sus normas.” Pernasetti, 2005.

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significa que el Estado se involucre activamente en la gestión de esos lugares y tampoco que pasen a formar parte de una política pública de memoria, puesto que aún existen resistencias a emprender una tarea de esa envergadura. De hecho, pareciera que la sociedad civil, y en particular los emprendedores de memoria de los patrimonios de la represión, tuviesen mayor confianza en aquellas estrategias oficiales de construcción de patrimonios, que el propio Estado que las ejecuta. El patrimonio de la represión interpela a la construcción nacional Cuando se piensa qué proyecto identitario es el que los patrimonios de la represión ofrecen a la sociedad al ponerse a disposición como un bien público, qué visión del pasado y que reflexión para el presente y el futuro, es importante recordar que la constitución de aquel proyecto se ha configurado al calor del paso del tiempo y de los debates, tanto nacionales como internacionales, en torno a la memoria y su importancia para la consolidación de la democracia. Desde el punto de vista de los usos de las memorias y los patrimonios, es muy posible advertir que durante varios años ciertos sectores de la sociedad chilena que fueron víctimas directas de las violaciones a los derechos humanos, e incluso organismos y agentes que enarbolaron la defensa de aquellos derechos durante la dictadura, han asumido que les corresponde ser “garantes de los derechos humanos” en el país.30 Esta identificación como los únicos autorizados a hablar y debatir acerca de aquellos derechos y sus transgresiones, resultó un arma de doble filo, pues operó al servicio de la identidad de las víctimas por una parte, pero también a favor de otros proyectos identitarios (ideológicos y políticos) que han buscado acorralar y constreñir la ética de los derechos humanos a ciertos grupos y experiencias, impidiendo su irradiación a la sociedad chilena en su conjunto. De esta manera, un patrimonio que pretenda formar parte de la memoria colectiva nacional no puede seguir sosteniéndose en exclusiones que demandan actitudes compasivas, solidarias o reparativas por parte de quienes no vivieron en carne propia las violaciones a los derechos humanos. Así, el patrimonio es concebido únicamente como un elemento ilustrativo respecto de una alteridad de la cual quien contempla el patrimonio no forma parte, e impide que las nuevas generaciones, por ejemplo, vean en él una herencia compartida. A partir de otras perspectivas, es posible asumir que el problema trasciende las legitimidades y garantías de grupo, y que por lo tanto involucra a toda la sociedad chilena, en ese caso el recuerdo no opera automáticamente para detener la reiteración de los errores y garantizar el “nunca más”, sino que debe ser puesto en el contexto de ciertos marcos de

30 Esta visión puede representar otro prisma para mirar la versión del “sacrificio necesario” planteado por las memorias emblemáticas de la salvación, pero ahora desde el punto de vista de quienes sufrieron las violaciones a los derechos humanos, donde su sufrimiento sería la plataforma para internalizar los derechos humanos en la sociedad chilena, es decir habría valido de algo.

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sentido y lecturas que interpelen a la sociedad y a las generaciones, promoviendo una revisión del pasado que permita apropiarse de los patrimonios. En esta línea, el procesamiento del pasado no supone únicamente la recuperación de aquel para el presente, sino la reflexión en torno a los aprendizajes sociales posibles de ser extraídos desde las experiencias pasadas y la forma en cómo ellos reditúan en la consolidación de la democracia. Es evidente que una primera revisión crítica que plantean los patrimonios de la represión, en su aspiración a ser considerados patrimonios nacionales, es a las memorias políticas oficiales que han gobernado la interpretación del pasado nacional, en función de ciertos proyectos políticos y culturales. “Que en una nación coexistan por largo tiempo una memoria y una conciencia políticas de esa naturaleza (basadas en una escala invertida de valores sociales, representadas por hechos y figuras autoritarias, arbitrarias y represivas) no es una cuestión de menor cuantía histórica, por el contrario, un tema estratégico atingente a su éxito o fracaso como nación.” (Salazar, 2005:20)31 Por una parte, como se ha visto, no es posible sostener la bondad de reprimir la memoria de las violaciones a los derechos humanos en función de la consolidación de la unidad y la paz social, suponiendo que ello no tendrá consecuencias en los procesos de profundización democrática, y por otro suponer que aquella memoria debe permanecer como patrimonio propio y restringido de un sector de la sociedad, ambas alternativas desvirtúan la potencialidad de la memoria para enfrentar un futuro compartido.32 Si la construcción nacional chilena ha enaltecido en su imaginario la necesidad de ocultar los conflictos, minimizar la violencia y nunca ponerse del lado de las víctimas (de los llamados “perdedores”), es evidente que el patrimonio de la represión emerge como una “piedra en el zapato”, una amenaza latente de disolución del vínculo filial en el que se basa el mito de la nación como una gran familia, al interior de la cual todas las desavenencias y disputas son posibles de zanjar por el bien de sus integrantes.

