Cuestiones de hechos y cuestiones de palabras: un estudio meta-argumental (borrador).

12
1 Cuestiones de Hechos y Cuestiones de Palabras: Un estudio meta-argumental. Guilermo Nigro Borrador, Octubre 2014 En Lógica Viva Vaz Ferreira emprende la tarea de confeccionar un catálogo abierto de paralogismos habituales en diversas discusiones que, siguiendo la interpretación de Seoane (2008) es complementaria con respecto a la lógica formal. La complementariedad de la lógica viva puede ser entendida en los siguientes términos: la lógica formal trabaja bajo la hipótesis de que es posible reducir los aspectos relevantes de la racionalidad a propiedades lingüísticas de esquemas verbales. En este contexto reduccionista la lógica intenta explicar el éxito o el fracaso de una argumentación racional representando a ésta como una estructura lingüística (como los esquemas de argumentos) que conforman los objetos de su teorización. De este modo, las propiedades relevantes para la validez lógica son identificadas con propiedades acerca de ciertas expresiones (los operadores lógicos) cuya aparición determinan la estructura lógica- del argumento. La idea de que esta reducción no permite completar la tarea evaluatoria de la argumentación racional es lo que impulsa a realizar una investigación complementaria, siendo ésta la tarea de la lógica viva. El espíritu de esta crítica no parece ser la de que la lógica formal es inútil, sino que más bien se trata de que ésta tiene un campo de uso fértil que no agota el ámbito de la argumentación. Los métodos de la lógica formal, en consecuencia, no pueden ser usados de forma irrestricta; pero esto no quiere decir que no deban ser usados en absoluto, simplemente quiere decir que no deben ser usados exclusivamente allí, donde no son útiles 1 . El plan de este trabajo consiste en procurar aplicar el modelo de Seoane a un caso que remite cierto interés 2 . Pongámoslo del siguiente modo: el modelo de Seoane es un modelo argumental, es decir, pretende representar argumentos; sin embargo, hay capítulos de la obra de Vaz que, de buenas a primeras no parecen indagar en problemas argumentales. Capítulos como Cuestiones de palabras y Cuestiones de hecho, Pensar por sistemas y pensar por ideas a tener en cuenta parecen tener una importancia que no se encuentra directamente vinculada con la argumentación. En esos capítulos (y los capítulos relacionados) Vaz parece estar haciendo observaciones de un marcado espíritu metodológico destinado a orientar una discusión racional u orientar el modo en que podemos pensar un problema. En el presente trabajo se abordará el capítulo Cuestiones 1 Esta es la interpretación que Seoane hace de la crítica de Vaz a la lógica tradicional [Seoane, J.; 2008]. 2 Este modelo es un “modelo vazferreriano” en el sentido de que intenta rescatar el espíritu de las reflexiones de Vaz sobre argumentación; no pretende ser una interpretación del pensamiento de Vaz. Véase al respecto[Seoane; 2003].

Transcript of Cuestiones de hechos y cuestiones de palabras: un estudio meta-argumental (borrador).

1

Cuestiones de Hechos y Cuestiones de Palabras:

Un estudio meta-argumental.

Guilermo Nigro

Borrador, Octubre 2014

En Lógica Viva Vaz Ferreira emprende la tarea de confeccionar un catálogo abierto de

paralogismos habituales en diversas discusiones que, siguiendo la interpretación de

Seoane (2008) es complementaria con respecto a la lógica formal. La

complementariedad de la lógica viva puede ser entendida en los siguientes términos: la

lógica formal trabaja bajo la hipótesis de que es posible reducir los aspectos relevantes

de la racionalidad a propiedades lingüísticas de esquemas verbales. En este contexto

reduccionista la lógica intenta explicar el éxito o el fracaso de una argumentación

racional representando a ésta como una estructura lingüística (como los esquemas de

argumentos) que conforman los objetos de su teorización. De este modo, las

propiedades relevantes para la validez lógica son identificadas con propiedades acerca

de ciertas expresiones (los operadores lógicos) cuya aparición determinan la estructura

–lógica- del argumento.

La idea de que esta reducción no permite completar la tarea evaluatoria de la

argumentación racional es lo que impulsa a realizar una investigación complementaria,

siendo ésta la tarea de la lógica viva. El espíritu de esta crítica no parece ser la de que la

lógica formal es inútil, sino que más bien se trata de que ésta tiene un campo de uso

fértil que no agota el ámbito de la argumentación. Los métodos de la lógica formal, en

consecuencia, no pueden ser usados de forma irrestricta; pero esto no quiere decir que

no deban ser usados en absoluto, simplemente quiere decir que no deben ser usados

exclusivamente allí, donde no son útiles1.

