Investigacões em psicologia social. Petrópolis: Ed. Vozes, 2ed. (p.215-250). Capítulo 4. El...

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1 MOSCOVICI, Serge. (2004) O conceito de THEMATA. En: Representações Sociais. Investigacões em psicologia social. Petrópolis: Ed. Vozes, 2ed. (p.215-250). Capítulo 4. El concepto de THEMATA 1 Traducción: Lic. Sandra Thomé 1. El estudio de las representaciones sociales: una nueva epistème En los últimos treinta años, se desarrollaron diversos enfoques en el campo de la psicología social, con la finalidad de aclarar el fenómeno de las representaciones sociales. Se trata, evidentemente, de un tipo de fenómeno cuyos aspectos salientes conocemos, y cuya elaboración podemos percibir por medio de su circulación a través del discurso, que constituye su vector principal. Tomemos como ejemplo el desarrollo de representaciones relacionadas al SIDA (Jodelet, 1991b). Las “teorías” producidas por las discusiones anteriores a la intervención de la investigación científica, hace diez años, no son las mismas de hoy. En el inicio, ella fue considerada como una enfermedad punitiva, castigando una libertad sexual que se había puesto exagerada dentro del contexto de una sociedad abiertamente permisiva (Marková & Wilkie, 1987), y esta representación moral del fenómeno, que se transformó en un estigma social, fue repetida por las autoridades religiosas. Más tarde, emergió entre algunas personas la idea de una conspiración, de manera especial entre minorías de EE.UU, presentando la imagen de un genocidio perpetrado por la clase dirigente dominante, blanca y protestante. La cuestión de los medios de propagación de esta conspiración fue, entonces, desenvuelta; originándose de ahí la emergencia de teorías populares sobre su transmisión: si esto ocurrió a través de la sangre y esperma, ¿por qué no a través de otros líquidos corpóreos, tales como la saliva y el sudor? De esa manera, se vuelve a antiguas creencias sobre los “humores” (Corbin, 1977). Lo que es interesante, en este caso, es la conjunción entre discursos de miedo y discursos racistas, dando origen, así, a la permanencia o invariancia de un tipo particular de representación social frente a la adversidad que abarca, simultáneamente, tanto la dimensión moral como la biológica (Delacampagne, 1983; Jodelet, 1989/1991). Esto significa que representaciones sociales son siempre complejas y necesariamente inscriptas en un “referencial de un pensamiento preexistente”, siempre dependientes, por consiguiente, de sistemas de creencia anclados en valores, tradiciones e imágenes del mundo y de la existencia. Éstas son, sobretodo, objeto de un permanente trabajo social, en y a través del discurso; de tal manera que cada nuevo fenómeno siempre puede ser reincorporado dentro de modelos explicativos y justificativos que son 1 Nota de la traductora: Este capítulo, escrito con George Vignaux, se publicó originalmente en: MOSCOVICI, S; VIGNAUX, G. Le concept de thêmata. En: GUIMELLI, C. (Dir.) Structures et transformations de représentations sociales. Lausanne: Delachaux et Niestlé, 1994. P.25-71 (Textes de base en sciences sociales). La presente traducción refiere al capítulo de la edición en portugués, citado arriba.

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MOSCOVICI, Serge. (2004) O conceito de THEMATA. En: Representações Sociais.

Investigacões em psicologia social. Petrópolis: Ed. Vozes, 2ed. (p.215-250).

Capítulo 4. El concepto de THEMATA1

Traducción: Lic. Sandra Thomé

1. El estudio de las representaciones sociales: una nueva epistème

En los últimos treinta años, se desarrollaron diversos enfoques en el campo de la

psicología social, con la finalidad de aclarar el fenómeno de las representaciones

sociales. Se trata, evidentemente, de un tipo de fenómeno cuyos aspectos salientes

conocemos, y cuya elaboración podemos percibir por medio de su circulación a través del

discurso, que constituye su vector principal. Tomemos como ejemplo el desarrollo de

representaciones relacionadas al SIDA (Jodelet, 1991b). Las “teorías” producidas por las

discusiones anteriores a la intervención de la investigación científica, hace diez años, no

son las mismas de hoy. En el inicio, ella fue considerada como una enfermedad punitiva,

castigando una libertad sexual que se había puesto exagerada dentro del contexto de una

sociedad abiertamente permisiva (Marková & Wilkie, 1987), y esta representación moral

del fenómeno, que se transformó en un estigma social, fue repetida por las autoridades

religiosas. Más tarde, emergió entre algunas personas la idea de una conspiración, de

manera especial entre minorías de EE.UU, presentando la imagen de un genocidio

perpetrado por la clase dirigente dominante, blanca y protestante. La cuestión de los

medios de propagación de esta conspiración fue, entonces, desenvuelta; originándose de

ahí la emergencia de teorías populares sobre su transmisión: si esto ocurrió a través de la

sangre y esperma, ¿por qué no a través de otros líquidos corpóreos, tales como la saliva

y el sudor? De esa manera, se vuelve a antiguas creencias sobre los “humores” (Corbin,

1977). Lo que es interesante, en este caso, es la conjunción entre discursos de miedo y

discursos racistas, dando origen, así, a la permanencia o invariancia de un tipo particular

de representación social frente a la adversidad que abarca, simultáneamente, tanto la

dimensión moral como la biológica (Delacampagne, 1983; Jodelet, 1989/1991).

Esto significa que representaciones sociales son siempre complejas y

necesariamente inscriptas en un “referencial de un pensamiento preexistente”, siempre

dependientes, por consiguiente, de sistemas de creencia anclados en valores, tradiciones

e imágenes del mundo y de la existencia. Éstas son, sobretodo, objeto de un permanente

trabajo social, en y a través del discurso; de tal manera que cada nuevo fenómeno

siempre puede ser reincorporado dentro de modelos explicativos y justificativos que son

1 Nota de la traductora: Este capítulo, escrito con George Vignaux, se publicó originalmente en: MOSCOVICI, S;

VIGNAUX, G. Le concept de thêmata. En: GUIMELLI, C. (Dir.) Structures et transformations de représentations sociales.

Lausanne: Delachaux et Niestlé, 1994. P.25-71 (Textes de base en sciences sociales). La presente traducción refiere al

capítulo de la edición en portugués, citado arriba.

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familiares y, por lo tanto, aceptables. Este proceso de cambio y composición de ideas es

más que nada necesario, porque él responde a las dobles exigencias de los individuos y

de las colectividades. Por un lado, para construir sistemas de pensamiento y

comprensión y, por otro, para adoptar visiones consensuales de acción que les permiten

mantener un vínculo social y hasta la continuidad de la comunicación de la idea.

Representar significa, a una vez y al mismo tiempo, traer presentes las cosas

ausentes y presentar cosas de manera a satisfacer las condiciones de una coherencia

argumentativa, de una racionalidad y de la integridad normativa del grupo. Es, por lo

tanto, muy importante que esto ocurra de forma comunicativa y difusiva porque no hay

otros medios, con excepción del discurso y de los sentidos que este contiene, por los

cuales las personas y los grupos sean capaces de orientarse y adaptarse a tales cosas.

Consecuentemente, el status de los fenómenos de la representación social es lo de un

status simbólico: estableciendo un vínculo, construyendo una imagen, evocando, diciendo

y haciendo con que se hable, compartiendo un significado a través de algunas

proposiciones transmisibles y, en el mejor de los casos, sintetizándose en un cliché que

se torna un emblema. En su límite, es el caso de los fenómenos que afectan a todas

aquellas relaciones simbólicas que una sociedad crea y mantiene, y que se relacionan

con todo lo que produce efectos en términos de economía o poder. No es ideología, de la

cual poco existe en la forma como fue concebida, pero todas aquellas interacciones que,

de las profundidades a las alturas, de las materias brutas hasta las superficialidades de

las estructuras sociales, son transmitidas a través del filtro de los lenguajes, imágenes y

lógicas naturales (Grize, 1993; Vignaux, 1991). Y, a través de estas interacciones, se

puede al menos tener seguridad, gracias al trabajo de historiadores, de antropólogos, y

también de psicólogos sociales, que las interacciones tienen como objetivo la constitución

de mentalidades o creencias que influyen en los comportamientos.

Constatamos la banalidad del fenómeno cuando él es visto y observado como un

efecto descriptible. Y constatamos su complejidad cuando es una cuestión de una

corriente ascendiente que fluye en dirección a lo que se constituye el “núcleo semántico”

de alguna concepción generalizada en el cuerpo social, que lo estructura en algún

momento a punto de motivar historias, acciones, acontecimientos. Esto porque, una vez

más, el concepto es a penas evocativo. Debemos extraer de la masa considerable de

índices de una situación social y de su temporalidad, aquellos índices que adquieren la

forma de trazos lingüísticos, archivos y, sobretodo, “paquetes” de discurso. Examinarlos

atentamente permitirá que alguna luz sea lanzada sobre lo que repiten – de un lado, sobre

lo que ellos repiten permanentemente – el problema de la reducción semántica – y, por

otro, sobre lo que los motiva y fundamenta – el problema de aquellas “ideas” que de algún

modo poseen el status de axiomas o principios organizativos, en determinado momento

histórico, para cierto tipo de objeto o situación-.

Sin embargo, si el concepto de representación atraviesa tantos dominios de

conocimiento, de la historia a la antropología, pasando por la lingüística, él es siempre y

en todo lugar, una cuestión de comprensión de las formas de las prácticas de

conocimiento y de conocimiento práctico que cimentan nuestras vidas sociales como

existencias comunes. Y, sobretodo, este concepto nos permite un acceso a aquellos

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fenómenos sociales totales de los que habló Marcel Mauss, fenómenos en que las

prácticas de conocimiento y del conocimiento práctico desempeñan un papel esencial,

una vez que dicho conocimiento está inscripto en las experiencias o acontecimientos

sostenidos por individuos y compartidos en la sociedad. Conocimiento práctico, una vez

más, porque siempre constituye, de alguna manera, una comprensión popular (folk

knowledge, folk psychology) que reformula constantemente el discurso de la elite, de los

especialistas, de aquellos que poseen un conocimiento descripto como sabiduría o ciencia

(Moscovici & Hewstone, 1983; 1984).

