Giuliano della Rovere (Julio II) y los reinos ibericos

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ÁLVARO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES El cardenal Giuliano Della Rovere y los reinos ibéricos Rivalidades y convergencias en el Mediterráneo occidental El presente trabajo pretende analizar la relación que mantuvo el carde- nal de la Rovere con los reinos ibéricos durante las últimas décadas del si- glo XV en el marco geoestratégico del Mediterráneo occidental. Para ello es necesario explicar el nudo de intereses que ambas partes trenzaron a lo largo del triangulo marítimo formado por Roma, la república de Génova y la península Ibérica. Un espacio peinado por naves comerciales, galeras de guerra y bergantines diplomáticos que ligarán orillas y proyectos comunes como los que unieron al Papado renacentista con los reinos de Castilla y Aragón, unificados en las personas de los Reyes Católicos. El poderoso clan Della Rovere se sitúa en esta sugestiva encrucijada donde el cardenal ad Víncula asumió un particular protagonismo, proyectando su influencia en las cuestiones sucesorias, las alianzas políticas y los proyectos de refor- ma eclesiástica que entonces se debatieron. Era el inicio de un diálogo sal- picado de rivalidad e intereses convergentes entre el futuro Julio II y la Ca- sa Trastámara, preámbulo desconcertante de las relaciones hispano-pontifi- cias a comienzos de la Edad Moderna. 1. El clan Della Rovere y la dinastía Trastámara: fórmulas de un entendi- miento La vinculación del cardenal Della Rovere con la península Ibérica de- be enmarcarse en el contexto de las relaciones que mantenía el Papado con los reinos ibéricos a fines del siglo XV. Relaciones cordiales en el aspecto político, pero más aristadas en el terreno eclesiástico, especialmente por los conflictos suscitados por los nombramientos episcopales, donde colisiona- ban los intereses de un Papado dispuesto a defender su condición de Domi- nus beneficiorum, y los monarcas Trastámara implicados en una política de centralismo e intervencionismo en la iglesia de sus reinos 1 . En este campo 1 Algunos estudios generales sobre la relación entre la Monarquía castellana y el Pontificado romano en J.M. NIETO SORIA, Iglesia y génesis del Estado Mo- derno en Castilla (1369-1480), Madrid 1993; ID., Las relaciones Iglesia-Estado en España a fines del siglo XV, en El Tratado de Tordesillas y su época, coords. L.A. RIBOT GARCÍA, A. CARRASCO MARTÍNEZ, L.A. DA FONSECA, Madrid 1995, I, pp.

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ÁLVARO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES

El cardenal Giuliano Della Rovere y los reinos ibéricos Rivalidades y convergencias en el Mediterráneo occidental

El presente trabajo pretende analizar la relación que mantuvo el carde-nal de la Rovere con los reinos ibéricos durante las últimas décadas del si-glo XV en el marco geoestratégico del Mediterráneo occidental. Para elloes necesario explicar el nudo de intereses que ambas partes trenzaron a lolargo del triangulo marítimo formado por Roma, la república de Génova yla península Ibérica. Un espacio peinado por naves comerciales, galeras deguerra y bergantines diplomáticos que ligarán orillas y proyectos comunescomo los que unieron al Papado renacentista con los reinos de Castilla yAragón, unificados en las personas de los Reyes Católicos. El poderosoclan Della Rovere se sitúa en esta sugestiva encrucijada donde el cardenalad Víncula asumió un particular protagonismo, proyectando su influenciaen las cuestiones sucesorias, las alianzas políticas y los proyectos de refor-ma eclesiástica que entonces se debatieron. Era el inicio de un diálogo sal-picado de rivalidad e intereses convergentes entre el futuro Julio II y la Ca-sa Trastámara, preámbulo desconcertante de las relaciones hispano-pontifi-cias a comienzos de la Edad Moderna.

1. El clan Della Rovere y la dinastía Trastámara: fórmulas de un entendi-miento

La vinculación del cardenal Della Rovere con la península Ibérica de-be enmarcarse en el contexto de las relaciones que mantenía el Papado conlos reinos ibéricos a fines del siglo XV. Relaciones cordiales en el aspectopolítico, pero más aristadas en el terreno eclesiástico, especialmente por losconflictos suscitados por los nombramientos episcopales, donde colisiona-ban los intereses de un Papado dispuesto a defender su condición de Domi-nus beneficiorum, y los monarcas Trastámara implicados en una política decentralismo e intervencionismo en la iglesia de sus reinos1. En este campo

1 Algunos estudios generales sobre la relación entre la Monarquía castellanay el Pontificado romano en J.M. NIETO SORIA, Iglesia y génesis del Estado Mo-derno en Castilla (1369-1480), Madrid 1993; ID., Las relaciones Iglesia-Estado enEspaña a fines del siglo XV, en El Tratado de Tordesillas y su época, coords. L.A.RIBOT GARCÍA, A. CARRASCO MARTÍNEZ, L.A. DA FONSECA, Madrid 1995, I, pp.

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Sixto IV había abandonado los usos más condescendientes de sus predece-sores y procedió a la elección directa de sus candidatos sin consultar a losmonarcas. Su primera intervención en este sentido fue para otorgar la aba-día catalana de San Cugat del Vallés a Pietro Riario en 1471, y al año si-guiente el monasterio de Montserrat (2.II.1472) a Giuliano Della Rovere,ambos sobrinos del pontífice recién elevados al cardenalato con los títulosrespectivos de San Sisto y San Pietro ad Vincula2.

Estos nombramientos no debieron ser del agrado de Juan II de Aragón,pero el monarca necesitaba el apoyo del pontífice para legitimar la sucesiónal trono castellano de su hijo Fernando, desposado con la princesa herede-ra Isabel3. Como es sabido, Sixto IV se decidió por la causa de los prínci-pes otorgando la bula de dispensa que sanaba in radice su matrimonio, con-traído sin las oportunas dispensas y contra el parecer del monarca reinanteEnrique IV, que a partir de entonces comenzó a defender la candidatura desu hija Juana, llamada vulgarmente «La Beltraneja». Uno de los objetivosprioritarios de la legación de Rodrigo de Borja era precisamente resolveraquel conflicto sucesorio que el cardenal valenciano – bien relacionado conel rey aragonés – orientó en favor de los príncipes4.

731-749; M.Á. LADERO QUESADA, La España de los Reyes Católicos, Madrid1999, pp. 250-255; desde la perspectiva italiana véanse las síntesis de M.A. VI-SCEGLIA, Convergencias y conflictos. La Monarquía Católica y la Santa Sede (si-glos XV-XVIII), en «Stvdia Historica. Historia Moderna», 26 (2004), pp. 155-190;EAD., Roma e la Monarchia Cattolica nell’età dell’egemonia spagnola in Italia:bilancio storiografico, en Roma y España. Un crisol de la cultura europea en laEdad Moderna. Actas del Congreso Internacional celebrado en Roma, Real Aca-demia de España, 8-12 mayo 2007, coord. C.J. HERNANDO SÁNCHEZ, Madrid 2007,I, pp. 53-90.

2 Sobre Pietro Riario véase M. SCHAICH, Riario, Pietro, en Biographisch-Bi-bliographisches Kirchenlexikon, VIII, Hamm [Westf.] 1994, (actualización de1999), pp. 156-159; trata de recuperar su figura desmintiendo la campaña de difa-maciones que padeció I. LIBERALE GATTI, Pietro Riario da Savona, francescano car-dinale vescovo di Treviso (1445-1474). Profilo storico, Padova 2003, pp. 272; ID.,Pietro Riario da Savona (1445-1475), francescano, Cardinale, vescovo di Treviso,en «Miscellanea Francescana», 105 (2005), pp. 277-319; sus beneficios eclesiásti-cos en C. EUBEL, Hierarchia Catholica Medii Aevi, Münster 1914, II, p. 16.

3 El complejo problema sucesorio es tratado con diferentes matices en T. DE

AZCONA, Isabel la Católica. Estudio crítico de su vida y reinado, Madrid 1993, pp.180-185; L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Reyes Católicos. La conquista del trono, Ma-drid 1989, pp. 36 y ss; M.I. DEL VAL VALDIVIESO, La sucesión de Enrique IV, en «Es-pacio, tiempo y forma. Serie III, Historia medieval», 4 (1991), pp. 43-78.

4 Cfr. Á. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Alejandro VI y los Reyes Católi-cos. Relaciones político-eclesiásticas (1492-1503), Roma 2005, pp. 226-233.

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En aquel contexto, el 25 de junio de 1472 el papa nombró a su sobrinoPietro Riario titular del arzobispado de Sevilla, la sede con mayores ingre-sos del reino, dando un paso que se interpretó como un abuso en la Cortecastellana, mientras en la Curia se veía probablemente como contrapresta-ción al apoyo político otorgado. El cronista Alonso de Palencia describecon trazos sombríos la oposición que suscitó en Castilla aquella injerenciay la indignación contra los «criminales excesos» del clan Della Rovere, es-pecialmente los poderosos hermanos Pietro y Girolamo Riario que regían lavoluntad del pontífice5. Frente al candidato pontificio, Enrique IV y los jó-venes príncipes sostuvieron al arzobispo Pedro González de Mendoza,mientras el cabildo sevillano apoyaba a Fadrique de Guzmán, hermano delduque de Medinasidonia6. Las posiciones estaban tan encontradas que elconflicto sólo se resolvió tras el fallecimiento de Pietro Riario y la cesiónde Sevilla por parte del papa al candidato regio a cambio del traspaso de to-dos los beneficios del difunto a su hermano Raffaele Riario7.

5 La ácida pluma del cronista atribuía a Pietro el abandono de las vestidurascardenalicias por «un manto militar de seda» y «un largo sayo oriental de color ja-cinto», así como el escándalo de ilícitas diversiones de histriones o la exhibiciónde su concubina Teresa por las calles de Roma, ostentando en su calzado las pie-dras preciosas que se habían arrancado de la tiara pontificia; A. DE PALENCIA, Gue-rra de Granada, Estudio preliminar por Rafael Gerardo Peinado Santaella, Grana-da 1998, p. 135.

6 T. DE AZCONA, La elección y reforma del episcopado español en tiempos delos Reyes Católicos, Madrid 1960, p. 83; J.M. NIETO SORIA, Enrique IV de Castillay el Pontificado (1454-1474), en «En la España Medieval», 19 (1996), pp. 167-238:202; Historia de las diócesis españolas. X: Iglesias de Sevilla, Huelva, Jerez y Cá-diz y Ceuta, coord. J. SÁNCHEZ HERRERO, Madrid 2002, p. 79.

7 Los beneficios ibéricos de Pietro que el papa traspasó a Raffaele el mismo díade su fallecimiento fueron una cantoría de Toledo, una canonjía en Sevilla y unaprebenda en Jerez de 100 y 150 libras respectivamente; prestameras en Alamo, Al-cabuey, Membrillas, Castilla del Campo, Cumbres Mayores, Santa Eulalia, Corte-gana y Gibraleón con 140 libras; y beneficios en Sanlúcar de Barrameda con 40 li-bras; a los que añadiría el 24 de mayo la archidiaconía de Reina (Sevilla) de 100 li-bras, y una capiscolía en Toledo aquel mismo año; AZCONA, La elección y reformacit., pp. 109-110; M.J. LOP OTÍN, El cabildo catedralicio de Toledo en el siglo XV:aspectos institucionales y sociológicos, Madrid 2003, p. 449. Sobre la vida y mece-nazgo del cardenal Raffaele Riario cfr. A. SCHIAVO, Profilo e testamento di Raffae-le Riario, en «Studi Romani», 8 (1960), pp. 414-429; C.L. FROMMEL, Raffaele Ria-rio, committente della Cancelleria, en Arte, commitenza ed economia a Roma e ne-lle corti del Rinascimento (1420-1530), a cura di A. ESCH, Torino 1995, pp. 197-211; E. BENTIVOGLIO, Per la conoscenza del palazzo della Cancelleria: la persona-lità e l’ambiente culturale del cardinale Raffaele Sansoni Riario, en «Quadernidell’Istituto di Storia dell’Architettura», 15-20 (1991-92), pp. 367-374.

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Giuliano Della Rovere tampoco logró hacerse con la abadía benedicti-na de Montserrat, concedida el 2 de febrero de 1472 pero retenida por laCongregación Claustral que necesitaba las rentas para aliviar los destrozosde la guerra civil catalana8. Las razones no convencieron al papa y el 15 demayo de 1473 intimidó a la comunidad y a la congregación claustral con unaamenaza de excomunión si no permitían la posesión de la abadía9. Fue en-tonces cuando Juan II salió de su pasividad alegando la imposibilidad de ce-der un monasterio que había prometido al abad de San Pere de Rodes, a me-nos que se gratificara a éste con otra abadía o una sede episcopal en Catania.El segundo beneficio aragonés concedido a Giuliano Della Rovere tropezócon una oposición semejante de Juan II. Se trataba de la sede arzobispal deMessina (Sicilia), que el papa entregó en administración a su sobrino enmarzo de 147410. Dos meses después, Sixto IV nombró como titular delobispado a Giacomo da Santa Lucia – ministro provincial de los hermanosmenores de Sicilia –, que mantuvo con el candidato regio, Pedro de Luna,un largo conflicto hasta 1480, en que éste recibió la sede a cambio de com-pensar a Santa Lucia con otras dos sedes y el permiso de que el cardenal De-lla Rovere conservara una pensión anual sobre las rentas de Mesina11.

Estos contenciosos hicieron comprender a Víncula que no se le abrirí-an las puertas del beneficialismo ibérico sin el consentimiento de los reyes.Para ganarse su benevolencia se valió de la amistad que mantenía con Fe-rrante de Nápoles – primo de Fernando el Católico – desde que en agostode 1474 el cardenal formalizara el matrimonio de su hermano Giovanni Della Rovere con una hija del conde de Urbino, Federico de Montefeltro,súbdito del rey napolitano12. Como han señalado Christine Shaw y Maria

8 Así se deduce de las noticias aportadas por A. ALBAREDA, Intervenció de l’a-bat Joan de Peralta i dels Reis Cathòlics en la reforma de Montserrat (1479-1493),en «Analecta Monserratensia», 8 (1954-1955), pp. 5-40: 9-13; la oposición de laCongregación Claustral al nombramiento pontificio en Annals de Montserrat(1258-1485), ed. B. RIBAS I CALAF, Barcelona 1997, pp. 298-299.

9 La bula pontificia del 15 de mayo de 1473; ASV, Reg. Vat. 557, ff. 208-212v;Annals de Montserrat cit., pp. 121-123.

10 Instrucciones de Fernando el Católico a sus embajadores el cardenal AusiasDespuig, Ramón Dusay y Gonzalo Fernández de Heredia, para la prestación de obe-diencia, sin datar (probablemente de principios de 1475); Madrid, Biblioteca de laReal Academia de la Historia, Colección Salazar, A-9, f. 51r.

11 Las líneas esenciales de este contencioso en M. MOSCONE, Luna, Pedro de,en DBI, 66, Roma 2006, pp. 552-554; donde no se habla de la intervención del vi-cecanciller Rodrigo de Borja que intentó colocar en la sede siciliana a su familiarJaume Serra; su provisión del 23 junio 1474 en ASV, Reg. Lat. 725, f. 6; cfr. AZCO-NA, La elección y reforma cit., p. 92.

12 CH. SHAW, Giulio II, Torino 1995, pp. 11-12; también M.A. VISCEGLIA, Na-

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Antonietta Visceglia, aquel matrimonio era el resultado de una distribuciónde competencias diplomáticas cuidadosamente diseñada por Sixto IV:mientras el conde Girolamo se ocupaba del entendimiento con los Sforza deMilán, Giuliano se hacía cargo de las relaciones con la Casa Trastámara deNápoles y sus parientes ibéricos.

La mano que el cardenal tendía a los monarcas castellanos llegaba enbuena hora. Isabel y Fernando necesitaban tener en la Curia un partido fiela su causa para hacer frente al bando rival franco-portugués que apoyaba lacandidatura de Alfonso de Portugal, cuya legitimación dependía de la dis-pensa de parentesco para contraer matrimonio con Juana, hija de EnriqueIV. Si el bando de los príncipes podía contar con la amistad del rey de Ná-poles y el eventual apoyo del cardenal Della Rovere, los portugueses tení-an al rey de Francia, al emperador Federico III y, probablemente, al condeGirolamo Riario como principales valedores para obtener del papa la an-siada dispensa13.

El entendimiento del clan Della Rovere con la dinastía de los Trastá-mara se estrechó especialmente durante la embajada de prestación de obe-diencia que Isabel y Fernando enviaron a Roma en mayo de 1475. Los pro-curadores eran el maestre de Montesa Luis Despuig, por parte del rey, y eldeán de Burgos Alonso de Barajas, por parte de la reina14. La legación pa-só primero por Nápoles para preparar las negociaciones en Roma, donde seles unieron después los cardenales Ausias Despuig y Rodrigo de Borja, jun-to a otros curiales como el datario Francisco de Toledo. El precioso infor-me de este último pone de manifiesto las tensiones protocolarias suscitadasentre los procuradores regios, respaldados por los embajadores napolitanos,

poli e la politica internazionale del papato tra la congiura dei baroni e il regno diFerdinando il Cattolico, en El reino de Nápoles y la monarquía de España. Entreagregación y conquista (1485-1535), eds. G. GALASSO, C.J. HERNANDO SÁNCHEZ,Madrid 2004, pp. 453-485: 456.

13 Un esbozo de de este juego de alianzas en la Curia en Á. FERNÁNDEZ DE CÓR-DOVA MIRALLES, Reyes Católicos: mutaciones y permanencias de un paradigma po-lítico en la Roma del Renacimiento, en Roma y España cit., I, pp. 136-137. El apo-yo de Girolamo Riario a las gestiones de Álvaro de Estúñiga – miembro del parti-do portugués – se afirma en la carta de Diego de Saldaña al marqués de Villena, 17noviembre de 1474; en A. FRANCO SILVA, La provisión del Maestrazgo de Santiagotras la muerte de Juan Pacheco. Unas cartas inéditas, en La Península Ibérica enla Era de los Descubrimientos (1391-1492). Actas III Jornadas Hispano-Portugue-sas de Historia Medieval, Sevilla 25-30 noviembre 1991, Sevilla 1997, pp. 561-583:582-583.

14 Sobre esta legación véase el relato de SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Reyes Católi-cos. La conquista del trono cit., pp. 186-188; y el minucioso análisis ceremonial de A.I.CARRASCO MANCHADO, Isabel I de Castilla y la sombra de la ilegitimidad: propagan-da y representación en el conflicto sucesorio (1474-1482), Madrid 2006, pp. 93-100.

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y los agentes portugueses que cerraron filas con los delegados franceses eimperiales15. Aunque el papa intentó mostrarse neutral «para no ser notadode parcialidad», apoyó a los embajadores de los príncipes con buena partede su parentela. El conde Girolamo Riario, Rafael Riario y el propio Giu-liano Della Rovere acudieron a visitarles a su residencia junto a San PabloExtramuros, y el día de la obediencia salió a recibirles el prefecto Leonar-do Della Rovere – primo del cardenal y conde de Sora – «que tenía debdoy parte por respecto del señor rey de aragon» por haber esposado a Juanade Aragón, hija ilegítima de Ferrante16.

