El escenario politico
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13
Lecturas de Maquiavelo: orden y conflicto en la comunidad
política
Alcaraz Clouet Estefania
Ivanis Ezequiel
Proemio
"Pese a lo que dicen los moralistas, el entendimiento
humano le debe mucho a las pasiones que,
en opinión generalizada, también le deben mucho a aquel.
Por la actividad de ellas se perfecciona nuestra razón"
Jean-Jacques Rousseau1
Hay en el pensamiento hobbesiano una maquiavélica
inversión de Maquiavelo, que presupone a la ética política
construida por el florentino como un campo de guerra de
todos contra todos donde no existe la posibilidad de
trabajo, cultivo e industria y, en definitiva, de bien
común. Por ello, para entender la construcción que Hobbes
hace del Estado como momento positivo, necesario y exento
de conflictividad, debemos primero, entenderlo como una
ficción comparable al estado de naturaleza. La teoría
política que nos permite ficcionar toda la filosofía
hobbesiana se encuentra, paradójicamente, casi dos siglos
atrás; entramada en las páginas de "El Príncipe" y
"Discursos sobre la primera década de Tito Livio".
Dentro de la filosofía política contractualista la
construcción del Estado cuyo origen y fundamento se1 Rousseau J.J., 2005, p.93
13
encuentra en la necesidad o utilidad de emerger de ese
estadio mísero y brutal de la guerra intestina llevó a la
multiplicación de teorías que consideran al Estado como la
artificialidad que encuentra el hombre para salvarse del
propio hombre, como un espacio positivo y necesario que
salvaguarda toda propiedad (en el sentido amplio que John
Locke le atribuye al término); negando la fuerza
constructora de las pasiones y de la conflictividad humana;
al tiempo que traslada ese cúmulo de deseos, ambiciones e
intereses a un ámbito de creación intelectual previo al
propio Estado. Maquiavelo no tiene nada de eso. No solo por
la lógica razón de anteceder temporalmente al
contractualismo sino porque su empirismo social y su
pragmatismo político no se lo hubiese permitido. En
Maquiavelo una multitud sin política no sería viable; por
lo que existe una imposibilidad histórica y, ciertamente,
intelectual de concebir al hombre despojado de la acción
política.
Entendemos acción política como el sustrato humano que
imprime a toda relación una lógica política, es decir, una
transacción de deseos, temores, ambiciones e intereses que
necesariamente no son equivalentes en su intercambio dando
origen al poder. De este modo, el aspecto conflictivo es
inherente a la acción política del hombre. Veamos esto. Las
pasiones como fuerza motora del devenir humano se
encuentran en Maquiavelo dentro del propio Estado;
específicamente en la comunidad política, en cambio, para
Hobbes éstas se hallan gobernando la acción caótica del
13
hombre en su condición natural y están encadenadas bajo la
presta observancia de la razón en el Estado civil. No hay
acción política en Hobbes puesto que los súbditos pueden
ejercer poco más que su libertad civil y el Soberano se
encuentra, aun, en estado de naturaleza donde la propia
acción política es negada, de acuerdo al filosofo inglés,
por las mismas pasiones. Se suma a ello la incapacidad de
Hobbes para discriminar "lo político", como moción interna
del hombre y "la política" como forma fenoménica,
institucionalizada en un aparato objetivo desde el cual se
alza el soberano. No hay por lo tanto, en Hobbes, acción
política sin aparato político, sin Estado. Maquiavelo, en
cambio, supone a las pasiones no solo como un elemento
constitutivo del hombre sino como el alma de la acción
política. Y la acción política es manejo de la pasión,
virtuosidad. La acción política es la publicidad del
conflicto cuyas reglas componen un nuevo universo moral o,
simplemente, una particular ética política. Una base moral
cuyo fin se desglosa en dos frentes entramados: mantener el
poder del príncipe dentro de un campo tumultuoso y llevar
seguridad y tranquilidad hacia el pueblo.
