EL CUERPO POR DELANTE Teatro como acontecimiento en la América Latina de los años 50 y 60
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EL CUERPO POR DELANTE
Teatro como acontecimiento en la América Latina de los años 50 y 60
Magaly Muguercia
En los años 50 el arte de la “puesta en escena” conquista su profesionalismo en
varios países latinoamericanos. Ahora la tarea impostergable será apropiarse del
mal conocido Stanislavski, poner a funcionar al absolutamente fascinante Brecht
(que solo entonces se está dando a conocer en el mundo), y permitirse la sorpresa
de un teatro del absurdo que, en América Latina, causaba un efecto ligeramente
familiar. “En México Ionesco es un autor costumbrista”, había dicho Alejandro
Jodorowsky.1 También el mundo entero estaba a punto de descubrir a Artaud,
que, al igual que Brecht, llegaba con retraso a causa de la guerra. En 1954 el
teatro de la crueldad asomaba en un montaje habanero de Las criadas de Genet.
De modo que un tropel de inquietudes – a veces contradictorias entre sí -- invade
el teatro. Se están poniendo en juego, al unísono con los cánones realistas y el
paradigma de la “puesta en escena”, preguntas sobre las condiciones físicas y
materiales de la teatralidad, sobre el procesamiento escénico de lo etnológico y
político; sobre el papel de la representación en arte y las alternativas al teatro
pensado como arte de representación.
De esta ola de inquietud participan contingentes entusiastas de artistas de
orientación filosófica existencialista, anarquista y marxista-leninista (a veces todo a
la vez), por lo general vigilados de cerca por policías y dictadores. La otra novedad
es que, por primera vez en teatro, la América Latina no llega “tarde” a las
vanguardias.
Esta investigación ha sido financiada por el Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico
FONDECYT – Chile. 1 Citado por Fernando de Ita en “Ionesco, un autor costumbrista”, 2009. Disponible en: http://www.teatromexicano.com.mx/noticia.php?id=167
2
Los antropológicos
En 1953 el poeta haitiano Félix Morriseau-Leroy escribe y lleva a escena su
Antígona en creole, adaptación de Eurípides a la actualidad de su país. La
propuesta introduce ritos del vodú y es hablada en el idioma del pueblo en un
momento en que la intelectualidad haitiana luchaba por la valorizar la presencia en
la cultura haitiana de la religión vodú y por el reconocimiento oficial del creole (y no
del francés) como la lengua nacional. Esta Antígona se presentaba al aire libre, y
la protagonista era hija de Dambalá, la serpiente, importante loa del panteón
vodú.1 Participaban en aquellos ritos y posesiones una combinación de actores
profesionales y populares, y el encuentro con los espectadores transcurría no en
un teatro sino en los cerros de la periferia de Puerto Príncipe, donde la población
vivía una pobreza calamitosa.
Sobre aquel espectáculo escribió entonces Alejo Carpentier:
Veo perfectamente una Antígona situada en una isla del Caribe, o en la
selva virgen, rodeada de una naturaleza paroxística, cargando con el
peso de un sol implacable, dando rienda suelta a sus energías
instintivas, a su concepto elemental y verdadero – maniqueísta por así
decirlo – del Bien y del Mal... Tal vez se trata de una mera impresión;
pero mejor veo a Creón y a Antígona en una aldea del Macizo Central
de Haití, rodeados de buitres que lo son de verdad, que en la extrema
civilización de la isla de Francia, de Bélgica o de Escocia...2
La idea de lo real maravilloso había nacido años atrás del encuentro de Carpentier
con Haití. Ahora, un hecho teatral concebido desde las ambivalencias de la
cosmovisión haitiana, ponía al teatro en el límite de lo estrictamente artístico. La
1 Ver Moira Fradinger, “Danbala’s Daughter: Félix Morisseau-Leroy’s Antigone en creyol”, en Erin B. Mee, Helene P. Foley Antigone on the Contemporary World Stage, Oxford University Press, 2011, p. 127-146. 2 Alejo Carpentier: "Antígona en créole", El Nacional, Caracas, s/f, apud M. Castillo Didier, 2012, “Calzar el
coturno americano. Mito, tragedia griega y teatro cubano”, en Byzantion nea Hellás 31, p. 286. Disponible en: http://www.byzantion.uchile.cl/index.php/RBNH/article/viewFile/26364/27663
3
teatralidad como acontecimiento se abría un camino singularmente antropológico
en el Caribe.
En 1956, de nuevo en tierra de afroamericanos, se estrena en Recife el Auto da
compadecida, el clásico del brasileño Ariano Suassuna. En el texto, el autor
solicitaba que las acciones se realizaran de principio a fin “como si se estuvieran
representando en el picadero de un circo”.1 Decía la acotación refiriéndose a las
figuras de Joao Grilo y Chico: “… el espíritu circense orienta los gestos y
reacciones de los dos personajes”.2 Cada vez que ingresan a la escena,
concebida por el director Clênio Wanderley como la arena de un picadero, los
actores-personajes corren y agitan las manos en alto, victoriosos, como si
irrumpieran en la arena de un circo. El público interrumpe con aplausos la palabra
del payaso-narrador que, en realidad, es el responsable “por todo lo que la pieza
posee de reflexión”3. Lo que está en discusión es la capacidad de fraude de la
cultura dominante frente a la astucia de los pobres y la fuerza de la religiosidad
popular. El texto de Suassuna y el concepto escénico de Wanderley eran una
invitación, muy elaborada poéticamente, para que el espectador atravesara “la
frontera estética que existe entre la realidad y la representación”.4 Al año
siguiente, este extraño producto que mezclaba circo, auto medieval, fiesta
callejera y pieza didáctica (presumo que Suassuna quizá conocía algo de Brecht
por aquellos días) gana todos los premios del festival de Aficionados de Río de
Janeiro. Desde entonces, decenas de directores la han representado en distintas
lenguas en el mundo entero.
