La segregación social del espacio en las ciudades de América Latina

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La segregación social del espacio en las ciudades de América Latina Francisco Sabatini Banco Interamericano de Desarrollo Departamento de Desarrollo Sostenible División de Programas Sociales

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La segregación social del espacio en las ciudades de América Latina

Francisco Sabatini

Banco Interamericano de Desarrollo Departamento de Desarrollo Sostenible

División de Programas Sociales

Francisco Sabatini es Profesor Titular del Instituto de Estudios Urbanos de la Pontificia Universidad Ca-tólica de Chile. Tiene un Doctorado el Planificación Urbana por la Universidad de California, Los Ánge-les-; y de Sociólogo y Magíster en Desarrollo Urbano por la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Presentación Las ciudades ofrecen a América Latina y el Caribe su mejor oportunidad de desarrollo económico y so-cial. Además de concentrar a más de dos tercios de la población, se estima que más del 75% del creci-miento esperado del Producto Geográfico Bruto de las próximas dos décadas será generado por activida-des eminentemente urbanas. Para sacar el mejor partido de esta oportunidad de desarrollo se requiere de políticas públicas urbanas bien orientadas. Mejorar la competitividad de las actividades económicas en los mercados nacionales y globales requiere – además de políticas económicas sanas y la eliminación de barreras al comercio – de mejorar la capacidad de las ciudades de proveer una eficiente plataforma de soporte para la creación y desarrollo de empresas de todo tipo. Entre las principales iniciativas de desarrollo económico local se cuentan la adecuada provi-sión de infraestructura y de buenas condiciones de vida, factores que atraen mano de obra especializada y empresarios a las ciudades. Sin embargo, estas iniciativas, si bien necesarias, no son suficientes. No obs-tante que el acceso a empleos bien pagados y buenos servicios urbanos son críticos para expandir las oportunidades de la población de vivir según sus deseos y valores, no habrá verdadero desarrollo social a no ser que se tomen medidas concretas para remover otras barreras. Entre éstas destacan: la segregación espacial de los más pobres, o la discriminación étnica o cultural. La inclusión social y el desarrollo eco-nómico son igualmente necesarios para reducir la violencia y otros comportamientos anti-sociales. Una ciudad más incluyente es una ciudad más productiva y provee mercados crecientes para productos y ser-vicios locales contribuyendo así a la aceleración del crecimiento económico. El presente documento se centra en la primera de las barreras mencionada, la segregación espacial de los más pobres. Con base en una concepción amplia de segregación, discute las características y tendencias de la segregación residencial en las ciudades de América Latina, sus causas y consecuencias, el estado de la investigación en este campo, y las políticas que podrían controlar la segregación. Expone el hecho que la segregación es un fenómeno compuesto con dimensiones positivas desde la perspectiva de las políticas sociales, como que podría ayudar a mejorar la focalización y eficiencia de las políticas sociales. También se identifican las dimensiones negativas del fenómeno, como es la estigmatización social de los barrios de hogares de bajos ingresos u ocupados por minorías. Estas consideraciones son de gran importancia para la ejecución de una de las propuestas centrales de la Estrategia de Desarrollo Social del Banco que propone fomentar la coordinación y focalización territorial de las políticas y programas. 1 Espero que la publicación de este estudio contribuya a difundir el conocimiento que existe sobre este fe-nómeno entre los gestores de políticas públicas y funcionarios del Banco y de esta manera, contribuir al mejor diseño y ejecución de políticas y programas de desarrollo social territorialmente focalizados. Eduardo Rojas Especialista Principal en Desarrollo Urbano División de Programas Sociales Departamento de Desarrollo Sostenible.

1 BID “Desarrollo Social. Documento de Estrategia” Washington DC, 2003

Tabla de contenido Introducción 1 Caracteristicas y tendencias de la segregacion 3 Definiciones y precisiones de enfoque 7 Explicaciones populares de la segregación 12 Impactos 18 Política de control de la segregación y su relación con la estrategia de coordinación territorial de programas sociales 24 Anexo El paradigma latinoamericano de la segregación 34 Referencias 38

Introducción El presente informe discute las características y tendencias de la segregación residencial en las ciudades de América Latina, sus causas y conse-cuencias, el estado de la investigación en este campo, y las políticas que podrían controlar la segregación. Hacia el final, sugiere las implican-cias que este panorama podría tener para los es-fuerzos que está desarrollando el Banco Interame-ricano de Desarrollo (BID) en materia de focaliza-ción y eficiencia de las políticas sociales urbanas. Una de las tres líneas de trabajo que conforman la nueva estrategia del Banco en políticas sociales es, justamente, la de integrar territorialmente la provisión de servicios sociales. Es necesario tener en cuenta que desde 1994 el Banco destina sobre el 50 por ciento de sus recursos a la pobreza, por lo que dicha estrategia tiene gran importancia tanto para el Banco como para los países de la Región. La pregunta por la relevancia que pudiera tener la segregación es especialmente pertinente si repa-ramos en lo segregadas que son las ciudades lati-noamericanas. Sin embargo, el sólo hecho de vin-cular la estrategia de focalización y eficiencia de las políticas sociales con la realidad segregada de nuestras ciudades suscita una pregunta de fondo, que no debemos soslayar: ¿Estamos implicando que la segregación espacial de los pobres urbanos, un hecho unánimemente condenado, podría ayu-dar a una estrategia orientada a mejorar las políti-cas sociales? La estrategia de integrar territorial-mente la provisión de servicios sociales se vería favorecida por la localización segregada de los grupos pobres. ¿No sería acaso un contrasentido? La mayor parte de los investigadores y especialis-tas latinoamericanos en temas urbanos rechazarían la sola idea de que un gobierno busque “aprove-char” la segregación de los pobres para focalizar y hacer más eficientes los programas sociales. No se trataría sólo de reparos morales. Los críticos des-tacarían, asimismo, el hecho político de que el gobierno estaría implícitamente legitimando la segregación de los pobres a través de esta acción, lo que equivaldría a dar por aceptadas las marca-

das desigualdades sociales, causa esencial de la segregación espacial existente en las ciudades. La conclusión del presente trabajo es, no obstante, diferente. La segregación es un fenómeno com-puesto cuya dimensión más claramente positiva, la concentración espacial del grupo social bajo estudio, es también la que más podría ayudar a mejorar la focalización y eficiencia de las políticas sociales. Complementariamente, las dimensiones más negativas del fenómeno, a saber, la confor-mación de barrios y áreas socialmente homogé-neas y la estigmatización social de los mismos, son las que menos ayudarían a la estrategia de focalización territorial de las políticas sociales. Por otra parte, el informe concluye destacando la contribución más global que las políticas sociales pueden hacer en materia de control de la segrega-ción, más allá de estrategias específicas de coor-dinación territorial. El primer capítulo de este informe estará destina-do a caracterizar el fenómeno de la segregación residencial urbana en América Latina con base en los estudios disponibles y en nuestro propio traba-jo de investigación. Describiremos el patrón tradi-cional de la segregación en las ciudades latinoa-mericanas, lo mismo que sus tendencias más re-cientes. Enfatizaremos aspectos conocidos, como la fuerte concentración espacial de las elites y grupos medios ascendentes y como la aglomera-ción de la pobreza, y otros generalmente soslaya-dos, como la diversidad social que presentan las áreas afluentes de nuestras ciudades. Entre las tendencias, destacaremos la modificación del pa-trón tradicional de segregación que estamos ob-servando en las últimas décadas. El segundo capítulo ofrecerá una definición com-puesta de la segregación y algunas precisiones claves tanto de enfoque como metodológicas. La definición buscará precisar distintos aspectos ob-jetivos de la segregación, lo que es importante hacer por sus muy distintas implicancias prácticas. Asimismo, destacaremos la relevancia de los as-pectos subjetivos de la segregación. La formación de estigmas territoriales, tanto por parte de la so-

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ciedad como por los mismos pobres, tiene gran incidencia negativa. Por último, entre las precisio-nes de enfoque y de método se incluirán el carác-ter de proceso que tiene la segregación, sus conse-cuencias tanto positivas como negativas, y la im-portancia de la escala geográfica en que tiene lugar y en que puede ser medida. En el tercer capítulo analizaremos críticamente los enfoques predominantes en América Latina sobre la segregación residencial urbana. Revisaremos con especial cuidado una serie de juicios y pers-pectivas que consideramos equivocados sobre las causas del fenómeno. Específicamente, intentare-mos rechazar la virtual “demonización” que se ha hecho de la segregación, arribando a una visión más equilibrada y con más sentido práctico, favo-rable para el diseño de políticas. Tanto ese equili-brio como el sentido pragmático se ven beneficia-dos al enfatizar que se trata de un fenómeno más que de un problema, y al destacar su carácter cambiante, de proceso. En un anexo incluimos una crítica más pormenorizada del que reconoce-mos como el enfoque más popular que existe en América Latina sobre la segregación. Lo conside-ramos especialmente perjudicial para un posible avance de la política pública en materia de segre-gación residencial urbana. Los impactos sobre la calidad de vida y la perpe-tuación de la pobreza serán el tema del cuarto capítulo. Destacaremos los efectos de desintegra-ción social que está cobrando la segregación espa-cial en el contexto definido por la liberalización económica y demás cambios asociados con la así llamada globalización de nuestras economías. Señalaremos que la segregación espacial de los pobres, de tener efectos mezclados de tipo negati-vo y positivos en décadas precedentes, está ten-diendo a verse privada de los segundos y al agra-vamiento de sus consecuencias negativas. En el capítulo quinto propondremos medidas de política destinadas a neutralizar los efectos más preocupantes de la segregación, acciones que al mismo tiempo buscarían aprovechar las implican-cias positivas que para la coordinación territorial de servicios sociales podrían representar distintas situaciones y escalas geográficas de segregación. La segregación no es mala per se, como habremos

argumentado en capítulos anteriores. Las políticas y medidas que propondremos buscan dirigir el proceso de segregación hacia situaciones con im-plicancias positivas para los pobres y las políticas sociales dirigidas a ellos. Destacaremos la necesi-dad de adoptar una estrategia mixta de medidas espaciales, como la reducción de escala de la se-gregación y, en casos especiales, la dispersión de la pobreza, con otras de tipo social, como las que pudieran mejorar la accesibilidad y movilidad de los pobres en el espacio de cada ciudad y abrir mayores posibilidades de interacción entre los distintos grupos sociales. El carácter del presente informe está fuertemente influido por la exigua investigación empírica exis-tente sobre la segregación residencial en las ciu-dades de América Latina. Por una parte, son esca-sos los estudios que ponen a prueba hipótesis, un requisito básico de la investigación científica. Por otra parte, no existen series estadísticas ni medi-ciones comparables entre ciudades, salvo tal vez el caso de Brasil más recientemente. Sin embargo, el tema mismo de la segregación residencial tiene limitaciones intrínsecas para ser cubierto a través de estudios estadísticos, justifi-cando acercamientos, como el presente, donde lo empírico cualitativo y la interpretación conceptual se refuerzan. Las estadísticas en uso en países desarrollados, y especialmente en los Estados Unidos, el país con mayor tradición y sofistica-ción en la medición de la segregación, presentan serias limitaciones metodológicas y teóricas. Para botón de muestra valga decir que el índice de di-similaridad, el más usado internacionalmente por su simplicidad, mide una dimensión de la segre-gación que resulta ser la más positiva del fenóme-no. Mayores índices de disimilaridad no represen-tan necesariamente un hecho negativo. Coincidente con estas limitaciones, argumentare-mos que el necesario avance de la investigación en segregación que requerimos en América Latina no se soluciona con más datos y aplicación de métodos cuantitativos, sino que principalmente con investigación empírica que nos lleve a superar las visiones demasiados simplistas con que hemos interpretado la realidad de nuestras ciudades.

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Características y tendencias de la segregación A lo largo de la mayor parte del siglo XX, las ciudades de América Latina exhiben un patrón de segregación residencial semejante al modelo europeo de ciudad compacta. En las áreas cen-trales se concentran los grupos superiores de la escala social, y la misma cosa ocurre con la me-jor edificación y arquitectura. Las ciudades decaen social y físicamente hacia la periferia, con la sola excepción de la dirección geográfica en que se fue formando una suerte de cono de ciudad “moderna” durante el siglo XX. Barrios residenciales y comerciales ocupados por las capas altas y medias ascendentes fueron formando dicha área de mayor categoría. En esto la ciudad latinoamericana no difiere de la euro-pea continental mediterránea. París, como mu-chas otras ciudades del viejo continente, presen-ta este cono de concentración de los grupos de mayores ingresos en una dirección geográfica definida –en este caso, hacia el Oeste. Tal vez la diferencia más notable sea que en América Lati-na las elites han abandonado el Centro en un grado mayor que sus congéneres europeas. El modelo alternativo de ciudad del capitalismo corresponde al patrón anglo-americano de ciu-dad del suburbio. Allí las elites, inspiradas en una ideología anti-urbana de matriz protestante, fueron ocupando la periferia de las ciudades, y las áreas centrales quedaron pobladas por los grupos de menor categoría. La suburbanización de las clases altas urbanas fue un proceso tan temprano como mediados del siglo XVIII. En Londres, ciudad pionera de esta verdadera revolución urbana, los suburbios apa-recieron aún cuando la tecnología de transporte era precaria (carruajes). La aparición del tren, del tranvía y, mucho más tarde, del automóvil facilitarían la masificación del suburbio, la que ha tenido especial fuerza en los Estados Unidos. El modelo de ciudad compacta, al que nos refe-rimos primero, no se presenta siempre en forma

pura en América Latina. Las razones son al me-nos de tres tipos: • El grado y periodo histórico en que las elites

han abandonado el Centro de cada ciudad, lo mismo que el grado de concentración de di-chos grupos en una sola área de crecimiento urbano, varían de ciudad en ciudad. Por ejemplo, en Bogotá el grado de concentración espacial de las elites es superior que el que muestran en Ciudad de México; y en Lima abandonaron el Centro muchas décadas antes que en Santo Domingo.

• La influencia del patrón cultural de la ciudad del suburbio se ha dejado sentir en nuestro continente aunque, como explicaremos más adelante, probablemente mucho más en la adopción de modas arquitectónicas y estilos urbanos que en las motivaciones profundas del suburbio en sus países de origen, relativas a la formación y consolidación de identidades de grupo social.

• La mayoría de las ciudades de América Lati-na son costeras o ribereñas, debido a la im-portancia de la colonización europea en la formación de los sistemas urbanos, lo que in-troduce factores geográficos aleatorios que influyen en la forma urbana, alejando las ciu-dades reales del modelo.

PATRÓN TRADICIONAL

DE SEGREGACIÓN El patrón de segregación latinoamericano que, llamaremos tradicional, puede resumirse en los rasgos que a continuación se enumeran. Después de esa enumeración veremos que la reforma económica y cambios políticos ocurridos aproximadamente desde inicios de los años ochenta, están empujando una transformación de dicho patrón. Los rasgos son: • La marcada concentración espacial de los

grupos altos y los medios ascendentes, en el extremo en una sola zona de la ciudad con vértice en el Centro histórico y una dirección de crecimiento definida hacia la periferia

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(llamaremos a esta zona “barrio de alta ren-ta”).

• La conformación de amplias áreas de aloja-miento de los grupos pobres, mayoritaria-mente en la periferia lejana y mal servida, pe-ro también en sectores deteriorados cercanos al Centro.

• La significativa diversidad social de los “ba-rrios de alta renta”, en los que viven, además de la virtual totalidad de las elites, grupos medios e incluso bajos, con la importante ex-cepción de “gañanes”, “peones”, “informa-les” o “marginales”, como se ha denominado a los grupos más pobres en distintos periodos.

Los dos primeros rasgos son ampliamente reco-nocidos en la literatura especializada, incluso entre autores de fuera de la Región (un texto reciente que sirve de ejemplo es el de Meyer y Bähr, 2001). No es el caso, en cambio, del tercer rasgo, generalmente ignorado. Sobre este último punto, el de la diversidad so-cial de los “barrios de alta renta”, merece la pena hacer un contraste con la situación de segrega-ción en las ciudades estadounidenses. En éstas, los suburbios tienden a ser marcadamente homogéneos socialmente. De hecho, una com-munity, como se les denomina, consiste por lo general en una organización de vecinos que, confabulados abierta o implícitamente con el municipio local, recurren a una serie de medidas legales y formales para excluir la llegada de personas de menor categoría social (prohibición de edificación en altura, tamaños mínimos de lotes, especificación de tipologías arquitectóni-cas, etc.). La homogeneidad es clara en términos raciales: en promedio un residente de raza blan-ca de áreas metropolitanas de los Estados Uni-dos vive en distritos censales en que el 83 por ciento de la población es blanca, mientras que un típico residente de raza negra vive en un distrito censal con un 54 de población negra (Briggs, 2001 con base en datos censales del año 2000). Esta mayor diversidad social de las áreas de concentración de los grupos discriminados, es-pecialmente afro-americanos, se manifiesta en que la denominación ghetto se suele dar a áreas segregadas en que los residentes de color repre-sentan desde tan sólo un 40 por ciento de la po-blación del vecindario (Jargowsky, 1997).

