Argentina: Políticas Públicas y Derechos Humanos

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1 Argentina: Políticas Públicas y Derechos Humanos Por Pablo Eduardo Slavin [email protected] -¿Y cuál es la pseudociencia más peligrosa? -La teoría económica estándar, ortodoxa, porque sustenta las políticas económicas de los gobiernos conservadores y reaccionarios, que son enemigos del bienestar de la gente común.” Entrevista a Mario Bunge, diario español El Mundo, 11 de marzo de 2011 1 Introducción: El presente trabajo, que se encuentra en plena etapa de elaboración, se enmarca en el Proyecto de Investigación Políticas públicas y Derechos Humanos: El rol del Estado como eje central; posibilidades y límites a nivel Nacional, Provincial y Municipal", que es ejecutado por el Grupo de Investigación Pensamiento Crítico, en el seno del CIDDH 'Alicia Moreau'. Tomando en cuenta algunas de las experiencias vividas en nuestro país a partir de la crisis del 2001, y comparándolas con las respuestas que actualmente están ofreciendo los países desarrollados ante la crisis económica desatada en el año 2008 (casos de España, Portugal, Grecia, Italia, Francia, Gran Bretaña), resulta necesario analizar el poder y los límites de las políticas públicas como herramientas de transformación y superación de crisis económico sociales en un marco de inclusión social y promoción de los Derechos Humanos Fundamentales. Breve cuadro de situación: La crisis del Estado de Bienestar en la década de 1970, y luego el derrumbe del mal llamado Socialismo Real, trajeron la consolidación de un modelo neoliberal que hizo del Estado y las políticas públicas sus principales enemigos. Las ideas de economistas y filósofos-políticos como Milton Friedman, Friederich Hayek, Robert Nozick hicieron un culto del mercado y de la defensa del individualismo. Lo que se escondía detrás de esas teorizaciones era el intento por justificar toda una serie de medidas que permitieran a sectores de la burguesía recuperar una tasa de ganancia 1 Citado por el economista argentino Alfredo Zaiat, en Página 12 del 3 de abril de 2011.

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Argentina: Políticas Públicas y Derechos Humanos

Por Pablo Eduardo Slavin [email protected]

-¿Y cuál es la pseudociencia más peligrosa?

-La teoría económica estándar, ortodoxa, porque sustenta las políticas económicas de los gobiernos conservadores y reaccionarios, que son enemigos del bienestar de la gente común.”

Entrevista a Mario Bunge, diario español El Mundo, 11 de marzo de 2011

1

Introducción:

El presente trabajo, que se encuentra en plena etapa de elaboración, se enmarca

en el Proyecto de Investigación “Políticas públicas y Derechos Humanos: El rol del

Estado como eje central; posibilidades y límites a nivel Nacional, Provincial y

Municipal", que es ejecutado por el Grupo de Investigación Pensamiento Crítico, en el

seno del CIDDH 'Alicia Moreau'.

Tomando en cuenta algunas de las experiencias vividas en nuestro país a partir

de la crisis del 2001, y comparándolas con las respuestas que actualmente están

ofreciendo los países desarrollados ante la crisis económica desatada en el año 2008

(casos de España, Portugal, Grecia, Italia, Francia, Gran Bretaña), resulta necesario

analizar el poder y los límites de las políticas públicas como herramientas de

transformación y superación de crisis económico sociales en un marco de inclusión

social y promoción de los Derechos Humanos Fundamentales.

Breve cuadro de situación:

La crisis del Estado de Bienestar en la década de 1970, y luego el derrumbe del

mal llamado Socialismo Real, trajeron la consolidación de un modelo neoliberal que

hizo del Estado y las políticas públicas sus principales enemigos. Las ideas de

economistas y filósofos-políticos como Milton Friedman, Friederich Hayek, Robert

Nozick hicieron un culto del mercado y de la defensa del individualismo. Lo que se

escondía detrás de esas teorizaciones era el intento por justificar toda una serie de

medidas que permitieran a sectores de la burguesía recuperar una tasa de ganancia 1 Citado por el economista argentino Alfredo Zaiat, en Página 12 del 3 de abril de 2011.

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que había descendido a límites históricos. Esa caída de la tasa de ganancia, descripta

por Marx en El Capital como una ley de tendencia del sistema capitalista, había

demostrado su implacable efectividad, pese a todas las políticas en contrario

desplegadas por los dueños del capital. El Estado de Bienestar, que durante algunas

décadas había logrado atenuar las crisis cíclicas del capital, no fue suficiente para

impedir aquella tendencia del sistema.

Una nueva crisis de sobreacumulación azotó al modelo capitalista.

En un muy interesante trabajo, David Harvey explica que “…existe

sobreacumulación cuando excedentes de capital (acompañados a veces por

excedentes de fuerza de trabajo) permanecen ociosos sin que se vislumbren salidas

rentables. El hecho determinante, en cualquier caso, es el excedente de capital.”2

¿Y cómo respondieron los capitalistas?

La acumulación a través de las guerras, el fraude, la depredación y la violencia, a

las que aludía Marx como propias de la etapa de acumulación primitiva u originaria,

siguen presentes en la práctica diaria del capitalismo. Es por ello que estas formas,

según David Harvey, deben ser reexaminadas a la luz de una nueva calificación que él

denomina acumulación por desposesión.

Las privatizaciones en todas sus variantes (energía, transportes,

telecomunicaciones, educación, ciencias, etc.), la mercantilización de expresiones

culturales y deportivas, de los derechos de propiedad intelectual, la devaluación de

activos de capital y fuerzas de trabajo, son todas formas diferentes de desposesión. La

política económica del neoliberalismo dominante desde la década del setenta del siglo

XX, ha sido la encargada de santificar estas prácticas. Aunque sin olvidar que siempre,

el presupuesto necesario para ello es la existencia de un excedente de capital.