Y en 1957, en Perú, un camino de teas encendidas marca la ruta a los
caminantes. En la noche, los espectadores avanzan hacia un “conjunto espectral”
1 Ariano Suassuna, Auto Da Compadecida [1955] 2004, Agir Editora, p. 206. Disponible en: http://books.google.cl/ 2 Ibíd., p. 207.
3 Ibíd. 4 Ibíd.
4
de ruinas incaicas.1 En la explanada desnuda, frente al auténtico palacio
precolombino, está a punto de celebrarse el juicio de Atahualpa, el último Inca.
Llegado el clímax, “se iluminan hogueras en los cerros y varios ‘indios’
estratégicamente repartidos lanzan ayes que el eco reparte en el valle”. Un músico
en vivo hace repicar la tarola y, al cesar el redoble, “callan los indios de los cerros”
con un silencio que Bernardo Roca Rey “prolongaba de manera genial”. Juan
Gargurevich considera, todavía hoy, que La muerte de Atahualpa es “el más bello
y espectacular montaje del teatro peruano”.
En los tres ejemplos anteriores hemos observado el abandono del escenario
tradicional a la italiana. Esto es, la práctica del teatro, como se diría hoy, “en
espacios no convencionales”. Los artistas de Haití, Brasil y Perú representan a
una vanguardia teatral que, en los años 50, realiza una indagación
específicamente teatral y antropológica que, al menos en el caso de los haitianos
y brasileños posee ribetes políticos evidentes. Con diferentes procedimientos
estéticos y desde diversos fundamentos filosóficos, los tres espectáculos
cuestionan la representación frontal y se preguntan: ¿cómo transformar la
recepción del espectador local? ¿Cómo ponerlo en situación participante, más allá
de la frontera estética, de la mímesis y la ilusión de verdad?
El círculo y la arena
En 1951 el Teatro de la Universidad de Puerto Rico estrena A puertas cerradas,
de Jean-Paul Sartre, y Los justos, de Albert Camus, en teatro arena. No es la
primera vez, porque en la escena circular se había probado en esta isla desde
1949. También en 1951 el grupo cubano Patronato realiza el primer estreno -- otra
isla caribeña--, de un espectáculo de teatro arena dirigido, por cierto, por el
agregado cultural de la Embajada de los Estados Unidos en La Habana, que,
1 Las citas a continuación están tomadas de Juan Gargurevich, “Aquella muerte de Atahualpa”, 2006. Disponible en: http://tiojuan.wordpress.com/
5
evidentemente, era hombre de teatro. Por razones múltiples, Cuba y Puerto Rico
eran países con conexión directa con los Estados Unidos, donde el teatro arena
formó parte del naciente “New Theatre” norteamericano desde 1947.1
En 1953 se funda en La Habana el Grupo Arena. En una tradicional valla de
gallos se presenta Recuerdo de Berta, de Tennessee Williams, dirigida por Julio
Matas. Un año después el propio Matas estrena, también en teatro arena, La
cantante calva, primer texto de Ionesco dado a conocer en Cuba. También en
1954 el director Erick Santamaría causa escándalo con una Ramera respetuosa
de Sartre presentada en escenario circular.
La protagonista, según cuenta Rine Leal, “copiaba el sex-appeal de Marylin
Monroe”2. La puesta, en la pequeña sala Talía, diseñada por el arquitecto Antonio
Quintana, era tan agresivamente física, o sexy o quizá “cruel” que el grupo TEDA
(Teatro de Arte Experimental) ofrece la enormidad de ¡102 funciones
consecutivas! a teatro lleno. Absolutamente una revolución para aquella época,
cuando todavía los teatros independientes en Cuba se limitaban a ofrecer una o
dos funciones mensuales para sus asociados. El debate que se desencadenó
giraba en torno a si aquel Sartre de Chela Castro y Erick Santamaría era genuino
“teatro de arte” o, por el contrario, un exabrupto comercialista, o bien una
exhibición común y corriente de “inmoralidad”. La crítica dio todo tipo de
respuestas, pero el evento tuvo como consecuencia que, a partir de entonces, en
La Habana el teatro pasara a un régimen de funciones diarias de jueves a
domingo, en salas minúsculas donde convivían el experimentalismo con la
cartelera más o menos comercial.