Para nuestro tema de estudio interesa destacar la presencia de Giulia-no Della Rovere en la recepción y, sobre todo, en la audiencia privada quemantuvo el maestre de Montesa con el papa, donde se discutieron losasuntos de la dispensa y la provisión del maestrazgo de Santiago. Aunquelos reyes manifestaron su descontento por «la forma que se tuvo en el re-cibimiento», los objetivos básicos de la legación se habían cubierto: habí-an sido nombrados como reyes de Castilla y la dispensa portuguesa que-dó congelada. La clave del éxito probablemente se encontraba en los nue-vos lazos que se estaban estrechando entre el cardenal Della Rovere y ladinastía Trastámara. Lo demuestra una carta inédita del duque de Calabria,Alfonso de Aragón, fechada el 27 de mayo de 1475. En ella el príncipe na-politano afirmaba que el cardenal había apoyado a los embajadores caste-llanos tanto y tan bien que mejor no se habría podido desear («ha tanto etsi bene operato che piu ne meglio se seria possuto desiderar»)17. Por esorecomendaba a su padre, Ferrante de Nápoles, mostrarse «favorevole adtutte le cose de quella [el cardenal ad Vincula] che se haveno ad spacciarin corte», especialmente en la provisión de la abadía de Montserrat.

15 Relación del datario apostólico, Francisco de Toledo, 6 julio 1475; en A. PAZ

Y MELIA, El cronista Alonso de Palencia, Madrid 1914, pp. 188-195; la carrera cu-rial de este personaje en R. AUBERT, François de Tolède, en Dictionnaire d’Histoi-re et Gregraphie Ecclésiastique, XVIII, Paris 1977, cols. 770-771; sobre Ausias De-spuig y Rodrigo de Borja cfr. J. GOÑI GAZTAMBIDE, “Despuig de Podio, Ausias o Au-ziás u Osias”, en Q. ALDEA VAQUERO, T. MARÍN MARTÍNEZ, J. VIVES GATELL, Dic-cionario de Historia Eclesiástica de España, Suplemento, Madrid 1987, pp. 257-259; M. NAVARRO SORNÍ, “Despuig (de Podio), Ausiàs”, en Diccionario BiográficoEspañol, Real Academia de la Historia, Madrid (en prensa).

16 P. CHERUBINI, Della Rovere, Leonardo, en DBI, 37, Roma 1989, pp. 360-361.17 Carta de Alfonso, duque de Calabria, a Ferrante de Nápoles, 27 mayo 1475;

Madrid, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Colección Salazar, A-7, f.168r. Referencias a la correspondencia que se intercambiaban Ferrante y el carde-nal en IACOPO AMMANNATI PICCOLOMINI, Lettere (1444-1479), ed. P. CHERUBINI, Ro-ma 1997, III, p. 2008 (Publicazione degli Archivi di Stato: Fonti XXV).

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Fernando el Católico debió recibir aquellos informes cuando, dos me-ses después, aconsejaba a su padre Juan II resolver «los fechos del abadia-do de Montserrat» a favor del cardenal, «porque sin dubda alguna aprobe-chará mucho para las cosas de Roma, las quales tambien [es] menester quetengamos propicio e favorable al Cardenal de San Pietro Avincula»18. Fran-cisco de Toledo, recompensado con el obispado de Coria, se encargó en laCuria de asignar el monasterio catalán a Fernando el Católico para satisfa-cer sus prerrogativas patronales, y entregarlo después al sobrino del pontí-fice19. Después le tocó el turno a Juan II. El 13 de agosto ordenó a todos susoficiales la ejecución de las bulas pontificias relativas a la abadía, que pasóenseguida a la sujeción inmediata de la Santa Sede en virtud del privilegiopontificio que la hacía exenta de cualquier otra jurisdicción civil o ecle-siástica mientras durase la encomienda del cardenal20. Las recompensastambién llegaron por parte de Ferrante de Nápoles cuando en el mes de no-viembre permitió al hermano del cardenal – Giovanni Della Rovere – heredar el condado de Sora y Arce tras el fallecimiento de Leonardo DellaRovere, que le cedió asimismo el título de prefecto de Roma21. El resellohumanístico de aquel juego de alianzas quedaría estampado en la oratiocompuesta por Francisco de Toledo para las exequias de Leonardo(11.XI.1475), donde se prodigó en alabanzas hacia una familia que parecíaunir sus destinos a la Casa de Aragón22.

18 Carta de Fernando a su padre Juan II de Aragón, 14 julio 1475; en PAZ Y

MELIA, El cronista cit., p. 194. Probablemente se trataba de las tensiones que ha-bían surgido entre la congregación claustral y Sixto IV a raíz de la bula de 1473,en que el papa sometía la abadía a la jurisdicción inmediata de la Santa Sede mien-tras durase la encomienda del cardenal Della Rovere; ALBAREDA, Intervenció cit.,pp. 8-9.

19 Véase la carta del cardenal Giacomo Ammannati Piccolomini a Francisco deToledo, 29 julio 1475; en AMMANNATI PICCOLOMINI, Lettere cit., III, pp. 1976-1978:la concesión de Coria, comentada en la citada misiva, fue efectuada por el Sixto IVel 29 de mayo de 1475; AZCONA, La elección y reforma cit., pp. 83-84.

20 En esta negociación no se olvidó gratificar al abad de San Pere de Rodes(Gerona) con la sede episcopal de Cefalú en Sicilia; Annals de Montserrat cit., p.100 (no se explica aquí el trasfondo político de la negociación eclesiástica).

21 Sobre Giovanni Della Rovere cfr. M. BONVINI MAZZANTI, Giovanni DellaRovere: un principe nuovo nelle vicende italiane degli ultimi decenni del XV seco-lo, Senigallia 1983; F. PETRUCCI, Della Rovere, Giovanni, en DBI, 37, Roma 1989,pp. 347-350; La quercia dai frutti d’oro: Giovanni Della Rovere (1457-1501) e leorigini del potere roveresco. Atti del Convegno di studi, Senigallia 23-24 novembre2001, a cura di M. BONVINI MAZZANTI, G. PICCININI, Ostra Vetere 2004.

22 Su exitosa Oratio in funere illustris domini Leonardi de Robore fue sucesi-vamente reeditada por los talleres romanos de Guldin, Hans U., Plannck y Eucha-rius Silber entre 1475 y 1490; cfr. Scrittura, biblioteche e stampa a Roma nel Quat-

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Por lo que se refiere a Montserrat, el gobierno del cardenal nepote fuemás beneficioso de lo que cabía esperar de un titular absentista. Su vicariodelegado Llorenç Maruny trató de restablecer la hacienda, reorganizó lascolectas, concedió nuevos arrendamientos de diezmos censos y otros emo-lumentos de las villas dependientes del monasterio, y puso colonos en sustierras23. De aquellos años también data la labor de fray Bernardo Boyl, su-perior de los ermitaños de Montserrat desde 1481, y futuro instaurador dela orden de los mínimos en los reinos de Castilla y Aragón24. Se ha atribui-do al cardenal Della Rovere el intento de entregarle el obispado siciliano dePatti sin el beneplácito del rey Fernando, pero las fuentes son tan confusascomo las que aluden a la cesión de la abadía benedictina de San Miquel deCuixà a fray Boyl en 1498-99 por parte del citado cardenal25. Menos dudascabe albergar de la mediación del cardenal en la obtención de la bula de in-dulgencia de 1475, en que Sixto IV otorgó a los peregrinos que visitabanMontserrat las mismas gracias espirituales que si acudían a Roma. La con-cesión no pudo ser más oportuna, pues el monasterio se convirtió en uno delos centros religiosos más visitados del reino, dejando tales limosnas quepudo acometerse enseguida la restauración de los edificios – muy castiga-dos durante la guerra civil catalana – y la construcción de un gran claustroojival adornado con las armas del cardenal26.

trocento. Aspetti e problemi. Atti del seminario, Città del Vaticano 1-2 giugno 1979,a cura di C. BIANCA et alii, Città del Vaticano 1980 (Littera Antiqua, 1/1-2), 2, pp.49, 53, 97, 114 y 168; y el comentario de J.M. MCMANAMON, Funeral oratory andthe cultural ideals of Italian humanism, Chapel Hill 1989, pp. 25 y 47.

23 G.M. COLOMBÁS, Un reformador benedictino en tiempo de los Reyes Cató-licos. García Jiménez de Cisneros, abad de Montserrat, Montserrat 1955, p. 63.

24 Sobre este interesante personaje cfr. M. VILALLONGA, La literatura llatina aCatalunya al segle XV, Barcelona, 1993, pp. 38-43; J.M. PRUNÉS, Nuevos datos yobservaciones para la biografía de fray Bernardo Boyl, en «Bollettino Ufficialedell’Ordine dei Minimi», 49 (2003), pp. 555-574; sobre su estancia en Montserratcfr. A.M. ALBAREDA, Lul·lisme a Montserrat al segle XVè. L’ermità Bernat Boïl, en«Estudios Lulianos», 9 (1965), pp. 5-21.

25 L. SUAREZ FERNANDEZ, Fray Bernardo Boil, las negociaciones con Franciay la introduccion de los Minimos en España, en S. Francesco di Paola, Chiesa e so-cietà del suo tempo. Atti del convegno internazionale di studio, Paola, 20-24 mag-gio 1983, Roma 1984, pp. 424-432; la atribución de la abadía de San Miquel deCuixà en F. FITA, Fray Bernardo Boyl, abad de Cuxà, en «Boletín de la Real Aca-demia de la Historia de Madrid», 19 (1891), pp. 354-356; sin embargo, el abaciolo-gio de San Miquel no contempla como titular a Giuliano Della Rovere, sino al car-denal César Borja, de quien la recibió fray Bernardo; cfr. F. MONSALVATJE Y FOSSAS,El Obispado de Elna, vol. II, Olot, 1911, pp. 262-263.

26 J. DE C. LAPLANA, Montserrat: mil anys d’art i història, Manresa 1998, p. 68.

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2. La nueva geopolítica del cardenal

En 1475 los intereses políticos y religiosos de nuestros protagonistasparecían ir de la mano. Sin embargo, existía un tercer ámbito de negocia-ción menos complaciente: Génova. Como es sabido, en el siglo XV la re-pública ligur había desplazado sus flujos comerciales orientales hacia elmediterráneo occidental, donde había entrado en competencia con las navesaragonesas que se internaban en la «ruta de las especias o de las islas», querecorría el eje Valencia-Messina y llegaba hasta la ciudad de Alejandríaatravesando las islas de Quíos, Rodas, Chipre y Creta27. Enemistados porintermitentes actos de piratería y represalia, ambas potencias acudían nopocas veces a la Santa Sede para resolver sus pleitos28. El cardenal DellaRovere se ocupó de algunos, resolviéndolos a favor de los genoveses y sus-citando por ello las protestas de Juan II de Aragón29.

Algo andaba mal para la Casa Trastámara cuando Sixto IV se veía cadavez más perturbado por las presiones del rey de Francia. La embajada en-viada por Isabel y Fernando en mayo de 1475 había sido un impasse en lapugna con el partido franco-portugués. El 22 de agosto de 1475 el cardenalPiccolomini describía así las luchas que dividían la Curia: «Una y otra par-te derrochan argumentos e ingenio, una y otra parte usan autoridades no des-preciables»30. El 3 de febrero de 1476, dos semanas antes de que GiulianoDella Rovere fuera nombrado legado en Aviñón, se confeccionó el docu-

27 M. DEL TREPPO, Els mercaders catalans i l’expansió de la Corona catalanao-aragonesa al segle XV, Barcelona 1976; sobre los consulados catalanes en el Medi-terráneo oriental cfr. Els catalans a la Mediterrània oriental a l’edat mitjana. 11 Jor-nades científiques de l’Institut d’Estudis catalans. Secció Històrico-Arqueològica,Barcelona 16-17 noviembre 2000, coord. M.T. FERRER I MALLOL, Barcelona 2003.

28 Sobre la rivalidad catalano-genovesa remitimos a los trabajos de G. PETTI

BALBI, Le relazioni tra Genova e la Corona d’Aragona dal 1464 al 1478, en Atti delIº Congresso Storico Liguria-Catalogna, Bordighera 1974, pp. 465-512; L. SUÁREZ

FERNÁNDEZ, Algunos datos sobre las relaciones de Fernando el Católico con Gé-nova, hasta la alianza de 1493, en Sardegna, Mediterraneo e Atlantico tra Medioe-vo de Età Moderna. Studi storici in memoria di Alberto Boscolo, a cura di L. D’A-RIENZO. II: Il Mediterraneo, Roma 1993, pp. 369-385; G. AIRALDI, I trattati tra Ge-nova e Spagna nel secolo XV, en La Spagna nell’età di Colombo, a cura di G. AI-RALDI e S. FOSSATI RAITERI, Genova 1995, pp. 53-63; y los estudios Genova una«porta» del Mediterraneo, a cura di L. GALLINARI, Genova 2005.

29 Cfr. SHAW, Giulio II cit., pp. 23 y ss.30 Carta del cardenal Giacomo Ammannati Piccolomini a Francisco de Toledo,

22 agosto 1475; AMMANNATI PICCOLOMINI, Lettere cit., III, pp. 1990-1992; y el co-mentario de T. DE AZCONA, La elección y reforma del episcopado español en tiem-pos de los Reyes Católicos, Madrid 1960, p. 296.

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mento que legitimaba el matrimonio del soberano portugués31. Sin embargoel papa no hizo pública la dispensa, seguramente para utilizarla como armade negociación en los asuntos que su sobrino debía tratar con Luis XI.

La legación de Aviñón marcó un cambio importante en la política deSixto IV32. Su sobrino debía suavizar las tensiones entre la Santa Sede yLuis XI de Francia, y actuar como defensor de los intereses napolitanosfrente a las pretensiones expansionistas de las dos ramas de la casa realfrancesa: la casa de Anjou sobre el reino de Nápoles, y la de Orleáns sobreel ducado de Milán. Sin embargo las cosas sucedieron de otra manera. Elcardenal que partía de Roma para exconjurar el peligro de una intervenciónfrancesa en Nápoles acabó convirtiéndose en uno de los principales impul-sores del intento de invasión del duque de Lorena en 1484 y de la calattade Carlos VIII en 1494.

Tras el encuentro del 27 de mayo de 1476, la inicial hostilidad entre elcardenal y el rey francés se trasformó en un entendimiento recíproco. Luisabandonó su proyecto de convocar un concilio y permitió que Giuliano to-mara posesión de la sede de Aviñón que le disputaba Carlos de Borbón,concediéndole el pleno ejercicio de sus poderes como legado en Francia eintermediario de los negocios franceses en la corte de Roma33. Aquel tratode favor suscitó en la Curia rumores sobre la posibilidad de que el legadole hubiera prometido su ayuda para apropiarse de Génova y Savona, o de-fender los derechos de Renato de Anjou sobre Nápoles. Giuliano negó todoesto a su regreso, no porque hubiera prometido tales cosas al soberano fran-cés, sino porque sus promesas iban probablemente en otra dirección. El pro-yecto artístico que Víncula empezó a ensayar en su palacio de Aviñón noindicaban sólo el despertar de su sensibilidad arquitectónica sino una vo-luntad de permanencia y, probablemente un cambio de orientación políticadestinada a modificar el equilibrio del Mediterráneo occidental34.

31 Copia del breve de Sixto IV, 3 febrero 1476; Madrid, Biblioteca de la RealAcademia de la Historia, Colección Salazar, A-1, f. 15v-16r.

32 Sobre esta misión cfr. P. OURLIAC, Le Concordat de 1472. Etude sur les rap-ports de Louis XI et de Sixte IV, en «Revue Historique de Droit Français et Etran-ger», sér. 4, 20 (1941), pp. 174-223; 21 (1942), pp. 117-154; L.-H. LABANDE, Avi-gnon au XVme siècle. Légation de Charles de Bourbon et du Cardinal Julien de laRovère, Monaco 1920; SHAW, Giulio II cit., pp. 24-31; también I. CLOULAS, Jules II:le Pape terrible, Paris 1990, pp. 33-59.

33 SHAW, Giulio II cit., p. 31.34 Sobre la faceta artística de esta legación véanse las contribuciones de C.L.

Frommel, M. Di Dio y M.G. Aurigemma a este congreso, y el trabajo de H. DIE-TRICH FERNÁNDEZ, Avignon to Rome: The Making of Cardinal Giuliano della Rove-re as a Patron of Architecture, en I. F. VERSTEGEN, Patronage and Dynasty: the Ri-se of the della Rovere in Renaissance Italy, Kirksville 2007, pp. 63-88.

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Christine Shaw ha señalado con perspicacia que la candidatura al car-denalato de Carlos de Borbón en 1477, era claramente una contraprestaciónal acuerdo con Luis XI. Sin embargo no fue el único35. Los reyes de Casti-lla y Aragón no tardaron en notarlo al comprobar que el cardenal se con-vertía en firme defensor de Alfonso V de Portugal, aliado del rey francés,que reclamaba urgentemente la publicación de la dispensa que permitiría asu aliado aspirar al trono castellano36. Éste fue el motivo de la acaloradadiscusión que se suscitó en los apartamentos pontificios en enero de 1477.Sus protagonistas fueron el vicecanciller Rodrigo de Borja, defensor de Isa-bel y Fernando, y el cardenal Giuliano Della Rovere, empeñado en otorgarla famosa dispensa. El tono de la discusión se elevó hasta tal punto que losoficiales que se encontraban fuera de la cámara pudieron escucharla en to-dos sus detalles y trasmitirla a los soberanos37. El momento más dramáticose alcanzó cuando Borja acusó al pontífice de provocar una nueva guerra enCastilla para complacer al rey de Francia, y a Giuliano de suscitar un es-cándalo con el que «ni mostraba ser cardenal, ni menos sobrino del papa»38.Finalmente, reprochó a éste último su ingratitud hacia la casa de Aragón, ala que su hermano y él debían tantos beneficios, advirtiéndole de que «nohauia de ser siempre sobrino del Papa, si naturalmente hauia de beuir, e quemirase qué fazia contra tan grandes Reyes».

Ni el papa ni el cardenal parecieron reaccionar ante la intimidación delvicecanciller y los agentes de Ferrante de Nápoles. Mientras tanto en la Cu-ria se suscitaron tales disputas protocolarias entre los procuradores de am-bos bandos que el 2 de febrero se llegaron a suspender las celebraciones dela fiesta de la Purificación39. Al día siguiente, Sixto IV resolvió aquel espi-

35 El doble juego de Luis XI con Alfonso de Portugal y Fernando de Aragón secomprueba en su correspondencia: el mismo día en que envía una carta al papa a fa-vor de Alfonso, envía otra felicitando a Fernando de Aragón por su ascenso al tro-no castellano; cfr. J.V. SERRÃO, Relações históricas entre Portugal e a França:(1430-1481), Paris 1975, pp. 98 y ss; H. BAQUERO MORENO, I. VAZ DE FREITAS, ACorte de Afonso V: o tempo e os homens, Gijón 2006, pp. 197-198; también T. DE

AZCONA, Juana de Castilla, mal llamada La Beltraneja: vida de la hija de EnriqueIV de Castilla y su exilio en Portugal (1462-1530), Madrid 2007, p. 124.