31 “La mitificación y heroificación de los personajes nombrados (O’Higgins, Portales, Alessandri e Ibáñez) –y otros que no cabe consignar aquí- ¿ha respondido a una necesidad colectiva de todos los chilenos, o sólo a la necesidad particular de un grupo determinado?. La interpretación predominante del período 1810-1837 (señalado como el “tiempo madre” de la construcción nacional) ¿es una interpretación historiográficamente probada y teóricamente consolidada, o fue y es sólo una oportunista construcción ideológica tendiente a justificar, tras la máscara encubridora de ‘la patria’, la imposición abusiva de los intereses y conveniencia de un grupo particular de chilenos a toda la nación?.” Salazar, 2005:24. 32 El caso chileno manifiesta aquí algunas similitudes con la situación alemana de postguerra, donde el privilegio de la unidad de la Alemania Federal frente a las amenazas del bloque soviético, habrían frenado el proceso de desnazificación y revisión del pasado, temiendo fracturas al interior de la sociedad alemana, las que igualmente se produjeron cuando las generaciones jóvenes interpelaron a las mayores acerca de un pasado compartido y marcado por el horror del holocausto. En el caso chileno, la resistencia a “enfrentar el pasado aclarándolo” aún persiste, el temor a la disidencia, al conflicto y a revisar actuaciones personales por parte de las elites políticas y dirigenciales, han dificultado que el procesamiento del pasado sea percibido como una oportunidad más que como una amenaza para la democracia. Habrá que esperar el paso del tiempo, para realizar esta tarea pendiente.

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El rechazo a una memoria y patrimonio nacional que no únicamente muestra el horror, sino que señala el camino hacia el compromiso con una identidad compartida basada en la adhesión a los derechos (humanos, cívicos, políticos, sociales, etc.), es el síntoma de una comunidad nacional vinculada por una serie de argumentos históricos y culturales que pretenden ponerse más allá del Estado de derecho. Aquí, como se ha dicho, el patrimonio de la represión es visto más como una amenaza que como una oportunidad. La normalización por la vía del olvido, del encubrimiento o la negación, parecen haber encontrado su piedra de tope tras los 17 años de dictadura. Aunque no hay certezas de cómo se reconstruirá ni qué caminos tomará el imaginario y proyecto nacional hacia el Bicentenario, cada vez es menos posible seguir operando bajo canones nacionales que buscan suprimir la experiencia del dolor. El Estado ha dado su venia al consagrar lugares como Villa Grimaldi y el Estadio Nacional, como Monumentos Nacionales, sin embargo ello no garantiza que aquellos sitios sean integrados en la narrativa del patrimonio nacional fundando nuevos criterios de selección, que logran distinguir el pasado ingrato más allá de su aporte al progreso nacional, como ha ocurrido con Lota y las salitreras. ¿Qué nuevo criterio es el que fundan estos patrimonios?. En otros lugares se les llama “patrimonio del horror” o de la “barbarie”, como una lectura nacional que admite la debacle, ya no como debilidad sino como fortaleza para reconstruir la comunidad y proyectar el futuro. Frente al trauma, la comunidad nacional puede buscar recomponerse, advirtiendo los espacios de atentan contra esa recomposición, muchas veces más vinculados con el arraigo a tradiciones culturales presentadas como anteriores a la nación, de carácter ancestral e inamovible, como un mito que recurrentemente se revive, y que por lo tanto expulsa el pacto ciudadano racional basado en la garantización de los derechos y las negociaciones que en ese ámbito pueden efectuarse para corregir la reiteración del “error histórico”. Los patrimonios de la violación a los derechos humanos constituyen un momento inédito, pues presentados como bien común, reclaman el involucramiento de la sociedad en su conjunto. Como proyecto nacional, no pueden ya reproducir la lógica sectaria de presentar los intereses sectoriales -de las víctimas-, como intereses nacionales, sino que deben proponerse como una nueva lectura de la nación intentando incluir e interpelar tanto a sus adherentes como a sus detractores. Así, pensar en las memorias de las violaciones a los derechos humanos y los lugares de memoria activados por esas memorias, como patrimonio, y como patrimonio nacional, implica el desafío de identificar una herencia en la cual la diversidad de chilenos puedan identificarse, no sólo con la resistencia a la dictadura, con el sufrimiento de las víctimas, sino más allá, con los procesos y fatalidades que desencadenan la reiteración del mal y la necesidad de dar un salto cualitativo en la integración de los derechos humanos como parte de una cultura y actitud cotidianamente democrática con la cual se comprometen como comunidad política, sin la necesidad de consagrar en ello tradiciones y filiaciones ancestrales o esenciales.

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