Breve Biografía e Itinerario musical de César Bolaños
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Breve biografía e itinerario musical de César Bolaños
Luis Alvarado
Una mirada en el mapa de la composición erudita peruana del
siglo XX revela a César Bolaños como una figura
representativa, durante la década de los sesenta, de la
recepción de las tendencias más modernas de la música
contemporánea en nuestro medio, sin que esa recepción
suponga, en su caso, un contacto pasajero, sino que se
convierte en un lenguaje asumido como un territorio del que
ya no parece haber retorno. La figura de Bolaños está
profundamente asociada con el desarrollo de las vanguardias
musicales en nuestro país y en Latinoamérica, como pionero
de la composición con medios electrónicos, de la
composición asistida por computadoras, de los recursos
escénicos-teatrales, etc. En los últimos años su obra ha
empezado a tener un mayor relieve conforme la revolución
digital y el auge de la música con medios electrónicos en
Latinoamérica ha supuesto también una indagación por sus
orígenes, por su historia.
Los últimos diez años han estado marcados por una serie de
redescubrimientos sucesivos y de publicaciones
especializadas en la experimentación y el uso de medios
electrónicos en la música de nuestros países. Basta solo
mencionar el trabajo de documentación y archivo de música
electroacústica latinoamericana realizado por el argentino
Ricardo Dal Farra para la Fundación Langlois y la UNESCO;
la publicación de un libro (y tres discos) en conmemoración
de los cincuenta años de música electroacústica en Chile a
cargo de Federico Schumacher; la edición del libro Estudios
sonoros desde la región andina, de la ecuatoriana Mayra Esteves,
donde se analiza la obra y el contexto del ecuatoriano
Mesías Maiguashca; el trabajo de archivo e investigación
que realizan en la Argentina Norberto Cambiasso y Daniel
Varela, y la consecuente publicación del libro Creación
Sonora Experimental en Argentina; la significativa reedición del
libro de John King sobre el Instituto Di Tella; y también,
incluso en nuestro medio, una exposición documental como
Resistencias: Primeras vanguardias musicales en el Perú, que permitió
acercar a un público diverso las aventuras sonoras más
inquietas de nuestros compositores. Tal avalancha de
investigaciones revela que estas historias no habían
recibido suficiente atención. En el Perú, la historia había
sido aun más ingrata.
La reciente edición de las composiciones de Bolaños en el
prestigioso sello Pogus (Estados Unidos), y el homenaje que
el Centro Cultural de España en Lima le celebra permiten
traernos su obra de vuelta, esta vez a la luz de una nueva
época definida por la invasión de la tecnología en nuestros
espacios más cotidianos. Gracias a su propio testimonio y
al de quienes estuvieron cerca de él, y gracias a su
esmerado trabajo de archivo personal, podemos hacer una
breve narración de su trayectoria como artista. Queda
pendiente un trabajo más minucioso. Por lo pronto, el
siguiente es un pequeño aporte para una biografía de
nuestro compositor.
1.- La familia Bolaños Vildoso (1931-1946)
Los primeros recuerdos de César Bolaños con la música se
remontan a su niñez, cuando veía a su padre Cesar Vicente
tocar el piano en casa. En los años veinte César Vicente
había formado una orquesta de música popular con la que
solía presentarse en el local de la heladería D’Onofrio,
las artes musicales las había heredado a su vez de su
madre, Edelmira Cornejo, quien había adquirido una gran
destreza con el piano gracias a lecciones recibidas de
algunos músicos italianos que visitaron el Perú como parte
de una intensa oleada de óperas italianas que, desde 1829,
hacían giras por diversos países sudamericanos. Edelmira
solía tocar obras de compositores peruanos y extranjeros.
Tras el fallecimiento del esposo tuvo que asumir la
responsabilidad de sus dos hijos y de un tercero, que
llegaría producto de una nueva relación que no logró
consolidarse. No tendría otra opción que aprovechar al
máximo las virtudes musicales que había desarrollado.
A partir de 1912 el cine en Lima encontró un espacio para
establecerse y despuntar. Era parte de la experiencia de
modernidad de una Lima que empezaba a poblarse de
automóviles, ciclistas y espectáculos teatrales. Además de
convertirse en profesora de piano, Edelmira fue contratada
como pianista de diversas funciones de cine mudo, algunas
en el desaparecido cine Omnia, de la avenida Abancay, a las
que asistía acompañada de su hijo César Vicente.
Ana Vildoso había nacido en 1906 en alguna provincia de la
zona sur del Perú. Después de la derrota peruana en la
Guerra con Chile, y tras la ocupación chilena de dicha
parte del territorio, la familia Vildoso emigró a Tacna,
para finalmente instalarse en Lima, ya entrados los años
veinte. En la capital, Ana tomó algunas clases particulares
de piano con César Vicente. Ambos se enamoraron y
contrajeron matrimonio en 1928. César dejó su orquesta y
las clases de música para montar una empresa de textilería.
Producto de esa relación nació en Lima, un 4 de junio de
1931, César Manuel Bolaños Vildoso, el segundo de tres
hermanos (Eduardo y Edelmira). Por entonces ya había
fallecido la abuela, y la orquesta y la música para cine
eran parte del pasado.
En 1936 la familia Bolaños Vildoso se mudó al distrito de
La Victoria, y luego a una casa en Chorrillos, donde
finalmente se instalaron con comodidad. César Manuel fue
matriculado en el colegio La Recoleta, donde estudió por
dos años. La prosperidad que vivían sufrió un revés con el
terremoto del cuarenta, que derrumbó la casa de Chorrillos,
y la familia debió sortear un difícil momento. Se mudaron a
Barranco, volvieron a La Victoria y luego al Centro de
Lima. César fue matriculado en la gran unidad escolar
Alfonso Ugarte, por entonces ubicada cerca al Parque
Universitario, en el centro de la ciudad. Y fue entonces
cuando su afición por la música, con 10 años de edad,
empezó a hacerse notoria. Su padre le dio las primeras
lecciones de piano. La afición de César era tan obsesiva
que descuidaba los estudios escolares, por lo que de
inmediato el padre suspendió las lecciones. Pero César
seguiría aprendiendo por sus propios medios: en su casa
había un piano y muchas partituras. Finalmente, a los 15
años, y ante la evidencia de su vocación, fue matriculado
en el Conservatorio Nacional, fundado ese mismo año, en
1946. Años más tarde César se inscribió en la Academia Sas-
Rosay y tomó un curso sobre tecnología electrónica por
correspondencia, en la National School.
2.- Bolaños y el nuevo escenario para el compositor en el
Perú (1946-1951)
Una nota periodística aparecida en 1957 sintetiza la
polaridad en que la música peruana parecía encontrarse
hasta ese momento:
La creación musical en el Perú (si de creación musical
puede hablarse) siempre estuvo regida por dos filiaciones
irreconciliables: el cerrado chauvinismo y los credos
europeizantes. Hasta hace siete años, casi todos los que se
decían músicos peruanos, o se desprendieron o se adhirieron
a una de estas dos corrientes. Quizá si sea por eso que
hasta entonces la historia musical del Perú constituyó una
mera recopilación de material autóctono o de divagaciones
sobre estilos importados.1
El gran reto para los compositores que salieron a la luz
durante la década del cincuenta estaba en superar esa
dicotomía: cómo hacer música con sensibilidad peruana sin
que su realización supusiera un empleo casi turístico de
melodías autóctonas, actitud que en buena medida había
identificado a los compositores del nacionalismo-
indigenista de la década del veinte y treinta. Un
indigenismo identificado también con la formación
autodidacta, amateur.
El nacionalismo musical empezó a hacerse visible en
Latinoamérica a fines del siglo XIX, y su surgimiento puede
verse como un correlato de las gestas de independencia en
nuestros países. A esto contribuyó la influencia del
nacionalismo musical europeo, el empleo extendido por
entonces de las músicas folclóricas en la composición y el
surgimiento del exotismo, que generaría toda una corriente
musical. Pero además, el afianzamiento en nuestro país del
nacionalismo fue consecuencia del periodo de reconstrucción
nacional tras la derrota en la Guerra con Chile.2 Valga
citar las palabras del compositor José María Valle Riestra
al hablar de la creación de su ópera Ollanta:
Era la época de la ocupación chilena y vencidas ya nuestras
armas y apagados por la desgracia y el destino nuestros
ímpetus patrióticos, yo hube de buscar en la música un
lenitivo para aquellas horas de desesperanza y zozobra. Y
me dediqué con ahínco al estudio del folclore y proyectaba
escribir una ópera sobre un tema incaico... el drama
aborigen Ollanta.3
Ese nacionalismo en el Perú tuvo su versión musical a
partir de la idea de lo indígena, en la recuperación de la
imagen del indio para la música y en el uso de melodías
pentáfonas características de la música tradicional andina.
Esta generación está compuesta entre otros por compositores
como Luis Duncker Lavalle, Manuel Aguirre, Roberto Carpio,
Ernesto López Mindrau, Carlos Sánchez Málaga, Alomía
Robles, Theodoro Valcárcel, y vinculado a ellos un
cosmopolita como Alfonso de Silva. Para la década del
cuarenta dicho movimiento musical se encontraba ya en
declive.
Fue a partir de dicha década que en el Perú empezó un
complejo proceso de transición demográfica (que se
agudizaría en las décadas siguientes), de la provincia a la
capital, producto de la penetración de la inversión
norteamericana, lo que produciría las primeras formas de
capitalismo en el agro, desmoronando así sus estructuras
precapitalistas. El encuentro de clases que esto generó en
la ciudad –acelerada urbanización mediante– tuvo un
correlato en las expresiones artísticas: en la literatura,
a través de la emergencia de una narrativa urbana, y en la
música, con el desarrollo del folclore andino.4
Hasta entonces existían focos culturales (musicales) en
ciudades como Puno, Arequipa y Cuzco, que fueron apagándose
progresivamente, como signo de un Perú que pasó de ser “un
país predominantemente rural, indígena y agrario a uno
predominantemente urbano mestizo, con un agro en crisis y
un grado extremo de centralización”.5
Lima comenzó a recibir a una gran cantidad de población de
la provincia, entre los que se encontraban algunos jóvenes
que llegaban para matricularse en el recién inaugurado
Conservatorio Nacional de Música. El Conservatorio tenía
sus antecedentes en la Academia de Música, inicialmente
fundada bajo la tutela de la Sociedad Filarmónica en 1908,
y que pasó por diversas denominaciones: Academia Nacional
de Música y Declamación, Academia Nacional de Música
Alcedo, hasta que finalmente, y teniendo como director a
Carlos Sánchez Málaga, pasó a convertirse en el
Conservatorio Nacional de Música y por lo tanto, al menos
en teoría, en una institución con una tarea mucho más
compleja. Como ha señalado el compositor y crítico Luis
Antonio Meza:
Para nosotros el peor defecto de la Alcedo era su
amateurismo, visible no solo en el tipo de enseñanza que en
ella se impartía, sino, y sobre todo, en su metodología y
el contorno “dilettante” que la rodeaba y la regía. No
seamos ingratos. No se trataba de la presencia impertinente
del aficionado que aún en nuestros días pretende gobernar y
decidir sobre asuntos artísticos con los más diversos
pretextos, sin desconocer que, a veces, estos afanes
resulten útiles. No, de ninguna manera; era una presencia
mucho más sutil y también mucho más ingenua, que,
simplemente, no creía o no quería entender que las
necesidades musicales de una ciudad semialdeana, pacata y
ultraconservadora son muy distintas y hasta opuestas a la
de una capital con pretensiones de metrópoli. Por contraste
evidente, creemos que el mayor mérito inicial del
Conservatorio fue su tendencia al profesionalismo.6
Esta oposición entre profesional y amateur ha generado toda
una lectura sobre la valía de la obra de los compositores
peruanos realizada hasta antes de la fundación del
Conservatorio. Bajo dicha dicotomía (profesional-amateur)
se ha leído a casi toda la tradición musical peruana de
dicha época conocida como nacionalista-indigenista. En
buena cuenta, y como lo ha señalado Raúl Romero, por la
influencia del alemán Rodolfo Holzmann, que había llegado
al Perú para dictar la nueva cátedra de composición del
Conservatorio y que, bajo un ideal de supremacía europea,
se encargó de convencer a toda una generación que la música
de estos compositores: “no ha sido presentada todavía en
una forma artística elevada, como ha sido el caso de la
música europea”.7 De ahí que la nueva generación de
compositores inscritos en el flamante Conservatorio
Nacional se distinga no solo por su formación profesional y
el empleo de nuevas técnicas (que aprendieron gracias a
Andrés Sas y Rodolfo Holzmann) sino por la distancia (de
ese “folclorismo pintoresquista”) que mantuvieron de los
compositores precedentes.
