In/seguridad/es sin sociedad/es: cinco dimensiones de la condición postsocial

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- “In/seguridad/es sin sociedad/es: cinco dimensiones de la condición postsocial”. Publicado en: Muñagorri, Ignacio y Pegoraro, Juan (coords.): La relación seguridad-inseguridad en centros urbanos de Europa y América Latina. Estrategias, políticas, actores, perspectivas, resultados. Editorial Dykinson, Madrid, 2004 (pp.61-110). Autor: Pablo de Marinis * Instituto de Investigaciones Gino Germani Facultad de Ciencias Sociales Universidad de Buenos Aires Argentina 1. Introducción: “lo social” y “lo postsocial” El presente trabajo recupera parcialmente los hallazgos realizados en el marco de una investigación más amplia, cuyo título es “Un estudio acerca de la racionalidad política del neoliberalismo”. Asimismo, problematiza teóricamente algunas de sus conclusiones preliminares, y abre nuevas líneas de indagación hacia el futuro. Esta investigación se había planteado originariamente diversos objetivos, entre los cuales destacaba el intento por reflexionar acerca de la vigencia actual del concepto sociológico clásico de “lo social”. Este objetivo se mantiene todavía en lo esencial, pero aquí se intentará profundizarlo, atendiendo a las particularidades que se manifiestan en el campo empírico de las “políticas de seguridad”. * El presente trabajo compendia parcialmente y a la vez profundiza las indagaciones abiertas en un proyecto de investigación postdoctoral que contó con el apoyo de una beca de la Fundación Antorchas, Buenos Aires, Argentina, entre mayo de 1999 y mayo de 2001, y que tuvo su sede en el Centro de Estudios e Investigaciones de la Universidad Nacional de Quilmes. Actualmente, se inscribe dentro del Proyecto UBA CyT S/090: “El control social de la violencia y el delito en el marco del modelo neoliberal. Diagnóstico y propuestas de políticas de seguridad” (2001- 2002), dirigido por Juan S. Pegoraro, con sede en el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. 1

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- “In/seguridad/es sin sociedad/es: cinco dimensiones de la condición postsocial”. Publicado en: Muñagorri, Ignacio y Pegoraro, Juan (coords.): La relación seguridad-inseguridad en centros urbanos de Europa y América Latina. Estrategias, políticas, actores, perspectivas, resultados. Editorial Dykinson, Madrid, 2004 (pp.61-110).

Autor: Pablo de Marinis*

Instituto de Investigaciones Gino GermaniFacultad de Ciencias SocialesUniversidad de Buenos AiresArgentina

1. Introducción: “lo social” y “lo postsocial”

El presente trabajo recupera parcialmente los hallazgos realizados en el marco de una investigación más amplia, cuyo título es “Un estudio acerca de la racionalidad política del neoliberalismo”. Asimismo, problematiza teóricamente algunas de sus conclusiones preliminares, y abre nuevas líneas de indagación hacia el futuro. Esta investigación se había planteado originariamente diversos objetivos, entre los cuales destacaba el intento por reflexionar acerca de la vigencia actual del concepto sociológico clásico de “lo social”. Este objetivo se mantiene todavía en lo esencial, pero aquí se intentará profundizarlo, atendiendo a las particularidades que se manifiestan en el campo empírico de las “políticas de seguridad”.

* El presente trabajo compendia parcialmente y a la vez profundiza las indagaciones abiertas en un proyecto de investigación postdoctoral que contó con el apoyo de una beca de la Fundación Antorchas, Buenos Aires, Argentina, entre mayo de 1999 y mayo de 2001, y que tuvo su sede en el Centro de Estudios e Investigaciones de la Universidad Nacional de Quilmes. Actualmente, se inscribe dentro del Proyecto UBA CyT S/090: “El control social de la violencia y el delito en el marco del modelo neoliberal. Diagnóstico y propuestas de políticas de seguridad” (2001-2002), dirigido por Juan S. Pegoraro, con sede en el Instituto Gino Germani de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

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Sintetizando un complejo argumento que merecería un desarrollo mucho mayor que el que puede brindarse ahora: en la noción sociológica de “sociedad” o de “lo social” se partía del registro básico de una totalidad, de un todo constituido por partes integradas, necesariamente interrelacionadas entre sí, un conjunto de redes de relaciones de interdependencia (Elias 1987); se presuponía así una sociedad que era percibida fundamentalmente como un conjunto de individuos real o potencialmente semejantes en loque se refiere a sus competencias (en especial, de índole moral) para participar de la vida colectiva, una formación social estructurada alrededor de una matriz básica de solidaridad y que disponía de un registro elevado (vinculante, legítimo) de la normalidad y la normatividad (y consecuentemente, también, de un fuerte registro de las desviaciones y las patologías). En la teoría sociológica clásica, el ejemplo más claro de esta posición lo representa el pensamiento de Emile Durkheim, aunque aparece también, si bien con interesantes variaciones, entre otros sociólogos clásicos.

En estas consideraciones, pues, aparece “la sociedad” como una estratégica invención de sociólogos (y también, en grado sumo, de criminólogos y otros estudiosos de la “cuestión social”).1 Discursos teóricos y dominios prácticos se articularon estrechamente por entonces, y no sólo involucrando las primeras reflexiones propiamente académicas y las pioneras consolidaciones institucionales de las ciencias sociales en Europa y América, sino también vastos programas de alcance práctico, de diagnóstico, de reforma y de control sociales. Desde esta perspectiva, los orígenes de las ciencias sociales deberían buscarse entonces en ese prolífico campo híbrido de reflexiones e intervenciones en elcual se inventó “lo social”, y no sólo en el panteón donde sesuele alojar a los “padres fundadores” de la ciencia social.2

1 Para el concepto de “invención estratégica” se obtuvo cierta inspiraciónde los trabajos de Jacques Donzelot, en especial (1984). Una elaboración más completa acerca del papel histórico de la sociología clásica en la “invención de lo social” se encuentra en de Marinis (1999a).

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Una genealogía histórica de las ciencias sociales planteada de este modo permite plantear un conjunto de problemas teóricos de relevancia, también para nuestra situación contemporánea. La pregunta que se lanza, a la luz de ciertas transformaciones actualmente en curso en campos empíricos diversos, es si actualmente sigue teniendo vigencia este concepto de “sociedad” que estratégicamente “inventaron” las ciencias sociales de finales del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, preguntas de esta índole no pueden abordarsedirectamente, a menos que se quiera, a partir de ellas, realizar exégesis textuales de los autores. Este tipo de preguntas debería operacionalizarse, es decir, deberían considerarse a la luz de campos empíricos diversos, en los que pueda ponerse a prueba la pertinencia de las preguntas teóricas planteadas.

Así se procedió desde el comienzo de la investigación de la que se hablaba más arriba. El recorte espacial-temporal de lamisma fue la Argentina de la década de 1990, aún cuando se hicieron asimismo referencias a otros contextos sociales y culturales a otros momentos históricos. Así, se consideró como contexto empírico relevante, en primer término, el campode las políticas sociales, en especial aquellas políticas llamadas habitualmente “de combate a la pobreza”. En un segundo momento se analizaron “políticas educativas”, entendidas en un sentido amplio, es decir, considerando tantoreformas amplias del sistema educativo como propuestas organizacionales al nivel de las escuelas. Y, finalmente, en un tercer paso, se consideraron “políticas de seguridad”, en especial, las llamadas de “prevención comunitaria del 2 Véase el excelente ensayo de Osborne y Rose (1997), que reivindican la importancia estratégica de los “saberes grises” en este proceso en el cual se produjo la invención de un “punto de vista social”. Un anticipo de ese trabajo se encuentra sin duda en Foucault (1984); véase también Foucault (1989b), donde sostiene provocativamente que sería una empresa muy ignorante atribuir a Comte y Saint Simon la paternidad de la sociología. Según Foucault, los verdaderos padres de la sociología habrían sido los médicos, junto con otros responsables del relevamiento de las primeras estadísticas que intentaron dar cuenta de la población, entendida ya como objeto de gobierno y como preocupación biopolítica. Cf.Foucault (1997).

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delito”. Son estas últimas (es decir, sus implicaciones a la hora de pensar acerca de la vigencia actual del concepto sociológico de “lo social”) las que tendrán mayor consideración en el presente trabajo. En estos tres ámbitos de objetos de la investigación se revelaron de un modo especial una serie de dimensiones de nuestra contemporaneidad, a la que se definió en general como “postdisciplinaria” y “postsocial”.3

El concepto de la “sociedad postdisciplinaria” alcanzó ciertopeso en la literatura de ciencias sociales y humanas de los últimos años (Castel 1986; Deleuze 1995a y 1995b; Foucault 1991a; Foucault 1994a; de Marinis 2000), para hacer referencia a una configuración social en la cual la disciplina habría dejado de ser el tipo de poder dominante. En cambio, el concepto de lo “post-social” apenas está empezando a despuntar en los debates (Rose 1996; de Marinis 1998a; 1998b; de Marinis 2000). En comprimido resumen, al hacerse referencia aquí a una condición “post-social” se designará una configuración muy compleja en la cual ya ha dejado de verse la vida colectiva como un proceso llevado a cabo por un conjunto de seres humanos real o potencialmente semejantes. Se denomina entonces (de manera todavía muy intuitiva y exploratoria) como “postsocial” a la realidad de creciente fragmentación de ámbitos de acción, donde el concepto sociológico clásico de “sociedad” pierde su peso y donde cada una de las numerosas microcomunidades en que ha quedado fragmentado aquel viejo espacio social unitario despliega sus propias micromoralidades sin demasiada necesidad de rendir cuentas ante las demás. Se trata, entonces, de comunidades culturales en las que se manifiestan“lealtades incompatibles y obligaciones inconmensurables”,

3 Aquí podría agregarse también “neoliberal”. Sin embargo, más que el temadel neoliberalismo (al cual se entiende como la racionalidad política dominante en la actualidad en todo el mundo), el énfasis estará puesto sobre todo en las implicancias sociológicas de la condición “postsocial”.Por demás, se advierte aquí que las mencionadas dimensiones centrales de la contemporaneidad se presentarán explícitamente más abajo, en la segunda sección de este trabajo, y se desarrollarán en detalle en la tercera.

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como las define el sociólogo británico Nikolas Rose (1996, 353); además, a la vez que se administran con gran pericia los cada vez más flexibles perfiles del “dividuo” in se echa afuera o se refuerza la exclusión de cada vez más individuos out (Deleuze 1995a; Lindenberg/Schmidt-Semisch 1995); consecuentemente, “inclusión-exclusión” pasa a ser la Leitdifferenz de la época (Luhmann 1996);4 se refinan y estilizanlas técnicas de disciplina del cuerpo y de regulación de las poblaciones (Foucault 1995) pero se las hace meramente contingentes a cada ámbito social especificado (de Marinis 1998b); se autonomizan ámbitos enteros de la experiencia colectiva, que se desenganchan de la generalidad del tráfico social y caen en situación de superfluidad (Bauman 2000); se refrigera el lazo social al punto tal de que puede ya prefigurarse su ruptura (de Ipola 1997; 1998); se inculca y se introyecta una cultura de empresa (Burchell 1993, 275) aúnentre los más desafiliados, los más descalificados, los más vulnerables, los viejos “malditos de la tierra”. Así, como puede verse, todas y cada una de las notas de la condición “postsocial” reenvían a debates clásicos de las ciencias sociales (los parámetros de inclusión y exclusión de las formaciones sociales, la problemática del orden y el cambio sociales, las cualidades del sujeto individual y el papel de la moralidad para la vida colectiva, etc.), pero a la vez losreplantean en función de las importantes transformaciones contemporáneas.

Resumiendo los propósitos de la investigación original, que se mantienen en lo esencial ahora: se trata de generar un marco teórico explicativo general, una visión de conjunto, una suerte de “sociología del poder” en la sociedad contemporánea, usando como “pretexto” ciertos rasgos que han asumido las políticas públicas en Argentina durante la últimadécada y que parcialmente resignifican las modalidades precedentes de ejercicio del poder. Un enfoque de estas características tiene la pretensión de conformar un nivel explicativo de “alcance medio”, tomando distancia y a la vez nutriéndose tanto de una abstracta historia de las

4 Véase también Kronauer (1998).

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racionalidades políticas como de una concreta sociología de las relaciones sociales. Un enfoque de este tipo, ésa es al menos la intención, podría resultar de utilidad para la realización de ulteriores investigaciones de carácter más acotado, al tiempo que se nutre de investigaciones de este tipo que ya se han realizado, para la especificación y redefinición de los conceptos teóricos.

Como ya se anticipó, en este trabajo se profundizará en particular sobre algunos rasgos que han asumido las políticasde seguridad. Se considerará este campo particular de políticas como un laboratorio sociológico de estratégica centralidad, puesto que en él se está recodificando actualmente, y de manera muy pronunciada, la serie [individuo] - [comunidad-sociedad] - [Estado] – [mercado] hacia configuraciones que a veces son enteramente nuevas, pero que a veces también sólo implican meras modificaciones de viejas formas. Desentrañar cuánto hay de lo uno y cuánto de lo otro es la tarea que deberían asumir este tipo de investigaciones, ancladas en una base empírica y teoréticamente informadas.