“Lo que posibilita la acumulación por desposesión –explica Harvey en su obra

El nuevo Imperialismo- es la liberación de un conjunto de activos (incluida la fuerza

de trabajo) a un coste muy bajo (y en algunos casos nulo). El capital sobreacumulado

puede apoderarse de tales activos y llevarlos inmediatamente a un uso rentable. La

acumulación primitiva, tal como la describió Marx, suponía apoderarse de la tierra,

por ejemplo, cercándola, y expulsar a sus habitantes para crear un proletariado sin

2 Harvey, David (2003); El nuevo imperialismo; Madrid, España; pág. 119.

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tierra, introduciendo esta última posteriormente en el circuito privado de la

acumulación de capital. Durante los últimos años, la privatización (por ejemplo, en

Gran Bretaña, de viviendas sociales, telecomunicaciones, los transportes, el agua,

etc.) ha abierto igualmente vastas áreas en las que pueden introducirse el capital

sobreacumulado. El colapso de la Unión Soviética y la apertura de China supusieron

una cesión masiva de activos, hasta entonces no disponibles, al circuito de la

acumulación de capital.”

También las enormes devaluaciones y crisis provocadas en el tercer mundo por el

sistema financiero internacional, permitieron cumplir con estos objetivos.

Décadas de implementación del modelo neoliberal permiten comprobar como la

brecha entre países desarrollados y subdesarrollados (o „en vías de desarrollo‟) se ha

incrementado; la exclusión social, la desocupación, el hambre y la pobreza han seguido

similar derrotero. Y todo ello, como nos es dable observar, lejos ha estado de evitar o al

menos mitigar las crisis económicas del modelo capitalista, las que cada vez se tornan

más agudas.

Nuestro país no fue ajeno a la aplicación del modelo neoliberal, proceso que se

inició bajo el gobierno militar de 1976/1983, alcanzando su punto culminante durante la

década de 1990.

En este contexto, consideramos que la implementación de políticas públicas,

entendidas como “...el conjunto de acciones u omisiones que manifiestan una

determinada modalidad de intervención del Estado en relación a una cuestión, que

concita el interés, la atención y movilización de otros actores del tejido social"3,

constituye el camino más idóneo para avanzar en la construcción de una sociedad que

pueda conciliar desarrollo, con igualdad, inclusión social y una defensa integral de los

Derechos Humanos.

El Estado, en su carácter de ente articulador y organizador de la sociedad civil,

debe cumplir un rol activo en la regulación y promoción de políticas de desarrollo

humano a los fines del fortalecimiento del ideal democrático republicano.

3 Oszlak y O’Donnel, "Notas críticas para una teoría de la burocracia estatal", en Oszlak, O. (Comp.), Teoría de la

burocracia estatal, Buenos Aires, Paidós, 1984.

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Afirma Robert Dahl4 que un gobierno democrático representativo se distingue de

cualquier otro por la igualdad de los ciudadanos, lo cual exigirá como precondición el

ejercicio de una ciudadanía inclusiva. Resulta imprescindible, por tanto, el

empoderamiento de la ciudadanía con el objeto de reconocer y fortalecer identidades

incluyentes y consolidar los procesos decisorios participativos en las políticas públicas

en todos los niveles de gobierno.

Es nuestra hipótesis que el desarrollo humano sostenible, la reducción de la

desigualdad y de la pobreza, dependen en gran medida de la calidad de la democracia,

de las instituciones y de las políticas públicas implementadas por el Estado en su rol

activo.

El desafío es el de contribuir al desarrollo de una gobernabilidad democrática, que

en tanto proceso, permita que la sociedad y el gobierno establezcan objetivos de

desarrollo humano de largo alcance, y defina las condiciones e instrumentos para la

efectiva consecución de estas metas. Este proceso debe estar enmarcado en la

promoción y la protección de los derechos humanos; en el respeto a todas las

identidades políticas, sociales y regionales; en la promoción del diálogo político y

social; así como en el fortalecimiento de la capacidad de respuesta de los gobiernos

locales.

Los efectos del 'modelo neoliberal': un brevísimo repaso de los '90

Durante la década de 1990 Argentina se sumó a la ola del pensamiento único que

hizo presa de Latinoamérica. El modelo económico neoliberal, que ya estaba

mostrando su fracaso en Europa y Estados Unidos, fue trasplantado a nuestras tierras.

Pero si bien tanto Argentina, como Brasil, Chile, Uruguay o Colombia siguieron

políticas similares, con privatización de empresas públicas y mayor endeudamiento

externo, nuestro país se transformó en el más ferviente seguidor del neoliberalismo

impulsado desde el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Reserva

Federal estadounidense. Lo cierto es que durante años fuimos considerados los

mejores alumnos del FMI, y se nos mostró al mundo como el ejemplo a seguir.

Así lo entiende el Premio Nobel de Economía Joseph Stiglitz, quien afirma:

4 Dahl, Robert; “La democracia. Una guía para los ciudadanos”; Buenos Aires, Taurus, 1999.

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“Argentina se anunció a bombo y platillo como el más aplicado discípulo de la

reforma. A la vista del desastre que se cernió sobre Argentina, es lógico que los

países en vías de desarrollo se pregunten: ¿Si esto es lo que les pasa a los alumnos

de sobresaliente, qué suerte nos espera a nosotros?”

Y unas páginas más tarde agrega:

“Latinoamérica fue tal vez el alumno más aplicado de estas políticas. Se adhirió

a las reformas con convicción y entusiasmo; y ahora se enfrenta a las

consecuencias: medio decenio de estancamiento, un porcentaje de su población bajo

el umbral de pobreza, desempleado y sin subsidios. Estas estadísticas no han hecho

sino empeorar respecto a las registradas a principios de los noventa. El país

considerado modélico en cuanto aplicación de reformas, el alumno de sobresaliente,

Argentina, tal vez sea el que más ha padecido, antes y después de la crisis.”5

¿Qué pasó en nuestro país? ¿Cómo llegamos a la angustiante situación que nos

tocó vivir en diciembre de 2001? ¿Hubo corrupción en la implementación del modelo, o

se implementó un modelo corrupto?

