Foster Wallace David El rey palido

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Transcript of Foster Wallace David El rey palido

AnnotationEl rey pálido es la novela que David Foster Wallace estaba trabajando cuando murió. Sus personajes son agentes de la Agencia Tributaria de EEUU que se esfuerezan para superar elaburrimiento y la apatía. En su estilo característico, llenode acotaciones, notas a pie de página e interrupciones del autor en la historia , David Foster Wallace reflexiona sobreel aburrimiento y la felicidad.

 

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NOTA DEL EDITOREn 2006, diez años después de que se publicara La broma

infinita de David Foster Wallace, Little, Brown hizo planespara comercializar una edición de aniversario de esa novelagloriosa. Se organizaron celebraciones en varias libreríasde Nueva York y Los Ángeles, pero a medida que seaproximaban los eventos, David empezó a poner reparos aasistir. Yo lo llamé por teléfono para intentar convencerlo.«Ya sabes que si me insistes iré —me dijo—. Pero, por favor,no me insistas. Estoy metido en algo largo y cuando meseparan del trabajo luego me cuesta volver a meterme.»

«Algo largo» y «una cosa larga» eran los términos queDavid usaba para hablar de la novela que había estadoescribiendo en los años posteriores a La broma infinita. Duranteaquellos años publicó bastantes libros: colecciones derelatos en 1999 y 2004 y de ensayos en 1997 y 2005. Pero lacuestión de una nueva novela acechaba, y a David leincomodaba hablar del tema. Una vez en que le presioné, mecontó que trabajar en la nueva novela era como forcejear conplafones de madera de balsa en medio de un vendaval. De vezen cuando me llegaban noticias por su agente literaria,Bonnie Nadell: David estaba yendo a clases de contabilidadcomo parte de la investigación para su novela. Estabaambientada en un centro de procesamiento de declaraciones dela renta de la Agencia Tributaria. Yo había tenido el enormehonor de trabajar con David como editor de La broma infinita yhabía visto los mundos que él había conseguido conjurar apartir de una academia de tenis y un centro dedesintoxicación. Supuse que, si alguien era capaz de hacerque los impuestos fueran interesantes, era él.

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En el momento de la muerte de David, en septiembre de2008, yo no había visto ni una palabra de aquella novela,salvo un par de relatos que habían salido publicados enrevistas, relatos que no tenían ninguna conexión aparentecon la contabilidad ni con los impuestos. En noviembre,Bonnie Nadell se reunió con Karen Green, la viuda de David,para registrar su despacho, un garaje con una ventanita quetenía en su casa de Claremont, California. En la mesa deDavid, Bonnie encontró un manuscrito pulcramente amontonadocon doce capítulos que sumaban unas 250 páginas. En laetiqueta de un disco informático que contenía aquelloscapítulos había escrito: «¿Para el adelanto de LB?». Bonniehabía comentado con David la posibilidad de juntar unoscuantos capítulos de su novela y mandarlos a Little, Brown afin de iniciar las negociaciones para un contrato nuevo y unadelanto de las regalías. Allí había un manuscrito parcial,sin enviar.

Al explorar el despacho de David, Bonnie y Karenencontraron cientos y cientos de páginas de su novela enprogreso, designada con el título «El rey pálido». Discosduros, carpetas de archivador, carpetas de anillas,cuadernos de espiral y disquetes que contenían capítulosimpresos, fajos de páginas manuscritas, notas y más. Volé aCalifornia invitado por ellas y dos días más tarde me volvía casa con un talego verde y dos bolsas del Trader Joeatiborradas de manuscritos. Poco después me llegaba porcorreo una caja llena de libros que David había usado en suinvestigación.

Al leer aquel material en los meses posteriores a miregreso, descubrí una novela asombrosamente completa, creadacon esa originalidad y ese humor superabundantes que erancaracterísticos de David. Mientras leía aquellos capítulos

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sentí un placer inesperado, porque al adentrarme en aquelmundo que David había creado tuve la sensación deencontrarme en su presencia y conseguí olvidarmetemporalmente del hecho espantoso de su muerte. Había partesque habían sido pulcramente mecanografiadas y revisadas a lolargo de numerosas versiones. Otras eran simples borradoresescritos con la minúscula caligrafía de David. Algunos —entre ellos los capítulos que estaban sobre su mesa detrabajo— habían sido pulidos recientemente. Otros eran muchomás antiguos y contenían líneas argumentales abandonadas osustituidas. Había notas y falsos comienzos, listas denombres, ideas para tramas e instrucciones del autor para símismo. Todos aquellos materiales estaban maravillosamentevivos y cargados de observaciones; leerlos era lo másparecido a ver su asombrosa mente operando sobre el mundo.Había una libreta encuadernada en piel que todavía estabacerrada con un rotulador verde dentro, con el que Davidhabía escrito hacía poco.

En ningún sitio de aquellas páginas había ningún esquemani indicación del orden en que David tenía pensado poneraquellos capítulos. Había unas cuantas notas generales sobrela trayectoria de la novela, y a menudo los borradores delos capítulos iban precedidos o seguidos de instruccionesque escribía David para sí mismo y que indicaban de dóndevenía un personaje o adónde podía dirigirse. Pero no habíauna lista de escenas, no había un arranque ni un finaldecididos, ni tampoco nada que se pudiera considerar unconjunto de instrucciones ni guías para El rey pálido. Al leer yreleer aquellos montones de material, me quedó claro pese atodo que David se había adentrado mucho en la novela,creando un lugar nítidamente complejo —el Centro Regional deExamen de la Agencia Tributaria en Peoria, Illinois, en el

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año 1985— y un notable conjunto de personajes que batallabancontra los demonios descomunales y aterradores de la vidaordinaria.

Karen Green y Bonnie Nadell me pidieron que montara conaquellas páginas la mejor versión de El rey pálido que pudieraencontrar. Hacerlo ha sido el desafío más grande al que mehaya enfrentado. Sin embargo, después de leer aquellosborradores y aquellas notas, quería que los que aprecian laobra de David pudieran ver lo que este había creado; quetuvieran la oportunidad de echar un vistazo más a esa menteextraordinaria. Aunque no se trata en ninguna medida de unaobra terminada, El rey pálido me pareció tan profunda y valientecomo el resto de la obra de David. Trabajar en ella ha sidoel mejor acto de homenaje que he podido llevar a cabo.

Al montar este libro he seguido las pistas internas queme daban los capítulos y las notas de David. No ha sido unatarea fácil: hasta un capítulo que parecía ser el punto departida obvio de la novela se revela en una nota a pie depágina, y luego todavía de forma más directa en una versiónanterior del capítulo, que tiene que ir bastante avanzada lanovela. Otra nota del mismo capítulo comenta que la novelaestá llena de «cambios de punto de vista, fragmentaciónestructural e incongruencias descabelladas». Muchos de loscapítulos, sin embargo, revelaban una narración central queseguía una cronología bastante lineal. En dicha trama,varios personajes llegan al Centro Regional de Examen dePeoria el mismo día de 1985. Pasan por una orientación,entran a trabajar allí y conocen el vasto mundo delprocesamiento de las declaraciones de la renta en la AgenciaTributaria. Dichos capítulos y dichos personajes recurrentesforman una secuencia evidente que constituye la columnavertebral de la novela.

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Otros capítulos son independientes y no forman parte deninguna cronología. Colocar esas secciones autónomas ha sidola parte más difícil de la edición de El rey pálido. Mientrasleía se hizo evidente que David planeaba que la novelatuviera una estructura afín a la de La broma infinita, conlargos pasajes de información aparentemente inconexa que sele presenta al lector antes de que empiece a aparecer unatrama principal coherente. En varias notas para sí mismo,David decía que la novela era «como un tornado» o queproducía «sensación de tornado», lo cual sugería la idea delanzar partes de la historia hacia el lector como untorbellino a alta velocidad. La mayor parte de los capítulosno cronológicos tienen que ver con la vida cotidiana delCentro Regional de Examen, con las prácticas y losconocimientos de la Agencia Tributaria y con ideas sobre elaburrimiento, la repetición y la familiaridad. Algunas sonhistorias procedentes de una serie de infancias pocohabituales y difíciles, cuyo significado se va aclarando deforma gradual. Mi meta al ordenar esas secuencias fuecolocarlas de tal manera que la información que contienenentrara en los momentos oportunos para apoyar la líneaargumental cronológica. En algunos casos la colocación eraesencial para el desarrollo de la historia; en otros era unacuestión de ritmo y de tono anímico, como por ejemplo lacolocación de capítulos cómicos breves en medio de otroslargos y serios.

La historia central de la novela no tiene un final claro,y hay una cuestión que surge de forma inevitable: ¿cómo deinconclusa está la novela? ¿Cuánto más material podría haberhabido? Esto es imposible de saber, dada la ausencia de unesquema detallado que proyecte las escenas y los relatos quetodavía estaban por escribir. Entre las páginas del

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manuscrito de David hay notas que sugieren que no teníaintención de que la novela tuviera una trama sustancial másallá de los capítulos aquí presentes. Una nota dice que lanovela es «una serie de situaciones organizadas para quepasen cosas, pero en realidad nunca pasa nada». Otra señalaque hay tres «grandes mandamases... pero no los vemos nunca,solamente a sus ayudantes y sus portavoces». Y otra mássugiere que durante toda la novela «algo grande amenaza consuceder pero nunca llega a suceder». Estas líneas podríanreafirmar la posibilidad de que la falta aparente deconclusión de la novela fuera de hecho intencionada. Davidterminó su primera novela en medio de una línea de diálogo yla segunda habiendo tratado grandes cuestiones de la tramade forma apenas tangencial. Uno de los personajes de El reypálido describe una obra de teatro que ha escrito, en la quehay un hombre sentado a una mesa, trabajando en silencio,hasta que el público se marcha, y en ese momento arranca laacción de la obra. Sin embargo, continúa, «nunca pudedecidir cuál era la acción, si es que había alguna». En lasección titulada «Notas y acotaciones», al final del libro,he seleccionado algunas de las notas de David sobre lospersonajes y la historia. Esas notas y líneas sacadas deltexto sugieren ideas sobre la dirección y forma de lanovela, pero ninguna de ellas me da la impresión de serdefinitiva. Creo que David todavía estaba explorando elmundo que había creado y todavía no le había dado una formadefinitiva.

Las páginas del manuscrito se han editado muy poco. Unade las metas era unificar los nombres de los personajes(David inventaba nombres nuevos constantemente) y hacer quelos toponímicos, los cargos profesionales y otros datos porel estilo concordaran a lo largo del libro. Otro era

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corregir todo lo que fueran obviamente errores gramaticalesy repeticiones de palabras. Algunos capítulos del manuscritoestaban designados como «borradores cero» o«improvisaciones», que eran los términos que usaba Davidpara referirse a los primeros bocetos, e incluían notas delestilo «dejar en el 50 por ciento en el próximo borrador».He llevado a cabo cortes de vez en cuando por cuestiones desentido o de ritmo, o bien para encontrar un punto deconclusión de algún capítulo que se alargaba sin final. Miintención general a la hora de ordenar y editar ha sidoeliminar todas aquellas distracciones y confusiones nointencionadas, a fin de ayudar a los lectores a concentrarseen las enormes cuestiones que David quería sacar a colación,así como hacer que la historia y los personajes resultarantan comprensibles como fuera posible. Los borradoresoriginales completos de estos capítulos, junto con todo elmontón de materiales del que se ha extraído esta novela,serán puestos a disposición del público en el Harry RansomCenter de la Universidad de Texas, que alberga todos losdocumentos de David Foster Wallace.

David era un perfeccionista de primer orden, y no hayduda de que El rey pálido sería un libro totalmente distinto dehaber sobrevivido él para terminarlo. A lo largo de estoscapítulos se repite toda una serie de palabras e imágenesque estoy seguro de que él habría revisado: las expresiones«chascarrillo» y «apretar las clavijas», por ejemplo,probablemente no se habrían repetido tan a menudo. Hay porlo menos dos personajes que tienen una marioneta de undoberman. Estas, junto con docenas de otras repeticiones ydescuidos propios de borradores, se habrían corregido yafinado de haber seguido David escribiendo El rey pálido. Perono fue así. Al presentárseme la elección entre hacer que

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este texto provisional estuviera disponible en forma delibro y colocarlo en una biblioteca donde solo losacadémicos lo pudieran leer y comentar, no lo dudé ni unsegundo. Hasta inconclusa, se trata de una obra brillante,una exploración de algunos de los desafíos más profundos dela vida y una empresa de un atrevimiento artísticoextraordinario. David se propuso escribir una novela sobrealgunos de los temas más difíciles que existen —la tristezay el aburrimiento— y hacer que esa exploración fuera nadamenos que dramática, divertida y profundamente conmovedora.Todo el mundo que trabajó con David sabe muy bien cómo seresistía a dejar ver al mundo una obra que no estuvierapulida según sus estándares de exigencia. Pero lo quetenemos es una novela inconclusa, y ¿cómo podemos no mirar?David, por desgracia, no está aquí para impedir que laleamos, ni para perdonarnos por querer hacerlo.

Michael Pietsch 

Llenamos formas preexistentes, y al llenarlas lascambiamos y ellas nos cambian.

FRANK BIDART, «Borges and I» 

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1Más allá de las llanuras de franela y de las gráficas de

asfalto y de los horizontes inclinados de óxido, y más alládel río de color marrón tabaco resguardado por los árbolesllorones y salpicado por las monedas de luz de sol quetraspasan sus copas para alcanzar la corriente, hasta ellugar que hay detrás del cortavientos, donde los campos sincultivar bullen ruidosamente a fuego lento bajo el calormatinal: sorgo, quelite cenizo, lambedora, zarzaparrilla,juncia real, higuera del infierno, menta silvestre, dientede león, zacate, muscadinia, repollo espinoso, solidago,hiedra terrestre, abutilón, hierba mora, ambrosía, avenasilvestre, algarroba, rusco, habichuelas asilvestradas yremetidas en sus vainas, todas como cabezas meciéndosesuavemente bajo una brisa matinal que es como la suave manode una madre en tu mejilla. Una flecha de estorninosdisparada desde el techado del cortavientos. El centelleo deun rocío que jamás se mueve y que se pasa el día soltandovapor. Un girasol, cuatro más, uno de ellos encorvado, y unaserie de caballos a lo lejos que están igual de rígidos yquietos que si fueran de juguete. Todos meciendo la cabeza.Los ruidos eléctricos de los insectos atareados. La luz delsol del color de la cerveza y un cielo pálido y volutas decirros tan altos que no proyectan sombra. Insectos atareadostodo el tiempo. Cuarzo y pedernal y esquisto y costras decontrita ferrosa en el granito. Una tierra muy antigua. Miraa tu alrededor. El horizonte tiembla, sin forma. Somos todoshermanos.

Entonces aparecen unos cuervos en las alturas, tres ocuatro, no una bandada, silenciosamente concentrados, rumbo

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al maíz de los pastos detrás de cuya alambrada un caballo lehuele el trasero a otro mientras el caballo de delantelevanta amablemente la cola. La marca de tus zapatos grabadaen el rocío. Brisa con olor a alfalfa. Abrojos en elcalcetín. Raspaduras dentro de una alcantarilla. Alambreoxidado y unos postes escorados que son más símbolos decontención que cercado per se. «PROHIBIDO CAZAR.» El susurrode la carretera interestatal más allá del cortavientos. Loscuervos del pasto posados en ángulos oblicuos, levantandoterrones para hacerse con los gusanos de debajo, y losgusanos han dejado incisiones con su forma en el estiércollevantado y cocido por el sol durante todo el día hastaendurecerse, incisiones permanentes, diminutas líneas vacíasque forman hileras y volutas hundidas que no se cierranporque las cabezas nunca llegan a tocar las colas. Leanestas páginas.

 

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2Desde el aeropuerto de Midway, Claude Sylvanshine tomó un

vuelo de una tal Consolidated Thrust Regional Lines hastaPeoria, un aterrador aparato de treinta asientos con unpiloto que tenía granos en el cogote y que en un momentodado estiró el brazo hacia atrás para cerrar una suciacortina de tela que aislaba la carlinga, y cuyo servicio debebidas consistía en una chica tambaleante que te dabafrutos secos por lo bajo mientras tú engullías una Pepsi. Elasiento con ventana de Sylvanshine estaba en la 8-algo, unahilera de emergencia, al lado de una señora mayor que teníauna barbilla parecida a un escroto y que pese a sus intensosforcejeos no podía abrir sus frutos secos. La ecuacióncrucial en contabilidad Activo = Pasivo + Patrimonio sepuede disolver y reformular de todas las maneras posibles,desde Patrimonio = Activo — Pasivo hasta otras muchas. Elaparato cabalgaba las corrientes ascendentes y descendentescomo si fuera un bote en medio de una galerna. El únicoservicio que llegaba a Peoria era el regional, que venía obien de Saint Louis o de los dos aeropuertos de Chicago.Sylvanshine tenía problemas de oído interno y no podía leeren los aviones, pero sí que se leyó la hoja plastificada delprotocolo de emergencia, dos veces. Era casi todoilustraciones; por razones legales, la línea aérea tenía quepresuponer que el pasajero era analfabeto. Sin serconsciente de que lo estaba haciendo, Sylvanshine repitiómentalmente la palabra «analfabeto» varias docenas de veces,hasta que la palabra perdió todo significado y se convirtióen un simple sonido rítmico, provisto de cierto encanto perodesincronizado con el latido del flujo de las hélices. Eraalgo que hacía cuando estaba estresado y quería evitar una

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incursión. Su punto de embarque había sido el aeropuertoDulles, adonde lo había llevado un autobús de la Agenciaprocedente de Shepherdstown / Martinsburg. Las trescodificaciones principales de la ley fiscal de EstadosUnidos eran, por supuesto, las del 16, el 39 y el 54, aunquetambién eran relevantes los indexados y las provisionesantiabuso del 81 y el 82. El hecho de que hubiera previstaotra recodificación de gran magnitud no iba a figurar,obviamente, en el examen para el título de Contable de laAdministración. La meta privada de Sylvanshine era aprobarel examen para el título de CA y de esa manera avanzar dosescalafones de paga. La magnitud de la recodificación, porsupuesto, dependería en parte del éxito que tuviera laAgencia a la hora de ejecutar las directivas de laIniciativa. El trabajo y el examen tenían que ocupar dospartes distintas de su mente; era crucial que mantuviera esaseparación de poderes. Calcular la recaptura de ladepreciación para los activos del §1231 es un proceso quetiene cinco pasos. El vuelo duró cincuenta minutos, peropareció mucho más largo. No había nada que hacer y dentro desu cabeza nada paraba de moverse en medio de todo aquelruido encerrado, y cuando se terminaron los frutos secosSylvanshine ya no tuvo nada con que ocupar la mente más queintentar mirar la tierra, que parecía lo bastante cerca comopara distinguir los colores de las casas y los distintostipos de vehículos que iban por la pálida carreterainterestatal a través de la cual el avión parecía dar todoel tiempo bandazos a un lado y a otro. Las figuras queabrían portezuelas de emergencia en la lámina plastificada ytiraban de cordones y cruzaban los brazos funerariamente conlos cojines de los asientos sobre el pecho parecíandibujadas por un aficionado, y sus rasgos no eran más que

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bultitos. En sus caras no se podía distinguir miedo nialivio ni nada de nada mientras descendían por las rampas deemergencia del dibujo. Las manecillas de las portezuelas deemergencia se abrían de una manera y las escotillas deemergencia de encima de las alas se abrían de otracompletamente distinta. Los componentes del patrimonio sonlas acciones ordinarias, las ganancias retenidas y todos lostipos distintos de operaciones bursátiles. Distinga entreinventario periódico y perpetuo y explique la(s)relación(es) entre el inventario físico y el coste de losbienes vendidos. La cabeza de color gris oscuro que teníadelante emitía un aroma a cera capilar Brylcreem que a estasalturas seguro que debía de estar empapando y manchando latoallita de papel que cubría la parte superior del asiento.Sylvanshine volvió a desear que Reynolds estuviera con él enel vuelo. Sylvanshine y Reynolds eran los dos ayudantes delicono de Sistemas, Merrill Errol («Mel») Lehrl, aunqueReynolds tenía rango GS-11 y Sylvanshine no era más que unmiserable y patético GS-9. Sylvanshine y Reynolds llevabanviviendo juntos y yendo juntos a todas partes desde ladebacle del CRE de Rome del 82. No eran homosexuales;simplemente vivían juntos y ambos trabajaban estrechamentecon el doctor Lehrl en Sistemas. Reynolds tenía tanto eltítulo de Contable de la Administración como el título deGestión de Sistemas de Información, pese a que apenas erados años mayor que Claude Sylvanshine. Esta asimetría seunía a las cosas que ponían en jaque la autoestima deSylvanshine después de lo de Rome y le hacían mostrarsedoblemente leal al doctor Lehrl y estarle doblementeagradecido por haberlo rescatado de los escombros de lacatástrofe de Rome y por creer en su potencial en cuantoencontrara su lugar en los engranajes del sistema. El método

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de entrada doble lo inventó el italiano Pacioli durante elmismo periodo en que vivieron Cristóbal Colón y compañía. Lalámina indicaba que aquella era la clase de aeronave cuyooxígeno de emergencia no era de los que se quedan colgandodel techo sino una especie de extintor de incendios que estáentre los asientos. La opacidad primitiva de las caras delas figuras acababa por resultar más aterradora que sihubieran tenido cara de miedo o alguna clase de expresiónvisible. No estaba claro si la función primaria de la láminaera legal o publicitaria o ambas cosas. Intentó por unmomento acordarse de la definición de «bandazo». De vez encuando, mientras estudiaba durante aquel invierno para suexamen, Sylvanshine eructaba y lo que le salía daba laimpresión de ser más que un eructo, casi le sabía como sihubiera vomitado un poco. Una fina lluvia formaba unaespecie de tela de encaje movediza en la ventana y distendíala tierra sombreada que iban sobrevolando. En el fondo,Sylvanshine se veía a sí mismo como un tontaina inseguro quecomo mucho tenía un solo talento, cuya conexión con supersona era en sí misma marginal.

Esto es lo que ocurrió en el Centro Regional de Examen dela Región Nordeste situado en Rome, Nueva York, en la fechamencionada o alrededor de la misma: dos departamentos sehabían quedado descolgados y reaccionaron de formalamentablemente poco profesional, permitieron que laatmósfera de nerviosismo extremo les nublara elentendimiento y se impusiera sobre los procedimientosestablecidos, y dichos departamentos intentaron esconder elmontón cada vez mayor de declaraciones y recibos deauditorías cruzadas y copias de formularios W-2 y 1099 enlugar de informar debidamente del retraso acumulado ysolicitar que una parte del exceso fuera redirigido a otros

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centros. Ni se pusieron las cartas sobre la mesa ni seemprendieron acciones de saneamiento. Seguía habiendocontroversia acerca del lugar preciso donde se habíaniniciado el fallo y el colapso, a pesar de las sesiones deinculpación celebradas en los niveles más altos de Control,y en última instancia la responsabilidad recayó en laDirectora del CRE de Rome, pese al hecho de que nunca sedemostró si los jefes de departamento la habían informadoplenamente de la magnitud del retraso acumulado. El chistemacabro que circulaba ahora en la Agencia sobre aquellaDirectora era que tenía sobre su mesa una placa de maderacomo la de Truman en la que ponía: «¿QUÉ RESPONSABILIDAD?».Las secciones de Auditoría de la Oficina de Distrito habíantardado tres semanas en activar las alarmas ante la escasezde declaraciones revisadas de auditorías y/o Sistemas deCobro Automático, y las quejas habían empezado a ascenderlentamente hasta llegar a Inspecciones, tal como cualquierapodría haber visto que iba a terminar pasando. La Directorade Rome se había acogido a la jubilación anticipada y uno delos directores de grupo había sido despedido sin más, locual era extremadamente poco común en los funcionarios derango GS-13. Era obviamente importante que las acciones desaneamiento fueran discretas y que no hubiera ningunapublicidad indebida que dañara la fe y la confianza delpúblico en la Agencia. Nadie tiró ningún impreso.Esconderlos sí, pero no destruirlos ni tirarlos. Incluso enmedio de aquella desastrosa psicosis que se desató en losdepartamentos, nadie llegó al punto de quemar nada, dedestruir nada ni de guardarlo dentro de bolsas de basuraHefty y tirarlo. Eso sí que habría sido un verdaderodesastre: la cosa habría llegado al público. La ventanillade la escotilla de emergencia no era más que varias capas de

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plástico, o eso parecía, y la capa interior cedíaominosamente bajo la presión de los dedos. Por encima de laventanilla había una severa orden que prohibía abrir laescotilla de emergencia, acompañada de un tríptico de iconosque explicaba cómo abrir únicamente aquella escotilla. Enotras palabras, en tanto que sistema, aquello estababastante mal pensado. Lo que ahora se llamaba «estrés» antessolía llamarse «tensión» o «presión». Ahora la presión eramás bien algo que se ejercía sobre los demás, como en elcaso de los vendedores que estaban bajo mucha presión.Reynolds decía que uno de los enlaces interdepartamentalesdel doctor Lehrl había descrito el CRE de Peoria como «unaverdadera olla a presión», aunque se estaba refiriendo aExamen y no a Personal, y era a esta última división adondeSylvanshine había sido destinado para hacer de avanzadilla ypreparar el terreno con vistas a «un posible desembarco deSistemas». La verdad, que Reynolds se había quedado a laspuertas de expresar con todas las palabras, era que elencargo no podía ser tan complicado si se lo asignaban aSylvanshine. De acuerdo con sus investigaciones, quedabanplazas para hacer el examen de Contable de la Administraciónen el Peoria College of Business los días 7 y 8 denoviembre, y en el Joliet Community College los días 14 y 15de noviembre. Duración de esta misión: desconocida. Uno delos ejercicios isométricos más eficaces para la gente quesiempre está sentada a una mesa de trabajo consiste ensentarse muy recto y tensar los músculos grandes de lasnalgas, contar hasta ocho y distenderlos. Tonifica,contribuye al riego sanguíneo y a la concentración y, adiferencia de otros ejercicios isométricos, se puede llevara cabo incluso en público, puesto que queda en gran medidaoculto detrás de la masa material del escritorio. Evítense

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muecas o exhalaciones ruidosas durante la distensión.Transferencias preferentes, provisiones de liquidación,acreedores sin crédito y declaraciones contra el patrimoniode bancarrota, todo según el Cap. 7. Tenía el sombrero sobreel regazo, encima del cinturón. El Director de SistemasLehrl había empezado como auditor de rango GS-9 en Danville,Virginia, antes de su eclosión y ascenso fulgurante. Teníala fuerza de diez hombres. Cuando Sylvanshine estudiaba parael presente examen, lo peor era que cualquier cosa queestudiara desencadenaba en su cabeza una tormenta de todaslas demás cosas que no había estudiado y que tenía lasensación de que todavía no dominaba, y eso prácticamente leimpedía concentrarse y provocaba que todavía se quedara másdescolgado. Llevaba tres años y medio estudiando para elexamen de Contable de la Administración. Era como intentarconstruir una maqueta en medio de un vendaval. «El elementomás importante de cara a organizar una estructura para elestudio eficaz es:» algo. Lo que lo mataba eran losproblemas narrativos. Reynolds había aprobado el examen a laprimera. Los bandazos son ligeras rotaciones laterales. Paralas oscilaciones de delante hacia atrás hay otro término.Ahí ya entran los ejes. Había una cosa llamada giroscopio o«cardán» que le venía a la mente cada vez que veía en laescuela secundaria Lombard al chico de los Donagan, que demayor había terminado trabajando en el Control de Misionesde las dos últimas astronaves Apollo y cuya foto estaba en unavitrina junto a las Oficinas de la Lombard. Lo peor deaquella época había sido que él sabía qué profesores eranlos menos dotados para sus trabajos, y ellos se olían enparte que él lo sabía y se volvían todavía peores cuando éllos estaba mirando. Era un bucle. En el anuariocorrespondiente a su último año de instituto que Sylvanshine

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tiene en su baúl almacenado en Philly casi no hay firmas. Laanciana de al lado seguía intentando abrir su paquete defrutos secos con los dientes, pero había manifestado conclaridad que no quería que la ayudaran y que no necesitabaayuda. La Obligación de Beneficios Proyectados (OBP) esigual al valor presente de todos los beneficios atribuidospor la fórmula de beneficios de pensiones a los servicios delos empleados previos a la fecha. Si la deletreas deprisahaciendo énfasis en la m y la g, luego en la primera a y porfin en la segunda a, la palabra «migraña» se convierte enuna cancioncilla infantil rimada, con la que se puede hastasaltar la comba. «Caña, migraña, pata de araña.» Uno de losadolescentes que había delante de la sala de videojuegosanexa a las instalaciones del aeropuerto Midway llevaba unacamiseta negra con la inscripción «SYMPATHY FOR NIXON TOUR»seguida de una larga lista de ciudades con las letrasdiminutas bordadas en apliqué. A continuación eladolescente, que no iba en su vuelo, se había sentadobrevemente delante de Sylvanshine en la zona de embarque yse había puesto a hurgarse en la cara con una concentraciónque no se parecía en nada a la forma en que los empleados dela Agencia enfrascados en su trabajo se toqueteaban y sehurgaban distraídamente en varias partes de la cara.Sylvanshine seguía soñando con cajones de escritorio yconductos de aire acondicionado atiborrados de impresos ymás impresos cuyos bordes asomaban por las rejillas quetapaban los conductos, y con el armario de artículos deoficina abarrotado hasta arriba de tarjetas perforadas, ycon la señora de la División de Inspecciones que forzaba lapuerta, y con todas las tarjetas que le caían encima como siaquello fuera el armario de Fibber McGee, mientras ladebacle entera los alcanzaba por fin después de su retraso

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al presentar los recibos de las auditorías cruzadas en elCRE de Rome. Seguía soñando con que Grecula y Harrisaveriaban la unidad central del Fornix derramando elcontenido de un termo en la ventilación trasera, lo cualprovocaba una erupción de susurros y volutas de humo teñidode azul. El adolescente carecía por completo de auravocacional; era algo que le pasaba a cierta gente. Toda laprimera unidad del examen comprendía los estándares éticos,sobre los que también circulaban muchos chistes en laAgencia. Lo más seguro es que hubiera tenido lugar unaviolación de los estándares éticos de la profesión cuando:las hélices emitían un ruido de ultratumba tal que ahoraSylvanshine no podía oír más que retazos de sílabas de lasconversaciones que lo rodeaban. La garra de la mujer sobreel apoyabrazos de acero que los separaba era una estampahorrible a la que él se negaba a prestar atención. Las manosde la gente anciana lo aterraban y lo repelían. Él habíatenido abuelos y abuelas cuyas manos recordaba sobre susregazos con aspecto de zarpas alienígenas. Al constituirseen sociedad, Jones S. A. emite acciones ordinarias por unprecio que excede su valor nominal. Costaba no imaginarselas caras de la gente que trabajaba escribiendo aquellaspreguntas. Las cosas en que pensaban y cuáles eran sussueños y esperanzas profesionales. Muchas de las preguntaseran como pequeños cuentos despojados de toda la sustanciahumana. El 1 de diciembre de 1982, Clark Co. arrendaoficinas para un periodo de tres años por un alquilermensual de 20.000$. Sylvanshine intentó mantener flexionadaprimero una nalga mientras contaba hasta cien y después laotra, en lugar de las dos a la vez, lo cual requeríaconcentración y un tipo extraño de ausencia de control,igual que intentar menear las orejas delante del espejo.

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Intentó hacer eso de inclinarse a los costados para estirarlos músculos de cada lado del cuello de manera muy sutil ygradual, pero aun así se llevó una mirada de la anciana, quecon su vestido oscuro y su cara hundida tenía cada vez másaspecto de calavera y resultaba más aterradora y parecida auna profecía de la muerte o del fracaso aplastante en suexamen para CA, dos cosas que en la psique de Sylvanshine sehabían fundido para formar una sola imagen de él empujandoen silencio y con cara inexpresiva una fregona industrialmuy ancha por un pasillo flanqueado de puertas de cristalesmerilado con nombres de otra gente. La mera imagen de unafregona, un cubo con ruedas o un conserje con el nombrebordado en letras Palmer rojas en el bolsillo de la pecheradel mono gris (como, por ejemplo, el que había visto en elaeropuerto de Midway, delante del lavabo de hombres provistode un letrerito amarillo que advertía en dos idiomas acercade los suelos mojados, cuyo nombre en cursiva empezaba porM, Morris o Maurice, un hombre que encajaba con aquel empleoigual que un hombre encaja con el sector espacial exacto queva desplazando) ahora ponía nervioso a Sylvanshine hasta elpunto de hacerle perder un tiempo precioso antes de poderplantearse siquiera cómo podía establecer un horariofuncional que le permitiera repasar con la eficacia máximapara el examen, ni que fuera mentalmente, algo que hacíatodos los días. Sus grandes puntos débiles eran laorganización estratégica y la distribución del tiempo, talcomo Reynolds le señalaba cada vez que tenía oportunidad,encareciendo a Claude que por el amor de Dios cogiera unlibro de la pila y estudiara en lugar de quedarse allísentado comiéndose impotentemente el tarro sobre cuál era lamejor manera de estudiar. Metiendo declaraciones detrás delos armarios y en los conductos de la ventilación. Cerrando

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con llave cajones de escritorios tan atiborrados de impresosde remisión que de todas maneras ya no se podían abrir.Escondiendo cosas detrás de otras cosas en las bandejas desus mesas Calambre. Reynolds se había limitado a presentarseen el despacho de la Directora antes de la vista y todo eldesastre personal de Sylvanshine se había esfumado en mediode una nube burocrática de humo de color violeta, de talmanera que una semana más tarde estaba desempaquetando suscosas en la División de Sistemas de Martinsburg, a lasórdenes del doctor Lehrl. El asunto le produjo la sensaciónde haberse salvado por unos pocos centímetros de un fatalaccidente de tráfico y más tarde no ser capaz ni siquiera depensar en ello sin echarse a temblar y ser completamenteincapaz de funcionar, de tan cerca que había estado deldesastre. Se había hundido todo el módulo de Rollizas. Cadavez que se iluminaban o desaparecían los gráficos del techoque representaban cinturones de seguridad y cigarrillossonaba un ruido que imitaba una campanilla; cada vez queesto pasaba Sylvanshine levantaba la vista sin intenciónconsciente de hacerlo. Cuando obtiene pruebas físicas quesustentan demostraciones de declaraciones financieras, elauditor desarrolla objetivos de auditoría específicos a laluz de dichas demostraciones. En un pasillo detrás de éllloriqueaba un niño; Sylvanshine se imaginó a la madrelimitándose a quitarse el cinturón de seguridad, retirarse aotro pasillo y dejar a la criatura allí. En Philly, despuésdel frenesí que había rodeado la introducción en 1981 deunos índices de inflación para los cuales había habido queconfigurar nuevas plantillas, le habían diagnosticado unnervio pinzado por culpa del estrés en el cuello y la zonacervical, y ahora ese pinzamiento le dolía más por culpa dela postura antinatural que, cuando les prestaba atención, le

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obligaban a adoptar el minúsculo y estrecho 8-B y la garramortuoria que tenía posada en el apoyabrazos de al lado. Eracierto: el quid tanto de la cuestión del examen como de suvida en general era a qué cosas prestaba uno atención y aqué cosas trataba de evitar prestársela. Sylvanshine seconsideraba a sí mismo débil o defectuoso en el área de lavoluntad. La mayor parte de los rasgos que los demásestimaban o valoraban en él eran involuntarios, cosas quesimplemente le habían venido dadas, como la estatura o lasimetría facial. Reynolds decía que era un débil mental ytenía razón. Guardaba un recuerdo recurrente de su vecino elseñor Satterthwaite tapándose las rozaduras de los zapatosdel uniforme de cartero con un rotulador negro, y sin que élfuera plenamente consciente, el recuerdo se expandía enforma de relato sobre el señor y la señora Satterthwaite,que no tenían niños y cuando uno los conocía daban laimpresión de no ser nada amables con los niños ni de estarinteresados en ellos, y sin embargo permitían que el jardínde detrás de su casa se convirtiera en el cuartel general defacto de todos los niños del vecindario y hasta les habíandado permiso a Sylvanshine y al chico aquel católico quetenía un tic para que intentaran construir una casita demadera chapucera y endeble en lo alto de uno de sus árboles,y Sylvanshine no se acordaba de si la casa había quedadoinacabada porque la familia del chico se había mudado avivir a otra parte, o bien si la mudanza había sido másadelante y la casa del árbol simplemente había sidodemasiado chapucera y había estado demasiado pringada deresina para continuar trabajando en ella. La señoraSatterthwaite padecía lupus y se encontraba indispuesta amenudo. Tasas de desviación, límites de precisión, muestrasestratificadas. En palabras del doctor Lehrl, la entropía

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era la medida de cierto tipo de información que no teníasentido aprender. El axioma de Lehrl era que la pruebadefinitiva de la eficiencia de cualquier estructuraorganizativa era la información y el filtrado y diseminaciónde la información. La entropía real no tenía nada que vercon la temperatura. Otro mecanismo eficaz para concentrarseera invocar mentalmente una escena al aire libre queresultara relajante y carente de presión, ya fueraprocedente de la imaginación o del recuerdo, y el trucoresultaba todavía más eficaz si la escena abarcaba o incluíaun estanque, lago, arroyo o corriente de agua, puesto queestaba demostrado que el agua tenía un efecto calmante ybeneficioso para la concentración sobre el sistema nerviosocentral; sin embargo, por mucho que él lo intentara, despuésde los ejercicios de nalgas Sylvanshine solo podía invocarun patrón irregular de colores primarios que parecía unpóster psicodélico o algo parecido a lo que ves cuando temeten un dedo en el ojo y tú lo cierras, dolorido. Qué rararesultaba la palabra «indispuesta». Demuestre que larelación entre los precios de las obligaciones a largo plazoy las tasas fiscales sobre los beneficios del capital alargo plazo no es inversa. Él sabía quién estaba enamoradoen el avión, quién diría que estaba enamorado porque sesuponía que era lo que había que decir y quién diría que noestaba enamorado. La postura que mantenía Reynolds sobre elmatrimonio y la familia era que ya de niño nunca le habíangustado los padres y ahora no quería ser uno de ellos. Entres establecimientos distintos de los diversos aeropuertospor los que había pasado hoy, Sylvanshine se habíaencontrado a sí mismo sosteniendo las miradas de hombrestreintañeros que llevaban a niños pequeños a la espaldadentro de mochilas parecidas a fardos indios y acompañados

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de esposas que cargaban con bolsas acolchadas llenas decosas de niños, las esposas al mando y los hombres haciendogala de un aspecto esencialmente blando o de alguna manerareblandecido, desesperados de una manera resignada, sinterminar de arrastrar los pies, con las miradas vacías obien domesticadas por ese estoicismo fatigado de los padresjóvenes. Reynolds no lo llamaría estoicismo, sino aceptaciónde una verdad tremenda y terrible. El concepto de «personasa cargo del declarante» incluye a cualquier persona quepueda generar exención por estar a cargo del declarante, obien que la pudiera generar salvo por el hecho de que no lopermiten los ingresos brutos o las pruebas de declaracionesconjuntas. Nombre dos procedimientos estándar por los cualeslos fiduciarios puedan transferir legalmente la obligaciónfiscal a los beneficiarios. El término «pérdidas pasivas» nisiquiera entraba en el examen para CA. Resultaba vitaldividir las prioridades de la Agencia y las prioridades deExamen en dos módulos o redes excluyentes. Uno de los cuatroproyectos declarados era mejorar la capacidad del Centro 047de Peoria para distinguir entre sociedades de inversiónlegítimas y refugios fiscales cuyo propósito mismo eraevitar la tasación. La clave era identificar las pérdidaspasivas por oposición a las activas. El proyecto en síconsistía en promulgar la automatización de las funcionescruciales de Examen en el Centro de Peoria y crear unaestructura de control para dicho proceso. La meta era tenerla automatización en marcha para cuando la ley fiscal delaño siguiente codificara resoluciones tributarias contraciertas provisiones de pérdidas pasivas. El colorete muyrojo de la anciana y un libro en edición de bolsillo cerradodel que asoma la lengua de un punto de lectura; la garravenosa y manchada. El número de asiento de Sylvanshine

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estaba justo allí, estampado en el acero pulido delapoyabrazos, al lado de la garra. Las uñas de la garra erande un rojo intenso y perfecto. El olor del quitaesmalte deuñas de su madre, de su polvera, la forma en que variosmechones de pelo se le escapaban del moño y le caían por elcuello en medio del vapor de la cocina cuando él y O’Dowdvolvían del jardín de los Satterthwaite con los dedosmachacados a martillazos y las pestañas pringadas de resina.Por el otro lado de la ventana pasaban volutas y destellosde nubes incoloras. Desde encima y desde debajo no pasaba,pero vistas desde dentro las nubes siempre resultabandecepcionantes; dejaban de ser nubes. Se convertían ensimple niebla. La palabra «rotor» se leía igual que sureflejo, eran cosas que pasaban sin más. Luego Sylvanshinese pasó un rato intentando sentir el hecho de que su cuerpoestaba viajando a la misma velocidad que el aparato en elque iba. En los aviones grandes simplemente tenías lasensación de estar sentado en una sala estrecha y ruidosa;en aquel por lo menos los cambios en la presión que ejercíanel asiento y el cinturón contra el cuerpo de Sylvanshine lepermitían ser consciente del movimiento, y aquella franquezafísica parecía transmitir cierta seguridad, quecontrarrestaba en parte la sensación de fragilidad y deespachurramiento inminente que causaba el ruido de lashélices, y él intentó imaginar el sonido en sí de lashélices, pero lo único que le vino a la cabeza fue unzumbido rotatorio y persistentemente hipnótico tan total quemuy bien podría haber sido el mismo silencio. Una lobotomíarequiere que se inserte alguna clase de vara o sonda através de la cuenca ocular. Siempre lo llamaban lobotomía«frontal», pero ¿acaso había de otra clase? El hecho desaber que el estrés interior podía provocar que el examen

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fracasase simplemente desataba más estrés interior ante laperspectiva de sufrir estrés interior. Debía de haber otramanera de lidiar con el conocimiento de las consecuenciasdesastrosas que podían tener el miedo y el estrés. Unarespuesta o truco de la voluntad: la capacidad de no pensaren ello. ¿Y si todo el mundo conocía ese truco salvo ClaudeSylvanshine? Él tenía tendencia a representarse un Terrorsupremo de dimensiones platónicas en forma de ave de presabajo cuya sombra aérea la presa permanecía aterrada yparalizada, temblando cada vez más a medida que la sombracrecía y se volvía inevitable. A menudo tenía la siguientesensación: ¿qué pasaría si Claude Sylvanshine sufría algúnproblema esencial que no tenía el resto de la gente? ¿Quépasaría si simplemente él estaba mal diseñado, igual queotra gente nacía sin brazos o sin ciertos órganos? Laneurología del fracaso. ¿Y si lo único que pasaba era que élestaba destinado desde su nacimiento a vivir a la sombra delMiedo y la Desesperación Totales, y que todas sus supuestasactividades no eran más que intentos patéticos de distraerlode lo inevitable? Comente las diferencias importantes entrela contabilidad de reserva y la contabilidad de lacancelación contable de la deuda en el tratamiento fiscal delas deudas graves. Está claro que el miedo es un tipo deestrés. El tedio es como el estrés pero constituye unaCategoría de Desdicha aparte. El padre de Sylvanshine,siempre que le pasaba algo profesionalmente malo —y lepasaba muy a menudo—, tenía la costumbre de decir: «¡Ay deSylvanshine!». Hay una técnica antiestrés que se llamaDetención del Pensamiento. El índice de excedente de valorpresente es la proporción entre el valor presente de losflujos de liquidez futuros y la inversión inicial. Segmento,segmento significante, ingresos de segmentos combinados,

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ingresos de segmentos combinados absolutos, beneficiosoperativos. Variación del precio de los materiales.Variación directa del precio de los materiales. Se acordó dela rejilla extraíble del conducto del aire acondicionado quehabía encima de la mesa que él compartía con Ray Harris enel CRE de Rome y del ruido de la rejilla al ser extraída yluego colocada de vuelta en su sitio y encajada con la basede la mano de Harris, y el recuerdo lo hizo encogerseinstintivamente de una manera que le dio la impresión de queel avión estaba acelerando. La autopista interestatal queestaban sobrevolando desaparecía y reaparecía a intervalosen un punto que obligaba a Sylvanshine a aplastar la mejillacontra el interior de plástico de la ventanilla para verla.Por fin, mientras la lluvia se reanudaba y él se daba cuentade que estaban iniciando el descenso, volvió a aparecer enel centro de la ventanilla, ocupada por un ligero tráficoque avanzaba con un dramatismo fútil y carente de propósitoque desde tierra nunca se podía apreciar. ¿Qué pasaría si iren coche produjera la misma sensación de lentitud queproducía desde aquella perspectiva? Sería como intentarcorrer por debajo del agua. El quid de la cuestión era laperspectiva, el filtrado, la elección de los objetos apercibir. Sylvanshine intentó imaginar el pequeño aviónvisto desde tierra, una forma de cruz sobre el fondo delcolor del agua de baño sucia del dosel de nubes, con lasluces emitiendo parpadeos complejos bajo la lluvia. Seimaginó la lluvia en su cara. Era llovizna, una lluvia deVirginia Occidental, no había oído ni un solo trueno. Unavez Sylvanshine había tenido una primera cita con unacomercial de Xerox que presentaba formaciones complejas yvagamente repulsivas de callos en los dedos por culpa de supasión por tocar el banjo de forma semiprofesional en sus

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ratos libres; y ahora, mientras la campanilla del techosonaba nuevamente y el letrero se iluminaba, mostrando aquelgráfico de prohibido fumar cigarrillos que resultabalegalmente redundante, recordó el amarillo intenso de loscallos de las yemas de aquella intérprete musical bajo laluz tenue de la cena, mientras él le hablaba de lastriquiñuelas de la contabilidad forense y de la organizaciónestilo colmena del CRE del Nordeste, que solo era una partepequeña de la Agencia, y a continuación le hablaba de lahistoria de la Agencia y de sus ideales tan mal entendidos yde su sentido de misión y del viejo chiste (viejo para él)que decía que los empleados de la Agencia, cuando estaban ensituaciones sociales, no paraban nunca de devanarse lossesos para evitar decirle a la gente que trabajaban paraHacienda, debido a que a menudo esto empañaba su imagensocial por culpa de la percepción que tenía la gente de laAgencia y de sus empleados, y todo ese tiempo se lo habíapasado mirándole los callos a la mujer mientras ellamanipulaba el cuchillo y el tenedor, y recordó que habíaestado tan nervioso y tenso que no había parado ni unmomento de largar sobre él mismo y no le había hecho lasbastantes preguntas acerca de ella, de su historia con elbanjo y de lo que significaba para ella, razón por la cualél no le había caído lo bastante bien y no habían conectado.Ahora se daba cuenta de que no le había dado ni una solaoportunidad a la mujer del banjo. De que a menudo lo queparece egoísmo en realidad no lo es. En cierta manera,Sylvanshine era una persona distinta ahora que estaba enSistemas. El descenso consistía principalmente en unaintensificación de la concreción de lo que había debajo: loscampos se revelaban como superficies aradas yperpendicularmente surcadas, los almacenes aparecían

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flanqueados de tolvas inclinadas y cintas transportadoras ylos parques industriales se convertían en edificiosindividuales con ventanas reflectantes y complejasacumulaciones de coches en los aparcamientos. Cada coche nosolo había sido aparcado por un individuo humano distinto,sino también concebido, diseñado y montado con piezas que asu vez habían sido diseñadas y fabricadas, transportadas,vendidas, financiadas, adquiridas y aseguradas porindividuos humanos, cada uno de ellos provisto de unahistoria personal y de una serie de concepciones de sí mismoque encajaban todas en un esquema mayor de cosas. Reynoldstenía una sentencia que decía que la realidad era un patrónde datos cuya mayor parte era entrópica y aleatoria. Eltruco era concentrarse en los datos que resultabanimportantes; Reynolds era un rifle mientras que Sylvanshineera una escopeta. La sensación de que le estaba saliendo unhilillo de sangre del orificio nasal derecho era unaalucinación y no había que hacerle caso de ninguna manera;simplemente era una sensación falsa. Por la familiaSylvanshine se transmitían unos problemas terribles de lossenos nasales. Aurelio en la antigua Roma. Primerosprincipios. «Exenciones» frente a «deducciones», «porganancia bruta ajustada» frente a «de la ganancia brutaajustada». La pérdida sostenida a causa de una deuda graveno empresarial siempre se clasifica como pérdida de capitala corto plazo y por tanto se puede deducir de la Lista D deacuerdo con los siguientes capítulos del Código Tributario.En el tejado de un edificio había algo que podía ser o bienun helipuerto o bien una complicada señal visual dirigida alos aviones que descendían de lo alto, y ahora el tono delzumbido doble de las hélices cambió, y el seno derecho se leempezó a inflar al rojo vivo dentro del cráneo, y de pronto

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empezaron a descender de verdad, el término era «descensocontrolado», y ahora la interestatal era una estampa rococóde salidas y medias hojas de trébol y el tráfico era másdenso y producía cierta sensación de insistencia, y la garrase elevó del apoyabrazos de acero mientras aparecía una masade agua por debajo de ellos, un lago o un delta, ySylvanshine notó que tenía un pie dormido mientras intentabarememorar la peculiar postura con los brazos cruzados conque las figuras de la lámina se tenían que sostener loscojines de los asientos contra el pecho si se daba el casoimprobable de un amerizaje de emergencia, y ahora sí queestaban dando auténticos bandazos, y su velocidad se hizomás patente por lo deprisa que pasaban las cosas por debajode ellos en el que tenía que ser un distrito muy antiguo dePeoria en tanto que ciudad humana, bloques apelotonados deladrillos sucios de hollín y tejados oblicuos y una antenade televisión que tenía sujeta una bandera, y el destello deun río del color del bourbon que no era la misma masaacuática de antes pero que tal vez estuviera conectado aella, nada del calibre de la majestuosa y espumosa extensióndel Potomac que a través de las ventanas de Sistemas se veíadiscurrir imponente por el glorioso escenario de Antietam, ya continuación se fijó en que la azafata que estaba sentadaen su asiento plegable tenía la cabeza gacha y los brazossobre las piernas allí donde al final del año el valor justoagregado de los valores vendibles de Brown excede lacantidad neta global al principio del año mientras aparecíade la nada una expansión de cemento de color claro que seelevaba para encontrarse con ellos sin campanilla de avisoni anuncio de ninguna clase, y su lata de refresco encajadaen el bolsillo del asiento mientras la calavera gris de allado se zarandeaba de derecha a izquierda y el ruido

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reverberante de las hélices cambiaba o bien de tono o biende timbre, y la anciana se puso rígida en su asiento ylevantó su barbilla plisada con gesto de miedo y repitióalgo que a Sylvanshine le pareció que era la palabra «memo»mientras las venas se le destacaban azules en el puño quetenía extendido hacia delante, dentro del cual estabaencerrado el paquete de papel de aluminio aplastado einflado pero todavía sin abrir de frutos secos de marcadesconocida.

—El quinto efecto tiene más que ver contigo y con cómo teperciben los demás. Es poderoso aunque su uso es másrestringido. Presta atención, joven. Con la próxima personaadecuada con la que estés teniendo una conversacióninformal, te detienes de golpe en medio de la conversación ymiras a esa persona de cerca y le dices: «¿Qué te pasa?». Selo dices en tono preocupado. Y él te dirá: «¿A qué terefieres?». Y tú le dices: «Te pasa algo. Lo noto. ¿Quées?». Y el tipo se quedará estupefacto y dirá: «¿Cómo lo hassabido?». No se da cuenta de que a todo el mundo le pasaalgo siempre. Y a menudo más de una cosa. No sabe que todo elmundo siempre lleva a cuestas algún problema y cree estarejerciendo un control y una fuerza de voluntad enormes paraimpedir que lo vean los demás, al tiempo que piensa que alos demás nunca les pasa nada malo. Así es la gente. Derepente les preguntas qué les pasa y tanto si respondenabriéndote su corazón y contándotelo todo como si lo niegany fingen que andas desencaminado, pensarán que eres un tipoperceptivo y comprensivo. O bien te estarán agradecidos y teabrirán su corazón, o bien se quedarán asustados y empezarána evitarte. Las dos reacciones resultan útiles, tal como yaveremos. Puedes jugarlo de ambas maneras. Esto funciona másdel noventa por ciento de las veces.

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Y se puso de pie —después de pasar estrujándose pordelante de la anciana polvorienta, que era la típica personaque se queda en su asiento hasta que todos los demás hansalido del avión y entonces sale sola, llena de dignidadfalsa—, sosteniendo sus efectos personales en un pasillocuyo extremo delantero abarrotado estaba ocupado en sutotalidad por hombres de negocios de la región, hombres delMedio Oeste voluntariosamente feos que realizaban visitascomerciales al sur del estado o bien regresaban de las sedescentrales en Chicago de empresas cuyos nombres terminaban en«-co», hombres para quienes los aterrizajes como aquellapesadilla de bandazos por la que acababan de pasar no eranmás que el pan de cada día. Hombres panzudos y de pielmanchada con trajes marrones de lana de hebra gruesa ytrajes de color habano con maletines comprados en loscatálogos de a bordo. Hombres cuyas caras blandas encajabanen sus trabajos igual que salchichas dentro de susenvolturas de tripa. Hombres que les ordenaban a susgrabadoras de bolsillo que tomaran nota, hombres que semiraban el reloj por puro reflejo, hombres con las frentesrojas y estrujadas, plantados dentro de un conducto de metalmientras el zumbido de las hélices descendía por la escalatonal y la ventilación se terminaba, puesto que era uno deesos aviones de corto recorrido a los que había que acercarrodando unas escaleras antes de abrir la portezuela, porrazones legales. Esa impaciencia inexpresiva de los hombresde negocios que estaban más cerca de unos desconocidos de loque a ellos les gustaría, con los pechos y las espaldas casitocándose, con las bolsas para llevar trajes echadas alhombro, los maletines chocando entre ellos, más calva quepelo, inhalando los olores ajenos. Unos hombres que nosoportaban ni esperar ni estar quietos, obligados a estar

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quietos todos juntos y esperar, hombres con agendas de cueroy certificados de Gestión de Horarios de Franklin Quest ycon ese clásico aspecto de estar confinados contra suvoluntad y sin margen de maniobra, el aspecto de loscomerciantes locales a punto de que les venza el plazo depagar las retenciones de la seguridad social de losempleados, infracapitalizados, sin liquidez, intentandocubrir sus cuotas mensuales de ventas, sacudiéndose comopeces en las redes de sus obligaciones. Dos personas de esteavión se terminarán suicidando y la muerte de una de ellasse clasificará para siempre como accidente. En Philly habíahabido todo un subgrupo de empleados con rango GS-9implacables e inflexibles como el acero que no tenían mástarea que ir detrás de las pequeñas empresas que llevabanretraso en sus pagos de las retenciones de la SeguridadSocial de los empleados, aunque durante casi un año la únicaempleada de Control de Rome que admitía las alertas deretenciones de empleados procedentes de Martinsburg habíasido Eloise Prout, también conocida como la Doctora Sí, unaGS-9 cuarentona con gorro de macramé que almorzaba en suescritorio valiéndose de un complejo sistema de recipientesTupperware y que llegaba a los extremos más patéticos defollar con cualquiera que quisiera cenar con ella, loschicos de Examen la habían bautizado Doctora Sí después deque supuestamente se fuera a la cama con Sherman Garnett acambio únicamente de la promesa —no respetada— de un paseopor el parque público con la nieve cuajada y todo blanco yhelado. La misma Eloise Prout que todos los meses obteníaunas cuotas de derivaciones y recuperaciones tan bajas quehabrían provocado que cualquier otro GS-9 se comiera unmarrón de narices, pero el tontín y amable director del CRE,el señor Orkney, la había mantenido en el puesto porque al

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parecer Prout se había quedado viuda como resultado de unaccidente de coche y el sueldo de GS-9 apenas le llegabapara comprar comida de gato, Sylvanshine estaba al corrientede ello, y ahora le volvía a circular la sangre por el pie ypedía excusas cada vez que alguien le golpeaba el equipajede cabina, era su tercera destinación en cuatro años yseguía teniendo rango GS-9 con posibilidades de ascender aGS-11 si aprobaba aquella primavera el examen para CA y sedesenvolvía bien en aquel puesto de vigía sobre el terrenode Sistemas durante los impuestos de sociedades del 15 demarzo y luego durante las tormentas de impresos 1040 y lasestimaciones del primer trimestre del 15 de abril, que setenían que examinar en el Centro 047 de Peoria, y de momentoya se había presentado al examen dos veces y solo habíaaprobado el Gerencial con aprobado bajo, y la reputación quehabía tenido Sylvanshine en Philly lo había seguido hastaRome y lo había confinado sin remedio a Declaraciones deNivel 1, ni siquiera a Rollizas ni Revisiones, lo cual lohabía convertido en poco más que un abrecartas profesional,algo que Soane, Madrid y los demás no se habían cortado a lahora de comentar.

Sylvanshine tenía tendencia a hacer su trabajo de mesa demanera frenética, por oposición a la disposición lenta,austera y metódica de los verdaderos grandes contables,según le había dicho su primer supervisor de grupo en Rome,un ocupante vitalicio del tercer turno que lucía un abrigode lo más excéntrico y que siempre se marchaba del CREllevando un pequeño recipiente romboide de cartón de comidachina a domicilio para su mujer, que se rumoreaba que nosalía nunca de casa. Aquel GS-11 había sido destinado aprincipios de su carrera al Centro de Servicios de SaintLouis, situado literalmente a la sombra del extraño y

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temible arco metálico gigante, al que todos los días llegabael correo a bordo de enormes y jadeantes remolques detráiler de dieciocho ruedas que se acercaban dando marchaatrás a la larga cinta transportadora de la zona dedescarga, y durante los descansos en la sala de descansos aaquel líder de grupo le gustaba reclinarse hacia atrás conel paraguas en la mano y expulsar nubecillas plateadas dehumo de puro en dirección a las luces fluorescentes yrememorar los veranos en el Medio Oeste, una región de laque ni Sylvanshine ni los demás jóvenes GS-9 del Este sabíannada, y el líder de grupo se las apañó para plantar en ellosvisiones de pesca descalza en las orillas de ríos inmóvilesy de una luna a cuya luz se podía leer el periódico y degente que se saludaba sin falta cada vez que se veía y quese movía a una especie de cámara lenta risueña. Se llamabaBussy, señor Vince o Vincent Bussy, llevaba una parka delKmart con flecos de pelo artificial en la capucha, sabíapasarse palillos de comida china por entre los nudillosigual que hacen los magos con monedas relucientes y habíadesaparecido después de la segunda fiesta de Navidad del CREde Sylvanshine, en medio de la cual su mujer (la señoraBussy) se había presentado de repente, vestida con uncamisón de color hueso y una parka del Kmart idéntica con lacremallera abierta, y se había acercado al ComisionadoAdjunto Regional de Examen y le había dicho con una vozlenta, atonal y llena de convicción que su marido, el señorBussy, había dicho que él (el CARE) tendría potencial paraconvertirse en una persona realmente malvada si le crecieranun poco las pelotas, y una semana más tarde Bussy se marchótan de repente que su paraguas se quedó colgando delperchero colectivo del módulo durante casi un trimestre,hasta que alguien lo descolgó.

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Salieron del aparato y descendieron y recogieron elequipaje de cabina que les había sido confiscado yetiquetado en el Midway y que ahora descansaba formando unafila desmañada en el asfalto mojado de al lado del avión, ya continuación se quedaron un momento plantados en tropelsobre una extensión de cemento complejamente pintadamientras un individuo provisto de orejeras de color naranjay un portapapeles los contaba y luego cotejaba el recuentocon un recuento previo que había sido llevado a cabo en elMidway. Todo el procedimiento se veía un poco improvisado ychapucero. En la escalinata empinada y portátil, Sylvanshinehabía obtenido la satisfacción habitual del hecho de ponerseel sombrero en la cabeza y ajustar su ángulo con una solamano. Cada vez que tragaba saliva el oído derecho se ledestapaba y le crujía un poco. El viento era cálido y traíavapor. Una manguera muy larga se extendía desde un camión depequeño tamaño hasta el vientre del avión de corto recorridoy parecía estar rellenando el depósito del aparato para suregreso a Chicago. Todo el día yendo y volviendo sin parar.Se notaba un fuerte olor a combustible y a cemento mojado.La anciana, a quien obviamente nadie había contado,descendió ahora por la aterradora escalinata y se dirigió aun automóvil muy largo que Sylvanshine no había visto queestaba aparcado en el lado de estribor del avión. Un ala delavión se interponía entre ellos, pero Sylvanshine vio quealguien le abría la portezuela del coche a la anciana. Lascopas de una arboleda lejana se doblaron a la izquierda poracción del viento y se volvieron a enderezar. Debido aproblemas previos de accidentes atribuibles a decisionesprecipitadas llevadas a cabo en Philly, Sylvanshine ya noconducía. Estaba más del 75 por ciento seguro de que ahorala anciana tenía el paquete de frutos secos dentro del

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bolso. Hubo alguna clase de consulta entre el empleado delportapapeles y otra persona provista de orejeras naranjas.Varios de los demás pasajeros estaban haciendo gestosinsistentes o bien mirándose el reloj. El aire era cálido yestaba viciado e intensamente húmedo o bochornoso. Seestaban mojando todos por el lado donde les daba el viento.Ahora Sylvanshine se fijó en que muchos de los abrigososcuros que llevaban aquellos hombres de negocios separecían bastante, igual que el vuelo de sus cuellossubidos. Nadie más llevaba sombrero de ninguna clase. Élestaba intentando prestar una atención minuciosa a suentorno a fin de evitar pensar y sentir ansiedad. El retrasoadministrativo o logístico estaba teniendo lugar debajo deun cielo encapotado y de una lluvia tan fina que parecía queen vez de caer la traía el viento de lado. En el sombrero deSylvanshine no se oía la lluvia. El pelo de los flecos de lacapucha del señor Bussy estaba sucio de una formanauseabunda que empeoró durante los años de su ejerciciocomo supervisor del grupo de Sylvanshine en Procesamiento deDeclaraciones. Algunos de los pasajeros más decididos ya sealejaban caminando por su cuenta por el camino de líneasrojas que llevaba a través de la cancela de la verja y endirección a la terminal. A Sylvanshine, que había facturadoequipaje, le preocupaba que le cayera una sanción porabandonar sin autorización el asfalto de la pista. Por otrolado, tenía que cumplir con el horario que le habíanasignado. Si Sylvanshine seguía allí plantado en medio deaquel grupo de hombres impacientes que esperaban laautorización para entrar en el aeropuerto era en parte comoresultado de una especie de parálisis derivada de sureflexión sobre cuál sería la mejor manera de llegar al CRE047 de Peoria —no se había resuelto de forma concluyente la

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cuestión de si el CRE le había mandado una furgoneta para eltransbordo o bien si le tocaba a él coger un taxi desde elpequeño aeropuerto—, y sobre cómo iba a llegar y fichar, ydónde iba a almacenar sus tres maletas mientras fichaba yrellenaba sus impresos de llegada y su nómina con el códigodel Centro y sus formularios de retención y sus materialesde orientación, y a quién iba a encontrar que le pudieraindicar cómo llegar al apartamento tipo estudio que Sistemasle había alquilado a precio gubernamental, y cómo iba allegar al apartamento a tiempo para encontrar algún sitiopara comer que estuviera o bien lo bastante cerca como parair caminando o bien le obligara a encontrar otro taxi; elproblema era que el supuesto apartamento todavía no tenía elteléfono conectado a él y le daba la impresión de que siquería parar un taxi delante de un complejo de apartamentoslo tenía en el mejor de los casos un poco difícil, y si lepedía al taxi original que lo había llevado al apartamentoque lo esperara también iba a haber dificultades, porquecómo exactamente iba a garantizarle al taxista que eraverdad que iba a salir inmediatamente después de dejar susmaletas y de echar un vistazo rápido al estado y la validezdel apartamento, en lugar de aprovechar simplemente paraestafar al taxista y no pagarle, escabulléndose Sylvanshinepor la parte de atrás del complejo de apartamentos Angler’sCove o incluso posiblemente haciéndose fuerte en elapartamento y negándose a responder a los golpes del taxistaen la puerta, o a sus llamadas al timbre en caso de que elapartamento tuviera timbre, algo que ciertamente no tenía elapartamento que actualmente compartían él y Reynolds enMartinsburg, o bien a las preguntas/amenazas del taxista através de la puerta del apartamento, un tipo de estafa quesolamente residía en la conciencia de Claude Sylvanshine

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porque una serie de operadores independientes de vehículoscomerciales de Filadelfia habían presentado fuertes pérdidasde la Lista C bajo la provisión «Pérdidas por robo deservicio» y habían detallado aquel tipo de estafa como muyfrecuente en las hojas adjuntas mal mecanografiadas o aveces incluso escritas a mano que se requerían para explicardeducciones de tipo C poco habituales o muy específicas comoaquella, mientras que si Sylvanshine le pagaba la carrera yla propina y tal vez incluso cierta cantidad por adelantadoo a cuenta para contribuir a garantizarle al taxista que susintenciones eran honradas en relación con la segunda etapade su estadía, no existía ninguna garantía tangible de queel taxista medio —una especie cínica y éticamente marginal,tal como indicaban las proporciones entre los ingresosbajísimos por propinas y el número de carreras de un turnohabitual que figuraban en sus emborronadas declaraciones— nose fuera a largar simplemente a toda pastilla con el dinerode Sylvanshine, generando unos líos enormes de cara arellenar los formularios internos para conseguir que lereembolsaran un porcentaje de sus viajes diarios y tambiéndejando a Sylvanshine solo, hambriento (era incapaz de comerantes de viajar), sin teléfono, desprovisto de los consejosy de la sabiduría logística de Reynolds en aquel apartamentonuevo estéril y sin amueblar, sufriendo tales retortijonesde estómago que no iba a poder hacer nada más que deshacersus maletas de cualquier manera e irse a dormir sobre elcamastro de viaje de nailon sobre el suelo inacabado pese ala posible presencia de bichos exóticos del Medio Oeste, nohablemos ya de encajar la hora de repaso para el examen deContable de la Administración que se había prometido a símismo aquella mañana después de despertarse con un poco deretraso y luego encontrarse problemas de último minuto con

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su equipaje que habían cancelado la hora firmementeprogramada de repaso matinal para el CA antes de que una delas furgonetas sin identificar de Sistemas llegara parallevarlo a él y a sus maletas cruzando Harpers Ferry yBall’s Bluff hasta el aeropuerto, y menos todavía hablemosde imponer ninguna clase de organización y controlsistemáticos sobre los voluminosos materiales deDestinación, Asignación y Protocolos de Personal y Sistemasque debería recibir poco después de registrarse y procesarlos formularios en el Centro, y que cualquier Director dePersonal razonable esperaría que los nuevos examinadoreshubieran asimilado por completo antes de presentarse a suprimer día de interacción real con examinadores del CRE, yque no había ninguna manera posible de que Sylvanshinepudiera confiar en intentar revisar y asimilar durante unayuno de dieciséis horas o bien después de pasar la noche enel camastro usando el abrigo mojado como almohada —no habíapodido meter en el equipaje su almohada ortopédica decontornos especiales que usaba para el nervio crónicamentepinzado o inflamado del cuello; habría requerido una maletaadicional y por tanto le habría hecho excederse del límitede equipaje e incurrir en un sobrecargo exorbitante queReynolds se negaba a dejar pagar a Sylvanshine por una puracuestión de principios—, con el problema adicional de cómoasegurarse alguna clase de desayuno sustancial o vehículo deregreso al CRE por la mañana sin teléfono, o de cómo sesuponía que iba uno a verificar qué tiempo iba a hacer si notenía teléfono, o de cuándo le iban a activar el teléfonodel apartamento, además por supuesto de la posibilidadominosa de quedarse dormido a la mañana siguiente por culpade la fatiga del viaje y de no haber metido en el equipajetampoco su despertador, o por lo menos no estar seguro de

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haberlo metido en lugar de dejarlo simplemente en una de lastres cajas de cartón de gran tamaño que había embalado yetiquetado, a lo cual se añadía el problema de que habíaconfeccionado unas Listas de Contenidos de las cajasapresuradas y chapuceras para usarlas como referencia cuandolas desembalara en Peoria, y que Reynolds había prometidointroducir en el mecanismo de transporte de la División deSoporte de la Agencia más o menos a la misma hora en que elvuelo de Sylvanshine tenía que despegar del aeropuerto deDulles, lo cual quería decir que iban a pasar dos o tal veztres días antes de que llegaran las cajas con todas lascosas esenciales que Sylvanshine no había podido meter ensus maletas, y aun entonces llegarían al CRE, y todavía noestaba claro cómo iba a llevarlas Claude hasta elapartamento —el descubrimiento del problema de la alarma deviaje había sido aquella mañana la causa principal de queSylvanshine tuviera que abrir todas las maletascuidadosamente empaquetadas y cerradas con llave después delevantarse casi media hora antes, a fin de localizar overificar la inclusión de la alarma portátil, un objetivoque no había conseguido—, y todo el asunto presentaba talciclón de problemas y complejidades logísticas queSylvanshine se vio forzado a llevar a cabo un momento deDetención del Pensamiento allí sobre el asfalto mojado,rodeado de hombres que respiraban con impaciencia, llevandoa cabo varios giros de 360 grados y tratando de fundir suconciencia con el paisaje panorámico, que salvo por losobjetos relacionados con el aeropuerto carecía uniformementede rasgos y era gris como una moneda vieja y tannotablemente llano que parecía que en aquel lugar la tierrahubiera sido aplastada por una especie de bota cósmica, y elhorizonte era lo único que limitaba la visibilidad en todas

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las direcciones, un horizonte que era del mismo color ytextura generales que el cielo y que creaba la impresiónespectacular de estar en el centro de una masa acuáticaenorme y estancada, una impresión oceánica tan literalmentedevastadora que Sylvanshine fue empujado o arrojado hacia símismo y volvió a sentir que le pasaba por encima el borde dela sombra de las alas del Terror Total y la Incapacitación,el conocimiento de que él estaba clara y espantosamente nocualificado para lo que fuera que le esperaba, y que no eramás que una simple cuestión de tiempo que este hecho salieraa la luz y se hiciera manifiesto ante todos los queestuvieran presentes en el momento en que Sylvanshineperdiera la cabeza finalmente y para siempre.

 

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3—Hablando del tema, ¿en qué piensas tú cuando te

masturbas?—...—...—¿Cómo?Ninguno de los dos había dicho nada durante la primera

media hora. Estaban llevando a cabo nuevamente el tedioso ymonocromático trayecto en coche hasta la Sede Regional deJoliet. A bordo de uno de los Gremlin del parque de coches,requisado hacía cinco trimestres como parte de una tasaciónde riesgo contra un concesionario de AMC.

—Mira, creo que podemos dar por sentado que te masturbas.Se masturban algo así como el noventa y ocho por ciento delos hombres. Está documentado. La mayoría del dos por cientorestante es gente que está impedida de alguna manera. Asíque podemos saltarnos las denegaciones. Yo me masturbo, túte masturbas. Es así. Todos lo hacemos y todos sabemos quelo hacemos y sin embargo nadie habla del tema. Es untrayecto increíblemente aburrido, no hay nada que hacer,estamos atrapados en esta vergüenza de coche... Rompamos eltabú. Hablemos de ello.

—¿Qué tabú?—¿En qué piensas tú? Plantéatelo. Es un momento muy

interior. Es una de las únicas ocasiones en la vida dondehay verdadera autosuficiencia. No se requiere nada que estéfuera de ti. Es provocarte placer a ti mismo sin usar nadamás que tus pensamientos. Y esos pensamientos revelan mucho

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de ti: con qué cosas sueñas cuando eres tú quien eliges ycontrolas lo que sueñas.

—...—...—En tetas.—¿En tetas?—Tú me lo has preguntado. Yo te contesto.—¿Y ya está? ¿Tetas?—¿Qué quieres que te diga?—¿Tetas y ya está? ¿Aisladas de la persona? ¿Tetas

abstractas?—Vale. Vete a la mierda.—¿Quieres decir flotando sin más, dos tetas, en el

espacio vacío? ¿O dentro de tus manos, o qué? ¿Y son siemprelas mismas tetas?

—Esto me enseña una lección. Tú haces una pregunta así yyo digo «Venga, qué coño» y la contesto, y vas tú y le hacesun DIF-3 a la respuesta.

—Tetas.—...—...—¿Y en qué piensas tú, señor rompetabúes? 

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4Del Peoria Journal Star del lunes 17 de noviembre de 1980, p.

C-2:EMPLEADO DE HACIENDA SE PASA

CUATRO DÍAS MUERTO EN SU PUESTO

Los supervisores del complejo regional de la AgenciaTributaria del municipio de Lake James están intentandodeterminar por qué nadie se dio cuenta de que uno de susempleados llevaba cuatro días sentado a su mesa muerto antesde que alguien le preguntara si se encontraba bien.

Frederick Blumquist, de 53 años, que llevaba treinta añostrabajando para la agencia como examinador de declaracionesde la renta, sufrió un ataque al corazón en la sala deoficinas que compartía con veinticinco compañeros de trabajoen el Centro Regional de Examen, situado en la Self-StorageParkway. Falleció silenciosamente el martes pasado sentado asu mesa, pero nadie se dio cuenta hasta última hora de latarde del sábado, cuando una empleada de limpieza lepreguntó al examinador cómo podía seguir trabajando en unaoficina con las luces apagadas.

El supervisor de Blumquist, el señor Scott Thomas, hadicho: «Frederick siempre era el primero en llegar por lasmañanas y el último en marcharse por las noches. Era muyaplicado y diligente, así que a nadie le pareció raro que sepasara tanto tiempo en la misma postura y sin decir nada.Siempre estaba absorto en su trabajo y no hablaba mucho connadie».

El examen post mórtem llevado a cabo por la oficina deljuez de instrucción del condado de Tazewell reveló ayer que

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el difunto llevaba cuatro días muerto como resultado de unatrombosis coronaria. Irónicamente, según Thomas, en elmomento de su muerte Blumquist formaba parte de un equipoespecial de agentes de Hacienda que estaba examinando lafiscalidad de las sociedades médicas de la zona.

 

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5Es ese chico que lleva la bandolera de color naranja

brillante y guía a los niños de los cursos inferiores por elpaso de peatones que hay delante de la escuela. Lo hacedespués de terminar su ronda de desayunos de Meals on Wheelsen el centro de acogida para ancianos del centro de laciudad, cuya administradora se abalanza a cerrar conpestillo la puerta de su despacho cuando oye acercarse porel pasillo las ruedas de su carrito. Se ha pagado de supropio bolsillo el silbato de acero y los guantes blancosque les muestra a los coches con la palma hacia fueramientras unos niños que no se saben vestir solos cruzan pordetrás de él, algunos de ellos intentando correr pese a laadvertencia de «¡CAMINAD SIN CORRER!» que pone en loscarteles con una carita sonriente que el chico lleva en elpecho y en la espalda y que también se ha fabricado élmismo. A los conductores de los coches que conoce los saludacon la mano y les dedica una sonrisa extragrande y unaspalabras joviales cuando por fin se despeja el paso depeatones y el coche arranca y cruza como un bólido, yalgunos de los conductores le toman un poco el pelo dando ungolpe de volante para pasarle a pocos centímetros dedistancia, ante lo cual él se ríe y se aparta dando brincosy hace muecas de terror fingido en dirección al flanco delautomóvil y al guardabarros trasero. (La vez que un cochefamiliar lo atropelló fue realmente un accidente, y él lemandó a la señora que iba al volante varias notas paraasegurarse del todo de que ella sabía que él entendía losucedido, y le pidió a un montón de gente con la que todavíano había tenido ocasión de trabar amistad que le firmara laescayola, y decoró las muletas muy meticulosamente con

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trocitos de cinta de colores y oropel y purpurina adhesiva,y antes incluso de que pasaran las seis semanas mínimas queel médico había prescrito severamente, él ya había donadolas muletas al ala de pediatría del Calvin Memorial a fin dealegrar la convalecencia de algún otro chico menosafortunado y feliz, y hacia el final del episodio se sintióinspirado para escribir una redacción muy larga ypresentarla al Concurso de Redacciones de Ciencias Socialesdonde contaba cómo una herida dolorosa y debilitadoraresultado de un accidente podía darte oportunidades nuevaspara hacer amigos y echar una mano a los demás, y aunque laredacción no ganó y ni siquiera recibió una mención de honora él sinceramente le trajo sin cuidado, puesto que sentíaque el hecho en sí de escribir la redacción ya había sidouna recompensa y que él había sacado mucho de todo elproceso de redactar los nueve borradores, y se alegrósinceramente por los chicos cuyas redacciones sí que ganaronpremios, y les dijo que estaba seguro a más del cien porcien de que se los merecían, y que si les apetecía conservarlas redacciones premiadas y tal vez convertirlas en trofeospara exhibirlos delante de sus padres, él estaría encantadode pasárselas a máquina y de plastificárselas y hasta decorregir cualquier falta de ortografía que encontrara siellos querían, y en casa su padre le puso la mano en elhombro al pequeño Leonard y le dijo que estaba orgulloso deque su hijo fuera tan buen chico, y le ofreció llevarlo alDairy Queen a modo de premio, y Leonard le dijo a su padreque se lo agradecía y que aquel gesto significaba mucho paraél, pero que sinceramente le gustaría más que cogieran eldinero que su padre se iba a gastar en el helado y lodonaran a Easter Seals o, mejor todavía, a UNICEF, a fin depaliar las necesidades de los niños azotados por las

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hambrunas de Biafra que él estaba seguro de que no debían dehaber oído hablar en su vida de los helados, y añadió queapostaba a que los dos terminarían sintiéndose mejor así quesi hubieran ido al DQ, y mientras su padre metía las monedasen la ranura de la hucha en forma de calabaza de cartónespecial para hacer donaciones voluntarias a UNICEF, Leonardse tomó un momento para manifestar una vez más supreocupación por el tic facial del padre y para tomarle elpelo amablemente por su reticencia a visitar al médico de lafamilia para que le echara un vistazo, señalando nuevamenteque, de acuerdo con la gráfica que había en la parte deatrás de la puerta de su dormitorio, al padre se le habíapasado hacía tres meses su examen médico anual y hacía casiocho meses que se tendría que haber puesto los refuerzosrecomendados contra el tétanos y la tuberculosis.)

Hace de monitor de pasillos durante las primeras doshoras de clase (va medio curso adelantado en créditos) peroreparte muchos más avisos oficiales que castigos de verdad;él cree que está ahí para servir, no para dar caza a lagente. Normalmente junto con los avisos dispensa una sonrisay les dice que solamente vais a ser jóvenes una vez, así quedisfrutadlo y largaos de mi vista y usad el día para hacercosas importantes, ¿de acuerdo? Dedica tiempo a UNICEF y aEaster Seals y monta un programa de reciclaje en tres cursosconsecutivos. Tiene buena salud y siempre va bien limpio ylo bastante acicalado como para proyectar cortesía y respetobásico hacia la comunidad de la que forma parte, y en claselevanta educadamente la mano para responder todas laspreguntas, pero solamente si está seguro de conocer nosolamente la respuesta correcta, sino también la formulaciónde esa respuesta que a la profesora le interesa para queavance la discusión del tema general que estén tratando ese

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día, y a menudo se queda después de la clase para asegurarsecon la profesora de que el enfoque que él hace de losobjetivos especiales de ella sea el correcto, y también parapreguntarle si hay alguna manera de que las respuestas queél ha formulado en clase se puedan mejorar o hacer másútiles.

La madre del chico sufre un terrible accidente mientrasestá limpiando el horno y es llevada a toda prisa alhospital, y pese a que él está loco de preocupación y nopara de rezar para que su madre se estabilice y se recupere,se presta voluntario a quedarse en casa y contestar alteléfono y transmitir información a una lista alfabética deparientes preocupados y amigos de la familia, y paraasegurarse de que el correo y el periódico llegan sinproblemas, y para ir encendiendo y apagando las luces de lacasa a intervalos aleatorios por las noches tal como elAgente Chuck del programa de concienciación de escuelaspúblicas Crime Stoppers de la Policía Estatal de Michiganaconseja sensatamente que hay que hacer siempre que losadultos tienen que irse repentinamente del hogar, y tambiénpara llamar al número de urgencias de la compañía del gas(que ha memorizado) para que vengan a revisar alguna válvulao circuito que debe de estar defectuoso en el horno antes deque ningún otro miembro de la familia se vea expuesto aalguna clase de daño accidental, y también para trabajar (ensecreto) en un inmenso despliegue de banderitas y banderolasy pancartas de «BIENVENIDA A CASA» y «LA MEJOR MAMÁ DELMUNDO» que tiene planeado pegar con mucho cuidado a lafachada de la casa usando pegamento soluble en agua y laescalera extensible del garaje (con la supervisión y elsostén de un vecino adulto responsable), a fin de que esténallí para saludar y animar a la madre cuando esta reciba el

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alta de Cuidados Intensivos completamente curada y más sanaque un yogur, y Leonard llama a su padre sin parar a lacabina telefónica del pabellón de Cuidados Intensivos paraasegurarle de que no tiene absolutamente ninguna duda deeso, de que va a quedar más sana que un yogur, y se dedica allamarle a todas las horas en punto hasta que la cabinatelefónica experimenta alguna clase de problema mecánico ycuando él marca el número solamente oye un tono agudo, delcual notifica debidamente a la línea especial 1-616-TROUBLEde la compañía telefónica, acordándose de incluir el Códigode Producto de ocho dígitos específico de la cabina (quetenía apuntado por si acaso), tal como recomienda lainformación técnica que hay impresa en letra diminuta sobrela línea 1-616-TROUBLE al final del todo de la guíatelefónica para obtener un servicio más rápido y eficaz.

Es capaz de escribir con varios tipos distintos decaligrafía y ha ido a un campamento de origami (dos veces) ysabe hacer unos bocetos a mano alzada extraordinarios de laflora local y silbar los seis Nouveaux Quatuors de Telemann,así como imitar la llamada de cualquier pájaro que a Audubonse le pudiera ocurrir. A veces escribe a editorialesacadémicas para avisarlos de posibles errores de categoríay/o sintaxis que hay en sus libros de texto. No hablemos yade los concursos de ortografía. Puede confeccionar más deveinte clases distintas de gorros usando papel de periódiconormal y corriente, desde gorras de almirantes hastasombreros de vaqueros, clericales y multiétnicos, y sepresta voluntario para visitar las aulas de jardín deinfancia de la escuela y enseñarles a los niños pequeños ahacerlo, una oferta que el director de la escuela primariaCarl P. Robinson dice que le agradece y que se la haplanteado muy cuidadosamente antes de declinarla. El

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director no puede ver al chico ni en pintura, pero no sabemuy bien por qué. Ve al chico en sus sueños, en los márgenesdifusos de sus pesadillas, con su camisa a cuadrosplanchada, con la raya del pelo pequeña y dura, las pecas yla sonrisa dispuesta y generosa: para lo que haga falta. Eldirector fantasea con hundirle un gancho para la carne aLeonard Stecyk en su cara de ojos brillantes y conarrastrarlo cabeza abajo a remolque de su Volkswagen Beetlepor las calles nuevas y ásperas de los barrios residencialesde Grand Rapids. Las fantasías salen de la nada y horrorizanal director, que es un devoto menonita.

Todo el mundo odia al chico. Es un odio complejo, que amenudo causa que quienes lo odian se sientan mezquinos yculpables y se odien a sí mismos por sentir esas cosas haciaun chico tan lleno de talento y de buenas intenciones, locual a su vez tiende a hacer que odien involuntariamente alchico todavía más por provocarles ese odio hacia sí mismos.Todo ello resulta confuso e inquietante. Cuando él estápresente la gente se toma muchas aspirinas. Los únicosamigos de verdad que tiene entre los niños son lostrastornados, los impedidos, los gordos, los menospopulares, las personas non gratas... él los busca. Las 316invitaciones para el «FIESTÓN IMPRESIONANTE» de su undécimocumpleaños —322 invitaciones si se cuentan las que ha hechoen cinta de audio para los ciegos— están impresas en offsetsobre papel de vitela de calidad, con sobres a juego depapel alto en fibra, y tienen las direcciones escritas conuna recargada caligrafía estilo Felipe II en la que se hapasado tres fines de semana trabajando; las invitacionesdetallan mediante números romanos el itinerario de mediajornada por el parque recreativo Six Flags, seguido de lavisita guiada por un doctorado al Blanford Nature Center y

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por fin la comida en el Área Reservada de Banquetes + JuegoLibre de la Pizzería y Salón Recreativo Shakee deRemembrance Drive (el día entero sale gratis y se hasufragado con el Reciclaje de Papel y de Aluminio que elchico ha organizado y liderado levantándose a las cuatro dela madrugada todo el verano, y el balance de los recibos delReciclaje ha ido a la Cruz Roja y a los padres de un alumnode tercero que tiene espina bífida en estado terminal y quesueña por encima de todo con ver jugar en directo a «TrenNocturno» Lane de los Lions desde su silla de ruedasmotorizada), y las invitaciones llaman explícitamente a lafiesta así —«FIESTÓN IMPRESIONANTE»— con unas letras queimitan globos impresas al pie del dibujo de un estallido debuen humor y buena voluntad y «DIVERSIÓN» sin tregua nicuartel, mientras que en las cuatro esquinas de cada tarjetase puede leer la advertencia en letras en negrita «PORFAVOR: NADA DE REGALOS»; y las 316 invitaciones, enviadaspor Correo de Primera Clase a todos los alumnos,instructores, instructores sustitutos, ayudantes,administradores y conserjes de la escuela primaria C. P.Robinson, obtienen un total de nueve asistentes (sin contara los padres ni a los enfermeros de los incapacitados), ysin embargo todos se lo pasan bomba, y así lo manifiestanpor consenso en las Tarjetas de Valoración Sincera ySugerencias (también impresas en papel vitela) que circulanal final de la fiesta, y los restos enormes de pastel dechocolate, helado de tres sabores, pizza, patatas fritas,palomitas con caramelo, bombones Hershey’s Kisses, panfletosde la Cruz Roja y del Agente Chuck que explicanrespectivamente cómo donar tejidos/órganos y losprocedimientos correctos a seguir si se te acerca undesconocido, pizza kosher para los ortodoxos, servilletas de

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diseño y refrescos bajos en calorías servidos en vasos deplástico con la inscripción «Yo sobreviví al FiestónImpresionante del Undécimo Cumpleaños de Leonard Stecyk1964» y con cañitas no extraíbles en forma de signo deinfinito que los invitados tenían que quedarse de recuerdo,todo ello es donado al Refugio Infantil del Condado de Kenta través de una serie de procedimientos y medios detransporte que el titular del cumpleaños ya pone en marchacuando todavía no se ha terminado la partida gigante deEnredos, preocupado ante la posibilidad de que se derrita elhelado y de que otros restos se pongan rancios y pierdan elgas y de que por culpa de eso se malgaste una oportunidadpara ayudar a los menos afortunados; y su padre, al volantedel coche familiar con acabado en madera y apoyando lamejilla en la mano, vuelve a jurarle al chico que va sentadoa su lado que tiene un corazón de oro, y que está orgullosode él, y que si la madre del chico recobra algún día laconciencia tal como todos anhelan, él sabe que ella tambiénestará rebosante de orgullo.

El chico saca sobresalientes y los notables justos paraevitar que se le suban las notas a la cabeza, y a susprofesores les provoca escalofríos el mero sonido de sunombre. En quinto curso lleva a cabo una colecta por eldistrito destinada a reunir un Fondo Especial de monedas decinco centavos para cualquiera que a la hora del almuerzo yase haya gastado el dinero de la leche pero por la razón quesea todavía pueda querer o sentir que necesita más leche. LaCompañía Láctea Jolly Holly se entera e incluye en elcostado de algunos de sus cartones de media pinta un textosatírico sobre el Fondo y un monigote que representa alchico. Dos tercios de la escuela dejan de beber leche,mientras que el Fondo Especial crece tanto que el director

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se ve obligado a confiscar una pequeña caja fuerte para sudespacho. El director empieza a tomar Seconal para dormir ya experimentar pequeños temblores, y en dos ocasionesdistintas recibe multas por no ceder el paso en sitiosdesignados como pasos de peatones.

Una profesora en cuya aula el chico sugiere un proyectode reorganización de los percheros y los cajones para lasbotas que cubren una pared destinado a que el abrigo y loschanclos del alumno que tiene el escritorio más cerca de lapuerta sean los que están más cerca de la puerta, y los delsegundo más cercano a la puerta sean los segundos máscercanos, y así sucesivamente, todo ello con el objeto deacelerar la salida de los alumnos al recreo y de reducirretrasos y posibles peleas y aglomeraciones de niños a medioabrigar en la puerta del aula (unos retrasos yaglomeraciones que el chico ya se había molestado enregistrar aquel trimestre de acuerdo con su incidenciaestadística, adjuntando gráficos y flechas relevantes perocon todos los nombres eliminados), esa veterana y muyrespetada profesora con puesto permanente termina blandiendounas tijeras sin punta y amenazando con matar al chico yluego matarse a ella misma, y se ve obligada a cogerse labaja médica, durante la cual recibe tarjetas que le deseansu pronta recuperación a razón de tres por semana, unastarjetas que incluyen sumarios pulcramente mecanografiadosde las actividades y del progreso de la clase durante suausencia, espolvoreadas con purpurina y dobladas en forma dediamantes perfectos que se abren dando un simple apretón alas dos facetas largas del interior (es decir, del interiorde las tarjetas), hasta que los médicos de la maestraordenan que le sea retenido el correo en espera de que se

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produzca una mejoría o por lo menos una estabilización de suestado.

Justo antes de la gran colecta para UNICEF por Halloweende 1965, tres alumnos de sexto curso abordan al chico en loslavabos sudeste después de la cuarta hora de clase y lehacen cosas inenarrables y lo dejan colgando de un ganchodel cubículo por el elástico de los calzoncillos; y despuésde recibir tratamiento y de que le den el alta del hospital(que no es el mismo en donde tienen a su madre ingresada enel ala de largas convalecencias), el chico se niega aidentificar a sus asaltantes y más tarde les entrega deforma circunspecta sendas notas individuales donde lestransmite su renuncia a todo rencor relacionado con elincidente y se disculpa por cualquier ofensa inconscienteque pueda haber cometido para provocarlo, rogando a susatacantes que por favor olviden todo el asunto y sobre todoque no se lo recriminen a ellos mismos —sobre todo con elpaso del tiempo, porque el chico tiene entendido que sonesta clase de cosas las que a veces te pueden atormentarmucho cuando llegas a la vida adulta, y cita un par deartículos de revistas académicas a los que los atacantespueden echar un vistazo si quieren documentarse sobre losefectos psicológicos a largo plazo de la recriminación a unomismo—, y en las notas, a la vez que profesa su esperanzapersonal en que de todo el lamentable incidente pueda acabarsurgiendo una amistad, adjunta también una invitación paraasistir a una breve Mesa Redonda de Resolución de Conflictoslibre de interrogatorios que el chico ha convencido a unaorganización de servicios a la comunidad para que patrocinedespués de la escuela el martes siguiente («¡Se serviránrefrigerios!»), tras lo cual la taquilla del gimnasio delchico, junto con las cuatro que la flanquean a cada lado,

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resulta destruida en un acto de vandalismo pirotécnico quetodo el mundo en ambos bandos del juicio subsiguiente aceptaque se les fue completamente de las manos y que no fue unintento premeditado de herir al conserje de noche ni decausar nada parecido a la cantidad de daños estructurales enel vestuario de chicos que terminó causando, un juicio en elque Leonard Stecyk apela repetidas veces a los abogados deambos bandos y les pide una oportunidad de testificar con ladefensa, aunque solamente sea en calidad de testigo de buenavoluntad. Un gran porcentaje de los compañeros de clase delchico se esconden —emprenden literalmente acciones evasivas—cuando lo ven venir. Al final incluso la gente marginal eimpedida deja de devolverle las llamadas. A su madre hay quedarle la vuelta y manipularle los miembros dos veces pordía.

 

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6Estaban encima de una mesa de picnic en aquel parque que

había junto al lago, en la ribera del lago donde había partede un árbol caído en los bajos, medio escondido por laorilla. Lane A. Dean Jr. y su novia, los dos llevabanvaqueros y camisas de botones. Estaban sentados encima de lamesa y tenían los zapatos en el banco donde la gente sesentaba y celebraba picnics en sus momentos de ocio. Habíanido a institutos distintos pero al mismo centro de primerciclo universitario y allí se habían conocido en losservicios espirituales del campus. Era primavera, la hierbadel parque era muy verde y el aire estaba impregnado tantode madreselva como de lilas, lo cual resultaba casiexcesivo. Había abejas, y el ángulo del sol hacía que elagua de los bajos se viera oscura. Aquella semana se habíanproducido más tormentas, que habían derribado árboles yhabían hecho que sonaran las motosierras por toda la callede sus padres. Los dos estaban sobre la mesa en la mismapostura inclinada hacia delante, con los hombros encorvadosy los codos sobre las rodillas. En aquella postura, la chicase mecía ligeramente y en una ocasión se tapó la cara conlas manos, pero no estaba llorando. Lane estaba muy quieto einmóvil y se dedicaba a mirar más allá de la orilla, endirección al árbol caído en los bajos y a su bola de raícesal desnudo que iban en todas direcciones y a la nube deramas del árbol, todo medio hundido en el agua. El únicootro individuo que había cerca estaba solo, a media docenade mesas bien espaciadas de donde estaban ellos y de pie.Mirando el agujero desgarrado del suelo donde el árbol habíacaído. Todavía era temprano y todas las sombras rodabanhacia la derecha y se acortaban. La chica llevaba una camisa

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de algodón a cuadros vieja y fina con botones de color perlay las mangas largas sin remangar y siempre olía muy bien ymuy limpio, como esas personas en las que se puede confiar ya quienes se puede querer mucho aunque no estés enamorado. ALane Dean le había gustado su olor desde el principio. A lamadre de él le parecía que era una chica que tenía «los piesen el suelo» y le caía bien, la consideraba buena gente, sele notaba: lo dejaba ver en los detalles. Los bajos lamíanel árbol desde direcciones distintas, casi como si loestuvieran royendo. A veces, cuando estaba solo y pensativoo bien pugnando por contarle algún asunto a Jesucristo ensus oraciones, Lane se sorprendía a sí mismo metiéndose elpuño en la palma de la otra mano y girándolo ligeramente,como si todavía estuviera jugando y dándose golpes en elguante para permanecer despierto y alerta y centrado. Ahorano lo hacía, sin embargo, seguir haciéndolo sería cruel eindecente. El individuo mayor estaba plantado al lado de sumesa de picnic, al lado de la misma pero sin sentarse, ytambién se lo veía fuera de lugar con su americana ochaqueta de traje y esa clase de sombrero de hombre mayorque el abuelo de Lane llevaba en las fotos cuando era unjoven vendedor de seguros. Daba la impresión de estarmirando al otro lado del lago. Si se estaba moviendo, Laneno lo veía. Parecía más una pintura que un hombre. No habíaningún pato a la vista.

Una de las cosas que Lane Dean hizo fue volver aasegurarle que la acompañaría y que estaría allí con ella.Era una de las pocas cosas seguras o decentes que podíadecir. La segunda vez que lo repitió ella negó con la cabezay soltó una risa infeliz que era más bien como soltar airepor la nariz. Su risa de verdad era distinta. Él se iba aquedar en la sala de espera, dijo ella. Sabía que él estaría

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pensando en ella y sintiéndose mal por ella, pero no podíaentrar con ella. Aquello era tan obviamente cierto que él sesintió como un memo por haber estado dando la tabarra con eltema, y supo lo que ella había pensado cada vez que él lohabía soltado, y se dio cuenta de que no la habíareconfortado ni tampoco había aliviado su carga para nada.Cuanto peor se sentía, más quieto se quedaba, allí sentado.Todo daba la impresión de estar precariamente apoyado sobreun cuchillo o un cable; si él se movía para levantar elbrazo o tocarla, todo se podía desplomar. Se odiaba a símismo por estar tan petrificado en su asiento. Casi se podíavisualizar a sí mismo andando de puntillas a través deexplosivos. Unos pasos de pun tillas exagerados y de aspectoestúpido, como en los dibujos animados. Toda la terriblesemana anterior había sido así y eso no estaba bien. Élsabía que estaba mal, sabía que se requería algo de él ysabía que no era aquella terrible cautela petrificada, y sinembargo fingía ante sí mismo que no sabía qué era lo que serequería. Fingía que era algo sin nombre. Fingía que era porella que no decía en voz alta lo que él sabía que era locorrecto y la verdad, que era por consideración a lasnecesidades y sentimientos de ella. También trabajabahaciendo descarga y elección de rutas para UPS, además de ira la facultad, pero después de lo que habían decidido juntosse había cambiado el turno con alguien para tener el díalibre. Dos días antes, se había despertado muy temprano paraintentar rezar pero no había sido capaz. Cada vez estaba máspetrificado, o por lo menos esa era la sensación que tenía,pero no había pensado en su padre ni en la inexpresividadpétrea de su padre, ni siquiera en la iglesia, que tantalástima le había dado en el pasado. Esa era la verdad. LaneDean Jr. sintió el sol en un brazo mientras se formaba

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interiormente una imagen de sí mismo a bordo de un tren,despidiéndose mecánicamente con la mano de algo que se ibavolviendo más y más pequeño a medida que el tren se alejaba.Su padre y el padre de su madre tenían el mismo cumpleaños,eran los dos cáncer. Sheri llevaba el pelo teñido de unrubio casi del color del maíz, y muy limpio, y la piel de laraya en el medio se le veía rosa allí donde le daba el sol.Llevaban tanto rato allí sentados que ahora solamente teníanel lado derecho a la sombra. Él podía mirar la cabeza deella, pero no a ella. Notaba las distintas partes de símismo desconectadas entre ellas. Sheri era más lista que ély los dos lo sabían. No solamente por los estudios, LaneDean estudiaba contabilidad y empresariales y no le iba mal,iba tirando. Ella era un año mayor, tenía veinte, perotambién era más... A Lane siempre le había parecido que sellevaba bien con su propia vida de una manera que no seexplicaba simplemente con la edad. La madre de él lo habíaexplicado diciendo que ella «sabía lo que quería», que eraser enfermera y no estar haciendo una carrera fácil en elPeoria Junior College. Además trabajaba de camarera en elEmbers y se había comprado el coche ella sola. Era seria deuna manera que a Lane le gustaba. Tenía un primo que sehabía muerto cuando ella tenía trece o catorce años, a quienella quería y con quien había tenido una relación estrecha.Ella solamente había hablado del tema una vez. A él legustaban su olor y el vello suave que tenía en los brazos yla forma en que soltaba una exclamación cuando algo la hacíareír. A él le había gustado el mero hecho de estar con ellay hablar con ella. Ella se tomaba en serio su fe y susvalores de una manera que a Lane le había gustado en elpasado pero que ahora, sentado con ella sobre aquella mesa,descubrió que le daba miedo. Era espantoso. Estaba empezando

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a creer que tal vez él no se tomaba en serio su propia fe.Tal vez fuera un poco hipócrita, igual que los asirios deIsaías, lo cual sería un pecado mucho más grave que la citacon la clínica; él había decidido que se creía esto. Estabadesesperado por ser buena persona, por ser capaz de sentirtodavía que era bueno. Hasta entonces no había pensado casinunca en la condenación y en el infierno, aquella parte delasunto no apelaba a su espíritu, y cada vez que en losservicios religiosos salía a colación el infierno éldesconectaba y simplemente lo toleraba, igual que uno tolerael trabajo que está obligado a hacer para poder ahorrar. Laszapatillas de tenis de ella tenían muchos dibujitos que sededicaba a hacer cuando se distraía en clase. Ella manteníala cabeza gacha. Pequeñas notas o tareas de lectura hechascon bolígrafo Bic y con su caligrafía pulcra y redonda enlas partes de goma que rodeaban el borde de la zapatilla.Lane A. Dean miró los pasadores para el pelo en forma demariquitas azules que ella llevaba en los costados de lacabeza gacha. La cita con la clínica no era hasta la tarde,pero cuando había sonado el timbre tan temprano y la madrede él lo había llamado desde el piso de abajo, él lo habíasabido, y una terrible vacuidad había empezado a invadirlo.

Él le dijo que no sabía qué hacer. Que sabía que si élera el vendedor de aquello y la estaba forzando a hacerlo,estaría espantosamente mal. Pero estaba intentandoentenderlo, los dos habían rezado por el tema y lo habíanhablado desde todos los puntos de vista. Lane le dijo queella ya sabía lo mal que él lo estaba pasando, y que porfavor le dijera si él se equivocaba al creer que había sidorealmente una decisión conjunta de los dos lo de concretarla cita, porque él pensaba que sabía cómo se debía de habersentido ella a medida que la fecha se acercaba más y más y

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también cuánto miedo debía de tener ella, pero que eraincapaz de saber si era más que eso. Estaba totalmentequieto salvo por los movimientos de su boca, o esa era laimpresión que daba. Ella no respondió. Que si necesitabanrezar más por aquello y hablarlo más, pues, caray, él estabaallí, y estaba dispuesto, dijo. Dijo que la cita con laclínica se podía aplazar, que solamente con que ella lodijera podían llamar y retrasarlo y así tendrían más tiempopara estar seguros de la decisión. Todavía estaban alprincipio de la cosa, eso lo sabían los dos, dijo. Y eracierto, él se sentía así, y sin embargo también sabía que almismo tiempo estaba intentando decir cosas que la hicieranabrirse y contestarle lo bastante como para que él pudieraverla y leerle el corazón y saber qué tenía que decir paraconseguir que ella terminara por hacerlo. Él lo sabía sinadmitir ante sí mismo que era aquello lo que quería, porqueeso le convertiría en un hipócrita y un mentiroso. Él sabía,en algún recoveco confinado de su interior, por qué no habíaacudido a nadie para abrirse y buscar consejo vital, ni alpastor Steve ni a sus compañeros de oración de los serviciosespirituales del campus, ni a sus amigos de UPS ni a laorientación espiritual que había disponible en la viejaescuela de sus padres. Sin embargo, no sabía por qué Sheritampoco había acudido al pastor Steve; era incapaz de leerleel corazón. Ella se mostraba inescrutable y cerrada. Éldeseaba con fervor que todo aquello no hubiera sucedidonunca. Ahora tenía la sensación de saber por qué era unverdadero pecado y no una regla que había perdurado de lasociedad del pasado. Tenía la sensación de que aquella cosalo había rebajado y lo había humillado y que ahora entendíay creía que las reglas tenían una razón de ser. Que lasreglas estaban dirigidas a él personalmente, como individuo.

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Le había prometido a Dios que ya había aprendido la lección.Pero ¿qué pasaba si también aquello era una promesa vacía,hecha por un hipócrita que solamente se arrepentía de lascosas después, que prometía sumisión pero en realidad loúnico que quería era el indulto? Puede que ni siquiera fueracapaz de conocer su propio corazón ni de leerse y conocersea sí mismo. No paraba de pensar también en 1 Timoteo 6 y enlos hipócritas de aquel pasaje que «disputaban meraspalabrerías». Sentía una terrible resistencia interior, perono sabía qué era aquello a lo que se estaba resistiendotanto. Esta era la verdad. Ninguno de los distintos enfoquesy puntos de vista que habían entrado en juego en la decisiónconjunta incluía para nada aquella palabra: porque si él lahubiera dicho una sola vez, si hubiera declarado que sí quela amaba, que amaba a Sheri Fisher, entonces todo se habríatransformado, habría sido solamente la posición o ángulo loque cambiaba, pero ya sería distinta la cosa en sí por laque estaban rezando y sobre la cual estaban tomando unadecisión conjunta. A veces habían rezado juntos por teléfonoen una especie de lenguaje medio en clave, por si alguienlevantaba por accidente otra extensión. Ella continuabasentada como si estuviera pensando, en esa pose de pensarque era casi como la de la estatua aquella. Seguían sentadosencima de la mesa. Él era quien estaba mirando más allá deella, hacia el tronco del agua. Pero él no podía decir quela quería, porque no era verdad.

Y, sin embargo, tampoco se abría nunca y le decíadirectamente que no la quería. Tal vez aquella fuera su«mentira por omisión». Tal vez fuera aquella la resistenciapetrificada: porque si él la miraba a los ojos y le decíaque no la quería, ella mantendría su cita con la clínica yacudiría. Él lo sabía. Algo dentro de él, sin embargo, una

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terrible debilidad o una falta de valores, no se lo queríadecir. Él notaba como que le faltaba aquel músculo. No sabíapor qué, simplemente era incapaz de hacerlo o incluso derezar para hacerlo. Ella creía que él era bueno y que setomaba en serio sus valores. Y si había una parte de él queparecía dispuesta a más o menos mentir a alguien que hacíagala de aquella fe y de aquella confianza, ¿en qué leconvertía aquello? ¿Cómo podía rezar siquiera un individuode aquella calaña? La sensación que aquello le producía erala de estar probando un poco de la realidad de eso que lagente llamaba el infierno. Lane Dean nunca había creído queel infierno fuera un lago de fuego ni un Dios lleno de amorque mandaba a la gente a un lago de fuego en llamas; élsabía en su corazón que esto no era verdad. En lo que élcreía era en un Dios vivo de la compasión y el amor y en laposibilidad de una relación personal con Jesucristo, através de quien ese amor se representaba en el tiempohumano. Pero allí sentado al lado de aquella chica que ahorale resultaba tan desconocida como el espacio exterior,esperando lo que fuera que ella pudiera decirle paradeshacer su petrificación, ahora tenía la sensación de quepodía ver el borde o el contorno de algo que podría ser unavisión real del infierno. Era la visión de dos ejércitosenormes y terribles que estaban dentro de él, opuestos yenfrentados entre sí, en silencio. Habría batalla pero novencedor. O bien nunca habría batalla: los ejércitospermanecerían así, inmóviles, mirándose entre ellos y viendoen el otro algo tan distinto y ajeno a sí mismo que noserían capaces de entender, no serían capaces de descifrarlo que decía el otro en forma de palabras ni tampoco de leernada del aspecto de sus caras, de manera que seguirían igualde petrificados, enfrentados y sin comprender, durante todo

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el tiempo humano. Dividido, y en cualquiera de ambos casos,un hipócrita contigo mismo.

Cuando movió la cabeza, el sol arrancó un destello de laparte más lejana del lago; ahora el agua más próxima ya noera negra y se podía ver el interior de los bajos y tambiénse apreciaba que el agua se movía solamente un poco, a unlado y a otro, y de esa misma manera suplicó regresar a símismo mientras Sheri movía la pierna y empezaba a volversehacia él. Vio al hombre del traje y el sombrero grisplantado inmóvil en la ribera del lago, sosteniendo algodebajo del brazo y contemplando la orilla opuesta, dondehabía una serie de figuritas diminutas sentadas en sillas decamping puestas en fila de una manera que significaba quetenían hilos en el agua para pescar la mojarra, que era algoque prácticamente solo hacían los negros del East Side, y ladiminuta forma blanca que había al final de la fila era unacesta de espuma de poliestireno para guardar el pescado. Enel momento o instante junto al lago que estaba justo porvenir, Lane tuvo la sensación primero de que podía percibirtodo esto en su conjunto; todo parecía nítidamenteiluminado, puesto que la sombra del roble de los pantanos yahabía cerrado su rotación circular y ahora estaban los dosal sol con sus sombras convertidas en una criatura de doscabezas proyectada sobre la hierba que quedaba a laizquierda de ellos. Él volvía a estar mirando o escrutandoel lugar donde las ramas del árbol caído parecían doblarseabruptamente justo por debajo de la superficie de los bajoscuando le fue dado saber que durante todo aquel silenciopetrificado que tanto había despreciado, en realidad durantetodo aquel tiempo había estado rezando, o por lo menos unapequeña parte de su corazón que él era incapaz de conocer ode oír había estado rezando, porque ahora recibió a modo de

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respuesta una especie de visión, lo que él llamaría másadelante para sus adentros una visión o un «momento degracia». No era un hipócrita, simplemente estaba quebrado yroto igual que todos los hombres. Más adelante, él creeríaque lo que le había pasado era que durante un momento habíaestado a punto de verlos a los dos como los podría verJesús: como dos seres que eran ciegos y sin embargoavanzaban a tientas, deseosos de complacer a Dios pese a sunaturaleza innatamente caída. Porque en aquel mismo momentovio, rápido como una centella, el interior del corazón deSheri, y le fue dado saber lo que iba a ocurrir allímientras ella terminaba de volverse hacia él y el hombre delsombrero contemplaba a los pescadores y el olmo caído vertíasus células en el agua. Aquella chica con los pies en elsuelo que olía bien y quería ser enfermera iba a cogerle unade sus manos con las dos de ella para deshacer supetrificación y obligarlo a mirarla a ella, y le iba a decirque no era capaz de hacerlo. Que sentía mucho no haberlosabido antes, que no había tenido intención de mentir, quehabía aceptado porque quería creer que era capaz, pero no loera. Que lo iba a llevar dentro e iba a tenerlo, que no lequedaba más remedio. Con la mirada clara y firme. Que lanoche anterior se la había pasado entera rezando y buscandodentro de sí misma y que había decidido que aquello era loque el amor exigía de ella. Que Lane tenía —por favor porfavor cariño— que dejarla terminar. Que escuchara... queaquella era su decisión y que no lo obligaba a él a nada.Que ella sabía que él no la quería, no de esa manera, que lohabía sabido desde el principio, y que no pasaba nada. Queasí eran las cosas y que no pasaba nada. Que ella lo iba allevar dentro y tenerlo y quererlo y que no le iba a pedirnada a Lane salvo sus buenos deseos y que respetara lo que

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ella tenía que hacer. Que ella lo liberaba de todaresponsabilidad y confiaba en que él terminara sus estudiosen el Peoria Junior College y en que le fuera bien en lavida y solamente experimentara placeres y cosas buenas. Lavoz de ella sería clara y firme, y estaría mintiendo, porqueLane había recibido el don de leerle el corazón. De verla.Uno de los negros de la otra orilla levantó el brazo tal veza modo de saludo, o bien para alejar a una abeja. Se oía unapodadora cortando césped en algún lugar lejano por detrás deellos. Sería una jugada terrible a vida o muerte, nacida dela desesperación que había en el alma de Sheri Fisher, delhecho de saber que no podía hacer aquella cosa de hoy nitampoco llevar un embarazo ella sola y avergonzar a sufamilia. Sus valores le impedían ambas cosas, Lane se dabacuenta, y tampoco le quedaban más opciones ni margen dedecisión, aquella mentira no era pecado. Gálatas 4, 16:«¿Acaso me he convertido en tu enemigo?». Ella estabajugándoselo todo a la carta de que él era bueno. Allí en lamesa, ni petrificado ni tampoco moviéndose, Lane Dean Jr.vio todo aquello y lo conmovió la piedad y también algo más,algo carente de nombre que él supiera, algo que le era dadosentir ahora en forma de una pregunta que no se le habíaocurrido ni una sola vez durante toda la larga semana depensar y de estar dividido: ¿por qué estaba él tan seguro deque no la quería? ¿Por qué era distinta aquella forma enconcreto del amor? ¿Y si él no tenía ni la más remota ideade qué era el amor? ¿Y qué haría Jesucristo? Porque fuejusto ahora cuando él sintió las dos manos suaves, pequeñasy fuertes de ella sobre la suya, conminándolo a que sevolviera. ¿Y si simplemente tenía miedo? ¿Y si la verdad noera más que aquello? ¿Y si no era para pedir amor para loque hacía falta rezar, sino simplemente para pedir valor,

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valor para mirarla a los ojos mientras ella lo decía yconfiaba en el corazón de él?

 

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7—¿Nuevo?Había agentes flanqueándolo por ambos lados y a

Sylvanshine le pareció un poco raro que hubiera sido el quetenía la carita rosada y timorata de hámster el que se habíavuelto como si fuera a dirigirse a él, y sin embargo hubierasido el que estaba al otro lado y mirando para otra parte elque lo había dicho.

—¿Nuevo?Estaban a cuatro hileras de distancia del conductor, cuya

postura en su asiento resultaba un poco extraña.—¿Por oposición a qué? —A Sylvanshine le ardía el cuello

hasta el mismo omóplato y también notaba que le estabaempezando un espasmo muscular en uno de los párpados.Explique la diferencia entre el tratamiento fiscal de unindividuo que da acciones revalorizadas a una organizaciónbenéfica y el de otro individuo que vende las acciones y leda los beneficios a la organización benéfica. Los arcenes dela carretera rural parecían roídos. La luz de fuera era esaclase de luz que te hace encender los faros pero luegoimpide que sirvan para nada porque técnicamente todavía esde día. No estaba claro si aquello era una furgoneta o unautobús con capacidad máxima de 24. El que acababa de hacerla pregunta tenía una patilla y esa sonrisa invulnerable dequien se ha tomado dos cócteles en el aeropuerto y no hacomido nada más que frutos secos. El conductor de la últimafurgoneta, a la cual Sylvanshine había sido asignado encalidad de G9, manejaba el volante como si tuviera loshombros demasiado voluminosos para su espalda. Como si seestuviera aferrando al volante para no caerse. ¿Qué clase de

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conductor llevaba un gorro de papel blanco? Lo único queevitaba que la vertiginosa pila de bolsas se desplomara erauna correa—. Soy el Ayudante Especial del Nuevo DirectorAdjunto de Sistemas de Recursos Humanos, que se llamaMerrill Lehrl y está de camino.

—Nuevo en el puesto. Quería decir recién asignado.La voz del hombre sonaba con claridad pese a que parecía

estar dirigiéndose a la ventanilla, que estaba sucia.Sylvanshine se sentía encajonado; los asientos eran más bienun banco acolchado y no tenían apoyabrazos queproporcionaran siquiera una ilusión o impresión de espaciopersonal. Además, la furgoneta se bamboleaba de formaalarmante por la carretera, que era o bien un camino o bienuna especie de carretera rural, y se oían los muelles delchasis. El hombre con pinta de roedor, cuya aura transmitíatimidez pero bondad, un aura de hombre triste y amable quevivía dentro de un cubo de miedo, llevaba el sombrero sobreel regazo. Nadie se había quitado el abrigo. Capacidad 24 ylleno. Flotaba en el aire ese olor mohoso a hombres mojados.El nivel de energía era bajo; todos venían de regreso dealgo que había consumido un montón de energía. Sylvanshinese imaginaba perfectamente al hombre pequeño y rosadobebiendo Pepto-Bismol directamente del frasco y volviendo acasa para reunirse con una mujer que lo trataba como sifuera un desconocido poco interesante. Los dos hombres obien trabajaban juntos o bien se conocían muy bien; estabanhablando en tándem sin ser siquiera conscientes de ello. Untándem alfa-beta, lo cual quería decir que eran deAuditorías o bien del DIC. A Sylvanshine se le ocurrió quela ventanilla mostraba un tenue reflejo oblicuo de él y queel alfa de la pareja de hombres se estaba divirtiendo unpoco dirigiéndose al reflejo de Sylvanshine como si el

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reflejo fuera él, mientras que el hámster impostaba laexpresión facial de dirigirse a alguien pero no decía nada.Las donaciones de acciones son tratamientos de capital-ganancia camuflados... también se oía un ruido gaseoso ytintineante, que sonaba como medio compás de música deorganillo de vapor, cada vez que el conductor cambiaba demarcha y también en el momento en que la furgoneta parecidaa un cajón se bamboleó pronunciadamente en una doble curvaen forma de S invertida que había junto a una vallapublicitaria que decía «DOWNSIZE THIS» y mostraba una imagenque Sylvanshine no acertó a ver, y también mientras el másavezado de los dos hombres se ponía de improviso apresentarse a sí mismo y a su compañero. (Sylvanshine no sequedó con sus nombres, pese a ser consciente de que aquellole iba a causar problemas, puesto que era de muy malaeducación olvidarse de los nombres de la gente, sobre todosi te adjuntaban a un supuesto niño prodigio en Personal ylo tuyo era precisamente el Personal, y de que en el futuroiba a tener que llevar a cabo toda clase de contorsiones enla conversación para evitar usar sus nombres, y que Dios loayudara si aquellos dos eran unos trepadores y esperabanaparecer un día y que él los presentara a Merrill, aunque sieran del DIC esto sería menos probable porqueInvestigaciones y Fraude solía tener su propiainfraestructura y oficinas aparte, a menudo en un edificioseparado, por lo menos en Rome y en Philly, puesto que a loscontables forenses les gusta considerarse más miembros de lapolicía que de la Agencia, y por lo general no se mezclanmucho con el resto del personal, y de hecho el más alto delos dos, Bondurant, se identificó ahora a sí mismo y aBritton como empleados con rango GS-9 del DIC, el problemafue que Sylvanshine estaba demasiado ocupado mortificándose

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por no haberse quedado con sus nombres como para asimilaresto hasta ya bien entrada la noche, cuando recordó lasustancia de la conversación y experimentó un momento dealivio.) El más timorato de los dos agentes del DIC casinunca mentía; el más avezado mentía bastante, Sylvanshine lonotaba. En la ventanilla traqueteaba una lluvia fina yhelada, esa clase de lluvia que se te clava pero no te moja.Las gotas pequeñas —diminutas— martilleaban el cristal, encuyo reflejo el menos estrictamente fiable de los dos apoyóla barbilla en la mano y soltó un suspiro que al menos enparte era teatral. De algún lugar por detrás de ellos veníanel ruido de un videojuego portátil y los ruiditos de losdemás agentes que contemplaban el progreso del juego porencima del hombro del hombre que estaba jugando la partidaen silencio. Los limpiaparabrisas de la furgoneta o autobúshacían un ruidito chirriante a cada segunda pasada; aSylvanshine se le ocurrió que el conductor parecía ir casicon la barbilla apoyada en el volante, de tan inclinado queestaba para intentar acercarse más al parabrisas, de esamanera en que se inclina la gente ansiosa o la gente conproblemas de vista cuando tienen problemas para ver. El mástaimado de los dos agentes del DIC de la ventanilla tenía lacara casi en forma de cometa, cuadrada pero al mismo tiempopuntiaguda en los pómulos y en la barbilla; Bondurant notabala presión afilada de su barbilla en la palma de su mano yel hecho de que el borde del marco de la ventanilla se leclavaba en línea recta entre los huesos del codo.Sylvanshine era el único que no sabía de dónde venían todosaquellos hombres y lo que habían estado haciendo en Joliet,pero nadie estaba pensando en ello de ninguna maneraremotamente informativa, porque no es así como la gentepiensa en las cosas que acaba de hacer. Desde el exterior

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estaba claro lo que era el vehículo: tanto por su forma comopor sus bamboleos, y también por el hecho de que la capasuperior de pintura de color habano había sidochapuceramente aplicada y había puntos de la misma en dondelos faros de los coches que le iban detrás arrancabandestellos de los colores vivos de más abajo, de las letrasgordezuelas y de los iconos inclinados sobre palitos quesugerían algo delicioso de una manera misteriosa quesolamente entienden los niños. Dentro se oían el motor y elmurmullo fluctuante de las conversaciones en voz bajafundidas entre sí por la expectación ante el final de algo —una conferencia o un fin de semana de retiro espiritual, talvez, o quizá un curso de formación de la Agencia; elpersonal de Rome siempre había ido a Buffalo o a Manhattanpara los Cursos de Formación de la Agencia—, además delvideojuego portátil y de un ligero susurro o gorjeo en larespiración del tipo pálido y rosado, que Sylvanshine notóque ahora le estaba mirando el costado derecho de la cara, ya continuación se oyó la voz de Bondurant preguntándole aSylvanshine por la división del DIC de Rome, y desde unpunto situado más adelante y otro situado más atrás y a laderecha vino un murmullo metálico que significaba que debíade haber alguien escuchando algo con auriculares, señalsegura de la presencia de un agente más joven, y aSylvanshine se le ocurrió que la última vez que había vistoa alguna persona negra o latina había sido en el aeropuertoaquel de Chicago que no era el O’Hare pero cuyo nombretampoco había retenido y ahora se le hacía raro sacar elrecibo de su billete del maletín para comprobarlo, yentretanto el más pequeño de los dos hombres parecía estarmirándolo en espera de que hiciera algo que traicionaraalguna clase de incompetencia o déficit de retentiva.

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Describa las ventajas que presenta el Lenguaje de MáquinaOctal sobre el Lenguaje de Máquina Binario a la hora dediseñar un programa de Nivel 2 para rastrear regularidadesen los libros de flujo de liquidez de corporacionesemparentadas; nombre dos ventajas esenciales que le supone auna franquicia presentar declaraciones de Clase 20-50 comosubsidiarias de su compañía matriz en lugar de presentarlascomo entidad corporativa autónoma, y allí estaba otra vez,aquella ráfaga de música como de aire a presión queSylvanshine no conseguía ubicar pero que le daba ganas delevantarse de su asiento e irse a perseguir algo en compañíade todos los niños del vecindario, todos saliendo en trombade las puertas de sus casas y corriendo a toda pastilla porla calle sosteniendo dinero en alto, y sin tiempo apensarlo, Sylvanshine dijo:

—Ya sé que suena raro, pero ¿alguno de ustedes puede oírde vez en cuando...?

—Mister Squishee —dijo ahora el agente que estaba a suderecha, con una voz de barítono que no pegaba para nada consu cuerpo—. Catorce camionetas de la compañía tipo S MisterSquishee con domicilio en East Peoria de dulces helados deventa en ruta cíclica, requisadas junto con las oficinas,las cuentas por cobrar y las propiedades de patrimonio netode cuatro de los siete miembros de la familia depropietarios de lo que los abogados de la Sede Regionalconvencieron al Séptimo Distrito de que en realidad era unacompañía tipo S de titularidad privada —dijo Bondurant—.Empleado descontento, tablas de depreciación falsificadas detodo, desde los congeladores hasta las camionetas comoesta...

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—Determinación provisoria por riesgo de impago —dijoSylvanshine, más que nada para demostrar que conocía lajerga.

El asiento que había directamente delante del deSylvanshine estaba desocupado y ofrecía una vista del cuellocruzado y carnoso de la persona que estaba sentada delantede dicho asiento y que llevaba en la cabeza un sombrero detela estilo australiano echado hacia atrás para transmitirrelajación e informalidad.

—¿Esto es una camioneta de helados?—Maravilloso para la moral de las tropas, ¿no? Como si la

mano de pintura pudiera ocultarle a alguien que tienes a laflor y nata del personal yendo de pasajeros en un trasto queantes vendía polos de chocolate y tenía al volante a un tipocon ropa blanca y abombada y careta de goma que le hacíanparecer un pudín de tapioca.

—El conductor solía llevar esta camioneta para MisterSquishee.

—Es por eso que vamos tan despacio.—El límite es de noventa; echa un vistazo a la cola de

coches que llevamos detrás haciéndonos señales con losfaros, si quieres.

El más pequeño y rosado de los dos hombres, Britton,tenía una cara redonda y aterciopelada. Tenía entre treintay cuarenta años y no estaba claro si se afeitaba. Lo másraro del caso era que el vecindario de King of Prussia dondehabía crecido Sylvanshine era una comunidad planificada, conbadenes en la calzada, cuya asociación de vecinos teníaprohibida cualquier clase de venta ambulante, sobre todo deesa que usa organillos de vapor... Sylvanshine no había

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perseguido una camioneta de helados ni una sola vez en lavida.

—El conductor sigue obligado por contrato: el embargosolamente afectó al último trimestre, y la Directora deDistrito decidió que el margen de quedarse los camiones y alos conductores que todavía tenían contrato en vigor seimponía tan claramente sobre los provechos de subastarlosque ahora todo el mundo por debajo de G-11 se desplaza encamionetas de Mister Squishee —dijo Bondurant. Cuandohablaba se le movía la mano junto con la barbilla, algo quea Sylvanshine le parecía forzado y falso.

—La señora Corta de Miras.—Terrible para la moral de las tropas. Por no mencionar

la debacle para nuestra imagen pública que supone el hechode que los niños y sus padres vean unas camionetas que ellosasocian con la inocencia y los deliciosos polines decaramelo crujiente ahora embargadas y por decirlo de algunamanera forzadas a trabajar para la Agencia. Y hablo tambiénde la vigilancia.

—Hacemos vigilancia con estas camionetas, ¿te lo puedescreer?

—Prácticamente nos tiran piedras.—Mister Squishee.—Y esta música es gloria, hay otras camionetas que

sueltan una ráfaga cada vez que cambian de marcha.Pasaron por delante de otra valla publicitaria, que

quedaba al costado derecho pero Sylvanshine pudo verla: «YAES PRIMAVERA, PIENSE EN LA SEGURIDAD AGRARIA».

Bondurant, que estaba hecho polvo después de pasarse dosdías en una silla plegable, se dedicó ahora a contemplar sin

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llegar a mirarla realmente una extensión de doce acres decampo invernal de la que asomaban retoños de tallos de maíz—los enterraban cuando allanaban los campos para sembrar enabril y no en otoño, a fin de que tuvieran todo el inviernopara pudrirse y fertilizar la tierra, y es que Bondurantsuponía que con los fertilizantes tipo organofosfatos ysemejantes no valía la pena perder dos días de otoño paraenterrarlos, y, además, por alguna razón que el padre deHiggs le había contado pero que ahora él no recordaba, lagente prefería tener el campo bien taponado durante elinvierno, puesto que eso protegía algo del suelo—, y sin serconsciente de ello, le encontró cierto parecido al campolleno de brotecitos con el sobaco de una chica que llevaraun tiempo sin afeitárselo, y sin ser consciente de ningunade las conexiones entre el sobaco de la chica y el campo quea continuación dio paso en la ventanilla a una arboleda derobles silvestres, se puso a pensar de forma mal encauzadaen Cheryl Ann Higgs, ahora convertida en Cheryl AnnStandish, auxiliar administrativa para la American Twine,madre divorciada de dos hijos y afincada en una caravanaextraancha que al parecer su ex había intentado incendiar,provocando que lo detuvieran, poco después de que aBondurant lo transfirieran con rango G-9 al DIC; Cherylhabía sido su pareja en el baile de graduación de la PeoriaCentral Catholic en 1971, y los dos habían sido elegidospara el cortejo del baile y Bondurant había quedado ensegundo lugar por detrás del rey, y había llevado unesmoquin de color azul pastel y unos zapatos de alquiler quele iban estrechos y ella no se lo había follado aquellanoche, ni siquiera después del baile, cuando todos los demásse habían turnado para ser follados por sus parejas en elChrysler New Yorker negro y dorado que le habían alquilado

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durante aquella noche al padre del torpedero del equipo, quetrabajaba en Hertz, y el New Yorker acabó con unas manchasque obligaron al torpedero a pasarse el verano enterotrabajando en el mostrador de Hertz del aeropuerto parapoder quitarlas del acabado del coche. Danny algo, sellamaba; su padre murió poco después, pero aquel verano élno pudo disputar el torneo de la American Legion por culpade aquello, y no pudo mantenerse en forma y a duras penasconsiguió entrar en el equipo de béisbol universitario de laNIU y perdió la beca y Dios sabe qué fue de él, pero ningunade las manchas era de Bondurant ni de Cheryl Ann Higgs, pesea las súplicas de él. No había hecho uso de la botella deschnapps porque si la hubiera llevado a casa borracho elpadre de ella lo habría matado o bien la habría castigado aella. El momento álgido de lo que Bondurant llevaba de vidahabía tenido lugar el 18 de mayo del 73, durante su segundoaño de facultad, cuando había marcado tres puntos bateandocomo sustituto en el último partido en casa de Bradley, trespuntos que llevaron a Oznowiez, el futuro receptor de laTriple A, a derrotar a la Southern Illinois University deEdwardsville y a meter a Bradley en las finales del Valle deMissouri, que perdieron, pero aun así, a día de hoy, no pasani un solo día en que él esté sentado con los pies encima desu escritorio y los portapapeles apilados sobre el regazo yno rememore la elevación suspendida de la bola de la SIUlanzada con efecto lateral, ni sienta el golpe seco y sinvibración de la carne del bate al impactar, ni oiga elrepiqueteo metálico que hizo el bate de aluminio al caer, nivea rebotar la bola como en una máquina del millón contra unposte de la verja de un pie de altura situado junto a lalínea de falta y golpear con un tañido la otra verja y lalínea de falta, ni vea y pueda jurar que oye cómo las dos

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verjas tintinean por la fuerza de la pelota, que él hagolpeado tan fuerte que nunca dejará de sentirla, y sinembargo no puede recordar con una nitidez ni remotamenteparecida la sensación que le causó Cheryl Ann Higgs cuandoél la penetró encima de una manta junto al estanque quehabía más allá de la arboleda y más allá del borde de lospastos de la pequeña granja lechera que operaban el señorHiggs y uno de su sinfín de hermanos, aunque sí se acordababien de qué ropa llevaban ambos, y del olor a algas nuevasque flotaba en el aire cerca de la tubería de desagüe delestanque, cuyo borboteo sonaba casi a arroyo, y de laexpresión de la cara de Cheryl Ann Higgs mientras su posturay su posición supina se volvían aquiescentes y Bondurant sedaba cuenta de que tenía el camino libre, como sueledecirse, y sin embargo él evitó mirarla a los ojos porque laexpresión de los ojos de Cheryl Ann, que Tom Bondurant no haolvidado nunca pese a no haber vuelto a pensar ni una vez enella, era una expresión de tristeza vacía y terminal, notanto la expresión de un faisán atrapado en las fauces de unperro como la de una persona que está a punto de transferiralgo que ella sabe por adelantado que nunca le devolverá unrédito suficiente. El año siguiente los vio caer en unaespiral de amor obsesivo-loco, en la cual rompieron perofueron incapaces de permanecer alejados, hasta que llegó elmomento en que ella sí que fue capaz de permanecer alejada,y ahí se acabó la historia.

El pequeño y pálidamente rosado agente del DIC Britton lepreguntó ahora a Sylvanshine sin ninguna clase de preámbuloni carraspeo introductorio qué estaba pensando, lo cual aSylvanshine le pareció grotesca y casi obscenamenteinapropiado y entrometido, casi como preguntar qué aspectotenía tu mujer desnuda o a qué olían tus funciones íntimas

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en el cuarto de baño, pero por supuesto él no podía decirnada de todo esto en voz alta, sobre todo teniendo en cuentaque su trabajo allí implicaba cultivar buenas relaciones contodos y líneas diáfanas de comunicación para que MerrillLehrl las explotara a su llegada; hacer de mediador paraMerrill Lehrl y al mismo tiempo reunir información sobretantos aspectos y asuntos relacionados con el examen dedeclaraciones como fuera posible, puesto que había que tomarciertas decisiones difíciles y delicadas, unas decisionescuya importancia iba mucho más allá de este simple centro deprovincias y que en cualquier caso iban a resultardolorosas. Sylvanshine, cuando se giró ligeramente pero nodel todo (con un destello de color naranja en el omóplatoizquierdo) para sostener por fin la mirada del ojo izquierdode Gary Britton, descubrió que apenas recibía «lectura»emocional ni ética de Britton ni de ningún otro de losocupantes del autobús salvo Bondurant, que ahora estabateniendo alguna clase de recuerdo nostálgico y estabacultivando esa nostalgia, reclinándose un poco en ella comosi estuviera dentro de un baño caliente. Cuando algovoluminoso pasó en la dirección contraria, el rectánguloenorme del parabrisas se volvió primero incandescente yluego opaco por culpa del agua, que los limpiaparabrisastuvieron que forcejear portentosamente para desplazar. Lamirada de Britton a Sylvanshine le parecía que no es que lemirara al ojo derecho sino que más bien le miraba el ojo. (Enaquel momento la mente de Thomas Bondurant, que tendía a sercomo un tornado, estaba pensando, mientras miraba por laventanilla pero más bien hacia el interior de su memoria,que uno puede mirar «a través» de una ventanilla; mirar «en»la ventanilla, como si la coleta dorada y el hombro cremosoestuvieran «en» la ventanilla; mirar «por» la ventanilla

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[que era casi como mirar «a través»], o incluso mirar «la»ventanilla, que implicaba examinar la transparencia delcristal y si estaba limpio.) La mirada parecía ser pese atodo una mirada expectante, y Sylvanshine volvió a sentir,pese al vacío de su estómago y el nervio pinzado de suclavícula, lo opaco que era el estado de ánimo general delautobús y lo diferente que era de la tensión cargada dehorror de los ciento setenta agentes del 0104 de Filadelfiao del sopor maniaco de la docena del diminuto 408 en Rome.Su propio estado de ánimo, ese híbrido complejo de fatiga dedestinación y miedo expectante que uno siente al final no deun viaje sino de un traslado, no complementaba de ningunamanera el estado de ánimo de la antigua camioneta de MisterSquishee ni el del avezado y nostálgico agente de más edadque tenía a la izquierda ni el del punto ciego humano queacababa de hacer una pregunta entrometida cuya respuestasincera implicaría sacar a colación el tema delentrometimiento y meter a Sylvanshine en un aprieto derelaciones humanas antes incluso de llegar al Centro, locual por un momento le pareció terriblemente injusto einundó a Sylvanshine de autocompasión, una sensación no tanoscura como el ala de la desesperación, pero sí teñida delcarmín de un resentimiento que era al mismo tiempo mejor ypeor que la furia ordinaria porque carecía de objetivoespecífico. No parecía haber nadie en particular a quienculpar; en el aspecto de Gary o Gerry Britton había algo queevidenciaba que su pregunta era una extensión inevitable desu carácter y que no era más culpable del mismo que unahormiga de meterse en tu ensalada de patata durante unpicnic: las criaturas hacían lo que hacían y no se podíahacer nada al respecto.

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8Bajo el letrero que levantaban cada año por mayo por

encima de la carretera de circunvalación que decía «YA ESPRIMAVERA, PIENSE EN LA SEGURIDAD AGRARIA», y a través delacceso norte con su nombre pintarrajeado y sus letrerosdedicados a la venta ambulante y a la velocidad y esegráfico universal que representa a niños jugando, y por elpasillo de asfalto flanqueado de caravanas de exposiciónextraanchas, pasando frente al rottweiler que da sacudidasinanes y tiene espasmos desenfrenados al final de su cadenay frente al ruido de fritanga que sale por la ventana de lacocina americana de la caravana, y luego tomando una curvamuy cerrada hacia la derecha y luego otra hacia la izquierdaque deja atrás un badén para adentrarse en la densa arboledaque todavía no han desbrozado para instalar másautocaravanas, y dejando atrás el ruido de cosas secas quese parten y el estridor de los bichos del fondo de laarboleda y las dos botellas y el paquete de plástico decolores vivos que hay empalados en la rama de la morera,viendo a través del paralaje cambiante de las ramas deárboles jóvenes las distintas secciones de las caravanas quehay a lo largo de los caminos anfractuosos del parque nortey de los carriles que rodean la caravana de chapa onduladadonde se decía que el hombre dejó a su familia y volvió pocodespués con un arma y los mató a todos mientras veíanDragnet, y la caravana de cinco metros de ancho medioinvadida por la maleza y situada al borde de la arboledadonde los chicos y sus chicas solían formar extrañas figurascompuestas sobre camastros y dejar atrás paquetes rotos decolores vivos, hasta que un percance protagonizado por unfogón hizo explotar la tubería del gas y abrió una enorme

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rasgadura labial en la pared sur de la caravana que ahoradeja su interior reventado expuesto a las miradas desde elborde de la arboleda y a una pluralidad de ojos mientras lasagujas de pino y los tallos de un largo invierno crujenestrepitosamente bajo una pluralidad de zapatos, allí dondela arboleda se aleja trazando una tangente más allá delcamino sin salida y sin urbanizar, por donde ahora ellasvienen al anochecer para mirar cómo el coche aparcado sebambolea sobre sus ejes. Con las ventanas casi opacas de tanempañadas y con tanto movimiento en el chasis que parece queavanza sin desplazarse, ese coche del tamaño de una barca,entre el chirrido de las riostras y los amortiguadores y untintineo que a punto está de convertirse en un ritmoverdadero. Los pájaros del atardecer y el olor a pinopartido y al chicle de canela de alguien más joven. Losmovimientos espasmódicos se parecen a los de un coche queviaja a alta velocidad por una carretera en mal estado y ledan al aspecto estático del Buick un aire onírico y cargadode algo parecido al romance o la muerte bajo la mirada delas chicas que se acuclillan en el borde elevado de laarboleda, apareciendo en pareja y con los ojosredobladamente abiertos y solemnes, buscando con la miradala aparición esporádica de la forma pálida de un brazo o unapierna en una de las ventanas (y en una ocasión, un piedesnudo que apoyó la planta en el cristal y que tambiéntemblaba), avanzando cada noche un poco más hacia delante yhacia abajo durante la semana previa a que llegue laprimavera de verdad, desafiándose en silencio la una a laotra a acercarse al coche bamboleante y asomarse alinterior, y la única de las dos que por fin lo hace noconsigue ver nada más que el reflejo de sus propios ojosmientras del otro lado del cristal viene un grito que ella

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conoce perfectamente, y que no hay vez que no vuelva adespertarla desde el otro lado de la pared de cartón de lacaravana.

Empezaron los incendios en las colinas de yeso del norte,cuyo humo flotaba y apestaba a sal; luego los pendientes depeltre desaparecieron sin que hubiera queja ni menciónalguna. Luego una noche entera de ausencia, dos. La niñahaciendo de madre de la mujer. Se trataba de augurios yseñales: ella y la mujer volvían a estar desterradas en unanoche interminable. Rutas sobre mapas que al seguirlas notrazan ninguna silueta ni figura sensata.

Vistas en plena noche desde el poblado de caravanas, lascolinas emitían un resplandor de color naranja sucio, y losruidos de los árboles vivos que estallaban por culpa delcalor del fuego se propagaban por el aire, junto con elruido de los aviones que surcaban el aire ondulante de lasalturas y dejaban caer gruesas lenguas de talco. Habíanoches en que llovía una fina ceniza que al tocarla sevolvía hollín y que mantenía a todo el mundo encerrado ensus casas, de tal manera que en el poblado no quedaba ni unasola caravana cuyas ventanas no mostraran ese resplandorsubacuático de los televisores, y cuando muchos estabansintonizados en el mismo canal a la chica le llegaban connitidez los ruidos de los programas a través de la lluvia deceniza como si ellas todavía tuvieran su propio televisor.El televisor había desaparecido sin comentario alguno antesde su última mudanza. Había sido la señal de la vezanterior.

Los chicos del poblado llevaban sombreros anchos yarrugados y corbatines de cordeles y algunos se engalanabancon prendas de color turquesa, y uno de estos la ayudó avaciar el tanque sanitario de la caravana y luego la

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presionó para que ella le hiciera una felación a modo depago, a lo cual ella le contestó prometiéndole que cualquiercosa que saliera de los pantalones de él no iba a volver aentrar. Ningún chico que fuera aproximadamente del tamaño deella la había presionado con éxito desde que aquellos dos deHouston le habían metido en el refresco algo que habíaprovocado que ellos giraran de costado en el aire y que ellano pudiera luchar y se quedara tumbada mirando el cielomientras ellos se dedicaban a hacer sus cosas como a lolejos.

Al anochecer el norte y el oeste se volvían del mismocolor. En las noches claras ella podía leer bajo la luzámbar del cielo nocturno, sentada sobre la caja de plásticoque les servía de escalón de entrada. La puerta mosquiteraya no tenía la tela pero seguía siendo una puertamosquitera, un hecho que a ella le daba que pensar. Ellapodía dibujar con las yemas de los dedos en el hollín quecubría la encimera de la cocina americana. En el naranjaincendiario del crepúsculo cada vez más cerrado y en el olorde la creosota que ardía en las abruptas colinas desde dondevenía el viento.

Su vida interior era rica y polivalente. En sus fantasíasrománticas era ella la que luchaba y conquistaba a fin derescatar algún objeto o figura que en los ensueños nunca seconcretaba ni adoptaba ninguna forma ni nombre.

Después de Houston, su muñeca favorita se habíaconvertido en una simple cabeza de muñeca, con el peloprolijamente peinado y el agujero de la cabeza enhebradopara reunirse con los hilos de un cuello; la chica teníaocho años cuando se había perdido el cuerpo, y ahora esteyacía eternamente supino e inconsciente entre las hierbasmientras la cabeza continuaba con su vida.

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El talento de su madre para relacionarse con los demásera mediocre y no incluía el don de hablar de formacoherente ni sincera. La hija había aprendido a fiarse deuna serie de acciones y a leer una serie de señales cuyosdetalles el común de los niños desconocía. Entonces habíaaparecido sobre la grieta del medio de la encimera el atlasde carreteras desvencijado y abierto de par en par por lapágina del estado natal de la madre, sobre cuyarepresentación del lugar de origen de esta descansaba unaespora de moco seco recorrida por un hilo rojo de sangre. Elatlas se pasó abierto de aquella manera casi una semana sinque nadie aludiera a él; comían a su lado. Se fue cubriendode ceniza que el viento traía a través de la tela mosquiterarota. Las hormigas infestaban todas las caravanas delpoblado debido a que las volvía locas algo que traía laceniza del incendio. Su punto de formicación era el sitioalto donde los paneles de fibra de madera de la cocinaamericana se habían desprendido en el pasado por culpa delcalor y se habían combado hacia fuera y ahora bajaban desdeallí en paralelo dos columnas vasculares de hormigas negras.Comer de pie directamente de las latas frente al fregaderoanodizado. Dos linternas y un cajón con distintos fragmentosde velas de los que la madre se abstenía porque suscigarrillos eran la luz que la guiaba al mundo. Una cajitade bórax en cada esquina de la cocina americana. El agua encubos llenados en el grifo de la lavandería, la caravana notiene suministros y los cables le cuelgan de los costados yel paradero de su propietario no lo saben ni los veteranosdel poblado, cuyas tumbonas permanecen impolutas de cenizabajo la sombra central del árbol de las pelucas. Una deestos, la Madre Tia, leía el porvenir, una mujer correosa ytemblorosa y con una cara que parecía una pecana abierta,

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envuelta en hábitos negros y con dos dientes solitarios comobolos perdonados en la bolera, y tenía sus propias cartas yuna bandeja donde la ceniza que se acumulaba se veía blanca,y la llamaba chulla y no le cobraba nada por miedo al Mal deOjo con que la niña la miraba a través del agujero de lamosquitera usando una revista enrollada como si fuera untelescopio. Dos perros amarillentos y de costillasprominentes yacían resollando a la sombra del árbol de laspelucas y solamente se levantaban de vez en cuando paraladrar a los aviones que acosaban a los incendios.

El sol permanecía en lo alto como una mirilla que daba alcorazón autocombustible del infierno.

Y hubo una señal más cuando la Madre Tia se negó arealizar sus augurios y llegó al punto de suplicar clemenciaen lugar de negarse sin más, entre las risas agudas de losdemás ancianos y viudas sentados a la sombra; nadie entendíapor qué tenía miedo de la chica y ella tampoco lo contaba,se limitaba a morderse el labio inferior con un dientesolitario mientras trazaba la letra especial una y otra vezsobre el aire vacío que tenía delante. Ella la echaría demenos, y por tanto la cabeza de la muñeca también llevaríasu recuerdo en calidad de testaferro.

El talento de la madre para relacionarse con la gente eramediocre hasta ese punto ya desde su periodo deconfinamiento clínico en University City, Missouri, en dondese le habían negado las visitas durante dieciocho díashábiles, y durante ese periodo la chica se había escapado dela asistencia social y había dormido en un vehículo Dodgeabandonado cuyas portezuelas se podían afianzar usandoperchas para la ropa dobladas.

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La chica miraba a menudo el atlas abierto y la poblaciónque había allí marcada con un moco. Ella también habíanacido allí, en las afueras, en la población que llevaba sumismo nombre. Su segunda experiencia de esa clase que suslibros hacían que pareciera dulce mediante un lenguajemediocre había tenido lugar en el coche abandonado deUniversity City, Missouri, a manos de un hombre que supodesencajar una de las perchas con el gancho de otra y que ledijo mientras le tapaba la cara con su mitón sin dedos quehabía dos maneras distintas de hacer aquello.

El tiempo máximo que ella había subsistido por completo abase de comida hurtada en tiendas era ocho días. Comoladronzuela era competente, sin más. Durante su estancia enMoab, Utah, una socia le había dicho una vez que susbolsillos no tenían imaginación, y poco después la habíantrincado y la habían hecho recoger basura con lanceta juntoa la carretera y ella y su madre se habían mudado a laautocaravana remodelada de «Kick», el vendedor de pirita yde puntas de flecha de confección propia en cuya compañía lamadre no decía nunca ni una palabra, sino que se limitaba asentarse delante de la radio y a pintarse cada uña de uncolor distinto, y una vez él le había pegado a la chica unpuñetazo tan fuerte en el estómago que había visto lasestrellas y había olido de cerca la arenilla de la base dela moqueta y desde allí había podido oír lo que la madrehabía hecho a continuación para distraer a «Kick» deprestarle más atención a aquella niña que menuda bocazatenía. Fue también así como aprendió a cortar el cable deunos frenos de tal manera que el fallo de estos no seprodujera hasta al cabo de un tiempo determinado por laprofundidad del corte.

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Una noche, acostada en el camastro bajo el resplandorherrumbroso, soñó también con un banco situado junto a unestanque y con el murmullo soñoliento de los patos mientrasella sostenía el cordel de algo que flotaba en lo alto conuna cara pintada, una cometa o un globo. La de otra chica ala que no vería nunca ni jamás sabría de ella.

Una vez en el sistema de carreteras interestatales delpaís, la madre se había puesto a contarle que ella tambiénhabía tenido una muñeca sin cabeza a la que se habíaaferrado durante los años infernales de su infancia enPeoria y de la «enfermedad nerviosa» de su madre (habíahecho esta declaración con el perfil encogido), durante loscuales la madre de la madre no la dejaba salir de la casadonde había hecho que una serie de hombres itinerantesclavaran tapacubos encontrados y abandonados en cadacentímetro del exterior a fin de desviar las transmisionesde un tal Jack Benny, un hombre rico que la abuela habíallegado a creer que estaba loco y que buscaba el «controldel pensamiento global» por medio de las ondas radiofónicasde un tono y timbre especiales. («Un tipo tan malvado nuncadejará en paz al mundo», fue una cita indirecta o testimoniode oídas reproducido durante la conducción, que la madre eracapaz de llevar a cabo al mismo tiempo que fumaba y usabauna lima de uñas.) La chica se había propuesto leer lasseñales y mantenerse informada de su propia historia pasaday presente. Para pulverizar cristales rotos hace faltapasarse una hora dándoles con un trozo de ladrillo sobre unasuperficie resistente. Había robado carne picada y bollos ya continuación había amasado la carne con el cristalpulverizado y la había cocinado con un brasero hecho contela mosquitera en la parte de atrás del Dodge abandonado ypor fin había dejado el laborioso bocadillo resultante sobre

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el asiento delantero durante varios días seguidos antes deque el hombre que la había presionado usara su percha paraforzar la portezuela del vehículo y robarlo, después de locual ya no volvió más; la madre no tardó en regresar a lacustodia de la chica. Los discos no se pueden solapar, perola abuela había dado instrucciones de que cada tapacubostocara en la medida de lo posible a los que lo rodeaban. Deesa manera, al electrificar uno, se estaban cargando todos,y así se contrarrestaba el bombardeo de las ondas. Se creabaun campo letal que saturaba todas las radios de la manzana.Citada dos veces por desviar el amperaje de la casa, lavieja había encontrado en alguna parte un generador quefuncionaba con queroseno pese a hacer un montón de ruido ydaba brincos y se zarandeaba junto al tanque de propano enforma de bomba que había justo fuera de la cocina. A veces ala joven madre se le permitía salir para enterrar a losgorriones que se posaban en la casa y mandaban su alma alcielo emitiendo un destello y una bola de humo en forma depájaro.

La chica leía historias de caballos, biografías,ciencias, psiquiatría y Mecánica popular cuando las podíaconseguir. Leía historia a conciencia. Leyó Mi lucha y noentendió a qué venía tanto escándalo. Leyó a Wells, a Steinbeck, a Keene, a Laura Wilder (dos veces) y a Lovecraft.Leyó mitades de muchos libros rotos y tirados a la basura.Leyó una Roja insignia sin cubiertas y supo por pura intuiciónque su autor no había visto nunca una guerra y que tampocosabía que más allá de ciertas condiciones extremas uno selimitaba a flotar por encima del miedo y era capaz demirarlo sin parpadear mientras hacía lo que tenía que hacero lo que le permitía estar vivo.

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El chico del poblado de caravanas que la había presionadoallí en medio del olor persistente de sus propias aguasresiduales reunió una noche a sus amigos delante de lacaravana para acecharla y hacer ruidos inhumanos bajo lalluvia de ceniza mientras la hija de la hija trazabacírculos dentro de otros círculos alrededor de su propionombre en el mapa y de las arterias que llevaban al mismo.Los incendios del yeso y el letrero iluminado del pobladoeran los polos de la noche desierta. Los chicos eructaban yaullaban a la luna y sus aullidos no se parecían para nada aaullidos de verdad y sus risas eran forzadas y sus palabraseran indiferentes al amor que ellos decían que los inflamabay que la visitaría a ella incontables veces.

Durante aquellas ocasiones en que la madre se ausentabaen compañía de hombres, la chica solicitaba catálogos yOfertas Gratuitas que le llegaban todos los días por correojunto con muestras de productos que la gente con casacompraba para disfrutarlos cuando les diera la gana, igualque la chica, que se consideraba a sí misma educada en casay no se subía al autobús con los niños y niñas del poblado.Estos poseían todos ese aspecto aturdido y manchado de lagente pobre que nunca se mueve de un mismo lugar; lascaravanas, el letrero y los camiones que pasaban eran elmobiliario de su mundo, que orbitaba pero no giraba. Lachica se los imaginaba a menudo vistos a través de un espejoretrovisor, alejándose, con los dos brazos levantados a modode despedida.

Una tela de amianto cortada cuidadosamente en tiras y unade ellas colocada en la secadora a monedas después de que lamadre del aspirante a asaltante depositara en ella su ropa yse volviera al Circle K a comprar más cerveza causó que nial chico ni a la madre se los volviera a ver delante de su

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caravana doble, que estaba apoyada en bloques de hormigón.Las serenatas de los chicos también se terminaron.

Una lata de sopa llena de aguas residuales o de losrestos de un animal muerto en la carretera, colocada debajode los bloques o del entramado plastificado de un porche deesos que se venden para acoplar, inundaba cualquier caravanade una verdadera plaga de moscas de cuerpo blando. Paramatar un árbol de sombra le tenías que clavar un trozo detubería de cobre en la base, a un palmo de distancia delsuelo; las hojas empezaban a ponerse marrones de inmediato.El truco para hacer lo del cable de los frenos o el conductode la gasolina era usar un pelador de cables que lo dejaraconvertido en un hilo finísimo en lugar de cortarlodirectamente. Hacía falta un poco de tacto. Añadir mediaonza de azúcar sacado de varios paquetes al depósito degasolina se cargaba cualquier vehículo y además no requeríahabilidad alguna. Lo mismo pasaba con meter un centavo en lacaja de fusibles o tinte rojo en el depósito de agua de unacaravana, al que se podía acceder por el panel del sumideroen todos los modelos salvo los del último año, de los que nohabía ninguno en el poblado de caravanas Vista Verde.

Engendrada en un coche y nacida en otro. Arrastrándose ensueños para ver su propia concepción.

El desierto carecía de ecos y en ese sentido era igualque el mar del que venía. A veces, de noche, llegaban losruidos del incendio, o de los aviones que volaban encírculo, o de los camiones de largo recorrido que iban porla 54 rumbo a Santa Fe, el lamento de cuyos neumáticos teníaesa cualidad balbuceante de la espuma lejana; ella setumbaba a escuchar sobre el camastro y se imaginaba no elmar ni tampoco el avance en sí de los camiones, sinocualquier cosa que ella eligiera en ese momento. A

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diferencia de la madre o de la muñeca sin cuerpo, ella eralibre dentro de su cabeza. Un genio desatado, más grande queningún sol.

La chica leyó una biografía de Hetty Green, la matriciday presunta falsificadora que había llegado a dominar elmercado de valores mientras guardaba los restos de jabóndentro de una caja de hojalata mellada que llevaba siempreencima, y que no temía a nadie en el mundo. Leyó Macbeth enversión cómic a color con los diálogos en bocadillos.

El humorista Jack Benny tenía un gesto de taparse la caracon la mano que la madre, cuando estaba lúcida, le habíacontado que le parecía tierno hasta el punto de suspirar porél, de soñar con él, metida en su casa de infancia concaparazón de escudos eléctricos, mientras su madre escribíacartas en clave al FBI.

Cerca del alba, los llanos rojos del este se iluminaban yel terrible e imperioso calor del día se agitaba en suguarida subterránea; la chica ponía la cabeza de la muñecaen el antepecho de la ventana para que contemplara cómo seabría el ojo rojo y cómo las piedrecitas y los desperdiciosproyectaban sombras tan largas como un hombre.

Ni una sola vez en cinco estados había llevado vestido nizapatos de piel.

Al amanecer del octavo día de los incendios, su madreapareció en un vehículo que parecía más grande por suarmazón ondulado y a cuyo volante iba sentado un individuomasculino desconocido. El costado del armazón decía: «LEER».

Pensamiento bloqueado, superinclusión. Vaguedad,especulación excesiva, pensamiento impreciso, confabulación,galimatías, resistencia a responder, afasia. Deliriospersecutorios. Inmovilidad catatónica, obediencia

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automática, monotonía afectiva, disolución del yo/tú,desorden cognitivo, asociaciones inconexas o poco claras.Despersonalización. Delirios de centralidad o de grandeza.Compulsividad, ritualismo. Ceguera histérica. Promiscuidad.Solipsismo o estados de éxtasis (poco frecuente).

F./L. de nacimiento de la chica: 4/11/60, Anthony,Illinois.

F./L. de nacimiento de la madre: 8/4/43, Peoria,Illinois.

Dirección más reciente: 17 Dosewallips, Unidad E, Parquede Autocaravanas Vista Verde, Organ, Nuevo México, 88052.

Alt./P. /Oj./Cab. de la chica: 1,60 m, 43 kg,castaños/castaño.

Ocupaciones declaradas de la madre entre 1966 y 1972(tomadas del impreso 669-D de la Agencia Tributaria[Certificado de Subordinación al Derecho a Retención deImpuestos Federales, Distrito 063(a)], 1972): Ayudante deLimpieza de Zona de Platos y Comida de Cafetería, Rayburn-Thrapp Agronomics, Anthony, Illinois; Operadora Cualificadade Prensa de Serigrafía hasta sufrir herida en la muñeca,All City Uniform Company, Alton, Illinois; Cajera,Convenient Food Mart Corporation, Norman, Oklahoma, yJacinto City, Texas; Camarera, Stuckey’s RestaurantsCorporation, Limon, Colorado; Ayudante de Organización deMezcla de Productos Adhesivos, National Starch and ChemicalCompany, University City, Missouri; Azafata y Camarera deBebidas, Double Deuce Live Stage Night Club, Lordsburg,Nuevo México; Vendedora Ambulante con Contrato Temporal,Cavalry Temporary Services, Moab, Utah; Organización yLimpieza de Zona de Confinamiento Canino, Best FriendsKennel and Groom, Green Valley, Arizona; Agente de

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Billetería y Encargada Nocturna Sustituta, Riské’s Live XXAdult Entertainment, Las Cruces, Nuevo México.

Una vez más viajaron en plena noche. A la luz de una lunaque se elevaba muy redonda por delante de ellos. Lo quellamaban el asiento trasero de la camioneta era un estantemás bien estrecho sobre el cual la chica podía dormir simetía las piernas por el espacio que quedaba entre losverdaderos asientos, cuyos reposacabezas tenían ese brilloapagado que deja el pelo sucio. El desorden y el olor a mohoindicaban que aquella camioneta se usaba o se había usadopara dormir; la camioneta y el hombre olían igual. La chicallevaba canesú de algodón y unos vaqueros desaparecidos enlas rodillas. La idea que tenía la madre de los hombres erausarlos igual que una hechicera usa a animales tontos: amodo de señal y de objeto de sus poderes antinaturales. Lamadre siempre se les dirigía en voz muy alta sin que lachica lo reprobara, a los familiares. Hombres morenos ypatilludos que chupaban cerillas de madera y aplastabanlatas con la mano. Que tenían unos aros dejados por el sudoren el ala de los sombreros que parecían los anillos de lostroncos de los árboles. Cuyas miradas te recorrían por elespejo retrovisor. Hombres que no se podía concebir quehubieran sido niños o que hubieran levantado la vista,desnudos, para mirar a alguien en quien confiaban, con unjuguete. A quienes la madre hablaba como si fueran bebés ysin embargo les dejaba que la trataran como a una muñeca sincabeza, que la trataran a lo bruto.

En un motel de Amarillo a la chica la pusieron en unahabitación propia con cerradura y lo bastante apartada comopara que no la oyera nadie. La cabeza de la muñeca llevabalos labios pintados con lápiz de color rosa y miraba latele. A menudo la chica desearía tener un gato o alguna

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pequeña mascota a la que dar de comer y tranquilizaracariciándole la cabeza. La madre temía a los insectosalados y llevaba botes de espray. Un espray antiviolaciónsujeto con una cadenilla y cosméticos derretidos y supitillera de cuero falso que a la vez era encendedor, dentrode un bolso de lentejuelas rojas superpuestas que la chicale había traído una Navidad en Green Valley con solamente undesgarrón diminuto cerca de la base allí donde la etiquetaelectrónica había sido forzada con una lima de uñas a fin deusar el bolso para transportar el mismo canesú que la chicallevaba ahora, y que tenía una serie de corazones de colorrosa cosidos formando una cerca al nivel de los pechos.

La camioneta también olía a provisiones echadas a perdery tenía una ventanilla con la manecilla desaparecida que seabría y se bajaba con unas tenazas. Una tarjeta pegada concinta adhesiva a una de las viseras proclamaba que laspeluqueras cardaban que daba gusto. Al tipo le faltaban losdientes de un lado; la guantera estaba cerrada con llave. Alos treinta años, la cara de la madre empezaba a mostrar lastenues costuras del proyecto de segunda cara que la vida letenía reservado y que ella temía que fuera a ser la de sumadre, y durante su periodo de encierro en University Cityse había pasado las horas sentada con las rodillas dobladas,meciéndose y rascándose y urdiendo cómo echar por tierra elplan de la cara. La foto de color sepia de la madre de lamadre cuando tenía la edad de la chica, vestida con un pichiy sentada en un asiento de pelo de caballo, enrollada dentrode la cabeza de la muñeca y transportada allí junto controcitos de jabón y tres tarjetas de biblioteca a su nombrede pila. Su diario guardado en el segundo forro de la maletaredonda. Y la foto solitaria de su madre de niña al airelibre en medio del resplandor invernal, vestida con tantos

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abrigos y gorros que parecía pariente del tanque de propano.Con la casa electrificada invisible y el círculo de nievefundida que rodeaba su base y la madre detrás de la madrepequeña, sosteniéndola erguida; la niña había cogido crup ytenía tanta fiebre que temían que no fuera a sobrevivir,pero su madre se había dado cuenta de que no tenía ningunafoto de su nenita para conservar en caso de que muriera, asíque la había tapado bien y la había sacado a la nieve paraque esperara allí mientras ella le suplicaba a un vecino quela dejara hacerle una foto con su cámara de reveladoinstantáneo para que su nena no cayera en el olvido almorir. La foto estaba distorsionada por culpa de haberpasado mucho tiempo doblada y en ella la chica no veíapisadas por ninguna parte en la nieve, la niña tenía la bocaabierta y estaba mirando hacia arriba en dirección al hombrede la cámara con expresión de confianza en que aquellotuviera algún sentido, en que fuera así como la vida teníaque funcionar. Los planes de la chica para la abuela, muyrefinados con la edad y el arte acumulado, ocupan gran partedel último tercio del diario más reciente.

Era su madre y no el individuo masculino la que iba alvolante cuando a ella la despertó el traqueteo de la gravaen Kansas. Una parada de camiones se alejaba mientras algovertical avanzaba por la carretera al lado de ellos y leshacía señales con el sombrero. Ella preguntó dónde estabanpero no preguntó por el hombre que durante tres estados sehabía dedicado a conducir con la misma mano culpable en elmuslo de la madre que la había tocado a ella, una manovigilada a través del espacio que separaba los asientos porla cabeza de la muñeca debidamente sostenida, y su despeguey su vuelo vistos en el mismo sueño del que al principioparecían formar parte la sacudida y los ruidos. La hija ya

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tenía trece años y empezaba a aparentarlos. Cuando estaba encompañía de hombres, su madre tenía una mirada lejana y depárpados caídos; ahora, en Kansas, hacía muecas por elretrovisor y masticaba chicle.

—¿Por qué no sales de ahí y te vienes aquí delanteconmigo?

El chicle olía a canela y su envoltorio bien doblado sepodía usar como ganzúa para abrir la guantera si envolvíasbien con él la punta de una lima de uñas.

Delante de un área de descanso de Portales, bajo un solde oro batido, la chica, tumbada boca arriba y medio sumidaen una siesta porosa sobre el diminuto estante de atrás,había soportado que el hombre se alzara desde el asiento delconductor, convirtiera su mano en una garra carente desensualidad y la pasara por encima del respaldo del asientopara estrujarle la teta, para estrangularle la tetilla, conunos ojos pálidos y carentes de lascivia, y ella se habíahecho la muerta y se había limitado a mirar a lo lejos sinparpadear, y se oyó la respiración del hombre y se olió sugorra caqui mientras manoseaba a lo bruto la tetilla con loque parecía ser una indiferencia ausente, y no dejó dehacerlo hasta que se oyeron los tacones altos en elaparcamiento de fuera. Pese a todo, seguía siendo unalúgubre mejora respecto a Cesar, el hombre del año anteriorque trabajaba pintando rótulos de carretera y que tenía unosgranos perpetuos de color verde en los poros de la cara y delas manos y que exigía que tanto la madre como la chicadejaran abierta la puerta del cuarto de baño fuera lo quefuera lo que estuvieran haciendo dentro, y a su vez Cesarhabía sido una mejora respecto al distrito de almacenes yantiguas fábricas desvencijadas de Houston donde se habíaunido a ellas durante dos meses «Murray Blade», el soldador

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semiprofesional cuyo cuchillo guardado en una vaina conmuelle sobre el antebrazo cubría un tatuaje de aquel mismocuchillo embutido entre dos pechos azules sin dueña que sehinchaban a los lados cada vez que cerraba el puño, algo quea él le hacía mucha gracia. Hombres con chalecos de cuero ycon arranques de mal genio que cuando estaban borrachos seponían cariñosos de maneras que hacían que se te pusieranlos pelos como escarpias.

La carretera 54 en dirección este no era federal y lascorrientes de viento de los camiones con los que se cruzabangolpeaban la camioneta y su armazón y provocaban bandazoscontra los que su madre intentaba gobernar el vehículo.Todas las ventanillas abiertas para eliminar el oloracumulado del hombre. Una cosa inmencionable en la guanteraque la madre le dijo que cerrara porque no la podía mirar.La tarjeta con su juego de palabras se alejó haciendotirabuzones en su estela y desapareció en la carreterareverberante que acababan de dejar atrás.

Al oeste de Pratt, Kansas, adquirieron y comieronburritos del Convenient Mart calentados en el artefactoinstalado a tal efecto. Un gigantesco e interminablerefresco granizado.

Detrás de su caparazón de llantas y de papel de aluminio,la madre de la madre sostenía que cuando aquel loco de JackBenny o sus esclavos con espirales en los ojos vinieran apor ellas, la mejor defensa que tenían a su disposición erahacerse las muertas, permanecer tumbadas con los ojosabiertos y no parpadear ni respirar mientras los hombresvolvían a enfundar sus pistolas de rayos y echaban unvistazo a la casa y por fin las miraban a ellas,encogiéndose de hombros y comentando que parecía que habíanllegado tarde porque mira, la mujer y su núbil hija ya

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estaban muertas y por tanto ellos ya se podían marchar.Obligadas a ensayar juntas en las camas idénticas, confrascos abiertos de pastillas en la mesilla de en medio ylas manos dispuestas sobre el pecho y los ojos muy abiertosy respirando de forma tan poco profunda que el pecho no seles moviera para nada. La mayor de las dos era capaz depasar ratos muy largos sin parpadear; la madre niña no podíay enseguida se le cerraban los ojos, porque una niña viva noes como una muñeca y le hace falta parpadear y respirar. Lamujer mayor le decía que una se podía lubricar a sí misma avoluntad si aplicaba la disciplina y el tiempo suficientes.Rezaba el rosario con un collar de carnaval y tenía unapequeña cerradura de níquel en el buzón. La parte de lasventanas que quedaba entre los círculos negros de lostapacubos estaba tapada con papel de aluminio. La madrellevaba encima colirios y siempre afirmaba que tenía losojos secos.

Ir en el asiento de delante estaba bien. La chica nopreguntó por el hombre de la camioneta. La camioneta en laque iban era de él, pero él no iba en ella; era difícilencontrar algún motivo de queja en aquello. Los talentos dela madre para relacionarse con la gente eran menos mediocrescuando las dos tenían lo mismo delante: ella hacía bromitasy cantaba y mandaba miradas discretas en dirección a lahija. Todo lo que quedaba situado más allá del alcance delos faros resultaba casi por completo indistinto. Ellallevaba el apellido de soltera de su abuela, Ware. Ahorapodía apoyar las suelas de sus zapatos en la guantera negrade la camioneta y mirar por entre sus rodillas, toda lalengua de carretera iluminada por los faros quedaba entreellas. La línea discontinua central les gritaba en morse yla luna del color del hueso era redonda y las nubes pasaban

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por delante de ella y cobraban formas al hacerlo. Primerodedos y luego manos enteras y por fin árboles de relámpagosparpadeaban en el horizonte occidental; detrás de ellos novenía nada. Ella no paraba de buscar con la vista luces oseñales de que alguien las siguiera. La pintura de labios dela madre era demasiado estridente para la forma de su boca.La chica no preguntaba. La probabilidad era alta. Era eltípico hombre que presentaría denuncia o bien intentaríaseguirles la pista como si fuera un segundo «Kick» yencontrarlas por abandonarlo agitando el sombrero en mediode la carretera. Si ella se lo preguntara, la cara de lamadre se desinflaría mientras pensaba qué decir, cuando laverdad era que no había pensado en absoluto. Era el destinoy la bendición de la chica conocer las mentes de las doscomo si fueran una sola, aguantar el volante mientras lamadre se volvía a aplicar colirio Murine.

Tomaron un desayuno caliente en Plepler, Missouri, bajouna lluvia que hacía borbotear las alcantarillas ytamborileaba contra el cristal de la cafetería. La camareravestida con ropa blanca de enfermera tenía una cara curtiday de rasgos marcados y las llamó a las dos «cariño» yllevaba una chapa que decía «Estoy al borde del ataque denervios... ¡solo me faltabas tú!» y coqueteaba con lostrabajadores a los que conocía por sus nombres mientrassalía vapor de la cocina por encima de la barra sobre lacual ella iba colgando las hojas de su cuaderno, y la chicausó su cepillo de dientes en un cuarto de baño a cuyacerradura le faltaba el cierre. La campana que colgabafrente a la puerta sonaba para señalar la llegada de losclientes. La madre quería panecillos y buñuelos de patata yharina de maíz cocida con sirope, y pidieron las dos, y lamadre buscó una cerilla seca, y pronto la chica la oyó

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reírse de algo que habían dicho los hombres de la barra. Lalluvia azotaba la calle y los coches pasaban despacio y lacamioneta de ellas con su armazón miraba hacia la mesa yseguía teniendo las luces de aparcado encendidas, algo queella vio, y también vio con la imaginación al dueño legal dela camioneta todavía plantado en la carretera, a las afuerasde Kismet, extendiendo las manos convertidas en garras endirección al espacio donde la camioneta se había alejadohasta desaparecer mientras la madre golpeaba el volante y seapartaba el pelo de los ojos a soplidos. La chica rebañó sutostada en la yema del huevo. De los dos hombres que ahoraentraron y ocuparon el reservado contiguo, uno tenía unaspatillas y unos ojos parecidos a los del dueño de lacamioneta y una gorra roja que la lluvia había vuelto negra.La camarera con su lápiz diminuto y su cuaderno les dijo aestos dos:

—¿Qué haces sentándote en un cochino reservado?—Pues porque quiero estar cerca de ti, cariño.—Pues te podrías haber sentado allá y habrías estado más

cerca.—Coño. 

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9PREFACIO DEL AUTORAquí el autor. Quiero decir el autor de verdad, el ser

humano de carne y hueso que sostiene el lápiz, no unamáscara narrativa abstracta. Cierto, en algunos momentos deEl rey pálido existe esa máscara, pero se trata principalmentede un constructo legítimo y meramente formal, una entidadque existe únicamente con fines legales y comerciales, casicomo una corporación; no tiene ninguna conexión directa ydemostrable conmigo como persona. Pero este de aquí soy yocomo persona real, David Wallace, de cuarenta años, connúmero de Seguridad Social 975-04-2012[1], dirigiéndome austedes desde el despacho deducible mediante el impreso 8829que tengo en mi domicilio situado en el 725 de Indian HillBoulevard, Claremont 91711, California, en el quinto día dela primavera de 2005, para informarles de lo siguiente:

Todo esto es verdad. Este libro es completamenteverídico.

