JIMÉNEZ URE ANTE LA CRÍTICA GILOTAIZIANA (VERSIÓN DIGITAL) 2015

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https://es.wikipedia.org/wiki/Ricardo_Gil_Otaiza

https://es.wikipedia.org/wiki/Alberto_Jiménez_Ure Los escritores Ricardo GIL OTAIZA (izquierda) y Alberto JIMÉNEZ URE. Mérida, Venezuela, 2010.

Ricardo GIL

OTAIZA

JIMÉNEZ URE ANTE LA CRITÍCA

GILOTAIZIANA

ALEPH universitaria

2015

[I] CUENTOS ESCOGIDOS

[Edición de «Monte Ávila Editores Latinoamericana», Caracas, Venezuela, Caracas, 1995]

Bajo el emblema de «Monte Ávila Editores Latinoamericana», salió al público un nuevo libro de Alberto Jiménez Ure, intitulado Cuentos Escogidos. Es un verdadero placer poder leer cuarenta y ocho cuentos escritos con maestría y elegancia, como lo que nos presenta el narrador zuliano residenciado en Mérida. En ellos se rescata la cultura de lo imprevisto, tan ausente en la literatura boba que prolifera en nuestro medio. Cada uno de los textos fue escrito de manera pensada y finamente calculada, donde el elemento aberrante juega un importantísimo papel; el autor deja plasmado en ellos rasgos muy

tangibles de claridad de pensamientos y de aguda inteligencia. En ellos jamás podremos imaginarnos un final –más que imposible- ya que la sorpresa es tomada por el autor como herramienta constante en su obra; con ella labra, pule, destila e interpreta la subrepticia realidad de los ignotos deseos y pensamientos humanos. Es interesante la manera muy particular que tiene el autor de trabajar sus textos, los cuales no siguen muchas veces una secuencia lógica. Intenta despertar en el lector la dormida capacidad del entendimiento y la constante expectativa ante el final trunco y – otras veces- abrupto. Maneja, Jiménez Ure, con especial atención el erotismo; no como elemento grotesco o trampa para sexómanos, sino como medio literario bien llevado para la

interpretación y conocimiento de nuestra propia naturaleza. Leer los Cuentos Escogidos de Jiménez Ure no ruboriza, en absoluto, al buen lector; pero sí lo estimula a tomar una obligada pausa en la comprensión y asimilación de esa realidad creada por un escritor maduro en el manejo de la palabra, del pensamiento y los sueños adultos y de los deseos. En muchos de sus cuentos, es Jiménez Ure partícipe: personaje desenfadado en medio de preciosas extravagancias que hacen reír algunas veces; porque otras, laceran y lastiman la razón en ese flirteo característico de la palabra con las sensaciones. Otra característica de esos textos es que pueden ser leídos ignorando su trasfondo por aquellos quienes no hurgan con mucha profundidad en lo escrito. Pasando [como es de suponer] por «inocentes» e «inmaculados» textos que

no tienen mayores aspiraciones que rasgar suavemente la piel delicada de la conciencia colectiva, dejándose de lado las toneladas de dinamita que esconden para ser degustados y admirados [aunque con intentos y miradas inquisidoras] por quienes sí interpretan y analizan su tácito contenido. Cuentos Escogidos son textos agudos, sinceros, devoradores y [¿por qué no?] perversos. Transgreden, de manera violenta, la forma bastante hipócrita como se ha entendido desde siempre la manera de narrar, de hacer literatura en nuestro medio. Rompen los paradigmas establecidos, crean estilo, se deslastran de los aspectos moralistas que tanto daño hacen a la literatura y se alejan de los problemas de orden deontológico que nada tienen que ver ni coliden de manera alguna con las licencias literarias a las que tiene derecho todo buen narrador.

En Jiménez Ure reconocemos a un narrador de vanguardia, cuya escritura se fragua a través de los hechos filosóficos, alejado por completo de la literatura ocasional e irrelevante, aquella que se levanta en medio de frágiles bases que se caen por su propio peso. Es difícil entenderlo, descifrarlo, hallar la médula y origen de sus textos. No obstante lograr establecer vasos comunicantes con el lector, permite la aproximación sin facilitar el rompimiento de su intimidad narrativa, aquella que sustenta la armazón sobre la cual teje toda una serie de situaciones que le permiten transfundir dimensiones distintas e irreconciliables entre sí. En él lo real se conjuga de manera extraordinaria con lo fantasioso e inverosímil; pero no en estado de dependencia entre sus constituyentes, sino como una simbiosis que permite el

enriquecimiento entre ambos, favoreciendo la formación de atmósferas propicias para la «razón» y la «sinrazón» [también] En sus cuentos los personajes de hoy se entrelazan de manera armoniosa con hombres del pasado; seres normales interaccionan a su vez en contextos en los cuales sobreviven seres abyectos. Ángeles y demonios pasean en cada una de las páginas de estos extraños cuentos, lo que nos hace pensar en una fuente inagotable de sorpresas y sobresaltos que mantiene al lector atado a su silla, hasta que alcanza sudoroso y expectante el punto final.

[II] DESAHUCIADOS

[Edición de «Monte Ávila Editores Latinoamericana», Caracas,

Venezuela, 1995] Nos encontramos en Humandetritus, país en el que hombre se halla exiliado dentro de su propio territorio. Sin oxígeno, ni agua, ni plántulas que favorezcan la fotosíntesis; sin posibilidad alguna de sobrevivir exentos de la rigurosa tutela de Tiranushocico Demócratta, mandatario déspota y cruel que se arroga el derecho común —entre los de su estirpe— de negarle a los humandetritusianos la universal aspiración a una existencia digna. Un país de castas bien definidas, cuyas prerrogativas, si se las puede denominar así, marcan la diferencia entre la vida y la muerte. Los aventajados: gozan de todos los privilegios de un país

segregacionista y perverso, cuyo norte es mantener en el poder, a toda costa, a un tiranozuelo de pacotilla y cuyas acciones están fuera de toda lógica y raciocinio. Su sino es por decisión de fuerzas supraterrenas e ininteligibles: [...] «Asumir el poder implica ejercer institucionalmente la criminalidad en un país como Humandetritus» [...], nos revela el autor. Los desahuciados: son seres sin conciencia de sí mismos, marginados de su mundo, castrados física e intelectualmente: los perfectos eunucos de todo régimen de fuerza. Ellos no saben el porqué de su condición; no tienen pasado, presente, ni mucho menos un porvenir. Por último, los esperpentos: representan la condición letal de la «Clase Desahuciada», que tarde o temprano será presa de una muerte por inanición. Este es el desolador panorama que nos presenta el escritor venezolano Alberto

Jiménez Ure, en su más reciente producción literaria, intitulada Desahuciados. En esta novela, a diferencia de sus anteriores trabajos, el escritor da un giro conceptual sorprendente e inusitado, al incorporar, en su ya famosa literatura del horror, elementos que escapan al prototipo de la denominada Ciencia-Ficción, para adentrarnos por terrenos aún más sinuosos e interesantes, en los que sus personajes son mortales comunes con nuestras destrezas y deficiencias, pero que se metamorfosean en espectros de seres que bien pudieran representar venideras generaciones de habitantes de este planeta cansado, al borde del colapso y del caos. La algazara de Jiménez Ure no está precisamente en la utilización del lenguaje bajo un estilo propio e inconfundible, sino el de tomar como pretexto una narración para, a través de

ella y -por ella- denunciar problemas sociales, develar vicios y corruptelas, reflexionar sobre temas como la clonación y la destrucción del medio ambiente, y hurgar con audacia [no exenta de fino humor y de ironía] en la sicología del ser humano contemporáneo con sus angustias y desafueros vitales. Más que una caricatura burlesca de lo que J. Ure supone podría ser la vida en los siglos venideros, de seguir el ritmo de contaminación actual del planeta Tierra, Desahuciados se erige en el vaso comunicante entre la conciencia reflexiva de su autor, y el inconsciente colectivo. Más allá de los conocidos neologismos utilizados el autor, que desde tiempos inmemoriales le han ganado adeptos y detractores, y de los enrarecidos argumentos novelescos que le confieren un tinte surrealista a sus narraciones, el texto que hoy presentamos es, por acción

de su fuerte carga ontológica y de su profundo contenido humano, una obra de rescate de la solidaridad perdida, una fortísima denuncia contra los desafueros de la tecno-ciencia, y una reafirmación de su carácter libertario y democrático. El escritor no se contenta con mostrarnos el panorama ya descrito, de por sí dantesco y espeluznante, sino que propone salidas que propenden a una vida sin las cadenas que azotan la libre expresión de los pueblos y, sobre todo, que «subyugan» y «embozalan» su autodeterminación. Es por ello que adviene en la trama novelesca la Insurgencia de Desahuciados y la acción épica de Afrodita Amelians, de Palas De Athenais y Fósfurus: es decir, de la Elite Adhesiana. Ellos encabezan una revuelta que los conducirá al destierro, en el que conocerán otros mundos sin los

atavismos del conocido Humandetritus; comenzarán a disfrutar de la libertad y de la paz de Demarcación Tropical, gobernada por Megohmio. Es fuera de los límites de su país que la Elite Adhesiana comprende su brutal diferencia con los humanos y se reconocen como seres fantasmales, cuyas vidas serán incompletas por la ausencia de una sexualidad que les permita la unión de los géneros. Hombres castrados, cuya ausencia del falo les imposibilita relacionarse con las hermosas mujeres de aquel país en el que son vistos como seres extraños y grotescos. Ocurre lo indecible, y aquí sí identificamos al autor de Abominables [1], Facia [2], Macabros [3] y Revelaciones [4]. La bella Zabeth Ptta llevó a Fósfurus a la cama y [como reconoce en él a un eunuco] lo desprecia. Entonces Fósfurus, exasperado y violento, mata una serpiente, domina a Zabeth por la fuerza

y la viola introduciéndole la cabeza y el tronco de la serpiente muerta. Él es condenado por el crimen cometido y lanzado en paracaídas en pleno bosque para que sea «Devorado vivo». Pero, ello no sucede: sino que es encontrado por guardias del Tiranushocico Demócratta, llevado de vuelta a Humandetritus y allí vive por muchos años hasta que logra el poder. En lo sucesivo el país cambia el nombre por el de Libre de Infamias y se extinguen las castas, los vejámenes y los sufrimientos. Entretanto, Afrodita se embaraza de Arturo Ptte y nace Afrodita Ptte Amelians, que, más adelante, sustituye al presidente Megohmio [quien, a su vez, se había autoproclamado humanuntiranus] al ser asesinado. Y ella gobierna, por más de cincuenta años, doblegando, cada vez

más, a los habitantes: sometiéndolos a crueldades inenarrables. Muy a pesar de la compleja trama de Desahuciados, la incorporación técnica de frases y pensamientos del autor que aparecieran en su libro Revelaciones, así como la de personajes reales, como Marisol Marrero [poetisa y narradora canaria-venezolana], por ejemplo, y la de la voz de quien narra, conceden muy a tiempo flexibilidad y frescura al texto, al romper con el riguroso entramado descriptivo. Por otra parte, el paralelismo entre la anécdota contada y la cruda realidad de algunos de nuestros países latinoamericanos, insertan pinceladas de verosimilitud que favorecen la comprensión de lo narrado. Eunucos, antropófagos, tiranos, desahuciados, aventajados, esperpentos y libertadores, conforman toda una pléyade de seres

etéreos que luchan por superar sus mundos y sus realidades, e interactúan en un tejido denso y compacto que requiere la atención y destreza por parte de quien lee. Desahuciados se yergue como una novela reflexiva y profunda, de cuyo análisis se puede inferir que un país y un mundo nuevo emergerán una vez se hayan agotado, por la acción criminal e irreflexiva del supuesto progreso, todos los elementos que hacen posible una vida digna en el planeta; porque siempre habrá seres que, como los que integran la Elite Adhesiana, tomarán las banderas de la libertad y las enarbolarán en las mismísimas arenas del desierto. Desde allí renacerá de nuevo la raza humana. Desde cualquier confín habrá una luz para la vida, porque, como alguna vez lo expresara Octavio Paz: […] «el que conoce

la esperanza jamás la olvida, la busca bajo cualquier cielo y entre todos los hombres» […]