El plan de este trabajo consiste en procurar aplicar el modelo de Seoane a un caso que

remite cierto interés2. Pongámoslo del siguiente modo: el modelo de Seoane es un

modelo argumental, es decir, pretende representar argumentos; sin embargo, hay

capítulos de la obra de Vaz que, de buenas a primeras no parecen indagar en problemas

argumentales. Capítulos como Cuestiones de palabras y Cuestiones de hecho, Pensar

por sistemas y pensar por ideas a tener en cuenta parecen tener una importancia que no

se encuentra directamente vinculada con la argumentación. En esos capítulos (y los

capítulos relacionados) Vaz parece estar haciendo observaciones de un marcado espíritu

metodológico destinado a orientar una discusión racional u orientar el modo en que

podemos pensar un problema. En el presente trabajo se abordará el capítulo Cuestiones

1 Esta es la interpretación que Seoane hace de la crítica de Vaz a la lógica tradicional [Seoane, J.; 2008].

2 Este modelo es un “modelo vazferreriano” en el sentido de que intenta rescatar el espíritu de las

reflexiones de Vaz sobre argumentación; no pretende ser una interpretación del pensamiento de Vaz.

Véase al respecto[Seoane; 2003].

2

de palabras y Cuestiones de hecho con el fin de sugerir una reconstrucción que permita

entender las observaciones de Vaz en clave argumental. Tal reconstrucción recibe un

apoyo textual —como se verá más adelante— en el que Vaz afirma que tener presente

la distinción que da título al capítulo tiene la finalidad de evitar caer en paralogismos;

es decir, se trata de una finalidad relacionada con la corrección argumental.

Para abordar esta cuestión comenzaremos por dar una caracterización de la distinción

central de capítulo: cuestiones de hecho y cuestiones de palabras (sección 1). Luego, se

intentará relacionar la reconstrucción planteada con el modelo de Seoane, con especial

atención al problema planteado acerca de si un modelo argumental puede ser aplicado

en este contexto (sección 2). Finalmente, en la seccione 3 se intentará caracterizar la

distinción de la sección 1 desde un punto de vista meta-argumental.

1. La distinción entre CH y CP.

Vaz comienza planteando una distinción que es clave para no volver fútil el debate: la

distinción entre cuestiones de palabras (CP) y cuestiones de hechos (CH). El

paralogismo, en palabras de Vaz consiste en lo siguiente:

Entre las Cuestiones que los hombres discuten, las hay de palabras y las hay de

hechos. Hay también, muy a menudo, cuestiones que, tales como son discutidas,

son en parte de palabras y en parte de hecho en proporciones diferentes según los

casos.

Ahora bien: los hombres tienen tendencia —y éste es un paralogismo que

prácticamente importa mucho analizar— a tomar las cuestiones de palabras por

cuestiones de hecho, total o parcialmente. Es de la mayor importancia, no sólo

desde el punto de vista especulativo, sino desde el punto de vista práctico, para

razonar bien, y hasta para obrar eficazmente en su caso, saber distinguir lo mejor

posible las dos clases de cuestiones. Ilustremos esto con algunos ejemplos. [Vaz

Ferreira; LV, p.76]

Ésta es toda la introducción “teórica” al paralogismo, lo que sigue es —de acuerdo al

plan de la obra— un catálogo de ejemplos donde podemos encontrar el mismo. Pero

antes, hay algunas cosas que podemos decir sobre la explicación de Vaz. Parece claro

que la distinción entre CP y CH es gradual; podríamos decir que se trata de dos polos:

en un extremo estarían las CH, en el otro, las CP como en el siguiente diagrama:

CH CP

Cuando la cuestión a discutir es claramente sobre hechos, estaríamos próximos al polo

izquierdo (CH); cuanto más claramente se trate de cuestiones de palabras, más próximos

estaremos al polo derecho (CP). A medio camino quedan claro está, los casos difíciles.

3

Otro aspecto que puede ser relevante destacar es el carácter tópico de la distinción. Vaz

parece distinguir CH y CP como dos problemas o discusiones que pueden ser

diferenciadas aunque la distinción no sea excluyente, razón por la cual existen casos

difíciles.

No obstante –y más allá de la posibilidad de caracterización precisa en este punto de la

distinción -, la misma parece poseer sentido pues se muestra su utilidad práctica o se

logra evidenciar la presencia de la misma en algunos ejemplos. Entonces, ¿cuál es la

relevancia de la distinción entre CP y CH? La respuesta de Vaz parece ser ambiciosa; en

el segundo párrafo de la cita le atribuye una importancia para nada menor. Vaz dice que

los hombres tienen “tendencia a tomar cuestiones de palabras por cuestiones de hecho,

total o parcialmente”, y que esa “confusión" constituye un paralogismo. En este

sentido, podemos decir que la distinción tiene un rol meta-argumental (aunque no sea su

único rol), o en otras palabras: aunque la cuestión parece ser más “tópica” o

“conceptual” que meta-argumental, la misma puede emplearse para mostrar el carácter

falaz de un razonamiento. Por esta razón es que la mentada distinción es “de la mayor

importancia” para una perspectiva tanto teórica, como práctica.

