Argentina: Políticas Públicas y Derechos Humanos
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Argentina: Políticas Públicas y Derechos Humanos
Por Pablo Eduardo Slavin [email protected]
-¿Y cuál es la pseudociencia más peligrosa?
-La teoría económica estándar, ortodoxa, porque sustenta las políticas económicas de los gobiernos conservadores y reaccionarios, que son enemigos del bienestar de la gente común.”
Entrevista a Mario Bunge, diario español El Mundo, 11 de marzo de 2011
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Introducción:
El presente trabajo, que se encuentra en plena etapa de elaboración, se enmarca
en el Proyecto de Investigación “Políticas públicas y Derechos Humanos: El rol del
Estado como eje central; posibilidades y límites a nivel Nacional, Provincial y
Municipal", que es ejecutado por el Grupo de Investigación Pensamiento Crítico, en el
seno del CIDDH 'Alicia Moreau'.
Tomando en cuenta algunas de las experiencias vividas en nuestro país a partir
de la crisis del 2001, y comparándolas con las respuestas que actualmente están
ofreciendo los países desarrollados ante la crisis económica desatada en el año 2008
(casos de España, Portugal, Grecia, Italia, Francia, Gran Bretaña), resulta necesario
analizar el poder y los límites de las políticas públicas como herramientas de
transformación y superación de crisis económico sociales en un marco de inclusión
social y promoción de los Derechos Humanos Fundamentales.
Breve cuadro de situación:
La crisis del Estado de Bienestar en la década de 1970, y luego el derrumbe del
mal llamado Socialismo Real, trajeron la consolidación de un modelo neoliberal que
hizo del Estado y las políticas públicas sus principales enemigos. Las ideas de
economistas y filósofos-políticos como Milton Friedman, Friederich Hayek, Robert
Nozick hicieron un culto del mercado y de la defensa del individualismo. Lo que se
escondía detrás de esas teorizaciones era el intento por justificar toda una serie de
medidas que permitieran a sectores de la burguesía recuperar una tasa de ganancia 1 Citado por el economista argentino Alfredo Zaiat, en Página 12 del 3 de abril de 2011.
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que había descendido a límites históricos. Esa caída de la tasa de ganancia, descripta
por Marx en El Capital como una ley de tendencia del sistema capitalista, había
demostrado su implacable efectividad, pese a todas las políticas en contrario
desplegadas por los dueños del capital. El Estado de Bienestar, que durante algunas
décadas había logrado atenuar las crisis cíclicas del capital, no fue suficiente para
impedir aquella tendencia del sistema.
Una nueva crisis de sobreacumulación azotó al modelo capitalista.
En un muy interesante trabajo, David Harvey explica que “…existe
sobreacumulación cuando excedentes de capital (acompañados a veces por
excedentes de fuerza de trabajo) permanecen ociosos sin que se vislumbren salidas
rentables. El hecho determinante, en cualquier caso, es el excedente de capital.”2
¿Y cómo respondieron los capitalistas?
La acumulación a través de las guerras, el fraude, la depredación y la violencia, a
las que aludía Marx como propias de la etapa de acumulación primitiva u originaria,
siguen presentes en la práctica diaria del capitalismo. Es por ello que estas formas,
según David Harvey, deben ser reexaminadas a la luz de una nueva calificación que él
denomina acumulación por desposesión.
Las privatizaciones en todas sus variantes (energía, transportes,
telecomunicaciones, educación, ciencias, etc.), la mercantilización de expresiones
culturales y deportivas, de los derechos de propiedad intelectual, la devaluación de
activos de capital y fuerzas de trabajo, son todas formas diferentes de desposesión. La
política económica del neoliberalismo dominante desde la década del setenta del siglo
XX, ha sido la encargada de santificar estas prácticas. Aunque sin olvidar que siempre,
el presupuesto necesario para ello es la existencia de un excedente de capital.
“Lo que posibilita la acumulación por desposesión –explica Harvey en su obra
El nuevo Imperialismo- es la liberación de un conjunto de activos (incluida la fuerza
de trabajo) a un coste muy bajo (y en algunos casos nulo). El capital sobreacumulado
puede apoderarse de tales activos y llevarlos inmediatamente a un uso rentable. La
acumulación primitiva, tal como la describió Marx, suponía apoderarse de la tierra,
por ejemplo, cercándola, y expulsar a sus habitantes para crear un proletariado sin
2 Harvey, David (2003); El nuevo imperialismo; Madrid, España; pág. 119.
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tierra, introduciendo esta última posteriormente en el circuito privado de la
acumulación de capital. Durante los últimos años, la privatización (por ejemplo, en
Gran Bretaña, de viviendas sociales, telecomunicaciones, los transportes, el agua,
etc.) ha abierto igualmente vastas áreas en las que pueden introducirse el capital
sobreacumulado. El colapso de la Unión Soviética y la apertura de China supusieron
una cesión masiva de activos, hasta entonces no disponibles, al circuito de la
acumulación de capital.”
También las enormes devaluaciones y crisis provocadas en el tercer mundo por el
sistema financiero internacional, permitieron cumplir con estos objetivos.
Décadas de implementación del modelo neoliberal permiten comprobar como la
brecha entre países desarrollados y subdesarrollados (o „en vías de desarrollo‟) se ha
incrementado; la exclusión social, la desocupación, el hambre y la pobreza han seguido
similar derrotero. Y todo ello, como nos es dable observar, lejos ha estado de evitar o al
menos mitigar las crisis económicas del modelo capitalista, las que cada vez se tornan
más agudas.
