De azabache y ámbar. Tras las huellas de los esclavos de Córdoba al despuntar la revolución

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“Negros de la patria” Los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo virreinato del Río de la Plata Silvia C. Mallo Ignacio Telesca (editores) Isbn 978-987-1256-69-3 Año 2010 DE AZABACHE Y ÁMBAR. TRAS LAS HUELLAS DE LOS ESCLAVOS DE CÓRDOBA AL DESPUNTAR LA REVOLUCIÓN Mónica Ghirardi Sonia Colantonio Dora Celton La dimensión trágica de la existencia del esclavo resulta innegable en toda sociedad. Aunque el trabajo desarrollado por los esclavos podía tener una magnitud diferente en sistemas productivos coloniales que no eran de plantación o explotación metalífera, ha sido una constante, como sostiene Tardieu, que su vida no les perteneciera, independientemente de ciertas expresiones cariñosas que puedan surgir de algunas cartas de ma- numisión y testamentos. 1 Afirma Héctor Pérez Brignoli que toda temática anclada en el pa- sado debe tener un referente justificativo en el presente. 2 Si los hay, el te- ma de la esclavitud constituye un ejemplo paradigmático en ese sentido ya que nuestras sociedades republicanas y democráticas contemporáneas, a pesar de los avances que suponen en varios sentidos, no han logrado ex- tirpar una de las peores lacras de la humanidad como es la trata de perso- nas (reclutamiento, transporte, acogida y retención con fines de explota- ción). Miles de niños, adolescentes, mujeres y hombres en la actualidad, bajo engaño, violencia o coacción son obligados a prestar servicios sexua- les, a trabajar en condiciones infrahumanas, sujetos a la mendicidad y muchas veces hasta víctimas de extracción de órganos. 3 Su situación no dista demasiado de las atroces condiciones en las cuales durante siglos los africanos fueron cazados, desnaturalizados, arrancados de su entorno co- nocido, apartados de sus parientes y cultura, transportados a otros conti- nentes y vendidos en mercados como animales para iniciar una vida de servidumbre en mejores o peores condiciones según su suerte, transmi- tiendo “casi biológicamente” su situación a sus descendientes. Por cierto, resulta casi un lugar común destacar que las ganancias producidas por el comercio humano fueron siempre muy significativas y que se trata de una práctica milenaria conocida desde la Antigüedad. Así, las sociedades de la Edad Moderna aceptaron con total naturalidad la idea de la esclavitud e inclusive algunos defensores de la situación del indíge- na americano no se oponían en cambio a la trata de esclavos. 4 El resultado fue que, según se ha sostenido, alrededor de 12.000.000 de africanos fueran desembarcados en Latinoamérica. 5 Jean Pierre Tardieu afirma que las sociedades iberoamericanas co- loniales se basaban básicamente en dos pilares: la sumisión de la masa in-

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“Negros de la patria” Los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo virreinato del Río de la Plata Silvia C. Mallo Ignacio Telesca (editores) Isbn 978-987-1256-69-3 Año 2010

DE AZABACHE Y ÁMBAR.

TRAS LAS HUELLAS DE LOS ESCLAVOS DE CÓRDOBA AL DESPUNTAR LA REVOLUCIÓN

Mónica Ghirardi Sonia Colantonio Dora Celton

La dimensión trágica de la existencia del esclavo resulta innegable en toda sociedad. Aunque el trabajo desarrollado por los esclavos podía tener una magnitud diferente en sistemas productivos coloniales que no eran de plantación o explotación metalífera, ha sido una constante, como sostiene Tardieu, que su vida no les perteneciera, independientemente de ciertas expresiones cariñosas que puedan surgir de algunas cartas de ma-numisión y testamentos.1

Afirma Héctor Pérez Brignoli que toda temática anclada en el pa-sado debe tener un referente justificativo en el presente.2 Si los hay, el te-ma de la esclavitud constituye un ejemplo paradigmático en ese sentido ya que nuestras sociedades republicanas y democráticas contemporáneas, a pesar de los avances que suponen en varios sentidos, no han logrado ex-tirpar una de las peores lacras de la humanidad como es la trata de perso-nas (reclutamiento, transporte, acogida y retención con fines de explota-ción). Miles de niños, adolescentes, mujeres y hombres en la actualidad, bajo engaño, violencia o coacción son obligados a prestar servicios sexua-les, a trabajar en condiciones infrahumanas, sujetos a la mendicidad y muchas veces hasta víctimas de extracción de órganos.3 Su situación no dista demasiado de las atroces condiciones en las cuales durante siglos los africanos fueron cazados, desnaturalizados, arrancados de su entorno co-nocido, apartados de sus parientes y cultura, transportados a otros conti-nentes y vendidos en mercados como animales para iniciar una vida de servidumbre en mejores o peores condiciones según su suerte, transmi-tiendo “casi biológicamente” su situación a sus descendientes.

Por cierto, resulta casi un lugar común destacar que las ganancias producidas por el comercio humano fueron siempre muy significativas y que se trata de una práctica milenaria conocida desde la Antigüedad. Así, las sociedades de la Edad Moderna aceptaron con total naturalidad la idea de la esclavitud e inclusive algunos defensores de la situación del indíge-na americano no se oponían en cambio a la trata de esclavos.4 El resultado fue que, según se ha sostenido, alrededor de 12.000.000 de africanos fueran desembarcados en Latinoamérica.5

Jean Pierre Tardieu afirma que las sociedades iberoamericanas co-loniales se basaban básicamente en dos pilares: la sumisión de la masa in-

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dígena (pese a que jurídicamente los indios eran libres) y la esclavitud del elemento de sangre africana, configuración que pervivió por décadas des-pués de la Revolución de Mayo.6 En efecto, tan arraigada en las mentali-dades parece haber estado la práctica de la esclavitud, que en los territo-rios del Río de la Plata ni los precursores de los sucesos de Mayo ni los ideólogos de la Revolución habrían planteado frontalmente el tema en sus escritos.7 Por otra parte, hay que tener en cuenta la presión de vecinos de-pendientes de economías cimentadas en la mano de obra esclava (como en el caso de Brasil) lo cual hacía previsible que, cuando desde el Río de la Plata se decidiera la libertad de los esclavos introducidos en su territorio, se opusieran, haciendo fracasar tales iniciativas. Así las cosas, si en el as-pecto político los sucesos de Mayo de 1810 marcaron un hito decisivo, acompañado de medidas tendentes a promover la igualdad (abolición de los títulos de nobleza, libertad de vientres, supresión del tributo indígena, derogación de la encomienda, de los servicios personales) no queda muy claro en cambio cuál era el horizonte de futuro social imaginado por la elite en el Río de la Plata. Según Vicente Oieni, luego de un período corto de identificación con el pasado indígena y búsqueda de integración de los distintos sectores sociales, el concepto amplio de ciudadanía no se sostuvo, siendo sustituido pronto por mecanismos correctores de exclu-sión.8 Ello contribuye a explicar que algunos autores hayan calificado co-mo “discordancia irreductible”9 a la que existió entre los principios jurí- dico-políticos emanados de los ideales revolucionarios de Mayo y la rea-lidad social empírica de la época. Dicha discordancia se confirma en la continuidad del tráfico negrero durante décadas y, de forma paradigmá-tica, en las campañas organizadas contra los naturales hasta fines del siglo XIX.10 Michiel Baud destaca la inauguración de un período confuso con posterioridad a las guerras de independencia en Latinoamérica y la relación existente entre etnicidad y política en la cual la desigualdad étnica fue la piedra angular de las repúblicas latinoamericanas en el siglo XIX. Ello sucedió en el marco de un contraste evidente entre el discurso de igualdad y la continuación, en la práctica, de las formas de desigualdad económica, política y de exclusión social.11