[III] MACABROS

[Edición de la «Universidad de Los Andes», Mérida Venezuela, 1996]

A veces resulta redundante hablar acerca de alguien, ora por su «notoriedad pública», ora por su preeminencia privada. Pero, cuando ambas cuestiones convergen en una sola persona, estamos ante la presencia de todo un personaje. Cuando nos referimos a autores como Alberto Jiménez Ure, redundamos porque se trata de personajes que no abundan en este convulsionado e individualista mundo. Como ensayista y profesor que lo conoce, que es su interlocutor y que lo ha suficientemente leído, he podido constatar [por muchos años de trato directo] su alta calidad humana: su deferencia conmigo, compañerismo, amistad y comunión

intelectual hoy resquebrajados frente a la avalancha de los denominados antivalores que sacuden de manera siniestra la Conciencia Colectiva. Y, como escritor, es un ejemplo digno de emular, ya que rompe con los cánones establecidos y se empina frente a una copiosa obra, hoy admirada y discutida tanto en nuestro país como en el exterior. En esta oportunidad, nos place leer, analizar y formularles comentarios del hacedor de ficciones Jiménez Ure: cuyo elocuente y enigmático título [Macabros, como todos los que exhiben sus novelas y cuentos] ya anuncia o advierte a los lectores respecto a sus tramas. Este pequeño volumen, bellamente editado por nuestra universidad, reúne catorce relatos breves, en los cuales su autor deja [otra vez] de manifiesto esa extraordinaria vena literaria que se abrió paso por allá en la «Década de los Años

Setenta». Macabros representa –en cierto modo- la continuación de una línea bien clara y definida en la obra, global, de Jiménez Ure; en la cual lo aberrante, lo siniestro y el horror se confabulan para dejar en quienes lo han leído y analizado un extraño sabor a impotencia: ante una realidad solapada y perversa, que subyace en las más remotas profundidades del ser humano. En algunos de los relatos de Macabros se pueden atisbar [y sólo quienes lo conocemos podemos notarlo] «rasgos» y «sesgos» autobiográficos; no porque la terribilidad de lo narrado lo pinte o lo defina [no se nos vaya a mal interpretar], sino que lo acaecido a algunos de sus personajes, en el marco o telón del fondo narrativo, sucedió alguna vez: en algún momento de la vida del creador. No obstante, a pesar de la dureza de la temática de los textos, muchos de ellos

divierten, dibujan en el rostro del lector alguna «mueca de complicidad» o aprobación, frente a los indudables aciertos estilísticos del citado libro. Es, a través del lenguaje vaso-comunicante en la narrativa y en la poesía, como Jiménez Ure introduce novedosos elementos que prefiguran textos inauditos, con una sencillez que arranca cualquier posibilidad de aborto o abandono de la lectura del libro. Aunque en la narrativa de este autor lo más importante es lo contado, no podemos pasar inadvertido un fresco lenguaje matizado con decenas de palabras nuevas [o neologismos], que atrapan la atención, que lo hacen sucumbir ante las ocurrencias y extraordinaria imaginación de su narrador. Para él, no existe [a manera de ejemplo] el término «coito» que indica la unión de los sexos; Jiménez Ure le busca

la vuelta, se inventa uno, cual zorro viejo [y no por viejo precisamente] y nos presenta falotración. Vocablo compuesto que nace de la conjunción inteligente de «falo» [o pene] con el vocablo «trar», que deriva a su vez del término «traquetear», que significa –según el Diccionario de la Real Academia Española-«mover o agitar una cosa de una parte a otra»; y que traducido al cristiano implica la «acción» o copulación del órgano masculino. Más adelante, el autor se atreve [el muy osado] a decirnos que existen «hormigas falófagas»; es decir, que se alimentan sólo de devorar falos. Al dinero lo llama procerimpreso; al teléfono lo denomina audifonovocal, etc. Podríamos seguir indagando en ese universo maravilloso, y, al mismo tiempo, terrible de Jiménez Ure. Sólo que implicaría tener que contarles más de su reciente libro, y

correríamos el riesgo de un plagio involuntario y terrible. Nuestra función, más que de resumir y coartar los deseos de los potenciales lectores, es estimularlos a dar la necesaria vuelta de página, única vía para develar los secretos y artificios literarios de este controversial autor. Hemos tirado la piedra, lo que resta depende de ustedes [...] Porque Macabros ya se encuentra en la calle.

[IV] REVELACIONES

[Editado por el «Pen Club de Venezuela». Caracas, Venezuela,

1997] Cómo empezar a indagar en un libro que se nos presenta con singular profundidad metafísica e intelectual, en un mundo en el cual prevalece lo «ametafísico» y «superfluo». De cuál forma acercarnos a un texto ficcional que toca aspectos de singular trascendencia ontológica; pero que, al mismo tiempo, se debate entre la antítesis cristiana y lo libérrimo. Tal fue mi conflicto frente al nuevo libro que nos entrega el conocido escritor Alberto Jiménez Ure: Revelaciones. Llama poderosamente la atención el pórtico con el cual nos abre su libro, ya que no es usual que un escritor [y más de

la estatura intelectual del renombrado] intente alejar de la conciencia del lector «posibles equívocos» con respecto a su posición existencial. No en balde nos dice: [...] «Soy un clariaudiente, un instrumento para la misteriosa formulación de antítesis». Más adelante profundiza, enfático: [...] «Pese a los sobresaltos que dieron origen a un volumen de estas características, mi existencia aún transcurre convencionalmente: no soy miembro de satánicas sectas» [...] En esta nueva oportunidad, el autor nos entrega un libro extraño: se trata de una poesía ficcional en la cual expone, con sibilino acento, una serie de «revelaciones» que captó «de un ser desconocido e inasible», en estado depresivo. En cada una de las páginas late una profunda huella metafísica, mediante la cual intenta develar toda una cultura dos veces milenaria y centrada en un Dios

Todopoderoso, al cual califica (en reiteradas oportunidades) de Arbitrario Creador. Resulta más que imposible permanecer impávidos cuando se nos hurga en esa estructura inamovible e inconmovible denominada creencia religiosa, bajo la cual –y por su nombre- se han cometido, y se siguen cometiendo, miles de injusticias y de atropellos. En Revelaciones hay implícito un mensaje trascendental y profundo, que nace del conocimiento de lo arcano. De forma paradójica, el autor blande el poder del Mal representado por Luxfero, para combatir el Bien que tiene al ser humano postrado ante las riquezas, ante el poder que confieren los bienes materiales. Se nos habla de los males que plagan al Universo y de los cuales culpa al Creador. No se trata de aspirar al Mal por el Mal, se trata de revertir el Mal producido por las fuerzas representadas por Dios. Todo

lo que nos aflige, lo que nos hunde en este mar de lodo y desesperanza. Nos dice [...] «Por decisión de quien el Bien declara diseminar,/Estás en el Universo y padeces condenas sin ser culpable» [...] Percibimos a un Jiménez Ure iluminado, asqueado por la iniquidad del Hombre y su materialismo exacerbado. Le echa en cara a la «Civilización Contemporánea» su desenfado, su oscurantismo representado por vicarios psíquicamente afectados. Conmina al lector a agudizar los sentidos en búsqueda de la verdad y al rechazo de las plagas que entristecen la vida del Hombre. Se devela en el escritor el deseo de inmortalidad, de trascendencia hacia una vida libre de férreos yugos que hacen de la existencia una experiencia agotadora y difícil de sobrellevar. También captamos mensajes subliminales que invitan a detestar gobernantes intelectualmente inferiores a los

«súbditos» y a un despertar a tiempo de la conciencia física y superior. Quien conoce al autor puede captar, en este nuevo libro, su incesante preocupación por temáticas filosóficas, trascendentales, que invitan a la reflexión profunda: esa que está desapareciendo en medio de la multitud que nos agobia, la misma que se encuentra esclavizada frente a la pantalla del televisor o la computadora. Existe un afán de renovación espiritual y física que se hace manifiesta en frases contundentes, llenas de calor y de profundidad. Sentimos en Revelaciones a un autor cuidadoso del lenguaje y de la manera de expresar las ideas y las intenciones que subyacen en el inconsciente. Que es un creador exigente, meticuloso, ordenado y con pleno sentido de lo que desea transmitir a sus lectores. Es enemigo acérrimo de la mediocridad, de la frivolidad y de lo insustancial; elementos

éstos presentes en la Literatura Contemporánea. Se ha transformado en un verdadero maestro del arte de escribir. Con el paso de los años, podemos observar una depuración en el lenguaje: un ahorro de vocablos y florilegios inútiles que sólo proporcionan adorno y espesor a un libro, pero que en nada enriquecen el fondo de lo tratado; un tramado sintáctico que ahorra al lector el fatigoso trabajo de entender con máximo esfuerzo lo expuesto que nos roba la entrega total que conduce al deleite y al placer de la lectura. Con cada uno de sus nuevos libros, podemos afirmar que Alberto Jiménez Ure es un escritor cabal: que abarca, con excelencia, los distintos géneros literarios sin caer en altibajos peligrosos e insoslayables. Ha incursionado, con bastante éxito, en el Cuento, la Novela y la Poesía, aportando,

en cada género, nuevos elementos que configuran un trasfondo y un universo literario insospechado y sorpresivo en la panorámica literaria nacional. Sus libros se venden bien, su público es cautivo y la vena literaria cada día se profundiza más, para convertirlo en un escritor de vanguardia, atento a los cambios universales, pero sin olvidar la meta que se planteara hace ya varias décadas: la de ser un escritor comprometido con sus lectores [...], pero, por sobre todo, con su modo de ver y de entender el mundo y sin traicionar sus demonios internos. Podrían, quienes lo conocen, ¿negar que la haya alcanzado?

[V] JIMÉNEZ URE A

CONTRACORRIENTE [Editado por «ALEPH universitaria»,

revista de la «Universidad de Los Andes», 2008]

Fuera de las cartas cruzadas entre Don Alfonso Reyes de México y Don Mariano Picón Salas de Mérida, compiladas y publicadas por Gregory Zambrano, nos hallamos ante un libro raro, extraño, si se quiere casi inaudito en el Ambiente Literario Nacional. En él se insertan cartas, notas breves, sesudos ensayos literarios [y mucha intimidad], escritas y remitidas todas, por el desaparecido poeta, ensayista y gran intelectual que fue Juan Liscano al cuentista, novelista, poeta, ensayista, periodista, crítico y estudioso de la obra de Alberto Jiménez Ure durante 19 años [de estrecha amistad

personal y literaria entre ambos personajes, iniciada en 1978 y mantenida hasta la muerte, en el 2001, del maestro] Suele pensarse que entre personas que profesan un mismo credo o un mismo oficio prevalece la camaradería, la sinceridad, la honestidad y la ayuda desinteresada. Sin embargo, estos valores son grandes ausentes en aquellos espacios, más aún en medio del difícil contexto de las letras, en donde el «sálvese quien pueda» parece ser muchas veces el grito de guerra. Encontrarse, entonces, con textos donde uno grande de la Literatura Nacional reconoce -sin empacho- su admiración por la obra de un joven y prometedor escritor [que vive en la provincia, y que, de paso, se perfila como un poeta, narrador y pensador a contracorriente, casi un «maldito»], no es usual entre nosotros. Y eso es, precisamente, lo que más admiramos en

estos textos del muy recordado Juan Liscano y enviados a Alberto Jiménez Ure. En la primera misiva [Caracas, 27 de Junio de 1978], Juan Liscano hace su profesión de fe: declara que le gustan muchos de los relatos que ya Jiménez Ure había publicado en su libro Acarigua, escenario de espectros [5] que el avezado crítico ya había leído tiempo atrás. Agrega, además: […] «Por fin un narrador venezolano que escapa del realismo, el populismo o la manía experimental» […] No contento con tan clara declaración literaria, agrega un comentario comprometedor de índole política: […] «No estoy con el marxismo y su práctica política (la de Jiménez Ure) es una virtud» […] Por otra parte, en esa misma carta, Liscano le manifiesta a Jiménez Ure que ha de tomar un texto de su libro Diálogo

con Dios para enviarlo a la revista Zona Franca y entregará los originales a «Monte Ávila Editores». En otras palabras, esta primera carta marcará [a grandes rasgos] los elementos fundantes de la larga y fructífera amistad entre ambos personajes: literatura, política, sociedad e ideología. Ya en la segunda carta [Caracas, 11 de Marzo de 1979] se adentra Liscano en los pormenores literarios [en lo cual era un maestro] de las obras leídas y admiradas, huelga decir: Acarigua, escenario de espectros y Acertijos [6]. En esta misiva deja el autor fluir su pluma para describir, detallar y reflexionar sobre el valor de los textos incluidos en ambos libros, expresando sin ambages sus opiniones -las más de las veces elogiosas- sin dejar de lado la agudeza y la incisión que como crítico siempre le caracterizó. Hace gala de su erudición literaria y

conocimiento profundo sobre la problemática de la «Narrativa Venezolana» y desea a Jiménez Ure que […] «se logre y logre su propósito bien intuido por Calzadilla, en las breves palabras de exordio a Acertijos» […], refiriéndose a que todo narrador debe alcanzar, no sólo el efecto «sorpresa» y un buen «tema» para contar, sino la perfección idiomática [...] «que no constituye un obstáculo, sino una transparencia» […] En este mismo texto epistolar incluye Liscano críticas a obras de autores venezolanos de peso, como Salvador Garmendia, por ejemplo, y su relato El inquieto anacobero [publicado en el diario El Nacional], al que no vacila en calificar como «mediocre». De Gallegos comenta: […] «después de su trilogía Doña Bárbara, Cantaclaro, y Canaima, se asustó de sus fantasmas interiores» [...] «Fuera de esos tres libros, lo demás es malo, malo» […]