2. Cinco dimensiones de una sociología del poder en la era dela postsocialidad.

A través de la investigación se fueron perfilando y redefiniendo diversas dimensiones de análisis, a diferentes niveles de abstracción, y todas estrechamente relacionadas entre sí. Finalmente, se conformó un esquema analítico básicoque consta de cinco dimensiones:

1) Crisis de un “Estado de Bienestar” muy peculiar (hacia unacomplejización del entramado de relaciones entre lo público ylo privado).2) Una transferencia valorativa de la esfera de la economía ala de las políticas.3) Nuevas articulaciones entre el saber y el poder: “analistas simbólicos” y “nueva gerencia social”.

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4) Del universalismo al particularismo (una creciente focalización como eficaz estrategia de “reinvención de la comunidad”).5) Acerca de la apelación a la “participación activa y responsable” de los individuos y las poblaciones en su propiogobierno (nuevas tecnologías del yo).

En la primera dimensión se pretende dar cuenta de clivajes estructurales en la forma que asume la agregación o articulación de actores sociales y políticos (este es el nivel macro del análisis).En la segunda, se refleja un conjunto de recientes rejerarquizaciones axiológicas, acaecida (también) en el marco de la generación y aplicación de políticas (aquí se trata en especial del nivel de las racionalidades políticas).En la tercera se da cuenta de la emergencia de nuevas propuestas organizativas para la realización de intervenciones sociales, y de nuevas figuras que las encarnan, lo cual expresa una nueva modalidad de acoplamientoentre el saber y el poder (este es el nivel de la articulación entre las racionalidades políticas y las tecnologías de gobierno).En la cuarta dimensión se da cuenta del carácter crecientemente focalizado y particularista de las intervenciones sociales, lo que contrasta claramente con el universalismo vigente en momentos históricos anteriores (aquíse trata del nivel de las tecnologías de gobierno de los otros).Finalmente, a través de la quinta dimensión se pretende dar cuenta de los procesos a través de los cuales se construyen subjetividades de nuevo tipo en el contexto de intervencionesen el campo social (este es el nivel de las tecnologías del yo).5

5 Los distintos conceptos aquí implicados (“poder”, “saber”, “racionalidadpolítica”, “tecnología de gobierno”, “gobierno”, “tecnología del yo”, etc.) están directamente vinculados al pensamiento de Michel Foucault (por ejemplo 1989a; 1990; 1991b), así como a la reelaboración y apropiación crítica que de él hicieron, preponderantemente en el campo anglosajón, los governmentality studies (por ejemplo Rose 1996; Miller/Rose 1990; Rose/Miller 1992). A modo de muestra de esta perspectiva analítica

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Lo que se acaba de presentar constituye la forma final que alcanzaron estas dimensiones, las que a través del abordaje de los diferentes campos empíricos mencionados (políticas sociales, políticas educativas, políticas de seguridad) sufrieron numerosas modificaciones. Cabe destacar que no todas las dimensiones se encontraron igualmente reflejadas entodos los campos empíricos. O bien efectivamente se ha constatado una tendencia general compartida por los distintoscampos empíricos, aunque al mismo tiempo revelando interesantes particularidades según el caso particular que setome en consideración.

Más allá de las mencionadas particularidades, en todos los casos

1) se manifiesta una fuerte redefinición de las funciones quetradicionalmente había desempeñado el Estado Nacional, teniendo así lugar un complejo proceso de distribución de atribuciones e incumbencias entre el Estado y otros actores (ya sea tanto privados, como semipúblicos, y de las llamadas “organizaciones de la sociedad civil”), en el marco del clivaje estructural del esquema básico - hasta hace relativamente poco tiempo predominante - de agregación y articulación de actores sociales y políticos.2) se verifica una fuerte irrupción de valores asociados a la“eficacia” y la “eficiencia” en los procesos de diseño y gestión de políticas, así como también tiene lugar concomitantemente una revalorización de las supuestas cualidades del “mercado” para satisfacer necesidades socialesy personales, colectivas e individuales.3) deviene fundamental un tipo especial de personificación profesional (“analistas simbólicos” o “tecnopolíticos”) que recodifica el rol de los saberes expertos haciéndolos entrar en novedosas modalidades de relación con las intervenciones de poder; se trata de figuras que adquieren cada vez mayor véanse los diversos ensayos en Barry/Osborne/Rose (1996) y Dean (1999). En de Marinis (1999b) se presenta una introducción general y crítica a estos conceptos y a sus modos de abordaje por parte de la recepción anglosajona.

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relevancia en el diseño, implementación y evaluación de políticas de todo tipo; estos profesionales promueven a menudo reformas organizativas del accionar estatal, que se subsumen bajo el rótulo de “nueva gerencia social”.4) se realizan crecientemente intervenciones de carácter puntual, local y situativo, intervenciones de regulación de ámbitos restringidos de acción, en desmedro de posturas de corte universalista o universalizante, a las que se tiende a percibir en su conjunto como anacrónicas, burocráticas, ineficientes, ineficaces y costosas; de este modo, la “sociedad” se desvanece y se fragmenta en “comunidades”.5) se apuntala la constitución de un determinado tipo de subjetividad, entre cuyas cualidades y competencias más relevantes se pretende impulsar, entre otras, la activa “participación” de los gobernados en su propio gobierno y la asunción de “responsabilidades” individuales y comunitarias (en desmedro de la centralidad que anteriormente había tenidola responsabilidad estatal) en lo que se refiere tanto a la generación de alternativas de previsión y confrontación de riesgos como de formulación prospectiva de políticas.

Lo que interesa destacar ahora, para profundizarlo en la sección siguiente, es que todas estas tendencias revelan – cada una a su manera - un fuerte resentimiento de la noción sociológica de “lo social”, de los registros de sujeto y de la forma de articulación del saber y el poder que a aquélla noción de sociedad iban fuertemente asociados. Se abre así una era de “postsocialidad”, y en las “políticas de seguridad” esta condición adquiere perfiles peculiares.

Anticipando las conclusiones: ya no es el “punto de vista social” (Osborne/Rose 1997) el que se impone en el desplieguede las diversas estrategias de control social (por ejemplo, las desplegadas en las políticas de seguridad), las que hastahace relativamente poco eran concebidas, por un lado, como función interna de la sociedad para protegerse a sí misma de sus elementos más recalcitrantes (“asociales”), y, por otro lado y al mismo tiempo, como factor de integración y de reproducción de sus propios fundamentos normativos y morales.

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Sin embargo, no es sencillamente el “fin de la moralidad” lo que aquí se está postulando,6 sino su instrumentalización porparte de diversas autoridades según criterios locales y situativos.7 No es tampoco la “disciplina” la que desaparece definitivamente, como tipo de poder dominante, sino que ella se articula novedosamente con otras modalidades de ejercicio del poder que no tienen por fin “disciplinar” las poblaciones, sino regular niveles diferenciales de peligrosidad social, por una parte, y acompañar el devenir desujetos sobresocializados, por la otra. La emergente “sociedad del control” que empezó a tematizar Deleuze (1995a y 1995b) tiene unos contornos mucho más borrosos que la compacta imagen de la cuadriculada sociedad disciplinaria cuyo tratado escribió Foucault (1976).8 En un mundo crecientemente fragmentado en zonas, donde rigen niveles diferentes de cohesión y obligación moral, ni siquiera las más brutales políticas de seguridad logran “poner orden” en el “desorden global”. Con esto no quiere decirse que el mundose haya vuelto enteramente ininteligible, sino simplemente que las condiciones de inteligibilidad se han alterado radicalmente. De esto resulta la necesidad de desarrollar nuevos instrumentos conceptuales que puedan dar cuenta de esta complejidad emergente. El presente trabajo pretende realizar una contribución en tal sentido.

3. ¿Qué significa gobernar la “in/seguridad” cuando ya no hay“sociedad”?

En esta sección del trabajo se desarrollarán las 5 dimensiones analíticas presentadas en la sección anterior. Entodos los casos, además de una introducción de carácter más

6 posición que erróneamente me atribuye Eick (2001) a partir de mis tesis vertidas en (2000). Cf. Bauman (2001).7 Cf. Bauman (1995), quien llega a conclusiones parecidas respecto del concepto de “normalidad” y las dificultades que imperan para su definición en la situación contemporánea.8 Para ilustrar gráficamente las diferencias “de aspecto”entre los dos tipos de sociedad véanse las ilustraciones que se adjuntan en de Marinis (1998b; 2000).

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general para cada dimensión y del establecimiento de relaciones entre las diferentes dimensiones, se profundizará en el campo empírico específico de las políticas de seguridad. Las reflexiones se orientan todas a intentar posibles respuestas para la pregunta que da el título a esta sección. Reformulando esta pregunta: si ya no existe “la sociedad” que inventaron los primeros sociólogos y criminólogos (con todo lo que ella implicaba) y si se ha abierto paso a una nueva condición post-social, ¿qué significados puede asumir actualmente el gobierno de la in/seguridad de individuos y poblaciones?

3.1) Un cambio del mix de funciones del Estado (y una complejización del entramado de relaciones entre lo público ylo privado)

De manera análoga a las sociedades de desarrollo capitalista avanzado, las sociedades latinoamericanas (entre ellas, claroestá, la sociedad argentina) experimentaron a partir de los años 70 y 80 una “crisis de gobierno”.9 Por crisis de gobierno se entiende aquí la crisis de una forma social en suconjunto, y no sólo la crisis de una cierta modalidad de la administración estatal. En suma, se trata en la contemporaneidad de una época en la cual se verifican fuertescortocircuitos entre las tecnologías de gobierno y las racionalidades políticas. Así, empiezan a aparecer nuevas retóricas y nuevos esquemas explicativos para el establecimiento de responsabilidades, y por cierto también seproducen reactivaciones de viejas cosmovisiones. Viejas prácticas se mantienen, o bien se reformulan sus alcances y efectos. Además, surgen prácticas enteramente nuevas. De todoesto, resulta una compleja mezcla de viejas/nuevas ideas, viejos/nuevos actores sociales y viejas/nuevas modalidades dela práctica social.

9 Acerca de las implicancias del concepto de “crisis de gobierno” véase Foucault (1994b).

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Pese a todo, esta crisis se “resolvió” (o todavía se está “resolviendo”) de manera muy vertiginosa, y su forma tan abrupta de “resolverse” nos permite, aún muy pocos años después, contabilizar ya algunos de sus efectos más importantes. En este sentido, en primer término debe enfatizarse el nuevo lugar que pasa a ocupar el Estado en el entramado de relaciones con los demás actores sociales. En ello, y en lo referente al accionar del Estado, se manifiestan situaciones de diverso tipo: nuevo significado para antiguas tareas que en lo esencial conserva; antiguas tareas que abandona o que pasa a compartir con otros actores;finalmente, tareas enteramente nuevas que asume.

En todo este complejo conglomerado de viejas y nuevas tareas,la búsqueda de nuevas modalidades de inserción en el mercado mundial, la modernización y diversificación de las estructuras productivas, las privatizaciones de empresas públicas, las “reformas del Estado”, el “ajuste estructural”,la reconversión de los servicios de salud, jubilaciones y sistemas de seguridad social bajo criterios de “mercado” y “rentabilidad” son los fenómenos a los que mayor atención ha dispensado el análisis político y social. Perspectivas críticas de la situación contemporánea (que a veces simplemente revelan su nostalgia ante la declinación - más lenta o más rápida según los casos - del Estado de Bienestar)suelen poner el acento precisamente en la destrucción de viejas funciones o en el abandono de responsabilidades sociales por parte del Estado frente a los sectores más “desaventajados” de la población. Se atribuye a este “retiro”del Estado un aumento pronunciado de la vulnerabilidad de importantes segmentos de población, el cual efectivamente se ha producido, y sería el resultado directo de esta nueva situación en la cual el Estado se desentendería, en general, de sus segmentos de población más desafiliados, aún cuando todavía los pueda asistir, por ejemplo, a través de programassociales compensatorios focalizados.

Sin embargo, un análisis más cuidadoso revela que en lugar deuna simple “liquidación” o “retiro” o “extinción” del Estado

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(cf.Bauman 1999) lo que se verifica es más bien una complejización del entramado de relaciones entre lo público ylo privado, dando lugar a una inédita configuración de actores sociales y políticos.10 Debido a esta complejización se recodifica por cierto el rol del Estado y de sus instituciones anexas. Pero también se erigen nuevos espacios sociales de intervención y surgen nuevos actores que desafíanla clásica lógica dual de oposición del viejo esquema de relaciones entre “Estado” y “Sociedad Civil”, un esquema básico de la filosofía política que había nacido en el marco de la crítica liberal a la razón de Estado y que ahora, a la luz de estos desarrollos contemporáneos, se ha resentido considerablemente.11

Así, organismos estatales, subestatales y supraestatales, ONG, entidades financieras internacionales, agencias de consultoría, think tanks, conglomerados de medios de comunicación, lobbies, partidos políticos, organizaciones sociales de diverso tipo (empresariales, sindicales, profesionales, vecinales, etc.) pasan a constituir una densa red en cuyo marco se planifican, diseñan, ejecutan y evalúan políticas, planes y programas de gobierno. Como resultado (o como efecto) de esta nueva situación neoliberal, se verifica una creciente “economía” de los medios de gobierno que utiliza el Estado. Esquemáticamente: el Estado “economiza”, “racionaliza”, “optimiza” cada vez más sus energías,

10 Ver Foucault (1991b, 25s) cuando se refiere a la “gubernamentalización” del Estado y sostiene que “son las tácticas de gobierno las que permiten definir paso a paso qué es lo que compete al Estado y qué es lo que no le compete, qué es lo público y qué es lo privado, qué es lo estatal y qué lo no estatal, etc.”. Ver también Gordon(1991,36) acerca de la disolución de la relación entre Estado y sociedad civil que lleva implícita la noción de “modos de pluralización” del gobierno. Ver también Miller y Rose (1990, 8), haciendo referencia a la generalidad de los governmentality studies y su renuencia a seguir pensando entérminos de oposiciones entre estado vs.sociedad civil, público vs. privado, comunidad vs. mercado, etc. Sobre los govermentality studies en general ver nota 5.11 Cf. Foucault (1991c, 217ss). Véase también Foucault (1996, 41s).