Con este antecedente del estallido de la función diaria y el teatro arena,
observemos ahora otro fenómeno que se produce en enero de 1954 en La
Habana. Es el primer montaje de Las criadas de Jean Genet en América Latina
1 Margo Jones funda su Theater ’47 en Dallas, Texas. 2 Rine Leal, “La ramera respetuosa”, En primera persona (1954-1966), La Habana, Instituto del Libro, p. 231-233, apud Ernst Rudin, “Broadway y la Revolución Cubana: teatro norteamericano en La Habana, 1956-1961”. Disponible en http://www.raco.cat/
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(parece haber habido uno anterior en Argentina, pero que pasó casi inadvertido
para la crítica). Tres actrices excepcionales1 despliegan en la pequeña sala de la
Asociación de Reporters unas actuaciones que no pueden calificarse ni de
stanislavskianas ni de teatralistas. “Yo salí temblando del teatro”, cuenta el
dramaturgo José Triana.2 Lo que esta actuación del texto de Genet producía se
llama “intensidad”. El director Francisco Morín era un artaudiano avant la lettre
que, desde fines de los años 40, había buscado textos que le permitieran explorar
la actuación energética, el rito y la crueldad (fue el director que, contra viento y
marea, se atrevió a lanzar la irreverente Electra Garrigó de Virgilio Piñera en
1948). Las criadas de Morín “deja un fuerte impacto en la dramaturgia cubana de
los cincuenta y los sesenta”3. El director había puesto el foco en el trabajo extremo
de sus actrices y en un fenómeno de ritmo y presencia orquestado sobre la
desnudez del escenario en cámara negra. Aquel “teatro pobre” alcanzó
resonancias de ritual. Los espectáculos de Morín tenían esa característica
ceremonial que fue advertida, entre otros, por Rine Leal. Los cubanos que no
alcanzamos a conocer el teatro de Morín recordamos, sin embargo, las
memorables reseñas de Rine, y sus relatos sobre Prometeo, aquella pequeña sala
donde el público ingresaba como quien entra a un “templo”.4
Cuando a mediados de 1954 La ramera respetuosa en teatro arena desencadena
el viraje histórico del teatro cubano hacia la función diaria, el maestro Morín decide
retomar sus Criadas y rodearlas de espectadores por todas partes. En noviembre
de 1954 el público de las salitas asistirá a un evento de “crueldad” sobre escenario
circular.
Y en Argentina, desde 1951 el inquieto grupo Nuevo Teatro, dirigido por Alejandra
Boero y Pedro Asquini, ha introducido la escena circular. En ese entonces ellos
1 Ernestina Linares, Miriam Acevedo y Dulce Velasco. 2 Apud Marleen Berlanga , 2006, “La noche de los asesinos de José Triana: rito por la identidad”. Disponible en: http://www.bibliotecajb.org/ 3 Entrevista de Jesús Hernández Cuéllar al dramaturgo Matías Montes Huidobro, 2002. Disponible en:
http://www.contactomagazine.com/huidobro.htm 4 Rine Leal, En primera persona (1954-1966), La Habana, Instituto del Libro, 1967, p. 196.
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eran más bien realistas-stanislavskianos; pero más adelante, en 1954, son ellos
quienes estrenan el primer Brecht de gran formato en Argentina1: una Madre
Coraje que hizo historia, protagonizada por Alejandra Boero.
Pero Pedro Asquini cuenta que …
Lo estrenamos y todo fue un éxito de prensa y público. Los
espectadores aplaudían entusiasmados. Pero yo me di cuenta de que
habíamos fracasado por un pequeño detalle: cuando en la escena final
Madre Coraje baja con su carreta desvencijada y vacía a la platea,
siempre, infaltablemente, los espectadores intentaban ayudarla, tan
identificados estaban con la tragedia de Anna Fierling.2
La escena, que quería ser distanciadora, provocaba una recepción que Asquini
conceptuaba como “identificación”. Quizá hoy pudiéramos especular si acaso esta
“identificación” no sería más bien un acontecimiento en el plano físico, provocado
por el impacto directo y corporal del carro de Coraje invadiendo el espacio de los
espectadores.
Son años en los que, en Buenos Aires y otras ciudades argentinas, proliferan
también las presentaciones en barrios y poblaciones y se comienzan a construir
carpas para presentar teatro, a la manera del circo. En 1958 Francisco Petrone
funda la más famosa de ellas, el Circo Teatro Arena en medio de la plaza Once.
Se inaugura con el montaje de Una libra de carne, la “farsátira” teatralista de
Agustín Cuzzani.3 Y en 1959 Hedy Crilla, maestra de la actuación stanislavskiana
a la porteña, presentaba en escenario arena una Cándida de Shaw que le vale el
premio de los Críticos Teatrales a la mejor puesta del año.
1 Es el primer montaje en español. El año anterior el grupo IFT había presentado Madre Coraje en yiddish. 2 Osvaldo Pellettieri, Historia del teatro argentino en Buenos Aires. La segunda modernidad (1949-1976), Buenos Aires, Galerna, 2005, p. 138. 3 Ver Roberto Famá Hernández, Colecciones Teatrales, “El Circo Teatro Arena de Francisco Petrone”, 2011.
Disponible en: http://coleccionesteatrales.blogspot.com/2011/08/el-circo-teatro-aena-de-francisco.html
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El teatro arena, ¿era teatralista y distanciador o era hipnótico e ilusionista?
¿Acaso era artaudiano? ¿Qué tipo de efecto se proponían causar los artistas que
usaban este tipo de espacio?
Observemos lo que responden otros grandes teatreros del Río de la Plata. En
1954 se funda el Teatro Circular de Montevideo. Desde el principio, el nuevo grupo
de utópicos se ve envuelto en un debate sobre los supuestos efectos nocivos del
escenario circular sobre la comunicación.
Un crítico arremete contra ellos acusándolos de usar una “forma snob” de
escenificación. Según el crítico, el teatro arena amenazaba con romper “la magia
del teatro y la ilusión que creaba la sala a la italiana".
Andrés Castillo, fundador junto con Eduardo Malet y Gloria Levy de aquel espacio
labrado en el sótano de una edificación, publica entonces una minuciosa riposta
donde argumenta que los aportes del escenario circular son “totalmente
revolucionarios” por las siguientes razones:
1) “Carente de telón, sin apuntador posible y con por lo menos cuatro
sectores de audiencia a los que había que contemplar saliéndose de los
cánones tradicionales del teatro "a la italiana. [...] destruía el mito del
teatro frontal, y arrancaba la famosa "cuarta pared" […]
2) La cercanía del público " […] prácticamente juntaba al actor con el
espectador y a los propios espectadores entre sí”, con "los actores
dando la espalda al espectador" y soportando sus miradas clavadas en
la espalda.