Más adelante en el mismo texto, después de analizar someramente y criticar el contexto cultural y farandulero venezolano, agrega: [...] «Acepto el carácter minorista de la poesía, la poca recepción de la Literatura verdaderamente creativa o humanística, la marginalidad del verdadero creador» […] Como se puede percibir, toda una declaración de principios que bien podrían erigirse en la base y en el sustento del oficio de escribir. En un ensayo crítico titulado Acertijos y Jiménez Ure [7], en donde Liscano habla -con acertado criterio- en torno al libro Acertijos, señala algo que llama poderosamente la atención: […] «Hay escritores que tienden, desde jóvenes, a la madurez. Jiménez Ure es uno de ellos» […] Reconozcamos que la frase anterior pertenece a uno de los más caros conocedores del Panorama de la Literatura

Venezolana [8] de buena parte del Siglo XX, y ello le confiere mayor peso a sus juicios, que buscan [de manera deliberada, ¿quién lo pone en duda?] insertar al joven escritor -como de hecho lo logra- en el cuadro de honor de los autores emergentes de ficción con mayor peso específico en el ámbito nacional. El padrinazgo, por decirlo de alguna manera, de Liscano a Jiménez Ure se erige, pues, en ingente impulso a su carrera literaria y es el «responsable» [amén de su reconocido talento] de la enorme figuración que nuestro autor comienza a tener entonces dentro y fuera del país. En el mismo ensayo crítico, Liscano expresa más adelante: […] «aborda, desde una perspectiva fantástica, planteamientos filosóficos, existenciales, ontológicos, creando lo que el ya nombrado Calzadilla califica de ficción conceptual» […]

En este punto de análisis literario hallamos un elemento vinculante entre la escritura de Jiménez Ure y los anhelos de trascendencia en la vida de Liscano, que, con el correr del tiempo, se harían esenciales en su cosmovisión y en sus inclinaciones místicas. Es decir, encuentra Liscano, en los textos de Jiménez Ure vasos comunicantes con su propia búsqueda personal, que lo lleva a identificarse plenamente con su propuesta estética y hacerla suya de inmediato. Lo fantástico no niega la trascendencia [allí el error de percepción de algunos falsos críticos], sólo le insufla visos que hacen de «lo narrado» expresión compleja y multidimensional de la vida humana y sus deseos de perpetuidad inmanente. Al denostar frecuentemente Juan Liscano del afán realista de la Literatura Venezolana y aceptar como válida [desde

el punto de vista estético y conceptual] la propuesta jimenezuriana, el viejo iconoclasta da un salto cualitativo en su comprensión del hecho literario como tal, y se adentra -tal vez sin saberlo, o deliberadamente, da igual- en los espesos bosques de una mirada de asombro y de perplejidad ante el derrumbe de lo establecido de la mano de un joven creador, de allí su aquiescencia y su abrazo igualmente apasionado a lo inusual, a lo antitésico de su propuesta. A partir de entonces la visión liscaniana del texto narrativo y poético busca ir más allá de la forma, y se sumerge en aguas profundas donde no todos pueden ser invitados. Admira Liscano, en estos textos, la capacidad del escritor Jiménez Ure de descomponer el tiempo lineal, de ir y regresar, de fusionar pasado, presente y futuro en un mismo acto, de estar aquí y

en otro espacio sin que se pierda la noción de lo leído; de sumergir a sus personajes en atmósferas psicológicas en donde el peso filosófico y moral no es un artilugio del esteta, sino esencia de lo contado. Su capacidad para fundir lo sagrado y lo «profano», la precisión y la concisión de su escritura, su autenticidad y ascetismo, su ahora y su inmanencia en todo lo que atañe a la humana condición, su lanzarse permanentemente al abismo sin más certeza que su propia duda ante todo lo que lo rodea, son elementos claves frecuentemente exaltados por el viejo intelectual. Es asombroso y ejemplarizante el permanente elogio por parte del maestro Liscano a la escritura de Jiménez Ure, y ese reconocer nuevos derroteros y esperanzas en sus textos. En carta remitida el 23 de Junio de 1985 expresa contundente: […] «Es heroico el esfuerzo

que tú y algunos otros jóvenes hacen por sacar la narrativa del realismo, del historicismo, de la sociología» […] Digo que es asombroso [y ejemplarizante] porque no se trata de meros «cumplidos», o de «frases hechas» para ganarse la aquiescencia del joven hacedor; nace de la convicción profunda de estar frente a un creador que rompe esquemas, que se aleja ostensiblemente de lo estatuido, que busca en su prosa y en sus versos una perfección estilística y una densidad metafísica pocas veces vistas en autores venezolanos del Siglo XX, fuera de voces extremas como la de un Ramos Sucre, por ejemplo, cuya limpieza literaria y profundidad ontológica son fuentes de encanto y de estudio aún en nuestros días. Sólo que en Jiménez Ure el realismo se aleja definitivamente y hace su entrada, sin remilgos, la ficción compleja, cuyo rico entramado sensorial y de lenguaje

[permanentes neologismos y arcaísmos, entre otros elementos] atrae y repugna, eleva y humilla, enaltece los sentidos y la conciencia, o los sumerge indefectiblemente en las profundidades de lo desconocido. Hallamos en estos textos epistolares a un Liscano humano, que establece con el joven escritor un vínculo de amistad que lo satisface y por ello decide retribuir la generosidad de aquel por la vía del intercambio literario, de la permanente lectura y crítica de sus textos, de confesiones personales en donde se nos muestra como el viejo literato que ve en el otro a un discípulo aventajado al que debe proteger ante su propio y desmesurado talento, y al que hay que seguir formando para que llegue a ser lo que se intuye como una semilla de inmensas posibilidades estéticas.

Es tal la prodigalidad de juicio del maestro ante el discípulo, que le declara, en la misma comunicación: […] «No abrigues el menor temor de que vaya a comprometer mi amistad tan espontánea y leal contigo porque no apruebe tu disconformidad y tus arremetidas contra tus colegas, por lo menos los que no te gustan. Más bien estoy escribiendo un largo trabajo sobre la Literatura Venezolana, para el Círculo de Lectores, y te voy a hacer justicia» […] A propósito de los Cuentos abominables, Liscano le expresa a Jiménez Ure el 7 de Abril de 1991 lo siguiente: […] «Usted, como yo, somos inteligencias literarias outsider» […] Interesante esa declaración, porque nos muestra, de manera categórica, en dónde radica, pues, el vínculo, el vaso comunicante, el hilo conductor -por llamarlo de alguna manera- de la inusitada empatía intelectual entre ambos

personajes. Liscano se reconoce en su propio espejo, se siente imagen especular de la figura de un joven iconoclasta en lo literario y en lo público, se identifica con este narrador «extraño», fuera de lote, insólito, peculiar, atrevido, orgulloso, solitario; extranjero en su propia tierra. Halla el viejo maestro la posibilidad de adentrarse en su propia poética narrativa, en su misma búsqueda, por la vía de dejarse seducir en lo literario por un creador [cuya obra en algún ensayo calificara de «maldita» e «irrespetuosa hacia la realidad»] que no buscó los caminos fáciles ni expeditos de las letras; todo lo contrario: decidió estar a contracorriente. De allí la fascinación ante su propuesta de parte de inteligencias lúcidas y expectantes como la de Liscano, a pesar de haber declarado sin rubor y abiertamente que […] «Nadie puede

disfrutar leyendo a Jiménez Ure» […] Se convierte en uno de sus incondicionales lectores y críticos. Por la vía de lo dialógico encuentra el ya anciano maestro inspiración metafísica y valores espirituales, que «satisfacen» su búsqueda personal de un Más Allá. Veamos lo que expresa en la misma carta: […] «lo escrito por gente como tú será tomado en cuenta como retrato fantaseado de una estación de vacío, tinieblas, desorden, aberración, idolatría del dinero y reversión de valores. Dios no tiene la culpa como tampoco tiene que ver directamente con la Creación» […] Más adelante, en una carta del 4 de Mayo de 1995 -y a propósito de este tema- expresa Liscano: […] «da para pensar y morir tranquilo» […] Para cerrar su reflexión metafísica y trascendental, leamos un fragmento de un curioso texto inserto en una carta de

fecha 6 de Noviembre de 1997 [la última de la compilación epistolar de Alvaro Parra Pinto], donde Liscano diserta en torno al libro Revelaciones, y declara: […] «Satán no es sino ficción de la rebeldía de nuestra mente ante un mundo que parece regido por aquél. Pero cuando medito en Cristo, en San Francisco, en la madre Teresa de Calcuta, en José Gregorio Hernández, Satán desaparece y resplandece el Rey del Sufrimiento Humano en su cruz […] Esa cruz crística me alumbrará. Lo espero. Hasta el final» […] Sí, fue hasta el final, ocurrido el 16 de Febrero de 2001. El Hombre de Letras, el crítico, el burócrata, la figura nacional y continental: se sumergió en las profundas aguas de lo metafísico, de lo insondable. Nos quedan como legados sus textos poéticos, sus ensayos, sus agudas e incisivas reflexiones en torno al hecho literario, y todo ello lo describe en sus

aspectos creativos e intelectuales. Pero, estas cartas, que hoy nos entrega póstumamente mediante las ediciones de ALEPH Universitaria, lo desnudan como al ser humano que fue, con todo ese espectro de altos y bajos que nos caracterizan, erigiéndose, pues, en fuentes primarias para la indagación literaria de un buen fragmento del portentoso Siglo XX, que nos legó gran herencia, aunque -deberíamos transigir- inmensos desafíos [...]

Portada de la Edición digital realizada por el joven investigador e intelectual Joan Sebastián ARENA ARAUJO, de la Universidad Central de Venezuela, para https://www.epublibre.org/manual/index/faq (Año 2015)

[VI] DICTADOS CONTRA-REVOLUCIONARIOS

[Editado por el «Rectorado de la Universidad de Los Andes», Mérida,

2008] Acercarse, una vez más, a un autor como Alberto Jiménez Ure no resulta nada fácil. Sobre todo si se considera la inmensa carga freudiana que traen sus creaciones, ya sean narrativas o poéticas. En Dictados contrarrevolucionarios se nos presenta como un autor maduro, conocedor de los más recónditos espacios de la psique y de la vida, que intenta desmembrar, en sus elementos fundantes, a una civilización asqueada, podrida, que en su día a día vertiginoso desincorpora del Hombre aquello que mas lo aproxima a la Humanidad: «su propia dignidad».

