De la creación a la implementación de una nueva norma internacional: la responsabilidad de...
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De la creación e implementación de
una nueva norma internacional: la
Responsabilidad de Proteger.
Anita Perricone, verano 2014
Introducción
Terminada la Guerra Fría había esperanzas de paz y de un
mundo con menos guerras. Sin embargo, los Noventa terminaron
siendo una década muy turbulenta y extremadamente sangrienta,
que vio la proliferación de conflicto de carácter interno,
sobre todo étnico. Estos se caracterizan por un alto número
de víctimas civiles, grandes flujos de refugiados y personas
desplazadas internamente, elementos que, lejos de simplificar
los problemas de seguridad internacional por ser de carácter
interno, complejizaron sobremanera la agenda de seguridad,
requiriendo con urgencia de la cooperación entre todos los
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actores involucrados en la arena internacional. A los
conflictos interestatales y la competición entre las grandes
potencias se habrían sustituido ahora problemas nuevos y
cambiantes, cuya naturaleza evoluciona: se trata
principalmente de estados fallidos o débiles, víctimas de
conflictos que a menudo tienen repercusiones regionales, en
primer lugar a través de los incontrolables flujos de
refugiados (Brown, 1996).
Frente a este cambio de condiciones se haría necesario, según
Brown, redefinir qué es un asunto de seguridad. Siendo que la
agenda realista había sido dominada por problemas
interestatales de naturaleza militar, existía la necesidad de
establecer nuevas prioridades, entre las cuales la más
importante según este autor era el conflicto violento. En
fin, además de los problemas interestatales, las
preocupaciones de seguridad tenían que incluir los problemas
domésticos, ligados a amenazas no necesariamente y
exclusivamente militares, sino demográficas, ambientales,
sanitarias o económicas también. Si bien se haya llegado a un
consenso sobre la necesidad de ampliar y diversificar la
agenda de seguridad internacional, adaptándola a las nuevas
condiciones, también se teme que un concepto demasiado
estirado podría ser peligrosamente contraproducente.
Esta última preocupación ha llevado a la configuración de un
enfoque más “estrecho pero profundo”, que se concentra en la
prevención de, e intervención en situaciones que ven la2
perpetración un número limitado de crímenes de extrema
gravedad. La Responsabilidad de Proteger (de aquí en adelante
R2P), que consiste de la reformulación de normas
preexistentes, establece la responsabilidad de la comunidad
internacional de prevenir e intervenir en aquellas
situaciones que vean la perpetración, consumada o inminente,
de crímenes de guerra, lesa humanidad, genocidio o limpieza
étnica. La originalidad de esta nueva condensación normativa
es que se basa en la concepción de la “soberanía como
responsabilidad”. Una vez establecida ésta como punto de
partida, se define que la comunidad internacional asume la
responsabilidad de intervenir para ayudar un estado que falle
en la protección de sus ciudadanos, en primera instancia a
(re)construir la capacidad de proteger a sus ciudadanos, y en
segunda instancia a evitar que la perpetración de la
violencia lleve a nuevas tragedias humanas.
En este trabajo realizaré un análisis crítico de las
distintas etapas que llevaron a la condensación de una nueva
norma sobre la R2P. Trataré de individuar los desarrollos más
determinantes realizados en cada etapa, dando especial
atención a las controversias que cada una de ellas vio nacer,
y a los procesos que permitieron superarlas para llegar a un
consenso. También trataré de hacer un diagnóstico crítico de
la solidez de dicho consenso, a la luz de lo ocurrido en
ocasión de la crisis en Libia y de los debates contemporáneos
sobre la necesidad de intervenir en la crisis siriana. El
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objetivo del trabajo será discutir los problemas que aquejan
la implementación de esta norma, y comentar sobre las
propuestas y enfoques que están siendo analizadas en el
debate internacional sobre cómo proseguir en dirección de un
mundo libre de atrocidades evitables.
En el capítulo 1 empezaré mi recorrido por explicar cómo
cambiaron las características de los conflictos armados en la
década de los Noventa y como, en consecuencia de ello, se
perfilaron nuevos desafíos para el mundo del trabajo
humanitario en su conjunto. En el capítulo 2 reflexionaré
sobre el desarrollo de los estudios de seguridad, y sobre los
desafíos que plantea a nivel teórico y empírico el concepto
de Seguridad Humana. En los capítulos 3 y 4 profundizaré en
los antecedentes normativos y empíricos de la R2P, mientras
en el capítulo 5 analizaré críticamente la primera etapa del
proceso de elaboración de la nueva norma, constituida por el
Informe de la Comisión sobre la Intervención y la Soberanía
Estatal (ICISS), que tuvo como objetivo la individuación de
un delicado equilibrio entre el principio de soberanía y la
urgencia de intervenir que distintas situaciones reales
planteaban. En el capítulo 6 revisaré los sucesos de la
primera década del siglo XXI, los que transmiten una idea
clara de las controversias que afectan el mantenimiento de un
consenso estable sobre la R2P, y de la brecha entre el
compromiso expresado sobre la norma como tal y la falta de
voluntad política que ha caracterizado el actuar de la
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comunidad internacional. El capítulo 7 será dedicado a los
desafíos de la implementación planteados por la nueva norma
sobre la R2P, mientras el capítulo 8 recorrerá las
experiencias más recientes que vieron la puesta en práctica
de la norma. Finalmente, en el capítulo 9 debatiré las
propuestas existentes sobre el camino a seguir. Cierra una
breve conclusión, finalizada a hacer un balance de lo
esencial aprendido en la elaboración de las reflexiones
desarrolladas a lo largo del presente trabajo.
1. Nuevas guerras y nuevo humanitarismo
El término “guerra” (war) como definido por Karl von
Klausewitz al comienzo del siglo XIX, es cada vez menos
adecuado para descubrir los conflictos que han empezado a
esparcir la muerte alrededor del globo desde fines de la
Segunda guerra mundial y sobre todo después del fin de la
Guerra fría. Estas “nuevas guerras” han proliferado con el
derrumbe de la Unión Soviética y la creación de nuevos
estados, étnicamente muy heterogéneos, como consecuencia del
proceso de descolonización. Las “nuevas guerras” no tienen
campos de batalla ni frentes ni ejércitos; se trata de
conflictos caracterizados por un uso de la violencia armada
difuso e incontrolable, cuyos protagonistas no son las tropas
estatales, sino grupos de interés y bandas criminales con
identidades poco definidas. También la tradicional distinción
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entre combatientes y civiles, que constituía el pilar del
derecho de la guerra, ha sido eliminada. En su lugar, ha
emergido el término “guerra civil”, que hoy en día es tan
común que ya ni se nota la contradicción en los términos que
lo componen.
Quisiera aclarar que se entiende por guerra civil o conflicto
interno, revisando rápidamente la literatura sobre las
“nuevas guerras”, que constituyen el contexto en el que
aplica la nueva norma sobre la R2P, y que de alguna forma es
“hija” del nuevo humanitarismo. Se trata de contextos
relativamente nuevos y extremadamente complejos, que a partir
de los años Setenta, y sobre todo en los años Noventa, han
contribuido a cambiar tanto el escenario como los actores y
el guión del trabajo humanitario: los nuevos escenarios de la
violencia armada son los conflictos internos y las
“emergencias humanitarias complejas”, los nuevos actores son
las ONGs y los ejércitos, el nuevo guión son las normas que
regulan lo que se llamaba “intervención humanitaria”, y que
en la última década fue reformulado en términos de R2P.
Como señala Thomas Weiss, el término “nuevas guerras” se
refiere a enfrentamientos armados que toman formas poco
familiares y que combinan características nuevas con las de
las “viejas guerras”, y que han proliferado sobre todo en la
década de los Noventa. Según este autor, habría cuatro
características que distinguen las “nuevas guerras” de las
“viejas”: en primer lugar, estas guerras no ocurren en las6
fronteras de un estado, ya que las fronteras han perdido
progresivamente su significado en la era globalizada;
segundo, no son combatidas por las autoridades estatales sino
por actores no estatales; tercero, no son financiadas por los
estados sino, crecientemente, por redes ilícitas y mafias;
cuarto, en vez de ser los soldados quienes pierden la vida
combatiendo, son los civiles las principales víctimas de
estos conflictos (Weiss, 2007: 63).
Michael Brown identifica cuatro series de factores causantes
de los conflictos internos: factores estructurales,
políticos, socioeconómicos y culturales. Su modelo causal
parte de la individuación de elementos estructurales, tales
como la debilidad de los estados, los “dilemas de seguridad
internos” y la geografía étnica. Por security dilemma Brown
entiende aquel mecanismo que se instaura allá donde colapsan
imperios o estados multiétnicos y donde los grupos étnicos
tienen que proveer, paulatinamente, por su propia seguridad.
El “dilema” surgiría cuando, estando ausente el Estado, un
grupo que se arma en su propia defensa se configura como una
amenaza para otros grupos. Entre los factores de orden
político influirían el tipo de régimen político vigente, el
grado de inclusión política, la naturaleza de las ideologías
nacionales predominantes, la competencia entre intereses de
grupos étnicos distintos y, finalmente, la existencia de
“ventanas de oportunidad” para uno o más grupos étnicos, que
aprovechan las variaciones en el equilibrio interétnico
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atacando para dar vuelta la situación a su favor (Brown,
1996).
Otros factores que contribuirían al surgimiento de conflictos
internos son las crisis económicas o de crecimiento
económico, la discriminación intrínseca de algunos sistemas
económicos, el retraso en el desarrollo de las instituciones
políticas con respecto a los cambios tecnológicos que vienen
con la modernización. Entre las causas culturales, ligadas a
la percepción de la alteridad de los distintos grupos,
finalmente, estarían los mecanismos de discriminación de las
culturas minoritarias, el rol de las historias y de la
mitología con contenido étnico, entre otros. El modelo causal
de Brown es completado por dos “factores catalizadores”, que
aumentan la probabilidad que las pre-condiciones o factores
causales recién nombrados determinen el estallido de un
conflicto interno: éstos catalizadores serían la presencia de
líderes y clases dirigentes que instigan a la violencia y el
rol de los intereses externos, es decir la presencia de
vecinos interesados en que estalle la violencia en el país
colindante.
Según David Keen, las guerras civiles tendrían una función
económica. El autor argumenta que se trata de guerras en las
que se inflige un tipo de violencia económica, que puede ser
explicada de dos maneras. La violencia económica puede ser
perpetrada de arriba hacia abajo (top-down) si sus raíces se
encuentran en la debilidad del estado interesado, en la8
presencia de regímenes autoritarios o excluyentes, en las
crisis económicas, la fragmentación étnica y la presencia de
intereses económicos que se aprovechan de una prolongada
situación de violencia. La violencia económica sería
perpetrada de abajo hacia arriba (bottom-up), en contra, en
presencia de la profunda exclusión socioeconómica de gran
parte de la población, de la ausencia de una organización que
promueva de manera revolucionaria el bien de la mayoría en
contra del orden establecido y de la impunidad por la
comisión de actos de violencia, debido al caos y a la
ineficiencia de las instituciones competentes. Como señala
Mark Duffield, los conflictos internos se dan sobre todo allí
donde ha ocurrido “un proceso de desestructuración del poder
y de la autoridad de los estados nación”, como efecto
degenerativo de la globalización, que favorecería la
emergencia de “redes transfronterizas de la economía
‘sombra’”.
Algunos estudiosos hablan de “guerras de cuarta generación”,
porque los enfrentamientos armados entre dos estados hoy son
casi inexistentes. Es muy utilizado también el término
“guerras de baja intensidad”, que indica un enfrentamiento
armado con armas y estrategias diferentes a aquellas de la
guerra tradicional, y que a menudo involucran una parte
estatal y una fuerza heterogénea que puede ser constituida
por guerrillas, grupos terroristas o otros actores con
identidades poco definidas. Un aspecto que caracteriza las
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“nuevas guerras” es la asimetría de las fuerzas de las partes
involucradas, que de paso conduce al desarrollo de dinámicas
perversas que tienen altos costos para la población civil. En
este tipo de guerras, de hecho, la parte más débil trata de
prolongar el conflicto no para ganar, sino para no ser
derrotada, adoptando tácticas como la guerrilla que,
basándose en la colaboración con la población civil, termina
victimizándola sobremanera. Este aspecto contribuye a borrar
definitivamente la distinción entre civiles y combatientes,
lo que a su vez ha contribuido a complicar las tareas del
trabajo humanitario.
Michael Brown define el conflicto armado interno como una
disputa política violenta o potencialmente violenta, causada
por factores domésticos o más bien estructurales, que se
desarrolla al interior de un estado (Brown, 1996). He
comentado más arriba que estos conflictos han aumentado en
número a partir del fin de la Segunda guerra mundial, pero a
primera vista dicho aumento no tendría por qué justificar la
prominencia adquirida por los conflictos armados internos en
la agenda de los estudios de seguridad internacional. ¿Por
qué los conflictos internos son una preocupación de seguridad
internacional, si se desarrollan adentro de un estado? ¿No
debería cada estado, por su cuenta, cuidar de resolver las
disputas que se desatan en su interior? ¿Cuáles son los
mecanismos que hacen del conflicto armado interno una
preocupación no solo para los estados colindantes, sino
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también para estados y otros actores internacionales que se
encuentran a una gran distancia geográfica del lugar en que
se originó el conflicto?
Según Brown, hay muy buenas razones para estudiar el
conflicto interno en términos de un problema importante de
seguridad internacional. En primer lugar, los conflictos
internos son la especie más común de conflicto armado hoy en
día. Si bien su naturaleza es claramente interna, muchos de
estos conflictos involucran actividades transfronterizas. En
segundo lugar, los conflictos internos son generadores de
tragedias humanas de gran envergadura, dado que la lógica de
la violencia característica de los conflictos internos
perjudica en primer lugar a los civiles (Kalyvas, 2006)
quienes, en el mejor de los casos, están obligados a
desplazarse de sus lugares de residencia, y en el peor de los
casos son víctimas inermes de crímenes de guerra, de lesa
humanidad, de genocidio y de limpieza étnica. En tercer
lugar, los conflictos internos tienen consecuencias para los
estados colindantes, que a menudo se ven obligados a tomar
parte del conflicto o toman parte “interesada” en el, lo que
determina la difusión del conflicto interno, amenazando la
estabilidad de una entera región. Finalmente, los conflictos
internos son importantes porque tocan los intereses de
estados poderosos o de organizaciones internacionales, las
que tienen interés en prevenir, manejar y resolver dichos
conflictos por distintas razones (Brown, 1996).
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Según Gurr, los conflictos generados por grupos étnicos,
religiosos o separatistas al interior de estados son la causa
principal de guerra, inseguridad y muerte en el mundo. En
línea con Brown, este autor subraya que dichos conflictos son
potenciales generadores de matanzas y genocidios, además de
fenómenos masivos de desplazamiento interno y flujos de
refugiados hacia el extranjero. Un aspecto interesante de la
teoría de Gurr sobre las causas del conflicto interno es, a
mi juicio, que las comunidades de inmigrantes y refugiados
que se constituyen en otros países son tanto una consecuencia
de las dinámicas de privación, represión y guerra que
caracterizan un conflicto interno como una causa de éste. Las
diásporas, de hecho, a menudo contribuyen no solo al
crecimiento económico, sino también a la creación de una
situación de mayor inseguridad tanto en el país de origen
como en el de acogida.