3) "la práctica demostró que […] después de un adecuado
acostumbramiento de ambas partes... era otra manera de hacer teatro,
llena de inmediatez, naturalidad y frescura..." que, entre otros
beneficios, acercó muchos nuevos espectadores.1
1 Citado por Jorge Pignataro Calero en: “Teatro Circular de Montevideo. Medio siglo en escena”, El País Cultural, Nº 788, 10 diciembre 2004. Disponible en: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/
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Si, como aseguraba Andrés Castillo, el teatro circular garantizaba “inmediatez,
naturalidad y frescura”, ¿no podríamos pensar que estas tres cualidades eran
útiles no solo para un teatro de identificación sino, eventualmente, para otro que
quisiera cruzar la frontera de la mímesis y provocar desestructuración de actores y
espectadores en un plano real de acontecimiento? Algo de esta intuición estaba
asomando, quizá, en las palabras escogidas por Andrés Castillo para describir los
efectos esperados. Añadamos que el Circular montevideano, que existe hasta el
día de hoy con su sala espléndida, ha sido durante más de medio siglo un teatro
comprometido tanto con los experimentos de lenguajes como en las grandes crisis
de la Ciudad, incluida la resistencia a una brutal dictadura.
Ha dicho Karina Mauro sobre el teatro de los años 50 y 60 en su país:
Notemos que el realismo y las poéticas que lo cuestionan comenzaron
a ponerse en práctica al mismo tiempo [s.m.] en Buenos Aires,
provocando, sin duda, contradicciones y confusiones teórico-prácticas.
Esto puede considerarse perjudicial o beneficioso para nuestro campo
teatral y probablemente se haya dado una mezcla de ambas cosas. El
punto es comenzar a pensar la formación del actor argentino como un
híbrido de técnicas y tendencias yuxtapuestas y contradictorias, y a
estudiar su particularidad a partir de allí.1
Certera reflexión que pudiera ser aplicada a todos los casos de experimentación
con nuevos lenguajes desde el Caribe hasta la Patagonia. Hemos examinado
hasta acá la estética de teatros que abandonaron el escenario a la italiana en el
contexto de un profesionalismo escénico vigoroso que, además, había sido muy
recientemente conquistado. Son investigaciones de lo escénico que tienen, con
1 Karina Mauro, 2008, “Artaud / Brecht, y un teatro no realista”. Disponible en:
http://www.alternativateatral.com/
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frecuencia, mirada antropológica con intención política y “compromiso”. Lo que
observamos en todos los casos es un cruce paradójico de heterogeneidades, de
poéticas, técnicas y visiones de lo teatral que provocan resultados “impuros”. No
por gusto se quejaban algunos críticos de la época que solicitaban “puesta en
escena”, entendida como objeto de arte equilibrado y armónico. Lo que Mauro
afirma en relación con su país, puede aplicarse mutatis mutandis a muchos otros
teatros de la región porque, en la efervescente América Latina de los años 50 y
60, el arte de la puesta en escena inicia su esplendor cruzado ya por tensiones
que la cuestionan.
Se busca un espect-actor
Y, desde luego, Brasil también tiene su histórico grupo Arena, fundado por José
Renato y Gianfrancesco Guarnieri en 1953 y al que se incorpora en 1956 Augusto
Boal. Allí se desarrolló un trascendental laboratorio de actuación y concepto de lo
teatral.
Seguir la historia del Arena en sus diferentes etapas (la dictadura obligó a Augusto
Boal a exiliarse en 1971 y la experiencia sufrió una interrupción) nos lleva de
nuevo a preguntarnos qué efecto producía la forma de teatro arena sobre el arte
de la actuación. Pero ahora la pregunta se formula al interior del peculiar universo
brasileño, con su tendencia a la antropofagia de la forma europea, con su tradición
carnavalesca y su teatralidad inseparable de las riquezas de la música popular.
Según Augusto Boal, en 1956 el grupo Arena vivía una “etapa realista” donde el
actor aspiraba a desaparecer en el personaje. En un primer momento el Arena
investigó las técnicas stanislavskianas tratando de adaptarlas a lo específico
brasileño en la actuación.
Pero hacia el final de la década el Arena realiza un giro. El teatro circular le
descubre sus paradojas: propicia, con el close-up inevitable, un tipo especial de
11
intensidad en la relación público-actor. Por un lado, alienta el teatralismo, al
develar el teatro como un juego y mostrar el aparato escenográfico “sin disfraz”1;
pero por otro lado destaca la carnalidad de los actuantes.2 ¿Se trata de empatía?
También se acerca a Brecht. Pero, para Boal, en el artista alemán había una
limitación: Brecht no iba lo suficientemente lejos, pues no rompía la división entre
el actor y el público. Brecht pertenece a la órbita estricta de la puesta en escena y
el teatro como representación. Y Boal comienza a concebir la idea de un nuevo
tipo de teatro político que, apoyado en las paradojas de la escena circular,
desborde la epistemología realista tradicional y promover el nacimiento de un
espect-actor. Es necesario que el espectador salga de procesos confinados a lo
ideológico y a las operaciones en la conciencia, y aprenda a poner en la vida, en
su realidad cotidiana, el coraje y la alegría disidentes. El Teatro del Oprimido
quiere investigar el teatro como acontecimiento, como experiencia revolucionaria,
desestructurante y liberadora, más allá de la frontera estética y de la ficción.
Muchos más ejemplos pudieran ponerse en la América Latina al filo de los años 60
donde artistas con visiones radicales, y con variado fondo filosófico y estético,
comienzan a sacar a la relación actor-espectador de su canónica frontalidad. Un
impulso nuevo invita al teatro a deslizarse de una lógica de representación hacia la
vida, de lo estético hacia la producción de acto real.
