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821 TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica La anarquía del Siglo III La sociedad Romana El régimen Imperial La época Imperial Hacia el final de la ... La república Romana tardía La República Romana tardía Cuando el sistema republicano entró en crisis, nuevas alternativas políticas fueron ensayadas. En realidad, la mayor parte del Estado romano había sido controlado por un reducido número de familias hasta el punto de que su última fase, la llamada República tardía, es considerada generalmente como una autén- tica oligarquía, en la que además las tendencias autoritarias se impusieron sobre las democráticas. En consecuencia, la “cosa pública” quedó reducida a una simple proclama de uno de los dos grupos enfrentados por el control del poder, los denominados populares. Estos no se identificaban con los plebeyos, aunque a menudo estuvieran asociados a ellos, sino que se trataba de un grupo dirigente que, de forma alter- nativa, defendió un programa político en el que se protegían los intereses de la mayoría, opuesto al de los optimates, de carácter exclusivista y en defensa de los intereses políticos y económicos de la nobilitas. Sin embargo, unos y otros se hallaban inmersos en una dinámica personalista con actitudes autocráticas disfrazadas, en ocasiones, de poderes constituyentes de carácter republicano, como es el caso de las dicta- duras o el triunvirato. La ruptura del equilibrio constitucional típico del sis- tema republicano, en teoría, ya se encontraba enton- ces roto en la práctica desde el período de los Gracos, desde el 134 al 123 a. C., mediante la potenciación del tribuno de la plebe como un verdadero instru- mento de poder. En ocasiones, no se respetaría el carácter colegiado o anual de las magistraturas sin que estas situaciones fueran consideradas ilegales en cuanto anticonstitucionales, sino que, por el contra- rio, a menudo se promulgaba una ley que legalizaba a posteriori tales prácticas. Porcelana del período Graco.

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TOMO 5 - Capítulo 12: Roma Arcaica

La sociedad Romana La anarquía del Siglo IIILa sociedad RomanaEl régimen ImperialLa época ImperialHacia el final de la ...La república Romana tardía

La República Romana tardía

Cuando el sistema republicano entró en crisis, nuevas alternativas políticas fueron ensayadas. En realidad, la mayor parte del Estado romano había sido

controlado por un reducido número de familias hasta el punto de que su última fase, la llamada República tardía, es considerada generalmente como una autén-tica oligarquía, en la que además las tendencias autoritarias se impusieron sobre

las democráticas.

En consecuencia, la “cosa pública” quedó reducida a una simple proclama de uno de los dos grupos enfrentados por el control del poder, los denominados populares. Estos no se identificaban con los plebeyos, aunque a menudo estuvieran asociados a ellos, sino que se trataba de un grupo dirigente que, de forma alter-nativa, defendió un programa político en el que se protegían los intereses de la mayoría, opuesto al de los optimates, de carácter exclusivista y en defensa de los intereses políticos y económicos de la nobilitas. Sin embargo, unos y otros se hallaban inmersos en una dinámica personalista con actitudes autocráticas disfrazadas, en ocasiones, de poderes constituyentes de carácter republicano, como es el caso de las dicta-duras o el triunvirato.

La ruptura del equilibrio constitucional típico del sis-tema republicano, en teoría, ya se encontraba enton-ces roto en la práctica desde el período de los Gracos, desde el 134 al 123 a. C., mediante la potenciación del tribuno de la plebe como un verdadero instru-mento de poder. En ocasiones, no se respetaría el carácter colegiado o anual de las magistraturas sin que estas situaciones fueran consideradas ilegales en cuanto anticonstitucionales, sino que, por el contra-rio, a menudo se promulgaba una ley que legalizaba a posteriori tales prácticas.

Porcelana del período Graco.