Según el mencionado autor, aún después de la abolición total de la esclavitud (1853 en la actual Argentina), el debate acerca de las políticas a seguir con la población afroamericana ex-esclava tuvo orientaciones de control y represión más o menos evidente según los países, siendo rara vez favorables a la inclusión. Es que, entre otras cosas y como muy bien advierte Silvia Mallo, el preconcepto del delito asociado a la población afroamericana atravesaba toda la sociedad generando una actitud de desprecio

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basada en el prejuicio generalizado.12 Y a pesar de que, de hecho, el multiculturalismo constituía una característica central de las nuevas repúblicas, la diversidad cultural fue interpretada más bien como un obstáculo para el progreso de las repúblicas nacientes.13 A ello se sumaría la turbulencia política-militar, con sus saldos de muerte y miseria que castigarían con especial crueldad a los sectores sociales más desvalidos. Levas forzosas y compulsivas, decretos sobre vagancia y exigencia de certificación de conchabo arrastrarían a miles de pobladores a la guerra, a la defensa de la frontera como castigo de los delitos, a la adscripción obligatoria como mano de obra de las grandes estancias. La participación de los esclavos en los ejércitos libertadores de Chile y del Perú, y posteriormente la guerra contra el Brasil contribuyeron, junto al mestizaje, a una drástica disminución de la población negra pura en los territorios de la actual Argentina. Por supuesto, Córdoba no fue ajena a dicho fenómeno.

Los esclavos de Córdoba

Rasgos poblacionales generales

En la época de las guerras por la emancipación Córdoba constituía aún una sociedad predominantemente rural, tanto desde el punto de vista de la concentración de la población como del origen de su producción (la provincia reunía según el censo de 1813 72.314 habitantes, de los cuales el 75% vivía en la campaña mientras la ciudad concentraba sólo el 15% de la población).

En el total provincial la población esclava había disminuido del 13% que representaba en 1778 al 9.7% en 1813, llegando a ser ya insignificante su representación como grupo en 1840 (3%).14 Si bien en términos absolutos había en el campo más individuos esclavos (4.280) que en la ciudad (1751), en el radio urbano la población servil representaba valores marcadamente superiores (20% de población esclava en 1813 en la ciudad de Córdoba y 6.77% en la campaña).15 Comparativamente, en Perú a fines del siglo XVIII los esclavos constituían el 3,7% de la población del virreinato, siendo mucho más abundantes en la costa, mientras en Lima en los años de la independencia representaban el 15,8%, porcentaje que pasó a 12,1% en 1839. En Paraguay el 36% eran “pardos” (incluidos mulatos y negros). En Montevideo el 16% de la población total era

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esclava en 1778 y el 19% en 1803 (Tardieu, 2000). En Buenos Aires tardo-colonial la población africana constituía casi un 30% por ciento del total según el padrón levantado en 1778 (Mallo y Goldberg, 2005), y según el censo efectuado en 1815 para requisar esclavos destinados a servir a la patria se verifica un promedio de 1,8 esclavos por propietario (Bernard, 2000). En Catamarca los esclavos representaban entre un 40% y un 52% de la población según los censos de fines de la colonia (Guzmán, 2008).

La desproporción de los sexos resulta notable en la ciudad, donde las mujeres esclavas superaban ampliamente a los varones, representando el 60% mientras en el campo hombres y mujeres estaban equilibrados (50.85% y 49.15% de mujeres y varones respectivamente). Ello no era un fenómeno nuevo ya que porcentuales superiores de población femenina esclava urbana, aunque aún más acusados, se observaba en Córdoba también en 1778. El índice de masculinidad de la población esclava era de 67.5 a fines del siglo XVIII y 89 en 1813. En Buenos Aires a partir de 1778 las mujeres negras y mulatas también superaban en número a los hombres, lo cual se agudizó en los recuentos posteriores. Esta disminución del grupo negro masculino se debería principalmente, a partir de 1813, a la utilización de africanos en los ejércitos libertadores.16

Según datos del censo de 1813 el campo atraía, en términos porcentuales, más mano de obra esclava cordobesa masculina17 mientras la ciudad hacía lo propio con la femenina. En efecto, el 8% de los esclavos varones que habían nacido en la ciudad fue trasladado a la campaña, y sólo el 0.7% de los nacidos en el campo fue llevado a la ciudad. En cambio, de las esclavas de la ciudad un 5%

Córdoba. Censo de 1813. Distribución porcentual de la población esclava por edad y sexo

Fuente: AHPC. Gobierno, Censo de 1813

CIUDAD CAMPAÑA

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emigró a la campaña, viniendo de allí a la ciudad el 1,4% (el doble que

de varones). Por otra parte, la ciudad de Córdoba también atraía

esclavas que eran traídas de otros destinos más lejanos (otras ciudades y

países) ya que el 66% de las foráneas fueron instaladas en la ciudad.18 Es

factible pensar que el servicio doméstico en las casas de la ciudad

constituía la razón principal de la concentración de la mano de obra

femenina en el área urbana. Siendo los esclavos varones más requeridos

en el trabajo rural, sumado a la huida al campo en tiempos de guerra

como el tratado, la emigración masculina se constata como fenómeno

general, no sólo en la población esclava sino en todos los grupos socia-

les. Posiblemente era más difícil escapar a las levas en la ciudad, donde

por otra parte, aquéllas habrían tenido lugar antes que en la zona rural.

Nos interrogamos sobre las características que presentaba la población esclava de Córdoba según la etapa del ciclo vital.19 Se constató que

Córdoba. Censo de 1813.

Esclavos según sexo y etapa vital

Fuente: AHPC. Gobierno, Censo de 1813

la ciudad reunía más esclavos adultos y ancianos (63.39% y 3.71% respectivamente) que la campaña (57.03% adultos y 3.52% de niños). En términos comparativos por sexo, en la ciudad las mujeres adultas y ancianas predominaban netamente respecto de los hombres de las mismas categorías o etapas. Resulta notable la gran proporción de niños esclavos, ya que los mismos representaban el 33% de los esclavos en la ciudad y casi el 40% de los de la campaña, atribuible al régimen de alta fecundidad (aún en el elemento esclavo) característico de las sociedades tradicionales.

Del total de niños de la ciudad en 1813, 20% eran esclavos y en el campo lo era el 6%. Según datos del censo de 1778, la tasa

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global de fecundidad en el elemento esclavo era de 3,83 (casi 4 hijos)20 con una notable cúspide temprana entre 20-24 años y también alta tasa en el grupo de 15- 19 años, ddescendiendo abruptamente desde esas edades. Esta fecundidad se manifiesta inferior a la correspondiente a la de la población total de Córdoba de 5 niños. Córdoba era una de las plazas en donde el precio de las mujeres en el mercado de ventas de esclavos era más elevado que el de los varones, seguramente motivado porque era su fecundabilidad la que aseguraba nuevos esclavos, independientemente del color étnico del padre.21

Sea como fuere, las esclavas tenían en Córdoba una fecundidad elevada en relación a otras zonas de la actual Argentina y países latinoamericanos. Por ejemplo en México, la fecundidad era baja dado que las esclavas aparentemente evitaban los embarazos para no tener hijos en situación de servidumbre.22 Coincidentemente con lo observado en México, Marta Goldberg sostiene que, en general, la fecundidad en el sector esclavo era baja por factores que tenían que ver con aspectos emocionales de-rivados de la esclavización, la emigración y el trasplante forzoso, la casi forzada alta ilegitimidad de los nacimientos, la baja frecuencia de contactos sexuales, el amamantamiento del hijo propio junto con el de la ama, la deficiente nutrición y las enfermedades sexuales.23

Como era de esperar, y como resultado del intenso fenómeno de miscegenación racial a comienzos del siglo XIX, tanto en la ciudad como en el campo predominaba el elemento esclavo de sangre mezclada (en la ciudad 70% de etnia parda, 27% de mulatos y sólo 2% de negros). Sin embargo, en el campo la proporción de negros puros que se conservaba era mucho mayor, 20% de negros y menos de castas) posiblemente como resabio de la acción de la orden jesuítica que no permitía las uniones interétnicas de sus esclavos en sus establecimientos rurales, práctica que perduró hasta la expulsión de la Orden en 1767. Es notable como tanto en el ámbito urbano como rural los esclavos negros presentaran mayor proporción de niños y menos de ancianos que los de sangre mezclada (pardos, mulatos) ¿estarían los esclavos negros puros expuestos a condiciones de vida más duras por lo que vivirían menos? Otra posibilidad, no excluyente de la anterior, sería que su fecundidad fuese más alta, hecho que se ha destacado más arriba.