Entonces, si la distinción está relacionada con el buen razonamiento, sería bueno

intentar elucidar su carácter meta-argumental, y si es posible, su eventual carácter

lógico. Antes de presentar el primer ejemplo de Vaz, cabe decir que él, explícitamente

adelanta que el paralogismo guarda relación con una confusión entre CH y CP.

Comencemos estudiando el primer ejemplo con el fin de extraer alguna interpretación

de esta distinción. Vaz presenta una discusión que gira en torno a la cuestión de si un

grabador es o no es un artista; de la discusión Vaz recoge comentarios como “la función

del grabador es demasiado subalterna, demasiado inferior; el grabador no es realmente

un artista”, mientras que por otro lado se sostiene que “reconozco, sin duda, que el arte

del grabador no es tan difícil ni tan elevado como la pintura o la música; pero es

siempre un arte: participa de los mismos caracteres de los otros, aunque, si se quiere, en

menor grado”. Luego Vaz realiza el siguiente comentario:

Ahora bien; para analizar estas cuestiones y saber si son de hecho o de palabras, nosotros

debemos hacer lo siguiente: preguntarnos si los que discuten admiten o no los mismos hechos.

[Vaz Ferreira; LV, p. 77]

Aquí parece haber una suerte de guía metodológica sobre cómo proceder en el análisis:

nos pide que identifiquemos los mismos hechos sobre los que ambos argumentadores

están de acuerdo, si lo están, entonces la disidencia es una cuestión de palabras. Según

Vaz, no hay desacuerdo sobre los hechos establecidos sobre el grabador; digamos que

no hay desacuerdo sobre lo que el grabador hace para ser llamado tal. La cuestión es,

entonces determinar si un grabador es un artista; o dicho de otra manera: se trata de ver

si podemos llamar “artista” a alguien que se dedica al grabado [Vaz Ferreira, LV, 75].

Así, la última cuestión es una cuestión de palabras, mientras que la primera es una

cuestión de hechos. ¿Cómo podemos entender esa diferencia? La hipótesis es que tal

4

diferencia tiene un carácter metodológico3 . Para explicar esta hipótesis considérese los

siguientes enunciados:

i) A es grabador,

ii) A es un artista,

iii) Un grabador es un artista.

En la situación presentada por Vaz la interpretación sugerida es la siguiente: dado que

(i) no está en disputa; intentare mostrar que la razón de su acuerdo explica el desacuerdo

con respecto a (iii), cuyo origen es un desacuerdo sobre (ii).

En la discusión que Vaz trae como ejemplo, el enunciado “a es un grabador” no está en

discusión, puesto que ambas partes están de acuerdo acerca de cuál es la tarea del

grabador y cómo la realiza [íbid.]. Contrastemos (i) con (ii), ambas tienen la misma

“forma verbal”, sin embargo el ejemplo sugiere que éste es el problema: parece que a

pesar de que tenemos a un a grabador, no podemos decir que a sea artista; y esto se

debe a una diferencia importante: una misma forma verbal puede ser discutida como

una CH o como una CP; Vaz dice al respecto:

Podemos discutir “si Pedro es bueno”, porque ignoramos lo que siente Pedro o lo que hace;

podemos discutir “si Pedro es bueno”, sabiendo cómo siente y cómo obra Pedro, pero no

sabiendo si esa clase de actos o de sentimientos deben o no calificarse de buenos. La

formulación verbal es la misma; la naturaleza de la cuestión o de las cuestiones discutidas, es,

sin embargo, diferente. [Vaz Ferreira; LV, 81]

Tal parece que podemos discutir en torno a saber la verdad de “Pedro es bueno” en dos

escenarios distintos:

El problema: la verdad de “Pedro es bueno”.

Escenario 1

Lo ignorado: lo que siente Pedro o lo que hace.

Lo sabido: ?

Escenario 2

Lo ignorado: la clase de actos o sentimientos que deben o no calificarse como “buenos”.

Lo sabido: cómo siente y cómo obra Pedro.

Al comparar los dos escenarios, vemos que en el segundo nuestro problema es

fundamentalmente lingüístico, se trata de una CP. Nuestra ignorancia con respecto a las

3 Esta manera de presentar la distinción se la debo a José Seoane.

5

condiciones de aplicación de un predicado como “x es bueno” nos impide calificar los

hechos conocidos como “buenos” (o “no buenos”). Así, si superamos nuestro problema

lingüístico, podríamos calificar los hechos como determinando si “Pedro es bueno” es

un enunciado verdadero o no.

Por otro lado, en el segundo escenario, Vaz sólo nos dice que podemos discutir

ignorando lo que Pedro hace o siente; pero Vaz no aclara qué es lo que sí se sabe, si se

sabe algo. Dado que la intención de Vaz es poner de relieve la distinción entre CH y CP,

parece razonable pensar que se trata de una CH. No podemos determinar si Pedro es o

no es bueno en ausencia de los hechos sobre Pedro; pero si nuestra cuestión es, entonces

de hechos, podemos decir que los aspectos lingüísticos no son un problema. Sin

embargo, de nada nos sirve saber cómo calificar los hechos si no contamos con los

mismos. Digamos que sea lo que sea que se dé por sabido, con parece tratarse de una

cuestión lingüística.