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Un ejemplo claro de este procedimiento está presente en la actitud política de los herma-nos Graco: mientras que Tiberio, elegido tribuno de la plebe en el 133 a. C., fue acusado de ilegalidad al presentar su candidatura para el año siguiente violando la Lex Villia An-nalis, que establecía intervalos obligados para el ejercicio de la misma magistratura, Cayo Graco, también tribuno de la plebe diez años después, fue reelegido sin resistencia aparen-te al año siguiente. Más tarde el consulado fue ocupado durante cinco años consecutivos por Cayo Mario, de enorme influencia política, lo que proporcionó al jefe de los populares un poder sin precedentes sobre la asamblea y el Senado.

No obstante, cabe aclarar que no todas las violaciones constitucionales fueron de signo populista. Lucio Cornelio Sila ya en el 88 a. C. habría de protagonizar el primer golpe militar en Roma contra las pretensiones de Mario de dirigir la guerra de Oriente contra Mitrídates, rey del Ponto, que había conquistado tanto el Reino de Capadocia como el de Bitinia, aliado de Roma. A su regreso, entonces, Sila se arrogó poderes dictatoriales usando la fuerza de su ejército para conseguirlo.

De esta manera, aunque abdicó en el 79 a. C., su ejemplo fue secundado por Julio Cé-sar treinta años después, quien se declaró dictador perpetuo, demostrando así que no era sólo un signo de los tiempos sino también una alternativa personalista al régimen republicano. En este sentido, Pompeyo ya había logrado en el 52 a. C. convertirse en el primer consul sine collega, “cónsul sin compañero”, con el fin de restablecer el orden público, lo que significaba un reto al sistema político vigente.

Un ciclo caracterizado por los conflictos El período tardorrepublicano fue ante todo una época de conflictos. Quizás más

que nunca en toda la historia de la Roma antigua, durante el último siglo republicano afloraron una serie de problemas que se encon-

traban latentes en la vida romana durante largo tiempo que, junto con otros nuevos, fueron consecuen-

cia de la nueva posición de Roma como Estado hegemónico en el mundo

mediterráneo.

El período se inicia con el decenio revolucionario de

los Graco y su propuesta de reforma agraria que en rea-

lidad encubría un verdadero programa de Estado a favor de los popu-lares. Así, la primera actitud de Tiberio Graco en el 133 a. C., al pretender dis-

poner libremente de los fondos legados por Átalo III de Pérgamo cuando legó su reino al pueblo romano, y privando de su tradicional monopolio al Senado, provocó un conflicto con la nobilitas senatorial que condujo a la masacre de unos trescien-tos seguidores del tribuno en el espacio abierto del templo capitolino.

Ilustración de Julio César liderando las legiones romanas a través de Rubicon.

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Tiberio también murió ese mismo día, asesinado a golpes mientras se presentaba a un nue-vo mandato, y su cuerpo fue arrojado al Tíber, negándosele toda sepultura.

Este era el primer episodio de un proceso caracterizado por actos sanguinarios, re-presión, rebeliones, golpes militares, proscripciones, guerras civiles y serviles, bandas armadas, dictaduras militares, conjuraciones, rivalidades y, desde luego, una lucha enardecida por el control del poder que llevó incluso a la institucionalización de la violencia. Desde esta perspectiva parece apropiada una denominación acuñada para definir esta época: la revolución romana.

Los enfrentamientos periódicos entre optimates y populares abocaron a una guerra civil entre romanos e itálicos durante un breve lapso entre el 91 y el 88 a. C. Éstos, como alia-dos, reclamaban el ius civium romanorum que el Senado no estaba dispuesto a otorgar. De esta manera, se constituyó una República paralela, con un Senado nuevo y sus corres-pondientes magistraturas, a las que los coaligados denominaron Italia, fijando su capital en Corfinium, al este de Roma. Finalmente, tras una serie de enfrentamientos, triunfó en el Senado la propuesta de conceder la ciudadanía romana a todos los itálicos que, desertando de su ejército, se registraran bajo el mando de un cónsul romano.

