Ensayo - La militarización del Espacio. Un desafío a la seguridad internacional y un reto para el...

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LA MILITARIZACIÓN DEL ESPACIO Un desafío a la seguridad internacional y un reto para el Derecho Internacional GRADO EN RELACIONES INTERNACIONALES Seguridad y Relaciones Internacionales Grupo 3.2 Madrid, 30 de junio de 2013 Dirigido a: David Javier García Cantalapiedra Autor: Julio Rivera Alejo UNIVERSIDAD COMPLUTENSE DE MADRID Facultad de Ciencias Políticas y Sociología

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LA MILITARIZACIÓN

DEL ESPACIO Un desafío a la seguridad internacional y un

reto para el Derecho Internacional

GRADO EN RELACIONES INTERNACIONALES

Seguridad y Relaciones Internacionales

Grupo 3.2

Madrid, 30 de junio de 2013

Dirigido a: David Javier García Cantalapiedra

Autor: Julio Rivera Alejo

UNIVERSIDAD

COMPLUTENSE

DE MADRID

Facultad de Ciencias

Políticas y Sociología

I�NDICE

I. INTRODUCCIÓN ......................................................................................................... 1

II. EL ESPACIO, LA ÚLTIMA FRONTERA .................................................................. 1

Estados Unidos y la militarización del espacio ........................................................ 3

Otras potencias frente a la militarización del espacio .............................................. 9

III. LA MILITARIZACIÓN DEL ESPACIO:

UNA AMENAZA A LA SEGURIDAD INTERNACIONAL........................................ 12

IV. EL DERECHO INTERNACIONAL:

¿QUÉ HA DICHO Y QUÉ TIENE QUE DECIR? ......................................................... 13

V. CONCLUSIONES ...................................................................................................... 18

VI. BIBLIOGRAFÍA ....................................................................................................... 20

1

INTRODUCCIO� N

El trabajo que se presenta a continuación tiene por objeto analizar la cuestión de la

militarización del espacio y cómo ésta afecta a la seguridad global así como la respuesta

que el Derecho Internacional habría venido dando.

Para ello, en primer lugar atendemos a la evolución progresiva de la militarización

del espacio desde el inicio de la carrera espacial durante la Guerra Fría hasta nuestros

días. Aquí examinamos en mayor profundidad la actividad espacial de los Estados

Unidos en tanto la primera superpotencia militar, atendiendo al desarrollo de los

diferentes sistemas de armas y tecnologías espaciales así como a las diferentes doctrinas

adoptadas en relación a la política espacial. Pero más allá de Estados Unidos,

estudiamos también la actuación de otras potencias en relación a la militarización del

espacio, prestando especial atención a China. A continuación, realizamos un análisis de

las consecuencias derivadas de la militarización del espacio en el ámbito de la seguridad

internacional y cómo la primera se constituye en una amenaza para la segunda.

Finalmente, atendemos a la evolución del Derecho Internacional desde sus inicios hasta

la actualidad en sus esfuerzos por limitar y controlar el uso militar del espacio.

II. EL ESPACIO, LA U� LTIMA FRONTERA

Sin duda, la célebre frase de la famosa saga de ciencia ficción Star Trek se ajusta al

tema que nos ocupa. El campo de lo militar ha superado los tradicionales espacios de

tierra, mar y aire, y en la actualidad – fruto de la Revolución en los Asuntos Militares

(RMA, en sus siglas en inglés) – se ha extendido al ámbito de la tecnología informática,

las redes de información y los sistemas espaciales. El espacio1 aparece de este modo

como la última frontera traspasada por lo militar y se esboza como un nuevo escenario

para la guerra. En este sentido, realmente ilustrativa es la declaración realizada por el

teniente general estadounidense C. Henry ya por los años ochenta: “El espacio no es una

misión, es un lugar. Es un teatro de operaciones, y ya es hora de que lo tratemos como

lo que es” (citado en Gutiérrez Espada, 2006: 91-92).

1 Nos referimos al “espacio ultraterrestre o extra-atmosférico”, si bien a lo largo de este trabajo para

simplificar hablaremos sencillamente de “espacio”.

2

Así pues, en tanto teatro de operaciones, parece lógico pensar en el espacio como

un lugar donde se desarrollan actividades militares. Y de hecho, la utilización militar del

espacio acontece ya desde los inicios de la carrera espacial, lo que tiene sentido si

consideramos que ésta se desarrolla en el contexto de la Guerra Fría. De este modo, ya

en los años 60 el espacio se constituye de facto en una extensión del teatro de

operaciones tradicional que las dos superpotencias – Estados Unidos y la Unión

Soviética – van a emplear y que se convertiría en un instrumento esencial de equilibrio

estratégico.

De este modo, y a pesar de la regulación internacional existente al respecto – que

estudiaremos en detalle más adelante –, se va a producir una progresiva pero evidente

militarización del espacio que llega hasta nuestros días, si bien más “pasiva” que

“activa”. Así, durante los primeros años de la carrera espacial, la Unión Soviética

realizaría ensayos con un sistema de armas “cuasi-espacial”, el FOBS (Sistema de

Bombardeo Fraccional Orbital, en sus siglas en inglés). Este sistema implicaba un misil

tierra-aire ICBM (Misil Balístico Intercontinental, en sus siglas en inglés) que

alcanzaría su objetivo en tierra empleando una trayectoria indirecta de tal modo que

podría evitar los sistemas de alerta temprana. Sin embargo, el hecho de que no

completara una órbita completa alrededor del planeta – daba una fracción de orbita (lo

que lo convertía en un arma “cuasi-espacial” – lo hacía menos preciso y potente que los

tradicionales ICBM tradicionales, por lo que poco a poco el proyecto cayó en saco roto.

No obstante, a esta primera aproximación a las armas espaciales la seguiría el desarrollo

de Sistemas de armas Anti-Satélite (ASAT, en sus siglas en inglés), que implicaban

sistemas de misiles de corto y medio alcance – como los Nike-Zeus, los Thor o el

Sentinel (García Cantalapiedra, 2008b: 219) – para la interceptación de satélites en

órbitas bajas. Asimismo, se comienza a investigar en nuevas tecnologías (LASER y

MASER) que permitieran utilizar “energía directa” tanto contra satélites como contra

misiles. Sin embargo, tanto en Estados Unidos como en la Unión Soviética, estos

primeros proyectos espaciales o bien se abandonaron o bien quedaron aparcados en un

segundo plano (Sebesta, 2010: 28-30).