Hallamos en esta nueva entrega a un poeta y a un intelectual de regreso de los caminos de la existencia, que trae consigo una inmensa carga de angustia así como jirones de esperanzas para compartir con quienes deseen escucharlo. Percibimos a un creador que intenta—¿en vano?— abrir espacios para la Inteligencia, en medio de la huída de la certeza que nos regala el presente siglo. Su discurso lo acerca al narrador y ensayista judío Amos Oz, en su doloroso libro de conferencias titulado Contra el fanatismo [«Siruela», 2005], cuando nos dice que los hombres contemporáneos hemos perdido las tres grandes certezas del Hombre Decimonónico: el saber dónde iba a vivir, qué iba a hacer para vivir y adónde iría una vez que lo alcanzara la muerte. Tal vez Jiménez Ure busque, de manera desesperada, hallar «certezas metafísicas» en donde reina el más burdo

caos materialista, de allí sus dolorosos enunciados poéticos a través de los cuales intenta asirse a la existencia para no perder la cordura. En este libro [difícil de encuadrar en género literario alguno: poemario, enunciados poéticos, reflexiones metafísicas, etc.] Jiménez Ure compone una amalgama casi perfecta de lo profano y lo sagrado, de lo que está a flor de piel y lo oculto, de lo sublime y lo abyecto, y deja explícitas sus profundas convicciones filosóficas y religiosas que lo acercan a la búsqueda atávica de lo infinito y lo perfecto, de lo inmortal y trascendente [a que aspiramos todos los seres humanos], y que sólo alcanzan quienes [mediante la escritura] dan el salto cualitativo hacia las dimensiones inasibles y perplejas de la Poesía. Hallo en este punto conexión directa con su maestro y mentor, Juan Liscano, quien

anduvo largo trecho de su vida tratando de darle sentido a tanto disparate: la pérdida sincrónica de un fin ontológico a la existencia humana; de allí su desazón intelectual, de allí su dolor poético. Frente a la infamia, Jiménez Ure se yergue con el látigo de su incisiva poética para denunciar y denunciarse. Si bien toma del maniqueísmo intelectual la eterna batalla entre el Bien y el Mal, se percibe en cada texto a un poeta ávido de respuestas ante sus angustias existenciales, y más que soluciones que podrían ser remedo de una moraleja decimonónica y cursi, postula sus propios valores y los coteja ante un mundo presa de miseria y de muerte. En Dictados contrarrevolucionarios hay una posición crítica ante una serie de circunstancias políticas y sociales [que hoy laceran la piel de nuestro país y de casi toda América Latina], que hacen de

nuestros días una odisea de supervivencia y de permanencia histórica; pero ello no es obstáculo para el poeta, ya que se levanta ante las arbitrariedades y las injusticias con voz potente y esgrime, con la autoridad que le confiere sus claroscuros personales y su estatura intelectual, la bandera de una existencia en la que [...] «no (le) apuran la muerte ni los deseos carnales» [...], y avanza sin titubeos hacia el autoconocimiento y la realización plena. Encontramos en este volumen a un Jiménez Ure que enfrenta con gallardía lo establecido, a tal punto de que podríamos afirmar que se trata de un libro contestatario, de denuncia, de enfrentamiento contra las elites de diversa naturaleza que pretenden ser las dueñas del mundo y sus riquezas. Percibimos a un poeta victorioso, que regresa de su propia guerra interior con la versión

salvífica de la especie humana a través del poder de la palabra. Al mismo tiempo, queda en las páginas del poemario la sensación de un mea culpa que, mas que intentar su redención como hombre y como escritor, busca exorcizar los viejos fantasmas que han pretendido atenazar su intención en prosa y poesía a patrones o lugares comunes de aberración y de locura. Empero, Jiménez Ure se declara autor de una poesía «ajena a la academia» y a las normas que, cual camisas de fuerza, sujetan a la creación a posiciones y realidades artificiales que tergiversan el hecho poético. Percibimos en el poemario una fuerte carga ontológica y metafísica que dejan al descubierto a un ser desencantado frente a su realidad, pero que es consciente de su papel civilizatorio en medio de la «barbarie personal» y «global». Es así como, a lo largo de estas

páginas, Jiménez Ure lanza, a cada instante, gritos desesperados que le sirven de catarsis frente a su contexto y, a la vez, para medir sus fuerzas físicas y espirituales, así como para intentar comprender lo incomprensible e inaudito. No obstante, a pesar de su desencanto personal, el autor opta por la vida, por la no agresión, por una paz fundada en la esencia metafísica que nos alcanza cuando nos abrimos a ella. En contra de sus mismos deseos -quizá- el poeta profundiza como nunca en una espiritualidad basada en un equilibrio entre el Yo Interior y el Hacer Mundano (y lo desborda), hasta exclamar con las manos sobre las escrituras: [...] «Que los muertos entierren a los muertos y haré el amor» [...], como protesta airada ante la inminencia de la guerra y sus fatales consecuencias contra el Hombre y su mundo terreno.

Dios, sexo, amor, vida y paz, lucen en boca de Jiménez Ure como valores supremos, ante los cuales cae rendido para construir a partir de ellos una propuesta de calidad, que logra trascender los aspectos meramente estilísticos para adentrarse en lo sustantivo de todo texto artístico, es decir, la «universalidad». Dictados contrarrevolucionarios busca -y creo que lo alcanza- descifrar lo inasible e infinito de la terrible realidad que nos circunda, para acercarnos a la luz que nos permita salir airosos del caos y la entropía de un mundo que se niega a ser vivido a través del prisma de un humanismo que podría sanar sus profundas y viejas heridas.

[VII] LA VOZ DE JIMÉNEZ URE

Ya perdí la cuenta de los años de mi amistad con Alberto Jiménez Ure. No recuerdo quién nos presentó, ni mucho menos en cuáles circunstancias. Lo que sí guardo dentro de mí es el calor de una amistad y de una camaradería nacida al abrigo del respeto y de la admiración recíproca. Valoro en él un amor por la narrativa que ni los malos tiempos ni los diversos sucesos de su vida han podido horadar. Aquí permanece el autor: impertérrito, insomne y duerme vela, y entregado sin remilgos ni excusas a su actividad intelectual y creadora. No sé por qué mucha gente no logra deslindar lo personal de lo artístico en el caso de Jiménez Ure. Lo digo porque no faltan quienes asocian los personajes «perversos» y muchas veces pervertidos

de los textos jimenezureanos con posibles o develadas actitudes de un autor en su entorno familiar o social. Nada más falso que ello. Doy fe de un escritor honesto, íntegro, amigo y solidario, que jamás supedita los valores humanos y de la amistad al perverso juego crematístico o de oscuros intereses tribales. Todo lo contrario: hallamos a un ser profundamente humano, sensible, gentil y sencillo que no cesa en poner su vasta experiencia literaria e intelectual al servicio de todas aquellas personas que lo requieren. Debo manifestar que, en mi caso particular, he encontrado en Jiménez Ure una fuente permanente de apoyo a mi trabajo literario. Desde mis inicios narrativos, por allá a comienzos de los Años 90 [Siglo XX], una de las pocas manos que siempre encontré extendida fue precisamente la de él.

Pero, no hablemos de un mero apoyo moral [con la consabida palmadita sobre el hombro incluida], sino un efectivo acercamiento a los centros literarios, la apertura de las páginas de ALEPH Universitaria [que fundó y dirigió con gran tino durante varios años] a mis cuentos y ensayos, su recomendación y presentación de toda una pléyade de grandes escritores e intelectuales [con los cuales todavía mantengo estrecho contacto], su fe en mi trabajo y en mi escritura, su incentivo para mi participación en ferias del libro, su espaldarazo al entregar en mis manos la presentación de sus libros o la escritura de algunos prólogos, su constante recomendación de mi nombre y de mi obra en importantes medios de comunicación regional y nacionales, y un largo etcétera que sería de nunca acabar.

La labor literaria de Jiménez Ure es infatigable, profunda y pasional. Desde sus conocidas trincheras escriturales ha erigido una obra original, fresca, que ha impactado la conciencia y los sentidos de la crítica y de sus lectores. Me atrevo a afirmar que en los textos de este escritor amigo hallamos un mundo pleno en el cual convergen realidad y fantasía, humor e ironía, terror y un sentimiento profundo de afectación moral y psíquica por los desvaríos del mundo y de sus actores. Contrariamente a lo que afirman algunos de sus múltiples detractores, en la obra de Jiménez Ure develamos una vehemente y visceral preocupación ontológica por el Ser Humano y su destino. Si bien es cierto que Jiménez Ure es un autor reconocido en el ámbito nacional e internacional, y que su obra ha sido parcialmente traducida a varios idiomas y es estudiada en reconocidos centros

académicos de Estados Unidos y de Europa, siento que hemos sido excesivamente mezquinos con él, y que su nombre no ha recibido el aplauso y atención debidos. A pesar de tener una vasta obra que recorre casi todo el espectro literario y artístico [Novela, Cuento, Poesía, Ensayo], los «cultores» de la Academia y los «dadores» de reconocimientos no han querido dejar de lado sus miserias humanas para ubicar el nombre de Jiménez Ure en el sitial que, desde hace muchos años, ha alcanzado. El tiempo pondrá las cosas en su sitio [qué dudas caben] y aquellos que hemos avizorado una obra reluciente y no hemos tenido empacho en declararlo, seremos abordados por la certeza de no haber perdido, desde siempre, la razón.

[VIII] EL HORROR EN LA

NARRATIVA DE ALBERTO JIMÉNEZ URE

[Editado por la «Universidad de Los Andes», Mérida, 1996]

Recientemente, finalicé la lectura del libro El horror en la narrativa de Alberto Jiménez Ure [9] del escritor argentino Luis Benítez [n. en Buenos Aires, 1956] Es uno de los más reconocidos intelectuales y de mayor trayectoria en la poesía y ensayística [en su país y el exterior] La lectura del citado libro me produjo doble satisfacción. En primer lugar, por estar escrito de forma [por demás] magistral: con una prosa lúcida y exquisita. En cada página, Benítez pone de manifiesto su amplio conocimiento acerca

del difícil género de la ensayística; además, no basa su análisis en la fría y aséptica elucidación de una hipótesis alrededor de la cual se tejen conceptos e ideas de menor o mayor cuantía. Él va mucho más allá: en busca de lo que yace en el fondo de la obra estudiada y hace énfasis en lo medular que permita al lector -meta de lo analizado- una amplia y correcta visualización de los libros estudiados. No en vano nos comenta: [….] «Intento romper, en este texto, con la concepción habitual de un ensayo literario como mero comentario de otro texto» [….] Mas adelante expresa, concluyente: […] «Supongo, a partir de la escritura de este trabajo, que el mejor atajo para devolverle al ensayo aquella libertad especulativa que poseía en sus orígenes en revalorizar la digresión respecto de un tema dado, entendiéndola como el permisivo juego del pensamiento que, en base a ese texto, lo

enriquece (o, al menos) ese pude ser mi intento» [….] En segundo término, me place leer un libro de críticas en el cual se analice, de manera seria y sustancial, la obra del conocido y [muchas veces] prejuzgado o preterido Alberto Jiménez Ure. Este escritor merideño [pero nacido en Tía Juana, Edo. Zulia, Venezuela] ya ha desarrollado [por vocación innata] un importante trabajo narrativo en sus distintos géneros: destacándose como excelente cuentista y novelista. A título personal, he leído toda su obra. Sin embargo, admito que mi primer acercamiento –como toda actividad humana- fue por simple curiosidad. Pero, a medida que fui adentrándome en aquel espeso bosque habitado por decenas de íncubos y súcubos, mi inquietud inicial se fue transformando en denodado interés hasta llegar a lo que hoy constituye

respeto y admiración por un autor [y una obra] inusitado en las Letras Hispanoamericanas. En la narrativa de Jiménez Ure convergen disímiles elementos que conforman un «entramado» en el cual lo grotesco, lo aberrante y el horror son los actores fundamentales; además, son las causas por las cuales el lector [por muy avezado que sea] queda sin habla ante sus páginas. Leerlo comporta una fascinante experiencia sensorial, toda vez que pincela [con maestría] lo más oscuro y siniestro que se «oculta» en el Ser Humano. Nadie puede sentirse ajeno a su narrativa, porque todos estamos hechos de los mismos elementos. En cualquiera de nosotros cohabitan esos demonios a quienes fustiga e inoportuna Jiménez Ure con su pluma. Cada frase, cada expresión, cada pieza de su rompecabezas está condimentada con el sentir primigenio y

rupestre del Hombre que nos gusta aceptar. Su narrativa está, plenamente, conectada con ese Otro Lado o Revés de la moneda que la conveniencia social se empeña en soslayar, pero que irrumpe con fuerza en el ambiente, que rompe sus gruesas amarras para dejarnos despojados del orgullo y de la vida misma. La obra de Jiménez Ure representa la antítesis de lo que muchos esperan y aspiran leer o escribir: es la «piel desnuda», la «miseria humana» sin los ropajes -acomodaticios- de hipócritas de los cuales nos plagamos para poder tolerar la existencia. En sus libros habla, sin más, el Homo Sapiens; el Hombre en bruto y sin máscaras o disfraces que pretendan ocultar la naturaleza misma de las cosas: aquella que emerge sin pudor cuando menos lo sospechamos. Y es, precisamente allí, donde el escritor toca

médula y nervios, cuando las palabras nos ponen al descubierto, cuando nos delata en su afán de exponer la terrible verdad que nos corroe, nuestra interioridad, como si sintiera regusto por colocarnos frente a un espejo. Tal vez el dolor y el horror que nos causan la narrativa de Jiménez Ure es saber, para mayor desgracia nuestra, que en ella no pretende someternos u obligarnos asumir otra y degenerada naturaleza: sólo nos descubre la auténtica, que nos obstinamos en mantener oculta.