Lo que no puede negarse es que el ambiente musical en el
Perú, hasta la década del cincuenta, era en general
tradicionalista y se encontraba muy lejano de los
desarrollos musicales que se estaban gestando
internacionalmente. Pero hubo algunos hechos dignos de
destacar: en 1931, la Sociedad Filarmónica organizó una
conferencia sobre las tendencias musicales contemporáneas,
en donde Héctor Ruiz Díaz habló sobre dodecafonismo; la
misma Sociedad Filarmónica organizó algunos conciertos a
fines de los cuarenta con música de Honegger, Hindemith y
Milhaud, un repertorio neoclásico pero contemporáneo. Sin
embargo, los lenguajes más avanzados de la música académica
no tenían aún un espacio en Lima. Lo que identificaba a la
generación de compositores indigenistas era su uso de la
pentafonía y un tratamiento vinculado con un tardío
impresionismo en obras básicamente hechas para piano.8
Recién con la aparición de los compositores de la llamada
“Generación de los cincuenta” (aquellos nacidos entorno a
1930) es que las tendencias contemporáneas empezaron a
introducirse localmente.
Entre los primeros en plegarse a lo nuevo se encuentran
José Malsio (que aprendió el dodecafonismo del propio
Schoenberg en 1945), Enrique Iturriaga, Enrique Pinilla
(hijo del cónsul español Antonio Pinilla, melómano y dueño
de una de las colecciones de discos más importante de la
Lima de aquel entonces) y Celso Garrido-Lecca. Estos dos
últimos estuvieron vinculados a Espacio, un grupo de
renovación arquitectónica que abogaba por los valores
universales del arte (Garrido-Lecca organizó en los
cuarenta algunos conciertos donde ya empezaba a introducir
lenguajes contemporáneos, y Pinilla realizó algunas
“acciones” musicales que él mismo describía como “sesiones
surrealistas y expresionistas”).
La apuesta por estos valores coincidía con el impulso
reformista que muchos países americanos tomaron después de
la Segunda Guerra Mundial, el llamado “desarrollismo”, con
los Estados Unidos como principal centro de poder: “El
desarrollo emergió como una nueva forma de dominación pero
también como una portentosa maquinaria de construcción de
subjetividades e imaginarios articulados en torno al código
binario desarrollado/subdesarrollado”,9 y significó “la
esperanza de algunas burguesías latinoamericanas y sectores
avanzados de la oligarquía de crecer económicamente
mediante un desarrollo relativamente autónomo, que en
realidad era un nuevo modo de integración de los capitales
nacionales en la etapa monopólica del intercambio
capitalista”.10
De ahí que la figura del compositor profesional empiece
también a ser un tema de discusión, en un intento
reformista del que el ambiente musical recibirá un modesto
pero crucial impacto: la fundación de la Orquesta Sinfónica
Nacional (1938), que estimulaba la creación de obras
orquestales peruanas; la del Conservatorio Nacional (1946),
donde se impulsaba la cátedra de composición; el empuje de
la Sociedad Filarmónica, que había logrado consolidarse
gracias a los bonos de sus miembros. La segunda mitad de
los cuarenta significaría un breve periodo de esplendor
para el ambiente musical peruano.
Esta modernización tuvo un eco más efectivo en la música
popular, lo que puede verse reflejada en el impacto que
produjo la radio a fines de los treinta. En la medida en
que conseguía el apoyo del capital privado para poder
sostenerse, también se abrió a una competitividad que, por
un lado, evitó las manifestaciones de la cultura dominante
en favor de una apertura a las expresiones del imaginario
popular, donde la canción criolla y andina ocuparían un
lugar primordial: “La situación de los compositores cambió
con el acceso de la música criolla a la radio a fines de
los años treinta y la grabación de discos que comienza en
la misma época. La labor de músicos y poetas entró,
entonces, en un proceso de profesionalización”.11
3.- El grupo entorno a Andrés Sas (1951-1959)
La primera aparición en escena de César Bolaños ocurre un
15 de diciembre de 1950, con motivo de un concierto de los
alumnos de piano del Conservatorio Nacional, de la
profesora Rosa América Silva. En aquella oportunidad el
estudiante Bolaños interpretaría en el piano obras de
Bartòk y García Morillo, entre sus compañeros estaban
Margarita Ezeta, Hortensia Lizárraga, Ivón Harth, Thildy
Zimmermann, Leopoldo La Rosa y Abelardo Luna. Pero el hecho
significativo llegaría al año siguiente: en noviembre de
1951 un conjunto de estudiantes presentaba sus obras en el
local del Conservatorio Nacional. Aquella fecha era
histórica, pues nunca se había realizado en el Perú un
concierto únicamente con obras peruanas. Un año después, ya
fuera del recinto estudiantil, hicieron su presentación en
sociedad: el martes 16 de setiembre de 1952, en el local de
Entre Nous, se llevó a cabo un recital de piano de un joven
llamado Edgar Valcárcel, estudiante del Conservatorio
Nacional. Valcárcel era natural de Puno, sobrino del
reconocido compositor Theodoro Valcárcel, uno de los
representantes del nacionalismo musical en el Perú. En
aquella oportunidad, además de obras de Bach, Scarlatti,
Villa-Lobos, García Morillo y Poulenc, se estrenaron piezas
de estos novísimos compositores peruanos: Olga Pozzi Escot,
Francisco Pulgar Vidal, César Bolaños y del propio
Valcárcel. Bolaños presentó en aquella oportunidad Nocturno
y un conjunto de piezas llamada Cuentos que incluía Cuento
excéntrico, En una playa abandonada e Impresión obstinada. Aquellos
fueron los primeros tanteos de un joven de 21 años que aún
estaba por descubrir sus capacidades como compositor. En
setiembre de 1953 el grupo realizó otro concierto, donde
tuvo como invitados a José Malsio y a Enrique Iturriaga; en
aquella ocasión, el repertorio incluyó también obras para
conjunto de cámara. Bolaños estrenó allí Leyenda para
flauta, clarinete, violín y violonchelo, y además la obra
para piano Cuentos nº 2.
Más allá de lo que podamos decir sobre las obras en sí, lo
que resulta significativo es el conjunto de obras
presentadas. Si ya por entonces en Lima los nombres de
Enrique Iturriaga, Celso Garrido-Lecca, José Malsio y
Enrique Pinilla ocupaban un lugar de importancia dentro de
la escena musical académica del país, la irrupción de esta
otra aun más joven generación, proveniente en su mayoría de
las clases medias, permitiría que se hablara del
surgimiento de una nueva etapa para la música peruana. Al
respecto el propio Valcárcel escribirá:
Los factores esenciales de esta nueva generación son los
siguientes, cuya terminología pertenece a Díaz Plaja: el
factor lastre sería el eco de nuestros músicos, dado en
cierta tendencia europeizante u occidentalista; el factor
típico sería el que ocupa nuestro presente, es decir, un
marcado atonalismo dentro de concepciones libres. Por
último, el factor futuro, un nacionalismo advertido en más
de un joven compositor; un nacionalismo libre de rápsodas,
nacido de la íntima unión de la sangre y el espíritu del
músico, con su suelo y con todo aquello que le pertenece
como peruano. Es decir, un nacionalismo telúrico, libre de
todo sentimentalismo decadente, labrado con vivencias y
exento de toda tendencia receptiva, pasiva y copística,
casi fotográfica.12
Valcárcel, gran animador de esta joven generación, parece
decirnos que estos nuevos compositores peruanos tienen
pendiente encontrar una salida alternativa a esa tendencia
bipolar de un cerrado chauvinismo y un credo europeizante,
hacia el encuentro de lo local y lo universal; lo que en
muchos, como apunta Enrique Pinilla, se manifestará a
través del uso estilizado, casi a un nivel de abstracción,
del folclore.
Las ganas de estos jóvenes compositores de involucrarse
activamente con el proceso de la música y dinamizarlo puede
verse graficado en el interés que mostraron en organizar
ellos mismos sus conciertos (a través de los Conciertos
Auris y la Asociación Anacrusa) y por manifestar sus
opiniones, gustos y objeciones con el medio musical. Así
nació en 1954 un programa como “Comentarios musicales”, a
través de Radio Selecta, dirigido por Bolaños y Valcárcel.
En 1953 había aparecido una revista de perfil incendiario y
abierta a la polémica llamada Témpora, que luego se
convirtió en la revista Música. Dicha publicación estaba
dirigida por los entonces miembros del naciente grupo
Renovación: Andrés Sas, Edgar Valcárcel, César Bolaños,
Francisco Pulgar Vidal, Jaime Díaz, Albor Maruenda y Olga
Pozzi Escot.
Andrés Sas ejerció una influencia determinante, y por eso
ocupa un lugar crucial en el desarrollo de toda esta
generación. Sas era un compositor y violinista belga que
llegó a Lima en 1924, contratado por el gobierno de Leguía,
para enseñar violín en la Academia de Música Alcedo. Se
casó con la pianista peruana Lily Rosay y juntos fundaron
en 1929 la academia de música Sas-Rosay. Sas fue, junto con
el alemán Rodolfo Holzmann, una presencia fundamental en la
renovación de las bases de la enseñanza musical en el Perú,
sobre todo en lo que se refiere a la composición. Ambos se
habían instalado en Lima debido a la incertidumbre de
entreguerras alimentada por el ascenso del nazismo. Rodolfo
Holzmann fue más cercano al grupo de los mayores Garrido-
Lecca, Pinilla e Iturriaga, y Andrés Sas más cercano al de
los jóvenes Valcárcel, Bolaños, Pulgar Vidal, Pozzi Escot.
Si algo unía a ambos grupos era un ansia de
profesionalidad, y eso significaba el perfeccionamiento de
la técnica y la búsqueda de un clima más propicio para el
desarrollo musical, algo que un ambiente como el limeño no
parecía poder otorgar. Prácticamente todos optaron por irse
del Perú.
Los intereses musicales de Bolaños por entonces se
centraban en el trabajo de Stravinsky, Satie, Schoenberg y
Bartók. En 1956 la Orquesta de Conciertos Auris estrenó la
Gymnopédie de Erik Satie, en versión orquestal hecha por
Bolaños, quien también realiza una orquestación de piezas
de Bartók. Aquel fue un año muy intenso para el compositor.