Los locos años 60
Mientras que en los años 50 la puesta en escena en Europa llegaba rutilante al
límite de un camino, en América Latina ocurrían las contaminaciones y paradojas
que ya hemos comentado.
1 Ibíd., p. 2 Ibíd., p.
12
Lo que sí compartían Europa, Estados Unidos, América Latina y el resto del
mundo era el clima creciente de revolución anticapitalista. Desde los años 50 un
poderoso sentimiento de repulsa al sistema con sus desigualdades e injusticias
recorre el mundo y va en aumento.
En la América Latina de los 60 los “años de revolución” se han puesto en marcha.
El continente se va sembrado de guerrillas, muy estimulado por la presencia y el
activismo de la Revolución Cubana en toda la región. Terminando la década, el
Che hace su tránsito sobrecogedor de África a Bolivia y en varios países
acontecen históricas subversiones del movimiento estudiantil.
En tales circunstancias, el viejo debate latinoamericano sobre el “compromiso” en
arte se torna más candente que nunca. Los más partidistas (marxistas-leninistas,
maoístas, trotskistas, en su mayoría) reprochaban a los “experimentales”
(existencialistas, anarquistas y libertarios, simplificándolo mucho) su falta de
seriedad y consistencia, o bien su egoísta regodeo con las formas, que los tornaba
herméticos para las “mayorías populares”. Los devaneos de este vanguardismo –
decían los marxistas-leninistas—impedían al arte cumplir su misión
concientizadora en momentos en que el arte estaba llamado a funcionar como un
“arma de la revolución”.
Pero lo cierto es que no todos aceptaban el encargo didáctico. Ciertamente en los
años 60 mucho teatro político se expresó con procedimientos de realismo,
psicología y demostración de tesis ideológicas. O bien mediante un brechtianismo
de alto vuelo, que no dejaba de ser una modalidad de realismo. Pero en la línea
que estamos examinando ahora, de un teatro que tiende a rebasar el marco de la
puesta en escena, y en medio de fuertes debates y protestas que provenían de las
izquierdas más “serias”, hubo eventos de teatralidad comprometida y política que
seguía otras lógicas.
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Ataque masivo contra la cuarta pared
El primer gesto que trastornó el buen sentido teatral en los Estados Unidos cuando
estaban finalizando los años 50 se llamó happening.
Su gran impulsor y teórico, Allan Kaprow, discípulo del compositor John Cage que
ya en los años 50 había abierto el camino a este tipo de eventos, desarrolló una
forma de arte en la que “artistas, espectadores y materiales trabajaban juntos para
borrar la frontera entre el arte y la vida”1. El happening es un arte que se concentra
no en el producto sino en el proceso, y se presenta en un ambiente de objetos y
eventos cotidianos. El happening, siendo teatral, no quería ser puesta en escena
sino encuentro más o menos aleatorio de cuerpos que instalan un acontecimiento,
en el sentido filosófico de cambio súbito y desestructuración en el tejido de la
existencia. Cortázar escribió: “Un happening es por lo menos como un agujero en
el presente; bastaría mirar por esos huecos para entrever algo menos insoportable
que todo lo que cotidianamente soportamos”. 2
El happening renunciaba a cualquier componente épico, era provocador, y se
arrastraba deliberadamente a ras con lo cotidiano, lo banal y degradado. Así que
aquí también teníamos un problema político, porque el happening no exaltaba
valores como “serio”, “histórico”, “trascendente”, que solían asociarse con la
emancipación.
El chileno Alejandro Jodorowsky, tras unos protohappenings tempranos
perpretrados en compañía de poetas chilenos como Enrique Lihn y Nicanor Parra,
en 1960 se radicó en México, donde desarrolló la estética “pánica” de acciones
que él denominó “efímeros”: tocar un piano y después destrozarlo con un hacha, o
el baño usando un pulpo como esponja en una tina llena de sangre, o “… la
1 Fred Turner, From Counterculture to Cyberculture…, University of Chicago Press, 2010, p. 48.
2 Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, México-Argentina, Siglo XXI Editores, [1967] 2004, p. 10-11.
14
quema de un piano sobre el que se rostizaron unos pollos y el lanzamiento de
tortillas y pan sobre el público”1.
Con reminiscencias de las veladas futuristas y dadá, estaba irrumpiendo un arte
conceptual que por ahora se manifestaba como happenings, Fluxus, movimiento
destructivista y situacionismo.
Cada país latinoamericano tiene legendarios precursores, además de directos
practicantes del happening en los 60. En la nómina de los artistas de este linaje se
codean modernistas brasileños y estridentistas mexicanos con nadaístas
colombianos, tzánticos ecuatorianos, etc., etc.
Brasil, por ejemplo, tuvo a un mítico Flavio de Carvalho, de la generación de los
modernistas de los años 20, que puso en movimiento su propio cuerpo
contracultural en unas aventuras públicas que él llamó Experiencias. La
Experiencia no. 2, de 1932, consistió en una caminata que el pintor-poeta
emprendió, tocado con sombrero de copa, a contracorriente de una procesión del
Corpus Christi en Sao Paulo. La multitud de católicos estuvo al borde de linchar al
artista ensombrerado. Después, con la Experiência número 4, marchó a la selva
amazónica en compañía de dos “diosas” caucásicas: el objetivo era localizar tribus
locales y fundar en territorio amazónico un nuevo linaje de “indios blancos”. Eran
los años 30.2
Ya en los años 60 el primer happening brasileño se atribuye a Wesley Duke Lee
(de padre norteamericano), pintor, filósofo, poeta y fundador, junto con Nelson
Leirner y otros artistas que fundan el grupo Rex, dedicado a investigar las tesis del
1 Antonio Prieto S., ”Pánico, performance y política: Cuatro décadas de acción no-objetual en México”,
revista Conjunto (La Habana), núm. 121, abril-junio 2001, p. 2 Ver Rui Moreira Leite, “Modernismo e Vanguarda: o caso Flávio de Carvalho”, Estudos Avançados (Sao Paulo), no. 33, 1998. Disponible en: http://www.scielo.br/ No solo Flavio de Carvalho era excéntrico, sino un estudioso. Nutrido de la psicología y la antropología publicó ensayos sobre los resultados de estas experiencias.
