Hacia una política cultural democrática e incluyente para la Ciudad de México. (2013)

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Hacia una política cultural democrática e incluyente para la Ciudad de México. Retos y perspectivas. Tomás Ejea 1 Ficha bibliográfica: Ejea, Tomás (2013) Hacia una política cultural democrática e incluyente para la Ciudad de México. Retos y perspectivas. En: Ochoa, Karina y Mercado, Jorge (eds.) La Ciudad de México y los Retos Legislativos Actuales. Tomo 2. Asamblea Legislativa del DF. México. Introducción. A veinticinco años de la creación de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, 2 no cabe duda que es necesario hacer un recuento acerca de la situación que guardan los diferentes ámbitos de la política pública de la Ciudad de México, pues la instauración de la Asamblea, junto con la creación de la figura de Jefe de Gobierno en 1997, es uno de los acontecimientos más importantes de la organización política de la Ciudad en los últimos años. Uno de los ámbitos de gobierno que ha vivido importantes cambios es el sector cultural. En el último cuarto de siglo se han sucedido diferentes estructuras de gobierno encaminadas a la cultura que han representado importantes virajes en la implementación de la política en esta materia. La Ciudad de México es una de las urbes con mayor presencia cultural de América Latina y es, culturalmente hablando, la más activa en nuestro país. Posee una concentración de equipamientos y procesos culturales que es el resultado de años de desarrollo y de acciones encaminadas a este fin. Por un lado, es un hecho que hay que seguir alentando su desarrollo cultural, pero por otro, no cabe duda que tiene consigo importantes problemas que hay que atender. Por ejemplo, según los datos de la encuesta ¿Cómo vamos Ciudad de México?, en el año de 2012 solamente el 56% de la población de la ciudad leyó 1 Profesor-investigador, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Correo electrónico: [email protected] Blog: https://azc-uam.academia.edu/TomasEjeaMendoza 2 Llamada Asamblea de Representantes de 1987 a 1997.

Transcript of Hacia una política cultural democrática e incluyente para la Ciudad de México. (2013)

Hacia una política cultural democrática e incluyente para la Ciudad de México. Retos y perspectivas.

Tomás Ejea1

Ficha bibliográfica:

Ejea, Tomás (2013) “Hacia una política cultural democrática e incluyente para la Ciudad de México. Retos y perspectivas”. En: Ochoa, Karina y Mercado, Jorge (eds.) La Ciudad de México y los Retos Legislativos Actuales. Tomo 2. Asamblea Legislativa del DF. México.

Introducción.

A veinticinco años de la creación de la Asamblea Legislativa del Distrito

Federal,2 no cabe duda que es necesario hacer un recuento acerca de la

situación que guardan los diferentes ámbitos de la política pública de la Ciudad

de México, pues la instauración de la Asamblea, junto con la creación de la

figura de Jefe de Gobierno en 1997, es uno de los acontecimientos más

importantes de la organización política de la Ciudad en los últimos años.

Uno de los ámbitos de gobierno que ha vivido importantes cambios es el sector

cultural. En el último cuarto de siglo se han sucedido diferentes estructuras de

gobierno encaminadas a la cultura que han representado importantes virajes en

la implementación de la política en esta materia.

La Ciudad de México es una de las urbes con mayor presencia cultural de

América Latina y es, culturalmente hablando, la más activa en nuestro país.

Posee una concentración de equipamientos y procesos culturales que es el

resultado de años de desarrollo y de acciones encaminadas a este fin. Por un

lado, es un hecho que hay que seguir alentando su desarrollo cultural, pero por

otro, no cabe duda que tiene consigo importantes problemas que hay que

atender. Por ejemplo, según los datos de la encuesta ¿Cómo vamos Ciudad de

México?, en el año de 2012 solamente el 56% de la población de la ciudad leyó

1 Profesor-investigador, Universidad Autónoma Metropolitana Azcapotzalco. Correo electrónico:

[email protected] Blog: https://azc-uam.academia.edu/TomasEjeaMendoza 2 Llamada Asamblea de Representantes de 1987 a 1997.

un libro impreso o electrónico; 34% visitó un museo, galería o casa de cultura;

30% asistió a una zona histórica o arqueológica; 24% fue a una biblioteca y

22% presenció un espectáculo de artes escénicas (teatro o danza). Así mismo,

el 47% dijo que el rubro cultural es muy caro.3

Esto lleva a pensar que los problemas del desarrollo cultural que presenta la

Ciudad de México no son exclusivos de ella, pero más allá de que la solución a

esta problemática debe plantearse a nivel nacional, no cabe duda que deben

implementarse también medidas de gestión a nivel local.

Es necesario tomar en cuenta que actualmente se vive una situación financiera

cada vez más complicada. En una economía basada en constantes ajustes y

recortes presupuestales, los sectores sociales de la administración

gubernamental y especialmente el sector cultural se ven fuertemente

afectados. Los efectos de esta situación deben ser contrarrestados por medio

de dos tendencias centrales. Por un lado, no se debe de cejar en demandar la

obtención de un presupuesto lo suficientemente basto que permita implementar

un programa cultural adecuado a la importancia que nuestra ciudad reviste. Por

otro lado, es importante establecer modalidades de implementación de

programas culturales que permitan hacer eficientes al máximo los recursos con

los que se cuenta para lograr resultados valiosos a corto, mediano y largo

plazo. En otras palabras, el reto central al que se le hace frente es diseñar

estrategias de gobierno para ser una ciudad que se posicione a la vanguardia

de los derechos sociales y culturales del país y del concierto internacional.