Maquiavelo, a principios del siglo XVI, tuvo la
grandeza de comenzar una teoría novedosa sobre el poder
político, sus fines, acciones y comportamientos propios a
la vez que reconocía la existencia de un espacio ajeno a
ese poder: el pueblo. Nótese que utilizamos la palabra
pueblo y no Pueblo. El pueblo es la "multitud sin cabeza",
la disposición de los hombres en su vida privada, llena de
13
necesidades, inseguridades e imposibilitado de regirse por
sí mismo; en cambio; el Pueblo sólo puede ser aprehensible
como categoría política, es esa multitud llevada a la
acción política, que en el caso maquiaveliano, adquiere
corporeidad en el ejemplo de la Plebe romana.
Entre ambos, entre la conflictividad de la comunidad
política y la mansedumbre del pueblo, el príncipe deberá
ser un hombre natural, perfectamente hobbesiano, un zorro y
un león, que le permita compatibilizar la satisfacción
(sólo fugaz) de esa ambición espiralada de poder y
obstaculizar todo tumulto y odio surgido del pueblo que
solo desea una vida ordenada y sencilla.
Hobbes desde Maquiavelo
Curioso destino ha tomado el nombre de Maquiavelo a lo
largo de la historia, que adjetivado negativamente, se ha
constituido en una palabra conmensurable con la crueldad,
el cinismo, la negación ética y el horror. Quizá Hobbes,
sublime pero escandalosamente, haya conducido a Maquiavelo
hasta el mismísimo infierno de Dante ya que la inversión
hobbesiana marca el traspaso de Maquiavelo hombre a
Maquiavelo adjetivo.
Ese estado de naturaleza, bestial y caótico, dominado
por la pasión, el deseo y una temblorosa desconfianza hacia
el otro genera un estado de guerra de todos contra todos,
latente o real, donde la política es obstaculizada, negada.
Solo existe la fuerza del derecho natural, la potencia
13
destructiva de esa libertad licenciosa que en palabras de
Hobbes "...es la libertad que cada hombre tiene de usar su propio poder
como quiera (...) para hacer todo aquello que su propio juicio y razón considere
como los medios más aptos para lograr ese fin".2
Pero el pacto lo cambia todo. Los sentimientos del
hombre, devenido en súbdito, mutan su objetivación, su
efecto sobre la realidad. El miedo y el temor provocan,
ahora, obediencia y no violenta desconfianza; la libertad
se racionaliza, el deseo deja de ser una espiral eterna de
ambiciones para convertirse en la esperanza de una vida
confortable a través del trabajo. Pero si no hay vida
política en el estado de naturaleza, en la condición
natural de los hombres ¿porque la habría en el Estado
civil? Los súbditos no tienen relación política entre sí,
la política es negada porque se niega su condición de
existencia: la pasión.
Pero en el soberano tampoco hay vida política. Con
respecto a los súbditos sólo hay una relación de dominación
- sumisión, de amo y esclavo ya que como establece John
Locke "...si se supone que se han entregado al poder absoluto y arbitrario y a
la voluntad discrecional de un legislador, tiene que suponerse también que se
han desarmado a sí mismos y que lo han armado a aquél, para que los
convierta en su presa cuando le plazca"3. Se añade a ello que entre
soberanos la política es nuevamente obstaculizada, ya que
si en el estado de naturaleza los hombres estaban
imposibilitados de toda acción política también lo estará
el soberano con respecto a otros soberanos.
2 Hobbes, T., 2005, p.1063 Locke, J., 2005, p.161
13
Ahora bien, ¿porque en pleno siglo XXI nos
escandalizamos con Maquiavelo y no (o no tanto) con Hobbes
y los contractualistas? ¿Porque la acción política del
príncipe es maquiavélica (en el sentido que el liberalismo
le otorga) y el Estado civil de Hobbes es una posibilidad
explicativa de cómo funciona el poder en la actualidad? La
respuesta es simple. Continuamos suponiendo que el espacio
de lo político está, o debería estar, atravesado por el
consenso, por la paz y la seguridad; cuando la historia nos
ha demostrado que los grandes hechos políticos se
actualizan sobre un escenario mucho más parecido al estado
de naturaleza hobbesiano (y por tanto, a la ética política
maquiaveliana) que a su Estado civil. Hobbes ha tenido la
astucia teórica de llevar ese hombre real y por tanto
pasional y deseante a un espacio hipotético e irreal, e
inventarse un hombre nuevo y universal, adecuado a las
necesidades históricas por venir. Similar proceso al que
describe Karl Marx cuando en la Declaración de los Derecho
del Hombre se asume como hombre genérico de lo político al
hombre egoísta y particular de la sociedad civil burguesa.