Las ciudades latinoamericanas presentan la si-tuación inversa: las áreas donde viven los más pobres son mucho más homogéneas socialmente que aquellas donde residen los grupos altos. En 1990 en Ciudad de México, por ejemplo, los grupos de elite (el 7,5 por ciento de la pobla-ción) solamente representaban un tercio de la población de las 23 delegaciones y municipios más ricos de la ciudad (de un total de 183); en cambio, el estrato social “muy bajo” (18 por ciento de la población) representaba un 79,4 por ciento de los ocupantes de las 35 delegaciones y municipios más pobres de la ciudad (Rubalcava y Schteingart, 1999). Recientes estudios en Rio de Janeiro arrojan resultados similares, confir-mando la diversidad social de las áreas más afluentes de las ciudades latinoamericanas (Pre-teceille y Ribeiro,1999; Ribeiro, 2000).

LA GRAN ESCALA DE LA SEGREGACIÓN

Los dos primeros rasgos del patrón tradicional latinoamericano anotados más arriba pueden resumirse en la idea de una segregación residen-cial de gran escala. De hecho, ésta es una carac-terística de las ciudades latinoamericanas usual-mente mencionada en la literatura y en los deba-tes. Sin embargo, merece dos alcances: • Es también una característica de ciudades de

otras regiones del mundo, como las estadouni-denses, donde ricos y pobres, anglosajones y minorías suelen estar claramente segregados al observar el territorio completo de las ciudades; y

• Hay involucrada una cuestión metodológica en este juicio, relativa a lo abarcadora de la mira-da en que está basado. Si, por el contrario, fi-járamos la vista en escala geográficas menores tendríamos que concluir que los “barrios de al-ta renta” latinoamericanos son poco segrega-dos, por la diversidad social que comentába-mos.

¿Cómo se congenia la condición de diversidad de los “barrios de alta renta” con el rasgo tan claro de segregación de alta escala que exhiben las ciudades latinoamericanas? El punto clave es que dichos barrios excluyen a los grupos pobres, aquellos que fácilmente pueden representar so-bre el 50 por ciento de la población de cada ciu-

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dad. A nivel de interpretaciones hipotéticas, se podría atribuir este hecho a dos tipos de factores históricos: • La preponderancia de una cultura urbana

europea, más que una anglo-americana, entre las elites latinoamericanas, lleva a éstas a re-producir en las zonas donde se fueron con-centrando a lo largo del siglo XX la estructu-ra social y las ciudades de la Europa indus-trial. Todos, menos los pobres “informales”, son admitidos en ese proyecto.2 Esos grupos acusan nuestra condición de países pobres, por lo que se ha buscado excluirlos de los “barrios de alta renta”, ayudando a generar las amplias aglomeraciones de pobreza “in-formal” que caracterizan a las periferias de nuestras ciudades.

• Al funcionamiento intrínsecamente especula-tivo de los mercados de suelo que lleva, como tendencia, a que los propietarios fijen los pre-cios del suelo al nivel de los grupos con ma-yor capacidad de pago que van afluyendo al área. Este mecanismo, que discutiremos más adelante con cierto detenimiento, habría ope-rado como un factor de expulsión de grupos pobres desde los “barrios de alta renta” a muy corto tiempo del origen de éstos.

2 Argumentaremos más adelante que las elites urba-nas latinoamericanas han tenido como proyecto histó-rico constituir las áreas en que se fueron suburbani-zando como trozos de “ciudad de país desarrollado” con una impronta cultural europea continental.

OTROS TIPOS DE SEGREGACIÓN RESIDENCIAL

La ciudad latinoamericana presenta otras formas de segregación residencial además de la separa-ción según grupos socioeconómicos. Hay dife-rencias raciales, étnicas y etarias en la población urbana que tienen alguna manifestación en el espacio. Lamentablemente, estas formas de se-gregación han estado prácticamente ausentes de la investigación social (algunas excepciones son los trabajos de Telles, 1992a y 1992b; Germain y Polèse, 1996; y Hiernaux, 2000).3 Los esfuer-zos se han concentrado en lo socioeconómico, e incluso éstos han sido escasos y deficientes, como argumentaremos en el capítulo 3. En todo caso, los pocos estudios empíricos exis-tentes muestran que la segregación de grupos raciales o étnicos discriminados tiende a coinci-dir espacialmente con la segregación de los gru-pos socioeconómicos bajos (para el caso de Bra-sil, ver Telles, 1992a). Coincidentemente, un estudio sobre la inmigración española en Buenos Aires en el periodo 1850-1930 descarta que se hayan formado enclaves étnicos en esa ciudad (Moya, 1998). En comparación con los Estados Unidos, donde la segregación residencial según condición étni-ca y racial es muy marcada, las ciudades lati-noamericanas presentarían un panorama distinto.

CUADRO 1 Índice de Disimilaridad Residencial por Color en las 10 Mayores Áreas Metropolitanas Brasileras y en Áreas Metropolitanas Seleccionadas de los Estados Unidos: 1980

CIUDADES BRASIL INDICE CIUDADES EEUU INDICE Sao Paulo 37 Nueva York 73 Río de Janeiro 37 Los Angeles 86 Belo Horizonte 41 Chicago 76 Porto Alegre 37 Detroit 87 Recife 38 Filadelfia 77 Salvador 48 Washington 69 Fortaleza 40 Curitiba 39 Brasília 39 Belén 37

3 Las ciudades de los Estados Unidos con mayoría de población de origen hispano tal vez representen un campo de los estudios de segregación étnica que los investigadores latinoamericanos debieran cultivar en el futuro (Mike Davis, 2000 estudia este fenómeno).

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Según el que parece ser el único estudio cuanti-tativo comparable con los datos de los Estados Unidos, la segregación étnica de la población de origen africano en las ciudades brasileras es significativamente menor que en las estadouni-denses (Telles, 1992b). Aunque se trata de cifras antiguas, a continuación reproducimos en un cuadro datos de ese estudio. Entrega valores del índice de disimilaridad, el más usado a nivel internacional para estudiar la segregación. El valor señala el porcentaje de población de origen africano que debería cambiar de área de resi-dencia (distrito censal) para llegar a una situa-ción de distribución homogénea del grupo en la ciudad. En cuanto a las diferencias por grupos de edad, el análisis de la información censal, cuando se ha hecho, muestra que es mayor la presencia de niños en la periferia y mayor la presencia de adultos mayores en las áreas centrales.4 Esto es predecible en ciudades que crecen a tasas más o menos altas, con una importante cuota de inmi-gración, especialmente cuando la inmigración se ha ido “especializando” en capas pobres, con familias más extensas, como ha ocurrido en las últimas décadas en América Latina.

CAMBIOS AL PATRÓN TRADICIONAL DE SEGREGACIÓN

El patrón tradicional de segregación, que se fuera afincando en el decurso del siglo XX, ha mostrado más recientemente, sin embargo, que no era inmutable. Desde aproximadamente 1980 está sobrellevando cambios importantes como efecto de las siguientes dinámicas nuevas: • Apertura de alternativas de desarrollo resi-

dencial para las elites o grupos medios altos fuera de los “barrios de alta renta”, esto es, fuera de las áreas tradicionales de concentra-ción de dichos grupos, muchas veces en me-dio de asentamientos de bajos ingresos (Por-tes, 1990; Sabatini, 1997; Caldeira, 2000).

• Emergencia de subcentros comerciales, de oficinas y servicios fuera del Centro y de los “barrios de alta renta”, usualmente en el cru-

ce de vías radiales y circunvalares, desde donde se pueden conseguir extensas áreas de mercado (Gorelik, 1999; Frúgoli, 2000).

4 Hemos tenido a la vista mapas de segregación por grupos de edad para ciudades mexicanas (Germain y Polèse, 1996) y argentinas (Torres, 1999).

• Generalización de las tendencias alcistas de los precios del suelo al conjunto del espacio urbano, con el efecto de hacer cada vez más ineludible la localización de nuevas viviendas para grupos de ingresos bajos fuera de la ciu-dad, en su región circundante.

• Aparición de formas de crecimiento residen-cial discontiguas respecto de la ciudad, tanto en favor de centros urbanos menores como de la ocupación rural con viviendas campestres que oscilan, en cuanto a su uso, entre resi-dencias de descanso y permanentes, agregan-do alternativas al crecimiento dominante tipo “mancha de aceite” (Hack, 2000).

• Renovación urbana de áreas centrales deterio-radas con base, tanto en la recuperación de casas antiguas para usos residenciales o ter-ciarios, como a la edificación residencial en altura para grupos medios (Hardoy y Gutt-man, 1992; Rojas, 1999).

Los dos últimos cambios son menos importantes numéricamente que los tres primeros, por estar circunscritos a las ciudades de países o regiones con mayor nivel de desarrollo económico. Es el caso de Sao Paulo, ciudad que tal vez exhibe con mayor claridad los cinco cambios, llegando a conformarse en una verdadera “región urbana”, acercándose a la modificación de la silueta urba-na que están sobrellevando las principales ciu-dades del mundo desarrollado –fenómeno de-nominado también como “ciudad difusa” (De-matteis, 1997). Las causas de los cambios reseñados se discuti-rán cuando se aborden los factores detrás de los procesos de segregación social del espacio (capí-tulo 3). La discusión sobre si estos cambios, cada vez más evidentes en un número creciente de ciudades, representan o no a una ruptura del patrón tradicional de segregación, es secundaria. Más importante es examinar sus posibles impli-cancias urbanas y sociales. El capítulo 4 se ocu-pa de los impactos de la segregación y sus cam-bios recientes.

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Definiciones y precisiones de enfoque La segregación social del espacio urbano, también nombrada como segregación residencial, es un fenómeno espacial con complejas conexiones con las diferencias y desigualdades sociales, compleji-dad que suele mover a confusión. Por ello es im-portante precisar qué entendemos por segregación y qué dimensiones distinguibles presenta el fenó-meno, lo que haremos a continuación.

DEFINICIÓN GENERAL En términos generales, la segregación residencial corresponde a la aglomeración en el espacio de familias de una misma condición social, más allá de cómo definamos las diferencias sociales. La segregación puede ser según condición étnica, origen migratorio, etaria o socioeconómica, entre otras. En América Latina la atención ha estado centrada en la segregación socioeconómica, y los pocos estudios empíricos realizados se circunscri-ben a ella, pasando por alto otras formas de sepa-ración social del espacio urbano. Es un ángulo comprensible considerando que las fuertes des-igualdades sociales, de ingreso y de rango o clase social, representan tal vez la característica más saliente de la estructura social de los países de América Latina –más que la pobreza, en todo caso.

DEFINICIÓN COMPUESTA En términos más específicos, la segregación re-quiere una definición compuesta para dar cuenta de aspectos diferenciables que tienen distintas implicancias, tanto en términos de sus impactos sociales y urbanos como en lo relativo a la política pública. Diferenciaremos tres dimensiones en la segregación: • El grado de concentración espacial de los gru-

pos sociales; • La homogeneidad social que presentan las

distintas áreas internas de las ciudades; y • El prestigio (o desprestigio) social de las dis-

tintas áreas o barrios de cada ciudad.

Las dos primeras son las dimensiones objetivas de la segregación. Pueden registrarse en planos temá-ticos de la ciudad, lo mismo que a través de índi-ces estadísticos, como el índice de disimilaridad, señalado antes como el más usado internacional-mente para medir la segregación. En los planos temáticos las áreas son coloreadas para marcar la localización de los distintos grupos; y los índices miden el grado en que la importancia numérica de cada grupo social en el conjunto de la ciudad pre-senta variaciones al analizar los barrios y áreas internas. La tercera dimensión, relativa al grado de presti-gio de los barrios, es de carácter subjetivo. Se refiere a las imágenes, percepciones, reputación y estigmas territoriales asignados por la población de la ciudad a algunos de sus vecindarios. En un extremo, el prestigio social de los barrios suele ser base de negocios inmobiliarios para los promoto-res y capitalización de plusvalías (rentas del sue-lo) para sus residentes; y en el otro extremo de la escala social, la estigmatización de los barrios contribuye a formas variadas de desintegración del cuerpo social.

“NUEVA POBREZA” UNA TENDENCIA CRUCIAL

La dimensión subjetiva de la segregación es cen-tral en algunos de los procesos actuales más im-portantes que están afectando a las ciudades con-temporáneas, incluidas las de América Latina: • Por una parte, en el crecimiento del sector in-

mobiliario urbano, un hecho internacional que encuentra explicación en la liberalización de los mercados urbanos, tradicionalmente regu-lados, y en la afluencia de importantes capita-les hacia ellos. La segregación figura como condición importante en muchos de los nego-cios inmobiliarios residenciales.

• Por otra parte, la “nueva pobreza” que está creciendo en las ciudades (según la denomina-ción en uso en Europa) está claramente asocia-da al surgimiento o reforzamiento de los es-tigmas territoriales: barrios donde campea el

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negocio de la droga, la delincuencia, la deser-ción escolar y el embarazo de adolescentes, en-tre otras formas de desintegración social. Es la situación de los conocidos ghettos negros de las ciudades de los Estados Unidos que están teniendo una réplica más reciente en ciudades de otras regiones: - En las de Europa, en la forma de barrios de

inmigrantes; y - En las de América Latina, en la conversión

de antiguos asentamientos precarios de po-blación trabajadora en concentraciones de población desempleada o subempleada, po-líticamente marginada, donde se potencian los problemas sociales mencionados.

Aunque hay diferencias no menores entre estos distintos tipos de barrios de “nueva pobreza”, lo importante de anotar aquí es su multiplicación y su asociación con los estigmas territoriales. Éstos son alimentados por el conjunto de la población y hasta por las autoridades, pero también por los mismos residentes de los barrios discriminados. Sin embargo, los estigmas tienen bases objetivas, entre las que destacan cambios en la segregación “objetiva”. La disminución del grado de heteroge-neidad social de las áreas de residencia de la po-blación discriminada o más pobre de las ciudades (aumento de la segunda dimensión de la segrega-ción) parece ser un fenómeno universal propio de tiempos, como los actuales, en que las desigual-dades sociales se acrecientan. En los Estados Unidos, mientras la segregación de la población negra presenta una leve disminución en las últimas décadas (declinación del índice de disimilaridad), se han agudizado los problemas sociales en los ghettos. Ya sea por el empobreci-miento de las familias negras de clase media resi-dente en esos barrios o por su emigración hacia los suburbios, o por ambos, dichos ghettos racia-les son hoy más homogéneamente pobres que antes (Massey y Denton, 1993). Los mismo puede decirse de los asentamientos precarios de las ciu-dades latinoamericanas. Mayores tasas de desem-pleo y regímenes laborales más flexibles han hecho de estos barrios lugares socialmente más homogéneos en pobreza. La forma en que el au-mento de la segregación objetiva (dimensión 2) y otros factores de contexto explican el surgimiento

de los estigmas territoriales, será discusión del capítulo 4.

ENFOQUE CONCEPTUAL El enfoque que hemos adoptado para analizar la segregación, sus causas, sus efectos y sus impli-cancias para las políticas sociales urbanas, puede resumirse en las cuatro afirmaciones que discuti-remos enseguida. Nos detendremos algo más en la última, referida al carácter de proceso que tiene la segregación, por estimar que resume las anterio-res: • La segregación residencial es un fenómeno, no

un problema Sus efectos pueden ser tanto positivos tanto como negativos. Como han concluido muchos estudios y lo muestran importantes ciudades, la formación de enclaves étnicos es positiva tanto para la preservación de las culturas de grupos minoritarios como para el enriquecimiento de las ciudades, que se tornan más cosmopolitas. El caso de Toronto, una de las ciudades reco-nocidamente más cosmopolitas y multicultu-ralmente logradas de este tiempo, es cubierto por Qadeer (2001). El recrudecimiento más reciente de la violen-cia en estos barrios de inmigrantes –es el caso de varias ciudades inglesas durante el año 2001, emergencia que dio lugar a la formación de una comisión gubernamental y un informe especial sobre el problema (ver Cantle, 2001) —puede atribuirse más a la aglomeración es-pacial de familias pobres y discriminadas que a la segregación residencial étnica. De hecho, los enclaves étnicos europeos, a diferencia de los ghettos de negros estadounidenses, presentan una gran diversidad de grupos étnicos, incluida la presencia de un porcentaje significativo de familias de la nacionalidad hegemónica de ca-da ciudad (familias francesas, suecas o ingle-sas, según cuál sea el caso). Por otra parte, siempre en lo relativo a los efectos positivos de la segregación, es necesa-rio constatar que la segregación espacial de los grupos sociales suele ser parte de procesos so-ciales “normales” o “comprensibles”, como la búsqueda de identidades sociales o el afán de las personas por alcanzar una mejor calidad de

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vida. El hecho de que no todas las familias de una ciudad sean favorecidas por condiciones de vida que, por una parte, les permiten refren-dar su situación en una identidad colectiva y, por otra, les permiten mejorar su calidad de vi-da, no debe llevar a hacer de estos afanes hechos socialmente condenables.

• La segregación residencial es parte constitutiva de la realidad social

La sociedad no existe fuera del espacio, como muchas veces parece suponerse en el cultivo disciplinar tradicional de las ciencias sociales. El espacio adquiere significación social y juega distintos roles en los procesos sociales. Especí-ficamente, la segregación es parte de algunos hechos sociales de la mayor importancia: - De la formación de identidades sociales.

En sociedades dinámicas y con fuertes procesos de movilidad social, como las del capitalismo, la segregación espacial es un recurso usual para consolidar las identida-des de los grupos ascendentes o para de-fender viejas identidades amenazadas por los cambios. Así se entiende que las ciuda-des occidentales contemporáneas sean es-pacialmente más segregadas que las ciuda-des pre-industriales.

- La segregación espacial es parte de los en-granajes que determinan un acceso social-mente diferenciado de la población a bie-nes públicos o de consumo colectivo, tales como el paisaje, el medio ambiente, la se-guridad ciudadana y, en general, la calidad de vida.