En este texto se desarrollarán una serie de problemáticas y de perspectivas de

acción encaminadas a dar elementos para la construcción de una agenda

legislativa y de gobierno. Con ello se busca contribuir en la confección de una

política cultural que se sume a las directrices de las últimas administraciones

del gobierno del Distrito Federal y a los esfuerzos de la VI Legislatura de la

3 Portal: ¿Cómo vamos ciudad de México? http://www.comovamosciudaddemexico.com.mx/

Consultado el 26 de julio de 2013.

Asamblea Legislativa4, que con un ánimo progresista se han caracterizado por

defender los derechos de los ciudadanos y por brindarles beneficios que

mejoren sus condiciones de vida económica, política y social.

Primeramente, a manera de contexto, se hace un breve boceto histórico del

desarrollo institucional gubernamental del ámbito cultural. En segundo lugar, se

establecen las principales problemáticas relacionadas con los procesos de

gestión gubernamental encaminados a la cultura. Posteriormente, se plantean

los retos y los pendientes que hay que enfrentar para generar una política

cultural que se caracterice por ser democrática e incluyente. Por último, se

establecen los elementos generales para concebir lo que sería una política

cultural en la Ciudad de México con características de política de Estado.

1. Contexto histórico institucional del ámbito cultural.

Resulta importante establecer el contexto institucional en que se ha

desarrollado la política cultural de la Ciudad de México, pues en veinticinco

años de existencia de la Asamblea Legislativa del Distrito Federal, el sector

institucional enfocado a la cultura ha pasado por diferentes momentos.

Un primer momento está definido por la existencia de la Dirección de

Acción Social, Cívica y Cultural (Socicultur)5 como instancia encargada de la

promoción cultural, que dependía en aquel entonces de la Secretaría de

Educación, Salud y Desarrollo Social. Socicultur era parte de una

administración jurídico-política de carácter vertical, en la que el nombramiento

del entonces llamado Regente o Jefe del Departamento del Distrito Federal6

4 Uno de los temas pendientes a investigar acerca del ámbito cultural de la Ciudad, es el papel

que la Asamblea Legislativa, a través de sus instancias correspondientes tales como la Comisión de Cultura, ha jugado en estos últimos años. Ojalá un estudio de esta naturaleza se realice a la brevedad. Por lo pronto, una mirada a nivel Federal, dentro de este incipiente campo de investigación, acerca del desempeño de la Cámara de Diputados y la Cámara de Senadores, se puede ver en el texto de Quiroz y Lara (2012).

5 Su último titular -ya en la administración de Cuauhtémoc Cárdenas-, fue Marco Buenrostro,

que se desempeñó como tal de diciembre de 1997 a marzo de 1998. En marzo de 1998 tomó el cargo Alejandro Aura, que continuaría como director general del Instituto de Cultura de la Ciudad de México cuando éste se creó en lugar de Socicultur en junio de ese mismo año.

6 Llamado Jefe del Distrito Federal de 1993 a 1997.

era hecho sin mediación alguna por parte del Presidente de la República. El

único contrapeso que existía a este carácter vertical era la existencia de la

Asamblea de Representantes, cuyas atribuciones legales eran por demás

limitadas.

Socicultur estaba inmersa en una estructura gubernamental nacional de tal

manera autoritaria, que la configuraba como una instancia sumamente

burocrática alejada de las necesidades ciudadanas. Su funcionamiento

respondía a una política fundamentada en la gestación y reproducción de un

sistema clientelar. Su línea de acción se constituía por una serie de programas

sociales que se nucleaban en torno a apoyos políticos para el régimen a

cambio de dádivas a los distintos actores sociales componentes del sector

cultural y artísticos. Los programas se implementaban sin la participación activa

de la ciudadanía y se establecían a partir de planteamientos limitados a muy

corto plazo, sobre todo contemplando el horizonte de los escenarios electorales

en turno. Manuel Canto lo plantea de la siguiente manera: “El viejo régimen no

requería abrir canales específicos de participación en el sentido civil

contemporáneo, puesto que los canales de negociación con los diversos

sectores sociales estaban establecidos de manera informal y obedecían a

prácticas y reglas no escritas, aunque muy conocidas” (Canto, 2011: 24).

En suma, una ciudad gobernada autoritariamente, en la que tanto el Regente

del Distrito Federal como los Jefes Delegacionales eran designados de manera

vertical, personal y discrecional por el Presidente de la República y el Regente

del DF., respectivamente, tenía también una política cultural con esas

características autoritarias.

En segundo lugar, se produjo un cambio fundamental en cuanto se

realizaron en 1997 las primeras elecciones democráticas para la elección del

Jefe de Gobierno del Distrito Federal y la instauración de la primera Legislatura

de la ahora denominada Asamblea Legislativa del Distrito Federal. El primer

Jefe de Gobierno electo fue Cuauhtémoc Cárdenas, que realizó cambios

importantes en la estructura gubernamental dirigida a la cultura.

