Hacia las sociedades complejas (IV y III milenio cal BC) en la Iberia Mediterránea. 2014

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PROTOHISTORIA DE LA PENÍNSULA IBÉRICA: DEL NEOLÍTICO A LA ROMANIZACIÓN ISBN: 978-84-92681-89-1 (Edición impresa) 978-84-92681-90-7 (e-book) Publicado en: HACIA LAS SOCIEDADES COMPLEJAS (IV Y III MILENIO CAL B.C.) EN LA IBERIA MEDITERRÁNEA JOAN BERNABEU AUBÁN y TERESA OROZCO KÖHLER

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protohistoria de la península ibérica:del neolítico a la romanizaciónisbn: 978-84-92681-89-1 (edición impresa) 978-84-92681-90-7 (e-book)

publicado en:

hacia las sociedades compleJas(iV y iii milenio cal b.c.) en la iberia mediterráneaJoan bernabeu aubán y teresa orozco Köhler

La etapa comprendida a lo largo del IV y III mile-nios cal a.C. en la prehistoria del mediterráneo penin-sular no resulta fácil de definir en este amplio marco geográfico. Si tenemos en cuenta que la implantación de la economía neolítica, basada en recursos domés-ticos, se fecha a mediados del VI milenio cal. a.C., el transcurso de un ciclo largo, cercano a dos milenios, debe reflejar en el registro arqueológico transforma-ciones de diversa índole.

Tradicionalmente se considera que hacia el final del ciclo neolítico se desarrollan tendencias socioeco-nómicas que impulsan el tránsito hacia una mayor complejidad social que culminará en épocas poste-riores con la cristalización de jerarquías, ya a lo largo del II milenio. Valorar los cambios que acontecen en el marco temporal considerado plantea ciertas difi-cultades, atendiendo a la desigual cantidad y calidad del registro arqueológico. Un recorrido geográfico va a poner de manifiesto la inexistencia de fronteras cla-ras entre áreas culturales (Fig. 1), incidiendo en una idea clave para valorar esta etapa: el incremento de la interacción y el contacto, a diferentes escalas.

En las páginas siguientes presentamos en unos apartados de carácter general –asentamiento, cultu-ra material, mundo funerario y simbolismo– los ele-mentos más notables, haciéndonos eco de los recien-tes trabajos y enfoques.

Patrón de asentamiento, hábitat y subsistencia

La instalación de asentamientos al aire libre, en valles fluviales, así como el uso de cavidades como lugar de hábitat está atestiguado desde los inicios del neolítico en el ámbito mediterráneo. En el área sep-tentrional, a lo largo del V milenio, se desarrolla la etapa denominada “sepulcros de fosa” o neolítico me-dio, definida como un momento de consolidación y expansión de las comunidades agropecuarias, a partir de la existencia de poblados abiertos en zonas llanas (Bòbila Madurell sería un ejemplo), el abandono de cuevas y abrigos, y un registro funerario característi-co (inhumaciones en fosa). Establecer el final de esta

fase no es sencillo. El inicio de una nueva etapa –neo-lítico final– se sitúa hacia mediados del IV milenio, a partir del repertorio material que muestra influencias del sur de Francia1.

Las interpretaciones tradicionales sobre el patrón de asentamiento explicaban la “invisibilidad” de los re-gistros del neolítico final y calcolítico a partir del aban-dono de los grandes poblados, y una ocupación intensa de las áreas de montaña. Los datos actuales muestran que no hay una ruptura clara en el patrón de asenta-miento: la continuidad de las ocupaciones en algunos poblados del neolítico medio, a lo largo del IV y III milenio es una realidad. Al mismo tiempo aparecen nuevos asentamientos al aire libre: Camp del Rector2, La Prunera3, Ca L’Estrada4, Espina5 o Serra del Mas Bonet6 son algunos de los que han salido a la luz a tra-vés de intervenciones de urgencia o preventivas.

Los elementos estructurales que aparecen en los poblados corresponden principalmente a estructuras negativas de morfologías, tamaños y funciones dife-rentes: cubetas, estructuras de combustión, fosas, silos, agujeros de poste; un amplio repertorio coincidente a lo largo del mediterráneo peninsular, y que en los últimos años incorpora nuevos ejemplos en la zona septentrional, configurando una característica de esta etapa más frecuente de lo que hasta no hace mucho tiempo se suponía. Se presentan auténticos palimpses-tos de difícil interpretación en los que la dispersión ho-rizontal de las estructuras y/o la existencia de diversos momentos de ocupación dificulta, en ocasiones, cono-cer la secuencia de construcción, uso y amortización.