Estrenó Ensayo 1956 con la Orquesta Sinfónica Nacional, bajo
la dirección de José Carlos Santos, y recibió elogiosos
comentarios de la crítica, que señalaban el uso de un
lenguaje moderno y “altamente disonante”. La distancia del
nacionalismo-indigenismo precedente quedaba esbozada al
afirmar que alguien como él “ni siquiera conoce
directamente una tinya o una quena”.13
Al año siguiente la obra obtuvo una mención honrosa en el
concurso nacional Luis Duncker Lavalle (el primer lugar
sería para la Sinfonietta de Edgar Valcárcel). Ese mismo año,
1957, Bolaños escribió La ciudad inclemente, para coro y
orquesta, con un deslumbrante texto de Raquel Jodorowsy,
poeta chilena radicada en el Perú. Y si bien el uso del
folclore no era algo primordial para Bolaños, su obra no
podía evitar ser leída como un signo de las
transformaciones sociales que el Perú experimentaba en la
década del cincuenta. Eso es lo que sugiere una obra como
Homenaje al cerro San Cosme (1957). Ha dicho Bolaños al
respecto:
Mi padre tenía un negocio en El Porvenir, y allí llegó mi
contacto con el universo del cerro San Cosme. Me llamaba la
atención que recién estaba invadiendo el mundo andino,
estaban acercándose a Lima. Había unos puestos a lo largo
de la avenida Aviación. En la parte central, donde deberían
estar los jardines. Eran puestos de madera y vendían música
con parlantes, y se escuchaba en toda la avenida Aviación.
Era bonito, me llamaba la atención la música criolla que se
escuchaba allí, era un mundo muy especial; además, las
casas de El Porvenir eran muy peculiares. Creo que las
mandó a construir el presidente Prado. Realmente era un
barrio muy especial, muy curioso, de gente de clase media
empobrecida, pero aparte de eso estaba la invasión del
cerro San Cosme.14
4.- Los años de la diáspora (1958-1961)
Estados Unidos se había convertido en el país que abría
mayores puertas a los compositores peruanos, gracias a los
sistemas de becas y oportunidades de estudios. José Malsio
se había ido a Yale y a la Eastman School, además de
recibir clases particulares con un Schoenberg instalado en
EE. UU.; Pozzi Escot viajó a la Julliard School of Music,
Edgar Valcárcel a la Hunter College de Nueva York
(posteriormente a Columbia), Celso Garrido-Lecca a
Tanglewood, César Bolaños a la Manhattan School of Music y
Enrique Pinilla a Columbia.
A fines de los cincuenta, la música académica peruana se
encontraba en un estado paradójico: por un lado tenía un
carácter expectante, en la medida que veía aparecer a una
nueva generación de compositores, y por otra su institución
más representativa (el Conservatorio Nacional) padecía una
terrible crisis de organización. Nadie hablaba aún de
“vanguardia”, no de la manera en la que se hablaría una
década después. Que en 1947 se haya escrito Canción y muerte
de Rolando, de Enrique Iturriaga, con texto de Jorge Eduardo
Eielson (y que mereció el primer premio del concurso
nacional Luis Duncker Lavalle), la primera obra orquestal
de un compositor peruano formado en el Perú, y que recién
en 1951 se haya realizado en Lima el primer concierto
compuesto únicamente de obras de compositores peruanos,
habla de la juventud que en muchos aspectos tenía el mundo
académico musical en el Perú.
Bolaños se fue entonces, como sus demás compañeros, con la
clara ilusión de una mejor oportunidad y hastiado por el
denso clima que teñía el ambiente musical limeño: A los
serios problemas organizacionales del Conservatorio
Nacional se sumaba la crisis de la Orquesta Sinfónica
Nacional. El Ministerio de Educación, con Basadre a la
cabeza, buscaba una solución para tan crítico momento. La
revista Música respondería, muy elocuentemente, que lo que
había que reorganizar no era el Conservatorio sino el
Ministerio. Al respecto vale la pena citar un párrafo de la
editorial del nº 2 de la revista Música de agosto de 1957,
que ilustra la realidad de aquel entonces:
Indudablemente, el escaso relieve que ha alcanzado el arte
de la música en el Perú no guarda relación con el enorme
progreso de la conciencia política y cívica del país y la
formidable expansión de su economía. ¡Cosa distinta sería
para nuestro país si la música hubiese prosperado en la
misma proporción que lo han hecho economía y conciencia
política y cívica! Pero no ha sido así. Mientras el Perú ha
seguido un ritmo de creciente avance económico, político y
demográfico, la música ha persistido en un plano de
inercia, ajena a la marejada del progreso y negando casi la
magnifica época que en creación musical representó nuestro
siglo XVIII.
5.-Manhattan y Ginastera (1961-1963)
Bolaños había intentado, sin mayor éxito y por presión del
padre, estudiar medicina o ingeniería, pero terminó
matriculado en la Universidad Católica en la facultad de
periodismo, carrera que abandonó al poco tiempo para
decidirse por la música. Decidió entonces viajar a Nueva
York en 1958 (allí se encontraba el director de orquesta
peruano José Santos; al poco tiempo llegaría su hermano
Eduardo) para estudiar por dos años en la Manhattan School
of Music.
Creo que había un movimiento de música de vanguardia pero
no era como lo conocemos ahora, era más libre la creación y
solo te enseñaban las técnicas, las formas de orquestar, de
escribir. Los ejercicios eran muy severos, eran didácticos,
a diferencia de lo que me enseñaban en el Conservatorio
(inclusive lo que me enseñaba Sas), pero en el fondo lo que
me estaban enseñando me parecía, en la parte técnica,
relativamente lo mismo.15
Bolaños descubrió esa nueva técnica una vez que tuvo a su
disposición un laboratorio de música electrónica. Pero para
eso faltarían algunos años más. Durante su estadía en Nueva
York, Bolaños se matriculó en la RCA Institute, y se graduó
en 1963 en el curso de electrónica y receptores de
televisión. La técnica, la imagen y los colores formaban
parte de sus inquietudes; por eso no sorprende que
estuviera inscrito en la Orden Rosacruz, investigando la
relación entre las vibraciones cósmicas, los colores y los
sonidos vocales. Tampoco sorprende que hubiera adquirido en
los Estados Unidos una cámara de 8 milímetros, con la cual
grabó a principios de los sesenta una película documental
de casi cuarenta minutos, llamada Manhattan: el corazón de Nueva
York y dos cortometrajes sobre la ciudad de Lima. Estos
trabajos podrían describirse como collages de imágenes
documentales. El primero retrata “los lugares donde se
desarrolla la vida neoyorquina”, vemos a Bolaños caminando
entre la nieve llegando a su habitación en Manhattan, para
sentarse a tocar el piano. Luego el documental se convierte
en una indagación de sus lugares de diversión, sus iconos
arquitectónicos y publicitarios, sus marquesinas y letreros
luminosos. Una mirada que descubre y se asombra ante esa
vida moderna, a la vez con distancia y con fascinación. No
será la única lectura que realice de ese corazón
neoyorquino. En 1963 compondría una pieza para piano
llamada Manhattan. En los otros dos cortometrajes, que no
llevan título, el retrato urbano está otra vez presente
como tema, y el contraste entre la vida y la muerte, la
ciudad y el mar, permiten articular una visión lúdica,
entre el paisaje y sus habitantes. Estas obras sin duda son
un importante material visual para todo aquel que quiera
indagar en una posible historia de la experimentación
fílmica hecha por peruanos. En estos trabajos, además, se
encuentra ya el germen de las futuras experimentaciones
electroacústicas de Bolaños: los filmes son acompañados por
una banda de sonido (lamentablemente perdidas), creadas a
partir de montajes elaborados con música de discos de
vinilo que adquirió en los Estados Unidos. Entre los
primeros discos que adquirió se encuentra uno del
compositor Edgar Varèse.
Sin embargo, el contacto de César Bolaños con la vida
musical neoyorquina fue escaso:
Yo estudiaba y trabajaba, y tenía que solventar mis
estudios y mi existencia. Podríamos decir que mi contacto
con la vida musical no fue mucho. Fui a algunos conciertos
en el Metropolitan, veía películas. Tenía una vida bastante
apurada, tenía que trabajar. Vivía en la calle 83, en la
parte de arriba de Manhattan, que era una ciudad totalmente
diferente a Lima. Yo nunca había trabajado en Lima. Cuando
fui a Nueva York tuve que lavar platos, pisos y poco a poco
me quité de ese asunto. Con el inglés que sabía logré
conseguir otros trabajos.16
Uno de esos escasos conciertos a los que asistió Bolaños
fue la presentación de un concierto para piano del
argentino Alberto Ginastera, a fines de 1961.
Bolaños llegó acompañado de Edgar Valcárcel, quien también
seguía estudios de composición en Nueva York. Finalizado el
concierto, ambos se acercaron al compositor argentino para
presentarle algunas partituras, y fue entonces cuando este
les dijo que estaba por abrir un instituto de música en
Buenos Aires, y les pidió que le escribieran para ver la
posibilidad de una beca. No obtuvieron respuesta sino hasta
un año después, cuando les llegó la solicitud. Al mes
consiguieron la beca y partieron rumbo a Buenos Aires.
6.-La apertura del CLAEM (1963-1965)
César Bolaños llegó a Buenos Aires en marzo 1963 para
estudiar en el flamante Centro Latinoamericano de Altos
Estudios Musicales (CLAEM) del Instituto Torcuato Di Tella
(fundado por un importante grupo empresarial industrial
argentino), que además abrió otros dos centros: el Centro
de Experimentación Audiovisual (CEA) y el Centro de Artes
Visuales (CAV). Por el CLAEM pasarían muchos compositores
que luego se convirtieron en importantes representantes de
la música académica y de la experimentación electroacústica
de sus respectivos países.17 La beca incluía el costo del
pasaje aéreo, ida y vuelta, desde su país de origen y una
mensualidad de 200 dólares que servirían para cubrir
alimentación, alojamiento y gastos personales durante dos
años. Además de César Bolaños y Edgar Valcárcel, otros dos
compositores peruanos siguieron estudios allí en años
posteriores: Alejandro Núñez Allauca y Óscar Cubillas.
