Antología (literatura) coord. - Universidad Autónoma de ...

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Cumple con el plazo, otros necesitan el mis^o libro. Cuida los libros, son tuyos y de la Universidad. Si DA-ÑAS UN LIBRO tienes que sustituirlo.

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Coordinadoras:

Celina Leal de Rodríguez. Elsa P. de la Garza de Sáenz Pat r ic ia I . Barranco Socorro Imelda

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INDICE DE CONTENIDO.

Pág,

I . / Nota Biográf ica de José Rubén Romero. 1 DESBANDADA. (Novela de la Revolución 3

Mexicana).

I I . Nota b iográf ica de Juan Rulfo. 63 NOS HAN DADO LA TIERRA. (Cuento de - 65

contenido soc ia l ) .

I I I . Nota b iográf ica de Jean Paul Sartre. 73 A PUERTA CERRADA. (Existencial ismo). 75

IV. Nota b iográf ica de Eugene Ionesco. 151 LA CANTANTE CALVA. (Teatro del absurdo). 153

V. Nota b iográf ica de Franz Kafka. 203 LA METAMORFOSIS. (L i te ra tura de conté- 205

nido psicológico) .

VI. Nota b iográf ica de Ernest Hemingway. 263 EL VIEJO Y EL MAR. (Generación perdida). 265

V I I . Nota b iográf ica de Horacio Quiroga. 349 EL ALMOHADON DE PLUMAS. (L i tera tura fan • 351

t ás t i ca ) .

V I I I . Nota b iográf ica de Ray Bradbury. 359 VENDRAN LLUVIAS SUAVES. (C ienc ia- f icc ión) . 361

REFERENCIA BIBLIOGRAFICA. 371

'Febrero 86.

INTRODUCCION.

El ob je t ivo de esta antología es continuar la labor i n i ciada en la anter ior (L i te ra tura I ) . Deseamos seguir a c e r -cando a los estudiantes de preparatoria a los grandes escr i -tores y f a c i l i t a r su acceso a las obras sugeridas por el nue vo plan de estudios.

ROMERO, JOSE RUBEN

José Rubén Romero (1890-1952), nació en Dot i ja de la Paz (Michoacán, México), ingresó muy joven en las f i l a s revolucionarias. Condenado a muerte t ras el fa l lec imiento de Madero, fue rescatado por su pa-dre. Amigo de Obregón, ostentó al tos cargos diplomá-t i cos . Escribió varias novelas sobre la revolución y otras de d i s t i n t o tema La vida i n ú t i l de Pito Pé rez, Ant icipación a la muerte, Apuntes de un lugare-ño. Desbandada, Mi cabal lo, mi perro ,y mi r i f l e , etc

DESBANDADA.

"No es para vosotros, hombres de -la ciudad..."

Gorki.

"Y de mí puedo decir que, si algu-na vez he deseado ser rico, es para señalar una renta a todos los que me han leído."

About.

J . Rubén Romero.

PERSPECTIVA.

EL PUEBLO.

Desde la enorme tr ibuna del Cerro de la Mesa, en donde -los plátanos enarbolan sus trémulos banderines, Tacámbaro - -abre todos los gajos de su t i e r r a de promisión. A la derecha, el monte de Caricho levanta su copa de sombrero chinaco, galo neada con la verde t oqu i l l a de los pinos; los senderos de Te-car io y de Chupio revuélcanse perezosamente en el polvo, sin temor al ajuate de los cañaverales, y la Alberca, como un azu Tejo primoroso, b r i l l a entre las encinas centenarias que s i r -vieron de pal io a los amores de Inchát i ro y Tacamba. A la i z -quierda, en primer término, el Cerro Partido muestra sus dos flancos impúdicos, opulentos y fuertes como las posaderas de una mujer, y el Cerro de Machúparo, y el de Caramécuero, y -el Hueco, y el de la Laguna, ciñen al pueblo con sus f é r t i l e s laderas, como niños cogidos de las manos que jugaran en torno suyo a María Blanca, defendiéndolo de un diablo i nv i s i b l e que quis iera forzar los p i lares de oro y p l a t a . . .

Encaramados en la loma dos o tres molinos de t r i go abren sus blancas ventanas, como palomares nostálgicos de una erran te parvada de pichones, y una docena de trapiches se agazapa en los campos cercanos, con sus chimeneas humeantes, que seme jan puros gigantes de fumadores ocultos entre los cafetos.

A los pies de la Mesa, arrancando de la misma falda del cerro, las cal les forman una roja escalinata que parece de -l a d r i l l o de j a r r o , y son tan pendientes y quebradas que no -pueden t rans i ta r por e l las ni las carretas quejumbrosas de -mansos bueyes pensativos, únicos vehículos existentes en el pueblo, ni las bestias de carga que los arr ieros no se atre-ven a en f i l a r por dichos vericuetos, temerosos de que sus -terc ios emprendan, cuesta abajo, una rápida e imprevista ca-rrera de obstáculos.

Descendiendo por la ca l le del Patr iota se i'ega a 1 i p'i zuela del L>anto Miño, cuyos viejos portales sirven de /«ju-los indios de Patamba y de Quiruga, impertérr i tos andarines -que l legan a Tacámbaro con el huacal sobre los hombros,hench¡ do de cazuelas orejonas, de jar ros de labios pell izcados y de o l las ventrudas como de perentorio embarazo. En el centro de la plazuela t res mangos brindan su apretada sombra sin que na die se atreva a guarecerse bajo su espléndido f o l l a j e por mié do de rec ib i r en la cabeza una descalabradura. Las gentes pa-san por a l l í más que de pr isa , oyendo cómo zumban las piedras en el a i re con ruido de hélices inv is ib les y mirando cómo los ch iqu i l los asaltan las ramas de los mangos y esconden la f ru -t a , aún sin sazonar, en las b l us i l l a s desjaretadas. Con estas pedreas los pobres indios que venden loza en los portales v i -ven sobresaltados, igual que las reses paciendo en solar aje-no.

La ca l le de la Abeja desemboca en la Plaza de Arcas, y -es tan empinada que las gentes bajan por e l l a a trompicones, como si las v inieran persiguiendo. Al l legar a la plaza se -abre un ancho abanico de luz ante los ojos asombrados, luz en trometida que se cuela por todas partes sin dejar un rincón -olvidado; luz que, después de bruñir las plantas del ja rd ín y b iselar el agua de la fuente que se despedaza en trozos „ íu l t i formes cuando las aguadoras zambullen el cántaro, colún¡piise alegremente en los árboles, se descuelga por los balcones del Juzgado y recorta con sus t i j e r a s de plata la s i lue ta de les p i la res .

El portal de arr iba es la lonja de los comercios más - - -a r i s toc rá t i cos : mercerías, tiendas de ropa cuyos prop ie tar ios , españoles o franceses, a fuerza de v i v i r tantos años en Tacám baro, ya lo estiman como a cosa propia y t ienen sus piques -con los vecinos de los pueblos cercanos por aquello de que SÍ Tacámbaro es más o menos.

Por fuera de los comercios grandes tienden los h a r i n e -ros sus múlt ip les bara t i jas : órganos de boca, anteojos ahuma-dos, peines, navajas del a r b o l i t o , y con más paciencia que -Job, a quien no se le ocurr ió esta mer i tor ia d i s c i p l i na , dan comienzo desde media tarde a la tarea de levantar los puestos, envolviendo, uno por uno, cada botón de su ancheta y acomodan

do cada matatena de v i d r i o en el hueco que le corresponde.

Atraen a los ch iqu i l l os con sus rajas de calabazate, sus conf i tes de anís pintarrajeados de azul y oro, propios para -celebrar con e l los un alegre carnaval dentro del in tes t ino y sus mazapanes de pepi ta, las mesas de dulces que estorban el paso entre p i l a r y p i l a r e" interceptan la entrada de la farma cia de Emil iano, a quien por su color amar i l lento, se conoce por La MueAte. en V¿nagsiz.

Es muy pintoresco el t r áns i to por el portal de a r r i ba , -l leno a toda hora de vendedores y marchantes, de rancheros cu r iosos y de t i n t e r i l l o s desocupados que salen a tomar el so l . Parece que Ol lendor f f pasó por este s i t i o , captando los d iá lo -gos que en él escuchara:

—Siete reales por el rebozo.. . —Se me quemó la m i e l . . . —Una aguja de a r r i a . . . —El código así lo prev iene. . .

Y sal iendo del fondo oscuro de la tienda de Cka.capóndi-ko, la quebrada voz de un fonógrafo: l/en a. mU biazoA, mo tiz-na. ..

En el porta l de abajo está la botica de Bruni to , en don-de hacen su t e r t u l i a los l ibera les de hueso colorado que v i -ven en el pueblo, amén de todos los p into* que vienen de Tie-rra ca l iente para ver s i Brunito les cura la jvvLcm con la -manteca de iguana que él tan hábilmente adoba, recomienda y -prepara.

En este mismo porta l ofrecen los ja rc ie ros la fauna e x -travagante de sus mercancías: gruesas reatas que parecen cule bras; p i tas enroscadas que dan el aspecto de s o l i t a r i a s pues-tas en a lcohol ; boza l i l l os de c r i n , como ciempiés mort í feros, y las membranas transparentes de los más f inos kuangock<¿¿. Los cordeles colgados de las puertas parecen trenzas rubias y los sudaderos de estopa quizá despierten la envidia de las -recuas de carga, mustias y doloridas de carona. Como un pelo-tón de soldados del cual no se vieran más que los pies, se -alinean en el piso f i l a s y f i l a s de zapatos de becerro crudo

que los rancheros se prueban con grande esfuerzo, al a i re l i -bre, untándose jabón en los talones.

—¿Los quiere con /ie.cíUn?

—Sí, p'quz María me conozca al pa^laAlo. la ca l l e .

Complétase este lado de la plaza con otro pequeño po r ta l , v ie jo y ruinoso, en el que vive don Ponciano Manuel, un f ran-cés que casó con señora r ica del pueblo y que ama a Tacámbaro hasta parodiar a Enrique IV, repit iendo muy a menudo:

—iTacambagó, bien vale una misa! —Y agrega este p in to-resco estrambote, tan habitual en sus labios como su invetera da tagarnina—: ¡Calaco!

Frente a la casa de don Ponciano, y mirando al ca l le jón del Tul ipán, ex is te un poyo de cantera en el que sol ía sentar se, hace ya más de un s i g l o , un hombre moreno, de abundante -papada y ojos t r i s t e s , envuelto en un guardapolvo marchito y tocado con un pañuelo de pringas ro jas . Mientras sus dedos -chatos mondaban una l imanaranja, con la v is ta f i j a en el hori_ zonte, parecía contar los cerros de Tierra Cal iente, apacen-tándolos desde le jos como el hatajo en sus mocedades. Los ve-cinos que pasaban por la banqueta f rente al hombre del guarda polvo desteñido se descubrían reverentes y comentaban en voz baja: "Es el padre Morelos, que va para su curato de Carácua-ro . "

Entre la plaza y la parroquia se agazapan los puestos -del mercado, que semejan mulitas de Corpus desaparejadas y -dispersas.

El portón g r i s del templo que s i r v i ó de blanco a las cu-lebrinas valonas, cuando Régules emuló gallardamente a Guzmán el Bueno, parece un abuelo achacoso, cacarizo y muti lado, que se obstina en contarnos sus recuerdos. Y en guardia, junto a la puerta mayor de la i g l es i a , dos árboles enlazan sus ramas igual que pareja de novios que corre a casarse: un sabino -enhiesto que baja hasta a l l í de la s ier ra con su escolta de pinos y de cedros olorosos y una paJiota de amplia y femenina catadura, i n i c iac ión perezosa y sensual de la zona tó r r i da .

Cerca de la parroquia está la cárce l , con sus puertas de gruesos barrotes ferrados que cuadriculan las caras amari l las y t r i s t e s de los reclusos.

La cap i l l a del hospital s i rve de ku.aXa.p2Aa a los indios y en este s i t i o , como en un congreso, dirimen sus cuestiones todos 1 os naturales del pueblo y se insul tan con los más fuer tes vocablos españoles. Pero para rezar y contar le a la Vi r~ gen sus cu i tas , al son de la melancólica chfurnia, emplean so lamente el dulce tarasco nat ivo , con el zigzag de su armonio-sa fonét ica.

El panorama se completa con tres o cuatro barr ios que -han tomado sus nombres de comercios muy conocidos: La Bola Ro j a , La Palanca, El Marinero y La Campana.

La Bola Roja se enorgullecía con sus huertas de árboles compactos que se derrengaban al peso de la f ru ta y que el fus de la guerra peló sin compasión, con las t i j e r a s del gene ra l Prado y Tapia, para que las guarniciones federales pudie-ran dormir al abrigo de un albazo de los rebeldes. Los á r b o -l es , ahora desprovistos de todo f o l l a j e , parecen cruces de -un cementerio abandonado.

En el barr io de La Palanca abundan los mesones, esas t í -picas hospederías de pueblo que dir íanse fundadas por Francia co de Asís para hermanar al hombre con la best ia. Todos t i e -nen los mismos pat ios , l lorosos de luna; las mismas rebosan-tes a tar jeas , a cuyo borde se enf i lan las recuas como los se-ñori tos en un bar; en todos se respira o lor idént ico a pastu-ra y a coraje sudado; de los macheros sale la misma música de rebuznos, s i lb idos e in ter jecc iones, y en todos e l los flamea como un buen capote de brega el zagalejo de Maritornes, tan dadivosa de su carne en la íntima comunión de los a r r ie ros .

El Marinero es barr io pel igroso, mancillado por todos -¿os v ic ios . Mujeres de la vida alegre viven a l l í su vida de -t r i s tezas y hombres con fama de perdidos endulzan su existen-cia con amargo de c idra . Plei tos a toda hora, rasgueos de gin ta r ras , carreras y g r i t os . Sin embargo, los mendigos que im-ploran la caridad pública encuentran en estos alborotados ca-l le jones un mendrugo de pan o un taco del paradójico psUnci--plo más fácilmente que en la plaza doride viven los r i cos . No

hay gentes más ca r i ta t i vas que el ladrón y la p ros t i t u ta , qui-zá para contrarrestar su propio pecado.

Por el barr io de La Campana suben las vacas lentamente, a esa hora en que el crepúsculo ilumina el paisaje con sus lá^ pices de colores. Caminan sin pastor y s in guía, todas cono-cen su casa, y como no tienen prisa para l legar a e l l a , h u s -mean pachorrudas detrás de las bardas, se asoman a todas las puertas, mirando con impertinencia de personas miopes, y no -paran de mover las mandíbulas, lo mismo que esas gentes chocan tes que mastican ch ic le .

Aquí quede Tacámbaro v is to a vuelo de pájaro.

iSobre las rojas te jas que con la l l u v i a huelen a j a r r i -to nuevo; sobre los campos moteados de azucenas, sobre el d i -vino espejo de la Alberca en donde los siglos peinan sus cabe l le ras gr ises; sobre los trapiches crueles que lo mismo c h u -pan la sangre del peón que la miel de la caña, se extiende -este c ie lo maravil loso de Tacámbaro corno un cor t ina je de zafj[ ro , y en las noches t ranqu i las , claveteado de es t re l l as , pare ce un arnero i n f i n i t o por donde se f i l t r a la luz de otros muji dos ! . . .

LA FAMA,

tíwda de nopa y aba/uiot&>

Mi tienda ocupa el local más acreditado del pueblo, se-gún dicen los conocedores, y por conocedores se pueden tomar desde los niños de ocho años hasta los v ie jos octogenarios -que todavía p lat ican de Maximiliano y de Carlota como de per-sonas a quienes saludaron ayer. Mi tienda está muy bien s i -tuada, digo, y así lo afirman todas las gentes con esa grande autoridad con que se discuten estas cosas en los pueblos, en donde no hay más que dos actividades de per i ta je reconocido: el comercio y la agr icu l tu ra .

Hasta los chicos que van por la ca l l e dialogan en esta -forma:

—Mi papá dice que va a helar y el maíz subirá de p r e -c io .

— ¿Tú como sabes?