En muchos casos la gran dispersión de restos y estructuras dificulta realizar estimaciones sobre la su-perficie ocupada por los poblados, lo que impide su evaluación y comparación. Las evidencias arquitectó-nicas son escasas, de manera que son las estructuras de combustión y la dispersión o agrupación de restos materiales los que permiten definir áreas de hábitat y

1 Martín, 2003.2 Font, 2005.3 Alcalde et al., 2005.4 Fortó et al., 2006.5 Piera et al., 2009.6 Rosillo et al., 2012.

Hacia las sociedades complejas(IV y III milenio cal B.C.)en la Iberia Mediterránea

Joan Bernabeu Aubán*

y Teresa Orozco Köhler

* Universidad de Valencia, [email protected]

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de actividad. Las intervenciones recientes han permi-tido conocer la singularidad de ciertos restos, como las grandes estructuras de combustión rectangulares que se han reconocido en Ca l’Estrada y Can Piteu, cuyas dimensiones, morfología y relleno tienen claros paralelos en el sureste francés, y cuya función más probable se considera la cocción de alimentos7.

Los asentamientos no se localizan únicamente en valles interiores, también las zonas de costa están ocu-padas a lo largo del IV y III milenio a.C. como han evi-denciado algunas intervenciones urbanas en Barcelona: los yacimientos de Riereta8 y Reina Amalia9 presentan

7 Fortó et al., 2008.8 Carlús y González, 2008.9 Bordas y Salazar, 2006.

estructuras y materiales que muestran la ocupación a lo largo del neolítico final, cuando se estima un entor-no ecológico altamente favorable, con lagunas de agua dulce y la proximidad a la montaña de Montjuïc, que proporcionaría recursos forestales. La existencia de po-blados en zonas costeras está bien atestiguada a lo largo de la geografía, como ejemplifican en un recorrido ha-cia áreas meridionales los emplazamientos de Costa-mar10, La Vital11, o Illeta dels Banyets12, entre otros.

Hacia el sur contamos con un registro importan-te y conocido desde hace tiempo que muestra un patrón de asentamiento que se repite con ligeras va-

10 Flors, 2010.11 Pérez et al., 2011.12 Soler, 2006.

Figura 1. Localización de los yacimientos citados en el texto: 1. Serra del Mas Bonet; 2. La Prunera; 3. Costa de Can Martorell; 4. Ca L’Estrada; 5. Regueres de Seró; 6. Espina; 7. Camp del Rector; 8. Carrer París; 9. Riereta; 10. Reina Amalia; 11. Cova de Can Sadurní; 12. Costamar; 13. La Vital; 14. Ereta del Pedregal; 15. Colata; 16. Arenal de la Costa; 17. Covad’En Pardo; 18. Niuet; 19. Les Jovades; 20. Cova de la Pastora; 21. Illeta dels Banyets; 22. Tossal de les Basses; 23. La Torreta; 24. El Prado; 25. Camino del Molino; 26. Molinos de Papel; 27. Casa Noguera; 28. Cueva Sagrada.

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riaciones: junto a los yacimientos costeros referidos, las comunidades ocupan desde mediados del IV mi-lenio cal. a.C. poblados de gran extensión, ubicados en zonas bajas o en fondos de valle, junto a cursos fluviales o en las inmediaciones de áreas endorreicas. La cercanía a los recursos hídricos y la proximidad a terrenos favorables para la producción agropecuaria son características compartidas. Son los denomina-dos “poblados de silos”, cuya existencia se documen-ta ya en etapas anteriores, y que se generalizan a lo largo del IV y III milenio cal a.C., cuando se ocupan y ponen en explotación nuevas áreas. En ellos las estructuras excavadas (silos, fosas, cubetas) son uno de los elementos más notorios y visibles del registro: Colata13, Niuet14, Jovades15 o La Torreta16 son algu-nos ejemplos (Fig. 2). Este patrón de asentamiento alcanza hacia el sur la cuenca del río Segura y el alti-plano de Yecla-Jumilla donde se localiza El Prado17. Será en momentos avanzados del III milenio, con el desarrollo del horizonte campaniforme, cuando en-contremos variaciones en el patrón de asentamiento a escala regional. En el área sur se desarrolla un mo-delo que combina la aparición de enclaves en altura, con amplia visibilidad sobre cuencas y valles, que presumiblemente ejercen una función de control, con poblados abiertos, establecidos en zonas llanas, que en ciertos casos continúan las ocupaciones des-de momentos anteriores, o son abandonados.

Al igual que en otras áreas peninsulares, la exis-tencia de recintos de fosos que limitan un espacio es una realidad que está presente en el paisaje desde el final del neolítico hasta el horizonte campaniforme18, aunque todavía estamos lejos de conocer su significa-do y función (Fig. 3). Si bien los excavados hasta la fecha en tierras valencianas no son muy numerosos (Niuet, La Torreta, Arenal de la Costa, entre otros), cabe destacar en el nordeste peninsular la localiza-ción de una estructura de estas características en Ca L’Estrada19, donde el tramo exhumado presenta un recorrido sinuoso.

