El salvador Romero
Transcript of El salvador Romero
El salvador
Romero Me hacen un inmenso honor
cuando me rechazan
“El ángel del Señor anunció en la víspera/ Y el verbo
se hizo muerte, otra vez, en tu muerte/ Como se
hace muerte, cada día, en la carne desnuda de tu
pueblo/”
Pedro Casaldáliga “San Romero de América, pastor y mártir
nuestro”
Eliana Valzura
2
n la montaña sepulcral de zapatos, un zapato. Tra-
jinado, polvoriento, rebelde. Un zapato asustado y
en fuga. Un zapato gritón, hastiado, cansado, lloro-
so, con furia e impotencia. El zapato manifestante, el del
campesino; el triste y desesperanzado zapato. Un solo zapato
entre miles de zapatos: monumento a la humanidad despre-
ciada en medio de una plaza. Pirámide de un pueblo perse-
guido y masacrado.
El martirio es una gracia que no creo merecer. Pero si
Dios acepta el sacrificio de mi vida, que mi sangre sea
semilla de libertad y la señal de que la esperanza será
pronto una realidad. (Entrevista de “La voz de los sin
voz” de marzo de 1980)
Un silencio de muerte recorre la plaza Gerardo Barrios el día
después de aquél 30 de marzo de 1980. No hay llantos, ni
corridas, ni tiros, ni bombas, ni francotiradores. Hay sangre,
memoria, cadáveres. Hay heridos, tristeza, desconcierto. Hay
rabia contenida. Y hay zapatos. Es la plaza de los zapatos.
Frente a la Catedral de San Salvador.
Dicen que se guarecían de las balas con los zapatos sobre la
cabeza. Dicen que mujeres, hombres y niños fueron perdien-
do los viejos y abatidos zapatos cuando su pecho rabioso iba
siendo baleado.
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la libera-
ción de mi pueblo y como un testimonio de esperanza
en el futuro. Puede usted decir, si llegasen a matarme,
que perdono y bendigo a quienes lo hagan. (Entrevis-
ta de “La voz de los sin voz”, de Marzo de 1980)
Prohibido asistir al sepelio prohibido. Cientos. Miles. Cientos
de miles prohibidos arrojados a las calles y apiñados en la
E
3
plaza. Estado de sitio al dolor. Toque de queda al duelo por
Romero. El santo dice lo que quisieron decir los dueños de
los zapatos. Romero de los silenciados silenciado para siem-
pre. El escandaloso santo de los que gritan. El incómodo pro-
feta Óscar Arnulfo Romero.
Ojalá se convenzan de que perderán su tiempo. Un
obispo morirá, pero la Iglesia de Dios, que es el pue-
blo, no perecerá jamás. (Entrevista a “La voz de los
sin voz” de marzo de 1980)
Ordenado sacerdote una primavera romana, a los veinticua-
tro años, no concluyó su carrera teológica, ni se anticipó co-
mo líder carismático, ni agitador de masas, ni revolucionario.
Su interés, la teología ascética, debió postergarse por los peli-
gros de la Segunda Guerra Mundial.
Cuando me voy al seminario y le entro a mis estudios
y me mandan a terminarlos a Roma, paso años y
años metido entre libros y me voy olvidando de mis
orígenes. Me fui haciendo de otro mundo. (Testimonio
de César Jerez1, en López Vigil, M., Piezas para una
retrato, UCA Editores, San Salvador, 1993)
Tímido sacerdote. Párroco de Amorós. Modesto secretario de
obispo. Veintitrés años de párroco allá, también muy sumi-
do entre papeles, como le dirá a César Jerez.
En 1968, año de la Segunda Conferencia del Episcopado La-
tinoamericano en Medellín, hay efervescencia y deseos de
cambio para América del Sur y el Caribe. Aggiornamento,
había llamado el Papa Juan XXIII a la tarea del Vaticano II, y
Medellín se propone traer a estas tierras los nuevos aires que
comienzan a soplar en la vieja iglesia.