[IX] EL HORROR COMO REFLEJO

DE LA EXISTENCIA EN LA OBRA DE JIMÉNEZ URE

«Pareciera que nuestra misión en la Tierra fuese, ad infinitum, corrompernos hasta merecer una abolición que sólo las mentes superiores admiten como honorable» (J. URE en el diario EL UNIVERSAL de

Caracas, 1988)

Un escritor es su obra, y, en el caso particular de Alberto Jiménez Ure (venezolano, 1952), podemos afirmarlo de manera contundente. A lo largo de su carrera literaria, varios elementos han sido los pivotes entre los que podemos mencionar el «horror», el «incesto», la «crueldad disfrazada de ficciones», el «miedo», lo «aberrante» y «siniestro». Jiménez Ure constituye un caso muy

interesante en la Literatura Latinoamericana, puesto que, alejado del elemento fantástico como simple recurso estilístico, consagra, «sui generis» y con indudable maestría, tres elementos fundamentales que lo destacan en el ambiente literario. Dicha trilogía está constituida, en primer lugar, por la «simplicidad del lenguaje» sin apartarse de la necesaria riqueza: la cual la conforman sus diversos neologismos, que convierten sus libros en piezas inigualables y de provechosas lecturas. En segundo término, apreciamos en él un una clara tendencia a la «brevedad» del relato, convirtiéndose –quizá sin proponérselo- en uno de los predecesores y artífices reconocidos en el género (junto al guatemalteco Augusto Monterroso) de la Literatura Breve. Por último –y tal vez sea una de las razones por las que el escritor pasará a la Historia-, advierto en

el hacedor una inmensa capacidad para desnudar al Ser Humano: para devolvernos nuestra condición primigenia que llevamos en nuestra existencia como imborrable mácula. En el presente ensayo, queremos centrarnos, fundamentalmente, en el tercero de los aspectos ya señalados. Analizando, entonces, la ya vasta obra de Jiménez Ure (Acertijos, Inmaculado, Suicidios, lucífugo, Facia, Maleficio, Aberraciones, Abominables, Adeptos, Dionisia […]) no deja de llamarnos la atención su persistencia en el horror: que despierta, con violencia, nuestros sentidos y nos obliga –por instantes- apartar su lectura con el fin de tomarnos un descanso para seguir enfrentándonos a sus (imposible de abandonar) historias. Este escritor penetra, con sagacidad, cada intersticio de la Psicología Humana: lacera nuestros sentimientos, trasladándonos -

sin pudor- hacia lo más aborrecible de nuestras mentes. Allá, donde habitan nuestros -a veces- adormecidos demonios. Jiménez Ure es un escultor de la palabra, un hábil tallista que –con un simple cincel- va modelando al Ser Humano descubriéndole todo lo que esconde y le avergüenza. Devela y reencuentra al Hombre y su iniquidad. Ese que, al verse expuesto, reacciona y niega su naturaleza oculta bajo espesos ropajes (la calamidad de su cuerpo y espíritu). En cada uno de sus libros «palpita la vida», laten los ya exhaustos «antivalores»: lo «malo», «execrable, lo que «infama», lo que «duele» y «daña». El mayor valor de sus libros –a diferencia de los que publican sus contemporáneos- no es cómo cuenta sus historias: sino lo que se atreve a narrarnos. Por ello (sin excluir la envidia e ignorancia) algunos críticos de cenáculos

han pretendido pre-juzgar la obra de Alberto Jiménez Ure, equiparándola con la de autores insípidos e insustanciales que suelen difundirse en Latinoamérica. Afirman que la exitosa venta de sus libros se debe a sus «atrayentes títulos», que seducen y satisfacen la morbosidad de ciertos lectores. Quienes hemos seguido -con seriedad- su trayectoria literaria, nos percatamos que todas esas expresiones contra el escritor responden a la mediocridad y celos: porque la obra de este intelectual adquiere, cada día, más vigor y preponderancia en el ambiente literario continental. Se le incluye en antologías, se analizan y reseñan sus invenciones en diferentes medios de comunicación nacionales y extranjeros. ¿Qué persona escaparía, en su periplo vital, a situaciones que desdicen de su «sindéresis» y «racionalidad»?. Tomos somos «ángeles» y «demonios», «buenos»

y «malos», «sinceros» e «hipócritas», «altruistas» o «egoístas». Es allí donde la temida descarga literaria de Jiménez Ure destella. El escritor hurga la doble faz que caracteriza al Hombre, le da «vuelta a la moneda» asombrándonos. No hay «amarillismo» en su literatura. Matiza, con fina inteligencia, los hechos. Lo hace mediante su «orgiástica descarga de creatividad». Relata situaciones crudas y terribles, y sus lectores en ocasiones dudan sobre si «sucedieron» o no: si las vivió el escritor. Los maledicentes presumen que las tramas jimenezureanas no son «invenciones», y que, de hecho, el autor «experimentó cada historia que ha publicado». Cualquiera sabe, categóricamente, que los sucesos de la «vida real» (que suelen lastimar nuestras conciencias y razón) siempre superan la más «aberrante» imaginación del Hombre. Aun cuando

surja la incógnita: ¿Precede el pensamiento de Jiménez Ure a los hechos que narra, o, simplemente, las consecuencias de su escritura confunden y perturban a los lectores menos cautelosos? No habrá respuestas «absolutas» a interrogantes relacionadas con las obras literarias. Por ello afirmo que Jiménez Ure no toma ni inventa una «realidad exacta» o «absoluta» para luego describirla. Descubre al Hombre, le despoja su careta y lo deja desnudo e indefenso. En ello radica el interés que despiertan sus cuentos y novelas: en la esencia del Hombre y su entorno que el autor transforma en ficciones. Cada uno de sus libros es una copa de dulce, pero envenenado, vino. Que nunca logrará matar a nadie. Quizá produzca perplejidad, pero hasta ahí. ¿Podría no sentirse afectado un lector con las obras de Alberto Jiménez Ure? ¿Podría

mantenerse indiferente ante sus cautivadoras, sugestivas y cinematográficas imágenes?

[X] Anexo I

DIÁLOGO EN TV-ULA ENTRE GIL OTAIZA Y JIMÉNEZ URE [10] Alberto JIMÉNEZ URE.- Estos días de tribulaciones políticas, universitarias y problemas sociales severos, me han hecho pensar, y tratar de recordar, cuáles fueron mis motivaciones literarias cuando era un niño. Y pensé en ti: porque, después de algunos años conociéndote, no sé cuáles fueron las tuyas para escribir ficciones. Nunca me has hablado de eso. ¿Será que sientes temor a develar tu naturaleza más profunda? Ricardo GIL OTAIZA.- No, en absoluto. Básicamente, mis motivaciones fueron, desde muy niño, la necesidad, el deseo de narrar, de contar, de expresarme. Surgió cuando me

convertí en un apasionado lector. Pienso que un escritor nace sobre la base de una lectura profusa, diaria, coherente, organizada. Luego uno siente, interiormente, que tiene que develar lo que le sucede. Pasar de ser lector a escritor. Alberto JIMÉNEZ URE.- Probablemente, tuviste algunos miedos: inquietudes relacionadas con ciertos acaecimientos que estigmatizaban tu vida. Quizá tragedias familiares. Ricardo GIL OTAIZA.- No, tragedias no: sólo sentía el miedo natural que tiene un potencial y joven escritor que todavía no había publicado nada y anhelaba hacerlo. Alberto JIMÉNEZ URE.- Pero: me hablas de tu edad adolescente. Me pregunto y te interrogo si cuando eras un infante de menos de diez años, pensaste en la posibilidad que pudieras

escribir un libro e ingresar al ámbito de los hacedores de literatura. Ricardo GIL OTAIZA.- Sí. Recuerdo que mis hermanos, unos amigos de la casa y yo hicimos un programa que posiblemente era para la radio, de literatura de terror. Esa fue la primera incursión que tuve en materia literaria [tendría ocho o nueve años]. Sin embargo, mi literatura no es clasificable en ese género. Alberto JIMÉNEZ URE.- Cierto: tu literatura no es, realmente, de terror ni está influida por esa corriente. Ricardo GIL OTAIZA.- No, en absoluto. Ahora que hablas de eso, tampoco recuerdo que tú me hayas contado cómo fueron tus inicios, porque yo he sido un lector de toda tu literatura, y, sin embargo, en el tiempo que tenemos conociéndonos, nunca me has hablado de tus motivaciones. ¿Comenzó en los

Campos Petroleros? ¿En Barquisimeto? ¿Aquí, en Mérida? ¿Cómo ha transcurrido tu vida? Alberto JIMÉNEZ URE.- Antes que yo pensase en la posibilidad de escribir un cuento o novela, mi existencia infante transcurría bajo el acecho de mi macabra imaginación. Eso fue lo que inicialmente me llevó a escribir los primeros textos que escribía, repartía o leía a mis compañeros de clases y a mi hermana Elizabeth: quien, igual, se los leía telefónicamente a sus amigas. Tendría yo 8 años, y te puedo confesar que mi motivación más profunda fue el terror que me provocaban mis alucinaciones e ideas perversas o religiosas. Yo vivía atormentado eso que denominan los psiquiatras fantasmas personales. Me perseguían seres imaginarios: llegué a verlos, palparlos, y pensé que estaba enloqueciendo [...]