Este patrón de asentamiento no sólo es reflejo de un incremento demográfico, sino de la consolidación del sistema agrícola que pivota tanto sobre la puesta en explotación de nuevas tierras como sobre una re-orientación del papel de la cabaña ganadera.

En el ámbito mediterráneo se confirma un re-pertorio variado de estructuras dedicadas en buena medida al almacenaje, lo que habla de las prácticas

13 Gómez et al., 2004.14 Bernabeu et al., 1994.15 Bernabeu, 1993.16 Jover, 2010.17 Jover et al., 2012.18 Bernabeu et al., 2012.19 Fortó et al., 2006.

productivas de estas comunidades que, frente a ho-rizontes anteriores, muestran un incremento de la producción agraria, sostenido en el tiempo. Los datos carpológicos en el ámbito meridional indican que a partir de mediados del IV milenio cal a.C. se detecta una reducción de las variedades de cereales cultiva-dos, que ahora se concentran en los trigos desnudos (Triticum aestivum/durum), la cebada desnuda (Hor-deum vulgare var. nudum) y leguminosas. Esta reduc-ción responde no sólo a condicionantes ambientales, sino también al cambio hacia un modelo agrario ex-tensivo: se abandonan las prácticas anteriores (culti-vo de diferentes especies), y el trabajo se invierte en el cultivo de dos o tres especies de cereales; ello debe estar compensado por un aumento de las cosechas, que permita disponer de reservas20. Se atestigua en este momento la explotación de vegetales con fines no subsistenciales, como el lino (Linum usitatissi-mum), que se ha recuperado –ya transformado– en algunos contextos funerarios.

Es difícil cuantificar la producción agraria, pero las diferencias en la capacidad de almacenaje de los silos y su ubicación en el interior de un poblado, así como la desigualdad en la capacidad de almacenar que se observa entre poblados responden a la con-servación de una producción excedentaria. La ges-tión de este producto refleja la dinámica social de estas comunidades: una distribución desigual de las estructuras con mayor capacidad tanto dentro de los poblados como entre aldeas, que puede interpretarse como diferencias intra e intergrupales.

Como en otras áreas de la Península Ibérica hay una intensificación de la actividad ganadera, clara-mente patente desde mediados del IV milenio cal a.C. Esta intensificación no va dirigida hacia una especie determinada, sino que hay una explotación complementaria y diversificada de las principales especies domésticas (oveja, cabra, bóvidos, suidos) en algunos casos encaminada a la obtención de productos derivados. La variedad de registros ex-humados no facilita establecer con carácter general el papel tanto de la cabaña ganadera como de las actividades cinegéticas. En estos momentos están bien documentadas patologías óseas en los restos de bovinos, resultado de su explotación como fuerza de trabajo21.

Nuestro conocimiento sobre la arquitectura de los espacios habitacionales es muy limitado, y dispo-nemos de una colección de datos heterogénea. De manera general podemos reseñar la condición pere-cedera de gran parte de los materiales constructivos (madera, ramajes, cañas, enlucidos de barro) y la pér-

20 Pérez y Carrión, 2011.21 Pérez Ripoll, 1999.

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Figura 2. Plano de Les Jovades (Cocentaina, Alicante). La mayoría de los asentamientos al aire libre muestran una amplia dispersión de restos y estructuras, que forman un auténtico palimpsesto (según Bernabeu et al., 2006).

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Figura 3. Fosos y recintos de fosos de dimensiones muy variables aparecen en asentamientos al aire libre: 1) La Vital (Gan-día, Valencia), 2) C/ La Pau (Muro de Alcoy, Alicante, 3) Tros de la Bassa (Planes, Alicante). Fotografía de los autores.

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dida de elementos arquitectónicos aéreos (paredes y cubiertas), ello nos indica que la inversión de trabajo en la construcción y mantenimiento del espacio de hábitat es limitada. En muchos casos el registro de las cabañas se define por la presencia de agujeros de poste o estructuras de combustión, delimitando áreas o plantas aproximadamente elípticas, pero general-mente incompletas.

Ocasionalmente se identifican zócalos de piedra en la construcción del espacio habitacional en esta etapa. Uno de los poblados tradicionalmente conocido por su arquitectura en piedra es Ereta del Pedregal, que muestra muros rectilíneos con zócalos de piedra que definen grandes espacios, aunque no se puede precisar con exactitud la planta de las estructuras22. El uso de mampostería se reconoce en Illeta dels Banyets que presenta una cabaña de planta ovalada, con zócalo de tierra y piedras; también las intervenciones recientes en El Prado han sacado a la luz la planta incompleta de tres cabañas de tendencia ovalada con zócalo de mampostería23. Los datos son excesivamente parciales y no permiten reconocer diferencias significativas, ni a escala de los asentamientos como tampoco entre po-blados, atendiendo a las viviendas.