Óscar es Secretario de la Conferencia Episcopal de El Salva-
dor y antiguo discípulo de Paulo VI. Es promovido a obispo
auxiliar de San Salvador, pero nadie lo ve con buenos ojos. Ni
1 Provincial de los Jesuitas
4
los sanmiguelinos2 que se quedaban sin él, ni los sectores
progresistas de la iglesia3 que le desconfiaban.
Y cuando ya me traen a San Salvador de obispo auxi-
liar, ¡caigo en manos del Opus Dei! Y ahí quedó todo.
(Testimonio de César Jerez, en López Vigil, M., Piezas
para una retrato, UCA Editores, San Salvador, 1993)4
En 1970, Óscar tenía buenos contactos en la oligarquía y en
el gobierno. Creía imprescindible tenerlos para ejercer su
actividad pastoral. Necesitaba el dinero de los poderosos para
realizar su tarea pastoral con los pobres. Para visitar cárceles
y edificar la Catedral.
Era lo que se podía llamar un obispo conservador. Descon-
fiaba del tercer mundo, de las comunidades eclesiales de ba-
se, de la eclesiogénesis5, de la teología de la liberación y sus
2 En la ciudad de San Miguel Óscar Romero se desempeña como secreta-
rio del obispo diocesano Miguel Antonio Machado, por más de veinte
años. 3 Los sectores progresistas eran quienes estaban a favor de implementar los cambios que proponía el Vaticano II y ratificaba Medellín: una iglesia que vuelva al pueblo, que ocupe su función profética de denunciante del pecado estructural de desigualdad, hambre, persecución, miseria y muer-te al que estaba siendo sometida América Latina bajo regímenes milita-res. Una iglesia que se ponga de parte de los oprimidos y no de los opre-sores. Una iglesia que haga opción preferencial por los pobres. En sínte-sis, un replanteo eclesiológico a la luz de la promoción humana. (“Como hombres latinoamericanos, compartimos la historia de nuestro pueblo. El pasado nos configura definitivamente como seres latinoamericanos; el presente nos pone en una coyuntura decisiva y el futuro nos exige una tarea creadora en el proceso de desarrollo” “Hemos visto que nuestro compromiso más urgente es purificarnos en el espíritu del Evangelio to-dos los miembros e instituciones de la Iglesia Católica. Debe terminar la separación entre la fe y la vida, porque en Cristo Jesús lo único que cuen-ta es "la fe que obra por medio del amor". Este compromiso nos exige vivir una verdadera pobreza bíblica que se exprese en manifestaciones auténticas, signos claros para nuestros pue-blos. Sólo una pobreza así transparentará a Cristo, Salvador de los hom-bres, y descubrirá a Cristo, Señor de la historia.” (Extractos de la intro-ducción) 4 Años más tarde, escribió una carta al papa pidiendo la beatificación de
Escrivá de Balaguer, fundador del Opus. 5 Término que acuñó años más tarde Leonardo Boff en su libro homóni-
mo para proponer un cambio estructural profundo de la iglesia.
5
curas obreros: la iglesia es la iglesia y no debe mezclarse con
política. Ese era el discurso dominante. Óscar no venía a
plantar banderas del Vaticano II, ni a institucionalizar la op-
ción preferencial por los pobres. Sin embargo, los pobres
siempre le dolieron. Ellos sí.
Mientras que la iglesia en San Salvador estudiaba los docu-
mentos de Medellín y organizaba cooperativas campesinas,
orientadas a la defensa de sus derechos, Romero se ocupaba
de asuntos de la iglesia, dirigía el semanario Orientación, de
línea conservadora y fracasaba como director del seminario
de San José de la Montaña6. Su prioridad no parecía estar en
la situación atormentada del pueblo salvadoreño.
El Partido de Conciliación Nacional7, en el poder desde 1962,
celebró el ascenso de Óscar Arnulfo al arzobispado en 1977.
Carlos Humberto Romero accedía a la presidencia por el
mismo partido apenas dos meses antes, bajo una fuerte sos-
pecha de fraude electoral. La despiadada represión contra el
descontento popular no se hizo esperar. El brazo armado del
estado, acostumbraba imponer ORDEN (Organización De-
mocrática Nacionalista)8.