En primer lugar, ¿esto sería una cuestión de “contenidos de pensamiento” que

podrían ser provistos por lo social, siendo únicamente necesario juntarlos? Seguramente,

no. Toda representación social es constituida como un proceso en que se puede ubicar

un origen, pero un origen que siempre es inacabado. De tal manera que otros hechos y

discursos la vendrán a nutrir o corromper. Asimismo, es importante especificar cómo

estos procesos se desarrollan socialmente y cómo son organizados cognitivamente en

términos de acuerdos de significaciones y de una acción sobre sus referencias. Una

reflexión sobre las maneras de abordar los hechos del lenguaje y de la imagen es

fundamental acá.

En segundo lugar, estos procesos son la acción de los sujetos que actúan a

través de sus representaciones de la realidad y que constantemente reformulan sus

propias representaciones. ¡Estamos siempre en una situación de analizar

representaciones de representaciones! Esto implica, desde el punto de vista

metodológico, comprender cómo los sujetos, en la manera como cada uno de nosotros

actúa, llegan a operar al mismo tiempo para definirse a sí mismos y para actuar en lo

social: “lo que representaciones colectivas expresan es la manera cómo el grupo piensa a

sí mismo en sus relaciones con los objetos que lo afectan” (Durkheim 1895/1982:40). De

este modo, toda representación social desempeña diferentes tipos de funciones, algunas

cognitivas – anclando significados, estabilizando o desestabilizando las situaciones

evocadas – otras, propiamente sociales, esto es, manteniendo o creando identidades y

equilibrios colectivos. Esto se obtiene a través de un trabajo constante que adquiere la

forma de juicios o raciocinios compartidos. Significa que este tiempo retórico,

metodológicamente y en conjunto con los instrumentos lingüísticos previamente citados –

modos de expresión – y las aproximaciones lógicas – formas naturales de raciocinio –, se

imponen a la evidencia.

Para sintetizar, desde el punto de vista epistemológico, lo que aquí está en

cuestión es el análisis de todos aquellos modos de pensamiento que la vida cotidiana

sostiene y que son históricamente mantenidos por períodos más o menos largos (longues

durées); modos de pensamiento aplicados a “objetos” directamente socializados, pero

que, de manera cognitiva y discursiva, las colectividades son continuamente orientadas a

reconstruir en las relaciones de sentido aplicadas a la realidad y a sí mismas. De allí se

origina el imperativo de proveer los medios críticos para tratar esos fenómenos de

cohesión socio-discursiva y de analizar los principios de coherencia que los estructuran

dentro de una relación interna-externa (esquemas cognitivos, actitudes y

posicionamientos, modelos culturales y normas).

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Desde este punto de vista, es evidente que la cognición organiza lo social desde

que este la gobierne y que lo simbólico module constantemente nuestras aventuras

humanas, bajo esta forma más elevada que es el lenguaje. No hay representaciones

sociales sin lenguaje, de la misma manera que sin ellas no hay sociedad. El lugar de lo

lingüístico en el análisis de las representaciones sociales no puede, por consiguiente, ser

evitado: las palabras no son la traducción directa de las ideas, del mismo modo que los

discursos no son nunca las reflexiones inmediatas de las posiciones sociales.

2. Representaciones sociales, cognición y discurso

En el curso de los últimos diez años, constatamos la elaboración de un análisis de

estructuras cognitivas que nos permite profundizar la teoría de las representaciones

sociales. Si nosotros sintetizamos el trabajo que contribuyó para este desarrollo, podemos

identificar dos hipótesis que estimularon de manera fructífera los programas de

investigación y que justificaron una mayor atención de la que tenían hasta entonces.

Primeramente, está la hipótesis del núcleo central (Abric, Flament, Guimelli), según la cual

cada representación social es compuesta de elementos cognitivos o esquemas estables

alrededor de los cuales están ordenados otros elementos cognitivos o esquemas

periféricos. La hipótesis es que los elementos estables ejercen una preeminencia sobre el

sentido de los elementos periféricos, y que los primeros poseen una resistencia más

fuerte a las presiones de la comunicación y del cambio que los últimos. Somos tentados a

decir que los primeros expresan la permanencia y uniformidad de lo social, mientras los

últimos expresan su variabilidad y diversidad. Además del interés experimental de esta

hipótesis, no debemos dejar de mencionar su relación con la concepción corriente en la

filosofía de la mente, con respecto a la diferencia entre ideas centrales e ideas

marginales. En segundo lugar, está la noción del principio organizador sugerido por los

investigadores de Ginebra (Doise, Mugny), que buscaron dar cuenta de la génesis de las

representaciones sociales. Sin ahondar en detalles, podemos decir que estamos

interesados en ideas, máximas o imágenes que, de una u otra manera, son virtuales o

implícitas. Ambas son expresadas a través de ideas explícitas o imágenes y las ordenan

dándoles un sentido que no tenían antes; ellas introducen una coherencia entre sí,

garantizándoles el sentido que les es común a través del trabajo de selección. En otras

palabras, el principio organizador, al mismo tiempo, reduce la ambigüedad o polisemia

inherente a las ideas o imágenes y las tornan relevantes en cualquier contexto social

determinado. Desde muchos puntos de vista, hay una profunda analogía entre estas dos

hipótesis que tocan los problemas de cómo las representaciones cambian y de su

génesis, respectivamente, de tal modo que el cambio y el génesis llegan a interesar al

mismo fenómeno fundamental, o sea, a la cuestión de la formación y evolución de las

representaciones sociales en el transcurso de la historia; sea ésta una historia larga o

corta, para emplear una expresión de Fernand Braudel. Sin embargo, nosotros tenemos la

obligación de dar cuenta de esto. Por varias razones que están relacionadas con las

orientaciones dominantes en la psicología social, hubo una tendencia a dejar en la

sombra una de las referencias esenciales de la teoría de las representaciones sociales.

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Queremos decir, su referencia a la comunicación, al lenguaje, en síntesis, al aspecto

discursivo del conocimiento elaborado en común. Es verdad que la psicología social tuvo

solamente un interés marginal en este aspecto y que prácticamente toda la investigación

sobre cognición social no lo consideró. Pero, desde su inicio, la teoría de las

representaciones sociales insistió, con razón, en el lazo profundo entre cognición y

comunicación, entre operaciones mentales y operaciones lingüísticas, entre información y

significado. Sólo bajo esta condición pudo explicar de manera correcta y simultánea, de

modo no reductivo, tanto la formación como la evolución del conocimiento práctico y de lo

que es llamado conocimiento popular, así como su función social. Para este fin, fue

necesario proponer un concepto que llevó en consideración la importancia de la hipótesis

que nosotros veníamos discutiendo, así como pudiese dar forma concreta al lazo entre

cognición y comunicación, entre operaciones mentales y lingüísticas. Al menos fue a partir

de esta perspectiva que el concepto de themata fue propuesto (Moscovici, 1993), con la

finalidad de responder a las exigencias del análisis estructural, sobre el cual fue

perfectamente correcto haber insistido. En verdad, no es únicamente una cuestión de

responder a estas exigencias, sino también de enriquecer las posibilidades de análisis a

través de las aperturas que este concepto permite con respecto a la historia del

conocimiento, a la antropología y a la semántica. Estas posibilidades, hay que enfatizarlo,

son en verdad de orden teórico y también metodológico. Con la finalidad de introducir el

concepto de manera más clara y tornarlo familiar, debemos empezar con ciertas

cuestiones con las cuales ya estamos familiarizados en el estudio de las representaciones

sociales.

Si aceptamos, entonces, que las representaciones sociales, por el hecho de ser

formas particulares (sistemas de prescripciones, inhibiciones, tolerancias o prejuicios),

participan siempre de la visión global que una sociedad establece para sí misma,

debemos, en consecuencia, saber tratar y supuestamente esclarecer la modalidad de

estas relaciones entre visiones generales y representaciones particulares, siendo que las

últimas están inscriptas en las primeras. Y esta es la paradoja en el estudio de las

representaciones sociales: ¿cómo pasar del microsociológico al macrosociológico? ¿Qué

teoría puede garantizar alguna concordancia entre estos dos niveles? ¿Qué instrumentos

conceptuales irán a garantizar una generalización legítima de los hechos observados en

una situación específica? ¿Qué propiedad localmente identificada puede ser un ejemplo

de colectivo? ¿Qué hechos registrados cuantitativamente serán suficientes para definir

una propiedad cualitativa atribuible a una colectividad?

El problema es, en primer lugar, de orden cognitivo y se fundamenta en la

siguiente cuestión: ¿toda propiedad psicológica identificable es dependiente de la

interacción social o de algún mecanismo humano supuestamente común a la “especie” y

anterior a toda interacción? En respuesta a este punto preciso, la historia de la ciencia

muestra claramente que toda reestructuración de nuestras representaciones y

conocimiento depende de las interacciones del momento – en el acontecimiento como

este ocurre - aunque nosotros necesitemos progresar en el conocimiento de nuestro

“mecanismo común” – lo qué es nuestra inteligencia y que formas ella puede asumir-, a fin

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de tornar más explícitas aquellas que intervienen cognitivamente en nuestros procesos de

interacción social.

Y es acá donde el problema de la congruencia de las representaciones ocurre, en

el sentido de cuáles son traducidas o no y de cómo ellas son interpretadas: nuestras

ideas, nuestras representaciones son siempre filtradas a través del discurso de otros, de

las experiencias que vivamos, de las colectividades a las cuales pertenecemos. Y también

está el problema de aquellos “referenciales” o “scripts” que determinado tipo de literatura

cognitivista nos presenta. Hay algunos pocos entre ellos (Schank & Abelson, 1977),

donde esto se daría como si la mente humana y la memoria funcionaran en términos de

“casos” particulares y sería suficiente reunir estos contenidos a fin de poder leerlos. Todos

sabemos que una descripción no nos da una información sobre los procesos constitutivos

de los hechos, sin que no nos dé, de ellos, una explicación. Un simple martillo es

descriptible no sólo en términos de su estructuración o de su finalidad; es por esto que

hay diferentes tipos de martillos – para carpinteros o decoradores, etc. – y cada uno de

ellos carga una larga historia de significación y función que les dio forma.