La conformación del CLAEM y su apertura al mundo estaba
también en función de las facilidades que ofrecía el
gobierno norteamericano por intermedio de la Alianza por el
Progreso, un programa establecido por John F. Kennedy que
promocionaba el arte y la cultura latinoamericana, mediante
el cual se buscaba detener cualquier surgimiento de
guerrillas inspiradas por la reciente Revolución Cubana, la
que definitivamente influyó en muchos intelectuales y
artistas latinoamericanos, incluido César Bolaños. La
penetración del capital norteamericano estuvo acompañada,
en el campo cultural, de subsidios de las fundaciones Ford
y Rockefeller. Esta última hizo posible la apertura del
CLAEM. Tales inversiones tenían como fin impulsar
investigaciones sobre temas de interés para la nueva etapa
socioeconómica y fomentar las orientaciones teóricas
predominantes en los Estados Unidos, como señala García-
Canclini:
El estructuralismo-funcionalismo se convierte velozmente en
la tendencia hegemónica; el modelo dualista
tradicionalismo/modernismo, que opone sociedades rurales
regidas por las leyes de la subsistencia y valores
tradicionales a sociedades modernas, urbanas, de economía
mercantil y animadas por la competencia, se vuelve un
soporte teórico idóneo para quienes creen que la solución
de nuestros problemas se halla en imitar a los Estados
Unidos.18
La estructura curricular del CLAEM hacía prevalecer la
enseñanza de las técnicas modernas de composición, dejando
de lado cualquier acento sobre el folclore y la
etnomusicología. Si bien se estimulaba la composición de
villancicos tradicionales o piezas que usaran como base
algún texto literario latinoamericano, aquello resultaba en
realidad secundario. Paradójicamente, se esperaba del
compositor autonomía y fidelidad a sus orígenes, pero a la
vez era violentamente empujado hacia las tendencias
musicales modernas.19
7.-Universalismo imperial
Las puertas del CLAEM se abrieron en un momento en el que
la vanguardia musical internacional ya había pasado por una
serie de transformaciones fundamentales: la disolución de
la tonalidad y la ruptura de las leyes de la armonía. El
compositor se empezaba a interesar por la investigación de
los fenómenos acústicos. El francés Jacques Atalli señala
algunos aspectos que caracterizan los rumbos tomados por la
música de vanguardia en aquellos años, entre ellos el
“cientifismo”, según el cual la teoría de la música
occidental se expresa esencialmente en sus relaciones con
la ciencia y con su crisis, lo que podemos reconocer en el
desarrollo de la “música experimental” de John Cage, con
planteamientos que suponen la de un compositor-inventor, o
en el desarrollo de las músicas electrónicas, desde Pierre
Schaeffer en Francia con su “música concreta” de los años
cuarenta, o también en el desarrollo de la “música
estocástica” del griego Xenakis. Y por otro lado la
“Universalidad Imperial”, según la cual la música se quiere
teoría general de todas las estructuras, y a partir de ahí,
la confluencia entre pensamiento físico-matemático y
música, donde lo que prima es la explicación de la música
en cuanto fenómeno, y que origina, a su vez, la búsqueda de
una abstracción universal. Atalli concluye que:
Una música sin mercados se impone a una elite
internacional, que se encuentra en esa superación de las
tradiciones culturales nacionales, a la búsqueda de un
esperanto necesario para su funcionamiento simple, para su
comunicación eficaz. Sueño de la unidad mundial de las
grandes organizaciones mediante el lenguaje de la música,
un lenguaje que se legitima por la ciencia y se impone por
la tecnología. Universalidad que la grabación y la
conservación hacían esperar desde 1859. 20
La formación del Di Tella no escapará a este gran marco. Y
si bien el escenario se mostraba como de un abierto
universalismo, que a su vez tomaba la imagen de una
credencial para acceder a ese ilusorio desarrollo, no hay
que olvidar que los becarios del Di Tella provenían de
sociedades latinoamericanas que habían empezado a afirmar
también mediante la música sus conciencias nacionales, como
ha señalado Aurelio Tello:
La idea de crear un arte “nacional” no fue asunto exclusivo
de algún país latinoamericano en particular. El
“nacionalismo”, esa postura que buscaba establecer
principios de identidad para nuestros pueblos, vestido de
tonalidad, de cromatismo, de impresionismo (eran los
lenguajes afines a la estética del romanticismo), de
politonalismo, de neomodalismo y aun de atonalismo (es
decir, de modernidad, en la más amplia acepción de la
palabra) no solo fue una tendencia que se desarrolló en
Argentina, Brasil, Cuba y México, sino que respondió a la
necesidad impostergable de consolidar el sello artístico de
nuestros pueblos como fruto de un largo proceso de búsqueda
de identidad que se remonta al siglo XIX.21
La recepción crítica (y no la pura importación formal) de
los modelos artísticos internacionales de la vanguardia
(que es leída muchas veces como discurso que supera a ese
“nacionalismo”) era el trabajo que estaba pendiente una vez
que estos lenguajes empezaron a propagarse por
Latinoamérica.
8.-Bolaños presenta obras electrónicas en Perú. Un nuevo
arte audiovisual (1965-1966)
A su llegada al Di Tella, César Bolaños participó
activamente en la primera etapa de la planificación,
construcción y montaje del laboratorio de música
electrónica de dicho centro, entonces a cargo del ingeniero
Bozarello. Bolaños compuso allí una primera obra llamada
Intensidad y altura (1964), pieza de música concreta sobre un
poema de César Vallejo. En 1965 el laboratorio fue
rediseñado por el ingeniero Fernando von Reichenbach, con
la dirección musical de Francisco Kröpfl. El propio von
Reichenbach cuenta que a su llegada encontró a Bolaños
“reinando sobre un maremagnum de fichas de 220 que hacían
de patches económicos pues, en ese entonces, se decía que
los automóviles Di Tella no se fabricarían más y que había
que hacer economía” .
Si bien radicado en la Argentina, Bolaños se daba tiempo
para visitar el Perú en reiteradas oportunidades. En enero
de 1964 organizó en Lima una serie de audiciones de obras
grabadas de compositores del CLAEM. En abril de 1965 la
Sociedad Filarmónica realizó un concierto en la Sala Entre
Nous, con la presencia de los becarios argentinos Armando
Krieger y Alcides Lanza, y se estrenó la obra Variaciones
(1964) para dos pianos de César Bolaños. Además de las
obras de los argentinos nombrados, se escuchó aquella vez
composiciones del colombiano, y también becario del Di
Tella, Blas Atehortúa, así como de Henri Pousseur y Oliver
Messiaen.
Pero es Intensidad y Altura la que merece más atención. Fue
estrenada en Lima un 30 de setiembre de 1965, aprovechando
la visita de Bolaños al país (dio conferencias, cursos), y
supuso una modesta repercusión en la prensa pues se trataba
de la primera audición de música electrónica en el Perú. En
principio, era la primera vez que se escuchaba música
electrónica públicamente, mas no era la primera vez que se
hablaba de ella. Ya a mediados de los cincuenta, Enrique
Iturriaga había realizado conferencias y escrito algunos
artículos sobre música electrónica y música concreta, las
que conoció gracias a una visita que hizo a París para
seguir estudios de composición. Allí se encontró con el
exiliado poeta y artista Jorge Eduardo Eielson, quien le
presentó a Pierre Schaeffer, y le descubrió el mundo de la
música concreta. Estas conferencias, sin embargo, no
parecen haber tenido mayor impacto en la escena musical
peruana de aquel entonces. Hasta antes de 1965, los únicos
peruanos que habían realizado trabajos de experimentación
con cintas magnetofónicas eran José Malsio (cuyos
experimentos datan de principios de los sesenta, utilizando
grabadoras Philips, y de los que no ha quedado mayor
rastro) y Jorge Eduardo Eielson, quien compuso en Italia su
Misa solemene a Marilyn Monroe (1962). Estos trabajos no
tuvieron ninguna difusión. De ahí que la presentación de
Bolaños con su Intensidad y altura en la Sala Alzedo, en el
marco del primer Festival de Música de Cámara, de la
Universidad San Marcos, resulte un hecho sin precedentes,
novedoso, aunque no removería tan fácilmente las
endurecidas fibras de la institución académica musical en
el Perú. Pero hay que decir que de ahí en adelante saltaron
a la experimentación con cintas compositores como Alejandro
Núñez Allauca y Pedro Seiji Asato. Habría que esperar
algunas décadas para que la música electroacústica fuera
practicada de manera constante en nuestro país. Los
intentos de montar un laboratorio nunca prosperaron, así
que los peruanos interesados por esta forma de
experimentación tuvieron siempre que hacerla en
laboratorios extranjeros o, como ocurrió con algunos,
aprovechando las posibilidades del estudio de grabación.
En Buenos Aires, César Bolaños se relacionó con los
lenguajes de la vanguardia internacional y sobre todo con
la experimentación electrónica, un interés que recién
lograba poner en práctica, pero que tenía en mente desde
que empezó a realizar sus pequeñas películas de ocho
milímetros a fines de los cincuenta. En dicho país,
Mauricio Kagel había empezado a introducir las técnicas de
la música concreta desde principios de los cincuenta, y
Francisco Kröpfl había montado un Estudio de Fonología en
1958. Además, se publicaron en Buenos Aires algunos libros
especializados como Música de la era técnica (1958) de Fred K.
Prieberg, traducido por la Eudeba en 1961.
El CLAEM estaba conformado por una sólida plana docente y
recibía constantemente a reconocidos compositores y
musicólogos extranjeros que iban a dictar seminarios.22 Con
un auditorio que podía albergar a 250 personas, el Centro
había previsto la organización de dos festivales de música
anuales con apoyo del Fondo Nacional de las Arte, en uno de
los cuales se presentarían las obras de los becarios,
además de asignar un día a un repertorio de música
experimental.
Solo durante el primer año se estimuló la composición de
obras corales (Bolaños compuso Imanispatak). Como señala
King, la ambición de los compositores en el Di Tella era
regulada de acuerdo a las posibilidades económicas del
lugar.23 Se disuadía a los alumnos de componer obras
sinfónicas, y por esa razón el laboratorio de música
electrónica (que tras ser rediseñado, recién en 1966 pudo
ofrecer sus servicios a los estudiantes) se convirtió en un
espacio fundamental que concentró buena parte de la labor
creativa de los becarios, en la medida en que los
compositores podían trabajar ellos solos sus obras. En el
laboratorio, con el hábil ingeniero Fernando von
Reichenbach, se resolvían problemas técnicos para el
montaje de obras que implicaban sistemas de amplificación o
de diapositivas. Algunos artistas del Centro de
Experimentación Audiovisual también se veían beneficiados
con las posibilidades que ofrecía el laboratorio.
César Bolaños estaba muy interesado en el aspecto
audiovisual, e incluso llegó a dictar cursos al respecto.
En un manual sobre montaje audiovisual publicado por la
Universidad Nacional del Litoral, en 1969, Bolaños escribe:
Pero así como la llegada del sonido al cine provocó grandes
cambios en su naturaleza y lenguaje, la posibilidad que hoy
nos proporcionan las cintas fonomagnéticas y los
grabadores, como así también el alto grado de
automatización de los proyectores de diapositivas, el
montaje y la elaboración del sonido, abren un campo
ilimitado a la complementación de tales técnicas, como un
nuevo modo de crear sensaciones e ideas. Es decir, un nuevo
arte.
Si bien desde el punto de vista etimológico, audiovisual es
todo lo que está relacionado con la vista y el oído, el
nuevo arte al que queremos referirnos se apoya en el uso de
imágenes en vivo y proyectadas, así como en el sonido y la
luz, con todas las variantes técnicas que estos medios
poseen.24
Es decir, Bolaños habla de un artista que compone un evento
que se manifiesta en el tiempo, tanto visual como
auditivamente; una búsqueda interdisciplinar muy
característica en el arte de los años sesenta. Bolaños
incluso especula en dicho texto sobre la posibilidad de un
arte “polisensorial”, que incluya olores, gusto y tacto.
La declaración de Bolaños lo hace ver como alguien
comprometido con la experiencia de lo nuevo. La
sofisticación tecnológica se convierte entonces en la
proveedora de una forma de vanguardia que no tardará en
hacer crisis una vez sea consciente de que esa nave
espacial, que supone el uso de la técnica, descansa sobre
un escenario social y políticamente convulso. Ideología y
vanguardia tecnológica se darán el encuentro.
9.-Bolaños y Nueva Música (1967-1968)
Bolaños volvió a visitar el Perú en 1968 para presentar una
obra para conjunto de cámara llamada Divertimento III, que fue
interpretada por el conjunto Nueva Música, fundado por
Edgar Valcárcel un año antes y que, junto con el Grupo Pro
Música y la Sociedad Anacrusa, se encargaban de realizar
conciertos de música contemporánea. Nueva Música fue, sin
embargo, el único colectivo decidido a ofrecer sesiones de
música de vanguardia, con obras de compositores peruanos y
extranjeros. Allí presentaron obras César Bolaños, Leopoldo
La Rosa (que había participado del histórico concierto de
la Rotonda del Pellegrini, en Italia, con John Cage, Juan
Hidalgo y Walter Marchetti), Edgar Valcárcel, Enrique
Pinilla, Alejandro Núñez Allauca, Walter Casas, Francisco
Pulgar Vidal, Luis Aguilar, Pedro Seiji Asato e Isabel
Turón. Nueva Música había hecho su debut en julio de 1967,
en un concierto que supuso la audición de algunas
composiciones electrónicas hechas por peruanos, como
Interpolaciones (1966) de Bolaños, Prisma (1967) de Enrique
Pinilla e Invención (1966) de Valcárcel, y también la pieza
aleatoria Música para percusión (1967) de Leopoldo La Rosa.