Sea como sea, más allá de estos primeros pasos hacia el desarrollo de armas

espaciales, lo que es reseñable de estos primeros años es que la explotación del espacio

y el desarrollo de la tecnología satelital se convertiría en un elemento estabilizador de la

Guerra Fría como ya adelantábamos. En este sentido, la información proporcionada por

3

los satélites acerca de los movimientos del adversario así como la mejora de la precisión

para alcanzar objetivos enemigos que estos traerían permitió una estrategia de disuasión

nuclear más creíble y el desarrollo de la doctrina de Destrucción Mutua Asegurada

(MAD, en sus siglas en inglés). Asimismo, los satélites fueron claves para poner fin a la

carrera de armamentos al facilitar el acuerdo de limitación de armas estratégicas SALT-

I firmado en 1972 entre la Unión Soviética y Estados Unidos, ya que permitían un

sistema de verificación sin necesidad de recurrir a inspecciones terrestres a las que la

Unión Soviética se oponía tajantemente (Sebesta, 2010: 31). 2

Estados Unidos y la militarización del espacio

A finales de los 70, con Donald Rumsfeld como secretario de defensa de la

Administración Ford, se plantea la posibilidad de dejar a un lado la doctrina MAD para

buscar la invulnerabilidad del territorio ante un ataque nuclear y por tanto la

superioridad militar. En este sentido, el control del espacio se va a considerar un aspecto

clave para lograr la superioridad militar. Y será ya iniciados los 80 con la llegada al

poder de la Administración Reagan cuando culmine esta idea con la presentación de la

Iniciativa de Defensa Estratégica (SDI, en sus siglas en inglés), conocida popularmente

como “Guerra de las Galaxias”. La SDI suponía el establecimiento de un escudo

espacial que permitiese la localización y destrucción de misiles enemigos tanto durante

su fase de lanzamiento como durante la fase de vuelo buscando proteger a los Estados

Unidos de un potencial ataque nuclear soviético. La SDI era un ambicioso sistema

defensivo integrado tierra-espacio que consistía en plataformas terrestres de misiles de

alcance ampliado, sistemas de guiado y armas láser junto a interceptores, sensores y

sistemas de vigilancia satelital situados en el espacio (Blinder, 2011). La cuestión es que

este proyecto rompía con la estabilidad estratégica imperante hasta el momento en tanto

la nueva administración adoptaba una nueva política estratégica de “Paz a través de la

Fuerza” basada en la superioridad militar espacial (García Cantalapiedra, 2008a: 2-3).

2 Esta doctrina se basaba en la imposibilidad de lograr la victoria en un conflicto nuclear siendo que de

darse este acabaría en la completa e irreversible aniquilación de las partes contendientes (tanto atacante como defensor), lo que las disuadiría de utilizar un first strike. Los SALT-I supusieron la firma del Tratado sobre Misiles Anti-Balísticos (ABM, en sus siglas en inglés), por el que se limitaban los misiles ICBM y las partes renunciaban a buscar la superioridad la una respecto de la otra, y por tanto la invulnerabilidad. Esto suponía el equilibrio estratégico.

4

Sin embargo, si bien la SDI finalmente no llegaría a ver la luz, supuso no obstante

un impulso a la inversión hacia la investigación y el desarrollo de la tecnología espacial.

Esto está en consonancia con la aparición de la RAM durante la década de los 80, que

supuso el predominio en el plano militar estratégico de las funciones de Mando,

Control, Comunicaciones, Computadoras (por sus siglas en inglés, C4) y de

Inteligencia, Vigilancia y Reconocimiento (por sus siglas en inglés, ISR) (García

Cantalapiedra, 2008a: 3). Y a este respecto, hay que señalar que las funciones C4/ISR se

basaban esencialmente en sistemas espaciales, y en concreto, en medios satelitales.

De este modo, el dominio del espacio se convertía en un elemento clave en el

desarrollo de las nuevas guerras en tanto instrumento de apoyo a las fuerzas armadas y

para el control del territorio. Se va a dar en los años subsiguientes un gran desarrollo de

la tecnología satelital en busca de una mayor precisión y cobertura así como una

continuidad y mayor fiabilidad de la información. Así, los satélites ópticos van a dar

paso a los infrarrojos y estos a los de radar, y del mismo modo estos satélites van a dejar

de usar cámaras analógicas para usar cámaras digitales. Fruto de este desarrollo

tecnológico satelital va a ser la Inteligencia de Señales (SIGINT, en sus siglas en

inglés), basada en la localización y control de los sistemas de telecomunicaciones y de

radar para realizar escuchas de la información transmitida a través de estos canales

(Sebesta, 2010: 33-34).

La SDI de Reagan se transformaría con la Administración de George H. W. Bush

en la menos ambiciosa GPALS (por sus siglas en inglés, Protección Global Contra un

Ataque Limitado), un sistema de defensa antimisiles de teatro que suponía tan sólo la

primera fase de la SDI. Ya con el fin de la Guerra Fría y la Administración Clinton en la

Casa Blanca, en 1996 la SDI desaparece formalmente y se adopta un nuevo enfoque en

relación al control del espacio, renunciando a desplegar armas en éste. No obstante, se

va a considerar que la libertad de acción en el espacio de los Estados Unidos es

fundamental para garantizar sus intereses nacionales, por lo que se reserva el derecho de

denegar esa libertad de acción en el espacio a cualquier adversario que amenace sus

intereses. Así pues, la Presidencia Clinton aparca en parte la militarización del espacio y

en su lugar pondrá en marcha el proyecto de Defensa Nacional Antimisiles (NMD, en

sus siglas en inglés), sistema defensivo contra misiles balísticos intercontinentales cuyo

objetivo se desplaza en el nuevo contexto post-guerra fría de los soviéticos a los

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llamados Estados canalla (rogué states) (Sebesta, 2010: 37; Gutiérrez Espada, 2006: 94;

García Cantalapiedra, 2008b: 219).