La cuestión, entonces, es la siguiente: ¿de dónde vienen estas ideas alrededor de

las cuales las representaciones son formadas o mismo generadas? ¿Qué existe en la

sociedad que irá “tener sentido” y mantener la emergencia y producción del discurso? Y,

en consecuencia, ¿cómo ciertas representaciones – entre todas aquellas producidas por

un discurso cualquier – pueden llegar a ser calificadas como sociales y, exactamente,

bajo qué fundamento?

Si retornamos al ejemplo anterior del martillo, es claro que juntamente con cierta

representación científica (debe haber cierta masa movida por una fuerza orientada en la

dirección de empujar un objeto como un clavo o una grampa), existe – y esto es también

importante – un conocimiento popular que es necesario, funcional y analógico (por

ejemplo, un martillo de dos uñas que también permite que se arranquen clavos), y que

opera en la apropiación del instrumento, su difusión y transformaciones. Podemos ir más

allá: para ilustrar esta teoría de los referenciales de la experiencia y de lo mental, Schank

utilizó el ejemplo del restaurant Burger King, donde el producto, las órdenes, los pagos y

la gestualidad pueden ser exhaustivamente descriptos y definidos en términos de

esquemas de acción organizadas (referenciales). Sin embargo, también se puede

mostrar como Burger King puede ser un lugar de improvisación con base en esta figura

estricta y tornarse no sólo un restaurant, sino también un lugar de encuentro, un espacio

para que los chicos jueguen, para encuentros ocasionales y para la imaginación (como en

el caso del cowboy asociado a los cigarrillos Marlboro, en el cual fumar se torna

emblemático de una virilidad asociada a amplios espacios descampados). “Estereotipos”

(en el sentido común de imágenes congeladas u opiniones), por esto, nunca son como

nosotros pensamos que sean. Y las representaciones nunca están limitadas a una simple

descripción de sus contenidos, sin hablar de la extraña idea que nos hace concebir la

memoria como un enorme placar con estanterías para situaciones pre-conocidas y pre-

ordenadas, de lo cual sería posible retirar las cosas según las circunstancias lo exigiesen.

En verdad, si la cognición humana supone aprendizaje y memoria, no se podría

entender la extraordinaria adaptabilidad de nuestra especie (como atestiguado por la

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filogénesis), si no admitiéramos que el ejercicio y desarrollo de esta cognición está

concretamente fundamentado en procesos permanentes de adaptabilidad, en la forma de

elaboraciones de conocimiento; y organizado en términos de procesos orientados en la

dirección de temas comunes, tomados como el origen de aquello a lo cual nos referimos

cada vez, como conocimiento aceptado o mismo como ideas primarias. Son estas ideas

primarias que vienen a instruir y a motivar regímenes sociales del discurso, lo que

significa que cada vez nosotros debemos adoptar ideas comunes o, al menos, dar cuenta

de ellas.

3. Temas y variaciones

De cualquier modo, estamos en el inicio de nuestra investigación, y, según el

precepto de Bacon, sería peligroso intentar y presentar como un resultado comprobado

algo que, por el momento, es apenas un horizonte. Lo que nosotros presentamos acá,

instantáneamente, es todavía un asunto para debate y ajustes de puntos de vista y

conceptos que existen entre nosotros. Obviamente, el concepto que estamos proponiendo

posee un pasado reciente del cual, como ocurre muchas veces, no sospechamos ni de su

amplitud, ni de sus ramificaciones. Una investigación de este pasado no deja de ser

interesante pues nos permite situar el concepto con más claridad y, sobretodo, aprender

los papeles teóricos que desempeña en los dominios que nos interesan directamente. No

hay necesidad de recurrir a la historia para justificar convergencias insospechadas, ni

hacer esto exhaustivamente para establecer un árbol genealógico del hecho. Es suficiente

realzar ciertas reflexiones e intuiciones, observar su interacción desde el punto de vista

que nos interesa a fin de esclarecer una región conceptual, que, se puede decir,

permanece en penumbra. Cierta vez, un físico observó que tales nociones son

extremamente fructíferas. La verdad, esto es así bajo la condición de que las zonas de

claridad y oscuridad sean explicitadas. Si esto no ocurre, se puede esperar dificultades en

la comprensión y una incertidumbre revitalizante como su valor.

Sea como fuera, debemos concordar que reflexiones sobre “temas” o “themata” no

encontraron todavía un nicho científico, ni penetraron los discursos científicos. Es

ciertamente aceptado que éstos se relacionan con algo real e importante. Si así no fuera,

no habrían sido evocados por tan largo tiempo. Por ahora, permanecen utilizados

esporádicamente y situados en la intersección de muchos campos intelectuales. Tal vez el

contexto de las representaciones sociales pueda producir la cristalización que permitiría la

expresión científica de lo que ellos designan intensivamente.

Primeramente, con relación a la sociología y a la antropología, los temas o análisis

temáticos expresan una regularidad de estilo, una repetición selectiva de contenidos que

fueron creados por la sociedad y prevalecen preservados por ésta. Ellos se refieren a

posibilidades de acción y experiencia en común que pueden tornarse conscientes e

integradas en acciones y experiencias pasadas. En síntesis, la noción de tema indica que

la posibilidad efectiva de sentido va siempre más allá de aquello que fue concretado por

los individuos, o realizado por las instituciones. Cuando todo es dicho y hecho, los temas

que atraviesan los discursos o las prácticas sociales no pueden simplemente ser

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“deleteados”, como se dice en la jerga de los computadores, sino colocados entre

paréntesis, desplazados de un momento a otro de diferentes maneras. Si hay necesidad,

son siempre preservados como fuentes constantes de nuevos sentidos o combinaciones

de sentidos.

Debemos resaltar acá, que la noción de necesidad aparece en las reflexiones que

Schütz dedicó al sentido común. Estas reflexiones son de considerable interés para

nosotros, pues la teoría de las representaciones sociales fue elaborada en relación a

formas comunes y populares de conocimiento. En sus notas para sus últimos cursos, en

el “New School for Social Research”, él estaba interesado en la cuestión de la relevancia.

¿Qué es lo que torna una parte de nuestro repertorio de conocimiento relevante y nos

llama la atención? ¿Qué es que nuestra conciencia experimenta como siendo familiar y

que nos interesa en determinado momento cuando somos asaltados por tantas

experiencias simultáneamente? El tema, en su concepción, aparece como la forma o

núcleo, el centro del campo de conciencia cuyo fundamento es la experiencia y el

conocimiento no temático:

Entre todos estos campos virtuales de realidad o provincias finitas de sentido,

queremos concentrarnos en aquel relativo a los actos en acción en el mundo

externo… La atención es, pues, restringida al problema general del tema y horizonte

perteneciente al estado de plena conciencia, característico de este campo. Sin

embargo, esta concentración y restricción son ellas mismas una ilustración de nuestro

tópico: este campo particular de realidad, esta provincia entre todas las otras

provincias, es declarado como siendo suprema realidad y tornada, por así decir,

temática en la investigación de estos filósofos (esto es, Bergson y James) – un

movimiento que torna apenas horizontales (y también poco esclarecidas) a todas las

otras provincias que circundan esta temática central. Pero la estructuración en tema y

horizonte es básica a la mente. Y explicar este tipo de estructura confundiendo lo que

está fundamentado con su principio fundacional, es, en verdad, un verdadero “petitio

principii” (Schütz, 1970:7-8).

Es difícil comentar un texto no finalizado, pero se puede notar que la

estructuración temática coincide, de algún modo, con el trabajo de objetivación. Y esto es

así porque, al tronar algo temático relevante a su conciencia, los individuos lo transforman

al mismo tiempo en un objeto para ellos mismos o, más precisamente, en un objeto

perteneciente a una realidad elegida entre todas las otras realidades posibles o

anteriores. Es al menos de esta manera que debemos entender la referencia a James y

Bergson.

Veamos el siguiente ejemplo: cuando caminamos en la calle, actuamos en relación

a un gran número de “objetos”, autos, ruido, nombres de cafés, la multitud, etc. A medida

que nuestra tensión o percepción se mueve de una cosa a otra, cada una de ellas es

objetivada por nosotros, cada vez. Pero, no podemos decir que todo objeto que llama

nuestra atención o que es percibido por nosotros, es, con esto, objetivado. Apenas

aquellos que son el “centro”, por así decir, de nuestro campo de conciencia, se tornan el

tema de nuestra representación y son objetivados en el estricto sentido del término. En

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síntesis, nosotros experimentamos muchas “regiones de la realidad” relativas a una

representación común. Sin embargo, sólo una entre ellas adquiere el status de una

realidad socialmente dominante, mientras las otras parecen poseer una realidad derivada

en relación a la realidad dominante. Todo esto presupone que la relación entre el tema

correspondiente y los otros puede ser relevante y compartida simultáneamente. O, para

concluir, lo que queremos decir es que puede haber un referencial familiar, según el cual

todo lo que existe u ocurre poseerá un carácter no-problemático. Tan pronto el referencial

sea cuestionado por un elemento inesperado, un acontecimiento o algún conocimiento

que no contenga la marca de lo familiar, de lo no-problemático, un cambio temático es

indispensable. Como observó Schütz:

Algo que supuestamente era familiar y, consecuentemente, no-problemático, se

muestra cómo no-familiar. Él tiene, por eso, que ser investigado y determinado

respecto a su naturaleza; él se torna problemático y, por consiguiente, tiene que ser

constituido como tema y no dejado en la indiferencia de un segundo plano. Él es

suficientemente importante para ser impuesto como un nuevo problema, como un

nuevo tema y mismo reemplazar el tema anterior de su pensar. Acorde, entonces,

con las circunstancias, algo podrá perder enteramente su interés o al menos ser

temporariamente puesto de lado (Schütz, 1970:25-26).

No es necesario insistir más. Con estas observaciones quisimos subrayar,

exactamente, cuánto la discusión de la conciencia cotidiana y de la comprensión “natural”

sugiere la noción de tema que designa el movimiento de estructuración de un campo de

conocimiento, y posibles sentidos comunes, ordinarios (¡veremos en breve, cómo esto se

relaciona con el conocimiento científico!). Asimismo, procuramos enfatizar la afinidad con

algunas hipótesis fundamentales en el estudio de las representaciones sociales y de las

implicaciones sociológicas y antropológicas de esta idea.