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aprovechándose y sirviéndose de y apelando a la energía de los gobernados mismos para gobernarlos.12

Así, durante los años ´80, y con mayor énfasis durante los ´90, en el marco de un proceso que todavía se encuentra en curso, prácticamente todos los países de América Latina procedieron a realizar fuertes “ajustes estructurales” de suseconomías para hacer frente a su “crisis de gobierno”. Lo quese hizo, entonces, fue desestructurar y desguazar lo que quedaba de una suerte de Estado de Bienestar en bancarrota,13 incapaz de salir de una profunda crisis de endeudamiento externo, de estancamiento de sus estructuras productivas, de inserción defectuosa en una economía mundial crecientemente globalizada, y abrir paso a una nueva modalidad de relación, mucho más compleja, entre el Estado y los demás actores sociales y políticos de la sociedad.

En los últimos 10 o 15 años, en países como Argentina, podríadecirse que el Estado se apartó de algunas de sus tradicionales funciones, pero eso no significa sostener que haya desaparecido. Por el contrario, sigue desempeñando un rol fundamental como centro de decisiones, como usina fundamental de gubernamentalidad, aunque transfiera y deleguealgunas de las que habían sido sus históricas e indelegables responsabilidades. Como sostiene Garland (1997, 175), si bienel Estado sigue siendo un nodal point de las prácticas de gobierno, de ninguna manera es la única fuente de actividad gubernamental.14 Así, y en lo que se refiere en concreto a la vasta programática social, es decir, en la generación de todotipo de políticas (por ejemplo, las de seguridad), se empieza12 Sobre el significado de esta convocatoria a “las energías de la comunidad” se profundizará más abajo, en el apartado 3.5.13 en especial en aquellos países que habían logrado consolidar, al menos,la forma de “proto-estados de bienestar”. Cf. Golbert (1988).14 Por otra parte, el mismo autor critica al mainstream de la governmentality literature anglosajona (1997, 195) porque al poner tanto énfasis en la pluralización de modos de gobierno terminan borrando toda distinción entre Estado y no-estado, distinción que para él todavía debe ser mantenida, porque “Estado” significa acceso a ciertos recursos (no sólo de violencia, sino también de saber, de información) que el no-Estado no tiene ni podría jamás tener.

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a vislumbrar una pluralización de los actores intervinientes,de sus responsabilidades y de sus incumbencias.

“Políticas” ha de entenderse aquí en el sentido amplio que ledan Shore y Wright (1997). En su intento por especificar los alcances de una “antropología de las políticas”, estos autores rechazan las visiones instrumentalistas de las policies, donde se las conceptualiza como una herramienta para regular una población determinada y de arriba-abajo, a travésde la distribución deliberada de premios y sanciones. En un sentido instrumentalista, una policy es entendida sobre todo como un instrumento intrínsecamente técnico, racional, orientado a la acción, que usan los tomadores de decisiones para solucionar problemas y afectar el curso de los cambios. Sin embargo, para Shore y Wright una policy puede tener tambiénun impacto mucho más difuso cuando (mediante la utilización de variadas metáforas acerca de la relación entre el individuo y la sociedad) logra influenciar el modo en que losseres humanos se construyen a sí mismos, a su conducta y a sus relaciones sociales.

Para volver a la cuestión de la pluralidad de actores que intervienen en las políticas, y enfocando ya en concreto el gobierno de la in/seguridad, se dirá que el Estado nacional (a través de sus fuerzas de seguridad, del poder judicial y del servicio penitenciario) ha sido tradicionalmente el actorprincipal, casi monopólico. Sin embargo, en los últimos años ha modificado sensiblemente su mix de funciones, y se han manifestado en este contexto importantes desplazamientos de las responsabilidades que a él le habían sido inherentes hacia otros actores sociales y políticos. En este contexto, cabe mencionar el papel de los Estados Provinciales y los municipios en la generación de políticas de seguridad propias. A la luz de la denuncia de la ineficacia del Estado central, la que, según se dice, deriva de la enorme distanciaque mantiene con los territorios donde suceden “los hechos” que inquietan a gobernantes y gobernados, provincias y municipios se han lanzado a la generación de sus propias políticas de seguridad (o, si bien en algunos casos no ha

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habido grandes desarrollos en tal sentido, al menos han dado a conocer que el “problema de la seguridad” integra los renglones prioritarios de sus agendas).

Pero los estados provinciales y municipales no están solos enesta empresa (ni tampoco quieren estarlo, puesto que el descrédito del Estado atañe a todos los niveles del mismo). La redistribución de ámbitos de incumbencias de la que se hablaba antes también se manifiesta de un modo relevante en la relación con la llamada “sociedad civil”, o la “comunidad”. Así, se vienen implementando de manera crecienteen los últimos años otras estrategias de intervención en estevasto campo de la seguridad. Algunas apelan a la participación comunitaria, a través del fomento a la organización de comités, asambleas o foros de “prevención deldelito”, de carácter jurisdiccional o barrial. En estos ámbitos, policías locales, autoridades locales, “fuerzas vivas” y simples “vecinos” se entrelazan, interactúan, definen prioridades, establecen lineamientos, proponen políticas, reúnen recursos materiales y humanos, etc.15 Otras estrategias, por su parte, vienen de la mano de la intervención de agentes privados (tal es el caso de las agencias privadas de seguridad, cuya presencia e importancia creció exponencialmente en los últimos años).

“Lo privado”, en este contexto, puede ser tanto entonces la “comunidad”, o “los vecinos” o “las familias” como el mercado. Los límites entre “las energías positivas y creativas de la sociedad civil” y los meros negocios de los empresarios privados permanecen ciertamente borrosos, y a menudo se superponen en complejos de acción e intervención cuyos componentes no se pueden elucidar con claridad. En un

15 No se realizará aquí ninguna valoración de los efectos políticamente regresivos (estigmatizadores, reforzadores de desigualdades sociales y promotores de una “cultura de la sospecha”) que pueden tener a menudo este tipo de iniciativas, así como tampoco se considerarán sus evidentes límites. Sólo se quiere subrayar la emergencia de espacios nuevos de acción e intervención en el campo de la seguridad ciudadana, y la incorporación de actores sociales nuevos, además del tradicional actor estatal.

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contexto de privatización creciente del riesgo social, el campo de la seguridad no puede dejar de formar parte de esta tendencia que asume rasgos globales. Al tiempo que se manifiestan fuertes tendencias hacia una suerte de de-socialización de la prevención de riesgos (en un sentido amplio del concepto de riesgo, que no sólo incluye la prevención de delitos, sino también las estrategias de provisión de servicios de salud, prestaciones jubilatorias, servicios educativos, etc.), el mercado aparece como una fuente revitalizada de soluciones. Obviamente, esto sólo resulta posible para aquellos grupos sociales que están en condiciones de solventar esas inversiones. El control social (que por décadas tuvo el status de función interna de la sociedad para su defensa y en pos de su integración) deviene así también una mercancía como cualquier otra, la seguridad se puede comprar y vender en el mercado, 16 y los efectos en términos de desigualdad en el acceso a estos bienes son evidentes. Es la “sociedad” que aquellos sociólogos y criminólogos concibieron hace un siglo aquello que también seresiente en este proceso.

3.2) Una transferencia valorativa (de la esfera de la economía a la de las políticas)

Desde hace algunos años se viene manifestando un renovado énfasis en el valor intrínseco de la “eficiencia” y la “eficacia” en los procesos de diseño y planificación, ejecución y evaluación de políticas, sean éstas del tipo que sean.17 En ello, se produjo una suerte de revolución semánticade grandes proporciones. No quiere decirse con ello que estosvalores no hayan existido previamente, pero es la primera vez

16 Cf. Scheerer (1996).17 Conviene aquí introducir algunas distinciones terminológicas previas. Así, puede decirse que la eficacia se mide a partir de la relación entre los objetivos que se plantean y los resultados que se obtienen. En la evaluación de la la eficiencia, por su parte, se considera la relación entre los recursos consumidos y el “valor” obtenido. Véase el diccionariode Gallino (1995, 665), en el marco de su elaboración de la voz “organización”.

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que parámetros de este tipo se encuentran en lo más alto de la escala de medición del éxito o el fracaso de una determinada intervención. Resumiendo un complejo desarrollo histórico, se dirá entonces que en los viejos tiempos liberales, lo que se evaluaba era fundamentalmente la distancia que había entre una determinada tecnología de gobierno y los fines de orden social (o, dicho más crudamente, antisediciosos) que perseguían las diversas autoridades sociales y políticas. Por su parte, durante la vigencia de las racionalidades keynesianas, lo que se medía era hasta qué punto se había logrado anudar una demanda social a su satisfacción efectiva, sobre el telón de fondo normativo de un conjunto de derechos de ciudadanía a los, se decía, era imperioso promover y fortalecer. No es que aquí hayan desaparecido los objetivos de orden social, pero ellos eran abordados “sistémicamente”, bajo el paraguas de la noción de ciudadanía social.

En nuestra actualidad (“postsocial”, “postdisciplinaria” y “neoliberal”), estos valores de la eficacia y la eficiencia no han reemplazado de forma absoluta a otros valores, tales como la justicia, la igualdad, o la solidaridad, valores que han tenido una historia mucho más larga como insumos o componentes de las racionalidades políticas. Sin embargo, se verifica actualmente una fuerte rejerarquización axiológica, en la cual se coloca a los primeros como condición de posibilidad o fundamento de los demás valores. Esto supone también, en cierto modo, una suerte de reedición o relanzamiento reciclado de algunas nociones del sujeto (como el homo rationalis, calculador de sus jugadas y buscador deliberado de efectos) que se creían definitivamente sepultadas.

En suma, el establishment político y dirigencial de la época actual todavía cree necesario hablar de “justicia” o de “igualdad”, porque ese tipo de valores siguen siendo constitutivos de los imaginarios políticos de una pluralidad de actores, aunque lo haga de forma retórica y vacía de contenidos sustantivos. Pero, casi sin excepción, se nos

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suele advertir inmediatamente que esos valores son en la práctica irrealizables si no se logra, primero, una eficiencia en el manejo de los gastos, así como una eficacia en la delimitación de los objetivos de las políticas y en la identificación de sus respectivos “beneficiarios”. De lo contrario, se alega, no habrá justicia, ni igualdad, ni nada,sino más bien desorden, caos, y multiplicación de puntos de conflictividad. Esta rejerarquización en el campo de los valores conduce a otros desplazamientos semánticos estratégicos. Por ejemplo, la condición de “ciudadano” (fundada en derechos) se degrada en favor de mecanismos de definición de “beneficiarios”, que se convierten en tales si y sólo si logran entrar en los parámetros que se establecen en las programáticas.18

Esta apelación a la “eficacia” y a la “eficiencia” ha pasado a ser hoy, entonces, un lugar común en el marco de cualquier discursividad. Pero mientras en las políticas sociales stricto sensu (por ejemplo, las de “combate a la pobreza”) o en las políticas educativas, por ejemplo, todavía se puede invocar sin gran dificultad la necesidad de alcanzar un cierto nivel de rigor en la identificación de las condiciones de acceso al“beneficio”(sobre todo en contextos como el actual, caracterizados por su penuria presupuestaria para los asuntossociales), en las políticas de seguridad la cuestión se vuelve mucho más difusa, puesto que la eficacia y la eficiencia son de medición mucho más dificultosa que en otroscampos.

Independientemente de los generalizados fenómenos de “corrupción”19 y del clientelismo, y de las arbitrariedades manifiestas en los parámetros que especifican los respectivosprogramas para convertir a una persona en “beneficiaria” de tal o cual política resulta más o menos factible especificar las condiciones de acceso para, por ejemplo, un plan de 18 Esta cuestión del “beneficiario” como nuevo objeto de las políticas se profundizará más abajo, en el apartado 3.4.19 Cf. Pegoraro (1999), quien realiza un amplio estudio acerca de los diferentes sentidos (económicos, políticos, sociales y culturales, y no sólo penales o delictuales) de la corrupción.