- La segregación es parte de la formación de estilos más comunitarios de vida social. La confianza es un capital social de la ma-yor importancia en la existencia de una vi-da social con un fuerte sentido comunitario y menos individualista. Y la confianza, como lo ha demostrado la investigación social, requiere que las partes involucradas en la relación presenten similares condi-ciones de vida, esto es, cierta homogenei-dad social --el estudio de Lomnitz, 1977, en las “colonias” de ciudad de México es tal vez el más conocido en América Lati-na; por su parte, Durston (2001) destaca el papel de la confianza en la formación de “capital social” en América Latina.

• La escala geográfica en que la segregación ocurre es de gran importancia en sus efectos

Los impactos negativos de la segregación están asociados con una menor interacción entre grupos sociales. El aislamiento espacial de los grupos pobres o discriminados, y la percepción que ellos tienen de esa condición, es lo que fa-vorece la desintegración social. Por lo tanto, si la segregación ocurre en una escala geográfica reducida, como una ciudad de pequeño tamaño o a través de la conformación de pequeños ve-cindarios socialmente homogéneos, los efectos negativos de la segregación pueden ser meno-res o, incluso, no existir. Cuando, en cambio, la segregación se hace intensa en escalas agre-gadas, rebasándose los márgenes de “lo cami-nable” y restringéndose las posibilidades de in-teracción física entre los grupos sociales, la se-gregación espacial puede volverse negativa, especialmente para los pobres.

• La segregación residencial es un proceso, no una situación El término mismo, prestado de la biología, tie-ne una connotación clara de dinamismo y cam-bio incesante. Sin embargo, en la tradición de los estudios urbanos, especialmente en Améri-ca Latina, esa implicancia ha perdido fuerza. Es posible que el sesgo estático que presenta la idea común de segregación residencial se deba al predominio de arquitectos y geógrafos en el campo del urbanismo.

Un enfoque de la segregación como proceso debe partir por asumirla como un hecho colectivo so-cial que debemos entender –hemos usado antes los adjetivos “comprensible” y “normal” para referirnos a ella. No sólo no se trata de un pro-blema; además, es un fenómeno que tiene una razón de ser y, posiblemente, fases de evolución más o menos predecibles. ¿Cuáles son los motivos o razones detrás de la segregación, sea ésta la auto-segregación o la exclusión espacial que se practica sobre terceros? ¿No habrá aspectos com-prensibles y hasta razonables en esas conductas? Al rescatar su dimensión de proceso abrimos es-pacio intelectual para estas consideraciones y una mínima objetividad en el análisis. Existen interpretaciones en esta línea. Tal vez la más conocida a nivel internacional sea el enfoque “asimilacionista”. Describe las etapas del proceso

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de asimilación de un grupo étnico minoritario en una ciudad que van desde una temprana segrega-ción espacial a su relativa dispersión por la ciu-dad. En buena medida es una conceptualización basada en la dinámica situación de las ciudades de los Estados Unidos durante el siglo XX. Fue ela-borada tempranamente por los estudiosos de la llamada Escuela de Chicago, con Robert Park a la cabeza. En todo caso, al abordar la discusión de las políticas posibles de control de la segregación en el capítulo 5, argumentaremos sobre la necesi-dad de revisar críticamente este enfoque. En la América Latina, los urbanistas y demógrafos han considerado y debatido en torno a la existen-cia de procesos de evolución de la segregación espacial de los grupos pobres inmigrantes a las ciudades. Tal vez la interpretación más conocida sea la que ve en el inquilinato en áreas centrales una primera fase de la integración de estas fami-lias a la ciudad. Luego de conseguir insertarse en redes laborales, sociales y eventualmente políti-cas, las familias se mudan a la periferia, sea a través de la invasión ilegal de tierras, de la com-pra de sitios en negocios con distinto grado de legalidad, o del acceso a soluciones habitacionales estatales. Cambian cantidad de espacio, seguridad legal y material (la vivienda popular en la perife-ria de las ciudades latinoamericanas está mayori-tariamente bajo propiedad privada) por accesibili-dad y cercanía a trabajos ocasionales.5 Desde el punto de vista de nuestra definición compuesta de segregación, la transición que ocu-rre es desde una situación de segregación residen-cial del primer tipo (concentración espacial del grupo y espacio urbano compartido con otros gru-pos) a una del segundo tipo (homogeneidad social del espacio). Con el tiempo, los pobres tienden a aislarse físicamente de otros grupos sociales, lo que pueden compensar razonablemente bien mientras se mantienen fuertes otras formas de integración social, en particular, la laboral o eco-

nómica, y la participación política. La flexibiliza-ción laboral y la marginalización política de los pobres, que parecen ser componentes del contexto actual, remueven este piso, y agregan “maligni-dad” a la segregación espacial, como argumenta-remos más adelante.

5 En 1959, los relatores de un importante seminario organizado por la CEPAL sobre Problemas de Urbani-zación en América Latina, concluían sobre la necesidad de llevar a cabo “programas de relocalización” destina-dos a proveer con viviendas a los migrantes “que se aglomeran en los barrios de tugurios” (Hauser, 1962: 72).

Pero en condiciones “normales”, el proceso podría alcanzar una última etapa positiva: la que corres-ponde, en lo físico, a la asimilación urbanística del asentamiento a la ciudad; y en lo social, aquélla en que se alcanza un nivel apreciable de heterogenei-dad social. El paso del tiempo y la distinta suerte que van teniendo las diferentes familias, va haciendo aumentar la diversidad social. La ener-gía desplegada por los “pobladores” en la auto-construcción de sus viviendas o en el mejoramien-to de su barrio, ayuda a lo primero. Hay, incluso, en cada ciudad una secuencia de metas en el ima-ginario colectivo, como la que ha existido tradi-cionalmente entre los “pobladores” chilenos. Su aspiración es pasar de ser un “campamento” (in-vasión ilegal) a una “población” reconocida por las autoridades (que urbanizan y legalizan el asen-tamiento), hasta constituir una “villa” (que ellos asocian a la construcción residencial “formaliza-da” en distintos grados y formas: arquitectura en serie, viviendas acogidas a la normativa urbana y de edificación, o calidad de los materiales de construcción). Aunque esta suerte de modelo explicativo no tiene un alcance generalizado –entre otras razones por-que la pobreza ha pasado a ser crecientemente un “producto” generado por las propias ciudades y menos por las migraciones, y porque en el medio latinoamericano muchos migrantes optan por alo-jarse donde parientes, que ya viven en la periferia (Hauser, 1962: 317; Peattie, 1987) – encierra, sin embargo, algunas claves para entender la evolu-ción de la segregación residencial de los grupos pobres y medios hasta el día de hoy. En particular, cuando las condiciones de inseguridad económica y laboral se exacerban, como ocurre actualmente, parece darse una tendencia a la mezcla social en el espacio como forma de recrear las condiciones de seguridad. Es lo que ofrece el inquilinato central a los inmigrantes pobres en la explicación tradicio-nal. Las crisis provocarían, así, una suerte de re-troceso en el proceso de creciente segregación espacial de los grupos pobres de la ciudad lati-

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noamericana hacia la periferia homogéneamente pobre. Quedaría abortada la posibilidad de alcan-zar la etapa final del proceso, aquella en que el antiguo barrio pobre ha sido asimilado urbanísti-camente a la ciudad, en que alcanza un grado apreciable de diversidad social y en que, por últi-mo, el residente ya no se identifica como “pobla-dor” sino que como habitante de la ciudad con una dirección formal. Esta tendencia a la mezcla social bajo situaciones de crisis, tomaría dos formas: el empobrecimiento o “popularización” de las áreas centrales, y la llegada de familias medias afectadas por la crisis a barrios pobres de la periferia. Es lo que ocurrió durante los años ochenta en Sao Paulo. La crisis económica produjo estos cambios en el patrón de segregación de esta ciudad, cambios que aparecen registrados en los índices como un retroceso de la segregación. En un trabajo que volveremos a co-mentar más adelante, Rolnik et.al. (1990) descri-ben estos cambios, concluyendo que se trató de una “reversión perversa de la segregación” por estar asociada a un empobrecimiento de los gru-pos medios y coincidir con una agudización de las desigualdades sociales. Las últimas décadas muestran cambios en esta dirección en la ciudad latinoamericana. Refirién-dose a ciudad de México, Meffert describe el

avance de los grupos pobres desde la periferia al centro como una suerte de ocupación pacífica de la ciudad por los pobres (1990 –citado por Mires, 1993: 101). Matos Mar describía antes parecidas tendencias para Lima (1988); y Mires dice que la actual ciudad latinoamericana es “invadida desde sus propios interiores”, destacando que una expli-cación posible de estos cambios emanaría de teo-rías de autorregulación (1993). Actualmente, la crisis económica y social que está escalando en distintos países de la América Lati-na, podría estar dando nuevo impulso a la mezcla social en el espacio como recurso para revertir la inseguridad. Al respecto, mencionaremos el caso argentino en el capítulo 4, sección c. El que la inseguridad social extrema de una crisis de lugar a cambios hacia una mayor mezcla social en el es-pacio, es coherente con nuestro énfasis en el ais-lamiento social como el aspecto más negativo de la segregación residencial. Por último, entre otros aspectos “procesuales” de la segregación residencial que hacen parte de nuestro enfoque destaca, en particular, aquel que relaciona la segregación con la diferenciación social y la formación o defensa de identidades sociales. Como argumentaremos, la segregación residencial está relacionada con la diferenciación social más que con las diferencias sociales.

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Explicaciones populares de la segregación La explicación más popular en América Latina para la segregación de sus ciudades es atribuirla a las desigualdades sociales que, como señala-mos antes, son distintivas de estas sociedades. El espacio urbano reflejaría, como un espejo, las desigualdades sociales. Una segregación fuerte de gran escala, como la de las ciudades del con-tinente, resulta consistente con nuestras fuertes desigualdades sociales. La explicación parece sostenerse por si misma. Otra explicación recurrente en la Región es la que atribuye la segregación a las acciones de los agentes inmobiliarios orientadas por el lucro que es posible obtener en los submercados de altos o medianos ingresos. La capitalización de las ren-tas de la tierra, forma de ganancia específica del sector inmobiliario, requeriría, como condición sine qua non, la segregación espacial de los po-bres y otros usos no deseados del suelo. Es ar-chisabido que la presencia de familias pobres o usos indeseables del suelo puede dar lugar a un menoscabo en la apreciación de los bienes in-muebles en un barrio o sector de la ciudad. Nue-vamente, parece una explicación auto- evidente. Una tercera explicación que se escucha o lee habitualmente es atribuir la suburbanización de las elites, un hecho central en el patrón de segre-gación de nuestras ciudades, a la imitación de los patrones culturales y de consumo de las na-ciones desarrolladas. Primero habrían imitado ejemplos europeos y, más avanzado el siglo XX, a los Estados Unidos. Al contrario de las dos anteriores, esta es una “explicación” bastante imprecisa. Tiene, por lo demás, un tono moral condenatorio referido al carácter “extranjerizan-te” de nuestras elites. Son tan abundantes los documentos y publica-ciones que adhieren a estas interpretaciones, especialmente a la primera, que parece ocioso incluir referencias. Lejos de representar una forma de pensar propia de especialistas, han alcanzado influencia en un público más amplio. Sin embargo, no por ser posiciones mayoritarias

y tan populares dejan de tener deficiencias. Después de dar ejemplos de hechos que las cuestionan, ofre-cemos una versión modificada de estas explicacio-nes populares, versión que a nuestro juicio calza mejor con los hechos. En el Anexo “Paradigma latinoamericano de segre-gación” describimos con más detalle y criticamos la primera interpretación, la que ha llegado a consti-tuirse en la Región en una suerte de verdad que no necesita demostración. Creemos importante entrar en este debate porque estamos convencidos que dicha interpretación de la segregación constituye un formidable obstáculo para el diseño y aplicación de políticas de control de la segregación residencial.

HECHOS QUE REFUTAN LAS IDEAS POPULARES SOBRE LA SEGREGACIÓN

Los siguientes hechos, acaecidos en periodos re-cientes y registrados por estudios empíricos de base estadística, ponen en tela de juicio la primera expli-cación: • El retroceso que experimentó la segregación

residencial en Sao Paulo en la década de los años ochenta, llamada la “década pérdida de América Latina”, cuando en medio de la crisis económica la distribución del ingreso se hacía más desigual (Rolnik et.al.,1990: 13 y 52);

• La disminución en los índices de segregación residencial ocurrida en el período intercensal 1982 – 1992 en la ciudad de Concepción (Chile), cambio que fue acompañado de un fuerte au-mento en las disparidades sociales (Sabatini et.al., 2001a).6

6 En Concepción, las mayores desigualdades dieron lugar a un crecimiento porcentual de los estratos sociales altos y bajos en desmedro de los medios (estratos sociales definidos según el grupo ocupacional del jefe de hogar). El crecimiento de ambos estratos extremos “hacia” el centro de la escala social, ocupada por grupos tradicio-nalmente menos segregados espaciales, explica la caída de los índices de segregación. Sin embargo, en la medida que uno considera que la dimensión espacial es parte integrante de la realidad social y que, por tanto, los gru-pos sociales no pueden ser entendidos ni definidos “fue-

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Esta primera explicación también encuentra un mentís en la diversidad social de los “barrios de alta renta” de las ciudades, un rasgo del patrón tradicional de segregación que hemos destacado antes. La idea o teoría del espejo, como interpre-tación del origen de la segregación, no es consis-tente con esta característica de nuestras ciuda-des. Es usual que los analistas la ignoren; y, cuando llegan a mencionarla, que no ofrezcan una explicación para ella. Por su parte, la segunda explicación, que hace mención a los intereses inmobiliarios, se contra-dice con procesos específicos del desarrollo urbano que tienen lugar en nuestras ciudades, unos de larga data y otros más nuevos: • La densificación de barrios de elite, tanto

antiguos como relativamente nuevos, a través de la construcción de vivienda en altura orientada a familias de ingresos menores que el ingreso promedio de los residentes del área.

• Estos proyectos permiten a los promotores obtener considerables ganancias, y su efecto secundario es reducir la segregación residen-cial. Considerando la fuerte concentración de los equipamientos y servicios de mejor cali-dad en estos barrios de nuestras ciudades, la demanda por vivir en estas viviendas en altu-ra es siempre muy alta. Ello muestra dos co-sas que son relevantes para nuestra discusión: que la “verticalización” de estos barrios y la reducción de la segregación que aquélla comporta son procesos importantes; y que no hay una resistencia social (y cultural) tan im-portante a esta mezcla social en el espacio como la que existe en los suburbios de las ciudades estadounidenses.

• La dispersión de condominios cerrados para familias de ingresos medios y altos por la pe-riferia urbana, muchos en áreas de asenta-miento de población pobre.

• Este proceso se verifica desde los años ochenta con desigual intensidad en una gran variedad de ciudades de América Latina, des-de Santiago de Chile hasta San José de Costa Rica; desde Puebla en México hasta Rio de

Janeiro. Al respecto, Villaça menciona la relativa aproximación espacial que se está produciendo entre distintos grupos sociales en las principales ciudades brasileras (1998). Rolnik et.al. consta-taron que en Sao Paulo en los años ochenta se produjo una “aproximación de los diferentes grupos sociales en el espacio” (1990). Portes constató, para el caso de Bogotá que algunos de-sarrollos residenciales de mayores ingresos se estaban instalando en áreas pobres (1990). To-rres (2001) dice igual cosa para Buenos Aires.

ra” del espacio, entonces debemos concluir que el retroceso de la segregación es un hecho real y no un simple efecto metodológico.

• Alejandro Portes había señalado tempranamente este fenómeno en algunas capitales latinoameri-canas (1990), relacionándolo con las tendencias regresivas en la distribución del ingreso, las que estaban generando una expansión de la pobreza en las ciudades. Posteriormente, el cambio sería interpretado como una tendencia emergente ge-neralizada de las ciudades latinoamericanas, cau-sada principalmente por transformaciones en el sector inmobiliario privado (Sabatini, 1997) –cambios que analizamos más adelante en este documento.

• Esta dispersión de condominios equivale, al mismo tiempo, a una intensificación de la segre-gación residencial y a una reducción de su escala geográfica. Los guardias y las rejas aparecen al mismo tiempo que disminuye la distancia física entre ricos y pobres.

Finalmente, la tercera explicación, que apunta a la imitación de modelos de países desarrollados, no distingue entre formas espaciales urbanas y estilos arquitectónicos. Tampoco hace distinción entre culturas religiosas, las que siguen hasta hoy dife-renciando modelos de estructura urbana en las so-ciedades capitalistas. Las sociedades católicas son los que más claramente mantuvieron la continuidad del modelo de ciudad pre-industrial, junto con algu-nas sociedades protestantes, como la luterana. No sobrellevaron la revolución urbana anglo-americana, que daría lugar a la segregación de las elites en los suburbios. En último término, la diversidad social de los “ba-rrios de alta renta” latinoamericanos contradice al modelo del suburbio, una de cuyas características esenciales es la homogeneidad social. Se confunde la adopción de estilos de arquitectura europea con la adopción del patrón de segregación urbana de las naciones que han liderado el desarrollo capitalista

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en el último siglo: Inglaterra, primero, y los Estados Unidos, después.