Es obvio que les debo una explicación. En primer lugar,vuelvan atrás y echen un vistazo a la advertencia legal dellibro, que está en la página del copyright, lado dorso, acuatro hojas de la más bien engañosa y desafortunadaportada. La advertencia es ese párrafo sin sangrar queempieza: «Lo que sigue es una obra de ficción». Soyconsciente de que la población general nunca lee esa clasede advertencias, igual que tampoco nos molestamos en mirarla atribución de derechos de autor ni los datos de laBiblioteca del Congreso ni ninguno de esos tediosos yformularios textos estándar que hay en los contratos deventa y en los anuncios y que todo el mundo sabe que están

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ahí solamente por razones legales. Pero ahora necesito queustedes la lean, la advertencia, y que entiendan que suarranque («Lo que sigue...») también abarca este Prefaciodel Autor. En otras palabras, que la advertencia definetambién este párrafo como ficción, lo cual quiere decir quelo coloca dentro del área de protección legal especial quedicha advertencia establece. Y yo necesito esa protecciónlegal a fin de informarles de que lo que sigue[2], enrealidad, no es para nada ficticio, sino que essustancialmente verdadero y preciso. Que El rey pálido, dehecho, viene a ser más una autobiografía que ninguna clasede historia inventada.

Podría parecer que esto plantea una paradoja irritante.La advertencia legal del libro define todo lo que sigue comoficción, incluido el Prefacio, y sin embargo en ese Prefacioyo voy y digo que en realidad nada de ello es ficticio; demanera que si te crees una cosa no te puedes creer la otra,etcétera, etcétera. Quiero asegurarles que a mí también meresultan irritantes esta clase de paradojas efectistas yautorreferenciales —por lo menos desde que cumplí lostreinta años— y que si algo no es este libro es una especiede chascarrillo ingenioso y metaficticio. Es por eso que meestoy asegurando de violar el protocolo y dirigirme austedes aquí directamente, en tanto que mi yo real; es poreso que todos los datos específicos que me identifican comopersona real han sido expuestos al principio de estePrefacio. Para que yo pueda informarles de la verdad, de queaquí la única «ficción» genuina es la advertencia de lapágina del copyright, que, repito, es un artefacto legal: elúnico propósito de la advertencia es descargarnos de todaresponsabilidad legal a mí, a la editorial que publica ellibro y a los distribuidores que trabajan con la editorial.

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La razón de que esas protecciones sean especialmentenecesarias aquí —de que, de hecho, la editorial[3] hayainsistido en que estén a modo de condición previa paraaceptar el manuscrito y pagar el adelanto— es la misma razónpor la que la advertencia es, en el fondo, mentira.[4]

Aquí va toda la verdad: lo que sigue es sustancialmenteverídico y preciso. O por lo menos es un relato parcialmayormente verídico y preciso de lo que yo vi y oí e hice,de la gente a la que conocí y con la que trabajé y a cuyasórdenes estuve, y de todo lo que me pasó en el Centro 047 dela Agencia Tributaria, el Centro Regional de Examen delMedio Oeste, Peoria, Illinois, entre 1985 y 1986. De hecho,gran parte del libro se basa en distintos cuadernos ydiarios que escribí durante los trece meses que pasé comoexaminador de a pie en el CRE del Medio Oeste. («Se basa»quiere decir que más o menos lo he sacado todo de ahí, porrazones que sin duda quedarán claras.) El rey pálido es, enotras palabras, una especie de autobiografía vocacional.También se supone que ha de funcionar como retrato de unaburocracia —probablemente la burocracia federal másimportante de la vida americana— en un momento de enormesluchas internas e introspección, los dolores del parto de loque los profesionales del fisco han venido a denominar laNueva Agencia Tributaria.

En aras de poner las cartas sobre la mesa, sin embargo,tengo que ser explícito y aclarar que el adverbio de laexpresión «sustancialmente verídico y preciso» se refiere nosolamente a la inevitable subjetividad y sesgo que hay entodas las autobiografías. La verdad es que en este relatosin ficción hay algunos pequeños cambios y reordenamientosestratégicos, la mayoría de los cuales han evolucionado a lolargo de los sucesivos borradores como respuesta a las

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sugerencias del editor del libro, que en ocasiones se havisto en una posición muy delicada en términos de establecerun equilibrio entre las prioridades literarias y lasperiodísticas, por un lado, y las preocupaciones legales ycorporativas por el otro. Probablemente yo no debería hablarmás de este asunto. Hay, por supuesto, toda una tortuosahistoria previa relativa al veto legal que sufrieron lostres borradores finales del manuscrito. Les voy a ahorrar austedes el tener que leer esa historia, sin embargo, aunquesolamente sea porque el hecho de narrar esa historia internatraicionaría el propósito mismo del repetitivo ymicroscópicamente cauteloso proceso de veto y de toda lamiríada de pequeños cambios y reordenamientos destinados aacomodar dichos cambios que se fueron haciendo necesarioscuando, por ejemplo, cierta gente se negó a firmarautorizaciones legales, o cuando una compañía de tamañomedio amenazó con emprender acciones legales si se usabaaquí su nombre real o cualesquiera detalles queidentificaran su verdadera situación fiscal, con o sinadvertencia legal[5].

En el análisis final, sin embargo, hay muchos menos deestos pequeños cambios destinados a ocultar identidades yreordenamientos temporales de los que uno se imaginaría. Yes que tiene ventajas claras limitar el ámbito de unasmemorias a un único intervalo (añadiendo las historiasprevias relevantes) de un pasado que ya nos parece lejano atodos. Para empezar, el hecho de que a la gente ya no leimporta demasiado. Me refiero a la gente que sale en ellibro. Los asistentes jurídicos de la editorial tuvieronmuchos menos problemas para obtener autorizaciones legalesfirmadas de lo que habían predicho los abogados. Las razonesde esto son diversas, pero (tal como mi abogado y yo

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habíamos comentado anteriormente) obvias. De las personasnombradas, descritas y a veces incluso proyectadas en laconciencia de los supuestos «personajes» de El rey pálido, lamayoría ya han abandonado la Agencia. De los que quedan,bastantes han alcanzado rangos funcionariales GS que loshacen más o menos invulnerables[6]. Además, debido a laépoca del año que era cuando se presentaron los borradoresdel libro para ser examinados, confío en que algunosmiembros del personal de la Agencia estuvieran tan ocupadosy distraídos que en realidad no llegaran a leer elmanuscrito y, después de esperar un intervalo decente paradar la impresión de que lo habían estudiado con atención yhabían deliberado sobre el tema, firmaran la autorizaciónlegal a fin de tener la sensación de que se habían quitadouna tarea más de encima. También hubo varios que parecieronhalagados por la idea de que alguien les hubiera prestado lasuficiente atención como para ser capaz, años después, derecordar sus contribuciones. Hubo unos cuantos que firmaronporque han seguido siendo, a lo largo de los años, amigosmíos; uno de ellos probablemente sea la amistad más profunday valiosa que he hecho en la vida. Algunos habían muerto.Hubo dos que resultó que estaban en la cárcel, uno de loscuales era alguien de quien nunca te lo habrías imaginado ode quien nunca habrías sospechado.

No todo el mundo firmó las autorizaciones legales; noquiero dar esa idea. Pero sí la mayoría. Varios tambiénaceptaron ser entrevistados ante una grabadora. Allí dondeha sido apropiado, se han transcrito directamente en eltexto partes de sus respuestas grabadas. Otros han tenido laamabilidad de firmar autorizaciones adicionales parapermitir el uso de ciertas grabaciones audiovisuales deellos que se llevaron a cabo en 1984 como parte de un

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proyecto abortado de vídeo de motivación y reclutamiento dela División de Personal de la Agencia Tributaria[7].Asimismo, han proporcionado recuerdos y detalles concretosque, combinados con las técnicas del periodismo reconstructivo[8], han generado escenas de una autoridad y unrealismo inmensos, independientemente de si este autorestaba o no realmente presente de forma corpórea en laescena que ellos estaban describiendo.

Lo que estoy intentando hacer entender aquí es que todosigue siendo sustancialmente verídico —me refiero al librodel que este Prefacio forma parte— a pesar de las distintasmaneras en que algunos de los capítulos siguientes hantenido que ser distorsionados, despersonalizados,polifonizados o retocados a fin de adaptarse a lasespecificaciones del aviso legal. Con esto no quiero decirque los retoques sean todos chascarrillos gratuitos; debidoa las ya mencionadas restricciones legales-barra-comerciales, han terminado siendo esenciales para elproyecto global del libro. La idea, tal como acordaron losabogados de ambas partes, es que los elementos como loscambios de punto de vista, la fragmentación estructural, lasincongruencias deliberadas, etcétera, se considerensimplemente los análogos literarios modernos del «Érase unavez...» o del «En un país muy, muy lejano vivía...» o decualquier otro de los recursos tradicionales que señalabanal lector que lo que se avecinaba era ficción y había queprocesarlo como tal. Porque tal como sabe todo el mundo, demanera consciente o no, siempre se establece una especie decontrato tácito entre el autor de un libro y su lector, ylos términos de este contrato siempre dependen de ciertoscódigos y gestos que el autor emplea para indicarle allector de qué clase de libro se trata, es decir, si es algo

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inventado o si es verídico. Y estos códigos son importantes,porque el contrato subliminal de la no ficción es muydistinto al de la ficción[9]. Lo que estoy intentando haceraquí, dentro del marco protector del aviso de la página delcopyright, es cancelar esos códigos tácitos y mostrarme cienpor cien abierto y franco acerca de los términos delpresente contrato. El rey pálido es básicamente unaautobiografía sin ficción, con elementos adicionales deperiodismo reconstructivo, psicología organizativa,educación cívica elemental, teoría fiscal y demás. Elcontrato mutuo que firmamos aquí se basa en las presuncionesde a) mi veracidad, y b) el entendimiento por parte deustedes de que cualesquiera elementos o semiones que puedaparecer que socavan la veracidad son de hecho artefactos deprotección legal, un poco como ese texto estándar queacompaña a las apuestas y a los contratos civiles, y portanto no hay que decodificarlos ni «leerlos» sino más bienlimitarse a aceptarlos como parte del coste que tiene el quehagamos negocios juntos, por decirlo de alguna manera, en elclima comercial de hoy día[10].

Además, está el hecho autobiográfico de que, igual quemuchos otros jóvenes frustrados y empollones de aquellaépoca, yo soñaba con ser «artista», es decir, con seralguien que de adulto tuviera un trabajo original y creativoy no tedioso y monótono. Concretamente, yo soñaba conconvertirme en un escritor de ficción inmortalmentegrandioso al estilo de Gaddis o Anderson, Balzac o Perec,etcétera; y muchos de los pasajes de los cuadernos en losque se basan varias partes de estas memorias también estabanliterariamente retocados y fracturados; era simplemente lamanera en que yo me veía a mí mismo por entonces. En ciertosentido, se podría decir que mis ambiciones literarias eran

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la razón principal por la que me estaba tomando unatemporada de descanso de la universidad y había entrado atrabajar en el CRE del Medio Oeste, aunque la mayor parte deestos antecedentes son tangenciales y solamente me referiréa ellos en este Prefacio, y aun así muy brevemente, a saber:

Para no extenderme, la verdad es que las primerashistorias de ficción por las que me pagaron concernían aotros alumnos de la primera universidad a la que yo habíaido, que era extremadamente cara y elitista y estabaprincipalmente poblada por licenciados de facultadesprivadas de élite de Nueva York y Nueva Inglaterra. Sinentrar en demasiados detalles, digamos simplemente que yoproduje ciertas piezas de prosa para ciertos alumnos sobreciertos temas académicos, y que dichas piezas eran ficticiasen el sentido de que tenían estilos, tesis y personajesacadémicos que no eran los míos e iban firmados por autoresque no eran yo. Creo que ya se hacen ustedes a la idea. Laprincipal motivación detrás de esta pequeña empresa era,como pasa muy a menudo en el mundo real, financiera. No esque yo fuera desesperadamente pobre en la universidad, peromi familia no era rica ni mucho menos, y una parte de mipaquete de ayudas financieras requería aceptar cuantiosospréstamos para el estudio. Y yo era consciente de que tenerdeudas por préstamos para el estudio era algo tremendamentenocivo si después de la universidad uno se quería dedicar acualquier clase de carrera artística, puesto que es sabidoque la mayoría de los artistas se pasan años bregando ysumidos en el anonimato ascético antes de que su profesiónles reporte ninguna clase de ingresos.

Por otro lado, en aquella universidad había muchosalumnos cuyas familias estaban en posición de pagarles nosolamente la matrícula completa sino también de darles

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dinero para cualesquiera gastos personales que se lespresentaran, sin hacerles preguntas. Y por «gastospersonales» me refiero a cosas como fines de semana deesquí, equipos de sonido ridículamente caros, fiestas defraternidades con barras de bebida completamente surtidas,etcétera. Por no mencionar el hecho de que el campus enteromedía menos de dos acres y sin embargo la mayoría de losalumnos tenía coche propio, lo cual añadía un gasto decuatrocientos dólares por semestre en concepto de plaza enuno de los aparcamientos de la universidad. Todo resultababastante increíble. En muchos sentidos, aquella universidadfue mi introducción a la lúgubre realidad de las clasessociales, la estratificación económica y las realidadesfinancieras completamente dispares en las que habitaban losdistintos tipos de americanos.

Algunos de aquellos estudiantes de clase alta eranciertamente niños malcriados, cretinos y/o indiferentes alas cuestiones éticas. Otros sufrían enormes presiones desus familias y no conseguían, por las razones que fueran,alcanzar lo que sus padres consideraban que era su nivel depotencial verdadero. Algunos no gestionaban bien su tiempo ysus responsabilidades, de manera que sus trabajos académicoslos dejaban entre la espada y la pared. Estoy seguro de quese lo imaginan ustedes más o menos. Digamos simplemente que,a fin de posicionarme para liquidar algunos de mis préstamosde forma acelerada, yo suministraba cierto servicio. Aquelservicio no era barato, pero a mí se me daba muy bien y lodesempeñaba con mucha cautela, es decir, siempre exigía unamuestra de la escritura previa de mis clientes lo bastanteamplia como para determinar cómo solían pensar y expresarse,y nunca cometía la equivocación de entregar algo que fuerainverosímilmente superior al trabajo previo de alguien.

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Probablemente se entiende por qué aquella case de ejercicioseran un buen entrenamiento para alguien interesado en esoque se llama «escritura creativa»[11]. Las ganancias de laempresa las iba invirtiendo en una cuenta bancaria de altorendimiento; y por aquella época las tasas de interés eranaltas, mientras que los préstamos para el estudio noempiezan a acumular interés hasta que uno termina launiversidad. La estrategia global era conservadora, entérminos tanto financieros como académicos. Tampoco es queyo hiciera varias de aquellas piezas de ficción por encargoa la semana, ni mucho menos. Al fin y al cabo, también teníamucho trabajo propio.

A fin de adelantarme a una pregunta que es probable quesurja, admitiré que todo esto resultaba éticamente ambiguoen el mejor de los casos. Es por eso que he decidido sersincero por encima de todo y admitir que yo no estaba en lamiseria ni me hacían falta los ingresos extra para comer ninada parecido. Yo no estaba desesperado. Sin embargo, síestaba intentando reunir unos ahorros para lo que yoesperaba[12] que fueran unas deudas agobiantes después degraduarme. Soy consciente de que esto no es excusa,estrictamente hablando, pero sí creo que sirve por lo menoscomo explicación; y también había otros factores ycircunstancias de índole más general que se podríanconsiderar atenuantes. Por ejemplo, resultó que launiversidad en sí hacía gala de una hipocresía moralconsiderable y no paraba de felicitarse por su diversidad ypor su devoción izquierdista en materia política, cuando enrealidad a lo que se dedicaban era a preparar a chavales deélite para que accedieran a profesiones de élite y ganarantoneladas de dinero, aumentando de esa manera la reserva deprósperos ex alumnos donantes. Sin que nadie hablara nunca

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del tema ni se permitiera ser consciente de ello, aquellauniversidad era un verdadero templo a Mammón. No estoy debroma. Por ejemplo, la licenciatura más popular eraEconómicas, y los mejores y más brillantes de mis compañerosde clase parecían todos obsesionados con hacer carrera enWall Street, cuya ética pública por aquella época se resumíaen la frase «La codicia es buena». Por no mencionar el hechode que en el campus había camellos de cocaína al por menorque ganaban mucho más dinero del que yo había ganado nunca.Estos son únicamente un par de los factores que yo podría,si quisiera, presentar como atenuantes. Mi actitud sobre eltema era distante y profesional, un poco como la de unabogado. Mi punto de vista básico consistía en que, pese aque había ciertos elementos de mi empresa que técnicamentese podía decir que ayudaban o instigaban la decisión de uncliente de violar el Código de Honradez Académica de launiversidad, esa decisión, así como la responsabilidadpráctica y moral que comportaba, recaía en el cliente. Yoestaba llevando a cabo una serie de trabajos de escriturapor encargo a sueldo; la razón por la que ciertos alumnosquerían ciertos escritos de cierta extensión sobre ciertostemas, y lo que hicieran con los mismos después de que yo selos entregara, no eran asuntos míos.

Baste decir que este punto de vista no lo compartió elConsejo Judicial de la universidad a finales de 1984. Aquíla historia se vuelve compleja y un poco escabrosa, yprobablemente una autobiografía convencional se detendría enlos detalles y en las feas injusticias e hipocresías queentraron en juego. Pero yo no pienso hacerlo. Al fin y alcabo, todo esto lo menciono con el único objeto deproporcionar algo de contexto para esos elementos formalesde aspecto ostensiblemente «ficticio» de la autobiografía no

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convencional que ustedes (en ello confío) han comprado y dela que ahora están disfrutando. Y también, por supuesto,para explicar por qué estaba yo desempeñando uno de lostrabajos de oficina más tediosos y monótonos que existen enAmérica durante el que tendría que haber sido mi tercer añoen una universidad de élite[13], y así no dejar pendienteesta pregunta obvia que nos iba a distraer durante todo ellibro (un tipo de distracción que yo personalmente detesto,como lector). Dado lo limitado de estos objetivos, pues, lomás probable es que no valga la pena esbozar toda la debacledel Código de H.A. más que con unas cuantas pinceladassimples y esquemáticas, a saber:

1a) La gente ingenua, más o menos por definición, no sabeque es ingenua. 1b) Yo me doy cuenta ahora de que eraingenuo. 2. Por distintas razones personales, yo no eramiembro de ninguna fraternidad del campus, y es por eso quedesconocía muchas de las extrañas costumbres y prácticastribales de la llamada comunidad «griega» de la universidad.3a) Una de las fraternidades de la universidad habíainstituido la práctica fenomenalmente estúpida y miope decolocar detrás de la barra de bebidas de su sala de billaresun archivador de dos cajones que contenía copias de ciertosexámenes recientes, conjuntos de problemas, informes delaboratorio y proyectos de curso que habían sacado notasaltas, todo ello disponible para ser plagiado. 3b) Hablandode estupidez fenomenal, resultó que no solamente uno, sinotres miembros distintos de aquella fraternidad, sinmolestarse en consultar a la parte a la que se lo habíanencargado y de cuyas manos lo habían recibido, había metidoen aquel archivador comunitario un proyecto que técnicamenteno les pertenecía. 4. La paradoja del plagio es que enrealidad se requiere mucho cuidado y trabajo duro para

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llevarlo a cabo con éxito, dado que hay que modificar elestilo del texto original, su sustancia y sus secuenciaslógicas lo bastante como para que el plagio no resulte totale insultantemente obvio para el profesor que lo tiene quepuntuar. 5a) El tipo de miembro de fraternidad malcriado ycretino que acude a un archivador comunitario en busca de unproyecto de curso sobre el uso de los deflactores implícitosdel PIB en la teoría macroeconómica es el mismo tipo que notiene ni idea del trabajo extra que requiere paradójicamenteun buen plagio, ni tampoco le importa. En cambio, porincreíble que parezca, es capaz de remangarse y volver amecanografiar el texto, palabra por palabra. 5b) Y lo másincreíble de todo, tampoco se molestará en verificar que nohaya ninguno de sus hermanos de fraternidad que estéplaneando plagiar el mismo proyecto para el mismo curso. 6.Resulta que el sistema moral de una fraternidaduniversitaria es clásicamente tribal, es decir, que secaracteriza por un sentido profundo del honor, la discrecióny la lealtad para con los llamados «hermanos», al que seañade una falta total y sociopática de consideración por losintereses o incluso por la humanidad de cualquiera que seencuentre fuera de ese conjunto fraternal.

Terminemos el esbozo aquí. Dudo que les haga falta austedes un diagrama completo para imaginarse lo que se mevino encima, ni tampoco un manual de dinámica de clasessociales americanas para entender, de los cinco alumnos queterminaron recibiendo una advertencia académica o siendoobligados a repetir ciertos cursos frente al único que fueformalmente suspendido en espera de consideración deexpulsión y posible[14] transferencia del caso al Fiscal delDistrito del Condado de Hampshire, cuál de ellos fue este,su seguro servidor, el autor de carne y hueso, el señor

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David Wallace de Philo, Illinois, diminuta población anodinae insignificante adonde ni yo ni mi familia nos moríamos deentusiasmo ante la perspectiva de que yo regresara parasentarme y ver la tele durante por lo menos uno y hastapuede que dos semestres que la administración de launiversidad se iba a tomar con toda la calma del mundoplantearse mi destino[15]. Entretanto, de acuerdo con lostérminos del §106 (apartados c-d) del Acta Federal de Cobrode Deudas de 1966, el reloj de la devolución de misPréstamos Garantizados para el Estudio empezó a correr, confecha del 1 de enero de 1985, a un interés del 6,25 porciento.

Nuevamente, si algo de todo esto resulta vago oincompleto, es porque les estoy ofreciendo una versión muydesnuda y orientada a mi misión de explicar quién era yo ydónde estaba, en términos de situación vital, durante lostrece meses que me pasé como examinador de la AgenciaTributaria. Además, me temo que la cuestión de cómo acabé enaquel puesto gubernamental es un elemento retrospectivo queúnicamente puedo explicar de forma oblicua, es decir,explicando de manera ostensible por qué no puedo hablar deello[16]. En primer lugar, les pido que tengan en cuenta laya citada falta de disposición de mi familia a que yoregresara y sirviera mi condena en el limbo de mi casa dePhilo, una reticencia mutua que a su vez está relacionadacon un montón de cuestiones e historias entre mi familia yyo en las que yo no podría entrar ni aunque quisiera (véasemás abajo). En segundo lugar, les informo de que la ciudadde Peoria, Illinois, está a unos ciento cincuenta kilómetrosmás o menos de Philo, una distancia que permite unasupervisión familiar general pero desprovista de eseconocimiento detallado y próximo que puede infundir

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sentimientos de preocupación o de responsabilidad. En tercerlugar, puedo dirigir la atención de ustedes al §1101 delActa del Congreso de Prácticas Justas en el Cobro de Deudasde 1977, que resulta que cancela el §106 (apartados c-d) delActa Federal de Cobro de Deudas de 1966 y autoriza elaplazamiento de los pagos de Préstamos Garantizados para elEstudio para empleados demostrados de ciertas agenciasgubernamentales, incluyendo esa agencia que ustedes ya seimaginan. En cuarto lugar, se me ha permitido, después deuna serie de negociaciones exhaustivas con los abogados dela editorial, explicarles a ustedes que mis trece meses decontrato, destinación y nivel salarial de funcionario derango GS-9 fueron resultado de ciertas acciones sub rosa porparte de cierto pariente[17] sin nombre que tenía contactosno especificados con la Oficina del Comisionado Regional delMedio Oeste de cierta agencia gubernamental sin nombre. Ypor último, y lo más importante de todo, también se me hapermitido explicar, aunque sea usando un lenguaje que no escompletamente el mío, que una serie de miembros de mifamilia también se negaron unánimemente a firmar lasautorizaciones legales necesarias para llevar a cabocualquier uso, mención o representación ulterior o másespecífica de sus personas, así como ninguna semblanza suyabajo ninguna capacidad, marco, forma o disfraz, incluyendolas referencias sine damno, en el seno de la obra escritahasta ahora titulada El rey pálido, y es por eso que no puedoentrar en más detalle sobre los cómos y los porquésgenerales. Fin de la explicación de la ausencia de unaverdadera explicación, que, por irritante o poco clara quepueda resultar, es (nuevamente) preferible a dejar que lapregunta de cómo/por qué estaba yo trabajando en el CentroRegional de Examen del Medio Oeste se quede ahí flotando y

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sin contestar durante todo el texto que sigue[18], igual queel elefante en la sala del dicho.

Seguramente debería abordar aquí también una preguntaasociada con mi motivación fundamental y centrada en lascuestiones de la veracidad y la confianza que ya hemencionado hace varios párrafos, a saber, ¿por qué escribiruna autobiografía sin ficción si yo soy principalmente unescritor de ficción? Por no mencionar la pregunta de por quérestringir esa autobiografía a un solo año, ya lejano en eltiempo, que me pasé exiliado de todo lo que me ha importadoo me ha interesado alguna vez, convertido en poco más queuna diminuta y efímera pieza del engranaje de una burocraciafederal inmensa[19]. Aquí hay dos tipos posibles derespuesta válida, una de las cuales es más personal y laotra más literaria/humanista. En el plano personal, resultatentador, de inicio, decir que no es asunto de ustedes paranada... lo que pasa es que dirigirse a ustedes directamentey en persona en el presente cultural de 2005 tiene ladesventaja de que, tal como sabemos tanto ustedes como yo,ya no existe ninguna clase de línea divisoria clara entre lopersonal y lo público, o, mejor dicho, entre lo privado y loperformativo. Entre los ejemplos obvios se cuentan losblogs, los reality shows, las cámaras de los teléfonosmóviles, los chats... por no mencionar el espectacularaumento de popularidad de las memorias como géneroliterario. Por supuesto, la «popularidad» es, en estecontexto, sinónimo de rentabilidad; y la realidad es que esesolo hecho ya debería bastar, en términos de motivaciónpersonal. Piensen que en 2003 el adelanto[20] medio que sele pagaba a un autor por unas memorias era casi dos veces ymedia lo que se pagaba por una obra de ficción. La simpleverdad es que yo, igual que otros muchos americanos, he

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sufrido reveses como resultado de la volátil economía de losúltimos años, y que dichos reveses han tenido lugar al mismotiempo que mis obligaciones financieras crecían junto con miedad y mis responsabilidades[21]; y, entretanto, toda clasede escritores americanos —a algunos los conozcopersonalmente, incluyendo a uno a quien tuve que prestardinero para que pudiera salir adelante no hace tanto, enprimavera de 2001— han registrado éxitos tremendos alpublicar memorias[22], y yo sería un cochino hipócrita sifingiera que vivo menos pendiente o menos receptivo a lasfuerzas del mercado que el resto de la gente.

Tal como sabe toda la gente madura, sin embargo, en elalma humana pueden coexistir muchas clases distintas demotivos y emociones. Resulta simplemente imposible que unaautobiografía como El rey pálido haya sido escrita solamentepara obtener un provecho financiero. Una paradoja de laescritura profesional es que los libros que se escribenúnicamente para ganar dinero y/o elogios casi nunca serán lobastante buenos como para cosechar ninguna de ambas cosas.La verdad es que la narración más amplia que comprende estePrefacio reviste un valor social y artístico importante.Puede que esto suene engreído, pero les aseguro que yo nohabría invertido en El rey pálido tres años de duro trabajo (másquince meses adicionales de jaleos legales y editoriales) sino estuviera convencido de que es cierto. Echen un vistazo,por ejemplo, a lo siguiente, que es una transcripciónliteral de una serie de comentarios llevados a cabo por elseñor DeWitt Glendenning Jr., Director del Centro Regionalde Examen del Medio Oeste durante la mayor parte del tiempoque pasé destinado allí:

Si conoces la posición que adopta una persona hacia losimpuestos, puedes determinar toda su filosofía. El código

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tributario, en cuanto lo conoces, encarna la esencia de lavida [humana]: la codicia, la política, el poder, la bondad,la caridad.

A estas cualidades que el señor Glendenning adjudicaba alcódigo a mí me gustaría, con pleno respeto, añadir una más:el aburrimiento. La opacidad. La falta de manejabilidad.

Todo esto se puede decir de otra manera. Puede que sueneun poco árido y obtuso, pero es porque lo estoy reduciendo asu puro esqueleto abstracto:

1985 fue un año crítico para la fiscalidad americana ypara la ejecución que estaba llevando a cabo la AgenciaTributaria del código fiscal americano. En resumen, aquelaño no solamente vio unos cambios fundamentales en elmandato operativo de la Agencia, sino también el clímax deuna batalla en el seno de la Agencia entre los defensores ylos oponentes de un sistema fiscal cada vez más automatizadoy computerizado. Por razones administrativas complejas, elCentro Regional de Examen del Medio Oeste se convirtió enuno de los escenarios en los que se desarrolló la fasecrucial de esta batalla.

Pero eso no es todo. Tal como he mencionado en una nota apie de página muy anterior, bajo esta batalla operativaentre la ejecución humana y la digital del código tributariosubyacía un conflicto más profundo en torno a la mismamisión y razón de ser de la Agencia, un conflicto cuyasrepercusiones se extendían desde los pasillos del poder delTesoro Público y del Triple Seis hasta las más aburridas yrecónditas sedes de distrito. En los niveles más altos, lapugna se estaba librando entre agentes tradicionales o«conservadores»[23] que consideraban los impuestos y suadministración como un campo de batalla de la justicia

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social y las virtudes cívicas, por un lado, y los encargadosde formular políticas más progresistas o «pragmáticos», porel otro, que valoraban por encima de todo el modelo demercado, la eficacia y un beneficio máximo a cambio de lainversión del presupuesto anual de la Agencia. Destiladahasta su misma esencia, la cuestión era si había que dirigirla Agencia Tributaria, o en qué medida había que hacerlo,como un negocio del que extraer beneficios.

Probablemente eso es todo lo que debería decir aquí amodo de sumario. Si saben ustedes explorar y analizararchivos del gobierno, podrán encontrar documentoshistóricos y teóricos de todos los bandos del debate. Todoes del dominio público.

Pero ahí está la cosa. Hay muy pocos americanos que hayanoído hablar de todo esto, ni ahora ni en su momento. O quesepan gran cosa de los cambios profundos que la Agenciaexperimentó a mediados de los ochenta, unos cambios que hoydía siguen afectando directamente a la forma en que sedeterminan y ejecutan las obligaciones fiscales de losciudadanos. Y esta ignorancia pública no se debe alsecretismo. Pese a la bien documentada paranoia de laAgencia Tributaria y a su aversión a la publicidad[24], aquíel secretismo no ha tenido nada que ver. La verdadera razónde que los ciudadanos americanos no fueran/sean conscientesde estos conflictos, cambios e intereses es que todo el temade la política fiscal y la administración tributaria estedioso. Monumental y espectacularmente tedioso.

No se puede hacer demasiado énfasis en la importancia deeste rasgo. Piensen ustedes, desde la perspectiva de laAgencia, en las ventajas que presenta lo aburrido, locríptico y lo aturdidoramente complejo. La AgenciaTributaria fue una de las primeras agencias gubernamentales

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que comprendieron que esas cualidades contribuían aaislarlos de las protestas públicas y de la oposiciónpolítica, y que en realidad el tedio abstruso es un escudomucho más eficaz que el secretismo. Porque la grandesventaja del secretismo es que resulta interesante. Lagente se siente atraída por los secretos; no lo puedenevitar. Tengan en cuenta que en el periodo del que estamoshablando solamente hacía una década del Watergate. Si laAgencia hubiera intentado esconder o encubrir sus conflictosy convulsiones, algún(os) periodista(s) emprendedor(es)podría(n) haberlos puesto al descubierto con un artículo queatrajera montones de atención, interés y escándalo. Pero nofue eso en absoluto lo que ocurrió. Lo que ocurrió fue quegran parte del debate político de alto nivel se desplegódurante dos años a la vista del público; por ejemplo, en lasvistas abiertas del Comité de las Dos Cámaras sobreFiscalidad, del Subcomité de Estatutos y Procedimientos delTesoro Público del Senado y del Consejo de ComisionadosAdjuntos de la Agencia Tributaria. Estas vistas consistíanen reuniones de hombres anaerobios con trajes grises quehablaban un idioma burocrático carente de verbos —contérminos como «plantilla de uso estratégico» y «vector derentas públicas» en lugar de «plan» e «impuestos»— y que setomaban días enteros solamente para alcanzar un consensosobre el orden de los temas a discutir. Ni siquiera laprensa financiera cubrió apenas estas vistas; ¿y adivinanustedes por qué? Si no, tengan en cuenta que hasta la últimatranscripción, grabación, estudio, libro blanco, enmiendadel código, normativa de rentas y memorando de procedimientoha estado disponible para su consulta por parte del públicodesde la fecha en que se publicó. Ni siquiera hace faltapresentar una solicitud bajo el Acta de Libertad de

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Información. Y, sin embargo, ni un solo periodista parecehaber pasado jamás a echarles un vistazo, y con razón: losregistros son más densos que una roca. Cuando llegas altercer o cuarto párrafo se te ponen los ojos en blanco. Notienen ustedes ni idea[25].

Dato: Los dolores de parto de la Nueva Agencia Tributariallevaron a uno de los mayores y más terriblesdescubrimientos de la democracia moderna en materia derelaciones públicas, que es que si se puede conseguir quelos asuntos delicados de un gobierno resulten lo bastantetediosos y crípticos, no hará falta que los funcionariosescondan ni desmantelen nada, porque nadie que no estédirectamente involucrado prestará la suficiente atencióncomo para causar problemas. Nadie prestará atención porque anadie le interesará, debido, más o menos a priori, al tediomonumental de esas cuestiones. La cuestión de si hay quelamentar este descubrimiento en materia de relacionespúblicas por el efecto corrosivo que puede tener sobre losideales democráticos o bien si hay que celebrarlo porquepuede aumentar el nivel de eficiencia del gobierno depende,al parecer, de en qué bando se posicione uno en el debatemás profundo entre ideales y eficacia al que me refiero enla p. 97, lo cual resulta en otro bucle complejísimo que nopienso intentar desarrollar ni aprovechar a expensas de lapaciencia de ustedes.

Para mí, por lo menos de forma retrospectiva[26], lapregunta interesante de verdad es por qué el tedio resultaser un impedimento tan poderoso para la atención. Por quénos apartamos instintivamente de lo aburrido. Tal vez seaporque el aburrimiento es intrínsecamente doloroso; tal vezsea de ahí de donde vienen expresiones como «aburrimientoatroz» o «aburrimiento mortal». Pero puede que haya más.

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Puede que el aburrimiento esté asociado con el dolorpsíquico porque algo que resulta aburrido u opaco noconsigue suministrar el bastante estímulo como para distraera la gente de otra clase más profunda de dolor que estásiempre presente, aunque solamente sea a un nivel ambientalmuy bajo, y que la mayoría de nosotros[27] nos pasamos casitodo nuestro tiempo y energía intentando distraernos para nosentir, o por lo menos para no sentirlo de forma directa ocon toda nuestra atención. Cierto, todo esto es bastanteconfuso, y cuesta hablar de ello en abstracto... pero estáclaro que tiene que haber algo detrás no solamente del hechode que haya hilo musical en los lugares aburridos otediosos, sino de que ya hayan puesto hasta televisión enlas salas de espera, junto a las cajas de los supermercados,en las puertas de embarque de los aeropuertos o en losasientos traseros de los coches todoterreno. Walkmans,iPods, Black/Berries y teléfonos móviles que se ajustan a lacabeza. El terror al silencio carente de distracciones. Nose me ocurre nadie que hoy día crea realmente que lasupuesta «sociedad de la información» actual sea una simplecuestión de información. Todo el mundo sabe[28] que en elfondo hay algo más.

La cuestión relevante de cara a esta autobiografía es quedurante mi estancia en la Agencia yo aprendí algo sobre eltedio, la información y la complejidad irrelevante. Sobre elhecho de abrirse paso por el tedio igual que uno se abrepaso por un terreno, con sus desniveles y sus bosques y susyermos interminables. Aprendí sobre el tema de forma extensay exquisita durante aquel año sabático. Y desde entonces mehe dado cuenta, tanto en el trabajo como en el ocio y en eltiempo que pasamos con los amigos y hasta en la intimidad dela vida familiar, de que la gente de carne y hueso no habla

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mucho del tedio. De esas partes de la vida que son y debenser tediosas. ¿A qué se debe ese silencio? Tal vez seaporque el tema resulta en sí mismo tedioso... Lo que pasa esque entonces volvemos otra vez al punto de partida, queresulta tedioso e irritante. Y, sin embargo, yo sospecho quehay algo más... muchísimo más, delante de nuestras mismasnarices, oculto precisamente por el hecho de ser tan grande.

 

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10A pesar de la famosa descripción que hizo el juez H.

Harold Mealer, incluida en la opinión mayoritaria del 4.ºJuzgado de Apelaciones sobre el caso Atkison et al. contra EstadosUnidos, de la burocracia gubernamental como «el únicoparásito conocido que es más grande que el organismo del quese alimenta», la verdad es que dicha burocracia se parecemucho más a un mundo paralelo, al mismo tiempo conectado conel nuestro e independiente de él, que funciona con suspropias leyes físicas y sus propios imperativos de causa.Uno puede imaginar un sistema enorme e intrincadamenteramificado de varas acopladas, poleas, engranajes y palancasque salen en disposición radial de un operador central, detal manera que los movimientos minúsculos del dedo de eseoperador se transmitan por todo el sistema hasta convertirseen los cambios cinéticos mayúsculos que experimentan lasvaras de la periferia. Es en esa periferia donde el mundo dela burocracia actúa sobre el nuestro.

La parte crucial de la analogía es que el operador de esesistema tan elaborado no carece a su vez de causa. Laburocracia no es un sistema cerrado; es eso lo que laconvierte en un mundo y no en una cosa.

 

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11Extracto del Memorando Interno 4123-78(b) de la Oficina

de Atención al Empleado y Supervisión de Personal delComisionado Adjunto de Hacienda para Recursos Humanos,Gestión y Logística

Conclusión del Estudio/Encuesta 1/76-11/77 de la O. de A.E. y S. P. del C.A. de H. para R.H., G. y L.:síndromes/síntomas autorizados por el índice DSM(II) de laAmerican Medical Association y asociados con individuos quehan pasado más de 36 meses en un puesto de la división deExamen (término medio de duración en el puesto: 41,4 meses),en orden inverso de incidencia (de acuerdo con lasalegaciones al servicio médico o al programa de prestacionesal empleado acordes con el Manual del Servicio de Hacienda,§743/12.2 [f-r]):

Paraplejia crónicaParaplejia temporalParálisis agitante temporalFugas paracatatónicasFormicacionesEdema intracranealDisquinesia espasmódicaParamnesiaParesiaAnsiedad fóbica (numérica)LordosisNeuralgia renal

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TínitusAlucinaciones periféricasTortícolisSigno de Cantor (derecho)LumbagoLordosis diédricaFugas disociativasSíndrome de Kern-Børglundt (radial)HipomaníaCiáticaTortícolis espasmódicaUmbral de sobresalto bajoSíndrome de KrendlerHemorroidesFugas ruminativasColitis ulcerativaHipertensiónHipotensiónSigno de Cantor (izquierdo)DiplopíaHemeralopíaDolor de cabeza vascularCiclotimiaVisión borrosaTemblores finosTics faciales/digitales

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Ansiedad localizadaAnsiedad generalizadaDéficits cinestésicosHemorragias sin explicación 

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12Stecyk empezó por el final de la manzana, cogió el primer

caminito de losas con el maletín a cuestas y llamó altimbre.

—Buenos días —le dijo a la señora mayor vestida con algoque era o bien un albornoz o bien un vestido de estar porcasa muy informal que salió a abrir la puerta (eran las7.20, o sea que lo del albornoz no solamente era probable,sino directamente apropiado) y que se estaba agarrando confuerza el cuello de la prenda para mantenerlo cerrado ymirando a través de la rendija de la puerta en dirección adistintos puntos situados por encima de los hombros deStecyk, como si estuviera segura de que debía de haberalguien más detrás de él. Stecyk dijo—: Me llamo LeonardStecyk, me llaman Leonard pero no me importa en absoluto queme llamen simplemente Len, y hace poco que he tenido laoportunidad de mudarme aquí y ocupar la vivienda situada enel 6F del complejo Angler’s Cove, que está ahí, en estamisma calle, estoy seguro de que lo habrá visto usted ya seaal salir de su casa o al regresar, ahí mismo lo tiene, en el121 de esta misma calle, y quería saludarla y presentarme ydecirle que me alegro de formar parte de este vecindario yque me gustaría ofrecerle a modo de saludo y deagradecimiento este ejemplar gratuito de la Guía Nacional deCódigos Postales del Servicio de Correos de Estados Unidoscorrespondiente a 1979, donde figuran los códigos postalesde todas las comunidades y zonas postales de todos losestados del país en orden alfabético, y también —movió elmaletín que tenía debajo del brazo para abrir la guía ysostenerla abierta de manera que la viera la señora; daba la

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impresión de que la mujer tenía algún problema en un ojo,como si estuviera teniendo un contratiempo con una de suslentes de contacto o bien tuviera algún cuerpo extraño pordebajo del párpado superior, que es algo que puede causarincomodidad—, y también figuran aquí en el dorso de laúltima página y dentro de la contraportada, lo de lacontraportada es la continuación... las direcciones ynúmeros de teléfono gratuitos de más de cuarenta y cincoagencias y servicios gubernamentales de los que usted puederecibir material informativo gratuito, que a menudo leresultará de una utilidad casi pasmosa, fíjese en que hepuesto un pequeño asterisco al lado de esos que sé a cienciacierta que resultan útiles y le suponen una gangaextraordinaria, y que por supuesto, al fin y al cabo, si nosponemos a ver las cosas como son, se pagan con los impuestosde usted, así que por qué no sacarles partido a esascontribuciones, ya me entiende, aunque por supuesto esa esuna decisión que le compete exclusivamente a usted. —Lamujer también tenía la cabeza un poco girada, tal como latiene la gente a quien le empieza a fallar el oído, y alfijarse en eso Stecyk dejó el maletín en el suelo paraañadir un par de asteriscos más junto a sendos números deteléfono que le podrían resultar especialmente útiles enaquel caso. Luego hizo el gesto lento y teatral deentregarle la guía postal y la dejó allí suspendida en mediodel aire, justo delante de la puerta, donde la señora teníala cara toda fruncida y parecía estar decidiendo si abría lacadenilla de la puerta para aceptarla—. Mire, se la voy adejar aquí apoyada en el buzón —y señaló el buzón—, y puedeusted hojearla a su gusto y cuando le venga mejor, hoy mismosi quiere, o bien hacer lo que le parezca a usted mejor —dijo Stecyk. Le gustaba hacer una pequeña bromita o agudeza

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consistente en realizar un movimiento como si se estuvieraquitando el sombrero, pese a que su mano nunca llegaba atocar el sombrero; a él le parecía al mismo tiempo cortés ygracioso—. A más ver, pues —dijo.

Dio media vuelta por el caminito, esquivando todas lasgrietas de las losas y oyendo que la puerta solo se cerrabaa sus espaldas cuando él llegaba a la acera y girababruscamente a la derecha y daba dieciocho zancadas hasta elsiguiente caminito y giraba bruscamente a la derecha haciala siguiente casa, que tenía una puerta de seguridad dehierro forjado instalada delante y en la cual no contestónadie después de que él diera tres timbrazos y unosgolpecitos con la melodía de «una copita de ojén». De maneraque dejó una tarjeta donde había apuntado su dirección nuevaseguida de un resumen de su saludo y su ofrecimiento y otraguía de códigos postales de 1979 (la guía de 1980 no estaríadisponible hasta agosto; él ya la tenía encargada) ycontinuó por el caminito, dando zancadas briosas y poniendouna sonrisa tan grande que casi parecía que le dolía.

 

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13Fue en la escuela secundaria pública donde este chico

descubrió el poder terrible que detentan la atención y lascosas a las que prestas atención. Y lo descubrió de unaforma cuya misma ridiculez fue una de las cosas que lahacían tan terrible. Y ciertamente lo era.

A los dieciséis años y medio, empezó a sufrir unosespantosos ataques de sudor en público.

De niño siempre había sudado mucho. Le pasaba cuandopracticaba deporte o cuando hacía calor, pero no era algoque le molestara demasiado. Se limitaba a secarse más amenudo. No recordaba que nadie hubiera dicho nunca nada alrespecto. Tampoco parecía que oliera mal; no es queapestara. Los sudores no eran más que un rasgo suyo comocualquier otro. Había niños que eran gordos, otros que eraninusualmente bajitos o altos o que tenían los dientesdescolocados o que tartamudeaban o que olían a moho sinimportar qué ropa llevaran. Y se daba el caso de que él eraalguien que sudaba mucho, sobre todo con las humedades delverano, cuando el mero hecho de ir en bici vestido con susvaqueros por Zanesville le hacía sudar como un loco. Eraalgo en lo que apenas se fijaba, por lo que él podíarecordar.

En su decimoséptimo año, sin embargo, sí que empezó amolestarle; todo el asunto del sudor le empezó a cohibir.Estaba claro que era algo relacionado con la pubertad, esafase en la que eres mucho más consciente de cómo te van aver los demás. De la posibilidad de que haya algo en ti queresulte visiblemente asqueroso o siniestro. Cuando el añoescolar llevaba unas semanas en curso, cobró una conciencia

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nueva y distinta de que él parecía sudar más que los demáschicos. Durante los dos primeros meses de escuela siemprehacía calor, y en el viejo instituto había muchas aulas queno tenían ventilador. Sin intentarlo ni quererlo, empezó aimaginarse el aspecto que debía de tener su sudor en clase:una mezcla reluciente de sebo y sudor en la cara, la camisaempapada en el cuello y los sobacos, el pelo separado enpequeños pinchos mojados y repulsivos por el sudor que lecorría por la frente. La cosa empeoraba si estaba en unaposición en la que pensaba que tal vez pudiera verlo algunachica. Los pupitres del aula estaban todos apiñados. Lasimple presencia de alguna chica guapa o popular en su campovisual ya le elevaba la temperatura interna —él notaba cómosucedía al margen de su voluntad, o incluso en contra deella— y le hacía ponerse a sudar a lo bestia[29].

En un primer momento, sin embargo, a medida que avanzabael otoño de aquel decimoséptimo año y el clima se enfriaba ylas hojas cambiaban de color y caían y se podían rastrillara cambio de dinero, él tuvo razones para pensar que elproblema del sudor estaba disminuyendo, que el verdaderoproblema había sido el calor, o que sin el bochornoveraniego ya apenas iba a volver a haber ocasiones para quese manifestara el problema. (Pensaba en ello en los términosmás abstractos y generales que le era posible. Intentaba nopermitirse pensar nunca en la palabra «sudor». La idea, alfin y al cabo, era intentar ser lo menos consciente del temaque pudiera.) Ahora las mañanas eran frías y en las aulasdel instituto ya no hacía calor, salvo cerca de losradiadores repiqueteantes del fondo. Sin permitirse a símismo ser plenamente consciente de ello, había empezado adarse un poco de prisa entre clase y clase a fin de llegaral aula siguiente lo bastante deprisa como para no tener que

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verse atrapado en un pupitre próximo a los radiadores, queera algo que bastaba para desencadenar el sudor. Peroaquello requería mantener un equilibrio delicado, porque sicorría demasiado por los pasillos entre clase y clase, aquelesfuerzo también podía provocarle un ligero sudor, lo cualincrementaba su preocupación y facilitaba el hecho de que elsudor arreciara en caso de que él pensara que podía habergente fijándose en él. Existían otros ejemplos de equilibrioy preocupación como aquel, la mayoría de los cuales élintentaba mantener lo más lejos posible del pensamientoconsciente sin saber del todo por qué lo estabahaciendo[30].

Porque para entonces ya había distintos grados y nivelesde sudor en público, que iban desde una fina película a unsudor tremendo, incontrolable y completamente visible yrepulsivo. Lo peor era que un grado podía llevar alsiguiente si él se preocupaba demasiado por ello, si leasustaba demasiado la posibilidad de que un ligero sudorpudiera empeorar y si trataba con demasiado ahínco decontrolarlo o impedirlo. El miedo mismo al sudor bastabapara desencadenarlo. No empezó a sufrir de verdad hasta quedescubrió este hecho, un descubrimiento que empezó llevandoa cabo gradualmente y luego de forma espantosamenterepentina.

El día que le pareció con diferencia el peor de su vidahasta entonces llegó después de una semanadesacostumbradamente fría de principios de noviembre, cuandoya había empezado a parecerle que el problema se podíadominar y controlar hasta el punto de que él podríaolvidarse por fin del tema. Vestido con vaqueros y unacamisa de velvetón de color oxidado, se sentó bien lejos delradiador, en el centro de la hilera de en medio de pupitres

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de la clase de Culturas del Mundo, y estaba escuchando ytomando notas sobre el módulo que fuera del libro de textoque estaban tratando cuando una idea terrible emergió en suinterior, como salida de la nada: «¿Y si de pronto me pongoa sudar?». Y aquella idea, que se presentó principalmente enforma de un miedo terrible y repentino que lo inundó como sifuera una marea caliente, e hizo que ese día se pusiera asudar al instante de forma abundante e incontrolable, y elpensamiento secundario de que debía de dar más asco todavíael que alguien estuviera sudando cuando allí ni siquierahacía calor empezó a agravar más y más la situación mientrasél permanecía sentado muy quieto, con la cabeza gacha y unacara donde pronto empezaron a correr regueros palpables desudor, sin moverse para nada, dividido entre el deseo desecarse el sudor de la cara antes incluso de que empezara acaerle y alguien lo viera caer y el miedo a que cualquierclase de movimiento para secarse atrajera la atención de lagente y causara que los ocupantes de los pupitres que teníaa los lados vieran lo que estaba pasando: que estaba sudandocomo un loco sin razón alguna. Nunca en la vida se habíasentido tan mal, y el ataque entero duró unos cuarentaminutos y el resto del día se lo pasó yendo de un lado paraotro en una especie de estado de trance causa do por elshock y por el cansancio de la adrenalina, y ese día fue elprincipio del síndrome por el que, según descubrió, cuantopeor fuera su miedo a ponerse a sudar como un puerco enpúblico, más posibilidades había de que le volviera a pasarlo mismo que le había pasado en Culturas del Mundo, tal veztodos los días, y tal vez más de una vez al día: y estedescubrimiento le causó más terror y frustración ysufrimiento interior de los que jamás habría soñado que sepudieran experimentar, y el hecho de que todo aquel problema

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fuera absolutamente estúpido y extraño solamente lo agravabamucho más.

A partir de aquel día en Culturas del Mundo, su terror aque le volviera a pasar, y sus intentos consiguientes deevitar o eludir o controlar aquel miedo, empezaron a darforma a prácticamente todos y cada uno de los momentos desus jornadas. El miedo y la preocupación únicamenteaparecían en clase o a la hora del almuerzo en el instituto:no en la clase de educación física de la última hora, puestoque el hecho de sudar en educación física no seríaconsiderado extraño en absoluto, de manera que no inspirabaaquella clase especial de miedo que lo predisponía a tenerun ataque. También le sucedía en cualquier acontecimientomultitudinario, como por ejemplo las reuniones de los boyscouts o la cena de Navidad celebrada en medio del calor yla atmósfera viciada del comedor de la casa de sus abuelosen Rockton, donde podía sentir literalmente los puntosadicionales de calor de todas y cada una de las velas de lamesa y el calor corporal de todos los parientes que habíaapiñados alrededor de la mesa, manteniendo la cabeza gachapara intentar aparentar que estaba examinando los dibujos dela porcelana de su plato, mientras el calor del miedo alcalor se le propagaba por el cuerpo como si fuera adrenalinao coñac, aquella ola física de calor interior que élintentaba con todas sus fuerzas no temer. No le pasaba enprivado, en la habitación de su casa, mientras leía —cuandoestaba en su habitación, con la puerta cerrada, a menudo nisiquiera le pasaba la idea por la cabeza—, ni tampoco en lospequeños cubículos privados de la biblioteca, parecidos acubos abiertos, donde o bien no lo veía nadie o bienresultaría fácil levantarse en cualquier momento ymarcharse[31]. Le pasaba solamente en público, cuando había

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gente a su alrededor, o bien sentada en las hileras muyjuntas de pupitres, o bien alrededor de una mesa bieniluminada mientras él tenía que llevar el jersey rojo nuevode Navidad y se encontraba casi literalmente tocando con loshombros y los codos a los primos que tenía pegados a loslados, y todo el mundo estaba intentando hablar al mismotiempo por encima de la comida humeante, y todo el mundoestaba mirando a todo el mundo, de manera que era más queprobable que los demás pudieran verle los primeros puntitosruborizados del sudor en la frente y en la cara, que acontinuación, si el miedo a que el sudor se descontrolaracrecía demasiado, se inflaban hasta convertirse en bolitasrelucientes y enseguida empezaban a resbalarle visiblementepor la piel, y para entonces ya le resultaba imposiblesecarse la cara con una servilleta por miedo a que laextraña estampa que ofrecería secándose la cara en inviernollamara la atención de todos sus parientes hacia lo queestaba sucediendo, y eso era precisamente lo que él daría sualma misma por que no pasara. Le podía suceder básicamenteen cualquier lugar del que resultara difícil marcharse sinllamar la atención. Levantar la mano en clase y pedir unpase para ir al lavabo mientras las cabezas se giraban paramirarlo... la idea misma le llenaba de un terror absoluto.

No entendía por qué le daba tanto miedo el que la gentepudiera verlo sudar o bien sintiera extrañeza o asco. ¿Aquién le importaba lo que pensara la gente? Él no paraba dedecírselo a sí mismo, y sabía que era cierto. Tambiénrepetía —a menudo encerrado en un cubículo de uno de loslavabos de chicos de la escuela, entre clase y clase,después de que le diera un ataque de intensidad media ofuerte, sentado en el retrete con los pantalones sin bajar ytratando de usar el papel higiénico del cubículo para

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secarse sin que el papel higiénico se desintegrara dejándolepequeños grumos y migajas por toda la frente, intentandoapretarse gruesos manojos de papel higiénico sobre la partedelantera del pelo para ver si así lo secaba— el discurso deFranklin Roosevelt que habían dado en Historia de EstadosUnidos II, en su segundo año: «Lo único que debemos temer esal miedo mismo». No paraba de repetírselo mentalmente, una yotra vez. Franklin Roosevelt tenía razón, pero eso noayudaba: saber que el miedo era el problema no era más queun dato, no hacía que desapareciera el miedo. De hecho,empezó a pensar que pensar tanto en aquella frase deldiscurso solamente le provocaba más miedo al miedo mismo.Que aquello a lo que él debía temer en realidad era el miedoal miedo, como una galería interminable de espejos de feria,todos los cuales resultaban ridículos y extraños. Empezó asorprenderse a veces hablando consigo mismo del problema delsudor y del miedo, con una especie de susurro débil y muyrápido que había estado usando sin ser consciente de ello, yempezó a considerar muy en serio la posibilidad de que seestuviera volviendo loco. La mayoría de los locos que habíavisto por televisión eran gente que soltaba risotadasfrenéticas, algo que a él ahora le parecía totalmenteaberrante, como un chiste que no solamente no tenía graciasino que tampoco tenía ningún sentido. Imaginarse a sí mismoriéndose de los ataques o del miedo era como imaginarse queintentaba abordar a alguien para explicarle lo que le estabapasando, como por ejemplo a su jefe de boy scouts o alorientador de la escuela; resultaba inimaginable,inconcebible.

El instituto se convirtió en un tormento diario, y sinembargo sus notas no paraban de mejorar gracias al tiempoadicional que dedicaba a leer y a estudiar, puesto que

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solamente estaba bien cuando se encontraba a solas ycompletamente absorto y concentrado en otra cosa. También seaficionó a las sopas de letras y a los puzzles numéricos,que le resultaban cautivadores. En clase o en el comedortenía la preocupación constante de no pensar y no permitirque su miedo llegara al punto en que le subía la temperaturay la atención le salía catapultada hacia aquel sitio dondelo único que sentía era el calor incontrolable y el sudor leempezaba a manar de la cara y a formarle goterones, y elmiedo se le disparaba a las alturas y él ya no podía pensaren nada que no fuera cómo podía salir de allí para ir a loslavabos sin llamar la atención. Solamente le pasaba a veces,pero él lo temía todo el tiempo, aun cuando sabíaperfectamente que eran precisamente el miedo y lapreocupación constantes lo que lo predisponían a teneraquellos ataques. Él los consideraba «ataques», noprocedentes de un atacante externo sino de una parte internade sí mismo que lo estaba lastimando o incluso traicionando,como cuando se habla de un «ataque al corazón». Y, del mismomodo, estar predispuesto se convirtió en el término de sucódigo interno que designaba aquel estado de miedo y terrorvolátiles que podía provocarle un ataque en cualquiersituación pública.

Su forma principal de lidiar con el hecho de estarconstantemente predispuesto y preocupado por aquel miedodurante todo el tiempo que pasaba en la escuela consistió endesarrollar diversos trucos y tácticas que le dictaban quéhacer en caso de que un ataque de sudor en público sedesencadenara y amenazara con descontrolarse del todo. Saberdónde estaban todas las salidas de cualquier sala en la queentraba no era un truco, sino que se convirtió simplementeen algo que hacía de forma automática, igual que sabía a qué

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distancia estaba la salida más cercana y si se podía llegara ella sin llamar demasiado la atención. El comedor de laescuela era un ejemplo de lugar del que era fácil salir sinque nadie se fijara en él, por ejemplo. Salir del auladurante un ataque en plena clase resultaba impensable. Si selimitaba a levantarse y salir corriendo del aula, que era loque siempre se moría de ganas de hacer en medio de unataque, le caerían toda clase de problemas disciplinarios ytodo el mundo querría una explicación, incluidos sus padres;además de que cuando volviera a esa misma clase al díasiguiente todo el mundo sabría que se había escapadocorriendo y querría saber qué había provocado que se lefuera la olla de aquella manera, y el resultado neto seríaque toda la clase le estaría prestando mucha atención, y elmiedo a que todo el mundo le estuviera prestando atención ymirando lo predispondría otra vez. Por otro lado, si seatrevía a levantar la mano y a pedirle un pase al profesorpara ir al baño, aquello llamaría la atención de losaburridos ocupantes de las hileras de pupitres hacia el quehabía hablado, y todas sus cabezas se girarían al unísonopara mirarlo, y allí estaría él, sudando y goteando y con unaspecto grotesco. Su única esperanza entonces sería el hechode parecer enfermo y que la gente pensara que estaba enfermoy posiblemente a punto de vomitar. Aquel era uno de lostrucos: toser o bien sorberse la nariz y palparse con gestoincómodo las glándulas si temía que le iba a venir unataque, de manera que si la cosa se descontrolaba él pudieraconfiar en que la gente pensara simplemente que estabaenfermo y que no debería haber ido a la escuela aquel día.Que no es que fuera un tío raro, sino que estaba enfermo.Otra opción era fingir que no se encontraba lo bastante biencomo para comer a la hora del almuerzo: a veces no comía y

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devolvía la bandeja llena y acto seguido se marchaba a unode los cubículos de los lavabos para comer un bocadillo quese había traído de casa en una bolsita. Así era más probableque la gente pensara que estaba enfermo.

Otra táctica era sentarse en una hilera lo más al fondoposible del aula, para que la mayoría de la gente estuvierapor delante de él y así él no tuviera que preocuparse de quelo vieran en caso de ataque, lo cual solamente funcionaba enclases donde no había asientos asignados[32], y además podíasalirle el tiro por la culata si se daba el casopesadillesco en el que intentaba con todas sus fuerzas nopensar. También había que evitar los radiadores calientes,por supuesto, y los pupitres rodeados de chicas, e intentarasegurarse el pupitre del final del todo de la hilera, demanera que en caso de emergencia tuviera la posibilidad degirar la cabeza para que no lo viera el resto de la hilera,aunque de forma lo bastante sutil como para que no se vierararo: se limitaba a dejar colgar las piernas por el lado delpasillo, cruzar los tobillos e inclinarse en aquelladirección. Dejó de ir en bicicleta al instituto porque elesfuerzo de pedalear lo podía acalorar y predisponerlo a laansiedad antes incluso de que empezara la primera clase.Otro truco, que desarrolló al principio del tercertrimestre, era ir andando al instituto sin abrigo a fin depasar frío y congelar por así decirlo su sistema nervioso,algo que solamente podía hacer cuando era el último en salirde casa, porque como su madre lo viera salir sin abrigo ledaría un síncope. También estaba el truco de llevar variascapas de ropa que se podía ir quitando si sentía que levenía el ataque en clase, aunque quitarse capas podía causaruna impresión rara si al mismo tiempo él estaba tosiendo ypalpándose las glándulas: según su experiencia, la gente

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enferma no solía quitarse capas de ropa. Era vagamenteconsciente de estar perdiendo peso, pero no sabía cuánto.También empezó a cultivar un gesto habitual consistente enapartarse el pelo de la frente con los dedos, que ensayabafrente al espejo del cuarto de baño para conseguir quepareciera un hábito inconsciente como cualquier otro, peroque en realidad estaba diseñado para ayudar a quitarse elsudor de la frente en caso de que le viniera un ataque,aunque aquello también tenía sus pros y sus contras, porquepasado cierto punto, el gesto tampoco resultaba útil, dadoque si el flequillo se le mojaba lo bastante como parasepararse en aquellos mechones puntiagudos y asquerosos,entonces el hecho de que estaba sudando se hacía todavía másevidente, si la gente se ponía a mirarlo. Y el casopesadillesco que temía más que a nada era que él estaba alfondo y empezaba a tener un ataque tan tremendo eincontrolable que el profesor, desde el frente mismo delaula, se fijaba en que estaba empapado y en que le caíanchorros visibles de sudor e interrumpía la clase parapreguntarle si se encontraba bien, provocando que todo elmundo se girara en sus pupitres para mirar. En laspesadillas, hasta había un foco sobre él mientras todos losdemás se giraban en sus pupitres para ver quién era el queestaba preocupando y/o asqueando tanto al profesor[33].

En febrero su madre hizo un comentario despreocupado ymedio en broma sobre su vida amorosa y le preguntó si habíaalguna chica que le gustara especialmente aquel año, y élcasi tuvo que marcharse de la sala y a punto estuvo deecharse a llorar. La idea misma de preguntarle a algunachica si quería salir con él, o bien de salir con una chicay que ella lo mirara de cerca y esperara que él estuvierapensando en ella en vez de pensar en cómo de predispuesto

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estaba y en si se iba a poner a sudar... la idea loaterraba, pero también le ponía triste. Era lo bastantelisto como para darse cuenta de que había algo triste enello. Pese a que no le había importado abandonar los boyscouts cuando solamente le faltaban cuatro insignias paraser Águila, y había rechazado la invitación de una chicatímida y más o menos anónima socialmente de su clase deÁlgebra y Trigonometría Preuniversitarias para ir al bailede Sadie Hawkins, y se había fingido enfermo en Semana Santapara poder quedarse solo en casa adelantando su lectura deDorian Gray y tratar de provocarse un ataque delante delespejo del cuarto de baño de sus padres en lugar de ir encoche con ellos a la cena de Semana Santa que se celebrabaen casa de sus abuelos, aun así todo aquello le ponía unpoco triste, le entristecía y a la vez lo aliviaba, ademásde hacerle sentirse culpable por las diversas mentiras quedecía cada vez que ponía una excusa, y también solitario yun poco trágico, como alguien que está bajo la lluviamirando desde el exterior de un escaparate, pero tambiénsiniestro y repulsivo, como si su yo interior y secretofuera un ser siniestro y los ataques no fueran más que unsíntoma, una señal de que su yo verdadero estaba intentandoliteralmente rezumar al exterior, pese a que nada de todoesto le resultaba visible en la superficie del espejo, cuyoreflejo parecía no ser consciente[34] de todo lo que élsentía mientras lo examinaba.

 

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14Se ve a un examinador de la Agencia Tributaria, en una

sala. Apenas hay nada más a la vista. Mirando a la cámaramontada en un trípode, dirigiéndose a ella, un examinadordetrás de otro. Se trata de una sala de almacén de tarjetasque han vaciado, contigua al vestíbulo radial del módulo deprocesamiento de datos del Centro Regional de Examen, demanera que el aire acondicionado funciona bien y no se venada de ese brillo facial del verano. Los van trayendo dedos en dos de las salas de los pasapáginas; el examinadorque espera su turno se queda detrás de una mampara devinilo, para su puesta en antecedentes. La puesta enantecedentes consiste básicamente en ver la presentación. Lapresentación del documental procede supuestamente del TripleSeis vía la oficina del Comisionado Regional en Joliet; elestuche de la cinta lleva el sello de la Agencia y un avisolegal. El supuesto título de trabajo es Su Agencia Tributariaactual. Es posible que esté destinado a la tele pública. Aalgunos de ellos les dicen que es para pasarlo en escuelas,en las clases de educación cívica. Esto durante la puesta enantecedentes. Se supone que las entrevistas son para hacerpromoción de la Agencia y que tienen un propósito serio.Humanizar y desmitificar la Agencia, ayudar a los ciudadanosa entender lo difícil e importante que es su trabajo. Lomucho que hay en juego. Que no son ni hostiles ni máquinas.El encargado de la puesta en antecedentes va leyendo unaserie de tarjetas impresas; en el rincón más cercano hay unespejo para que el sujeto que espera su turno se arregle lacorbata o se alise la falda. Hay que firmar unaautorización, elaborada especialmente. Los examinadores laleen con atención, por puro reflejo; siguen estando de

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servicio. Algunos están entusiasmados. Excitados. Tiene quever con la perspectiva de obtener atención, el verdaderopropósito del proyecto. El padre del proyecto es D.P. Tate,conceptualmente, aunque el que ha hecho todo el trabajo esStecyk.

También hay un monitor de vídeo para que los examinadorespuedan ver la presentación provisional, sobre cuya tosquedadlos avisan por adelantado durante la puesta en antecedentes,así como sobre la necesidad de hacer retoques. Son todograbaciones de archivo y fotos de archivos fotográficos cuyacalidez estilizada no concuerda con el tono de la voz enoff. Resulta desconcertante, y nadie está seguro de a quéviene esa presentación; los encargados de la puesta enantecedentes hacen hincapié únicamente en la orientación.

—«La Agencia Tributaria es la rama del Departamento delTesoro Público de los Estados Unidos que se encarga de larecaudación oportuna de todos los impuestos federalesestipulados según el estatuto actual. Con más de cien milempleados en más de mil oficinas nacionales, regionales, dedistrito y locales, la Agencia Tributaria es la agencia dela ley más grande del país. Pero es más que eso. Dentro delcuerpo político de los Estados Unidos de América, la AgenciaTributaria ha sido comparada muchas veces con el corazónvivo del país, con el órgano que recibe y distribuye losrecursos que permiten que el gobierno federal funcione coneficacia al servicio y en defensa de todos los americanos.»—Planos de patrullas de carreteras, del Congreso visto desdela galería del Capitolio, de un cartero en un porcheriéndose de algo con el dueño de la casa, de un helicópterodesprovisto de contexto y con el código de archivo todavíapresente en la esquina inferior derecha de la pantalla, deuna empleada de la asistencia social sonriendo mientras le

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entrega un cheque a una mujer negra que va en silla deruedas, de los miembros de una cuadrilla de construcción decarreteras levantándose los cascos para saludar, de uncentro de rehabilitación de la Administración de Veteranos,etcétera—. «El corazón, asimismo, de estos Estados Unidosque son un equipo, donde cada persona con ingresos pone sugranito de arena para compartir los recursos y encarnar losprincipios que hacen grande a nuestra nación.» —Las tarjetasde una de las encargadas de la puesta en antecedentes leindican que llegado este punto ha de intervenir para decirque el guión de la voz en off es un borrador de trabajo yque la voz en off del producto acabado dispondrá deinflexiones humanas verdaderas; que de momento hay que usarla imaginación—. «Y la sangre viva de este corazón: loshombres y mujeres de la Agencia Tributaria actual.» —Acontinuación viene una serie de planos de gente que podríanser empleados reales pero inusualmente atractivos de laAgencia, la mayoría funcionarios de rango GS-9 y GS-11encorbatados y en mangas de camisa, estrechando las manos delos contribuyentes, sonrientes mientras inspeccionan loslibros de contabilidad de alguien auditado, mostrandosonrisas radiantes delante de una Honeywell 4C3000 que enrealidad es un chasis vacío—. «Lejos de ser burócratasanónimos, los hombres y mujeres [inaudible] de la AgenciaTributaria actual son ciudadanos, contribuyentes, padres ymadres, vecinos y miembros de su comunidad, todos a cargo deuna misión sagrada: mantener la sangre viva del gobiernosana y en circulación.» —Una instantánea de grupo de lo quedebe de ser o bien un equipo de Examen o de Auditorías, consus miembros agrupados no por rango sino por altura, todossaludando con la mano. Una foto del mismo sello y el mismolema grabados a buril que flanquean la fachada norte del CRE

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—. «Igual que el E pluribus unum de la nación, el lemafundacional de nuestra Agencia, Alicui tamen faciendum est, lodice todo: esta tarea difícil y compleja debe ser llevada acabo, y es la Agencia Tributaria quien se remanga la camisapara hacerlo.»

El texto es tan malo que da risa, y de ahí que resultetan intrínsecamente poco convincente para los pasapáginas,por no hablar del hecho de no traducir el lema para unpúblico de contribuyentes que no son capaces ni de escribirbien su propio nombre en las declaraciones, algo que lossistemas de los Centros de la Agencia detectan y mandan aExamen, haciendo perder tiempo a todo el mundo. Pero alparecer se les presupone conocimiento de latín clásico. Talvez en realidad sea una prueba para ver si los examinadoresa quienes se está poniendo en antecedentes detectan esteerror. A menudo resulta difícil saber qué se propone Tate.

La silla no está acolchada. Todo es muy espartano. Lailuminación son los fluorescentes del CRE; no hay ni focosni reflectores. No hay maquillaje, aunque durante la puestaen antecedentes a los examinadores se les peinameticulosamente, se les remanga la camisa con tres vueltas,ni una más ni una menos, se les abre el botón de arriba dela blusa y se les quitan las tarjetas identificativas quellevan sujetas con un clip al bolsillo de la pechera. En lasala no hay director per se; nadie les dice que actúen connaturalidad ni les informa sobre los cortes del montaje. Hayun técnico ante el trípode de la cámara, un microfonista conauriculares para controlar los niveles y el documentalista.El techo falso de Celotex ha sido retirado por razonesacústicas. Las tuberías al descubierto y los haces de cablesde cuatro colores discurren por encima de los puntales delantiguo techo, fuera del plano. El plano solamente muestra

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al examinador en su silla plegable sentado delante de lamampara de color crema que oculta una pared de tarjetasHollerith vírgenes montadas sobre bastidores de tarjetas. Lasala podría estar en cualquier parte y en ninguna parte.Algo de esto se explica y se teoriza por adelantado; lapuesta en antecedentes está orquestada con precisión. Unplano corto, explican, del torso para arriba; se recomiendano hacer movimientos superfluos. Los examinadores estánacostumbrados a estar quietos. Hay una sala de monitor, unantiguo cuarto de almacén adjunto, donde están Toni Ware yun técnico fuera de horas, mirando. Se trata de un monitorde vídeo. Los micrófonos que llevan están conectados con elauricular que el documentalista/interlocutor se quita cuandose da cuenta de que este emite un pitido agudo cada vez queel lector de tarjetas Fornix del otro lado de la paredejecuta cierta subrutina. El monitor es de vídeo, igual quela cámara, y no hay iluminación ni maquillaje. Pálidas yaturdidas, las caras muestran extraños planos de sombras;esto no plantea ningún problema, aunque en el vídeo haycaras que se ven de un color blanco grisáceo y exhausto. Losojos sí son un problema. Si el examinador mira aldocumentalista en vez de a la cámara, puede dar la impresiónde estar mostrándose evasivo o de estar siendo coaccionado,y el encargado de la puesta en antecedentes les aconseja quemiren a la cámara tal como uno miraría a los ojos a un amigode confianza, o a un espejo, según el caso.

A los encargados de la puesta en antecedentes,funcionarios ambos de rango GS-13 prestados por algún Centrodonde Tate tiene una influencia de índole no especificada,los han puesto a su vez en antecedentes en el despacho deStecyk. Los dos resultan creíbles, con sus vestimentascoordinadas de colores azul marino y marrón, la mujer

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provista de un punto de dureza por debajo de su encanto quesugiere que ha ido ascendiendo por la jerarquía deRecaudación. El hombre le resulta inescrutable a Ware, sinembargo; podría ser de cualquier parte.

Tal como es de esperar, unos examinadores lo hacen mejorque otros. Todo esto. Algunos son capaces de funcionar, deolvidarse del decorado y de la artificiosidad envarada delasunto, y de hablar de corazón. Es por eso que con estos,brevemente, los técnicos de grabación pueden olvidarse deltedio aplastante de su trabajo, de la falsedad y de laartificiosidad de estar plantados junto a unas máquinas quepodrían funcionar solas. Los técnicos quedan, en otraspalabras, cautivados por los que lo hacen mejor; la atenciónque prestan no les supone ningún esfuerzo. Pero solamentehay algunos que lo hacen mejor... y la cuestión que surgeante el monitor es por qué, y qué quiere decir, y si acasolo que significa va a importar, en términos de resultados,cuando se lo den todo a Stecyk para que lo hilvane.

Documento en cinta de vídeo 047804(r)© 1984, Agencia TributariaUsado con permiso945645233—Es un trabajo duro. La gente piensa que es trabajo de

oficina, puro papeleo, ¿cómo va a ser difícil? Trabajar parael gobierno, un trabajo seguro, papeleo y nada más. Noentienden por qué es tan duro. Yo ya llevo aquí tres años.Que son doce trimestres. Me han ido bien todas lasevaluaciones. No pienso dedicarme a los exámenes de a piepara siempre, créame. En nuestro grupo hay gente que tienecincuenta y sesenta años. Se han pasado más de treintahaciendo exámenes de a pie. Treinta años mirando impresos,

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contrastando impresos y rellenando los mismos memorandossobre los mismos impresos. Algunos tienen algo en la mirada.No sé cómo explicarlo. En el edificio donde vivían misabuelos había un tipo que se encargaba de la caldera, unconserje. Cerca de Milwaukee. La calefacción iba con carbón,y aquel viejo se dedicaba a echar carbón al horno cada doshoras. Llevaba allí toda la vida, estaba casi ciego de tantomirar la boca de aquel horno. Tenía los ojos... losempleados de más edad de aquí son iguales, tienen los ojoscasi iguales que aquel tipo.

968223861—Hace tres o cuatro años, el nuevo presidente, el que hay

ahora, salió elegido para su cargo con la promesa de gastarmucho en defensa y hacer un recorte enorme de impuestos. Laidea era que el recorte fiscal estimularía el crecimientoeconómico. No estoy seguro de cómo se suponía que iba afuncionar una cosa así... muchas de las ideas de las,digamos, altas esferas políticas no nos llegabandirectamente, sino que se iban abriendo paso despacito hastanosotros en forma de cambios administrativos en la Agencia.Es como cuando te das cuenta de que el sol se ha movidoporque las sombras de tu habitación han cambiado.

P.—De pronto no paraba de haber reorganizaciones, a veces

una detrás de la otra, y recolocaciones de personal. Algunosde nosotros ya ni nos molestábamos en desempaquetar lascosas. Donde estoy ahora es donde he pasado más tiempo. Yono tenía experiencia en Examen. Yo vengo de los Centros deServicios. Me trasladaron aquí desde el 029, el Centro deServicios Nordeste, en Utica. Es Nueva York pero el nortedel estado, en el tercer trimestre de 1982. El norte del

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estado de Nueva York es precioso, pero el Centro de Uticatenía muchos problemas. En Utica yo me dedicaba alprocesamiento de datos en general; era más bien unapagafuegos. Antes de eso estaba en la subsede del Centro deServicios 0127, en Hanover, New Hampshire. Me dediquéprimero al procesamiento de pagos y después al procesamientode devoluciones. Los distritos del nordeste usaban todos elcódigo octal, y también aquellos impresos con agujeritostroquelados, que les obligaban a contratar a chicasvietnamitas para sentarlas allí a desgajarlos. Hanoverestaba lleno de refugiados. De eso hace ocho o nueve años,pero era una época completamente distinta. La organizaciónde hoy día es mucho más compleja.

P.—Yo soy soltero, y los hombres solteros son los que

sufren más traslados. A Personal cualquier traslado lesupone un jaleo, pero trasladar a una familia entera espeor. Además, a la gente con familia les tienen que ofrecerincentivos para recolocarlos, es una norma del Tesoro. DelDepartamento del Tesoro. Si eres soltero, en cambio, ya nite molestas en deshacer las maletas.

»Si trabajas para la Agencia cuesta conocer a mujeres. Noes el trabajo más popular del mundo. Hay un chiste, ¿lopuedo contar?

P.—Conoces a una mujer que te gusta en una fiesta, por

ejemplo. Y ella te pregunta a qué te dedicas. Tú le dices:Trabajo en finanzas. Y ella te pregunta: ¿De qué clase? Túle dices que eres una especie de contable, que es largo deexplicar. Ella dice: Ah, ¿y para quién trabajas? Tú ledices: Para el gobierno. Y ella dice: ¿Local, estatal? Y tú

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le dices: Federal. Y ella te dice: Ah, ¿y qué rama? Y tú ledices: Para el Tesoro Público. Y la cosa sigue así,acercándose más y más a la verdad. Hasta que llega el puntoen que ella adivina qué es lo que ocultas y se larga.

928874551—El azúcar de los pasteles tiene distintas funciones.

Una, por ejemplo, es absorber la humedad de la mantequilla,o de la margarina, e ir soltándola poco a poco, para que elpastel se mantenga húmedo. Si usas menos azúcar del que ponela receta te sale lo que se conoce como un pastel reseco.Hay que evitarlo.

973876118—Suponga usted que nos planteamos las ideas del poder y

la autoridad. De lo que no se puede evitar. Si llegamos alfondo de la cuestión, nos encontramos con que hay dos clasesde personas. Por un lado están las mentalidades rebeldes, aquienes lo que les pone, o como quiera usted llamarlo, es iren contra del poder. Esa gente a quien le gusta escupir conel viento en contra, que se siente poderosa enfrentándose alpoder y al Sistema y lo que usted quiera. Y luego está laotra clase, que es la personalidad de soldado, la clase depersona que cree en el orden y en el poder y respeta laautoridad y se alinea con el poder y la autoridad y con elbando del orden y con la forma en que tienen que ir lascosas si uno quiere que el sistema funcione sin problemas.Así pues, imagínese usted que es una persona de la segundaclase. Hay más de los que la gente cree. La era de larebeldía se ha terminado. Han llegado los ochenta. «Si esusted de la segunda clase, lo queremos», ese debería ser sueslogan. El de la Agencia. Mira hacia dónde sopla el viento,colega. Únete al bando que siempre recibe la paga. No te

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tomamos el pelo. El bando de la ley y las fuerzas de la ley,el bando de las mareas y de la gravedad y de la ley esasegún la cual todo se va calentando gradualmente hasta queel sol termina explotando. Porque en la vida hay dos cosasque no se pueden evitar, tal como dicen. La inevitabilidad,eso sí que es poder, colega. Si lo que quieres es alineartecon el poder verdadero, trabaja en una funeraria o únete ala Agencia. Ten el viento a tu favor. Díselo claramente:Escupe con el viento a favor, llegará más lejos. Ya me puedeir creyendo usted, amigo.

917229047—Se me ocurrió la idea de escribir una obra de teatro.

Nuestra madrastra siempre iba al teatro, siempre nos estabaarrastrando a todos al centro cívico para ver las sesionesmatinales del fin de semana. Así que llegué a ser un expertoen teatro. Pero a lo que iba, mi obra, porque todo el mundo,la familia, los colegas del campo de golf, me pedía que lesdiera una idea de qué trataba... Tenía que ser una obracompletamente realista, fiel a la vida real. Sería imposiblede representar, ahí estaba parte de la gracia. Se lo cuentopara que se haga una idea. La idea es que un pasapáginas, unexaminador de a pie, está sentado revisando formularios 1040y retenciones y formularios W-2 y 1099 presentados pormultiplicado y todo eso. El decorado es completamenteaustero y minimalista: no hay nada que ver salvo alpasapáginas, que no se mueve salvo para pasar una página devez en cuando o hacer una anotación en su cuaderno. No esuna mesa Calambre, es un escritorio normal, o sea que vemosal tipo. Pero eso es todo. Al principio tenía un relojdetrás, pero lo quité. El tío está ahí sentado y el tiempova pasando y pasando hasta que el público se aburre más ymás y se pone nervioso y por fin empieza a marcharse, al

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principio solamente unos pocos y por fin todo el público,comentando en voz baja lo aburrida y malísima que es laobra. Y después, en cuanto todo el público se ha marchado,ya puede empezar la acción de la obra. Esa era la idea; sela conté a mi madrastra y le dije que iba a ser una obrarealista. El problema es que nunca pude decidir qué pasabadespués, si es que pasaba algo, en caso de ser una obrarealista. Eso les digo. Es la única forma de explicarlo.

965882433—Se han hecho bastantes estudios. Dos tercios de los

contribuyentes creen que una exención y una deducción son lomismo. No saben qué es una ganancia distribuible. Todos losaños el cuatro por ciento se olvida de firmar susdeclaraciones. Joder, dos tercios de la gente no sabencuántos senadores tiene cada estado. Hay unas tres cuartaspartes que no saben cuáles son las ramas del gobierno. Loque estamos haciendo aquí tampoco es ciencia aeronáutica. Laverdad es que perdemos la mayor parte del tiempo. El sistemanos manda básicamente mierda. Te pasas diez minutosrellenando el 20-C de una declaración sin firmar y ladevuelves al Centro de Servicios, una idiotez de carta deauditoría para pedir una firma, cuando no hay nada en juego.Y luego a los examinadores de a pie nos evalúan en base alaumento de ingresos procedentes de las auditorías quellevamos hechas. Es un chiste. La mayor parte de las cosasque revisamos no son auditables, no son más que estupidezabsoluta. Falta de atención. Tendría que ver usted lacaligrafía de la gente, le hablo de gente normal, conestudios. La verdad es que nos hacen perder el tiempo. Leshace falta un sistema mejor.

981472509

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—Tate es una polilla que revolotea en los reflectores delpoder. Pásalo.

951458221—Es una pregunta fascinante. El trasfondo es interesante,

cuando uno ahonda en ello. Ya me entiende. Uno de losprincipios rectores de la administración entrante era lacreencia en que se podían bajar las tasas impositivasmarginales, sobre todo en las bandas impositivas superiores,sin causar una pérdida catastrófica de ingresos. Esto habíasido una parte explícita de la campaña. Del programa, ya meentiende. Yo no soy economista. Sé que la teoría era quebajar las tasas marginales estimularía la inversión yaumentaría la productividad, ya me entiende, y entonceshabría un movimiento ascendente que causaría un incrementode la base impositiva que compensaría con creces el descensode las tasas marginales. Existía toda una teoría técnicadetrás de esto, aunque había quien la consideraba pura ysimple superchería. Ya me entiende. A finales del primeraño, estaba claro que los registros habían cambiado, lasbandas superiores habían bajado. Y la cosa siguió así. Peroal cabo de un par de años, más o menos, hubo que admitir quelos resultados contradecían la teoría. Los ingresos habíanbajado y se trataba de cifras concluyentes que no se podíanamañar ni suavizar. También se produjeron, por lo que tengoentendido, incrementos muy grandes del gasto en defensa, yel déficit del presupuesto federal pasó a ser el más grandede la historia. En dólares ajustados a la inflación, ya meentiende. Tiene que entender usted que todo esto se estabajugando a un nivel de gobierno mucho más alto que el nivelen el que aquí trabajamos. Sin embargo, cualquiera podíadarse cuenta de que los problemas de presupuesto estabanllevando a un callejón sin salida, puesto que dar marcha

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atrás y volver a subir las tasas marginales resultabapolíticamente inaceptable, hasta ideológicamente, podríadecirse, igual que restringir el gasto militar, mientras quedestripar todavía más el gasto social haría inviables lasrelaciones con el Congreso. Ya me entiende. Y para ver todoesto solamente había que leer el periódico, si uno sabíadónde buscar.

P.—Sí, pero yo le hablo de lo que sabíamos aquí, del nivel

al que estábamos aquí en la Agencia. Una parte de esto no sepublicó en la prensa. Sé que la rama ejecutiva estuvoconsiderando varios planes y propuestas distintos paraafrontar este problema. Los déficits, el callejón sinsalida. La impresión que me da es que la mayoría de esosplanes no resultaban atractivos. Ya me entiende. La versiónque nos llegó aquí a nivel regional era que alguien situadomuy arriba en la estructura de la Agencia, alguien cercano alo que se conoce por aquí como la Santísima Trinidad, habíadesenterrado un informe político elaborado originalmente en1969 o 1970 por un macroeconomista o un consultor desistemas empleado por el antiguo Asistente del ComisionadoAdjunto de Planificación e Investigación del Triple Seis. Eltipo que lo había desenterrado era, según esta historia, unAsistente del Comisionado Adjunto de Sistemas, que porentonces había absorbido la rama de Planificación eInvestigación y la había integrado como una división másdentro de Sistemas, en una reorganización, ya me entiende,aunque resultaba que ahora aquel antiguo Asistente delComisionado de Planificación e Investigación era también elComisionado Adjunto de Sistemas.

P.

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—«Ahora» quiere decir cuando se desenterró el Memorandode Spackman, que debió de ser más o menos en el últimotrimestre de 1981.

P.—El CAS forma parte de lo que se conoce como la Santísima

Trinidad, el término [inaudible] que designa la tríadasuprema que forman el Comisionado, el Comisionado Adjunto deSistemas y el Director Jurídico. Los tres cargos supremos dela organización de la Agencia. La oficina nacional de laAgencia se conoce como el Triple Seis por la dirección, yame entiende.

P.—Esa clase de propuestas de alto nivel y libros blancos

se generan todo el tiempo. Planificación e Investigacióntiene lo que viene a ser gabinetes estratégicos, ya meentiende. Esto es algo que se sabe. Gabinetes permanentesque se dedican a generar estudios y propuestas de largoalcance. Hay un famoso informe político elaborado por unequipo de P&I en los años sesenta, ya me entiende, sobre laimplantación de protocolos fiscales después de una refrieganuclear. Llevaba por título «Planificación fiscal del caos»,un término que se hizo bastante famoso por aquí y se usabaen broma cuando el nivel de trabajo se volvía frenético yhasta caótico, ya me entiende. En conjunto, no hay muchos deesos informes que se hagan públicos. Desde mediados de lossesenta. Por lo del dinero del contribuyente, ya meentiende. El que acabó siendo desenterrado en este contexto,sin embargo, no era tan grandilocuente ni explosivo. No sécómo se titulaba exactamente. A veces se lo conoce como elMemorando de Spackman o la Iniciativa Spackman, pero noconozco a nadie que sepa quién es el Spackman que le da su

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nombre, ya me entiende, no sé si fue el autor en sí delinforme político o el funcionario de Planificación eInvestigación para quien se escribió el informe. Al fin y alcabo se generó en 1969, y en términos de la vidainstitucional de la Agencia de eso hace una eternidad.Entiéndalo, esta es una Agencia compartimentada. Muchos delos procedimientos y prioridades del Triple Seis quedansimplemente fuera de nuestra área de trabajo. Ya meentiende. Las reorganizaciones de la Iniciativa, sinembargo, nos afectan de manera directa, tal como estoyseguro de que alguien le habrá explicado. Se dice que elinforme original tenía varios centenares de páginas delongitud y que era muy técnico, tal como suele ser laeconomía. Ya me entiende. Pero en un nivel general, se diceque el principio efectivo de la parte o partes que salierona la luz era bastante simple, y que —[inaudible]— por rutasdesconocidas llegó a la atención de nombres situados en losniveles más altos de o bien la Agencia o bien elDepartamento del Tesoro Público, y suscitó interés porque,duran te el impasse presupuestario de la actual ramaejecutiva, parecía describir una forma políticamente másatractiva de atenuar la situación de callejón sin salidacausada por los ingresos fiscales inesperadamente bajos, losfuertes desembolsos en defensa y los mínimos intocables enmateria de gastos sociales. En el fondo, ya me entiende, sedice que la propuesta del informe era muy simple, y porsupuesto el ejecutivo actual aprueba la simplicidad,probablemente porque esta administración viene a ser unaespecie de reacción, ya me entiende, o revancha, contra lacompleja construcción social de la Gran Sociedad, queconstituyó una época muy distinta para la política y laadministración fiscales. Pero su preferencia por los

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argumentos simples e instintivos es bien conocida. Ya meentiende. Por cierto, no he podido evitar fijarme en queestá usted haciendo muecas.

P.—Faltaría más.P.—Tal como la entendemos, la observación fundamental del

informe de Spackman era que si se incrementaba la eficienciacon que la Agencia hacía cumplir el código tributarioexistente, entonces aumentarían también de forma demostrablelos ingresos netos para el Tesoro Público del país, sinintroducir ningún cambio correspondiente en el código en síni tampoco elevar las tasas marginales. Ya me entiende. Locual quiere decir que el informe dirigía la atención haciaControl y la disparidad fiscal. ¿Quiere que defina ladisparidad, ya me entiende? ¿O acaso ya la ha definido otro?¿Le está haciendo usted las mismas preguntas a todo elmundo? ¿Preferiría la Agencia que yo no hablara de esto?

P.—Supongo que es algo que se explica por sí solo, ya me

entiende. La disparidad es la diferencia entre el total delos ingresos fiscales que se le deben por ley al TesoroPúblico en un año determinado y el total de impuestos querecauda la Agencia ese año. Es algo de lo que casi nunca sehabla de forma explícita, casi [inaudible]. Hoy día es labestia negra en que se concentra la Agencia, ya me entiende.Pero por entonces no. El informe de Spackman calculaba queentre seis y siete mil millones de dólares que se le debíanpor ley al Tesoro Público en 1968 no habían sido remitidos.Las proyecciones econométricas de Spackman situaban ladisparidad fiscal proyectada para 1980 en casi veintisiete

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mil millones, una estimación que en la fecha en que sedesenterró el informe resultó que había pecado de optimista.Dejando de lado las apelaciones y litigios, la disparidadfiscal calculada correspondiente a 1980 superaba los treintay un mil quinientos millones de dólares. Lo más notable eraque no se había hablado mucho del volumen de la disparidadni tampoco le habían prestado demasiada atención. Estoyconvencido de que es por eso que casi nunca se hablaabiertamente de ello, por semejante estupidez institucional,ya me entiende. Y que fue también por eso que al informe deSpackman nunca se le prestó mucha atención, aunque tal comohe dicho Sistemas siempre está generando esa clase deinformes políticos. Las instituciones pueden ser mucho menosinteligentes que los individuos que las componen. Ya meentiende. También hay que tener en cuenta el hecho de que ala Agencia le preocupa la posibilidad de que el públicocontribuyente la perciba como algo distinto a un instrumentocompletamente eficiente y omnisciente de recaudación deimpuestos: en el sistema tributario y la voluntad delpúblico de acatar la ley impositiva entra en juego unapsicodinámica compleja. Para empezar, el exceso deeficiencia puede ser entendido como hostilidad, comoagresividad excesiva, ya me entiende, lo cual a su vezaumenta la hostilidad de los contribuyentes y puede llegar aafectar negativamente a la docilidad del público y elcometido y presupuesto de la Agencia, ya me entiende. Y esoquiere decir que se trata de un asunto complejo, ya meentiende, y que la psicodinámica queda fuera de nuestra áreade trabajo, y de todo esto yo solamente tengo unconocimiento bastante impreciso y general, ya me entiende,aunque sabemos que es objeto de considerable interés yestudio por parte del Triple Seis. El informe de Spackman,

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la subsección que interesaba, fue resucitado por una personao personas próximas a la Santísima Trinidad. Circulandistintas versiones sobre quién fue. Ya me entiende. Lehablo de un periodo que tuvo lugar más o menos hace dos añosy medio.

P.—En el fondo, de acuerdo con el informe político, la

disparidad era una cuestión de acatamiento. Ya me entiende.Es obvio, ya que la disparidad representaba un porcentajedeterminado de desacato. Pero la subsección del memorandoque interesaba trataba de aquellas partes de la disparidadfiscal con las que la Agencia podía lidiar de maneraprovechosa. Las que se podían reducir y mitigar. Parte de ladisparidad fiscal anual se debía a la economía sumergida enmetálico, a los mecanismos de trueque y las transacciones enespecies, a los ingresos ilegales y a ciertos mecanismos muysofisticados que empleaba la gente rica para no tener quepagar impuestos y que no se podían solventar a corto plazo.Sin embargo, el análisis del informe de Spackman sosteníaque una porción importante de la disparidad era resultado deuna mala cobertura remediable, que incluía los formulariosindividuales 1040 y que él sostenía que se podía tratar ycorregir a corto plazo. Por razones comprensibles, lo quemás atractivo le resultaba a la administración actual era elcorto plazo. De ahí la intersección entre estrategiastécnicas y políticas, que es como tienen lugar los cambios anivel nacional que después nos llegan a nosotros los queestamos en las trincheras, ya me entiende, a través dereorganizaciones y cambios en los criterios de Evaluacióndel Trabajo, ya que los 1040 son el ámbito de los exámenesde a pie. ¿Quiere que le explique las distintas áreas ytipos de examen que hacemos aquí?

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P.—Para nada. Al nivel básico, el Memorando de Spackman

dividía las porciones remediables y asociadas con el 1040 dela disparidad fiscal en tres áreas generales, ya meentiende: declaraciones no presentadas, declaracionesimprecisas y pagos insuficientes. Las no presentadas sontarea del DIC. El Departamento de Investigación Criminal.Los pagos insuficientes los maneja la División deRecaudación, que es una sección muy distinta, tanto a nivelfilosófico como de operaciones, a lo que hacemos aquí enExamen, ya me entiende, aunque nuestras dos divisiones,Examen y Recaudación, junto con Auditorías, por supuesto,conforman el grueso de la Iniciativa. Que es también, anivel organizativo, la División de Control. En el fondo, encalidad de examinadores, las declaraciones imprecisas lastratamos nosotros. Ya me entiende. Los ingresos sindeclarar, las deducciones inválidas, los gastos inflados,los créditos mal declarados. Las discrepancias, ya me...

P.—Al nivel básico, el argumento de la Iniciativa Spackman,

tal como se la conoce aquí, tanto a nivel filosófico comoorganizativo, era que esos tres elementos de la disparidadfiscal se podían corregir aumentando la eficiencia de laAgencia Tributaria en relación al acatamiento. No es difícilentender por qué esta idea llamó la atención de laadministración política como tercera opción posible, comoforma de ayudar a tratar la caída cada vez más insosteniblede los ingresos sin subir las tasas ni cortar losdesembolsos. Ya me entiende. No hace falta decir que todoesto es una versión muy simplificada. Estoy intentandoexplicar los extraordinarios acontecimientos que han tenidolugar en la estructura y las operaciones de la Agencia tal

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como los experimentamos aquí en la sede regional. Ha sido unaño inusualmente emocionante, por no decir más. Y la causafundamental de la emoción, y también de cierta controversia,es la Iniciativa Spackman. Así es como se la ha bautizado.Una reorientación amplia y ambiciosa de la concienciainstitucional que tiene la Agencia de sí misma y de su rolen las políticas. Ya me entiende. Oiga... ¿se encuentrausted bien?

P. [Pausa, intervalo de estática.]—... me entiende, y el Triple Seis también lo encontró

ventajoso, puesto que, bajo ciertas condiciones técnicas, sepodía conseguir que cada dólar que se añadía al presupuestoanual de la Agencia generara más de dieciséis dólaresadicionales en ingresos añadidos para el Tesoro Público.Buena parte del meollo de este argumento buscaba tomar enconsideración el estatus peculiar de la Agencia Tributaria ysu función como agencia federal. Una agencia federal es, pordefinición, una institución. Una burocracia. Pero la Agenciatambién es la única agencia del aparato federal cuya funciónson los ingresos. El dinero que entra. Lo cual quiere decirque su cometido consistía en maximizar el rendimiento legalde cada dólar que se invertía en su presupuesto anual. Ya meentiende. Más que nada, pues, de acuerdo con el informedesenterrado, había razones de peso para concebir,constituir y operar la Agencia Tributaria como un negocio —una empresa en marcha y en busca de beneficios, ya meentiende— en lugar de como una burocracia institucional. Enel fondo, el informe Spackman era intensamenteantiburocrático. Tenía un modelo más clásicamentemercantilista. El atractivo que esto revestía para losconservadores partidarios del libre mercado no deberíacostar de entender. Al fin y al cabo, estamos en una época

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de desregulación empresarial. Cuál era la mejor manera dedesregular la Agencia Tributaria —que, por supuesto, encalidad de agencia federal, estaba diseñada y operaba comoconjunto de regulaciones legales y mecanismos para laejecución de la ley— y hasta qué punto había que hacerloconstituía una cuestión espinosa y todavía sin resolver, yame entiende. Pero el momento era el oportuno, en términospolíticos, ya me entiende, por lo menos para la esenciafundamental de la propuesta de Spackman. Sería difícil hacerdemasiado hincapié en las consecuencias que tiene estecambio de filosofía y cometido para todos los que estamostrabajando al nivel de la calle. La Iniciativa. Por ejemplo,un esfuerzo intensivo de reclutamiento y contratación y unaumento de casi el 20 por ciento del personal de la Agencia,el primer aumento de ese calibre desde el Acta de ReformaFiscal del 78. Y me refiero también a una reestructuraciónenorme y aparentemente interminable de la rama de Control dela Agencia, de la cual la [inaudible] más relevante para losque estamos aquí es el hecho de que los siete ComisionadosRegionales han asumido una mayor autonomía y autoridad bajola filosofía operativa más descentralizada de la IniciativaSpackman.

P.—Se trata de otro tema complicado, que requiere un

conocimiento intensivo de la normativa fiscal de EstadosUnidos y de la historia de la Agencia en tanto que parte dela rama ejecutiva y sin embargo también bajo la supervisióndel Congreso. Una parte crucial de lo que ahora se conocecomo Iniciativa Spackman pasaba por encontrar una víaintermedia eficaz entre dos tendencias opuestas que llevabandécadas enteras poniendo trabas a las operaciones de laAgencia, una de ellas la descentralización mandada en 1952

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por la Comisión King del Congreso y la otra el extremocentralismo burocrático y político de la administraciónnacional que se ejercía desde el Triple Seis. Se podríadecir que los años sesenta fueron una época, en términos dehistoria institucional de la Agencia, en la que se impuso laoficina del Distrito. Los años ochenta se están convirtiendoen la época de las Sedes Regionales. Ya me entiende. Entanto que terreno intermedio organizativo entre los muchosDistritos y la administración unitaria del Triple Seis.Ahora las decisiones administrativas, estructurales,logísticas y de procedimiento están en mucha mayor medida enmanos del Comisionado Regional y sus asistentes, que a suvez delegan responsabilidades de acuerdo a unas directricesoperativas flexibles pero coherentes, ya me entiende, locual da como resultado una mayor autonomía fundamental paralos centros.

P.—Cada Región tiene un Centro de Servicios y, con una

excepción en la actualidad, un Centro de Examen. ¿Quiere quele explique la excepción?

P.—En el fondo, bajo la Iniciativa, los Centros de

Servicios y de Examen Regionales permiten bastante máslibertad en términos de estructura, personal, sistemas yprotocolos de operaciones, lo cual resulta en una mayorautoridad y responsabilidad por parte de los directores deestos centros. La idea directriz es liberar a estas enormessedes centrales de procesamiento de regulaciones opresivas orígidas que impidan la acción efectiva. Ya me entiende. Almismo tiempo, se aplica una presión extrema orientada a unaúnica meta que las abarca a todas: los resultados. El

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aumento de los ingresos. La reducción del desacato. Lareducción de la disparidad. No se llega a las cuotas, claro—eso nunca, claro, por razones que tienen que ver con lo quees justo y con la percepción pública—, pero casi. Todoshemos visto las noticias, usted y yo, y sí, en parte lo quese ha introducido son auditorías más agresivas. Ya meentiende. Pero la mayoría de los cambios y énfasisintroducidos en la División de Auditorías son una simplecuestión de grado, un tema cuantitativo, y eso incluye lallegada de las auditorías automatizadas, que nuevamentequedan fuera de nuestra área de conocimiento laboral. Paralos que estamos en Examen, sin embargo, se ha producido uncambio cualitativo dramático en materia de filosofíaoperativa y protocolos. Lo puede notar hasta la funcionariade rango GS-9 más baja frente a su máquina de perforartarjetas. Si las Auditorías son el arma de la Iniciativa, yame entiende, la gente de Examen somos los telemetristas, losencargados de decidir adónde hay que apuntar con esa arma.Tras la desregulación, queda solamente una preguntaoperativa que se impone sobre las demás: ¿qué declaracioneses más provechoso auditar y cuál es la forma más eficientede encontrar esas declaraciones?

947676541—Tengo una tolerancia al dolor inusualmente alta.928514387—Bueno, a mi padre le gustaba cortar el césped a trozos y

a franjas. Primero cortaba la esquina este del jardín dedelante, luego entraba un rato en casa, luego hacía lafranja sudoeste del jardín de atrás y un cuadradito junto ala verja sur, volvía a entrar y así sucesivamente. Teníamuchos pequeños rituales de ese tipo, así era él. ¿Sabe? Me

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costó un tiempo darme cuenta de que hacía eso con el céspedporque le gustaba la sensación de haber terminado. De teneruna tarea y sentir que la hacía y que ya estaba hecha. Esuna sensación agradable, es como si fueras una máquina quesabe que funciona bien y que está haciendo aquello para loque ha sido diseñada. ¿Sabe? Al dividir el jardín endiecisiete pequeñas secciones, algo que a nuestra madre leparecía una chifladura más, él tenía la sensación de estarterminando la tarea diecisiete veces en lugar de una sola.Como: «Terminé. Terminé otra vez. Y otra vez, mira, yaterminé».

»Bueno, pues aquí pasa un poco lo mismo. En exámenes de apie. A mí me gusta. Uno tarda unos veintidós minutos enrepasar un 1040 normal y corriente, examinarlo y llenar elmemorando que va con él. Tal vez un poco más dependiendo detus criterios, hay equipos que ajustan los criterios. Yasabe. Pero nunca más de media hora. Y cada uno que terminaste da esa pequeña sensación agradable.

»El problema es que las declaraciones no paran nunca dellegar. Siempre hay otra que hacer. Uno nunca termina deverdad. Pero, por otro lado, con el césped pasaba lo mismo,¿me entiende? Por lo menos cuando llovía lo bastante. Paracuando mi padre llegaba a la última sección que habíadelimitado, la primera ya volvía a necesitar que le pasarasla cortadora. A él le gustaba el césped bien corto y pulcro.Ahora que lo pienso, mi padre pasaba mucho tiempo en eljardín. Mucho tiempo de su vida.

951876833—Era un episodio de La dimensión desconocida o de Más allá del

límite, de una serie de esas. Un tipo con claustrofobia se vaponiendo más y más grave hasta que tiene tanta claustrofobia

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que se pone a chillar y a montar un escándalo, así que loagarran y lo llevan a un manicomio, y en el manicomio leponen una camisa de fuerza y lo aíslan en un cuartuchodiminuto con un desagüe en el suelo, un cuarto del tamaño deun armario, que salta a la vista que tiene que ser lo peordel mundo para un claustrofóbico, pero ellos le explican através de una rendija de la puerta que son las reglas yprocedimientos, que cada vez que alguien grita lo tienen queaislar. Y entonces sí que el tipo está jodido, está claroque se va a pasar la vida entera ahí dentro, porque mientrasgrite y se intente noquear a sí mismo contra las paredes lovan a dejar en ese cuartucho diminuto, y mientras esté en elcuartucho va a gritar, porque el problema es precisamenteque es claustrofóbico. El tipo es un ejemplo viviente de quehay casos en que las reglas y procedimientos tienen quedejar cierto margen de maniobra, porque si no de vez encuando se va a producir alguna cagada ridícula y alguien vaa vivir un auténtico infierno. El episodio se titulabaprecisamente «Reglas y procedimientos», y a ninguno se nosolvidó nunca.

987613397—Creo que no tengo nada que decir que no esté en el

código o en el Manual.943756788—Mi madre lo llamaba quedarse repasmado. La expresión

venía de un hábito que tenía mi padre y que practicaba enmedio de casi cualquier situación. Mi padre era un tipoamable, contable del distrito escolar. Quedarse repasmadosignificaba quedarse mirando algo fijamente y sin expresióndurante un periodo largo de tiempo. Te puede pasar cuando nohas dormido lo bastante, o has dormido demasiado, o has

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comido más de la cuenta, o estás distraído, o simplementesoñando despierto. No es lo mismo que soñar despierto, sinembargo, porque consiste en mirar algo. Mirarlo fijamente.Normalmente algo que tienes justo delante: un estante de unabiblioteca, o el centro de mesa de la cocina, o a tu hija oa tu pequeño. Pero cuando estás repasmado, en realidad noestás mirando la cosa que parece que estás mirando, nisiquiera te das cuenta de que está ahí; y, sin embargo,tampoco estás pensando en nada más. La verdad es que noestás haciendo nada, mentalmente, pero lo estás haciendofijamente, con algo que parece una concentración intensa. Escomo si la concentración se te quedara encallada, igual quese encallan las ruedas de un coche en la nieve. Y ahoratambién lo hago yo. Me sorprendo a mí mismo haciéndolo. Noes desagradable, pero sí extraño. Algo se escapa de ti;notas que se te queda la cara flácida, sin músculos niexpresión. A mis hijos les asusta, eso lo sé. Es como si tucara, igual que tu atención, perteneciera a otro. Ahora mepasa a veces que estoy en el cuarto de baño, delante delespejo, y me despierto de repente y me sorprendo a mí mismorepasmado, sin reconocer nada. Mi padre ya lleva doce añosmuerto.

»Ese es el nuevo desafío que tenemos aquí. Desde fueradel examinador, antes no había garantía de que nadie pudieraver la diferencia entre alguien que hacía bien el trabajo yalguien que simplemente estaba lo que mi madre llamabarepasmado, mirando los expedientes de las declaraciones perosin prestarles atención. Siempre y cuando procesaras elnúmero de declaraciones que habías hecho cada día para elregistro de rendimiento, nadie podía estar seguro. No es queyo hiciera eso, yo me quedo repasmado cuando ya ha terminadola jornada de trabajo, o bien antes, mientras me preparo.

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Pero sé que ellos sí se preocupaban: quiénes son los buenosexaminadores y quiénes los están engañando y se estánpasando el día repasmados o pensando en otras cosas. Esopuede pasar. Pero ahora, este año, pueden saberlo; ya sabenquién está haciendo su trabajo. La diferencia se certificamás adelante. Porque lo que ahora ponen en el registro ya noes el rendimiento, sino los ingresos que has producido. Esees el cambio para nosotros. Ahora la cosa es más fácil,porque estamos buscando algo, algo que se traduzca eningresos, no solamente cuántas devoluciones eres capaz derepasar. Y eso nos ayuda a prestar atención.

984057863—Nuestra casa estaba fuera de la ciudad, junto a una de

las carreteras asfaltadas. Teníamos un perro muy grande quemi padre tenía encadenado en el jardín. Un perro grande queera parte pastor alemán. Yo odiaba aquella cadena, pero noteníamos cerca y estábamos justo al lado de la carretera. Yel perro también odiaba la cadena. Pero tenía dignidad. Loque hacía era no estirar nunca la cadena del todo. Nisiquiera llegaba al punto en que se tensaba. Aunque elcartero parara el coche delante, o un vendedor. Por puradignidad, aquel perro fingía que prefería quedarse dentro dela zona que marcaba la longitud de la cadena. No había nadafuera de aquella zona que le interesara. Simplemente teníacero interés. Así que ni se fijaba en la cadena. No laodiaba. La cadena. Se limitaba a hacerla irrelevante. Talvez no estuviera fingiendo, tal vez fuera verdad que habíaelegido que aquel circulito fuera su pequeño mundo. Teníapoder. Toda su vida era aquella cadena. Me encantaba aquelperro, coño.

 

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15Una anécdota paranormal poco conocida pero cierta:

existen lo que se llama médiums de datos. A veces en lostratados se los conoce también como videntes informativos, y alsíndrome en sí como IDA (=Intuición de Datos al Azar). Losrepentinos destellos de conciencia o clarividencia de esossujetos son estructuralmente similares, pero por lo generalmucho más tediosos y cotidianos que los vaticiniosdramáticamente relevantes que normalmente clasificamos comoPES o precognición. Esto explica a su vez que el fenómenohaya sido tan poco estudiado o publicitado, y por qué lagente dotada de IDA se refiere a ello casi universalmentecomo una enfermedad o una minusvalía. En los pocos estudiosy monografías serios que existen, sin embargo, los ejemplosabundan; ciertamente es la abundancia, junto con lairrelevancia y la interrupción del pensamiento y la atenciónnormales, lo que constituye la esencia del fenómeno de laIDA. El segundo nombre de ese amigo de la infancia o de esedesconocido con el que te cruzas en un pasillo. El hecho deque alguien que se te sienta cerca en un cine estuvo una vezdieciséis coches por detrás de ti en la I-5 cerca deMcKittrick, California, en un día cálido y lluvioso deoctubre de 1971. Los datos salen de la nada y resultanincómodos y frustrantes, igual que todas las irrupcionespsíquicas. Sucede simplemente que son efímeros, inútiles,intrascendentes y distraen la atención. Cómo le supo elCointreau a alguien que tenía un leve resfriado en el paseode la ópera estatal de Viena el 2 de octubre de 1874. Cuántagente miró en dirección sudeste para ver a Guy Fawkescolgado en 1606. El número de planos que hay en Al final de laescapada. El hecho de que un tipo llamado Fangi o Fangio

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ganara el Grand Prix de 1959. El porcentaje de deidadesegipcias que tienen caras de animales en vez de carashumanas. La longitud y el diámetro medio del intestinodelgado del secretario de Defensa Caspar Weinberger. Laaltura exacta (no la estimada) del monte Erebus, aunque nolo que es el monte Erebus ni dónde está.

En el caso del médium de datos y funcionario de rango GS-9 Claude Sylvanshine, por ejemplo, el 12 de julio de 1981recibe el peso y velocidad métricos exactos de un tren queestá avanzando en dirección sudoeste a través de Prešov,Checoslovaquia, en el preciso momento en que él se suponeque tiene que estar contrastando los recibos 1099-INT con ladeclaración de la renta de unos tales Edmund y Willa Kosice,las persianas de cuya casa fueron reemplazadas en 1978 poralguien cuya esposa ganó una vez tres rondas seguidas debingo en la iglesia de Saint Bridget de Troy, Michigan, peseal hecho de que la dirección de la residencia de los Kosiceestá en Urbandale, Iowa; la razón de esta incongruencia enla IDA es desconocida para Sylvanshine, para quien los datosal azar no son más que una distracción más entre las muchasque se tiene que sacudir de encima en medio del ruido y eldesánimo generalizado y frenético del CRE de Filadelfia.Luego recibe el nombre del dios tolteca del maíz, peroescrito en signos toltecas, de manera que a Sylvanshine leparece un mero dibujo abstracto de origen desconocido. Elganador del premio Nobel de fisiología barra medicina en1950.

Dato: Por lo menos un tercio de los magos y videntes alservicio de los gobernantes de la Antigüedad terminaronsiendo despedidos o matados al poco de instalarse en suscargos, porque resultaba que la mayor parte de lo queintuían o vaticinaban era irrelevante. No incorrecto,

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simplemente irrelevante, inútil. La verdadera razón delapéndice humano. El nombre que le daba Norbert Wiener a lapelotita de cuero que era su única amiga cuando era un niñoenfermo. El número de hojas de hierba que hay en el jardíndelantero de la casa de tu cartero. Cosas que se inmiscuyen,arman ruido, no paran de molestar. Si a Sylvanshine siemprese le ve una mirada tan concentrada y tensa en parte esporque está intentando filtrar toda clase de datos molestosque va intuyendo psíquicamente. La cantidad de parénquimaque hay en cierto helecho situado en la sala de espera de unortodoncista de Athena, Georgia, aunque ni una palabra de loque es el parénquima en cuestión. El hecho de que el campeónde los pesos pluma de la WBA de 1938 tenía una ligeraescoliosis en la región T10-12. Y tampoco comprueba nada:esos datos no los contrastas, son como cebos que no tellevan a ninguna parte. Es algo que ha aprendido por lasmalas. La velocidad en unidades astronómicas en que elSistema ML435 se está alejando de la Vía Láctea. Él no lecuenta a nadie estas intrusiones. Algunas están conectadas,pero casi nunca de ninguna manera que revista lo que alguiencon verdadera PES llamaría sentido. El peso métrico de todala pelusa de todos los bolsillos de todos los presentes enel observatorio de Fort Davis, Texas, en el día de 1974 enque las nubes tapan un eclipse que estaba previsto que seprodujera. Tal vez uno de cada cuatro mil de esos datosresulta relevante o de utilidad. La mayoría son como tener aalguien que te canta «Barras y estrellas» al oído mientrastú estás intentando recitar un poema para ganar un premio.Claude Sylvanshine no lo puede impedir. El hecho de que lahermanita pequeña de la retatarabuela de una persona con laque te cruzas por la calle y que murió de tos ferina en 1844se llamaba Hesper. El coste, en dólares ajustados a la

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inflación, de aquel eclipse tapado por las nubes. Lalicencia de emisión de la Comisión Federal de Comunicacionesde la emisora cristiana que estaba escuchando el directordel observatorio mientras volvía a casa en coche, donde seencontró a su mujer exhausta y la gorra del lechero encimade la encimera de la cocina. La forma de las nubes en latarde en que dos personas a las que nunca ha conocidoconcibieron a su criatura, a la que perdieron a las seissemanas de embarazo. El hecho de que el pionero de lamaletería con ruedas para el gran público fuera el ex maridode una azafata de la People Express que se pasó más dedieciocho meses volviéndose medio loco en su intento deinvestigar la mecánica de la fabricación de maletas y lassolicitudes pendientes de patente porque no se podía creerque a nadie se le hubiera ocurrido comercializar masivamenteaquel accesorio. El número de registro en la OficinaNacional de Patentes de la máquina que le había pegado elrevestimiento de papel a la gorra del lechero. El pesomolecular medio de la turba. Y Sylvanshine jamás le habló anadie de su enfermedad, desde que en cuarto de primariaadivinó el nombre de la gata que había tenido de niña elprimer amor del marido de su tutora y que había perdido losbigotes de un lado en un percance sucedido junto a la cocinade carbón en Ashtabula, Ohio, un dato verificado únicamentecuando Claude escribió un pequeño folleto ilustrado sobre eltema y el marido de la tutora vio el nombre y el dibujo alápiz de Scrapper con los bigotes que le faltaban y se pusoblanco como el papel y se pasó tres noches soñandointensamente, sin que nadie lo supiera.

El médium de datos vive a tiempo parcial en el mundo delos detalles fragmentarios y efervescentes que nadie conoceo que nadie se molestaría en conocer aunque tuvieran la

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posibilidad de conocerlos. La población de Brunéi. Ladiferencia entre la mucosidad y el esputo. El tiempo que unchicle ha residido en la parte de abajo del cuarto asientopor la izquierda de la tercera hilera del Virginia Theaterde Cranston, Rhode Island, pero no quién lo puso ahí ni porqué. Es imposible predecir qué datos van a irrumpir. Losdolores de cabeza son constantes. A veces los datos sonvisuales y tienen una inquietante luz de fondo, como una luzinfinitamente brillante y situada a una distancia infinita.La cantidad de carne roja sin digerir que hay en el colondel individuo adulto masculino medio de cuarenta y tres añosde Gante, Bélgica, en gramos. La relación entre la liraturca y el dinar yugoslavo. El año de la muerte delexplorador submarino William Beebe.

Prueba un pastelillo de Hostess. Sabe dónde se elaboró;sabe quién manejaba la máquina que lo roció de una ligeracapa de chocolate glaseado; sabe el peso de esa persona, sutalla de zapatos, su puntuación media a los bolos; lapuntuación media de su carrera como bateador de la ligaAmerican Legion, y sabe las dimensiones de la sala dondeestá ahora mismo esa persona. Es abrumador.

 

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16Lane Dean Jr. y dos examinadores mayores de un módulo

distinto están delante de una de las puertas de salida sinalarma que hay entre módulos, en un hexagrama de cementorodeado de hierba bien cuidada, contemplando cómo el sol caesobre los campos en barbecho que hay justo al sur del CRE.Ninguno de ellos está fumando. Solamente han salido unmomento. Lane Dean no ha salido con los otros dos;simplemente ha dado la casualidad de que ha aprovechado eldescanso para salir a tomar el aire al mismo tiempo queellos. Todavía está buscando un lugar realmente deseable yameno al que ir durante los descansos; estos son demasiadoimportantes. Los otros dos tipos se conocen entre sí o bientrabajan en el mismo equipo. Han salido juntos; se nota quetienen una rutina que viene de largo.

Uno de los hombres bosteza y se despereza con gestoartificial.

—Caray —dice—. En fin, el sábado Midge y yo fuimos a casade los Bodnar. Te acuerdas de Hank Bodnar, ¿no?, el queestaba en el equipo K de Exámenes de Capital, el que tienelas gafas esas con las lentes que se oscurecen solas cuandosale a la calle, ¿cómo se llaman?

El hombre tiene las manos detrás de la espalda y sededica a mecerse rápidamente sobre las puntas de los pies,como si estuviera esperando el autobús.

—Ajá.El otro hombre, que aparenta unos cinco años menos que el

tipo que ha ido a casa de Bodnar, está mirándose una especiede quiste o tumor benigno que tiene en la parte de dentro dela muñeca. A media mañana el calor se acumula y el ruido

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eléctrico de las langostas entre las hierbas silvestres seeleva y desciende en aquellas partes de los campos quereciben el azote del sol. Ninguno de los dos hombres se hapresentado a Lane Dean, que está de pie más lejos de ellosde lo que ellos están el uno del otro, aunque no tan lejoscomo para que lo consideren completamente desconectado de laconversación. Tal vez le estén dejando cierta intimidadporque ven que es nuevo y todavía se está adaptando al tedioincreíble del trabajo de examinador. Tal vez sean tímidos yse encuentren incómodos y no estén seguros de cómopresentarse. A Lane Dean, a quien se le han subido tanto lospantalones que tendría que meterse en un cubículo de loslavabos de hombres para sacárselos, le vienen ganas deadentrarse corriendo en los campos en medio del calor yechar a correr en círculos agitando los brazos.

—Se suponía que teníamos que ir el fin de semanaanterior, ¿en qué caía? El siete, creo que era —dice elprimer hombre, contemplando un paisaje carente de elementosen los que fijar la vista—, pero la pequeña tenía fiebre yun poco de dolor de garganta, y Midge no quiso dejarla conla canguro si tenía fiebre. Así que llamó para cancelarlo, yMidge y Alice Bodnar lo arreglaron para retrasarlo unasemana, siete días justos, así era fácil de acordarse. Yasabes cómo se ponen las mamás oso cuando sus ositos cogenfiebre.

—Y que lo diga —interviene Lane Dean desde unos metros dedistancia, con una risa un poco demasiado jovial.

Tiene un zapato a la sombra del alero del tejado delmódulo y el otro expuesto al sol de la mañana. Lane Dean yase está empezando a desesperar, porque los quince minutos dedescanso están volando inexorablemente y va a tener quevolver adentro y pasarse otras dos horas examinando

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declaraciones antes de la siguiente pausa. En el cenicero deuna pequeña papelera situada en el nicho de la pared haytirado de lado un vaso vacío de poliestireno que hacontenido café o té. Entrar en una conversación hace que eltiempo pase de forma distinta; no está claro si mejor opeor. El otro hombre sigue examinándose lo que tiene en lamuñeca, poniendo el antebrazo en alto igual que hacen loscirujanos después de lavarse las manos. Si uno piensa que loque están haciendo las langostas es gritar, todo se vuelvemucho más enervante. El protocolo normal es no oírlas; alcabo de un rato ya no te das cuenta de que están.

—En fin —dice el primer examinador—. Vamos a su casa ytomamos una copa. Midge y Alice se ponen a hablar de unascortinas nuevas que están mirando para la sala de estar,dale que te pego. Rollo de mujeres, bastante coñazo. Así queHank y yo terminamos en el cuarto de la tele, porque Hankcolecciona monedas; en serio, por lo que pude ver es uncoleccionista de monedas de los de verdad, no solamentetiene esos álbumes de cartón con agujeros circulares, sabecantidad del tema. Y me quería enseñar una foto de unamoneda que se estaba planteando adquirir para su colección.

El otro hombre acaba de levantar la vista por primera vezcuando el tipo que cuenta la historia ha mencionado lascolecciones de monedas, una afición que a Lane Dean, comocristiano, siempre le ha parecido degenerada y corrupta porvarias razones.

—Una moneda de cinco centavos, creo —está diciendo elprimer tipo. No para de caer en intervalos en los que casiparece que esté hablando solo, mientras el segundo hombre sededica a examinar su quiste de forma intermitente. Se notaque es la clase de conversación que los dos hombres llevanmuchos, muchos años teniendo en los descansos; un hábito que

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ya ni siquiera es consciente—. No una moneda de cinco conbúfalo, sino otra clase de moneda de cinco con el dorsoalternativo bastante conocida, yo no sé mucho de monedas,pero hasta yo había oído hablar de ella, lo cual quieredecir que debe de ser bastante conocida. Pero no me acuerdodel nombre exacto. —Se ríe de una manera que suena casiangustiada—. Ahora no me sale, no me acuerdo.

—Alice Bodnar cocina bastante bien —dice el otro tipo.Alrededor del cuello de la camisa se le ven un poco las

lengüetas de plástico de la corbata de clip de color marrónclaro. El nudo en sí de la corbata está más prieto que unpuño; no hay manera de aflojarlo. Desde donde está, LaneDean tiene una perspectiva mejor y más circunspecta delsegundo examinador. El tumor del interior de su muñeca esdel tamaño de la nariz de un niño y de un material que casiparece cuerno o retoño duro de arbusto, y parece enrojecidoy ligeramente inflamado, aunque esto podría deberse a que elsegundo tipo se lo manosea demasiado. ¿Cómo no hacerlo? LaneDean sabe que él podría muy bien desarrollar una fijaciónenfermiza por la cosa que tiene el tipo en la muñeca sitrabajaran en mesas Calambre contiguas del mismo módulo,intentando mirársela sin ser visto, tomando la decisiónfirme de no mirarla, etcétera. Le horroriza un poco el hechode que casi envidia a quien sea que esté sentado a esa mesa,se imagina el quiste enrojecido y su carrera como objeto dedistracción y atención, algo que atesorar de la misma maneraen que los cuervos atesoran cosas brillantes e inútiles queencuentran por casualidad, aunque sean tiras de papel dealuminio o la cadenilla rota de un relicario. Siente unextraño deseo de preguntarle al tipo por el tumor, de qué setrata, cuánto tiempo hace que lo tiene, etcétera. Y estápasando justo lo que le dijo alguien: que a Lane Dean ya no

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le hace falta mirar el reloj durante las pausas. Ahoraquedan seis minutos.

—En fin, bueno, teníamos planeado escalfar unos filetesde salmón y comer en la terraza dándole al salmón unglaseado especial de salvia que Midge y Alice querían probary acompañándolo de una guarnición de patatas gratinadas,creo que eran gratinadas; tal vez tú las llames al gratén. Yuna ensalada grande, tan grande que no se podía pasar elcuenco, tenía que estar en una mesa aparte.

Ahora el segundo hombre se está bajando con cuidado lamanga de la camisa y abotonándosela de nuevo para que lecubra la muñeca del quiste, aunque Dean está seguro de quecuando se siente delante de sus declaraciones y la mangaretroceda ligeramente, el borde de la penumbra roja delquiste sobresaldrá un poco del puño de la camisa, y de queel constante subir y bajar del puño de la camisa por encimadel quiste tal vez sea en parte lo que le da ese aspectorojo y dolorido; es posible que duela de forma leve peroasquerosa cada vez que el puño de la camisa del hombre subeo baja por encima del pequeño quiste de cuerno.

—Pero fue un día muy agradable. Hank y yo estábamos en elcuarto de la tele, que tiene unos ventanales de esos grandesque dan en parte al jardín de delante y en parte a la calle;había unos chavales de los vecinos yendo y viniendo enbicicleta por la calle y gritando y pasándoselo bomba. Asíque decidimos, lo decidió Hank, qué coño, con el día tanbueno que hace, vamos a ver si las chicas quieren hacer unabarbacoa. Y sacamos la barbacoa de Hank, una Weber grandecon ruedas que se podía sacar rodando si la echabas un pocohacia atrás, de tres patas pero solo dos con ruedas... yasabes, ¿no?

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El segundo hombre se inclina un poco y echa un escupitajoentre dientes sobre la hierba del borde del hexagrama. Debede rondar los cuarenta y tiene canas en el costado de lacabeza que Lane puede ver bajo la luz del sol. Lane Dean seimagina corriendo en el campo en un enorme círculo, agitandolos brazos como Roddy McDowall.

—O sea que lo hicimos, la sacamos rodando —dice el primerhombre—. Y en vez de escalfar el salmón lo hicimos a labarbacoa, aunque todo lo demás fue lo mismo, y Midge y Alicehablaron de dónde habían comprado el cuenco de la ensalada,que tenía todo el borde lleno de grabados, debía de pesardos kilos y medio aquel trasto. Hank asó el pescado en elpatio y nos lo comimos en el porche, por los bichos.

—¿Qué quiere decir? —pregunta Lane Dean, consciente delligero matiz de histeria que tiene en la voz.

—Bueno —dice el primer tipo, que es más corpulento—, quese estaba poniendo el sol. Los mosquitos vienen desde elcampo de golf de Fairhaven. No nos íbamos a quedar sentadosen el patio para que se nos comieran vivos. A nadie se leocurrió siquiera comentar nada al respecto.

El hombre ve que Lane Dean lo sigue mirando, con lacabeza exageradamente inclinada para aparentar unacuriosidad que no siente en absoluto.

—El porche es de los que tienen mosquitera.El segundo hombre está mirando a Dean como diciendo:

¿Quién es este tío?El hombre que había cenado en casa de la otra gente se

ríe.—Lo mejor de ambos mundos. Un porche con mosquitera.—A menos que llueva —dice el segundo hombre.

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Y los dos se ríen con aire afligido. 

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17—Creo que ya de pequeñito me imaginaba a los hombres de

Hacienda como esa otra clase de héroes institucionales,burocráticos, héroes con hache minúscula: como la policía,los bomberos, los asistentes sociales, la Cruz Roja y losempleados de VISTA, la gente que lleva los registros delsubsidio por invalidez y hasta ciertos tipos de clero yvoluntarios religiosos; gente que intenta cerrar con suturaso con vendas todas esas heridas que la gente más egoísta,vanidosa, desconsiderada y egocéntrica le está infligiendosiempre a la comunidad. Quiero decir que se parecen más a lapolicía y a los bomberos y al clero que a esa otra gente ala que todo el mundo conoce y que sale en los periódicos porel trabajo que hacen. No estoy hablando de esa clase dehéroes que «ponen sus vidas en juego». Supongo que lo queestoy diciendo es que hay otras clases. Y yo quería ser unode ellos. De esos que todavía parecían más heroicos porquenadie los aplaudía y nadie pensaba nunca en ellos, y sipensaban en ellos era para considerarlos enemigos. La clasede persona que se apunta al Comité de Limpieza en lugar detocar en la orquesta del baile o de ir de acompañante de lareina del baile de graduación, ya me entiende usted. Esagente callada que limpia y hace el trabajo sucio de losdemás. Ya sabe.

 

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18—Y han vuelto los Nombres de Escritorio. Esa es otra

ventaja que hay con Glendenning. No tengo nada contra el ReyPálido, pero todo el mundo está de acuerdo en que el señorGlendenning piensa más en la moral de los agentes, y losNombres de Escritorio son un ejemplo más.

[Apunte fuera de plano.]—Bueno, son exactamente lo que su nombre indica.

Reemplazan a tu nombre. En el escritorio tienes una placacon tu Nombre de Escritorio. Tu Nombre de Guerra, como sesuele decir. Así no te tienes que preocupar de que uncapullo a quien igual vas a tener que joder un poco sepacómo te llamas y tal vez se entere de dónde vivís tú y tufamilia. No se crea que los agentes no piensan en esascosas.

[Apunte fuera de plano.]—Aunque tampoco es exactamente igual que antes del Rey

Pálido. Por aquella época la cosa se salió de madre, estáclaro. Ahora ya no hay Nombres de Escritorio descaradamentede broma. Eso es algo que para ser sinceros enseguida dejóde hacer gracia y nadie lo echa de menos; nadie quiere queel contribuyente lo tome por bobo. Por aquí somos de todomenos bobos. Se acabaron los Phil Mypockets y los Mike Hunty los Seymour Booty. Aunque nadie, y mucho menos el señorGlendenning, te dirá que no se puede seguir usando el Nombrede Escritorio como herramienta. En la gran batalla paraconquistar los corazones y las mentes. Si eres listo, lousas como herramienta. Hacemos rotaciones; los más veteranoseligen la placa. Este trimestre, mi Nombre de Escritorio esEugene Fusz: lo puede ver en esta placa de aquí. Ahora están

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bastante bien hechas. Una forma de hacerlas útiles es usarun Nombre de Escritorio que el sujeto no esté seguro de cómopronunciar. ¿Se pronuncia como «fuse», como «fuss» o como«fuzz»? Está claro que el capullo no quiere que te ofendas.Otros que también están bien son: Fuchs, Traut, Wiener,Ojerkis, Büger, Tünivich, Schoewder o Wënkopf. Existen másde cuarenta y tres placas. La Bialle, Bouhel. Las diéresissiempre van bien; las diéresis parece que los vuelvenespecialmente locos. No es más que otra táctica paradescolocarlos. Además de una sonrisita en medio de un díagris y todas esas cosas. Hanratty ha solicitado una placaque dice «Peanys» para el tercer trimestre: la petición seestá estudiando, ha dicho el señor Rosebury. Al fin y alcabo, con Glendenning hay un límite. Se trata de aumentarlos ingresos. Esto que tenemos entre manos no es exactamenteel Club de la Comedia.

 

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19—El civismo y el egoísmo tienen algo muy interesante, y

nosotros tenemos la oportunidad de montarnos a sus espaldas.Aquí en Estados Unidos esperamos que el gobierno y la leysean nuestra conciencia. Nuestro superego, por llamarlo dealguna manera. Tiene que ver con el individualismo liberal,y también con el capitalismo, pero yo no entiendo mucho delaspecto teórico... Lo que yo veo es el sitio donde vivo. Encierto sentido los americanos estamos locos. Nosinfantilizamos a nosotros mismos. No nos consideramosciudadanos, partes de algo mayor hacia lo cual tenemos unasresponsabilidades profundas. Nos consideramos ciudadanos enlo tocante a nuestros derechos y privilegios, pero no anuestras responsabilidades. Abdicamos de nuestrasresponsabilidades cívicas en manos del gobierno y esperamosque sea el gobierno, en la práctica, quien legisle lamoralidad. Estoy hablando principalmente de la economía y delos negocios, porque son mi especialidad.

—¿Qué tenemos que hacer para detener la degeneración?—No tengo ni la menor idea. En tanto que ciudadanos no

paramos de ceder nuestra autonomía, pero si desde elgobierno despojamos a los ciudadanos de su libertad paraceder su autonomía, en realidad lo que estamos haciendo esdespojarlos de su autonomía. Es una paradoja. LaConstitución otorga poder a los ciudadanos para elegir nohacer nada y dejar las decisiones en manos de lascorporaciones y de un gobierno del que esperamos que lascontrole. A las corporaciones cada vez se les da mejorseducirnos para que pensemos lo mismo que ellas: que losbeneficios son el telos y que la responsabilidad es algo que

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hay que conservar de forma puramente simbólica pero en larealidad hay que eludirla. Que hay que ser listo en lugar deser sabio. Que hay que querer y tener en lugar de pensar yhacer. No es algo que podamos detener. Sospecho que lo queva a pasar es que habrá alguna clase de desastre —depresión,hiperinflación— y entonces sí que se armará una buena: obien nos despertaremos y recuperaremos la libertad o biennos hundiremos del todo. Igual que Roma: la conquistadora desu propio pueblo.

—Yo entiendo que los contribuyentes no se quierandesprender de su dinero. Es algo humano y natural. A mítampoco me gustaba que me hicieran auditorías. Pero, joder,hay cosas básicas que contrarrestan eso: el hecho de que aesos tipos los hemos votado nosotros, de que hemos elegidovivir aquí, de que queremos buenas carreteras y un buenejército que nos proteja. De manera que ponemos nuestraparte.

—Eso es un poco simplista.—Es como esto: supón que estás en un bote salvavidas con

otra gente y que hay una cantidad limitada de comida y latienes que compartir. La cantidad de comida es limitada perotiene que haber para todos, y todo el mundo está muerto dehambre. Por supuesto, tú quieres toda la comida, estásfamélico. Pero también lo están los demás. Si te comierastoda la comida, después no podrías vivir con ello.

—Y los demás te matarían.—Pero lo que importa es la psicología. Por supuesto que

lo quieres todo, por supuesto que quieres conservar hasta elúltimo centavo que ganas. Pero no lo haces, pones tu parte,porque es lo que hay que hacer en beneficio de todo el botesalvavidas. Se puede decir que tienes un deber hacia los

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demás ocupantes del bote. Un deber para contigo mismo, queconsiste en no ser la clase de persona que espera a que todoel mundo se haya dormido y entonces se come toda la comida.

—Parece que estés impartiendo una clase de educacióncívica.

—Que es algo que apuesto a que tú nunca has hecho.¿Cuántos años tienes, veintiocho? ¿Acaso en tu escuela habíaeducación cívica cuando eras niño? ¿Sabes lo que es laeducación cívica?

—Era una cosa que empezaron a impartir en las escuelasdurante la Guerra Fría. Las Diez Primeras Enmiendas, laConstitución, el Juramento de Lealtad, lo importante que esvotar...

—La educación cívica es la rama de la ciencia políticaque, cito textualmente, trata de la ciudadanía y de losderechos y los deberes de los ciudadanos estadounidenses.

—«Deberes» es una palabra muy dura. No estoy diciendo quetengan el deber de pagar impuestos. Solamente digo que notiene ningún sentido que no lo hagan. Además, si no lo haceste pillamos.

—Yo no creo que esta sea la conversación que queréistener, pero si de verdad queréis mi opinión, yo os la doy.

—Venga, dispara.—Pues creo que no es ningún accidente que ya no se enseñe

educación cívica o que a un joven como tú le moleste lapalabra «deberes».

—Estás diciendo que nos hemos ablandado, ¿no?—Estoy diciendo que los años sesenta, que benditos sean,

hicieron mucho para despertar las conciencias de la gente en

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muchas áreas distintas, como la cuestión racial y elfeminismo...

—Por no mencionar Vietnam.—No, menciónalo, porque aquí hubo una generación entera

que por primera vez cuestionó la autoridad y declaró que suscreencias morales individuales sobre la guerra pesaban másque su deber de ir a combatir aunque se lo mandaran susrepresentantes electos.

—En otras palabras, que su deber supremo era para con ellosmismos.

—Bueno, pero para con ellos mismos ¿en tanto qué?—Todo esto parece muy simplista, muchachos. Tampoco es

que todo el mundo que se dedicara a protestar lo hiciera poruna cuestión de deber. Simplemente protestar contra laguerra se convirtió en una moda.

—Ni el elemento de que el deber supremo es para con unomismo ni el elemento de la moda son irrelevantes.

—¿Estás diciendo que protestar contra Vietnam llevó alfraude fiscal?

—No, está diciendo que llevó a la clase de egoísmo quenos tiene a todos ahora intentando comernos la comida delbote.

—No, pero sí creo que fuera lo que fuera que llevó alhecho de que se pusiera de moda protestar contra una guerraabrió la puerta a lo que nos va a hundir como país. Al finaldel experimento democrático.

—¿Te he dicho ya que es un conservador?—Eso es un puro simplismo. Hay conservadores de todas las

clases, dependiendo de qué sea lo que quieren conservar.

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—Los años sesenta fueron el inicio de la caída de Américaen la decadencia y del individualismo egoísta, la generaciónYo.

—Hubo más decadencia en los años veinte que en lossesenta, sin embargo.

—¿Sabéis qué pienso? Pienso que la Constitución y losDocumentos Federalistas de este país fueron un logro increíblepara la moral y la imaginación. Por primera vez en un paísmoderno, los que estaban en el poder establecieron unsistema en el que el poder de los ciudadanos sobre su propiogobierno iba a ser una cuestión de sustancia y no de simplesimbolismo. Fue algo completamente inestimable, y pasará ala historia junto con Atenas y la Carta Magna. El hecho deque fuera una utopía que funcionara realmente durantedoscientos años lo hace más que inestimable: es literalmenteun milagro. Y fijaos, y ahora os hablo de Jefferson,Madison, Adams y Franklin, los verdaderos Padres de laIglesia: lo que llevó al experimento americano más allá deun acto enorme de imaginación e hizo que casi funcionara nofue solamente la inteligencia de esos hombres, sino suprofunda sabiduría moral: su sentido del civismo. Lo ciertoes que se preocuparon más por el país y por los ciudadanosque por ellos mismos. Podrían haberse limitado a montarAmérica como una oligarquía donde los poderosos industrialesdel Este y los terratenientes del Sur tuvieran todo el podery gobernaran con puño de hierro enfundado en un guante deretórica liberal. ¿Hace falta que os mencione a Robespierre,o a los bolcheviques, o al ayatolá? Aquellos PadresFundadores fueron unos genios de la virtud cívica. Fueronhéroes. La mayor parte de su trabajo lo invirtieron enlimitar el poder del gobierno.

—Los controles y contrapesos.- 196 -

—El poder para el pueblo.—Ellos conocían la tendencia del poder a corromper...—Lo de que Jefferson supuestamente se cepillaba a sus

esclavas y tenía camadas enteras de hijos mulatos.—Creían que el poder centralizado, al dispersarse por un

electorado comprometido, educado y cívico, garantizaría queAmérica no degenerara en un caso más de país de nobles ycampesinos, de gobernantes y siervos.

—Un electorado masculino y blanco de terratenientes educados,tenemos que recordarlo.

—Y esa es una de las paradojas del siglo XX, que tiene suápice en los años sesenta. ¿Es bueno hacer que las cosassean más justas y permitir que toda la ciudadanía vote? Enteoría sí, está claro. Y, sin embargo, es muy fácil juzgar alos antepasados con la lente del presente en lugar deintentar ver el mundo como ellos lo debían de ver. Laconcesión del derecho al voto por parte de los PadresFundadores solamente a los hombres ricos y educados quetenían tierras estaba destinada a emplazar el poder en manosde la gente que más se pareciera a ellos...

—Eso no me parece tan nuevo ni tan experimental, señorGlendenning.

—Creían en la racionalidad... creían que las personasprivilegiadas, cultas, educadas y dotadas de una moralsofisticada serían capaces de emularlos, de tomar decisionesjuiciosas y disciplinadas por el bien del país y nosolamente a favor de sus propios intereses.

—Ciertamente es una justificación imaginativa e ingeniosadel racismo y del machismo, eso está claro.

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—Eran héroes, y como todos los héroes verdaderos eranmodestos y no se consideraban a sí mismos tan excepcionales.Daban por sentado que sus descendientes serían como ellos:hombres racionales, honorables y dotados de una mentalidadcívica. Hombres que se preocupaban por el bien común por lomenos en la misma medida que por el beneficio personal.

—¿Y cómo hemos llegado de los sesenta a esto?—Y nosotros en cambio tenemos a los líderes sin pelotas y

corruptos de hoy día.—Elegimos lo que merecemos.—Pero es algo muy raro. El hecho de que pudieran haber

sido tan preclaros y previsores a la hora de levantarcontroles contra la acumulación de poder en cualquier ramadel gobierno, de que le hubieran tenido ese miedo tansaludable al gobierno y sin embargo mostraran una fe taningenua en la virtud cívica de la gente normal y corriente.

—Nuestros líderes y nuestro gobierno somos nosotros,todos nosotros, de manera que si ellos son corruptos ydébiles es porque nosotros lo somos.

—Odio que hagas sinopsis de lo que estoy intentando deciry que las hagas mal, pero no sé muy bien qué decir. Porquees más fuerte que eso. Yo no creo que el problema seannuestros líderes. Yo voté a Ford y lo más seguro es que votea Bush o tal vez a Reagan y me sienta seguro sobre mi voto.Pero lo vemos aquí, con los contribuyentes. Nosotros somosel gobierno, su peor cara: el acreedor rapaz, el padresevero.

—Nos odian.—Odian al gobierno: nosotros solo somos la encarnación

más conveniente de eso que ellos odian. Hay algo muy

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curioso, sin embargo, en ese odio. El gobierno es la gente,dejando de lado toda una serie de matices, pero nosotrosseparamos ambas cosas y fingimos que no somos nosotros,fingimos que es un Otro amenazador y empeñado en quitarnosla libertad, en quitarnos el dinero y redistribuirlo, enlegislar sobre nuestra moralidad en materia de drogas,conducción, aborto, el medio ambiente... El Gran Hermano, elSistema...

—Ellos.—Pero lo curioso es que lo odiamos porque parece que

usurpa las mismas funciones cívicas que nosotros le hemoscedido.

—Invirtiendo el recurso que establecieron los PadresFundadores de ceder el poder político a la gente en lugar deal gobierno.

—El consentimiento de los gobernados.—Pero la cosa ha ido más lejos, y algo ha tenido que ver

la idea que nació en los sesenta de la libertad personal ylos apetitos y las licencias morales, aunque yopersonalmente no lo entiendo ni de coña. Lo único que sé esque en este país está pasando algo raro en materia decivismo y egoísmo, y que en la Agencia tenemos ocasión dever algunas de sus manifestaciones más extremas. Ahora, encalidad de ciudadanos y hombres de negocios y consumidores yqué sé yo, esperamos que el gobierno y la ley funcionen comonuestra conciencia.

—¿No es para eso que están las leyes?—¿Te refieres a nuestro superego? ¿In loco parentis?

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—Se debe en parte al individualismo liberal, y en parteal hecho de que la Constitución sobrestima el carácterindividual, y en parte también al capitalismo de consumo...

—Eso es bastante vago.—Sí que es vago. Yo no soy politólogo. Pero sus

consecuencias no son vagas, y nuestros trabajos tratan conla realidad concreta de sus consecuencias.

—Pero la Agencia ya existía mucho antes de los decadentesaños sesenta.

—Déjale que termine.—Creo que los americanos de los años ochenta están locos.

Se han vuelto locos. Han sufrido una especie de regresión.—La supuesta falta de disciplina y de respeto a la

autoridad de los decadentes años setenta.—Como no te calles te voy a dejar encima del techo del

ascensor y ahí te quedas.—Puede que suene reaccionario, ya lo sé. Pero todos lo

podemos sentir. Hemos cambiado nuestra manera de pensar ennosotros mismos en tanto que ciudadanos. Ya no nosconsideramos ciudadanos en el viejo sentido de serpiececitas de algo más grande e infinitamente más importantehacia lo cual tenemos serias responsabilidades. Peroseguimos considerándonos ciudadanos en el sentido debeneficiarios; somos conscientes de nuestros derechos comociudadanos americanos y de las responsabilidades que el paístiene hacia nosotros y de su deber de garantizarnos nuestraporción de la tarta americana. Ahora en vez de los cocinerosde la tarta nos consideramos sus comensales. Así pues,¿quién hace la tarta?

—«No preguntes qué puede hacer tu país por ti...»

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—Las corporaciones hacen la tarta. Ellos la hacen ynosotros nos la comemos.

—Probablemente sea por pura ingenuidad que no quieroexplicar el asunto en términos políticos, cuando lo másseguro es que sea un asunto irreductiblemente político. Algoha sucedido que ha hecho que a un nivel personal hayamosdecidido que no pasa nada por abdicar de la responsabilidadindividual que teníamos hacia el bien común y dejar que seael gobierno quien se preocupe por el bien común, mientrasnosotros nos dedicamos a nuestros asuntos individuales y deinterés propio y nos esforzamos por gratificar nuestrosdiversos apetitos.

—En parte les puedes echar la culpa a las corporaciones ya la publicidad, está claro.

—Pero yo no considero que las corporaciones seanciudadanos. Las corporaciones son máquinas destinadas aproducir beneficios, es para eso que han sido ingeniosamentediseñadas. Es ridículo adjudicarles obligaciones cívicas oresponsabilidades morales a las corporaciones.

—Pero la genialidad siniestra de las corporacionesconsiste precisamente en que permiten la recompensaindividual sin obligación individual. Las obligaciones delos trabajadores son para con los ejecutivos, y las de losejecutivos son para con el presidente, y las obligacionesdel presidente son para con la junta directiva, y las de lajunta son para con los accionistas, que al mismo tiempo sonlos clientes a los que la corporación dará por el culo a laprimera de cambio en nombre de los beneficios, unosbeneficios que se distribuyen en forma de dividendos entrelos mismos accionistas-barra-clientes a los que han estado

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dando por el culo en su mismo nombre. Es como una fugamusical de evasión de responsabilidades.

—Te estás dejando a los sindicatos que defienden altrabajador y los fondos de inversión mobiliaria y losefectos que la Comisión de Valores y Cambio ejerce en elprecio sobre la base de las acciones.

—Eres un completo genio de la irrelevancia, Ex. Esto noes un seminario. DeWitt está aquí intentando llegar almeollo de algo.

—Las corporaciones no son ni ciudadanos ni padres. Nopueden votar ni servir en combate. No aprenden el Juramentode Lealtad. No tienen alma. Son máquinas de hacer ingresos.No tengo ningún problema con eso. Creo que es absurdoimponerles obligaciones cívicas o morales. Sus únicasobligaciones son estratégicas, y por mucha complejidad quepuedan adquirir, en el fondo no son entidades cívicas. En elcaso de las corporaciones, yo no tengo ningún problema conque la imposición gubernamental de los estatutos y laspolíticas reguladoras sirva a una función de conciencia. Elproblema lo tengo con el hecho de que parece que losciudadanos individuales hayamos adoptado una actitudcorporativa. El hecho de que nuestra obligación última seapara con nosotros mismos. El hecho de que a menos que seailegal o haya consecuencias directas prácticas paranosotros, cualquier actividad vale.

—Cada vez me estoy arrepintiendo más de estaconversación. El... ¿Os gusta el cine?

—Hombre, claro.—¿Estás de broma?—No hay nada como ponerse bien cómodo una tarde de lluvia

con un Betamax y una buena película.- 202 -

—Suponed que se demostrara que el aumento de la violenciaen el cine americano se corresponde con un aumento de latasa de incidencia de crímenes violentos. O sea, suponed quelas estadísticas no se limitaran a sugerirlo sino que llegarana demostrar de manera concluyente que el hecho de que cada vezhaya más películas gráficamente violentas como La naranjamecánica o El padrino o El exorcista tiene una relación de causa yefecto con el índice de estragos que se producen en el mundoreal.

—No nos olvidemos de Grupo salvaje. Además, La naranja mecánicaes británica.

—Calla.—Pero define «violentas». ¿Acaso el término no puede

querer decir cosas completamente distintas para gentedistinta?

—Te voy a tirar de este ascensor, Ex, te lo juro.—¿Qué esperamos que hagan las corporaciones de Hollywood

que producen las películas? ¿Acaso esperamos realmente quese preocupen por el efecto que tienen sus películas sobre laviolencia de la cultura? Podemos adoptar poses y mandarcartas airadas. Pero las corporaciones, por debajo de todassus trolas publicitarias, replican que están en el negociopara ganar dinero para sus accionistas, y que solamente lesimportaría un pimiento lo que dicen las estadísticas sobresus productos si el gobierno los obligara a regular laviolencia.

—Lo cual causaría un conflicto con la Primera Enmienda, yde los gordos.

—Yo no creo que los estudios de Hollywood sean propiedadde sus accionistas. Creo que la gran mayoría son propiedadde compañías matrices.

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—¿Y en qué otro caso? Pues en el caso de que la gentenormal y corriente que va al cine dejara masivamente de ir aver películas ultraviolentas. La industria del cine puededecir que solamente está haciendo aquello para lo que lascorporaciones han sido diseñadas: satisfacer una demanda yganar tanto dinero como sea posible de forma legal.

—Toda esta conversación es tediosa.—A veces lo importante es tedioso. A veces es trabajo. A

veces las cosas importantes no son obras de arte hechas paraentretenerte, Ex.

—Lo que quiero decir es lo siguiente. Y lo siento, Ex,porque si supiera más de lo que estoy hablando podríadecirlo más deprisa, pero es que no estoy acostumbrado ahablar del tema y nunca he sido muy capaz de organizarlopara nada en forma de palabras. Todo esto suele ser más bienun tornado que me gira en la cabeza mientras voy en cochepor la mañana pensando en lo que tengo en el orden del día.Lo único que quiero decir sobre el cine es lo siguiente:¿acaso esas estadísticas causarían un gran descenso en lasmultitudes que van como borregos a ver esas películasultraviolentas? Pues no. Y ahí está la locura, a eso merefiero. ¿Qué haríamos nosotros? Pues despotricar en losdescansos del trabajo sobre esas malditas corporaciones sinalma a quienes les importa un carajo el estado de la nacióny solamente piensan en ganar pasta. Puede que unos cuantosescribieran a la sección de cartas al director del Journal Staro incluso a su representante en el Congreso. Lo tendrían queprohibir. Habría que prohibirlo por ley, diríamos. Perocuando llegara el sábado por la noche, volveríamos a ir aver la puñetera película violenta de turno que nos apetecever con nuestra señora.

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—Es como que la gente espera que el gobierno sea el padreque les quita el juguete peligroso, pero hasta que viene aquitárselo ellos siguen jugando con él. Es un juguetepeligroso para los demás.

—No se consideran a sí mismos responsables.—Creo que lo que ha cambiado de alguna forma es que ya no

se consideran personalmente responsables. No consideran que elhecho de que vayan de forma personal e individual a compraruna entrada para El exorcista contribuya a esa demanda queprovoca que las máquinas corporativas sigan sacandopelículas cada vez más violentas para satisfacer la demandaexistente.

—Esperan que sea el gobierno quien haga algo al respecto.—O que a las corporaciones les salga alma.—Ese ejemplo hace que sea mucho más fácil entender lo que

quiere usted decir, señor Glendenning —dije yo.—Yo no estoy seguro de que El exorcista sea el mejor ejemplo.

El exorcista no es tan violenta como asquerosa. El padrino, encambio... eso sí que es violencia.

—Yo no he visto El exorcista, porque la señora G. dijo queprefería que le cortaran todos los dedos de las manos y lospies con tijeras sin afilar antes que tragarse semejanteporquería. Pero, por lo que he oído y leído, era violenta denarices.

—Creo que el síndrome se parece más al de no votar, a esotípico de «soy tan pequeño y la masa de todos los demás estan enorme que de qué sirve lo que pueda hacer yo». Demanera que en vez de ir a votar se quedan en casa a ver Losángeles de Charlie.

—Y luego despotrican y se quejan de sus líderes electos.

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—Así que tal vez no es que piensen que el ciudadanoindividual no es responsable, sino que ellos son tanpequeños y el gobierno y el resto del país es tan grande queno tienen ninguna posibilidad de generar ningún impactoverdadero, de manera que lo único que les queda espreocuparse de sí mismos lo mejor que puedan.

—Por no mencionar lo grandes que son las corporaciones,porque, a ver, cómo va un simple tipo que se compra unaentrada para ver El padrino a ejercer ninguna influencia sobrelos estudios de la Universal. Lo cual sigue siendo unembuste: no es más que una forma de justificar tu negativa aresponsabilizarte de tu aportación exigua a la marcha delpaís.

—Creo que todo es parte de lo mismo. Y no resulta fácildistinguir cuál es exactamente la diferencia. Y me da miedocaer en esa típica dinámica de los abueletes de decir que lagente ya no es igual de cívica que antaño y que este país seestá yendo al garete. Pero da la impresión de que antes losciudadanos, ya fuera en cuestión de impuestos o de tirarbasura al suelo, en lo que queráis, sentían que eran partede un Todo; que ese enorme «Todos los Demás» que determinabalas políticas y el gusto y el bien común se componía enrealidad de un montón de individuos como ellos, que elloseran de hecho una parte del Todo, y que tenían que aportar sugrano de arena y arrimar el hombro y dar por sentado que loque hacían sí que importaba, igual que importaba lo quehacían Todos los Demás, si querían que el país siguierasiendo un buen lugar donde vivir.

—Ahora los ciudadanos se sienten alienados. Se ha vueltoun «yo contra todos los demás».

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—«Alienados» es una de esas palabras grandilocuentes delos sesenta.

—Pero ¿cómo puede ser que venga de los sesenta todo esterollo de los tipos pequeños alienados y egoístas cuyos actosno importan? Si precisamente lo que tuvieron de bueno lossesenta fue mostrar que los ciudadanos con ideas afinespodían pensar por sí mismos y no limitarse a tragar lo quedecía el Sistema, y que además podían aliarse y manifestarsey crear agitación para causar cambios, y que podíanproducirse cambios verdaderos: pudimos irnos de Vietnam,conseguir asistencia social, el Acta de Derechos Civiles yla liberación femenina...

—Porque entonces las corporaciones entraron en el juego yconvirtieron todos los principios y aspiraciones eideologías legítimos en una serie de modas y actitudes;hicieron que la rebelión dejara de ser un impulso verdaderopara convertirse en una pose de moda.

—Es terriblemente fácil vilipendiar a las corporaciones,Ex.

—¿Acaso el término en sí «corporación» no viene decuerpo, de algo que toma forma corpórea? Lo que se creó fuegente artificial. ¿No fue la Decimocuarta Enmienda la queles dio a las corporaciones todos los derechos yresponsabilidades de los ciudadanos?

—No, la Decimocuarta Enmieda fue parte de laReconstrucción y tenía como propósito concederle la plenaciudadanía a los esclavos libertos, y solamente fueron losavispados abogados de alguna corporación los queconvencieron al Tribunal de que las corporaciones cumplíanlos requisitos de la Decimocuarta.

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—Estamos hablando de las corporaciones de clase C,¿verdad?

—Porque es verdad... ahora cuando dices «corporación» nisiquiera está claro si están hablando de las de tipo C o delas S o de las sociedades de responsabilidad limitada o delas sociedades de empresa. Además están las empresasprivadas de pocos accionistas y las públicas, por no hablarde esas corporaciones falsas que en realidad no son más quesociedades limitadas cargadas de deuda sin recurso paragenerar pérdidas sobre el papel, que básicamente no son másque parásitos del sistema fiscal.

—Además, las de tipo C contribuyen por medio de tasacióndoble, así que es difícil decir que no son más que unnegativo en la esfera de los ingresos.

—Te estoy dedicando una mirada de burla y mofa totales,Ex, ¿a qué te imaginas tú que nos dedicamos aquí?

—Por no mencionar los instrumentos fiduciarios quefuncionan de manera casi idéntica a las corporaciones.Además de las proliferaciones de franquicias, los fondos deinversión de transparencia fiscal y las fundaciones sinánimo de lucro que funcionan como instrumentos corporativos.

—Nada de todo esto importa. Y ni siquiera estoy hablandodel trabajo que hacemos aquí, salvo en el sentido de que nospermite ver las actitudes cívicas de cerca, puesto que alfin y al cabo no existe nada más concreto que un pago deimpuestos, que al fin y al cabo es tu dinero, mientras quelas obligaciones y las devoluciones proyectadas de los pagosson cosas abstractas, que existen al mismo nivel abstractoque la nación en sí y su gobierno y el bien común, de maneraque las actitudes sobre el pago de impuestos parecen ser uno

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de los ámbitos en los que el sentido cívico de un hombre serevela en los términos más crudos posibles.

—Pero ¿no era la Decimotercera Enmienda esa de la que seaprovecharon los negros y las corporaciones?

—Déjeme que lo tire, señor G., se lo suplico.—Aquí hay algo que merece la pena mencionar. Fue en las

décadas de 1830 y 1840 cuando los estados empezaron aconceder estatutos de sociedad a compañías más grandes yreguladas. Y fue en 1840 o 1841 cuando De Tocquevillepublicó su libro sobre los americanos, y en alguna partedice que un rasgo que tienen las democracias y suindividualismo es que por su misma naturaleza corroen elsentido que tiene el ciudadano de la comunidad verdadera, deestar rodeado de una serie de conciudadanos verdaderos yreales cuyos intereses y preocupaciones son idénticos a lossuyos. Es una especie de ironía siniestra, si pensáis enello, puesto que una forma de gobierno diseñada para obtenerla igualdad provoca que sus ciudadanos sean tanindividualistas y estén tan cerrados en sí mismos queterminan siendo seres solipsistas que no hacen más quemirarse el ombligo.

—De Tocqueville también habla del capitalismo y de losmercados, que en gran medida van de la mano de lademocracia.

—Simplemente no creo que sea de esto de lo que yo estabaintentando hablar. Es fácil echarles la culpa a lascorporaciones. Lo que DeWitt está diciendo es que si creesque las corporaciones son malignas y que le pertoca algobierno darles una moral, lo que estás haciendo es rechazartu responsabilidad cívica. Estás haciendo que el gobiernosea tu hermano mayor y que la corporación sea el matón

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malvado del que se supone que tu hermano mayor te tiene quedefender en el recreo.

—La idea básica de De Tocqueville es que forma parte dela misma naturaleza del ciudadano democrático ser como unahoja que no cree en el árbol del que forma parte.

—Lo que resulta interesante aunque deprimente es esahipocresía tácita: yo, el ciudadano, voy a seguir comprandocochazos de alto consumo que se cargan los bosques yentradas para El exorcista hasta que el gobierno apruebe la leyque los prohíba, pero cuando el gobierno va y aprueba esa leyyo me pongo a despotricar del Gran Hermano y el gobierno quenos agobia.

—Mirad por ejemplo la tasa de fraude fiscal y elporcentaje de apelaciones que hay después de las auditorías.

—Casi parece que quiero una ley que te prohíba a ti el altoconsumo de gasolina y ver Grupo salvaje, pero no a mí.

—Todo el mundo está gritando «que no me toque a mí».—Apuñalan a una señora junto al río, sus gritos se oyen

desde todas las casas de la manzana, pero nadie pone un piefuera.

—Nadie se involucra.—A la gente le ha pasado algo.—La gente maldice a las compañías tabacaleras mientras

fuma.—Sin embargo, no es justo rechazar toda crítica del rol

que juegan las corporaciones en esta especie de decadenciadel civismo, alegando que no es más que una demonizaciónfácil de las corporaciones. La estrategia corporativa demaximizar beneficios creando demanda y tratar de hacer quela demanda no sea elástica puede ejercer de catalizador de

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este síndrome que el señor Glendenning está intentandodescribir, sin que eso signifique que son el diablo ni queestén intentando dominar el mundo ni nada parecido.

—Creo que Nichols tiene algo más que aportar aquí.—Creo que está intentando decir algo.—Porque creo que la cosa va más allá de la política y del

civismo.—Por lo menos estoy escuchando, Stuart.—Ni siquiera hojas de un árbol, sino más bien hojas que

el viento ha hecho caer y que arrastra de un lado a otro, ycada vez que sopla una ráfaga de viento, el ciudadano dice:«Ahora elijo volar hacia aquí, es decisión mía».

—Y el viento es la amenaza corporativa de Nichols.—Viene a ser casi una cuestión metafísica.—Yuju.—Yeeepa.—Pongamos por caso que lo que estamos viviendo ahora es

una transición económica y social entre la era de lademocracia industrial y la fase que viene a continuación,teniendo en cuenta que el objeto de la democracia industrialera la producción y la economía dependía del aumentoconstante de la producción, y la gran tensión de esademocracia se producía entre la necesidad que tenía laindustria de políticas que estimularan la producción y lasnecesidades que tenían los ciudadanos de beneficiarse detoda esa producción y al mismo tiempo conseguir que susderechos e intereses básicos quedaran protegidos del énfasissimplista de la industria en la producción y los beneficios.

—No estoy seguro de qué papel juega la metafísica enesto, Nichols.

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—Tal vez no sea metafísica. Tal vez sea algo existencial.Estoy hablando de ese miedo profundo que tiene el ciudadanoindividual americano, ese mismo miedo básico que tenemosvosotros y yo y que tiene todo el mundo pero del que nohabla nadie salvo los existencialistas con su prosa francesarecargada. O Pascal. Nuestra pequeñez, nuestrainsignificancia y mortalidad, la vuestra y la mía, esa cosaen la que nos pasamos todo el tiempo sin pensardirectamente, el hecho de que somos diminutos y estamos amerced de grandes fuerzas y de que el tiempo nunca deja decorrer y cada día hemos perdido un día más que no volveránunca y de que nuestras infancias se han terminado y tambiénnuestra adolescencia y el vigor de la juventud y prontotambién nuestra vida adulta, de que todo lo que vemos anuestro alrededor se está descomponiendo y muriéndose todoel tiempo, que todo se está extinguiendo, y lo mismo pasacon nosotros, conmigo, y teniendo en cuenta lo deprisa quehan pasado los primeros cuarenta y dos años, ya no faltamucho para que yo también me extinga, ¿quién iba aimaginarse que existía una forma más veraz de llamarlo que«morirse»? «Extinguirse», el mismo sonido de la palabra haceque me sienta igual que me siento al anochecer en losdomingos de invierno...

—¿Alguien tiene hora? ¿Cuánto tiempo llevamos aquímetidos, tres horas?

—Y no solo eso, sino que todo el mundo que me conoce oque sabe que existo se va a morir, y a su vez todo el mundoque conoce a esa gente o que es remotamente posible que hayaoído hablar de mí se va a morir, y así sucesivamente, ytodas esas lápidas y monumentos que hemos plantado paraasegurarnos de que se nos recuerde, durarán... ¿cuánto?¿Cien años? ¿Doscientos...? Y entonces se desplomarán, y la

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hierba y los insectos que se alimentarán de midescomposición también se morirán, igual que sudescendencia; o en el caso de que me incineren, los árbolesque se nutran de mis cenizas arrastradas por el viento semorirán o bien los talarán y se pudrirán, y mi urna sepudrirá, y antes de tres o cuatro generaciones como mucho,será como si yo nunca hubiera existido, no solamente mehabré muerto sino que será igual que si nunca hubiera estadoaquí, y la gente de 2104 o de cuando sea ya no pensará enStuart A. Nichols Jr. más de lo que vosotros o yo pensamosen John T. Smith de Livingston, Virginia, nacido en 1790 ymuerto en 1864, o alguien parecido. Y todo está ardiendo,con un fuego lento, y nos falta menos de un millón derespiraciones para alcanzar una extinción más completa de laque somos capaces de imaginar, de hecho, y probablemente aeso se deba la obsesión frenética de Estados Unidos por laproducción: producir, producir, causar un impacto en elmundo, contribuir, dar forma a las cosas, ayudar adistraernos de lo pequeños y totalmente insignificantes ytransitorios que somos.

—¿Y se supone que esto nos tiene que venir de nuevo? Grannoticia: nos vamos a morir.

—¿Por qué creéis que la gente contrata seguros?—Déjalo que termine.—Ahora esto ya no es solo aburrido, sino también

deprimente.—El poscapitalismo de la producción tiene cierta

influencia en la muerte del civismo. Pero también la tienenel miedo a la pequeñez y la muerte y el hecho de que todoesté ardiendo.

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—En la base de todo eso huelo a Rousseau, igual que antesestabas hablando de De Tocqueville.

—Como de costumbre, DeWitt me lleva mucha ventaja. Lo másseguro es que la cosa empiece con Rousseau y la Carta Magnay la Revolución francesa. Este énfasis en el hombre comoindividuo y en los derechos y prerrogativas del individuo enlugar de sus responsabilidades. Pero luego vienen lascorporaciones y el marketing y la publicidad y la creacióndel deseo y de la necesidad de alimentar la producciónfrenética, y esa manera en que la publicidad y el marketingmodernos seducen al individuo complaciendo todos lospequeños engaños mentales con los que desviamos el horror dela pequeñez y la transitoriedad personales, permitiendo lailusión de que el individuo es el centro del universo y lomás importante que existe; me refiero al individuoindividual, al tipo pequeño que mira la tele o escucha laradio u hojea una revista satinada o mira una vallapublicitaria o entra en contacto de cualquiera de un millónde maneras distintas con la gran mentira de Burson-Marsteller o de Saatchi & Saatchi, el hecho de que él es elárbol, de que su responsabilidad primera es para con supropia felicidad, de que todos los demás no son más que unaenorme masa gris y abstracta y de que su vida entera dependede destacarse de ellos, de ser un individuo, de ser feliz.

—Dedicándose a sus asuntos.—Eso es lo tuyo.—Arrancándose los grilletes de la autoridad y de la

obediencia, de la obediencia a la autoridad.—Me temo que dentro de muy poco voy a tener que usar el

retrete.

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—Eso es mucho más los años sesenta que la Revoluciónfrancesa, colega.

—Pero si estoy entendiendo lo que dice DeWitt, el puntode inflexión fue ese momento de los años sesenta en que larebelión contra la obediencia se volvió una moda, una simplepose, una forma de molarles a los demás miembros de tugeneración a los que querías impresionar y que querías quete aceptaran.

—Por no mencionar el hecho de irse a la cama con ellos.—Porque en el momento mismo en que se volvió no solamente

una actitud, sino también una moda, entonces fue cuando lascorporaciones y sus publicistas pudieron intervenir yempezar a reforzarla y a seducir con ella para que la gentecomprara las cosas que las corporaciones estabanproduciendo.

—La primera vez fue el Seven Up con su psicodelia a loSargent Pepper y sus chicos con patillas diciendo «La no cola».

—Pero espera. En muchos sentidos la rebelión de lossesenta se oponía a las corporaciones y al complejoindustrial-militar.

—Al hombre del traje de franela gris.—¿Qué es el traje de franela gris, a todo esto? ¿Alguna

vez habéis visto a alguien vestido con franela gris?—Lo único que tengo de franela es el pijama, tío.—¿Está despierto el señor Glendenning?—Se lo ve muy pálido.—Todo el mundo se ve pálido cuando no hay luz, colega.—O sea, ¿existe un símbolo más total de la obediencia y

del hecho de desfilar en marcha cerrada que la corporación?

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Las cadenas de montaje y el fichar a la entrada y el irascendiendo hasta el despacho de la esquina... Tú has hechoauditorías de campo para Rayburn-Thrapp, Gaines. Esos tiposno saben ni limpiarse el culo sin un memorando de empresa.

—Pero no estamos hablando de la realidad interior de lacorporación. Estamos hablando de la cara y de la voz que lospublicistas de las corporaciones empezaron a usar a finalesde los sesenta para convencer al cliente de que necesitabatodas aquellas cosas. Empezaron diciendo que la psique delcliente estaba prisionera de la obediencia, y que la formade romper con la obediencia ya no era hacer ciertas cosassino comprar ciertas cosas. Se convirtió el hecho de comprarcierta marca de ropa o de refresco o de coche o de corbataen un gesto investido del mismo nivel de significadoideológico que llevar barba o protestar contra la guerra.

—Mira el Virginia Slims y las feministas.—El Alka-Seltzer.—Creo que en algún momento he dejado de ver qué relación

tiene esto con lo de «me voy a morir».—Creo que Stuart está describiendo el paso del modelo de

democracia americana basado en la producción a algo másparecido a un modelo basado en el consumo, donde laproducción corporativa se basa en una estrategia de equipomientras que ser cliente es una empresa individual. El hechode que estamos dejando de ser ciudadanos que producen paraser ciudadanos que consumen.

—Tú espera dieciséis trimestres hasta que llegue 1984. Yaverás la verdadera oleada de anuncios y publicidad quepromocionarán tal y cual producto corporativo como algo quete permita escapar de los grises totalitarismos del presenteorwelliano de 1984.

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—¿Cómo es posible que comprar un tipo de máquina deescribir en lugar de otro ayude a subvertir el control delgobierno?

—Ya no existirán máquinas de escribir. Todo el mundotendrá unos teclados conectados con cables a una especie decomputadora VAX central y las cosas ya ni siquiera tendránque ponerse en papel.

—La oficina sin papeles.—Eso hará que Stu quede obsoleto.—No, no estás entendiendo lo más genial de todo. Todo se

desplegará en el mundo de las imágenes. Habrá un increíbleconsenso político sobre el hecho de que tenemos que escapardel confinamiento y la rigidez de la obediencia, de esemundo fluorescente y muerto de la oficina y del libro decontabilidad, del tener que llevar corbata y escuchar hilomusical, pero las corporaciones serán capaces de presentarlas tendencias de consumo como la escapatoria a todo eso:usa este tipo de calculadora, escucha este tipo de música,lleva este tipo de zapatos porque todos los demás estánllevando unos zapatos que son conformistas. Será una era deincreíble prosperidad y obediencia y demografía de masas, enla que todos los símbolos y la retórica tratarán de larevolución y de las crisis y de osados individuos que miranal futuro y se atreven a marchar al son de su propio tambormediante el hecho de aliarse con marcas que apostarán fuertepor la imagen de la rebelión. Y esa campaña publicitariamasiva que ensalza al individuo conformará unos mercadosenormes de gente cuya convicción innata de que son seressolitarios, sin prójimo y sin comunidad será alimentada entodo momento.

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—Pero ¿qué rol jugará el gobierno en esa situación tipo1984?

—Pues lo que ha dicho DeWitt: el gobierno será el padre,con toda la carga ambivalente de amor-odio-necesidad-desafíoque rodea a la figura paterna en la mente del adolescente, yen este sentido tengo que discrepar respetuosamente conDeWitt en el sentido de que no creo que la nación americanaactual sea tan infantil como adolescente. Es decir,ambivalente en sus deseos parejos de una estructuraautoritaria y al mismo tiempo de que se termine la hegemoníapaterna.

—Seremos la policía a la que llamen cuando la fiesta sedesmadre.