Aquello era signo de un buen momento para la composición en
el Perú y casi se podía hablar de un movimiento de
vanguardia musical.25 Lamentablemente, el escenario no fue
el más propicio para una consolidación. El vanguardismo
musical llegó al Perú prácticamente de golpe. La crítica de
entonces, encarnada en la figura de Luis Antonio Meza,
reaccionó ante las tendencias más actuales (sobre todo la
aleatoriedad) cuestionando si aquello era “música” o
“concierto” u “obra”. Más abierto a estas nuevas
experiencias sería un joven crítico (y audaz compositor)
llamado Adolfo Pollack. Unos años después el propio Rodolfo
Holzmann, una autoridad musical en el país, escribió un
artículo en el número 14 de la revista Amaru, en donde
señalaba “la ausencia de seriedad y respeto” de una obra
como 4’11’’ de John Cage (la famosa pieza silenciosa),
extendiendo la crítica a quienes seguían esos pasos
localmente. Los integrantes de Nueva Música, sin embargo,
no se echaron para atrás: los conciertos siguieron en la
Casa de la Cultura, en la sala Alzedo, en el Conservatorio,
pero fueron cada vez más esporádicos. A su cualidad casi
heroica contribuía el evidente problema de montar los
conciertos, dado su carácter de autogestión. Tenían a su
favor el hecho de contar entre sus miembros a compositores
talentosos como Edgar Valcárcel y Enrique Pinilla, ambos
con estudios en música electrónica en la Universidad de
Columbia, y con suficientes relaciones sociales para
facilitar las cosas. Tenían como marco uno de los momentos
más álgidos de la historia peruana: el golpe de estado del
general Juan Velasco Alvarado en 1968, cuya política
nacionalista y antiimperialista supuso la creación de una
política cultural que, en sí misma, fue un fenómeno
bastante complejo, pero de la que podemos decir que, en la
medida en que se buscaba equilibrar a nivel económico la
fuerte penetración del capital norteamericano para permitir
el desarrollo de la nación y de su autonomía, en el campo
de la cultura eso supuso una puesta en marcha de los
valores nacionales y su promoción. Es cierto que, como
consecuencia de la Reforma Educativa del gobierno de
Velasco, se fundó el Taller de Composición en 1971 (Edgar
Valcárcel y Enrique Iturriaga estuvieron a cargo de la
formación de una nueva generación de compositores) y se
realizaron muchos conciertos en confluencia también con las
iniciativas de Valcárcel y el grupo Nueva Música; pero la
gran oportunidad de legitimar estas tendencias musicales en
el mundo académico local no pudo concretarse más allá de
algunos estrenos de obras de vanguardia con la Sinfónica
Nacional, gracias a las iniciativas de Leopoldo La Rosa.
Un hecho significativo es lo que ocurrió con la Sociedad
Filarmónica, que, acostumbrada a realizar sus conciertos en
la Sala Alzedo, en el Centro de Lima, decidió mudar sus
actividades al distrito de Miraflores:
Lima había cambiado vertiginosamente desde la década de
1950 y su centro comenzó a verse tugurizado por el
crecimiento poblacional. La elite, que en cierta manera se
vio cercada por los migrantes de la sierra, optó por
alejarse de su antiguo territorio, y así comenzó su
desplazamiento a barrios que, durante el siglo XIX y buena
parte del XX, habían constituido sitios de recreación o
simple campiña, tales como Miraflores, Barranco y San
Isidro. Esas zonas comenzaron a urbanizarse y a volverse
“residenciales” para las clases adineradas. Pero no solo
las antiguas y nuevas capas superiores se fueron moviendo
en dirección al sur y al este de la ciudad –teniendo como
ejes las recién construidas avenidas Javier Prado y Vía
Expresa–, sino que también lo hicieron los escenarios de
sus diversiones: el hipódromo, los cines, las librerías,
los cafés, restaurantes, teatros. La sociedad Filarmónica
no fue ajena a este movimiento e inició la década
trasladándose al nuevo foco cultural que empezaba a
consolidarse en el distrito de Miraflores.26
En ese desplazamiento geográfico de un sector de la cultura
musical erudita de Lima identificado con las clases altas
se encuentran también algunos conflictos entre el choque de
la cultura de elite y la cultura popular. El estreno, en
agosto de 1971, del Concierto para platillos y orquesta de Adolfo
Pollack por la Orquesta Sinfónica Nacional ilustra esas
tensiones. El propio Pollack nos habla de su obra:
Era más para verla que para escucharla. Era llevar el
teatro de la calle, a través de un mimo Jorge Acuña, que
era quien tocaba los platillos. Él entraba dando de
platillazos e interrumpía el concierto. El director primero
lo trataba de convencer así, suavemente, mientras lo
llevaba a la salida, después volvía a interrumpir; esta vez
lo sacan cargado. Entre el director y dos músicos lo sacan
cargado y lo tiran. Al final regresa con 20 platilleros y
todos dan un platillazo, y el director es el que se va
corriendo.27
A esas tensiones entre la cultura musical erudita y lo
popular, que tuvo su punto de clímax con la creación de los
Talleres de Canción Popular en 1974 por parte de Celso
Garrido-Lecca, se sumaba el hecho de que los recursos de la
vanguardia internacional, los grafismos, los recursos
escénicos y la experimentación con bandas magnetofónicas
(en casos contados), constituían el lenguaje habitual de
una buena mayoría de los compositores peruanos durante los
sesenta y setenta (aquellos que lo aprendieron en sus
viajes al exterior, aquellos que lo aprendieron en Lima
gracias a los anteriores) en contraste con un medio y unos
instrumentistas poco acostumbrados a estas nuevas
experiencias. Al respecto ha dicho el compositor peruano
Pedro Seiji Asato:
Nosotros hacíamos una música tan difícil que esperábamos
que vinieran músicos virtuosos de afuera para que tocaran
nuestras obras, se requería ya de cierto nivel de
interpretación, pero yo decía: “¿Para qué componemos si
estamos en un Conservatorio y a veces los alumnos necesitan
material para tocar, sobre todo los básicos, los
iniciales?”. Siempre en los programas de estudios se
requiere clases de música peruana, no había repertorio
peruano para niveles de los mas jóvenes; entonces comencé a
fijarme en esa experiencia y hacer música que pudiera tocar
cualquier nivel, desde principiante hasta avanzado, y no
hacer música para avanzados, música difícil, con un
lenguaje difícil que no era muy asequible en esa época. Ese
tipo de música era lo que le faltaba al público de los
conciertos, porque ya se estaba llenando de música la sala
Alzedo, el ICPNA, los auditorios donde se hacía música de
vanguardia. La gente iba y salía descuadrada, no estaba
acostumbrada a ese sonido, a ese lenguaje; entonces, mucha
gente dejó de ir a los conciertos porque no estaban
preparados para ese tipo de música.28
10.-Nono y lo latinoamericano
Bolaños entabló una gran amistad con el compositor italiano
Luigi Nono durante la visita que este realizó al CLAEM en
1967. Nono era el perfecto ejemplo de compromiso político y
vanguardia musical, de discurso social y de investigación
tecnológica. Su visita a la Argentina no fue menos
polémica, tomando en cuenta las condiciones en las que
había surgido el CLAEM: Nono dedicó su concierto, frente a
una nutrida audiencia, a “un gran hijo de la Argentina, que
fue extremadamente importante para la cultura de América
Latina: Ernesto ‘Che’ Guevara”. Al día siguiente, el
partido comunista fue puesto fuera de ley por el Gobierno.
Poco tiempo después, el Che Guevara era asesinado en
Bolivia.
Ya Bolaños desde su estancia en Estados Unidos había
empezado a sentir su afinidad con la izquierda. El
encuentro con Nono coincidiría con la preparación de una
obra llamada I-10-AIFG/Rbt-1: “Es un homenaje al comandante
Ernesto ‘Che’ Guevara. Pero como consideré que su titulo
original, ‘octubre-10-1967’, fecha en que fue asesinado en
el pueblo de Higuera, Bolivia, podría traerme problemas,
opté por titularla I-10-AIFG/Rbt-1, lo que reemplazaba con
letras y números esa fecha”.29 Dicha obra incluía
proyecciones de diapositivas con dibujos realizados por
quien era su esposa entonces, la artista argentina Julia
Pesce.
Al año siguiente compuso Ñacahuasu (1970), en donde se
escucha, a través de un recitante, fragmentos del diario
del Che en Bolivia. Esta última obra fue comisionada por
Radio Bremen de Alemania para el legendario Festival Pro
Musica Nova, dirigido por Hans Otte y que impulsaba los
nuevos lenguajes musicales con especial énfasis en la
experimentación multimedia. Durante los cuatro días que
duró el festival se presentaron obras de Mauricio Kagel,
Mariano Etkin, Dieter Schnebel, Luigi Nono, entre otros.
Ñacahuasu se estrenó en Lima en 1971 bajo la dirección del
reconocido director mexicano Luis Herrera de La Fuente y
junto con el Canto Coral a Tupac Amaru II, de Edgar Valcárcel
(estrenado en 1970) se convertiría en una obra
representativa de las nuevas tendencias musicales en
nuestro país. Solo un año después Francisco Mariotti
presentaba en la Feria del Pacífico su Templo circular de la luz,
una escultura penetrable donde el publico podía ingresar y
experimentar sensaciones visuales y sonoras. Por un
instante Lima parecía abrirse a los más variados y
radicales estímulos artístico-tecnológicos.
Ñacahuasu fue presentada además en el Encuentro de Música
Latinoamericana, en Cuba, en setiembre de 1972, evento al
que también fue invitado Luigi Nono y donde participaron
diversos conjuntos de música popular y de música
contemporánea de vanguardia de varios países
latinoamericanos. La división culto/popular y la
penetración cultural norteamericana fueron temas de
debate.30
En aquel encuentro Bolaños declaró: “La problemática
fundamental de la música latinoamericana no reside en la
asimilación de técnicas, sino en encontrar un camino para
expresar la convulsa realidad política y social de este
continente”.31
El encuentro además servía para hacer evidente el avance
del socialismo en América Latina, luego de la revolución
Cubana en 1959, como lo demostraban el triunfo de Salvador
Allende en Chile y el carácter nacionalista del gobierno de
Velasco Alvarado en el Perú. Por otra parte, aquel
encuentro permitía la posibilidad de reflexionar sobre los
condicionamientos estéticos latinoamericanos, su herencia
colonial y su dependencia cultural que, a la vez, era signo
de una dependencia económica, haciendo hincapié en la
búsqueda de raíces latinoamericanas. De ahí la promoción de
una música de revolución que quería demostrar que podía (y
debía) estar más allá de las dicotomías del tipo
culto/popular y afirmarse como “genuinamente”
latinoamericana, aunque su radicalidad ideológica podía
caer también en una militancia que invalidaba todo aquello
que fuera disidente a sus propias ideas.