Poco después, todavía en el 88 a. C., el cónsul Lucio Cornelio Sila y el tribuno Publio Sulpicio Rufo protagonizaron nuevos actos de violencia. Rufo decretó la expulsión de los cónsules, pero Sila, que se encontraba en Nola, una ciudad de Campania, dirigió su ejército hasta Roma, se impuso al Senado y demostró que la fuerza militar, ya desde los consulados de Mario, era el principal instrumento de poder para controlar el Estado. No obstante, al año siguiente, el cónsul Lucio Cornelio Cinna siguió con este ejemplo y, aprovechando la ausencia de Sila, con la ayuda de Cayo Mario, comenzó su tarea de doblegar al Sena-do mediante la incorporación de ciudadanos itálicos, la restauración de los poderes de la Asamblea de la Plebe y la concesión de la amnistía a aquellos populares exiliados.

Territorio de la República romana en el año 148 a. C.

Los enfrentamientos periódicos entre op-timates y populares

abocaron a una guerra civil entre romanos

e itálicos durante un breve lapso entre el 91 y

el 88 a. C.

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El regreso triunfal de Sila en el 82 a. C. y las proscripciones silanas un año después contra los seguidores de Mario, que había muerto en el 86 a. C. repentinamente de causas na-turales, enriquecieron a unos pocos, sentando el precedente para cometer impunemente cualquier tipo de arbitrariedad so pretexto de oposición política a los planes del grupo que eventualmente controlaba el poder.

Algunos años después, nuevamente afloraron las reivindicaciones de los esclavos. Entre el 73 y el 71 a. C., una banda de esclavos huidos, originalmente un pequeño cuadro de unos 70 gladiadores fugados que creció paulatinamente hasta llegar a ser cerca de 120 mil personas entre hombres, mujeres y niños, deambuló por la provincia romana de Italia asal-tándola con relativa impunidad bajo el mando de varios líderes, incluyendo al famoso Es-partaco. Así, los adultos capacitados constituyeron una fuerza armada sorprendentemente efectiva, ya que fueron demostrando repetidas veces su capacidad para resistir al ejército romano, desde las patrullas locales de Campania a las milicias romanas y las cualificadas legiones bajo mando consular.

EMPOBRECIMIENTO DE LOS PLEBEYOS

GUERRAS CIVILES

PRIMER TRIUNVIRATO

Octavio vence y es nombrado EMPERADOR (27 a.C.)

SEGUNDO TRIUNVIRATO

COMPLOTS POLITICOS REVUELTAS DE ESCLAVOS

CORRUPCION POLITICA

Formado por julio César, Pompeyo y Craso.

Deacuerdos entre César y Pompeyo desataron la guerra cicil.

César, victorioso, es nombrado dictador perpetuo.

Formado por Marco Antonio, Lépi-do y Octavio sucesores de César.

Desacuerdos entre Marco Antonioy Octavio desataron la guerra civil.

FORMACION DE TRIUNVIRATOS

Asesinato de Julio César (44a.C)

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La creciente alarma en el Senado sobre los continuos éxitos militares de estos grupos, que causaban estragos contra las ciudades y los campos romanos, llevó finalmente a que Roma reuniera un ejército de ocho legiones bajo el liderazgo severo pero efectivo de Marco Li-cinio Craso. De esta manera, esta guerra servil duró poco tiempo, ya que en el 71 a. C., tras una larga y amarga retirada ante las legiones de Craso y ante la comprensión de que las legiones de Cneo Pompeyo Magno estaban avanzando, las fuerzas comandadas por Espartaco se lanzaron con todas sus fuerzas contra las legiones de Craso siendo comple-tamente aniquilados. En cualquier caso, los esclavos rebeldes no constituían un ejército profesional y habían llegado a su límite. Así, aunque la guerra de Espartaco es notable por derecho propio, este enfrentamiento fue significativo en la historia de la antigua Roma por su efecto sobre las carreras de Pompeyo y Craso.

Los dos generales utilizaron sus éxitos contra la revuelta para promocionar sus ca-rreras políticas, aprovechándose del favor del pueblo y de la amenaza implícita de sus legiones para influir en su favor en las elecciones consulares del 70 a. C., hacien-do que sus acciones como cónsules promovieran en gran medida la subversión de las instituciones políticas romanas.