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Si se analiza el estado civil, no parece haber ninguna diferencia entre ciudad y campaña, ni en total ni por sexo, tal como se ve en los gráficos que se muestran a continuación.

Censo de 1813. Córdoba.

Esclavos en ciudad y campaña según estado civil (%)

Fuente: AHPC. Gobierno, Censo de 1813

Como puede observarse, el porcentaje de mujeres solteras supera dramáticamente al de las casadas en ambas áreas, lo que podría relacionarse con las dificultades del sexo femenino para acceder al matrimonio habida cuenta de los servicios sexuales que eran obligadas a prestar a los amos.

Las restricciones de las mujeres esclavas para contraer nupcias se ven corroborada observando el estado civil de las ancianas de esa condición (50 años y más) al final de su vida reproductiva. Tanto en la ciudad como en la campaña el porcentaje de esclavas ancianas solteras era altísimo (46.6% y 53.8% respectivamente en ciudad y campaña), especialmente si lo comparamos con las mujeres célibes de condición libre de la so-ciedad (18.6% ancianas libres solteras en la ciudad y 14.2% en el campo). En las esclavas ancianas negras el fenómeno se confirma, ya que presentan los valores de celibato femenino más altos de todas las etnias de la población cordobesa (40.1% de las esclavas

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negras de la ciudad era soltera y el 48% de las de la campaña). Por el contrario, el porcentual de los varones célibes negros es muchísimo más bajo, muy semejante al del sector anciano español (cercano al 6% en ambos). Nuevamente, estos datos sugieren que la descendencia de las mujeres esclavas, negras y de otras etnias era engendrada mayoritariamente sin pasar por el altar tanto en el campo como en la ciudad; que sus hijos, herederos de la condición jurídica de la madre, nacían esclavos e ilegítimos. La ilegitimidad era pues pauta frecuente, ya que los propietarios se resistían a que sus esclavos se casasen y, para hacerlo, éstos debían recurrir al Defensor consiguiendo, en general, más que el permiso para casarse, el papel de venta.24 Goldberg y Mallo destacan que en Buenos Aires en 1815 no se registraban prácticamente uniones entre blancos y negras ni entre pardos, lo que les lleva a suponer que los pardos eran producto de uniones casuales y por lo tanto de condición ilegítima.25

Todo indica que el matrimonio, institución y sacramento de importancia singular en las sociedades coloniales católicas y fundamento de honor y dignidad social parece haber constituido un privilegio que sólo pocas esclavas podían alcanzar. En ese sentido, en tanto mujeres, siervas, madres solteras de hijos esclavos, y objetos de descarga de la pulsión sexual de amos, patrones y hombres en general, el de las esclavas parece haber constituido uno de los sectores más vulnerables de las sociedades iberoamericanas coloniales.

En la incidencia del fenómeno de la ilegitimidad en sociedades estratificadas y esclavistas es posible considerar a la condición servil como factor especialmente favorecedor de la reproducción fuera del matrimonio. Así, a pesar de la lucha de la Iglesia por defender sus derechos al casamiento,26 en la práctica los esclavos tuvieron serias dificultades, tanto para acceder al matrimonio permaneciendo gran parte de ellos solteros como para, aún casados, los cónyuges pudieran cohabitar. Por ejemplo en Guadalajara Thomas Calvo encuentra que para 1600 el 75% de la población de origen africano había nacido fuera del matrimonio.27 En Río de Janeiro entre 1791 y 1799 los niños esclavos ilegítimos bautizados alcanzaban entre el 60 y el 89%; y los del área rural eran de tres a cuatro veces más que los de la ciudad.28 También en Córdoba, Argentina, ocurría algo semejante: en efecto, entre 1760 y

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1790 los niños ilegítimos esclavos de la ciudad bautizados representaban el 57.2% y los de la campaña superaban el 70%.29 Es que, como sostiene acertadamente Pilar Gonzalbo Aizpuru, las normas canónicas que permitían a los esclavos decidir sobre su estatus matrimonial, eran más formales que reales.30

El cálculo de la edad media al matrimonio mediante la técnica de SMAM pone de manifiesto que en la ciudad varones y mujeres esclavos, cuando accedían al casamiento, lo hacían con una diferencia de un año aproximadamente (25,6 años varones y 24,4 mujeres), mientras en la campaña la brecha era de casi siete puntos más alta en los varones (27,2 y 20,7 respectivamente). Atribuimos estas diferencias a posibles deficiencias de los datos, pudiendo además los valores estar influidos por la desproporción de sexos en la ciudad, pero también hacen pensar en un mercado matrimonial más amplio para los hombres y muy escaso para la mujeres en la ciudad, lo cual redundaba en que ellas se casasen sólo cuando lograban conseguir pareja, o se les permitía.

Amores ancilares

Tardieu se refiere a amores ancilares respecto de las relaciones resultantes de situaciones de subordinación entre amo y esclava, de abuso sexual de mulatas y negras por dueños malcasados (generalmente sujetos a uniones arregladas). Impacta la crudeza y realismo de las expresiones del autor cuando caracteriza a la situación de las esclavas envueltas en relaciones con sus amos como procesos de degradación sufrida hasta el rechazo final del amante saciado. En efecto, las siervas estaban seriamente expuestas al riesgo de caer en situaciones de explotación sexual. Así, muchas veces cedían a las relaciones con sus dueños, por una parte porque en la práctica no tenían alternativa, pero también para intentar salir de su condición y asegurar la manumisión de la prole según la promesa de libertad que los amos les hacían y pronto olvidaban.31

Como el honor se interpretaba según la calidad de la persona, cohabitar con una esclava no era una deshonra. Como dice Asunción Lav- rin la unión física del amo y la esclava generaban complejas situaciones generadas por lo que denomina la sexualidad irreprimible de hombres y mujeres,32 Fernández Alvarez sostiene que la condición de paridora le daba a la esclava un plus como fuente de

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riqueza y servicio doméstico en relación a los hombres, también por constituir, según se explicó, un objeto de placer para el amo ya que el dueño no adquiría responsabilidad alguna frente a los hijos ilegítimos que engendrase en ella.33 A través de ejemplos localizados en fuentes cordobesas, coincidimos con el mencionado autor cuando afirma que los clérigos dueños de esclavas, sin problemas por no observar estricta obediencia del voto de castidad, al ser célibes tenían aún más libertad que los casados para disfrutar de los amores con sus esclavas y que, a pesar de los mandatos de la Iglesia, la mentalidad popular era tolerante a la fornicación con las esclavas, ya que se consideraba que con ellas “era diferente” y no había pecado.34

La esclava María de la Cruz Monserrat solicitó en 1814 su libertad y presentó demanda ante la justicia de Córdoba contra su amo, el clérigo presbítero Marcos Ariza, con quien había mantenido trato ilícito, de cuya relación habían nacido dos hijos. Resulta notable y no deja de sorprender el constatar las ranuras que el sistema judicial colonial ofrecía, permitiendo la agencia de individuos de estratos subalternos cuando reaccionaban frente a situaciones que consideraban injustas. En efecto, no deja de resultar sorprendente que en un régimen esclavista, una sirvienta accionase judicialmente contra su amo y que otra esclava, su madre, se presentase en su defensa y caución sin recibir observación alguna de los jueces. También que la esclava fuera representada por abogado ante la justicia, el Dr. Ignacio Lozano. Lo que tampoco sorprende en una sociedad estratificada y colonial es que la esclava no lograse resultado favorable alguno, siendo la sentencia negativa a sus pretensiones declarando la inocencia del clérigo.35 Al fin y al cabo, y más allá de la conmiseración hacia los pobres y sufrientes que el catolicismo exaltaba, el obispo era, como el demandado, hombre y clérigo. Más allá de todo reclamo, la accionante sólo era una mujer, de condición servil, y por ley su cuerpo no le pertenecía.

