Capital Social y su desarrollo conceptual

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1 Capital Social y su desarrollo conceptual Néstor González Durán. Magister (c) en Psicología Social Introducción El concepto de capital social ha sido ampliamente utilizado en el ámbito de las ciencias sociales, desde sus inicios este término ha generado controversias y ambigüedades, no obstante, ha producido un gran interés como línea de investigación. Por lo cual es posible señalar que, cada vez más investigadores de distintas disciplinas, instituciones gubernamentales, y organizaciones no gubernamentales lo recuperan en sus estudios, tratando de explicar extensivamente sus aspectos sociales y económicos. No obstante, la reflexión respecto de este término se torna necesaria, ya que no resulta sencillo establecer una definición cabal, es por esto que el presente trabajo tiene el objetivo de establecer una revisión de las líneas básicas y estructurales del cuerpo de conocimiento que existe al respecto. 1. Desarrollo conceptual de la teoría del capital social Según Woolcock y Narayan (1998) la idea de capital social inicialmente se encuentra en los textos de Lydia Hanifan de 1916, superintendente escolar de West Virginia, quien intenta explicar la importancia de la participación comunitaria en el mejoramiento de los establecimientos escolares, señalando que se trataba de aquellos elementos tangibles que cuentan en las vidas cotidianas de la gente, como la buena voluntad, el compañerismo, la empatía y las relaciones sociales entre individuos y familias que conforman una unidad social, lo cual se va acumulando en a partir del intrincado contacto como capital social, dado que posiblemente satisfaga las necesidades sociales, y a la vez entrañe un poder social suficiente para generar mejorías a las condiciones de vida de toda una comunidad. Ya en los años sesenta Jane Jacobs, académico de temas urbanos se refirió al capital social como lo que subyace a la forma en que las personas han forjado una red de vecindad, las cuales dan forma al capital social (Vargas, 2001). En los años setenta, el economista Glen Loury retoma este concepto en el contexto de su crítica a las teorías neoclásicas sobre desigualdad de ingresos basados en la raza y sus implicaciones políticas, ya que consideraba que los estudios realizados hasta el momento sólo tomaban la variable de capital humano como base explicativa, dejando de lado aspectos del contexto social (Portes, 1998, en Figueroa Huencho, 2007). Según Figueroa Huencho (2007) estos trabajos anteriores, se limitaron a emplear el mismo concepto para expresar de forma condensada la importancia de los lazos comunitarios. No fue sino muchos años después que se realizaron los primeros esfuerzos por definir y conceptualizar este término de forma más estructurada. Los investigadores fundacionales fueron Bourdieu (1980, 1986) y Coleman (1987, 1988, 1990) en el campo de la educación, y de Putnam (1993, 1994) en el campo de la ciencia política (Figueroa Huencho, 2007). Bourdieu (1980) definió el capital social como el conjunto de los recursos reales o potenciales que se vinculan con la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de interconocimiento y de interreconocimiento; o, en otros términos, con la pertenencia a un grupo, como conjunto de agentes que no están solamente dotados de propiedades comunes, susceptibles de ser percibidas por el observador, por los otros o por ellos mismos, sino que están también unidos por lazos permanentes y útiles (Figueroa Huencho, 2007) (Vargas Forrero, 2002). El sociólogo norteamericano James Coleman (1988) define el concepto de manera funcional, ya que, lo señala como una diversidad de entidades con dos elementos comunes: todas consisten en estructuras sociales y facilitan ciertas acciones de los actores (ya se trate de personas o actores

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Capital Social y su desarrollo conceptual Néstor González Durán. Magister (c) en Psicología Social