En un paso adelante, y a través de una especie de movimiento inverso, el estudio

de los fenómenos lingüísticos exige más y más el estudio del conocimiento común y,

consecuentemente, de sus representaciones. Evidentemente, el análisis de las

representaciones sociales retorna en conjunto, pues tratamos los mismos fenómenos,

pues son fenómenos de intercambio o de convergencia entre discursos. Sabemos, al

menos, gracias al trabajo de lingüistas, que existe en el lenguaje un proceso fundamental

que es lo de la tematización. En cada habla, por ejemplo, “Los Verdes son un movimiento

social”, hay una focalización léxica en la forma de la orientación del habla con respecto a

una palabra específica -sustantivo o verbo- que torna el “núcleo de sentido”, en última

instancia, una referencia (“los Verdes”) al sentido del habla. Y con la actividad de la

reiteración o reescritura en el discurso, ocurre progresivamente la construcción de claves

para la lectura semántica que son impuestas al lector o al oyente. En un trabajo de

fundamental importancia, Chomsky (1982) de cierto modo abrió espacio para la

presuposición de un nivel de estructura temática que orienta los campos semánticos y

controla o conecta las funciones gramaticales de las palabras. Al abandonar un sistema

de reglas de transformación, él propone un sistema de principios que reconoce la

existencia de “papeles” temáticos que determinan la asociación entre verbos y sustantivos

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en la formación de una sentencia. Por ejemplo, el verbo “convencer” tiene la propiedad de

determinar un papel temático a su objeto y complemento en la frase: “Los Verdes fueron

convencidos a abandonar su posición anterior”. Hay acá una idea importante para la

elaboración de la representación, pues la función principal de los papeles temáticos es

asociar el argumento de un verbo a un sentido del verbo dentro del campo semántico.

Esto implica siempre el contenido del verbo y una interpretación del propio verbo dentro

de un contexto específico. Además, la idea de relaciones temáticas entre palabras

expresa la posibilidad de un vocabulario “primario” que comprende las partes semánticas

del discurso (acontecimientos, lugar, agente, etc.) que permanecen constantes y

determinan combinaciones sintácticas: “Las relaciones temáticas están fundamentadas en

los elementos que constituyen nuestras representaciones mentales de los

acontecimientos. Asumo como algo indiscutible que hay una correspondencia entre

nuestra representación mental de los acontecimientos y el sentido de frases utilizada para

expresarlos “(Culicover,1988).

Sin duda hay una controversia sobre la cuestión de si las relaciones temáticas son

más semánticas o sintácticas en su carácter, pero nadie cuestiona que ellas poseen un

aspecto conceptual estructurante en el discurso. Aunque esto pueda ser así, pareciera

posible esclarecer la naturaleza de las representaciones sociales a través de estas ideas,

pues las representaciones sociales poseen una estructura temática cuyos efectos léxicos

y sintácticos son incuestionables. Al respecto, Talmy (1985) demostró la existencia de un

tema que él llama de dinámica de fuerza y que expresa la manera por la cual entidades

sociales o físicas interactúan con relación a la fuerza. Él analiza su manera de “causar”

algo, expresada por los verbos “prevenir, ayudar, llevar”, que afectan la interpretación

semántica de hablas semejantes. Sin embargo, también muestra que el tema afecta la

utilización de categorías mentales gramaticales (deber, obligación, etc.). Podemos

imaginar que, partiendo de estas propiedades sintácticas y semánticas, y siguiendo el

camino de Talmy, se podría describir un tema subyacente y las representaciones sociales

y mentales cuyo núcleo sería él mismo.

Evidentemente, estas ideas son todavía provisorias y discutibles (Carrier Duncan,

1985; Jackendorf,1991). Por ahora, debemos considerar que los procesos de

tematización objetivan, en todo discurso, la estabilización de los sentidos en la forma de

relaciones características del tema (adjetivos), induciendo imágenes de situaciones o

maneras de ser de las cosas y del mundo. En síntesis, son procesos que asocian

constantemente nuestro conocimiento común con nuestro conocimiento discursivo y el

constructo de nuestras maneras de anclaje cognitiva y cultural. Por consiguiente, de una

manera concreta, nuestras representaciones, nuestras creencias, nuestros prejuicios, son

sostenidos por una representación social específica. Esto se da a través de un

establecimiento de relaciones internas al discurso, consecuentemente, de relaciones

lingüísticas, pero actuando necesariamente a través del juego de referencias entre

aquellas que están orientadas para una nueva lectura semántica de las cosas (aquellas

que son tematizadas o no, y aquellas que son habladas); y, por otro lado, a través de la

elección hecha cada vez de un origen particular dada a esas rutas de “decirse” y

“significarse”. Algunos lingüistas parecen estar persuadidos de que existe un número

11

limitado de temas que poseen un valor universal y que regulan construcciones lingüísticas

que, a primera vista, parecen muy distantes unas de las otras (Jackendorf,1991).

4. El papel de los temas en las representaciones científicas del mundo.

Finalmente, debemos prestar especial atención a la idea que estamos discutiendo

dentro del campo del conocimiento científico. La importancia de esta idea fue entendida a

partir del momento en que las personas, por primera vez, se preocuparon con el origen

del curso del habla y del significado, o de la comprensión o explicación. En el caso del

discurso del conocimiento común, del mismo modo que el del conocimiento científico, es

una cuestión de preguntar cuál es el papel que desempeña la primera idea en la

formación de familias de representaciones en el campo específico que proporciona una

forma “típica” a los objetos y situaciones; relacionados con esta idea dentro de estos

campos. Ésta surge siempre que aquellas repasan los despliegues discursivos con el

objetivo de ilustrarlos y de recordarlos y, sobre todo, de reorganizarlos como una función

de un grupo, de una historia, de un proyecto de acción.

Evidentemente, lo que se nos presenta como siendo, y aquello que nosotros

creemos, es constitutivo de esta “esencia” de las cosas, como ya lo expresó claramente

Aristóteles:

Todo enseñar y todo aprender de un tipo intelectual procede de un conocimiento

preexistente. Esto se torna evidente si nosotros estudiamos todos los casos: las

ciencias matemáticas son adquiridas de esta manera y así es con todas las artes. Del

mismo modo, con argumentos tanto deductivos como inductivos: ellos comunican su

enseñanza a través de lo que nosotros ya sabemos, los primeros asumiendo puntos

que nosotros ya, presumiblemente, entendemos; los últimos, comprobando algo

universal, pues los casos específicos son evidentes.

… hay dos modos según los cuales nosotros ya debemos tener algún conocimiento:

de algunas cosas nosotros ya debemos creer que ellas existen, de otras, nosotros

debemos comprender cuales son los puntos sobre los cuales se habla (y de algunas

cosas debemos saber ambos casos). Por ejemplo, del hecho de que todo es

verdaderamente afirmado o negado, nosotros debemos creer que así es; del triángulo,

que significa esto; y de la unidad, ambos (tanto lo que él significa, como lo que ella

es) (Aristóteles, traducido para el inglés por Jonathan Barres, 1994:1).

Sin duda, y de igual manera, necesariamente tenemos intuiciones sobre las leyes

generales que organizan nuestras construcciones mentales. Tal como observó Albert

Einstein, es una cuestión de la relación entre la intuición de estas leyes generales que

forman la base para construcciones mentales y para la física: “Para esas leyes

elementales no hay un camino lógico que conduzca hasta allá, apenas la intuición

sostenida por estar empáticamente en contacto con la experiencia (Einfühlung in die

Erfahrung) […] no hay puente lógico que parta de las percepciones para los principios

básicos de la teoría” (Einstein, apud Holton, 1988:395).

12

De manera similar, Peter Medawar señala:

El raciociño científico es un diálogo exploratorio que puede ser siempre explicado a

través de dos voces o de dos episodios de pensamiento, imaginativo y crítico, que se

alternan e interactúan. […] El proceso por el cual llegamos a formular una hipótesis no

es ilógico, y sí, “no-lógico”, esto es, afuera de la lógica. Pero, una vez habiendo

formado una opinión, podemos exponerla a la crítica, comúnmente a través del

experimento (1982:101-102).

Nuevamente, sin duda alguna, este es el caso de todos los procesos científicos,

hasta mismo el del raciocinio común: “E (experiencia: Erlebnisse) son dadas a nosotros. A

son los axiomas de los cuales nosotros sacamos consecuencias. Psicológicamente, A se

apoya en E. No existe, sin embargo, camino lógico de E a A, pero apenas una conexión

intuitiva (psicológica) que está siempre “sujeta a la anulación” (auf Widerruf)” (A. Einstein,

carta a M. Solovine, 7 de mayo de 1952, apud Holton, 1978:96; una discusión más amplia

de este punto puede ser encontrada en Holton, 1998).

Por lo tanto, necesariamente tenemos una intuición de esas “ideas primarias” - al

menos porque ellas gobiernan efectivamente cierto número de desenvolvimientos

discursivos - y nosotros podemos adivinar que ellas seguramente subyacen a la mayoría

de nuestra representaciones colectivas, sintetizando en ellas “arquetipos”, “ideas

comunes”, cultura, historias, sociedades. ¿Podemos seguir a Holton y llamarlas de

temas? En verdad, Holton demuestra que ellas desempeñan un papel tanto a través de

sus bloqueos, como de sus aperturas, que puntúan los desenvolvimientos de la ciencia

moderna, a través de “revoluciones” en las representaciones.

Según Holton, “temas” corresponderían también al tipo de “primeras concepciones

profundamente arraigadas, que informan la ciencia, como la percepción que nosotros

tenemos de ella”: “ideas primitivas” que poseen tanto las características de los extractos

originales de la cognición, como de las imágenes arquetípicas del mundo, de su

estructura y génesis.

Un primer ejemplo es Copérnico, que logró un avance significativo en la

astronomía matemática. Mirando de cerca la obra que lo hizo famoso (De Revolutionibus)

podemos percibir una profunda razón, que es su visión de la naturaleza como el templo

de Dios. Debido a eso, sería estudiando la naturaleza que los hombres serían capaces de

distinguir el designio del creador. El libro fue colocado en el Index del Vaticano

precisamente por esa proposición, entendida como un tipo de desafío a Dios. Pero la idea

permaneció como el fundamento de la ciencia moderna, en el sentido de que de ahí en

más ella tuvo la vocación de sistematizar lo real.