Nuestro país no fue ajeno a la aplicación del modelo neoliberal, proceso que se
inició bajo el gobierno militar de 1976/1983, alcanzando su punto culminante durante la
década de 1990.
En este contexto, consideramos que la implementación de políticas públicas,
entendidas como “...el conjunto de acciones u omisiones que manifiestan una
determinada modalidad de intervención del Estado en relación a una cuestión, que
concita el interés, la atención y movilización de otros actores del tejido social"3,
constituye el camino más idóneo para avanzar en la construcción de una sociedad que
pueda conciliar desarrollo, con igualdad, inclusión social y una defensa integral de los
Derechos Humanos.
El Estado, en su carácter de ente articulador y organizador de la sociedad civil,
debe cumplir un rol activo en la regulación y promoción de políticas de desarrollo
humano a los fines del fortalecimiento del ideal democrático republicano.
3 Oszlak y O’Donnel, "Notas críticas para una teoría de la burocracia estatal", en Oszlak, O. (Comp.), Teoría de la
burocracia estatal, Buenos Aires, Paidós, 1984.
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Afirma Robert Dahl4 que un gobierno democrático representativo se distingue de
cualquier otro por la igualdad de los ciudadanos, lo cual exigirá como precondición el
ejercicio de una ciudadanía inclusiva. Resulta imprescindible, por tanto, el
empoderamiento de la ciudadanía con el objeto de reconocer y fortalecer identidades
incluyentes y consolidar los procesos decisorios participativos en las políticas públicas
en todos los niveles de gobierno.
Es nuestra hipótesis que el desarrollo humano sostenible, la reducción de la
desigualdad y de la pobreza, dependen en gran medida de la calidad de la democracia,
de las instituciones y de las políticas públicas implementadas por el Estado en su rol
activo.
El desafío es el de contribuir al desarrollo de una gobernabilidad democrática, que
en tanto proceso, permita que la sociedad y el gobierno establezcan objetivos de
desarrollo humano de largo alcance, y defina las condiciones e instrumentos para la
efectiva consecución de estas metas. Este proceso debe estar enmarcado en la
promoción y la protección de los derechos humanos; en el respeto a todas las
identidades políticas, sociales y regionales; en la promoción del diálogo político y
social; así como en el fortalecimiento de la capacidad de respuesta de los gobiernos
locales.
Los efectos del 'modelo neoliberal': un brevísimo repaso de los '90
Durante la década de 1990 Argentina se sumó a la ola del pensamiento único que
hizo presa de Latinoamérica. El modelo económico neoliberal, que ya estaba
mostrando su fracaso en Europa y Estados Unidos, fue trasplantado a nuestras tierras.
Pero si bien tanto Argentina, como Brasil, Chile, Uruguay o Colombia siguieron
políticas similares, con privatización de empresas públicas y mayor endeudamiento
externo, nuestro país se transformó en el más ferviente seguidor del neoliberalismo
impulsado desde el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Reserva
Federal estadounidense. Lo cierto es que durante años fuimos considerados los
mejores alumnos del FMI, y se nos mostró al mundo como el ejemplo a seguir.
Así lo entiende el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien afirma:
4 Dahl, Robert; “La democracia. Una guía para los ciudadanos”; Buenos Aires, Taurus, 1999.
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“Argentina se anunció a bombo y platillo como el más aplicado discípulo de la
reforma. A la vista del desastre que se cernió sobre Argentina, es lógico que los
países en vías de desarrollo se pregunten: ¿Si esto es lo que les pasa a los alumnos
de sobresaliente, qué suerte nos espera a nosotros?”
Y unas páginas más tarde agrega:
“Latinoamérica fue tal vez el alumno más aplicado de estas políticas. Se adhirió
a las reformas con convicción y entusiasmo; y ahora se enfrenta a las
consecuencias: medio decenio de estancamiento, un porcentaje de su población bajo
el umbral de pobreza, desempleado y sin subsidios. Estas estadísticas no han hecho
sino empeorar respecto a las registradas a principios de los noventa. El país
considerado modélico en cuanto aplicación de reformas, el alumno de sobresaliente,
Argentina, tal vez sea el que más ha padecido, antes y después de la crisis.”5
¿Qué pasó en nuestro país? ¿Cómo llegamos a la angustiante situación que nos
tocó vivir en diciembre de 2001? ¿Hubo corrupción en la implementación del modelo, o
se implementó un modelo corrupto?
Bajo la propaganda de modernización, competitividad y eficiencia, teléfonos, luz,
gas, rutas, energía, trenes, aeropuertos, correo, la aerolínea de bandera, etc., pasaron
a manos de empresas extranjeras, las cuales tuvieron 'asegurado por contrato' la
posibilidad de fijar tarifas dos, tres y hasta cinco veces superiores al precio
internacional, así como la de llevarse del país la mayor parte de sus ganancias. Se
argumentaba que el establecimiento de reglas sobre el control de capitales, impediría el
ingreso de los mismos.
De igual modo, esas empresas extranjeras pudieron pagar el costo de adquirir las
empresas argentinas con „bonos de la deuda local‟, los que cotizaban muy por debajo
de su valor nominal.
Lejos estuvo el mercado argentino de ganar en competitividad.
Explica Stiglitz que “…todo el mundo insistía en la importancia de ser los primeros
en llegar a un mercado. En efecto, esta insistencia implicaba admitir que no preveían
5 Stiglitz, Joseph (2003); Los Felices ’90; Argentina, 2003; pág. 55 y 63.
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una competencia sostenida. Habría competencia por el mercado, no competencia en
el mercado.”6
Es así como se reemplazaron los monopolios estatales, por privados.