La llegada a la Casa Blanca de George W. Bush en 2001 va a suponer una nueva

política espacial que implicaría como veremos una clara militarización activa del

espacio. La nueva Administración Bush va a acometer la retirada de los Estados Unidos

del Tratado ABM con objeto de implementar el desarrollo de la NMD, ya que el

despliegue de misiles interceptores sobre plataformas terrestres móviles, marítimas y

aéreas que ésta implicaba entraba en contradicción con el tratado. Ahora bien, la

retirada del Tratado ABM suponía asimismo para los Estados Unidos liberarse de los

obstáculos a la militarización del espacio, ya que éste prohibía el despliegue de misiles

con base en el espacio (Gutiérrez Espada, 2006: 94-95).

Lo destacable de la nueva Política Nacional del Espacio (NSP, en sus siglas en

inglés) de 2006 de la Administración Bush no es que modifique sustancialmente la

establecida en 1996 por Clinton – que ya contemplaba el uso militar del espacio –, sino

que tiene lugar en contexto diferente. En términos políticos, los miembros del ejecutivo

están más abiertos a la idea de las armas espaciales y la militarización del espacio,

recordemos que el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld ya planteaba esto en los 70

con la Administración Ford. Por otro lado, hay que destacar desde una perspectiva del

ámbito militar que los Estados Unidos habrían desarrollado en la última década una

clara dependencia de sus sistemas espaciales, y en concreto de los satelitales. Si en 1991

durante la Primera Guerra del Golfo apenas el 8% de las bombas empleadas utilizaban

un sistema de guiado por láser, ya en la Guerra de Kosovo aumenta considerablemente

ese porcentaje así como se emplean nuevas armas de precisión que empleaban GPS (por

sus siglas en inglés, Sistema de Posicionamiento Global), y en 2001 y 2002 el 60% de

las bombas lanzadas en Afganistán utilizaban estos sistemas, siendo aún mayor en la

Guerra de Irak de 2003. Asimismo, los sistemas espaciales han hecho que posible

aviones no tripulados (UAV, en sus siglas en inglés) de reconocimiento y vigilancia se

desplieguen en el teatro de operaciones mientras son dirigidos desde el centro de las

Fuerzas Aéreas en Nevada, Estados Unidos (Sebesta, 2010: 35-36). Queda pues patente

la dependencia militar – si bien también civil – de los sistemas espaciales. Finalmente, a

este contexto político y militar hay que añadir el avance en la capacidad para el

desarrollo y operación de satélites y otras tecnologías espaciales, que no está en manos

únicamente de los Estados Unidos y se ha ampliado a otras potencias (Gutiérrez Espada,

6

2006: 95-97). En definitiva, el avance tecnológico ha hecho posible una militarización

plena – tanto defensiva como ofensiva – del espacio, lo que hace unos pocos años aún

no era posible. De este modo, el grado de desarrollo tecnológico ya no es un

impedimento, y la militarización efectiva del espacio es más bien una cuestión de

voluntad política.

Ante este contexto, la NSP de Bush planteaba claramente un rearme espacial que

fuera más allá de meras capacidades defensivas para lograr asimismo una capacidad

ofensiva “en y desde” el espacio. Así pues, si bien con el argumento de defenderse de

posibles actos hostiles de otros países que pongan en riesgo los tan necesarios sistemas

espaciales norteamericanos, lo que se plantea es que el espacio se convierta definitiva y

efectivamente en teatro de operaciones tal y como sugería muchos años antes el teniente

general C. Henry.

Así, los principios esenciales sobre los que descansaba la Política Espacial de la

Administración Bush son los siguientes: a) libertad de acción de los Estados Unidos en

el espacio y el derecho de garantizar su preservación ante cualquier oposición a ésta; b)

rechazo del derecho a la capacidad espacial de sus adversarios que sea hostil a los

intereses nacionales; c) oposición al desarrollo de todo régimen legal o cualquier otra

restricción que suponga la limitación o denegación de su libertad de acción en el espacio

y el desarrollo de ensayos, investigaciones y cualquier otra actividad en el espacio que

redunde en el interés nacional (U.S. Office of Science and Technology Policy, 2006: 1-

2). En definitiva:

La continuación de los ensayos para conseguir un sistema de defensa contra

misiles enemigos, que en algunos de sus componentes servirá asimismo como

sistema de ataque contra objetivos terrestres, aéreos, navales del enemigo así

como también de defensa y ataque contra satélites adversarios […] [así

como] nuevos desarrollos y estudios sobre este tipo de armas (Gutiérrez

Espada, 2006: 99).

Con la llegada de Barak Obama a la Casa Blanca en 2010 se presenta una nueva

Política Espacial Nacional de la que cabe destacar tres aspectos: a) Promueve la

cooperación internacional en materia espacial, lo que no hacía la NSP de 2006; b) Abre

la posibilidad a nuevos acuerdos internacionales de control de armas bajo la condición

de que sean efectivos y verificables y en consonancia con la seguridad nacional de los

7

Estados Unidos (la NSP de Bush se oponía directamente a cualquier acuerdo de este

tipo); c) No se renuncia a los sistemas de armas espaciales ya existentes ni al desarrollo

de otros nuevos a no ser que tengan lugar los acuerdos antes mencionados (Gutiérrez

Espada, 2010: 11).