Otro aspecto interesante del tratamiento dado por Gurr al
conflicto interno se relaciona con las dinámicas de difusión
del mismo, las que reafirman la legítima necesidad de tratar
el conflicto interno como un problema de seguridad
internacional. Como explica el autor, el “contagio” se
refiere a procesos a través de los cuales las experiencias
exitosas de un grupo al interior de un estado inspiran y
guían, exportando sus estrategias y tácticas, la acción
colectiva de grupos similares en otros países. La “difusión”,
en contra, se refiere al desborde directo del conflicto de
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una región a otra, lo que ocurre a través de la movilidad
transfronteriza de activistas, combatientes o guerrilleros y
el involucramiento activo de los gobiernos (Gurr, 2007).
Con respecto a los conceptos de “difusión” y “contagio” del
conflicto interno, Brown subraya la existencia de un problema
importante, relacionado con el uso superficial y altamente
simbólico que los medios de prensa hacen de estos términos.
El autor hace un llamado a no considerar estos procesos de
forma simplista ni mecanicista, ya que no son ni simples ni
mecánicos. El “spillover” de un conflicto no es
unidireccional, como pareciera sugerir el tratamiento
periodístico de dicho proceso. Todo lo contrario: los vecinos
que se involucran en el conflicto no son víctimas inocentes
del contagio de un fenómeno erróneamente asimilado a una
epidemia o a un incendio. El tratamiento mecanicista, que
pareciera indicar la automaticidad de la expansión de un
conflicto, y la imposibilidad para los actores involucrados
de controlarla, sería falsa: en algunos casos, los estados
colindantes son incluso responsables del estallido de un
conflicto interno al estado vecino, y en muchas más ocasiones
contribuyen al menos a agravarlo y/o prolongarlo (Brown,
1996).
Según Brown, los efectos del conflicto interno sobre los
estados vecinos incluyen la llegada de flujos de refugiados,
riñas o ataques militares fronterizos, repercusiones
negativas sobre la economía y problemas de inestabilidad13
política. La intervención de otros estados en un conflicto
interno puede tomar muchas formas distintas, configurándose
como una intervención benigna con fines humanitarios, como
una intervención en defensa del interés nacional o más bien
como una intervención oportunista, finalizada al
conseguimiento de ventajas políticas, económicas o militares.
La intervención de otros actores en un conflicto interno
implica la superación de un umbral muy delicado, pasado el
cual el conflicto se vuelve mucho más difícil de resolver,
porque la participación de nuevos actores agrega recursos a
la actividad bélica y complica el cuadro de los intereses
involucrados (Brown, 1996).
A partir de los aspectos evidenciados por Brown, resulta
clara la importancia que el conflicto interno reviste en la
agenda de seguridad internacional. A mi juicio, son dos las
preocupaciones de seguridad, emergentes del análisis del
autor, que revisten mayor relevancia: la primera concierne
los flujos de refugiados a otros países y los problemas de
seguridad que estos producen; la segunda concierne el rol de
las intervenciones por parte de estados, en forma individual
o coordinada por una organización internacional, y
organizaciones no gubernamentales para prevenir, manejar o
resolver conflictos. En los siguientes párrafos se analizarán
estas dos problemáticas en forma entrelazada, dado que a
menudo se presentan de forma conjunta, sobre todo en los
países en vías de desarrollo.
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El rol más importante en incrementar los problemas de
seguridad lo juegan, sin dudas, las situaciones de refugio
prolongadas (protracted refugee situations). Como señalan Loescher y
Milner, dichas situaciones se caracterizan por la
imposibilidad para los refugiados de volver a su país de
origen a causa de la continuación del conflicto, que a menudo
se extiende aún después de un alto al fuego, y a las
negligencias del estado receptor en activar los mecanismos
necesarios para analizar la oportunidad de brindar asilo a
los refugiados, ya sea individualmente o en masa. Las
situaciones de refugio prolongadas constituyen una seria
amenaza para la seguridad regional, y no son una mera
consecuencia de un conflicto armado interno, sino que también
contribuyen a causar su continuación y a empeorar sus
consecuencias (Loescher y Milner, 2005).
Un ejemplo chocante de esta dinámica es ofrecido por los
campamentos de refugiados ruandeses en Goma (ex Zaire, ahora
Republica Democrática del Congo). Como relatado por Terry,
quien estaba a cargo de la delegación de Médicos Sin
Fronteras en dicha zona, varios millones de personas huyeron,
dentro de pocos meses, de la violencia genocida que se desató
en ese país en abril de 1994. En Goma, la autora observó la
militarización del campamento, en el que vivían,
entremezclados con personas inocentes y aterradas, los mismos
perpetradores del genocidio y miembros del gobierno en
exilio. En ese contexto, la presencia masiva de ONGs de
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muchas nacionalidades, y la ayuda humanitaria brindada por
éstas, fue aprovechada por los representantes del ex
gobierno. La desviación de la ayuda humanitaria, junto con la
propaganda manipuladora a la que la población refugiada
estaba expuesta, llevó a la total militarización del
campamento, al punto que muchas ONGs optaron por retirarse.
Desde los campamentos de Goma, los miembros del gobierno
Hutu, el mismo que llamó al exterminio de los Tutsi, lograron
reorganizarse militarmente y estratégicamente para lanzar
ataques al territorio ruandés, gobernado por un nuevo
gobierno Tutsi, en el intento de perjudicarlo frente a la
ciudadanía, disuadir los refugiados de volver a sus lugares
de residencia y de ganar el mayor apoyo popular posible para
el ex gobierno (Terry, 2002).
Tras la evolución de la forma que toman los conflictos
internos, y la comprensión de sus implicancias políticas y
económicas, tanto nacionales como internacionales, el trabajo
humanitario sufrió una profunda crisis. El término “espacio
humanitario”, como indica David Warner, se refería a un área
separada de la política, en la que históricamente se han
respetado los principios de imparcialidad, neutralidad e
independencia, como demuestra claramente la postura mantenida
a lo largo de un siglo y medio por el Comité Internacional de
la Cruz Roja. El debate sobre la relación entre humanitarismo
y política volvió con insistencia a lo largo de todos los
Noventa, ya que la expansión del “espacio humanitario” en esa
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década determinó un cambio en el equilibrio entre estos dos
elementos. Si, en el fondo, la guerra constituye la
continuación de la política por otros medios, ¿porque el
trabajo humanitario, que interviene para paliar el
sufrimiento humano en contextos bélicos, no debería también
tener implicancias profundamente políticas? (Warner, 1999).
La separación de lo humanitario de lo político se basaba en
la tradición realista del pensamiento político occidental,
profundamente influenciada por la teología de San Agustín y
por una visión negativa y corrupta del mundo. La doctrina del
CICR, la organización humanitaria más antigua e influyente,
está claramente impregnada de realismo, ya que definía su
misión la de actuar en medio de la política, pero de manera
separada de ella. Sin embargo, con el paso de los años, quedó
claro que esta separación era artificial, y que política y
humanitarismo eran dos caras de la misma medalla. También
quedó claro que la adopción del principio de neutralidad como
fulcro de la doctrina del CICR era una decisión política en
sí misma. Además, intervenir en los términos de CICR
significaba entrar en el territorio de un país para ayudar a
las víctimas de la violencia armada solo tras la autorización
de los gobiernos interesados, es decir tras haber solicitado
visas, permisos, facilitaciones fiscales para la importación
de alimentos, medicinales, instalaciones y medios de
transporte.
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En los Noventa se difundió, entre los trabajadores
humanitarios, la idea de que para hacer un buen trabajo, las
ONGs tuvieran que colaborar con los ejércitos, siendo que
solo éstos tenían los recursos logísticos y financieros
necesarios para defender las instalaciones y el personal
humanitario. Por ello se inventaron las “aéreas seguras” y se
desplegaron tropas que defendieran las caravanas
humanitarias. La convicción que las fuerzas armadas podían
desempeñar un rol legítimo en el trabajo humanitario se
consolidó con el surgimiento de la necesidad de proteger las
operaciones de distribución de la ayuda, para evitar que
fuera desviada, los campos de los refugiados, para evitar su
militarización, y garantizar los cese al fuego, de manera que
las organizaciones humanitarias pudieran llevar a cabo su
trabajo. A través de un cambio de enfoque por parte del
Consejo de Seguridad, se llegó a la militarización de la
ayuda humanitaria, a la mezcla entre objetivos humanitarios
civiles y estratégicos militares. Dicho enfoque ayudó a
superar definitivamente la inercia provocada por el principio
de neutralidad, sobre el cual se basó por mucho tiempo el
trabajo de las principales organizaciones humanitarias.
En fin, a lo largo de la década de los Noventa, la política y
el humanitarismo se acercaron definitivamente; se despidió
para siempre el principio de neutralidad, siendo que se
empezaron a realizar acciones que violaban el principio de no
intervención y de soberanía de los estados. La superposición
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de política y humanitarismo constituye el alma del
peacekeeping, un tipo de operación militar finalizada a la
interposición de tropas armadas neutrales entre las partes en
conflicto y en hacer cumplir los altos al fuego y acuerdos de
paz. Las llamadas “intervenciones humanitarias”, que prevén
la irrupción militar en el territorio de otro estado sin el
consenso de sus autoridades, siguen teniendo el fin de salvar
a las personas víctima de la violencia armada, pero los
medios para conseguir dicho fin son aquellos típicos de la
política, es decir la fuerza militar. En este contexto, las
organizaciones que llevan a cabo las actividades de ayuda
humanitaria primaria son las ONGs, las que a menudo no
cuentan con una estrategia coordinada ni los recursos
suficientes para llevar a cabo una intervención eficaz. En
presencia de este verdadero “vacío político”, que ve el
inmovilismo de los estados y la externalización o
subcontratación de los servicios humanitarios a las
organizaciones no gubernamentales, todo lo que es
“humanitario” se ha vuelto un instrumento de la política. De
aquí que todo paso que las organizaciones humanitarias den
tendrá repercusiones políticas. Como señala Fiona Terry,
existe la necesidad de trasladar la atención sobre la noción
de responsabilidad de las ONGs, entendida como la capacidad
de entender y predecir las posibles implicaciones perversas
del trabajo humanitario, en condiciones extremadamente
adversas y complejas, como la paradójica militarización de
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los campos de refugiados vivida en Goma y relatada por Fiona
Terry.
A la luz de la discusión de las principales implicaciones de
seguridad internacional del conflicto interno se reconfirma
la importancia del argumento de Brown y la oportunidad de
tratar el conflicto interno como uno de los principales
problemas de seguridad. Tras discutir los desafíos que rodean
el “nuevo humanitarismo”, que como trataré más en profundidad
en los próximos capítulos en la última década ha sido
reformulado en términos de R2P, también se reconfirma el
hecho que muchos de los imperativos morales subyacentes
siguen siendo los mismos que antes: soberanía versus derechos
humanos sigue siendo el dilema que late irresuelto detrás de
la implementación de estos principios, viejos y nuevos.
Postularé aquí que alcanzar un equilibrio con la doctrina de
los derechos humanos depende de la forma en que entendemos
“seguridad”: si la entendemos de la manera tradicional, no
habrá espacio para los derechos humanos, pero si la
comprendemos como un concepto que necesita ser más profundo e
inclusivo podremos considerar a los individuos como
principales referentes de seguridad, con el objetivo de
proteger, en primera instancia, sus derechos.
2. La evolución de los Estudios de Seguridad, la Seguridad
Humana y la R2P
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Definir los Estudios de Seguridad (EES) no es una tarea
simple, siendo que no hay acuerdo sobre lo que entra y lo que
no entra en esta subdisciplina de las RRII. Lo que distingue
los EES de las relaciones internacionales (RRII) es el foco
en los debates en torno al concepto de seguridad
internacional. La disciplina no tiene fronteras, solo zonas
fronterizas compartidas con las RRII, la política económica
internacional y la teoría política. Barry Buzan y Lene Hansen
analizan la evolución de los Estudios de Seguridad planteando
cuatro temáticas importantes: la transición del estado al
individuo como principal referente de la seguridad; la
inclusión de amenazas internas además que externas a las
preocupaciones de seguridad; la expansión del concepto de
seguridad más allá del sector militar y del uso de la fuerza;
y finalmente la cuestión de si la seguridad está ligada solo
a amenazas, peligros y urgencias, o también a fenómenos más
estructurales y de largo plazo (Buzan y Hansen, 2009).
El concepto de seguridad nacional, y de estado como referente
y garante de la seguridad, fue cuestionado a partir del fin
de la segunda guerra mundial. Sin embargo, dichas críticas
permanecieron calladas durante todo el periodo de la Guerra
fría, cuando predominó la visión neorrealista de las RRII.
Fue después de 1989 que se hizo evidente una suerte de cambio
de paradigma en los estudios de seguridad, aunque algunos
cuestionan la importancia sustantiva de dicho cambio. Desde
entonces, el concepto de seguridad se habría extendido y
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profundizado, mientras que la visión neorrealista que había
dominado los estudios estratégicos durante un largo periodo
comenzó a ser desafiada por visiones más amplias, que iban
más allá del estudio de la guerra, de sus causas y efectos, y
de las maneras de evitarla. Elementos de amenaza a la vida de
los individuos, provenientes desde el interior de los mismos
países, empezaron a preocupar los EES. En otras palabras, el
análisis estado-céntrico perdió terreno frente al individuo
como referente de la seguridad y la guerra perdió relevancia
frente a temas que involucraban las denominadas “nuevas
amenazas”. Éstas, como indica Brown, se sumaron a las
amenazas tradicionales y derivan tanto de desafíos militares
como no militares, y son tanto de naturaleza interestatal,
como intraestatal y transnacional (Brown, 2006: 46).
Durante gran parte del siglo XX la seguridad fue vista como
un asunto de competencia estatal. Las principales amenazas
eran aquellas externas, y para proteger la soberanía y la
territorialidad los estados tenían que recurrir a medios
militares (MacFarlane y Khong, 2006:1). Pero a lo largo del
siglo, el significado y contenido de la seguridad han sido
contestados: ¿seguridad para quién? El foco en el estado no
ha desaparecido, pero el concepto de seguridad se ha
expandido tanto horizontalmente, incluyendo ya no solo lo
militar, sino también asuntos de carácter económico,
ambiental, de género, de salud y de cultura, como
22
verticalmente, involucrando actores estatales, regionales y
globales, y también las colectividades y los individuos como
tales. La Seguridad Humana indica esta expansión vertical
hacia abajo, siendo que el individuo se consolidó como el
referente principal de la seguridad.