Interpretemos lo dicho del siguiente modo: el primer escenario es una CH porque no

tenemos un problema semántico; mientras que sí lo tenemos en el segundo escenario,

razón por la cual el contexto es una CP. Digamos que aquí, “no tener un problema

semántico” sería equiparable a poseer una suerte de definición por medio de la cual

calificamos los hechos. Aclaremos un poco más esto. El problema de saber si Pedro es

bueno o no, parece ser el problema de saber si un determinado predicado, “x es bueno”,

es susceptible de ser aplicado o no a Pedro. Uno podría pensar que para poder aplicar

correctamente un predicado, deberíamos contar con una comprensión del mismo. Esa

comprensión podría estar dada en posesión de una definición de ese predicado.

Supongamos que sabemos cómo siente y cómo obra Pedro (estos serían los hechos

sobre Pedro). Pero además (y a diferencia del escenario 2), contamos con una

definición del predicado “x es bueno”; entonces, tal parece, que podríamos dirimir la

cuestión de si a Pedro se le puede aplicar tal predicado. Digamos que en tal contexto

sabemos qué clase de actos o sentimientos deben o no calificarse como “buenos”;

sabiendo esto, podemos resolver el debate.

Si esto es así, que una cuestión sea de hechos es algo que depende de si estamos en

posesión de una suerte de definición de los predicados relevantes. Si entendemos, o hay

acuerdo sobre el predicado “x es bueno”, entonces la cuestión en torno a su aplicación a

Pedro recae en tener a mano los hechos relevantes sobre Pedro. Se trata pues, de una

CH. Ahora bien, si se da el caso de que tenemos todos los hechos sobre Pedro a

disposición; pero no contamos con la definición del predicado, entonces no podremos

resolver la cuestión citando hechos dado que no sabríamos cómo “calificarlos” —i.e. no

sabríamos cómo aplicar el predicado. En este contexto tenemos una CP.

No obstante, esta forma de entender las cosas tiene que explicar qué ocurre con lo

sabido en el escenario 1. ¿Por qué pensar que se trata de una CH debido a que se sabe

cómo aplicar el predicado? Nótese que si en el escenario 1 el problema es la ignorancia

de los hechos, no hay una CP involucrada. ¿Eso quiere decir que se sabe la definición

de los predicados involucrados en el debate? No necesariamente; puede que ipso facto

6

no se tenga un conocimiento tal, pero eso tampoco constituye un problema para el

debate, puesto que la cuestión en juego es una cuestión de hechos. El punto es que

cuando no está en disputa la definición de un predicado, se trata de una cuestión de

hechos. Nótese que Vaz entiende que lo primero en un debate sea ponerse de acuerdo

sobre cuáles son los hechos; ellos tienen cierta prioridad en el planteo de Vaz; en sus

ejemplos, el problema siempre es de palabras, uno podría decir que las CP se

manifiestan cuando los hechos no están en disputa. Si aún teniendo este acuerdo la

disputa persiste, entonces la cuestión es de palabras. Caso contrario el debate tendería

hacia una resolución.

En este sentido es que podemos identificar las CP con la disputa de una definición, y las

CH como un “acuerdo tácito” respecto a la definición de algún predicado.

Dado que este análisis relaciona las CP con cuestión de aplicación de un predicado, es

necesario (antes de trabajar con ejemplos) dar algunas notas sobre una posible estructura

de la definición de tales predicados. Para explicar esto volvamos al escenario 2. Allí, lo

sabido refiere a los hechos sobre Pedro, más exactamente, cómo siente y cómo obra

Pedro. Así, “Pedro está encolerizado” o “Pedro es honesto” son enunciados que podrían

ejemplificar hechos sobre Pedro; por otro lado, los predicados “x siente cólera” o “x es

honesto” son predicados “conductuales” sólo satisfacibles cuando se aplican a personas

(Pedro en este caso). Podemos decir en este sentido, que se trata de predicados de

primer orden. Pero si retomamos lo no sabido del escenario 2, vemos que el problema

es que no sabemos cómo conectar esos predicados de primer orden (los hechos) con el

predicado “x es bueno”; en otras palabras: el problema semántico consiste en la disputa

sobre cómo los predicados de primer orden (conductuales) pueden definir el predicado

“x es bueno”. Desde una sensibilidad lógica, diríamos que “x es bueno” es un predicado

de segundo orden4. Así, estos predicados se definen por medio de predicados de primer

orden (cuya aplicación a Pedro no está en disputa). Entonces, si los predicados de

primer orden caracterizar el modo de representar “hechos”, se entiende que la aplicación

de “x es bueno” al individuo Pedro sea una CP, ya que para que los hechos sean

probatorios o tengan un rol argumental debemos acordar sobre cuál es la relación

(definición mediante) de los predicados de primer orden con los de segundo orden.