En junio de 1998 se constituyó el Instituto de Cultura de la Ciudad de México

(ICCM), siendo nombrado como su director general Alejandro Aura. Con este

hecho se planteó una política cultural que tuviera mayor autonomía,

diferenciando a partir de entonces los proyectos de carácter social, deportivos y

recreativos de los sustancialmente culturales.

Durante esta administración se destinó un presupuesto importante al recién

creado Instituto de Cultura, desarrollando importantes proyectos de carácter

netamente cultural; se impulsó notablemente al teatro; se iniciaron los trabajos

tendientes a la creación en el año 2000 de la red de Faros (Fábrica de Artes y

Oficios). Todo ello trajo consigo que la participación social en los proyectos

implementados por el Instituto se incrementara de manera sensible.

Por mandato, el periodo de gobierno de esta primera administración autónoma

duró únicamente tres años y, al renunciar Cárdenas como Jefe de Gobierno en

septiembre de 1999 para contender por el puesto de Presidente de la

República, la Asamblea Legislativa nombró en su lugar a Rosario Robles como

Jefa de Gobierno hasta diciembre del 2000. Así, la vida del Instituto de Cultura,

entre vaivenes políticos, tuvo unos cuantos años de existencia.

En tercer lugar, se sitúa la administración de Andrés Manuel López

Obrador como Jefe de Gobierno, que tomó posesión en diciembre del 2000. En

los primeros meses de su gobierno se llevaron a cabo hechos importantes de

carácter contradictorio en lo referente a la estructura gubernamental

relacionado con el sector cultural.

Por una parte, el presupuesto destinado al sector cultural a través del Instituto

de Cultura se redujo drásticamente. Porción importante del presupuesto se le

hizo llegar directamente a la estructura institucional de las Delegaciones

Políticas del DF. Sectores relevantes del ámbito cultural vieron esto como una

concesión política del Jefe de Gobierno a los Jefes Delegacionales, pues esto

les permitía utilizar el dinero en proyectos poco sólidos y muchas veces sin un

objetivo claramente cultural. Esto trajo consigo un malestar dentro de

importantes círculos de artistas, creadores y gestores culturales, encabezados

fundamentalmente por el propio Director del Instituto de Cultura, Alejandro

Aura. Debido a este hecho, Aura renunció públicamente en abril de 20017 y se

nombró en su lugar a Enrique Semo.

Por otra parte, en mayo de 2002 se reformó la Ley Orgánica de la

Administración Pública del Distrito Federal para transformar al Instituto de

Cultura de la Ciudad de México en la Secretaría de Cultura del Distrito

Federal.8 Esta Secretaría, que en el papel debería darle una mayor autonomía,

independencia y vigor al sector cultural, vio su nacimiento con un presupuesto

sumamente reducido. Con ello se generó uno de los problemas que la

estructura gubernamental cultural de la ciudad sigue teniendo aún en la

actualidad: un presupuesto por demás insuficiente.

A pesar de la problemática señalada, durante este periodo se realizaron

acciones importantes, por ejemplo, la aprobación de la Ley de Fomento

Cultural del Distrito Federal por parte de la Asamblea Legislativa en octubre de

2003. Esta Ley tenía entre sus objetivos, dar coherencia a las distintas

instancias que participaban en la gestión cultural del gobierno y, a través de la

creación de consejos ciudadanos tanto a nivel central como a nivel

delegacional, buscaba incentivar el carácter colectivo y participativo de la toma

de decisiones en el ámbito cultural.9 Sin embargo, la situación presupuestal no

se solucionó en el resto del sexenio, de tal manera que en febrero de 2005,

Enrique Semo renunció al puesto de Secretario de Cultura.

Se nombró en su lugar a Raquel Sosa, que provenía de la Secretaría de

Desarrollo Social del DF y tenía como uno de los principios básicos de acción

al frente de la Secretaría, eliminar todos los proyectos culturales que no se

7 Fragmento del texto de renuncia de Alejandro Aura al Instituto de Cultura de la Ciudad de

México: “El ICCM se ha visto una y otra vez, durante los últimos cuatro meses, reducido al triste papel de la antigua Socicultur: abastecedor de tarimas, micrófonos y conjuntos musicales para amenizar actos de gobierno” http:www.terra.com.mx/articulo.aspx?articuloId=63825 Consultado el 11 de julio de 2013.

8 Decreto de Transformación de Instituto de Cultura de la Ciudad de México a Secretaría de

Cultura del Distrito Federal. Publicado en la Gaceta Oficial del Distrito Federal el 31 de enero de 2002. http://sic.conaculta.gob.mx/documentos/663.pdf

9 Ley de Fomento Cultural del Distrito Federal aprobada por la II Legislatura de la Asamblea

Legislativa del Distrito Federal, publicada el 14 de octubre de 2003.

consideraran prioritarios. Esto generó nuevamente un importante malestar

dentro de la Secretaría, pues las decisiones se tomaron sin tener realmente un

diagnóstico integral de la situación, de las metas y los resultados de los

proyectos. Pero sobre todo, no se tuvo en cuenta para la eliminación de

programas la participación social que se estaba generando con los proyectos

implementados por parte de la Secretaría. En este sentido se cumplía lo que

Roberto Guerra (2012) plantea: “Pese a ser una poderosa herramienta para

generar procesos de participación de grupos y comunidades, […] la dimensión

comunitaria ocupa un lugar difuso y secundario en las preocupaciones de la

gestión cultural administrativa…” (Guerra, 2012: 128).