Pese a que el Estado argentino se desligó de la mayor parte de sus empresas, la
deuda externa pasó de 65.000 millones de dólares en el año 1989, a más de 146.000
millones cuando el presidente Menem dejó su gobierno en 1999.
La corrupción que fue de la mano con el proceso privatizador tuvo mucha similitud
con el derrotero seguido en la ex URSS. En ambos casos las empresas estatales
fueron entregadas a consorcios extranjeros o quedaron en manos de ex funcionarios y
amigos del poder, que se transformaron en multimillonarios de un día para el otro.
Mientras tanto, el país iba rumbo a una de las mayores crisis de su historia.
La apertura indiscriminada de los mercados destruyó a la industria nacional.
Sectores antes florecientes como el textil, la siderurgia, el pesquero, la construcción, y
hasta el mismo campo, se encontraron con unos costos internos muy altos, producto
del plan económico de convertibilidad establecido por el ministro de economía Domingo
Cavallo en el año 1991, que se basaba en la fijación, mediante Ley del Congreso, de
una paridad 1 a 1 del peso argentino con el dólar. Si bien el principal objetivo, que era
reducir la inflación, se logró, eso se consiguió a un costo demasiado alto: una inmediata
pérdida de competitividad externa para los productos argentinos, así como la
imposibilidad de soportar el embate de las mercancías que llegaban desde el
extranjero. En muy poco tiempo miles de empresas y comercios cerraron sus puertas.
Entre 1993 y 2001 la industria se contrajo a un ritmo del 0,75 % por año. El sector
financiero, por el contrario, creció al 6,92 % anual.
El desempleo pasó del 6 % en 1989 a más del 18 % en 1995. La subocupación
del 7,3% al 12,4 % en igual período.
Pese a tener uno de los salarios en dólares más alto de la región, de casi 500
pesos/ dólares, el poder adquisitivo de los mismos era uno de los más bajos. El salario
real por trabajador ocupado fue cayendo a un ritmo del 0,69 % anual.
¿Cómo reducir el costo de las mercancías argentinas?
6 Stiglitz, Joseph (2003); Ob.cit.; pág. 137.
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La única respuesta que encontraban nuestros empresarios y gobernantes pasaba
por el ajuste del capital variable. El costo laboral era presentado como el culpable de la
crisis que atravesaba el país. Nadie parecía darse cuenta que mientras México (en
1995), Corea y Tailandia (en 1997), Rusia (en 1998), Brasil (en 1999) y el resto del
mundo devaluaban, Argentina se jactaba de tener un peso atado al dólar. Claro que
nuestro peso no era aceptado en ningún otro país, pese a que los argentinos viajaban
por todo el mundo, comprando ‘barato‟, como si fueran miembros de una potencia del
primer mundo.
Dos grandes reformas económicas tuvieron lugar junto a las anteriormente
relatadas.
Bajo la excusa de la necesidad de crear un mercado de capitales al que el
gobierno pudiera acudir en momentos de crisis, se privatizó el sistema jubilatorio y el de
los accidentes de trabajo. Surgieron las AFJP, empresas privadas de jubilaciones y
pensiones, y las ART, aseguradoras de riesgos de trabajo.
Para poder comprender la dimensión económica de esta operación, baste decir
que las AFJP recibían el 11% de los salarios del trabajador, siendo que de esa
cantidad, el 30 % quedaba en su poder como „gastos de administración‟, y el resto era
invertido, principalmente en bonos. Un negocio redondo, sin posibilidad alguna de
pérdida...para las AFJP. Las empresas no asumían los ‘riesgos‟ de la inversión, y
cobraban sus comisiones por anticipado. Los trabajadores perdían el 33% de sus
aportes, y el resto dependía de la buena o mala inversión que la AFJP hiciera.
Pero más absurdo resultaba aún la supuesta necesidad de crear un „mercado de
capitales‟. Con el sistema históricamente vigente en la Argentina, los fondos del
sistema jubilatorio eran manejados por el Estado y permanecían en su poder. A partir
de la reforma, esos fondos pasaron a ser administrados por compañías privadas, y el
gobierno debía pagar intereses para acceder a ellos.
La legislación laboral fue objeto de reiteradas reformas, cuyo único objetivo era la
reducción del costo laboral y la supuesta generación de empleo. Se introdujeron los
denominados ‘contratos basura’, que tantas críticas habían cosechado en la España de
Felipe González, y de donde ya habían sido desterrados.
A partir de 1997 la recesión económica se volvió una constante.
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Era imposible generar empleo, y Argentina, otrora una país de inmigración,
comenzó a ver como su juventud emigraba en busca de oportunidades. Se afirmaba
que la única ‘salida‟ que tenían los argentinos era ‘Ezeiza‟, haciendo un juego de
palabras entre la salida como ‘solución‟ a los problemas, y la salida ‘física‟
representada por el Aeropuerto Internacional de ese nombre.}
La llegada de la Alianza al gobierno en 1999, lejos estuvo de traer el alivio
esperado. Menos corrupción, pero el mismo modelo económico.
Pese a que la situación del país era desesperante, nadie se atrevía a tocar el
sistema de la ‘convertibilidad‟ y variar la relación peso/dólar. Todos suponían que ello
traería de nuevo la tan temida inflación, sin percatarse que, el no hacerlo generaba
consecuencias aún peores. El FMI seguía con sus recetas de ajuste, e insistía en la
necesidad de mantener el rumbo económico a cualquier costo.