El problema es que no podemos definir un predicado de segundo orden como “x es

bueno” por medio de individuos, sino por predicados de primer orden. Tener en cuenta

esta diferencia metodológica nos previene de confundir CH con CP. Podemos

replantearlo del siguiente modo: cuando los predicados en cuestión sean de primer

orden, la cuestión es de hechos; cundo los predicados en cuestión sean de segundo

orden, se trata de una cuestión de palabras.

Teniendo presente la idea de que la distinción entre hechos y palabras está vinculada

con la definición de predicados, podemos volver estas consideraciones a (i) y (ii).

Podríamos decir que (i) no está en disputa porque se sabe qué hace un grabador; en otras

4 Se trata de predicados de segundo orden en el sentido de más general o abstracto que los predicados de

primer orden. Caorsi trata esta cuestión de un modo análogo en [Caorsi; 2008, 20-1] y [Caorsi; 1996, 41].

7

palabras: sabemos lo que hace a, y sabemos que lo que a hace es lo que hace un

grabador (es una CH). Pero esto último no se da para (ii), no se sabe (o no hay acuerdo)

sobre qué hechos hacen de alguien un artista, (ii) en una CP. Para darnos una mejor idea

de esto, indaguemos un poco más sobre qué hace a (i) una CH; a la luz de esto

podremos entender mejor qué ocurre con (iii).

Decíamos que (i) no estaba en disputa, que se trata de un hecho. Así, si se está de

acuerdo en que a dibuja sobre una superficie rígida (matriz), dejando una huella que

habiéndola llenado de tinta puede ser transferida -mediante impresión- a otra superficie,

entonces se está de acuerdo en que a es un grabador. De esta manera, podemos decir

que “ser grabador” es un predicado que atribuimos a a en virtud de que éste satisface

determinados predicados, como “x dibuja sobre una superficie rígida”. Podríamos decir

que a alguien que ejerce algunas de las técnicas del grabado (en relieve, en hueco, etc.)

puede ser llamado “grabador”. Sinteticemos este punto del siguiente modo: definiendo

“x es grabador” como una serie de predicados que x satisface referidos a las técnicas del

grabado. Para simplificar, digamos que si tomamos los métodos de grabado en relieve o

hueco, entonces

DF. “x es grabador” syss “x dibuja sobre relieve” ó “x dibuja sobre hueco”,

es una definición de “grabador”. Lo que no está en duda respecto de a es que satisface la

disyunción; y ésta disyunción define “grabador”. Así, que a sea grabador es un hecho

porque se está de acuerdo en que a satisface la disyunción; Vaz dice acerca de los

hechos en torno al grabador:

Por ejemplo: el que sostiene que el grabador es artista, y el que sostiene que el grabador no es

artista. ¿Difieren sobre lo que hace el grabador? Indudablemente, no. Los dos admiten lo mismo

sobre cómo trabaja el grabador, sobre qué hace y cómo lo hace: totalmente lo mismo. Y ni

siquiera discrepan (supongámoslo) sobre el mérito que hay en hacerlo. ¿En qué difieren? En

saber si al que hace eso, se le debe o no llamar “artista”. Esto dependerá de la significación que

se dé a la palabra artista; es una cuestión de palabras: puramente de palabras. [Vaz Ferreira; LV,

77. Énfasis añadido]

El primer énfasis sugiere que ambas partes comparten qué es lo que hace que llamemos

“grabador” a alguien, puesto que se sabe qué hace y cómo lo hace. En otras palabras, se

está de acuerdo respecto a los hechos y la definición; “a es grabador” no está en duda

porque hay acuerdo respecto a lo que a hace (“dibuja en una matriz”, etc.), y también

respecto a quién se le llama “grabador”5. ¿Cuál es el problema con “un grabador es un

artista”? ¿En qué se diferencia esta situación de aquella en la que queríamos saber si a

es un grabador?

Empecemos por lo segundo. El enunciado “un grabador es un artista” introduce un

elemento nuevo: el predicado “x es artista”. Para entender su papel, supongamos que

hay acuerdo acerca de la definición de “x es artista”; esto implica (según la

5 Piénsese que el problema del escenario 1 se solucionaba si tuviéramos conocimiento semántico acerca

del predicado “x es bueno”.

8

interpretación propuesta) que la definición nos vincula el predicado “x es artista” con

predicados acerca de lo que x hace y cómo lo hace; éstos serían los “hechos” sobre x

que lo “definen” como artista. Llegado este momento, podemos “comparar” los hechos

para verificar si lo que hace un grabador también lo hace un artista.