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inserción laboral, o un bolsón de alimentos, o un subsidio dedesempleo, o una beca escolar. En contraposición con esto, lainformación disponible en el campo de la in/seguridad ni siquiera permite establecer los parámetros dentro de los cuales ejercer la arbitrariedad, falsear los datos, o lograr reunir los requisitos necesarios tanto para sí como para las propias clientelas políticas. Además, el “beneficiario” de las políticas de seguridad nunca puede ser exclusivamente un sujeto individual, sino que necesariamente debe involucrar a colectivos más amplios (poblaciones, ciudades, grupos sociales, barrios, calles, etc.).

La definición de los “beneficiarios” de las políticas de seguridad se ve además dificultada porque, pese a algunos esfuerzos “bien intencionados” en contrario, no se cuenta mayormente con instrumentos fiables de medición de los niveles de inseguridad, los que territorialmente se localizande manera diferencial. Por otra parte, en estas mediciones resultan precariamente distinguidas las dimensiones subjetivas y objetivas del fenómeno. Estadísticas oficiales muy poco confiables (puesto que se asientan en gran medida enla recolección de información en sede policial); encuestas victimológicas que aportan alguna imagen de conjunto acerca de los parámetros de inseguridad subjetiva pero que no siempre encuentran correlación con los parámetros objetivos; informes basados en las propios relevamientos territoriales de los agentes de policía; escasa o nula consideración (entrelas fuentes de información oficiales) acerca de los “delitos de autoridad” (cometidos por las mismas fuerzas de seguridad,en complejísimas alianzas con medios delincuenciales que se arman y desarman a gran velocidad); enorme manipulación mediática; significativa dispersión territorial de zonas “seguras” e “inseguras”, etc., son todos fenómenos que contribuyen a diluir las bases a partir de las cuales pueda operarse en estos campos de manera “eficiente” y “efectiva”.

Sin embargo, no sería conveniente caer en la ilusión de que, por ejemplo, “mejores” encuestas de victimización permitiríandiseñar políticas más efectivas. Como se ve en los ejemplos

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que se acaban de presentar, no se trata sólo de mejorar u optimizar los procedimientos de recolección de información, sino de intervenir con energía y voluntad política para desarmar redes delincuenciales integradas, promovidas y sostenidas también por las propias fuerzas de seguridad.

Tampoco sería conveniente partir de un concepto tan estrecho de seguridad-inseguridad como el que actualmente predomina, el que por lo general se restringe a subrayar el impacto de los “delitos violentos”, “callejeros”, y las “incivilidades” como fuente principal de inseguridad, y se orienta mayormentea estigmatizar a sus presuntos o reales autores (construidos en la imagen usual como “hombres jóvenes, desocupados, de sectores populares, consumidores de drogas prohibidas”, etc.). En tal sentido, es necesario enfatizar el considerablepeso (y comparativamente el mayor nivel de daño social) de otras fuentes objetivas de inseguridad (desempleo masivo, colapso de los sistemas de salud y educación, dificultad de acceso a la vivienda, etc), que no necesariamente aparecen reflejadas como tales en las encuestas. Es precisamente en este contexto en el que Pegoraro (1997) habla de la inversióndel “paradigma de la seguridad” vigente en momentos históricos anteriores, y de la emergencia contemporánea de unnuevo “paradigma de la inseguridad”, que desparrama sus efectos en múltiples campos de la vida social, y no sólo en el campo de la “cuestión criminal”.

Resumiendo y para concluir: en las condiciones actualmente vigentes, “eficiencia” y “eficacia” han devenido meros componentes de racionalidades procedimentales, con las que enalgún aspecto puede incluso coincidirse. No obstante, además,resulta imprescindible llevar adelante discusiones políticas profundas que definan con claridad el carácter y el sentido de estos términos específicamente para las políticas de seguridad, que identifiquen las prioridades de estas políticas y que distingan los diferentes niveles de las responsabilidades implicadas.

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3.3) “Analistas simbólicos” y “nueva gerencia social” (nuevasarticulaciones entre el saber y el poder)

A Michel Foucault le cabe sin duda el mérito de haber localizado en el centro del interés analítico la compleja imbricación existente entre tipos de saber y ejercicios de poder. En el presente trabajo se retomarán algunos de sus desarrollos conceptuales y se considerará especialmente la relación entre los saberes expertos y las intervenciones de poder.

La relación de los expertos con la actividad de gobierno ha sufrido numerosas y variadas transformaciones importantes en el último siglo y medio, esto es, desde los viejos tiempos liberales, pasando por la era keynesiana hasta las actuales configuraciones neoliberales.20 Sociólogos y criminólogos desempeñaron un papel fundamental tanto en la invención del “punto de vista social” en la era liberal como de la noción de “ciudadanía social” en la era keynesiana. Para ambos casos, se produjo una particular imbricación de tipos particulares de saber y de las personas que los encarnaron con la actividad práctica del gobierno de individuos y poblaciones. En lo que sigue, se intentará aportar algunas perspectivas de análisis que puedan resultar fructíferas parapensar acerca de las nuevas racionalidades y tecnologías neoliberales emergentes en esta actualidad “postsocial”, donde consecuentemente se expresan nuevas modalidades de estaimbricación.

Miller y Rose sostienen que las prácticas del expertise no deben ser analizadas aisladas de otras prácticas sociales, sino que deben estudiarse prestando especial atención al “translating role” que desempeñan (1990, 24). En suma, de un eslabón a otro de las cadenas de relaciones sociales se traduce y se transporta poder y autoridad. Este complejo de 20 En este contexto resulta interesante confrontar la línea de análisis deinspiración foucaultiana – que es la que se desarrollará mayormente aquí - con los trabajos de Giddens (por ejemplo 1993) acerca de la creciente importancia estratégica de los “sistemas expertos” en la era de la “modernidad reflexiva”. Cf. Bauman (1988; 1997).

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traducción involucra simultáneamente elementos muy disímiles,que abarcan desde abstractas concepciones del sujeto y vagas referencias al orden social y comunitario hasta la búsqueda del logro de fines prácticos concretos en las intervenciones en el mundo. El recientemente complejizado entramado de actores sociales y políticos de la nueva etapa neoliberal (descripto en 3.1), atravesado por la recodificación de viejos y por la emergencia de nuevos valores (proceso del quese habló en 3.2), incorpora crecientemente un conjunto de nuevos saberes como insumos del gobierno, que a su vez se articulan con nuevos poderes y constituyen nuevas modalidadesorganizacionales. Asimismo, se asiste a la emergencia de nuevas figuras sociales que despliegan y racionalizan este tipo de saberes.

Un conjunto de personajes especializados en la creación, distribución y aplicación del saber a las cuestiones de políticas, ‘analistas simbólicos’ o ‘tecnopolíticos’ según diferentes denominaciones, han comenzado en los últimos años a cumplir una función estratégica en la orientación política de las sociedades.21 Se trata de unas figuras que desempeñan roles muy diferentes tanto de los del prototípico “intelectual” o el “científico” de la era liberal como de losdel “técnico” o “ingeniero social” de la era keynesiana. Localizado de algún modo fuera de la esfera propiamente política (aún cuando su accionar estuviera efectivamente imbricado en la maquinaria estatal), el intelectual o el científico de la era liberal no podía dejar de dar recomendaciones acerca de los “correctos” cursos de acción que debían tomarse.22 Esa tarea no estaba por cierto libre de frustraciones, porque en ella debía toparse con personajes políticos que, más que estar guiados por los – tan habitualesentre científicos - principios de reflexión y distanciamiento, estaban alumbrados por el compromiso de los intereses partidarios y por la urgencia de la práctica social. Por su parte, el típico técnico o “ingeniero social” 21 Para algunas particularidades del caso latinoamericano véase Camou (1997).22 Era, en el sentido de Bauman (1997), un “legislador” sobre las opiniones ajenas.

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de la era keynesiana, aún cuando efectivamente se integrara alos aparatos estatales, ponía sus saberes especializados al servicio de decisiones políticas que eran tomadas por otros. Esto no quiere decir que no intentara influir sobre esas decisiones, pero reconocía al menos que ellas no eran asunto suyo.

El “analista simbólico”, finalmente, se distingue con claridad tanto del intelectual liberal como del ingeniero social. El concepto de “analista simbólico” fue acuñado por Robert Reich (1993) para hacer referencia a un tipo de actividad profesional que comienza a proliferar en las últimas dos décadas, de la mano de la revolución tecnológica y de la globalización de los mercados financieros. Define a esta actividad como de “servicios analítico-simbólicos”.23 En este contexto, se destaca un conjunto de actividades relacionadas con la identificación, solución y arbitraje de problemas mediante la manipulación de símbolos de diverso tipo (datos, palabras, representaciones orales y visuales). Esta categoría de analistas simbólicos es extremadamente heterogénea, y abarca desde ingenieros de diseño, ejecutivos de relaciones públicas y publicidad, especialistas en desarrollo urbano e inmobiliario, consultores de management, de finanzas y de impuestos, especialistas en organización y recursos humanos, planificadores estratégicos, asesores de imagen, expertos en cuestiones de seguridad, consultores de medios, etc. No todos son economistas profesionales, pero un MBA o un PhD en una escuela de negocios norteamericana o europea forma parte a menudo de las credenciales educativas que ostentan.24

Muchos científicos sociales (otrora asentados solamente en universidades y centros de investigación, o integrados directamente en el aparato estatal como técnicos) están adquiriendo cada vez más en los últimos tiempos los rasgos característicos de los analistas simbólicos: identifican, 23 En lo que sigue acerca de esta figura de los “analistas simbólicos” se tomarán en consideración diversos trabajos, como los de Brunner (1993a y b), Tenti Fanfani (1994) y Aronson (2001a y b).24 Cf. Echebarría (1997).

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solucionan o arbitran problemas mediante la manipulación de símbolos, para lo que emplean instrumentos analíticos flexibles que van modificando en el transcurso de la misma experiencia. De este modo, se reduce sensiblemente la distancia entre la producción y la utilización práctica del conocimiento, un conocimiento que se refuerza entonces mucho más por su costado práctico que por sus contenidos ideacionales o representacionales.

Estas figuras no suelen intervenir solas, como individuos dotados de concepciones abarcativas y onmicomprensivas del mundo en su conjunto o de saberes técnicos especializados queponían al servicio de otros, como era el caso, respectivamente, de los intelectuales liberales o de los técnicos keynesianos (mayoritariamente juristas y filósofos, los primeros, y científicos sociales “a la vieja usanza”, lossegundos). Además de su inserción en organismos internacionales (ya sean tanto financieros, como por ejemplo el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, o humanitarios, como UNICEF), y en ONG de diverso tipo (de ayuda humanitaria, ecologistas, de promoción al desarrollo, etc.), llama la atención la vinculación de los analistas simbólicos con un tipo especial de instituciones u organizaciones, que si bien no son enteramente nuevas, han comenzado a adquirir en los últimos años nuevas funciones estratégicas: las fundaciones, los think tanks, las agencias consultoras especializadas. 25

Entre este tipo de organizaciones y los organismos formales de los Estados se viene manifestando en los últimos años un conjunto de relaciones muy complejo. Por una parte, los analistas simbólicos que trabajan en las think tanks pueden constituir redes y equipos de asesoramiento que ponen a disposición de los organismos públicos (ministerios, secretarías, etc.) y del público interesado sus saberes especializados acerca de áreas muy diversas pero siempre

25 Un interesante estudio sobre las think tanks estadounidenses se puede encontrar en Zampaglione (1998). Véase también Smith (1994), acerca de estos brokers de ideas.

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concretas de la acción gubernamental (las políticas sociales,las políticas fiscales, las políticas de salud, las relaciones internacionales, el comercio exterior, las políticas educativas, las políticas culturales, las políticasde seguridad, el medio ambiente, la salud pública, el mercadolaboral, etc.). Por otra parte, muchas veces son estos mismosthink tanks y estas agencias consultoras quienes suministran el personal que directamente asumirá funciones públicas en el Estado, ocupando cargos que a menudo son de rango intermedio pero que a veces llegan también a los niveles más altos. Estoes especialmente importante en aquellas áreas de gobierno donde se aplican programas cuyas fuentes de financiamiento son en gran medida internacionales.

Aún cuando las vinculaciones entre las propuestas y las proclamas de ciertos analistas simbólicos y determinados intereses políticos y económicos sean a menudo de muy sencilla y obvia identificación, sería erróneo, sin embargo, considerarlos como meros representantes de intereses y de lobbies particulares. En tal sentido, debe reconocerse la creciente autonomía de la que gozan los analistas simbólicos,aunque esta autonomía obviamente nunca sea total. Es cierto que ellos mismos alimentan esta imagen de imparcialidad fundada en el valor intrínseco de sus saberes expertos. Así, a estos nuevos “servidores del príncipe” les agrada a menudo aparecer como figuras que están más allá de las contingenciasde los debates políticos nacionales, y en ello fundan muchas veces su autoridad y su prestigio: ante los avatares de la eterna confrontación de los partidos, ellos oponen la fría y descarnada evidencia de los números, las tablas y los análisis prospectivos de escenarios. Si, además, como se dijoantes, vivimos en tiempos donde la eficacia y la eficiencia tienen valor por sí mismas, puede verse aún más la importancia que adquieren estas modalidades de tratamiento y presentación de la información.26

26 Resulta de interés para este contexto el texto de Rose (1991), donde aparece tematizada la relación entre “los números” y las tecnologías de gobierno que se despliegan en las sociedades contemporáneas. Para una genealogía histórica de esta relación véase Hacking (1995).