Hobbes ha tomado como real y necesario a lo ficticio y
fantástico, allanando el camino a toda una tradición de
pensamiento liberal que coloca en el Estado la construcción
fenoménica de lo político, la objetivación de toda acción
política dentro de un ámbito estatal que ineludiblemente se
opone a la naturaleza del hombre. El Estado adquirirá desde
el siglo XVII el carácter de necesario, inevitable,
racional y positivo, exceptuando dos posiciones filosóficas
13
paradójicamente contrarias, el marxismo y el
neoconservadurismo anglosajón.
En Maquiavelo, no sólo el Estado, sino toda acción
política que irremediablemente excede el entramado
institucional, no posee un carácter positivo o negativo; lo
político es lo que es. Es ese cúmulo de deseos, ambiciones,
pasiones, razones e intereses diversos que el hombre pone
en juego cuando se relaciona dentro de un ámbito público en
la lucha por el poder. La acción política es en Maquiavelo,
entonces, el perpetuo movimiento del hombre salvaje de
Hobbes. Impulsado por sus pasiones y deseos, absuelto del
juicio moral civil o individual, atravesado por la
necesidad de manejar la pasión ajena para su propio
beneficio, en definitiva, el movimiento del hombre en la
esfera pública es una acción de conflicto y pasión.
Por ello Maquiavelo es disruptivo, no solamente con
todo el pasado teórico, sino fundamentalmente con el futuro
ya que aún hoy nos cuesta entender la naturaleza
conflictiva del hombre desarrollándose dentro de un ámbito
de construcción política donde la historia avanza sobre, y
a pesar, del consenso y la razón.
Maquiavelo y el príncipe
Existen innumerables textos que se afanan en
particularizar al Príncipe, en personificarlo. Entendemos,
por el contrario, que el príncipe es un espacio público de
13
lucha política, un ámbito de conflicto y resolución, en
definitiva, una comunidad política diferenciada de la
sociedad. Esta división, embrionaria y aun en potencia, es
cualitativamente diferente a la separación establecida por
la teoría liberal, hipótesis que analizaremos en los
capítulos siguientes. El príncipe, volviendo al tema, se
constituye en un ámbito diferencial, separado del pueblo ya
que "...para conocer bien la naturaleza de los pueblos hay que ser príncipe, y
para conocer la de los príncipes hay que pertenecer al pueblo"4.
El príncipe asume una forma colectiva, comunitaria,
integrada por un público de hombres virtuosos cuyo
movimiento diferenciador es la acción política y cuya alma
que mueve al cuerpo son las pasiones.
Estas acciones políticas, estas relaciones entre
hombre políticos encuentran su cauce en el desarrollo de
una ética política que se constituye como el basamento
moral sobre el cual se establecen acciones motivadas por
los deseos y pasiones que inducen al hombre político a
poseer "... una inteligencia capaz de adaptarse a todas las circunstancias, y
que (...) no se aparte del bien mientras pueda, pero que, en caso de necesidad,
no titubee en entrar en el mal"5.
Aparece así una relación tríadica entre pasión, ética
y virtud. Es en la arena política, o en el príncipe en
lenguaje maquiaveliano, que los hombres motorizados por sus
pasiones y dentro de una eticidad particular batallan con
suma violencia por el poder. El hombre político, vehículo
deseante y ambicioso, actualiza el deseo más elevado de
4 Maquiavelo, N, 2005, p.255 Maquiavelo, N., 2005, p.163
13
todos los hombres: el ansia de honor y gloria. Solo él
puede hacerlo ya que su virtuosidad le permite no solo
prever los avatares de la historia sino, fundamentalmente,
orientar sus pasiones y las de sus iguales para generar una
construcción política tal que lo mantenga en el poder a la
vez que alcance el no-odio del pueblo.