22 Juan-Cabanilles, 1994.23 Jover et al., 2012.

Artesanías especializadas: elementos singulares, elementos de prestigio

Resulta difícil sintetizar las características del re-pertorio material de manera conjunta, entendiendo que las diferentes artesanías hablan no sólo del desa-rrollo tecnológico de las comunidades, sino también de sus contactos e interacciones.

En la industria lítica tallada los rasgos que singula-rizan esta etapa son el desarrollo de las producciones laminares, en especial de los soportes de gran forma-to, y del retoque plano, destinado a la confección de puntas de flecha y puñales (Fig. 4). Estos instrumen-tos suelen estar confeccionados sobre sílex de cali-dad. En efecto, las grandes láminas de sílex son uno de los elementos más representativos de este periodo y su carácter singular viene definido tanto por el alto grado de especialización que requiere su obtención, para la que se ha identificado recientemente la ta-lla por presión reforzada o con palanca, como por su presencia mayoritaria en contextos funerarios, for-mando parte de los ajuares, lo que les confiere cierta carga ritual o simbólica24; sin embargo se ha compro-bado que buena parte de estos útiles se emplearon en actividades como el trabajo de la piel, descarnado de animales, modificación de alguna materia mine-

24 García y Juan-Cabanilles, 2009.

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ral, pero también se ha documentado el empleo de grandes láminas en las tareas de siega y procesado de cereales25. En el ámbito mediterráneo, la aparición de las láminas de gran formato responde claramen-te a un fenómeno de circulación de estos productos, sobre el cual las investigaciones están abiertas. No debemos perder de vista que en este momento otras herramientas líticas, como los útiles pulimentados, además de desarrollar nuevos tipos para realizar nue-vas actividades, permiten trazar interacciones a escala regional y peninsular a partir de la identificación de la materia prima26.

Si atendemos al repertorio cerámico podemos con-siderar esta etapa como un mosaico, donde el extre-mo septentrional muestra relaciones con el sureste de Francia, atendiendo a las cerámicas de tipo veraziense, mientras que el extremo meridional habla de las rela-ciones con el área andaluza, considerando elementos diversos como las cerámicas pintadas, los vasos de yeso y otros testimonios. Entre ambos extremos, se desarro-lla un mundo donde predominan las cerámicas lisas, con formas abiertas. Hacia el final del periodo, con la aparición de las cerámicas campaniformes de estilo in-ternacional podemos rastrear un elemento unificador. Los trabajos recientes de caracterización petroarqueo-lógica realizados sobre cerámicas campaniformes tanto en Cataluña27 como en tierras valencianas28 enfatizan la complejidad del fenómeno, al mostrar la existencia de producciones locales.

25 Gibaja et al., 2010.26 Orozco, 2000.27 Clop, 2007.28 Molina y Clop, 2011.

También se detecta un cambio en el repertorio de los elementos de adorno. El interés por la variscita pasa a ser testimonial, coincidiendo a grandes rasgos con el declive de la explotación en las Minas de Gavà. Ahora los adornos personales van a ser elaborados mayoritariamente sobre soportes de distinta natura-leza: conchas, hueso, marfil, ámbar, lignito, esteatita y metal (oro y cobre).

En efecto, el metal ha jugado siempre un importan-te papel en la definición de este periodo, equiparando durante mucho tiempo el inicio de la metalurgia con el inicio y desarrollo de la desigualdad social. Se conside-raba que la escasa presencia de recursos metálicos en el entorno y la complejidad tecnológica de la manipula-ción de minerales metálicos incidían en la escasa rele-vancia de esta actividad en este marco geográfico, que quedaba limitada a la obtención de determinadas pie-zas metálicas a través de los circuitos de intercambio.

En el caso del oro, su presencia está limitada al nordeste peninsular, donde aparece de manera tími-da desde finales del IV milenio cal a.C. Las cuentas áureas de tipología y fabricación diversa, recupera-das en contextos del neolítico final, se interpretan como resultado de las interacciones entre esta zona geográfica y el sur de Francia29. En cuanto a la me-talurgia del cobre, en esta zona los datos apuntan a un origen en el sur de Francia, no sólo por las fechas más antiguas de las explotaciones mineras del área francesa, sino también por los paralelos tipológicos y las interacciones culturales (Véraza, Treïlles, Fe-rrières y Fontbuisse) que refleja la cultura material. La primera producción metalúrgica en Cataluña

29 Soriano et al., 2012.

Figura 4. Cueva de la Pastora (Alcoy, Alicante). Estas grandes láminas de sílex son características de los conjuntos del IV y III milenio a.C. Fotografía O. García.