No era el arzobispo esperado9. Venía a trabar el avance me-
dellinista. Todas las sospechas estaban sobre él. Y, sin em-
6 Pocos estudiantes y muchos problemas financieros 7 El PCN fue fundado en 1961 por el coronel Julio Rivera, quien llegó a la
presidencia al año siguiente. De una derecha conservadora, estaba inte-
grado tanto por militares cuanto por políticos de carrera. 8 Creada en 1962 bajo el gobierno del General Fidel Sánchez Hernández,
fue disuelta oficialmente en 1979, pero sus estructuras siguieron actuando
fuera de la ley durante la guerra, como organizaciones paramilitares. 9 “Tímido, distante, dubitativo, conservador en ideas y en praxis, su tra-
yectoria en el pasado no le hacía el candidato preferido para la mayoría de
sacerdotes de la arquidiócesis ni para su predecesor Monseñor Chávez y
González que se retiraba después de treinta y ocho años. El arzobispo y
los sacerdotes querían a Monseñor Rivera Damas, auxiliar de San Salva-
dor y firme defensor de la Iglesia post-Medellín. Pero Monseñor era el
candidato del nuncio, quien había consultado al gobierno, a los militares,
al círculo de negocios y a las señoras de la alta sociedad, que sentían que
él sería „uno de nosotros‟. Cuando se hizo el anuncio del nombramiento
6
bargo, llevaba marcas que más tarde o más temprano darían
a luz al hombre que era.
Me mandan a Santiago de María y allí sí me vuelvo a
topar con la miseria, con aquellos niños que se mor-
ían nomás por el agua que bebían, con aquellos cam-
pesinos maltratados. Ya sabe, padre, carbón que
ha sido brasa con nada que sople prende. (Tes-
timonio de César Jerez, en López Vigil, M., Piezas pa-
ra una retrato, UCA Editores, San Salvador, 1993)
Cuando llegó a San Salvador en 1967, mientras vivía en el
seminario San José de la Montaña, de los jesuitas, conoció a
su gran amigo, el padre Rutilio Grande. Ahora, después de
una década, lo admiraba comprometido con el pueblo su-
friente, con los perseguidos y los adoloridos sin esperanza. El
Padre Grande le hablaba con pasión de un evangelio apren-
dido en carne viva entre desesperados. Rutilio era amado por
Óscar, pero tal vez todavía no muy comprendido.
¿La iglesia en la iglesia? ¿Y el pueblo dónde? ¿Qué debe hacer
un pastor de la iglesia frente al dolor del pueblo? La fe de
Monseñor Romero dudaba. Ya no estaba tan segura. Era in-
terpelada por la realidad cruel y desnuda.
Realidad de orden impuesto a sangre y fuego. Asesinatos,
torturas, desapariciones, balas y más balas.
Como una que tenía el nombre de Rutilio Grande y acabó con
su vida junto con la de otros dos subversivos: un anciano, y
un niño de quince años. Los tres culpables de un delito graví-
simo: celebrar la eucaristía en una ermita, al aire libre.
Tres cuerpos inertes yacen frente a los ojos de Monseñor en
la iglesia de Aguilares.
hubo una avalancha de protestas y un desánimo generalizado entre los
más progresistas.” (Campbell-Johnston, Michael S.J. y Sobrino, Jon S.J
Monseñor Romero Westminster y Roma. San Salvador, Uca. 2000)
7
Cuando yo lo miré a Rutilio muerto, pensé: si lo ma-
taron por hacer lo que hacía, me toca a mí andar por
el mismo camino. Cambié, sí, pero también es
que volví de regreso. . (Testimonio de César Jerez,
en López Vigil, M., Piezas para una retrato, UCA Edi-
tores, San Salvador, 1993)
Orar y esperar todo de Dios y no hacer nada, no es
orar, eso es pereza. (Homilía del 20-8-1979)
El que toca a uno de mis sacerdotes a mí me toca.