Por su parte, al igual que Cuauhtémoc Cárdenas, Andrés Manuel López

Obrador también renunció antes de terminar su mandato, en julio de 2005, para

contender por la Presidencia de la República, quedando en su lugar hasta

diciembre de 2006 Alejandro Encinas.

En cuarto lugar se ubica el periodo en que Marcelo Ebrard fue Jefe de

Gobierno, de 2006 a 2012. Éste nombró en sustitución de Raquel Sosa a Elena

Cepeda, en diciembre de 2006. Cepeda no tenía prácticamente experiencia en

el ramo y su carrera se había desarrollado en torno a la política social. Por este

hecho, importantes sectores culturales vieron su nombramiento como una

concesión al grupo político lidereado por su esposo Graco Ramírez que, siendo

senador de la República por el Estado de Morelos, había hecho explícitas sus

intenciones de contender por la gubernatura de ese Estado en las elecciones

de 2012.

Los principales problemas que Cepeda enfrentó en su administración fueron:

falta de un programa cultural inicial; un organigrama confuso que produjo

traslape de funciones y un presupuesto insuficiente. Sin embargo, se llevaron a

cabo acciones positivas como la Firma de la Agenda 21 y la obtención de la

sede de la Ciudad de México para ser la Capital Iberoamericana de la Cultura

de 2010. Así mismo, se estableció una acertada ubicación de la agenda acerca

de los derechos culturales y se llevó a cabo un activismo menos ideológico y

más claramente centrado en la cultura.

A finales del sexenio de Ebrard se produjo un cambio en la titular de la

Secretaría. Efectivamente, como se especuló durante todo el sexenio, Elena

Cepeda renunció para concentrarse en apoyar la campaña de su esposo Graco

Ramírez para el gobierno de Morelos, elección que finalmente ganó. Se

nombró en su lugar en abril de 2012 a Nina Serratos, que estuvo al frente de la

Secretaría solamente siete meses. A pesar de la buena calificación en el sector

cultural de esta funcionaria y de sus intenciones de afrontar las principales

problemáticas, no existió el tiempo suficiente para saber si su gestión al frente

del sector cultural hubiera sido exitosa.

En quinto lugar se halla la administración como Jefe de Gobierno de

Miguel Ángel Mancera, que tomó posesión en diciembre de 2012. Después de

una errática transición en el sector cultural, en la que el nombramiento de

Andrés Webster Henestrosa como encargado del equipo de transición para la

cultura levantó protestas por parte de la comunidad cultural,10 finalmente se

nombró a Lucía García Noriega en diciembre de 2012, que actualmente

sustenta el cargo de Secretaria de Cultura del DF.

A la vuelta de ocho meses que García Noriega ha estado al frente de la

Secretaría, los problemas del sector siguen presentes. Su programa de trabajo

plantea consolidar un mayor presupuesto; tener una mayor presencia de la

cultura en lugares marginados; dotar a la Secretaría de una estructura que le

permita funcionar como tal; campañas para acercar los libros a los lectores y

promover la enseñanza artística a través de la creación de más Fábricas de

Artes y Oficios (Faros)11. Por lo pronto, a pesar del poco tiempo que ha

transcurrido, su administración ha sido muy cuestionada, por ejemplo, un

proyecto de nuevo cuño, que consistía en hacer llegar a públicos populares

obras de teatro no en vivo, sino proyectadas en cine o video, ha tenido que ser

10 Portal: SPDnoticias.com http://www.sdpnoticias.com/local/ciudad-de-

mexico/2012/10/26/molesta-a-intelectuales-nombramiento-andres-webster-henestrosa-en-equipo-transitorio-del-gdf Consultado el 20 de julio de 2013.

11 Portal: Diario Rotativo. Noticias de Querétaro.

http://www.rotativo.com.mx/entretenimiento/cultura/9548-delinea-lucia-garcia-noriega-su-plan-de-accion/ Consultado el 20 de julio de 2013.

cancelado por las fuertes críticas que recibió sobre todo por parte de la

comunidad teatral.

Con la breve descripción contextual anterior no se pretende hacer un

diagnóstico a profundidad de la situación de la cultura en la ciudad,

simplemente sirva el recuento histórico que se ha hecho para sostener

sucintamente los principales problemas que aquejan al sector que están

relacionados con los procesos de gestión gubernamental.

2. Principales problemáticas relacionadas con los procesos de gestión gubernamental encaminados a la cultura.

Primeramente resulta relevante aclarar que la lista de problemas que a

continuación se plantean no pretende agotar, ni en extensión ni en profundidad,

todos aquéllos que se presentan en un área tan compleja como es el sector

cultural. Sin embargo, sí se pueden considerar como algunos de los más

apremiantes, que deben tomarse en cuenta para la conducción de medidas

gubernamentales y legislativas por parte de las instancias del gobierno

capitalino y de la Asamblea Legislativa.

