J. M. Noguera Celdrán – M.ª J. Madrid Balanza, Reencontrando Noua Karthago: la insula I del...

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103 El cerro del Molinete es uno de los accidentes oro- gráficos que más y mejor ha caracterizado la topo- grafía y fisonomía urbana de la ciudad de Cartagena en el devenir de los siglos, desde el momento de su fundación hasta el presente 3 (lám. 1). A mediados del siglo II a.C. fue definido como arx Hasdrubalis por Polibio de Magalópolis, dado que fue este el lugar donde –a decir del historiador griego– levantó sus magníficos palacios el general cartaginés, fundador hacia 229 a.C. de una ciudad que, establecida sobre un precedente asentamiento ibérico, estaba llamada a convertirse en la réplica hispana de Carthago, la capital del reino norteafricano gobernado por Amíl- car 4 , y una de las ciudades más prósperas y pujan- tes de Hispania durante la República tardía y el alto Imperio 5 . Desde entonces, y aunque la aseveración polibiana no ha encontrado por el momento corres- * Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación titulado “Roma y las capitales provinciales de Hispania. La gran arquitectura pública de Carthago Nova” (ref. n.º HAR2009-14314-C03-03), subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y parcialmente cofinanciado con fondos FEDER. El presente texto es una síntesis de algunos de los capítulos del volumen Noguera – Madrid, 2009. 1 Universidad de Murcia 2 Equipo de excavación del Molinete 3 Al respecto: Noguera, 2003; sobre la arqueología del Molinete: Noguera (Ed.), 2003; Noguera – Madrid (Edd.), 2009. 4 Ramallo – Ruiz, 2009, 525-541. 5 Noguera, 2002a, 49-87. ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y DESARROLLO URBANO PROBLEMÁTICA Y SOLUCIONES GIRONA, 2010 Páginas 103-132 REENCONTRANDO NOUA KARTHAGO: LA INSULA I DEL MOLINETE Y LA GRAN ARQUITECTURA DE LA COLONIA* José Miguel Noguera Celdrán 1 ; María José Madrid Balanza 2 pondencia en el registro arqueológico, la historia de este cerro, de perfil suave y atractivo, muy apto para el poblamiento humano, ha estado indisolublemente ligada al nombre del general cartaginés, generando una suerte de mito que, con una mezcolanza de his- toria, arqueología, patrimonio arqueológico y cultu- ral, hallazgos sorprendentes, leyendas y tradiciones, ha calado hondo en el imaginario colectivo popular. Intensamente poblado desde época de la Repú- blica tardía, en las vertientes suaves y accesibles del cerro y en su cima amesetada se encajaron sis- temas de aterrazamiento donde construir de manera ordenada y bien planificada los barrios y calles de las ciudades cartaginesa y romana 6 . Se construye- ron santuarios y sus templos 7 , así como imponentes edificios civiles, muchos de ellos vinculados al go- bierno y administración de la colonia 8 –rango que adquirió posiblemente hacia el año 54 a.C. 9 –, otros destinados a actividades de ocio, asueto y venera- ción hacia los dioses; no faltaron las viviendas, muy ricas y profusamente decoradas 10 . Y por allá y por acá, muestras espléndidas de la pujanza de la urbe: mármoles importados para decorar sus edificios, es- tatuas de dioses, emperadores y ricos prohombres, largas inscripciones epigráficas, escritas en letras de mármol o de bronce dorado, destinadas a transmitir al coetáneo y a las generaciones venideras mensajes que, en ocasiones, han perdurado incólumes hasta la actualidad 11 . Su vertiente septentrional, aquella que lindaba con las aguas del estero o mar interior, fue empleada para construir barriadas de carácter industrial y artesanal, donde operarios y artesanos trabajaban para procurar a los habitantes de la ciu- dad algunos de sus productos de primera necesi- dad 12 . Naturalmente, los vestigios de esta variada 6 Noguera – Madrid – Quiñonero, 2009, 68-81. 7 Ramallo – Ruiz, 1994, 79-102; Abascal, 2004, 102-106; id., 2009, 118-119. 8 Martín – Roldán – Pérez, 1996, 89-96, figs. 1-2; Egea, 2003, 207-211; Mar- tín, 2006, 61-84; Noguera – Soler – Madrid – Vizcaíno, 2009, 217-302. 9 Abascal, 2002, 21-44. 10 Fernández, 2003, 190-191, fig. 8, lám. 5. 11 Noguera – Abascal, 2003, 11-63; Noguera – Soler – Madrid – Vizcaíno, 2009, 217-302; Noguera – Madrid, 2009. 12 De Miquel – Egea – Hernández – Martínez, 2006, 11-59. Lám. 1. Vista aérea del cerro del Molinete, enclavado en pleno corazón del casco antiguo de Cartagena, y del área del futuro Parque arqueológico.

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El cerro del Molinete es uno de los accidentes oro-gráficos que más y mejor ha caracterizado la topo-grafía y fisonomía urbana de la ciudad de Cartagena en el devenir de los siglos, desde el momento de su fundación hasta el presente3 (lám. 1). A mediados del siglo II a.C. fue definido como arx Hasdrubalis por Polibio de Magalópolis, dado que fue este el lugar donde –a decir del historiador griego– levantó sus magníficos palacios el general cartaginés, fundador hacia 229 a.C. de una ciudad que, establecida sobre un precedente asentamiento ibérico, estaba llamada a convertirse en la réplica hispana de Carthago, la capital del reino norteafricano gobernado por Amíl-car4, y una de las ciudades más prósperas y pujan-tes de Hispania durante la República tardía y el alto Imperio5. Desde entonces, y aunque la aseveración polibiana no ha encontrado por el momento corres-

* Este trabajo se enmarca en el proyecto de investigación titulado “Roma y las capitales provinciales de Hispania. La gran arquitectura pública de Carthago Nova” (ref. n.º HAR2009-14314-C03-03), subvencionado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y parcialmente cofinanciado con fondos FEDER. El presente texto es una síntesis de algunos de los capítulos del volumen Noguera – Madrid, 2009.1 Universidad de Murcia2 Equipo de excavación del Molinete3 Al respecto: Noguera, 2003; sobre la arqueología del Molinete: Noguera (Ed.), 2003; Noguera – Madrid (Edd.), 2009.4 Ramallo – Ruiz, 2009, 525-541.5 Noguera, 2002a, 49-87.

ARQUEOLOGÍA, PATRIMONIO Y DESARROLLO URBANOPROBLEMÁTICA Y SOLUCIONESGIRONA, 2010Páginas 103-132

reeNcoNtraNDo NOUA KARTHAGO: La INSULA I DeL MoLiNete Y La GraN arQuitectura De La coLoNia*José Miguel Noguera Celdrán1; María José Madrid Balanza2

pondencia en el registro arqueológico, la historia de este cerro, de perfil suave y atractivo, muy apto para el poblamiento humano, ha estado indisolublemente ligada al nombre del general cartaginés, generando una suerte de mito que, con una mezcolanza de his-toria, arqueología, patrimonio arqueológico y cultu-ral, hallazgos sorprendentes, leyendas y tradiciones, ha calado hondo en el imaginario colectivo popular.

Intensamente poblado desde época de la Repú-blica tardía, en las vertientes suaves y accesibles del cerro y en su cima amesetada se encajaron sis-temas de aterrazamiento donde construir de manera ordenada y bien planificada los barrios y calles de las ciudades cartaginesa y romana6. Se construye-ron santuarios y sus templos7, así como imponentes edificios civiles, muchos de ellos vinculados al go-bierno y administración de la colonia8 –rango que adquirió posiblemente hacia el año 54 a.C.9–, otros destinados a actividades de ocio, asueto y venera-ción hacia los dioses; no faltaron las viviendas, muy ricas y profusamente decoradas10. Y por allá y por acá, muestras espléndidas de la pujanza de la urbe: mármoles importados para decorar sus edificios, es-tatuas de dioses, emperadores y ricos prohombres, largas inscripciones epigráficas, escritas en letras de mármol o de bronce dorado, destinadas a transmitir al coetáneo y a las generaciones venideras mensajes que, en ocasiones, han perdurado incólumes hasta la actualidad11. Su vertiente septentrional, aquella que lindaba con las aguas del estero o mar interior, fue empleada para construir barriadas de carácter industrial y artesanal, donde operarios y artesanos trabajaban para procurar a los habitantes de la ciu-dad algunos de sus productos de primera necesi-dad12. Naturalmente, los vestigios de esta variada

6 Noguera – Madrid – Quiñonero, 2009, 68-81.7 Ramallo – Ruiz, 1994, 79-102; Abascal, 2004, 102-106; id., 2009, 118-119.8 Martín – Roldán – Pérez, 1996, 89-96, figs. 1-2; Egea, 2003, 207-211; Mar-tín, 2006, 61-84; Noguera – Soler – Madrid – Vizcaíno, 2009, 217-302.9 Abascal, 2002, 21-44.10 Fernández, 2003, 190-191, fig. 8, lám. 5.11 Noguera – Abascal, 2003, 11-63; Noguera – Soler – Madrid – Vizcaíno, 2009, 217-302; Noguera – Madrid, 2009.12 De Miquel – Egea – Hernández – Martínez, 2006, 11-59.

Lám. 1. Vista aérea del cerro del Molinete, enclavado en pleno corazón del casco antiguo de Cartagena, y del área del futuro Parque arqueológico.

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arquitectura y de la cultura material de las gentes que la habitó fueron estratificándose con el paso de los siglos de dominación romana, hasta que múlti-ples catástrofes y cataclismos provocaron la ruina y desolación de la zona durante los inicios de la Antigüedad Tardía. Entre las ruinas quedaron restos quemados y desplomados de magníficos edificios y sus elementos ornamentales, y mezclados con ellos estatuas, inscripciones, paneles pictóricos, objetos de todo tipo que se engloban en el género de los instrumenta domestica. Tras una aún casi inaprecia-ble reocupación del cerro en el siglo V, en que sus nuevos habitantes poco menos que pisaban a dia-rio los restos de la magnificente colonia promovida hacía medio milenio por Pompeyo, la ciudad y el cerro del Molinete experimentaron una nueva etapa de esplendor durante el periodo de la dominación bizantina, siglos VI y VII, momento en que Carta-go Spartaria fue capital de los dominios del Imperio de Oriente en la antigua Hispania, ahora nombrada como Spania13. Entonces, como ocurría, al menos, desde el siglo IV-V, los antiguos y magnificentes barrios romanos atravesados por calles orientadas de norte a sur y de este a oeste, los viejos edificios públicos de índole civil, las deterioradas construc-ciones destinadas al placer y al ocio y los templos y santuarios fueron expoliados, sus ruinas reutiliza-das como canteras de las que extraer materiales ar-quitectónicos para las nuevas construcciones y sus muros usados como cimientos de una nueva arqui-tectura de carácter utilitaria destinada al hábitat y a las actividades industriales14. Y, entre los nuevos edificios, vertederos y basureros por doquier. Tras el colapso, en pleno siglo VII, de nuevo el silencio y la soledad. Mil años, diez siglos fueron testigos de una ciudad replegada y de un cerro prácticamente deshabitado, ahora poblado principalmente por las ruinas que conviven con la ocupación de algunas zonas, mal conservadas y aún en fase de estudio. Cuando en los siglos XVI y XVII Cartagena adqui-rió un renovado protagonismo político, económico y, sobre todo, militar, la ciudad amplió nuevamente sus límites y aquél orondo cerro de nuevo conoció las heridas provocadas por las fosas de cimentación de potentes sistemas de amurallamiento15 y de casas de las nuevas gentes que poblaron un intrincado ba-

13 Vizcaíno, 2008.14 Vizcaíno, 2002, 207-220.15 Gómez Vizcaíno, 2003, 269-305.

rrio, popular y pleno de mitos y leyendas, cuya fiso-nomía y topónimo lo propiciaron los molinos –aún conservados– construidos en su cima.