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corresponde a momentos antiguos del ciclo campa-niforme (2800-2350 cal. a.C.) y aparecen las piezas “clásicas”: punzones, puntas, hachas planas, entre otros objetos. La idea de la complejidad tecnológica necesaria para la elaboración de estos objetos está superada; se han recuperado materiales sencillos que permiten el procesado de este producto, como los vasos-horno o las toberas de cerámica, entre otros. En cuanto a la repercusión de estas actividades en el seno de estas sociedades, se considera que el con-junto de la comunidad participaría en las tareas de extracción y procesado del mineral a través de pe-queñas explotaciones a cielo abierto en algunos filo-nes localizados en el territorio, mientras que el resto del proceso metalúrgico quedaría restringido a un grupo específico de personas30.

Los datos recientemente obtenidos en tierras va-lencianas amplían nuestra imagen sobre los primeros momentos de actividades metalúrgicas, evidenciando otras posibilidades. En La Vital además de diversos objetos de cobre se ha recuperado metal en bruto y otros restos de actividades metalúrgicas (bolitas de metal, gotas, fragmentos de crisol), en un contexto anterior a la aparición de los primeros campanifor-mes. La interpretación de los hallazgos de este yaci-miento indica que el cobre bruto, tal como se obtenía en los lugares de producción (nódulos y bolitas) era objeto de intercambio, y su manipulación se realizó en el asentamiento; en este caso, el análisis de los isótopos de plomo sugiere la procedencia de otras zonas peninsulares, y más concretamente del área en torno a Almizaraque31. Y aunque ambos modelos ha-blan de una actividad a pequeña escala, una práctica doméstica que deja escasos restos y quizás esporádica en el tiempo, no podemos obviar que la metalurgia es un elemento de diferenciación social, especialmente el consumo de las piezas elaboradas (Fig. 5).

Otra artesanía de escasa visibilidad en el registro son los textiles. Tanto la manufactura del lino como –quizás– la lana, están reflejadas en piezas como las placas de telar, recuperadas en La Torreta o El Prado. En este caso, la singularidad no se define tanto por la complejidad tecnológica de su producción, sino más bien por el hallazgo de estos productos en contextos singulares, formando parte de ajuares funerarios de relevancia, como se detalla en el apartado siguiente.

Estos son algunos ejemplos que reiteran la impor-tancia y el incremento notable en las relaciones de in-tercambio intergrupales en este momento. También en el registro funerario se detecta un aumento en la distancia social, lo que incide en la percepción de la consolidación de algunas élites.

30 Soriano, 2013.31 Rovira y Montero, 2011.

El mundo funerario

Si hay una característica que, a grandes rasgos, define el registro funerario del IV y III milenio cal. a.C. es la inhumación múltiple, un concepto que ad-mite un repertorio muy variado de prácticas funera-rias, como veremos seguidamente. La utilización de cuevas naturales, sepulcros megalíticos o covachas artificiales, entre otros tipos de sepulturas, y el desa-rrollo de rituales diversos, no facilita su apreciación conjunta.

En el nordeste peninsular, uno de los rasgos que caracterizaba el neolítico medio era la proliferación de enterramientos en fosa, formando auténticas ne-crópolis. En estos momentos se inicia la construcción de las primeras estructuras megalíticas de carácter funerario. El rito de inhumación (individual o doble) practicado es uno de los principales elementos dife-renciadores frente al neolítico final – calcolítico. El apogeo del megalitismo en tierras catalanas se loca-liza a fines del IV milenio cal a.C., con la aparición de los llamados sepulcros de corredor evolucionados o galerías catalanas, y durante la primera mitad del III milenio, con la construcción de dólmenes sim-

Figura 5. Hacha plana de cobre procedente de una tumba en silo, del yacimiento de La Vital (Gandía, Valencia). Fo-tografía de los autores.

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ples y cistas megalíticas32. La planta y dimensiones de estas arquitecturas funerarias son muy variadas, y no se reconoce de forma clara una evolución entre los diferentes tipos de sepulturas. En cualquier caso, todas las variedades están destinadas a recibir inhu-maciones sucesivas, ya sea a través de un rito de tipo primario o secundario.