Ricardo GIL OTAIZA.- Pero, ¿esas son las mismas imágenes que tú has plasmado en todos tus libros? La crítica y tus lectores dicen que eres un escritor de Literatura de lo Perverso, de lo que generalmente los escritores no mostramos; porque la mayoría nos inclinamos a disertar sobre el lado bueno del Ser Humano y tratamos de proyectar [entre comillas] valores morales. La tuya siempre ha sido una Literatura Contracorriente. Entonces, ¿son esos mismos fantasmas que te poblaban desde tu niñez los que finalmente viertes en tus narraciones? Alberto JIMÉNEZ URE.- Sí: son ellos, fantasmas que ya se han doctorado. Las percepciones macabras y demoníacas que tuve se han perpetuado y alcanzado el paroxismo en el curso del tiempo. Pero, los hechos de naturaleza literaria enrarecen cuando implican a

lectores o personas que te conocen: que en determinado momento comienzan a sospechar o imaginar cosas aberrantes sobre tu vida privada. Indagan, casi policíacamente, tu conducta. Hay quienes me conocen, que me han visto o tratado, y sienten temor de mí. No como profesor universitario, que tú, en ese sentido, tienes ciertas características distintas a las mías, porque realizas actividades docentes. En tu caso se afirma o rumora, por ejemplo, que eres un moralista: alguien académicamente muy rígido y un ejemplar padre de familia. Cuando leen tus libros Paraíso perdido o Espacio sin límite, por ejemplo, te exculpan. Ricardo GIL OTAIZA.- Hace como 8 años publiqué un cuento, muy breve, en el diario El Vigilante [desaparecido desafortunadamente] en el cual narraba la vida de un personaje que estaba en prisión. El título del cuento es

Memoria tras las rejas, y, cuando apareció publicado, un amigo me llamó para decirme: [...] «Ricardo, yo no sabía que estuviste preso». Siento que la gente confunde la vida privada del escritor con lo que relata en sus libros. En tu caso abundan quienes sostienen que eres un pervertido. He tenido que conversar mucho con mis amigos, algunos de los cuales conoces, para tratar que no asocien tu vida privada de nada de cuanto escribes. Tengo años conociéndote y sé cuál es tu naturaleza humana. Pero, al leerte, la gente común suele confundirse y formarse una errática imagen de tu existencia, Alberto JIMÉNEZ URE.- Amito que me ha afectado infinitamente la actitud de algunos lectores o personas que han departido conmigo y luego dejan de tratarme. Otros nunca han dejado de platicarme y mantener una comunicación

respetuosa conmigo, porque lograron conocerme mi realidad personal: mis tragedias, éxitos, fracasos, enfrentamientos políticos por mi librepensamiento y postura social contracorriente. Deploro la maledicencia y difamaciones que se han propagado alrededor de mi vida íntima, porque lesionan más la moral de mis hijas que a mí. La mayoría de las personas se resiste, maliciosamente, a separarme de las tramas de mis novelas y libros de cuentos. Ricardo GIL OTAIZA.- La gente nos asocia, irremediablemente, a lo que escribimos. En tu caso, que me precio de ser unos de tus lectores, hay inocultables elementos perversos: sueles mostrar el lado más obscuro del Ser Humano y a los lectores les resulta difícil no juzgarte por tus ficciones o vincularle a ellas.

Alberto JIMÉNEZ URE.- Soy y seré, sempiterna e infelizmente, la verdad en la contradicción. Pero, en tu caso hay una vertiente que te libera de esa presión del lector o de la antropomórfica Opinión Pública que, en determinados instantes, te encara o se enfrenta a ti o llega a conocerte. Tu actividad escritural no tiene la fiabilidad de tu labor académica, no perturba ni suscita injurias. Tus trabajos de naturaleza académica sobre las plantas medicinales son admirables y de obligada consulta. Es decir: te salva del implacable y severo juicio de los lectores porque no te difaman ni intentan propagar lo que infamias sobre tu personalidad y vida privada. Te ven caminar por una calle y sólo dicen que allá va el profesor Gil Otaiza, el afamado investigador y científico. Nadie se atreve a sostener que eres el aberrado autor de una novela

donde el incesto y otras inmoralidades afloran. Ricardo GIL OTAIZA.- Pero están tentados. ¿Por qué? Los escritores siempre estaremos expuesto a la malicia de quienes ignoran cómo vivimos y lo que realmente somos [...] Alberto JIMÉNEZ URE.- Pero, ¿no es mejor que te conozcan?, ¿Que te lean inteligentemente y te traten para luego tener una idea exacta de lo que eres y no difamarte estúpida e infamemente. Ricardo GIL OTAIZA.- Eso es relativo. Alberto JIMÉNEZ URE.- Recuerdo algo que quería comentarte. Tuve una amiga que fue actriz de televisión venezolana: Doris Wells, quien murió hace algún tiempo de cáncer. Ella solía venir a Mérida, y lo hacía para relajarse y evadir enfrentamientos con

quienes veían las telenovelas en las cuales protagonizaba. Fue, muchas veces, la maluca de ciertas telenovelas. Ella se molestaba profundamente por esa causa, y me decía: «Vengo a Mérida a ocultarme». Aquí casi nadie la reconocía. Se vestía como una estudiante universitaria y se sentía profundamente liberada: muy feliz. En el caso de nosotros, no podemos hacer lo que ella, porque no somos actores. No podemos, ciertamente, disfrazarnos. Hasta un ex amigo y ex marido de una mujer que departía conmigo, enfurecido y celoso le aseguraba que yo vendí mi alma al Demonio: que soy Príncipe de Legión, hijo de Luxfero. Ricardo GIL OTAIZA.- Ese es el riesgo que corremos: pero, siento que el escritor no debe encasillarse, sino que debe ahondar en otros géneros: y debe buscar otro tipo de literatura. Estoy

tratando de ahondar un poco en el denominado «Realismo Sucio», creo que es una experiencia que podría marcarme desde el punto de vista escritural. Alberto JIMÉNEZ URE.- No me habías hablado de eso. Ricardo GIL OTAIZA.- He comenzado a escribir una serie de cuentos que los voy a compilar, más adelante, en un libro. Alberto JIMÉNEZ URE.- ¿Por qué «Realismo Sucio»? Ricardo GIL OTAIZA.- Porque yo siento que el contexto que tenemos está tan problematizado que el escritor tiene que hacerse receptáculo de todas esas contingencias y tratar de presentarle a su colectivo, a sus lectores, un acercamiento bastante real de lo que es su sociedad: su país, su continente. Recordemos que estamos en un país con bastantes problemas; entonces, ¿de qué le

vale a un escritor estar pintando el paraíso perdido cuando en realidad tú sales de tu casa y te encuentras que puedes ser atracado, que puedes ser violado, que puedes ser asesinado? Entonces, creo que tengo que abordar también otras experiencias para que no encasillarme. Por ejemplo: me dijiste: «Mira, ¿eres moralista?». ¡No! Vamos a romper con esos esquemas, yo he leído textos tuyos que no están enmarcados precisamente en lo que definimos perversión, ni la aberración. El escritor debe ser pluridimensional y creo que la amistad nuestra, que ya tiene más de una década, está centrada precisamente en eso: en la diversidad, en que nos comprendemos. Nos hemos respetado, compartimos nuestra literatura y somos lectores el uno del otro [...] Alberto JIMÉNEZ URE.-

Recuerdo los tiempos cuando conocí a Ennio Jiménez Emán. Tendría yo un par de años en Mérida, y nos reuníamos para tomar cerveza y leer a Henry Miller: Trópico de Cáncer, Trópico de Capricornio, Primavera Negra. En Europa y Estados Unidos era muy comentado, precisamente por tener una literatura que en aquellos tiempos era juzgada como fuerte: extravagante, por los elementos sexuales que insertaba en sus tramas. Fue parco y se limitaba, exclusivamente, a describir situaciones que lo implicaban: situaciones que experimentaba, por ejemplo, en un tren. Cuando le gustaba una chica y se excitaba, o cuando se transformaba en un hombre violento y emprendía querellas callejeras. Ricardo GIL OTAIZA.- Esa es la vida, y no debe haber una Literatura Ascéptica. El escritor, tal y como yo lo percibo, tiene que serlo

auténticamente. Son tiempos más violentos, entonces el escritor no se puede convertir en un individuo que esté protegido en un recinto blindado, sino que tiene que ser perceptor y actor de la realidad y de su tiempo. Alberto JIMÉNEZ URE.- ¿Te parece que todo lo que es violento es necesariamente sucio? Lo digo puesto que juzgas o defines la literatura que describe discordias callejeras o fornicaciones como «Realismo Sucio». Ricardo GIL OTAIZA.- El «Realismo sucio» es el detonante de un explosivo que sepultará, para siempre, a la Literatura Aséptica. ¿Por qué? Porque exhibe de una manera clara y precisa hechos cotidianos, del contexto cultural básicamente, pero también profundiza y socava las mentes vírgenes, como lo hace tu cuestionada literatura. Ahonda en los elementos hipócritamente enmascarados

del Ser Humano, que, a causa de la simulación de una moralidad que la sociedad quiere mantener impoluta, se los esconde o criminaliza. Todo ese intríngulis que puede haber entre una pareja que generalmente no aparece reflejado en el libro, o esa conversación íntima que hay entre amantes, entre personas que mantienen relaciones carnales del modo que les plazca, esa es la literatura que se expresa y se denomina «Literatura del Realismo Sucio». ¿Por qué? Porque el lector no tiene que estar ganado a conocer cuáles son las intimidades de unos personajes, se da por hecho en nuestra Literatura «aséptica», pero yo siento que nosotros estamos en la obligación de profundizar. Alberto JIMÉNEZ URE.- Nosotros no escribimos una literatura «aséptica», Ricardo [...] Lo hicieron Uslar

Pietri, Jorge Luis Borges, Rómulo Gallegos [...] Ricardo GIL OTAIZA.- Uslar Pietri fue calificado como un escritor elitesco, autor de una literatura asexuada. Alberto JIMÉNEZ URE.- También Miguel Ángel Asturias, José Antonio Ramos Sucre y otros en extremo recatados al escribir. Aunque Ramos Sucre no fue precisamente aséptico, sino autor de enunciados filosóficos. Ricardo GIL OTAIZA.- Si, bastante recatados [excepto Ramos Sucre, por la naturaleza de su escritura reflexiva] Siento que la literatura tiene que impactar. Como lector, un libro que no me golpea no es relevante. Alberto JIMÉNEZ URE.- La Literatura debe afectar a las personas: el juicio que tienen sobre Si y el Mundo, positiva o negativamente. Lo contrario es

la capitulación cobarde de la Conciencia Crítica. Ricardo GIL OTAIZA.- Es fundamental que el lector no sea el mismo después de la lectura de un determinado e impactante libro. Con frecuencia, digo a mis amigos que para mí la Literatura es mi catarsis. Alberto JIMÉNEZ URE.- ¿Qué ocurriría si alguna ley nos impidiese desarrollar y expresar, plenamente, nuestras ideas y ficciones? Ricardo GIL OTAIZA.- Yo plantearía la resistencia [...] Alberto JIMÉNEZ URE.- Pero, ¿cómo resistir? Nunca hemos usado armas letales. Ricardo GIL OTAIZA.- El arma de la palabra. Alberto JIMÉNEZ URE.- ¿Podrías, hipotéticamente, convertirte en un criminal? Hay quienes aseveran que

yo soy una especie de criminal literario por las tramas de mis libros. Ricardo GIL OTAIZA.- No sabemos cuándo la vida nos colocará en situaciones extremas en las que tengamos que hacer uso de la violencia. Alberto JIMÉNEZ URE.- No te imagino con una escupefuego. Ricardo GIL OTAIZA.- ¡No, no, en absoluto! Me hallo entre quienes sostienen que la palabra es la principal arma, y recuerda que la mayoría de gobernantes democráticos, tiránicos, etc., le temen al poder que tiene. Por eso es que, generalmente, en los países víctimas de tiranos los primeros que se tienen que ir al exilio son los intelectuales. Alberto JIMÉNEZ URE.- Ellos le temen a la palabra cuando tiene vigencia y siempre que exista la posibilidad que se desarrolle o conozca.

Pero, si no se difunde, si no se publica, no les afectará. Qué puede ser más fatuo que un libro apócrifo, oculto. Ricardo GIL OTAIZA.- Allí no va a haber ningún impacto de la palabra. Alberto JIMÉNEZ URE.- Luce interesante la opción de vivir en un mundo en el cual tú no puedas decir nada que perturbe a quienes tienen el poder del mando político: donde sólo se nos permita comer, hacer el amor, trabajar para recibir cierta remuneración [...] Ricardo GIL OTAIZA.- No me atrae esa idea, en absoluto. Alberto JIMÉNEZ URE.- Plantéate vivir en una nación donde no puedas hacer nada que no te dicte un manual. Ricardo GIL OTAIZA.- ¡Sería terrible! Para mí lo sería: como enterrarme en vida.