REINTERPRETACIÓN DE LAS CAUSAS DE LA SEGREGACIÓN

A continuación ofrecemos una re-interpretación de estas tres explicaciones populares sobre el origen de la segregación urbana en América Latina, buscando hacerlas coherentes con los hechos: En cuanto a la explicación que atribuye la segre-gación a las desigualdades sociales, nos parece que la segregación residencial refleja los proce-sos de diferenciación social antes que las dife-rencias sociales. La relación existente entre dife-rencias sociales y segregación espacial sería inversa antes que directa, como se asume habi-tualmente. Los grupos emergentes que están construyendo una nueva identidad o los grupos existentes que sienten amenazada su identidad suelen recurrir a la segregación espacial con el fin de afirmar su existencia como tales. Es el caso de los nuevos grupos medios que surgen en economías dinámicas, o el caso de minorías étnicas que, al sentirse amenazadas, dan lugar a barrios o enclaves étnicos. De esta forma, cuando las diferencias y des-igualdades están amenazadas o cuando son me-nores o poco claras, aumenta el recurso a la se-gregación espacial. Por el contrario, cuando las diferencias sociales son claras y profundas, cuando predominan las distinciones de rango y el clientelismo, como era el caso en las socieda-des europeas pre-industriales y como es en gran medida el caso de las sociedades latinoamerica-nas actuales, entonces los grupos pueden com-partir el espacio urbano. La ciudad europea pre-industrial mostraba una significativa mezcla social en el espacio, y las latinoamericanas pre-sentan una considerable diversidad en sus “ba-rrios de alta renta”. Esta interpretación emana de un enfoque de la segregación que es dinámico, que incluye “lo espacial” dentro de las estructuras sociales y no fuera de ellas a la manera de un “reflejo”, y que da importancia a las motivaciones de las perso-nas en la modificación del patrón de segregación

(en Fishman, 1987 y Sennett, 1970 se encuentran interpretaciones en esta línea sobre la segregación en ciudades de Inglaterra y de los Estados Unidos, respectivamente). En lo relativo a la explicación que apunta a las ac-ciones de los agentes inmobiliarios, habría que pun-tualizar que las rentas de la tierra que buscan capita-lizar dichos agentes no dependen del nivel socioe-conómico de los residentes sino que más bien de la capacidad de pago por metro cuadrado de suelo edificado o habilitado. A veces la exclusión social (segregación espacial forzosa de grupos o activida-des indeseables) es la forma de aumentar ese cuo-ciente, pero otras veces puede ser con edificación en altura, la que permite “densificar” la demanda por superficie de suelo edificado. Y no pocas veces esos negocios son bullentes cuando se logra atraer a grupos advenedizos de menores ingresos en compa-ración con los de los residentes de las respectivas áreas. En suma, los promotores mantienen una rela-ción pragmática con la segregación; pueden acumu-lar ganancias aumentándola o reduciéndola. Hay, sin embargo, otras relaciones más importantes entre mercados de suelo y segregación. Dos nos parecen las principales: por una parte, la inversión de la relación uso del suelo – precio del suelo debi-da al carácter especial de estos mercados; y, por otra parte, el sometimiento de los agentes construc-tores de ciudad a la estructura de precios del suelo. En cuanto a lo primero, debe destacarse el carácter intrínsecamente especulativo de dichos mercados y los impactos relevantes que ello genera sobre el patrón de segregación. Debido a las particularidades de los terrenos urbanos como bienes infinitamente diferenciados, sólo parcialmente sustituibles entre si, de uso imprescindible y no reproducibles, entre otras características, la relación causal entre uso y precio suele invertirse. El precio del suelo, de estar determinado por el uso, se convierte en un factor que excluye usos. Los propietarios fijan su precio con base en los usos esperados. Cuando un barrio comienza a ser ocupado por residentes de mayores ingresos, los propietarios alzan especulativamente sus precios anticipando ese “mejor” uso probable, lo que se convierte en una barrera para la llegada de grupos con menos ingresos –algo así como una profecía autocumplida. Este mecanismo, propio del imperfecto mercado de suelos, lo hemos denomina-

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do “propagación espacial de la especulación con suelos” en otra parte (Sabatini y Arenas, 2001; Sabatini y Smolka, 2001). Provoca un traspaso desde una segregación “tipo 1” (concentración espacial de un grupo), que no es mala, a una segregación “tipo 2” (homogeneidad social del área), que está asociada a efectos negativos, como veremos en el capítulo 4. La segunda relación entre mercados de suelo y patrón de segregación se refiere a la subordina-ción de las conductas de localización de los principales constructores de la ciudad latinoame-ricana a la estructura de precios del suelo. Tal sujeción fue clave en la consolidación del patrón tradicional de segregación a lo largo del siglo XX. Los invasores ilegales de tierras escogían los suelos más baratos porque allí es menor el riesgo de la represión policial y de la erradica-ción; y los programas habitacionales del Estado han localizado sus proyectos donde el precio del suelo es menor con el fin de abaratar costos. Las ocupaciones ilegales de tierras y los programas de vivienda del Estado han asentado pobres donde ya hay pobres –los bajos precios del suelo se explican por los bajos ingresos de los residen-tes (Smolka, 2002). Las empresas inmobiliarias privadas, en parte debido a su tradicional atomi-zación, ejecutaban proyectos de tamaño reduci-do que debían localizarse en áreas cuya condi-ción social correspondía al tramo de la demanda al que apuntaban los proyectos.7 Resulta sor-prendente que agentes tan distintos como estos tres se hayan ceñido a la misma lógica espacial, la de los mercados de tierras, sumando fuerzas en favor del patrón tradicional de segregación. La explicación que se refiere a la imitación de patrones culturales es, por su parte, imprecisa, como decíamos antes. Sin embargo, creemos que apunta a un hecho innegable. Las elites lati-noamericanas han sido culturalmente “depen-dientes”. Han buscado afanosamente recrear la realidad de las naciones desarrolladas en nuestro medio. Para ello han contado con el concurso del Estado y, muchas veces, con la complacencia de los restantes grupos sociales.

7 Los cambios a este patrón tradicional fueron rese-ñados en el capítulo 1.

Este afán tesonero y permanente acusa una identi-dad social débil, en permanente construcción. Y cuando las identidades sociales son débiles, los grupos recurren a la segregación espacial, como señalábamos antes. La construcción de los “barrios de alta renta” de las ciudades de América Latina puede ser interpretada como el recurso a la forma espacial con el fin de ganar una identidad pluri-clasista de país desarrollado. Como hemos señalado antes, en los “barrios de alta renta”, entendidos como verdaderos trozos de ciu-dades de país desarrollado, caben todos los grupos de la estructura social de la Europa industrial. Esto es consistente con el ethos católico de América Latina. Por ello los “barrios de alta renta” tendrían tanta diversidad. Excluyen sólo a quienes no entran en esa definición o aspiración: “informales” o “marginales” ubicados por debajo de los trabajado-res formales. Su presencia no es coherente con la identidad de “ciudad de país desarrollado” que se ha buscado construir.8 La pobreza de las economías forzó la concentración en una sola área de la ciudad de todos los esfuerzos estatales y privados para construir esa excepción de afluencia y “modernismo” en medio del subdesarro-llo. Este es una razón para explicar tan marcada concentración de las elites en el espacio de las ciu-dades (su fuerte segregación en la primera dimen-sión). De tal forma, la coincidencia entre fuertes desigual-dades sociales y marcada segregación espacial de las ciudades tiene mucho de aparente y engañosa.

8 Estas aspiraciones de identidad europea han tenido expresión en el pensamiento y los planes urbanos de líderes latinoamericanos desde hace mucho tiempo. Ejemplos chilenos son el intendente Benjamín Vicuña Mackenna, quien en 1872 propuso en Santiago la crea-ción de un camino de cintura para excluir a los pobres “informales” de la “ciudad propia” y “culta”, y el urba-nista vienés Karl Brunner, quien propuso un plan de transformación de Santiago teniendo explícitamente como substrato una imagen de estructura social “euro-pea” (Vicuña Mackenna, 1872; Brunner, 1932).

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REINTERPRETACIÓN DE LAS TENDENCIAS ACTUALES QUE EXHIBE

LA SEGREGACIÓN En lo relativo a las tendencias actuales de la segregación en nuestras ciudades, lo más común es que se afirme que la segregación está aumen-tando porque están aumentando las desigualda-des sociales, y que se nieguen o pasen por alto los hechos que indican otra cosa.9 Por lo demás, la afirmación de que la segregación está aumen-tando no precisa en qué escala ni en cuáles de sus dimensiones. Haremos la crítica a estos sesgos en el Anexo. Puntualizaremos que los estudios empíricos que se llevan a cabo en América Latina no suelen estar orientados a contrastar hipótesis sino que a “demostrar” que la segregación está aumentan-do, hecho cuya veracidad se da por descontada. Resulta, entonces, evidente la debilidad de mu-chos de los estudios que se realizan para hacerse cargo de los cambios que está sobrellevando el patrón tradicional de segregación. Veremos que existe una resistencia ideológica a la idea de que la segregación espacial pudiera estarse reducien-do, al menos en algunos sectores de la periferia de las ciudades. En todo caso, la rigidez en cues-tión es, en estricto rigor, coherente con la idea de la segregación como un espejo de las desigual-dades sociales, considerando que estas últimas efectivamente han estado aumentando.

A MODO DE CONCLUSIÓN En suma, las causas principales de la segrega-ción social del espacio en las ciudades de Amé-rica Latina, serían las siguientes, diferenciadas entre causas que operan a nivel de las motiva-ciones de los agentes y causas de tipo agregado o “sistémicas”. Incluimos en este resumen los factores detrás de los cambios que ha estado sobrellevando la segregación en tiempos más recientes.

9 Ver sección “Cambios al patrón tradicional de se-gregación” en el capítulo1.

Entre las motivaciones, destacan: • El afán por construir una identidad pluri-clasista

de ciudad (y sociedad) de país desarrollado. Des-de las últimas décadas, el logro de este objetivo ya no requiere la concentración espacial de recur-sos privados y públicos que era necesaria antes, lo que explica la relativa dispersión de lo “moderno” en el espacio de cada ciudad. Este cambio repre-senta nuevas posibilidades para acortar distancias y aumentar interacciones entre distintos grupos sociales.

• La valorización de la propiedad inmueble, ya sea como negocio (loteadores y otros empresarios que lucran con la apreciación del suelo) o como pa-trimonio familiar, es un factor contribuyente a la homogeneidad social del espacio que excede las motivaciones sociales (de identidad social) de los grupos altos y medios que se autosegregan. Mu-chas familias acomodadas prefieran evitar la cer-canía de gente más pobre porque, de acuerdo a una creencia común, ello podría obstaculizar la valorización de sus propiedades. Así, la creencia opera como una forma específica de la profecía auto-cumplida que mencionábamos antes. Habría, por lo mismo, más espacio cultural para la mezcla social o para la reducción de las distancias físicas entre grupos sociales que lo que muestra el patrón de segregación tradicional de las ciudades. La ruptura del confinamiento de los grupos altos y medios-altos en los “barrios de alta renta” a través de la construcción de condominios cerrados en otras áreas de las ciudades, así lo demuestra.10 El suburbio en el medio latinoamericano es más una realidad física que toma elementos arquitectóni-cos y urbanísticos de la tradición anglo-americana que la organización de vecinos para la exclusión social y la construcción de identidades de grupo, que es en lo que consiste básicamente el suburbio en los Estados Unidos. Aunque los elementos de valorización inmobiliaria y de construcción de identidades de grupo están presentes en ambas realidades, tienen un peso distinto, lo que conlle-va implicancias de fondo para el diseño de políti-cas. La secular inestabilidad de las economías la-tinoamericanas, por una parte, y el carácter más compartimentado de la estructura social, por otra,

10 Coincidentemente, el Informe de Desarrollo Humano en Chile 2002 del PNUD encontró, a través de su encues-ta nacional, que un 63,3% de los chilenos declara no tener inconveniente en vivir cerca de familias pobres.

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otorgarían más influencia en la segregación a la valorización inmobiliaria que a la formación de identidades de grupo social.

• Otras motivaciones de la segregación son las

relativas a la calidad de vida. Los grupos que tienen posibilidad de elegir su localización en la ciudad buscan el acceso a bienes públicos o colectivos (bienes a los que difícilmente se accede en forma individual) agrupándose en el espacio. La segregación permite, así, mejorar las posibilidades de las familias de acceder al paisaje, la naturaleza, el medio ambiente y la seguridad ciudadana.

• En un nivel secundario de importancia concu-rren a la autosegregación de las elites y grupos emergentes las motivaciones sociales de cons-trucción, afirmación y defensa de identidades de grupo social. Culturalmente, por el hecho ser las nuestras sociedades de grandes diferen-cias sociales, bajos niveles de movilidad social y relaciones jerárquicas entre grupos y clases, están más abiertas a la mezcla social en el es-pacio. La reducción de la escala e intensidad de la segregación de los grupos más pobres, sin duda el mayor desafío que enfrentan nues-tras ciudades en este tema, tiene más posibili-dades que lo que parece a primera vista.

Entre los factores “sistémicos” que empujan la

segregación y los cambios de ella, deben in-cluirse los siguientes:

• La aglomeración de los pobres y la constitu-ción de extensas áreas homogéneas en pobre-za, representan el efecto agregado del desplie-gue de las fuerzas y motivaciones recién enu-meradas. Las elites y grupos medios van cons-truyendo ciudades a su conveniencia, margi-nando de los beneficios materiales y simbóli-cos a los más desfavorecidos.

• La subordinación de los principales agentes constructores de ciudad a la estructura de pre-cios del suelo, que hemos comentado antes, fue crucial para solidificar el que llegara a ser el patrón tradicional de segregación urbana en el continente. En particular, es de destacar la contribución de invasores de tierras y progra-mas estatales de vivienda a la formación de grandes aglomeraciones de pobreza en la peri-feria de las ciudades.

• La liberalización de los mercados de suelo, la concentración del capital inmobiliario, la adop-ción de la tipología del condominio cerrado o en-rejado, y la realización de importantes obras de infraestructura urbana de nivel regional, espe-cialmente en vialidad y transporte, se cuentan en-tre los factores que han contribuido a modificar el patrón tradicional de segregación desde los años ochenta, aproximadamente. Por el mayor tamaño de sus proyectos y un contexto material e institu-cional más favorable, los promotores inmobilia-rios han comenzado a dispersar sus inversiones de superficies comerciales y residenciales, no res-tringiéndose a los “barrios de alta renta” y áreas céntricas de las ciudades, como debían hacerlo antes. En particular, la localización de conjuntos residenciales para ingresos medios y altos en zo-nas de menor categoría social les permite capitali-zar importantes rentas de la tierra. El tamaño rela-tivamente grande de los proyectos les permite re-crear la segregación residencial en una escala es-pacial más reducida. En efecto, como tendencia estos proyectos están favoreciendo un cambio de escala de la segregación. Ésta se hace más intensa en un nivel geográfico menor. La homogeneidad social de los nuevos conjuntos es alta, pero menor la distancia física a las zonas de residencia de grupos más pobres.

• La propagación espacial de la especulación con suelos desde el centro y los “barrios de alta renta” al resto del espacio urbano, se cuenta entre los factores sistémicos que están modificando la se-gregación en las décadas recientes. La dispersión de desarrollos residenciales, comerciales y de ser-vicios “modernos” produce que la tradicional vo-rágine especulativa de los mercados de suelo se proyecte al conjunto de la ciudad. Este hecho, junto a la “formalización” de los mercados de suelo que están impulsando las políticas y pro-gramas de regularización que se han estado apli-cando, están contribuyendo a expulsar a las nue-vas familias pobres fuera de las ciudades. En cier-ta forma las nuevas carreteras y las mayores tasas de motorización están ayudando a recrear, en una escala mayor, la estructura segregada tradicional de los pobres en la periferia, pero con la impor-tante salvedad de que muchas familias pobres ya asentadas se están beneficiando de la reducción de escala de la segregación.

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Impactos Hemos señalado antes que la segregación puede tener efectos tanto positivos como negativos. An-tes de revisar lo que se sabe sobre los impactos de la segregación en las ciudades latinoamericanas, que no es mucho considerando la escasez de estu-dios, nos referiremos a los efectos de la segrega-ción desde una perspectiva internacional más am-plia.

SEGREGACIÓN POSITIVA Y NEGATIVA VOLUNTARIA Y FORZADA

Las dos dimensiones objetivas de la segregación difieren mucho en lo relativo a sus efectos. La concentración espacial de un grupo social (dimen-sión 1), ya sea étnico o socioeconómico, suele tener un impacto positivo, tanto para sus miem-bros como para la ciudad y la comunidad. La pre-servación de las costumbres e identidad de grupos étnicos que conforman las “minorías” en ciudades de países desarrollados, y el “empoderamiento” social y político de los pobres urbanos de América Latina son ejemplos de esos efectos encomiables de la concentración espacial. En cambio, cuando es fuerte la homogeneidad social del espacio (dimensión 2), los efectos tien-den a ser negativos, especialmente los de desinte-gración social entre los pobres, como tendremos ocasión de mostrar más adelante. Parece clave tener en cuenta que los efectos más negativos de la segregación se relacionan con su carácter invo-luntario. Los grupos pobres y discriminados son excluidos de ciertos barrios y áreas de la ciudad y empujados a aglomerarse en las peores áreas por los mercados de tierras, las políticas de vivienda social e, incluso, las erradicaciones forzosas. Justamente, la distinción entre estas dos dimen-siones objetivas de la segregación está asociada con la diferencia entre segregación voluntaria y forzada. La concentración espacial de un grupo (dimensión 1) no es excluyente de la llegada de familias de otra condición al área. Hay familias de menor condición social o de grupos discriminados racial o étnicamente que prefieren vivir en barrios en que predominan grupos de mejor condición.