El príncipe es ,a pesar de cualquier particularismo,
la definición que Maquiavelo otorga a la lucha política, al
ámbito de conflicto y resolución de la política; al espacio
público de acción política movilizado por las pasiones.
Precisamente la virtud radica en saber utilizar esas
pasiones, propias y ajenas, para la construcción política y
para la relación con el pueblo ya que "las dificultades para
conservarlos (a los principados) depende de la mayor o menor virtud de
quien los adquiera"6. Entendiendo por esto la habilidad del
hombre político de poder convertir "las circunstancias", es
decir, las condiciones exteriores a toda comunidad
política, en procesos de acumulación de prestigio, gloria,
previsión, en suma, de poder.
Resumiendo, el príncipe es la instancia de máxima
violencia, de eterno conflicto; es la fuerza que empuja y
moldea la historia; y posee una forma particular donde
numerosos príncipes batallan por el poder erigiéndose sobre
el llano del pueblo. No es difícil dilucidar este
argumento, el príncipe no es más que la arena política
actual, donde los hombres viven para, por y de la política.
Por todo ello es necesario Hobbes para comprender a
Maquiavelo; porque las armas que utilizan los hombres en su6 Maquiavelo, N., 2005, p.62
13
condición natural son ahora armas propias del político
profesional. El lenguaje, por ejemplo, es en Hobbes un
dispositivo de lucha ya que no solo su uso puede viciarse y
convertir las palabras en engaños y mentiras sino además
que "... cuando usan el lenguaje para agraviarse unos a otros: porque viendo
como la Naturaleza ha armado a las criaturas vivas, algunas con dientes, otras
con cuernos y algunas con manos para atacar al enemigo, constituye un abuso
del lenguaje agraviarse con la lengua"7. Quien ha presenciado un
debate parlamentario o una pelea discursiva entre
militantes políticos, no puede más que reconocer que ese
uso del lenguaje que a Hobbes se le aparece como vicio es
en realidad virtud política. Nótese, además, la negación
hobbesiana de lo político en el Estado civil donde los
súbditos callan para siempre ya que "...se les advertirá cuán
grande es hablar mal del representante del soberano (...) o argüir y discutir su
poder"8.
Hobbes, precisamente, erradica las armas políticas,
negándolas, sometiéndolas a un soberano que es pura
negación de la naturaleza del hombre y que a la vez es pura
arrogancia ya que concentrando todo el sustrato político y
pasional del hombre natural está incapacitado de utilizarlo
por hallarse en estado de naturaleza. Recordemos, que según
el filosofo inglés, en la condición natural del hombre lo
político es inexistente. Por ello el soberano para hacer
uso de ese arsenal político debe pactar la construcción de
una comunidad política, esto es, someterse a un poder
superior, por lo que quedaría como súbdito negando
7 Hobbes, T., 2005, p.248 Hobbes, T., 2005, p.279
13
nuevamente toda acción política. Como podemos observar, la
teoría política de Hobbes es un callejón sin salida, una
sucesión infinita de negaciones. Por el contrario, en
Maquiavelo no hay cadenas para la acción política y el
conflicto nunca es negado dentro de la comunidad política
sino que se constituye en un dispositivo que permite
regenerar constantemente la vida.
Maquiavelo y el pueblo
Aparece, entre las páginas de la obra maquiaveliana,
un tibio emerger del pueblo. Como anticipamos en el
proemio, este pueblo es sustancialmente diferente al Pueblo
que aparece en Discursos... Este pueblo aun sin estar
organizado políticamente se encuentra bajo dominio
político, posee representación política sin él mismo
adentrarse en el príncipe. Este pueblo al que hacemos
referencia es el ámbito de los gobernados, antecedente
teórico de la sociedad civil descripta por la teoría
liberal, y aparece claramente diferenciado del espacio
político conflictivo, propio del hombre político. El pueblo
es el llano, el hondo paramo donde los hombres particulares
se relacionan mediados por la religión y el mercado. Es
decir, si el príncipe es el ámbito de lo político y la
libertad habitado por un hombre particular (el hombre
político), el pueblo se constituye como el ámbito del temor
13
y la necesidad (Dios y dinero), habitado por una multitud
de hombres comunes.