Las UN han sido importantes en la humanización de la
seguridad, sobre todo en la creación de un consenso y en
poner a disposición una burocracia que contempla una serie de
órganos dedicados a la problemática de la seguridad: la
Comisión Internacional sobre la Intervención y la Soberanía
Estatal (ICISS), la Comisión sobre la Seguridad Humana (CHS)
y el Panel de Alto Nivel sobre las Amenazas, los Desafíos y
el Cambio (HLP). Pero las UN no han elaborado aún una
definición de Seguridad Humana ni la han mencionado en alguna
resolución. Hay una disputa profunda sobre el contenido de la
seguridad, y se piensa que un concepto demasiado amplio pueda
perjudicar gravemente la provisión efectiva de seguridad
(McFarlane y Khong, 2006).
El origen del término Seguridad Humana es el Informe sobre el
Desarrollo Humano del UNDP, publicado en 1994. Éste se
refiere a la seguridad de la gente común, es decir a la
seguridad del hambre, de las enfermedades y de la represión,
y también a la seguridad de una súbita disrupción de la vida
cotidiana. Esta definición de Seguridad Humana, que es la más
influyente, se compone de siete elementos: la seguridad
económica, alimentaria, de salud, medioambiental, personal,23
comunitaria y política. El hecho que el término no tenga
fronteras constituye, según algunos, también su principal
fortaleza. Esta definición amplia y holística habría de
Seguridad Humana habría sido aplicada al peacebuilding, y la
ambigüedad del término habría servido para formar una amplia
coalición para la seguridad humana, la que en los últimos
tiempos se habría apropiado del término 'seguridad'.
La perspectiva de la Seguridad Humana abarca dos
dimensiones: la dimensión del desarrollo y la dimensión de la
protección. A mediados de los Noventa se propagó la
preocupación que el foco del UNDP sobre la seguridad
entendida como desarrollo económico le quitaba recursos y
esfuerzos al asunto más urgente de la protección de las vidas
de las personas en contextos de guerra. El Informe del UNDP
sobre el desarrollo humano de 1994 contiene aportes
fundamentales, partiendo por el desplazamiento del foco hacia
los seres humanos y las amenazas no tradicionales, pero no
considera que la ausencia de conflictos es en sí un
prerrequisito para el desarrollo. Un enfoque demasiado amplio
le quita espacio a la protección de la violencia, por lo
tanto había que restringir el foco. Aunque en el nivel
normativo se hicieron avances enormes, la acción en contra de
los estados que violaban los derechos de sus ciudadanos no
podrían concretarse debido a la fuerte norma de no
intervención que acompañó la descolonización y el extremo
bipolarismo que congeló las RRII hasta fines de los 80s. La
24
producción de normas para la protección de los individuos en
conflictos internos explotó recién después de la Guerra fría
en seno a las Naciones Unidas.
Según Roland Paris, hoy en día existe un network de Seguridad
Humana que comprende los gobiernos y una infinidad de
organizaciones no gubernamentales (ONGs), pero el término
carecería de una definición precisa. Lejos de ser una
desventaja, esta falta de una definición precisa constituiría
la fortaleza del concepto de Seguridad Humana, haciendo de él
un potente eslogan. Aunque la coalición para la Seguridad
Humana haya logrado cosas importantes como la convención
contra las minas anti-personales y la institución, tras la
firma del Tratado de Roma, de la Corte Penal Internacional,
el termino no es de utilidad sustantiva ni para los
policymakers ni para la comunidad académica en su conjunto.
Según otros sería necesario precisar la definición, acotar el
significado del concepto, siendo que una definición muy
estirada terminaría vaciando de sentido el término, que en el
fondo debería privilegiar el objetivo de prevenir la
ocurrencia de crímenes graves como los de genocidio, de lesa
humanidad, de guerra y en contra de la paz, lo que
corresponde a la esencia de la Responsabilidad de Proteger.
En fin, seguridad humana es un término que se refiere a una
amplia agenda de investigación, que tiene que ver con
amenazas no militares y no necesariamente externas. El
término ha sufrido una transformación tanto en términos de25
alcance como de profundidad: en el primer sentido mencionado,
el concepto pasó a incluir amenazas no militares, además que
militares, y en el segundo se empezó a aplicar también a
grupos e individuos, además que a estados. Es en este
contexto más amplio que se da una transición del estado al
individuo como referente de la seguridad, una transición que
se refleja también en un nivel conceptual más específico, que
ve la reformulación del concepto de “intervención
humanitaria”, con un foco en los estados que intervienen como
garantes y referentes de la seguridad, en términos de la
Responsabilidad de Proteger, con un foco más en los derechos
fundamentales vulnerados de los individuos.
Según MacFarlane y Khong, un enemigo del concepto de
seguridad humana es el parcial rechazo por parte de los
estados en vías de desarrollo, que temen que ésta sea un pase
para la intervención por parte de las grandes potencias. Otro
enemigo de la seguridad humana es intrínseco al concepto, y
es el estiramiento al cual el término ha sido sometido: los
autores argumentan que poner todas las amenazas a la vida
humana bajo el paragua de la seguridad humana hace que el
concepto sea más ambiguo que nunca y pierda su fuerza. Según
los autores, para que sea más fácil de operacionalizar,
habría que concentrarse en las amenazas a la sobrevivencia de
las personas en riesgo, y dejar de lado las preocupaciones de
naturaleza ambiental, social y cultural. Una buena manera
para operacionalizar el concepto de seguridad humana es,
26
según los autores, definirlo en términos de “libertad de
todos los miedos”, y más específicamente de “libertad de la
violencia organizada”, en vez que en términos de “libertad de
la miseria”, lo que subsume un rango de causas mucho más
amplio y multifacético (MacFarlane y Khong, 2006: 245).
Para hacer un balance, las cosas positivas que se han logrado
son el fundamental con la introducción del concepto de
Seguridad Humana fueron un cambio de foco en lo concerniente
al principal referente de la seguridad, que del estado pasa a
ser individuo. Este nuevo enfoque sobre la seguridad se
adapta bien a las consecuencias humanas de las guerras
civiles que, como vimos en el primer capítulo, han
constituido la principal fuente de sufrimiento, muerte y
atrocidades alrededor del mundo a lo largo de las últimas
cuatro décadas. El enfoque de Seguridad Humana ya ha sido
insertado en las agendas de algunos gobiernos, entre los
cuales destacan Canadá y Noruega, que llevaron la vanguardia.
Finalmente, como veremos concentrándonos en la norma sobre la
R2P, la configuración de los problemas de Seguridad Humana en
términos de amenazas a la paz y seguridad internacionales
tiene el mérito de haber favorecido la capacidad de
intervenir del CS por invocación del Capítulo VII de la Carta
de Naciones Unidas.
27
3. Antecedentes normativos de la Responsabilidad de
Proteger
La idea que los estados tengan la tarea fundamental de
proteger a sus ciudadanos es muy antigua: ya al tiempo del
Imperio Romano y de los primeros estados absolutistas, las
pretensiones de poder absoluto eran mitigadas por la
existencia de leyes y obligaciones mínimas que el estado
tenía que respetar. Los individuos, por su parte, tenían que
renunciar a parte de sus derechos y libertades en cambio de
la protección que el estado les otorgaba. Sin embargo, la
norma que regia las relaciones internacionales en ese primer
periodo era fuertemente no intervencionista, y en
consecuencia no había mucho lugar para los derechos humanos.
El estado fue el garante de la seguridad y mantuvo el
monopolio del uso de la fuerza a lo largo de los siglos XVIII
y XIX. Sin embargo, el rol primario del estado en la
protección del individuo se fue erosionando por varias
razones: en primer lugar, se estableció la conscripción
obligatoria para todos los hombres; también aumentó el costo
humano de las guerras, en consecuencia de los avances
logrados en tecnología y comunicación. En estas nuevas
condiciones, los mismos estados fueron los principales
responsables de la matanza de sus ciudadanos. Una segunda
clase de causas que erosionó el fundamental rol protector del
estado se relaciona con el proceso de descolonización, que
creó muchos estados débiles e incapaces de garantizar la28
seguridad de sus ciudadanos. A estas causas se suma, en
tercer lugar, el proceso de globalización, que hizo que los
estados fueran más vulnerables a amenazas transnacionales y,
en cuarto lugar, el carácter de las “nuevas guerras” de la
era post-Guerra fría, en su mayoría civiles y étnicas, y que
como ya vimos se caracterizan por ser muy sangrientas debido
al gran número de armas livianas en circulación en el nuevo
contexto globalizado.
A nivel jurídico, el asunto de la protección de los
individuos ha evolucionado a partir del derecho internacional
de la guerra (International Laws of War). Es así que, después de
las atrocidades cometidas por el Tercer Reich y el régimen
japonés en contra de civiles en el contexto de la Segunda
guerra mundial, una guerra total que contempló el bombardeo
estratégico y que vio ocurrir el Holocausto, se empezó a
cuestionar con fuerza el rol del estado en la protección de
los individuos. El estado había sido el origen de las
amenazas a los individuos, y se afirmó un consenso sobre la
prosecución de los culpables. El Tribunal de Núremberg juzgó
los responsables de la comisión de crímenes de agresión, de
lesa humanidad y de violación del derecho de la guerra. Si
bien la Carta de Núremberg cubría claramente el genocidio,
las Naciones Unidas (NU) proveyeron a consolidar la
prohibición de este crimen a través de la negociación de la
Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de
Genocidio, la que entró en vigor en 1951. La gestación de
29
esta Convención en seno a las NU es un ejemplo del rol que
cumple esta organización internacional en la iniciación,
promoción e implementación de normas (MacFarlane y Khong,
2006: 81-83).
Otro gran aporte al desarrollo de una norma de protección de
los individuos provino del Comité Internacional de la Cruz
Roja (CICR), que fue el principal impulsor del Derecho
Internacional Humanitario (DIH). Después de la Segunda guerra
mundial, en seno a la Conferencia Internacional de la Cruz
Roja, se manifestó un consenso en torno a las Convenios de
Ginebra de 1949. La cuarta de estas convenciones, el Convenio
Relativo a la Protección de Civiles en Tiempos de Guerra, es
particularmente importante en la evolución del concepto de
Seguridad Humana, porque extiende la protección de los
civiles en contextos bélicos a guerras civiles o
intraestatales.
Estos primeros avances fueron complementados sucesivamente
por los Protocolos Adicionales a los Convenios de Ginebra,
sobre los cuales se logró un consenso 1977. El Protocolo I se
aplica a conflictos armados internacionales y extiende la
protección internacional en casos de conflicto armado por la
autodeterminación y/o la liberación del racismo, y avanza en
la dirección de incluir bajo su protección a los miembros de
movimientos insurgentes. El Protocolo II amplió ulteriormente
la cobertura de dicha protección, incluyendo a más categorías
de personas, además del conjunto del personal y de las30
instalaciones humanitarias. Estos Convenios y Protocolos
establecieron una base jurídica para la protección de los
individuos y de quienes los asisten en zonas de conflicto.
Sin embargo, el Artículo 3 del Protocolo II especifica que en
ningún caso se podría invocar su contenido para quebrantar la
soberanía estatal (sic!)(MacFarlane y Khong, 2006: 83-85).
Otro avance en la dirección de la afirmación de un nuevo
enfoque de Seguridad Humana, y hacia la reformulación del
concepto de “intervención humanitaria” en términos de R2P,
fue constituido por el debate sobre el principio de
autodeterminación que acompañó el proceso de descolonización.
Si bien durante la Guerra fría esta dimensión de la agenda
internacional quedó subdesarrollada, tanto la identidad como
los derechos colectivos empezaron a configurarse como un
elemento constituyente de la seguridad humana. Por otro lado,
la importancia del “desarrollo humano”, o de un desarrollo
económico más enfocado al bienestar de las colectividades
humanas, se empezó a discutir después del fin de la Guerra
fría, aunque primó finalmente el enfoque del desarrollo
económico por sobre aquello humano, que supuestamente
produciría suficiente riqueza, de la que se beneficiarían las
sociedades en su conjunto. El debate sobre desarrollo
económico y desarrollo humano habría contribuido a ampliar la
agenda de los estudios de seguridad (MacFarlane y Khong,
2006: 90-101).
31
Si bien durante la Guerra fría predominó la razón de estado,
la creación de normas de derechos humanos avanzó a pasos
agigantados. Después de la Guerra fría las condiciones
internacionales se dieron para que emergiera un enfoque más
humano, y el foco de la atención se desplazó hacia los
individuos, porque la gran mayoría de los conflictos post-
Guerra fría son de carácter interno y se caracterizan por la
severa victimización de la población civil. Como señalan
MacFarlane y Kong, cuando los estados son débiles o fallidos,
como en el caso de Somalia y Bosnia, es natural que el
referente de la seguridad no sea el estado, que
sistemáticamente falla en proteger a sus ciudadanos, sino
éstos últimos.
Los antecedentes directos de la R2P fueron un
redescubrimiento de la “soberanía popular” y de la “soberanía
como responsabilidad” en seno a las UN, y el planteamiento de
la necesidad de transitar del principio de la “no
intervención” hacia aquello de la “no indiferencia”, que tuvo
lugar en seno a la Unión Africana (UA). El ex Secretario
General Kofi Annan jugó un rol determinante en la
redefinición del concepto de soberanía estatal. En un célebre
artículo en The Economist, Annan postula que la soberanía debe
estar al servicio de los ciudadanos y reafirma la primacía de
los derechos del ser humano, encarnada por el concepto de
“soberanía individual” implicado en la esencia misma de la
Carta de las Naciones Unidas. En otras palabras, Annan
32
plantea que, en la pugna entre estado e individuo, este
último debe ser la fuente de la legitimidad y de la
autoridad. En palabras del ex Secretario General, “Los
estados ahora son entendidos como instrumentos al servicio de
su gente, y no viceversa. (…) Si hoy nos ponemos a releer la
Carta de Naciones Unidas, seremos más conscientes que nunca
que su objetivo es proteger los seres humanos, y no proteger
los que abusan de ellos” (Weiss, 2007: 96-97).
Por otra parte, en seno a la Unión Africana también se
hicieron avances notables en el ámbito de la R2P. Mientras
que la Organización para la Unión Africana (OAU) había
privilegiado el principio de no intervención, su sucesora
enfatizó la “no indiferencia”. Tan temprano como el año 2000,
cinco años antes que el World Summit lograra el consenso sobre
la R2P, el Acta Constitutiva de la Unión Africana establecía
el derecho de la Unión a intervenir, tras la autorización de
la Asamblea, en situaciones de extrema gravedad como
genocidios, crímenes de guerra y crímenes contra la
humanidad. El acta indica claramente que es la Unión la que
tiene la facultad de intervenir, y no los estados miembros
por su cuenta. Otro antecedente normativo de la R2P es
contenido en la Convención sobre la Prevención y Sanción del
Delito de Genocidio de 1948, que hace referencia a la
“responsabilidad de actuar”. Siempre en seno a la UA, donde
la presión normativa causada por lo ocurrido en Rwanda era
muy fuerte, se planteó la necesidad de un mecanismo de
33
seguridad que mantuviera la paz al nivel regional, que
estableciera el “derecho a intervenir” en casos de genocidio.