La violencia, ya institucionalizada y practicada por los responsables del Estado para resolver sus diferencias políticas, adoptó formas más sutiles que las guerras y los conflictos. Un ejemplo de

ello ocurrió en el 63 a. C., durante el consulado de Marco Tulio Cice-rón, cuando un tal Lucio Sergio Ca-tilina comenzó a aliarse a políticos descontentos con la actitud del Se-nado, y a reclutar tropas, planean-do una revolución. De esta forma, envió a Cayo Manlio, un antiguo centurión del ejército, para liderar la conspiración en Etruria, mientras que otros aliados suyos se dirigie-ron hacia otras ciudades ubicadas a todo lo largo de la Península Itálica. La intención de Catilina era asesinar a Cicerón para tomar el ejército de Etruria y marchar sobre Roma. Sin embargo, y aunque políticos po-pulares como Craso y Julio César estuvieron al corriente de la conju-ración, permaneciendo alejados de ella por considerar los planes dema-siados radicales o difíciles de llevar a cabo, Cicerón tuvo conocimiento de lo que se tramaba cuando Quin-to Curio, uno de los senadores, le alertó del peligro, convirtiéndose en uno de sus informadores.

Aunque la guerra de Espartaco es notable

por derecho propio, este enfrentamiento fue sig-nificativo en la historia

de la antigua Roma por su efecto sobre las carreras de Pompeyo y

Craso.

Legión romana.

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De este modo, Cicerón pudo escapar de una muerte segura, denunciando posteriormente a Catilina cuando pronunció sus famosas Catilinarias. Ese mismo día, Catilina huyó de Roma bajo el pretexto de que se dirigía a un exilio voluntario en Masilia, aunque se dirigió hacia el campamento de Manlio en Etruria para lograr tomar contacto con su ejército. Así, mientras los conspiradores continuaban con sus planes, Publio Cornelio Léntulo, involucra-do también en la conspiración, aprovechó que en Roma se encontraba una delegación de alóbroges, una belicosa tribu celta de la Galia, que buscaba amparo contra la opresión de su gobernador, para intentar atraerlos a su causa. La idea era que, al estallar la revolución, cruzasen los Alpes con su caballería y unirse a los sublevados. No obstante, la conjura fue revelada cuando los alóbroges informaron a Cicerón lo planeado. Rápidamente, luego de que el cónsul demostrara mediante cartas incriminatorias buena parte del complot, la sesión senatorial del 5 de diciembre fue decisiva, ya que en ella los líderes del partido opti-mate Marco Porcio Catón y Quinto Lutacio Cátulo condenaron a los conjurados a muerte, sin permitirles siquiera defenderse. Ese mismo día fueron ejecutados cinco conjurados, mientras que Catilina fue vencido más tarde en la batalla de Pistoria, donde encontró la muerte. Tras la derrota de los conjurados, no obstante, Cicerón y Catón acusarían falsa-mente a sus opositores de estar involucrados en la conjura.

Busto de Marco Tulio Cicerón.

Cicerón pudo escapar de una muerte segura,

denunciando poste-riormente a Catilina

cuando pronunció sus famosas Catilinarias.

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Por lo demás, desde el 58 a. C. la situación política se hizo insostenible, cuando esclavos, libertos y plebeyos pobres se lanzaron a la calle instrumentalizados políticamente por el tribuno Publio Clodio Pulcro para lograr sus fines políticos presionando al Senado y la asam-blea. Aspiraban así impedir el regreso de Cicerón, obstaculizar la celebración de elecciones y, en definitiva, controlar de hecho la situación mientras Pompeyo se ocupaba de convencer al Senado y César, en la Galia, consolidaba su imagen de jefe militar con exitosas campañas contra el líder Vercingétorix. A su vez, Clodio utilizó también el control que ejercía sobre la plebe urbana para conseguir las votaciones de la asamblea favorables a sus propósitos, al

mismo tiempo que las actuaciones de sus aliados, dirigidas por miem-bros de su grupo político, servían de elemento disuasorio a las mi-licias privadas integradas por los clientes de las principales familias de la aristocracia romana.