El hombre común, entonces, viviente en el reino de la
necesidad está conformado por un remolino de deseos
indeterminados, un deseo al deseo que es similar al del
hombre político; pero la determinación, es decir, la forma
en que se concretizan esos deseos dentro de una realidad
limitada por condiciones externas al propio hombre difieren
de tal manera que mientras uno puede ejercer esa pasión por
la gloria de sí mismo, el otro solo puede expulsar esa
pasión fuera de sí, es decir, colocar esa pasión sobre las
cosas o de manera genérica sobre un colectivo, esto es,
sobre la gloria del Estado todo; porque"(...) la naturaleza ha
creado a los hombres de modo tal que pueden desearlo todo, pero no pueden
conseguirlo todo y, así, siendo el deseo siempre mayor que la posibilidad de
conquistar, resulta el descontento con lo que se tiene, y la escasa satisfacción
por ello"9. El hombre común, entonces, encuentra determinado
su deseo a todo por la realidad mundana limitada a los
valores religiosos y a las costumbres devenidas en
moralidad civil. Es esta ética no-política lo que determina
y moldea la acción de los hombres comunes dentro de la
sociedad.
Ese deseo de gloria y honor propio del príncipe se
contenta con ser en el pueblo el deseo de adquirir; se
contenta con el afán de lucro y acumulación dentro de un
espacio limitado produciendo descontento y frustración.
Porque el hombre común es más infeliz por lo que desea y no
posee que agradecido por lo que tiene, en palabras de9 Maquiavelo, N., 2004, p.144
13
Rousseau "...la privación se volvió más cruel de lo que la posesión era grata,
y se era desgraciado al perderlas, sin ser dichoso por poseerlas"10. El deseo
es insatisfacción constante para el hombre común ya que
éste vive fuera de sí, la plebe enajena su deseo y lo
coloca fuera de sí. Y ese deseo de honor y gloria común a
todos los hombres pero actualizable solo por los virtuosos,
sumamente dulce pero también riesgoso porque con su
desarrollo se arriesga hasta la mismísima vida; ese deseo
sumamente particular e interior, emerge por la impotencia,
fuera de sí y se encadena a las cosas.
El deseo del pueblo se satisface, de este modo, en el
mercado al que concurren los hombres mediados por la
necesidad y ese deseo enajenado. Deseo que se vuelve plena
desconfianza. Los hombres no solo quieren la cosa para sí
sino que además pretenden impedir a otros su disfrute. El
temor a ser despojado convive con la necesidad de poseer
cada vez en mayor cantidad ya que "(...) el temor a perder genera en
ellos los mismos deseos de quienes quieren conquistar, en cuanto los hombres
no parecen poseer con seguridad lo que tienen, si no conquistan de nuevo algo
mas"11 pero ante este apetito voraz de poseerlo todo, el
hombre da cuenta de su incertidumbre y por ello escapa del
conflicto ya que se constituye como amenaza a su seguridad,
a su patrimonio y busca la paz, oculta su pasión, se vuelve
temeroso y por último y al mismo tiempo se somete al poder
político.