—Porque anoche le tentó las nalgas a mi mamá y oí cuan-do le d i j o : "Tienes esto muy f r í o ; seguro que mañana h ie la . "

Mi t ienda t iene t res puertas en la fachada que ve al mer cado y otra que da a la ca l l e del Subterráneo, e interiormen-t e , la he d iv id ido en tres partes. En la primera, donde el -mostrador se recubre con un hule de pequeños cuadritos marro-nes, despacho la manta, los percales y demás ar t í cu los f i n o s , como el papel para novios, los temos de porcelana —de dos -piezas, aunque les llamen temos—, el h i l o de carrete y los zapatos que manufacturan en León exclusivamente para mí, de -una vida tan l im i tada , según dicen mis c l i en tes , que son como las le t ras de cambio: a t r e i n t a días v i s t a . En este lado, -apoyada en el mostrador, hay una v i t r i n a donde guardo las pie^ zas de l i s t ó n , los a l f i l e r e s , las hormil las y las ta r j e tas -postales decoradas con palomitas que l levan cartas de amor en el p ico, corazones realzados y paisajes caprichosos de luna y nieve. Los tramos del centro de la t ienda resplandecen como -casullas de brocado y están repletos de latas de las que más consumo tienen aquí: pimientos morrones que parecen minúscu-las barret inas catalanas; ch i les jalapeños, que podrían hacer l l o r a r a una estatua de mármol; c i ruelas de España, que se -aprietan dentro del envase como negros en una i g l es i a . Siguen unos tramos que exhiben los vinos, cuyas botel las alineadas -simulan coros de opereta. Aquí los frascos encarrujados de -moscatel de Si tges, las bote l las de Jerez revestidas de oro, como to re r i t os p in tureros ; más a l l á los vinos del Rin, cuyos envases a r i s toc rá t i cos dan la impresión de galgos corredores; las botel las de champaña, que parecen antiguas señoras de am-p l i a y d iscreta c r i n o l i n a , y los tarros de ginebra de La Cam-pana, de pechos rotundos y henchidos como las nodrizas de Ar-govia.Sin embargo,cada vino t iene su truco y cada truco es pa ra mi t ienda un pingüe negocio. Se fabrican en casa a base de recetas inc re íb les , siendo solamente legít imos los corchos y las et iquetas. Con azúcar quemada, agua hervida, unos racimos de uvas pasas y un poco de alcohol , elaboro un vino de consa-grar bastante acreditado que después, en el templo, se c o n -v ie r te en Sangre Preciosísima de Cr is to , para provecho del -

cura y mío. Doy su color topacio carac ter ís t ico al catalán Font, introduciendo dentro del b a r r i l una reata nueva de l e -chugu i l la , y alguna vez hice coñac con infus ión de a l f a l f a , -siguiendo la receta de un manual poblano, pero resul tó de un tono tan sospechoso y de un o lo r tan bucólico a e.cuOJIO recién l l ov ido que tuve que renunciar a su explotación, resolviéndo-me a t raer un ..coñac francés, que, s i es c ie r to que es malo, con un poco de habi l idad o ra to r ia lo hago pasar por bueno y a l te ro su precio según la et iqueta con que está envasado.

Tengo un c l i en te cuya per ic ia en la materia nadie pone en duda.

—¿Cuál de estas marcas pref iere? —le digo— dándole a probar la misma bebida escanciada en d i s t i n tas bote l las .

—Lo bueno siempre es lo bueno —contesta con a i re de su-f i c i e n c i a — ; déme usted del más caro. Y se l leva en catorce -pesos una bote l la de coñac cuyo valor intr ínseco no pasa de -uno. Confieso humildemente que estas operaciones emborronan un poco mi conciencia y supongo, haciendo honor al gremio, - -que los demás comerciantes son más honrados que yo.

En los otros cas i l le ros de la tienda hay de todo, como -en bot ica, desde el azul de Prusia que s i rve para el lavado de las ropas hasta la f l o r de za rzapa r r i l l a , que s i rve para el lavado de la sangre. Y s i algo f a l t a de lo que piden los c l ientes salgo a las volandas por el zaguán que da a la ca l l e del Subterráneo, lo busco en donde lo haya y lo revendo con su tanto de u t i l i d a d . Según una máxima de mi padre, el secre to del buen comerciante está en no negar nada.

Algunas veces me asalta la f i eb re del t rabajo y no d e s -canso un ins tante , ya sacándoles b r i l l o a las balanzas, ya -formando rimeros de tazas de vivos colores, ya limpiando los frascos de la Cariñena y del anís, también elaborado en casa, ya envolviendo medias l i b ras de sal y de arroz para que los -marchantes presurosos no se entretengan, o bien, partiendo en pequeños t roc i t os pilones de azúcar, atento a que el polvo no se desperdicie, pues con él fabricamos el más so l ic i tado cho-colate que vende "La Fama".

Otras veces me invade una extraña pereza, y , sentado a la turca sobre el mostrador, hago el balance mental de mis -bienes, satisfecho de cuanto poseo. "Pero ¿será posible — pienso con íntima f ru ic ión— que yo, que tantas privaciones he pasado, nade actualmente en la abundancia y disponga de -plata como cualquier ricacho del pueblo? Y dicen ahora que soy t rabajador, honrado e in te l i gen te , cualidades que cuando era pobre no tenía. ¡Oh, poder invencible del dinero, único -Cristo que redime a los nec ios ! . . . "

MI CASA

Es de las mejorcitas del pueblo, con sus ventanas de vi_ dr iera y su zaguán claveteado a la usanza española. Comunica al almacén con una puerta que da al e s c r i t o r i o , y a la t ras-t ienda, por un p o r t i l l o negro l leno de telarañas. Las habita ciones son frescas y espaciosas y caen todas a un pat io que más parece huerta que pa t io , en donde una l ima, un limonero, un vástago, un guayabo y una pomarrosa se aprietan en tan cor to trecho que sus raíces se enlazan y se confunden debajo de la t i e r r a . Sin duda por esto las limas tienen sabor de plate no y las guayabas, al par t i rse huelen a rosa de Cas t i l l a .

Poquísimos muebles dentro de las habitaciones y humildes como de f r a i l e franciscano. Unas cuantas s i l l a s , la cama y -un baúl de cedro para cada uno, que tanto nos s i rve de guarda rropa como de secreter. He puesto al mío una cerradura con -campanita de alarma contra ladrones, porque yo soy el g u a r -dián del d inero, y el de mi hermana t iene un espejo por den-t ro de la tapa que lo transforma en tocador, para que e l l a se al iñe y se componga. Con esto cuida cada quien lo que más le interesa.

Un quiosco de madera que hay en el centro del pa t io , ba-jo el rebozo desflecado de una gran carne!ina, nos s i rve de co medor. Yo mismo labré y pinté de blanco las tablas de un t i -najero, y en e l las lucen, finchados y a l t i v o s , los t rastos de mi madre, aquellos v ie jos trastos que conozco desde la niñez: la conservera de c r i s t a l cortado que canta al más l igero roce; los platos azules de la China en donde nos sirven el arroz de leche, pecoso siempre de canela, y los poc i l ios translúcidos

que a la hora del desayuno se atavían, como las majas españo-las , con la blonda mant i l la del chocolate.

¿Cortinas? El sol deja caer en las ventanas sus estores de oro, la luna sus diáfanos v i s i l l o s de p la ta . ¿Alfombras? La sombra de los árboles del pat io d ibu ja , sobre los pisos, curiosos y complicados arabescos. En un rincón del corredor hay una jau la con canarios. Es de mi hermano, a quien, según parece, Dios encargó que velara por todos los animales. En -el otro extremo del mismo corredor un f i l t r o de piedra estu-d ia , con el monorrítmico caer de sus gotas, su invar iable lee ción de piano.

No hay fuente cantarína que nos s i rva de baño. Detrás -del biombo que forman las hojas del vástago nos desnudamos -paradisíacamente y con el agua de un b a r r i l y una pequeña j_í cara nuestra ablución matinal parece un r i t o de la secta bau t i s t a . Cuando quiero sen t i r la car ic ia del agua de pies a -cabeza corro a zambullirme en el r ío al mismo tiempo que unos cuantos c h i q u i l l o s , cuyos ojos maliciosos me dicen que están salando la escuela.

Los chicos me ven con fami l ia r idad y me cuentan todas -sus cosas a p a r t i r de una vez que me bañé con e l los y conver-samos pintorescamente:

—Es usted el señor de "La Fama", ¿verdad?

—¿De la buena o de la mala fama?

—No, señor; el de la t ienda.

—Sí, amigüito.

Todos entonces me cercaron, luciendo a f l o r de agua sus barrigas requemadas de tepocate.

—Señor, dicen que usted cuenta muchas maldtfuAÁju y -que sabe hacer versos.

—Díganos unos, pero que sean colorados.

No me hice rogar más:

Cuando los muchachos juntos vienen a bañarse al río unos a los otros dicen: ¡Ya está jÁJiotdCiVldo el mío!

Ellos bajaron los ojos en un rápido reg is t ro que me in -cluyó y sol taron alegremente la carcajada.

Lo más notable de la casa es el r e t re te . Tiene la forma de una mesa cuadrada, con capacidad para cuatro personas, -que, s i lo usan simultáneamente, se dan la espalda, lo mismo que los f r a i l e s que rodean la estatua de Colón, en la ciudad de México.

Los ruidos serán percept ib les, pero ninguna mirada indis creta sorprende el gesto de sat is facción en el momento culmi-nante del desahogo. En t a l propic ia postura mi padre y mi ma dre, mi hermana y yo, glosamos cotidianamente los sucesos del

Dos cr iadas, Lina y Aure l ia , corren con el t rabajo de la casa. Con el t rabajo honesto nada más: bar rer , cocinar, plan-char. Lo digo porque suelen algunos amos ex ig i r que las fámu-las prolonguen sus serv ic ios durante la noche en ocupaciones personales que muy bien requieren sa lar io aparte.

Recuerdo el caso de un joven vecino nuestro a quien en-cantaban estos nocturnos devaneos, y como con frecuencia sor-prendíalo la madre, para v i g i l a r l o mejor, lo acomodó a dormir dentro de su misma alcoba.

El joven era dueño de una preciosa ch i v i t a murciana, ne-gra como el azabache, que recorr ía libremente todas las habi-taciones, igual que un duendecil lo t rav ieso.

Una noche mi joven vecino quiso l l eva r a cabo una de sus viejas y tan gustadas escapatorias. Había criada nueva en ca-sa y era preciso probar con e l l a for tuna. Esperó, pues, a que la madre durmiera, y , en cuanto así lo tuvo comprobado, i n i -c ió con s i g i l o el descenso de la cama, que rechinaba indiscre

tamente, negándose a guardar el secreto. Aguzando los oídos y abriendo tamaños o jos , aquí tantaleando y más a l l á torciendo el cuel lo a un suspiro que también intentaba denunciarlo, el nocturno v ia je ro l legó hasta el centro de la habitación, un paso más rumbo a la puerta, otro aún, pero ya cuando el éx i -to estaba cercano, una s i l l a se interpuso y , ioh desespera-c i ó n ! , rodó por el suelo.

—¿Quién anda por a l l í ? —preguntó la señora incorporán^ dose, asustada-, en su lecho.

A lo que contestó mi vecino, concibiendo una idea salva dora:

—Soy la c h i v i t a , mamá...

Lina es menuda y apretada como una escobi l la para p e i -nar. Parece muy t ie rna todavía, pero yo creo que es como el machito del ind io : ch iqui ta y cargada de años. Tiene una — idea inocente respecto a nosotros: nos cree muy r i cos , porque en la tienda hay un depósito de petróleo, cuyo l íqu ido se - -extrae con una bomba de mano, y e l l a piensa que es un pozo -ábier to en la t i e r r a , como los que ha oído decir que existen en algunas regiones del país.

—Mientras tengan los amos esta mini ta no les f a l t a rá el dinero ni yo dejaré su serv ic io —dice maliciosamente, cual -s i estuviera en el secreto de algún oculto tesoro.

Aurel ia es una campesina joven, huraña, de ojos acerados y de unos colores tan vivos que parece que por todos los po-ros le va a brotar la sangre.

Un día me vio br incar y correr persiguiendo a mi hermana, con ese regoci jo inusitado que sólo da la juventud,^y esto -bastó para que e l l a formara su j u i c i o respecto a mí.

—El señor es t e r r i b l e —d i jo huyendo de mi presencia -como de la del d iab lo .

— ¿Por qué te aprietas tanto el corpiñó? —le pregunté . una vez a quema ropa. Y e l l a exclamó, sin mirarme s iquiera:

— ¿A LIÓ tí qué cUan&ieó le importa?

Desde entonces nunca más me d i r i ge la palabra, y a la -hora de comer me s i r ve , de extremo a extremo de la mesa, las t o r t i l l a s y los p la tos.

Una mona y un per ico, ambos también de mi hermano, eje£ c i tan funciones de s i rv ien tes . Cuando tocan el zaguán el l o -ro pregunta desde su estaca: "¿Quién es?" Al o í r l o , la mona corre a la puerta y con muchos trabajos la desatranca y e n -t reabre, cerrando nuevamente de golpe, s i el que ha llamado es un chico y abriendo de par en par s i es una persona mayor. Nuestros v is i tan tes pref ieren ya entrar por la tienda para no encontrarse con u j i e r tan extraño.

Mi casa es t ranqu i la , salvo los ruidos peculiares en -toda casa de pueblo. En las mañanas,temprano, la escoba pasa por los corredores con su rumor de enagua almidonada; las ga l l i n a s cacarean en el c o r r a l , lo mismo que las muchachas en el a t r i o , cuando salen de misa; la mujer del metate, al e x -tender las t o r t i l l a s , aplaude con entusiasmo, como cantadora de flamenco, y el loro a veces, para congraciarse con Dios, canta el Corazón Santo.

Suele mi hermano sent i rse nostálgico de la metrópoli y mientras andurrea por la casa en mangas de camisa, arremete con trozos de v ie jas zarzuelas de un modo tan desentonado -que si canta La vtejecÁXa se confunde con El ¿moi Joaquín. Los animales se desasosiegan oyéndolo y lo miran con ojos interrogadores que parecen dec i r le : "Por qué l l o r a s , amigo?"

¡Ruidos, ruidos hogareños del amanecer que sirven de -despertador; ruidos meridianos de trasiego doméstico; ruidos lasos del atardecer que buscan un.últ imo acomodo —aves, cé-f i r o s , niños—; ruidos discretos de la l l u v i a sobre los te ja dos, a la medianoche, que hacen amable el refugio de las sá-banas y que son el comentario sinfónico de un mundo que apn siona mis grandes sueños y mis pequeñas esperanzas!.. .

PARROQUIANOS

Los c l ientes de mi tienda se dividen así : hombres de mu cha entidad que pref ieren t r a t a r sus negocios con rni padre y que a mi me ven con c ie r to desprecio, principalmente cuando hablan de la cosecha del a jon jo l í o del peso y pelaje de sus nov i l l os , y la caterva de los centaveros, regatones del mer-cado, criadas engreídas y chicos de la escuela o f i c i a l que buscan mi t r a t o , porque, a espaldas de mi padre, les f í o cuan to me piden con tan buena fortuna que han sido pocos los i n -solventes. Tengo también los domingos otras clases de marchan tes: peones y campesinos de los ranchos cercanos a quienes -s i rvo de secretar io , de consejero y , a veces, hasta de médi-co.

Mientras Miguel, el a lbé i ta r de Chupio, se toma una copa de mezcal, me dice:

—Hágame una carta de segunda para Juani ta, porque no -he necebtdo respuesta de la primera, y güélvale a decir aque-l l o que de¿de et {¡etíz momento que la vide...

Sirvo a Juanita también de amanuense y cuido de aconse-j a r l a que no apresure las respuestas:

—Déjalo que se potree un poquito para que se znyeAbe -más.

Don Merced, el v ie jo de Upánguaro, baja los días f e s t i -vos con su más l impio calzón y su camisa más planchada trayén dome ya el tambacho de nísperos, ya el manojo de frescas - -azucenas, porque me t iene en grande estima. Me llama su compa ñero, su amigo del alma, y me dice-que se siente más cerca de mí que de nadie, no obstante sus setenta años que le han l l e -nado de escarcha el pelo. ¿Motivo? El de hacer versos corno yo, aunque no los escriba, y cuando viene al pueblo me los -rec i ta para que se los traslade al papel. Jamás oso cor regí r -selos, siendo quizá éste el secreto de nuestra gran armonía. Yo trazo f ielmente lo que él me d i c ta , y nada más:

Dijome una mariposa que no juera bandolero, que no me casara chico y viera el mundo primero.

—Muy bien, don Merced.

—Oigai oiga:

Le dije a una mariposa de las que hay en el Parián, si no jueras cautelosa jugaríamos un cunquián con una baraja hermosa.

Muchachitas del Cuichán, muchachos hijos de Adán, los que nacen por aborto, ya si sobre me darán, que al cabo yo poco importo, como dijo El Pato.

— Inspiradísimos.

Y él me contesta, muy ufano:

—Tienen su ¿o&tancÁA f i l o s ó f i c a , ¿eh? Pues le voy a -empujar o t ros :

¿De qué nos sirven topacios de Oriente si no tenemos buril para bruñirlos? ¿Y de qué nos sirve la voz del Presidente si no tiene nunca la piedad de oirnos?

Algunas veces he subido a su rancho, al pie de la s i e -r r a , para recrearme en su huerto y para admirar de cerca un Cristo que t iene dentro de una t r o j e y al que le ha horadado las c o s t i l l a s acomodándole debajo una asadura de carnero, -que hace más humano al Señor, según don Merced afirma. Tam-bién me he bebido en su casa algunas copitas de un v i n i l l o -que él mismo elabora y cuya bote l la t iene esta leyenda: Vino

Á%. qiUnce. ¿ABOIEA y XXZÁJDXJX má¿ pana, tomxnl.o con ¿oleXa ¿.¿na.

En las horas que preceden a la comida estoy solo en la tienda y las aprovecho para despachar mis asuntos de evange-l i s t a y para resolver las consultas que me hacen.

S i l ve r io quiere saber si puede casarse con sombrero de bola color café, porque no t iene otro.Aprobado.

Zenón me rogó que le buscara un nombre bonito para bau-t i za r a su primogénito. "Ponle Bayardo", le d i j e , y Bayasido Gudiño se llama el muchacho, quien acaso no tenga en la vida más tacha que su nombre.

Mi parroquiano más asiduo era el chino Jiménez. Llegaba a la tienda acicalado, erguido y decidor, y sal ía de e l l a -mustio y torpe después de exonerar Tos frascos del agraz. Pe ro como el vino le inspiraba ideas té t r i cas y hablaba siempre dé qui tarse la v ida, un día se me ocurr ió probarlo y puse a sü alcance, sobre el mostrador, una p i s to la . El chino me mj ró con ojos a tón i tos , movió lentamente la cabeza, quizá para sacudirse las ideas t rág icas, y con voz desgarradora me d i j o :

—Yo creí que usted era mi amigo.