Ahora bien, de acuerdo con lo anerior la Administración Bush a partir del 2004

puso en marcha tres sistemas de defensa antimisiles utilizables también como armas

anti-satélite, de los cuales dos ya están operativos como parte de la NMD y el tercero

fue finalmente cancelado en el año 2011 con la Administración Obama. Los

presentamos a continuación (Gutiérrez Espada, 2006: 100-102; García Cantalapiedra,

2008b: 221; Gutiérrez Espada, 2010: 10-11):

1. Ground-Based Midcourse Defense (GMD). Sistema de defensa con base en

tierra para la interceptación de misiles en el espacio (en su trayectoria

intermedia) mediante el uso de un vehículo exoatmosférico (EKV, en sus siglas

en inglés) que localiza su objetivo por radar corrigiendo su rumbo a través de

sensores visuales e infrarrojos. El GMD se encuentra plenamente operativo, si

bien no está activado las 24 horas y la declaración del estado de alerta es

necesaria para su activación. Desde el 2004 ha supuesto el despliegue de

interceptores defensivos tanto en la base militar de Fort Greely (Alaska central)

como en la base de la Fuerza Aérea de Vanderberg (California), y en marzo de

2013 el presidente Obama anunciaba planes para sumar 14 interceptores más a

los 26 actualmente desplegados en Fort Greely como respuesta a las últimas

amenazas norcoreanas (Lawrence, 2013). Ante esto, el portavoz del Ministerio

de Asuntos Exteriores de la República Popular China ha argumentado que ese

despliegue adicional de las defensas norteamericanas supondría un impacto

perjudicial para el equilibrio estratégico global (Mullen, 2013).

La cuestión es que estos interceptores GDM podrían usarse más allá de su

función defensiva antimisil como armas ofensivas ASAT contra satélites de

órbita baja (Wright y Grego, 2003).

2. Aegis Ballistic Missile Defense System (ABMD). Sistema de defensa con base

en mar para la interceptación de misiles en el espacio (en su trayectoria

intermedia) mediante el uso de interceptores Aegis-LEAP – actualizado con

baterías de misiles Standard-3 (SM-3) – desplegados en destructores tipo Aegis.

8

Encontrándose en la actualidad este sistema plenamente operativo, también

podría emplearse con función ASAT (Wright y Grego, 2003).

3. Air-Borne Laser (ABL). Sistema de Láser Aerotransportado que implica el

empleo de un láser químico equipado en un Boeing 747 modificado con

capacidad para destruir misiles a cientos de kilómetros de altura. Este sistema

fue probado con éxito en enero del 2010 si bien en diciembre de 2011 el

programa fue cancelado por la Administración Obama (World Tribune, 2012).

De haberse desarrollado íntegramente este sistema podría haberse empelado

como arma anti-satélite contra ingenios espaciales de órbita baja.

A estos, podríamos añadir otros programas de investigación de sistemas de armas

espaciales en fase de desarrollo. Aquí encontraríamos el Space-Based Missle Defenses

(SMD), un sistema de defensa antimisiles con base en el espacio que emplearía rayos

láser y de energía cinética con el objetivo de destruir o inutilizar satélites enemigos en

órbita sincrónica o geoestacionaria (a 36.000 kilómetros de altitud), algo que los

programas ya expuestos no podrían acometer (Gutiérrez Espada, 2010: 11). A este

respecto, podemos hablar del Space-Based Laser (SBL) – sistema que implicaría un

satélite armado con un láser químico dirigido contra todo tipo de misiles en su fase de

lanzamiento –, así como del Space-Based Infrared System (SIBRIS) – red de satélites de

apoyo a los sistemas de defensa a través de la creación de una red de alerta temprana

global contra cualquier lanzamiento de misiles balísticos y del seguimiento y la

localización y distinción de cabezas de guerra y señuelos de misiles balísticos durante

su trayectoria intermedia (García Cantalapiedra, 2008b: 222). Otros programas

espaciales serían el Evolutionary Air and Space Global Laser Engagement (EAGLE) –

que implica el empleo de una aeronave de gran tamaño con grandes espejos que

permitiría reflejar láseres disparados desde el espacio, la tierra o el aire para destruir

misiles o satélites enemigos en órbitas bajas –, el Hypervelocity Rod Bundless (HRB) o

Rods from God (Barras de Dios) – sistema que permitiría atacar desde el espacio

objetivos terrestres localizados en cualquier parte del planeta con el poder de un arma

nuclea pero sin los efectos de la radiación derivados de ésta al lanzar barras de

tungsteno desde un satélite a altísimas velocidades gracias a la gravedad utilizando un

sistema de guiado –, o los Brilliant Pebbles – interceptores espaciales capaces de

inutilizar o destruir satélites enemigos – (Gutiérrez Espada, 2006: 102-104).

9

De más actualidad, podemos hablar del programa del nuevo vehículo espacial X-

37B – sucesor del trasbordador espacial (space shuttle) –, cuyo primer lanzamiento con

éxito tuvo lugar en abril del 2010, y que si bien su principal misión parece no ser la de

portar armas por su tamaño, sí que podría ser utilizado para destruir objetos espaciales

enemigos en órbita. El X-37B es un Vehículo de Prueba Orbital (OTV, en sus siglas en

inglés) robótico reutilizable que, frente a los 16 días de su antecesora, puede permanecer

en órbita durante 270 días. Si a esto sumamos el que sea reutilizable, esta nave ofrece la

posibilidad de lanzamientos inmediatos, flexibles y por sorpresa. Además, el hecho de

que su programa de ensayos y vuelo esté manos del Pentágono – pasó de la NASA a la

Agencia de Investigación Avanzada de Proyectos en temas de Defensa y de ésta al

Tercer Escuadrón Experimental Espacial de la Fuerzas Aérea – así como el secretismo

que rodea todas sus actividades abre la puerta a pensar en este nuevo ingenio espacial

como un nuevo arma espacial de carácter ofensivo o cuando menos como un nuevo

sistema de espionaje. De hecho, al respecto de sus últimas maniobras en 2011 se ha

especulado sobre la posibilidad de que la nave haya sido empleada para espiar el

laboratorio espacial chino Tiangong 1, si bien esto ha sido negado por las autoridades

norteamericanas (Amos, 2012; BBC, 2012; David, 2013). De momento, las pruebas del

X-37B siguen realizándose hasta el día de hoy por los Estados Unidos bajo el mismo

secretismo.

Otras potencias frente a la militarización del espacio

Hasta aquí hemos examinado los inicios de la militarización del espacio durante la

Guerra Fría entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, para centrarnos

principalmente en el papel jugado por éste último. La clara superioridad como hemos

visto norteamericana en el ámbito del espacio viene de la mano de que hasta la fecha los

Estados Unidos vienen siendo desde el final de la Guerra Fría la única superpotencia

militar en el sistema internacional. Sin embargo, el progresivo aumento del

protagonismo de otras potencias en el sistema internacional las llevaría inevitablemente

a competir o cuando menos tener en cuenta el espacio y el desarrollo de capacidades

espaciales en tanto escenario estratégico.