—Ya puedes ver adónde va la cosa. La extraordinariaapatía política que siguió al Watergate y a Vietnam y lainstitucionalización de la rebelión que protagonizaban lasminorías al nivel de la calle únicamente se intensificarán.La política es una cuestión de consenso, y el legadopublicitario de los años sesenta es que el consenso equivalea represión. Votar ya no molará: ahora los americanos votancon la billetera. El único rol cultural del gobiernoconsistirá en ser ese padre tiránico al que odiamos y a lavez necesitamos. Nos buscarán para que elijamos a alguienque sea capaz de interpretar a un Rebelde, tal vez incluso aun vaquero, pero que en el fondo sepamos que es una criaturaburocrática capaz de operar dentro de la maquinaria delgobierno, en lugar de aporrearse ingenuamente la cabezacontra ella, que es lo que llevamos cuatro años viendo hacera Jimmy.

—Carter representa el último aliento del genuinoidealismo de la Nueva Frontera de los años sesenta, por

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tanto. El hecho obvio de que es un buen tipo y su impotenciapolítica se han unido en la psique del votante.

—Busca un candidato que pueda hacerle al electorado loque están aprendiendo a hacer las corporaciones, de talmanera que el Gobierno, o mejor dicho, el Gran Gobierno, elGran Hermano, el Gobierno Entrometido, se convierta en laimagen que ayude a ese candidato a definirse por oposición.Aunque paradójicamente, para que ese personaje tenga peso,el candidato también tendrá que ser una criatura delgobierno, alguien de Dentro, alguien rodeado de un séquitode burócratas e implantadores de mirada inexpresiva yalguien que podamos ver que está al cargo de la maquinaria.Y, por supuesto, provisto de un presupuesto de campañaenorme, cortesía de ya sabéis quién.

—Nos hemos alejado años luz de las ideas que yo estabaintentando describir sobre la relación entre loscontribuyentes y el gobierno.

—Eso describe a Reagan todavía mejor que a Bush.—El simbolismo de Reagan es demasiado atrevido. No es más

que mi opinión. Por supuesto, lo que tiene de maravillosopara la Agencia el que Reagan pueda llegar a presidente esque ya ha declarado que está en contra de los impuestos.Directamente, sin evasivas. No va a subir las tasasimpositivas; de hecho, en New Hampshire declaró oficialmenteque quería bajar las tasas marginales.

—¿Y eso es bueno para la Agencia? ¿Otro político queintenta ganar puntos cargándose el sistema fiscal?

—Yo lo veo así: yo me imagino una candidatura Bush-Reagan. Reagan sería el símbolo, el Vaquero, y Bush sería elhombre silencioso de dentro, el que hace el trabajo pocosexy de la gestión en sí.

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—Por no mencionar su retórica de aumentar el gasto endefensa. ¿Cómo se puede bajar las tasas marginales yaumentar el gasto en defensa?

—Hasta un niño puede ver que es una contradicción.—Stuart está diciendo que es bueno para la Agencia porque

bajar las tasas marginales al mismo tiempo que se aumenta elgasto solamente es posible si se aumenta la eficacia de larecaudación de impuestos.

—Y eso quiere decir fuera riendas. Quiere decir que lascuotas de la Agencia suben.

—Pero también significa una reducción discreta de lasrestricciones de nuestros mecanismos de recaudación yauditoría. Reagan nos va a pintar como el Gran Hermano rapazy de sombrero negro que él necesita en secreto. Nosotros,los contables de boca cosida con nuestros trajes grises ynuestras gafas de culo de vaso, pulsando las teclas denuestras calculadoras, nos convertiremos en el gobierno: en esaautoridad que todo el mundo podrá odiar. Y, entretanto,Reagan triplicará el presupuesto de la Agencia y convertirála tecnología y la eficacia en objetivos serios. Será lamejor época que viva la Agencia desde el 45.

—Pero entretanto aumentará el odio de los contribuyentesa la Agencia.

—Algo que, paradójicamente, alguien como Reagan va anecesitar. El hecho de que la Agencia trate a loscontribuyentes con mayor agresividad, sobre todo si sepublicita mucho, mantendrá en las mentes del electorado unaimagen fresca y eminentemente útil del Gran Gobierno que elPresidente Rebelde Infiltrado podrá seguir usando paradefinirse a la contra y que podrá describir como justamentela clase de intrusión gubernamental en las vidas privadas y

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en las billeteras de los esforzados americanos que hizo queél se presentara a las elecciones para combatir.

—¿Estás diciendo que el próximo presidente podrá seguirdefiniéndose como un Infiltrado y un Renegado mientras está enla Casa Blanca?

—Sigues infravalorando la necesidad que tienen loscontribuyentes de mentiras, de esa retórica superficial queusan consigo mismos cuando en el fondo saben perfectamenteque papá tiene el control y que nadie corre ningún riesgo.Igual que los adolescentes se rebelan con mucho teatrocontra la autoridad paterna y al mismo tiempo cogenprestadas las llaves del coche de papá y usan la tarjeta decrédito de papá para llenar el depósito. El nuevo líder nomentirá a la gente. Hará algo que los pioneros de lascorporaciones han descubierto que funciona mucho mejor:adoptará el personaje y la retórica que permita a la gentementirse a sí misma.

—¿Podemos volver un segundo a eso de que un Bush o unReagan triplicaría el presupuesto de la Agencia? ¿Eso esbueno para nosotros a nivel de Distrito? ¿Cuáles son lasimplicaciones para Peoria o Creve Coeur?

—Por supuesto, la maravillosa ironía doble del candidatoa Reducir el Gobierno es que está financiado por las mismascorporaciones que constituyen los respaldos que losgobiernos tienden a usar de forma más opresiva. Lascorporaciones, tal como ha señalado DeWitt, cuyos pequeñoscerebros inhumanos están iluminados únicamente por losbeneficios netos y la expansión, y que en el fondo esperamosque los gobiernos mantengan a raya porque nosotros noestamos capacitados para resistir sus seduccionesconsumistas con la sola fuerza de nuestro carácter, y cuya

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apelación al falso rebelde es la estrategia retórica modernaque va a hacer que Bush y Reagan salgan elegidos, las mismascorporaciones que van a beneficiarse enormemente de ladesregulación laissez-faire que Bush y Reagan van a hacer creeral electorado que ellos emprenderán movidos por susintereses populistas... En otras palabras, tendremos depresidente a un Rebelde simbólico que luchará contra supropio poder y cuya elección habrá sido sufragada por unasmáquinas inhumanas y sin alma diseñadas para obtenerbeneficios, cuya conquista de la vida cívica y espiritualamericana convencerá a los americanos de que la rebelióncontra la inhumanidad desprovista de alma de la vidacorporativa consiste en comprarles productos a unascorporaciones que hacen lo que pueden para representar lavida corporativa como algo vacío y desprovisto de alma.Tendremos una tiranía de desobediencia obediente presididapor un infiltrado simbólico cuya elección misma se habrábasado en nuestra convicción profunda de que su personaje esuna trola absoluta. Un gobierno de la imagen, que como estan vacía aterra a todo el mundo: al fin y al cabo, sonpequeños y se van a morir...

—Joder, ya volvemos con la muerte.—... y cuyo terror a no llegar a existir nunca hará que

la gente sea mucho más susceptible a los cantos de sirenaontológicos de esa gestalt corporativa de «compra paradestacarte de los demás y así existirás».

 

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20La familia discreta y agradable que vivía a dos puertas

de Lotwis (que estaba jubilado después de treinta años deservicio en el Registro de Actas del Condado) y de su mujerfue reemplazada por una mujer soltera de pasado desconocidoque tenía dos perros de gran tamaño que hacían mucho ruido.No había problema. Lotwis, como otra gente del vecindario,también tenía un perro que a veces ladraba mucho. Se tratabade un vecindario donde los perros se pegaban a las cercaspara ladrar y donde a veces la gente se ponía a quemar labasura o tenía coches en estado de chatarra en el jardín.Ahora el vecindario estaba clasificado como Semirrural en laoficina del Registro, pero durante las épocas de Eisenhower,Kennedy y Johnson se había clasificado como Subdivisión deClase 2, una urbanización, y de hecho había sido la primerasubdivisión registrada de la ciudad. No había despegado nise había vuelto de alto standing como había pasado conHawthorne 1 y 2 o Yankee Ridge, construidos en los añossetenta sobre granjas requisadas por impago al este de laciudad. Había empezado como veintiocho casas situadas en dosavenidas asfaltadas perpendiculares y así se había quedado,y la parte de la ciudad que se extendía al sur y se acercabaal vecindario tampoco eran barrios altos, sino industrialigera y almacenes y empresas de semillas, y las únicasurbanizaciones cercanas donde había alguna clase de viviendaeran un poblado de caravanas de gran tamaño y otro máspequeño que bordeaban la antigua subdivisión por el norte yel oeste; al sur estaba la interestatal y terrenos de granjapuros y duros que se extendían hasta el agradable pueblecitode plantaciones de cereales de Funk’s Grove, situado a unosveinte kilómetros al sur por la 51. Pero bueno. Si Lotwis

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subía al tejado para arreglar los canalones o el filtro dela chimenea, desde allí arriba podía ver un desguace decoches y el Southtown Wholesale and Custom Meats, que era,si dejamos de lado el lenguaje elaborado, una carnicería.Pero sucedía que la gente del lugar que los Lotwis habíanvisto llegar gradualmente y establecer el vecindario eragente de talante independiente a quien no le importaba vivircerca de poblados de caravanas y de un matadero, y quetenían un cartero rural que les traía el correo en su cocheprivado y que sacaba el cuerpo por la ventanilla paradejárselo en los buzones que había en el arcén, todo acambio de las ventajas de vivir en una zona de Clase 2 sincasas apelotonadas ni ordenanzas subtituladas que teprohibieran quemar la basura o poner la tubería del desagüede la lavadora a vaciar en el drenaje del arcén o tenerperros con agallas que se sentían protectores y ladrabancomo locos por las noches.

—Me alegro de que me lo haya dicho —dijo ella. Se llamabaToni; se había presentado cuando él había llamado a supuerta—. Ahora ya lo sé. Si les pasa algo a estos perros, sise escapan o van cojos o lo que sea, lo mataré a usted y asu familia. Estos perros son lo único que tengo en el mundo.Le quemaré la casa y la sembraré de sal. Si quieren correr,van a correr. Si a usted no le gusta, puede vengarseconmigo. Pero si les pasa algo a estos perros, decidiré queha sido usted y sacrificaré mi vida y mi libertad paradestruirlo a usted y todo lo que ama.

Así que Lotwis la dejó en paz. 

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21Se frota los ojos con gesto fatigado.—A ver si lo he entendido. Sobre 218.000 dólares de

facturación neta de su empresa de tipo C obtiene usted37.000 dólares de beneficio neto.

—Está todo documentado. He presentado todos los recibos ylos impresos W-2.

—Sí, los W-2. Tenemos 175.471 dólares en los W-2 dedieciséis empleados: investigadores, personal de apoyo yasistentes de investigación.

—Lo tiene todo ahí. Tiene copias de sus declaraciones.—Pero lo que me asombra es que todos tienen bandas

impositivas marginales terriblemente bajas. Sueldosterriblemente bajos. ¿Por qué no tiene simplemente a cuatroo cinco empleados con sueldos altos?

—La logística de mi empresa es complicada. Gran parte deltrabajo está mal pagado pero consume mucho tiempo.

—Lo que pasa es que he hecho una visita a una de susinvestigadoras... la señora Thelma Purler.

—Ah.—Al Centro de Residencia Asistida de Oakhaven, donde

reside.—Ah.—Va en silla de ruedas y hasta usa una de esas

trompetillas que había antes para contestar las preguntas, ya las mías respondió, déjeme ver... —comprueba sus notas—:«Grumf grumf grumf grumf».

—Ejem, yo...- 225 -

Apaga la grabadora, que no tiene cinta.—Así que estamos contemplando un posible fraude criminal,

que es competencia de Investigación Criminal y no de midepartamento. Podemos ir a hablar con el resto de losempleados, o tal vez desenterrarlos. E irá usted a lacárcel. Así que esto es lo que vamos a hacer. Tiene usteduna hora para rellenar un 1040 enmendado correspondiente alaño pasado. En el cual va a omitir las deducciones porsalario de empleados. Pagará usted los impuestos que debe deverdad más la penalización por pago insuficiente y porretraso. Acudirá usted con un empleado de este departamentoa un banco, donde extenderá un cheque bancario por elimporte total. Y en ese momento destruiré su declaraciónoriginal y el Departamento de Investigación Criminal norecibirá nada.

 

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22Ni siquiera estoy seguro de saber qué decir. Para ser

sincero, hay muchas cosas de las que no me acuerdo. Me da laimpresión de que mi memoria ya no funciona de la mismamanera que antes. Es posible que esta clase de trabajo tecambie. Aunque sean los exámenes de a pie. Puede que tecambie realmente la mente. A casi todos los efectos, ahoraes casi como si estuviera atrapado en el presente. Si porejemplo me bebiera un Tang, no me recordaría a nada.Solamente me sabría a Tang.

Si he entendido bien, se supone que tengo que explicarcómo llegué a esta profesión. De dónde vengo, por decirlo dealguna manera, y lo que significa para mí la Agencia.

Creo que la verdad es que yo era un nihilista de la peorclase: de esa clase que ni siquiera es consciente de que esnihilista. Era como un papel que el viento arrastra por lacalle y que piensa: «Ahora creo que voy a volar para aquí,ahora creo que voy a volar para allá». Mi respuesta esenciala todo era: «Qué más da».

Todo esto se acentuó al acabar el instituto, cuandodeambulé varios años sin rumbo, pasé por tres universidadesdistintas, por una de ellas dos veces, y empecé cuatro ocinco carreras. Puede que una de las carreras fuera de ciclocorto. La verdad es que yo estaba hecho un colgado. Enesencia, carecía de motivación, de eso que mi padre llamaba«tener iniciativa». Además, me acuerdo de que por entoncestodo era bastante vago y abstracto. Hice muchas clases depsicología, ciencia política y literatura. Clases en las quetodo era vago y abstracto y estaba abierto a interpretación,y a su vez esas interpretaciones estaban abiertas a más

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interpretaciones. Yo solía mecanografiar mis trabajos declase el mismo día en que había que entregarlos, ynormalmente me ponían algo así como un notable concomentarios docentes del tipo «Tiene cosas interesantes» o«¡No está mal del todo!» debajo de la calificación. Todo lohacía de forma puramente mecánica, nada representaba nadapara mí: hasta las mismas clases venían a decir que nadasignificaba nada, que todo era abstracto y se podía sometera interpretación infinita. El problema, claro, era que lostrabajos de clase se tenían que entregar sí o sí, era unformalismo que había que cumplimentar, pese a que nadie teexplicaba nunca por qué, ni tampoco cuál se suponía quetenía que ser tu motivación última. Estoy seguro al noventay nueve por ciento de que durante todo aquel tiempo no hicemás que una clase de Introducción a la Contabilidad, y queno me fue mal hasta que llegamos a las tablas dedepreciación, o sea a lo del método de la línea recta frentea la depreciación acelerada, y la combinación de dificultadcon puro aburrimiento que presentaban las tablas dedepreciación acabó con mi iniciativa, sobre todo después deperderme un par de clases y quedarme descolgado, que es algofatal cuando estás estudiando la depreciación, de manera queterminé dejando aquella clase y aceptando un no presentado.Eso fue en el Lindenhurst College: la clase introductoriaque hice más tarde en la DePaul University llevaba el mismotítulo pero el énfasis no era exactamente el mismo. Tambiénrecuerdo que los no presentados le daban a mi padre bastantemás rabia que las malas notas, lo cual es comprensible.

Recuerdo tres periodos distintos durante aquella época defalta de motivación en que dejé los estudios y traté decoger eso que se llaman trabajos de verdad. Uno de ellos fuede guardia de seguridad en un parking de North Michigan,

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otro de taquillero de espectáculos en el Liberty Arena, otrodurante muy poco tiempo en la cadena de montaje de la plantade Cheese Nabo, manejando el inyector de sucedáneo de queso,y otro para una empresa que fabricaba e instalaba suelos degimnasios. Luego, al cabo de una temporada, me veía incapazde soportar el aburrimiento de aquellos trabajos, que erantodos increíblemente aburridos y absurdos, así que losdejaba y básicamente me inscribía en otra facultad y tratabade empezar la universidad desde cero. Mi expedienteacadémico parecía un collage artístico. Como escomprensible, esta rutina acabó por cansar a mi padre, quetrabajaba de supervisor de sistemas de costo para elAyuntamiento de Chicago, aunque durante aquella épocatodavía vivía en Libertyville, que se podría describir comoun barrio residencial de la alta burguesía del norte de laciudad. Él solía decirme en tono seco y con la caracompletamente seria que yo me estaba poniendo en forma paraser un corredor fenomenal de los veinte metros lisos. Era sumanera de apretarme las clavijas. Mi padre leía mucho y eradado a las expresiones secas y sardónicas. En otra ocasión,sin embargo, después de que me pusieran un no presentado ode abandonar alguna facultad y volver a casa, me acuerdo deque yo estaba en la cocina cogiendo algo de comida y lo oídiscutir con mi madre y con Joyce y decirles que yo noservía ni para atarme los zapatos. Creo que fue lo másfurioso que le oí decir durante todo aquel periodo mío dedispersión. No me acuerdo con exactitud del contexto, perosabiendo lo circunspecto y esencialmente reservado que solíaser mi padre estoy seguro de que debí de haber hecho algoespecialmente irresponsable o patético para provocarle. Nome acuerdo de la respuesta de mi madre, ni de cómo lleguéexactamente a oír el comentario, puesto que escuchar a

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escondidas a tus padres parece algo que solamente haría unniño mucho más pequeño.

Mi madre se mostraba más compasiva, y siempre que mipadre empezaba a apretarme las clavijas con lo de mi faltade rumbo mi madre se ponía de mi lado hasta cierto punto ydecía que yo estaba intentando encontrar mi camino en lavida, y que no todos los caminos están delineados con lucesde neón como las pistas de aterrizaje de los aeropuertos, yque yo tenía la responsabilidad para conmigo mismo deencontrar mi camino y dejar que las cosas se desplegaran asu ritmo. Por lo que sé de psicología básica, se trata deuna dinámica bastante típica: el hijo es irresponsable ycarece de rumbo, la madre se muestra compasiva y cree en elpotencial de su hijo y se pone de su lado, el padre semuestra irritado y no para nunca de criticar y de apretarlelas clavijas al hijo, pero aun así, a la hora de la verdad,siempre acaba aflojando el cheque para la siguienteuniversidad. Me acuerdo de que mi padre se refería al dinerocomo «el disolvente universal de la ambivalencia»,refiriéndose a aquellos pagos de matrículas. Tendría quemencionar que para entonces mi madre y mi padre ya estabandivorciados de forma amistosa, lo cual también era algotípico de aquella época, de manera que también entraban enjuego un montón de dinámicas psicológicas típicas de losdivorcios. Lo más seguro es que en miles de hogares de todaAmérica se estuviera desplegando la misma clase de dinámica:el hijo que intentaba rebelarse más o menos de forma pasivapese a seguir atado financieramente al padre, junto contodos los problemas psicológicos típicos que acompañaban aesa situación.

En cualquier caso, todo aquello tenía lugar en el áreametropolitana de Chicago durante la década de 1970, un

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periodo que ahora me parece tan vago y abstracto como yomismo era por entonces. Tal vez la Agencia y yo tengamos esoen común: que da la impresión de que para nosotros la pasadadécada tuvo lugar hace mucho más tiempo, por culpa de todolo sucedido desde entonces. En cuanto a mí, me costaba elmero hecho de prestar atención, y las cosas de las que meacuerdo ahora parecen en su mayoría absurdas. Me refiero alas que recuerdo de verdad, no a aquellas de las que sologuardo una impresión general. Recuerdo que tenía el pelobastante largo, quiero decir largo por los cuatro costados,y sin embargo siempre llevaba raya a un lado y lo manteníaen su sitio con un espray que venía en un bote de color rojooscuro. Me acuerdo del color de aquel bote. Me acuerdo de laropa que llevaba: muchas prendas de color naranja oscuro ymarrón, estampados de cachemir con mucho rojo, pantalones depana de pata de elefante, acetato y nailon, cuellos largosde camisa, chalecos de tela vaquera. Tenía un colgante conun signo de la paz metálico que pesaba media libra.Mocasines náuticos y unos Timberland amarillos y un par derelucientes botines de vestir de cuero marrón que teníancremalleras a los costados y de los que solo se veían laspunteras picudas por debajo de las patas de elefante. Elpequeño collarín sensible de cuero alrededor del cuello. Lapsicodelia comercial. La obligatoria chaqueta de gamuza. Losvaqueros cuyos bajos se arrastraban por el suelo y sedeshacían en hilo blanco. Cinturones anchos, calcetines detubo y zapatillas de correr japonesas. El atuendo estándar.Me acuerdo de los abrigos rojos e inflados de nailon yplumón que hacían que todos tuviéramos pinta de globos dedesfile. Los rasposos pantalones blancos de pintor conaquellas trabillas en los costados de las caderas quesupuestamente eran para poner las herramientas. Me acuerdo

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de que todo el mundo odiaba a Gerald Ford, no tanto porexonerar a Nixon como por caerse todo el tiempo. Todo elmundo lo despreciaba. Vaqueros de marca muy azules. Meacuerdo de que la tenista feminista Billie Jean King derrotóen la tele a un tenista masculino con pinta de ser muy mayory de estar muy débil, y que eso emocionó mucho a mi madre ya sus amigas. Durante aquella época, los términos «cerdomachista», «liberación femenina» y «estanflación» meresultaban vagos e indistintos, un poco como escuchar ruidosde fondo sin acabar de prestar atención. No me acuerdo dequé hacía yo con mi atención verdadera, hacia dónde ladirigía. Yo nunca hacía nada y sin embargo tampoco era capazde quedarme quieto como una persona normal y ser conscientede lo que estaba pasando. Es difícil de explicar. Me acuerdovagamente de Cronkite de joven, de Barbara Walters y deHarry Reasoner; creo que no veía mucho las noticias.Nuevamente, sospecho que esto era más típico de lo que yopensaba por entonces. Una cosa que se aprende haciendoexámenes de a pie es lo poco que se organiza la mayoría dela gente y la poca atención que presta a cualquier cosa quetenga lugar fuera de su pequeña esfera. Alguien llamadoHoward K. Smith también salía mucho en las noticias, por loque recuerdo. Ahora casi nunca se oye la palabra «gueto». Meacuerdo de la Acapulco Gold frente a la Colombia Gold, delRitalin frente al Ritadex, del Cylert y el Obetrol, deLaverne & Shirley, del Desayuno Instantáneo Carnation, de JohnTravolta, de la fiebre de la música disco y de las camisetasinfantiles donde salía Fonzie de Días felices. Y de lascamisetas con la viñeta de «Keep On Truckin’», que leencantaban a mi madre, donde salía una gente caminando conunas suelas de zapatos anormalmente grandes. Me acuerdo depreferir, como la mayoría de los niños de mi edad, el Tang

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al zumo de naranja de verdad. De Mark Spitz y de JohnnyCarson, de haber visto por la tele una celebración en 1976donde una flotilla de embarcaciones antiguas llegaba a unpuerto. De fumar hierba después de las clases del institutoy luego ver la tele y comerme los polvos de Tang del botecon el dedo, mojando el dedo y metiéndolo dentro, una y otravez, hasta que bajaba la vista y no me podía creer lo pocoque quedaba ya en el bote. De estar sentado con mis amigoscolgados y tal y cual... y nada de todo aquello significabanada. Era como si yo estuviera muerto o dormido sin sersiquiera consciente de ello, igual que en esa expresión quese usa en Wisconsin, «no estaba lo bastante despierto nipara tumbarme».

Me acuerdo de que en el instituto me pasaba Dexedrinas unchico a cuya madre se las recetaron para subirle el estadode ánimo, y me acuerdo del sabor tan raro que tenían, y deaquel efecto tan notable que producían de hacer quedesapareciera mi problema de contar mientras leía o hablaba—las llamaban bellezas negras—, pero de que al cabo de unrato te provocaban un dolor en la baja espalda y un alientorealmente asqueroso. La boca te sabía igual que esas ranasque ya llevan mucho tiempo muertas dentro de sus frascosempañados en la clase de biología, cuando abrías el frascopor primera vez. Solo recordarlo me entran náuseas. Tambiénme acuerdo de cuando mi madre se enfadó muchísimo porqueRichard Nixon saliera reelegido con tanta facilidad, y meacuerdo porque fue por esa época cuando probé el Ritalin,que le compré a un chico de la clase de Culturas del Mundoque tenía un hermano pequeño en la escuela primaria a quiense lo recetaba un médico que no llevaba muy bien la cuentade sus recetas, y había gente que pensaba que el Ritalin noera gran cosa comparado con las bellezas negras, pero a mí

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me gustó mucho, al principio porque conseguía que meresultara posible y hasta interesante sentarme y estudiardurante periodos largos de tiempo, y de verdad que meencantaba, pero costaba de conseguir en grandes cantidades,el Ritalin, sobre todo después de que al parecer al hermanopequeño se le fuera la pelota un día en su escuela primariapor no tomarse el Ritalin y los padres y el médicodescubrieran lo que estaba pasando con las recetas, y depronto dejara de haber un tipo con granos y gafas de colorrosa vendiendo a cuatro dólares pastillas de Ritalin quesacaba de su taquilla del pasillo de primero y segundo.

Creo recordar que en 1976 mi padre predijo abiertamenteque Ronald Reagan iba a ser presidente y que hasta hizo undonativo a su campaña, aunque ahora que lo pienso creo queReagan ni siquiera se presentó en 1976. Así era mi vidaantes del cambio repentino de dirección que me llevó atrabajar para la Agencia. Las chicas llevaban gorra o gorrosde tela vaquera, pero los tíos no molaban nada si se poníangorro. Los gorros eran objeto de mofa. Las gorras de béisboleran para los palurdos del sur del estado. Los hombresmayores un poco serios seguían llevando sombreros de trajepor la calle, sin embargo. Ahora casi me acuerdo mejor delsombrero de mi padre que de la cara que había debajo. Antesme dedicaba a intentar imaginarme la cara que tendría mipadre cuando estaba solo —me refiero a la expresión de sucara y sus ojos—, cuando se quedaba a solas en la oficinadonde trabajaba del edificio anexo del Ayuntamiento, en elcentro, y no había nadie presente para quien diseñar unaexpresión. Me acuerdo de que los fines de semana mi padre seponía pantalones cortos de madrás y calcetines negros ysalía así a cortar el césped, y a veces yo veía por laventana la pinta que tenía así vestido y el hecho de estar

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emparentado con él me causaba un dolor verdadero. Me acuerdode que todo el mundo fingía ser un samurái o que decía«¡Anda ya!» en toda clase de contextos distintos: esomolaba. Para mostrar aprobación o emoción decíamos:«Brutal». En la universidad se oía la palabra «brutal» cincomil veces al día. Me acuerdo de algunos de mis intentos dedejarme patillas en la DePaul y de que siempre me lasterminaba afeitando, porque siempre llegaba un punto en queacababan pareciendo vello púbico. Del olor a Brylcreem de labanda elástica del sombrero de mi padre, de GargantaProfunda, de Howard Cosell y del hecho de que a mi madre sele veían los ligamentos de la garganta cuando ella y Joycese reían. Se reía haciendo aspavientos con las manos odoblándose por la cintura. Mi madre siempre se ha reído deuna forma muy física: usaba todo el cuerpo.

Otra palabra que se usaba constantemente era «tranqui»,aunque ya cuando se empezó a usar me molestaba, simplementeno me gustaba. Pese a todo, es probable que yo también lausara a veces, sin ser consciente de estar haciéndolo.

Mi madre es de esas mujeres mayores un poco desgarbadasque parece que con la edad se van volviendo flacas y durasen lugar de inflarse, se van poniendo cada vez más correosasy las articulaciones se les ponen más puntiagudas y lospómulos más prominentes. Me acuerdo de que a veces cuando laveía pensaba en cecina y luego me sentía fatal por haberhecho esa asociación de ideas. Había sido bastante atractivaen su época, sin embargo, y en parte su pérdida posterior depeso fue de tipo nervioso, porque después de lo que pasó conmi padre se fue poniendo peor y peor de los nervios. Tambiénes cierto que otro factor que hizo que ella me defendierafrente a mi padre en la época en que yo me dedicaba a ir deuniversidad en universidad eran los problemas que yo había

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tenido con la lectura en la escuela primaria cuando vivíamosen Rockford y mi padre trabajaba en el Ayuntamiento deRockford. Aquello fue a mediados de los sesenta, en laMachesney Elementary. De repente entré en una fase en que nopodía leer. No quiero decir que no supiera leer: mi madresabía que yo sabía leer porque solíamos leer juntos loslibros infantiles. Y, sin embargo, durante casi dos años enla Machesney, en lugar de leer yo me dedicaba a contar laspalabras, como si leer fuera lo mismo que contar laspalabras. Por ejemplo: «Y entonces vino Fiel Amigo parasalvarme de los cerdos» equivalía a diez palabras, que yo mededicaba a contar del uno al diez, en lugar de entenderlascomo una frase que hacía que te cayera todavía mejor el FielAmigo del libro. Fue un extraño problema en mi desarrolloestructural de aquella época que causó muchas dificultades yvergüenza y también fue una de las razones de que nosmudáramos al área metropolitana de Chicago, ya que por unatemporada pareció que yo iba a tener que asistir a unaescuela especial de Lake Forest. Tengo muy pocos recuerdosde aquella época, salvo la sensación de que no es quetuviera un deseo especial de contar palabras ni tampoco laintención de hacerlo, simplemente no podía evitarlo:resultaba frustrante y extraño. La cosa empeoraba ensituaciones de presión o nerviosismo, lo cual es típico deesa clase de problemas. En todo caso, una parte de la ferozdefensa que hacía mi madre del hecho de dejarme experimentary aprender las cosas a mi manera viene de aquella época,cuando el Distrito Escolar de Rockford reaccionó a miproblema de una serie de maneras que a ella no le parecieronni útiles ni justas. Lo más seguro es que parte de suproceso de concienciación y su entrada en el movimiento deliberación femenina de los años setenta también viniera de

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esa época en que intentaba luchar contra la burocracia deldistrito escolar. A veces todavía recaigo en lo de contarpalabras, mejor dicho, me dedico a contarlas mientras leo ohablo, es como una especie de ruido de fondo o procesoinconsciente, un poco como respirar.

Por ejemplo, desde que empecé ya he dicho 3.292 palabras.Me refiero a 3.292 palabras hasta el punto de decir «porejemplo», pero 3.302 si contamos la frase de ejemplo, quetambién la he contado. Los números los cuento como una solapalabra sin importar lo largos que sean. Tampoco es quesignifique nada: es más bien un tic mental. No me acuerdoexactamente de cuándo empezó. Sé que nunca tuve problemaspara aprender a leer ni para leer aquellos libros de Sam andAnn con que te enseñaban a leer, así que la cosa debió deempezar después de segundo curso. Sé que mi madre, cuandoera niña en Beloit, Wisconsin, que es donde creció, teníauna tía con el tic de lavarse las manos una y otra vez sinpoder parar, y que la cosa se agravó tanto que acabóteniendo que ir a un sanatorio. Creo recordar haber pensadoque mi madre asociaba de alguna manera mi problema de contarcon aquella tía suya que siempre estaba de pie frente allavabo, y que no lo veía como una forma de retraso nitampoco como una incapacidad para sentarme ahí y leer talcomo me mandaban, que al parecer era como lo veían lasautoridades escolares de Rockford. En todo caso, de todoaquello nació su odio a las instituciones tradicionales y ala autoridad, que fue otra de las cosas que contribuyeron aalienarla gradualmente de mi padre y a poner en jaque sumatrimonio y todo eso.

Recuerdo una vez, creo que en 1975 o 1976, en que meafeité una sola patilla y durante una temporada me dediqué air así, convencido de que llevar una sola patilla me

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convertía en un inconformista —no estoy bromeando—, y aentablar conversaciones largas y solemnes con chicas en lasfiestas en las que ellas me preguntaban qué «significaba»aquella patilla solitaria. Cuando me acuerdo de muchas delas cosas que yo decía y creía durante aquella época,todavía me estremezco, literalmente. Me acuerdo de KISS, REOSpeedwagon, Cheap Trick, Styx, Jethro Tull, Rush, DeepPurple y, por supuesto, de los buenos de Pink Floyd. Meacuerdo del BASIC y del COBOL. El COBOL era el sistema quehabía instalado en el hardware de sistemas de costo de laoficina de mi padre. Él tenía un conocimiento increíble delos ordenadores de la época. Me acuerdo de aquellostransistores de bolsillo anchos de Sony y del hecho de quemuchos negros de la ciudad llevaban las radios en altopegadas a la oreja, mientras que los chicos blancos de losbarrios residenciales usaban aquel pequeño auricularoptativo, parecido a los del Departamento de InvestigaciónCriminal, que había que limpiar casi todos los días o seponía asqueroso. Hubo la crisis energética y la recesión yla estanflación, aunque no me acuerdo de en qué ordentuvieron lugar; sí que sé, sin embargo, que la principalcrisis energética debió de producirse mientras yo estabaviviendo otra vez con mis padres después de pasar por elLindenhurst College, porque alguien me vació el depósito delcoche de mi madre mientras yo estaba de fiesta en plenamadrugada con unos viejos amigos del instituto, algo que ami padre no le hizo ninguna gracia, como es comprensible. Meparece que durante aquel periodo la ciudad de Nueva Yorkllegó a entrar en bancarrota. También hubo el desastre en1977 cuando el estado de Illinois llevó a cabo elexperimento de hacer progresivo el impuesto estatal sobrelas ventas, algo que sé que molestó mucho a mi padre pero

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que por entonces yo no entendí ni tampoco me importó. Másadelante, por supuesto, entendería por qué hacer progresivoun impuesto sobre las ventas es una idea tan terrible, y porqué el caos resultante fue más o menos lo que le costó supuesto al gobernador de entonces. Por aquella época, sinembargo, no recuerdo haberme fijado en nada más que en lasmultitudes desacostumbradamente terribles y en el barullo delas compras navideñas de finales del 77. No sé si eso esrelevante. Dudo que le interese mucho a nadie fuera de esteestado, aunque entre los pasapáginas más antiguos del CRE sesiguen haciendo chistes sobre aquello.

Recuerdo sentir literalmente un odio físico hacia lamayoría del rock comercial; hacia la música disco, porejemplo, que todo el mundo que molaba tenía que odiar, yhacia todos los grupos de rock que tenían nombres de lugaresde una sola palabra: Boston, Kansas, Chicago, America...todavía siento un odio casi físico hacia ellos. Y recuerdocreer que yo y como mucho un par de amigos míos noscontábamos entre la escasísima gente en el mundo queentendía verdaderamente lo que Pink Floyd intentaba decir.Resulta embarazoso. La mayor parte de estos recuerdos casidan la impresión de pertenecer a otra persona. Prácticamenteno conservo ninguno de mi primera infancia, solamentepequeños destellos extraños y aislados. Cuanto másfragmentado es el recuerdo, sin embargo, más parece serauténticamente mío, lo cual es extraño. Me pregunto si hayalguien que tenga la sensación de ser la misma persona quecree recordar. Probablemente eso le causaría un colapsonervioso. Probablemente ni siquiera tendría ningún sentido.

No sé si con esto basta. No sé qué le han dicho losdemás.

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La palabra que usábamos por aquella época para denominara la clase de nihilista de la que le hablo era «colgado».

Me acuerdo de que yo compartía habitación en unaresidencia universitaria de la UIC situada en una torre depisos con un alumno de segundo muy moderno y enrollado deNaperville que también llevaba patillas y collarín de cuero,y tocaba la guitarra. Se consideraba muy inconformista, ytambién muy disperso y nihilista, y estaba muy metido en lamovida de los colgados drogatas de la facultad, y conducíaun Firebird de 1972 que tengo que admitir que era chulísimoy del que luego resultó que sus padres le pagaban el seguro.No me acuerdo de cómo se llamaba, por mucho que lo intento.UIC eran las siglas de la Universidad de Illinois, campus deChicago, una gigantesca universidad urbana. La residenciadonde nos alojábamos estaba en la misma Roosevelt Road, ynuestras ventanas principales daban a una clínica podológicadel centro —tampoco me acuerdo de cómo se llamaba— que teníaun enorme letrero de neón elevado y electrificado que rotabasobre su poste de ocho de la mañana a ocho de la noche, conel nombre de la clínica y su número de teléfono mnemónico yterminado en 3668 por un lado y el enorme contorno a colorde un pie humano por el otro —nosotros suponíamos que era unpie femenino, a juzgar por las proporciones—, y me acuerdode que aquel compañero de habitación y yo formulamos unaespecie de ritual que requería que estuviéramos frente anuestras ventanas cada noche a las ocho para ver cómo elletrero del pie se apagaba y dejaba de rotar al cerrar laclínica. El letrero siempre se apagaba al mismo tiempo quelas luces de las ventanas y eso nos hizo postular la teoríade que todo iba con un solo interruptor. La rotación delletrero no se detenía de golpe. Más bien se iba ralentizandopoco a poco, dando una impresión como de ruleta de la

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fortuna que se iba deteniendo. El ritual consistía en que siel letrero se detenía con el pie señalando en la direccióncontraria, nos íbamos a estudiar a la biblioteca de la UIC,pero si se detenía con el pie o alguna parte importante delmismo señalando hacia nuestras ventanas, entendíamos que nosestaba mandando una «señal» (atención al doble sentidoincreíblemente obvio), e inmediatamente nos quitábamos deencima cualquier tarea académica o supuesta responsabilidadque tuviéramos y nos íbamos al Hat, que por entonces era elpub de moda de la UIC y el sitio al que se iba para escucharmúsica en directo, y allí nos dedicábamos a beber cerveza yjugábamos a encestar monedas en los vasos y les contábamos atodos los demás chicos cuyos padres les pagaban la matrículanuestros rituales con el pie rotatorio a fin de darles laimpresión de ser unos colgados y de estar en la onda. Me dauna vergüenza tremenda acordarme de estas cosas. Me acuerdodel letrero del podólogo y del Hat y del aspecto que teníael Hat y hasta de su olor, pero no me acuerdo de cómo sellamaba aquel compañero de habitación, pese a que lo másseguro es que durante todo aquel año nos estuviéramos yendojuntos de fiesta tres o cuatro noches por semana. El Hat notenía nada que ver con el Meibeyer, que es el pub al que vancasi todos los examinadores de a pie de este CRE, y quetambién usa los sombreros como insignia y cuenta conelaborados sombrereros en su interior, pero los de aquí sesupone que son sombreros de agentes tributarios y contablesde la administración históricos, sombreros que pertenecierona individuos adultos importantes. Lo que quiero decir es quela semejanza es pura coincidencia. En realidad había dosHat, estaban como franquiciados: estaba el de la UIC enCermak con Western y luego había otro en Hyde Park para loschicos más motivados y concentrados de la University of

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Chicago. En nuestro Hat todo el mundo llamaba al Hat de HydePark «la kipá». Aquel compañero de piso no era mal tipo nitampoco mezquino, aunque resultó que en realidad solamentesabía tocar tres o cuatro canciones con su guitarra y sededicaba a tocarlas una y otra vez, y que justificaba deforma descarada el hecho de vender drogas alegando que erauna forma de rebelión social en lugar de capitalismo puro ysimple, y ya por entonces yo me daba cuenta de que el tipoera un conformista total a los estándares del supuestoinconformismo que existían a finales de los setenta, y aveces sentía desprecio por él. Puede que lo odiara un poco.No es que yo estuviera libre de culpa, claro, pero esa clasede proyección y desplazamiento descarados formaban parte dela hipocresía nihilista de todo aquel periodo.

Me acuerdo del anuncio de la «no cola» y de que losanuncios de Noxzema siempre tenían un tema musical potente ymuy movido. Parece que recuerdo un montón de diseños detextura de madera de cosas que no eran de madera, y tambiéncamionetas rurales con paneles laterales diseñados paraparecer de madera. Me acuerdo de Jimmy Carter dirigiéndoseal país en chaqueta de punto, y tengo la vaga idea de que elhermano de Carter había resultado ser un colgado y uncapullo notorio que avergonzaba al presidente por el merohecho de estar emparentado con él.

Creo que yo no votaba. La verdad es que no me acuerdo desi votaba o no. Lo más seguro es que planeara hacerlo ydijera que iba a hacerlo y luego me distrajera de algunamanera y no llegara a hacerlo. Eso sería típico de aquellaépoca.

No hace falta decir, claro, que por aquella época mepegaba unas fiestas tremendas. No sé cuánto debería explicaral respecto. Pero no me pegaba ni más fiestas ni menos que

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toda la gente a la que yo conocía; de hecho, para serexactos, ni más ni menos. Toda la gente que yo conocía y conla que iba eran colgados, y lo sabíamos. Estaba de modaavergonzarse de ello, de una manera extraña. Había unaextraña especie de desesperación narcisista. Hasta el merohecho de sentirse perdido y sin rumbo lo convertíamos enalgo romántico. Es cierto que a mí me gustaban el Ritalin yciertas clases de anfetas, como el Cylert, y que eso no eramuy habitual, pero en materia de fiesta cada cual tenía suspreferencias idiosincrásicas. Yo tampoco tomaba cantidadesincreíbles de anfetas, y además las clases que me gustabanno eran fáciles de conseguir: más bien había que toparse conellas. El compañero de habitación del Firebird azul estabaobsesionado con el hachís, que él siempre describía como unadroga muy «tranqui».

Mirando hacia atrás, dudo que alguna vez me pasara por lacabeza la idea de que lo que yo sentía hacia aquel compañerode piso probablemente fuera lo mismo que sentía mi padrehacia mí: que yo era igual de conformista que él y además unhipócrita, un «rebelde» que en realidad se limitaba a chuparde la sociedad encarnada en sus padres. Ojalá pudiera decirque yo era una persona lo bastante consciente como paraasimilar esta contradicción por aquella época, pero lo másseguro es que me habría limitado a convertirla en unaespecie de chiste molón y nihilista. Al mismo tiempo, sé quea veces me preocupaba mi falta de rumbo y de iniciativa, loabstracto y abierto a distintas interpretaciones que todoparecía por entonces, e incluso lo vagos y absurdos queempezaban a parecer mis recuerdos. Mi padre, por otro lado,se acordaba de todo: sobre todo de los detalles físicos, deldía y la hora exacta de cada cita y de las afirmaciones delpasado que no concordaban con las afirmaciones del presente.

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Pero, claro, luego me enteré de que el hecho de prestarmucha atención y acordarse de todo formaba parte de sutrabajo.

En el fondo, yo era más ingenuo que otra cosa. Porejemplo, sabía que yo mentía, pero casi nunca imaginaba quenadie más a mi alrededor pudiera estar mintiendo. Ahora medoy cuenta de lo engreído que es eso, y del hecho de que tepermite hacer que la realidad sea del todo difusa. Yo eramás un niño que otra cosa. La verdad es que la mayor partede lo que sé en realidad de mí mismo lo aprendí en laAgencia. Puede que esté dando la impresión de ser un pelota,pero es la verdad. Llevo aquí cuatro años y he aprendido unacantidad increíble de cosas.

En cualquier caso, también me acuerdo de que fumabahierba con mi madre y su compañera, Joyce. La cultivabanellas, y no era exactamente potente, pero daba igual, porqueen su caso era más una especie de declaración de liberaciónpolítica que una cuestión de colocarse, y casi parecía quemi madre se aseguraba de fumar hierba cada vez que yo lasiba a visitar, y aunque me ponía un poco incómodo, norecuerdo haber dicho nunca que no a «encenderme uno» conellas, por mucho que me diera un poco de vergüenza el queusaran expresiones universitarias como aquella. Por entoncesmi madre y Joyce eran copropietarias de una pequeña libreríafeminista, y yo sabía que mi padre odiaba haber contribuidoa financiarla con el pago del divorcio. Me acuerdo de unavez en que yo estaba sentado con ellas en los puffs decuentas de poliestireno del apartamento que compartían enWrigleyville, pasándonos uno de sus enormes y torpementeenrollados canutos —que era el término moderno y colgado conque por entonces se llamaba a los porros, por lo menos en elárea de Chicago— y escuchando cómo mi madre y Joyce narraban

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recuerdos muy nítidos y detallados de sus infanciasrespectivas, las dos riendo y llorando y acariciándose elpelo para darse apoyo emocional, lo cual no me molestaba —elhecho de que se tocaran o se besaran entre ellas— o por lomenos para entonces yo ya había tenido tiempo de sobra paraacostumbrarme a ello, pero en aquella ocasión recuerdohaberme puesto cada vez más paranoico y nervioso, porquecada vez que yo intentaba con todas mis fuerzas recordaralgo de mi infancia, la única imagen realmente nítida que mevenía a la cabeza era yo echándome Glovolium en el guante debéisbol marca Rawlings que me había regalado mi padre, ytambién me acordaba muy bien del día en que había conseguidoel guante autografiado por Johnny Bench, aunque la casa demi madre y de Joyce no era el mejor lugar para ponermesentimental sobre los regalos que me hacía mi padre,obviamente. Lo peor era que después oía a mi madre contarmontones de recuerdos y anécdotas de mi infancia y me dabacuenta de que ella recordaba mucho más de mi infancia queyo, como si de alguna manera hubiera requisado o confiscadounos recuerdos y experiencias que técnicamente mepertenecían a mí. Como es obvio, por entonces no se meocurría el término «requisar». Es más bien un término de laAgencia. Pero fumar hierba con mi madre y con Joyce no solíaser una experiencia agradable, y a menudo me ponía los pelosde punta, ahora que lo pienso; y, sin embargo, lo hacíamoscasi cada vez que iba a verlas. Dudo que mi madre disfrutaramucho tampoco. Todo el asunto tenía cierto aire de diversióny liberación fingidas. Visto de forma retrospectiva, me dala sensación de que mi madre estaba intentando que yocreyera que ella estaba cambiando y creciendo delante de mí,y que lo hacía a mi lado de la barrera generacional, como sitodavía tuviéramos la relación íntima que teníamos cuando yo

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era niño. Como si ambos fuéramos inconformistas yestuviéramos haciéndole un gesto obsceno con el dedo a mipadre, simbólicamente. En todo caso, fumar hierba con ella ycon Joyce siempre me resultaba un poco hipócrita. Mis padresse separaron en febrero de 1972, la misma semana en queEdmund Muskie lloró en público en plena campaña electoral yla tele se dedicó a poner todo el tiempo las imágenes en quelloraba. No recuerdo por qué lloró, pero está claro queacabó con todas sus posibilidades en la campaña. Fue en lasexta semana de mis clases de teatro en el instituto cuandoaprendí el término «nihilista». Sé que no sentía ningunahostilidad verdadera hacia Joyce, por cierto, aunque sírecuerdo que siempre me sentía un poco tenso cuando estaba asolas con ella, y que experimentaba cierto alivio cuando mimadre llegaba a casa y yo podía tratar con las dos comopareja en lugar de intentar entablar conversación solamentecon Joyce, lo cual siempre era complicado porque siemprehabía muchos más temas y cosas que había que acordarse de nosacar a colación que de los que sí se podía hablar, demanera que intentar charlar con ella era como intentar hacereslalon en Devil’s Head si entre puerta y puerta del eslalonsolamente hubiera un palmo.

Solo con el tiempo me di cuenta de que mi padre era untipo bastante ingenioso y sofisticado. Por aquella épocacreo que apenas lo consideraba un ser vivo, que me parecíaun simple robot o un esclavo del conformismo. Es verdad queera estricto, maniático y que siempre estaba dispuesto acriticar. Era un hombre cien por cien integrado en elsistema y en las convenciones, y vivía plenamente al otrolado de la barrera generacional: tenía cuarenta y nueve añoscuando murió en diciembre de 1977, y eso significaobviamente que creció durante la Depresión. Pero creo que

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nunca aprecié su sentido del humor sobre todas estascuestiones: tenía la costumbre de hilvanar sus opinionesprosistema usando un estilo mordaz y cortante que norecuerdo haber entendido nunca, igual que no pillaba suschistes de aquella época. Yo por entonces no tenía demasiadosentido del humor, parece ser, o bien hacía lo típico quehacen los niños, tomarme todo lo que él decía como uncomentario o un juicio personal. Yo conocía una serie derasgos personales de él, por haberlos ido oyendo durante misaños de infancia, sobre todo de boca de mi madre. Como porejemplo que cuando se habían conocido él era muy, muytímido. Que él quería seguir los estudios más allá de lacarrera técnica pero los dejó para pagar las facturas. EnCorea lo asignaron a logística y suministros, pero ya estabacasado con mi madre antes de que lo destinaran a ultramar,de manera que al licenciarse tuvo que encontrar trabajo deinmediato. Era lo que la gente de su edad hacía porentonces, me explicó mi madre: si conocías a la personaindicada y habías conseguido terminar el instituto, tecasabas, sin pensarlo siquiera ni planteártelo. La cuestiónes que mi padre era muy inteligente y no se sentíasatisfecho, igual que muchos de su generación. Trabajabaduro porque no tenía otro remedio y dejaba sus aspiracionesen un segundo plano. Todo esto lo sé indirectamente, por mimadre, pero me concuerda con ciertos detalles que nisiquiera yo podía evitar ver. Por ejemplo, mi padre leíatodo el tiempo. Siempre estaba leyendo. Era su únicoesparcimiento, sobre todo después del divorcio: siempreestaba volviendo de la biblioteca provisto de una pila delibros forrados con ese plástico transparente que usan enlas bibliotecas. Yo nunca prestaba atención a qué libroseran ni me preguntaba por qué leía tanto. Ni siquiera sé

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cuáles eran sus géneros favoritos, si era la historia, lasnovelas de misterio o qué. Ahora que lo pienso, creo que sesentía solo, sobre todo después del divorcio, porque laúnica gente a la que se podía considerar amigos suyos eranlos colegas del trabajo, y creo que esencialmente su trabajole resultaba aburrido —no creo que sintiera un grancompromiso personal con el presupuesto y los protocolos degasto del Ayuntamiento de Chicago, sobre todo teniendo encuenta que ni siquiera había sido idea suya mudarse ahí—, ycreo que los libros y los asuntos intelectuales eran una desus vías de escape del aburrimiento. La verdad es que erauna persona muy inteligente. Ojalá recordara más ejemplos dela clase de cosas que él decía; por entonces, creo que meparecían más comentarios hostiles o moralistas quedestinados a burlarse de nosotros dos al mismo tiempo. Síque me acuerdo de que a veces se refería a la supuesta nuevageneración (refiriéndose a la mía) llamándola «Esta cosa queAmérica ha creado». Pero no es un buen ejemplo. Casi daba laimpresión de que él pensaba que la culpa correspondía aambos bandos, que algo mal debían de estar haciendo losadultos del país si en la década de 1970 les salían loschicos que les estaban saliendo. Me acuerdo de una vez enoctubre o noviembre de 1976, a los veintiún años, duranteotro de mis periodos de descanso, después de habermematriculado en la DePaul... y tengo que decir que mi primerpaso por la DePaul fue francamente mal. Fue básicamente undesastre. Se puede decir que me invitaron a marcharme, enrealidad, lo cual no me pasó ninguna otra vez. Las otrasveces, en el Lindenhurst College y luego en la UIC, habíasido yo el que lo había dejado. En todo caso, durante aquelperiodo de descanso yo estaba trabajando en el segundo turnode una fábrica de Cheese Nabs en Buffalo Grove y viviendo en

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la casa que tenía mi padre en Libertyville. Ni de coña meiba a quedar en el apartamento que tenían mi madre y Joyceen el barrio de Wrigleyville de Chicago, donde todas lashabitaciones tenían cortinas de cuentas en lugar de puertas.Pero aquel trabajo mecánico tenía la ventaja de que no metocaba fichar hasta las seis, así que básicamente yo mededicaba a holgazanear en casa hasta que era hora demarcharme. Y a veces, durante aquella temporada, mi padre sepasaba un par de días fuera; al igual que la Agencia, losdepartamentos financieros del Ayuntamiento de Chicagosiempre estaban mandando a sus empleados más técnicos aconferencias y cursos de capacitación, que más adelante yodescubriría, ya trabajando aquí en la Agencia, que no soncomo las enormes convenciones alcohólicas de la industriaprivada, sino que suelen ser cursos muy intensivos ycentrados en el trabajo. Mi padre solía decir que los cursosde capacitación del Ayuntamiento eran simplemente tediosos,una palabra que él usaba mucho, «tedioso». Y duranteaquellos viajes que él hacía yo me quedaba viviendo solo ensu casa, y ya se puede imaginar usted lo que pasaba cuandome quedaba solo, sobre todo los fines de semana, pese a quese suponía que me quedaba al cuidado de la casa mientras élestaba fuera. Pero el recuerdo que tengo es de una tarde de1976 en que él volvió a casa de uno de aquellos viajes detrabajo antes de tiempo, como un día o dos antes de cuandocreía que me había dicho que iba a volver a casa, y de queentró por la puerta principal y me encontró a mí y a dos demis supuestos viejos amigos del instituto Libertyville Southen la sala de estar, que, debido al diseño ligeramenteelevado del porche de delante y de la entrada principal, enla práctica estaba a un nivel más bajo y empezaba más omenos al entrar por la puerta, con un breve tramo de

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escaleras que bajaban a la sala de estar y otras quellevaban a la segunda planta de la casa. En arquitectura, aese estilo de casa se lo denomina «rancho elevado», y era elestilo de la mayoría de las casas antiguas de nuestra calle,y luego había otro tramo de escaleras que bajaba deldescansillo de la segunda planta al garaje, que en realidadera donde se sustentaba una parte de la segunda planta; enotras palabras, el garaje era estructuralmente una partenecesaria de la casa, lo cual constituye el rasgo distintivode los ranchos elevados. En el momento en que entró mipadre, dos de nosotros estábamos apoltronados en el sofá conlos pies sucios encima de su mesilla especial del café, yhabía latas de cerveza y envoltorios de Taco Belldesparramados por toda la moqueta —las latas eran de lacerveza de mi padre, que él compraba al por mayor un par deveces al año y almacenaba en el armario del lavadero, y delas que normalmente se bebía como mucho dos por semana—, ynosotros estábamos sentados allí completamente borrachos yviendo Centauros del desierto en la WGN, y uno de los tipos estabaescuchando a Deep Purple con los auriculares estéreoespeciales con que mi padre escuchaba música clásica, y eltablero de roble o de arce de la mesilla de café especialestaba todo cubierto de aros enormes de condensación de laslatas de cerveza porque habíamos subido la calefacción de lacasa mucho más de lo que mi padre me permitía, con la vistapuesta en el ahorro de energía y dinero, y el otro tipo queestaba a mi lado en el sofá estaba inclinado en pleno actode dar una calada enorme a la pipa de agua; era un tipofamoso por su capacidad para dar unas caladas gigantescas. Yfue entonces, de pronto, en mi recuerdo, cuando oí el ruidodistintivo de sus pasos sobre el ancho porche de madera y elruido de su llave en la puerta delantera, y solamente un

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segundo más tarde mi padre entró de pronto por la puerta,rodeado de una ráfaga de aire muy frío y limpio, con susombrero y su bolsa de viaje; yo entré en ese estado deshock paralizado en el que entran los niños a los que acabande pillar con las manos en la masa, y así me quedé, incapazde hacer nada y sin embargo viendo cómo mi padre entrabafotograma a fotograma con una claridad y una precisiónespantosas, y él se quedó plantado al borde de los pocosescalones que llevaban a la sala de estar, y se quitó elsombrero con aquel gesto característico en el que entrabanen juego al mismo tiempo su cabeza y su mano mientraspermanecía allí contemplando la escena y a nosotros tres;nunca había escondido el hecho de que no le caían muy bienaquellos viejos amigos del instituto, que eran los mismostipos con los que yo había estado de fiesta cuando al cochede mi madre le habían robado el tapón del depósito y se lohabían vaciado, y cuando volvimos para coger el coche aninguno de nosotros nos quedaba nada de dinero, así que yohabía tenido que llamar a mi padre y él había tenido quecoger un tren al salir del trabajo y pagar la gasolina paraque yo pudiera devolver el LeCar a mi madre y a Joyce, queeran copropietarias del coche y lo usaban para sus asuntosde la librería; y ahora estábamos allí los tresdespatarrados y completamente colocados y paralizados, y unode los tipos llevaba una camiseta vieja y gastada que decíadirectamente «VETE A LA MIERDA» en el pecho, y al otro elshock le había provocado un ataque de tos después de sucalada descomunal, de manera que ahora una nubecilla de humode hierba se alejaba flotando por la sala de estar endirección a mi padre; en suma, lo que recuerdo es que laescena fue la peor confirmación posible del peor tipoposible de estereotipo de barrera generacional y de asco

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paterno hacia el hijo colgado y decadente, y que mi padredejó lentamente su bolsa y el maletín en el suelo y selimitó a quedarse plantado allí, sin ninguna expresión y sindecir nada durante un momento que se hizo larguísimo, y quea continuación hizo lentamente el gesto de elevar un poco elbrazo, levantó la vista y dijo «¡Contemplad mi obra, oh,poderosos, y desesperad!», y por fin volvió a recoger subolsa y sin decir palabra subió las escaleras que iban a lasegunda planta, se metió en su antiguo dormitorio dematrimonio y cerró la puerta. No dio portazo, pero sí se oyóque la puerta se cerraba con bastante firmeza. Por extrañoque parezca, el recuerdo, que hasta ese momento eshorriblemente detallado y nítido, se detiene por completoahí, igual que se acaba una cinta, y no sé qué pasó después,si por ejemplo saqué de allí a los dos tipos y traté delimpiarlo todo a toda prisa y de volver a bajar eltermostato a veinte grados, aunque sí que recuerdo que mesentí un capullo, no tanto porque me hubieran «trincado» niporque se me fuera a caer el pelo como por ser un niñato, unpequeño niñato malcriado y egoísta, y por cómo me imaginabaque me debía de haber visto él, sentado allí en medio de laporquería en su casa, colocado, con los pies sucios encimade la mesilla de café llena de marcas que él y mi madrehabían ahorrado para comprar en una tienda de antigüedadesde Rockford cuando eran jóvenes y no tenían mucho dinero, ya la que él le tenía mucho apego y la restregaba todo eltiempo con aceite de limón, y siempre me decía que lo únicoque me pedía era que no pusiera los pies encima y que usaraposavasos; verme durante un segundo o dos tal como me debíade haber visto mi padre, allí plantado y mirando cómotratábamos su sala de estar de aquella manera. No era unaimagen bonita, y el hecho de que no me gritara ni me

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apretara las clavijas todavía me hizo sentirme peor; selimitó a poner cara de cansancio, y a parecer casiavergonzado por los dos; y me acuerdo de que durante unsegundo o dos pude sentir literalmente lo que él debía deestar sintiendo, y que por un momento me vi a mí mismo consus ojos, lo cual hizo que todo fuera mucho, mucho peor quesi hubiera estado furioso o hubiera gritado, algo que nohizo para nada, ni siquiera la siguiente vez que él y yoestuvimos a solas en la misma sala; y no me acuerdo decuándo fue eso, de si después de limpiarlo todo salí de lacasa tratando de pasar desapercibido o si bien me quedé enla casa para enfrentarme a él. No sé cuál de las dos cosashice. Ni siquiera había entendido sus palabras, aunqueobviamente entendía que se había mostrado sarcástico, y encierta manera que se había culpado a sí mismo o burlado desí mismo por haber producido aquella «obra» que se habíadedicado a tirar los envoltorios y las bolsas del Taco Bellen el suelo en lugar de molestarse en levantarse y dar comomucho ocho pasos para tirarlos a la basura. Un tiempodespués, sin embargo, me tropecé con el mismísimo poema queresultó que él había estado citando, en un contexto más bienextraño, cuando asistía al CFA de Indianápolis, y los ojosse me salieron de las órbitas, porque yo ni siquiera habíasabido que se trataba de un poema, y además famoso, delmismo poeta inglés que estaba claro que había escrito elFrankenstein original. Y tampoco había sabido que mi padreleyera poesía inglesa, y mucho menos que fuera capaz decitarla cuando se enfadaba. En suma, lo más seguro es que elhombre tuviera muchas facetas de las que yo no sabía nada, yno recuerdo haberme dado cuenta de lo poco que en realidadsabía de él hasta después de que muriera, y para entonces ya

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era demasiado tarde. Supongo que esta clase de remordimientotambién es típica.

En cualquier caso, ese terrible recuerdo del momento enque levanté la vista del sofá y me vi a mí mismo con susojos, y de la manera triste y sofisticada en que él expresólo triste y asqueado que estaba, ahora ese recuerdo viene aresumir para mí todo aquel periodo, cuando pienso en ello.También me acuerdo de los nombres de aquellos dos viejosamigos, los de aquel día tan chungo, pero obviamente setrata de un dato que carece de relevancia.

Las cosas empezaron a volverse mucho más nítidas, clarasy definidas en 1978, y pensándolo ahora supongo que estoy deacuerdo con mi madre y con Joyce en que aquel fue el año enque «me encontré a mí mismo» y «me dejé de niñerías» yemprendí el proceso de tomar cierta iniciativa y rumbo en mivida, que fue obviamente lo que me llevó a alistarme en laAgencia.

Aunque no está directamente relacionado con el hecho deque yo eligiera hacer carrera en la Agencia Tributaria, esverdad que el hecho de que mi padre muriera en un accidenteen el transporte público a finales de 1977 fue unacontecimiento repentino y horrible que me cambió la vida, yconfío obviamente en no tener que volver a vivir nunca nadaparecido. Para mi madre fue un golpe muy fuerte, que laobligó a empezar a tomar tranquilizantes, y la pobre terminósiendo psicológicamente incapaz de vender la casa de mipadre, y dejó a Joyce y la librería y se mudó de vuelta a lavieja casa de Libertyville, donde sigue viviendo,conservando en la casa algunas fotos de mi padre y de ellosdos de jóvenes. Es una situación triste, y cualquierpsicólogo aficionado probablemente diría que ella se culpabade alguna manera por el accidente, pese a que yo, más que

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nadie en el mundo, estaba en posición de saber que ella notenía por qué, y que a fin de cuentas el accidente no fueculpa de nadie. Yo estuve presente cuando pasó —el accidente— y no se puede negar que fue cien por cien espantoso.Todavía me acuerdo del episodio con un grado tan nítido ypreciso de detalle que casi parece más una grabación que unrecuerdo, que es algo que me han contado que pasa a vecescon los episodios traumáticos; y, sin embargo, yo no teníamanera de contarle a mi madre lo que había pasadoexactamente de principio a fin sin destrozarla casi porcompleto, de tan devastada por la aflicción que estaba,aunque cualquiera podría darse cuenta de que gran parte desu aflicción venía de antiguos conflictos sin resolver, dela crisis de identidad que había tenido en 1972 a loscuarenta o cuarenta y un años y del divorcio, cuestiones alas que no se había enfrentado en su momento por culpa de laforma tan intensa en que se había lanzado al movimiento deliberación femenina y a la concienciación política y a sunuevo círculo de mujeres extrañas y mayormente con sobrepesoy todas cuarentonas, además de la nueva identidad sexual quehabía adoptado casi de inmediato con Joyce, que yo sé quedebió de ser un golpe durísimo para mi padre, teniendo encuenta lo mojigato y convencional que era, aunque él y yojamás hablamos directamente del tema, y de alguna manera mispadres se las apañaron para conservar una amistadrazonablemente buena, y yo jamás oí que mi padre dijera niuna palabra sobre el asunto, salvo para quejarse de vez encuando sobre cuántos de los pagos que habían acordado enmateria de ayuda económica estaban yendo a parar a lalibrería, a la que a veces se refería como «ese vórticefinanciero» o simplemente «el vórtice»; todo lo cual es una

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larga historia en sí. De manera que nunca hablamos de ello,lo cual dudo que fuera algo muy habitual en esos casos.

Si tuviera que describir a mi padre, diría en primerlugar que el matrimonio de mis padres fue uno de los pocosque he visto en que la mujer era visiblemente más alta queel hombre. Mi padre medía metro sesenta y seis o sesenta ysiete, y no era gordo pero sí corpulento, de esa manera enque muchos hombres bajitos de cuarenta y muchos años soncorpulentos. Puede que pesara ochenta y cinco kilos. Lequedaban bien los trajes: al igual que muchos hombres de sugeneración, su cuerpo parecía casi diseñado para llenar untraje y hacerle de percha. Y tenía algunos bastante buenos,la mayoría de un solo botón y un solo ojal, discretos yconservadores, muchos de estambre para todo el año y un parde cloqué para el verano, cuando se abstenía de su habitualsombrero del traje. Hay que decir en su descargo —por lomenos, desde la perspectiva actual— que siempre rechazóaquellas corbatas anchas que se consideraban modernas, juntocon los colores vivos y las solapas anchas, y que todo elfenómeno de los trajes de esport y de las americanas de panale resultaba nauseabundo. Sus trajes no estaban hechos a lamedida, pero casi todos eran de Jack Fagman, una tienda deropa de hombre muy antigua y respetada de Winnetka de la quehabía sido cliente desde que nuestra familia se mudó al áreametropolitana de Chicago en 1964, y algunos eran preciosos.En casa, cuando llevaba lo que él llamaba su «ropa depaisano», se vestía con pantalones de esport y camisas devestir de hebra gruesa, a veces debajo de un jersey sinmangas: sus favoritos eran los de rombos. A veces llevabachaquetas de punto, aunque yo creo que él sabía que laschaquetas de punto le hacían parecer un poco culón. Enverano a veces hacía aquello tan espantoso de llevar

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bermudas con calcetines negros, que resultó que era la únicaclase de calcetines que mi padre tenía. Tenía una cazadora,una talla 46M de punto torcido de seda color azul marino,que conservaba de sus días de juventud y de la época en quehabía empezado a salir con mi madre, según me explicó ella;después del accidente, a ella le costaba horrores el merohecho de oír hablar de aquella chaqueta, ya no digamosayudarme a decidir qué hacer con ella. En el armario de suropa estaban su mejor abrigo y el tercero mejor, tambiéncomprados en Jack Fagman, todavía con la percha de maderavacía en medio. Usaba hormas para los zapatos de vestir ylos de oficina, varias de las cuales eran heredadas de supadre. (Me refiero obviamente a las hormas, no a loszapatos.) También había un par de sandalias de cuero quehabía recibido como regalo de Navidad, y que no solamente nose había puesto nunca sino que ni siquiera había sacado laetiqueta del catálogo, por lo que vi cuando me tocó abrir suropero y vaciarlo. A mi padre jamás le habría pasado por lacabeza la idea de llevar alzas en los zapatos. Por aquelentonces, yo no era consciente de haber visto nunca unahorma, y tampoco sabía para qué servían, dado que nuncahabía tenido cuidado alguno de mis zapatos, ni tampoco leshabía dado ningún valor.

El pelo de mi padre, que al parecer había sido castañoclaro o casi rubio en su juventud, primero se habíaoscurecido y luego se había teñido de gris; tenía unatextura más dura que el mío y cierta tendencia a rizarse pordetrás cuando hacía humedad. Siempre tenía el pescuezo rojo,toda su complexión era rubicunda de esa forma en que sonrojizas o rubicundas las caras de ciertos hombrescorpulentos de cierta edad. Es probable que aquella rojezfuera en parte congénita y en parte psicológica: al igual

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que la mayoría de los hombres de su generación, era unhombre al mismo tiempo nervioso y lleno de autocontrol, erauna personalidad de tipo A pero con un superego dominante, yestaba dotado de unas inhibiciones tan extremas que pasabanprincipalmente por dignidad extrema y por precisión demovimientos. Casi nunca se permitía a sí mismo ninguna clasede expresión facial abierta o extrema. Sin embargo, no erauna persona calmada. No hablaba ni tampoco actuaba de formanerviosa, pero sí que lo rodeaba un aura de tensión intensa;recuerdo que cuando estaba reposando emitía un ligerozumbido. Visto de forma retrospectiva, sospecho que cuandotuvo lugar el accidente lo más seguro es que solamente lefaltaran un par de años para necesitar medicación para lapresión sanguínea.

Recuerdo ser consciente de que la postura o el porte demi padre resultaban poco habituales para un hombre bajito:muchos hombres de baja estatura suelen ir más tiesos que unpalo, por razones comprensibles, mientras que él parecía irno exactamente encorvado, sino más bien un poco inclinadohacia delante por la cintura, con un ligero ángulo, y eso seañadía a su aire de tensión o de estar siempre caminando conel viento en contra. Se trata de algo que yo no entendíhasta que entré en la Agencia y vi la postura de algunos delos examinadores de más edad que se pasaban el día entero,año tras año, sentados a un escritorio o una mesa Calambre,inclinados hacia delante para examinar declaraciones derenta, principalmente para identificar aquellas que debíanser sometidas a auditoría. En otras palabras, se trataba dela postura de alguien cuyo trabajo diario comportaba estarsentado sin moverse para nada frente a un escritorio ytrabajar de forma concentrada durante años y años.

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La verdad es que sé muy poco de la realidad del trabajode mi padre y de en qué consistía, aunque ciertamente ahorasé qué son los sistemas de costo.

Si uno lo piensa, puede dar la impresión de que el hechode que yo entrara a trabajar en la Agencia Tributaria estáconectado con el accidente de mi padre; o en términos máshumanísticos, de que está conectado con mi «pérdida» de unpadre que también era contable. La especialidad de mi padreeran los sistemas y procesos contables, que es algo que estámás cerca del procesamiento de datos que la contabilidadverdadera, tal como yo descubriría más adelante. Para misadentros, sin embargo, estoy convencido de que yo ahoraestaría igualmente en la Agencia, teniendo en cuenta elacontecimiento crucial que recuerdo que cambió completamentemi perspectiva y mi actitud y que tuvo lugar el otoño delsiguiente año, durante el tercer semestre de mi regreso a laDePaul y mi segundo paso por Introducción a la Contabilidady también por Teoría Política Americana, que era otra claseen la que me habían puesto un no presentado en elLindenhurst básicamente por no hincar los codos y notrabajar lo bastante. Es cierto, sin embargo, que tal vez yohice aquello —volver a coger Introducción a la Contabilidad—por lo menos en parte para complacer a mi padre o paratratar de compensarlo o por lo menos para mitigar el ascohacia mí mismo que yo había sentido después de que élirrumpiera en la escena nihilista de la sala de estar que henarrado antes. Lo más seguro es que solamente hiciera un parde días de aquella escena y de la reacción de mi padrecuando cogí el ferrocarril de la CTA que iba a las afuerashasta Lincoln Park y me puse a intentar inscribirme de nuevopara los dos años que me faltaban —en términos de créditos,cuatro trimestres— en la DePaul, aunque por culpa de ciertos

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problemas técnicos no pude volver a ingresar oficialmentehasta otoño del 77 —otra larga historia— y, a base de hincarlos codos y también de tragarme mi orgullo y conseguir quealguien me ayudara con las tablas de depreciación y deamortización, por fin aprobé, incluyendo la versión queimpartían en la DePaul de Teoría Política Americana —queallí se llamaba Pensamiento Político Americano, aunque laversión que daban allí del curso y la del Lindenhurst erancasi idénticas—, en el semestre de otoño de 1978, aunque noexactamente con unas notas finales para tirar cohetes,debido a que no estudié a conciencia para los exámenesfinales de ambas clases por culpa (irónicamente) delacontecimiento crucial, que ocurrió por accidente duranteuna clase distinta en la DePaul, una que yo no estabacursando realmente sino con la que más o menos me tropecépor culpa de una metedura de pata que cometí por no prestarla suficiente atención durante el periodo final de repaso deantes de las vacaciones de Navidad, y aquel acontecimientome conmovió y me afectó tanto que apenas estudié para losexámenes finales de las clases en las que sí estabamatriculado, aunque esta vez no por descuido ni por pereza,sino porque había decidido que tenía que llevar a cabo unareflexión muy importante, prolongada y concentrada despuésde mi crucial encuentro con el jesuita sustituto queimpartía Fiscalidad Avanzada, que es la clase en la que hemencionado que me metí por equivocación.

Lo cierto es que probablemente existan ciertas clases depersonas que se sienten atraídas por hacer carrera en laAgencia Tributaria. Gente que, tal como dijo el sacerdotesustituto de aquel último día de Fiscalidad Avanzada, «esllamada por la contabilidad». Lo cual quiere decir queestamos hablando de un tipo de psicología especial,

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probablemente. No es un tipo muy habitual —tal vez unapersona de cada diez mil—, pero la cuestión es que la gentede esa clase que decide que quiere entrar en la Agencia lodesea con todas sus fuerzas, y se empeña mucho en ello, y esmuy difícil disuadirlos en cuanto se han centrado en suvocación verdadera y han empezado a ser activamente atraídospor ella. Y hasta una persona de cada diez mil, en un paísdel tamaño de América, supone una cantidad de genteconsiderable —unos veinte mil—, una gente para la que laAgencia Tributaria satisface todos sus criteriosprofesionales y psicológicos de lo que tiene que ser unavocación verdadera. Esos aproximadamente veinte milindividuos comprenden el núcleo duro de la Agencia, o sucorazón, y no todos ellos ocupan puestos elevados en laadministración de la Agencia Tributaria, aunque algunos sí.Se trata de veinte mil de los más de ciento cinco milempleados en total que la integran. Y no cabe duda de quetodas esas personas tienen en común ciertas característicasesenciales, una serie de factores prometedores que en unmomento u otro entran en juego y desencadenan una genuinavocación hacia la contabilidad fiscal y la administración desistemas y la conducta organizativa y hacia dedicarse aayudar a administrar y hacer cumplir las leyes fiscales deeste país tal como figuran en el Título 26 del Código deRegulaciones Federales y en el Código Tributario Revisado de1954, además de todos los estatutos y regulacionesimplicados por el Acta de Reforma Fiscal de 1969, el Acta deReforma Fiscal de 1976, la Ley Tributaria de 1978 y todaslas demás. ¿Cuáles son esas razones y factores, y en quémedida coexisten con los talentos y predisposicionesparticulares que la Agencia necesita? Se trata de preguntasinteresantes que la Agencia Tributaria actual se interesa

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activamente en entender y cuantificar. Hablando de mí mismoy de cómo llegué aquí, lo importante es que descubrí que lostenía —esos factores y características—, y lo descubrí derepente, gracias a un episodio que cuando tuvo lugar nopareció más que una equivocación irresponsable.

He eludido hasta ahora el tema del uso excesivo de drogasrecreativas durante aquel periodo, y la relación de ciertasdrogas con cómo llegué aquí, lo cual no significa de ningunamanera que yo apruebe el uso excesivo de drogas, sino que setrata de una parte más de la historia de los factores queterminaron trayéndome a la Agencia. Pero es una cuestióncomplicada, y algo indirecta. Es obvio que las drogasestaban muy presentes en aquella época; esto es bien sabido.Me acuerdo de que a finales de los años setenta la drogarecreativa que supuestamente más molaba en los campusuniversitarios del área metropolitana de Chicago era lacocaína, y teniendo en cuenta lo ansioso que estaba yo enaquella época por seguir las directrices, estoy seguro deque habría tomado más cocaína, o «coca», de haberme gustadosus efectos. Pero no fue así; quiero decir que no megustaron. Nunca me causó ninguna excitación eufórica,simplemente me hacía sentir que me había tomado una docenade tazas de café con el estómago vacío. Era una sensaciónterrible, por mucho que la gente que me rodeaba, como SteveEdwards, hablara de la cocaína como si fuera la sensaciónmás genial de todos los tiempos. Yo no la entendía. Tampocome gustaba la manera en que a la gente que acababa de tomarcocaína se le ponían los ojos saltones y se le movían loslabios de forma extraña e incontrolable, ni tampoco el hechode que de pronto cualquier idea banal o incluso obvia lespareciera increíblemente profunda. Mi recuerdo general deaquel periodo de la cocaína es que yo estaba en alguna

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fiesta con alguien que había tomado cocaína y que no parabade hablar de forma rápida e intensa, y yo intentaba alejarmesutilmente, pero cada vez que yo daba un paso atrás esapersona daba un paso adelante, y así sucesivamente, hastaque la persona me tenía arrinconado contra una pared de lafiesta y a mí me quedaba la espalda literalmente contra lapared y la persona me estaba hablando muy deprisa a un palmode mi cara, que era algo que no me gustaba nada. Esto pasabarealmente en las fiestas de aquel periodo. Creo que heheredado algo de la inhibición de mi padre. La cercaníacorporal de alguien que está muy excitado o enfadado es algoque siempre me ha resultado muy difícil, lo cual constituyeuna de las razones por las que me resultó impensable elegirla División de Auditorías durante la fase de selección ydestinación en el CFA, que tendría que explicar quesignifica Centro de Formación y Asesoramiento, adonde haasistido inicialmente más o menos la cuarta parte delpersonal contratado que trabaja hoy día para la Agencia porencima del rango de GS-9, sobre todo aquella gente que —comoyo— ha entrado mediante un programa de reclutamiento. En laactualidad existen dos centros de ese tipo, uno enIndianápolis y el otro en Columbus, Ohio. Los dos CFA sondivisiones de lo que se suele conocer como la Academia delTesoro, dado que la Agencia es técnicamente una rama delDepartamento del Tesoro Público. Pero el Tesoro tambiénabarca todo desde el Departamento de Alcohol, Tabaco y Armasde Fuego hasta el Servicio Secreto, así que hoy día elnombre «Academia del Tesoro» se refiere a una docena deprogramas y centros de formación distintos, incluyendo laAcademia de los Cuerpos Federales de la Ley que está enAthens, Georgia, adonde se manda a los agentes que desde elCFA son destinados a Investigación Criminal con el objeto de

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que reciban una formación especializada, que comparten conlos agentes de ATAF, la DEA, la policía judicial, etcétera.

En todo caso, los tranquilizantes como el Secanol y elValium simplemente me ponían a dormir sin parar, daba igualel ruido que fuera que sonara durante las siguientes catorcehoras, incluyendo los despertadores, de manera que tampocoocupaban puestos muy altos en mi lista de drogas favoritas.Tiene que entender usted que durante aquel periodo lamayoría de estas sustancias de las que le hablo resultabanal mismo tiempo abundantes y fáciles de obtener. Estoresultaba especialmente cierto en la UIC, donde el compañerode habitación con quien yo miraba el pie y salía de copas alHat con tanta frecuencia era una especie de máquinaexpendedora humana de drogas recreativas, tenía contactoscon traficantes de nivel medio de los barrios residencialesdel oeste y siempre se ponía extremadamente paranoico yreceloso si le preguntabas por ellos, como si fueranmafiosos en lugar de simples parejas jóvenes que vivían encomplejos de apartamentos. Sé que una cosa que le gustaba demí, sin embargo, como compañero de habitación, era el hechode que había tantos tipos distintos de drogas que no megustaban o no me sentaban bien que no tenía que andarconstantemente preocupado de que yo encontrara su alijo —queél solía esconder dentro de dos estuches de guitarra alfondo de su mitad del armario, algo que cualquier idiotahabría podido deducir de su conducta hacia el armario o delnúmero de estuches que guardaba allí pese a que solamentehabía una guitarra que sacaba siempre y con la que tocabaincesantemente sus dos canciones— o le robara. Igual que lamayoría de los alumnos que pasaban droga, no se dedicaba ala cocaína, ya que había demasiado dinero de por medio, porno mencionar a la gente enfarlopada que se ponía a

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aporrearte la puerta a las tres de la mañana, de manera quela cocaína la vendían más bien tipos algo mayores con gorrasde cuero y bigotitos de rata que operaban en bares como elHat o el King Philip’s, otro pub que estaba de moda enaquella época, situado cerca de la Bolsa Mercantil deMonroe, donde también abastecían a los jóvenes operadoresdel mercado de materias primas.

El compañero de habitación de la UIC solía estar bienabastecido de sustancias psicodélicas, que por aquelentonces se habían vuelto de uso generalizado, aunque a mípersonalmente las drogas psicodélicas me aterraban, sobretodo por lo que recordaba que le había pasado a la hija deArt Linkletter: mis padres habían sido espectadores fielesde Art Linkletter cuando yo era niño.

Igual que a cualquier universitario normal, a mí megustaba el alcohol, sobre todo beber cerveza en los bares,aunque no me gustaba beber hasta el punto de encontrarmemal; las náuseas son algo que no soporto en absoluto.Prefiero con diferencia sentir dolor que tener el estómagorevuelto. Pero también, igual que a casi todo el mundo queno era cristiano evangelista o miembro del Campus Crusade,me gustaba la marihuana, que durante aquella época en elárea de Chicago se llamaba maría o «merca». (Nadie que yoconociera llamaba «merca» a la cocaína, y solamente loshippies que iban de guays llamaban a la maría «hierba», quehabía sido el término de moda en los sesenta pero ahora yaestaba anticuado.) Mi consumo de maría había tenido su puntoálgido en el instituto, sin embargo, aunque en launiversidad seguía fumándola alguna vez, sospecho que erapor una simple cuestión de hacer lo que hacía todo el mundo;en el Lindenhurst, por ejemplo, casi todo el mundo fumabamarihuana constantemente, y hasta lo hacían de forma abierta

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los miércoles en el claustro sur, en lo que todo el mundollamaba el «Miércoles de Ceniza de porro». Tendría queañadir que ahora que estoy con la Agencia Tributaria, porsupuesto, ya hace tiempo que dejé de fumar maría. Paraempezar, la Agencia es técnicamente un cuerpo de la ley, asíque fumarla sería un acto hipócrita e incorrecto. Además,toda la cultura de la División de Examen es adversa a fumarmaría, puesto que incluso los exámenes de a pie requieren unestado mental muy atento, organizado y metódico, que incluyela capacidad de pasar periodos largos de tiempo concentrado,y, lo que es más importante, la capacidad de decidir en quése concentra uno y a qué no hace caso, una capacidad que elhecho de fumar marihuana destruiría casi por completo.

Sin embargo, durante ese periodo hubo la cuestiónesporádica del Obetrol, que está químicamente emparentadocon la Dexedrina pero no dejaba ese aliento y ese sabor enla boca espantosos de la Dexedrina. También está emparentadocon el Ritalin, pero se consigue mucho más fácilmente,puesto que durante varios años a mediados de la década de1970 el Obetrol fue el inhibidor del apetito de moda que seles recetaba a las mujeres con sobrepeso, y a mí me gustabamucho, un poco por las mismas razones por las que me habíagustado tanto el Ritalin en épocas anteriores, aunquetambién en parte —en el periodo posterior, siendo yo cincoaños mayor que en el instituto— por otras razones quecuestan más de explicar. Mi afinidad con el Obetrol teníaque ver con la conciencia de mí mismo, lo que yo llamabapara mis adentros «desdoblamiento». Resulta difícil deexplicar. Piense en la maría, por ejemplo: hay gente queexplica que fumarla los pone paranoicos. Para mí, sinembargo, aunque me gustaba la maría en algunas situaciones,el problema era más específico: fumar maría me cohibía, a

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veces hasta el punto de hacer que me costara estar congente. Es otra de las razones por las que me resultaba tanincómodo y tenso fumar hierba con mi madre y con Joyce; laverdad era que yo prefería fumarla solo, y que me sentíamucho más cómodo con la maría si podía colocarme solo yquedarme en las nubes. Lo menciono solamente para que seentienda la diferencia con el Obetrol, que se podía tomar obien como cápsula normal y corriente o bien separando lasdos mitades y aplastando las bolitas de dentro hasta obtenerun polvo que luego se esnifaba con una pajita o con unbillete enrollado, igual que la cocaína. Esnifar el Obetrolte produce una quemazón terrible en la nariz, sin embargo,así que yo solía preferir el sistema tradicional cuando loconsumía, un consumo al que solía referirme para misadentros como «obetrolear». A ver, no es que yo estuvieraobetroleando todo el tiempo; era una práctica más bienrecreativa, y no siempre era fácil conseguir las cápsulas;dependía de si las chicas con sobrepeso que conocieras enuna facultad o una residencia universitaria determinada setomaban o no en serio su dieta, y como pasa con todo, habíaalgunas que se la tomaban en serio y otras que no. Unaalumna que me estuvo pasando cápsulas durante casi un año enla DePaul ni siquiera tenía mucho sobrepeso, se las mandabasu madre junto con las galletas caseras que le cocinaba; eraevidente que la madre tenía conflictos psicológicos gravessobre la comida y el peso y que los intentaba proyectar ensu hija, que no era exactamente una buenorra perociertamente se mostraba despreocupada y displicente con lasneurosis que tenía su madre acerca del peso de ella, y más omenos venía a decir: «Qué más da», y se contentaba conendosar los Obetrol a dos dólares la unidad y a compartirlas galletas con su compañera de habitación. También había

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un tipo en la torre de apartamentos para estudiantes deRoosevelt Road que las tomaba con receta, para lanarcolepsia; a veces se quedaba dormido en medio de lo queestuviera haciendo, y tomaba Obetrol por necesidad médica,puesto que al parecer va muy bien para la narcolepsia, y devez en cuando si tenía el día generoso regalaba un par deellos, pero nunca los vendía ni traficaba con ellos: decíaque traía mal karma. En términos generales, sin embargo, nocostaban de conseguir, aunque mi compañero de habitación dela UIC nunca llevaba Obetroles para venderlos y me apretabalas clavijas porque me gustaban, refiriéndose a losestimulantes como «esos consoladores» y diciéndome que silos quería solamente tenía que llamar al timbre de cualquierama de casa con sobrepeso del área metropolitana de Chicago,lo cual era una exageración obvia. Pero tampoco eran tanpopulares. Ni siquiera tenían nombre en la jerga de la calleni existían formas eufemísticas de referirse a ellos; si losestabas buscando, tenías que decir el nombre comercial, locual por alguna razón no molaba nada, y yo no conocía atanta gente que los tomara como para convertir «obetrolear»en candidato a término de moda.

Si menciono la maría es para que sirva de contraste.Obetrolear era algo que no me cohibía. En cambio, sí mehacía mucho más consciente de mí mismo. Si estaba en unahabitación y me había tomado un Obetrol o dos con un vaso deagua y me habían hecho efecto, ya no solo estaba en lahabitación, sino que era consciente de estar en lahabitación. De hecho, recuerdo que a menudo pensaba, o bienme decía a mí mismo, en voz baja pero con mucha claridad:«Estoy en esta habitación». Es algo que cuesta de explicar.Por entonces yo lo llamaba «desdoblamiento», aunque sigo sinestar del todo seguro de saber a qué me refería, ni tampoco

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por qué me parecía tan profundo y tan chulo el hecho de nosolamente estar en una habitación, sino ser totalmenteconsciente de que lo estaba, sentado en cierto sillón encierta postura y escuchando algún tema concreto de algúnálbum cuya portada mostraba cierta combinación específica decolores y diseños; experimentar un estado de conciencia lobastante intensificada como para poder decirme a mí mismo:«Ahora mismo estoy en esta habitación. La sombra del pieestá rotando por la pared este. La sombra no parecepertenecer a un pie por culpa de la deformación del ángulode la luz que provoca la posición del sol detrás delletrero. Estoy sentado con la espalda recta en un sillón decolor verde oscuro que tiene una quemadura de cigarrillo enel apoyabrazos derecho. La quemadura del cigarrillo esoscura y tiene forma de círculo imperfecto. El tema queestoy escuchando es “The Big Ship” del disco Another Green Worldde Brian Eno, cuya cubierta tiene una figura en forma de ojode cerradura verde sobre un fondo casi blanco». Declaradosde forma tan abierta, todos estos detalles podrían parecertediosos, pero no lo eran. En cambio, daban la sensación deser una especie de salida, por breve que fuera, a lavaguedad y la falta de rumbo que caracterizaban mi vida enaquel periodo. Como si yo fuera una máquina que de pronto sedaba cuenta de que era un ser humano y no tenía por quérealizar las actividades mecánicas que estaba programadapara hacer una y otra vez. También tenía que ver con elhecho de prestar atención. No tenía ese efecto habitual quetienen las drogas recreativas de hacer que los coloresfueran más vivos o la música más intensa. Lo que se volvíamás intenso era la conciencia del papel que yo desempeñabaen las cosas, del hecho de poder prestar una atención másverdadera. Del hecho de que yo podía mirar, por ejemplo, las

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paredes de una habitación de la residencia, pintadas de esecolor habano o beige típico de las instituciones, y nosolamente verlas sino también ser consciente de que lasestaba viendo —hablo de la residencia universitaria de laUIC—, y de que normalmente vivía entre aquellas paredes y lomás seguro era que su color institucional me afectara detoda clase de maneras sutiles, y sin embargo no solía serconsciente de cómo me hacían sentir, ni tampoco de lasensación que producía mirarlas, y normalmente ni siquieraera consciente de su color ni de su textura, porque jamásmiraba nada de forma precisa ni atenta. Resultaba bastanteimpresionante. Su textura era mayoritariamente lisa, pero siprestabas mucha atención también había muchos de esospequeños chorritos y grumos que los pintores suelen dejarsecuando les pagan por trabajo hecho y no por hora y por tantotienen motivos para darse prisa. Cuando miras algo conatención, casi siempre se puede ver qué tipo de estructurasalarial recibía la persona que lo hizo. O bien de la sombradel letrero y la forma en que la posición y la altura delsol a una hora determinada afectaban a la forma de lasombra, que principalmente parecía contraerse y expandirse amedida que el letrero de verdad rotaba por encima de lacalle, o de la forma en que encender y apagar la lamparillade mesa que había al lado del sillón alteraba el juego delas luces con los distintos objetos situados en las sombrasde la habitación y hasta el tono específico de las paredes ydel techo y afectaba a todo, y —mediante el«desdoblamiento»— yo también era consciente de estarencendiendo y apagando la lamparilla y fijándome en loscambios y siendo afectado por ellos, así como por el hechode que yo sabía que estaba siendo consciente de ellos. Deestar siendo consciente de la consciencia. Puede que suene

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abstracto o drogadicto, pero no lo era. A mí me hacíasentirme vivo. Había algo en aquella experiencia que yoprefería. Podía escuchar a Pink Floyd, por ejemplo, oincluso uno de los discos que el compañero de habitaciónponía todo el tiempo, como Sergeant Pepper, y no solamente oírla música y hasta el último compás y cambio de tono y laresolución de cada tema, sino también saber, con la mismaclase de conciencia y discriminación, que lo estabahaciendo, es decir, que estaba escuchando algo de verdad—«Ahora mismo estoy escuchando el segundo estribillo de“Fixing a Hole” de los Beatles»—, y al mismo tiempo siendoconsciente también de los sentimientos y sensaciones exactosque la música producía en mí. Puede que todo esto suenejipioso, un poco como entrar en contacto con tussentimientos interiores y esos rollos. Pero a juzgar por miexperiencia de aquella época, la mayoría de las personassiempre estamos sintiendo algo o adoptando alguna actitud obien decidiendo prestar atención a alguna cosa o a algunaparte de una cosa sin ser siquiera conscientes de que loestamos haciendo. Lo hacemos de forma automática, igual quelate el corazón. A veces yo estaba sentado en una habitacióny era consciente del gran esfuerzo que requería prestaratención a nada más que los latidos de tu corazón durantemás de un minuto; casi daba la impresión de que el corazónquería escaparse de tu atención, igual que una estrella delrock que intenta huir de los focos. Pero si consiguesdesdoblarte y obligarte a prestar atención, puedesencontrarlo. Lo mismo pasa con la música; el desdoblamientoconsistía en ser capaz al mismo tiempo de escuchar con muchaatención y también de sentir cualesquiera emociones que lamúsica evocara —porque esa es obviamente la razón de que nosguste la música, el hecho de que nos hace sentir ciertas

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cosas, de otra manera sería puro ruido—, y no solamentelimitarte a escucharlas sino ser consciente de ellas, sercapaz de decirte a ti mismo: «Esta canción me estátransmitiendo al mismo tiempo calidez y seguridad, hace queme sienta envuelto igual que un niño al que acaban de sacarde la bañera y lo han envuelto con unas toallas que han sidolavadas tantas veces que ya son increíblemente suaves, y almismo tiempo hace que me sienta triste, hay una sensación devacío en el centro de la calidez que es como la tristeza deuna iglesia vacía o de un aula con muchas ventanas por lasque solamente se puede ver la lluvia o la calle, como si enel centro mismo de esa sensación de seguridad y de cobijo seencontrara la semilla del vacío». No es que se tuviera queexplicar así necesariamente, simplemente era una sensaciónlo bastante clara y palpable como para poder explicarse deesa manera, si uno quería. Y también ser consciente de esaclaridad. En todo caso, era por eso que me gustaba elObetrol. Porque no se trataba simplemente de quedarsecolgado con lo bonita que era la música ni de arrinconar aalguien contra la pared en una fiesta.

Con el Obetrol o el Cylert, además, no solo erasconsciente de las cosas buenas o agradables. Algunas de lascosas que traía a la conciencia no eran agradables, eransimplemente la realidad. Como por ejemplo el hecho de estarsentado en la diminuta sala de estar del apartamento de laresidencia universitaria de la UIC y escuchar cómo aquelcompañero de piso-barrarebelde social de Naperville hablabapor teléfono en su dormitorio —aquel supuesto inconformistatenía línea de teléfono propia, y ya se imagina usted quiénse la pagaba—, oír cómo conversaba con una estudiantefemenina, y si no sonaba música ni tampoco estaba encendidala tele no podías evitar oír la conversación a través de las

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paredes, que resultaban notoriamente fáciles de atravesar deun puñetazo si eras de esos tipos que pegaban puñetazos alas paredes, y escuchar la cháchara o la palabreríaobsequiosa que le estaba largando a aquella estudiante, y nosolamente sentir antipatía o vergüenza por la forma afectadaen que hablaba con las chicas, como si no resultara evidentepara cualquiera que lo escuchara lo mucho que se estabaesforzando por proyectar la idea de que era un tipo a lamoda y un radical, sin tener ni la menor idea de la imagenque estaba dando en realidad, que era una imagen de tipomalcriado, inseguro y vanidoso; y escuchar y sentir todoesto, pero también ser incómodamente consciente de que loestabas haciendo, es decir, tener que sentir conscientementey ser consciente de estas reacciones internas en lugar dedejar simplemente que operaran en tu interior sin admitirlasante ti mismo. Era como estar obligado a poder decirte a timismo: «Finjo que estoy aquí sentado leyendo La caída deAlbert Camus para el ejercicio de mitad de semestre deLiteratura de la Alienación, pero lo que en realidad estoyhaciendo es concentrarme en escuchar cómo Steve intentaimpresionar a esa chica por teléfono, y siento vergüenza ydesprecio hacia él, y pienso que va de guay, y al mismotiempo soy incómodamente consciente de las veces en que yotambién he intentado proyectar la idea de que soy un tipo ala moda y un cínico a fin de impresionar a alguien, lo cualquiere decir que no solamente me cae mal Steve, lo cual escierto, sinceramente, sino que una de las razones por lasque me cae mal es que cuando lo oigo hablar por teléfono medoy cuenta de cómo se parece a mí y soy consciente de unaserie de cosas de mí mismo que me avergüenzan, pero no sécómo dejar de hacerlas; por ejemplo, ¿qué pasaría si yodejara de intentar parecer nihilista, aunque fuera solamente

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ante mí mismo? ¿Cómo sería yo realmente? ¿Y acaso meacordaré de esto cuando ya no esté obetroleando, o biensimplemente volveré a dejar que me irrite Steve Edwards sinpermitirme a mí mismo ser consciente de ello, o delporqué?». ¿Me estoy explicando? Podía resultar aterrador,porque yo veía todo esto con una claridad incómoda, aunquedurante ese periodo nunca habría usado una palabra como«nihilismo» sin intentar que sonara desapegada o quepareciera una cita, algo que no habría sentido la tentaciónde hacer ante mí mismo, con la claridad del desdoblamiento,puesto que esa clase de cosas solamente las hacía cuando noera realmente consciente de lo que estaba haciendo o de cuálera mi estrategia verdadera, las hacía más bien usando unaespecie de extraño y robótico piloto automático. Y cada vezque tomaba Obetrol —o una vez, estando en la DePaul, unavariante llamada Cylert, que venía en tabletas de 10 mg, yque solamente tuve a mi alcance una vez y en una situaciónmuy especial que nunca se repitió— me volvía a dar cuenta deque la mayor parte del tiempo ni siquiera era consciente delo que estaba pasando. Era como coger el tren en vez de iren coche a alguna parte, para no tener que saber dónde estásni verte obligado a tomar decisiones como por dónde girar.En el tren te puedes limitar a estar en las nubes y dejartellevar, que es lo que daba la impresión de que estabahaciendo yo la mayor parte del tiempo. Y yo también eraconsciente de esto, cuando tomaba aquellos estimulantes, yconsciente del hecho de que era consciente. La concienciaera fugaz, sin embargo, y después de que se me pasara elefecto del Obetrol —lo cual normalmente acarreaba un dolorfuerte de cabeza— me daba la impresión de que apenas meacordaba de nada de lo que acababa de tener conciencia. Elrecuerdo de la sensación de despertarme de golpe y cobrar

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conciencia se volvía vago y difuso, como algo que crees veren la periferia exterior de tu visión pero que cuandointentas mirarlo directamente desaparece. O como unfragmento de recuerdo que no estás seguro de si es real o siformaba parte de un sueño. Tal como yo había predicho ytemido mientras estaba desdoblado, por supuesto. De maneraque no era una pura cuestión de diversión, lo cualconstituía una de las razones por las que obetrolear meparecía una actividad auténtica e importante y no un simpleacto bobalicón y agradable como fumar maría. Una parte delproceso resultaba incómodamente nítida. No solamente comodespertar a la conciencia de que me caía mal mi compañero dehabitación con sus camisas de trabajo de tela vaquera y suguitarra y todos sus supuestos amigos que venían a casa y seveían obligados a fingir que les caía bien y que era un tíoque molaba para que él les diera su gramo de hachís o lo quefuera, y no solo me disgustaba toda la situación decompartir habitación y hasta el ritual nihi lista del pie yel Hat —que nosotros fingíamos que molaba mucho más y queera mucho más divertido de lo que era en realidad, porque noes que lo hiciéramos un par de veces sino que lo hacíamosbásicamente todo el tiempo, no era más que una excusa paraser unos colgados en lugar de estudiar o hacer nuestrotrabajo mientras nuestros padres nos pagaban los estudios,la residencia y la manutención—, sino que también eraconsciente, cuando lo pensaba de verdad, de que una parte demí había elegido compartir habitación con Steve Edwardsporque en realidad había una parte de mí que disfrutabaodiándolo y catalogando cosas de él que eran hipócritas yque provocaban en mí una especie de asco avergonzado, y deque debía de haber ciertas razones psicológicas por las queyo vivía, comía, iba de fiesta y pasaba el tiempo con una

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persona que ni me caía bien ni me merecía mucho respeto... yeso probablemente quería decir que tampoco me respetabamucho a mí mismo, y que precisamente por eso era tanconformista. Y lo que quiero decir es que, sentado allíescuchando a hurtadillas cómo Steve le decía a la chica conla que estaba hablando por teléfono que siempre había creídoque si queríamos que hubiera alguna esperanza para laespecie humana teníamos que considerar a las mujeres de hoydía como algo más que simples objetos sexuales, yo mededicaba a explicarme todo esto a mí mismo, de forma muyclara y consciente, en lugar de limitarme a vagar sin rumboteniendo todas aquellas sensaciones y reacciones acerca deél sin ser plenamente consciente de ellas. De manera que elObetrol comportaba básicamente despertar a lo inconscienteque yo era normalmente, y saber que era así como me iría adormir cuando se me pasara el efecto artificial de lasanfetas. Con lo cual quiero decir que no era todo unacuestión de simple diversión. Pero me hacía sentir vivo, yprobablemente fuera por eso que me gustaba. Me hacía sentirque yo era mi propietario, en lugar de un simple inquilino, oalgo parecido. Aunque esa analogía resulta barata, parece uncomentario ingenioso barato. Es difícil de explicar, yprobablemente se tardaría más tiempo en explicarlo de lo quevale la pena. Tampoco estoy intentando transmitir aquíningún mensaje de apología de las drogas, obviamente. Y, sinembargo, era importante. Ahora me gusta pensar en el Obetroly en otros subtipos de anfetas como una especie de posteindicador o letrero de tráfico que me señalaba lo que seríaposible si me volviera más consciente y vivo en mi vidacotidiana. En este sentido, creo que el consumo de aquellasdrogas fue una experiencia valiosa para mí, puesto que enaquel periodo yo era básicamente tan irresponsable y

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disperso que necesitaba una indicación muy clara y tosca deque ser un adulto vivo, responsable y autónomo iba mucho másallá de lo que yo conocía en aquella época.

Por otro lado, no hace falta decir que la clave es lamoderación. No te podías pasar la vida tomando Obetroles ysentado allí desdoblado y al mismo tiempo esperar ocupartecon eficacia de tus asuntos. Me acuerdo de que no conseguíleer a tiempo La caída de Camus, por ejemplo, y de que tuveque echarle un morro tremendo a mi ejercicio de mitad desemestre de Literatura de la Alienación —en otras palabras,de que hice trampas, aunque solamente fuera por lo que dabaa entender—, pero que no me importó demasiado, que yorecuerde, salvo por el hecho de sentir una especie de aliviocínico y asqueado cuando el profesor que puntuaba losejercicios me escribió algo del tipo «¡Tiene cosasinteresantes!» debajo del notable. O sea, una respuestaabsurda y farsante a una farsa absurda. Pero no se podíanegar que resultaba potente aquella sensación de que allídelante había algo importante y de que a veces yo podíadespertarme en pleno acto de levantar un pie, en medio detoda aquella farsa absurda, y ser repentinamente conscientede ella. Es difícil de explicar. La verdad es que creo queel Obetrol y el desdoblamiento fueron mi primer vislumbredel mismo ímpetu que no me cabe duda de que terminóllevándome a la Agencia y a los desafíos y prioridadesespeciales que tenemos aquí en el Centro Regional de Examen.Tenía algo que ver con el hecho de prestar atención y con lacapacidad de elegir a qué prestaba mi atención, y serconsciente de esa elección, del hecho de que era unaelección. No soy la persona más inteligente del mundo, peroincluso durante aquel periodo patético y carente de rumbocreo que en el fondo yo sabía que había algo más allá de mi

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vida y de mí mismo que los simples apetitos psicológicos deplacer y vanidad que dejaba que me dominaran. Que existíanniveles dentro de mí que no eran ninguna farsa y no eraninfantiles, sino profundos, y que no eran abstractos sinomucho más reales en verdad que mi ropa o que la imagen queyo tenía de mí mismo, y que centelleaban de una forma casisagrada —lo digo en serio, no me estoy limitando apresentarlo de forma más dramática de lo que era en realidad—, y que estas partes más reales y profundas de mí noconsistían en impulsos ni en apetitos sino en pura y simpleatención y conciencia, que es lo que yo tendría si conseguíapermanecer despierto sin las anfetas.

Pero no lo conseguía. Tal como ya he mencionado, despuésde que se me pasara el efecto ni siquiera solía acordarme dequé era lo que me había parecido tan claro y profundo de lascosas de las que había llegado a ser consciente en aquelsillón verde y barato del anterior inquilino, que alguienhabía dejado abandonado en la sala de estar al marcharse dela residencia, y que tenía algo roto o doblado en el armazónpor debajo de los cojines y se torcía un poco a un ladocuando intentabas reclinarte hacia atrás, de manera quetenías que sentarte en él con la espalda muy recta yerguida, lo cual se hacía raro. Todo el incidente deldesdoblamiento quedaba medio emborronado mentalmente a lamañana siguiente, sobre todo si me despertaba tarde —algobastante habitual, debido a los efectos que tenía sobre elsueño un fármaco que era esencialmente anfetaminas— y más omenos tenía que levantarme pitando e irme corriendo a clasesin ver a nadie ni nada de lo que me rodeaba. En esencia, yoera uno de esos tipos a quienes les aterra llegar tarde peroaun así parece que siempre llegan tarde. Si entraba tarde enuna clase, a menudo me pasaba que al principio me sentía

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demasiado tenso y nervioso para poder seguir lo que estabapasando. Sé que el miedo a llegar tarde lo he heredado de mipadre. Además, es cierto que a veces la concienciaintensificada y la articulación de mí mismo que comportabanlos Obetroles podía ir demasiado lejos: «Ahora soyconsciente de que soy consciente de estar sentado aquí conla espalda incómodamente recta, ahora soy consciente deestar sintiendo un picor en el costado izquierdo del cuello,ahora soy consciente de estar deliberando sobre si me rascoo no, ahora soy consciente de estar prestando atención a esadeliberación y a la sensación que me produce la ambivalenciasobre el hecho de rascarme y al efecto que están teniendoesas sensaciones y mi conciencia de ellas sobre miconciencia de la intensidad del picor». Lo cual quiere decirque, pasado cierto punto, podía perderse aquel elemento devoluntariedad de la atención que caracterizaba aldesdoblamiento y la conciencia podía estallar en forma deuna galería de espejos de sensaciones y pensamientosexperimentados de forma consciente y de conciencia de laconciencia de la conciencia de estos. Se trataba entonces deuna atención involuntaria, es decir, de la pérdida de lacapacidad de centrarse y concentrarse en una sola cosa, yaquel era otro incentivo enorme para consumir los Obetrolescon moderación, sobre todo de madrugada; tengo que admitirque sé que un par de veces me perdí tanto en las galerías oniveles superpuestos de conciencia de la conciencia que mehice mis necesidades en el sofá —eso me pasó en elLindenhurst College, donde los apartamentos eran compartidosentre tres y había una «sala comunitaria» semiamueblada enel centro del apartamento, que era donde estaba el sofá—, locual, incluso en aquella época, me pareció una señal clarade que había perdido de vista mis prioridades básicas y de

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que era incapaz de cuidar de mis cosas. Por alguna razón,ahora a veces me imagino a mí mismo intentando explicarle ami padre cómo pude llegar a estar tan completamente centradoy consciente como para quedarme allí y mearme encima, perola imagen se interrumpe en el momento preciso en que él abrela boca para darme una respuesta, y estoy seguro al noventay nueve por ciento de que no se trata de un recuerdo real:¿cómo iba él a saber nada de un sofá que yo había tenido enel Lindenhurst?

Para que conste en acta, es cierto que echo de menos a mipadre y que me trastornó mucho lo que le pasó, y a veces mepone muy triste pensar que ya no está aquí para ver lacarrera que he elegido, y los cambios que esta ha efectuadosobre mi persona, y algunas de las evaluaciones PP-47 que harecibido mi trabajo, y para hablar de sistemas de costo y decontabilidad forense desde una perspectiva muchísimo másadulta.

Y, sin embargo, es probable que estos destellos deconciencia más profunda, ya fueran inducidos por las drogaso no —porque la importancia final de esto último esdiscutible—, tuvieran un efecto más directo en mi vida y enmi cambio de dirección y en el hecho de que yo entrara atrabajar en la Agencia en 1979 que el accidente de mi padre,o posiblemente todavía más que la experiencia crucial queviví durante la clase de repaso de Fiscalidad Avanzada en laque entré por equivocación durante mi segundo paso mucho máscentrado y fructífero por la DePaul. Ya he mencionado laequivocación que cometí durante la semana de repaso. Enpocas palabras, lo que provocó aquella experiencia fue queel campus de la DePaul en Lincoln Park tenía dos edificiosnuevos que se parecían mucho, eran literalmente casiimágenes invertidas el uno del otro, por su diseño

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arquitectónico, y estaban conectados tanto por la primeraplanta como —mediante una galería elevada muy parecida a laque tenemos aquí en el CRE del Medio Oeste— por la tercera,y los departamentos de contabilidad y ciencia política de laDePaul ocupaban los dos edificios respectivos de esteconjunto idéntico, de cuyos nombres no me acuerdo ahoramismo. Me refiero a los nombres de los edificios. Era elúltimo día lectivo de las clases de los martes y jueves deltrimestre de otoño de 1978, y nos tocaba repasar para elexamen final de Pensamiento Político Americano, que iba aconstar íntegramente de preguntas para desarrollar, ymientras yo iba de camino al repaso final sé que estabaintentando repasar mentalmente las áreas por las que queríaasegurarme de que alguien en la clase preguntaba —no teníapor qué ser yo—, a fin de averiguar qué peso iban a tener enel examen final. Salvo por Introducción a la Contabilidad,yo había elegido sobre todo clases de psicología y deciencia política, estas últimas debido más que nada a que melas imponían para declarar mi itinerario troncal, que erarequisito para licenciarse; pero ahora que ya no estabameramente intentando aprobar presentando apaños de últimominuto, obviamente aquellas clases resultaban mucho másdifíciles y consumían mucho más tiempo. Me acuerdo de que lamayor parte de la versión que se impartía en la DePaul dePensamiento Político Americano trataba sobre The Federalist Papersde Madison et al., que yo ya había estudiado en el Lindenhurstpero del que no recordaba casi nada. En suma, yo iba tanconcentrado pensando en el repaso y en el examen final quelo que pasó es que entré en el edificio que no era sin darmecuenta, y terminé en la sala correcta de la tercera plantapero en el edificio equivocado, una sala que era un reflejoinvertido y tan idéntico de la sala correcta del edificio

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contiguo, situada justo al otro lado de la galería, que nofui inmediatamente consciente de mi equivocación. Y resultóque en aquella aula estaba teniendo lugar el último día derepaso de Fiscalidad Avanzada, un curso notoriamente difícilen la DePaul, que era conocido como el equivalente dentrodel departamento de contabilidad a lo que la químicaorgánica representaba para las licenciaturas de ciencias: elgran obstáculo, la clase que hacía de criba, para la cual sepedía una serie de requisitos previos y abierta únicamente alicenciados en contabilidad con experiencia y a alumnos deposgrado, y también se decía que la impartía uno de lospocos profesores jesuitas que quedaban en la DePaul, esdecir, uno de aquellos individuos de atuendo blanco y negroy completamente desprovistos de sentido del humor o de deseoalguno de caer bien ni de «conectar» con los alumnos. En laDePaul, los jesuitas eran notoriamente poco enrollados. Mipadre, por cierto, se crió en una familia católica romana,pero de adulto tuvo poco o nada que ver con la Iglesia. Lafamilia de mi madre era originalmente luterana. Igual quemucha gente de mi generación, yo no recibí ninguna educaciónreligiosa. Pero resulta que aquel día en el aula idénticatuvo lugar uno de los acontecimientos más inesperadamentepoderosos y transformadores de mi vida de por entonces, yfue tan grande la impresión que me causó que hasta meacuerdo de lo que llevaba puesto cuando me senté allí: unjersey acrílico a rayas rojas y marrones, pantalones depintor blancos y botas Timberland de un color que micompañero de apartamento de ahora —que era un estudiantebien serio de químicas, ya se habían acabado los SteveEdwards y los pies rotatorios— llamaba «amarillo caca deperro», con los cordones desatados y arrastrando por elsuelo, que era la forma en que todo el mundo que yo conocía

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o con quien yo pasaba el tiempo llevaba las Timberland aquelaño.

Por cierto, sí que creo que la conciencia no es lo mismoque el pensamiento. Yo me parezco a la mayoría de la gente,creo, en el sentido de que los pensamientos más importantesno me vienen en bloques grandes e intencionados mientrasestoy sentado en una silla de forma ininterrumpida ysabiendo por adelantado en qué voy a ponerme a pensar, como,por ejemplo, «Voy a pensar en la vida y en el lugar queocupo yo en ella y en las cosas que me importan de verdad, afin de poder empezar a formular metas concretas y centradasy planes para mi carrera adulta», y quedándome ahí sentado ypensando en el tema hasta llegar a una conclusión. No es asícomo funciona. Para mí mismo, suelo tener mis pensamientosmás importantes de maneras incidentales, accidentales oincluso en forma de sueños diurnos. Te estás preparando unbocadillo, dándote una ducha, estás sentado en una silla dehierro forjado en la zona de cafeterías del centro comercialde Lakehurst esperando a alguien que llega tarde, vas en eltren de la CTA y estás mirando tanto el paisaje del otrolado de la ventanilla como tu propio reflejo superpuesto almismo, y de pronto te sorprendes pensando en cosas queterminan siendo importantes. Es casi lo contrario de laconciencia, si piensa uno en ello. Creo que esa experienciade pensamiento accidental es habitual, si no universal,aunque no se trata de algo de lo que se pueda hablar connadie porque termina siendo muy abstracto y difícil deexplicar. Mientras que en los arranques intencionados depensamiento importante y concentrado, en los que te sientascon la intención consciente de afrontar preguntas relevantesdel tipo «¿Soy feliz ahora mismo?» o «¿Cuáles son en últimainstancia las cosas que me importan o en las que creo?», o

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bien —particularmente si alguna figura de autoridad te acabade apretar las clavijas— «¿Acaso soy esencialmente una deesas personas provistas de valor y que contribuyen al mundo,o bien soy una persona sin rumbo, indiferente y nihilista?»,a menudo las preguntas terminan sin respuesta y se limitan aser machacadas hasta la saciedad, tan atacadas desde todoslos ángulos y desde las objeciones y complicacionesparticulares de cada ángulo que terminan siendo todavía másabstractas y en última instancia más absurdas que cuandoempezaste. De esa manera nunca se consigue nada, por lomenos que yo sepa. Ciertamente, a juzgar por las pruebas, nisan Pablo ni Martín Lutero ni los autores de The FederalistPapers, ni siquiera el presidente Reagan, cambiaron nunca ladirección de sus vidas de esta forma; más bien les pasó poraccidente.

En cuanto a mi padre, tengo que admitir que no sé cómotuvo ninguno de los pensamientos importantes que lo llevaronen las direcciones que se pasó toda la vida siguiendo. Nisiquiera sé si en su caso hubo ningún pensamiento importantey consciente. Igual que muchos hombres de su generación, esmuy posible que fuera capaz de funcionar con el pilotoautomático. Su actitud hacia la vida era que había ciertascosas que te tocaba hacer, de manera que te limitabas ahacerlas, como por ejemplo ir a trabajar todos los días.Nuevamente, es posible que este fuera otro elementogeneracional que nos separaba. No creo que a mi padre leencantara su trabajo en el Ayuntamiento, pero por otro ladotampoco creo que se formulara a sí mismo preguntasimportantes del tipo: «¿Me gusta mi trabajo? ¿Es estorealmente lo que quiero hacer el resto de mi vida? ¿Acaso estan satisfactorio como alguno de los sueños que acariciabacuando era joven y servía en Corea y leía poesía inglesa de

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noche en mi camastro de los barracones?». Tenía una familiaque mantener y aquel era su trabajo, de manera que selevantaba todos los días y lo hacía, punto y final, todo lodemás no eran más que tonterías caprichosas. Es posible queese fuera el resumen final de sus ideas sobre el temadurante toda su vida. Esencialmente decía «Qué más da» aldestino que le había tocado en la vida, aunque obviamente lodecía de una forma muy distinta a la forma en que decían«Qué más da» los colgados sin rumbo de mi generación.

Mi madre, por otro lado, cambió el rumbo de su vida deforma muy drástica, pero tampoco en su caso estoy seguro deque ese cambio fuera el resultado de un pensamientoconcentrado. De hecho, lo dudo. Simplemente no es la formaen que funcionan esas cosas. La verdad es que la mayoría delas decisiones de mi madre se regían por sus emociones. Esoconstituía otra dinámica habitual de su generación. Creo quea ella le gustaba creer que la concienciación feminista yJoyce y toda su historia con Joyce y el divorcio eranresultado de pensar las cosas, en el sentido de que setrataba de un cambio consciente de filosofía vital. Pero enrealidad todo fue emocional. Tuvo una especie de colapsonervioso en 1971, aunque por entonces nadie usó ese término.Y es posible que ella eludiera el término «colapso nervioso»y en cambio dijera que lo que había tenido era un cambiorepentino y consciente de creencias y de dirección. ¿Y quiénpuede discutir algo así? Me gustaría haber entendido esto enaquella época, porque sé que en ciertos sentidos fui un pocodesagradable y condescendiente con mi madre en relación conel tema del divorcio y de Joyce. Casi como si de formainconsciente yo me hubiera puesto del lado de mi padre yhubiera asumido la tarea de decir todas las cosasdesagradables y condescendientes que él tenía demasiada

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disciplina y decoro para permitirse decir. Lo más seguro esque no tenga sentido especular con ello; tal como decía mipadre, la gente va a hacer lo que va a hacer, y lo único quepuedes hacer tú es jugar las cartas que la vida te harepartido lo mejor que sepas. Yo nunca supe con certeza siél echaba de menos a mi madre o si estaba triste. Cuandopienso en ello ahora, me doy cuenta de que se sentía solo,de que para él era muy difícil estar divorciado y solo enaquella casa de Libertyville. En cierto sentido es probableque él se sintiera libre después del divorcio, lo cual tienesus aspectos positivos, por supuesto: podía ir y venircuando le diera la gana, y cuando me estaba apretando lasclavijas por algo no tenía que preocuparse por elegir laspalabras con cuidado ni por discutir con alguien que me ibaa defender pasara lo que pasara. Pero en el continuopsicológico, esa clase de libertad también está muy cerca dela soledad. La única gente con la que estás realmente«libre» de esa manera son los desconocidos, y en estesentido mi padre tenía razón en que el dinero y elcapitalismo equivalen a la libertad, puesto que comprar ovender algo no te obliga a nada salvo a lo que pone en elcontrato; aunque también existe el contrato social, que esdonde entra la obligación a pagar los impuestos que a cadauno le corresponden, y creo que mi padre habría estado deacuerdo con la afirmación del señor Glendenning de que «Lalibertad verdadera es la libertad para obedecer la ley».Probablemente todo esto no tenga mucho sentido. En cualquiercaso, llegado este punto todo esto no es más queespeculación abstracta, porque la verdad es que yo nuncahablé ni con mi padre ni con mi madre sobre qué pensabanellos de sus vidas adultas. Simplemente no es la clase de

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cuestión que los padres se sientan a hablar abiertamente consus hijos, o por lo menos no lo era en aquella época.

En cualquier caso, probablemente resulte útilproporcionar cierta información de fondo. La forma mássencilla de definir un impuesto es decir que el importe delimpuesto, simbolizado por la letra I, es igual al productode la base impositiva por la tasa. Esto suele representarsecomo I = B x T, de lo que se deriva que T = I / B, que es lafórmula para determinar si una tasa impositiva esprogresiva, regresiva o proporcional. Esto es contabilidadfiscal muy básica. A la mayoría del personal de la AgenciaTributaria nos resulta tan familiar que ni siquiera lotenemos que pensar. Pero en cualquier caso, la variablecrucial es la relación de I con B. Si la relación de I con Bpermanece igual sin importar si B, la base impositiva, subeo baja, entonces el impuesto es proporcional. Esto se conocetambién como impuesto a tasa fija. Impuesto progresivo escuando la proporción I / B aumenta a medida que B aumenta ydisminuye cuando B disminuye, que es esencialmente la formaen que funciona el impuesto de la renta marginal de hoy día,en que se paga el cero por ciento por los primeros 2.300dólares, el 14 por ciento por los 1.100 dólares siguientes,el 16 por ciento por los 1.000 siguientes, y asísucesivamente, hasta llegar al 70 por ciento de todo lo quepase de los 108.300 dólares, todo lo cual forma parte de lapolítica actual del Tesoro Público consistente en que, enteoría, cuantos más ingresos anuales tengas, mayor es laproporción de tus ingresos que tus obligaciones fiscales poringresos deben representar; aunque, como es obvio, en lapráctica esto no siempre funciona así, debido a toda laserie de deducciones legales y créditos que forman parte delcódigo tributario moderno. En cualquier caso, las tablas de

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impuestos progresivos se pueden simbolizar con una simplegráfica de barras ascendentes, cada una de las cualesrepresenta una banda impositiva. A veces los impuestosprogresivos se llaman impuestos graduales, pero no es asícomo los llamamos en la Agencia. Los impuestos regresivos,por otro lado, son aquellos en que la proporción I/B aumentaa medida que B disminuye, lo cual quiere decir que por lascantidades más pequeñas se pagan las tasas impositivas másaltas, que es algo que se podría decir que no tiene muchalógica en términos de justicia y de contrato social. Sinembargo, los impuestos regresivos a menudo pueden aparecercamuflados: por ejemplo, los enemigos de las loteríasestatales y de los impuestos sobre el tabaco a menudoafirman que lo que estas cosas son en realidad son impuestosregresivos camuflados. En cualquier caso, los impuestossobre la renta casi siempre son progresivos, en virtud delos ideales democráticos de nuestro país. Los siguientes, encambio, son algunos tipos de impuestos que suelen serproporcionales o de tasa fija: impuestos sobre bienesinmuebles, bienes personales, aduanas, impuestos internos ysobre todo los impuestos sobre las ventas.

Como recuerda mucha gente de por aquí, en 1977, estandola inflación y el déficit por las nubes y yo matriculado porsegunda vez en la DePaul, el estado de Illinois llevó a caboun experimento fiscal consistente en coger el impuestoestatal sobre las ventas y hacerlo progresivo en vez deproporcional. Probablemente fuera la primera vez que vi cómola implantación de una política fiscal puede afectarrealmente a las vidas de la gente. Tal como he mencionado,los impuestos sobre las ventas suelen ser proporcionales deforma casi universal. Tal como lo entiendo ahora, la ideaque había detrás de probar a volver progresivo el impuesto

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sobre las ventas era aumentar los ingresos fiscales delEstado sin infligir penurias a la población pobre nicontrariar a los inversores, además de contribuir a combatirla inflación gravando el consumo. La idea era que cuanto máscompraras, más impuestos pagarías, y que eso contribuiría aponer freno a la demanda y mitigaría la inflación. Elimpuesto progresivo sobre las ventas fue concebido en 1977por un alto cargo de la oficina del Tesorero del Estado. Noconozco la identidad exacta de esa persona, o si se comióalguna clase de marrón tremendo después del desastreresultante, pero los que sí perdieron su trabajo después delfiasco fueron tanto el Tesorero del Estado como elgobernador de Illinois. Fuera de quien fuera la culpa, sinembargo, se trató de una cagada enorme en materia depolítica fiscal, que además se podría haber evitado confacilidad si alguien de la oficina del Tesorero del Estadose hubiera molestado en consultar a la Agencia sobre laconveniencia del plan. Pese a la existencia tanto de laOficina del Comisionado Regional del Medio Oeste como de unCentro Regional de Examen dentro de las fronteras deIllinois, consta que esta consulta nunca se produjo. Pese aque las agencias fiscales estatales dependen de los ingresosque generan los impuestos federales y también de losarchivos maestros del sistema informático de la Agencia parahacer cumplir las leyes fiscales estatales, en las oficinasde la Hacienda estatal impera una actitud tradicional deautonomía y desconfianza hacia las agencias federales comola Agencia Tributaria, que a veces resulta en falloscruciales de comunicación, de los cuales el desastre de losimpuestos estatales sobre las ventas de Illinois en 1977 esun caso clásico dentro de la Agencia, así como objeto denumerosos chistes y anécdotas profesionales. Como les podría

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haber dicho prácticamente cualquiera de los que estamos enel Centro 047, una regla fundamental de la implantacióneficaz de las leyes fiscales es acordarse de que elcontribuyente medio siempre va a actuar movido por su propiointerés monetario. Esto es una ley básica de la economía. Encuestiones impositivas, el resultado es que el contribuyentesiempre hará lo que la ley le permita a fin de minimizar susimpuestos. No es más que la naturaleza humana, pero losfuncionarios de Illinois no lo entendieron, o por lo menosno consiguieron ver sus implicaciones en materia detransacciones de gravamen de ventas. Puede que se diera elcaso de que la oficina del Tesorero Estatal permitiera quetoda la cuestión se volviera tan compleja y teórica que noles dejara ver lo que tenían delante mismo de las narices:que la base, B, de un impuesto progresivo no puede ser algoque se subdivida con facilidad. Si se puede subdividir confacilidad, entonces el contribuyente medio, movido por suinterés económico, hará lo que esté en su mano legalmentepara subdividir B en dos o más B más pequeñas a fin deevitar la progresión efectiva. Y esto es precisamente lo quesucedió a finales de 1977. El resultado fue que la venta alpúblico se sumió en el caos. En el supermercado, porejemplo, los clientes ya no compraban tres bolsas grandes decomida y aceptaban pagar un 6, un 6,8 y un 8,5 por cientorespectivamente por aquellas partes de su compra quesuperaban los 5$, los 20$ y los 42,01$; ahora estabanmotivados para estructurar su compra de alimentos en formade numerosas compras por separado de 4,99$ o menos a fin deaprovecharse del mucho más atractivo 3,75 por ciento delimpuesto sobre las compras de menos de 5$. La diferenciaentre el 8 por ciento y el 3,75 por ciento es más quesuficiente para establecer un incentivo y hacer que entre en

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juego el interés económico de los ciudadanos. Así pues, depronto todo el mundo entraba en la tienda y hacía una comprade menos de 5$, a continuación se iba al coche, metía labolsita y volvía a entrar para hacer otra compra de menos de5$ y llevársela al coche, y vuelta a empezar. Las colas parapagar en el supermercado empezaron a llegar hasta el fondomismo de la tienda. Los grandes almacenes estaban igual demal, y me consta que las gasolineras estaban todavía peor:solamente hacía unos meses del shock del suministro de laOPEP y de las peleas en las colas de las gasolineras por elracionamiento, y ahora, aquel otoño en Illinois, volvían aestallar peleas en las gasolineras protagonizadas por losconductores que se veían obligados a esperar a que la genteque tenían delante intentara poner 4,99$ de gasolina, entrarcorriendo a pagar, volver a salir, poner el surtidor a cero,meter otros 4,99$ y vuelta a empezar. Era exactamente locontrario de un rollo tranqui, por no decir algo peor. Y lacarga administrativa que suponía calcular los impuestossobre las ventas de cuatro márgenes distintos de ventasdestruyó a las tiendas al por menor. Las que tenían cajasregistradoras automatizadas y sistemas de contabilidadvieron cómo los sistemas se hundían bajo la nueva carga. Porlo que tengo entendido, los elevados costes administrativosde la nueva contabilidad fueron pasando de unos a otros ycausaron un pico de inflación en Illinois, lo cual irritótodavía más a unos consumidores que ya estaban cabreadosporque el impuesto progresivo sobre las ventas los estabaobligando económicamente a pasar media docena o más de vecespor las colas para pagar en las tiendas, en muchos casos.Hubo disturbios, sobre todo en la parte sur del estado, quelinda con Kentucky y ya en circunstancias normales no suelemostrarse precisamente comprensiva ni cordial hacia la

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necesidad del gobierno de recaudar impuestos. La verdad esque el norte, el centro y el sur de Illinois sonprácticamente países distintos, en términos culturales. Peroel caos afectó a todo el estado. Se quemó la efigie delTesorero del Estado. Los bancos vivieron una demanda enormede billetes de un dólar y monedas. Desde la perspectiva delos costes administrativos, lo peor vino cuando los negociosemprendedores vieron una nueva oportunidad y empezaron ausar el eslogan «¡Subdividible!» como incentivo a lasventas. Incluyendo, por ejemplo, a los vendedores de cochesusados que estaban dispuestos a venderte un coche en formade aglomeración de pequeñas transacciones separadascorrespondientes a un parachoques delantero, un cajón derueda derecha trasera, una bobina de alternador, una bujía yasí sucesivamente, de manera que la compra quedaraestructurada en forma de miles de transacciones individualesde 4,99$. Técnicamente era legal, por supuesto, y lapráctica no tardó en extenderse entre las tiendas deartículos caros; pero creo que fue cuando también losagentes inmobiliarios adoptaron la práctica de subdividircuando las cosas se hundieron de verdad. Los bancos, losbancos hipotecarios, los corredores de materias primas y deobligaciones y el Departamento de Hacienda de Illinois,todos vieron cómo sus sistemas de procesamiento de datosempezaban a fallar: el impuesto progresivo sobre las ventasprodujo un auténtico tsunami de datos de ventas subdivididasque ahogó la tecnología existente. La medida fue revocada enmenos de cuatro meses. En realidad, los legisladoresestatales tuvieron que volver a Springfield en plenasvacaciones de Navidad para reunirse y revocar la norma,puesto que aquel periodo había representado un desastreabsoluto para el comercio al por menor; la temporada de

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compras de Navidad de 1977 fue una pesadilla que todavíahoy, tantos años después, la gente sigue comentando a vecesen tono apesadumbrado con los desconocidos cuando se veatrapada en una cola para pagar en el supermercado. Más omenos de la misma forma en que el calor o el bochornoextremos hacen que la gente se ponga a rememorar otrosveranos terribles que recuerdan. Springfield es la capitaldel estado, por cierto, y también el lugar donde encontraruna cantidad increíble de objetos de interés relacionadoscon Lincoln.

En todo caso, fue también durante esa época cuando mipadre murió de forma inesperada en un accidente del metro dela CTA en Chicago, durante las aglomeraciones para hacer lascompras de la indescriptiblemente horrible y caótica Navidadde 1977, y el accidente ocurrió mientras él estaba haciendolas compras del fin de semana de Navidad, lo cualprobablemente contribuyera a hacer que todo el percancefuera más trágico. El accidente no tuvo lugar en el famosotramo elevado de los ferrocarriles de la CTA: él y yoestábamos en la estación de Washington Square, a la cualhabíamos llegado con el tren que llevaba de Libertyville alcentro para hacer transbordo a otra línea de metro que ibatodavía más al centro. Creo que nuestro destino final era latienda de regalos del Art Institute. Yo estaba pasando elfin de semana en casa de mi padre, me acuerdo, al menos enparte porque tenía que estudiar de forma intensiva para miprimera ronda de exámenes finales desde mi regreso a laDePaul, donde yo estaba viviendo en una residencia delcampus del Loop. Visto desde el presente, es posible que sivolví a Libertyville para empollar fuera en parte para darlea mi padre la oportunidad de ver cómo me aplicaba a pasar unfin de semana estudiando en serio, aunque no recuerdo haber

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sido consciente de esta motivación por entonces. Además,para quienes no lo saben, el sistema de trenes de la ChicagoTransit Authority es un batiburrillo de trenes elevados, deotros subterráneos convencionales y de vías de altavelocidad que llevan a las afueras. Tal como habíamosacordado, aquel sábado yo lo acompañé al centro paraayudarlo a encontrar algún regalo de Navidad para mi madre ypara Joyce —una tarea que imagino que todos los años ledebía de resultar difícil—, y creo que también para suhermana, que vive con su marido y sus hijos en Fair Oaks,Oklahoma.

En esencia, lo que pasó en la estación de WashingtonSquare, donde nos disponíamos a hacer el transbordo para iral centro, es que bajamos los escalones de cemento del nivelsubterráneo para adentrarnos en las densas multitudes y elcalor del andén; incluso en diciembre, los túneles del metrode Chicago suelen ser calurosos, aunque no tan insoportablesni mucho menos como durante los meses de verano, pero, porotra parte, el problema es que el calor de los andenes eninvierno lo pasas vestido con abrigo de invierno y bufanda,y, además, el lugar estaba abarrotado, porque era laavalancha de compras de Navidad, a la que aquel año se lesumaban el frenesí y el caos del vigente impuesto progresivosobre las ventas. En fin, me acuerdo de que llegamos al piede las escaleras y nos unimos a la multitud del andén almismo tiempo que llegaba el tren —que era de aceroinoxidable y de plástico, con adhesivos de acebo tantopegados como a medio despegar en algunas de las ventanillasde los vagones— y las puertas automáticas se abrieron con unsonido neumático, y el tren se quedó un momento al ralentímientras las enormes masas de compradores impacientes ycargados con numerosas bolsas de compras pequeñas entraban y

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salían a empujones. En términos de muchedumbres, también erala hora punta de las compras del sábado por la tarde. Mipadre había querido hacer las compras por la mañana antes deque la aglomeración del centro se descontrolara porcompleto, pero yo me había quedado dormido y él me habíaesperado, pese a que no le había hecho mucha gracia y no lodisimulaba. Por fin salimos después del almuerzo —que en micaso era el desayuno— y ya nos encontramos la línea de lasafueras atestada. Ahora llegamos al andén todavía másatestado en un momento que la mayoría de los pasajeros delmetro consideran incómodo y estresante: cuando el tren estáparado y las portezuelas abiertas y nadie sabe a cienciacierta cuánto tiempo más van a seguir abiertas, mientras tútratas de abrirte paso por entre la multitud del andén,intentando llegar al tren antes de que se cierren laspuertas. Tampoco es que quieras echar a correr ni ponerte aapartar a la gente a empujones, porque la parte más racionalde ti sabe que no es un asunto de vida o muerte, que prontova a llegar otro tren, y que lo peor que te puede pasar esque pierdas el tren por los pelos, que las puertas secierren justo cuando estás llegando, y no puedas entrar porlos pelos y tengas que esperar unos minutos más en el andéncaluroso y abarrotado. Y, sin embargo, hay otra parte de ti—o por lo menos de mí, y estoy bastante seguro de quetambién de mi padre, ahora que lo pienso— a la que casi leentra el pánico. La idea de que las puertas se cierren ensilencio y el tren con su multitud de gente que sí haconseguido entrar se aleje justo cuando tú estás llegando alas puertas desencadena una especie de sentimiento extraño einvoluntario de ansiedad o de urgencia; ni siquiera creo queexista una palabra específica para denominar estesentimiento, aunque es posible que esté relacionado con los

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miedos primitivos y prehistóricos a no llegar a tiempo decomerte la parte que te corresponde de la presa que hacazado la tribu o a que el anochecer te pille solo entre lashierbas altas de la sabana; y aunque ciertamente él y yonunca hablamos del tema, ahora sospecho que aquellasensación profunda e involuntaria de ansiedad por entrar atiempo en los trenes parados debía de ser especialmentegrave en el caso de mi padre, un hombre extremadamenteorganizado y lleno de disciplina personal que seguía unoshorarios precisos y siempre llegaba a tiempo a todo, y paraquien la ansiedad primitiva de no llegar a tiempo a algo porlos pelos era especialmente intensa; aunque por otro ladotambién era un hombre dotado de una circunspección y unacompostura enormes, y en circunstancias normales jamás sedejaría ver apartando a la gente a codazos ni corriendo porun andén público con el abrigo ondeando tras de sí ysujetándose el sombrero de color gris oscuro sobre la cabezay con las llaves y las monedas varias de los bolsillostintineando de forma perceptible, a menos que estuvieraexperimentando alguna clase de presión intensa e irracionalpara llegar al tren, de esa manera en que a menudo son laspersonas más disciplinadas, organizadas y circunspectas lasque en realidad están sufriendo la presión interna másintensa por culpa de sus represiones o de su superego, y lasmás propensas a que a veces se les gire la cabeza de repenteen muchos sentidos, y las que, si se las somete a la presiónsuficiente, son capaces de comportarse de maneras que deentrada podrían parecer totalmente discordantes con laimagen que tienes de ellos. Yo no podía verle los ojos ni laexpresión facial, él iba por delante de mí en el andén, enparte porque siempre caminaba más deprisa que yo —cuando yoera niño, el término que él usaba para denominar mi forma de

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andar era «entretenerse»—, aunque aquel día también se debíaen parte a que yo me había dormido y lo había obligado,según su perspectiva, a «llegar tarde», y por consiguientesus zancadas rápidas y sus prisas por la estación de la CTAtenían un aire marcadamente impaciente, al que yo respondíanegándome a acelerar mucho mi ritmo normal o a esforzarmedemasiado para no quedarme atrás, y me dedicaba a rezagarmelo bastante como para fastidiarle pero no lo bastante comopara provocar que se volviera y se pusiera a apretarme lasclavijas, así como a adoptar una especie de conducta apáticay alelada; en gran medida como un niño que se hace elremolón, de hecho, aunque por supuesto por entonces yo nuncahabría reconocido esto. En otras palabras, la situaciónbásica era que él estaba fastidiado y yo estaba enfurruñado,pero ninguno de los dos era consciente de esto, ni tampocode lo habituales que eran entre nosotros aquellas pequeñaspugnas psicológicas; visto de forma retrospectiva, ahora meparece que nos pasábamos todo el tiempo actuando así el unocon el otro, tal vez movidos por un puro hábitoinconsciente. Se trata de una dinámica bastante típica entrepadres e hijos. Puede que incluso fuera parte de lamotivación inconsciente que había detrás de la derivaindiferente y la pereza de zángano que yo había mostrado entodas aquellas universidades que él tenía que pagar yendo atrabajar todos los días. Por supuesto, por entonces yo noera consciente de nada de todo esto, y tampoco era algo quereconociéramos o habláramos entre nosotros. En ciertosentido se puede decir que mi padre murió antes de queninguno de nosotros pudiera ser consciente de lo metidos queestábamos los dos en aquellos pequeños rituales deconflicto, o de lo mucho que había afectado a su matrimonioel hecho de que mi madre hubiera sido pues ta tantas veces

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en el rol de mediadora entre nosotros, que nos dedicábamos adesarrollar nuestros roles típicos de los que ninguno de losdos era consciente, como máquinas que llevan a cabo susacciones programadas.

Me acuerdo, mientras nos abríamos paso a toda prisa porentre la multitud, de que lo vi girarse a un lado parameterse a codazo limpio entre dos mujeres hispanas lentas ycorpulentas que avanzaban hacia las portezuelas abiertas deltren llevando bolsas de la compra con asas de cordel, y quemi padre golpeó con la pierna una de aquellas bolsas e hizoque se meciera ligeramente de un lado a otro. No sé siaquellas mujeres iban juntas en realidad o si lo que lasobligaba a caminar tan pegadas era simplemente suenvergadura y la presión de las masas que las rodeaban. Nose encontraban entre las personas que fueron entrevistadasdespués del accidente, lo cual quiere decir queprobablemente ya estuvieran en el tren cuando pasó. Enaquellos momentos yo debía de estar dos metros o dos metrosy medio por detrás de él, y estaba apretando el pasoabiertamente para alcanzarlo, porque ya estábamos justodelante del tren parado que iba al centro, y la idea de quemi padre consiguiera entrar por los pelos pero yo me quedarademasiado rezagado y llegara a las puertas justo cuando seestaban cerrando, y de ver la expresión de su cara enmarcadapor los adhesivos de acebo mientras nos mirábamos a travésde las porciones de cristal de las puertas y él se alejaba abordo del tren... Creo que cualquiera se puede imaginar lomucho que se iba a molestar y a disgustar, y también lovindicado y triunfante que iba a salir él en nuestra pequeñapugna psicológica por las prisas y el «ir tarde», y sentíque mi ansiedad crecía al pensar que él iba a llegar al treny yo lo iba a perder por los pelos, de manera que llegado

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aquel punto yo también estaba intentando salvar la distanciaque nos separaba. Nunca sabré si mi padre era consciente deque yo estaba justo detrás de él, o del hecho de que yoestaba prácticamente repartiendo codazos y empujones a lagente movido por mis prisas por alcanzarlo, porque que yorecuerde no echó ningún vistazo en mi dirección por encimadel hombro ni tampoco me hizo ninguna clase de señalmientras se acercaba a las puertas del tren. Durante todoslos litigios que vinieron después, ninguno de los demandadosni tampoco sus abogados cuestionaron el hecho de que enteoría los trenes de la CTA no se pueden mover a menos quetodas las puertas estén completamente cerradas. Ni tampoconadie cuestionó para nada mi narración del orden exacto enque pasaron las cosas, puesto que llegado aquel punto yo yaestaba como mucho a un metro detrás de él, y presencié loshechos con una claridad que todos concedieron en describircomo terrible. Las dos mitades de las puertas del vagónhabían empezado a cerrarse con su familiar sonido neumáticojusto cuando mi padre estaba llegando a ellas y acababa demeter un brazo por entre las mitades para evitar que secerraran y de esa manera poder embutirse por entre ellas, ylas puertas se cerraron sobre su brazo, al parecer condemasiada fuerza como para permitir que o bien el resto demi padre pasara por la abertura o bien consiguiera abrirlasa la fuerza lo bastante como para sacar el brazo, lo cualresultó ser consecuencia de un posible fallo de lamaquinaria que controlaba la fuerza con que se cerraban laspuertas; para entonces el tren subterráneo ya había empezadoa moverse, lo cual fue otro fallo pasmoso —se supone queentre los sensores de las puertas y el panel de mandos delconductor del tren hay unos cortocircuitos especiales quedesactivan el acelerador si ha quedado alguna puerta abierta

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en algún vagón (tal como puede imaginarse usted, durante ellitigio que siguió al accidente todos aprendimos mucho deldiseño de los trenes de la CTA y de sus medidas deseguridad)—, y mi padre se vio obligado a andar al trotecada vez más deprisa al lado del tren, soltando el sombreroque se estaba sujetando sobre la cabeza para ponerse a darpuñetazos contra la puerta mientras dos o tal vez treshombres que había dentro del vagón forcejeaban con laestrecha rendija que quedaba entre las puertas, intentandoabrirlas a la fuerza por lo menos lo bastante como para quemi padre sacara el brazo. El sombrero de mi padre, que éladoraba y para el que tenía una horma especial, se alejóvolando y se perdió entre la densa multitud del andén, dondeahora se abrió un hueco o ruptura visible; quiero decir quese empezó a abrir un hueco en la multitud que se agolpabamás adelante en el andén, un hueco que yo pude ver desdedonde estaba, atrapado entre la multitud del borde del andénen un punto situado cada vez más lejos del hueco o fisuracreciente que se estaba abriendo entre la multitud delandén, mientras mi padre se veía obligado a correr más y másdeprisa junto al costado del tren en plena aceleración y lagente se apartaba de un salto para evitar ser arrojados alas vías. Debido al hecho de que muchas de aquellas personastambién iban cargadas con numerosos paquetes pequeños ysubdivididos y bolsas compradas de forma separada, sepudieron ver muchos de estos paquetes y bolsas volando porlos aires y rotando o bien vertiendo su contenido de muchasmaneras por encima de aquel hueco que se iba haciendo másamplio a medida que los compradores abandonaban sus bolsas ytrataban de apartarse de un salto de la trayectoria de mipadre, de tal manera que aquel hueco daba en parte laimpresión ilusoria de estar de alguna manera escupiendo o

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soltando una lluvia de artículos de consumo. Además, losproblemas causales relacionados con la responsabilidad legaldel accidente resultaron ser increíblemente complejos. Lasespecificaciones del fabricante de los sistemas neumáticosde las puertas no explicaban de forma adecuada cómo sepudieron cerrar las puertas con tanta fuerza que un hombreadulto sano no pudiera sacar el brazo, y eso hizo que fueradifícil de refutar la alegación que presentó el fabricantede que mi padre —tal vez por culpa del pánico o por tener elbrazo herido— no había llevado a cabo acciones razonablespara sacar el brazo. Los pasajeros masculinos del tren queparecían estar intentando abrir las puertas a la fuerzadesde dentro se esfumaron por la vía junto con el tren quese marchaba y no se los pudo identificar, debido en parte alhecho de que las investigaciones posteriores de la policía yde tránsito no insistieron demasiado en aquellasidentificaciones, posiblemente porque había quedado claro,ya en la misma escena de los hechos, que el incidente era unasunto civil y no criminal. El primer abogado de mi madrepuso anuncios por palabras en el Tribune y en el Sun-timespidiendo que aquellos dos o tres pasajeros salieran a la luzy declararan por razones legales, pero por supuestas razonesde coste y viabilidad, aquellos anuncios salieron muypequeños y quedaron enterrados en las secciones de anunciosclasificados del final de los periódicos, y se estuvieronpublicando durante un periodo de tiempo que más tarde mimadre calificaría de irrazonablemente breve y pocoinsistente, durante el cual de todas maneras muchosresidentes del área metropolitana de Chicago se encontrabanfuera de la ciudad por las vacaciones, de modo que aquelterminó convirtiéndose en un complejo y prolongado elementomás de la segunda fase del litigio.

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En la estación de Washington Square, la «escena delaccidente» oficial —que en el caso de un accidente fatal seconsidera legalmente que es «la ubicación en la cual se hasufrido la muerte o las heridas que causaron la muerte»— seestimó a 65 metros del andén, dentro del túnel que iba alsur, y se determinó que fue en aquel punto, mientras el trende la CTA estaba circulando a una velocidad de entre 82 y 87kilómetros por hora, cuando varias partes de la mitadsuperior del cuerpo de mi padre impactaron contra las barrasde hierro de una escalerilla empotrada que sobresalía de lapared oeste del túnel; la escalerilla había sido instaladapara permitir que el personal de mantenimiento de la CTAaccediera a una caja de circuitos multibus que había en eltecho del túnel; y todo el trauma, la confusión, el shock,el ruido, los gritos, la lluvia de pequeñas comprasindividuales y la evacuación tipo estampida del andénmientras mi padre hendía una abertura cada vez más forzosa yveloz por entre la densa multitud de compradores, todo ellodescalificó a la poca gente que quedó en el andén —lamayoría de ellos heridos o alegando heridas— como testigos«fiables» que las autoridades pudieran entrevistar. Pareceser que el shock es algo habitual en situaciones de muertegráfica. Menos de una hora después del accidente, dio laimpresión de que ningún espectador recordaba nada más quegritos, pérdida de compras navideñas, preocupación por suseguridad personal y detalles nítidos pero fragmentariosrelativos a las acciones y el comportamiento de mi padre,diversos movimientos ondeantes que su abrigo y su bufandallevaron a cabo bajo la corriente de aire, y las sucesivasheridas que pareció recibir mientras era arrastrado cada vezmás deprisa hacia el final del andén y colisionaba de llenoo parcialmente con una papelera de malla de alambre, varios

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paquetes y bolsas de la compra voladores, los remaches deacero de un pilar y el carrito portamaletas de acero oaluminio de un hombre mayor procedente de las afueras; elimpacto hizo que este último objeto saliera despedido dealguna manera hasta el otro lado del túnel y golpeara lasvías que iban al norte, arrancando chispazos del tercer raílde esas vías y añadiéndose al caos de la estampida de lamuchedumbre. Me acuerdo de un joven hispano o puertorriqueñoque llevaba algo que parecía una especie de redecillaajustada para el pelo de color negro y al que estabanentrevistando mientras sostenía en la mano el zapato derechode mi padre, un mocasín Florsheim con borlas, cuya puntera yvira habían quedado tan erosionadas por el cemento del andénque la parte delantera de la suela se había desprendido ycolgaba, y de que el hombre no se acordaba de cómo habíallegado a tenerlo en la mano. Luego se determinó que tambiénél se encontraba en estado de shock, y me acuerdo claramentede volver a verlo más adelante en la zona de triaje devíctimas de las urgencias del hospital, que era el LoyolaMarymount Hospital, situado solamente a un par de manzanasde la estación de la CTA de Washington Square, sentado enuna silla de plástico y tratando de rellenar unos impresossobre una tablilla sujetapapeles que tenía un bolígrafosujeto con un cordel blanco, y de que todavía llevaba elzapato en la mano.

Y como ya he mencionado, aquel injusto litigio por lamuerte de mi padre fue increíblemente complejo, por muchoque técnicamente nunca avanzara más allá de las etapaslegales iniciales en que se tenía que decidir si elAyuntamiento de Chicago, la CTA, la División deMantenimiento de la CTA (se descubrió que el cable del frenode emergencia del vagón al que mi padre había quedado sujeto

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a la fuerza había sido cortado por unos gamberros, aunquelas opiniones de los expertos estaban divididas entrequienes creían que las pruebas forenses indicaban un cortemuy reciente o uno de hacía semanas. Al parecer, laevaluación forense de las fibras de plástico cortadas sepuede interpretar de cualquier manera que los interesespersonales lleven a cada cual a interpretarla), elfabricante registrado del tren, el conductor del tren, susupervisor inmediato, la Federación Americana deFuncionarios Municipales, de Condado y Estatales y las dosdocenas largas de subcontratistas y vendedores de losdistintos componentes de los diversos sistemas que losingenieros forenses contratados por nuestros abogadosjuzgaron que habían desempeñado un papel en el accidente,debían, en tanto que demandados, ser clasificados en eljuicio como estrictamente responsables, responsables,negligentes o bien culpables de IDD, unas siglas que quierendecir «Incumplimiento de la Diligencia Debida». De acuerdocon mi madre, el enlace con los clientes de nuestro gabinetede abogados le había explicado que el hecho de que hubieratantos demandados no era más que una táctica estratégicainicial, y que en última instancia estaríamos demandandoprincipalmente al Ayuntamiento de Chicago —que era, porsupuesto, para quien trabajaba mi padre, para darle ironíaal caso—, y a continuación había citado la «ley de agraviosen el transporte público» y un caso previo titulado Ybarracontra Coca-Cola para explicar que la responsabilidad finalrecaería sobre las espaldas del demandado que se pudierademostrar que había tenido una capacidad más barata y eficazpara tomar medidas razonables para prevenir el accidente, yaque al parecer había solicitado que se redujeran lasgarantías de calidad del sistema neumático de las puertas y

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de los sensores en el contrato que tenía la CTA con elfabricante registrado del tren, una responsabilidad que,para darle más ironía al asunto, recaía por lo menosparcialmente sobre la división de sistemas de costo de laoficina de tesorería del Ayuntamiento de Chicago, en la cualuna de las responsabilidades de mi padre había consistido enrealizar evaluaciones sopesadas de costos inicialescontrastados con la exposición a responsabilidades legalesen ciertas clases de contratos de las agencias municipales;aunque por suerte resultó que los gastos de capital de laCTA en equipamiento habían sido censurados por un equipo ocomité distinto de sistemas de costo. En cualquier caso,para consternación mía, de mi madre y de Joyce, prontopudimos ver que el criterio principal que tenía nuestrobufete de abogados para discernir las distintas asignacionesde responsabilidad correspondientes a las distintascompañías, agencias y entidades municipales consistía en losrecursos monetarios de esos distintos demandados potencialesy en el acta de conciliación de sus respectivas aseguradorasen esos casos; es decir, que todo el proceso dependía de lascifras y del dinero y no de cosas como la justicia, laresponsabilidad y la prevención de nuevas muertes injustas,públicas y totalmente indignas y carentes de sentido. Paraser sincero, no estoy seguro de estar explicando todo estomuy bien. Como ya he mencionado, todo el proceso legal fuetan complicado que casi no se puede describir, y el sociocomanditario que el bufete de abogados nos asignó paramantenernos al corriente de las novedades y los cambiosestratégicos durante los primeros dieciséis meses no eraprecisamente el abogado más claro ni comprensivo que unopodría haber deseado; además, no hace falta decir que todosestábamos muy trastornados, como es natural, y que mi madre

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—cuya salud emocional ya era bastante delicada desde elcolapso y los cambios abruptos de 1971-1972 y el divorcioque vino después— estaba sufriendo de forma intermitentealgo que probablemente se pudiera clasificar como shockdisociativo o reacción de conversión, y se había mudado nadamenos que de vuelta a la casa de Libertyville que habíacompartido con mi padre antes de su separación,supuestamente «de forma temporal» y por razones quecambiaban cada vez que Joyce o yo le preguntábamos siaquella mudanza de regreso era algo que le convenía, y entérminos generales no estaba muy bien, psicológicamentehablando. De hecho, solamente había tenido lugar la primeraronda de declaraciones de un pleito secundario entre uno delos demandados y su compañía de seguros para decidir quéporcentaje de las costas legales de la defensa del demandadocontra nuestro pleito en curso quedaban cubiertas por lapóliza de responsabilidad legal que tenía establecida eldemandado con su compañía de seguros —además, para terminarde complicar las cosas, un antiguo socio de la principalcompañía de abogados que representaba a mi madre y a Joycepasó a representar a la compañía de seguros, cuya sedenacional resultó estar en Glenview, desencadenando una seriesubsidiaria de expedientes y declaraciones destinados adiscernir si este hecho podía constituir alguna clase deconflicto de intereses; y en términos de procedimiento, estepleito secundario se tenía que resolver antes de lasdeclaraciones preliminares de nuestro pleito, que paraentonces había evolucionado hacia las clasificacionesparalelas de responsabilidad civil y muerte por conductaimprocedente, y era tan complejo que los pleiteadores delbufete tardaron casi un año solo en acordar la formacorrecta de presentarlo— cuando el estado emocional de mi

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madre alcanzó tal punto que ella decidió abandonar todos loslitigios, una decisión que en privado molestó mucho a Joyce,pero que ella, Joyce, carecía de poder legal para prohibir oalterar, y a continuación tuvo lugar una disputa domésticamuy complicada en la que Joyce no paró de intentar, aescondidas de mi madre, convencerme a mí, que ya tenía másde veintiún años y era el hijo y la persona a cargo deldifunto, para que reiniciara el pleito como únicodemandante. Pero por razones complicadas —la principal delas cuales fue que yo figuraba como persona a cargo tanto demi padre como de mi madre en sus declaraciones de impuestosfederales de 1977, lo cual, en el caso de mi madre, habríasido desestimado en un abrir y cerrar de ojos si le hacíanuna auditoría ni que fuera rutinaria, pero que pasódesapercibido en aquel entorno más primitivo que era laDivisión de Examen de la Agencia de por entonces- resultóque, para hacer aquello, yo necesitaría que a mi madre se ladeclarara legalmente «non compos mentis», lo cual habríarequerido dos semanas obligatorias de hospitalizaciónpsiquiátrica para someterla a observación antes de quepudiéramos obtener la declaración legal de un psiquiatraautorizado por el tribunal, que era algo que nadie en lafamilia tenía estómago para hacer ni de lejos. Así quedespués de dieciséis meses, todo el proceso de litigioterminó, a excepción del pleito que a continuación le pusonuestro antiguo bufete de abogados a mi madre para recuperaruna serie de honorarios y gastos que, a todas luces, elcontrato que habían firmado mi madre y Joyce declarabainválidos a cambio de una tarifa de contingencia del 40 porciento. Los recónditos argumentos con los que nuestroantiguo bufete estaba intentando conseguir que dichocontrato fuera declarado nulo y vacío por alguna ambigüedad

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del lenguaje jurídico de una de las subcláusulas de supropio contrato nunca fueron explicados ni lo bastanteclarificados como para que yo pudiera darme cuenta de sieran o no puras frivolidades, puesto que llegado aquel puntoyo estaba cursando el último semestre en la DePaul y tambiénestaba en el proceso de ser reclutado por la Agencia, y mimadre y Joyce tuvieron que contratar a otro abogado más paradefender a mi madre contra el pleito de los antiguosabogados, que todavía, se lo crea usted o no, siguependiente hoy día, y que es uno de los principalesargumentos que mi madre sigue esgrimiendo para justificar elhecho de haberse convertido prácticamente en una ermitaña enla casa de Libertyville, donde sigue residiendo, y paraevitar que se pierda el servicio de teléfono de la casa,aunque las señales de que estaba sufriendo alguna clase dedeterioro psicológico importante ya venían de bastantetiempo atrás, probablemente incluso de la época del litigiooriginal y de su regreso a la casa de mi padre después delaccidente, y el primer síntoma psicológico que recuerdoconsistió en su preocupación por el bienestar de lospajaritos que había en un nido de pinzones o de estorninosque durante años había estado encima de una de las vigas delenorme porche abierto de madera, un porche que había sidouno de los principales atractivos de la casa de Libertyvillecuando mis padres habían llevado a cabo la decisión originalde mudarse allí, una obsesión que después se extendió deaquel nido en concreto a todos los pájaros del vecindario engeneral, y que la llevó a ponerles cada vez más comederostanto de pie como de estilo tubo, y a comprarles y dejarlescada vez más semillas y al final también toda clase decomida humana y diversos «artículos para pájaros» en losescalones del porche, incluyendo, en un momento malo, los

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muebles diminutos de una casa de muñecas procedente de suinfancia en Beloit, que yo sabía que ella tenía guardadacomo oro en paño porque la había oído contarle a Joyce todaclase de anécdotas de infancia sobre lo mucho que habíaquerido aquella casa y cómo había reunido muebles enminiatura para ella, y que había tenido guardada durantemuchos años en el trastero de la casa de Libertyville, juntocon muchos recuerdos de mi infancia en Rockford; y Joyce,que ha seguido siendo la amiga fiel de mi madre y a vecesprácticamente su enfermera —pese a que en 1979 se enamoróperdidamente del abogado que las ayudó a cerrar SpeculumBooks bajo las provisiones del Capítulo 13, y ahora estácasada con él y vive con él y con sus dos hijos en Wilmette—, se muestra de acuerdo en que la infinitud tediosa,compleja y cínica de las secuelas legales del accidente fueen gran medida lo que impidió que mi madre procesara eltrauma de la muerte de mi padre y resolviera algunas de lasemociones y conflictos pendientes que le quedaban de laépoca de 1971 y que ahora el accidente había devuelto degolpe a la superficie. Llegado cierto punto, sin embargo, noqueda más remedio que tragar y jugar las cartas que la vidate ha repartido y seguir adelante, en mi opinión.

Pero me acuerdo de una vez, durante una tarde en que mipadre me había pagado para que le ayudara con algúntrabajillo de poca monta en el jardín, en que le preguntépor qué él nunca parecía dar consejos directos sobre lavida, tal como solían hacer los padres de mis amigos. Porentonces, el hecho de que no me diera consejos me parecía laprueba de que o bien era un hombre desacostumbradamentetaciturno y reprimido, o bien simplemente yo no le importabalo bastante. Visto de forma retrospectiva, ahora me doycuenta de que no se debía a lo primero y menos todavía a lo

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segundo, sino más bien al hecho de que mi padre era, a sumodo especial, una persona sabia, por lo menos para ciertascosas. En este caso, era lo bastante sabio como para recelarde su propio deseo de parecer sabio y negarse apermitírselo: esto podía hacerle parecer altivo eindiferente, pero en realidad era una cuestión dedisciplina. Era un adulto y tenía un control firme sobre símismo. Todo esto es puramente teórico, pero me imagino quesi mi padre nunca estaba repartiendo sabiduría tal comohacían otros padres era porque entendía que en realidad losconsejos —hasta los consejos sabios— no ayudan para nada ala persona aconsejada, no la cambian por dentro y hastapueden generar confusión cuando a la persona aconsejada sele hace notar la enorme barrera que separa la relativasimplicidad del consejo de la complicación totalmenteconfusa de la situación y el camino donde él está. No meestoy explicando muy bien. Si te empiezas a hacer la idea deque hay otra gente que es capaz de vivir su vida siguiendo losprincipios simples y claros de los buenos consejos, esopuede provocar que tus propias incapacidades te hagansentirte todavía peor. Puede llevarte a la autocompasión,que creo que mi padre consideraba el gran enemigo de la viday un factor integrante del nihilismo. Aunque tampoco sepuede decir que él y yo habláramos del tema en profundidad;eso se habría parecido demasiado a dar consejos. No meacuerdo de su respuesta concreta a la pregunta que le hiceaquel día. Me acuerdo de hacérsela, hasta de dónde estábamosy de la sensación de tener el rastrillo en las manosmientras se la hacía, pero después de eso tengo una laguna.Lo que me imagino, basándome en mi conocimiento de nuestradinámica, es que él me debió de contestar que intentar darmeconsejos sobre qué hacer o no hacer sería como cuando el

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conejo de la fábula infantil «suplicaba» que no lo tiraranal brezal. De lo que no me acuerdo es del nombre del conejo.El significado obvio, sin embargo, es que el consejo habríatenido el efecto opuesto. Es posible que mi padre soltarauna risa mordaz, como si la pregunta en sí resultara cómicapor su falta de conciencia de nuestra dinámica y de larespuesta obvia. Probablemente habría reaccionado igual siyo le hubiera preguntado si él creía que yo no lo respetabaa él o no respetaba sus consejos. Es posible que actuaracomo si le hiciera gracia que yo me conociera tan poco a mímismo, que estuviera incapacitado para el respeto pero nisiquiera lo supiera. Es posible, como ya he mencionado, quesimplemente yo no le cayera muy bien y que él usara aquelingenio mordaz y sofisticado para intentar resolver aquelproblema de forma interna. Me imagino que debe de serdifícil no conseguir que te caiga bien un hijo tuyo. Esobvio que habría algo de culpa de por medio. Sé que hasta laforma flácida y repantingada en que yo me sentaba para verla tele o escuchar música le irritaba: no lo sédirectamente, sino que es otra de las cosas que le oí decircuando estaba discutiendo con mi madre. En términosgenerales, acepto la idea básica de que los padres «quieren»a sus hijos de forma instintiva y pase lo que pase: elrazonamiento evolutivo que hay detrás de esto es demasiadoobvio para pasarlo por alto. Pero el hecho de que les«caigan bien», o de que disfruten de ellos como personas,parece ser algo completamente distinto. Es posible que lospsicólogos anden desencaminados cuando se preocupan por lanecesidad que tienen los hijos de sentir que su padre o sumadre los quieren. Parece válido tener también en cuenta eldeseo del hijo de caerle bien a su padre o a su madre,puesto que el amor en sí es algo tan automático y

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preprogramado en los padres y las madres que no constituyeun examen muy eficaz de esa asignatura que el típico niño sesiente tan ansioso por aprobar. No es un fenómeno muydistinto de la confianza religiosa en que Dios «te ama deforma incondicional»; puesto que el Dios en cuestión sedefine como algo que ama así de forma automática yuniversal, no parece que ese amor tenga gran cosa que vercon uno, así que cuesta entender por qué la gente religiosaafirma sentirse reconfortada porque Dios los ame de esamanera. Lo que quiero decir no es que haya que tomarse hastael último sentimiento y emoción de forma personal y centradaen uno, sino únicamente que, por razones psicológicasbásicas, es difícil no sentirse de esta manera cuando setrata del padre de uno; no es más que la naturaleza humana.

En todo caso, todo esto forma parte de la cuestión decómo llegué a trabajar en la División de Examen: lascoincidencias inesperadas, los cambios de prioridades y dedirección. Como es obvio, lo inesperado puede presentarse detoda clase de maneras distintas, y es peligroso otorgarledemasiada importancia. Me acuerdo de que una vez tuve uncompañero de apartamento —en el Lindenhurst College— que sedeclaraba cristiano. En realidad tenía dos compañeros en elapartamento de la residencia universitaria del Lindenhurst,que constaba de una «sala comunitaria» en el centro y tresdormitorios pequeños que daban a ella, lo cual era unaexcelente disposición para compartir el espacio; uno deaquellos compañeros con los que compartía alojamiento, sinembargo, era cristiano, y su novia también. El Lindenhurst,que fue la primera universidad a la que asistí, era un lugarpeculiar en el sentido de que era primordialmente unauniversidad a la que asistían hippies y colgados del áreametropolitana de Chicago, pero también una ferviente minoría

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cristiana cuyos miembros estaban completamente segregados dela vida general de la facultad. En este caso, «cristiano»quiere decir evangelista, como la hermana de Jimmy Carter,de quien si no recuerdo mal se contaba que iba por ahíhaciendo exorcismos por libre. El hecho de que los miembrosde esa rama evangelista del protestantismo se refieran a símismos como «cristianos» a secas, como si fueran el únicotipo verdadero, ya lo dice todo de ellos, por lo menos porlo que a mí respectaba. Y a aquel tipo lo trajo el tercercompañero de apartamento, que era conocido mío y me caíabien, y que organizó todo el arreglo de compartir elapartamento entre los tres sin que el cristiano y yo nosconociéramos hasta que ya era demasiado tarde. Está claroque aquel cristiano no era alguien a quien yo personalmentehabría reclutado para compartir apartamento, aunque, paraser justos, a él tampoco le gustaba mucho mi estilo de vidani lo que comportaba vivir conmigo. En todo caso, el arregloterminó siendo muy transitorio. Recuerdo que el cristianoera del norte de Indiana y que estaba fervientemente metidoen una organización universitaria que se llamaba CampusCrusade, y tenía numerosos pares de pantalones de sarga devestir y blázers azules y mocasines de cordones Topsider yuna sonrisa que daba la impresión de que lo habían enchufadoa la corriente. También tenía una novia igual de cristianaevangélica que él, o por lo menos una amiga platónica, quevenía mucho al apartamento —prácticamente vivía allí, por loque yo pude ver—, y guardo un recuerdo claro y detallado decierto incidente en que los tres estábamos en el área común,que en la nomenclatura de aquellas residenciasuniversitarias se denominaba la «sala comunitaria», pero enla que a mí a menudo me gustaba sentarme a solas en el viejosofá de vinilo del tercer compañero de apartamento en lugar

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de quedarme en mi diminuto dormitorio, ya fuera para leer,desdoblarme con el Obetrol o a veces fumar mi pipetametálica de maría y ver la tele, lo cual provocaba todaclase de discusiones predecibles con el cristiano, a quien aveces le gustaba usar la sala comunitaria como si fuera unclub cristiano e invitar a su novia y a todos sus otrosamigos cristianos de alto voltaje para beber Fresca yconfraternizar sobre los asuntos de Campus Crusade o biensobre el cumplimiento de las profecías apocalípticas, y daleque te pego, y cuando yo les preguntaba si no tenían quelargarse de allí e ir a repartir sus panfletos siniestros aalguna parte, a ellos les gustaba apretarme las clavijas yrecordarme que aquello se llamaba la «sala comunitaria».Visto de forma retrospectiva, me parece obvio que me gustabadespreciar a aquel cristiano porque así yo podía fingir quela altivez y los aires de superioridad moral de losevangelistas eran la única antítesis o alternativa real a laactitud cínica y nihilistamente colgada que yo estabaempezando a cultivar. Como si no hubiera nada entre aquellosdos extremos, que es algo que tiene su ironía, porque eraexactamente lo mismo que creían aquellos cristianos. Lo cualquiere decir que yo me parecía mucho más al cristiano de loque ninguno de los dos habría estado dispuesto a admitir.Por supuesto, con apenas diecinueve años, yo eracompletamente inconsciente de todo esto. Por entonces loúnico que yo sabía era que despreciaba al cristiano y que megustaba llamarlo «Chico Pepsodent» y quejarme de él ante eltercer compañero de piso, que cuando no tenía clases tocabaen una banda de rock y no pasaba mucho tiempo en elapartamento, dejando que el cristiano y yo nos mofáramos eluno del otro y nos provocáramos y nos juzgáramos y nos

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usáramos mutuamente para confirmar nuestros respectivosprejuicios petulantes.

En cualquier caso, en un momento dado, yo, el compañerocristiano y su novia, que técnicamente puede que fuera suprometida, estábamos todos sentados en la sala comunitariadel apartamento, y por alguna razón —muy posiblemente sinque yo le diera pie a ello— a la novia le pareció oportunocontarme la historia de cómo «se había salvado» o «habíarenacido» y se había hecho cristiana. Casi no recuerdo nadade ella salvo el hecho de que llevaba unas botas de vaquerode cuero puntiagudas y decoradas con flores; no caricaturasde flores ni diseños florales aislados, sino una rica ydetallada escena hiperrealista que representaba una especiede prado o jardín lleno de flores, de manera que las botasparecían más bien un calendario o una tarjeta defelicitación. Su testimonio, por lo que recuerdo, seremontaba a cierto día de un periodo no especificado delpasado, un día en que me contó que se sentía completamentedesolada y perdida y al límite de su aguante, extraviada porasí decirlo en el desierto psicológico de la decadencia y elmaterialismo de nuestra generación de jóvenes y tal y cual.Los cristianos fervientes siempre se están recordando a símismos —y, por extensión, juzgando a todo el mundo que noforma parte de su secta— como gente perdida y desesperadaque se aferraba a duras penas a cualquier clase de sentidointerior del valor o de razón para poder seguir viviendoantes de que «se salvaran». Y resultó que aquel día ella ibaen coche por una carretera rural que discurría por lasafueras de su pueblo natal, conduciendo sin dirección nirumbo en el AMC Pacer de su padre o de su madre, cuando depronto, sin ser consciente de ninguna razón particular parahacerlo, giró para meterse en el aparcamiento de lo que

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resultó ser una iglesia evangelista cristiana, que porcasualidad resultó que estaba celebrando en aquel mismomomento un servicio evangélico; y asegurando una vez más queno fue consciente de ninguna razón o motivo para ello,deambuló hasta el interior y se sentó al fondo de laiglesia, en uno de esos asientos mullidos tipo butaca decine que suele haber en sus iglesias en lugar de bancos demadera, y justo cuando se estaba sentando, el predicador oel padre o como sea que los llamen allí dijo al parecer:«Hay una persona que acaba de venir hoy a nuestracongregación y que se siente perdida y desesperada y ya noaguanta más y necesita saber que Jesucristo la amamuchísimo», y en ese momento —quiero decir en la salacomunitaria, mientras me contaba a mí su historia—, la noviaatestiguó que se había quedado perpleja y profundamenteconmovida, y que al instante había sentido un cambioespiritual enorme y dramático en su interior en virtud delcual afirmó que se había sentido completamente tranquilizaday reconocida y amada con un amor incondicional, como si depronto su vida estuviera por fin dotada de sentido y dedirección, y dale que te pego, y además me aseguró que desdeentonces no había vuelto a tener ni un solo momento detristeza ni de vacío, desde que el pastor o el padre o loque fuera eligiera aquel momento justamente para ver másallá de todos los demás cristianos evangelistas que habíaallí sentados abanicándose con sus abanicos gratuitosprovistos de anuncios de la iglesia estampados a todo colore hiciera algo así como apartarlos verbalmente a codazospara dirigirse directamente a la novia y a lascircunstancias de profunda necesidad espiritual en queestaba sumida en aquellos momentos. Ella hablaba de sí mismacomo si fuera un coche al que le hubieran cambiado los

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émbolos y le hubieran pulido las válvulas. Visto desde elpresente, por supuesto, el caso de la novia presentabaciertos paralelismos con el mío, pero la única reacción realque tuve en aquel momento fue sentirme irritado —aquellosdos siempre me irritaban tremendamente, y no recuerdo quépodía haber estado haciendo yo allí sentado y conversandocon ellos, cuáles serían las circunstancias—, y me acuerdode que puse teatralmente la lengua contra el interior de mimejilla a fin de producir un abultamiento visible de lamisma y le dediqué a la novia de las botas una mirada mordazy sardónica, y recuerdo que le pregunté de dónde habíasacado la idea de que el pastor evangelista estaba hablandodirectamente con ella, quiero decir con ella en concreto,puesto que lo más seguro es que el resto de gente que habíasentada allí en el auditorio de la iglesia sintiera lo mismoque ella, puesto que más o menos todo americano que tuvierasangre en las venas en la actual (por entonces) época dedespués de Vietnam y el Watergate se sentía desolado ydesilusionado y desmotivado y sin rumbo y perdido, y que talvez cuando el predicador o el padre había dicho «Hay unapersona que se siente perdida y desesperada» estaba haciendolo mismo que hacen esos horóscopos del Sun-Times que estánespecialmente diseñados para ser tan universalmente obviosque siempre le transmiten a quienes los leen (como hacíaJoyce todas las mañanas, mientras bebía un zumo de verdurasque se preparaba con una máquina especial) esa sensaciónextraña y especial de particularidad y de entendimiento,aprovechándose del hecho psicológico de que la mayoría de lagente es narcisista y está predispuesta a las ilusiones deque ellos y sus problemas son especiales de una forma únicay de que si ellos se sienten de una manera determinada estáclaro que no hay nadie más que se sienta de esa manera. En

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otras palabras, yo únicamente estaba fingiendo que le hacíauna pregunta; lo que estaba haciendo en realidad erasoltarle a la novia un pequeño sermón condescendiente sobreel narcisismo de la gente y su ilusión de ser únicos, igualque esos industriales gordos de Dickens o de Ragged Dick quese reclinan hacia atrás en la silla donde se están zampandouna cena opípara, con los dedos entrelazados por encima dela panza enorme, y son incapaces de entender que hayaalguien en ese mismo momento que esté pasando hambre enalgún lugar del mundo. También me acuerdo de que la noviacristiana era una chica corpulenta que llevaba el pelocobrizo y de que tenía una especie de defecto en un dienteincisivo lateral, que se le montaba sobre otro de losincisivos de una forma que no te dejaba concentrarte, porquedurante la conversación de aquel día me dedicó una sonrisaenorme y petulante y me dijo que caray, que no le parecíaque aquella comparación cínica que yo acababa de establecerrefutara ni anulara de ninguna manera la experiencia vitalque ella había tenido aquel día con Cristo, ni tampoco elefecto que esta había tenido sobre su renacimiento interiory demás, en absoluto. Es posible que ella mirara alcristiano en busca de apoyo o de un «Amén» o algo parecido,llegado aquel punto; no me acuerdo de qué estaba haciendo elcristiano durante toda aquella conversación. Sí querecuerdo, sin embargo, que cuando por fin la chica terminóle devolví una sonrisa enorme y exagerada y le dije «Lo quetú digas», y que pensé que no valía la pena perder el tiempodiscutiendo con ella, y me pregunté qué estaba haciendo yoallí hablando con aquellos tipos, y me dije que ella y elChico Pepsodent se merecían el uno al otro; y sé que al pocorato los dejé a los dos juntos en la sala comunitaria y melargué pensando en toda la conversación, y que en aquellos

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momentos me sentía un poco perdido y desolado por dentro,pero también reconfortado porque por lo menos estaba porencima de unos palurdos narcisistas como aquellos dos que sehacían llamar cristianos. Y luego tengo un recuerdo de unpoco más tarde en que yo estaba de pie en una fiesta con unvaso de plástico rojo lleno de cerveza en la mano y leestaba contando a alguien la conversación que había tenidoen el apartamento de tal manera que en mi versión yo quedabacomo listo y gracioso y la chica cristiana quedaba como unamema total. Sé que yo casi siempre era el héroe de cualquierhistoria o anécdota que le contaba a la gente duranteaquella época; un recuerdo que hoy día, igual que lo de ircon una sola patilla, casi me hace encogerme de vergüenza.