Se carece de una estructura institucional adecuada para coordinar los

proyectos culturales. Esto se debe, entre otros factores, a la deficiente

estructura organizativa de las instancias abocadas a estas tareas. Los cambios

que en los últimos años han tenido efecto en la dependencia gubernamental

rectora de la tarea cultural (Socicultur, Instituto de Cultura y la actual Secretaria

de Cultura) no le han permitido tener la estabilidad suficiente. Así mismo, hace

falta establecer una coordinación eficiente y un programa de trabajo conjunto

entre la Secretaría de Cultura y las diferentes instancias dedicadas a esta tarea

en las Delegaciones Políticas.

Un problema central que al respecto tiene la Secretaría es que se fue

conformando a partir de la generación de proyectos originados

fundamentalmente por razones coyunturales, lo cual la fue dotando de una

estructura institucional demasiado grande y poco eficiente. Esto ha producido

una grave situación que Nivón, et. al. (2012) plantean de la siguiente manera:

“[El] denso entramado institucional, obliga a la Secretaría de Cultura a realizar

funciones de administración de recintos y programas principalmente, función a

la que destina la mayor parte de sus recursos. En otros términos, está

sobrecargada” (Nivón, et. al., 2012: 74). Al respecto basta mencionar los datos

que la actual titular, Lucía García, ha dado a conocer para conocer la gravedad

del asunto: El presupuesto de la dependencia es de 475 millones de pesos, de

los cuales 300 millones se van a la nómina del personal que labora en la

Secretaría, 150 representan gastos de operación y el resto, 25 millones, es

destinado a proyectos culturales.12

Falta de continuidad en los programas y en las instancias competentes.

Los cambios estructurales, los cambios de gestión, pero sobre todo la falta de

un plan institucional a mediano y largo plazo ocasionan que la falta de

continuidad sea uno de los problemas sustantivos.

Mientras que las políticas culturales sigan estando en gran parte determinadas

por los estilos personales, los intereses de los funcionarios en turno o caprichos

de los poderosos, su posibilidad de una eficiencia práctica que redunde en el

beneficio de la población, sobre todo de los más necesitados, se verá aplazada

constantemente. Por ello resulta central, tal como se sostiene en este texto, la

generación de una política gubernamental que con carácter prioritario pueda

ser definida con las características propias de lo que se puede denominar una

política de Estado, tal como se verá en un apartado más adelante.

Existencia de prácticas clientelares, muchas de ellas sobrevivientes del

antiguo sistema priísta y otras que se han renovado o generado con las nuevas

administraciones.

Atomización de los recursos entre la Secretaría de Cultura y otras

secretarías de gobierno del DF, así como con respecto a los de la propia

Secretaría y los que manejan las Delegaciones Políticas. Si de por sí se tiene

un presupuesto que a todas luces resulta insuficiente para la cultura, la

12 Portal: Diario Rotativo. Noticias de Querétaro.

http://www.rotativo.com.mx/entretenimiento/cultura/9548-delinea-lucia-garcia-noriega-su-plan-de-accion/ Consultado el 20 de julio de 2013.

atomización o fragmentación de recursos hace que la implementación de

proyectos se vea aún más limitada.

En este sentido hace falta al menos una mínima coordinación con las distintas

dependencias del gobierno de la ciudad que también implementan, de forma

paralela, acciones culturales –salud, educación, desarrollo social- y que juntas

acumulan un presupuesto para actividades culturales de la misma envergadura

que la propia Secretaría del ramo.

Finalmente, en este somero recuento se puede mencionar una de las

problemáticas más importantes que debiera ocupar la atención requerida. Los

programas y proyectos que se elaboren deben contar en su hechura y en su

implementación con una sustantiva participación ciudadana. A pesar de que la

participación de la ciudadanía está constantemente presente en el discurso de

los funcionarios en turno, no se han logrado establecer líneas de acción

gubernamental que la apoyen de manera decidida y sostenida.

3. Los retos y los pendientes.

A partir de este recuento de problemáticas, resulta pertinente establecer cuáles

son los retos y los pendientes para generar una política cultural democrática e

incluyente en la Ciudad de México.

El reto de elaborar políticas culturales entendiendo la cultura como un concepto

transversal, no acotado únicamente a lo artístico o a un espacio estrecho de la

vida social, sino entendiendo la cultura en términos amplios, como una serie de

procesos difusores de los valores, hábitos, creencias y modos de vida en los

diferentes ámbitos de la sociedad.

El reto de construir espacios verdaderamente incluyentes, representativos y

eficientes para el desarrollo de los valores culturales de los pueblos originarios.

El reto de implementar políticas culturales dirigidas a los jóvenes. Políticas que

realmente atiendan a sus necesidades y que repercutan favorablemente en la

generación de perspectivas para su futuro desarrollo como ciudadanos plenos

y responsables.

El reto de generar un adecuado fondo de fomento a la creación artística y a

proyectos culturales, cuya asignación se fundamente en criterios imparciales y

objetivos y que obtenga resultados eficientes y productivos.

El reto de fomentar la educación artística y cultural en todos los niveles de

escolaridad. Buscar ampliar esta oferta educativa a través de la generación de

instituciones de educación, centros de enseñanza y academias a los que la

población tenga acceso tanto en un ámbito de educación formal como de

educación informal.

El reto de concretar la promoción y el apoyo, junto con las otras instancias de

gobierno relacionadas con ello, a los esfuerzos realizados por pequeñas y

medianas empresas culturales (Pymes) para el desarrollo de proyectos sólidos

y competitivos.