36 AZCONA, Isabel la Católica cit., pp. 295-296; SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Re-yes Católicos. La conquista del trono cit., pp. 208-209.

37 Véase la interesante carta de Pedro Sánchez al príncipe Fernando, 25 enero1477; en PAZ Y MELIA, El cronista Alonso de Palencia cit., pp. 283-285.

38 Sixto IV se excusó diciendo que se limitaba a otorgar una dispensa matri-monial sin apoyar ninguna opción política, a lo que el cardenal Borja contestó quepara quien no sabe derecho el gesto era una carta de legitimidad para disputar a lospríncipes el derecho al trono castellano.

39 ALFONSO PALENCIA, Crónica de Enrique IV, en Biblioteca de Autores Espa-ñoles, ed. DE A. PAZ Y MELIA, t. 258, III, Madrid 1973, p. 28.

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noso asunto con la clásica habilidad vaticana: hizo pública la dispensa a Al-fonso V pero sin nombrarle «rey de Castilla», como querían los portugue-ses, y añadiendo que la concedía sin perjuicio de otra persona40. A pesar delas buenas intenciones, aquella filigrana diplomática no podía evitar la cam-paña militar que el rey portugués preparaba para revindicar sus derechos yque pronto sumiría a Castilla en la guerra civil. El clan Della Rovere habíasuscitado en la Curia una basculación hacia el partido franco-portuguésmuy peligrosa para Isabel y Fernando. Dos signos inequívocos del fenóme-no fue su fracaso en obtener la púrpura cardenalicia para el datario Fran-cisco de Toledo, y el nombramiento como legado pontificio del arzobispoAlonso Carrillo, firme aliado del rey portugués41.

Clausurada la vía política, Isabel y Fernando redujeron sus relacionescon Giuliano a la reforma del monasterio de Montserrat. En 1479 los reyesle pidieron permutar esta abadía por la de Grotta (Sicilia), ya que la exen-ción obtenida por el cardenal impedía toda posibilidad de sanear las ren-tas42. Tras reiteradas súplicas de Juan de Aragón y de Fernando, el cardenalDella Rovere acabó por renunciar temporalmente a Montserrat en 1483 acambio de una pensión de 200 ducados. Estaba claro que los reyes queríanhacer del monasterio catalán un centro difusor de la reforma benedictina através del paso a la observancia. De ahí que en 1486 solicitaran al papa elpermiso para aumentar el número de monjes e implantar el régimen trienalen la elección del abad.

El cardenal facilitó estas gestiones, pero no renunció a los doscientosducados de pensión ni al derecho de regreso que se había reservado. En re-alidad era poca cosa comparado con el ruidoso conflicto que enfrentaba a losreyes con Raffaele Riario por la sede de Cuenca. Mientras tanto Montserratse fue convirtiendo en la punta de lanza del nuevo benedictinismo obser-vante gracias a la instalación de los monjes de la Congregación de San Be-nito de Valladolid, que fundarían en la célebre abadía catalana la Congrega-ción de Santa María de Montserrat erigida por Alejandro VI en 149743. La

40 Breve de Sixto IV dirigido al rey Fernando de Aragón, 13 marzo 1477; Ma-drid, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Colección Salazar, A-1, ff. 15r-v; cfr. AZCONA, La elección y reforma cit., p. 124.

41 J. ZURITA, Anales de Aragón, Zaragoza 1977, VIII, p. 387 (libro XX, cap.XXXVII).

42 La permuta de la abadía de Montserrat en Cataluña por la de Grotta (Sicilia)poseída por Juan de Peralta, hermano del tesorero del rey, se solicita el 19 de mayode 1479; A. DE LA TORRE, Documentos sobre las relaciones internacionales de losReyes Católicos, Barcelona 1950, I, p. 18.

43 G.M. COLOMBÁS, M. GARCÍA GOST, Estudios sobre el primer siglo de SanBenito de Valladolid, Montserrat 1954; G.M. COLOMBÁS, Un reformador benedicti-no en tiempo de los Reyes Católicos: García Jiménez de Cisneros, abad de Mont-

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renovación de la vida religiosa fue de tal intensidad que la congregación aca-bó englobando a todos los monasterios españoles a lo largo del siglo XVI,convirtiéndose – en palabras de Giorgio Penco – en la reactivación religiosamás eficaz del benedictinismo europeo44.

Desgraciadamente, estamos menos informados de la actividad de Giulia-no como protector de la orden franciscana tras sustituir a Pietro Riario en1474. Desde este cargo el cardenal debió recibir las propuestas reformadorasenviadas por Isabel y Fernando, con los que probablemente coincidía en los fi-nes pero no en los medios. Como antiguo franciscano conventual, Sixto IV ysu sobrino, probablemente también franciscano, podían sintonizar con la pro-moción de la rama observante, partidaria de una interpretación más fiel de laregla, pero se resistían a permitir la injerencia de los reyes en asuntos que com-petían a los superiores, o a perder los derechos fiscales que obtenía la Coronaal convertir las prelacías vitalicias en electivas45. La actitud del cardenal en elcaso de Montserrat refleja precisamente esta mentalidad promotora de la Ob-servancia, pero refractaria a la cesión de los ingresos.

Fallecido Sixto IV, Giuliano Della Rovere fue el gran triunfador delcónclave que eligió a su antiguo compañero, el genovés Inocencio VIII. És-te le recompensó añadiendo a su condición de ministro de la Iglesia in spi-ritualibus, del que le había investido Sixto IV, la función de gran consejerodel papa in temporalibus46. En torno a Giuliano se fue configurando un po-deroso partido cardenalicio «ultramontano» que unía a sus parientes Do-menico Della Rovere o Girolamo Basso Della Rovere, los influyentes Gior-gio Costa – arzobispo de Lisboa –, Gabriele Rangoni – obispo de Agria ygeneral de los franciscanos – y el francés Jean Balue. Frente a este grupo

serrat, Montserrat 1955; VI Centenario. Monasterio de San Benito el Real. 1390-1990, dir. J. RIVERA, Valladolid 1990; C. BARAUT, El Papa Alexandre VI i el mone-stir de Santa Maria de Montserrat, en «Studia monastica», 36-1 (1994), pp. 41-67.Algunas notas biográficas de los monjes que profesaron en aquellos años en E. ZA-RAGOZA I PASCUAL, Monjes profesos de Montserrat (1493-1833), en «Studia mona-stica», 33-2 (1991), pp. 329-377: 333-335.

44 G. PENCO, Il monachesimo, Milano 2000, p. 227.45 Cfr. M. FOIS, I Papi della Rovere e l’osservanza, en «Atti e memorie della

Società Savonese di Storia Patria», 24 (1988), pp. 129-176: 152-155; sobre las ini-ciativas reformadoras de Isabel y Fernando cfr. T. DE AZCONA, Reforma de la pro-vincia franciscana de la Corona de Aragón en tiempos de los Reyes Católicos, en«Estudios Franciscanos», 71 (1970), pp. 245-343; J. GARCÍA ORO, La reforma de losreligiosos españoles en tiempo de los Reyes Católicos, Valladolid 1969; ID., Cisne-ros y la reforma del clero español en tiempo de los Reyes Católicos, Madrid 1971.

46 Cfr. M. PELLEGRINI, Innocenzo VIII, en Storia dei Papi. III: Innocenzo VIII-Giovani Paolo II, Roma 2000, pp. 1-13; ID., Ascanio Maria Sforza: la parabola po-litica di un cardinale-principe del rinascimento, Roma 2002, pp. 139 y ss.

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protegido por el pontífice, las figuras de Ascanio Sforza y Rodrigo de Bor-ja aparecían como tibios rivales que aún no estaban en condiciones de ofre-cer una oposición eficaz; especialmente el cardenal valenciano que en 1484sufrió un grave conflicto con sus soberanos al atribuirse la sede arzobispalde Sevilla sin su consentimiento47. La disputa adquirió tal virulencia queexigió la intervención del papa y del propio cardenal Della Rovere para lle-gar a una pacificación, obtenida finalmente en el verano de 1486 con laconcesión del arzobispado al candidato regio, a cambio de una compensa-ción económica obtenida de la bula de cruzada, el impuesto eclesiástico quepermitía sostener la guerra de Granada48.

Víncula debió seguir de cerca aquellas negociaciones ya que los reyescomenzaron a informarle regularmente, junto a otros cardenales, de los éxi-tos de la campaña granadina para que pudiera comprobar en qué se gastabanlos dineros de la bula. Aquel caudal de información que pronto versificaronhumanistas y curiales dio lugar a «la primera guerra cubierta por una co-rresponsalía publicitaria oficial», y el primer conflicto bélico, exterior a lapenínsula Italiana, sincrónicamente seguido por la Curia y progresivamentefestejado en la Ciudad Eterna49. Giuliano Della Rovere formó parte de losdestinatarios de esta correspondencia siendo puntualmente informado de latoma de Ronda (3.VI.1485) y, cuatro años después, de la campaña de Baza(4.XII.1489) que fue celebrada en Roma como si se tratara del fin de la con-tienda50. El cardenal se hallaba entonces en Florencia, donde le llegó la mi-

47 El conflicto ha sido estudiado por AZCONA, La elección y reforma cit., pp. 144-151; se añaden nuevos datos en ID., Relaciones de Inocencio VIII con los Reyes Cató-licos, según el fondo Podocataro de Venecia, en «Hispania Sacra», 32 (1980), pp. 3-29: 5-9; L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Reyes Católicos. El tiempo de la guerra de Gra-nada, Madrid 1989, pp. 169 y ss; también M. BATLLORI, Alejandro VI y la casa realde Aragón (1492-1498), en ID., La familia de los Borjas, Madrid 1999, pp. 193-194.

48 La intervención del cardenal Della Rovere se documenta en la carta de Gio-vanni Lorenzi al cardenal Marco Barbo, 18 agosto 1485; en P. PASCHINI, Il carteg-gio fra il cardinale Marco Barbo e Giovanni Lorenzi, Roma 1948, pp. 110 y ss.

49 P.M. CÁTEDRA, En los orígenes de las Epístolas de Relación, en Las Relacio-nes de Sucesos en España (1500-1750). Actas del I Coloquio Internacional, Alcalá deHenares junio 1995, Alcalá de Henares 1996, p. 45. Sobre la contienda véase la sín-tesis de M.Á. LADERO QUESADA, La guerra de Granada, 1482-1491, Granada 2001;sobre la producción literaria cfr. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Alejandro VI ylos Reyes Católicos cit., pp. 155-157; o ID., Imagen de los Reyes Católicos cit., pp.295-297; D. PAOLINI, Los Reyes Católicos e Italia: los humanistas italianos y su rela-ción con España, en La literatura en la época de los Reyes Católicos, eds. N. SALVA-DOR DE MIGUEL, C. MOYA GARCÍA, Madrid-Frankfurt am Main 2008, pp. 189-205.

50 LA TORRE, Documentos cit., II, p. 208; la extensa carta relatando al cardenalla conquista de Baza, 4 diciembre 1489, en R. GONZÁLEZ ARÉVALO, La guerra di

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siva del rey titulándole «amice nostro carissime», y dónde dos años despuésse celebraría la toma de Granada con los versos de Ugolino Verino y una re-presentación dramática sobre la desdicha de Boabdil51.

A partir de 1484, los reyes intensificaron su correspondencia con elcardenal para solicitarle pequeños favores: recomendaciones a terceras per-sonas, peticiones para ahorrar el impuesto de la décima a la deprimida ciu-dad de Barcelona o ciertos reproches por atribuirse determinadas reservas,como los doscientos ducados de las rentas de Montserrat o los trescientosque cobraba de un arcedianato en Toledo52. Éste último dato pone de mani-fiesto la eficacia de sus agentes fiscales, que operaban en Castilla de mane-ra semejante a los oficiales genoveses que empleaba su primo Raffaele Ria-rio en la percepción de las rentas de su obispado de Cuenca53. No se trata-ba de un caso aislado sino de una práctica común de la Cámara Apostólica,que se servía de mercaderes genoveses pertenecientes a las grandes fami-lias de los Centurione, los Pinelli o los Gentile, para recaudar el capital delos beneficios ibéricos y enviarlo a Roma a través de sus compañías54.

Granata nelle fonti fiorentine, en «Archivio storico italiano», 609 (2006), pp. 387-418: 402-403.

51 Cfr. B. VINCENT, 1492: La fractura, en ID., M. BARRIOS AGUILERA, Grana-da 1492-1992. Del Reino de Granada al futuro del mundo mediterráneo, Granada1995, pp. 45-56; UGOLINO VERINO, De Expugnatione Granatae: (panegyricon adFerdinandum regem et Isabellam reginam Hispaniarum de saracenae baetidos glo-riosa expugnatione), ed. I. LÓPEZ CALAHORRO, Granada 2002.

52 LA TORRE, Documentos cit., II, pp. 69-70, 135-136 y 356-357.53 Cfr. M. DIAGO HERNANDO, El cardenal de San Jorge y los hombres de ne-

gocios genoveses en Cuenca durante el reinado de los Reyes Católicos, en «Espa-cio, Tiempo y Forma. Ser. III. Historia Medieval», 10 (1997), pp. 137-155; la avi-dez de los oficiales genoveses al servicio del cardenal Riario vuelve a ponerse demanifiesto en J. DÍAZ IBÁÑEZ, Iglesia, sociedad y poder en Castilla. El obispado deCuenca en la Edad Media (siglos XII-XV), Cuenca 2003, pp. 128-131; C. AYLLÓN

GUTIÉRREZ, Iglesia y poder en el marquesado de Villena. Los orígenes de la cole-giata de Belmonte, en «Hispania Sacra», 60 (2008), pp. 95-130.

54 Cfr. M.Á. LADERO QUESADA, La Hacienda castellana de los Reyes Católi-cos: 1493-1504, en «Moneda y Crédito», 103 (1967), pp. 81-111; E. OTTE, Il ruolodei genovesi nella Spagna del XV e del XVI secolo, en La Repubblica Internazio-nale del denaro tra XV e XVII secolo, a cura di A. DE MADDALENA, H. KELLENBENZ,Bologna 1986, pp. 27-56; L. D’ARIENZO, Francesco Pinelli banchiere del Papa, co-llettore e nunzio apostolico in Spagna all‘epoca di Cristoforo Colombo, en Culturae società nell’Italia Medievale. Studi per Paolo Brezzi, Roma 1988, I, pp. 241-272;M. GONZÁLEZ JIMÉNEZ, Fiscalidad pontificia e italianos en Castilla (1470-1484), enPresencia italiana en Andalucía. Siglos XIV-XVII, Sevilla 1989, pp. 401-409; J.E.LÓPEZ DE COCA CASTAÑAER, Genoveses en la corte de los Reyes Católicos: los her-manos Italian, en Moneda y monedas en la Europa medieval (siglos XII-XV). Actas

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Las posiciones políticas del cardenal y los Reyes Católicos se fuerondistanciando cada vez más, especialmente durante la guerra de Ferrara(1481-1484) que estuvo a punto de arrastrar a Inocencio VIII a un conflictocontra este marquesado aliado de Nápoles55. Víncula se unió a la belicosaparentela genovesa que apoyaba a la república veneciana contra Ferrara,mientras ésta recababa la ayuda de Ferrante y sus parientes ibéricos56. En es-te juego de alianzas, el cardenal y los Reyes Católicos se encontraron enbandos opuestos, de manera que mientras los reyes enviaban a sus embaja-dores a Roma y Venecia para facilitar la reconciliación, el cardenal negocia-ba con los venecianos una alianza con la Santa Sede para castigar a sus ri-vales. Fue entonces cuando el rey aragonés ordenó a su agente en Roma,Gonzalo Fernández de Heredia, que «con toda humildad recriminase al pa-pa su escasa solicitud por llegar a una paz en Italia», amenazándole con or-denar a sus súbditos el abandono de la Ciudad Eterna57. Afortunadamente,en octubre de 1482 Sixto IV formó una comisión cardenalicia para tratar lapaz. Entre los personajes que se sentaron en aquella mesa de negociacionesse hallaban Giuliano Della Rovere y los embajadores de Isabel y Fernando58.

En realidad, la guerra de Ferrara fue un anuncio del grave conflicto queenfrentó a Inocencio VIII y a Ferrante de Nápoles en 1485. El motivo loproporcionaron los barones que se rebelaron contra el rey buscando el apo-yo del papado a través del cardenal Della Rovere, emparentado con la casade Sanseverino59. Parece que el objetivo del complot ideado por Giuliano

de la XXVI Semana de Estudios Medievales de Estella, Pamplona 19-23 julio 1999,Pamplona 2000, pp. 457-483.

55 Véanse los clásicos trabajos de R. CESSI, Per la storia della guerra di Fe-rrara (1482-1483), en «Archivio veneto», 79, ser. V, 44-45 (1949), pp. 57-76; G.CONIGLIO, La participazione del regno di Napoli alla guerra di Ferrara 1482-1484,en «Partenope», 2 (1961), pp. 53-74; sobre la intervención española en el conflictoJ. CALMETTE, La politique espagnole dans la guerre de Ferrare (1482-1484), en«Revue Historique», 31-92 (1906), pp. 225-253; cuyo planteamiento fue criticadopor R. Cessi en su recensión publicada en «Nuovo archivio veneto», 13-7 (1907),pp. 189-191; se aporta nueva documentación en SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Reyes Ca-tólicos. El tiempo de la guerra de Granada cit., pp. 48-62.

56 PELLEGRINI, Ascanio Maria Sforza cit., I, pp. 155 y ss.57 Carta de Fernando el Católico a Gonzalo Fernández de Heredia, al papa y a

los cardenales, 30 agosto 1482; en LA TORRE, Documentos cit., I, pp. 245-248 y264-265; ver también las cartas del cardenal Francesco Gonzaga a su hermano, elmarqués de Mantua, sobre la actividad del embajador de los Reyes Católicos en Ro-ma, 3 y 9 noviembre 1482; en L. TACCHELLA, Alessandro VI e la nunziatura in Spa-gna di Francisco des Prats (1492-1503), Genova 1994, pp. 119-124.

58 Carta del cardenal Gonzaga a Francesco Gonzaga, 30 octubre 1482; ASMn,Archivio Gonzaga, 846.

59 El hermano del cardenal, Giovanni Della Rovere, era cuñado de Antonello

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era el de someter directamente la monarquía napolitana a la Santa Sede, unavez expulsada a la dinastía aragonesa mediante una invasión militar delejército pontificio y los barones rebeldes. En caso de que el conflicto seprolongase, cabía la posibilidad de recurrir al rey de Francia para defenderlas razones de la Santa Sede en el reino60. Como esto no fue posible, Giu-liano acabó renunciando al proyecto primitivo y se comprometió en la res-tauración napolitana del duque de Lorena, como heredero de los derechosde la Casa de Anjou.