Cavallo, enfrentado con Menem en los últimos años de gobierno de aquel, fue
traído en calidad de salvador, y puesto nuevamente al frente del Ministerio de
Economía.
Poco pudo hacer.
Al ver que los capitales comenzaban a huir del país, estableció el denominado
‘corralito‟, por el cual no se permitía a los ahorristas retirar activos de los bancos
superiores a 1.000 pesos/dólares.
Nada sirvió. Como sucediera en Rusia y otros lugares, los grandes capitales
contaron con la información a tiempo y pudieron salvaguardarse de la crisis que se
avecinaba.
La caída del ‘mejor alumno’:
Finalmente, en diciembre de 2001 se produjo el tan temido derrumbe.
El sistema financiero internacional, que durante años estuvo prestándole miles de
millones de dólares a la Argentina, y que recomendaba a los jubilados de Italia o
Alemania invertir sus fondos de pensión en bonos de la deuda Argentina, vio como su
mejor alumno seguía el mismo derrotero que todos aquellos países que aceptaron sus
consejos económicos.
El país cayó en default. Entró en cesación de pagos.
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La Alianza tuvo que dejar el gobierno en forma anticipada, y se sucedieron tres
presidentes en un muy corto lapso.
Nos convertimos en un verdadero caso de estudio.
¿Cómo era posible que „el mejor alumno‟ del FMI pudiera haber terminado así?
¿Fallaron las recetas del FMI o su aplicación en Argentina? ¿Por qué los
representantes del FMI siguieron enviando dinero a un país que no iba a estar en
condiciones de devolverlo? ¿Quién era responsable de la crisis argentina?
Nadie quiso asumir los costos.
La gente tomó las calles al grito de „que se vayan todos‟.
¿Nos encontrábamos en presencia de una verdadera „revolución social‟? ¿La
espontaneidad revolucionaria de la que hablara Rosa Luxemburgo se había hecho
presente en la Argentina? ¿El país estaba a un paso del socialismo?
Eso es lo que muchos intelectuales imaginaron o quisieron ver en esos
movimientos populares. La constitución de „asambleas barriales‟ en distintos sectores
de la Capital Federal y algunas ciudades del interior, fue visto como la reaparición de
las „comunas‟.
Lo único que aquellos intelectuales y analistas perdieron de vista era la realidad
económico-social. Argentina era un país en ruinas, sin industria, y con sus fuerzas
productivas casi paralizadas.
La gente que pedía „que se vayan todos‟, refiriéndose a la clase política en su
conjunto, no tenía entre sí nada que la uniera. Trabajadores y desempleados,
ahorristas, propietarios, pequeños empresarios, se encontraron juntos en una protesta
a la que cada uno acudía por razones completamente diferentes, y como se empezó a
notar en muy poco tiempo, hasta contrapuestas.
Un 53 % de la población sumida en la pobreza y un 25 % en niveles de indigencia,
era una situación que nadie en su sano juicio hubiera imaginado para un país como
Argentina, históricamente conocido como el granero del mundo.
La desocupación superó el 21 %, lo que sumado a la subocupación, evidenciaba
que más del 40 % de la población activa tenía graves problemas de empleo.
La necesidad hizo que surgieran más de cinco mil clubes de trueque. Hasta el
dinero había desaparecido.
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La exclusión social llevo al surgimiento de un nuevo sector social conocido como
„piqueteros‟. Se trataba de personas sin trabajo, que adoptaron como método de lucha
y de protesta, el corte de rutas.
La imagen de una Argentina que se incendiaba pronto recorrió el mundo.
El modelo neoliberal había hecho estragos en una sociedad que lo acogió bajo el
sueño de llegar al primer mundo.
¿Había alguna salida? ¿Era posible alimentar una esperanza?
La salida de la convertibilidad: Caos y recuperación
Durante el interregno de Eduardo Duhalde como presidente, se produjo la
impostergable salida de la convertibilidad. Claro que la misma se hizo de una manera
absolutamente desordenada. Al quebrarse la ficticia relación con el dólar, el caos se
desató en la sociedad argentina.
Se pesificaron los depósitos en dólares, y los bancos no permitieron su extracción.
Los pequeños y medianos ahorristas se consideraban estafados y se reunían en
las puertas de los bancos a expresar su descontento.
El dólar, en abril de 2002, alcanzó una cotización de 4 pesos, y el ex presidente
Menem, ya en plena campaña electoral, vaticinaba que para fin de ese año la moneda
estadounidense llegaría a los 10 pesos.
¿Qué sucedería con todos aquellos que habían contraído compromisos en
dólares? ¿En que situación quedaban los que tenían los ahorros de toda su vida
depositados en aquella moneda, y a los que ahora se les devolvían ‘pesos argentinos‟
a un valor muy inferior al de mercado?
El campo y la industria estaban destrozados. No era posible siquiera soñar con
créditos externos, y los bancos locales, que eran atacados por los ahorristas que
reclamaban la devolución de sus depósitos en dólares, alegaban no contar con fondos
para responder a ellos. En ese contexto, era imposible pensar en que actuaran como
agentes de préstamo para nuevas inversiones.
El Estado argentino tampoco contaba con ingresos para brindar solución al
hambre y la desocupación reinantes.
Mientras tanto, el FMI amenazaba con castigar al país, y los bonistas de todo el
mundo iniciaban juicios contra la Argentina. Simultáneamente, miles de demandas de
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ahorristas argentinos reclamando por la devolución de sus depósitos ‘en dólares’
inundaron los Tribunales de Justicia.