Así, en Maquiavelo, la plebe transita psicológicamente
entre la necesidad y el temor. Aquí no hay libertad
10 Rousseau, J.J., 2005, p.12911 Maquiavelo, N., 2004, p.68
13
posible; los hombres actúan dentro del reino de la
necesidad guiados por una insatisfacción constante, por una
frustración tal que imposibilita articular acciones
políticas que lo liberen de esas cadenas mundanas. Además
el temor al cambio produce el mantenimiento de las formas
de vida ya que "...el innovador se transforma en enemigo de todos los que
se beneficiaban con las leyes antiguas, y no se granjea sino la amistad tibia de
los que se beneficiaran con las nuevas. Tibieza en estos, cuyo origen es, por un
lado el temor a los que tienen de su parte la legislación antigua, y por otro, la
incredulidad de los hombres, que nunca confían en las cosas nuevas hasta que
ven sus frutos"12. Es entonces fruto de esta imposibilidad de
volverse hacia la acción política que el pueblo se resigna
al más simple de los deseos: el no ser oprimido. Al menos,
no ser oprimido; esa es su garantía de seguridad, esa es la
libertad a la que aspira la plebe y que como veremos en el
capitulo siguiente depende del príncipe. Merece aquí la
pena recordar que con príncipe hacemos referencia a una
comunidad compuesta por hombres políticos y no simplemente
a quien detenta el poder.
La constante insatisfacción, este deseo a todo que se
estrella contra una realidad limitante, tiene su origen en
la enajenación del deseo del hombre. Al expulsar fuera de
sí al deseo lo vuelca sobre las cosas; asistimos así al
tránsito de la política a la economía, de lo político al
mercado, y dentro del mercado el hombre común no puede ver
más allá de lo aparente. La cosa es pura apariencia, pura
corporeidad. Y los demás hombres se le aparecen cosificados
de tal manera que no logra distinguir intenciones y12 Maquiavelo, N., 2005, p.65
13
ambiciones, no logra discriminar el ser del parecer, ya que
"(...) la generalidad de los hombres se alimenta tanto de lo que parece ser
como de lo que es y ,muchas veces, se mueve aun más por las cosas que
parecen y no por las que son"13. El deseo nubla la capacidad
crítica del pueblo y no ven más que insatisfacción frente a
la cosa que no poseen y sometidos a la necesidad de las
cosas se someten también a los atributos del hombre
político, cuyas características anhelan para sí; es por
ello que existe la posibilidad de "...que aparezca algún hombre
de bien que hablando les demuestre cómo se engañan, porque los pueblos,
como dice Tulio, aunque sean ignorantes, son capaces de verdad, y ceden
fácilmente cuando un hombre digno de fe les dice la verdad"14. El pueblo
atrapado en la apariencia, frustrado en su deseo y
arrinconado en su cobardía se vuelve una masa blanda,
maleable y predecible. Dependerá de la virtud de hombre
político y de la fortuna de los acontecimientos que el
príncipe se erija como necesidad vital, como baluarte de
todos, como solución virtualizada de la incapacidad del
pueblo.
Maquiavelo y la articulación entre política y sociedad
Hemos intentado desglosar la obra maquiaveliana en sus
partes más concretas. Partiendo del todo, hemos reconocido
y diferenciado al príncipe como comunidad política y al
pueblo como la sociedad de la apariencia y la necesidad.
13 Maquiavelo, N, 2004, p.12114 Maquiavelo, N., 2004, p.65
13
Ahora los volvemos a unir pero algo ha cambiado. La obra de
Maquiavelo adquiere otro significado. No solo puede ser
leída desde dos puntos de vista, parándonos en el llano y
mirando hacia arriba o asomándonos por el balcón palaciego
y orientando nuestra mirada hacia el vulgo. Ahora vemos que
las murallas de los castillos son, en realidad, mucho más
permeables de lo que aparentan y que irremediablemente se
producen relaciones entre príncipe y pueblo; relaciones que
escapan de la lógica dominación-sumisión y que adquieren
una lógica de intercambio mediada por la necesidad, las
pasiones y una eticidad diferenciada.
Esta lectura dialéctica de Maquiavelo nos permite
adentrarnos en la relación que se produce entre la
comunidad política y la sociedad. El hombre político, como
hombre diferenciado de aquel que transita el pueblo, y que
tiene un espacio propio de acción y una ética particular,
es en realidad, el hombre común, aquel que habita el vulgo
pero que ha logrado exteriorizar su virtuosidad. Es decir,
ese deseo de gloria y honor contenido y encadenado por el
temor logra emerger, rompiendo sus cadenas, hacia la acción
política. El hombre político hace de sus temores una forma
de acción y de su pasión irrefrenable un modo de vida.