Así, acordando sobre qué hace un grabador y qué hace un artista, podemos verificar

(porque apelamos a hechos) si a es un artista haciendo lo que hace un grabador. El

problema entonces es que no se está de acuerdo respecto al predicado “x es artista”; de

nada nos sirven los hechos sobre un a que es grabador, si no estamos de acuerdo acerca

de cómo y qué hace un artista. Cuando haya acuerdo respecto de “x es artista”, habrá

acuerdo sobre si el grabador lo es también. En definitiva, es una cuestión de palabras

(se trata del predicado artístico), irresoluble en tanto se piense como una cuestión de

hechos; la futilidad del debate se debe a la falta de esta distinción, cuyo valor es, de este

modo, metodológico.

A modo de resumen, las CP se caracterizan por la falta de entendimiento común

respecto de un predicado; pero ¿cómo sabremos si estamos ante una CP? Cuando aún

estando de acuerdo respecto a los hechos, esto no es suficiente para decidir la cuestión

debatida. Así, se explica por qué (i) no está en disputa, por qué (iii) sí lo está y cuál es la

relación que esto tiene con (ii) —i.e. “a es artista”: no hay acuerdo sobre su definición.

2. La interpretación propuesta y el modelo argumental de Seoane.

La interpretación dada del ejemplo de Vaz asimila las CH con la existencia de un

acuerdo respecto a una definición (DF). En este caso la disputa se resolvería verificando

si los predicados “conductuales” son satisfechos por un a. Las CP aparecen con la falta

de acuerdo con respecto a DF.

Pero ¿cómo podemos pensar a DF en un contexto vazferreriano? En la sección anterior

se habló de DF como una definición, y en este sentido es que se trata de un fenómeno

semántico, una cuestión de palabras. Digamos que el eventual acuerdo sobre DF define

la cuestión, es decir, nos dice si estamos ante CH o CP. Nótese que si hay acuerdo sobre

DF, entonces la cuestión se reduce a los hechos; mientras que si hay acuerdo sobre DF,

entonces nuestro mayor obstáculo podría ser carecer de hechos (por lo que tornaría la

cuestión en CH), en definitiva, no sería una CP. Sin embargo (y a pesar de las varias

maneras de definir), puede que “definición” sea una expresión inocua al espíritu vaz

ferreriano; sin embargo, en la cita de la sección anterior (p. 4) Vaz habla de que una

misma “fórmula verbal” puede ser entendida como una CP o una CH. Si tomamos a DF

como una definición, lo que DF hace es definir una “fórmula verbal”, cuya explicitación

o acuerdo determina la cuestión a discutir.

En este contexto parece razonable acercar DF a la noción de concordancia lingüística

de Seoane (2008), dado que en el caso de que haya acuerdo sobre DF, podemos decir

que hay una concordancia entre el raciocinio de la discusión y un aspecto verbal (DF)

9

de la misma. De este modo podemos ver que el polo de concordancia lingüística de

Seoane coincide con el polo CH; en este sentido vemos cómo es que la concordancia

lingüística que logran las definiciones reduce la cuestión debatida a una CH. Mientras

que cuanto menos concordancia lingüística tengamos, más nos aproximamos al polo

CP. Respetando el esquema original de Seoane podríamos tener el siguiente diagrama:

CH CP

Concordancia lingüística

+ -

En este diagrama, las CP de palabra van a la par de la ausencia de concordancia

lingüística, mientras que las CH van a la par de la mayor presencia de concordancia

lingüística. Sin embargo, debemos hacer algunas aclaraciones al respecto. Cuando

Seoane (2008; p. 19) habla de la concordancia lingüística se refiere “al grado en que la

expresión lingüística de un raciocinio captura sus rasgos argumentales relevantes”; de

este modo, la ocurrencia de esquemas verbales es signo –si se quiere- de concordancia

lingüística. ¿Pero cómo se relaciona esto con las CH? Digamos que las cuestiones de

hecho surgen en ausencia de ciertas definiciones, es decir, surgen en ausencia de ciertos

esquemas verbales más o menos asumidos. Es gracias a la aparición de estos esquemas

que estamos ante una CH, y cuando no poseemos esos esquemas verbales es que

estamos ante una CP. De este modo, al tomar DF como un esquema verbal, podemos

yuxtaponer ambos diagramas.

Una vez hecha esta asociación, podemos proseguir por la noción de dificultad

evaluatoria entendida como el “grado de que supone la tarea de evaluar la corrección

argumental” (Íbid.). En la representación de Seoane, cuanto mayor es la concordancia

lingüística, menor es la dificultad evaluatoria; en la interpretación presentada, la

explicitación verbal de DF va de la mano con la dificultad de evaluar ante qué tipo de

cuestión estamos. Así, lo que evaluamos es ante qué cuestión estamos, y su dificultad

está en relación con la explicitación o acuerdo que se tenga con respecto a DF.