Víncula no sólo fue uno de los instigadores de los preparativos milita-res, sino el principal promotor de la globalización del conflicto al recabarel apoyo de Francia y Génova61. La extensión internacional de la crisis di-plomática sacó a Isabel y Fernando de su pasividad, y salieron en defensade su pariente napolitano ante el temor de que se conculcaran los derechosde la casa Trastámara y se provocara un cambio de titular en la corona deNápoles62. Informados de las maquinaciones del cardenal, los reyes itrata-ron de inclinarle a la concordia con cartas tramitadas a través de su emba-jador Juan Gagliano63. No sirvió de nada. El 23 de marzo Víncula se em-

de Sanseverino al esposar ambos a dos hijas de Federico de Montefeltro: Constan-za y Giovanna. Sobre la adhesión pontificia a los interesas familiares del potenteclan nobiliar Sanseverino-Della Rovere-Montefeltro cfr. VISCEGLIA, Napoli e la po-litica internazionale del papato cit., pp. 461 y ss; sobre la intervención de los San-severino en la contienda cfr. L. FIUMI, Roberto Sanseverino all’impresa di Napoliper Ferdinando I, en «Archivio storico lombardo», ser. IV, 39 (1912), pp. 344-359.

60 R. PALMAROCCHI, La politica italiana di Lorenzo de’ Medici. Firenze nellaguerra contro Innocenzo VIII, Firenze 1933, p. 43; PELLEGRINI, Ascanio Maria Sfor-za cit., I, pp. 171 y ss.

61 L. VON PASTOR, Storia dei Papi dalla fine del Medioevo. III: Storia dei Papinel periodo del Rinascimento dall’elezione di Innocenzo VIII alla morte di GiulioII, Roma 1942, p. 225.

62 La correspondencia de los embajadores florentinos en Nápoles pone de ma-nifiesto hasta qué punto se hallaba dispuesto Fernando de Aragón a defender los de-rechos de la casa Trastámara; Corrispondenza degli ambasciatori fiorentini a Na-poli: Giovanni Lanfredini (maggio 1485-ottobre 1486), a cura di E. SCARTON, Sa-lerno 2002, pp. 431 y ss; sobre esta crisis diplomática y militar cfr. J. CALMETTE, Lapolitique espagnole dans l’affaire des barons napolitains (1485-1492), en «RevueHistorique», 37-110 (1912), pp. 225-246; E. PONTIERI, La dinastia aragonese di Na-poli e la casa de’ Medici di Firenze. (Dal carteggio familiare), en «Archivio Stori-co delle Province Napoletane», 26 (1940), pp. 274-342; 27 (1941), pp. 217-273; R.FUDA, Nuovi documenti sulla congiura dei baroni contro Ferrante I d’Aragona, en«Archivio Storico Italiano», 147 (1989), pp. 277-345.

63 Instrucciones de los Reyes Católicos para Juan Gagliano, con cartas a di-versos cardenales, entre ellos Giuliano Della Rovere, 3 febrero 1486; AHN, SecciónNobleza (Toledo), Osuna, CP.528, D.14-25.

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barcó para Génova con la idea de organizar una flota capaz de trasportarhasta Nápoles al duque de Lorena, Renato d’Anjou64. La reina Isabel noocultó al embajador en Roma su preocupación por la marcha del cardenal,pues «es cosa que puede traher mucho perjuicio e daño al servicio del reymi señor e mio»65. Venecia, en cambio, mantuvo la neutralidad solicitadapor Juan Gagliano, resistiendo a las instancias belicistas de Nicolás Franco,legado pontificio a las órdenes del cardenal Della Rovere66.

En verano de 1486 Fernando aprovechó la embajada de prestación deobediencia para reconciliar a su primo Ferrante con el papa. El protagonis-ta de aquella brillante legación fue el conde de Tendilla, Íñigo López deMendoza, que desde Florencia impulsó las negociaciones de paz con laayuda de Lorenzo de Medici y el grupo de cardenales filoaragoneses quelograron neutralizar al partido francés67. Entre ellos se encontraban Gio-vanni di Sangiorgio, Francesco Piccolomi, Gianbattista Savelli y el infati-gable Rodrigo de Borja que, reconciliado con los reyes, defendió enérgica-mente a la dinastía aragonesa contra los ataques del cardenal Balue68.

La crisis napolitana tuvo importantes consecuencias en el equilibriopolítico del Mediterráneo occidental. La campaña antiaragonesa desplega-da en Génova deterioró aún más las relaciones entre la república y la Co-rona de Aragón, permanentes rivales por la competencia marítima y co-

64 P. FEDELE, La pace del 1486 tra Ferdinando d’Aragona ed Innocenzo VIII,en «Archivio Storico delle Province Napoletane», 30 (1905), pp. 481-503: 484; E.NUNZIANTE, Il concistoro d’Innocenzo VIII per la chiamata di Renato duca di Lo-rena contro il Regno (marzo 1486), en «Archivio Storico delle Province Napoleta-ne», 11 (1886), pp. 759-766; C. DE FREDE, Napoli e Francia alla vigilia dell’im-presa di Carlo VIII nei documenti diplomatici napoletani, en «Atti della AcademiaPontaniana», n. ser., 39 (1991), pp. 217-227.

65 Minuta de una carta de la reina Isabel a su embajador Francisco de Rojas,(junio) 1486; en L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Política internacional de Isabel la Católi-ca. Estudio y documentos, II, Valladolid 1966, p. 388.

66 M. JACOVIELLO, Rapporti politici e diplomatici fra i due stati, en ID., Vene-zia e Napoli nel Quattrocento. Rapporti fra i due stati ed altri saggi, Napoli 1992,pp. 74-78.

67 Algunos análisis sobre las gestiones que debía tramitar esta importante emba-jada en AZCONA, La elección y reforma cit., pp. 154 y ss; ID., Relaciones de Inocen-cio VIII cit., pp. 9-12; J. GOÑI GAZTAMBIDE, La Santa Sede y la reconquista del reinode Granada, en «Hispania Sacra», 11 (1951), pp. 43-80; 47-57; SUÁREZ FERNÁNDEZ,Los Reyes Católicos. El tiempo de la guerra de Granada cit., pp. 177-183.

68 La violenta discusión suscitada entre ambos cardenales en Diario della cittàdi Roma di Stefano Infessura, ed. O. TOMASSINI, Roma 1880 (Fonti per la Storia d’I-talia, 5), pp. 201-202; H. FORGEOT, Jean Balue, cardinal d’Angers (1421?-1491),Paris 1889, pp. 131-132.

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mercial. Ante la intensificación de la piratería genovesa a lo largo de la cos-ta catalana, se tramitaron cartas de represalia y en enero de 1487 Fernandoordenó a Íñigo López de Mendoza – virrey de Cerdeña y pariente del em-bajador enviado a Roma – que preparase la conquista de Córcega69. Afor-tunadamente no se llegó a tanto, pero la actividad diplomático-militar des-plegada ponía de manifiesto la presencia de una nueva potencia que no es-taba dispuesta a permitir interferencias en los dominios napolitanos, ni per-turbaciones en sus rutas comerciales del Mediterráneo.

Génova era consciente de que sus relaciones con su rival aragonés de-bían cambiar. Su situación en el contexto internacional era delicada: políti-camente dependía de Francia, que la necesitaba como puerta de entrada pa-ra cualquier intervención en la península Italiana, pero desde el punto devista económico sus intereses en Castilla, donde las comunidades de geno-veses se hallaban en pleno florecimiento, le exigían suavizar su antiarago-nesismo desde que este reino se uniera a Castilla en 1479, tras el falleci-miento de Juan II de Aragón. En este sentido la población genovesa se ha-llaba dividida y el nuevo rey aragonés, Fernando el Católico, distinguía ensus medidas de castigo entre los genoveses residentes en Castilla y los cor-sarios enemigos que le disputaban las aguas del Mediterráneo. En palabrasde Carlo Bittosi, se caminaba hacia un «avvicinamento silenzioso» graciasa unos intereses económicos convergentes que llevarían al entendimientodiplomático, e incluso la alianza política, acariciada en 1490 cuando el tur-bulento cardenal Paolo Campofregoso solicitó la ayuda de Fernando deAragón para desembarazarse de la dominación milanesa con la aquiescen-cia del pontífice70.

Aunque Fernando no quiso implicarse en una empresa tan arriesgada,aprovechó la apertura diplomática para firmar con la república unas impor-tantes treguas, antesala de la alianza política de 1493 que debía frenar lasveleidades expansionistas de Francia. La crisis diplomática de 1485 mos-

69 LA TORRE, Documentos cit., II, p. 278; también SUÁREZ FERNÁNDEZ, LosReyes Católicos. El tiempo de la guerra de Granada cit., pp. 181 y 201.

70 C. BITTOSI, Genova, Napoli e Spagna tra Quattro e Cinquecento: l’avvici-namento silenzioso, en El reino de Nápoles y la monarquía de España cit., pp. 395-514; ZURITA, Anales de Aragón cit., VIII, p. 587 (libro XX, cap. XXXVI). Sobre lasbuenas relaciones del cardenal genovés con Giuliano Della Rovere, quien lo acogióen su palacio de Santos Apóstoles durante su exilio de 1478; SHAW, Giulio II cit.,pp. 51 y 73; también M. CAVANNA CIAPPINA, Fregoso, Paolo, en DBI, 50, Roma1998, pp. 427-432; no hemos podido consultar A. BORLANDI, Ragione politica e ra-cione di familia nel doganato di Pietro Fregoso, en Atti del Convegno Internazio-nale sui ceti dirigenti nelle istituzioni della Repubblica di Genova, Genova 23-24-25-26 maggio 1989, a cura di G. FERRO, Genova [1989], pp. 355-377.

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traba a todas luces que Génova constituía el centro geoestratégico donde secruzaba el eje vertical franco-napolitano y el eje horizontal aragonés, querecorría el Mediterráneo desde Valencia hasta Alejandría71. De ahí que lossucesivos cambios en el gobierno genovés se produjeran al compás de lasoscilaciones de una política exterior cada vez más sensible a pugna hispa-no-francesa por el reino de Nápoles.

Además de Génova, el otro foco de inestabilidad mediterránea se ha-llaba en Nápoles, donde la violación de los acuerdos de 1486 por parte deFerrante provocó la indignación del pontífice y la de los Reyes Católicos,cuya palabra había quedado empeñada. Si Inocencio VIII no llegó al en-frentamiento con el rey se debe, en buena parte, al eclipse que sufrió el car-denal Della Rovere desde el fracaso de su proyecto de invasión, y al pesoque adquirieron los agentes ibéricos en la Curia, apoyados por la estrella as-cendente de Rodrigo de Borja72. En enero de 1492, cuando Roma se dispo-nía a celebrar la conquista de Granada, el papa firmaba con Ferrante unapaz bilateral de la que fueron testigos el vicecanciller Borja y los embaja-dores castellano-aragoneses73.

El clan Della Rovere no quiso mantenerse al margen de los festejosgranadinos. Sin embargo, su principal promotor no fue Giuliano sino Raf-faele Riario, el ipsis amicisimus regis cargado de beneficios en Castilla,que se enzarzaría con Rodrigo de Borja en una competición festiva porhacerse con los oropeles de la victoria sobre el último bastión del Islam74.

71 Sobre la orientación aragonesa de la política mediterránea de los Reyes Ca-tólicos cfr. L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Política mediterránea, en SUÁREZ FERNÁNDEZ,Claves históricas en el reinado de Fernando e Isabel, Madrid 1998, pp. 195-226; P.BERTRÁN ROIGÉ, La política mediterránea de la Corona de Aragón bajo Fernando elCatólico, en Atti del convegno, Cagliari, 17-19 maggio 2001, a cura di M. CHIABÒ,A.M. OLIVA, O. SCHENA, Roma 2004 (Pubblicazioni degli Archivi di Stato, Saggi82), pp. 89-100; C.J. HERNANDO SÁNCHE, La corona y la cruz: el Mediterráneo en laMonarquía de los Reyes Católicos, en Isabel La Católica y su época. Actas del Con-greso Internacional, coords. L.A. RIBOT GARCÍA, J. VALDEÓN BARUQUE, E. MAZA ZO-RRILLA, Valladolid-Barcelona-Granada 15 a 20 de noviembre de 2004, Valladolid2007, I, pp. 611-650; importantes puntualizaciones en M.I. DEL VAL VALDIVIESO, Lapolítica exterior de la monarquía castellano-aragonesa en la época de los Reyes Ca-tólicos, en «Investigaciones Históricas», 16 (1996), pp. 11-27.

72 El ascenso del partido de Ascanio Sforza, al que pertenecía Rodrigo, a ex-pensas del antiguo partido filo-francés se describe en PELLEGRINI, Ascanio MariaSforza cit., I, pp. 280-282 y 333-335.

73 C. DE FREDE, L’impresa di Napoli di Carlo VIII. Commento ai primi due li-bri della ‘Storia d’Italia’ del Guicciardini, Napoli 1982, pp. 102-106.

74 S. DE’ CONTI, Le storie dei suoi tempi dal 1475 al 1510, Roma 1883, I, p.375; Carlo Verardi le llama «regiae illorum maiestati deditissimo»; D. RINCÓN GON-

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Riario se ocupó entonces de los torneos caballerescos con «armadura pe-sada» y del desfile triunfal celebrado en Piazza Navona que pretendíansuperar los juegos de cañas y la representación de la toma de Granada or-ganizada por Rodrigo de Borja dias antes en el mismo lugar75. Un mesdespués, se representó en el palacio de la Cancillería la Historia Baeticade Carlos Verardi, que exalta la imagen de unos reyes a quienes PietroMarso – otro familiar del cardenal Riario – invitaba a la conquista deÁfrica en su Panegyricus in memoriam sancti Augustini impreso en aquelmismo año de 149276.

No le faltaba razón al humanista de Avvezano. Con la caída de Grana-da, los Reyes Católicos parecían cerrar el Mediterráneo occidental y se dis-ponían a encarar una política de expansión en el norte de África, que exigíael mantenimiento del status quo en la península Italiana alcanzado en la pazde Lodi (1454) con Milán, Florencia y Nápoles como eje vertebrador. Sinembargo, el fallecimiento de Lorenzo de Medici, artífice de aquellos acuer-dos, en abril de 1492 y el surgimiento de nuevas hostilidades entre el duquede Milán – Ludovico Sforza – y Ferrante de Nápoles dejaban entrever quelas tensiones no habían desaparecido77.

ZÁLEZ, ‘Historia Baetica’ de Carlo Verardi. Drama humanístico sobre la toma deGranada, Granada 1992, pp. 142-143; CARLO VERARDI, Historia Baetica. La cadu-ta di Granata nel 1492, a cura di M. CHIABÒ, P. FARENGA, M. MIGLIO, con nota mu-sicologica di A. MORELLI, Roma 1993 (RR inedita, 6 anastatica).

75 Las diferencias entre estas manifestaciones festivas reflejan la pertenencia adistintos modelos culturales: más ligado al ámbito centroeuropeo en el caso de Ria-rio, y más permeado por las formas ibéricas en el de Borja; cfr. FERNÁNDEZ DE CÓR-DOVA MIRALLES, Alejandro VI y los Reyes Católicos cit., pp. 160-169; ID., Reyes Ca-tólicos: mutaciones y permanencias cit., pp. 143-145.

76 La presencia del sermón citado en la biblioteca de la reina en E. RUIZ

GARCÍA, Los libros de Isabel la Católica. Arqueología de un patrimonio escrito,Madrid 2004, p. 475. Sobre el personaje cfr. M. DYKMANS, L’humanisme de PierreMarso, Città del Vaticano 1991; S. BENEDETTI, Marso, Pietro, en DBI, 71, Roma2008, pp. 5-10; sobre la obra citada D. DEFILIPPIS, Un accademico romano e la con-quista di Granata, en «Annali dell’Istituto Universitario Orientale di Napoli. Se-zione romanza», 30/1 (1988), pp. 223-229. Nada se dice en estos trabajos del Pa-negyricus in laudem serenissimorum rerum Hispaniae Ferdinandi et Hellysabeth,que también se le atribuye y se encuentra en Biblioteca Universitaria de Salaman-ca, ms. 1530, ff. 1r-5r.

77 Un análisis global con amplia bibliografía en A. AUBERT, La crisi degli an-tichi stati italiani (1492-1521), Firenze 2003, pp. 7-20.

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3. Encuentros y desencuentros en torno a Alejandro VI

El antagonismo entre el duque de Milán, Ludovico el Moro, y Ferran-te de Nápoles acabó manifestándose en el cónclave celebrado en agosto de1492 tras el fallecimiento de Inocencio VIII. Se definieron entonces dosbandos rivales: el de Ascanio Sforza – hermano el duque de Milán – y el deGiuliano Della Rovere que, en una sorprendente inversión de alianzas, seconvirtió en el candidato de su antiguo enemigo Ferrante de Nápoles, dis-puesto a evitar a cualquier precio el acceso al pontificado del contricantemilanés78. Como ha señalado Marco Pellegrini, el carácter heteróclito de es-ta coalición, impensable a priori, demostró la versatilidad del sistema de fi-delidades múltiples accesible a un personaje como Giuliano, sobre el que sehabía estratificado una historia de mediaciones en las relaciones entre lacorte de Roma y los estados italianos y europeos79.

La elección pontificia de Rodrigo de Borja, aliado de Ascanio, supuso eltriunfo del partido milanés y la derrota de Ferrante, que no tardó en pintar conlos más negros colores al nuevo papa en los informes enviados a Isabel y Fer-nando80. A los monarcas Trastámara les inquietó especialmente la aproxima-ción pontificia a Milán y Venecia, que venía a alterar el eje político verticalestablecido en Lodi81. En ello pudo influir la imprudencia del propio Ferran-te al facilitar a su capitán Virginio Orsini la compra de los señoríos de Cer-veteri y Anguillara, pertenecientes a los Estados Pontificios, que permitía alos Orsini extender sus dominios de Bracciano a los confines del reino de Ná-poles, en peligrosa continuidad territorial con Ostia, la fortaleza de GiulianoDella Rovere considerada el «osso alla gola» para la integridad de los domi-nios pontificios82. Eran demasiados enemigos juntos para que el papa no con-

78 DE’ CONTI, Le storie dei suoi tempi cit., p. 56.79 PELLEGRINI, Ascanio Maria Sforza cit., I, pp. 369-370 y 381.80 Codice Aragonese ossia lettere regie, ordinamenti ed altri atti governativi

dei sovrani aragonesi in Napoli, a cura di F. TRINCHERA, Napoli 1868, II-2, pp. 41-48; veánse también el análisis de B. FIGLIUOLO, La Corona d’Aragona e l’elezionedei papi Borgia, en Roma y España cit., I, pp. 107-113: 119.