Un pasado tan rico y fecundo no podía más que traducirse en una riquísima estratificación arqueo-lógica, por demás propia de las ciudades caracteri-zadas por una larga y esplendorosa historia. Desde los siglos XVII al XIX, las obras de cimentación de construcción de aljibes, cisternas y pozos pro-vocaron el hallazgo fortuito y descontextualizado de gran cantidad de artefactos, objetos de todo tipo y condición, que acreditaban el espléndido pasado del cerro y sus antiguos moradores, pero que sin embargo no fueron capaces de concienciar a la ciu-dadanía de su importancia y magnitud para medir la historia16. De hecho, cuando a finales del siglo XIX se diseñaron los proyectos de ampliación de la ciudad hacia las zonas del antiguo Almarjal, los prohombres de la época discutieron acaloradamen-te sobre la necesidad de suprimir aquella elevación, aquel altozano que, habitado por mujeres de vida alegre y gentes de baja extracción social, era una mancha y un verdadero obstáculo para el progreso de la ciudad. Por fortuna, la incapacidad financie-ra del ayuntamiento procuró la salvación del cerro, que periódicamente ofrecía testimonios del esplen-dor de la urbs romana17. Y así hasta que, en las dé-cadas finales del siglo XX, trabajos arqueológicos –prospecciones y excavaciones– dirigidos por un nutrido conjunto de arqueólogos y estudiosos, entre los que destacan las figuras de Pedro Antonio San Martín Moro18, Miguel Martínez Andreu, Miguel Martín Camino, Blanca Roldán Bernal19, Luis E. de Miquel Santed o Elena Ruiz Valderas20, posibilita-ron defender la riqueza histórica y arqueológica de este cerro, ahora convertido en una suerte de tell en cuyos estratos permanecía latente la historia de la ciudad. Esta riqueza fue justamente valorada por el Ayuntamiento de Cartagena, que redactó, sometió a valoración pública y aprobó finalmente un Plan Especial de Reforma Interior (PERI) para el cerro y sus inmediaciones en función del cual la edificabili-dad se desplazaba a la zona septentrional –allá don-

16 Martín Camino, 2009, 32.17 Martín Camino, 2009, 31-37.18 Ortiz Martínez, 2009, 3-24. Puede consultarse buena parte de la producci-ón bibliográfica de este autor en la bibliografía de Ruiz (coord.), 2001, 235.19 Roldán, 2003, 75-113.20 Puede consultarse buena parte de la producción científica de estos autores en la bibliografía de Noguera-Madrid (Edd.), 2009.

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de los sondeos probaban la inexistencia o el elevado grado de arrasamiento de los restos arqueológicos–, mientras que la cima y la ladera meridional queda-ban como reserva arqueológica donde diseñar y eje-cutar, en un futuro, un parque arqueológico en que integrar, conservar y exhibir la riqueza arqueológica del cerro y su entorno21. Todo ello no hubiese sido factible sin la apuesta, previa y firmemente decidi-da, del Ayuntamiento que adquirió los terrenos de la cima y de la ladera meridional del altozano.

Superada la fase de los estudios preliminares, y aprobada la nueva planificación urbanística del cerro, la Administración Regional ha puesto en marcha un ambicioso proyecto que, bajo el título “Parque Arqueológico del Molinete (Cartagena). Excavación, investigación y musealización de la la-dera meridional del cerro del Molinete”, pretende la recuperación arqueológica y urbanística de este emblemático punto de la topografía de la ciudad. Promovido por la Dirección General de Bellas Ar-tes y Bienes Culturales de la Consejería de Cultura y Turismo y gestionado por el consorcio Cartage-na Puerto de Culturas, el proyecto implica la exca-vación sistemática de un amplio sector de más de 25600 m2 del parcelario actual, localizados en la vertiente sur del cerro del Molinete. El futuro parque está delimitado al norte por la muralla del Deán y su entorno de protección, al sur por la calle Balcones Azules, al este por la calle Adarve, donde se locali-zaron los restos de la curia ahora conservados en el sótano del Centro de Salud –en cuya planta prime-ra se ubicará un futuro centro de interpretación del Parque– y al oeste por las Termas del Foro (antiguas de la calle Honda). El parque nace, así pues, como uno de los más amplios de la península Ibérica e, in-cluso, de Europa, concebido y desarrollado en suelo urbano. Iniciada en febrero de 2008, la febril acti-vidad acometida durante el último año y medio en una superficie de 3400 m2 ha posibilitado resultados sumamente positivos, los cuales arrojan una infor-mación de primer orden para el conocimiento de la fisonomía y la secuencia histórica de Cartagena, en particular en el periodo comprendido entre los si-glos II a.C. al VII; es decir, el registro arqueológico constata una dilatada ocupación con evidencias ma-teriales especialmente notables entre las épocas re-publicana tardía y bizantina. Y de manera casi para-lela al desarrollo de la actividad de campo, conviene

21 Roldán, 2003, 75-113.

destacar el desarrollo de una no menos intensa labor investigadora que, acometida en el laboratorio y en el gabinete, ha permitido el análisis e interpretación de muchas de las evidencias materiales constatadas, transformando los simples materiales arqueológicos en documentos históricos que aportan, cada uno por separado y en conjunto, su pequeño grano de arena para la construcción del discurso histórico del perio-do objeto de estudio.

Concluidas las campañas de excavación de 2008 y 2009, la Consejería de Cultura y Turismo de la Región de Murcia nos planteó la eventualidad de comenzar a difundir los hallazgos acaecidos hasta la fecha. Fue así como surgió la iniciativa de organi-zar una exposición que posibilitase la difusión entre el gran público de las novedades aportadas y que, como paso previo ineludible, impulsara el estudio del registro arqueológico documentado. Los traba-jos de excavación acometidos en estos últimos años han permitido encontrarnos de cara con una ciudad y unos paisajes urbanos hasta ahora desconocidos y difícilmente previsibles, de ahí el título elegido para la muestra: Arx Hasdrubalis. La ciudad reencontra-da. Arqueología en el cerro del Molinete / Carta-gena22. Después de proyectos tan paradigmáticos como la excavación y puesta en valor del teatro ro-mano de la colonia23 o los centros de interpretación promovidos por el consorcio Cartagena Puerto de Culturas24, el nuevo proyecto de parque arqueológi-co, acotado a una inusual extensión urbana –coinci-dente con la vetusta arx Hasdrubalis–, permitirá ex-humar y estudiar barriadas enteras de la ciudad alto imperial, así como de sus precedentes y siguientes. Una ciudad oculta bajo siglos de historia, que es ahora reencontrada para ver de nuevo la luz, para ser entendida, amada, respetada y disfrutada por los ciudadanos del siglo XXI.

Una vez concluidos la excavación y estas prime-ras actividades de investigación y difusión, inicia-mos ahora una larga etapa de reflexión, de análisis de la totalidad del material y contextos documen-tados, que sin duda aportará enormes caudales de información histórica con la que podremos ampliar y, seguramente, matizar, algunas de las primeras conclusiones pergeñadas. Estos trabajos serán el fundamento en que cimentar las ulteriores propues-

22 Noguera – Madrid, 2009.23 Ramallo – Ruiz, 1998; AA.VV., 2009.24 Lechuga – Martínez, 2009, 38-46.

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tas de valorización del patrimonio arqueológico constatado en el cerro del Molinete y, en concreto, en el área del futuro parque arqueológico. En ello también se está trabajando en la actualidad, estando muy avanzada la ejecución de las obras de reurba-nización de todo el perímetro meridional y oriental del futuro parque, promovidas por el Ayuntamiento de Cartagena y financiadas con cargo al Plan E2009 de la Administración Central, y concluida la redac-ción del proyecto de protección de los restos de la denominada insula I mediante una cubierta de 2200 m2 que, diseñada por los arquitectos Atxu Amann, Andrés Cánovas y Nicolás Maruri25, será financiada por la Consejería de Cultura y Turismo de la Región de Murcia.

Con este proyecto integral insistimos, además, en nuestra concepción de la Arqueología. La disci-plina no es mera excavación, ni siquiera excavación e investigación; la Arqueología sólo adquiere su verdadera dimensión cuando aúna pasos imprescin-dibles e indisociables que van desde la prospección / excavación, pasando por la investigación, hasta la difusión y puesta en valor.

La insula I del Molinete: aportaciones al trazado urbanístico de la coloniaLas excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en la ladera meridional del Molinete, junto con inter-venciones previas realizadas en la plaza de los Tres Reyes26 y las termas de la calle Honda27, han permi-tido definir una manzana de planta rectangular, que hemos denominado insula I, delimitada por uiae publicae (fig. 1; lám. 2): al norte por el decumanus I (lám. 3), al este por el kardo I (lám. 4) –ambos documentados íntegramente en las recientes exca-vaciones– y al sur por el decumanus II, identificado en los trabajos arqueológicos realizados en la plaza de los Tres Reyes en 1968. En esta última, el en-losado de época tardía fosiliza una calle, porticada en su fachada meridional, perteneciente al diseño urbanístico de la ciudad en época alto imperial28 y cuya proyección hacia el foro de la colonia permite establecer el límite meridional de los edificios cons-truidos en la insula, a saber, las Termas del Foro en su mitad más occidental y el Edificio del atrio en

25 Amann – Cánovas – Maruri, 2009, 251.26 San Martín, 1985, 134, n.º 9; Méndez, 1988, 31-164.27 Martínez Andreu, 1997, 11-14; Ramallo, 1989-1990, 161-177.28 Murcia – Madrid, 2003, 261.

su parte oriental (fig. 2, 1-2). Debido a la ausencia de intervenciones arqueológicas en esta zona, por el momento no existe dato alguno sobre la calle que debe delimitar la manzana por su lado occidental, por lo que desconocemos cual sería su anchura com-pleta y cual el desarrollo planimétrico del complejo termal en esta zona.

Lám. 2. Insula I y sus edificios, cerro del Molinete, Cartagena. Vista aérea.

Lám. 3. Decumanus I. Vista desde el este. Detalle constructivo de la summa crusta construida con losas poligonales.

Lám. 4. Kardo I, visto desde el sur.

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Fig. 1. Recreación virtual de la insula I y sus edificios, cerro del Molinete, Cartagena.

Fig. 2. 1. Cerro del Molinete, Cartagena. Planimetría regularizada de la insula I, segunda mitad del siglo I a.C.-primera mitad del siglo I d.C. 2. Cerro del Molinete, Cartagena. Planimetría regularizada de la insula I,

finales del siglo I-primeras décadas del siglo II d.C.

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Fase II Palestra-Edificio del atrio

Fase I Palestra-Edificio del atrio

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Con los datos disponibles, la manzana tenía unas dimensiones de, al menos, 71,70 m de anch. por 33 m de long., su trazado es muy regular y está integra-da por dos edificios públicos cuyo diseño y cons-trucción se asocian, probablemente, a las reformas urbanas desarrolladas en la ciudad tras la obtención del rango de colonia hacia el año 54 a.C.29. Estas dimensiones aproximan la anchura de la insula a 1 actus, es decir, 120 pies, la misma que parece tener la insula inmediatamente al sur, delimitada al norte por el decumanus de la plaza de los Tres Reyes y al sur por otro constatado en la calle del Aire 34-3630. Es posible que estas insulae tuviesen una lon-gitud de 2 actus. De esta forma, en la zona urbana inmediatamente al este de las instalaciones portua-rias abiertas al mar de Mandarache (actual Arsenal), comprendida entre las Termas del Foro y el Edificio del atrio por el norte y el teatro por el sur, se cons-tata una división parcelaria muy regular con, al me-nos, dos manzanas de 1 actus de anchura por, acaso, 2 actus de longitud. Por lo demás, el actus es una de las medidas habituales usadas para el diseño y pla-nificación del parcelario urbano de las ciudades ro-manas; se aprecia, por ejemplo, en la planificación republicana de Tarraco y Ampurias, lo que permite interrogarse si este diseño en Cartagena, datado en época augustea, no está reproduciendo un trazado anterior de época republicana, lo que asimismo ava-laría el hecho de haber constatado bajo la calle una anterior de la primera mitad del siglo II a.C.

La diferencia de cota entre los suelos documenta-dos en el interior de los edificios y la calzada que de-limita la insula por el norte –que es de aproximada-mente 3,50 m– configura una explanada aterrazada, cuyo nivel de circulación parece estar relacionado con el enlosado del decumanus II, donde se abrían los accesos principales de los edificios. La diferen-cia de cota entre ambos decumanos se salva median-te el kardo I, que muestra una acusada pendiente a tal objeto. Esta terraza de la ladera baja del cerro se integra en un vasto conjunto de aterrazamientos, bien identificados en otras zonas31, que caracterizan la topografía y diseño urbano de la ciudad a partir de las últimas décadas del siglo I a.C. Este diseño here-da en buena medida la planificación urbanística de épocas púnica y republicana, y estuvo básicamente

29 Abascal, 2002, 32.30 Antolinos – Soler, 2009, e.p.31 Martín, 1995-1996, 205-213.

condicionado por los peculiares condicionantes oro-gráficos del istmo donde se construyó la urbe.

Aunque no se han podido excavar los rellenos constructivos de las dos nuevas calzadas identifica-das, su relación topográfica con las calles y edificios colindantes y la técnica constructiva empleada evi-dencian que debieron construirse posiblemente en época cesariana, coincidiendo con la renovación ur-bana experimentada a partir de la deductio colonial. Igual cronología se ha apuntado para otras vías de la ciudad32, como las que delimitan la curia y el kardo 2 del barrio universitario (PERI CA-4).

En efecto, estas calles son iguales desde el punto de vista tipológico y constructivo a otras constatadas en la ciudad, fechadas en época augustea temprana a partir de varios “conjuntos cerrados” recuperados en los rellenos de nivelación dispuestos debajo de algunas de ellas, como los de la calle Cuatro Santos, 40, integrados por materiales de importación de la segunda mitad del siglo I a.C. cuyo terminus post quem hacia 22-17 a.C. evidencia la aparición de mo-nedas legionarias acuñadas en el transcurso de las Guerras Cántabras33. Sin embargo, el estudio de los materiales recuperados en el relleno constructivo del cardo 2 del barrio universitario consiente proponer una datación más temprana, entre 50 y 30/20 a.C.34; coincidiendo de esta forma con los contextos asocia-dos a varias calzadas caracterizados por la ausencia de terra sigillata itálica, por lo que la fecha de cons-trucción propuesta para las mismas se situaría en un amplio lapso comprendido entre los años 50 y 20 a.C.35. Esta nueva trama urbana se caracteriza por calzadas de anchura regular, pavimentadas con gran-des losas poligonales de piedra caliza, de sección li-geramente combada y, en ocasiones, delimitadas por aceras o zonas peatonales (margines o crepidines)36.