En este sentido, cabe prestar atención a China y Rusia, y especialmente a la

primera, que se habría lanzado a un rápido desarrollo de su programa espacial para

limitar o atenuar la superioridad en este campo de los Estados Unidos, especialmente

10

ante un potencial conflicto por Taiwán. China entendería el acceso al espacio como algo

estratégico para su seguridad, y consciente de la dependencia estadounidense de sus

sistemas espaciales se habría concentrado en desarrollar capacidades asimétricas como

los sistemas ASAT, de pulsos electromagnéticos y láser con las que contrarrestar el

abrumador dominio norteamericano del espacio (García Cantalapiedra, 2008a: 4-5).

Ahora bien, es interesante señalar que China no es la Unión Soviética, y en la carrera

por el espacio con los Estados Unidos, antes que un aumento ingente en la inversión en

armamentos (en este caso espaciales) buscando la paridad, China va a jugar a dotarse de

los medios necesarios para sencillamente limitar el avance de Estados Unidos en su

acceso al espacio (Blinder, 2011).

Consciente de que los sistemas defensivos estadounidenses de la BMD desplegados

en Alaska y California ostentan la capacidad potencial de usarse coma armas para atacar

objetivos localizados en el espacio (satélites) y por tanto de denegar el uso del espacio a

sus adversarios – tal como recoge la NSP norteamericana –, así como del desarrollo de

otros sistemas que podrían suponer ataques desde el espacio a objetivos en tierra, China

no puede ver en esto más que el camino abierto a la militarización del espacio (Zhang,

2005). Y si bien oficialmente mantiene una postura de no militarización del espacio

apoyando en la Conferencia de Desarme de Naciones Unidas junto con Rusia el acuerdo

para la Prevención de una Carrera de Armamentos en el Espacio Ultraterrestre (PAROS,

en sus siglas en inglés), promoviendo la creación de medidas de confianza, el diálogo y

la negociación para lograr el acuerdo, esto choca con la realidad de sus acciones. Nos

referimos aquí a su prueba ASAT realizada el 11 de enero de 2007 que implicó el

lanzamiento de misil balístico para destruir uno de sus satélites meteorológicos ya fuera

de servicio situado en una órbita baja (Blazejewski, 2008: 37).

Ante esta falta de coherencia entre discurso y acción por parte de China, si

seguimos a Blazejewski podemos encontrar cuatro posibles interpretaciones a su

postura en relación a la militarización del espacio. Por un lado, se puede entender que

China busca mantener una posición defensiva y de equilibrio frente a los Estados

Unidos, por lo que la prueba ASAT del 2007 y los desarrollos posteriores de su

programa espacial buscarían forzar a los Estados Unidos a negociar el PAROS. Así

pues, de no darse esto China estaría mandando un mensaje de que no se quedaría atrás

en la militarización del espacio, negando o contrarrestando a Estados Unidos toda

ventaja estratégica en este campo. Asimismo, cabe pensar que la principal preocupación

11

de China es que le sea denegado su derecho al uso del espacio, tal y como plantea la

NSP estadounidense. En este sentido, tendría la República Popular tendría dos opciones:

lograr el acuerdo internacional necesario que impidiera a Estados Unidos negarle el

acceso al espacio a otros países o seguir desarrollando su programa espacial y en

concreto sistemas ASAT que limitasen el domino estadounidense del espacio. Por otro

lado, cabe pensar que su postura oficial de no militarización y apoyo al PAROS sería un

medio para ganar tiempo y poder desarrollar las capacidades espaciales necesarias que

acorten su distancia respecto a las de Estados Unidos. Finalmente, cabe pensar que la

falta de coherencia entre el discurso y las acciones chinas es fruto de la falta de unidad y

coordinación dentro del propio régimen, siendo que el progreso en las negociaciones del

PAROS son el objetivo del Ministerio de Asuntos Exteriores que se contrapondría al

objetivo del ejército chino de desarrollar armas ASAT. Así, la falta de liderazgo,

políticas bien integradas y lagunas de información habrían hecho posible el desarrollo

de dos objetivos diferentes respecto al mismo tema dentro del gobierno chino

(Blazejewski, 2008: 38-40). Sea como sea, a día de hoy la falta de acuerdo en torno al

PAROS y los evidentes progresos del programa espacial chino parecen evidenciar un

inevitable camino hacia la militarización del espacio.

Pero más allá de China, no podemos dejar de mirar a Rusia, la que fuera la principal

competidora frente a los Estados Unidos en la carrera espacial durante la Guerra Fría. Si

como ya hemos señalado en un principio Moscú sería favorable a un acuerdo para la no

militarización del espacio, bien es cierto que ve con preocupación el desarrollo de

sistemas espaciales de armas y ha declarado su intención de adoptar las medidas

necesarias de ver amenazada su seguridad, lo que contemplaría el despliegue de armas

espaciales. En este sentido, cabe entender la postura crítica de Rusia ante la prueba

ASAT realizada por China, así como todo desarrollo de armas que lleven a la

militarización del espacio en tanto esto podría alterar el equilibrio estratégico existente.

No hemos de olvidar que Rusia, en tanto sucesora de la Unión Soviética, habría

heredado un importante complejo científico-técnico espacial que incluiría armas

espaciales, y específicamente sistemas anti-satélite (Blinder, 2011).

Finalmente, cabe atender brevemente a la India, que vería la prueba ASAT

realizada por China así como el desarrollo de armamento y de su programa espacial

como una amenaza a su seguridad por parte de su vecino. Así pues, a raíz de esto la

India también se habría comenzado a desarrollar sus propias armas espaciales con la

12

connivencia de Estados Unidos, socio estratégico de la India. Ilustrativa es la

declaración de un funcionario de la Fuerza Aérea india: “nuestros satélites son

vulnerables a un ataque de armas anti-satelitales porque nuestros vecinos [los chinos]

tienen una [arma de este tipo]”. De este modo, en 2008 documentos oficiales de defensa

reflejan la intención de India de desarrollar sistemas espaciales con fines militares más

allá de su programa civil, mencionando entre otras cosas la necesidad de capacidades

defensivas ante un ataque de pulso electromagnético, de desarrollar armas ASAT y muy

subrepticiamente se alude a la posibilidad de armas espaciales de energía cinética. Lo

que es un hecho es que con la ayuda de Israel la India ha desarrollado el Prithvi Air

Defence y el Advanced Air Defense, misiles antibalísticos para la intercepción de

misiles balísticos enemigos en la exoatmósfera y endoatmósfera respectivamente.