Desde entonces no ha vuelto a poner los pies en mi ca sa.

Algunas veces se agrupan en torno mío, para oírme l ee r , gentes humildes, de in te l igenc ia i ncu l t a , pero de f á c i l com-prensión: Jesús, el tab la je ro ; Lázaro, el cargador; un p e -queño l impiabotas, a quien apodan La SeAAucka, y doña Lupe, la que vende pozole junto a la puerta de la cárcel y deja -abandonado el puesto por no perder una sola sílaba de la lec-tura. Leí LOA HÍAEAABIEA, de Víctor Hugo, a tan selecto -aud i to r io . Todos lloramos al f i n a l , en la muerte del señor -Magdalena, y cada quien expuso su comentario:

La SeAAucka. —Por favor, güMvanoÁ a leA lo de Guauo— che..

Jesús. —Quisiera que resucitaran todos para conocerlos.

Doña Lupe. —¡El señor Madaleno fue un santo y yo le re zaré en las noches,como a San Dimasl

No despego los ojos del l i b r o ni me cuido para nada de los marchantes.

—Cuar t i l l a de almendras.

—No hay.

— ¡ A l l í están, en aquel pomo!

—Sí, pero no las vendo —gr i to indignado, porque me in terrumpen en lo más emocionante del re la to . Y el comprador se sale despavorido, pensando que me he vuelto l o c o . . .

A mi padre no le agradan estas l í r i c a s expansiones y me repite siempre lo mismo: El que time tienda que la atienda, y ¿i no, que la venda.

LA TERTULIA.

Llega mi compadre Perea, coloca sobre el mostrador su -sombrero, que t iene más grasa que una pa i l a ; tuerce un ciga-r r i l l o de hoja, humedeciéndolo con la punta de la lengua, y me suelta la misma pregunta de todos los días:

—¿Hay algo de nuevo, compadrito?

Yo sigo llenando alcatraces de arroz y le respondo con las palabras de ru t ina :

—Lo que usted me cuente.

Es mi compadre un hombre de cuarenta años, de cuerpo -desgarbado y contrahecho, cuyas deformidades se acentúan más con el desaliño que t iene para v e s t i r , pues la chaqueta ape-nas le cubre el trasero y los pantalones de trabuco exhiben un par de piernas, delgadas y nudosas, como sarmientos. Una boca grande y gruesa, de un vivo color de sandía; unos dien-tes blancos y l impios, como granos de maíz t i e rno ; un bigote

que parece un helecho salvaje y unos ojos in te l igentes y e-presivos, podrían completar la f i l i a c i ó n de Perea.

Ha sido bot icar io y fabr icante de productos químicos e inventor de unos sinapismos de mostaza —que por lo que p i -can deben ser de mostaza inglesa— y de unos bizcochos pur-gantes, tan inofensivos, que su chico T in t ín se comió media docena de e l los s in que una sola vez hubiera deyectado, no -obstante las carreras y los aspavientos de su progenitor. Pe rea se dice l i be ra l y enemigo de los curas, pero esto es men t i r a . Es un l i be ra l teor izante, como tantos, que carecen -del valor c i v i l para confesar su admiración por las clases -elevadas. Es de los que defienden los p r i v i l e g i o s , las cate gorías sociales y la i l im i tada autoridad de los amos y repu-dian todo lo que huele a revolución, considerándolo como un crimen contra el derecho de los r i cos . Acasoaa^^g^ngenuos sus sentimientos an t i c le r i ca les p o r q u e ^ j g M j B B I i W p a d r e de Perea en la p i l a de la Plaza, cas t i ganmrne f t c f epigrama ofensivo, y lo sumió tantas veces en el agua cuantos versos tenía la composición.

Con Perea discutimos diariamente sobre cuestiones pol í t i^ cas y jamás llegaremos a un acuerdo, Si me t i l d a de jacobino, yo a él de mocho; s i censura los actos de la Revolución, yo le echo en cara todos los crímenes de la realeza, ¡que para algo he leído a Dumas! Cuando argumento bien y mi compadre se siente perdido, busca el apoyo de don R u t i l i o , y los dos me acometen y me acorralan. Entonces yo acudo a Brunito y ambos defendemos con t a l entusiasmo nuestra causa que la -t ienda, poco a poco, se l lena de curiosos escuchas.

Don R u t i l i o es un v ie jo i n te l i gen te , asiduo a nuestra -t e r t u l i a , y , como Perea, impugnador del nuevo orden de cosas. Administra una hacienda cercana, cuyo nombre es Pino Solo; -por esto y por sus ideas ar is tócratas le dicen en el pueblo El maAqu¿6 de un Solo Pino.

Don Ru t i l i o t iene una cul tura for jada a base de periócH eos; contados l ib ros ha le ído , pero su memoria puede competir con la que atribuyen a don José María Ig les ias , y aprovecha -cualquiera oportunidad para demostrarlo:

^-»Eduardo VI I fue coronado el 9 de agosto de 1902.

—lAstracán es un puerto del Mar Caspio.

-»Don P o r f i r i o nació en 1830.

Er) cuanto a Bruni to , el farmacéutico del por ta l de aba-j o ? s í piensa como yo y defiende a capa y espada los procedí ítientoé de la Revolución que tanto disgustan a nuestros con-tifertulJos. Bruno habla siempre sin a l terarse y en sus labios cfelgad§s f lo rece fácilmente la i r on ía , ventajas que a la hora dé la polémica lo hacen superior a nosotros. Su cara lampi-fjfc y r<?ja, como una manzana, t iene c ie r to a i re femenino, pero Hegadá "la ocasión Brunito es hombre a carta cabal. ¡Cómo de ben odiar lo los sombrereros, pues hace más de t r e i n t a años que rio usa en la cabeza ni una mala gorral

Nuestras dicusiones son por el tenor s iguiente:

- r V i l l a es un bandido —me g r i t a Perea.

Y.Carranza un v ie jo t ra ido r que tenía preparado un levaji tamien'to contra Madero y la muerte de éste lo salvo —agrega <Jon R u t W o .

-+E1 asesinato del már t i r Madero (querrá usted deci r ) -áue fraguaron los obispos en l a gran Dieta de Zamora, con be rjeplScfto de los cap i ta l i s tas ntichoacanos, quienes después -ofrecieron a Huerta ( las t r e i n ta monedas de que habla la B i -b l i a ) | los catól icos celebraron con i luminaciones, músicas y coheteé. Si no, que lo diga J iqu i lpan.

Don Rut lUo sonríe con desprecio preguntándonos escépt i -^amenté:

—Pero ¿para qué ha servido la Revolución?

-*4Para que los peones coman, para que los maestros se mult ip l iquen en las ciudadesy en los campos, para que los -explotadores del pueblo, negreros de apel l idos i l u s t r e s , se largueh del país! Y, sobre todo, para que- usted tenga l i b e r tad papa d i scu t i r estas cosas sin que lo l leven a la cárce l , como en la época de Don P o r f i r i o .

—Sí, s í , y para que los tontos se lo crean y gobiernen los audaces y vivan sin t rabajar los sinvergüenzas.

—Como en todos los tiempos, amigo...

La voz de mi padre es la única que t iene poder para apla ca(r estás tormentas.

—(Líbrenos Dios de que sólo el tema p o l í t i c o s i rva de -pgsto a nuestras conversacionesl Los ter tu l ianos no hubieran vtfelto i mi t ienda o yo les habría ya t i rado con las pesas de 1 é> romana.

El mostrador de una tienda es el rompeolas adonde van a morir tpdos los chismes de un pueblo. Se despedazan honras,

censura al Gobierno y se cuentan esas mil y una naderías sirven de entretenimiento social cuando se reúnen más de

cijatro personas.

—¿Saben ustedes lo que se dice? —pregunta alguno.

—Que el presidente municipal mandó poner este le t re ro etí el j a rd ín : "Se prohibe la caída de las hojas."

—fcsas son p l a n t i l l a s , pero no me sorprenden. Ya en - -otra ocasión empleó en un bando la palabra pedeAa¿¿Aa¿ en gar de peatones, porque le pareció más f i n a .

—¿Y no vieron anoche en la plaza a Rosario, la h i j a del te jero? iQué guapa estaba!

—Dicen que se dedica a un comercio escandaloso.

—SMejor que mejor! La f ru ta picada por los pájaros es U más sabrosa.

—Timoteo t iene un chico enfermo. Yo creo que se le mué rp.

—Pues no le hará, mucha f a l t a , porque cuenta con once. Lji mujer parece carabina de dos cañones: suelta un t i r o y le queda otro en la recámara.

—Y todos son bastante pazguatos, ¿no?

—Menos Pedr i to , que siquiera sabe escarbarse la nar iz . Los otros ni eso discurren y andan con los poros tapados y -respirando por la boca como los anf ib ios .

— ¡Qué criada tan fea t iene don Conrado!

—Fea y todo, pero con un tompiate, en la cabeza bien -que le s i rve . Dicen que por las mañanas entra al cuarto de su amo y le pregunta muy mimosa: "Señor, qué t r a i g o , ¿el -tompiate o el chocolate?..."

—Oiga, compadre Perea, ¿es c ie r to que para i rse a su -casa da usted un rodeo muy largo, con ta l de no pasar por La Bola Roja? Dicen que el loro del mesón es su enemigo perso-nal y que cada vez que lo ve, rompe a g r i t a r l e : "¡Adiós, bo t i car i o pendejo!"

Perea se pone ro jo de rabia y , como es verdad lo del ro deo y lo del l o r o , quiere devolverme la burla rápidamente:

—¿Y es c i e r t o , compadrito, que cuando usted l legó a -Tacámbaro no tenía más que lo puesto y que se ha levantado -vendiendo manteca rancia y vinagre en lugar de vino?

—Así es, compadre; pero su f lecha no dio en el blanco. Llegué a este pueblo sin nada, y aquí he prosperado, t r a b a -jando y ahorrando (Óigalo usted bien) en un combate d ia r io contra mi natural holgazán y dispendioso. Mire usted, g u s -to de la buena ropa y me v is to de d r i l ; en mis dedes lucen -por so r t i j a s las señales del sacaclavos y del mar t i l l es - -mis hombros se duelen bajo el peso de los te rc ios de azpa r que hay que entregar a los c l i en tes , ¡y todo por defender - -los diez centavos que cobra un cargador!

Perea se ha calmado como por encanto y escucha sonrien-t e , mientras yo prosigo:

—¿Diversiones? ¿Paseos? No tengo ninguno. Cuando c ier ro la t ienda, por las noches, me acomodo en el banco más oscuro de la plaza y un puñado de cacahuates me s i rve de en-

tretenimiento, mientras las gentes giran alrededor del jardín , como bestias de noria incansables. ¡Quizá todos sean más fe -l i ces que yo, que, a esa hora, me despojo de mi ac t i tud de co perciante y entro en el país de lo etéreo, de lo le jano, de -lo absurdo! A veces pienso que las mismas es t re l las se b u r -lan de mí y que, mirándome divagar, me hacen guiños m a l i c i o -sos con sus ojos glaucos.

—Bonito discurso —interrumpe mi padre—, pero hace me dia hora que este c h i q u i l l o te está pidiendo una vela y no -lo despachas.

—Si , papá; pero también es jus to que pregone que en Ta-cámbaro he prosperado, i Esta t i e r r a generosa se vuelve pan • para dar de comer a l hambriento!

Enmudezco, de pronto, porque noto que el chico de la ve-l a , ladinamente, se sa l ió s in pagar.

PARENTESIS RETROSPECTIVO

EFEMÉRIDES.

Cuatro años pueden ser un instante teo lóg ico, quizá fue-ron un sólo día del paraíso; pero en la vida de un hombre -cuatro años forman una larga cadena d i f í c i l de o l v ida r . En — cuatro años los caracteres se modif ican, se tuercen las inc l j [ naciones, los hábitos arraigan o cambia totalmente el ritmo -de una existencia. Tengo el ejemplo en mí mismo: f u i un i l u -so embriagado por el éx i to de un ins tante ; creí que mi porve-n i r descansaba en la p o l í t i c a , en las le t ras o a la sombra de los al tos amigos; me pareció muy f á c i l trepar por la escaTa de Jacob, pero no tuve el discernimiento necesario para com-prender que el impulso radicaba fuera de mí, en un hecho exte r i o r y reciente: La Revolución. La Revolución, que en su -primera sacudida mezcló nuestras capas sociales y despertó en los de abajo la esperanza de una igualdad por tanto tiempo -ambicionada. En este remolino yo f u i de los primeros que — ascendieron. Entonces los r icos me agasajaron, y esos perso-

najes que acaparan el ta lento del mundo, esos pavos reales -embaídos que se creen poseedores de la suprema verdad tan só lo porque ocupan algún puesto públ ico, me hic ieron el o b s e -quio de una de sus sonrisas. "iValgo mucho!", pensaba yo, en greído por ta les d is t inc iones. Pero vino la bancarrota de -la democracia y tuve que bajar de prisa los escalones que -tan rápidamente había subido. Y l legaron horas t r i s t e s de la miseria y desencanto. Carencia de lo más preciso; pan y f e . En ta les momentos de amargura no pasaron l i s t a de p r e -sentes ni los amigos de a r r i ba , ni los v ie jos camaradas de -p lacer , n i s iquiera los que se decían atados a mí por un pe-renne lazo de agradecimiento.

Fui sobrestante de una fáb r i ca , con un peso al día por todo s a l a r i o , pero el dueño me despidió porque los peones no me respetaban, atentos más a jugar /tayuela, que al t raba jo .

Fui memorialista pródigo en r i p ios o f i c i a l e s ; conocí el sup l i c io lento de las antesalas y soporté el desdén orgu l lo -so de los porteros de Palacio.

Fui asiduo espectador de la Naturaleza en un ja rd ín pú-b l i c o , adonde me l levó la idea desesperada del su i c i d i o ; pero el día en que t a l ocurr ió mi pensamiento se entretuvo mirando t raba jar a una araña su te la de h i los i nv i s ib les sobre las — verdes hojas de un l a u r e l .

Ya mi esp í r i t u enervado por la holgazanería no pensaba -sino d is la tes cuando un amigo me detuvo en la ca l l e y me d i -j o :

—Tengo una casa de comercio abandonada en Tacámbaro; s i usted quiere t r aba ja r , se la f í o .

Nobles y generosas palabras que me volvieron a la v ida.

Acepté al ins tante ; co r r í presuroso para comunicar a mi fami l ia tan fausta no t i c ia y , pocos días después, bajé la -cuesta del Cane l i l lo a horcajadas sobre un humilde jumento, con el alma henchida de alegría y un asombro i n f a n t i l en los ojos. Las casas del pueblo apretábanse a mis pies como un -rebaño de ovejas sesteando bajo los aguacates, y las grises

montañas de f i e r ra Caliente me dieron la impresión de drome-darios que caminaban en un lejano des ie r t o . . .

iCuatro años, mil cuatrocientas sesenta hojas desprendí das de un calendario t r i v i a l ! en cuyo reverso quedaron impre sas efemérides, anécdotas y observaciones sin valor de uno efe tantos lugareños! Y digo sin va lo r , porque ¿quién da impo r -tancia a estas pequeñeces de pueblo que solamente dentro del pueblo mismo t ienen importancia?

tóbs causa más desazón saber que tenemos un apodo que la noticia de que Bélgica fue Invadidada por el orgulloso prusia_ n o . • - ' . '' '"' '' • * :v ' • ~

Manuel, m1 vecino, l leva un lazo negro en la chaqueta — por la muerte de su perro TeAAoti. En cambio, el día en que -sepultó a su padre, estuvo de serenata, sonriendo a la novia, t ras el embozo h ipócr i ta de su t i lma . El pueblo entero esta-l l ó de indignación y desde entonces nadie saluda a Manuel ni hay vecino que al encontrarle ose de jar le la acera.

El h i j o del presidente municipal se jacta de que no le gustan los l i b ros y de que desprecia a las gentes que se emo-cionan con e l l o s .

—Pero usted —le repl iqué— algo habrá le ído , no obstajn te su repulsión por las l e t r as .

—Nada o casi nada; me d i je ron que Von Quijote, era muy d i ve r t i do , comencé a leer lo y no pude pasar del primer capí-tu lo . Después me prestaron un l i b r o que se llama OteZo, de un t a l Chaque^pzaAe. ( i ! ) , pero no me impresionó ni pizca, se guramente porque ese día mataron un puerco en mi casa y , cuaji do l e í que el negro asesinó a su mujer de una puñalada, recor^ dé al puerco abier to en canal, chorreando sangre, palpada con mis propias manos, y lo de esa señora Ve¿demona ningún efecto me hizo.

—Amigo, es envidiable su poética y poderosa fantasía.

No comprendió mi respuesta o se hizo el desentendido. Sin embargo, cuando él l lega a mi t ienda, dejo los Estudio*

indo -ó tánico 6, de Vasconcelos, y me dedico a o í r acuciosamente los despropósitos de mi paisano.

DISQUISICIONES DE UN PEQUEÑO FILOSOFO.

Llegó T¿t í , mi sobrino, a pasar una temporada a nuestro lado y a invernar, como las golondrinas, bajo un alero prop_i_ c ió .