Otro rol determinante, que resultó ser un fuerte catalizador
para los rápidos avances normativos realizados en la década
de los Noventa en el sentido de la protección de los
individuos, fue el de Francis Deng y Roberta Cohen. Estos
expertos tenían el desafío de convencer los gobernantes del
mundo de la necesidad de proteger los desplazados internos
(IDPs) y encontrar una solución viable para aquellas
situaciones en que los soberanos se oponen al envío de ayuda
humanitaria (Bellamy, 2011: 10). Los Principios Guía
elaborados por Deng y Cohen, publicados en 1998, lograron
hacer el puente entre la “soberanía como responsabilidad” y
la protección de los IDPs. Desde 1992, cuando fue nombrado
como el primer Representante del Secretario General para los
desplazados internos, el mandato de Deng fue extendido
anualmente. Su trabajo fue extremadamente rico, reportó cada
año y publicó varios libros sobre los desplazados internos en
coautoría con Roberta Deng, Masses in Flight y The Forsaken People.
En 1998, a la guía del Programa sobre el Desplazamiento
Interno (PID), publicó los Principios Guía sobre el
Desplazamiento Interno. Estos Principios son un cuerpo de
derecho internacional blando que constituye el punto de
partida para todo tipo de esfuerzo, público y privado para
abordar el problema multifacético de los desplazados internos
(IDPs), guiando las acciones tanto de los gobiernos como de34
las organizaciones no gubernamentales, locales e
internacionales, en países con tienen que lidiar con el
desplazamiento interno. Los principios guía unen en un solo
documento todas las normas existentes aplicables a la
categoría de “migrante forzado”. Su uso a nivel domestico no
mejora automáticamente las condiciones de vida de los IDPs,
pero al menos establece una base legal con referencia a la
cual se hace posible la reivindicación de los derechos de los
desplazados y hacer responsables los estados que los violen
(Weiss, 2007: 93).
La protección de los IDPs que se realizaría a través del
respeto del principio de “soberanía como responsabilidad”
corría en contra de la tendencia de los soberanos a pensar
que lo que hicieran en la esfera domestica era de su
exclusiva competencia. Sin embargo, el principio se afirmó
rápidamente, permitiendo socavar la inviolabilidad de la
soberanía estatal como formulada en la Paz de Westphalia.
Aunque la soberanía siga siendo uno de los supuestos
principales de las relaciones internacionales, la
globalización y la doctrina de los derechos humanos la han
hecho devenir menos absoluta. Además, el fruto más importante
del trabajo de Deng y Cohen, el concepto de “soberanía como
responsabilidad”, cambió el discurso estableciendo un nuevo
marco normativo, y sembró la idea de que había que aplicar la
doctrina internacional de derechos humanos también en el
territorio de los estados, para proteger también a aquellos
35
desplazados forzados que no cruzaban las fronteras (Weiss,
2007: 95).
Como era natural de esperar, el trabajo de Deng y Cohen
suscitó reacciones adversas por parte de China y Rusia,
además de gran parte de los países en vías de desarrollo. La
desaprobación, ligada a la preocupación que este trabajo
pudiera ser aprovechado por las grandes potencias para
interferir unilateralmente en asuntos soberanos de países más
débiles, resonó por años en tanto en la Asamblea General como
en el Consejo Económico y Social de Naciones Unidas (Weiss,
2007: 97). Por otro lado, los sostenedores de las ideas de
soberanía como responsabilidad y de soberanía popular, como
reformulada por Annan, creían que la soberanía fuera
contingente y no absoluta. De ahora en adelante, éstas ideas
implicaban que los Estados tuvieran una doble constituency: por
el lado doméstico sus ciudadanos, y hacia afuera el resto de
la comunidad internacional. Por lo tanto, cuando los estados
no lograran proteger a sus ciudadanos, tendrían que pedir o
aceptar la asistencia internacional, quedando suspendida su
soberanía absoluta (Weiss, 98).
4. Antecedentes empíricos de la R2P
Las primeras referencias a la intervención humanitaria
remontan al siglo XIX y se refieren a dos casos particulares:
la intervención de Inglaterra, Francia y Rusia en Grecia en
36
1840 para parar las masacres allí perpetradas por los turcos,
y la intervención francesa en Siria en 1860 para proteger a
los Cristianos Maronitas de la persecución. La intervención
era invocada en contra de los abusos cometidos por un estado
soberano en contra de ciudadanos nacionales o no nacionales
que se encontraran en su territorio. Toda intervención fue
rodeada, desde los primeros episodios, por muchas
controversias, siendo que siempre surgió la sospecha de que
no fuera motivada por razones genuinamente humanitarias, sino
económicas, políticas o estratégicas. Hacia fines del siglo
XIX algunos juristas afirmaron la existencia de una doctrina
de la intervención humanitaria en el derecho consuetudinario,
mientras otros la negaron siendo que el comportamiento de los
estados era incoherente al respecto (Weiss, 2007: 32-34).
La orientación estatista que consagró el principio de
soberanía estatal como el fulcro insustituible de las
relaciones internacionales se mantuvo a lo largo de toda la
Guerra fría, periodo en que las contradicciones que habitan
la Carta de Naciones Unidas no se manifestaron ni causaron
debate. Los ruidos provocados por el roce entre los
principios de soberanía estatal (Articulo 2.1) y prohibición
del uso de la fuerza (Artículo 2.4), por un lado, y la
referencia al deber de los estados de respetar los derechos
humanos de sus ciudadanos (Artículos 1.3, 55 y 56), por el
otro, permanecieron confundidos detrás del choque entre las
dos grandes potencias, que contribuía a perpetuar la
37
inviolabilidad de los primeros. Por otro lado, el peso
creciente de los estados en vías de desarrollo en seno a la
Asamblea General de Naciones Unidas ayudó a mantener vigente
una norma general que prohibía tanto la intervención en
asuntos soberanos de otros estados, como el uso de la fuerza
como tal en las relaciones internacionales.
Las únicas excepciones fueron constituidas por algunos casos
de países en proceso de descolonización o con graves
problemas de racismo, como las colonias portuguesas en
África, y los acontecimientos en Rhodesia del Sur y Sudáfrica
(MacFarlane y Khong, 2006: 86-87). Los casos mencionados,
ocurridos en las décadas del Sesenta y Setenta, fueron
relevantes porque suscitaron una toma de posición por parte
de Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, que con dos
resoluciones incitó Portugal a dejar de reprimir los
habitantes de los territorios ocupados, garantizándoles el
derecho a la autodeterminación. El CS también intervino
cuando la minoría blanca en Rhodesia del Sur declaró
unilateralmente su independencia de Gran Bretaña, instaurando
un régimen que violó masivamente los derechos de la mayoría
negra.
Sin embargo, el caso más emblemático en este proceso que vio
la afirmación de la Seguridad Humana por sobre el principio
de soberanía estatal fue aquello sudafricano, tratándose de
un estado independiente y no de una colonia. El régimen de
apartheid y la violación de los derechos civiles y políticos de38
la mayoría negra en ese país fueron consideradas por el CS
como una “amenaza para la paz y la seguridad
internacionales”. La invasión de Sudáfrica a estados
limítrofes, finalmente, fue la gota que rebalsó el vaso
llevando el CS a invocar el Capítulo VII de la Carta para
imponer un embargo de armas en contra el país (MacFarlane y
Khong, 2006: 88-89).
En dos casos excepcionales, en la República Democrática del
Congo (RDC) en 1961 y en Chipre en 1964, en plena Guerra
fría, el CS emitió resoluciones en favor del envío de
misiones de peacekeeping. Si bien estas misiones hayan aportado
proveyendo las personas de protección y mayores niveles de
seguridad, este tipo de acciones está muy lejano de una
aceptación, por las partes involucradas, de la existencia de
una R2P. El peacekeeping, como argumentan MacFarlane y Khong,
era orientado de manera estatista y reflejaba el hecho que la
tensión entre la soberanía y la necesidad de proteger los
individuos todavía no salía al flote, siendo que la visión
del mundo estaba profundamente permeada por el realismo
político y que este paradigma, dominante hasta la caída del
muro de Berlín, no admitía ningún intento serio de quebrantar
la soberanía estatal (MacFarlane y Khong, 2006: 90-91).
La práctica de la intervención militar externa en crisis
humanitarias, sin embargo, ocurrió no obstante la Guerra
fría. India intervino en Pakistán del este en 1971, Vietnam
en Camboya en 1978-79 y Tanzania en Uganda en 1979. Sin39
embargo, estas intervenciones no fueron motivadas por razones
de Seguridad Humana sino más bien de defensa propia. El caso
de Camboya es emblemático, ya que era mundialmente sabido que
el régimen en aquel país había matado un millón de personas,
y el flujo de refugiados hacia Tailandia ascendía a 150.000.
La intervención de Vietnam en Camboya contempló el
derrocamiento del régimen Pol Pot y la instauración de un
gobierno provisional. Motivada por razones de autodefensa,
esta intervención militar, condenada por todo el Occidente y
apoyada por la Unión Soviética, y sin tener fines
humanitarios directos terminó por mejorar sustancialmente la
seguridad de los camboyanos (MacFarlane y Khong, 2006: 92-
93).
Como explica Weiss, lo que diferencia la intervención
humanitaria del peacekeeping es la ausencia del consenso de las
autoridades del estado en el que se interviene, con el fin de
prevenir el sufrimiento y la muerte a gran escala de sus
habitantes. En otras palabras, la ausencia del consenso
estatal y la acción humanitaria genuinamente justificada
constituyen criterios generales que diferencian la
intervención humanitaria del peacekeeping tradicional. Éste se
basa en los principios de consentimiento, neutralidad y no
uso de la fuerza excepto por motivos de autodefensa. Estas
acciones son diseñadas típicamente para monitorear el
cumplimiento de tratados de paz o treguas, o patrullar zonas
de amortiguamiento entre partes contrapuestas.
40
Al otro extremo del continuum de las acciones militares
internacionales están los ataques lanzados derechamente en
contra del enemigo por razones humanitarias. La campaña aérea
organizada por la OTAN en Kossovo en 1999 entra en esta
categoría. Sin embargo, lo más común para fines humanitarios
es algo que cae entremedio de los extremos del peacekeeping y
del combate bélico: dos formas intermedias de intervención
humanitaria son conocidas como peace enforcement y coercive
protection. El primer tipo de acción prevé la implementación de
altos al fuego, la desmovilización de combatientes, la
destrucción de armas y reformar los servicios de seguridad.
El segundo tipo de acción prevé la creación de corredores
humanitarios, la protección de las convoyes humanitarios, la
creación de zonas seguras entre otros (Weiss, 2007:8-9).
En fin, durante la Guerra fría pocas fueron las intromisiones
en asuntos internos, limitándose éstas a casos de
descolonización, disfuncionalidad en el sistema de mandatos y
apartheid. Dos fallos de la Corte Internacional de Justicia
de La Haya son emblemáticos en este sentido: el caso del
Canal de Corfú entre el Reino Unido y Albania en 1949, y más
tarde el caso de Estados Unidos contra Nicaragua en 1986. En
ambos casos la Corte elaboró sobre la legitimidad de las
supuestas intervenciones humanitarias de las grandes
potencias, estableciendo que el principio de no intervención
implica el derecho de cada estado de resolver sus asuntos
internos sin interferencias, y recordando que el derecho
41
internacional requiere el respeto de la integridad
territorial (Weiss, 2007: 35). En particular, en éste último
caso la Corte hizo hincapié en los atributos que una
intervención humanitaria tendrían que presentar, partiendo
por tener el objetivo de prevenir y aliviar el sufrimiento
humano y estar asociadas con, y legitimadas por, la Carta de
Naciones Unidas. Además, las intervenciones tendrían que
realizarse solo en situaciones extremas, es decir cuando una
crisis humanitaria constituye una amenaza para la paz y la
seguridad internacionales (Weiss, 2007: 36).
Las operaciones de peacekeeping no consideraban seriamente los
derechos de los individuos. Pero las cosas cambiaron a
principios de los 90s, cuando en 1991 los kurdos iraquíes
cruzanron la frontera turca por razones humanitarias. Sin
embargo, el CS abordó el tema desde la perspectiva de la
seguridad de las fronteras y no de los derechos de los
desplazados, tampoco preocupándose de resolver el problema de
raíz. Había divisiones internas al CS y no se invocó el
Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas. La resolución
688 fue importante porque puso en la mesa la cuestión de los
desplazados internos (IDPs). Este asunto se profundizó con la
explosión de la hambruna en Somalia.
La Unión Soviética y China estuvieron, tendencialmente,
siempre contrarias a la violación del principio de no
intervención y soberanía, lo que influyó en que las Naciones
Unidas toman el compromiso de la protección de las personas42
en forma parcial e intervinieran selectivamente a lo largo de
los Noventa. Esta selectividad fue atribuida a los intereses
nacionales involucrados en los casos en que sí se intervino;
además que eso, hay que considerar el costo político
implicado por las eventuales pérdidas humanas en que un país
pueda incurrir en lugares lejanos, donde sus propios
intereses no se ven directamente afectados. Después del
colapso de la Unión Soviética el grado de colaboración entre
los cinco miembros permanentes del CS incrementó
considerablemente, registrando una disminución evidente de
las ocasiones en las que se recurrió al derecho a veto, una
duplicación del número de resoluciones y un aumento
exponencial de las operaciones de peacekeeping (Weiss, 2007:
38-39). Otro actor involucrado en el proceso que llevó a la
adopción del enfoque de seguridad más centrado en las
personas fue el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los
Refugiados (ACNUR), que desilusionado del peacekeeping y de su
mandato reducido a proteger las instalaciones humanitarias,
no las personas en general, propuso un enfoque basado en las
personas desplazadas.
Canadá fue otro actor involucrado en este proceso, que junto
con Noruega fundó la Red para la Seguridad Humana. A fines de
los 90s Canadá entró a formar parte del CS como miembro no
permanente y empezó a promover el enfoque de la Seguridad
Humana, planteándola como un requisito para la paz y
seguridad mundial. El resultado del lobby canadiense fue que
43
este asunto fue colocado en el ámbito del Capítulo VII de la
Carta, con el efecto de legitimar más fácilmente la
suspensión del principio de soberanía. Canadá, además, creó
la Red para la Seguridad Humana y fomentó el establecimiento
de la Comisión internacional sobre la Intervención y la
Soberanía estatal (ICISS) en 2000, con la finalidad de
resolver el dilema de la intervención humanitaria, es decir
desglosar las condiciones bajo las cuales la intervención
humanitaria es legítima o no.
En fin, en el periodo post-Guerra fría se sucedieron dos
cambios importantes: en primer lugar se expandió el rango de
las situaciones susceptibles de constituir “amenazas a la paz
y a la seguridad internacional”, y en segundo lugar que da al
descubierto la limitación de la capacidad de las Naciones
Unidas de actuar, y su consecuente dependencia de coaliciones
de estados con la voluntad política de intervenir con el uso
de la fuerza a protección de personas en otros estados.