De todas formas, hay aún un aspecto del modelo de Seoane que no parece estar en

armonía con lo que hemos visto de Vaz. Este aspecto tiene que ver con la

argumentación; Seoane dice que la concordancia lingüística permite capturar

verbalmente los aspectos argumentalmente relevantes de un raciocinio, pero la

distinción de Vaz que hemos presentado no parece tener un carácter lógico o

argumental. El fin de tener presente la distinción entre CH y CP era evitar una discusión

fútil, no mostrar la incorrección de una determinada clase argumental. Este problema se

repite cuando pasamos a la dificultad evaluatoria, puesto que estamos hablando de

evaluar argumentos. Esta sección de Lógica Viva (y las dos que la siguen) parecen no

estar en armonía con la interpretación del espíritu de la obra que realiza Seoane. Su

10

modelo es un modelo argumental, digamos que cada punto de la recta es un tipo de

argumento; los conceptos de concordancia lingüística y dificultad evaluatoria son claves

metodológicas para capturar clases argumentales (y sus dificultades). De acuerdo con

esta idea, el plan de Lógica Viva se desarrollaría presentando ejemplos de paralogismos

en orden de concordancia lingüística, comenzando por los más fáciles y continuando

con los más complejos. Pero el capítulo de Lógica Viva bajo estudio aquí no parece

revestir esta forma; no porque no se siga el orden de complejidad en la exposición, sino

porque no parece estar hablando de argumentos.

Vaz dice algo al respecto:

La consecuencia de todo esto es muy simple: es la conveniencia de adquirir un hábito, una

costumbre: Cada vez que nos preparamos para discutir, para examinar o simplemente para

comprender una cuestión, empezar por hacernos esta pregunta: “¿Se refiere a hechos o a

palabras, total o parcialmente?”. Y, para establecerlo, procuremos —esto es lo importante— ver

qué es lo que admite cada uno de los dos bandos en materia de hechos. (Vaz Ferreira; LV, 83)

Al final de la sección anterior hablamos del carácter metodológico de la distinción de

Vaz, y esta cita parece ir en esa dirección. La distinción es útil como regla discursiva y

no parece tener un auténtico rol argumental6. Pero las cosas no son tan sencillas; en la

sección 1 se cito un pasaje (p. 2) de este capítulo de Lógica Viva donde Vaz

explícitamente habla de los paralogismos a los que estamos expuestos al ignorar la

distinción. Si hemos de hacer caso a esta afirmación, deberíamos concluir que la

distinción, además de su carácter metodológico que permite ordenar un debate, también

tiene implicancias para la corrección argumental. Exploremos este vínculo entre el

carácter metodológico de la distinción y su posible rol argumental.

3. Metodología discursiva y argumentación.

Hemos dicho que la distinción entre CH y CP es metodológica, permite ordenar la

discusión de modo tal que no se centre en cuestiones impropias. Uno podría decir que

esta es de las preocupaciones centrales de Vaz en Lógica Viva:

Paralogismos comunes; sus manifestaciones, sus causas; circunstancias que hay que tener

presentes, o hábitos mentales que conviene contraer, para evitarlos. [Vaz Ferreira; LV, 36]

El estudio de Vaz no está dedicado solamente a presentar paralogismos comunes, sino

en desentrañar su génesis; una de las claves de sus orígenes son “hábitos mentales” que

de tenerlos, nos previenen de caer en razonamientos paralogísticos. Dentro de estos

6 La idea de “regla discursiva” comparte cierto espíritu con las “recomendaciones generales” de Piacenza

[2008, 81], en el sentido de que no parece haber una teoría de la argumentación en un sentido razonable.

Sin embargo, en la sección próxima se sugiere cómo esa regla puede tener un rol argumental; algo similar

hace Piacenza con la Falsa Oposición, en tanto que el problema “argumental” de la falacia tiene origen en

un entimema con una premisa falsa (la que afirma la oposición).

11

hábitos mentales encontramos la necesidad de tener presente la distinción entre CH y

CP, sin la cual, graves inconvenientes pueden resultar:

[…] cuando las palabras tienen un cierto sentido consagrado, que responde a las definiciones

adoptadas, y, lo que es más importante todavía, a las asociaciones habituales, es preferible

tomarlas en ese sentido, y no alterarlo sin una conveniencia positiva. De hacer lo contrario,

suelen resultar inconvenientes graves. [Vaz Ferreira; LV, 83-84]

Estos pasajes sugieren que la distinción entre CH y CP, si bien su rol es ordenar un

debate, ignorarla puede conducir a inconvenientes, ¿qué inconvenientes? ¿Tienen esos

inconvenientes un aspecto relacionado con la argumentación? La cita de arriba sugiere

que en una discusión, las definiciones adoptadas con cierto “sentido consagrado” deben

conservarse o no modificarse sin un propósito conveniente para la discusión. Según la

interpretación propuesta en este trabajo, la cuestión recae sobre DF; si en una discusión

DF es modificada (en relación a un acuerdo previo), ésta modificación debe ser

explicitada mediante una definición nueva que debe ser acordada. Pero este uso

impropio de términos es definitivamente un aspecto argumental heredado del carácter

metodológico de la distinción entre CH y CP; Vaz (LV; 84) pone un ejemplo a este

respecto que no deja de tener interés.