Los más olvidados entre los olvidados. Niños y ancianos esclavos

Posibilidades de acceso de los niños esclavos a la instrucción elemental, el trabajo infantil.

Conviene advertir que la instrucción primaria de carácter público con las características que hoy tiene y como función del Estado es una idea moderna y que la preocupación borbónica por

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la educación estaba fundada en intereses económicos de inspiración fisiocrática más que en una repentina benignidad o en una concepción democrática del Estado.36 En forma lenta y embrionaria fueron surgiendo algunas instituciones educativas, como en México donde, por una Real Cédula de 1774, se operó la transformación de antiguos beateríos y colegios de recogimiento en escuelas públicas gratuitas; en Charcas, donde se puso en marcha un internado de niñas huérfanas, y en Córdoba del Tucumán donde se fundó el Colegio de Huérfanas o de Santa Teresa.37 En la primera década tras la revolución de Mayo, y en especial en la segunda bajo el gobierno de Bernardino Rivadavia y hasta el advenimiento de Juan Manuel de Rosas en 1835, las Provincias Unidas asistieron a mejoras en el sistema educativo.38 Sin embargo, estos incipientes progresos sociales no alcanzaron al elemento esclavo.

Un dato notable que diferencia dramáticamente la situación de los niños y niñas esclavas respecto de sus pares de otros sectores en la sociedad cordobesa era la posibilidad de acceder a la enseñanza elemental. En efecto, sólo el 2,2% de los niños varones esclavos y ¡ninguna! niña esclava aparecen registrados en la ciudad como escolares en el censo de 1813. Ello contrasta con el 64% y 20.6% de niños y niñas españolas, y aún con el 9.4% y 4% de niños y niñas de castas libres a los cuales se registró vinculados al estudio.39 En efecto, en concordancia con la ideología corres-pondiente a las sociedades estratificadas y patriarcales, las familias parecen haber proporcionado estudios a los varones en muy mayor medida que a las mujeres; los españoles tenían más oportunidades de acceder a la instrucción que a los sectores inferiores. Por otra parte, los niños libres demostraron tener absoluta prioridad en la educación respecto de los reducidos a servidumbre. Pudo constatarse en base a los datos del censo que aún dentro de un mismo grupo étnico y condición jurídica el sexo fue determinante en la posibilidad de educación, siendo superior en los varones respecto de las niñas. En el caso particular de los esclavos, los excepcionales casos de estudiantes pertenecían al sexo masculino. En el área rural ocurrió el mismo fenómeno pero en forma más pronunciada, las posibilidades de acceso a la educación en el campo se redujeron drásticamente para los niños pertenecientes a todos los sectores sociales; en los esclavos ningún niño, varón o

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mujer, aparece consignado en actividad vinculada a la educación (5,5% varones y 0,6% niñas españolas accedía a la educación en el campo; 0,5% y 0,2% entre los niño/as de las castas; 0,3 en varones y niñas indias).

En pocas palabras, si nos atenemos a los datos que proporciona el censo de 1813, los niños esclavos estaban excluidos, por falta de interés o de posibilidades de la sociedad, de la instrucción elemental. Los incipientes progresos sociales no alcanzaron al elemento esclavo. Ello no implica que en casos puntuales no existiesen esclavos cuyos amos se preocupasen por enseñarles principios básicos de lecto-escritura, si bien no parece haber sido el rasgo general. Lo que seguramente era mucho más frecuente era que se les impartiese instrucción cristiana.

En contraste, los encontramos colaborando en un sinnúmero de labores. Tanto hombres como mujeres esclavos eran útiles para trabajar y servir directamente al amo, ser alquilados o vendidos si la oferta era conveniente.40 La vida era dura y tanto ancianos como niños, especialmente los pertenecientes a los sectores populares colaboraban en actividades productivas y de servicio, los niños desde que tenían fuerzas suficientes para asumir pequeñas tareas, los ancianos hasta que el cuerpo se los permitía; ni qué decir si eran esclavos. Entre las ocupaciones urbanas se evi-dencia un predominio de niños esclavos en oficios diversos (58,6% del total con profesión consignada), especialmente en el de zapatero (25 casos), seguido del oficio de sastre (14 casos) y en menor proporción los de peluquero/barbero, ollero, maestro de obra, hornero, chalán, carpintero. La otra actividad importante a la cual se vinculó a los niños varones esclavos fue el servicio doméstico (28,7%). Otras tareas de muy menor significación cuantitativa fueron las de labranza (3,4%), ayudante de cura (3,4% esclavos monaguillos) y músico arpero. En el caso de las niñas es-clavas de la ciudad prevalecieron, como en el conjunto del sector femenino, las labores de costura y en menor proporción hilado (54,6% en su conjunto) pero a diferencia de los estratos superiores a las esclavas se las vinculó preferencialmente también al servicio doméstico, sin especificación de tareas (45,4%).

En el campo los niños varones de todos los sectores sociales, libres y esclavos, españoles o de castas, aparecieron vinculados

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predominantemente a las labores ganadera y agrícola en ese orden; desde que eran capaces de montar a caballo o cuidar una manada de ovejas podían colaborar atendiendo al ganado (31,3% y 13% de las actividades realizadas por los niños esclavos respectivamente no se entiende a qué alude el respectivamente). Respecto de los niños ocupados como sirvientes también se constató lo esperable: fue el sector de esclavos en la población infantil general el que más frecuentemente se vinculó a esta prestación (20,8%). Incluidos en lo que clasificamos como rubro de oficios rurales del sector masculino se observó una amplia variedad de actividades y uno de los oficios más practicados también por niños esclavos fue el de zapatero. En la campaña la notación de las labores de servicio doméstico desempeñadas por las niñas esclavas tuvo más precisión que en la ciudad. Se las consignó desempeñándose especialmente como cocineras, lavaplatos, planchadoras, lavanderas, lo que demuestra que aún en el sector infantil y dentro de la tarea servil podía existir cierta especialización de ocupaciones. Por último, hemos localizado casos puntuales y en proporción insignificante de niñas registradas como agricultoras, ovejeras, camperas, olleras, tiza- doras. Coherente con ello se observa que si bien normalmente cada sexo desarrollaba funciones en rubros específicos, ocasionalmente y según necesidad, en calidad de hijos de familia, agregados, sirvientes libres o esclavos, la mano de obra de la población infantil podía, como la adulta, ser multifuncional: niños hilando, niñas ovejeras o agricultoras.

La contribución laboral de los esclavos ancianos de Córdoba

En la ciudad de Córdoba en 1813, de un total de 793 ancianos el 82,3% era libre y el 17,6% esclavo. Como en el total de la población urbana, las mujeres superaban a los varones (24% y 16,1% de mujeres y varones respectivamente). Del conjunto, el 30% fue registrado como negro, porcentaje superior al que presentaba este sector en la población infantil urbana (20,6%) la que posiblemente fuese resultado de uniones mestizadas de adultos negros; el restó (70%) provenía de la mezcla étnica y estaban anotados como pardos el 69,1% (el sector más numeroso) y sólo 2,2% como mulatos. Respecto de la distribución étnica en cada sexo se observa que en las ancianas mujeres la proporción de esclavos

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negros (29,4%) era algo superior que en los ancianos varones (26,4%).