(Homilía en la Misa única después del asesinato del
Padre Grande, 20 de marzo de 1977)
Ay del pastor que se instala en una manera bonita de
vivir. (Mensaje en la Conferencia Episcopal, el 22 de
mayo de 1977)
A mí me toca ir recogiendo atropellos, cadáveres.
(Homilía en Aguilares, después de un operativo del
ejército, el 19 de junio de 1977)
Yo soy el primero que necesita conversión. (Homilía
del 23 de octubre de 1977)
La iglesia ya no está dentro de la iglesia. La iglesia es el pue-
blo gimiente por donde anduvo Jesús sanando y caminando.
La iglesia está donde Jesús está. Esto no lo aprendió en Ro-
ma. Lo aprendió esa tarde en Aguilares, frente a tres cuerpos
sin vida.
El que esté en conflictos con el pueblo sí estará en con-
flicto conmigo. (Homilía del 20 de agosto de 1978)
Qué fácil era seguir como Pedro, huir como andan
huyendo hoy muchos cristianos. Es más fácil escon-
derse. “No hay que crear conflictos; prudencia, hay
que ser más prudentes”. Pero Cristo no fue de ese pa-
recer y, a quien le aconsejó no meterse en el peligro,
lo llamó Satanás, lo llamó escándalo. (Homilía del 3
de septiembre de 1978)
8
El profeta tiene que ser molesto a la sociedad.
(Homilía del 14-8-1977)
Era hora de terminar con la piedad de cantos y rezos, con la
piedad que se limita a meditaciones contemplativas. Mien-
tras haya pecado e injusticia. Mientras el pueblo-iglesia llora.
Mientras se mata, se desaparece, se hambrea, se tortura, hay
que bajar del monte de la transfiguración y ponerse a traba-
jar.10
Sus homilías son el fusil que semana tras semana descerraja
perturbadoras perdigonadas: la oligarquía, los cafetaleros, la
injusticia estructural de una sociedad desigual, los salarios de
hambre y la opresión generan violencia. Violencia reprimida
con violencia. Violencia al cuadrado. Violencia sin fin.
Alguien me dijo una vez: “En vez de sus discursos in-
cendiarios: ¿Por qué no lee simplemente el Evange-
lio? Y a mí se me ocurría hoy no hacer otra homilía
más que leer el texto de Santiago. Fíjense si hay algo
más incendiario que Santiago cuando hoy nos dice:
“Ahora vosotros, los ricos, llorad y lamentaos por las
desgracias que os han tocado. Vuestras riquezas
están corrompidas…” (Homilía del 30 de septiembre
de 1979)
Todavía es tiempo de quitarse los anillos, para que no
les vayan a quitar las manos. (Homilía del 13 de ene-
ro de 1980)
La defensa de la reforma agraria11 , de las organizaciones
campesinas y sindicales, de los paros reivindicatorios de de-
10 La idea está tomada de una homilía del 19 de noviembre de 1978
11 El campesinado reclamaba un cambio en el régimen de explotación y de
propiedad de las tierras, a la vez que la expropiación de los latifundios,
para que se solucionara el problema del 40% de los trabajadores agrícolas
que no tenían tierra hacia 1975. La oligarquía y los cafetaleros son el blan-
co de las protestas de Monseñor Romero ya que, defendidos por el apara-
to estatal, impiden cualquier sindicalización de la clase campesina, aplas-
tando cualquier insurrección a punta de pistola.