En esa época, dos temas principales vieron la luz del día, como enfatiza Holton: lo

de la simplicidad y lo de la necesidad. La corrección de todo sistema científico sería

asegurada en el momento que hubiese un ajuste mutuo, de una manera casi estética,

entre los datos y la teoría; y también cuando hubiese la necesidad de ajustar cada detalle

dentro de un plan más general. Por esto, Copérnico explicó que el esquema heliocéntrico

que él había descubierto para el sistema planetario tenía la peculiaridad que:

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no apenas deben todos sus (de los planetas) fenómenos derivar de esto, pero esa

correlación también interconecta estrechamente el orden y magnitudes de todos los

planetas y de sus esferas, o círculos orbitales y de los propios cielos; que nada puede

ser cambiado en cualquier parte de ellos sin desorganizar las demás partes y el

universo como un todo (Copérnico, De Revolutionibus, apud Holton, 1988:322).

Con respecto a esto no podemos dejar de pensar, como lo hace Holton, en

Einstein, que escribió a su asistente Ernst Strauss: “En lo que yo estoy mismo interesado

es si Dios podría hacer el mundo de manera diferente, esto es, si la necesidad de la

simplicidad lógica deja, finalmente, alguna libertad “(Einstein, apud Holton, 1978:xii)

Sin embargo, para entender los temas no será suficiente relatar algunos tipos de

comentarios hechos por científicos sobre las motivaciones de su trabajo. Debemos:

1) Saber cómo comprender el contenido científico de un acontecimiento (E), tanto

en los términos de su propia época, como en los términos que serán, de ahora en

más, los nuestros.

2) Establecer a través del tiempo la trayectoria de determinado estado de

conocimiento científico común (ciencia “pública”), lo que significa “trazar la Línea

de Mundo del Universo de una idea, una línea de la cual el elemento anteriormente

citado (E) es apenas un punto” (Holton, 1088:21).

3) Consecuentemente, es importante identificar el “momento de nacimiento” en

algún contexto de descubrimiento.

4) El acontecimiento (E) ahora “empieza a ser entendido en términos de

intersección de dos trayectorias, dos Líneas de Mundo, una para la ciencia pública

y una para la ciencia privada” (Holton, 1988:22).

Habría también, a través de los textos y representaciones a los cuales ellos

subyacen y se ayustan, tres niveles en la emergencia e implementación de temas:

El del concepto, o del componente temático de un concepto, por ejemplo, en la

ciencia, el surgimiento de los conceptos de simetría o continuidad.

El del tema metodológico: nuevamente en la ciencia, la formulación de términos

de invariancia, extremos, o de imposibilidades, aplicados a leyes.

El de la proposición temática, o hipótesis temática, hablas universales, tales como

la hipótesis de Newton sobre la inmovilidad del centro del universo.

La investigación sobre temas presupone, por lo tanto:

1) En el nivel de análisis semántico y cultural de los discursos y textos, una

exploración temática (¿Qué es lo que torna un tema común, en determinado

momento de consenso o de ruptura, en un consenso científico?)

2) En el nivel de análisis cognitivo y lógico, una especificación de tipos de

relaciones dialécticas, que serían establecidas entre proposiciones y entre

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conceptos en esta relación de confrontación entre ciencia pública (oficial) y

conocimiento común, o sentido común.

Un caso ejemplar es el del tema del átomo, no sólo un concepto, pero también una

imagen cuya edad remonta a la Antigüedad. Demócrito o Epicuro querían significar con

ese término un elemento constitutivo del fundamento de toda materia, un elemento

indivisible y homogéneo. Y aunque hoy la búsqueda de una “partícula” singular que iría a

constituir todos los cuerpos a través de su combinación haya alcanzado cada vez más sus

límites, la idea permanece tan fecunda hoy como lo era hace dos mil años. Esto porque

ella está fuertemente asociada a un número de temas metodológicos, que adquieren

sentido en el nivel anteriormente mencionado de la “armonía” entre los datos y teoría y,

sobre todo, entre imágenes y modalidades de “presentación” científica de las cosas.

El tema del átomo no se refiere necesariamente a un objeto en el sentido literal o

físico, tales como las entidades elementales discretas (discontinuidades): partículas

gama, mesones o protones. Del mismo modo, podría ser una cuestión de un tipo

abstracto de elemento, pero un tipo derivado de entidades con un carácter formal:

entidades teóricas tales como “fuerzas”, (interacciones electromagnéticas), o compuestas

de diferentes términos, por ejemplo, un término central y determinado número de términos

correctivos. Metodológicamente, entonces, los temas del atomismo, esto es, de la

“decomposibilidad”2, se confronta con el tema de la continuidad y vemos la emergencia

recurrente en la ciencia de pares antitéticos, tales como los de evolución e involución,

invariancia y varianza, reduccionismo y holismo. Lo que acá ocurre en el nivel de

representaciones es realmente persistente, desde una dimensión más débil hasta una

más fuerte, de este esquema antiguo, con sus interacciones recíprocas y, por esto, la

necesidad de una “identidad subyacente” que fundamente las clasificaciones jerárquicas.

Colocar un orden a partir de este caos en la física moderna, presupone estas cuatro

categorías de temas metodológicos: gravitación, interacción electromagnética e

interacciones fuertes y débiles. Se podría pensar, nuevamente, en la resurrección, en la

mitad del siglo XX, de la antigua antítesis entre el lleno y el vacío en relación a los

debates sobre “realidad molecular”.

De ese modo, un artículo del físico S. Weinberg (1874) toma la forma para esa era,

de una “carta patente” tanto filosófica como programática, cuando, según él, se trata de

descubrir un fundamento común a los cuatro tipos de interacciones (“fuerzas”) que, juntas,

provean una explicación completa de los fenómenos físicos:

1) Interacción gravitacional que sostiene todas las partículas.

2) Fuerza electromagnética que explique aquellos fenómenos en que ocurren

partículas cargadas, así como la interacción entre luz y materia.

3) La fuerza nuclear “fuerte” que ocurre entre miembros de la familia de partículas

elementales llamadas hadrones, (mesones y variones).

2 Decomposibilidad: imposibilidad de dividir en subsistemas sin pérdida de las propiedades del sistema

mayor (Nota de traducción).

15

4) La “interacción débil” con la tarea de describir las interacciones, de ámbito

extremadamente breve, de ciertas partículas elementales (tales como la

difusión de un neutrino por un neutrón y la desintegración radiactiva de un

neutrón resultando un protón, un electrón y un antineutrino). Weinberg escribe

en el inicio de su artículo:

Una de las permanentes esperanzas del ser humano fue encontrar algunas pocas

leyes generales simples que explicasen por qué la naturaleza, con toda su aparente

complejidad y variedad, es de la manera que es. Actualmente, lo más cercano que

podemos llegar a una visión unificada de la naturaleza es una descripción en términos

de partículas elementales y sus interacciones recíprocas. Toda materia común es

compuesta de apenas aquellas partículas elementales que poseen tanto masa como

(relativa) estabilidad: el electrón, el protón y el neutrón. A éstas se le debe sumar las

partículas de masa cero: el fotón o quantum, de radiación electromagnética; el

neutrino, que desempeña un papel esencial en ciertos tipos de radioactividad; y el

gravitón o quantum de radiación gravitacional (Weinberg, 1974:56).

Es interesante observar tales expresiones como “leyes generales de una forma

simple” y “visión unitaria de la naturaleza” brotando de “partículas elementales y sus

interacciones recíprocas”. Hay acá un eco de la afirmación de Demócrito: “todo es átomo

y vacío”. Y esta propiedad de la elementabilidad ayuda a orientar la cadena completa de

explicación, que va desde partículas llamadas elementales y llega a entidades

“compuestas”, antitéticas (núcleos, átomos o “materia” familiar, todo “compuesto” de

partículas elementales). A través del artículo de Weinberg se puede observar esta

concepción dominante de grupos, familias y familias de orden superior organizando las

partículas entre ellas de una manera casi “zoológica”. Este es el tema metodológico del

continuum, también con un eco de este otro tema, el ciclo vital, “importado por las ciencias

del mundo de los encuentros humanos” (Holton, 1978:17):

El relatorio técnico del análisis de fotografía de la Cámara de Burbujas es presentado,

de modo general, en términos de una historia de ciclo vital. Es una historia de

evolución y de involución, de nacimiento, aventuras y muerte. Partículas entran en

escena, encuentran otras y producen una primera generación de partículas que

subsecuentemente, se deterioran dando origen a una segunda generación y, tal vez, a

una tercera. Éstas son caracterizadas por vidas relativamente cortas o largas, por

pertenecer a familias o especies (Holton, 1978:17).

Lo que esto significa es que cierto número de temas se extienden de un extremo a

otro de las épocas de revoluciones del conocimiento, con las oposiciones temáticas que

generan, o que se presentan asociadas a ellos, todo dentro de aquella interpretación que

mencionamos anteriormente, entre ciencia pública y representaciones comunes del

conocimiento y del mundo. Una vez más, no es esta una cuestión de arquetipo en el

sentido de Jung, sino de “ideas primarias” ayudando a reformular la representación de

dominios de conocimiento y de la acción de estos dominios. La noción de “trabajo”, al

16

mismo tiempo cognitiva y discursiva, es acá importante porque es, realmente, de las

incesantes reformulaciones y reescrituras implicadas en este trabajo histórico de

representaciones, que estos temas emergen. Los cuales se tornan puntos de referencia,

en el sentido de “puntos semánticos focales “, para comprender la estabilización o

desestabilización de ideas o conceptos.

El ejemplo del trabajo de Kepler, nuevamente analizado por Holton, es

particularmente ilustrativo de la progresión de tales procesos. Kepler permaneció anclado

en una época en la cual animismo, alquimia, astrología, numerología y hechicería eran

problemas discutidos con seriedad. Él narra los estados de su progresión con detalles y,

de esta manera, nos ayuda a comprender las múltiples confrontaciones que acompañan

la aurora de la ciencia moderna en el inicio de siglo XVII.