Introducción El concepto de capital social ha sido ampliamente utilizado en el ámbito de las ciencias sociales, desde sus inicios este término ha generado controversias y ambigüedades, no obstante, ha producido un gran interés como línea de investigación. Por lo cual es posible señalar que, cada vez más investigadores de distintas disciplinas, instituciones gubernamentales, y organizaciones no gubernamentales lo recuperan en sus estudios, tratando de explicar extensivamente sus aspectos sociales y económicos. No obstante, la reflexión respecto de este término se torna necesaria, ya que no resulta sencillo establecer una definición cabal, es por esto que el presente trabajo tiene el objetivo de establecer una revisión de las líneas básicas y estructurales del cuerpo de conocimiento que existe al respecto. 1. Desarrollo conceptual de la teoría del capital social Según Woolcock y Narayan (1998) la idea de capital social inicialmente se encuentra en los textos de Lydia Hanifan de 1916, superintendente escolar de West Virginia, quien intenta explicar la importancia de la participación comunitaria en el mejoramiento de los establecimientos escolares, señalando que se trataba de aquellos elementos tangibles que cuentan en las vidas cotidianas de la gente, como la buena voluntad, el compañerismo, la empatía y las relaciones sociales entre individuos y familias que conforman una unidad social, lo cual se va acumulando en a partir del intrincado contacto como capital social, dado que posiblemente satisfaga las necesidades sociales, y a la vez entrañe un poder social suficiente para generar mejorías a las condiciones de vida de toda una comunidad. Ya en los años sesenta Jane Jacobs, académico de temas urbanos se refirió al capital social como lo que subyace a la forma en que las personas han forjado una red de vecindad, las cuales dan forma al capital social (Vargas, 2001). En los años setenta, el economista Glen Loury retoma este concepto en el contexto de su crítica a las teorías neoclásicas sobre desigualdad de ingresos basados en la raza y sus implicaciones políticas, ya que consideraba que los estudios realizados hasta el momento sólo tomaban la variable de capital humano como base explicativa, dejando de lado aspectos del contexto social (Portes, 1998, en Figueroa Huencho, 2007). Según Figueroa Huencho (2007) estos trabajos anteriores, se limitaron a emplear el mismo concepto para expresar de forma condensada la importancia de los lazos comunitarios. No fue sino muchos años después que se realizaron los primeros esfuerzos por definir y conceptualizar este término de forma más estructurada. Los investigadores fundacionales fueron Bourdieu (1980, 1986) y Coleman (1987, 1988, 1990) en el campo de la educación, y de Putnam (1993, 1994) en el campo de la ciencia política (Figueroa Huencho, 2007). Bourdieu (1980) definió el capital social como el conjunto de los recursos reales o potenciales que se vinculan con la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de interconocimiento y de interreconocimiento; o, en otros términos, con la pertenencia a un grupo, como conjunto de agentes que no están solamente dotados de propiedades comunes, susceptibles de ser percibidas por el observador, por los otros o por ellos mismos, sino que están también unidos por lazos permanentes y útiles (Figueroa Huencho, 2007) (Vargas Forrero, 2002). El sociólogo norteamericano James Coleman (1988) define el concepto de manera funcional, ya que, lo señala como una diversidad de entidades con dos elementos comunes: todas consisten en estructuras sociales y facilitan ciertas acciones de los actores (ya se trate de personas o actores

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corporativos) dentro de la estructura. En este sentido el concepto de capital social identifica ciertos aspectos de la estructura social por sus funciones, donde los actores establecen relaciones intencionadamente y continúan en ellas cuando siguen proveyéndoles beneficios (Vargas Forrero, 2002) (Figueroa Huencho, 2007). Asimismo, según Figueroa Huencho (2007) Coleman identifica el capital social como un bien público en el sentido de que sus beneficios no sólo recaen en los actores involucrados en una determinada relación social sino que también son captados por otros actores, e identifica tres formas de capital social: a) la confianza existente en un ambiente social, que implica expectativas de cumplimiento de las obligaciones contraídas; b) el uso de las relaciones sociales para adquirir información; c) la existencia de normas efectivas. No obstante, es con Robert Putnam, politólogo norteamericano, donde se da el auge contemporáneo del concepto de capital social, quien lo define como aquellos rasgos de la organización social como confianza, normas y redes que pueden mejorar la eficiencia de la sociedad facilitando acciones coordinadas (Putnam, 1993, en Figueroa Huencho (2007). Además, Putnam considera que el capital social se va acumulando históricamente y de ello dependen las opciones actuales de desarrollo de una comunidad determinada, centrando su interés en el “civic engagement”, es decir, en el nivel de participación social en diferentes tipos de organizaciones, las que contribuyen al buen gobierno y al progreso económico generando normas de reciprocidad generalizada, difundiendo información sobre la reputación de otros individuos, facilitando la coordinación y la comunicación (Vargas Forrero, 2002) (Luque Pulgar, 2003) (Figueroa Huencho, 2007). Las argumentaciones esgrimidas por el autor están basadas en un estudio sobre el desempeño de los gobiernos regionales en Italia, donde señala que los gobiernos con mejor desempeño (innovadores, eficientes) se corresponden con las regiones que poseen organizaciones comunitarias más activas, donde los ciudadanos están más interesados en los asuntos públicos, en los que existen lazos de confianza, se respeta la ley, hay líderes honestos y hay redes sociales y políticas con estructuras horizontales en vez de verticales. Las regiones con un peor desempeño son las que no poseen ninguna de estas características o donde están menos desarrolladas (Luque Pulgar, 2003) (Figueroa Huencho, 2007). La definición entregada por Putnam sugiere la existencia de tres dimensiones claves para medir el capital social (Vargas Forrero, 2002) (Luque Pulgar, 2003) (Figueroa Huencho, 2007): a) Vertical vs horizontal: las relaciones se pueden desarrollar entre individuos de distinta jerarquía o entre individuos situados a un nivel jerárquico similar; b) Vínculos fuertes vs vínculos débiles: los vínculos fuertes crean mayor solidaridad entre los miembros de la red, pero los vínculos débiles permiten el acceso a un conjunto más amplio y heterogéneo de relaciones; c) Bridging vs bonding: El bridging social capital hace referencia a las relaciones entre conocidos, amigos distantes, asociaciones, u otros colectivos (en el caso de pueblos indígenas, por ejemplo). Es decir, trata de relaciones entre miembros más heterogéneos y pertenecientes a distintas comunidades; mientras que el bonding social capital son las relaciones entre miembros homogéneos, es decir, familiares y amigos muy cercanos o pertenecientes a una misma comunidad.