9
rechos, y la demanda airada ante la respuesta represiva del
aparato estatal y los escuadrones de la muerte. 12 Esa es la
palabra profética que asume el monseñor repugnante.13
Es lástima no poder confiar en la noticia del periódico
o de la televisión porque todo está comprado, ama-
ñado y no se dice la verdad. (Homilía del 2 de abril de
1978)
Se manda matar, se paga por matar, se gana por
matar. Se mata por quitar de enfrente el enemigo
La reforma agraria se concretará finalmente en 1980, pero bajo los auspi-
cios y el contralor de EEUU, y bajo la ejecución de los militares más du-
ros, sin tocar a fondo los intereses económicos de la oligarquía y sin satis-
facer plenamente las demandas justas del sector agrario. “La propiedad
privada no es un absoluto, tiene una condición (que es) „la propiedad
privada en función social‟. Lo que se tiene no es sólo para uno. Lo que se
tiene es como don de Dios para que lo administren al servicio del bien
común. No es justo que unos pocos tengan todo y lo absoluticen y la ma-
yoría se esté muriendo de hambre” (Homilía del 12 de agosto de 1979)
“Sobre toda propiedad privada grava una hipoteca social. El cristianismo
no puede admitir una propiedad privada absoluta” (Homilía del 30 de
septiembre de 1979) 12 Grupos paramilitares y parapoliciales, clandestinos, presuntamente
financiados por la CIA, (según el informe de la Comisión de la Verdad,
instaurada luego del acuerdo de paz de Chapultepec), que actuaban bajo
las órdenes del grupo O.R.D.E.N y de A.N.S.E.S.A.L (Agencia Nacional
de Seguridad Salvadoreña). Entrenados en EEUU en técnicas de contra-
insurgencia, se encargaban de tareas de espionaje, seguimiento, secues-
tros, torturas y asesinatos de cualquier sospechado de contrariar los in-
tereses del gobierno. Fueron responsables de la muerte del Padre Rutilio
Grande, de los Jesuitas, de Monseñor Romero, entre otras miles de vícti-
mas.
Las investigaciones han concluido que los escuadrones eran comandados
por el Mayor Roberto D‟Abuisson, fundador del partido ARENA, que
estuvo al frente del gobierno en varios períodos. Monseñor Romero nun-
ca utilizó la frase “escuadrones de la muerte”, él decía “organizaciones
paramilitares de ultraderecha”, pero todos sabían a qué se estaba refi-
riendo. Una de las más peligrosas era la Unión Guerrera Blanca. 13 “Si mi persona cae repugnante y, por eso, se quiere acallar mi voz, no
se fijen en mí, fíjense en aquel que les manda a decir: Ámense unos a
otros” (Homilía del 12 de abril de 1979)
10
político que estorba. (Homilía del 18 de marzo de
1979)
La voz de la sangre es la más elocuente de las pala-
bras. Por eso, esta cátedra se siente solidificada por el
testimonio de la sangre que en esta catedral se ha
hecho ya casi una voz ordinaria. (Homilía del 21 de
junio de 1979)
Todavía hoy, a treinta años de su muerte, Óscar Arnulfo Ro-
mero es considerado por un vasto sector del pueblo salvado-
reño como un “rojo”, un comunista, un agitador, un subversi-
vo. La sociedad, sufrida, muy golpeada y adolorida, goberna-
da ininterrumpidamente por la derecha hasta el 2009, se
mantuvo dividida en mitades drásticamente opuestas. Por
increíble que parezca, una de esas sabe poco o nada de Mon-
señor Romero. Sabe lo que le han contado los que, en la
práctica14, ganaron la guerra. ¿Qué hace Monseñor Romero
en la Abadía de Westminster15, se preguntan todavía?
Quienes creen que mi predicación es política, que
provoca la violencia, como si yo fuera el causante de
todos los males de la república, olvidan que la pala-
bra de la iglesia no está inventando los males que ya
existen, sino iluminándolos. (Homilía del 16 de marzo
de 1980)
14 La guerra civil duró toda la década del ochenta, aunque los enfrenta-
mientos, comenzaron mucho antes. En el año 1990 se firmó el Acuerdo de
paz de Chapultepec, con intervención de la ONU, por medio del cual am-
bas facciones deponían sus armas. Se estima que el saldo de muertos
asciende a 75000. Cuando describo esa situación como de ganadores “en
la práctica” de la guerra, me refiero a que hasta el recambio político del
2009, El Salvador fue gobernado por el mismo sector de derecha, inclusi-
ve por el partido Arena de Roberto D‟Abuisson. 15 La estatua de Monseñor Romero, junto a las de otros nueve mártires
cristianos de este siglo, luce en un lugar de honor en la Abadía de West-
minster
11
Este es el pensamiento fundamental de mi predica-
ción: nada me importa tanto como la vida humana.