Otras de esas familias prefieren, en cambio, vivir entre sus iguales en barrios segregados, donde se sienten más a gusto y pueden recurrir a la seguri-dad social que representan las redes de ayuda mutua que allí suelen ser fuertes. Lo importante es que la concentración espacial de los grupos sociales, por fuerte que sea, es una forma de segregación que, en el extremo, podría ser resultado del ejercicio de la libre voluntad de las personas. Esta forma voluntaria de segregación podría catalogarse como “comprensible”, por estar ligada a la afirmación de identidades sociales, al respeto de ciertos valores o a la búsqueda de una mayor calidad de vida, además de estar originada en las opciones de localización de los individuos y las familias, lo que es un valor en si mismo. Es cierto que los grupos discriminados o pobres también aparecen concentrados espacialmente, y que esa realidad dista de ser un resultado de sus preferencias. Sin embargo, la localización de estos grupos en nuestras ciudades consiste en una rela-tiva dispersión en distintas zonas de la periferia urbana, incluso en zonas centrales deterioradas, más que en su concentración en una sola zona interna, como ocurre con los grupos de altos in-gresos. Por otra parte, sus áreas de residencia pre-sentan una notoria ausencia de familias de otra condición social. La homogeneidad social del espacio es la característica más sobresaliente de la situación de segregación de los grupos de menor categoría social en la ciudad latinoamericana, y dicha homogeneidad está lejos de ser un producto de la agregación de las decisiones libres de locali-zación. En efecto, la homogeneidad social del espacio, nuestra segunda dimensión objetiva de la segrega-ción, difícilmente puede conseguirse de no mediar el uso del poder. Es altamente improbable que se lleguen a conformar barrios altamente homogé-neos como efecto de la suma de las decisiones individuales. En toda forma de segregación forzo-sa está directa o indirectamente involucrado el

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Estado, quien ejerce el monopolio del uso legíti-mo de la fuerza en la sociedad (Marcuse, 2001). Aún la segregación aparentemente espontánea que resulta de la libre operatoria de los mercados de suelo, tiene un componente involuntario. No todo es voluntario y libre en la segregación residencial de los grupos de mayor categoría social. Altas densidades de uso del suelo hacen posible el in-greso de familias pobres a prácticamente cualquier área de la ciudad, por elevado que allí sea el pre-cio del suelo. De hecho, construir vivienda en densidad en barrios prestigiosos para familias de menor categoría suele ser un excelente negocio para los promotores inmobiliarios. Es usual en las ciudades, tanto de países desarro-llados como en desarrollo, que las familias de grupos pobres e, incluso, de grupos racialmente discriminados, manifiesten el deseo de compartir barrios con otros grupos sociales, incluso con aquellos que los discriminan (ver Squires et.al., 2001 para el caso de la población negra en los Estados Unidos). Si hay deseos de mudarse a las áreas de concen-tración de los grupos de mejor condición social y ello puede ser un buen negocio inmobiliario, ¿có-mo explicar el que lleguen a constituirse áreas socialmente homogéneas? En realidad, siempre existe alguna participación del Estado en la pro-ducción de esta forma de segregación. En los ba-rrios afluentes, el sistema legal y específicamente la normativa urbana y de construcción juegan un papel clave en excluir del área a familias no de-seadas. Se recurre a la fijación de tamaños míni-mos de lotes en barrios en que no hay justificación técnica, por tratarse de áreas bien equipadas en materia de infraestructura y servicios que podrían soportar mayores densidades. El ánimo de exclu-sión social se cuenta entre las motivaciones para definir tamaños mínimos prediales por encima de las necesidades técnicas. Familias pobres no pue-den comprar sitios tan grandes, por bajo que sea el precio unitario del suelo. Puede tratarse no sólo de normas de uso del suelo o de edificación sino que también de figuras lega-les que protegen a un grupo de vecinos de la lle-gada de otras personas, siendo los suburbios esta-dounidenses el prototipo más desarrollado. Las communities en ese país toman la forma de orga-

nizaciones que estipulan criterios físicos y arqui-tectónicos que suelen ser una forma de proteger el barrio de la llegada de grupos no deseados. Por su parte, los agentes inmobiliarios y los bancos que colocan créditos suelen aplicar formas veladas de discriminación social con igual fin, cuando va con sus intereses económicos. De tal forma, la segre-gación de los suburbios sería, en gran medida, un hecho planificado y no sólo espontáneo; un hecho forzoso para quienes son excluidos de esos luga-res por quienes parecen tan sólo practicar su liber-tad de elección. En la ciudad latinoamericana, como ya hemos destacado, esta forma de segregación es más fuer-te entre los grupos pobres, y débil en las áreas afluentes. La aglomeración de los pobres hasta llegar a conformar asentamientos tan homogéneos socialmente es efecto de formas de coerción que se vinculan con aquellas que explican la relativa ausencia de pobres en los barrios afluentes. Sin opción de acceder al suelo en barrios mejores, tanto por su alto precio como por las normas de zonificación que defienden la “exclusividad” de esos barrios, se encuentran forzados a comprar o invadir suelos en localizaciones segregadas. El Estado también construye los proyectos de vi-vienda social espacialmente segregados, en buena medida por las mismas razones. Los términos enclave y ghetto diferencian ambas formas de segregación (Peach, 2001; Boal, 2001). Los ghettos de negros son formas de segregación forzosa con efectos básicamente negativos, no sólo para sus residentes sino para toda la ciudad. Según Massey y Denton, el ghetto se define como un conjunto de barrios exclusivamente habitados por miembros de un grupo social, dentro de los cuales virtualmente todos los miembros de ese grupo viven (1993:18-19). Podríamos, incluso, hablar de ghettos de ricos, destacando sus efectos negativos, los que incluso afectan a sus propios residentes. Entre estos efec-tos negativos puede destacarse el tedio, el mismo que parece estar detrás de los procesos de gentrifi-cation en las ciudades. Grupos de jóvenes, hijos del suburbio, buscan la vida animada de antiguos barrios centrales venidos a menos. Desde hace décadas que la falta de diversidad social es citada para explicar esta característica tan notable de los

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suburbios de las ciudades de los Estados Unidos (Sennett, 1970). Por otra parte, destacan como contraste los enclaves étnicos o socioeconómicos, formas voluntarias de segregación, que suelen acumular más efectos positivos que negativos. La homogeneidad social no es su sello. Por estar las formas involuntarias de segregación vinculadas con la acción del Estado, y por ser ellas las que concentran los efectos negativos, las políticas de control de la segregación tienen, en principio, un amplio espacio de maniobra. Modi-ficando lo que hace o deja de hacer el Estado, sin tener que menoscabar o restringir las decisiones de localización que adoptan libremente las perso-nas en la ciudad, se podría avanzar en el control de los efectos perjudiciales de la segregación resi-dencial.

INFLUENCIA DE LA ESCALA DE LA SEGREGACIÓN11

Por marcada que sea la homogeneidad social de un área (dimensión 2), la segregación podría tener menos efectos negativos, o simplemente no tener, de tratarse de barrios de pequeño tamaño, espe-cialmente si se trata de una ciudad de porte medio. En cambio, cuando ese barrio pobre está rodeado de barrios igualmente pobres y homogéneos, en-tonces la segregación alcanza una escala geográfi-ca mayor, generándose efectos negativos que no existían sin esa aglomeración de pobreza. Citemos nuevamente el ejemplo de los ghettos de negros en los Estados Unidos, cuyos efectos nega-tivos han sido ampliamente comprobados. Como reza la definición de Massey y Denton recién cita-da, el ghetto se conforma por una aglomeración de barrios más que por barrios solos. Es la gente espacialmente más aislada y geográficamente más enclaustrada de los Estados Unidos, señalan esos autores, destacando a continuación que “viven en asentamientos grandes y contiguos de barrios densamente habitados que están ‘empaquetados’ alrededor de los centros urbanos” (1993: 77).

11 Los datos empíricos suministrados en esta y las si-guientes dos secciones de este capítulo como respaldo para la argumentación provienen de las investigaciones que hemos realizado en los últimos años en las princi-pales ciudades chilenas.

La escala es importante porque agudiza los efec-tos de aislamiento físico, laboral y social de estos grupos, que es en último término el aspecto más relevante de la segregación espacial en lo relacio-nado con la integración social. Por otra parte, una cuestión clave en la materialización de los efectos de desintegración social es el fenómeno que hemos llamado segregación subjetiva. El aisla-miento físico de los otros grupos sociales ayuda a que crezca la sensación y, más tarde, la convic-ción de “estar de más”, de sobrar. Pero no sólo concurren los sentimientos de margi-nalidad de los propios residentes. También influye la imagen que los habitantes de los otros barrios se forman de estas aglomeraciones homogéneas de pobres o discriminados. La gran escala de la segregación y la intensidad de su dimensión 2 representan el factor espacial principal que contri-buye al surgimiento de los estigmas territoriales. El desdén y la repulsa de otros grupos es impor-tante factor precursor de la desintegración social entre los así segregados objetiva y subjetivamente. Estudios que confirman los efecto sociales negati-vos de la escala geográfica de la segregación so-bre los grupos pobres son los de las ciudades chi-lenas (Sabatini et.al.,2001a y 2001b). Las correla-ciones estadísticas entre grado de homogeneidad social del espacio y problemas sociales son mayo-res cuando se analizan grupos contiguos de distri-tos censales pobres que cuando se considera a éstos aisladamente. El estudio con metodologías cualitativas de pares de barrios urbanos pobres segregados en distinta escala geográfica en cada ciudad, confirma esos resultados. Los problemas sociales que aumentan con la aglomeración de zonas censales pobres, de acuerdo a esos estudios, son el bajo rendimiento escolar, el desempleo, el embarazo adolescente y la inacción juvenil (pre-sencia en los hogares de jóvenes que no estudian ni trabajan, grupo que suele ser semillero de pro-blemas de drogadicción y delincuencia). La escala geográfica de la segregación muestra tendencias contradictorias durante las últimas décadas en las ciudades de América Latina. En un sentido parece estarse reduciendo; y en otro, au-mentando.

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La primera tendencia, positiva, está afincada bási-camente en la evolución de los mercados de sue-los e inmobiliarios. Hemos destacado anterior-mente la relativa dispersión de condominios resi-denciales cerrados, espacios comerciales y centros de oficinas “modernos” fuera de las áreas tradi-cionales de concentración de los grupos y activi-dades de mayor categoría, que se está observando en muchas ciudades de América Latina. También hemos atribuido este cambio a la liberalización de los mercados suelo, la afluencia y concentración del capital inmobiliario y el mejoramiento de la infraestructura urbana, especialmente caminera, en dichas ciudades. Desde el punto de vista de la política pública, no deberíamos pasar por alto el que sean estas ten-dencias de mercado las que estén acortando las distancias físicas entre los grupos sociales, por acotado que sea este fenómeno a ciertas partes de la periferia urbana y por limitado que sea su efec-to sobre solamente algunos grupos pobres. En último término, es otra demostración empírica de que los mercados no son ineluctablemente segre-gadores de los pobres, y ofrece una oportunidad histórica de revertir parcialmente la segregación. Se trata de procesos de mercado importantes de reforzar desde una política de control de la segre-gación. La segunda tendencia corresponde al aumento de la escala de la segregación, especialmente para nuevos hogares pobres. Antes, al discutir las rela-ciones entre mercados de suelo y segregación, hemos puesto énfasis en el fenómeno que hemos denominado “propagación de la especulación con suelos”. En el contexto de las políticas de liberali-zación y regularización de los mercados de suelo que se han estado ensayando en América Latina en las última décadas, este fenómeno afecta al conjunto del espacio urbano, estimulando tenden-cias alcistas, espacialmente generalizadas, de los precios de la tierra. Así, la ampliación de la segre-gación de los pobres estaría adquiriendo una esca-la regional (Sabatini y Smolka, 2001). En el lími-te, las familias pobres que están accediendo a la vivienda actualmente deben hacerlo en localiza-ciones alejadas del borde urbano, ya sea en espa-cios abiertos o en centros poblados menores.

AUMENTO EN LA MALIGNIDAD DE LA SEGREGACIÓN

La segregación de los grupos pobres en las ciuda-des de América Latina tiene impactos urbanos e impactos sociales. Entre los primeros destacan los problemas de accesibilidad y la carencia de servi-cios y equipamientos urbanos de cierta calidad en sus lugares de residencia; y entre los segundos, los problemas de desintegración social que hemos explicado. Representan formas de empobreci-miento o de degradación social vinculadas a las desventajas que conlleva el aislamiento físico. Los primeros efectos, de tipo urbano, son conoci-dos. La segregación espacial hace que los pobres de nuestras ciudades sean aún más pobres. Pero los segundos efectos son relativamente nuevos, al menos la gran cobertura social que parecen estar cobrando. Es posible decir que la segregación está mostrando una “malignidad” que no tenía antes con esa intensidad y cobertura. En Chile, los estu-dios empíricos muestran que, en el pasado, antes de la década de los ochenta, la segregación de los pobres no tenía los efectos de desintegración so-cial que muestra actualmente. Incluso, algunas variables sociales como rendimiento escolar, em-pleo e inacción juvenil aparecían con mejores valores entre las zonas censales pobres más segre-gadas (socialmente homogéneas) en comparación con zonas censales pobres con mayor diversidad social (Sabatini et.al.,2001b). La explicación es que esa segregación, en un contexto político de “centralidad de los marginales”, según la célebre locución de Touraine, favorecía la organización y el “empoderamiento” social y político de los po-bres. Por cierto, la situación de Santiago en que se registró ese impacto positivo podría constituir una excepción, pero muestra al menos una posibilidad que parece haber desaparecido. De tal forma, es posible concluir que, mientras que en el pasado la segregación de los pobres tenía efectos tanto negativos (urbanos) como posi-tivos (en educación, empleo, y familia asociados al fortalecimiento político y social de su base te-rritorial), ahora se están agravando sus efectos más complicados de descomposición social. Las razones de este cambio son tanto espaciales “obje-tivas”, asociadas al incesante aumento de la inten-sidad y escala de la segregación de la mayoría de

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los pobres; espaciales subjetivas, asociadas al surgimiento de estigmas territoriales y al reforza-miento de los existentes; tanto como a razones no espaciales, relacionadas con la “flexibilización” de los mercados de trabajo y el avance de un sis-tema político “de mercadotecnia” que limita la participación política de los pobres al mero ejerci-cio del voto. En situaciones de aguda crisis social, bajo condi-ciones de incertidumbre e inseguridad propias de la “globalización económica” y la flexibilización laboral, las consecuencias negativas y desventajas del aislamiento espacial se vuelven especialmente severas. La situación actual en las ciudades de la Argentina así parece indicarlo. En una crisis tan severa en que las principales variables económicas y sociales se desploman (empleo, ingresos, inver-siones, etc.), es interesante estudiar qué cambios en la estructura del espacio urbano podrían estar ocurriendo. Los pocos indicios disponibles, por cierto necesarios de ser estudiados más acuciosa-mente, apuntan a cambios parecidos a los regis-trados en Sao Paulo y en Concepción comentados antes: traslado de residentes de clase media desde lugares centrales a la periferia pobre, y “populari-zación” del Centro. Uno de los hechos que llaman la atención de Ar-gentina es la poca violencia que existe en una situación social tan dramática. Las redes solida-rias, la ayuda mutua y la expansión del trueque parecen ser parte del fortalecimiento de los senti-mientos de unidad de los argentinos ante la adver-sidad. La mezcla social en el espacio podría estar ocurriendo como parte de este proceso sui generis de avance de la integración social. ¿Qué oportuni-dades para avanzar en el control y retroceso de la segregación residencial ofrecen situaciones de crisis tan aguda? En el capítulo 5 sobre Políticas volveremos a tocar este punto.

LA FIJACIÓN DE LOS ESTIGMAS TERRITORIALES

Los efectos negativos de la conformación de áreas socialmente homogéneas al interior de las ciuda-des, para tener lugar, requieren la concurrencia de los estigmas territoriales. Sin éstos sería difícil entender por qué la segregación espacial deviene en desintegración social. Estas imágenes territo-

riales negativas contrastan con aquellas usualmen-te asociadas con la otra forma de segregación objetiva, los enclaves funcionales o étnicos. Los barrios bohemios o de artistas, los barrios de res-toranes, o los barrios de italianos o de chinos o de otros grupos étnicos minoritarios, suelen asociarse con la condición cosmopolita de cada ciudad y con sus atractivos turísticos. Los problemas de violencia y desintegración so-cial de muchos barrios de inmigrantes en ciudades europeas, no desmienten esta apreciación. Dichos barrios no son, en realidad, enclaves de segrega-ción, tal como los hemos definido aquí. No co-rresponden a la concentración espacial de un solo grupo étnico que comparte el espacio con perso-nas de otro origen. Corresponden, más bien, a ghettos de pobreza, esto es, a la concentración espacial de los pobres, inmigrantes o no, que está produciendo la economía actual. Suele aglomerar-se allí una población pobre muy diversa étnica-mente, incluyendo a no pocos pobres nacionales. Por ejemplo, en los peores barrios de las ciudades suecas se observa una enorme variedad de grupos étnicos y una importante participación porcentual de familias suecas no menor a un 30 por ciento (Andersson y Molina, 2001). La homogeneidad en pobreza, más que la concentración de inmigrantes, es lo que probablemente está produciendo los problemas. La condición extranjera de muchos de ellos no hace sino agravar el aislamiento social originado en los mercados de trabajo y reforzado tanto por la segregación espacial objetiva como por los estigmas territoriales en ascenso. La mayor importancia de estas imágenes espacia-les negativas se expresa en las nuevas desventajas que deben vivir los habitantes de barrios pobres en nuestras ciudades. Es común que deban ocultar su lugar de residencia para tener posibilidad de en-contrar un trabajo. Es conocido el caso de Rio de Janeiro, donde se ha conformado un mercado de arrendamiento de direcciones formales al que acuden las capas pobres de la población. Aunque asociados con la segregación objetiva, con su intensidad y escala geográfica, los estigmas territoriales no necesariamente desaparecen o se debilitan si aquella retrocede. La persistencia de los estigmas territoriales, más allá de la modifica-ción de las condiciones de aislamiento espacial y

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homogeneidad social que ayudaron a generarlos, es una de las facetas más preocupantes del fenó-meno. Se trata de una cuestión crítica para cual-quier política de control de la segregación en

nuestras ciudades. Obligaría a complementar la aplicación de instrumentos urbanos y espaciales con medidas sociales, no-espaciales, como vere-mos en el siguiente capítulo.