Asimismo, se ha desarrollado Swordfish Long Tracking Radar, rada de localización y

control para el sistema defensivo balístico indio y a través de la agencia espacial india

(ISRO) un sistema de vigilancia con base espacial (Blinder, 2011).

III. LA MILITARIZACIO� N DEL ESPACIO: UNA

AMENAZA A LA SEGURIDAD INTERNACIONAL

A la vista de lo hasta aquí expuesto parece obvio afirmar que la militarización del

espacio en mayor o menor grado es a día de hoy un hecho innegable, lo que sin duda

constituye una seria amenaza a la seguridad global. Ahora bien, el despliegue efectivo

de armas en el espacio podría llevar a alterar el equilibrio estratégico de poder existente

entre los diferentes estados, llevando posiblemente a una carrera de armamentos por el

control del espacio. A este respecto, ya hemos visto como los pasos dados por Estados

Unidos en este sentido han llevado al desarrollo de armas ASAT por otros estados

como consecuencia de la gran dependencia de las principales potencias de sus sistemas

espaciales y por tanto del miedo a un “Pearl Harbor Espacial”: “si fallamos en la

protección de nuestra infraestructura espacial solo sería como una invitación a un Pearl

Harbor en el espacio, dejándonos sordos, mudos y ciegos y en guerra” (cita en Gutiérrez

Espada, 2006: 96).

Cabe afirmar que la militarización del espacio influye negativamente en los

procesos que se han venido desarrollando desde la Guerra Fría de control de

armamentos y de desarme. El desarrollo de sistemas defensivos con base en el espacio

13

probablemente implicaría una respuesta por parte de Rusia en disminuir cuando no

detener la reducción de su arsenal nuclear (y del mismo modo haría Estados Unidos,

lógicamente). A su vez, China se vería obligada a aumentar su arsenal nuclear para

garantizar su disuasión nuclear, lo que por otro lado podría promover que sus vecinos

(India y Pakistán) hicieran lo propio. Todo esto lógicamente minaría el ya de por sí

débil régimen de no-proliferación, con las graves consecuencias que de ello se

derivarían. En este sentido, ilustrativas son las palabras de Hu Xiaodi – el embajador

chino ante la Conferencia de Desarme de Naciones Unidas – en 2001: “Con armas

letales volando por lo alto en órbita y rompiendo la estabilidad estratégica, ¿por qué

deberían los pueblos eliminar [sus armas de destrucción masiva] o misiles en la tierra?

Esto no puede sino dañar la paz, la seguridad y la estabilidad global, y por consiguiente

ir en detrimento de los intereses fundamentales de todos los estados” (Zhang, 2005).

Pero más allá de la amenaza a la seguridad internacional que presenta la

militarización del espacio, aparece otro problema: la basura espacial. Tras 50 años de

actividades espaciales de un total de más de 8.700 artefactos espaciales en órbita, sólo el

6% se encuentran en funcionamiento, lo que implica ya de por sí un importante

problema para la tan necesaria continuidad de las actividades espaciales (Sebesta, 2010:

25). Pero este hecho empeoraría si consideramos los aparentes planes de militarización

del espacio, lo que supondría un aumento considerable del número de objetos (sistemas

militares espaciales) desplegados en la órbita baja terrestre. Asimismo, el lanzamiento y

prueba de armas espaciales aumentaría gravemente la basura espacial, como bien

demostró la prueba ASAT realizada por China con el campo de basura espacial que dejó

tras de sí tan criticado por la comunidad internacional. Todo esto sin duda afectaría

negativamente a las actividades comerciales que tienen lugar en el espacio y dañaría por

tanto los intereses económicos que los estados depositan en éstas (Zhang, 2005; Blinder,

2011).

IV. EL DRECHO INTERNACIONAL: ¿QUE� HA DICHO Y QUE� TIENE QUE DECIR?

Lo primero que podemos señalar es que el papel jugado por el Derecho Internacional

desde el inicio de las actividades espaciales ha sido insuficiente ante la potencial

militarización. Si bien hay que considerar el complejo escenario de Guerra Fría en el

que nace el Derecho Espacial y que por aquél entonces no era fácil prever el desarrollo

14

tecnológico en el plano militar que tendría lugar con los años y los riesgos que

derivados de éste nos amenazan en la actualidad, no se puede negar que “una posición

más dura del ‘legislador’ hubiera segado en flor la carrera de armamentos en el espacio

exterior” (Gutiérrez Espada, 2006: 92).

La primera piedra en el camino de la no militarización del espacio puesta por el

Derecho Internacional la encontramos en el Tratado sobre los Principios que deben

Regir las Actividades de los Estados en la Exploración y Uso del Espacio

Ultraterrestre, Incluyendo la Luna y Otros Cuerpos Celestes de 1967, más conocido

como el Tratado del Espacio. Este tratado tenía por objeto principal la “santuarización”

del espacio, prohibiendo su militarización así como toda reclamación de soberanía,

declarándolo de forma implícita como patrimonio común de la humanidad (Sebesta,

2010: 26).

En un principio, la declaración de su artículo IV establece el uso del espacio

“exclusivamente para fines pacíficos” así como la desmilitarización de los cuerpos

celestes al prohibir el “establecimiento de bases militares, instalaciones y

fortificaciones, pruebas de cualquier tipo de armas y la realización de maniobras

militares en los cuerpos celestes”. Sin embargo, si bien el tratado impedía la

militarización “activa” del espacio, dejaba la puerta abierta a su militarización “pasiva”,

esto es, al uso del espacio para funciones militares no agresivas como pudieran ser las

comunicaciones, el reconocimiento, la vigilancia y la alerta (Sebesta, 2010: 27-28).