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Mucho más que concebir estas relaciones entre los analistas simbólicos y los políticos como una simple función de traducción de intereses “extrapolíticos” en decisiones políticas, sería relevante analizar las situaciones en las cuales son precisamente los consultores de medios y de opinión pública, los economistas organizados en think tanks, entre otros, quienes diseñan las políticas y marcan los objetivos estratégicos, establecen recomendaciones, esbozan agendas de discusión y tratan de convencer (y a menudo lo logran) a los príncipes de turno de que asuman el hecho de que, en las condiciones del presente, no existiría otra salida más que la que ellos recomiendan como válida, y que tampoco existirían otras personas (excepto ellos) que pudieran llevar tales programas a cabo. Todos estos factores entrarían luego en la esfera “propiamente política” (y es de esperar que se entienda aquí el sentido de las comillas), donde encuentran su realización, su efectivización. Más aún, como ya se dijo, muchas veces son ellos mismos el personal que las despliega. De esta manera, se verifica un tráfico permanente del ámbito de las agencias consultoras y think tanks a las funciones gubernamentales.

Como ilustración de la importancia decisiva de los analistas simbólicos en el establecimiento de “agendas de gobierno” puede ser instructivo escuchar sus propios testimonios, que revelan el carácter tan marcadamente autoconsciente de sus aseveraciones. Así, Braslavsky y Cosse, profesionales de las ciencias sociales comprometidos con la elaboración de políticas educativas en Argentina, sostienen que los analistas simbólicos (como ellos) se esfuerzan por “promover la construcción de políticas de Estado que perduren más allá de las gestiones de gobierno, no sólo por una cuestión de convicción acerca de su necesidad, sino también —y tal vez fundamentalmente— porque ese tipo de políticas serían más convenientes para el mantenimiento y la ampliación de su influencia” (1996, 3). Así, consideran (y en ello están en locierto) que los analistas simbólicos que entran a trabajar enel seno del Estado llegan allí con un suplemento de saber, que los coloca en ventaja respecto de los científicos

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tradicionales y de los funcionarios burocráticos, por cuanto que son conscientes tanto de “la relación entre conocimiento y poder” como de su convicción acerca de que “poseen conocimientos relevantes para el ejercicio efectivo del poder” (1996, 2).

La presencia creciente de los analistas simbólicos en los procesos de diseño, implementación y evaluación de políticas ha contribuido considerablemente a volver cada vez más difusos los límites existentes entre la actividad política y la administración. Por otra parte, son estos mismos analistassimbólicos quienes a menudo proponen la adopción de nuevas modalidades de organización de la actividad estatal, y avanzar de ese modo hacia una transición paradigmática “de laadministración a la gerencia”, como por ejemplo sostiene Kliksberg (1998, 32).27 En efecto, todas las “reformas del Estado” que tuvieron lugar en los distintos países de AméricaLatina en las últimas dos décadas no sólo implicaron un desmontaje de algunas funciones estatales a las que se percibía como “improductivas” e “ineficaces”, sino también procuraron – no siempre exitosamente – reconstruir el campo de la acción estatal delimitando sus incumbencias y atribuciones sobre nuevas bases organizacionales.

Lo cierto es que a través de complicados procesos, que todavía deben ser explicados en detalle y que particularmenteen el caso latinoamericano incluyeron el concurso de violentas dictaduras militares, el viejo Estado centralista, burocrático, planificador, y ejecutor de políticas fue minuciosamente desmontado. Durante la primera fase (la más cruda) de los ajustes estructurales realizados, la idea prevaleciente (alimentada por numerosos formadores de opinión) fue la de la imperiosa necesidad de tener un “EstadoMínimo”. Así, gran parte de los debates se centraron consecuentemente en el tema del tamaño del Estado y, de ese modo, la privatización se convirtió en una herramienta privilegiada de reforma.

27 Concretamente sobre esta “transición paradigmática” véase Kliksberg (1994).

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Si bien existen todavía abundantes cultores de esta ideologíadel estado mínimo, algunos analistas simbólicos empezaron a desarrollar la percepción de que los “excesos” cometidos en la primera fase de los ajustes estructurales tuvieron por efecto graves consecuencias sociales, que podrían traducirse en importantes problemas de “gobernabilidad” y governance (precisamente algo que también preocupa a los partidarios del“Estado Mínimo”). Así, varios analistas simbólicos de diferentes procedencias están proponiendo un conjunto de medidas tendientes a recuperar para el Estado sus funciones esenciales de regulación de los intercambios entre los agentes sociales locales, el mercado y el contexto internacional. Uno de los analistas simbólicos más conocidos en nuestro medio argentino y latinoamericano, Bernardo Kliksberg, habla de la necesidad de introducir una “nueva gerencia social”, en especial en lo que se refiere a las áreas sociales de la actividad estatal.28 Con ello no se trataría, se ataja Kliksberg, de copiar simplemente soluciones gerenciales de moda en el ámbito de las empresas, porque “el tema de la gestión de lo social no puede asimilarse ni en las metas, ni en la operatoria a la lógica de los negocios” (1997, 192).

Como puntales de avance de esta “nueva gerencia social”, destaca este analista simbólico (1999, 62) la necesidad de rediseñar cuidadosamente el conjunto de las estructuras institucionales del Estado 29 hacia perfiles más abiertos, horizontalizados, orientados a los modelos de las learning organizations, que privilegian el team work y la evaluación permanente de resultados. Frente a los cotos cerrados de poder e información que habitaban en el seno del viejo estadoburocrático y centralista, se trataría de conformar redes

28 Aunque no pueda profundizarse este tema aquí, se subrayan esquemáticamente las fuertes afinidades existentes entre la “nueva gerencia social” y la new public management, promovida por ejemplo por organismos como el BID y la OCDE, entre muchos otros. A modo de ejemplo, véase www.oecd.org/puma.29 en el marco de lo que algunos autores (como Carpio y Novacovsky; 1999) llaman la “nueva institucionalidad”.

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transversales, que no estén tan fijadas a rígidos organigramas preestablecidos y a manuales de funciones sino que sean flexibles y que se modulen según la problemática específica que tengan que afrontar. Otras características fundamentales de esta nueva gerencia social son el estímulo ala participación de las comunidades en todas las fases del diseño y la implementación de los programas sociales,30 el establecimiento de nuevos sistemas de monitoreo y evaluación de los mismos, y la descentralización de los programas sociales a regiones y municipios.

La profundización de la descentralización no sólo es un contenido habitual en las diversas propuestas de futuro de reformas organizacionales del Estado, sino que ha sido uno delos rasgos esenciales que han asumido las políticas latinoamericanas de los últimos años, en especial desde la década del 80 (Stahl 1994; Duhau 1997; Draibe 1994; Vilas 1997; Rivera 1995a; 1995b; Tenti Fanfani 1993). A la hora de analizar las posibilidades “democráticas” y “participativas” de la descentralización, que son las que precisamente suelen enfatizar algunos de los partidarios de la “nueva gerencia social”, es importante no perder de vista que en ella se yuxtaponen varias perspectivas y varios intereses: la intención de los organismos financieros internacionales de localizar y controlar mejor los destinos de sus créditos; la preocupación de los gobiernos nacionales de que “las cuentas cierren” y de descargarse de funciones que anteriormente les habían correspondido, y que ahora ya no pueden o quieren cumplir; el interés de los analistas simbólicos por diseñar eimplementar políticas locales, de carácter restringido, que les permitan aumentar su propia capacidad de ejercer influencias; el afán participativo de las ONG y otras “instituciones de la sociedad civil”, que sostienen que gracias a la descentralización mejorarán sus chances de influenciar en el campo de poder de las políticas sociales.

30 Sobre esta estratégica cuestión de la “participación” se profundizará más abajo en el apartado 3.5.

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A diferencia del campo de la educación, la seguridad social ola salud, los dos nudos de cuestiones mencionados en este apartado del trabajo (la irrupción de los “analistas simbólicos” en los procesos de elaboración e implementación de políticas y las propuestas de la “nueva gerencia social” como principio organizativo de los mismos) han tenido un pesocomparativamente menor en el campo específico de las políticas de seguridad.

Una de las posibles razones de esta situación quizás pueda localizarse en el hecho de que no existan grandes líneas de financiamiento por parte de instituciones multilaterales de crédito para, por ejemplo, programas de prevención comunitaria del delito, o para reformas en los sistemas penitenciarios y en las fuerzas de seguridad. Es precisamenteen programas con financiamiento externo donde este tipo de profesionales suele habitualmente tener un ámbito de inserción y estas propuestas organizativas un desarrollo comparativamente mayor. Y al revés: suelen ser precisamente este tipo de profesionales quienes, a través de sus extensas redes de conocimiento personal, logran la obtención de tales fondos.

A esta importante razón se agrega otra, quizás más importanteque la anterior: el ámbito de las políticas de control socialde la “cuestión criminal” y del gobierno de la in/seguridad ha sido tradicionalmente más refractario a la incorporación de profesionales ajenos al campo. Quizás esto se deba a la estrecha vinculación que este ámbito mantiene con áreas de gobierno que históricamente han caído bajo el monopolio estatal de la violencia física, el que, como tal, se alega, requiere el concurso de sus propios especialistas, que entiendan “correctamente” las lógicas de procedimiento que allí rigen, lógicas que no podrían compartirse con otros actores que sostengan criterios de validez diferentes.

En tercer lugar, la irrupción de los mecanismos de mercado (que numerosos analistas simbólicos y sus respectivos ámbitosde pertenencia por lo general suelen promover) ha sido en las

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cuestiones de seguridad mucho más reciente y no tan sistemática y masiva como, por ejemplo, en los sistemas de jubilaciones y pensiones, o en el sistema de salud o educativo. Sin embargo, estas nuevas personificaciones profesionales también vienen ocupando lentamente su terreno en el campo de las políticas de seguridad. Esto sucede de diversas maneras. Por una parte, a partir de su incorporación directa en diferentes ámbitos de actividad gubernamental, como por ejemplo en los ámbitos ministeriales, nacionales y provinciales, que reclutan crecientemente profesionales de las ciencias sociales y del derecho para ocupar puestos estratégicamente importantes. Estas personas pueden no necesariamente adquirir resonancia pública, pero sin duda realizan tareas de relevancia en varios aspectos: el rediseñode instituciones (como las instituciones penitenciarias), la estandarización de procedimientos de evaluación de programas,la elaboración y actualización de indicadores estadísticos y bases de datos, la producción de informes “de diagnóstico”, el diseño, ejecución y supervisión o auditoría de programas específicos, etc.

Por otra parte, además de esta incorporación directa en los diversos ámbitos estatales, los analistas simbólicos también pueden tener un ámbito de inserción profesional en las instituciones de consultoría o think tanks, para desde allí, y con ese importante respaldo avalado por lobbies y por redes de conocimiento personal, proponer sus habituales “recomendaciones de políticas”. Resulta así significativo queen los últimos años diversos think tanks, centros de investigación y agencias de financiamiento de proyectos, que tenían puestas sus prioridades en otros temas, hayan empezadoa interesarse también por la “cuestión criminal”, la seguridad urbana, la violencia, etc., agregando este capítuloa sus preocupaciones o intereses anteriores (las políticas de“combate de la pobreza”, los sistemas de salud y seguridad social, la educación, las relaciones internacionales, etc.).

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Para el caso argentino, se puede mencionar el caso de la Fundación Novum Millenium (cercana ideológicamente al actual ministro de economía argentino y a otros importantes funcionarios de nivel medio), que a través de su Instituto deSeguridad ha organizado en los últimos años varios eventos (con presencia de funcionarios, académicos y policías, tanto del país como extranjeros) y realizado publicaciones en la materia.31 También se puede mencionar el caso de la Fundación Grupo Sophía, que durante el año 2000 llevó adelante estudiosque condujeron a una publicación (Burzaco 2001).32 Otro ejemplo de este creciente y reciente interés por estos temas viene dado por las agencias financiadoras de proyectos de investigación científica. Sobre la base del Plan Plurianual de Ciencia y Tecnología 1998-2000, la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica de Argentina incorporó porprimera vez el renglón “violencia y seguridad urbana” como uno de sus temas prioritarios.

Como puede verse, los analistas simbólicos, de forma individual y/o integrados en think tanks, desempeñan entonces unrol fundamental en lo que se refiere a las “recomendaciones de políticas” y “establecimientos de agendas y prioridades” a

31 Este Instituto formula del siguiente modo sus objetivos: “Analizar las Políticas de Estado y las Políticas de Gestión sobre seguridad pública, con el propósito de definir nuevas formas de gerenciamiento de la seguridad en nuestro país. El análisis tendrá como marco referencial a una perspectiva global del delito, en donde éste interactúa con los esquemas formales que corrompe” (el énfasis es mío). En la página web de la fundación (www.novum-millenium.org) hay abundante información on line sobre sus actividades en este campo.32 El libro de Burzaco, orientado a la divulgación, resulta un interesantemovilizador de pánicos morales (“Los argentinos estamos hartos de ser rehenes de la violencia que impera en nuestra sociedad. Una violencia quenos ha obligado a encerrarnos tras las rejas de nuestras casas, prisioneros, mientras los delincuentes andan sueltos”). A la vez, se propone “evaluar cuáles son los factores determinantes del aumento del delito en el país”, a los fines de “desarrollar algunas líneas de acción o políticas públicas necesarias para reducir este acuciante problema” (lainclusión de un capítulo con “recomendaciones de políticas” no suele faltar en este tipo de publicaciones). Finalmente, como si esto no fuera ya suficiente, este libro se propone terciar en el “falso dilema” (sic) entre “los llamados garantistas” y los “duros o represores”.