15
realismo mágico. En 1961 un grupo llamado El techo de la ballena realiza en
Caracas la acción llamada Homenaje a la cursilería, que hoy se considera el
primer happening venezolano. En Argentina, en 1962, Alberto Greco inicia sus
Vivo-Dito, serie de acciones al paso, con transeúntes, en espacios públicos. Lo
que la prensa nombró como el “Happening del jabalí difunto”, en 1966, consistió
en una acción anunciada que no se realizó, deliberadamente, con el propósito de
develar “el mecanismo de construcción de realidad que se opera a través de los
medios masivos.”1
Mientras en 1963 en Ciudad México el chileno Alejandro Jodorowsky está
causando el pánico con sus “efímeros”, el mexicano Juan José Gurrola organiza
Jazz Palabra, otra acción provocadora en la que lo acompañan Juan García
Ponce y Carlos Monsiváis. Y ese mismo año, en París, la pintora argentina Marta
Minujin organiza el exterminio público de sus propios cuadros, tras lo cual libera
en la vía pública conejos y palomas. De vuelta a Buenos Aires, Minujin hace
acciones como envolver el Obelisco en helado y envolverse ella misma en papel
de periódico para después lanzarse al Río de la Plata (Leyendo las noticias, se
llama este happening). En 1965 presenta en el Instituto Di Tella La menesunda:
Los artistas, en contacto directo con el público, habían construido en un
tinglado una serie de divisiones en cada una de las cuales los
espectadores participaban de situaciones inesperadas. Un corredor con
luces de neón, una habitación con una cama y una pareja hombre y
mujer desnudos, una enorme cabeza en cuyo interior se maquillaba a
los visitantes, una cápsula de vidrio en la que se cubría a los
espectadores con papel picado y una cámara fría (a varios grados bajo
cero), entre otras divisiones. 2
1 Véase http://www.vivodito.org.ar/ 2 Marta Minujin, “Descripción de un happening: La Menesunda. Disponible en: http://ar.kalipedia.com/
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Es claro que, en la incandescencia de los 60, el arte no se contentó con ser
político solamente en un plano discursivo y de concientización sino con prácticas
que oponían una estridente rebeldía a la matriz racionalista y burguesa dominante.
Para enfrentar el orden capitalista había que producir un espacio “contracultural”.
Amplia es también la crítica que en su momento opuso algún reparo a los
happenings. En Argentina, por ejemplo, un maestro de la experimentación como
Alberto Ure, contemporáneo con los happenings, considera que: “…la práctica del
happening, modelaba demasiado sus experiencias en el traslado directo de la
vanguardia norteamericana para insertarse de lleno en la supuesta sofisticación
elegante de Buenos Aires.” Esta vanguardia argentina tenía un pecado, dice Ure:
“se sentía internacional”.1
En la visión de Karina Mauro, en Argentina:
[…] la interpretación de las premisas del Action Art y el Nuevo Teatro
internacional, que mediatizaron la recepción local de la obra de Artaud,
fue demorada (las artes plásticas tomaron la delantera) y superficial,
centrándose sólo en los aspectos escandalosos y escatológicos. Si bien
ampliaron la permisividad acerca de lo que se hacía y se mostraba en el
escenario, estas experiencias no impusieron novedades técnicas
sistemáticas en la formación del actor, aún y durante varios años más,
centrada en Stanislavski. 2
Y vale añadir, en este rápido panorama, que en la Bogotá de esos años hacer
happenings estaban expresamente prohibido por las autoridades. Y que no se
hicieron happenings en la revolucionaria Cuba de los años 60 porque el estado
socialista no estaba dispuesto a correr los riesgos del disturbio callejero. Solo haré
mención a la obra del maestro de la danza contemporánea cubana, Ramiro
1 Alberto Ure, Ponete el antifaz. Escritos, dichos y entrevistas de Alberto Ure, Buenos Aires, Instituto
Internacional del Teatro, 2009, p. 12. 2 Karina Mauro, “El Nuevo Teatro (1950 – 1970)”, 2009. Disponible en: http://www.alternativateatral.com/
17
Guerra. En 1969 estrena, en el Conjunto Nacional de Danza Moderna, del que era
fundador y director, una coreografía titulada Impromptu galante, donde comienza
a utilizar “los nuevos procedimientos teatrales de los años 60”1.
Su próximo espectáculo se ensaya a lo largo de 1970. Invita público a los
ensayos.
El Decálogo... transcurría alrededor de todo un gran espacio alrededor
del Teatro Nacional, donde los espectadores iban siguiendo el
espectáculo […] los bailarines tenían que atravesar el auditorio al bailar
prácticamente en la cabeza del público. Se tiraban de balcones, desde
terrazas, en medio de la gente, y se creaba una comunicación en la que
el público protegía a los bailarines, les abría paso, los disfrutaba, seguía
buscándolos por todo aquel espacio donde ocurría la siguiente sección
del montaje. […]
Yo pude ver en aquellos ensayos generales cómo la muchedumbre
afloraba sin promoción de ninguna clase. Se sabía en todo el barrio y
además invitamos a teatristas, a la gente del mundo de la danza, a
muchos extranjeros interesados en la danza que visitaban Cuba.