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A modo de resumen podemos seguir el siguiente cuadro tomado de Sánchez y Pena (2005) donde es posible recoger las perspectivas de los tres autores más importante mencionados, por lo que podemos señalar que sus definiciones delimitan el concepto de capital social como vínculo entre las esferas económicas, sociales, y políticas, al igual que todas reconocen su carácter ambivalente, ya que de dicho entramado de relaciones formales e informales entre los agentes económicos, pueden tanto mejorar la eficiencia de las actividades económicas como resultar un freno al desarrollo.

2. Perspectivas de investigación en Capital Social Según Woolcock y Narayan (1998) en la investigación sobre capital social y desarrollo económico se pueden distinguir cuatro perspectivas: la visión comunitaria, la de redes, la institucional y la sinérgica. a. La visión comunitaria Esta perspectiva identifica el capital social con organizaciones locales como clubes, asociaciones y grupos cívicos. Los comunitarios, que se interesan por la cantidad y densidad de estos grupos en una determinada comunidad, sostienen que el capital social es inherentemente bueno, que mientras más mejor y que, en consecuencia, su presencia siempre tiene un efecto positivo en el bienestar de una comunidad. De esta perspectiva, han surgido contribuciones significativas para el análisis de la pobreza, pues han destacado el apoyo decisivo que representan los lazos sociales para el pobre que intenta hacer frente al riesgo y la vulnerabilidad (Woolcock & Narayan, 1998). No obstante, no toma en cuenta sus desventajas, dado que presume que las comunidades son entidades homogéneas que incluyen y benefician a todos sus miembros de manera automática. Sin embargo, la amplia bibliografía sobre inequidad de castas, exclusión étnica y discriminación de género, todas funestas situaciones que a menudo generan y perpetran las presiones que ejercen distintos sectores de una comunidad, indica lo contrario (Narayan y Shah, 1999, en Woolcock y Narayan, 1998). b. La visión de redes Esta perspectiva da cuenta de la importancia que tienen tanto las asociaciones verticales de personas como aquellas horizontales y, por otra, las relaciones que se dan dentro y entre entidades organizacionales como los grupos comunitarios y las empresas (Woolcock & Narayan, 1998). A partir del trabajo de Granovetter (1973, en Woolcock y Narayan, 1998), este enfoque reconoce que los fuertes lazos intracomunitarios otorgan a la familia y la comunidad un sentido de identidad así como un propósito común. Sin embargo, también pone énfasis en que, de no contar con cierto nivel de lazos inter-comunitarios, tales como los que traspasan divisiones religiosas, étnicas, de clase, género y estatus socioeconómico, aquellos fuertes lazos horizontales pueden prestarse para la satisfacción de intereses sectarios o personales. Es posible observar que en esta perspectiva se postula que el capital social es una espada de doble filo pues puede ofrecer a los miembros de una comunidad una gran variedad de servicios muy valiosos, desde el cuidado de niños y casas hasta recomendaciones para puestos de trabajo y préstamos pecuniarios de emergencia. Sin embargo, también implica costos ya que esos mismos lazos pueden plantearles exigencias no-económicas