Bajo la propaganda de modernización, competitividad y eficiencia, teléfonos, luz,

gas, rutas, energía, trenes, aeropuertos, correo, la aerolínea de bandera, etc., pasaron

a manos de empresas extranjeras, las cuales tuvieron 'asegurado por contrato' la

posibilidad de fijar tarifas dos, tres y hasta cinco veces superiores al precio

internacional, así como la de llevarse del país la mayor parte de sus ganancias. Se

argumentaba que el establecimiento de reglas sobre el control de capitales, impediría el

ingreso de los mismos.

De igual modo, esas empresas extranjeras pudieron pagar el costo de adquirir las

empresas argentinas con „bonos de la deuda local‟, los que cotizaban muy por debajo

de su valor nominal.

Lejos estuvo el mercado argentino de ganar en competitividad.

Explica Stiglitz que “…todo el mundo insistía en la importancia de ser los primeros

en llegar a un mercado. En efecto, esta insistencia implicaba admitir que no preveían

5 Stiglitz, Joseph (2003); Los Felices ’90; Argentina, 2003; pág. 55 y 63.

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una competencia sostenida. Habría competencia por el mercado, no competencia en

el mercado.”6

Es así como se reemplazaron los monopolios estatales, por privados.

Pese a que el Estado argentino se desligó de la mayor parte de sus empresas, la

deuda externa pasó de 65.000 millones de dólares en el año 1989, a más de 146.000

millones cuando el presidente Menem dejó su gobierno en 1999.

La corrupción que fue de la mano con el proceso privatizador tuvo mucha similitud

con el derrotero seguido en la ex URSS. En ambos casos las empresas estatales

fueron entregadas a consorcios extranjeros o quedaron en manos de ex funcionarios y

amigos del poder, que se transformaron en multimillonarios de un día para el otro.

Mientras tanto, el país iba rumbo a una de las mayores crisis de su historia.

La apertura indiscriminada de los mercados destruyó a la industria nacional.

Sectores antes florecientes como el textil, la siderurgia, el pesquero, la construcción, y

hasta el mismo campo, se encontraron con unos costos internos muy altos, producto

del plan económico de convertibilidad establecido por el ministro de economía Domingo

Cavallo en el año 1991, que se basaba en la fijación, mediante Ley del Congreso, de

una paridad 1 a 1 del peso argentino con el dólar. Si bien el principal objetivo, que era

reducir la inflación, se logró, eso se consiguió a un costo demasiado alto: una inmediata

pérdida de competitividad externa para los productos argentinos, así como la

imposibilidad de soportar el embate de las mercancías que llegaban desde el

extranjero. En muy poco tiempo miles de empresas y comercios cerraron sus puertas.

Entre 1993 y 2001 la industria se contrajo a un ritmo del 0,75 % por año. El sector

financiero, por el contrario, creció al 6,92 % anual.

El desempleo pasó del 6 % en 1989 a más del 18 % en 1995. La subocupación

del 7,3% al 12,4 % en igual período.

Pese a tener uno de los salarios en dólares más alto de la región, de casi 500

pesos/ dólares, el poder adquisitivo de los mismos era uno de los más bajos. El salario

real por trabajador ocupado fue cayendo a un ritmo del 0,69 % anual.

¿Cómo reducir el costo de las mercancías argentinas?

6 Stiglitz, Joseph (2003); Ob.cit.; pág. 137.

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La única respuesta que encontraban nuestros empresarios y gobernantes pasaba

por el ajuste del capital variable. El costo laboral era presentado como el culpable de la

crisis que atravesaba el país. Nadie parecía darse cuenta que mientras México (en

1995), Corea y Tailandia (en 1997), Rusia (en 1998), Brasil (en 1999) y el resto del

mundo devaluaban, Argentina se jactaba de tener un peso atado al dólar. Claro que

nuestro peso no era aceptado en ningún otro país, pese a que los argentinos viajaban

por todo el mundo, comprando ‘barato‟, como si fueran miembros de una potencia del

primer mundo.

Dos grandes reformas económicas tuvieron lugar junto a las anteriormente

relatadas.

Bajo la excusa de la necesidad de crear un mercado de capitales al que el

gobierno pudiera acudir en momentos de crisis, se privatizó el sistema jubilatorio y el de

los accidentes de trabajo. Surgieron las AFJP, empresas privadas de jubilaciones y

pensiones, y las ART, aseguradoras de riesgos de trabajo.

Para poder comprender la dimensión económica de esta operación, baste decir

que las AFJP recibían el 11% de los salarios del trabajador, siendo que de esa

cantidad, el 30 % quedaba en su poder como „gastos de administración‟, y el resto era

invertido, principalmente en bonos. Un negocio redondo, sin posibilidad alguna de

pérdida...para las AFJP. Las empresas no asumían los ‘riesgos‟ de la inversión, y

cobraban sus comisiones por anticipado. Los trabajadores perdían el 33% de sus

aportes, y el resto dependía de la buena o mala inversión que la AFJP hiciera.

Pero más absurdo resultaba aún la supuesta necesidad de crear un „mercado de

capitales‟. Con el sistema históricamente vigente en la Argentina, los fondos del

sistema jubilatorio eran manejados por el Estado y permanecían en su poder. A partir

de la reforma, esos fondos pasaron a ser administrados por compañías privadas, y el

gobierno debía pagar intereses para acceder a ellos.