El que tenía una propiedad en alquiler exigía que el inquilino le pagase en dólares.
El inquilino, que seguía cobrando su salario en pesos, pretendía, con toda lógica,
abonar su alquiler en pesos.
La crisis enfrentó a pobres con pobres.
La clase media, que durante años observó pasivamente el hundimiento del sector
trabajador y la constante reducción de los derechos laborales, ahora ponía el grito en el
cielo defendiendo el sacrosanto derecho de propiedad. No querían asumir que cuando
un país cae en quiebra o bancarrota, no es aceptable que un sector pretenda salir
indemne, sobre todo cuando es el más poderoso. Es más, ni siquiera es aceptable en
términos jurídicos. El derecho prevé que los acreedores del fallido se distribuyan el
capital de la manera más equitativa posible.
Los ahorristas del país y del exterior no estaban dispuestos a aceptarlo.
¿Acaso nadie se había dado cuenta que, tarde o temprano, un país con una
enorme deuda externa, sin producción nacional, y con una balanza de pagos
tremendamente deficitaria, tenía que derrumbarse?
¿Cómo era posible que los bonos argentinos en el exterior pagaran intereses
infinitamente superiores a los de mercado?
Los agentes de bolsa internacionales tampoco querían asumir los costos de su
pésimo asesoramiento. Argentina había sido una inversión de alto riesgo. Y al igual que
sucedió con la burbuja de las punto.com, con Enron o Parmalat, explotó.
El milagro argentino: Recuperando el papel del Estado
¿Era posible resurgir de semejante crisis?
El FMI seguía insistiendo en que la única opción era volver a las recetas clásicas
por ella recomendadas: ajuste fiscal, ajuste laboral, un dólar barato y apertura total de
los mercados.
Argentina, por el contrario, buscó su propio camino: una gran presencia del
Estado como promotor de políticas públicas y un fuerte aumento del gasto social.
Tras ganar las elecciones, y en medio de un profundo descrédito de la clase
política, Néstor Kirchner asumió la presidencia del país. Inmediatamente se
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implementaron una serie de planes sociales intentando con ello paliar el problema
acuciante del hambre y la desocupación.
Sin cambios estruendosos, el país comenzó, poco a poco, a ordenarse.
Se llevó adelante una política de dólar alto, fluctuando el valor del mismo cercano
a los tres pesos. Pese a la marcada falta de crédito externo, todos los sectores
productivos empezaron a reactivarse. La salida de la convertibilidad, por sí sola,
representó una notable mejora de la competitividad para la producción nacional. El
salario de los trabajadores sufrió sin dudas una sustantiva rebaja a raíz de la crisis.
Pero la pérdida en la capacidad de compra interna fue muy inferior comparada con la
reducción de su valor en dólares o euros. De esta forma, no sólo los productos
argentinos se volvieron competitivos, sino que los capitales empezaron a considerar
conveniente invertir en un país donde la mano de obra se había convertido en una de
las más baratas de la región.
Los salarios, en términos del dólar, se redujeron aproximadamente en un 60%. Lo
mismo sucedió con los componentes del capital constante. Los productos argentinos
regresaron al mercado mundial, ya que nuevamente tenían un valor que lo permitía,
acompañado ello por un contexto internacional de aumento de los comodities también
favorable.
Tomemos un simple caso testigo.
Los vinos argentinos, de primera calidad, no podían llegar al exterior por su alto
costo de producción en comparación con, por ejemplo, los vinos chilenos. Con la salida
de la convertibilidad, un vino que hasta entonces se vendía a 12 pesos, es decir, a 12
dólares, por obra de la devaluación y la inflación pasó a costar alrededor de 20 pesos,
lo que representaba apenas 7 dólares.
Y así en todas las materias.
El campo, con productos como la soja, el trigo, y las carnes, permitió un enorme
ingreso de divisas. También la pesca y el turismo.
Mientras durante la década del ’90 los argentinos viajaban por todo el mundo y
gastaban su dinero fuera del país, merced al cambio en la relación con el dólar, el
turismo interno se recuperó a partir del 2002, y la Argentina comenzó a transformarse
en un punto de atracción turística para los extranjeros.
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Una importante herramienta de la política económica ha sido la obra pública. La
misma fue aumentando en forma progresiva hasta llegar en el año 2006 al 2% del PBI,
siendo el nivel de inversión más alto en catorce años. Para el año 2010 se había
sextuplicado la inversión del año 2003.
Para todo ello fue clave el superávit fiscal. Pese a ser una bandera clásica de
los sectores más ortodoxos, el superávit fiscal es defendido por el gobierno argentino
como una herramienta para mejorar la distribución del ingreso. Se insiste en que,
gracias a ese superávit, el Estado ha podido financiar las obras públicas y aumentar el
gasto social, incluyendo importantes aumentos salariales a jubilados y estatales, etc.
Pese a las dificultades para importar maquinaria, resultantes del alto costo del
dólar tras la salida de la convertibilidad, se registraron grandes inversiones en dicha
materia. A lo largo de los años siguientes fueron creciendo de manera significativa las
inversiones destinadas a sectores claves como infraestructura, industria manufacturera
y las actividades extractivas.
Al mismo tiempo, Argentina redujo su dependencia de los productos importados, y
por primera vez en muchos años volvió a tener una balanza comercial positiva.
El impresionante aumento de las exportaciones que se inició a mediados del
2002 alcanzó un primer record histórico en 2005, con US$ 40.013 millones. Ese record
se volvió a superar en el 2006 con US$ 46.569 millones, lo que representó un
crecimiento del 15%. Rubros como la soja, el petróleo y los automotores jugaron un
papel central en ello.