Su primer paso es unificar la representación del mundo heredado de la

Antigüedad, apelando al concepto de una fuerza física universal fundamentada en una

figura unitaria - el sol gobernando la tierra a partir de su centro – y un principio unitario: la

inmanente omnipresencia de armonías matemáticas. Él no puede ofrecer una explicación

mecánica del movimiento de los planetas, pero logró unir dos concepciones de mundo: el

antiguo - o de un cosmos inmutable - y el moderno, dedicado al juego de leyes dinámicas

y matemáticas. Casi por casualidad Kepler reunió las indicaciones que Newton, luego,

utilizó para establecer definitivamente nuestras concepciones modernas.

Kepler es, en verdad, el primero en buscar una ley física basada en la mecánica terrestre

para comprender el universo como un todo. Aunque Copérnico insistiese en mantener una

distinción entre fenómenos celestes y los que pertenecían apenas a la Tierra, Kepler la

rechazó. Desde la obra de su juventud, Mysterium cosmographicum (1956), uno y sólo un

procedimiento geométrico sirve para establecer la naturaleza necesaria de la organización

observada de todos los planetas. ¡A la Tierra es dado el mismo valor que a los otros

planetas!

Un poco más tarde, en 1605, trabajando en su Astronomía nueva, trazó su

programa:

Mi objetivo aquí es demostrar que la máquina celestial debe ser comparada no a un

organismo divino, sino a un reloj… pues casi todos los movimientos aparentes son

realizados por medio de una fuerza magnética singular, bastante simple, como en el

caso de un reloj donde todos los movimientos (son causados) por un simple peso.

Además, muestro como esa concepción física debe ser presentada a través del

cálculo y de la geometría (apud Holton, 1988:56).

Acá, entonces, la máquina celestial es pensada como transformada por una única

fuerza terrestre, a la imagen de un reloj, una profética intención traducida bajo el título

Physica Coelestis. Para esto, Kepler primeramente discernió que la causa de las fuerzas

que son sentidas entre dos cuerpos no está en su relativa posición, ni en las

configuraciones geométricas en que ellas entran (como lo hicieron Aristóteles, Ptolomeo y

Copérnico), y sí en la interacciones mecánicas establecidas entre estos objetos

materiales. Además, él ya tenía un presentimiento de una gravedad universal:

“gravitación consiste en la lucha corporal recíproca entre cuerpos en relación, en la

17

dirección de una unión o conexión; de este orden es también la fuerza magnética” (apud

Holton, 1988:57).

De la misma manera, él afirmó lo que podría ser un precursor del principio de la

conservación de la cantidad del movimiento: “si la tierra no fuera redonda, un cuerpo

pesado sería dirigido no en cualquier dirección, directamente al centro de la tierra, y sí

para diferentes puntos a partir de diferentes lugares “(apud Holton, 1988:57).

Sin embargo, Kepler permaneció prisionero de la concepción aristotélica del

principio de la inercia, identificándola como una tendencia de retorno al reposo: “afuera

del campo de fuerza de otro cuerpo relacionado, toda sustancia corpórea, por el hecho de

ser corpórea, tiende por naturaleza a permanecer en el mismo lugar en que se encuentra”

(apud Holton, 1988:58). Este axioma le impidió formular concretamente los conceptos de

masa y fuerza; y debido a esto, la máquina celestial del mundo imaginada por Kepler está

destinada al fracaso. Él debería haber previsto fuerzas distintas para garantizar el

desplazamiento de planetas a lo largo de la tangente para la trayectoria, y considerar el

componente radial del movimiento. Además, él presupuso la hipótesis de que la fuerza

proveniente del sol, que mantiene el movimiento tangencial de los planetas, decrece en

relación inversa a la distancia. La imagen es sugestiva, pero no conduce Kepler a la ley

de las fuerzas de la razón cuadrada inversa a de la distancia, simplemente porque él

considera la expansión de la luz en un único planeta, compuesta por el plan de la órbita

planetaria. ¡De esta manera, hace que la reducción de la intensidad luminosa dependa del

aumento lineal de la circunferencia, a medida que algo se mueve por órbitas más lejanas!

La física de Kepler es, entonces, una física pre-newtoniana: la fuerza es

proporcional no a la aceleración, sino a la velocidad. Esto le resultó suficiente para

explicar su observación de que la velocidad de un planeta a lo largo de su órbita elíptica

decrecía en una razón lineal, a medida que su distancia del sol aumentara; de allí se

originó su segunda ley, que fundamentó un inicio de la interpretación física con base en

muchos postulados erróneos.

Movido por la convicción de la existencia de una fuerza original proveniente del

magnetismo, representó el sol como un imán esférico. Uno de sus polos estaría en su

centro y el otro en su superficie, de tal modo que un planeta, también magnetizado como

una barra magnética de orientación constante, se encontraría algunas veces atraído, y

otras, rechazado por el sol a lo largo de su órbita elíptica. Esto explicaba el componente

radial en el movimiento de los planetas: el movimiento que seguía la tangente resultaría

una fuerza o momento angular, que él pudo probar por hipótesis: el planeta siendo

arrastrado a lo largo de su trayectoria, por las líneas de fuerzas magnéticas que

emanaban del sol a la medida que él girase sobre su propio eje. Esta representación es

notable, pero permaneció incompleta: Kepler no logró mostrar: “cómo esta concepción

física debe estar presente a través del cálculo y de la geometría “(apud Holton, 1988:59-

60).

En verdad, el bloque es apenas aparente debido a la tentativa de Kepler de

establecer un modelo mecánico del universo y una nueva interpretación filosófica de la

“realidad”. Él quiso “ofrecer una filosofía o física de los fenómenos celestes en lugar de la

teología o metafísica de Aristóteles” (carta de Johann Brengger, 4 de octubre de 1607;

18

apud Holton, 1988:60). Sus contemporáneos vieron solamente el absurdo de esto. Fueron

tentados a ver en Kepler al campeón de un tipo mecánico de filosofía natural; el término

“mecánico” implica acá que el mundo real sería el mundo de objetos y de sus

interacciones mecánicas, en el sentido aristotélico.

Sin embargo, a partir del fracaso del programa anunciado en Astronomía nueva,

otro aspecto de Kepler puede ser afirmado si, con Holton, admitimos que los términos

“realidad” y “físico” poseen acá sentidos que concuerdan:

Las llamo mis hipótesis físicas por dos razones… Mi objetivo es suponer sólo aquellas

cosas de las cuales yo no tengo dudas que sean reales y, consecuentemente físicas,

donde debemos hacer referencia a la naturaleza de los cielos y no de los elementos.

Cuando yo descarto el excéntrico perfecto y el egipcio, no lo hago por el hecho de ser

puramente presupuestos geométricos para los cuales no existe un cuerpo

correspondiente en los cielos. La segunda razón para llamar mi hipótesis de física es

esta… Yo pruebo que la irregularidad de movimiento [de los planetas] corresponde a

la naturaleza de la esfera planetaria; esto es, es física (notas de Kepler en una carta

de Mästlin, 21 de septiembre de 1616, apud Holton, 1988:62).

Todo para Kepler se fundamenta en la naturaleza de los cielos y en la naturaleza

de los cuerpos. Y para él, esto resulta del hecho de que se apoya en dos criterios de

realidad:

1) El mundo real, en el sentido físico, determina la naturaleza de las cosas y el

mundo de los fenómenos comunes de los principios mecánicos; esta es la

posibilidad para formular una dinámica generalizada y coherente que Newton

concretizó más tarde.

2) El mundo real, en el sentido físico, es el mundo de las armonías de la expresión

matemática, que el hombre es capaz de detectar a partir del caos del contingente.

Debemos, por lo tanto, hacer lo posible para descubrir estas “armonías

matemáticas” de la naturaleza.

Consequentemente, cuando Kepler identificó, siguiendo las primeras

observaciones del movimiento de las manchas solares, que el período de la rotación solar

era en verdad completamente diferente de lo que él había postulado en su sistema físico,

no se perturbó en absoluto. Él no estaba totalmente comprometido con una interpretación

mecánica de los fenómenos celestiales, como Newton estuvo más tarde. Su criterio era lo

de la regularidad armoniosa de las leyes descriptivas de la ciencia. La “Ley de las Áreas

Iguales” es un buen ejemplo. Para Tycho y Copérnico, la regularidad armónica del

movimiento de los planetas era reconocible en la uniformidad de los movimientos

circulares de los cuales ellos eran compuestos. Sin embargo, Kepler identificó la órbitas

de los planetas como elipses, una forma no-uniforme del movimiento. La figura es

irregular y la velocidad es diferente para cada punto. Al considerar esa doble

complicación, nutre una regularidad armónica: “el hecho de que un área constante es

19

movida en intervalos iguales por la línea de foco de la elipse donde está el sol, ubica al

planeta en la elipse” (Holton, 1988:63).

Para Kepler, esta ley es armoniosa por tres razones:

1) La ley está de acuerdo con la experiencia (él tuvo que soportar el sacrificio de sus

primeras ideas a fin de responder a los imperativos de la experiencia cuantitativa).

2) La ley apela a una invariancia, a pesar de no ser una cuestión más de velocidad

angular, sino de velocidad de área.

Recordemos que el sistema de mundo de Copérnico y el primer sistema de Kepler

(Mysterium Cosmographicum) postulaban conjuntos de esferas concéntricas

estacionarias. Galileo nunca llegó a aceptar las elipses de Kepler y permaneció hasta el

final un discípulo de Copérnico, que había declarado que “la mente se encrespa” ante la

suposición del movimiento celestial no-circular y no-uniforme. El postulado de órbitas

elípticas de Kepler marcó el fin de una simplicidad antigua. La segunda y la tercera ley

crearon la ley de invariancia física como un principio de orden en una situación de flujo.

3) Esta ley es también armónica en el sentido de que el punto fijo de referencia de la

Ley de las Áreas Iguales, el “centro” de movimiento de los planetas es el centro del

propio sol, mismo que el esquema de Copérnico situase el sol levemente rebajado

del centro de las órbitas planetarias. A través de ese hallazgo, Kepler creó un

sistema planetario verdaderamente heliocéntrico, de acuerdo a su exigencia

instintiva de un objeto material en su “centro”, del cual deberían provenir los

factores físicos que gobernasen el movimiento del sistema. Este sistema

heliocéntrico es también teocéntrico.