En este proceso de reestructuración de la red via-ria de época cesariana-augustea se circunscriben los grandes aterrazamientos constatados en la vertiente meridional del Molinete, al objeto de regularizar la trama urbana y hacerla, hasta cierto punto, ortogo-nal. Esto sólo parece haberse conseguido en el sec-tor más occidental del istmo, entre los cerros del Molinete y de la Concepción, donde el solar urbano

32 Ruiz – De Miquel, 2003, 270; Ramallo – Murcia – Ruiz – Madrid, e.p.33 Vidal – Miquel, 1995, 1253-1272.34 Ramallo – Murcia – Ruiz – Madrid, e.p.35 Ruiz – De Miquel, 2003, 270.36 Berrocal – De Miquel, 1991-1992, 189-197; Martín Camino, 1995-1996, 205-213; Ramallo – Ruiz, 1994, 343; Ramallo, 1999, 13-14.

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fue ordenado y, en parte, reservado para los nuevos equipamientos monumentales construidos en esta época, como el foro, el teatro, la porticus duplex37 o los edificios ahora constatados en la insula I. En la zona oriental de la ciudad, sin embargo, perduró una impronta urbanística de trazado más irregular. La insula I parece evidenciar nuevamente la unidad del proyecto urbanístico-arquitectónico ligado a la obtención del rango colonial, pues sus límites –en particular norte y sur– están ortogonalmente ubica-dos en el conjunto de la nueva trama urbana, y rela-cionados con algunos de sus grandes equipamientos monumentales, como el foro y el teatro.

Estas calles fueron amortizadas a partir de me-diados del siglo II, lo que constituye un nuevo tes-timonio del proceso de crisis y decadencia de la ciudad iniciado ya a mediados de dicha centuria y acelerado de forma drástica en el III. Las institu-ciones coloniales entraron en una fase de colapso y muchos edificios públicos experimentaron proce-sos de ruina y abandono. La propia curia sufrió el colapso y quedó amortizada en el segundo cuarto del siglo III por un estrato de adobes disueltos38. La amortización y ocupación de las uiae publicae evidencian una profunda crisis de la vida urbana, siendo la desintegración del ordo decurionum y del gobierno e instituciones coloniales los factores que se encuentran en la base de este proceso y que abo-naron prácticas como las ahora constatas.

Las termas del Foro: la palestra y su marmorización parcialLas excavaciones realizadas en 2008-2009 en la vertiente meridional del cerro del Molinete, han permitido aportar algunos datos nuevos relativos a la planimetría e interpretación de las termas docu-mentadas, por vez primera, en la intervención reali-zada por P. A. San Martín Moro en 1968 en la plaza de los Tres Reyes39. En esta primera excavación, se documentó parte de la fachada meridional del con-junto termal, un pasillo con un praefurnium, parte de una construcción de carácter hidráulico, varias canalizaciones y algunas estancias de época tardo-rromana, cuya interpretación y relación con el com-plejo balneario continua pendiente. La identifica-ción de las salas de baño del complejo propiamente

37 Noguera – Soler – Madrid – Vizcaíno, 2009, 217-219.38 Ruiz – De Miquel, 2003, 273; Martín, 2006, 79-80.39 San Martín, 1985, 134, n.º 9.

dicho acaeció durante la excavación dirigida en 1982 por M. Martínez Andreu en los solares 11-13 de la calle Honda40; en esta intervención se recuperó buena parte de la planta del edificio: el frigidarium, un tepidarium, parte de un caldarium, una sala con hipocausto de difícil interpretación y una quinta pieza interpretada inicialmente como parte de otro praefurnium.

Las termas se emplazaron en el lado occidental de la denominada insula I, junto al Edificio del atrio, de donde se deduce que aquella estaba destinada a edificios de carácter público. Esta manzana estaba situada en pleno corazón de la colonia, a mitad de camino entre el puerto y el foro. Su cercanía a este último nos ha llevado a nombrar el complejo bal-neario, de manera convencional, como Termas del Foro. Su emplazamiento las señala como uno de los edificios de baños más concurridos de la ciudad, pues su acceso se encontraba en una de las vías prin-cipales que conectaba el área portuaria con el centro de la vida política. Por otro lado, su posición al pie del cerro, permitió proveer las instalaciones terma-les de la cantidad de agua necesaria para su óptimo funcionamiento41, gracias al suministro que facili-taba el castellum aquae identificado en el extremo suroccidental del cerro42. Por último, el hallazgo de un fragmento de inscripción epigráfica en que se lee parte de una fórmula alusiva a la autorización del ordo decurionum para erigir un monumento honora-rio en un lugar prefijado de las termas, avala –como más adelante expondremos– que este edificio era de carácter público y estaba bajo la jurisdicción del senado de la colonia43. Así pues, su construcción y financiación debió correr a cargo del erario público, quizás con la intervención de uno o varios evergetas privados, o incluso del emperador y su familia, aun-que una colaboración entre varios de ellos tampoco puede excluirse44.

A partir del estudio de las planimetrías de las excavaciones de 1968 y 1982, se pudo caracterizar parte de un edificio termal, calificado como de es-quema lineal-simple45 y recorrido retrógrado46 (fig. 2, 1). En efecto, las salas dedicadas al baño pare-

40 Martínez Andreu, 1997, 11-14.41 Bouet, 2003, 191-233.42 Martín – Roldán – Pérez, 1996, 89-96, figs. 1-2; Egea, 2003, 207-211.43 Noguera – Madrid, 2009, 256, n.º 2 (J. M. Abascal).44 Bouet, 2003, 301.45 Ramallo, 1989, 95; id., 1989-1990, 161-177; Fernández Ochoa – Morillo – Zarzalejos, 2000, 60 (con dudas por parte de los autores).46 Murcia – Madrid, 2003, 250.

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cían disponerse según un eje orientado en sentido norte-sur, con un recorrido integrado, en primer tér-mino, por un apodyterium-frigidarium rectangular, dispuesto en el extremo septentrional del edificio. En el lado oriental de este ambiente, se dispone una pequeña piscina cuadrangular, con tres peldaños al interior, destinada a baño de inmersión47. Desde la sala fría se accedía al tepidarium 1, de forma cua-drangular y carente de bañera, asimilable al tipo 1a de Bouet48; conservaba buena parte de la suspensu-ra –varias veces reparada– y parte del pavimento de signinum. A continuación se abría el caldarium, en buena parte conservado debajo de la calle Honda, por lo que al no haberse completado su excavación, no es posible confirmar si tenía solium49. Esta sala se emplazaba junto a un pasillo de servicio, donde también se ubicaba un praefurnium50. A partir del estudio planimétrico del edificio, puede proponer-se que la zona de hornos envolviera el mencionado caldarium por sus lados meridional y oriental, en-contrándose los diferentes praefurnia junto a estos paramentos, con el fin de aportar el calor necesario para la calefacción de esta sala tan amplia.

Sin embargo, paralela a este primer eje de estan-cias, se dispone una segunda hilera de salas calefac-tadas, cuya excavación hemos continuado a lo largo de la campaña de 2008-2009. De este modo, al este del mencionado frigidarium y posiblemente comu-nicado con el mismo mediante un vano, se dispone una pequeña estancia de planta rectangular y sin ba-ñera, en la que se conserva buena parte de la suspen-sura hundida, así como algunos fragmentos de un suelo realizado con placas reutilizadas de mármoles de diferentes procedencias. Los restos conservados de este último amortizan la concameratio para la distribución del calor adosada a los muros, de don-de se deduce que no corresponde a la fase original del edificio. Aunque esta estancia fue interpretada como tepidarium, laconicum o sudatio51, en razón de los datos ahora conocidos, puede postularse la primera de las interpretaciones, dada su distancia a la zona de hornos y su comunicación con el fri-gidarium, lo que imposibilita el mantenimiento de temperaturas demasiado elevadas. Su identificación

47 Tipo 2a de Bouet, 2003, 23-28.48 ibidem, 97-98.49 Por consiguiente, de momento, puede asignarse al tipo 6 de Bouet (ibidem, 60-63).50 Tipo 2 de Bouet; ibidem, 132-134.51 Ramallo, 1989-1990, 164.

como un segundo tepidarium, permite asignarlo al tipo 1a de Bouet52. Desde esta sala, se accedería a otra, así mismo calefactada, de mayores dimensio-nes que la anterior, sin trazas arquitectónicas de so-lium y cuyo hipocausto –del que subsisten apenas unas pocas pilae de la suspensura– funciona como distribuidor de aire caliente. Además del vano para el paso del aire caliente desde los praefurnia dis-puestos al sur, cuenta con otros dos, abiertos en sus muros de cimentación norte y oeste, que lo conectan con los hypocausta de los tepidaria 1 y 2. Por las características de la estancia, sus restos conserva-dos, la posición respecto de los hornos –que posi-blemente se encontrarían junto al muro meridional del mismo– y del resto de salas caldeadas, podría tratarse de una sudatio o laconicum, seguramente carente de bañera, de donde su adscripción al tipo 1b de Bouet53.

Al este de la zona de baños propiamente dicha, se ha identificado una impresionante estructura ar-

52 Bouet, 2003, 97-98.53 ibidem, 112-114.

Lám. 5. Termas del Foro, Cartagena. Vista aérea. Las zonas cubiertas co-rresponden a la excavación de 1982 en la calle Honda.

Lám. 6. Termas del Foro, Cartagena. Palestra. Vista desde el sur.

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quitectónica cuya tipología responde a la de una palestra, a la cual sin duda se debía acceder des-de el decumanus II y desde la que se ingresaría al complejo termal propiamente dicho, concretamente al apodyterium-frigidarium, configuración bien co-nocida en otros complejos termales54 (láms. 5-6). La palestra ha sido casi íntegramente excavada entre los años 2008 y 2009, lo que permite un conocimiento preciso de su planimetría, arquitectura y ornamen-tación, pudiéndose adscribir al tipo 1 de Bouet, ca-racterizado por carecer de natatio55. De planta rec-tangular, con unas dimensiones de 33’18 m de long. por 17’51 m de anch. y un área de unos 580 m2, la palestra tenía casi la misma superficie que el resto de las piezas destinadas al baño, equivalencia que caracteriza a las termas de tipo campano puesta en evidencia en numerosas regiones y resultado de un proceso de progresiva reducción del tamaño de las palestras acaecido en el curso del siglo I56. Consta de un cuadripórico que delimita un espacio central al aire libre, de planta ligeramente trapezoidal, con unas dimensiones de 18,17 m de long. por 9,34-9,83 m de anch., por tanto, una superficie de unos 174 m2 (fig. 2, 1). Al contrario de lo que es habitual en este género de instalaciones donde los suelos eran de al-bero57 o, menos habitualmente, de mortero58, fue do-tado de un nivel de circulación de ladrillos dispues-tos según la conocida técnica en espina de pez (opus spicatum). Este pavimento es semejante al que se constata en otros establecimientos termales como, por citar un ejemplo, las termas alto imperiales de Coriouallum (Herleen, Holanda)59. Los pórticos que delimitan este espacio por el sur, este y oeste eran simples, estaban pavimentados con suelos de mortero y cubiertos con tejados a un solo agua; sin embargo, el pórtico septentrional contaba con dos columnatas, una exterior y otra interior, posible-mente para sustentar el peso de la planta superior, solada con una potente capa de mortero y cubierta con un tejado a doble vertiente. Como consecuen-cia del diseño levemente trapezoidal del espacio central al descubierto, las perístasis de los pórticos son también ligeramente disimétricas; la galería del pórtico oriental tiene una anchura que oscila entre

54 Nielsen, 1990, I, 163.55 Bouet, 2003, 139-141.56 Lenoir, 1986, 216-221; Bouet, 2003, 144.57 Nielsen, 1990, I, 163.58 Bouet, 2003, 144.59 Brödner, 1983, 52, fig. Z20; Nielsen, 1990, II, 21, C154.

3,81 y 3,66 m, en tanto que la occidental tiene en-tre 3,07 y 2,71 m de anch.; el pórtico norte mide 19,83 m de long., siendo su anch. de 6,11 a 5,96 m. Por último, aunque el pórtico meridional perma-nece bajo la actual calle Balcones Azules, pueden restituirse sus dimensiones atendiendo a la posición topográfica de la fachada del pasillo de servicio con praefurnia constatada en la plaza de los Tres Reyes: tendría 16,21 m de long. por 8,19-7,92 m de anch. Curiosamente, junto a la pared medianera entre la palestra y el área oriental del edificio de baños pro-piamente dicho, se dispuso la columnata occidental, cuando lo habitual es dejar esta zona al descubierto al objeto de favorecer la insolación y el consiguien-te caldeamiento de las zonas calientes del complejo; quizá por este motivo, esta galería porticada sea la de menor anchura. Así mismo, esta disposición jun-to a las salas calefactadas es la que podría explicar –como más adelante expondremos– las causas de la ruina parcial de esta parte del edificio, acaecida a finales del siglo I o principios del II.