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niveles nacionales de implementación. Sin embargo, su papel no se restringe a ello, pues ocupan también un lugar fundamental en la exportación e importación de diversas tecnologías de gobierno de poblaciones, entre las que cuentan, desde luego, algunas de las políticas de seguridad. En este contexto, Bourdieu y Wacquant (1999) presentan un esquema de conjunto acerca del papel de los think tanks en la generación de una suerte de “doxa planetaria” alrededor de ciertos leitmotifs. Wacquant (2000), por su parte, profundiza esta cuestión en lo que hace a los mecanismos de importación y exportación de algunas ideas, específicamente respecto de la “ley y el orden” (broken windows theory, “tolerancia cero”, etc.).33 Sozzo (2001), a su vez, más que centrarse en la importación de tecnologías específicas, pone su foco de atención en los complejos procesos de importación de cuerpos teóricos completos por parte de la criminología latinoamericana, haciendo un interesante recorrido histórico.

Cabe aquí destacar que no son sólo propuestas francamente represivas las únicas que han circulado y desembarcado entre nosotros en los últimos tiempos. Tecnologías de gobierno mucho más ambiguas en sus efectos políticos, como las que convergen alrededor de la llamada “prevención comunitaria deldelito”, han circulado profusamente en la última década (Crawford 1997; 1998), también en nuestro medio (Sozzo 1999),y han alcanzado importantes niveles de implementación y de movilización de individuos y colectivos en numerosas ciudadesy distritos argentinos.

Estudios como los arriba mencionados, que se centran en las formas que asume la circulación internacional de las ideas, son de gran importancia porque permiten la detección de las procedencias de ciertas tecnologías de gobierno y conocer losusos que se le han dado en sus contextos de origen. Sin embargo, la implementación práctica y la traducción de estas propuestas, así como su imbricación con diferentes agregados de poderes institucionales a niveles locales, regionales o nacionales, requiere un nivel de profundización empírica que 33 Véase también Wacquant (1999) y Maira Rodríguez (2000).

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no puede desarrollarse aquí, y que se desplaza por lo tanto afuturas investigaciones.34 El reciente interés por la “cuestión criminal” por parte de las fundaciones y de las agencias de financiamiento de proyectos no resulta tampoco sencillo de explicar, y no debería atribuirse solamente a la repercusión mediática que tienen los “delitos violentos” en los grandes centros urbanos. Quizás haya que ver en este interés una preocupación más amplia por cuestiones de “orden público”. Interesa además analizar qué tipo de delitos son loque interesan a estos think tanks y agencias financiadoras, y verificar si sólo persiguen objetivos meramente antisediciosos y de orden público (y consecuentemente sólo seinteresan por la “criminalidad violenta” de los sectores populares) o si también ponen su foco sobre delitos de cuelloblanco, operaciones de lavado de dinero, corrupción política o policial, etc.

En el contexto de esta discusión acerca de las formas que asume la incorporación de los saberes expertos en las políticas de seguridad se ha enfatizado hasta ahora en el presente trabajo el papel de los profesionales de las ciencias sociales y del derecho en ámbitos públicos de gobierno y/o en think tanks. Sin embargo, no debería soslayarse el importante papel que crecientemente viene desempeñando otro tipo de profesionales, que actúan en el ámbito de las empresas privadas de servicios, y que constituyen un buen ejemplo de la irrupción del mercado en cuestiones de seguridad. Con esto, quiere hacerse referencia a quienes se desempeñan en empresas y consultoras que ofrecen servicios vinculados a la seguridad de las instalaciones, los objetos materiales que allí se encuentran y las personas que allí trabajan, residen, o transitan.

Hasta hace relativamente pocos años las cuestiones de seguridad edilicia no eran consideradas como “problema” más que en grandes fábricas, aeropuertos, bancos, museos y algunas oficinas públicas. Actualmente, la seguridad aparece

34 en el marco del proyecto UBA CyT S/090 que se menciona en la primera nota al pié de página de este trabajo.

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como una preocupación primordial en cualquier tipo de instalaciones, y consideraciones acerca de la seguridad son realizadas desde la fase misma del diseño de los ambientes. Los circuitos cerrados de televisión, los sistemas de alarmas, los blindajes de aberturas, el monitoreo de ascensores, los dispositivos sensibles de iluminación, las tarjetas magnéticas y las claves de seguridad para control deingresos y egresos, los “edificios inteligentes”, la seguridad informática, etc. requieren como tales el concurso de sus propios saberes expertos. A todo esto se agregan las empresas de vigilancia privada, cuya enorme expansión en los últimos años es también manifiesta. En todos estos casos, se puede hablar nuevamente de una mercantilización del control, donde la “seguridad” se vuelve un bien privado accesible solamente a quienes lo pueden solventar.

A través de todos estos ejemplos, en este apartado se intentódar cuenta de las formas que asume actualmente la articulación del poder y el saber en el campo de las políticas de seguridad, subrayando el rol de los “analistas simbólicos” y las propuestas organizativas que ellos a menudoimpulsan para el accionar estatal (tales como la “nueva gerencia social”) así como las tecnologías que promueven parael campo de la actividad privada. En el siguiente apartado, se avanzará en otra de las dimensiones presentadas anteriormente y que las complementa.

3.4) De la “defensa de la sociedad” a la gestión focalizada de los niveles de in/seguridad en las “comunidades”

Se han realizado numerosos estudios acerca de los ajustes estructurales implementados a partir de los años ´80 en Argentina y en América Latina. La mayoría de ellos coincide en señalar que, como resultado de estos ajustes, se tendió a eliminar dos características que (al menos tendencialmente) habían tenido previamente las políticas sociales: un acceso relativamente universal a las mismas y un cierto significado redistributivo de la riqueza. Independientemente de que no

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siempre hayan tenido efectivamente esas características, lo cierto es que ésa era la tendencia general del conjunto y unade las motivaciones más importantes que movilizaban las racionalidades políticas vigentes y que se cristalizaba en tecnologías de gobierno específicas.

El nuevo “paradigma emergente” en el campo de las políticas sociales (Franco 1997) reemplazó estos principios de universalismo e igualitarismo por una fuerte diferenciación ysegmentación en el acceso a los beneficios sociales, a travésde la privatización de los servicios, el estímulo a la competencia entre diversos prestadores, el subsidio a la demanda y la focalización de las políticas.35

En todo este conjunto heterogéneo de procedimientos se manifiestan las dimensiones o grandes tendencias generales que ya se habían esbozado en los otros apartados de esta sección del trabajo. En efecto, si bien conserva su estratégica importancia, el Estado aparece ahora como un actor más de las políticas (un actor muy relevante, por cierto, pero uno entre otros, junto a actores privados del mercado, o actores voluntarios de la “comunidad” y del llamado “tercer sector”); por otra parte, uno de los principales criterios de evaluación de la actividad de gobierno tiene que ver preponderantemente con su eficacia y su eficiencia en la realización de ciertas metas u objetivos establecidos programáticamente; finalmente, todo este conjunto de reformas se inscribe en el marco de un intento detransformación sustantiva de la institucionalidad estatal y de otras organizaciones, por ejemplo bajo nuevos principios de “gerencia social”, en los que se moviliza un conjunto de nuevos saberes expertos, tales como los que encarnan los analistas simbólicos.

La focalización, como se dijo más arriba, se ha vuelto un atributo central de cualquier tipo de políticas, y su

35 En lo que sigue de este apartado del trabajo se profundizará sobre todoen esta cuestión de la “focalización” y sus efectos particulares para el campo de las políticas de seguridad.

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optimización un objetivo programático fundamental. Para decirlo en muy pocas palabras, la focalización consiste en identificar con la mayor precisión posible a los “beneficiarios” de las políticas, de manera que ellas puedan alcanzar a quienes “verdaderamente” las necesitan y excluir aquienes no cumplen los requisitos. Estos requisitos son establecidos programáticamente por las mismas políticas para distinguir precisamente entre quienes pueden y quienes no deben recibir los beneficios.36

Los académicos, los gestores y los políticos de inspiración neoliberal han sido y son críticos feroces del universalismo que, al menos tendencialmente, predominó en épocas precedentes. Por una parte, achacaban a este universalismo una proclividad a incurrir tanto en errores de inclusión (otorgar cierto beneficio a quien no lo necesita) como de exclusión (no otorgárselo a quien sí lo necesita). Desde luego que no realizan esta crítica en nombre de la “justicia”a la hora de satisfacer necesidades y de garantizar derechos,sino desde la mera preocupación “de caja” por la reducción departidas presupuestarias. Así, en resumen, la crítica neoliberal al universalismo de la era keynesiano-fordista estuvo motivada en primera línea por la eliminación de gastos“ineficientes” en el marco de una situación donde los fondos destinados a confrontar la “cuestión social” se han vuelto significativamente escasos (Vilas 1997, 938s).

Además de esta preocupación por la detección de errores en laselección de beneficiarios, desde la crítica neoliberal se sostenía además que las políticas universalistas 36 Cf. Sojo (1999, 275), que en lugar de focalización prefiere hablar de “selectividad”. Sobre la base de esa decisión de nomenclatura se encuentra el hecho de que las políticas sociales, siempre y en todo lugar, han tenido una población-objetivo, incluso las políticas sociales de corte universalista de las que los partidarios a ultranza de la focalización aspiran a distanciarse. A pesar de considerar como correcta esta apreciación, aquí se seguirá usando el término focalización, puesto que es la traducción que más difusión ha tenido en América Latina del término inglés targeting o target oriented policies. Por otra parte, el significado de las comillas puestas en las palabras “beneficiario” y “verdaderamente” se discutirá en lo que sigue.

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suministraban un incentivo adicional para la conformación de una “cultura de la pobreza”, en la cual las características intrínsecamente negativas (“disolventes”, “incivilizadas”, “amorales”) de ciertos segmentos de población se verían reforzadas. En el marco de esta “cultura de la pobreza”, los beneficiarios de las políticas sociales se volverían apáticosreceptores de ayudas, y en lugar de promover su necesaria autorresponsabilidad se estarían generando nuevos mecanismos de dependencia. 37 Aquí, nuevamente, más que una legítima preocupación por algún concepto emancipatorio de autonomía para las poblaciones, vuelve a revelarse la misma preocupación “de caja” de la que se hablaba más arriba.

Lo cierto es que la cuestión de la focalización ha llegado a ser un tema central en el debate contemporáneo sobre políticas en América Latina, junto a otros temas como la descentralización, la participación, la privatización y el subsidiarismo. En lo que hace concretamente a la focalización, no convendría dejar el debate exclusivamente enmanos de sus habituales teóricos y partidarios, que con frecuencia lo reducen a la eliminación de partidas presupuestarias. Si el debate, como suele suceder, se centra solamente en la búsqueda de los mejores procedimientos técnicos para identificar (con la menor cantidad posible de errores) las poblaciones-objeto de las políticas, éste se habrá sesgado irremediablemente. Términos tales como “focalización reduccionista”, “selectividad directa”, “selectividad indirecta”38 no sólo están haciendo referencia alas técnicas que supuestamente son las más pertinentes para lograr una identificación adecuada de los objetos, de acuerdoa las necesidades que ellos tienen. Mucho más: es incluso la misma noción de necesidades la que está atravesada por

37 Para una visión de conjunto de estas posiciones neoliberales en las ciencias sociales en EE.UU. (que rápidamente consiguieron numerosos adeptos en los equipos gubernamentales de América Latina) véase el excelente ensayo de Álvarez Uría (1998). Sobre la cuestión de la “responsabilidad” como un atributo que es menester promover en los actores se profundizará en el siguiente apartado (3.5).38 términos todos que se explican detalladamente por ejemplo en Sojo (1999, 272ss).

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principios éticos acerca del mundo, de la sociedad y de su organización, del individuo y su relación con la sociedad, etc. ¿Desde qué parámetros éticos, desde qué marco normativo puede establecerse quién merece o necesita qué bienes o qué servicios?

Por todas estas razones, más que recorrer los abundantes manuales metodológicos sobre la focalización, redactados y reelaborados por analistas simbólicos de todo tipo, aquí quiere debatirse con mayor énfasis el rol que tienen las políticas focalizadas en la construcción de subjetividades y alteridades especiales, y también su importancia para lo que se podría denominar la “reinvención de la comunidad”.39

En efecto: las políticas sociales focalizadas operan sobre las poblaciones a través de recortes cada vez más específicos, más sintéticos, más minuciosos de las alteridades. En gran medida han comenzado a perder peso aquellas políticas orientadas, por poner algunos ejemplos, a “todos los niños en edad escolar”, “a todos los ciudadanos”, “a todos los desocupados”, etc. Los parámetros de estos recortes tan específicos de segmentos de población son muy diferentes, y suelen involucrar numerosas variables de diferente nivel: ingresos medidos en dinero, género, edad, etnicidad, inserción ocupacional, nivel de capacitación en términos del “capital humano” considerado aceptable, niveles de nutrición, parámetros de integración del núcleo familiar, etc. Criterios más “objetivos” (como los ingresos de un hogarmedidos en su distancia a la línea de pobreza) se superponen o se yuxtaponen con criterios más “subjetivos” (como cuestiones que hacen a las “competencias morales” o a la “civilidad” de un individuo o de un hogar determinado).