T¿tC cumple apenas cinco años, pero ya es un hombrecito formal que sabe muchas cosas de la vida y que, s i no las sa-be, las indaga. Es niño feúcho, de morros abultados, de una n a r i c i l l a gruesa y respingona, a la que él llama poAAón, pe-ro es in te l igen te y simpático y muy amigo de char lar y depar t i r aun con las personas que no conoce. Conmueve o í r l o refe r i r cómo murió su padre y los extremos de dolor a que l lega-ron él y sus seis hermanitos:

—A los que fueron a sacar a papá yo les t i r é con p i e -dras, pudieron l levárse lo porque Dios le mandó un recado a -mi mamá con el padre Benito diciendo que lo esperaba en el -panteón. Nosotros bien queríamos esconderlo en la covacha -del descansi l lo. A l l í nadie lo hubiera encontrado.

—Entonces esa corbata negra que t raes , ¿es por el lu to de tu papá? —preguntóle don R u t i l i o , atusándole el alborota do mechón que le bajaba hasta los o jos.

— ¡La corbata y todo, ya lo creo! ¡Con dec i r le que los f r i j o l e s que nos dan en casa también son negros por el l u to !

El niño tuvo muy mala suerte al hacer el v ia je de - -Pátzcuaro a Tacámbaro; l l o v i ó mucho y les cayó una pedrisca

•horr ib le cuando atravesaban Llano Grande. Tit¿ soportó la l l u v i a s in ch i s ta r , pero los golpes del granizo le hic ieron perder la paciencia y exclamar enfadado:

—Vamos a meternos en un zaguán.

—Aquí no hay zaguanes, niño —le contestó el espol i -que.

—Pues me choca que en una ca l le tan grande no tengan -una sola casa.

Ya después estuvo encantado en el pueblo, y así lo decía en las cartas que me dictaba para su hermano Jav ier :

"Vente con nosotros, pero que sea pronto, antes que se seque una laguna muy grande que tenemos aquí cerca, donde -hay peces domesticados que no se tragan a la gente.

"Tenemos también mucha f ru ta y los t íos no la guardan en la cómoda, como mamá. La cuelgan en los árboles para que los ratones no se la l leven.

"Todos los días compro a l f a j o r y atravieso solo la ca-l l e , sin que me apachurren los coches. ¡Ah! Te d i ré que los coches de aquí no son como los de a l l á . Aquí sólo l levan -dos ruedas gordas, dos tab las , y los est i ran con dos vacas -que asoman los cuernos detrás de un cajón.

"La leche t iene espuma, como las gaseosas, y es todo -tan r i c o , hasta los postes, que los tumban, los asan y los -venden en rebanadas en un puesto que está f rente a la t ienda. Cuando tú llegues ya te l levaré a comprar, pero no pidas un centavo de madera, porque no te despacharán pronto. Pide un centavo de quiote, y así sabrás cómo son de dulces los pos-tes que se dan aquí.

"Termino de esc r i b i r t e porque voy a buscar un loro ch i -qui to que canta en el co r ra l . Tía Rebeca dice que no_es lo -ro, que se llama g r i l l o , pero si yo lo agarro lo ensenare a hablar, a rezar y a tocar la corneta, lo mismo que los l o -ros grandes.

"Tu hermano, digo, "TtU."

La fami l ia Vélez nos i nv i tó a su casa de Canícuaro, -que parece una hermosa acuarela trazada por el pincel mara-v i l l oso de mi paisano Gi lberto Chávez. Huerto frondoso, es-tanque de tu rqu í , molino cuyas aspas i lus t ra ron un v ie jo -tomo del quijote, cap i l l a perfumada por el copal y el romero.

En la mesa TLTL probó de todo: la sopa de cuAundcu, el manckamantel, los ¡tUjoiu chino*, pero lo que más le gustó fue el melado ca l ien te , con un buen trozo de requesón y olieri do a caña cocida. Mi sobrino se desesperaba por pedir más de aquel plato tan r i c o , pero lo detenía el temor de un regaño. De pronto encontró la solución del problema: extra jo de su • b o l s i l l o los dos únicos centavos que formaban su ¿tok moneta-r i o , y , ofreciéndolos al dueño de la casa, le d i j o :

—Véndame usted dos centavos de este caldo tan espeso y tan sucio. Palabra de honor que me ha gustado.

Después de la comida l legó el mayordomo de la hacienda y comunicó a sus amos que en el corral había muerto una vaca: La Amapola. Tan c a r i t a t i v a , tan buena y de ideas tan comunis tas era la f inada, que dejábase ordeñar por los muchachos de la c a l l e , en cualquier s i t i o , regresando siempre a su casa -con las" ubres vacías. Era en su género una s a n t a . . . , una -santa con cuernos.

—Llévame a ver el animal muerto—, me p id ió mi sobrino tirándome con premura de la chaqueta. Yo accedí, y juntos -nos acercamos al s i t i o del establo en donde algunos peones -destazaban la res, pero a primera v is ta pude percatarme de que la vaca, en una preñez muy avanzada, escondía en el vien t r e un becer r i to .

—No te acerques más, porque te l lenas de sangre —dije a mi sobrino, re t i rándolo de aquel curso de obs te t r i c ia al -a i re l i b r e .

— ¡Con razón se murió la vaca, t í o , s i se tragó un bece r ro entero!

Sal ió T¿t t de Tacámbaro para reunirse a sus hermanitos y con tan poca fortuna que, al pasar otra vez por LLano Gran de, una part ida de ladrones t i r o t e ó y puso en fuga a las per sonas con quienes via jaba.

Llegaron todos a Pátzcuaro, enfermos de miedo y queján-dose del asa l to . Solamente T¿U, con su claro optimismo y su profunda f i l o s o f í a , mostróse ina l te rab le

—Prefiero los balazos a los granizos —comentaba—. Ba_ lazos, ninguno me tocó; en cambio todos los granizos me pega ron.

UNA "TOSCA" RURAL

Remigia la viuda del sargento López, entró en mi tienda y golpeando con los centavos sobre la lámina del mostrador, pidióme un carrete de h i l o del 60.

—Desde que te acompañé a lo de tu marido, cuando estu-vo en c a p i l l a , no te he vuelto a ver .

—No salgo nunca, señor. Estoy cuidando a los chicos; -pero hoHa que lo miro me aprovecho pa dec i r le que le agrade^ co l o que hizo por mi Juan.

—Yo no pude hacer nada por é l , tú lo sabes. El general se encaprichó.

—Sí, pero usté juc güzno con esta piobz y Dios se lo pagará.

—Gracias, Remigia. Y dime, ¿es verdad que tú engañaste al sargento, haciéndole creer que no lo f us i l a r í an y que si lo l levaban al panteón y le formaban cuadro era sólo por dar le un susto?

La mujer bajó los ojos y sus labios temblaron impercep-t iblemente.

—¿Qué te movió a ment i r le de esa manera?

—IUt¿ no lo tomará a mal, ¿vqadd?

—No, mujer; yo siempre he pensado que lo h i c i s te con -buen f i n .

—¡Y tanto! A mi hombre, después que mató al ten iente, se l e pasó la bUaga.y se a f l o j ó t o d i t o . "V ie ja , por la - -dzóczpUna me aju&MaAán", decía, y l loraba como un chamaco.

Con uité jinmoí, a ver al general pa pedirle el mdultc, y | al maldecido ni le ablandaron ruegos, ni se le amovió e.l i o| razón con mis l l o r o s . T/iuj-imoó a mis inocentes cr ia turas y ni tan ¿iqulena las vldo.

"Entonces, me añublé de rabia y no tuve más que un pen-samiento: ique Juanito muera cabal, que no digan que al úl-timo jue collón y que no sufra, Santo Señor de Carácuaro! Corrí a la cárcel y le eckí mentira, pero él no me lo ciei-ba. Me miraba de ¿oipie¿a a los ojos hasta que, viéndome -tan en paz, él se jue tAa.nqucLLza.ndo.

"—Mira, v i e j o ; el señor de « L a Fama» le dio ajuste a todo. Pero no te achicopale* que nomás te queAcn sacar tu -susto.

"Vendí una cobija y le acaAAlé su cena, zónicua, cannl ta¿ y una garapiña de en ca don Nazario. Hasta se puso celc so, mirándome tan sosegada y me d i j o con tamaña j e t a : «De -ónde t>acal<¿¿ lob i¿enAoi?>

"—Se los pedí a mi comadre Merenciana, que se quedó eri el catre con los muchachos.

"Amaneció y por jueAÁla de la cárcel formaron la escol-ta . Yo estuve a l l í pa que Juani to, al s a l i r , me devúaAa y se s in t i e ra con a l ien tos . Los soldados querían echarme, perc yo, en cuanto pude, me le acerqué y le d i j e :

"—El general goívló a o f recer ; no tengas miedo.

"Unas cuantÁXai gentes en la ca l le nos devi¿oAon corf lá t ima; cuando pasamos por El Marinero estaban tocando la gui t a r r a , pero un btiago los ca l ló y a mí me atajó en la banque ta y me hizo empíname un buen vaso de aguardiente.

"Llegamos al camposanto; Juani to, al pisar la puerta, <j qui tó el sombrero. Estaba como un paño de blanco, pero muy t ranqui lo . Yo me encaramé sobre un montón de t i e r r a y vi de cómo lo arrimaron junto a la paden. y cómo él gol vía la cabf za pa no perderme de v is ta .

"iCasi me desmayé de congoja cuando formaron el cuadro -y el capitán sacó la espada!.. . Le j u r o , por mi mamacita, que con las uñas me-eché jueta la sangre de las manos. Entonces Juanito comenzó a buscar algo con los o jos , quén sabe si a -u¿tí, o al general, cavilando que aquello ya era mucho pa un susto. Golvló la cara y me vldo ot ra vez. i Virgen de Guada-lupe, cómo le habían cambiado las ialciones, lo meimo que si ya estuviera muerto!

"Tronaron los t i r o s y yo no supe más. Dicen que di el za-patazo y que María, la del hosp i ta l , me alevantó del suelo y me l levó a su casa, y que estuve thaicuenda, y que sólo por -e l l a v i v o . . . "

Remigia se dejó caer sobre unos terc ios de f r i j o l , r e -chazando, pálida y temblorosa, el vaso de anisete que yo le -ofrecía.

—iEres una mujer va l iente!

— ¡Quén sabe, señor! ¡De seguro que Dios me va a cas t i -gar, porque dejé que Juanito se jueAa sin con^lón; pero si está en el i n f i e rno , po¿ yo gustosa me i r é con él pa ayudar-le a s u f r i r y darle ánimos, como aquí, en la t i e r r a !

¿Amor? Amor. ¡Amor!

MARIA, LA DEL HOSPITAL

¡Si yo pudiera t rocar en cincel mi pensamiento y mi f e r -viente admiración por e l l a en un bloque del más f ino mármol -con cuánto ahínco labrar ía su estatua enclavándola después en la cima de La Mesa para que por los siglos de los s ig lcs fue-ra v is ta y reverenciada!

Yo la modelaría sin desnudeces griegas, ni túnicas roma-nas, sin el a l to coturno de los dioses: con su rebozo de bol i t a , sus zapatos de dos orejas y su vestido de negro percal , -como en lu to perpetuo por todos los muertos. El rostro ateza-do y enjuto d i r í a , bajo la máscara de piedra: "Soy una india

mexicana; mirad mis pómulos sa l ientes, mis pequeños ojos oblj^ cuos, el r i c tus de amargura de mi boca, tan poco d iest ra en -&J hafrUr, y mis trenzas lac ias y endrinas, como las alas del fclj«rvo." Y al pie de la estatua, rasguñando sobre el granito,

tStí nombre nada más: "María, la del hosp i ta l . "

He aquí su h i s t o r i a , senc i l la y humana cual e l l a misma: mqza entró a se rv i r al hospital como una humilde cr iada. A111 ¿listó su juventud cuidando enfermos, robó las noches a Morfeo para.velar d i funtos y , s in o t ro recurso, aprendió c i rugía y -disección, t ICuántos y duros réspices tuvo que soportar la po bre doméstica porque sus manos temblaron, asustadas, al o f re-cer al médico las h i las o las vendas, a l l á en los tiempos re-notos en que operaba don Fél ix Cantal i c i o Ortega, usando por todo anestésico el chorro inagotable de sus mentiras!

—Yo he v i s to cómo se hacen los milagros —decía el em-bustero doctor al enfermo u lu lan te , mientras le arrancaba la mecha de la herida: un niño se tragó una peseta, fueron i n ú t | les vomitivos y purgantes; la madre, ya desesperada, nos enco mendó el caso al señor de Carácuaro y a mí; yo tuve que l l e -var a cabo una meticulosa operación, con tan f e l i z é x i t o , - -que, al extraer la moneda del estómago del muchacho, pude con} probar, l leno de asombro, que acaso los jugos gástr icos y , -s in duda alguna la fe de la madre, habían realizado un e s t u -pendo prodig io : la peseta adquir ió la forma de una cruz con la imagen del Cr is to de Carácuaro. Todavía la uso en la - -leont ina en cal idad de d i j e .

Oyéndolo d ispara tar , María aprendió a r e í r , y con los — años fue perdiendo el miedo a la sangre y al dolor f í s i c o .

Vino después una época en la que el Gobierno, generoso y magnánimo como siempre, suspendió al hospital toda ayuda eco-nómica. Los médicos se alejaron de él presurosos, pero María, como un ejemplo de inagotable abnegación, siguió en el e s t a -blecimiento, amparando, única y sola, a los asi lados. Desde entonces e l l a lo hace todo: cocina, lava las ropas, opera quj_ rúrgicamente y pide limosna vergonzosa y t ímida, cuando no — t iene pan que dar a.sus enfermos.

No ha habido aún destacamento en el pueblo cuyos sóida—

dos no la llamen madre y todos deberíamos dec i r le Santa.

¡Santa María del hosp i ta l , intercede por nos! Amén.

APODOS

Yo guardo un pequeño resentimiento contra María, la del hosp i ta l , porqge, e l l a , inocentemente, nos acomodó a mi herma po y a mí sendos apodos. A mi hermano, por gordo, colorado y hocicón, le puso El Puesteo ¿In cola, y a mí, por voz de sono ro bal ido o por mis rasgos f isonómicos, El Be.ce/iAo.

P.ocas son las personas que escapan en el pueblo a un mo-te adecuado, y el autor de casi todos es un amigo simpático y lenguaraz, a quien se c o n f i r i ó el apodo de El Obispo, j u s t a -mente por su a f i c i ó n a las confirmaciones. Es, además, disc_í pulo de Daguerre, según lo asienta en su papel de cartas:

Co/iAe&pondencla paAtlculaA de 3o*í Ramo* l'elanAe.

Eotóg/ia^o ampti^lcado/i a p/uieba de agua.

Charlar con su I l us t r í s ima es un amable entretenimiento, porque sabe la vida de todos y la glosa como los predicadores el Evangelio.

Los apodos se basan, ya en un deta l le h i s t ó r i c o , ya en -un defecto f í s i c o o en algo que pinte el carácter de las per-sonas. Hay remoquetes hered i ta r ios , como el de La Sevw.cka, que primero lo l levó el hermano mayor, a quien ahorcaron en

un árbol que está f rente al curato, con la f a ta l coincidencia de que él mismo, de niño lo sembró. Otros a l ias son de f a m i -l i a , como Lo* Uchepo*. La* Requinta*, Lo* Tabique*, y algunos de éstos están condenados a desaparecer, como el de Blanca -Nieve y lo* Siete Enano*, al descabalarse la familia. Blanca Nieve es una señora de color bastante moreno; su marido y sus seis h i jos forman el.grupo de lo* Siete Enano*, de los cuales el más espigadito no pasa de medir seis cuartas.

Hay motes que no se explican por sí solos si no es por -c ie r to carácter onomatopéyico o descr ipt ivo que sin duda los inspiró, como El MaJiAamaquió, .ChiAlvaó, El CuÁAÍlió, El Ckan • di, CkuAÁAju y o t ros , cuyas h is tor ias p ro l i j a s encontráranse acaso en los pr imi t ivos códices del pueblo.

Todos conocemos por El Buey Sueíto a un señor muy res-petable, a quien engaña su mujer.

A un comerciante que mueve los brazos al andar, con el -ritmo cadencioso de unos remos, apodan Sobie la¿ Olcu>; a otro, por la misma causa, El Bullón, y a un muchacho que t iene nube en un ojo y que camina con la cabeza en a l t o , escrutando ince santemente el firmamento, le llaman El Abtnónomo.

El Santo Pecador es un individuo que se vive en la ig le-sia y se sopla todas las ceremonias del cu l to , desde la misa primera hasta la Hora Santa, en compañía de su coima, a quien exige el f i e l cumplimiento de ayunos y abstenciones en todas las f ies tas de guardar.

San Ono{,n.e es un e s c r i b i e n t i l l o del tres al cuatro que casó con la h i j a de un r i co .

—Pero, ¿por que le han puesto así? —preguntaba yo muy in t r igado.

—Porque, como el santo anacoreta, t iene un cuervo que -le baja el pan.

Y, por una lógica asociación a su padre po l í t i co le d i -cen El Cuetivo do. San 0 no {¡fie.

A una mujer del barr io de El Marinero la llaman Mamella por ser puerto de gran calado y de act ivísimo comercio, y a -Joaquinito, el sastre, Me&alÁna o ¡Válgame. Vioi!

Por La Cuajada conocemos a un v ie jo carlancón que padece diarrea y que cuando le preguntan cómo sigue de males, contes ta desconsoladamente: " iEsto no cuaja!"

Hay algunos apodos de origen más l a t o , como El Colorín,

El IntéJipicte, El Pintojo, etcétera.