Los hipogeos o cuevas artificiales son, tal vez, el tipo de sepultura que está recibiendo más atención en los últimos años. Al igual que las sepulturas mega-líticas, su apogeo se detecta a lo largo del III milenio cal a.C. y desaparecerán a partir del inicio de la Edad del Bronce; la presencia de cerámica campaniforme en los hipogeos de la zona catalana se considera una constante33. La tipología y dimensiones de estas es-tructuras varía en función de la zona geográfica y también de la naturaleza de la roca en que son ex-cavados (granito, arenisca, granito descompuesto o “sauló”, arcilla). Se considera que estas covachas con corredor o pozo de acceso son, por lo general, de pe-queñas dimensiones y carecen de complejidad cons-tructiva34. En Cataluña se han localizado en la zona costera y prelitoral. Los hipogeos mejor conocidos son los excavados en fechas recientes: Costa de can Martorell muestra la inhumación de unos 200 indi-viduos en un corto lapso temporal, entre los que el segmento de edad mejor representado son los adul-tos35. Llama la atención el escaso ajuar que se de-positó en esta sepultura, que comprende de forma casi exclusiva puntas de flecha en las que se recono-cen fracturas de impacto, lo que permite intuir un episodio de violencia. Por el contrario, la excavación del hipogeo de Carrer París de Cerdanyola36 muestra la deposición de ajuares más abundantes y variados junto a los inhumados: puntas de flecha, cerámicas lisas y campaniformes, evidenciando una tendencia diferente en el ritual.

El uso funerario de cuevas naturales es bien cono-cido en el ámbito catalán, y ya se documenta desde los inicios del neolítico. Como ejemplo de la utilización de cavidades con esta finalidad destacaremos el nivel 9 de la secuencia de Can Sadurní, donde se localiza el depósito de unas 300 inhumaciones primarias y sucesivas, con ajuar del que forman parte puntas de flecha, botones de marfil, cerámicas –algunas cam-paniformes– a lo largo del neolítico final-calcolítico. Las dataciones obtenidas en este yacimiento sitúan este amplio periodo entre finales del IV y la primera mitad del III milenio cal a.C.37 La presencia de es-

32 Tarrús, 2003.33 Tarrús, 2003.34 Petit y Pedro, 2005.35 Mercadal, 2003.36 Francés et al., 2004.37 Martínez y Edo, 2011.

tructuras de combustión en este nivel hace pensar en acciones rituales o profilácticas. Al igual que en otras áreas peninsulares, el uso del fuego en las sepulturas está bien atestiguado en el mediterráneo, y afecta en ocasiones a los restos humanos de forma parcial.

Otra zona geográfica en la que el registro funera-rio es bien conocido corresponde al área central del mediterráneo. También aquí, aunque con un registro poco destacado, se ha establecido que la utilización de cuevas con carácter funerario pudo iniciarse en las primeras fases del neolítico38. La función sepulcral de las cuevas junto a la ausencia de arquitectura megalí-tica y un ritual específico –inhumación múltiple– se consideran rasgos característicos del IV y III milenio en tierras valencianas. Tradicionalmente se ha consi-derado que este ritual se desdibujaba a lo largo del horizonte campaniforme, cuando aparecían inhu-maciones en fosas o silos al interior de los poblados, preludiando de alguna manera la evolución hacia la Edad del Bronce. Los trabajos recientes ponen de re-lieve un panorama de mayor complejidad.

Además del uso sepulcral de cavidades, trabajos recientes indican que los enterramientos en el interior del hábitat también se practican desde momentos an-teriores al final del ciclo neolítico. Esta sencilla forma de enterramiento está presente desde el V milenio a.C., quizás reaprovechando estructuras excavadas con otro fin, como muestran algunos yacimientos: Costamar, Tossal de les Basses39 y La Vital. Las inhu-maciones en silos o fosas en el espacio habitacional conviven con el periodo de desarrollo y utilización de las cuevas de enterramiento múltiples. Las diferen-cias se aprecian no sólo en el tipo de sepultura, sino también en el ritual de deposición.

En este caso –enterramientos en estructuras ex-cavadas– el ritual identificado es variado: en su ma-yor parte corresponde a inhumaciones individua-les, de carácter primario o secundario; en ocasiones los inhumados aparecen prácticamente enteros, en otros casos son restos parciales. Tampoco se rastrea una composición clara de los materiales depositados como acompañamiento de los difuntos (Fig. 6). En un mismo territorio cabe encontrar poblados con sepul-turas que contienen ajuares de cierta relevancia (por ejemplo, La Vital), mientras que en otros poblados (Arenal de la Costa) los depósitos son irrelevantes40.

Además de estas dos situaciones, el registro fune-rario muestra una mayor complejidad: por un lado destaca la aparición frecuente de restos humanos dispersos en los asentamientos, sin una ubicación

38 Bernabeu et al., 2001.39 Rosser, 2010.40 García et al., 2013.

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ordenada y sin elementos de ajuar41; por otro, cada vez es más reiterativa la deposición ritual de animales domésticos en estructuras localizadas al interior de los poblados (silos, fosas), aislados o acompañando alguna inhumación (Fig. 7). Sin profundizar en el sig-nificado de las actividades o rituales que dan lugar a estos depósitos, vemos que, cada vez con más fuerza, están presentes en el registro de la Península Ibérica a lo largo del IV y III milenio.