Las políticas focalizadas también traen consigo unas transformaciones discursivas de gran calado. Por ejemplo, en un plano semántico, es significativa la diferencia que existe39 Sobre la cuestión de la “reinvención de la comunidad”, además de la bibliografía de la governmentality literature (Rose 1996, Rose/Miller 1992, Miller/Rose 1990, etc.) que se citó antes, véase también Álvarez Uría (1998).

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entre un “sujeto de derechos” (en el marco de un registro máso menos extendido de la ciudadanía social) y un “beneficiario” de un programa social (en el marco de una muy profundamente trastocada visión del concepto de responsabilidad, tanto del Estado como de los mismos individuos y las comunidades). Por otra parte, la regulación del acceso a los beneficios no se manifiesta ya en América Latina a través de medios jurídicos de peso, sino a través deprocedimientos que en lo esencial son de carácter administrativo, definidos explícitamente y de manera específica por cada programa del campo social, que seleccionacuidadosamente sus propios beneficiarios. De esta manera, la ejecución de las políticas se orienta a realizar unas metas globales definidas programáticamente, pero el acceso a los beneficios constituye mucho más una posibilidad hipotética que un derecho adquirido (Duhau 1997, 204). Este recorte tan específico de las alteridades que efectúan (y en las que se basan) las políticas focalizadas trae consigo dos efectos, que a primera vista podrían aparecer como paradójicos. Por una parte, al manifestarse una creciente apelación a la “comunidad” como objeto de gobierno,se relega a un segundo plano otras modalidades de agregación de sujetos, como las “clases laboriosas”, la sociedad, la Nación, el pueblo, etc. Es decir, se trataría de definicionesque en este caso son más localizadas, más restringidas, más concretas. Pero, por otra parte, ciertas categorías de clasificación de grupos e individuos-objeto que resultan de (y en las que se fundan) este tipo de políticas focalizadas son, en términos de definición, mucho más “débiles” que otrasque anteriormente tenían mayor vigencia: categorías como “pobre” o “joven” o “vecino” son por cierto bastante más inespecíficas y lábiles que “obrero” o “campesino”. En estos últimos casos, pese a que los individuos que en estas categorías resultaban subsumidos a menudo vivían en condiciones que poco tenían que ver con el “bienestar”, pese a que se hallaban entrelazados en relaciones de dominio y subordinación heterónoma, se trataba de una condición social y de un estatuto jurídico-político de carácter mucho más

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sólido, con un anclaje mejor definido en las relaciones sociales de producción, a las que además iban asociados unos determinados derechos sociales. La pérdida de centralidad deltrabajo asalariado y la devaluación de la figura histórica dela ética del trabajo,40 está estrechamente relacionada con esta devaluación de ciertas categorías sociales y su reemplazo paulatino por otras.

En resumen, y aún a riesgo de simplificar demasiado el argumento, podría decirse que lo que se manifiesta en realidad es un conjunto de tendencias y procesos (discursivosy extradiscursivos) que son mucho más individualizantes que masificantes, mucho más segregadores, segmentadores y diferenciadores que homogeneizadores, mucho más reforzadores de las divisiones y de la fragmentación sociales que promotores de la integración. Es también en este sentido en que puede hablarse de una disolución de “lo social”.41

El desplazamiento del universalismo hacia un cierto particularismo se verifica asimismo en el campo específico delas políticas de seguridad. En el marco de las racionalidadespolíticas dominantes puede de hecho seguir hablándose con ligereza de “la” seguridad, en general, y de los esfuerzos supuestamente destinados a garantizarla. Sin embargo, las políticas de seguridad no se realizan ya en nombre de una “defensa de la sociedad” de tintes universalistas, sino que se orientan (cada vez más focalizadamente) a satisfacer necesidades puntuales de seguridad de ciertas comunidades, y a defender a estas comunidades de otras comunidades a las queprevia o simultáneamente se ha construído como “peligrosas”.42

El espacio social unificado y homogéneo de toda la sociedad 40 Paradigmáticamente, véase Castel (1997). También Castel (1995a; 1995b; 1995c; 1996; 1999). En otra línea, centrada en las transformaciones de la“ética del trabajo” y en sus efectos para la constitución de la subjetividad, véanse Bauman (2000) y Sennett (2000).41 Se retomará este argumento en lo que sigue, en este mismo apartado, y en la sección siguiente (4), en las conclusiones.42 Acerca de la reedición en clave actual del viejo concepto de las “clases peligrosas” he trabajado en profundidad en (2000). Una anticipación empírica de ese trabajo teórico se encuentra en Krasmann /deMarinis (1997). Sobre este tema: Morris (1993; 1996); Ruddick (1994).

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en su conjunto, reaccionando y reafirmándose a sí misma contra sus más recalcitrantes elementos antisociales, se fragmenta en un heterogéneo mosaico plural de zonas y de grupos caracterizados por sus diferentes niveles de seguridady peligrosidad.

Puesto que, a diferencia de otras políticas, no puede haber en la práctica “beneficiarios” individuales de las políticas de seguridad, son precisamente las comunidades (por ejemplo, en la forma de colectivos de “vecinos”) las que son convocadas a asumir activa y participativamente las responsabilidades que les competen en la gestión de su propiaseguridad. Desde luego, el Estado y sus agencias harán también “lo suyo”, pero solos no podrán hacerlo razonablemente, se alega. Las tecnologías participativas pasan a ocupar entonces el centro de la escena: los vecinos son convocados a colaborar con las agencias tradicionales delcontrol social (en especial, con la policía), a través de su presencia en reuniones, de su información territorial de primera mano, y por último (pero no por ello menos importante) haciendo uso de la poderosa herramienta del “control social informal”.43

Además, y al igual que lo que sucede en otros ámbitos del campo social, se manifiesta actualmente una creciente competencia (aunque a veces se la presente como partnership) entre diversos “prestadores de seguridad”. En tal sentido, los ya mencionados mecanismos de mercado en el campo de la seguridad (agencias privadas de seguridad, dispositivos electrónicos o mecánicos de refuerzo de la seguridad de vecindarios y hogares, etc.) entran en complejas relaciones, no exentas de fricciones, con las agencias tradicionales de control social.

43 El “control social informal”, el que ejercen informalmente los vecinos en sus barrios, resulta altamente ambivalente, y como tal tiene tanto suspartidarios progresistas (como Jane Jacobs – 1963 - reivindicadora de los“eyes on the street”) como francamente reaccionarios (como Oscar Newman – 1972; 1979; 1980 -, importante teórico del “defensible space”).

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En términos históricos de planteamiento del problema, podría decirse que el combate a la criminalidad había sido el dispositivo universalista por excelencia de producción de lo social, un dispositivo amplio y masivo de homogeneización, dedisciplinamiento, de uniformización, de distribución de competencias morales y de saberes necesarios y relevantes para la vida colectiva. Hoy, sin embargo, parecería que se están resquebrajando las bases sociales, económicas y culturales de aquel combate a la criminalidad que se hacía “en nombre de la sociedad”, así como las racionalidades políticas que lo habían sostenido por largo tiempo. De este modo, el (supuesto o real) combate a la criminalidad se imbrica muy complejamente (y en formas que habría que estudiar en detalle) con estrategias de confrontación de poblaciones tenidas por “peligrosas”, las que a su vez puedentener (aunque no siempre y necesariamente) vinculaciones con medios delincuenciales stricto sensu.

Resumiendo: más que profundizar el despliegue de estrategias inclusivas, normalizantes, de control social, propias de la vieja sociedad disciplinaria, se verifica actualmente una proliferación significativa de intervenciones puntuales, locales, y situativas, orientadas al management específico desituaciones de riesgo y de peligro, abandonando ya las viejaspretensiones universalizantes (y resocializantes) de erradicación del delito como el “mal social” por excelencia.44

En este nuevo contexto, mercado y Estado, cada uno a su manera, ofrecen a las distintas comunidades diferentes tipos de garantías y servicios en lo que hace a su seguridad. Pero no lo hacen de forma automática e inercial: las comunidades deben saber articular efectivamente sus demandas al Estado, ypara ello deben aprender a hacerlo ordenada, activa y responsablemente. Por otra parte, las comunidades deben también saber seleccionar en el mercado aquellos servicios que mejor respondan a sus necesidades. Para todo ello, se requiere un conjunto de cualidades peculiares por parte de 44 Sobre recientes tendencias en la criminología y en el derecho penal quehan decididamente abandonado el discurso resocializador que los había caracterizado por casi un siglo véanse por ejemplo los trabajos de Feeley/Simon (1992; 1994) acerca de la “nueva penología”.

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“los vecinos” (el nuevo sujeto de las comunidades), cualidades que, en el marco de las racionalidades políticas vigentes, resulta imperioso promover, y acerca de las que se profundizará con algún detalle en el siguiente apartado.

3.5) Un nuevo sujeto “activo”, “participativo” y “responsable” en el gobierno de su propia seguridad

En los anteriores apartados de este trabajo se hizo referencia a la recodificación, que actualmente está teniendolugar, de la serie [individuo] - [comunidad-sociedad] - [Estado] – [mercado]. En lo que sigue, se subrayará el nuevo lugar que pasa a ocupar el primero de los componentes de la serie, un tipo peculiar de subjetividad que crecientemente viene promovida por las programáticas de gobierno (lo que, desde luego, también sucede en el campo empírico del gobiernode la in/seguridad). Así, se retoman algunos de los temas desarrollados más arriba, cuando se había localizado a este individuo en diferentes encrucijadas políticas, sociales y culturales: como hipotético “beneficiario” de programas focalizados; como miembro activo de “comunidades” particulares que intervienen en la defensa local de sus intereses; como sujeto entreverado en un denso entramado de poderes fácticos y saberes expertos; etc.

Para centrarnos nuevamente en el lugar del individuo, en lo que es y en lo que se pretende que se convierta, y para poderhilvanar los temas desarrollados en los apartados anteriores,conviene seguir los desarrollos teóricos de Dean (1995, 563ss), quien parte de considerar conjuntamente las prácticasde “governmental self-formation” y de “ethical self-formation”. Las primeras hacen referencia a las formas por las cuales diversas autoridades y agencias procuran moldear la conducta,las aspiraciones, las necesidades, los deseos y las capacidades de diversas categorías sociales, para inscribirlas en diversas estrategias y para lograr ciertos fines. Las segundas, por su parte, conciernen a las prácticasde autorregulación de los sujetos, a través de medios que los

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sujetos mismos movilizan para saber más, descifrar más afinadamente, cuestionar más profundamente y actuar mejor sobre sí mismos. Ambos tipos de prácticas se presentan conjuntamente en la realidad, de manera que su distinción no puede ser absoluta: una práctica de aparente autorregulación del sujeto puede muy bien ser también una práctica autorizadao promovida (aunque a veces también resistida) por alguna agencia de gobierno. O concomitantemente, las autoridades pueden realizar el intento de promover precisamente aquello que los individuos “desean” realizar.45

Se tratará ahora de reflexionar acerca de la imbricación entre el gobierno de los otros y el gobierno del sí mismo tomando como eje el concepto de la “participación” de los individuos y las poblaciones en el diseño, ejecución y evaluación de políticas de seguridad. El concepto de la “participación” resulta de estratégica importancia puesto quese ha convertido en los últimos años en una fórmula que impregna todo tipo de discursividad, ya sea del Estado como de los partidos políticos y de diversas organizaciones. Sin embargo, más allá de esta proliferación de discursos de impronta participacionista, a menudo su significado permanecealtamente ambivalente, en el sentido de que no siempre se explicita en ellos a qué tipo de participación se está haciendo referencia, por parte de qué sujetos, para hacer quécosas, etc.

Algunos analistas simbólicos, por ejemplo el ya mencionado Kliksberg, son decididos impulsores de esta retórica participacionista. En un texto que podría ser leído como un verdadero manifiesto apologético en pos de la participación (1998, 19ff), Kliksberg presenta numerosas documentos del BID, del Banco Mundial, de las Naciones Unidas, de la OCDE, etc., donde la “participación” aparece siempre inscripta con letras de oro. Por cierto, no se encuentra solo en esta apasionada defensa: llega a incluir testimonios en favor de la misma pronunciados por personajes tan disímiles como el “gurú” del management Peter Drucker, Enrique Iglesias (actual

45 Hay desarrollos más avanzados de estas distinciones en Dean (1999).

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presidente del BID) y el Papa Juan XXIII. Según este autor, “la participación se halla en la naturaleza misma del ser humano” (sic) (1998, 44), y no sólo sería superior a otras modalidades de gestión de políticas en sus aspectos morales ypolíticos, sino que también tendría una legitimidad macroeconómica y gerencial (1998, 21), precisamente un argumento que, hoy por hoy, es casi de rigor sostener, cuando, como ya se dijo, la “eficacia” y la “eficiencia” ocupan los primeros escalones de cualquier escala valorativa.