Una vez entró al templo un pobre tonto cuando trabajaban a l l í algunos carp interos, cuyos cep i l los despedían v i rutas -que, a la luz descompuesta de los ventanales, semejaban s e r -pentinas de vivos y variados colores. El tonto quedóse admi-rado, y extendiendo en el suelo su sarape, lo colmó de la v i -ruta que le pareció más hermosa: verde, azu l , anaranjada. Lis to ya el tambacho, sa l ió corriendo con él para^ l l eva r a s i -t i o seguro tan espléndido tesoro, pero fuera del templo los -preciosos r i c i t o s de madera adquirían su color na tura l , y el tonto, al verlos exclamaba desesperado: "¡No t iene co lo r ín ! " Desde entonces El Colorín apodan a este pobre i luso .

Patrocinada por mi hermano vino al pueblo una compañía de ópera y para debutar anunció La Bohemia. Se alborotaron -todos los vecinos y desde hora bien temprana enviaron sus l i as al tea t ro , que nunca se vio tan concurrido como f u e l l a noche.

Don Pancho, un r i co prop ie ta r io , sentóse junto a mí a la hora de la representación, y durante el primer acto no hizo -más que interrogarme sobre las escenas de la ópera:

—¿Qué dicen, qué dicen?

—Mimí viene a pedir luz a Rodolfo, pero no hable usted tan a l t o , porque nos van a s isear.

Pasó el primer acto y al comenzar el segundo descubrí a (Tii vecino, el r i co te r ra ten iente , sentado entre los músicos de la orquesta.

—Pero, don Pancho, ¿por qué cambió usted de asiento? —le pregunté después de la función.

—Porque en donde estábamos no entendía una palabra y me acerqué un poquito para ver s i les inteApsieXaba el canto.

Su frase le va l ió el apodo y ahora hasta los perros lo -conocen por don Pancho, El Intbipiete.

Un equivoco l leno de gracia dio origen al mote de El -Pintojo, quien antes v iv ía en Tierra Cal iente, y con la p r o -tección de un hermano r i co pudo transladarse a Tacámbaro para establecer un pequeño comercio. El hombre vino a este lugar -acompañado de una pinta t ierracalenteña con quien, muy de - -o c u l t i s , sostenía relaciones carnales.

Pocos días después de establecido l legó su hermano y pro tector a saludarlo y saber cómo le iba en su nuevo negocio:

i : —¿Qué t a l p in ta , hermano?

- ¡ A y , hermano, más puta que las ga l l inas ! -con tes tó le rápidamente, creyendo que le preguntaba por la mujer con - -quien v i v í a .

Divulgóse el casual epigrama y el catecúmeno fue desde -luego bautizado.

Olvidaba en el t i n t e r o a mi amigo El PejUco de. V mónte-nte o El fonógia{o, que por ambos apodos es conocido en el -pueblo. Se t ra ta de un discípulo de Just imano de tan mala --fortuna que jamás qanó un p l e i t o , salvo aquel que t ransáron-los mismos contendientes a la puerta del juzgado y que el mó ¿Imple. tóUglo de. ganadería, porque se trataba de dos ton tos de petate que r iñeron en un carnaval.

Le dicen El PeUco de. VemóUweJ> por su af ición a la ora t o r i a , y vaya de muestra un párrafo al t isonante del discurso que pronunció cuando vino a la v i s i t a pastoral el señor Obis-po:

"Yo soy retrógrado, lo confieso. No encuentro en el avan ce de las ciencias nada que pueda superar a lo que ya e x i s -t i ó . Moisés ganaba batal las sin obuses y sin cánones con -sólo levantar los brazos al c i e l o ; El ias viajaba por Jos -aires sin necesitar de avión, y Satanás enseño a Jesús, sin moverlo de una montaña, la maravil losa pel ícula del mundo en tero . Maldigo el teléfono y , si habito en Tacambaro, es por-que aquí nos hemos .librado de este " 0 V l s i n ¡ 0

11 " v e n t 0 : l o

N f / ^ más inoportuno que una llamada a la hora.del t ranqui lo y a n -tar - nada más molesto que una campanita que nos repica en

los oídos a la medianoche e interrumpe nuestro sueño repara-dor. ¿Y el automóvil? El automóvil es la ruina de las i n -dustr ias nacionales, el verdugo de nuestra inc ip iente a g r i -cu l tura . Ya no es costeable la fabr icación de guarniciones pa ra coches, ni de herrajes para cabal ler ías . Por él la a g r i c u l tu«a está en bancarrota. Yo he perdido la cosecha to ta l de -mfs mangos, que me daban mis buenos catorce pesos al año, - -cuando los árboles, alejados de todo camino moderno, guarda-ban su f ru to ex.plusivamente para mí: pero ahora que hay carre teraty que pasá junto a mi potrero, y por e l l a vienen y van + los automóyilés, ni un soló mango recolecto; los tumban a pe-dradas los llamados chau^eA.eA para que de balde se los co-.*-man esas gentes perniciosas a quienes, quizá por bur la , les -llaman los tu/U¿ta¿. A ta les inventos, ta les personas."

En vísperas de unas elecciones municipales un chusco fo r mó un padrón de apodos y lo f i j ó en las esquinas, junto a la candidatura correspondiente:

Pie&ldente Municipal.: La Cierva.

Sindico Ptío cufiado ti: El Becerro.*

Re.gldox.eA: La Culebra Negra.

El Piojo Blanco. La Burra. El Perico.

La Gal l ina .

Toda una fauna pintoresca que crece y se mu l t i p l i ca ba-j o la mirada complacida de José Ramos Velarde, nuevo Noé con cámara fo tog rá f i ca , pero sin arca y s in d i l u v i o .

NAVIDAD

Con el achaque' de su nietos doña Praxeditas también se -

* El BeceAtio soy yo.

d i v i e r t e .

-Présteme usted unos cajones vacíos para poner mi Naci-miento.

Le presté los cajones y v i cómo los chicos, en un traj ín de f i e s t a , acarreaban el heno y las ramas de pino y las chim tas del arroyo y cómo de un v ie jo arcón apo l i l iado salían to-dos los personajes, en una caravana de s ig los .

Se encendieron las luces, t i n t i l a r o n las campanitas dé-los báculos que l levan los pastores y se escucho el gorgorito alegre de los pi tos de aguinaldo.

—¿Vamos a ver el nacimiento de doña Praxeditas?

—Vamos...

Baio el árbol t rad ic iona l Eva sostiene en una mano la -m a n z a n a h iperból ica y , con la o t ra , oculta la rodela de un -s e n o sin que sea f á c i l precisar si lo que ofrece es la fruta de carne rosada o la poma de encendido c o l o r , en tanto que -Adán, indeciso parece repet i r el juego aquel de ¿tn, masun, de do pingüe...

Un paso más y Adán, huraño y pensativo, desciende por -una senda tor tuosa, mientras que Eva devora con los ojos el r o s t r o imberbe del ángel de la espada flamígera y sus lab io , sonríen con esa grác i l coquetería con que todas las mujeres han sonreído después a mi l i ta res y a toreros.

En lo a l to de un monte supino elévase el portal en don-de Jesús patalea desnudo y blanco, como amasado con escanda, b a j o a crédula sonrisa de José y el cabal benep ac i to d e -buev v de la muía. En un plano de arena que imita fielmente el Desierto de Sahara, un ángel l leva del ronzal la b u m t a que conduce a María -¿qu ién osará d i scu t i r e sexo e la -bestia7— La Virgen encuna en sus brazos al Niño Jesús y lo

pr ie ta amorosamente sobre su corazón; José camina a su ve con el a i re satisfecho de una buena persona que va de día de camoo ángel se resguarda del sol con uno de esos som-b r e a o s que mi madre l leva aún cuando v i a j a , sin preocupa»-

se del brinco que, de entonces acá, ha dado la moda.

La Sagrada Familia huye a toda prisa del sanguinario He— rodes, de Herodes el i n fan t i c ida , que, si v iv ie ra en nuestros tiempos no pasaría de ser un tocólogo d is t ingu ido.

En el decl ive de una ladera la cabaña levanta su rúst ica armazón y bajo su plácida sombra míranse a Gil a y a Bato prac t i ca r el deporte f i n a l del matrimonio: rascarse. No le jos de a l l í está un hombre tumbado sobre la hierba muelle: Barto lo, el fundador de la numerosa secta de los holgazanes, cuya doc-t r i na se encierra en este postulado perfecto: Qu.e ¿nabajen -lo¿ tonto-ó.

Bato y Bartolo dialogan l ír icamente los versos de la pas> tore la :

—Levántate ya, Bartolo, ven a conocer a Dios.

— S i quieren que lo conozca levántenme entre los dos.

—Bartolo, por tu flojera el diablo te ha de llevar.

—Como me lleve cargado ni cuidado me ha de dar.

Y ioh portentoso anacronismo de doña Praxeditas! iOh -prodigio que nunca imaginaran ni el d iv ino Leonardo, ni Ver— ne, el novel ista de los va t i c in ios maravi l losos! Junto al -c a s t i l l o de Herodes, en cuyas almenas hacen guardia mul t i tud de soldados de cartón, con su f u s i l al hombro, una locomotora sale por el ojo de un túnel y al eco de su s i lba to los t res -Reyes Magos apresuran el paso: Gaspar, taloneando su blanca -hacanea; Melchor, azuzando su potro r e t i n t o , y Baltasar, ba-lanceándose acompasadamente sobre la montaña rusa de su came-l l o .

En una pequeña planic ie se agrupan las casas de un pueblo como si hubiese caído un lamparón sobre la túnica severa de

la H is tor ia Sagrada. Aquí sobresalen las torres de un temple-c i l i o de yeso; a l l á la plaza de armas, con sus portales i l u m nados y su fuente rodeada de aguadores a n g a r i l l e a s ; aquí el a t r i o en donde una beata se es t i ra para alcanzar y besar la -mano del v i c a r i o , y más a l l á la vendedora de buñuelos, a me-sa de los dulces el vo lan t ín , el nevero y un grupo de ladro-nes de barro, con sus chaquetas bordadas de oro y sus r e l u -cientes botonaduras , jugando a las car tas, tendidos en el sue l o .

Campiñas húmedas y t iernas en donde t r i scan numerosos -rebaños de Tlaquepaque; arroyos de papel plateado, muertos pa r f e l r e f l e j o ; lagos ina l terab les en los que bogan cisnes de celu lo ide blancos'y breves, y sobre una roca escarpada domi-nándolo todo, magnífico en su f i n a r í a rebeldía el Diablo cornudo y v i e j o , que parece g r i t a r a los cuatro v ientos.

"¡Espectáculo sugestivo! ¡Busquen los prospectos» del se ñor Al q h i e r i ! ¡Entrada a módico precio para las doncellas

; i ' ¿ - r a x ! " s m Z £ fosiVan con sus maridos pensando en otros hombres y cometen -

tes convertiranse en ascuas vivas del In f ie rno .

« „ « s s a - s . ^ - s í s s í í ü T S ' K á S j í

preciables.

Que por e l l o no me incluya Satanás en su nómina.

¡Navidad, Navidad: a tu amable conjuro hago re t rocede r -

gorgorito alegre de los pi tos de aguinaldo!.

" ¡AI VIENEN!"

LA PALOMA DE TIA CASILDA

— i A l vienen, compadrito! —dijome Perea, entrando hasta el sotabanco, con aquello del susto, y sirviéndose un buen va so de aguardiente. i

—No se crea de boiA.e.go¿ —le atajó mi padre—, ni nos -venga a correr con sus cuentos los marchantes, ahora que es -domingo.

—Palabra que al vienen — i n s i s t i ó Perea soltando el va so, ya sin una gota, sobre el mostrador de la t ienda—. Los -vieron en Puente de Coraza y de a l l í a aquí no hay más que un paso.

—Bueno, pero ¿quiénes son los que vienen? —repuse yo, desentendiéndome de una v ie ja que me pedia un centavo de azú-car con su correspondiente p i lón de canela.

—Pues i quiénes ha.n de ser , compadrito! Inés y los her-manos de lo ajeno. Lo más granado de la Revolución. Esos ino-centes angel i tos que, según usted, todo lo merecen por pobres y que ya no se molestan en t rabajar ni en pedir nada, tque pa ra algo traen la carabina en la mano!

—No confunda las cosas, compadre, y dígame quién, cómo y dónde los v ieron, para d iscern i r s i es c ie r ta la no t i c i a .

—Lo d i j o El Vo&umco, que venía de Acui tz io con unas -cajas de cervezas, que le quitaron en el camino los mismos re bel des. Dice que son seiscientos diablos desatados y ¡cuántas cosas re f i e re de e l l os ! Lo que pasó en San Andrés es horroro so: quemaron las casas, asesinaron a los hombres, forzaron a todas las mujeres, sin respetar siquiera a las niñas; Inés -Chávez mató con sus propias manos a dos inocentes c r i a tu ras , porque no quisieron sat is facer sus deparvados ins t in tos .

" ¡Te r r i b l e , compadrito, t e r r i b l e ! El Potranco viene en-fermo del susto y no hace más que temblar cuando relata lo -que vio con sus ojos. Imagínese a las ch i qu i l l a s , una de tre ce y otra de catorce años. Las escondió su padre, el carpin-tero de la hacienda, dentro de unas p i las de ras t ro jo , pero los bandidos necesitaron el f o r ra j e y a l l í las encontraron, a punto de as f i x ia rse . Primero, l levaron a la mayor, a Inés, pe ro como e l l a se res i s t ía y forcejeaba, apretando las piernas desesperadamente, el s á t i r o , fu r ioso , ie desgarró los muslos con un puñal, le rebanó los senos que apenas eran dos monton-c i tos de carne temblorosa, y se entretuvo grabándole en la -piel sus i n i c i a l es con la punta de la daga, como en la corte-za de un árbol . Después,a la o t ra , la más chica, l leváronla -hecha un mar de lágrimas y cor r ió la misma suerte que su her-

mana: Inés la golpeó, la u l t r a j ó y acabó por matarla, cansado de no obtener de e l l a un placer f á c i l y completo. Estas son -las f ie ras que vienen ahora a v is i ta rnos" —agregó Perea, — rojo de indignación, alzándose otro vaso de vino.

—Pero ta l vez el destacamento logre rechazarlos.

—Veinte hombres contra seiscientos. ¡Imposible!

Mi tienda fue llenándose de curiosos que comentaban la -no t i c i a , unos asegurando que Inés había tomado el rumbo de — Quiroga y otros haciendo crónica espeluznante de sus incursio nes por los pueblos vecinos para más en tu l l i rnos el ánimo ya de por sí tan apocado.

—En V i l l a Morelos colgó un vecino de cada p i l a r de la -plaza y les prendió fuego, como Nerón a los c r i s t ianos .

—En Coeneo cortó las plantas de los pies a los prisione ros, y así los hizo andar por los caminos pedregosos.

—Dicen que trae un verdugo a sueldo que ejecuta las sen tencias, y para no gastar el parque, sac r i f i ca sus víctimas a puñaladas.

—También carga con un inver t ido que impone tormentos — sodomitas a los plagiados.

Yo comencé a r e f e r i r lo que sabía:

— El lugar que más ha sufr ido con las acometidas de Gar-cía Chávez es Cotí j a , mi t i e r r a . La primera vez, antes de - -atacar la, d i r i g i ó unas le t ras al vecindario pidiendo cien mil pesos de préstamo forzoso, pero quien rec ib ió la car ta , un -ta l don Juanito S i l va , le dio muy poca importancia, olvidándo la en uno de sus b o l s i l l o s . Costóle bien cara la imprudenciaT pues al tomar el pueblo Inés lo hizo buscar y lo colgó de uno de los naranjos de la plaza.

"Las fami l ias corr ieron a refugiarse en la parroquia, -con la esperanza de que ésta no fuera profanada, pero los -bandidos echaron abajo las puertas y penetraron al templo, co mo potros salvajes, apoderándose de las mujeres. Las escenas" que se presenciaron a l l í no son para descr ib i r l as .

"Unas muchachas valerosas lograron escapar y huir con -rumbo al r í o , pero su gesto de rebeldía fue i n ú t i l : les d i e -ron muerte a t i r o s , cazándolas entre los j a ra les . Tuve el do lor de perder a unas primas muy amadas, quienes se entregaron" a la muerte por salvar de estos hombres sus cuerpos vírgenes y puros.

"¡Treinta y seis horas de v io lenc ias , de asesinatos, de glorioso p i l l a j e ! ¡Sesenta casas destruidas por las llamas y una mul t i tud de doncellas destrozadas por este infame e j é r c i -to de garañones desenfrenados!

"Acometieron a una desdichada mujer cuarenta hombres con secutivamente, y ese mismo día expiró; otra i n f e l i z se i n t r o -dujo en un horno encendido para ocultarse de sus perseguido-res, y a l l í quedó carbonizada; un caballero muy pr inc ipa l vol vióse loco, mirando cómo abusaban de su esposa en el mismo le cho en que uno de sus h i jos yacía agonizante."

— ¡Cuántas atrocidades sin cast igo! —exclamó Perea.

—Y un rasgo, sublime en su senci l lez —proseguí yo—: el párroco de mi t i e r r a , después de que los chavistas abando-naron el pueblo, convocó a todos los varones, y con patét ico acento los exhortó a que se casaran con las mujeres u l t r a j a -das. Unioi con el dolor —les dijo— y haced de vuestra des-gracia, má¿ que un dogal, una auAeola. Y en el término de -tres días, todas las solteras de Cot i ja encontraron esposo, -

lo mismo las r icas que las pobres, igualmente las feas que -las bonitas.

—Pero ¿cómo surg i r ía este Inés Chávez, que parece un -endriago del in f ie rno?

—Como la peste, como el có l e ra . . .