Las columnas de las perístasis del cuadripórtico están cimentadas mediante bloques cuadrangulares de piedra caliza que, además de actuar de zapatas, sirven para solventar la diferencia de cota de los suelos, que están inclinados hacia el sur, alcanzán-dose un desnivel de 0,50 m entre el porticado norte y el sur. Esta pendiente permitiría la canalización de las aguas de lluvia hacia el desagüe del edificio que vertería en la cloaca que discurre bajo el decumanus II. Las perístasis este y oeste estaban integradas por 7 columnas, de 0,44 m de diámetro y un intereje de ca. 3,13 m, lo que determinaba un intercolumnio de 2,69 m entre ellas. El pórtico meridional lo integran cuatro columnas de igual módulo que las anteriores, si bien varía el intercolumnio, que ahora es un tanto más irregular, oscilando en torno a 3,10-2,96 m. En unas y otras, las basas áticas sin plinto y los fustes estaban construidos con secciones de cerámica en cuña unidas entre ellas formando una sucesión de planos60, en tanto que los capiteles, de orden jónico canónico, estaban labrados en piedra arenisca61 (lám. 7); tanto los ladrillos de las basas y fustes como la arenisca de los capiteles se enlucieron, conserván-dose todavía restos de pintura roja en la zona del tambor y negro y rojo en el capitel. La perístasis del pórtico norte, integrado por una doble nave y con

60 Sobre esta técnica: Adam, 1996, 168-169.61 Noguera – Madrid, 2009, 289, n.º 39 (M.ª J. Madrid).

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una altura de dos pisos, estaba compuesta por dos columnas iguales a las ya descritas en los extremos y dos columnas centrales de 0,43 m de diámetro, integradas posiblemente por basas áticas –no con-servadas–, fustes de travertino y capiteles corintios de mármol lunense62 (lám. 8). Además de los restos de la perístasis exterior del pórtico, se ha constatado también parte de una segunda columnata, esta vez interior, integrada por cinco soportes de los que aún permanecen in situ parte de dos de ellos: las basas y el fuste estaban construidos en ladrillo, mientras que los capiteles –no conservados– pudieron ser jó-nicos y estar labrados en arenisca local estucada, si-guiendo así las directrices puestas de manifiesto en el resto del pórtico y constatadas en otras galerías de la ciudad, como las del peristilo del teatro63. Estas columnas responden a un módulo mayor, 0,50 m de diám., carecen del referido basamento de bloques

62 Noguera – Madrid, 2009, 290-292, n.º 40-41 (J. M. Noguera).63 Ramallo, 2000, 100, 108, 111-113, 114-115, 116; id., 2004, 183-188, figs. 28, 31-32.

de caliza y su posición varía respecto a las de la pe-rístasis exterior: en las angulares, el intereje es de 3,99 m (siendo el intercolumnio de 3,49 m), por lo que se sitúan en una posición descentrada respecto al pórtico delantero; las tres centrales debían tener un intereje –hipotético, pues ninguna se conserva– de unos 3,54 m (intercolumnio de 3,04 m), de forma que coincidirían con el eje de simetría de las de la columnata exterior.

Referente a la altura de los pórticos, las colum-nas de orden jónico de las perístasis sur, este y oeste tendrían un alzado total de ca. de 3,74 m, correspon-diente a 8,5 módulos (Vitruvio, III, 5), en tanto que las corintias de la perístasis norte, de diámetro lige-ramente menor, tendrían una altura basada en diez módulos64, por lo que se elevarían unos 4,30 m. Por tanto, esta combinación determina una diferencia de altura entre los órdenes de ca. 0’56 m, que se salva-ría con la disposición sobre las jónicas, de un ático de vigas de madera y ladrillo, posiblemente reves-tido con un friso pintado con cubos en perspectiva y esvásticas65, que permitiría que los cuatro entabla-mentos enlazaran entre sí a una misma altura. En cuanto al porticado de la doble nave septentrional, la diferencia de altura entre el orden corintio de la perístasis exterior y el hipotético jónico de la inte-rior, parece que se salvó con un ligero engrosamien-to del fuste de la columna, que alcanzó 0,50 m de diámetro, de manera que su alzado, una vez aplica-dos los ocho módulos y medio, sería de ca. 4,24 m; considerando la inclinación del suelo en que apoya, estaría nivelada respecto al pórtico anterior.

El recurso a los marmora de prestigio de la época en combinación con las piedras locales, evidencia la importancia dada a cada zona de este edificio, así como su concepción arquitectónica y ornamental. La fachada exterior de la nave norte de doble pór-tico fue monumentalizada mediante el recurso a la combinación cromática del mármol blanco de Luni, empleado para labrar los capiteles corintios66, y al travertino rojizo-rosáceo de las canteras de Mula, utilizado en los fustes. Por contra, las perístasis sur, este y oeste se construyeron con basas y fustes de ladrillo coronadas por capiteles jónicos de arenis-ca67, pertinentemente estucados y pintados. En cierto

64 Wilson, 1989, 41.65 Noguera – Madrid, 2009, 259, n.º 5 (A. Fernández).66 Noguera – Madrid, 2009, 290-291, n.º 40 (J. M. Noguera).67 Noguera – Madrid, 2009, 289, n.º 39 (M.ª J. Madrid).

Lám. 8. Capitel corintio en mármol blanco de Luni-Carrara. Palestra de las Termas del Foro.

Lám. 7. Capitel jónico canónico en piedra arenisca, estucado y pintado con colores rojo, negro y ocre. Palestra de las Termas del Foro.

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modo, el esquema es similar al del teatro de la colo-nia, en cuya frons scaenae se concentró el recurso a los mismos marmora, en tanto que en las naves de doble pórtico de la porticus post scaenam se empleó material local. Hay, por consiguiente, un manifiesto interés por concentrar en determinadas zonas del edi-ficio, las de mayor tránsito y visibilidad, los elemen-tos arquitectónicos y ornamentales ligados al nuevo lenguaje augusteo, traducidos al mármol; en efecto, las columnas aquí dispuestas y sus capiteles profu-samente ornados con acantos marmóreos y detalles alusivos a los grandes programas arquitectónicos de la metrópoli, debían contribuir a ensalzar la paz del Princeps y a reforzar la idea de la abundancia y bien-estar derivados del nuevo orden político y social68.

La palestra de las Termas del Foro de Cartagena tiene una típica configuración arquitectónica y pla-nimétrica, con una planta ligerísimamente trapezoi-dal y pórticos en sus cuatro lados69 (fig. 3). Como sus precedentes griegos, fueron espacios destinados a la práctica de diversos deportes, pero también a otras funciones y actividades70. De hecho, el recurso en Cartagena a la marmorización y monumentali-zación de parte de su pórtico septentrional acredita que no sólo sirvió para las prácticas deportivas, sino también para otras funciones y actividades de repre-sentación. Así, posiblemente la entrada al conjunto termal se practicó por la propia palestra desde el de-cumano al que se abría por el sur; en esta línea in-cide el hecho de estar pavimentada con un suelo de ladrillo, quizá por su carácter de zona de ingreso y

68 Giuliano, 1994, 35-36.69 Sobre las palestras: Delorme, 1960 (para las palestras griegas); Krencker, 1929, 186; Brödner, 1983, 75-85 y 91 (gimnasios y palestras en época traja-nea); Yegül, 1992, 309-313; Nielsen, 1990, I, 163-164.70 ibidem, 163.

acogida, pues estos espacios raramente estaban pa-vimentados71. Apoya la hipótesis del acceso al com-plejo termal por este espacio flanqueado de pórticos el hecho de que el resto de la fachada junto al referi-do decumano parece estar ocupada por praefurnia, dispuestos al sur de las estancias calefactadas, como caldaria y sudationes, mientras que en esta zona posiblemente tendría una hilera de tabernae de uso comercial, tal y como se constata frecuentemente en estos edificios72. Normalmente, desde la palestra se accede, a través de un vestíbulo, al apodyterium y/o al frigidarium73, tal y como sabemos que sucedía en Cartagena y en casos similares, como el de las ter-mas de Glanum (St. Remy-de-Provence) que tenían un acceso directo desde aquí a la sala fría74. Parece que fue en tiempos de Augusto cuando, como con-secuencia de las prescripciones médicas, los frigi-daria se abrieron a las palestras de las termas, uso que fue adoptado de Grecia75.

A partir de la antedicha distribución y organiza-ción de espacios en planta, puede establecerse que estamos ante un edificio bien encuadrable en las di-versas clasificaciones postuladas para los edificios termales. En efecto, se trata de un complejo de es-quema lineal-simple o lineal-axial y recorrido retró-grado, asignable a los tipos I o IV76 establecidos por Krencker, si bien dada la disposición de la palestra en uno de los lados del recorrido y de la sudatio en el opuesto quizá sería más pertinente su asimilación al tipo I77. En todo caso, la traza lineal-simple se constata en un nutrido conjunto de edificios terma-les hispanos, estando presentes en centros urbanos de segundo orden o en ciudades con más de un com-plejo termal78.

Referente a la cronología del conjunto termal, aunque no se ha podido excavar niveles construc-tivos asociados a la fundación del edificio, la de-coración arquitectónica de la palestra y los restos

71 Nielsen,1990, I, 163.72 ibidem, 163.73 ibidem, 163.74 ibidem, II, 14, C100; 118, fig. 109.75 ibidem, I, 154.76 Fernández Ochoa – Morillo – Zarzalejos, 2000, 60 (con dudas). El tipo IV de Krencker (1929, 177-181, figs. 234-240) corresponde a los edificios de plano lineal axial e itinerarios simétricos de Rebuffat (1970, 179-180), al axial simmetrical row type de Nielsen (1990, I, 69-70) o al tipo 4 dotado de itinerario simétrico de Bouet (2003, 179-181).77 Krencker, 1929, 177-181, fig. 234; el tipo es asimilable al axial row type de Nielsen (I, 1990, 69), y a alguno de los subtipos del tipo 1 de Bouet (2003, 163-176, lám. 150).78 Fernández Ochoa – Morillo – Zarzalejos, 2000, 60 y 63-64.

Fig. 3. Recreación virtual de la palestra de las Termas del Foro. Fase I. Pe-rístasis exterior del pórtico norte.

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escultóricos recuperados79, permite postular las dos primeras décadas del siglo I. Por otro lado, también hemos de considerar el conjunto de material lateri-cio empleado en la construcción de las concame-rationes e hypocausta, así como los claui coctiles, entre los que se observa un repertorio que refiere una cronología amplia comprendida entre los siglos I-II, a pesar de que algunos tipos pueden llegar hasta el siglo IV; también deben considerarse los ladrillos empleados en las diferentes suspensurae, funda-mentalmente pedalis y sesquipedalis, cuyos tipos se aproximan a los modelos del siglo I80.

Respecto a la decoración escultórica del com-plejo, además de los restos de varios clípeos mar-móreos recuperados en las excavaciones de 1982, destaca el hallazgo de una monumental cornucopia de mármol, dotada de una tapadera con exuberantes frutos y exquisitamente decorada81 (lám. 9). Se ha-lló junto a una de las columnas corintias del pórtico septentrional de la palestra, en concreto en uno de los estratos relacionados con su expolio. Fechable en época augustea tardía o a inicios del periodo ti-beriano, la estatua que portaba la cornucopia pudo pertenecer a diversos tipos. En efecto, el atributo es asignable a una amplia gama de divinidades y per-sonajes humanos deificados. Pudo pertenecer a una estatua femenina de carácter conceptual (Felicitas Augusta, Ceres, Fortuna, Concordia, Pietas, Pax...), pero también a la estatua honorífica de una deidad al modo de un miembro de la familia imperial o de uno de aquellos divinizado. En este sentido, consi-derando la cronología augustea tardía o ya tiberiana de la labra, bien pudo tratarse de una figuración de

79 Noguera, 1991, 114-115, n.º 27, lám. 27, 3; id., 1992, 267-268, lám. III.80 Murcia – Madrid, 2003, 260.81 Noguera – Madrid, 2009, 254-255, n.º 1 (J. M. Noguera); Noguera – Madrid, e.p.

Livia82 como Fortuna o Abundantia83. En todo caso, estatuas de deidades conceptuales y de princesas de la casa imperial se confunden fácilmente en época augustea y julio-claudia. Las divinidades femeninas ofrecían con seducción los dones del cuerno de la abundancia, en tanto que las princesas evidenciaban que toda bondad procedía de la casa imperial. Por último, también pudo pertenecer a cualquiera otra de las muchas divinidades o personificaciones que se evocaron acompañadas del cuerno benefactor, como un genio por ejemplo84.