Siempre tenía un público escogido de elite, y otro completamente
popular. […] Se utilizaban elementos de la danza-teatro: las voces de
los bailarines que cantaban, diálogos entre ellos, mezclas de música en
vivo con música grabada.
Llegada la hora del estreno, el Decálogo del Apocalipsis fue prohibido por el
Consejo Nacional de Cultura. Quizá pareció a las autoridades que aquel conjunto
experimental, dirigido por tan afamado maestro, era una protesta implícita contra
el autoritarismo y el dogmatismo que ya habían estallado en el panorama político
cubano. Los juegos happenísticos de Ramiro Guerra abortaron.
1 Ramiro Guerra, “Sentirme en las raíces”, entrevista por Fidel Pajares, Conjunto (Cuba), no. 126. 2002.
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Quizá lo más latinoamericano de los happenings fue la repulsa que provocaron en
algunos sectores de la izquierda. Unos los acusaron de gesto extranjerizante.
Otros, de violar las formas “razonables” del compromiso político.
¿Alguna duda sobre la teatralidad y la pulsión política de los happenings
latinoamericanos? Inspirados en las artes plásticas, la poesía, la música, el teatro
y la danza, fueron ejercicios de contracultura que ponía el cuerpo puesto por
delante. Eran, además, la antesala de lo que luego se llamó, genéricamente, ‘arte
de performance’.
También ellos ayudaron a configurar un nuevo casillero del arte donde se activaba
teatralidad más allá del teatro.
La izquierda festiva
Es lógico que en la incandescencia de los 60 el arte no se contentara con ser
político en el registro didáctico de los discursos, la demostración de tesis y la
“concientización”. Se quisieron ensayar prácticas de una subjetividad diferente,
opuesta a la matriz racionalista dominante.
Brasil, creo, fue la gran capital latinoamericana de una teatralidad física, política y
festiva que quiso ser musical y carnavalesca. ¿Dónde si no? Allí estuvo el gran
laboratorio de una “izquierda festiva”.
Durante la dictadura militar, aquellos que se atrevieron a comulgar con
las ideas izquierdistas sin estar involucrados directamente con la lucha
armada fueron pronto tildados, de forma peyorativa, como “izquierda
festiva”. Eran personas que, aunque no hayan arriesgado la vida contra
el régimen de los uniformados, participaban de la resistencia y
vociferaban contra el gobierno en mesas de bar y fiestas, entre un trago
19
y otro. Artistas, intelectuales, bohemios: su “izquierdismo” no valía
nada… para la derecha. 1
En los años 60 la eferverscencia anticapitalista en Brasil estuvo acompañada de
un activismo cultural que no se había visto nunca en todo el continente. Uno de
esos focos de revolución fue el Centro Popular de Cultura de Río de Janeiro. Y su
labor fue uno de los factores que precipitó el golpe de estado de 1964. Pero
cuando la dictadura clausuró el CPC, sus integrantes se constituyeron como
Grupo Opiniao, que existió entre 1964 y 1982.
En 1964, y en las barbas de la dictadura, Opiniao debutó con el histórico Show
Opiniao.
El Show se presentaba en un restaurante que era famosa peña de artistas,
estudiantes e intelectuales en Río de Janeiro. Espectáculo interdisciplinario,
diríamos hoy, creado por una coalición de músicos, gente de teatro y poetas. Se
dio el formato del teatro de revistas, siguiendo la secular tradición brasileña. Y la
escena era “arena”, porque el público rodeaba un tablado donde aquellos actores-
cantantes narraban situaciones de persecución de comunistas, pobreza
campesina y favelas, todo eso “regado a música que visava alfinetar a consciência
do público. “ 2
El dramaturgo Alfredo Dias Gomes, que participó como público en aquel
espectáculo, cuenta:
1 Cynara Menezes, “Brasil: manifiesto de la ‘izquierda festiva’”, La Onda Digital, no. 529, 2011. Disponible
en: http://www.laondadigital.com/ 2 Kátia Rodrigues Paranhos, “Cruzando os mares: os grupos Opinião e Teatro Moderno de Liboa – resistência e contestação político-cultural na década de 1960”, en Estudos Históricos (Rio de Janeiro), no. 49, 2012.
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O clima, na platéia compacta, ensopada de suor e envolvida pelas
paredes de concreto do teatro, era de catarse e sublimação. Vivia-se a
sensação de uma vitória que tinha sido impossível lá fora.1
La gente, cuenta Dias Gomes, “saía com a sensação de ter participado de um ato
contra o governo”.2
La dirección del Show estuvo a cargo de Augusto Boal. Los dramaturgos fueron
Oduvaldo Vianna Filho, Paulo Pontes y Armando Costa. Entre otros músicos
famosos se destaca la participación de Maria Bethania, que fue parte de la
directiva del Grupo Opiniao.
Mucha gente de izquierda tildó a la gente del Opiniao de “idealistas, utópicos,
românticos, ingênuos, loucos [...] que viveram a geração da utopia”. 3
Serían “loucos”, cierto, y entre ellos había más de un heterodoxo miembro del
Partido Comunista Brasileño, como Ferreira Gullar y el dramaturgo Vianninha.
Pero estos “dementes” organizaron la primera gran manifestación de resistencia a
la dictadura desde el teatro poniendo un juego la intuición de que una nueva idea
de la política debía poner el cuerpo por delante.
Y esa “izquierda festiva”, expresada por muchos movimientos y artistas, movió una
revolución en los lenguajes escénicos en Brasil.