—También es culpable el Gobierno, cuya lenidad lo hace cómplice de estos crímenes. ¡Otra cosa sería s i hubiera per seguido a García Chávez cuando lo acompañaban catorce h o m -bres solamente!

. j / —Yo cúnocí a Inés —continué— y quizá ustedes lo r e -

cuerden también. Vino a Tacámbaro como asistente del c o r o -nel Valladares, y aún me parece que lo estoy mirando: b a j i t o , moreno, desmedrado, tac i tu rno . Era preciso un t irabuzón pa-ra arrancarle las palabras. Aquí, a mi t ienda, venía con — frecuencia y me pedía siempre lo mismo: una gaseosa de bo l i -t a . Sólo una vez lo v i sonreír cuando escuchó esta pregunta que hice a su j e f e :

"—Dime, Chato Valladares; ¿cuántas veces has corr ido en campaña?

"—Siempre que decorosamente he podido —contestóme el interpelado, con su habitual descoco.

"Sal ió Inés de mi tienda y quedamos hablando de él V a -l ladares y yo.

"—Tienes un asistente ejemplar, con cualidades muy ra-ras entre esta gente. Es temperante y d iscreto.

"—¡Cómo te engañan las apariencias, hermano! Este -Inés Chávez es como la paloma de t í a Casilda, que, cuando se murió, puras uñas de gavilán le encontraron en el buche.

"El coronel Valladares acertó esta vez como un profeta. No en balde le habían puesto en Morelia aludiendo a sus gran des barbas agarenas, este adecuado mote: El Probeta."

DESBANDADA

—Fí ja te en este deta l le —me d i j o mi padre, bastante -alarmado—: es domingo y no hay un alma en la plaza, ni teñe mos un solo marchante en la t ienda. ¿Será c ie r to lo que a f i r mó Perea? ~

—Ya lo estoy creyendo, papá, porque los rancheros t i e -nen para e l pe l igro e l mismo golpe de v is ta que para la l l u -v ia . ^Cuántas veces oyen tronar y no se preocupan; o t ras , en cambio¿ levantan los ojos al c ie lo y huyen despavoridos ante una tormenta que nosotros ni s iquiera prevemos; Corazonadas o p&lplXoé, como dicen que dicen en la Argentina.

—Yo tengo ahora uno de esos presentimientos rancheros; ya verás cómo va a suceder algo t rág ico . Corre a la,adminis-t rac ión de la luz y pregunta por teléfono a La Planta s i -tienen alguna novedad, que de venir gente sospechosa a fuer-ja pasarán por a l l í .

Las o f ic inas de la luz e léc t r i ca del pueblo están a un -paso de mi casa. Me remangué el mandil y brinqué el mos t ra -dor ágilmente, para obedecer a mi padre.

Con qué nervioso apresuramiento levantaban sus bártulos las gentes del mercado y cómo discutían las mujeres que aún a esa hora se encontraban en el molino de nixtamal, muy asusta-das unas, y las o t ras , tomando a broma los rumores alarmantes.

—¡Ni lo quiera Dios que esos hombres asalten el pueblo, L ibrad i ta ! Imagínese lo que sería de nosotras —vociferaba -una v ie ja de pelo g r i s , tan abundante de senos que parecía -que llevaba sobre el abdomen un perro echado.

—Pues mire, doña Ramona; algunas ya lo quisieran para -tener un rato de regoc i jo , s in ofender a su Divina Majestad, como en el cuento que tAaln pon. al.

—¡Cál lese, L ib rad i ta , por San Antonio, que sólo de o í r -la me entra calentura!

Y ¿es de la buena o de la mala? Porque OAAZQUÍO^ -nue LU>M es como la beata de Cruz de Caminos, que después -que ^ J i n e t e a r o n más de quince chavistas, gr i taba, l lena de resignación:

"- iCastígame más, Cristo de Carácuaro!. . ."

Cuando llegue a la o f ic ina de la luz ya el je fe de la -d e f e n s a c i v i l había intentado comunicarse por telefono con -La Planta, s in obtener respuesta.

Era el je fe de la defensa un labriego de la hacienda de Puruarán con'fama de atrevido y tenía a | "s ordenes unos -quince rancheros mal armados, a los que él llamaba enfática mente mi dzv l iMn , y entre los cuales h a b í a repart ido graaos V ierarauías m i l i t a r e s , de manera que de los quince tan suiu c i n c o eran soldados rasos. El hombre estaba l í v i do pero -o f r e c í a defendernos hasta quemar el último cartucho.

meXAaUadoM.!

Yo le aconsejé:

- M e j o r váyase a La Mesa, que es la única forma de d e -fender al pueblo.

- N o queAe* mis o f i c i a l e s , porque dicen que si nos re-tiramos mucho de las huertas nos chamuscan a todos.

r i t o s . "

„, r. s,-srs l i g ro y que, si no me engaño, se llama miedo.

Volví a mi casa muy atr ibulado, y parándome en una puer ta de la t ienda, d i j e a mi padre:

—Ciertos son los toros. Deberíamos esconder algo, lo -de más va lor , y ocultarnos también nosostros, porque nos van a dejar en cueros.

— Escóndete t ú , si tienes miedo —contestóme mi padre -con v is ib les muestras de enojo—, que yo no abandono a tu nía dre, aunque me cueste la v ida, y menos enferma como está.

—No, papá, no es miedo, sino precaución —tartamudeé -sin saber qué dec i r , admirado una vez más de la energía de -mi padre.

De pronto rompieron a correr las pocas gentes que había en la plaza y a c h i l l a r enloquecidas: ¡Al vienen, al vle— nen!...

Yo me planté de un salto en media ca l l e , mirando para -todos lados como una l iebre asustada.

— ¡Al vienen!... —gritóme don Jesús, el carnicero, ce rrando estrepitosamente su puerta.

— ¡Al vienen!... —dijome I s id ro , La BUAML, que pasó -corriendo cerca de mí, con la tabla de las tor tas en la cabe-za.

—¡Al vienen!...-ululaba Cipriano el cojo, corriendo con las muletas en el a i r e , completamente ajeno a su renquera.

— ¡Al vienen!... —exclamaba desatentado Farfán, el a r r ie ro»enca jando en las nalgas a sus burros media aguja de ar r ia -para hacerlos andar más de pr isa , él de por sí tan cuidadoso de su hatajo.

Miré a lo a l to de La Mesa y una f lojedad angustiosa inva^ dió mis miembros, i Doscientos, t rescientos, qué sé yo cuántos j inetes coronaban el cerro, despeñándose por todas las v e r e -das y por todos los pasos, lo mismo que un alud de reses bra-vas!

Un toque de c la r ín clavóse, como una espuela, en los i ja res del v iento, y un horr ib le alar ido de muerte bajó rebotan-do de tejado en tejado.

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Mi voluntad me d i j o entonces: "Ten va lo r , ten entereza"; pero mis pies se hic ieron los desentendidos y , cual si tuv ie sen las alas de Mercurio, echaron a correr vergonzosamente...

ORACIONES Y TIROS

Corría como un gamo cuando de pronto v i el zaguán de las Figueroas ab ier to . "¡Eureka! —pensé—; por aquí puedo irme al curato, y del curato al templo, y en el templo quizá pue-da esconderme, y escondiéndome a l l í t a l vez pueda salvarme." De un sa l to ,1ntrodújeme en la casa de las Figueroas cuando -éstas intentaban cerrar su puerta, echando trancas y c e r r o -j os . Las trancas eran auténticos mor i l los y me parecieron -delicadas espinas; los cerrojos eran fuertes brazos de h i e -r ro que cruzaban en toda su extensión las dos hojas del za— gúan, y .yo los v i como ins ign i f i can tes pes t i l l os de hojalata.

Proporcionáronme una escalera las dueñas de la casa y -me indicaron el s i t i o del corra l que lindaba con el curato.

—Por a l l í caerá usted cerca del común y dése p r i sa , -que está muy tupida la balacera.

Trepé algunos escalones, cavilando si aquello del común lo d i r í a por el espanto que sin ambages delataba, y me apre-suré a subir hasta lo más a l to de la tap ia , pero unos s i l b i -dos extraños me hic ieron volver l a cabeza a t iempo -que por la esquina del Mulato bajaban, en una carrera de con curso, las hordas chavistas, disparando sus armas a d iestra y s in ies t ra y gri tando desaforadamente:

— i Vi va el general García Chávez!

— i Vi va el proteÁXor de los p r o b a !

Muy bien pudieron verme los bandidos, a horcajadas s o -bre la barda, y también hacerme blanco de sus proyect i les -que zumbaban en mi redor con ese ruido pecul iar de los alam bres del te légrafo cuando reciben una v io lenta sacudida.

—Tírese como pueda —apremiaban las .Figueroas—, pero

yo medía con los ojos la a l tura del muro de más de cuatro va-ras, y el temor de dislocarme un hueso deteníanme montado en la tap ia , expuesto a que un t i r o clareara para siempre mi ca_ beza. El pánico deforma de t a l manera el concepto del pe l i -gro que, por defender una uña, sacrificamos inconscientemente la vida.

Un compadecido acercóse con una tranca,del lado del cura t o , y yo bajé por e l l a con la facha r i d i cu la del que resbala" por una cucaña, i No fue, por c i e r t o , muy halagüeña la cara -que puso el cura cuando me v io en sus dominios! " iEsta oveja no es de mi rebaño!", pensó de segura. Sin embargo, indicóme el camino de la ig les ia y el lugar que, a su j u i c i o , era más propio para que me escondiera:

-^Váyase a la c r ip ta del a l t a r mayor y no se asome para nada, porque me compromete.

*

Eñ tan reducido espacio encontré a otras personas ocul-tas y , de pronto, no me di cuenta de quiénes eran, pero cuari do mis ojos se hic ieron a la oscuridad, pude reconocer a las muchachas Gallardos, dos guapas morenas de formas exuberan-tes, que yo miraba con gran codicia cuando pasaban f rente a mi t ienda. Aseguro y afirmo que acomodado entre e l í a s , no -

1 me acometió ningún mal pensamiento y que mi carne pecadora -nunca estuvo más t ranqui la que entonces, no obstante el c a -lo r que emanaba de aquellos cuerpos jóvenes y a l t i v o s , apreta dos inocentemente a mis piernas. El miedo es sedante, es hu-milde y es casto.

Ni una palabra, ni un comentario, ni un murmullo. Así -pasaron entre nosotros horas y más horas, largas, lentas, de

^ sesperantes. De noche ya, se percibió el sonido de unas e s -puelas que atravesaban el templo. Más tarde, la voz conmoví da de un sacerdote que rezaba desde el pú lp i to la le tanía:

tÁatoA SaZvcutosu¿... Coniolcu&Ux aiJUctonum...

Nadie le respondía. Solamente, a lo l e j os , escuchábanse t i ros aislados, contestando a las oraciones piadosas con su blasfemia salvaje.

NOCHE TRISTE. Llegó la aurora, como doncella recelosa que temiera tam

bién ser v io lada, y comenzamos a movernos en nuestro escondí te . Enteler idos, demacrados, con el pelo en desorden, más -parecíamos juerguistas al f i na l de una estruendosa cuchipan-da que asustados mortales poniendo a buen recaudo su pel le jo. Yo veía a las Gallardos l í v i d a s , ojerosas, despechugadas, y e l las quizá me miraron como a un Lázaro, en pantalones y ca-misa, que resuci tara nuevamente.

—¿Ya se i r í an los bandidos? ¿Qué habrá pasado afuera?

—Cállense —les d i j e — ; voy a ver s i me asomo por algu-na parte y puedo descubrir algo. Con grandes esfuerzos desdo-blé las piernas y me puse en pie detrás del a l t a r , cubiréndo-me con los macizos candelabros que alzaban al c ie lo sus grue-sos velones, como brazos pidiendo miser icordia. Recorrí con -los ojos desde el presb i ter io a la puerta mayor. Ni un alma en las bancas, ni en los recodos de las mamparas, ni en los hue-cos de los confesionarios, l lenos todavía a esa hora de d i s -creta penumbra. La Virgen en su retablo parecía suspirar en-t r i s t e c i d a , mirándose en completo abandono, y en el a l t a r con t iguo, señor San José levantaba una mano severamente, cual si amonestase a su esposa.

—¡No te quejes, María, y resígnate con tu soledad! ¡Si esas malas personas llegasen a pasar por aquí perderíamos -tus exvotos de oro y se i r í a para siempre tu corona de r e i -na!

Junto al cancel de la puerta mayor veíanse un hombre y una mujer en grupo caprichoso: e l l a , una v i e j ec i t a rugosa y de blanco pelo, en ac t i tud humilde y s e r v i c i a l ; é l , bronco y c e j i j u n t o , zaino de co lo r , con un enorme sombrero de palma -metido hasta las orejas y un ca*kní so l fer ino anudado al cue l lo .

El hombre estaba sentado junto a la mesi l la de la confe rencia, sopeando deleitosamente en un tazón de chocolate y, de vez en vez, acariciaba con los o jos, como la vaca al bece

r r i t o , la carabina que b r i l l aba al alcance de su mano. La -v i e j ec i t a , con ademán d i l i gen te y temeroso, al legábale mon-jap¿cone¿f ckltóidAlnaA.

—No termina aun el zafarrancho —d i j e en voz baja a -mis compañeros—, ni estamos solos todavía; uno de los bandi-dos desayuna tranquilamente en la puerta del templo, y si — quieren ustedes ve r lo , les bastará con asomarse un poquito.

—¡Ni f a l t a que DOS hace;, lo que deseamos es que se va-yan pronto a. ta, powia.\ V •

Volví a mi agujero para seguir tajando los minutos con la f i l o sa navaja del pensamiento. K

De pronto, las campanas de la to r re rompieron a cantar.

—¿Qué pasará? ¿Serán ellos los que repican en son de burla? —nos preguntábamos sin resolvernos a sal i r de la — cripta, cuando en el templo se escucharon pasos y voces cono^ cidas:

— i-Salgan, salgan, que ya no hay nadie!

Atropelladamente abandonamos nuestra guarida a tiempo -que el sacristán se acercó y me di jo:

—Venga pronto, lo necesitan.

—¿Qué, sucede? ; • 7 V

—Dicen que su mamá está herida y que se ha vuelto loca.

Temblando de emoción, arranqué a toda prisa t ras de -aquel hombre. Al s a l i r de la i g l e s i a , en uno de los puestos del mercado, v i un numeroso grupo de gentes humildes en torno de una persona envuelta en un sarape. ¡Era mi madre! Mi m a -dre, toda temblorosa, ensangrentada y l lorando desconsolada-mente. Al verla de ta l guisa la vergüenza azotó mi ros t ro , -como azota el capataz a un v i l esclavo cogido en f a l t a .

- ¡ H i j o , por f i n te encuentran! —dijome entre sollozos last imeros.

-Cá lmate , mamacita, aquí estoy sano y salvo.

- ¡ P e r o tu padre, no! - g r i t ó m e con acerba expresión de rep roche- . Lo plagiaron esos hombres perversos y lo asesina rán sin miser icord ia, porque piden rescate y y a n o t e n e m o s d ! ñero para dar lo . Acabaron con la tienda y con todo, h i j i t o . .

_-Nq te a f l i j a s , mamá; conseguiré lo que haga f a l t a , pe-tiiré prestado, limosna si fuera preciso.

l loraba vo como un mocoso de t res años, y ronco de ra-fcia me decía: "¡Cobarde, egoísta, canal la! ¡Me ocuUé como una mujer entre las mujeres: es j us to , pues, el cast igo!

* Mi madre no dejaba de sol lozar y de repet i r pal abras in-coherentes: MMataron a A u r e l i a ! . . . ILas « n o s ! . . . .Las ma nos ! . . . ¡Escóndanme, que vienen con la r e a t a . , . .

Salió del porta l doña Chucha y , compadecida, ofrecióme -una taza con hojas de naranjo.

-Que su mamacita se lo beba. Tiene unas gotas de refino que es lo mejor para el susto.

^ A r . ' j s w i . s s r - ™ - " -contarás lo sucedido.

- N o voy. A l l í mataron a Aurel ia y sus manos ensangren-tadas me persiguen por todas partes.

-Cá lmate , pues, y dime lo que pasó.

•«i• r o m e a r l o Quisiera! Llamaron al zaguán ayer, a

apuntando a tu padre con e l l as .

,rNo' sé dónde he leído que la única d i ferencia que ex is-te entre ios diablos y los bandidos es que los diablos son -menos negros de lo que se dice y los bandidos más sucios de lo que se piensa. Mirando a éstos de cerca lo comprobé.

"—Venga el d inero, v ie jo muelón.

"—Muelón y no tengo ni un diente —les contestó tu pa-dre, queriendo amansarlos con un chiste de los suyos.

"—pál lese, v i e j o TIALELEYICULUJ y suelte la p la ta .

"—No tengo dinero; s i ustedes quieren algo de la t ienda, pasén y tómenlo, pero respeten las habitaciones de mi f am i l i a .

"—Vie jo , lo que tú quieres es que no demos con la tate-ma que has de tener enterrada.

"—Amárrenlo y l lévenselo al general para que él le sa-que los pesos —d i jo uno.

"Yo v i cómo ataron a tu padre y cómo lo sacaron a empe-l lones, igual que si l levaran una res a l matadero. Del zaguán

regresaron varios y comenzaron a reg is t ra r la casa. Pronto -dieron conmigo y , al verme, un cabeci l la d i j o a los otros -qué lo seguían:

"—Aquí está la v i e j a ; t ra igan una reata para co lgar la , y ésta s i nos d i rá dónde está el en t ie r ro . —Creí llegada mi última hora, hice acto de con t r i c ión y me encomendé a Dios con toda mi alma. En esto Aure l ia , la cr iada, que se había ocultado detrás de los cajones vacíos del corredor, al o í r -que me iban a co lgar , sa l ió de su escondite para defenderme. ¡Quién hubiera pensado que era tan f i e l y de tan buen corazón

"—Tengan lástima de la señora, que está enferma y la -van a matar del susto.