Por otro lado, la segunda norma jurídica básica sobre la que se asienta la no

militarización del espacio y que refuerza al Tratado del Espacio de 1967 la encontramos

en el Acuerdo que debe Regir las Actividades de los Estados en la Luna y Otros

Cuerpos Celestes de 1979 o Acuerdo sobre la Luna. Este acuerdo adicional prescribe

todo recurso al uso de la fuerza o la amenaza en la Luna y demás cuerpos celestes,

prohibiendo el establecimiento en ellos de bases, instalaciones y fortificaciones

militares, la realización de maniobras militares y todo ensayo de cualquier tipo de armas

así como su empleo para llevar a cabo actos hostiles o amenazar a la Tierra u otros

cuerpos celestes, objetos espaciales artificiales (satélites) o naves espaciales y sus

tripulantes. Asimismo prohíbe la puesta en órbita alrededor de la Luna o cualquier otra

trayectoria hacia la Luna de todo ingenio espacial portador de armas nucleares o de otro

15

tipo de armas de destrucción masiva así como su despliego o uso sobre la Luna (y

demás cuerpos celestes) (Gutiérrez Espada, 2006: 113).

La cuestión tal vez es que en relación al desarme se observa que en el Tratado del

Espacio de 1967 se distingue conscientemente entre lo que serían los cuerpos celestes y

el espacio ultraterrestre en sí mismo. De este modo, mientras la desmilitarización de los

primeros es manifiesta como hemos visto, el Tratado guarda silencio deliberadamente

respecto a la militarización del espacio per se. Esta omisión intencionada tiene sentido

si atendemos al contexto de Guerra Fría en el que nace el tratado y revela que las dos

superpotencias buscaron eludir de mutuo acuerdo toda limitación al potencial uso

militar del espacio más allá de las restricciones impuestas para la Luna y el resto de

cuerpos celestes, estableciéndose un régimen informal paralelo al Tratado por el que las

dos superpotencias admitían de forma tácita su derecho a acometer actividades militares

de reconocimiento y vigilancia, y en definitiva, de espiarse mutuamente (Gutiérrez

Espada, 2006: 110-113).

En definitiva, la desmilitarización del espacio se limitó a la prohibición del

despliegue en el espacio y la puesta en órbita alrededor de la Tierra o la Luna de toda

arma nuclear o de destrucción masiva. Y aún con todo, esa desmilitarización nuclear del

espacio no era total, ya que el régimen legal internacional instituido no consideraba

ingenios balísticos que parcialmente desarrollaran su trayectoria a través del espacio

exterior, quedando así fuera de la regulación los misiles ICBM o los sistemas FOBS por

no realizar una órbita completa. No obstante, cabe señalar que durante las negociaciones

de los Acuerdos SALT-II de 1979 se dio un intento por parte de las dos superpotencias

de prohibir los sistemas FOBS, si bien estos acuerdos no finalmente no fueron

ratificados por los Estados Unidos. Del mismo modo, tuvieron lugar en aquellos años

conversaciones para acordar un desarme progresivo por parte de las dos potencias de las

armas y sistemas ASAT, si bien éstas cayeron igualmente en saco roto (Gutiérrez

Espada, 2006: 92-93, 116-117).

Visto esto, se puede afirmar sin reservas que el Derecho Internacional Espacial con

sus muchas lagunas ha eludido la cuestión de la militarización del espacio, ya que

además de las actividades militares satelitales tradicionales (vigilancia, reconocimiento,

alerta temprana, etc.) es posible desplegar en el espacio todo tipo de armas que no sean

nucleares o de destrucción masiva, lo que incluye la posibilidad de colocar en órbita

16

nuevos tipos de armas como los que ya hemos estudiado (véase las “Varas de Dios” o

armas láser). A este respecto, las palabras de Leonid Skotnikov – representante de la

Federación Rusa ante la Conferencia de Desarme de Naciones Unidas – son realmente

ilustrativas: “es difícil aceptar [ciertas] declaraciones según las cuales el Derecho

Internacional del Espacio Ultraterrestre vigente se basta para impedir la carrera de

armamentos en el espacio ultraterrestre y no necesita de nuevos desarrollos. Hay

algunas lagunas obvias” (citado en Gutiérrez Espada, 2006: 118).

Ahora bien, hasta la actualidad varias propuestas con objeto de subsanar estas

lagunas y vetar la militarización efectiva del espacio. Entre estas, cabe destacar el

documento para la Prevención de la Carrera de Armamentos en el Espacio (PAROS)

presentado por la República Popular China en 2001 ante la Conferencia de Desarme de

Naciones Unidas. Los aspectos más reseñables de esta propuesta son: a) la

desmilitarización total del espacio ultraterrestre al prohibir el ensayo, la instalación y el

empleo de todo sistema de armas en el espacio, y asimismo de todo tipo de armas de

base terrestre pero de uso en el espacio (véase por ejemplo las armas ASAT); b) la

obligación de las Partes de dotarse de las medidas técnicas necesarias para velar por el

cumplimiento del acuerdo en su territorio (medidas técnicas nacionales de verificación);

c) la creación de una organización para atender a las denuncias por incumplimiento e

instar al cumplimiento así como promover el diálogo entre las Partes; d) no dispone

medidas de verificación más allá de las nacionales al concluir su complejidad técnica y

financiera posponiéndolas para un desarrollo futuro; e) la duración indefinida del

acuerdo contemplando la posibilidad de denuncia del mismo; f) las definiciones de

conceptos clave como “arma, sistema de armas y componentes de los sistemas de

armas” así como de “espacio ultraterrestre” (Gutiérrez Espada, 2010: 6-8).

Si bien es necesaria una propuesta como el PAROS para limitar la militarización

del espacio, no cabe duda de que ésta adolece de algunas carencias. Cabe señalar que el

control jurídico del cumplimiento queda en manos de los Estados Parte así como que no

se definen los mecanismos de verificación imprescindibles para garantizar el éxito del

instrumento jurídico ni se dota a la organización planteada de los poderes necesarios

para ello – como los que tendría la OIEA en relación al régimen de no-proliferación, por

ejemplo –. Con estas lagunas, ni si quiera la llegada a la Casa Blanca de la

Administración Obama y su cambio en la orientación de la NSP hacen posible una

posición favorable de los Estados Unidos al PAROS, si bien no se cierra la puerta a un

17

posible acuerdo final de cumplirse las condiciones ya estudiadas más arriba (algo

impensable con la NSP de la Administración Bush).