La legislación laboral fue objeto de reiteradas reformas, cuyo único objetivo era la

reducción del costo laboral y la supuesta generación de empleo. Se introdujeron los

denominados ‘contratos basura’, que tantas críticas habían cosechado en la España de

Felipe González, y de donde ya habían sido desterrados.

A partir de 1997 la recesión económica se volvió una constante.

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Era imposible generar empleo, y Argentina, otrora una país de inmigración,

comenzó a ver como su juventud emigraba en busca de oportunidades. Se afirmaba

que la única ‘salida‟ que tenían los argentinos era ‘Ezeiza‟, haciendo un juego de

palabras entre la salida como ‘solución‟ a los problemas, y la salida ‘física‟

representada por el Aeropuerto Internacional de ese nombre.}

La llegada de la Alianza al gobierno en 1999, lejos estuvo de traer el alivio

esperado. Menos corrupción, pero el mismo modelo económico.

Pese a que la situación del país era desesperante, nadie se atrevía a tocar el

sistema de la ‘convertibilidad‟ y variar la relación peso/dólar. Todos suponían que ello

traería de nuevo la tan temida inflación, sin percatarse que, el no hacerlo generaba

consecuencias aún peores. El FMI seguía con sus recetas de ajuste, e insistía en la

necesidad de mantener el rumbo económico a cualquier costo.

Cavallo, enfrentado con Menem en los últimos años de gobierno de aquel, fue

traído en calidad de salvador, y puesto nuevamente al frente del Ministerio de

Economía.

Poco pudo hacer.

Al ver que los capitales comenzaban a huir del país, estableció el denominado

‘corralito‟, por el cual no se permitía a los ahorristas retirar activos de los bancos

superiores a 1.000 pesos/dólares.

Nada sirvió. Como sucediera en Rusia y otros lugares, los grandes capitales

contaron con la información a tiempo y pudieron salvaguardarse de la crisis que se

avecinaba.

La caída del ‘mejor alumno’:

Finalmente, en diciembre de 2001 se produjo el tan temido derrumbe.

El sistema financiero internacional, que durante años estuvo prestándole miles de

millones de dólares a la Argentina, y que recomendaba a los jubilados de Italia o

Alemania invertir sus fondos de pensión en bonos de la deuda Argentina, vio como su

mejor alumno seguía el mismo derrotero que todos aquellos países que aceptaron sus

consejos económicos.

El país cayó en default. Entró en cesación de pagos.

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La Alianza tuvo que dejar el gobierno en forma anticipada, y se sucedieron tres

presidentes en un muy corto lapso.

Nos convertimos en un verdadero caso de estudio.

¿Cómo era posible que „el mejor alumno‟ del FMI pudiera haber terminado así?

¿Fallaron las recetas del FMI o su aplicación en Argentina? ¿Por qué los

representantes del FMI siguieron enviando dinero a un país que no iba a estar en

condiciones de devolverlo? ¿Quién era responsable de la crisis argentina?

Nadie quiso asumir los costos.

La gente tomó las calles al grito de „que se vayan todos‟.

¿Nos encontrábamos en presencia de una verdadera „revolución social‟? ¿La

espontaneidad revolucionaria de la que hablara Rosa Luxemburgo se había hecho

presente en la Argentina? ¿El país estaba a un paso del socialismo?

Eso es lo que muchos intelectuales imaginaron o quisieron ver en esos

movimientos populares. La constitución de „asambleas barriales‟ en distintos sectores

de la Capital Federal y algunas ciudades del interior, fue visto como la reaparición de

las „comunas‟.

Lo único que aquellos intelectuales y analistas perdieron de vista era la realidad

económico-social. Argentina era un país en ruinas, sin industria, y con sus fuerzas

productivas casi paralizadas.

La gente que pedía „que se vayan todos‟, refiriéndose a la clase política en su

conjunto, no tenía entre sí nada que la uniera. Trabajadores y desempleados,

ahorristas, propietarios, pequeños empresarios, se encontraron juntos en una protesta

a la que cada uno acudía por razones completamente diferentes, y como se empezó a

notar en muy poco tiempo, hasta contrapuestas.

Un 53 % de la población sumida en la pobreza y un 25 % en niveles de indigencia,

era una situación que nadie en su sano juicio hubiera imaginado para un país como

Argentina, históricamente conocido como el granero del mundo.

La desocupación superó el 21 %, lo que sumado a la subocupación, evidenciaba

que más del 40 % de la población activa tenía graves problemas de empleo.

La necesidad hizo que surgieran más de cinco mil clubes de trueque. Hasta el

dinero había desaparecido.

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La exclusión social llevo al surgimiento de un nuevo sector social conocido como

„piqueteros‟. Se trataba de personas sin trabajo, que adoptaron como método de lucha

y de protesta, el corte de rutas.

La imagen de una Argentina que se incendiaba pronto recorrió el mundo.

El modelo neoliberal había hecho estragos en una sociedad que lo acogió bajo el

sueño de llegar al primer mundo.

¿Había alguna salida? ¿Era posible alimentar una esperanza?

La salida de la convertibilidad: Caos y recuperación

Durante el interregno de Eduardo Duhalde como presidente, se produjo la

impostergable salida de la convertibilidad. Claro que la misma se hizo de una manera

absolutamente desordenada. Al quebrarse la ficticia relación con el dólar, el caos se

desató en la sociedad argentina.

Se pesificaron los depósitos en dólares, y los bancos no permitieron su extracción.

Los pequeños y medianos ahorristas se consideraban estafados y se reunían en

las puertas de los bancos a expresar su descontento.

El dólar, en abril de 2002, alcanzó una cotización de 4 pesos, y el ex presidente

Menem, ya en plena campaña electoral, vaticinaba que para fin de ese año la moneda

estadounidense llegaría a los 10 pesos.