En 1967 el grupo Oficina estrenó O Rei da Vela, texto de Oswald de Andrade
escrito en 1933. Fueron la primera expresión, en teatro, del movimiento Tropicalia,
que en los años 60 ofrecía una versión actualizada de la inextinguible antropofagia
inventada por los modernistas brasileños en los años 20. En las artes plásticas, el
1 Alfredo Dias Gomes, apud Kátia Rodrigues Paranhos, “Ferreira Gullar e o Grupo Opinião: que bicho deve dar”?” Anais do XXI Encontro Estadual de História, Campinas, setembro, 2012. Disponible en: http://www.encontro2012.sp.anpuh.org/ 2 Ibídem.
3 Ibid.
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cine y la música, había grandes líderes como Helio Oiticica, Glauber Rocha y
Caetano Veloso.
Igual que Arena, el grupo Oficina había pasado, entre 1958 y 1966, por una fase
realista stanislavskiana y por otra brechtiana. Y habían ido definiendo una estética
opuesta al teatro “progresista” más tradicional. O rei da vela se convirtió en una
suerte de manifiesto contra el teatro político didáctico.
[…] paródica e violenta, grotescamente estilizada, que se serve da
farsa, da revista musical, da ópera, dos filmes da Atlântida, abusando
de referências a uma sexualidade explícita, concretizando um teatro
antropofágico.1
Para colmo de sortilegios, El Rey de la vela estuvo presente en el Mayo francés.
Tras su éxito en Brasil, en 1968 fueron invitados al Festival de Nancy. Su
presentación, en aquellos días de tumulto revolucionario, provocó este comentario
del gran crítico Bernard Dort:
Estamos aquí no ante una tranquila tentativa de fundar un teatro
folclórico y nacional […] sino ante una apelación rabiosa y desesperada
a otro teatro: un teatro de insurrección.2
Acusado muchas veces de “excesos sexuales”, El Rey de la vela acabó, no
obstante, inaugurando una nueva página en la historia del teatro brasileño.
En 1968, estos mismos artistas estrenan Roda Viva, con música y guión de Chico
Buarque de Holanda. Según José Celso, Roda Viva significó para ellos “el
descubrimiento de todo el espacio escénico como área de actuación y la retomada
1 José Celso Martínez Corrêa, Biografia. Disponible en: http://www.itaucultural.org.br/
2 Bernard Dort, “Uma comédia em transe”, Le Monde, Paris, abr. 1968, Apud “Biografia - Zé Celso Martinez Corrêa”, Enciclopédia de Teatro. Disponible en: http://omultimidianago.blogspot.com/
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del contacto físico con el público, como en el Carnaval, el Candomblé y la
Umbanda.”1
Y, de nuevo, en el sector de la izquierda más “seria” y de partido no se acallaban
los reproches hacia estos “locos” utópicos. Quizá lo que más enconaba el debate
era un factor que todavía no se hacía consciente: lo que este tipo de arte ponía en
evidencia no era solo una estética sino un cambio en la percepción misma de lo
político. Esta emergente teatralidad que provocaba acontecimiento real ponía en lo
político cuerpos, juego e indeterminación.
Los militantes no nos dábamos cuenta porque andábamos demasiado atareados
cumpliendo un encargo sagrado: arrojar al capitalismo al “basurero de la historia”.
Pero ahora había una forma nueva de hacer teatro político que era antropológica,
ritual, happenística y extrema.
Naturalmente, el Oficina, convertido en “guerrilla teatral”, terminó clausurado por la
dictadura y su director debió exiliarse. Pero Zé Celso y sus colaboradores – como
hoy en día la mayor parte de la crítica reconoce – habían abierto una nueva etapa
en la historia del teatro brasileño.
Conclusiones
Hemos observado algunos impulsos que agitan el teatro en la América Latina
entre los años 50 y 60. Todos ellos ponen en tensión el marco de la puesta en
escena clásica o bien lo hacen desaparecer totalmente.
1 “A história do Oficina “. Disponible en: http://blog.teatroficina.com.br/
23
Con el empleo del teatro arena algunos artistas intentan profundizar en un método
de actuación realista-psicológica. Pero otros, aprovechan la reformulación del
espacio para investigar nuevas poéticas de actuación que pongan al espectador,
literalmente, en una nueva función participante.
La perspectiva etnológica y antropológica infiltra una parte importante de los
ejemplos aportados. Elementos de culturas no europeas, de tradiciones populares
y de ritualidad contribuyen, desde los años 50, a pensar lo político desde lógicas y
cosmovisiones diferentes y desde mundos espirituales marginados.
La teatralidad que hemos evocado, al reconsiderar las relaciones espaciales
convocaba efectos de una intensidad “vertical”1, golpeando al espectador en un
plano físico-sensorial, más allá de la progresión psicológica y narrativa. Han
comenzado a explorarse en la América Latina los principios de la actuación
“energética” que pronto serán el centro de nuevas investigaciones.
Este enfoque alternativo al teatro didáctico despertó no pocas polémicas en el
campo de las “izquierdas”. El teatro se cruzaba con otras disciplinas y, a la par con
ellas, invitaba a poner cuerpo real por delante en la relación estética y a privilegiar
el proceso por sobre la fijeza del objeto estético acabado.
Todo esto sugería otra constitución de lo político y también de lo estético. Los
“años de revolución” avivaron el paradigma de una teatralidad como
acontecimiento, donde la trasgresión principal no ocurría tanto en lo simbólico y
las significaciones como en la desestructuración y los sobresaltos de cuerpos
reales invitados a forzar los espacios autorizados.
MARZO DE 2013
1 Luis Emilio Abraham, “Preguntas sobre la intensidad (con acento en el campo teatral argentino), Telón de
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