Superados parcialmente los efectos de la crisis del 2008 y 2009, el año 2010 cerró
con un nuevo récord en el intercambio con Brasil, de u$s 32.949 millones.
El producto bruto interno creció en forma sostenida alcanzando en el 2005 el
9,2%, en el 2006 el 8,5% -uno de los más altos en la región- y el 7,3% en el 2007. Pese
a los graves efectos de la crisis internacional, el PBI continuó creciendo los dos años
siguientes, aunque lógicamente a tasas inferiores, las que fueron del 4% en el 2008 y
del 3,5% en el 2009. Para el 2010 la tasa de crecimiento volvió a superar todas las
expectativas, alcanzando el 9,1%. En 2011 el crecimiento fue del 8,9%, y luego de un
escaso 1,9% en el 2012, en los primeros seis meses del 2013 el PBI ya había superado
el 5,1% de crecimiento. Y siempre es necesario tener presente la profunda crisis
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internacional, que ha dejado un saldo de crecimiento negativo en gran parte del mundo
desarrollado.
A continuación acompañamos un cuadro comparativo del PBI -según cálculos
efectuados por el Banco Mundial- que nos permite ver la importancia del crecimiento
argentino, en un contexto mundial de notoria retracción y estancamiento.
PAÍSES 2008 2009 2010 2011 2012
Alemania 1,1 -5,1 4,2 3,0 0,7
Argentina 6,8 0,8 7,5 8,9 1,9
Australia 3,8 1,6 2,1 2,4 3,4
Austria 1,4 -3,8 2,1 2,7 0,8
Bélgica 1,0 -2,8 2,4 1,8 -0,3
Brasil 5,2 -0,3 7,5 2,7 0,9
Canadá 0,7 -2,8 3,2 2,5 1,7
Chile 3,7 -1,0 5,8 5,9 5,6
China 9,6 9,2 10,4 9,3 7,8
Colombia 3,5 1,7 4,0 6,6 4,0
Dinamarca -0,8 -5,7 1,6 1,1 -0,5
España 0,9 -3,7 -0,3 0,4 -1,4
Estados Unidos -0,4 -3,1 2,4 1,8 2,2
Federación de Rusia 5,2 -7,8 4,5 4,3 3,4
Finlandia 0,3 -8,5 3,3 2,8 -0,2
Francia -0,1 -3,1 1,7 2,0 0,0
Luxemburgo -0,7 -4,1 2,9 1,7 0,3
Nueva Zelandia -1,9 0,9 0,2 1,1 3,0
Países Bajos 1,8 -3,7 1,6 1,0 -1,0
Paraguay 6,4 -4,0 13,1 4,3 -1,2
Portugal -0,0 -2,9 1,9 -1,6 -3,2
Puerto Rico -1,8 -2,0 -0,4 -0,3 0,5
Reino Unido -1,0 -4,0 1,8 1,0 0,3
Suecia -0,6 -5,0 6,6 3,7 0,7
Suiza 2,2 -1,9 3,0 1,9 1,0
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Es así como Argentina lleva hoy más de diez años consecutivos en expansión, lo
que obliga a que los economistas tengan que remontarse casi un siglo atrás, al período
1903-1906 para encontrar una etapa de crecimiento similar, la que ya ha sido
ampliamente superada.
En octubre de 2010, y luego de atravesar dos años de una de las peores crisis
internacionales de las últimas décadas, el desempleo continuó su descenso
ubicándose en el 7,5%, con un 8,8% de subempleo (trabajadores ocupados que
laboran menos de 35 horas por semana). En la actualidad (Julio 2013) mientras el
desempleo en Europa sigue en aumento, en Argentina se ubica en el 7,2%.
En los últimos años ha habido un constante récord de crecimiento en todos los
sectores productivos: la construcción, la industria (especialmente la automotriz, la
metalmecánica), el campo, la pesca, la vitivinicultura y las nuevas tecnologías.
El sector de software y servicios informáticos es uno de los que muestra mayor
dinamismo. Así, mientras en el año 2000 las ventas al exterior de ese sector
alcanzaron la cifra de US$ 25 millones, en el 2006 ya superaban los US$ 300 millones;
y la revista especializada Digital Planet ubicaba a la Argentina “entre los países de
crecimiento más alto en software”.
Viendo buenas posibilidades de inversión y sectores con alta rentabilidad, los
capitales externos han vuelto a invertir en la Argentina. Pero con una importante
diferencia en cuanto al tipo de capitales. Mientras que durante los años ’90 los capitales
que ingresaron fueron principalmente dirigidos al mercado financiero, ahora se orientan
hacia la producción de bienes y servicios. No son capitales especulativos que sólo
distorsionan el mercado.
Desde la convertibilidad hasta fines de febrero de 2007 empresas de origen
brasileño habían invertido más de siete mil millones de dólares en nuestro país,
consolidando posiciones de liderazgo en sectores de la economía local como energía,
bebidas, cemento, acero para la construcción, carne y productos textiles.
Un informe internacional de febrero de 2007, antes del estallido de la burbuja
inmobiliaria, indicaba que Argentina resultaba „muy barata para los inversores
inmobiliarios‟. Así, mientras el valor del metro cuadrado en Londres era de US$ 18.000,
en Nueva York de US$ 12.000, en Tokio de US$ 8.000, en Madrid de US$ 5.200 y en
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Berlín de US$ 4.100, en Buenos Aires este se reducía a tan sólo US$ 1.500. Esta
situación de privilegio se sigue manteniendo.