Por otro lado, el hecho de que no se propongan medidas de verificación efectivas

para el potencial régimen así como que se contemple la posibilidad de retirada puede

dar cabida a desconfiar de las intenciones de China respecto a la militarización del

espacio, máxime tras la famosa prueba ASAT del 2007 y el gran desarrollo que habría

venido experimentando su programa espacial de un tiempo a esta parte; sin olvidar que

todo el programa espacial chino está en manos del ejército, lo que hace complicado

distinguir sus actividades civiles de las militares. Ante esto se entiende la postura

recelosa de otros estados – especialmente de los Estados Unidos – en las negociaciones

del PAROS.

Sin embargo, como hemos señalado, la negativa de Estados Unidos a actuar en pro

de la no militarización del espacio parece lógico a la vista de los hechos que traiga

consigo la búsqueda por parte de China de entrar en la carrera por la militarización y

control del espacio. Ante los costes que esta postura puede conllevar con el tiempo, cabe

plantearse la necesidad de que Estados Unidos asuma un papel activo en la regulación

del uso militar del espacio considerando que su influencia y peso en el sistema

internacional le permitirían promover normas que atendiesen a sus intereses nacionales.

Así, ceder a negociar con China la cuestión de la militarización del espacio abriría

las puertas a la cooperación en otros ámbitos tal vez más acuciantes para su seguridad

como es lograr un acuerdo en torno al Tratado de Reducción de Materiales de Fisión

(FMCT, en sus siglas en inglés) o de la Iniciativa de Seguridad contra la Proliferación

(PSI). De hecho, China habría expuesto que la cuestión de la militarización del espacio

es tan importante como la de la reducción del material de fisión, proponiendo que las

negociaciones del PAROS y del FMCT vayan de la mano. Además, desde la perspectiva

de Estados Unidos lograr el compromiso de China para con el FMCT facilitaría el

compromiso de la India y Pakistán, cuya participación es crítica para su éxito

(Blazejewski, 2008: 34-35, 43, 45-46; Zhang, 2005).

No cabe duda que el contexto en el que se mueve la cuestión de la no proliferación

es altamente complejo a la vista de lo expuesto a lo largo del trabajo. Esto hace difícil

que salga adelante una iniciativa tan necesaria como la del PAROS a pesar de sus

múltiples lagunas para lograr frenar la militarización del espacio y sus peligrosas

18

consecuencias. La necesidad de actualizar el Derecho Internacional vigente en este

sentido lleva a buscar salvar los principales obstáculos que se presentan para ello.

Así, el estancamiento del que durante años adolece la Conferencia de Desarme para

logar alcanzar un acuerdo sobre el PAROS se debe fundamentalmente a que la toma de

decisiones de este organismo de Naciones Unidas se da por consenso. Ya lo dijo

claramente el Secretario General de la Conferencia de Desarme Sergei Ordzhonikidze:

“la tiranía del consenso (sic) obstaculiza las labores del órgano” (citado en Gutiérrez

Espada, 2010: 16). Ante esto, cabe plantearse si la Conferencia de Desarme es el mejor

foro para lograr un acuerdo sobre el uso militar del espacio, o si tal vez resultaría más

fructífero renunciar a un consenso universal y buscar un acuerdo multilateral entre las

principales potencias espaciales – China, Rusia y Estados Unidos – si bien abierto al

resto de estados (Blazejewski, 2010: 44). Un acuerdo de este tipo sería probablemente

más sencillo además de más efectivo.

V. CONCLUSIONES

A día de hoy, y a la vista de lo aquí expuesto, se puede afirmar que la militarización del

espacio es una realidad. Tal vez podemos debatir acerca de si se trata de una

militarización activa o pasiva, de si se ha llegado o no al punto en el que la guerra

espacial es factible o si el hecho de que no haya aún armas espaciales desplegadas en el

espacio nos permite hablar de una militarización relativa o limitada.

Sea como sea hemos comprobado que se ha dado una inequívoca extensión de las

actividades militares al espacio ultraterrestre, que se ha convertido también en teatro de

operaciones. Que el espacio ultraterrestre constituye un aspecto fundamental de la

seguridad de los estados, habiéndose generado una clara dependencia de estos para con

los sistemas espaciales tanto en términos militares como civiles.

Asimismo, se puede afirmar que en la actualidad el dominio del espacio está en

manos de Estados Unidos de acuerdo a su clara superioridad militar dentro del sistema

internacional, si bien se revelan esfuerzos de otras potencias bien para equilibrar la

capacidad espacial norteamericana bien para limitarla o contrarrestarla.

Por otro lado, los peligrosos efectos derivados de la militarización del espacio en la

estabilidad estratégica y la seguridad global también se pueden vislumbrar. Y en este

19

sentido, los esfuerzos del Derecho Internacional para controlarlos se han revelados

claramente inefectivos. De hecho, a la vista de cómo se han desarrollado los

acontecimientos, cabe pensar que hemos llegado a un punto de no retorno y por tanto el

empeño en la no militarización del espacio no tenga ya sentido por ser algo

prácticamente inviable.

Así pues, teniendo esto presente, habría que plantearse qué alternativas se nos

ofrecen. Por un lado, se podría buscar una moratoria al despliegue de armas en el

espacio – como ya habría propuesto Rusia en la Conferencia de Desarme – a la espera

de un acuerdo apropiado sobre el uso del espacio con fines militares. Por otro lado,

cabría adoptar una perspectiva reguladora y, al igual que ocurriera en la Guerra Fría, ir

limitando y controlando los sistemas de armas espaciales según se vayan desarrollando

a través de acuerdos de control de armamentos y de desarme. Sea como sea, la cuestión

de la militarización del espacio no es baladí y es fundamental trazar un camino que

permita asegurar el uso del espacio por parte de los estados de acuerdo a sus intereses

nacionales y al mismo tiempo garantizar la seguridad y la paz internacionales.

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