En todo caso, parece que todo aquello fue hace muchotiempo. Pero lo importante del hecho mismo de acordarme deaquella conversación, creo yo, es que hay un hechoimportante detrás del relato de la «salvación» de aquellachica cristiana que por entonces simplemente no entendí; y,para ser sinceros, no creo que ni ella ni el cristiano loentendieran tampoco. Es verdad que su relato fue estúpido ydeshonesto, pero eso no quiere decir que la experiencia quetuvo aquel día en la iglesia no tuviera lugar, ni que susefectos sobre ella no fueran verdaderos. No me estoyexplicando muy bien, pero yo tenía razón sobre su historia yal mismo tiempo estaba equivocado. Creo que lo que pasaprobablemente es que las experiencias tremendas, repentinas,dramáticas e inesperadas que te cambian la vida no se puedentraducir ni explicar a nadie, y esto se debe a que realmenteson únicas y particulares, aunque no sean únicas de la formaen que la chica cristiana creía. Esto se debe a que su poderno es el mero resultado de la experiencia en sí, sinotambién de las circunstancias en que te sobreviene, de todos

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los sucesos de tu experiencia vital previa que te hanllevado a ella y que te han convertido en la personaconcreta que eres y en lo que eres cuando la experiencia tealcanza. ¿Se entiende lo que digo? Es difícil de explicar.Lo que la chica de la pradera en las botas se había olvidadode explicar era por qué se sentía tan especialmente desoladay perdida en aquellos momentos, y por consiguiente por quéestaba tan psicológicamente «predispuesta» a tomarse elcomentario anónimo y general del pastor como si fuerapersonal. Para ser justos, es posible que ya no se acordarade por qué. Pese a todo, lo único que ella había contado enrealidad era el clímax dramático de su historia, es decir,el comentario del predicador y los repentinos cambiosinteriores que ella había experimentado como resultado delmismo, que es un poco como contar solamente el final de unchiste y esperar que la persona se ría. Como diría ChrisAcquistipace, su historia no eran más que datos, no habíaningún patrón factual. Por otro lado, siempre está laposibilidad de que las 30.276 palabras que llevo usadashasta ahora para contar mi experiencia vital no resultenrelevantes ni tengan sentido para nadie más que para mí, locual haría que esta historia no fuera muy distinta delintento que había hecho la chica cristiana de explicar cómohabía llegado a ser la persona que era, y eso suponiendo quehubiera sido sincera al contar sus dramáticos cambiosinteriores. Es fácil engañarse a uno mismo, obviamente.

En todo caso, tal como ya he mencionado, un factorcrucial para que yo entrara en la Agencia fue el hecho deque yo terminara en un aula idéntica a la mía peroincorrecta de la DePaul en diciembre de 1978, y de queestuviera tan inmerso en mantenerme concentrado para elrepaso de The Federalist Papers que ni siquiera me di cuenta de mi

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error hasta que entró el profesor. Tampoco supe si setrataba o no del verdadero jesuita temible. Solo más tardedescubrí que no era el instructor titular de FiscalidadAvanzada; que al parecer el catedrático jesuita que impartíael curso normalmente había sufrido alguna clase deemergencia personal y aquel otro había tenido que venir asustituirlo durante las dos últimas semanas. De ahí laconfusión inicial. Recuerdo haber pensado que, para serjesuita, el profesor iba vestido muy «de paisano». Llevabaun traje gris oscuro arcaicamente conservador que por suaspecto rígido podría haber sido de franela y sus zapatos devestir emitían un brillo deslumbrante cada vez que les dabala luz de los fluorescentes del techo en el ángulo correcto.Se lo veía un tipo ágil y preciso, y sus movimientos teníanesa economía briosa de los hombres que saben que el tiempoes un recurso valioso. En términos de ser consciente de miequivocación, ese fue también el momento en que dejé derepasar mentalmente el Federalist y fui consciente de que a losalumnos de aquella aula los rodeaba un aura marcadamentedistinta. Varios de ellos llevaban corbata por debajo dechalecos de punto, y un par de aquellos chalecos hasta erande rombos. No pude ver ni un solo zapato que no fuera unzapato de traje de cuero negro o marrón, con los cordonespulcramente atados. A día de hoy todavía no sé cómo me pudeequivocar de edificio. No soy de esa clase de persona que sepierde con facilidad, y conocía el Garnier Hall porque allítambién se impartía la clase de Introducción a laContabilidad, en la segunda planta. En todo caso,recapitulando, aquel día yo fui por alguna razón al aula 311del Garnier Hall, en lugar de ir al aula 311 idéntica delDaniel Hall, que estaba justo al otro lado de la galería yque era donde se impartía mi clase de ciencia política, y me

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senté pegado a la pared lateral en un extremo del fondo delaula, y el problema fue que allí sentado, una vez queregresé a la realidad y caí en la cuenta de mi error,tendría que haber causado un montón de molestias ymovimiento de mochilas de libros y chaquetas de plumón parapoder salir: la sala ya estaba completamente llena paracuando llegó el sustituto. Más tarde descubrí que unoscuantos de los alumnos más obviamente serios y con aspectomás adulto del aula, que iban provistos de maletines ycarpetas de acordeón en lugar de mochilas, eran alumnos deposgrado del programa de ciencias empresariales avanzadas dela DePaul; así de avanzado era aquel curso de FiscalidadAvanzada. En realidad, todo el departamento de contabilidadde la DePaul era muy serio y potente; la contabilidad y laadministración de empresas eran dos puntos fuertesinstitucionales por los que la DePaul era conocida, y launiversidad invertía mucho tiempo en encomiarlos en susfolletos y materiales promocionales. Como es obvio, no erapor esta razón que yo me había matriculado en la DePaul; yocarecía de interés por la contabilidad salvo, como ya hemencionado, para demostrar algo a mi padre o compensarleaprobando de una vez el curso de Introducción. Resultó queel programa de contabilidad de la facultad era tan potente yrespetado, sin embargo, que casi la mitad de los alumnos deaquella clase de Fiscalidad Avanzada ya se habían inscritopara presentarse al examen de Contable de la Administraciónde febrero de 1979, aunque por aquel entonces yo apenassabía qué era aquel examen de convalidación, o el hecho deque su preparación requería varios meses de estudio y deprácticas. Sin ir más lejos, más tarde me enteré de que enrealidad el examen final de Fiscalidad Avanzada estabadiseñado para ser una réplica en miniatura de algunas de las

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secciones de tasación del examen para Contable de laAdministración. Mi padre, por cierto, también tenía licenciade Contable de la Administración, aunque en su trabajo parael Ayuntamiento no la usaba casi nunca. Visto a posteriori,sin embargo, y a la luz de todo lo que tuvo lugar a partirde aquel día, sospecho que no me habría marchado de aquellaaula ni aun en el caso de que marcharme no hubiera resultadotan logísticamente incómodo; por lo menos después de queentrara el sustituto. Por mucho que yo realmente necesitarael repaso para aquel examen final de Pensamiento PolíticoAmericano, aun así me habría quedado. No estoy seguro depoder explicarlo. Me acuerdo de que el profesor entró conpaso brioso y de que colgó su abrigo y su sombrero en ungancho del poste de la bandera del rincón. A día de hoy,todavía no puedo estar seguro de si colarme como un tonto enel aula 311 del edificio incorrecto justo antes de losexámenes finales no fue un acto más de irresponsabilidadinconsciente por mi parte. No se puede analizar así esaclase de experiencias repentinas y dramáticas, sin embargo;sobre todo a posteriori, que es algo notablemente complicado(aunque es obvio que yo no entendía esto durante miconversación con la chica cristiana de las botas).

Por entonces yo no conocía la edad del sustituto —como yahe mencionado, hasta más adelante no me enteré de que estabasustituyendo al verdadero padre jesuita de la clase, cuyaausencia nadie parecía lamentar—, ni tampoco su nombre. Casitoda mi experiencia con los sustitutos venía del instituto.En términos de edad, lo único que yo podía ver era que seencontraba en esa edad amorfa (para mí) que va de loscuarenta a los sesenta. No sé cómo describirlo, sin embargo,pese a que causaba una impresión inmediata. Era esbelto, y ala luz resplandeciente del aula se lo veía pálido de una

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forma que no resultaba enfermiza sino luminosa, y tenía uncorte de pelo al rape de color gris metálico y unaestructura ósea facial más bien pronunciada. En conjunto, amí me pareció alguien sacado de una foto antigua o de undaguerrotipo. Los pantalones de su traje de ejecutivoestaban planchados con raya doble, lo cual se añadía a laimpresión general de solidez rígida. Además, tenía una buenapostura, lo que mi padre siempre denominaba el «porte» deuna persona —la espalda recta y los hombros cuadrados sinparecer envarado—, y en el momento en que entró con pasosbriosos y con su carpeta de acordeón llena de materiales decurso pulcramente organizados y etiquetados, todos losalumnos de contabilidad del aula parecieron recolocarseinconscientemente en sus pupitres y poner las espaldas unpoco más rectas. Bajó la pantalla del proyector que cubríala pizarra casi como uno baja la persiana de una ventana,usando el pañuelo para tocar el asa de la pantalla. Por loque recuerdo, casi todos los ocupantes de la sala eranhombres. Y entre ellos un puñado de asiáticos. Se puso asacar sus materiales y a organizarlos, contemplando eltablero de su mesa con una pequeña sonrisa formal. Lo queestaba haciendo en realidad era eso que hacen los profesoresde saludar a los alumnos que están en el aula sin llegar amirarlos. A su vez los alumnos estaban completamenteconcentrados, hasta el último hombre. Aquella clase no separecía en nada a las de ciencia política o de psicología,ni siquiera a la de Introducción a la Contabilidad, dondesiempre había cosas tiradas por el suelo y la gente estabarepantingada en sus asientos y se dedicaban a mirarseabiertamente el reloj o a bostezar, y donde siempre había unzumbido continuo e incansable de murmullos que el profesorde Introducción a la Contabilidad fingía que no oía; es

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posible que los profesores normales ya no oyeran aquelruido, o que fueran inmunes a los despliegues manifiestos detedio y falta de atención por parte de los alumnos. Encuanto entró el profesor sustituto de contabilidad, sinembargo, todo el voltaje de aquella sala se alteró. No sécómo describirlo. Tampoco puedo explicar de una formacompletamente racional por qué me quedé, pese a que, como yahe mencionado, quedarme allí comportaba perderme el repasofinal de Pensamiento Político Americano. En aquel momento,seguir allí sentado en la clase incorrecta dio la impresiónde no ser más que otro impulso irresponsable eindisciplinado. Tal vez me daba vergüenza que el sustitutome viera marcharme. A diferencia de la chica cristiana,parece que yo soy incapaz de reconocer los momentos deimportancia cuando están teniendo lugar; siempre me parecensimples distracciones de lo que se supone que yo deberíaestar haciendo. Una forma de explicarlo es que había algopeculiar en él, en el sustituto. Su expresión tenía esamisma concentración consumida y vacía que se ve en las fotosde los veteranos del ejército que han estado en algunaguerra de verdad, es decir, que han entrado en combate. Sumirada nos contempló a todos en conjunto, como grupo. Sé quede pronto me sentí incómodo por llevar los pantalones depintor y las botas Timberland desatadas que llevaba, pero siel sustituto reaccionó a ellos de alguna forma, no dioseñales de ello. Cuando representó el inicio oficial de laclase mirándose el reloj de pulsera, lo hizo con un gestoresuelto de proyectar la muñeca hacia fuera y girarla, comoel golpe cruzado de izquierda de un boxeador, y la fuerzadel gesto le levantó la manga de la chaqueta del traje lojusto para dejar al descubierto un Piaget de acero

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inoxidable, que por entonces recuerdo que me pareció unreloj de pulsera sorprendentemente atrevido para un jesuita.

Usó la pantalla para proyectar transparencias —adiferencia del profesor de Introducción, no escribía cosas atiza en la pizarra—, y cuando metió la primera transparenciaen el proyector del techo y bajó las luces de la sala, lacara le quedó iluminada desde abajo como si fuera un artistade cabaret, lo cual intensificó todavía más su intensidadhueca y su estructura facial. Recuerdo que yo tenía unaespecie de frío eléctrico dentro de la cabeza. El diagramaque se proyectaba detrás de él mostraba una curva ascendentecon gráficas de barras extendiéndose por debajo de susdiversas secciones, y la curva subía de forma abrupta cercadel origen y se aplanaba un poco en el ápice. Se parecía unpoco a una ola preparándose para romper. El diagrama no ibaetiquetado, y no fue hasta más tarde cuando caí en la cuentade que representaba las tablas de tasas impositivasmarginales progresivas para el impuesto federal de la rentade 1976. Yo me sentía desacostumbradamente consciente yalerta, pero el efecto no era el mismo que me provocaban eldesdoblamiento o el Cylert. También había varias curvas yecuaciones y citas glosadas del Capítulo 62 del manual deCasuística Fiscal, muchas de cuyas subsecciones trataban delas complejas regulaciones sobre la distinción entrededucciones «por» ingresos brutos ajustados y deducciones«de los» IBA, una distinción que el sustituto nos explicóque constituía la base de prácticamente todas lasestrategias modernas de planificación fiscal individualmedianamente eficientes. Y con esto —aunque yo solamente losupe más tarde, después de ser reclutadose estaba refiriendoa estructurar los asuntos propios de tal manera que tantasdeducciones como fuera posible fueran deducciones «por»

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ingresos brutos ajustados, puesto que todo, desde lasdeducciones estándar hasta las deducciones por gastosmédicos, se determina a partir de mínimos basados en los IBA(«mínimos» quiere decir, por ejemplo, que como solamente sepodían deducir los gastos médicos que excedían el 3 porciento de los IBA, al contribuyente medio le resultabaobviamente beneficioso hacer que sus IBA —conocidos a vecescomo su «31», porque es en la línea 31 del impresoindividual 1040 donde se introducen los IBA— fueran lo másbajos posible).

Es cierto, sin embargo, que por muy alerta y conscienteque me sintiera, lo más seguro es que fuera más conscientede los efectos que la clase parecía estar teniendo sobre míque del contenido en sí de la clase, gran parte del cual erademasiado complicado para mí —es comprensible, puesto que yoni siquiera había terminado Introducción a la Contabilidad—,y sin embargo resultaba casi imposible no prestar atención atodo aquello o no sentirse emocionado por ello. Esto sedebía en parte a la exposición que estaba haciendo elsustituto, que era rápida, organizada, carente de dramatismoy seca, tal como son las exposiciones de quienes saben quelo que están diciendo es demasiado valioso por derechopropio como para rebajarlo preocupándose por su presentacióno por «conectar» con los estudiantes. En otras palabras, laexposición tenía una especie de integridad ferviente que semanifestaba no en forma de estilo sino de ausencia delmismo. Y yo sentí que de pronto entendía el significado dela expresión «no estar para puñetas» que solía usar mipadre, y por qué la usaba para expresar aprobación.

Recuerdo que me fijé en que todos los alumnos de la claseestaban tomando apuntes con fervor, lo cual en las clases decontabilidad requiere que estés asimilando y apuntando cada

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dato o idea del profesor a la vez que escuchas con atenciónla idea que viene a continuación a fin de poder apuntarladespués, lo cual requiere una especie de concentraciónintensivamente dividida que yo no acabé de dominar del todohasta bien entrados los cursos de Formación y Asesoramientoque hice al año siguiente en Indianápolis. Era una modalidadde tomar apuntes completamente distinta de la que se usabaen las clases de humanidades, que consistía principalmenteen garabatear dibujitos y motivos e ideas amplios yabstractos. Además, los alumnos de Fiscalidad Avanzadatenían múltiples lápices alineados sobre sus pupitres, todosellos extremadamente afilados. Me di cuenta de que yo casinunca tenía un lápiz con punta cuando realmente me hacíafalta, de que nunca me molestaba en organizarlos ni ensacarles punta. El único toque de lo que podría haber sidoingenio mordaz en aquella clase eran las citas yafirmaciones que el sustituto interpolaba de vez en cuandoen las gráficas escribiéndolas a veces sobre latransparencia de turno, proyectándolas sobre la pantalla sinhacer comentario alguno y por fin haciendo una pausamientras todo el mundo las copiaba a toda prisa antes de queél pasara a la siguiente transparencia. Todavía me acuerdode un ejemplo: «Lo que ahora necesitamos descubrir en elreino de lo social es un equivalente moral a la guerra», unacita atribuida a un tal «James» a secas, que por entonces yopensé que se refería al apóstol Santiago de la Biblia, porrazones obvias, aunque él no dijo nada para explicar osubrayar la cita mientras las seis hileras bien rectas dealumnos —las gafas de algunos reflejaban la luz de laproyección, dándoles a sus dueños un aspecto abiertamenteconformista y robótico, con sendos cuadrados de luz blancaallí donde deberían haber tenido los ojos, recuerdo que eso

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me llamó la atención— la transcribían con diligencia. Y otroejemplo, que estaba preimpreso en una transparencia y eraatribuido a Karl Marx, el conocido padre del marxismo:

En la sociedad comunista me será posible hacer una cosahoy y otra mañana, cazar por la mañana, pescar a mediodía,criar ganado por la tarde y criticar por la noche, según seme antoje.

La única glosa del sustituto al respecto fue la siguientedeclaración escueta: «El subrayado es mío».

Lo que estoy intentando decir es que en última instanciaaquello se pareció mucho más a la experiencia de la noviaevangelista de las botas de lo que yo habría sido capaz deadmitir por entonces. Como es obvio, el mero hecho depresentar la historia de un recuerdo escrita en 2.666palabras no me basta para convencer a nadie de que lacualidad objetiva e innata de la clase impartida por elsustituto también habría pegado a cualquier otro al asientoy le habría hecho olvidarse de su repaso final dePensamiento Político Americano, ni del hecho de que granparte de lo que aquel padre católico (creo que) dijo oproyectó pareció de alguna manera ir dirigido directamente amí. Sí que puedo, no obstante, intentar explicar por lomenos por qué me encontraba tan «predispuesto» aexperimentarlo de aquella manera, y la razón es que yo yahabía tenido una especie de anticipo o aviso de aquellamisma experiencia poco antes de que ocurriera laequivocación de las aulas del repaso final, aunque no fuehasta más adelante, de forma retrospectiva, cuando laentendí, quiero decir aquella experiencia, como tal.

Me acuerdo con claridad de que unos días antes —y hablodel lunes de la última semana de clase del trimestre de

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otoño de 1978— yo estaba allí sentado, repantingado ydesmotivado, en el viejo sofá de tela de pana amarilla denuestro apartamento de la residencia de estudiantes de laDePaul, a media tarde. Estaba solo, vestido con pantalonesde chándal de nailon y viendo el culebrón de la CBS As theWorld Turns en el pequeño televisor en blanco y negro marcaZenith de la sala: no estaba obetroleando ni tampocoescaqueándome de nada en particular, sino básicamente siendoel mismo zángano carente de motivaciones de siempre.Ciertamente no me faltaban lecturas ni repasos pendientes decara a los exámenes finales, pero me estaba dedicando ahacer el colgado. Estaba repantingado sobre la rabadilla enel sofá, de manera que todo lo que pasaban por el pequeñotelevisor quedaba enmarcado por mis rodillas, y me dedicabaa mirar As the World Turns mientras hacía girar la pelota defútbol de forma ociosa y carente de objetivo. Técnicamente,el televisor era de mi compañero de apartamento, pero micompañero era un estudiante de medicina muy serio y siempreestaba en la biblioteca de ciencias, aunque se había tomadola molestia de colocar una percha de alambre dobladaespecialmente para reemplazar la antena perdida del Zenith,y esa era la única razón de que yo pudiera recibir algúnprograma. As The World Turns se emitía en la CBS de la una a lasdos de la tarde. Esto era algo que yo todavía hacíademasiado durante aquel último año: sentarme allí a perderel tiempo delante del pequeño Zenith, y a menudo me dejabaabsorber pasivamente por los culebrones de tarde de la CBS,en los que todos los personajes hablaban y exteriorizabansus sentimientos ampulosamente y conversaban entre ellos sintrabarse y sin pausa alguna en su intensidad, o eso parecía,lo cual ejercía un efecto casi hipnótico, sobre todo porqueyo no tenía clases ni los lunes ni los viernes, así que lo

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más fácil del mundo era sentarse allí y quedarse pillado. Meacuerdo de que otros muchos estudiantes de la DePaul estabanenganchados al culebrón de la ABC General Hospital, y que sereunían en manadas ávidas y chillonas para verlo —sucoartada enrollada era que en realidad se estaban burlandode la serie—, pero por razones que probablemente tuvieranmás que ver con los fallos de recepción del Zenith, aquelaño yo me habitué más a ver la CBS, especialmente As the WorldTurns y Guiding Light, que se emitía entre semana después de Asthe World Turns, a las dos de la tarde, y que en cierta maneraera una serie todavía más hipnótica.

En todo caso, yo estaba allí sentado intentando hacergirar la pelota sobre el dedo y mirando el culebrón, quetambién estaba atiborrado de anuncios, porque dan porsentado que como ya estás absorbido e hipnotizado te vas atragar todos los anuncios que haga falta; y al final de cadapausa publicitaria, aparecía la clásica carátula del planetaTierra visto desde el espacio, girando, y la voz del locutorde la programación diurna de la CBS decía: «Está ustedviendo As The World Turns», pero aquel día en concreto parecíaestar diciendo cada vez con más énfasis «Está usted viendo AsThe World Turns» hasta que el tono pareció casi incrédulo—«Está usted viendo As The World Turns»—, hasta que de prontocaí en la cuenta de la realidad desnuda de aquellaafirmación, «mientras el mundo gira». No estoy hablando deninguna clase de metáfora irónica de tipo humanístico, sinode lo que el tipo estaba afirmando literalmente, del simplenivel superficial. No sé cuántas veces yo había oído aquellafrase en lo que iba de año, mientras estaba allí sentadoviendo As The World Turns, pero de pronto me di cuenta de que enrealidad el locutor se estaba dedicando a decir una y otravez lo que yo estaba haciendo literalmente. Y no solo eso,

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sino que también me di cuenta de que el locutor me habíadicho aquello incontables veces —tal como ya he dicho, sudeclaración venía después de cada pausa publicitaria insertaentre segmentos de la serie— sin que yo nunca hubiera sidoconsciente para nada de la realidad literal de lo que yoestaba haciendo. Tengo que añadir que en aquel momento deconciencia yo no estaba obetroleando. Aquello era distinto.Era como si el locutor me estuviera hablando directamente amí, zarandeándome el hombro o la pierna como cuando unointenta despertar a alguien: «Está usted viendo As The WorldTurns». Es difícil de explicar. Ni siquiera fue el doblesentido obvio lo que me llegó. Fue algo más literal, y dealguna manera eso hizo que me costara más verlo. Y depronto, allí sentado, caí en la cuenta de todo esto. Misensación no habría sido más nítida si el locutor hubieradicho: «Estás sentado en un sofá amarillo y viejo en laresidencia de estudiantes, haciendo girar una pelota defútbol blanca y negra y viendo As The World Turns, sin reconocerni siquiera ante ti mismo que es eso lo que estás haciendo».Eso es lo que me impresionó. La cosa iba más allá del hechode ser un irresponsable o un colgado: era como si yo noestuviera allí. La verdad era que yo ni siquiera fuiconsciente del doble sentido obvio de «Está usted viendo AsThe World Turns» hasta tres días más tarde, de aquel juego depalabras casi aterrador que hacía la serie sobre la pasivapérdida de tiempo de estar allí sentado viendo algo que nisiquiera se recibía muy bien con la percha de antena,mientras que todas las cosas reales del mundo seguíanteniendo lugar y la gente dotada de rumbo y de iniciativaestaba ocupándose de todo con brío y dejándose de puñetas;es decir, que no fue hasta el jueves por la mañana cuandoeste significado secundario me llegó mientras estaba

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duchándome antes de vestirme e irme a toda prisa hacia loque yo tenía intención —por lo menos, consciente— de quefuera el repaso del examen final de Pensamiento PolíticoAmericano. Y supongo que esa podría haber sido una de lasrazones de que yo estuviera tan distraído y me equivocara deedificio. Por entonces, sin embargo, el lunes por la tarde,lo único que asimilé fue la mera repetición del hecho simplede lo que yo estaba haciendo, que era, por supuesto, nada;limitarme a estar allí repantingado como si no tuvierahuesos, sin implicarme ni siquiera en la realidadsuperficial del acto de ver cómo Victor le negaba lapaternidad a Jeanette (por mucho que el hijo de Jeanettetuviera el mismo trastorno genético de la sangreextremadamente poco frecuente que había mantenido a Victorhospitalizado durante gran parte del semestre. Es posibleque en algún sentido Victor se «creyera» su propia negativa,recuerdo haber pensado, puesto que esencialmente parecía deesa clase de personas) por entre mis rodillas.

Pero tampoco es que por entonces yo reflexionara de formaconsciente sobre aquello. En aquellos momentos únicamentefui consciente del impacto concreto de la afirmación dellocutor, y empecé a darme cuenta de que toda mi falta derumbo y mi pereza y el hecho de ser un «colgado», algo queen aquella época muchos de nosotros fingíamos haber elevadoa forma de arte nihilista, y creíamos que molaba y que eragracioso (yo también había pensado que molaba, o por lomenos creía haberlo pensado; me había parecido que habíaalgo casi romántico en toda aquella pérdida descarada detiempo y en la falta de rumbo, eso mismo que habíanridiculizado a Jimmy Carter por llamar «enfermedad» y pordecirle al país entero que tenía que dejar atrás), enrealidad no era gracioso, no lo era en absoluto, sino que

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daba miedo, de hecho, y era triste, y también algo más quetriste: era algo que yo no podía nombrar porque no teníanombre. Sentado allí, me di cuenta de que tal vez yo fueraun verdadero nihilista, de que mi nihilismo no era siempreuna simple pose enrollada. Que yo carecía de rumbo y dejabalos estudios porque nada tenía significado, no había ningunaopción que fuera mejor que las demás. Que yo era, en ciertamanera, demasiado libre, o que aquella clase de libertad noera verdaderamente real; yo era libre de elegir lo que fueraporque nada importaba. Pero también esto obedecía a unaelección propia: de alguna manera yo había elegido que nadaimportara. Todo esto estaba teniendo lugar mientras yoseguía allí sentado, haciendo girar la pelota. Lo que quierodecir es que, en virtud de aquella decisión, yo tampocoimportaba. Yo no significaba nada. Si yo quería importar —aunque fuera importarme a mí mismo— iba a tener que sermenos libre y atreverme a tomar una serie de decisionesconcretas. Aunque no fuera más que un simple acto devoluntad. Todos estos descubrimientos fueron muy rápidos eindistintos, y no llegué más allá de comprender lo de lasdecisiones y el significado; al mismo tiempo, todavía estabaintentando ver As the World Turns, que solía ir poniéndose másdramático e interesante a medida que avanzaba hacia el finalde la hora, porque querían asegurarse de que vieras elepisodio del día siguiente. Lo que quiero decir es que me dicuenta, a cierto nivel, de que fuera lo que fuera un «almaperdida», yo era una, y que eso ni molaba ni era gracioso. Ytal como ya he mencionado, solamente fue unos días más tardecuando terminé por equivocación en el lado de la galeríadonde se estaba impartiendo la última clase de FiscalidadAvanzada; que era, tengo que recalcarlo, un tema que poraquel entonces no me interesaba en absoluto, o eso creía yo.

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Igual que la mayoría de la gente de fuera de la industria,yo me imaginaba que la contabilidad fiscal era unaespecialidad para hombrecillos maniáticos que llevaban gafasde culo de vaso y poseían elaboradas colecciones de sellos,más o menos lo contrario de la gente enrollada; y laexperiencia de oír cómo el locutor de la CBS afirmaba una yotra vez la realidad superficial, de ser realmenteconsciente de repente del hecho de estar oyéndola, y de verla pantallita por entre mis piernas, por debajo de la pelotaque giraba sobre la punta de mi dedo, fue en parte lo que mepredispuso, creo yo, ya fuera por equivocación o no, a oíralgo que cambió mi rumbo en la vida.

Recuerdo que cuando aquel día sonó el timbre del pasillode la tercera planta al final de la hora de FiscalidadAvanzada, ninguno de los alumnos empezó a moverse parajuntar sus materiales ni a inclinarse en sus pupitres pararecoger sus bolsas o maletines del suelo, que era lo quesolía hacer la gente de humanidades cada vez que se acababauna clase, ni siquiera mientras el sustituto apagaba elproyector del techo o levantaba la pantalla de proyeccionescon un gesto brusco de la mano izquierda, volviendo aguardarse el pañuelo en el bolsillo de la chaqueta deltraje. Todos permanecieron en silencio y atentos. Mientrasse volvían a encender las luces del techo, me acuerdo de queeché un vistazo y vi que los apuntes de clase del alumnomayor y con bigote que yo tenía sentado al lado eran casiincreíblemente pulcros y bien organizados, con numeralesromanos para identificar las ideas principales de la lecturay con minúsculas, números insertados y sangrados dobles paraseñalar los encabezamientos secundarios y los corolarios. Sucaligrafía misma parecía casi letra de máquina, de tan bienhecha que estaba. Y esto pese al hecho de que esencialmente

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había estado escribiendo a oscuras. Varios relojes depulsera digitales marcaron la hora de forma sincronizada.Igual que su reflejo invertido del otro lado de la galería,el suelo del aula 311 del Garnier Hall tenía unas baldosasde colores institucionales marrón y habano que estabandispuestas o bien en forma de damero o bien de diamantesentrelazados, dependiendo del ángulo y de la perspectiva enque las miraras. Todo esto lo recuerdo con mucha claridad.

Aunque pasaría un año antes de que yo las entendiera,estas eran algunas de las áreas principales de la clase derepaso del sustituto, tal como venían enumeradas en losapuntes de aquel alumno mayor de empresariales:

Ingresos imputados → Fórmula de Haig-SimonsRecibo implícitoSociedades Limitadas, Pérdidas PasivasAmortización y capitalización → Acta de Reforma Fiscal de

1976, §266Depreciación → Sistema de clase de vidaContabilidad por devengo frente a contabilidad de caja →

Implicaciones para los IBALas donaciones entre vivos y el ARF del 76Técnicas puente4 criterios del intercambio no gravableLa estrategia de la planificación fiscal del cliente

(«Transacción a medida») frente a la estrategia de losexámenes de la Agencia Tributaria («Colapsar latransacción»)

Era, como ya he mencionado, el último día de clases deltrimestre. El final de las clases, en los cursos de

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humanidades que yo estaba acostumbrado a tomar, solía ser elmomento en que los profesores jóvenes intentaban haceralguna clase de resumen enrollado y autoparódico: «SeñorGorton, ¿podría hacernos el favor de resumir brevemente loque hemos aprendido durante las últimas dieciséis semanas?»,así como dar instrucciones sobre la logística del trabajo oexamen de fin de curso y sobre las calificaciones finales, ytal vez desear unas buenas vacaciones de Navidad (faltabandos semanas para la Navidad de 1978). En FiscalidadAvanzada, sin embargo, cuando el sustituto terminó delevantar la pantalla y se giró, no dio ninguna de lasindicaciones corporales habituales de finalización ni detransición a las instrucciones finales o al sumario. Sequedó muy quieto: visiblemente más quieto de lo que se quedala mayoría de la gente cuando se queda quieta. Hasta elmomento, había pronunciado 8.206 palabras, contando lostérminos y operadores numéricos. Todos aquellos hombresmayores y asiáticos seguían allí sentados, y daba laimpresión de que aquel instructor era capaz de mirarnos alos ojos a los cuarenta y ocho a la vez. Yo era conscientede que una parte del aura de autoridad seca, altiva y fluidaque irradiaba aquel sustituto se debía a la atención queestaban prestando a cada uno de sus gestos y palabras todosaquellos estudiantes de último año de la clase. Era obvioque respetaban a aquel sustituto, y que era un respeto queél era capaz de aceptar sin devolverlo ni fingir que lodevolvía. No estaba ansioso por «conectar» ni por caer bien.Pero tampoco actuaba de forma hostil ni paternalista. Lo queparecía era «indiferente», no de una forma carente designificado y desprovista de rumbo y nihilista, sino másbien de una forma segura y llena de confianza en sí mismo.No es fácil de describir, aunque me acuerdo muy claramente

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de ser consciente de ello. La palabra que no paraba devenirme a la cabeza mientras él nos miraba y todos nosotroslo observábamos a él, expectantes —aunque todo aquello tuvolugar muy deprisa—, era «credibilidad», usada en el mismosentido que en la expresión «vacío de credibilidad», forjadadurante el escándalo del Watergate, que básicamente habíatenido lugar mientras yo estaba en el Lindenhurst. Nadiehizo ningún caso del ruido que estaban haciendo las demásclases de contabilidad, economía y empresariales al salir alpasillo. En lugar de recoger sus cosas, el sustituto —que,como ya he mencionado, por entonces yo pensaba que era unsacerdote jesuita «vestido de paisano»— se puso las manosdetrás de la espalda e hizo una pausa para mirarnos. Teníael blanco de los ojos extremadamente blanco, de ese colorque normalmente solo la tez oscura puede hacer que se vea elblanco de los ojos. Me he olvidado del color de sus iris. Sutez, sin embargo, era la de una persona que apenas ha estadobajo el sol. Parecía cómodo con aquella luz fluorescenteahorrativa e institucional. Su pajarita estaba perfectamenterecta y alineada a pesar de que era de las que se atan amano, no de las que se ponen con un clip.

Y dijo:—Ahora querrán ustedes alguna clase de resumen. Una

hortación. —(No es imposible que yo lo entendiera mal y quelo que dijera en realidad fuera «exhortación».) Se echó unvistazo rápido al reloj de pulsera, ejecutando el mismomovimiento en ángulo recto que antes—. Muy bien —dijo.

Y se le formó una sonrisita en la boca mientras decía«Muy bien». Pero estaba claro que ni estaba bromeando nitampoco restándole importancia a lo que estaba a punto dedecir, de esa manera en que muchos profesores de humanidadesde por entonces solían burlarse de sí mismos o de sus

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hortaciones a fin de evitar parecer poco enrollados.Solamente más adelante, después de entrar en el CFA de laAgencia, me daría cuenta de que aquel sustituto era elprimer instructor que yo había visto en ninguna de lasuniversidades por las que había pasado ociosamente queparecía cien por cien indiferente al hecho de caer bien o deque los alumnos lo vieran enrollado o simpático, y me daríacuenta —más adelante, después de entrar en la Agencia— dequé cualidad tan poderosa podía ser aquella clase deindiferencia en una figura de autoridad. En realidad, vistoa posteriori, puede que aquel sustituto fuera la primerafigura de autoridad genuina que yo conocía en la vida, merefiero a la primera figura dotada de una «autoridad»verdadera, y no del simple poder para juzgarte o apretartelas clavijas desde su lado de la barrera generacional, y porprimera vez en la vida fui consciente de que el término«autoridad» era algo real y auténtico, de que una autoridadauténtica no era lo mismo que un amigo o alguien a quien leimportabas, pero que a pesar de ello la autoridad podía serbuena para ti, y también de que la relación de autoridad noera ni «democrática» ni una relación de igual a igual, y sinembargo podía tener valor para ambas partes, para las dospersonas de la relación. Creo que no me estoy explicando muybien: pero es cierto que me sentí destacado de los demás,ensartado por aquellos ojos de una manera que no me gustó nime disgustó pero de la que ciertamente fui consciente. Eracierta clase de poder que él ejercía y que yo le dejaba deforma voluntaria que ejerciera. Me di cuenta de que elrespeto no era lo mismo que la coacción, aunque se tratabade una clase de poder. Era todo muy extraño. También me dicuenta de que ahora él tenía las manos juntas detrás de la

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espalda, con algo parecido a esa posición militar de«descanso en un desfile».

Y les dijo a sus alumnos de contabilidad:—Muy bien, pues. Antes de que salgan ustedes de aquí para

reanudar esa tosca parodia de vida humana que hasta ahorahan llamado vida, me dispongo a informarles de ciertasverdades. Y a continuación les ofreceré mi opinión sobrecómo pueden ustedes percibir y responder a esas verdades deforma provechosa. —(Me di cuenta de inmediato de que noparecía estar hablando del examen final de FiscalidadAvanzada.) Y continuó diciendo—: Van a volver ustedes a sushogares con sus familias para pasar las vacaciones deNavidad y, durante ese intervalo festivo previo al últimotramo de estudio para el examen de Contable de laAdministración, confíen en mí, vacilarán ustedes, sentiránmiedo y dudas. Y será natural. Por primera vez, o esoparecerá, les entrará a ustedes miedo cuando oigan laschanzas de sus amiguitos de infancia sobre el hecho de queles espera una carrera en el campo de la contabilidad, einterpretarán las sonrisas de aprobación de sus padres comoaprobaciones de la rendición; oh, lo sé muy bien,caballeros, conozco cada adoquín de la calle por la queestán ustedes transitando. Porque se acerca la hora. Deempezar, en ese intervalo literalmente temible en que unomira hacia abajo antes de saltar, a oír prediccioneslúgubres sobre la terrible monotonía de la profesión queestán ustedes eligiendo, sobre su falta de emoción o deoportunidades para brillar en los campos de atletismo o enlas pistas de baile de la vida futura.

Cierto, yo no entendí todo aquello, sospecho que no habíamuchos de nosotros en aquella aula que hubiéramos pasadomucho tiempo «brillando en las pistas de baile», pero es

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posible que aquello fuera una simple cuestión generacional;era obvio que él lo estaba diciendo en sentido metafórico.Ciertamente entendí que estaba diciendo que la contabilidadno parecía una profesión muy emocionante.

El sustituto continuó:—De experimentar su compromiso como una pérdida de

opciones, como un tipo de muerte, la muerte de lasposibilidades infinitas de la infancia, de lo agradable queresulta elegir sin presiones... les va a suceder, créanme.El fin de la infancia. La primera de muchas muertes. Lasvacilaciones son naturales. La duda es natural. —Esbozó unaleve sonrisa—. Cuando llegue ese momento, dentro de tressemanas, tal vez les convenga recordar, si así lo desean,esta sala, este momento y la información que estoy a puntode darles.

Saltaba a la vista que no era una persona muy humilde niinsegura. Por otro lado, durante aquella clase de FiscalidadAvanzada su forma de dirigirse a nosotros no me pareció tanformal ni tan maniática como me lo parece ahora mientras larepito; o mejor dicho, su resumen resultó formal y un pocopoético, pero no de una forma artificial, sino como unaextensión natural de quien él era y de lo que era. No eraninguna pose. Recuerdo haber pensado que tal vez elsustituto hubiera aprendido aquel truco de los pósters delTío Sam y de ciertas pinturas que parecían mirartedirectamente sin importar desde qué ángulo las mirabas tú.Que tal vez todos los demás alumnos mayores, silenciosos ysolemnes del aula (donde se podía oír un alfiler) también sesintieran elegidos y tuvieran la impresión de que elprofesor se estaba dirigiendo a ellos específicamente;aunque, por supuesto, eso no cambiaría para nada el efectoespecial que la situación estaba teniendo en mí, que era lo

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que importaba, tal como ya habría demostrado la historia dela novia cristiana si yo hubiera sido lo bastante conscientey hubiera prestado la suficiente atención para oír lo queella estaba intentando decir en realidad. Tal como ya hemencionado, la versión de mí que escuchó aquella historia en1973 o 1974 era un niño nihilista.

Después de un par de comentarios, con las manos todavíajuntas detrás de la espalda, el sustituto continuó:

—Quiero informarles de que la profesión de contable a laque aspiran es, de hecho, heroica. Por favor, fíjense en queles he dicho «informar» y no «opinar» o «afirmar» o«postular». La verdad es que eso a cuya cúspide pronto van aintentar trepar cuando estén en sus casas con susvillancicos y sus ponches navideños y sus libros y sus guíaspara el examen de Contable de la Administración es... elheroísmo.

Como es obvio, esto era dramático y consiguió la atenciónde todos. Recuerdo haber pensado otra vez, mientras lodecía, en aquella frase de la pantalla de proyecciones queyo había pensado que era de la Biblia: «el equivalente morala la guerra». Resultaba extraña pero no ridícula. Fuiconsciente de que lo más seguro es que al pensar en aquellacita yo me estuviera planteando la palabra «moral» porprimera vez en mi vida en un contexto que no fuera unejercicio de curso; esto era parte de lo que yo habíaempezado a percibir unos días antes, de lo que habíaexperimentado mientras veía As the World Turns. El sustitutotenía una estatura media. Su mirada no resultaba cortante nierrática. Las gafas de algunos alumnos seguían reflejando laluz. Un par de ellos seguían tomando apuntes, pero salvo poreso, el único que allí hablaba o se movía era el sustituto.

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Siguiendo sin pausa, dijo:—¿Tediosa? ¿Exigente? ¿Prosaica? ¿Mecánica hasta el

hastío? A veces. ¿A menudo tediosa? Quizá. Pero ¿valiente?¿Valiosa? ¿Digna, dulce? ¿Romántica? ¿Caballerosa? ¿Heroica?—Sus pausas no eran simplemente efectistas; por lo menos nodel todo—. Caballeros —dijo—... y con esto quiero decir, porsupuesto, adolescentes tardíos que aspiran a la hombría...caballeros, aquí tienen la verdad: el verdadero corajeconsiste en soportar el tedio minuto a minuto y dentro de unespacio cerrado. Esa resistencia, fíjense, es la síntesis delo que hoy día, en este mundo que no hemos creado ni ustedesni yo, constituye el heroísmo. El heroísmo. —Miró a sualrededor de forma enfática, calibrando las reacciones delos presentes. Nadie se rió y unos cuantos de los presentesparecieron perplejos. Me acuerdo de que a mí me estabanviniendo ganas de ir al retrete. Bajo las lucesfluorescentes del aula, el profesor no proyectaba sombra enninguna dirección—. Y me refiero —dijo— a un heroísmoverdadero, no al heroísmo que puedan encontrar en laspelículas o en los cuentos infantiles. Ahora se estánacercando ustedes al final de la infancia, están listos parael peso de la verdad, para cargar con él. La verdad es queel heroísmo de sus relatos infantiles no era un valorverdadero. Era puro teatro. El gesto grandioso, el momentode la elección, el peligro mortal, el enemigo exterior, labatalla en el momento del clímax cuyo resultado lo resuelvetodo... todo está diseñado para parecer heroico, paraexcitar y gratificar al público. Al público. —Hizo un gestoque no puedo describir—. Caballeros, bienvenidos al mundo dela realidad: aquí no hay público. No hay nadie paraaplaudirlos ni para admirarlos. No hay nadie para verlos.¿Entienden? Esta es la verdad: el heroísmo verdadero no

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recibe ninguna ovación y no entretiene a nadie. Nadie hacecola para verlo. A nadie le interesa.

Hizo otra pausa y sonrió de una forma que no fueautoparódica para nada.

—El heroísmo verdadero son ustedes a solas en su puestode trabajo. El verdadero heroísmo son los minutos, lashoras, las semanas y los años enteros de ejercer la probidady la meticulosidad en silencio, con precisión y sensatez:sin nadie que los vea ni les aplauda. Así es el mundo.Solamente ustedes y su trabajo, sentados a su mesa. Ustedesy la declaración de la renta, ustedes y los datos deliquidez, ustedes y el protocolo de inventario, ustedes y latabla de depreciación, ustedes y los números.

Su tono era de total naturalidad. De pronto se me ocurrióque yo no tenía ni idea de cuántas palabras habíapronunciado el profesor desde la número 8.206 de laconclusión del repaso. Yo era consciente de que cada detalledel aula se veía muy nítido y preciso, como si hubiera sidolaboriosamente dibujado y sombreado, y sin embargo tambiénestaba completamente concentrado en el jesuita sustituto,que estaba diciendo todas aquellas cosas tan dramáticas orománticas sin usar ni la parafernalia ni las florituras delteatro, plantado muy quieto con las manos nuevamente juntasdetrás de la espalda (yo sabía que no tenía los dedosentrelazados; de alguna manera me daba cuenta de que seestaba cogiendo la muñeca derecha con la mano izquierda) ycon los planos de su cara carentes de sombra bajo la luzblanca. Daba la sensación de que él y yo ocupábamos losextremos opuestos de alguna clase de tubo o tubería, y queen verdad él se estaba dirigiendo específicamente a mí,aunque es obvio que esto era imposible. La realidad literalera que yo era la última persona a quien él se estaba

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dirigiendo, puesto que como es obvio yo no estabamatriculado en Fiscalidad Avanzada ni tampoco preparándomepara hacer el examen final antes de volver a casa y sentarmeal escritorio infantil de mi antiguo dormitorio en la casade mis padres a empollar para el temible examen de Contablede la Administración, tal como parecía ser el caso de muchosde los presentes. Pese a todo —tal como ojalá hubieraentendido antes, ya que me habría ahorrado mucho tiempo ydivagaciones cínicas— las sensaciones están ahí, y tampocose pueden discutir sus resultados.

En todo caso, entretanto, llevando a cabo lo queesencialmente parecía una recapitulación de las ideasprincipales que nos había comunicado hasta el momento, elsustituto dijo:

—El verdadero heroísmo es incompatible a priori con elpúblico o con los aplausos o incluso con la mera atencióndel hombre de la calle. De hecho —dijo—, cuanto menosconvencionalmente heroico o emocionante o llamativo oincluso interesante o cautivador parece ser un trabajo,mayor es su potencial para convertirse en escenario delheroísmo verdadero, y por tanto para reportar una especie deplacer al que no se acerca nada que puedan ustedes imaginar.

Pareció que un estremecimiento repentino recorría elaula, o tal vez un espasmo de éxtasis, transmitiéndose de unalumno de último año de contabilidad o alumno de posgrado deempresariales a otro alumno de último año de contabilidad oalumno de posgrado de empresariales con tanta rapidez quepor un momento pareció que el colectivo entero palpitaba;aunque nuevamente no estoy seguro al cien por cien de queesto fuera real, de que tuviera lugar fuera de mí, en elaula en sí, y aquel momento del (posible) espasmo colectivofue demasiado breve para que yo tuviera una conciencia más

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que fugaz del mismo. También recuerdo que sentí un fuerteimpulso de inclinarme y atarme los cordones de las botas,que nunca se tradujo en una acción real.

Al mismo tiempo, puede que sea justo decir que recuerdoque el jesuita sustituto usaba pausas o momentos de silenciocasi de la misma manera en que los oradores que buscantransmitir inspiración de forma más convencional usan gestosfísicos y expresiones. Y entonces dijo:

—Tratar siempre con cuidado y meticulosidad hasta elúltimo detalle procedente del enredo descomunal de detalles,datos, excepciones y contingencias que constituyen lacontabilidad en el mundo real... eso es heroísmo. Atenderplenamente a los intereses del cliente y equilibrar esosintereses con los altos estándares éticos del CECF y con lasleyes existentes, sí, servir a aquellos a quienes no lesinteresa el servicio sino los resultados, eso es heroísmo.Puede que sea la primera vez que oyen ustedes la verdad entérminos claros y severos. El pasar inadvertido. Elsacrificio. El servicio. Entregarse al cuidado del dineroajeno: eso es discreción, persistencia, sacrificio, honor,valentía, bravura. Presten atención a esto o no, comoprefieran. Apréndanlo ahora o más adelante: tiempo no faltaen el mundo. La rutina, la repetición, el tedio, lamonotonía, la fugacidad, la futilidad, la abstracción, eldesorden, el aburrimiento, la angustia, el hastío: estos sonlos verdaderos enemigos del héroe, y no se engañen,ciertamente son temibles. Porque son reales.

Entonces uno de los estudiantes de contabilidad levantóla mano, y el sustituto hizo una pausa para responder unapregunta sobre bases ajustadas de costo en la clasificaciónfiscal de las donaciones. Fue durante algún momento de surespuesta cuando oí que el sustituto usaba la expresión:

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«pasapáginas de la Agencia». Desde aquel día, no he vuelto aoír nunca el término fuera del Centro de Examen al que estoydestinado: se trata de un término de la jerga interna de laAgencia Tributaria que designa a cierta clase de examinador.Visto en retrospectiva, por tanto, esto debería haberme dadouna pista sobre la carrera y los antecedentes del sustituto.(Por cierto, las siglas «CECF» quieren decir Comité Ético deContabilidad Financiera, aunque como es obvio yo no iba adescubrir esto hasta mi ingreso en la Agencia al añosiguiente.) Además, probablemente debería reconocer en misrecuerdos una paradoja obvia: pese a lo atento que estaba ya lo mucho que me estaban afectando los comentarios delsustituto sobre el valor y el mundo real, no fui conscientede que en realidad todo el dramatismo y el fulgor que yo lesestaba invistiendo a sus palabras contradecían su mismosentido. En otras palabras, yo estaba siendo profundamenteafectado y cambiado por la hortación sin entender realmente,o eso parece, de qué estaba hablando aquel hombre. Visto enretrospectiva, esto parece demostrar que yo estaba todavíamás «perdido» y era todavía más inconsciente de lo que yasabía.

—¿Demasiado, dicen ustedes? —dijo—. ¿Vaquero, paladín,héroe? Caballeros, lean la historia. El héroe de antañoensanchó los límites y las fronteras: penetró, domesticó,abrió senderos, dio forma, fabricó y dio existencia a cosas.Los héroes de las sociedades de antaño generaban datos.Porque eso es precisamente la sociedad: una aglomeración dedatos. —(Como es obvio, cuantos más alumnos genuinos deFiscalidad Avanzada se levantaban discretamente y semarchaban, más aumentaba mi sensación de que el hombre seestaba dirigiendo a mí de forma particular e individual. Elalumno mayor de empresariales con patillas frondosas y

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perfectamente cortadas que estaba sentado a mi lado y quetenía unos apuntes increíbles fue capaz de cerrar losbroches metálicos de su maletín sin hacer ruido alguno. Enel cesto de alambre de debajo de su escritorio había unejemplar del Wall Street Journal que o bien no había leído o bienhabía sido capaz de leer y volver a doblar tan perfectamenteque parecía intacto)—. Pero ahora estamos en el mundo de hoydía, en la era moderna —siguió diciendo el sustituto (eradifícil discutirle aquello, obviamente)—. En el mundoactual, las fronteras están fijas y ya se han generado losdatos más importantes. Caballeros, la frontera heroica dehoy día está en el ordenamiento y la utilización de esosdatos. Clasificación, organización y presentación. Paraexplicarlo de otra forma, la tarta ya está hecha: ahora elcombate está en repartirla. Caballeros, a lo que aspiranustedes es a sostener el cuchillo. A blandirlo. Aadministrar. A darle forma a cada porción, graduar el ángulodel cuchillo y la profundidad del corte.

Por muy transfigurado que yo estuviera todavía, llegadoaquel punto empecé a darme cuenta de que las metáforas delsustituto se estaban volviendo un poco confusas: costabaimaginar que los asiáticos que quedaban en el aulaestuvieran entendiendo gran cosa de todo aquello de losvaqueros y las tartas, puesto que se trataba de imágenesespecíficamente americanas. Por fin se dirigió al percherodel rincón a recoger su sombrero, que era de fieltro decolor gris oscuro, viejo pero bien cuidado. En lugar deponérselo, lo sostuvo en alto.

—Los pasteleros llevan gorro —dijo—, pero no sombrero.Caballeros, prepárense para ponerse el sombrero. Se habránpreguntado tal vez por qué todos los contables de verdadllevan sombrero. Es porque son los vaqueros de hoy día.

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Igual que lo serán ustedes. Cabalgando por el rancho deAmérica. Pastoreando el torrente interminable de los datosfinancieros. Los remolinos, las cataratas, las variacionesorganizadas, las minucias rebeldes. Hay que ordenar losdatos, pastorearlos, dirigir su flujo, llevarlos allí dondese necesitan y en la forma codificada en que sea oportuno.Manejan ustedes datos, caballeros, para los que ha habido unmercado desde que el hombre abandonó por primera vez el lodoprimigenio. Son ustedes, háganselo saber a la gente: los quecabalgan, los que guardan las murallas, los que definen latarta y la sirven.

No había forma de no fijarse en cómo había cambiado suaspecto desde el principio. En última instancia, no estabaclaro si aquella hortación o exhortación final suya habíaestado preparada o no, o si simplemente estaba hablando conpasión desde el corazón. Su sombrero era ostensiblemente máselegante y tenía un aspecto más europeo que el de mi padre,con un ribete más marcado y una pluma sujeta a la banda:debía de tener por lo menos veinte años. Cuando levantó losbrazos a modo de conclusión, seguía sosteniendo el sombreroen una mano...

—Caballeros, la contabilidad los llama.Un par de los alumnos que quedaban aplaudieron, que es

algo que suena espantoso cuando no hay bastantes manos parahacerlo: casi como unos azotes o como una serie de bofetadasmalhumoradas. Recuerdo que tuve un vislumbre fugaz de algoacostado en una cuna que agitaba los brazos y piernasinútilmente en el aire, con la boca abierta y mojada. Yluego crucé la galería de vuelta y bajé las escaleras y salídel Garnier Hall y me fui a la biblioteca en medio de unaespecie de neblina hiperconsciente, al mismo tiempo

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desorientada y muy clara, y es llegado ese punto cuandobásicamente se termina el recuerdo de aquel episodio.

Después de aquello, lo primero que recuerdo que hicedurante las vacaciones de Navidad en Libertyville fuecortarme el pelo. También fui a la tienda de Carson PirieScott en Mundelein y me compré un traje de lana gris oscurosin abertura con hebra vertical prieta y pantalones de rayadoble, además de una voluminosa chaqueta de cuadros consolapas anchas de punta descendente, que terminé noponiéndome nunca, puesto que tenía tendencia a enrollarse ala altura del tercer botón y a producir lo que casi parecíauna sobrefalda cuando la abotonabas del todo. También mecompré un par de mocasines de cuero de Nunn Bush y trescamisas de vestir: dos de tela Oxford blanca y una dealgodón Sea Island de color azul claro.

Salvo por el hecho de prácticamente llevarme a mi madre arastras a Wrigleyville para celebrar la cena de Navidad encasa de Joyce, me pasé casi todas las vacaciones en casa,investigando opciones y requisitos. Recuerdo que tambiénintenté emprender una reflexión sostenida y concentrada. Missentimientos interiores sobre la universidad y sobre elhecho de licenciarme habían cambiado por completo. Ahora mehabía entrado una prisa repentina y agobiante. Era un pococomo esa sensación de mirar el reloj de repente y dartecuenta de que llegas tarde a una cita, pero a una escalamucho mayor. En teoría no me quedaba más que un trimestrepara licenciarme, y me faltaban nada menos que nueve cursosobligatorios para conseguir una licenciatura encontabilidad, ya no hablemos de intentar presentarme alexamen de Contable de la Administración. En un Waldenbooksdel Centro Comercial Galaxy de Milwaukee Road me compré unaguía Barron para el examen de Contable de la Administración.

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La prueba se celebraba tres veces al año y duraba dos días,y se aconsejaba de forma insistente haber cursadocontabilidad financiera tanto introductoria como intermedia,contabilidad directiva, dos semestres de auditoría,estadística empresarial —que en la DePaul era otra clasefamosa por su brutalidad—, introducción al procesamiento dedatos, un trimestre o preferiblemente dos de fiscalidadcombinados con contabilidad fiduciaria o bien contabilidadpara organizaciones sin ánimo de lucro, y un semestre o másde economía. Un recuadro en letra pequeña tambiénrecomendaba tener competencia en al menos un lenguajeinformático de «alto nivel» como el COBOL. La única clase deinformática que yo había terminado alguna vez eraIntroducción al Mundo de los Ordenadores en la UI-Chicago,en la que básicamente habíamos jugado a un juego casero deping-pong y habíamos ayudado al profesor a intentar ponerotra vez en orden 51.000 fichas perforadas Hollerith en lasque tenía almacenados los datos para un proyecto y que se lehabían caído por accidente por una escalera resbaladiza. Ymás cosas por el estilo. Además, eché un vistazo a un librode texto de estadística empresarial y descubrí que se teníaque haber hecho cálculo matemático, y yo ni siquiera habíahecho trigonometría; en el último año del instituto habíacursado Perspectivas sobre el Teatro Moderno en lugar detrigonometría, y me acordaba bien de que mi padre me habíaapretado las clavijas por ello. En realidad, mi odio alÁlgebra II y mi negativa a hacer más matemáticas después deesa clase suscitaron una de las discusiones más fuertes queoí que mis padres tuvieron en los años previos a suseparación, lo cual es una historia bastante larga, perorecuerdo haber oído que mi padre decía que en realidadsolamente había dos clases de personas en el mundo: a saber,

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la gente que entendía las realidades técnicas de cómofuncionaba el mundo real (mediante las matemáticas y lasciencias, quería decir obviamente), y la gente que no lasentendía, y a continuación oí que mi madre se enfadaba y sedeprimía mucho por lo que ella consideraba la rigidez y laestrechez de miras de mi padre y le contestaba que enrealidad los dos tipos básicos de personas eran la gente tanrígida e intolerante que creía que solamente había dos tiposbásicos de seres humanos, por un lado, y por el otro lagente que creía que en realidad había toda clase de tipos yvariedades de personas, cada una de ellas provista de donesúnicos y destinos y caminos en la vida que tenían queencontrar y etcétera. Cualquiera que estuviera escuchandoaquella discusión, que había empezado como una conversacióntípica pero se había intensificado hasta volverseespecialmente acalorada, se habría dado cuenta de inmediatode que el verdadero conflicto se estaba librando entre loque mi madre consideraba dos formas extremadamente distintase incompatibles de ver el mundo y de tratar a la gente a laque se suponía que tenías que amar y apoyar. Por ejemplo,fue durante aquella discusión cuando oí que mi padre decíaaquello de que yo no sería capaz de encontrarme el culo niaunque tuviera un cencerro colgado de él, algo que mi madreentendió básicamente como que él estaba haciendo un juiciofrío y rígido de alguien a quien se suponía que tenía quequerer y apoyar, pero que, visto a posteriori, creo quedebió de ser la única manera que mi padre pudo encontrar dedecir que estaba preocupado por mí, por el hecho de que yocarecía de iniciativa y de rumbo, y que no sabía qué hacercomo padre. Como es sabido, los padres pueden tener formastremendamente distintas de expresar su amor y supreocupación. Por supuesto, gran parte de esta

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interpretación que hago es una pura especulación. Es obvioque no hay forma de saber qué quería decir en realidad.

En cualquier caso, el resultado final de la reflexiónconcentrada y de la investigación que llevé a cabo durantelas vacaciones de Navidad fue que parecía que básicamenteiba a tener que empezar la universidad desde cero, y eso queya tenía casi veinticuatro años. Además, la situaciónfinanciera en casa se encontraba sometida a cambioscontinuos por culpa de los complejos aspectos legales delpleito por muerte por conducta improcedente que por entoncesestaba en pleno curso.

A modo de nota aparte, habría sido imposible que ningunode los trajes de mi padre me viniera bien por muchosarreglos que se les hicieran. Por aquella época yo llevabauna 50G/40 con 44 de entrepierna, mientras que la granmayoría de los trajes de mi padre eran de la 46M/46/40.Tanto los trajes como la cazadora de seda arcaica terminaronsiendo donados a Goodwill después de que Joyce y yovaciáramos casi del todo su armario, su estudio y su taller,lo cual fue una experiencia muy triste. Mi madre, tal comoya he mencionado, pasaba cada vez más tiempo observando alos pájaros del vecindario que acudían a los comederos detubo que ella había colgado en el porche delantero y a loscomederos de pie del jardín —la sala de estar de la casa demi padre tenía un ventanal grande con vistas excelentes alporche, al jardín y a la calle—, y a menudo se pasaba el díaentero vestida con una bata de felpilla roja y unaspantuflas mullidas, y descuidaba tanto sus interesesnormales como su higiene personal, lo cual tenía a todo elmundo cada vez más preocupado.

Después de las vacaciones, justo cuando estaba empezandoa nevar, concerté una cita para hablar con el Decano Adjunto

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de Asuntos Académicos de la DePaul (que era, este sí, unjesuita de verdad, y llevaba el uniforme oficial blanco ynegro, y también tenía una cinta amarilla atada al pomo dela puerta de su despacho) sobre la experiencia que habíatenido en Fiscalidad Avanzada, sobre mi giro en materia dedirección y objetivos y sobre el hecho de que ahora fueratan retrasado de cara a dichos objetivos, y también paraabordar la posibilidad de seguir matriculado durante un añoextra con matrícula postergada a fin de intentar compensaralgunos de los déficits que yo tenía de cara a licenciarmeen contabilidad. Pero fue una experiencia rara, porque yo yahabía pasado previamente por el despacho de aquel sacerdote,dos o tres años atrás, en circunstancias muy distintas, pordecirlo de forma suave; a saber, para que me apretara lasclavijas y me amenazara con ponerme bajo seguimientoacadémico, a lo que yo creo que respondí literalmente en vozalta «Qué más da», que es la clase de respuesta que a losjesuitas no les hace demasiada gracia. Por tanto, duranteaquella segunda cita el Decano Adjunto se mostrócondescendiente y escéptico, y hasta burlón; pareció que micambio de aspecto y de actitud manifiesta le resultaba máscómico que otra cosa, como si lo considerara una broma o unchiste, o alguna clase de treta para intentar conseguir unaño extra antes de tener que salir y valerme por mí mismo enlo que él denominó «el mundo de los hombres», y yo noencontré la forma adecuada de explicarle ni midescubrimiento ni las conclusiones que había extraídomientras miraba aquella serie de la sobremesa televisiva yluego entraba como un memo en la clase equivocada sin darlela impresión de ser un niñato o de estar chiflado, ybásicamente me pidió que saliera de allí.

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Aquello fue a principios de enero de 1979, el día en queempezó a nevar: me acuerdo de ver los copos individuales,grandes y vacilantes de nieve que caían y que volaban de unlado a otro arrastrados por el viento que generaba el tren através de la ventanilla de la línea de las afueras de la CTAque iba desde Lincoln Park hasta Libertyville, y de pensar:«Esta es mi tosca parodia de la vida humana». Por lo querecuerdo, las cintas amarillas que llenaban la ciudad eranpor la crisis de los rehenes en Oriente Medio y el asalto alas embajadas americanas. Yo no estaba muy al corriente delo que estaba pasando, en parte porque no vía la tele desdeaquella experiencia de mediados de diciembre con la pelotade fútbol y As the World Turns. No es que yo hubiera llevado acabo ninguna decisión consciente de renunciar a latelevisión después de aquel día. Simplemente no recuerdohaber visto la tele desde entonces. Además, después de lasexperiencias previas a las vacaciones, ahora estabademasiado ansioso por ponerme al día para permitirmedesperdiciar tiempo viendo la tele. A una parte de mí leaterraba la perspectiva de haberme transformado y motivadodemasiado tarde y de ir a «perderme» en el último momentouna oportunidad crucial de renunciar al nihilismo y dellevar a cabo una elección significativa en el mundo real.Todo esto estaba teniendo lugar durante la que resultaríaser la peor tormenta de nieve de la historia moderna deChicago, y a principios del trimestre de primavera de 1979el caos reinaba por todas partes porque la administración dela DePaul no paraba de verse obligada a cancelar clases a lavista del hecho de que nadie que viviera fuera del campuspodía garantizar que pudiera llegar a la facultad, y lamitad de las residencias de estudiantes todavía no podíanvolver a abrir por culpa de la congelación de las tuberías,

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y en casa de mi padre se partió un trozo del tejado porculpa del peso de la nieve acumulada y hubo una enormecrisis estructural que me tocó resolver a mí solo porque mimadre estaba demasiado obsesionada con los problemaslogísticos derivados de impedir que la nieve cubriera todala comida para pájaros que ella dejaba fuera. Además, lamayoría de los trenes de la CTA estaban fuera de servicio, ylos autobuses dejaban de circular de forma abrupta si sedeterminaba que las máquinas quitanieves no podían mantenerciertas calles despejadas, y durante la primera semana declases me vi obligado a levantarme muy temprano por lamañana y escuchar la radio para ver si aquel día iba a haberclases en la DePaul, y si las había, me tocaba intentarllegar como fuera. Debería mencionar que mi padre no sabíaconducir —había sido un devoto de los transportes públicos—y que mi madre le había regalado el LeCar a Joyce como partedel acuerdo al que habían llegado sobre la disolución de lalibrería, de manera que no teníamos coche, y aunque de vezen cuando podía conseguir que me llevara Joyce, la verdad esque odiaba ocasionarle aquella molestia; ella venía sobretodo para cuidar de mi madre, que estaba empeorando a ojosvista, y que nos tenía a todos cada vez más preocupados, ymás tarde resultó que Joyce se había pasado un montón detiempo haciendo investigación sobre servicios y programaspsicológicos del norte del condado y tratando de decidir quéclase de cuidados especiales podía necesitar mi madre ydónde se podían encontrar. A pesar de la nieve y de lastemperaturas, por ejemplo, ahora mi madre había abandonadosu práctica de observar a los pájaros a través del ventanaly había pasado a quedarse plantada en los escalones delporche o cerca de los mismos, sosteniendo ella misma loscomederos de tubo con las manos en alto, y parecía dispuesta

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a pasarse el suficiente tiempo en aquella postura parasufrir congelación si alguien no intervenía y discutía conella para que volviera a entrar. La cantidad de pájaros y elnivel de ruido que provocaban ya estaban empezando también acausar problemas, tal como algunos de los vecinos habíanseñalado antes incluso de que comenzara la tormenta denieve.

A cierto nivel, estoy seguro de que fue en la WBBM de laAM —una emisora muy árida y conservadora que solo emitíanoticias y que solía gustarle a mi padre, pero cuyosinformes sobre cancelaciones por culpa del tiempo eran losmás exhaustivos de la zona— donde oí mencionar por primeravez la nueva y agresiva campaña de reclutamiento conincentivos de la Agencia. Como es obvio, «la Agencia» era eldiminutivo de la Agencia Tributaria, lo que loscontribuyentes suelen llamar Hacienda. Sin embargo, tambiénguardo un recuerdo parcial de haber visto por primera vez unanuncio de aquella campaña de reclutamiento de una formarepentina y dramática que ahora, a posteriori, resulta tanpoderosamente profético y dramático que casi da la impresiónde ser más bien el recuerdo de un sueño o de una fantasíaque tuve en aquella época, y ese recuerdo consistíaesencialmente en que yo estaba esperando en la zona decafeterías del Centro Comercial Galaxy mientras Joyceayudaba a mi madre a gestionar otro pedido enorme en el Fish’n Fowl Pet Plaza para entregar a domicilio. Ciertoselementos de este recuerdo resultan ciertamente creíbles. Esverdad que a mí me costaba ver animales enjaulados en venta—siempre he tenido problemas con las jaulas y con ver cosasenjauladas— y a menudo me quedaba esperando a mi madre en lazona de cafeterías mientras ellas iban al Fish ’n Fowl. Yoestaba allí para ayudar a cargar con las bolsas de comida

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para pájaros en caso de que la tienda no quisiera aceptarpedidos o hacer entregas a domicilio por culpa del maltiempo, que, como muchos habitantes de Chicago todavíarecuerdan, siguió siendo intenso durante una temporada yllegó a paralizar prácticamente la zona entera. En todocaso, de acuerdo con este recuerdo, yo estaba sentado en unade las muchas mesas de plástico estilizadas que había en lazona de cafeterías del Centro Comercial Galaxy, mirando conexpresión ausente el patrón de perforaciones en forma deestrellas y lunas de la mesa, cuando vi, a través de una deaquellas perforaciones, una parte del Sun-Times que alguienpor lo visto había dejado tirada en el suelo de debajo de lamesa, abierto por la sección de anuncios clasificados detrabajo, y el recuerdo consiste en que lo vi desde encima dela mesa de tal manera que un rayo de luz de las luces deltecho de la zona de cafeterías, situadas a mucha altura,descendió a través de una de las perforaciones en forma deestrella del tablero de la mesa e iluminó —como si loestuviera iluminando un foco o un rayo de luz simbólico enforma de estrella— un anuncio en concreto entre todos losdemás anuncios y ofertas de trabajo y de oportunidades parahacer carrera, y se trataba de un anuncio sobre la nuevacampaña de incentivos que estaba llevando a cabo la AgenciaTributaria en algunos sectores del país, uno de los cualesera el área metropolitana de Chicago. Me estoy limitando amencionar este recuerdo, da igual si en realidad no es tancreíble como el recuerdo más pedestre de la WBBM, a fin deponer otro ejemplo de lo «predispuesto» que parecía estaryo, visto con perspectiva, para iniciar carrera en laAgencia.

Las oficinas de reclutamiento que tenía la AgenciaTributaria en el área de Chicago estaban en una especie de

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local comercial temporal situado en West Taylor Street, muycerca del campus de la UIC donde yo había pasado un sombríoe hipócrita año escolar 1975-1976, y casi enfrente de laAcademia de Bomberos de Chicago, cuyos aprendices debomberos aparecían a veces ataviados con sus impermeables ysus botas de servicio en el Hat, donde tenían prohibidopedir bebidas con agua mineral o gaseosas de ninguna clase,lo cual requiere una larga explicación que no voy a daraquí. Por suerte, el letrero en forma de pie giratorio de laclínica podológica no se podía ver desde aquel lado de laKennedy Expressway. Aquel pie enorme y giratoriorepresentaba una de tantas cosas infantiles que yo estabaansioso por dejar atrás.

Me acuerdo de que por fin había salido el sol, aunque mástarde resultó que solamente se trataba de una pausamomentánea o «remanso» del sistema de tormentas, y que alcabo de dos días iba a volver el invierno más crudo. Ahorahabía más de un metro de nieve nueva en el suelo, y muchamás allí donde las quitanieves de alta velocidad habíandespejado las calles y habían formado montañas descomunalesa los costados, y para llegar a la acera te veías obligado apasar por lo que casi eran túneles o naves de iglesia, y unavez en la acera las pasabas canutas cada vez que atravesabasalguna propiedad cuyo dueño no tenía el bastante civismocomo para limpiar su acera de nieve. Yo llevaba unospantalones de pana verdes cuyos bajos tuve que subirmepronto hasta las rodillas, y mis voluminosas botasTimberland —que no tenían precisamente una tracciónfenomenal, tal como descubrí— estaban totalmente cubiertasde nieve. Había tanta luz que costaba ver las cosas. Mesentía como si estuviera en una expedición polar. Allí dondelas aceras estaban simplemente demasiado obstruidas, había

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que intentar escalar de vuelta las montañas de nieve y echara andar por en medio de la calle. Como es comprensible, nohabía mucho tráfico. Ahora las calles parecían más biendesfiladeros con los costados completamente blancos, y losbancos de nieve y los edificios del distrito financiero quehabía detrás de ellas proyectaban unas sombras complejas yde cúspides planas que a veces formaban gráficas de barrasque uno pisaba al caminar. Yo había podido encontrar untransbordo de autobuses a la altura de Grant Park, peroningún otro más cerca. El río estaba helado y cubierto demontañas de nieve que las quitanieves se habían limitado aechar allí. Por cierto, sé que es poco probable que a nadieque no sea del área metropolitana de Chicago le interesen aestas alturas las gigantescas nevadas del invierno de 1979,pero para mí fueron un momento crucial y nítido del queguardo un recuerdo bastante claro y preciso. Para mí, elhecho de acordarme tan bien es una señal más de lo clara quees la distinción entre mi conciencia y mi sentido del rumbode antes y de después de ver al sustituto de FiscalidadAvanzada. No tanto por su retórica sobre el heroísmo y elser vaqueros, gran parte de la cual ya en su momento mehabía parecido un poco exagerada (todo tiene límites). Creoque parte de lo que resultó tan revulsivo para mí fue eldiagnóstico que había hecho el sustituto del mundo y de larealidad como algo que ya estaba esencialmente penetrado yformado, la idea de que la información constituyente delmundo ya estaba generada, y que ahora la elecciónsignificativa pasaba por pastorear aquel flujo torrencial deinformación, meterlo en el corral y organizarlo. Aquello mehabía sonado a verdad, aunque a un nivel que creo que yo noera plenamente consciente de que existía dentro de mí.

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En todo caso, tardé un buen rato en encontrar el local.Me acuerdo de que en las señales de stop de unas cuantasesquinas solamente se veía la parte poligonal de la señalpor encima de los bancos de nieve, y que en muchas puertasde locales comerciales las ranuras para el correo se habíancongelado y no se podían cerrar y el viento que entraba porellas había dejado largas lenguas de nieve sobre lasmoquetas. A muchos de los camiones de mantenimiento y debasura del Ayuntamiento les habían atornillado cuchillas alas rejillas del carburador y los estaban usando comoquitanieves adicionales, en un intento del alcalde deChicago de responder a las enérgicas protestas ciudadanaspor la poca eficacia con que se estaban deshaciendo de lanieve. En Balbo Avenue quedaban algunos restos de muñecos denieve en los jardines de las casas, cuyas alturas indicabanla edad de las personas que los habían hecho. A muchos deellos la tormenta les había arrancado los ojos y las pipas obien les había reorganizado las caras; de lejos, algunostenían un aspecto siniestro o demente. Todo estaba ensilencio, y había tanta luz que cuando cerrabas los ojosseguías viendo un color rojo sangre brillante. Se oían unoscuantos repiqueteos secos de palas para la nieve y unaespecie de gruñido lejano que solamente más tarde recordaríaque procedía de uno o varios vehículos para la nieve alcircular por Roosevelt Road. Algunos de los muñecos de nievede los jardines de las casas llevaban puestos sombreros detraje viejos o en desuso, propiedad de los padres de lacasa. En la cúspide misma de un banco de nieve muy alto yduro se veía un paraguas abierto, y recuerdo que pasé unosminutos de terror cavando y gritando hacia abajo por elagujero, porque casi parecía que una persona con un paraguasen la mano se hubiera quedado repentinamente sepultada

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mientras caminaba por la calle. Pero resultó que no era másque un paraguas que alguien había abandonado abriéndolo yclavando el mango en el banco de nieve, tal vez a modo debroma o de gesto para jugar con las mentes de la gente.

En todo caso, lo que pasaba era que hacía poco que laAgencia había instituido una campaña para contratar a nuevosempleados más o menos de la misma manera en que lo hacen lasnuevas fuerzas armadas voluntarias: usando gran cantidad deanuncios e incentivos. Resultó que había razonesinstitucionales de peso para aquel reclutamiento tanagresivo, y solamente algunas de ellas tenían que ver con lacompetencia del sector contable privado.

Por cierto, solamente los profanos en la materia y losmedios de comunicación populares se refieren a todos losempleados con contrato de la Agencia Tributaria llamándolos«agentes». Dentro de la Agencia, donde al personal se losuele identificar por la rama o división a la que estándestinados, el término «agente» se refiere normalmente a losque están en la División de Investigación Criminal, que esrelativamente pequeña y maneja casos de evasión fiscal tanatroces que más o menos hay que aplicarles el código penalpara convertir al contribuyente en cuestión en un ejemplo,lo cual está básicamente destinado a promover la obedienciageneral a la ley. (Por cierto, debido a que el sistemafiscal federal sigue dependiendo mayormente de la obedienciavoluntaria, la relación que mantiene la Agencia con loscontribuyentes es psicológicamente compleja, y requieretransmitirle al público una impresión de eficiencia ymeticulosidad extremas, además de emplear un sistemaagresivo de penalizaciones e intereses y, en casos extremos,interponer acciones judiciales por conducta delictiva. Enrealidad, sin embargo, la Investigación Criminal viene a ser

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un último recurso, puesto que la aplicación del código penalcasi nunca suele generar ingresos adicionales —uncontribuyente que está en la cárcel no tiene ingresos y portanto es obvio que no está en posición de compensareconómicamente su delito—, mientras que las amenazascreíbles de interponer acciones judiciales pueden funcionarcomo acicates para devolver lo estafado y para no volver aincurrir en fraude, además de tener un efecto motivador enotros contribuyentes que se estén planteando evasionescriminales. En otras palabras, las «relaciones públicas»constituyen en realidad para la Agencia una parte vital ycompleja tanto de su misión como de su eficacia.) De manerasimilar, mientras que «examinador» es un término popular —incluso entre algunos profesionales privados de lafiscalidad— para designar al empleado de la AgenciaTributaria que lleva a cabo una auditoría, ya sea sobre elterreno o en la oficina de Distrito que corresponda, eltérmino interno que se usa en la Agencia para ese puesto es«auditor»; el término «examinador» se refiere a un empleadoque tiene por tarea la selección de ciertas declaraciones dela renta para ser auditadas, pero que nunca tratadirectamente con el contribuyente. Los exámenes en sí, comoya se ha mencionado, son jurisdicción de los CentrosRegionales de Examen, como el CRE del Medio Oeste que hay enPeoria. En términos de organización, tanto Examen comoAuditorías e Investigación Criminal son divisiones de laRama de Control de la Agencia Tributaria. Al mismo tiempo,sin embargo, es verdad que dentro de la jerarquía personalde la Agencia a ciertos auditores de nivel intermedio se losconoce como «agentes de Hacienda». También es verdad que alos miembros de la División de Inspecciones Internas a vecesse los clasifica como «agentes», puesto que la División de

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Inspecciones Internas viene a ser la versión que tiene laAgencia de la División de Asuntos Internos de los cuerpospoliciales. En esencia, tienen asignada la tarea deinvestigar las acusaciones de actos ilícitos o conductascriminales protagonizadas por empleados o administracionesde la Agencia. En términos administrativos la DII formaparte de la Rama de Control Interno de la AgenciaTributaria, que también incluye las divisiones de Personal yde Sistemas. Lo que quiero decir, supongo, es que igual quepasa en la mayor parte de las agencias federales de grantamaño, la estructura y la organización de la Agencia sonmuy complejas; de hecho, dentro de la Rama de ControlInterno hay departamentos que se ocupan exclusivamente deestudiar la propia estructura organizativa de la Agencia yde encontrar maneras de ayudar a maximizar la eficacia a lahora de llevar a cabo su misión.

Situadas en medio de la parálisis deslumbrante delChicago Loop, las oficinas de reclutamiento de la AgenciaTributaria no me parecieron a primera vista un sitio muyespectacular ni atractivo. En el mismo local había unaoficina de reclutamiento de la Fuerza Aérea, separada delespacio de la Agencia Tributaria solamente por una pantallao mampara de polivinilo, y es posible que el hecho de quelas oficinas de la Fuerza Aérea tuvieran puesta una versiónorquestal del conocido tema musical «Off We Go to the WildBlue Yonder» que se repetía sin cesar en la zona derecepción estuviera de alguna manera relacionado con elproblema que presentaba el reclutador en la cabeza y en lacara, que tenían tendencia a sufrir pequeños y esporádicosespasmos y muecas entrecortadas y que al principio costabano quedarse mirando y aparentar naturalidad en su presencia.Aquel reclutador de la Agencia, que parecía que no se había

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afeitado y tenía un remolino de pelo que daba la impresiónde que abarcaba casi todo el costado derecho de su cabeza,también llevaba gafas de sol dentro de la oficina, y teníauna mancha difícil en una de las solapas de la chaqueta deltraje, y es posible que su corbata —a menos que a mí todavíano se me hubiera acostumbrado la vista después de venircaminando deslumbrado y a trompicones en dirección sudoestepor entre la nieve caída desde la parada de autobuses deBuckingham Fountain de Grant Park— fuera un postizo. Porotro lado, yo iba embadurnado de nieve derretida hasta laentrepierna y llevaba el abrigo de plumón lleno de comidapara pájaros congelada, además de dos gruesos jerséis decuello alto distintos puestos por debajo, y lo más seguro esque tampoco tuviera un aspecto muy prometedor. (Era obvioque no me iba a poner ninguno de mis trajes de vestir nuevosde Carson para trepar por unos bancos de nieve que llegabanhasta el pecho.) Además de la molesta música marcial quellegaba del otro lado de la mampara, en las oficinas dereclutamiento de la Agencia Tributaria hacía demasiadocalor, y olía a café rancio y a una marca de desodorante enbarra que no me venía a la cabeza. Había varias latas derefresco Nesbitt colocadas encima de una papelera rebosante,alrededor de la cual una serie de bolas de papel tiradas porel suelo sugerían que alguien había pasado bastantes horasociosas intentando encestar las bolas en la papelera; unpasatiempo que yo conocía bien de las tardes que me pasaba«estudiando» en la biblioteca de la UIC, en aquellasocasiones en que me lo mandaba el letrero en forma de pie dela clínica podológica. También me acuerdo de una cajaabierta de rosquillas cuyo glaseado había perdido el brillode una forma nada apetitosa.

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Pese a todo, yo no estaba allí para juzgar nada, nitampoco para hacer comentarios precipitados. Había ido allía intentar verificar los casi increíbles incentivos paraentrar en la Agencia que se detallaban en el anuncio que yohabía oído y tal vez también visto dos días atrás. Al finalsalió a la luz que aquel reclutador llevaba varios días ensu puesto sin que nadie lo reemplazara por culpa de latormenta, lo cual probablemente explicara su estado: por logeneral, la Agencia suele imponer unos requisitos deapariencia personal bastante rigurosos a los empleados queestán de servicio. Cuando una de aquellas máquinasquitanieves enormes e improvisadas del Ayuntamiento pasófrente a las oficinas, el estruendo hizo temblar elescaparate del local, que daba al sur y no estaba tintado,lo cual tal vez explicara también las gafas de sol delreclutador, que a mí me seguían resultando desconcertantes.La mesa del reclutador estaba flanqueada por banderas y porun caballete grande con diagramas y anuncios institucionalesmontados sobre tableros de gran tamaño, y de la parte altade la pared de detrás de la mesa colgaba un grabadoenmarcado y ligeramente torcido del sello de la AgenciaTributaria, que, según me explicó el reclutador,representaba al héroe mitológico Belerofonte matando a laQuimera, además del lema en latín escrito en un largoestandarte que se plegaba y se desplegaba a lo largo de subase. Alicui tamen faciendum est, que básicamente quiere decir:«Él es quien hace un trabajo difícil e impopular». Resultóque, por razones que se remontaban a la instituciónpermanente del impuesto de la renta federal en 1913,Belerofonte era el símbolo o figura oficial de la Agencia,igual que el águila calva lo es del conjunto de EstadosUnidos.

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A cambio de un compromiso de dos a cuatro años,dependiendo del plan concreto de incentivos, la AgenciaTributaria ofrecía un total de 14.450$ para educaciónuniversitaria o prolongación de instrucción técnica. Setrataba, por supuesto, de 14.450$ antes de deducir losimpuestos pertinentes, recuerdo que especificó el reclutadorde la Agencia Tributaria con una sonrisa que en aquellosmomentos no supe cómo interpretar. Además, en virtud de unelaborado acuerdo que el reclutador me subrayó con unrotulador fluorescente sobre un documento desplegable quemostraba los diversos programas de incentivos de la Agenciaen forma de complejos diagramas con líneas de puntos ytipografía extremadamente pequeña, si la instrucciónprolongada llevaba o bien a una licencia de Contable de laAdministración o a un título de máster en contabilidad ofiscalidad emitido por una institución acreditada, habíavarios niveles de incentivos extra destinados a prolongar elcontrato del empleado con la Agencia Tributaria, incluyendouna opción de asistir a clases mientras uno estaba destinadoa un Centro Regional de Procesamiento o bien a un CentroRegional de Examen, y el reclutador me explicó que alpersonal nuevo de la Agencia se lo solía destinar durantelos primeros trimestres a lo que él denominó «F y A». A finde poder recibir el paquete de incentivos, había quecompletar un curso de doce semanas en un Centro de Formacióny Asesoramiento de la Agencia Tributaria, que era a lo quese referían las siglas «F y A» que el reclutador había usadocon cinismo. Asimismo, los empleados de la AgenciaTributaria casi siempre se refieren a esta como «laAgencia», y al centro en donde trabajan como su«destinación» en la Agencia, y no miden el tiempo que llevantrabajando allí en meses ni en años, sino que usan los

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trimestres fiscales del calendario de la Agencia, que secorresponden con los plazos límite estipulados por la leypara enviar los pagos estimados trimestrales de la renta, o1040-EST, y lo único inusual de esto es que el segundotrimestre va del 15 de abril al 15 de junio, es decir, quesolamente dura dos meses, mientras que el cuarto se extiendedesde el 15 de septiembre al 15 de enero del año siguiente;esto tiene como fin que el último trimestre pueda comprendertodo el año fiscal incluyendo el 31 de diciembre. Porentonces, sin embargo, el reclutador no me explicó nada detodo esto con todas las palabras: la mayor parte no es másque la clase de información institucional específica que unoabsorbe con el tiempo durante su carrera adulta.

En todo caso, en aquellos momentos había en las oficinasotros dos aspirantes a nuevos empleados, de uno de loscuales solamente recuerdo que llevaba un anorak de cuerpoentero de algún color vivo y tenía una frente baja yabultada. El otro hombre, que era mayor, sin embargo,llevaba la suela de las zapatillas deportivas sujeta concinta adhesiva o cinta aislante, y estaba temblando de unamanera que no parecía tener nada que ver con la temperatura,y me dio la impresión de ser probablemente un indigente oalguien que vivía en la calle en lugar de un candidatogenuino a ser reclutado. Durante la presentaciónintroductoria más formal que nos hizo el reclutador, yo medediqué a intentar concentrarme en estudiar el panfletolleno de tablas de incentivos que tenía en la mano, y sé quees por eso que no conseguí oír ciertos detalles cruciales.Además, a ratos aquellos detalles quedaban ahogados por losplatillos y los timbales del crescendo del tema de la FuerzaAérea que sonaba al otro lado de la mampara. Los tresintegrantes del público de la presentación estábamos

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sentados en sillas metálicas plegables colocadas delante dela mesa del reclutador, que empezó de pie junto a la misma,al lado del caballete de su presentación; me acuerdo de queel hombre de la frente baja le había dado la vuelta a susilla y estaba sentado con la espalda inclinada haciadelante, las manos en el respaldo del asiento y la barbillaapoyada en los nudillos, mientras que el tercer miembro denuestro público se estaba comiendo una rosquilla después demeterse varias más en los bolsillos laterales de suchaquetón militar de color caqui. Me acuerdo de que elreclutador de la Agencia no paraba de referirse a unelaborado diagrama o tabla de colores que describía laestructura y la organización administrativas de la AgenciaTributaria. La descripción requería más de un diagrama, enrealidad, y el reclutador —que estornudó varias veces sincubrirse la nariz y ni siquiera apartar la cara, y ademássufrió más de aquellos diminutos tics o espasmos durantedistintos pasajes de aquella canción que decía «Off wego...» y que resultaba imposible no oír— se vio obligado adesplegar varias secciones de tablero sobre el caballete, ytodo el asunto era tan complicado, y constaba de tantasramas, subramas, divisiones y oficinas y suboficinas decoordinación, además de suboficinas paralelas o bilateralesy de divisiones de apoyo técnico, que parecía imposibleentender ni aunque la idea general fuera suficiente parainteresarse en el tema, aunque como es obvio yo me propusede forma deliberada parecer lo más atento y concentradoposible, aunque solamente fuera para mostrar que yo eraalguien a quien se podía formar para que pastoreara yprocesara cantidades grandes de información. En aquellosmomentos, yo era obviamente inconsciente de que el examendiagnóstico inicial de los potenciales nuevos empleados ya

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había empezado, y que la complejidad y el grado de detalleexcesivos de la presentación del reclutador formaban partede un mecanismo psicológico de «valoración de ladisposición» que la División de Personal de la AgenciaTributaria llevaba usando desde 1967. Tampoco entendí,cuando el otro candidato (me refiero al que no andabaobviamente en busca de cualquier sitio caliente para noestar en la calle) empezó a dormitar sobre el respaldo de susilla por culpa de lo abstruso de la presentación, que en lapráctica ya se había eliminado a sí mismo como candidatopara nada que no fueran los puestos de nivel más bajo de laAgencia Tributaria. Además, había más de veinte impresosdistintos para rellenar, muchos de los cuales estabanrepetidos: yo no veía claro por qué no se podía rellenarsimplemente una copia y luego hacer las fotocopias quehiciera falta, pero nuevamente decidí no meterme donde no mellamaban y limitarme a rellenar la misma información básicauna y otra vez.

En conjunto, pese a no comprender apenas más que un totalde 5.750 palabras, la presentación inicial y el papeleo quellevó a cabo el reclutador duraron casi tres horas, durantelas cuales también hubo varios intervalos en los que elreclutador perdió el hilo y se limitó a guardar un silenciopesado e incongruente, durante el cual puede que se durmieray puede que no; las gafas de sol hacían que fuera imposibleverificarlo. Más tarde me informaron de que aquellas pausasno explicadas también formaban parte del examen inicial parael reclutamiento y de la «valoración de la disposición», yque de hecho aquella destartalada oficina de reclutamientoestaba siendo sometida a una sofisticada vigilancia concintas de vídeo —uno de los impresos requeridos contenía una«Autorización para ser filmado» sepultada en la letra

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pequeña de una de las subcláusulas, en la que como es obviono me fijé en aquellos momentos—, y que nuestros índices demovimientos impacientes y bostezos, así como ciertos rasgosde postura, posición y expresión facial en ciertos contextosiban a ser revisados y comparados con varios patronespsicológicos y fórmulas predictivas que la Subdivisión deReclutamiento y Formación de la División de Personal de laRama de Control Interno de la Agencia había desarrolladohacía varios años, lo cual a su vez constituye una historiamuy larga y complicada donde entra en juego el énfasispuesto por la Agencia durante las décadas de 1960 y 1970 enmaximizar el «rendimiento», es decir, en obtener la mayoreficiencia posible en términos de volumen de declaracionesde la renta y de documentos que se podían procesar,examinar, auditar y ajustar durante un trimestre fiscaldeterminado. Aunque el concepto de eficacia de la Agenciaexperimentaría cambios en la década de 1980, a medida quelas nuevas prioridades del gobierno llegaron al TesoroPúblico y al Triple Seis y el énfasis de la institución pasóa ser maximizar los ingresos en lugar del volumen dedeclaraciones procesadas, el énfasis de aquel momento —osea, de enero de 1979— requería examinar a los nuevosempleados en busca de un conjunto de características quepermitieran al sujeto mantener la concentración encondiciones de tedio extremo, complicación, confusión yausencia de información amplia. La Agencia estaba, enpalabras de uno de los instructores de examinadores del CFAde Indianápolis, buscando «piezas, no luminarias».

Al final se empezó a hacer oscuro, se puso a nevar otravez y el reclutador anunció que el proceso había finalizado,a continuación nos dieron a cada uno —para entonces debíamosde ser cinco o seis en el público, puesto que se habían

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sumado dos o tres más ya empezada la presentación formalunaabultada pila de dossieres grapados y metidos dentro de unacarpeta azul y grande de la Agencia Tributaria. Lasinstrucciones finales del reclutador fueron que aquellos denosotros que creyeran que podían seguir estando interesadosnos teníamos que ir a casa, leernos aquellos dossieres conatención y volver al día siguiente —que si no recuerdo malera viernes— para la fase siguiente del proceso dereclutamiento.

Para ser sincero, yo había esperado que me entrevistarany me hicieran toda clase de preguntas sobre misantecedentes, mi experiencia y mi rumbo en términos decarrera y compromiso. Había esperado que intentaranverificar el hecho de que yo era un tipo serio y que nohabía ido allí simplemente a estafar a la Agencia Tributariapara que me pagara la matrícula de la universidad. No esninguna sorpresa que yo me hubiera esperado que la AgenciaTributaria —a la que mi padre, cuyo empleo en elAyuntamiento le había obligado como es comprensible a tenertratos con ella a diversos niveles, temía y respetaba— semostrara extremadamente sensible ante la posibilidad de quela estafaran o la timaran de alguna manera, y recuerdo quedurante el largo trayecto a pie desde la parada del autobúshasta allí me había dedicado a angustiarme por cómo iba aresponder a sus duros interrogatorios sobre el origen de miinterés y mis metas. Lo que me había preocupado era cómopodía decir la verdad sin que los reclutadores de la Agenciareaccionaran tal como lo había hecho el Decano Adjunto, osin que pensaran de mí lo mismo que yo había pensado de lachica cristiana de las botas multiflorales del ya mencionadorecuerdo del Lindenhurst. Por lo que recuerdo, sin embargo,aquel primer día de reclutamiento no me pidieron que dijera

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ni una palabra más allá del hola inicial y de un par depreguntas inocuas, además de mi nombre, claro. Casi toda miaportación, como ya he mencionado, fue en forma de impresos,muchos de los cuales tenían códigos de barras en la esquinainferior izquierda: de este detalle me acuerdo porque fueronlos primeros códigos de barras que recuerdo haber visto enmi vida.

En todo caso, los deberes que venían en la carpeta de laoficina de reclutamiento resultaron ser tan increíblementeáridos y complejos que básicamente te obligaban a leertecada línea varias veces para poder sacarle algún sentido alo que te estaba intentando decir. Yo apenas me lo podíacreer. Ya había tenido ocasión de probar el verdaderolenguaje de la contabilidad gracias a los libros de texto deContabilidad Directiva y de Auditorías 1, que se estabanimpartiendo —cuando el clima lo permitía— en la DePaul, perolos dossieres de la Agencia hacían que por comparaciónaquellos libros de texto parecieran un juego de niños. Elúltimo dossier de la carpeta era un documento en fotocopiasbajas de tinta que se titulaba «Declaración de reglas deprocedimiento», y que en realidad estaba sacado del Título26, §601 del Código de Regulaciones Federales. Una secciónde 111 palabras de una página que recuerdo que me encontréal azar cuando abrí el dossier y me puse a leer, solamentepara hacerme una idea de qué era lo que tenía que intentarleer y procesar, era el ¶1910 del §601.201a(1)(g), subpartexi:

Para las peticiones de dictamen relativas a laclasificación de una organización como sociedad limitadadonde una corporación sea el único socio general, ver Proc.Fisc. 72-13, 1972-1 CB 735. Véase también Proc. Fisc. 74-17,1974-1, CB 438, y Proc. Fisc. 75-16, 1975-1 CB 676. El

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Procedimiento Fiscal 74-17 anuncia ciertas reglas operativasde la Agencia relacionadas con la emisión de documentosnormativos avanzados acerca de la clasificación deorganizaciones formadas como sociedades limitadas. ElProcedimiento Fiscal 75-16 propone una lista de control queesboce una serie de información requerida que con frecuenciase omite de las peticiones de dictamen relacionadas con laclasificación de las organizaciones de cara a los impuestosfederales.

En esencia, todo el documento era así. Tampoco sabía yopor entonces que en el Centro de Formación y Asesoramientoíbamos a tener que memorizar prácticamente todo el manualentero de 82.617 palabras de las Reglas de procedimiento, notanto con fines informativos —puesto que todo examinador dela Agencia Tributaria tiene las Reglas de procedimiento incluidasen el Manual Interno de Hacienda en el cajón inferiorderecho de su mesa Calambre, sujeto con una cadenilla paraque nadie se lo pueda llevar ni cogerlo prestado— sino másbien a modo de herramienta de diagnóstico para ver quién eracapaz de sentarse allí hora tras hora y aplicarse a la tareay quién no lo era, lo cual obviamente influía en quién semostraba más competente cuando se lo sometía a diversosniveles de complejidad y aridez (lo cual, a su vez, es larazón de que el componente de Examen del curso de formacióndel CAF se conociera en el CAF como «el Campo deConcentración»). Lo que imaginé por entonces, sentado en micuarto de infancia de la casa de mi padre en Libertyville(la residencia de la DePaul todavía no había abierto, puestoque se habían roto algunas tuberías congeladas: la tormentay sus consecuencias seguían teniendo paralizada gran partede la ciudad), era que hacernos leer aquel material era unaespecie de prueba u obstáculo para ayudar a determinar quién

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estaba verdaderamente motivado e iba en serio y quiénsimplemente estaba holgazaneando a fin de sacarle algobierno un dinero fácil para pagar la matrícula. Yo noparaba de imaginarme al personaje indigente que se habíacomido todas las rosquillas de la presentación de aquellatarde tumbado dentro de una caja de cartón deelectrodomésticos en un callejón, leyendo una página deldossier y luego pegándole fuego para darse luz y poder leerla siguiente. En cierta manera, eso mismo era lo que yotambién estaba haciendo: tuve que dejar de hacer casi todoslos ejercicios para mi clase de contabilidad del díasiguiente a fin de pasarme casi toda la noche en velaleyendo los documentos de la Agencia. No me sentíirresponsable, aunque tampoco me sentí especialmenteromántico ni heroico. Sucedió simplemente que me vi obligadoa elegir lo que era más importante.

Me lo acabé leyendo más o menos todo. Ni siquiera voy adecir cuántas palabras eran en total. No acabé hasta lascinco de la mañana. Al final de todo —no en el mismo final,sino metidos entre dos páginas de la transcripción de uncaso de 1966 del Manual de Casuística Fiscal titulado LaCompañía Ganadera Uinta contra los Estados Unidos, cerca del final dela carpetahabía un par más de impresos a rellenar, lo cualreforzó mi suposición de que en realidad aquello era unaespecie de prueba para ver si estábamos lo bastanteinteresados y entregados como para echarle pelotas ytragarnos todo aquello. No puedo decir que me lo leyera todocon atención, claro. Uno de los pocos dossieres que no teponía directamente a dormir era un repaso a los Centros deFormación y Asesoramiento de la Agencia Tributaria y a losdiversos tipos de puestos de nivel básico a los que podíanacceder los nuevos empleados que salieran del curso del CFA

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con varios niveles de educación y paquetes de incentivos.Había dos Centros de Formación y Asesoramiento de la AgenciaTributaria, uno en Indianápolis y otro en Columbus, Ohio, yel dossier contenía fotos y regulaciones relativos a ambospero no decía nada específico sobre cuál era en realidad laformación que se impartía en ellos. Como suele pasar con lasfotografías fotocopiadas, lo que se veía eran básicamenteborrones negros con algunas manchas blancas confusas, no sedistinguía lo que estaba pasando en la imagen. A diferenciade lo que pasa hoy día, el protocolo de aquella época eraque si querías hacer carrera de verdad en la Agencia, concontrato y rango de funcionario por encima de GS-9, teníasque hacer un curso en el CFA, que duraba doce semanas.También había que apuntarse al Sindicato de Empleados delTesoro Público, aunque en el paquete no se incluíainformación alguna sobre aquel requisito. En caso contrarioeras, en esencia, un trabajador temporal o eventual, que esalgo que la Agencia usa mucho, sobre todo en los niveles másbajos de Procesamiento de Declaraciones y Examen. Recuerdoque la forma en que la Lista de Puestos representaba laestructura de la Agencia era mucho más simple y menosexhaustiva que el diagrama de la presentación delreclutador, aunque también tenía muchos más asteriscos ylíneas sencillas y dobles que conectaban diversas partes dela cuadrícula de la página, y que las inscripciones deaquellas indicaciones estaban medio cortadas porque alguienlas había fotocopiado torcidas. En aquella época, los seisnodos o ramas principales de la Agencia eran Administración,Procesamiento de Declaraciones, Control, Recaudaciones,Control Interno, Servicios Logísticos y algo que se llamabaRama Técnica, que era la única rama que tenía la palabra«rama» en su nombre en el diagrama, un detalle que en su

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momento me despertó la curiosidad. Cada rama se ramificaba asu vez, generando varias divisiones subordinadas: un totalde treinta y seis divisiones, aunque en la Agencia actualhay cuarenta y ocho divisiones separadas, algunas confunciones intercoordinadas y solapadas que requieren serracionalizadas y supervisadas por la División de EnlaceDivisional, que es a su vez —esto es un poco confuso— unadivisión tanto de la Rama de Administración como de la deControl Interno. Cada división comprendía a su vez numerosassubdivisiones, algunas de las cuales estaban en letra muypequeña y costaban de leer. La División de Examen de la Ramade Control, por ejemplo, comprendía puestos —aunquesolamente aquellos puestos en cursiva (lo cual eraprácticamente imposible de distinguir en la fotocopia)requerían contrato federal o un curso del CFA— de oficina,transporte, entrada de datos, procesamiento de datos,clasificación, correspondencia, comunicación entre oficinasde distrito, servicios de duplicado, adquisición,comunicación de auditorías de investigación, secretariado,personal de comunicación entre centros de servicio, decomunicación con centros informáticos y un largo etcétera,además de puestos de «examinador de a pie» agrupados (enaquella época, aunque ahora aquí en el CRE del Medio Oestelas caracterizaciones grupales han cambiado un poco) segúnla clase de declaraciones en que uno se especializaba,codificadas en el diagrama como la 1040, la 1040A, la 1041,la EST y la «Rolliza», que se refiere a un tipo complejo de1040 que tiene más de cuatro tablas o documentos adjuntos.Además, las declaraciones de la renta de empresas 1120 y1120S las examinaba un tipo especial de examinador que en laDivisión de Examen se denominaba «inmersivo», y sobre elcual la página del reclutador no incluía información, ya que

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los exámenes inmersivos los llevaba a cabo una éliteespecial de examinadores con formación extraordinaria quecontaban con su propia sección especial de las instalacionesdel CRE.

En todo caso, por lo que recuerdo, la idea obvia era quecualquiera que se tomara aquella oferta de trabajo en serioharía lo que buenamente pudiera para intentar leer todo elcontenido de la carpeta, vería y rellenaría los impresosrelevantes de la parte del final y luego haría el esfuerzode presentarse de vuelta al día siguiente a las nueve enpunto de la mañana en el centro de la ciudad, si el clima lopermitía, en las oficinas de reclutamiento de West Taylor,para algo que la última página denominaba «papeleoavanzado». Volvió a nevar toda la noche, aunque ya no tanto,y a las cuatro de la madrugada ya se empezó a oír elestruendo terrible que hacían las quitanieves delAyuntamiento de Libertyville al raspar el cemento de delantede la ventana de mi dormitorio de infancia; además, loscantos de los pájaros al alba fueron increíbles, e hicieronque las luces de algunas de las demás casas de nuestra callese encendieran movidas por la irritación; los trenes de laCTA, por su parte, seguían funcionando únicamente aintervalos irregulares. Pese a todo, incluso teniendo encuenta el aluvión de gente que iba al centro desde lasafueras a aquella hora de la mañana y los rigores deltrayecto desde Grant Park, llegué una vez más al localcomercial de las oficinas de reclutamiento ni un minuto mástarde de las 9.20 de la mañana (aunque nuevamente cubiertode nieve), para no encontrar allí a nadie de los que habíanestado el día anterior, a excepción del mismo reclutador dela Agencia, con aspecto todavía más agotado y desarrapado, ycuando entré y le dije que estaba listo para el papeleo

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avanzado y le entregué los impresos de los deberes que habíahincado los codos para hacer, el reclutador me miró a mí, acontinuación miró los impresos y por fin nuevamente a mí,dedicándome exactamente la misma sonrisa que alguien que, enla mañana de Navidad, acaba de desenvolver un regalo caroque ya tenía.

 

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23Sueño: Yo veía hileras de caras en escorzo sobre las que

se proyectaban tenues emociones como si fueran la luz de unfuego lejano. La plácida desesperación de la vida adulta. Elcomplejo pesar. Un par de ellos, los más vivos, tenían mejorcara, aunque carente de propósito. Otros muchos tenían tanpoca expresión como los rostros de las monedas. En losmárgenes había oficinistas enfrascados en esas pequeñastareas interminables del tipo mandar cosas por correo,archivar y clasificar, con las caras inexpresivamenteávidas, llenas de esa energía inconsciente que uno ve en losbichos, las malas hierbas y los pájaros. Dio la impresión deque el sueño duraba horas, pero cuando me desperté, losbrazos de Superman (el despertador era un regalo) seguían enla misma posición que la última vez que los había mirado.

Aquel sueño era la forma que tenía mi psique de hablarmedel aburrimiento. Creo que de niño me aburría un montón,pero «aburrimiento» no es como yo lo llamaba; yo de lo queera consciente era de que me preocupaba mucho. Era un niñoinquieto, nervioso, ansioso y preocupado. Eran las palabrasde mis padres, y yo las hice mías. Los domingos por la tardelluviosos y distendidos, mientras mi madre y mi hermanoestaban en un recital y mi padre estaba dormido en el sofádelante de un partido de los Bengals, con el libreto deNorma abierto sobre el pecho, yo experimentaba esa modalidadde tedio que planea y que no tiene techo, que trasciende eltedio y se convierte en preocupación. No me acuerdo de quécosas me preocupaban, pero sí recuerdo la sensación, y erauna ansiedad cuya ausencia de objeto en sí era precisamentelo que la convertía en algo horrible y descontrolado. Me

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asomaba a la ventana y veía el cristal en vez de lo quehabía al otro lado. Pensaba en todos los pequeños juegos yjuguetes y proyectos educativos que mi madre siempre meestaba sugiriendo y desde el seno de mi aburrimiento nosolamente los encontraba poco atractivos sino que eraincapaz de entender cómo existían personas que tuvieran laenergía inconsciente necesaria para emprender cualquierclase de pasatiempos infantiles, o bien para quedarsesentado sin moverse y en silencio durante el tiemposuficiente como para leer un libro ilustrado: el mundoentero era un lugar torpe, debilitado y cargado depreocupaciones. Las palabras y las sensaciones de mis padresse iban convirtiendo en las mías a medida que yo adoptabalas responsabilidades de mi rol en el drama familiar, elhijo delicado de los nervios, objeto de la preocupación demi madre, mientras que mi hermano era el hijo dinámico y contalento cuyo piano llenaba con su música la casa después dela escuela y mantenía el crepúsculo en el lugar que lecorrespondía, al otro lado de las ventanas. En lapsicoterapia que hice después del incidente con mi hijo, fuihaciendo asociaciones libres hasta llegar al recuerdo de unapresentación sobre Aquiles y Héctor en la clase de GrandesLibros, durante el penúltimo curso de secundaria, y recuerdohaberme dado cuenta con claridad de que mi familia eraAquiles, mi hermano era el escudo de Aquiles y yo era sutalón, la parte de la familia a la que mi madre se habíaaferrado hasta quitarle la divinidad, y aquel descubrimientome llegó en medio de mi discurso y se marchó tan deprisa queyo ni siquiera tuve tiempo de quedarme con él, aunquedurante gran parte de mi adolescencia y de mis primeros añosde adulto me vi a mí mismo como un talón o un pie; a menudomis reproches interiores asumían la forma de llamarme a mí

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mismo «talón», por ejemplo, y es cierto que a menudo lospies de la gente, sus zapatos, calcetines y tobillos eran loprimero que yo veía de ellos. Mi padre, asimismo, era elguerrero vencido pero irreductible, machacado a diario poruna campaña cuya misma falta de sentido formaba parte de supoder corrosivo. El rol de mi madre en el corpus de Aquilestodavía no está claro. Tampoco estoy seguro de si mi hermanoera consciente durante su infancia del hecho de que suensayo de la tarde siempre coincidía con el regreso a casade mi padre; en cierto sentido, creo que toda la carrerapianística de mi hermano estaba diseñada en torno a esterequisito de que hubiera luz y música en el momento en quemi padre volvía a entrar a las 5.42, que en cierta manera suvida dependía de ello; todas las tardes llevaba a cabo unatransición opuesta a la del sol: de la muerte a la vida.

No es de extrañar que yo tuviera problemas en la escuelaprimaria, con sus hileras de caras vacías y sus luces sinsombras y sus alambradas en las ventanas y con aquelladisciplina educativa que seguía vigente en el Medio Oeste:la memorización y la regurgitación, la gramáticaprescriptiva y los diagramas de oraciones, y sin másdecoración que el abecedario pegado con letras de cartulinasobre un estucado de corcho que discurría por encima de lapizarra. Cada aula contenía treinta pupitres dispuestos encinco hileras de seis; todas tenían baldosines blancos en elsuelo decorados con unas formas insustanciales de nubesmarrones y grises que estaban todas entrecortadas porque lapersona que había puesto los baldosines no se habíamolestado en hacer coincidir los dibujos. Todas las aulastenían un reloj en la pared, fabricado por Benrus, sinsegunda manecilla y con un minutero cuyos movimientos eranpasitos discretos en lugar de un discurrir silencioso y

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continuo; el sistema de relojes estaba conectado con eltimbre de la escuela, que sonaba a falta de cinco minutospara cada hora en punto, otra vez a la hora en punto y porfin de una manera más funesta a la hora y dos minutos,señalando a los que llegaban tarde e interrumpiendo loscomentarios iniciales de los instructores. La escuela olía apegamento, a botas de goma, a comida rancia de cafetería y aun olor cálido y biótico a abundancia de cuerpos y aladhesivo del suelo de baldosines mientras trescientosmamíferos calentaban las aulas a lo largo del día. Elprofesorado se componía en su mayoría de mujeres asexuadas,mayores (es decir, mayores que mi madre) y severas pero nocarentes de amabilidad, con una pequeña proporción dehombres más jóvenes —uno de ellos, que daba matemáticas encuarto, se llamaba directamente señor Goodnature—, movidos adar clases a niños por un vago idealismo político que porentonces se empezaba a formar (sin que yo lo supiera) en loscampus universitarios que quedaban bien lejos de mi mundo.Aquellos jóvenes eran los peores, y algunos de ellos eranauténticos tiranos, deprimidos y amargados porque elidealismo que los había traído a trabajar con nosotros notenía nada que ver con la burocracia petrificada del sistemaescolar de Columbus ni con la pasividad apática de los niñosa los que ellos habían soñado inspirar (leer, adoctrinar)con un izquierdismo blando («paz» era una gran palabra paraaquellos hombres) que se replicaba y halagaba a suspartidarios, unos niños que en cambio se encontrabanestancamente encerrados en sí mismos y en un tedioinstitucional del que no eran conscientes pero que ya leshabía robado los corazones.

 

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24Aquí el autor[35]. Llegué para hacer el papeleo de

ingreso al Centro 047 de la Agencia Tributaria situado enLake James, Illinois[36], a mediados de mayo de 1985. Lo másseguro es que fuera miércoles 15 de mayo, día más o díamenos[37]. En todo caso, la cuestión es que viajé a Peoriaen el día que fuera de mayo desde la casa de mi familia enPhilo, mi breve retorno a la cual había sido digamos quepoco triunfal, y donde ciertos miembros de mi familia sehabían pasado más o menos todo el tiempo mirándoseimpacientemente el reloj durante todo el tiempo que estuveviviendo en casa. Sin mencionar ni identificar a nadie enparticular, digamos únicamente que la actitud que prevalecíaen mi familia solía ser: «¿Qué has hecho últimamente pormí?», o, mejor dicho, «¿Qué has conseguido / ganado /alcanzado últimamente que pueda de alguna manera (imaginariao no) dar una buena imagen de nosotros y permitirnosregodearnos en alguna clase de imagen (real o no) delogro?». Era un poco como una empresa con ánimo de lucro, mifamilia, donde tu valor dependía básicamente de lafacturación de tu último trimestre fiscal. Aunque, en fin,qué más da. Estoy casi seguro de que nadie de mi familia seofreció para llevarme en coche a Peoria, aunque es posibleque alguien me acercara a la estación de autobuses, que enPhilo comprendía una esquina del aparcamiento del IGA local,que no quedaba tan lejos pero al que habría sido atroz irandando con mi traje de pana de tres piezas en medio de esahumedad pegajosa que hay justo antes del amanecer (que en elbajo Medio Oeste es también uno de los dos momentos álgidosdel día en lo tocante a la actividad de los mosquitos, elotro es el atardecer, y los mosquitos de por allí no son una

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simple molestia sino un asunto de lo más serio) cargado condos maletas pesadas (todavía faltaban un par de años paraaquel adelanto repentino que tuvo lugar cuando alguien de laindustria maletera se dio cuenta de que a las maletas se lespodían poner ruedecitas y asas retráctiles para tirar deellas, que es exactamente la clase de adelanto abrupto eingenioso que hace que el capitalismo empresarial sea unsistema tan emocionante: el hecho de que la gente estéincentivada para aumentar la eficacia de las cosas). Además,yo también llevaba mi amado portafolios, que había heredadode un pariente mayor y no directo que había sido oficial delEstado Mayor en Hawái durante la última parte de la SegundaGuerra Mundial, y que se parecía un poco a un maletín (elportafolios) con la salvedad de que no tenía asa, de maneraque había que llevarlo debajo del brazo, y que contenía todaclase de efectos personales íntimos o irreemplazables:artículos de higiene, estuche personalizado de tapones paralos oídos, bálsamos y ungüentos dermatológicos y documentosimportantes que cualquier persona con dos dedos de frentelleva encima en lugar de confiarlos a los caprichos deltransporte de equipajes. Entre esos documentos estaba micorrespondencia reciente tanto con la gente de los préstamospara el estudio como con la Oficina del Comisionado AdjuntoRegional de Personal de la Oficina Regional del Medio Oestede la Agencia Tributaria, así como mi copia del contratofirmado con la Agencia Tributaria y el impreso 141-PO quecontenía mis llamadas «Órdenes de Destinación» al CRE delMedio Oeste, que en ambos casos (es decir, en los casos deestos dos últimos documentos) al parecer me iban a hacerfalta para adquirir mi credencial identificativa de laAgencia, que era algo que me habían indicado que tenía quehacer nada más llegar a la «Oficina de Ingresos de Empleados

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con Rango GS-9» a una hora en concreto que figuraba escritaa mano encima de una línea de texto estampado borroso ydifícil de leer que había cerca del pie de la página de lasÓrdenes de Destinación[38].

(Un breve aparte aquí: Pese a su autocompasión y sutendencia a angustiarse, en realidad el «Irrelevante» ChrisFogle del §22 tenía más razón que un santo sobre una cosa.Viendo cómo funciona la mente humana, suelen ser losdetalles pequeños y sensorialmente concretos los que serecuerdan al cabo del tiempo. Y a diferencia de algunos quese las dan de autores de memorias, yo me niego a fingir quela mente funciona de ninguna manera distinta a como funcionaen realidad. Al mismo tiempo, les garantizo que yo no soyChris Fogle y que no tengo intención alguna de someterlos austedes a una regurgitación de todas y cada una de lassensaciones y pensamientos pasajeros que tengo a bienrecordar. Mi propósito es hacer arte, no una merareproducción. Lo que mis colegas logorreicos como Fogle noconsiguen entender es que existen modalidades de la verdadenormemente distintas y que algunas son incompatibles entreellas. Ejemplo: Una lista exhaustiva y cien por cien precisadel tamaño y la forma exactos de cada hoja de hierba de mijardín es «verdadera», pero no es una verdad que le vaya ainteresar a nadie. Lo que hace que una verdad seasignificante, valiosa, etcétera, es su relevancia, que a suvez requiere un ejercicio extraordinario de discernimiento yde sensibilidad al contexto, a las cuestiones del valor ydel sentido general; de otra manera seríamos simplesordenadores que se transmiten datos en bruto los unos a losotros.)

También había, en uno de los incontables pequeñoscompartimentos internos y bolsillos con cierre del

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portafolios, cierto documento suplementario en forma demisiva personal intrafamiliar procedente de cierto parientesin nombre y no directo que disfrutaba de lo que hoyllamaríamos «enchufe» con la Oficina del Comisionado AdjuntoRegional del Medio Oeste situada en Joliet[39], al norte delestado, un documento que técnicamente yo ni siquiera deberíaposeer (y que estaba un poco arrugado después de serextraído de la papelera de un pariente sin nombre y másdirecto), pero que me parecía prudente llevar encima en casode que surgiera alguna clase de emergencia burocrática onecesidad de último recurso[40]. En general, mi actitudhacia las burocracias era la misma que tiene la mayoría delos americanos normales y corrientes: las odiaba y las temía(a las burocracias, digo) y básicamente las considerabamáquinas enormes, impersonales y chirriantes; es decir, meparecían inflexiblemente literales, regidas por normas de lamisma manera en que lo están las máquinas e igual deidiotas[41]. Ya por lo menos desde un lío que yo habíatenido en 1979 con el Departamento de Tráfico del estado ycon nuestra compañía de seguros por culpa de los términos yla cobertura de mi carnet de conducir provisional después deun accidente tan risiblemente poco importante que apenas sepodía llamar colisión, lo que me venía primariamente a lacabeza al oír la palabra «burocracia» era la imagen dealguien plantado sin expresión detrás de un mostrador, queno escuchaba ninguna de mis preguntas ni tampoco misexplicaciones sobre circunstancias y malentendidos, sino quese limitaba a referirse a algún manual de reglasimpersonales mientras sellaba mi impreso con un número queauguraba que me esperaban más complicaciones y gastostediosos y frustrantes. Dudo que necesiten ustedes muchaayuda para entender por qué mi reciente experiencia con el

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Consejo Judicial de la universidad y con la oficina delDecano de Alumnado (véase lo antes escrito en el §9) nohabía contribuido precisamente a mitigar este punto devista. Por vergonzoso que esto fuera, supuse que cualquierprueba de enchufes o contactos extra me podría servir parasacarme de alguna cola larga y gris de suplicantes sinrostro, en caso de que se presentaran problemas oconfusión[42] en el Centro Regional de Examen, que yo mehabía imaginado antes de tiempo como una especie de versiónur-burocrática del castillo de Kaf ka, un enormeDepartamento de Tráfico o Consejo Judicial.

A modo de premonición y de explicación por adelantado,también admitiré abiertamente aquí que hay partes de esallegada y de ese día de ingreso que no recuerdo muy bien,debido al menos en parte al tsunami de estímulossensoriales, datos técnicos y complicaciones burocráticasque me esperaban cuando llegué y fui llevado personalmentede la mano y escoltado —con un grado de amabilidad que, pormuy inesperado y confuso que resultara, le habría resultadogratificante a cualquiera— hasta la oficina de Personal delCRE, pasando de largo ante la Oficina de Ingreso deEmpleados de Rango GS-9 (cuya ubicación era un misterio) queyo tenía instrucciones de encontrar y donde supuestamentetenía que ponerme en la cola según las Órdenes deDestinación borrosas y llenas de errores tipográficos quellevaba dentro de mi portafolios. Como les pasa casi siemprea las mentes humanas que se ven inundadas de un exceso deestímulos, los únicos recuerdos que conservo de aquel díason destellos y fragmentos incompletos, y a continuación medispongo a contar algunas partes relevantes especialmenteelegidas de aquella jornada, no solamente a fin de presentarla atmósfera del CRE y de la Agencia, sino también para

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contribuir a explicar lo que inicialmente podría parecerpasividad por mi parte (era más bien simple confusión)[43]frente a lo que ahora, con la claridad de la perspectiva,puede parecer un caso obvio de asignación errónea oconfusión de identidades. Por aquel entonces no me resultóobvio, sin embargo; y esperar que alguien lo viera deinmediato, entendiera que se trataba de un error y tomaramedidas instantáneas para corregirlo es un poco como esperarque alguien se fije en una incongruencia en su entorno y laarregle en el mismo momento en que se le encienden de golpecien bombillas frente a los ojos. En otras palabras, elsistema nervioso humano solamente puede absorber unacantidad limitada de estímulos complejos.

Recuerdo, eso sí, estar allí plantado al borde delaparcamiento del supermercado IGA con mi traje, mis maletasy mi portafolios cuando el amanecer llegó de forma oficial.Para aquellos que no hayan experimentado nunca un amaneceren el Medio Oeste rural, viene a ser tan suave y románticocomo si alguien encendiera de golpe la luz de una habitacióna oscuras. Esto es porque el paisaje es tan llano que no haynada que impida ni vuelva gradual la aparición del sol. Depronto lo tienes ahí. La temperatura sube diez grados alinstante. Los mosquitos se esfuman rumbo a donde sea que losmosquitos van a reagruparse. Justo al oeste, la silueta deltejado de la iglesia de Saint Dymphna salpicaba la mitad delcentro del pueblo de sombras complejas. Yo me estababebiendo una lata de Nesbitt’s, que viene a ser mi versióndel café de la mañana. El aparcamiento del IGA linda con lacalle principal del centro, que es la prolongación dentrodel pueblo de la SR 130 y tiene un nombre lleno de ingenio.Directamente enfrente del IGA, en esa misma calle principalllamada Main Street, estaban los surtidores con el letrero

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esférico y el logo con el dinosaurio de la gasolineraSinclair de Clete, delante de la cual lo más florido delinstituto de secundaria de Philo solía juntarse los viernespor la noche para beber Pabst Blue Ribbon y registrar lamaleza del solar de al lado en busca de ranas y ratones paralanzarlos contra la trampa mosquitera de Clete, que estehabía modificado para que tuviera 225 voltios de potencia.

Aquella fue, que yo sepa, la única vez que he ido en unalínea de autobuses comerciales, y no fue una experiencia queesté ansioso por repetir. El autobús estaba sucio y algunosde los pasajeros tenían aspecto de llevar varios díasseguidos a bordo, con todo lo que eso implica en términos dehigiene e inhibición. Recuerdo que los respaldos de losasientos parecían antinaturalmente altos, y que había unaespecie de barra de aleación de aluminio para apoyar lospies, y un botón en el apoyabrazos del asiento para que elrespaldo se reclinara hacia atrás, aunque en el caso de miasiento el botón no funcionaba bien. El pequeño cenicero detapa abatible era una verdadera pesadilla tan llena dechicles masticados y colillas que la tapa no se cerraba deltodo. Recuerdo haber visto dos o más monjas con todo suhábito en una de las secciones de delante, y haber pensadoque hacer viajar a las monjas en un autobús de línea inmundodebía de encajar bastante bien con el voto de pobreza de suorden; aun así, resultaba incongruente e incorrecto. Una delas monjas estaba haciendo un crucigrama. El viaje duró untotal de cuatro horas, ya que el autobús se fue parando enuna serie interminable de pequeños pueblos amargados como elmío. El sol empezó pronto a asar la parte de atrás delautobús y el costado de babor. El aire acondicionado era másbien una vaga aproximación a la idea abstracta de un aireacondicionado. Había una pintada espantosa grabada con

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navaja o sacabocado en el plástico del respaldo del asientode delante del mío, que yo miré un par de veces y luego mepropuse no volver a mirar directamente. El autobús tenía unlavabo al fondo del todo, que nadie intentó usar en ningúnmomento, y recuerdo haber tomado la decisión consciente deconfiar en que los pasajeros tenían alguna buena razón parano usarlo, en lugar de aventurarme a entrar en él ydescubrir la razón por mí mismo. El empirismo tiene suslímites. También hay, en mi recuerdo, el vislumbredescontextualizado de unos pies femeninos enfundados enchanclas de poliuretano transparente, con un tatuaje de algoque era o bien hiedra o bien alambre de púas alrededor de untobillo. Y la imagen de un niño[44] de cara redonda ypantalones cortos que iba sentado en el asiento del otrolado del pasillo, con unas manchas rojas de impétigo en lasrodillas y la que debía de ser su tutora legal dormida en elasiento contiguo (el asiento de ella sí que se reclinabahacia atrás), y el niño se puso a mirar cómo me comía lacajita de pasas que había tenido que meter yo mismo en miequipaje en la cocina a oscuras, y se dedicaba a mover lacabeza para seguir la trayectoria de cada pasa que mellevaba a la boca, y yo intenté decidir de forma periféricasi le ofrecía al niño la posibilidad de compartir con élalgunas pasas o no (al final no lo hice: yo iba leyendo y noquería conversar, sin mencionar que Dios sabía cuál sería lasituación o la historia de aquel niño; además, ya se sabeque el impétigo es contagioso).

Voy a ahorrarnos a todos una gran cantidad dereminiscencias sensoriales sobre la estación central deautobuses de Peoria —que era atroz de esa forma especial enque lo son las estaciones de autobuses de todos los centrosurbanos deprimidos—, o sobre las dos horas que me pasé

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esperando allí, salvo para mencionar el hecho de que el aireno estaba acondicionado y ni siquiera circulaba, y que laestación estaba extremadamente abarrotada, y que habíabastantes hombres solos o bien en grupos de dos y de tres.Casi todos con abrigos de vestir y sombrero, o biensosteniendo en la mano sus sombreros y abanicándoselentamente con ellos en sus asientos (no pareció que aninguno de ellos se le ocurriera quitarse el abrigo o nisiquiera aflojarse la corbata); y recuerdo haberme fijado yapor entonces en que era raro ver a hombres en la flor de lavida adulta llevando ese tipo de sombrero que normalmentesolo se veía en hombres mucho mayores y procedentes decierto trasfondo y clase social. Algunos de los sombreroseran excéntricos o poco habituales.

Sé que vi, durante mi inspección de la zona de cabinastelefónicas y máquinas de venta automática que había cercade la entrada a los servicios, lo que tal vez fuera unaprostituta de verdad.

Me acuerdo bien del ajetreo posterior de aquellos mismoshombres con sombrero en medio de la humedad y los humos dediésel de delante de la terminal; y me acuerdo bien de cómolos dos sedanes de transporte de la Agencia Tributaria decolor marrón alubia llegaban por fin y se detenían junto ala acera de la estación de autobuses, y de que resultó quehabía demasiados empleados de la Agencia Tributaria reciénllegados o transferidos[45],todos con equipaje abundante,como para hacerlos caber a todos en los sedanes, y de que elorden de partida no lo determinaron los horariosobligatorios de ingreso que había en los impresos 141-POrespectivos de cada cual (que es lo que parecía que habríasido justo y racional) sino el rango GS que figuraba en eldocumento de identidad de la Agencia de cada cual, que yo no

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tenía; y mi argumento de que era precisamente para adquirir undocumento de identidad de la Agencia para lo que yo teníaórdenes concretas de estar en la Oficina de Ingreso deEmpleados GS-9 a las 13.40 no causó ninguna impresión enabsoluto, tal vez porque al mismo tiempo había otrosempleados más avasalladores gritándole al conductor mientrasle enseñaban los documentos identificativos de la AgenciaTributaria que ellos sí tenían; y poco después, bastantes denosotros nos quedamos allí plantados mirando cómo lossedanes demasiado llenos se alejaban de la acera paraadentrarse en el tráfico del centro de la ciudad, y muchosde los otros nuevos empleados se limitaron a encogerse dehombros y regresar pasivamente al interior de la terminal, ya mí me dio la sensación íntima de que todo aquello nosolamente estaba siendo injusto y desorganizado, sino queciertamente era una lúgubre premonición de la vidaburocrática que me esperaba.

A continuación, y a modo de breve interpolación, incluyocierta cantidad de información preliminar de tipo generalque he optado por no meter a hurtadillas ni con sutilezavaliéndome de las típicas estratagemas narrativas[46] a lasque tantas memorias del montón recurren; a saber:

El Centro Regional de Examen del Medio Oeste de laAgencia Tributaria es una estructura física con formaaproximada de L situada en el margen de la Self-StorageParkway, en el distrito de Lake James de Peoria, Illinois.Lo que hace que la forma de L de las instalaciones seasolamente aproximada es el hecho de que los dos edificiosperpendiculares del CRE están muy cerca el uno del otro perono forman un continuo; sí que están, sin embargo, conectadosal nivel del segundo y el tercer piso por sendas galeríaselevadas y cerradas con carbonato de fibra de vidrio de

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color verde aceituna para protegerlos de las inclemenciasdel clima, ya que a menudo se transportan por ellasdocumentos y tarjetas perforadas de datos importantes. Aaquellos túneles elevados nunca llegaban de formasatisfactoria ni la calefacción ni el aire acondicionado, yen los meses de verano el personal del centro se refería aellos como los Batanes, al parecer en referencia a la Marchade la Muerte de Batán que tuvo lugar en el frente delPacífico durante la Segunda Guerra Mundial.

El más grande de los dos edificios del centro, construidooriginalmente en 1962, comprende básicamente las oficinasadministrativas del Centro 047, el procesamiento de datos,el almacenamiento de documentos y las instalaciones de losServicios Logísticos. El otro, que es donde se examinan lagran mayoría de las declaraciones de la renta de ciudadanosamericanos, no es propiedad de la Agencia Tributaria sinoque está subarrendado por medio de una empresa matrizpropietaria constituida por los miembros accionistas delconsejo de administración de algo llamado Mid West MirrorWorks (sic), una empresa fabricante de cristal y amalgamasque desapareció a raíz de las salvaguardas del Capítulo 7del Código Comercial Unificado a mediados de los setenta.

Fundada en 1845 y tal vez más conocida como el lugar denacimiento del alambre de púas en 1873, Peoria desempeña unpapel vital en la estructura regional del Medio Oeste de laAgencia Tributaria. Situada en el punto medio entre elCentro de Servicios Regional de East Saint Louis, Illinois,y la Oficina del Comisionado Regional de Joliet, Illinois, ysirviendo a los nueve estados y catorce distritos fiscalesde la región, los más de tres mil empleados del CRE delMedio Oeste examinan cada año las cuentas y la veracidad deunos 4,5 millones de declaraciones de renta[47]. Aunque la

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estructura nacional de la Agencia comprende un total desiete regiones, en la actualidad (después del espectacularcolapso administrativo del CRE de Rome, Nueva York, de 1982)[48], solamente hay seis Centros Regionales de Examenoperativos, que son los de Filadelfia, Pensilvania; Peoria,Illinois; Rotting Flesh, Louisiana; Saint George, Utah; LaJunta, California; y Federal Way, Washington, adonde lasdeclaraciones de renta son mandadas desde los Centros deServicio de la región que corresponda o bien desde el centroinformático central que tiene la Agencia Tributaria enMartinsburg, Virginia Occidental.

Entre las empresas e industrias notables que tenían susede en la zona metropolitana de Peoria alrededor de 1985 seencontraban Rayburn-Thrapp Agronomics; American Twine, elsegundo fabricante más importante del país de cordel, cabley cuerda de bajo diámetro; Consolidated Self Storage, una delas primeras corporaciones de la América del interior queusó el modelo de financiación por franquicias; el GrupoAsegurador Farm & Home; los restos, ahora en manosjaponesas, de Nortex Heavy Equipment; y la sede nacional deFornix Industries, un fabricante privado de máquinasperforadoras y lectoras de tarjetas de datos, que poraquella época tenía al Tesoro Público entre los clientes másimportantes que le quedaban. La Agencia Tributaria, sinembargo, llevaba ocupando el primer puesto del ranking deempresas de Peoria desde que American Twine perdiera losderechos exclusivos sobre la patente del alambre de púas deTipo 3 en 1971.

Fin de la interpolación; regreso al tiempo mnemónicoreal.

Después de quién sabe cuántos intentos de encontrar enaquella fétida terminal de autobuses una cabina telefónica

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que funcionara y de convencer a alguno de los empleados del«número de asistencia al empleado» del impreso 141-PO (queresultó ser incorrecto o no estar en funcionamiento), alfinal fue en el cuarto o quinto vehículo de la Agencia quese presentó en la terminal donde pude encontrar sitio paraser transportado hasta el CRE, ya con un retraso espantosorespecto a la hora de mi cita, un retraso que me imaginabaque me sería señalado por alguna persona carente deexpresión cuyo dedo también controlaría el timbre/sirenamoral del sistema de Ingreso.

El siguiente detalle notable de aquel día es que eltráfico que circulaba por aquella carretera decircunvalación de la ciudad, la Self-Storage Parkway, eracompletamente espantoso. El tramo de la SSP que circunvalabael lado este de Peoria estaba flanqueado de franquicias derestaurantes y establecimientos como el Kmart, y también deconcesionarios de venta de coches cubiertos de globos defiesta de colores vivos y letreros de neón parpadeantes.Había una carretera de acceso de cuatro carrilesindependiente que llevaba a algo llamado Carousel Mall, unnombre que ya daba escalofríos solamente de pensar enél[49]. Detrás de todos aquellos comercios (es decir, detrássegún uno los veía desde el este, circulando hacia el surpor el perímetro de la ciudad, con el lento y cenagoso ríoIllinois visible a ratos por el lado izquierdo del Gremlin)estaba el skyline de aspecto ruinoso del centro de Peoria, unagráfica de barras hecha de ladrillos sucios de hollín yventanas rotas e impregnada de una sensación de fuertepolución pese a que de ninguna de las chimeneas salía ningúnhumo. (Todavía faltaban varios años para que se intentararevitalizar el viejo centro urbano.)

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El vehículo de la Agencia en cuestión era un AMC Gremlinde dos puertas y color amarillo o naranja provisto de unaantena telescópica de alta potencia y de una calcomanía conel sello de la Agencia en la portezuela del lado delconductor. Dentro había letreros que prohibían fumar y/ocomer. El interior de plástico duro del vehículo estabalimpio, pero también hacía mucho calor y el aire estabaviciado. Noté que empezaba a perspirar, lo cual obviamenteno es una sensación agradable cuando llevas puesto un trajede tres piezas. Nadie me dijo nada ni dio señales de vermesiquiera, aunque en aquella época yo padecía, tal como puedeque ya haya mencionado, una grave enfermedad dermatológica,y estaba más o menos acostumbrado a que la gente dejara demirarme o de darse por enterada de mi presencia tras dejarescapar un grito ahogado inicial y una expresión de asco ode compasión (dependiendo del caso), lo cual quiere decirque ya no me afectaba personalmente que la gente me mirara.Nadie se ofreció de forma general para subir el aireacondicionado, ni siquiera nos hicieron la preguntaconvencionalmente cortés de si nos estaba llegando una partedel hilillo de aire al abarrotado asiento de atrás, dondeentre un empleado mayor de rango GS-11, que llevaba elsombrero de fieltro prácticamente aplastado sobre los ojospor la presión del techo contra su coronilla, y yo habíasentado un tipo más joven de mandíbula alargada y vestidocon americana de poliéster gris y corbata, de mi edad más omenos, con los pies apoyados en el bulto del centro delasiento y las rodillas casi llegándole al pecho, que yaestaba sudando de forma prodigiosa, y que no paraba desecarse subrepticiamente regueros de sudor de la frente yluego limpiarse los dedos en la camisa con un movimiento quedaba la extraña impresión de que estaba fingiendo que se

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rascaba por debajo de la americana en lugar de secarse losdedos. El joven no paraba de hacer esto en el margen de micampo de visión. Todo el asunto resultaba muy extraño. Susonrisa era un rictus ansioso y completamente falso, superfil era una masa de goterones con afluentes, algunos delos cuales ya le estaban llegando a la americana ymoteándole la solapa. Emitía un aura palpable de tensión ode miedo, o tal vez de claustrofobia: yo tenía la sensacióninexplicable de que le iba a infligir un daño terrible sihablaba con él o le preguntaba si se encontraba bien. En laparte de delante iba sentado otro empleado mayor de laAgencia Tributaria, junto al conductor, ambos sin sombrero(el conductor llevaba un corte de pelo coupe de zéro de aspectomonástico) y ambos mirando al frente, sin que ninguno deellos hablara ni se moviera, ni siquiera cuando el vehículose quedó completamente detenido en un atasco. Vista de lado,la piel de la parte inferior de la barbilla del empleadomonástico y la de la parte superior de su garganta teníanesa textura escrotal o de lagarto típica en algunos hombresde avanzada mediana edad (entre ellos el presidente deEstados Unidos que ocupaba el cargo por entonces, cuya cara,por la televisión, a menudo daba la impresión de estarderritiéndosele sobre la garganta, algo que recuerdo queconfería un aspecto todavía más incongruente a su tupé decolor negro azabache y a sus redondeles de colorete dignosde un arlequín). Íbamos alternando entre estar parados enmedio de los atascos de tráfico y avanzar a una velocidadaproximada de cortejo. El sol golpeaba de forma palpable eltecho metálico del Gremlin; el letrero digital de unafranquicia bancaria que mostraba la hora y la temperatura, yque nos quedó delante durante unos minutos mientrasesperábamos sentados con el motor al ralentí, no paraba de

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emitir de forma intermitente primero la hora y después lafrase «NO QUIERAS SABERLO», probablemente refiriéndose a latemperatura, algo que me pareció un presagio ominoso de lacultura y el ingenio de Peoria. Ya se pueden imaginarustedes el estado del aire y los olores globales de aquellasituación.

Yo jamás me había pasado tanto tiempo dentro de un cocheabarrotado sin encender la radio y sin que ninguno de lospasajeros abriera la boca ni una sola vez para decir nada,jamás, sintiéndome completamente aislado pese a estar tanpegado a los demás ocupantes del coche que todos estábamosrespirando todo el tiempo el aire de los demás[50]. De vezen cuando el conductor de la Agencia Tributaria se masajeabael pescuezo, que obviamente se le estaba quedando rígido porculpa de la extraña posición en la que se veía obligado atener la cabeza para poder ver por entre el conjunto deletreros protuberantes del salpicadero. Lo más emocionantede toda la primera etapa del trayecto: un periodo de picoresfuriosos en el costado izquierdo de mi caja torácica quegeneró en mí temores (comprensibles, pero por suerteinfundados) a que el impétigo del niño del autobús hubieraconseguido viajar por el aire y contagiárseme pese a nohaber existido contacto directo entre nosotros, unos temoresque me vi obligado a sofocar porque era obvio que yo notenía manera de sacarme la camisa de los pantalones ycomprobar la apariencia de la zona. Entretanto, el empleadomayor de la Agencia que llevaba el sombrero anticuado habíaabierto un archivador de acordeón, se había extendido sobreel regazo dos o tres carpetas de papel manila de colormarrón oscuro y ahora estaba examinando diversos impresos yformularios, trasladándolos de una carpeta a otra siguiendoalgún sistema o patrón que yo no tenía manera de entender,

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puesto que lo estaba viendo todo con el rabillo del ojoizquierdo y además tenía de por medio la incesante cascadade gotas de sudor que le caían de la punta de la nariz altipo que estaba sobre el bulto del asiento, que ahora estabasudando de una forma que hasta entonces yo solamente habíavisto en las pistas de squash de la universidad y en el casode un infarto leve sufrido por un pariente mío mayor el díade Acción de Gracias de 1978. Una buena parte de mi tiempome lo pasé tamborileando impacientemente con los dedos sobreel portafolios, que ahora estaba especialmente húmedo yreblandecido por culpa del calor en el interior del Gremliny por esa razón emitía una secuencia agradable de pequeñoschapoteos cuando uno tamborileaba sobre él. Sin embargo,pese a que tamborilear ociosamente con los dedos en unespacio por lo demás silencioso suele ser una de las formasmás eficaces de volver locos a quienes te rodean y provocarque te digan algo, aunque solamente sea que lo dejes, dentrodel Gremlin nadie comentó nada ni siquiera se dio porenterado.

La Self-Storage Parkway da más o menos una vuelta enteraa Peoria y constituye el límite entre la ciudad en sí y laszonas residenciales de su periferia. Es lo que hoy día, en2005, no sería más que la típica carre tera exurbana devarios carriles, incluyendo su paradójica combinación delímite de velocidad alto con semáforos situados cadacuatrocientos metros, unos semáforos que estaban obviamenteposicionados para ayudar a que los consumidores y la genteque iba al centro a trabajar tuviera acceso a todos loscomercios al detalle que se apiñaban a lo largo de la SSP,por lo menos en aquel lado este que estábamos intentandoatravesar. A mediados de los ochenta, la Self-StorageParkway estaba elevada por encima de las salidas de la

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carretera interestatal y cruzaba las aguas del color deltabaco del río Illinois por dos puntos, mediante sendospuentes de hierro de la era de la WPA de Roosevelt cuyosremaches chorreaban óxido de color naranja y no inspiraban,por decirlo de alguna manera, la mayor de las confianzas.

Además, cuanto más nos acercábamos al lado sudeste delárea metropolitana de Peoria y a la carretera especial deacceso al Centro de Examen, más y más empeoraba el tráfico.La razón de esto se hizo aparente ya desde el primer día:era un caso de estupidez institucional en todas susmodalidades posibles. Punto primero. Las cuadrillas deconstrucción estaban ensanchando aquella sección de la Self-Storage Parkway para que tuviera tres carriles, pero lasobras tenían el efecto de reducir los dos carriles yaexistentes a uno solo; el carril de la derecha estabacerrado con conos de color naranja, incluso en aquellostramos donde no se estaban haciendo obras y el carril seveía despejado y transitable. Y, por supuesto, siempre quehay un solo carril el tráfico avanza a la velocidad delvehículo más lento de la fila. Punto segundo. Había, como yahe mencionado, semáforos posicionados a cada cuatrocientos odoscientos metros, y sin embargo la hilera de vehículos delcarril único en dirección sur era sustancialmente más largaque la distancia que mediaba entre dos cualesquiera deaquellos semáforos, de manera que nuestro avance nosolamente dependía del color del semáforo siguiente sinotambién del color de los dos o tres semáforos que veníandespués. Era el anverso de un atasco de tráfico. Parecía elresultado de una pésima planificación urbana o gestión deltráfico o la disciplina que fuera que se estuviera usandoallí, y yo notaba que se me estaba empapando la pana deltraje por toda la zona que estaba en contacto con el

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plástico estampado del asiento del Gremlin, además de por lacadera y la parte superior del muslo que tenía aplastadoscontra el aspersor humano que iba sentado a mi lado, que aaquellas alturas ya estaba emitiendo no solamente calor,sino también un olor acre a pánico que me hizo girar lacabeza y fingir que me estaba concentrando intensamente enalgo que se veía al otro lado de la ventanilla (quesolamente se abría hasta la mitad, por culpa de algúndefecto de diseño o medida poco clara de seguridad). Notiene sentido describir el corredor de franquicias de ventaal detalle y centros comerciales y establecimientos paracoches y de venta de neumáticos y de motocicletas y motosacuáticas y gasolineras de autoservicio con supermercadosincorporados y marcas nacionales de comida rápida por el quecirculamos, puesto que hoy día no hay ciudad americana queno cuente con el mismo corredor; creo que en economía estose llama «monocultura». Punto tercero. Al final acabóresultando que la salida de la carretera que iba al Centrode Examen no contaba con un semáforo, por mucho que tambiénresultara obvio a simple vista, cuando la tuvimos delante,que un buen porcentaje de los coches que había en aquellosmomentos en el carril único de la SSP por delante denosotros también se dirigían al CRE y por tanto se disponíana girar hacia él por su camino asfaltado de acceso. (Aunquepasaría un rato enloquecedoramente largo antes de quealguien me explicara el hecho tan simple de que por aquellaépoca los dos principales turnos de ocho horas del CRE ibande las 7.10 AM a las 3.00 PM y de las 3.10 PM a las 11.00PM, lo cual quería decir que entre las 2.00 y las 4.00 habíaun tráfico tremendo de vehículos propiedad de la Agencia yde sus empleados.) Lo cual quería decir que en realidad erael mismo Centro de Examen, junto con la ausencia de semáforo

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y las obras abortadas de la SSP[51], lo que habíacontribuido a causar aquel atasco infernal, porque tambiénhabía un gran número de vehículos en los carriles que ibanen dirección contraria, hacia el nordeste, y que trataban degirar a la izquierda, es decir, cruzando nuestro carril,para entrar también en la carretera de acceso al CRE, locual requería que el vehículo que iba al frente de la hilerade nuestro carril se esperara para girar a la derecha y lehiciera la señal al coche que venía en sentido opuesto paraque cruzara a su izquierda, algo que muy pocos hacían,puesto que a menudo los atascos de tráfico sacan loselementos más agresivos y de «yo voy primero» de lanaturaleza humana y provocan una conducta que en sí misma,de forma perversa, exacerba el atasco de tráfico; y tal vezeste sea el sitio indicado para mencionar una conducta queempezamos a ver con más y más frecuencia a medida que nosacercábamos a paso de tortuga al desvío del CRE. Ciertosvehículos privados[52] de nuestro carril daban un golpe devolante hacia la derecha para meterse por el estrecho«carril para averías» de grava, en el cual aceleraban y erancapaces de adelantar a docenas de otros vehículos,ilegalmente, lo cual en sí mismo no habría significado grancosa salvo por el hecho de que a medida que se acercaba eldesvío del CRE y el carril para averías empezaba aestrecharse, entonces intentaban volver a virar a laizquierda para reintegrarse al único carril legal, lo cualrequería que alguien de aquel carril se detuviera paradejarlos entrar, lo cual empantanaba todavía más el tráficodel carril normal... y eso quería decir que los vehículosegoístas que iban en plan «yo primero» estaban empeorando deforma significativa el mismo atasco que paradójicamenteintentaban dejar atrás; lo que hacían era ganar un par de

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minutos extra a base de hacer que el atasco y el retrasofueran un poco peores para todos los demás que estábamos enla hilera reverberante de coches de nuestro carril. Al cabode un par de semanas de ir todos los días en coche por laSSP desde las viviendas especiales de bajo coste[53] de laAgencia hasta el CRE, aquella conducta egoísta de «yoprimero» por el carril para averías empezó a llenarme de unasco y de una malicia tales que todavía hoy me acuerdo dealgunos de los vehículos que lo hacían todo el tiempo, esdecir, que tenían esa misma clase de conducta idiota ysolipsista que causa estampidas en los sitios públicoscuando hay un incendio y que provoca que las autoridadesencuentren cantidades enormes de cuerpos calcinados ypisoteados frente a las puertas de salida después de que losincendios o los disturbios hayan sido sofocados, los cuerposde la gente que no ha podido salir precisamente por culpadel pánico y del egoísmo con que todos han echado a correr yhan taponado la salida y se han obstaculizado los unos a losotros, provocando que todo el mundo sufra una muertehorrible, y tengo que admitir que es lo que yo empecé adesearles a los diversos Vegas, Chevette y en concreto a unAMC Pacer de color azul claro que tenía uno de esosadhesivos cristianos en forma de pez en una de lasventanillas abombadas de atrás[54] y que llevaba a caboaquella maniobra casi todas las mañanas.

Una idiotez burocrática más: tal como ya he mencionado,dentro del coche había una serie de letreritos de plásticoque prohibían fumar, comer, etcétera, igual que al parecerlos había en todos los vehículos de la Agencia usados paratransporte de empleados, siguiendo las regulaciones internascitadas en la parte inferior derecha de los mismosletreros[55]; lo que pasaba era que el interior de los AMC

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Gremlin era tan diminuto, y el plástico que se usaba paralos avisos era tan barato y fino, que no había ningún sitiodonde poner aquellos letreros de veinte centímetros salvo laparte superior del salpicadero, donde tapaban variossectores de la parte baja del parabrisas y obligaban anuestro conductor a adoptar una posición contorsionada, conla cabeza tonsurada casi estirada por encima del hombroderecho a fin de ver la carretera que tenía delante porentre los bordes de los letreros obligatorios. Aquello, porlo que yo pude ver, era pasarse tres pueblos en términos deseguridad y de cualquier clase de sentido común.

Situado dentro de una gran extensión de césped muy verde,cortado a ras de suelo y flanqueado a ambos lados porcortavientos para el maíz en forma de árboles y de malezaembrollada, el Centro Regional de Examen estaba a quinientosmetros largos de la carretera, quinientos metros donde nohabía nada en absoluto más que un césped muy verde,extrañamente carente de dientes de león y cortado hasta elpunto de parecer paño para mesas de juego. El contrasteentre el esplendor señorial del césped que lo rodeaba y lafealdad achaparrada e institucional del CRE resultabasombrío e incongruente, y tuve tiempo de sobra para pensaren ello mientras el Gremlin avanzaba lentamente y el tipoque iba sentado a mi lado goteaba sin cesar tanto sobre élmismo como sobre mí. El hombre mayor que iba en la otrapunta del asiento de atrás llevaba en el dedo algo que alprincipio me pareció que era un dedal verde, pero queresultó que era esa goma verde para la tracción que llevabanla mayoría de los pasapáginas y que todo el mundo llamaba«meñiqueras». Una valla publicitaria enorme de la 4-H quehabía un poco más allá de la entrada de dirección única delCRE decía: «YA ES PRIMAVERA, PIENSE EN LA SEGURIDAD

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AGRARIA», y yo sabía que era una valla de la 4-H porque cadaaño entre marzo y mayo aparecía una idéntica nada más pasarla fábrica de café instantáneo situada en la SR 130 al oestede Philo[56]. La sección estatal de la 4-H montaba todos losaños ventas de pasteles y lavados de coches para sufragaraquellas vallas publicitarias (sic por las dos frasesseparadas por coma), que en 1985 eran tan ubicuas que nadieles prestaba ninguna atención[57].

También me acuerdo de que tuve que mover y retorcer elcuello de mala manera para poder distinguir los distintoselementos del Centro de Examen por entre los obstáculos quesuponían los letreros obligatorios del coche. Visto desdeaquella distancia y desde aquel conjunto de perspectivas, alprincipio el CRE me dio la impresión de ser una solaestructura enorme en ángulo recto, con su fachada[58]lateral descomunal y mastodóntica de cemento color habano obeige, y solamente una pizca de tejado en escorzo deledificio lateral visible más allá del camino de acceso, querodeaba la parte trasera del edificio trazando una curva deun solo sentido, una parte trasera que resultó que enrealidad era la parte delantera del CRE, con su enormefachada autocomplaciente. Otro espejismo parecido era que loque de lejos parecía un verdadero camino de «circunvalación»que salía de la carretera, llegaba al CRE y lo rodeabaresultó ser más bien un tosco sendero o camino rural,estrecho y elevado, flanqueado de zanjas profundas, y conbadenes colocados a intervalos tan próximos que resultabaimposible avanzar a más de diez por hora por el camino deacceso; uno se imaginaba a los ocupantes de cualquier cocheque rebasara esa velocidad siendo arrojados como monigotesen el interior de sus vehículos por el impacto con losbadenes, que tenían más de veinte centímetros de alto.

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Empezando a unos doscientos metros de la SSP, variosaparcamientos de tamaños diversamente modestos sedesplegaban por el lado exterior del camino de acceso, casicomo joyas de corte cuadrado incrustadas en una pulsera ouna diadema[59].

No había, desde nuestra perspectiva, ninguna señalvisible que identificara el lugar con la Agencia Tributaria,ni siquiera con una instalación gubernamental (lo cual,nuevamente, venía semiexplicado por el hecho de que lo quedesde la Self-Storage daba la impresión de ser la fachadaprincipal del CRE era en realidad la parte trasera, y ademásla parte trasera de uno solo de los dos edificios). Lo únicoque había eran dos pequeños letreros indicadores —«SOLOENTRADA» y «SOLO SALIDA»— situados en el camino de accesosemicircular, que resultó ser la calle que figuraba comodirección física (aunque no postal) del CRE. Debido a suforma circular, el camino de acceso volvía a salir a lacarretera a un kilómetro o más en dirección oeste, casi a lasombra de la valla publicitaria de la «SEGURIDAD AGRARIA».Yo oía al hombre que tenía al lado respirar muy deprisa,casi como si estuviera empezando a hiperventilar; ninguno denosotros había mirado directamente al otro en ningúnmomento. Me di cuenta de que únicamente el lado de «ENTRADA»del camino de acceso tenía apéndices en forma deaparcamientos; el lejano lado de «SALIDA», que trazaba unacurva desde la parte de atrás del CRE (la misma parte deatrás que más tarde resultaría que comprendía las fachadasde ambos edificios), era un vector de un solo sentido queregresaba a la Self-Storage Parkway, cuyo cruce con lasalida también carecía de semáforo alguno o letreroindicador, una ausencia que provocaba más obstrucciones y

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retrasos para los conductores que intentaban llegar desde eloeste a la entrada del CRE.

Tal como puede que ya haya mencionado, ya pasaba bastanterato de las 13.40, que era la hora obligatoria de mi cita deacuerdo con el sello de mi impreso 141-PO. Este hecho meprovocaba ciertas emociones obvias y comprensibles, sobretodo debido a que a) aquel retraso era 0,0 por ciento culpamía y b) cuanto más nos acercábamos al CRE, más despacioavanzábamos por el tráfico. A fin de distraerme de dichoshechos y emociones, me puse a compilar una lista de todoslos absurdos logísticos que se fueron haciendo evidentes encuanto el vehículo de la Agencia se acercó lo bastante a laentrada como para que el camino de acceso al CRE se hicieravisible a través de mi ventanilla lateral no tapada. Lo quesigue ha sido condensado a partir de cierta anotación en micuaderno[60] desacostumbradamente larga, intensa y carentede puntuación, redactada al menos en parte dentro mismo delGremlin. A saber:

Además de los vehículos que venían en sentido contrariogirando a la izquierda y de los detestables «yo primero» queintentaban volver a entrar desde el carril para averías, lacausa principal de la lentitud atroz con que nuestra hilerade coches avanzaba a paso de tortuga en dirección oeste porel tramo sur de la Self-Storage a fin de girar a la derechapara coger el camino de acceso al Centro de Examen fue queresultó que había otro atasco de vehículos todavía peor ymás lento ya en el camino de acceso. Esto se debíaprincipalmente al hecho de que los aparcamientos que salíancomo apéndices del camino de acceso ya estaban bastantellenos, y que cuanto más adelante estaban situados aquellosaparcamientos a lo largo del camino de acceso, más llenosestaban, y también llenos de vehículos de empleados de la

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Agencia que deambulaban en busca de plazas de aparcamientolibres. Debido al calor y la humedad extremos, losaparcamientos más deseables eran claramente los que estabandirectamente detrás[61] del edificio principal, a menos decien metros de la entrada central del CRE. Los empleados quedejaban sus coches en los aparcamientos más periféricos seveían obligados después a dar toda la vuelta al edificiocaminando junto al camino estrecho y flanqueado de zanjashasta la parte de atrás[62] donde estaba aquella entradacentral, lo cual requería caminar con dificultades duranteun largo rato por la cuneta sin pavimentar del camino deacceso, en medio de abundantes traspiés y sacudidas debrazos; y vimos a por lo menos un empleado que resbalaba ycaía dando volteretas en la zanja de desagüe que flanqueabael camino y tenía que ser rescatado manualmente por otrosdos o tres empleados, todos los cuales se sujetaban lossombreros sobre las cabezas con una mano, de tal manera queal empleado rescatado le quedó una mancha pegajosa de hierbaen el costado de los pantalones del traje y la americana, eiba arrastrando una pierna aparentemente herida cuando él ysus compañeros se perdieron de vista por la curva de lacarretera[63]. El problema era tan obvio como estúpido. Porculpa del calor que hacía y de lo pesado y peligroso queresultaba ir como peatón por el arcén del camino de acceso,resultaba totalmente comprensible que la mayoría de losvehículos de los empleados quisieran pasar de largo de losprimeros aparcamientos (es decir, de los primeros viniendode donde estábamos nosotros, y por tanto los más alejadosdel CRE) y se dirigieran a los aparcamientos mucho másdeseables del fondo del todo, unos aparcamientos que estabanmás cerca de la entrada principal del CRE y separados de lamisma solamente por una plaza ancha, pavimentada y fácil de

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cruzar. Sin embargo, si aquellos aparcamientos mejores y máscercanos estaban completos (y era obvio que lo iban a estar,conociendo la naturaleza humana y los incentivos antesmencionados; los aparcamientos más deseables también iban aser obviamente los más abarrotados), los vehículos entrantesno podían dar marcha atrás por donde habían venido a fin deconformarse con plazas de aparcamiento en los cada vez máslejanos y menos deseables estacionamientos que habían dejadoatrás de camino a su búsqueda de los mejores aparcamientos;puesto que, claro, el camino de acceso era de direcciónúnica[64] a lo largo de toda su curva, de manera que todoaquel vehículo que no pudiera encontrar plaza en los mejoresaparcamientos se veía obligado a seguir adelante hasta dejaratrás el CRE y llegar al letrero de «SOLO SALIDA», girar ala izquierda sin ninguna clase de semáforo para tomar laSelf-Storage, conducir durante varios centenares de metrosen dirección este de vuelta a la entrada del CRE con suletrero de «SOLO ENTRADA» y por fin tratar de girar a laizquierda (con todo el tráfico que venía en sentidocontrario, lo cual como era obvio ralentizaba todavía más eltortuoso avance de nuestro carril dirección oeste) paravolver a tomar el camino de acceso a fin de aparcar enalguno de los aparcamientos menos deseables que había máscerca de la carretera, desde donde a continuación tenían quesumarse a la fila de peatones que caminaban precariamentepor el arcén de la carretera de vuelta a la entradaprincipal de la parte de atrás.

En resumen, todo esto parecían ser indicios de unaplanificación espantosa, que generaba ineficacia, pérdidasde tiempo y frustración para todo el mundo involucrado[65].e presentaban tres remedios obvios, que yo esbocé en micuaderno, aunque no voy a fingir que recuerdo si los apunté

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allí mismo in situ durante aquel enloquecedor estatismo tipo«tan cerca y sin embargo tan lejos» digno de Sísifo o si losanoté más tarde aquel mismo día, durante el cual no mefaltaron lapsos adicionales de tiempo de inactividad, sinotra ocupación que leer aquel libro carente de interés queyo ya había empezado a llenar de anotaciones mordaces en elautobús. Uno de los remedios sería instituir alguna clase desistema de aparcamiento reservado, lo cual eliminaría unabuena parte del dar marcha atrás y de los tapones que seformaban cuando la gente se ponía a deambular en busca deplazas de aparcamiento libres, y también por culpa de aquel«incentivo» problemático que causaba que todos los vehículosde los empleados se pusieran a hacer fila en pos de los doso tres aparcamientos más deseados que había al lado de laentrada central del CRE (que, por supuesto, todavía nosresultaba visible a los que estábamos en la Self-StorageParkway; la ubicación de la entrada la deducíamos de ladeseabilidad aparente de los aparcamientos que había en laparte de detrás [desde nuestra perspectiva] del edificio, ajuzgar por la cantidad de coches que iban para allí, lo cualestaba claramente vinculado a alguna clase de incentivotangible. Ahora el empleado que iba a mi lado, visto con elrabillo del ojo, tenía aspecto de haber sido extraídomecánicamente de una masa de agua, lo cual hacía que elhecho de que yo fingiera no darme cuenta de su sudorincreíble resultara todavía más inquietante y digno de unafarsa). Otra medida paliativa obvia sería ensanchar elcamino de acceso y hacerlo de sentido doble. Cierto, estopodía exponer al CRE a inconvenientes y atolladerosadicionales a corto plazo, del mismo tipo de los quegeneraba el ensanchamiento de la Self-Storage Parkway,aunque era difícil imaginar que el ensanchamiento del camino

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de entrada pudiera durar tanto tiempo ni de lejos, puestoque no estaría sometido a los retrasos y estrategiascontrapuestas del proceso democrático. El tercer remediosería sacrificar, en nombre del bien común y los interesesde todos salvo tal vez del contratista de la jardinería delCRE, la verde extensión del césped vacío de la parte dedelante del centro (es decir, de lo que resultó ser la partede atrás), y colocar en ella no solamente una acerapavimentada, sino tal vez un ramal transversal quepermitiera a los vehículos que iban por la sección de«SALIDA» del camino cruzar por él de vuelta a la sección de«ENTRADA» sin tener que emprender sendos giros a laizquierda desprovistos de semáforos tanto para entrar comopara salir de la carretera atascada. Por no mencionar,claro, algo tan simple como poner un par de puñeterossemáforos en los dos cruces, puesto que era casi imposibleimaginar que la Agencia Tributaria no tuviera el enchufesuficiente con las autoridades municipales y estatales comopara poder exigirlo cuando le diera la real gana[66].Por nomencionar tampoco la pura extrañeza de que tuviera que ser(tal como resultó) la descomunal parte trasera del CRE la quedaba a la principal carretera de circunvalación de Peoria.Mientras nos acercábamos lentamente, esto nos transmitía unasensación de cobardía y al mismo tiempo de arrogancia, comoaquellos sacerdotes premodernos que daban la espalda a loscomulgantes durante la misa católica. Todo, desde lalogística hasta el civismo elemental, parecía dictar que uncentro gubernamental importante tenía que mostrar la fachadaal público al que servía. (Recuerden que yo todavía no habíavisto la estilizada fachada delantera del CRE, que eraidéntica a la de los otros seis CRE del país, y que habíasido instalada después de que se les pasara un error

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tipográfico en el aumento presupuestario para construcción ytecnología acaecido después de que se permitiera que lasreformas de la Agencia Tributaria introducidas por laComisión King se convirtieran en ley, un error tipográficoque ordenaba que los «criterios de forma» de las fachadas delos Centros de Servicios y de Examen Regionales, en lugar desus «criterios formales», debían «... encajar lo másexactamente posible con los servicios específicos que loscentros realizaban»[67].)

En cuanto a nuestra llegada física a la entrada principaldel centro aquel primer día, lo único que puedo decir a modode resumen es que resulta indescriptiblemente emocionantever tu propio nombre impreso en un letrero que alguien estásosteniendo en un punto de desembarco atestado. Supongo queen parte se debe a que uno se siente especialmente elegido y—para usar el término burocrático— validado. El letreroespecial con mi nombre que estaba siendo sostenido en altopor una mujer atractiva de aspecto oficial vestida con unblázer de color azul vivo también resultaba sorprendente,como es obvio, después de tantas ignominias y complicacionesdegradantes, y del consiguiente retraso, aunque no lobastante sorprendente como para que cualquiera pudieraentenderlo como prueba inmediata de que se estabaproduciendo algún error o confusión; al fin y al cabo,estaba el asunto ya mencionado del enchufe nepotista y de lacarta que yo llevaba en el portafolios.

Fue también entonces cuando salió a la luz que lo queparecía la parte de atrás del CRE era en realidad la partede delante, y que las dos partes ortogonales del centro noeran continuas, y que la fachada principal del edificio eraestilizada de una manera extraña y algo intimidatoria, queuno podría admitir que tal vez fuera prudente evitar que

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diera a, o acechara sobre, la carretera pública abarrotadaque discurría al sur del edificio. Incluso sin lasmultitudes ni el caos, toda aquella enorme zona de entradaprincipal resultaba compleja y desorientadora. Habíacarteles, señales codificadas, flechas indicadoras y unaespecie de plaza de cemento ancha con algo que en el pasadoparecía haber sido una fuente pero de la que ahora no manabaagua[68]. La sombra cuadrada del edificio principal seproyectaba hasta llegar casi al otro lado de la plaza y alos dos aparcamientos intensamente deseables del otro lado,ninguno de los cuales era muy grande. Luego vimos laelaborada y obviamente cara fachada del CRE, que empezabajusto encima de la entrada principal y llegaba hasta lamitad de lo que parecía ser la quinta planta; se trataba deuna especie de representación hecha a base de mosaicos obaldosines de un impreso 1040 en blanco de la AgenciaTributaria correspondiente a 1978, visto por las dos caras,incluyendo hasta el último detalle del espacio en blanco dela línea 31 del dorso empleada para el cálculo de los«Ingresos Brutos Ajustados» y la casilla final de la línea 66 delanverso marcada como «BALANCE FINAL», una casilla que, juntocon las muchas otras casillas y espacios en blanco ycuadraditos insertos del impreso, parecían correspondersecon las ventanas. El grado de detalle era asombroso y loscolores crema, salmón y verde porcelana de la impresiónoffset se veían muy realistas, aunque un pocoanticuados[69]. Además, para hacer que la cosa resultaratodavía más abrumadora/desorientadora cuando la veías todaentera desde el ramal circular que salía del camino deacceso para que los vehículos de la Agencia pudieranacercarse y dejar a sus pasajeros sin tener que aparcar (locual habría requerido ir hasta la parte de atrás y volver a

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dar la vuelta, puesto que los aparcamientos contiguos a laentrada, los del otro lado de la plaza, estabancompletamente llenos y hasta tenían algunos vehículos extraaparcados en espacios prohibidos de las esquinas queimpedían a los demás vehículos salir dando marcha atrás desus plazas de aparcamiento y marcharse), el 1040 gigante,que estaba proporcionado a una escala realista y por tantoera ligeramente más largo que ancho, estaba flanqueado aambos lados lejanos por sendos grabados o símbolos insertosen recuadros que representaban alguna clase de combatequimérico acompañado de una frase en latín, indescifrablepor culpa de las densas sombras del lado derecho, y queresultó que eran el sello y el lema oficiales de la Agencia(nada de lo cual me había sido comunicado en los documentosde mi contrato [que, como ya he mencionado, tendían a sercrípticos y al mismo tiempo a hacer gala de un tono severo oapremiante, y en realidad habían hecho poco más quedesencadenar mi aprensión cuando yo los había intentadodescifrar sentado en la sala de estar sin usar de mifamilia]). A modo de detalle adicional, el muy elaboradoconjunto de la fachada se reflejaba —aunque de forma oblicuay en un escorzo lateral que provocaba que el símbolo y ellema del borde se vieran más juntos de lo que realmenteestaban— en los desenfadados espejos del lado exterior de laotra estructura del CRE, también conocida como el «Anexo delCRE», que estaba situada formando un ángulo recto casiperfecto respecto a la fachada principal y dos de cuyasplantas estaban conectadas al extremo oeste del edificioprincipal mediante algo que por entonces me dio la impresiónde que eran dos tubos verdes de gran tamaño sostenidos porsendos bosques cegadores (puesto que no estaban a la sombradel edificio principal) de esbeltos postes anodizados o bien

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de acero inoxidable, unos soportes metálicos que desde miperspectiva se veían raros y parecían un ciempiés, y que sereflejaban a su vez en forma de pequeñas facetas oblicuas ycegadoras en los márgenes del exterior cubierto de espejosdel Anexo.

Un par de los paneles de espejos estaban rotos oresquebrajados, sin embargo, recuerdo que me fijé eneso[70].

(Además, recuerden, por favor, que aquel primer día yo noconocía ni la historia particular ni la logística de ningunade las estructuras del CRE; estoy intentando ser fiel alrecuerdo de aquella experiencia en sí, aunque no tengomanera de evitar describir de forma sucesiva los diversoselementos que en aquellos momentos, como es obvio, se mepresentaron de forma simultánea: ciertas distorsiones no sonmás que una parte intrínseca de la naturaleza lineal delidioma inglés.)