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Política de control de la segregación y su relación con la estrategia de coordinación territorial de programas sociales

En un panorama de tanta precariedad de informa-ción y estudios empíricos, en que además los dis-cursos teóricos se muestran tan sesgados, resulta difícil y hasta aventurado hacer proposiciones de política. Por lo demás, el panorama de la segrega-ción urbana en América Latina tiene especificida-des importantes más allá de los rasgos comparti-dos existentes entre ciudades de la Región, y las políticas que se diseñen deberán responder a esas diferencias. Por último, como destacaremos, las acciones de control de la segregación deben “cali-brarse” a las pautas culturales y la realidad de cada situación en un proceso iterativo y de apren-dizaje tipo ensayo y error. Los países con tradi-ción en tales políticas, principalmente los Estados Unidos, conocen de la necesidad de diseñarlas cuidadosamente y de modificarlas periódicamente para que tengan los efectos buscados o para que éstos no terminen siendo contrarios a los busca-dos. Sin embargo, hay suficientes indicios sobre cuál es la realidad de la segregación residencial en la Región, sobre sus efectos y sus tendencias como para abordar la formulación general de una políti-ca de control de la segregación. Las páginas que siguen pretenden ser una contribución a esta tarea. OBJETIVO GENERAL DE UNA POLÍTICA

DE CONTROL DE LA SEGREGACIÓN El objetivo general de una política de control de la segregación residencial debe ser el de fomentar la integración social. Para ello, se requiere de una política capaz de distinguir las facetas explicables y hasta positivas de la segregación de aquellas otras que son negativas, y que afectan especial-mente a los grupos pobres. Al mismo tiempo, dicha política tendría que com-binar equilibradamente dos caminos de integra-ción social posibles: el tradicional de la movilidad social, y el de la integración a partir de la diversi-dad, que hoy en día se enfatiza especialmente.

En efecto, las ideas en boga de integración social urbana plantean la necesidad de superar los viejos modelos “asimilacionistas” de integración social, y reemplazarlos por otros que exalten la integra-ción a partir de la diversidad. La interpretación clásica de los sociólogos de la Escuela de Chicago de comienzos del siglo XX era, justamente, que las minorías se iban asimilando a la estructura social predominante y a la estructura física de la ciudad, perdiendo su condición de segregación espacial inicial. La crítica a la escuela de Chicago y las nuevas ideas de integración parecen calzar bien con ciudades donde los problemas de inte-gración, y la misma segregación residencial, tie-nen claros componentes étnicos y raciales, como en los Estados Unidos, Canadá y Europa. Sin embargo, ¿cómo se podrían aplicar esos nue-vos énfasis a nuestras ciudades, donde la más clara forma de segregación residencial no es étni-ca sino que socioeconómica? Uno no puede decir de las distancias socioeconómicas lo mismo que dice de las étnicas, a saber, que todos los grupos son iguales en valor y que la diversidad entre ellos es positiva. Las diferencias socioeconómicas son jerárquicas, de más a menos, mientras que las étnicas, en principio e independiente de los nive-les de ingreso, son horizontales. Las primeras son desigualdades sociales; y las segundas, diferencias sociales. El fortalecimiento de las identidades territoriales, del sentido de pertenencia a un barrio o sector, parece una forma de agregar diversidad social a nuestras ciudades e, idealmente, de convertir las desigualdades en diferencias. Otro camino es el de dar atención a la presencia, nada despreciable, de minorías étnicas en nuestras ciudades, como es el caso de los indígenas. Considerando que ellos forman parte de los grupos pobres segregados, el rescate de su cultura permitiría contraponer una segregación socioeconómica “mala” (homogenei-dad social) con una segregación étnica “positiva” (concentración de los integrantes de la minoría en

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espacios que comparten con personas no indíge-nas). Sería un logro en materia de diversidad que no implicaría mover a nadie de su actual lugar de residencia. Las mismas historias de la lucha y el esfuerzo con que se han construido muchos de los barrios po-bres de las ciudades latinoamericanas, pueden dar lugar a un tercer camino para trabajar por identi-dades territoriales más fuertes. Las experiencias de logro y éxito suelen facilitar los sentimientos de arraigo y las identidades territoriales.12 Es in-negable que hay mucho de éxito y logro en la construcción de estos asentamientos con base en la organización y las propias fuerzas y en contra-posición a leyes y políticas entorpecedoras. Por último, la densificación y construcción de segun-das viviendas en sus sitios, especialmente de con-tar con apoyo de programas y políticas ad hoc, podrían ayudar al progreso económico de muchas familias pobres. Con ello, se posibilitarían mayo-res niveles de diversidad social lo que, a su vez, podría otorgar una más clara identidad a los luga-res y arraigo de las personas a éstos. Es importante tener en cuenta que la adopción a-crítica del discurso de la integración “por diversi-dad” podría, en el tema que nos ocupa, dar lugar a estrategias que implícitamente promuevan algo parecido a un sistema de castas sociales. Mientras que las diferencias étnicas y, especialmente, las raciales son un dato en buena medida inmodifica-ble, las distinciones socioeconómicas pueden sor-tearse a través de la movilidad social. Insistir en el enfoque de integración a partir de la diversidad podría, de tal forma, echar agua al molino de las posiciones más retrógradas en materia de segrega-ción. Los grupos que se resisten a la reversión de la segregación residencial aducen que los grupos pobres o discriminados, lo mismo que el resto de los grupos sociales, tienen “estilos de vida” que deben respetarse. Desde el punto de vista espacial, el argumento señala que los barrios (segregados) tienen una dinámica de progreso, o neighborhood fabric, que no debiera ser entorpecido ni alterado. Es una

interpretación que confunde barrios afluentes con ciudad, y que se contradice con los datos. Éstos muestran a la movilidad social y a distintas formas de reversión de la segregación y de mezcla social en el espacio como aspiraciones de los grupos pobres o discriminados; y muestran que la segre-gación espacial de los pobres anida complejos problemas de desintegración social, especialmente en los tiempos que corren, opacando los elemen-tos de progreso en esos barrios específicos.

12 La conexión entre éxito e identidad territorial es uno de los hallazgos principales de los estudios de Arocena et.al. en comunidades urbanas del Uruguay (1993).

La combinación equilibrada entre ambas estrate-gias de integración social, la movilidad y la diver-sidad sociales, deberá ser una preocupación per-manente de cualquier política de control de la segregación. Mención especial debe hacerse del ambiente de crisis económica y social que hace presa de varios países de la región actualmente. El afán por con-seguir condiciones mínimas de sobrevivencia puede gatillar cambios en los patrones de segrega-ción residencial, como hemos comentado antes. Estos ambientes de crisis parecen provocar au-mentos en la movilidad residencial y, con ello, oportunidades para el logro de objetivos de mayor mezcla espacial o acercamiento físico entre gru-pos sociales. El ambiente de oportunidad también viene dado por el debilitamiento de las lógicas de diferenciación y discriminación social que se ob-serva en tiempos “normales”. El “aprendizaje social” en una vida urbana más mezclada e inte-grada socialmente, podría ser parte de las mismas políticas habitacionales y sociales urbanas diseña-das para enfrentar la emergencia, de la misma forma como las medidas inmediatas para enfrentar desastres naturales podrían incluir objetivos de prevención de largo plazo.13

OBJETIVOS ESPECÍFICOS Y ESTRATEGIA

En consonancia con el análisis hecho hasta aquí, los objetivos específicos de una política de control de la segregación serían los siguientes tres:

13 Una discusión más detenida del “aprendizaje social” como proceso vinculado a la tradición de la planifica-ción urbana, está en Friedmann (1992); y una propuesta de políticas urbanas orientadas a la construcción de espacios urbanos mixtos, en Sennett (1970).

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• Mayor interacción física entre personas de distintos grupos sociales

• Mayor acceso a la ciudad por parte de los po-bres

• Debilitamiento de los estigmas territoriales La estrategia a seguir para lograr esos objetivos consistiría, básicamente, en acciones destinadas a neutralizar los siguientes procesos urbanos: • La conversión de la segregación del primer

tipo en la del segundo tipo, esto es, acciones para evitar que la concentración espacial de un grupo devenga en homogeneidad social del es-pacio;

• El aumento de escala geográfica de la segrega-ción entre los grupos pobres; y

• La formación de estigmas territoriales o la persistencia de los existentes.

Formulada en términos positivos, la estrategia incluiría acciones destinadas a: • Aumentar la diversidad social en el espacio; • Reducir la escala geográfica de la segregación;

y • Crear condiciones o ambientes urbanos que

precavan el surgimiento de estigmas territoria-les.

Es difícil encontrar un caso puro de vecindario socialmente homogéneo. Por lo mismo, un barrio segregado siempre estará en algún punto interme-dio entre concentración espacial del grupo predo-minante en ese barrio y heterogeneidad social del área. Lo que corresponde, por lo tanto, es identifi-car la mejor situación posible. Con seguridad, ello no puede determinarse técnicamente, sino que será un resultado empírico. En otras palabras, determinar el límite entre enclave y ghetto es una cuestión de ensayo y error que requiere un tipo de gestión pública y un diseño de políticas con fuer-tes dosis inductivas, de trabajo en terreno y de coordinación territorial de iniciativas. Lo mismo puede decirse de los esfuerzos orientados a neu-tralizar o desbaratar los estigmas territoriales. No hay recetas detalladas que se puedan definir exan-te. La política que proponemos estaría dirigida fun-damentalmente a controlar la segregación residen-cial de los más pobres. Sin embargo, por la de-pendencia que tiene la segregación de pobres de lo

que sucede con la segregación de otros grupos y áreas de la ciudad, las políticas específicas, pro-gramas y medidas tendrían que incluir acciones referidas a esas otras áreas y grupos. Incluso, al-gunas de las principales acciones tendrían que aplicarse mayoritaria o únicamente en ellas. Así, por ejemplo, es más difícil aumentar la diversidad social del espacio en los barrios pobres, y menos en barrios medios y altos a través de la incorpora-ción de familias pobres en ellos. Lo mismo puede decirse de la reducción de la escala geográfica de la segregación: en lo fundamental consistiría en estimular la dispersión de los desarrollos residen-ciales de ingresos medios y altos en el espacio total de cada ciudad.

POLÍTICAS Y PROGRAMAS Una política de control de la segregación para las ciudades de América Latina estaría conformada por las siguientes líneas de políticas y programas, orientadas al logro de los objetivos enumerados antes: • de movilidad de las personas; • de control de procesos urbanos y usos del sue-

lo; y • de mejoramiento y recuperación de barrios.

Políticas y programas de Movilidad de las Personas En las ciudades de América Latina, una alta pro-porción de la vivienda de bajos ingresos está in-corporada al régimen de propiedad privada, lo que contrasta con la predominancia del arrendamiento entre similares grupos en Europa y Norteamérica. Pese a lo anterior, la movilidad residencial parece ser significativa en el primer caso. Prácticamente no hay estudios sistemáticos y comparables sobre movilidad residencial en Amé-rica Latina. Recién los censos de población y vi-vienda están incorporando preguntas que permiten conocer la segregación a la escala desagregada del nivel intra-urbano; y los avances informáticos permiten procesar con cierta facilidad grandes masas de datos. Hay estudios en marcha, espe-cialmente en la CEPAL, pero nada concluyente aún. Como en muchos otros temas específicos relativos a la segregación residencial urbana en América Latina, es de primera importancia estu-

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diar la movilidad residencial para poder diseñar acciones exitosas. Es posible que la combinación de vivienda en propiedad y movilidad residencial se explique, en medida importante, por el significativo déficit habitacional presente en estos grupos; y que la movilidad disminuya al acceder las familias a la propiedad de un sitio o vivienda. Un contexto de movilidad residencial podría facilitar la aplicación de medidas de modificación de la segregación residencial. En vez de tener que trasladar familias, se podría intentar influir en los puntos de destino de las familias que mudan su residencia.

Dispersión espacial de familias pobres. Los pro-gramas de dispersión espacial de pobres deberían ser parte de las políticas de vivienda social. No sólo porque pueden ayudar a revertir las con-secuencias peores de la segregación sino también porque ofrecerían a muchas familias pobres la posibilidad de elegir donde vivir.

Parece ser una regularidad internacional el que las personas espacialmente segregadas de menor con-dición social manifiesten preferencia por vivir en barrios más integrados. En contraposición, la pre-ferencia por la segregación es vista como “natu-ral” por muchas personas de mejor condición so-cial. Tanto es así, que uno de los argumentos más socorridos para justificar la segregación es que los individuos, más allá de su origen social, prefieren vivir en barrios socialmente homogéneos. Los estudios muestran reiteradamente que eso es, en gran medida, falso para los grupos pobres o dis-criminados.14

Por otra parte, es relevante traer a colación el hecho de que el campo de las libertades individua-les suele ser sacrificado en las políticas sociales. La segregación social del espacio y esta falta de libertad para elegir tal vez expliquen que el pro-greso familiar en nuestras ciudades se consiga mudándose de barrio más que mejorando el ac-tual. Para no pocos, mudarse no pasa de ser un

sueño que, sin embargo, contribuye al descuido del propio barrio.

14 Aún los grupos que podrían enfrentar un rechazo más abierto en barrios mixtos, como los negros en los Estados Unidos, manifiestan una clara preferencia por soluciones integradas (Schuman et.al.,1997; Squires, 2001).

La dispersión de familias pobres podría hacerse a través de proyectos de vivienda social localizados en áreas no pobres de las ciudades, o por medio de mecanismos de subsidio a la compra o arrenda-miento de vivienda que permita a esas familias acceder a otros submercados.

Las familias beneficiadas por estos programas pasarían a engrosar un tipo de opción residencial que cumple un rol clave para la ciudad. Las fami-lias pobres que viven en barrios donde hay pre-dominio de otros grupos sociales, contribuyen a evitar que la concentración espacial (dimensión 1 de la segregación) devenga en homogeneidad social del espacio (dimensión 2).

Uno de los grandes obstáculos que enfrenta este tipo de iniciativas es el incremento de los costos directos de los programas de vivienda social. Frente a tal reparo sólo cabe hacer ver que mien-tras las políticas urbanas no proyecten sus objeti-vos y acciones a mayores horizontes temporales –donde los costos indirectos o sociales se dejan sentir—no podrán superarse problemas como los asociados con la segregación. Es posible que no existan medidas de control de la segregación apli-cadas con éxito que no hayan debido asumir una perspectiva espacial y temporal más comprensiva, no ceñida a los costos directos de las acciones.15

15 Los Estados Unidos registran avances dignos de estudio en esta línea de dispersión espacial de familias pobres. El caso más conocido es el programa Housing Choice Voucher, conocido como el Section 8, creado en los años noventa. Es un subsidio que permite a hogares pobres arrendar en barrios de ingresos medios. Destacan también los programas de de-segregación aplicados en distintas ciudades y municipios de ese país, especialmente desde mediados de los años 90. Consisten especialmente en la construcción de conjun-tos de vivienda pública de pequeño tamaño y con dise-ños de baja densidad en barrios de ingresos medios en los suburbios. Estos proyectos tienen como comple-mento un programa de demoliciones de edificios de vivienda pública. En 1996 se demolieron 30 mil vi-viendas sociales en edificios, y se esperaba demoler 100 mil más entre 1997 y 2000; entre 1996 y 1999 se construyeron 136.300 viviendas en conjuntos de pe-queño tamaño dispersas en barrios, muchos de ellos de clase media; y en marzo 1997 se anunció una campaña

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En todo caso, la dispersión de familias pobres es más razonable para ciudades donde los pobres son una minoría, como en países desarrollados. Pro-gramas de este tipo sólo podrían beneficiar a una proporción baja de los pobres de las ciudades latinoamericanas. En cambio, la dispersión de familias acomodadas parece una política más “productiva” en términos de conseguir cambios al patrón de segregación. El inconveniente es que, en principio, es más difícil mover a una de estas fa-milias a un área de bajos ingresos que una familia pobre a un barrio mejor. Sin embargo, la disper-sión de familias de ingresos medios y altos ha estado, de hecho, teniendo lugar como un nuevo tipo de proceso de mercado, lo que le otorga facti-bilidad como una línea de política posible, que discutimos más adelante. Concentración espacial de familias con similar origen étnico o cultural. La población pobre de las ciudades suele ser heterogénea en variables distintas que la condición económico-social. Sue-len haber grupos de extranjeros o grupos de origen indígena, especialmente en los tiempos que corren de mayores flujos migratorios internacionales. La riqueza cultural que ellos representan para cada ciudad probablemente se disuelve si se encuentran dispersos espacialmente. En cambio, de presentar cierto grado de concentración espacial, pueden agregar diversidad e identidad a barrios específi-cos. Hay una inclinación espontánea de, al menos parte de las familias que integran estos grupos minoritarios, por acercarse geográficamente.16 Desde la gestión pública se podría acoger y, hasta cierto grado, estimular estas preferencias.

de construcción de 193.800 viviendas sociales en 2400 vecindarios (Belkin, 1999). Ambas políticas de disper-sión de pobres han provocado enconados y largos con-flictos. Sin embargo, aún los programas que han susci-tado los más graves conflictos sociales, políticos y legales, llegando a ventilarse en la Corte Suprema de los Estados Unidos, como los programas Gautreaux en Chicago (desde 1976) y Yonkers en Nueva York (des-de 1993), han tenido efectos básicamente positivos para los recién llegados e, incluso, para los vecinos –ver, respectivamente, Rosembaum y Popkin (1991) y Briggs et.al. (1999), quienes entregan datos que respal-dan esta apreciación. 16 Gissi (2001) encontró esta tendencia a la segregación entre familias de origen mapuche en la periferia pobre de Santiago.