Deuda Externa: Reestructuración
En el año 2005 Argentina reestructuró su deuda externa, logrando una histórica
reducción de la misma, y canceló su deuda con el FMI. Pese a este desembolso, las
reservas en el Banco Central se han recuperado de manera significativa, de tal forma
que para julio de 2006, el nivel alcanzado ya superaba el que poseía al momento del
pago al FMI y en marzo de 2010 ascendían a US$ 48.000 millones. Esa
reestructuración fue completada en el año 2010, con un nuevo llamado que permitió
incluir a aquellos acreedores que no habían aceptado la propuesta del 2005, y que en
esta segunda oportunidad se avinieron a las condiciones ofrecidas por la Argentina.
Para poder comprender la magnitud de la reestructuración lograda, y sus efectos
centrales en las posibilidades de crecimiento argentina, en el año 2002 la deuda
pública representaba el 166% del PBI, mientras para abril de 2011 significaba el
45,8%. Si se relaciona la deuda con el nivel de reservas en el Banco Central, mientras
en el 2002 la deuda pública representaba el 1.155% de las reservas existentes, a fines
del 2010 la relación era de sólo el 185%.
La reestructuración de la deuda que se logró tras las renegociaciones para salir
del default realizadas en 2005 y 2010 implicó una fuerte quita del 66,3% del total. De
igual modo, el plazo de vencimiento de los pagos también mejoró de forma ostensible.
Es así como se pasó de un plazo promedio de 2,5 años en el 2002, a 11 años
promedio en el 2011, cuando el plazo en Brasil era de 4 años. Mientras en el año 2000
el 95% de la deuda estaba nominada en dólares, en el año 2011 la deuda en moneda
extranjera se había reducido al 59%, quedando el 41% restante en pesos (de una
deuda pública total de 164.330 millones de dólares, 67.500 millones son en pesos). En
el 2000 la tasa de interés promedio que pagaba por la deuda pública era del 13,8%
(habiendo llegado a ser del 18% cuando el Ministro Domingo Cavallo acordó en el año
2001 el llamado megacanje); a partir de la renegociación del año 2005 la tasa se redujo
al 3,66%. Lo importante es que Argentina dejó de estar condicionada por los mercados
financieros internacionales para el pago de su deuda.
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Como sabemos, actualmente las presiones internacionales sobre la Argentina
continúan, ello a través de las demandas llevadas adelante por los 'fondos buitres' ante
los Tribunales de Nueva York, exigiendo el pago 'integro' -con más sus usurarios
intereses- de los bonos de deuda oportunamente adquiridos a un precio vil. El dictado
de sentencias favorables a estos grupos puede acarrear consecuencias imprevisibles,
no sólo para la Argentina, sino para el resto de los países que han efectuado
reestructuraciones de deuda similares (tales los casos de Grecia, Portugal y otros)
El modelo implementado:
El período político económico actual se inicia en el año 2003 con el arribo al
gobierno de Néstor Kirchner, a quien lo sucedió Cristina Fernández.
Como venimos explicando, el aspecto central para la recuperación ha sido el
papel adjudicado al gasto público, el que en el año 2011 había alcanzado el nivel más
alto desde el año 1971. Como simple dato ilustrativo, mientras en el año 1980 (plena
dictadura militar) el gasto público ascendía al 29% del PBI y en 1999, bajo el
menemismo, llegó al 34%; en el año 2011 la inversión pública ya superaba el 45,5% del
PBI.
¿Cómo explicar que nuestro país siga creciendo, mientras el mundo desarrollado
se encuentra atravesando una de las mayores crisis de la historia del capitalismo?
Creemos que es en la adopción de una política económica considerada
heterodoxa, y caracterizada por la aplicación de una serie de medidas neo-keynesianas
está la respuesta.
Según el investigador Emanuel Agis7, gran parte del impacto recesivo causado por
la crisis internacional desatada en el año 2008, pudo ser evitado gracias a que la
Argentina había aplicado, previamente, una serie de herramientas político-económicas.
Ellas serían: a) el aumento del salario mínimo y de los haberes jubilatorios (esto último
mediante la implementación del plan de movilidad automática de los mismos); b) el
programa de reconversión productiva (REPRO) que logró preservar las fuentes de
trabajo y el nivel de producción; c) la política de desendeudamiento del sector público;
d) el proceso de acumulación de reservas internacionales. El gobierno intervino 7 Ver su trabajo Desacople en Argentina y Brasil: crisis internacional y reacciones de política económica, citado
por el Diario Página 12 del 12 de Abril de 2011.
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fuertemente en el mercado cambiario a fin de evitar el juego de los capitales
especulativos; y se incrementaron los niveles de inversión pública.
Se puede entonces afirmar que en el plano económico se lleva adelante una
política de mercado, con retenciones e impuestos sobre las exportaciones, y fomento
del consumo interno, lo que ha permitido mejorar la recaudación estatal. También, y
contra las recomendaciones del FMI, se han instrumentado medidas para el control de
capitales, buscando evitar el ingreso de fondos especulativos, que terminan generando
el desequilibrio del mercado interno.
Entre esas medidas que han permitido a la Argentina atravesar con éxito el
contexto de crisis internacional, hay una que sin dudas constituye la estrella. Así es
como el 30 de octubre de 2009, mediante el Decreto del P.E.N. 1602/09, se creó la
Asignación Universal por Hijo para la Protección Social (AUH), una política que
otorga una prestación no contributiva similar a la que reciben los hijos de los
trabajadores formales “...a aquellos niños, niñas y adolescentes residentes en la
República Argentina, que no tengan otra asignación familiar prevista por la presente ley
y pertenezcan a grupos familiares que se encuentren desocupados o se desempeñen
en la economía informal”. Según un informe de la OIT del mes de octubre de 2010, la
implementación de la AUH había logrado reducir en un 65% la indigencia en menores
de 18 años de edad.