81 BATLLORI, Alejandro VI y la casa real cit., pp. 200-201; algunas explicacio-nes globales de su pontificado en ID., “Alexandre VI, Roderic de Borja”, en ID.,Obra completa, IV, pp. 109-121; G.B. PICOTTI, M. SANFILIPPO, Alessandro VI, enEnciclopedia dei Papi, III, Roma 2000, pp. 13-22; M. NAVARRO SORNÍ, A. FERNÁN-DEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Alejandro VI. Rodrigo de Borja, en Diccionario Bio-gráfico Español, (en prensa).

82 FRANCESCO GUICCIARDINI, Storie fiorentine, en ID., Opere, ed. E. LUGNANI

SCARANO, Torino 1970, I, pp. 111 y ss; se describe este episodio en G.B. PICOTTI,Per le relazioni fra Alessandro VI e Piero de’ Medici. Un duplice matrimonio per

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 141

siderara aquel contrato, firmado en el palacio del cardenal Della Rovere, co-mo un complot contra su persona y sus estados. Su datario Joan Lopez se loexplicaría de esta manera a los Reyes Católicos al referirse al díscolo carde-nal «solevado por el Rey don Hernando [Ferrante], temorizados antes deltiempo, empezan a tentar el poco que pueden y saben»83.

En aquella espiral de desconfianzas mutuas Ascanio Sforza debió esti-mular el recelo del papa hacia el cardenal ligur, de quien se exigió la entre-ga de las fortalezas de Ostia y Grottaferrata. Era algo a lo que Víncula noestaba dispuesto a renunciar, alegando los grandes gastos que le había cos-tado convertir aquel «torracho podrido» en la actual ciudadela que era «ca-beça e título de su obispado»84. Para el papa Borja, la posesión de Ostia nosólo constituía un objetivo estratégico para la seguridad de sus estados, si-no que suponía el fin de dos décadas de rivalidad hacia un cardenal que learrebató aquel obispado – el más importante de los alrededores de Roma –que le correspondía como decano del colegio cardenalicio. Aunque en ha-blas privadas Giuliano manifestara su adhesión al papa, decidió recluirse enla fortaleza tiberina aprovechando la llegada de Federico de Aragón, hijonatural de Ferrante de Nápoles, que venía para prestar obediencia al pontí-fice en diciembre de 1492. El cardenal estaba cerrando filas con la Casa deAragón, mal dispuesta aún con el romano pontífice.

La entente Trastámara-Della Rovere volvió a actuar conjuntamente enla oposición a los intentos milaneses de lograr la anulación del matrimonio

Laura Orsini, en «Archivio Storico Italiano», 23 (1915), pp. 37-100; también AU-BERT, La crisi degli antichi stati cit., pp. 24-25.

83 Carta de Joan Llopis a Enrique Enríquez, tío de Fernando el Católico y fu-turo consuegro del papa, 23 marzo 1493 (aunque Llopis no se refiere explícitamen-te a la venta de los señoríos de Cerveteri y Anguillara su descripción expresa la opi-nión que se tenía en los círculos más cercanos a Alejandro VI); en J. SANCHIS SIVE-RA, Alguns documents i cartes privades que pertanyeren al segon duc de Gandia enJoan de Borja. Notes per a la història d’Alexandre VI, ed. S. LA PARRA y V. GARCIA

I MARTINEZ, Gandia 2001, pp. 68-69. 84 Se trata de una crónica redactada a comienzos del siglo XVI por un escritor

aragonés establecido en Roma (a partir de ahora Crónica aragonesa); Gerona, Bi-blioteca del Seminario diocesano, ms. 12, capítulo 8. Agradezco a Maria Toldrà elacceso a esta valiosa fuente narrativa cuya edición está preparando. Las obras en-cargadas por el cardenal a Baccio Pontelli entre 1483 y 1486 en S. DANESI SQUAR-ZINA, La qualità antiquaria degli interventi quattrocenteschi in Ostia Tiberina, en IlBorgo di Ostia da Sisto IV a Giulio II, a cura di G. BORGHINI, Roma 1981, pp. 43 yss; C.L. FROMMEL, Giuliano e Antonio da Sangallo, en Roma di fronte all’Europaal tempo di Alessandro VI. Atti del Convegno, Città del Vaticano-Roma 1-4 dicem-bre 1999, a cura di M. CHIABÒ et alii, Roma 2001 (Pubblicazioni degli Archivi diStato, 68), III, pp. 895-915: 897-898.

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del rey de Hungría, Ladislao Jagellón, con Beatriz de Aragón, hija de Fe-rrante y sobrina de Fernando el Católico85. En las discusiones sostenidas envarios consistorios, Víncula hizo causa común con los embajadores de losReyes Católicos y los agentes napolitanos para defender el enlace matri-monial y lograron que Alejandro VI mantuviera el vínculo86. Ferrante agra-deció a su primo Fernando el apoyo diplomático, y «manifestó mucho fa-vor e ayuda a esti cardenal ad vincula en quanto quisiesse»87.

Como protector de la orden franciscana, Giuliano también debió estaral tanto del proyecto presentado por los Reyes Católicos en 1493 para re-formar las órdenes religiosas mediante el nombramiento de delegados re-gios. Este privilegio se concedió con la bula Quanta in Dei Ecclesia, tra-mitada durante la embajada que propició la reconciliación entre el papa y lacasa Trastámara en el verano de 149388. Comenzó entonces una intensa la-bor de reforma liderada por el franciscano Jiménez de Cisneros, y vigiladadesde Roma por el vicario del cardenal protector, el portugués Jorge Costa,

85 El rey húngaro, contra el parecer de Beatriz, alegaba la esterilidad de su es-posa y la falta de consumación del matrimonio; sin embargo en el fondo de la tra-ma se deslizaba la decisión de Ladislao de cerrar los tratos con la Casa de Aragón yentrar en el bloque que respaldaba Francia y Milán; cfr. A. DE BERZEVICZY, Béatri-ce d’Aragon, reine de Hungrie (1457-1508), I-II, Paris 1911-1912; ID., Rapportistorici tra Napoli e l’Ungheria nell’epoca degli Aragonesi (1442-1501), en «Attidella Academia pontaniana», 58 (1928), pp. 180-202.

86 Instrucciones de los Reyes Católicos a sus embajadores, 27 enero 1493; enLA TORRE, Documentos cit., IV, pp. 122-123. Según la crónica aragonesa, el carde-nal Della Rovere era consciente del apoyo que prestaba Milán a la causa del divor-cio, y a través de enviados hizo saber al papa «que si él descasava su filla [Beatrizde Aragón, hija de Ferrante] y separava el matrimonio [con Ladislao de Hungría],el qual tanto havía fue consumado, lo hoviesse por ynimigo capital, que su fixa erareyna verdadera, e non permittían leyes divinas ne humanas se podiesse descasar yempués fuesse tenuta por mala muxer»; Crónica aragonesa cit., cap. 8. La zozobradel papa se describe en J. ZURITA, Historia del rey don Hernando el Cathólico. Delas empresas y ligas de Italia, ed. A. CANELLAS LÓPEZ, II, Zaragoza 1996, p. 87 (li-bro I, cap. 22). Alejandro VI comunica su decisión de sostener el enlace en un bre-ve dirigido a los Reyes Católicos, 27 marzo 1493; en T. DE AZCONA, Relaciones deAlejandro VI con los Reyes Católicos según el fondo Podocataro de Venecia, en«Miscellanea Historiae Pontificiae», 50 (1983), pp. 145-172: 156-157.

87 Codice Aragonese cit., vol. II, 2, p. 295; el reconocimiento a Vincula en Cró-nica aragonesa cit., cap. 8.

88 GARCÍA ORO, Cisneros y la reforma cit., pp. 180-193; FERNÁNDEZ DE CÓR-DOVA MIRALLES, Alejandro VI y los Reyes Católicos cit., pp. 605-622; sobre la polí-tica reformadora Alejandro VI cfr. ID., El pontificado de Alejandro VI (1492-1503).Aproximación a su perfil eclesial y a sus fondos documentales, en «Revista Borja.Revista de l’IIEB», 2 (2008-2209), [http://www.elsborja.org/revista.php].

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pues Giuliano se hallaba exiliado en Francia. Éste probablemente estuvoenterado de la interrupción de la reforma ibérica, ordenada por el papa en1497 ante las acusaciones que culpaban a los Reyes Católicos de forzar elpaso de los conventuales a la Observancia. Tanto Costa como Della Rove-re deseaban una reforma autónoma de la rama conventual – atrincherada ensus privilegios – sin forzar por ello su absorción por parte de la Observan-cia, ni llegar tampoco a una división de la orden; de ahí que durante el ca-pítulo celebrado en Terni en 1500, ambos cardenales exigieran a los con-ventuales reformarse si querían mantener su independencia, y Alejandro VIpromulgara al año siguiente los Statuta Alexandrina que pretendían estemismo objetivo89.

Como cardenal del partido napolitano, Giuliano participó en la alianzapolítico-familiar entre la casa de Aragón y los Borja, negociada durante laembajada de prestación de obediencia enviada por los Reyes Católicos enjunio de 1493. Diego López de Haro logró un cambio decisivo en la políti-ca pontificia al lograr que Alejandro VI abandonase la entente franco-mila-nesa, por una alianza con la Casa Trastámara ratificada con el doble matri-monio de su hijo Joan de Borja con María Enríquez – prima de Fernando elCatólico – y Jofré de Borja con Sancha de Aragón, hija ilegítima del here-dero al trono napolitano, Alfonso de Aragón90.

El cardenal Della Rovere intentó sacar provecho de aquellas negocia-ciones exigiendo la restitución de sus beneficios confiscados y solicitandola expulsión de Ascanio Sforza del Palacio Apostólico a cambio de su reins-talación en Roma91. Alejandro VI satisfizo a Giuliano en sus demandas, pe-ro no quiso romper con el cardenal milanés, a quien gratificó en la personade su secretario Bernardino Lonati, elevado al cardenalato el 20 de sep-tiembre. Aquella promoción de doce nuevos cardenales fue interpretada co-mo un castigo a Ferrante – único soberano que no contó con un súbdito su-yo entro los purpurados – por no haber logrado el retorno de Víncula a lacorte romana. La maniobra hirió tanto a Giuliano como a aquellos «carde-nales viejos» que se vieron desplazados de su posición dominante por la

89 Véase el análisis global de P. SELLA, Leone X e la definitiva divisionedell’Ordine di Minori (Omin): La Bolla «Ite vos» (29 Maggio 1517), Grottaferrata2001; la carta de Giuliano Della Rovere se comenta en GARCÍA ORO, Cisneros y lareforma cit., p. 206; la intervención de Alejandro VI en T. DE AZCONA, Nuevos do-cumentos sobre la reforma de la orden franciscana en tiempo del Ministro GeneralEgidio Delfini, en «Estudios Franciscanos», 67 (1966), pp. 267-300.

90 R. CHABÀS, Don Jofre de Borja y doña Sancha de Aragón, en «Revue His-panique», 9 (1902), pp. 484-488; BATLLORI, Alejandro VI y la casa real de Aragóncit., pp. 202 y ss.

91 PELLEGRINI, Ascanio Maria Sforza cit., II, pp. 445-447.

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nueva generación de «cardenales jóvenes» ligados en mayor o menor me-dida al papa Borja92. Entre éstos se encontraba el procurador castellanoBernardino López de Carvajal, quien informó a sus soberanos del intentode Giuliano y Oliviero Carafa por boicotear la promoción cardenalicia, de-saprobada también por aquellos. En aquel informe, Carvajal esbozó un agu-do retrato de Vincula, describiéndole como “muy buen cardenal, pero on-bre sin medio y sin buen gobierno a las vezes”93; certeras pinceladas queexpresan el temperamento fogoso e inestable del cardenal savonés, oscilan-te entre las buenas intenciones y el falta de autodominio. Su reacción fue elaislamiento en su fortaleza de Ostia, sin que sirvieran de nada los intentosde Alejandro VI y el rey de Nápoles para hacerle entrar en razón. La hosti-lidad hacia el pontífice y el desegaño hacia su antiguo aliado debieron im-pulsarle a retomar los contactos con Carlos VIII en febrero de 1494.

La preocupación de los Reyes Católicos y el monarca napolitano pormantener la amistad del cardenal Della Rovere les había llevado a introdu-cir en la concordia de 1493 la exigencia de que el pontífice le restituyerasus beneficios y privilegios confiscados94. Se trataba de evitar a toda costaque aquella rebeldía personal contro Alejandro VI evolucionara hacia unconflicto político. El papa se hacía eco de esta preocupación cuando el 18de abril informaba a los Reyes Católicos de sus vanos intentos por vencerlas reticencias de Víncula garantizando su seguridad95. Para convencer al

92 Cfr. M. PELLEGRINI, A Turning-Point in the History of the Factional Sys-tem in the Sacred College: The Power of Pope and Cardinals in the Age of Ale-xander VI, en Court and Politics in Papal Rome, 1492-1700, eds. G. SIGNOROT-TO, M.A. VISCEGLIA, Cambridge-New York 2002, pp. 8-30; sobre la nueva clien-tela borgiana cfr. P. IRADIEL, J.M. CRUSELLES, El entorno eclesiástico de Alejan-dro VI. Notas sobre la formación de la clientela política borgiana (1429-1503),en Roma di fronte cit., I, pp. 27-58; a varios de estos personajes les hemos dedi-cado algunas biografías en el Diccionario Biográfico Español, Real Academia dela Historia, Madrid (en prensa), y la nueva edición del Diccionario de HistoriaEclesiástica de España, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, Madrid(en prensa).

93 Informe del cardenal Carvajal a los Reyes Católicos, 2 octubre 1493; enSUÁREZ FERNÁNDEZ, Política internacional cit., IV, pp. 428-432 (corregimos la da-tación del 2 octubre de 1495).

94 Sobre estas capitulaciones cfr. R. CHABÀS, Don Jofre de Borja y doña San-cha de Aragón, en «Revue Hispanique», 9 (1902), pp. 484-488; W.H. WOODWARD,Cèsar Borja, Valencia 2005, pp. 84-85.

95 «El cardenal de Sanct Pere ad vincula, com per la última letra vos screvimstimàvem vingués aquell dia mateix en Roma. Havem-ho ell axí offert, scrit al seniorVirgineo, aprés pensant e recordant-se ell haver-nos offés ab sa contumàçia e per-tinàçia, com a honte e sospitós, umbrós e temerós que és, e dubtant de la vénia Nos-

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 145

cardenal intervino Virginio Orsini, gran condestable de Nápoles, y el nue-vo rey napolitano Alfonso II, quien le recordó lo que debía a su padre Fe-rrante. Giuliano respondió diciendo que no debía nada a quien había pres-cindido de él en sus acuerdos políticos, e invitaba al monarca a que se ocu-para de sus propios asuntos pues «él no havía necessario su ayuda, y sinseél se sabría dar reposo»96.

La correspondencia privada del pontífice refleja su interés por atraerloa Roma, una vez ultimadas ciertas seguridades con algunos cardenales afi-nes a él97. Sin embargo, las intenciones de Víncula eran menos claras. El 23de abril de 1494, alegando su inminente regreso a la Urbe para despistar alas naves de Vilamarí, huyó a Génova y luego a Francia, donde se unió aaquellos príncipes y eclesiásticos que exhortaban a Carlos VIII a deponer alpontífice y reconquistar el reino de Nápoles98. Giuliano confió su rocca ti-berina a la custodia de su hermano, el prefecto Giovanni, y el señorío deRonciglione y Grottaferrata a Prospero y Fabrizio Colonna. Además, el díasiguiente de su partida informó a Ascanio de que consideraba sus posesio-nes bajo la protección del ducado de Milán en cuanto aliado del rey deFrancia99. Como en 1485, el cerco de alianzas del cardenal había vuelto acerrarse sobre sus enemigos meridionales, adhiriéndose al proyecto de in-vasión de Carlos VIII. La diferencia es que ahora el rival principal era elpontífice, amparado por la nueva potencia de Castilla y Aragón que no es-taba dispuesta a ver conculcados sus derechos al reino de Nápoles100.

tra per haver ell molt errat, se és detardat fins ara de venir. Nihilominus ell ha dellibe-rat tota via de venir, e axí serà açí prest ab certes seguretats que ha volgut de nosal-tres, les quals Nós som delliberats de fer-les-hi amplament, puix tenim ànimo de ser-var-les e en res no venir contra nostra paraula, majorment essent ell d’aquí avant bonservidor nostre, e fel e bon cardenal, com tenim sperança farà»; instrucciones de Ale-jandro VI a Francesc Desprats, nuncio-colector en la corte de los Reyes Católicos, 18abril 1494; en SANCHIS SIVERA, Alguns documents i cartes privades cit., p. 118.

96 Crónica aragonesa cit., cap. 13.97 Así lo relata el propio Alejandro VI en carta al duque de Gandía, Joan de

Borja, 29 mayo 1494; en SANCHIS SIVERA, Alguns documents i cartes privades cit.,p. 145.

98 ZURITA, Historia cit., I, p. 104 (libro I, cap. XXVIII); sobre la práctica delexilio como medida de presión cfr. CH. SHAW, The Politics of Exile in RenaissanceItaly, Cambridge 2001, pp. 21 y ss; algunos datos sobre los intereses de los prela-dos franceses que apoyaban la calatta de Carlos VIII, cfr. B. CHEVALIER, La guerrepour un chapeau de cardinal. Guillaume Briçonnet instigateur de l’entreprise deNaples, mai 1493-août 1494, en Guerre, pouvoir et noblesse au Moyen Age. Mé-langes en l’honneur de Philippe Contamine, Paris 2000, pp. 159-165.

99 PASTOR, Storia dei Papi cit., III, p. 517.100 Sobre los contactos diplomáticos que mantuvieron ambas potencias cfr. B.

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4. De la rivalidad política a la militar: Ostia y Génova en el epicentro dela contienda

Dos fueron los temas que enfrentaron a los Reyes Católicos con Giu-liano Della Rovere desde su evasión en abril de 1494: la rebelión de la for-taleza de Ostia contra el papa, y los intentos de involucrar a Génova en lacoalición francesa para invadir el reino de Nápoles. Los Reyes Católicosmantuvieron informado a Alejandro VI de los movimientos del cardenal,mientras le animaban a recuperar la fortaleza recordándole su antigua tozu-dez por hacerse con el obispado sevillano cuando era vicecanciller101. Detodas formas, le insistían en que adoptara una política conciliadora con Vín-cula para evitar que se aliara con el rey de Francia en su proyecto de inva-sión102. Con esta explicación transmitida a su embajador en el mes de julio,los reyes justificaban la pasividad en el terreno militar que les reprochabael papa, y ponían de manifiesto su intuición política y su conocimiento delcarácter del cardenal. Para tranquilizar al papa, Fernando el Católico pusoa su disposición la flota de Bernat Vilamarí y destinó grano de Sicilia paraabastecer a la Urbe, asfixiada por el bloqueo que efectuaba la fortaleza deOstia en la desembocadura del Tíber103.

En mayo de 1494 Alejandro VI se concentró en la toma aquel bastión,solicitando la ayuda de Alfonso II de Nápoles y los efectivos de los Colon-na, familia romana con importantes posesiones en el reino de Nápoles y bienrelacionada con el cardenal104. Para éstos la situación resultaba particular-

FIGLIUOLO, La caduta della dinastia aragonese di Napoli nel 1495, en El reino deNápoles y la monarquía de España cit., pp. 149-167.