En cualquier caso, no importa demasiado ignorar qué divinidad o princesa evocó la estatua cartagene-ra –cuestión irresoluble por el momento–, pues en el contexto del nuevo lenguaje programático augusteo todas personificaban iguales valores, y estos están sobradamente acreditados por medio del cuerno de la abundancia, sus frutos y decoración. Lo que sí es seguro es que, con el aditamento del cuerno rebo-sante de frutos, la estatua aludió a conceptos como la paz y la abundancia de los nuevos tiempos, si bien los símbolos de su acción (cuerno, frutas, espigas de trigo, pan, zarcillos floridos...), a diferencia de lo que acontece con los relieves del Ara Pacis, están comprimidos en un solo elemento: la cornucopia. En todo caso, lo que parece claro es que, en razón a las dimensiones del fragmento, el cuerno tenía una altura de unos 60-65 cm, lo que acredita su perte-necía a una estatua de formato superior al natural y, por tanto, de carácter monumental.

En razón de su contexto de hallazgo, la estatua debió alzarse en un pedestal dispuesto posiblemen-te en el pórtico norte de doble nave de la palestra, acaso delante de la columna central de la perístasis interior. El carácter monumental y de zona de trán-sito de esta parte del edificio realzaría sus dimen-siones superiores al natural y propiciaría su visión por quienes frecuentaran el complejo balneario. Si la cornucopia perteneció a una divinidad desempe-ñaría en dicho contexto una función marcadamente ornamental, aunque no puede excluirse la existen-cia de un sacrum o capilla consagrada al culto85. En caso de evocar a un miembro de la casa imperial,

82 Zanker, 1992, 293.83 EAA, I, Roma, 1958, s.v. Abundantia, 7-8 (M. Floriani).84 Baste citar, exempli causa, los siguientes casos: Lippold, 1956, III/2, 29-30, n.º 10, lám. 16; Mustilli, 1939, 175, n.º 57, lám. CIV, 396; Hartwig, 1883; Becatti, 1958, 1-11; Weiss, 1997, 115-163; Bettini, 2000, 169-181; Salzmann, 2000, 275-283; Fischer, 2003, 147-163.85 Aubert, 1991, 190; Bouet, 2003, 293-296.

Lám. 9. Cornucopia hallada en la palestra de las Termas del Foro, Cartage-na. Caras frontal, dorsal y laterales.

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masculino o, sobre todo, femenino, entonces po-dríamos estar ante un espacio consagrado al culto de los miembros de la familia imperial, una suerte de sacrarium, lo que por demás está sobradamente constatado en otros complejos termales86.

En un momento impreciso a finales del siglo I o las primeras décadas del II, el complejo termal experimentó reformas importantes (fig. 2, 2), ma-terializadas por ejemplo en la reparación de las sus-pensurae de los hypocausta de los espacios calefac-tados y en la renovación o reparación de pavimentos como el del tepidarium 2. Así mismo, en esta época, la palestra, y en particular sus porticados septentrio-nal y occidental, experimentaron importantes trans-formaciones.

El tepidarium 2 se repavimentó con losas en buena parte reutilizadas, las cuales amortizaron los espacios de las concamerationes adosadas a los mu-ros, con el consiguiente problema que genera que el hypocaustum alcance temperaturas muy elevadas. También fue rehecho el muro que delimitaba la su-datio por el este, sustituyendo el antiguo paramento de mampostería del hipocausto por otro de simila-res caracteres, aunque más estrecho y ligeramente desplazado respecto a su posición anterior, lo que supuso una reducción del espacio disponible en el subsuelo y, acaso, también en la estancia propia-mente dicha. Muy probablemente, la construcción de este nuevo cierre pudo suponer la remodelación de buena parte de su suspensura, de la que por aho-ra sólo se conservan algunas improntas y restos de varias pilae.

Asociada a la construcción de este muro, bue-na parte del porticado occidental de la palestra fue igualmente reparado, lo que supuso un replantea-miento de la distribución de las columnas de su perístasis, que quedaron reducidas a un total de 6, utilizándose el capitel de la séptima, seccionado y reutilizado, como material constructivo adosado al muro norte del porticado de doble nave, donde pudo servir como basamento de un pilar de apuntalamien-to de la cubierta.

El pórtico norte de doble nave se cerró y amplió hacia el sur mediante la construcción de un muro, orientado este-oeste, de 16,20 m de long. y directa-

86 Manderscheid, 1981, 36-38; Aubert, 1991, 189. Sería el caso, por ejemplo, de las termas de Neptuno en Ostia, en cuyo porticado occidental de la pa-lestra se abría una exedra donde se erigió una estatua de Sabina como Ceres (Manderscheid, 1981, 37; 70, n.º 90, lám. 20).

mente cimentado sobre el suelo de ladrillo del espa-cio central de la palestra; ello supuso que la perísta-sis exterior de columnas corintias quedó incluida en el interior de un nuevo ambiente, el cual fue a su vez subdividido mediante la construcción de un muro medianero en dos estancias, la más oriental de 8,30 m long. por 7,20 m anch., y la más occidental de 11 m long por 7,30 m anchura. En el ángulo noroeste de la más oriental, se dispuso entonces una cocina de grandes dimensiones, construida de mampostería y ladrillo, que conservaba en la parrilla evidentes restos de combustión. En los lados norte y este de la habitación quedan los restos de la cimentación y enlucido de una estructura, en forma de ángulo recto, que podría interpretarse como el zócalo para lechos o, más posiblemente, de una barra para el servicio de bebidas y comidas calientes (lám. 10). La nueva sala, dispuesta allí donde en el siglo I se alzaba un espacio principal del complejo termal, con evidentes funciones de acceso y representación, fue utilizada como lugar donde vender comidas y bebidas rápidas, es decir, como un bar o restaurante (popina), y, a juzgar por la elevada cantidad de lapis specularis recuperada en los contextos de derrumbe del referido muro de separación del antiguo pórtico del espacio central de la palestra, debía estar abierta a este último mediante ventanales. Estos usos son bien conocidos y están constatados en los comple-jos termales por medio de la documentación arqueo-lógica y literaria87.

Por otro lado, la estancia más occidental, por donde siguió practicándose el acceso al frigidarium de las termas, pudo continuar albergando algunas de las estatuas y monumentos honorarios emplazados

87 Nielsen, 1990, I, 145 y 165.

Lám. 10. Termas del Foro, Cartagena. Fase II. Habitación oriental del pórti-co norte de la palestra, usada como popina.

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en el antiguo porticado, aunque no es cosa segura.Esta resistematización de toda la zona norte de la

palestra conllevó una reducción del espacio central al aire libre, pavimentado con un suelo de ladrillo. En la pared meridional del referido muro se dispuso una composición decorativa que, con unos 16,20 m de long. por 4,52 m aproximados de alt., se dividió seguramente en tres partes, según el típico canon romano: un zócalo acaso integrado por placas de mármol grecco scritto con decoraciones romboida-les en bajorrelieve y una banda con inscripción epi-gráfica88; una zona media con paneles ocre amari-

88 Noguera – Madrid, 2009, 258, n.º 4 (J. M. Abascal – B. Soler – M. J. Madrid – J. M. Noguera).

llentos, acaso sin decoración figurada y enmarcados por dentro por filetes blancos y por fuera por bandas rojas; y una zona superior que, quizá organizada en varios paneles, contuvo escenas relacionadas con juegos y cazas de anfiteatro89 (fig. 4; lám. 11).

La secuencia deposicional de la zona, una vez retirados los niveles de época tardorromana, permi-tió identificar una serie de estratos relacionados con el proceso de expolio del edificio, una vez acaecido su colapso y colmatación. En concreto, el contexto material –aunque un tanto exiguo– permite fechar el abandono de la palestra hacia mediados o el ter-cer cuarto del siglo III. Después del abandono del edificio, sobrevino su proceso de ruina que acaeció con un complejo derrumbe, asociado a varias capas de incendio, al que sucedieron algunos expolios ge-nerados por las rebuscas de material constructivo. Estos contextos, que se caracterizan por la presencia de un nutrido conjunto de importaciones norteafri-canas, especialmente de los talleres del área tune-cina, proporcionan un contexto material datable en la segunda mitad del siglo IV, aproximadamente un siglo después de producirse el incendio y consi-guiente abandono del edificio, que como ya hemos indicado, se produjo hacia mediados del siglo III.

El Edificio del atrio: ¿un complejo para banquetes triclinares?El denominado Edificio del atrio se ubica en el sector más occidental de la insula I, siendo medianero con las Termas del Foro. Este complejo se ha documenta-do casi íntegramente en la campaña de excavación de-sarrollada entre 2008-2009, aunque en uno de los son-deos practicados en 1995 en la ladera meridional del cerro del Molinete se realizó en el atrio del conjunto, identificando dos de sus columnas y una de las pilas-tras de un larario90; no obstante, las escasas dimensio-nes del sondeo no permitieron identificar la tipología del edificio, si bien proporcionaron datos de sumo in-terés sobre la potencia arqueológica y su excepcional grado de conservación en esta zona de la ciudad.

Aunque la excavación arqueológica de este edi-ficio aún no ha concluido, disponemos de informa-ción suficiente para plantear una primera aproxima-ción a su tipología y secuencia evolutiva, así como a los ciclos pictóricos que lo decoraban, unos de los

89 Noguera – Madrid, 2009, 260-261, n.º 6 (J. M. Noguera – M.ª J. Madrid – A. Fernández).90 Roldán – De Miquel, 2002, 259-261, figs. 4a-4b, foto 4.

Fig. 4. Recreación virtual de la palestra de las Termas del Foro en su fase II.

Lám. 11. Fragmento de panel con representación de venator perteneciente a la fase II de la palestra de las Termas del Foro.

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más completos y espectaculares por su estado de conservación constatados hasta ahora en la ciudad. Al respecto, el edificio –organizado desde el inicio alrededor de un atrio– tuvo una larga historia ocu-pacional, desde su fundación en la segunda mitad del siglo I a.C. hasta su incendio a mediados del s. III y posterior colapso y amortización. Durante tres centurias, o quizás un poco más, experimentó varias reformas y modificaciones, en ocasiones propicia-das por su propia dinámica tectónica, las cuales, no obstante, no alteraron sustancialmente su estructura inicial. Estas transformaciones están habitualmente asociadas a cambios en los programas decorativos

de sus principales espacios, aunque también experi-mentó variaciones de uso, pues inicialmente se con-cibió para albergar un elevado número de personas en actividades posiblemente relacionadas con ban-quetes de carácter ritual, como más abajo desarro-llaremos, transformándose a partir de un momento impreciso del siglo II-III en una suerte de insula o edificio de dos plantas, el cual acogió varias casas unifamiliares abiertas al antiguo atrio, ahora con-vertido en una especie de patio de vecindad con un bien común: el agua del pozo.

Esta evolución refleja la historia de la ciudad a lo largo de todo este lapso. Precisamente, la dilata-

Fig. 5. Recreación virtual del Edificio del atrio, Cartagena. Fase I.

Lám. 13. Edificio del atrio, Cartagena. Fase I. Perspectiva del atrio desde el sur.Lám. 12. Edificio del atrio, Cartagena. Fase I. Vista aérea.

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da secuencia ocupacional y las continuas reformas explican la ausencia de contextos estratigráficos asociables a sus fases fundacionales e intermedias y, por lo tanto, la dificultad para fecharlas. La cons-trucción del edificio puede datarse gracias al or-den arquitectónico del atrio; las fases intermedias a partir de criterios estratigráficos y de los ciclos pictóricos; mientras que el proceso de ruina está ampliamente documentado a través de los contextos cerámicos, siendo determinante el hallazgo de un nivel de abandono en un posible almacén de ánforas instalado en el interior de una de las antiguas aulas del conjunto cesariano-augusteo.

El Edificio del atrio fue construido, como ya se ha apuntado, en el sector oriental de la insula I en la segunda mitad del siglo I a.C. (fig. 2, 1). En esta fase, que denominamos I (fig. 5, lám. 12), se construyó un gran complejo, de aproximadamente unos 1200 m2, articulado en torno a un atrio tetrástilo de planta rectangular, presidido en el centro por un pozo de cisterna, excavada en la roca natural, cuyo brocal o puteal consistía en dos cilindros superpuestos de piedra caliza, versión local de los itálicos realizados de corriente en mármol o cerámica91 (lám. 13); en el borde del cilindro superior restan las improntas de los anclajes del arco metálico que sostendría la polea para la extracción de agua, y un rebaje para encajar la cubierta que asegurara la potabilidad y frescura del agua. La techumbre del atrio apoyaba en cuatro columnas de orden toscano provincial, la-bradas en mármol de las canteras del Cabezo Gor-do92 (láms. 14-15); constan de basas áticas sin plin-to, fustes lisos integrados por varios tambores y ca-piteles toscanos93. Los caracteres tipológicos de ba-sas y capiteles y su peculiar combinación permiten datarlas en la segunda mitad del siglo I a.C., en épo-ca cesariana o de inicios del principado de Augusto. La elevada altura de estas columnas, que pudieron alcanzar aproximadamente los 4,08 m, facilitaría la ventilación e iluminación del angosto patio, que du-rante buena parte del año sería un espacio oscuro y umbrío al estar completamente constreñido por los volúmenes arquitectónicos que lo envolvían.