El hombre político, entonces, valiéndose de armas
naturales, como la palabra o su ingenio, se aventura en una
empresa sumamente difícil, a una batalla con dos frentes.
Por un lado una guerra entre sus iguales políticamente,
entre hombre políticos, que asume la forma de conflicto y
se desarrolla dentro de la arena política. Pero por otro
13
lado, debe atender otro frente. La batalla entre sus
iguales naturalmente, esto es, la guerra contra el pueblo
que necesariamente debe adquirir la forma de consenso, de
paz y tranquilidad. Y aquí radica parte de la virtuosidad
política, en distinguir la sustancialidad particular de
cada ámbito y sus fines específicos, en saber que "(...) los
príncipes sabios siempre han procurado no exasperar a los nobles y, a la vez,
tener satisfecho y contento al pueblo"15.
Y sin querer creer, y sin querer atenerse a las
costumbres y a las leyes el príncipe debe hacerlo, debe
mostrarse como ejemplo de todo para salvarse él mismo. Debe
aparentar ser el más temeroso de Dios y el ciudadano más
cívico ante el pueblo, debe aparentar tenerlo todo sin
poseer nada ya que "no es preciso que un príncipe posea todas las
virtudes citadas, pero es indispensable que aparente poseerlas. Y hasta me
atrevería a decir esto: que el tenerlas y practicarlas siempre es perjudicial , y el
aparentar tenerlas, útil"16. La religión es, entonces, una de las
herramientas políticas para frenar los apetitos insaciables
del pueblo ya que como nos explica Maquiavelo haciendo
referencia a Roma "...qué útil era la religión para mandar los ejércitos,
para animar a la Plebe, para mantener buenos a los hombres y hacer
avergonzar a los malos"17 y a continuación agrega "...donde falta el
temor de Dios, necesariamente el reino se arruina o es sostenido por el temor a
un príncipe que suplirá los defectos de la religión"18. A los severos ojos
de Dios sobre los hombres se agrega el peso de la
costumbre, de la memoria del pueblo. Ambos constituyen un
15 Maquiavelo, N,. 2005, p.17116 Maquiavelo, N., 2005, p.16217 Maquiavelo, N., 2004, p.8918 Maquiavelo, N., 2004, p.90
13
andamiaje moral civil que junto a las leyes positivas
encauza los tumultos y los conflictos del pueblo,
impidiendo exteriorizar su frustración de manera autónoma e
independiente al poder político, ya que el príncipe debe
prever, y aquí está su virtud, una organización tal que
"...la alteración de los humores que la agitan tenga una salida ordenada por
las leyes"19. Nótese como el autor florentino cristaliza aquí
toda su teoría política ya que en el capitulo precedente
estipula que "...fue necesario tolerar aquellas enemistades que nacieron
entre el Pueblo y el Senado, tomándolas como un inconveniente necesario para
llegar a la grandeza de los romanos"20. Aquí no hay contradicción
teórica sino la certeza real de la existencia de dos
comunidades dentro de una comunidad mayor, de un espacio de
lo político diferenciándose de lo civil; separados en
cuanto a su composición pero también en referencia a sus
modos de acción, sus sistemas éticos y sus concepciones
teleológicas. Es decir, para la plebe tranquilidad,
seguridad y ley civil; para el príncipe, es decir, para la
comunidad política (tengamos en cuenta que es Pueblo y no
pueblo) el conflicto se torna una necesariedad.
Pero, en definitiva, el rol del príncipe para con el
pueblo se trata de ser temido y no odiado, de dominarlo sin
oprimirlo. Esta dominación encuentra su legitimidad en el
consenso del propio pueblo en donde a través de un
entramado de consentimiento y coerción reconoce en el
hombre político a un hombre superior al vulgo, a un hombre
19 Maquiavelo, N., 2004, p.7420 Maquiavelo, N., 2004, p.73
13
cuya búsqueda valiente de gloria redunda en la gloria de
todos. Se funda, así, la lealtad política.