Respecto al elemento humano: la amplia zona de cementoque rodeaba la entrada principal, tal como la vimos desde laaglutinación de vehículos de color naranja/amarillo de laAgencia que estaban regurgitando a sus pasajeros, era unenorme tumulto de empleados de la Agencia que iban y venían,cada cual con sus impresos 141-PO en sus distintivos sobresde color amarillo oscuro de la Agencia, llevando maletas ymaletines y archivadores de acordeón y muchos de ellossombrero, así como de una variedad de personal logístico delCRE o quizá de la sede regional, vestidos con blázers decolor azul llama de gas y armados de tablillas sujetapapelesy fajos de papel de impresora que llevaban enrollados enforma de megáfonos improvisados por los que hablabanmientras sostenían sus tablillas sujetapapeles en alto parallamar la atención, intentando de forma evidente reunir a

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los que llegaban con destinaciones laborales del 141-PO y/orangos GS parecidos en forma de grupos cohesionados parallevar a cabo el «alta preseleccionada» en las diversas«Oficinas de Ingreso» que se desplegaban por el vestíbuloprincipal del CRE, un vestíbulo que, visto a través de laspuertas de cristal de la entrada, se veía sorprendentementepequeño y chapucero, y que tenía varias mesas plegables deaspecto destartalado donde habían puesto toscos letreroshechos con papel manila doblado; todo se veía montado decualquier manera y sin orden ni concierto y caótico, y dabala impresión de que aquel no podía ser de ninguna manera undía típico en cuanto a la cantidad de recién llegados y/otrasladados al CRE, puesto que, en caso de serlo, el sistemade desembarco y de altas tendría un aspecto mucho máspermanente y eficiente y menos pinta de ser una recreación apequeña escala de la caída de Saigón. Nuevamente, sinembargo, todo esto estaba siendo percibido y procesado en unúnico vislumbre distraído —que tuvo lugar mientras elGremlin salía por fin del atolladero del camino de acceso yse detenía en medio del aire casi helado de la sombra deledificio para aparcar en doble fila en el ramalsemicircular, justo delante de la entrada[71]—, porque, comoya he mencionado, la atención de una persona se ve atraídade manera más o menos automática hacia los letreros quetienen su nombre, sobre todo cuando el letrero en cuestiónparecía ser uno de los dos únicos letreros con nombres queestaban siendo sostenidos en alto en medio de toda laenloquecedora marabunta burocrática que había delante de laentrada principal, y es por eso que yo vi casi de inmediatoa la mujer de aspecto étnico y vestida con un blázer chillónque estaba de pie a unos pocos pasos a la derecha del grupode recién llegados que había más a la derecha y que se

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apelotonaban alrededor de un tipo que tenía un portapapelesen alto y un megáfono de papel[72], y la mujer estabaligeramente apartada a un lado y plantada a unos tres metrosdirectamente debajo del espacio en blanco del impresogigante de la fachada donde se tenían que introducir los IBAen la línea 31, apoyada contra la pared, sosteniendo en altolo que era o bien una cartulina blanca o bien una pizarritablanca con el nombre DAVID WALLACE escrito en pulcrasmayúsculas de imprenta. Estaba plantada de una manera queconseguía transmitir hastío y aburrimiento sin estar paranada repantingada, con las piernas bien rectas y la espaldaapoyada en la pared, del trasero a la coronilla, y mirandodirectamente al frente, sosteniendo el letrero a la alturadel pecho y mirando a la nada sin mostrar ni interés niresignación. Por supuesto, ya he mencionado que yo estaballegando terriblemente tarde, sin que fuera culpa mía paranada, y la ansiedad que me provocaba este hecho, mezcladacon la emoción inevitable de ver mi nombre en un letrero, yano digamos un letrero sostenido por una mujer de aspectoexótico, además de toda la serie adicional de reaccionesozimandianas de sobrecogimiento y locura que me produjo elconjunto del monumental impreso 1040 hecho de mosaicos, todoello se combinaba ahora con el caos retroalimentado de lasmultitudes que se agolpaban en la zona de entrada paraformar una especie de subida de tensión sensorial yemocional que ahora recuerdo con mucha más nitidez queningún detalle concreto o impresión (de los que hubo miles oincluso millones, todos apareciendo en el mismo momento) dela llegada. Porque saltaba a la vista que era una mujerexótica, incluso cuando la veías sumida en las densassombras de la base de la fachada, con sus diversas porcionesde destellos cegadores procedentes de los espejos del

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exterior del Anexo, algunos de los cuales cazaban destellosdel sol mientras este avanzaba un poco al oeste del surpropiamente dicho. Mi suposición inicial fue que debía deser india de una casta elevada, o tal vez paquistaní; uno delos compañeros de apartamento que yo había tenido en miprimer año de universidad era un paquistaní rico, con unacento maravillosamente burbujeante y cantarín, aunque a lolargo del curso se había revelado como un narcisistaincreíble y un capullo en general[73]. Desde la distancia ala que nos había regurgitado el Gremlin se la veía másespectacular que guapa, o tal vez se podía decir que eraguapa de una forma algo hombruna y de rasgos duros, y teníael pelo muy negro y unos ojos separados en los cuales había,como ya he mencionado, una expresión de estar «de servicio»en el sentido de no tener nada que hacer en realidad más queestar allí plantada. Era esa misma expresión que se ve enlos guardias de seguridad, en los bibliotecarios deinvestigación de las universidades los viernes por la noche,en los encargados de aparcamientos, en los operadores desilos de cereales, etcétera; estaba allí plantada, en suma,mirando a lo lejos como si estuviera en la punta de unembarcadero.

Fue solamente al salir del Gremlin abarrotado, y algolpearme el aire frío que soplaba a la sombra de lafachada, cuando me di cuenta de que todo el costadoizquierdo del traje me había quedado mojado por latranspiración ambiental del hombre joven contra el que mehabía pasado todo el trayecto aplastado, aunque cuando giréla cabeza y lo busqué con la vista a fin de señalarle latela de pana oscurecida y dedicarle una mirada apropiada dedisgusto, ya no pude verlo por ninguna parte.

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La expresión de la señorita F. Chahla Neti-Neti (que erael nombre que figuraba en su credencial) cambió, variasveces en realidad, mientras me acercaba a ella cargando conlas maletas y estableciendo cierto grado de contacto visualdirecto que habría resultado impertinente si ella no hubieraestado sosteniendo un letrero con mi nombre. Aquí, si no lohe hecho ya, debería explicar que en aquella época, que secorrespondía básicamente con mi adolescencia tardía, yotenía muchos problemas en la piel, problemas muy, muygraves, hasta el punto de entrar en la categoríadermatológica de las afecciones «severas /desfiguradoras»[74]. Lo que hacía la mayoría de la gente queme conocía o me veía por primera vez era: a) echar solamenteun vistazo muy breve a mi cara y luego apartar la vista, obien b) po ner involuntariamente una cara afligida o decompasión, después de lo cual notabas que estaban luchandocon ellos mismos para superponer a aquella expresión otraque significara que o bien no veían los problemas de mi pielo bien no les afectaban especialmente. Todo el asunto de mipiel es una historia muy larga y en su mayor parte no merecela pena mencionarla, salvo para volver a poner énfasis en elhecho de que para entonces yo ya estaba más o menosreconciliado con el problema dermatológico y ya no meimportaba mucho, aunque sí que me dificultaba el hecho deafeitarme con precisión, y también me hacía ser muyconsciente de si estaba bajo una luz directa, y en caso deestarlo, del ángulo desde el cual se originaba aquella luz,puesto que bajo ciertos tipos de luz el problema era muy,pero muy grave, yo era consciente. En aquel primerencuentro, no recuerdo si la señorita Neti-Neti fue del tipoa) o del tipo b)[75], tal vez porque mi atención / memoriaestaba ocupada por el hecho de que la credencial

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identificativa que ella llevaba sujeta al bolsillo de lapechera tenía una foto de su cara que parecía haber sidotomada bajo una luz muy potente, casi de magnesio, yrecuerdo que me puse instantáneamente a calcular el efectoque iba a tener la luz repulsiva de aquella foto sobre lascicatrices y quistes bulbosos de mi cara, teniendo en cuentaque la misma luz había causado que la tez cremosamenteoscura de aquella mujer persa se viera de color gris oscuro,y que la separación de sus ojos quedara tan exagerada que enla foto de su documento de identidad casi parecía un puma uotra clase de depredador felino, y en la credencial tambiénfiguraban su nombre y su apellido, junto con su rango GS, suafiliación a la División de Personal y una serie de nuevedígitos que solamente más tarde yo descubriría que eran sunúmero de la Seguridad Social generado internamente, quetambién funcionaba como número identificativo de todo elmundo en la Agencia.

La razón de que me haya entretenido en mencionar lo delas reacciones a) y b) es que es la única manera de entenderel hecho de que el saludo de la señorita Neti-Neti fuera tanverbalmente efusivo y deferente —«Su reputación le precede»;«De parte del señor Glendenning y del señor Tate, estamosencantados de tenerlo con nosotros»; «Estamos extremadamentefelices de que esté usted dispuesto a aceptar este cargo»—sin que su cara ni su mirada registraran ni una gota deentusiasmo ni mostraran emoción de ninguna clase ni interésen mí ni en por qué yo estaba llegando tan tarde y la habíaobligado a permanecer allí plantada aguantando aquel letrerodurante Dios sabe cuánto tiempo, algo que de haberme pasadoa mí me habría dado muchas ganas de pedir una explicación.Por no mencionar el hecho de que yo llevaba todo el costadoizquierdo del traje mojado, algo sobre lo que yo por lo

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menos habría hecho algún comentario en tono preocupado, comopor ejemplo preguntar si la persona se había caído en uncharco o algo así. En resumen, no solamente resultabasorprendente que me recibieran en persona con unas palabrastan entusiastas, sino que lo resultaba doblemente por elhecho de que la persona que me estaba recitando aquellaspalabras mostrara el mismo desapego que, por ejemplo, laempleada del hotel que al marcharte te dice «Que tenga unbuen día» mientras que su expresión indica que en realidadle resulta completamente indiferente si te caes muerto en elaparcamiento de fuera al cabo de diez segundos. Y todo aquelmonólogo carente de emociones y doblemente desorientadortuvo lugar mientras la mujer me llevaba lejos de allí,pasando por debajo de las casillas de «Información del gestorcontratado» que había en la base del anverso del enormeimpreso 1040, en dirección a unas puertas más pequeñas ymucho menos ostentosas que quedaban a un par de centenar demetros más al oeste, bajo la fachada de baldosines delCRE[76]. Desde tan cerca, se podía ver que algunosbaldosines de la fachada estaban mellados y/o sucios.También pudimos ver varias partes distorsionadas de nuestrosreflejos sobre la fachada del edificio Anexo que teníamosdelante mismo (es decir, al este), aunque estábamos a varioscientos de metros de distancia y dichos reflejos parcialeseran diminutos y difíciles de distinguir.

La señorita Neti-Neti se dedicó a charlar hasta que yacasi llegamos al final de la fachada. No hace falta decirque resultaba muy difícil entender que toda aquella atenciónpersonal y deferencia (verbal) se la estuvieran dedicando aun empleado de rango GS-9 al que probablemente iban a ponera abrir sobres o a transportar de un lado a otro pilas deexpedientes recónditos o algo parecido. Mi teoría inicial

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fue que el pariente sin nombre que me había ayudado a entrarallí como estrategia para postergar los mecanismos de cobrode los Préstamos para el Estudio tenía mucho más enchufeadministrativo del que yo había pensado originalmente.Aunque, por supuesto, mientras yo intentaba avanzar atrompicones siguiendo a la señorita exótica bajo la sombrade la parte delantera/trasera del edificio, todo aquello deque mi «reputación» me «preced(ía)» me empezó a preocupar,por culpa de las ansiedades irracionales a las que antes yahe dedicado más atención de la que merecían.

Ahora me está quedando claro que podría pasarme unacantidad enorme de tiempo, tanto del tiempo de ustedes comodel mío, simplemente describiendo aquella llegada inicial yla serie creciente de confusiones, errores de comunicación ycagadas generales (por lo menos una de las cuales fue mía; asaber, dejar una de mis maletas en la zona exterior deespera de la oficina de Personal del CRE, que es algo que nofui consciente de haber hecho hasta que ya iba a bordo delautobús de empresa que me llevaba de vuelta desde el CREhasta el complejo de apartamentos de Angler’s Cove donde seencontraba mi vivienda asignada por la Agencia Tributaria)[77] que tuvieron lugar durante mi primer día en el puesto,algunos de los cuales tardarían semanas en solucionarse. Noobstante, solo hay unos cuantos que sean relevantes engeneral. Una de las rarezas de la memoria humana es que losrecuerdos más nítidos y detallados no suelen tratar de lascosas más significativas. No son el bosque, por decirlo dealgún modo. No es solamente que los recuerdos verdaderossean fragmentarios; creo que pasa también que la relevanciay el significado general son conceptuales, mientras que losfragmentos de experiencia que se quedan atrapados y luegocon los años son más fáciles de recuperar son de naturaleza

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sensorial. Vivimos dentro de cuerpos, al fin y al cabo.Ejemplos al azar de fragmentos que recuerdo: pasillosinteriores largos y sin ventanas, la quemazón de mis brazosjusto antes de que me viera obligado a dejar el equipaje unmomento en el suelo. El ruido y la cadencia particular delos tacones de la señorita Neti-Neti cuando golpeaban elsuelo, que era de linóleo marrón oscuro y olía mucho a ceraen medio de aquel aire inmóvil y emitía una serieinterminable de reflejos en forma de paréntesis relucientesallí donde un empleado de mantenimiento había pasado sumáquina de encerar de un lado a otro del pasillo vacío porla noche. El lugar era un laberinto de pasillos, escaleras ysalidas de incendios con letreros en clave. Muchos de lospasillos parecían ser más curvados que rectos, algo querecuerdo haber pensado que era una ilusión causada por laperspectiva; el exterior del CRE no tenía nada redondeado niradial. En resumen, el lugar era demasiado abrumadoramentecomplejo y repetitivo como para describir con ningún gradode detalle la primera vez que uno llegaba a él. Por nohablar de la confusión que producía: por ejemplo, sé que eldestino inicial de nuestra llegada estaba un nivel pordebajo de la entrada principal y del vestíbulo. Lo sé aposteriori, porque era donde se encontraba la oficina dePersonal del CRE, que ahora sé que era adonde la señoritaNeti-Neti tenía instrucciones de llevarme directamenteevitando los puntos de ingreso del vestíbulo... pero tambiéntengo lo que parece ser un claro recuerdo sensorial de habersubido por lo menos un tramo corto de escaleras en algúnmomento, puesto que fue el hecho de subir escaleras cargadolo que causó el repiqueteo más grave de una de las maletascontra la parte de fuera de mi rodilla, haciendo que casi mepudiera imaginar la hinchazón y los flamantes moretones que

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me iban a salir. Por otro lado, no me parece imposible queesté confundiendo el orden en que atravesamos las diferentespartes del CRE.

Sí que sé que en un momento dado la misma señorita Neti-Neti también pareció confundirse o distraerse, y abrió lapuerta que no era, y en medio de la cuña de luz que salió dedicha puerta antes de que ella tuviera ocasión de volver acerrarla pude vislumbrar una sala alargada llena deexaminadores de la Agencia desplegados en largas hileras ycolumnas de unas mesas o escritorios de aspecto extraño,cada uno de los cuales (los escritorios) estaba provisto deuna torre de bandejas o cestas atornilladas al tablero[78],con lámparas de mesa de cuello flexible atornilladas a suvez a estas torres con forma de abanico, de manera que cadauno de los examinadores trabajaba dentro de un círculopequeño de luz en lo que parecía ser el fondo de un agujerode un solo lado. Aquel, aunque por entonces no lo supe, fuemi primer vislumbre de una Sala de Inmersivos, de las cualeshabía un buen puñado en la estructura principal del CRE. Lomás asombroso de ella era el silencio. En aquella sala habíapor lo menos ciento cincuenta hombres y/o mujeres, todoscompletamente concentrados y enfrascados, y sin embargo enla sala reinaba tal silencio que se pudo oír hasta unaimperfección de la bisagra de la puerta cuando la señoritaNeti-Neti la cerró haciendo fuerza contra su puntalneumático. Aquel silencio es lo que mejor recuerdo de todo,porque resultaba al mismo tiempo sensual e incongruente. Porrazones obvias, solemos asociar el silencio total con elvacío, no con los grupos grandes de gente. Todo el episodiono duró más que un momento, sin embargo, tras el cualreanudamos nuestro recorrido complejo, con la señorita Neti-Neti saludando de palabra o con la cabeza a otros

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funcionarios de Personal ataviados con sus distintivaschaquetas de color azul luminoso que conducían a pequeñosgrupos en dirección contraria, lo cual visto con perspectivadebió de añadir todavía más confusión, aunque no recuerdoque me hiciera sentir de ninguna manera; yo seguía, por asídecirlo, reverberando a causa de la imagen de todos aquellosexaminadores totalmente silenciosos y concentrados.

Este probablemente sea un lugar válido para llevar a cabocierta exposición de mis antecedentes en materia de silencioy trabajo de oficina concentrado. A posteriori, sé que huboalgo que me aterró y me excitó en la intensidad silenciosa einmóvil con la que toda aquella gente estaba estudiando susdocumentos de temática fiscal durante el instante en que lapuerta permaneció abierta. Se trataba de una escena que tehacía saber que si volvías a abrir la puerta durante otrobreve instante al cabo de diez, veinte o cuarenta minutos,te encontrarías exactamente la misma imagen y el mismosilencio. Yo nunca había visto nada parecido. O mejor dicho,sí que lo había visto, porque por supuesto la televisión ylos libros a menudo retratan la misma clase de estudio otrabajo de oficina concentrado, aunque sea implícitamente.Como por ejemplo: «Irving hincó los codos y se pasó lamañana entera trabajando en el papeleo que tenía en lamesa»; «Solamente cuando terminó el informe la ejecutivaechó una mirada al reloj de pulsera y vio que ya casi eramedianoche. Había estado completamente absorta en su tarea ysolo ahora se daba cuenta de que se había saltado la cena yse estaba muriendo de hambre. Caramba, ¿adónde se ha idotodo el tiempo?, se dijo a sí misma». O incluso: «Se pasó eldía leyendo». En la vida real, por supuesto, el trabajo deoficina concentrado no es así. Yo me había pasado cantidadesenormes de tiempo en bibliotecas; sabía muy bien cómo era en

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realidad el trabajo de oficina. Sobre todo si la tarea quese tenía entre manos era tediosa o repetitiva o densa, o sirequería leer algo que no presentaba una relevancia directade cara a tu vida o tus prioridades, o si era un trabajo queestabas haciendo únicamente porque tenías que hacerlo; comopor ejemplo, para sacar nota, o bien como parte de unencargo laboral por libre que te ha hecho un patán que se haido a esquiar. La forma en que se desarrolla el trabajo deoficina realmente duro es en forma de pequeñas rachas yarranques entrecortados, intervalos breves de concentraciónalternados con viajes frecuentes al lavabo de hombres, alexpendedor de agua, al expendedor de aperitivos, visitascontinuas al sacapuntas, llamadas de teléfono que de prontosientes que tienes que hacer sí o sí, intervalos abstraídospara ver qué clase de formas puedes hacer doblando un clippara sujetar papeles, etcétera[79]. Esto se debe a que estarsentado quieto y concentrado en una sola tarea durante unperiodo largo es, en la práctica, imposible. Si tú dijeras:«Me he pasado la noche entera en la biblioteca, trabajandoen el ensayo de sociología de un cliente», lo que realmentequerrías decir es que te habías pasado entre dos y treshoras trabajando en el ejercicio y el resto del tiempocambiando de postura y sacando punta a los lápices yorganizándolos y mirándote la piel en el espejo del lavabode hombres y deambulando por entre los montones de libros,abriendo algunos al azar y leyendo sobre, por ejemplo, lasteorías de Durkheim sobre el suicidio.

Durante aquella fracción de segundo en que vislumbré lasala, sin embargo, no vi ninguna de estas difracciones. Senotaba que aquella gente no era de los que se dedican acambiar de postura, ni se ponen a leer una página de, porejemplo, aburridas explicaciones de los contribuyentes sobre

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la deducción de algún artículo y luego se dan cuenta de queen realidad han estado pensando en la manzana que llevan enla bolsa del almuerzo y en si deberían comérsela en esemomento, para acabar dándose cuenta de que su mirada hapasado por todas las palabras (o dado el tipo de centro enque estábamos, tal vez por todas las columnas de cifras) dela página sin haberlas leído todas en realidad; aquí «leído»significa asimilado, comprendido o lo que sea que entendemosdecir por leer realmente en lugar de limitarse a pasar lamirada por encima de unos símbolos colocados en un ordendeterminado. Ver aquello me resultó bastante traumático. Amí siempre me había frustrado y avergonzado todo el tiempode lectura y escritura que yo desperdiciaba en realidad, lafrecuencia con la que me quedaba embobado mientras intentabaabsorber o plasmar cantidades grandes de información. Paradecirlo llanamente, siempre me había dado vergüenza lafacilidad con que me aburría cuando me intentaba concentrar.De niño, creo que yo entendía la palabra «concentración»literalmente y veía mis problemas para concentrarme de formaprolongada como prueba de que yo era una modalidadinusualmente diluida o desorganizada de ser humano[80], ygran parte de la culpa se la echaba a mi familia, quenecesitaba vivir todo el tiempo rodeada de ruidos ydistracciones y emprendía casi todas las actividadescotidianas con todas las radios, equipos de música ytelevisores encendidos, hasta el punto de que ya a loscatorce años adopté la costumbre de llevar unos taponesespeciales personalizados de alto filtrado para los oídos.No fue hasta que tuve edad para marcharme por fin de Philo yentrar en una universidad altamente selectiva cuando entendíque los problemas para estarse quieto y concentrarse son máso menos universales y no una especie de defecto raro que

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tenía yo y que me iba a impedir elevarme por encima de misantecedentes pasados y conseguir algo en la vida. Ver todala energía que invertían aquellos universitarios de élite ybien instruidos procedentes de todo el país a fin de evitar,posponer o mitigar el trabajo concentrado fue unaexperiencia que me abrió los ojos. De hecho, la estructurasocial de la facultad estaba organizada para recompensar yvalorar a aquellos alumnos que fueran capaces de aprobar susclases y cosechar un buen expediente académico sin llegarnunca a trabajar duro. Los que iban trampeando, haciendo lomínimo absoluto requerido para obtener la aprobacióninstitucional / parental, eran considerados gente enrollada,mientras que los que verdaderamente se aplicaban a sustrabajos de curso y a invertir energía en su propiaeducación y sus logros eran relegados al estatus de«machacas» o «curritos», que eran la casta más baja quehabía en la implacable jerarquía social de la facultad[81].

El resultado final, sin embargo, fue que hasta que entréen la universidad, donde a menudo todos vivíamos y hacíamoslos deberes juntos y a la vista los unos de los otros, yo nohabía tenido oportunidad de darme cuenta de que los cambiosde postura, las distracciones y las frecuentes pausasinnecesarias eran rasgos más o menos universales. En elinstituto, por ejemplo, los deberes son algo que se hace encasa, en privado, con tapones en los oídos y letreros de«PROHIBIDO MOLESTAR» y una silla encajada debajo del pomo dela puerta. Lo mismo pasa con la lectura, con llevar undiario, con trabajar en tu contabilidad del dinero que ganasrepartiendo periódicos, etcétera. Solo estás con tus colegasen situaciones sociales o recreativas, lo cual incluye lasclases, que en el instituto público al que yo iba eran unchiste académico. En Philo, uno tenía que educarse

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independientemente de la escuela, y no gracias a ella; locual explica por qué hay tantos de mis antiguos compañerosde instituto que todavía no se han movido de Philo y sededican a venderse seguros los unos a los otros, a beberalcohol de supermercado, ver la tele y esperar el formalismode su primer infarto.

La señorita Neti-Neti de Personal, por cierto, siguióhablando durante gran parte del circuito que recorrimos parallegar a Personal. La verdad es que la mayor parte de lo queme dijo ya se me ha borrado de la memoria. Su tono eraagradable, profesional; pero charlaba de forma tanininterrumpida que al cabo de un rato dejé de escucharlacasi sin quererlo, igual que se deja de escuchar a los niñosde seis años. Probablemente parte de lo que estaba diciendofuera información útil y oportuna sobre el CRE, sin embargo,y en cierta manera es una vergüenza que no pueda rememorarlaaquí, puesto que probablemente sería útil y concisa de caraa estas memorias, mucho más que mis propias impresiones yrecuerdos. Sé que yo no dejaba de hacer paradas paracambiarme de mano diversas maletas y atenuar esa sensaciónde quemazón que te entra cuando te pasas un rato llevando lamaleta más pesada solamente en el lado derecho, por ejemplo,y que hicieron falta varios de esos momentos para que laseñorita Neti-Neti entendiera lo que estaba pasando y sedetuviera también en lugar de seguir andando y terminarveinte metros o más por delante de mí, momento en el cual elhecho de que ella siguiera hablando se volvía absurdo,puesto que literalmente no había nadie presente para oírla.No me importó que en ningún momento se ofreciera paraayudarme con mis maletas; aquello se podía atribuir acódigos de género, que yo sabía que eran especialmenterígidos en Oriente Próximo. Sin embargo, nada te da a

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entender tan claramente que la volubilidad y la charla dealguien son un simple rollo ensimismado y no tienen nada quever contigo como el hecho de quedarte rezagado y estarliteralmente ausente y que la charla simplemente siga,llegándote únicamente en forma de torrente indistinto deecos que rebotan en las superficies de los pasillos. Seríainsincero decir mucho más sobre la Crisis de Irán en elcontexto de aquel primer día, puesto que todo lo demás quedescubrí sobre las excentricidades a las que se entregaba ensu tiempo libre y los orígenes que estas tenían en lasconvulsiones que había sufrido su país a finales de los añossetenta no lo descubrí hasta más tarde, cuando dio laimpresión de que casi cada mañana del mes de agosto de 1985ella salía de la vivienda de un pasapáginas distinto. Teníaun acento poco marcado y parecía más británica que deOriente Próximo o extranjera, y su pelo era de un colornegro muy oscuro y le caía de una forma tan perfectamenterecta que casi parecía líquido; visto desde atrás, elcontraste del pelo con el azul atrozmente chillón de lachaqueta de las oficinas de Personal era el único elementoatractivo o interesante que presentaba aquella chaqueta.Además, como me pasé tanto rato en varios puntos de suestela, recuerdo que ella olía vagamente —como si el aromano viniera de ella sino de la chaqueta de Personal— a ciertoperfume de venta en centros comerciales con que ciertaintegrante sin nombre de mi familia solía empaparse todaslas mañanas hasta el punto de hacer que te lloraran losojos.

A diferencia de las plantas superiores, la plantasubterránea del CRE estaba dividida en módulosaproximadamente hexagonales, con pasillos que salían enforma radial de un centro como rayos de una rueda deformada.

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Tal como se pueden imaginar, este plano radial, tan popularen los años setenta, no tenía ninguna lógica inmediata,puesto que el edificio en sí del CRE era severamenterectangular, lo cual se añadió a la desorientación generaldel descenso que emprendimos aquel primer día hacia elmecanismo de Ingreso[82]. El despliegue de letrerosdireccionales que había en el centro de cada módulo era tandetallado y complejo que parecía diseñado únicamente paraaumentar la confusión de cualquiera que no estuviera yaseguro de adónde estaba yendo y del porqué. Los suelos deaquella planta eran blancos, las paredes tenían molduras decolor gris plomo y la luz venía de unos fluorescentesempotrados y muy luminosos; daba la impresión de queestábamos a una galaxia de distancia de la planta principalque quedaba justo encima. Llegado este punto, tal vez seamejor mantener las explicaciones lo más sucintas ycomprimidas que sea posible, por una simple cuestión derealismo. La verdad a largo plazo es que puesto que yo acabétrabajando allí —aunque es mejor decir que fui a caer allí,igual que una pelota de tenis o un proyectil que hacecarambola, cuando por fin se resolvió al cabo de las semanasla larga serie de confusiones administrativas que a puntoestuvieron de acarrearme cargos disciplinarios y/o elDespido Procedente—, me resultaría fácil imponer sobre ladisposición del Nivel 1[83] y de las oficinas de Personaltodo un maremagno de detalles, explicaciones y antecedentesque en realidad solamente aprendí más adelante y no enabsoluto durante mi llegada y mis correteos perplejos detrásde la Crisis de Irán. Lo cual es una peculiaridad de lamemoria temporal: el hecho de que uno tienda a rellenar laslagunas con datos que en realidad no adquirió hasta mástarde, un poco de la misma manera en que el cerebro funciona

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automáticamente para rellenar las lagunas visuales queprovoca la salida del nervio óptico por la parte de atrás dela retina. Un buen ejemplo de esto es el hecho de que elverdadero manicomio que eran la entrada principal y elvestíbulo del Centro de Examen de la primera planta, y lacola extremadamente larga de empleados agotados por susviajes y provistos de sombreros, maletas y carpetas marronesextensibles de documentación de la Agencia y órdenes dedestinación, que ahora se extendía (la cola, digo) hastasalir por una de las pesadas y herméticas salidas deincendios[84] y adentrarse en la rotonda fluorescente quemás tarde resultaría ser el centro del módulo central delNivel 1, una cola que consistía en personal recién asignadoy/o transferido al centro que esperaba a que les sacaran sufoto tamaño pasaporte y les imprimieran su documento deidentidad del Centro 047 y se lo pasaran por la máquinaplastificadora, después de lo cual el documento estaríadurante varios minutos demasiado caliente para cogerlo, demanera que se podía ver a empleados que cogían susdocumentos de identidad recién hechos por una esquina y lossacudían rápidamente en el aire como si fueran un abanico afin de enfriarlos antes de sujetárselos con sus clipsrespectivos a la pechera de la camisa (dado que eraobligatorio llevarlos ahí todo el tiempo que uno pasaba enel centro)... el hecho de que todo aquel lío y aquellamasificación de mediados de mayo en realidad se debía a unareestructuración importante de la Rama de Control de laAgencia Tributaria que se estaba implantando en los seis CREoperativos y en más de la mitad de los centros de Auditoríasde Distrito (cuyos tamaños variaban mucho) de todo el país,programada para empezar (la reestructuración, digo)exactamente un mes después de que en todo el país se cerrara

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el plazo para presentar las declaraciones de la rentaindividuales, el 15 de abril, a fin de permitir que lallegada masiva anual de declaraciones pasara antes por suclasificación inicial y procesamiento en los CentrosRegionales de la Agencia[85] y que se procesaran los chequesadjuntos y se depositaran en el Tesoro Público a través delos seis mecanismos de Depósito Regional... todo esto salióa la luz más adelante, informalmente, por medio de charlasen los apartamentos de Angler’s Cove con Acquistipace,Atkins, Redgate, Shackleford y compañía. De manera que seríaengañoso entrar en cualquier tipo sustancial de detalle oexplicación en este punto, dado que, si hemos de serrealistas, ninguna de estas verdades existía todavía. Lomismo se puede decir del hecho de que hiciera falta undocumento de identidad de la Agencia válido para acceder alas lanzaderas que iban desde el complejo hasta cualquierade las viviendas especiales de bajo coste que el Centrotenía en dos antiguos complejos de apartamentos comercialessituados en otra sección de la Self-Storage Parkway, lo cualera una regulación a escala nacional de Sistemas, y portanto no era culpa per se del señor Tate ni de Stecyk que alos recién llegados se les hiciera dejar sus maletas tiradaspor todos lados y ponerse a hacer cola con ellas mientrasesperaban a que les sacaran la foto para el documento deidentidad y les generaran un nuevo número interno de laSeguridad Social y demás, aunque no por ello resultaba menosirritante y estúpido el hecho de que no hubiera un protocoloestablecido para almacenar las maletas de los empleadosnuevos que todavía no tenían documento de identidad... Todosestos datos vienen a ser posdatas, para entendernos.

Lo que sí se puede incluir con validez entre lasexperiencias de aquel primer día es el hecho de que, como es

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natural, me produjo sorpresa —y hasta un poco de emoción— elverme exento de la larga y atrozmente lenta cola de genteque se extendía desde la rotonda central del Nivel 1 hastala oficina de identificación improvisada, y en su lugar serllevado al frente de la cola de identificaciones, donde mehicieron posar y me fotografiaron y allí mismo me dieron mitarjeta identificativa caliente y olorosamente plastificaday mi clip para sujetármela a la ropa. (Yo todavía no sabíaqué quería decir la secuencia numérica de nueve dígitos quehabía debajo del código de barras, ni tampoco que mi viejonúmero de la Seguridad Social, que en calidad de americanode más de dieciocho años yo me sabía de memoria, nunca másvolvería a ser usado por nadie; simplemente desapareció,desde un punto de vista identificativo.) Igual que cuando terecibe alguien con autoridad que tiene tu nombre escrito enun letrero, resulta casi inevitablemente gratificante que teescolten especialmente hasta el frente de una cola, da igualcuántas miradas de resentimiento o (en mi caso)[86] derepulsión te dedique la gente pretérita de la cola que sequeda mirando cómo te conducen hasta el frente y te eximende todo el embrollo ordinario y la espera masificada.Además, algunos de los nuevos empleados que estaban en lacola tenían toda la pinta de ser empleados transferidos derango alto, y yo me volví a sentir al mismo tiempogratificado y lleno de curiosidad o incluso de aprensión alpensar en qué clase de enchufe debía de tener aquel parientelejano que me había ayudado a obtener el puesto, y en quéinformación personal o biográfica mía me había precedido, ya quién había llegado. Este episodio de mi recibimientoespecial solamente forma parte legítima de la cadena derecuerdos reales si se aclara que tuvo lugar (el que mecondujeran al frente de la cola, digo) ese mismo día de mi

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llegada pero un poco más tarde, después de que la señoritaNeti-Neti ya me hubiera llevado siguiendo una rutaligeramente distinta a través de la rotonda de aquel módulocentral y hasta la oficina de Personal propiamente dicha delCRE, que ocupaba una enorme suite de oficinas y zonas derecepción conectadas, situada en la esquina o vérticesudoeste del Nivel 1[87]. Ella había estado inicialmenteconvencida de que yo debía de tener alguna clase deaudiencia personal introductoria con el SDP[88], pero o bienla Crisis de Irán se equivocaba en este sentido, o bien losretrasos impuestos por el viaje y el tráfico habíanprovocado que yo me saltara la entrevista, o bien algunaclase de crisis dentro de la División de Personal habíacopado la atención del SDP. Porque cuando ya habíamosdescendido al nivel subterráneo y pasado por la rotondacentral y eludido varios tramos de la cola de lasidentificaciones, y ya habíamos doblado una serie de recodoslaberínticos y abierto varias salidas de incendios, haciendopausas cada vez más frecuentes para que yo pudieraredistribuir el peso de mi equipaje, y cuando ya habíamosllegado por fin a la oficina de Personal, nos encontramosentonces con que la zona de espera, las oficinas externas,el pasillo de la fotocopiadora y la sala especial divididapor la mitad por una computadora UNIVAC 1100 y una terminalremota (conectada, me enteré más tarde, mediante una líneaDataphone semidúplex a la Sede Regional de Joliet, en elnorte del estado) que había al otro lado del pasillo yaestaban abarrotados de empleados de la Agencia, sentados, depie, leyendo, mirando a la nada, sosteniendo sus sombreros yjugueteando con ellos, y (di por sentado, resultó queerróneamente, aunque también es cierto que la señorita Neti-Neti no hizo nada para sacarme de mi error, sino que se

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limitó a desaparecer en una oficina lateral y a ponerse enuna cola de gente con chaquetas azules que esperaban parahablar con un superior de Personal[89], con el objeto deinformarle de mi llegada [ostensiblemente por transferenciade alto nivel] y recibir instrucciones sobre cómo procederen ausencia de la entrevista especial. Fue aquella asistentedel SDP quien firmó el impreso interno 706-IC que daba luzverde para que me llevaran al frente de la cola a fin deprocesar mi documento de identidad de la Agencia, aunque laseñorita Neti-Neti tardó más de veinte minutos[90] en llegaral frente de la cola de la oficina de la señora Van Hool ypresentarle sus preguntas) sin hacer nada más que calentarla silla a costa del contribuyente, protagonizando una deesas clásicas situaciones de «darse mucha prisa para luegono hacer nada».

Entretanto, yo me sentía comprensiblemente cansado ydesorientado, y también crispado (lo que hoy se llamaría«estresado») y hambriento, y no poco irritado, y me hicieronsentarme en una silla de vinilo de la que alguien se habíalevantado hacía poco[91] situada en la zona de esperaprincipal, con las maletas a los pies y sosteniendo miportafolios contra el cuerpo a fin de intentar cubrir lahumedad del costado izquierdo de mi traje, que quedabadirectamente a la vista de la mesa de la espantosasecretaria /recepcionista del SDP, la señora Sloper, queaquel primer día me dirigió exactamente la misma mirada deasco carente de curiosidad que me seguiría dirigiendodurante los trece meses siguientes, y que llevaba puesto (deesto me acuerdo perfectamente) un traje pantalón de colorlavanda que hacía que su abundante colorete y pintura deojos se vieran todavía más espantosos. Debía de tener unoscincuenta años y estaba muy flaca y llena de tendones, tenía

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el mismo peinado de colmena asimétrico que dos mujeresmayores distintas de mi familia e iba maquillada como unpayaso embalsamado, un ser de pesadilla. (Su cara parecíasujeta con alfileres.) En varias ocasiones, coincidiendo conmomentos en los que quedaba el suficiente espacio vacío enla multitud de empleados como para que pudiéramos tenercontacto visual, aquella secretaria y yo nos miramos el unoal otro con odio y repulsión mutuos. Es posible que hasta meenseñara los dientes durante un instante[92]. Algunosempleados que había sentados o de pie por toda la sala y suspasillos conectados estaban leyendo expedientes o bienrellenando impresos que no era imposible que guardaranalguna relación con el trabajo que tenían asignado, pero lamayoría estaban mirando a la nada con cara de pasmarote obien enzarzados en conversaciones desganadas y sin rumbo deesas que se tienen en el lugar de trabajo, de esas que (talcomo descubriría) no tenían ni principio ni fin. Me notabael pulso en dos o tres quistes del penfigoide que mebordeaba la mandíbula, lo cual quería decir que iban a serde los malos. Aquella secretaria de pesadilla tenía en elborde de su mesa un dibujito enmarcado de esos que se tienenen el lugar de trabajo que representaba una tosca caricaturade una cara furiosa y debajo de ella la leyenda «Estoy alborde de un ataque de nervios... ¡SOLO ME FALTABAS TÚ!», queera algo que algunos de los empleados de la administracióndel instituto de secundaria de Philo también teníanexpuesto, como esperando que la gente aplaudiera su ingenio.

El hecho de que a mí me estuvieran pagando por estar allísentado leyendo un insípido libro de autoayuda —según elcontrato de la Agencia, mi periodo de empleo había empezadolegalmente a mediodía— mientras que a otros les estuvieranpagando por estar en una larga cola de gente que también

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cobraba solamente por averiguar qué tenía que hacerconmigo... todo aquello me resultaba inmensamenteineficiente e inepto, una perfecta ratificación de laopinión que imperaba entre ciertos miembros de mi familia deque el gobierno, la burocracia gubernamental y lasregulaciones del gobierno constituían la forma más ineficaz,estúpida y poco americana de hacer las cosas, desde regularla industria del café instantáneo hasta fluorar el agua[93].Al mismo tiempo, también me venían destellos de ansiedadante la posibilidad de que todo aquel retraso y aquellaconfusión significaran que la Agencia tal vez se estuvieraplanteando descalificarme y expulsarme basándose en unhistorial distorsionado de conducta supuestamente incorrectaen la universidad de élite de la que me estaba tomando unaño de permiso, con o sin sirenas. Tal como todo americanosabe, el desprecio y la ansiedad pueden coexistirperfectamente en el corazón humano. La idea de que la genteno siente más que una emoción cada vez no es más que otroengaño de los libros de memorias.

En resumen, me pasé en aquella zona de espera un rato queme pareció larguísimo, y estando allí tuve toda clase deimpresiones y respuestas veloces y fragmentarias, de lascuales solamente incluiré aquí unos cuantos ejemplos.Recuerdo haber oído que un hombre de mediana edad que estabasentado cerca de mí le decía «No te sulfures, chaval» a otrohombre mayor que estaba sentado en diagonal respecto a mí alotro lado de la puerta de uno de los pasillos que salían dela sala de espera, pero cuando levanté la vista de mi librome encontré con que los dos hombres estaban sentados mirandoal frente, sin expresión y sin dar ninguna señal de queninguno de los dos necesitara dejar de «sulfurarse» deninguna manera imaginable. Saliendo de uno de los pasillos

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radiales para atravesar un extremo de la zona de espera ycoger otro de los pasillos vi a por lo menos una chicaguapa, cuya palidez cremosa y pelo de color madera de cerezorecogido con un lazo de esos que se venden en las tiendaspercibí con el rabillo del ojo, aunque un momento más tarde,cuando la miré directamente, solo pude ver una espalda (lade la chica) que se alejaba por el pasillo. Tengo queconfesar que no estoy seguro de qué grado de detalle medebería permitir aquí, ni de cómo refrenarme para noimponerle a la zona de espera y a los diversos empleados unafamiliaridad que solamente adquirí más tarde. Contar laverdad es, por supuesto, mucho más difícil de lo que lamayoría de la gente normal supone. Recuerdo que una de laspapeleras de la zona de espera contenía una lata vacía deNesbitt’s, lo cual yo interpreté como prueba de que era muyposible que entre las máquinas de venta automática del CREhubiera una máquina de Nesbitt’s. Igual que todas las salasatestadas en verano, el sitio estaba caldeado y no corría elaire. El olor a sudor de mi traje no era del todo mío; elcuello ancho de mi camisa tenía las puntas un poco dobladashacia arriba.

Para entonces yo ya había sacado de mi portafolios aquellibrito en edición de bolsillo y lo estaba leyendo,prestándole una atención parcial —que era lo máximo quemerecía— mientras sujetaba un bolígrafo con los dientes. Talcomo es posible que ya haya mencionado de pasada, el librome lo había regalado el día anterior un pariente inmediato(el mismo en cuya papelera yo había encontrado la carta quehablaba de mi destinación en la Agencia Tributaria, arrugaday firmada por el otro pariente menos inmediato) y setitulaba Cómo caerle bien a la gente: receta instantánea para el éxitoprofesional, y en esencia yo solo estaba «leyendo» el libro

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para poder introducir toda una serie de comentarioscortantes y mordaces en el margen de cada frase manida,topicazo o memez empalagosa y mendaz que me encontraba, esdecir, prácticamente al lado de cada párrafo. Mi idea eradevolverle por correo el libro a aquel pariente inmediato alcabo de una semana o dos, junto con una voluble nota deagradecimiento plagada de los gestos y tácticas que el librorecomendaba, como, por ejemplo, usar de forma incesante elnombre de pila de la otra persona, enfatizando las áreas deacuerdo y de entusiasmo común, etcétera; una nota cuyosarcasmo descarado aquel pariente[94] no detectaría hastaque abriera más tarde el libro y viera las agrias notas almargen de cada página. En la facultad, yo le había hecho untrabajo por encargo a un individuo que estaba matriculado enun curso interdisciplinario sobre «libros corteses» delRenacimiento y sobre la semiótica de la etiqueta, y ahora seme había ocurrido aludir en las notas al margen del libro atextos como La práctica de los caballeros de Peacham y Cartas a su hijode Chesterfield, a fin de que la burla implícita fueratodavía más hiriente. Sin embargo, todo aquello no era másque una fantasía. La verdad era que yo nunca iba a enviarpor correo el libro ni la nota; fue una pérdida de tiempoabsoluta[95].

Las salas de espera atestadas de las oficinas tienen unacoreografía especial, y yo sé que en cierto momentoposterior la disposición del personal que estaba tantosentado como de pie se alteró lo bastante como parapermitirme tener de forma prolongada en mi campo visual, porencima del libro, un fragmento selecto de la oficinainterior del Subdirector de Personal[96], oficina que erabásicamente un cubículo grande con revestimiento de maderaempotrado en la pared trasera de la sala de espera, y cuya

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entrada estaba justo detrás y a un lado de la mesa de lasecretaria / recepcionista de pesadilla, una posición desdela cual ella podía fácilmente, y de hecho (daba esasensación) a menudo hacía, estirar un brazo huesudo de colorlavanda hasta meterlo en el umbral de la puerta del SDP paraimpedirle la entrada a alguien o incluso impedir a esealguien que llamara a la puerta sin el nihil obstat especial deella. (Esta resultó ser una verdadera ley de la burocraciaadministrativa: cuanto más compasivo y afectuoso era elfuncionario de alto nivel, más desagradable y cancerberianaera la secretaria que obstaculizaba el acceso a él.) Elauricular del teléfono multilínea de la mesa de la señoraSloper tenía un accesorio que le permitía ponérselo en elhombro y seguir usando ambas manos para sus tareas desecretaria, sin necesidad de realizar esa contorsióncervical de violinista que hace falta para colocarse unteléfono normal contra el hombro. Aquel pequeño artefacto oaccesorio curvado, que era de plástico de color habano,resultó ser algo que la Administración de Sanidad ySeguridad en el Trabajo obligaba a usar a cierta clase deoficinistas de la administración federal. Personalmente, yonunca había visto nada parecido. La puerta de la oficina queella tenía detrás, y que estaba parcialmente entornada ytenía un cristal esmerilado en el que estaban inscritos elnombre y el largo y complejo título del SDP (a quien lamayoría de los pasapáginas de Angler’s Cove se referían conel sobrenombre burlón de «Sir John Feelgood», aunque yotardé varias semanas en entender el contexto y la referenciahollywoodiense del mismo [detesto la gran mayoría de laspelículas comerciales]). El ángulo concreto de mi línea devisión atravesaba la puerta entreabierta y accedía a unasección en forma de cuña del despacho que había al otro

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lado. Dentro de dicha sección se veía una mesa vacía con unaplaca donde había un nombre y un título, una placa tan largaque se prolongaba más allá de los límites de la mesa porambos lados (de la mesa, digo), así como un pequeño bombín osombrero redondo de ejecutivo que colgaba un poco torcido deuno de aquellos extremos que sobresalían y tapaba con el alalas últimas letras de la placa, de tal manera que lainscripción del letrero de la mesa se convertía en: L. M.STECYK ASISTENTE DEL COMISIONADO ADJUNTO REGIONAL DEEXAMEN / PERSONA», lo cual me podría haber parecido graciosode haber estado yo de un humor distinto.

Para explicar el contexto de aquella perspectiva que yotenía del despacho: los miembros del personal que estabansentados esperando más cerca de mí eran dos hombres jóvenessin sombrero que ocupaban dos sillas de vinilo no del todoiguales situadas en un ángulo un poco oblicuo a mi izquierday que sostenían sendas pilas de carpetas provistas deetiquetas con códigos de colores. Los dos aparentaban más omenos edad de ir a la universidad y llevaban camisas demanga corta, corbatas mal anudadas y zapatillas de tenis, enmarcado contraste con los atuendos mucho másconvencionalmente adultos de la mayoría de los ocupantes dela sala[97]. Aquellos chicos también estaban teniendo algunaclase de conversación larga y ociosa. Ninguno de ellosestaba sentado con las piernas cruzadas; los dos teníanhileras idénticas de bolígrafos en los bolsillos de laspecheras. Desde mi perspectiva, sus acreditacionesreflejaban las luces del techo y resultaban imposibles dedescifrar. Mis maletas eran las únicas que había en nuestrazona, y una de ellas estaba invadiendo técnicamente lasección del suelo correspondiente al chico más cercano a mí,junto a su zapatilla sin marca; y sin embargo ninguno de

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ellos pareció mostrar ninguna curiosidad por la presencia delas maletas ni por la mía, ni siquiera ser conscientes deella. Lo normal sería esperar cierta camaradería instantáneae implícita entre gente joven que se encuentra en un lugarde trabajo abarrotado de adultos de más edad —más o menos dela misma manera en que a menudo dos personas negras que nose conocen hacen un esfuerzo para saludarse o darse porenterados de la presencia del otro si todo el mundo que losrodea es blanco—, pero aquellos dos actuaban como si nohubiera en la misma sala alguien que era aproximadamente dela misma edad que ellos, incluso después de que yo levantarala vista de Cómo caerle bien... dos veces para mirarenfáticamente en su dirección. No tenía nada que ver con misproblemas de piel; a mí se me daba bien captar las distintasformas y motivos que tenía la gente para no mirarme.Aquellos dos parecían bastante acostumbrados a no hacer casode los estímulos en general, un poco como los viajeros delmetro de las ciudades más grandes de la Costa Este. Estabanhablando en tono muy serio:

—¿Cómo puedes ser tan obtuso todo el tiempo?—¿Obtuso, yo?—Carajo.—No soy consciente de estar siendo obtuso para nada.—..[98]. —Ni siquiera sé de qué estás hablando.—Dios bendito.... Pero yo no pude determinar si se trataba de una

discusión seria o si simplemente se estaban chinchando eluno al otro, tal como suelen hacer los universitarioscínicos para pasar el rato. Al principio parecía imposible

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creer que el segundo chico no se diera cuenta de que susalegaciones de no ser consciente de que era obtuso dabanprecisamente la razón al colega que lo estaba acusando deser obtuso, por lo de no ser consciente, digo. En otraspalabras, que yo no sabía si reírme o no. Había llegado a unpárrafo de mi libro que recomendaba de forma explícita elreírse en voz alta de los chistes de los integrantes de ungrupo como forma más o menos automática de solicitar orequerir la inclusión en ese grupo, o por lo menos en susconversaciones; la tosca ilustración de aquella idea era eldibujito de un individuo plantado al lado de un grupo degente que se reía en un cóctel o recepción (todos estabansosteniendo algo que debían de ser copas de coñac pocoprofundas o bien copas de martini mal dibujadas). Losmierdifantes, sin embargo, no giraron la cabeza para nada nitampoco se dieron por enterados de mi risa, que claramentefue lo bastante fuerte como para oírse incluso por encimadel ruido de fondo. Lo que quiero decir es que fue al miraren una prolongación de aquel mismo ángulo que pasaba porencima del hombro del mierdifante que había negado serobtuso, más o menos fingiendo que miraba otra cosa situadamás allá de ellos, tal como hace uno cuando su intento deintercambiar una mirada o de tener un momento de camaraderíaha sido rechazado, cuando disfruté de un vislumbremomentáneo del despacho en sí del SDP, un vislumbre que memostró que la mesa estaba vacía pero el despacho no, porquedelante de la mesa había un hombre agachado frente a unasilla en la que había otro hombre[99] inclinado[100] haciadelante y tapándose la cara con las manos. La postura, juntocon el movimiento de las hombreras de la chaqueta del traje,dejaba muy claro que el segundo hombre estaba llorando.Nadie más entre la multitud de empleados que había en la

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sala de espera, o bien de pie en las colas que ahora seprolongaban más allá de los tres estrechos pasillos[101] yllegaban hasta la sala de espera, pareció ser consciente enaquel momento de esta pequeña escena, ni tampoco del hechode que la puerta del despacho del SDP estaba entreabierta.El hombre que lloraba me estaba dando la espalda casi porcompleto[102], pero el otro que estaba agachado frente a él,poniéndole una mano en la hombrera y diciéndole algo en untono que se notaba que debía de ser amable, tenía una caraancha, blanda y ruborizada o bien rosada, con unas patillasfrondosas y (me pareció a mí) incongruentes, una caraligeramente anticuada, que, cuando su mirada encontró la mía(yo estaba tan interesado que me había olvidado del hecho deque los campos visuales son por su misma definiciónbidireccionales) en el mismo momento en que la secretariadetestable, que seguía hablando por teléfono, me veía ahoramirar más allá de ella y estiraba el brazo sin tener quemirar ni siquiera la puerta ni la posición de su pomo paracerrarla haciendo un ruido enfático, desplegó (la cara deladministrador, digo, o sea, la del señor Stecyk) unaexpresión involuntaria de compasión y simpatía, una cara queresultaba casi conmovedora por su espontaneidad y susinceridad carente de artificio, algo a lo que, tal como heexplicado más arriba, yo no estaba acostumbrado para nada, yno tengo ni idea de cómo mi cara reaccionó en aquel momentode lo que me pareció un intercambio de miradas de altovoltaje, antes de que su cara afligida fuera reemplazada porel cristal esmerilado y mi mirada volviera apresuradamente ami libro. Mi piel facial jamás había provocado una miradaasí, ni una sola vez, y fue la expresión de aquella carablanda y burocráticamente sesentera la que no paró deentrometerse en mi imaginación en la oscuridad del cuarto de

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los contadores, mientras la frente de la Crisis de Iránimpactaba en mi abdomen una docena de veces en rápidasucesión y luego se retiraba a una distancia receptiva quepareció, en aquel instante de tensión, mucho más grande delo que en realidad podía haber sido, en términos realistas.

 

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25«Irrelevante» Chris Fogle pasa página. Howard Cardwell

pasa página. Ken Wax pasa página. Matt Redgate pasa página.Bruce «el Guay» Channing adjunta un impreso a un expediente.Ann Williams pasa página. Anand Singh pasa dos páginasjuntas por equivocación y luego pasa una hacia atrás, locual hace un ruido distinto. David Cusk pasa página. SandraPounder pasa página. Robert Atkins pasa dos páginasdistintas de dos expedientes distintos al mismo tiempo. KenWax pasa página. Lane Dean Jr. pasa página. Olive Bordenpasa página. Chris Acquistipace pasa página. David Cusk pasapágina.Rosellen Brown pasa página. Matt Redgate pasa página.R. Jarvis Brown pasa página. Ann Williams se sorbe un pocola nariz y pasa página. Meredith Rand se hace algo en unacutícula. «Irrelevante» Chris Fogle pasa página. Ken Waxpasa página. Howard Cardwell pasa página. Kenneth «Ya meentiende» Hindle saca un memorando 402-C(1) de unexpediente. Bob «Segundo Nudillo» McKenzie levantabrevemente la vista mientras pasa página. David Cusk pasapágina. Un bos tezo recorre la hilera de una Cuadrilla porinfluencia inconsciente. Ryne Hobratschk pasa página.Latrice Theakston pasa página. La Sala de Grupo 2 deExámenes de a Pie está en silencio y muy iluminada, y tienela longitud de medio campo de fútbol americano. HowardCardwell cambia ligeramente de postura en su asiento y pasapágina. Lane Dean Jr. se acaricia el contorno de lamandíbula con el dedo anular. Ed Shackleford pasa página.Elpidia Carter pasa página. Ken Wax añade un Memorando 20 aun expediente. Anand Singh pasa página. Jay Landauer y AnnWil liams pasan página de forma casi sincronizada, aunqueestán en filas distintas y no pueden verse entre sí. Boris

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Kratz se mece con ligeros movimientos de judío ultraortodoxomientras coteja una página con una columna de cifras. KenWax pasa página. Harriet Candelaria pasa página. MattRedgate pasa página. Temperatura ambiente de la sala 27º C.Sandra Pounder recoloca ligeramente un expediente para tenerla página que está mirando a un ángulo un poco distinto.«Irrelevante» Chris Fogle pasa página. David Cusk pasapágina. Cada mesa Calambre tiene un hemisferio de casillasdesplegadas a dos niveles. Bruce «el Guay» Channing pasapágina. Ken Wax pasa página. Seis pasapáginas por Cuadrilla,cuatro Cuadrillas por Equipo, seis Equipos por grupo.Latrice Theakston pasa página. Olive Borden pasa página.Además del personal de administración y apoyo. Bob McKenziepasa página. Anand Singh pasa página y luego casi alinstante pasa otra página. Ken Wax pasa página Chris «elMaestro» Acquistipace pasa página. David Cusk pasa página.Harriet Candelaria pasa página. Boris Kratz pasa página.Robert Atkins pasa dos páginas distintas. Anand Singh pasapágina. R. Jarvis Brown descruza las piernas y pasa página.Latrice Theakston pasa página. El lento chirrido que produceel chico del carrito al fondo de la sala. Ken Wax pone unexpediente encima de la pila de la bandeja de salida quetiene arriba a la derecha. Jay Landauer pasa página. RyneHobratschk pasa página y luego dobla la página de una copiade impresora que tiene alineada al lado del expedienteoriginal del que acaba de pasar una página. Ken Wax pasapágina. Bob McKenzie pasa página. Ellis Ross pasa página.Joe «el Cabrón» Biron-Maint pasa página. Ed Shackleford abreun cajón y se toma un momento para elegir el clipsujetapapeles adecuado. Olive Borden pasa página. SandraPounder pasa página. Matt Redgate pasa página y luego casial instante pasa otra página. Latrice Theakston pasa página.

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Paul Howe pasa página y luego se sorbe la nariz mirándosecon gesto circunspecto la funda de goma verde que lleva enla punta del meñique. Olive Borden pasa página. RosellenBrown pasa página. Los diablos en realidad son ángeles.Elpidia Carter y Harriet Candelaria estiran el brazo haciasus bandejas de entrada exactamente en el mismo momento. R.Jarvis Brown pasa página. Ryne Hobratschk pasa página. Ken«Ya me entiende» Hindle consulta un código de routing. Algunosse sujetan la barbilla con la mano. Robert Atkins pasapágina pese a que está cotejando algo que hay en esa página.Ann Williams pasa página. Ed Shackleford abre un expedienteen busca de un documento de apoyo. Joe BironMaint pasapágina. Ken Wax pasa página. David Cusk pasa página. LaneDean Jr. hace un círculo con los labios y respira hondo unmomento y luego se inclina sobre un nuevo expediente. KenWax pasa página. Anand Singh cierra y abre varias veces sumano dominante mientras se examina un músculo de la muñeca.Sandra Pounder yergue un poco la espalda, traza un arco conla cabeza para estirar el cuello y se vuelve a inclinar paraexaminar una página. Howard Cardwell pasa página. La mayoríaestán sentados con la espalda recta pero doblada a la alturade la cintura, lo cual reduce la fatiga del cuello. BorisKratz pasa página. Olive Borden levanta la banderita conbisagra que tiene en la bandeja vacía de los 402-C. EllisRoss empieza a pasar página pero se detiene para volver acomprobar algo que hay en la parte alta de la página. BobMcKenzie carraspea sin levantar la vista. Bruce «el Guay»Channing se hurga en el labio inferior con el clip de unbolígrafo. Ann Williams se sorbe la nariz y pasa página.Matt Redgate pasa página. Paul Howe abre un cajón y miradentro y cierra el cajón sin sacar nada. Howard Card wellpasa página. El revestimiento de dos de las paredes está

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pintado de color rosa Baker-Miller. R. Jarvis Brown pasapágina. Una Cuadrilla por hilera, cuatro hileras porcolumna, seis columnas. Elpidia Carter pasa página. RobertAtkins mueve los labios en silencio. Bruce «el Guay»Channing pasa página. Latrice Theakston pasa página con unauña larga de color violeta. Ken Wax pasa página. Chris Foglepasa página. Rosellen Brown pasa página. Chris Acquistipacefirma un Memorando 20. Harriet Candelaria pasa página. AnandSingh pasa página. Ed Shackleford pasa página. Dos relojes,dos fantasmas, un acre cuadrado de espejo escondido. Ken Waxpasa página. Jay Landauer se palpa la cara con gestoausente. Todas las historias de amor son cuentos defantasmas. Ryne Hobratschk pasa página. Matt Redgate pasapágina. Olive Borden se pone de pie y levanta una mano contres dedos desplegados hacia el chico del carrito. DavidCusk pasa página. Elpidia Carter pasa página. Temperatura /humedad exterior: 36º/74 por ciento. Howard Cardwell pasapágina. Bob McKenzie todavía no ha escupido. Lane Dean Jr.pasa página. Chris Acquistipace pasa página. Ryne Hobratschkpasa página. El carrito se acerca por el lado derecho de lasala de grupo con su rueda que chirría. Otras dos personasde la hilera de la tercera Cuadrilla también se ponen depie. Harriet Candelaria pasa página. R. Jarvis Brown pasapágina. Paul Howe pasa página. Ken Wax pasa página. JoeBiron-Maint pasa página. Ann Williams pasa página.

 

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26Un par de cosillas sobre el fenómeno de los «espectros»

que forma una parte tan crucial de la tradición de losexaminadores. Los espectros que ven los examinadores no sonlo mismo que los fantasmas de verdad. Lo de «espectros» serefiere a un tipo concreto de alucinación que pueden sufrirlos examinadores de a pie llegado cierto umbral deaburrimiento concentrado. O digamos más bien que la tensiónque requiere intentar mantenerse alerta y puntilloso ensituaciones de aburrimiento extremo puede alcanzar nivelesen los que ocurran de forma rutinaria ciertos tipos dealucinaciones.

Una de esas alucinaciones es lo que en la División deExamen se conoce como la visita del espectro. A veces sellama visita a secas, como por ejemplo: «Tienes quedisculpar a Blackwelder. Ha tenido una pequeña visita estatarde, de ahí le viene el tic». Aunque la mayoría de losexaminadores sufre alucinaciones de vez en cuando, no todossufren visitas. Solamente ciertos tipos psicológicos. Unaforma de saber que no son fantasmas de verdad: cada visitadorecibe espectros distintos, pero lo que todos tienen encomún es que los espectros siempre son profunda ydiametralmente opuestos a los examinadores a quienesvisitan. Es por eso que dan tanto miedo. Suelen manifestarsecomo irrupciones del lado reprimido de los tipos depersonalidad más rígidos y disciplinados, lo que losanalistas llamarían tal vez la sombra de una persona. Lospasapáginas hipermasculinos reciben visitas de reinonas desonrisa tonta, vestidas con lencería y maquilladas conmontones vodevilescos de carmín y pintura de ojos, haciendo

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el mariquita. Los pasapáginas religiosos ven demonios; losmojigatos ven rameras abiertas de piernas o gauchospriápicos. Los inmaculadamente pulcros reciben visitas defiguras inmundas con la ropa infestada de pulgas; losincreíblemente maniáticos y organizados ven figuras de peloalborotado con cordeles en los dedos que hurganfrenéticamente entre gimoteos en las canastas de la mesaCalambre en busca de algo crucial que no encuentran.

Tampoco es que pase todos los días. Los espectros visitansobre todo a ciertos tipos de persona. A diferencia de losfantasmas de verdad.

Los fantasmas son distintos. La mayoría de losexaminadores con cierta experiencia creen en los espectros;pocos conocen a fantasmas de verdad o creen en ellos. Estoes comprensible. Al fin y al cabo, los fantasmas se puedenconfundir con los espectros. En cierta manera, los espectrosactúan como telón de fondo o camuflaje que distrae y en elque puede ser difícil distinguir el patrón factual de losfantasmas de verdad. Es como ese viejo gag de cine donde aun tipo lo visita un fantasma de verdad en Halloween y él loelogia pensando que es un niño disfrazado.

La verdad es que hay dos fantasmas reales y noalucinatorios que rondan la sala de pasapáginas del Centro047. Nadie sabe si hay alguno en los Módulos de Inmersivos;esos Módulos son mundos aislados.

Los dos fantasmas se llaman Garrity y Blumquist. Granparte de la información que sigue procede a posteriori deClaude Sylvanshine. Blumquist es un examinador de a pie muysoso, anodino y eficiente que se murió sentado a su mesa en1980 sin que nadie se diera cuenta. Algunos de losexaminadores de más edad llegaron a trabajar con él haciendo

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exámenes de a pie en los años setenta. El otro fantasma esmás viejo. Es decir, que procede de un periodo anterior dela historia. Parece ser que Garrity había sido inspector decadena de montaje en Mid West Mirror Works a mediados delsiglo XX. Su trabajo consistía en examinar cada pieza decierto modelo de espejo decorativo que salía de la cadenafinal de montaje, en busca de defectos. Los defectos solíanser burbujas o bultos en el aluminio del dorso del espejoque causaban que la imagen reflejada se viera distendida odistorsionada de alguna manera. Garrity tenía veintesegundos para comprobar cada espejo. Por entonces lapsicología industrial era una disciplina primitiva y nohabía mucho conocimiento de los tipos primitivos de estrés.En esencia, Garrity estaba sentado al lado de una cintatransportadora que iba bastante despacio y se dedicaba aejecutar un complejo sistema de movimientos cuadrados y demariposa con el torso para examinar muy de cerca el reflejode su cara. Lo estuvo haciendo tres veces por minuto, 1.440veces al día y 356 días al año, durante dieciocho años.Hacia el final, parece ser que ya ejecutaba aquel complejosistema de movimientos cuadrados y de mariposa de suinspección incluso cuando no estaba trabajando y cuando notenía ningún espejo delante. Parece ser que en 1964 o 1965se colgó de una tubería de la calefacción en lo que ahora esel pasillo norte que sale de la sala de pasapáginas delAnexo del CRE. De todo el equipo actual de examinadores dela sala, solamente Sylvanshine conoce algún detalle sobreGarrity, a quien no ha visto nunca, y aun así la mayor partede lo que Sylvanshine sabe no son más que datos repetitivossobre el peso de Garrity, su talla de cinturón, la topologíade sus defectos ópticos y el número de pasadas de lamaquinilla que hacen falta para afeitarse con los ojos

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cerrados. De los dos fantasmas de la sala de pasapáginas,Garrity es el que menos cuesta de confundir con un espectro,puesto que es extremadamente dado a ponerse a charlar ydistraerte, de manera que los pasapáginas que están luchandopor mantener la concentración a menudo lo confunden con elmono charlatán imaginario del lado oscuro y autodestructivode su propia personalidad.

Blumquist es distinto. Cuando Blumquist se materializajunto a un examinador, lo que suele hacer es sentarsecontigo. En silencio, sin moverse. Lo único que revela quealgo va mal es el hecho de que Blumquist y su silla son unpoco traslúcidos. Nunca molesta. Tampoco se te queda mirandode una forma que incomode. Da la sensación de quesimplemente le gusta estar ahí. Es una sensación que siempreresulta un poco triste. Tiene la frente alta y unos ojosafables que sus gafas le aumentan de tamaño. A veces llevasombrero; a veces lleva el sombrero cogido del ala al salir.Salvo por los examinadores que se alteran ante cualquierclase de visitas —que son los más frágiles y rígidos y ya depor sí los más susceptibles a que los visite un espectro,con lo cual se trata de una especie de círculo vicioso—,salvo esos, la mayoría de los examinadores aceptan lasvisitas de Blumquist o incluso disfrutan de ellas. Hay unoscuantos a los que parece que él prefiere, pero es bastantedemocrático. Los pasapáginas lo consideran un tipo cordial.Pero nadie habla nunca de él.

 

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27La sala de orientación para examinadores de a pie estaba

en la última planta del edificio del CRE. Se oía el sonidointerminable de las impresoras; en la sala de al lado estabaSistemas. David Cusk había elegido un asiento debajo de unasalida de aire acondicionado que no hiciera volar laspáginas de su dossier de formación ni de su CódigoTributario. Era o bien una sala grande o un auditoriopequeño. La sala estaba iluminada por fluorescentes potentesy en ella hacía un calor ominoso. Había una especie depersianas de tipo industrial cubriendo dos ampliosventanales que daban al sur, pero aun así se notaba cómo elcalor del sol irradiaba desde las persianas y desde lostechos de Celetex. Había catorce examinadores nuevos en unasala con capacidad para 108 personas, sin contar la tarimaelevada donde estaba el estrado y el proyector rotatorio dediapositivas, que era casi igual que uno que tenían lospadres de Cusk.

La Funcionaria de Formación de Control era una mujer conel pelo plano que llevaba traje pantalón de color habano,zapatos bajos y dos credenciales distintas, una a cada ladode la chaqueta. Sostenía una tablilla sujetapapeles contrael pecho y un puntero en la mano. La sala tenía una pizarrablanca en lugar de una de esas negras donde se escribe contiza. A la luz de la sala, la cara de la mujer se veía delcolor del sebo. La estaba ayudando uno de los empleados dePersonal del Centro, a quien la chaqueta de color azulchillón le quedaba corta y le dejaba al descubierto loshuesos de las muñecas. No había nadie sentado en un radio deseis pequeños pupitres atornillados de distancia de Cusk por

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ningún lado, y él se había quitado la chaqueta del trajeigual que otros tres de los ocupantes de los pupitres. Losexaminadores que habían llegado ese día tenían sus maletaspulcramente apiladas en el lado opuesto del fondo de lasala. Cusk tenía dos lápices en su bolsa, los dos sin gomade borrar y tan masticados que ya no se veía de qué colorhabían sido. Se encontraba al borde de otro ataque como elque había tenido en el coche en compañía de aquel hombre dela cara horrible de aspecto hervido, que se había dedicado amirarlo mientras a él la temperatura le subía al máximo,provocando que estuviera a punto de pasarle por encima altipo y ponerse a arañar la ventanilla en busca de aire. Casiigual que el otro que había tenido solamente una hora mástarde, cuando se había puesto en la cola para recoger sucredencial, y después de unos minutos en la cola ya estabasitiado y no podía salirse de ella sin que el hombre de lachaqueta azul se pusiera a hacerle un montón de preguntasque harían que el resto de la gente de la cola los oyera yse pusiera a mirar, y para cuando por fin llegó su turno dequedarse plantado bajo el calor de los focos ya llevabatanto rato haciendo aquello de apartarse el pelo de lafrente que lo tenía todo casi de punta, pero no se diocuenta hasta que su documento de identificación saliótodavía caliente de la máquina plastificadora y él vio lafoto.

Tal como Cusk descubrió el año en que sus notas subieronde golpe en el instituto, sus posibilidades de tener unataque podían minimizarse si prestaba una atención muyintensa y prolongada a lo que fuera que estuviera pasandofuera de él. Tenía una diplomatura en contabilidad por elElkhornBrodhead Community College. El problema era quellegado cierto nivel de excitación le costaba prestar

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atención a nada que no fuera la amenaza de un ataque.Prestar atención a algo que no fuera el miedo era comolevantar algo muy pesado usando una polea y una soga:resultaba factible, pero costaba esfuerzo y uno se cansaba,y en cuanto te descuidabas ya volvías a estar prestandoatención a lo que menos querías.

En la pizarra se leía el acrónimo «SHEAM», que todavía nose había definido. Algunos examinadores venían transferidosdesde otros centros o bien acababan de terminar los cursosde doce semanas que se hacían en las academias que laAgencia Tributaria tenía en Indianápolis o bien en RottingFlesh, Louisiana. La orientación de estos últimos se hacíaen otro lado y era más corta.

Los pequeños pupitres iban atornillados al costado de lassillas y obligaban a la gente a sentarse de una forma muyparticular. Cada pupitre tenía una lamparilla de cuelloflexible atornillada al costado del tablero, allí donde unapersona diestra necesitaba colocar el codo para tomarapuntes.

La pizarra era más bien pequeña, y los GS-9 nuevos teníanque buscar en un folleto impreso algunos de los diagramasilustrativos de los procedimientos que estaba explicando laFuncionaria de Formación. Muchos de los diagramas eran tancomplicados que no cabían en una página doble y tenían queseguir en otras.

Primero les dieron varios impresos a rellenar. Se dedicóa recogerlos un hombre asiático. Era obvio que el personalde orientación creía que las sesiones de formaciónfuncionaban mejor y resultaban más fáciles de seguir si lapresentación la hacía más de una persona. Aquella no era laexperiencia de Cusk. Su experiencia era que aquel hombre de

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las muñecas y la nuez prominentes no paraba de interrumpirni de hacer comentarios innecesarios y que distraían. ADavid Cusk le resultaba mucho más fácil y seguro prestaratención a una sola cosa exterior a la vez.

—Una de las cosas de las que van a oír hablar ustedesmucho es de las cuotas. En las salas de descanso, al ladodel dispensador de agua.

—El Centro no se engaña respecto a los rumores y lashabladurías.

—A los examinadores más veteranos les gusta contarhistorias de cómo eran las cosas en los malos tiempos.

—Al nivel público, la Agencia siempre ha negado laexistencia de cuotas como baremos del trabajo.

—Porque una de las cosas en las que estarán pensando,como es natural, es: ¿cómo se va a evaluar mi trabajo? ¿Enqué se basarán las evaluaciones trimestrales y anuales de mitrabajo?

El hombre larguirucho escribió un interrogante en lapizarra. A Cusk le daban calor en los pies las deportivasaltas, en una de las cuales había tapado cuidadosamente unarayadura usando un rotulador negro.

La Funcionaria de Formación dijo:—Digamos, a modo de hipótesis, que en un momento dado

aquí hubo cuotas.—Pero ¿para qué?—En 1984, la Agencia procesaba un total de más de sesenta

millones de declaraciones individuales 1040. Hay seisCentros Regionales de Servicios y seis Centros Regionales deExamen. Hagan cálculos.

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—Bueno, en 1984 este Centro tenía una producción anual desetecientas sesenta y ocho mil cuatrocientas declaraciones.

—Puede parecer que no salen las cuentas.—Y eso es porque no son sesenta millones divididos entre

doce.—Deja fuera el factor de Martinsburg.Los manuales de empleados que les habían dado contenían

una foto a todo color del Centro Informático Nacional quetenía la Agencia en Martinsburg, Virginia Occidental, una decuyas tres alambradas circundantes estaba electrificada yobligaba a barrer a sus pies todas las mañanas durante lasmigraciones de aves del equinoccio.

Surgió a continuación el problema de que la pantalla delproyector de diapositivas se bajaba por delante de lapizarra, de manera que todo lo que se escribía en la pizarraquedaba tapado cuando había que proyectar algún diagrama oesquema. Además, parecía que la pantalla tenía algúnproblema con el cierre del mecanismo de despliegue y no sequedaba desplegada, de manera que el ayudante de Personaltenía que agacharse y aguantar la anilla de la que se tirabapara desplegar la pantalla al mismo tiempo que evitaba quesu sombra se proyectara en la pantalla, lo cual requería queprácticamente se pusiera de rodillas. La imagen que aparecióen la pantalla del proyector de diapositivas era un toscomapa de Estados Unidos con seis puntos ubicados en distintoslugares cuyos nombres quedaban demasiado borrosos por el hazdifractado del proyector para leerse bien. De todos lospuntos salían líneas discontinuas que confluían en otropunto situado un poquito por debajo del centro de la CostaAtlántica. Algunos de los nuevos examinadores de la salaestaban tomando apuntes sobre aquella diapositiva, aunque

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Cusk no se imaginaba en qué podían consistir aquellosapuntes.

—Digamos que una declaración 1040 que reclama que ledevuelvan dinero llega al Centro de Servicios de la RegiónOeste situado en Ogden, Utah.

La mujer señaló el bloque situado más a la izquierda. Elhombre levantó una tarjeta perforada Hollerith, cuya sombrasobre la pantalla parecía el dominó más complicado de lahistoria.

Una de las persianas estaba enrollada de forma un pocoladeada, y por el hueco resultante se filtraba un plano deluz procedente de la orientación sur que empalaba el ladoderecho de la pantalla. A continuación empezó a pasar unaserie de fotografías en blanco y negro por el proyectorautomático, cíclicamente, demasiado deprisa y al mismotiempo demasiado indefinidas por culpa de la luz del solcomo para distinguirse bien. Parecía haber dos fotosincongruentes que mostraban una especie de escena en laplaya o junto a un lago, pero pasaron demasiado deprisa paraverse.

—Por supuesto, el Centro Regional de Servicios de ustedesestá en East Saint Louis —dijo el hombre agachado en laparte baja de la pantalla. Tenía alguna clase de acentoregional que Cusk no reconoció.

—Durante la temporada intensiva de procesamiento...—De la que ahora estamos en el final...—El procedimiento es básicamente el siguiente. Los

empleados temporales sacan los fajos preligados de sobres deunos camiones especiales, les quitan las ligaduras y metenlos sobres en una procesadora automática de correo, tambiénconocida como PAC, que es una de las últimas mejoras

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introducidas por la División de Sistemas en materia derapidez y eficiencia del procesamiento de declaraciones, conun pico de casi treinta mil sobres por hora. —Ya hacía unascuantas imágenes que había pasado por la pantalla una fotopublicitaria de una máquina de Fornix Industries del tamañode una habitación, provista de numerosas cintastransportadoras, cuchillas y lámparas—. Los procesosautomatizados de la PAC incluyen la clasificación, laapertura mediante cuchillas rotatorias ultrarrápidas,codificar los bordes de los distintos tipos de declaracionesy repartirlos por las distintas cintas transportadoras paraque otros empleados temporales las abran manualmente...

—Luego los sobres vacíos pasan por un escáner luminosoespecial que hay en la PAC para asegurarnos de que esténvacíos, una innovación que ha paliado muchos problemasadministrativos que teníamos antes.

(La mayor parte de las fotografías solamente mostraban unmontón de gente yendo y viniendo por una sala grande dondehabía muchas cubetas y mesas. Las diapositivas estaban tandesincronizadas con los datos que se estaban presentando queresultaba imposible prestar atención a ambas cosas: lamayoría de los pasapáginas dejaban de mirar la pantalla.)

—Después de abrir los sobres, lo primero que se hace essacar todos los cheques y giros postales que hay dentro. Acontinuación se ponen en lotes, se registran y se llevan porcorreo especial al depósito federal más cercano, que en elcaso de la Región Oeste está en Los Ángeles. Lasdeclaraciones en sí se reúnen en lotes de acuerdo con loscinco tipos y estatus básicos.

El hombre soltó la pantalla y esta ascendió con un ruidoseco que hizo dar un respingo a la gente de las primeras

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filas. El proyector seguía encendido, y una foto de variasmujeres negras con gafas de concha perforando tarjetas dedatos se sobrepuso a la Funcionaria de Formación, que enaquel momento estaba señalando los códigos de lasdeclaraciones de empresa —1120—, las de fundaciones ypatrimonios —1041— y las de sociedades —1065—, además de lasbien conocidas declaraciones individuales —1040 y 1040A— ylas de empresas de tipo S, que también presentan las 1120.

—De todas estas, las únicas con las que van a tratarustedes son las declaraciones individuales.

—Las de empresa y las fiduciarias, que, como sabenustedes, son las de fundaciones y patrimonios, se hacen enlos centros de distrito.

El empleado de Personal, que estaba intentando apagar elproyector, dijo:

—Y las 1040 se dividen en simples y en Rollizas: lasRollizas incluyen tablas superiores a la A, la B y la C, obien un exceso de tablas de apoyo o documentos adjuntos obien más de un total de tres páginas de listado deMartinsburg.

—Todavía no hemos hablado de la parte del proceso que sehace en Martinsburg, sin embargo —dijo la FF.

—Lo que deben saber ustedes es que los exámenes de las1040 se dividen en exámenes de a pie y en Rollizas, y que austedes les pertocan los de a pie, que son los 1040 y 1040A,relativamente sencillos, de ahí el nombre. Las Rollizas sehacen mediante exámenes inmersivos, de los que se encarga unpersonal más veterano, que en algunas organizacionesregionales también examina los 1065 y 1120S de ciertasclases de empresas tipo S.

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La mujer extendió la mano de una forma que significabaaquiescencia.

Cusk se fijó en que casi toda la información que estabaofreciendo el equipo de formación también estaba en eldossier de orientación, aunque el equipo la estabapresentando de forma distinta. Su asiento estaba en latercera hilera empezando por el fondo y a la derecha deltodo. Su miedo a tener un ataque quedaba considerablementemitigado por el hecho de que no hubiera nadie cerca de él nitampoco en posición de mirarlo de cerca. Un par de losnuevos examinadores que había al frente estaban sentadosdentro de la columna de planos de luz del sol que se colabapor la persiana mal enrollada. Cusk intentó con todas susfuerzas no imaginarse el calor que debían de tener aquellosempleados recién llegados o ascendidos, ni tampoco cómo deexpuestos debían de sentirse, puesto que era consciente deque los demás no sufrían «ansiedad fóbica» hacia los ataquesde sudor, combinada con otros términos como «obsesiónruminativa», «hiperhidrosis» y «excitación circular delsistema nervioso parasimpático», de acuerdo con eldiagnóstico al que había llegado él mismo después demuchísimas horas de investigación clandestina —se habíamatriculado en unos cursos de psicología que no leinteresaban a fin de construir una coartada verosímil parasu investigación— en la biblioteca del Elkhorn-BrodheadCommunity College, y la conciencia de aquella ansiedad suyatan fuera de lo común era uno de los veintidós factoresidentificados que podían contribuir a predisponerlo a tenerun ataque, aunque no era uno de los verdaderamente potentes.El ruido de la puerta al cerrarse detrás de él fue loprimero que alertó a David Cusk del hecho de que ciertocambio de presión que acababa de sentir no se debía a que

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hubieran encendido el aire acondicionado de la salapresurizada, sino a que alguien más había entrado, aunquegirar la cabeza para ver de quién se trataba era una formasegura de atraer la atención de aquella persona hacia él, locual resultaba del todo imprudente porque existía laposibilidad razonable de que aquella persona que estaballegando tarde se le sentara detrás, cerca de la puerta porla que acababa de entrar, y a Cusk no le gustaba la idea deque una persona con la que ya hubiera establecido contactovisual se le sentara detrás y tal vez le mirara el pelo dela nuca, que estaba sospechosamente húmedo. La meraperspectiva de que alguien lo mirara ya bastaba paramandarle a Cusk una pequeña réplica de calor por todo elcuerpo, y ahora notó que le aparecían unos cuantos puntitosde sudor en el nacimiento del pelo y justo debajo delpárpado inferior, que eran los sitios donde solía aparecerprimero el sudor.

Cusk se dio cuenta también de que se había perdido unminuto o más de la presentación formativa, a la que ahoradevolvió su atención con una intensidad casi física. La FFCestaba hablando de tarjetas de control y de lotes dedeclaraciones que se mandaban a algún sitio que Cusk dedujoque podía pertenecer todavía al Centro de Servicios.

—Se numeran por lotes y luego se mandan a perforar.Ella iba subrayando las sílabas acentuadas de todo lo que

decía con el puntero, que era aproximadamente el doble delargo que una batuta de director de orquesta.

—Por medio de la perforación colectiva y los códigosbinarios especializados, los operadores de rango GS-9 de lasmáquinas perforadoras escanean cada declaración y generanuna tarjeta informática que contiene 512 puntos clave de

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información, desde el número de la Seguridad Social delcontribuyente...

—Que tal vez oigan que aquí llamamos «nic». Que viene deNIC, Número de Identificación de Contribuyente...

El hombre se tomó un momento para escribir aquello sobrela pizarra mientras la FF de Control sostenía en alto dostarjetas informáticas que desde la perspectiva de Cusk seveían más o menos idénticas.

—Por favor, fíjense en que tanto los Centros de Serviciocomo Martinsburg se han pasado a las tarjetas de noventacolumnas —dijo la mujer—, lo cual aumenta la potenciainformática del SDI o «Sistema de Datos Integrados» de laAgencia. —El proyector pasó a mostrar algo que más o menosparecía idéntico a las tarjetas que la GS-11 estabasosteniendo en alto, aunque los agujeros de la tarjetarectangular eran redondos. El logo de la corporación Fornixque había a un lado de la diapositiva era casi tan grandecomo la imagen de la tarjeta—. Esto puede, en algunos casos,afectar al diseño del listado que recibirán ustedes juntocon cada declaración que examinen para ver si recibeauditoría.

—Porque es eso lo que van a hacer ustedes —dijo elayudante de Personal—, examinar declaraciones para ver silas auditamos.

Primero Cusk fue consciente de un olor artificialmenteagradable que venía de detrás de él, más agradable que elaire procesado de la sala y considerablemente más que elfuerte olor a queso cheddar curado que él imaginaba quedebía de venir de su camisa húmeda.

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—Si los datos de la tarjeta Powers afectan a su ISD-360de alguna manera significativa, su Jefe de Grupo lessuministrará formación especial suplementaria al respecto.

—Su Jefe de Grupo es el supervisor de su Líder de Equipo—dijo el ayudante de Personal.

—En conjunto, los datos comprenden el NIC, el código deocupación, el número de familiares a cargo, la clasificaciónde los ingresos y deducciones, las cantidades de los W-2adjuntos, los 1099 y otra información similar.

—Se trata de puras transcripciones —dijo el hombre—. Enesta fase no hay exámenes.

—Todas estas cosas se transportan a Martinsburg, dondelos Lectores de Tarjetas transfieren la información a losordenadores centrales, que las comprueban en busca deerrores aritméticos, cotejan los W-2 y las declaraciones deingresos...

—Y localizan discrepancias muy básicas, que se registranen el listado interno de cada declaración.

—Los listados se conocen como «Memorando Interno 1040-M1»o simplemente como los «M1».

—Aunque al 1 se le adjuntan los últimos dos dígitos delaño correspondiente a la declaración; por ejemplo, un 1040-M1-84 es el listado que acompaña a una Declaración de laRenta Individual 1040 de 1984.

—Aunque esos números sirven para clasificar lasdeclaraciones en los archivos maestros, el listado en sí notiene ninguna designación de código.

—En los Archivos Maestros, la ubicación de unadeclaración concreta sería el 1040-M1-84 más el NIC del

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contribuyente, así que en realidad se trata de un indicadorde diecisiete caracteres.

—Esta gente no está aquí para que les impartamosorientación de Sistemas. La cuestión es que lo único queverán ustedes es que la declaración viene con un listado,porque el listado M1 y la declaración componen el expedientedel caso, y que la tarea de los examinadores de a pieconsiste en examinar expedientes para ver si hay quehacerles auditoría.

Cusk estaba empezando a amoldarse a los ritmos de lapresentación dual y a las indirectas que le soltaba a sucompañero la Funcionaria de Formación cada vez que lapresentación se desviaba en forma de digresión o bienempezaba a tratar de algo comparativamente menos importante.La principal indirecta consistía en mirarse el reloj depulsera, lo cual causaba que la sombra del puntero quellevaba en la mano sobresaliera a un lado, hacia el borde dela pantalla iluminada, y señalara directamente a la sombradel ayudante de Personal, pese al hecho de que los dos no seencontraban a la misma distancia del proyector. Además, lospuntos relevantes los tenían también en el dossier deorientación. En aquella parte de su mente que era conscientede su propio nivel de excitación y situación en materia desudor, de la temperatura de la sala, de la ubicación detodas las salidas y de las posiciones y campos visuales detoda la gente presente en la sala que podía ver si a él levenía un ataque —todo lo cual, como siempre que seencontraba en cualquier clase de situación pública a puertacerrada, ocupaba una parte de su conciencia sin importarcuánto se concentrara en lo que estuviera pasando entérminos de los asuntos oficiales de la sala—, Cusk fueconsciente de la presencia de alguien que estaba detrás y un

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poco por encima de él, probablemente muy cerca de la puertade entrada, posiblemente de pie y tratando de decidir dóndese sentaba. Y la posibilidad de que fuera una mujer —porqueel aroma agradable que le traía el aire era perfume,resultaba razonable suponerlo, o bien alguna clasedesacostumbradamente floral y afeminada de colonia de hombre— provocó que a Cusk le pasara otra oleada de calor por lacabeza y el cuero cabelludo, aunque no se trataba de una olade calor realmente grave ni tenía la magnitud de un ataque.

—En esencia —dijo la Funcionaria de Formación de Control—, los Archivos Maestros nos permiten verificar las cuentasy encontrar discrepancias que si se buscaran a manoocuparían varias horas de trabajo de un empleado.

—Dato —dijo el ayudante de Personal—: entre un seis y unonce por ciento de las declaraciones anuales 1040 típicascontienen algún error aritmético básico.

—Pero los Archivos Maestros también permiten hacercomprobaciones cotejando años distintos y declaracionesdistintas —dijo la FFC—. Ejemplos: la línea 11 y la línea 29del 1040, que corresponden a la pensión alimenticia pagada yla pensión alimenticia recibida.

—Lo encontrarán en sus hojas de Protocolo de Examinadoresde a Pie —dijo el ayudante de Personal—, pero básicamente eltrabajo ya está hecho para cuando el expediente les llega austedes. Los Archivos Maestros de Martinsburg se encargan decotejar con la declaración del cónyuge. Si hay unadiscrepancia, figurará en el M-1... Y el trabajo de ustedesconsistirá en determinar si las cantidades en cuestiónconstituyen un asunto susceptible de auditoría.

—Y en caso de que sí, si se trata de una auditoría porcarta a través del Módulo de CA, o sea, Correspondencia

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Automática, del CRE, o bien si a la Agencia le interesamandar toda la declaración a su oficina local de Distritopara hacer la auditoría en sus oficinas.

—En esencia —dijo el ayudante de Personal—, ese es eltrabajo de ustedes. Están en el frente donde se decide quédeclaraciones reciben auditoría y cuáles no. A eso se reducela cosa, en una línea. Y los criterios de qué es lo que seaudita han cambiado sustancialmente en los últimos dosaños...

—Un ejemplo más de cómo Martinsburg interviene en elproceso —dijo la FFC—. La línea 10.

El ayudante de Personal se dio una palmada teatral en lafrente.

—Es la que los volvía locos en los años setenta.—La línea 10 de Ingresos, en el 1040, requiere que el

contribuyente declare las devoluciones en materia deimpuestos estatales y locales en el caso de que esasdevoluciones correspondan a un año en que el contribuyenteha detallado deducciones...

—... o sea, la línea 34A, es decir, la tabla A.—Esto era una invitación abierta a que el contribuyente

«recordara mal» si había detallado deducciones el añoanterior. Se les animaba a pensar que no habían detalladonada el año anterior...

—... porque en ese caso las devoluciones no contaban comoingresos.

—... y antes de que se implantaran los Archivos Maestros,un contribuyente listo podía suponer de forma razonable quelos examinadores no iban a comprobar aquel dato. Porque para

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conseguir la declaración del año anterior había que rellenarun impreso 3IR más un 12(A).

—Una Solicitud de Petición de Declaración —intervino elayudante de Personal.

—Y había que recuperar esa declaración o bien de losarchivos del Centro de Servicios o bien del Centro deRegistros Nacional, y era un coñazo, y tardaba una semana envenir, y salía caro, sobre todo en términos de horas detrabajo y de costos de transporte y administración, y esoscostos solían exceder con diferencia las cantidades bastantepequeñas de las devoluciones estatales o locales.

—La línea 10 era algo que simplemente no nos podíamospermitir comprobar —dijo el ayudante de Personal—. Por nomencionar el jaleo que suponía aguantar una declaración enla bandeja de entrada de tu mesa Calambre durante una semanamientras esperabas a que te llegara el 3R.

—Gracias a los Archivos Maestros, la opción de la línea34A de la declaración anterior del contribuyente se podíacomprobar de forma automática; ahora te salen alertas en ellistado mismo diciéndote si la línea 10 se puede tratar comoimpuesto o no, a partir de las declaraciones anteriores y delos informes ER estatales.

—Aunque los sistemas informáticos de algunos estados noson compatibles con el de Martinsburg.

Ahora la temperatura de la sala, tal como la estabaexperimentando David Cusk, era de 29 grados. Oyó el ruidodistintivo de alguien que bajaba un asiento para sentarsedirectamente detrás de él y a continuación se sentaba ydejaba algo que hacía un ruido como de dos o más maletas uobjetos personales en el asiento contiguo y por fin abría lacremallera de algo que sonaba como un portafolios; y ya no

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cabía duda de que era una mujer: ahora se notaba un olor nosolamente a perfume floral sino también a maquillaje, que esalgo que en una sala calurosa emite una amalgama distintivade aromas, además de alguna clase de champú floral, y Cusknotó literalmente la presión de las esferas gemelas de losojos de la mujer en el pescuezo, puesto que podía calcularcon facilidad que su propia cabeza se interponía al menos enparte entre la visión de ella y el estrado. Si la mujermiraba la presentación, estaría viendo también al menos enparte la nuca de Cusk, y también la parte de atrás de sucuello, que su pelo muy corto dejaba al descubierto, lo cualquería decir que también vería claramente cualquier gota quele saliera del pelo de la nuca.

—Esa no es la cuestión. La cuestión es la eficacia y laeconomía, y es por eso que durante la próxima hora vamos arepasar detalladamente la configuración y el diseño dellistado M-1 de Martinsburg. Todo énfasis en esta cuestión espoco. No son ustedes inspectores; su trabajo no consiste encaptar todos los pequeños errores y discrepancias ni enmandar los 1040 a los que haya que hacerles auditoría.

—Eso abrumaría a las oficinas de Distrito, cuyos recursosde auditoría se encuentran gravemente limitados.

—La verdad es que... la presente División de Auditoríastiene capacidad para auditar una séptima parte de todos los1040 y 1120 presentados este año.

—... aunque este año ustedes se van a ocuparprincipalmente de las declaraciones de 1984, puesto que hayuna media de diez meses de desfase entre que se presentanlas declaraciones y se someten a examen, aunque en la Regióndel Medio Oeste han reducido este desfase a casi nueve.

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—La cuestión —dijo la FFC en un tono un poco cortante— esque el trabajo de ustedes consiste en determinar quédeclaraciones presentan pruebas de una auditabilidad máximaen términos de a) rentabilidad y b) rapidez. Que son doscosas vinculadas entre sí, puesto que cuanto más complicadasea una auditoría y más tiempo requiera, más dinero le va acostar a la Agencia y menor va a ser el incremento neto parala Hacienda Pública al final de la auditoría. Al mismotiempo, es cierto que la magnitud del fraude se encuentravinculada con la rentabilidad, puesto que llegados ciertosniveles preestablecidos de declaración fraudulenta seaplican penalizaciones por negligencia...

—... además de los intereses por todas las cantidades quese deben...

—... que se suman, a veces de manera significativa, a losbeneficios netos de la auditoría.

Cuanto más empeoraba la cosa, más frío debería notarse elaire que entraba por la rejilla del techo, por contraste.Pero lo más perverso es que no era así: cuanto más subía latemperatura interna de Cusk, más caliente se notaba el aireque bajaba, hasta que llegado cierto punto ya era como unsiroco o como el aire que sale al abrir el horno: calientede verdad. Cusk no estaba teniendo exactamente un ataque,pero sí que estaba experimentando los revoloteos inicialesde un ataque, lo cual en cierta manera era peor, porquepodía pasar cualquier cosa. Había empezado a sudar un poco,pero aquel no era el problema; la chica estaba justo detrásde él, y siempre y cuando el calor y el sudor no sedispararan hasta convertirse en un ataque propiamente dicho,la parte de atrás de su corte de pelo camuflaría las gotasde sudor. Solamente si la cosa se disparaba hastaconvertirse en un ataque de verdad, donde las gotas de sudor

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de su cuero cabelludo crecían y ganaban densidad hastatransformarse en goterones y se dejaban arrastrar por lagravedad a lo largo de su cuello desnudo, existía algunaposibilidad real de que la mujer que tenía detrás se fijaraen ellas y lo viera como un ser repulsivo o extraño.Existía, a modo de profilaxis, la opción de mirar atrás ydeterminar la edad y el atractivo de la examinadora femeninacuyo perfume y cuyo vago aroma a cuero procedenteprobablemente de un bolso envolvían a Cusk. Como el reloj dela sala estaba en la pared del fondo de la sala, había unaexcusa obvia para volverse un momento y mirar hacia atrás.

En el estrado, el ayudante de Personal estaba narrando latremenda descentralización de la Agencia producida comoresultado de los descubrimientos de la Comisión King en1952, que había puesto mucha más autonomía y autoridad enmanos de las cincuenta y ocho oficinas de Distrito, así comola posterior recentralización parcial del procesamiento ylas funciones de auditoría automatizada a través deMartinsburg y los Centros Regionales, refiriéndose tanto ala «era de la Región» como a algo llamado «la Iniciativa»,de la que Cusk no había oído hablar nunca. Cusk no habíaasistido a ninguno de los dos cursos introductorios de docesemanas que se impartían en los Centros de FormaciónNacional de la Agencia en Indianápolis y en Rotting Flesh,Louisiana, puesto que ambos cursos ya estaban llenos paratodo el año 1985. Lo que había hecho era contestar a unanuncio de trabajo de la revista Today’s Accountant, a la cualestaba suscrita la biblioteca del Elkhorn-Brodhead. Porentonces Cusk trabajaba colocando libros a tiempo parcial enaquella biblioteca como parte de su paquete de ayudasfinancieras.

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—Hay dos Archivos Maestros, de los cuales esencialmenteuno es para entidades empresariales y el otro paraindividuos, estructurados en ficheros que se mantienendurante periodos de tres años...

—Tres años que se corresponden con la ventana deauditorías para una declaración determinada, lo cual quieredecir que tenemos hasta el 15 de abril del año que vienepara auditar y recuperar impuestos pendientes de lasdeclaraciones presentadas para el periodo fiscal de 1982,algunas de las cuales puede que pasen por las mesas deustedes como parte de los programas coordinados de examenque se generan o bien a través de Control o de Martinsburg.

Ahora Cusk estaba luchando desesperadamente para prestaratención hasta a la última sílaba que se pronunciaba en elestrado. Era la única esperanza que tenía de no empezar aobsesionarse por su temperatura central y su nivel de sudor,que ahora eran lo bastante elevados para hacerle sentir unaespecie de kipá de sudor en la coronilla, lo cual constituíauno de los cuatro síntomas principales de su ataque. Sabíaque la cara le estaba empezando a brillar por el sudor, yesa era la razón principal de que hubiera optado por nodarse la vuelta para registrar el nivel general de atractivode la examinadora femenina impuntual que tenía detrás: dichonivel podía o bien detener el ataque o bien convertirlo enun ataque de verdad que lo incapacitaría para sentir nada niprestar atención a nada que no fueran sus portentosos flujosy sus sensaciones de calor incontrolable y de pánico totalante la idea de que lo vieran sudar de aquella manera.

El ayudante de Personal estaba describiendo a los 3.312empleados del Centro 047 de la Agencia tanto en relación consus turnos —el 58 por ciento trabajaban en el turno 1, delas 7.10 AM a las 3.00 PM, el 40 por ciento en el de las

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3.10 a las 11.00 y luego había cierta actividad demantenimiento y limpieza por las noches— como con losporcentajes desglosados de Examinadores, Personal deOficina, de Procesamiento de Datos y de Administración,aunque Cusk se perdió la mayor parte de dicho desgloseporque había entrado en las fases incipientes de un ataquede verdad, en las que su atención se replegaba y el estadode su propio cuerpo y su emisión de sudor ocupaban casi el90 por ciento de su conciencia. Oyó que la mujer que teníadetrás estaba haciendo clic-clic con su bolígrafo de unaforma nerviosa y arrítmica, y en una ocasión oyó también unruido que solamente podía venir de ella descruzando yvolviendo a cruzar las piernas enfundadas en lo que parecíanser unas medias muy finas, un ruido que mandó una oleadaterrible de calor interior a través de Cusk, y que provocóque las primeras gotas le cayeran deslizándose desde lasaxilas y por los costados del torso, por debajo de la camisade vestir y la chaqueta del traje asfixiantes. Bajó de formaautomática la cabeza como hacía siempre que tenía un ataque,además de encogerse en su asiento de plástico tanto comopudiera sin llamar la atención, intentando hacerse lo máspequeño posible, visualmente, de cara a la mujer que teníadetrás, a quien ahora imaginaba como una chica despampanantede su misma edad, dotada de un porte y una composturaextraordinarias y de una cara redonda de porcelana con unosojos azules que intimidaban y un aire general casi europeode altivez. En resumen, la mujer de las fantasías de Cusk:aquel era, por así decirlo, el precio que él pagaba porquedarse demasiado paralizado por el miedo y la vergüenzacomo para calibrar la amenaza real de la mujer. Oyó que laFuncionaria de Formación de Control aludía a una página delFolleto de Orientación de Examinadores de la que la

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diapositiva que se estaba proyectando en aquel momento erauna réplica exacta, punto por punto, mientras Cusk bajaba lacabeza sudorosa todavía más y fingía que estudiaba la páginaen cuestión del folleto, secándose de forma circunspectacada goterón de sudor antes de que pudiera caerle sobre elpapel y arrugarle un trozo del tamaño de una moneda de diezcentavos de la página, por si acaso alguien necesitabapedirle prestado su folleto y se preguntaba qué clase decosa grotesca y asquerosa le había pasado al diagrama de lap. B-3.

Cusk se puso a calcular la distancia exacta que loseparaba de la salida en términos tanto de segundos como denúmero de pasos, mientras con otra parte de su cerebrocalculaba los ángulos, las trayectorias visuales y lasintensidades de la luz correspondientes a los distintospuntos del itinerario de retirada; con la periferia de suatención, por llamarlo de alguna manera. Entendía de formainstintiva que no todos los puntos del orden del día de losExaminadores de a Pie iban a revestir la misma importancia.

—Lo que tenemos aquí son las fases o elementos del triaje—dijo la FFC, y a continuación hizo una breve pausa mientrasel ayudante de Personal definía «triaje» para quienes noestuvieran familiarizados con el término médico.

Claude Sylvanshine, sentado tres hileras más arriba ycuatro asientos a la izquierda de Cusk, estaba pugnando paraintentar rememorar las distinciones entre las deducciones delos capítulos 162 y 212(2) en relación con las propiedadesde alquiler, en lugar de las estadísticas de precipitacionesanuales en Zambia para los años pares transcurridos desde1974, unas estadísticas que se manifestaban en forma decolumnas destacadas de la página de un atlas de la OMS cuyoeditor en jefe tenía alguna clase de debilidad psicomotriz.

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—Si lo piensan ustedes bien, no les conviene adjuntar unMemorando 20 a una declaración solo porque, digamos, lalínea 11 parezca declarar doscientos dólares de menos en lapensión alimenticia.

—Puesto que el impuesto adicional que se debe por losdoscientos dólares de ingresos supone menos del 5 por cientodel coste adicional de llevar a cabo una auditoría.

—Sin embargo, pueden ustedes adjuntar un 20(a) y mandarla declaración a Recaudaciones Automáticas para unaauditoría por carta.

—Eso dependerá de los protocolos de grupo que les dictensus Jefes de Grupo y del dossier de protocolos de grupo queles den en su orientación de grupo.

—Que a su vez dependerá de la tarea que tengan en elgrupo.

Alguien cuyo montón de maletas ocupaba el asientocontiguo al de Sylvanshine pero varias filas más arribalevantó la mano para preguntar qué quería decir «grupo» enel contexto de las tareas de los Exámenes de a Pie. Una cosaque resultaba extraña era que Sylvanshine no experimentabaintromisiones de datos relativos al niño misterioso con elque el doctor Lehrl viajaba y del que nunca se alejabamucho, pese a que jamás parecía hablar con él. Sylvanshinesabía que el doctor Lehrl no era su padre, pero solamenteporque se lo había dicho Reynolds. Daba la impresión de queel niño estaba rodeado de una especie de membrana factualimpermeable o bien habitaba en un vacío de datos. El datomás importante que Sylvanshine recibía sobre David Cusk,cuyo nombre no conocía, eran las dimensiones del espejo delbotiquín de su cuarto de baño, así como ciertas lecturas detemperatura en forma de doble columna, con las cifras de la

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columna izquierda más elevadas e iluminadas con una especiede luz roja cutre de emergencia.

En la página 16 había un diagrama de la estructuraorganizativa de los Examinadores de a Pie de la Rama deControl que mostraba el esquema de Cuadrilla-Equipo-Grupo-Módulo.

—El triaje estándar funciona de la siguiente manera. Ellistado M-1 de Martinsburg ya reflejará y enumerará ciertasincongruencias, ya sea en las cuentas, por ejemplo, trascotejar la línea 29 de la declaración de un ex cónyuge conla línea 11 del expediente de ustedes...

—Esa es una de las razones por las que se manda unadeclaración a Examen... el hecho de que Martinsburgencuentre algo.

—Otras se mandan debido a criterios que, por lo menos austedes, les parecerán casi arbitrarios.

—Otra ventaja que tienen los Archivos Maestros: ahora másdel 50 por ciento de las verificaciones aritméticas ycotejamientos se llevan a cabo de forma automática enMartinsburg, lo cual aumenta enormemente la eficiencia deustedes y el número de declaraciones que este centro puedeprocesar y sobre las cuales puede tomar decisiones de cara auna auditoría.

—Pese a que el volumen de producción ya no es el criteriopor medio del cual se juzga y evalúa el rendimiento delcentro.

Una mueca involuntaria cruzó la cara del ayudante dePersonal mientras hablaba. Sylvanshine conocía la talla dezapatos de aquel ayudante y su volumen total de sangre, perono su nombre.

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—Ahora los criterios de evaluación tienen que ver con losbeneficios que genere la auditoría —dijo la FFC.

Sin mirarlos, el ayudante de Personal sostuvo en alto unatarjeta informática Fornix de doce columnas y un listado depapel de impresora.

La FFC dijo:—Estas dos cosas representan el Memorando PP-47 más una

subsección relativa al Módulo de cada cual, su Grupo,Equipo, Cuadrilla y margen de personal.

—Lo de «margen» se refiere a la proporción de impuestosadicionales obtenidos mediante auditoría en relación a loscostes.

—... que incluyen el salario de ustedes, susprestaciones, la vivienda subvencionada si la hay, etcétera.

—... es la nueva Biblia —dijo el ayudante de Personal.Sylvanshine, con los ojos un poco en blanco, recibió una

ráfaga de datos sobre la FFC que no deseaba conocer,incluyendo la composición de su ADN mitocondrial y el hechode que este era ligeramente raro debido a que su madre habíaestado tomando talidomida hasta cuatro días antes de que laretiraran abruptamente de la circulación. La Funcionaria deFormación Pam Jensen llevaba un revólver del calibre 22 enel bolso: se había prometido a sí misma pegarse un tiro enel paladar después de su presentación de formación número1.500, que a su ritmo actual de trabajo llegaría en julio de1986.

—En los malos tiempos, lo era el volumen.—El examinador de a pie medio podía liquidar entre

veintisiete y treinta declaraciones diarias.

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—Ahora podrían bastarles cuatro o cinco expedientes aldía. Si las proporciones Auditorías-Costes son buenas,podrían ustedes conseguir unas evaluaciones semestrales deltrabajo excelentes.

—Por supuesto, cuantos más expedientes produzcan adiario, más posibilidades tendrán ustedes de encontrarse conexpedientes de proporción alta, y más posibilidades detramitar Memorandos 20 que generen ganancias sustanciales.

—Sin embargo, no les conviene concentrarse en procesar elmayor número de expedientes hasta el punto de no poderidentificar las declaraciones especialmente provechosas.

—Preferimos no usar el término «provechosas» —dijo la FFC—. Preferimos el término «fraudulentas».

—No obstante, una declaración puede ser descaradamentefraudulenta y al mismo tiempo presentar una línea 23 tanbaja que en realidad resulte más eficiente no hacer nada conella y en cambio tramitarle un 20 a otra declaración queaunque contenga pocos errores o incongruencias, en realidadpresente una estimación de auditoría mucho mayor.

—Estas cuestiones es mejor dejarlas para su orientaciónde grupo.

Ahora a Cusk le caían de las puntas del pelo verdaderosgoterones de sudor, mientras un grito inaudible le resonabapor dentro.

—Bien —dijo la FFC—. Ahora vamos a hacer una pausa paradejarles a ustedes que recuperen las fuerzas y acontinuación procederemos con los criterios generales paradecidir entre Auditoría y No Auditoría.

Iba a haber una pausa. David Cusk no se había permitido así mismo plantearse aquello. Las luces se iban a encender.

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Todo el mundo se iba a levantar y marcharse al mismo tiempo.Si él se quedaba, la preciosidad que tenía sentada detrás leiba a ver el cuello empapado de la chaqueta y eloscurecimiento en forma de V que el sudor le estaba dejandoen la camisa de vestir azul, y es que había sido un impulsoarrogante e idiota el que lo había llevado a ponerse aquellacamisa en lugar de ponerse una de color blanco más prudentey con menos peligro de oscurecimiento. Se iba a quedar allísentado y encogido, fingiendo que examinaba el esquema enpapel de impresora del M-1 que venía con su dossier deorientación, con la temperatura corporal llegándole a los 38grados y el sudor cayéndole de las puntas del pelo en formade gotas bien visibles por los cuatro costados, que lesalpicarían el dossier, las mangas de la camisa, el costadochisporroteante de su lámpara en forma de tobera... estabaclaro que todo el mundo lo iba a ver. Si se levantaba, sinembargo, y se unía a la multitud que subía por los pasillosen rampa hacia las dos salidas de incendios, resultaríaimposible que la gente no viera lo que le estaba pasando,incluyendo a la hermosa y altiva mujer francesa o tal vezitaliana que había detrás de él. Era el escenario de suspesadillas. Pensar de aquella manera era una forma casisegura de provocarse un ataque, que era lo último que DavidCusk quería en el mundo. Se obligó a sí mismo a levantar lacabeza. El foco caliente que sentía encima no existía. Lamujer que tenía detrás era una persona, también teníaproblemas y no le estaba prestando toda su atención a él:esto último era una ilusión. Lo único que le importaba de lacabeza de él era que le quedaba justo enfrente, obligándolaa cruzar las piernas mucho y sentarse hacia un lado parapoder ver el estrado y la pantalla, donde ahora reverberabauna imagen partida por la mitad de dos escritorios mientras

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la FFC intentaba ajustar la imagen del proyector con unaparatito de mano conectado al proyector por un cable que sele había enredado con una pierna.

Sylvanshine, antes de su viaje matinal, se había olvidadode aclararse el champú del pelo. Era esto lo que le estabaconfiriendo un peinado en forma de llama.

David Wallace, entretanto, no estaba disfrutando deninguna sesión de orientación general con flamante pase dediapositivas incluido. En cambio, lo habían llevado (alguienque no era la señorita Neti-Neti) —y sin oportunidad decomer nada— al Anexo del CRE y a una salita en la que él ycuatro hombres más, todos ellos de rango GS-13, estabanahora escuchando una presentación sobre el Impuesto Mínimosobre Preferencias, que al parecer tenía su origen en laadministración demócrata de Lyndon Johnson en los añossesenta. La sala era pequeña, estaba mal ventilada y notenía ni pizarra ni instalaciones audiovisuales. Sinembargo, sí que despedía un fuerte olor a rotulador parapizarras. Todos los demás hombres de la sala llevaban ropaconservadora y sombrero, estaban muy serios y tenían unoscuadernos de Hacienda que venían en carpetas de cuerosintético con el sello y el lema de la Agencia Tributariagrabados en la portada; David Wallace no había recibido uncuaderno de aquellos, de manera que estaba tomando apuntesen su cuaderno privado, doblado de tal manera que no seviera la etiqueta del precio de la esquina superior derecha.

La presentación era árida a más no poder y parecía tenerun nivel muy alto y la realizaba un tipo que llevaba trajenegro y chaleco negro por encima de algo que parecía ser obien un jersey de cuello cisne blanco —lo cual habría sidogrotesco, con el calor que hacía— o bien uno de aquelloscuellos de camisa almidonados de quita y pon victorianos que

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los hombres se ponían y se abrochaban con gemelos en laúltima fase del proceso victoriano de vestirse. El tipo semostraba muy seco e impersonal y se limitaba a hacer sutrabajo. Parecía una persona muy severa y austera y teníaunos huecos grandes y negros en las mejillas y debajo de losojos. Se parecía un poco a las representaciones populares dela muerte.

—Señalaremos, sin embargo, que el Acta de Reforma Fiscaldel 78 revisó las tendencias expansionistas de lasprovisiones del 76, eliminando tanto las deducciones porganancias a largo plazo como el exceso de deduccionesdetalladas del índice de preferencias relevantes.

El término «preferencias» ya se había usado varias veces.No hace falta decir que David Wallace no sabía qué queríadecir el término «preferencias», ni tampoco que era la formaingeniosa que tenía el Congreso de reducir la carga fiscalde cierta banda impositiva sin bajarles la tasa fiscal;simplemente se concedían deducciones o provisionesespeciales que hacían que ciertas porciones de los ingresosquedaran exentas de la base impositiva, unas provisiones queen la Agencia se conocían colectivamente como preferencias.Más tarde, gracias sobre todo a Chris Acquistipace, DavidWallace averiguaría que el Grupo de IMP / IMA tenía la tareade hacer cumplir ciertas provisiones especiales que lasactas del 76 y del 80 habían establecido para liberar depagar a ciertos individuos y empresas de tipo Sextremadamente ricos mediante el uso de lo que se conocíacomo «refugios fiscales», que en la práctica venía a ser nopagar impuestos. El Grupo de Inmersivos al que David Wallacehabía sido asignado formaba parte del Módulo de InmersivosIA / R (siglas de Impuesto Alternativo / Refugio). Seríaembarazoso declarar abiertamente cuánto tiempo tardó David

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Wallace en averiguar esto, incluso después de varios días deexaminar expedientes de forma ostensible.

—Vemos, sin embargo, que el acta del 78 también añadía ala lista de preferencias elegibles el exceso de Costos dePerforación Intangibles sobre cualquier ingreso declaradoprocedente de la producción de gas y petróleo, lo cual en lapráctica atacaba los refugios de base energética del shockdel petróleo de mediados de los setenta, de acuerdo con el§312(n) del código revisado.

La forma en que David Wallace estaba fingiendo que tomabanotas era limitarse a copiar hasta la última palabra que elinstructor decía, más o menos lo que hacía en aquellasclases de la universidad en las que alguien que no podíaasistir a clase porque se había ido a esquiar o porque teníauna resaca terrible le contrataba para tomar apuntes. Erauna de las razones de que la mano izquierda de David Wallaceestuviera mucho más musculada y fuera más robusta —sobretodo el músculo entre el pulgar y el índice, que se leabultaba cuando el lápiz presionaba sobre el papel— que laderecha. Era capaz de transcribir a mil por hora.

—Las provisiones más relevantes para sus protocolos deMemorando 20 son el hecho de que en el 78 se elevó la tasafiscal de las Preferencias de Impuestos Alternativos al 15por ciento y se estableció la exención de PIA para lo quefuera más alto: o bien a) 30.000$, o b) el 50 por ciento delimpuesto requerido correspondiente solamente al año en curso, unaprovisión que los Archivos Maestros vuelven superflua peroque las provisiones del acta del 80 se saltaron.

Uno de los GS-13 levantó el bolígrafo —no la mano,solamente el bolígrafo, con un pequeño y elegante movimientode muñeca— e hizo alguna clase de pregunta absurdamente

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complicada que David Wallace no apuntó porque estaba ocupadoflexionando y distendiendo la mano para mitigar algo que leocurría siempre que se pasaba más de unos minutostranscribiendo, que era que la mano izquierda le adoptabaautomáticamente una especie de forma de garra escritora y sele quedaba así hasta después de terminar de transcribir, aveces durante más de una hora, obligándole a escondérsela enel bolsillo.

—En marzo de 1981, y sujetas a refinamiento en el caso delas fiduciarias y de ciertas industrias especializadas, comopor ejemplo, si no recuerdo mal, la madera, el azúcar yalgunas legumbres, las provisiones relevantes que este Gruponecesita examinar para el cálculo de las PIA son lassiguientes, excluyendo las secciones del código salvo cuandosean inmediatamente relevantes, unas secciones queencontrarán ustedes en forma de índice cruzado en lasespecificaciones 412 de su 1M: 1. El exceso de depreciaciónacelerada en las propiedades de la Sección 1250 por encimade la depreciación en línea recta. 2. Con posterioridad alARF del 69, la amortización a más de sesenta meses deciertos artículos asociados con el control de la polución,las instalaciones de atención infantil, la seguridad en lasminas y los monumentos históricos nacionales que exceda a ladepreciación en línea recta. 3. El exceso de reducción deporcentaje por la base ajustada de una propiedad a final deaño. 4. Los elementos pactados en las opciones cualificadasde compra de acciones, según el ARF del 76. 5. El exceso deCostos de Perforación Intangibles en relación a los ingresospor combustibles fósiles, tal como se ha mencionado antes. —(David Wallace no tenía tiempo para levantar la vista de susapuntes. Estaba intentando rodear con un círculo laspalabras y los términos que no conocía, suponiendo que iba a

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poder encontrar una biblioteca. Aquella lista no estaba ensu manual; no les habían dado manuales. Parecía que dabanpor sentado que los presentes ya conocían aquellas cosas. Afin de mitigar sus sensaciones de confusión y de miedo,Wallace había optado por convertirse a sí mismo más o menosen una máquina de transcribir)—. 6. Toda depreciaciónacelerada que exceda la depreciación en línea recta sobrelas propiedades de la Sección 1245 arrendadas a terceros.

El hombre estaba completamente inmóvil mientras hablaba.David Wallace no creía haber visto nunca a nadie que nollevara a cabo por lo menos unos cuantos movimientosnerviosos e inconscientes cuando hablaba en público. Aquellaquietud corporal resultaría más inspiradora si David Wallaceno estuviera tan abrumado y presa del pánico, y además devolverse un autómata que transcribía, David Wallace estaballevando a cabo la otra gran actividad compensatoria quellevaba a cabo siempre que estaba en una situación en la quetodo el mundo parecía entender exactamente de qué se estabahablando salvo él, algo que le había pasado en ciertassituaciones sociales en el instituto de secundaria de Philo,en donde David Wallace no había formado parte de ningunapandilla en concreto sino que había rondado en los márgenesde varios grupos distintos, desde atletas de segunda filahasta el consejo de estudiantes y los frikis cinéfilos, y amenudo llegaban a él cotilleos o referencias a situacionesde grupo de las que no tenía ningún conocimiento directo, demanera que se veía obligado a quedarse allí con una sonrisay asintiendo con la cabeza como si supiera exactamente dequé se estaba hablando. Por no mencionar una vez en que, enpleno arrebato de hybris absurda de alumno medio borracho deprimer curso, había aceptado un encargo tremendo querequería asistir a una clase de Literatura Rusa

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Existencialista y del Absurdo y escribir los trabajos declase para el hijo rico y atormentado de un juez delTribunal Supremo del Estado de Rhode Island que estabamatriculado en aquella clase, y después había descubiertoque no solamente todas las lecturas y antecedentes críticossino también el seminario en sí eran en ruso, un idioma delque David Wallace no entendía ni hablaba ni una sola silabamal chapurreada, de manera que había tenido que sentarseallí con una enorme sonrisa rígida en la cara y transcribirlas versiones fonéticas de todos los sonidos sobrenaturalese increíblemente rápidos que emitía todo el mundo queocupaba aquella aula todos los martes y jueves de nueve adiez y media durante tres semanas, hasta que por fin se leocurrió una excusa verosímil para desvincularse del trato.Dejando al cliente —que seguía matriculado— con su propiaclase especial de dilema existencial. La cuestión es que eraeso lo que David Wallace hacía en aquella clase desituaciones: adoptar y mantener a la fuerza una sonrisaenorme que él imaginaba que transmitía tranquilidad y unafamiliaridad confiada con todo lo que estaba pasando, peroque en realidad, sin que él lo supiera, por culpa de surigidez distendida y de su falta de implicación con lamirada, además de la situación dermatológica, en realidadparecía el rictus agónico de alguien a quien le estuvieranarrancando lentamente la piel de la cara, y por suerte todoslos recién transferidos examinadores inmersivos de rango GS-13 de la sala y empleados técnicos de alto nivelespecialistas en refugios fiscales eran demasiado serios yestaban demasiado concentrados y metidos en los protocolosantirrefugio —porque eso era lo que resultó ser el Equipo alque David Wallace había sido erróneamente asignado trasproducirse su confusión de identidades sin que fuera culpa

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de él (aunque aquella orientación podría haber sido el lugarindicado para levantar la mano): un Equipo dedicado alexamen y evaluación de los refugios fiscales para individuosy sociedades limitadas en materia de bienes inmuebles,agricultura y arrendamientos apalancados, que constituía uncomponente pequeño pero importante de la Iniciativa Spackman— para fijarse de ninguna forma más que periféricamenteincómoda en aquello, ni en la juventud de David Wallace y sutraje de pana (que en la Agencia Tributaria venía a ser algoasí como llevar un Speedo y zapatones de payaso), ni tampocoen su ausencia de sombrero.

La cuestión Auditoría / No Auditoría, que ocupaba unadiapositiva entera en blanco y negro, era según aquellagente el meollo mismo y la razón de ser de los Exámenes de aPie.

—¿Son ustedes policías?El ayudante de Personal levantó las manos, las agitó y

gritó: «Nooo». Se trataba de la misma parte de lapresentación en falso estilo evangelista que Sylvanshinehabía visto en el CRE de Filadelfia cuando tenía veintidósaños. El ayudante de Personal guardaba su colección demonedas en una caja fuerte portátil situada en la parte deatrás de un armario que debía de ser de su madre o de suabuela, a juzgar por el estilo de los vestidos y los abrigosque colgaban del perchero.

—¿Son ustedes jueces de la virtud cívica?—Nooo.—¿Son burócratas sádicos que deciden arbitrariamente a

qué contribuyentes les estropean la vida sometiéndolos a laansiedad y a los inconvenientes de una auditoría, intentando

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exprimirles hasta la última gota de sangre del cuello queles están pisando con la bota?

—No.—En esencia, en la Agencia Tributaria de hoy día, ustedes

son hombres de negocios.—Y mujeres de negocios. Gente de negocios. O, mejor

dicho, empleados de algo que les apremiamos a que considerenun negocio.

—¿Qué declaraciones resulta provechoso auditar?—¿Cómo se decide esto?—Cada grupo de examinadores lo hace de forma distinta. Su

orientación de grupo les dará los detalles.Ayudante:—O su Equipo, puesto que hay Jefes de Grupo de aquí que

tienen a sus distintos Equipos siguiendo criteriosdistintos.

—Casi se los puede considerar filtros; qué se deja pasary a qué se le pone un Memorando 20 y se manda al Distrito.

—O señales, o alertas, de que por lo menos ha surgido unadeclaración que merece un examen exhaustivo.

—No van a mirar ustedes todas y cada una de lasdeclaraciones con microscopio.

—Les conviene trabajar con sagacidad y con rapidez.—Y rapidez quiere decir que con algunas sabrán enseguida

que la auditoría no va a producir nada.—Ese es el criterio: ¿acaso la auditoría va a producir un

aumento máximo del beneficio cuando se le sustraiga el costede auditar?

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—Hay otro error común que tenemos que descartar. ¿Alguientiene idea de cuál es?

David Cusk sintió un impulso terrible y totalmente atrozde levantar la mano. Parte de su estrategia para sobrevivira la aglomeración inesperada que había provocado la pausahasta poder encontrar un cuarto de baño había consistido enconcentrarse en la última imagen proyectada en la pantalladel proyector de dispositivas, que al final la Funcionariade Formación no había conseguido ajustar para que se vieracon nitidez, pero que había sido una imagen a pantallapartida de dos escritorios o mesas, una de ellas cubierta depapeles e impresos, además de un par de artículos cuyoscolores vivos podrían ser envoltorios de comida, y la otralimpia y ordenada, con todos los objetos bien colocados enmontones y cestas etiquetadas. Cusk estaba bastante segurode que la FFC quería hacer hincapié en el orden y en laorganización y desterrar la idea de que un escritoriodescuidado era señal de que su ocupante era un trabajadorproductivo. Entretanto, nadie más había levantado la mano.Le volvió a venir a la cabeza la idea de levantar la mano yprovocar que la FFC lo señalara por encima de todas lascabezas que se giraban, de prestarse voluntariamente al focode la atención de toda aquella gente, entre la cual secontaba la exótica recién transferida o inmigrada belga, aquien Cusk había conseguido evitar y no tener nunca en sucampo visual directo y tampoco estar en el de ella durantela pausa, de la que él había regresado antes de tiempo, ypor tanto no sabía que la mujer llevaba unas gafas tangruesas que de haberla visto se habría dado cuenta de queera prácticamente ciega, por lo menos para todo aquel objetoque estuviera a más de un metro de distancia, y de que teníaunos ojos encogidos y con los iris extrañamente fruncidos,

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tan llenos de grietas y fisuras como el lecho seco de unrío, y era igual de exótica que una boca de riego, y más omenos tenía la misma figura, de manera que habría dejado depreocuparle el que ella lo viera mojado o sudoroso. En todocaso, resultó que estaba en lo cierto.

—El error común es que un escritorio desordenado es señalde persona que trabaja duro.

—Dejen atrás la idea de que su función aquí consiste enreunir y procesar toda la información que puedan.

—Todo el desorden y el caos del escritorio de laizquierda se debe, de hecho, a su exceso de información.

—El desorden es información carente de valor.—El sentido mismo de despejar un escritorio es librarnos

de la información que no queremos y quedarnos con la que síqueremos.

—¿A quién le importa qué envoltorio de golosina estáencima de qué papel? ¿A quién le importa qué memorando medioarrugado se haya quedado atrapado entre dos páginas de unaOrdenanza Fiscal que pertenecía a un expediente de hace tresdías?

—Olviden la idea de que la información es buena.—Solamente es buena cierta información.—«Cierta» en el sentido de «alguna», no de «cien por cien

confirmada».—Cada expediente que sometan a un examen de a pie

constituirá una pletora de información —dijo el ayudante dePersonal, acentuando la segunda sílaba de «plétora» de unaforma que hizo que a Sylvanshine se le escapara un parpadeoinvoluntario.

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—El trabajo de ustedes, en cierto sentido, consiste encoger cada expediente y separar la información valiosa ypertinente de la que no tiene valor.

—Y eso requiere criterios.—Procedimiento.—Su trabajo es un procedimiento para procesar

información.—Todos ustedes son, si lo piensan bien, procesadores de

datos.La siguiente diapositiva de la pantalla representaba o

bien una palabra extranjera o bien unas siglas muycomplejas, con todas las letras en negrita y tambiénsubrayadas.

—A los distintos grupos y equipos que hay dentro de cadagrupo se les suministran criterios ligeramente distintos queles ayudan a saber qué tienen que buscar.

El ayudante de Personal estaba hojeando su esquemaplastificado.

—En realidad hay otro ejemplo de eso de la información.—Creo que ya lo han entendido.La FFC tenía la costumbre de colocar un pie en

perpendicular a su dirección normal y ponerlo a dargolpecitos furiosos en el suelo para indicar impaciencia.

—Pero figura justo aquí, después de lo del escritorio.—¿Se refiere a lo de la baraja de cartas?—A lo de la cola de la caja registradora.Parecían creer que tenían los micrófonos apagados.—Joder.

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—¿Quién quiere oír otro ejemplo que ilustra la idea deprocesar la información en lugar de reunirla?

Cusk se sentía fuerte y seguro de sí mismo, como lepasaba a menudo después de dejar atrás una serie de ataquesy de que el sistema nervioso le quedara agotado y apenascapaz de excitarse. Le daba la sensación de que si hubieralevantado la mano y hubiera dado una respuesta que resultarano ser la correcta, tampoco habría pasado nada. «Qué másda», pensó. Lo de «qué más da» era lo que pensaba a menudocuando se sentía garboso e inmune a los ataques. Estando deaquel humor desvergonzado, extrovertido e hidróticamenteconfiado había llegado a pedirles dos citas a sendas mujeresy luego no se había presentado a ellas ni tampoco habíallamado a la hora acordada. Ahora llegó al punto deplantearse darse media vuelta y decirle algo desenfadado yhasta un poco coqueto a la ruidosa modelo belga debañadores; ahora que estaba de subidón, quería que la gentele prestara atención.

A los ocho años, Sylvanshine tenía información sobre lasenzimas hepáticas de su padre y su nivel de atrofiacortical, pero no sabía qué quería decir aquellainformación.

—Están ustedes en el supermercado mientras les suman losartículos de su compra. Cada artículo tiene un precioindividual, como es obvio. A menudo viene en el mismoartículo, en una etiqueta adhesiva, a veces con el precio alpor mayor también especificado en una esquina. En la cajaregistradora, la cajera introduce el precio de cada artículoalimentario, los suma todos, les añade los impuestos porventa correspondientes, que no son progresivos, porque estoes un ejemplo actual, y llega a un total, que luego ustedespagan. La cuestión es: ¿qué contiene más información, el

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importe total o el cálculo de los diez artículosindividuales? Pongamos por caso que en el ejemplo ustedesllevaban diez artículos en su carrito. La respuesta obvia esque la serie de todos los precios individuales contienemucha más información que la única cifra que es el total.Pasa simplemente que la mayor parte de la información esirrelevante. Si pagaran ustedes cada artículo de formaindividual, sería una cosa. Pero no es así. La informaciónindividual de cada precio solamente tiene valor en elcontexto del total, así que lo que la cajera está haciendoen realidad es descartar información. Ustedes llegan a lacaja registradora con un montón de información, que lacajera somete a un procedimiento para llegar al único datoque resulta valioso: el total más las tasas.

—Olvídense de esa idea profana de que la información esbuena. De que cuanta más información, mejor. El listíntelefónico contiene información a mansalva, pero si lo queestán buscando es un número de teléfono, el 99,9 por cientode esa información no es más que un estorbo.

—La información en sí no es más que una medida deldesorden.

Sylvanshine levantó la cabeza de golpe al oír aquello.—El sentido mismo de tener un procedimiento es procesar y

reducir la información de su expediente hasta dejarsolamente la información que tenga valor.

—También tienen que pensar ustedes en usar su tiempo dela forma más eficiente. No van a invertir el mismo tiempo encada expediente. Lo que les conviene es dedicar la mayorparte del tiempo a los expedientes que les parezcan másprometedores, en el sentido de que puedan generar másingresos netos.

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—Ingresos netos es el término que utilizamos para lacantidad de ingresos adicionales que genera una auditoríamenos el coste de auditar.

—Bajo la Iniciativa, a los examinadores se los evalúatanto mediante los ingresos netos totales que producen comomediante la proporción de ingresos adicionales totales queproducen por encima del coste total de las auditoríasadicionales que se piden. Lo que resulte menos favorable.

—Lo de la proporción es para evitar que algún capullo selimite a rellenar un Memorando 20 para cada expediente quellegue a su mesa Calambre con la esperanza de hacer subirsus netos.

Cusk pensó lo siguiente: Un examinador que nuncatramitara ningún Memorando 20 tendría una proporción de 0 /0, que es infinito. Sin embargo, el total de ingresos netostambién sería 0, reflexionó.

—Lo importante es desarrollar e implantar procedimientosque les permitan a ustedes determinar lo más deprisa posiblesi un expediente concreto merece un examen más atento...

—... ese examen más atento también requerirá cierto tipoo tipos de procedimientos, que se combinarán con la propiacreatividad de ustedes y el instinto que tengan para oler agato encerrado...

—... aunque al principio de su servicio, mientras ustedesestén adquiriendo experiencia y afinando sus habilidades,será natural que se apoyen en ciertos procedimientos yaprobados...

—... muchos de estos variarán según el grupo o el equipo.—Las incongruencias en los Archivos Maestros, para

empezar. Un asunto bastante obvio. La discordancia entre los

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W-2 que van con los 1099 y los ingresos declarados. Ladiscordancia entre las declaraciones estatales y los 1040...

—Pero ¿por cuánto? ¿Por debajo de qué mínimos simplementehay que pasar por alto una incongruencia?

—Estas son las cuestiones de las que se ocupará laorientación de grupo de ustedes.

Ahora Sylvanshine supo que dos parejas distintas depasapáginas nuevos estaban emparentados sin saberlo, una deellas por medio de un affaire sucedido hacía cincogeneraciones en Utrecht.

Ahora David Cusk se sentía tan relajado y libre de miedosque casi se estaba mareando. Los dos encargados de laformación a veces establecían un ritmo y un concierto queresultaba relajante y descansado. Cusk tenía la rabadilla unpoco entumecida de estar echado hacia atrás y un pocoencogido en su asiento, con el codo apoyado informalmente enel escritorio plegable y la lamparilla irradiando un calorque no le afectaba de manera más directa que un informemeteorológico de otra región.

—¿Quién muestra un descenso desacostumbradamente grandeen los ingresos o una subida de las deducciones encomparación con los años anteriores? Ahí tienen dos simplesejemplos.

—Y uno de los más importantes: ¿a quién se le hanpracticado auditorías fructíferas en los últimos cinco años?Esto aparece en algunos de los listados de Martinsburg,aunque no en todos.

—... a veces hay que encargar datos adicionales de losArchivos Maestros.

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—Pero háganlo de forma disciplinada. Eviten la tentaciónde pensar que siempre van a necesitar más información. Sepueden ahogar en ella.

—Además, sale caro.—Conozcan bien a su chico del carrito. Su chico del

carrito es el GS-7 que hace de enlace entre los examinadoresy el módulo técnico, donde los procesadores de datos puedenconseguirles información adicional de los Archivos Maestrossi rellenan ustedes un formulario de solicitud de datos DR-104.

—No todos ellos son jóvenes. Lo del «Chico del Carrito»es más bien un término histórico.

—Además, los chicos del carrito son los que mantienen losexpedientes en circulación, principalmente recogiendo losexpedientes que ustedes hayan liquidado y manteniendo llenaslas bandejas de entrada de sus mesas Calambre.

—No les traen refrigerios ni les hacen recadospersonales.

Cusk estaba planteándose las posibles ventajas detrabajar como chico del carrito en el caso de que serexaminador le resultara demasiado peligroso, en el sentidode someterlo a ataques y dificultarle la posibilidad deabandonar la sala. Daba la impresión de que los chicos delcarrito se encontraban en movimiento más o menos constante,y el movimiento constante comportaba numerosas oportunidadesde entrar un momento en el baño para comprobar la situaciónsudorípara y secarse el sudor de la frente. Por otro lado,lo más seguro es que también implicara un recorte salarialimportante. Un pequeño borboteo que Cusk oía detrás de suespalda cada cinco minutos era el ruido que hacía el

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autolubricante de las gafas de Toni Ware al entrarle en losojos.

—Conocerán ustedes a su chico del carrito en susorientaciones de Grupo y de Equipo.

—Otros ejemplos generales: ¿quién se dedica a un negocioque mueve sobre todo dinero en metálico?

—¿Quién tiene deducciones por donaciones benéficasdesacostumbradamente altas en comparación con la media de sunivel de ingresos?

—¿Quién se está divorciando? Por razones que ya lesexplicarán si son relevantes para sus Grupos, los divorciossuelen generar ingresos desacostumbradamente altos enauditorías.

—En parte por las liquidaciones de bienes y en parteporque a menudo los procedimientos dejan al descubierto unagran parte de la situación auditable sin que nosotrostengamos que invertir tiempo ni costes en sacar a la luzcosas como los ingresos ocultos.

—¿Quién tiene desgravaciones por depreciacióninusualmente altas que se tendrían que amortizar a lo largode varios años? Más del 40 por ciento de la depreciaciónacelerada de los 1040 es ilegal o por lo menos cuestionablemediante auditoría.

—Estos no son más que ejemplos de criterios pequeños yelegidos al azar.

—No los pueden usar todos. No serían capaces de tramitarsus expedientes lo bastante deprisa.

—Algunos equipos examinan cada título en relación con lasdeclaraciones de los dos años previos. Esto se llama

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términos de intervalo. La finalidad es buscar descensosgrandes en los ingresos o picos de las deducciones.

—La intuición desempeña su papel. A veces hay cosas quese ven raras. Que justifican el hecho de tomarse un tiempoextra con un expediente.

—Esa es la gran ventaja de usar examinadores humanos. Laintuición, la creatividad.

—Hay gente que tiene un talento especial para oler a gatoencerrado.

—Las conjeturas no explican los ingresos netos de ciertosgrandes examinadores, algunos de los cuales trabajan en esteCentro...

—Un gato encerrado al que valga la pena perseguir. 

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2810 LEYES DEL PERSONAL DE LA AGENCIA TRIBUTARIA

Todos los Examinadores GS-9 quieren ser Examinadores GS-11. Todos los Examinadores GS-11 quieren ser Auditores. Todala gente de Recaudación quiere hacer Investigación Criminal.Todos los Auditores quieren ser Agentes de Apelaciones oSupervisores. Todos los Supervisores quieren ser Jefes deGrupo. Toda la gente de Investigación Criminal quiere sercasi cualquier cosa que no involucre vigilancia sobre elterreno. Algunos Agentes de Apelaciones quieren ser Jefes deGrupo. Todos los Jefes de Grupo quieren ser Ayudantes deDirector de Distrito, o bien sueñan con volver a serExaminadores y estar sentados a solas ante una mesa dondenadie los moleste. Todos los Ayudantes de Director deDistrito quieren ser Directores de Distrito; con los que hayque tener cuidado es con los que te dicen que no. AlgunosDirectores de Distrito quieren ser Directores de CRE oDirectores de CRS, pero todos estos son cargos políticos, demanera que lo mejor que puede hacer un Director de Distritoes conseguir que su Distrito presente una producciónrealmente buena y confiar en que alguien se fije. Laproducción es la proporción entre impuestos recaudados y losgastos del Distrito. Son los beneficios netos del Distrito.La jerga de la Agencia es muy simple, tal como dicen losAyudantes de Director de Distrito mientras dan vueltas entorno a los DD, conspirando: producir o morir; aportar opalmarla; ingresar o a más ver. «A más ver» casi siemprequiere decir destinaciones en lugares ignotos.

 

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29—Solo tengo una historia auténtica sobre mierda. Pero es

la leche.—¿Por qué mierda?—¿Qué tiene la mierda, que nos repele pero nos fascina?—A mí no me fascina, eso ya te lo aseguro.—Es como ver un accidente de coche, es imposible apartar

la mirada.—Mi maestra de cuarto curso no tenía pestañas. No me

acuerdo de cómo se llamaba.—O sea, yo también estoy aburrido, pero ¿por qué mierda?—Mi primer recuerdo de la mierda es la mierda de perro.

¿Os acordáis de qué presencia tan potente y qué amenaza tangrande suponía la mierda de perro cuando erais niños?Parecía que estaba en todas partes. Cada vez que jugabaisfuera de casa, alguien pisaba una y de repente todo separaba y decíais: «A ver, ¿quién la ha pisado?». Todo elmundo se tenía que comprobar los zapatos, y no fallaba,alguien la tenía pegada al zapato.

—Incrustada en la suela. En el dibujo.—Imposible de sacar.—La mierda reciente siempre estaba húmeda y era amarilla

y horrible. Pero la antigua se incrustaba más profundamenteen la suela. Había que retirar de circulación los zapatoshasta que se secaba y luego intentar raspar los surcos de lasuela con un palo o con un cuchillo viejo y oxidado delgaraje.

—¿Qué hora es?

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—¿Qué se supone que tenemos que ver aquí? Alguien podríaacercarse hasta allí y ya está.

—Pero nunca se iba del todo. Raspa que rasparás. Habíaque intentar poner la suela debajo del grifo y mojarla yentonces intentar raspar el resto.

—En el garaje siempre había cuchillos de mantequillaviejos, latas de café llenas de tornillos y de clavos y dechismecitos de metal cuya función no conocía nadie.

—Y a quien fuera que tuviera mierda en el zapato siemprelo descubrían y entonces esa persona tenía una especie depoder terrible.

—Nadie quería tener nada que ver con él hasta que se lasacaba.

—Capullo instantáneo. Hombre sobrante.—Como si fuera culpa suya que estuvierais todos jugando a

pelota o en el recreo y él tuviera la mala pata de pisarla.De pronto ya no solamente había pisado una mierda sino quese había convertido en mierda.

—De esa forma en que la crueldad se arremolina y cambiade objetivo en un grupo de niños, en cualquier momento tepuede convertir en su víctima, todo el mundo está intentandocambiar de posición todo el tiempo: ahora eres tú el cruel,ahora eres el objeto de la crueldad de otro.

—Y no hay nada como mearse o cagarse encima en un grupoque está jugando al béisbol o a patear una lata o lo quesea, por pura excitación o por no querer dejar el partido niun momento, para convertirte en la diana de las burlas y lasmofas de todo el mundo. Para el resto de tu vida teconviertes en el chaval que se cagó encima mientras jugaba apatear la lata, y solo hicieron falta unos cuantos placajes

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para que todo el mundo supiera que habías sido tú, y dabaigual que pasaran los años, daba igual que estuvieras en elbaile de fin de curso del instituto: todo el mundo seguíasabiendo que eras el chaval que se cagó encima en 1961.

Nadie dijo nada. No se oía nada más que las bobinas algirar. La niebla les daba a las farolas un aire fantasmal.Era la cuarta hora de una vigilancia del tercer turno de laDivisión de Investigación Criminal en el Hobby ’n Coin dePeoria. No había viento; la niebla se limitaba a flotar.

—Pero es un poder terrible, también, cuando eres niño, elhaber entrado en contacto con la mierda. Eras el hazmerreírde todos, pero también podías hacerlos huir si te lesacercabas con lo que fuera que había en trado en contactocon la mierda, podías hacer que echaran a correr entregritos.

Los dos agentes más jóvenes llevaban sendas gafas de solplegadas y sujetas por una patilla a las mangas de lacamisa.

—Esa obsesión que tienen los niños por la mierda y lamierda de perro y por entrar en contacto con la mierda hayque conectarla con el aprendizaje de usar el retrete y consu primera infancia, que en esa época de su vida no lesqueda tan lejos.

—Puede que fuera en tercer curso. Tardamos un poco endescubrir qué era lo que le daba a sus ojos aquel aspecto decerdito. No tenía pestañas. Tenía pelo en la cabeza, eso sí,y cejas también, pero tenía unos ojos azules de cerdito sinpestañas.

Entre comentario y comentario pasaban hasta dos minutos,a veces. Eran las 2.10 y hasta los pequeños movimientospersonales de los agentes resultaban lánguidos y submarinos.

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—Y si lo piensas bien, acuérdate de que cuando loschavales se juntaban en el instituto todo era insultar a lasmadres de los demás y decir que te habías tirado a la madredel otro y que ella no lo hacía bien, y que no paraba depedir más... ¿De dónde te crees que venía eso? En cuanto sellega a la pubertad, la sexualidad de las madres se vuelveproblemática.

—Mi historia sobre la mierda. Estamos jugando alescondite, una pandilla de chavales del vecindario, alatardecer. Yo echo a correr de vuelta a casa, me tropiezocon unos leños decorativos que alguien ha usado para bordearel camino de entrada de su casa, salgo volando, extiendo lasmanos para protegerme del impacto y ¿qué crees que pasa?

—No.—Sí. Las dos manos de lleno en una mierda enorme, fresca,

amarilla y humeante. Casi la puedo oler todavía.—Joder, ya no hablamos de los zapatos sino de las manos.

De la piel misma.—Fíjate. Debo de tener una docena de recuerdos nítidos y

grabados a fuego de mi primera infancia y este es uno deellos. La sensación, el color, la disposición y el olor cadavez más fuerte. Me puse a aullar y gritar y por supuestotodo el mundo vino corriendo a ver qué pasaba, y en cuantolo vieron, fueron ellos los que empezaron a gritar y a girarsobre sus talones y a escaparse de mí, y yo estaba al mismotiempo llorando y rugiendo como si fuera una especie dehorrible monstruo de mierda y también persiguiéndolos,horrorizado y asqueado pero también, en el fondo, de algunamanera glorioso en mi rol de monstruo, dotado del poder parahacerles gritar a todos de terror y escaparme a casa, y allía todo el mundo se le estaban empezando a encender las luces

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del porche y las lamparitas falsas de las entradas paracoches funcionaban con temporizadores automáticos; era esahora del día.

—Las manos se encuentran especialmente cerca de la ideaque uno tiene de su identidad o de quién es. En términos decercanía, solamente las supera la cara, tal vez.

—Yo no tenía mierda de perro en la cara. Tenía los brazosbien extendidos hacia delante a fin de mantener las manostan lejos de mí como me fuera humanamente posible.

—Eso debió de intensificar el aspecto de monstruo. Losmonstruos casi siempre van con los brazos extendidos alfrente cuando te están persiguiendo. Yo habría corrido comoalma que lleva el diablo.

—Es lo que hicieron. Recuerdo que por un lado yo ibasoltando gritos de horror igual que ellos y por el otro mededicaba a soltar rugidos monstruosos mientras perseguíaprimero a uno y luego me desprendía, por así decirlo, paraperseguir a otro. En los árboles había cigarras quechillaban todas al unísono y alguien tenía una radioencendida que sonaba a través de una ventana abierta. Meacuerdo del olor que me venía de las manos y de que ya noparecían mis manos para nada, y de que me pregunté cómo ibaa abrir la puerta sin mancharla de mierda, o siquiera llamaral timbre. Iba a dejar mierda en el timbre de mis padres.

—¿Y qué hiciste?—Joder, ¿qué hizo tu madre? ¿Gritó? ¿Te quedaste fuera

lloriqueando y dando patadas a la puerta y tratando dellamar al timbre con el codo?

—Nuestra casa tenía llamador. Lo habría tenido jodido.

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—Apuesto a que algunos de los demás chavales estaban ensus casas entreabriendo las cortinas para mirar por laventana del salón cómo te dedicabas a ir dando tumbos ylloriqueando de una casa a otra con los brazos extendidoscomo si fueras Frankenstein.

—No es como un zapato que te puedas quitar.—Yo también tengo una historia sobre mierda, pero no es

agradable.—No me acuerdo. El recuerdo se termina cuando yo estoy

con las manos llenas de mierda y tratando de perseguir atodo el mundo, y es raro, porque hasta ese momento elrecuerdo es de una claridad extraordinaria. Pero justo ahíse detiene y ya no sé qué más pasó.

—Doy por sentado que nunca os he hablado de una pandillacon la que yo iba en la Bradley y de la extraña costumbreque adoptamos en el primer año de meternos en lashabitaciones de la gente en la residencia de estudiantes einmovilizarlos mientras Marcus el Gordo Prestamista se lessentaba encima de la cara.

—Creo que me habría acordado.—Pues fue en la Bradley, ya sabéis los rollos raros en

que se mete uno. Éramos unos cinco o seis y empezamos unaespecie de tradición absurda consistente en recorrer lashabitaciones de los alumnos de primer año a las cuatro de lamañana hasta encontrar alguna puerta que no estuvieracerrada con llave, a continuación entrábamos todos en tropele inmovilizábamos al tipo sobre la cama y entonces Marcus elGordo Prestamista se bajaba los pantalones y se le sentabaen la cara.

—...

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—No había ninguna razón. Simplemente nos parecía lamonda.

—¿Marcus el Gordo Prestamista?—Un tío enorme de las afueras de Chicago. Mórbidamente

enorme. Siempre tenía encima dinero en metálico paraprestarlo y llevaba las cuentas en un cuaderno especial decontable. Llevaba las cuentas con mucha atención, era capazde calcular intereses diarios compuestos sin calculadora.Jamás lo llamábamos Marcus el Gordo a secas, siempre era «elPrestamista». Era judío pero no creo que eso tuviera nadaque ver. Los préstamos eran su sistema para pagarse losestudios después de que sus padres se negaran a hacerlo. Noera la primera universidad en que estaba, pero no recuerdomuy bien de dónde venía.

—¿Y por qué se sentaba en la cara de la gente?—El encanto era lo raro que resultaba. Es lo único que os

puedo decir. Era algo que nos habíamos puesto a hacer, sinmás. Me siento raro solamente de intentar encontrar lamanera de explicarlo.

—¿Y qué hacía el tipo de la cama?—Al tipo de la cama no le hacía demasiada gracia, os lo

aseguro. La cosa pasaba muy deprisa: entrábamos todos entromba y ya estábamos encima del tipo antes incluso de quese pudiera despertar. Cada uno le agarraba una extremidad yMarcus el Gordo Prestamista se bajaba los pantalones másrápido que el rayo y se sentaba en la cara del tipo y sequedaba así tanto rato como podía antes de que el chaval dela cama se asfixiara. Luego nos largábamos tan deprisa comohabíamos venido. Eso era importante, porque así lo másseguro es que el tipo de la cama no llegara a saber nunca si

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todo había sido real o una simple pesadilla o qué demonioshabía sido.

No estaban lejos del Sticky. La niebla precedía a unatormenta que venía del río. El aire mismo estaba tenso.Había dos señoras mayores con pechugas que parecían cornisasmirando el escaparate de la tienda de numismática.

Todos tenían hábitos inconscientes, de los que tal vezsolamente Hurd, por ser el nuevo, era plenamente consciente.El hábito que tenía el agente Lumm cuando estaba devigilancia era usar los dientes incisivos de forma ausente einconsciente para desprenderse fragmentos diminutos de pielmuerta de los labios y ponérselos en la punta de la lengua yescupirlos suavemente para que aterrizaran en algún lugarinvisible. No se daba cuenta de que lo hacía, Hurd lo veía.Gaines parpadeaba lentamente poniendo una especie de cara defumeta que a Hurd le hacía pensar en un lagarto cuya piedrano estaba lo bastante caliente. Todd Miller llevaba unchaquetón de pana con cuello de lana de borrego y sededicaba a estrujar y soltar la manga izquierda; Bondurantse quedaba mirando un punto situado entre sus zapatos sobrela moqueta de la furgoneta como si estuviera mirando unabismo. A Hurd le parecía asombroso que nadie estuvierafumando. Él mismo era un catálogo interminable de tics ymovimientos inconscientes.

El mismo agente a prueba que llevaba las gafas de solcolgando del cuello de la camisa calzaba unas botas DocMartens de doce agujeros, agujeros que Hurd había contadovarias veces.

—¿Y cómo se volvía a subir los pantalones Marcus elPrestamista mientras todos salíais pitando?

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Siguió un largo silencio mientras Bondurant le dedicaba aGaines una mirada de patio carcelario. Gaines dijo:

—¿Alguna vez has intentado vestirte mientras corres? Esimposible.

—Y el tipo pensando que todo ha debido de ser un sueñohasta que se levanta para afeitarse y se ve la narizaplastada y una huella enorme de culo en la cara.

—¿Y gritaba?—Todos gritaban de forma amortiguada. Claro que gritaban.

Pero es que la misma cosa que provocaba el grito también loamortiguaba.

—El culo de un gordo que venía y le cubría la cara.—La velocidad y el silencio eran la esencia misma de la

operación, y esto era importante porque en cierta maneraestábamos incurriendo en allanamiento y asalto, y a Marcusel Gordo ya lo habían expulsado al menos de una universidad,y ninguno de nosotros éramos lo que se dice favoritos delDecano, y no nos olvidemos de que aquello era en 1971 y laJunta de Reclutamiento estaba esperando delante de la puertapor si acaso te echaban.

—Es por eso que Bondurant fue a la guerra. Al Vietnam.—Fui contable de rango G-2 en Saigón, capullo. Eso no es

la guerra.—Pero estás diciendo que es por eso que te reclutaron,

¿no? Por asaltar a alumnos de primero con el culo gordo deun judío.

—Lo que estoy diciendo es que fue algo que empezóespontáneamente, y que llevamos a cabo varias operacionespor todas las habitaciones de los parias con un éxitooperativo del cien por cien, hasta el día en que la puerta

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que nos encontramos abierta fue la de un tal Diablo, un chicoal que todo el mundo llamaba Diablo el Surrealista Zurdo, unpuertorriqueño becado y pintor de murales de Indianápolisque estaba loco, que por ejemplo había perdido el trabajoque tenía en el comedor de los profesores dentro de su plande ayuda para los estudios porque un día llegó colocado dealgo que estamos bastante seguros de que era ácido y pusocubiertos para todo el mundo, pero solo puso cuchillos, yque veía visiones y pintaba unos murales católicosfluorescentes y punzantes en los muros de los almacenes quehabía junto al río, y estaba loco... Diablo el SurrealistaZurdo.

—¿En vuestra facultad nadie tenía nombres normales comoJoe o Bill?

—Y la mayoría de la gente evitaba meterse con él porqueestaba como una puta cabra, aquel chavalín hispano decuarenta y cinco kilos criado en algún barrio bajo deIndianápolis, pero para entonces nuestra operación ya era unmecanismo perfectamente ajustado y diseñado para ser veloz,y además ninguno de nosotros se dio cuenta de quién era lavíctima hasta que todos habíamos entrado en tromba y noshabíamos desplegado alrededor de la cama. Yo tenía agarradoel tobillo izquierdo, lo recuerdo, y Marcus el Gordo yaestaba encima de la cama, desabrochándose el cinturón ycolocando los pies a ambos lados de donde normalmente estabala almohada de la víctima, lo que pasaba era que aquelchaval no usaba almohada ni tampoco sábanas, no tenía másque el colchón desnudo de la residencia, que era uno de esosa rayas.

La única persona verdaderamente gorda que Gestine Hurdhabía conocido en su vida había sido un G-9 que trabajabahaciendo Exámenes Especiales en el centro de Oneida y que se

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había pasado los dos años enteros que Hurd lo conocióhaciéndole auditorías retroactivas a una empresa de Oneidatan diminuta y especializada que no fabricaba más que losseparadores ondulados que iban dentro de las cajas de cartónque se usaban para transportar un tipo muy concreto debombillita que iba dentro de unas lamparillas metálicas quese enganchaban a unos marcos en los que a menudo se poníanlas pinturas en las casas históricas y en los restaurantesrurales.

—Lo cual nos tendría que haber alertado del problema,además del hecho de que Diablo el Surrealista Zurdo yaparecía estar despierto cuando entramos dando un porrazo ala puerta, y ni se sentó en la cama ni soltó un chillido nise frotó los ojos ni tampoco se sacudió ni forcejeó cuandoentramos en tromba y cada uno de nosotros le agarró unaextremidad y Marcus el Gordo Prestamista se subió a la camay comenzó a bajar su culo blanco y gigantesco sobre su cara.Se quedó allí muy quieto con la astucia latina y la locurageneral reluciéndole en los ojos. No queréis conocer ladecoración ni lo que había en las paredes; de habérnoslopermitido la velocidad completamente surrealista de laoperación, o sea, de haber prestado un poco de atención a lahabitación o a la expresión que tenía la cara del chicosobre el colchón, habríamos podido parar y ahorrarnos muchosproblemas y habríamos podido seguir en la universidad enlugar de pasarnos un puto año en Saigón aprendiendo lacontabilidad de las confiscaciones. Que es algo que no ledeseo ni a un perro.

Las bobinas giraban lentamente con un ligero susurrotriple. Los agentes de la Agencia Tributaria tenían la mismaexpresión que un grupo de boy scouts alevines alrededor de

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la fogata a la hora de los cuentos. Nadie se fijó en que lacinta del micro de entrada se estaba bamboleando un poco.

—Se esperó a que Marcus el Gordo Prestamista ya leestuviera tocando la cara con el culo, pero todavía no lehubiera apoyado todo el peso encima, y de pronto se lanzóhacia arriba y le dio un mordisco en todo el culo. Y noestoy hablando de un mordisquito de enamorados, sino de unadentellada total tipo doberman, con todos los incisivos enel arco de la nalga del culo de Marcus, de manera que hastamirando desde donde le agarraba del tobillo pude ver que alSurrealista le chorreaba la sangre por la barbilla y cómo elculo de Marcus el Gordo Prestamista se flexionaba mientrasél se apartaba de golpe y soltaba un grito que hacía temblarlas ventanas y derribaba a los dos tipos que estabanagarrando de los hombros a Diablo el Surrealista Zurdocontra la hilera de máscaras sin ojos que el latino tenía enla pared, que se cayeron todas y armaron un estruendotremendo, y pudieron ver el horrible espectáculo de aqueltipo increíblemente obeso encabritándose y dando un respingoy tratando con todas sus fuerzas de desprender su culo delos dientes de Diablo el Surrealista Zurdo, que, caballeros,déjenme que les diga, no lo estaban soltando, aquel chicoera un monstruo de Gila, pese al hecho de que Marcus elGordo tenía las dos manos enganchadas en los orificiosnasales del chaval en un intento de arrancárselo del culo yde que el principal esbirro de Marcus el Gordo, Marvin «elEsbirro» Flotkoetter, se había agachado y le estabamordiendo la oreja y la mejilla a Diablo el SurrealistaZurdo para obligarlo a que lo soltara, y tanto él comoDiablo estaban gruñendo, y Diablo estaba sacudiendo lacabeza en un intento de arrancarle un bocado de carne delculo a Marcus el Gordo, y la nariz y la oreja le estaban

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sangrando, y del culo de Marcus manaban chorros de sangre,quiero decir chorros arteriales de sangre que salían en todasdirecciones y empapaban el colchón y sus pantalones, y losgritos de Marcus hicieron que todo el mundo viniera enpijama y ropa interior y crema para los granos y aparatos deortodoncia a la puerta todavía abierta y se asomara a lo quepor supuesto parecía ser, aunque en aquel momento a ningunode nosotros se nos ocurrió, un episodio frustrado de asaltosexual en grupo de tipo carcelario.

 

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30—El ayudante del DD es un hombre de naturaleza amigable.

Pero en gran medida es el protegido de Glendenning.907313433, Contable de la Administración titulado, Sheehanse llama, funcionario de rango GS-13 con nueve años deexperiencia. Antes de titularse estaba haciendo auditoríasen el Distrito 10 en Chicago. Vino con Glendenning. Es unpoco el que le hace el trabajo sucio a Glendenning, muycampechano, seamos todos amigos, todo sonrisas pero tefulmina con la mirada. Enlace con Inspecciones Internas. Nocae bien. Además, es un figurín. Casi parece un modernillooriginal de los setenta. Muy mod, ya me entendéis.

Oye a Reynolds hacer algo que no guarda relación con suconversación.

—O sea, las típicas patillas, los pantalones de campana,la camisa de trabajo de color azul claro. El collarcito decuero alrededor del cuello. Todo el pack.

—No me vayas de Mr. Blackwell, Claude.—El protegido de Glendenning, sin duda. Pero un ayudante

de DD serio y por propio derecho. Todas las evaluaciones deltrabajo de ocho para arriba. Ni un solo siete. Ascendió aGS-11 en el 77 por medio de una propuesta independiente dela Junta de Ascensos, Glendenning no tuvo nada que ver. Perosigue siendo el protegido de Glendenning.

—¿O sea que va a luchar?—Es un implantador. Está en Administración por elección

propia, fue él quien se presentó. Si las cosas le llegan porlos canales adecuados no luchará con vosotros. Pero tampocoos ayudará. Lo suyo es implantar.

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—Glendenning tiene muchos protegidos en el 047, por loque estás diciendo.

La ligera elevación y el redondeo de la voz de Reynoldsindican que se está anudando la corbata.

—Glendenning tiene un nivel alto de apoyo de los Jefes deGrupo. Es posible que Rosebury y Danmeyer de Examen yTrimestrales estuvieran con él, tuvieron que coincidir enSyracuse, pero el resto ya estábamos aquí antes de que aGlendenning le dieran la patada. Todavía no está clarocuánto apoyo es puramente político y cuánto es sincero, locual indicaría hasta qué punto Glendenning ha movido loshilos en el 047. No he podido sacarle a nadie ni una solapalabra fuera de tono sobre él. Por supuesto, eso podríaquerer decir varias cosas distintas.

—No hace falta que me digas qué quieren decir las cosas —fue la respuesta nada acalorada.

El Motorola grande y gris de Reynolds tenía un protectorde barbilla incorporado como los de los violines, quepermitía sujetarlo solo con el cuello y dejarse las manoslibres, pero cada vez que Sylvanshine probaba a usar uno deaquellos protectores con su teléfono, o bien se olvidaba ymovía la cabeza como no debía y el chisme se caía al suelo yse rompía, obligándole a perder tiempo en averiguar cómosolicitar el cuarto teléfono en lo que iba de año, o bien lecausaba un dolor punzante a la altura del omóplato. Él teníaen la mano un teléfono normal de botones y se estabamordiendo la piel muerta del borde de la uña del pulgarmientras pasaba páginas de la tablilla sujetapapeles.

—Chaney tiene una foto de ella y Glendenning en la paredde su despacho, si te lo puedes creer.

—¿Chaney?- 516 -

—Julia Drutt Chaney, cuarenta y cuatro años, GS-10,952678315, Supervisora Administrativa del 047B que hay alotro lado del complejo. Una mujer corpulenta de verdad.Robusta. Del mismo tamaño que Stanton, la de Philly, si teacuerdas de ella. De esas mujeres que llevan vestidoshawaianos amplios. De las que cuando la ves cruzar el patiotiene pinta de ser varias mujeres cohabitando en una solaprenda. Mejillas grandes y rojas. Pero a lista no la gananadie, tiene unas evaluaciones...

—El 047B solo nos interesa para las auditorías, ysolamente de forma colateral. —Sylvanshine estaba intentandorecordar el nombre de su maestra de segundo de primaria,intento que ocupaba el final de una larga cadena depensamientos ociosos cuyos pasos intermedios él ya habíaolvidado, pero que había empezado con las maniobras pormedio de las cuales Reynolds había conseguido quedarse en DCy en Martinsburg durante varias semanas a fin de ganarse laconfianza de Mel Lehrl, ofreciéndose para analizar losinformes de campo iniciales de Sylvanshine y reducirlos aestadísticas relevantes para Lehrl antes de agotar todas susestrategias habituales y acabar reuniéndose con Claude enaquel lugar horrible—. Concentrémonos en el filete y no enlos guisantes, Claudie, ¿qué te parece? —La jocosidad era untono que Reynolds usaba a menudo con los subordinados o conaquellos que tenían rangos GS inferiores, y tanto él comoClaude sabían que ahora Sylvanshine iba a ponerse a buscaruna manera de devolverle el insulto—. Y el filete es laDivisión de Examen.

—El ADD de Examen es Rosebury, Eugene E., cuarenta años,GS-13 907313433, pelo rubio rojizo, alto, un poco encorvado,las gafas no le quedan bien o quizá no tiene las orejassimétricas, se le ve un poco de pinta de académico pero es

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posible que sea por la pipa, fuma en pipa. Protegido deGlendenning hasta la médula. No me gusta su pelo, hay algoraro en su pelo. Es un implantador. Un veleta. Ni ayuda nise interpone.

—¿El segundo AD es Yeagle? ¿Yagle?—Gary N. M. I. Yeagle. El típico que va de «Llámame

Gary». Un espécimen de aspecto extraño. Tiene una caragrande y gruesa como un pan, y al mismo tiempo una mandíbulalarga, aunque blanda, una mandíbula llena de grasa colgando,lo cual, sumado a su forma prominente, te da la sensacióncuando lo miras de que alguien te está pegando con un puñoderretido. Treinta y nueve años, no, perdón, treinta y ocho,muy amigable pero de manera distinta a Sheehan, porque lacosa amigable de Sheehan es profesional y estratégica,mientras que con Yeagle se nota que simplemente es inseguroy necesita caerle bien a todos o bien el mundo explota, oalgo así.

—Lo cual lo convierte en un elemento potencialmentevulnerable.

—De esa clase de persona que es muy tímida y nerviosadelante de los demás pero que intenta ir de campechano ybullanguero y sociable, el problema es que no le sale y lacosa acaba resultando atroz para todo el mundo. Se puedequitar la nieve con su mandíbula.

—Así que Yeagle podría ser uno de los nuestros si nosconcentramos en el trabajo de Mel durante las etapasiniciales.

—Además de unas cejas que quitan el hipo. No es broma.Unas cejas tipo Tolkien en un hombre de treinta y ocho años.Una sonrisa muy intensa que él imposta para que parezca unasonrisilla o una mueca maligna haciendo bajar esas cejas

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increíbles. De esos que te estrechan una mano con las dos deél. Tiene rango GS-13 pero ha sido Jefe de Grupo desde elsegundo trimestre del 78, de manera que puede que seabastante espabilado, aunque yo no lo he visto. No es laclase de jefe duro que te esperarías de un Jefe de Grupo enun Centro de Examen.

—¿Lo ascendió Glendenning?—Yeagle tiene un expediente muy básico. Puedes intentar

que alguien de allí te consiga su expediente completo; elque he podido encontrar aquí es muy básico. —A Sylvanshinele sangraba un poco el pulgar y se puso a mirar a sualrededor en busca de algo poco importante en dondesecárselo. Tanto él como Reynolds sabían cómo de distintasserían la sustancia y la forma del informe de Sylvanshine sieste estuviera hablando con Merrill Lehrl, y aunque no cabíaduda de que aquello irritaba en cierta medida a Reynolds, nocompensaba de ninguna manera la jocosidad y susimplicaciones. Los dos sabían que quedaban cuentaspendientes. A veces Sylvanshine se imaginaba a sí mismo y aReynolds como compañeros en una especie de danza de lacorte, muy majestuosa y prescrita, de manera que lo quecomunicaba la personalidad eran las variaciones másminúsculas—. Él y Sheehan son contrapuntos más o menosinteresantes en lo que se refiere a lo amigable. No puedodecir que me caiga bien ninguno de los dos. La semana pasadaYeagle llevó la misma corbata tres días. Y lleva la pipa conél hasta cuando la tiene apagada. Tenía algo en la corbataque podría haber sido una mancha de condimento. No me caebien, con esa extraña mandíbula colgante. El otro día lo vilimpiarse un orificio nasal con el dorso de la mano.

Hubo un carraspeo en el otro lado. Los silenciospermitían oír pequeños fragmentos de otra conversación que

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estaba teniendo lugar en los márgenes de su ancho de banda;a Sylvanshine aquellos fragmentos le recordaban mechones depelo sobre un cepillo polvoriento. El fregadero estaba llenode platos apilados y de envases de cartón con restos decomida china para llevar que se había jurado a sí mismo queiba a limpiar hacía dos días; mirar el fregadero hacía quele resultara difícil coger aire.

—Dile a Mel que lo más que le puedo dar son indicaciones.Yeagle todavía no es un dato que conozcamos. Parece un tipopoco eficaz, pero eso podría formar parte de unapresentación estratégica más amplia. Recomienda una Informalen cuanto llegue Mel: hacedle que se suelte, que hable. Esposible. En estos momentos no me atrevo a ir más lejos queeso con Llámame Gary.

—¿Y algo sobre el propio Glendenning?—No he ido a verlo. Es un tipo ocupado. Siempre está

yendo y viniendo. Parece estar ocupado con sentido, en lugarde ocupado de manera alborotada o ineficaz, lo cual, si escierto, vale la pena mencionárselo a Mel.

—Gracias.No era el pulgar exactamente, pero sí era cierto que

ahora Sylvanshine se estaba chupando el borde del pulgar.—Lo he visto por los pasillos del como se llame, el

edificio ese donde están sus oficinas y las de Sheehan. Unsitio que desorienta; las fotos no hacen justicia al caospuro de módulos que hay ahí. Parece el campus de unauniversidad pequeña o de una universidad de repesca, más queotra cosa. Ya sabéis que mi padre daba clases en unauniversidad de repesca...

—Así que cuando has visto a Glendenning en esos pasillosque no recuerdas...

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—De momento no he visto gran cosa. Un tipo alto y canoso.Con una raya rígida en el pelo gris. Uno de esos hombresmayores que la gente llama «distinguidos» o de quienes sedice que «habían sido atractivos». De altura media, supongo.La nariz se le veía un poco grande, pero solamente lo vi deperfil y moviéndose.

—Eh, Claude, en serio, ¿hay algún proceso mental que tehaga pensar que quiero oír evaluaciones estéticas? ¿Hayalgún razonamiento por el que en algún lugar de tu interiorhayas decidido que a Mel le puede resultar útil tener todaesa información en la cabeza cuando empiece a trabajar conesa gente? No hace falta que te esfuerces ahora, pero piensaen ello y en algún momento me cuentas el proceso por el quehas decidido que tengo que aguantar los detalles sobre laindumentaria y el porte en lugar de oír material que meayude a hacer mi trabajo.

—Tu trabajo, ya lo has dicho. Sintetizar. Reducir aestadísticas relevantes. Mi trabajo son los datos en bruto.¿Me falla la memoria? ¿Fui yo quien se pidió el trabajo decampo? ¿O estoy confundido?

Pero los ruidos compungidos que se oían no eran más quelos intentos de Reynolds de pasarse los dedos por debajo delnudo de la corbata para abrocharse el botón superior, queera algo que siempre le daba problemas. Sylvanshine esperóel intervalo normal, mirándose el pulgar y probando a ver sinotaba el sabor de la sangre —un sabor que siempre lerecordaba haber tocado de niño una pila de nueve voltios conla lengua, aunque nunca se acordaba de la asociación exacta—, se mantuvo a la escucha para intentar identificar por lomenos el género de la conversación fantasmal que sonaba porla línea, y por fin dijo:

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—Aunque su secretaria (o una de ellas, parece que tienedos, aunque una podría ser de Administración o bien unaenlace con los Jefes de Grupo) mandó un memorando, que estáen la bandeja de entrada de Mel: «Bienvenido, Henzke me hahablado muy bien de la habilidad del procesamiento en el0104», que es Recaudaciones de Philly, la auto...

—¿Me lo tienes que contar como si yo no hubiera estado?—«... Henzke me ha hablado del procesamiento de Philly,

etcétera, por favor, llame a la señora Oooley, que es lasecretaria en jefe, en cuanto llegue y sea procesado...»

—¿Y eso qué quiere decir? ¿Que Mel tiene que pasar pororientación como si fuera un mierdifante?

—Yo no lo tengo, sigue en la bandeja de Mel, que porcierto es una buena bandeja de entrada, tiene el mismotamaño y la misma hilera que la del ADD, y está por encimade la de los Jefes de Grupo, aunque tiene el nombre de Melescrito en una cinta adhesiva que tapa el nombre de otrotipo, pero eso no quiere decir necesariamente nada, a menosque siga así cuando llegue él. Y he hecho que los deServicios Logísticos pongan su nombre en su puerta en eseedificio, les he dado la plantilla yo mismo, díselo a él, yles he contado el problema que tiene con los ascensores, osea que lo han puesto en la planta baja. Dile que la puertaestá cerrada con llave y que la ventana de fuera no se abrey que no se ve nada a través, salvo si te alejas mucho delas puertas de los dos lados, dile que se ve espacioso. Pordesgracia, el lavabo más cercano está en la tercera planta;que él nos aconseje si queremos arriesgarnos a montar unjaleo por eso, pero está en la esquina, tal como se pidió.Nada de sintetizar aquí, ya sabes que él va a querer eso.

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Dile que las puertas de los lados miden 15 y 16,4respectivamente, que es casi el mismo tamaño que en Philly.

—¿Te has dejado ver usando una cinta métrica en laspuertas de los lados?

—No seas cretinillo. Ya tengo llave de la puerta deentrada y llaves de dos de las cuatro restantes. Por lanoche, antes de volver a donde nos han alojado, tú y yonecesitamos tener una charla como Dios manda, no vaya a serque veas el sitio y te subas por las paredes. Complejo deapartamentos de Angler’s Cove. ¿He dicho bastante? Hace queel primer apartamento de Rome parezca de lujo encomparación, para darte una...

—¿Estás diciendo que el memorando venía de la secretariao venía personalmente de Glendenning?

—La mala noticia es que no está en el edificio principal,donde están los despachos de Glendenning y los funcionariosdel DD, no me acuerdo de cómo se llama. Aquí tienen unanomenclatura rara para las instalaciones, igual que enChicago.

—¿Todavía me estás hablando del despacho de Mel?—Estoy repasando mis apuntes, tal como recordarás que

dicta el protocolo de campo y tal como tú hiciste en Rome.Me temo que está en el edificio anexo donde hacen lasdeclaraciones de Empresa; allí también tiene la UNIVAC. Metemo que ese otro edificio es un poco manicomio. La primeraplanta es donde están todas las oficinas de la gente queperfora las tarjetas. Solamente hay que preparar a Mel paraesto, no vaya a ser que venga y vea dónde lo han puesto y seponga a soltar espuma por la boca.

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—Y puede que recuerdes que las llamadas iniciales paratransmitir los informes de campo tienen que durar entre diezy doce minutos, si has memorizado el protocolo.