En el campo cordobés, el 5,7% del total de la población anciana era esclava, proporción idéntica a la que representaba en el sector infantil. No obstante, la proporción de individuos sujetos a servidumbre era mayor en la ciudad que en la campaña tanto en ancianos como en niños (20% en niños y 17,6% en ancianos de la ciudad). Se aprecia que la proporción de ancianos esclavos era muy similar dentro de cada sexo en la campaña, aunque levemente superior en el segmento masculino (6,6% en varones y 5,7% en mujeres).42 En los últimos años se ha podido comprobar, al analizar cuentas e inventarios de estancias tanto laicas como religiosas, la importancia del trabajo esclavo africano en ía campaña. Según Marta Goldberg y Silvia Mallo, esta mano de obra esclava se habría dedicado a las tareas permanentes, en tanto que las tareas estacionales habrían sido realizadas por peones-gauchos.43

Respecto de las ocupaciones registradas en esclavos ancianos en la ciudad (84 individuos de 50 años o más) 71.42% eran mujeres y 28.57% varones. Asociamos esta tan sustantiva brecha inter-sexos a una mortalidad más alta en el sexo masculino, a condiciones laborales más riesgosas y especialmente a la leva de efectivos originada en la situación bélica ya mencionada. Como contrapartida de este fenómeno, comparativamente es mayor la cantidad de varones que de mujeres esclavos trabajando a los 70 años y más de edad, posiblemente porque los varones que lograban sobrevivir en la ciudad más tiempo eran los más sanos y resistentes. Las actividades predominantes eran los oficios (zapatero, carpintero, sastre, albañil, herrero), tareas de labrado de la tierra y cuidado de quintas, así como el servicio doméstico, en ese orden. Como la población femenina en su conjunto, las esclavas ancianas aparecen trabajando fundamentalmente como costureras e hilanderas, también como cocineras, lavanderas, amasadoras, y como sirvientas sin especificación de tareas.

En la campaña el número de esclavos ancianos varones y mujeres trabajando es casi idéntico (128 varones y 129 mujeres). Como era de esperar, a medida que envejecían los esclavos trabajadores rurales, al igual que lo sucedido en la ciudad, ambos sexos trabajaban menos, pero en el caso del campo en igual

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proporción. El 85.15% de esclavos varones ancianos están trabajando hasta los 69 años, y de 70 años y más el 14.84%; en mujeres ancianas esclavas, 85.61% y 14.38% respectivamente. Los varones realizaban labores relacionadas indistintamente con la agricultura y la ganadería, también aparecen consignados como peones y, en menor medida, también se desempeñaban en oficios como zapateros, carpinteros, curtidores, molineros, albañiles, pintores. Las tareas que realizaban las esclavas ancianas rurales eran el hilado, la labor de cocineras, la tejeduría y como sirvientas, en ese orden.

Considerando sólo las personas de 80 años y más, aparentemente las posibilidades de llegar trabajando a esa edad (tanto en varones como en mujeres) eran más escasas que en los otros sectores sociales (se localizaron sólo 6 varones esclavos y 7 mujeres de esa condición). Además de la mortalidad, condiciones materiales de vida diferenciales en los distintos sectores en lo que se refiere a alimentación, atención del anciano enfermo, rigor de las labores desarrolladas, habitación, abrigo entre otras, incidirían en ese fenómeno.

¿Esclavos inútiles? Enfermos y minusválidos

Según Pablo Rodríguez, quien ha estudiado las enfermedades de los esclavos para Nueva Granada (actual Colombia) en todas las haciendas y minas, existía un lote de esclavos postrados, a los que se consideraba absolutamente inútiles. Como la presencia de médicos en el campo no era común, eran los curanderos, esclavas y enfermeras quienes se ocupaban de los enfermos.44

Los individuos de etnia negra de Córdoba presentan en 1813 una tasa de enfermos y discapacitados del 1.5%o, baja en relación a otros sectores como el de la población española especialmente.45 Por otra parte, la población libre con afecciones que registra el censo de 1813 era mayor a la de enfermos en los esclavos (3.9%o respecto a 2.8%o).

La pregunta que surge es, ¿por qué había más enfermos e impedidos españoles y población libre en general que esclavos? ¿Acaso eran más resistentes a las enfermedades como sugiere el mito sobre la increíble fortaleza física de la raza negra? ¿Quizás se

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incapacitaban menos porque, como objetos de valor, eran apreciados por los amos recibiendo cuidados especiales? Lo cierto es que la reflexión nos sugiere otras explicaciones. Asociamos esta baja prevalencia de afecciones a una mayor mortalidad debida a las adversas condiciones de vida a la que estaban expuestos, que haría que sólo un segmento de los mismos lograra sobrevivir. Al respec-to, se ha indicado que los niveles de mortalidad de estos grupos era sustantivamente mayor que el de la población española.46

En tal sentido, el nivel de afecciones observado según el Censo de 1813 en el sector esclavo se debería a la negación de las afecciones o discapacidades por parte del amo, ante el temor de la depreciación del valor del esclavo en ocasión de una venta. En ese sentido es muy posible que se declarasen las afecciones de los esclavos sólo cuando éstos no pudieran realizar ningún trabajo. Como fuera indicado por Diminuzio y García,47 los esclavos tendían a informar sus dolencias como una forma de reducir el precio ante la posibilidad de comprarse a si mismos o a un familiar, o bien como un intento de flexibilizar la carga laboral a la que eran sometidos.

Las enfermedades y minusvalías que afectaban la salud de los esclavos cordobeses a comienzos del siglo XIX eran variadas y aquejaban tanto a varones y mujeres; tanto a niños como a adultos y ancianos. Así, en la ciudad y el campo se registraron casos de niños esclavos baldados como el mulato Vicente Santillán; negros inválidos como Lindor Martínez; niñas esclavas tullidas como Laureana Jaimes; niños ciegos como el pardo José María Aguirre. Las enfermedades no eran sólo físicas sino también mentales, como el caso de la mulata adulta Candelaria Cesar identificada como demente; algunos padecían ceguera o eran mudos como la negra adulta Rosa Vega y el pardo José Manuel Farías, respectivamente. Por supuesto también había esclavos ancianos impedidos como el pardo Antonio Centurión o el negro José Castro, consignado como inválido.48

Mala sangre... de mulato o negro. Percepciones sociales hacia la negritud

Si, como se ha afirmado, la posición social de una familia destaca-da podía medirse basándose en la cantidad de esclavos que disponía en su casa,49 la unión matrimonial con individuos de condición servil era interpretada en cambio como infamante.

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Verena Stolcke ha realizado estudios pioneros sobre el tema en la sociedad cubana colonial. Según la autora, la ostentación de mezcla con sangre negra era la más cuestionada al momento de realizar oposiciones matrimoniales de carácter racial, y fueron las familias de blancos, sin excepción, quienes objetaron el casamiento con individuos de sangre negra o mezclada. En regímenes esclavistas la oscuridad de la piel y la ascendencia esclava eran inseparables en el imaginario social.50 Igual que en otras partes de la actual argentina como Salta, Buenos Aires Mendoza, San Juan,51 y en otras sociedades iberoamericanas, en los tribunales de Córdoba fueron receptados pleitos de oposición matrimonial motivados en desigualdad socio-étnica y jurídica en la pareja, ello desde las postrimerías del Orden colonial y también con posterioridad al cambio de régimen político. En las razones expresadas en los disensos matrimoniales sobresale en Córdoba, como en Cuba y Mendoza, el prejuicio socio-racial especialmente hacia individuos que ostentaban algún grado de sangre negra en las venas. Si uno de los pretendientes, sus pa- rientes o aún ancestros lejanos era reputado de pública voz de poseer lo que se calificaba como “mala raza”, “mala sangre”, “sangre mezclada”, “nacimiento vil”, podía interponerse querella judicial tachando el casamiento por “desigualdad” entre los cónyuges. Lo mismo ocurría en caso de que uno de ambos fuera esclavo y el otro libre.