También se definen los flujos de refugiados hacia países
colindantes con un estado en guerra, así como las violaciones
del derecho internacional humanitario al interior de los
países, como una amenaza a la paz y seguridad internacionales
(Weiss, 2007: 48).
Con el tiempo se abandonó el prerrequisito de las
implicaciones transnacionales de los desarrollos domésticos
para legitimar la intervención armada, siendo que empezó a
44
emerger una suerte de doctrina de la intervención “pro-
democrática”, la que por ejemplo se utilizó en Haití en la
Operation Restore Democracy, y en la autorización postiza de
ECOWAS (Economic Commission of West African States, integrada por 15
estados de África Occidental) en Sierra Leona, cuya situación
no entraba ni bajo el Capítulo VIII ni constituía una amenaza
para la paz y la seguridad internacionales. Hay opiniones
contrapuestas acerca de estas intervenciones “humanitarias” y
las respectivas resoluciones del Consejo de Seguridad; en
particular, se cuestionan las operaciones en Iraq en los
Noventa y en la guerra de Kossovo en 1999, ya que según
algunos críticos socavarían el sistema de seguridad colectiva
establecido por la Carta de Naciones Unidas, facilitando
acciones que anticipan, o derechamente se saltan, la
autorización del CS (Weiss, 2007: 50).
Otra tendencia que se observa es aquella a la subcontratación
de la protección de los individuos a coaliciones de estados.
Aunque el Articulo 43 de la Carta de Naciones Unidas prevé la
institución de un mecanismo que constituya el brazo armado
del CS, éste sigue siendo “letra muerta”, habiéndose actuado
de forma ad hoc con la autorización, por parte del CS, a que
los estados usen “todos los medios necesarios” para
intervenir; otro canal para externalizar la responsabilidad
de intervenir es a través del Capítulo VIII, involucrando a
las organizaciones regionales. La delegación de la autoridad
a través de la subcontratación del mandato de protección a
45
coaliciones de países o organizaciones regionales sin duda ha
servido como solución a la ausencia del mecanismo previsto
por el Articulo 43 de la Carta, pero ha sido criticada
porque, en el fondo, legitima los objetivos de política
exterior de los estados más poderosos (Weiss, 2007: 51).
Por un lado tenemos intervenciones autorizadas por el CS pero
no tan necesarias, por el otro tenemos tragedias humanas de
dimensiones catastróficas y absoluta inmovilidad por parte de
la comunidad internacional. Son parte de estas tragedias
humanas olvidadas los casos de la República Democrática de
Congo, de Uganda y de Darfur. En el caso del a RDC las
Naciones Unidas enviaron una misión de alrededor de 16.000
hombres, un número ampliamente insuficiente, que además
carecía de los recursos necesarios para hacer frente a una
situación que ha sido definida como el conflicto más cruento
del planeta desde la Segunda guerra mundial. El caso de
Uganda es el de un “genocidio secreto”, siendo que la prensa
internacional celebró el presidente Museveni, ignorando que
fue responsable de la represión y el desplazamiento forzado
de millones de personas. La tragedia de Sudan, en contra, fue
mucho más cubierta por los medios; sin embargo, la cobertura
mediática no fue acompañada por la voluntad política de
intervenir para parar las masacres, siendo que la comunidad
internacional se dejó inhibir por las amenazas del gobierno
sudanés, que se negaba a liberar la entrada a comunidad
internacional ( Weiss, 2007: 52-57).
46
4. El Informe de 2001 de la Comisión Internacional sobre la
Intervención y la Soberanía Estatal (ICISS).
R2P: ICISS fue creada en 2000 por iniciativa del gobierno
canadiense con la misión de desenredar el dilema de cuando y
como es apropiado tomar acciones coercitivas en contra de
estados cuyos ciudadanos estén en riesgo vital. El punto
central es que cada estado soberano tiene la responsabilidad
de proteger sus ciudadanos, y esta obligación sería inherente
a la noción de soberanía (Francis Deng). La idea es que
cuando un estado no puede o no quiere cumplir con esta
responsabilidad, la soberanía pierde su inviolabilidad y la
comunidad internacional asume la R2P, que según la ICISS se
compone de 3 elementos: prevenir, proteger y reconstruir. La
prevención sería la fase más importante, y la intervención
armada para proteger a la población civil debería ocurrir
solo después de agotar las medidas que no implican el uso de
la fuerza, aunque esto implique el riesgo que, mientras
tanto, los que deberían beneficiarse de la protección armada
que tarda en llegar perezcan.
El informe de la Comisión también menciona que una
intervención armada debería ser excepcional, realizándose
solo una vez superado un muy vago “umbral de causa justa”,
constituido por una pérdida de vidas humanas o limpieza
étnica a gran escala, las que pueden ser probadas o
47
presumidas, lo que agrega otra buena dosis de ambigüedad a
las disposiciones de la ICISS. El informe también hace
explícita una serie de principios para la intervención
humanitaria armada, que debería tener buenas intenciones,
constituir la última instancia, utilizar medios
proporcionales al fin y tener posibilidades razonables de
resultar. De preferencia la Comisión recomendaba que fuera el
CS quien tomara la decisión sobre las intervenciones
humanitarias armadas (MacFarlane y Khong, 2006:180).
Frente a la incapacidad del CS de intervenir, a causa de la
oposición de Rusia y China, para prevenir la operación de
limpieza étnica que Serbia inició en Kossovo en 1998, con el
recuerdo de como la tragedia de Ruanda ocurría frente a una
completa inmovilidad de la comunidad internacional, y tras la
propuesta del Ministro de Relaciones Exteriores canadiense
Lloyd Axworthy, el ex Secretario General de Naciones Unidas
Kofi Annan convocó una comisión internacional que abordara el
tema de la intervención humanitaria. El Secretario pidió que
los términos del debate se conformaran con el respeto de tres
condiciones: la aplicación justa y consistente del principio
de intervención; un concepto más amplio de interés nacional;
el condicionamiento de la intervención a la autorización del
Consejo de Seguridad. El informe del ICISS, publicado en
2001, plantea que la responsabilidad de proteger se compone
de tres pilares: la responsabilidad de prevenir, la
48
responsabilidad de reaccionar y la responsabilidad de
reconstruir.
El pilar más importante de este documento inicialmente era la
responsabilidad de prevenir, de abordar tanto las causas
profundas como aquellas directas de conflictos internos y
otras crisis provocadas por el hombre y que amenazan la
población. Sin embargo, la comisión no formuló propuestas
concretas acerca de cómo se podía abordad la tarea de la
prevención (Bellamy, 2011: 17). En cuanto a la
responsabilidad de reaccionar para responder a situaciones de
necesidad con los medios adecuados, que pueden incluir
medidas coercitivas como sanciones, prosecuciones
internacionales y, en casos extremos, la intervención armada
(Weiss, 101), la comisión define dos criterios principales.
El primero es la superación de un umbral de “causa justa”,
que consistiría en la pérdida de vidas humanas a gran escala,
tanto probada como presumida, causada tanto por acciones como
por omisiones de un estado. El último pilar de la R2P como
formulada por la ICISS, la responsabilidad de reconstruir, se
refería a la oportunidad que la comunidad internacional
interviniera con un plan estratégico para la reconstrucción
enfocado en los ámbitos de la seguridad, de la justicia y
reconciliación, y del desarrollo (Bellamy, 2011: 18). La
articulación de la R2P en tres etapas transmite la idea de
una necesidad de un enfoque holístico, para ayudar a
enfrentar un problema desde las raíces, y asistir el país
49
quebrantado por un conflicto o una catástrofe humana a
recobrar la estabilidad para el largo plazo (Weiss, 101).
Por lo que concierne el asunto de la autoridad en tema de
R2P, la Comisión no logra llegar a un acuerdo sobre la
legitimidad de las intervenciones no autorizadas por el CS.
Por ello propone un enfoque en etapas, donde el primero que
tiene la responsabilidad de intervenir es el estado
involucrado, de acuerdo con el principio de “soberanía como
responsabilidad”; al no intervenir éste, sería legitimo que
las organizaciones externas que colaboren con las
autoridades, como ONGs, sedes locales de organizaciones
internacionales etc., procuren intervenir para ayudar a que
se solucionen los problemas que sean susceptibles de
evolucionar en una tragedia. Finalmente, al no funcionar
dicha colaboración, la responsabilidad de proteger le
correspondería a la comunidad internacional; en estos casos,
la soberanía del estado interesado es suspendida, por
incapacidad o por falta de voluntad política de proteger, y
transferida a la comunidad internacional.
El Informe de la ICISS fue uno de los documentos más
debatidos en seno a la comunidad académica, incluso más que
el World Summit del 2005. Algunos creían que sacrificaba la
esencia de la R2P para lograr un consenso, mientras otros
opinaban que iba demasiado lejos en términos de la imposición
de una doctrina intervencionista que seguramente sería
aprovechada por las grandes potencias, en detrimento de los50
países en vías de desarrollo o de independencia reciente.
Thomas Weiss, por ejemplo, opinaba que el discurso sobre la
prevención era “puro humo”, siendo que era imposible de
implementar, que el umbral de la justa causa era demasiado
alto y que además la Comisión no proponía nada nuevo para
abordar esta tarea. El británico Chandler, en contra, opinaba
que el informe imponía los valores occidentales sobre el
resto del mundo. El valor que tuvo este informe, no obstante
las criticas, fue despertar y redirigir el debate sobre la
necesidad de hacer frente a aquellas tragedias que, a pesar
del repudio internacional, siguen ocurriendo (Bellamy, 2011:
20).
Dos de los hitos importantes que la Comisión marcó fueron el
establecimiento de un consenso sobre el uso de la fuerza para
ayudar a las personas en situaciones de peligro, y sobre el
hecho que la responsabilidad de intervenir para parar
episodios de genocidio o limpieza étnica recaía sobre el
Consejo de Seguridad. Además, la Comisión consagró un cambio
en el lenguaje internacional, que vio el abandono del término
“intervención humanitaria” en favor de la expresión
“responsabilidad de proteger”. Esta transición se debe a
distintos factores: en primer lugar, muchos insiders del
trabajo humanitario empezaron a rechazar el adjetivo
“humanitario”, debido a la politización y militarización del
sector en la década de los Noventa. El término, además, venía
cargado de una connotación positiva, que podía ser usada para
51
enmascarar la imposición de los intereses de los fuertes por
sobre los débiles, y que no necesariamente se asociaba a
acciones que en todos los casos mejoraban la situación, todo
lo contrario. Una ulterior ventaja de adoptar la expresión
R2P fue que desplazó el foco desde los derechos de los que
intervenían (el “derecho a la intervención humanitaria”)
hacia aquellos de las personas que sufren graves abusos de
derechos humanos y que necesitan de protección (Weiss, 103).
Dos puntos clave hechos por la Comisión en el Informe fueron
la prioridad del aspecto de la prevención y la oportunidad de
extinguir las medidas blandas antes de pasar a aquellas más
duras. Ambos puntos fueron fuertemente cuestionados, en
particular porque tratar de prevenir las tragedias abordando
los problemas estructurales de cada país es sencillamente
utópico, mientras que la extinción de las medidas blandas,
como las sanciones económicas, puede llevar a la exasperación
y terminar siendo más dañina que positiva o, en el peor de
los casos, hacer que las medidas fuertes lleguen demasiado
tarde para evitar la catástrofe. A veces, como en el caso
bosnio, la intervención armada tendría que darse mucho antes
para haber evitar otras Srebrenica (Weiss, 2007: 104).
En cuanto a los criterios que legitiman el uso del lente de
la R2P, la Comisión fija explícitamente algunos criterios. El
criterio mínimo para el ‘cuando’ intervenir seria la ‘justa
causa’, es decir una pérdida de vidas humanas que cause un
shock en la consciencia tan fuerte como para motivar una52
intervención humanitaria, o una limpieza étnica ejercida a
través de homicidios, expulsión forzada, actos de terror o
violación. Criterios sobre el ‘como’ intervenir serían las
buenas intenciones, el agotamiento de las medidas no
coercitivas, la proporcionalidad de los medios y la
factibilidad de las acciones. Si bien la Comisión estableció
que el CS era el mejor órgano para tomar este tipo de
decisiones, y que los miembros permanentes debían
comprometerse a no ejercer su derecho a veto en asuntos que
no afectaran directamente sus intereses nacionales, el asunto
de la autoridad queda ambiguamente definido. La única
indicación ulterior dada por la Comisión se refiere a la
posibilidad de que, en caso de no alcanzar el consenso en
seno al CS para la autorización previa, los estados pueden
analizar la oportunidad de intervenir en una sesión de
emergencia en seno a la Asamblea Geberal, llamada Uniting for
peace (Weiss, 2007: 108) o, alternativamente, a través de
organizaciones internacionales de alcance regional como
previsto bajo el Capítulo VIII de la Carta de Naciones
Unidas.
El desafío final abordado por el Informe son los principios
operacionales. Como bien señala la ICISS, los desafíos
planteados por una intervención armada con fines humanitarios
son distintos tanto de aquellos que caracterizan los ataques
armados, que tiene el objetivo de destruir un enemigo y no de
proteger a las personas, como de aquellos que plantean las
53
operaciones de peacekeeping, tradicionalmente finalizadas a
supervisar el respeto de altos al fuego y acuerdos de paz y
ancladas en los principios de consentimiento, neutralidad y
no-uso de la fuerza. El supuesto inicial de toda operación
militar es que las Naciones Unidas nunca declaran guerra, y
cuando hay que usar una fuerza militar significativa delegan
la autoridad a coaliciones de estados que tengan la voluntad
política de llevar a cabo las operaciones del caso. El
contexto en que se desarrollan las intervenciones
humanitarias daría lugar a un nuevo tipo de operaciones
militares.
El Informe discute dos nuevos tipos de “operaciones
preventivas”: la primera prevé el envío de tropas, con el
consentimiento de las autoridades interesadas, a la zona en
la que está emergiendo un conflicto; los desafíos
operacionales de este tipo de intervención serían
esencialmente los mismos que se presentan en los casos de
peacekeeping tradicional. La segunda categoría de operaciones
preventivas prevé el envío de tropas al territorio en
conflicto con un propósito preventivo, sin la intención de
realizar acciones militares de ningún tipo, sino simplemente
de hacer sentir la presencia internacional y hacer cumplir
las sanciones o embargos que hayan sido impuestos sobre un
estado. Teniendo en cuenta que los esfuerzos preventivos
pueden fracasar, las tropas deberían estar preparadas para
intervenir activamente. Las intervenciones militares deberían
54
ser concebidas como parte de un esfuerzo más amplio, que
incluye una etapa preventiva y otra post-intervención (ICISS,
2001: 58).