En tierras valencianas, las excavaciones recientes de cavidades funerarias, como Cova d’En Pardo42, así como la reevaluación de enterramientos múltiples ex-cavados a mediados de siglo pasado, están aportando nuevas perspectivas no sólo en cuanto a cronología o ritos sepulcrales, sino también al conocimiento de os-teopatologías y paleodieta de estas poblaciones. Los

41 Bernabeu, 2010.42 Soler, 2012.

primeros resultados obtenidos remarcan el interés de estas líneas de investigación: en Cova de la Pastora –un enterramiento colectivo bien conocido desde su descubrimiento en los años 40, por el carácter espe-cial que revisten las trepanaciones craneales– se han identificado un mínimo de 59 individuos, de los que buena parte corresponden al neolítico final. El análisis osteológico ha puesto de relieve la incidencia de pa-tologías relacionadas con la salud oral (caries, pérdida de piezas dentales, periodontitis) y claras deficiencias nutricionales (cribra orbitalia, hiperostosis porótica); sobre esta misma muestra poblacional el análisis de isótopos estables evidencia una dieta terrestre con altos niveles de proteína animal, sin indicación de recursos marinos43, resultados a priori concordantes con los obtenidos para otras poblaciones europeas contemporáneas, sobre los que se sigue trabajando.

43 McClure et al., 2011.

Figura 6. Además de cerámicas, los ajuares funerarios ofrecen un amplio repertorio de adornos hechos de hueso, sílex, ámbar, lignito y de otros materiales. Objetos del Neolítico Final / Calcolítico de la Cueva de la Pastora (Alcoy, Alicante). Fotografía O. García.

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En el extremo meridional, el mundo funerario se estructuraba a través de enterramientos en abrigos y cuevas o en estructuras megalíticas, sin que se detec-taran diferencias significativas en los contenidos en-tre ambos tipos de sepulturas. Los enterramientos en sepulturas megalíticas, se vinculan al área andaluza y al desarrollo del mundo millarense, tal como refle-jan determinados elementos de la cultura material, como los vasos de yeso y de piedra, cerámicas pin-tadas, entre otros objetos. Y aunque geográficamente se circunscriben a sectores occidentales de Murcia, hay que destacar la coexistencia en el espacio con cavidades de uso sepulcral. Aunque buena parte de los depósitos sepulcrales del ámbito murciano fue-ron excavados hace años, la notoriedad de algunos ajuares hace obligada su mención. La naturaleza del terreno (margas yesíferas) ha posibilitado la conser-vación excepcional de objetos de naturaleza orgánica en este área, posibilitando recuperar piezas singulares en algunos yacimientos, de los que Cueva Sagrada es uno de los mejores exponentes. En esta cavidad se re-gistran al menos tres inhumaciones, acompañadas de esteras, cordeles y alpargatas de esparto (Stipa tenaci-sima L.), restos de cuero, recipientes de madera, flo-res y fragmentos y una túnica de lino, con evidencias

de teñido, depositada plegada, junto a un cráneo44. La datación obtenida sitúa estos hallazgos en el último cuarto del III milenio cal. a.C.45

Las investigaciones actuales reflejan también en esta área una pluralidad de rituales en el registro fu-nerario calcolítico. Entre las intervenciones recientes señalaremos el carácter excepcional de Camino del Molino, una cavidad en la que se localizó un enterra-miento múltiple, en el que se han reconocido un mí-nimo de 1300 individuos, cuyas edades abarcan todos los segmentos de población, con escasos objetos depo-sitados como ajuar, y acompañados de 50 cánidos46. Se trata de un inmenso registro cuyo estudio permitirá deslindar algunos de los aspectos menos conocidos de un enterramiento múltiple, como el número mínimo de individuos, la asociación de buena parte de la cultu-ra material, conocer fases de uso y el proceso de depo-sición de los depósitos, y manipulaciones posteriores, visualizando de manera más detallada el componente ritual. Las primeras dataciones indican la utilización de Camino del Molino en un lapso temporal de unos 350-400 años, que se enmarca en la primera mitad del III milenio cal. a.C. Atendiendo a la cantidad de in-humaciones, resulta llamativa la escasez de elementos de ajuar recuperados en este depósito: algunas hachas pulimentadas, puntas de flecha y otros elementos de sílex, muy pocos elementos metálicos (17 punzones, una punta y un puñal de lengüeta).

Además de las inhumaciones múltiples, también en esta zona los depósitos funerarios en el espacio de hábitat, utilizando estructuras de almacenaje (silos), como se documenta en los poblados de Casa Nogue-ra y Molinos de Papel47. A buen seguro los trabajos en curso no sólo ampliarán los datos actuales sino que abrirán nuevas perspectiva de investigación sobre el mundo funerario.