Sin más, Clodio fue asesinado en el 52 a. C. en las afueras de Roma, a manos del grupo encabezado por Tito Anio Papiano Milón, can-didato al consulado, quien había reunido una banda propia lo su-ficientemente fuerte como para controlar aquella de Clodio. Poco después, Pompeyo será proclama-do consul sine collega, aunque la anomalía constitucional se verá inmediatamente reparada nom-brando él mismo a su colega. Ya a comienzos del 49 a. C. Julio César cruzaría el Rubicón, donde Sila Ha-bía fijado el límite del pomerium, y la guerra civil se desencadenaría nuevamente. Una vez proclama-da la dictadura, César se erigirá en nuevo árbitro del Estado mientras

los defensores de la res publica oligárquica conspirarán para acabar con sus aspiraciones de realeza. Los idus de marzo del año 44 a. C. en que César será asesinado a la entrada del Senado constituirá entonces ya el final de una época y el inicio de otra nueva en la historia política y social de la Roma antigua.

Los protagonistas de la época El último siglo republicano, que abarca entre el 134 y el 27 a. C., presenta en el análisis histórico dos tipos de protagonistas: por un lado, aquellos colectivos, que en un momento determinado pusieron en entredicho la vigencia del sistema republiano; por otro, los individuos, cuya acción política destaca sobre los problemas de Estado hasta el punto de dar nombre a toda una época. Entre los primeros se destacan principalmente la plebe romana, el Senado, el ejército, los esclavos y las bandas armadas, mientras que entre los segundos la lista sería larga, ya que incluye a los representantes políticos de más de una generación, y bastaría por recordar, por ejemplo, a Tiberio y Cayo Graco, Octavio, Marco Livio Druso y Publio Clodio Pulcro entre los tribunos de la plebe, a Lucio Cornelio Sila, Marco Licinio Craso, Pompeyo, Cicerón y Marco Antonio entre los oprimates, o a Cayo Mario, Lucxio Cornelio Cinna, Julio César y Octavio entre los populares.

Clodio fue asesinado en el 52 a. C. en las afue-ras de Roma, a manos del grupo encabezado por Tito Anio Papiano

Milón, candidato al consulado, quien ha-

bía reunido una banda propia lo suficiente-

mente fuerte como para controlar aquella de

Clodio.

Busto conmemorativo a Gayo Julio César.

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Desde un primero momento, debemos aclarar que los problemas económicos de la plebe romana no se resolvieron sino parcialmente durante el conflicto patricio-plebeyo. Es más, durante el siglo III a. C., y sobre todo en el II, la plebe aumentó en número a costa de los pequeños propietarios de tierra arruinados por las casi continuas guerras que obligaban a movilizaciones masivas de los campesinos itálicos. Por ello, al no verse beneficiado directa ni indirectamente del largo proceso expansionista, el problema se agravó aún más cuando

hacia mediados de siglo el Estado, en vez de resolver los graves problemas económicos que soportaba la plebe, decidió emprender nuevas guerras. La reivin-dicación fundamental de la plebe era el reparto de tierras del ager publicus en condiciones asequibles a los plebeyos, ya que su adquisición hasta entonces sólo había beneficiado a los grandes propietarios.

Esta demanda fue tan fuerte que algunos aris-tócratas vieron llegado el momento de oponer-se al Senado patrocinando las reivindicaciones de los populares. A este sector social pertene-cían los hermanos Graco que, desde su cargo de tribunos de la plebe, durante más de un de-cenio, desde 134 a. c. al 121, se convirtieron en árbitros de la República y promovieron leyes agrarias para paliar la precaria situación de la plebe urbana.