¿Qué sucedería con todos aquellos que habían contraído compromisos en

dólares? ¿En que situación quedaban los que tenían los ahorros de toda su vida

depositados en aquella moneda, y a los que ahora se les devolvían ‘pesos argentinos‟

a un valor muy inferior al de mercado?

El campo y la industria estaban destrozados. No era posible siquiera soñar con

créditos externos, y los bancos locales, que eran atacados por los ahorristas que

reclamaban la devolución de sus depósitos en dólares, alegaban no contar con fondos

para responder a ellos. En ese contexto, era imposible pensar en que actuaran como

agentes de préstamo para nuevas inversiones.

El Estado argentino tampoco contaba con ingresos para brindar solución al

hambre y la desocupación reinantes.

Mientras tanto, el FMI amenazaba con castigar al país, y los bonistas de todo el

mundo iniciaban juicios contra la Argentina. Simultáneamente, miles de demandas de

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ahorristas argentinos reclamando por la devolución de sus depósitos ‘en dólares’

inundaron los Tribunales de Justicia.

El que tenía una propiedad en alquiler exigía que el inquilino le pagase en dólares.

El inquilino, que seguía cobrando su salario en pesos, pretendía, con toda lógica,

abonar su alquiler en pesos.

La crisis enfrentó a pobres con pobres.

La clase media, que durante años observó pasivamente el hundimiento del sector

trabajador y la constante reducción de los derechos laborales, ahora ponía el grito en el

cielo defendiendo el sacrosanto derecho de propiedad. No querían asumir que cuando

un país cae en quiebra o bancarrota, no es aceptable que un sector pretenda salir

indemne, sobre todo cuando es el más poderoso. Es más, ni siquiera es aceptable en

términos jurídicos. El derecho prevé que los acreedores del fallido se distribuyan el

capital de la manera más equitativa posible.

Los ahorristas del país y del exterior no estaban dispuestos a aceptarlo.

¿Acaso nadie se había dado cuenta que, tarde o temprano, un país con una

enorme deuda externa, sin producción nacional, y con una balanza de pagos

tremendamente deficitaria, tenía que derrumbarse?

¿Cómo era posible que los bonos argentinos en el exterior pagaran intereses

infinitamente superiores a los de mercado?

Los agentes de bolsa internacionales tampoco querían asumir los costos de su

pésimo asesoramiento. Argentina había sido una inversión de alto riesgo. Y al igual que

sucedió con la burbuja de las punto.com, con Enron o Parmalat, explotó.

El milagro argentino: Recuperando el papel del Estado

¿Era posible resurgir de semejante crisis?

El FMI seguía insistiendo en que la única opción era volver a las recetas clásicas

por ella recomendadas: ajuste fiscal, ajuste laboral, un dólar barato y apertura total de

los mercados.

Argentina, por el contrario, buscó su propio camino: una gran presencia del

Estado como promotor de políticas públicas y un fuerte aumento del gasto social.

Tras ganar las elecciones, y en medio de un profundo descrédito de la clase

política, Néstor Kirchner asumió la presidencia del país. Inmediatamente se

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implementaron una serie de planes sociales intentando con ello paliar el problema

acuciante del hambre y la desocupación.

Sin cambios estruendosos, el país comenzó, poco a poco, a ordenarse.

Se llevó adelante una política de dólar alto, fluctuando el valor del mismo cercano

a los tres pesos. Pese a la marcada falta de crédito externo, todos los sectores

productivos empezaron a reactivarse. La salida de la convertibilidad, por sí sola,

representó una notable mejora de la competitividad para la producción nacional. El

salario de los trabajadores sufrió sin dudas una sustantiva rebaja a raíz de la crisis.

Pero la pérdida en la capacidad de compra interna fue muy inferior comparada con la

reducción de su valor en dólares o euros. De esta forma, no sólo los productos

argentinos se volvieron competitivos, sino que los capitales empezaron a considerar

conveniente invertir en un país donde la mano de obra se había convertido en una de

las más baratas de la región.

Los salarios, en términos del dólar, se redujeron aproximadamente en un 60%. Lo

mismo sucedió con los componentes del capital constante. Los productos argentinos

regresaron al mercado mundial, ya que nuevamente tenían un valor que lo permitía,

acompañado ello por un contexto internacional de aumento de los comodities también

favorable.

Tomemos un simple caso testigo.

Los vinos argentinos, de primera calidad, no podían llegar al exterior por su alto

costo de producción en comparación con, por ejemplo, los vinos chilenos. Con la salida

de la convertibilidad, un vino que hasta entonces se vendía a 12 pesos, es decir, a 12

dólares, por obra de la devaluación y la inflación pasó a costar alrededor de 20 pesos,

lo que representaba apenas 7 dólares.

Y así en todas las materias.

El campo, con productos como la soja, el trigo, y las carnes, permitió un enorme

ingreso de divisas. También la pesca y el turismo.

Mientras durante la década del ’90 los argentinos viajaban por todo el mundo y

gastaban su dinero fuera del país, merced al cambio en la relación con el dólar, el

turismo interno se recuperó a partir del 2002, y la Argentina comenzó a transformarse

en un punto de atracción turística para los extranjeros.

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Una importante herramienta de la política económica ha sido la obra pública. La

misma fue aumentando en forma progresiva hasta llegar en el año 2006 al 2% del PBI,

siendo el nivel de inversión más alto en catorce años. Para el año 2010 se había

sextuplicado la inversión del año 2003.

Para todo ello fue clave el superávit fiscal. Pese a ser una bandera clásica de

los sectores más ortodoxos, el superávit fiscal es defendido por el gobierno argentino

como una herramienta para mejorar la distribución del ingreso. Se insiste en que,

gracias a ese superávit, el Estado ha podido financiar las obras públicas y aumentar el

gasto social, incluyendo importantes aumentos salariales a jubilados y estatales, etc.