Efectos similares en la mejora de la redistribución ha demostrado la adopción del
Plan de inclusión Previsional destinado a permitir el acceso a los beneficios
jubilatorios de aquellas personas sin los aportes necesarios para ellos (situación muy
difundida después de una década con altas tasas de desempleo). Gracias a ello se
logró avanzar desde un 49% de cobertura previsional a fines del 2001, hasta superar
actualmente el 85%, una de las tasas más altas de Latinoamérica.
Ambos programas han sido claves para lograr mantener un alto consumo interno,
y con ello evitar la caída en el nivel del empleo.
El último índice de desarrollo humano (IDH) difundido por el Programa de las
Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en marzo de 2013 –del 0,811 para la
Argentina- muestra una progresiva reducción de la desigualdad a nivel nacional,
habiendo descendido del 4,7% en 1996 al 4,4% en 2006, y ubicándose actualmente en
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el 4%. El IDH tiene en cuenta factores como la desigualdad, las posibilidades de
género, el acceso a la salud, a los servicios sociales y a la educación, entre otros. Este
índice, que ubica a la Argentina en el lugar 45, entre los países considerados de
desarrollo 'muy alto', tiene en los primeros cinco lugares a Noruega, Australia, Estados
Unidos, Países Bajos y Alemania. Más atrás aparecen países como Francia (20) y
España(23); mientras que entre los Latinoamericanos mejor ubicados encontramos a
Chile (40), Uruguay (51) y más lejos a Brasil (85).
Estos datos auspiciosos, no deben sin embargo llamarnos a engaño.
Lamentablemente la pobreza y la exclusión todavía están lejos de ser eliminadas.
La redistribución de los ingresos es una cuestión a profundizar. Entre otros tantos
resultados negativos de la década pasada, y al igual que en el resto de Latinoamérica,
la brecha entre los sectores de mayores y menores ingresos ha adquirido niveles
alarmantes de inequidad. En este aspecto, una serie de medidas adoptadas en el
último período señalan la intención de empezar a revertir ese proceso.
Según un informe de marzo de 2011 se produjo una mejora en la distribución del
ingreso en el cuarto trimestre del 2010 en relación con el tercer trimestre del mismo
año, reduciéndose la brecha per cápita entre el 10% de los hogares más ricos y el 10%
más pobre, pasando la misma de 21,45 a 16 veces. Mientras los hogares más ricos se
apropiaron del 28,7% de los ingresos totales, el 10% más pobre sólo se quedó con el
1,8%. Esta brecha entre el 10% superior e inferior de la escala era de 33,3 veces en el
2005, descendiendo a 24,3 veces en el 2008, antes del estallido de la crisis mundial,
cuando volvió a sufrir una suba y se elevó a 26,4 veces.
El crecimiento económico de nuestro país queda en evidencia con la simple
observación del cambio producido en la conflictividad social. Así, mientras a principios
del 2000 las huelgas y reclamos sociales tenían como base la lucha contra la pobreza y
el desempleo; hoy los enfrentamientos se originan en la distribución de los ingresos.
Según informa el Banco Mundial, Argentina invierte actualmente el 6% del PBI en
educación, y el 9,5% en salud.
La educación es justamente una de las materias que ha sido objeto de especial
atención en este período, considerándose vital el aumento en la inversión en I+D. Es
así como en el período 2003/2010, los investigadores del Conicet aumentaron un 67%,
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y los becarios un 242%. Pero no sólo se aumentó el número de investigadores, sino
que se revalorizó a los mismos mediante un significativo aumento en los salarios y
becas; y se implementaron una serie de planes para lograr la repatriación de
investigadores radicados en el exterior, todo ello con grandes resultados.
En el año 2012 el presupuesto destinado a educación en general ascendió a
37.186 millones de pesos. Varios son los planes y proyectos implementados, entre los
que se destacan:
a) Infraestructura: Entre los años 2003 y 2012 se construyeron 1.503 escuelas, lo
que constituye un record histórico. Compárese esa cifra con las 7 escuelas construidas
en el período 1989/1999. Se crearon 9 nuevas Universidades Nacionales, y se
aumentó el presupuesto universitario al 1,02% (del 0,5%). Gracias a ello la matrícula
aumentó un 28%.
b) Programa Conectar Igualdad: que entrega netbooks a alumnos y docentes de
escuelas medias de todo el país.
c) La Ley de Educación Nacional y el Programa de Inclusión Educativa, los que
elevan la obligatoriedad de estudiar al nivel medio inclusive, y mediante el otorgamiento
de becas para jóvenes entre 11 y 18 años busca que los mismos se reinserten en el
sistema educativo.
d) Programa Nacional de Alfabetización: se crearon más de 23.000 centros que
posibilitaron a más de 170.000 personas aprender a leer y escribir.
e) Se creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología.
Un balance provisorio:
Estamos convencidos que
Argentina goza hoy de una democracia que, con sus defectos, permite un ejercicio
integral de las libertades fundamentales. El sistema educativo es abierto, y se mantiene
la educación pública gratuita y la autonomía universitaria.
La prensa, en todas sus formas, cuenta con plenos derechos y efectivas
posibilidades para criticar al gobierno.