Para Kepler, la imagen es excitante. El sistema planetario se torna una figura en

un universo centrípeto, controlado a través y por el sol, con sus múltiples papeles: “como

el centro matemático en la descripción de los movimientos celestes; como la acción física

central para garantizar movimiento continuo; y sobre todo, como centro metafísico, el

templo de la Divinidad” (Holton, 1988:65). Tres inseparables papeles corresponden

igualmente a los argumentos que poseen un status de arquetipos:

1) El sistema heliocéntrico permite una representación admirablemente simple de los

movimientos planetarios.

2) Cada planeta está necesariamente sujeto a una fuerza directiva invariable y eterna

en su propia órbita.

3) Allí deberá haber fundamentación para lo que es común a todas las órbitas, esto

es, su centro común, y esta fuente eterna debe ser, ella misma, invariable y

eterna.

4) Estos son los atributos exclusivos de la única Divinidad (Holton 1988:65).

20

Kepler acumuló, entonces, deducciones y analogías para apoyar su tesis. El

argumento más retumbante fue la comparación de la esfera del mundo a la Trinidad: el

sol, estando en el centro de la esfera y, consecuentemente, anterior a sus dos otros

atributos - superficie y volumen - es relacionado a Dios Padre; una permanente analogía

para Kepler y una imagen que lo obsesionó del inicio al fin. En esta ascendencia

observada en la figura solar, podemos encontrar un tema muy antiguo: lo de la

identificación de la “luz” con la fuente de toda existencia y la afirmación de que el espacio

y luz son apenas un tema de influencia neoplatónica, como atestiguan las referencias a

Proclus (quinto siglo antes de Cristo). En la Edad Media, el “lugar” atribuido a Dios era el

entero universo o el espacio más allá de la última esfera celeste. Kepler presenta una

nueva alternativa. En el referencial de un sistema heliocéntrico, Dios podría ser

reintegrado al sistema solar, entronizado en el objeto que sirve como una referencia

estacionaria común, y que coincide con la fuente de luz y el origen de las fuerzas físicas

que garantizan la cohesión del sistema. Como sabiamente dice Holton, “la física de los

cielos de Kepler es heliocéntrica en la ciencia de los movimientos mecánicos (cinemática),

pero teocéntrica en su dinámica” (1988:66) – dinámica porque las armonías, originadas en

las propiedades de la Divinidad, reemplazan las leyes físicas originadas en el concepto de

fuerzas cuantitativas específicas. Las armonías de Kepler, por lo tanto, son cuantitativas,

aunque para los Antiguos, estas leyes fuesen cualitativas o de un formato simple; y este

es el punto de ruptura que origina la concepción matemática moderna de la ciencia. A

pesar de que para los Antiguos los resultados cuantitativos sirviesen únicamente para

esclarecer un modelo específico, para Kepler, es en los mismos resultados empíricos que

la construcción celestial se revela. Este postulado de que las armonías son inmanentes en

las propiedades cuantitativas de la naturaleza, en verdad, remonta a los orígenes de la

filosofía natural; es la asimilación de la cantidad, en la medida en que ésta es atributo de

la Divinidad. Y esta capacidad del ser humano de percibir las armonías es la prueba de la

ligación entre su espíritu y Dios (cf. Harmonice mundi, IV, I).

La sensación de armonía se hizo presente porque existe una equivalencia entre el

orden de las percepciones y los arquetipos innatos correspondientes (archetypus). El

arquetipo se torna parte del espíritu de Dios, es una marca en el alma del ser humano,

Dios lo creó y el alma presenta: “No una imagen del verdadero modelo (paradigma), sino

el mismo modelo auténtico… Entonces, finalmente, la misma armonía se torna

enteramente alma, hasta mismo Dios” (apud Holton, 1988:69).

El estudio de la naturaleza es transformado, entonces, en el estudio del

entendimiento divino, que es accesible a nosotros a través del intermediario del lenguaje

matemático: ¡Dios Habla a través de leyes matemáticas!

Encontramos acá la imagen del Dios de Pitágoras, encarnado directamente en una

naturaleza observable en las armonías matemáticas del sistema solar: un Dios, escribe

Kepler: “a quien, en la contemplación del universo yo puedo, por así decir, tocar con mis

propias manos” (carta al Barón Strahlendorf, 23 de octubre de 1613; apud Holton,

1988:70).

Existe aquí una armonía conceptual absoluta que opera a través de tres temas

fundamentales en el origen de tres modelos cosmológicos: el universo como una

21

máquina física, el universo como una armonía matemática y el universo como un orden

teológico gobernado a partir de su centro.

5. Temas y representaciones sociales.

En síntesis, en el corazón de las representaciones sociales y en el corazón de las

revoluciones científicas, existen temas que perduran como “imágenes-concepto” o que

son el objeto de controversias antes de que sean cuestionadas. ¿Cuáles son ellas? ¿Qué

formas adquieren? ¿”Imágenes-concepto”? ¿”Concepciones primarias” profundamente

ancladas en la memoria colectiva? ¿”Nociones primitivas”? Seguramente algo de todo

esto. Todos nuestros discursos, nuestras creencias, nuestras representaciones, provienen

de muchos otros discursos y muchas otras representaciones, elaboradas antes de

nosotros y derivadas de ellas. Es una cuestión de palabras, y también de imágenes

mentales, creencias, o “pre-concepciones”. Nos falta la capacidad de dominar

completamente el origen de las concepciones en el largo espacio del tiempo (longue

durée). El análisis de las representaciones sociales no puede más que intentar identificar

lo que en determinado nivel “axiomático” en textos y opiniones, llega a operar como

“primeros principios”, “ideas propulsoras” o “imágenes”. Y, por otro lado, esforzarse para

mostrar la “consistencia” empírica y metodológica de estos “conceptos” o “nociones

primarias”, en su aplicación regular al nivel de la argumentación cotidiana o académica.

Esto quiere decir que la lingüística, como una imagen mental, interviene en estos

procesos del pensamiento social; o, nuevamente, que desde este punto de vista, los

límites entre discurso “académico” y “común” no son nunca fijos y que hay un pasaje

continuo entre uno y otro. ¿Cómo esto ocurre? Acá debemos al menos intentar

especificar, de arriba para abajo, una configuración tanto cognitiva como aplicada.

Temas conceptuales pueden, entonces, ser considerados como “ideas-fuente” (“el

universo es una máquina física”; “él obedece, pues, a las leyes matemáticas”; “el sol está

en el centro como Dios y luz”) que generan una nueva axiomática en la evolución de

nuestras representaciones del mundo. Ellos toman la forma de “nociones “, esto es, de

“lugares potenciales” de significado generadores de concepciones. Ellos son “virtuales”

porque estos “lugares” sólo pueden ser caracterizados a través del discurso, de

justificaciones y argumentos que los “nutren” en la forma de producciones de sentido.

Ejemplo 1: “El átomo es la menor partícula de todas las cosas, es lo más simple, lo

más concentrado, y lo más universal; pues debe existir un núcleo “último”.”

Esto implica que estas “nociones-tema” poseen como complementos cierto

número de temas metodológicos, que toman la forma de “leyes” aplicables a

ciertos campos como “claves interpretativas” para éstos: claves interpretativas en

el sentido de estatutos de las propiedades y modos de combinación e interrelación

atribuidos a los objetos de estos campos, definiendo, por lo tanto, los internos (los

contenidos de estos campos en relación a los externos - lo que ellos no son o no

incluyen -).

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Ejemplo 2: “El átomo es el elemento que entra en la composición de todas las

cosas complejas (materias o seres vivos).”

De esta manera, tanto la “naturaleza” como la amplitud de las representaciones

sociales son fundamentadas. Concretamente, esta tarea cognitiva empieza a

operar a través de una doble articulación simbólica:

1) En la definición de límites, estableciendo estas relaciones internas/externas a

través de la indexación (anclaje referencial) en relación a campos ya existentes

o conocidos (de los cuales ellos son responsables/de los cuales ellos no son

responsables; lo que les pertenece/lo que no les pertenece).

2) Por la legitimación recíproca de estas reconstrucciones o representaciones a

través de la “presentación” argumentativa de objetos que autentican estos

campos (objetivación de contenidos), objetos, ellos mismos, legitimados

proporcionalmente a las propiedades que le son atribuidas cada vez, como

típicas y/o exclusivas.

Ejemplo 3: “Todo ser vivo, toda materia, son siempre constituidos de átomos. Hay

átomos para las cosas vivas y átomos para los minerales”.

El juego socio-cognitivo total de representación se apoya en los tipos de estas

propiedades atribuidas siempre a los objetos de un campo, con el objetivo de ilustrarlos.

Y, considerando las relaciones entre “interiores” y “exteriores”, o sea, contrastando los

campos sociales y los contenidos que los caracterizan, estamos en la presencia de

sistemas locales de oposición construidos a través del discurso. Las propiedades

atribuidas a los objetos, de cierto modo, desempeñan el papel de funciones aplicables al

conjunto de relaciones entre los elementos de estos campos. Estas funciones aplicadas a

los objetos (cualidades, especificaciones y determinaciones de existencia atribuidas a

elementos de un campo) podemos decir que son funciones topocognitivas: ellas tienen

como objetivo especificar el carácter ejemplar de los objetos, posicionándolos totalmente

en relación a otros objetos, y, con esto, estableciendo la legitimación de los campos de

contextos que fundamentan toda representación.

Ejemplo 4: “Todo ser vivo está compuesto por átomos. Debemos, por lo tanto,

encontrar átomos (células) que diferencian los (corpúsculos) vivos de los no-

vivos”.

En este nivel, todas las relaciones metodológicas entre objetos o propiedades de

objetos funcionan en la forma de “reglas” tributarias tanto de la memoria ordinaria de

las “cosas” (lo que las cosas “son” en relación a otras “cosas”), como de “máximas de

creencias” (lo que estas “cosas” traen con ellas y hacia dónde van o lo qué producen),

que traducen la resistencia de una semiosis común a toda colectividad humana. Estas

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“reglas” toman, entonces, la forma de proposiciones, retematizando la relación de la

“ley” en cuestión.

Ejemplo 5: “El átomo es diferente en una piedra y en un ser vivo, pero algunas

leyes de construcción de la piedra también son encontradas en seres vivos

(„ladrillos de vida‟).”