De todos modos, ese interés por lo latinoamericano, como
región que afirmaba su independencia cultural, era una
preocupación permanente para Bolaños. Ya en 1964, en una
entrevista que le hizo Enrique Pinilla, declaró:
Yo sí creo que existe un estilo latinoamericano que se
muestra ya en una obra basada en un tema folclórico como en
cualquier otra obra en que el autor utilice libremente la
atonalidad, el politonalismo, la dodecafonía, etc. Hay que
reconocer que la cultura europea pesa notablemente sobre la
nuestra, ya que estamos en un proceso de asimilación, pero
no obstante la Personalidad Latinoamericana existe
principalmente en la Vitalidad Rítmica que no se encuentra
en el gastado vanguardismo europeo.32
11.-La interdisciplina y los computadores (1968-1970)
La primera obra audiovisual presentada por César Bolaños
fue Alfa-Omega (1967), una cantata experimental que incluía
proyecciones de diapositivas, sonidos electrónicos y
bailarines y que estaba inspirada en pasajes de la Biblia.
Además de Ñacahuasu y I-10-AIFG/Rbt-1, Bolaños compuso Flexum
(1969) para instrumentos de cuerda, viento, percusión,
cinta magnética y amplificación microfónica; Sialoecibi:
ESEPCO I (1970) para recitante-mimo-actor y piano y Canción
sin palabras: ESEPCO II (1970) para piano (dos ejecutantes) y
cinta magnética.
ESEPCO son las siglas de Estructura Sonora Expresiva por
Computación. Fue un trabajo conjunto realizado con el
matemático argentino Mauricio Milchberg, para hacer música
con una computadora. Al respecto en las páginas del libro
de Prieberg encontramos el siguiente pasaje. Hablando del
azar en la composición, el autor dice:
Tales reflexiones se acercan ya bastante a lo que
constituye la esencia de la máquina electrónica de componer
música. Para el cerebro electrónico, no hay ninguna
dificultad en asumir la función de los dados o de los
palitos de la suerte como transmisores de la clave para la
composición. Una “memoria” capaz de almacenar la fórmula
compositora puede ser reemplazada tanto por una tarjeta
perforada como por un circuito en que la señal almacenada
gire a voluntad como onda infrasónica. Solo será necesario
transportar todos los procesos musicales deseados a valores
numéricos; no solo los elementos acústicos, sino también la
estructura formal. Con el esfuerzo correspondiente, podrá
obtenerse música de todo tipo, sin tener en cuenta los
problemas de técnica y de estilo.
Los desarrollos de Bolaños-Milchberg se ubicaban en el
horizonte especulativo de Prieberg. Un horizonte que ya
había empezado a definir una estética a partir de la
mecanización y el desarrollo de las tecnologías
cibernéticas, y la posibilidad de la creación de autómatas
que realicen el trabajo humano. La fantasía de una música
que puede ser también producida sin la necesidad de un
individuo, un desarrollo que ha llegado a límites
insospechados con la aparición en la actualidad de las
llamadas músicas generativas o de producción autónoma (la
radicalización de ese simulacro de “no poder” que Atalli
señala como otra característica de la vanguardia musical, y
cuyo punto de partida puede encontrarse en la “obra
abierta” de John Cage). Ya en 1957 se había presentado en
los Estados Unidos el Datatron, un computador diseñado para
producir melodías, capaz de generar hasta cuatro mil
canciones diferentes en una hora, a partir de diversas
combinaciones. Un compositor norteamericano, Lejaren
Hiller, experimentó en los cincuenta con la computadora
Illiac, con la cual programó una Suite para cuarteto de cuerda.
Iannis Xenakis compuso su ST/10, 1-080261 (1962), primera
pieza estocástica del compositor griego, calculada con una
computadora IBM 7090. La técnica computacional, discutida
durante los cursos en Darmstadt en los cincuenta, suponía
el trabajo a partir de condiciones establecidas a priori
por un programador, condiciones estadísticas y la
posibilidad de un estilo desarrollado por el mismo
computador.
Las obras de Bolaños-Milchberg presentadas en 1971, aunque
empezadas a trabajar desde 1968, fueron compuestas con los
limitados alcances que una computadora de esa época podía
ofrecer. Sobre estas obras Bolaños dice en la información
que adjunta a la partitura de ESEPCO I:
Las Estructuras Sonoras Expresivas por Computación (ESEPCO) son obras
musicales realizadas en computadora, a través de un
programa que fija los parámetros y las libertades que una
obra musical requiere. Por ejemplo estructura, duración,
tiempo, velocidad, sonidos, densidad sonora, instrumentos,
imágenes, etc., y todas las acciones que el compositor
incluya en ella. Los ESEPCO se diferencian de la música
electrónica en que los ESEPCO proponen los parámetros
musicales, pero no los convierten en sonido. Es como un
plano arquitectónico de una casa o un puente.33
Sialoecibi: ESEPCO I está compuesta para piano y un recitante-
mimo-actor (que a su vez aparece en escena encerrado en un
cubículo). Este último declama una serie de combinaciones
de palabras que estructuran frases mecanizadas, con tono
paródico, típicas del lenguaje organizacional y de siglas,
propias de la época, y que expresan una preocupación por el
individuo alienado, automatizado en la sociedad
contemporánea, bajo el control de las máquinas y de un
poder mayor: “Contingencia Funcional de Transición”,
“Programación Recíproca Sistematizada”, “Flexibilidad
Política Sincronizada”, etc. Estas frases forman luego una
gran declaración: “La contingencia de esta generación BID
ha llevado a una flexibilidad política CELAM compatible,
cuya concepción total recíproca concluirá en una fase
digital FAO sistematizada.”
Milchberg se encargó de resolver la parte técnica
computacional, pues trabajaba con computadores de válvulas
al vacío en las empresas Bull y Olivetti. Se planeó
realizar un tercer ESEPCO, pero el proyecto no llegó a
prosperar, debido a la incertidumbre generada tras el
cierre del Di Tella en 1971.
Para Bolaños estas experimentaciones fueron también
resultado de su participación en el Centro de
Experimentación Audiovisual, donde continuó sus estudios de
1965 a 1966. Después fue becado por la OEA para continuar
en la institución de 1967 a 1968. Luego se dedicó también a
la enseñanza, y dictó cursos de composición con medios
electrónicos en el Di Tella, en el Centro de Arte y
Comunicación (CAYC) y en la Universidad de Santa Fe.
En 1971 se estrenó ESEPCO I en Lima, en el Instituto
Nacional de Cultura (antes Casa de la Cultura), con Edgar
Valcárcel en el piano y el actor Ernesto Ráez como
recitante. ESEPCO II se estrenó también ese mismo año en
Lima, con Bolaños y La Rosa en el piano. En esa misma fecha
se realizó una célebre improvisación entre Bolaños, La Rosa
y Núñez Allauca (de la que ha quedado una foto muy
difundida), en la que se usaron al máximo las posibilidades
que el piano ofrecía a los tres ejecutantes. Núñez Allauca
presentó, además, su pieza electrónica Gravitación Humana
(1970), compuesta en el Di Tella.
12.-Últimos trabajos de Bolaños en la Argentina. Cierre del
Di Tella (1970-1973)
César Bolaños le entregó a Jorge Glusberg dos obras
plásticas de carácter conceptual, dos dibujos que
sintetizaban la poética musical del compositor: Proyección y
Ordenadas de la imaginación, realizados en 1972. Ambos dibujos
estaban hechos sobre pliegos de papel Canson y fueron
presentados en una exposición itinerante realizada por
Glusberg, director del CAYC, en donde participaron diversos
artistas conceptuales y poetas visuales argentinos y
extranjeros.34
En ambos trabajos Bolaños hace su propia confesión de fe en
los valores numéricos de la música, que remiten a las ideas
pitagórico-platónicas. En Proyección, una estrella aparece
como consecuencia del cruce de diversas líneas (en un plano
de coordenadas cartesianas) en perfecta simetría que forman
una sección áurea. Se lee al costado: “En la estrella
duerme la música de los sonidos, del canto, la voz, la
palabra, las ideas, cuando despiertan se proyectan por los
vértices”. Y en otro extremo se lee: “La música es el
jardín de las matemáticas”.
En un ensayo sobre el compositor griego Iannis Xenakis, el
filósofo español Eugenio Trías señala la influencia que las
ideas pitagóricas habían tenido sobre él y ofrece un
análisis que bien pueden trasladarse al caso de la obra
Proyección: “Esas formas algebraicas, o esas figuras
matemáticas, al proyectarse de forma geométrica a través de
la doble coordenada cartesiana, con su ordenada y su
abscisa, que en términos musicales componen la altura tonal
y la duración temporal, generan y desencadenan la
posibilidad de configuraciones geométricas (y de cuerpos
sólidos de un carácter específicamente arquitectónico)”.35
Por su parte, en Ordenadas de la imaginación, Bolaños más bien
pone en manifiesto que el compositor crea también en
función de estímulos, y allí es donde aparecen el
compromiso, los ideales, pero también otras dimensiones
como las pulsiones y las circunstancias frente a las cuales
el compositor tiene que enfrentarse para realizar su
proyecto. Estas Ordenadas de la imaginación vienen a ser las
principales motivaciones del compositor, y están
explícitamente expresadas: “Los que luchan por una
Latinoamérica libre”, “Los torturados y muertos a causa de
sus ideas”, etc. Dichas ordenadas atraviesan una abscisa
(que aquí representa una frecuencia de sonido).
Proyección y Ordenadas de la imaginación constituyen los dos
últimos trabajos que Bolaños realizó en la Argentina. El Di
Tella cerró sus puertas a fines de 1971 por problemas
económicos. Sin embargo, se ha dicho que las razones
obedecen a causas políticas: el grupo empresarial detrás
del Di Tella había negociado el cierre del Instituto (a fin
de condonar una deuda) debido a que estos, por su
politización (sobre todo en el área plástica), no eran bien
vistos por el gobierno militar argentino.
Bolaños estuvo en la Argentina pasando penurias económicas
hasta 1973, año en que retornó al Perú para instalarse
definitivamente e iniciar una etapa de investigación
etnomusicológica.
13.-La creación de la OMD (1973-1979)
Como hemos señalado anteriormente, el Gobierno
Revolucionario de las Fuerzas Armadas, comandado por Juan
Velasco Alvarado, que se instaló tras un golpe militar en
1968 doblegando el gobierno de Fernando Belaúnde, trajo
consigo una serie de reformas sociales que iban a influir
en el campo de la cultura. Mientras el populismo había
impulsado procesos de modernización en otros países
latinoamericanos, en el Perú aquello no había ocurrido. Por
esa razón, el gobierno de Velasco, de clara política
nacionalista y antiimperialista, puede ser visto como un
intento de superar ese atraso histórico a través de una
serie de reformas:36 reforma de la educación, reforma
agraria, reforma de la empresa, nacionalización de la
minería, la pesca, la banca, el control de los cambios,
reforma educativa, oficialización del quechua como lengua
oficial, etc. Muchas de estas reformas estuvieron lejos de
ser óptimas y fracasaron debido al verticalismo del
gobierno.
Entre esos cambios en el plano cultural estuvo la
transformación de la Casa de la Cultura en el Instituto
Nacional de Cultura (INC) con un marcado enfoque en la
preservación de la cultura patrimonial. Y la creación,
entre otras, de la Oficina de Música y Danza, a donde llegó
Bolaños para convertirse en director, encomendándosele el
desarrollo de una investigación sobre instrumentos de uso
popular en el Perú. Bolaños, conjuntamente con Alida
Salazar y el músico chileno Fernando García, iniciaron
dicha investigación, que dio como resultado la publicación
de un libro llamado Mapa de los instrumentos musicales de uso popular
en el Perú (1977).