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considerables y de repercusiones económicas negativas a los miembros de una comunidad, dado el sentido de obligación y compromiso que generan dichos lazos. Las lealtades al grupo pueden ser tan fuertes que terminen negando a los miembros del grupo información sobre oportunidades de empleo, promoviendo un clima de ridiculización ante esfuerzos por estudiar o trabajar más que lo común o desviando activos conseguidos con esfuerzo (por ejemplo, para ayudar a inmigrantes recién llegados desde los países de origen de los miembros del grupo). c. La visión institucional La tercera visión sostiene las redes comunitarias y la sociedad civil son el resultado de su contexto político, legal e institucional, a diferencia de las posiciones comunitarias y de redes, que tratan al capital social como una variable independiente que da lugar a diversos resultados, tanto buenos como malos, la visión institucional lo ve como una variable dependiente, dado que sostiene que la capacidad de los grupos sociales de movilizarse por intereses colectivos depende precisamente de la calidad de las instituciones formales con las cuales funcionan (North, 1990, en Woolcock y Narayan, 1998). Esta perspectiva además destaca que el desempeño de los estados y las empresas depende de su coherencia interna, su credibilidad y competencia, como también de su transparencia y responsabilidad ante la sociedad civil. La investigación desde esta perspectiva presenta dos variantes y ambas han arrojado resultados cuyo carácter complementario resulta sorprendente. La primera variante, descrita en el trabajo de Skocpol (1995 y 1996), abarca estudios de caso realizados con una metodología histórico-comparativa y afirma que es un error sostener que las empresas y comunidades florecen en la medida en que los gobiernos pierden protagonismo. Por el contrario, demuestra Skocpol, la sociedad civil crece y se fortalece en la medida en que el estado la aliente de manera activa (Woolcock & Narayan, 1998). La segunda variante, cada vez más influyente, se funda en estudios nacionales cuantitativos de los efectos del desempeño gubernamental y las divisiones sociales en el desempeño económico. Este enfoque es liderado por Knack y Keefer (1995, 1997 y 1999), quien equipara el capital social con la calidad de las instituciones políticas, legales y económicas de una sociedad, sobre la base de diversos índices de calidad institucional recopilados por organismos inversionistas y grupos de derechos humanos, estos estudios muestran que ítems como “confianza generalizada”, “imperio de la ley” y “cualidades burocráticas” se asocian de manera positiva con el crecimiento económico, concluyendo que el capital social reduce las tasas de pobreza y mejora, o al menos no empeora, la desigualdad de ingresos (Woolcock & Narayan, 1998). d. La visión sinérgica Según Woolcock y Narayan (1998) algunos académicos han propuesto recientemente lo que podría considerarse una perspectiva sinérgica, que intenta integrar el trabajo proveniente de los ámbitos institucionales y de redes, cuyo cuerpo de investigación más influyente fue publicado en un número especial de la revista World Development (1996), en la que sus contribuyentes examinan casos de Brasil, India, México, la República de Corea y Rusia, buscando las condiciones que estimulan sinergias de desarrollo: alianzas profesionales dinámicas y relaciones entre y dentro de burocracias estatales y diversos actores de la sociedad civil. Woolcock y Narayan (1998) señalan que estos estudios arrojan tres grandes conclusiones: 1. Ni el estado ni las sociedades son inherentemente buenos ni malos; el impacto que producen

los gobiernos, empresas y grupos cívicos en el cumplimiento de los objetivos colectivos es variable.

2. Los estados, las empresas y las comunidades, por sí solas, no poseen los recursos necesarios para promover un desarrollo sostenible y de amplio alcance; se requieren complementariedades y asociaciones entre diferentes sectores y dentro de ellos. En

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consecuencia, identificar las condiciones en las cuales emergen estas sinergias es una tarea central de la investigación y práctica del desarrollo.

3. De estos distintos sectores, el papel del estado en cuanto a facilitar resultados positivos de desarrollo es el más importante y problemático. Ello se debe a que el estado no sólo es el proveedor último de los bienes públicos (una divisa estable, salud pública y educación para todos) y el árbitro final y responsable del estado de derecho (derechos de propiedad, procedimiento debido, libertad de expresión y asociación), sino que también es el actor en mejores condiciones de facilitar alianzas duraderas más allá de las divisiones de clase, etnicidad, raza, género, adhesiones políticas y religión. A las comunidades y al sector empresarial también les cabe un importante papel en la creación de las condiciones que permiten, reconocen y premian un buen gobierno.

Un resumen de los elementos clave de las cuatro perspectivas respecto del capital social y el desarrollo con sus correspondientes prescripciones políticas se presenta en el siguiente cuadro, en la que se explicitan las diferencias entre las perspectivas, lo que consiste fundamentalmente en la unidad de análisis, en el tratamiento del capital social como variable independiente, dependiente o mediadora así como en la medida en que incorporan o no una teoría del estado. Los trabajos más amplios e influyentes han surgido de las perspectivas de redes e institucionales y los enfoques más recientes buscan una síntesis de estos componentes (Woolcock & Narayan, 1998).