La realización de intervenciones por parte de coaliciones
multinacionales es conveniente solo si la coalición tiene
cierta cohesión, tanto en términos de objetivos políticos
como militares. La intervención de la OTAN en Kossovo
demuestra que la eficacia de las operaciones militares puede
ser gravemente mermada por la falta de un denominador común
entre los miembros de la coalición (ICISS, 2001: 59). Por lo
mismo, el Informe enfatiza la importancia de un mandato claro
e inequívoco, cuyo objetivo es permitir que los altos mandos
logren identificar correctamente su misión y las tareas a
realizar, estando preparados para reajustar incrementalmente
el mandato inicial en el curso de la operación. Cada
intervención tiene que contar con los recursos suficientes
para llegar a buen fin; para mejorar las sustentabilidad en
el tiempo de las operaciones conducidas por países en vías de
desarrollo la Comisión recomienda que los países
desarrollados brinden su apoyo (ICISS, 2001: 60).
La implementación de las operaciones militares tiene que
responder a criterios de comunicación inequívoca y cadenas de
comando claras. Un tema que suele crear mucha tensión en el
contexto de las intervenciones humanitarias es la
colaboración entre elementos militares y civiles. Una de las
mayores dificultades es entender el timing del despliegue de55
las tropas y de los operativos humanitarios: la Comisión
recomienda que, en situaciones de extrema inseguridad, se
suspendan las operaciones humanitarias e intervengan las
tropas a restablecer la tranquilidad (ICISS, 2001: 61). En lo
que concierne las reglas a seguir en las operaciones, el
Informe no es claro en absoluto, limitándose a señalar que el
uso de la fuerza es necesario, que éste tiene que respetar el
principio de proporcionalidad y las normas del derecho
internacional humanitario; en lo concerniente la prosecución
de las tropas que cometan violaciones del DIH, la ICISS
reconoce que no hay un procedimiento estándar, sino que cada
estado tiene que ver como enfrenta esta eventualidad (ICISS,
2001:62).
Por lo que concierne las tareas post-intervención, la
Comisión señala que el objetivo es crear una situación de
seguridad estable y autosustentable. Por lo mismo, las partes
intervinientes tienen que estar preparadas para permanecer en
el lugar en la fase sucesiva a las operaciones militares, en
particular para evitar que el crimen organizado, los ataques
vengativos, el tráfico de armas y los saqueos se apoderen de
la situación aprovechando del caos y la desorientación
general. En particular, la ICISS subraya la importancia de
cinco objetivos, entre los que figuran la protección de las
minorías, la reforma de las policías locales, el desarme y la
desmovilización, la desactivación de las minas antipersonales
que puedan estar diseminadas en el territorio de un estado, y
56
finalmente la prosecución de los criminales de guerra (ICISS,
2001: 65-66).
6. De consensos y discordias: el debate sobre la R2P a lo
largo de la primera década del siglo XXI.
Después del Informe de la ICISS emitido en 2001, hubo
distintos desarrollos importantes en el ámbito de la
Seguridad Humana y de la R2P. En primer lugar, la Comisión
sobre la Seguridad Humana publicó en 2003 un informe,
finalizado a promover el entendimiento del concepto de
Seguridad Humana por parte de un público más amplio. Este
informe planteaba la noción de seguridad de manera más
comprensiva, incluyendo en el concepto la protección de los
derechos humanos y la noción de desarrollo humano, además de
la protección física (McFarlane y Khong, 226).
Sin embargo, no existía una definición unívoca de Seguridad
Humana. Para el ASEAN, por ejemplo, el concepto de Seguridad
Humana tomaba otro significado, y en seno a dicha
organización se preferían los términos “seguridad
comprensiva” y “cooperativa”, conceptos que incorporarían
tanto elementos militares, como económicos, culturales y
sociales. El referente, además, para los asiáticos no era
directamente el individuo, sino la resiliencia, legitimidad y
seguridad de los estados, que en definitiva eran los
responsables de la protección de los individuos. En general,
57
los estados que alcanzaron la independencia más tarde fueron
más reluctantes frente a la idea de renunciar a su soberanía,
mientras que Occidente, donde se concentran los sostenedores
de la Seguridad Humana argumentan que ésta no necesariamente
implica la erosión de la soberanía, sino que esta última
incluye la responsabilidad estatal de proteger (McFarlane y
Khong, 2007: 231).
En seno a las Naciones Unidas también se reconoció que la
protección de los individuos era un tema mucho más amplio,
que debía comprender asuntos que iban más allá del mero
peacekeeping, tales como aquellos concernientes el acceso
humanitario, la dimensión de la justicia y la seguridad, el
desarme y las consecuencias humanitarias de las sanciones
económicas. La noción de “soberanía como responsabilidad” fue
reconfirmada por el Panel sobre Amenazas, Desafíos y Cambio
en 2004, que señaló que cuando los estados firmaron la Carta
de Naciones Unidas, también aceptaron la responsabilidad de
proteger a sus ciudadanos, que es implícita en la noción de
soberanía, y que implica que el tema ya no sea el “derecho de
intervenir” de los estados, sino su Responsabilidad de
Proteger a personas que sufren a causa de tragedias
evitables.
En ocasión de los 60 años de las Naciones Unidas, en
septiembre de 2005 se celebró un encuentro en Nueva York al
que asistieron más de 150 autoridades nacionales. Se quería
que este World Summit fuera una ocasión para revisitar los58
principios guía de la organización a la luz de los cambios de
condiciones ocurridos, pero una de las únicas novedades
concretas fue la institución del Consejo de Derechos Humanos
(HRC) en sustitución de la descreditada Comisión sobre los
Derechos Humanos (CHR). Otro avance se realizó en lo
concerniente la R2P, con la emisión de un Documento Final que
respaldó con fuerza la intención de tomar con seriedad la
responsabilidad de proteger que recae sobre la comunidad
internacional cuando un estado falla en brindar protección a
sus ciudadanos o, derechamente, es el responsable de los
crímenes perpetrados en contra de éstos. El documento también
reitera la necesidad de que fuera el Consejo de Seguridad el
órgano únicamente responsable de autorizar las intervenciones
humanitarias, condenando las iniciativas unilaterales (Weiss,
2007: 117).
El respaldo de la Responsabilidad de Proteger por parte el
World Summit del 2005 reforzó la legitimidad de la
intervención humanitaria como una opción de política pública.
El resultado de estos esfuerzos normativos ha sido que a los
cuatro elementos constituyentes del Estado (población,
territorio, gobierno y capacidad de entrar en relaciones con
los demás estados), como listados en la Convención de
Montevideo de 1933, se le agregó un quinto, el respeto de los
derechos humanos fundamentales (Weiss, 2007: 89). Para los
optimistas, este informe enfrentó de manera exitosa el dilema
“intervención versus soberanía”, e incluso para los críticos
59
más convencidos de la R2P, como Mohammed Ayoob, el hecho de
condicionar la soberanía al respeto de los derechos humanos
es una maniobra normativa dotada de una fuerza moral
considerable (Weiss, 2007: 89).
Si bien el World Summit de 2005 reafirmó la presencia de un
amplio consenso sobre el tema de la R2P, dicho consenso se
perfiló alrededor de algo muy distinto a lo que fue la idea
inicial del ICISS en 2001. El texto del párrafo 138 del
acuerdo publicado en esa instancia reitera la responsabilidad
de cada estado de prevenir el crimen de limpieza étnica, los
crímenes de guerra, de genocidio y contra la humanidad, así
como de evitar su incitación. El Informe también reitera la
voluntad de los estados de intervenir, con los medios
apropiados y necesarios, cuando surja la necesidad de ejercer
su R2P. Además, se refiere al rol de apoyo que la comunidad
internacional debe desempeñar en ayudar los estados en
dificultad en el cumplimiento de su responsabilidad y
menciona la oportunidad de constituir un sistema de “alerta
temprana”. El párrafo 139, por su parte, menciona la primacía
del uso de medidas diplomáticas, humanitarias y pacíficas
bajo los Capítulos VI y VIII de la Carta de Naciones Unidas
para ayudar a proteger las poblaciones víctimas de limpieza
étnica, crímenes de genocidio, contra la humanidad y de
guerra. También menciona la posibilidad de tomar acciones
bajo el Capítulo VII de la Carta de UN tras autorización del
Consejo de Seguridad, en casos en que los estados se nieguen
60
o sean incapaces de proteger a su gente, con el objetivo de
salvar cuantas más vidas posibles y ayudar dicho estado a
reconstruir la capacidad de proteger adecuadamente a sus
ciudadanos (2005 World Summit Outcome, 30).
No obstante el consenso logrado en 2005, los años siguientes
ocurrió una verdadera revuelta en contra de la R2P. En 2006,
el Consejo de Derechos Humanos instituyó una Misión de Alto
Nivel para Darfur, con el fin de investigar desde la
naturaleza del problema que afectaba el país y establecer las
verdaderas responsabilidades del gobierno. Sin embargo, Sudan
denegó el ingreso de esta misión a su territorio, generando
la renuncia de algunos de sus integrantes. La misión
finalmente publicó un informe, en el que acusaba el estado
sudanés de haber faltado a su R2P e, incluso, de haber
orquestado las violencias en contra de la población. El
informe fue rechazado por los países asiáticos, árabes e
islámicos, quienes argumentaban que, no habiendo podido
acceder al territorio sudanés, la misión no gozaba de la
legitimidad requerida, ni tenía el mandato para acusar a un
estado e incitar la intromisión en sus asuntos internos
(Bellamy, 2011: 30).
En particular, el miedo que se repitieran situaciones
parecidas a la invasión de Iraq por EEUU en 2003 había
causado reticencias con respecto a la adopción del principio,
incluso en años anteriores. La composición de los miembros no
permanentes del Consejo de Seguridad (Eslovakia, Qatar, Perú,61
Ghana y Congo, entre otros) impidió la puesta en práctica de
la norma de la R2P para intervenir en Darfur en 2007: toda
referencia a la R2P fue borrada del texto de la resolución
1706, y miembros que habían expresado claramente su apoyo a
la norma en 2005 se arrepintieron, votando en contra de una
intervención humanitaria en ese país destruido por la guerra
civil. Otra resolución sobre Somalia evitó, el año siguiente,
referirse al acuerdo logrado en 2005, demostrando la
repulsión que el lenguaje de la R2P provocó por un tiempo
entre los estados miembros de Naciones Unidas.
Según Bellamy, otra clase de críticas estuvo ligada al
escepticismo de algunos estados, que veían en la R2P una
norma que no venía acompañada por nuevas propuestas que
fueran tangibles. Otro problema más que quedaba por resolver
era el de identificar cuáles órganos de Naciones Unidas
tenían la autoridad para usar el lenguaje de la R2P para
encausar los estados por acciones u omisiones que causaran
daño a sus propios ciudadanos. ¿Es solo el Consejo de
Seguridad que tiene la legitimidad de hacerlo, o también el
Consejo de Derechos Humanos, por ejemplo? Más allá de la
discordia y las críticas, sin embargo, existía un grupo de
países que apoyaba la norma incondicionalmente, entre ellos
los países europeos, Canadá, Japón, Australia, los países de
África sub-sahariana y algunos estados de América del Sur.
A cinco años del World Summit, Ban Ki-Moon incitó la comunidad
internacional desde las Naciones Unidas a traducir la norma62
en hechos. En el entretanto, la R2P se había convertido en
lenguaje común en el ámbito diplomático y de las emergencias
humanitarias. El nuevo Secretario General designó el
estadounidense Edward Luck como Asesor Especial para la R2P.
El nombramiento de esta figura fue importante porque dio
inicio a un proceso de consulta sobre la R2P, durante el cual
los países podían expresar sus posturas y preocupaciones
ligadas a este controversial asunto. Luck, además, tuvo el
mérito de darse cuenta que había una gran diferencia entre,
por un lado, lo que la gran mayoría de los estados entendían
por R2P, que se limitaba a lo acordado en 2005, y por el otro
los enfoques de la doctrina de la “intervención humanitaria”
y de la ICISS (Bellamy, 2011: 33). El Secretario General
postuló que el mejor enfoque a seguir sería uno “estrecho
pero profundo”, que estuviera limitado a lo acordado en 2005,
justamente para no poner en riesgo el consenso logrado en la
instancia de debate sobre el tema que se desarrolló aquel
año.
7. Los desafíos de la implementación de la R2P
Uno de los avances logrados por el Secretario General fue la
rearticulación conceptual de la R2P en términos de tres
pilares, equivalentes y no secuenciales: la R2P del estado
soberano interesado; la R2P de la comunidad internacional de
asistir el estado soberano; la R2P de tomar acciones eficaces
y tempestivas si los primeros dos pilares no surtían algún
efecto. Este desarrollo conceptual fue elaborado en el63
contexto del Informe del Secretario General de 2009, titulado
Implementing the Responsibility to Protect. Dicho informe contenía una
estrategia para la implementación de la R2P, en la convicción
de que lo más conveniente no fuera seguir negociando el
significado y alcance del concepto, sino elaborar una serie
de pasos para implementarlo de manera coherente.
El Informe del Secretario General sobre la implementación de
la Responsabilidad de Proteger, publicado en enero de 2009
parte explicitando el significado y alcance de la R2P,
destacando que el principio sobre el cual se expresó el
consenso en seno al World Summit de 2005 se encontraba
firmemente enmarcado en el derecho internacional. En primer
lugar, los cuatro crímenes a los cuales se refiere la R2P ya
eran objeto de distintos tratados internacionales de derechos
humanos. Los estados ya habrían tenido una Responsabilidad de
Proteger bajo el derecho consuetudinario, y los mecanismos a
través de los cuales era prevista la implementación de dicha
responsabilidad también habrían estado establecidos. Esto
pone en relieve el hecho que la R2P sea simplemente una
reformulación de principios y normas preexistentes, que no
agrega nada nuevo al cuerpo normativo existente en los años
Noventa. Quedaría por evaluar el potencial del nuevo
lenguaje para mejorar el desempeño de la comunidad
internacional en cuanto a la efectiva capacidad de prevenir e
intervenir en situaciones de crisis que puedan devenir el
64
escenario de uno de los crímenes en presencia de los cuales
es prevista la aplicación de la norma de la R2P.
El Secretario recuerda que la R2P refuerza la soberanía, en
vez que atacarla: el hecho que el estado tenga la
responsabilidad primaria de brindar protección a sus
ciudadanos, y que en caso de estar en problemas sea la
comunidad internacional que a su vez tiene que brindarle
ayuda al estado para que recobre la capacidad de cumplir con
sus responsabilidades de protección. El Secretario también
reitera la referencia a un enfoque “estrecho pero profundo”:
si bien la responsabilidad de proteger se refiera solo a los
cuatro crímenes más graves (crímenes de guerra, contra la
humanidad, genocidio y limpieza étnica), la respuesta de la
comunidad internacional debería utilizar todas las
herramientas tanto de prevención como de protección que estén
disponibles, y se refiere a necesidad que las Naciones Unidas
puedan contar con la ayuda de todos los miembros para
establecer un sistema de “alerta temprana”.