El reto de generar una política cultural que, teniendo como base el respeto al

patrimonio nacional, fomente el turismo cultural en la Ciudad. Que la conciba

como una de las principales capitales culturales del mundo, atrayendo a un

público tanto nacional como internacional.

Finalmente, el principal reto al que se enfrenta una política cultural de corte

democrática está relacionado con brindar una atención adecuada de servicios

culturales al conjunto de la población. Este reto se fundamenta en contar con

una política cultural incluyente enmarcada en un concepto de cultura amplio

que permita la implementación de programas para el conjunto de la sociedad,

especialmente de los más necesitados, los grupos marginados y los grupos

más vulnerables.

Enfrentar cabalmente estos retos obliga a diseñar e implementar una política

cultural que verdaderamente juegue un papel cohesionador del tejido social.

Que blinde a la ciudad de manera preventiva frente al crimen organizado,

especialmente en estos momentos en que la absurda guerra contra el

narcotráfico, que aqueja severamente a todo el país, amenaza constantemente

con apoderarse de los espacios de la vida cultural y social de la ciudad.

Con ello los programas de cultura se sumarían, como parte de una política de

Estado, a la directriz que busca establecer una sociedad justa y equitativa, con

tal potencial de desarrollo que fortifique el tejido social y establezca un clima

social que prevenga y contenga la violencia que afecta al país. Sólo con

instituciones gubernamentales que atiendan verdaderamente las demandas

ciudadanas y que permitan que la población desarrolle sus potenciales en las

ámbitos económicos, políticos, sociales y culturales, la violencia podrá ser

reducida.

Si la Ciudad de México representa una entidad con una fuerte diversidad de

manifestaciones y de necesidades culturales y artísticas, los programas deben

de atender a esa diversidad. Deben tener la capacidad de establecer la

diferenciación de las distintas necesidades culturales de la ciudad para que, a

partir de ello, puedan establecer su direccionalidad hacia esa diversidad

satisfaciendo los distintos tipos de necesidades.

Así pues, se pueden señalar al menos cuatro ámbitos culturales que deben ser

contemplados:

1.- Apoyar a los proyectos que surgen de la cultura comunitaria de la Ciudad.

Localizar los grupos sociales que proponen y buscan desarrollar proyectos

culturales para que sean apoyados de manera decisiva por los programas de

las instancias correspondientes.

2.- Estimular los proyectos culturales y artísticos que busquen establecer

canales de producción, distribución y consumo de bienes culturales dirigidos

hacia amplios grupos de la población. No hay que olvidar que uno de los

objetivos, más no el único, de las políticas culturales democráticas es

establecer las medidas necesarias para que el grueso de la población tenga

acceso a los servicios culturales que brinda el gobierno y poder disfrutar de las

distintas manifestaciones artísticas y culturales que la sociedad produce.

3.- Impulsar proyectos que tengan como objetivo proteger, restaurar, conservar

y difundir aquellos bienes culturales patrimonio de la sociedad. Pensar que la

protección del patrimonio cultural no es solamente el mantenimiento en buen

estado, -tema imprescindible- de los monumentos y las construcciones

históricas y artísticas de la ciudad. Los proyectos que se apoyen en esta área

deben estar dirigidos hacia la instrumentalización de los bienes patrimoniales

culturales, ya sean tangibles o intangibles, como algo vivo que está en

constante transformación, que permita solidificar la identidad transformadora

del habitante de la Ciudad de México.

4.- Fomentar la creación artística en un marco de calidad, responsabilidad y

compromiso con la sociedad en su conjunto. Se deben estimular de manera

especial, aunque no única, los proyectos de artistas o grupos de artistas que no

solamente propongan un alto nivel de calidad, sino que también estén

interesados y comprometidos en participar en el desarrollo de los distintos

grupos sociales de la Ciudad.

Las características específicas de los proyectos se deberán establecer en la

medida que se realice un diagnóstico preciso y transparente sobre las

necesidades culturales de los diferentes grupos de la población que conforman

la vida cotidiana de la Ciudad.

Por ello resulta fundamental que la toma de decisiones en el otorgamiento de

apoyos se lleve a cabo a través de procesos de selección claros y

transparentes. Cabe recordar que un proceso democrático de asignación de

recursos debe de tener cabalmente una incuestionable transparencia. La

simulación y la opacidad van de la mano de una toma de decisiones

autoritarias, lo cual no contribuye a generar una verdadera cultura política

ciudadana.

Es importante no dejar de mencionar que resulta esencial que los programas

que se implementen deben formar parte de una auténtica política de Estado.

Vale la pena abundar un poco más al respecto.

4. Hacia una política cultural en la Ciudad de México con características de política de Estado.

¿Qué se entiende por política de Estado? En primer término, se debe asentar

que una política de Estado es el principal componente de un sistema político

democrático e incluyente, por lo cual resulta importante desarrollar con

precisión este concepto.