A veces eran los dueños de esclavos quienes promovían el matrimonio de alguna de sus piezas con muchachas libres, era una forma de sumar o retener mano de obra barata; tal el caso a fines del siglo XVIII del esclavo José Felipe cuyo amo debió enfrentar una demanda de disenso de parte de la hermana y cuñado de la joven basada en notoria desigualdad (jurídica) entre los novios, logrando impedir la unión.52 Hubo casos en los cuales los mismos integrantes de las parejas enfrentaron a sus parientes sin importarles las diferencias de raza, color y status que pudiesen existir entre ellos. Es que no siempre existían tales desigualdades sino en las pretensiones de limpieza de sangre que afirmaban ostentar algunas familias. Un ejemplo constituye el caso de José Guevara, quien enfrentó judicialmente a su padre por impedirle casarse con una joven mulata; el muchacho alegaba igualdad de sangre en la pareja, lo cual demostró, autorizándosele a contraer

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matrimonio.53 Por su parte en 1792 doña Susana Ladrón Niño de Guevara opinaba respecto del pretendiente de su hija doña Hipólita Rosales: es un cholo conocido confirmándolo su mismo aspecto y no solo tendrá una mala raza sino muchas de mulato o indio. Si bien el disenso se consideró racional en el dictamen judicial, tres años después -presumiblemente ya en edad en la cual no requería por ley el consentimiento de la madre para contraer- la hija concurrió ante el Gobernador de la Provincia expresando su voluntad de casarse con el joven alegando similar origen al del novio, ante lo cual la autoridad autorizó el casamiento “con el sigilo encargado para estas actuaciones”.54

Una estrategia consistía en mudar de identidad a fin evitar ser tachado de mulato o pardo, como surge del caso del mulato Cayetano Rosas, de quien se decía había cambiado de nombre para ocultar su verdadera calidad.55

Orígenes reprochados por ascendencia servil y sangre mezclada se dieron en Córdoba por ejemplo en los casos de: Mathías Robledo tenido por hijo de una india y un esclavo; María Magdalena Funes considerada en la opinión pública como “mulata o india”; Joseph Lino Bernal a quien se le reprochó la condición de mulato; María Casilda Albarracín objetada porque su bisabuelo era pardo; Juan Antonio Peralta por su sangre mulata; Pedro Salinas también tildado de pardo; María Mercedes Ferrey- ra por alegarse que era nieta del mulato chileno José Amigó y de unos tales Borgues, también conocidos por mulatos; Rosa Carreras observada por su futuro suegro don Agustín Arraigada por ser descendiente de mulatos; José Gabriel Pavón por ser reputado como pardo libre; Manuela Arrieta impugnada, nada menos que en el glorioso año 1813, cuando se dictaban los decretos que abolían privilegios promotores de exclusión y desigualdad social, por ser conocida como mulata.; Mateo Castillo también en 1813, por afirmarse ser conocida su calidad de mulato.56”

Aún en 1818,1819, 1825, 1837, 1848 y 1850 se presentaron disensos ante intentos de casamientos entre “españoles” e individuos tenidos por pardos, mulatos e indios. Algunas de estas causas permanecieron inconclusas, posiblemente derivando en arreglos familiares extrajudiciales, en otras se acordó permiso para contraer matrimonio al comprobarse que no existía diferencia racial

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entre los aspirantes.57 Resulta notable, si bien en casos aislados, la negativa de jueces de Córdoba de otorgar venia a la realización de uniones fundamentadas en diferencias de sangre entre los con-trayentes aún varias décadas después del estallido revolucionario de 1810. Al menos en dos ocasiones después de ese año se dictaminó la racionalidad del disenso fundada en desigualdad de sangre (años 1814 y 1842).58

No obstante, al discurso social acerca del honor basado exclusivamente en la sangre, un nuevo concepto de “nobleza de virtud” se sobreponía de forma manifiesta en algunos alegatos de la época. Los mismos identificaban las desigualdades sociales con el período de dominación colonial, calificándolas como no acordes con un gobierno republicano que reconocía a todos los hombres iguales por naturaleza. Así, un sujeto pardo se manifestaba indignado cuando se le prohibió contraer matrimonio con una española por lo que consideraba:

“...restos de ignominiosa desigualdad que aun existen entre nosotros desde aquel tiempo desgraciado del cetro español...”.59

Según Goldberg y Mallo la aspiración máxima de un esclavo era la libertad que entrañaba honor y dignidad, también blanquearse, y la utilización de lo que Herbert Klein denomina el tiempo para sí en el desarrollo de estrategias con vías a conseguir la manumisión o libertad.60 Ello contribuye a explicar a nuestro entender por qué hubo padres que rechazaron arreglos conyugales de hijos libres con esclavos. Estos casamientos eran motivo de desprestigio social para las familias, aún perteneciendo a estratos subalternos ya que la libertad constituía quizás uno de los escasos capitales que algunas poseían. Pudo observarse cómo representantes del sector de castas de condición libre o esclava resistían a la unión de sus hijas con individuos esclavos; recuérdese que, dado que las leyes canónicas y civiles promovían la unidad de domicilio de los esposos, el casamiento de una mujer con un hombre esclavo implicaba de hecho una situación de sujeción, aunque los hijos naciesen libres. Ello puede observarse por ejemplo en dos casos correspondientes a 1826, una época en la cual la libertad como valor social aumentaba sustancialmente en consonancia con el afianzamiento de los ideales republicanos. Así, el esclavo maestro Juan del Prado Véliz se opuso a que su hija de

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condición libre casase con el esclavo Hilarión Moyano basándose en la minoridad de la hija y fundamentalmente en la condición jurídica inferior del varón.61 Asimismo y por idénticos motivos el pardo libre Esteban Fonseca opuso resistencia a que su hija también parda libre casase con el esclavo José de la Cruz perteneciente a don Tomás Inocencio Vázquez, juez de Ia instancia.62

A modo de cierre

El objetivo general de la presente colaboración ha consistido en promover la visibilización de los esclavos en la sociedad cordobesa. Cuáles eran las principales características demográficas de la población esclava tras el estallido de la guerra por la independencia, en qué se ocupaban, en qué áreas -urbana o rural- estaban instalados con preferencia varones, mujeres y niños, adultos y ancianos esclavos; en qué consistían algunos de los problemas que los aquejaban; por qué tantos niños esclavos nacían de uniones no consagradas por la Iglesia si teóricamente podían casarse sin permiso del amo; qué proporción de los niños sujetos a servidumbre accedía a la educación elemental; qué percepción tenían algunas familias sobre el matrimonio de sus hijos con individuos de sangre africana en general y de condición esclava en particular; qué enfermedades quebrantaban la salud de los esclavos; si eran longevos o morían antes que el resto de la población, todas ellas figuran entre las principales cuestiones plan-teadas. En una palabra, buscamos hacerlos perceptibles y humanos. Para intentar resolver los interrogantes utilizamos una variedad de fuentes, en particular el censo de 1813 para ciudad y campaña de Córdoba, registros notariales y algunos pleitos eclesiásticos, investigaciones complementarias de nuestra autoría y bibliografía específica de expertos. Esperamos que los resultados expuestos sirvan de estímulo para profundizar en el análisis de la población esclava en Córdoba, y futuros trabajos de investigación brinden nueva luz a su conocimiento.