Sylvanshine sabía con exactitud lo que Reynolds estabahaciendo físicamente en aquel momento, pero no se le ocurríala palabra exacta para llamarlo, ni siquiera para susadentros. Tampoco estaba hablando de perder el carnet el díaanterior en la ventanilla para coches del banco, lo cual enel fondo puede que interesara a Merrill Errol Lehrl pero noa Reynolds bajo ningún concepto, aunque sabía lo que este lediría. A veces las uñas de los pulgares de Sylvanshine teníaunas líneas blancas pequeñitas calcioides y a veces no. Devez en cuando le preocupaba el significado de aquellaslíneas. No ajustarse, arreglarse, arreglarse la corbata, que comoera sábado debía de ser o bien la de color verde claro o laazul claro con dibujitos de rombos rojos, que eran las dosde seda falsa y en cualquier caso ya no podían estar másarregladas. Era un gesto inconsciente que tenía Reynolds, yque funcionaba como uno de esos gestos que revelaninformación en una partida de naipes, y Sylvanshine habíasacrificado toda clase de oportunidades para ajustarle lascuentas a Reynolds haciéndoselo notar, porque no quería queReynolds fuera consciente para nada de sus propios gestosinconscientes, puesto que leerlos confería poder. EnMartinsburg a Sylvanshine le había tocado el dormitoriogrande porque el alquiler estaba a su nombre, pero en losdesplazamientos siempre era Reynolds quien se llevaba elgrande. Esta vez, dejando de lado la precariedad de Angler’sCove, los dormitorios eran del mismo tamaño, y es que ladistancia entre puertas no era lo único que Claude habíamedido, y sabía perfectamente la cara que iba a poner

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Reynolds cuando viera esto. Merrill Errol Lehrl siempreorganizaba sus propias dependencias.

—¿Ha sido el mismo Glendenning el que ha mandado elmemorando o ha sido la secretaria?

Sylvanshine puso el pulgar plano, lo miró bajo la luz deltecho y lo hizo girar a un lado y a otro.

—No te creerías el calor que hace aquí. Y la humedad. Elaire es como si alguien te estuviera soltando el aliento enla cara. Ni siquiera Philly en los peores días del veranollegaba a este nivel. Los surtidores de agua del 047 noestán refrigerados, son fuentes de porcelana de retreteblancas y bajas como en las escuelas primarias, y el aguasale a la temperatura ambiente, o sea muy caliente.

Reynolds exhaló de manera que el teléfono transmitiera elsonido.

—Pido disculpas por el tono, Claude.—¿Qué tono?—¿De acuerdo? ¿Ya estás contento?—Me sobrestimas, amigo.—Y sí, soy tu amigo. Somos un equipo. No te tendría que

haber cantado las cuarenta en tono de jefe como lo he hecho.Esta semana hay mucha presión. Llevo la semana enteraaguantando el mismo dolor de cabeza causado por la tensión.No me encuentro nada bien. Y nada de todo esto es excusa, meestoy disculpando de verdad.

Si ahora tenía líneas, no eran visibles.—Me temo que la que lo ha mandado es la secretaria, o la

jefa de secretarias. Oooley, Carolyn o Caroline. Expedienteno localizado, no está en el envío de Logística. Unamujercilla seca, con una carita reseca y fruncida. Lleva el

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jersey sobre los hombros como si fuera una capa. Al edificioprincipal le sale el aire acondicionado por las orejas; esahí donde está Examen, así que dale a Charles la buenanoticia de que el entorno de trabajo en sí ya tiene aireacondicionado, aunque no extintor, pero la sala de lacomputadora VAX sí tiene extintor, así que podemos suponerque Logística tiene los medios, si quieres llamo y...

—Así que el memorando viene de la secretaria, no delmismo Glendenning.

—Yo le pediría a Mel que no sacara conclusiones de eso.Glendenning ha estado ausente dos días de cada tres. Desdeel miércoles pasado ya ha estado dos veces en Región.

—¿Ya está yendo mucho por Región? ¿Y has esperado hastaahora para mencionármelo, y cuando lo haces es comoacotación al jersey de la secretaria?

—A juzgar por cómo se acerca la gente a su mesa, Oooleyes formidable. Ya sabes cómo van las cosas en provincias. Esposible que domine a Glendenning; es posible que sea a ellaa quien hay que apuntar. Tiene una foto pequeña de un gatoen su mesa, pero no se le ve ni un pelo de gato en eljersey. Raro. Y lleva las gafas sujetas con una cadenillaalrededor del cuello, esas cadenillas plateadas de antaño.Es posible que sea una parte formidable de la ecuación. Demomento le he preguntado por el gato y le he regalado unaflor que un tipo estaba vendiendo en la mediana de esacarretera grande de aquí. Dile a Mel que ya me la estoytrabajando.

No le contó a Reynolds que al día siguiente no había nirastro de la flor en la mesa de ella.

Dejó que Sylvanshine lo oyera respirar otra vez:

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—¿Y el memorando decía específicamente «me ha habladobien Henzke, o Bill, o Bill Henzke»?

—Henzke a secas.—Mierda.—La otra secretaria o enlace o lo que sea ha estado

ausente. Supuestamente es joven y es la belleza delDistrito, dos tipos distintos de Recaudaciones me han dichoque vale la pena inventarse cualquier asunto falso y pasarsepor ahí cuando Oooley sale a comer, solamente para disfrutarde la vista frontal.

—Ya me he disculpado, Claude.—La secretaria de Rosebury es una mujer corpulenta y

blanca como la nata llamada Bernays. Parece el fantasma deun caballo de tiro.

Cada teléfono móvil Motorola le costaba 349$ a la Agenciaen lugar de los 380$ del precio de venta al público, yparecía un walkie-talkie enorme, y pesaba más de un kilo, ysostenerlo en la mano le daba un aspecto un poco tonto aalguien tan diminuto y atildado como Reynolds Jensen Jr.

—Bueno, pues. Hagamos un esbozo de la semana. —De esamanera, si lo que acababa pasando la semana siguiente no eralo que el doctor Lehrl quería, por lo menos Reynolds lepodría decir a este que habían hablado y que él lo habíaintentado. Harold Adny había dicho que ver a Reynoldsintentar emprender maniobras políticas era como ver bailar aun leñador—. Necesito biografías convincentes y relevantes,repito, convincentes y relevantes, datos personales,evaluaciones e impresiones de la gente de Examen para el día17. Y estoy leyendo del protocolo. ¿En el equipo quién hay?Está Rosebury en Administración, está ese tal Yeagle de Jefede Grupo... ¿Cuánta gente hay en el grupo, veinte? El

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presupuesto de Examen es 2,4 veces más grande que el deRome, ¿verdad? O sea que ¿cuánta gente hay, veintidós?

—Veinticuatro, tal vez veinticinco. Se habían llevado acabo toda una serie de particiones en turnos poco ortodoxas,de las que todavía no tengo datos estadísticos, y que alparecer Glendenning ha vetado. Glendenning ha hecho muchosajustes a medida en Examen, que por supuesto podemosimaginar que con esto se intensificarán. Digamos que sonentre veinticuatro y veintiséis, que luego se duplican conlos otros veinte que vienen a hacer perforación y aclasificar tarjetas durante la Tormenta de Trabajo, aunquese dice que Glendenning ha peleado mucho para que durante laTormenta le pongan a personal de la Agencia en lugar detrabajadores a tiempo parcial, lo cual es comprensibleteniendo en cuenta la ciudad donde están; no se puede decirprecisamente que por aquí abunden los trabajadoresespabilados.

—Ese es un buen dato. Es convincente.—Digamos que veintiséis. El contacto ha sido duro.—Son precavidos, ¿no?—Más bien están aturdidos. Trabajan a tiempo completo.

Están pasmados. ¿Cómo era esa otra palabra? La media dequemarse aquí es de tres años. Demudados, es la palabra.Oh... —Sylvanshine hizo una mueca por haberse olvidado demencionar aquello antes—. Y lo más fuerte es que la primeragran maniobra de Glendenning cuando llegó aquí fue quitar alos de primer año de hacer exámenes.

—Estás de broma. —Por tradición de la Agencia, loslicenciados de las tres academias nacionales de la AgenciaTributaria se pasaban el primer año asignados a Examen, queera la tarea más brutal y la menos popular de la Agencia. A

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continuación un porcentaje de ellos se apresuraban a aprobarel examen de Contable de la Administración, dado que losAgentes de Hacienda de rango GS-11 necesitaban aquel título,y pasar a Auditorías era el ascenso natural que permitíasalir de Exámenes. El hecho de que Glendenning evitara ponera gente de primer año en su rama de Examen indicaba algoimportante, aunque ninguno de los dos estaba muy seguro dequé era. Era tan importante, sin embargo, que Reynolds nisiquiera perdió tiempo en echarle bronca a Sylvanshine porhaber esperado hasta entonces para contárselo—. Ya sabes queMel va a querer que desarrolles eso. Pásalo inmediatamente ala prioridad número uno del protocolo de la semana queviene.

—Estoy de acuerdo de forma provisional.—Me alegro de que estés de acuerdo.—Me alegro de que te alegres.—Fenomenal.—Aunque esto está pendiente del resto del informe, o sea,

que tengo que llegar a flujos y producción.—Fenomenal. ¿Qué tal pinta el flujo, pues?—En primer lugar los exámenes individuales están en una

sola sala, un par de docenas de mesas más el pequeñocubículo esmerilado de Yeagle. O bien la habitación tieneproblemas de simetría o bien hay divisiones desiguales;puede que haya una sección para las 1040, otra para las1040-A y una más pequeña para las Rollizas tal como había enKeene. Hay una rama de Empresas que está en una habitacióndistinta.

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—Si Empresas se cambia, no será hasta después; elexperimento lo han hecho con las individuales, de maneraque...

—Por eso no lo menciono.—Si te llevas bien con la señora de piel reseca de

Glendenning, entonces deberías tener acceso a los criterios.—Los criterios son un caos. Ni siquiera están en

tarjetas. Usan unos formularios 904 antiguos que yo no veíadesde la Academia.

—Enorme sorpresa.—Están todos guardados en unos horribles armaritos viejos

de color verde oscuro dentro de un complejo en el sótano endonde no se atreverían a entrar ni las arañas.

—Pero tú te has atrevido a bajar allí con una linterna,te conviene que Mel lo sepa.

—Hoy o mañana tengo que encontrar a alguien enMartinsburg que me los introduzca y ponga en forma de tablaslos valores medios; los formularios de los criterios son uncaos por lo periódico que es el trabajo. Déjale bien claro aMel que reciben declaraciones tanto de Región como del Centrode Servicios de Saint Louis sin procedimiento establecido yni siquiera ritmos que yo pueda ver.

—Estás diciendo que los camiones se limitan a parar ydescargar las declaraciones.

—Así pues, lo que tengo, en espera de las tablas... estova a quedar muy raro... es que en los últimos seis meses hanpasado cada mes por la rama de Examen del 047 un total de1.829 declaraciones, pero esa cifra incluye todo, desde lasindividuales facilitas, pasando por las Rollizaspesadillescas con veinte tablas adjuntas cada una, hasta las

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reconciliaciones de estimaciones con que Rosebury permiteque Danmeyer los bombardee en oleadas trimestrales depesadilla.

—Esto no está desglosado de ninguna manera que me diganada, Claude.

—Hasta que llegues aquí no entenderás por qué. Esdickensiano. Hay una sola terminal de UNIVAC en la sala. Lasremesas de Martinsburg llegan en unos carritos enormesempujados por chicos del carrito como en los viejos tiempos,luego los resultados los mandan por unas rampas que van aparar dos niveles más abajo, donde las chicas de la máquinaperforadora preparan las remesas para devolverlas a Región ya Recaudaciones. Y/o a Recaudaciones. Y los examinadorestrabajan con lápices y con máquinas de sumar NCR, algunas delas cuales todavía llevan pegatinas de «I Like Ike» y cosasparecidas. Tienen una especie de bandejas o cajonesinclinados que sobresalen de sus mesas en todas direcciones,como en esas fotos de Philly que Mel tenía en los días depesadilla. Aquí les llegan remesas estándar de Martinsburg,además de estimadas y peticiones de examen procedentes deInvestigación Criminal. Hacen unas Rollizas que en SaintLouis no se molestan ni en abrir de tan gordas que son.Hacen contratas para Auditorías de Empresa cuando unaAuditoría de Empresa es de varios años. Dile que es unmontaje casi del calibre de Philly. Pero esto...

—¿1.829 por 26 por 22 días de trabajo da cuánto, tres aldía?

—3,198 al día con turnos de nueve horas, que si lesquitas el almuerzo y les quitas la media de 45,6 minutos quehay en Región para las pausas de descanso, se quedan ensiete horas y 29,4 minutos, de manera que 3,2 dividido por

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7,5 dan 0,42 periodo 6 declaraciones por hora de trabajoindividual, lo cual coincide tan completamente con la mediade Región que...

—Así que no nos dice nada, como estadística deproducción, lo cual quizá perjudique a nuestros argumentosdelante de Glendenning, pero también hace que Examen del 047sea un buen caso de prueba.

—No, Reynolds, quiero decir que coincide exactamente con lamedia. La media de la Región 4 durante el 82, el 83 y laparte del 84 de la que Control Interno contaba con datos,escucha, es de 0,42 periodo 6 declaraciones por horaindividual.

—¿Es la media exacta?—Y como me espero esa misma reacción, por favor, dile a

Mel que lo he comprobado dos veces. Todas las tarjetas, lostotales de circulación, las evaluaciones de trabajo, lasestadísticas de uso. 0,42 periodo 6. Como si...

—Como si Glendenning y Rosebury y/o ese tal Yeagleestuvieran falsificando de alguna manera los libros deProducción para generar una producción tan completamentemedia que nadie sospechara nunca que están falsificando loslibros de Producción.

—Lo comprobaré otra vez si quieres, y ahora, si mepermites tomarme un momento para hablar de la presión delagua del apartamento y de un inodoro que tiene la cisternaque funciona más despacio que he visto en doce...

Ahora el tono indicaba que Reynolds Jensen Jr. estabacien por cien concentrado y atento, lo cual quería decirque, ya estuviera sentado o de pie, tenía la cinturaligeramente doblada hacia delante y no estaba parpadeando enabsoluto.

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—Hazlo. Compruébalo. Él querrá que lo hagas... O a ver side alguna manera Glendenning ha sido capaz de estructurar ala plantilla y el flujo y la moral para sacarle a Examen lamedia justa...

—Lo cual quiere decir que cuando quiera que suba,simplemente agitará la varita y tachán.

—¿Es posible que sea tan bueno?—Eso lo convertiría a él y/o al equipo que él forma con

Rosebury en un genio, un Mozart de la producción, cuyosmétodos de dirección, si se cuantificaran y se enseñaran obien si los demás Directores de Distrito convencieran a DCde que se pueden enseñar...

—Podrían matar nuestro proyecto.—Sobre todo si pudieras ver a estos examinadores. Esto no

es un cuerpo de élite, Reynolds. No hay ni uno que cobre porencima de un GS-11. Tics, espasmos, excentricidades.Temblores en las manos. Después del almuerzo están todos enel lavabo de hombres cepillándose los dientes. No paran decepillarse. Uno tiene un violín en su mesa. Sin razónalguna. Un violín, simplemente. Otro tiene una marioneta deun doberman en la mano donde no lleva la goma y habla conella.

—Todas estas cosas hay que señalarlas, Claudie.—Lo que estoy diciendo es que son unos despojos humanos.

Si Glendenning es capaz de sacar la producción que quiere deesta panda... Algunos parecen catatónicos. Uno de ellospodría ser un idiot savant. Todavía no lo he visto.

—Nada de todo eso tiene relación con la producción.—¿Y he mencionado el viento que sopla por aquí? ¿El ruido

que hace cuando se cuela por las rendijas que hay cerca de

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las ventanas? ¿O el calor? ¿O la enorme cantidad de estospueblos rurales diminutos en forma de cruz que tienenexactamente un solo cruce y que parecen consistirexclusivamente en un granero y una gasolinera y que tienennombres como Arrowsmith, Anthony, Shirley, Tolono, Stayne?Cerca de aquí hay un pueblo que se llama Big Thistle.Repito: Big Thistle, Illinois. Eh, vamos a la cafetería deBig Thistle y le desabrochamos la faja a Fanny. Y lahumedad. Las toallas no se secan; como enciendas el aireacondicionado por la mañana el parabrisas se te empaña comosi fuera un vaso de té helado. El cielo es del color delhielo de los moteles: no tiene ni color ni profundidad. Escomo una pesadilla. Y lo llano que es todo. ¿A qué distanciaestá el horizonte al nivel del mar, a treinta kilómetros?

—No nos distraigamos, Claudie.—Me ha destinado a la segunda dimensión, R. J.—Lo estabas haciendo muy bien, Claudie.—¿Y si te dijera que te echo de menos?—No vamos a entrar en ese tema, no...—Porque ¿sabes ese aspecto que tienen los ojos de la

gente muy vieja, con cataratas? ¿Ese aspecto lechoso yterrorífico de que no hay nadie ahí dentro? Pues imagínateuna cara entera que fuera así. Philly era el frenesí. Estoes una especie de capucha de aburrimiento. Aburrimiento másallá del aburrimiento. Estos examinadores, en su mayoría...

—¿Te das cuenta de que en cierta manera es positivo?—Bueno, no es agradable a la vista, eso te lo...—¿Ha llegado algo del equipo para la demostración?

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—Glendenning les deja que personalicen sus mesas. Queescuchen música si les... no fuman en sus mesas, peroescucha esto: hay un par que mascan tabaco en sus mesas.

—¿Dónde estamos en términos de perfiles del hardware?—¿Por casualidad has visto usar alguna vez una escupidera,

Reynolds?, porque te aseg...—Yo también te echo de menos, Claude. ¿Ya estás contento?Una vez se lo había mordido tanto que se le había

infectado, lo cual le daba un sabor espantoso.—Todavía no he hecho una lista propiamente dicha.—¿Y qué le digo a Mel?—Llevo solo una semana aquí y paso unas penurias

terribles por culpa de lo primitivo que es el sitio dondenos han alojado, la falta de vectores de contacto y el calorabrasador. Dile eso a Mel.

—Qué valientes somos cuando él no está.—Como tal vez recuerdes, el hardware importante está en

el anexo donde se hacen las de Empresa, y salvo cuando heido a verificar las dependencias de Mel, yo he estadorondando por Examen. Siguiendo instrucciones, creo yo.

—Yo no te estaba echando bronca, Claudie. Sigamos con lonuestro. Me espera un viaje horroroso de vuelta a casa.

—De momento he visto una unidad central Sperry UNIVAC dela serie 3000 o 4000, cuyas terminales parecen estar todasen Empresas. He visto dos clasificadores de tarjetas IBM5486 y he deducido la presencia de equipamiento deperforación y compaginación asociado de la serie 5000.

—Y tarjetas de noventa y seis columnas para las IBM.

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—Lo que pasa es que las UNIVAC todavía usan las deochenta. Parece ser que se han montado alguna clase de apañopara mezclar los dos tipos.

—¿De manera que los examinadores dominan todos elhexadecimal, o eso lo hacen las chicas de la perforadora?Pero las chicas de la perforadora son todas trabajadoraslocales, ¿no?

—Todavía no tengo el protocolo de formación. Podemossuponer que las traducen a lenguaje natural para el personaltemporal que viene entre marzo y mayo, ¿no crees?

—Ni siquiera en Rome mezclaban las de noventa y seis conlas de ochenta.

—Esto son las provincias, te lo estoy diciendo. Laoficina de Mel está muy cerca de la Central, que deduzco quedebe de ser un batiburrillo total de sistemas distintos. Hevisto una calculadora-impresora Burroughs 1005.

—¿Burroughs todavía usan tarjetas?—Burroughs se pasaron a la cinta desde la serie 900. Te

lo he dicho. Todo esto es un batiburrillo. Un mercadillocallejero. He visto dos IBM RPG en un armario con un enredoincreíble de cable coaxial que iba a parar a un agujerohecho de cualquier manera y saltándose los códigos en eltecho del armario, probablemente destinado a compatibilizarlas RPG con la UNIVAC. Todo es vetusto y mugriento y no mesorprendería demasiado si dentro hubiera escondidos monitoscon abacos y cordeles.

—Esas son muy buenas noticias. ¿Y el COBOL de suensamblador?

—De momento, desconocido.—Tenemos muy buenas noticias en el frente del hardware.

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—Y si ha llegado algo de DC, la gente de Logística deaquí no se ha enterado.

—¿O sea que podría estar simplemente olvidado en la zonade carga?

—¿Me estás diciendo que tengo que ir a Registros con unalinterna agarrada entre los dientes, estar al teléfono conMartinsburg consiguiendo análisis de circulación, tanteandosobre la norma de «Nadie de Primer Año» de Glendenning,haciendo inventario del hardware y mangando llaves paraentrar antes que nadie en el despacho de Mel, todo al mismotiempo? Ah, y en la zona de carga interrogando a hombretonesfornidos para ver si alguna de las cajas viene deMartinsburg...

—Lo único que estoy haciendo es montarte un protocolopara tu trabajo sobre el terreno de la semana que viene,Claudie.

—¿Qué soy, una máquina? 

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31Shinn tenía el cuerpo alargado y un pelo rubio muy claro

y fino como el de un bebé que le caía sobre la frente comosi fuera un Beatle de la primera época. El hombre que ibasentado a su lado en la furgoneta de la Agencia Tributariahabía salido de Angler’s Cove en compañía de otros mientrasellos estaban plantados en la acera bajo el amanecer decolor pastel esperando a la furgoneta. El aire dulce, húmedoy pesado de los amaneceres de verano. Todos aquellos hombresprovistos de etiquetas identificativas se conocían yhablaban entre ellos. Algunos bebían de tazones o fumabancigarrillos que aplastaron sobre la acera cuando apareció lafurgoneta. Uno de ellos llevaba patillas y sombrero devaquero, que ahora se acababa de quitar a dos hileras deasientos de distancia en la furgoneta. Algunos leían elperiódico. Algunos de los hombres que iban en la furgonetadebían de llegar a la cincuentena. Las ventanillas, más quebajar, se retiraban hacia fuera en ángulo oblicuo; era unvehículo extraño, parecía más bien una pequeña camioneta enforma de cajón en cuyo interior alguien hubiera soldadoasientos.

La furgoneta se detuvo frente a otros dos complejos deapartamentos que había por la Self-Storage Parkway; en unade estas paradas se pasó varios minutos con el motor alralentí, al parecer haciendo tiempo para cuadrar el horario.Shinn llevaba camisa de vestir de color celeste. Detrás deél estaba teniendo lugar una conversación en la que uno ledecía a otro que si te hacías una pequeña incisión en elcentro del borde de la uña del pie, ya no te crecía haciadentro. Un tercero soltó un bostezo muy fuerte y experimentó

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una serie de pequeños temblores. El hombre de al lado deShinn, cuyas pantorrillas tocaban las de él con presiónvariable cada vez que la furgoneta se mecía de un lado aotro por culpa de la suspensión poco firme, estaba leyendoun folleto que venía como suplemento del Manual de laAgencia, cuyo título Shinn no pudo ver porque el tipo era deesa gente que tiene la costumbre de doblar los folletos enforma de cuadrado para leerlos. También llevaba unamochilita sobre el regazo. Shinn se planteó la posibilidadde presentarse. No estaba seguro de cuál era el protocolopara una situación así.

Shinn había estado de pie en la acera bebiéndose laprimera Coca-Cola de su primer día en el puesto y notandocómo la humedad le distendía la ropa y le quitaba lasarrugas, oliendo la misma madreselva y la misma hierbacortada que en las afueras de Chicago, escuchando el cantode los pájaros despertados por el amanecer en las acaciasblancas de los márgenes de la Self-Storage, y la mente lehabía echado a volar, y de pronto se le había ocurrido quelos trinos y los cantos repetitivos de los pájaros, que tanbonitos resultaban y tanto afirmaban la naturaleza y el díaque empezaba, podían significar, en realidad, en un códigoque solo conocían los demás pájaros, cosas del tipo «Lárgatede aquí» o «¡Esta rama es mía!» o «¡Este árbol es mío! ¡Tevoy a matar! ¡Matar, matar!». O cualquier otra modalidad decosas oscuras, brutales o defensivas: era posible queestuvieran escuchando gritos de batalla. La idea salió de lanada y por alguna razón hizo que decayera su estado deánimo.

 

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32—No me pidas que lo haga.Puse por el altavoz a mi hermana, la que vivía con

nosotros, mientras ella todavía estaba intentandoescaquearse de hacerlo. Estábamos todos en mi parte delcubículo. Yo estaba sentado a mi mesa de trabajo y los demásestaban de pie alrededor.

—Se lo he contado y no se lo creen. La precisiónincreíble que consigues, no paro de intentar describirlapero no le puedo hacer justicia... sobre todo este tipo quehay aquí, Jon, de quien te he estado hablando.

Yo estaba mirando a Soane mientras la convencía. Julie esmi hermana. Su voz no parecía la suya por el altavoz: teníaese típico tono reseco y como de hojalata. Steve Meadsiempre llevaba una goma de contable en el meñique derecho.El ruido metálico dental y como de desgarrón continuo de unaimpresora venía de la sala de auditorías que había más cercadel cubículo, un ruido que nos hacía rechinar los dientes atodos cada vez que la impresora estaba en marcha. SteveMead, Steve Dalhart, Jane Brown y Likourgos Vassiliouestaban todos de pie alrededor del altavoz, en mi parte delcubículo, mientras que Soane había apartado un poco su sillade su mesa de trabajo para estar incluido en el círculo.

—No lo puedo hacer a petición. Me siento idiota, no meobligues —declaró Julie.

—¿Quién te ha comprado tres bandas para el pelo estamañana cuando solo me habías pedido una? —dije yo, trazandoun círculo afirmativo con el dedo y el pulgar yenseñándoselo a los demás.

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Vino un silencio del lado de mi hermana de la líneatelefónica.

—Ya les he avisado de que parte del efecto se perderá porteléfono. Que no es lo mismo sin los ojos y la cara. No haypresión, nadie espera que sea perfecto.

—«Qué día tan excelente para un exorcismo, padre.»Hasta por el altavoz. Steve Mead dio un respingo. Yo

sentí el impulso de soltar una risita y morderme el nudillo,encantado. Dalhart y Jane Brown se estaban mirando entreellos y dejaron caer los hombros y luego se estiraron unpoco para indicar lo asombrados que estaban.

—«Tu madre chupa pollas en el infierno» —dijo Julie,haciéndolo.

—Asombroso, Nugent.Steve Mead dijo «Dios mío» y «Es increíble». Era un tipo

extremadamente pálido y de aspecto enfermizo. De uno de lossoportes de la sujeción trasera del respaldo de la silla deSoane sobresalía parte de un tornillo de cruz. El ruido dedesgarrón de la impresora seguía haciendo rechinar losdientes de todos.

Dale Gastine y Alice Pihl, que siempre hacían lasauditorías en equipo, asomaron las cabezas por encima de laparte superior del cubículo para ver qué estaba pasando.

—Tendríais que verle la cara si pudierais. Pone los ojoscompletamente en blanco e infla los carrillos y... no pareceella para nada hasta que lo hace, y entonces es increíble.

Esto lo dije yo. Soane, que a veces era extremadamentefrío y tranquilo, estaba hurgándose una cutícula con un clipsujetapapeles del expendedor.

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Del altavoz salió la voz normal de Julie. Yo consideroatractiva a Jane Brown, pero noto que Soane no.

—¿Hemos terminado?—Tendrías que vernos. Están todos aquí plantados y

totalmente pasmados. Te lo agradezco de verdad —dije. JaneBrown siempre lleva la misma americana de color naranja—.Con los ojos como platos. Mi credibilidad aquí ha subidocomo la espuma gracias a ti.

—Vamos a hablar de esto cuando llegues a casa, vaquero,créeme.

—Pero ¿puede bajar la temperatura ambiente a cero gradosy escribir «Ayúdame» en su piel igual que cuando ella...?

—Una vez más —susurró Mead, que hace auditorías degranjas y sale al mostrador cada vez que un contribuyentellama al timbre pidiendo nuestra ayuda (de todas maneras,pasan días enteros sin que venga ningún contribuyente enbusca de ayuda) y tiene una cara cuadrada y blanda y da laimpresión de que o bien nunca le hace falta afeitarse o bienusa hidratante.

Yo le dije a Julie por el teléfono:—Una vez más y ya te habrás desempeñado a tu manera

habitualmente brillante.—¿Lo prometes?Likourgos Vassiliou, que tiene una palidez inusual, sobre

todo para ser de etnia mediterránea, le dijo a Dale Gastiney a Alice Pihl:

—Este novato Nugent no exagera, tomad nota de ello.—«¿Puede darle una monedita a un antiguo monaguillo,

padre? Dimmy. ¿Por qué me has hecho esto, Dimmy? ¡Deja queCristo te folle, que te folle!»

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—Estoy prácticamente temblando —declaró Mead.—Te aseguro que esta es la última vez —dijo Julie con

énfasis por el altavoz. 

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33Lane Dean Jr., con su goma verde en el meñique, estaba

sentado a su mesa Calambre en la hilera de su Cuadrilla, enla sala de pasapáginas del Grupo de Exámenes de a Pie, ehizo dos declaraciones más, luego otra más, y por finflexionó las nalgas y las aguantó así mientras contaba hastadiez y se imaginaba una playa cálida y bonita con un marplácidamente espumeante, tal como les habían enseñado el mesanterior en la orientación. A continuación hizo dosdeclaraciones más, le echó un vistazo muy rápido al reloj,luego hizo dos más, luego hincó los codos e hizo tres degolpe, luego flexionó y visualizó e hincó los codos del todoe hizo cuatro sin levantar la vista más que para colocar losexpedientes y los memorandos completados en las dos bandejasde salida que había la una junto a la otra en el nivel másalto de bandejas, donde los chicos del carrito podíanrecogerlas al pasar. Al cabo de media hora, la playa ya erauna playa invernal, fría y gris y llena de algas muertas queparecían el pelo de la gente ahogada, y así se quedó pese atodos sus intentos. A continuación hizo tres declaracionesmás, incluyendo una 1040-A en la cual las deducciones porIBA estaban mal sumadas y el listado de Martinsburg no lohabía captado, de manera que había que arreglarlo usando unode los formularios 020-C de la bandeja inferior izquierda yluego rellenar mucha más información idéntica en el 20normal que había que cumplimentar igualmente aunque no fueramás que una auditoría de correspondencia y el expedienteestuviera yendo a Joliet en lugar de al Distrito, y para esohabía que consultar todos los códigos en aquella especie decajón que si lo querías abrir del todo te obligaba a echarhacia atrás la silla de manera incómoda. A continuación hizo

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otra, luego se le cayó el alma a los pies cuando el reloj dela pared le mostró que aunque él tenía la sensación de queya había pasado una hora, no era así. Ni de lejos. 17 demayo de 1985. Que Jesucristo Nuestro Señor se apiade de estepobre pecador. Cotejando formularios W-2 en busca de lalínea 7 de la declaración que salía de aquella parte dellistado de Martinsburg donde si querías separar las páginaste encontrabas con que la perforación atravesaba los datos,y no te quedaba otro remedio que mirarlo a contraluz y aveces casi tenías que adivinar lo que ponía allí, y su Líderde Cuadrilla decía que aquello era un fallo crónico deSistemas pero que aun así era responsabilidad delpasapáginas. El chiste de aquella semana preguntaba en quése parecía un examinador de a pie de la Agencia Tributaria aun champiñón. En que los dos vivían a la sombra y no parabande tragar mierda. Él ni siquiera sabía cómo funcionaban loschampiñones, si era verdad que había que echarles mierda. Acontinuación hizo otra declaración. La norma era que cuantomás miraras el reloj, más despacio pasaba el tiempo. Ningunode los pasapáginas llevaba reloj, aunque él vio que algunoslo llevaban guardado en el bolsillo para sacarlo durante laspausas. No estaba permitido tener relojes en las mesasCalambre, ni tampoco café ni refrescos. Por mucho que lointentara, durante aquella última semana no había podidoevitar imaginarse las vidas de aquellos hombres mayores queél que tenía a ambos lados y que se dedicaban a hacer lomismo día tras día. Levantarse los lunes y masticar sutostada y ponerse el sombrero y el abrigo sabiendo lo queles esperaba durante ocho horas cuando salieran por lapuerta. Aquello era un aburrimiento más allá de cualquieraburrimiento que él hubiera sentido nunca. Aquello hacía quesu trabajo preparando envíos para UPS pareciera en

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comparación un día en el parque de atracciones. Era el 17 demayo, por la mañana, ya casi media mañana. Oía el chirridode los carritos de los chicos del carrito circulando acierta distancia, allí donde los paneles de vinilo queseparaban las mesas Calambre de su Cuadrilla de las de laCuadrilla del tipo asiático rubio que había una hilera másallá los tapaban, a los chicos del carrito. Uno de loscarritos tenía una rueda fuera de sitio que traqueteabacuando el chico lo empujaba. Lane Dean siempre sabía cuándose acercaba aquel carrito por entre las hileras. Cuadrilla,Equipo, Grupo, Módulo, Centro, División. Hizo otradeclaración, volvieron a salir las cuentas y no hubodesglose en la 34A y las cifras del listado relativas al W-2y al 1099 y a los impresos 2440 y 2441 parecieron cuadrar,de manera que introdujo sus códigos para el 402 de labandeja de en medio y firmó con su nombre y con aquel númeroidentificativo que una parte de él todavía se negaba amemorizar, de manera que cada vez que le tocaba ponerlo seveía obligado a quitarse la credencial de la pechera paramirarla; por fin grapó el 402 a la declaración y puso elexpediente en la bandeja de más a la derecha del nivelsuperior de bandejas donde se ponían los 402 para su salida,al mismo tiempo que se impedía a sí mismo contar cuántas lequedaban todavía en las bandejas, y en ese momento le llegóel pensamiento no deseado de que «aburrido» viene del latínab horrere, tener horror. Las nalgas ya le dolían de tantoflexionarlas, y la mera idea de visualizar la playa desoladalo amedrentaba. Cerró los ojos con firmeza pero en lugar derezar para pedir fuerza interior descubrió que lo único queestaba haciendo era mirar el extraño color oscuro rojizo ylos pequeños destellos y cositas que veía flotar cuandocerraba los ojos, y que se volvían casi hipnóticos cuando te

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concentrabas en ellos. Cuando por fin los volvió a abrir, lapila de expedientes de la bandeja de entrada pareció tenerbásicamente la misma altura que había tenido a las 7.14cuando él había fichado en el cuaderno del Líder deCuadrilla y había empezado, y por lo que él podía ver porencima de los costados de las bandejas todavía no había losbastantes expedientes en las bandejas de salida de los 20 nide los 402, y nuevamente se negó a ponerse de pie para mirarcuántos había porque sabía que eso solamente empeoraría lacosa. Tenía la sensación de que había una especie de agujeroo vacío enorme que le caía por dentro y seguía cayendo y nollegaba nunca al suelo. Hasta ahora no se había planteado elsuicidio ni una sola vez en su vida. Se puso a hacer unadeclaración al mismo tiempo que luchaba con su mente, con elpecado y la afrenta que eran el mero hecho de que le pasaraaquello por la cabeza. La sala estaba en silencio salvo porlas máquinas de sumar y el traqueteo del carrito de aquelchico que tenía una rueda fuera de sitio mientras el chicolo empujaba llevando más expedientes por alguna de lashileras, pero él también oía todo el tiempo en su cabeza elruido que hace un papel cuando lo rasgas por la mitad una yotra vez. La Cuadrilla de seis hombres a la que pertenecíaocupaba la cuarta parte de una hilera, dividida por lasmamparas de vinilo gris. Un Equipo son cuatro Cuadrillas másel Líder del Equipo y un chico del carrito, y algunos deesos chicos venían del Peoria College of Business. Lasmamparas se podían cambiar de posición para reformular laconfiguración de la sala. Había grupos similares deexaminadores de a pie trabajando en las salas que había aambos lados. A la izquierda de todo, pasadas otras treshileras de Cuadrillas, estaba la oficina del Jefe de Grupo,con el pequeño cubículo de mamparas del ayudante de Jefe de

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Grupo al lado. Las pequeñas gomitas de los meñiques servíanpara hacer tracción sobre los impresos y así aumentar lavelocidad. Se suponía que había que conservar la gomita alfinal de la jornada. Las luces del techo no proyectabansombras, ni siquiera lo hacía tu mano si la extendías endirección a una de las bandejas. Doug y Amber Bellman condomicilio en el 402 de Elk Court, Edina, Minnesota, unmatrimonio que desglosaba todo lo que les pasaba por lasmanos, decidían mandar un dólar al Fondo para la CampañaElectoral Presidencial. Hicieron falta varios minutos paracotejar todo lo de la Tabla A, pero nada cumplía con loscriterios de una auditoría prometedora, por mucho que elseñor Bellman tuviera una caligrafía desigual de loco. LaneDean había tramitado muchos menos 20 de lo que requería elprotocolo. El viernes había sido el examinador que menos 20tenía de toda la Cuadrilla. Nadie había dicho nada. Todaslas papeleras estaban llenas de las tiras enrolladas depapel de las máquinas de sumar. La luz fluorescente teñíatodas las caras del color del plomo mojado. Las mamparas sepodían usar para hacer un cubículo semiprivado como el delLíder del Equipo. A continuación levantó la vista, pese asus buenas intenciones de antes. Al cabo de cuatro minutoshabría pasado otra hora, y media hora más tarde llegaría lapausa de quince minutos. Lane Dean se imaginó a sí mismocorriendo en círculos durante la pausa, agitando los brazos,gritando disparates y con diez cigarrillos metidos en laboca, como si llevara una zampoña. Año tras año, una caradel mismo color que tu mesa. Dios bendito. El café no estabapermitido por si se manchaban los expedientes, pero cuandollegara la pausa se iba a tomar una taza enorme de café concada mano mientras se imaginaba a sí mismo corriendo por losterrenos de fuera y gritando. Sabía perfectamente que lo que

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iba a hacer en realidad durante la pausa era quedarsesentado mirando el reloj de la pared del vestíbulo, y pese atodas sus oraciones y esfuerzos se iba a quedar allí sentadocontando los segundos que pasaban hasta que le tocara volvery ponerse a hacer esto otra vez. Y otra vez, y otra, y otra.El ruido imaginario le recordaba todas las veces que habíavisto a alguien rasgar un papel por la mitad. Pensó en unforzudo de circo partiendo un listín telefónico; era calvo,tenía bigote de herradura y llevaba un bañador a rayas decuerpo entero, como los que llevaba la gente en el pasadolejano. Lane Dean reunió toda su voluntad e hincó los codose hizo tres declaraciones seguidas y se puso a imaginardistintos lugares elevados desde los que podía tirarse. Sesentía autorizado a decir que ahora sabía que el infierno notenía nada que ver con fuego ni con soldados congelados.Encierra a alguien en una sala sin ventanas y ponlo a hacertareas de a pie que sean lo bastante complicadas como paraobligarle a pensar, pero que aun así sigan siendo tareas dea pie, tareas donde haya involucradas cifras que no guardenrelación alguna con nada que él haya visto ni que leinterese, una pila de tareas que nunca descienda, y encimacuélgale un reloj en la pared donde él lo pueda ver bien, ydéjalo allí a su aire. Dile que cuando se empiece a sentirinquieto encoja el culo y que piense en la playa, y esa esjustamente la palabra que usan, «inquieto», la misma queusaba la madre de Lane. Déjale que descubra con el paso deltiempo el chiste que es esa palabra, el hecho de que nisiquiera se acerca a la realidad. Ya le había quitado elpolvo a la mesa con el puño, ya había movido la foto de suhijo pequeño con su marquito destartalado cuyo cristal dedelante bailaba un poco si lo agitabas. Ya había probado acambiar de sitio la gomita verde y a usar la máquina de

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sumar con la mano izquierda, fingiendo que había sufrido unaapoplejía pero que seguía como un valiente al pie del cañón.La gomita dejaba la punta del meñique toda húmeda y pálida.Ya no podía estar sentado quieto en su casa, ya no podíamirar nada durante más que un par de segundos. Ahora laplaya ya no tenía arena sino cemento sólido y el agua estabagris y no se movía apenas, solamente temblaba un poco, comogelatina que casi está lista. Le venían a la cabeza manerasno deseadas de matarse con gelatina. A continuación LaneDean intentó controlar su ritmo cardiaco. Se preguntó si conla práctica y concentración suficientes podrías pararte elcorazón a voluntad, igual que contenías la respiración: así,mira. Notó el ritmo cardiaco peligrosamente lento y seasustó y trató de mantener la cabeza inclinada hacia abajomientras miraba hacia arriba con las pupilas y comparaba elritmo de su corazón con la segunda manecilla del reloj, perola segunda manecilla le transmitió una impresión de lentitudimposible. El ruido de papel rasgado seguía y seguía.Algunos chicos del carrito te traían los expedientes contodo lo que hacía falta y otros no. El timbre para llamar alchico del carrito estaba justo debajo del borde de hierro decada mesa, con un cable que bajaba por uno de los costadosde la mesa y por la pequeña pata soldada, pero el suyo nofuncionaba. Atkins le había contado que el pasapáginas queocupaba su mesa antes que él, y que había sido transferido aotra parte, lo había pulsado tanto que había quemado elcircuito. La hilera de pequeñas muescas extrañas que habíaen el borde delantero del secante de su mesa eran —Lane Deanse había dado cuenta— huellas de dientes que alguien habíadejado allí agachando la cabeza y mordiendo con muchocuidado el borde del secante de manera que las muescasfueran muy profundas y se quedaran allí. Tuvo la sensación

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de que lo podía entender. Costaba refrenar el impulso deolerse el dedo; en casa se sorprendía a sí mismo haciéndolo,mirando a la nada desde la mesa. La cara de su hijo lefuncionaba mejor que la playa; se lo imaginaba haciendo todaclase de cosas de las que él luego podría hablar con sumujer, como por ejemplo cerrar el puño alrededor de uno delos dedos de ellos o sonriendo cuando Sheri lo miraba conaquella cara suya de asombro. Le gustaba mirarla a ellacuando estaba con el bebé; durante medio expediente leayudaba tenerlos en mente porque ellos eran la razón detodo, ellos eran lo que hacía que esto otro valiera la penay fuera lo correcto, y él no podía olvidarse, pero la ideano paraba de escurrirse por aquel agujero que le caía pordentro. Ninguno de los dos hombres que lo flanqueabanparecía estar inquieto ni moverse para nada salvo paraestirar el brazo, coger cosas de las bandejas de sus mesasCalambre y dejarlas sobre el tablero, como si fueranmáquinas, y durante las pausas nunca estaban en elvestíbulo. Atkins aseguraba que después de un año allí eracapaz de examinar y cotejar dos expedientes al mismo tiempo,pero nunca le veías hacerlo, aunque sí que podía silbar unacanción mientras tarareaba otra distinta. La hermana deNugent hacía la voz de El exorcista por teléfono. Lane Dean mirócon el rabillo del ojo cómo un hombre con cara de loro queestaba junto al pasillo central cogía un expediente de subandeja, le sacaba la declaración, desprendía el listado ycolocaba ambos documentos en el centro de su secante. Con supequeño cojín hecho en casa y el sombrero gris en su ganchoatornillado a la bandeja de los 402. Lane Dean estabamirando fijamente el expediente abierto que tenía delante,sin verlo, y de pronto se imaginó que era aquel tipo con sutriste cojín y su lamparilla de banquero adaptada y se

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preguntó qué debía de tener o de hacer en su tiempo libreque lo compensara por aquellas atroces ocho horas diarias,de las que ni siquiera había pasado todavía una cuartaparte, hasta que no lo pudo aguantar más e hizo tresdeclaraciones seguidas en una especie de frenesí durante elcual es posible que se le pasara algo por alto, de maneraque con el expediente siguiente fue muy despacio y le pusomucho esmero y encontró una discrepancia entre la Lista Edel 1040 y las tablas de anualidades de la Ley de JubilaciónFerroviaria que afectaba a la insignificante pensiónferroviaria del pobre señor Clive R. Terry de Alton, peroera una discrepancia tan pequeña que no se sabía si es queel listado de Martinsburg había cometido un error o sisimplemente había aceptado un redondeo amplio para ahorrartiempo, teniendo en cuenta las cantidades que había entremanos, y ahora él tuvo que rellenar tanto un 020-C como unMemorando 402-(C)1 y mandar la declaración de vuelta aldespacho del Jefe de Grupo para que este decidiera cómo seclasificaba el error. Los dos tuvieron que ser rellenadospor duplicado por ambas caras y firmados. Todo el asunto eracasi increíblemente insignificante y nimio. Pensó en lapalabra «significante» y trató de imaginar la cara de subebé sin mirar la foto, pero lo único que le vino a lacabeza fue el peso de un pañal lleno y el móvil de plásticoque había encima de su cuna, girando bajo la corriente delventilador sin pie que había en la puerta. Nadie en ningunade sus dos congregaciones había visto El exorcista, iba encontra del dogma católico y era una obscenidad. No eraentretenimiento. Se imaginó que el minutero del reloj estabaprovisto de conciencia y que sabía que era un minutero y quesu trabajo era dar vueltas y más vueltas dentro de uncírculo de números por toda la eternidad al mismo ritmo

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lento y maquinal y carente de variaciones, sin ir a ningúnlugar al que no hubiera ido ya un millón de veces, y aquellavisión del minutero le resultó tan espantosa que hizo que lecostara respirar y que echara un vistazo apresurado a sualrededor, por si acaso alguno de los examinadores que lorodeaban le había oído o le estaba mirando. Cuando empezó aver que la cara de la foto del bebé se derretía y sealargaba y desarrollaba una mandíbula larga y hendida yenvejecía años enteros en cuestión de segundos y por fin sehundía hacia dentro por culpa de la vejez y se desprendíadel cráneo amarillo sonriente de su interior, supo queestaba medio dormido y soñando, pero no supo que se estabatapando la cara con las manos hasta que oyó una voz humana yabrió los ojos pero no pudo ver a quién correspondía la voz,momento en el cual olió la gomita del meñique justo debajode su nariz. Es posible que hubiera babeado sobre elexpediente abierto.

Veo que estás empezando a sentirlo.Era un tipo mayor y corpulento, con la cara llena de

surcos y unos dientes como estacas. No era el ocupante deninguna mesa Calambre que Lane Dean hubiera observado nuncadesde la suya. Llevaba una linternita de diadema sujeta conuna banda de algodón de color habano, como las de algunosdentistas, y tenía una especie de rotulador grueso negro enel bolsillo de la pechera. Olía a aceite para el pelo y aalguna clase de comida. Tenía una parte del trasero apoyadaen el borde de la mesa de Lane y se estaba limpiando lasuciedad de debajo de la uña con un clip sujetapapelesenderezado mientras hablaba en voz baja. Se le veía unacamiseta por debajo de la camisa y no llevaba corbata. Noparaba de mover el torso de un lado a otro, trazando unatrayectoria ligeramente circular, y sus movimientos dejaban

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una pequeña estela visual. Ninguno de los pasapáginas de lashileras contiguas le estaba prestando ninguna atención. Deanmiró la cara de la foto para asegurarse de que no seguíasoñando.

No lo dicen nunca, sin embargo. ¿Te has fijado? Evitanhablar de ello. Es demasiado manifiesto. Como hablar delaire que respiras, ¿no? Sería como decir que veo esto y lootro con los ojos. ¿Para qué decirlo?

Le pasaba algo en uno de los ojos, tenía la pupila deaquel ojo más grande de forma constante, y eso hacía que elojo pareciera fijo. No llevaba la lamparilla de diademaencendida. Los lentos movimientos del torso lo acercaban yluego lo alejaban y luego lo volvían a acercar. Todo era muyligero y lento.

Sí, pero ahora que lo empiezas a sentir piensa en ella,en la palabra. Ya sabes cuál. A Dean le dio la sensaciónincómoda de que el individuo no le estaba hablandoestrictamente a él, lo cual querría decir que más bien estabadesbarrando. El ojo raro miraba fijamente a través de él.Aunque ¿acaso no había estado él pensando en una palabra?¿Acaso la palabra era «dilatada»? ¿La había llegado a deciren voz alta? Lane Dean echó un vistazo circunspecto a amboslados. La puerta esmerilada del Jefe de Grupo estabacerrada.

La palabra aparece de repente en 1766. No se conoce laetimología. El Conde de March la usa en una carta dondedescribe a un lord francés del reino. El hombre noproyectaba sombra, pero aquello no quería decir nada. Sinrazón alguna, Lane Dean flexionó las nalgas. De hecho, lastres primeras apariciones de «aburrido» en inglés unen lapalabra con el adjetivo «francés», ese aburrido francés, ese

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francés aburrido, ¿no? Los franceses, claro, tenían lamalaise y el ennui. Acuérdate del cuarto Pensée de Pascal, yLane Dean oyó aquella palabra como si fuera la forma verbal«pensé». Ahora estaba buscando babas caídas sobre elexpediente que tenía delante. A pocos centímetros del codotenía una de las pantorrillas enfundadas en pantalones detrabajo azul marino del tipo. Este parecía estarinspeccionando el torso y la cara de Lane Dean, trazando unrecorrido sistemático en forma de cuadrícula con la mirada.Sus cejas estaban todas alborotadas. La banda de colorhabano que llevaba en torno a la cabeza estaba o bien mojadao bien manchada. Véanse las célebres cartas de LaRouchefoucauld o de la Marquise du Deffand a Horace Walpole,sobre todo la carta 96, creo. Pero en inglés no existeninguna mención anterior a March, Conde de. Esto quieredecir que pasaron quinientos años largos sin que existierauna palabra para llamarlo, ¿no? Se alejó con una ligerarotación. Aquello no era de ninguna manera una visiónmomentánea. Lane Dean había oído hablar del espectro pero nolo había visto nunca. El espectro de la alucinación de laconcentración repetitiva mantenida durante un tiempoexcesivo, como cuando uno dice una palabra una y otra vezhasta que la palabra acaba deshaciéndose y se vuelveextranjera. El pelo gris y duro y voluminoso del señor Waxse veía a cuatro mesas Calambre de distancia. No habíatraducción para la palabra latina accidia a la que tantaimportancia daban los monjes benedictinos. Ni para lapalabra griega ακηδια. Por no hablar de los ermitaños delEgipto del siglo III, y de lo que llamaban daemon meridianuscuando sus oraciones se anquilosaban por culpa de la faltade sentido y el tedio y el ansia de muerte violenta. AhoraLane Dean estaba mirando abiertamente a su alrededor, como

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diciendo ¿quién es este tipo? El ojo raro estaba mirandofijamente al otro lado de la hilera de mamparas de vinilo.El ruido de rasgaduras ya no se oía, ni tampoco el traqueteode la rueda del carrito.

El tipo carraspeó. Donne, por supuesto, lo llamaba«letargo», y durante un tiempo la idea parece de algunamanera mezclada con la melancolía, la saturninia, la otiositasy la tristitia; es decir, que se confunde con la perezasoporífera y la lasitud y la eremia y la irritación y el malhumor y se atribuye a la ira, como por ejemplo en la«ictericia negra» de Winchilsea o por supuesto en Burton. Elhombre seguía limpiándose la misma uña del pulgar. QuakerGreen, creo que en 1750, lo llamó «niebla de la ira». Elaceite para el pelo hacía pensar a Lane Dean en el barbero,en aquellos postes a rayas que trazaban unas espiralesascendentes que parecían eternas pero cuando la barberíacerraba y el poste se detenía se veía que no lo eran. Elaceite para el pelo tenía nombre. No lo usaba nadie de menosde sesenta años. El señor Wax usaba laca en espray parahombres. El tipo no parecía consciente de las rotacionessubmarinas en forma de aspa que estaba trazando con eltorso. Dos de los pasapáginas de un Equipo cercano a lapuerta llevaban barbas largas y bombines negros y se mecíanen sus mesas Calambre mientras examinaban declaraciones,pero sus mecimientos eran rápidos y solamente de adelantehacia atrás; aquello era distinto. Los examinadores de loslados no estaban levantando la vista ni prestando atención,y los dedos con que tecleaban en las máquinas de sumar no sedetuvieron para nada. Lane Dean no acababa de ver claro siaquello era señal de su concentración profesional o de otracosa. Algunos llevaban la gomita en el meñique izquierdo,pero la mayoría en el derecho. Robert Atkins era

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ambidiestro, podía rellenar un formulario distinto con cadamano. Al tipo que estaba a su izquierda Dean no lo habíavisto parpadear ni una vez en toda la mañana. Y luego, derepente, aparece. «Aburrido.» Como si naciera de la frentede Atenea. Nombre y verbo, participio y adjetivo, el lotecompleto. El origen se desconoce, en realidad. No losabemos. Johnson no lo menciona. La única entrada dePartridge habla de «aburrido» en tanto que complemento delsujeto y de qué preposición ha de llevar, puesto que decir«aburrido de» en lugar de «aburrido con» es un signo decorrección en el habla que en realidad es lo único que leinteresa a Partridge. La corrección, la distinción y laclase social. El único Partridge que Lane Dean conocía erael mismo Partridge de la tele que conocía todo el mundo. Notenía ni la más remota idea de qué le estaba hablando aqueltipo, y sin embargo le irritaba el hecho de haber estadopensando él también en «aburrido» como palabra, muchasdeclaraciones atrás. Los filólogos dicen que fue unneologismo, y además surgió justo en la época del auge de laindustria, ¿no? Del hombre de masas, de la turbinaautomática y el taladro y la perforadora. ¿Vaciado? Olvídatede Friedkin, ¿has visto Metrópolis? Muy bien, aquello estabaponiéndole a Lane los pelos de punta. Su propia incapacidadpara decirle nada a aquel tipo, o para preguntarle siquieraqué quería, también le estaba produciendo una sensación comode pesadilla. La noche de su primer día de trabajo allíhabía soñado con un palo que no paraba de romperse y sinembargo nunca se hacía más pequeño. Igual que el francésaquel que tenía que empujar una roca colina arriba durantetoda la eternidad. Consulta por ejemplo el English Language deL.P. Smith, del 56, creo, ¿no? Era aquel ojo raro, aquel ojoparalizado, que parecía inspeccionar todas las cosas hacia

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las que el tipo se inclinaba. Smith postula que ciertosneologismos «surgen de su propia necesidad cultural», creoque esas son sus palabras textuales. Sí, dijo. En cuanto sevuelve posible la clase de experiencia que tú ahora estásempezando a sentir a lo grande, la palabra se inventa sola.El término. Ahora pasó a otra uña. Era tónico capilarVitalis lo que empapaba la banda de la lamparilla, que cadavez se parecía más a una venda. La puerta del Jefe de Grupotenía el nombre de este pintado en una especie de ventanillade cristal esmerilado igual que las que había en losinstitutos de secundaria de antaño. Las puertas de Personaleran idénticas. En cambio, las salas de los pasapáginastenían unas puertas de incendios metálicas, sin ventanillasy con puntales en lo alto, un modelo más reciente. Ten encuenta que los oglok de la península de Labrador tienen másde cien palabras distintas y únicas para denominar la nieve.Smith explica que cuando algo cobra la bastante relevancia,encuentra un nombre. El nombre surge como resultado de lapresión cultural. Es muy interesante si lo piensas bien.Ahora por primera vez el tipo de la mesa Calambre de laderecha se volvió un momento para dedicarle una mirada alhombre, pero se volvió de nuevo igual de deprisa cuando elhombre puso las manos en forma de garras y las extendióhacia el pasapáginas, como si fuera un demonio o estuvieraposeído. La cosa sucedió casi demasiado deprisa como paraque Lane Dean la sintiera como algo real. El pasapáginas selimitó a pasar una página del expediente que tenía delante.Otra persona también había dicho que «destruía el alma». Yahora también lo dirás tú, ¿verdad? Y de pronto en el sigloXIX la palabra ya está en todas partes, mira por ejemplo enel pasaje de Kierkegaard: «Es extraño que el aburrimiento,que tan pesado y rancio es, tenga tanto poder para poner

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cosas en movimiento». Cuando bajó su enorme pantorrilla dela mesa, el movimiento hizo que el olor fuera más fuerte:era tónico Vitalis mezclado con comida china, esa comida queviene en un cubito blanco con asa de alambre y que se llama«mu gu algo». El reflejo de la luz de la sala sobre elcristal esmerilado había cambiado porque ahora la puertaestaba un poco abierta, aunque Lane Dean no la había vistoabrirse. A Lane Dean se le ocurrió que podía rezar.

El hombre repitió el mismo mecimiento en forma decuadrícula mientras se ponía de pie. Su ojo raro permanecíaclavado en la puerta del Jefe de Grupo, apenas entreabierta.Fíjate también que la palabra «interesante» aparece porprimera vez solo dos años después de «aburrido». En 1768.Imagínate, dos años después. ¿Es posible? Ya se había alejadohasta la mitad de la hilera; ahora el tipo del cojín levantóla vista y la volvió a bajar enseguida. Se inventa sola,¿verdad? No todo lo que inventa... Y a continuación dijoalgo que Lane Dean entendió como «bona petí». Antes dellegar al final de la hilera, el hombre ya se habíaesfumado. El expediente y sus tablas A / B y el listadoestaban en el mismo sitio, pero la foto del hijo de Laneestaba boca abajo. Ahora se permitió levantar la vista y vioque nuevamente el reloj apenas se había movido.

 

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34Fórmula del Impuesto Mínimo Alternativo para Empresas

según el §781(d) del Manual de Hacienda: (1) los ingresosgravables antes de deducciones por Pérdidas OperativasNetas, más o menos (2) todos los ajustes por IMA salvo losajustes por Patrimonio Común Ajustado, más (3) laspreferencias fiscales, nos da (4) los Ingresos Sujetos aImpuesto Mínimo Alternativo antes de las deducciones por PONy/o ajuste por PCA, más o menos (5) el ajuste por PCA, si lohay, nos da (6) los ISIMA antes de las deducciones por PON,si las hay, menos (7) las deducciones por PON, si las hay(máximo establecido en el 90 por ciento), nos da (8) losISIMA, menos (9) las exenciones, que nos da (10) la base delIMA, que multiplicada por la (11) tasa del 20 por ciento delIMA nos da (12) el IMA antes del crédito por impuestosextranjeros al IMA, menos (13) el crédito por impuestosextranjeros al IMA, si lo hay (el máximo está en el 90 porciento salvo en caso de que se apliquen las excepciones del781 [d] [13-16]), en cuyo caso hay que adjuntar Memorando781-2432 y mandarlo al Jefe de Grupo), lo cual nos da (14)el Impuesto Mínimo Alternativo Aproximado, menos (15) laobligación fiscal estándar antes del crédito menos elcrédito por impuestos extranjeros estándar, que nos da (16)el Impuesto Mínimo Alternativo.

 

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35El Jefe de Grupo de mi Grupo de Auditorías y su mujer

tienen un bebé al que solo puedo describir como... feroz. Suexpresión es feroz, su conducta es feroz, y su mirada porencima del biberón o el chupete es feroz, intimidatoria yagresiva. Nunca le he oído llorar. Cuando come o duerme, lacara pálida se le pone roja, lo cual le hace parecer todavíamás feroz. En los días de trabajo en que nuestro Jefe deGrupo lo traía con él a la oficina del Distrito, colgadocomo un bebé indio en un artefacto de nailon que llevaba ala espalda, el bebé daba la impresión de estar cabalgándoloigual que un mahout cabalga un elefante. Iba allí colgado,irradiando autoridad. Con la espalda directamente apoyada enel Jefe de Grupo, su cabezota descansando en el hueco de lanuca de su padre, empujando la cabeza del señor Manshardthacia fuera y hacia abajo y obligándola a adoptar unapostura clásica de opresión. Formaban una bestia de doscabezas, una de ellas tranquila, mansa y adulta y la otrasin formar y sin embargo enfáticamente feroz. El bebé nuncase agitaba ni forcejeaba cuando estaba en aquel artefacto. Alos que estábamos reunidos en aquel pasillo esperando elascensor matinal nos inspeccionaba con una mirada tranquila,carente de parpadeo y, en apariencia, casi acusatoria.

La cara del bebé, tal como yo la experimenté, era casitoda ojos y labio inferior, su nariz no era más que unpellizco, tenía una frente lechosa y abombada y un remolinode pelo rojo ralo y no se le veían ni cejas ni pestañas y nisiquiera párpados por ninguna parte. No lo vi parpadear niuna vez. Sus rasgos parecían meros apuntes. Tenía casi tanpoca cara como una ballena. No me gustaba nada.

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En el ascensor solía colocarme en el medio, justo detrásdel señor Manshardt, y aquellas mañanas en que el niño locabalgaba e iba allí colgado mirando hacia atrás y yo mepasaba todo el trayecto contemplando aquellos ojos grandes yseveros, sin pestañas y de un color azul feroz... Solo puedodecir que aquellos trayectos en ascensor no me resultabanagradables para nada, y que a menudo afectaban a mi estadode ánimo y mi concentración durante gran parte del tiemposubsiguiente de trabajo.

En la tercera planta, en la oficina del señor Manshardt,el bebé tenía una cuna y también un artefacto de sujeciónmoderno, ingenioso y móvil en donde se pasaba gran parte deltiempo: se trataba de un aparato grande y en forma de anillode plástico azul grueso, provisto de una especie de eslingao silla de montar en el agujero central, en donde el bebéiba colocado en una posición intermedia entre estar sentadoy de pie; es decir, que las piernas del niño estaban casirectas pero la eslinga parecía soportar su peso. El aparatoo consola tenía cuatro patas gordas y gruesas, rematadas porruedas de plástico, y estaba diseñado para moverse impulsadopor el bebé, aunque despacio, igual que las sillas conruedas de nuestras mesas de trabajo se podían desplazar a unlado y a otro mediante movimientos forzados de las piernasdel auditor. Pese a todo, el bebé se negaba a desplazar elartefacto, por lo que yo podía ver, y también a jugar conninguno de los juguetes de colores vivos y primarios ni conlos divertidos chismes para potenciar el desarrollo quehabía encajados en la superficie azul del anillo. Tampocoparecía prestar atención a los libros hechos de tela, ni alos camiones volquete o de bomberos, ni a los aros deplástico para la dentición rellenos de líquido, ni a losmóviles intrincados, ni tampoco a los juguetes operados con

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un cordel que emitían música y ruidos animales de los que suzona de juegos estaba repleta. Se limitaba a quedarse allísentado, inmóvil y mudo, mirando con ferocidad a todos losauditores de rango GS-9 que entraban en la pequeña oficinade cristal esmerilado de nuestro Jefe de Grupo durante losdías en que el señor Manshardt —cuya esposa estaba liberaday tenía su propia carrera— se lo traía con él, para lo cualhabía recibido supuestamente un permiso especial delDirector de Distrito. Al principio, muchos empleados derango GS-9 entraban en su despacho con cualquier pretextopara intentar caerle bien al Jefe de Grupo sonriendo al bebéy haciéndole ruiditos suaves y primitivos, o bien poniéndoleun dedo o un lápiz en su campo de visión, tal vez paraintentar estimular su instinto de agarrar cosas. El bebé,sin embargo, se limitaba a mirar a aquellos auditores conferocidad, con una combinación de intensidad y desdén, conuna expresión que casi daba la impresión de que tenía hambrey el auditor era comida, pero no de la clase adecuada. Hayciertos niños a quienes se les nota que van a convertirse enadultos temibles, pero aquel bebé ya era temible. Resultabaextraño y desasosegante ver cómo algo que a duras penastenía una cara que se pudiera considerar verdaderamentehumana adoptaba una expresión feroz, intimidatoria y casiacusadora. Por mi parte, yo ya había abandonado casi desdeel principio toda idea de congraciarme con el señorManshardt a través de aquel bebé. Para ser sincero, mepreocupaba el hecho de que Gary Manshardt pudiera captar elmiedo y la antipatía que yo sentía hacia el niño por mediode alguna clase de misterioso y oculto radar paterno.

La zona de objetos personales de la mesa de la oficinadel señor Manshardt estaba cubierta de fotos de su bebé —sobre una alfombra, recién nacido en un pabellón de

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obstetricia, con botas y un abriguito diminuto con capucha,desnudo y en cuclillas con un cubo rojo y una pala en laplaya, y otras por el estilo— y en todas las fotos el niñotenía el mismo aspecto feroz. Su presencia parecía nointerferir con las tareas de oficina de Manshardt, la mayorparte de las cuales eran administrativas y requerían muchamenos concentración pura que las del Grupo de Auditorías ensí. En cuanto empezaba el día de trabajo, sin embargo, elJefe de Grupo parecía olvidarse del bebé, y a su vez estetampoco parecía prestarle atención a él. Siempre que yoentraba, por mucho que lo intentara, me veía incapaz deinteractuar con el niño. El aparato de nailon tipo mochilaindia colgaba de una percha al lado del sombrero y lachaqueta del señor Manshardt; él prefería trabajar en mangasde camisa, lo cual era un beneficio más que tenían los Jefesde Grupo. A veces el despacho olía un poco a talco o a pis.Yo no sabía cuándo el Jefe de Grupo cambiaba al niño, nidónde, y evitaba imaginarme todo lo que podía pasar por laexpresión del niño cuando esto ocurría. Ni siquiera eracapaz de imaginarme cómo sería tocar a aquel niño o sertocado por él de ninguna manera.

Debido a la estructura administrativa del Módulo deAuditorías de nuestro Distrito 040(c), los Jefes de Grupotambién hacían rotaciones para desempeñar el cargo deOficial de Apelaciones de Nivel 1 del Distrito, lo cualrequería que a veces el señor Manshardt se volviera a ponerla chaqueta del traje y bajara las escaleras para ir aalguno de los cubículos de auditorías de la segunda planta,donde los contribuyentes agraviados o sus representantespresentaban sus objeciones a los resultados de ciertasauditorías. Y como en virtud de los criterios de Apelaciónde Resultados dictados por el §601 de la Declaración de

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Normas de Procedimiento de la Agencia, el auditor GS-9 nuncaestaba presente durante una Apelación de Nivel 1, aquelmismo auditor se convertía en el candidato lógico para queel señor Manshardt pidiera que llevaran temporalmente losmateriales de trabajo de su mesa a la oficina del Jefe deGrupo, y también para vigilar al niñito mientras el señorManshardt gestionaba la Apelación de Nivel 1.

Con el paso del tiempo llegó un día en que fue elresultado de una de mis auditorías el que fue apeladomientras al señor Manshardt le «tocaba» ser Oficial deApelaciones del Centro. La suerte quiso que la que seapelara fuera una auditoría de campo que yo me había pasadoocho días enteros de trabajo llevando a cabo en All RightFlowers, una pequeña empresa familiar de tipo Sespecializada en la confección y entrega de ramos de florespara eventos públicos, y cuyas deducciones de las listas A,E y G del formulario 1120 correspondientes a todo, desde ladepreciación y los desperfectos hasta las compensaciones aempleados, estaban tan tremendamente infladas que yo mehabía visto obligado —pese a una terrible fiebre del henoque tenía de toda la vida— a hacerles auditoríasretroactivas de los dos años anteriores y llenarles tantolas tablas J como las líneas 33 del 1120 de enmiendas afavor del Tesoro Público. Como la auditoría de campo salíadirectamente de una directiva mediante formulario 20 delCentro Regional de Examen, y como era muy posible que losajustes combinados, penalizaciones e intereses calculadoscontra All Right Flowers excedieran la capacidad delcontribuyente para pagar a menos que se llegara a unacuerdo, la apelación no era precisamente causa de sorpresani de alarma, tal como me aseguró el señor Manshardt con esetono amable y manso que caracterizaba su estilo de gestión.

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Pero como la apelación de Nivel 1 se tenía que llevar a caboen el despacho de los abogados de All Right Flowers enDeKalb Street, en el centro —tal como es prerrogativa deciertas categorías de auditados sobre el terreno de acuerdocon el §601.105 de la DNP—, el señor Manshardt se veíaobligado a ausentarse varias horas de su puesto, lo cual asu vez implicaba que a mí me iba a tocar pasar un periodoprolongado de tiempo en la oficina del Jefe de Grupo encompañía de aquel niño feroz y temible, al que Manshardtsolamente se podía llevar con él para una apelación de Nivel1 sobre el terreno en caso de tener una larga historia derelaciones cordiales con el apelante, que era algo que ya medijo él que por desgracia no tenía con la abogada[103] deAll Right Flowers.

Las oficinas del Jefe de Grupo eran el único espacio detrabajo completamente cerrado que había en todo el Módulo deAuditorías de las oficinas de la tercera planta, y hastatenían puertas, todo un lujo en materia de intimidad. Sinembargo, no eran unas oficinas grandes, y el despachopersonal de Manshardt debía de medir como mucho dos metros ymedio por dos y medio, con ventanas de cristal esmerilado endos de sus lados —es decir, los lados que no lindaban conlas paredes estructurales que soportaban la carga deledificio de Distrito— y un perchero metálico doble, ademásde una bandera americana y otra con la insignia y el lema dela Agencia que colgaban de un complejo mástil situado en unaesquina y sendos retratos enmarcados del Comisionado deHacienda del Triple Seis y de nuestro Comisionado Regional,que estaba al otro lado de la ciudad. En contraste con losescritorios metálicos abarrotados e impersonales del Grupode Auditorías, la mesa de grano de madera de Gary Manshardt,con su despliegue estilo Calambre de bandejas y casillas,

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ocupaba casi todo el espacio de oficina que no estaba cedidoal bebé, y completaba el mobiliario del despacho uno de esoscaballetes de gran tamaño y dividido en varias áreas en losque todos los Jefes de Grupo desplegaban tanto las tareaspresentes de sus auditores como, usando un código Charlestonobligado por el DD que no engañaba a nadie[104], el total decasos, ajustes y deficiencias calculadas por cada GS-9 en loque iba de trimestre. El aire acondicionado funcionaba bien.

Y, sin embargo, ahora me avisan de que todo esto sedesvía del asunto, cuya sustancia es la siguiente: imaginenmi sorpresa y mi desasosiego cuando terminé de trasladar ala oficina del Jefe de Grupo mi maletín, mi marioneta dedoberman, la placa identificativa de mi mesa, mi sombrero,mis efectos personales, mi cuaderno de la Agencia, micarpeta de cartón desplegable para las tarjetas Hollerith,mis listados M-1, mis memorandos 20, mis impresos 520 y1120, mis formularios en blanco y un mínimo de dos gruesascarpetas llenas de comprobaciones y de formularios depetición de recibo, y —mirando lo menos posible al severobebé de Gary, que seguía llevando puesto el babero delalmuerzo y estaba sentado / de pie en su consola circular dejuegos de plástico, mordiendo con las encías un aro lleno delíquido de una forma que solamente puedo describir comoestudiosa o contemplativa— apenas estaba consiguiendo volvera concentrarme para organizar una lista de peticiones derecibos preliminares y documentos de apoyo de una empresaque fabricaba y fijaba manecillas templadas para la cadenade montaje de baldes galvanizados de Danville’s MidstateGalvanics Co. cuando oí el ruido inconfundiblemente adultode un carraspeo, aunque en un tono extremadamente agudo,como si viniera de un adulto que hubiera inhalado de formareciente el helio de un globo decorativo. El bebé era

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pelirrojo, igual que la esposa de Gary Manshardt, aunque enel caso de la criatura su palidez extrema y el pijama opichi de color amarillo claro que llevaba —o como sea que sellamen exactamente esos pequeños atuendos de cuerpo enterode tela como de toalla con broches para cerrarlos que suelenllevar los bebés de hoy día— hacían que sus volutas yespirales de pelo fino parecieran, bajo la luz intensa de laoficina, del color de la sangre vieja, y ahora sus ojosazules feroces y concentrados casi daban la impresión de notener pupilas; y para completar aquel horror incongruente,el bebé había dejado a un lado el aro para la dentición —deforma cuidadosa y pensativa, igual que un hombre dejaría unexpediente encima de su mesa una vez que lo hubieracompletado y ya estuviera listo para dedicar su atenciónprofesional al siguiente— colocándolo húmedo y reluciente allado de un biberón puesto de pie de algo que parecía zumo demanzana, y a continuación había juntado las manitasdiminutas con gesto adulto, las había extendido haciadelante y las había apoyado en el plástico de color azulchillón de su consola de juegos[105], exactamente igual queel señor Manshardt o el señor Fardelle o cualquiera de losdemás Jefes de Grupo o empleados con altos cargos delDirector de Distrito colocarían las manos juntas, extendidashacia delante y apoyadas en la mesa para señalar que ahoratú y el asunto que te había llevado a su despacho ocupabaistoda su atención, y por fin volvió a carraspear; porqueestaba claro que había sido él, el bebé, el que, igual quecualquier otro Jefe de Grupo, acababa de carraspear de formaexpectante a fin de llamar mi atención y al mismo tiempopara reprenderme de forma sutil por requerirle que hicieraalgo para llamar mi atención, como si yo hubiera estadosoñando despierto o alejándome con digresiones mentales de

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algún asunto que teníamos entre manos; y, mirándome conferocidad, dijo... sí, dijo, con voz aguda y gangosa peroinconfundible:

—¿Y bien?Ahora parece probable que fuera mi shock inicial, mi —por

así llamarlaperplejidad por el hecho de que me hablara entono tan adulto un bebé con pañales y pijama empapado debabas, lo que me llevó a contestar de forma tan automática,igual que respondería al «¿Y bien?» expectante de unsuperior de la Agencia, funcionando con piloto automático,por así llamarlo:

—¿Perdón? —dije yo, mientras nos mirábamos el uno al otrodesde detrás de nuestras superficies respectivas de grano demadera y de color azul chillón y a través del metro y mediode aire fluorescente que nos separaba, con las manos ahoraidénticamente extendidas hacia delante y juntas, el bebé conuna mirada ferozmente expectante y un goterón pequeño ycremoso de moco apareciendo y desapareciendo en uno de susorificios nasales al compás de su respiración, mirándomedirectamente, con un remolino de pelo en la coronilla queparecía una etiqueta o un recibo salido de la ranura de unacaja registradora, con unos ojos sin pestañas y sincircunferencia ni parte inferior, con unos labios fruncidoscomo si estuviera pensando en cómo proceder, con una burbujaen su biberón de zumo que ascendía despacio y ociosamentehacia la boca del biberón, con la tetina prominente marrón yreluciente por haber sido usada hacía poco. Y el momentopermaneció allí suspendido entre nosotros, carente defronteras y dilatándose, y lo único que detenía mi impulsode carraspear yo también era el miedo a parecerimpertinente; y fue durante aquel intervalo aparentementeinterminable y expectante cuando me di cuenta de que yo

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mostraba deferencia hacia aquel bebé, lo respetaba, leconcedía plena autoridad, y es por eso que esperé, pertinaz,los dos en aquel despacho paterno pequeño y sin sombras, asabiendas de que me acababa de convertir en el subordinadode aquella diminuta y blanca cosa espantosa, en suinstrumento o herramienta.

 

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36Toda persona completa tiene ambiciones, objetivos,

iniciativas y metas. Y la meta de aquel chico en concretoera ser capaz de darse un beso en cada centímetro cuadradode su propio cuerpo.

Los brazos hasta los hombros y la mayor parte de laspiernas por debajo de las rodillas eran pan comido. Más alláde estas áreas de su cuerpo, sin embargo, la dificultadsubía tan en picado como un acantilado. El chico fueconsciente de los desafíos inimaginables que tenía pordelante. Tenía seis años.

Hay poco que decir sobre el ánimo original o «causamotriz» del deseo que tenía el chico de besarse hasta elúltimo centímetro cuadrado del cuerpo. Un día estaba enfermoen casa con asma, una mañana lluviosa y relajada, hojeandoal parecer unos materiales promocionales de su padre.Algunos de estos sobrevivieron al incendio que se produciríamás adelante. Se creía que el asma del chico era congénita.

El área exterior de su pie que quedaba por debajo yalrededor del maléolo lateral fue la primera que requiriócierta contorsión seria. (Durante aquella época el chicoconsideraba el maléolo lateral como aquel bulto raro quetenía en el tobillo.) La estrategia, tal como él laentendía, era colocarse sobre la alfombra de su dormitorio,con la parte interior de la rodilla en el suelo y lapantorrilla y el pie lo más cerca que pudiera ponerlos de unángulo de noventa grados perfecto. Luego tenía queinclinarse a un lado tanto como pudiera, doblándose porencima del tobillo extendido y de la parte exterior del pie,efectuando una rotación del cuerpo hacia fuera y hacia abajo

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y estirándose con los labios completamente proyectados haciafuera (por aquella época la idea que tenía el chico deproyectar los labios del todo consistía en ese mohínexagerado que representaba los besos en los tebeosinfantiles) hacia una sección del exterior del pie que habíamarcado con una diana de tinta soluble, luchando porrespirar a pesar de la presión dextrorotada de suscostillas, y así se fue estirando más y más hacia el costadoa primera hora de aquella mañana hasta que oyó un chasquidoseco en la parte superior de la espalda y sintió un dolorinimaginable entre el omóplato y la espina dorsal. El chicono lloró ni chilló, sino que se limitó a quedarse sentado ensilencio en aquella postura torturada hasta que, como nobajaba a desayunar, su padre acabó subiendo a la puerta desu dormitorio. El dolor y la disnea resultante impidieron alchico ir a la escuela durante más de un mes. Imposibleimaginar qué debió de pensar su padre de una lesión comoaquella en un niño de seis años.

La quiropráctica del padre, la doctora Kathy, pudoaliviar los peores síntomas inmediatos. Y lo que es másimportante, fue la doctora Kathy quien introdujo al chico enlos conceptos de la espina dorsal como microcosmos y de lahigiene espinal y de los ecos posturales y delincrementalismo en la flexión. La doctora olía un poco ahinojo y parecía una persona completamente abierta ydisponible y amable. El niño se tumbaba boca abajo sobre unamesa alta y acolchada y colocaba la barbilla en una pequeñacoquilla. Ella le manipulaba la cabeza, muy suavemente perode una forma que parecía provocarle efectos por toda laespalda. La doctora tenía las manos muy fuertes y suaves, ycuando le palpaba la espalda al chico le daba la impresiónde que ella le estaba haciendo preguntas a la espalda y

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respondiéndolas al mismo tiempo. En la pared tenía diagramasque mostraban vistas seccionadas de la espina dorsal humanay de los músculos y las fascias y los haces de nervios querodeaban la espina dorsal y estaban conectados a ella. Nohabía piruletas a la vista por ninguna parte. Los ejerciciosde estiramientos específicos que la doctora Kathy leprescribía al chico estaban orientados al esplenio de lacabeza, al largo del cuello y a los haces profundos denervios y músculos que rodeaban las vértebras T2 y T3 delchico, que eran las que se había lesionado. La doctora Kathyllevaba las gafas de leer colgadas de un collar y tenía unjersey verde con botones que parecía confeccionado en sutotalidad a base de polen. Se le notaba que hablaba con todoel mundo de la misma manera. Le dio instrucciones al chicopara que hiciera aquellos ejercicios de estiramiento todoslos días sin falta y para que no dejara que ni elaburrimiento ni un alivio de la sintomatología le impidieranllevar a cabo los ejercicios de rehabilitación de formadisciplinada. Le explicó que la meta a largo plazo no era elalivio de la incomodidad presente, sino la higieneneurológica y la salud y una integridad de cuerpo y menteque un día iba a agradecer muchísimo. Al padre del chico ladoctora Kathy le recetó un laxante de hierbas.

Así es como la doctora Kathy introdujo formalmente alchico en los estiramientos por incrementos y en las ideasadultas de llevar una disciplina diaria y discreta y avanzarhacia una meta situada a largo plazo. Aquello resultó serfortuito. Durante las cinco semanas que se pasó incapacitadocon una vértebra T3 subluxada —sufriendo a menudo unaincomodidad tal que ni siquiera su inhalador podía aliviarleel asma que le entraba cada vez que experimentaba dolor omolestias— el infantil entusiasmo atolondrado del chico dejó

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paso a la conciencia de que su objetivo de besarse hasta elúltimo centímetro cuadrado del cuerpo iba a requerir unesfuerzo máximo, una disciplina y un compromiso sostenidodurante unos periodos de tiempo que por entonces él (debidoa su edad) no se podía ni imaginar.

Una cosa que la doctora Kathy se había molestado enmostrarle al chico era un modelo vertical en 3D de unacolumna vertebral humana que no había sido cuidada deninguna manera real ni significativa. Se veía oscura,atrofiada, necrótica y triste. Tenía los tubérculos y lostejidos blandos inflamados, y los anillos fibrosos de susdiscos eran del mismo color que los dientes en mal estado.En la pared de detrás de aquel modelo había una placa oletrero escrito a mano que explicaba los que a la doctoraKathy le gustaba decir que eran los dos tipos distintos depagos que se podían hacer por la columna vertebral y susnervios asociados, y que eran el de «ahora» y el de«después».

La mayoría de los contorsionistas profesionales enrealidad no son más que personas que han nacido conproblemas atróficos/distróficos congénitos de los rectosmayores, o bien con una flexión lordótica aguda de la espinalumbar, o con ambas cosas. La mayoría presentan signo deChvostek u otras formas de espasticidad ipsilateral. Demanera que su «arte» requiere muy poco esfuerzo oaplicación. En 1932 un grupo de académicos británicos queestudiaban el misticismo tamil dieron noticia de una mujerpreadolescente de Ceilán que era capaz de introducirse en laboca y por el esófago los dos brazos hasta el hombro, unapierna hasta la entrepierna y la otra hasta por encima de larótula, y de esa manera podía girar sin ayuda de nadie sobrela rodilla que le sobresalía de la boca a velocidades que

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excedían las 300 rpm. El fenómeno de la suifagia (es decir,el «tragarse a uno mismo») ha sido identificadoposteriormente como una forma rara de malacia por inanición,en la mayoría de los casos causada por deficiencias decadmio y/o de zinc.

Solo la parte del interior de los muslos del chico queiba hasta la bifurcación media de su entrepierna requiriómeses de preparación, horas enteras cada día con las piernascruzadas y encorvado, estirando lentamente y a base deincrementos las largas fascias verticales de su espalda ycuello, el músculo espinoso torácico y el elevador de laescápula, el iliocostal lumbar hasta el sacro, y los densose intransigentes grácil, pectíneo y aductor largo delinterior del muslo, que se fusionan por debajo del triángulode Scarpa y transmiten un dolor espantoso a través del pubiscada vez que se excede su espectro de flexibilidad. Sialguien lo hubiera visto durante aquellas sesiones de dos ytres horas, juntando las plantas de los pies y metiéndolashacia dentro para entrenar el pectíneo, meciéndoseligeramente y después manteniendo una inclinaciónpronunciada con las piernas cruzadas para trabajar la largay tensa cubierta de fascias torácico-lumbares que leconectaban la pelvis con las costillas dorsales, a esealguien le habría parecido que el chico estaba rezando, obien catatónico, o ambas cosas.

En cuanto se alcanzó los objetivos del frente de losmuslos y se los tocó con un labio o bien con ambos, lasporciones superiores de los genitales resultaron sencillas,y se dedicó a besarlos con los labios protuberantes y apasar por ellos mientras concebía ya los planes para elhueso ilíaco y las nalgas exteriores. Después de esos logrosvendrían las contorsiones más difíciles y duras para el

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cuello que le iban a hacer falta para alcanzarse las nalgasinteriores, el perineo y el extremo superior de laentrepierna.

El chico había cumplido siete años.El lugar especial donde perseguía su extraño pero ahora

maduro objetivo era su habitación, que tenía un motivoselvático repetitivo en el papel de las paredes. La ventanade la habitación, situada en la segunda planta, ofrecía unavista del árbol del jardín de atrás. Dependiendo de la horadel día, la luz del sol atravesaba el árbol en distintosángulos e intensidades e iluminaba distintas partes delchico mientras este permanecía de pie, sentado, inclinado otumbado sobre la alfombra de la habitación, estirándose ymanteniendo las posturas. La alfombra de su dormitorio erade pelo blanco y tenía un aspecto peludo y polar que a supadre le parecía que no quedaba bien con el patrón repetidode tigres, cebras, leones y palmeras de las paredes; elpadre, sin embargo, se guardaba su opinión para sí mismo.

El aumento radical del espectro de protuberancia de loslabios requiere el ejercicio sistemático de toda una seriede fascias maxilares, entre ellas el depresor del séptum, elorbicular de los labios, el depresor del ángulo de la boca,el depresor del labio inferior y los grupos buccinador,orbicular de la boca y risorio. Los músculos cigomáticosentran en juego de forma superficial. Ejercicio: Atar uncordel a un botón Wetherly de por lo menos tres centímetrosy medio de diámetro que has cogido prestado del segundomejor impermeable de tu padre; colocarte el botón por encimade los incisivos superiores e inferiores y cubrirlo con loslabios; sostener el cordel completamente extendido a noventagrados respecto al plano de la cara y tirar de él aumentando

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gradualmente la tensión y usando los labios para refrenar eltirón; sostener durante veinte segundos; repetir; repetir.

A veces su padre se sentaba en el suelo del otro lado dela puerta del dormitorio del chico, con la espalda pegada ala puerta. No está claro si el chico lo oyó alguna vezintentando escuchar los movimientos del interior de lahabitación, aunque a veces la madera de la puerta emitía unchirrido cuando el padre se sentaba contra ella, o biencuando se volvía a poner de pie en el pasillo, o cuandocambiaba de postura sentado contra la puerta. El chico sepasaba allí dentro periodos extraordinarios de tiempo,haciendo estiramientos y aguantando las posicionescontorsionadas. El padre era un hombre un poco nervioso,provisto de unos modales apresurados e inquietos que siemprele daban cierto aire de estar a punto de marcharse. Teníauna abundante actividad empresarial y la mayor parte deltiempo estaba viajando. Su lugar en el álbum mental de lamayoría de la gente era provisional, con una especie delínea de puntos a su alrededor: la imagen de alguien quehacía un comentario amigable por encima del hombro mientrasse disponía a salir. La mayoría de sus clientes encontrabanque el padre los ponía incómodos. Cuando era más eficaz erapor teléfono.

A los ocho años de edad, la meta a largo plazo del chicoestaba empezando a afectar a su desarrollo físico. Susmaestros señalaron cambios en su postura y en su forma deandar. La sonrisa del chico, que ahora ya parecía constantepor culpa de los efectos de la hipertrofia circunlabial enla musculatura circunmoral, también se veía rara, rígida ydemasiado ancha, y según la evaluación verbal de un empleadode la limpieza, no se parecía a «nada que yo me haya echadoa la cara».

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Datos: El estigmatista italiano Padre Pío exhibió durantetoda su vida una serie de heridas sin sangre que leatravesaban la mano izquierda y ambos pies por el centro.Santa Verónica Giuliani de Umbría presentaba una serie deheridas en una mano y también en el costado que se podíaobservar que se abrían y se cerraban siguiendo sus órdenes.La santa del siglo XVIII Giovanna Solimani permitía que losperegrinos le introdujeran unas llaves especiales en lasheridas de las manos y que las giraran, supuestamentefacilitando de esa manera que aquellos clientes suyos serecuperaran de la desesperación racionalista.

De acuerdo tanto con san Buenaventura como con Tomás deCelano, los estigmas de las manos de san Francisco de Asísincluían masas baculiformes de algo que parecía ser carnenegra y endurecida que sobresalía de ambas superficiesvolares. En caso de aplicarse presión al supuesto «clavo» deuna de sus manos, un palo de carne negra y endurecida leasomaba inmediatamente del dorso de la mano, exactamenteigual que si un supuesto «clavo» real le estuvieraatravesando la mano.

Y sin embargo (dato): las manos carecen de la masaanatómica necesaria para soportar el peso de un humanoadulto. Tanto los textos legales romanos como los exámenesmodernos de esqueletos del siglo I confirman que lacrucifixión clásica requería que los clavos atravesaran lasmuñecas del sujeto, no sus manos. De ahí la «verdad y lafalsedad necesariamente simultáneas de los estigmas» que elteólogo existencial E. M. Cioran explica en su libro de 1937Lacrimi si sfinti, la misma monografía en que se refiere alcorazón humano como «la herida abierta de Dios».

Solo las zonas del abdomen del chico que iban del ombligoal cartílago xifoides de la hendidura de las costillas

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ocuparon diecinueve meses de estiramientos y ejerciciosposturales, los más extremos de los cuales debieron de sermuy, pero muy dolorosos. En aquella fase, los avances nuevosen materia de flexibilidad eran sutiles hasta el punto de nopoderse detectar sin la ayuda de unos registros diariosextremadamente precisos. Ciertos límites de tensión de losligamentos amarillos, capsulares y de proceso eran forzadosde manera suave pero persistente, a medida que el chico ibapegando la barbilla al pecho (que estaba lleno de flechas ylíneas de puntos trazadas con tinta soluble), a la altura dela mitad del esternón, y luego descendiendo de forma gradual—un milímetro, a veces uno y medio al día— y sosteniendoaquella postura catatónica y/o meditativa durante una hora omás.

En verano, durante aquellas rutinas de primera hora de lamañana, el árbol que había delante de la ventana del chicose llenaba de zanates y del ajetreo de estos yendo yviniendo; más tarde, cuando salía el sol, el árbol sellenaba de los graznidos ásperos y lacerantes de las aves,que mientras el chico permanecía sentado con las piernascruzadas y la barbilla pegada al pecho sonaban a través delcristal de la ventana como si fueran tornillos oxidados algirar, o como algo complejamente trabado que se soltaba conun chirrido. Más allá del árbol de la fachada sur estabanlos tejados en escorzo de las casas del vecindario y la bocade incendios y el letrero con el nombre de la calle quecruzaba y los cuarenta y ocho tejados idénticos de unaurbanización para gente con ingresos bajos que había al otrolado de la calle que cruzaba, y al otro lado de dichaurbanización, en el mismo horizonte, los bordes de losverdes campos de maíz que empezaban en los mismos límites dela ciudad. A finales de verano el verde de los campos era

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más amarillento, mientras que en otoño no quedaba más que untriste rastrojo y en invierno la tierra desnuda de loscampos ya no se parecía a nada más que lo que era.

En su escuela primaria, donde el chico tenía una conductaejemplar y hacía sus deberes y sus progresos se registrabanen el ápice central de todas las curvas relevantes, era,entre sus compañeros de clase, una de esas figuras socialestan marginales que ni siquiera nadie se metía con él. Ya entercero de primaria, el chico había empezado a desarrollarrasgos físicos inusuales como resultado del compromiso consu objetivo; aun así, había algo en su aspecto o en su porteque conseguía colocarlo fuera de los límites de la crueldaddel patio de la escuela. El chico cumplía con las normas dela clase y se comportaba de forma satisfactoria en eltrabajo de grupo. Las evaluaciones escritas de susocialización ni siquiera describían al chico como retraídoo altivo, sino como «tranquilo», «provisto de una pose pocohabitual» y «contenido en sí mismo» [sic]. El chico nocausaba ni problemas ni alegrías y casi nadie se fijaba enél. No se sabe si esto lo preocupaba. La enorme mayoría desu tiempo, energía y atención pertenecían a su objetivo alargo plazo y a las disciplinas diarias que este implicaba.

Tampoco se estableció con exactitud por qué aquel chicoperseguía la meta de ser capaz de besarse hasta el últimocentímetro cuadrado de su cuerpo. Ni siquiera está claro siél consideraba aquella meta un «logro» en ningún sentidoconvencional. A diferencia de su padre, no leía a Ripley ytampoco había oído hablar de los hermanos McWhirter; estabaclaro que no era ninguna clase de ardid. Ni tampoco un actode evasión de sí mismo; esto está verificado; el chico notenía ningún deseo consciente de «trascender» nada. Sialguien le hubiera preguntado, el chico únicamente habría

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dicho que había decidido besarse hasta el último micrómetrode su cuerpo individual. No habría sido capaz de decir másque eso. Las ideas o nociones tanto de su propia«inaccesibilidad» física para sí mismo (puesto que todossomos inaccesibles para nosotros mismos y podemos, porejemplo, tocar partes ajenas de una manera en que nopodríamos ni soñar con tocar las partes equivalentes denuestros propios cuerpos) como de lo que parecía ser sudeterminación completa de atravesar aquel velo deinaccesibilidad —de ser, en cierta forma infantil,autocontenido y autosuficiente—, eran cosas que estaban másallá de su conciencia. Al fin y al cabo, no era más que unniño.

Sus labios tocaron las aureolas superiores de sus pezonesizquierdo y derecho en el otoño de su noveno año de vida.Para entonces ya tenía unos labios marcadamente grandes yprotuberantes; una parte de su disciplina diaria consistíaen realizar tediosos ejercicios con botones y cordelesdestinados a promover la hipertrofia de los músculosorbiculares. A menudo era su capacidad para extender loslabios fruncidos hasta los 10,4 centímetros lo que habíamarcado la diferencia entre alcanzar una parte de su tórax ono. También habían sido los músculos orbiculares, más queningún avance notable en material de flexión vertebral, loque le había permitido alcanzar antes de cumplir los nueveaños las partes traseras del escroto y ciertas porcionessustanciales de esa piel con textura de papel que rodea elano. Aquellas zonas habían sido tocadas, señaladas en eldiagrama de cuatro lados que tenía dentro de su libro decontabilidad personal, y a continuación lavadas paraquitarles la tinta y olvidadas. El chico tenía tendencia aolvidarse de todos y cada uno de los sitios en cuanto los

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había besado, como si el establecimiento de su accesibilidadhiciera que el lugar dejara de parecerle real y a partir deese momento en cierta manera solamente «existiera» en sudiagrama de cuatro lados.

En su undécimo año de vida, sin embargo, seguíanresultándole total y exquisitamente reales las partes de sutronco a las que todavía no había intentado acceder: laszonas de su pecho situadas por encima del pectoral menor yde la parte baja de la garganta entre la clavícula y laparte alta del platisma, así como las lisas e interminablesllanuras y extensiones de la espalda (excluyendo parteslaterales del trapecio y del deltoide trasero, que ya habíaalcanzado a los ocho años y medio) que le quedaban porencima de las nalgas.

Cuatro médicos distintos, todos ellos certificados y conlicencia, testificaron al parecer que los estigmas de lamística bávara Therese Neumann comprendían estructurasdermales corticadas que le atravesaban la parte central deambas manos. La capacidad que además tenía Therese Neumannpara la inedia la atestiguaron por escrito cuatro monjasfranciscanas que la estuvieron atendiendo por turnosrotatorios desde 1927 hasta 1962 y que confirmaron queTherese había vivido durante casi treinta y cinco años sincomida y sin líquidos de ninguna clase; la única vez que seregistró que fuera de vientre (el 12 de marzo de 1928), unanálisis de laboratorio determinó que su deposiciónsolamente contenía mucosidad y bilis empireumática.

Un hombre santo bengalí al que sus seguidores conocíancomo «Prahansatha Segundo» atravesaba periodos de cantosmeditativos en los que los ojos se le salían de las cuencasy ascendían hasta flotarle por encima de la ca beza,conectados únicamente por sus cordones de duramadre, y a

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continuación emprendían (los ojos flotantes) una serie demovimientos rotatorios rítmicamente estilizados que lostestigos occidentales explicaron que evocaban Shivasdanzarinas de cuatro caras, serpientes encantadas, hélicesgenéticas entrelazadas, las órbitas contrapuestas en formade ocho inclinado que trazan la Vía Láctea y la galaxia deAndrómeda alrededor la una de la otra en el perímetro delGrupo Local de galaxias, o bien las cuatro cosas(supuestamente) al mismo tiempo.

Los estudios de la algesia humana han establecido que lasestructuras músculo-esqueléticas más sensibles a laestimulación dolorosa son: el periostio y las cápsulasarticulares. Los tendones, los ligamentos y los huesossubcondrales están clasificados como significativamente sensiblesal dolor, mientras que la sensibilidad del músculo y delhueso cortical se ha establecido como moderada y la delcartílago articular y fibrocartílago como leve.

El dolor es una experiencia completamente subjetiva y porconsiguiente «inaccesible» en tanto que objeto dediagnóstico. Las consideraciones relativas a los tipos depersonalidad también complican la evaluación. Como reglageneral, sin embargo, la conducta observada del paciente condolor puede ofrecer una medida de a) la intensidad del dolory b) la capacidad del paciente para lidiar con él.

Entre las falacias comunes sobre el dolor se cuentan lassiguientes:

• La gente que tiene una enfermedad crítica o heridasgraves siempre experimenta un dolor intenso.

• Cuanto mayor es el dolor, mayor es el alcance y lagravedad de los daños.

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• El dolor fuerte y crónico es síntoma de enfermedadincurable.

De hecho, los pacientes que tienen enfermedades críticaso heridas graves no experimentan necesariamente un dolorintenso. La intensidad observada del dolor tampoco esdirectamente proporcional al alcance ni la gravedad de losdaños; la relación entre ambas cosas también depende de silos «itinerarios del dolor» del sistema espino-talámicoanterolateral están intactos y funcionan dentro de lasnormas establecidas. Además, la personalidad de un pacienteneurótico puede acentuar la sensación de dolor, mientras queuna personalidad estoica o resistente puede reducir laintensidad con que esta se percibe.

Nadie se lo preguntó nunca. Su padre solo creía que teníaun niño excéntrico pero muy ágil y flexible, un niño que sehabía tomado a pecho las homilías de Kathy Kessinger sobrela higiene espinal, de esa manera en que algunos niños setoman a pecho las cosas, y ahora se pasaba un montón detiempo flexionando el cuerpo y haciendo ejercicios deelasticidad, lo cual, teniendo en cuenta el extraño mundoemocional de los niños, era preferible a muchas otrasfijaciones desganadas o nocivas que se le ocurrían al padre.El padre, un empresario que vendía cintas motivacionales porcorreo, trabajaba en un despacho que tenía en casa, pero amenudo se ausentaba para asistir a seminarios y amisteriosas visitas comerciales nocturnas. La casa familiar,que daba al oeste, era alta y esbelta y tenía un diseñomoderno; parecía una mitad de una casa adosada a la que lehubieran extirpado de repente la otra mitad. Teníarevestimiento exterior de aluminio de color oliva y estabaen un callejón sin salida en cuyo extremo norte había unapuerta lateral que daba al tercer cementerio más grande del

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condado, que tenía su nombre escrito con hierro forjado porencima de la entrada principal pero no de aquella puertalateral. La palabra que le venía a la cabeza al padre cuandopensaba en el chico era: «diligente», algo que sorprendía alhombre, puesto que era una palabra bastante anticuada, y notenía ni idea de por qué se le ocurría aquella palabracuando se imaginaba al chico allí dentro, desde el otro ladode la puerta.

La doctora Kathy, que a veces visitaba al chico parahacerle ajustes profilácticos de las vértebras torácicas,las facetas y los ramos anteriores, y que no era ningunachiflada ni tampoco una charlatana que trabajaba en undespacho de un centro comercial, sino simplemente unadoctora en quiropráctica que creía en la danzainterpenetrante de la espina dorsal, el sistema nervioso, elespíritu y la totalidad del cosmos... en el universo comosistema infinito de conexiones neurales que habíaevolucionado, en su punto álgido, hasta convertirse en unorganismo capaz de tener una conciencia tanto de sí mismocomo del universo simultáneamente, de manera que el sistemanervioso humano se convertía en la forma que tenía eluniverso de ser consciente de sí mismo y por tanto de ser«accesible para» sí mismo... la doctora Kathy, en suma,creía que su paciente era un chico muy callado y dirigidohacia su propio interior que había reaccionado a unasubluxación traumática de la T3 generando un compromiso conla higiene espinal y con la integridad neuroespiritual quemuy bien podría señalar una vocación que lo llevara a hacercarrera en la quiropráctica. Había sido ella quien le habíaregalado al chico sus primeros manuales de estiramientos,relativamente simples, así como las copias de los famososdiagramas neuromusculares de B. R. Faucet (©1961, Los

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Angeles College of Chiropractic) con los cuales el chico sehabía fabricado aquel diagrama de cartón de cuatro lados quedejaba allí de pie, como si le protegiera la cama sinalmohada mientras dormía.

La creencia del padre en que la ACTITUD era el principalfactor determinante de la ALTURA había permanecido incólumedesde su adolescencia, un periodo incómodo durante el cualhabía descubierto las obras de Dale Carnegie y de laFundación de Willard y Marguerite Beecher, y había utilizadoaquellas filosofías prácticas para reafirmar su propiaconfianza en sí mismo y para mejorar su estatus social;además de todas las conversaciones interpersonales eincidentes que servían como pruebas del mismo, aquel estatusera registrado semanalmente, y los diagramas y gráficasresultantes se exponían para ser usados como referencias enel interior de la puerta del armario de su dormitorio.Incluso cuando ya era un adulto provisional y secretamenteatormentado, el padre seguía trabajando incansablemente paramantener y mejorar su actitud y de esa manera influir sobresu propia altura en materia de logros personales. En elespejo del botiquín del cuarto de baño de la casa, porejemplo, allí donde no pudiera evitar releer einteriorizarlas mientras atendía a su higiene personal,había pegadas con cinta adhesiva máximas inspiradoras deltipo:

«NO HAY PÁJARO QUE VUELE DEMASIADO ALTO SI VUELA CON SUSPROPIAS ALAS» (BLAKE).

«SI RENUNCIAMOS A NUESTRA INICIATIVA, NOS VOLVEMOSPASIVOS; VÍCTIMAS RECEPTIVAS DE LAS CIRCUNSTANCIAS QUE NOSVENGAN» (FUNDACIÓN BEECHER).

«¡ATRÉVETE A CONSEGUIR COSAS!» (NAPOLEON HILL).

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«EL COBARDE HUYE HASTA CUANDO NADIE LO PERSIGUE» (LABIBLIA).

«SEA LO QUE SEA QUE PUEDES HACER O SOÑAR, YA PUEDESEMPEZAR. EL ATREVIMIENTO ESTÁ PROVISTO DE GENIALIDAD, PODERY MAGIA. ¡NO ESPERES PARA EMPEZAR!» (GOETHE).

Y más por el estilo: docenas o a veces incluso veintenasde citas y recordatorios inspiradores, meticulosamenteimpresos con mayúsculas en unas tiras pequeñitas de papel,como las de las galletas chinas de la fortuna, que luegopegaba con cinta adhesiva al espejo, a modo de recordatoriosescritos de la responsabilidad personal que tenía el padrede echar a volar sin miedos, y a veces había tantospapelitos y cinta adhesiva que solamente quedaban unascuantas franjas de espejo por encima del lavabo del cuartode baño, y el padre tenía que contorsionarse si quería verlo bastante como para afeitarse.

Cuando el padre del chico pensaba en sí mismo, por otrolado, la primera palabra que le venía espontáneamente a lacabeza era siempre «atormentado». Gran parte de sustormentos secretos —cuyas causas él percibía comoimposiblemente complejas y proteicas y relacionadas por unlado con las pulsiones sexuales masculinas normales y porotro con una debilidad personal y una falta de agallasintensamente anormales— tenían en realidad un diagnósticomuy simple. Casado a los veinte años con una mujer de la quesolamente había conocido un rasgo sobresaliente, aquelfuturo padre se había encontrado casi de inmediato con quelas rutinas conyugales le resultaban tediosas y agobiantes;y la sensación de monotonía y de obligación sexual (poroposición a los logros sexuales) le habían provocado unsufrimiento que le parecía casi equivalente a morirse. Ya derecién casado había empezado a sufrir terrores nocturnos y a

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despertarse con pesadillas en las que sufría un encierroterrible y se sentía incapaz de moverse o de respirar. Nohacía falta ser una especie de Einstein psiquiátrico parainterpretar aquellos sueños, el padre lo sabía, de maneraque, después de casi un año de pugnas consigo mismo y decompleja introspección, se había rendido y había empezado aver a otra mujer, sexualmente. Aquella mujer, a quien elpadre había conocido en un seminario motivacional, tambiénestaba casada, y también tenía una criatura pequeña, y losdos habían acordado que aquello le ponía a su aventuraciertos límites y restricciones de sensatez.

Al cabo de un breve periodo, sin embargo, el padretambién había empezado a encontrar a aquella otra mujerbastante tediosa y opresiva. El hecho de que vivieran vidasseparadas y tuvieran poco de que hablar hizo que el sexoempezara a parecer una obligación. La situación poníademasiado peso en el sexo físico, o eso parecía, y loestropeaba. El padre intentó enfriar un poco las cosas y vermenos a la mujer, y el resultado fue que ella también empezóa parecer menos interesada y menos accesible que antes. Yfue entonces cuando empezó el tormento. El padre empezó atener miedo de que la mujer fuera a terminar su aventura conél, ya fuera para reanudar el sexo monógamo con su marido obien para irse con otro hombre. Aquel miedo, que era untormento completamente secreto e interior, le hizo volver aperseguir a la mujer al mismo tiempo que empezaba adespreciarla cada vez más. El padre, en pocas palabras,ansiaba distanciarse de la mujer pero no quería que la mujerse distanciara de él. Empezó a sentirse aturdido y hasta asufrir náuseas cuando estaba con la otra mujer, pero cuandoestaba lejos de ella lo atormentaba la idea de que estuvieracon otro. Parecía una situación imposible, y los sueños de

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contorsión y asfixia regresaban cada vez más a menudo. Elúnico remedio posible que podía ver el padre (cuyo hijoacababa de cumplir cuatro años) no era distanciarse de lamujer con la que estaba teniendo una aventura, sino seguircumpliendo diligentemente con dicha aventura y ademásencontrar a una tercera mujer y empezar a verla también, ensecreto y por así decirlo «como extra», a fin de sentir —aunque fuera muy brevemente— el alivio y la excitación de unapego elegido libremente.

Así empezó el verdadero ciclo de tormentos del padre, enel cual el número de mujeres con las que estaba secretamenteliado y con quienes tenía obligaciones sexuales no paraba deexpandirse, y en el cual no había ni una sola de aquellasmujeres a la que pudiera dejar ir ni darle causa para que sedistanciara y rompiera, por mucho que ninguna de ellas fueraya otra cosa que una simple fuente de una especie detrabajoso enquistamiento de energía y de tiempo y de lasimple voluntad de continuar bregando en plenadesesperación.

La espalda media y alta del chico fueron las primeraszonas de inasequibilidad radical y tal vez incluso totalpara sus labios, y los desafíos que presentaron a suflexibilidad y su disciplina ocuparon un amplio porcentajede su vida interior en cuarto y quinto curso. Y más allá,claro, como las cascadas que hay al final de un largo río,se encontraba la perspectiva inimaginable de alcanzarse elpescuezo, los ocho centímetros que había justo debajo delpunto mentoniano de la barbilla, las gáleas de la parte deatrás de su cuero cabelludo y coronilla, la frente y el arcocigomático, las orejas, la nariz y los ojos, así como el dingan sich paradójico de los labios mismos, acceder a los cualesparecía ser como pedirle a una cuchilla que se cortara a sí

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misma. Aquellos lugares ocupaban una posición casi míticadentro del proyecto global: el chico los reverenciaba hastael punto de colocarlos casi más allá del espectro de susintenciones conscientes. Aquel chico no era por naturalezaun «angustias» (a diferencia de sí mismo, pensaba su padre),pero la inaccesibilidad de aquellos últimos lugares leparecía tan inmensa que le dio la impresión de que la sombraque proyectaban oscurecía los lentos progresos, hacia laclavícula por delante y hacia la curvatura lumbar pordetrás, que ocuparon su undécimo año, hasta el punto deempañar todo el esfuerzo, una sombra tenebrosa que el chicodecidió considerar que le prestaba a la empresa una dignidadsombría en lugar de futilidad o patetismo.

Todavía no sabía cómo, pero a medida que se acercaba a lapubertad se fue convenciendo de que conquistaría su cabeza.De que encontraría una manera de acceder a la totalidad desí mismo. No poseía nada ni remotamente parecido a la dudaen su interior.

 

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37—Ciertamente parece un restaurante agradable.—Se ve muy agradable.—Yo aquí no he estado nunca. Pero me han hablado bien,

algunos de los chicos de administración. Ya tenía muchasganas de probarlo.

—...—Pues aquí estamos.—(Sacándose el chicle de la boca y envolviéndolo en un

Kleenex procedente del bolso.) Ajá.—...—...—(Hace pequeños ajustes a la colocación de los

cubiertos.) ...—...—¿No te parece que es mucho más fácil entablar

conversación con alguien a quien ya conoces bien que conalguien a quien no conoces de nada, principalmente gracias atoda la información intercambiada previamente y a todas lasexperiencias que comparten dos personas que se conocen bien,o quizá porque es únicamente con la gente a la que yaconocemos bien y que nos conoce bien que no tenemos quepasar por el incómodo proceso mental de someter todo lo quese nos ocurre decir o sacar a colación como tema deconversación intrascendente a una evaluación y un análisiscrítico autoconscientes que consiguen que todo lo que nosproponemos decirle a la otra persona parezca aburrido o

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tonto o banal o, al contrario, tal vez resulte demasiadoíntimo y acabe generando tensión?

—...—...—¿Cómo me has dicho que te llamabas?—Russell. Russell o a veces Russ, aunque para ser sincero

yo prefiero con diferencia Russell. No tengo nada contra elnombre Russ; simplemente no he simpatizado nunca con él.

—¿Llevas alguna aspirina encima, Russell? 

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38Hasta mediados de 1987, todos los intentos que hizo la

Agencia Tributaria de establecer un sistema integrado dedatos estuvieron plagados de problemas técnicos del sistema,muchos de ellos exacerbados por los intentos que hizo laRama Técnica de ahorrar actualizando el antiguo equipamientoFornix de perforación y clasificación de tarjetas para quepudiera trabajar con tarjetas Powers de noventa y seiscolumnas en lugar de las Hollerith originales deochenta[106].

Hay un problema técnico en concreto que es relevante paralo que nos ocupa. Los sistemas de base COBOL de la Divisiónde Personal y Formación hacía tiempo que presentabanocasionalmente una serie de problemas especiales denominados«redundancias fantasmales» en el procesamiento de losascensos de los empleados. El problema resultabaespecialmente agudo en el caso del personal de Examen debidoa las tasas especialmente altas de reclutamientos y ascensosentre el personal del CRE. Supongamos, por ejemplo, que elseñor Perico D. Palotes, examinador de a pie con rango GS-9,era ascendido al rango de GS-11. El sistema generabaentonces un expediente nuevo de personal y a continuaciónreconocía dos expedientes distintos para lo que parecían serdos empleados distintos, Perico D. Palotes el GS-9 y PericoD. Palotes el GS-11, causando un lío y una confusiónextraordinarios de cara a los protocolos tanto de nóminascomo de planificación de sistemas de comunicación interna demás adelante.

Como parte de un plan de eliminación de problemastécnicos pertenecientes a muchos flancos que se ejecutó en

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1984, se introdujo una subrutina GO TO en la sección FILE detodos los sistemas informáticos de Personal: en los casos enque parecía haber dos empleados distintos provistos delmismo nombre y del mismo código de Destinación de la AgenciaTributaria, ahora el sistema únicamente reconocía al «PericoD. Palotes» de mayor rango[107]. Esto condujo de manerabastante directa a la metedura de pata que tuvo lugar en elCentro 047 de la Agencia Tributaria en mayo de 1985. En lapráctica, David F. Wallace, de rango GS-9 y de veinte añosde edad, nacido en Philo, Illinois, no existía; suexpediente había sido borrado o bien absorbido por el deDavid F. Wallace, de rango GS-13 y de treinta y nueve añosde edad, procedente del CRE del Nordeste situado enFiladelfia. Aquella absorción tuvo lugar en el instantemismo en que se generaron el formulario 140-PO dedestinación y el formulario 140(c)-RT de Traslado Regionalde David F. Wallace (el de GS-13), instante al que dosadministradores de sistemas distintos de las regiones delNordeste y del Medio Oeste iban a tener más tarde que volverrepasando 2.110.000 líneas combinadas de código registrado afin de encontrar y cancelar la absorción del comando GO TO.Por supuesto, a David F. Wallace (el de GS-9, antes GS-13,es decir, el David F. Wallace de Philo, Illinois) nadie leexplicó nada de esto con detalle hasta mucho más tarde,después de que se acabara toda la turbación administrativa yse retiraran diversas acusaciones extravagantes.

El problema no era, en otras palabras, que nadie de laoficina de Personal y Formación del Centro Regional deExamen del Medio Oeste se hubiera dado cuenta de que habíados David F. Wallace distintos programados para ingresar yser procesados en el CRE del Medio Oeste en dos díassucesivos; el problema era que el sistema informático de la

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oficina reconoció a uno solo de esos dos David F. Wallace yle generó una tarjeta Powers y un Formulario de Protocolo deIngreso, y luego ese mismo sistema llevó a cabo una fusiónentre a) el empleado de mayor rango que estaba siendotrasladado desde Filadelfia y b) el empleado cuya llegadafísica estaba programada primero en el sistema, que no eraotro que el efebo de veinte años procedente de Philo, dequien el sistema también señalaba, llevando a cabo otrafusión, que llegaba en el vuelo 4130 de Continentalprocedente del aeropuerto Midway de Chicago (debido a lainformación de viaje y billetes que se generaba comoresultado de los datos de llegada del formulario 140[c]-RT)y no en un autobús Trailway, razón por la cual no habíanadie esperando para recibir y transportar al supuestoempleado valioso y de élite David F. Wallace en la terminalde autobuses de Peoria el 15 de mayo, y por la cual elsegundo David F. Wallace (el «verdadero»), que llegó al CREusando un taxi comercial normal y corriente al día siguiente—y parece ser que aquel otro David Wallace de más edad eratan sumiso y pasivo que ni siquiera se dio cuenta de que sehabía producido una cagada en los transportes del CRE, quesu rango y su valor merecían una recogida especial con sunombre en un letrero de cartón, o que por lo menos eltaxista le tenía que hacer un recibo para que le pudieranreembolsar el importe, y que además llegaba para un trasladopermanente y para un cambio completo de residencia con suvida entera (casi increíble) metida en una sola maleta delas que se llevan en la cabina del pasaje—, por la cualaquel David F. Wallace de mayor edad y de élite y mucho másvalorado se pasó casi dos días enteros de trabajo con suscopias fotocopiadas de los impresos 140 y con su maletamarrón barata primero en las colas de la oficina de Ingresos

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para funcionarios de rango GS-13 y luego en los mostradoresde Resolución de Problemas del vestíbulo del edificioprincipal del CRE, a continuación sentado en una esquina delvestíbulo y por fin en las oficinas de Seguridad situadasjunto al pasillo sudeste del Nivel 2[108], sentado allí consu cara neótona vacía de expresión y con el sombrero sobreel regazo, incapaz de proceder, dado que por supuesto en elsistema informático de la burocracia constaba que ya habíapasado por Ingresos y ya había recibido su documento deidentidad y su insignia del Centro 047; y en ese caso,¿dónde estaban su insignia y su documento de identidad?, noparaba de preguntarle un empleado a tiempo parcial deSeguridad, y se lo volvía a preguntar cada vez quecomprobaba el sistema, ¿y si no los había perdido, por quéno podía enseñárselos? Y un largo etcétera[109].

En el Centro Informático Nacional de la AgenciaTributaria situado en Martinsburg, Wirginia Occidental[110],el problema de la «conflación fantasmal» de los empleadoscon nombres idénticos ya se había reconocido en diciembre de1984 —gracias principalmente a un espantoso jaleo en el quehabían tomado parte dos mujeres distintas llamadas Mary A.Taylor en el Centro de Servicios de la Región Sudeste deAtlanta— y los programadores de la Rama Técnica ya estabanen pleno proceso de insertar una sub-subrutina BLOCK y RESETque cancelara la subrutina GO TO para los treinta y dosapellidos más comunes de Estados Unidos, a saber: Smith,Johnson, Williams, Brown, etcétera. Pero de acuerdo con lascifras del Censo Estadounidense de 1980[111], Wallacesolamente ocupaba el puesto 104 de la lista de apellidos máscomunes en América, en la parte baja de la lista entreSullivan y Cole; y cualquier cancelación del GO TO queaceptara más de treinta y dos apellidos corría un riesgo

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importante de volver a introducir el problema original de la«redundancia fantasmal». Resumiendo, que el nombre David F.Wallace caía en esa zona intermedia estadística donde elsubsiguiente problema de la «conflación fantasmal» resultadode la corrección original de problemas técnicos todavíapodía causar problemas y aflicciones significativos, sobretodo para cualquier empleado que fuera demasiado nuevo paraentender el porqué o el origen de aquellas acusaciones queiban desde fraude contractual hasta «suplantación deidentidad de un inmersivo», que era, esta última, unaacusación sin precedentes que es muy posible que simplementefuera inventada sin más por los sicarios de Dick Tate a finde desviar lo que en un momento dado temieron que se pudierainterpretar como negligencia o error administrativo porparte del Personal del CRE, un miedo que incluso el señorStecyk, el Subdirector de Personal, admitió que no era másque simple paranoia burocrática, después de que el DavidWallace «falso» (es decir, el autor)[112] fuera a verlo ymás o menos se tirara a sus pies suplicando piedad.

 

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39El funcionario de rango GS-9 Claude Sylvanshine, de

vuelta en el complejo de Sistemas de Martinsburg, como partede la preparación durante el mes de abril de su trabajo deavanzadilla en el CRE del Medio Oeste, fue dos veces al áreade descanso de entrada de datos y trató, bajo la supervisiónpor audio de Reynolds, de obtener ARI[113] de los mandamasesdel Centro 047, y sucedió que la primera de dichas sesionesde ARI dio frutos. Sylvanshine obtuvo series de datosinterpretables sobre el odio patológico que les tenía DeWittGlendenning Jr. a los mosquitos como resultado de suinfancia en Tidewater; sobre su intento fallido de entrar enel cuerpo de los Rangers del ejército en 1943; sobre suviolenta alergia al marisco, su creencia aparente en quetenía alguna malformación en los genitales y su altercadocon la temida División de Inspecciones Internas mientras eraDirector de Auditorías de Distrito en Cabin John, Maryland;obtuvo una dirección parcial de la casa y/o del despacho desu psiquiatra en una zona residencial de Joliet; averiguó elhecho de que se sabía de memoria los cumpleaños de hasta elúltimo miembro de la familia del Comisionado Regional delMedio Oeste, así como un montón de datos esotéricos sobreconstrucción y renovación de mobiliario doméstico y sobreherramientas eléctricas que lo llevó a tener una abruptaIED[114] en forma de datos asociados con el pulgar cercenadode cierto adulto varón. Esto llevó a ciertos elementos deSistemas a la conclusión de que el actual Director del CREdel Medio Oeste y lameculos Regional DeWitt «Dwitt»Glendenning había perdido o iba a perder pronto un pulgar enalguna clase de accidente de carpintería casero, así como a

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elaborar ciertos planes y expectativas alrededor de estehecho.

La verdad —que Claude Sylvanshine no conocería y nopodría conocer nunca, pese a las repetidas columnas decifras tanto sobre el aerodinamismo de la sangre arterialcomo sobre la velocidad a la que el filo de una sierra decinta de pie a 1.420 rpm podía atravesar las diversassecciones cónicas de una mano humana de cierta masa y ángulo— era que la relevancia factual del pulgar cercenado de unadulto se aplicaba en realidad a la vida y la psique deLeonard Stecyk, el Subdirector de Personal del Centro 047,que con fines puramente prácticos asumía no solamente supropio trabajo sino también una gran parte del de susuperior. El incidente del pulgar cercenado formaba partedel proceso de desarrollo psíquico que había transformado aL. M. Stecyk en uno de los administradores más brillantes ycapaces que tenía la Agencia en la Región, aunque ahora elincidente del pulgar se encontraba enterrado en lasprofundidades del inconsciente del señor Stecyk, y su vidaconsciente dominada por la oficina de Personal del CRE y porcuestiones relacionadas con las tormentas que se avecinabantanto en Sistemas como en Control.

El incidente en sí carece de relevancia inmediata y portanto se puede contar bastante por encima. Por razones queya se han perdido en las nieblas administrativas, poraquella época a los alumnos masculinos de décimo curso detodo el Medio Oeste septentrional se les exigía cursar ArtesIndustriales, lo cual proporcionaba a los alumnos deFormación Profesional una última oportunidad para acosar yatormentar a los chicos de preuniversitario de quienes (enMichigan) ya habían sido separados el año anterior. YLeonard Stecyk lo pasaba especialmente mal en la clase de

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Artes Industriales, que en otoño de 1969 impartía a tercerahora el señor Ingle en la escuela secundaria Charles E.Potter. No solamente porque con casi dieciséis años Stecykmidiera metro cincuenta y cinco y pesara cuarenta y ochokilos cuando estaba empapado, que era como acababa(empapado) cada vez que los chicos de su clase de educaciónfísica se le orinaban encima en la ducha después dederribarlo al suelo de azulejos, un ritual que ellosllamaban el Especial Stecyk; terminó siendo el único chavalde la historia entera de Grand Rapids que entraba en lasduchas de una escuela con paraguas. Tampoco era un simpleproblema derivado de las gafas protectoras aprobadas por laAdministración de Salud y Seguridad en el Trabajo que seponía para las clases, junto con un delantal especial decarpintero de fabricación casera que tenía en tipografíaPalmer cursiva la inscripción «ME LLAMO LEN Y LO MÍO ES LAMADERA». Ni tampoco se debía al hecho de que en la clase deAA. II. de tercera hora hubiera dos alumnos distintos queterminarían siendo delincuentes reincidentes convictos, unode los cuales ya había servido una suspensión de una semanapor calentar un lingote de hierro forjado al rojo vivo conun soplete de acetileno y luego esperar a que se le fueranlos últimos vestigios de color antes de pedirle en tonocasual a Stecyk que le trajera aquel lingote de allí queestaba junto a la sierra de cinta, deprisa. El verdaderoproblema era práctico: resultó que Leonard carecía detalento y de afinidad de ninguna clase para las ArtesIndustriales, ya fuera para las dinámicas básicas o para lasoldadura, para la construcción rudimentaria o para lacarpintería a medida. Cierto, los planos y las medidas delchaval eran, el señor Ingle lo admitió, excepcionalmente(casi afeminadamente, en su opinión) pulcros y precisos. Era

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para los proyectos en sí y para las operaciones con lamaquinaria para lo que Stecyk era terrible, tanto paracortar en ángulo, siguiendo una plantilla de guía trazada deantemano, como para lijar hasta dejar bien fina la base dela caja de puros especial de madera de pino que el señorIngle (que era aficionado a los puros) obligaba a todos loschavales a hacer para sus padres, y en cierta ocasiónsucedió que la forma al parecer floja o insuficientementemasculina que tenía Stecyk de agarrar la máquina de lijarcausó que esta lanzara la caja como una pieza de artilleríahasta el otro lado del aula de Artes Industriales, dondeexplotó a menos de tres metros de la cabeza del señor Ingle,que le dijo a Stecyk (a quien despreciaba sin culpa nireservas) que la única razón por la que no los mandaba a ély su delantalito a la clase de Gestión del Hogar con laschicas era que lo más seguro fuera que una vez allí acabaraquemando la puñetera escuela entera, ante lo cual algunos delos chicos de décimo curso más corpulentos y crueles (uno delos cuales sería expulsado al otoño siguiente por nosolamente traer un cepo para osos del servicio forestal alrecinto de la escuela, sino por llegar al extremo de abrirloy dejarlo listo —aquel cepo provisto de muelles y dientesafilados como dagas— delante de la puerta del despacho de lasubdirectora, donde hubo que desactivarlo usando el palo dela fregona de un empleado de la limpieza, provocando que secerrara de golpe con un ruido que hizo que los alumnos detodas las aulas del pasillo se tiraran al suelo y sepusieran a cubierto) llegaron al punto de señalardirectamente a Stecyk mientras se reían.

Por otro lado, es posible que el incidente del pulgarcercenado no cambiara tanto el carácter de Leonard Stecyk nile diera forma en tanta medida, sino que más bien alterara

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la perspectiva que él tenía del mismo (si es que teníaalguna), además de las percepciones que tenían los demás deél. Como saben la mayoría de los adultos, las distincionesentre el carácter y el valor esenciales de uno y laspercepciones que tienen los demás de ese carácter y esevalor son borrosas y cuestan de delimitar, sobre todo en laadolescencia. También hay que tener en cuenta que existetoda una serie de elementos de situación y contexto delincidente que Leonard Stecyk ya no recuerda, ni siquiera enforma de sueños ni de destellos periféricos. El incidentetuvo su origen en la tarea de cortar una lámina de madera demampostería en forma de listones o tiras a fin de componeralguna clase de refuerzo necesario para enmarcar y colocaruna puerta en una pared interior. La sierra de cinta estabainstalada en una mesa metálica ancha provista de indicadoresy tornillos de banco, calibrados para sujetar lo que estabascortando mientras empujabas la pieza con cuidado por lasuperficie lisa, a fin de que el corte de la cuchilla dealta velocidad de la sierra de cinta siguiera la línea alápiz que habías trazado después de medir por lo menos dosveces. Había, por supuesto, una serie de procedimientos deseguridad detallados que el señor Ingle tenía codificadostanto en las Normas del Taller mimeografiadas como en variosletreros escritos con plantilla y en mayúsculas y también enel cajón trasero de la sierra de cinta, procedimientos queLeonard Stecyk no solamente había memorizado, sino quetambién había intentado mejorar señalando solícitamentealgunos ejemplos de errores tipográficos o expresionesambiguas en sus escuetos imperativos, intentos que habíancausado que un costado de la cara enorme del señor Ingleempezara a experimentar respingos y a arrugarseinvoluntariamente, señal de que el hombre apenas si estaba

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consiguiendo controlar su mal humor. La realidad que habíadetrás de la plétora de letreros y de líneas cautelaresamarillas pintadas en el suelo del taller era que el señorIngle trabajaba bajo una gran presión y una frustración yuna rabia límites constantes, puesto que si alguien salíaherido la responsabilidad recaía en él, y sin embargo muchosde los chavales de sus clases eran o bien mariquitas«cerebritos» ineptos y afeminados como Stecyk o Moss o biendelincuentes melenudos con chaquetas militares que a vecesse presentaban en clase oliendo a marihuana y a schnapps dementa, y que encima se ponían a hacer el idiota con unequipo y unas normas cuya peligrosidad no tenían el sentidocomún para respetar, incluyendo cosas como quedarseplantados y mirando dentro de la línea amarilla claramentemarcada que había a un lado de la sierra de cinta y de sucuchilla descubierta, a pesar de las instrucciones que habíaclaramente pintadas tanto en la máquina como en el suelo queconminaban a «NO CRUZAR LA LÍNEA CUANDO LA MÁQUINA ESTÉENCENDIDA», puesto que lo único que hacía falta era unempujón descuidado o hasta el simple gesto de agitar uno delos brazos mientras te encontrabas de pie en la zona dellado prohibido; y mientras estaba haciéndoles ver esto a vozen grito por quizá quinta vez en lo que iba de trimestre, yaquella calamidad de chavales plantados junto a la líneaamarilla lo miraban hacer una mueca infantil exagerada, nose dio cuenta de que su mano derecha entraba en contacto conla cuchilla de la sierra de cinta, que con la rapidez que elseñor Ingle había prometido le cercenó el pulgar y todo elmaterial circundante desde la membrana interdigital hasta eltendón abductor largo del pulgar, abriendo también laarteria radial, lo cual causó una tremenda rociada de sangremientras el señor Ingle se llevaba aquella cosa roja hasta

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el pecho y se desplomaba de costado, gris por el shock y porlos reflejos paralíticos del trauma. Y así se quedarontambién todos los demás presentes en la clase: con la caragris y boquiabiertos, mirando desde la línea amarilla cómola sangre de la arteria radial y también de la primera volarmetacarpal salía disparada en forma de chorros rítmicos ysalpicaba algunos de los chaquetones caqui de los chicos másaltos y también el panel de controles del taladro industrialcontra el que ahora empezaron a chocar mientras se echabaninconscientemente hacia atrás. No se trataba del lentoensangrentamiento de un nudillo despellejado ni tampoco delhilo que te sale de la nariz cuando te dan un puñetazo. Setrataba de sangre arterial sometida a una enorme presiónsistólica, que salía a chorros y lo rociaba todo desde elsitio donde el maestro estaba de rodillas, apretándose lamano contra el pecho con la otra mano y mirando a la falangede chavales, articulando algo con los labios que nadie pudooír por culpa del chillido en la sostenido de la sierra decinta; y las caras de algunos de los chavales depreuniversitario también estaban distendidas en forma degritos que se veían pero no se oían, mientras que habíaotros al fondo del todo que se separaron del grupo dando unrodeo a las abrazaderas del taladro industrial y echaron acorrer hacia la puerta del aula con los brazos en alto yagitando las manos con ese movimiento universal del pánicociego, y el resto permanecían desplegados con la espaldapegada a su compañero o máquina más cercana, con los ojoscomo platos y las mentes sumidas en un estado neutralprofundo.

... Todos salvo el pequeño Leonard Stecyk, que después deuna pausa neural mínima se adelantó, deprisa y con decisión,salió por el flanco del grupo y dio un puñetazo al botón de

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apagado doblemente marcado de la sierra de cinta con la basede la mano vendada mientras salía corriendo de detrás de lamáquina, sin mirar ni a un lado ni a otro, con su delantal ysu camisa planchada, apartando de un codazo a un chavalcorpulento que llevaba una cinta para el pelo de cachemir yque estaba plantado con las suelas de las Ked sumergidas ensangre humana —un chaval que solamente hacía unos días quehabía amenazado a Stecyk con un par de tenazas de herrerodetrás del tablero donde colgaban las herramientas del torno—, para materializarse al instante al lado del señor Ingle,poniendo en práctica la primera regla del tratamiento sobreel terreno de los traumas hemorrágicos, que era ponersimultáneamente la herida en alto e identificar la gravedaddel trauma usando la Escala Ames del uno al cinco procedentedel libro de 1962 Primeros auxilios para heridas industriales de CherryAmes, Enfermera Cert., que Stecyk había sacado de labiblioteca pública como parte de su preparación estándarpara las clases de otoño de 1969. Stecyk se limitó alevantar la mano tanto como pudo, hasta poder verla decerca, mientras el señor Ingle permanecía de rodillas,encorvado y con los hombros caídos por detrás de la misma.No se puede insistir demasiado en lo deprisa que estabapasando todo aquello. El pulgar y los tejidos basalescircundantes no estaban completamente desprendidos, sino quependían de un colgajo de dermis de tal manera que el pulgardel señor Ingle señalaba hacia abajo como si estuvieraparodiando los juicios imperiales de la Antigüedad, yentretanto Stecyk, sin hacer caso ni de la sangre ni de losagudos diminutivos de «Madre» que empezaban a hacerseaudibles mientras la sierra de cinta bajaba de revoluciones,se sacó con una mano primero el cinturón de los pantalonesde tela y luego la regla especial de conversión métrica que

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llevaba en un bolsillito especial del delantal de carpinteroque el señor Ingle había ridiculizado, y, después de repasarmentalmente los protocolos y determinar, siguiendo a CherryAmes, que la presión digital alrededor de la muñeca no iba abastar por sí sola para controlar la hemorragia, fabricó unhábil torniquete de dos nudos (con una minúscula florituraeduardiana en el lazo cuádruple de la parte superior, locual resultaba todavía más asombroso dado que Stecyk habíaarmado el nudo especial con unas manos rojas y resbaladizasque además estaban aguantando el peso de un hombre mediodesmayado) que atajó el flujo con una sola vuelta y media dela regla, tal era la precisión memorizada con que Stecykhabía colocado el torniquete en la bifurcación crucial entrelas arterias lunar y radial del antebrazo. En el silencioretumbante que se hizo después de que se detuviera lacuchilla de la sierra se oyeron entonces los ruidos del gatoneumático que había en el aula contigua de Introducción a laMecánica de Automóviles. Fue también, al cesar el chorro desangre, cuando el señor Ingle perdió el conocimiento, demanera que la última imagen que vieron algunos de loschavales más altos de los flancos fue la de Stecyksosteniendo la parte de atrás del cráneo del señor Ingle,como si este fuera una criatura, y bajándolo cuidadosamentecon una mano —el cráneo de aquel hombretón— hasta el suelo,mientras con la otra aguantaba el torniquete para que no semoviera de la muñeca en alto, y había algo al mismo tiempocoreografiado y maternal y sin embargo nada afeminado enaquella escena, algo que siguió reverberando en las almas dealgunos de ellos de una forma extraña durante los díasposteriores e incluso durante las semanas posteriores almomento en que los profesores de Mecánica de Automóviles yde Reparación de Aparatos los apartaron a empujones y les

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dijeron que se dispersaran y que le dieran un poco deespacio a aquel pobre hombre, unos profesores que también semostraron enérgicos y llenos de decisión adulta, pero que nointentaron apartar de allí a Len ni tampoco pedirle a laayudante de Gestión del Hogar que se lo llevara con losdemás chicos, siguiendo sus pisadas rojas, sino que sequedaron ejerciendo de subalternos a ambos lados del brazoen alto del hombre y de su pulgar colgante, esperando a queel chico les dijera si tenían que aguardar a la ambulancia obien intentar subir al señor Ingle en uno de sus cochesbaratos pero impecablemente tuneados y llevarlo a todapastilla al Calvin, hablando con Stecyk como si fuera másque un igual y recibiendo unas respuestas donde no había nirastro de deferencia ni de duda.

Los alumnos de Formación Profesional no suelen ser muysensibles ni emocionalmente ágiles, y sería demasiado decirque después de aquel día «todo cambió» en ArtesIndustriales. No es que Leonard Stecyk se volviera popular,ni que los tipos duros de la clase empezaran a invitarlo aque saliera con ellos las noches de entre semana paraperpetrar actos de vandalismo ni abusar de las drogasblandas. Unos cuantos de ellos, sin embargo, se habíanquedado sorprendidos —no tan avergonzados como agitados— porsu propia parálisis ante una situación traumática y por laactuación de aquel mariconcillo pernicioso. Era raro.Aquellos eran chicos duros: se peleaban a menudo y recibíanpalizas de sus padrastros y sus hermanos mayores. Para losmás listos de entre ellos, su idea de lo que era ser un tipoduro, de la relación entre tener una actitud que molaba y elvalor verdadero, acababa de recibir un duro revés. Suscrónicas del incidente eran confusas y variaban de un chavala otro. Más de uno aludía a Lost in Space, que era una serie

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popular por entonces. El principal cambio en la vida delfuturo Subdirector de Personal fue que la mayoría de losEspeciales Stecyk, puñetazos repentinos en el pasillopropinados en el nervio radial de la parte superior delbrazo y demás pequeños actos de crueldad cotidiana cesaron,principalmente porque a los tipos duros de la clase lesentraba una extraña incomodidad cada vez que veían a Stecyko incluso cada vez que pensaban en él, y la crueldadverdadera —tal como sabe todo adolescente— requiere prestarmucha atención al objeto de esa crueldad. Los actos quellevó a cabo Stecyk aquel día no lo hicieron más especialsino menos; los tipos duros dejaron de verlo o dedestacarlo. Fue extraño, y todavía lo fue más lo deprisa queStecyk se olvidó de todo el episodio, incluso después de queel señor Ingle regresara a la C. E. Potter después de Acciónde Gracias para asumir su nuevo cargo como instructor deconducción con su mano derecha mutilada metida en unaespecie de guante o vaina protectora de poliuretano negro,lo cual le valió entre los estudiantes el apodo de «DoctorNo» durante todo el principio de la década de 1970. Todo elmundo parecía tener incentivos para olvidarse de losucedido. Un tipo duro de Formación Profesional que veintemeses más tarde serviría en la región de Plaine des Joncs,Indochina, fue el único que en cierta ocasión se acordó deforma consciente y clara de lo sucedido aquel día con Stecyky el pulgar de Ingle, y esa ocasión tuvo lugar cuando unrecluta gordo que a punto había estado de no pasar lainstrucción básica y había sido víctima de un manteo brutalcogió a un pelotón que acababa de perder a su cabo yreagrupó a sus integrantes y los condujo por entre dospelotones distintos del ejército norvietnamita parareunirlos con el resto de la compañía; se limitó a ponerse

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de pie y decirles que les quitaran la munición a los muertosy que procedieran a desfilar por el otro lado del lecho delarroyo, y todo el mundo le obedeció —sin pensarlo, porrazones que más tarde no pudieron explicar ni admitir—, yfue entonces cuando el tipo duro de la clase se acordó deStecyk, con su delantalito y su pajarita de cachemir (estaúltima era una distorsión del recuerdo), y del hecho,nuevamente, de que lo que por entonces habían pensado queera el ancho mundo no era más que el sueño de un niñovanidoso.

 

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40A Cusk lo llevaron al despacho de la psiquiatra y lo

dejaron allí contando las cajas de Kleenex que había en uncuartito lleno de gruesos tomos y diplomas. La sexta estabasobre el pequeño escritorio del rincón que la psiquiatrausaba para hacer las recetas. Al despacho le faltaba esepequeño fregadero que tenían algunos médicos: él se habíapasado días enteros armándose de valor para afrontar elfregadero. Cuando lo llamaron por su nombre, Cusk leestrechó la mano a la psiquiatra y se sentó en una sillaacolchada que ella le indicó con la otra mano. La psiquiatrase subió un poco los pantalones tirando de las rodillas y sesentó delante de Cusk, al otro lado de una mesilla de caféde cristal sobre la cual había dos cajas de Kleenex. Ellatenía la mano grande, cálida y suave. Su silla era del mismomodelo que la de Cusk —un nivel de comodidad o tal vez dospor debajo de una poltrona—, y sin embargo parecía, a menosque él se lo estuviera imaginando, ser un poco más alta quela de él.

—... a las arañas, a los perros, al correo... —estabaenumerando Cusk. La psiquiatra escuchaba con atención,asintiendo con la cabeza, pero sin tomar notas, lo cual eraun alivio para Cusk—. Miedo a los cuadernos de espiral, deesos que tienen una espiral como de alambre en el lomo;miedo a las estilográficas, pero no a los bolígrafos ni alos rotuladores, salvo si son esos bolígrafos caros quetienen pinta de durar mucho, los Cross, los Montblanc, deesos que parecen de oro, pero no a los bolis de plástico nia los desechables.

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Cuando se le acabaron las cajas de Kleenex que contar,Cusk se puso a repetir mentalmente «grande, cálida y suave,grande, cálida y suave» una y otra vez, un mantra reflexivoque discurría justo por debajo del nivel del pensamiento.

—Miedo a los discos. Miedo a los desagües. Miedo a todolo que sean movimientos espirales en los líquidos, engeneral.

Las cejas de la psiquiatra eran extraordinariamente finasy ralas, y cuando las enarcaba quería decir que se estabaperdiendo...

—Remolinos, corrientes en espiral, bañeras que desaguan —dijo Cusk a modo de ilustración. Tenía una fina capa desudor encima del labio, pero por el tacto sabía que sufrente seguía seca, impertérrita—. El agitar con mucho bríouna bebida. Los retretes cuando tiras de la cadena.

 

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41—¿Has mandado a Cardwell a recogerlo?—¿Y qué problema hay?—Que está loco, Charlie, ese es el problema.—Es buen conductor. Es de fiar.—Se pondrá a despotricarle al tipo hasta que lleguen y el

tipo se pensará que este es un centro de chifladosevangelistas. Estamos hablando del ayudante de Lehrl,Charlie, por Dios.

 

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42Había largos silencios entre periodos de atención.—Hostia, tengo una historia que contaros. Pasó hace

tiempo, sin embargo, cuando yo estaba estudiando en SaintLouis y nos convertimos en la Patrulla de Rescate.

—Venga, pues.—No lo vais a pillar todo. Hay que haber estado vivo a

finales de los sesenta.—¿Y no estábamos vivos?—No quiero decir jugando con los deditos de los pies ni

estrujándoos los poros de la nariz. Quiero decir maduros,conscientes. Culturalmente, quiero decir.

—Quieres decir contraculturalmente.—Podría decir que me comierais todos el nabo, Gaines.

Pero no lo digo. Lo que digo es que esa naturalezainconfundible tiene algo que mola, y si te digo que esanaturaleza es muy Beatles, no lo vas a pillar.

—Hay que haber estado allí.—Estás diciendo que no es lo mismo que tener discos de

los Beatles en casa. Que hay que haber estado allí, cuandoestaba sucediendo.

—Enrollado. Ser enrollado.—Eso mismo. Nadie decía «enrollado» por entonces. La

gente que decía enrollado o te llamaba tronco no estaban másque interpretando una fantasía que habían visto en losinformes de la CBS. Estoy diciendo que si te hablo debañarse en Baxter’s o de Owsley o menciono el único vestidoque llevaba siempre Janis vosotros pensaréis en términos de

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datos. Despojados de los sentimientos que los acompañaban; yesto era un sentimiento. Es imposible de describir.

—Salvo diciendo que algo es muy Beatles.—Y hay una parte que ni siquiera son datos. ¿Qué pasa si

hablo de Lord Buckley? Y si hablo de la torre de Texas o deSin Killer Griffin grabado en la cárcel o de cuando Jacksonsalió en el Today Show y se sentó delante de aquel chimpancéllamado J. Fred con una camisa que todavía tenía sangre ysesos de Martin y nadie dijo nada pese a que Today lo hacenen Nueva York, lo cual quiere decir que el puto Jacksonhabía venido en avión desde Memphis con aquella camisapuesta para poder salir por la tele con sangre en la ropa...¿sentís algo si hablo de eso? ¿O de Bonanza y de Soy curiosaparéntesis amarillo? ¿De J. Fred Muggs? Joder, de El fugitivo...Si os hablo del hombre con un solo brazo, ¿qué estadointerior os provoca?

—¿Hablas de nostalgia?—Hablo de hidrocloruro de metanfetamina. Digo December’s

Children o Los vagabundos del Dharma o Big Daddy Cole en el Houseof Blues de Dearborn o pelo al rape y gafas de pasta, ohasta pienso solamente en vaqueros Levi’s con los bajosremangados que enseñan ocho centímetros de algodón blancopor encima de unos mocasines y me viene a la boca el sabordel hidrocloruro de la época de la Washington University,cuando nos convertimos en la Patrulla de Rescate. Qué rarose me hace el tener todo esto dentro y que para vosotros nosean más que palabras.

—Nosotros también tenemos nuestros hitos culturales ynuestras catexis y cosas que nos hacen sentir nostalgia.

—No es nostalgia. Es toda una serie de referencias quevosotros ni siquiera sabéis que no tenéis. Supongamos que

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digo peritas en dulce... no sentís nada. Joder, las peritasen dulce.

—¿No era el ácido?—¿Perdona?—¿Por qué la metanfetamina y no el ácido? El LSD...

¿Acaso las drogas que definieron aquella época no fueron lamaría y el LSD?

—A eso mismo me refiero. A vuestro campo no llega ningunode los matices y las complejidades. El ácido estaba en laCosta Oeste y en una pequeña célula alrededor de Boston. Elácido ni siquiera había llegado a Greenwich Village hasta lode Kesey y Leary al norte del estado en el 67. Y para el 67los años sesenta ya se habían acabado. En el Medio Oeste loque había era metanfetamina y drogas alucinógenas de diseño.Teníamos una especie de grupito de enterados en laWashington University formado por gente del Dogtown; unarazón por la que estoy aquí y no en la empresa privada esque no creo que ni uno de nosotros abriera un libro en dosaños, y luego tuve que largarme por culpa de la Patrulla deRescate y de un tipo mayor que se llamaba, perversamente,McCool, que quería estar con nosotros y siempre nos rondaba,pero era todo menos cool, era lo que diríamos un muerto dehambre, pero esa expresión para vosotros no significa nada.McCool era representante de distrito de la Welch Lambeth.Supongo que la Welch Lambeth sí forma parte de vuestroíndice cultural.

—Una empresa química. Ahora forma parte de Lilly.University City, Missouri, muy diversificada, disolventesquímicos y sobre todo industriales, suministros médicos,adhesivos, polímeros y moldes para chasis.

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—Y por aquella época los suministros médicos incluíancosas que se traía a veces del trabajo; una noche estábamostodos diciendo chorradas en nuestra mesa de siempre en elJaegerschnitzel, una taberna a la que iba la gente máscontracultural y antisistema de la WU, pero para nada losmodernos ni los enrollados, y entró McCool, que tenía almade ladrón, trayendo una caja hermética de media libra quehabía sacado de alguna sala de muestras, y nos dijo: «Sé quea algunos de vosotros os gusta esto, o sea que cuando lo hevisto me he dicho: anda la hostia, esto lo tengo que liberarpara los chavales y tal». Muerto de hambre pero descarado, aaquel estilo de la era Eisenhower. Tenía treinta y tantosaños y ya estaba calvo y lleno de un ansia nerviosa de seraceptado; a saber lo que le debió de pasar de niño. Eltípico tío que viene a tu fiesta y lo emborrachas lobastante como para que a las nueve ya haya perdido elconocimiento y lo metes en la furgoneta de la Patrulla deRescate y le quitas toda la ropa salvo los zapatos y loscalcetines y lo dejas apoyado en el banco de una parada deautobús de East Saint Louis y él no solamente se las apañapara sobrevivir sino que a la noche siguiente aparece otravez en el Jaegerschnitzel dándote un puñetazo en el hombro ydiciendo «Qué coñones sois», como si le acabaras deincendiar los cordones de los zapatos con el mechero, de tandesesperado que está por formar parte de la pandilla.

—Mis hermanos me enseñaron que la desesperación es elprincipal, digamos, obstáculo para ser aceptado en unapandilla. Lo aprendí por las malas, os lo aseguro. Una vez,como de niño a mí me daba miedo el agua, me dejaron ir conellos de acampada y mi hermano me dijo que aquella era migran oportunidad para hacerme de la pandilla, pero resultó

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que no se iban de acampada sino de pesca, y cuando intentésubirme al bote, resultó que ellos...

—Y nosotros fuimos y dijimos «Pues vale», pero entoncesEddie Boyce abrió la caja y dentro había unos tubos largosde cartón corrugado, y dentro de cada tubo había un tubitode ensayo de unos ocho centímetros con tapón doble llenode... hidrocloruro farmacéutico de metanfetamina, con tresgramos y pico en cada tubo. Y allí estábamos todos sentadosy mirándonos y a Boyce se le habían subido las cejas hastala coronilla. McCool intentó hacerse el despreocupadodiciendo «¿Qué? ¿Qué os parece?». ¿Y sabéis lo que aquelloquería decir? Que en aquella caja había 224 gramos demetanfetamina pura farmacéutica. ¿Sabéis el efecto que hastala metanfetamina de mierda adulterada en un laboratoriocasero puede tener en el sistema nervioso de un chaval deveinte años?

—Yo la habría vendido y habría usado los beneficios parainvertir en plata y luego habría ido a mis profesores y leshabría tirado de las barbas y les habría dicho que ahorapodía comprarlos y venderlos si me daba la gana, y que sechuparan aquello si querían.

—No vendimos lo bastante, os lo aseguro. Pero lo quecolocamos sembró el caos. Las clases eran un zoo. Los mismoschicos con granos que antes se sentaban en la última fila ynunca decían ni pío ahora se dedicaban a agarrar a susprofesores por las solapas y a citar la teoría de laplusvalía con voz de interrogadores de las SS; auténticospilares de la Asociación Newman ahora se dedicaban a copularlánguidamente en las escaleras de la biblioteca; laenfermería estaba asediada por estudiantes de filosofíasuplicando que alguien les apagara la cabeza; toda ladefensa del equipo de fútbol americano de la Washington

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University fue encarcelada por asaltar al repartidor delagua del equipo de la Kansas State. Las mismas alumnas cuyoshímenes antes se podían usar como puertas de cámarasacorazadas ahora estaban haciéndolo en la maleza de al ladode la Lambda Pi. La mayor parte de los dos meses siguienteslos pasamos haciendo de Rescatadores, en la furgoneta,contestando llamadas de emergencia de chicos que habíancomprado una décima de gramo de aquello y ahora tenían a susnovias colgadas del techo por las uñas, haciendo rechinarsus dientes blancos y perfectos hasta dejárselos en purasencías. ¡Patrulla de Rescate!

»Nos pasamos una semana seguida despiertos, todos hastalas cejas de metanfetamina y sin bajar nunca del colocón,porque bajar de la metanfetamina es como pasar una gripeterrible mientras estás en el infierno, y a Boyce le habíansalido marcas permanentes en las manos de lo fuerte queagarraba el volante de la furgoneta, y todos teníamos unosojos que parecían de esos que venden en las tiendas deartículos de broma, y lo más cerca que estábamos de comereran los estremecimientos de asco que nos venían cada vezque veíamos el letrero de un restaurante de camino a lasdocenas de llamadas a la Patrulla de Rescate que recibíamosliteralmente cada noche, y que acababan con nosotrosaporreando las puertas y examinando los ascensores ysubiendo los escalones de cinco en cinco mientras cantábamosnuestro himno de la Patrulla de Rescate En Acción.

—¿De dónde viene eso de la Patrulla de Rescate, Todd, sino te...?

—Porque muy pronto, a medida que la potencia y la purezade aquello empezaba a ramificarse por todo el Dogtown, lecomunicamos a McCool que hacía falta alguna clase de remedioprocedente de las oficinas de la Welch Lambeth.

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—¿Qué aplicación médica puede tener la metanfetamina?¿Para la obesidad? ¿Para investigar la falta de sueño?¿Experimentos con psicosis controladas?

—Y dos o tres días más tarde, justo cuando estábamostodos llegando al límite de la resistencia y se nos veíanlas costillas y la piel de alrededor de los ojos ya nosestaba cogiendo aspecto de hamburguesa, hubo un accidenteterrible que pasó cuando yo me quedé solo y decidí quevenga, que iba a quitar el freno de mano y meterme casi unoctavo de gramo sin cortar, y a continuación entré en unestado mental muy, muy extraño, a un paso mismo de laparanoia clínica, y me sonó el timbre de casa y abrí lapuerta dejando la cadenilla cerrada y lo único que vi fue unsombrero con flores de plástico en el ala, y resultó ser unaancianita minúscula e inocente de la Welcome Wagon, quevenía a darnos la bienvenida al vecindario a los ocupantesde aquella maltrecha casa de alquiler trayendo una cestitade galletas y productos higiénicos, y la ancianita se mequedó mirando, pero con unas extrañas espirales diminutas ehipnóticas en los ojos, una roja y la otra verde, y una caraque parecía un pequeño cacahuete y que era tan convexamenteprotuberante como la de un cocodrilo, y de pronto se echóhacia atrás y se me volvió a acercar de golpe, y os ahorrarélos detalles de cómo reaccioné, y os contaré nada más queaquel incidente provocó directamente que yo tuviera quedejar los estudios y mudarme a Colorado al cabo de menos dedos meses, que es de donde me viene mi apodo en la Agenciade Colorado Todd.

 

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43El martes por la mañana yo tenía una cita con el otorrino

y fiché a las 10.05. El complejo estaba todavía más apagadoque de costumbre. La gente hablaba en voz baja y daba lasensación de que caminaban un poco con los hombros pordelante. Unas cuantas de las mujeres que se sabía quereaccionaban a cualquier clase de trastorno poniéndosepálidas estaban pálidas. Las actividades de todo el mundotenían cierto aire de ir y venir a cámara lenta, como sitodos estuvieran reaccionando a algo pero al mismo tiempofueran conscientes del hecho de estar reaccionando y de quetodos los demás estaban reaccionando también. A mí se mehabían acabado las aspirinas. Por alguna razón no me atrevía preguntarle a nadie qué había pasado. Odio ser esa personaque nunca sabe lo que está pasando y se lo tiene quepreguntar a alguien; siempre parece que todos estánenterados menos uno. Es claramente una marca de estatus bajoy yo me resistía a ello. No fue hasta pasadas las oncecuando oí hablar a Trudi Keener, Jane-Ann Heape y HomerCampbell en la sala de la UNIVAC, mientras cotejaban pilasde comprobantes atrasados de estimaciones.

Había tenido lugar una explosión en otra Región. O bienen Muskegon o en Holland, los dos anexos de la décima. Uncoche o una camioneta había aparcado directamente delante dela oficina de Distrito y un rato más tarde había explotado.Trudi Keener citó a George Molesworthy diciendo que secomentaba que en Michigan el Posse Comitatus eranotoriamente extremista y activo. Aquello quería decir queera un ataque terrorista contra un Centro de la Agencia, locual bastaba para poner los pelos de punta en cualquier

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región agrícola deprimida. Yo me quedé en la sala fingiendoque comprobaba algo en el catálogo de expedientes durantetodo el tiempo que pude sin que Jane-Ann Heape se dieracuenta de que estaba escuchando a hurtadillas y dedujera queyo era de esas personas que no se enteraban de lo que pasabay recalibrara su idea de mí en consecuencia. Hoy llevaba elpelo recogido y peinado en forma de un complejo conjunto derizos y ondas que se veían más oscuros bajo el fluorescentede espectro azul de la sala de la UNIVAC. Llevaba puesta unablusa de color azul acetato claro y una falda de cuadros tanoscuros y carentes de contraste que costaba identificarlacomo tela de cuadros. No salió a la luz ninguna informaciónsobre víctimas, pero sí me enteré de que dos o tres de losempleados de Sistemas de Apoyo de Coordinación de Auditoríasdel 047 habían sido destinados a Michigan al principio desus carreras. Yo no tenía ninguna relación con Sistemas deApoyo de Coordinación de Auditorías y no reconocí losnombres de aquella gente.

Cuando me llegó la pausa, la salita del café tenía unolor rancio, lo cual quería decir que la señora Oooley nohabía limpiado los cazos y los filtros antes de marcharse lanoche anterior. El lugar, sin embargo, era una mina de oroen términos de personal. El señor Glendenning y GeneRosebury estaban bebiendo café con sus tazones de cortesíade la Agencia (solamente para los empleados de rango GS-13 ysuperior) y Meredith Rand se estaba comiendo un yogur de lanevera de los GS-9 con tenedor de plástico (lo cual queríadecir que Ellen Bactrim se estaba volviendo a quedar contodas las cucharillas). Esos tres estaban teniendo laconversación y Gary Yeagle y James Rumps y otros variospermanecían a un lado, escuchando. Yo me metí en medio y

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fingí primero que examinaba las máquinas de venta automáticay luego que contaba las monedas que llevaba en la mano.

—Esto no es terrorismo. Esto es gente que no quiere pagarimpuestos —dijo Gene Rosebury.

Tenía unos cuantos restos tenues y rosados de su habitualbigote de antiácido Mylanta. Lo de «esto» indicaba que hastaaquel momento se había intercambiado una buena cantidad dedatos contextuales y de información conversacional.

—Si yo estoy aterrada, ¿eso no lo convierte enterrorismo? —dijo Meredith Rand.

Se limpió una pizca de yogur de la comisura de la bocacon el meñique. Pareció significativo que nadie se riera, nisiquiera los GS-9. La de Rand era la clase de agudeza ligeraque no pretendía tanto ser graciosa como darles a lospresentes la oportunidad de reírse y disipar de ese modo latensión. Nadie aprovechó esa oportunidad. Aquello parecíasignificativo. El señor Glendenning llevaba un traje decolor habano y una pajarita con adorno de turquesa en elnudo. El Director del CRE era un hombre acostumbrado a serel centro de atención en cualquier sala en la que seencontrara, aunque en su caso esto no se manifestaba enforma de exhibicionismo sino de un aire de serenidad. Yo noconocía a nadie en el Centro que no sintiera simpatía oadmiración por DeWitt Glendenning. Para entonces yo yallevaba bastante tiempo en la Agencia para entender queaquella era una cualidad que tenían los buenosadministradores, el hecho de caer bien. No actuar de maneraque cayeran bien, sino ser de esa manera. Nadie tenía nuncala sensación de que el señor Glendenning estuviera actuando,tal como hacen los administradores con menos talento, aunquesea actuando para sí mismos, por ejemplo actuando como

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tiranos porque en algún lugar de su interior tienen unaimagen de que un buen administrador es un tipo duro y portanto ellos intentan contorsionar sus personalidades parahacerlas encajar en esa imagen. O bien esos otros tiposafables del estilo «mi puerta siempre está abierta» quecreen que un buen administrador tiene que ser amigo de todosy por esa razón se muestran muy abiertos y amigables auncuando las responsabilidades de su cargo requieren queimpongan disciplina entre la gente o que recortenpresupuestos o que rechacen peticiones o que reasignen agente a Examen o que hagan toda una serie de cosas que noson para nada amigables. Este tipo de administrador se poníaa sí mismo en una posición terrible, porque cada vez quetenía que hacer algo por el bien de la Agencia que fuera adoler o a cabrear a algún empleado, esa acción acarreaba lacarga emocional adicional que sufre un amigo cuando jode aotro amigo, y a menudo el administrador se sentía tanincómodo por aquello y por sus lealtades divididas que parapoder hacerlo tenía que enfadarse personalmente —o bienhacerse el enfadado— con el empleado, lo cual provocaba queel asunto se volviera personal de una forma inapropiada y sesumaba al dolor y al resentimiento del empleado jodido, ycon el paso del tiempo esto socavaba por completo laautoridad del administrador, y muy pronto todo el mundo loconsideraba un falso y alguien que te apuñalaba por laespalda, que fingía ser amigo y colega tuyo pero que enrealidad estaba dispuesto a joderte siempre que leapeteciera. Resulta interesante que estos dos estilos deadministrador falso —el tirano y el falso amigo— seantambién los dos estereotipos principales que usan los librosy las series de televisión y las viñetas cómicas parapresentar a los administradores. Uno sospecha, de hecho, que

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la imagen mental que erige dentro de sí mismo eladministrador inseguro se basa en parte en estosestereotipos de la cultura popular.

El señor Glendenning no parecía tanto subvertir losestereotipos como trascenderlos. Su serenidad le permitíaser y actuar exactamente tal como era. Y era un hombretaciturno y ligeramente inaccesible que se tomaba su trabajomuy en serio y que exigía a sus subordinados que hicieran lomismo, pero también se los tomaba en serio, y les escuchaba,y los consideraba seres humanos y partes de un mecanismomayor cuyo funcionamiento eficiente era responsabilidad deél. Es decir, que si tenías una sugerencia o unapreocupación y decidías que merecía su atención, su puertaestaba abierta (es decir, podías concertar una cita a travésde Caroline Oooley), y él prestaba atención a lo que decías,pero la manera en que luego actuaba en base a lo que ledijeras dependía de la reflexión, de los datos procedentesde otras fuentes y de consideraciones más amplias que él seveía requerido a contrastar. En otras palabras, el señorGlendenning podía escucharte porque no sufría esa creenciainsegura de que escucharte y tomarte en serio era algo quelo vinculaba de ninguna manera, mientras que alguien esclavode la imagen del tirano te trataría como a un ser indigno desu atención, y alguien esclavo de la imagen del colegasentiría que o bien estaba obligado a aceptar tu sugerenciapara evitar ofenderte o bien tenía que darte una explicaciónexhaustiva de por qué tu sugerencia no se podía implantar otal vez incluso entrar en alguna clase de debate sobre lamisma, a fin de evitar ofenderte o quebrantar la idea de queél era de esos administradores que nunca tratarían lasugerencia de un subordinado como algo indigno de serconsiderado en serio; o bien tendría que enfadarse a fin de

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anestesiar su incomodidad por no aceptar de buen grado lasugerencia que le había hecho alguien que él se sentíaobligado a ver como un amigo y como un igual en todos lossentidos.

El señor Glendenning también era un hombre con estilo,uno de esos hombres a quienes la ropa les sigue quedandobien aunque hayan estado conduciendo o sentados a su mesacon esa ropa puesta. Toda su ropa tenía una especie de caídaholgada pero simétrica que yo asociaba con la ropa europea.Cuando bebía café siempre se metía una mano en el bolsilloholgado del pantalón y se apoyaba en el borde de laencimera. Aquella era, en mi opinión, su postura másaccesible. Tenía la cara morena y rubicunda incluso a la luzde los fluorescentes. Yo sabía que una de sus hijas era unagimnasta de reputación nacional, y a veces él llevaba unalfiler de corbata o un broche o algo que parecía consistiren dos barras horizontales y una figura de platino dobladade forma compleja sobre ambas. A veces yo me imaginaba queentraba en la salita del café y me encontraba con el señorGlendenning a solas, apoyado en la encimera, contemplando elcafé de su tazón y teniendo profundos pensamientosadministrativos. En mi fantasía se lo veía cansado, nodemacrado pero sí agobiado, lastrado por lasresponsabilidades de su cargo. Yo entraba y me hacía un caféy me acercaba a él, él me llamaba Dave y yo lo llamabaDeWitt o incluso D. G., que se rumoreaba que era su apodoentre los demás Directores de Distrito y ComisionadosAdjuntos Regionales —corría el rumor de que el señor G. ibapara Comisionado Regional—, y yo le preguntaba cómo le iba yél me confiaba algún dilema administrativo que lo teníapillado, como por ejemplo el hecho de que la constantereconfiguración de los espacios personales y de los pasillos

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que los separaban que siempre estaba haciendo el tipo deSistemas, Lehrl, era un verdadero coñazo y una pérdida detiempo, y que si de él dependiera agarraría de una vez portodas a aquel capullín pomposo por el pescuezo, lo meteríaen una caja con un par de agujeros para respirar y lomandaría por FedEx de vuelta a Martinsburg, el problema eraque Merrill Lehrl era un protegido y un favorito delComisionado Adjunto de Servicio al Contribuyente yDeclaraciones del Triple Seis, cuyo otro gran protegido erael Comisionado Regional de Examen de la Región del MedioOeste, que era esencialmente, aunque no formalmente, elsuperior inmediato de Glendenning en términos de Funcionesde Examen Corporativo del Centro 047, y que era la clase deadministrador desastroso que creía en las alianzas y en lospadrinos y en el politiqueo, y que podía rechazar lapetición por parte del 047 de un medio turno adicional deexaminadores con rango GS-9 usando una serie de pretextosque sobre el papel parecerían razonables, y que solamenteD.G. y el Comisionado Regional de Examen sabrían que sedebían a lo de Merrill Lehrl, y DeWitt sentía que les debíaa los atribulados examinadores unos cuantos refuerzos ydarles un poco de descanso del Calendario de Presentación deDeclaraciones, que era algo que dos estudios distintosindicaban que se podía conseguir mejor por medio de losrefuerzos y la expansión que por medio de la motivación y lareconfiguración (un análisis con el que Merrill Lehrl noestaba de acuerdo, señaló D.G. en tono fatigado). En lafantasía, tanto D.G. como yo teníamos las cabezas un pocogachas, y hablábamos en voz baja, pese al hecho de estarsolos en la salita de café, que olía bien y tenía latas decafé Melitta extrafino en vez de las latas blancas conletras caqui de Jewel, y era entonces, encajando

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perfectamente en el contexto del problema de losexaminadores atribulados y distraídos, cuando yo le daba aD. G. la idea de aquellos nuevos escáneres para documentosde Hewlett-Packard y de que se les podía reconfigurar elsoftware para escanear tanto las declaraciones como lastablas y a continuación aplicar el código del Programa deMedición del Cumplimiento del Contribuyente para marcarciertos artículos, de manera que los examinadores solamentetuvieran que comprobar y verificar los artículos marcados enlugar de repasar línea tras línea de contenido válido eirrelevante a fin de llegar a los artículos importantes.D.G. me escuchaba con atención y con respeto y eransolamente su sensatez y su profesionalidad administrativalas que le impedían expresar allí mismo la enorme agudeza ypotencial de mi sugerencia, y su gratitud por el hecho deque un examinador de rango GS-9 saliera de la nada y leproporcionara una solución lateral e imaginativa que iba aaliviar la situación de los examinadores y al mismo tiempodar libertad a D.G. para poner al odioso Merrill Lehrl depatitas en la calle.

 

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44Lo aprendí con solamente veintiún o veintidós años, en el

Centro Regional de Examen de la Agencia Tributaria dePeoria, donde me pasé dos veranos trabajando como chico delcarrito. Y aquello, de acuerdo con los tipos que meconsideraron apto para hacer carrera en la Agencia, me pusopor encima de la media, el hecho de entender aquella verdada una edad en que la mayoría de gente solamente estáempezando a sospechar los principios básicos de la vidaadulta: el hecho de que la vida no te debe nada; de que elsufrimiento adopta muchas formas; de que nadie te cuidarájamás como lo hacía tu madre; de que el corazón humano estáchiflado.

Aprendí que el mundo de los hombres tal como existe hoydía es una burocracia. Se trata de una verdad obvia, porsupuesto, aunque también es una verdad que causa enormesufrimiento a quienes no la conocen.

Pero lo que es más importante, descubrí —de la únicamanera en que un hombre aprende realmente las cosasimportantes— el verdadero talento que se requiere paratriunfar en una burocracia. Me refiero a triunfar de verdad:a que te vaya bien, a marcar la diferencia, a servir.Descubrí la clave. La clave no es la eficiencia, ni laprobidad, ni la reflexión, ni la sabiduría. No es la astuciapolítica, el don de gentes, el cociente intelectual puro yduro, la lealtad, la amplitud de miras ni ninguna de esascualidades que el mundo burocrático llama virtudes y quebusca con sus test. La clave es cierta capacidad que subyacea todas estas cualidades, más o menos igual que la capacidad

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de respirar y bombear la sangre subyace a todos lospensamientos y acciones.

La clave burocrática subyacente es la capacidad parasoportar el aburrimiento. Para operar con eficiencia en unentorno que descarta todo lo que es vital y humano. Pararespirar, por así decirlo, sin aire.

La clave es la capacidad, ya sea innata o condicionada,para encontrar el otro lado del trabajo de a pie, de lonimio, de lo que no tiene sentido, de lo repetitivo y de loabsurdamente complejo. Para ser, en pocas palabras, inmuneal aburrimiento. Y en los años 1984 y 1985 yo conocí a doshombres que lo eran.

Es la clave de la vida moderna. Si eres inmune alaburrimiento no hay literalmente nada que no puedasconseguir.

 

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45La madre de Toni estaba un poco chiflada, igual que la

madre de su madre, que había sido una famosa ermitaña yexcéntrica que vivía en la Casa de las Llantas de Peoria. Lamadre de Toni estuvo viviendo con una sucesión de hombres demala vida de todo el sudoeste del país. El último las estaballevando en su vehículo de vuelta a Peoria, adonde la madrede Toni había decidido regresar después de que la relacióncon el hombre anterior terminara mal. Durante aqueltrayecto, la madre se volvió más o menos loca (había dejadode tomar su medicación) y le robó la camioneta al tipo enuna estación de servicio, dejándolo allí abandonado.

Tanto la madre como la abuela habían sido proclives aestados de catatonia / catalepsia, que por lo que yo sé sonsíntoma de cierto tipo de esquizofrenia. Ya desde pequeña,la chica se había dedicado a divertirse imitando aquelestado, lo cual requería quedarse sentada o tumbada muyquieta, respirando de tal manera que el pecho ni siquiera sete levantara y manteniendo los ojos abiertos duranteperiodos muy largos, sin parpadear más que cada dos o tresminutos. Lo que más costaba era esto último: en cuanto losojos se te secan te empiezan a escocer. Cuesta mucho, muchoaguantar esa incomodidad... pero si lo haces, si puedesresistir el impulso casi involuntario de parpadear que vienecuando el escozor y los ojos secos alcanzan su punto máximo,entonces los ojos se te empiezan a lubricar sin necesidad deparpadear. Fabrican una especie de lágrimas falsas osucedáneas, solamente para salvarse. Esto no lo sabe casinadie, porque la increíble incomodidad que supone mantenerlos ojos abiertos sin parpadear disuade a la mayoría de la

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gente antes de llegar a ese punto crítico. Y, en todo caso,suelen quedar lesiones. La niña solía llamarlo «hacerse lamuerta», ya que era así como su madre había intentadodescribirle sus estados a la niña cuando esta era muypequeña a fin de quitarles importancia, explicándole quesolamente estaba jugando y que el juego se llamaba «hacersela muerta».

El hombre abandonado las encontró en algún lugar del estede Missouri. Ellas estaban en una pequeña carreteraasfaltada, y la primera señal de que lo tenían detrás fue unpar de faros que aparecieron justo cuando estaban bajandouna ladera que se extendía durante casi dos kilómetros:ellas vieron aparecer los faros cuando el vehículo que losseguía alcanzó la cima y los perdieron de vista cuandoempezaron a subir de nuevo la lenta pendiente.