"—¡Miren lo que nos cayó de ar r iba ! —gritaban aquellos hombres, aullando como f i e ras . Uno la est i raba por un lado; -otro pretendía tumbarla en el suelo, pero e l l a logró desasir se y se agarró con ambas manos a las v a r i l l a s de mi cama. —

Destrozaron sus ropas, le arrancaron mechones de pelo s in loqrar desprenderla de a l l í . De pronto, uno de los f o r a j i d o s ! desenvainó el machete, y como un rayo lo descargó sobre las muñecas de la i n f e l i z c r i a tu ra . Una l l u v i a de sangre empapó | la cama y salpicó mi ropa (mira, h i j i t o , mira) . Entre todos la l levaron fuera, creo que moribunda, pero sus manos mutila das quedaron fuertemente adheridas a los hierros de a cama. ¡Yo no podré o lv idar las nunca! Cuando me dejaron sola, arras trándome como pude, l legué a la ventana y me t i r e por e l l a con la suerte de que nadie me v ie ra , y , vagando entre los pa¡ tos, he pasado la noche, esta noche angustiosa y t r i s t e , que parecía no tener f i n . "

De nuevo l loraba y sollozaba mi v i e j e c i t a , y yo, de nue-vo también, me increpaba cada vez con más f u r i a : iCobarde, cobarde, cobarde!"

En cambio, la mañana parecía vestida de f i e s t a . El aire; rompiendo sus Redomas de c r i s t a l , llenaba de o l o r e s t o d a . t i e r r a de los huertos se difundía la fragancia de l_as fruta; m d ras que se balanceaban en las ramas, como pequeños in | sar ios; de la alberca ascendía el suspiro sensual de los neni fa res , como un perfume de encendidos pebeteros.

¡Naturaleza ind i fe ren te , Naturaleza cruel ^ r e s p o n d e s a nuestras lágrimas con la sonrisa de tus rosas! 'Cómo en a q u e l l o s instantes de amargura, sentí el deseo esa entad de coger una piedra y hacer añicos tu c ie lo azul y como a n h e l é pisotear tu t r a j e vaporoso, todo bordado de azuce- -ñas ! . . .

NO ES ESTA LA REVOLUCION

F<;tos Fabio iay dolor ! que ves ahora, fueron los al-macenes de '"La Fama t pero ayerpasó por aquí García Chavez y en campos de soledad quedaron convertidos.

Mirando el panorama se contr istaba el corazón más duro, s o b r e el mostrador, las botel las vacías semejan un eje c i pn dprrota- los pomos de conservas daban la impresión ae j g u e t e s destrozados por un niño t rav ieso; desaparecieron las

piezas de percal y los zapatos echaron a correr, como muer-tos que abandonaran sus cajas, obedientes a un mandato divi no; los trastos de porcelana habían sido y no eran ya, y los botes de nácar, las chaquiras y las lentejuelas policromaban el polvo de azúcar cual si bordaran en un lienzo blanco un -vistoso t ra je de luces.

iCon qué esforzada laboriosidad acabaron estos hombres con todo! No encontrábase un cigarro, ni una cinta, ni una hoja de papel l ibres de manchas, En un pliego de popotillo, del que se destina a la correspondencia amorosa, un honrado ladrón dejó escrito este documento:

"Vale al triunfo de la causa por diecisiete puros de La Prueba. —SÁZVVÚJO AJichmdla,."

A culatazos destrozaron todas las macetas, con la espe-ranza de encontrar en ellas alhajas o dinero. Los colchones fueron desfundados a punta de cuchillo y con las vedijas al borotadas parecían carneros a medio esquilar. Abrieron mi -baúl de un t i ro en la cerradura, sin que su campanita de — alarma hubiera protestado, y extrajeron, codiciosos, una pe-queña arquilla de sándalo creyéndola repleta de hígados relu cientes, pero como en e l la tan sólo guardaba reliquias y car tas de amor, ioh, manes cariñosos de Lupe, Laura, Sabina, -Victoria!, las desparramaron por el suelo y las pisotearon -sin piedad. Quedóme la tarea de recogerlas una a una, como el vendimiador los pámpanos de oro.

Ambulata por mi tienda desolado y acometíame el deseo de l lorar sobre sus ruinas, pero —Boabdil amigo— temí el -apòstrofe de tu madre: "Lloras como mujer lo que no supiste defender como hombre."

Era mi casa una jaula rota de la que huyera para siem-pre la alondra de la alegría. Habían resultado estériles to dos mis esfuerzos constructivos; inúti les todas mis privacio nes voluntarias. Bastó un solo papirotazo de la fatalidad -para que mi pequeño cast i l lo de naipes rodara por el suelo.

Tal cúmulo de emociones postró a mi madre en su lecho, pero su imaginación no descansaba, y seguía a mi padre sin

saber por dónde -¿muerto?, ¿ v i v o ? - , quizá agonizante, des-pues de tor turas i n f i n i t a s .

Diríase oue los ruidos de la c a s a , so l idar ios de nuestra t r i s t eza se hablan puesto sordina: el l o ro no cantaba, el -t í t ro seco ya, interrumpió su monótona lección de piano, y • h l i t a lamona con un i ns t i n t o reminiscente del pe l i g ro , oía tocar a puerta y subíase a los árboles, atisbando entre as ramas con sus o j i l l o s negros, como dos cuentas de azabache.

• Los amigos nos v is i taban d i l i gen tes . Los amigos pobres, los d e l a s blüUa¿ del p o r t a l , los de los puestos de f ruta. Con los r i c o ^ e n e s t o s casos no se cuenta; evi tan comprome-terse y , además, les enfada el dolor ajeno.

• Por boca de todos conoc ía i s la re lac ión de los sucesos deT pueblo:

—A Gabriel lo h i r ie ron .

- A Concha tuv iéronla tocando el piano y cantando la no che entera.

—Cántame veinte veces seguidas El Vate^yuido - l e di-j o uno de c o T J so l f e r i no , l levándole a ñ o s a m e n t e la • cuenta.

- E s e del cathní fue el que v i desayunando en el t en®

-Pues es el humorista de la pand i l la . Llegó a la tiei da de S i l v e r i o , p° r la sal ida de Las Piedras y le pid ó mi l lón de pesos como préstamo forzoso. S i l v e n o se sonrio, tomando a broma ta les palabras.

"—Un mi l lón o lo perjudico ^ o L r f i a n f e ' 2 * 1

S i s - i ? ? r ^ s - f f s ; ¿ ¡ . r z 1 » -contenía unos sesenta pesos.

"—Aquí t iene esto.

"—iQué tal,amigo, y decía que no me aflojaba el millón cito de pesos!"

—Es el mismo que llamó a Roque, el sastre, para que le hiciera un vestido en dos horas, con amenazas de ahorcarlo -l i no lo terminaba en dicho plazo. Y se hizo tomar las medí ¿as sin apearse de su yegua.

Don Merced vino con el regalo de sus f lores, que a mí -0 parecieron una ofrenda mortuoria, y me d i jo , al l legar , -esta fra^e sencilla y profunda como un símbolo:

—Compañero, te ensangrentaron las paAangiuu.

¡PaAanguaó! Dnico haber en la choza del pobre, hogar al que converge toda la familia para calentarse a su amable res-coldo. « - - - - — - - -

La cara descolorida del compadre Perea también asomó pof1

la puerta. Llegó cubierto de barro y, tan nervioso, que no * cesaba de chupetear su c igarr i l lo de hoja.

—¿De dónde sale usted, compadre?

—Del mirador. A l l í pasé la noche en un constante sobr£ Jeito, porque esas gentes dieron batida tras batida por t o ~ jfas las huertas, alumbrándose con hachones de ocote. Yo tre-pé como pude a un árbol y me escondí entre sus ramas, pero s1 llego a ser kUZóta me atrapan encandilado con las luces.

—•¿Y su papá?

—Nada sabemos de é l .

—¿Y su mamá?

—Desvariando, entre la vida y la muerte.

Una ojeada bastó a Perea para darse cuenta de mi comple to desastre.

- E s t o se acabó, compadrito. ¿Y qué va a hacer usted -ahora?

—Comenzar de nuevo a subir la cuesta . . .

- P e r o maldiciendo por f i n a la Revolución, ¿no?

-No,compadre Perea; p i l l a j e y saqueo no son Revoluci Revolución es un noble afán de sub i r , y yo subiré es espe-ranza de una vida más j u s t a , y yo me aferró a el a. Hoy -más oue aver me siento revoluc ionar io, porque de un golpe -v o l v í a ser pobre. La Revolución, como Dios destruye y -creí y , como a E l , buscárnosla tan sólo cuando el dolor nos -h i e r e . . .

EXODO

Angustiado y t r i s t e , con las a l f o r j a s vacías y s o b r e j borr iqu i 1 lo t rotador sa l í de Tacámbaro en una manana de agos t o , l impia y transparente como un capelo.

darios que se esfumaban en un lejano desier to.

M i s ojos - nublaron de lágrimas y a l a v é s desellas,

de un a l e r o . . .

FIN DE

"DESBANDADA"

JUAN RULFO. (1918)

Mexicano. Nació en Sayula, Ja l isco . Pasó la -niñez en la hacienda de sus abuelos. En 1924 perdió a su padre: " lo mataron una vez cuando hu ía . . . y a mi t í o lo asesinaron, y a otro y a o t r o . . . y al - -abuelo lo colgaron de los dedos gordos, los perdió., todos morían a los 33 años". Pocos años después -se le murió su madre. Estudió para contador y ha -trabajado en la o f i c ina de Migración, la Compañía -Goodrich y la Comisión de Papaloapan. Publicó sus primeros cuentos en la rev is ta Pan de Guadalajara Sus únicos dos l ib ros son muy conocidos y estimados la colección de cuentos El l lano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo ( l % b ) , ambas publicadas -por el Fondo de Cultura Económica. Su segunda nove l a , La c o r d i l l e r a , anunciada desde hace mucho tiem-po, todavía no se ha publicado.

- E s t o se acabó, compadrito. ¿Y qué va a hacer usted -ahora?

—Comenzar de nuevo a subir la cuesta . . .

- P e r o maldiciendo por f i n a la Revolución, ¿no?

-No,compadre Perea; p i l l a j e y saqueo no son Revoluci Revolución es un noble afán de sub i r , y yo subiré es espe-ranza de una vida más j u s t a , y yo me aferró a el a. Hoy -más oue aver me siento revoluc ionar io, porque de un golpe -v o l v í a ser pobre. La Revolución, como Dios destruye y -creí y , como a E l , buscárnosla tan sólo cuando el dolor nos -h i e r e . . .

EXODO

Angustiado y t r i s t e , con las a l f o r j a s vacías y s o b r e j borr iqu i 1 lo t rotador sa l í de Tacámbaro en una manana de agos t o , l impia y transparente como un capelo.

darios que se esfumaban en un lejano desier to.

M i s ojos - nublaron de ugrimas y a l a v é s desellas,

dpe u n . i - ™ . . .

FIN DE

"DESBANDADA"

JUAN RULFO. (1918)

Mexicano. Nació en Sayula, Ja l isco . Pasó la -niñez en la hacienda de sus abuelos. En 1924 perdió a su padre: " lo mataron una vez cuando hu ía . . . y a mi t í o lo asesinaron, y a otro y a o t r o . . . y al - -abuelo lo colgaron de los dedos gordos, los perdió., todos morían a los 33 años". Pocos años después -se le murió su madre. Estudió para contador y ha -trabajado en la o f i c ina de Migración, la Compañía -Goodrich y la Comisión de Papaloapan. Publicó sus primeros cuentos en la rev is ta Pan de Guadalajara Sus únicos dos l ib ros son muy conocidos y estimados la colección de cuentos El l lano en llamas (1953) y la novela Pedro Páramo (1%S), ambas publicadas -por el Fondo de Cultura Económica. Su segunda nove l a , La c o r d i l l e r a , anunciada desde hace mucho tiem-po, todavía no se ha publicado.

CUENTO DE CONTENIDO SOCIAL.

NOS HAN DADO LA TIERRA.

JUAN RULFO.

\

V

/' o

Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, ni una raíz de na-da, se oye el ladrar de los perros.

Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin o r i -l las, que nada habría después; que no se podría encontrar na da al otro lado, al f inal de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero s í , hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una es peranza1

Pero el pueblo está todavía muy a l lá . Es el viento el que lo acerca.

• Hemos venido caminando desde el amanecer. Ahorita son algo así como las cuatro de la tarde. Alguien se asoma al cielo, estira los ojos hacia donde está colgado el sol y di -ce:

--Son como las cuatro de la tarde.

Ese alguien es Melitón. Junto con é l , vamos Faustino, Esteban y yo. Somos cuatro. Yo los cuento: dos adelante, otros dos atrás. Miro más atrás y no veo a nadie. Entonces me digo: "Somos cuatro". Hace rato, como a eso de las once, éramos veintitantos; pero puñito a puñito se han ido desper-digando hasta quedar nada más este nudo que somos nosotros.

Faustino dice:

--Puede que llueva.

Todos levantamos la cara y miramos una nube negra y pesa da que pasa por encima de nuestras cabezas. Y pensamos: "Puede que sí".

No decimos lo que pensamos. Hace ya tiempo que se nos acabaron las ganas de hablar. Se nos acabaron con el calor. Uno platicaría muy a gusto en otra parte, pero aquí cuesta trabajo. Uno platica aquí y las palabras se calientan en la

las. Por eso a nadie le da por platicar.

Cae una gota de agua, grande, gorda, haciendo un aguje. M i a t i erra v dej ando una plasta como la de un salivazo Cae sol a Nosotros esperamos a que sigan «yendo mas y , lae soia. w»u h ninguna mas. No llueví

a r a sr.£ » ¿ - 5 w a i s q Y a la gota caída por equivocación se la come la , ier .a y desaparece en su sed.

¿Quién diablos haría este llano tan grande? ¿Para qué sirve, eh?

Hemos vuelto a caminar, nos habíamos detenido para ver l l o v e r No l lovió. Ahora volvemos a caminar. Y a mi se ocurre' queheirrascaminadomásde lo que e ^ a n d a d . me ocurre eso. De haber llovidoquizan ,

llover nunca sobre el l lano, lo que se llama llove,

N°' V í T nn°adaS TJTJZl'cJStM^"* peleques / u n T q u e f t r a Lnchita T z a c a t e con las hojas, roscadas; a no ser eso, no hay nada.

traemos ni siquiera la carabina.

Yo siempre he hicieron bien. Por . a i re ul t p e l i g r o s o ^ ^ ^ t a n / Hp las correas Pero los caballos son otro asunto, venir f c a b ^ l í o T a hubiéramos P - b a f el ^ a ver e el í paseado nuestros estómagos por as c l e ^ e l ^ u e b ^

todo^aquello^ cabal 1 os que'teníamos Pronto también nos quitaron los caballos junto con la carabina.

Vuelvo hacia todos lados y miro el llano. Tanta y tama-ña t ierra para nada. Se le resbalan a uno los ojos al no en contrar cosa que los detenga. Sólo unas cuantas lagarti jas" salen a asomar la cabeza por encima de sus agujeros, y luego que sienten la tatema del sol corren a esconderse en la som-brita de una piedra. Pero nosotros, cuando tengamos que trabajar aquí, ¿qué haremos para enfriarnos del sol, eh? Porque a nosotros nos dieron esta costra de tepetate para que la sembráramos.

Nos dijeron:

—Del pueblo para acá es de ustedes.

Nosotros preguntamos:

--¿El llano?

—Sí, el llano. Todo el llano grande.

Nosotros paramos la jeta para decir que el llano no 16 queríamos. Que queríamos lo que estaba junto al r ío. Del río para a l l á , por las vegas, donde están esos árboles llanra dos casuarinas y las paraneras y la t ierra buena. No este duro pellejo de vaca que se llama el llano.

Pero no nos dejaron decir nuestras cosas. El delegado no venía a conversar con nosotros. Nos puso los papeles en la mano y nos dijo:

--No se vayan a asustar por tener tanto terreno para us-tedes solos.

—Es que el llano, señor delegado...

—Son miles y miles de >untas.

—Pero no hay agua. Ni siquiera para hacer un buche hay agua.

—¿Y el temporal? Nadie les dijo que se les iba a dotar con tierras de riego. En cuanto a l l í llueva, se levantará el maíz como si lo estiraran.

Pero señor delegado, la t ierra está deslavada, dura, - p e r o , señor uc y e n t i e r r e en esa como cantera que es la e e t ierra de L ano Habría que hacer agujeros con el a , dón para sembrar la semil la y ni aún así es positivo que na, ca nada; ni maíz ni nada nacerá.

-Eso manifiéstenlo por escrito. Y ahora v<y«nse. Es .1 latifundio al que tienen que atacar, no al Gobierno que les da la t ie r ra .

-Espérenos usted, señor delegado Nosotros no hemos j cho nada 'contra el Centre, To o es contr el LUno N^se

Espérenos usted ^ X S ^ . Mirefvamo^ a comenzar por donde Ibamos...

Pero él no nos quiso o i r .