Notas

1. Tardieu, J. P. (2006) El negro en la Real Audiencia de Quito. Siglos XVI-XVIII, Quito, Ediciones Abya -Yala, p. 359. 2. Pérez Brignoli, H. (2006) “La demografía histórica en América Latina” en De Rezende Martins, E. Y Pérez Brignoli, H. (Editores) Teoría y metodología en la Historia de América Latina. París, Ediciones UNESCO/ Ed. Trotta, tomo IX. Pp. 103-119. p. 117.

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3. Argentina. Ley 26.364/2008, art. 2. Organización internacional para las migraciones. Consultado en www.campus.oimconosur.org. Febrero de 2010. 4. Un ejemplo constituye el P. Vitoria, cfr. Fernández Álvarez, M. (2005) Casadas, mon-jas, rameras y brujas. La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento. Ma-drid, Ed. Espasa Calpe, p. 251. 5. Gómez, Miriam Victoria (1970) “La presencia negroafricana en la Argentina. Pasado y permanencia”. Historia Integral Argentina, Tomo V, “De la Independencia a la Anarquía”, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina. 6. Tardieu, J. P., op. cit. p. 359. 7. Rodríguez Molas, R. (1968) “El negro en el Río de la Plata”. Historia Integral Argentina, Tomo V, “De la Independencia a la Anarquía”, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina. 8. Oieni, V. (2004) “Imaginar al ciudadano virtuoso. Introducción del concepto de ciudadano en el proceso de emancipación en el Río de la Plata” en ANSALDI, W. Calidoscopio latinoamericano. Imágenes históricas para un debate vigente. Buenos Aires, Ariel Historia, pp. 91-111, p. 107. 9. En la situación social de los sectores humildes de la sociedad posterior a la Revolución de Mayo seguimos a CARRACEDO, O. (1960) “El Régimen de castas, el trabajo y la Revolución de Mayo” en Anuario del Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Nacional del Litoral, Rosario, pp. 157-186. p. 184. 10. Ibídem. p. 164. 11. Baud, M. (2004) “Ideologías de raza y nación en América Latina. Siglos XIX y XX” en De Rezende Martins, E. y Pérez Brignoli, H. (Editores) Teoría y metodología en la Historia de América Latina, París, Ediciones UNESCO/ Ed. Trotta, tomo IX. Pp. 175- 195. P. 176 12. Mallo, S. (2003). “Población africana en el Río de la Plata: Delito, adaptación y negociación”. En: La vida cotidiana de los negros en Hispano América. Proyectos Históricos Tavera. ed. F. De Larramendi. Madrid. España. 13. Baud, M., op. cit. p. 178. 14. Celton, D. (1982) La Población de Córdoba en 1840, en Junta Provincial de Historia de Córdoba. Córdoba, Libro 9. 15. En datos del censo de 1778 los esclavos de la ciudad de Córdoba representaban un 29.5% del total de la población. En Buenos Aires, en datos de Goldberg y Mallo (op. cit.)la proporción de los africanos en el total de habitantes pasó de 16.9% en 1744 a 28.4% en 1778, para declinar en 1810 a un 27.7%, y, en 1822 a un 26%. 16. Goldberg, M. Y Mallo, S., op. cit. 17. Coherente con los hallazgos para Córdoba, y aunque tradicionalmente se había sostenido que la población africana era escasa por el alto costo de los esclavos en el Río de la Plata trabajos más recientes demuestran que los esclavos constituían un elemento fundamental en el desarrollo de las áreas rurales. Estudios de Moreno para 1744 demuestran un alto índice de masculinidad como característica de la población de la campaña bonaerense, y específicamente en la población negra y mulata, muy posiblemente como resultado de la migración forzosa. Moreno, José Luis (1989) “Población y sociedad en el Buenos Aires rural a mediados del siglo XVIII”, Desarrollo Económico N° 114, vol. 29. Buenos Aires, p. 268. 18. Colantonio, S., Celton, D. y Ghirardi, M. (2008) “Movilidad familiar durante las guerras por la independencia en Córdoba” en Revista Centro De Estudios Demográficos de América Latina. CEDHAL. Universidad de San Pablo, en prensa.

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19. Hemos definido como “niñez” al período establecido por los principios de la legislación castellana: hasta los 12 y 14 años en mujeres y varones respectivamente, momento en el cual podían casarse y por consiguiente constituir un hogar independiente, cfr. Leyes de las Siete Partidas del Rey Alfonso X el Sabio cotejadas con varios códices antiguos por la Real Academia de la Historia y glosadas por el Lic. Gregorio López, Librería de Rosa y Bouret, París, Ed. 1867. La “adultez” corresponde a la etapa vital desde la finalización de la niñez hasta los 40 años en ambos sexos. Y “vejez” el período comprendido a partir de los 60 años y más. 20. Celton, D. (1993) La población de la provincia de Córdoba a fines del siglo XVIII, Buenos Aires, Academia Nacional de la Historia. 21. Celton, D. (1993) “Fecundidad de las esclavas en la Córdoba colonial” en Revista de la Junta Provincial de Historia de Córdoba, Córdoba, N°15, pp. 29-49 y Celton, D. (2000) “La venta de esclavos en Córdoba, Argentina” en Cuadernos de Historia, Serie Población, Centro de Investigaciones Facultad de Filosofía y Humanidades, Universidad Na-cional de Córdoba, Córdoba. 22. Gonzalbo Aizpuru, P. (1998) Familia y orden colonial, México, El Colegio de México. 23. Goldberg, M., op. cit. 24. Goldberg, M., op. cit. 25. Goldberg y Mallo, op. cit. 26. Tardieu, J. P. (2000) Relaciones interétnicas en América, siglos XVI -XIX. Fund. Hist. Tavera, p. 198. 27. Lavrin, A. (2005) “La sexualidad y las normas de la moral sexual” en Historia de la vida cotidiana en México en GONZALBO AIZPURU, P. (Dir.) Tomo II La ciudad barroca Ruibal García (Coord) El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, México. Pp. 489- 519. p. 491. 28. Pinto Venancio (1998) “Ilegitimidad e Vida Familiar no Río de Janeiro: 1750-1800” en Celton, D., Miró, C., Sánchez Albornoz, N. (Editores) Changes and continuity in american demographic behaviours: the five centuries experience, UNC-IUSSP, Córdoba., pp. 429-443. 29. Ferreyra, M. del C. (1998) “La ilegitimidad en la ciudad y en el campo a finales del siglo XVIII en Córdoba” en Changes and continuity in american demographic behaviours: the five centuries experience, UNC-IUSSP, Córdoba, pp. 403-429. 30. Gonzalbo Aizpuru, P., op. cit. 31. Tardieu, J. P., op. cit. p. 330. 32. Lavrin, A., op. cit., p. 506. 33. Fernández Alvarez, M. Ob. Cit, p. 265. 34. Ibídem. 35. AAC. Leg.37 (1807-1815) t.V, Exp.8. fs. 38v-39r. 36. Endrek, E. (1994) Escuela, sociedad y finanzas en una autonomía provincial: Córdo-ba, 1820-1829, Córdoba, Junta provincial de Historia de Córdoba, N° 14, 31-37,155-161, 171-174. 37. Sánchez de M., Paz; Hernández González, M. (2000) La América Española (1763- 1898) Cultura y vida cotidiana, Madrid, Síntesis, p. 30,31. 38. Küffer, C., Ghirardi, M. y Colantonio, S. (2010) “Educación elemental en la ciu-dad de Córdoba, Argentina en el primer tercio del siglo XIX. Sus variaciones y relación con las demás ocupaciones infantiles” enviado para su publicación en Annales de Démographie Historique, París, en evaluación. 39. Ghirardi, M. (2010) “Las edades de la vida. Niños y ancianos de Córdoba al