De ahí en adelante, la carrera de Bolaños dio un vuelco
hacia la investigación etnomusicológica y la
arqueomusicología, suspendiendo de manera casi definitiva
su trabajo como compositor. Las razones de esta decisión
son, en principio, el peso de las circunstancias: la
carencia de un laboratorio de música electrónica donde
poder seguir las investigaciones desarrolladas en el Di
Tella y un ambiente musical académico polarizado por la
creación de los Talleres de Canción Popular a manos de
Celso Garrido-Lecca, en 1974, mediante el cual se buscaba
impulsar la creación musical con instrumentos populares,
partiendo de una proyección folclórica. Este taller fue
luego implantado en la Escuela Nacional de Música (nombre
que tuvo el Conservatorio Nacional por aquellos años), lo
que fue visto por algunos como una herejía. Valcárcel
declararía por esos años haber sido “acusado de músico
proimperialista por difundir música de vanguardia”.
Mientras, Garrido-Lecca postulaba una necesidad de
“mirarnos a nosotros mismos”. Lo cierto es que esta
situación reflejaba las distancias que existían entre uno y
otro sector (entre la cultura musical erudita y la cultura
popular).37 Al respecto, Aurelio Tello nos cuenta:
La caída de Allende en 1973 significó la llegada de Celso a
Lima. Él venía con toda esa carga, y siendo la personalidad
que es, gestamos un movimiento de Canción Popular en el
seno del Conservatorio, porque eran años de cambios.
Teníamos un gobierno que había introducido una serie de
reformas pendientes, históricamente, en el Perú: la reforma
de la educación, la reforma agraria, la nacionalización del
petróleo, de las minas, etc. Se modernizó el Perú, trataron
de ubicarlo en un punto de contemporaneidad con el mundo,
el país dejó de ser esa sociedad virreinal que había sido,
oligárquica. También había emergido una cantidad de gente
del mundo andino; veníamos de sectores que eran
considerados en segundo lugar. Y esos cambios se
manifestaron en la estructura del Conservatorio, que tuvo
que abrirse a la enseñanza de instrumentos tradicionales
peruanos. Ahora, lamentablemente eso no cuajó en la
confección de un proyecto académico, porque estuvo signado
por el cambio político, y cuando el cambio político viró a
otra cosa el proyecto se derrumbó. Quien derrumbó eso fue
Edgar Valcarcel; cuando ingresó como director del
Conservatorio después de Celso Garrido-Lecca, liquidó todo
eso. Tenía la idea de que el Conservatorio no tenía que
preocuparse de esos aspectos.
Creo yo que no estaban dadas las condiciones para que el
Conservatorio se convirtiera en un centro global de la
música, un centro de enseñanza que incluyera el charango,
los instrumentos de percusión, el arpa andina. Eso se
derivó a la escuela del folclore, porque nosotros seguimos
siendo víctimas de esa visión eurocentrista que divide lo
popular de lo culto, lo académico de lo empírico, y
seguimos creyendo que el Conservatorio no debe ocuparse de
estas tradiciones intangibles, de estas tradiciones que
están vivas.38
Lo cierto es que, ante esas tensiones, y sumado a una
personalidad más bien renuente a la exposición, Bolaños
encontró en la investigación etnomusicológica un universo
de posibilidades tan atractivo y absorbente que la
composición fue quedando paulatinamente atrás. En 1974
escribió la obra Ayacucho para el “Concurso de Sinfonía de
la Batalla de Junín y Ayacucho”, auspiciado por el gobierno
militar y que permitió la producción de una gran cantidad
de obras orquestales de compositores peruanos, y que al
final tuvo como ganador a Enrique Iturriaga. Ese mismo año
escribió Escaramuza de Corpahuayco. Un año después realizó una
investigación, por encargo del Ministerio de Educación, en
las comunidades aguarunas o aguajún de Japaime, Pajacusa y
Kuit, de la provincia de Bagua, de la región de Amazonas,
para recolectar cantos y estudiar sus instrumentos. Las
grabaciones de campo realizadas entonces recién verían una
edición en CD en el 2003.
14 Ciclo Abierto de Exploraciones Musicales (1979)
En 1978, coincidiendo con el declive del gobierno militar,
se realizó en la Casa Lorca un concierto de música
electrónica e instrumental con Edgar Valcárcel (quien había
vuelto de realizar obras electrónicas en el laboratorio de
la Universidad de McGill, en Canadá), César Bolaños y
Manongo Mujica (músico que venía de estudiar percusión en
Viena y de integrar diversos conjuntos de improvisación en
Londres, y cuya sorprendente trayectoria merece una
investigación a fondo). Allí se interpretó ESEPCO II y
Mujica presentó una pieza llamada Selv A I para percusión y
cinta preparada, realizada en Lima en el estudio de
grabación R.P.M. Pero fue en setiembre de 1979 cuando César
Bolaños realizó su última obra musical, en el contexto del
Ciclo Abierto de Exploraciones Musicales. Este evento fue
organizado por los músicos Manongo Mujica y Arturo Ruiz del
Pozo (este último retornaba de Londres de realizar estudios
de música electrónica). Por dos meses, y con función
semanal, el Auditorio de Miraflores fue escenario para una
serie de sesiones de improvisación libre en la que
participaron compositores académicos, gente vinculada al
jazz y a la música popular, entre los que se encontraban,
además de Bolaños, personalidades como Enrique Pinilla,
Omar Aramayo, Enrique Luna, Susana Baca, Jorge Betancourt,
Pochi Marambio, Los Hermanos Allison, Douglas Tarnawiecki,
Chocolate Algendones, etc. Para dicho evento Bolaños
improvisó junto a Mujica y Ruiz del Pozo, en una obra que
incluía percusión metálica (un gong de agua tocado por
Bolaños), piano, antaras y quenas (existe una grabación de
dicho concierto). La percusión y el piano también serían la
instrumentación usada por Bolaños para Pucayaku (1984),
última obra escrita que dejaría inconclusa.
Con esto finaliza la trayectoria musical de César Bolaños;
a partir de ese momento dedicó su vida a la investigación
etnomusicológica y a la docencia. Serán otros los que
escribirán la historia de la música académica en nuestro
país de los ochenta en adelante, una década que marca el
retorno del Perú a la democracia pero también al
padecimiento de un entorno violentista y una aguda crisis
económica. La música electroacústica reaparecerá a fines de
dicha década de manos de compositores como José Sosaya y
Gilles Mercier, quienes organizaron algunos conciertos
donde también se presentaron algunas obras de Bolaños
(ESEPCO II).
En síntesis, podemos decir que la trayectoria musical de
César Bolaños puede dibujar el paso del vanguardismo
musical en el Perú: para sus protagonistas una vivencia
fundamental, en la medida en que se construyó como
resultado de un desarrollo personal que los llevó a
estudiar fuera. Pero ese desarrolló entró en crisis al
chocar con una realidad que exigía sus propias
formulaciones: una confluencia de trabajo que involucrara
tanto a las instituciones como a los músicos, a los
críticos y al público.
El destino quiso que la última aparición de Bolaños como
músico ocurriera en el contexto de una improvisación libre,
lo que también podríamos ver como un signo que revelaba la
necesidad de abrir el academicismo hacia una experiencia
más abierta. Quien sabe lo que hubiera ocurrido en adelante
si el trabajo y los viajes de investigación no hubiesen
resultado tan absorbentes. En todo caso importa lo que
ocurrió hasta entonces: una trayectoria en constante
ascenso y que ha quedado para la posteridad como una de las
más audaces y ejemplares de la música peruana de la segunda
mitad del siglo XX.
Referencias
1. Anónimo, “La música contemporánea en el Perú”, en Semanario
Peruano, 3 de abril de 1957.
2. Iturriaga, Enrique y Estenssoro, Juan Carlos, “Emancipación y
República: Siglo XIX” en La música en el Perú, Patronato Popular y
Porvenir, Pro Música Clásica, 1988.
3. Rebagliati, Edgardo, “José María Valle Riestra, compositor y
artista”, en Mundial, nº 205. Lima, 18 abril de 1924. Citado por
Iturriaga y Estenssoro en “Emancipación y República: Siglo XIX”.
4. Lauer, Mirko, Introducción a la pintura peruana del siglo XX, Lima,
Universidad Ricardo Palma, Editorial Universitaria, Lima, 2007,
p. 161.
5. Manrique, Nelson, Historia de la República, Lima, COFIDE, 1993, p.
269.
6. Meza, Luis Antonio, “Cuarenta años del Conservatorio”, en
Conservatorio nº 1, diciembre de 1986, p. 2.
7. Holzmann, Rodolfo, “Aporte para la emancipación de la música
peruana. ¿Es posible usar la escala pentáfona para la
composición?”, en Revista de estudios musicales, 1949. Citado por Raúl
Romero en “Nacionalismos y anti-indigenismos: Rodolfo Holzmann y
su aporte a una música ‘peruana’”, en Hueso Húmero, nº 43, Lima,
Mosca Azul.
8. Salvo el caso excepcional del exiliado Raoul Verneuil, que
había incursionado en el dodecafonismo. Dos buenas guías para
conocer sobre la composición académica en el Perú en el siglo XX
las ofrece Enrique Pinilla en “Informe sobre la música en el
Perú”, en Historia del Perú, Lima, Juan Mejía Baca, 1980 (que
apareció también en edición como libro solo) y en “La música en
el siglo XX”, en La música en el Perú, Patronato Popular y Provenir,
Pro Música Clásica, 1988.
9. Estéves Trujillo, Mayra, UIO – BOG. Estudios sonoros desde la región
andina, Quito/Bogotá, Centro Experimental Oído Salvaje, julio de
2008, p. 28.
10. Canclini García, Nestor, “Estrategias simbólicas del
desarrollismo económico (para una sociología de las vanguardias
artísticas”, en La producción simbólica, Teoría y método en sociología del arte,
Siglo Veintiuno editores, 1988, p. 102.
11. Bustamante, Emilio, “Apropiaciones y usos de la canción
criolla 1900-1939”, en Contratexto, nº 15, Revista Digital de la
Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima, 2007.
12. Valcárcel, Edgar, “La generación de compositores del 53 en
el Perú”, en Ballet Nº 6 Lima, 1954.
13. Entrevista personal, julio de 2009
14. Anónimo, “Estreno: Ensayo 1956”, en Presente, 7 de diciembre
de 1956.
15. Entrevista personal, julio de 2009.
16. Íd.
17. Los becarios del bienio 1963-1964 fueron: Blas Emilio
Atehortúa y Marco Aurelio Venegas, de Colombia. Oscar Bazán,
Armando Krieger, Alcides Lanza y Miguel Ángel Rondado, de la
Argentina. César Bolaños y Edgar Valcárcel, del Perú. Mario
Kuri-Aldana, de Mexico. Mesías Maiguashca, de Ecuador. Marlos
Nobre, de Brasil. Alberto Villalpando, de Bolivia. Los becarios
en el bienio 1965-1966 fueron: Rafael Aponte Ledée, de Puerto
Rico. Jorge Arandia Navarro, Mariano Etkin, Eduardo Mazzadi,
Graciela Paraskevaídis, de la Argentina. Atiliano Auza León, de
Bolivia. Bernal Flores y Benjamín Gutiérrez Sáenz, de Costa
Rica. Miguel Letelier, Enrique Rivera, Gabriel Brncic, de Chile.
Jorge Sarmientos, de Guatemala. Walter Ross, de los Estados
Unidos. César Bolaños, del Perú. Blas Emilio Atehortúa, de
Colombia. Los becarios del bienio 1967-1968 fueron: Florencio
Pozadas, de Bolivia. Marlene Migliari Fernándes, de Brasil.
Jacqueline Nova, de Colombia. Iris Sangüesa, de Chile. Joaquín
Orellana, de Guatemala. Óscar Cubillas, del Perú. Luis Arias,
Mario Perusso, Luis María Serra, Regina Benavente, de la
Argentina. César Bolaños, del Perú. Blas Emilio Atehortúa, de
Colombia. Gabriel Brncic, de Chile. Y por último, los becarios
del bienio 1969-1970 fueron Jorge Antunes, de Brasil. Alejandro
Núñez Allauca, del Perú. Antonio Mastrogiovanni, Ariel Martínez,
Coriún Aharonián, Beatriz Lockhart, León Biriotti, de Uruguay.