La diversidad de avales del “participacionismo” revela el importante hecho de que éste puede tener muy diferentes modalidades de expresión. En algunos casos, se promueve la participación invocando las capacidades y las potencialidadesde las “organizaciones de la sociedad civil” para buscar sus propias soluciones y defender sus propios intereses más allá del “autoritarismo d9el Estado” y de los “poderosos interesesdel mercado”, en un contexto donde los fondos sociales devienen escasos y la fragmentación social y cultural avanza vertiginosamente. Algunos movimientos sociales y ciertas ONG son los representantes de esta posición en favor de la participación, interesada sobre todo en la promoción del empowerment para las comunidades, y en tal sentido asumiendo rasgos ciertamente emancipatorios. Pero no siempre es éste elcaso. La apelación a la participación puede también ser realizada por defensores del subsidiarismo del Estado, en nombre de la reducción de partidas presupuestarias para gastos sociales y en defensa de la “eficacia” comparativamente mayor de la que gozarían las fuerzas del mercado en la prestación de servicios y en la satisfacción denecesidades. Así, los defensores del “estado mínino” no tienen ningún prurito en convertirse también en entusiastas partidarios del empowerment, aún cuando éste adquiera en estecaso significados totalmente distintos.46

46 Acerca de las aporías del empowerment véase Cruikshank (1994; 1996). Sobre las aporías de la “participación” en programas sociales véase Cardarelli/Rosenfeld (1998).

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Resumiendo: en la “participación” pueden confluir de hecho distintas pretensiones: las pretensiones de frugalidad y ahorro de un Estado entregado desaforadamente a la “desinversión” (Foucault 1991a); las pretensiones emancipatorias de ciertos colectivos que se ven llevados a repensar sus lógicas de acción colectiva en un mundo al que reconocen que ha cambiado significativamente; y, por último, ciertas “tecnologías de yo” (Foucault 1990). Cuando se habla aquí de tecnologías del yo, interesa destacar sobre todo aquellas que suministran estímulos significativos para la constitución de un yo “activo”, “responsable”, “participativo”, “dinámico”, “fit”, etc.47 Esta nueva subjetividad podría y debería ser entendida como el espejo invertido de aquel viejo “ciudadano social” de la era keynesiana que no sólo era “pasivo” (dado que gran parte de las energías e iniciativas provenían del Estado y de las organizaciones en las que se involucraba, pero no de él), sino también “irresponsable” y “apático” (porque, por esta misma razón, por casi nada tenía que preocuparse).48 En suma,se trata de promover la activa entrepreneurship de la propia moralidad.

Así, la participación puede ser tanto concedida por unas autoridades que pretenden desprenderse de responsabilidades, como conquistada por unas comunidades que quieren asumirlas, para hacer con ellas algo más y algo distinto de lo que establecen las programáticas gubernamentales. De este modo, la “participación” se convierte en un campo de tensiones y deconflictividad en el cual se produce un “relleno estratégico”del discurso. Al igual que la “libertad”, la “creatividad” y la “autonomía”, podría ser el caso que la participación sea uno más de los significados que actualmente estén siendo codificados y reconvertidos en nuevas formas de sujeción heterónoma. Por lo tanto, en lugar de adherir incondicional y47 Sobre el concepto de la “sociedad activa” véanse Dean (1995) y Walters (1997). Sobre el “sujeto del fitness” el desarrollo más interesante lo realizó Bauman (1995).48 Una vez más, siguiendo a Foucault, no interesa aquí la veracidad de estos enunciados, sino el modo en que han circulado y sus “efectos de verdad” en un campo simbólico determinado.

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acríticamente a un valor que sin duda forma parte del repertorio de principios de la izquierda y el progresismo, deberíamos más bien preguntarnos qué se entiende en cada casopor participación, qué tipo de participación, de quién/es, enqué instancias, en el marco de qué otras iniciativas, etc. seestá promoviendo. Conviene mantener estas precauciones al considerar concretamente el campo empírico de las políticas de seguridad, un campo donde el participacionismo ha desembarcado con gran impulso.

Alimentada por una amplia cobertura mediática, predomina tanto en las autoridades estatales como en las poblaciones lapercepción de que se ha producido un crecimiento extraordinario de la criminalidad, en especial en los grandescentros urbanos. Esta situación no siempre puede ser avalada por datos confiables, rigurosamente relevados. Además, por logeneral, se manejan imágenes sesgadas de las distintas manifestaciones de la criminalidad, en tanto se tematizan conun énfasis mucho mayor los llamados “delitos violentos” y se dejan fuera de consideración otras importantes manifestaciones de la criminalidad, de “cuello blanco”, o los“delitos de autoridad”. Pese a esto, se argumenta sin mayoresprecisiones que las instituciones estatales se encontrarían desbordadas y que por tanto serían incapaces de afrontar la magnitud del fenómeno.

En una situación de estas características, empieza a producirse una creciente apelación a las public-privat partnerships.Se trata de espacios complejos de acción e intervención dondelas comunidades son convocadas a participar en el gobierno desu propia seguridad, junto a las agencias estatales que tradicionalmente habían intervenido en estos campos como actor principal. En este marco se inscriben las numerosas tecnologías de prevención comunitaria del delito, community policing, foros y asambleas barriales, etc. que tanto han proliferado en los últimos años en todas partes del mundo.49 También en este mismo contexto debe destacarse el crecimiento

49 A modo de ejemplo de una abundantísima literatura sobre el tema: O´Malley/Palmer 1996; Stenson 1993; Crawford 1997; 1998; Sozzo 1999.

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exponencial de las agencias privadas de seguridad, policías privadas, etc., que responden a demandas particulares de seguridad por parte de individuos, familias, barrios, etc.

Son ciertamente diferentes los rasgos “activos” y “participativos” implicados (tanto reactivos como proactivos)en estos ejemplos, así como también son distintos los puntos de partida en los cuales se inscriben estas participaciones. En algunos casos, se vuelve activa una forma de participaciónen tanto “vecino”, un vecino que se une a otros vecinos y reclama a las autoridades por la defensa de un valor al que considera en riesgo. En otros casos, son “clientes” o “consumidores” quienes recurren a la oferta privada de bienesy servicios de seguridad. En realidad, lo que habitualmente se da es una cierta combinación de estos dos tipos de personificaciones. En todos los casos, se parte de una sensación de abandono y desprotección, y se vuelve acuciante la necesidad de “hacer algo” frente a lo que se percibe como un “problema”.50

El homo prudens (O´Malley 1996) de las nuevas racionalidades políticas siente que debe tomar sus precauciones y debe elegir racionalmente entre las ofertas disponibles, puesto que nadie va a hacerlo por él. La cuidadosa elección de la localización residencial,51 la instalación de dispositivos de seguridad en la propia vivienda, la contratación de agencias privadas de seguridad, la participación en los foros o asambleas barriales, y, en casos más extremos, la organización de milicias de “autodefensa” (Davis 1994), son todas manifestaciones de lo que puede llegar a hacer este homo prudens. “Governmental self-formation” y “ethical self-formation” se dan la mano: la instrumentalización por parte de las autoridades de los deseos, de las necesidades y los temores de las poblaciones corre paralelo al esfuerzo previsor y 50 Sobre la construcción de un “problema” y su insidiosa politización, véase Stanley (1995, 96). También Bauman (1996,63). A su manera, también Luhmann (1996, 227).51 En el área urbana de Buenos Aires, por ejemplo, es significativo el crecimiento experimentado en las últimas dos décadas por parte de urbanizaciones, barrios cerrados y country clubs.

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anticipador de riesgos del sujeto prudente, en un contexto donde el riesgo deviene crecientemente asocial, y como tal sólo resulta procesable en el marco de las lealtades más cercanas e inmediatas y/o recurriendo al mercado. De ese modo, el sujeto activo, responsable y participativo también puede tomar parte de la disolución de “lo social”, una disolución que quizás en algún sentido lamente, pero que sin duda refuerza a través de sus propias intervenciones.

4. Algunas conclusiones provisorias (y algunas perspectivas de indagación futura)

A lo largo de este recorrido a través de cinco dimensiones denuestra contemporaneidad (“postdisciplinaria”, “postsocial” y“neoliberal”), y considerando especialmente el laboratorio sociológico de las políticas de seguridad, se han encontrado abundantes evidencias como para poder sostener sin mayores reparos que el viejo concepto unitario de “lo social” se encuentra experimentando actualmente una fuerte disolución desus fundamentos. De una función interna de la sociedad, orientada a poner a raya a sus “elementos antisociales” y a reforzar la integración social, la conciencia colectiva y la coherencia de los sistemas normativos, el viejo combate a la criminalidad y las nuevas ambiciones de seguridad han confluido en el management local y situativo de ambientes de riesgo, en las estrategias de regulación de distintos nivelesde peligrosidad. Así, en este campo, la “Sociedad” (en singular y en mayúsculas) devino “comunidades” (en plural y en minúsculas). La serie [individuo] - [comunidad-sociedad] -[Estado] – [mercado] se reconfigura significativamente, y porello hoy resulta imperioso desarrollar nuevas herramientas conceptuales para entender esta nueva era “postsocial” y “postdisciplinaria”, distinta de aquella otra era de “lo social” que habíamos visto por más de un siglo descripta en los manuales de sociología, reflejada en los tratados criminológicos, recreada en la discursividad estatal, plasmada en los manifiestos políticos, implantada en las conciencias individuales, etc.

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Sin embargo, no quiere decirse con todo esto que se trate de procesos acabados, o definitivamente consolidados. Lo “viejo”de la sociedad disciplinaria y lo “nuevo” de la sociedad del control coexisten codo a codo, se refuerzan mutuamente, se complementan, se contradicen, se corrigen, aumentan, anulan ocorrigen sus efectos recíprocos, y tienen campos diferenciados de aplicación y vigencia en los numerosos fragmentos en que ha quedado dividido aquel viejo espacio social unitario.52 Razón de Estado, clientelismo, corrupción ybarbarie no son meras rémoras del pasado, no han desaparecidoni tampoco disminuido sus efectos en estos tiempos de racionalización, eficiencia y eficacia, sino que se actualizan, se redefinen y quizás a veces se expandan en su yuxtaposición con tecnologías de gobierno que (a veces sólo en apariencia) son de carácter más “avanzado”. Que se expresey participe el “vecino” activa y responsablemente y que el “beneficiario” pueda articular efectivamente sus demandas talcomo lo establecen las programáticas no significa necesariamente que deba callar para siempre el “ciudadano”, sino simplemente que quizás deban redefinirse las pautas de lo que hoy tenemos que entender por ciudadanía. La irrupción de la eficacia y de la eficiencia no implica necesariamente la desaparición de otros valores más antiguos, constitutivos y fundacionales de los imaginarios políticos de Occidente, sino simplemente una redefinición de las escalas valorativas que hoy mayormente se utilizan para la evaluación de las intervenciones. Que hoy dominen por doquier los analistas simbólicos no significa la lisa y llana desaparición del intelectual “crítico” o “comprometido”, aunque éste deba a lavez repensar seriamente sus campos de intervención y sus tareas si no quiere convertirse en un lastimero y estéril denunciante y comentarista de las iniquidades del mundo. Las fundaciones y los think tanks no han dado por tierra definitivamente con las universidades, sino que se articulan con ellas en formas muy complejas que todavía deben elucidarse. Y así sucesivamente, para cada una de las

52 Sobre la yuxtaposición de tipos de poder he trabajado en detalle en (1998a).

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problemáticas consideradas en este trabajo a través del análisis de las cinco dimensiones.

La sociología, así como otras disciplinas interesadas por el control social, deberían asumir todos estos desafíos, y de hecho ya lo están haciendo. Así, se impone avanzar en definiciones categoriales acerca de cómo todos estos procesos(entreverados en los elementos de la serie [individuo] - [comunidad-sociedad] - [Estado] – [mercado]) están teniendo lugar. El presente trabajo pretende constituir una contribución en tal sentido. Pero además de realizar desarrollos conceptuales orientados a la construcción de herramientas más refinadas, se requiere profundizar en descripciones pormenorizadas acerca de estos mismos procesos,en un nivel de profundización empírica que este trabajo no pudo ni pretendió tener.53

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53 En estas dos líneas (desarrollos conceptuales y descripciones empíricas), el presente trabajo se superpone con otros dos, actualmente en curso. En uno, se profundizará acerca del significado de la noción de “lo social” en Emile Durkheim, analizando en detalle su sociología de la cuestión criminal, confrontándola con la de otros pensadores clásicos de la sociología y de la criminología, para llegar a manifestaciones más recientes de “reinvención de la comunidad” como nuevo objeto de gobierno y de disolución del “punto de vista social” (será publicado en 2002 en Stangl, Wolfgang y Hanak, Gerhard (eds.): Jahrbuch für Rechts- und Kriminalsoziologie 2001). En otro trabajo, se intentará explicar las razones del reciente interés por la “cuestión criminal” experimentado por algunasfundaciones, think tanks y agencias de financiamiento de proyectos, en Argentina, en la última década.

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