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comenzar el siglo XIX” en Colantonio, S. y Ghirardi, M. (Editoras) Población y sociedad en tiempos de lucha por la emancipación. Córdoba en 1813. Centro de Estudios Avanzados, CONICET-UNC, en prensa. 40. Fernández Álvarez, op. cit., p.272, 3. 41. Ghirardi, M. (2010), op. cit. 42. Ibídem. 43. Goldberg, M. Y Mallo, S., op. cit. 44. Rodríguez, (2002) En busca de lo cotidiano. Honor, sexo, fiesta y sociedad. S. XVII- XIX. Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, p. 224. 45. Ghirardi, M. y Ribotta B. (2010) “Cuerpos quebrantados, cuerpos inútiles. Afecciones de la población de Córdoba, Argentina, según el censo de 1813”, en Colantonio, S. y Ghirardi, M. (Editoras) Población y sociedad en tiempos de lucha por la emancipación. Córdoba en 1813. Centro de Estudios Avanzados, CONICET-UNC, en prensa. 46. Celton, D. (1998) “Enfermedad y crisis de mortalidad en Córdoba, Argentina entre los siglos XVI y XX” en Celton, D; Miró, C. y Sánchez Albornoz, N. Cambios demográficos en América Latina: la experiencia de cinco siglos. Córdoba, Universidad Nacional de Córdoba, International Union for the Scientific Study of Population, pp. 277-301. 47. Diminuzio, K. y García, C. (s/f). “Indagando en las dolencias de los esclavos: Una aproximación a las fuentes para su estudio en la Córdoba tardo colonial”. Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, Facultad de Filosofía y Humanidades, Escuela de Historia (Mimeo). 48. Cfr. Ghirardi, M. Y Ribotta, B., op. cit. 47 Garavaglia, J. C. y Fradkin, R. (1992) Hombres y mujeres de la colonia, Buenos Ai-res, Sudamericana, p. 145. 49. Stolcke, V. (1992) Racismo y sexualidad en la Cuba colonial, Madrid, Alianza América. 50. Para las áreas urbanas de Buenos Aires y Córdoba en el período 1778-1810 Susan Socolow realizó en 1990 un análisis comparativo sobre la elección matrimonial en la Argentina Colonial, cfr. SOCOLOW, S. (1990) “Parejas bien constituidas. La elección matrimonial en la Argentina colonial. 1778-1810” en Anuario del Instituto de Estudios Históricos y Sociales, Tandil. La autora encontró que el peso del factor económico en Buenos Aires fue mayor en los disensos, en Córdoba en cambio los valores vinculados al nacimiento de las personas primaron sobre los otros factores. Para Córdoba en el período 1781-1850 puede consultarse Ghirardi, M. (2004) Matrimonios y familias en Córdoba. Prácticas y representaciones, Córdoba, Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba. Para Buenos Aires, Nelly Porro también ha estudiado los pleitos de disenso, cfr. Porro N. (1980) “Conflictos sociales y tensiones familiares en la sociedad virreinal rioplatense a través de los juicios de disenso” en Boletín del Instituto de Historia Argentina y Americana, 26, pp. 361-393; de la misma autora “Los juicios de disenso en el Río de la Plata: Nuevos aportes sobre la aplicación de la Pragmática de hijos de familia” en (1980) Anuario Histórico y Jurídico Ecuatoriano, 5, pp. 193-229 y también “Extrañamientos y depósitos en los juicios de disenso” en Revista de Historia del Derecho, 7, pp. 123-150. Para Mendoza han abordado el tema Bistue, N. del C. y Marigiliano, C. (1992) “Los disensos matrimoniales en la Mendoza

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Virreinal 1778-1810 en Revista de Historxa del Derecho. Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, vol. 20, pp. 75-101. y en (1995) “Los disensos matrimoniales en Mendoza. Época patria 1810-1869” en Revista de Historia del Derecho. Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, Buenos Aires, vol. 23, pp. 37-63. Con referencia a los disensos en Salta puede consultarse Zacca de Cabezas, I. (1999) “Elección matrimonial en Salta a fines del período colonial” en Instituto de Investigaciones Geohistóricas. Conicet. Facultad de Humanidades IV Jomadas Argentinas de Estudios de Población, Chaco, Resistencia, pp. 148-165. Para el caso de San Juan cfr. de Rivera Medina, A. (2008) “Genealogía de un matrimonio frustrado: un juicio de disenso entre Viñas en el San Juan Colonia” en Siegrist, N. y Ghirardi, M. (Coordinadoras) Mestizaje, sangre y matrimonio en territorios de la actual Argentina y Uruguay. Centro de Estudios Avanzados, Universidad Nacional de Córdoba. 51. AHPC. Escribanía 1, Año 1784-1785, Leg. 402, exp. 4 52. AHPC. Escribanía 2, Año 1786, t. II, exp. 24. 53. AHPC, Escribanía 2, Año 1795, Leg. 85, exp. 17. 54. AHPC, Escribanía 2, Año 1790, Leg. 75, exp. 24. 55. AHPC, Escribanía 2, Año 1788, Leg. 71, exp. 10; AHPC, Escribanía 2, Año 1789, Leg. 73, exp. 12; AHPC, Escribanía 2, Año 1794, Leg. 84, exp. 18; AHPC, Escribanía 2, Año 1794, Leg. 84, exp. 1; AHPC, Escribanía 2, Año 1794, Leg. 84, exp. 1; AHPC, Escribanía 2, Año 1794, Leg. 84, exp. 3; AHPC, Escribanía 2, Año 1799, Leg. 98, exp. 28; AHPC, Escribanía 2, Año 1804, Leg.106, exp. 5; AHPC, Escribanía 4, Año 1810, Leg. 39, exp. 14; AHPC, Escribanía 4, Año 1813, Leg. 46, exp. 10; AHPC, Escribanía 3, Año 1813, Leg. 62, exp.10 56. Cfr. por ejemplo AHPC, Escribanía 4, Año 1819, Leg. 53, exp. 13 y AHPC, Escribanía 4, Año 1821, Leg. 57, exp. 26; AAC, Leg. 34, Tomo IV, Años 1819-1884; Cfr. respectivamente: AHPC, Copiadores de Gobierno, Año 1818/19, C. N° 279, Cuaderno 28 y Gobierno, Año 1818, C, N°58, Leg. 3, f. 207; Escribanía 4, Año 1825, Leg. 64, exp. 17; Gobierno, Año 1837, Tomo 154, f. 393; Copiadores de Gobierno, Años 1848-1849, Tomo N°295, fs. 351 y 352: Años 1848 a 1850. Tomo N° 296; Gobierno, Año 1848, Tomo 211, fs. 550 a 552 y AAC Leg. 39, Tomo III, Años 1844-1875 y AHPC, Gobierno, Año 1850. C. N° 219, Leg. 5, f. 670. 57. Notoria desigualdad de sangre fue la razón del disenso que finalizó con prohibición del casamiento en 1814, cfr. AHPC, Crimen, Año 1814, Leg. 125, exp. 22. Desigualdad de condiciones que concurren en las dos personas y por no poder los hijos casarse sin permiso de los padres fue el motivo de dictamen prohibiendo el casamiento AHPC, Escribanía 4, Año 1842, Leg. 89, exp. 18. 58. Cfr. AHPC, Escribanía 4, Año 1842, Leg. 89, exp. 18 Dicho pleito es muy valioso ya que sería el último en el cual se dirime una cuestión de disenso por desigualdad entre los novios que tuvo resolución. 59. Goldberg, M. Y Mallo, S., op. cit. 60. AHPC. Escribanía 4, Año 1826, Leg. 66, exp. 19. 61. AHPC. Escribanía 4, Año 1826, Leg. 66, exp. 27.