José Ramón Maranzano, Eduardo Kusnir, Pedro Caryevschi, Luis
Zubillaga, Jorge Blarduni, Bruno D’Astoli, Norman Dinerstein,
Salvador Ranieri, Diego Feinstein, de la Argentina. Rafael
Aponte Ledée, de Puerto Rico.
18. Canclini García, op. cit., p. 104.
19. King, John, El Di Tella y el desarrollo cultural argentino en la década del 60,
Buenos Aires, Ediciones Gaglianone, 1985, p. 87.
20. Attali, Jacques, Ruidos, Ensayo sobre la economía política de la música,
Siglo Veintiuno Editores, 1995, pp. 167-173.
21. Tello, Aurelio, “Aires nacionales en la música de América
Latina como respuesta a la búsqueda de identidad”, en Hueso
Húmero nº 44, Lima, Mosca Azul.
22. Entre las clases que Bolaños recibió en el Di Tella durante
los dos años que duró su beca se encuentran: “Estructuras
contemporáneas en la composición musical y problemas en la
creación musical contemporánea” con Alberto Ginástera, “Textura
tradicional” con Raquel C. de Arias, “Historia y estética de la
música contemporánea e historia y estética de la música
americana” con Amalía Suárez Urtubey. Asimismo asistió a los
siguientes seminarios: “Teoría del ritmo” con Olivier Messiaen,
“Textura musical del siglo XX y nuevos principios de
orquestación” con Riccardo Malipiero, “Estética de la música del
siglo XX” con Aaron Copland, “Hacia una estética americana” con
Gilbert Chase, “Música y palabra” con Luigi Dallapiccola,
“Técnicas para la composición de la música electrónica” con
Mario Davidovsky, “La música y el hombre” con Roger Sessions. Y
asistió a las siguientes conferencias: “La generación de
compositores españoles” con Odón Alonso, “Los Festivales de
Bayreuth” con Karl Andreas Wirtz, “Introducción al ritmo
musical” con Edgar Williams, “La música y los músicos de España
en la época actual” con Antonio Fernández, “Música en las
universidades de los Estados Unidos” con John Vincent, “Música y
Cine” con Maurice Le Roux, “El hallazgo de un barroco musical
hispanoamericano” con Lauro Ayestarán y “Problemática de la
música moderna” con Bruno Maderna. Llevó también como curso de
extensión en el Centro de Experimentación Audiovisual: “Teoría y
práctica de los audiovisuales”. Tras culminados los dos años
recibió nuevamente una beca de la OEA, lo que le permitió seguir
los cursos, durante 1966 y 1967, de “Seminario de música barroca
hispanoamericana” con Robert Stevenson, “Música estocástica,
estratégica y simbólica” con Iannis Xenakis y “Teoría avanzada
de la composición” con Earle Brown.
23. King, John, op. cit. Un interesante punto de vista sobre la
creación electroacústica, y las posibilidades para el compositor
en Latinoamérica, lo ofrece el uruguayo Coriún Aharonián en “La
música, la tecnología y nosotros los latinoamericanos” en Lulu nº
3, abril de 1992. Aharonián señala la gran cantidad de obras
electroacústicas producidas en Latinoamérica; más allá del alto
costo de los equipos, la ventaja para el compositor es que, al
disponer de esos equipos, puede grabar y escuchar su obra, lo
que resulta muchas veces difícil cuando se trata de una
composición instrumental.
24. Bolaños, César, Técnicas del montaje audiovisual, Universidad
Nacional del Litoral de Santa Fe, 1969, p. 3.
25. Si bien nunca participó de los conciertos de Nueva Música,
el trabajo de Celso Garrido-Lecca es imprescindible en cualquier
recuento sobre la introducción de las nuevas tendencias
musicales en el Perú. Garrido-Lecca se encontraba por entonces
radicado en Chile, y en esos años compuso algunas de las más
importantes y experimentales piezas peruanas del siglo XX como
Intihuatana (1965) o Antaras (1968), a la vez que se vinculó con
movimientos de izquierda y de Nueva Canción, y llegó a componer
canciones con el mismo Víctor Jara. Tras la caída de Allende
retornó al Perú y fundó en 1974 los Talleres de Canción Popular
y el conjunto Tiempo Nuevo.
26. En 100 años de la Sociedad Filarmónica de Lima, Lima, 2006,
p. 124.
27. Ricardo Dal Farra, “Entrevista con César Bolaños”, en Revista
del Centro de Experimentación e Investigación en artes electrónicas, agosto de
2009.
28. Entrevista personal, julio de 2006
29. Entrevista personal, julio de 2006
30. En aquel encuentro se realizó una mesa de debate llamada
“Música y liberación” que contó con la participación de Luigi
Nono, César Bolaños, Víctor Jara, Daniel Viglietti y Harold
Gramatges. Bolaños presentó en aquel encuentro además ESEPCO II.
También fueron invitados los peruanos Enrique Pinilla, quien
presentó su Concierto para piano y orquesta (1970), Edgar Valcárcel (en
calidad de intérprete) y Celso Garrido-Lecca, quien presentó una
pieza electrónica Estudio nº 1 (1971) e Intihuatana (1965), y que
entre otras cosas declaró: “Si es necesario hacer música para un
acto político, hay que hacerla; o escribir una marcha, o
trabajar con un conjunto folclórico. No debe haber división en
la música”. La pieza de Pinilla y el Intihuatana de Garrido-Lecca
se incluyen en la edición en vinilo que recoge las obras del
encuentro. El conjunto Perú Negro, que realizaba una gira por
Cuba, se sumó también a dicho encuentro. Hay una crónica escrita
por Edgar Valcárcel que apareció publicada el 23 de octubre de
1972 en el diario El Comercio, y de la que vale la pena citar el
siguiente párrafo: “Llamó nuestra atención que la música en el
proceso revolucionario cubano no se ha mantenido al margen de
las nuevas tendencias y técnicas contemporáneas; por el
contrario se las ha asimilado e incorporado a su propia
expresión y necesidades musicales. Los medios aleatorios,
estructurales, mixtos, electrónicos, concretos, etc., son
lugares comunes en el quehacer cotidiano de los compositores
cubanos contemporáneos. Asimismo, el haber constatado que en
ningún momento se ha pensado en ‘ennoblecer’ el guaguancó, son o
rumba, so pretexto de crear una música nacional ni en vestir con
ropaje sinfónico a las creaciones populares, con intenciones de
una falsa difusión y promoción musical masiva de factura
cultural ‘facilitada’, nos recordó con pesar opiniones
frecuentemente vertidas en nuestro medio tales como la absurda
pretensión de ‘elevar’ o ‘ennoblecer’ nuestro huayno, vals o
marinera, y cubrir con aderezo orquestales las obras de Pinglo y
tantos otros notables músicos populares. Eliminando los
conceptos de ‘culto’ o ‘selecto’ de la música y creyendo
firmemente en la nobleza intrínseca de lo folclórico y popular,
la música cubana se ubica con claridad de conceptos y precisión
de valores en importante lugar dentro de la música
latinoamericana.”
31. Citado por Luis Héctor Correa de Azevedo en “La música en
América Latina”, en Aretz, Isabel (ed.), América Latina y su música,
Siglo Veintiuno Editores, 1987, p. 67.
32. Pinilla, Enrique, “Los jóvenes músicos: doce compositores de
América se reúnen para estudiar. Entrevista a César Bolaños”, en
Estampa, revista del diario Expreso, Lima, febrero de 1964.
33. Más adelante señala: “Como compositor e interesado en hallar
otra forma de escribir, considerando que todos los parámetros de
la música tienen valores numéricos, buscaba que estos se
vertiesen en partituras que los señalasen. En algunas de mis
obras de 1967 a 1969 incluí algunos de estos valores, pero mi
ideal era incluirlos en todas. Por suerte conocí al matemático
argentino Mauricio Milchberg. Conversando con él surgió la idea
de trasladar esos valores, a través de un programa, a una
computadora. Para esto él me dijo: ‘Debes autoanalizarte cómo
escribes, cómo son tus decisiones, es decir, cómo decides las
dimensiones de estos, etc., en números. Las computadoras solo
entienden los parámetros cuando se les proporcionan parámetros y
números a través de un programa. Los programas son solo para
indicarles qué deben hacer’. En otras palabras, que le señalase,
en números y en parámetros, cómo es mi estilo. En aquella época
no imaginaba que una computadora imitase mi estilo de componer,
que para esto debía comunicarme con lo que únicamente entendían
las computadoras: NÚMEROS y ALGORITMOS. Y en esta tarea la ayuda
de Mauricio fue invalorable.
Los parámetros entregados por un compositor y traducidos por un
programador en computación, hacen que al final las decisiones
estén en ‘manos’ de la computadora. ESEPCO I fue la primera
experiencia; ESEPCO II es más perfecto que el anterior.
Desafortunadamente fue el último que alcanzamos a presentar.
Pero a veces algunas decisiones de la computadora las modifiqué
cuando veía que sus resultados no me agradaban.
Nunca deje que la ‘composición’ de la computadora decidiera,
pues siempre utilicé la computadora como herramienta programada.
Siempre la consideré muy útil para imitar el estilo y generar
ideas musicales por computación. Hubiera sido diferente si
aceptaba que la maquina sea la compositora. Pero aun así lo
interesante en esta forma de escribir es que las computadoras
sugieren a veces propuestas inimaginables; no es lícito para mí
firmar sus resultados, utilizar a ciegas sus interminables
‘obras’. En todo caso, la autoría no es de la computadora sino
de quienes hicieron posible que sus parámetros musicales se
ubiquen dentro de un determinado estilo”.
34. Las obras y más información sobre el evento puede verse en
esta dirección: www.lib.uiowa.edu/spec.../MsC759_cayc.htm.htm
35. Trías, Eugenio, “Iannis Xenakis: Arquitectura sinfónica”, en
El canto de las sirenas, España, Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores,
2008, p. 778.
36. Manrique, Nelson, op. cit., p. 310.
37. El cineasta Armando Robles Godoy en un texto llamado
“Evocación de un amigo”, incluido en el libro Enrique Pinilla: Hombre
y Artista, editado por la Universidad de Lima en 1999, señala que
Pinilla solía recordar un terrible incidente todo el tiempo:
Radio Nacional había grabado todos los conciertos de la Orquesta
Sinfónica Nacional pero luego las cintas fueron borradas para
grabar los discursos de Velasco. Quizá de ahí su obsesión por
grabar él mismo una gran cantidad de conciertos de música
académica realizados en Lima, con una enorme grabadora de
carrete abierto de su propiedad. Ha sido gracias a Pinilla que
han quedado registros sonoros de aquella época. Estas cintas se
encuentran actualmente en el Conservatorio Nacional de Música de
Lima y según el catálogo dicho archivo consta de 203 cintas
(entre conciertos y grabaciones de campo). En el 2006, con
motivo de la organización de la muestra documental Resistencias:
Primeras vanguardias musicales en el Perú, pude tener acceso a muchas de
estas cintas de carrete (unas veinte) que fueron luego
digitalizadas. Se pudo así escuchar grabaciones, hoy históricas.
Lamentablemente los propósitos de la muestra no contemplaban
hacer una digitalización de todo el material disponible en el
Conservatorio. Lo que es alarmante es el estado en el que se
encontraron dichas cintas, amontonadas y sin un sistema adecuado
de conservación, por lo que muchas de ellas tienen hongos y