En este sentido, siguiendo la línea política iniciada por Marco Porcio Catón, apodado el Viejo, en la dé-cada anterior, Tiberio Graco rehabilitó la ley que fija-ba en 500 iugera, es decir 125 hectáreas, el límite de propiedades públicas entre particulares, ordenando la expropiación de las que excedieran del máximo le-gal permitido, que serían convertidas en propiedades privadas y cedidas a título hereditario a cambio de un impuesto al Estado. Esta era una propuesta razonable y coherente, pero Tiberio cometió el error de condu-cir el proyecto desde una postura de demagogia y radicalidad, una actuación populista y callejera que contrastaba con su posición social y su estilo de vida, por lo que la lex agraria no pudo llevarse a cabo, siendo el propio tribuno asesinado a finales del 133 a. C., como se dijo anteriormente, al pretender ser reelegido contra la legalidad para el año siguiente, lo que curiosamente lograría su Cayo, ya sin dificultad, en el 122 o 121 a. C. Estatua de Pompeyo el Grande.

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Cayo Graco, por su parte, aprobó nuevas leyes que favorecían a los populares y en parti-cular a la plebe romana, como la lex frumentaria, que disponía la redistribución de grano a la plebe a precio político y no gratuitamente, como lo venía haciendo el Senado. Sin em-bargo, también cometió el gran error de pretender un nuevo mandato consecutivo como tribuno de la plebe, lo que colmó la paciencia del Senado, que se opuso a esta pretensión. Así, el Senado actuó con la estrategia de aconsejar al otro tribuno de la plebe, Marco Livio Druso, a que se opusiera, otorgando además su apoyo mediante un último senadocon-sulto, puesto que, en caso de gran peligro, el Senado daría plenos poderes a los cónsules. Por ello, nuevamente se desencadenaron las revueltas, donde murieron más de 3.000 partidarios de Cayo Graco quien, en vistas a que se sintió impedido de mitigar la situación, se hizo matar por un siervo en el bosque Furrina, en las laderas del monte Janículo, situada en la ribera oeste del Tíber.

El programa de nuevas leyes de los hermanos Graco era en sí mismo bueno para Roma y para su evolución en la historia, pero fracasó porque le resultó muy difícil aglutinar a las clases sociales y a tan dispares inclinaciones, puesto que la plebe urbana tenía intereses muy distintos de los de la plebe rural y se contraponían en varios puntos. En realidad, la obra política de los Graco va mucho más allá de la reforma agraria a la que a menudo se ha querido reducir, y se presenta como una auténtica reforma del Estado, una primera alternativa política y social al régimen republicano.

Sin más, un segundo protagonista colectivo durante este período fue sin duda el Senado, convertido ahora en un indispensable órgano institucional en la vida política romana. En efecto, la institución senatorial se había convertido en una especie de poder ejecutivo al disponer del control sobre los magistrados y las leyes votadas en las asambleas.

Los hermanos Graco.

El Senado actuó con la estrategia de aconse-jar al otro tribuno de la plebe, Marco Livio

Druso, a que se opusie-ra, otorgando además su apoyo mediante un

último senadoconsulto, puesto que, en caso de gran peligro, el Senado daría plenos poderes a

los cónsules.

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Además, su principal atribución era el control del erario público, ejerciendo potestad sobre los ingresos y sobre la mayor parte de los gastos, cayendo sobre su jurisdic-ción también los delitos cometidos en Italia que exigían una investigación pública, como lo eran las traiciones, los perjurios, los envenenamientos y los asesinatos. Por lo demás, estaban obligadas a enviar embajadas a otras regiones, ya sea para lograr una reconciliación o para hacer alguna demanda, para recibir la rendición de alguien o para declarar la guerra.

Otro protagonista indiscutido del período fue el ejército. Ya Cayo Mario, quien era un destacado militar, demostró que el control del poder político exigía el reconocimiento ins-titucional de méritos militares, iniciando un proceso conocido con el nombre de guerras ci-viles, entre el 91 y el 31 a. C. Tal fue la fuerza militar de Mario que, sin precedentes en este sentido, logró ocupar el cargo de cónsul durante cinco años consecutivos, convirtiéndose en un auténtico árbitro del Estado. Él mismo, en el 107 a. C., y decidido a ignorar comple-tamente la cualificación del censo, había promovido una reforma militar de especial tras-cendencia, que preveía el reclutamiento de hombres libres sin ninguna propiedad. Estos hombres eran los proletarii, que aparecían en el censo simplemente como números por no tener propiedades significativas, y hasta la fecha sólo habían sido reclutados en el ejército en momentos de crisis extremas. Con ello, Mario conseguía las tropas que necesitaba, sin minar el ánimo de los terratenientes, que eran quienes le apoyaban políticamente. A estos hombres se les asignaba una paga, la denominada soldada, mediante la cual pagarían a plazos el equipamiento militar que les aportaba el Estado.