101 El papa pudo conocer la fuga del cardenal en naves genovesas a través delos informes de Bernat de Vilamarí, capitán general de las galeras enviadas por Fer-nando el Católico en auxilio del pontífice; Carta de Crat de Nicolau Bonfill a Ber-nat de Vilamarì, 24 abril 1494; De València a Roma. Cartes triades dels Borja, ed.M. BATLLORI, Barcelona 1998, p. 96; la noticia de la llegada del cardenal a Marse-lla en el despacho de Francesc Desprats a Alejandro VI, 27 mayo 1494; ASV, Ar-chivum Arcis, Arm. I-XVIII, 5023, f. 7; J. FERNÁNDEZ ALONSO, Don Francisco dePrats, primer nuncio permanente en España (1492-1503). Contribución al estudiode las relaciones entre España y la Santa Sede durante el pontificado de AlejandroVI, en «Anthologica Annua», 1 (1953), pp. 67-154: 115.

102 Instrucciones de Isabel y Fernando a Garcilaso de la Vega, 17 julio 1494;D.W. MCPHEETERS, Una carta desconocida de los Reyes Católicos a su embajadoren Roma, Garcilaso de la Vega, en Literatura hispánica, Reyes Católicos y descu-brimiento, dir. M. CRIADO DEL VAL, Barcelona 1989, pp. 388-393.

103 Autorización del 20 septiembre 1494; en LA TORRE, Documentos cit., IV, p. 535. 104 En carta al duque de Gandía, el papa habla de la artillería enviada por

Alfonso de Nápoles con once galeras, las tres galeras de Vilamarí, y las dos de Pau

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 147

mente delicada por los vínculos contraídos con el rey de Nápoles y los queunían a su principal condotiero, Próspero Colonna, con el cardenal Della Rovere, quien le había encomendado la seguridad de Ostia y Grottaferratajunto a su hermano el prefecto105. No hubo entendimiento y al final las tro-pas pontificias dirigidas por Niccolò Orsini – conde de Pitigliano y rival deGiovanni Della Rovere – puso sitio a la fortaleza castigándola con tres grue-sas bombardas106. Fabrizio Colonna – «que es muy amigo de San Pedro adVíncula», escribe el papa al duque de Gandía – intervino como mediador ga-rantizando la fidelidad de Ostia a cambio de que el papa restituyese al car-denal todos sus beneficios, y el rey de Nápoles devolviera a su hermano elcondado de Sora107. A finales de mayo, las tropas pontificias entraron en unafortaleza abatida: «La ruina de la roca y de la tierra es tanta, que daría com-pasión a vuestra santidad», informaban los oficiales pontificios comentandolas pocas pertenencias que había dejado el cardenal108.

Alejandro VI cumplió lo pactado, y promulgó un «nuevo breve paraqu’el dicho cardinal podiesse star e aturar affuera la corte de Roma a quan-to tiempo quisiesse»109. No actuaron del mismo modo los aliados de Vín-cula. En julio de 1494 los Savelli y los Colonna se pasaron al bando fran-cés, y el 18 de septiembre recuperaron la fortaleza de Ostia mediante el so-

que acababan de llegar en aquel mes de mayo para la recuperación de Ostia. En to-tal era una «bella armada» de diecisiete galeras, dos fustas, dos galeones y muchasotras naves que llevaban la artillería; carta de Alejandro VI al duque de Gandía, 29mayo 1494; en SANCHIS SIVERA, Alguns documents i cartes privades cit., p. 149; so-bre la ambigua política de los Colonna cfr. A. REHBERG, Alessandro VI e i Colonna:motivazione e strategie nel conflitto fra Papa Borgia e il baronato romano, en Ro-ma di fronte cit., I, pp. 345-386.

105 CH. SHAW, The Roman Barons and the French Descent into Italy, en TheFrench Descent into Renaissance Italy, 1494-1495, ed. D. ABULAFIA, Aldershot1995, pp. 255-256; las buenas relaciones del cardenal con los capitanes Próspero yFabrizio Colonna comenzaron en mayo de 1493 cfr. A. SERIO, Una gloriosa scon-fitta. I Colonna tra papato e impero nella prima Età moderna (1431-1530), Roma2008, pp. 120-121.

106 El asedio se puede reconstruir combinando los datos proporcionados porAlejandro VI en la carta citada del 29 mayo 1494, el informe que los agentes pon-tificios le enviaron en el mes de junio, y los detalles que aporta la Crónica arago-nesa cit., cap. 18.

107 La minuta no datada de la capitulación entre Fabrizio Colonna y el repre-sentante del papa sobre la rendición de Ostia se comenta en REHBERG, AlessandroVI e i Colonna cit., p. 360; se apunta la recompensa que el papa otorgó a Fabrizioen SERIO, Una gloriosa sconfitta cit., p. 136.

108 Informe del tesorero Francisco de Borja, Joan de Vera y Joan Mercader dirigi-do al papa en junio de 1494; en De València a Roma cit., pp. 108-110.

109 Crónica aragonesa cit., cap. 21.

ALVARO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES148

borno de buena parte de la guarnición castellano-aragonesa110. Los ReyesCatólicos fueron inmediatamente informados para que trataran de capturara los traidores que intentaran refugiarse en sus reinos111. El 6 de octubre losmonarcas explicaron al papa que tomaban el caso de Ostia como propio, in-formandole que acababan de ordenar el envío de la armada destinada a ladefensa de sus puertos, junto con las nuevas naves que estaban construyén-dose en Sicilia112. Más adelante, precisaron que aquella ayuda militar norespondía tanto a la amistad personal que les unía a Alejandro VI, como ala obligación de defender al romano pontífice, «a quien todos somos obli-gados de ayudar e socorrer y por ser fecho por subditos de la Iglesia quemas que otros tenian obligaçion de la guardar e defender»113.

No sabemos hasta qué punto el cardenal Della Rovere era consciente dela operación de sus aliados, ya que casi al mismo tiempo enviaba un secreta-rio suyo a la Corte de los Reyes Católicos solicitando su mediación con vistasa una posible reconciliación con el papa. El 30 de septiembre el nuncio co-municaba a Alejandro VI que los reyes habían acogido favorablemente su pro-puesta, pero habían inducido al cardenal «a tota obediença de vostra sante-dat»114. Todo aquello debió quedar en humo de borrajas cuando los monarcasrecibieron tres breves papales informándoles de la caída de Ostia, solicitandourgentemente trigo siciliano, y pidiendo su colaboración militar contra los Co-lonna y los Savelli que habían provocado la insurrección de la fortaleza115.

110 La crónica aragonesa puntualiza que «los qui fizieron esta trayción por pre-cio de quatro mil ducados fueron Giginta e Segner, otro ahun cathalán huvo nombreVilalonga, d’un lugar acerqua Cervera, en l’Urgell de Cathalunya, Joanot lo Gaschó,Joanot lo Sart, dos valencianos, tres castellanos, el uno huvo nombre Salazar; estostodos fueron hombres scelaritíssimos de muy mala vida, que gentes hi tenía el papay no les quería paguar el sueldo de tres mesos que devía a todos, y ahun havían ma-la provisión en toda vitualla a grande culpa de su sanctedat. Estos mercantes, /[44v]empués fecha esta trayción y tochados sus dineros, fueron echados de la fortaleza yfueron por algunas tierras colonesas, pusiéronse a cavallo con armas, y allí stuvieronfata la venida del roy de Francia con sus gentes»; Crónica aragonesa cit., cap. 31.

111 Despacho del nuncio Desprats a Alejandro VI, 30 septiembre 1494; ASV,Archivum Arcis, Arm. I-XVIII, 5023, f. 48rv.

112 Carta de los Reyes Católicos a Alejandro VI, 6 noviembre 1494; ASV, Ar-chivum Arcis, Arm. I-XVIII, 5020, ff. 16v-17r; en BATLLORI, Alejandro VI y la ca-sa real de Aragón, cit., pp. 225-227.

113 Instrucciones a Jofré de Sasiola, luego a Rodrigo González de Puebla, em-bajador en Inglaterra, 3 noviembre 1494; SUÁREZ FERNÁNDEZ, Política internacio-nal cit., vol. IV, p. 264.

114 Despacho del nuncio Desprats a Alejandro VI, 30 septiembre 1494; ASV,Archivum Arcis, Arm. I-XVIII, 5023, f. 49r.

115 Son tres breves datados el 6, 19 y 28 septiembre 1494; en SUÁREZ FERNÁN-DEZ, Política internacional cit., IV, pp. 217-222.

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 149

La rebelión de Ostia no era más que la punta de un peligroso icebergque amenazaba con desestabilizar el equilibrio italiano: la invasión o calat-ta de Carlos VIII. Para Giuliano los intereses franceses de reconquistar elreino de Nápoles eran subsidiarios de su principal objetivo, la deposiciónde Alejandro VI. Todos los medios, incluidos los militares, debían servir pa-ra este fin, de ahí que el cardenal se implicara con Antonello Sanseverino yciertas personalidades del gobierno genovés, como Obietto Fieschi y el car-denal Campofregoso, en las operaciones militares que debían asegurar alpuerto de Génova116. Aunque Ludovico Sforza había permitió su uso a laflota francesa, la república acababa de firmar con los Reyes Católicos untratado de alianza, hecho público en febrero de 1494, que podía limitar laimplicación genovesa en la campaña de invasión117. No faltaron los inten-tos de Alfonso II de Nápoles por hacerse militarmente con el puerto, perola pronta reacción de Carlos VIII – aconsejado en este punto por el carde-nal Della Rovere – frustraron la tentativa aragonesa en las derrotas de Por-tovenere y Rapallo, el 17 de julio y 8 de septiembre de 1494118.

La situación era tan preocupante que Alejandro VI escribió inmediata-mente a los Reyes Católicos solicitando su ayuda diplomática para evitarque Génova entrara en la contienda y prestara auxilio a los rebeldes de Os-tia119. Sugirió a los monarcas que presionaran a la república a través de losmercaderes, intermediarios fundamentales en las relaciones diplomáticas,

116 C.H. CLOUGH, The Romagna Campain of 1494: a Significant MilitaryEncounter, en The French Descent cit., p. 196; sobre el entendimiento del car-denal y Antonio de Sanseverino que le acompañó a Lyon cfr. M.E. MALLET, Per-sonalities and Pressures: Italian Involvement in the French Invasion of 1494, enABULAFIA (ed.), The French Descent cit., pp. 162-163; sobre la amistad que man-tenía con el cardenal Campofregoso cfr. CAVANNA CIAPPINA, Fregoso, Paolo cit.,p. 431.

117 En virtud de este acuerdo, firmado el 5 de agosto de 1493, se suprimían lossalvoconductos y cartas de marca, fijándose a sus mercancías las tasas más bajasque eran las correspondientes a Valencia; SUÁREZ FERNÁNDEZ, Algunos datos sobrelas relaciones cit., pp. 384-385. Véase el nombramiento realizado por Fernando elCatólico de los embajadores Antonio Grimaldi y Francisco Marquesio como con-servadores de la paz y cónsules de sus súbditos en Génova, 7 agosto 1493; LA TO-RRE, Documentos cit., V, pp. 133-134; las instrucciones genovesas en Istruzioni e re-lazioni degli ambasciatori genovesi, vol. I: Spagna (1494-1617), a cura di R. CIAS-CA, Roma 1951, pp. 7 y ss.

118 Y. LABAINDE-MAILFERT, Charles VIII: le vouloir et la destinée, Paris 1986,p. 218; sobre las operaciones militares cfr. DE FREDE, L’impresa di Napoli di CarloVIII cit., pp. 177-178.

119 Breve del 28 septiembre 1494; en SUÁREZ FERNÁNDEZ, Política internacio-nal cit., IV, pp. 221-222.

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mientras él ordenaba la confiscación de los beneficios de los cardenales re-beldes. Sin embargo, poco podían importar estas medidas a quienes pensa-ban someter al papa a proceso por un concilio general120. En el centro deaquella confabulación se hallaba Giuliano Della Rovere y su hermano Gio-vanni, que en diciembre de 1494 pudo añadir nuevas acusaciones contraAlejandro VI al interceptar uno de sus correos con documentación com-prometedora relacionada con el sultán Bayazid121. Del hecho interesa rete-ner su explotación propagandística, y el protagonismo que asumieron loshermanos Della Rovere en la configuración del mito negativo de AlejandroVI en fechas tan tempranas122.

Como es sabido, la marcha de Carlos VIII sobre Italia fue más un des-file que una campaña militar. Víncula acompañó al monarca hasta Romajunto con los cardenales Ascanio Sforza, Giovanni Colonna, GianbattistaSavelli y Raymond Péraud. Sin embargo, Carlos VIII frustró sus proyectosde deponer a Alejandro VI cuando firmó con éste una concordia personaldel que quedaron excluidos los cardenales filofranceses123. De nada sirvió

120 Entre los delitos que los cardenales rebeldes imputaban al papa y – a su en-tender – justificaban su deposición se citan los de homicidio, cisma, sodomía, adul-terio, escándalo, destrucción de la Iglesia y abusos fiscales a base de exacciones in-justas o creación de nuevos oficios curiales; Crónica aragonesa cit., cap. 71; tam-bién MARINO SANUDO, La spedizione di Carlo VIII in Italia, ed. R. FULIN, Venezia1873, p. 64.

121 Se trataba de la documentación que acompañaba a los 40.000 ducados, in-cautados también por el prefecto, para el mantenimiento de su hermano Djem, hués-ped y rehén del pontífice; sobre esta correspondencia cfr. F. BABINGER, Mehmed II,der Eroberer, und Italien, en «Aufsätze und Abhandlungen zur Geschichte Südeu-ropas und der Levante», 1 (1962), pp. 172-200; N. VATIN, Sultan Djem. Un princeottoman dans l’Europe du XVe siècle d’après deux sources contemporaines, Anka-ra 1997.

122 Con razón, Alejandro VI podía afirmar en una instrucción remitida a sus en-viados ante Luis XII que entre los delitos cometidos por el prefecto contra la SantaSede estaba el de manchar «con falsas maquinaciones» su buena fama; PETRUCCI,Della Rovere, Giovanni cit., p. 349. Sobre la elaboración del mito negativo de losBorja véase el análisis y la abundante bibliografía proporcionada por M. HERMANN-RÖTTGEN, La familia Borja. Historia de una leyenda, Valencia 1994; M.C. DE MAT-TEIS, Alessandro VI: alle origini di un mito negativo, en Roma di fronte cit., I, pp.85-97. Sobre los informes negativos que transmitió el embajador López de Haro y,más adelante, Garcilaso de la Vega cfr. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Alejan-dro VI y los Reyes Católicos cit., pp. 637-654.

123 Sobre las ambiguas cláusulas en las que el papa se comprometía a perdonary reintegrar en sus beneficios a los cardenales Federico Sanseverino, Raymund Pé-rault, Ascanio Sforza y Giuliano Della Rovere, cfr. PASTOR, Storia dei Papi cit., III,pp. 332-336.

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 151

la indignación de Víncula, dispuesto a abandonar al rey de Francia y bus-car la protección del emperador124. Al final se vio obligado a negociar conel pontífice, del que obtuvo vagas promesas de «tractarlo humanamente» yno tomar ninguna represalia contra el prefecto. Nada se decía de la fortale-za de Ostia que quedó en manos Carlos VIII. A todas luces, la calatta de-bió dejar en Giuliano una profunda desilusión que le acompañó hasta su re-greso a Génova tras su efímera estancia en el reino de Nápoles. Su hora degloria había pasado, al igual que la extinta estrella del rey francés, acorra-lado en la llanura de Fornovo por el ejército de la nueva Liga antifrancesaque Venecia, España, la Santa Sede y Milán habían firmado a sus espaldas.

Para emprender la reconquista del reino de Nápoles, Fernando el Católi-co intentó asegurar el triángulo marítimo formado por Barcelona, Génova yNápoles. La flota allí destinada debía suministrar el apoyo necesario a lasfuerzas coaligadas hispano-napolitanas dirigidas por Fernando de Nápoles,recién subido al trono, y Gonzalo Fernández de Córdoba, lugarteniente de lastropas auxiliares enviadas por los Reyes Católicos125. Una vez asegurado elpuerto de Nápoles, los monarcas quisieron fortalecer en Génova el partido dela Liga antes de la llegada del cardenal. En abril de 1496 enviaron al bachi-ller de la Torre para atraerse a los genoveses, impedir a los franceses armarbarcos y mejorar las comunicaciones entre Barcelona y Colliure126. Génovavolvía a convertirse en la manzana de la discordia entre los dos bloques quese disputaban el dominio del Mediterráneo. El 6 de julio, mientras las fuerzasde la Liga se enfrentaban en Fornovo a las tropas de Carlos VIII, una flotacombinada de genoveses y españoles derrotaba en la bahía de Rapallo a lasnaves francesas que llevaban el botín de la conquista de Nápoles127.

Las negociaciones que mantuvieron en Génova los embajadores de laLiga no fueron fáciles, ya que pronto surgieron las disensiones ante los in-tentos de reconciliación con Francia emprendidos por el duque de Milán.

124 Las disputas entre los cardenales filo-franceses y la indiferencia que mos-tró Carlos VIII hacia sus turbios intereses, se describen en la Crónica aragonesa,cap. 72.

125 En enero de 1496 las fuerzas hispano-napolitanas ya controlaban el puertode Nápoles, pero no pudieron evitar que Gaeta cayera en manos francesas; véase alrespecto la carta enviada por el embajador en Nápoles, Juan Ram Escrivà, a Fer-nando el Católico, 31 enero 1496; ACA (Barcelona), Diversos Fondos Patrimonia-les, Archivo Sástago, lío B n 79, ff. n.[88-89]; agradezco a Ivan Parisi la consulta deeste documento, que publicará en su tesis doctoral sobre la figura del embajador va-lenciano.

126 Instrucciones de los Reyes Católicos al bachiller de la Torre, 30 abril 1495;LA TORRE, Documentos cit., IV, pp. 367-370.

127 A. BERNÁLDEZ, Memorias del reinado de los Reyes Católicos, Madrid 1962,pp. 364-365.

ALVARO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES152

La diplomacia de los Reyes Católicos se desdobló en dos: mientras de laTorre trataba de coordinar los efectivos militares, el nuevo embajador JuanManuel iniciaba tratos unilaterales con la república para modificar el pro-tectorado milanés por un protectorado español, en caso de que Ludovico elMoro traicionara los acuerdos de la Liga ayudando al rey francés128.