Tal como Toni Ware lo recuerda, y tal como se lo contóuna vez a Ex durante una noche que resultó que era elaniversario del incidente, el vehículo que el hombre habíarobado o bien alquilado se les acercó deprisa por detrás —resultó que iba un poco más deprisa que la camioneta, quetenía altillo de caravana— y ellas vieron que el hombre noiba al volante. Iba de pie sobre el capó delantero de lo queresultó ser solamente la cabina sin remolque de un camión,inflado por la rabia y la malicia hasta por lo menos eldoble de su tamaño, con los brazos extendidos hacia delantey hacia arriba en un gesto terrorífico de venganza casidigna del Viejo Testamento, y vociferando (en el sentidorural de «vociferar», que es casi un arte en sí mismo; solíaser la forma en que se comunicaba la gente que vivía perdidaen las colinas y estaban demasiado lejos entre ellos paraverse; era la forma de hacer saber a los demás que estabasallí, porque de otra manera parecía, en las zonas rurales

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montañosas, que eras la única persona viva en miles dekilómetros a la redonda) con una rabia y un alborozomalignos, negros y extasiados que hicieron que la madre deToni —que, recordémoslo, no era precisamente el paradigma dela estabilidad— se pusiera histérica y pisara a fondo elacelerador y tratara de ir más deprisa que el otro vehículoal mismo tiempo que intentaba sacarse del bolso un frasco depastillas con receta y abrir el tapón de seguridad, unaoperación que a la madre se le daba fatal y que casi siemprela obligaba a pedir ayuda a Toni, causando que el vehículo,al que le pesaba mucho la parte alta por culpa del altillode caravana marca LEER, se saliera de la carretera y volcarade lado en una especie de campo o zona de maleza, dejando ala madre tan terriblemente herida que se quedó medioaturdida y gimiendo y con la cara cubierta de sangre, y aToni tumbada de lado contra la ventanilla del copiloto, y dehecho todavía se le ve la manivela de la ventanilla grabadaen el costado si puedes convencerla para que se quite lacamiseta y te enseñe la extraña reproducción que tiene en elcostado derecho. El vehículo quedó tumbado sobre el costadoderecho, y como la madre no llevaba cinturón de seguridad,que es algo que la gente como ella nunca hace, quedóparcialmente tumbada encima de Toni Ware, aplastándolacontra la ventanilla de tal manera que la chica no se podíamover ni tampoco darse cuenta de si estaba herida. No se oíamás que ese silencio terrible y ese siseo y tintineo típicosde los vehículos que acaban de tener un accidente, ademásdel ruido de las espuelas del hombre o tal vez solo delmontón de monedas que le tintineaban en los bolsillosmientras bajaba la ladera hacia ellas. La ventanilla de lachica estaba pegada al suelo y la del lado del conductorhabía quedado señalando al cielo, pero el parabrisas, aunque

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doblado y medio colgando del marco, se había convertido enuna ranura vertical de metro y medio a través de la cualToni Ware tenía una vista completa del hombre que ahora sedetuvo allí delante, haciéndose crujir los nudillos ymirando a las ocupantes del coche. La madre tenía los ojoscerrados pero estaba viva porque se la oía respirar y de vezen cuando soltaba alguna débil exclamación inconsciente enmedio del coma o lo que fuera. El hombre reparó en Toni y sela quedó mirando fijamente durante un rato largo; más tardeella entendió que él estaba intentando averiguar si estabaviva. Resulta inimaginablemente difícil mirar al frente yque alguien te mire fijamente y que sin embargo no parezcaque tú le estás devolviendo la mirada. (Esto es lo que habíadado pie a la historia; David Wallace u otra persona habíacomentado que Toni Ware resultaba siniestra porque, pese aque no era tímida ni te evitaba la mirada para nada, daba laimpresión de que te estaba mirando los ojos en lugar de mirartea los ojos, un poco de la misma manera en que te devuelve lamirada un pez que está en una pecera y te pasa por el ladomientras tú estás mirándole a los ojos a través del cristal;tú sabías que te estaba viendo de alguna manera, pero suforma de hacerlo resultaba inquietante porque no se parecíaen nada a la forma en que los seres humanos parecen vertecuando tu mirada se cruza con la de ellos.)

Toni tenía los ojos abiertos. Era demasiado tarde paracerrarlos. Si los cerraba de repente, el hombre sabría queestaba viva. La única esperanza que tenía era parecer tanmuerta que el hombre no lo comprobara o no le sostuviera untrozo de cristal frente a la boca para ver si respiraba. Ylo que evitaría que lo comprobara era que ella tuviera losojos abiertos y no los cerrara para nada; ningún ser humanopodía mantener los ojos abiertos durante periodos largos de

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tiempo. No había nadie presente; el hombre tenía tiempo desobra para asomarse por el parabrisas y ver si estabanvivas. Toni tenía la cara de su madre encima de la de ella,pero por suerte la sangre le estaba goteando en una cavidadde la garganta; si le estuviera goteando encima de los ojosla habría hecho parpadear involuntariamente. De manera quepermaneció así, rígida y con los ojos abiertos. El hombretrepó a la camioneta y trató de abrir la portezuela delconductor, pero se la encontró bloqueada por dentro. Elhombre regresó a su camión para coger alguna clase deherramienta o palanca y la usó para desprender elparabrisas, causando una sacudida violenta del vehículo. Acontinuación se tumbó de lado y se metió por la ranura delparabrisas, mirando primero a la madre inconsciente y luegoa la niña. La madre gimió y se movió un poco y el hombre lamató extendiendo el brazo y cerrándole los orificios nasalescon una mano mientras con la otra le tapaba la boca usandoun trapo grasiento y apretaba fuerte, tan fuerte que lacabeza de la madre forcejeó contra el costado de la de Tonimientras intentaba resistirse inconscientemente a laasfixia. Toni se quedó allí, respirando sin moverse, con losojos todavía abiertos y a solo unos centímetros de los ojosdel hombre que estaba asfixiando a su madre, lo cualrequirió más de cuatro minutos de presión hasta que el tipoestuvo seguro del todo de que estaba muerta. Toni se quedómirando sin ver y sin parpadear pese a que la sequedad desus ojos y la incomodidad debieron de ser terribles. Y dealguna manera consiguió convencer al hombre de que estabamuerta, porque él no le cerró los orificios nasales ni usócon ella el trapo grasiento, aun cuando solo habríanecesitado cuatro o cinco minutos más... pero ningún serhumano normal es capaz de permanecer así sentado tanto rato

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con los ojos abiertos y sin parpadear, así que él se quedóconvencido. De manera que sacó un par de objetos de valor dela guantera y ella oyó que se volvía tintineando laderaarriba y por fin oyó el ruido tremendamente potente que hizoel motor del camión al arrancar y marcharse, y luego la niñase quedó allí atrapada entre la portezuela y su madre muertadurante lo que debieron de ser varias horas antes de quealguien pasara por casualidad y viera el coche estrellado yllamara a la policía, y luego probablemente otro ratomientras esperaba a que la sacaran de la camioneta, sinninguna herida de tipo físico, y la metieran en alguna clasede ambulancia de la beneficencia...

Buf.Así que no os metáis con esta chica; esta chica las ha

pasado putas. 

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46Lo que suele pasar es que los viernes por la tarde hay un

porcentaje de los agentes de rentas del Módulo C que sereúnen para tomar cócteles en la happy hour del Meibeyer’s.Tal como suele pasar en la mayoría de las tabernas del NorthSide a las que va la gente de la Agencia, la happy hour delMei beyer’s dura exactamente sesenta minutos y en ella sesirven unas copas especiales que están indexadas con elcoste aproximado de la gasolina y la depreciación de losvehículos que cuesta hacer el trayecto de 3,7 kilómetros quehay desde el CRE hasta el intercambiador de la 474 enSouthport. Los empleados de la Agencia se reúnen en lugaresdistintos según sea su Módulo y su nivel, y algunos de esoslugares están en el centro e imitan de maneras diversas loslocales más estilizados de Chicago y Saint Louis. A losHombres de las Gabardinas se los puede encontrar casi todaslas tardes en el Father’s, que está en la misma Self-StorageParkway y que es directamente propiedad del distribuidorlocal de Budweiser; su función no es tanto social comointubatoria. Muchos de los pasapáginas, por otro lado,frecuentan los bares universitarios más llenos de esteroidesque hay alrededor del Peoria College of Business y laBradley University. Los homosexuales tienen el Wet Spot, enel distrito de las artes del centro. La mayoría de losmierdifantes con hijos, por supuesto, se van a casa con susfamilias, aunque Steve y Tina Geach a menudo van juntos alMeibeyer’s para la H.H. del viernes. A casi todo el mundo leparece necesario desahogarse un poco de la tensión que seacumula durante una semana entera de tedio y concentraciónextremos, o bien de volumen y estrés extremos, o de ambascosas.

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El Meibeyer’s tiene paneles laminados de color grisceniza, antorchas eléctricas estilo Tiki cuyos orígenes sedesconocen pero que podrían remontarse a una encarnaciónpasada del local, una máquina de discos Wurlitzer 412-C, dosmáquinas del millón, una mesa de futbolín, una de hockey deaire y una pequeña zona de dardos prudentemente apartada, allado del pequeño pasillo donde están la cabina telefónica ylos lavabos. Los ventanales del Meibeyer’s dan a lasfranquicias del lado de la carretera de Southport y a lascomplicadas salidas del paso elevado de la I-474. Hace porlo menos tres años que está el mismo camarero todos losviernes, de acuerdo con Chuck Ten Eyck. Las copas salen algocaras porque por lo general los empleados de la Agencia nobeben mucho ni tampoco muy deprisa, ni siquiera durante lahappy hour, lo cual afecta al precio que la taberna tieneque cobrar por las copas a fin de seguir siendo solvente. Eninvierno el Meibeyer’s se quita la nieve de su propioaparcamiento con una máquina quitanieves de cuchillas. Enverano, el letrero de neón del bar, donde aparece un semiónde un sombrero de fieltro sin ocupante cuyo ángulo cambiados veces por segundo, se refleja en algo invisible quetiene delante y se aparece vagamente, reflejado por lo menosdos veces, en los ventanales delanteros de la taberna. Elala del sombrero sube y baja sobre la luz de fondo enfermizade un atardecer cada vez más oscuro, en el que elencapotamiento del cielo y la subida en pico de la humedadsolamente a veces comportan una lluvia propiamente dicha.

Como están en su mayoría solteros, los sustitutos yempleados heterosexuales procedentes de otros centros sonasiduos de este panorama. Robby van Noght viene mucho,aunque este viernes no está. Harriet Candelaria viene perocasi siempre se marcha después de una sola ronda cuando Beth

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Rath se trae a Meredith Rand, con quien Candelaria tieneproblemas cuyos orígenes son un completo misterio para todoslos empleados procedentes de otros centros. Steve y TinaGeach, que trabajan en grupos distintos y tienen distintasrotaciones de descansos, pero están muy dedicados el uno alotro y por consenso general tienen uno de esos matrimoniosque aumentan en gran medida el atractivo y la credibilidaddel matrimonio para la gente que tiene predisposición a esaclase de relaciones íntimas y duraderas, siempre lleganjuntos en su furgoneta Volkswagen herrumbrosa, y a menudo semarchan en cuanto suena el timbre que marca el fin de lahappy hour, mostrando a menudo una extraña habilidad paraabrazarse y caminar al mismo tiempo sin parecer torpes.Chris Acquistipace y Russell Nugent, Dave Witkiewicz, JoeBiron-Maint, Nancy Johnson, Chahla («la Crisis de Irán»)Neti-Neti, Howard Shearwater, Frank Brown, Frank Friedwald yFrank De Chellis no se han perdido una noche de happy houren el Meibeyer’s desde que los destinaron aquí. Dale Gastinea veces se trae a una chica con él. Keith Sabusawa haempezado a traerse siempre a Shane («Señor Ex») Drinion, elEXPOL con quien Sabusawa comparte apartamento en Angler’sCove junto con otros dos empleados procedentes de otroscentros que parece que no vienen nunca al Mei be yer’s. Losespecialistas en la Tabla F como Chris Fogle y Herb Dritztienen un promedio bateador de .500 en términos de suasistencia al Meibeyer’s. Chuck Ten Eyck y «Segundo Nudillo»Bob McKenzie (que son quienes llevan más tiempo en el CRE dePeoria) son de lo más fiable que hay, y siempre parece quequieren presidir de alguna manera el local. R. L. Keck yThomas Bondurant suelen venir. Toni Ware y Beth Rath casisiempre se pasan un rato, y, como ya se ha mencionado,algunas veces Rath se trae a la legendariamente atractiva

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pero no universalmente popular Meredith Rand. Rath y Randtrabajan en mesas Calambre adyacentes en el grupo deSabusawa, que está asignado a examen polivalente / deauxilio, y las dos son confidentes entre ellas. Drinion, queno tiene vehículo, siempre se tiene que quedar hasta queSabusawa se marche, ni un minuto más ni un minuto menos. Deacuerdo con Sabusawa, al EXPOL procedente de La Junta,California, esto no le supone ningún problema, y surespuesta a las invitaciones de Sabusawa a acompañarlo alMeibeyer’s después del cambio de turno siempre es «Puesbueno» o «Por qué no». Lo que hace Meredith Rand es venirsolamente cuando su marido se queda trabajando hasta tarde oestá de viaje de negocios. Al igual que Drinion, no parecetener vehículo propio o ni siquiera carnet de conducir. Aveces Beth Rath la lleva a casa en coche desde elMeibeyer’s, pero lo más habitual es que la pase a recoger sumarido, a quien al parecer ella llama desde el Módulo paradecirle dónde va a estar, y a quien ninguno de losexaminadores del Meibeyer’s ha conocido nunca, puesto que selimita a parar en el aparcamiento y a tocar la bocina paraavisar a su mujer, que a su vez a menudo se pone a recogersus cosas un par de minutos antes de que suene la bocina,casi (según Nancy Johnson) como un perro que puede oír elruido del motor de su amo al acercarse y ya se pone junto ala ventana de la casa mucho antes de que el coche del amoaparezca. Meredith Rand lleva cinco semanas seguidasviniendo al Meibeyer’s, lo cual significa que su marido haestado trabajando hasta tarde muy a menudo o bien viajando.De acuerdo con Sabusawa, nadie sabe a qué se dedica.

No es difícil ver cómo cambian la energía y la dinámicade la mesa del Módulo C siempre que Meredith Rand estápresente en la happy hour del Meibeyer’s. En muchos

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sentidos, es un fenómeno que tiene lugar en todos los bares,tabernas y braserías del mundo cuando aparece una mujer lobastante guapa. Meredith Rand forma parte de ese minúsculopuñado de mujeres del CRE que todos los hombres que opinansobre esas cuestiones se muestran de acuerdo en que sontotal y enloquecedoramente atractivas. Beth Rath no es feani mucho menos, pero no se puede ni comparar con MeredithRand. Meredith Rand tiene unos ojos verdes sin fondo y unaestructura ósea facial exquisita y una tez cremosa y sinporos donde casi no hay arrugas ni señales de fatiga, asícomo una enorme cascada de pelo rizado y rubio oscuro que,de acuerdo con Sabusawa, cuando lo lleva suelto y deja quele enmarque la cara, se sabe que puede producirles ticsfaciales hasta a los hombres gays o generalmente asexuales.Es una pieza de carne de primerísima calidad, sobre eso hayconsenso, y no siempre tácito. Su entrada en cualquier clasede escenario social de la Agencia produce cambios palpables,sobre todo en los hombres. Los detalles concretos de estaclase de cambios son lo bastante universalmente familiarescomo para no perder tiempo enumerándolos. Baste decir queMeredith Rand cohíbe a los hombres del Módulo. Porconsiguiente, estos tienden o bien a ponerse nerviosos ycaer en un silencio incómodo, como si estuvieraninvolucrados en un juego cuyas apuestas han subidoterriblemente, o bien a volverse repentinamente más volublesy dominantes en la conversación y empezar a contar un montónde chistes, y a adoptar una actitud general de desparpajodeliberado, mientras que antes de que Meredith Rand llegaray acercara una silla y se uniera al grupo no había nada quediera la sensación de ser deliberado ni nadie parecía estarcohibido. Las examinadoras femeninas, por su parte,reaccionan a estos cambios de formas diversas: algunas se

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retraen y se vuelven visiblemente más pequeñas (como EnidWelch y Rachel Robbie Towne), otras se dedican a contemplarel efecto que tiene Meredith Rand sobre los hombres con unaespecie de diversión oscura, y otras fruncen los ojos y sevuelven proclives a soltar suspiros hostiles y hasta amarcharse de forma teatral (q.v. Harriet Candelaria).Algunos de los examinadores masculinos ya están, llegada lasegunda ronda de jarras, actuando para Meredith Rand, aunqueel núcleo de la actuación consista en mostrar de formacomplejamente teatral que no están actuando para MeredithRand o que ni siquiera son especialmente conscientes de queella esté sentada a la mesa. Bob McKenzie, en particular, sevuelve casi frenético y se pone a dirigir casi cadacomentario o salida ocurrente a la persona que está sentadao bien a la derecha o bien a la izquierda de Meredith Rand,pero nunca dirigiéndose a ella o pareciendo ni siquieramirarla. Dado que Beth Rath es generalmente una de laspersonas que están sentadas a la derecha o a la izquierda deMeredith Rand, esa costumbre de McKenzie suele molestarla odeprimirla visiblemente, dependiendo de qué humor esté.

Durante las últimas cuatro semanas, la verdad es quesolamente Shane Drinion ha parecido impertérrito ante lapresencia de una mujer tan terriblemente atractiva. Cierto,nadie tiene muy claro qué cosas afectan a Drinion. Los otrosempleados procedentes de La Junta, California (Sandy Krody,Gil Haight), lo describen como un examinador muy sólido deRollizas y de declaraciones de empresas tipo S, pero unzoquete absoluto en términos de personalidad, posiblementeel ser humano más soso que hay vivo actualmente sobre la fazde la Tierra. Drinion suele sentarse muy callado y encerradoen sí mismo en su sitio con un vaso de Michelob en la mano(que es la cerveza de barril que sirven en el Meibeyer’s), y

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permanece con cara inexpresiva a menos que alguien cuente unchiste que vaya dirigido a todos los ocupantes de la mesa,en cuyo caso Drinion sonríe brevemente y luego su caravuelve a quedarse vacía de expresión. Sin embargo, no esinexpresivo de forma pasmada o catatónica. Se dedica a mirara la persona que habla con cara concentrada. En realidad,«concentrada» ni siquiera es la palabra exacta. No hayningún escrutinio particular en su mirada; simplemente lededica al que está hablando su atención completa. Susmovimientos corporales, que son mínimos, dan la impresión deser secos y precisos pero no maniáticos ni remilgados.Contesta las preguntas o comentarios que se le dirigen deforma explícita, pero salvo en las raras ocasiones en quealguien se dirige a él, no es una de las personas del grupoque hablan. No da la sensación de que sea tímido ni de quese inhiba. Está presente pero de forma inusual; se vuelveparte del entorno de la mesa, igual que el aire o la luzambiental. Son «Segundo Nudillo» Bob McKenzie y Chuck TenEyck los que le han adjudicado a Drinion el apodo «SeñorEx», que viene de «Señor Excitación».

En una happy hour del mes de junio se produce una seriede circunstancias que provocan que a Drinion y a MeredithRand los dejen solos en la mesa, más o menos delante el unodel otro, durante esa parte de la velada en que muchos delos examinadores ya se han ido o bien a casa o bien a otroslocales. Ellos dos, sin embargo, siguen ahí. Meredith Randestá al parecer esperando a que la pase a recoger su marido,de quien se dice que podría ser alguna clase de estudiantede medicina. Keith Sabusawa y Herb Dritz están jugando denuevo al futbolín, mientras Beth Rath (a quien le gustaSabusawa; se conocen desde que los dos iban al Centro deFormación de la Agencia en Columbus) se dedica a mirarlos

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jugar con los brazos cruzados y un cigarrillo marca Moreencendido en una mano.

De manera que están los dos sentados solos a la mesa.Shane Drinion no parece estar nervioso ni tampoco da laimpresión de no estar sentado a solas delante de laelectrizante Meredith Rand, con la cual no ha intercambiadoni una sola palabra directa desde que lo trasladaron afinales de abril. Drinion la mira directamente, pero no deesa forma desafiante ni provocativa en que lo hacen Keck oNugent. Meredith Rand se ha tomado dos gintonics y va por eltercero, o sea que ha bebido un poco más de lo normal, perono ha fumado. Igual que la mayoría de los examinadorescasados, lleva puestos tanto el anillo de compromiso como elanillo de boda. Ella le devuelve la mirada, aunque no sepuede decir que se estén mirando a los ojos ni nadaparecido. La expresión de Drinion se podría consideraragradable de esa manera en que se consideran agradablesciertos tipos de clima. Va por su primer o bien por susegundo vaso de Michelob, que se está sirviendo de una delas jarras que siguen sobre la mesa, algunas de ellas no deltodo vacías. Rand le ha hecho a Drinion un par de preguntasinocuas sobre sus orígenes. Parece que le interesa lo delorfanato del Departamento de Juventud de Kansas, o bienpodría ser simplemente la naturalidad con que Drinion diceque se pasó la mayor parte de su infancia en un orfanato.Rand le cuenta a Drinion una breve anécdota de su infanciaen la que ella fue a casa de una amiga y las dos usaron lasmanos y los pies para trepar a las jambas de las puertas yse quedaron allí en lo alto de la jamba, con los miembrosextendidos y como si estuvieran enmarcadas, aunque luego noconseguirá recordar qué la ha llevado a contar esta anécdotani tampoco el contexto que había detrás de la misma. Sí que

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se da cuenta, casi de inmediato, de lo mismo que ya hanvisto Sabusawa y muchos de los demás examinadores: de queaunque en los grupos grandes de gente parece que Drinionsolo esté socialmente presente en parte, cualquier clase deconversación tête-à-tête con él resulta una experiencia muydistinta; Drinion tiene la virtud de que resulta fácil oagradable hablar con él, un atributo para el que no existeuna sola palabra adecuada en el idioma inglés, lo cualresulta ligeramente extraño, aunque también lo es el hechomismo de que sea agradable hablar con Drinion, que carece decualquier cosa que se pueda considerar encanto o graciasocial o incluso empatía visible. Es, tal como Rand le dirámás tarde a Beth Rath (aunque no a su marido), un tipo muypero que muy extraño. Hay una breve conversación que mástarde Meredith Rand no recordará muy bien, acerca del hechode que Drinion trabaja de examinador itinerante y del CRE yExamen y la Agencia en general, a saber, Rand: «¿Te gusta tutrabajo?», una pregunta que Drinion tarda un largo rato enprocesar. D: «Creo que ni me gusta ni me disgusta». R:«Bueno, ¿hay alguna otra cosa a la que preferiríasdedicarte?». D: «No lo sé. No tengo experiencia en ningúnotro trabajo. Espera. No es verdad. Trabajé en unsupermercado tres tardes por semana entre los dieciséis ylos dieciocho años. No preferiría trabajar en unsupermercado a lo que estoy haciendo ahora». R: «Está claroque no se cobra tanto». D: «Ponía los artículos en lasestanterías y les pegaba etiquetas adhesivas con el precio.No tenía ninguna dificultad». R: «Parece aburrido». D:«...».

—Parece que estamos teniendo un tête-à-tête —es la primeracosa que más tarde Meredith Rand recordará claramente que ledijo a Shane Drinion.

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—Ese es un término extranjero que designa unaconversación íntima.

—Bueno, no sé cómo de íntima es.Drinion la mira, pero no como si no estuviera seguro de

qué decir a continuación. Un rasgo característico de él esque es completamente la misma persona, en términos deemociones y de conducta, cuando está solo y cuando está enun grupo grande. Si emitiera algún sonido, no sería uno queva variando, sino más bien el tono simple y largo de undiapasón o el pitido de un electrocardiograma plano.

—¿Sabes? —dice Meredith Rand—. Si quieres saber laverdad, te encuentro bastante interesante.

Drinion la mira.—Supongo que no te lo dicen mucho —dice Meredith Rand.Le dedica una sonrisita mordaz.—Es un cumplido que me encuentres interesante.—Supongo que lo es, ¿no? —dice Rand, sonriendo otra vez—.

Para empezar, lo es el hecho de que yo pueda decir algo así,que te encuentro bastante interesante, sin que tú piensesque estoy intentando ligar contigo.

Drinion asiente, rodeando la base de su vaso con unamano. Meredith Rand se fija en que está muy quieto. No semueve nerviosamente ni tampoco cambia de postura en susilla. Tiene cierto hábito de respirar por la boca; la bocale suele quedar un poco entreabierta. Hay gente a quientener siempre la boca un poco abierta les hace parecer algotontos.

—Por ejemplo —dice ella—, imagina que le dijera algo asía «Nudillo» Bob, imagina cómo reaccionaría.

—Vale.- 645 -

Algo se vuelve opaco por un momento en los ojos de ShaneDrinion, y Meredith se da cuenta de que lo está haciendoliteralmente, de que él se está imaginando que ella le dice«Te encuentro interesante» a «Segundo Nudillo» Bob McKenzie.

—¿Cómo crees que reaccionaría él?—¿Quieres decir cómo reaccionaría por fuera de forma

visible o por dentro?—La reacción visible creo que no me la quiero ni imaginar

—dice Meredith Rand.Drinion asiente con la cabeza. Es cierto que su aspecto

en sí no es muy interesante. Tiene la cabeza un poco máspequeña que la media y muy redonda. Nadie lo ha vistotodavía llevar ninguna clase de sombrero ni de abrigo,siempre lleva camisa blanca de vestir y chaleco de punto. Leestán saliendo entradas de una manera que hace que su frenteparezca esculpida. Tiene algunas cicatrices de acné en lazona de las sienes. No tiene una cara muy definida niestructurada, y ella puede ver que sus orificios nasales sonde formas y tamaños distintos, lo cual no suele ayudar muchoa que uno sea guapo. Su boca es ligeramente demasiadoestrecha en relación con la anchura de su cara. Su pelo esde esa clase de rubio oscuro soso o como de cera que a vecesacompaña a una tez rojiza y a una piel que no esprecisamente una maravilla. Es de esa clase de persona aquien tienes que mirar con mucha atención para poderdescribirla. Meredith Rand lleva un rato mirándolo conexpectación.

—¿Me estás pidiendo que te describa la que creo que seríasu reacción interna? —dice Drinion.

Por lo menos su cara no es del mismo color rojo irritadocuando no están bajo los fluorescentes del Módulo, un tono

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rojo de piel que por alguna razón siempre deprime a MeredithRand cuando lo ve a primera hora de la mañana.

—Digamos que siento curiosidad.—Bueno, no estoy seguro. Cuando me lo estaba imaginando,

mi impresión es que estaría asustado.Meredith Rand cambia un poco de postura, pero mantiene

una expresión facial muy neutra.—¿Y eso por qué?—Me da la impresión de que te tiene terror. No es más que

una impresión mía. Cuesta de explicar en voz alta. —Hace unapausa—. Tu atractivo le plantea a McKenzie una especie deexamen que él tiene miedo de no poder aprobar. Eso leprovoca ansiedad. Cuando hay otra gente presente y puedeactuar para ellos, eso le permite entrar en un estadoadrenalínico que le hace olvidar que tiene miedo. No, no esasí. —Drinion hace otra pausa. No parece frustrado, sinembargo—. Me da la sensación de que la adrenalina que legenera actuar delante de un público le hace sentir el miedocomo excitación. En esa clase de situación, puede pensar quetú lo excitas. Es por eso que se muestra tan excitado y tepresta tanta atención, pero sabe que hay gente mirando —diceDrinion a modo de conclusión, y da un sorbo de Michelob; elmovimiento de su brazo traza un ángulo casi recto sin llegara resultar rígido ni robótico. Sus movimientos muestranprecisión y economía. Meredith Rand también se ha fijado eneso durante las horas de trabajo, cuando ella se despereza yaprovecha la pausa para mirar a su alrededor y ve a Drinionsentado y quitando grapas y colocando los distintosformularios en los diversos montones de su mesa Calambre.Tiene la espalda muy recta sin que se le vea en absolutorígida. Parece un hombre a quien nunca le duelen la espalda

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ni el cuello—. El miedo y la excitación parecen estar muyunidos.

—Pero Ten Eyck y Nugent hacen lo mismo, cuando toda lamesa se pone así —dice Rand.

Drinion asiente con la cabeza de una manera un pocoincómoda que indica que no es exactamente de eso de lo queella ha pedido que hablaran. No llega a dar ninguna muestrade impaciencia, sin embargo.

—En una conversación tête-à-tête íntima contigo, sin embargo,me da la impresión de que él sentiría el miedo más comomiedo verdadero. No le gustaría ser directamente conscientede ello. De sentirlo. Ni siquiera estaría seguro de a quérespondería ese miedo. Estaría tenso, confuso, de una maneraque no podría hacer pasar por excitación. Si tú le dijerasque lo encuentras interesante, creo que él no sabría quédecir. No sabría cómo actuar. Y creo que no saberlo pondríamuy incómodo a Bob.

Drinion se la queda mirando fijamente un momento. Sucara, que es un poco grasienta, suele brillar bajo la luzfluorescente de las zonas de examen, aunque no tanto bajo laluz indirecta de las ventanas, cuyo oscurecimiento indicaque el cielo se ha ido encapotando, aunque esto no es másque la impresión de Meredith Rand, que no es del todoconsciente.

—Eres muy observador —dice Meredith Rand.Drinion responde:—No sé si eso es verdad. Creo que no tengo ningún patrón

de datos ni observaciones en que basar lo que te estoydiciendo. Es una simple conjetura. Pero mi conjetura, poralguna razón, es que él podría incluso romper a llorar.

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Meredith Rand parece repentinamente complacida y la carase le ilumina de forma casi literal. Estira el brazo ytamborilea elegantemente con los dedos de una mano sobre lamesa.

—Creo que tienes razón.—Por alguna razón resulta horrible pensar en ello.—Creo que se caería de la silla y saldría corriendo,

llorando y agitando los brazos en alto como un histérico.Drinion dice:—Eso no lo podría suponer de ninguna manera. Lo que sí sé

es que te cae mal. Sé que te hace sentir incómoda.Drinion tiene delante los ventanales del Meibeyer’s.

Meredith Rand tiene delante la sección de atrás de lataberna, donde están el pasillo y la zona de dardos y undespliegue decorativo de distintos tipos de sombrerosformales o de ejecutivo, pegados por el ala a un tablerobarnizado. Meredith Rand se inclina hacia delante y hace elgesto de apoyarse la barbilla en los nudillos de una mano,aunque es fácil ver que no está apoyando realmente el pesode su barbilla y su cráneo en esos nudillos; es más una poseque una forma de ponerse cómoda.

—Y si, en cambio, te digo a ti que eres interesante,¿cuál es tu reacción interna?

—Pues que es un cumplido. Es una cortesía, pero tambiénuna invitación a continuar el tête-à-tête. A hacerlo máspersonal o revelador.

Rand agita esa misma mano en un pequeño gesto deimpaciencia o de reconocimiento.

—Pero ¿cómo hace que te sientas? Como dicen enEvaluación.

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—Bueno —dice Shane Drinion—. Creo que una expresión deinterés como esa le hace a uno sentirse bien. Siempre ycuando la persona que lo dice no esté intentando proponer unnivel de intimidad que te va a poner incómodo.

—¿Y te ha puesto incómodo?Drinion hace otra pausa momentánea, aunque no se mueve y

su expresión no cambia. Vuelve a producirse tal vez otroinstante fugaz de vacío o retraimiento. A Rand le recuerda aun lector óptico que escanea una serie de tarjetas muydeprisa y con mucha eficacia; a él lo rodea una especie dezumbido ambiental no sónico.

—No. Supongo que si lo dijeras con sarcasmo me pondríaincómodo; pensaría que estás enfadada conmigo o que meencuentras desagradable. Pero no has dado ninguna señal dedecirlo con sarcasmo. Así que no, no estoy seguro de a quéte referías con lo de interesante, pero es natural que atodo el mundo le guste resultarle interesante a los demás,de manera que la curiosidad por lo que has querido decir nome resulta incómoda para nada. De hecho, si lo he entendidobien, es esa misma curiosidad lo que pretendía suscitar elcomentario «¿Sabes? Si quieres saber la verdad, te encuentrobastante interesante». A continuación la conversación yasolamente gira en torno a qué quería decir la persona que hahecho el comentario. Y así es como la otra persona tieneocasión de averiguar por qué le resulta interesante a laprimera, lo cual resulta agradable.

—Ex...—Al mismo tiempo —continúa diciendo Drinion, sin dar

señal alguna de haber visto que Rand empezaba a decir algo,pese al hecho de que la está mirando directamente—, alguienque te encuentra interesante a ti, casi en virtud de ese

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mismo interés, de repente también te resulta másinteresante. Eso también le añade una dimensión muyinteresante.

Se detiene. Meredith Rand alarga un poco la pausa paraasegurarse de que se ha detenido de forma permanente. Igualque el de ella, el meñique izquierdo de Drinion estávisiblemente arrugado y pálido por culpa de llevar la gomatodo el día en las oficinas de Examen. Ella no siente ningúndeseo de fijarse en la ropa de Drinion para caracterizarla ocatalogarla para sus adentros. Ya solamente el chaleco delana resulta deprimente. Ella saca su pitillera de viniloblanco, la abre y extrae un cigarrillo, puesto que estánsentados solos a la mesa.

—Bueno, ¿y tú te consideras interesante? —preguntaMeredith Rand—. ¿Ves que alguien pueda pensar que eresinteresante?

Drinion da otro sorbo de su vaso y lo vuelve a dejarsobre la mesa. Meredith Rand se fija en que él lo hacolocado perfectamente centrado sobre la servilleta, sinintentarlo y sin tener que ajustar la base del vaso conpequeños movimientos maniáticos para dejarlo perfectamentecentrado sobre la servilleta. En que Drinion no es elegantede esa forma en que lo son los bailarines o los atletas,pero sí que tiene algo elegante. Sus movimientos son muyprecisos y económicos sin resultar remilgados. Los vasos dela mesa que no están sobre servilletas están rodeados decharcos de condensación grandes y de formas diversas.Alguien ha elegido la misma canción popular dos vecesseguidas en la enorme máquina de discos del Meibeyer’s, quetiene aros concéntricos de color rojo y luces blancasconectadas a un circuito integrado que les permite

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encenderse y apagarse al ritmo del bajo de la canción quesuena.

Shane Drinion dice:—Creo que no me lo he planteado nunca.—¿Sabes por qué te llaman el «Señor Ex»?—Creo que sí.—¿Sabes por qué llaman a Chahla «la Crisis de Irán»?—Creo que no.—¿Sabes por qué llaman a McKenzie «Segundo Nudillo» Bob?—No.Meredith Rand ve que Drinion está mirando el cigarrillo.

Ella lleva el encendedor sujeto con una trabilla especialque sale de la pitillera, que es de un vinilo rugoso barato;Meredith Rand termina perdiendo los cigarrillos tan a menudoy en tantos sitios que no le sale a cuenta tener unapitillera cara. Sabe, por los descansos de la jornada detrabajo, que no serviría de nada ofrecerle un cigarrillo aDrinion.

—¿Qué me dices de ti? ¿Te resulto interesante? —lepregunta Rand a Shane Drinion—. O sea, aparte de por elhecho de que haya dicho que tú eras interesante.

Drinion se dedica a mirarla a los ojos —es un hombre quemira mucho a los ojos sin resultar para nada desafiante niflirtear— mientras parece hacer lo mismo que hacía antes declasificar cartas internas. Drinion lleva un chaleco de lanacon dibujos de rombos, unos extraños pantalones de tela depoliéster con textura rugosa y unos zapatos marrones deimitación de Wallabee que podrían ser literalmente de JCPenney. El chorro de aire frío del conducto de ventilacióndel techo hace añicos el aro de humo de Rand en el momento

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mismo en que ella le da forma y lo exhala. Ahora Beth Rathestá jugando al futbolín con Herb Dritz mientras KeithSabusawa mira el calentamiento previo a un partido debéisbol de los Cardinals en el televisor que hay encima dela barra. Se nota que Beth preferiría estar sentada conSabusawa, pero no está segura de con qué atrevimiento tieneque mostrar sus sentimientos hacia Sabusawa, que a MeredithRand siempre le ha parecido tremendamente alto para seroriental. Drinion también tiene una forma de asentir con lacabeza en la que el asentimiento no tiene nada que ver conla cortesía ni con la afirmación. Y ahora dice:

—Eres agradable y de momento estoy disfrutando del tête-à-tête. Es una oportunidad de prestarte atención directa, quede otra manera no resulta fácil, porque parece que te poneincómoda.

Espera un momento a ver si ella quiere decir algo. Laexpresión facial de Drinion no es ausente, pero sí insulsa yneutra de una forma que da la impresión de que podría servacía. Sin ser consciente de ello, Meredith Rand ha dejadode intentar hacer aros de humo.

—¿Y el hecho de que te guste prestar atención a alguienequivale a que estés interesado por ese alguien?

—Bueno, yo diría que casi todo a lo que prestas muchaatención directa se vuelve interesante.

—¿En serio?—Eso creo, sí —dice Drinion—. Por supuesto, resulta

especialmente interesante prestarte atención a ti, porqueeres atractiva. Casi siempre es agradable prestar atención ala belleza. No requiere ningún esfuerzo.

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A Rand se le han fruncido los ojos, aunque esto puededeberse en parte a las volutas de humo de cigarrillo que elaire acondicionado le está metiendo en los ojos.

Shane Drinion dice:—La belleza es interesante casi por definición, si por

interesante quieres decir algo que llama la atención y haceque prestarle atención resulte agradable. Aunque laexpresión que tú acabas de usar no ha sido «resultarinteresante» sino «estar interesado».

—Sabes que estoy casada —dice Meredith Rand.—Sí. Todo el mundo sabe que estás casada. Llevas anillo

de boda. Tu marido te recoge en la entrada sur varios díaspor semana. Su coche tiene un agujerito en el tubo de escapeque hace que el motor suene con mucha potencia. Que hace queel coche emita un ruido más potente de lo normal, quierodecir.

Meredith Rand no parece complacida en absoluto.—Debo de estar confundida. Si acabas de decir que me pone

incómoda, ¿por qué has tenido que sacar el tema delatractivo?

—Bueno, tú me has hecho una pregunta —dice Drinion—. Y yote he contestado lo que a mí me parece que es la verdad.Primero me he tomado un segundo para decidir cuál era larespuesta verdadera y qué formaba parte de la misma y quéno. Y luego lo he dicho. No tenía intención de ponerteincómoda. Pero tampoco tenía intención de evitar que tepusieras incómoda... no era eso lo que me habías pedido.

—Ah, ¿y tú eres la autoridad que decide lo que es verdadporque...?

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Drinion espera un momento. En el mismo intervalo fugazque dura la pausa, Meredith Rand se da cuenta de que Drinionse ha detenido para ver si ella va a decir algo más o si lapregunta truncada va destinada a invitarlo a que dé él larespuesta. En otras palabras, para ver si es una preguntasarcástica. Lo cual quiere decir que él no tiene ningunanoción natural de si algo es sarcástico o no.

—No. No soy ninguna autoridad sobre la verdad. Me hashecho una pregunta sobre el hecho de estar yo interesado, yyo he intentado determinar la verdad de lo que sentía, yluego decírtela, porque he dado por sentado que era eso loque querías.

—Me he fijado en que no te has mostrado ni mucho menostan franco y atrevido, por así decirlo, cuando te hepreguntado cómo te hacía sentir el que yo te encontrarainteresante.

La expresión y el tono de Drinion no cambian ni un ápice.—Lo siento. Me está costando entender lo que acabas de

decir.—Estoy diciendo que cuando te he preguntado cómo te hacía

sentir el que yo te encontrara interesante, no hascontestado sin ambages. Te has puesto a marear la perdiz. Yahora que se trata de mí, de repente hay una preocupaciónsúbita por la verdad sin ambages.

—Ya lo entiendo. —Hubo otra breve pausa. El humo de lamarca baja en nicotina tenía un sabor insulso en comparacióncon el regusto de la tónica y la lima—. No recuerdo ningúnmomento en que yo haya intentado resultar evasivo o falso enesa respuesta. Tal vez se me dé mejor expresar unas cosasque otras. Creo que lo mismo le pasa a mucha gente. Además,no suelo hablar mucho. Casi nunca tengo conversaciones tête-à-

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tête, la verdad. Es posible que no sea tan hábil como otragente a la hora de hablar de cómo me hacen sentir las cosas.

—¿Te puedo hacer una pregunta?—Sí.Ahora a Rand no le cuesta nada mirar directamente a

Drinion.—¿No se te ha ocurrido que todo eso puede resultar un

poco condescendiente?A Drinion se le mueve el ceño ligeramente hacia arriba

mientras piensa. En el televisor acaba de empezar el partidode béisbol, lo cual puede explicar por qué Keith Sabusawa, aquien normalmente le gusta marcharse cuando se termina lahappy hour, todavía no se haya marchado, y tampoco ShaneDrinion. Sabusawa es lo bastante alto como para tener losmocasines parcialmente apoyados en el suelo en lugar deenganchados en el pequeño soporte que hay cerca de la basedel taburete. Ron, el camarero, tiene un paño y un vaso enla mano y está haciendo el gesto de limpiarlo, pero tambiénestá mirando el partido, y diciéndole algo a Keith Sabusawa,que de hecho a veces se sabe de memoria largas listas deestadísticas de béisbol, y es que, según explica Beth Rath,a él le resulta relajante y tranquilizador pensar en esascosas. Hay dos enormes máquinas del millón llenas delucecitas y ruiditos apoyadas en la pared que queda justo alsur de la mesa de hockey de aire, a la que ningún clientedel Meibeyer’s juega nunca porque tiene una avería crónicaque hace que el aire salga con demasiada fuerza por losorificios de la mesa y que el disco se eleve varioscentímetros de la superficie y resulte casi imposibleimpedir que salga volando de la mesa. En la más cercana delas máquinas del millón, una hermosa amazona con traje de

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licra tiene levantado por el pelo a un hombre cuyos miembrosparecen girar al ritmo de las luces sincopadas de losobstáculos y compuertas y flippers.

Drinion dice:—No se me ha ocurrido. Pero sí me doy cuenta de que te

has enfadado o te has molestado por algo que he dicho. Deeso sí me doy cuenta —dice. Y ahora se me ocurre que tal vezquieras terminar esta conversación tête-àtête pese a que tumarido todavía no ha llegado para recogerte, pero que talvez no estés segura de cómo hacerlo, de manera que tesientes un poco atrapada, y eso también te está enfadando.

—¿Y tú? ¿Tú no tienes que ir a ninguna parte?—No.Un dato interesante es que Meredith Rand en realidad es

de rango superior a Drinion, técnicamente, puesto que ellatiene rango GS-10 y Drinion tiene rango GS-9. Y esto pese aque Drinion se encuentra a varios niveles de magnitud porencima de Rand en términos de efectividad como examinador.Tanto su media diaria de declaraciones como su proporcióndel total de declaraciones examinadas en relación con eltotal de ingresos adicionales producidos por medio deauditorías son mucho más elevadas que las de Meredith Rand.La verdad es que los examinadores polivalentes lo tienenmucho más difícil para que los asciendan, puesto que losascensos suelen ser resultado de las recomendaciones de losJefes de Grupo, y los EXPOL casi nunca pasan suficientetiempo en el mismo Centro o Módulo como para desarrollar esaclase de familiaridad con los superiores que hace que elsuperior esté dispuesto a asumir el enorme papeleo querequiere recomendar a alguien para un ascenso. Además, comolos examinadores polivalentes suelen ser los mejores en lo

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suyo, en la Agencia no hay incentivos para ascenderlos, dadoque al llegar al rango GS-15 los empleados pasan aadministración y ya no pueden viajar de un Centro a otro.Una de las cosas que a los pasapáginas normales les resultanmisteriosas de los EXPOL es qué motivaciones tienen paraservir como EXPOL cuando se trata de un puesto que liquidatu carrera en términos de ascensos y de aumentos de sueldo.A fecha de 1 de julio de 1983, la diferencia de salarioanual entre un GS-9 y un GS-10 es de 3.220$ brutos, que noes precisamente calderilla. Igual que muchos pasapáginas,Meredith Rand supone que hay cierto tipo de personalidadbásica que se siente atraída por las mudanzas constantes yla falta de ataduras que implica ser un examinadorpolivalente, además de por la diversidad de los desafíos queel trabajo implica, y que Personal cuenta con pruebasespecíficas para localizar esos rasgos de carácter y de esamanera identificar a ciertos examinadores como candidatospotenciales a convertirse en EXPOL. El estilo de vida de losEXPOL tiene cierto prestigio o romanticismo, pero una partedel mismo no es más que la romantización que hacen losempleados casados o anclados de otras maneras del estilo devida sin ataduras de alguien que va de Centro en Centrosiguiendo el capricho institucional de la Agencia, como sifuera un vaquero o un mercenario. Desde finales de inviernoy primavera de 1984 han venido muchos EXPOL a Peoria; hayteorías diversas para explicar por qué.

—¿Te sueles quedar por aquí cuando se termina la hora yse marcha toda la panda de Segundo Nudillo?

Drinion niega con la cabeza. No menciona el hecho de queno se puede marchar del Meibeyer’s hasta que se vaya KeithSabusawa. Meredith Rand no está segura de si Drinion nomenciona ese hecho obvio porque sabe que Meredith ya lo sabe

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o si el tipo es tan completamente literal que se limita acontestar literalmente todas las preguntas que ella leformula, como si fuera una máquina, como por ejemplodiciendo simplemente sí o no cuando es una pregunta de lasque se contestan de forma afirmativa o negativa. Apaga sucigarrillo en el pequeño cenicero desechable de lámina demetal dorada que hay que pedirle directamente a Ron siquieres fumar, puesto que el Meibeyer’s se ha encontrado elproblema de que le desaparecían los ceniceros, por difícilque resulte de creer viendo lo feos que son. Ella apaga sucigarrillo de forma un poco más completa y enfática que decostumbre, a fin de reforzar cierta impaciencia tonal en loque dice mientras está aplastando el cigarrillo:

—Pues muy bien.Drinion efectúa una ligera rotación del torso en su silla

para ver en qué parte de la barra se encuentra KeithSabusawa. Rand está segura al 90 por ciento de que elmovimiento no es ninguna clase de actuación ni nada quepretenda comunicarle a ella algo no verbal. Fuera, en elcielo del noroeste, hay unas murallas enormes de nubesperfiladas por la luz crepuscular en cuyo interior a vecesse oyen murmullos y se ven luces. Ninguno de los presentesen el Meibeyer’s puede ver esas nubes, aunque siempre sepuede notar físicamente que hay lluvia de camino prestandoatención a ciertas señales físicas subliminales, como porejemplo los senos nasales, los juanetes, un tipo concreto dedolor de cabeza incipiente y cierto cambio ligero en lanaturaleza del frío del aire acondicionado.

—Dime, pues: ¿por qué crees que lo de ser guapa me poneincómoda?

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—No lo sé seguro. Lo único que te puedo dar es unaconjetura.

—¿Sabes? No eres tan directo como pareces a primeravista, a fin de cuentas.

Drinion sigue mirando a Meredith Rand directamente perosin ninguna clase de desafío ni estrategia evidente. Rand,que ciertamente está en situación de saber que la falta depicardía puede ser una forma de picardía, le dirá más tardea Beth Rath que era como cuando te está mirando una vaca oun caballo: no solamente no sabes qué están pensando cuandote miran, ni si están pensando; tampoco tienes la más remotaidea de qué están viendo cuando te miran, y sin embargo, almismo tiempo sientes que te están viendo del todo.

—Muy bien, voy a seguirte el jueguecito —dice MeredithRand—. ¿Te parezco guapa?

—Sí.—¿Te resulto atractiva?—...—¿Sí o no?—Esa pregunta me parece confusa. La he oído en películas

y la he leído en libros. Está formulada de forma extraña.Parece preguntar una opinión objetiva sobre si la personacon la que estás hablando te describiría como atractiva. Porel contexto en el que suele aparecer, sin embargo, casisiempre parece ser una forma de preguntar si la persona conla que estás hablando se siente sexualmente atraída por ti.

Meredith Rand dice:—Bueno, a veces hay que aceptar una forma elusiva de

decir las cosas, ¿no? Hay cosas que no se pueden decir

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directamente o serían asquerosas. ¿Te imaginas a alguienpreguntando: «¿Te atraigo sexualmente?».

—Pues la verdad es que sí.—Pero resultaría tremendamente incómodo preguntarlo así,

¿no?—Puedo entender que resultara incómodo o hasta

desagradable, sobre todo si la otra persona no sintieraatracción sexual. Estoy bastante seguro de que dentro de lapregunta directa va englobada la sugerencia de que el que lahace se siente sexualmente atraído por la otra persona yquiere saber si el sentimiento es recíproco. De manera quesí, esto quiere decir que yo me equivocaba. La preguntasubyacente también engloba una serie de cuestiones osupuestos. Tienes razón: la cuestión de la atracción sexualparece ser una cuestión de la que no es posible hablarsiendo completamente directos.

Ahora la expresión de Rand es lo bastante condescendientecomo para resultar irritante o molesta a la gran mayoría delas personas con las que pudiera estar hablando.

—¿Y por qué crees que es así?Drinion hace una pausa momentánea.—Creo que probablemente sea porque a la gente le resulta

intensamente desagradable el rechazo sexual directo, demanera que cuanto menos directamente expreses la informaciónsobre tu atracción sexual a alguien, menos directamente tesentirás rechazado si no hay una manifestacióncorrespondiente de atracción.

—Hay algo bastante fatigoso en ti —observa Rand—. Enhablar contigo.

Drinion asiente con la cabeza.

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—Es como si fueras al mismo tiempo interesante y muyaburrido.

—Ciertamente me han dicho que soy aburrido.—Lo de Señor Excitación.—Es obvio que es un apodo sarcástico.—¿Has salido alguna vez con una chica?—No.—¿Le has pedido a alguien para salir o has expresado

atracción por alguien?—No.—¿No te sientes un poco solo?Hay una pequeña pausa.—Creo que no.—¿Crees que te darías cuenta en caso de que así fuera?—Creo que sí.—¿Sabes qué está sonando ahora mismo en la máquina de

discos?—Sí.—¿No serás marica por casualidad?—Creo que no.—¿Crees que no? —dice Rand.—Creo que en realidad no soy nada. Creo que nunca he

sentido lo que tú llamas atracción sexual.A Rand se le da muy bien leer las emociones en las caras

de la gente, y por lo que ella puede ver ahora en la cara deDrinion no hay nada que leer.

—¿Ni siquiera cuando eras adolescente?

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Vuelve a haber esa pequeña pausa para escanear.—Pues no.—¿Te preocupaba que pudieras ser marica?—No.—¿Te preocupaba que te pasara algo raro?—No.—¿Y no había otra gente preocupada por si te pasaba algo

raro?Otra pausa, al mismo tiempo vacía y no vacía.—Creo que no.—¿En serio?—¿Quieres decir de adolescente?—Sí.—Creo que la verdad es que nadie me prestaba la

suficiente atención como para preguntarme qué estaba pasandodentro de mí, ni mucho menos para preocuparse por ello.

No se ha movido ni un pelo.—¿Ni siquiera tu familia?—No.—¿Y eso no te deprimía?—No.—¿Te sentías solo?—No.—¿No te sientes solo nunca?Rand casi ha llegado al punto de poder vaticinar la pausa

que va después de algunas preguntas, o por lo menos aabsorberla como una parte normal del ritmo de la

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conversación de Drinion. Drinion no se inmuta ante el hechode que ella ya se lo haya preguntado antes.

—Creo que no.—¿Nunca?—Creo que no.—¿Por qué no?Drinion da otro sorbo de su vaso de cerveza caliente. La

economía de sus movimientos tiene algo que a Rand le gustamirar, aunque no es del todo consciente de que le gusta.

—Creo que no sé cómo contestar a eso —dice el examinadorpolivalente.

—Bueno, pues por ejemplo, cuando te das cuenta de que losdemás tienen romances o vida sexual y tú no, o bien te dascuenta de que los demás se sienten solos y tú no, ¿quépiensas de la diferencia que hay entre tú y ellos?

Hay una pausa. Drinion dice:—Creo que lo que estás preguntando encierra una

duplicidad. Tú estás hablando de comparar. Pero creo que loque pasa más bien es que si estoy mirando a alguien yprestándole atención y pensando en cómo es ese alguien, dejode prestarme tanta atención a mí mismo y a cómo soy. Demanera que no hay forma de comparar.

—¿Nunca comparas nada con nada?Drinion se mira la mano y luego mira el vaso.—Me cuesta mucho prestar atención a más de una cosa a la

vez. Creo que es una de las razones por las que no conduzco,por ejemplo.

—Pero sí sabes lo que está sonando en la máquina dediscos.

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—Sí.—Pero si estás prestando atención a la conversación que

estamos teniendo, ¿cómo es que sabes qué está sonando en lamáquina de discos?

Ahora hay una pausa más larga. La cara de Drinion se veun poco distinta cuando llega al final de su escaneo de dossegundos.

Drinion dice:—Bueno, está muy fuerte, y además he oído esta canción

varias veces por la radio, cuatro o tal vez cinco veces, ycuando suena por la radio tienen la costumbre de decir eltítulo y el nombre del artista en cuanto se termina. Tengoentendido que es así como las emisoras de radio puedenemitir canciones con copyright sin tener que pagar ningunatarifa por el uso de la canción. La emisión radiofónicaforma parte de la campaña publicitaria del álbum del que lacanción forma parte. Es un poco confuso, sin embargo. Laidea de que oír la canción varias veces gratis por la radiovaya a aumentar la probabilidad de que el cliente entre enuna tienda y se compre la canción me resulta un pococonfusa. De acuerdo, a menudo lo que se está vendiendo es elálbum entero del que la canción no es más que una parte, asíque es posible que la canción de la radio funcione un pococomo el tráiler de una película que se está proyectando, amodo de inducción para comprar una entrada para ver esapelícula más tarde, de la cual el tráiler obviamente no esmás que una pequeña parte. También está la cuestión de cómoel personal de contabilidad de las discográficas va a tratarlos gastos que se generan por la emisión radiofónicagratuita. No parece exactamente una cuestión de estrategiaempresarial interna, sino más bien un asunto interempresarial,

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si lo piensas bien. Está claro que se deben de generarcostes importantes de envío y distribución para colocar lagrabación de la canción en manos de las emisoras de radioque la van a emitir. ¿Puede la discográfica o su empresamatriz desgravar esos costes si las emisoras de radio noestán pagando tarifa alguna por los derechos de emisión dela canción, y por tanto no hay ingresos contra los cualesdesgravar los gastos? ¿O acaso se pueden deducir como gastosde marketing y publicidad si de hecho no se está pagandonada al supuesto anunciador, que en este caso son lasemisoras de radio o sus empresas matrices, sino solamente alservicio de correos o a alguna mensajería privada? ¿Cómo ibael examinador de la Agencia a poder distinguir esos gastosde las deducciones ilegales o infladas, si ya no se puedeusar ninguna compensación mayor como referencia a la queañadir o de la que sustraer esos costes de distribución?

Meredith Rand dice:—¿Puedo decir que una de las razones de que resultes un

poco aburrido es que da la impresión de que no tienes niidea de cuál es el verdadero tema de una conversación? Todoesto no tiene nada que ver con lo que estábamos hablando,¿verdad?

Drinion parece ligeramente desconcertado por un momento,pero no herido en sus sentimientos ni tampoco avergonzado.Rand dice:

—¿Qué te hace pensar que alguien quiera oír una memezinterminable relacionada con nuestro trabajo, de la queademás ni siquiera tienes ni idea, cuando de lo que se trataprecisamente aquí es de que es viernes y tenemos dos díaspara no tener que pensar en rollos de estos?

Drinion dice:- 666 -

—Estás diciendo que no es habitual elegir dedicar tiempoa esta clase de cuestiones a menos que uno esté en horas detrabajo...

—Te estoy hablando de la soledad y del hecho de que lagente te preste atención o no, ¿y tú vas y me sueltas eserollo kilométrico sobre protocolos de costes y resulta que adonde todo va a parar es a que hay cuestiones deprocedimiento que no conoces?

Drinion asiente con la cabeza, con gesto pensativo.—Entiendo lo que estás diciendo.—¿Qué te imaginas que está pasando por la mente de la

otra persona cuando te pones a despotricar así? ¿Simplementedas por sentado automáticamente que le interesa? ¿A quién leimporta la contabilidad radiofónica si no es tu tareaasignada?

Ahora Beth Rath está sentada entre Keith Sabusawa y otrapersona de la barra, todos asumiendo esa postura típica detaburete que a Meredith Rand siempre le parece un pocobuitresca. Howard Shearwater está jugando al millón, quedicen que se le da de maravilla; su máquina del millón es lamás alejada de la mesa donde están ellos, y el ángulo deincidencia no permite a Rand ver los dibujos o motivos quetiene. El sol todavía no se ha puesto del todo pero lasluces tenues de las antorchas Tiki artificiales del bar yase han encendido, y la potencia del aire acondicionado quesale de las rejillas parece haberse reducido por lo menos unpoco. En tanto que aficionados al béisbol, la poblaciónautóctona de Peoria suele estar dividida a partes igualesentre los Cubs y los Cardinals, aunque en los tiempos quecorren los fans de los Cubs suelen ser más discretos sobresu preferencia. El béisbol por televisión es el deporte más

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tedioso que hay, en opinión del marido de Meredith Rand.Puede que llueva o puede que no, como de costumbre. Haycharcos de vapor condensado con formas distintas sobre todoslos lugares donde hay o ha habido un vaso, y ninguno deellos se evapora. Drinion todavía no ha hablado ni se hamovido de forma nerviosa, ni tampoco ha cambiado mucho suexpresión facial. El cigarrillo encendido ahora es eltercero desde las 5.10. No se producen intentos de formararos.

Meredith Rand dice:—¿Qué estás pensando ahora?—Estoy pensando que has formulado muchas ideas que

parecen válidas, y que tal vez voy a pensar un poco más entoda la cuestión de lo que piensan los demás cuando hablocon ellos.

Rand hace eso que es capaz de hacer cuando sonríeampliamente con todo salvo con los músculos que rodean losojos.

—¿Estás siendo paternalista conmigo?—No.—¿Estás siendo sarcástico?—No. Pero veo que te has enfadado.Ella expulsa dos breves volutas de humo. Debido a que

sale menos aire de las rejillas del aire acondicionado,parte del humo le va a la cara a Shane Drinion.

—¿Sabías que mi marido se está muriendo?—No, no lo sabía —dice Drinion.

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Los dos permanecen quietos un momento, haciendo la clasede gestos faciales que cada uno de ellos tiene tendencia ahacer.

—¿No me vas a decir que lo sientes?—¿Cómo? —dice Drinion.—Es lo que se dice. Es lo que dicta la etiqueta estándar.—Bueno, estaba considerando esa información a la luz del

hecho de que me hayas estado preguntando por cuestiones desentimientos sexuales y de soledad. La llegada de esa nuevainformación cambia el contexto de la conversación, me parecea mí.

—¿Y puedo preguntar cómo? —dice Meredith Rand.Drinion inclina la cabeza.—Eso no lo sé.—¿Has pensado que descubrir que se está muriendo podría

significar que tienes alguna clase de posibilidad sexualconmigo?

—No he pensado eso, no.—Bien. Eso está bien.Beth Rath ha echado a andar hacia la mesa, con la boca

parcialmente abierta para decir tal vez algo o para intentarsumarse a la conversación, pero Meredith Rand le dedica unamirada que hace que Rath dé media vuelta y vuelva a su sitioen el taburete de cuero rojo de la barra, donde Ron estácambiando el cartucho de gas del surtidor de soda. MeredithRand deja su bolso encima de la mesa y se levanta pararellenarse el vaso.

—¿Quieres otra Heineken o lo que sea eso?—Todavía no me he terminado esta.

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—No eres exactamente el rey de la fiesta, ¿verdad?—Me lleno deprisa. Parece que no me cabe mucho en el

estómago.—Qué suerte.Rand, Rath y Sabusawa mantienen una conversación breve

mientras Ron se dedica a prepararle el gin-tonic a MeredithRand, conversación que Drinion no oye, aunque sí puede vertenues reflejos de los ocupantes de la barra en el ventanaldel Meibeyer’s. Nadie sabe qué aspecto tiene ni qué caraestá poniendo mientras permanece allí sentado a solas, nisiquiera qué es lo que está mirando.

—¿Sabes lo que es una cardiomiopatía? —pregunta Randcuando se vuelve a sentar.

Se mira el bolso, que por su forma es más bien una bolsa.Ya se ha bebido la mitad del gin-tonic.

—Sí.—Sí ¿qué?—Creo que es una enfermedad del corazón.Meredith Rand se da unos golpecitos experimentales con el

encendedor en los incisivos.—Parece que se te da bien escuchar. ¿No? ¿Quieres oír una

historia triste?Al cabo de un momento Drinion dice:—No estoy seguro de cómo contestar a eso.—Me refiero a mi historia triste. O parte de ella. Todo

el mundo tiene una historia triste. ¿Quieres oír parte de lamía?

—...

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—En realidad es una enfermedad del músculo cardiaco. Lacardiomiopatía.

—Yo creía que el corazón en sí era un músculo —dice ShaneDrinion.

—Es para diferenciarlo de la vasculatura del corazón.Confía en mí, soy bastante experta en esto. Las llamadasenfermedades cardiacas son las que afectan a los vasosmayores. Como los ataques al corazón. La cardiomiopatíaafecta al músculo del corazón, a sus tejidos, a la cosa quese estruja y se relaja. Sobre todo cuando no se conoce lacausa. Que no se conoce. No se sabe con seguridad qué se lacausó a mi marido. La teoría es que cuando iba a launiversidad sufrió una gripe terrible o algún virus que todoel mundo pensó que se le había pasado, pero que de algunamanera se le quedó en el miocardio, el tejido muscular delcorazón, y gradualmente lo fue infectando y lo estropeó.

—Creo que lo entiendo.—Tal vez estás pensando: Qué triste debe de ser

enamorarse y casarse y que luego tu marido coja unaenfermedad mortal; porque lo es, es mortal. Como el niñorico de la película aquella, cómo se llamaba... Aunque en lapelícula la que enferma es la mujer, que es un poco mema enmi opinión, pero el caso es que al niño rico hasta lodesheredan cuando se casa con ella, y entonces va ella ycoge una enfermedad mortal. Es un dramón. —A Rand también lecambian un poco los ojos cuando está escaneando alguna clasede recuerdo—. Se parece un poco a la insuficiencia cardiaca.De hecho, en muchos casos, cuando la persona acabamuriéndose, la causa de la muerte que consta esinsuficiencia cardiaca.

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Shane Drinion tiene cogido con la mano el vaso con unpoco de cerveza al fondo pero no lo levanta de la mesa.

—¿Y la causa es que el músculo cardiaco se estropea y nopuede contraerse lo suficiente para bombear la sangre?

—Sí, y él ya la tenía antes de que nos casáramos, latenía incluso antes de que yo lo conociera, y eso que loconocí cuando era superjoven. Yo no tenía ni dieciocho años.Y él tenía treinta y dos y trabajaba de ayudante deenfermero en el Zeller. —Ella está sacando un cigarrillo—.¿Por casualidad sabes qué es el Zeller?

—Creo que te refieres al centro de salud mental que haycerca de los Exposition Gardens de Northmoor.

El trasero de Drinion está ligerísimamente suspendido,tal vez un par de milímetros como mucho, por encima delasiento de su silla de madera.

—En realidad está en University Avenue, por lo menos laentrada principal.

—...—Es un hospital psiquiátrico. ¿Sabes qué es un hospital

psiquiátrico?—En un sentido general, sí.—¿Estás limitándote a ser cortés?—No.—El loquero. El Marriott de la mente. La jaula de los

locos. ¿Quieres saber por qué estaba yo allí?—¿Estabas visitando a alguien importante para ti?—Negativo. Fui paciente del centro durante tres semanas y

media. ¿Quieres saber por qué?

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—No sé si me lo estás preguntando de verdad o si lapregunta es un simple preludio al hecho de decírmelo.

Meredith Rand hace una mueca sardónica con la bocatorcida a un lado y chasquea la lengua un par de veces.

—Muy bien. Da un poco de rabia, pero no puedo decir queno tengas algo de razón. Yo era una «cortadora». ¿Sabes quées una «cortadora»?

No se produce ningún cambio: la cara de Drinion permanececompuesta y neutra sin que parezca de ninguna manera queestá intentando permanecer neutra. Meredith Rand tiene unaantena subliminal muy buena para esta clase de cosas: esalérgica a las actuaciones.

—Imagino que es alguien que corta cosas...—¿Te estás haciendo el listo?—No.—No sabía por qué lo hacía. Sigo sin estar segura, pero

él me enseñó que intentar analizarlo o entender todos losporqués era una idiotez. Que lo único importante era dejarde hacerlo, porque si no lo dejaba iba a acabar otra vez enel psiquiátrico, y que la idea de que podía esconderlo convendas o mangas largas y mantenerlo totalmente en secretoera una idiotez arrogante. Y tenía razón. No importa dóndelo hagas ni con cuánto cuidado, siempre llega un momento enque alguien ve algo y dice algo, o en que alguien estáhaciendo el memo en el pasillo y fingiendo que te suplicaque te saltes la clase de álgebra y vayas al parque afumarte un porro y a trepar a la estatua de Lincoln, y teagarra del brazo demasiado fuerte y se te abren algunos delos cortes y te pones a sangrar a través de las mangaslargas, por mucho que lleves dos camisas, y alguien llama ala enfermera por mucho que tú les digas que te dejen en paz,

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coño, y que ha sido un accidente, y que te vas a ir a casa yvas a llamar al médico desde tu casa. Siempre llega un díaen que alguien te ve algo en la cara que le revela que estásmintiendo, y antes de que te des cuenta estás ahí, en unahabitación bañada en luz, con los brazos y las piernas aldescubierto, intentando darle explicaciones a alguien quetiene cero sentido del humor; de hecho es un poco comohablar contigo ahora —dice con una breve sonrisita tensa.

Drinion asiente despacio con la cabeza.—Eso ha sido muy desagradable. Tengo que pedirte

disculpas por ello.—No tengo mucho sentido del humor, es cierto.—Yo te hablo de otra cosa. Allí te hacen una entrevista

cuando ingresas, donde te formulan una serie de preguntasrequeridas por la ley que van leyendo de un impreso legalapoyado en una tablilla sujetapapeles blanca, y si se da elcaso de que te preguntan si alguna vez oyes voces y tú lesdices que claro, que ahora mismo estás oyendo la suyahaciéndote una pregunta, a ellos no les parece gracioso, yni siquiera se dan por enterados de que estás haciéndote lagraciosa, sino que se limitan a quedarse allí sentados,mirándote. Como si ellos fueran un ordenador y tú nopudieras seguir hasta que les das la respuesta en el formatoadecuado.

—La misma pregunta resulta ambigua. Por ejemplo, ¿a quévoces se están refiriendo?

—Pues resulta que en el Zeller tienen tres tiposdistintos de pabellones, y dos de ellos están cerrados conllave, y el pabellón donde me metieron a mí como pacientepsiquiátrica era el mismo en el que también trabajaba él, enla tercera planta, donde básicamente había niñas ricas de

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los Heights que no querían comer o que se tragaban un frascoentero de Tylenol cuando las dejaba el novio, etcétera, obien se metían el dedo en la garganta cada vez que comíanalgo. Aquello estaba lleno de vomitonas.

Drinion sigue mirándola. Ya no hay ninguna parte de sutrasero ni de su espalda que esté tocando la silla, aunquela separación es tan mínima que nadie la podría ver a menosque estuviera enfocándola con una luz muy potente desde elcostado, iluminando la ligera separación entre Drinion y lasilla.

—Te estarás preguntando cómo llegué allí yo, porque estáclaro que nuestra familia ni era rica ni era de los Heights.

—...—La respuesta es que teníamos un buen seguro médico a

través del sindicato de mi padre. Mi padre llevó la línea deproducción de alambre agrícola de la American Twine and Wiredesde 1956 hasta que cerró. Los únicos días de trabajo quese saltó en su vida fueron algunos de los días que pasó enel Zeller. —Rand pone una cara de horror distendido muybreve, cuyo significado exacto no está claro, y enciende elcigarrillo que ha estado sosteniendo con la mano y mirando—.Para que te hagas una idea.

Drinion se termina lo que queda de la Michelob y selimpia un poco la boca con la servilleta en la que estabaapoyado el vaso. A continuación vuelve a colocar en su sitiola servilleta y el vaso. Su cerveza lleva demasiado rato atemperatura ambiente para producir más vapor condensado.

—Y es verdad que ya parecía enfermo cuando lo conocí.Nada asqueroso, tampoco es que supurara ni fuera tosiendopor ahí ni nada parecido, pero estaba pálido, hasta para serinvierno. Se lo veía delicado, como si fuera un anciano.

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Estaba totalmente flaco, aunque comparado con las chicasanoréxicas costaba ver a primera vista lo flaco que estaba;le pasaba más bien que estaba pálido y se cansaba enseguida.No se podía mover muy deprisa. Tenía unas ojeras oscuras yterribles. Parte del tiempo tenía un aspecto cansado osoñoliento, aunque también hay que tener en cuenta que yosiempre lo veía de noche, porque él era el ayudante deenfermero del segundo turno del pabellón, desde las cincohasta la hora, ya de madrugada, en que venía el ayudante delas noches, a quien nunca veíamos salvo a la hora deldesayuno, o bien si alguien tenía una crisis en plena noche.

—O sea que no era médico —dice Drinion.—Me río yo de los médicos. De los del Zeller. Los

psiquiatras. Venían por la tarde durante una hora o algoasí, vestidos con sus trajes; siempre llevaban trajeselegantes, eran profesionales; y hablaban principalmente conlas enfermeras y con los padres que estaban de visita. Yluego entraban por fin a verte y tenías con ellos unaconversación incómoda y forzada, como si fueran tu padre oalgo parecido. Y tenían cero sentido del humor, y se pasabantodo el rato mirándose el reloj. Hasta a los que se les veíacierta pinta de que tal vez fueran seres humanos lesinteresaba más tu caso que tú. O sea, lo que podíasignificar tu caso, la forma en que se parecía o difería deotros casos de los libros de texto. No me hables delestamento médico de los centros psiquiátricos. Era rarísimotratar con ellos; te podían girar la cabeza de verdad. Sidecías que odiabas aquel lugar y que no te estaba ayudando yque te querías marchar, ellos lo veían como un síntoma de tucaso, no como que te querías marchar. Era como si no fuerasun ser humano, no eras más que una máquina que ellos podíandesmontar para ver cómo funcionaba. —Abre y cierra su

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pitillera—. Daba mucho miedo, la verdad, porque podíanfirmar papeles para retenerte allí o bien para trasladarte aun pabellón peor; el otro pabellón cerrado era mucho peor yla gente hablaba de él, no quieras saber lo que decían. Obien podían decidir darte una medicación que convertía aalgunas de las chicas en zombis; daba la impresión de que undía estaban allí y al siguiente estaban en otro planeta.Como zomboides vestidos con albornoces muy elegantes traídosde casa. La verdad es que acojonaba.

—...—No podían hacer cosas de peli de terror, sin embargo, no

podían dar tratamientos de electroshock como en la películaaquella, porque todos los padres y madres iban allíprácticamente a diario y se enteraban de todo. Si estabas enaquel pabellón no estabas internado en el Zeller, estabasingresado, y al cabo de siete días, si lo decían tus padres,te tenían que soltar. Y algunos lo hacían, algunos padres delas chicas zombi. Pero ellos tenían la capacidad legal defirmar unos impresos que te convertían en interna. Eran losmédicos trajeados los que podían hacerlo, así que eran losque más miedo daban.

—...—Además, la comida era peor que asquerosa.—Te habías estado practicando pequeñas incisiones ocultas

a modo de compensación psicológica de algún tipo.Meredith Rand se lo queda mirando con expresión serena.

Sí que se da cuenta de que él parece estar sentado con laespalda un poco más recta o algo parecido, porque ahora laparte baja del expositor de distintos tipos de sombrerosqueda tapada, y ella sabe que no es porque ella se hayarepantingado.

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—Me hacía sentirme bien. Daba grima, y yo sabía que nopodía ser bueno si lo llevaba tan en secreto y de forma tansiniestra, pero me hacía sentirme bien. No sé qué más decir.—Cada vez que sacude la ceniza, le da tres golpecitos alcigarrillo a la misma velocidad y en el mismo ángulo con undedo que tiene la uña pintada de rojo—. Pero yo teníafantasías de hacerme cortes en el cuello y en la cara, quees algo que daba grima, y me había pasado todo el añollegando cada vez más arriba por los brazos sin poder hacernada para evitarlo, y ahora me doy cuenta de que aquello measustaba. Menos mal que me habían metido allí dentro; eratodo una locura, así que al fin y al cabo tal vez ellostenían razón.

Drinion se limita a quedársela mirando. No hay forma desaber si se avecina lluvia de verdad o si la masa nubosa vaa pasar de largo. La luz de fuera es aproximadamente delmismo color que una bombilla gastada. Dentro del local haydemasiado ruido para saber si hay truenos. A veces el aireacondicionado parece volverse más frío o más insistentecuando está a punto de haber tormenta, pero ahora mismo noda la impresión de que esté pasando eso.

Meredith Rand dice:—Tienes que decir alguna cosa de vez en cuando, como si

fuera una conversación de verdad, para demostrar por lomenos que te interesa. Si no, la otra persona tiene lasensación de estar largando el rollo y de que tú debes deestar pensando en Dios sabe qué.

—Pero hacerte cortes en la cara habría exteriorizadomucho la situación —dice Drinion.

—Ahí está. Además, yo no me quería hacer cortes en lacara. Tal como él terminó mostrándome, mi superficie facial

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era lo único que yo creía tener. Mi cara y mi cuerpo, elhecho de que supuestamente yo era una buenorra... Yo era unade las buenorras del Central Catholic. Que es un instituto desecundaria de aquí. Así nos llamaban: las buenorras. Y lamayoría también eran animadoras.

Drinion dice:—O sea que te educaron en el catolicismo.Rand niega con la cabeza mientras sacude la ceniza del

cigarrillo.—Eso no es relevante. No es la clase de pequeña respuesta

ocasional a la que yo me refería.—...—La conexión es lo que estabas diciendo de la belleza y

la soledad. O estábamos diciendo. Y lo más seguro es que noresulte fácil de entender, debido a que supuestamente elhecho de que te consideren guapa en la escuela secundaria esel pasaporte femenino a la popularidad y a ser aceptada y atodas las cosas que se supone que son lo contrario de lasoledad. —A veces ella usa preguntas directas a modo deexcusa para poder mirarlo a los ojos—. ¿Tú te sentías soloen el instituto?

—Pues no.—Ya. Ah, claro. Además, la belleza es una forma de poder.

La gente te presta atención. Puede resultar muy seductor.—Sí.Solo poco después Meredith Rand será consciente de la

extraña intensidad que ha implicado hablar con el examinadorpolivalente. Será más tarde cuando Rand, que habitualmentees muy consciente de su entorno y de lo que hace la genteque la rodea, se dé cuenta de que ha habido grandes bloques

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del tête-à-tête en el Meibeyer’s que parecían aislados decualquier clase de entorno. De que estando en el seno dedichos bloques de intensa interacción, ella no ha sidoconsciente de la música molesta procedente de la máquina dediscos ni del retumbar de sus bajos excesivos en elesternón, ni tampoco del parloteo y el tintineo insistentede las máquinas de millón y de la máquina de videojuegos decarreras, ni del partido de béisbol que se estaba emitiendopor encima de la barra, ni del estruendo normalmente molestode las conversaciones circundantes en el que a veces ciertasráfagas audibles se elevaban y exigían atención antes desumergirse de nuevo en el molesto ruido ambiental de vocestodas mezcladas y levantadas para oírse por encima del ruidode la sala. La única forma en que se lo podrá explicar aBeth Rath será contándole que daba la impresión de quealrededor de su mesa se hubiera formado una especie decontenedor aislado y que apenas había nada que pudierapenetrarlo. Pese a que tampoco se podía decir que ella sehubiera pasado todo el tiempo allí sentada mirando sin másal empleado polivalente; no era un rollo hipnótico. Tampocohabía sido consciente de cuánto tiempo había pasado o estabapasando, lo cual era muy poco propio de Meredith Rand[115].La mejor teoría que se le ocurrirá a Meredith Rand es que elSeñor Ex prestaba una atención muy intensa y minuciosa a loque ella estaba diciendo. Una intensidad que no tenía nadaque ver con flirtear ni con nada romántico; se trataba deuna clase completamente distinta de intensidad, aunquetambién era verdad que Meredith Rand había experimentadoabsolutamente cero atracción romántica o sexual hacia ShaneDrinion en aquella mesa del Meibeyer’s. Se trataba de algocompletamente distinto.

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—Fue él quien me dijo esto. Quien lo planteó así. Unanoche, después de la cena, después de que se terminarantodos los grupos y toda la terapia ocupacional y los médicoscon sus trajes elegantes se fueran a casa y solamentequedaran él y una enfermera en la ventanilla de lamedicación. Él llevaba la bata blanca de los empleados conun jersey y unas zapatillas deportivas de plástico y unllavero enorme. No hacía falta mirar para oírlo venir por elpasillo, se sabía por el tintineo de las llaves. Solíamosdecirle que parecía que las llaves pesaran más que él.Algunas de las chicas se metían un montón con él, porquesabían que él no les podía hacer nada.

—...—Por la noche, después de que se terminaran las visitas,

no había nada más que hacer que ver la tele en la salacomunitaria o jugar al ping-pong en una mesa que tenía lared muy baja para que hasta las chicas que tomabanmedicación fuerte tuvieran la sensación de que ellas tambiénpodían jugar, y lo único que él tenía que hacer eracomprobar las medicaciones y repartir pases para usar elteléfono, y al final de su turno también le tocaba rellenarlas evaluaciones de todas, lo cual era totalmente rutinarioa menos que se produjera alguna clase de crisispsiquiátrica.

—Así que tú lo observabas con atención, parece —diceShane Drinion.

—Tampoco era un tío despampanante, ni mucho menos. Habíachicas que lo llamaban el cadáver. Necesitaban tener suspequeños insultos para todo el mundo. O bien lo llamaban lamuerte andante. Era una cuestión puramente física. Pero esque parecía que no había ninguna parte de él que tocara su

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ropa por dentro; la ropa simplemente le colgaba. Se movíacomo si tuviera sesenta años. Pero era gracioso, y hablabacontigo de verdad. Si alguna quería hablar de algo, quierodecir hablar de verdad, él se metía con ella en la sala dereuniones que había al lado de la cocina y hablaba. —Meredith Rand tiene una serie de rutinas para apagar loscigarrillos, todas las cuales, ya sean rápidas y parecidas aestocadas o más bien lentas y a base de aplastamientoslaterales, resultan bastante expeditivas—. No obligaba anadie a hacerlo. No es que se pusiera a tirarte de la mangapara que fueras a tener un tête-à-tête con él o le dejaras hacerprácticas contigo. La mayoría de las chicas se limitaban avegetar delante de la tele, y aquellas a quienes les tocabanmedicinas tenían que ir a buscarlas a la enfermería. Éltenía que poner los pies encima de la mesa, por lo general,cuando estabas hablando a solas con él. En la misma mesa dela sala de reuniones donde los doctores extendían losexpedientes para hablar con los padres. Él se reclinabahacia atrás en la silla y ponía las deportivas encima de lamesa, supuestamente porque tenía problemas de espalda, peroen realidad era por culpa de la cardiomiopatía, que habíacogido misteriosamente cuando iba a la universidad y era larazón por la que no había terminado los estudios, lo cualexplicaba que tuviera aquel trabajo de mierda como ayudantede enfermero en una casa de locos, pese al hecho de que élera siete mil veces más listo y más perspicaz sobre lo querealmente les pasaba a las pacientes que los médicos y lossupuestos orientadores. Ellos veían a todo el mundo a travésde una lente profesional que debía de tener un centímetro degrosor; todo lo que no encajaba en la lente o bien no loveían o bien lo retorcían y lo estrujaban para hacerloencajar. Y el hecho de poner los pies calzados con aquellas

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zapatillas tan feas del Kmart encima de la mesa hacía quepor lo menos pareciera más una persona, alguien con quienestabas hablando de verdad y que no solo te estaba haciendoun diagnóstico o rastreando tu etiología para tener algo quedecir que encajara en su pequeña lente. Eran de risa,aquellas zapatillas.

—¿Te puedo hacer una pregunta?—¿Por qué no te limitas a hacer la pregunta en vez de

perder el tiempo haciéndome decir que sí, que me puedeshacer una pregunta?

—Ya te entiendo.—¿Y bien?—¿Lo de elevar los pies era para ayudar a que la sangre

le circulara con mayor eficiencia?—¿Eso es lo que me querías preguntar?—¿No es una de esas preguntas para sostener la

conversación a las que tú te referías?—Por el amor de Dios —dice Rand—. Sí, era para la

circulación. Aunque por entonces nadie sabía por qué era. Lode los problemas de espalda era verosímil. Estaba claro quese lo veía incómodo. Lo único que se le notaba de verdad eraque no estaba en muy buena forma.

—Se lo veía frágil, sobre todo para su edad.Ahora Rand echa de vez en cuando la cabeza un poco hacia

atrás y a un lado, muy brevemente, como si se estuvierarecomponiendo el peinado sin tocárselo, que es algo queciertos tipos de chicas adolescentes hacen mucho sin sernecesariamente conscientes de ello.

—Por cierto, él me enseñó la palabra «etiología». Y meexplicó por qué los médicos tenían que ser tan distantes y

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poco naturales; formaba parte de su trabajo. Él no obligabaa nadie, pero a veces sí que parecía que elegía a ciertaschicas para hablar con ellas, y hacía que les resultaradifícil resistirse. Las noches podían ser duras, y tampocoes que ayudara mucho ver Maude en compañía de gente suicidao muy medicada.

—...—¿Te acuerdas de Maude?—Pues no.—A mi madre le encantaba aquella serie. Era la última

cosa del mundo que yo quería ver allí dentro. Si su maridose enfadaba y le decía: «Maude, siéntate», ella se sentaba,como si fuera un perro, y eso provocaba una carcajada enormede las risas enlatadas. Vaya feminismo. O Los ángeles de Charlie,que resultaba completamente insultante si eras feminista.

—...—Conmigo empezó a hablar estando yo en la sala rosa, que

era la sala de aislamiento, donde te ponían si estabas ensituación de riesgo de suicidio y la ley decía que teníasque estar en observación durante veinticuatro horas al día,o bien si actuabas de alguna forma indisciplinada que ellosdijeran que presentaba un peligro o suponía un trastorno...entonces te podían meter allí.

—¿Se llamaba la sala rosa porque la sala era de esecolor? —pregunta Drinion.

Meredith Rand le dedica una sonrisa fría.—Rosa Baker-Miller, para ser exactos, porque se habían

hecho experimentos que demostraban que ver el color rosacalmaba la agitación mental, de manera que pronto en todoslos pabellones psiquiátricos del mundo empezaron a pintar

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las salas de aislamiento de color rosa. Eso también me locontó él. Me explicó el porqué del color de la sala donde mehabían metido. La sala tenía el suelo inclinado y un desagüeen el centro que le daba un aspecto medieval. Yo estaba ensituación de riesgo de suicidio, por si te lo estáspreguntando. No tengo ni idea de cuánto estás alucinando conesto, de si te estás diciendo «Oh, oh, menudo pedazo dechiflada, ya estaba en el Zeller a los diecisiete años».

—No estaba pensando eso.—Fue por algo que le dije a un médico que ni siquiera era

mi médico, quiero decir que no era el que me pagaba elseguro de mi padre, era un médico distinto que venía y cubríalos casos del otro médico cuando este no podía venir, todosse pasaban todo el tiempo cubriéndose los unos a los otros,de manera que en cosa de cinco días podías hablar con tresmédicos distintos, y ellos se veían obligados a desplegar tuexpediente y las notas de tu caso o lo que fuera encima dela mesa para acordarse de quién eras; y aquel médico, que noparpadeaba jamás, no paraba de intentar hacerme decir que deniña había sido maltratada y abandonada, lo cual no era verdadpara nada, y yo terminé diciéndole que era un idiota demierda y que o bien me podía creer cuando le estaba diciendola verdad o bien se la podía meter por su gordo culo deimbécil. Y así es como aquella noche me vi en la sala rosa,lo había mandado aquel médico, era todo una patraña. No esque me llevaran allí a rastras y me arrojaran dentro ycerraran de un portazo; todo lo hacían con mucha educación.Pero ¿sabes? Una de las cosas más extrañas de estar en unpsiquiátrico es que gradualmente te empieza a dar lasensación de que tienes permiso para decir cualquier cosaque te pase por la cabeza. Te da la sensación de que no pasanada por que lo hagas, o tal vez incluso de que en cierta

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manera se espera que hagas locuras o que no te inhibas, locual al principio resulta bastante liberador y agradable;tienes la sensación de que se acabaron las máscarassonrientes y de que se acabó el fingir, lo cual resultaagradable, lo que pasa es que la cosa se vuelve bastantetentadora y peligrosa, y la verdad es que todo esto puedehacer que la gente empeore allí dentro; hay inhibiciones queson buenas, que son normales, me dijo él, y una parte de esesíndrome del que se habla de la gente que acaba «viviendo eninstituciones» es que los meten en una casa de locos cuandoson muy jóvenes o en una época frágil en que su sentido delyo no está muy fijado ni es muy resistente, y ellos empiezana actuar tal como piensan que se espera que actúe la genteque está en un manicomio, de manera que al cabo de un tiempose vuelven así, y se ven atrapados en el sistema, el sistema dela medicina psiquiátrica, y ya no salen nunca.

—Y eso te lo dijo él. Te avisó de que te inhibieras deinsultar a los psiquiatras.

A ella le han cambiado los ojos; se apoya la barbilla enla mano, que es algo que la hace parecer todavía más joven.

—Me dijo muchas cosas. Muchas. Aquella noche que me paséen la sala rosa estuvimos dos horas hablando. Ahora los dosnos reímos de aquello; él hablaba mucho más que yo, lo cualsupuestamente no es lo correcto. Al cabo de poco yaestábamos yendo allí todas las noches como un reloj, lo deha...

—¿Ibais a la sala de aislamiento?—No, yo solamente pasé allí aquella noche, y el médico

que llevaba mi caso, tengo que reconocérselo, metió alsustituto en alguna clase de lío disciplinar por habermepuesto en aislamiento; dijo que era una conducta reactiva. —

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Rand se detiene y se tamborilea con los dedos en la mejilla—. Joder, me he olvidado de qué estaba diciendo.

Drinion levanta la vista un instante.—Estábamos yendo allí todas las noches como un reloj.—A la sala de reuniones, después de las visitas y de

calmar o medicar a quien fuera que estuviera de los nerviospor algo sucedido en las visitas. Nos sentábamos allí yhablábamos, lo que pasaba era que él se tenía que levantarde vez en cuando para comprobar dónde estaba todo el mundo ypara asegurarse de que no hubiera nadie en una habitaciónque no fuera la suya, y también para mandar a quien letocara la medicación a la ventanilla de la medicación. Todaslas noches de entre semana íbamos a aquella sala y él hacíauna cosa que hacía siempre, que era llenar una lata de Coca-Cola de agua de la fuente, usaba la lata de cola en vez deun vaso, y nos sentábamos a la mesa y él decía: «¿Nosponemos intensos esta noche, Meredith, o lo dejamos en unapequeña charla distendida?», y yo casi actuaba como siestuviera mirando un menú y decía: «Bueno, hummm, esta nochecreo que me quiero poner intensa, por favor».

—¿Te puedo hacer una pregunta?—Grrr... Adelante.—¿Debo deducir que aquí «intenso» se refiere a la

práctica de hacerse cortes y a tus razones para llevarla acabo? —pregunta Drinion.

Ahora tiene las manos sobre la mesa con los dedosentrelazados, lo cual a la mayoría de la gente le provocaque la espalda se le doble y se le encorve, pero en el casode Drinion no es así: su postura es exactamente la misma.

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—Negativo. Era demasiado listo para eso. No hablábamos amenudo de los cortes. No habría servido de nada. No era laclase de cosa que se pudiera abordar directamente de esamanera. Lo que él... lo que hacía él sobre todo era contarmemuchas cosas de mí misma.

Uno de los dedos entrelazados de Drinion se mueveligeramente.

—¿No te preguntaba cosas?—Negativo.—¿Y eso no te enfadaba? ¿El que se atreviera a hablarte

de ti misma?—La gran diferencia es el hecho de que tenía razón.

Prácticamente todo lo que decía era verdad.—En lo que te decía de ti misma.—Y, fíjate, lo hizo sobre todo al principio, cuando

necesitaba establecer cierta credibilidad. Me lo explicaríamás adelante: él sabía que yo no iba a pasar mucho tiempo enel Zeller, pero vio que yo necesitaba hablar con alguien yes por eso que se vio obligado a hacerme saber muy deprisaque me entendía, que me conocía y que no me estaba tratandocomo a un simple caso o problema que resolver en beneficiode su carrera, que él sabía que era como yo veía a losmédicos y orientadores, y a continuación me dijo que noimportaba si yo tenía o no razón al verlos así, que loimportante era que yo lo creía, que aquella idea formabaparte de mis defensas. Me dijo que yo era una de laspersonas con las defensas más fuertes que él había vistoingresar en aquel lugar. En el Zeller. Con la salvedad delas directamente psicóticas, quiero decir, que eranprácticamente impenetrables, lo que pasaba era que lastransferían casi de inmediato; él casi nunca tenía

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conversaciones a solas con psicóticas verdaderas. Lo de lapsicosis no es más que un conjunto de estructuras de defensay de creencias tan fuertes que la persona no puede salir deellas, se convierten en el mundo real para ella, y paraentonces ya suele ser demasiado tarde, porque la estructuradel cerebro cambia. La única esperanza de esa persona es lamedicación y estar rodeada de color rosa todo el tiempo.

—Estás diciendo que él te entendió como persona.—Lo que hizo en aquella sala de color rosa, mientras yo

estaba sentada allí en el catre y pensando: Oh, Dios mío,hay un desagüe en el suelo, fue decirme directamente doscosas distintas de mí que yo sabía pero que no sabía nadiemás. Nadie. Lo digo en serio —dice Meredith Rand—. Fue como:No me lo puedo creer. Dio en el clavo.

—...—Y ahora te estarás preguntando qué cosas son esas —dice

ella.Drinion lleva a cabo ese pequeño ajuste del ángulo de la

cabeza.—¿Me estás diciendo que te gustaría que yo te preguntara

qué cosas son?—Ni hablar.—Casi por definición, dudo de que se las contaras a

nadie.—Bingo. Eso mismo. Ni hablar. Tampoco es que sean tan

interesantes —dice ella—. Y, sin embargo, él las dijo. Éllas sabía, y te aseguro que consiguió mi atención. Aquellome hizo incorporarme hasta sentarme y prestar atención.¿Cómo no iba a hacerlo?

Drinion dice:- 689 -

—Lo puedo entender.—Exacto. Me dijo que me conocía, que me entendía y estaba

interesado en entender. La gente siempre dice eso:«Entiendo», «Te entiendo», «Ayúdanos a entenderte».

—Yo también lo he dicho varias veces mientras hablábamos—dice Drinion.

—¿Sabes cuántas veces?—Nueve, aunque creo que solamente cuatro en el sentido al

que parece que te estás refiriendo, si te he entendido bien.—¿Eso es un chiste?—¿Lo de volver a usar la palabra «entendido» ahora mismo?Rand pone una expresión exasperada y la dirige a un

costado y luego al otro, como si todavía hubiera más gentesentada a la mesa con ellos.

Drinion dice:—No si estoy captando el sentido en que usas el verbo

«entender», que no se refiere al hecho de entender unadeclaración o una insinuación que hace alguien, sino másbien a entender a una persona, lo cual no me parece tantouna cuestión cognitiva como de empatía, o creo que incluso«compasión» podría ser el concepto al que te refieres conese tipo de entendimiento.

—La cuestión —dice ella— es que él lo hacía de verdad.Usa la palabra que quieras. Nadie sabía aquellas cosas queél me dijo: una de ellas creo que no la sabía ni yo, enrealidad, hasta que él la formuló allí sin ninguna clase deambages.

—Y eso te impresionó —dice Drinion en tono solícito.Rand no le hace caso.

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—Era un terapeuta natural. Me dijo que era su vocación,su arte. Igual que otra gente tiene la vocación de pintar ode ser capaces de bailar de maravilla o de pasarse horassentada y leyendo la misma cosa sin moverse ni distraerse.

—...—¿Tú dirías que tienes una vocación? —le pregunta la

EXTOP a Shane Drinion.—Lo dudo.—Él no era médico, pero cuando veía a una chica allí

dentro a quien le parecía que podía ayudar, la intentabaayudar. Él decía que si no lo hiciera, sería más bien unguardia de seguridad.

—...—Una vez me dijo que él era más bien como un espejo.

Durante una de aquellas conversaciones intensas. Si él teparecía mezquino o estúpido, era porque en realidad tú teveías a ti misma mezquina o estúpida. Si alguna vez él teparecía listo y sensible, quería decir que aquel día tú eraslista y sensible; él se limitaba a mostrarte lo que yaestaba allí.

»Tenía un aspecto terrible, pero eso también contribuía aque fuera tan potente estar sentada allí con él y llevar acabo aquel trabajo tan intenso. Lo veías tan enfermo ydemacrado y delicado que lo último que pensabas era que élfuera un médico rico, petulante, normal y saludable que teestaba juzgando y alegrándose de no ser tú, o simplementeviéndote como un caso a resolver. Con él, la cosa era másbien como charlar con alguien.

—Se nota que te causó una gran impresión en aquel momentotan difícil, tu futuro marido —dice Shane Drinion.

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—¿Estás siendo irónico?—No.—¿Estás pensando algo del tipo «mira la típica chavala de

diecisiete años hecha un puñetero lío que se enamora de laclásica figura adulta tipo terapeuta que ella cree que es elúnico que la entiende»?

Shane Drinion niega con la cabeza exactamente dos veces.—No es eso lo que estaba pensando.A Rand se le ocurre que él podría estar muerto de

aburrimiento y ella no tendría manera de saberlo.—Porque eso sí que sería patético —dice Meredith Rand—.

Sería la historia más tópica del mundo, pero por muy chungaque te parezca la situación que te estoy contando, teaseguro que no fue así. —Por un momento ella pone la espaldamuy recta en el asiento—. ¿Sabes qué es un monopsonio?

—Creo que sí.—¿Qué es?Shane Drinion carraspea un poco.—Es lo contrario del monopolio. Cuando hay un solo

comprador y muchos vendedores.—Muy bien.—Creo que las pujas para los contratos gubernamentales,

como por ejemplo cuando la Agencia actualizó los lectores decartas el año pasado en el centro de La Junta, son ejemplosde mercado monopsónico.

—Muy bien. Pues bueno, él también me explicó eso pero enun contexto más personal.

—En sentido metafórico —dice Drinion.—¿Ves la relación que puede tener con la soledad?

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Hay otro breve momento de escaneo interior.—Veo por qué puede generar desconfianza, ya que las

situaciones contractuales son susceptibles de ser amañadas,de recibir proyecciones de costos deshonestas y cosasparecidas.

—Eres una persona muy literal, ¿lo sabías?—...—Aquí va la cosa literalmente, pues —dice Meredith Rand—.

Digamos que tú eres alguien a quien la gente trata de formaespecial y presta atención y habla de ti, y cada vez queentras en un sitio casi notas cómo cambia la sala, y eso tegusta.

—Es una forma de poder —dice Drinion.—Pero al mismo tiempo también tienes menos poder —dice

Meredith Rand—, porque el poder que tienes estácompletamente asociado con la belleza, y llega un momento enque te das cuenta de que la belleza es una especie de cajaen la que siempre estás metida, o una cárcel, y de que nadiete va a ver nunca ni va a pensar nunca en ti separada de esabelleza.

—...—No es que yo pensara que era una gran belleza —dice

Meredith Rand—. Sobre todo en el instituto. —Ella estáhaciendo rodar un cigarrillo de un lado a otro entre losdedos, pero no lo enciende—. Pero sí que sabía muy bien quetodo el mundo me consideraba guapa. Ya desde los doce añosla gente siempre me estaba diciendo lo preciosa yencantadora que yo era, y en el instituto yo era una de lasbuenorras, y todo el mundo sabía quiénes éramos, y la cosa

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se volvió más o menos oficial, socialmente: yo era guapa, yoera deseable, yo tenía poder. ¿Me vas siguiendo?

—Creo que sí —dice Shane Drinion.—Porque a esto me refería con lo de intenso: él y yo

realmente hablábamos de esto, de la belleza. Era la primeravez que yo hablaba con alguien del tema. Especialmente conun tío. Lo único que me solían decir los hombres era «Quépreciosa eres, te quiero», y acto seguido me intentabanmeter la lengua en la oreja. Como si eso fuera lo único quenecesitabas oír, que eras preciosa, y entonces ya se suponíaque tenías que echarte y dejar que se te tiraran.

—...—Si eres guapa —dice Meredith Rand—, puede resultar

difícil respetar a los tíos.—Eso lo puedo entender —dice Drinion.—Porque jamás tienes ocasión de ver cómo son en realidad.

En cuanto llegas tú, ellos cambian. Si han decidido que eresguapa, cambian. Es como esa cosa que explican en física: siestás presente mirando el experimento, eso alterasupuestamente el resultado.

—Hay alguna paradoja ahí —dice Drinion.—Lo que pasa es que durante una temporada te gusta. Te

gusta la atención. Por mucho que ellos cambien, sabes queeres tú lo que les hace cambiar. Eres atractiva y losatraes.

—De ahí las lenguas en la oreja.—Aunque con muchos de ellos resulta que tienes el efecto

contrario. Casi te evitan. Se asustan o se ponen nerviosos;tú les haces querer algo y el hecho mismo de quererlo les davergüenza o miedo; no pueden hablar contigo, ni siquiera

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mirarte, sin montar un pequeño espectáculo como los de«Segundo Nudillo» Bob, ese mismo tipo de flirteo sexista queellos creen que hacen para impresionarte, pero que enrealidad es para impresionar a los otros chavales, parademostrarles que no te tienen miedo. Y tú ni siquiera hashecho ni dicho nada para provocarlo; lo único que tienes quehacer es estar ahí y todo el mundo cambia. Abracadabra, acambiar todos.

—Parece un agobio —dice Drinion.Meredith Rand enciende el cigarrillo que tiene en la

mano.—Encima, las demás chicas te odian; ni siquiera te

conocen ni han hablado nunca contigo, pero ya han decididoque te odian, solamente por cómo reaccionan ante ti todoslos chicos, como si fueras una amenaza para ellas; o biendan por sentado que eres una zorra estirada sin habersemolestado en intentar conocerte.

Ella tiene un hábito claro de apartar la cabeza paraexpulsar el humo y luego traerla de vuelta. La mayoría de lagente la considera muy directa.

—Yo no era ninguna tonta del bote —dice ella—. Se medaban bien los números. Gané el premio de álgebra en décimocurso. Pero, por supuesto, a nadie le importaba que yo fueralista ni que se me dieran bien las matemáticas. Hasta losprofesores hombres no paraban de mirarme o se poníannerviosos o bien se ponían a flirtear o a hacer elpervertido cuando yo iba después de clase a preguntarlesalgo. Como si yo fuera una buenorra y a nadie se le pudieraocurrir ver nada más que eso.

»Escucha —dice Meredith Rand—. No me malinterpretes. Noes que me considere increíblemente guapa. No estoy diciendo

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que sea una hermosura. En realidad nunca me he considerado amí misma tan guapa. Me sobran cejas, para empezar. No me voya dedicar a depilármelas, pero son demasiado gruesas. Y micuello es como el doble de largo que el de una personanormal, cuando me lo veo en el espejo.

—...—Tampoco es que importe.—No.—No ¿qué?—No, que entiendo que en realidad no importa —dice

Drinion.—Pero es que sí importa. No lo pillas. Lo de ser guapa,

por lo menos cuando tienes esa edad, es como una especie detrampa. Dentro de ti hay una parte codiciosa a la que leencanta la atención. Eres especial, eres deseable. Y esfácil empezar a considerar que la belleza eres tú, que es loúnico que tienes y que es lo que te hace especial. Con tusvaqueros de marca y tus jerseicitos que puedes meter en lasecadora para que te vayan todavía más prietos. Y vas asípor la vida.

Aunque tampoco se puede decir que la ropa que llevaMeredith Rand en el Centro sea discreta ni fea. Sonconjuntos profesionales, y encajan perfectamente dentro delcódigo de vestimenta, pero aun así muchos de losexaminadores del Centro se siguen mordiendo los nudilloscada vez que ella pasa, sobre todo en los meses de más frío,cuando el aire extremadamente seco provoca que la ropa sepegue por la estática.

Ella dice:

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—La otra cara de la moneda es que tú también empiezas apensar que no eres más que un pedazo de carne. Que eso es loque eres. Una carne realmente deseable, sí, pero el problemaes que jamás nadie te va a tomar en serio y nunca vas allegar a ser presidenta de un banco ni nada parecido, porquenadie podrá ver nunca más allá de la belleza; la belleza eslo que los afecta y lo que les hace sentir algo, y eso es loúnico que les importa, y no cuesta nada dejarse absorber poreso, empezar a arreglarte y a verte a ti misma justamenteasí.

—¿Quieres decir ver a la gente y responder a ella en basea si son o no atractivos?

—No, no. —Se nota que a Meredith Rand le costaría muchodejar de fumar, porque usa su forma de fumar y de expulsarel humo y de mover la cabeza para comunicar un montón deemociones—. Me refiero al hecho de empezar a verte a timisma como un pedazo de carne, a pensar que lo único quetienes es tu aspecto y la forma en que afectas a loschavales y a los tíos. Y es algo que da miedo, porque almismo tiempo también tienes la sensación de que es una caja;tú sabes que hay más cosas dentro de ti porque las sientes,pero nadie más lo va a saber nunca, ni siquiera las demáschicas, que o bien te odian o te tienen miedo, porque eresun monopsonio, mientras que las que también son buenorras oanimadoras compiten contigo y consideran que contigo han detener esa actitud como de gatas competitivas, de la que lostíos no tienen ni idea, pero que, créeme, puede serrealmente cruel.

El hecho de que Drinion tenga un orificio nasalligeramente más grande que el otro a veces da la impresiónde que está ladeando un poco la cabeza, aunque no sea así.Es algo un poco paralelo a lo de respirar por la boca.

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Meredith Rand suele interpretar la falta de expresión comofalta de atención, como cuando a tu interlocutor se le vacíala cara cuando estás hablando tú y se limita a fingir queescucha pero en realidad no te está escuchando; sin embargo,esa no es la impresión que le causa la falta de expresión deDrinion. Además, o bien ella se lo está imaginando o bienDrinion cada vez está sentado con la espalda más recta y másarriba, porque ahora da la impresión de ser ligeramente másalto que cuando empezó el tête-à-tête. La colección de todo tipode sombreros de fieltro anticuados y sombreros de trajediversos que antes ella podía ver en la pared de enfrentedel Meibeyer’s, sujetos con cola o con clavos o como sea aun tablero de madera de palisandro barnizada, ahora quedaparcialmente tapada por la coronilla de él y por el ligeroremolino que se eleva de la cúspide de su cabeza redonda. Enrealidad Drinion está levitando un poco, que es lo que lepasa cuando se encuentra completamente inmerso en algo; esmuy poco, y nadie puede ver que tiene el trasero ligeramentesuspendido por encima del asiento de la silla. Una nochealguien entra en la oficina y ve a Drinion flotando cabezaabajo por encima de su mesa, con los ojos pegados a unadeclaración compleja, y por pura definición Drinion no esconsciente de que levita, puesto que solamente le pasacuando tiene la atención completamente puesta en otra cosa.

—Y eso forma parte de la sensación de estar en la caja —sigue diciendo Meredith Rand—. Está la sensación, que en lasadolescentes ya es grave de por sí, de que nadie te va aconocer ni querer nunca por lo que eres, porque en realidadno te ven y por alguna razón tú tampoco se lo vas apermitir, por mucho que sientas que quieres que lo hagan. Almismo tiempo, también sabes que esa es una sensaciónaburrida e inmadura y parecida a esos problemas cutres que

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tiene la gente en las pelis. «Bua, bua, nadie me puedequerer tal como soy», de manera que también eres conscientede que tu soledad es estúpida y banal incluso mientras laestás sintiendo, la soledad, de modo que ni siquiera sientescompasión por ti mismo. Y es de esto de lo que hablábamos,es de esto de lo que él me hablaba, puesto que lo sabía todosin necesidad de que yo se lo dijera: sabía lo sola que yoestaba, y sabía que los cortes estaban relacionados con elhecho de ser guapa y con sentir que no tenía derecho aquejarme y pese a todo ser muy infeliz, al mismo tiempo quecreía que no ser guapa tenía que ser el fin del mundo, quesi yo fuera fea entonces no sería más que un pedazo de carneque nadie quería, en vez de ser un pedazo de carne que síquerían. Como si yo estuviera atrapada allí dentro y pese atodo no tuviera derecho a quejarme, porque mira a todas esaschicas que se mueren de celos y piensan que nadie que seaguapa puede sentirse sola o tener problemas, y si decidíaquejarme, entonces todas mis quejas serían banales, él meenseñó la palabra «banal», y también el término «tête-à-tête», y me dijo que aquello podía formar parte de lasoledad misma: el hecho de que decir «No soy más que carne,lo único que a la gente le importa de mí es que soy guapa, anadie le importa cómo soy en realidad por dentro, me sientosola» fuera completamente aburrido y banal, como algo cursisacado de la revista Redbook, y no fuera nada hermoso niúnico ni especial. Y esa fue la primera vez que se meocurrió que las cicatrices y los cortes dejaban que la feaverdad de dentro saliera y se quedara fuera, por mucho queluego yo también la intentara esconder por debajo de lasmangas largas; aunque si te fijas, en realidad la sangre quete sale es muy bonita, o sea, en el momento justo en que tebrota, aunque el corte hay que hacerlo con mucho cuidado y

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muy fino y no demasiado profundo para que la sangre aparezcamás bien como una línea que se va encharcando lentamente, demanera que pasen treinta segundos o más antes de que tengasque limpiarte porque te está empezando a chorrear.

—¿Duele? —pregunta Shane Drinion.Meredith Rand suelta un soplido y se lo queda mirando.—¿Qué quieres decir con si duele? Ya no lo hago. No lo he

vuelto a hacer desde que lo conocí a él. Porque él más omenos me vino a decir todo esto, y también me dijo laverdad, que es que en última instancia no importa por qué lohacía, ni qué representaba, ni a qué venía. —Su mirada esmuy serena y natural—. Lo único que importaba era que loestaba haciendo y que tenía que dejar de hacerlo. Y ya está.A diferencia de los médicos y de aquellos grupitos dondesolo se hablaba de tus sentimientos y de los porqués, comosi el hecho de saber por qué lo hacías te volvieramágicamente capaz de parar. Y él me dijo que esa era la granmentira en la que todos creían y que hacía que los médicos yla terapia estándar fueran una pérdida de tiempo tan grandepara la gente como nosotros: el hecho de pensar que eldiagnóstico era lo mismo que la cura. Que en cuanto conocíasla causa, la cosa se terminaba. Lo cual es una patraña —diceMeredith Rand—. La cosa solo se acaba cuando tú paras. Nobasta con esperar a que alguien te la explique de una formamágica que haga que pares, en plan «Abracadabra, la cosa seacaba».

Hace una floritura sardónica con la mano del cigarrillomientras dice «Abracadabra».

Drinion:—Da la impresión de que te ayudó mucho.

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—No se andaba con miramientos —dice ella—. Y resultó queel hecho de no andarse con miramientos era algo de lo que seenorgullecía; formaba parte de su representación del hechode que no estaba haciendo ninguna representación. Pero deeso me di cuenta más adelante.

—...—Por supuesto, es fácil entender cómo el hecho de que

alguien mostrara esa clase de compasión y de entendimientode lo que estaba pasando realmente dentro de mí pudo afectara alguien que pensaba que su gran problema era laimposibilidad de que alguien viera más allá de su belleza yalcanzara a divisar lo que había dentro de ella. ¿Tegustaría saber cómo se llama?

Drinion parpadea una vez. No parpadea muy a menudo.—Sí.—Edward. «Ed Rand, farsante parcial», decía él. Así que

ya ves por qué estaba predispuesta a enamorarme de él.—Creo que sí.—O sea que no hace falta que lo explique todo —dice

Meredith Rand—. Se puede decir que si era un guarro o unpervertido que jugaba aquellas cartas, tenía la artimañaperfecta para conseguir chicas guapas que se enamoraran deél. Solamente hay que trabajar en un sitio al que todo elmundo llega hecho un desastre y sintiéndose solo y en plenacrisis y encontrar a las chicas jóvenes, cuyo problemabásico probablemente siempre es su aspecto. Así que lo únicoque él tenía que hacer, si era listo, y él había visto pasarpor allí a cientos de chicas hechas un desastre, que semataban de hambre, o que robaban ropa de los centroscomerciales, o que comían y no podían parar de comer, o quese hacían cortes, o que se metían en las drogas, o que no

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paraban de escaparse con tipos negros y mayores y de sertraídas de vuelta a la fuerza una y otra vez por sus padres,lo que sea, ya te haces a la idea, pero que en realidadtenían todas el mismo problema esencial, todas las quellegaban allí, no importaba cuál fuera la causa oficial delingreso, que era que creían que nadie las conocía ni lasentendía y que esa era la causa de su soledad, de aqueldolor constante que sufrían y que las llevaba a hacersecortes, o a comer, o a no comer, o a chuparle la polla atodo el equipo de baloncesto puesto en fila detrás delcontenedor de la cafetería, que es algo que sé a cienciacierta que una animadora que conozco se pasó todo el primeraño haciendo, aunque ella nunca fue una de las buenorrasporque todo el mundo sabía que era una guarra total; muchasde las buenorras simplemente la odiaban. —Rand echa unvistazo breve a Drinion en busca de alguna reacción visiblea la expresión «chupar la polla», pero él no parece mostrarninguna—. Y a él no le costaba nada llevárselas a la sala dereuniones y contarles algo de ellas mismas que las dejaraasombradas y maravilladas, porque ellas nunca le habíancontado nada de aquello a nadie, y sin embargo no había nadamás fácil que detectarlo y reconocerlo, porque en el fondotodas eran iguales.

Drinion pregunta:—¿Y tú le dijiste esto, durante esas sesiones de terapia

que has denominado intensas?Rand niega con la cabeza mientras apaga el cigarrillo

Benson & Hedges.—No fueron sesiones de terapia. Él odiaba ese término,

toda esa terminología. No eran más que conversaciones tête-à-tête, charlas. —Vuelve a usar el mismo número de estocadas y

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arrastres parciales para apagar el cigarrillo, aunque conmenos fuerza que en las ocasiones en que parecía estarimpaciente o enfadada con Shane Drinion. Y sigue hablando—:Eso es lo que él decía que parecía que yo necesitaba:simplemente hablar con alguien que no fuera un farsante, queera de lo que no se daban cuenta los médicos del CentroZeller, o más bien no se podían dar cuenta, porque entoncestoda la estructura se vendría abajo, y es que los médicos deallí se habían pasado cuatro millones de años en la facultadde medicina y haciendo sus residencias, y las compañías deseguros estaban pagando una millonada en concepto dediagnósticos y terapia ocupacional y protocolosterapéuticos, y todo era una estructura institucional, y encuanto las cosas se volvían institucionales entonces todo seconvertía en una especie de organismo artificial y empezabaa intentar sobrevivir y a servir a sus propias necesidades,como si fuera una persona, el problema es que no era ningunapersona, era lo contrario de una persona, porque no teníanada dentro más que su voluntad de sobrevivir y de crecercomo institución; y me dijo que mirara por ejemplo lo quehabía pasado con el cristianismo y toda la Iglesiacristiana.

—Pero lo que yo te preguntaba era si hablaste con élsobre tus posibles sospechas, sobre la posibilidad de que enrealidad él no entendiera y tampoco le importaras, sino quesimplemente fuera un pervertido.

En algunos momentos de la conversación Meredith Rand semira con expresión calculadora las uñas, que tienen forma dealmendras y no son ni demasiado cortas ni demasiado largas yestán pintadas de un color rojo lustroso. Shane Drinionsolamente mira las manos de Rand cuando lo hace ella, pornorma.

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—No me hizo falta —dice Rand—. El tema lo sacó él.Edward. Me dijo que, debido a la naturaleza de mi problema,solamente era cuestión de tiempo que se me ocurriera que talvez él no me entendiera ni se preocupara por mí, sino quesolamente me entendía igual que un mecánico entiende a unamáquina; esto me lo dijo en un momento de mi segunda semanaen el manicomio en que yo estaba teniendo una serie desueños sobre distintos tipos de maquinaria, con engranajes ypaneles, de los cuales los médicos y los supuestosterapeutas querían hablar y cuyo simbolismo querían hacermever, algo de lo que él y yo nos reíamos porque era todo tanobvio que hasta un idiota lo habría visto, y él me dijo queno era culpa de los médicos y que no es que fueran tontos,que simplemente era así como funcionaba la maquinaria de laterapia institucional de los pacientes internados, y que losmédicos no tenían más libertad para elegir cuántaimportancia les daban a los sueños que la que tiene unapequeña pieza para desempeñar la pequeña tarea o movimientopara la que ha sido instalada para desempeñar una y otra vezdentro de la operación mayor de la máquina en la que seencuentra. —La reputación que tiene Rand en el CRE es que essexy pero está loca y es un verdadero coñazo, que como lahagas hablar ya no se calla; los hombres discuten sobre sien realidad envidian a su marido o lo compadecen—. Pero élsacó el tema antes incluso de que a mí se me pudiera pasarpor la cabeza. —Abre la pitillera de vinilo blanco pero nosaca ningún cigarrillo de ella—. Y tengo que decir queaquello me sorprendió un poco, porque por entonces yo teníadieciocho años, y había tenido tantas malas experiencias conpervertidos y guarros y chulines y universitarios que tedecían «Te quiero» en la primera cita que estaba llena derecelo y de cinismo sobre las motivaciones ocultas de los

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tíos, y bajo circunstancias normales habría bastado queaquel pequeño ordenanza de aspecto enfermizo se pusiera aprestarme atención para que yo activara mis escudosdefensivos y me empezara a plantear toda clase deposibilidades siniestras y deprimentes.

A Drinion se le arruga un momento la frente roja.—¿Tenías dieciocho años o diecisiete?—Oh —dice Meredith Rand—. Es verdad. —A medida que

empieza a comportarse como alguien más joven, se le empiezaa escapar a veces una risa rápida y monótona, que más bienparece un reflejo—. Tenía dieciocho recién cumplidos. Loscumplí el tercer día que pasé en el Zeller. Mi padre y mimadre vinieron a la hora de las visitas y trajeron un pastely matasuegras y trataron de celebrar una fiesta, rolloyupiii, y me dio tanta vergüenza y fue tan deprimente que nosabía qué hacer, o sea, hace una semana estáis histéricospor unos cortes y me metéis en el loquero y ahora queréisfingir que es un cumpleaños feliz, hagamos ver que no oímosa la chica que chilla en la sala rosa mientras yo soplo lasvelas y tú te recolocas el elástico del gorro por debajo dela barbilla, de manera que les seguí la corriente porque nosabía qué decir de lo totalmente raro que era que estuvieranactuando en plan: ¡Feliz cumpleaños, Meredith, yupiii!

Mientras cuenta esto, se dedica a manosearse la carne delbrazo con la otra mano. De vez en cuando Drinion, que estásentado con las manos entrelazadas sobre la mesa que tienedelante, se dedica a cambiar el pulgar que está encima, aveces pone uno y a veces el otro. Su vaso de cerveza ya estávacío salvo por un semicírculo de material espumoso queresigue el borde del fondo. Ahora Meredith Rand puede elegirentre tres pajitas distintas para mordisquear; una de ellas

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ya está completamente masticada y aplastada por un extremo.Y dice:

—De manera que fue él quien sacó el tema. Me dijo que lomás seguro era que se me fuera a ocurrir pronto, de maneraque si yo quería mantener la intensidad de nuestrasconversaciones sería mejor que habláramos del tema. Siempredejaba caer pequeñas bombas como aquella, y acto seguido,después de dejarme allí en plan... —pone una expresiónexagerada de sorpresa—, suspiró, bajó los pies por el ladode la mesa y salió con su tablilla sujetapapeles a hacercomprobaciones; cada cuarto de hora tenía que ir a comprobarcómo estaba todo el mundo y tomar nota de dónde estaban yasegurarse de que nadie se estaba provocando el vómito niatando ristras de fundas de almohada para ahorcarse; demanera que aquel día salió y me dejó allí plantada en lasala de reuniones sin nada que mirar ni hacer, esperando aque volviera, y siempre tardaba mucho en volver, porquenunca se encontraba bien, y si no había ningún supervisor deenfermeras ni nadie para vigilarlo caminaba muy despacio yde vez en cuando se apoyaba en la pared para recobrar elaliento. Además, tomaba montones de diuréticos, que lehacían tener que mear todo el tiempo. Pero cuando yo lepreguntaba por ellos lo único que me decía era que setrataba de un asunto privado suyo y que no estábamoshablando de él, y que de todas mane ras no importaba porqueél no era más que una especie de espejo de mí.

—O sea que no sabías que tenía cardiomiopatía.—Lo único que él decía era que tenía la salud hecha un

desastre, pero que la ventaja de tener un físico desastrosoera que tenía pinta de ser exactamente el mismo desastre queera en realidad, que no había forma ni de esconderlo ni defingir que era menos desastre de lo que él sentía que era.

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Eso le hacía muy distinto de la gente como yo; él decía quela única manera que tenía la mayoría de la gente de sacar sudesastre a la luz era derrumbarse y acabar en un sitio comoaquel, como el Zeller, donde tanto a ti como a tu familia ya todo el mundo os resultaba innegablemente obvio queestabas hecha un desastre, de manera que por lo menos era unalivio que te metieran en el manicomio; sin embargo, me dijoél, por culpa de las realidades de aquel sitio, con lo cualse refería al seguro y al dinero y a la forma en quefuncionaban las instituciones como el Zeller, por culpa deaquellas realidades era casi seguro que yo no iba a pasarmucho tiempo allí, ¿y qué iba a hacer yo cuando me mandarande vuelta al mundo real, que estaba lleno de cuchillas deafeitar y cúters y camisas de manga larga? Camisas de mangalarga.

—¿Te puedo hacer una pregunta?—Cómo no.—¿Reaccionaste? Cuando él sacó a colación la idea de que

el hecho de que él te ayudara y las conversaciones intensasque tenía contigo estaban conectados con tu atractivo...

Rand cierra y abre la pitillera blanca.—Dije algo así como: ¿o sea que me estás diciendo que

estarías aquí conmigo igual de preocupado e interesado si yofuera gorda y tuviera granos y una mandíbula así de grande?Y él dijo que no lo podía saber, que había trabajado contoda clase de chicas que pasaban por allí, y que algunaseran feas y otras guapas, y dijo que tenía más que ver conqué defensas levantaba cada una. Si la paciente teníademasiadas defensas en torno a sus problemas verdaderos, obien si era directamente psicótica, y cuando lo miraba a éllo que veía era una estatua terrible y brillante con cuatro

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caras o algo así... entonces él no podía hacer nada.Solamente cuando notaba una especie de vibración que emanabade la persona, entonces sentía que tal vez podía entender aesa persona y tal vez ofrecerle una verdadera conversaciónentre personas y ayudarla en lugar de largarle el simplerollo inevitable de los médicos y la institución.

—¿Y tú aceptaste esa respuesta a tu pregunta? —diceDrinion, sin que Meredith Rand vea ninguna clase deincredulidad ni juicio en su expresión.

—No, le dije algo sarcástico del tipo bla, bla, bla y quémás, pero él me dijo que aquella no era su verdaderarespuesta, que quería responder a mi pregunta porque sabíalo importante que era, que entendía totalmente la ansiedad yla sospecha sobre si él se estaría implicando en mi caso yprestándome atención si yo no fuera guapa, porque dijo queen realidad aquel era mi problema fundamental, el que meseguiría cuando yo saliera del Zeller, y que yo tenía queaveriguar cómo resolverlo o bien acabaría otra vez allí o enalgún sitio peor. Luego me dijo que ya casi era la hora deapagar las luces y que teníamos que dejarlo hasta el díasiguiente, y yo me puse en plan: ¿Me estás diciendo quetengo un problema fundamental que necesito resolver si sé loque me conviene, y de pronto me sales con que ya está, conque es hora de soñar con los angelitos? Estabasupermosqueada. Y las dos o tres noches siguientes él nisiquiera se presentó, y yo me puse de los nervios, ysolamente estaba el otro tipo, el de los fines de semana, yel personal de día nunca te quería decir nada, lo único queveían es que estabas nerviosa pero a nadie le importaba unpimiento por qué estabas nerviosa, nadie quería sabersiquiera qué pregunta tenías que hacerles: si eras unapaciente interna no eras un ser humano y ellos no tenían que

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decirte nada. —Rand hace que su cara adopte una expresión dedistancia frustrada—. Resultó que él había estado en elhospital, en el hospital de verdad; que cuando suinflamación empeoraba el corazón no le bombeaba bien lasangre y le pasaba algo parecido a eso que llamaninsuficiencia cardiaca; te tienen que intubar y darteantiinflamatorios de los bestias.

—O sea que estabas preocupada —dice Drinion.—Pero por entonces ni siquiera lo sabía, lo único que

sabía era que él no estaba, y encima llegó el fin de semana,de manera que pasó mucho tiempo antes de que volviera, ycuando por fin volvió al principio yo estaba completamentemosqueada y no quería ni hablar con él en el pasillo.

—Te había dejado tirada.—Bueno —dice Rand—. Me ofendió personalmente el que me

hiciera implicarme tanto y me dijera todas aquellas cosasterapéuticas tan fuertes y luego desapareciera, como si todofuera un simple juego sádico; y cuando a la semana siguientevolvió y me hizo una pregunta en la sala de la tele, melimité a fingir que estaba viendo lo que estaban dando porla tele y que él no estaba.

—No sabías que él había estado en el hospital —diceDrinion.

—Cuando me enteré de lo enfermo que había estado, mesentí fatal; tuve la sensación de haber actuado como unaniña mimada o como una chica a la que han dejado plantada enel baile de graduación. Pero también me di cuenta de que élme importaba, de que prácticamente lo necesitaba, y salvopor mi padre y un par de amigas cuando era pequeña, nisiquiera me acordaba de cuánto tiempo llevaba sin sentir que

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había alguien que me importaba y me hacía falta. Por lo deser guapa.

Meredith Rand dice:—¿Nunca te ha pasado que te das cuenta de que alguien te

importa solamente cuando ya no está y tú piensas: Oh, Diosmío, ya no está, qué voy a hacer ahora?

—Pues no.—Bueno, da igual, pero aquello me impresionó. Lo que

salió a la luz cuando por fin dije: «Ah, bueno, qué más da»,y volví a hablar con él en la sala de reuniones, fue que talvez yo había tenido miedo de haber provocado que se enfadaray se marchara al preguntarle si él también estaría allíhaciendo lo del tête-à-tête intenso conmigo si yo fuera gorda ybizca. Yo había creído que aquello lo había mosqueado, obien que por fin él había decidido que yo era tan cínica, yestaba tan cargada de la sospecha de que a los hombressolamente les interesaba por guapa, que le había dejadoclaro que no me iba a poder engatusar para hacerme creer queyo a él le importaba lo bastante como para follarme o nisiquiera alimentar su ego con la idea de que allí había unachica supuestamente preciosa que estaba enamorada de él y sepreocupaba y escribía el nombre de él una y otra vez engrandes letras cursivas con florituras en su diario o lo quefuera que él se imaginara. Creo que todas estas cosas tanfeas salieron a la luz por lo mucho que me había enfadado alpensar que él había desaparecido y se había limitado aabandonarme y dejarme allí dentro. Pero se lo tomó muy bien;me dijo que entendía que me sintiera de aquella manera,teniendo en cuenta cuál era mi verdadero problema, y creoque me dejó pensar que había estado sin venir duranteaquellos días solamente para que yo pudiera empezar a ver

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por mí misma cuál era mi problema, para que averiguara cuálera y empezara a ver su verdadera naturaleza.

—¿Y le pediste alguna clase de explicación? —preguntaDrinion.

—Un montón de veces. Lo raro es que, ahora que ha pasadotanto tiempo, ya no estoy segura de acordarme de si acabósoltándolo o si consiguió que yo lo adivinara sola —diceMeredith Rand, levantando la vista un poco a fin de mirar alos ojos a Drinion, algo que ella no cae en la cuenta de queresulta bastante extraño, teniendo en cuenta sus alturasrespectivas y los sitios que ocupan en la mesa—, esesupuesto problema fundamental. —A Drinion se le arruga lafrente un poco mientras la mira. Ella hace girar los dedosde una mano en un gesto de trámite o de sumario—. La sujeto,que es considerada muy guapa, quiere gustar por algo más quepor ser guapa, y la pone furiosa el hecho de que a nadie leguste ni le importe por razones que no tengan nada que vercon su guapura. Pero, de hecho, ella no tiene nada que noesté filtrado a través de su guapura para ella misma; está tanfuriosa y cargada de recelo que es incapaz de aceptar uninterés verdadero y sin dobleces ni siquiera cuando se loofrecen, porque en el fondo ella, la misma sujeto, no se puedecreer que detrás del interés de nadie haya nada más que laguapura o el atractivo sexual. Salvo el interés de suspadres —inserta ella—, que son amables pero no muy listos, yen todo caso son sus padres, y de lo que estamos hablando esde la población en general. —Hace un gesto de sumario quepuede o no ser irónico—. En realidad la sujeto es su propioproblema, y ella es la única que lo puede solucionar, perosolo si deja de querer estar sola y de sentir autocompasióny de decir: «Pobre de mí, estoy tan sola, nadie entiende eldolor que siento, bua, bua».

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—Para ser sinceros, yo te estaba preguntando por unaexplicación distinta.

A estas alturas, Drinion ya parece considerablemente másalto que cuando ha empezado el tête-à-tête. Ya apenas se ven lashileras de sombreros de la pared que tiene detrás. Tambiénse hace raro que alguien te mire a los ojos durante tantorato sin hacerte sentir desafiada o nerviosa, o inclusoexcitada. A Rand se le ocurrirá más tarde, mientras lallevan en coche a casa, que durante el tête-à-tête con Drinionse ha sentido sensualmente estimulada de una manera quetenía muy poco que ver con estar excitada o nerviosa, que hasentido la superficie de la silla contra su trasero y suespalda y la parte de atrás de sus piernas, así como elmaterial de su falda, y el roce de los costados de suszapatos contra el costado de sus pies enfundados en unasmedias cuyo tejido microtexturado también podía sentir, y elcontacto de su lengua contra la parte de atrás de losdientes y el paladar, y el aire acondicionado que le daba enel nacimiento del pelo y el resto del aire de la sala en lacara y en los brazos, y el residuo del sabor a humo decigarrillo. En un par de momentos hasta le ha parecido queal parpadear podía sentir la forma exacta de sus globosoculares contra el interior de los párpados; era conscientede sus parpadeos. La única clase de experiencia que podíaasociar con aquello tenía que ver con el gato que habíantenido cuando era niña hasta que lo había atropellado uncoche, y con cómo ella se solía sentar con el gato y loacariciaba y sentía la vibración de su ronroneo y podíapalpar toda la textura de su pelo cálido y los músculos yhuesos que tenía debajo, y era capaz de pasarse largosperiodos de tiempo acariciándolo y palpándolo con los ojosmedio cerrados, como si estuviera colocada o en estado de

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estupor, pero, de hecho, la sensación que le producía era locontrario del estupor: se sentía completamente despierta yviva, y al mismo tiempo que estaba sentada acariciandolentamente al gato, repitiendo una y otra vez el mismomovimiento, parecía que se olvidaba de su nombre y de sudirección y de casi todo lo que tuviera que ver con su vidadurante diez o veinte minutos, por mucho que no fuera paranada como estar colocada, y a ella le encantaba aquel gato.Echaba de menos sentir su peso, que no se parecía a nada, noera ni pesado ni ligero, y a veces se pasaba los dos o tresdías siguientes sintiéndose tal como se siente ahora, comoel gato.

—¿Te refieres a lo de querer follarme?Drinion:—Creo que sí.Meredith Rand:—Me dijo que él era básicamente un hombre muerto, usó

textualmente las palabras «hombre muerto» y «cadáverandante», de manera que era imposible que él me fuera detrásde aquella manera, me dijo. No tendría la energía físicanecesaria para llevarme a la cama ni aunque quisiera.

Shane Drinion:—Entonces sí que te habló de su enfermedad.Meredith Rand:—No con esas palabras; me dijo que no era asunto mío,

salvo en el sentido de cómo influía en mi problema. Y yo ledije que estaba empezando a sospechar que él estaba dejandocaer todas aquellas insinuaciones sobre «mi problema poraquí, mi problema por allí», pero sin revelar nunca de quése trataba, para poder tenerme pendiente de él todo el

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tiempo, y que yo no iba a fingir que sabía exactamentecuáles eran sus razones ni qué quería él, pero que eradifícil no tener la sensación de que a algún nivel todoaquello daba mala espina o sonaba a pervertido, y se losolté así, tal cual. Ya me había cansado de ser educada.

—Estoy un poco confuso —dice Drinion—. ¿Todo eso fueantes de que él te dijera sin más cuál creía que era tuproblema fundamental?

Meredith Rand niega con la cabeza, aunque ahora resultadoblemente poco claro a qué está respondiendo. Una de lasquejas de los examinadores es que ella cuenta unas historiasinterminables pero en un momento dado pierde el hilo yresulta casi imposible seguir prestando atención y que no sete vaya el santo al cielo cuando ya no tienes ni idea deadónde coño está yendo con su historia. Varios de losexaminadores solteros del Centro han llegado a la conclusiónde que simplemente está chiflada, de que es genial mirarlade lejos pero que claramente es una de esas chicas a quieneses mejor no acercarse demasiado, sobre todo durante losdescansos, cuando hasta el último momento de distracción esprecioso. Ahora está diciendo:

—Para entonces ya estaba intentando camelarme o ligarconmigo hasta el último hombre del Zeller, desde el ayudantede día hasta los hombres de la segunda planta cuando íbamosa la terapia ocupacional, lo cual era un coñazo importanteen muchos sentidos. Aunque es cierto que él señaló que, sitanto me daba por el saco, ¿por qué me pintaba los ojosestando en un hospital mental? Que es algo que hay queadmitir que era una objeción válida.

—Sí.

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Ella se está restregando el ojo con la base de una manopara expresar o bien fatiga o bien el intento de no perderel hilo de la historia, aunque Drinion no da señal alguna deestar aburrido o perder la paciencia.

—Además, también fue por esa época cuando él me contó quelos médicos del Zeller, que también veían que todo el mundome andaba husmeando y tratando de camelarme, estabanempezando a decir que el supuesto apego que yo le tenía aaquel ayudante y todos aquellos intensos tête-à-tête a solasestaban empezando a dar la impresión de no ser demasiadosanos y de generar dependencia, y conmigo no hablaban deltema, pero a él no paraban de hacerle preguntas ybásicamente estaban empezando a meterse mucho con él, demanera que tuvimos que empezar a esperar a que todo el mundoestuviera enfrascado en ver la tele para irnos a hablar alas escaleras que había justo saliendo del pabellón, que eraun sitio más privado, y allí él se solía tumbar en elcemento del rellano con los pies levantados y apoyados en elsegundo o el tercer peldaño, y a aquellas alturas ya admitíaque no lo hacía por su espalda sino porque necesitaba laelevación para que le circulara la sangre. De manera queterminamos pasando gran parte de los primeros dos días en laescalera, hablando de todo el tema de mi recelo hacia lo queél quería de mí y hacia por qué estaba haciendo todoaquello, una y otra vez, y él me contó un poco más sobre símismo y sobre cómo había cogido la cardiomiopatía en launiversidad, pero también se dedicó a repetirme todo eltiempo que no pasaba nada, que podía hablarme de aquellotanto como yo quisiera, pero que era una especie de círculovicioso, porque cualquier cosa que él dijera me podíasuscitar recelos y se podía atribuir a alguna clase deestrategia oculta si yo quería verlo así, y es posible que

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yo pensara que todo aquello estaba siendo muy sincero yabierto pero en realidad no estaba resultando ni intenso nieficaz, en su opinión, sino que era más bien como darvueltas y más vueltas dentro del problema en lugar deafrontar realmente el problema, y él me dijo que puesto queera un cadáver andante y no formaba realmente parte de lainstitución del manicomio, estaba convencido de ser la únicapersona de allí dentro que realmente me podía decir laverdad sobre mi problema, que me dijo que era básicamenteque yo necesitaba crecer.

Meredith Rand hace una pausa llegado ese momento y mira aShane Drinion para adelantarse al momento en que él lepregunte qué se supone que quería decir exactamente aqueldiagnóstico; pero él no lo pregunta. Parece que se hareconciliado con algo, o bien que ha decidido aceptar laforma en que Meredith Rand recuerda la historia en suspropios términos, o haber llegado a la conclusión de queintentar imponer cierta clase de orden sobre el lado de elladel tête-à-tête solamente va a tener el efecto opuesto.

—Y, como es natural —está diciendo ella—, aquello de«crecer» me mosqueó, así que le dije que se fuera a hacergárgaras, pero no se lo dije en serio, porque para entoncesél también me avisó de que se estaba empezando a rumorearque me iban a dar el alta pronto, que el equipo detratamiento estaba empezando a hablar de ello, pese a quepor supuesto a nadie se le ocurría jamás contarme nada de loque estaba pasando, y que mi madre había estado intentandoorganizar una terapia externa y tratando de conseguir queuno de los médicos me siguiera tratando en su consultaprivada, que estaba muy llena y además el seguro de mi padreno la cubría del todo, de manera que todo el proceso estabasiendo una pesadilla burocrática, e iba a demorarse un poco,

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y sin embargo yo empecé a darme cuenta de que aquello no ibaa durar para siempre, de que tal vez para la semanasiguiente o la otra yo ya no iba a verlo más ni a tener másconversaciones intensas con él, y tal vez no lo iba a volvera ver en la vida... Me di cuenta de que no sabía dónde vivíay ni siquiera cómo se apellidaba, por el amor de Dios. Me dicuenta de todo esto y cada vez que lo pensaba me entraba elpánico, porque yo ya había probado cómo era quedarme derepente un par de días sin poder hablar con él ni saberdónde estaba, así que me entró el pánico, y empecé ajuguetear con la idea de afilar algo y hacerme unos cuantoscortes que ni siquiera me apetecía hacerme, solamente paraque me tuvieran una temporadita más en el manicomio, lo cualyo era consciente de que era una chifladura total. —Echa unvistazo muy rápido a Drinion, para ver cómo estáreaccionando a esta información—. Y era una locura, y creoque en realidad él sabía lo que estaba pasando, él sabía loimportante que ya se había vuelto para mí por entonces,creo, de manera que tenía poder o munición extra a sudisposición para decirme que me dejara de monsergas (yoestaba sentada en la escalera que llevaba a la Cuarta y élestaba tumbado boca arriba al pie de las escaleras, con lospies en alto por debajo de mí, de manera que yo me pasabatodo el tiempo mirándole las suelas de las zapatillas, queeran como las que venden en el Kmart y tenían las suelas deplástico) y que lo de «crecer» quería decir ahora, en aquelmismo momento, y que dejara de ser una niñata porque eso meiba a matar. Me dijo que las chicas que pasaban por elZeller eran todas iguales, y que ninguna de nosotras teníani idea de qué era ser adulto. Lo cual era completamentecondescendiente, y en circunstancias normales habría sido unerror garrafal decírselo a una persona de dieciocho años. De

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manera que tuvimos una pequeña discusión sobre el tema. Loque él quería decir era que ser una niñata no era lo mismoque ser una niña, dijo, porque si veías cómo una niña deverdad jugaba o acariciaba a un gato o escuchaba un cuento,verías que era un poco lo contrario de lo que estábamoshaciendo todas en el Zeller. —Shane Drinion está un pocoinclinado hacia delante. Ahora tiene el trasero a casicuatro centímetros del asiento de la silla; las suelasparecidas a goma de sus zapatos de trabajo, con el perímetrooscurecido por el mismo proceso que oscurece las gomas delos lápices, se le mecen ligeramente por encima de lasbaldosas del suelo. Si no fuera por la americana que cuelgadel respaldo de su silla, Beth Rath y los demás podrían verluz a través del hueco sustancial que queda entre el asientode su silla y sus pantalones—. Aunque no estaba tantodiscutiendo como explicándome las cosas —dice Rand—. Mecontó por ejemplo que hay una fase muy concreta de la vidaen que dejas atrás esa felicidad y esa magia inconscientes,por llamarlas de alguna manera, de la infancia; me dijo quesolamente los niños con trastornos graves o los autistascarecen de esa felicidad infantil; sin embargo, cuando unocrece y pasa la pubertad es posible dejar atrás esa libertady esa plenitud infantiles y seguir siendo completamenteinmaduro. Inmaduro en el sentido de esperar o desear que unpadre o un rescatador mágico te vea y te entienda realmentey te cuide, igual que a una criatura la cuidan sus padres, yque te salve. Que te salve de ti misma. También bostezabamucho y entrechocaba los zapatos, y yo miraba cómo lassuelas le iban de un lado a otro. Él dijo que es así como semanifiesta la inmadurez en las chicas jóvenes y las niñas;en los hombres tiene aspecto de ser un poco distinto pero enrealidad es lo mismo, que viene a ser el deseo de que te

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hagan olvidar lo que has perdido y de que venga alguien y tearregle y te salve. Lo cual es bastante banal, es como algosacado de un libro de texto de medicina, de manera que lepregunté: ¿Y ese es mi problema fundamental? ¿Esa es laexplicación que llevo tanto tiempo esperando? Y el me dijoque no, que aquel era el problema fundamental de todo elmundo, y también la razón de que las chicas estuvieran tanobsesionadas con ser guapas y con si iban a poder atraer aalguien y generar el suficiente amor en ese alguien comopara que las salvara. Mi problema fundamental, dijo, y estoconectaba con el problema fundamental del que me acababa dehablar, era la pequeña trampa que me había construido paramí misma a fin de asegurarme de que nunca tuviera que crecery de que pudiera seguir siendo inmadura y seguir esperandoeternamente a que viniera alguien a salvarme, y es que jamásiba a poder encontrar a nadie capaz de salvarme porque yomisma provocaba que me resultara imposible conseguir lo queyo estaba plenamente convencida de que necesitaba y merecía,para de esa forma poder estar siempre furiosa e ir por lavida pensando que mi verdadero problema era que nadie podíaver ni querer a mi verdadero yo tal como yo necesitaba, demanera que siempre pudiera tener mi problema para apoyarmeen él y para aferrarme a él y acariciarlo y fingir que erael problema verdadero. —Rand levanta la vista de golpe haciaShane Drinion—. ¿Te parece esto banal?

—No lo sé.—Pues a mí me lo pareció un poco —dice Meredith Rand—.

Así que le dije que aquello me había ayudado muchísimo y queahora sabía exactamente qué hacer cuando me dieran de altadel Zeller, que era entrechocar los talones y transformaraquel diagnóstico en una cura, y que cómo se lo podía pagar.

Drinion dice:- 719 -

—Estabas siendo profundamente sarcástica.—¡Estaba cabreada! —dice Meredith Rand, levantando un

poco la voz—. Le dije: Oh, maravilla, al final habíaresultado que él era igual que aquellos doctoreselegantemente trajeados para quienes el diagnóstico era lacura; con la diferencia, claro, de que el diagnóstico de élademás era insultante, de que él además podía llamarlosinceridad y excitarse un poco más hiriendo los sentimientosde la gente. ¡Estaba supercabreada! Y él se rió y me dijoque ojalá me pudiera ver a mí misma en aquellos momentos. Élpodía verme porque estaba tumbado y yo estaba de pie a sulado, porque cada quince minutos más o menos yo tenía queayudarlo a levantarse para que él pudiera salirdiscretamente del pasillo y marcharse con su tablillasujetapapeles a hacer la ronda. Me dijo que parecía una niñaa la que le acaban de quitar un juguete.

—Eso te debió de enfadar todavía más —dice Drinion.—Él me dijo algo así como que muy bien, vale, que me lo

iba a explicar como si estuviera hablando con una niña, conuna persona tan prisionera de su problema que ni siquiera escapaz de ver que aquello es su problema y no solamente laforma en que funciona el mundo. Yo quería gustar y serconocida por algo más que el hecho de ser guapa. Quería quela gente viera más allá de lo de ser guapa y de la cosasexual y que vieran quién era yo, como persona, y me sentíasupercabreada y llena de autocompasión porque la gente no lohacía.

Meredith Rand, en la taberna, levanta brevemente la vistahacia Drinion.

—Porque no miraban más allá de la superficie —dice él,para representar que entiende lo que ella está diciendo.

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Ella inclina la cabeza.—Pero en realidad la superficie lo era todo.—¿Tu superficie?—Sí, porque debajo de la superficie no había más que un

montón de sentimientos y conflictos sobre la superficie, yrabia, por cómo me veía la gente y por el efecto que yotenía en ellos, y en realidad lo único que había por debajoera una pataleta constante por el hecho de que nadie meestaba salvando y porque la culpa era del hecho de serguapa, y él me comentó que bien pensado aquello resultabamuy poco atractivo. Que nadie quería estar cerca de alguienque se encontraba en una pataleta constante. ¿Quién iba aquerer eso? —Rand hace una especie de gesto irónico de«tachán» con los brazos en el aire—. Así pues, dijo él, yolo había organizado todo para que la única razón por la quecualquiera se viera atraído hacia mí como persona fuera elhecho de que yo era guapa, que era exactamente la razón queme hacía sentir tan furiosa y sola y triste.

—Eso da la sensación de ser una trampa psicológica.—Él lo comparó con construir una especie de máquina que

te mandaba una descarga eléctrica cada vez que tú decías:«¡Ay!». Por supuesto, él sabía que yo había estado teniendotodos aquellos sueños con máquinas. Y me acuerdo de que melimité a quedármelo mirando, a dedicarle aquella mirada tiporayo letal que a todas las buenorras del instituto se nosdaba tan bien, como si la gente a la que mirábamos así fueraa derretirse y morirse. Él estaba tumbado con los pieselevados sobre las escaleras mientras decía aquello. Teníalos labios un poco azules, la cardiomiopatía no paraba deempeorar, y las escaleras del Zeller tenían aquellaslámparas fluorescentes de tubo espantosas en el hueco de las

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escaleras que le hacían parecer todavía más enfermo; ya noestaba tan pálido como gris y se le hacía una especie depasta espumosa en los labios, porque no podía dar sorbos desu latita de agua cuando estaba tumbado de espaldas. —Losojos de ella dan la impresión de estar viéndolo nuevamentein situ en la escalera del Zeller—. Para ser sinceros, a míme daba asco físicamente, o miedo, me parecía repulsivo,como un cadáver o como esos prisioneros vestidos conuniformes a rayas de las fotos de los campos deconcentración. Lo más raro es que al mismo tiempo que medaba asco le tenía cariño. Me daba un asco tremendo —diceella—. Y lo de que yo era tan prisionera de mi problema queera incapaz de aceptar un interés por mí real, genuino, nosexual ni romántico ni basado en el hecho de ser guapa niaunque me lo estuvieran ofreciendo... lo decía por sí mismo,eso yo lo sabía, aunque no lo dijera con todas las palabras;ya habíamos pasado por aquello durante días enteros, y senos estaba acabando el tiempo, lo sabíamos los dos. A mí meiban a dar de alta y no lo iba a volver a ver. Y, sinembargo, le dije algunas cosas bastante horribles.

—Te refieres a lo de la escalera... —dice Shane Drinion.—Porque en el fondo, me dijo él, yo solamente me veía a

mí misma en términos de ser guapa. Me consideraba tanmediocre y banal por dentro que no me podía imaginar quenadie que no fueran mis padres se interesara por mí enningún sentido que no fuera mi aspecto, mi pinta debuenorra. Yo estaba furiosa, me dijo, porque lo único que leimportaba a alguien o captaba la atención de alguien era mibelleza; sin embargo, él me explicó que aquello era unapantalla de humo, un teatro de la mente humana, y que lo querealmente me preocupaba era que yo sentía lo mismo, que loschicos y los hombres me estaban tratando más o menos igual

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que yo me trataba a mí misma, y que en realidad era conmigomisma con quien estaba furiosa pero no me daba cuenta; encambio, lo proyectaba sobre los pervertidos que me silbabanpor la calle o sobre los chavales sudorosos que meintentaban follar o sobre las demás chicas que decidían queyo era una zorra porque el ser tan guapa me hacía unaestirada.

Hay un breve momento de silencio, que no trae nada másque los ruidos de la máquina del millón y del partido debéisbol y las voces de la gente ociosa.

—¿Esto es aburrido? —le pregunta de sopetón a Drinion.Ella no es consciente de cómo está mirando a Drinion

mientras le hace la pregunta. Por un momento casi pareceotra persona. A Meredith Rand se le acaba de ocurrir queShane Drinion podría ser una de esas personas obsequiosaspero en última instancia superficiales que pueden dar laimpresión de que están prestando atención, pero en realidad suatención está dando la vuelta al mundo, y tal vez entretodas las cosas que le están pasando por la cabeza seencuentre el hecho de que no estaría sentado aquí asintiendoeducadamente con la cabeza y escuchando este peñazoincreíblemente aburrido, este peñazo narcisista, si elhacerlo no le diera la oportunidad de mirar directamente losojos verdes sin fondo de Meredith y su exquisita estructuraósea, además de un buen trozo de escote, puesto que ella sehabía quitado el volante y se había desabrochado el botón dearriba nada más sonar el timbre de las cinco en punto.

—¿Lo es? ¿Es aburrido?Drinion contesta:—La mayor parte no lo es, no.—¿Y qué parte sí es aburrida?

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—«Aburrido» no es un término muy adecuado. Hay ciertaspartes que sueles repetir, o que vuelves a decir con muypocas variaciones. Esas partes no suministran informaciónnueva, de manera que cuesta un esfuerzo mayor prestarlesatención, aunq...

—¿A qué partes te refieres? ¿Qué es lo que crees que noparo de decir una y otra vez?

—Pero yo no lo llamaría aburrido. Es más bien que prestaratención a esas partes cuesta esfuerzo, aunque tampoco seríajusto decir que ese esfuerzo es desagradable. Es más bienque cuando uno escucha las partes que sí añaden informacióno ideas nuevas, esas partes llaman la atención de una formaque no requiere esfuerzo.

—¿Qué, es el hecho de que no paro de cotorrear sobre losupuestamente hermosa que soy?

—No —dice Drinion. Ladea un poco la cabeza—. De hecho,para ser sincero, en esas partes donde repites la misma ideao información esencial con muy pocas variaciones, el motivosubyacente, que me da la sensación de que es tu preocupaciónpor el hecho de que lo que estás explicando pueda resultarpoco claro o poco interesante y deba ser reformulado yrepetido de muchas maneras distintas para asegurarte de queel que te está escuchando te entienda de verdad... esemotivo resulta interesante, y también un poco emotivo, yconcuerda de una forma interesante con el tema superficialde lo que Ed, en la historia que estás contando, te estáenseñando, de manera que en ese sentido hasta los elementosrepetitivos o redundantes suscitan interés y requieren pocoesfuerzo consciente para prestarles atención, por lo menosen mi caso.

Meredith Rand extrae otro cigarrillo.- 724 -

—Hablas como si estuvieras leyendo de una tarjeta o algoparecido.

—Siento dar esa impresión. Estaba intentando explicar mirespuesta a tu pregunta, porque me da la sensación de que mirespuesta te ha dolido, y me ha parecido que una explicaciónmás completa detendría ese dolor. O lo obviaría si estásenfadada. En mi opinión, simplemente se ha producido unmalentendido basado en un error de comunicación causado porla palabra «aburrido».

La sonrisa de ella es al mismo tiempo burlona y no lo es.—De manera que no soy la única que está preocupada por

los malentendidos y que no para de intentar prevenir losmalentendidos por razones emocionales.

Pero ella se da cuenta de que él es sincero; ni le estátomando el pelo a ella ni le está haciendo la pelota.Meredith lo nota. Hay una sensación que deriva del hecho deestar sentada delante de Shane y del hecho de que él te estémirando y prestándote atención. No es excitación, pero sí esalgo intenso, es un poco como estar cerca del parque detransformadores de alto voltaje que hay al sur de JolietStreet.

—Una pregunta —dice Drinion—. Cuando proyectas hacia losdemás cosas que sientes por ti mismo, ¿eso se llamaproyección? ¿O desplazamiento?

Ella hace otra mueca.—Él odiaba esa clase de palabras, en realidad. Decía que

formaban parte de la institución retroalimentada del sistemade la sanidad mental. Decía que el término mismo era unacontradicción, el término «sistema» de la sanidad mental.Eso me lo dijo la noche siguiente, dentro del montacargas,porque resultaba que la noche anterior alguien nos había

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oído hablar desde el rellano de otra planta, porque el huecode las escaleras era todo de metal y de cemento y estaballeno de ecos, y a Ed le había echado bronca el supervisorde enfermeros por promover mi dependencia insana de él, dela que se habían enterado por lo afligida que me habíapuesto durante los dos días que él no había acudido altrabajo; resultó que estaban a punto de despedirlo,principalmente porque había empezado a saltarse de vez encuando las rondas que tenía que hacer cada quince minutos, yuna de las chicas se dedicó a meterse los dedos en lagarganta y a vomitar la cena y alguien encontró parte delvómito, mientras que Ed no lo había visto porque habíaestado tumbado en la escalera y le costaba más levantarse siestaba tumbado del todo con los pies sobre un peldañoelevado, por mucho que yo lo ayudara, de manera que habíaempezado a saltarse sus rondas. También había chicas queempezaban a quejarse de aquellas conversaciones queteníamos, como si yo fuera la favorita o algo parecido, ypropagaron el rumor entre los equipos de tratamiento de queyo siempre estaba fingiendo que tenía que hablar con él ensecreto y llevándole a otra parte y tratando de montármelocon él o lo que fuera. Un par de aquellas chicas erancompletamente espantosas, eran unas zorras de una magnitudque yo no había visto en la vida.

—...—Y ese fue también el día en que me dieron el alta, o más

bien me dijeron que me iban a dar el alta al día siguiente;mis padres habían resuelto el problema y al día siguientetocaba firmar unos siete millones de papeles y luego yo meiría a casa. Mi madre había conseguido quién sabe cómo queun médico me sacara en régimen de terapia externa y bla,bla. Por las noches nadie usaba el montacargas después de

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que se bajaran las bandejas de la cena, de manera que loabrimos y nos metimos allí dentro y él se sentó en el suelo.El suelo tenía una especie de relieve metálico que no ledejaba tumbarse. Y aquel sitio apestaba, era peor que elhueco de las escaleras.

»Él me dijo que era nuestra última noche, nuestra últimaconversación, y cuando yo le dije que la quería intensa élme dijo que había llegado la hora de la verdad, que lo másseguro era que ya no nos volviéramos a ver nunca más. Yo lepregunté qué quería decir. Pero me estaba entrando elpánico. Era yo la que tenía motivaciones ocultas. Era lahora de la verdad. Yo sabía que no podía montar ningunaclase de farsa para poder quedarme en el centro, sabía queél se daría cuenta y se limitaría a reírse de mí. Sinembargo, sí que estaba dispuesta a confesar que teníasentimientos románticos, que me sentía atraída por él, pesea que me daba la sensación de que en realidad no los tenía,por lo menos no de tipo sexual, aunque más adelante resultóque sí los tenía. Simplemente no era capaz de admitirlo, deadmitir lo que sentía por él, por culpa de mi problema.Aunque ahora tengo que decir que ya no estoy tan segura —dice Meredith Rand—. Estar casada no se parece en nada atener diecisiete años y estar en plena crisis total deidentidad e idealizar a alguien que parece verte tal comoeres y preocuparse por ti. —Ahora se parece más a sí misma—.Pero él fue el primer tío que me dio la sensación de que meestaba diciendo la verdad, que no tenía motivaciones ocultasya de entrada ni actuaba, ni tampoco estaba todo sudoroso eintimidado, sino que se mostraba dispuesto a verme tal comoyo era y a conocerme y a decir simplemente la verdad sobrelo que veía. Y es verdad que él me conocía: acuérdate de queme contó todo aquello sobre mi madre y el vecino que nadie

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sabía. —La cara se le vuelve a endurecer y a tensarsemientras mira directamente a Drinion, sosteniendo elcigarrillo pero sin encenderlo—. ¿Acaso esta es una de esaspartes que dices que no paro de repetir?

Drinion niega un poco con la cabeza y luego espera a queMeredith Rand continúe. La hiperatractiva EXTOP siguemirándolo.

—No —dice Drinion—. Creo que el tema original de estahistoria era cómo te casaste. Es obvio que casarse presuponeuna atracción mutua y una serie de emociones románticas, demanera que tu primera mención a estar dispuesta a admitiruna atracción romántica sí que supone información nueva, ymuy relevante. —Su expresión no ha cambiado para nada.

—O sea que no es aburrido.—No.—Y tú nunca has tenido sentimientos de atracción

romántica.—No que yo sepa, no.—Y si alguna vez los tuvieras, ¿no serías consciente de

ellos?Drinion:—Creo que sí.—O sea que tu respuesta ha sido un poco evasiva, ¿no?—Supongo que sí —dice Drinion.Más tarde ella caerá en la cuenta de que él no parece

nada perplejo por esto. Da la impresión de que se estálimitando a absorber información y a archivarla en suinterior. Y también parece (aunque Rand no llegará aplantearse esto sino que más bien lo rememorará, dentro del

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recuerdo sensorial de cómo ella se burlaba un poco deDrinion y de la extraña manera en que él reaccionaba cadavez que ella lo hacía, y era algo que ella podía hacer más omenos a voluntad, lo de burlarse de él, porque en ciertossentidos él era un pardillo total y un lechuguino) que eldespliegue de distintos tipos de sombreros de la pared deatrás ahora quedaba completamente tapado, salvo la punta dela visera de una gorra de pescador que había en la hilerasuperior.

—Pero, bueno, en todo caso —dice Meredith Rand. Tiene labarbilla apoyada en la misma mano que sostiene el Benson &Hedges apagado, lo cual da la impresión de resultar todomenos cómodo—. De manera que sí sé que aquella última noche,en el montacargas, yo no le estaba escuchando del todo, nitampoco conectando con él sobre las cosas que me estabadiciendo, porque yo estaba luchando con todos aquellossentimientos y conflictos interiores que me planteaba elhecho de sentirme atraída por él y al mismo tiempo estabasiendo completamente presa del pánico porque no lo iba avolver a ver jamás, y es que el trato era que yo iba a hacerterapia externa en el mismo centro, pero la terapia sería enla segunda planta, que era donde todos los médicos teníansus despachos propiamente dichos, y él solamente estaba porlas noches en la tercera planta, que era un pabellón derégimen cerrado. La mera idea de no saber dónde vivía él mecausaba verdadero pánico. Además, yo sabía que lo más seguroera que lo echaran pronto, porque ya apenas podía hacer susrondas, y en la última semana había habido problemas con unade las vomitadoras, que había estado vomitando y él no lahabía registrado, y además yo sabía que él no le había dichonada a la gente del Zeller sobre su problema de salud, lacardiomiopatía, que había estado más o menos controlada

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cuando lo habían contratado, o eso parecía, pero que nohabía parado de empeorar...

—Pero él todavía no te había contado lo de lacardiomiopatía.

—Bueno, pero lo que fuera que tenía, la gente del Zellerno lo sabía, y simplemente pensaban que él no se cuidabamucho, o que tenía resacas, o que era un vago, aquello eraterrible. De manera que yo seguí dándole vueltas a lacabeza, preguntándome qué pasaría si me quitaba la camisasin más y me lo montaba con él allí mismo, si él me lopermitiría o bien si le daría asco o se burlaría de mí, ypreguntándome también cómo podía conseguir que él mevolviera a ver y cómo seguir teniendo conversacionesintensas con él después de salir y de tener que regresar conmi madre y a las clases de la Central Catholic, y quépasaría si yo le dijera que le quería, y qué pasaría si élse moría después de que yo saliera y yo ni siquiera meenteraba porque no sabía cómo se llamaba ni dónde vivía. Seme ocurrió que yo ni siquiera conocía sus sentimientos haciamí en tanto que persona distinta a las demás chicas quehabía ayudado, como por ejemplo si él pensaba que yo erainteresante o lista o guapa. Costaba mucho pensar quealguien que parecía entenderme tan bien y contarme la verdadno tuviera sentimientos especiales hacia mí.

—Quieres decir sentimientos románticos.Rand hace un pequeño encogimiento de hombros con las

cejas.—Al fin y al cabo era un tío. Así que... y de pronto se

me ocurrió que estaba haciendo más o menos justamente lo queél decía que era mi problema fundamental: pensar en él y enno perderlo y en que él me podía salvar y en que la única

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forma de conservarlo era por medio de los sentimientossexuales, porque eran lo único que yo tenía.

»Y luego sé que en un momento dado me hizo un examensobre los temas generales que habíamos tratado. Era unabroma pero al mismo tiempo no lo era. —Enciende por fin elcigarrillo—. Más adelante me confesó que lo había hechoporque pensaba que realmente se estaba muriendo de aquellacrisis de cardiomiopatía... Resultó que se pasaba díasenteros en los que le faltaba el aliento, como si estuvieracorriendo pese a que estaba tumbado; no era casualidad quetuviera los labios azules... Y también me explicó que habíaestado muy seguro de que no me iba a volver a ver, y portanto no iba a saber si me había sido de alguna ayuda, demanera que quería asegurarse de que había ayudado un poco aalguien antes de morirse. Y, por supuesto, yo estaba sumidaen el pánico, y no estaba segura de si sería mejor aprobarel examen o suspenderlo, a efectos de poder verlo otra vez.Por mucho que él fingiera que el examen entero era unabroma, como si yo fuera una niña del jardín de infancia aquien le estuviera poniendo un examen su maestro del jardínde infancia. Se le daba muy bien estar serio y burlarse desí mismo al mismo tiempo; era una de las razones de que yolo amara.

Drinion:—¿Amara?—Por ejemplo, pregunta uno: ¿Qué hemos aprendido sobre

hacernos cortes? Yo le dije que habíamos aprendido que noimportaba por qué me hacía cortes o cuál era la maquinariapsicológica que había detrás de los cortes, si era unaproyección de odio hacia mí misma o qué. O si eraexteriorizar el interior. Habíamos aprendido que lo único

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que importaba era no hacerlo. Dejarlo. Nadie más podíaconseguir que yo lo dejara; yo era la única que podía tomarla decisión de parar. Porque fuera cual fuera la razóninstitucional, cortarme era hacerme daño a mí misma, eraportarme mal conmigo misma, y aquello era una niñería. Erano tratarme a mí misma con respeto. Y la única forma en quepodías portarte mal contigo misma era si en el fondo estabasesperando que viniera alguien al galope para salvarte, locual era una fantasía infantil. La realidad comportaba quenada me garantizaba que nadie fuera a ser amable conmigo nifuera a tratarme con respeto: esa era la base de lo que élme decía sobre crecer, el darse cuenta de eso; y nada megarantizaba que nadie fuera a verme ni a tratarme como yoquería ser vista, de manera que me competía a mí asegurarmede que yo me veía y me trataba a mí misma como una personadigna. Es lo que se llama ser responsable y no una niñata.Las verdaderas responsabilidades son para con una misma. Ysi el hecho de que me gustara mi aspecto formaba parte deeso y formaba parte de lo que yo consideraba que era dignoen el fondo, no había problema. Me podía gustar ser guapasin hacer que la guapura fuera lo único de lo que yo podíaalardear, o sin sentir compasión de mí misma si a la gentese le iba la olla con lo de que yo era guapa. Esa fue mirespuesta al examen.

Shane Drinion:—Por lo que tengo entendido, sin embargo, tu verdadera

experiencia era que alguien estaba siendo amable contigo ytratándote como a alguien digno.

Rand sonríe de una forma que da la impresión de que estásonriendo a pesar de sí misma. También se está fumando elcigarrillo de una forma más esmerada y sensual.

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—Bueno, sí, eso mismo era lo que yo estaba pensando, allíplantada en el montacargas y mirándolo a él, que estaba enel suelo, y contestando a su examen, y se lo contesté consinceridad, pero por dentro yo sentía pánico. La verdad eraque yo tenía la sensación de que él era exactamente lo queél mismo calificaba de imposible y de infantil, de que élera exactamente la otra persona que él me estaba diciendoque yo no iba a encontrar nunca. Y yo tenía la sensación deque él me amaba.

—De manera que había en curso un conflicto emocional muyintenso —dice Shane Drinion.

Rand se lleva las manos a los costados de la cabeza yhace una mueca breve que representa a alguien que tienealguna clase de crisis nerviosa.

—Yo le estaba hablando de olvidarme de los demás, y depor qué los demás sentían o no atracción por mí, y de sirealmente yo les importaba, y de que empezaba a ser amableconmigo, a tratarme como a una persona digna, a amarme a mímisma de forma adulta... Y todo era cierto, era verdad queyo había aprendido todo aquello, pero también lo estabadiciendo todo por él, porque era lo que él quería que yodijera, para que él pudiera sentir que me había ayudadorealmente. Pero si yo decía lo que él quería que yo dijera,¿acaso eso significaba que él podría marcharse y yo no loiba a volver a ver, que él no me iba a echar de menos paranada, porque pensaría que yo ya estaba bien y que no iba atener ningún problema? Y, aun así, lo dije. Sabía que si ledecía que le amaba o si me desnudaba y le besaba allí mismo,él pensaría que yo seguía estando prisionera del problemadel infantilismo, que yo seguía mezclando el hecho de sertratada como una persona digna y valiosa con el sexo y conlos sentimientos románticos, y pensaría que yo no tenía

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remedio y que no había aprendido nada de él, y yo no lepodía hacer eso: si él se iba a morir o a perder su trabajo,entonces por lo menos yo podía darle esto, la idea de que mehabía ayudado, por mucho que yo en realidad tuviera lasensación de que tal vez lo que pasaba era que estabaenamorada de él, o que lo necesitaba. —Apaga el cigarrillosin usar para nada las estocadas de antes, casi con ternura,como si estuviera pensando con ternura en otra cosa—. Y derepente pensé: Dios mío, a esto se refiere la gente cuandodice: «No puedo vivir sin ti, eres mi vida entera», yasabes, «Can’t live, ifliving is without you». —Meredith Randacompaña estas líneas con la melodía del «Can’t Live (IfLiving Is Without You)» de Harry Nilsson—. Todas aquellascanciones country espantosas que mi padre escuchaba en eltaller que tenía en el garaje, y que daban la impresión deque hasta la última de ellas trataba de alguien que sedirigía a una amante que había perdido y hablaba de por quéy del hecho de que no podía vivir sin ella, y de lo terribleque era ahora su vida, y de beber todo el tiempo porquevivir sin ella producía un dolor terrible, y yo nunca habíasoportado aquellas canciones porque me parecíancompletamente banales, y jamás le había dicho nada a mipadre, pero no me podía creer que él las escuchara todas sinque le entraran ganas de vomitar... Y él me dijo que enrealidad si escuchas esas canciones y cambias el «tú» por«yo», entonces entiendes que en realidad de lo que estánhablando esos tipos es de perder una parte de ellos mismos,o bien de traicionarse a sí mismos una y otra vez enbeneficio de lo que creen que quiere otra gente, hasta queya están muertos por dentro y ni siquiera saben qué quieredecir «yo», y eso explica que la única forma en que puedanconcebir su situación y la razón de que se sientan tan

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muertos y tristes es pensar que necesitan a otra persona yque no pueden vivir sin ella, sin esa otra persona... Y seda la coincidencia de que esa es exactamente la situación enque se encuentran los bebés, que sin alguien que los coja enbrazos y los cuide se mueren, literalmente, y él me dijo queen realidad eso no es para nada una coincidencia.

A Drinion se le arruga un poquito la frente por elesfuerzo de pensar.

—Estoy confuso. ¿Ed te explicó el significado de esascanciones de country and western en el montacargas? ¿Y tú lehablaste de las letras y de que ahora entendías lossentimientos de las letras?

Rand está mirando a su alrededor, posiblemente buscando aBeth Rath.

—¿Cómo? No, eso fue más adelante.—O sea que os volvisteis a ver, después del montacargas.Rand levanta el dorso de la mano para mostrar el anillo

de boda.—Ya lo creo.Drinion dice:—¿Hay alguna información adicional que me haga falta para

entenderlo?Rand parece al mismo tiempo distraída y molesta.—Bueno, no se murió, obviamente, señor Einstein.Drinion hace girar su vaso vacío. Su frente ya muestra

claramente una arruga.—Pero te acabas de pasar un buen rato describiendo el

conflicto entre confesar el amor y tus verdaderas

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motivaciones, y lo trastornada e incómoda que te ponía laperspectiva de no volverlo a ver.

—Tenía diecisiete años, por el amor de Dios. Era unareina del melodrama. Me llevaron a casa, yo miré la guíatelefónica y allí lo encontré, en la guía. El edificio deapartamentos donde vivía estaba como a diez minutos de micasa.

La boca de Drinion adopta esa postura distendida de quienquiere preguntar algo pero no está seguro de por dóndeempezar, y no está manifestando esa inseguridad en voz altasino facialmente.

Rand levanta el brazo para hacerle una señal a Beth Rath.—En fin, que así es como lo conocí. 

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47Toni Ware estaba usando el teléfono público que había al

borde del aparcamiento. En lugar de dentro de una cabina, elteléfono estaba simplemente en un poste. Ella se apoyó unpoco en el parachoques delantero de su coche, que relucía.Por encima del asiento de atrás apareció la cara de uno delos perros; cuando ella se lo quedó mirando un momento, elanimal volvió a desaparecer de la vista. En el asiento delpasajero de delante había una docena de ladrillos estándarde tres kilos, cada uno con una tarjeta de franqueo pagadode una marca distinta. Era una mujer de tamaño estándar, deun rubio más bien claro, vestida con pantalones de tela yuna chaquetilla ligera de color beige que se agitaba y seinflaba al viento. El hombre del otro lado de la líneatelefónica estaba repitiéndole su pedido, que era complejo eincluía un par de metros de tubo de cobre del n.º 6 cortadoen ángulo oblicuo y en secciones de diez centímetros; elángulo de los cortes tenía que ser de sesenta grados.Aquella mujer tenía veinte voces distintas; todas salvo doseran cálidas y agradables. No estaba protegiendo elauricular del teléfono con la mano, sino que dejaba que elviento rugiera en la línea. Todo el mundo incurre enmanierismos inconscientes cuando habla por teléfono; el deella era mirarse las cutículas de la mano que no sostenía elteléfono y usar el pulgar de aquella mano para ir palpándoseuna cutícula detrás de otra. Había cuatro mujeres en elaparcamiento del supermercado y a través del hueco quequedaba entre los letreros de cerveza al por mayor de laventana del local se veía un busto de la cajera. Dos de lasmujeres estaban en los surtidores de gasolina; otra estabadentro de un Gremlin de color habano, esperando a que se

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vaciara un surtidor. Todas llevaban envoltorios de plásticopor encima del pelo para protegerse del viento. Hubo unmomento largo durante el cual Toni tuvo que esperar a que eldueño de la ferretería al por mayor verificara la tarjeta decrédito de ella, lo cual quería decir que el establecimientofuncionaba con un margen estrecho y no se podía permitir nisiquiera un flujo de cuatro horas en el pedido, lo cualquería decir que podían verse afectados. Todo el mundo llevaa cabo un rápido examen inconsciente de todo objeto cargadode sentido social con el que se encuentra. Algunos exámenesse interesan por el miedo y el potencial de amenaza de cadanuevo dato; otros tienen por objeto el potencial sexual, elpotencial de ingresos, la calidad estética, los indicadoresde estatus, de poder y/o de susceptibilidad a la dominación.Los exámenes de Toni Ware, que eran detallados y minuciosos,se interesaban exclusivamente por el hecho de si el objetopodía o no verse afectado. El pelo se le veía de un colorrubio grisáceo, o bien de esa clase de rubio seco que bajociertas clases de luz parece casi gris. El viento golpeó confuerza la puerta mientras salía gente; ella vio cómo elímpetu del aire les afectaba a las caras y a los pequeñosgestos inconscientes reconcentrados que hacían mientrasintentaban encorvarse hacia delante y caminar deprisa almismo tiempo. No es que hiciera mucho frío, pero el vientodaba la sensación de que sí lo hacía. El color de los ojos deella dependía de qué lentes llevara. El número de la tarjetade crédito que le acababa de dar al hombre era el de ella,pero ni el nombre ni el número de identidad federal que lehabía dado le pertenecían a ella en un sentido estricto. Losdos perros se llamaban igual, pero los dos sabían siempre acuál de ellos estaba llamando ella cuando los llamaba. Suamor por los perros trascendía toda experiencia y daba forma

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a su vida entera. La voz que estaba usando con el empleadode la ferretería Butts era más joven que la de ella, llamabala atención por su candidez y provocaba sentimientospaternales — de superioridad y de ternura al mismo tiempo—en los comerciantes cuyos gustos emocionales eran másrefinados que la simple explotación. Cuando el hombreconfirmó su pedido, ella dijo: «Genial. Genial de verdad.Yupi», afirmando la palabra «yupi» en vez de gritarla. Erauna voz que hacía que el que la escuchaba se imaginara a unamujer con pelo largo y rubio y pantalones acampanados, queladeaba la cabeza y le daba una ligera entonacióninterrogativa incluso a las frases afirmativas. Ellacaminaba todo el tiempo por aquella cuerda floja: dandofalsas impresiones que sin embargo eran concretas y estabancontroladas con firmeza. Daba la sensación de que era unarte. No se trataba de destruir sin más. Igual que esaburrido el orden total, también lo es el caos: no hay nadaconstructivo en el simple destrozo. La cajera le dedicaba acada cliente una sonrisa fría y entablaba con él una breveconversación. Era la segunda vez en tres años que Toni Wareformaba parte de una investigación de aquella tienda, que sellamaba QWIK ’N’EZ —el icono de su letrero se parecíasospechosamente al Big Boy de Bob’s— y era una de lasprimeras gasolineras de la interestatal que habían eliminadoa los empleados que te servían la gasolina y habíanadjuntado un pequeño supermercado con cigarrillos yrefrescos y comida basura para comprar en las paradas de lacarretera. Ganaban una porrada de dinero en metálico y todoslos años el sistema informático de Función de InventarioDiscriminante los marcaba como empresa de riesgo. Sinembargo, estaban limpios como una patena, hacerlesauditorías sobre el terreno se consideraba un desperdicio

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del salario, sus recibos cuadraban a la perfección y suslibros de contabilidad estaban lo bastante embrollados comopara no estar amañados, y el propietario era un cristianopentecostal que ya había empezado a construir otro deaquellos establecimientos que Bondurant denominaba Tumoresde Carretera en la segunda salida de la 74 y estaba en lapuja para hacerse con otros dos.