La Figura 4.1.3 Sintetiza estos desarrollos en un esquema configuracional. Esto

significa, retornando a la cuestión de las representaciones sociales, que ellas siempre son

derivadas de elementos nucleares “pseudoconceptuales”: arquetipos de raciocinio común

o “preconcepciones” establecidas en un largo espacio de tiempo (long durée), tributarias

de historias retóricas y creencias sociales que poseen el status de imágenes genéricas.

En verdad, es una cuestión de topoi, de “lugares” de sentido común donde ellas

encuentran la fuente de desarrollo y los medios de legitimarse, pues, estos “lugares”,

están anclados en lo perceptible (cognición compartida y popular) y en la experiencia

ritualizada (cultura y sus ritos, o sea, sus partes operativas en la representación). En

general ellas toman la forma de nociones ancladas en sistemas de oposiciones (términos

que son contrastados a fin de ser relacionados) relativas al cuerpo, al ser, a la acción en

la sociedad y al mundo de manera general. Todo lenguaje atestigua esto.

Consecuentemente, en el francés, como en muchas otras lenguas, está la oposición

entre varón/mujer, lo que permite que algunos temas conceptuales sean derivados

(varón=fuerza; mujer=gracia) que irán a conformar, a través de un largo período (long

durée), nuestro comportamiento, nuestra conducta y, sobre todo, nuestras imágenes.

Estos temas también operan como “núcleos semánticos”, generando y organizando

regímenes discursivos, posicionamientos cognitivos y culturales, o, en otras palabras,

clases de argumentación (“feminismo” versus “chauvinismo machista”, “la mujer en el

hogar” versus “el hombre en el trabajo”, etc.). De este modo, comparando discursos que

contienen conflictos socio-éticos, podemos encontrar nuevamente aquellos tópicos

comparables a las propiedades atribuidas al “otro” y legitimando posición.

Toda representación social retorna pues a la expresión reiterada en discursos de

estos intercambios de tesis o temas negociados localmente, o más universalmente. Como

vimos anteriormente, hasta la “revolución de las ideas” en la ciencia exige argumentos

que poseen el poder de subvertir una idea o una imagen dominante. Del mismo modo,

deberá existir el “bueno de las historias” para construir una “historia”. Consecuentemente,

lo que es importante en el análisis de estos discursos que, intuitivamente, siempre

retomamos como representativos de movimientos de opinión o de posiciones sociales, es

realmente traer a la luz la negociación allí presente; lingüísticamente, en la frontera entre

lo “negociable” y el “no negociable”, entre lo que funciona como creencia estable o como

desarrollando cognición social. Concretamente, se trata de identificar lo que se presenta

“literalmente” y lo que surge del debate constructivo y presenta procesos adaptativos,

índices de transformaciones sociales y culturales. Así, en la apertura de una película

3 Nota de edición de la traducción: Figura anexada al final del capítulo- (Anexo 1).

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norteamericana sobre dinosaurios, podemos ver la repentina reaparición de una nítida

oposición “creyentes darwinianos” y aquellos (“fundamentalistas” religiosos) que no

aceptan ninguna vida en la tierra antes de lo que dice la Biblia sobre la creación del

hombre. Esta oposición se apoya nuevamente en el conflicto entre dos tipos de

tematización:

1) El ser humano es receptáculo de Dios, y, por lo tanto, no puede haber sido

precedido por un mundo visto como “bestial”.

2) Dios existe apenas en el proyecto progresivo y evolutivo de un mundo que es

construido, y no en “Creación”. Este es un tipo de demarcación regularmente

encontrada en esta frontera entre discurso “serio” (científico) y “no-serio” (esto es

despreciable), pero que aún así fuerza todo discurso social a tomar su lugar en

cierta relación con respecto a un “control policial” sobre el conflicto de ideas.

En consecuencia, debemos admitir que juntamente con estos ”invariantes”

perceptuales o neuro-sensores que organizan nuestro mecanismos cognitivos básicos,

están también nuestras cogniciones ordinarias y que en el transcurso de un largo tiempo

(longue durée) son grabados con postulados anclados en creencias, y es esta “grabación”

que vemos emerger en nuestros discursos en la forma de aperturas o cierres recurrentes

– “aperturas” y “cierres” que integran “opuestos” en un relance. Y es esta “síntesis de

opuestos” que, como en el lenguaje, fundamenta la integración de cada tema perceptible

en una o más nociones.

Así, por ejemplo, la creencia en la noción de “libertad” asume la representación de

un par específico de reciprocidades, integrado en un esquema nocional: “la capacidad de

actuar sin presión versus presiones forzando a alguien”. Esta reciprocidad inherente a

cada noción permite, por su vez, las conmutaciones de propiedades y determinaciones

derivadas de la noción: “libertad=bienestar” versus “mal-estar”: “libertad= libertinaje”

versus “libertad=responsabilidad”, etc.

Son estas conmutaciones que, con el flujo del discurso, facilitan permutaciones en las

representaciones y en las normas asociadas a ellas, en la forma de:

1) “Bloqueos” o “desbloqueos” en el status axiomático (temas) de nociones y sus

expresiones normativas (en la ley francesa de empleo el derecho a la huelga es

central; en la ley alemana, lo que es central es el “interés colectivo” y, en

consecuencia, la necesidad de negociación preliminar).

2) Los cambios semánticos y operacionales que están insertados en los valores o en

los rasgos y que conforman el anclaje de valores (por ejemplo, en el alimento, el

pescado que es usado como parte de la práctica religiosa de la “abstinencia del

Viernes Santo” se tornó ahora emblema de una dieta sana y de una cuisine

légère).

El resultado de tales procesos operativos se hace innegable en el juego de

negociaciones sobre el status de objetos y sus contextos de “existencia”, que son

inherentes a toda representación discursiva. En el análisis, será importante distinguir aquí,

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entre aquellos que operan cognitivamente a través de expresión en el propio lenguaje y

los que identifican artefactos de comunicación (tipos de situaciones, la presencia o

ausencia del otro, etc.).

En el primer caso, esto será evidente a través de la tematización léxica y de la

orientación semántica de la organización sintáctica de la expresión:

Ejemplo: “La mujer femenina usa medias marca X”, esto es:

a) “ En el centro de la clase de mujeres está el tipo de lo “más femenino”.

b) “Ella es reconocida por lo que viste; si usted quiere identificarla debe mirar

primero la marca de sus medias”.

En el segundo caso, en el nivel “comunicacional” (relaciones Yo-Otro), se trata de

diferenciar claramente los tipos de procesos discursivos y argumentativos que llevan a

focalizar a los “objetos pretextos”, o “ejemplos (ejempla o lugares comunes); y, el

posicionamiento de la representación discursiva en un contexto referencial que va del

proximal (diálogo, conversaciones, intercambios cara a cara) a lo distal (discurso escrito o

registrado de la media o instituciones). Estaremos, pues, muchas veces en la presencia

de “paquetes de comunicaciones” que expresan tanto las reiteraciones sociales de

representaciones, como la evolución de imágenes, o nociones en la sociedad.

Necesitamos saber, entonces, como considerar ese aspecto “epidemiológico” de

representaciones, sin con esto prejuzgar si todas ellas irradian de una “fuente” central.

Además, saber cómo distinguir el contenido de uno y otro campo, retornando las

convergencias de manera ascendente, poseyendo más el status de un esquema de

oposiciones nocionales, que una idea-fuente estable.

“Temas” nunca se revelan con claridad; ni mismo parte de ellos es

definitivamente alcanzable, porque están complejamente interconectados con cierta

memoria colectiva inscripta en el lenguaje; y porque son combinaciones, -iguales a las

representaciones que ellos sostienen-, al mismo tiempo cognitivas (invariantes anclados

en nuestro aparato neuro-sensor y en nuestros esquemas de acción), como culturales

(universales consensuales de temas objetivados por las temporalidades e historias de

largo espacio de tiempo [longue durée]).

Tomemos el ejemplo del alimento y las representaciones que implica o que están

asociadas a él. Los sistemas de oposiciones que pueden ser identificados allí son

normalmente acuerdos entre lo biológico y lo social, entre preocupaciones sobre salud o

sobrevivencia (imágenes del cuerpo y del self en relación a otros), y memorias o culinarias

culturales que fundamentan y posicionan los grupos en relación unos a los otros. En este

trío “alimento/cuerpo, salud/cocina, gusto” se constata regularmente la reaparición de

tales temas como lo “tradicional”, lo “natural” y lo “sofisticado” anclados en “nociones-

imagen” correspondientes – “tierra”, “salud o belleza”, “distinción” – donde se puede

fácilmente identificar los campos semánticos que ellos generan abundantemente entre

nuestros contemporáneos. Y diferentes tipos de “leyes” (médicas, patrimoniales, etc.)

serán aplicadas acorde a cada uno de estos temas, desde las “reglas” de consumo que

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de ellos se derivan hasta la multiplicidad de imágenes y sentidos que esto produce. Desde

este punto de vista, lo interesante es verificar cómo representaciones alimentarias4,

índices de nuevas categorizaciones de lo social son constantemente re-compuestas; son

subvertidas como límites en las presentaciones socio-históricas. Y, finalmente, considerar

cómo algunas representaciones poseen un impacto directo en los cambios en uso;

esquematizaciones activas del sentido común, y son claves para comprender lo que en el

análisis de cada una de nuestras representaciones es presentado como las condiciones

para el establecimiento de una “verdad común”. Toda representación social sólo puede

ser analizada en términos de una trayectoria icónica y lingüística, ascendiendo a una

fuente (las “ideas-fuente”) y, al mismo tiempo, buscando normatizar en la dirección

descendente, en la forma de campos semánticos y esquemas demostrados, fácilmente

transmitidos.

Intentamos recapitular esta arquitectura operativa en la figura 4.2.

4 Nota de traducción: Moliner (Diccionario del uso del español) diferencia “alimentario”- de los alimentos o

de la alimentación –, de “alimenticio” – se aplica a lo que alimenta o alimenta considerablemente-. Los dos sentidos se aplican en este caso (representaciones alimentarias/alimenticias).

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Anexo 1. Fig.4.1

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Anexo 2. Fig. 4.2.