Pese a las dificultades para importar maquinaria, resultantes del alto costo del

dólar tras la salida de la convertibilidad, se registraron grandes inversiones en dicha

materia. A lo largo de los años siguientes fueron creciendo de manera significativa las

inversiones destinadas a sectores claves como infraestructura, industria manufacturera

y las actividades extractivas.

Al mismo tiempo, Argentina redujo su dependencia de los productos importados, y

por primera vez en muchos años volvió a tener una balanza comercial positiva.

El impresionante aumento de las exportaciones que se inició a mediados del

2002 alcanzó un primer record histórico en 2005, con US$ 40.013 millones. Ese record

se volvió a superar en el 2006 con US$ 46.569 millones, lo que representó un

crecimiento del 15%. Rubros como la soja, el petróleo y los automotores jugaron un

papel central en ello.

Superados parcialmente los efectos de la crisis del 2008 y 2009, el año 2010 cerró

con un nuevo récord en el intercambio con Brasil, de u$s 32.949 millones.

El producto bruto interno creció en forma sostenida alcanzando en el 2005 el

9,2%, en el 2006 el 8,5% -uno de los más altos en la región- y el 7,3% en el 2007. Pese

a los graves efectos de la crisis internacional, el PBI continuó creciendo los dos años

siguientes, aunque lógicamente a tasas inferiores, las que fueron del 4% en el 2008 y

del 3,5% en el 2009. Para el 2010 la tasa de crecimiento volvió a superar todas las

expectativas, alcanzando el 9,1%. En 2011 el crecimiento fue del 8,9%, y luego de un

escaso 1,9% en el 2012, en los primeros seis meses del 2013 el PBI ya había superado

el 5,1% de crecimiento. Y siempre es necesario tener presente la profunda crisis

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internacional, que ha dejado un saldo de crecimiento negativo en gran parte del mundo

desarrollado.

A continuación acompañamos un cuadro comparativo del PBI -según cálculos

efectuados por el Banco Mundial- que nos permite ver la importancia del crecimiento

argentino, en un contexto mundial de notoria retracción y estancamiento.

PAÍSES 2008 2009 2010 2011 2012

Alemania 1,1 -5,1 4,2 3,0 0,7

Argentina 6,8 0,8 7,5 8,9 1,9

Australia 3,8 1,6 2,1 2,4 3,4

Austria 1,4 -3,8 2,1 2,7 0,8

Bélgica 1,0 -2,8 2,4 1,8 -0,3

Brasil 5,2 -0,3 7,5 2,7 0,9

Canadá 0,7 -2,8 3,2 2,5 1,7

Chile 3,7 -1,0 5,8 5,9 5,6

China 9,6 9,2 10,4 9,3 7,8

Colombia 3,5 1,7 4,0 6,6 4,0

Dinamarca -0,8 -5,7 1,6 1,1 -0,5

España 0,9 -3,7 -0,3 0,4 -1,4

Estados Unidos -0,4 -3,1 2,4 1,8 2,2

Federación de Rusia 5,2 -7,8 4,5 4,3 3,4

Finlandia 0,3 -8,5 3,3 2,8 -0,2

Francia -0,1 -3,1 1,7 2,0 0,0

Luxemburgo -0,7 -4,1 2,9 1,7 0,3

Nueva Zelandia -1,9 0,9 0,2 1,1 3,0

Países Bajos 1,8 -3,7 1,6 1,0 -1,0

Paraguay 6,4 -4,0 13,1 4,3 -1,2

Portugal -0,0 -2,9 1,9 -1,6 -3,2

Puerto Rico -1,8 -2,0 -0,4 -0,3 0,5

Reino Unido -1,0 -4,0 1,8 1,0 0,3

Suecia -0,6 -5,0 6,6 3,7 0,7

Suiza 2,2 -1,9 3,0 1,9 1,0

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Es así como Argentina lleva hoy más de diez años consecutivos en expansión, lo

que obliga a que los economistas tengan que remontarse casi un siglo atrás, al período

1903-1906 para encontrar una etapa de crecimiento similar, la que ya ha sido

ampliamente superada.

En octubre de 2010, y luego de atravesar dos años de una de las peores crisis

internacionales de las últimas décadas, el desempleo continuó su descenso

ubicándose en el 7,5%, con un 8,8% de subempleo (trabajadores ocupados que

laboran menos de 35 horas por semana). En la actualidad (Julio 2013) mientras el

desempleo en Europa sigue en aumento, en Argentina se ubica en el 7,2%.

En los últimos años ha habido un constante récord de crecimiento en todos los

sectores productivos: la construcción, la industria (especialmente la automotriz, la

metalmecánica), el campo, la pesca, la vitivinicultura y las nuevas tecnologías.

El sector de software y servicios informáticos es uno de los que muestra mayor

dinamismo. Así, mientras en el año 2000 las ventas al exterior de ese sector

alcanzaron la cifra de US$ 25 millones, en el 2006 ya superaban los US$ 300 millones;

y la revista especializada Digital Planet ubicaba a la Argentina “entre los países de

crecimiento más alto en software”.

Viendo buenas posibilidades de inversión y sectores con alta rentabilidad, los

capitales externos han vuelto a invertir en la Argentina. Pero con una importante

diferencia en cuanto al tipo de capitales. Mientras que durante los años ’90 los capitales

que ingresaron fueron principalmente dirigidos al mercado financiero, ahora se orientan

hacia la producción de bienes y servicios. No son capitales especulativos que sólo

distorsionan el mercado.

Desde la convertibilidad hasta fines de febrero de 2007 empresas de origen

brasileño habían invertido más de siete mil millones de dólares en nuestro país,

consolidando posiciones de liderazgo en sectores de la economía local como energía,

bebidas, cemento, acero para la construcción, carne y productos textiles.