Tanto desde el punto de vista de la política cultu-ral, en su objetivo de preservación de las cultura indígenas o el de integración latinoamericana, como en términos de agregar diversidad social a los barrios homogéneos en pobreza, una política medida de concentración espacial de estos grupos debería ser parte de la política general de control de la segregación. Decimos medida, porque debe evitarse que un grado elevado de sobre-representación de un grupo en un barrio pudiera estimular la salida de las familias nacionales o no-indígenas. Es una acción a manejar con suma cau-tela. Otro peligro que se correría sería el de favo-recer la estigmatización social o territorial de es-tos grupos o barrios. Como acción complementa-ria, tal vez como parte de otras políticas sociales, estos grupos minoritarios podrían ser apoyados para constituir redes o comunidades de interés no territorial. Transporte público. El transporte urbano es una de los factores claves de la segregación residen-cial. Mientras las familias de las elites no dispu-sieron del automóvil particular, no pudieron ale-jarse mucho de los otros grupos sociales. De la misma forma, mientras los trabajadores y familias modestas no tuvieron acceso al transporte público, no pudieron alejarse, o ser alejados, de los barrios y lugares que concentran la capacidad de pago y las oportunidades y la demanda de empleo. La segregación se mantenía en una escala relativa-mente reducida determinada por la necesidad de interacción física entre los grupos sociales. En parte por razones culturales, el efecto que tu-vieron los cambios en las tecnologías de transpor-te en las ciudades latinoamericanas fue más el aislamiento social de los grupos pobres que el de los grupos altos. Como hemos señalado, los “ba-rrios de alta renta” son más variados socialmente que los asentamientos donde viven los pobres. Por lo mismo, las políticas de transporte de mayor relevancia para el control de la segregación son aquellas que mejoran los servicios de transporte público. Sin embargo, ellas requerirían de la apli-cación de desincentivos al uso del automóvil par-ticular con el fin de asignar mayores proporciones de las vías al transporte masivo y reducir los tiempos de viaje de los pobres, que suelen ser muy altos.

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Aún cuando el patrón residencial segregado no cambiara, el mejoramiento del transporte público permitiría un mayor acceso de los pobres a la ciudad y una mayor interacción con otros grupos sociales. Mejores servicios de transporte permiten una mejor accesibilidad a la ciudad, haciendo relativamente menos negativa la segregación resi-dencial de una determinada escala geográfica. Erradicación de familias. Hay situaciones en que la erradicación forzosa de familias pobres a otros barrios es necesaria, ya sea para protegerlas de riesgos físicos, para proteger el medio ambiente o para desarticular estigmas territoriales. El sanea-miento ambiental y legal de la ocupación del suelo puede demandarlo. Asimismo, y como señalare-mos al exponer el último grupo de políticas y pro-gramas, la desarticulación de los estigmas territo-riales y de los problemas de delincuencia que suelen anidar en esos lugares, pueden requerir esta medida extrema. Políticas y programas de Control de Procesos Urbanos y Usos del Suelo Dispersión espacial de conjuntos residenciales y centros comerciales “modernos”. Apoyar la dis-persión de estos emprendimientos privados dirigi-dos a grupos medios y altos hacia el conjunto del espacio urbano, representa un ejemplo claro de política urbana que aprovecha y dirige las dinámi-cas de mercado en su favor. Como tuvimos ocasión de analizar, esta dispersión es un cambio sustantivo que insinúan las ciudades latinoamericanas que, por las resistencias ideoló-gicas que despierta, hacen difícil su pleno aprove-chamiento. Una primera cosa a hacer es separar dos hechos que se suelen confundir: la reducción de las distancias físicas entre grupos sociales que se está produciendo en sectores de la periferia urbana, y la incorporación de rejas y sistemas de vigilancia a los conjuntos que se están constru-yendo. Las desigualdades sociales y, hasta cierto punto, el ánimo de exclusión social están en au-mento, pero la escala geográfica de la segregación residencial está disminuyendo. Los escasos estudios hechos sobre este fenómeno desde el punto de vista de los vecinos de bajos ingresos que ven llegar los nuevos desarrollos,

muestran que éstos perciben el cambio positiva-mente. Los beneficios son tanto simbólicos como materiales o funcionales. La “modernización” es bienvenida por las familias pobres, en medida importante porque revierte la estigmatización social del sector o municipio. En cuanto a lo mate-rial, la ubicación de los nuevos desarrollos mejora la calidad de los servicios y de los equipamientos urbanos del sector, tendiendo a la conformación de subcentros dentro de la ciudad; y en lo funcio-nal, se acortan los tiempos de viaje de muchos pobres por la mayor cercanía de los lugares de destino, tanto en servicios como en empleo.17

Desde el sector público se podría intentar dirigir espacialmente la dispersión de conjuntos residen-ciales y centros comerciales “modernos”. La loca-lización de inversiones en obras públicas, cambios en las normas de uso del suelo y medidas de exen-ción tributaria podrían utilizarse para influir en las decisiones de localización de estos proyectos, incluyendo modalidades de licitación. Control de la especulación con suelos. Las medi-das de control de los procesos de incorporación de suelo al área urbana y de recuperación de plusva-lías parecen insoslayables si se pretende evitar el efecto negativo que tiene el funcionamiento de los mercados de suelo en materia de segregación resi-dencial de los grupos pobres. La proyección sin control de la lógica especulati-va inherente a la propiedad y manejo privado de los suelos hacia las áreas peri-urbanas, no hace sino impulsar el crecimiento de los precios y, con ello, la segregación de los pobres a escalas aún mayores.18 Estas medidas de control del creci-miento geográfico de la ciudad no necesitan ser inflexibles, pero sí evitar las espirales especulati-

17 Estudios empíricos en Chile que prueban la valora-ción positiva que hacen los pobres de la reducción de escala de la segregación, son los de Galleguillos (2000), Sellés y Stambuk (2001) y Sabatini et.el.(2001b). 18 Las políticas de liberalización de la oferta de suelos aplicadas en países de distintos continentes, han fraca-sado en su objetivo de controlar la inflación de los precios; el efecto ha sido, más bien, el de estimular el crecimiento de los precios (Comby y Renard, 1996; Sabatini, 2000).

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vas de los precios del suelo que terminan refor-zando la segregación de gran escala de los pobres.

Hemos visto que, aún procesos que son positivos para la segregación en un sentido, como la disper-sión de proyectos inmobiliarios “modernos”, al mismo tiempo tienen efectos negativos de estímu-lo de la segregación de gran escala de los pobres, específicamente de las nuevas familias pobres. Con los proyectos “modernos” también se disper-san o propagan las expectativas de mejores pre-cios del suelo. Parece inevitable tener que enfrentar, con medidas ad hoc, la racionalidad especulativa que empapa a la propiedad del suelo y a los mercados en que se transan los terrenos, y que está contribuyendo a la reproducción, en escalas espaciales mayores, de la tradicional segregación a gran escala de los po-bres.

El control sobre el crecimiento urbano, hoy en buena medida librado a las fuerzas de mercado, sería una de ellas; y la recuperación de plusvalías, otra.

La recuperación de plusvalías, además de su justi-ficación ética, es clave para afectar la evolución de la segregación. Uno de los argumentos usual-mente esgrimidos en contra de las medidas de reversión de la segregación, es que éstas provocan una pérdida patrimonial a los residentes y un debi-litamiento de las dinámicas de desarrollo urbano de los barrios. Frente a estos argumentos, hay dos estrategias posibles de aplicar: - El establecimiento de normas mínimas de

mezcla social en el espacio (que revisaremos más adelante); y

- Formas nuevas, propositivas y positivas más que punitivas, de recuperación de plusvalías.

La recuperación de plusvalías es un requisito para debilitar la lógica especulativa que impregna a los mercados de suelos, lo mismo que la ligazón, en gran medida injustificada, que los agentes priva-dos hacen entre valorización inmueble y segrega-ción (exclusión) de los pobres. Muchas familias de ingresos medios y altos optan por localizacio-nes residenciales más segregadas, no tanto en función de sus preferencias, sino que por creer

que constituye un requisito para la valorización. Esta convicción no es coherente con el espacio cultural existente entre estos grupos para acoger mayores niveles de mezcla social en el espacio.

Entre las formas nuevas, menos amenazantes, de recuperación de plusvalías podrían estar los es-quemas de licitación de la localización de las obras públicas (o de la prioridad temporal de las obras planificadas) y la licitación de modificacio-nes a las normas de uso del suelo. Estos dos facto-res, las obras públicas y los cambios a las normas de uso del suelo, tienen una enorme influencia sobre la valorización inmueble y, específicamente, sobre la proyección en el espacio de cada ciudad de los procesos de apreciación del suelo. Consti-tuyen potestades indelegables del Estado que éste no utiliza para recuperar para la comunidad plus-valías originadas en los esfuerzos mancomuna-dos, privados y públicos, que esa misma comuni-dad realiza. La modalidad de la licitación puede permitir plantear esta política como una de finan-ciamiento del desarrollo urbano antes que como una de creación de nuevos impuestos. Cuotas de vivienda social. La definición de cuo-tas de vivienda social en conjuntos residenciales o en áreas de ingresos medios o altos es parte del urbanismo de nuevo cuño y de la zonificación que promueve los usos mixtos del suelo.

Con distintas modalidades e intensidades, este tipo de medidas existe en varios países fuera de nuestro continente. A veces toman la forma de un porcentaje de suelo o de superficie edificada de-ntro de los nuevos conjuntos residenciales, y otras veces se expresan como una meta referida a la composición social de distritos o zonas internas de la respectiva ciudad.

Sin embargo, la creación “desde arriba” de barrios socialmente integrados tiene peligros que hay que tener en cuenta. Por ejemplo, una localización inadecuada de los conjuntos puede implicar altos costos de transporte para las personas o una alta dependencia del automóvil, creando dificultades especialmente severas para las familias de bajos ingresos, las que así se empobrecen más. Por otra parte, cuotas demasiado altas de participación de familias pobres podrían ahuyentar a las restantes familias, desencadenando un proceso de homoge-

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neización social del barrio, justamente el fenóme-no del cual se intentaba escapar. En Europa hay varios fracasos de estos programas habitacionales de integración social ensayados en los años no-venta.19

Parece inevitable que el método del ensayo y error sea parte de programas de este tipo, en que las peculiaridades sociales, culturales y urbanas de cada ciudad pesan tanto en el resultado que se persigue lograr.

Hay dos líneas de argumentos principales que habría que enfrentar para llevar adelante esta polí-tica, que ya hemos anticipado: los referidos al daño patrimonial, y los referidos al carácter “anti-natural” de la mezcla social en el espacio. Al pri-mero nos hemos referido antes. El segundo es el menos sostenible. Descansa en datos falsos, como aquel de que la segregación espacial ha existido siempre en todas las ciudades y las épocas, o aquel otro de que la cohabitación entre clases despierta el odio y la envidia.

La fijación de estas cuotas de incorporación de vivienda deben ser universales (parejas) para no generar distorsiones adicionales a las ya existentes en los mercados urbanos. Por lo mismo, no resulta aconsejable la fijación de cuotas caso a caso, co-mo lo ocurrido en casos célebres de litigación judicial desencadenados por programas de de-segregación aplicados en ciudades de los Estados Unidos.

Políticas y programas de Mejoramiento y Recuperación de Barrios

Coordinación territorial de servicios y programas sociales. Una estrategia de coordinación territo-rial en la provisión de servicios sociales urbanos, apunta a enfrentar la pobreza en forma multi-sectorial. Las acciones en campos especializados de las necesidades y problemas sociales se refor-zarían mutuamente. Un programa sectorial especí-fico –por ejemplo, de capacitación laboral-- pue-de ser neutralizado o sobrepasado por la condición “total” de pobreza de las familias de no acompa-

ñarse de otras acciones en salud, vivienda y re-creación, entre otras.

19 Francia es un caso destacado de aplicación y revisión de programas de este tipo bajo la férula de la política de “solidaridad urbana” del gobierno de Lionel Jospin.

Parece obvio que la misma segregación espacial de los pobres facilita la aplicación de políticas sociales como éstas. La concentración espacial de los beneficiarios no sólo allana la acción multi-sectorial sobre la pobreza; además, posibilita reba-jas de costos en la provisión de los servicios y mejores condiciones para hacer el seguimiento, evaluación y modificación de las acciones. Estas ventajas no requieren, sin embargo, que los bene-ficiarios vivan en áreas socialmente homogéneas; tan sólo que estén más cerca entre sí.

La cercanía de los pobres entre sí puede, además, ayudar políticamente a éstos. El cambio en la si-tuación de segregación que exhiben las ciudades no es sólo cuestión de leyes y del diseño y aplica-ción de políticas y programas “desde arriba”. La movilización social parece ser un requisito para introducir cambios sustantivos al patrón de segre-gación residencial. Al menos es lo que puede con-cluirse de la experiencia histórica de los Estados Unidos, tal vez el país que tiene las ciudades más segregadas que existen hoy, y la sociedad que ha desplegado los esfuerzos más sistemáticos para controlar la segregación. Desde que se dictara el Fair Housing Act en 1968 los éxitos en la lucha contra la segregación han sido en gran medida el resultado de la lucha social de los propios grupos discriminados (Atlas, 2002).

Aunque no debemos confundir segregación con pobreza, el mejoramiento de la situación de vida de muchas familias radicadas en los barrios po-bres contribuiría a disminuir la homogeneidad social de éstos (la dimensión “negativa” de la segregación). Debemos también tener en conside-ración que para muchas familias pobres la alterna-tiva de instalarse en barrios donde predominan grupos sociales de mejor situación socioeconómi-ca, no es una alternativa que les resulte cómoda. El progreso del propio barrio sigue siendo una opción buena, tanto para las familias como para la ciudad. Agregar diversidad social a estos lugares a través de la coordinación territorial de iniciativas de superación de la pobreza, incluido el fomento de actividades empresariales, es un prometedor camino para estimular el arraigo y la identidad, lo mismo que para prevenir la formación de estigmas

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territoriales. El fomento del agrupamiento de fa-milias de origen indígena, más allá de lo cauteloso que debe ser, como indicamos antes, puede ser otra forma de agregar diversidad social a los ba-rrios pobres de las ciudades.

La preferencia por vivir entre sus iguales es una inclinación de muchas personas que debe respe-tarse, y que no representa un problema en si mis-ma en tanto no debilite la exposición de esas per-sonas al contacto con personas de otra condición social. Los programas de mejoramiento de barrios pobres son, entonces, una forma específica de control de la segregación. La vinculación explícita de los mismos con una política general de control de la segregación parece aconsejable con el fin de sacar mejor provecho de ellos.

Regularización de tierras. Estos programas se han estado aplicando en distintos países de la Re-gión con variable intensidad. Son un importante componente de cualquier política de control de la segregación. La tenencia ilegal del suelo o la falta de ajuste a las normas de uso del suelo y construc-ción, marcan a mucho barrios pobres como “ile-gales” o “irregulares”. La polarización social entre los barrios estigmatizados y el resto de la ciudad, una cuestión que está a la orden del día en ciuda-des por todo el mundo, sin duda encuentra terreno abonado en esta condición de ilegalidad o irregu-laridad.

Lamentablemente, la política de regularización parece estar creando más problemas que los que soluciona. La pérdida de importancia de los mer-cados informales del suelo, el reforzamiento de la propiedad privada y el fracaso de las políticas de liberalización en controlar los precios del suelo, son todos factores que están volviendo el acceso de los pobres al suelo aún más difícil de lo que ya era (Sabatini y Smolka, 2001). A pesar de sus objetivos sociales declarados, estas acciones po-drían estar reforzando la segregación espacial de los pobres en estas ciudades, incluso llevándola a escalas territoriales más amplias.

Sin existir medidas de control de la especulación con suelos, como las propuestas más arriba, pare-ce difícil evitar que el acceso legal de los pobres al suelo genere estos efectos secundarios. El reco-nocimiento de derechos legales de acceso al suelo

no debería ser una medida aislada, sino que parte de un proceso político que otorgue estatus legal a los “derechos a la ciudad” (Fernandes, 2001; Fer-nandes & Varley, 1998). Las medidas de regulari-zación de la propiedad del suelo deberían, por lo mismo, insertarse en una política general de con-trol de la segregación que tenga como uno de sus elementos centrales la contención de la especula-ción con suelos.