Lealtad que también radica en la virtud del hombre
político ya que ésta se erige como un vinculo de necesidad
y beneficio. Un vinculo de creación constante que otorga al
hombre político la legitimidad de obrar según una lógica
diferenciada, una ética propia, en búsqueda de la
satisfacción de su propio deseo, de su ambición personal.
El pueblo acepta esta división real entre mando y
obediencia; entre quien gobierna y quien se atiene a ser
gobernado y la tarea del hombre político, dentro del
príncipe, es hacer de su fin particular un fin universal;
haciendo de su deseo egoísta y personal una causa política
nacional. Esto es virtud política. Representar en el teatro
de la apariencia el papel del pueblo hecho carne.
Consideraciones finales
Hemos visto como toda la teoría hobbesiana es superada
por Maquiavelo. Aquí no debemos entender la historia como
una línea cronológica sino que la superación maquiaveliana
es posible porque asumimos la historia de la filosofía
política de forma dialéctica. Hobbes es superado y
contenido por Maquiavelo, quien explicita en forma
embrionaria la contradicción existente entre un ámbito
conflictivamente libre y un espacio necesariamente
dependiente. La relación aparencial entre ambos permite
13
generar un velo que divide al hombre entre su vida
ordinaria y su representación política. Y aún más. Hemos
llevado a ese hombre real maquiaveliano que aparece en el
estado de naturaleza de Hobbes, al plano político, a la
arena política y establecido que la virtud de ese hombre se
encuentra no solo en su valentía sino también en su
capacidad de aparentar lo que no se posee.
Hemos desligado a Maquiavelo de aquellos republicanos
liberales que, aún hoy, intentan ver en el autor florentino
al primer teórico de una lógica política donde la libertad
política es individual y de todos, donde el Estado es pura
constitucionalidad y donde los hombres participan
desinteresadamente de los asuntos públicos. Sin embargo
entre estos ámbitos, entre la política y la sociedad, el
tránsito no parece ser tan fluido y la representación
política cede ante la necesidad y la obnubilación.
Aún más, pareciese que no existe tal cosa como la
preponderancia del interés común sobre el particular, sino
sólo la apariencia de ello. Lo político se transforma,
también, en reino de la apariencia lo que le permite su
nexo con el pueblo y el hombre político aparentando ser, él
mismo el representante del bien común, no es más que un
lobo disfrazado de cordero. ¡Es esa su virtuosidad!
Por último, embrionariamente, Maquiavelo da cuenta de
las dificultades de la comunidad política para legitimar su
existencia debido a la separación irreconciliable entre
Estado y Sociedad (que en Maquiavelo aparecen bajo la forma
de príncipe y pueblo), entre dos espacios diferenciados por
13
la actualización de los deseos del hombre y su realización,
la diferencia ética y la priorización del duelo
pasión/temor. Maquiavelo con herramientas aún jóvenes se
acerca al abismo que divide la comunidad política del
pueblo (protoformación teórica de la sociedad civil), pero
será el Marx adulto quien definitivamente apartará el velo
republicano y liberal trabajosamente construido por toda la
filosofía política del siglo XVII y XVIII para denunciar la
ilusión del poder político, la mistificación de una
comunidad abstraída del pueblo que pareciendo velar por el
bien de todos se constituye como ámbito aparencialmente
necesario para la vida humana, o en palabras del propio
Maquiavelo es la virtuosidad de "un príncipe hábil (que) debe
hallar una manera por la cual sus ciudadanos siempre y en toda ocasión
tengan necesidad del Estado y de él. Y así le serán siempre fieles"21.
Bibliografía consultada
21 Maquiavelo, N., 2005, p.102
13
- Hobbes, T. (2005) Leviatan o la materia, forma y poder de una
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-Locke, J. (2005) Ensayo sobre el gobierno civil (1º edición)
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-Maquiavelo, N. (2005) El Príncipe(2º edición) Buenos Aires.
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-Marx, K. (2004) Sobre la Cuestión Judía (1º edición) Buenos
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