La “alerta temprana” sería una condición necesaria pero no
suficiente para desempeñar eficazmente las tareas de
prevención y protección. Un sistema con ese objetivo debería:
i) garantizar la llegada rápida de información confiable y
relevante relativa a la incitación, premeditación y
perpetración de los cuatro crímenes a Naciones Unidas; ii) la
capacidad de la Secretaría de evaluar correctamente y
comprender la información recibida; iii) el acceso rápido a65
la Secretaría de Naciones Unidas. El procedimiento de alerta
temprana, advierte el Secretario, debería ser cuanto más
profesional y cuidadoso posible, evitar tanto negligencias
como falsas alarmas, así como el doble estándar (Implementing
the Responsibility to Protect, 8).
En lo que concierne los tres pilares de la R2P, el Secretario
elabora un poco más en profundidad acerca de como implementar
cada uno de ellos. Sobre el primer pilar, señala que el
estado es quien tiene la R2P, como parte del concepto de
soberanía, y que los demás estados pueden cumplir un rol
asistencial subsidiario. Para cumplir con su responsabilidad
fundamental, los estados deberían abandonar las políticas
basadas en la identidad, y garantizar el derecho a la
diversidad a través de políticas inclusivas que garanticen la
no discriminación y el gozo de los derechos humanos. Como
medida práctica en favor de la promoción de los derechos
humanos, e indirectamente de los objetivos de la R2P, el
Secretario propone un reforzamiento del Examen Periódico
Universal (EPU). Como lo define Amnistía Internacional en su
página web, éste último es “un mecanismo del Consejo de
Derechos Humanos mediante el cual éste vigila regularmente el
cumplimiento de cada uno de los 192 Estados miembros de la
ONU de sus obligaciones y compromisos en materia de derechos
humanos”, “un proceso de revisión interestatal destinado a
mejorar la situación de los derechos humanos sobre el
terreno”.
66
Siempre en lo concerniente el primer pilar, el Secretario
señala que un buen punto de partida sería que todos los
estados subscribiesen los tratados de derechos humanos, de
derecho internacional y de derechos de los refugiados
existentes, y desde luego aceptaran la jurisdicción de la
Corte Penal Internacional (CPI) adhiriendo al Estatuto de
Roma de 1998. Según el informe, dicho Estatuto en la práctica
ya contenía el cuerpo normativo de la R2P, dado que
reafirmaba la necesidad de condenar los cuatro crímenes más
graves y juzgar los culpables. De acuerdo a Ban Ki-moon,
además, tanto la CPI como los tribunales ad hoc instituidos
con la asistencia de las Naciones Unidas para Ruanda y ex
Yugoslavia constituirían mecanismos fundamentales en la
implementación de la R2P. Sin embargo, de acuerdo con el
principio de complementariedad del Estatuto de Roma, en
primera línea en la lucha contra la impunidad debería estar
un mayor esfuerzo de colaboración de las autoridades
judiciales de cada estado con la CPI, sobre todo en lo que
concierne la localización y captura de los individuos
acusados de cometer o incitar crímenes relacionados con la
R2P (Implementing the Responsibility to Protect, 12).
El llamado del Secretario es a integrar los principios de laR2P a cada cultura, de manera que la norma sea realmenteefectiva y sustentable. Para realizar esto, señala lautilidad de mecanismos como el African Peer Review Mechanismestablecido bajo la égida del New Partnership for Africa’s Developmento el desarrollo de criterios, como aquellos establecidos para
67
ingresar a la Unión Europea, también llamados Criterios deCopenhague. Estos últimos incluyen, entre los criteriospolíticos, la existencia de instituciones estables quegaranticen la democracia, el Estado de derecho, el respeto delos derechos humanos y el respeto y protección de lasminorías. Otra herramienta útil en la implementación de laR2P, sobre todo para evitar la repetición de tragediashumanas en aquellos países donde han ocurrido recientemente,es el establecimiento de mecanismos de reconciliación como laEthnic Relations Commission en Guyana y el National Peace Council enGhana. Programas educativos como aquellos promovidos por elComité de la Cruz Roja sobre el derecho internacionalhumanitario son de gran relevancia en este contexto, así comolos esfuerzos realizados por distintas agencias de NacionesUnidas en el intento de capacitar y apoyar tanto lasautoridades políticas como militares y policías.
En cuanto al segundo pilar, la responsabilidad de ayudarotros estados a cumplir con su R2P derivada directamente delconcepto de soberanía, el Secretario hace referencia al rolque pueden cumplir tanto los estados miembros, comoorganizaciones regionales y subregionales, la sociedad civily los privados en asistir la construcción de capacidadesestatales. Numerosas iniciativas para ayudar los estados acrear la capacidad estatal de prevenir los crímenes y lasviolaciones vinculados a la R2P han sido promovidas, porejemplo, tras la colaboración entre la Unión Africana y lasNaciones Unidas, en seno al 10-years capacity building programme.Otras propuestas han sido elaboradas, tanto por los gobiernoscomo por la sociedad civil, acerca de la creación de fuerzaspermanentes o semipermanentes para intervenir en situacionesde emergencia humanitaria. Sin embargo, el informe postulaque el envío de tropas por parte de otros estados es la formamás segura de apoyar a un estado que enfrenta situacionessusceptibles de dar lugar a uno de los crímenes que sevinculan a la R2P.
68
En particular, el Secretario postula que cada estrategia,doctrina o práctica tiene que estar basada en el conocimientoprofundo de cada contexto. Los programas asistencialesdiseñados para prevenir tragedias humanas deberían estarfinalizados a crear cinco capacidades consideradasfundamentales: i) capacidad de elaborar planes de desarrollosensibles a los potenciales conflictos, que contribuyan aevitarlos; ii) capacidad de mediación a nivel local; iii)capacidad de crear mecanismos de dialogo participativos einclusivos; iv) capacidad de resolver las disputaslocalmente; v) capacidad de reproducir la capacidad. Encuanto a la construcción de la primera capacidad, se señalala oportunidad de que los estados inviertan para reforzar susector de la seguridad. El Secretario también se refiere a laoportunidad de que los países miembros que tengan lacapacidad de comprometer recursos para la cooperación aldesarrollo lo hagan de una forma que favorezca laconstrucción de la capacidad de proteger. Además, señala quehabría que involucrar de forma más consistente en asuntos deR2P la Comisión de Naciones Unidas para la Consolidación dela Paz (o Peacebuilding Commission).
En cuanto al tercer pilar, el más decisivo, el Secretarioinsiste en la importancia de adecuar cada intervención a lasnecesidades del caso; además, lista el rango de posibilidadesde intervención previstas por la Carta de Naciones Unidas enel capítulo VI (que menciona las medidas no coercitivas), enel capítulo VII (que contiene las medidas coercitivas quenecesitan del visto bueno del Consejo de Seguridad) y en elcapítulo VIII (que establece el rol de los acuerdos locales).El énfasis está puesto, desde luego, en la oportunidad deabandonar todo enfoque gradual o secuencial, y en lanecesidad de intervenir a tiempo y de manera decisiva, con elfin de salvar cuantas más vidas posibles. Cuando tenganconocimiento de que está ocurriendo alguno de los crímenesvinculados con la R2P, la comunidad internacional tiene que
69
recordarle al estado que está faltando a su R2P, que tieneque respetar el compromiso tomado en 2005 durante el WorldSummit y que existe la posibilidad de recurrir a la CortePenal Internacional para la prosecución de las autoridadesresponsables.
Entre las sanciones a considerar, el Secretario destaca laposibilidad de sancionar los líderes responsables de maneradirigida, y la oportunidad de considerar embargos de armaspara que sea más difícil que una situación tensa sedesenvuelva descontroladamente y de lugar a la comisión deuno de los crímenes relacionados con la R2P. En cuanto a loslímites del proceso de toma de decisiones en seno al Consejode Seguridad de las Naciones Unidas, el Secretario invita losmiembros permanentes a no usar su derecho a veto cuando setrate de decisiones relativas a la implementación de la R2P.En situaciones en que el Consejo de Seguridad esté paralizadoa causa de la falta de consenso, o que no sean consideradasderechamente como amenazas para la paz y la seguridadinternacional, la Asamblea General está autorizada a buscaruna solución y emitir resoluciones que, sin embargo, no sonvinculantes para los estados miembros.
El Secretario lamenta la ausencia de un mecanismo y deprincipios guías establecidos para entrar en acción enemergencias humanitarias. También llama a realizar unacolaboración más estrecha entre las Naciones Unidas al nivelglobal y las organizaciones regionales, sobre todo a finesdel buen funcionamiento del sistema de “alerta temprana”.Ésta última es objeto de otro informe, publicado por elSecretario general más tarde el mismo año. Aunque no se tratede consideraciones definitivas, el aporte del Secretario fue,a mi parecer, sugerente de muchas ideas, no siempre tansimples ni baratas de implementar, pero tampoco imposibles,si es que a menudo no faltara la voluntad política dehacerlo.
70
Según Bellamy, el informe tuvo el gran mérito de vincular laagenda de la R2P con otras agendas, como aquellas de losderechos humanos, del desarrollo económico y de laconstrucción de capacidad estatal. Sin embargo, el grupo delos críticos ha sido numeroso; en particular, Jennifer Welshdestaca que el foco en la construcción de capacidad estatal,que predomina en el primer y segundo pilar, si bien valiosoen sí, le quita espacio y prioridad a temas más decisivoscomo la búsqueda de una manera eficaz de intervenir, laelección de los recursos a utilizar etc. Esta autora tambiénopina que dicho enfoque puede haber sido una manera de crearun consenso más amplio y convencer a los países reluctantes acomprometerse con la R2P. Otra preocupación concerniente elfoco en la prevención es que muchas veces los estadosreceptores se resisten a la interferencia de actores externosen fases de por sí complicadas.
Otra crítica importante al informe vino de Thakur, quienargumenta que el informe deja muchas preguntas fundamentalessin responder, por ejemplo ¿cuál es el umbral o cuando estiempo de que la comunidad internacional intervengadirectamente y deje de mirar como un estado trata desolucionar sus dificultades sin éxito? ¿a quién lecorresponde tomar una decisión al respecto y sobre qué basetiene que tomar dicha decisión? ¿las operaciones queimplementen la R2P necesitan basarse en sus propiosprincipios guía? ¿Cómo establecer un sistema de alertatemprana eficaz, que informe a tiempo sobre el desarrollo decrisis en que se necesita es oportuno ejercer la R2P? ¿cómoindividuar donde sí amerita operacionalizar dicha norma ydonde no? En fin, el informe deja muchos aspectosimportantes, y muy concretos, sin aclarar y contribuye encierta medida a mantener la brecha entre la teoría y larealidad.
71
8. ¿Dónde estamos? Qué aprendimos de las experiencias más
recientes
La norma de la R2P se ha vuelto parte del lenguaje
diplomático, y sobre ello no cabe ninguna duda. Sin embargo,
el modus operandi de la comunidad internacional en la
implementación de la norma, después del consenso logrado en
2005 sobre la R2P en situaciones de violencia masiva, ha sido
muy errático. En este capítulo discutiré el argumento de Alex
Bellamy (2011) y recorreré las situaciones que a lo largo de
los últimos 7-8 años han preocupado la comunidad
internacional, tratando de entender porque en algunos casos
se abordaron situaciones a través del lente de la R2P,
mientras que en otros, muy parecidos, ésta no fue ni siquiera
mencionada. Por otro lado, especularé sobre el por qué casos
de mayor gravedad no tuvieron la misma respuesta por parte de
la comunidad internacional que casos menos graves, que sí
recibieron gran atención. En otras palabras, ¿qué distingue
aquellas ocasiones en que la comunidad internacional
considera un caso bajo el lente de la R2P de otras en que no
lo hace? Además, continuaré analizando el comportamiento de
la comunidad internacional a partir de 2011, momento en que
el CS se despierta de su letargo, tratando de entender qué
distingue los casos en que esta instancia tomó una
determinación de aquellas en las que no tomó ninguna.
El argumento de Bellamy (2011) es que las inconsistencias en
la implementación de la R2P respectan dos ejes: la gravedad72
(scale), por un lado, y la cobertura (scope), por el otro. En
cuanto al primer eje, el autor señala la poca relación entre
el número de muertes civiles y la aplicación de la norma de
la R2P, siendo que varios episodios menores habían atraído
mayor atención por parte de de la comunidad internacional de
lo que habían hecho situaciones de mucha mayor gravedad, en
términos de pérdidas humanas. Por otro lado, las
inconsistencias se han hecho visibles en lo que concierne la
cobertura de la R2P. En particular, se ha dado la ocasión que
los estados, quienes habían aceptado que la norma se refería
a los cuatro crímenes masivos concordados en 2005, trataran
de aplicar la norma cuando no correspondía. Rusia, en
particular, trató de justificar la ocupación de Osetia en
2008 invocando la R2P, mientras Francia trató de convencer la
comunidad internacional de la necesidad de intervenir en
Birmania tras el ciclón Nargis, también en 2008. En ocasión
de estos intentos, recordando y repudiando la invasión de
Estados Unidos a Iraq ocurrida cinco años antes, la comunidad
internacional rechazó unánimemente el estiramiento de la
cobertura de la R2P en casos que no tuvieran que ver con uno
de los cuatro crímenes estipulados en 2005. Por lo tanto, en
2008 quedó establecida una nueva norma, que excluyó la
aplicación de la R2P en el caso de catástrofes naturales y,
para evitar que se repitieran situaciones como aquella de
Iraq en 2003, antes de que se haya demostrado la ocurrencia
de tragedias humanas de grandes dimensiones. En fin, la R2P
73
promueve una intervención preventiva en situaciones que
tienen el potencial de ser el escenario para crímenes
masivos, pero dicha prevención no puede contemplar el uso de
la fuerza hasta que se haya demostrado la ocurrencia efectiva
de dichos crímenes, en cuyo caso ya no se trataría de
prevención sino de intervención humanitaria. En dichas
circunstancias, es el CS que tiene que autorizar la
intervención, pudiendo la Asamblea General suplir dicha
función en caso de quedar paralizada la primera instancia.
La pregunta más difícil de abordar cuando se trata de
implementar la R2P es el “como”. En los casos de Kenya y
Guinea, donde se trataba de violencia étnica más bien
vinculada a una situación específica, las elecciones,
encontrar un consenso sobre la concertación de un esfuerzo
diplomático finalizado a solucionar los problemas antes de
que la situación degenerara fue fácil. En Darfur y en la RDC,
sin embargo, la complejidad de la situación dificultó el
consenso sobre el cómo intervenir, mientras casos de
genocidio presumido o consumado derechamente fallaron en
inspirar la comunidad internacional en aplicar debidamente la
R2P. Por lo mismo, la capacidad de la norma de funcionar como
un catalizador para la acción tempestiva y decisiva por parte
de la comunidad internacional estaría en duda (Bellamy, 2022:
70).