Durante este tiempo el cardenal Della Rovere no permaneció inactivo.Le movía a ello la difícil situación de su hermano, al servicio de un ejérci-to francés en retirada por el empuje de las fuerzas hispano-napolitanas. Elrey Fernando había conseguido atraerse a los Colonna, pero no a los linajesnapolitanos como Salerno y Bisignano, que tampoco aceptaron las pro-puestas que Juan Manuel les hizo llegar desde Génova129. Para aliviar elfrente napolitano, Giuliano intentó adueñarse de la Liguria con la colabora-ción de Battista Campofregoso en el invierno de 1496130. Como afirmabaCarvajal en su despacho remitido a los Reyes Católicos, se trataba de sus-citar un cambio de gobierno en Génova con «mucha gente que les dan pa-ra ello»131. Era el ejército de Giangiacomo Trivulzio que partiendo de Astise apoderó de la ciudad milanesa de Novi Ligure, obligando a LudovicoSforza a replegarse sobre Alexandria y Tortona. No se llegó más lejos porla rápida reacción de la Liga, que envió un contingente militar de cinco milhombres para proteger el puerto genovés, mientras se desplazaba hasta allíla armada aragonesa del conde de Trivento establecida en Gaeta132.

De esta manera, cuando Víncula se presentó con ocho mil infantes an-te los muros de Génova, la ciudad le cerró sus puertas y desplegó un ejér-

128 ZURITA, Historia cit., I, pp. 232-233 (libro II, cap. XV); sobre las reaccio-nes de las potencias aliadas ante la firma de la paz separada franco-milanesa, con-cluida en octubre de 1495 cfr. F. SENECA, Ai margini di Fornovo. Zaccaria Conta-rini e Benedetto Trevisan alla corte imperiale nei 1493-96, en «Archivio veneto»,123 (1984), pp. 5-26: 20 y ss.

129 ZURITA, Historia cit., I, p. 246 (libro II, cap. XIX); también en carta de Pe-dro Mártir de Anglería a los obispos de Braga y Pamplona, 31 octubre 1494; P.M.ANGLERÍA, Epistolario, en Documentos Inéditos para la Historia de España, ed. J.LÓPEZ DE TORO, Madrid 1953-1955, IX, p. 265.

130 Un relato de las maniobras del cardenal en SHAW, Giulio II cit., pp. 115-117;la carrera de Battista Campofregoso en G. BRUNELLI, Fregoso (Campofregoso), Bat-tista, en DBI, 50, Roma 1998, pp. 388-394.

131 Informe de principios de 1497 del cardenal Bernardino López de Carvajal;en SUÁREZ FERNÁNDEZ, Política internacional cit., V, p. 192.

132 Véanse los despachos de Juan Manuel enviados desde Génova a los ReyesCatólicos, del 10 noviembre y 18 de diciembre de 1496; Biblioteca Nacional de Es-paña, Manuscritos, 20.21261-1 y 20.21261-2 (donde se informa de las complejas ne-gociaciones militares y económicas de las potencias de la Liga); también ZURITA,Historia cit., I, pp. 327-330 (libro II, cap. XLI).

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 153

cito en campo abierto. En Savona el cardenal tuvo una experiencia mástraumática. Según los informes del legado pontificio, sus tropas sufrieronalgunas bajas y el propio cardenal se vio obligado a huir disfrazado per-diendo la artillería que traía133. Después le llegó el turno al ejército francésacantonado en los enclaves milaneses recientemente ocupados, de dondefueron desalojados por las tropas de Ludovico Sforza y el emperador Ma-ximiliano en febrero de 1497. La aventura del cardenal se saldaba por tan-to con un fracaso militar, pero su caudillaje dejó una viva impresión entrelos príncipes de la Liga. Dan prueba de ello las peticiones que el duque deMilán hizo llegar al papa, exigiendo su inmediato retorno a la legación deAviñón.

La situación en Nápoles tampoco era favorable al clan Della Rovere.Tras la capitulación del ejército francés en Atella en julio de 1496, las tro-pas hispano-napolitanas se dedicaron a neutralizar los núcleos donde seatrincheraban los barones napolitanos rebeldes, entre los que se encontrabaGiovanni Della Rovere al frente de sus fortalezas de Arce, Sora y RoccaGuglielma134. Mientras Gonzalo Fernández de Córdoba se dirigía al duca-do de Oliveto, el nuevo rey de Nápoles, Federico, envió sus tropas contraRocca Guglielma defendida por Gracian de Guerre, hermano de Menaud deGuerre, antiguo servidor del cardenal, que mantenía ahora la fortaleza de laOstia en rebeldía contra el papa135. Los días del clan Della Rovere parecí-an contados. En la mente de Alejandro VI, aquella subversiva parentela de-bía ser sustituida por su propia familia. Lo intentó en agosto de 1496, or-denando la deposición de Giuliano del cargo de Penitenciario y Giovannide la Prefectura, pero se opuso el colegio cardenalicio alegando la necesi-dad de instruir un proceso en regla136. A fines de enero de 1497, cuando las

133 Véanse los informes del legado pontificio, Bernardino López de Carvajal, ex-tractados en la Crónica aragonesa cit., cap. 257; donde se afirma que el cardenal DellaRovere logró escapar del campo de batalla disfrazado «por non seyer conocido».

134 Sobre la importancia estratégica de estos feudos napolitanos cfr. M. MI-RETTI, Il ducato di Sora e il potere dei Rovereschi, en La quercia dai frutti d’orocit., pp. 61-83. No resulta claro saber si los reyes aprobaron esta campaña que des-viaba los fondos de Sicilia destinados a reparar las fortalezas de la isla; véase lareprimenda del rey al virrey de Sicilia Juan de Lanuza, 6 julio 1496; L.I. SERRA-NO Y PINEDA, Nuevos datos sobre el Gran Capitán, en «Hispania», 3 (1943), pp.70-88: 74.

135 ZURITA, Historia cit., I, pp. 316-319 (libro II, cap. XXXVIII). Sobre la estrate-gia señorial de Gonzalo Fernández de Córdoba cfr. C.J. HERNANDO SÁNCHEZ, El GranCapitán y los inicios del virreinato de Nápoles. Nobleza y Estado en la expansión eu-ropea de la Monarquía bajo los Reyes Católicos, en El Tratado de Tordesillas cit., III,pp. 1817-1854.

136 PELLEGRINI, Ascanio Maria Sforza cit., II, p. 592.

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tropas hispano-napolitanas se aprestaban a expulsar al prefecto de sus en-claves defensivos, el papa le envió un salvoconducto para poner instalarseen los Estados Pontificios137. Era la última salida que le ofrecía antes de queFederico de Aragón y del Gran Capitán cayeran sobre Monte San Giovan-ni Campano, Rocca Guglielma y Arce138.

Siguiendo órdenes de los Reyes Católicos, Gonzalo interrumpió la cam-paña de Sora para ayudar al papa en la conquista de Ostia en febrero de 1497.El asedio apenas duró quince días y el militar cordobés pudo entrar triunfal-mente en Roma como Liberator Urbis. Tras algunas negociaciones, el papapermitió que Menaldo regresara a Francia pero despojó al cardenal Vínculade todos sus beneficios y sustituyó a su hermano Giovanni por Jofré de Bor-ja, nombrado el lunes de Pascua nuevo prefecto de Roma y vicario de Seni-gallia139. Fue entonces cuando Giuliano recurrió al cardenal Costa para re-conciliarse con el papa, y a la mediación de Venecia para defender las pose-siones napolitanas que aún levantaban las banderas del roble roveresco140.

Despuntaba la primavera de 1497 cuando se llegó a este entendimien-to favorecido por la distensión internacional que habían provocado las tre-guas de Lyon firmadas por Carlos VIII y los Reyes Católicos el 25 de fe-brero de 1497141. A cambio del perdón, Alejandro VI exigió al cardenal elregreso a Italia instalándose en un lugar como Bologna o Senigallia, y le in-vitó a convertirse en protector de la carrera eclesiástica de César Borja142.

137 A. BORRÁS I FELIU, Cartes d’Alexandre VI conservades a l’Arxiu del Palaude Barcelona, en «Analecta Sacra Tarraconensia», 66 (1973), pp. 294-295.

138 Facultad entregada por Federico de Nápoles al Gran Capitán para conqui-star los pueblos y lugares del ducado de Sora (8.XII.1496) y los poderes para ren-dir Rocca Guglielma (1.IV.1496); en L.I. SERRANO Y PINEDA, Noticias inéditas delGran Capitán, en «Boletín de la Real Academia de la Historia», 79 (1921), pp. 453-462: 249. Véase también la importante correspondencia con el embajador en Nápo-les, Joan Escrivà de Romaní i Ram, en I. PARISI, La correspondencia cifrada entreel rey Fernando el Católico y el embajador Joan Escrivà de Romaní i Ram, en «Pe-dralbes. Revista d’Història Moderna», 24 (2004), pp. 55-115.

139 MARINO SANUDO, Diarii, I, Venezia 1879, col. 555; Crónica aragonesa cit.,capp. 258 y 260.

140 Véase el sumario de noticias enviado a los Reyes Católicos por su embaja-dor en Milán, Juan Claver, 23 junio 1497; en SUÁREZ FERNÁNDEZ, Política interna-cional cit., V, pp. 190-191.

141 La adhesión de Génova se recoge en la carta enviada por la ciudad a Fer-nando el Católico, 27 mayo 1497; Madrid, Biblioteca de la Real Academia de laHistoria, Colección Salazar, A-11, f. 164r-v.

142 Conocemos estas negociaciones gracias a los despachos milaneses del mesde abril comentados por SHAW, Giulio II cit., pp. 123-124; sobre la importancia polí-tica que adquiere la carrera de César cfr. Á. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Cè-

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 155

Giovanni recuperó entonces el cargo de prefecto y el ducado de Sora, ne-gociando con el rey Federico su regreso a Senigallia después de haber pa-sado dos años combatiendo en el reino. En este clima de reconciliación seexplica la carta de condolencia que el cardenal remitió al papa con motivodel fallecimiento del duque de Gandía el 10 de julio de 1497, comparandosu dolor con el que hubiera experimentado él si hubiera fallecido su her-mano143. Desgraciadamente no se llegó a más. La inestabilidad internacio-nal y la desconfianza mutua frustraron los acuerdos que tuvieron que espe-rar tiempos mejores para cumplirse. Mientras tanto, los Reyes Católicosaprovecharon el período de tregua para renovar la alianza con Génova ylimpiar el mar ligur de corsarios franceses144.

5. El roble y el buey: la incierta alianza Borja-Della Rovere

El año de 1498 trajo consigo un cambio importante en la distribuciónde alianzas entre las potencias italianas. Ante el desmoronamiento de la Li-ga Santa y la subida al trono de Luis XII, el papado decidió abandonar laentente hispano-napolitana y buscó la amistad francesa para llevar a cabouna campaña de restauración territorial en los Estados Pontificios median-te la creación de un estado nuevo para César Borja, antiguo cardenal a pun-to de secularizarse145. Della Rovere sacó provecho de aquellas negociacio-nes logrando que el rey francés exigiera al papa la devolución de Ostia,mientras impulsaba el tratado de alianza franco-véneto firmado en diciem-bre de 1498146. La amistad de la Señoría era indispensable tanto para faci-

sar Borja en el seu context històric: entre el pontificat i la monarquia hispànica, enCèsar Borja cinc-cents anys després (1507-2007), coord. M. TOLDRÀ, Valencia2009, pp. 11-98.

143 PASTOR, Storia dei Papi cit., III, p. 364.144 Instrucciones al canciller Benedetto da Porto, embajador genovés ante los

Reyes Católicos, 5 octubre 1497; en Istruzioni e relazioni cit., pp. 14-20; en ellas seaconseja al embajador negociar con Castilla para la obtención de grano siciliano yayuda militar para atacar la flota francesa que fondeaba en Tolone; también se re-cordaba a los monarcas la restitución de Pietrasanta tal y como se había convenidoen los acuerdos anteriores. El envío de una flota contra los corsarios franceses se re-coge en las instrucciones enviadas por los Reyes Católicos a su embajador en Gé-nova, Juan Manuel, junio 1497; en SUÁREZ FERNÁNDEZ, Política internacional cit.,V, pp. 180-181.

145 Cfr. Á. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Alejandro VI y los Reyes Católicos.Afinidades y diferencias al final de un pontificado (1498-1503), en La llum de les imat-ges, (Xàtiva, abril-diciembre 2007), Libro de Estudios, Valencia 2007, pp. 281-299.

146 A. LIZIER, Il cambiamento di fronte della politica veneziana alla morte di

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litar los planes de Luis XII en Italia como para proteger las tierras del pre-fecto, nuevamente enemistado con el rey de Nápoles por su apoyo a la re-belión del príncipe de Salerno, Antonello Sanseverino147.

En aquella mutación diplomática, Marco Pellegrini ha visto la voluntadde Víncula no sólo de promover una nueva campaña contra Nápoles sino deocupar una posición relevante en la Curia suplantando a Ascanio Sforza comolíder externo del partido borgiano148. A cambio de facilitar la promoción secu-lar de César, el papa garantizaría su incolumidad como «procurator e fautor dele cose de Franza presso il Papa» nombrado en el verano de 1498149. Esta la-bor de enlace entre Roma y la corte francesa le convirtió en mediador de lasnegociaciones que César debía mantener con Luis XII durante su próximo via-je a Francia en otoño de aquel año. En Aviñón el cardenal ofreció al hijo delpapa una fastuosa recepción que incluía el regalo de ocho «cavallos maravi-llosos» ensillados a la brida y la construcción de un arco de triunfo adornadocon las armas entrelazadas del papa, César y el cardenal Della Rovere. Unametáfora heráldica tan efímera como los sutiles hilos de intereses que unían elroble roveresco al buey de los Borja. Así lo pone de manifiesto la irónica anéc-dota sucedida en pleno banquete, cuando un altercado suscitado entre las da-mas y los cortesanos de César provocó el pánico del cardenal, que huyó des-lizándose por un pasadizo secreto temeroso de que se tratara de una celada150.

Durante los días que trascurrió en la ciudad, César mostró la actitud dequien pensaba llevar la iniciativa en las negociaciones151. Después se trasla-dó a Valences – la capital de su nuevo estado señorial –, Lyon y finalmenteChinon, donde le acompañó el cardenal. En sus cartas al papa, Víncula le in-formó de la buena impresión causada por su hijo en la corte francesa, y laconcesión de una guardia personal de ciento cincuenta lanzas que se le ha-bía concedido152. Sin embargo, nada se decía del casamiento de César conCarlota de Aragón – la hija de Federico de Nápoles –, cuya resistencia no lo-gró vencer ni Víncula ni el arzobispo Georges d’Amboise que se jugaba el

Carlo VIII (trattato di Blois 9 febbraio 1499), en «Ateneo veneto», 120 (1936), pp.20-40: 35-36.

147 Cfr. G. MACCHIAROLI, Antonello Sanseverino, dalla discesa di Carlo VIIIalla capitolazione del 1497, Napoli 1999, pp. 34-35.

148 PELLEGRINI, Ascanio Maria Sforza cit., II, pp. 698-699.149 Despacho de Gian Lucido Cataneo a Francesco II Gonzaga, 31 agosto 1498,

Roma; en A. LUZIO, Isabella d’Este e i Borgia, en «Archivio Storico Lombardo», 41(1914), pp. 419-423.

150 Crónica aragonesa, cap. 300; el indecoroso comportamiento del cardinaldurante aquellos días fue comentado en un despacho del embajador milanés; S.BRADFORD, Cesare Borgia, his Life and Times, New York 1976, pp. 86-87.

151 WOODWARD, Cèsar Borja cit., p. 143.152 SHAW, Giulio II cit., p. 127.

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 157

capelo cardenalicio153. Fueron momentos especialmente amargos para elpontífice, asediado en Roma por los nuevos embajadores castellanos que lereprochaba la marcha de César, los escándalos de su política familiar y la su-jeción a Francia154.

Después de tres meses de zozobra y de búsqueda de una nueva consor-te finalmente, el 27 de abril de 1499, el rey pudo anunciar el matrimonio deCésar con Carlota d’Albret, pariente del rey francés y hermana del rey con-sorte de Navarra Juan d’Albret155. Sólo entonces se hizo efectivo el tratadode Blois (9.II.1499) por el que Francia y Venecia se aliaban para adueñarsede Milán contando con la neutralidad del papado, que obtenía a cambio unacompañía de cien lanzas al servicio de César para restaurar el dominio pon-tificio sobre la Romaña156. Víncula podía considerarse uno de los protago-nistas del nuevo giro de la política pontificia al abandonar la alianza espa-ñola en busca del apoyo francés para la reconstrucción de sus Estados.

Obtenida la alianza veneto-pontificia, el cardenal se trasladó a Génovaen el otoño de 1499 para apoyar la parcialidad de los Fieschi, favorables aFrancia, contra los Adorno que poseían el regimiento sin la protección deLudovico Sforza157. Según el testimonio de la crónica aragonesa, el audazcardenal desencadenó una revuelta urbana introduciendo en el concejo de la

153 Durante las negociaciones no faltaron pequeños roces protocolarios entreVíncula y el propio César, al verse tratado por Luis XII con menor dignidad que elcardenal; Crónica aragonesa, cap. 300.

154 Carta de Alejandro VI a Giuliano Della Rovere, 4 de febrero de 1499; PAS-TOR, Storia dei Papi cit., III, p. 427. Los intentos de los Reyes Católicos por hacerreaccionar al papa en FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Alejandro VI y los ReyesCatólicos cit., pp. 383-406; y los datos que añadimos en Alejandro VI y los ReyesCatólicos. Afinidades y diferencias cit., I, pp. 287-290.

155 La familia Albret fue recompensada con la concesión del capelo cardenali-cio y varios obispados para Amanieu [o Amaneo] – hermano de Carlota –, pero elrey de Navarra Joan d’Albret no logró de Alejandro VI ni la revocación de la sedede Pamplona para su propio candidato, ni la petición de erigir la capital del reino ensede metropolitana; Á. ADOT, Juan de Albret y Catalina de Foix o la defensa del Es-tado navarro (1483-1517), Pamplona 2005, pp. 176-179.

156 La participación de Giuliano en estas negociaciones J. BROSCH, Papst Ju-lius II und die Grounding des Kirchenstaates, Gotha 1878, p. 80; el tratado sólo sehizo efectivo en mayo de 1499 tras el casamiento de César con Carlota d’Albret; cfr.L.G. PÉLISSIER, Sopra alcuni documenti relativi all’alleanza tra Alessandro VI eLuigi XII (1498-99), en «Archivio della Società di Storia Patria», 17 (1894), pp.303-373; 18 (1895), pp. 99-215; ID., Recherches dans les Archives italiennes: LouisXII et Ludovic Sforza (9 avril 1498-23 juillet 1500), Paris 1896.

157 L.G. PÉLISSIER, Documents pour l’histoire de l’établissement de la domina-tion française à Genes (1498-1500), en «Atti della Società Ligure di Storia Patria»,24 (1892-1894), pp. 333-554.

ALVARO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES158

ciudad a Giorgio Doria, que logró expulsar a los Adorno y entregar la ciu-dad a Luis XII158. De todas formas, la adhesión de Génova a la causa fran-cesa no pudo ser antiespañola pues estaba condicionada por los pactos co-merciales con los reinos de Castilla y Aragón, de manera que cuando en1503 Luis XII exigió a la república actuar contra los Reyes Católicos se to-pó con una rotunda negativa, amparada en el hecho de que «il terzo di Ze-noa è in Spagna, e vi sono 300 caxe di zenoesi che li reali (se) rompeno litoria il suo»159.