3. Dimensiones del capital social: Bonding, bridging y linking social capital Dentro de la amplia literatura existente sobre capital social podemos encontrar algunos autores que se refieren a las dimensiones del capital social en términos relacionales y que consideran el tipo e intensidad de los vínculos existentes entre las personas y su influencia en la generación de capital social. Es Putnam (1993, en Figueroa Huencho, 2007) quien difunde esta idea de dimensionalidad, considerando que los actores económicos no actúan como átomos aislados sino que sus interacciones económicas estaban embedded (incrustadas, enraizadas, inmersas) en las relaciones, redes y estructuras sociales. Y en su trabajo Granovetter (1973, en Figueroa Huencho, 2007) introduce la idea de la fuerza de los lazos débiles (The strength of weak ties) para referirse al poder que las relaciones de tipo indirectas (fuera del círculo inmediato de familia, de amigos cercanos o de la propia comunidad) tienen en la búsqueda y obtención de empleo, en este sentido, señala que nociones sobre la "fuerza" de un vínculo interpersonal se definen como una combinación (probablemente lineal) del tiempo, la intensidad emocional, la intimidad (confianza mutua) y los servicios recíprocos que caracterizan a dicho vínculo. Cada uno de estos aspectos es independiente del otro, aunque el conjunto esté altamente intracorrelacionado. Señalando que los lazos que se dan con mayor intensidad y frecuencia, no bastan para generar beneficios sino que es necesario invertir esfuerzos en generar también lazos débiles, menos intensos y frecuentes, pero que en determinadas ocasiones son los que permiten acceder a entornos más remotos y compartir información y conocimientos que, de otra forma, no serían accesibles a los individuos o grupos. En ese sentido,

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la incorporación de la idea de embededdness, estaba referida a que: a) todas las formas de intercambio económico estaban enraizadas en relaciones sociales; b) el proceso de enraizamiento se producía empíricamente de distintas formas: como lazos sociales, como prácticas culturales, como estructuras políticas, los que tenían distintos efectos en la formación de oportunidades y constricciones a las que las comunidades se enfrentaban); c) los beneficios que se obtenían de este proceso de enraizamiento en una comunidad concreta iban siempre acompañados de costes que luego podían ser beneficios y viceversa (Garrido y Moyano, 2002, en Figueroa Huencho, 2007). No obstante, se ha observado que la idea de embededdnes no resultaba suficiente para analizar las complejidades del capital social, por lo que r que era necesario complementar esta dimensión con la de “autonomy” (autonomía), que hace alusión al grado en que los miembros de una comunidad tienen autonomía para acceder a grupos o áreas de interés situados fuera de su propio grupo de pertenencia. De esta forma, para convertir el capital social en un factor positivo del desarrollo sería necesario que las relaciones sociales entre sus miembros estuvieran impregnadas de esas dos dimensiones: embededdness (enraizamiento en la propia comunidad) y autonomy (capacidad de los individuos para relacionarse con grupos más amplios) (Garrido y Moyano, 2002, en Figueroa Huencho, 2007). Michael Woolcock (1998) introdujo la idea de embededdness y autonomy, aduciendo que el capital social podía presentarse en la práctica de diversas formas según se combinaran sus dos dimensiones en los niveles micro y macro, concluyendo que las dimensiones propuestas deben ser ampliadas sustituyéndolas por otras más amplias. Lo que hace el autor es en los niveles micro ampliar la dimensión de embededdness y sustituirla por la noción de integration (integración) que incluye también las relaciones con otros miembros de la comunidad. En la dimensión de autonomy (autonomía), que refiere a la participación de los individuos en redes extracomunitarias, es sustituida por la de linkage (conexión). De esta manera, en los niveles macro, la dimensión de embededdness es sustituida por la de institutional sinergy (sinergia institucional), que incluye la noción de cooperación público-privada. La dimensión de autonomy es ampliada y sustituida por la de organizational eficiency (eficiencia organizacional). Siguiendo a Figueroa Huencho (2007) podemos observar la siguiente figura que reúne una síntesis entre las dimensiones señaladas por Woolcock y los niveles de estudio que definen capital social:

Según Figueroa Huencho (2007), el Banco Mundial sobre la base del modelo de Woolcock (1998) y de Robert Putnam (1993), identificó tres magnitudes básicas que influyen en el desarrollo de las comunidades sobre la base de su capital social, reemplazando el concepto de embeddedness por el de “Bonding social capital”, el de autonomy por el de “Bridging social capital”, e introduciendo una nueva dimensión identificada como “Linking social capital”. Para el Banco Mundial, bridging social capital se refiere a las relaciones entre conocidos, amigos distantes, asociaciones, miembros de comunidades distintas, es decir, las relaciones establecidas

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entre los miembros más heterogéneos y pertenecientes a distintas comunidades. Mientras que bonding social capital define las relaciones entre miembros más homogéneos, familiares, amigos muy cercanos, miembros de una misma comunidad. Y por último, linking social capital que constituye la capacidad para apalancar recursos, ideas e informaciones desde las instituciones formales, principalmente las del Estado, reconociendo así el papel que le cabe a éste en los procesos de desarrollo del capital social (Figueroa Huencho, 2007). Consideramos que esta síntesis realizada por el Banco Mundial permite identificar las complejidades del capital social, especialmente en el momento de ubicarlo en un contexto determinado. Por otra parte, estas dimensiones influyen claramente en las posibilidades de desarrollo de una comunidad al incluir todas las posibilidades de interacciones, ya sea entre sus propios miembros, entre estos y otros grupos, o entre éstos y otras organizaciones de distinto nivel jerárquico. Una aproximación multidimensional sugeriría que las diferentes combinaciones de estos tipos de lazos producen diferentes resultados, según se presenten en un determinado contexto o situación. En este sentido Figueroa Huencho (2007) presenta la siguiente figura que ejemplifica las dimensiones de bonding, bridging y linking social capital que podrían darse en una comunidad:

4. Potencialidades y limitaciones del concepto de capital social Si bien las primeras aproximaciones al concepto de capital social, como objeto de estudio definido, se encuentran en Bourdieu quien lo desprende del uso de de su concepto de habitus, donde plantea que señala que las prácticas sociales son construcciones sociales que pueden ser reguladas por los individuos, generando determinados códigos de preferencias y estímulos a la acción. Dicha acción repetida, socializada y compartida construye ámbitos de acción aceptados como válidos, por medio de los cuales los individuos reconstruyen su espacio cultural y social (Bourdieu, 1979, en Serrano, 2002). Buordieu al igual que otros autores, tomaron el concepto, al nombrar como capital los activos sociales y culturales que poseen las personas, les asigna un contenido económico: es trabajo, pues implica tiempo e inversión personal, puede ser acumulado y produce beneficios (Serrano, 2002). No obstante, Serrano (2002) señala que el desarrollo teórico asociado a éste concepto de presenta considerables ambigüedades y contradicciones, ya que puede ser definido desde sus funciones (desde el para qué sirve), o por sus condicionantes (el qué se requiere para que se desarrolle). Por lo que esta amplia gama de discrepancias, no obstante, consigna importantes puntos de acuerdo entre los autores: a) el capital social es un intangible, y por ello resulta difícil de medir; b) tiene en consideración aspectos subjetivos, valóricos y culturales, tales como las expectativas, creencias y valores respecto al otro y a las posibilidades de actuar en común; c) se asocia a los conceptos de confianza, reciprocidad y cooperación; d) supone la noción de recursos o activos que permiten ampliar las oportunidades; e) se encuentra enmarcado por un conjunto de reglas formales o informales, que de ser internalizadas y repetidas, se convierten en formas variadas de institucionalidad; f) genera beneficios individuales y sociales; g) constituye un bien público, en el sentido de que no es propiedad de nadie en particular y que nadie puede llevárselo o manipularlo a

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voluntad; h) a diferencia de las otras formas conocidas de capital, su uso reiterado no contribuye a menguarlo o extinguirlo, sino a acrecentarlo: la reiteración de la experiencia produce más confianza y ésta, a su vez, mayores intercambios y beneficios.

Por lo que a partir de esta discusión, es posible aventurar una definición que reúna de manera más explícita las relaciones sociales y la generación de activos. Es decir, el capital social sería aquello que se genera en relaciones de proximidad y horizontalidad, y que serían emanados de relaciones sociales basadas en la confianza, la cooperación y la reciprocidad, beneficiando directamente a los participantes, a la comunidad y a la sociedad en su conjunto, y que puede organizarse en tres tipos: - Económicos y materiales, los que permiten acceso a mejores niveles de bienestar; - Sociales y culturales, los que generan beneficios en el ámbito de la integración social; y - Políticos y cívicos, los que colaboran a alcanzar mayores de cuotas de poder e influencia

social.

5. Los beneficios que derivan del capital social Según Claudia Serrano (2002) se le atribuye al capital social tres resultados beneficiosos: - Primero, mejora el posicionamiento y las posibilidades y acceso a recursos de diferente tipo

para cada uno de los individuos que participan de relaciones sociales, lo que permitirá actuar en relación con la posición que ocupan al interior de la estructura social.

- Segundo, el capital social tendría el papel de pegamento, ya que actuaría como base social y cultural de los intercambios económicos, permitiendo que las personas emprendan proyectos comunes sobre la base de normas compartidas y expectativas no defraudadas respecto del comportamiento del otro.

- Tercero, el capital social favorecería virtudes cívicas, estimulando los intereses por los asuntos públicos. Para Fukuyama el capital social produce una sociedad densa necesaria para una democracia liberal, dado que la sociedad civil sirve para balancear el poder del Estado (Fukuyama, 2001, en Serrano, 2002).

Serrano (2002) señala que, no obstante, las bondades asociadas al concepto de capital social, existe también una lectura menos favorable sobre el rol de éste, referido a que en situaciones de crisis no necesariamente se activa la solidaridad, sino que también ella puede deteriorarse. Además, señala que la pobreza no sólo genera cooperación, sino además, es causa de desconfianza, conflicto, temor, inseguridad y aislamiento, por lo que incontables grupos humanos que comparten su existencia en territorios de proximidad no logran armar redes de cooperación.