Alberto JIMÉNEZ URE.- Podrías ser, orwellianamente, un hombre feliz [...] Ricardo GIL OTAIZA.- No, no, no creo. Alberto JIMÉNEZ URE.- Un desahuciado feliz [...] Ricardo GIL OTAIZA.- No. Tal vez un desahuciado, sí, pero un ser que tenga capacidades: potencialidades, que mire más allá de su contexto, de su realidad. Siento que ese panorama que me has pintado es terrible, pienso que los intelectuales tenemos que salir de esos hipotéticos países. ¡Primero resistir! Tenemos el derecho y deber de luchar para revertir el signo de los tiempos; sin embargo, a veces las fuerzas son tan avasallantes que, con el arma de la escritura que tienes, no puedes corregir situaciones aborrecibles, no puedes [...] Alberto JIMÉNEZ URE.-

¿Contradices las reflexión de Dostoievsky según la cual [...] «El hombre es un cobarde y animal de costumbres». ¿Ves al monstruo y buscas enfrentarte a él? Ricardo GIL OTAIZA.- ¡Por supuesto! Hasta en los textos bíblicos aparece. David se enfrentó a Goliat y lo liquidó. ¿No? Pienso que los escritores, los intelectuales, tenemos la posibilidad de abatir a esos Goliat que se erigen en algunas naciones, no solamente en Latinoamérica. Alberto JIMÉNEZ URE.- Pero, es, en extremo, difícil. Hay que pelear, por ejemplo, contra un Estado corrompido. Es improbable que un escritor [que porta en su mano sólo un bolígrafo] pueda enfrentarse a un militar que lo intimida tocando con sus dedos la cacha de su reglamentaria y letal arma de guerra. Ricardo GIL OTAIZA.-

Es una muy triste verdad. Alberto JIMÉNEZ URE.- ¿Por qué los escritores no podemos comulgar con los militares? Ricardo GIL OTAIZA.- Porque el militarismo, que es completamente vertical, impone, no permite el disenso, la diferencia. No tolera que pienses de una manera distinta. A todos nos quieren meter en su vagón. Lógicamente, el intelectual se resiste a ello por naturaleza. Recordando lo que hace rato planteabas, me angustió la situación de Cabrera Infante, recientemente fallecido, porque él aspiraba a regresar a su Cuba libre, a su Cuba, digamos, democrática, y tuvo que vivir más de cuatro décadas de exilio. En ese caso yo siento que, no el escritor, sino el «soldado» que utiliza el poder de la palabra, el poder de la escritura para enfrentarse a un poder omnímodo, a un

dictador, estuvo destinado al fracaso. Cabrera Infante no pudo regresar a su Cuba natal, que era una de las aspiraciones que tenía. Sin embargo, con su literatura y con el legado que ha dejado a los lectores y al mundo de habla hispana, hay un triunfo desde el punto de vista de la Literatura, porque trascendió. Alberto JIMÉNEZ URE.- Sí [...] Llegará el día cuando todo cambie en la isla de Cuba, pero también lo harán otras sociedades. Muchos países tendrán nuevos sistemas de gobierno. Siempre el Ser Humano estará enfrentado a Si, a su prójimo, a su naturaleza que es y será la de una bestia: porque el Hombre, de ninguna forma, podrá vindicarse. Incesantemente, he pensado que nuestra especie es irreparable. Ni siquiera mediante la religión. Ricardo GIL OTAIZA.-

Pero, a propósito de a las discusiones de pódium que tendremos pronto en «Bienal de Literatura Mariano Picón Salas», que se titula ¿Qué pasa con la narrativa venezolana? [...] ¿Crees que los hacedores venezolanos tenemos posibilidad de exportar nuestra creación literaria, de impactar, decirle no solamente al país, sino al continente y al mundo entero, que aquí hay toda una generación de escritores con obras buenas y no continuar desgraciadamente rezagados? Alberto JIMÉNEZ URE.- Pienso que lo importante es que a ti te conozca y te lea aquella persona que siente placer por ello. No me inquieta que, por ejemplo, un político me lea o un cazador de infames best seller [...] Ricardo GIL OTAIZA.- ¡Claro! [...] Pero, ¿no es una tentación maravillosa convertirnos en escritores best seller?

Alberto JIMÉNEZ URE.- No necesariamente, pero si mi literatura llegase [hipotética y accidentalmente] a ser bestselleriana, no me enfadaría porque no dependió de mí. Los escritores deberíamos vivir de la Literatura, pero, en un país como Venezuela, donde la mayor parte de la población es inculta, pueril, mendicante y gregaria políticamente, no tenemos esa esperanza. Y tú, dime: ¿Te sientes mejor como escritor o docente? Ricardo GIL OTAIZA.- Para mí la praxis escritural es una forma de vida, es una manera de comprender el mundo y de entenderlo. No podría vivir sin la Literatura: lo sabes, tienes años conociéndome.

[XI] Anexo II

ENTREVISTA CON ALBERTO JIMÉNEZ URE: ¿UNA ESCRITURA

BAJO EL SIGNO DE LA PERVERSIÓN? [11]

A través de las ventanas del pasillo que conduce a la «Oficina de Prensa» de la Universidad de Los Andes, podemos observar la prominente estatua de Fray Juan Ramos de Lora: fundador del Seminario Tridentino que fuera precursor de esta casa de estudios. Con su venia, me adentré, muy de mañana, al espacio lleno de cubículos en el que cualquier mortal tiene acceso al lugar que ocupa Alberto Jiménez Ure: controversial personaje de la Literatura Venezolana. Contrario de lo que pudiera pensarse, no capté a su alrededor figuras siniestras ni

macabras: o falos enhiestos y amenazantes; sino fotografías de sus descendientes que muestran a un hombre humano y cotidiano. Al verme, su primera reacción fue la de invitarme a compartir una taza de café en un bulevar del patio trasero del Edificio Central del Rectorado. Pero, no se imaginaba que yo iba dispuesto a indagar acerca de su quehacer literario. Mi intención era develar los «íncubos» y «súcubos» que pueblan sus textos desde hace más de veinte años. Y, para ello, requería del inusitado sosiego de esa oficina a esas tempranas horas de un jueves. Así, a quemarropa, como aquellos criminales que han acorralado a sus potenciales víctimas, no le di posibilidades de escapatoria. -Luego de leer tu libro Revelaciones, Alberto, nos queda el sabor de lo prohibido y lo velado por las diferentes civilizaciones que

han poblado la Tierra. ¿Fue tu primer libro inspirado en Satán? -No fue inspirado: su argumentación me fue dictada por lo que defino «Entidad Imprecisa» [lo digo aun cuando no luzca lo suficientemente racional, en plena Era de las Comunicaciones Satelitales y nacimiento de La Multimedia]. Lo advierto en el pórtico. Durante el año 1995, y hasta el alba de1996, fui presa de profundas depresiones que casi me conducen a la muerte. No lo oculto: soy un hombre pacífico, empero, en extremo depresivo e insomne. -En Revelaciones podemos percibir una crítica voraz hacia todo lo establecido, contra eso que llamamos Cultura Occidental. ¿Podrías afirmar que eres un reformador social? -Aparte del bienestar de mi familia y la trascendencia de mi escritura, nada me inquieta más que la forma como los

jerarcas del Funcionariado Nacional dirigen nuestros destinos: el de todos los ciudadanos honestos de este malogrado país. Me abate la progresiva y absurda depauperación o desmoronamiento de la Administración Pública Nacional, de sus instituciones, infaustamente en poder de un enjambre de malhechores de nuestra incorregible Casta Política y Financiera. Y que, con frecuencia, denomino en mis artículos periodísticos como la gavilla del Crimen Monetario Internacional [CMI]. Sin haberlo premeditado, quizá me he convertido en un intelectual que difunde ideas que pretenden reformar la sociedad: en un auténtico revolucionario. -Durante tu iniciación literaria pública, tus detractores te bautizaron como un «escritor reaccionario» y «de derechas». Al paso del tiempo, ¿cómo te autocalificarías? -Nunca he hallado inteligibles justificaciones a innumerables e infames

juicios que algunos han formulado y propagado alrededor de mi personalidad. Mi fama de «escritor de derechas» inició al ocaso de la Década de los Años 70, cuando comencé a publicar artículos de opinión, editoriales y ensayos en los diarios El Impulso (Barquisimeto), Ultimas Noticias (Caracas) El Nacional (Caracas) El Universal (Caracas) Vanguardia Liberal (Bucaramanga, Colombia) y El Tiempo de Bogotá (Colombia). El respetado periodista argentino Sergio Dabhar, del diario El Nacional, me entrevistó para el «Papel Literario» del citado periódico y tituló mis declaraciones de esta forma: Soy un escritor de derechas. En el curso de nuestra ya remota plática, le dije que […] «es de derechas toda persona que comulgue con los preceptos de la Democracia Burguesa o Representativa» […] En realidad, soy un utopista: anhelo el establecimiento de comunidades capaces de pacífica e

inteligentemente vivir sin la presencia de intimidadores que porten armas letales, gobiernos u hombres privilegiados. Ningún Ser Humano merece vivir mejor que otro: ni siquiera a causa de su probable superioridad intelectual o física, laboriosidad o inoperatividad. Nuestra estada en el mundo es frágil, inexplicable, fortuita. Deberíamos hacerla más placentera, menos compleja. Nacemos para ser culpables prematuros y aceptar una inevitable sentencia de muerte, cuya explicación excede nuestra «Razón Inmutable» o «Inteligencia». -Quienes conocemos tu obra captamos una necesidad [mas que literaria o intelectual, muy humana] de mostrarnos el lado oscuro del Hombre. ¿Cuál fue el suceso en tu vida que pudo haber estigmatizado tu narrativa? -Curiosamente, Gil Otaiza, no siento la necesidad de mostrar esa «naturaleza oscura» que juzgo inmanente en Hombre.

En los momentos que preceden, durante y ulterior a mi praxis escritural, suelo padecer de mucha ansiedad y después dicha. Soy un perceptor, un procesador de situaciones más o menos veladas en un mundo contra mi voluntad corrompido. Capto, pienso, sueño o imagino: luego, felizmente, escribo. Si surgen las conductas más inmorales y ruines en mis personajes, perfecto; si irrumpiese lo más hermoso, igual lo celebro. No me place ocultar, heideggerianamente, lo oculto. Heidegger, exaltado por el nacionalsocialismo o nazismo, sostuvo absurdamente, […] «que la ocultación de lo oculto y el error pertenecen a la esencia inicial de la verdad» Tampoco me agrada elevar el «lado oscuro del Hombre» al rango de un axioma. A veces lo axiomático luce despótico. No podría recordarlo, pero, sospecho que la acción natural de mi parto habría marcado mi

propensión a elaborar o producir una narrativa desobediente. Porque el nacimiento es el suceso más impactante, más aterrador, que se produce en el Universo. Nunca sabemos qué clase de criatura irrumpirá del vientre materno: un asesino, monje, salvador o predador. -tus amigos te definen como un hombre equilibrado y racional. ¿Por qué, entonces, te muestras, ante los lectores, como un escritor macabro y perverso? -La mordacidad del escritor Héctor Mujica generó la frase según la cual yo, por ser un «Instrumento de El Maligno» [lo leyó en Revelaciones y lo expuso en una crítica que apareció en varios diarios], de «El Patrón», soy, en consecuencia, un perverso y nada más: una persona abominable. No lo aseveró con la explícita intencionalidad de lesionarme moralmente. Nos une el afecto, respeto y la amistad. De él opino que es un hombre

memorioso y ostenta el humor negro y los cariñosos agravios que le permiten sus méritos intelectuales hacia quien pertenece a una generación más joven e irreverente que la suya. También apruebo que mis demás amigos, o quienes sienten afecto por alguien como yo, puedan sospechar que soy un perverso y macabro hacedor: siempre que tales señalamientos no trasciendan el territorio de la Literatura, de la ficción, no me abatirán psíquicamente. -Visto el Panorama de la Literatura Nacional y extranjera, podríamos afirmar que tu obra constituye un caso excepcional. ¿Te sientes reconocido y realizado como narrador? -Me hace feliz haber materializado mi meta infante de convertirme en escritor y de ser reconocido como tal. Pero, discierno: no me siento diferente a cualquier persona que practica cualquier otra disciplina para la cual estaba

intelectual o físicamente dotada. Me siento cómodo, tranquilo y estoy persuadido de haber elegido un camino que providencialmente me aguardaba. Estoy en pleno tránsito hacia mi redención ocupacional. -¿Cuál debe ser la postura de un escritor en un ámbito intelectual tan enrarecido como el nuestro? -Te responderé, primero, con una admirable frase del filósofo Séneca: […] «En tres épocas se divide la vida: la que fue, la que es y la que será; entre ellas, la que experimentamos es breve» […] Pienso que nuestra [im] postura debería ser, inequívocamente, honesta: ajustada a nuestros principios y ética personales. El futuro, incierto o dudoso, recordará o desechará nuestros presentes actos [benévolos o aborrecibles], pensamientos, confesiones o ficciones literarias que

acometemos durante la brevedad de nuestras vidas. -A menudo se le reprocha a nuestros escritores su inaccesibilidad. Pero, analizando tu trayectoria, advertimos que tus libros suelen venderse fluidamente en ferias literarias y librerías. ¿Vendes por tus temas abyectos o por tu estilo? -Me dicen que mis libros se venden. Eso me confunde, atribula y contenta simultáneamente: pero, no por los «derechos de autor» o «el dinero» que debería o pudiese recibir. Sino porque hay lectores [cercanos, distantes, conocidos o ignorados por mi] a los cuales yo pudiese divertir, enfurecer, alertar o nutrir intelectualmente.