Vaz cita un debate entre Spencer y Guyau en torno al concepto de belleza. En su

reconstrucción, Spencer defiende una idea de “sentimientos estéticos” como

desinteresados y alejados de toda utilidad vital. Guyau ataca esta idea aduciendo que

hay sentimientos estéticos (de placer y belleza) en circunstancias asociadas con la

utilidad vital (como el placer de beber agua estando sediento); sin embargo, dice Vaz, la

respuesta de Guyau sufre de una dificultad relacionada con DF. El debate entre Spencer

y Guyau en una cuestión de palabras a causa de que Guyau emplea las palabras

“belleza” y “sentimientos estéticos” en un sentido más amplio que Spencer; es decir,

Guyau transgrede la DF usual (o al menos, la presupuesta por Spencer) de estas palabras

y esto implica un problema: la confusión.

Vaz le objeta a Guyau dos cosas: (a) transgredir la DF y transformar la cuestión en una

cuestión de palabras si explicitarlo; (b) la expansión que Guyau hace de “belleza” o

“placer” no presenta ninguna ventaja teórica. El diagnóstico que propone Vaz es el

siguiente:

Por consiguiente, después de habernos cerciorado de que una cuestión es de palabras, conviene

que notemos que las cuestiones de palabras tienen alguna importancia, y que el tomar un

término en un sentido impropio, puede conducir, como en este caso a un pensador de la altura

de Guyau, a muy grandes confusiones. [Vaz Ferreira; LV, 84. Énfasis añadido]

Que el inconveniente de Guyau sea el uso impropio de un término vincula la distinción

entre CH y CP con la argumentación, puesto que el uso impropio de términos es un

aspecto relevante de los razonamientos paralogísticos. Estas observaciones van en

dirección de un uso argumental de la distinción; es decir: tener presente la distinción

como regla discursiva nos previene de cometer paralogismos, tales paralogismos pueden

generar confusiones; y esas confusiones pueden entenderse como errores argumentales.

12

La falta de acuerdo sobre DF puede generar una discusión fútil en tanto que no hay

entendimiento entre las partes, o porque conduce a errores argumentales, o porque

genera confusiones. Si la intuición defendida aquí es viable, entonces debemos ser

capaces de reconstruir el ejemplo de Vaz como si fuera un problema argumental.

Veamos con un poco de detalle esto último.

En el caso citado por Vaz tenemos a Spencer sosteniendo una tesis: la belleza es ajena

al interés o la utilidad. La postura de Guyau es que esto último es falso; para mostrar su

punto echa mano de casos donde, (a) estaríamos en presencia de los sentimientos

estéticos de belleza y placer pero, (b) esos sentimiento están relacionados con interese y

utilidades vitales. La objeción de Vaz es que Guyau no propone verdaderos contra

ejemplos; y no lo hace porque para ser considerados tales, debemos modificar la

definición de “sentimientos estéticos” presupuesta por Spencer. Así, Guyau hace un uso

extendido de “placeres estéticos” que no es explicita pero de la cual depende su contra

argumento. En definitiva, la estrategia de contrajemplo aducida por Guyau es falaz,

porque hace un uso impropio o no acordado de “sentimientos estéticos”; en tal caso

Guyau comete una confusión terminológica que tiene como resultado un paralogismo, a

la vez que torna el debate en una cuestión de palabras. En otros términos: el debate

tiene una estructura argumental que se vuelve fútil (por falaz) cuando no se tiene

presente la distinción entre CH y CP.

En resumen, la distinción entre CH y CP es metodológica y como tal, pretende ordenar

un debate; pero como advertencia metodológica, la distinción tiene implicancias

argumentales, puesto que ignorarla puede hacernos incurrir en paralogismos.

Referencias Bibliográficas.

Andreoli, M. (1996). Ensayos sobre Vaz Ferreira, FHCE.

Caorsi, C.H. (1996). A Propósito de las Trascendentalizaciones Matemáticas

Ilegítimas, en Andreoli (ed), pp. 35-46.

Caorsi, C. H. (2008). Introducción, en Vaz Ferreira (2008b), pp. 11-26.

Piacenza, E. (2008). Un Análisis de la Falsa Oposición, en Seoane (2008), pp. 69-84.

Seoane, J. (1996). Demostrando por el absurdo (observaciones sobre Vaz Ferreira), en

Andreoli (ed.) 1996, pp. 59-70.

Seoane, J. (2003). Un modelo vazferreiriano de análisis argumental, Papeles de Trabajo, FHCE,

Montevideo, Uruguay.

Seoane, J (ed.) (2008). Vaz Ferreira: en Homenaje, Universidad de la República.

Seoane, J. (2008b). Introducción a Lógica Viva, en Vaz Ferreira (2008).

Vaz Ferreira, C. (2008). Sobre Lógica, UDELAR-CSIC-BN.