En la nueva expedición a la península Italiana, el rey francés volvió a te-ner a su lado al clan Della Rovere. La diferencia es que cuando Luis XII em-prendió la marcha a Susa a través de Col de Ginebra, Giuliano Della Roverecabalgaba también junto a César Borja160. El 6 de octubre la comitiva pudo en-trar en Milán, donde un mes antes las tropas de Trivulzio habían desalojado alos Sforza. A continuación, César preparó su campaña en la Romaña con ob-jeto de intervenir después en el reino de Nápoles161. La ocasión se presentó enel verano de 1500, en que el papa pactó con el prefecto y el rey de Nápoles elpaso de las tropas de César, alegando una expedición de castigo contra los Co-lonna. La campaña de César sobre las Marcas fue fulgurante. Comenzó con laconquista de Imola y Forlì y, tras recibir el nombramiento de gonfaloniero dela Iglesia, cayó sobre Pésaro, Rímini y Faenza, ciudades despojadas de la pro-tección de Venecia y acusadas de no observar sus deberes tributarios hacia laIglesia162.

Durante este tiempo Giuliano Della Rovere se mantuvo junto a LuisXII, dispuesto a desplazarse a Roma cuando se pensó que el papa había fa-llecido al desplomarse el techo de sus estancias el 29 de junio de 1500. Na-da más recibir los informes del cardenal, el rey francés le ordenó dirigirsecon las tropas que se hallaban en Pisa para asistir al eventual cónclave y«hazerle papa por fuerça, quiera o no quiera el colegio de los cardena-les»163. En Roma la situación se hizo tan alarmante que el embajador de los

158 Crónica aragonesa, cap. 314.159 SANUDO, Diarii cit., V, col. 113.160 WOODWARD, Cèsar Borja cit., p. 151.161 La expectante actitud del cardenal ante las empresas de César en BROSCH,

Papst Julius II cit., pp. 81 y ss.162 Sobre las campañas de César Borja véanse los trabajos reunidos en Cesare

Borgia di Francia gonfaloniere di Santa Romana Chiesa 1498-1503. Conquiste ef-fimere e progrettualità statale. Atti del convegno di studi, Urbino 4-5-6 dicembre2003, a cura di M. MIRETTI, M. BONVINI MAZZANTI, Ostra Vetere 2005.

163 Despacho de mosén Gralla, embajador de los Reyes Católicos en Lyon, 9julio 1500; J. GARCÍA ORO, El Cardenal Cisneros. Vida y empresas, Madrid 1992,I, p. 123; ver también el relato de ZURITA, Historia cit., II, pp. 210-211 (libro IV,cap. 10).

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 159

Reyes Católicos consultó el uso de la fuerza para impedir la eventual elec-ción de un candidato francés164. No fue necesario. Alejandro VI se recupe-ró pronto de sus heridas y el frente franco-borgiano volvió a restablecerse.Del incidente cabe extraer una importante conclusión: el cardenal Della Ro-vere era una de las bazas principales que Luis XII pensaba jugar en el pró-ximo cónclave.

Hasta que llegara el momento, el monarca solicitó su mediación en elconflicto que Pisa sostenía con Florencia para librarse de su dominación. Setrataba de un enmarañado problema en el que Francia practicaba un doblejuego con las partes enfrentadas, mientras Pisa solicitaba la ayuda de Ale-jandro VI para formar una liga antiflorentina con la colaboración de Fer-nando el Católico165. Las negociaciones aún no estaban tan avanzadas cuan-do en octubre de 1500 el cardenal renunció a la legación para vigilar másde cerca los asuntos del prefecto, que acaba de ser nombrado capitán gene-ral de los florentinos166.

Los primeros años del siglo XVI asistieron a un repliegue de las fuer-zas de los Reyes Católicos en Italia. El rechazo al proyecto político de Cé-sar les costó la amistad del pontífice, mientras asistían impasibles a la caí-da del duque de Milán. Sólo en Nápoles podían plantear una defensa queempezó a tomar forma a principios de 1500 con el envío de una armada alas órdenes del Gran Capitán. Para recuperar su influencia en la Curia – po-blada de familiares valencianos ligados a Alejandro VI pero con escasosvínculos con la Corona – la reina recomendó en noviembre de 1500 «tenertoda la parte que pudiéremos en el Colegio [Cardenalicio]», y pocos mesesdespués encargó a su embajador en Roma atraerse a algunos cardenales167.Se veía necesario consolidar un partido «español» que pudiera contrarres-

164 L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, Los Reyes Católicos. El camino hacia Europa, Ma-drid 1990, p. 215.

165 Cfr. G. VOLPE, Intorno ad alcune relazioni di Pisa con Alessandro VI e Ce-sar Borgia (1499-1504), en «Studi Storici», 7 (1898), pp. 87-101: 89-91; E. DUPRÉ

THESEIDER, L’intervento di Ferdinando il Cattolico nella guerra di Pisa, en V Con-greso de Historia de la Corona de Aragón. III: Fernando el Católico e Italia, Zara-goza 1954, pp. 19-41; C. DALLE MURA, La ricerca di un’alleanza: i rapporti tra Pi-sa e Spagna dal 1504 al 1507, en «Bollettino Storico Pisano», 55 (1986), pp. 85-116.

166 SHAW, Giulio II cit., pp. 127-128.167 Memorial autógrafo de la reina para el despacho de sus secretarios, no-

viembre 1500; Madrid, Biblioteca de la Real Academia de la Historia, Colecciónmarqués de San Román, ms. Caja 3, nr. 4; véase el comentario de M.Á. Ochoa Brunen Isabel la Católica en la Real Academia de la Historia, eds. L. SUÁREZ FERNÁN-DEZ, C. MANSO PORTO, Madrid 2004, pp. 268-270; A. RODRÍGUEZ VILLA, Don Fran-cisco de Rojas, embajador de los Reyes Católicos, en «Boletín de la Real Academiade la Historia», 28 (1896), pp. 295-339: 306 y ss.

ALVARO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES160

tar la influencia de César y los cardenales filofranceses como Giuliano Della Rovere, capaz de dirigir junto a Jorge da Costa un partido curial des-de su residencia en Ligura o Lombardía168.

La relación del clan Della Rovere con los Borja llegó a su cenit en sep-tiembre de 1500, con la alianza matrimonial de Francesco Maria Della Ro-vere –hijo del prefecto y heredero del ducado de Urbino – y Àngela Borjai de Montcada, sobrina-nieta del papa y hermana de los cardenales Joan yPedro Luis de Borja169. En este contexto, el papa otorgó al cardenal la en-comienda de la abadía milanesa de Chiaravalle que poseía Ascanio Sforza– procesado por Luis XII y encerrado en Bourges –, y al mes siguiente Giu-liano actuó como garante de los préstamos solicitados por el papa a la ciu-dad de Milán para pagar a las tropas francesas que habían servido a Césaren la campaña de Imola y Forlì170. Anulado Ascanio, Víncula pasó a ser elcardenal más rico del colegio, protector de los asuntos del reino de Franciaen la corte de Roma, y detentador de un poder que a ojos venecianos le con-vertía en «un hombre muy peligroso»171.

168 Sobre la presencia hispana en Roma a comienzos del siglo XVI se puedenconsultar los trabajos de A. SERIO, Modi, tempi, uomini della presenza hispana a Ro-ma tra la fine del Quattrocento e il primo Cinquecento (1492-1527), en L’Italia diCarlo V. Guerra, religione e politica del primo Cinquecento. Atti del Convegno in-ternazionale di studi, Roma 5-7 aprile 2001, a cura di F. CANTÙ, M.A. VISCEGLIA,Roma 2003, pp. 433-476; ID., Algunes consideracions sobre la presència catalano-aragonesa a Roma entre el final del Quattrocento i el principi del Cinquecento(1492-1522), en «Bullettí de la Societat Catalana d’Estudis Històrics», 14 (2003),pp. 69-96; ID., Una representación de la crisis de la unión dinástica: los cargos di-plomáticos en Roma de Francisco de Rojas y Antonio de Acuña (1501-1507), en«Cuadernos de Historia Moderna», 32 (2007), pp. 13-29.

169 Los capítulos matrimoniales fueron firmados en nombre de Angela por suhermano mayor Roderic de Borja-Llançol – capitán de la guardia pontificia – con laasistencia del padre del novio, Giovanni Della Rovere, el procurador del cardenalCosta, y con la asistencia de los embajadores franceses entre otros; cfr. E. DURÀN,Quatre Àngeles Borja coetànies, entreparentes i conspícues, en «Revista Borja», 1(2007), pp. 121-137: 123.

170 WOODWARD, Cèsar Borja cit., p. 159; la concesión de la abadía el 1 de sep-tiembre de 1500 en PASTOR, Storia dei Papi cit., III, pp. 445-446.

171 La valoración de la fortuna de Giuliano se deduce de las tasas que debíanaportar los cardenales a la bula de cruzada de junio de 1500; PASTOR, Storia dei Pa-pi cit., III, p. 445; el nombramiento de protector de los asuntos franceses en Docu-menti di storia italiana. copiati su gli originali autentici e per lo più autografi esi-stenti in Parigi, ed. G. MOLINI, Firenze 1836-1837, I, pp. 30-32; el juicio del em-bajador veneciano en el despacho de Paolo Capello, 28 septiembre 1500; en Rela-zioni degli ambasciatori veneti al Senato, serie II, III, a cura di E. ALBÈRI, Firenze1846, pp. 9-10.

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 161

Sin embargo, Alejandro VI también sabía exigir las oportunas contra-prestaciones. A raíz del enlace de Lucrecia Borja con Alfonso d’Este, elpapa reclamó a Giuliano los territorios de Cento y La Pieve, que pertene-cían a su diócesis de Bolonia, y se pensaban incorporar a la dote de Lu-crecia172. Ante la resistencia del cardenal, el papa solicitó su renuncia alobispado boloñés con objeto de entregárselo al hermano de Alfonso, Hi-pólito d’Este. Luego se sucedieron las cartas de César y de la propia Lu-crecia, hasta que el 24 de enero de 1502 el cardenal accedió a permutar lasede de Bolonia por una serie de beneficios eclesiásticos que incluían elobispado de Vercelli173.

Víncula se hallaba cada vez más desprotegido ante el avance de losBorja. Tras el fallecimiento de su hermano Giovanni el 6 de noviembre de1501, no pudo evitar la ocupación de Senigallia por las tropas de César174.Sin el respaldo de Luis XII, implicado en el conflicto napolitano donde ne-cesitaba a Alejandro VI, el cardenal recurrió a la protección de Venecia pa-ra garantizar al menos la seguridad de la viuda del prefecto y sus herede-ros175. Eran años turbulentos donde las armas estaban desdibujando las fi-guras mediadoras, y Víncula era una de ellas.

Como ocurriera en 1494 los Reyes Católicos prefirieron el aislamien-to diplomático de Francia al enfrentamiento armado. Por ello el Gran Capi-tán tenía instrucciones de evitar la ruptura de las hostilidades, y Franciscode Rojas órdenes de tejer una nueva red de alianzas a imitación de la anti-gua Liga Santa176. A fines de 1502 se habían logrado algunos objetivos: Ro-jas firmó nuevos pactos con Génova y estrechó relaciones con los Orsini,mientras el Gran Capitán se ganaba a los Colonna, y obtenía algunas victo-rias en el reino de Nápoles que obligaron al papa a reconsiderar la amistadespañola. La gran incógnita era Venecia, instalada en una delicada neutrali-dad que no pretendía abandonar a pesar de las invitaciones de Fernando elCatólico a formar una liga con el papa. El cardenal Della Rovere también

172 CH. SHAW, Alexander VI, Lucrezia Borgia and her Marriage to Alfonsod’Este, en «Iacobus: revista de estudios jacobeos y medievales», 19-20 (2005), pp.219-240: 222-223.

173 L. MELUZZI, I vescovi e gli arcivescovi di Bologna, Bologna 1975, pp. 318-343. 174 El propio cardenal escribió al papa confiándole la seguridad de su cuñada,

a quien recomendó someterse a la ocupación de César Borja; cfr. M. MIRETTI, Il‘bellissimo inganno’: la strage di Senigallia, en Cesare Borgia di Francia cit., pp.353-367: 365-367.

175 A. BONARDI, Venezia e Cesare Borgia, en «Nuovo Archivio Veneto», 20(1910), pp. 381-417: 396-397.

176 FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Alejandro VI y los Reyes Católicos cit.,pp. 440 y ss.

ALVARO FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES162

advirtió la importancia de la Señoría en el equilibrio de fuerzas, y buscó suprotección para distanciarse de su aliado francés y presentarse como «bonoitaliano» en el cónclave que siguió al fallecimiento de Alejandro VI enagosto de 1503177.

En aquel momento clave de la sucesión pontificia, los Reyes Católicosno vieron con buenos ojos la candidatura de un cardenal que había sido surival político durante los diez últimos años; de ahí que vetaran su nombrejunto al de otros cardenales que se consideraban parciales de Francia, comoGeorges d’Amboise y Federico Sanseverino178. Sin embargo en la elecciónno influyeron tanto las potencias, como los cardenales castellanos y arago-neses que formaban el grupo «nacional» más numeroso ligado a César Bor-ja, dispuesto entonces a amagar una alianza con los Reyes Católicos179. Enmanos de estos purpurados estuvo la elección de Francesco Piccolomini y,tras su fallecimiento un mes después, la del propio Giuliano Della Rove-re180. Si el primero agradó a los soberanos por su mentalidad reformista, lasegunda elección pudo considerarse un fracaso de la incoherente estrategiadesplegada por sus agentes: nos referimos al embajador Francisco de Ro-jas, que apoyó secretamente la candidatura de Federico Sanseverino, al lu-garteniente de Nápoles, Gonzalo Fernández de Córdoba, promotor de Giu-liano Della Rovere tras recibir de él un compromiso escrito de adhesión alos reyes, semejante al que obtuvieron de él los cardenales españoles paragarantizar los dominios territoriales de César181.

A pesar de la indignación que suscitó en la corte regia la elección delcardenal savonés, la historia acabó dando la razón al Gran Capitán. El quefuera un efímero aliado y un peligroso rival se convirtió en el pontífice quemejor apuntaló los intereses mediterráneos de Fernando el Católico. Así lodemuestra la concesión de la investidura del reino de Nápoles, el apoyo fi-nanciero a las campañas militares en el norte de África, o el acuerdo que en

177 Despacho del embajador veneciano, 14 septiembre 1503; en Dispacci diAntonio Giustinian: ambasciatore veneto in Roma dal 1502 al 1505, per la primavolta pubblicati da P. VILLARI, Firenze 1876, II, pp. 195-196.

178 Instrucciones de los Reyes Católicos a su embajador Francisco de Rojas, 13septiembre 1503; en RODRÍGUEZ VILLA, Don Francisco de Rojas cit., 28 (1896), pp.295-339: 323-325; ZURITA, Historia cit., III, p. 183 (libro V, cap. XLVII).

179 Cfr. FERNÁNDEZ DE CÓRDOVA MIRALLES, Cèsar Borja en el seu context hi-stòric cit., pp. 54-57.

180 M. SANFILIPPO, Pio III, en Enciclopedia dei Papi, III, Roma 2000, pp. 29-30; A. PASTORE, Giulio II, en Ibid., III, pp. 33-34.

181 JOHANNIS BURCKARDI Liber notarum ab anno MCCCCLXXXIII usque adannum MDVI, ed. E. CELANI, RIS2, XXXII/2 Città di Castello 1907-1942, p. 399;debemos estas agudas puntualizaciones al testimonio del bien documentado histo-riador aragonés; ZURITA, Historia cit., III, pp. 272-274 (libro V, cap. LXXIII).

EL CARDENAL GIULIANO DELLA ROVERE Y LOS REINOS IBÉRICOS 163

líneas generales mantuvieron el rey y el papa en el mantenimiento del equi-librio político del Norte de Italia182. Aunque Julio II no se hallara en Savonadurante el encuentro de Fernando el Católico y Luis XII en 1507, no seríaaventurado afirmar que propició aquellas negociaciones al convertir la con-cordia hispano-francesa en objetivo principal de su pontificado, clausurandotemporalmente dos décadas de rivalidad en el Mediterráneo occidental.

Este corolario nos conduce al núcleo de nuestras conclusiones finales.La historia de los encuentros y desencuentros protagonizados por los ReyesCatólicos y el cardenal Della Rovere no permite considerarles enemigosviscerales, sino rivales circunstanciales que la inercia política y los intere-ses familiares situaron en bandos opuestos. El cardenal y los monarcas eranconscientes de que defendían opciones eclesiásticas convergentes en la re-forma de la Iglesia y, al mismo tiempo, proyectos geopolíticos antagónicosque colisionaron ante los muros de Ostia y en el espacio genovés. Sin em-bargo, el talento político y la lealtad a sus principios de acción diplomáticapermitieron el entendimiento cuando las circunstancias lo hicieron posible.

El análisis de este proceso invita a relativizar, por tanto, el supuesto «an-tiaragonesismo» o «francesismo» que se ha atribuido a Giuliano Della Rove-re, y situarle en el contexto internacional, familiar y diplomático que explicasu actitud política. A la vista del tortuoso diálogo entablado con los Reyes Ca-tólicos, pocos podían adivinar que aquel inquieto cardenal, una vez converti-do en pontífice, se convertiría en uno de los más eficaces aliados de la Coro-na, permitiendo a Fernando el Católico consolidar su imagen como Rex Cat-holicus Christiani Imperii Propagator que los pinceles de Rafael dibujaronen las estancias vaticanas. Entre esta metáfora pictórica y aquellas cartas queel monarca dirigiera al cardenal en tiempos de la guerra de Granada discurreuna de las relaciones más paradójicas y sugestivas de la Europa Moderna.

182 Sobre las relaciones políticas de Fernando el Católico y Julio II véanse losestudios algo envejecidos pero muy bien documentados de J.M. DOUSSINAGUE, Fer-nando el Católico y el cisma de Pisa, Madrid 1946; J. MANGLANO Y CUCALO DE

MONTULL (Barón de Terrateig), Política en Italia del Rey Católico (1507-1516).Correspondencia inédita con el embajador Vich, I-II, Madrid 1963; apreciacionesmás ajustadas al contexto italiano, y especialmente napolitano, en SHAW, Giulio IIcit., pp. 151 y ss; VISCEGLIA, Napoli e la politica internazionale del papato cit., pp.477-483; C.J. HERNANDO SÁNCHEZ, El Gran Capitán y la agregación del reino deNápoles a la Monarquía de España, en El reino de Nápoles y la monarquía deEspaña cit., pp. 169-211; las cuestiones diplomáticas se abordan en A. SERIO, Ser-vitore di due padroni: Jerónimo Vich e le diplomazie spagnole a Roma (1507-1519),en Diplomazia e Politica della Spagna a Roma. Figure di ambasciatori, a cura diM.A. VISCEGLIA, Roma 2008, pp. 63-94.