La expresión de las ideas: el repertorio simbólico e ideológico

En la fachada mediterránea encontramos una diver-sidad de expresiones simbólicas y elementos de cultura material que permiten conocer no sólo el alcance de los contactos e interacciones, facilitando la delimitación de diferentes territorios, sino también una aproximación al mundo ideológico de las comunidades.

Hay que destacar la aparición reciente en el nor-deste de elementos singulares de arte megalítico: es-telas y estatuas-menhires, algunas con rasgos antro-

44 Ayala 1987.45 Eiroa, 2006.46 Lomba et al., 2009.47 Álvarez y de Andrés, 2009.

Figura 7. Restos de un bóvido completo depositado en un silo cerca de una tumba femenina de La Vital (Gandía, Valencia). Este tipo de depósito ritual aparece en la Iberia mediterránea en el IV y III milenio a.C. Fotografía de los autores.

hacIa las socIedades coMplejas (Iv y III MIlenIo cal b.c.) en la IberIa MedIterránea 81

pomorfos. Estas manifestaciones se enmarcan en la estatuaria europea del neolítico final-calcolítico, y se han recuperado tanto en contextos sepulcrales, en los principales núcleos megalíticos, como habitaciona-les48. El conjunto de estelas antropomorfas de Regue-res de Seró, las estelas de Serra de Mas d’En Bonet, así como las estatuas-menhir de Ca l’Estrada y Pla de les Pruneres –éstas con rasgos antropomorfos esquemáti-cos– conforman un panorama de creciente compleji-dad y, aunque se revelan como símbolos con carácter propio y singular, comparten rasgos con otros grupos figurativos próximos49. En Serra de Mas d’En Bonet se descubrieron los restos de seis estelas, fragmentadas, en las estructuras habitacionales. Su particularidad reside en la morfología –trapezoidal– y la presencia de dos apéndices o cuernos tallados en un extremo. Se descarta su consideración como simples elemen-tos funcionales, interpretándose como representación relacionada con el toro50. Las investigaciones en curso en estos territorios se centran ahora en establecer la conexión entre asentamientos al aire libre y sepulcros megalíticos, así como el papel que tienen menhires y rocas con grabados como marcadores territoriales.

En el área meridional, uno de los ejemplos conside-rados para abordar el análisis no sólo de los contactos, sino de las manifestaciones simbólicas, son los moti-vos oculados, que se expresan de manera muy diversa. Este símbolo aparece sobre soportes mobiliares de na-turaleza variada (hueso, marfil, madera, caliza, pizarra, cerámica, …), así como en las figuras rupestres pinta-das y/o grabadas y en monumentos megalíticos, mos-trando un diseño compositivo similar: ojos y tatuaje facial, lo que se entiende como la representación de un mismo tema o ideograma (Fig. 8). Su distribución enlaza un vasto territorio que comprende buena parte de la Península Ibérica a lo largo de IV y III milenios: desde el sudoeste (Portugal) hasta el mediterráneo y centro, evidenciando además de los movimientos e in-tercambio de objetos, la circulación de información a través de los contactos, que se plasma en un repertorio iconográfico compartido entre comunidades próximas y alejadas. Ello subraya el interés de profundizar en el conocimiento de estas redes a diferente escala, a tra-vés de las cuales también la ideología circula y penetra en los distintos territorios, valorando su alcance en los procesos de cambio cultural.

Las redes de intercambios y contactos se pueden trazar a diferente escala y nivel. A través de ellas de-bieron circular personas y objetos, en algunos casos he-rramientas cotidianas, en otros artesanías singulares, y muy posiblemente un repertorio más amplio de bienes

48 Tarrús, 2011.49 Moya et al., 2010.50 Rosillo et al., 2010.

que no han dejado evidencia en el registro arqueológi-co. El nordeste peninsular muestra relaciones con el sur de Francia, pero también hacia el sur, como evidencia la circulación de herramientas pulimentadas; del mis-mo modo, desde el área valenciana se rastrean interac-ciones con el área del sureste, ya desde los inicios del neolítico51. Esa larga duración temporal se entiende a partir de la creación de vínculos interpersonales, del es-tablecimiento y definición de identidades o la construc-ción de alianzas, pero también por el establecimiento y mantenimiento de desigualdades, como puede reflejar el consumo de bienes de prestigio, de uso restringido. La fluidez de estas relaciones deriva de la variedad de objetos, tecnologías, conocimientos y gentes que circu-lan a través de ellas. Ahondar en su conocimiento am-pliará nuestra visión de estas comunidades.

51 Orozco, 2000.

Figura 8. Ídolo oculado calcolítico de la Ereta del Pedregal (Navarrés, Valencia). Fotografía del Museu de Prehistòria de València.