Por lo que estos beneficios, más el papel del factor cívico y político serían ejes centrales, debido a que la generación de capital social no es un resultado fácil y automático, por sobretodo en un contexto social donde imperan las leyes de mercado, que entregan preferencias y estimulan la competencia y no la solidaridad. Es por esto, que el aumento de las desigualdades se encuentra en directa relación con la erosión de las identidades culturales, la confianza y, por supuesto, el capital social (Serrano, 2002).

A tal punto son las críticas al concepto de capital social, que los más radicales señalan que el léxico “bonachón” del capital social induce a ignorar los conflictos estructurales que están a la base de los conflictos sociales, ya que proceden desde una óptica reduccionista en la cual se presenta con un leguaje no amenazante de confianza, redes, reciprocidad y asociaciones, dejando fuera nociones claves más ligadas al conflicto, tales como poder, clase, género o etnia (Mohan y Stokke, 2000, en Serrano, 2002).

A partir de Serrano (2002) los beneficios pueden ser explicitados en el siguiente cuadro:

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TIPO DE ACTIVOS O BENEFICIOS INDIVIDUALES COMUNITARIOS SOCIETALES

Bienestar Beneficios económicos y materiales

• Acceso a información útil en el plano laboral.

• Acceso a activos económicos (vivienda, equipamiento, ámbito).

• Préstamos informales de dinero o sistemas informales de crédito.

• Acceso a iniciativas productivas colectivas.

• Intercambio de bienes y enseres.

• Incremento del desarrollo económico-social de la comunidad consecuencia de nuevos emprendimientos colectivos.

• Desarrollo de proyectos comunitarios. • Mayor sustentabilidad de los

proyectos. • Mayor atracción de recursos

económicos y materiales.

• Incremento de los intercambios y emprendimientos.

• Contribución al desarrollo económico.

• Generación clusters productivos.

Integración social Beneficios sociales y culturales

• Reconocimiento y aceptación social. • Desarrollo personal. • Ampliación del mundo de referencia. • Conocimiento e información. • Sentimientos de utilidad y valoración

personal. • •Adquisición y realización de

destrezas y aptitudes.

• Fortalecimiento de la vida social y comunitaria.

• Acceso a servicios colectivos. • Mayor cohesión grupal. • Fortalecimiento de la identidad

comunitaria.

• Mejoramiento de la calidad de los vínculos sociales.

• Estímulo a la creatividad y emprendimientos sociales.

• Protección frente a riesgos de fractura social.

• Instalación de sentimientos de respeto y solidaridad.

Poder e influencia social Beneficios políticos y cívicos

• Oportunidades de opinar e influir. • Ejercicio del derecho a petición y

reclamo. • Derecho y ejercicio de voz pública. • Disposición a participar en iniciativas

de interés público.

• Mayor capacidad de coordinación de diferentes agentes.

• Mayor capacidad de diálogo, negociación y de generar acuerdos.

• Mayor interacción con el aparato público y con otros agentes.

• Mejoramiento de la capacidad de propuesta e intervención.

• Impulso a virtudes cívicas. • Fortalecimiento de la ciudadanía

activa. • Mejor relación entre la ciudadanía

y el aparato público. • Fortalecimiento de la capacidad de

control ciudadano de la acción del Estado.

• Mejor coordinación público-privado.

6. La medición del capital social Woolcock y Narayan (1998) señalan que estudios recientes que han intentado cuantificar el capital social así como su contribución al desarrollo económico requirieron contar con una mayor investigación comparativa, en la que midieran variaciones dentro y entre países respecto de la disminución de la pobreza, el desempeño gubernamental, los conflictos étnicos y el crecimiento económico, con el objetivo de obtener medidas más precisas del concepto. Concluyendo que lograr una medida única y veraz del capital social es una tarea probablemente imposible, debido a varias razones: en primer lugar, las definiciones más completas del concepto son multidimensionales, debido a que incorporan diferentes niveles y unidades de análisis; en segundo lugar, la naturaleza y las formas del capital social cambian con el tiempo en la medida en que varía el equilibrio entre organizaciones informales e instituciones formales; y por último, puesto que, al comienzo de la investigación en este campo, nunca se diseñaron estudios de largo plazo y multinacionales para medir este capital, los investigadores contemporáneos han debido recopilar índices de un abanico de ítems aproximados (medidas de confianza, confianza en los gobiernos, tendencias electorales, movilidad social, entre otros). No obstante a lo anterior, los autores señalan que existen varios estudios excelentes que han identificado medidas útiles del capital social o elementos representativos del mismo, y una medida es la membrecía en asociaciones y redes formales e informales. Por ejemplo, en los países en desarrollo en general y en particular en las zonas rurales, las medidas posibles que permiten captar las transacciones informales son los festivales comunitarios, eventos deportivos y otros métodos tradicionales que promueven la interacción social, transformándose en indicadores muy importantes de las existencias subyacentes de capital social (Woolcock & Narayan, 1998). Woolcock y Narayan (1998) citan un estudio de 1.400 hogares en 87 aldeas de Tanzania, realizado por Narayan (1997), y Narayan y Pritchett (1999), en el cual diseñaron un índice de capital social a nivel de hogar y de comunidad, el cual incluía la densidad y las características de grupos y redes formales e informales. Entre los componentes de este índice se contaban el funcionamiento del grupo, las contribuciones financieras y en especies al grupo, la participación en la toma de decisiones y la heterogeneidad de la membrecía. También se elaboró una serie de otras medidas sobre la base de la confianza interpersonal y los cambios en el tiempo. Estas medidas demostraron que el capital social era tanto social como capital pues genera ganancias que superaban aquellas provenientes del capital humano.