Combate a la delincuencia y los estigmas territo-riales. Los programas multi-sectoriales de com-bate a la delincuencia y los estigmas territoriales son un necesario e importante componente de una política de control de la segregación. Una vez que se ha consolidado, el estigma territorial ya no depende del patrón de segregación que le dio ori-gen. Por ello, se requiere de una combinación de políticas sociales para desarticularlo. En casos extremos, la erradicación de parte de la población residente podría ser necesaria, como señalamos antes.

La inseguridad laboral, la falta de cobertura de los servicios sociales, incluido el sistema de pensio-nes, y la precariedad de los puestos de trabajo son todas condiciones urbanas generales que facilitan enormemente el surgimiento de los estigmas terri-toriales. Para sortear la anidación de problemas de desintegración social y la violencia que suele acompañarles, parece imprescindible diseñar pro-gramas de desmantelamiento de los estigmas terri-toriales existentes hoy.

Mientras más se retrasa la adopción de iniciativas de este tipo más se agravan los problemas. En estos barrios suele surgir y hacerse fuerte una alternativa concreta de integración social y eco-nómica: las redes y mafias de la droga. En muchos barrios pobres de América Latina se cumplen parecidas condiciones a las que los historiadores destacan como las precursoras de los fenómenos mafiosos (ver, por ejemplo, Gambetta,1991). Un sentimiento generalizado de desconfianza en el Estado, en la economía formal y en el sistema judicial, representa el punto de partida. Al perder la confianza en “el sistema” las personas se abren a alternativas más accesibles, entre las que se cuenta el tráfico de drogas organizado desde el propio lugar de residencia. El derecho a hacerlo, superando las trabas morales, es un convenci-

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miento que crece mano a mano con la experiencia del desempleo y la negación de los derechos ciu-dadanos formales.

Los años noventa son, en el ámbito internacional y especialmente en Europa, ricos en intentos de recuperación de “barrios en crisis”. Éstos son, primero, identificados y, luego, objeto de progra-mas multi-sectoriales, con variados resultados y grados de éxito. En el marco de la Comunidad Europea se ha formado una red de más de 40 ciu-dades con “barrios en crisis” donde se están ejecu-tando programas de recuperación física y econó-mica y de integración social. El sello de estos barrios es la pobreza antes que la condición ex-tranjera.

El programa Favela Barrio en Rio de Janeiro, apoyado por el BID, es tal vez lo más destacado que existe en América Latina en este tipo de ini-ciativas. Aunque no tiene por foco a la segrega-ción, podemos entenderlo como un programa de combate a la segregación por tener entre sus obje-tivos centrales el insertar a estos asentamientos en la trama y la vida de la ciudad a través de medidas que incluyen, entre otras, el mejoramiento de las conexiones viales y el establecimiento en la favela de actividades económicas y servicios que existen en el resto de la ciudad y que se podrían abrir al uso de los residentes en los vecindarios del entor-no de cada favela.

Asimismo, las escasas acciones de control o re-versión de la segregación que hoy existen en América Latina están concentradas en este tipo de iniciativas. Muchas de ellas corresponden a pro-gramas ad hoc emprendidos para enfrentar situa-ciones críticas de delincuencia y violencia en de-terminados barrios. Lo que debiera incorporarse a estas iniciativas, sean ellas aisladas o programas más estables, son objetivos más explícitos en ma-teria de segregación, incluyendo desde medidas

que facilitan la movilidad de las personas en el espacio urbano a otras que intenten modificar la imagen negativa de estos barrios.

El rol del BID

La contribución que puede hacer el BID a las ini-ciativas listadas en el tercer grupo de políticas y programas es evidente. Su apoyo al programa Favela Barrio así lo demuestra. Sin embargo, el Banco puede también jugar un rol importante en las restantes líneas de política, aunque probable-mente de forma más indirecta.

Un caso destacado podría ser el que se refiere a la localización de las inversiones en obras de in-fraestructura urbana. La localización o el etapa-miento (timing) de estas inversiones podrían vin-cularse a objetivos de cambio del patrón de segre-gación de cada ciudad. El apoyo a experiencias de “presupuestos participativos”, como los aplicados por el municipio de Belo Horizonte en el Brasil, o el respaldo a esquemas de licitación de la locali-zación y timing de las inversiones, son dos cami-nos posibles para coordinar la acción del Banco con políticas de control de la segregación.

La ciudad debemos pensarla en forma global co-mo un recurso para promover la integración so-cial. Para ello, podemos facilitar el movimiento de las personas en el espacio de la ciudad, tanto en materia de traslado diario como de cambio de residencia; estimular procesos de desarrollo urba-no que se encaminan a mayores grados de mezcla social en el espacio; y eliminar las máculas de desesperanza, pobreza y degradación social que nuestras ciudades están produciendo con una faci-lidad abismante. El BID tiene, indudablemente, mucho que aportar en cada una de estas áreas.

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Anexo El paradigma latinoamericano de la segregación

Hemos señalado que la explicación más difundida de la segregación residencial de las ciudades de América Latina es atribuirla a las fuertes des-igualdades sociales existentes. Se trata de una visión poderosa que ha llegado a conformar un verdadero paradigma intelectual. No incluye sólo afirmaciones teóricas (explicaciones) sino que orientaciones filosóficas sobre cómo es la realidad y sobre cómo debe abordarse su estudio. Por eso hablamos de paradigma y no de un mero enfoque explicativo. Identificaremos los aspectos claves del paradigma y señalaremos en qué consiste cada uno de ellos. Asimismo, destacaremos nuestras principales divergencias respecto de él. Hay trabajos de especialistas latinoamericanos que en uno o más aspectos constituyen excepcio-nes al paradigma, trabajos que son dignos de mencionar. En buena medida la renovación teóri-ca y metodológica que necesita este campo de estudio debe descansar en ellos. A continuación se enumeran y comentan crítica-mente los rasgos principales del paradigma lati-noamericano de la segregación: La definición del concepto segregación es impre-cisa. Es habitual que en los textos y en el discurso se confunda segregación con desigualdades, pola-rización social y pobreza urbana. Segregación es el término que muchos urbanistas usan para lla-mar a la pobreza urbana. El anti-espacialismo que cruza al urbanismo latinoamericano (Torres, 1996), parece despojar al concepto de segregación de su esencia espacial. El urbanista se limita a estudiar las manifestaciones o expresiones espa-ciales de fenómenos sociales y económicos que tienen definición “fuera” del espacio. Los estudios de segregación están inspirados por el ánimo ideológico de denuncia de las estructuras sociales. Los estudios sobre segregación nos pue-

den ayudar a develar factores y fuerzas reproba-bles sobre los que se asienta el sistema social. Hemos discutido las tres explicaciones más popu-lares de la segregación en los escritos latinoameri-canos: las desigualdades sociales, la especulación inmobiliaria, y la imitación de patrones culturales de naciones desarrolladas. Las tres explicaciones tienen más clara utilidad en la crítica al capitalis-mo que en permitirnos conocer las características y tendencias verdaderas de la segregación resi-dencial en nuestras ciudades. La segregación es “natural” e imposible de rever-tir. Podría desaparecer únicamente si desaparecie-ran las desigualdades y la pobreza. Como la lucha contra éstas representa una tarea permanente que quizás nunca se pueda completar, entonces la segregación pasa a ser, de hecho, “natural” o “normal”. Siempre ha sido parte del panorama urbano y lo seguirá siendo. Esta posición resulta muy parecida a los argumentos que, desde las ideologías de derecha, señalan que pobreza y des-igualdades han existido y existirán desde y para siempre. Esos sesgos ideológicos van de la mano con otro metodológico, cual es el reduccionismo del traba-jo empírico. En los estudios empíricos se selec-cionan los hechos o aspectos que satisfacen lo que se sabe “teóricamente”: que como las desigualda-des están aumentando entonces necesariamente la segregación está aumentando. La preferencia ge-neralizada por el estudio de casos de condominios cerrados es tal vez la modalidad más usual que adopta este reduccionismo. Complementariamente, el reduccionismo y el sesgo ideológico dan lugar a una suerte de actitud refractaria frente a las evidencias empíricas que amenazan la armazón explicativa del paradigma. Por ejemplo, muchos de los autores que han debi-do rendirse a la evidencia empírica de que las distancias físicas entre ricos y pobres están dismi-nuyendo en importantes partes de las ciudades

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como efecto de la dispersión espacial de proyectos residenciales para estratos medios y altos, termi-nan haciendo declaraciones de fe, como aquella de que “la segregación igual existe” o la que señala que nada de lo que está sucediendo implica que la segregación no siga siendo fuerte. Otros intentan buscar explicaciones para esas menores distancias, como la que dice que el diseño enrejado de los conjuntos permite la cercanía de los pobres, sosla-yando el hecho que, cualquiera sea la explicación, hay objetivamente una reducción de esas distan-cias. Por último, están quienes motejan esa reduc-ción de la segregación negativamente, por ejem-plo denominándola una “reducción perversa de la segregación”, y atribuyéndola a hechos espacial-mente fortuitos (como el empobrecimiento de grupos medios tradicionalmente menos segrega-dos), lo que de paso les permite insistir en la vi-gencia de los procesos de empobrecimiento y polarización social. De tal forma, no se cumple con el que tal vez sea el requisito básico de toda investigación científica: someter las propia ideas (hipótesis) al riesgo del rechazo empírico. Siguiendo el adagio inglés, los investigadores parecieran señalar: “Estas son las conclusiones que fundamentan mis hipótesis”. La segregación que, como hemos señalado, es un fenómeno complejo debido a las distintas dimen-siones que la conforman, a sus variaciones según escalas geográficas y a las relaciones ambivalen-tes que mantiene con la formación de identidades sociales, tiende a ser excesivamente simplificada en el paradigma latinoamericano. No tendría dimensiones diferenciables. Sería siempre negativa. No tendría autonomía como fenómeno espacial capaz de influir en otros, sino que sería una simple manifestación de otras fuer-zas; una suerte de epi-fenómeno que nos sirve tan sólo para descubrir la operatoria de esas otras fuerzas. En América Latina hay escasa investigación empí-rica cuantitativa de la segregación. Salvo excep-ciones, no se trabaja con índices estadísticos de segregación o no existen estadísticas continuas ni verdaderamente comparables sobre el fenómeno. La investigación estadística sistemática es un ideal lejano.

No se estudian las dimensiones subjetivas del fenómeno, cuya realidad más importante son los estigmas territoriales, de gran importancia hoy en el mundo en el aumento de la “nueva pobreza” (underclass, efecto ghetto), y en la creciente ma-lignidad que exhibe hoy la segregación espacial de los pobres en las ciudades de América Latina.20 Se observa en marcado sesgo hacia el estudio estático de la segregación. A pesar de tratarse de un proceso, predomina entre los estudiosos de la segregación un enfoque estático, o cuando más de “estática comparativa”, sobre la segregación. La mayor presencia de arquitectos y geógrafos en el campo del urbanismo, por sobre la de sociólogos, economistas y antropólogos, tal vez contribuya a explicar este sesgo. La tradición más extendida de investigación empí-rica corresponde a la construcción de “mapas de colores” (planos temáticos construidos con infor-mación censal desagregada espacialmente). Estos planos representan una versión empobrecida de los modelos de ciudades de la Escuela de Chicago –que, en realidad, eran modelos de desarrollo de ciudades. Se busca reconocer en estos “mapas de colores”, como en una fotografía, la estructura social (o de desigualdades sociales), cuando lo más característico de las sociedades capitalistas es el cambio y los procesos de movilidad. De la misma forma que lo espacial es excluido de la realidad social al otorgarle el rol de simple espejo de ésta, se tiende a drenar a la realidad social de su esencia dinámica o temporal. El paradigma está construido sobre una concep-ción de las relaciones entre lo social y lo espacial que podemos catalogar como esquemática. La segregación espacial es entendida como “reflejo” (e indicador) de las desigualdades sociales. Habría una suerte de “simetría” entre desigualdades so-ciales y diferencias espaciales. Hace ya tiempo,

20 Quizás debiéramos recuperar los enfoques sensitivos de muchas ONGs latinoamericanas de los años ochenta que enfatizaron la importancia de realidades subjetivas en la perpetuación de la pobreza, como el fenómeno de la “desesperanza aprendida”. Es una línea de trabajo que alcanzó tal vez su punto más alto con los trabajos, aún más antiguos, de Oscar Lewis sobre la “cultura de la pobreza”.

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Yujnovski nos advertía que, a la hora de las políti-cas, este determinismo social se convierte en su opuesto, el determinismo espacial; desde simple reflejo, el espacio suele ser trabajado como factor causal de cambios sociales, como instrumento de política (Yujnovski,1975). Entre el anti-espacialismo y el espacialismo hay, por lo tanto, una vinculación profunda de tipo ontológico: es-pacio y sociedad son interpretadas como parcelas autónomas de la realidad social entre las que sue-len postularse relaciones formales, como aquella de “simetría”. Existen, sin embargo, importantes excepciones al paradigma latinoamericano de segregación. Los siguientes estudios o líneas de trabajo representan algunas de esas excepciones: • Los trabajos de Flavio Villaca sobre las ciu-

dades brasileras (1997;1998) • Villaca es uno de los pocos investigadores que

otorga importancia causal a la segregación, procediendo a estudiar sus impactos. De esta forma, se aparta de la idea de la segregación como simple indicador de las desigualdades sociales. Argumenta que ella constituye un instrumento para crear y sostener esas des-igualdades. Se concentra en el tema del poder, señalando que la segregación espacial y, espe-cíficamente, la construcción de los “barrios de alta renta” deben ser entendidas como instru-mentos de poder en manos de los grupos altos y el Estado para sostener la injusticia que ca-racteriza a nuestro sistema social.

• Los trabajos de Martim Smolka (1992a; 1992b) y de Samuel Jaramillo (1997) sobre las relaciones entre el funcionamiento de los mercados de suelo urbano, la estructura urba-na y la segregación residencial

• Estos trabajos profundizan la comprensión de la mutua influencia existente entre la econo-mía urbana y la segregación, ofreciendo valio-sos puntos de vista y avances en lo que se re-fiere a descubrir los procesos específicosde cambio en los patrones espaciales, como es el caso particular del abandono de las áreas cen-trales por las elites.

• Los trabajos de Alejandro Portes (1990), Ru-bén Kaztman (2001) y Guillermo Wormald sobre la relación entre segregación, capital so-cial y mercados de trabajo

• Alejandro Portes, desde sus estudios de los mercados informales de trabajo, y Rubén Kaztman y Guillermo Wormald, desde sus trabajos en capital social, otorgan un valor ex-plicativo a la segregación como hecho espa-cial que influye en los resultados y limitacio-nes de las políticas sociales y de empleo.

• Los trabajos de medición de la segregación de Edward Telles (1992) y del grupo que enca-beza Luiz César Ribeiro en Brasil (Preteceille y Ribeiro, 1999)

• Estos trabajos cumplen con el requisito de apertura a la evidencia empírica y con haber elaborado una conexión teórica entre segrega-ción y procesos de desarrollo urbano. Las comparaciones con la situación de ciudades estadounidenses y europeas les han permitido mejorar el conocimiento de las ciudades que estudian.

• Estudios sobre la evolución histórica de la segregación residencial en ciudades latinoa-mericanas (Amato, 1970; van Lindert y Ver-koren, 1982; Sabatini, 1982; de Ramón, 1992; Cáceres et.al., 2002a y 2002b)

• Son estudios que cubren la dinámica espacial de todos los grupos sociales y establecen co-nexiones explicativas con los climas cultura-les y económicos.

• Estudios chilenos sobre la evolución de la segregación con base en análisis censales y otros tipos de datos empíricos (publicaciones recientes son las de Ortiz, 2000; Schiapacasse, 1998; Rodríguez, 2001; Sabatini et.al., 2001a y 2001b)

Diversos profesionales chilenos han inaugurado en años recientes una línea de investigación empí-rica con base en análisis de estadísticas censales, aplicación de encuestas y métodos cualitativos orientada a comprender la evolución de la segre-gación residencial urbana chilena de las últimas décadas. Son estudios tanto descriptivos, de fuerte connotación geográfica, como explicativos, en que se intenta vincular la segregación con la for-mación de identidades sociales, los mercados in-mobiliarios y los problemas sociales que crecen en las “poblaciones” pobres de las ciudades chile-nas. Estos distintos trabajos representan una cierta ruptura con el paradigma latinoamericano de se-

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gregación que hemos criticado. En algunos países, como Brasil y Chile, la renovación parece haber avanzado más que en otros en los últimos años, como tal vez ocurra en México y Argentina. Pro-bablemente ello se deba a la más fuerte reestructu-ración de sus economías. En tal contexto aparecen con más claridad los cambios al patrón tradicional de segregación. En los países con ciudades tradi-cionalmente menos segregadas, como Buenos Aires y ciudad de México, esos cambios no están

teniendo el efecto de reducción en la escala de la segregación que en ciudades tradicionalmente más segregadas. Podría, incluso, estar acentuándose la escala de la segregación en forma generalizada en toda la ciudad y los grupos sociales. Por último, la persistencia de los enfoques teóricos estructuralis-tas, característicos de las ciencias sociales del continente, podría estar retrasando, en unos países más que en otros, la superación del paradigma comentado.

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