Esta medida se ha interpretado a menudo como la creación de un verdadero “ejército profesional” pero, sin duda, dio paso a una concepción nueva del ejército cuando logró reforzarlo mediante las clientelas militares.

Expansión de la República al 40 a.C.

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Pocos años después, en el 88 a. C., Lucio Cornelio Sila demostró al Senado y al pueblo romano que la fuerza de las legiones podía anular cualquier decisión política para, luego, en el 82 a. C., imponer anticonstitucionalmente una dictadura militar a su regreso de la campaña de Asia contra Mitrídates VI, rey del Ponto. Así, se hizo nombrar por tiempo ilimitado dictator legibus scribundis et rei publicae constituendae, es decir, dictador para la promulgación de leyes y para la organización del Estado. De esta manera, para asegurar el dominio del Senado, privó a los tribunos de la plebe de toda iniciativa legal, prohibiéndoles desempeñar ningún otro cargo superior, además de bloquearles cualquier futura carrera política. Por su parte, los cónsules y los pretores ejercerían su actividad sólo en Italia, donde generalmente no necesitaban de ningún ejército.

Por lo demás, también el ejército romano y sus propias clientelas fueron claves en las ope-raciones bélicas llevadas a cabo por Pompeyo en Hispania contra Quinto Sertorio, partida-rio de los populares y antiguo colega de Cayo Mario, y en las realizadas por Marco Licinio Craso contra las revueltas de es-clavos promovidas por Espartaco entre el 74 y el 71 a. C. En efecto, las llamadas “guerras serviles” se habían iniciado ya en el siglo II en otros escenarios, como Sicilia y el Asia Menor, pero fueron las itáli-cas las que pusieron en peligro la estabilidad del Estado. Durante su dictadura, ya Sila había liberado a unos 10 mil esclavos, que en los años siguientes se organizaron aprovechando la ocupación del ejército romano en los frentes de Asia e Hispania. Como bien se ex-plicó anteriormente, Espartaco lo-gró reunir un ejército paralelo de 30 mil hombres, formado por los esclavos urbanos y agrícolas, asa-lariados de las ciudades y pobla-ción servil del sur de Italia. A ellos paralelamente se unieron grupos serviles de los marsos, samnitas y campanos, constituyendo dos frentes: uno al norte, dirigido por el propio Espartaco, que al parecer buscaba una salida de Italia, mientras que el otro se instauró en el sur, dirigido por Criso, quien se estableció en Apulia, pero sucumbió ante las legiones romanas. No obstante, Espartaco se dirigió hacia el sur siguiendo la costa hasta Brindisi, probablemente para emigrar con los suyos a Tracia, de donde era originario. Sin embargo, Craso, secundado en retaguardia por las tropas de Pompeyo a su regreso de Hispania, infligió al grupo una severa derrota que dio fin a los planes del líder tracio, so-bre todo cuando Marco Terencio Varrón Lúculo impidió su salida de Italia por mar. Como consecuencia, Craso y Pompeyo recibirían el consulado del año siguiente, en el 70 a. C. Sin embargo, donde el ejército tuvo un claro protagonismo fue durante las guerras civiles, primero entre Mario y Sila, después entre Pompeyo y Julio César, y ya al final del período entre Marco Antonio y Octavio.

Lucio Cornelio Sila Félix, fue uno de los más notables políticos y militares romanos de la era tardorrepublicana, perteneciente al bando de los optimates.

Las llamadas “guerras serviles” se habían

iniciado ya en el siglo II en otros escenarios, como Sicilia y el Asia Menor, pero fueron las itálicas las que

pusieron en peligro la estabilidad del Estado.