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En Estados Unidos, se realizan varios estudios nuevos sobre el compromiso cívico además de la información ya recopilada de los estudios de preferencias de los consumidores y cambios en el estilo de vida. La comisión Nacional para la Filantropía y la Renovación Cívica (1998), por ejemplo, ha diseñado un Índice Nacional del Compromiso Cívico sobre la base de una muestra de 1.000 encuestados. Este índice incluye cinco dimensiones: el clima para las donaciones, el compromiso de la comunidad, la actividad caritativa, el espíritu de voluntariado y la ciudadanía activa. El Seminario Saguaro organizado por Robert Putnam pronto lanzará el Parámetro de Comunidad con Capital Social, un estudio del capital social en Estados Unidos (Putnam, 2000, en Woolcock y Narayan (1998). Varshney (2000, en Woolcock y Narayan (1998) analiza los orígenes y determinantes de las revueltas entre hindúes y musulmanes en India, centrándose en el papel que desempeñan las redes intercomunitarias, en ciudades en que los hindúes y musulmanes tienen poca interacción, demostrando que el conflicto comunitario latente cuenta con pocos canales de resolución pacífica y, a menudo, estalla en violencia; y que por el contrario, en ciudades en que la adhesión a asociaciones es mixta y las interacciones cotidianas entre estos grupos son frecuentes, el conflicto se anticipa y disipa. Dicha investigación demostró que la diversidad puede ser una fortaleza allí donde los lazos sociales se extienden más allá de los límites comunitarios, y para evaluar el capital social a nivel comunitario. Onyx y Bullen (2000) en un estudio elaboraron un cuestionario para el estado de New South Wales, en Australia, aislando ocho factores que por definición constituían el capital social de un individuo: participación en la comunidad local, acción proactiva en un contexto social, sentimientos de confianza y seguridad, contacto con vecinos, contacto con la familia y amigos, tolerancia ante la diversidad, valoración de la vida y contactos laborales. Al momento de centrarse en el puntaje del capital social de un individuo, los autores pudieron predecir la comunidad a la que pertenecía dicha persona. Además, el uso de este instrumento permitió la planificación y el monitoreo de las actividades de desarrollo comunitario en dicha ciudad. Según Woolcock y Narayan (1998) éste trabajo sirvió de base a los investigadores para diseñar instrumentos relativos al capital social que permitan emplearse como herramientas de diagnóstico a nivel comunitario y comparativo entre un país y otro, no obstante, señalan que es necesario tomar en cuenta que las formas de capital social son tan diversas, que varían de un país a otro y, además, cambian con el tiempo, por lo que el diseño de los instrumentos deben considerar la variabilidad que presentan las dimensiones que abarca el concepto de capital social. Conclusión La enorme cantidad de investigaciones y perspectivas, como además la dispersión en la reflexión, y la necesidad de cuantificar el concepto como tarea de hacerlo empírico, ha producido un amplio debate en los últimos años. Por lo cual es posible señalar, que a pesar de que el concepto de capital social presenta una amplia capacidad explicativa, éste se encuentra cargado de ambigüedad debido a la falta de consistencia teórica, como por ejemplo, el usos de éste como un concepto micro, versus un concepto macro. O lo que algunos definen como capital social, otros lo consideran como manifestaciones del capital social. También algunos teóricos comparan al capital social con conceptos como instituciones, normas, y redes, otros prefieren tratar al concepto separadamente y como componente de un paradigma mayo de capital social. Por lo cual es posible pensar que el trabajo realizado por los investigadores y sus estudios permiten generar una perspectiva más amplia del concepto, y generar líneas de trabajo empírico que permitan medir y generar intervenciones más efectivas en la comunidad (Durston, 1999).

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