El edificio está construido con grandes muros de mampostería hasta superar la cota del techo de

91 Adam, 1996, 258-259.92 Ramallo – Arana, 1987, 52-59 y 68-69; Álvarez – Doménech – Lapuente – Pitarch – Royo, 2009, 32-37.93 Noguera – Madrid, 2009, 287, n.º 37 (M.ª J. Madrid).

la planta baja, en tanto que los alzados del primer piso serían de adobe. Una amplia serie de eviden-cias arqueológicas registradas durante el proceso de excavación avalan que el edificio tenía una planta superior y permiten plantear observaciones útiles al respecto de los alzados y las técnicas constructivas empleadas. En la galería meridional del atrio se ha constatado la caja de una escalera, que permitiría el acceso desde el patio al primer piso94. Los dos peldaños inferiores corresponden a la fase fundacio-nal y el resto a reparaciones posteriores; el último

94 Adam, 1996, 217-222.

Lám. 15. Basa romano-ática y fuste de columna de mármol local del atrio del edificio homónimo.

Lám. 14. Capitel toscano de mármol local del atrio del edificio homónimo.

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conservado invade el muro medianero con el aula 4, lo que sugiere la existencia de un vano a partir del cual la escalera sería de madera y se apoyaría en este mismo paramento, aunque al interior de la refe-rida habitación. Un edificio de dos plantas permitía salvar la considerable diferencia de cota existente entre el enlosado del decumanus I y el nivel de cir-culación de la planta baja.

Por otro lado, la secuencia estratigráfica depuesta en diversos puntos del edificio ha permitido consta-tar los niveles de derrumbe de los antedichos alzados de adobe, que en ocasiones estaban mezclados con las vigas y tablas de madera carbonizadas, así como con fragmentos de signinum correspondientes al te-cho de la planta inferior y suelo de la superior. A partir de esta información, sabemos que la techum-bre se sustentaba con una viga dispuesta en senti-do longitudinal (cathena), apoyada en las columnas centrales de las aulae y con la que se ensamblarían las vigas transversales. Sobre estas vigas se dispo-nía, seguramente clavado a juzgar por el elevado número de grapas metálicas recuperadas, un entari-mado de tablas unidas por lo bordes que constituía un plano de soporte sobre el que se aplicó una capa de mortero de unos 20 cm de gr., el cual recibió en todos los casos un revestimiento de opus signinum, a excepción del suelo de la estancia sobre el aula 4 que fue pavimentado con un mosaico de teselas blancas y negras95, datable a finales del siglo I a.C. o ya en el siguiente. Por último, el hallazgo de restos de vi-gas y tablas de madera, clavos y tejas en los estratos superiores de estos potentes niveles de derrumbe, mezclados con elementos de la propia estructura arquitectónica, permite deducir que el edificio tenía varios tejados a doble vertiente, soportados por un entramado de madera realizado con armaduras trian-gulares sobre las que se extendía la cubierta de tejas, donde alternaban tegulae e imbrices o cubrejuntas96, las cuales aseguraban la estanqueidad y permitían la canalización y recogida del agua de lluvia. Por lo demás, desconocemos el tipo de decoración de las paredes y suelos en esta fase fundacional.

El acceso al interior del edificio se practicaba desde la calle que lo delimita por el sur (decuma-nus II), donde se situaría el portón de acceso a las fauces, un pasillo de unos 16,60 m de long. por 1,60 m de anch., que conducía directamente al atrio. En

95 Sobre los suelos: Adam, 1996, 215.96 Adam, 1996, 222-232.

el mismo eje de este pasillo e inmediatamente de-trás del patio distribuidor se dispuso una estancia rectangular (hab. 15), de 6,11 m de anch. por 4,35 m de long.; estaba directamente abierta al atrio me-diante un amplio vano adintelado conformado por una viga horizontal a modo de dintel, que soportaría la carga del piso superior, apoyada en una columna centrada –de la que han subsistido restos in situ del fuste–, posiblemente de orden toscano provincial. Flanqueando el atrio se dispusieron, al este y oes-te de forma simétrica, cuatro amplias salas o aulas rectangulares, de 12,50 m de anch. por unos 6,90 m de long. y unos 86 m2 de superficie; estas salas eran hipóstilas, pues para sustentar sus pesadas cu-biertas se recurrió, en esta fase fundacional, a tres columnas de mármol local dispuestas en el eje de la estancia y coronadas, a tenor del material arquitec-tónico recuperado en las aulas 11 y 14, por capiteles toscanos, por lo que reproducirían el mismo orden arquitectónico del atrio. Todas estas salas estaban abiertas al patio central mediante amplios vanos con umbrales de piedra caliza, cuyas anchuras oscilan entre 1,30 y 1,70 m y en algunos de los cuales que-dan las improntas de los anclajes y pestillos de puer-tas de doble batiente. A su vez, estas estancias están comunicadas entre sí con puertas de una sola hoja, a juzgar por la estrecha anchura del vano que, en este caso, no siempre tenía umbral de caliza.

La estructura del edificio se completa con una serie de estancias que configuran su ala meridional, comprendida entre el muro sur del atrio y de las aulas 4-14 y el decumanus II. En este amplio espacio, de 15,80 m de long. por 33,90 m de anch., se dispusie-ron seis habitaciones alargadas (7, 9, 10, 16-18) co-locadas de forma simétrica en derredor del eje axial marcado por las fauces. Orientadas en sentido norte-sur, parecen estar desprovistas de decoración mural, lo que sugiere su pertenencia a un área de servicios o de carácter funcional vinculada a las actividades pro-pias del edificio. Por último, cabe plantear la hipóte-sis de que el edificio estuviese delimitado al sur con una hilera de tabernae abiertas a la calle, las cuales pudieron ser independientes del resto del conjunto.

La fase I del Edificio del atrio corresponde al dinamismo y esplendor de la ciudad cesariana-au-gustea97, momento en que, después de la promoción colonial98, se planificó y desarrolló un programa

97 Noguera, 2002, 64-79.98 Abascal, 2002, 21-44.

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de resistematización urbanística y construcción de grandes equipamientos arquitectónicos, como el foro y el teatro, en la vaguada conformada entre los cerros de la Concepción y del Molinete99; dicho pro-grama fue promocionado por destacados patronos de la colonia, entre los que desempeñaron un papel relevante ciertos miembros de la casa imperial, y es-tuvo dirigido por las élites coloniales, deseosas de obtener la promoción en Roma y en los círculos del naciente poder imperial100.

En este contexto, la primera cuestión a resolver es el uso y funcionalidad para la que fue concebido el edificio. Descartada la hipótesis de que el com-plejo fuese una vivienda de grandes dimensiones, era preciso tantear otra interpretación. En este sen-tido, el análisis de la composición planimétrico-ar-quitectónica del edificio y sus caracteres tipológicos básicos acotan el problema y permiten plantear con-sideraciones útiles. De proporciones monumentales y planta sensiblemente rectangular, la organización del complejo se basa en un diseño simétrico axial: en los laterales oriental y occidental se distribuyen dos alas, cada una de las cuales comprende dos grandes salas o aulae hipóstilas; en el espacio cen-tral, al que se accede desde la calle por medio de las fauces, se emplazan un atrio tetrástilo rectangular, que actúa a modo de distribuidor de personas y de luz, y una sala de planta también rectangular que se abre a aquel. Esta tipología arquitectónica es básica-mente la misma que la del denominado edificio del atrio (F), construido en época flavia en el interior del temenos del santuario de Hércules Victor en Os-tia101; se trata de una construcción exenta y de dos pisos, articulada en derredor de un atrio, dotado de impluuium desplazado, a cuyos lados se disponen sendas alas cada una con dos estancias principales. Excluida su interpretación como una casa particu-lar, R. Mar propuso tenerlo como un edificio con salas para banquetes, instalación que se asociaría perfectamente a las prácticas conviviales propias de los santuarios y sus corporaciones de culto102.

Dadas estas similitudes, entonces cabría indagar si el edificio de Cartagena pudo haber sido la sede de una asociación o corporación religiosa y, más en

99 Ramallo – Ruiz, 1998; Noguera, 2002, 67-68; Noguera – Soler – Madrid – Vizcaíno, 2009, 217-219.100 Abascal – Ramallo, 1997, 18; Noguera, 2002, 70-71.101 Mar, 1990, 137-190; Rieger, 2001, 247-249, figs. 1-3.102 Mar, 1990, 152-153, fig. 4, F; sobre los banquetes en los santuarios: Dun-babin, 2003, 50-52; sobre los banquetes públicos: ibidem, 72-102.

concreto, una Banketthaus o construcción con salas usadas para acoger banquetes. El problema de estos edificios en época romana, que de corriente se ins-piran en precedentes griegos y helenísticos, es que no suelen tener, casi nunca, elementos comunes que los individualicen y tipifiquen, por lo que sólo en un reducido número de ocasiones se pueden identificar con seguridad. Como en sus precedentes griegos tardoclásicos y helenísticos103, su organización pla-nimétrica dependió de las características del terreno, de los recursos económicos del promotor y del uso público o privado a que estuviesen destinados. Sin embargo, estos edificios, que suelen tener propor-ciones monumentales, son fácilmente identificables cuando muestran en sus salas bancos sobreelevados destinados a acoger klinai. Este sería el caso de la “Maison aux banquettes en triclinium” de Susa, un edificio del siglo II caracterizado por mostrar una composición planimétrica simétrica, con un espacio central ocupado, en una primera fase, por un atrio descubierto (n.º 13) al que se abría una sala con un zócalo en forma de Π (n.º 15), y dos alas laterales, orientadas a este y oeste, en cada una de las cuales se dispusieron tres habitaciones con bancos corridos también en forma de Π (n.º 1, 3 y 4, y 7, 8 y 12)104. Como en el Edificio del atrio, el conjunto se inscribe en un perímetro casi cuadrangular y se articula en torno a un espacio central en derredor del cual se distribuyen las salas para banquetes; también como en Cartagena, en una primera fase el núcleo central del edificio mostraba un atrio (n.º 13) al que se abría una estancia cerrada (n.º 15)105: esta asociación atrio descubierto y sala proporcionaría, inmediatamente después del ingreso, un digno espacio de recepción, igualmente utilizable para la celebración de banque-tes. Este esquema es similar también al de la Casa de los Triclinia de Ostia106, erigida hacia el año 120, y al que se accede desde un decumano por un largo pasillo a modo de fauces, situadas en el eje axial de la construcción; a ambos lados del pasillo y abiertas a la calle, se disponían tabernae cuyos beneficios económicos reverterían en la asociación. Del pasillo se accede a un patio central porticado detrás del cual se alza una sala que se distingue por su superficie y su altura, que en una segunda fase fue provista

103 Para los edificios de banquetes helenísticos: Will, 1976, 358-362; Dun-babin, 2003, 46-50.104 Ennabli, 1975, 103-118.105 ibidem, 116-118.106 Bollmann, 2001, 174-175, figs. 4-5.

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de un poyete a lo largo del muro y que se dedicó para el culto. En los laterales se abrían piezas con klinai de piedra, donde los miembros de la asocia-ción podían realizar sus banquetes. Una cocina y unas letrinas fueron añadidas en época tardía. En realidad, salvando las diferencias de módulo, este esquema compositivo es el mismo que el constata-do en el edificio de Cartagena: un ancho pasillo de entrada, un atrio que actúa de distribuidor y, tras él, el espacio de la hab. 15; esta disposición permitía al visitante tener una perspectiva completa desde la entrada de dicha sala, que debía ser el espacio más importante de todo el conjunto. Como en la estancia n.º 15 de la Casa de los Triclinia ostiense, ¿pudo estar la hab. 15 del Edificio del atrio destinada al culto? Posiblemente así pudo ser, aunque nada lo demuestra. Nada puede indicarse sobre la decora-ción de este espacio en su fase I, pero lo apreciable de la segunda, con sus magníficos ciclos pictóricos y el larario dispuesto en su fachada acreditan bien a las claras la importancia de esta pieza y dan pistas sobre su uso. De hecho, como veremos más aba-jo, puede que la decisión de disponer la capillita de culto en el atrio estuviese motivada por la necesidad de ordenar las circulaciones interiores en el edificio y por la mayor capacidad del patio –a pesar de su reducido tamaño– para acoger elevadas afluencias de personas.

Los edificios para actividades conviviales de Ostia y Susa se fechan en época flavia o ya en el siglo II, en tanto que el de Cartagena se fundó en la segunda mitad del siglo I a.C., descuadre cro-nológico que evidencia la precocidad de la ciudad hispana en el desarrollo de fórmulas arquitectónico-planimétricas que, en un momento tan temprano, no encuentran referentes formales en la metrópoli ni en el ámbito itálico. Sin embargo, sí los encuentra en el mundo griego y, en particular, en la isla de Délos, puerto franco con el que Carthago Noua mantuvo contactos comerciales de primer orden ya desde el siglo II a.C. 107.