Se parte de un entendido fundamental: Cuando se habla de política de Estado

no se está haciendo referencia a que las instancias de gobierno deben

desarrollar una política pública a nivel nacional, concebido como el Estado-

nación, esto es, en todo el país. Por el contrario, cuando se habla de política de

Estado se hace referencia a la necesidad de implementar una política

gubernamental que tenga el carácter de responder de manera estable y

eficiente a las necesidades de la población en general, con líneas de acción

claras y precisas que atiendan realmente las demandas de grupos sociales en

un contexto de exigencia ciudadana. En este sentido, no resulta contradictorio

hablar de política de Estado cuando se está delineando la política pública

referida exclusivamente, como el caso del presente texto, a una sola entidad

federativa: el Distrito Federal.

A partir de lo anterior resulta conveniente explicar las bases en las que se

funda una política de Estado tal como aquí se entiende. Para ello es relevante

hablar brevemente sobre la caracterización general del sistema político

democrático y del sistema político autoritario (Ejea, 2011).

Por una parte, el funcionamiento del sistema político democrático implica una

cultura política cuyos principales valores son «la aceptación del pluralismo, la

tolerancia, el respeto a la legalidad y a los derechos de las minorías, la

competencia pacífica, la participación responsable, la cooperación, la defensa

de las libertades y la utilización del diálogo como recurso político» (Gutiérrez,

2001: 73).

En contraposición, por otro lado, el sistema político autoritario está

caracterizado por un monolitismo en el ejercicio del poder, la intolerancia del

gobierno con respecto a las posiciones de quienes no se suman a sus

mandatos, la falta de respeto hacia la legalidad y su actuación a partir de

principios de facto, la inexistencia de garantías en el ejercicio de los derechos

de los grupos minoritarios de la sociedad, la ausencia de un espacio para la

competencia pacífica. Desde la esfera del poder, el diálogo no es considerado

como el recurso político por excelencia.

Al referirse a la diferencia entre democracia y autoritarismo, Norberto Bobbio

describe a la primera como «el poder en público». Y abunda: «utilizo esta

expresión sintética para indicar todos aquellos mecanismos institucionales que

obligan a los gobernantes a tomar sus decisiones a la luz del día, y permiten a

los gobernados “ver” cómo y dónde se toman dichas decisiones» (Bobbio,

2003: 418). A continuación refiere que, en el tránsito de la democracia directa -

de los antiguos- a la representativa -de los modernos- desaparece la plaza (el

ágora donde los atenienses votaban directamente a sus gobernantes), mas no

la exigencia de la visibilidad del poder, encarnada en la formación de una

opinión pública a través del ejercicio de las libertades de expresión e

información. Esto es, supone la existencia de un público activo, informado,

consciente de sus derechos. Y aunque el sistema autoritario también se

presenta ante un público, éste es «una multitud anónima, indistinta, llamada a

escuchar y aclamar; no a expresar una opinión, sino a cumplir un acto de fe»

(Bobbio, 2003: 420).

El planteamiento de Bobbio acerca de la relación entre el secreto y el poder es

por demás sugerente. Citando a Elías Canetti, apunta: «El secreto ocupa la

misma médula del poder». Así, la democracia sería aquella forma de gobierno

en la cual, incluso, las últimas fortalezas del poder invisible han sido

expugnadas, mientras que el poder autoritario tendría por estrategia, amén del

secreto —esto es, ocultar la verdad—, decir lo falso: «además del silencio, la

mentira». Por eso afirma: «cuando se ve obligado a hablar, el autócrata puede

servirse de la palabra no para manifestar en público sus intenciones reales,

sino para esconderlas». Esta forma de ejercer el poder obedece al siguiente

apotegma: el pueblo no debe saber, pues no está en condiciones de entender,

o bien debe ser engañado, ya que no soporta la luz de la verdad (Bobbio, 2003:

420).

El sistema democrático en el sentido de poder en público, para constituirse

como tal, requiere de una serie de características que lo sustenten en términos

de cultura política. Ésta debe arraigar en el seno de la sociedad las nociones

de tolerancia, respeto a la legalidad, diálogo racional y acuerdo responsable.

Implica también la posibilidad de desarrollar un individuo con libertad en el

doble sentido del término; es decir, libertad negativa y libertad positiva (Bobbio,

1993: 97–102). Una, la primera, consiste en la libertad del individuo frente al

Estado y a las restricciones; la otra representa la capacidad de decisión

racional, ilustrada, responsable y autónoma que convierte al individuo en el

actor principal del juego político. Por el contrario, el autoritarismo está inmerso

en una cultura política que requiere de súbditos teñidos por el desinterés y el

escaso sentido de la eficiencia política. Gutiérrez llama a la primera cultura

cívica y a la segunda cultura súbdito (Gutiérrez, 2001).

De aquí que los valores democráticos, en contraposición con los de un sistema

no democrático, autocrático o autoritario, están fundamentados en diferentes

configuraciones de la identidad política. Los primeros se basan en la

racionalidad y los segundos, fundamentalmente, en la mitificación.

Siguiendo esta línea de pensamiento es que se puede hablar de Política de

Estado en tanto categoría que permite puntualizar las directrices institucionales

de carácter democrático, propias de una política gubernamental y, por

extensión, como un punto de contraste con una política gubernamental

autoritaria o discrecional.

En otras palabras, una Política de Estado autoritaria pretende que el bien

común puede ser entendido y definido por el grupo gobernante y es

democrática cuando el bien común no se «supone», sino que es consensuado

por toda la sociedad.