Un informe internacional de febrero de 2007, antes del estallido de la burbuja

inmobiliaria, indicaba que Argentina resultaba „muy barata para los inversores

inmobiliarios‟. Así, mientras el valor del metro cuadrado en Londres era de US$ 18.000,

en Nueva York de US$ 12.000, en Tokio de US$ 8.000, en Madrid de US$ 5.200 y en

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Berlín de US$ 4.100, en Buenos Aires este se reducía a tan sólo US$ 1.500. Esta

situación de privilegio se sigue manteniendo.

Deuda Externa: Reestructuración

En el año 2005 Argentina reestructuró su deuda externa, logrando una histórica

reducción de la misma, y canceló su deuda con el FMI. Pese a este desembolso, las

reservas en el Banco Central se han recuperado de manera significativa, de tal forma

que para julio de 2006, el nivel alcanzado ya superaba el que poseía al momento del

pago al FMI y en marzo de 2010 ascendían a US$ 48.000 millones. Esa

reestructuración fue completada en el año 2010, con un nuevo llamado que permitió

incluir a aquellos acreedores que no habían aceptado la propuesta del 2005, y que en

esta segunda oportunidad se avinieron a las condiciones ofrecidas por la Argentina.

Para poder comprender la magnitud de la reestructuración lograda, y sus efectos

centrales en las posibilidades de crecimiento argentina, en el año 2002 la deuda

pública representaba el 166% del PBI, mientras para abril de 2011 significaba el

45,8%. Si se relaciona la deuda con el nivel de reservas en el Banco Central, mientras

en el 2002 la deuda pública representaba el 1.155% de las reservas existentes, a fines

del 2010 la relación era de sólo el 185%.

La reestructuración de la deuda que se logró tras las renegociaciones para salir

del default realizadas en 2005 y 2010 implicó una fuerte quita del 66,3% del total. De

igual modo, el plazo de vencimiento de los pagos también mejoró de forma ostensible.

Es así como se pasó de un plazo promedio de 2,5 años en el 2002, a 11 años

promedio en el 2011, cuando el plazo en Brasil era de 4 años. Mientras en el año 2000

el 95% de la deuda estaba nominada en dólares, en el año 2011 la deuda en moneda

extranjera se había reducido al 59%, quedando el 41% restante en pesos (de una

deuda pública total de 164.330 millones de dólares, 67.500 millones son en pesos). En

el 2000 la tasa de interés promedio que pagaba por la deuda pública era del 13,8%

(habiendo llegado a ser del 18% cuando el Ministro Domingo Cavallo acordó en el año

2001 el llamado megacanje); a partir de la renegociación del año 2005 la tasa se redujo

al 3,66%. Lo importante es que Argentina dejó de estar condicionada por los mercados

financieros internacionales para el pago de su deuda.

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Como sabemos, actualmente las presiones internacionales sobre la Argentina

continúan, ello a través de las demandas llevadas adelante por los 'fondos buitres' ante

los Tribunales de Nueva York, exigiendo el pago 'integro' -con más sus usurarios

intereses- de los bonos de deuda oportunamente adquiridos a un precio vil. El dictado

de sentencias favorables a estos grupos puede acarrear consecuencias imprevisibles,

no sólo para la Argentina, sino para el resto de los países que han efectuado

reestructuraciones de deuda similares (tales los casos de Grecia, Portugal y otros)

El modelo implementado:

El período político económico actual se inicia en el año 2003 con el arribo al

gobierno de Néstor Kirchner, a quien lo sucedió Cristina Fernández.

Como venimos explicando, el aspecto central para la recuperación ha sido el

papel adjudicado al gasto público, el que en el año 2011 había alcanzado el nivel más

alto desde el año 1971. Como simple dato ilustrativo, mientras en el año 1980 (plena

dictadura militar) el gasto público ascendía al 29% del PBI y en 1999, bajo el

menemismo, llegó al 34%; en el año 2011 la inversión pública ya superaba el 45,5% del

PBI.

¿Cómo explicar que nuestro país siga creciendo, mientras el mundo desarrollado

se encuentra atravesando una de las mayores crisis de la historia del capitalismo?

Creemos que es en la adopción de una política económica considerada

heterodoxa, y caracterizada por la aplicación de una serie de medidas neo-keynesianas

está la respuesta.

Según el investigador Emanuel Agis7, gran parte del impacto recesivo causado por

la crisis internacional desatada en el año 2008, pudo ser evitado gracias a que la

Argentina había aplicado, previamente, una serie de herramientas político-económicas.

Ellas serían: a) el aumento del salario mínimo y de los haberes jubilatorios (esto último

mediante la implementación del plan de movilidad automática de los mismos); b) el

programa de reconversión productiva (REPRO) que logró preservar las fuentes de

trabajo y el nivel de producción; c) la política de desendeudamiento del sector público;

d) el proceso de acumulación de reservas internacionales. El gobierno intervino 7 Ver su trabajo Desacople en Argentina y Brasil: crisis internacional y reacciones de política económica, citado

por el Diario Página 12 del 12 de Abril de 2011.

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fuertemente en el mercado cambiario a fin de evitar el juego de los capitales

especulativos; y se incrementaron los niveles de inversión pública.

Se puede entonces afirmar que en el plano económico se lleva adelante una

política de mercado, con retenciones e impuestos sobre las exportaciones, y fomento

del consumo interno, lo que ha permitido mejorar la recaudación estatal. También, y

contra las recomendaciones del FMI, se han instrumentado medidas para el control de

capitales, buscando evitar el ingreso de fondos especulativos, que terminan generando

el desequilibrio del mercado interno.