En efecto, hace más de una treintena de años que G. Roux, con ocasión de sus estudios sobre la topografía del santuario de Apolo, su Artemision y las tumbas de algunos héroes mitológicos, planteó la identificación del hestiatorion construido hacia los años 480-470 a.C. por los habitantes de la isla de Ceos vecino al Artemision. Se trataba de un vasto edi-

107 Ramallo – Ruiz, 1994, 102; Noguera, 2002, 56-58.

ficio, orientado de norte a sur, integrado por dos salas, prácticamente cuadrangulares (de 14,70 por 12,70 m) y sustentadas por 4 columnas de orden jónico, empla-zadas en los laterales norte y sur de un patio central con peristilo dórico, igualmente cuadrado, integrado por 12 columnas. La fachada principal se abría al mar en el muro oeste del peristilo. Identificado con anterioridad por R. Vallois como el Thesmophrorion, cronológica, topográfica y arquitectónicamente podía tenerse, en realidad, como un hestiatorion o sala de banquetes108. Sin ser exactamente iguales, la proxi-midad conceptual y tipológica de los edificios delio y cartagenero es más que evidente.

Como en las posteriores salas de banquetes (Banketthäuser) de época romana, no existe un desarrollo planimétrico típico para este género de construcciones –de corriente definidas con el tér-mino hestiatorion– en la Grecia tardoclásica y he-lenística, en todo caso dependiente de la orografía del terreno, las posibilidades del promotor y su uso público o privado109. A partir del hestiatorion cons-truido hacia 400 a.C. en el Heraion de Argos, orga-nizado en torno a un peristilo al fondo del cual se dispusieron 3 salas con klinai, muchos monumentos inmediatamente posteriores y helenísticos ofrecen una fórmula de Banketthaus basada en la simple adición de salas: solían estar integrados por un pór-tico, que actuaba de distribuidor, y varias salas (oi-koi) destinadas a acoger los lechos triclinares en que celebrar los convites. De esta forma se desarrollaron conjuntos como los de Délos, el hestiatorion de Ar-gos110, los Asklepieia de Trozén111 y Corinto112 o el “gimnasio” de Epidauro113: el complejo siempre se organizaba en torno a un peristilo completo, siendo las salas dispuestas en derredor cuandrangulares o rectangulares. En este sentido, el edificio de Carta-gena muestra así mismo cierta relación conceptual y tipológica, aunque más lejana, con el hestiatorion de Cyntia, integrado por dos oikoi abiertos por me-dio de sendas fachadas enfrentadas –jónicas dístilas in antis– a un patio central114.

108 Roux, 1973, 534-544, figs. 5-8 y 18.109 Para los edificios y salas de banquetes en Grecia: Frickenhaus, 1917, 114-133; Will, 1976, 353-362; Bergquist, 1990, 37-65; Cooper, 1990, 66-85. sobre los symposia griegos, uide los trabajos contenidos en: Murray, (Ed.), 1990.110 Waldestein, 1902; Amandry, 1952, 222-274; Will, 1976, 353-356, fig. 1.111 Welter, 1941, 31-33, lám. 12; Faraklas, 1972, fig. 25.112 Roebuck, 1951, 51-57, figs. 13-14, lám. C.113 Tomlinson, 1969, 106-112, fig. 1.114 Plassart, 1928, 83-91, 122-123, lám. III.

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Al respecto de esta interpretación como edificio destinado a acoger celebraciones conviviales, con-viene pergeñar algunas consideraciones de interés. El Edificio del atrio es un vasto complejo cuya plan-ta cuadrangular estuvo determinada por su inserción en la mitad oriental de la insula I; el formato del terreno disponible sin duda impuso al proyectista la distribución de las salas a los lados de un patio central, en lugar de agruparlas en uno solo, lo que evidencia la necesidad de procurar una óptima ac-cesibilidad y circulación interna. En efecto, la ca-racterística asociación de atrio y salas dispuestas en derredor del mismo, permitía un fácil y cómodo acceso y circulación en su interior, en un primer mo-mento a través de las fauces que conducían directa-mente al patrio, concebido a modo de distribuidor, en tanto que la forma alargada de las aulas podría permitir una sencilla y cómoda distribución de los lechos adosados a las paredes (fig. 6). Este aspecto es importante, pues estas salas no son triclinia de tipo clásico, cuyo origen es complejo de dilucidar115 y con puertas dispuestas en los ejes axiales, sino que es heredada de sus lejanos precedentes griegos. Además, esta racionalización del espacio generaba una especie de unidad que gravitaba en torno a la acogida de los comensales y las comodidades del servicio; los 10-12 comensales que cabían en cada aula podían así hablar tranquilamente y los 2 o 3 servidores necesarios podrían hacer su trabajo de manera rápida y efectiva. La uniformidad del nivel de circulación de sus suelos y el elevado número de

115 De Albentiis, 1990, 152-153.

vanos de comunicación entre unas y otras salas in-ciden en lo anterior y garantizarían una circulación fluida de los numerosos usuarios que frecuentarían el conjunto.

En los suelos de muchos de estos edificios –grie-gos y romanos116– destinados a acoger banquetes han subsistido las improntas de los zócalos o tari-mas sobreelevados sobre los que se disponían los lechos o klinai. Sin embargo, en el transcurso de su reutilización, en particular en el siglo III, los sue-los originales del edificio de Cartagena debieron ser expoliados y desaparecieron por completo, razón por la que no queda huella alguna para establecer la existencia o no de estos zócalos y la disposición de los divanes y su número preciso. Al respecto, sor-prende la desmesurada altura a la que, en la pared norte del aula 4, se conserva la parte superior del zócalo pintado de blanco; podría deberse a una mera cuestión de diseño o moda, pues zócalos tan eleva-dos son bien conocidos, pero también podría pen-sarse en que tuviese una altura más estandarizada y que en la parte baja existiese una tarima de obra o de madera, hoy perdida. En este sentido, las aulas del edificio serían auténticos comedores, donde los comensales tomarían alimentos tumbados, es decir, a la manera griega. Por otro lado, suponiendo una longitud media de 2 m para estos lechos, en cada aula cabría un mínimo de 10 alineados a lo largo de las paredes, lo que supondría unos 40 en todo el edi-ficio, a lo que cabría sumar el resto del mobiliario necesario y algunos otros lechos más que pudieron disponerse eventualmente en la hab. 15, inmedia-tamente al norte del atrio117. En este punto, como ya hemos reseñado, la disposición descentrada de las puertas de acceso desde el atrio a las aulas, y las de comunicación de estas entre sí, caracterizan habitualmente –ya desde época griega, como por ejemplo en el caso del hestiatorion del Artemision de Délos o el del Heraion de Argos, no anterior a la segunda ocupación ateniense– los edificios para banquetes, pues permiten una disposición racional de los lechos a lo largo de las paredes118.

Debido a las profundas remodelaciones expe-rimentadas por el edificio, en particular en el de-

116 Para los edificios de banquetes griegos y romanos consúltese también: Dunbabin, 2003, 36-46.117 El mobiliario empleado en estos banquetes se aprecia bien en muchas de sus representaciones; al respecto: Ghedini, 1990, 35-62; Compostella, 1992, 659-689.118 Will, 1976, 353-354.

Fig. 6. Edificio del atrio, Cartagena. Fase I. Recreación virtual de las aulas hipóstilas destinadas a banquetes conviviales.

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venir del siglo III, tampoco han subsistido –o no los hemos documentado hasta el momento– restos identificables de los sistemas de evacuación de los residuos de las comidas y de las aguas utilizadas, en gran cantidad, para la frecuente limpieza de los suelos. En efecto, estos edificios necesitaban de un importante aprovisionamiento hídrico y, en este sen-tido, quizá no fuese baladí su construcción anexa a las termas públicas de la colonia, en una insula a los pies de un castellum aquae que aseguraría un nutri-do suministro hídrico119. El pozo del atrio pudo res-ponder, igualmente, a estas necesidades de abasteci-miento de agua, y posiblemente el añadido al mismo en una segunda fase de una suerte de impluuium, a manera de poceta para el agua de lluvia, pudo res-ponder a las actividades de limpieza y saneamiento de las salas. No es seguro que el edificio dispusiese de cocina y aseos, pues muchas veces las comidas se compraban ya preparadas, aunque también pu-dieron estar dispuestos en el cuerpo meridional del complejo; en todo caso, en el interior de las aulas se dispondrían hornillos para calentar los alimentos.

Ninguna inscripción menciona este hipotético complejo para la celebración de banquetes; y en su interior, tampoco hemos recuperado ningún epígra-fe en soporte pétreo con información legible. Sin embargo, en el aula 4 se han recuperado algunos fragmentos de pared caídos, pintados de color rojo y con textos en griego y latín incisos con la ayuda de un fino punzón120. En curso de estudio por A. U. Stylow, uno de ellos muestra parte de un texto en griego121, el cual reproduce una máxima muy po-pular en el mundo griego y, después, en el romano y proporciona el nombre del autor que la enunció. Estos textos acreditan que el edificio fue frecuenta-do por individuos cultos, buenos conocedores del latín y del griego, acaso muchos de ellos de origen y cultura oriental.

Si nuestro edificio es, como parece desde el punto de vista tipológico y arquitectónico, un Banketthaus destinado a acoger klinai en sus aulas, entonces ¿a qué tipo de banquetes pudo destinarse? Descarta-bles los convites públicos, entre otras razones por el reducido tamaño de sus aulas, podríamos estar en realidad ante una schola o sede de un collegium re-

119 Sobre esta instalación: Martín – Roldán – Pérez, 1996, 89-96; Egea, 2003, 208-230.120 Noguera – Madrid, 2009, 264-267, n.º 10-13 (A. U. Stylow).121 Noguera – Madrid, 2009, 264-265, n.º 10 (A. U. Stylow).

ligioso y, por consiguiente, de naturaleza semipúbli-ca, destinado a celebrar convites restringidos a los miembros de la corporación, como sucede con otros edificios romanos usados para banquetes, como el referido de Susa122, la Casa de los Triclinia de Os-tia123 y el edificio del Agro Murecino de Pompeya124. Estos edificios se caracterizan por su diversidad for-mal y tipológica, y la ausencia de testimonios epi-gráficos claros dificulta su identificación segura125.

¿Podría nuestro complejo estar asociado a un collegium o corporación de esta naturaleza? En el transcurso de las excavaciones de 2008-2009 en la vertiente meridional del cerro del Molinete, se re-tiró con medios mecánicos el estrato –básicamente integrado por los escombros generados por las de-moliciones de 1974-1976 del barrio aquí emplaza-do– que cubría el sector II, ubicado inmediatamente al este de la insula I (lám. 16). La desaparición de dicho nivel estéril dejó vistos los coronamientos de algunos de los restos arquitectónicos pertenecien-tes al sector más septentrional de un area sacra, de planta rectangular y orientada de norte a sur, presi-dida al norte por un templo del que se aprecia per-fectamente parte del núcleo de caementicium del podium revestido de placas de piedra caliza azulada. Aunque el conjunto está íntegramente sin excavar, la exploración del kardo I ha permitido constatar la fachada occidental del temenos, constituida por un impresionante muro de opus quadratum de sillares de arenisca almohadillados, casi todos ellos roba-

122 Ennabli, 1975, 103-118.123 Bollmann, 2001, 174-175, figs. 4-5.124 Pagano, 1983, 325-361.125 Sobre estas scholae: Subías, 1994, 85-110; Carrillo, 1995, 29-77; Bo-llmann, 1998; id., 2001, 172-178

Lám. 16. Vertiente meridional del cerro del Molinete. Area sacra de la insula II. En negro el perímetro del complejo y, en el centro, el podio del templo.

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dos en época tardorromana o bizantina, del que sólo restan algunos bloques in situ, así como las huellas de la primera hilada dispuestas sobre las tongadas horizontales de cimentación.

La excavación arqueológica de este area sacra está prevista para los próximos años, por lo que habrá que esperar un tiempo para plantear su inter-pretación definitiva; en cualquier caso, el hallazgo de un conjunto de esta naturaleza invita a traer a colación otro descubrimiento, acaecido en 1974 con ocasión de la retirada de los escombros provocados por las demoliciones de la barriada del Molinete. En ese año se recuperó gran parte de un bloque de caliza micrítica, de 91 cm de longitud por 24 cm de altura, con una inscripción dedicada a Serapis e Isis por un tal T(itus) Hermes o Hermes(ius)126; en la segunda línea, su primer editor restituyó la fórmula in suo m[ans(ionem)]127, en tanto que, más reciente-mente, se ha propuesto la lectura m[ace(riem)], con lo que se estaría conmemorando la construcción de un recinto de culto cerrado por un muro (maceries) en un terreno propiedad del dedicante, según cons-tata la expresión in suo que la precede128. El monu-mento se ha fechado indistintamente en la primera mitad del siglo I a.C.129 o en la segunda de la mis-ma centuria130. Considerando que la inscripción fue recuperada –cierto que sin contexto arqueológico significativo– en las inmediaciones de la referida area sacra y que esta es la única constatada por el momento en la vertiente meridional del Molinete, se plantea de inmediato la posibilidad de asociar a ella el epígrafe consagrado a Isis y Serapis; de ser así, estaríamos entonces ante el Serapieion o el Isaeum de la colonia131. Curiosamente, la nueva lectura que implica la construcción por T. Hermes del muro que delimita el recinto de culto, encuentra de inmediato su correspondencia en el referido paramento peri-metral del ámbito sacro, que además en razón de su monumentalidad y de su depurada técnica cons-tructiva, debía ser digno de ser celebrado. Por otro lado, la organización planimétrica del area sacra a partir de los restos detectados prefigura un conjunto que encuentra un óptimo paralelo en el Serapieion

126 Koch, 1982, 350-352; AE, 1982, 636; Abascal – Ramallo, 1997, 165-167, n.º 38, lám. 44; Díaz, 2008, 105-106, n.º C13.127 Koch, 1982, 350-352.128 Díaz, 2008, 105.129 Koch, 1982, 350-352; Díaz, 2008, 106.130 Abascal – Ramallo, 1997, 167.131 Sobre los santuarios de Isis-Serapis en el mundo romano: Wild, 1984, 1739-1851.

de Ostia, en su configuración de los años 123-127, cuya pequeña capilla de culto alzada sobre un po-dio, estaba precedido de un patio flanqueado por pórticos132.