En ese sentido, las características que debe tener una política gubernamental

para ser considerada como una verdadera política cultural de Estado,

democrática e incluyente, son las siguientes:13

1) Continuidad. Que exista una continuidad a través del tiempo y con

independencia de los cambios de gobierno. Que esta continuidad no sea

13 Se retoma en lo fundamental el planteamiento que realiza Latapí (2006).

meramente formal, sino que implique la planeación sólida y participativa de los

diferentes actores sociales en su elaboración. Además, que los planes y

programas se diseñen para emprender acciones tanto de corto plazo como de

mediano y largo alcance.

2) Legalidad. Por un lado, que cuente con algún sustento en la legislación y

no dependa exclusivamente de la voluntad del gobierno en turno. Sentar bases

de funcionamiento en las que, más allá de los estilos y gustos personales,

exista una lógica de programación estable y ajena a los vaivenes políticos

coyunturales. Y por otro lado, que la legislación de referencia haya sido creada

a partir de mecanismos consensuados con la presencia y participación de los

principales actores sociales.

3) Participación ciudadana. Que el público, en particular los grupos

ciudadanos afectados por ella, la conozcan y, en términos generales, la

acepten. Que hayan participado en forma directa o indirecta en su elaboración

y que existan formas de consulta y participación para influir en la delineación de

las principales rutas a seguir. A partir de ello, es fundamental que el contexto

de exigencia ciudadana tenga mecanismos claros de participación y

mecanismos eficaces de consulta para la adecuada utilización y canalización

de los recursos.

4) Coordinación. Que el Estado, a través de varios de sus órganos, se

involucre en su propuesta y formulación. Generar homogeneidad en todo el

sector con la posibilidad de hacer políticas y programas que permitan una

mejor planeación y organización. Que la intervención de las diferentes

instancias gubernamentales esté coordinada y que éstas tengan el propósito de

lograr las metas y objetivos propuestos en vez de emprender intentos aislados

y descoordinados con objeto de salvar canonjías o favorecer a intereses de

grupo, ya sea en el nivel regional, el estatal o el nacional.

5) Relativa autonomía presupuestal. Que tenga un presupuesto propio,

más allá de las fluctuaciones discrecionales del funcionario en turno, y que los

recursos, sin importar las modificaciones presupuestarias y adecuaciones

naturales por escasez o abundancia, se programen con realismo a fin de lograr

al menos los objetivos mínimos propuestos. Esto implica que el sector del

gobierno de referencia tenga capacidad de negociación y disposición de los

recursos sin depender de otros grupos que lo subordinan a sus propios

intereses.

6) Transparencia. Que exista alguna forma de rendición de cuentas por

parte de las autoridades responsables de aplicarla. Que la rendición de cuentas

sea clara y pública, no un juego de galimatías donde la información es

encubierta y distorsionada con objeto de esconder el manejo irracional o rapaz

de los recursos.

Desde esta perspectiva, el concepto de Política de Estado se propone como

una forma de «operacionalizar» la noción abstracta de democracia. Es cuestión

sabida que hablar del concepto de democracia puede llevar a múltiples

interpretaciones, por ello, una forma de “aterrizarlo” es darle un contenido

específico en términos de la gestión pública como se ha propuesto en este

texto.

Conclusiones.

A veinticinco años de existencia de la Asamblea Legislativa y a quince años de

un poder ejecutivo de la Ciudad definido electoralmente la cultura ha jugado un

papel cada vez más relevante en la vida citadina. Esto se debe, entre otras

cosas, a que los capitalinos tienen el mayor nivel educativo en el contexto

nacional, cuentan con el más alto índice de Desarrollo Humano, pero sobre

todo, porque han desarrollado un contexto de exigencia ciudadana y han

adquirido mayor conciencia de sus derechos. Esto hace que los habitantes de

la Ciudad de México necesiten contar con opciones de desarrollo cultural, ya

sea en términos del acceso a bienes culturales o en términos de tener espacios

para desenvolver su creatividad.

Los esfuerzos que se han hecho hasta el momento representan un avance

importante, más si se tiene en cuenta que se está transitando de un régimen

político autoritario a uno incipientemente democrático. Sin embargo, quedan

muchos retos y pendientes; el sentido de este texto ha sido esbozar algunos de

ellos. Para convertir las líneas de gobierno en una verdadera política

democrática e incluyente, aspiración primordial y legítima, se requiere, como ya

se ha dicho, la participación cada vez más activa de los actores sociales, pero

sobre todo, aquilatar adecuadamente a la cultura como una actividad relevante

y fundamental en la vida cotidiana de la Ciudad.

Solamente con un esfuerzo conjunto de los actores sociales que participan en

la cultura (funcionarios de la Secretaría y de las delegaciones, miembros del

cuerpo legislativo respectivo, gestores culturales, artistas y creadores y público

en general) es que nuestra ciudad puede convertirse en una metrópoli de

vanguardia en esta materia. Todos los involucrados deben de contribuir, cada

uno según sus capacidades y atribuciones, a generar las condiciones para su

desarrollo. Sin embargo, es necesario destacar que el gobierno, a través de

sus diversas instancias, debe ser el agente central que lleve la iniciativa para

impulsar una cabal política cultural de Estado y no ser, como ha sucedido

desafortunadamente con frecuencia en nuestra historia nacional y local, el

principal obstáculo de la democratización de la vida pública del país.

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