Entre esas medidas que han permitido a la Argentina atravesar con éxito el

contexto de crisis internacional, hay una que sin dudas constituye la estrella. Así es

como el 30 de octubre de 2009, mediante el Decreto del P.E.N. 1602/09, se creó la

Asignación Universal por Hijo para la Protección Social (AUH), una política que

otorga una prestación no contributiva similar a la que reciben los hijos de los

trabajadores formales “...a aquellos niños, niñas y adolescentes residentes en la

República Argentina, que no tengan otra asignación familiar prevista por la presente ley

y pertenezcan a grupos familiares que se encuentren desocupados o se desempeñen

en la economía informal”. Según un informe de la OIT del mes de octubre de 2010, la

implementación de la AUH había logrado reducir en un 65% la indigencia en menores

de 18 años de edad.

Efectos similares en la mejora de la redistribución ha demostrado la adopción del

Plan de inclusión Previsional destinado a permitir el acceso a los beneficios

jubilatorios de aquellas personas sin los aportes necesarios para ellos (situación muy

difundida después de una década con altas tasas de desempleo). Gracias a ello se

logró avanzar desde un 49% de cobertura previsional a fines del 2001, hasta superar

actualmente el 85%, una de las tasas más altas de Latinoamérica.

Ambos programas han sido claves para lograr mantener un alto consumo interno,

y con ello evitar la caída en el nivel del empleo.

El último índice de desarrollo humano (IDH) difundido por el Programa de las

Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en marzo de 2013 –del 0,811 para la

Argentina- muestra una progresiva reducción de la desigualdad a nivel nacional,

habiendo descendido del 4,7% en 1996 al 4,4% en 2006, y ubicándose actualmente en

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el 4%. El IDH tiene en cuenta factores como la desigualdad, las posibilidades de

género, el acceso a la salud, a los servicios sociales y a la educación, entre otros. Este

índice, que ubica a la Argentina en el lugar 45, entre los países considerados de

desarrollo 'muy alto', tiene en los primeros cinco lugares a Noruega, Australia, Estados

Unidos, Países Bajos y Alemania. Más atrás aparecen países como Francia (20) y

España(23); mientras que entre los Latinoamericanos mejor ubicados encontramos a

Chile (40), Uruguay (51) y más lejos a Brasil (85).

Estos datos auspiciosos, no deben sin embargo llamarnos a engaño.

Lamentablemente la pobreza y la exclusión todavía están lejos de ser eliminadas.

La redistribución de los ingresos es una cuestión a profundizar. Entre otros tantos

resultados negativos de la década pasada, y al igual que en el resto de Latinoamérica,

la brecha entre los sectores de mayores y menores ingresos ha adquirido niveles

alarmantes de inequidad. En este aspecto, una serie de medidas adoptadas en el

último período señalan la intención de empezar a revertir ese proceso.

Según un informe de marzo de 2011 se produjo una mejora en la distribución del

ingreso en el cuarto trimestre del 2010 en relación con el tercer trimestre del mismo

año, reduciéndose la brecha per cápita entre el 10% de los hogares más ricos y el 10%

más pobre, pasando la misma de 21,45 a 16 veces. Mientras los hogares más ricos se

apropiaron del 28,7% de los ingresos totales, el 10% más pobre sólo se quedó con el

1,8%. Esta brecha entre el 10% superior e inferior de la escala era de 33,3 veces en el

2005, descendiendo a 24,3 veces en el 2008, antes del estallido de la crisis mundial,

cuando volvió a sufrir una suba y se elevó a 26,4 veces.

El crecimiento económico de nuestro país queda en evidencia con la simple

observación del cambio producido en la conflictividad social. Así, mientras a principios

del 2000 las huelgas y reclamos sociales tenían como base la lucha contra la pobreza y

el desempleo; hoy los enfrentamientos se originan en la distribución de los ingresos.

Según informa el Banco Mundial, Argentina invierte actualmente el 6% del PBI en

educación, y el 9,5% en salud.

La educación es justamente una de las materias que ha sido objeto de especial

atención en este período, considerándose vital el aumento en la inversión en I+D. Es

así como en el período 2003/2010, los investigadores del Conicet aumentaron un 67%,

20

y los becarios un 242%. Pero no sólo se aumentó el número de investigadores, sino

que se revalorizó a los mismos mediante un significativo aumento en los salarios y

becas; y se implementaron una serie de planes para lograr la repatriación de

investigadores radicados en el exterior, todo ello con grandes resultados.

En el año 2012 el presupuesto destinado a educación en general ascendió a

37.186 millones de pesos. Varios son los planes y proyectos implementados, entre los

que se destacan:

a) Infraestructura: Entre los años 2003 y 2012 se construyeron 1.503 escuelas, lo

que constituye un record histórico. Compárese esa cifra con las 7 escuelas construidas

en el período 1989/1999. Se crearon 9 nuevas Universidades Nacionales, y se

aumentó el presupuesto universitario al 1,02% (del 0,5%). Gracias a ello la matrícula

aumentó un 28%.

b) Programa Conectar Igualdad: que entrega netbooks a alumnos y docentes de

escuelas medias de todo el país.

c) La Ley de Educación Nacional y el Programa de Inclusión Educativa, los que

elevan la obligatoriedad de estudiar al nivel medio inclusive, y mediante el otorgamiento

de becas para jóvenes entre 11 y 18 años busca que los mismos se reinserten en el

sistema educativo.

d) Programa Nacional de Alfabetización: se crearon más de 23.000 centros que

posibilitaron a más de 170.000 personas aprender a leer y escribir.

e) Se creó el Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Un balance provisorio:

Estamos convencidos que

Argentina goza hoy de una democracia que, con sus defectos, permite un ejercicio

integral de las libertades fundamentales. El sistema educativo es abierto, y se mantiene

la educación pública gratuita y la autonomía universitaria.

La prensa, en todas sus formas, cuenta con plenos derechos y efectivas

posibilidades para criticar al gobierno.

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Porque como escribía Paul Krugman el 3 de Abril de 2012 en su blog de The New

York Times, "La recuperación argentina es una historia extraordinariamente exitosa que

ofrece lecciones para la Zona Euro".