(Homilía del 16 de marzo de 1980)
Y por eso (para no ser una lata que suena) hago un
llamamiento para que todos-sacerdotes, religiosos,
religiosas, cristianos, comunidades-no dejen pasar
esta cuaresma sin una revisión a fondo de su vida es-
piritual. (Homilía del 2 de marzo de 1980)
Pero la suerte estaba echada, y su atrevimiento había llegado
demasiado lejos. No lo callaron con el atentado a la radio dio-
cesana16 ni con las amenazas de muerte.17 El pueblo lo ama y
lo sigue. Pero la muerte viene por él.
Ningún soldado está obligado a obedecer una orden
contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene
que cumplirla. (Homilía del 23 de marzo de 1980)
En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido
pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día
más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en
nombre de Dios: ¡Cese la represión! (Homilía del 23
de marzo de 1980)
Era el 23 de marzo de 1980. Su búsqueda infructuosa de apo-
yo del presidente Jimmy Carter18, tiempo atrás, le aseguraba
16 YSAX, la radio del arzobispado, transmitía las homilías de Monseñor
que eran seguidas por radio por una multitud anhelante. El Ministerio del
Interior reconvino al gerente de la emisora, recordándole que la radio no
debe transmitir noticias “contrarias a la paz y al orden público”. Como fue
respondida esa advertencia en público por Romero, quien además no se
calló frente a los incesantes atropellos, fue dinamitada el 23 de enero de
1980 y sufrió otro atentado el 23 de febrero. 17 En marzo de 1980, Héctor Dada, miembro de la junta de gobierno le
advierte a Monseñor de que existían amenazas de muerte sobre su perso-
na. Lo mismo hace el Nuncio apostólico en Costa Rica, Lajos Kada. Du-
rante los últimos días, las llamadas intimidatorias se realizaban directa-
mente al Hospital de la Divina Providencia, donde Romero vivía. 18 Monseñor Romero envía una carta al entonces presidente de EEUU, y
seguidamente, la lee en su homilía del 17 de febrero de 1980. En ella le
12
que no tendría tampoco ninguna ayuda. No la esperaba ya.
Su iglesia era el pueblo. Pueblo desesperado. Iglesia desespe-
rada. Pastor desesperado pastoreando desesperados. No era
temor lo que tenía. Sabía lo que hacía y lo que le esperaba.
Pero no iba a quedarse rezando por la paz.
La mañana del lunes 24 desayunó, como siempre, en el hos-
pital de cancerosos de la Divina Providencia, en la Colonia
Miramonte, donde vivía. Pasó unas horas en la soledad de la
playa estudiando unas encíclicas, hizo unas visitas pastorales
y regresó agitado para la misa de seis.
Hacé esto en memoria de mí. Hacé esto en memoria de mí.
¿Un simple recordatorio litúrgico? ¿O el continuo partirse y
dejarse partir como Jesús?
Que este cuerpo inmolado y esta sangre sacrificada
por los hombres nos alimente también para dar nues-
tro cuerpo y nuestra sangre al sufrimiento y al dolor,
como Cristo, no para sí… (Homilía póstuma. 24 de
marzo de 1980)
Una sola bala, bala de arena, directo al corazón, quiso que
éstas fueran sus últimas palabras. Eran las seis y veintiséis de
la tarde.
24 de marzo de 1980/24 de marzo de 2015
solicita que deje de financiar al ejército y al gobierno salvadoreño, y que
respete la soberanía del pueblo. Ese dinero, le explica, sólo sirve para
comprar más muertes. “Basta de balas”, lo increpa. El presidente Carter,
por toda respuesta, envía una carta al Papa solicitando que se llame al
orden al Arzobispo.
*La ilustración de tapa fue realizada especialmente para este trabajo por
Alfredo Burgos, dibujante e ilustrador salvadoreño de amplia trayectoria
en la ilustración de temas referidos a Monseñor Oscar Romero.