Ella tenía dos líneas de teléfono fijo, un voluminosoteléfono móvil y dos códigos bidimensionales de oficina,pero para los negocios personales usaba los teléfonospúblicos. No era ni atractiva ni fea. Salvo por ciertaintensidad anémica en la cara, no había nada en ella queresultara atractivo ni repelente ni llamara más la atenciónque el millar de mujeres de Peoria que habían sido descritascomo «monas» en su juventud y ahora eran invisibles. A ellale gustaba pasar por debajo del radar de la gente. La únicapersona que podría fijarse en que estaba allí al teléfonosería alguien que también quisiera usarlo. Había dos mujeresy un hombre rubicundo con camisa de franela llenando susdepósitos. Dentro de uno de los coches había un niñollorando con la cara agarrotada. Las ventanillas de loscoches convertían su llanto en una pantomima. Su madre teníala cara hundida y estaba mirando con expresión estólidajunto al depósito, atusándose el pelo alisado mientras lamanguera introducía la gasolina en el automóvil. Las poleasy viguetas de la soga del poste de la bandera de lagasolinera emitían un tintineo sordo bajo el viento. Elligero ronroneo del ralentí de su coche detrás de ella, losdos perros agachados en posturas idénticas. Ella aminoró elpaso lo justo para encontrar la mirada del niño mientraspasaba junto a la ventanilla derecha de atrás y a su cararoja y agarrotada, y la cara de ella permaneció vacía de

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toda intención mientras un estallido momentáneo deintensidad recorría el aparcamiento entero y la calle, y untono carente de connotaciones resonaba en su cabeza como eltañido de una campana. Es interesante cómo hay gente que selimita a quedarse plantada junto al tanque y dejar que sellene, y otra gente, como la mujer regordeta de delante, quesimplemente no pueden y tienen que ocuparse con pequeñastareas como secar el parabrisas con la escobilla de goma ousar toallas azules para limpiar las luces de freno,incapaces de quedarse quietos esperando. El hombre seadministró la gasolina manualmente, redondeando hasta unacifra exacta. La mitad de la cara del niño quedaba cortadapor el reflejo en la ventanilla del cielo y de la banderaque crepitaba muy por encima de la cabeza de ella. Y a ellale gustaba el ruido de sus propias pisadas, aquel ruidosólido y aquella sensación de impacto en los dientes. Eltubo del n.º 6 era lo bastante duro como para entrar deltodo y lo bastante blando como para apenas hacer ruido alencajarlo; tres en la base bastaban para cargarse cualquierárbol.

El interior del Tumor tenía esa luz descolorida de lastiendas de alimentación y estaba organizado con las neveraspara refrescos con puertas de cristal en el fondo, dospasillos de café al detalle de ese que se usa en lasempresas y comida para mascotas y aperitivos dispuestos deeste a oeste, con el tabaco y los diversos artículos detrásdel mostrador de color naranja donde la joven con camisavaquera de trabajo y pañuelo rojo en la cabeza atado alestilo esclavo, con diminutas orejas de conejo en la partede atrás, te preguntaba por la gasolina y sumaba la cervezay el tabaco de mascar y echaba el cambio por un tuboanodizado que daba a un receptáculo de acero. Al otro lado

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de la puerta que había al fondo del segundo pasillo estabanel almacén y el despacho del encargado. Los establecimientosque pertenecían a cadenas grandes habían introducido cámarasde vídeo, pero aquellos Tumores de Carretera eran ciegos.Había otros cinco ciudadanos americanos en la tienda, a loscuales se les sumó un sexto cuando entró a pagar la mujersin el niño, y mientras Toni elegía artículos suficientespara llenar una bolsa se dedicó a observar cómo aquellaspersonas interactuaban o no, y volvió a notar esafamiliaridad que ella siempre daba por sentado quedisfrutaban todos los desconocidos de los locales donde ellaentraba, ese convencimiento de que todos los presentes seconocían bien y sentían la conexión y la identidad quecompartían en virtud de lo que tenían en común, que era elhecho de no ser ella. Ninguno de ellos se veía afectado porella de ninguna manera. Una lata de Ternera Gourmet paraPerros valía 69 céntimos, lo cual teniendo en cuenta losprecios al por mayor y los gastos indirectos seguíaimplicando un margen de ganancia pura del 20 por ciento. Lamujer del mostrador, que tenía treinta y pocos años y habíaincorporado su peso a una imagen de madre rural que incluíalas mejillas rojas y una risa que parecía un bramido y unasexualidad mundana y jovial, le preguntó si se había puestogasolina.

—Lo he llenado —dijo Toni—. ¡He parado para usar lacabina y para escaparme un momento del puñetero viento!

—Sigue soplando ahí fuera, por lo que veo.La mujer del mostrador sonrió, sumando el importe de la

comida para perro que Toni tiraría después con una máquinaregistradora NCR 1280 de oferta que sumaba todos los recibosen un rollo diario que luego se almacenaba dentro de unoscartuchos que había que llevarse y desenrollar para hacer

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una auditoría sobre el terreno, y que te llenaban la oficinade unas tiras de papel de veinticinco metros que parecíanesas ristras de banderines que hay en los buques depasajeros en ruta.

—Casi me saca de la carretera de camino aquí —dijo Toni.La mujer del mostrador no pareció darse cuenta de que

Toni Ware estaba imitando el acento y la cadencia exactos dela forma en que ella hablaba. El dar por sentado que todo elmundo es como tú. Que el mundo eres tú. La enfermedad delcapitalismo de consumo. El solipsismo complaciente.

—Sí que comen esos perros suyos, ¿no?—No me digas. Como si no lo supiera.—Serán once con ochenta.La sonrisa ensayada durante años para parecer sincera.

Como si fuera a acordarse de Toni un momento después de queesta empujara la puerta y saliera dando tumbos bajo labandera igual que los demás. ¿Y por qué aquel «serán»convencional? La criatura raquítica que ella tenía detrásolía a loción para el pelo y a efluvios de desayuno; ella seimaginó partículas de carne y de huevos en su barba y debajode sus uñas mientras sacaba un billete del Tesoro Público.

—Veinte del ala —dijo la mujer del mostrador, como sihablara consigo misma, pulsando las teclas con esa ligerafuerza de más que requiere una 1280.

Un momento más tarde Toni dio la vuelta por el costado dela tienda, resguardada de la perspectiva del aparcamientopor la máquina de hielo Kluckman, con la parte superior desu bolsa de plástico ondeando y crepitando por entre suszapatos mientras ella se sacaba del bolso un Kleenex deviaje, lo rasgaba por la mitad una vez y luego otra y por

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fin se envolvía bien fuerte con un cuarto del pañuelo eldedo meñique, que tenía la uña perfecta y en forma dealmendra y pintada de rojo arterial. A continuación se lometió en la cavidad nasal derecha y lo hizo girar con unmovimiento espiral exhaustivo, y lo que salió incluía unmoco de color estándar, al mismo tiempo viscoso y duro,provisto incluso de un hilo minúsculo de capilar dentro delborde derecho. Lo único que el empleado de una tienda oalguien que hacía cola para pagar podría comentar sobre ellaera una ligera abstracción afectiva, cierto desapego que noera ese desapego que dan la paz o el hecho de tener unarelación personal con Nuestro Señor Jesucristo. Se limpió elmoco en la solapa izquierda del abrigo de color crema,aplicando la bastante presión como para extenderlo un pocopero no la bastante como para poner en peligro su adhesión odistorsionar la bolita que había en el centro. Había en ellauna inexpresividad plastificada que hacía pensar en aireprocesado, en comida de avión, en ruidos transistorizados.Todo esto solamente lo estaba haciendo para pasar el ratohasta que le reunieran el pedido de la ferretería Butts. Elalmacén de la tienda, al entrar ella, no parecía contenernada más que artículos de papelería y cajas grandes decartón y borato de sodio para las cucarachas en la junturade la pared con el suelo, además de la puerta del pequeñodespacho del encargado, con sus modelos ligeras de ropa dela empresa de herramientas Snap-On y su póster con lainscripción «Paz con Honor» y un águila con el pico en formade salto de esquí y sombra de barba, que estaba entreabiertay dejaba escapar un olor a puro Dutch Masters y el tañidoamortiguado de la música country procedente de una radio debolsillo. El encargado de día, que no llevaba credencialidentificativa (la mujer del mostrador era «Cheryl») y tenía

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los pies en la mesa y estaba leyendo justo lo que ella sehabía imaginado, y que tenía una frente alta y convexa y unode esos ritmos de parpadeo rápidos y demasiado enfáticos,como si cada vez que parpadeara estuviera haciendo unamueca, y que indican que hay algún pequeño problemaneurológico, solo uno pequeño, bajó los pies por el lado dela mesa y se levantó emitiendo una serie compleja dechirridos de su silla mientras los tímidos golpes de Toni enla puerta y el ímpetu con que esta entró prácticamente dandotumbos transmitían todo el asombro inocente que cualquieranecesitaría leer en el personaje de ella. Ella había dejadoque su cara palideciera y había mantenido los ojos abiertoscon el viento de frente mientras regresaba desde el costadode la tienda hasta la parte de delante, lo cual le habíahecho brotar las lágrimas, y ahora tenía los hombros alzadosy los brazos extendidos en una actitud de ignominiaestupefacta. Parecía al mismo tiempo más pequeña y másgrande de lo que era en realidad, y el encargado de losparpadeos que parecían tics no se movió ni tampoco dio lavuelta a la mesa ni siquiera encontró en sí mismo la energíapara reaccionar mientras duró el montaje de ella, que fueentrecortado e hipóxico y esbozó una historia en la que ellaera una cliente frecuente, no, mejor dicho, habitual, deaquel Tumor de Carretera QWIK ’N’ EZ y siempre habíarecibido no solo calidad a cambio del dinero que ganaba congran esfuerzo cosiendo en casa, que era lo único que podíahacer en calidad de madre soltera con dos hijos, por muchoque hubiera cursado estudios nocturnos de secretariajurídica durante los cinco años que se había pasado cuidandoa su madre ciega durante su larguísima enfermedad terminal,no solo calidad y gasolina sino un servicio siempre jovial ycortés por parte de las chicas del mostrador, hasta que... y

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aquí hubo un estremecimiento que hizo que el encargado, quetodavía tenía en la mano izquierda los restos de un productoalimenticio de Little Debbie, diera la vuelta a su mesa parareconfortarla hasta que vio el manchón de dos pulgadas queella tenía en la solapa izquierda, que era el resultado devarios días de soportar sensaciones cercanas al estornudosin usar ni un solo bastoncillo limpiador, y que ciertamenteera un pedazo de moco para parar un tren... hasta hoy, hastaahora mismo, hasta que, ella no sabía cómo decirlo... suimpulso más fuerte había sido conducir de vuelta a casamedio cegada por las lágrimas para tirar al contenedor debasura de su bloque de pisos para gente con ingresos bajosaquel abrigo que le había costado meses enteros deprivaciones comprar y así poder llevar a sus dos criaturas ala iglesia con algo puesto que no les hiciera pasarvergüenza, y a continuación pasarse el resto del día rezandoa Dios para que la ayudara a entender el insensato ultrajeque le acababa de sufrir y a evitar durante el resto de suvida aquel QWIK ’N’EZ movida por la degradación y el horror,pero no, ella siempre había recibido tan buena calidad y tanbuen servicio en aquel establecimiento que le parecía queera casi su deber, por vergonzoso y degradante que lepudiera resultar, contarle lo que acababa de hacer laempleada que llevaba la caja registradora, por muyincomprensible que resultara, por lo menos para ella, unaempleada que ciertamente parecía normal y hasta amigable ycon quien ella había intentado ser amable y no había hechonada más que intentar pagar los artículos que había elegidocomprar allí, y que mientras cogía el cambio y la mirabafijamente a los ojos, se había, con la otra mano, se habíametido el dedo en la nariz y luego había estirado el brazoy... y... llegado este punto se entregó completamente al

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llanto y a una especie de ruido agudo lastimero y se miró lasolapa del abrigo, dando la impresión de que estabaintentando apartarse del mismo horrorizada, como si la únicarazón de que no se hubiera quitado ya el abrigo con sumanchurrón verde fuera el hecho de que no soportabaquitárselo, sintiendo cómo aquellos parpadeos clónicosmiraban el moco hasta reparar incluso en el hilillo desangre roja que le daba un aspecto todavía más atroz, y porfin se dio la vuelta para salir dando traspiés como siestuviera demasiado trastornada para continuar o pedir unacompensación, alejándose con andares vacilantes hasta que lacanción de whisky y desamor del transistor se hubo alejado yella estuvo de vuelta bajo la luz desvaída de la tienda ensí, y el ruido de sus tacones sobre el pasillo y sobre elaparcamiento le resultó rápido y satisfactorio mientras ladespedida con la mano de la mujer del mostrador y su «Hastala próxima» quedaban atrás y sin respuesta y el encargado sequedaba allí plantado pasando del shock a la indignación, ysus muchachos permanecían callados y dóciles en la parte deatrás del coche incluso mientras ella se metía de un saltoen el vehículo y salía prácticamente pitando de allí, encaso de que el encargado ya hubiera salido de la tienda,cosa que ella dudaba, coleando hasta tomar la carretera deacceso con tanto ímpetu histérico que uno de los perros cayóencima del otro, recuperando el equilibrio con un brazocontra la bolsa de ladrillos, tarareando a medias elestribillo de la canción country, con el abrigo echado aperder y ya a medio quitárselo por el hombro, rumbo albuzón.

 

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48—Todo es un poco confuso.—Es ciertamente comprensible, señor.—Tengo que decirles que estoy muy enfadado.—Somos perfectamente conscientes de ello.—No. No. Por dentro, me refiero. Enfadado por dentro.—Creo que ellos ya lo han previsto, señor, y que hasta la

última posible...—Aquí abajo, quiero decir.—Tal vez podría contárnoslo a nosotros como si estuviera

haciendo un informe, señor.—¿Entiende lo de «aquí abajo»? ¿Sabe lo que le estoy

diciendo?—Eso no son más que los efectos, señor, que le duran.

Tómese su tiempo.—Era el picnic anual. ¿Es eso lo que quieren saber?—Eso ya lo sabemos, señor.—Igual que todos los veranos. En Coffield Park,

financiado con bonos. El picnic anual de Examen. Pollo fritomomificado, ensalada de patata. Huevos rellenos, creo quecon ese pimentón espolvoreado que parece salpicaduras desangre seca... espantoso. Grandes despliegues en abanico delonchas de embutido. Montones de proteínas. Los examinadorescomen como bestias salvajes, seguro que lo sabe usted. Losauditores son más austeros. Seguro que lo sabe usted. Lavariación entre...

—Ciertamente hemos recibido informes al respecto, señor.

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—Y cosas a la parrilla. Esas barbacoas raras portátilesque se atornillan, seguro que también se financian conbonos. Salchichas, hamburguesas amontonadas encima de papelblanco reluciente. Enormes enjambres y nubes de insectossobre la comida de la mesa. Moscas frotándose las patitas.¿Sabe qué significa que una mosca haga eso? Avispas sobrelas papeleras, rondando. Sandía con hormigas encima. ¿Cuandose frotan así las patitas...?

—...—Una hamburguesa cruda es como sangre en el agua para un

insecto, caballeros.—Estaba usted haciendo inventario de las provisiones del

picnic, señor.—Té helado, Kool-Aid. Había refrescos en un cajón que

había traído el Jefe de Grupo. Gelatina de coloresprimarios. Roja o verde o bien roja y verde. Es para subirla moral, el picnic anual... para cambiar el contexto de lainteracción.

—Los picnics no tienen nada de malo, señor.—Ver a las familias de todos, a los hijos. Los hijos. Uno

no se imagina que los GS-9 tengan hijos y que jueguen conniños, pequeñas líneas 40. Y, sin embargo, allí están todoslos años. Las madres organizan juegos. Y un cajón lleno debotellas de cerveza que había traído el marido de Marge vanHool.

—Hemos hablado con el señor Van Hool, señor.—Y mosquitos por todas partes. De los terribles, de los

que proyectan sombra y tienen las patas peludas. Se los oyepero no se los ve. Hasta que... zas. La sangre manando portodo... Y los auditores, los auditores estaban jugando a

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alguna clase de juego de niños con ese disco de la Hasbroque vuela. Ese disco aerodinámico, de colores vivos, deHasbro, ¿dónde...?

—¿Se refiere a un frisbee, señor?—Ahora tengo entendido que la Hasbro es una división de

una tal United Amusements, que supuestamente tiene su baseen Saint Paul pero posee cuentas sustanciales en elextranjero.

—...—Y ustedes saben tan bien como yo lo que eso quiere decir

muy a menudo.—¿Y no notó usted nada fuera de lo común en el té helado

y la gelatina?—O sea que creen que fue la gelatina...—Eso no es cosa de nuestro departamento, señor.—La gelatina, por lo que recuerdo, tenía malvaviscos muy

pequeñitos. Era de uno de esos colores primariosexcesivamente vivos, la gelatina. Las moscas la dejaban enpaz, aunque aquellos malditos mosquitos... por Dios, siustedes...

—Sí, señor.—Tengo que decirles que estoy extremadamente agitado y

enfadado.—Estamos anotándolo por segunda vez, señor Director, para

darle énfasis.—No me creo que los efectos ya se hayan pasado del todo.—Proceda usted sobre la base de que nosotros somos los

que estamos en el medio, señor.

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—He hablado con agentes de la ley, creo, a menos quefueran los efectos.

—De eso hace varias horas, señor. Nosotros somos de laAgencia. Yo soy el agente Clothier y este es el agenteespecial Taypalorpo.

—Encantado de conocerlo, señor, aunque ya es puñeteramala suerte que tenga que ser en estas circunstancias.

—¿Son de Investigación Criminal?—No, señor, somos de Inspecciones, venidos de Chicago,

del Centro 1516.—Los han hecho venir.—Todo el mundo está muy preocupado, señor, como es

comprensible.—Los mosquitos no son más que agujas con alas.—No estoy del todo seguro de saber cómo contestar a eso,

señor.—En el picnic no había nadie de Investigación Criminal.—No, señor, recordará usted que esta semana el

Departamento de Investigación Criminal tenía un cursillo decontabilidad forense en la Sede Regional, señor.

—No confraternizan muy bien, por lo general, los deInvestigación Criminal.

—No, señor.—Se muestran un poco altivos, ya me entienden ustedes.

Vomitan.—¿Vomitan, señor?—Cuando se frotan las patitas. Parece algo inocuo, pero

lo que están haciendo en realidad las moscas es vomitarsejugos digestivos en las patas y aplicárselos a la comida.

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Son uno de esos animales que predigieren. Los mosquitoshacen lo mismo.

—Señor, yo...—Te vomitan dentro. Eso es lo que provoca el bulto. Están

predigiriendo la sangre antes de chupártela. Unos bichosenormes de patas peludas. Crían en los campos, ¿saben?Agujas con alas. Portadores de enfermedades. Los mejores ensu especie. Civilizaciones enteras derrocadas. Lean loslibros de historia.

—Podemos apreciar el problema que tienen aquí con losbichos, señor.

—Yo estaba haciendo carne a la parrilla. Salchichas yhamburguesas. Me dieron un delantal. Con una fraseingeniosa. Cierta impertinencia admisible en los picnics yen las fiestas de Navidad. Dejemos que todo el mundo sesuelte un poco el pelo, ya me entiende.

—Calcula usted que estuvo asando carne durante losprimeros intervalos del picnic, señor, lo cual encajaría conla versión del señor Van Hool.

—El té helado estaba hecho en casa, no era ese horribleté helado en polvo que hace espumilla por encima.

—¿Cuánta gente diría usted que consumió té helado en elpicnic, señor?

—Copioso. Hacía un calor terrible, entiéndanlo. Nadiequiere refresco cuando hace calor, salvo los niños, claro, yluego se les queda la boca pegajosa, y luego el azúcar delos refrescos excita a los bichos.

—Joder, Clothier, ya estamos otra vez con los bichos.—Capallapatepe.

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—No tengo nada contra Investigación Criminal,entiéndanme. Es una parte indispensable del mecanismo. Unosmuchachos muy trabajadores. Pese a todos los casosimpracticables, que son un desperdicio deplorable derecursos, Región tiene cifras de...

—O sea que si hubo un denominador común, señor, usteddiría que fue el té helado, eso nos está diciendo.

—Lo bebimos todos. Hacía un calor atroz. ¿Quién quierecerveza cuando pega tanto el sol? ¿Alguno de ustedes ha oídoun... ruido?

—Y, sin embargo, está diciendo que usted mismo no vio quenadie llevara el té helado a la zona de picnic ni loestuviera preparando.

—Una garrafa. Un recipiente para servir. De plásticogranulado naranja, con un grifo como los que hay en losbarriles, ¿saben?

—Está hablando del té helado...—Creo que nunca en la vida he estado tan agitado. Es como

si...—Nos han dicho que viene y se va durante unas horas,

señor, mientras se van estabilizando los niveles de lasangre.

—Se encontrará usted bien dentro de nada, según nosdicen, señor.

—Estoy intentando alegrarme de poder prestar mi ayuda. Anuestros muchachos de uniforme.

—Clothier, ¿qué te parece si...?—Estaba usted ayudándonos a identificar la garrafa,

señor, la del té helado.

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—Un envase con grifo de color naranja que decía«Gatorade» en el costado. Algunos de los niños mayoresestaban excitados; creían que era Gatorade.

—Ningún niño bebió el té.—Los examinadores llaman a sus hijos sus pequeñas líneas

40. Por supuesto, viene de cuando introduces el código dehijos y personas a cargo del formulario 2441 en el 1040.Algunos de los niños estaban jugando a las Recaudaciones.Cerca de las pistas de herraduras. Algunos de los niñosmayores. Embargos de juguetes, tasación de riesgos conrequisiciones de los platos de algunos de los niños máspequeños; algunos llantos, como de costumbre.

—¿Y cuándo diría usted que notó por primera vez algúnefecto inusual o cualquier cosa fuera de lo común, señor, situviera que decirlo?

—Es terrible enseñarles eso a los niños. LasRecaudaciones son problema de Ghent. Eran su problema. Yoevito las Recaudaciones.

—Comprensible desde nuestro punto de vista, señor.—¿Eso son gafas de sol?—Señor, no estamos llevando ninguna clase de protección

ocular.—Me pica la nariz que es una barbaridad.—Me temo que no se nos permite tocar ninguna parte de su

persona, señor.—Normalmente mis pensamientos están mucho más ordenados

que ahora.—Por favor, tómese todo el tiempo que necesite.

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—Simplemente me parecieron un espanto. Había nubesenteras de ellos. Enjambres, nubarrones, cortinas enteras.Son portadores de enfermedades, ¿saben? Lean los libros dehistoria. Cuando miré dentro de una de sus sombras, habíados niños pequeños completamente cubiertos. Los teníanrodeados como una nube, metiéndoseles en los ojos, en lasnarices, asfixiándolos. Vi caer a uno de ellos, no podía nichillar. La pequeña línea 40 de Pendleton.

—O sea que cree usted que entonces se produjo la primeraseñal observable de algún efecto, ¿no, señor?

—Yo tenía un tenedor muy largo, ¿saben?—¿Para la parrilla, quiere decir, señor?—Larguémonos de aquí, Norm, colega. Este tío todavía está

ido. Ráscale la nariz y nos abrimos.—Epespeperapatepe, Taypalorpo.—El mosquito Culex y la malaria. El Aedes aegypti y el

dengue. Léanlo. Está escrito. Con o sin tenedor.—¿Para sus tareas con la parrilla en el cuadrante sudeste

del picnic, de acuerdo con este esquema, señor?—Un tenedor muy largo. No creo que se hagan ustedes a la

idea. Con los dientes desiguales. Proyectaba una sombra.—¿Y pudo... pudo usted observar en aquellos momentos que

alguno de los demás agentes o sus familiares se comportarande alguna manera fuera de lo normal, o bien tuvieran algunaclase de contacto con el té helado, señor?

—Pero sí que me fijé en los cubiertos. En las mesas. Conmanteles a cuadros. Los cubiertos eran solamente cuchillos.No había cucharas ni tenedores. El único tenedor lo tenía yo.Cuchillo, plato, cuchillo, cuchillo. Tres cuchillos

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horrorosos en cada sitio. Hay años en que el viento se llevalos platos. Pero este año no, se lo aseguro.

—Entonces, ¿esto era un efecto, o estaba usted observandoun efecto, señor, puede decirnos cuál de las dos cosas?

—Fechner tiene un ojo de cristal.—Se refiere usted al agente tributario Fechner, señor...

¿Vio usted que él colocara los cuchillos en las mesas?—Perdió un ojo en la guerra. Él lo decía así: «Perdí un

ojo». Menuda idea. Eh, muchachos, ¿por casualidad alguien havisto mi ojo?

—¿O sea que no vio usted a ninguna persona o personas queestuvieran disponiendo las mesas sin nada más que cuchillos,señor?

—Norm, tío, ¿de qué cuchillos hablas? Larguémonos.—Es un término de guerra, si no me equivoco. Agente

Taylor. ¿Cree usted que no sé lo que es esto?—Me llamo Tapaylopor, señor. Encantado de conocerlo,

señor, aunque es una puñetera lástima que tenga que ser enestas circunstancias.

—Empezaron a salir de los árboles.—Salieron haciendo rápel, señor. Es posible que la

incursión fuera táctica o es posible que no, eso es lo quesabemos.

—La gente estaba jugando a pasarse el huevo y a lossacos. Pero de pronto el huevo no se quiso mover; se quedósuspendido en el aire. La carrera a tres piernas estaba enmarcha cuando salieron de los árboles, y la gente intentóescapar y reunirse con sus hijos, pero tenían los tobillosatados. Fue una carnicería frenética, lo de los mosquitos;yo estaba blandiendo el tenedor aquel tan largo.

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—Y dice usted que vio que el agente tributario Fechnersufría los efectos del té adulterado.

—O sea que fue el té.—Esa no es nuestra tarea, señor, me temo. Nosotros

recogemos información.—Sobre los cuchillos.—Un juego precioso de cuchillos, señor, ya lo creo. ¿Le

gustaría verlos?—¿Quién es usted en realidad? ¿Quiénes son ustedes?—Estaba hablando usted del agente tributario Fechner y de

su ojo de cristal.—Que estaba junto al cajón de cerveza de Van Hool; se

había sacado el ojo de cristal, o sea que tenía la cuencavacía.

—¿Y por casualidad los cuchillos tenían... este aspecto,señor?

—Papacienpeciapa, Taypalorpo. Nopo corpotespe napadapatopodapavipiapa.

—¿Se creen que no hablo jerigoncio?—Señor, me alegro de que hable usted jerigoncio.—¿Quién es este hombre que está a su derecha y a su

izquierda?—Intente concentrarse, señor. Sé que es difícil.—Fechner estaba junto al cajón, se había sacado el ojo y

estaba... estaba abriendo botellas de cerveza con la cuencaocular. Usando la cuenca como abridor. Meter la botella ydar un tirón hacia abajo. Las pequeñas líneas 40 estabanmirando... ¡era espantoso!

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—El agente tributario Fechner se va a poner bien, señor.Han encontrado el ojo y va a quedar como una rosa.

—¿Había rosas, señor?—Se metía el tapón en la cuenca, luego daba un tirón de

la botella hacia abajo y los niños se ponían a gritar y aaplaudir porque ahora el tapón estaba en la cuenca. Unpequeño sol gris en el ojo. ¡Ojo al dato!

—Yo digo que se lo arranquemos de una vez. Está ahí,Clothier. ¿Lo ves?

—Escopolamina. La hierba del loco. Loco parentis. Locoentre paréntesis. Y no eran precisamente de plástico, loscuchillos. Y permitidme que os diga que tenéis unos cráneospreciosos debajo de esa piel, chicos.

—¿Y vio usted al agente tributario Drinion antes de laincursión táctica, señor, o después?

—Drinion estaba sentado a la mesa. Aguantando la mesa,como suele decirse. Parecía casi dormido. Drinion nuncaparticipa en nada. A él no lo estaban tocando, losmosquitos. Tenía la barbilla en la mano.

—No lo estará diciendo de forma literal, señor.—Fíjate en el borde afilado. Fíjate en la hoja de

dieciocho centímetros, viejo peñazo. Fíjate en las cincoestrellas que hay en la hoja y en la inscripción que dice«Resistente a las manchas» y «Endurecido en frío» y«Zwilling y J.A. Henckels, Solingen, RFA». ¿Sabes qué esesto?

—Es que todavía no me encuentro nada bien. Losexaminadores estaban todos hechos un amasijo enmarañado ypalpitante en el suelo.

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—Porque estaban corriendo a tres piernas, supongo,señor... No se refería a lo que a Miriam le gustaba llamarsu «tercera pierna», en la época en que a ella le gustabaesa pierna, señor, ¿verdad, señor?, antes de que a ella lerepeliera.

—Salieron haciendo rápel. Sogas en los árboles. VietCong. Un amasijo enmarañado de examinadores de rango GS-9,una copulación en masa entre los examinadores de la que yofui personalmente testigo; está todo ahí, en mi informeredactado en un formulario 923(a), en calidad deobservaciones personales sobre conducta impropia; losinspectores como vosotros sois expertos en formularios923(a), ¿verdad que sí?

—¿Y usted lo observó todo desde la barbacoa, señor?—Observé los efectos del té sobre las cuencas al

descubierto y la copulación orgiástica multitudinaria yfrenética y el chingar bajo los árboles, sobre la mesa, bajoel huevo flotante y en ambos extremos de la pista de jugar ala herradura. Había nalgas literalmente embistiendo debajode mi barbacoa.

—Y creo que ha dicho usted que llevaba delantal, señor.—Corta ya. Arráncaselo, Clothier.—De manera que, llegado ese punto, todo el mundo con la

posible excepción de los niños estaba sufriendo efectosclaros, señor, según usted.

—Hasta las salchichas estaban retorciéndose y meneándose.Salchichas gordezuelas, meneándose, relucientes y húmedas,allí sobre la parrilla, en la bandeja de aluminio de laseñora Kagle, en el aire. ¡Y yo con el tenedor yobservándolo todo, hasta que salieron de los árboles dondecrían! ¡Criando, siempre criando!

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—Creo que nos hacemos una idea bastante clara de lasituación desde su perspectiva, señor.

—Sepa usted que el efecto no se pasa, señor. Es laverdad. Se va a quedar usted así. Míreme. Se va a quedarusted con ese aspecto, señor. Para siempre. Hemos venido adecírselo. Pero si quiere se lo arrancamos ahora mismo.Solamente tiene que decirlo.

—Agujas con alas. Cuchillos con alas, todos bailandosobre sus puntas afiladas, nubes de mosquitos trayendo laoscuridad. El cielo ya no es el cielo.

—Él no quiere, Clothier.—El aire ya no era blanco.—Ya te puedes ir acostumbrando, viejo maricón impotente.

Eso mismo: maricón.—Nipi hapablarpa, Taylor.—He visto a mi mujer sacarse la piel, ¿saben? Después de

que bajaran ustedes, ¿eh? Sacarse la piel blanca limpiamentedel brazo, como si se estuviera sacando un guante de ópera.Sacarse la cara de arriba abajo.

—¿Así, señor?—Creo que voy a pasar ya al siguiente sujeto a

interrogar, señor. Le agradezco mucho que nos haya dedicadosu tiempo.

—Como si fuera tuyo, ¿eh, Dwitt? ¿Eh?—Simplemente tengo un enfado sin precedentes. No me da la

impresión de que la cosa mejore.—Sabes lo que hacen los médicos, ¿verdad? Cuando estás

dormido. De arriba abajo, como si fueras una uvareblandecida al fondo de la nevera que alguien se ha

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olvidado de tirar. DeWitt, te lo debo de haber dicho milveces.

—Tomo nota de eso, señor, y le transmito elagradecimiento de Inspecciones por cooperar pese a lascircunstancias.

—Pero no te quedes ahí tirado, di algo. Cuéntales lo quequieren oír o te lo van a arrancar. Si te lo han dichoclaramente. ¿Eres idiota?

—Y me consta que van a volver y van a hacer todo loposible para que se encuentre usted cómodo hasta que se lepase, señor. Hasta que se pasen los efectos. Y le baje elnivel de la sangre.

—Estoy desnudo, ¿saben? Debajo de todo esto.—Puede que necesitemos entrevistarlo otra vez o puede que

no, señor. Cuando los efectos sean menos visibles, ya meentiende.

—Como un bebé. En porretas. Pelota picada.—Díselo, corre. Es alemán.—Sí, y resulta que tengo un pene. Un pene.—Odio esa palabra, Clothier.—Una palabra horrible, ¿verdad? Pene... Suena a algo que

tocas con un guante de goma bien grueso, eso si lo tocas.—¡Pero, DeWitt, viejo granujilla! Sigo siendo una mujer,

¿sabes?—Decidlo conmigo, chicos. Pene pene pene pene pene.—No te has olvidado, DeWitt... es precioso.—Descanse un poco, señor.—Se llama... no os lo pienso decir. ¿Qué os parece? ¡Ni

hablar!- 761 -

—Me acuerdo de cuando me mirabas así a mí.—Tiene nombre. Se llama... No os lo pienso decir. Es mío.

Es mi tercera pierna, así lo llama Miriam. Pero nunca mehabía salido de la frente. No es una máscara. Empiezan porla barbilla. Upa, upita. ¡Aquí vienen las agujas con alas!

—¿Nospo vapamospo, Taypalorpo?—Me pica la probóscide, así que la clavo bien adentro antes

de vomitar.—Dentro de mí no, DeWitt. Es como si me estuvieras

vomitando dentro. Hasta tienes cara de haber enfermado. Site la pudieras ver, te...

—Miriam es frígida, ¿saben?—Voy a cerrar con llave, señor, pero es una simple

cuestión de procedimiento.—Desde nuestra tercera criatura. Un parto terrible. Nació

muerto. Azul y frío. ¿Saben qué nombre le pusimos?—¿Taylor?—Eso mismo. Taylor. Un pequeño Clothier igual que su

papaíto.—Simplemente no quiero. No me tortures por no querer, te

lo suplico.—¿Quiere que...? Ahí tiene, señor.—Desde entonces, cero interés. Frígida. Más seca que un

martini seco, como diría Bernie Cheadle.—Pues nos marchamos, señor.—Gracias a Dios que tenemos nuestro trabajo, ¿eh, chicos?

Y nuestros hobbys. Nuestros talleres en casa. ¿Agujas dehacer reformas y alas para el bien común? ¿Sí, Tapay?

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—Voy a volver con más de estas como no se quede ustedquietecito como un buen chico, señor, y espere a que ellosvengan a por ella, señor, para que pueda quedar usted...¡ASÍ! Un tirón bien fuerte y ya está fuera.

—Ella me dirá: «El tirón bien fuerte te lo das tú, viejodegenerado».

—Apenas siento nada. Esto va a hacer que se monden en susmesas, señor, ¿eh, qué?

—Puedo inhalar, pero creo que exhalar no.[Voces en el pasillo.]—Mi taller está ordenado, de verdad, tienen que verlo.[Voces en el pasillo.]—Allí lo puedo encontrar todo.[Voces en el pasillo.]—Ya lo verán.[Voces en el pasillo.] 

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49Fogle estaba sentado en la pequeña salita de espera del

despacho del Director. Nadie sabía qué significaba el hechode que Merrill Errol Lehrl estuviera usando el despacho delseñor Glendenning. El señor Glendenning y sus subordinadossuperiores estaban en la Sede Regional; puede que el hechode que Lehrl estuviera usando el despacho del señorGlendenning fuera un simple gesto cordial de cortesíaprofesional. La señora Oooley tampoco estaba en su mesa dela salita de espera; el que estaba allí sentado era uno delos ayudantes de Lehrl, que se llamaba Reynolds de nombre depila o bien de apellido. Se notaba que Reynolds habíacambiado de sitio una parte de las cosas de Caroline. Lasalita tenía una alfombra grande cuyos dibujos geométricos,que eran bastante intricados, le daban cierto aspecto turcoo bizantino. Las luces del techo estaban apagadas; alguienhabía colocado varias lámparas por la salita, creando unaserie de atractivos oasis dentro de la atmósfera general depenumbra. A Fogle la luz tenue le parecía lúgubre. El otroayudante del doctor Lehrl, Sylvanshine, ocupaba una sillajusto a la derecha de Fogle, de manera que ambos ayudantesquedaban un poco más allá de la periferia del campo visualde Fogle y este no los podía ver al mismo tiempo, sino quese veía obligado a girar un poco la cabeza para poder mirardirectamente a cada uno de ellos. Y se veía obligado ahacerlo bastante a menudo, porque por alguna razón parecíaque ellos le estaban dando instrucciones preliminares.Dándoselas en tándem. Pero además, en cierta manera, tambiénparecía que se estaban hablando entre ellos a través deFogle. Cuando se dirigían directamente a Chris Fogle, encambio, tenían tendencia a ponerse un poco didácticos,

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aunque al mismo tiempo lo que decían no carecía por completode interés. Tanto Reynolds como Sylvanshine conocían muybien los currículos y trayectorias profesionales de diversosadministradores bastante poderosos. Era la clase deconocimientos que se les solían atribuir a los ayudantes delCentro Nacional; era un poco como ser miembros de la cortedel rey. La mayoría de la gente que estaban mencionando eradel Centro Nacional; Fogle solamente había oído hablar deunos cuantos de ellos. Tal como era habitual en la Agencia,los ayudantes hablaban de forma rápida y excitada sin que lacara de ninguno de ellos mostrara ninguna excitación ointerés por el asunto que tenían entre manos, y habíanempezado dándole una pequeña charla sobre las dos formasbásicas en que una persona podía llegar a ser importante yadquirir responsabilidades grandes en el seno de laburocracia de la Agencia Tributaria. La aerodinámicaburocrática y los modos de ascenso eran temas de interés muycomunes entre los examinadores; no estaba claro si Reynoldsy Sylvanshine ignoraban que gran parte de esto ya eraterreno familiar para Fogle o si simplemente no lesimportaba. Fogle sospechó que aquellos dos debían de sercélebres por capullos en el Centro donde trabajabannormalmente.

De acuerdo con aquellos dos ayudantes, una forma deascender hasta niveles directivos por encima del GS-17 erapor medio de demostraciones lentas y constantes decompetencia, lealtad, iniciativa razonable, mostrartesocialmente hábil con la gente que tenías por encima y pordebajo, etcétera, y avanzar así lentamente por los rangos deascenso.

—El otro método, menos conocido, es la eclosión.

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—Por eclosión nos referimos a esa idea o innovaciónrepentina y extraordinaria que hace que se fijen en ti enlos escalafones altos. Hasta a nivel nacional.

Daban la sensación de estar imitando a otras personas.—El doctor Lehrl es del segundo tipo. De los de la

eclosión.—Permítanos que le pongamos en antecedentes.—Fue hace tiempo. ¿Tengo que especificar el año?Los ritmos del toma y daca de Reynolds y Sylvanshine eran

bastante precisos. No perdían nada de tiempo. Las preguntastenían cierto aire teatral. En caso de que detrás de aquellapuerta esmerilada estuviera el doctor Lehrl en persona, noquedaba claro si Reynolds y Sylvanshine pensaban que él losestaba oyendo.

—Los detalles no son importantes. Él no era más que unmiembro de un grupo de auditorías de bajo nivel en undistrito perdido en el culo del mundo, pero tuvo una idea.

—Ni siquiera hacía los 1040 dentro del grupo, fíjate.Hacía pequeños negocios y empresas de tipo S.

—La idea, sin embargo, se refería a los 1040.—A las exenciones específicas.—Un terreno que doy por sentado que le suena a usted.—Ninguno de ellos tenía ninguna clase de acento.—Por ejemplo, es posible o no que usted sepa que hasta

1979 los declarantes podían declarar las personas a su cargosimplemente poniendo sus nombres.

—En los 1040 de aquella época.—Las personas a cargo, los niños y ancianos de los que el

declarante se hacía cargo.- 766 -

—Creo que podemos suponer que sabe lo que son laspersonas a cargo, Claude.

—Pero ¿conoce usted los 1040 de aquella época? Lo que eldeclarante tenía que hacer era poner los nombres de pila desus hijos en la línea 5c y los nombres de otros y suparentesco en la 5d.

—Ahora, por supuesto, todo eso va en la 6c y la 6d.Estamos hablando de 1977.

—La cuestión, sin embargo, es que solamente figuraban elnombre y el parentesco. Y supongo que puede ver usted elproblema.

—No había forma de comprobarlos —dijo Sylvanshine.—Visto a posteriori, parece una absurdidad —dijo

Reynolds.—Pero solamente nos resulta ingenuo después de la

eclosión. Porque por entonces no había forma decomprobarlos.

—Pues no. Solamente había un nombre y un parentesco.—Era el sistema de honor. No había ninguna forma real de

asegurarse de que aquellas personas a cargo eran reales.—Es decir, ninguna forma eficaz.—Oh, claro, claro, por entonces suponíamos que el

declarante suponía que podíamos comprobarlos, pero en lapráctica no podíamos. En realidad no. No de formadefinitiva.

—Sobre todo teniendo en cuenta que el procesamiento dedatos se encontraba en una fase muy primitiva. Se podíacomprobar si los datos de las personas a cargo concordabancon los de los años sucesivos, pero eso requería muchotiempo y no era concluyente.

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—Un niño podía haber cumplido dieciocho años. Y unanciano a cargo podía haberse muerto. Podía haber nacido unniño. ¿Quién iba a ponerse a comprobar todo esto? Eran unashoras de trabajo que no le salían a cuenta a nadie.

—Cierto, si había una auditoría y se encontraban personasa cargo inventadas, el declarante se había metido en un líogigantesco y le caían penas por delito además de losintereses y penalizaciones. Pero esto no era más que unaposibilidad al azar. Las personas a cargo no podíandesencadenar una auditoría por sí solas.

—Creo que cada persona a cargo añadía doscientos dólaresa la deducción estándar.

—Lo que vosotros ahora llamáis las cantidades con tasacero. —Ninguno de los dos ayudantes llegaba a los treintaaños, pero hablaban con Fogle como si fueran mucho mayoresque él—. Antes del 78, sin embargo, todo el mundo lo llamabala deducción estándar.

—Pero hablamos del 77.Sylvanshine le dedicó a Reynolds una mirada cuya

impaciencia no se transmitió en la expresión sino en laduración. Luego dijo:

—En caso de que esto parezca nimio o intrascendente,recalquemos aquí y ahora que estamos hablando de mildoscientos millones de dólares.

—Mil doscientos millones, gracias a ese cambio diminuto.Fogle se preguntó si le correspondía a él preguntar cuál

era el cambio, si lo estaban incluyendo en aquellacoreografía a modo de apuntador, si tan avanzada era lasofisticación de aquel número que tenían montado.

Sylvanshine dijo:

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—Lo que vio el doctor Lehrl, en calidad de auditoranónimo de rango GS-9, era que el declarante carecía deincentivo para declarar con precisión a las personas quetenía a su cargo. De incentivo institucional. Algo que,visto a posteriori, resulta obvio.

—Es la vía de la genialidad, de la eclosión.—Y su solución parece simple. Se limitó a sugerir que se

requiriera a los contribuyentes que incluyeran el número dela seguridad social de cada persona que tenían a su cargo.

—Que hubiera que poner el número de SS al lado de cadanombre.

—Puesto que por entonces en la base de datos deMartinsburg todo estaba vinculado al número de SS.

—Lo cual en realidad tampoco facilitaba demasiado elhacer comprobaciones.

—Pero eso el contribuyente no lo sabía. El requisitoaumentaría enormemente el miedo del declarante a que ledetectaran una persona a cargo fantasma.

—Ese era el poder del número de SS.—En otras palabras, creaba un incentivo añadido para

acatar la ley en materia de personas a cargo.—Y resultaba muy fácil y barato. Solamente había que

añadir las palabras «y Número de la Seguridad Social» en lasinstrucciones para rellenar el 5c y el 5d.

—Su Director de Distrito tuvo la sensatez de reconoceruna eclosión e hizo llegar la idea a la Sede Regional, quela transmitió a la Oficina de Control de DC que está en el666 de Independence Avenue.

—Nadie se podía creer que no se le hubiera ocurrido anadie hasta entonces.

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—El primer año fiscal en que se implantó fue el 78, conel nombre de Sección 151(e) del Código. De manera que el 79fue el primer año en que aparecían las nuevas instruccionesen los 1040. Desaparecieron 6,9 millones de personas acargo.

—De los 1040 de todo el país.—Se esfumaron, puf.—En comparación con las declaraciones del 77.—No hubo sanciones. Todo el mundo decidió simplemente

fingir que las falsas personas a cargo no habían existidonunca.

—Con una ganancia neta de mil doscientos millones elprimer año.

—Es una eclosión más clara que el agua.—También es políticamente brillante. Hay más de un tipo

de eclosión.—Esta fue las dos cosas.—Porque aunque no cuesta casi nada de implantar, requiere

un cambio escrito en la Sección 151 del Código Tributario,que es algo que requiere que uno de los empleados de nivelsuperior de la Santísima Trinidad lo apoye ante la Comisiónde Legislación Fiscal del Congreso, a fin de que seconvierta en ley.

—Lo cual implica que la idea se ha de pregonar en losniveles más altos del Triple Seis.

—Y así es como el doctor Lehrl se saltó cuatro rangos dela noche a la mañana y hasta se saltó la Sede Regionaldespués de solamente dos trimestres y entró de golpe enSistemas de DC como el más valioso —

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—Bueno, uno de los más valiosos, para ser justos, porquetambién está — de —.

—Que no tiene nada que ver, puesto que tuvo un ascensomucho más lento y convencional.

—Pero está claro que es uno de los operativos másvaliosos de Sistemas.

—Como asesor interno.—Sobre todo desde la Iniciativa.—Sobre todo en Sistemas de Personal.—Que es donde entra usted, señor Fogle.—En esencia, él es alguien que viene a reorganizar

Centros para maximizar los ingresos.—En esencia, es alguien que reorganiza.—Un hombre de ideas.—Más rendimiento para el dinero.—Cierto, sobre todo a nivel de Distrito.—Pero este no es precisamente su primer Centro Regional.—Hay bastante de esto de lo que no podemos hablar.—Lo tenemos prohibido.—Puede usted considerarlo un hombre de Personal o bien de

Sistemas.—Sistemas de Personal, en esencia.—Pero responde ante Sistemas. Opera según el antojo del

Comisionado Adjunto de Sistemas. Se puede decir que es elinstrumento del CAS.

—Pero no es esclavo de ningún sistema.—Es alguien que lee a la gente.—En última instancia, es un administrador.

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—Más bien un administrador de administradores.—La División de Sistemas, puede que lo sepa usted o no,

antes se llamaba Administración.—Es un término vago, hay que reconocerlo.—Él se ha descrito a sí mismo como un ciberneticista más

que nada.—Al fin y al cabo la Agencia es un sistema compuesto de

muchos sistemas.—Su trabajo es llegar y rediseñar Centros para sacarles

más partido. Encontrar formas de aumentar la eficiencia y laproductividad, eliminar embotellamientos y fallos delsistema. Eso requiere una experiencia combinada enautomatización, personal, logística de apoyo y sistemas engeneral.

—Va a donde lo mandan. Se limitan a asignarlo en generala un Centro determinado. Los memorandos de asignaciónsiempre tienen una sola línea.

—La Primera Fase es recabar información. Tantear lasituación.

—Su verdadero genio está en los incentivos. En crearincentivos. En averiguar qué estimula a la gente.

—Lo va a desmontar a usted como si fuese una maquinita.—Tampoco es que la línea 5 fuera su única eclosión. Nos

estamos limitando a ponerle a usted un ejemplo. Lo que él esen realidad es un genio de las motivaciones humanas y de losincentivos y de diseñar sistemas para conseguirlos.

—Lo va a poner a usted a prueba.—Cuando entre.—Lee a la gente. Puede dar un poco de miedo.

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—Lo único que le decimos es que esté listo.—Pero no dé la impresión de estar nervioso ni de entrar

preparado para una batería de pruebas.Fogle conocía culturas orientales en las que cualquier

pequeño negocio se tenía que resolver por medio de complejossistemas de charla informal y divagaciones rituales. Habíaque ser idiota para no preguntarse si no sería eso lo queestaba pasando, o bien si Reynolds y Sylvanshine no eransimplemente extremadamente aburridos y tardaban unaeternidad en ir al grano, eso suponiendo que hubiera ungrano al final de todo aquello. Fogle ya llevaba media horafuera de su mesa. Sylvanshine seguía a lo suyo:

—Porque no funciona así. No son esa clase de pruebas.—Dale un ejemplo, quizá —le dijo Reynolds a Sylvanshine,

señalando a Fogle con un movimiento de la cabeza como si sepudiera estar refiriendo a alguien más.

—Vale. —Sylvanshine se puso a mirar fijamente a ChrisFogle de forma teatral—. ¿Dónde estudió usted?

—Hum, ¿qué quiere decir con «dónde»?—En qué universidad. A qué universidad fue usted.—Pues a varias.Si Sylvanshine estaba impaciente, era imposible

notárselo. Fogle no le podía ver ningún gesto de jugador depóquer de esos que te permiten leerles la mente.

—Escoja una.—La UIC. El DuPage College. La DePaul.—Perfecto, la DePaul. Pues entonces, cuando usted diga la

DePaul, él le dirá: «Ah, los Blue Demons». Pero no son los

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Blue Demons, son los Blue Devils. ¿Y qué hará usted, lecorregirá?

—En realidad son los Blue Demons. Los Blue Devils son dela Duke.

Un instante de pausa.—Da igual. El nombre del equipo da igual, él lo dirá mal.

¿Y qué hace usted entonces: lo corrige?Fogle miró primero a Sylvanshine y luego a Reynolds. Sus

chaquetas de traje no eran idénticas, pero sus camisas ypantalones sí lo eran, él lo pudo ver. Reynolds dijo:

—¿Lo corrige?—¿Lo corrijo? —dijo Fogle.—Esa es la cuestión.—No estoy del todo seguro de qué me están preguntando.—Sí lo está. La respuesta correcta es que sí ha de

corregirlo —dijo Sylvanshine—. Porque será una prueba. Élestará poniéndolo a prueba a usted para ver si es un pelota,si está intimidado, si es de esos que dicen amén a todo.

—Un adulador —dijo Reynolds.—¿Es una prueba?—Si él dice los Blue Devils y usted se limita a asentir

con la cabeza y sonreír, él no dirá nada, pero usted habrásuspendido una prueba.

Fogle echó un vistazo rápido al reloj.—¿Hay más de una?—Bueno, sí y no —dijo Sylvanshine—. Es extremadamente

sutil. Usted no tendrá ni idea de que está pasando algo.Pero todo el tiempo que pasen ustedes conversando, él leestará poniendo a prueba, mandándole sondas. Todo el tiempo.

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—Una cosa más —dijo Reynolds, obligando a Fogle a giraruna vez más la cabeza—. Ahí dentro habrá con él un niño. Unniño de siete u ocho años.

Hubo un momento de silencio. Reynolds y Sylvanshineintercambiaron una mirada indescifrable. Sylvanshine teníaun bigotito diminuto, fino y pulcramente recortado.

—¿Es el hijo del doctor Lehrl? —preguntó por fin Fogle.—No se lo pregunte. Ahí está la cosa. El niño estará en

un rincón, leyendo o jugando con algo. Usted haga ver que nove al niño. Tampoco le pregunte por él ni lo mencione. Elniño fingirá que no lo ve a usted, finja usted lo mismo.

—Puede que también haya una marioneta. Es un viejorecuerdo de Auditorías que él ha conservado. Considérelo unaexcentricidad. Yo que usted tampoco mencionaría lamarioneta.

—Para que conste en acta —dijo Sylvanshine—, no es hijosuyo.

Fogle estaba mirando al frente con expresión meditabunda.—El chaval es hijo de uno de los subordinados de alto

nivel del doctor Lehrl en Danville —dijo Reynolds—. Aldoctor Lehrl simplemente le gusta tener al chico con él.

—Aunque no esté el padre.—Es una historia larga y tediosa. Por lo que respecta a

usted, lo importante es fingir que el chaval no está, y escosa de usted, pero nosotros le aconsejamos que tampoco hagacaso de la marioneta del doberman.

El párpado de Fogle volvía a hacer aquel pestañeoendiablado e irritante, sin que ninguno de los ayudantespudiera verlo. Y él dijo:

—La cuestión es: ¿puedo hacer una pregunta?- 775 -

—Dispare.—Lo del equipo de la universidad, ¿por qué me lo están

explicando?Reynolds, sentado a su mesa, llevó a cabo un ligero

ajuste de uno de los puños de su camisa.—¿A qué se refiere?—Bueno, si cuando él me lo pregunte va a ser una prueba,

¿para qué decirme por adelantado lo que tengo que contestar?¿Acaso eso no invalida el propósito de la prueba?

Sylvanshine abrió el expediente que había en lo alto delmontón que tenía al lado y se puso a subrayar teatralmentealgo que había dentro. Reynolds reclinó la espalda en lasilla de Caroline Oooley y levantó los brazos, sonriendo.

—Felicidades. Nos ha pillado.—¿Cómo dice?—Nos ha pillado. Ha pasado usted la prueba. La prueba

era: ¿es usted un simple pelota que está tan ansioso porcaerle bien al pez gordo del Centro Nacional que es capaz detragarse un camelo interno y entrar ahí y decir lo que lehemos dicho que diga?

—Y usted no ha caído —dijo Sylvanshine.—Pero si ni siquiera he entrado —dijo Fogle.—En cambio, nos ha cuestionado usted planteándonos un

argumento lógico.—Cierto, un argumento bastante obvio.—Pero se quedaría usted asombrado de cuánta gente cae. De

cuántos GS-9 entran ahí y corrigen el supuesto error deldoctor Lehrl, intentando ser aduladores.

—Unos lameculos profesionales.- 776 -

La sensación que producía su párpado era el equivalenteen el mundo de los párpados a alguien que tiene escalofríos.

—¿O sea que la prueba era esto?—Considere que le chocamos los cinco.El acto de levantar los brazos en gesto de rendición y

felicitación hizo que los puños de la camisa de Reynoldsvolvieran a sobresalirle de forma desigual de las mangas dela chaqueta, y que él se pusiera a ajustárselos otra vez.

—Pero ¿puedo hacerles otra pregunta?—El chaval no puede parar —dijo Sylvanshine.—Cuando yo entre ahí, ¿el doctor Lehrl se va a poner a

preguntarme por las universidades o eso se lo han inventadoustedes?

—Démosle la vuelta a eso —dijo Sylvanshine.De manera que ahora él tuvo que volver a mirar en

dirección a Sylvanshine, que no había cambiado de posiciónen su silla anexa a la mesilla de las revistas y losboletines ni una sola vez en todo aquel rato, por lo queFogle pudo ver.

Sylvanshine dijo:—Pongamos por caso que entra usted ahí y se pone a

conversar y en un momento dado él identifica incorrectamentesu equipo de fútbol americano: ¿qué haría usted?

—Porque —dijo Reynolds—, si no corrige usted su error,está siendo usted un pelota, pero si lo corrige, tal veztambién esté siendo un pelota en el sentido de que estáusted guiándose por información interna que le hemos dadonosotros.

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—Y él desprecia a los pelotas —dijo Sylvanshine,volviendo a abrir el expediente.

—Pero ¿él está ahí dentro siquiera? —dijo Fogle—. ¿Encompañía de un niño misterioso que se supone que yo tengoque hacer ver que no está? ¿Y acaso eso es otra prueba, lode darse por enterado o no de que hay un niño, tal como mehan dicho ustedes?

—Vayamos por partes —dijo Reynolds. Tanto él comoSylvanshine estaban mirando a Fogle muy fijamente; porprimera vez, Fogle pensó que tal vez podían ver lo de supárpado—. Él los llama los Blue Devils: ¿qué hace ustedentonces?

 

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50El despacho podría ser cualquier despacho. Fluorescentes

empotrados con graduador de intensidad, estanteríasmodulares, un escritorio que es prácticamente unaabstracción. El susurro de una ventilación que no viene deninguna parte. Tú eres un observador experimentado y no haynada que observar. Una lata abierta de Tab cuyo colorproduce una impresión de vulgaridad sobre el blanco y elbeige del fondo. El gancho de acero inoxidable para quecuelgues la chaqueta. No hay fotos ni diplomas ni toquespersonales: la coordinadora es o bien nueva en el puesto obien una trabajadora externa. Una mujer de cara agradable yojos saltones, a quien le empieza a encanecer el pelo,sentada en una silla acolchada idéntica a la tuya. Hayalgunos ojos saltones que le dan a la cara un aspectosiniestro de estar mirando fijamente; no es el caso de lacoordinadora. Has rechazado la invitación a quitarte loszapatos. El mando que hay junto al graduador de intensidadde la luz es el control de tu silla; el respaldo se reclinay los pies se elevan. Es importante que estés cómodo.

—Tiene usted cuerpo, ¿sabe?Ella no usa cuaderno, por lo visto. Y dada su situación

en el ala noroeste del edificio, el despacho debería teneruna ventana por pleno derecho.

La posición de la silla en la que no notas tu propio pesoson los dos tercios de inclinación. Hay un papel desechablepegado al reposacabezas. Lo que ocupa tu campo visual es lajuntura de la pared y el techo falso; te puedes ver laspunteras de los zapatos en la periferia inferior. Lacoordinadora no resulta visible. La juntura parece

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ensancharse por el hecho de que las luces del techo han sidobajadas al nivel del techo falso.

—Para empezar hay que relajarse y ser consciente delcuerpo.

»Nuestro trabajo tiene lugar en el nivel del cuerpo.»No intente relajarse.Ella habla en tono divertido. Su voz es suave sin ser

baja.Puesto que todos respiramos todo el tiempo, resulta

asombroso lo que pasa cuando otra persona te dainstrucciones sobre cómo y cuándo tienes que respirar. Y lanitidez con que alguien que carece por completo deimaginación puede ver lo que otros le dicen que tienedelante, incluyendo barandilla y esterillas de goma,curvándose hacia abajo y a la derecha hasta sumirse en unaoscuridad que retrocede ante uno.

No se parece en nada a dormir. Y la voz de la mujertampoco se altera ni parece retroceder. Ella está ahí,hablando tranquilamente, y tú también.

 

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NOTAS Y ACOTACIONESA lo largo del manuscrito de El rey pálido, David Foster

Wallace escribió centenares de notas, observaciones e ideasgenerales. Algunas de estas acotaciones sugieren direccionesen las que podía haber avanzado la trama de la novela. Otrasproporcionan información adicional sobre los antecedentes delos personajes o sobre su desarrollo futuro. Entre ellasabundan las contradicciones y las complicaciones. Porejemplo, hay notas que dicen que es DeWitt Glendenning quienestá trayendo examinadores provistos de capacidades únicas aPeoria; otras dicen que es Merrill Errol Lehrl. Unaanotación sacada del capítulo 22 sugiere que Chris Fogleconoce una serie de números que, cuando la recita, leconfiere el poder de la concentración total, pero en ningunode los capítulos despliega Fogle este poder. (Tal vez estahabilidad sea la razón de que en el capítulo 49 a Fogle loconvoquen para ver a Merrill Lehrl.) Si incluyo aquí estaselección de notas es con la esperanza de que permitan unacomprensión más plena de las ideas que David estabaexplorando en El rey pálido y de que aclaren hasta qué punto lanovela todavía era una obra en progreso.

Las notas que iban asignadas a capítulos específicos de Elrey pálido aparecen primero, seguidas por las notas procedentesde otras partes del manuscrito.

El editor• • • • •§7 Sylvanshine está desesperado por entrar en el

Departamento de Investigación Criminal; es por eso quequiere aprobar el examen de Contable de la Administración.Los Investigadores Criminales tienen que ser CA, igual que

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los agentes del FBI tienen que ser abogados. Sylvanshinejuega delante del espejo: «¡Que nadie se mueva! ¡Hacienda!».

Tres mandamases: Glendenning, un tipo especial deRecursos Humanos al que Glendenning necesita para encontrarexaminadores con un don, y Lehrl. Pero no los vemos nunca,solamente a sus ayudantes y portavoces.

§12 A Stecyk lo han trasladado allí por designio de Lehrlpara contribuir a volver locos a los examinadores.

§13 «Predispuesto» es una de las palabras que se usan enla Agencia Tributaria para designar el hecho de poner a losexaminadores en un estado en que presten la máxima atencióna las declaraciones.

Nota al pie 34: La imagen del dragón siempre protege algomuy valioso. Este otro chico, pese a su introspección y suanálisis interminables, jamás interpretó sus ataques comoformas de llanto con todo el cuerpo ni tampoco de tristezaen sí, ya fuera por el fin de la infancia, por la escisióndel yo que requería la sociedad o por todos los traumas ydistanciamientos posibles. El asco de los demás era unaproyección flagrante de su secreto más íntimo, que el dragónal mismo tiempo protegía y encarnaba: el hecho de que noconocía la compasión.

§15 Es Sylvanshine el médium de datos, y Lehrl, que creeen las ciencias ocultas, lo ha mandado a que encuentre ylocalice a los mejores pasapáginas de rango GS-7 que puedadentro de un grupo determinado, de manera que cuando elprograma informático A / NADA obtenga mejores rendimientosde ingresos que ellos, el resultado sea convincente para elTriple Seis. Esto requeriría reescribir la secuencia de lallegada de Sylvanshine... ¿S. quiere convertirse en Contablede la Administración porque todos los demás de Sistemas de

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Control Interno son CA? ¿O bien para poder irse de laAgencia?

§19 Son los de Recursos Humanos los que al final sonreemplazados por ordenadores; resultan demasiado fáciles dedistraer, están demasiado metidos en asuntos laterales.

¿El hijo de Glendenning está en la armada a bordo de unbarco en la costa de Irán? Aterrado de que esté arriesgandosu vida por una América por la que ya no vale la penaluchar.

§22 ¿«Irrelevante» Chris es irrelevante solamente cuandohabla de sí mismo? ¿Acaso sobre el resto de lostemas/asuntos va al grano y resulta convincente einteresante? ¿Tal vez lo que se dice de él en el CRE es quetodo va bien siempre y cuando no le dejes hablar de símismo, porque en ese caso estás perdido?

¿Fogle termina siendo en la Agencia Tributaria ese mismoinsoportable hacedor de buenas obras que era de niño Stecyk?

¿Acaso la «entrevista para la película» es una farsa? ¿Yla razón de la misma es sacarle a Chris Fogle la fórmulanumérica que permite la concentración total? La cuestión esque no se acuerda... ¿tal vez no estaba prestando atencióncuando leyó la serie de documentos que componían esasecuencia numérica, que al ser invocada mentalmente en formade serie le permite mantener el interés y la concentración avoluntad? ¿Acaso para hacerlo tiene que ser engatusado? Losnúmeros tienen la desventaja de provocarle un dolorincreíble de cabeza.

§24 Richard «Dick» Tate es el Director de Personal. NedStecyk es su Subdirector. Tate se opone a Lehrl y a Sistemasde Control Interno porque quiere poder y control, y no haypoder posible si disminuye el personal humano.

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Glendenning incapaz: perdido en una neblina de idealismocívico; en realidad el CRE lo dirigen principalmente Tate yStecyk, y también el encargado de Sistemas de Información.

Cuando D.W. y Stecyk se miran a los ojos mientras Stecykestá tranquilizando a un tipo en su despacho interior, aStecyk se le extiende por la cara una mirada de compasión ypiedad tremendas, motivada sobre todo por la piel repulsivade D.W. Luego Stecyk busca un encuentro con D.W. y trata deser amable con él, dando por sentado que lleva toda la vidatraumatizado y sufriendo el rechazo de los demás. A D.W. nole gusta esto: su opinión es que si alguien es lo bastantesuperficial como para considerar que la piel de uno es elprincipio y el fin de su valor y de su carácter, ese alguiense puede ir a la mierda; él no lo necesita. Sin embargo,está dispuesto a aprovecharse de la amabilidad de Stecyk afin de obtener diversas ventajas para sí mismo.

David Wallace, una vez instalado, tiene un momento en quemira por la ventana y ve en el otro edificio para empleadosmás de élite a alguien que está en una ventana del centroinformático devolviéndole la mirada. Con gafas gruesas. Susmiradas se encuentran pero ellos nunca llegan a conocerse nia decirse nada.

El Pacer de color azul claro con un adhesivo de un pez esel coche de Lane Dean, que siempre tiene que salir pitandoen plena madrugada porque va a la iglesia (o bien va sumujer, Sheri) al amanecer, y siempre está a punto de llegartarde al trabajo (Lane ha perdido fervor cristiano desde quellegó al CRE, mientras que Sheri lo ha ganado), y es por esoque lleva a cabo esa maniobra casi todas las mañanas.

§26 Stecyk conoce la historia de Blumquist. Él estaba enel CRE cuando murió Blumquist. Acababa de salir de la

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academia de la Agencia Tributaria en Columbus y estabatrabajando como líder de una cuadrilla de exámenes de a pie.Fue él quien tuvo que entrevistar a los pasapáginas (¿en1978?) que habían seguido yendo a trabajar durante algo asícomo tres días mientras Blumquist estaba sentado rígidamentea su mesa, muerto. Algunos tuvieron remordimientos. Unospocos solicitaron traslados. Stecyk descubre que el totalmensual de ingresos por auditorías posteriores de losexaminadores aumenta cuando Blumquist se sienta con ellos,sin decirles nada ni distraerlos, sino simplementesentándose allí y estando con ellos. Elabora la teoría de quepuede ser rentable formar equipos dobles de examinadores, deque los ingresos globales por auditorías realizadas puedenexceder el coste de doblar el salario. Pero ¿cómo puedevender esta idea? El Director de Personal de la SedeRegional querrá saber cómo ha surgido esta idea... ¿cómopuede Stecyk referirse a un fantasma? O tal vez esto fueidea de un antiguo Subdirector de Personal, que se metió enlíos, porque la Sede Regional supuso que había probado elexperimento con dos examinadores de carne y hueso, lo cualcomportaba salario doble. ¿Es esta trama verosímil?

¿Cómo es Stecyk ahora, de adulto? ¿Sigue siendoincreíblemente amable pero ya no es un memo total? ¿Acaso esun poco más triste? ¿Se ha convertido en un dispensador delugares comunes de psicología pop? ¿Qué puede haber pasadopara que se dé cuenta de que la Amabilidad de su infanciaera en realidad sádica, patológica y egoísta? ¿De que losdemás también quieren sentirse amables y hacer favores, deque la actitud generosa de él ha sido tremendamente egoísta?¿Acaso en algún deporte universitario no paró de dejar queel otro equipo marcara por «amabilidad» y recibió la visitade un árbitro —alguien vestido de blanco y negro, igual que

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el jesuita de la universidad de «Irrelevante» Chris Fogle—,que le dijo sin ninguna delicadeza que era un puñeterofarsante y que la verdadera decencia no se parecía en nada ala generosidad patológica, porque la generosidad patológicano tenía en cuenta los sentimientos de los destinatarios dela generosidad? ¿O tal vez Stecyk había provocado un atascoen el stop de un cruce de cuatro carreteras por dejar pasarsiempre primero a los demás? ¿O bien el árbitro informamágicamente a Stecyk de cómo solía sentirse su madre cuandoStecyk se levantaba muy temprano todas las mañanas parahacer las tareas de la casa en lugar de ella; se habíasentido ella inútil, había sentido que su familia laconsideraba una incompetente, etcétera? Stecyk le cuenta aDavid Wallace la historia de la mariposa: si la dejas salirdel capullo cuando parece que está luchando y muriéndose,las alas no se le fortalecen y no puede sobrevivir.

El amable patológico es uno de los tipos básicos depersonalidad que se ven atraídos por la Agencia Tributaria,debido a lo siniestro e impopular que es el trabajo; no hayagradecimiento, lo cual aumenta la sensación de sacrificio.

Sylvanshine tiene una visión distinta de Blumquist.Sylvanshine ha deducido que algunos de los mejoresexaminadores —los más atentos y concienzudos— son aquellosque han sufrido alguna clase de trauma o abandono en supasado. Él tiene la tarea de intuir cuáles son los mejores afin de hacerles una audición para la prueba contra elprograma A / NADA. Resulta que Blumquist tuvo unos padresfundamentalistas brutales: de esos que consideran que losventiladores y los colchones son lujos. Y esos padres teníanun castigo especial: obligaban a su hijo a ponerse cara a lapared de la sala de estar —una pared vacía— y a quedarse ahímirándola varias horas seguidas. Ese es el trauma. En la

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pared de detrás de él había un espejo, que solamentemostraba su espalda. Esta es la imagen que Sylvanshinerecibe de Blumquist: la imagen de una espalda de niño, muyquieta, rodeada de un marco de madera con volutas. Blumquisthabía tenido unas cifras de productividad que eran mucho,mucho más altas que las de los demás, y sin embargo habíarechazado ofertas para ser ascendido a rangos de funcionariomayores y a puestos directivos. Sylvanshine busca aexaminadores igual de buenos para que hagan la ronda depruebas contra el programa A / NADA y la computadoradigital. Varios de los examinadores recientementetransferidos se cuentan entre los examinadores de a pie conmejores resultados de los CRE del país entero. Los chicos deSistemas de Lehrl quieren una prueba justa, la computadora yel A / NADA contra los mejores examinadores de a pie quepuedan encontrar... de manera que cuando el A / NADA losmachaque, la prueba resulte mucho más definitiva.

§30 LEHRL & LOS PROTECNOLOGÍA VS. GLENDENNING Y LOSDIRECTORES DE DISTRITO: El proyecto es reemplazar a losexaminadores humanos por ordenadores igual que Lehrl inventólos Sistemas de Recaudación Automatizada: los Directores deDistrito se resisten porque son tipos de la vieja escuelaque creen en la Agencia Tributaria como organización cívica,mientras que la nueva escuela tiene una filosofíaempresarial: maximizar los ingresos y minimizar los costes.La Gran Pregunta es si la Agencia Tributaria tiene que seruna entidad corporativa o bien moral.

Charles Lehrl se está preparando para informatizar Examenigual que informatizó el Sistema de Recaudación Automatizadocuando estaba en Recaudaciones: los experimentos que hubo enRome y en Filadelfia. Inventó el Protocolo de Reconocimientode Imágenes que compara los W-2 y los 1099 con las

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declaraciones: hizo que el trabajo de los examinadores fuerasuperfluo.

Reynolds & Sylvanshine (¿amantes?, ¿compañeros dehabitación?) compiten por la atención y por el favor deLehrl como si fueran cortesanos o niños: es su forma depasar el tiempo en medio del tedio de las intrigas de laAgencia Tributaria.

Reynolds & Sylvanshine viven juntos: un poco comoRosencrantz & Guildenstern en Hamlet. Tienen una reproducciónincreíblemente bonita de La admonición paterna de Gerard terBorch (71 × 74 cm, Rijksmuseum, Amsterdam) que cuelgan entodos los sitios donde viven; o bien es una falsificaciónincreíblemente buena, hecha por uno de los grandespintoresimitadores de la América moderna.

§38 D.W., por culpa de la metedura de pata, es partidariode mejorar los sistemas informáticos de la AgenciaTributaria: ¿Stecyk quiere preservar a los examinadoreshumanos?

§43 No hay ninguna bomba. Resultó que se había hechoestallar una carga de nitrato fertilizante. Nuevamente, algogrande amenaza con suceder pero nunca llega a suceder.

Esto acaba en desastre; se percibe que los escánerespueden reemplazar a los examinadores; sus empleos estánamenazados: se establece una competición entre Drinion y elescáner.

§46 ¿Rand trabaja en Resolución de Problemas y no enExamen? ¿Debido a que su belleza ayuda a calmar a la genteque presenta apelaciones y evita que causen tanto jaleo comocausarían de otra manera? ¿Otro golpe maestro por parte deEx de Personal, el genio de la distribución del talento?

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De niño Drinion volvió un día a casa y se encontró conque su familia había desaparecido, o por lo menos eso serumorea. Muchas cosas de Drinion, de su manera de prestaratención, tendrían que estar implícitas, o bien deberíandesplegarse durante un lapso mucho más largo.

Lo que se dice en la Agencia de Meredith Rand: que esguapa pero es una palizas espantosa, no para nunca, es atrozestar cerca de ella; se especula con que su marido debe detener alguna clase de audífono que puede apagar a voluntad.

En el último encuentro entre Rand y Drinion, en el libro,Drinion le pregunta: «¿Lo prefieres intenso o informal?».Rand se echa a llorar.

¿Rand se obsesiona con Drinion (¿como una especie de«salvador»?) de la misma manera en que se obsesionó con EdRand en el hospital?

¿El Centro CRE está en un distrito de las afueras dePeoria llamado «Anthony, Illinois»? ¿Quién es san Antonio?El tornado continúa...

Fin de la primera parte. En la segunda parte(¿próximamente?) Rand describe, brevemente, cómo entablaronuna relación romántica (o bien lo hace Rath, u otra persona,o bien sale a la luz a través de un sumario mediado porvarios narradores distintos): M. R. sentía que necesitaba aRand, o más bien que le daba pena porque estaba enfermo y noera atractivo (síntomas repulsivos adicionales en privado) yse iba a morir pronto. Siempre estaban esperando que semuriera pronto. Y también vio lo triste y solitaria que erala vida de él, el apartamento de él. De manera que se casócon él, con solo diecinueve años... Pero él no se murió ytodavía no se ha muerto; y ahora M. R. está atrapada y sesiente desgraciada, sobre todo porque Ed no se muestra

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agradecido hacia ella, y se reiría despectivamente de ellasi ella intentara alguna vez decirle que tendría que estarleagradecido, que ella se había apiadado de él; Randcontestaría que era de ella misma de quien se había apiadadoen realidad, y que casarse con alguien que siempre está alborde de una muerte posible era una forma magnífica desentirse a salvo y al mismo tiempo como una heroína.

Todos los días al final de la jornada tienen la mismaconversación:

—¿Cómo te ha ido el día?—Trabajo en un psiquiátrico. ¿Cómo te crees que me ha ido

el día?No es graciosa ni íntima, no hay broma compartida; llevan

teniendo la misma relación básicamente desde hace seis años,sin crecimiento ni cambio, y Rand está buscando a alguienque la salve, que la extraiga de ella.

La gran cuestión es: ¿examinadores humanos o máquinas?Sylvanshine busca a los mejores examinadores humanos quepueda encontrar.

Esquema embrionario:2 arcos generales:1. Prestar atención, aburrimiento, déficit de atención,

máquinas contra gente que lleva a cabo trabajos mecánicos.2. Ser individuos o ser parte de algo más grande: pagar

impuestos, ser un «lobo estepario» en la Agencia Tributariao ser parte de un equipo.

David Wallace desaparece en la página 100.Cuestión central: realismo, monotonía. Planificar una

serie de situaciones organizadas para que pasen cosas, peroque en realidad nunca pase nada.

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David Wallace desaparece: se convierte en criatura delsistema.

Dirección general: a la vieja guardia de la AgenciaTributaria los mueve la superioridad moral: los quedefraudan al fisco son unos aprovechados, pagar impuestos esuna virtud, etcétera. O bien buscan resolver problemaspsicológicos que tienen, como la rabia, el resentimiento ola sumisión ciega a la autoridad. O bien son funcionariosgrises que han elegido el trabajo por una cuestión deseguridad, funcionarios estándar del gobierno. La nuevaguardia de la Agencia no solamente son buenos contables,sino también buenos planificadores estratégicos y denegocios: la idea es maximizar los ingresos; dejar de ladola virtud cívica, dejar de lado el aspecto de guerrerosmorales que entraña el dedicarse a la recaudación deimpuestos. El nuevo jefe de Personal del CRE de Peoria es dela nueva guardia: lo único que le interesa es encontrarempleados y organizar las cosas para que los examinadoresmaximicen los ingresos que puedan generar losauditores/recaudadores. Su voluntad de experimentar o pensarde formas nuevas lo lleva, paradójicamente, a un profundomisticismo: cierta serie de números que permite a losexaminadores concentrarse mejor, etcétera. La meta última esla cuestión de quién puede hacer mejor los exámenes, loshumanos o las máquinas, quién puede maximizar la eficienciaviendo qué declaraciones podrían necesitar auditoría ypueden generar ingresos.

Drinion es feliz. Capacidad de prestar atención. Resultaque el éxtasis —un placer sentido segundo a segundo yacompañado de gratitud por el don de estar vivo y de serconsciente— se encuentra al otro lado del aburrimientoabsolutamente letal. Presta atención a la cosa más tediosa

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que puedas encontrar (las declaraciones de la renta, el golfretransmitido por televisión) y un aburrimiento como nohayas visto nunca se te echará encima en oleadas y a puntoestará de matarte. Si consigues capear esas olas, será comosi pasaras del blanco y negro al color. Como encontrar aguadespués de pasar varios días en el desierto. Un éxtasisconstante en todos y cada uno de tus átomos.

¿STECYK?Sylvanshine tiene un homólogo. Se trata de un empleado de

alto nivel de Personal que trabaja para el CRE (para elbando que defiende a los examinadores humanos por encima delos ordenadores y de la Integración de Datos). Él buscainmersivos. Reemplazos que pueda traer para que examinendeclaraciones complejas sin sentir ese tipo de aburrimientoque te deja aturdido. (O bien es Stecyk, un examinadorcompletamente volcado en su trabajo —odiado, una aplicaciónabstracta de la probidad y la virtud—, continuamente enbusca de formas de ayudar. Es él quien se presenta en laoficina de Meckstroth con la idea de cómo mandar los recibosdirectamente al banco y ahorrar dinero y tiempo.) ¿AhoraStecyk está en Personal y en Formación de Personal?

Son escasos, pero están entre nosotros. La gente capaz dealcanzar y mantener cierto estado continuo de concentracióny de atención sin importar lo que estén haciendo. El primeroque Stecyk encontró estaba en la biblioteca del PeoriaCollege of Business, en la sala de lectura, un chicoasiático sentado en una de esas sillas de lectura queparecen mucho más cómodas de lo que son en realidad, con laespalda repantingada y las piernas cruzadas con el tobillosobre la rodilla, leyendo un manual de estadística. Stecykpasa veinte minutos más tarde y el chico sigue exactamenteen la misma postura, leyendo. Stecyk cruza la sala justo por

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detrás de él para verificar que el chico ha avanzado variaspáginas. Sus anotaciones son precisas y están alineadas a laizquierda con caligrafía diminuta y pulcra. Una hora mástarde, el chico sigue en la misma postura, leyendo el mismolibro, ahora catorce páginas más adelante.

Un guardia de seguridad que trabaja delante de unacooperativa de crédito. Todo el día en posición dedescansen. No puede leer ni charlar. Solamente mirar a lagente que entra y que sale y devolver el saludo con lacabeza cuando lo saludan. Con el falso uniforme de policíade la Midstate Security. Están ahí por si hay problemas.Stecyk entra y sale varias veces a fin de mirar al guardia.Lo impresionante es que el guardia le presta atención cadavez, lo cual quiere decir que el guardia registra el hechode que Stecyk está entrando y saliendo más de lo normal. Escapaz de prestar atención incluso en un trabajo que tieneque ser abrumadoramente tedioso.

Las semifinales de meditación del Medio Oeste. Losparticipantes llevan puesto un electroencefalograma; gana elque pueda lograr y mantener ondas theta durante un periodomayor de tiempo.

Una mujer en una cadena de montaje que cuenta el númerode vueltas visibles del cordel exterior de un rollo decordel. Cuenta una y otra vez. Cuando suena la sirena, todoslos demás trabajadores prácticamente echan a correr. Ellasigue un momento más inmersa en su trabajo. Es la capacidadde estar inmerso.

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Notas a pie de página

[1]Un dato poco conocido: los únicos ciudadanos

estadounidenses cuyos números de la Seguridad Socialempiezan con el numeral 9 son los que trabajan o hantrabajado en algún momento como empleados contratados de laAgencia Tributaria. A través de su relación especial con laAdministración de la Seguridad Social, la Agencia Tributariate emite un número nuevo de la SS el mismo día en que entraen vigor tu contrato. Es como si nacieras de nuevo, entérminos de documento de identidad, cuando entras en laAgencia. Esto es algo que saben muy pocos ciudadanos de apie. Y no hay razón por la que tuvieran que saberlo. Peropiensen en los números de la Seguridad Social de ustedes, oen los de la gente lo bastante cercana a ustedes como parahaberles confiado sus números de la SS. Solamente hay unnúmero por el que dichos números de la SS no empiezan nunca.Y ese número es el 9. El 9 está reservado a la Agencia. Y site emiten uno así, ese número ya te queda para el resto detu vida, por mucho que te hayas ido de la Agencia Tributariahace una eternidad. Es como que te marca, numéricamentehablando. Cada año por abril —y, por supuesto, cadatrimestre en el caso de los que sean autónomos y presentendeclaraciones trimestrales—, aquellas declaraciones yestimaciones cuyos declarantes tienen números de la SS queempiezan por 9 son automáticamente separadas del resto ydirigidas a través de un programa especial de procesado yexamen que tiene lugar en el Centro Informático deMartinsburg. Tu estatus dentro del sistema queda alterado

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para el resto de tu vida. La Agencia reconoce a los suyos,para siempre.

[2]«Lo que sigue» es un término artístico; lo que realmente

quiero decir es que todo lo que rodea este Prefacio esesencialmente verídico. El hecho de que el Prefacio hayasido movido 79 páginas hacia delante en el texto constituyeotro acto reflejo de cautela de último minuto por parte dela editorial, sobre lo cual encontrarán más información másabajo.

[3]Por consejo de sus abogados de empresa, la editorial se

ha negado a ser identificada por su nombre en este Prefaciodel Autor, pese al hecho de que cualquiera que mire el lomodel libro, la página semititular o la titular veráinmediatamente cuál es la editorial en cuestión. Con estoquiero decir que se trata de una restricción irracional;pero, en fin, así sea. Tal como ha señalado mi propioabogado, a los abogados de empresa no se les paga para quesean completamente racionales, sino para que seancompletamente precavidos. Y no cuesta nada ver por qué unacorporación registrada americana como la editorial de estelibro se iba a mostrar cautelosa ante la mera posibilidad dedar la impresión de que le están haciendo mofa a la AgenciaTributaria o bien (tal como dijo uno de los primerosmemorandos histéricos de los abogados de empresa) de queestán «instigando» una violación por parte del autor delConvenio de Confidencialidad que todos los empleados delTesoro Público deben firmar. Pese a todo —tal como mi

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abogado y yo tuvimos que señalarles unas 105 veces antes deque los abogados de la compañía parecieran entenderlo—, laversión de la Confidencialidad que ahora vincula a todos losempleados del Tesoro Público, ya no solamente a los agentesde la Oficina para el Alcohol, el Tabaco y las Armas deFuego y a los del Servicio Secreto, como pasaba antes, seinstituyó en 1987, que resulta ser el mismo año en que losordenadores y una poderosa fórmula estadística conocida comoel ADANA («Algoritmo Discriminador de Auditoría o NoAuditoría») empezaron a usarse en los exámenes de casi todaslas declaraciones individuales de la renta de losamericanos. Soy consciente de que les estoy infligiendo unchaparrón de datos considerablemente retorcido y confusopara ser esto un simple Prefacio, pero lo crucial aquí esque son el ADANA (a) y los elementos constituyentes de sufórmula para determinar qué declaraciones de la renta sonmás susceptibles de generar ingresos adicionales alsometerlas a auditoría lo que la Agencia está intentandoproteger, y que esa es la razón de que en 1987 el Conveniode Confidencialidad se extendiera de repente a los empleadosde la Agencia Tributaria. En 1987, sin embargo, yo ya mehabía marchado de la Agencia. Lo peor de ciertacircunstancia personal desagradable ya había quedado atrás yme habían aceptado el traslado a otra universidad, y para elotoño de 1986 yo ya estaba de vuelta en la Costa Este ycompletamente reintegrado en el sector privado, aunque porsupuesto seguía teniendo mi nuevo número de la SeguridadSocial. Toda mi carrera en la Agencia Tributaria tuvo lugarentre mayo de 1985 y junio de 1986. De ahí que el Conveniono me afecte. Por no mencionar el hecho de que yo no estabaprecisamente en posición de saber nada comprometedor niespecífico del ADANA. Mi puesto en la Agencia era de nivel

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bajísimo y regional. Durante casi todo el tiempo que paséallí fui un examinador de a pie, lo que en la nomenclaturade la Agencia se conoce como un «pasapáginas». El rango defuncionario que figuraba en mi contrato era GS-9, que porentonces era el nivel más bajo que existía para lostrabajadores a tiempo completo; había secretarias yconserjes que tenían rangos superiores al mío. Y estabaasignado a Peoria, Illinois, que es lo más lejos del TripleSeis y del Centro de Martinsburg que uno se puede imaginar.Cierto, al mismo tiempo —y esto es lo que preocupaba sobretodo a los abogados de la editorial—, Peoria era un CRE, unade las siete sedes centrales de la División de Examen de laAgencia Tributaria, que fue precisamente la división queresultó eliminada o, para ser más precisos (aunque esto esdiscutible), trasladada desde la División de Control hastala recién expandida División Técnica, con la llegada delADANA y de una red digital Fornix. Todo esto resultabastante esotérico, toda esta información desprovista decontexto sobre la Agencia que yo había planeado hacerlestragar a ustedes en el principio mismo del libro, y lesaseguro que todo lo explicaré y/o desarrollaré en términosmucho más elegantes y dramáticamente apropiados a lo largode la autobiografía, en cuanto esta empiece. Por ahora,solamente para que ustedes no acaben completamentedesconcertados y aburridos, baste con decir que la Divisiónde Examen es aquella división de la Agencia Tributaria quese encarga de peinar y seleccionar las distintas clases dedeclaraciones de la renta y clasificar algunas de ellas como«números 20», que es el término familiar que se usa en laAgencia para designar a las declaraciones de la renta quehay que mandar a la sede del distrito en cuestión para quelas sometan a auditoría. Las auditorías en sí las llevan a

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cabo agentes de Hacienda, que suelen ser funcionarios derango GS-9 o GS-11, empleados por la División de Auditorías.Cuesta exponer todo esto de forma natural o elegante, y lesaseguro que ninguna de esta información abstracta esrealmente vital para la misión del presente Prefacio. Demanera que no lo duden si quieren saltarse o leerse porencima lo que sigue. Y no crean que el libro entero va a serasí, porque no lo va a ser. Pero si, en cambio, se muerenustedes de ganas por saber más, toda aquella declaración dela renta que resulte elegida por la(s) razón(es) que sea(n)(alguna de las cuales son inteligentes y perspicaces yotras, con franqueza, chifladas y esotéricas, dependiendodel pasapáginas que te toque) por un examinador de la cadenay mandada para ser auditada tiene que ir acompañada de unMemorando Interno de la Serie 20 de la Agencia Tributaria,que es de donde viene el término «número 20». Igual que lamayoría de las agencias gubernamentales aisladas y (seamosfrancos) despreciadas, la Tributaria está infestada de jergaespecial y de palabras en clave que al principio parecenimpenetrables, pero que se asimilan tan deprisa y se usantan a menudo que al final se convierten en algo casihabitual. A veces, yo todavía sueño en Jergagencia.Volviendo a lo que íbamos, sin embargo, Examen y Auditoríaseran dos de las principales divisiones de la Rama de Controlde la Agencia Tributaria, y lo que preocupaba a los abogadosde empresa de la editorial era que los abogados de laAgencia Tributaria pudieran, si se sentían lo bastanteagraviados y querían causar problemas por medio del Conveniode Confidencialidad, argumentar que tanto yo como losdiversos compañeros de trabajo y administradores del CentroCRE 047 que figuran en esta historia deberíamos serconstreñidos por los límites establecidos en el Convenio de

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Confidencialidad, puesto que no solamente habíamos estadoempleados por la Rama de Control, sino también asignados alCRE que terminó figurando de manera tan prominente en lo quesería conocido bien como «la Nueva Agencia Tributaria», biencomo «la Iniciativa Spackman» o simplemente como «laIniciativa», que en apariencia fue creada por el Acta deReforma Fiscal de 1986 pero en realidad fue el resultado deuna larga y muy compleja regañina burocrática entre la Ramade Control y la Rama Técnica acerca de los Exámenes y lafunción que desempeñaba la división de Examen dentro de lasoperaciones de la Agencia Tributaria. Fin del chaparrón dedatos. Si todavía están ustedes leyendo, confío en que unaparte suficiente de todo esto les haya quedado lo bastanteclara a ustedes como para entender por lo menos por qué lacuestión de si yo menciono o no explícitamente el nombre dela editorial no es una cuestión que yo haya decidido dedicarmucho tiempo ni mucha buena voluntad editorial a discutir.En cuestiones de no ficción, uno tiene que elegir susbatallas.

(a) Por cierto, lo del nombre de la fórmula no es broma.¿Acaso los agentes de estadística de la Rama Técnica fueronconscientes de que le estaban dando al algoritmo un acrónimotan pesado y de resonancias casi bíblicas? La verdad es queno lo parece. Tal como demasiados americanos saben ya, losprogramas informáticos son completa y enloquecedoramenteliterales y carentes de connotaciones, y también lo fue lagente de la Rama Técnica.

[4](salvo la parte que dice «Todos los derechos reservados»,

claro)

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[5]Esto último es un buen ejemplo de la clase de cosa que

lanzó al departamento jurídico a un frenesí decircunspección y cautela exageradas. La gente no sueleentender cómo se toman las compañías americanas de granenvergadura una simple amenaza de litigio. Tal como yo acabédescubriendo, no se trata tanto de si la editorial va aperder o no un pleito, lo que realmente les preocupa es elcoste de defenderse del mismo, y el efecto de dichas costasen las primas de seguros de responsabilidad civil de lacompañía, que ya de por sí son uno de los principales gastosde explotación. Los problemas legales son, en otraspalabras, una cuestión primordial; y a todo aquel editor oabogado de empresa que exponga a una editorial a posiblesacciones legales más le conviene poder demostrarle a suDirector Financiero que se ha emprendido hasta la últimamedida de cautela y diligencia con el manuscrito, a menosque quiera comerse lo que en Exámenes solíamos llamar «unmarrón de narices». Al mismo tiempo, no sería justo atribuiraquí a la editorial todos y cada uno de los cambios ydesviaciones tácticos del texto. Yo (con lo que nuevamenteme refiero a la persona humana David Wallace) también tengomiedo a los litigios. Igual que a muchos americanos, me hanpuesto demandas —dos, de hecho, aunque ambos pleitos fuerondesestimados, y uno de ellos lo fue por frívolo antesincluso de que a mí se me llegara a tomar declaración—, y sélo que sabemos muchos de nosotros: que los litigios no sondivertidos, y que vale la pena dedicar tiempo y energía aevitarlos por adelantado siempre que sea posible. Además,por supuesto, de que por encima del proceso de veto y lasdiligencias preventivas ejercidos sobre El rey pálido acechaba

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la sombra de la Agencia, a la que a nadie en su sano juiciose le ocurriría nunca intentar cabrear de forma innecesaria,o incluso llamar del todo su atención institucional, puestoque la Agencia, igual que los litigios civiles, te puedenarruinar la vida sin necesidad de quitarte ni un centavoextra.

[6]P.ej., uno de ellos ahora es Comisionado Adjunto Regional

para la Asistencia al Contribuyente en la Oficina delComisionado Regional del Oeste que está situada en Oxnard,California.

[7]Una solicitud de copias de estas cintas de vídeo, firmada

ante notario y llevada a cabo en 2002 bajo el Acta deLibertad de Información, se encuentra archivada en lasOficinas de Información al Público de la Agencia Tributaria,en el 666 de Independence Avenue, Washington DC... Y sí: elnúmero de la calle de la sede central nacional de la Agenciaes «666». Que yo sepa, no es más que un desafortunadoaccidente en la asignación de espacios de oficinas por partedel Departamento del Tesoro Público después de que seratificara la Decimosexta Enmienda en 1913. En los centrosregionales, el personal de la Agencia se solía referir a laoficina nacional como el «Triple Seis», algo cuyosignificado es obvio, aunque de toda la gente con la que yohablé nadie parecía saber cuándo se había empezado a usar eltérmino.

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[8]Este término tan impreciso pretende describir la

reconstrucción dramatizada de una ocurrencia empíricamentereal. Se trata de un recurso moderno común y completamenterespetable, tanto en el cine (véanse The Thin Blue Line, ForrestGump, JFK) como en la literatura (véanse A sangre fría de Capote,El motín del Caine de Wouk, Zombi de Oates, La roja insignia del valor deCrane, Lo que hay que tener de Wolfe, etcétera).

[9]La manera más fácil de ver que los contratos son

distintos es fijarse en cómo reaccionamos a su violación. Lasensación de traición o de infidelidad que el lector sufresi resulta que una pieza que supuestamente no es de ficcióncontiene cosas inventadas se debe a que se han violado lostérminos del contrato de la no ficción. Por supuesto, en laficción también existen maneras de, entre comillas, engañaral lector, pero estas suelen ser más técnicas, es decir,cuestiones internas respecto a las normas formales de lahistoria (véase, por ejemplo, al narrador en primera personade una novela de misterio que no revela que en realidad elasesino es él hasta la última página, pese a que es obvioque lo sabía desde el principio y ha reprimido lainformación solo para marearnos), y el lector suele sentirsemás estéticamente decepcionado que víctima de una tomadurade pelo personal.

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[10]Pido disculpas por la frase anterior, que es producto de

una larga serie de regateos y negociaciones con el equipo deabogados de la editorial.

[11](de la cual, para su información, en aquella época no

existían cursos formales, o por lo menos eran muy escasos)

[12](y con razón)

[13]El tercer año, por cierto, era el año en que muchos de

los otros estudiantes de aquella universidad, los másprivilegiados, entre ellos varios que habían sido clientesde mis trabajos por encargo, estaban disfrutando de sutradicional «semestre en el extranjero» en sitios comoCambridge y la Sorbona. Me limito a mencionarlo. No esperopara nada que ustedes se vayan a rasgar las vestiduras antecualquier hipocresía e injusticia que puedan discernir eneste estado de cosas. Este Prefacio no es para nada unapetición de compasión. Además, todo esto ya es agua pasadahace mucho tiempo, obviamente.

[14](aunque muy improbable, dado lo mucho que se preocupaba

la universidad por su reputación y por la publicidad)

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[15]Perdón por esta frase. La verdad es que a veces todavía

me sulfura, en términos emocionales, toda aquella situaciónque tuvo lugar con el archivador de la fraternidad y lasubsiguiente necesidad de un chivo expiatorio para elescándalo que se les escapó de las manos. Hay dos datos quepueden ayudar a entender la longevidad de esa emoción: a) delos otros cinco alumnos que el Consejo Judicial consideróque o bien habían comprado proyectos de curso o bien loshabían plagiado de otros que sí los habían comprado, dosterminaron licenciándose magna cum laude, y b) un terceroahora es miembro del Consejo de Administración de launiversidad. Me voy a limitar a poner sobre la mesa estosdatos siniestros y dejar que ustedes extraigan susconclusiones sobre este asunto tan feo. Mendacem memorem esseoportet.

[16]Y, por favor, disculpen esta artimaña. Debido a las

restricciones familiares-legales que se detallan acontinuación, esta clase de antiexplicación es la únicaforma en que se me permite evitar que toda la cuestión de mipresencia en el Centro 047 de la Agencia sea un vacíoenorme, sin explicar y sin justificar, lo cual podría noestar mal (técnicamente) en ciertos tipos de ficción, peroen una autobiografía constituiría una violación profunda yesencial del contrato.

[17](ni mi padre ni mi madre)

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[18]Véase nota al pie 2, supra.

[19]Digo «burocracia» a pesar de que lo que condujo a la

«Nueva Agencia Tributaria» fue en parte una mentalidad cadavez más anti- o post-burocracia por parte tanto del TripleSeis como del mando regional. Si quieren un ejemplo rápido,vean el siguiente fragmento de una entrevista al señorDonald Jones, que trabajó como Líder de Equipo con rango GS-13 del grupo de Rollizas del CRE del Medio Oeste entre 1984y 1990:

Tal vez sería útil definir «burocracia». El término. ¿Dequé estamos hablando? Ellos decían que bastaba con acudir aldiccionario. Administración que se caracteriza por ladifusión de la autoridad y la sumisión a unas reglasoperativas inflexibles, se cierran comillas. Unas reglasoperativas inflexibles. Un sistema administrativo en el quela necesidad o el deseo de seguir procedimientos complejosimpide las acciones eficaces, se cierran comillas. Durantelas reuniones proyectaban en la pared transparencias con esadefinición. Decían que él los obligaba a recitarla como sifuera una especie de catecismo.

Lo cual quiere decir, en términos discursivos, que el parde años de los que estamos hablando aquí vieron cómo una delas mayores burocracias del mundo sufría una convulsión enla que intentaba concebirse de nuevo a sí misma como una no-burocracia o incluso como una anti-burocracia, lo cual deentrada puede dar la impresión de no ser más que undivertido momento de capricho burocrático. De hecho, fue

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aterrador; fue un poco como ver a una máquina enorme quecobraba conciencia y trataba de empezar a pensar y sentircomo un ser humano. El terror de películas afines comoTerminator o Blade Runner se basaba en esa misma premisa...aunque por supuesto, en el caso de la Agencia, lasconvulsiones y sus repercusiones, aunque más difusas y menosdramáticas, tuvieron un impacto real sobre las vidas de losciudadanos americanos.

Nota: Cuando el señor Jones habla de «ellos» se refiere aciertas figuras de los altos niveles que constituían losexponentes de lo que se denominó «la Iniciativa», que esalgo que resultaría completamente poco práctico intentarexplicar aquí en abstracto (aunque véase el epígrafe951458221 del §14, la Entrevista Documental, que consiste enuna versión larga y probablemente no muy centrada de unaexplicación de ese tipo llevada a cabo por el señor Kenneth[«Ken el Comosellame»] Hindle, uno de los pasapáginas másveteranos del grupo de examinadores de a pie al que yoterminé [después de un sinfín de confusión inicial ydestinaciones erróneas] siendo asignado), salvo para decirque la única de esas figuras que la gente de un nivel tanbajo como el nuestro vio alguna vez fue a M.E. Lehrl de laDivisión Técnica y a su extraño equipo de efebos intuitivosy herméticos, cuya tarea (según salió a la luz) consistía enayudar a implantar la Iniciativa en lo tocante a Exámenes.Si nada de todo esto se entiende de momento, ustedes no sepreocupen. Yo no acababa de decidirme entre qué explicaraquí y qué dejar que se desplegara de una forma más naturaly dramática durante la autobiografía en sí. Por fin decidíofrecer unas cuantas explicaciones breves y potencialmenteconfusas, confiando en que si ahora mismo resultabandemasiado poco claras o barrocas ustedes simplemente no les

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prestarían mucha atención, lo cual, tal como me apresuro agarantizarles nuevamente, es perfectamente válido.

[20]Por si les interesa, este término es una forma coloquial

de referirse a un pago adelantado no reembolsable sobre lasregalías proyectadas del autor (mediante un conjunto demárgenes progresivos de entre el 7,5 y el 15 por ciento) enlas ventas de un libro. Como la venta real es difícil depredecir, al autor le interesa en términos financierosrecibir el mayor adelanto posible, por mucho que lo abultadodel pago le pueda causar problemas fiscales en el año en quelo recibe (gracias sobre todo a la eliminación de las mediasde ingresos que efectuó el Acta de Reforma Fiscal de 1986).Y debido, nuevamente, a que la predicción de las ventasreales es una ciencia inexacta, el monto del adelanto queuna editorial está dispuesta a pagar al autor por losderechos de su libro es el mejor indicador posible de lavoluntad que tiene el editor de «apoyar» ese libro, untérmino este último que lo abarca todo, desde el número deejemplares impresos hasta la envergadura del presupuesto demarketing. Y este apoyo constituye prácticamente la únicaforma de que un libro obtenga la atención de un públicogrande y coseche unas ventas significativas; les guste o no,esa es simplemente la realidad comercial de los tiempos quecorren.

[21]A los cuarenta años, seas artista o no, la verdad es que

hay que ser un memo imprudente para no empezar a ahorrar einvertir para la jubilación, sobre todo en esta época de

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planes de pensiones con fiscalidad aplazada y planes depensiones corporativos para el empleado provistos de unostopes anuales de exención fiscal tan generosos, y sobre todosi puedes ponerte a ti mismo como empresa de tipo S y dejarque sea la empresa para la que trabajas la que lleve a cabola contribución adicional a la pensión anual, todo lo querebasa tu plan de pensiones, a modo de «beneficioextrasalarial» estipulado por contrato, de tal manera queesa cantidad extra también quede exenta de tus ingresossujetos a impuestos. Ahora mismo la normativa fiscal estáprácticamente de rodillas, suplicando a los americanos deingresos altos que se aprovechen de esta provisión. Eltruco, claro, es ganar lo bastante como para ser consideradoun americano de ingresos altos. Deos fortioribus adesse.

[22]Pese a su repentina celebridad y repercusión, casi cuatro

años después yo sigo esperando que ese escritor sin nombreme devuelva el capital principal del préstamo, y no lomenciono para quejarme ni para ser vengativo, sinoúnicamente para explicar una pequeña parte más de mi estatusfinanciero qua motivación.

[23](aunque resulte confuso, aquí el término quiere decir

clásicamente izquierdistas)

[24](unas actitudes que no carecen por completo de

justificación, dada la hostilidad de los contribuyenteshacia la Agencia y la costumbre que tienen los políticos de

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cagarse en la Agencia para ganar puntos populistas,etcétera)

[25]Estoy razonablemente seguro de que soy el único americano

vivo que se ha leído esos archivos de cabo a rabo. No estoyseguro de ser capaz de explicar cómo lo hice. El señor ChrisAcquistipace, uno de los Líderes de Cuadrilla de rango GS-11de nuestro grupo de examinadores de a pie, y un hombredotado de considerable intuición y sensibilidad, propuso unaanalogía entre los registros públicos que rodeaban a laIniciativa y aquellos budas gigantes de oro macizo queflanqueaban ciertos templos del antiguo imperio jemer.Aquellas estatuas sin precio, que nadie nunca vigilaba niaseguraba, estaban a salvo de robos no por su valor, sinoporque eran demasiado enormes y pesadas para moverlas. Habíaalgo en esto que me tranquilizaba.

[26](que, al fin y al cabo, es la forma de hacer de las

memorias)

[27](seamos o no conscientes de ello)

[28](nuevamente, da igual que sean conscientes o no de ello)

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[29]Psicodinámicamente estaba, en tanto que sujeto, llegando

a un descubrimiento tardío y por tanto traumático de símismo como algo que también es un objeto, un cuerpo entreotros cuerpos, algo que podía ver pero también ser visto. Setrata de ese tipo de concepción binaria de uno mismo quemuchos niños ya alcanzan a los cinco años, a menudo graciasa un encuentro casual con un espejo, charco, ventana ofotografía vistos de la manera correcta. Pero a pesar de queel chico había tenido la cantidad normal de reflectores a sudisposición durante su infancia, por alguna razón aquellaetapa de su desarrollo se había visto retrasada. Eldescubrimiento de sí mismo como algo que también era unobjeto-paralos-demás había sido en su caso aplazado hasta lacúspide misma de la vida adulta: y como la mayoría de lasverdades reprimidas, cuando por fin estalló, apareció comoalgo abrumador y terrible, una cosa con alas que vomitabafuego.

[30]En términos clínicos, estaba luchando para re-reprimir

una verdad que ya de por sí llevaba demasiado tiemporeprimida, y que como resultado de aquel confinamiento habíaacumulado demasiada energía psíquica, después de salir enerupción del espejo (por explicarlo de alguna manera), comopara ser extraída de su conciencia por pura fuerza devoluntad. La conciencia simplemente no funciona de esamanera.

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[31]Y sobre todo no le pasaba cuando estaba a solas en el

cuarto de baño del piso de arriba, intentando provocarse unataque a fin de poder estudiarlo en el espejo y ver por símismo, en términos objetivos, cómo de grave y de evidenteresultaba visto desde diversos ángulos y desde qué distanciase podía percibir. Confiaba, y en cierto nivel creía, quetal vez no resultara tan evidente ni tuviera un aspecto tangrotesco como él siempre temía cuando estaba teniendo unataque, pero jamás podía verificarlo porque nunca conseguíaprovocarse un ataque cuando él quería, solamente le veníancuando él no los quería por nada en el mundo.

[32]El apellido de este chico, que era «Cusk», lo colocaba

siempre en la parte delantera de las clases con asientosasignados.

[33]De acuerdo con cualquier interpretación seria y basada en

la Profundidad, un foco o un reflector ejerce de símboloonírico manifiesto de la atención humana. En el nivel delcontenido latente, sin embargo, a aquella pesadillarecurrente se le podía interpretar cualquier significado,desde, por ejemplo, un deseo narcisista reprimido de que losdemás se fijaran en él, hasta un reconocimiento inconscientede que la causa probable del sufrimiento era el hecho de queel chico se preocupaba demasiado por sí mismo. En términosclínicos se pondrían sobre la mesa cuestiones como el origendel reflector onírico, el estatus de la figura del profesor

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o bien como imago o bien como arquetipo (o tal vez comoimagen proyectada de sí mismo, ya que es en esta figuradonde la angustia se exterioriza como afecto), así como lasasociaciones del sujeto mismo en relación con términos como«asquear», «ataque» y «tremendo».

[34]Hay secretos dentro de los secretos, sin embargo,

siempre.

[35]No voy a seguir diciendo esto cada vez que yo, el autor

de carne y hueso, me ponga a narrar de forma activa. Demomento lo incluyo solamente a modo de pista inocua paraayudarlos a ustedes a seguir el hilo de las diversassecciones y personajes del libro, puesto que (como ya heexplicado en el Prefacio del Autor) la situación legal entremanos requiere cierto grado de polifonía y de fluctuación.

[36]Por entonces, Lake James venía a ser algo a medio camino

entre un barrio residencial y un municipio independiente delárea metropolitana de Peoria. Lo mismo se podía decir deotras pequeñas comunidades de la periferia como PeoriaHeights, Bartonville, Sicklied Ore, Eunice, etcétera, lasdos últimas de las cuales estaban unidas a Lake James pormedio de ciertas zonas de administración no municipal tantoal este como al oeste. Todo el asunto de ser un distritoseparado pero unido tenía que ver con la expansióninexorable de la ciudad y su invasión de las ricas tierrasagrícolas que la rodeaban, que había terminado atrapando en

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la órbita de Peoria a ciertas pequeñas comunidades granjerasantaño aisladas. Sé que cada uno de estos pequeños pueblossatélite contaba con una estructura propia de tasación sobrela propiedad y una autoridad de zonificación propia, pero enmuchos otros sentidos (p. ej., la protección policial)funcionaban como distritos de la periferia de Peoria. Todoel asunto podía resultar extremadamente intrincado yconfuso. Por ejemplo, la dirección física del CentroRegional de Examen figuraba como «10047 Self-StorageParkway, Lake James, Illinois», mientras que la direcciónpostal oficial del CRE era «Centro de Examen de la AgenciaTributaria, Peoria, Illinois, 67452». Esto puede deberse alhecho de que el centro de correos de Peoria, situado en la GStreet, tenía toda una zona aparte con tres cubetasdestinada al CRE, además de un par de camiones tándemespeciales que salían tres veces al día por la carreterarestringida de atrás para ir a la zona de descarga que teníael CRE detrás del Anexo, o sea, que la dirección de correostenía que estar en Peoria simplemente porque era allí adondellegaba la montaña diaria de correo del CRE. Es decir, quees posible que el embrollo se debiera básicamente a larelación que tenían el Servicio de Correos y la AgenciaTributaria. Igual que tantos otros rasgos del CRE y de laAgencia, la respuesta a la cuestión de la incongruenciafísica entre las ubicaciones física y postal resulta sinduda increíblemente complicada e idiosincrásica y requeriríamucho más tiempo y energía para descubrirla y entenderlaplenamente de lo que cualquier persona cuerda querríainvertir. Otro ejemplo: Lo que realmente resulta relevante yrepresentativo de Lake James en tanto que municipio es queno tiene lago. Existe, de hecho, una masa de agua que sellama el lago James, aunque en términos prácticos viene a

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ser más bien una charca grande y fétida, infestada de algasprocedentes de residuos agrícolas líquidos, situada a unabuena docena de kilómetros al noroeste de Lake James, máscerca de Anthony, Illinois, que, este sí, es un municipioseparado de Peoria y tiene un código postal propio,etcétera, etcétera... En suma, se trata de una serie deincongruencias que resultan complejas y desconcertantes peroen realidad no son importantes salvo que uno tenga un graninterés en las minucias geográficas de Peoria (unaposibilidad que puedo dar por sentado sin riesgo a error quees remota).

[37]Nota: No pienso ser uno de esos autores de memorias que

fingen recordar hasta el último dato con un grado de detallepropio del realismo fotográfico. La mente humana no funcionaasí, y todo el mundo lo sabe; se trata de un artificioinsultante en un género que pretende ser cien por cien«realista». Para ser sincero, creo que ustedes se merecenalgo mejor que eso, y que son lo bastante inteligentes paraentender y tal vez aplaudir el hecho de que un autor dememorias tenga la integridad de admitir que no es unaespecie de monstruo eidético. Al mismo tiempo, no piensoperder el tiempo comiéndome el tarro por todas y cada una delas lagunas e imprecisiones de mi memoria, un perfectoejemplo cautelar de lo cual sería el soliloquio sobre suvocación que hace «Irrelevante» Chris Fogle (véase el §22,que en realidad está muy cortado y del que se ha extraídomucho) como parte de la debacle del falso documental demotivación / reclutamiento abortado por la División dePersonal en 1984, que terminó siendo una debacle en partepor la cantidad de tiempo y de película que ocuparon Fogle y

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otros dos o tres divagadores presuntuosos, y porque el señorTate no hizo que su ayudante, el señor Stecyk, le asignara aninguno de los que estaban trabajando allí laresponsabilidad de hacer que las respuestas de la gente acada «pregunta documental» se ciñeran a ciertos límitesjuiciosos de extensión, lo cual comportó que el supuesto«documentalista» y su equipo tuvieran todos los incentivosdel mundo para permitir que Fogle y compañía desbarraran sinparar mientras ellos se quedaban mirando la nada ycalculaban el número de horas extra escalonadas que ibanacumulando. Todo el asunto, aunque sigue teniendo un valorobvio en tanto que documento, fue a todas luces unagigantesca cagada colectiva, una de las muchas que provocabaTate cada vez que se permitía alguna de sus grandes ideasadministrativas en lugar de limitarse a dejar que Stecykhiciera todo el trabajo de la oficina de Personal, como decostumbre.

[38]Ya no tengo en mi poder aquel impreso 141-PO original,

que se esfumó en las fauces de los sistemas de archivo deResolución de Problemas de Personal y Sistemas de ControlInterno del CRE durante el espanto y la comedia de loserrores que terminaron rodeando mi asignación inicialerrónea al módulo de Exámenes Inmersivos, una historia quese despliega a continuación con todo lujo de detallespatéticos y ur-burocráticos.

[39]Nota: Con la única competencia posible de East Saint

Louis, Peoria y Joliet son famosas por ser dos de las

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antiguas ciudades fabriles más lúgubres, asoladas ydeprimidas de Illinois,*lo cual resulta que no es ningunacasualidad, puesto que le reporta ahorros estadísticamenteverificables a la Agencia en términos tanto de instalacionescomo de mano de obra. El hecho de que la mayoría de lassedes regionales, centros regionales de examen y centros deservicios se ubiquen en ciudades asoladas y/odesvitalizadas, un fenómeno que se remonta a la enormereorganización y descentralización de la Agencia que tuvolugar después del informe de la Comisión King ante elCongreso en 1952, no es más que una señal de las firmesfilosofías pro-beneficios y pro-balance final que empezarona cobrar fuerza en la Agencia ya bajo la administraciónNixon.

*A modo de contextualización general relevante, sepanustedes que las cinco ciudades y áreas metropolitanas conmayor población de Illinois (excluyendo a Chicago, que esmás bien una galaxia propia) alrededor de 1985 eran, enorden descendente, Rockford, Peoria, Springfield, Joliet yDecatur.

[40]Sigo, por cierto, en posesión de esta carta, de la cual,

por razones legales, me han dicho que no reproduzca más queuna sola frase en concepto de uso limitado legítimo, paradar una «impresión general»; la frase que he elegido estátomada del segundo párrafo inmaculadamente escrito concaligrafía de amanuense, y dice así: «Para empezar solamentese le dará un trabajito pequeño, y luego le tocará a él irascendiendo a base de diligencia y atención». En el margencontiguo a esto, el destinatario sin nombre de esta carta

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había garabateado distraídamente o bien «¡JA!», o bien«¡JUA!», dependiendo de cómo intentara uno descifrar laescritura puntiaguda y casi indescifrable de alguien paraquien un «cóctel rápido antes de la cena» implicaba un vasode medio litro sin hielo.

[41]Esto era, recuerden, en el final de la época de los

ordenadores con unidad central, cuando los datos sealmacenaban en cintas y tarjetas perforadas, etcétera, cosasque ahora suenan a los tiempos de los Picapiedra.

[42]Por pueril que parezca ahora, recuerdo que a ratos me

producía una ansiedad irracional el hecho de que el recienteepisodio desagradable de la universidad pudiera haberllegado a algún sistema de recopilación de datosmisteriosamente exhaustivo al que la Agencia Tributariaestuviera de alguna manera conectada, y que de pronto sedisparara alguna clase de timbre o sirena cuando mepresentara en el mostrador para recoger mi documento deidentidad, mi credencial y esas cosas... Un miedo irracionalque yo sabía que era irracional y al que por tanto no admitídel todo en mi conciencia, aunque al mismo tiempo sé que mepasé por lo menos una parte del trayecto interminable deautobús que me llevó a Peoria formulando ociosamente planesy situaciones de emergencia a fin de poder, en caso de quesonara aquel timbre o sirena, evitar volver a mi casa dePhilo el mismo día en que me había marchado y afrontar aquien fuera que abriera la puerta al llamar yo y me viera enel sucio porche cerrado con mosquiteras de la casa con mis

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maletas y mi portafolios; sé que en algunos momentos miansiedad inconsciente consistía únicamente en imaginarme laexpresión de la cara del pariente directo que saliera aabrirme la puerta, me viera y abriera la boca para deciralgo, momento en el cual yo era consciente de que estabateniendo fantasías ansiosas y las disipaba, allí en elautobús, para regresar al libro increíblemente insípido quemi familia me había «regalado»; aquella era la idea queellos tenían de una sabiduría y un apoyo útiles, aquel«regalo» que me habían hecho durante la cena de la nocheantes de mi partida (una cena especial de despedida que, porcierto, había consistido en a] sobras y b] mazorcas de maízal vapor que ni siquiera intenté comerme porque me acababande tensar la ortodoncia), no sin antes avisarme de queabriera el regalo con mucho cuidado para poder reutilizar elpapel de envoltorio.

[43](además de, lo admito, cierto alivio desganado ante una

situación que parecía ser lo contrario de los timbres /sirenas y de mi posible despido por razones de ineptitudética o de lo que fuera que mi inconsciente había conjurado;creo que estaba más asustado de lo que estaba dispuesto aadmitir ante mí mismo)

[44]Aquel niño también se había pasado los primeros minutos

después de subirme yo al autobús y acomodarme en mi asientomirando con los ojos muy abiertos la enfermedad que yo teníaen el costado de la cara, sin hacer ningún esfuerzo poresconder o disimular ese interés clínico con que los niños

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se te quedan mirando, y por supuesto yo había percibido susmiradas (y en cierta manera casi las había agradecido) conel rabillo del ojo.

[45]Es decir, todos aquellos hombres de los sombreros, unos

sombreros que pronto sospecharía y después descubriría aciencia cierta que eran un rasgo distintivo de la Divisiónde Examen (igual que las fundas cuadradas y planas parallevar las calculadoras de bolsillo en el hombro eran elaccesorio característico de Auditorías, los tapones para losoídos y los alfileres estilizados de corbata lo eran deSistemas, etcétera), hasta el punto de que en las salas degrupos del CRE, tanto las de examinadores de a pie como lasde inmersivos, siempre había por lo menos una pared provistade perchas de gancho para que los examinadores colgaran sussombreros, puesto que las perchas o ganchos para sombreroindividuales que iban atornillados en el borde de la mesaCalambre de cada cual obstaculizaban el paso de los carritosde los chicos del carrito...

[46](p. ej., hacer que un personaje informe a otro de cosas

que ambos ya saben, a fin de que esta información llegue allector, un recurso que siempre me ha parecido extremadamenteirritante, por no mencionar lo sospechoso que resulta enunas memorias «verídicas», pese a que es cierto [aunquemisterioso] que a los lectores de los libros para el granmercado no parece importarles que les tomen el pelo de estamanera)

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[47]Nota: Parte de esta información está más o menos sacada

del paquete de documentos de orientación de la AgenciaTributaria que se entregan en Ingresos y Procesamiento tantoa los nuevos empleados como a los recién transferidos; deahí su regusto un poco muerto y burocrático, que he decididono decorar ni embellecer.

[48]Sin embargo, sí que he introducido una serie de detalles

relevantes que obviamente no figuraban en los documentosoficiales. La debacle de Rome no fue algo que la Agenciatuviera ningún interés en publicitar, ni siquiera de formainterna; sin embargo, también figuró de forma prominente entoda la pugna de alto nivel que tuvo lugar en torno a lo quese llamó «la Iniciativa» y a su implantación. Aquel primerdía yo no tenía ni idea de nada de esto ni tampoco interésalguno en ello, no hace falta decirlo.

[49]Uno de los trabajos académicos por encargo que yo había

completado justo antes de que la idiotez del archivador dela fraternidad le estallara en la cara a todo el mundohabían sido los dos primeros capítulos de la tesis delicenciatura de un estudiante de sociología agradable perodesorganizado que analizaba los centros comercialesconsiderándolos el equivalente funcional moderno de lascatedrales medievales (algunos de los paralelismos erandirectamente impresionantes), y después de aquel encargo amí ya no me quedaba estómago para los centros comerciales,

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por mucho que a menudo fueran los únicos sitios dondequedaban cines, puesto que los elegantes palacios del centroya habían sido clausurados o bien convertidos en cines paraadultos.

[50]Cierto, con mi familia habíamos llevado a cabo muchos

trayectos silenciosos en coche, aunque durante ellos laradio de AM siempre estaba emitiendo música melódica a todovolumen, lo cual explicaba-barra-tapaba la ausencia deconversación.

[51]El empleado de rango GS-9 Chris Fogle explicaría más

adelante (probablemente mientras yo y quien fuera queestuviera con nosotros hacíamos girar la mano en el aire conese gesto de «por favor, ve al grano» que casi todo el mundoadoptaba de forma involuntaria cada vez que «Irrelevante»Chris pegaba el rollo) que el ensanchamiento de la Self-Storage Parkway se había pasado más de un año parado,primero porque había un certificado suplementario de deudaque estaba siendo litigado en el tribunal de distrito por ungrupo de control de la tasación formado por ciudadanos deIllinois, y en segundo lugar porque los extremadamente durosinviernos de la región y los abruptos deshielos primaveralesseguidos muy a menudo por nuevas heladas al día siguiente(todo lo cual es cierto) provocaban que cualquier parte delnuevo y recién construido tercer carril de la SSP que no sehubiera tratado con un tipo especial de aislante industrialse moviera y se resquebrajara, y el año anterior lostribunales habían detenido las obras en el punto justo en

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que se iba a aplicar el aislante con una maquinaria especialmuy cara y difícil de conseguir que se tenía que alquilarcon mucha antelación a un distribuidor especializado queestaba o bien en Wisconsin o en Minnesota (todavía tengo unrecuerdo sensorial de la forma en que mi mano empezaba agirar en el aire cada vez que Fogle empezaba a zozobrarentre detalles superfluos; Fogle era un individuodesproporcionadamente impopular teniendo en cuenta sucarácter, puesto que en realidad era un tipo intachablementedecente y bienintencionado; era uno de esos CreyentesVerdaderos de rango bajo de los que la Agencia tanto dependepara una gran parte del nada glorioso trabajo de a pie ypara la pesadez de las operaciones cotidianas, y siempre meha parecido que lo que le terminó pasando fue una graninjusticia, puesto que en su caso era verdad que le hacíanfalta aquellas drogas y que las tomaba por razones puramenteprofesionales; el suyo no era un consumo recreativo paranada), y claro está, tanto el mandamiento judicial como elhecho de no aplicar el aislante causaron graves dañosdurante el invierno y la primavera siguientes, y más o menosduplicaron el coste de las obras por encima del presupuestoinicial de la empresa de ingeniería civil. Lo cual quieredecir que todo fue un jaleo tremendo de litigios y de fallosde ingeniería que, como de costumbre, supuso una cargacrónica, tediosa y molesta para toda la gente de la ciudadque cogía el coche para ir al trabajo. Y, por cierto, salióa la luz que otra de las razones que hacían que unacarretera de circunvalación como la SSP tuviera tantosproblemas de tráfico ya antes de la pesadilla de las obrasera el hecho de que Peoria, entendida ya no comoaglomeración de seres humanos sino como empresa económica enexpansión, había empezado en los años ochenta a adoptar la

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misma forma de rosquilla que tantas otras antiguas ciudadesindustriales; el centro de la ciudad estaba vacío y ruinoso,prácticamente muerto, mientras que una enérgica colección decentros comerciales, franquicias, parques de empresas y deindustria ligera, urbanizaciones de casas adosadas ycomplejos de apartamentos se había llevado casi toda la vidade la ciudad a un anillo exurbano. A mediados de los añosnoventa se viviría un renacimiento parcial y unarevalorización de la parte del centro de la ciudad quequedaba junto al río —algunos de los antiguos edificios defábricas y almacenes se convirtieron en apartamentos de lujoy restaurantes caros; los artistas y profesionales jóvenesocuparon otros para dividirlos en lofts, etcétera—; elproblema fue que gran parte de este desarrollo tan optimistafue espoleado por el establecimiento de casinos flotantesjusto enfrente de lo que había sido el principal núcleoindustrial de muelles de descarga, unos casinos que no erande propiedad local y de cuyos viles ingresos Peoria jamássacó tajada sustancial, o sea que a fin de cuentas todo elrejuvenecimiento del centro se produjo para aprovecharse deun gasto turístico incidental y de poca monta... a saber, elgasto de la gente que venía a los casinos, pero como elnegocio de los casinos consiste en despojar a la gente de undinero que de otra manera usarían para ir de compras y comeren restaurantes, eso comportó que la relación real entre lasganancias de los casinos y el gasto de los turistas fuerainversa, lo cual, dada la merecida reputación que tienen loscasinos de ser extremadamente provechosos, significa quecualquier persona con un poco de sensatez podría haberpredicho la abrupta curva descendente de ingresos que alcabo de muy pocos años causó que la mayor parte delrenacimiento del «Nuevo Centro Urbano» se fuera al garete,

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sobre todo cuando todos los casinos (después de esperarprudentemente un intervalo decente) abrieron sus propiosrestaurantes y tiendas. Y etcétera... lo mismo pasó enmuchas ciudades del Medio Oeste.

[52](identificables como tales en mi recuerdo porque no eran

ni Gremlin ni Mercury Montego ni camionetas Ford Econo-Line.Resultó que el parque de vehículos gubernamentales de losServicios Logísticos del CRE procedía casi por completo deuna confiscación por tasación de riesgo emprendida contra unconcesionario asociado del centro de Effingham, unaexplicación que sería demasiado larga y digresiva parainfligírsela a ustedes aquí)

[53]Paréntesis breve e inevitable: Durante los primeros seis

trimestres de vigencia de sus contratos, los examinadoresque no tuvieran personas a su cargo podían hacerse con unavivienda especial de la Agencia en una serie de complejos deapartamentos y moteles reconvertidos a lo largo del bordeoriental del anillo de circunvalación de la SSP, adquiridospor el gobierno mediante confiscaciones o bien medianteventas por impago de impuestos durante la recesión deprincipios de los ochenta. Aquí, por supuesto, hay otrahistoria larga y tediosamente compleja, que incluye el hechode que la situación de la vivienda venía enormementecomplicada por la gran cantidad de traslados y movimientosde personal de un lado a otro que estaban experimentandotodos los CRE como resultado de a) el hundimiento ydisolución en 1981 del CRE de la región Interior-Atlántica y

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b) las primeras fases de la llamada «Iniciativa», queresultó que incidieron directamente sobre el CRE del MedioOeste. La cuestión, sin embargo, es que aquellas viviendasse ofrecían tanto para facilitar los traslados como paraofrecer un incentivo financiero, puesto que el alquilermensual en (por ejemplo) el complejo de Angler’s Cove erapor lo menos ciento cincuenta dólares mensuales más baratoque los alquileres vigentes de otras viviendas parecidas delmismo sector. Mis motivos para aceptar aquella opción devivienda deberían estar claros... aunque también es ciertoque en 1986 la Agencia Tributaria empezó a tratar ladiferencia entre los alquileres patrocinados y los de libremercado como «ingreso implícito» y a aplicarle impuestos, locual ya se pueden imaginar ustedes que causó un rencorconsiderable entre los empleados de la Agencia, que porsupuesto también son ciudadanos americanos y contribuyentes,y cuyas declaraciones anuales de la renta son sometidas a unescrutinio especial todos los años por culpa del «9»distintivo que llevamos quienes lo hemos sido en elencabezamiento de nuestros números de la Seguridad Social,etcétera, etcétera. Visto a posteriori, lo más seguro es quetodo aquel rollo de las viviendas de la Agencia no saliera acuenta, dados todos los líos e idioteces burocráticas quehabía de por medio (véase lo que sigue), por mucho que elahorro mensual en alquiler fuera sustancial.

[54]Observamos que casi siempre eran los coches y las

camionetas privados los que creaban tapones con sus intentosegoístas de adelantar por el carril para averías y luegoreintegrarse en el tráfico. Los vehículos de la Agencia,incluyendo los de los Servicios Logísticos que iban y venían

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de las viviendas de los pasapáginas en los complejos deAngler’s Cove y The Oaks de Peoria, nunca se desviaban delcarril legal, puesto que los conductores de la Agencia erantrabajadores por horas y sin contrato que carecían deincentivos para darse prisa o para intentar tomar atajos, locual presentaba una serie distinta de problemas para los queteníamos la obligación de estar a una hora muy concretasentados a nuestras mesas Calambre para empezar nuestrosturnos; en aras de un tráfico ordenado, sin embargo,probablemente constituyera una buena estrategiaadministrativa por parte de los Servicios Logísticos, aunqueimplicara que los conductores empleados por dichosservicios, que tenían un trabajo quiroprácticamente sádicoademás de aburrido y repetitivo más allá de todo loimaginable, no pudieran afiliarse al sindicato del TesoroPúblico, no tuvieran derecho a seguro médico, etcétera.

[55]Estas regulaciones, cuando uno inspeccionaba todo el

capítulo de regulaciones del Manual Interno de Haciendaaprovechando un periodo de pocos exámenes en que no hubieraliteralmente nada más que hacer para ocupar el tiempo,revelaban un error extraño: las citas presentes en losletreros del interior de coches y furgonetas en realidad sereferían a la regulación que requería que los letreros «sedesplegaran en un lugar prominente y descubierto» delinterior de los vehículos; en realidad era una regulaciónsituada dos regulaciones antes que la que prohibía comer,fumar, etcétera, dentro de los transportes propiedad de laAgencia. Es decir, que la regulación que citaban losletreros se refería a los letreros en sí, no a la regulacióna la que supuestamente aludía el letrero.

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[56]Con 158 empleados, la fábrica de sublimación al vacío y

añadido suplementario de cafeína para el café instantáneoBright Eyes representaba la última manifestación de laindustria que quedaba en Philo. Subsidiaria de la Rayburn-Thrapp Agronomics, Bright Eyes era una marca regional decafé alto en cafeína, reconocible en las tiendas del MedioOeste por el tosco dibujo de su frasco que representaba auna ardilla de aspecto electrificado con unos solesprominentes y resplandecientes en lugar de ojos y algo queparecían descargas de relámpagos de dibujos animados que lesalían disparadas de las extremidades extendidas. CuandoArcher Daniels Midland Inc. absorbió la Rayburn-ThrappAgronomics en 1991, el Bright Eyes (gracias a Dios)*se dejóde producir. No se permite contarles más que esto por culpade la negativa de ciertos miembros de mi familia a firmarlas autorizaciones legales pertinentes. Baste decir que sémucho más sobre la composición química, la fabricación y losolores ambientales del café instantáneo de lo que nadiequerría saber voluntariamente, y que aquellos olores no eranpara nada los aromas agradables y reconfortantes a desayunoque uno se puede imaginar ingenuamente (en realidad separecían más al olor a pelo quemado, cuando el viento noslos traía).

*Ya en los años setenta surgieron pruebas que vinculabanla cafeína artificialmente fortificada con toda clase deproblemas de salud, desde arritmias hasta parálisis de Bel,aunque el primer litigio por demanda colectiva no seinterpuso hasta 1989.

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[57]Una ironía más: durante un tornado que azotó las afueras

de De Kalb en abril de 1987, una porción que se habíadesprendido de una de estas vallas publicitarias de«SEGURIDAD AGRARIA» salió disparada dando vueltas sobre símisma y a todos los efectos decapitó a un granjero de soja:aquel vino a ser el fin de la valla de la 4-H.

[58](es decir, la que daba al sur y a la SSP, por la que

ahora estábamos avanzando literalmente al ritmo del gatearde un niño de teta)

[59]Nuevamente, gran parte de esto procede del cuaderno

original en que se registraron estas impresiones. Soyconsciente de estar describiendo el camino de acceso desdela distancia pero atribuyéndole cualidades que solamente sehicieron evidentes a medida que nos íbamos acercandolentamente a él y cuando por fin llegamos. Una parte de estose debe a un recurso artístico de compresión; otra parte sedebe a que es prácticamente imposible tomar notas coherentescuando vas en un coche en marcha.

[60](escrita con un lápiz que ya hacía tiempo que se había

quedado sin punta, que es algo que detesto; debí de estarsometido a una presión / incentivo psíquico considerablepara estar dispuesto a escribir con un lápiz sin punta)

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[61]Nuevamente, lo de «detrás» es desde la perspectiva de la

carretera. Debido a que nos estábamos aproximando a la partetrasera del edificio principal, los mejores aparcamientoseran en realidad los que estaban «delante» del CRE, aunqueesa fachada delantera era la que no daba a la Self-Storage.

[62]Ídem.

[63]Ya no hablemos de la cuestión de la disfunción y el

abarrotamiento adicionales que causaban los peatones de losaparcamientos más alejados cuando intentaban abrirse pasopor el angosto arcén del camino junto a la fila interminablede coches que llenaba dicho camino, un problema que en granmedida tenía una solución tan simple como instalar una aceraque cruzara aquel césped inmaculado y alguna clase deentrada delantera (es decir, en lo que parecía ser la partede delante pero en realidad era la parte de atrás deledificio). En esencia, el esplendor señorial del césped delCRE era un testimonio de la idiotez y el caos con que sehabía planificado todo aquello.

[64]Tenía que serlo: no era ni de lejos lo bastante ancha

como para dar cabida al tráfico de sentido doble, por nomencionar el espacio adicional que ocupaban los peatones queintentaban ir / volver caminando desde / hasta sus vehículospor el arcén del camino.

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[65]Lo que yo no sabía entonces era que, como resultado de

ciertas reorganizaciones complejas que había introducido laRama de Control en relación con la implantación de «laIniciativa», el CRE del Medio Oeste había experimentado unasubida neta de más de trescientos nuevos empleados durantelos dos trimestres fiscales previos. Una teoría al respectoque circulaba entre los examinadores de a pie de losapartamentos de Angler’s Cove era que esto había contribuidoa destruir un equilibrio ya de por sí delicado en lasituación de los aparcamientos del CRE, exacerbado por lasobras de la Self-Storage y por la eliminación, por razonessupuestamente morales, del aparcamiento reservado paraaquellos empleados de la Agencia con rango superior al GS-11. Esto último había sido idea del señor Tate, el Directorde Personal del CRE, que había considerado que elaparcamiento reservado era un sistema elitista y perjudicialpara la moral del CRE. La tendencia que tenía el DP RichardTate a instituir políticas que generaban muchos másproblemas de los que solucionaban ya se había vuelto tanfamiliar que los pasapáginas la denominaban la «dick-tadura».

[66]Por entonces, yo no sabía nada de las hostilidades

burocráticas que existían entre la Agencia Tributaria y elestado de Illinois, y que se remontaban a la época de labreve introducción por parte del estado de un impuestoprogresivo sobre las ventas, y es que había sucedido que losaltos funcionarios del Triple Seis bajo la administraciónCarter se habían unido a otros comentaristas en las páginas

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de opinión de los principales periódicos financieros pararidiculizar y para insultar al «grupo de cerebros» que habíafraguado el plan fiscal del estado, causando una mala sangreque había continuado, en forma de muchos tipos de pequeñascomplicaciones mezquinas e incomodidades, durante toda ladécada de 1980.

[67]Dato cortesía del empleado de rango GS-9 Robert Atkins

(todo lo sabe, todo lo cuenta).

[68](Resultó que la fuente estaba rota y que estaban

esperando a que llegara una recóndita pieza hidráulica.)

[69]Desde 1978 se habían producido ciertos cambios y

modificaciones en los 1040, los detalles de los cuales yoiba a llegar a conocer demasiado bien en los meses porvenir.

[70]Nótese que cierta foto que ilustraba en detalle la unión

entre el costado con espejos del Anexo del CRE y la fachadadel edificio principal alrededor de 1985, y que yo habíaincluido especialmente bajo el nombre de Imagen 1 en lasmemorias originales, ha sido eliminada por el editor porrazones «legales» que (en mi opinión) no tienen ningúnsentido. Hiatus valde deflendus.

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[71]Algo que nosotros tuvimos que hacer porque varios

vehículos más habían aparcado en doble y hasta en triplefila por delante de nosotros, de manera que nos resultóimposible avanzar más, y el conductor se limitó a poner elcoche al ralentí y a girar el cuello con movimientosrígidos, sin quitar las manos del volante, mientras losempleados más experimentados de la Agencia empezaban asalir.

[72]Algunos de los integrantes masculinos de la multitud

tumultuosa de la zona de entrada iban en mangas de camisa, yun remolino de viento causado por el contraste entre lastemperaturas de dentro y de fuera de la sombra del edificiohizo que a algunos les volaran las corbatas, o bien porencima de los hombros (durante un par de segundos) o bienperpendicularmente al pecho como si fueran flechas, dando laimpresión de que se habían empalado con sus propiascorbatas, que es lo que explica el extraño hecho de que yohaya recordado este detalle del momento en que paró nuestrocoche.

[73]La representante de la División de Personal, la señorita

Neti-Neti, resultó ser, según me dijo ella misma, persa. Eraa ella a quien «Segundo Nudillo» Bob McKenzie y algunos delos demás miembros del grupo de examinadores de a pie deHindle habían bautizado como «la Crisis de Irán».

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[74]Había sido, de hecho, aquel compañero paquistaní de

apartamento quien, ya durante la semana de orientación paraalumnos de primer año, me había bautizado con el apodomalicioso que me seguiría durante los tres semestressiguientes, «el increíble hombre carbúnculo».

[75]En realidad había una tercera clase de personas en

materia de reacción, cuyas miradas se quedaban clavadas enmi cara con una especie de fascinación desnuda yhorrorizada. Solían ser personas que también teníanantecedentes de diversos tipos de problemas dermatológicosmoderados y por tanto sentían un interés por los casos másgraves que se imponía (el interés) a su tacto o inhibiciónnaturales. Había desconocidos que se me acercaban y seponían a explicarme sus problemas dermatológicos del pasadoo actuales, dando por sentado que a mí me tenían queimportar o interesar, y admito que eso me irritaba. Losniños, por cierto, no forman parte de esta categoría c),puesto que su mirada de interés es distinta, y en generalestán (los niños) exentos de toda la taxonomía dereacciones, ya que sus instintos sociales e inhibicionestodavía no están del todo desarrollados y es imposibletomarse sus reacciones y su falta de tacto como algopersonal. Es el caso del niño del autobús, aunque es obvioque él también tenía un problema repelente.

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[76]Tampoco se ofreció para llevarme ninguna de mis maletas,

pese al hecho de que la que yo llevaba con el mismo brazocon que me estaba sujetando el portafolios contra el costadono paraba de golpearme dolorosamente la misma rodilla que yallevaba el día entero golpeándome cada vez que tenía quecargar con mis maletas de un sitio a otro, mientras que laropa mojada del costado izquierdo hacía que me volvieran apicar salvajemente las costillas.

[77]Debido a la gran cantidad de nuevos empleados y empleados

recién transferidos que estaban llegando aquel día (porrazones que yo no entendería hasta pasado cierto tiempo),sin embargo, vale la pena observar que la oficina dePersonal del CRE habría hecho bien en establecer algúnsistema para que a los recién llegados se les permitiera irprimero a sus alojamientos, tener la posibilidad de dejar elequipaje y únicamente entonces ser conducidos al CRE para suingreso y orientación. Por difícil que pudiera ser lalogística de ese plan, lo contrario obligaba a una cantidadenorme de empleados del CRE a cargar con sus maletas allíadonde fueran durante su primer día en el CRE, y esoimplicaba cargarlas por ascensores y escaleras abarrotados,además de dejar montones de maletas sin vigilancia por losrincones de todas las salas donde se estaban celebrandosesiones de orientación y generando documentos de identidad.

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[78]Se trataba de mesas Calambre, un apodo propio de la rama

de Examen con el que llegué a tener mucha familiaridad,aunque jamás hablé con nadie que conociera el origen deltérmino «Calambre» o supiera si se trataba de un apodoepónimo, sardónico o qué.

[79]Para mí, el sacapuntas es muy importante. Me gusta una

clase muy concreta de lápiz muy afilado, y algunossacapuntas van mucho mejor que otros para obtener esa formaespecial, que pierde la punta y se estropea después deescribir un par de frases nada más, lo cual obliga adisponer de una gran cantidad de lápices afilados bienalineados siguiendo un orden especial de antigüedad,longitud restante, etcétera. La conclusión es que casi todoel mundo que yo conocía tenía pequeños rituales quedistraían como aquel, unos rituales cuyo mismo sentido, enel fondo, era que distraían.

[80]Esta sensación de desorganización personal, que por

supuesto es muy común, en mi caso venía intensificada por elhecho de que a mí me costaba muy poco analizar el carácterbásico y las motivaciones de los demás, sus puntos fuertes ydébiles, etcétera, mientras que todos mis intentos deanalizarme a mí mismo resultaban en un enredo de datos ytendencias contradictorios y desoladoramente complejos,imposibles de organizar o de usarlos para sacar conclusionesgenerales.

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[81]Me viene a la cabeza una observación hecha durante una de

las sesiones vespertinas de colegueo masculino en lahabitación de Chris Acquistipace, que era Líder de Cuadrillay uno de los pocos pasapáginas del CRE alojados en lasegunda planta del complejo de Angler’s Cove que se mostrabaamigable o incluso abierto de miras conmigo, pese a lacagada administrativa que inicialmente me había ascendidopor encima de los demás GS-9 de la planta. Fue o bienAcquistipace o Ed Shackleford, cuya ex mujer había sidoprofesora de instituto, quien comentó que lo que porentonces se estaba empezando a codificar en la enseñanzacomo «ansiedad ante el examen» tal vez fuera en realidad unaansiedad relacionada con los exámenes programados oestandarizados, donde resulta imposible permitirse todos loscambios de postura y distracciones que componen el 99,9 porciento del trabajo de oficina concentrado de la gente real.Confieso sinceramente que no recuerdo quién hizo laobservación; formaba parte de una discusión más amplia sobrelos examinadores más jóvenes y la televisión y la teoría deque América tenía cierto interés creado por mantener a lagente sobreestimulada y desacostumbrada al silencio y a laconcentración en un solo punto. En aras de la conveniencia,digamos que fue Shackleford. La observación de Shacklefordfue que el verdadero objeto de la terrible ansiedad conocidacomo «ansiedad ante el examen» podía muy bien ser el miedo ala quietud que se asocia con los exámenes académicos, alsilencio y la falta de tiempo para distraerse. Cuando no haydistracciones, o ni siquiera la posibilidad de distraerse,hay ciertos tipos de gente que sienten terror; y es este

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terror, y no tanto el examen en sí mismo, lo que le provocaansiedad a la gente.

[82]Una vez más, solamente más tarde me enteraría de que la

mayoría de los pasapáginas y trabajadores de servicioslogísticos del CRE se referían a todo el proceso deIngreso/Orientación como la «desorientación», otro chiste tontointerno. Por otro lado, ninguna autoridad del Centroesperaba que yo estuviera tan confuso y abrumado como loestaba de hecho a mi llegada, puesto que salió a la luz mástarde que la oficina de Personal me había confundido con unDavid Wallace que no tenía nada que ver conmigo, a saber, unexaminador de Inmersivos veterano y de élite procedente delCRE del Nordeste con sede en Filadelfia, que había sidoatraído hasta el 047 a través de un complejo sistema detraslados cruzados y artimañas burocráticas. Es decir, queno había un solo David Wallace, sino dos, cuyo empleo concontrato en el 047 empezaba aquella misma semana de mediadosde mayo. El problema informático que causó el error seexplica con detalle en el §38. No hace falta decir que todosestos datos no salieron a la luz hasta después de muchotiempo e incontables malentendidos y complejos embrollos.Esta fue la verdadera explicación de la efusividad y ladeferencia artificiales que me dedicó la señorita Neti-Neti:era en realidad el otro nombre, en términos ontológicos, eldel GS-13, el que figuraba en la pizarra especial que ellausaba como letrero, aunque no se puede decir que «DavidWallace» sea un nombre americano tan común como para quenadie pudiera esperar de forma razonable que yo postularainmediatamente que se había producido una grotesca confusión

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de nombres e identidades, sobre todo en medio de todas lasdemás confusiones e ineptitudes de la «desorientación».

(Nota: A modo de simple aparte autobiográfico, comentaréque el uso de mi segundo nombre en mi obra publicada tienesus orígenes en esta confusión y trauma de mi juventud, merefiero al trauma de que me amenazaran inicialmente conculparme de toda aquella metedura de pata, una amenaza que,pese a ser una memez mayúscula, se puede entender queresultara traumática para un novatillo de veinte años que yadesde siempre les tenía miedo a las burocracias y a lasviolaciones del llamado «código de honor», por engañoso ehipócrita que este fuera. Me pasé años después de aquelepisodio sufriendo ansiedades mórbidas sobre la existenciade Dios sabe cuántos David Wallace que corrían por ahí yhacían Dios sabe qué; y nunca jamás quise que me volvieran aconfundir profesionalmente ni a refundirme con ningún otroDavid Wallace. Además, una vez que ya te has establecido concierto nom de plume, más o menos ya se te queda, no importa loajeno o pretencioso que te resulte en tu vida cotidiana.)

[83]El nivel subterráneo, que había sido excavado y añadido

(generando unos gastos astronómicos) al edificio principalen 1974-1975, se denominaba Nivel 1, de manera que la plantabaja era técnicamente el Nivel 2, lo cual resultaba todavíamás confuso porque no se habían cambiado todos los letrerosprevios a la excavación y el anexo, y los letreros ydirectorios antiguos seguían identificando el nivelprincipal o planta baja como Nivel 1 y la planta de encimacomo el 2, y así sucesivamente, de manera que solamente sepodía extraer alguna ayuda en términos de orientación de

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aquellos directorios antiguos y mapas tipo «Usted Está Aquí»si uno sabía por adelantado que tenía que recalibrar todoslos números de los niveles añadiéndoles uno, lo cualconstituía otra idiotez institucional fácil de corregir queel señor Stecyk me agradeció que le señalara pero al mismotiempo se mostró avergonzado por no haberla visto ycorregido antes, y en esencia asumió plena responsabilidadpor ella, pese a que técnicamente fuera responsabilidad delseñor Lynn Hornbaker y de las oficinas de Plantas Físicashaber visto y enmendado los letreros hacía muchos años, locual explica en parte por qué el proceso de contratar yrequerir el diseño y composición nuevos de los letrerosresultó ser tan tenso y absurdamente complejo: mediante elrecurso de complicar y dificultar lo más posible el asuntode los letreros, el personal de Hornbaker estabacontribuyendo a disipar y dispersar su responsabilidad porel hecho de que los letreros no hubieran sido percibidos ycorregidos años atrás, de manera que para cuando la oficinadel Director del CRE se enteró del asunto, fue a través deuna nube de memorandos internos y copias tan complicada yopaca que nadie que no estuviera directamente involucradohabría prestado nada más que una atención vaga a losdetalles más generales de la metedura de pata.

[84]Aquellas puertas dobles eran de acero gris, que era el

color institucional global del Nivel 1: blanco deslumbrantey gris mate.

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[85](de estos CRE, el del Medio Oeste estaba situado en East

Saint Louis, a dos horas en dirección sudoeste)

[86](Para su información, el final de la primavera siempre

era una mala época en términos dermatológicos, duranteaquella época de mi vida; y los crudos fluorescentes delNivel 1 le daban un relieve despiadado a cada ampolla,cicatriz y lesión.)

[87]La información logística también es un añadido posterior,

hablando estrictamente. Durante aquel día, yo no les podríahaber dicho en qué parte del edificio estábamos en cadamomento; ni yo ni nadie.

[88]= Subdirector de Personal, que era el título oficial del

señor Stecyk. Mi contrato con la Agencia Tributaria, porcierto, no lo firmó ni el señor Stecyk ni el Director dePersonal Richard Tate, sino el señor DeWitt Glendenning Jr.,cuyos títulos bivalentes eran DCRE (Director del CentroRegional de Examen) y CARE (Comisionado Adjunto Regional deExamen), pero a quien casi todo el mundo llamaba simplemente«Dwitt».

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[89](Esta resultó ser la señora Marge van Hool, la ayudante y

brazo derecho del señor Stecyk, que tenía unos ojosprotuberantes y sin pestañas que no parpadeaban nunca, comolos de un reptil o un calamar, como los de una criaturacapaz de matarte y devorarte sin que su mirada protuberantey alienígena cambiara para nada, aunque la señora Van Hoolresultó ser la sal misma de la tierra, un ejemplo clásico decuán cierto es eso de que el aspecto de la mayoría de lagente no tiene nada que ver con sus cualidades humanasintrínsecas... una verdad a la que yo me aferraba en aquellaépoca de mi vida.)

[90](un intervalo durante el cual, a través de una serie de

perspectivas visuales fugaces, pude presenciar cómo laCrisis de Irán primero leía un libro de bolsillo y en unmomento posterior se ponía a trabajar en una manga de suchaqueta color azul llama de gas con alguna clase de pequeñoinstrumento portátil de costura; estaba claro que sutemperamento y/o su experiencia le facilitaban el hecho dehacer largas colas)

[91](es decir, que estaba nauseabundamente calentada por la

espalda y el trasero de un desconocido)

[92]No me enteraría hasta mucho más tarde de que el hijo de

la señora Sloper había sufrido quemaduras graves como- 841 -

resultado de un accidente con algún tipo de vehículo estandoen el ejército, y que el estado de mi piel la afectaba muchomás que a cualquier otra madre. Por entonces, lo único queyo sabía era que nos odiábamos mutuamente a simple vista,que es algo que está claro que le puede pasar a ciertagente.

[93]Como es habitual en la gente de veinte años, cuando yo

estaba en mi casa de Philo me pasaba la mitad del tiempodiscutiendo con varios miembros de mi familia sobre susideas políticas, mientras que cuando estaba lejos de casa amenudo me sorprendía a mí mismo albergando de formareflexiva esas mismas ideas de los padres, o por lo menossimpatizando con ellas. Supongo que lo único que queríadecir esto era que yo todavía no me había formado unaidentidad estable propia.

[94](cuyos talentos personales no incluían la perspicacia; y

no soy ni mucho menos el único miembro de la familia que haseñalado esto, créanme)

[95]Sí que oí, sin embargo, una conversación en la que

participaban dos o tal vez tres voces invisibles procedentesdel estrecho pasillo junto a cuya entrada estaba mi butaca,las voces de dos empleados del CRE que probablementeestuvieran haciendo cola para algo en aquel pasillo, y larecuerdo con detalle (la conversación) porque las lucesfluorescentes de la sala de espera eran de color blanco

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grisáceo y resultaban cegadoras y no proyectaban sombraalguna, eran de esa clase de luz que te da ganas desuicidarte, y yo era incapaz de imaginarme cómo debía de serpasar nueve horas al día bajo aquella clase de luz, demanera que me sentí emocionalmente predispuesto a destacaraquella conversación de todo el ruido ambiente general delas conversaciones de la sala, por mucho que no pudiera vera ninguna de las personas que estaban hablando, y llegué atranscribir partes enteras de la conversación a tiempo realcon una especie de taquigrafía personal en el interior de lacubierta de mi libro de psicología popular, a fin detrasladarlas luego al cuaderno (lo cual explica que ahorapueda reproducirlas con un grado de detalle tanpotencialmente sospechoso), a saber:

«—¿Y esa es la versión corta?»—Bueno, la cuestión es que la gente de Sistemas tiene su

creatividad. No puedes tratarlos a todos con el mismorasero.

»—¿Tiene su creatividad? ¿Qué quiere decir eso?»—El ahorro en costos iniciales de las luces

fluorescentes era obvio. Lo único que había que hacer eracomparar las facturas de la electricidad. Las lámparasfluorescentes en los Centros de Examen eran incuestionables.Pero Lehrl descubrió, por lo menos en La Junta, que cambiarlos fluorescentes empotrados por bancos de bombillasincandescentes y lámparas de mesa incrementaba laeficiencia.

»—No, lo único que los chicos de Sistemas descubrieronfue que el volumen de declaraciones aumentaba después decambiar los fluorescentes por lámparas.

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»—Que no. Lo que el equipo de Lehrl descubrió fue queaumentaba el volumen mensual de recibos netos de auditoríasen el CRE del Oeste, durante cada uno de los tres trimestresque siguieron a la instalación de bombillas incandescentes,y que al lado de la cuantía de ese aumento el costecombinado de la instalación y el aumento del costo mensualde la electricidad con las bombillas incandescentesresultaba casi insignificante, asumiendo que se amortizabael gasto único de sacar todos los fluorescentes y arreglarel techo.

»—Pero nunca demostraron que las lámparas incandescentestuvieran un vínculo causal directo con el aumento de losrecibos de las auditorías.

»—Pero ¿cómo se demuestra eso? Los balances de una regiónentera constan de miles de páginas distintas. Los recibosaumentados procedían de oficinas de distrito diseminadas portodo el Oeste. Hay demasiadas variables a tener en cuenta:no se puede demostrar una conexión única. Por eso senecesita creatividad. Los chicos de Lehrl sabían que habíauna correlación. Simplemente no pudieron conseguir que nadiedel Triple Seis la aceptara.

»—Esa es tu interpretación.»—Lo quieren todo cuantificado. Pero ¿cómo se cuantifica

la moral?».... Y esta transcripción hizo que el libro acabara siendo

un objeto valioso, en términos de reproducción, décadas mástarde. De manera que fue una pérdida de tiempo pero a la vezno lo fue, dependiendo de la perspectiva y el contexto.

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[96]El despacho del Director de Personal, mucho más grande,

estaba al final de uno de los pasillos radiales que salíande la sala de espera. Tal como descubrí más tarde, el señorTate, igual que muchos cargos superiores de laadministración, prefería trabajar donde nadie lo viera, ycasi nunca interactuaba con nadie que estuviera por debajodel rango GS-15.

[97]Más tarde me enteré de que aquellos dos eran

«mierdifantes», término que aludía a los empleados derefuerzo temporales o de nivel bajo de la Agencia Tributariacuya tarea consistía principalmente en introducir datos enlos sistemas informáticos del CRE o bien en extraerlos.Muchos de ellos eran alumnos o bien de la escuelauniversitaria de primer ciclo local o bien del PeoriaCollege of Business, que no era precisamente ningunauniversidad de élite. Igual que muchos grupos marginales ode casta inferior, los mierdifantes eran un grupo muycerrado y exclusivo, por mucho que a algunos los pusieran ahacer de «chico del carrito» y como resultado de ellosolieran conocer e intercambiar saludos con muchos de lospasapáginas e inmersivos de nivel más alto, cuyossuministros y materiales de examen ellos (los mierdifantes,digo) tenían que acarrear de un lado para otro en unoscarritos enormes organizados en niveles separados y cajonesy bandejas que se podían expandir como si fueran lasbandejas de compartimentos de una enorme caja de aparejos depesca, de tal manera que los carritos se convertían enversiones enormes y complejas tipo dibujo de Rube Goldberg

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de los carritos normales de supermercado o de reparto delcorreo, y algunos de ellos (me refiero a los carritos)hacían un estruendo tremendo cuando los empujabas, por culpade todas las partes móviles y los distintos niveles ycompartimentos que tenían dispuestos de cualquier manera.

[98](esto significa que el primer chico no dijo nada)

[99]O, para ser más precisos, una persona que yo di por

sentado que era un hombre... Desde donde yo estaba, o sea,básicamente desde detrás de la persona agachada, aquellapersona masculina / femenina resultó que llevaba unachaqueta de traje cuyas hombreras, por aquella época, eranunisex.

[100](vuelve a ser conjetura mía)

[101]En la práctica, aquella gente estaba haciendo una especie

de cola preliminar solamente para acceder después a lascolas de los tres pasillos y ver a diversos funcionarios dePersonal de rango medio como la señora Van Hool, que enaquel preciso instante (extrapolando hacia atrás desde lareaparición inminente de la señorita Neti-Neti con suimpreso 706-IC firmado) le estaba transmitiendo a esta unaserie firme y decisiva de instrucciones sobre qué había quehacer con el valioso y veterano especialista de alto nivel

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en Exámenes Inmersivos que ellas creían que yo era. (Nota:Aquel otro examinador, transferido desde el CRE del Nordestede Filadelfia, no solamente se llamaba David Wallace sinoque su llegada estaba programada para el día siguiente, yera a él a quien habían encargado a la Crisis de Irán quefuera a esperar y que acompañara en persona, el problema eraque los sistemas informáticos de Personal habían llevado acabo una refundición errónea que se explica en el §38, y enla práctica habían fusionado conmigo a aquel segundo DavidWallace que llegaba más tarde, lo cual explicaba tanto elerror de identidades como el error de fechas... y no hacefalta decir que todo esto es un dato post facto que porentonces yo no tenía manera alguna de conocer ni deadivinar, puesto que «David Wallace», pese a que no es elnombre más raro de Estados Unidos, tampoco es tan habitual.Aquel 15 de mayo —fecha en la que el otro David Wallace,mayor y más «valioso», estaba vaciando las bandejas de sumesa Calambre y ayudando a un chico del carritoexperimentado a reunir y organizar sus expedientes ydocumentos de apoyo para distribuirlos entre los demásmiembros de su Equipo de Inmersivos a modo de preparaciónpara su transferencia y su vuelo del día siguiente— tampocosabía yo, bueno, ni yo ni nadie más, obviamente, que cuandoal día siguiente aquel empleado veterano recién transferidollegara a la hora de su cita y tratara de darse de alta enla Oficina de Ingresos para empleados con rango GS-13 delvestíbulo del CRE del Medio Oeste, no podría hacerlo, nopodría darse de alta y obtener permiso para seguir hasta lacola y obtener su nueva credencial del CRE, porque como esobvio en la Oficina de Ingresos para GS-13 ya figuraría comoingresado y poseedor de un nuevo documento de identidad,puesto que aquella credencial y aquel número de

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identificación de GS-13 (que pertenecían al otro DavidWallace; los había recibido hacía doce años) ya me loshabían emitido en Peoria a mí, el autor y «verdadero» (paramí) David Wallace, que obviamente no estaba en situación deentender ni de explicar (más tarde) que todo aquel episodioera una cagada administrativa y no un intento intencionadode suplantar a nadie ni de hacerme pasar por un empleado derango GS-13 de la Agencia Tributaria con más de doce años asus espaldas de servicio dedicado a un trabajo cuyadificultad y complejidad arcana yo iba a empezar a descubriren breve. En cualquier caso, aquella metedura de pataterminaría explicando no solamente mi efusiva bienvenida ymi rango y salario funcionarial erróneamente elevados (queno fingiré que no me sorprendieron agradablemente, aunquecomo es natural también me desconcertaron), sino también, enparte, el interludio extraño y —para mí— carente en granmedida de precedentes que tuvo lugar en el cuarto decontadores a oscuras anexo a uno de los pasillos radialesque salían del pasillo central del Nivel 1 en compañía de laseñorita Neti-Neti, poco después de que esta me hicierapasar al frente de la cola de documentos de identidad paraque me hicieran una credencial nueva, durante el cual(durante el incidente del cuarto de contadores, digo) ellame empujó contra un grupo caliente de cajas de circuitos yme administró lo que, de acuerdo con el antiguo presidenteW.J. Clinton, no se podía considerar propiamente «sexo»,pero que para mí fue de lejos lo más sexual que me habíapasado o que me iba a pasar hasta casi 1989, y todo estoacabó sucediendo debido tanto a la incapacidad del ordenadorde Personal para distinguir internamente entre dos DavidWallace distintos como a la orden que al parecer le dio laseñora Van Hool a la señorita Neti-Neti de que «me» tratara

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(es decir, no a mí, sino al GS-13 al que habían reclutadopor todo lo grande y habían conseguido transferir desde elMódulo de Inmersivos de élite del CRE del Nordeste) «congran cortesía», lo cual resultó que era un término muycargado de connotaciones psicológicas para Chahla Neti-Neti,que había madurado económicamente en la cultura sibaritapero plagada de eufemismos y de etiqueta del Irán previo ala revolución (de esto solamente me enteré más tarde, claro)y que, igual que otras muchas jóvenes núbiles iraníesprovistas de contactos familiares con el gobierno existente,básicamente se había visto obligada a «comerciar» o«canjear» actividades sexuales con funcionarios de altorango a fin de poder salir de Irán, tanto ella como otrosdos o tres miembros de su familia, durante el periodo detensiones en que el derrocamiento del régimen del sha seveía venir cada vez más claramente, de manera que para ella«tratar con gran cortesía» se tradujo en una ronda defelación veloz y casi digna de un pájaro carpintero, que alparecer era el método preferido para complacer a losfuncionarios del gobierno de quienes uno quería un favorpero cuya cara uno no quería o no soportaba mirar. Pese atodo, fue un episodio realmente excitante, aunque —porrazones obvias— extremadamente breve, y también ayuda aexplicar por qué pasó tanto rato antes de que yo me dieracuenta de que me había dejado una de mis maletas en el suelode la sala de espera de las oficinas de Personal... Todaesta información también explicaría más adelante elsobrenombre de «la Crisis de Irán» que tenía la señoritaChahla Neti-Neti, los contornos de cuyos pechos contra lapana húmeda de mis muslos siguen siendo uno de los recuerdossensoriales más nítidos de toda aquella cagada múltiple que

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fueron mis primeros días en calidad de examinador inmersivode la Agencia Tributaria.

[102](lo cual contribuyó también a provocar la confusión de

género...)

[103](una mujer judía)

[104]Las cuotas de producción son una realidad en la Agencia.

Esto no es difícil de entender. Debido a las numerosas yrepetidas declaraciones públicas en sentido contrariorealizadas por altos funcionarios del Triple Seis, sinembargo, se requiere que dichas cuotas internas se guarden yse registren en código. Al mismo tiempo, los administradoresconsideran el conocimiento de dichas cuotas un valiosoincentivo de cara a los resultados, razón por la cual laRama de Control ordena y autoriza unos códigos internos quea la mayoría de los auditores les resultan risiblementefamiliares. El código Charleston, donde la C representa elnúmero 0, la H representa el 1 y así sucesivamente hasta laN que representa el 9, hoy día lo emplean sobre todovendedores al detalle que usan un sistema de inventarioperpetuo que debe incluir el coste nominal de los bienesvendidos en todos los registros de transacciones. De maneraque la etiqueta del precio de venta al público en unsupermercado IGA rural, por ejemplo, incluirá al mismotiempo el precio de venta al público en dígitos y el costede los bienes vendidos o el precio de unidad distribuida en

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código Charleston, a menudo en el borde inferior de laetiqueta. Por tanto, cualquiera que esté familiarizado conel código puede determinar a partir de un precio de venta alpúblico, por ejemplo, de 1,49$, y de una inscripcióndiminuta que diga «TE» debajo, que el margen de ganancia porunidad en este caso es casi del cien por cien, y que elsupermercado IGA del que es cliente o bien se dedica aextorsionar o bien tiene unos gastos indirectos de venta alpúblico extraordinarios, posiblemente por culpa de deudasmal apalancadas, un problema habitual en la gestión de lascadenas de supermercados del Medio Oeste. Por otro lado, unaventaja del código Charleston es que inflar el Costo de losBienes Vendidos de su Tabla A es una de las formas máseficaces y habituales que tienen las franquicias de venta aldetalle de amañar su línea 33, sobre todo si la tienda usaun tipo de código para el CBV y el distribuidor otro tipodistinto para sus cuentas por cobrar, y la mayoría de losdistribuidores usan un código octal mucho más sofisticado.Es por esto que hay tantas auditorías a empresas grandes quese coordinan para revisar de forma simultánea los distintosniveles de la cadena de suministros. Esas auditoríascoordinadas se llevan a cabo en la Sede Regional, a menudocontando también con examinadores de rango GS-13especialmente elegidos y procedentes del Centro Regional deExamen; a nivel de Distrito no realizamos esa clase deauditorías.

[105](me di cuenta de que llevaba uno de los puños elásticos

de su pichi de gamuza amarilla empapado de saliva y de queeste se veía, a lo largo de varios centímetros por elantebrazo del bebé, más oscuro que el otro puño, algo que el

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bebé pasaba por alto y que yo ciertamente no mencioné nitampoco preví hacer nada al respecto)

[106]Debido al enorme y más o menos ininterrumpido volumen de

datos que procesaba la Agencia Tributaria, sus sistemasinformáticos se habían construido a la carrera, y se habíantenido que mantener y actualizar de la misma manera. Lasituación era comparable a hacer mantenimiento de unaautopista cuyo elevado volumen de tráfico requiere y almismo tiempo obstaculiza las tareas sustanciales demantenimiento (es decir, que no se puede cerrar simplementela carretera para arreglarlo todo de una vez; resultaríaimposible desviar todo ese tráfico). Visto a posteriori,habría resultado en última instancia más barato y eficientecerrar la Agencia entera durante un breve periodo ytransferirlo todo a un sistema moderno, recién instalado ybasado en discos, a escala nacional. Por aquella época, sinembargo, algo así resultaba inimaginable, sobre todo a laluz del espectacular desastre de 1982 del CRE de Rome, NuevaYork, acontecido como resultado de la presión del trabajoatrasado acumulado. Muchas de las correcciones yactualizaciones que se realizaban eran meramente temporalesy parciales y, vistas a posteriori, tremendamenteineficaces, como por ejemplo intentar aumentar la capacidadde procesamiento alterando un equipo anticuado para queaceptara unas tarjetas perforadas informáticas ligeramentemenos anticuadas (además, las tarjetas Powers tenían losagujeros redondos en lugar de los antiguos agujeroscuadrados de las Hollerith, lo cual requería que se hicierantoda clase de alteraciones violentas en el equipamientoFornix, que ya era viejo y frágil de por sí).

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[107]Lo que a un profano le podría parecer que era el problema

obvio causado por aquella corrección —es decir, la pérdidade la capacidad del sistema para reconocer y clasificar lasdegradaciones en la Agencia Tributaria— no suponía de hechoun gran problema, en comparación, para la División dePersonal. Lo cierto es que menos del 0,002 por ciento deempleados de la Agencia Tributaria sufrían degradaciones derango, gracias en gran parte a los poderes de negociacióncolectiva del Sindicato Nacional de Empleados del TesoroPúblico. En la práctica, las condiciones y obstáculos enmateria de procedimiento que se requerían para ladegradación se fueron reforzando gradualmente hasta volversecasi tan rigurosos como los que se requerían para el despidoprocedente... aunque esto es en gran medida un problemasecundario, que solamente menciono para prevenir posiblesconfusiones por parte del lector.

[108](que, repito, en realidad era la planta baja del edificio

principal)

[109]Probablemente valga la pena señalar dos problemas

técnicos adicionales o debilidades del sistema o lo quefueran que contribuyeron a la cagada y a mi asignaciónerrónea inicial en el Centro 047. El primer problema fueque, debido a las limitaciones impuestas por lareconfiguración de ciertos programas fundamentales paraaceptar tarjetas Powers de noventa columnas con los agujeros

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redondos, en las etiquetas de los expedientes del sistemainformático de Personal solamente cabía la inicial delsegundo nombre de los empleados, que en el caso de DavidFrancis Wallace, el empleado transferido entrante de altovalor procedente de Filadelfia, no bastaba para distinguirloen el sistema de David Foster Wallace, el empleadocontratado entrante de escaso valor. El segundo problema,mucho más grave, fue que los números originales de laSeguridad Social de los empleados (es decir, los números deciviles que te asignan cuando eres niño) siempre sonborrados y reemplazados en todo el sistema por los nuevosnúmeros de la Seguridad Social emitidos por la AgenciaTributaria que también sirven como documentos de identidadde la Agencia. Los números de la Seguridad Social originalesde los empleados se «almacenan» únicamente en su solicitudde empleo original; dichas solicitudes siempre se copian enforma de microficha y se almacenan en el Centro Nacional deRegistros, un CNR que en 1981 se encontraba disperso por unadocena de anexos regionales distintos y complejos dealmacenes y que estaba notoriamente mal gestionado ydesorganizado y del que era muy difícil extraer documentosconcretos a tiempo para nada. Además, en las etiquetas delos expedientes de los sistemas de Personal solamente cabíauno de los números de la Seguridad Social, y ese iba a serobviamente el nuevo número empezado por 9 que funciona comotu número de identificación de la Agencia. Y como el número975-04-2012 que se le había expedido al nuevo David F.Wallace de valor nimio durante su Ingreso Acelerado era elmismo identificativo de la Agencia 975-04-2012 del David F.Wallace mayor y más valioso de rango GS-13, los dosempleados se convirtieron, por lo que respectaba a lossistemas informáticos de la Agencia, en la misma persona.

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[110]Visto de forma retrospectiva, ahora está claro que hubo

un tercer y todavía más grave problema del sistema, que fueque, antes de 1987, los sistemas informáticos de la Agenciaestaban organizados alrededor de lo que ahora se conoce comomodelo en «Rueda Defectuosa» de integración en red. Aquívuelven a surgir un montón de ideas crípticas yexplicaciones, la mayoría de ellas no solamente relacionadascon la situación detallada más arriba de intentar hacermantenimiento de una autopista mientras se permite a lagente usarla, sino también con la naturaleza pocosistemática y cutre de unos sistemas cuyo mantenimientodependía de los presupuestos anuales asignados a la RamaTécnica, que por una serie de razones burocráticas /políticas fluctuaban tremendamente de un año a otro; elmeollo de lo de la Rueda Defectuosa, sin embargo, era que laconfiguración de la red informática de la Rama Técnica amediados de los años ochenta se parecía a una rueda con cubopero sin llanta. En términos de interfaz informática, todotenía que pasar por el CIN de Martinsburg. Una transferenciade datos desde el Centro Regional de Examen del Medio Oeste,situado en Peoria, hasta la Sede Central de la Región delMedio Oeste, situada en Joliet, por ejemplo, implicaba enrealidad dos transferencias de datos distintas, la primerade Peoria a Martinsburg y la segunda de Martinsburg aJoliet. Los módems y las líneas especiales de Martinsburgeran (para la época) eficientes y altas en baudios, pero amenudo seguía habiendo un desfase en el «tiempo de envíos»,un eufemismo idiota que en realidad aludía al hecho de quelos datos entrantes se quedaban allí sin hacer nada en losnúcleos magnéticos de las unidades centrales Fornix de

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Martinsburg hasta que les llegaba su turno en la cola de losenvíos. Lo cual quería decir que siempre había retrasos. Ypor razones comprensibles, la cola siempre era más larga yel retraso peor en las semanas posteriores a la llegada dela oleada de declaraciones de la renta individuales del 15de abril. De haber existido algo parecido a las redeslaterales en el sistema de la Agencia Tributaria —es decir,si los ordenadores de Personal / Sistemas del CRE del MedioOeste hubieran podido establecer un interfaz directo con sushomónimas de Personal/Sistemas del CRE del Nordeste deFiladelfia, todo el jaleo con David F. Wallace se podríahaber resuelto (y las acusaciones injustas se habríanevitado) mucho más deprisa. (Por no mencionar el hecho deque todo el modelo de la rueda sin llanta discrepaba con ladescentralización de la Agencia que se había anunciado abombo y platillo después del informe de la Comisión King de1952, poco de lo cual es relevante aquí salvo por el hechode que se suma a toda la idiotez estilo Rube Goldberg detodo el tinglado.)

[111](Estos eran los datos publicados más recientes que había

disponibles, y la Agencia tenía que basarse exclusivamenteen datos publicados porque el nuevo sistema UNIVAC delDepartamento de Comercio de Estados Unidos era incompatiblecon el hardware Fornix más antiguo que se seguía usando enMartinsburg.)

[112](Ahora probablemente entiendan ustedes por qué a veces es

necesario este ocasional añadido apositivo del «autor»;

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resultó que había dos David Wallace distintos destinados alCRE del Medio Oeste, y adivinen ustedes cuál de los dos fueel único que terminó siendo acusado de suplantación deidentidad.)

[113]Adquisición Remota de Información.

[114]Intromisión Espontánea de Datos.

[115]Meredith Rand no se vuelve menos guapa ni hermosa cuando

está hablando con alguien sobre hacerse cortes rituales oser mandada al Centro Zeller. Pero sí que parecerepentinamente mayor o más demacrada. Se puede no solamenteimaginar sino también ver el aspecto que tendrá su cara alos cuarenta años; que al fin y al cabo, como se sabe,solamente será una forma de belleza distinta, menos recibiday más severa o «ganada», en la que los defectos emergentes ylas arrugas no estropearán sus hermosos rasgos sino que losenmarcarán, mostrarán las costuras de una cara que se hahecho y no solamente ha sido estampada al azar. La luz rojade las llamas falsas de las paredes hace que a Meredith Randle brillen un poco la nariz y la barbilla ligeramentehendida.

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