[XII] EPÍLOGO

Un escritor es su obra, y, en el caso inusitado de Alberto Jiménez Ure, podemos afirmarlo de manera inequívoca. Durante su larga carrera literaria, varios elementos han sido las columnas sobre los cuales se sostiene su narrativa. Entre ellas, podemos mencionar el horror, incesto, la crueldad disfrazada de realismo, el miedo, lo aberrante y lo siniestro. Jiménez Ure constituye un caso muy interesante en la Literatura Latinoamericana puesto que, alejado de lo fantástico como simple recurso estilístico, alcanza [con indudable maestría] la trilogía fundamental que lo caracteriza como autor sui géneris en el ambiente literario. Dicha trilogía está conformada, en primer lugar, por la

simplicidad del lenguaje, sin apartarse de la necesaria riqueza explícita en sus neologismos que convierten a sus textos en una experiencia de lectura inigualable. En segundo término, apreciamos en él una clara tendencia hacia la brevedad cuando narra, convirtiéndose (quizá sin proponérselo, junto al guatemalteco Augusto Monterroso) en uno de los artífices del denominado Short Story. Por último, y tal vez sea causa por la cual pasará a la Historia de lo mejor de las Letras Nacionales y Latinoamericanas, destaca su inmensa capacidad para desnudar al Ser Humano y devolverle su primitiva naturaleza: que nunca perdió porque es su imborrable mácula. En el presente epílogo, queremos centrarnos, fundamentalmente, en la prolijidad de su obra. Iniciada con Espectros, Acertijos, Inmaculado [12] y Suicidios [13], entre otros libros de

cuentos. Seguida por las novelas brevísimas Lucífugo [14], Aberraciones [15] y Dionisia [16]. Tanto en su cuentística como novelística, no deja de llamar la atención su persistencia en desarrollar argumentos que horrorizan a los lectores, que les violentan los sentidos, que lo impulsan apartarse de los textos profanos, aunque sea momentáneamente, con el fin de tomar nuevos aires para seguir enfrentándose a historias imposibles de incinerar o desechar porque le develan su escondida demencia. Este escritor penetra, con sagacidad, cada intersticio de la psiquis humana, lacerando sentimientos, hundiéndolos sin pudor en la desvergüenza: allá, donde habitan los demonios adormecidos que el escritor convida a su mundo para colocarlos al servicio de sus tramas. Es Jiménez Ure un escultor de la palabra, un

hábil tallista que (con un cincel) va descubriendo en el Ser Humano todo aquello que lo apena y que, por ello, esconde. Estamos ante un autor que nada inventa, que nada reacomoda con el propósito de complacer a sus potenciales o asiduos lectores. Percibe, interpreta o deduce y formula sus escritos. Alberto Jiménez Ure devela, descubre, reencuentra al Ser y su iniquidad que, al verse descubierto, reacciona y niega u oculta, bajo espesos ropajes, la calamidad que constituye su corpórea y falsa espiritualidad. En cada libro de Jiménez Ure palpita la vida y laten, ya exhaustos, los anti-valores: la malicia, lo execrable, lo que infama, lo que duele y lesiona moralmente. La mayor virtud de sus textos (contrario a las obras de la gran mayoría de sus contemporáneos) no es cómo los relata, sino lo que se atreve a contarnos.

Es por ello que muchos (quizá por envidia o ignorancia) alguna vez pretendieron colocar su producción intelectual entre los textos insustanciales que los comentaristas del diarismo subestiman, a veces con razón, de numerosos escritores latinoamericanos ávidos de convertirse en bestsellerianos y enriquecerse. A pesar de quienes afirman que la exitosa venta de sus libros se debe a sus atrayentes títulos, los que hemos seguido de manera seria su trayectoria literaria nos percatamos que todas esas malintencionadas inferencias sólo son productos de la mediocridad e intolerancia moralista. ¿Cuál Ser Humano escapa, en su periplo vital, a diversidad de situaciones que desdicen de su sindéresis y racionalidad? Ninguno. Todos somos ángeles y demonios, buenos y malos, sinceros e

hipócritas, altruistas o egoístas. Y es ahí donde la temida cámara literaria de Jiménez Ure filma para luego relatar sus registros o exponerlos. Él ha hurgado esa doble faz que caracteriza al Hombre, le da vuelta a la moneda y nos deja perplejos ante una realidad silenciosa, esa que permanece latente e inalterable y [cual inoportuno invasor] la toma por asalto y la delata. No existe amarillismo en la obra de Jiménez Ure. Su obvia diferencia con las llamadas páginas rojas de prensa estriba en que matiza, con fina inteligencia, los hechos: y lo hace con una descarga de creatividad orgiástica. Relata situaciones muy crudas y terribles, dejándole al lector la impresión que no pudo ocurrir lo narrado, que no sucedería algo semejante en la realidad. Pero, tras sus divagaciones de alcoba, inevitablemente sospecha que nada de lo contado es ficción, que todo lo

leído pudo haberle pasado al escritor. Aquí es donde podemos afirmar, categóricos, que las acciones de los seres humanos superan las más aberrantes tramas novelescas o cuentísticas de los intelectuales. Razones por las cuales comprendemos el enojo y asombro de los lectores ante historias que lo lastiman y socavan su conciencia plagada de prefabricadas normas de catequesis. Y, surge la incógnita. ¿Qué fue primero: el hecho o el pensamiento? ¿Inventa Alberto Jiménez Ure lo terrible de sus historias o cuenta sus experiencias? ¿O, como si fuese un hábil prestidigitador o fiable vidente, se adelanta a los acaecimientos que están por venir? Según nuestra percepción, el autor no tiene una respuesta absoluta para él ni la tendrán sus lectores. Porque la maldad y perversidad subyacen en los individuos. Por ello afirmamos que la Literatura de

Jiménez Ure no es ficción pura ni dilucida la realidad fidedigna de nuestro entorno. Quita las caretas al Hombre, lo desenmascara y lo deja desnudo e indefenso. En ello radicaría el interés del público por su obra, ya que halla en ellas elementos de su esencia: de su torcida u oculta intimidad o verdaderas intenciones. Su espejo. La plasticidad en la narrativa de Jiménez Ure no queda explícita solamente en su estigmático manejo del lenguaje, sino que también en lo potencialmente verosímil de todo lo que nos cuenta. Cada uno de sus libros es una copa de dulce veneno que, tomado a tragos, no logra matarnos: pero nos corroe, nos coloca frente a muestra bestialidad, ante nuestra auténtica personalidad o naturaleza jamás revelaremos. Después de leer cualquiera de los libros de Jiménez Ure, ¿podemos sentirnos

infalibles? ¿Podemos quedarnos impávidos ante tantas imágenes abominables que nos cautivan o perturban de principio a fin? La tozudez humana no llega a tanto: el lector caerá rendido ante los textos del hacedor maldito, como lo califican ciertos críticos y pontífices de pre y postmodernidad literaria inclinados a demoler lo que no admite su encasillamiento académico en materia de Literatura. Culmino con una frase que el escritor Alberto Jiménez Ure pronunció, alguna vez, a un periodista que, con sorna, lo entrevistaba: […] «No tiene sentido escribir bajo censura» […]

BIBLIOGRAFÍA

[1] JIMÉNEZ URE, Alberto: Cuentos

abominables (con dos ediciones: una de la Universidad de Los Andes, 1995, y la segunda ampliada de la Universidad de

Costa Rica, 2002. La profesora MONTERO RODRÍGUEZ, Shirley

Yorleny: Magister de la citada institución superior costarricense, publicó un

incisivo ensayo intitulado Tres discursos de la posmodernidad en Cuentos Abominables de

Alberto Jiménez Ure: tiempo, espacio, erotismo y fiabilidad. ALEPH universitaria,

Mérida, Venezuela, 2008) [2]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Facia (Novela breve. Edición de Damocles Editores,

1984, Barquisimeto, Venezuela) [3]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Macabros (Cuentos. Edición de la Universidad de

Los Andes, 1996) [4]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Revelaciones (Enunciados poéticos. Edición del Pen

Club, Caracas, 1997) [5]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Acarigua, escenario de espectros (Cuentos. Ediciones

Punto de Fuga, Mérida, 1976) [6]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Acertijos (Cuentos. Edición de la Universidad de

Los Andes, Mérida, 1979)

[7] LISCANO, Juan: En Jiménez Ure a

contracorriente (Inserto en la presente compilación de ensayos y epístolas

preparada por el escritor Alvaro Parra Pinto, pp. 25-35. Edición de ALEPH

universitaria, Mérida, 2008)

[8] LISCANO, Juan: Ver su Panorama de la

Literatura Venezolana Actual (Enciclopédico y erudito ensayo. Edición

de Alfadil, Caracas, 1995) [9]

BENÍTEZ, Luis: Leer su libro de ensayos El horror en la narrativa de Alberto Jiménez

Ure (Universidad de Los Andes, Venezuela, 1996)

[10] SZINETAR, Miguel: (Director del

programa Diálogo Entre Dos, difundido por la Televisora de la Universidad de

Los Andes, conocida bajo las siglas ULA-TV. En Mérida, Venezuela. Enero 2006)

[11] GIL OTAIZA, Ricardo: Entrevista con

Alberto Jiménez Ure: ¿Una escritura bajo el signo de la perversión? (Publicada en el

diario El Universal, Caracas, Venezuela, 1998) [12]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Inmaculado (Cuentos, Monte Ávila Editores, Caracas,

Venezuela, 1996) [13]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Suicidios (Cuentos. Universidad de Los Andes,

Mérida, Venezuela, 1982) [14]

JIMÉNEZ URE, Alberto: Lucífugo (Novela. Fondo Editorial

Lara/Fundacultura, Barquisimeto, Venezuela, 1983)

[15] JIMÉNEZ URE, Alberto: Aberraciones (Novela, con dos ediciones. Editorial

Venezolana, Mérida, Venezuela, 1987 y Universidad de Los Andes, Mérida,

Venezuela, 1993. El profesor y escritor Enrique PLATA RAMÍREZ, Doctor en

Literatura Iberoamericana por la Universidad Complutense de Madrid, escribió un libro de ensayos titulado Las

fantasmagorías en Alberto Jiménez Ure (que formó parte de su tesis). Fue publicado

por la Alcaldía de Libertador, en Mérida, Venezuela, 2010)

[16] JIMÉNEZ URE, Alberto: Dionisia

(Novela. Universidad de Los Andes, Mérida, Venezuela, 1991)

SUMARIO

[I] CUENTOS ESCOGIDOS/P. 5

[II] DESAHUCIADOS/P. 11

[III] MACABROS/P.21

[IV] REVELACIONES/P.27

[V] JIMÉNEZ URE A

CONTRACORRIENTE/P.35 [VI]

DICTADOS CONTRA-REVOLUCIONARIOS/P.53

[VII] LA VOZ DE JIMÉNEZ URE/P.61

[VIII] EL HORROR EN LA NARRATIVA DE

ALBERTO JIMÉNEZ URE/P.67 [IX]

EL HORROR COMO REFLEJO DE LA EXISTENCIA EN LA OBRA DE

JIMÉNEZ URE/P.73 [X]

Anexo I DIÁLOGO EN TV-ULA ENTRE GIL

OTAIZA Y JIMÉNEZ URE/P.81 [XI]

Anexo II ENTREVISTA CON ALBERTO

JIMÉNEZ URE: ¿UNA ESCRITURA BAJO EL SIGNO DE LA

PERVERSIÓN?/P.107 [XI]

EPÍLOGO/P.119 [XII]

BIBLIOGRAFÍA/P.129