Considerando todo lo expuesto, el Edificio del atrio pudo estar asociado a la referida area sacra constatada en la vertiente sur del Molinete, acaso un Serapieion o un Isaeum, pudiendo ser la sede de una corporación vinculada con este santuario y dedicarse –de poderse ratificar en un futuro la hi-pótesis avanzada– a acoger banquetes sagrados en honor de Serapis, Isis y quizá alguna otra divinidad. Las comidas rituales están bien atestiguadas en los cultos de los grandes dioses, y Serapis, Isis y otras divinidades orientales no fueron una excepción. En este sentido, un edificio para banquetes emplazado en las inmediaciones del santuario del dios egipcio sería tan útil como el propio templo, pues además de las ceremonias religiosas propiamente dichas, los banquetes formaban parte del ceremonial religio-so133. No sería, así pues, sorprendente encontrar un conjunto con salas conviviales en las inmediaciones del santuario y que fuese un hito destacado en su vida cotidiana. Las amplias aulae hipóstilas serían usadas por los devotos de la deidad o deidades, en tanto que la hab. 15 pudo emplearse como sala para cultos o, incluso, para comidas de sacerdotes, nota-bles o magistrados. Asociaciones de esta naturaleza no son desconocidas, y encuentran una de sus me-jores expresiones en el referido Serapieion ostiense, donde al sur del templo se dispuso un enorme edifi-cio, denominado Domus Accanto al Serapeo, cons-truido para contener exclusivamente una gran aula triclinar relacionada con el culto al dios egipcio134, en tanto que al norte se alzó el conjunto de salones triclinares del Caseggiatto di Baco e Arianna. Estos edificios están insertos en la misma manzana que el templo, siendo especialmente cuidada la ejecu-ción de sus ejes visuales, en tanto que en Cartagena, ambos complejos están separados por una calle, lo que a nuestro juicio no desdice las hipótesis hasta ahora propuestas. De hecho, en el devenir del siglo II se abrieron desde dicha calle grandes vanos de

132 Mar, 2001, 40-50, figs. 5-7: con anterioridad: Wild, 1984, 1801-1805, figs. 29-30 [con bibl. anterior]; este esquema se repite como mayores o me-nores variaciones en serapieia como los de Ampurias (ibidem, 1758-1760, fig. 4; Ruiz de Arbulo, 1995, 327-338; id. – Vivó, 2008, 71-135) y Mons Claudianus (ibidem, 1793-1797, figs. 23-24).133 Sobre los sacerdotes y los colegios sacerdotales asociados al culto de Serapis: Vidman, 1970, 48-65.134 Mar, 2001, 50-55, figs. 14-18.

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acceso en las aulas 13 y 14, así como a la hab. 18 del Edificio del atrio, posiblemente para facilitar el acceso a las personas procedentes del templo, que acaso también tuvo un acceso a la misma vía. Otros santuarios vinculados con las religiones egipcias de época romana, como las de Sdi y Ras el Sada, muestran la combinación de estructuras templares y salones triclinares.

Quién o quiénes construyeron el edificio es cues-tión imposible de resolver con los datos disponibles. Si fue una pequeña comunidad o corporación religio-sa vinculada con los cultos a Serapis, Isis u otra dei-dad o, incluso, un particular en su ánimo de destacar-se del resto de sus conciudadanos, sólo nuevos datos, en particular epigráficos, podrán desvelarlo. Como en otros testimonios helenísticos y romanos, el Edificio del atrio deriva de un mismo prototipo remontable a la Grecia tardoclásica y reelaborado en el periodo helenístico y romano. Esta evolución fue, posible-mente, la única posible, siendo la difusión de las sa-las para banquetes, en particular en los dos primeros siglos del Imperio, un hecho de civilización general más que de evolución propiamente religiosa135.

El Edificio del atrio de Cartagena experimentó importantes transformaciones desde finales del si-glo I o inicios del siguiente, momento que hemos denominado como fase II (figs. 2, 2; y 7). Enton-ces se acometieron una serie de remodelaciones que afectaron a buena parte de sus dependencias princi-pales y se añadieron nuevos ciclos pictóricos136.

A nivel arquitectónico, estas reformas se mani-festaron en la construcción de un tabique medianero entre el atrio y la hab. 15, el cual cegó el amplio vano adintelado existente inicialmente entre ambos espacios; se trata de un paramento de 0,52 m de anch. construido con zócalo de ladrillo y alzados de tapial, el cual amortizó la columna donde apoyaba el dintel de acceso desde el patio a la estancia. En la fachada sur de este nuevo muro, abierta al atrio, se construyó adosado un lararium o capillita137 en forma de pseudoedículo arquitectónico138, integrado por un alto podio de mampostería, posiblemente es-tucado y pintado, sobre el que apoyaba un templete con dos pilastras laterales de mármol, amortizadas y

135 Will, 1976, 362.136 Noguera – Fernández – Madrid, 2009, 198-206.137 Para los lararios en Carthago Noua: Soler, 2000, 72-73, fig. 2 (Casa de la Fortuna); Fernández, 2003, 190-191, fig. 8, lám. 5 (sondeo 39 del Moli-nete).138 Noguera – Madrid, 2009, 270, n.º 15 (M. Pérez).

reutilizadas139; el nicho, que estaba pintado de blan-co, pudo ser rectangular o arqueado y estaría coro-nado por un tímpano triangular.

Junto al brocal del pozo se construyó un peque-ño impluuium, a modo de pileta, del que partía una tubería de plomo –protegida con piezas cerámicas y algunos mampuestos– que debía conectar con la red de desagüe del tejado. En esta época, casi un siglo y medio o dos después de la fundación del edificio, las techumbres de las grandes salas hipóstilas dispues-tas en torno al atrio debían encontrarse en estado precario o semiruinoso, por lo que fueron apunta-ladas mediante la adición de unos toscos y fuertes pilares dispuestos en los ejes de las estancias, cons-truidos con sillares de piedra caliza y cimentados sobre potentes zapatas; en el caso del aula 14, estos pilares se dispusieron junto a las columnas toscanas de la fase precedente, en la 13 permaneció in situ al menos uno de los soportes iniciales, en tanto que en las aulas 4 y 11 los pilares sustituyeron íntegra-mente a las columnas. Además, en el aula 14 se ha recuperado un capitel jónico itálico, fechado hacia finales del siglo I a.C. o inicios del siguiente140, que fue posiblemente reutilizado para coronar uno de los referidos pilares.

La hab. 15, sin embargo, experimentó una mo-dificación radical, no sólo porque se desvinculó del atrio con el ya mencionado tabique, sino por-que además se compartimentó en dos espacios (15 a y 15b) al construir otro muro, de 0,63 m de anch., con zócalo de hiladas de adobe y alzado de tapial, perpendicular al pamento norte de la estancia y con un amplio vano de 0,80 m de anch. que permitía la comunicación entre ambas estancias. La hab. 15b quedó reducida a apenas un pasillo de 4,35 m de long. por 1,38 m de anch., con acceso directo desde el atrio por medio de una puerta con umbral de pie-dra caliza que conserva la impronta del eje.

La hab. 15a, de 4,35 m de long. por 4,09 m de anch., continuó siendo la principal del conjunto, si bien con su superficie reducida y ahora ligeramente descentrada del eje axial marcado por las fauces. En el ángulo suroeste de la estancia quedan los restos de sendos ciclos pictóricos superpuestos, cada uno de ellos con sus respectivas capas de preparación. El más antiguo, cuya decoración pictórica es apenas perceptible, podría corresponder a los restos del po-

139 Noguera – Madrid, 2009, 268-269, n.º 14 (B. Soler).140 Noguera – Madrid, 2009, 288, n.º 38 (M.ª J. Madrid).

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sible zócalo con imitaciones marmóreas conserva-dos en la pared oriental de la sala, los cuales a su vez podrían ser contemporáneos de los ciclos pictóricos del muro norte del aula 4 y de la hab. 11. Más tar-de, la estancia fue redecorada íntegramente con una nueva composición pictórica distribuida en un zóca-lo blanco, una zona media con alternancia de pane-les e interpaneles con crustae marmóreas y una zona superior organizada en dos frisos superpuestos, el inferior decorado con círculos, cuadrados y estrellas de ocho puntas formadas a partir de la combinación de diversos tipos de mármoles, y el superior ornado con una red en la que alternan máscaras femeninas y flores septipétalas enmarcadas por guirnaldas ve-getales policromas141. Estas decoraciones se fechan hacia mediados del siglo II y materializan la fase II. A esta fase corresponde, así mismo, la decoración pictórica del nuevo pilar de sustentación del aula 4, integrada también por crustae marmóreas.

En la hab. 11 también acaeció una reforma con-siderable, pues la amplia sala hipóstila inicial se compartimentó en dos dependencias menores me-diante la construcción en el ángulo noroeste de sen-dos tabiques, de 0,45 y 0,37 m de anch., adosados a los muros perimetrales del aula, que determinaron

141 Noguera – Fernández – Madrid, 2009, 200-205.

la creación de la hab. 11b. Estos tabiques recurren a la misma técnica constructiva que los referidos a propósito de la hab. 15, con zócalos de adobes y alzados de tapial, los cuales fueron revestidos con pinturas murales. Cada uno de estos nuevos am-bientes se decoró con un ciclo pictórico diferente, en cuya recuperación y estudio continuamos traba-jando. Ante la falta de contextos cerámicos asocia-bles a esta reforma, ha de recurrirse a la decoración mural recuperada en los niveles de derrumbe para proponer la datación de las mismas a finales del siglo I o inicios del II; las analogías de la técnica constructiva empleada con la constatada en la hab. 15 inciden en la misma dirección.

La circulación general en el interior del comple-jo continuó siendo muy similar a la fase anterior, pues siguió primando el acceso por las fauces hasta el atrio y desde éste a las salas hipóstilas y las habs. 15a y 15b. Sin embargo, sí se amortizaron algunos vanos de comunicación entre las aulae, así como entre éstas y algunas dependencias de la crujía me-ridional. También las estancias situadas en la facha-da oriental del edificio (13, 14 y 18) se dotaron de nuevos accesos independientes desde el kardo I; la diferencia de cota entre el pavimento de la calle y el del interior del complejo obligó a construir escale-ras, seguramente de madera, para salvar el desnivel,

Fig. 7. Recreación virtual del Edificio del atrio, Cartagena. Fase II.

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siendo esta posiblemente la causa por la que tam-bién se amortizó el vano que comunicaba en origen las aulae 13 y 14.

Las sedes de asociaciones dotadas de estancias para la celebración de comidas de carácter ritual experimentaron destacadas transformaciones en el devenir de su historia. Así se constata en la “Maison aux banquettes en triclinium” de Susa y en la Casa de los Triclinia de Ostia, cuyos ambientes centrales más destacados experimentaron importantes refac-ciones, al igual que sucedió en el Edificio del atrio de Cartagena. No obstante, aunque su programa ar-quitectónico y decorativo durante los siglos I y II experimentó diversas reformas, su funcionalidad de-bió continuar inalterada. En efecto, la remodelación

atrio-hab. 15, con el consiguiente emplazamiento del larario en el patio pudo estar relacionada con la mayor capacidad de acogida de fieles de éste, en tanto que la apertura de nuevas y anchas puertas en las aulas 13 y 14 podría asociarse con la necesidad de procurar accesos fluidos y directos desde la calle al interior de las salas de banquetes. La comparti-mentación en esta época del aula 11 en 2 estancias menores también debe relacionarse con una reorde-nación de los usos y circulaciones entre espacios en el interior del conjunto. Con sus cambios y transfor-maciones, el edificio debió mantener su funcionali-dad hasta bien entrado el siglo II o los inicios del III, momento en que cambió radicalmente su uso, que pasó de ser público o semipúblico a privado142.

142 Madrid – Murcia – Noguera – Fuentes, 2009, 226-237.

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