En Guinea en 2009, tras la matanza de alrededor de 150
personas y la perpetración de crímenes sexuales y torturas74
durante una manifestación pacífica en contra la candidatura
del Capitán golpista Camara en las siguientes elecciones
democráticas, la intervención de la comunidad internacional
fue rápida. Tanto la UA y ECOWAS, como las Naciones Unidas,
los países miembros y la CPI tomaron medidas coercitivas en
contra de los responsables. Lo mismo sucedió tras la escalada
de la violencia en correspondencia de las elecciones el año
siguiente.Como señala Bellamy, otros casos de mayor gravedad
no fueron mirados a través del prisma de la R2P. ¿Por qué? El
caso de Sudan, que si bien había ha estado muy presente en
los medios internacionales en lo que concierne Darfur, no
llamó la atención de la comunidad internacional el año 2008,
cuando decenas de personas fueron asesinadas y cientos de
miles tuvieron que huir a causa de los enfrentamientos entre
fuerzas gubernamentales y el SPLA en la contienda de la
ciudad de Abyei.
Otros casos son el de Somalia, una situación extremadamente
grave y prolongada que ha visto la perpetración, por parte
del estado, de crímenes gravísimos de lesa humanidad, y el de
Afganistán e Iraq, que han visto la muerte de miles de
civiles a lo largo de los años de ocupación estadounidense.
Otros casos que no han sido abordados por la comunidad
internacional usando el lenguaje de la R2P fueron aquellos de
Birmania y Corea del Norte, ambos países que tienen regímenes
militares que preocupan la comunidad internacional por la
situación de los derechos humanos.
75
Se puede afirmar que el 2011 fue el año en que el SC
finalmente decidió endosar con decisión la R2P. Ese año hubo
6 ocasiones en las que dicho órgano mencionó la norma en sus
resoluciones, después de haberse atrevido a hacerlo, desde el
debut en 2006, solo una vez en 2009. El 2011 inició con las
protestas de la llamada “Primavera Árabe” en Libia. Tras el
llamado genocida hecho por Ghaddafi el 22 de febrero,
amenazando de querer “limpiar” la ciudad de Bengasi, baluarte
de los opositores al régimen, la comunidad internacional
respondió de manera tempestiva. El mismo día, innumerables
organizaciones de la sociedad civil, organizaciones
internacionales tanto regionales como mundiales, y algunas
agencias de Naciones Unidas condenaron lo que estaba pasando
en Libia, haciendo un fuerte llamado a la comunidad
internacional a intervenir. Fue así que, cuatro días después,
el 26 de febrero, el CS emitió una resolución (1970) que
invocaba la R2P de manera explícita de Libia, e imponía sobre
Ghaddafi y las principales autoridades gubernamentales
sanciones dirigidas, como el congelamiento de sus cuentas de
banco y el arraigo nacional, y a través de la cual refería el
caso libio a la CPI.
Al no surtir ningún efecto las medidas no coercitivas
adoptadas en primera instancia, el CS emitió otra resolución
el 17 de marzo de 2011 (1973), en la que establecía una zona
de exclusión aérea con el fin de proteger a la población
civil y autorizaba los estados miembros a tomar “todas las
76
medidas que fueran necesarias” para prevenir y detener las
violencias masivas que estaban siendo perpetradas en contra
de la población civil por parte del gobierno líbico. Una
coalición de 15 estados miembros de la OTAN intervino
finalmente para hacer cumplir la zona de exclusión aérea,
aunque los escépticos critican la coalición por haber
excedido su mandato de protección y, supuestamente, haber
ayudado la oposición a derrocar el régimen de Ghaddafi. La
OTAN también fue acusada de haber cometido crímenes en contra
de la humanidad, atacando zonas prevalentemente civiles y
haber causado la muerte de ciudadanos líbicos. La
controversia que generó la operación e la OTAN en Libia
determinó el silencio de algunos estados frente a las
atrocidades cometidas en otro conflicto, el de Siria. La
sociedad civil mundial, sin embargo, llama a que la
complejidad de la situación, junto con el precedente sentado
por la operación conjunta en Libia, no constituya motivos
para la no intervención.
En el caso de Siria, donde el conflicto entre el régimen de
Bashar Al-Assad y los opositores inició a principios de 2011,
el CS se demoró cinco meses en tomar la primera acción,
atrayendo sobre sí severas críticas. Las primeras acciones
fueron muy cautelosas, limitadas al nombramiento de un
enviado especial y al establecimiento de la Misión de
Supervisión de Naciones Unidas en Siria (UNSMIS), en el vano
intento de actuar preventivamente. Sin embargo, la situación
77
ya había degenerado muy rápidamente y la parálisis no tardó
en llegar, dada la oposición de China y Rusia a cualquier
intervención armada. Estos países ejercieron su derecho a
veto en tres ocasiones, en seno al CS, correspondientes a
resoluciones que hacían referencia explícita a la
responsabilidad de proteger del gobierno siriano, y fueron
fuertemente criticados por los estrechos lazos políticos y
económicos que tienen con ese país. La inmovilidad del CS se
solucionó recién el año pasado cuando, tras entrar en
conocimiento del uso de armas químicas por parte del gobierno
siriano en contra de civiles en las áreas controladas por los
rebeldes, el órgano demostró unidad en la aprobación de una
resolución (2118) en que le ordenaba a Siria destruir su
stock de armas químicas.
A pesar de que esta resolución haya constituido un avance,
por lo menos con respecto a la parálisis vivida anteriormente
por el CS, la postura internacional frente a la guerra civil
en Siria demuestra la incapacidad de la norma sobre la R2P,
al menos como formulada en la actualidad, de servir como un
catalizador eficaz de aquella acción “tempestiva y decisiva”
tanto necesitada en casos que ven la perpetración de crímenes
masivos en contra de la población civil (Bellamy, 2011).
Llama la atención que otras resoluciones, aquellas sobre
Mali, Sudan del Sur, la República Centroafricana y sobre la
circulación de armas livianas, todas adoptadas a lo largo del
año 2013, sí hayan mencionado explícitamente la R2P.
78
En el caso de la República Centroafricana, la última de las
crisis abordadas por el CS, éste adoptó dos resoluciones, la
primera el 10 de octubre de 2013 recordando a las autoridades
centroafricanas su responsabilidad de proteger la población
civil, y la segunda el 5 de diciembre del mismo año para
señalar que la misma responsabilidad, a partir del cambio de
mando, recaería sobre las autoridades del gobierno de
transición. La forma de intervención elegida para tratar de
parar la violencia interreligiosa e interétnica que se
desencadenó a partir de 2012 fue, inicialmente, aquella de
reforzar la Oficina de Naciones Unidas para el Peacebuilding.
Sin embargo, respondiendo a la necesidad de intervenir con
más decisión, la segunda resolución endosa un régimen de
sanciones, previendo también la posibilidad de que los
miembros utilizaran “todos los medios que fueran necesarios”
para lograr pacificar la situación. Finalmente, en la
práctica, la resolución tuvo como resultado un reforzamiento
consistente de las tropas de MISCA, la fuerza de peacekeeping
regional enviada por la Unión Africana, mediante el envío de
un contingente de soldados franceses. Se puede decir que, si
2012 fue un año no tan bueno para la R2P, con solo dos
resoluciones que mencionaron la norma de forma explícita,
2013 fue un buen año.
El análisis de los episodios de violencia que han ocurrido en
el último año, y el tratamiento que se le ha dado
internacionalmente, en particular el contraste entre la
79
crisis siriana y aquella en la república Centroafricana,
dejan en claro la importancia que juega la presencia de
intereses particulares en la capacidad internacional de
prestar ayuda a los pueblos en dificultad. La crisis siriana
ha degenerado tan rápidamente, al punto de impedir una
intervención armada factible, porque desde un inicio Rusia y
China obstaculizaron una acción preventiva en dicho país.
Luego, superado cierto umbral de gravedad o complejidad de un
conflicto, la factibilidad de una operación militar
internacional disminuye, ya que involucraría un costo humano
mucho más difícil de soportar para países que no estén
directamente involucrados en un conflicto, y cuyo
involucramiento sea exclusivamente dictado por un fin
humanitario. En la República Centroafricana, en contra,
ninguna potencia tenía intereses directamente relacionados
con ese país, y fue posible poner en pie una intervención,
aunque esta haya sido criticada por haber invertido una
cantidad de recursos gravemente insuficiente.
Pero un tema es la intervención o no intervención, otro tema
es como se decide llevar a cabo una intervención. Como es
claro, primero hay que poder intervenir según el
procedimiento previsto en el acuerdo suscrito en 2005, es
decir a través de la autorización del Consejo de Seguridad de
Naciones Unidas. Luego hay que intervenir de la forma más
adecuada a cada una de las situaciones, eligiendo la mejor
estrategia en base a un conocimiento profundo de las
80
condiciones y características de cada conflicto. Como
argumenta Michael Brown, la mejor forma de iniciar a abordar
la plaga de las guerras civiles, que son el nuevo flagelo de
la humanidad en la era post Guerra fría, hay que partir por
un entendimiento profundo del contexto y de las
características, mecanismos y incentivos perversos existentes
en cada situación. En el próximo capítulo abordaré este tema,
analizando las propuestas que se han hecho en lo que
concierne el camino a seguir.
9. ¿Adónde vamos? Propuestas para el camino a seguir
Al parecer la etapa más decisiva, y que también pone más
desafíos para la comunidad internacional, es aquella de la
puesta en práctica de la R2P. Recogiendo el argumento
planteado por Michael Brown, que un conocimiento profundo de
los mecanismos que gobiernan cada uno de ellos constituye el
primer paso para intentar resolverlos, a continuación se
analizan algunas iniciativas que tienen este fin y que son
consideradas particularmente interesantes y potencialmente
útiles.
En el folleto publicado en ocasión del quinceavo aniversario
del International Crisis Group (ICG), Stephen Solarz, ex
Congresista estadounidense y miembro de la mesa ejecutiva del
ICG, cuenta haber sido uno de los lobistas que dio vueltas al
mundo para formar un consenso en favor de la creación de una
81
organización no gubernamental transnacional que tuviera el
mandato de intervenir con tempestividad, donde fuera que
estallara una crisis que diera origen a la R2P de la
comunidad internacional, y que tuviera la función de
elaborar estrategias de intervención más efectivas. Su colega
Mark Mallock Brown señala que el consenso logrado acerca de
la necesidad de crear el International Crisis Group, que
finalmente fue fundado en 1995, se basó en la vergüenza
causada por la incapacidad de intervenir, y en el atractivo
de la propuesta que los expertos hicieron en su momento,
comprometiéndose con la comunidad internacional a ofrecer
consultorías finalizadas a la individuación de las
estrategias de intervención más factibles en cada crisis
especifica. Si bien en un principio se pensó que parte del
mandato del ICG podría consistir de la coordinación del
trabajo humanitario, finalmente se decidió acotarlo a la
individuación de los actores involucrados en un conflicto y a
la elaboración de estrategias de intervención eficaces.
Una de las propuestas más recientes es aquella lanzada en
2010 por el Global Center for the Responsibility to Protect, que consiste
de la creación de una red de Focal Points para promover la R2P
al nivel nacional y apoyar la realización de un esfuerzo de
cooperación en este ámbito. Los países que al día de hoy han
instituido uno de estos puntos nacionales son 38, la gran
mayoría de los cuales son países del occidente desarrollado.
Sin embargo, destaca la presencia de algunos países de
82
América Latina, como Argentina, Costa Rica, Guatemala y
Uruguay, y de algunos países balcánicos y africanos, en
particular de Bosnia y Herzegovina, Montenegro, la República
Democrática de Congo, Botswana y Costa de Marfil. Esta
composición refleja los constreñimientos que pesan sobre las
dos clases de países: por un lado, están los países que se
sienten interpelados por la norma de la R2P a la hora de
intervenir en respuesta de la comisión de uno de los crímenes
que dan lugar a la responsabilidad de proteger; por el otro
están aquellos que han sido protagonistas de algunas de las
mayores tragedias humanas, aunque destaque la ausencia de
Ruanda.
Otra iniciativa, lanzada por el mismo Centro Global para la
Responsabilidad de Proteger en enero de 2012, consiste del
envío de misiones de monitoreo a zonas en conflicto, que han
sido o son susceptibles de ser el escenario de la
perpetración de uno o más crímenes que dan lugar a la R2P. La
función de estas misiones es parecida a aquella del ICG, es
decir describir el background de las situaciones que ponen en
riesgo a la población civil; ofrecer un análisis histórico de
los factores relacionados con las raíces de los crímenes
masivos; hacer un seguimiento de las acciones tomadas por las
organizaciones mundiales, en particular las Naciones Unidas y
la Corte Penal Internacional, además de la recomendación del
tipo de acciones a implementar para intervenir. La misiones
de monitoreo actualmente desplegadas por el Centro Global
83
para la R2P se encuentran trabajando en Siria, República
Centroafricana, Sudan, Sudan del Sur, Congo, Birmania, Iraq,
Nigeria y Pakistán.
Conclusión
Este trabajo ha recorrido la historia de la norma sobre la
R2P a partir de sus comienzos. Empezando por describir el
cambio ocurrido en la manera de hacer las guerras y de llevar
a cabo las tareas del trabajo humanitario, y junto con
comentar la evolución que, paralelamente, han atravesado los
Estudios de Seguridad, he tratado de aclarar el contexto
teórico en que la R2P ahonda sus raíces. El foco de la
protección, como hemos visto, se ha trasladado lentamente
hacia el individuo, lo que se ha reflejado en el cambio de
lenguaje que ha caracterizado la difusión del concepto de
R2P. Si antes se hablaba del “derecho de intervenir”, ahora
se enfatiza la responsabilidad que los estados tienen de
proteger a sus ciudadanos.
En segundo lugar, se han analizado los antecedentes tanto
normativos como empíricos de la R2P, demostrando que la
tensión constante que hoy subyace a la R2P siempre estuvo
presente, y continúa irresuelta. El conflicto que la se
insinúa en la Carta de Naciones Unidas, entre la soberanía
estatal y los derechos de las personas, está siendo abordado
a través del nuevo lenguaje de la R2P, que tiene el objetivo
84
de reconciliar estas dos caras de la doctrina de la
organización. Como demuestra la revisión crítica del camino
recorrido por la norma en sus distintas fases de gestación,
encontrar un equilibrio entre las dos no es para nada simple.
A pesar de la incoherencia con la que ha sido implementada en
la realidad, pareciera que la R2P haya logrado un muy buen
nivel de consenso a nivel normativo, lo que con el paso del
tiempo constituye la base para el mejoramiento en el
desempeño de la comunidad internacional, que por lo visto,
según los expertos reside en un conocimiento detallado de
cada caso y en un esfuerzo para intervenir tempranamente.
A pesar de la novedad del lenguaje, y de lo bien que la norma
se adapta tanto al nuevo contexto internacional como a los
desarrollos teóricos más recientes, sin embargo, opino que la
norma no ha aportado en mucho a evitar tragedias humanas de
gran envergadura. Si pensamos en la situación actual en
Siria, recordaremos que las dificultades que surgen, y que
anulan la utilidad de la nueva norma, vinculadas con el
derecho a veto de las grandes potencias, son las mismas de
siempre. Por lo tanto, para que la R2P sea realmente un
principio efectivamente al servicio de los derechos humanos y
no de los caprichos de la soberanía, habría de implementar la
tanto añorada reforma del Consejo de Seguridad, partiendo por
hacerlo una instancia más democrática, representativa y
justa.
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