Así nos han dado esta t i e r ra . Y en este comal .acalorad sgmmmmá blanco terregal endurecido, donde nada se mueve y por don* uno camina como reculando. Melitón dice:

—Esta es la t ierra que nos han dado.

Faustino dice:

—¿Qué?

Yo no diqo nada. Yo pienso: "Melitón no tiene la cabe:

- ¿ S ; • ¡¡ S «JÜVLSJSjrS S i s . r ¿ ¡ . • W Ü K S ' Í & w a a i s s a t a r t a el viento para jugar a los remolinos.' |

Melitón vuelve a dec i r :

•guas --Servirá de algo. Servirá aunque sea para correr ye-

--¿Cuáles yeguas? —le pregunta Esteban.

Yo no me había fi jado bien a bien en Esteban. Ahora que habla, me f i j o en é l . Lleva puesto un gabán que le llega al ombligo, y debajo del gabán saca la cabeza algo así como una gallina.

Si es una gallina colorada la que lleva Esteban debajo del gabán. Se le ven los ojos dormidos y el pico abierto co mo si bostezara. Yo le pregunto:

—Oye Teban, ¿de dónde pepenaste esa gallina?

— ¡Es la mía! —dice é l .

—No la traías antes. ¿Donde la mercaste, eh?

--No la merqué, es la gallina de mi corral. --Entonces te la t r a j i s t e de bastimento, ¿no?

—No, la t ra igo para cu idar la . Mi casa se quedó sola y sin nadie para que l e diera de comer; por eso me la t r a j e . Siempre que salgo le jos cargo con e l l a .

—Al l í escondida se te va ahogar. Mejor sácala al a i r e .

El se la acomoda debajo del brazo y le sopla el a i re ca Tiente de su boca. Luego dice:

--Estamos llegando al derrumbadero.

Ya no oigo l o que sigue diciendo Esteban. Nos hemos puesto en f i l a para bajar la barranca y él va mero adelante. Se ve que ha agarrado a la ga l l ina por las patas y la zango lotea a cada ra to , para no golpearle la cabeza contra las piedras.

Conforme bajamos, la t i e r r a se hace buena. Sube polvo desde nosotros como si fuera un ata jo de muías lo que bajara por a l l í ; pero nos gusta l lenarnos de polvo. Nos gusta. Des-

sobre nosotros y sabe a t ie r ra .

Por encima del río ^ ^ riñas, vuelan parvadas de chachalacas veraes. lo que nos gusta.

nosot?o°srayeSs ^ ' la barranca y la llena de todos sus ruidos.

Esteban ha vuelto a abrazar su g a ^ ^ det'rSs de unos

tepemezquites.

' — i por aquí arriendo yol - nos dice Esteban.

Nosotros seguimos adelante, n*s adentro del pueblo.

La t ierra que nos han dado está a l lá arriba.

SARTRE, JEAN PAUL.

Jean Paul Sartre nació en París en 1905 de una fami l ia de marinos y un ive rs i ta r ios , estudió Fi losofía y se dedicó a la enseñanza. Part ic ipó activamente en la Segunda Guerra Mundial, duran-te la que fue prisionero de los nazis. Fundador de Le Temps Moderns, su obra ha ejercido una in-f luencia profunda y universal en las generac io-nes jóvenes. Su producción, copiosa, t iene t í t u -los tan importantes para comprender el pensamieji to contemporáneo como La náusea, El muro, Los ca minos de la l i be r tad , Las moscas, A puerta cerra da, Las manos sucias, Muertos sin sepultura, El ser y la nada, El existencial ismo es un humanis-mo, Baudelaire, etc. En 1967 fue galardonado -con el premio Nobel de L i te ra tura .

sobre nosotros y sabe a t ie r ra .

Por encima del río ^ ^ riñas, vuelan parvadas de chachalacas veraes. lo que nos gusta.

nosot?o°srayeSs ^ ' la barranca y la llena de todos sus ruidos.

Esteban ha vuelto a abrazar su g a ^ ^

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' — i por aquí arriendo yol - nos dice Esteban.

Nosotros seguimos adelante, n*s adentro del pueblo.

La t ierra que nos han dado está a l lá arriba.

SARTRE, JEAN PAUL.

Jean Paul Sartre nació en París en 1905 de una fami l ia de marinos y un ive rs i ta r ios , estudió Fi losofía y se dedicó a la enseñanza. Part ic ipó activamente en la Segunda Guerra Mundial, duran-te la que fue prisionero de los nazis. Fundador de Le Temps Moderns, su obra ha ejercido una in-f luencia profunda y universal en las generac io-nes jóvenes. Su producción, copiosa, t iene t í t u -los tan importantes para comprender el pensamiejn to contemporáneo como La náusea, El muro, Los ca minos de la l i be r tad , Las moscas, A puerta cerra da, Las manos sucias, Muertos sin sepultura, El ser y la nada, El existencial ismo es un humanis-mo, Baudelaire, etc. En 1967 fue galardonado -con el premio Nobel de L i te ra tura .

P E R S O N A J E S

Inés

Este l le

Carcin

El camarero

A puerta cerrada ^ w í í po* P ^ m a ,ez tmtAo cM Vieux Colombier en myo cíe 1944.

ESCENA I

GARCIN - EL CAMARERO del plòo

(Un -óalón entilo Se.gu.ndo ImpeAlo. Una estatua de. bfion-ce ¿oble. la cfUme.ne.a. ]

GARCIN (e.n&ia y mita a ¿u alA.ade.doA.) Entonces, ya estamos.

EL CAMARERO

Ya estamos.

GARCIN Es a s í . . .

EL CAMARERO

Es así .

GARCIN Yo. . . pienso que a la larga uno ha de habituarse a los muebles.

EL CAMARERO Depende de las personas.

GARCIN

¿Todos los cuartos son iguales?

EL CAMARERO i No, hombre! Nos l legan chinos, hindúes. ¿Qué quiere -que hagan con un s i l l ó n Segundo Imperio?

GARCIN Y yo, ¿qué quiere que haga con él? ¿Sabe quién era yo? ¡Bah! No t iene ninguna importancia. Después de todo, -v i v í siempre entre muebles que no me gustaban y en s i -tuaciones fa lsas; eso me encantaba. Una si tuación falsa es un comedor Louis Ph i l ippe, ¿no le dice nada?

EL CAMARERO Ya verá usted como en un salón Segundo Imperio tampoco está mal.

GARCIN ¿Eh? Bueno, bueno, bueno, [mina a AU alnededon.) De to dos modos, no me esperaba y o . . . Seguramente no ignoran ustedes lo que se cuenta a l l á .

EL CAMARERO ¿Acerca de qué?

GARCIN Bueno... (Con un ademán vago y amplio.)Acerca de todo -

esto.

EL CAMARERO ¿Cómo puede usted creer en esas necedades? Gentes que -nunca han puesto aquí los pies. Porque si hubieran veni do. . .

GARCIN i C1 aro!

i (RXen lo6 do¿>i)

GARCIN [ponlíndoAe. AeJüjo de. icpente.)

¿Dónde están los palos?

Ei CAMARERO ¿Qué?

GARCIN

Los palos de espetar, las p a r r i l l a s , los embudos.

EL CAMARERO ¿Está de guasa?

GARCIN Imitándolo) ¿Eh? Ah, bueno. No, no quería guasearme. (Una pauAa. Se paAea.) Ni espejos ni ventanas, naturalmente, nada f r á -g i l . (Con una violencia Aublta.) ¿Y por qué me han -quitado el cep i l l o de dientes?

EL CAMARERO

i Vaya! Ya le vuelve la dignidad humana. Es formidable.

GARCIN (golpeando col&Uco el biazo del AlZlón) Le ruego que se ahorre sus fami l iar idades. No ignoro na-da de mi s i tuac ión, pero no soportaré que usted. . .

EL CAMARERO ¡Vaya' Discúlpeme. Qué quiere, todos los c l ientes hacen la misma pregunta. Empiezan: "¿Dónde están los palos?" En ese momento le juro que no piensan en su aseo. Y ape-nas se t ranqui l izan aparece el cep i l l o de dientes. Pero por el amor de Dios, ¿no pueden ustedes ref lexionar? Pues dígame, ¿paAa qué habían de cep i l la rse los dientes]

GARCIN [calmado) Sí, en efecto, ¿para qué? (M¿*a a ¿u aUededo*.) ¿Y pa ra qué mirarse en los espejos? En cambio la estatua, -enhorabuena... Me imagino que habrá c ier tos momentos -en que me la comeré con los ojos. Con los o jos, ¿eh? Va mos, vamos, no hay nada que ocu l ta r ; le digo que no ignc ro nada de mi s i tuación. ¿Quiere que le cuente como ha ocurrido? El t i po se sofoca, se hunde, se ahoga, solo su mirada queda fuera del agua, ¿y qué es lo que ve? Uní reproducción en bronce. «Qué pesadi l la ! Vamos, segura-mente le han prohibido que me conteste, no ins i s to . Perc recuerde que no se me coge desprevenido, no^venga a jac-tarse de que me sorprendió; miro la s i tuación de frente. (Rexmuda la moAcha.) Entonces, nada de cep i l l o de die • tes. Cama, tampoco. Porque jamás se duerme, por supuestc

EL CAMARERO i Vaya!

GARCIN Lo hubiera apostado ¿Para qué había de dormir? El sue-ño lo toma a uno por detrás de las orejas. Sientes que• se te c ierran los o jos, pero ¿para que dormir? Te est i -ras sobre el canapé y p f f f t . . . voló el sueno Hay que • f ro tarse los o jos, levantarse y todo vuelve a empezar.

EL CAMARERO ¡Qué imaginación t iene usted!

GARCIN Cállese. No g r i t a r é , no gemiré, pero quiero mirar la s

tuación de f rente. No quiero que me sal te encuba ot uc-t ras , s in que pueda reconocerla, ¿imaginación? Ent< x - s es que ni siquiera se necesita el sueño. ¿Para quC- dur mir si no se t iene sueño? Muy bien. Espere. E .per : -¿por qué es penoso? ¿Por qué ha de ser forzosamente peno so? Ya lo sé: es la vida sin corte.

EL. CAMARERO ¿Qué corte?

GARCIN [imitándolo)

¿Qué corte? (ScMp^caz.) Míreme. ¡Estaba seguro! Eso es lo que explica la indiscreción grosera e insoportable -de su mirada. Palabra, están at rof iados.

EL CAMARERO ¿Pero de qué está usted hablando?

GARCIN

De sus párpados. Nosotros parpadeábamos. Eso se llama-ba parpadeo. Un pequeño relámpago negro, una cort ina -que cae y se levanta: el cor te, ya está. El ojo se hume dece, el mundo se an iqu i la . No puede usted saber qué re frescante era. Cuatro mil reposos en una hora. Cuatro ~ mil pequeñas evasiones. Y cuando digo cuatro m i l . . . ¿En tonces voy a v i v i r sin párpados? No se haga el imbéci l . Sin párpados, sin sueño, es todo uno. No dormiré más... ¿Pero cómo podré soportarme? Trate de comprenderlo, ha-ga un esfuerzo; soy de carácter chinchoso, sabe, y . . . -tengo la costumbre de incordiarme. Pero . . . , pero no -puedo incordiarme sin descanso; a l l á tenía la noche. Yo dormía. Tenía el sueño l igero . En compensación me obl iga ba a tener sueños senci l los . Había una pradera, nada más. Soñaba que paseaba por e l l a . ¿Es de día?

EL CAMARERO

Ya lo ve usted, las lámparas están encendidas.

GARCIN Diablos. Este es el día de ubtedte. ¿Y afuera?

EL CAMARERO [tetupe^aeto) ¿Afuera?

GARCIN i Afuera! ¡Del otro lado de estas paredes!

EL CAMARERO Hay un p a s i l l o .

GARCIN

¿Y al f i n a l del pas i l lo?

EL CAMARERO Hay otros cuartos y otros corredores y escaleras.

GARCIN ¿Y luego?

EL CAMARERO Eso es todo.

GARCIN

Tendrá usted un día de sa l ida. ¿Adonde va?

EL CAMARERO

A ver a mi t í o , que es j e fe de camareros en el tercer piso.

GARCIN Hubiera debido suponerlo. ¿Dónde está el in terruptor?

EL CAMARERO No hay.

GARCIN

¿Y entonces no se puede apagar la luz?

EL CAMARERO La dirección puede cortar la cor r iente . Pero no recuer-do que lo haya hecho en este piso. Tenemos e lec t r i c idad a discreción.

GARCIN

Muy bien. Entonces hay que v i v i r con los ojos abier tos. .

EL CAMARERO [Ixóníeo) V i v i r . . .

GARCIN No me sea quisqui l loso por una cuestión de vocabulario. Los ojos abier tos. Para siempre. Habrá plena luz en mis ojos. Y en mi cabeza. (Una pauta.) Y si t i r a r a con la estatua a la lámpara e l éc t r i ca , ¿se apagaría?

EL CAMARERO

Es demasiado pesada.

GARCIN [toma la tetaX.ua en ¿oó mano¿ y t/iata cíe levantaAla) Tiene razón. Es demasiado pesada.

(Un ¿tímelo.)

EL CAMARERO

Bueno, si ya no me necesita, le dejo.

GARCIN Uobitealtándote)

¿Se va usted? Hasta luego. (EL CAMARERO llega a la -puenta.) Espere. (EL CAMARERO ¿e vuelve.) ¿Es un tim bre eso? (EL CAMARERO kaee una ¿eñal a^lnmatlva.) ¿Pue do l lamarle cuando quiera y está usted obligado a v e — nir?

EL CAMARERO En p r i nc i p i o , s í . Pero es caprichoso. Hay algo trabado en el mecanismo.

(GARCIN ¿e acerca al tlmb/ie t/ £o oprime. Sonido.)

GARCIN i Funciona!

EL CAMARERO (a4omb/t¿uío) * Funciona. (Ltoia a 4a vez.) Pero no se entusiasme, no

durará. Bueno, a sus órdenes.

GARCIN- (hace un gesto para retenerlo) Yo...

EL CAMARERO ¿Eh?

GARCIN No, nada [[/a a la chimenea y toma el cortapapeles.) ¿Qué es esto?

EL CAMARERO Ya lo ve: un cortapapeles.

GARCIN ¿Hay l i b ros aquí?

EL CAMARERO

No.

GARCIN ¿Entonces para qué sirve? (EL CAMARERO 5e encoge de hon bros.) Está bien. Váyase.

(EL CAMARERO ¿ale.)

ESCENA I I

GARCIN, solo

(GARCIN se acerca a la estatua y la acaricia con la ma-no. Se slenta. Se levanta. Camina hasta el timbre y lo oprÁjne. •El timbre no suena. Prueba dos o tres veces. Pero en vano. Entonces se dirige a la puetáa y trata de abrinJLoL. La puerta 4 e resiste. Llama. )

GARCIN ¡Cama re ro ! i Cama re ro !

[No hay respuesta. Propina una granizada de puñetazos a la puerta llamando al camarero. Luego se calma ¿súbitamente y va a sentarse. En ese momento, se abre la puerta y entra -INES 4egulda por EL CAMARERO.)

ESCENA I I I

GARCIN - INES - EL CAMARERO

EL CAMARERO (a GARCIN)

¿Me llamaba?

(GARCIN se acerca para responder, pero echa una mirada a -INES.)

GARCIN

No.

EL CAMARERO [volviéndose hacia INES) Está usted en su casa, señora. (S i l e n c i o de INES.) Si -t iene alguna pregunta que hacerme... (INES se calla.)

EL CAMARERO [dacapdonado)

Por lo regular a los c l ientes les gusta informarse. . . No i ns i s to . Además, en cuanto al cep i l l o de dientes, el -timbre y la reproducción en bronce, el señor esta al co-r r i en te y le responderá tan bien como yo.

[Sale.. Sitando. GARCIN no mina a INES E¿ta mina a ¿u alnadadox, luago ¿a dldga biu¿comenta a GARCIN.)

INES ¿Dónde está Florence? (Sitando da GARCIN.) Le pregun-to dónde está Florence.

GARCIN No sé nada.

INES ¿Esto es todo lo que se le ocurre? ¿La to r tu ra por la -ausencia? Bueno, es un fracaso. Florence era una t o n t i -ta y no la echo de menos.

GARCIN Perdón, ¿por quién me toma usted?

INES ¿A usted? Usted es el verdugo.

GARCIN Ue ¿obiaAa&ta y luago ¿a acka a neÁA) Es un error verdaderamente d i ve r t i do , i El verdugo, de -veras! Usted ent ró , me miró y pensó: es el verdugo. ¡Qué extravagancia! El camarero es r i d í c u l o , hubiera de bido presentarnos, i El verdugo! Yo soy Joseph Garcin, pub l ic is ta y hombre de l e t ras . La verdad es que estamos en el mismo barco. Señora...

INES [racamenta) Inés Serrano, señor i ta.

GARCIN Muy bien. Perfecto. Bueno, ya está roto el h ie lo . ¿Así -que me encuentra usted cara de verdugo? ¿Y en qué se -reconoce a los verdugos, si se puede saber?

INES

Tienen cara de miedo.

GARCIN ¿Miedo? Es muy gracioso. ¿Y de quién? ¿De las v í c t i -mas?

INES

¡Vamos! Yo sé lo que digo. Me he mirado en el espejo.

GARCIN ¿En el espejo? (M¿*a a ¿a alAadadoi.) Es un f a s t i d i o : -han sacado de aquí todo lo que podía parecerse a urres-pejo. [Pauta.) En todo caso, puedo asegurarle que no -tengo miedo. No tomo la si tuación a la l igera y me - -hago cargo de su gravedad. Pero no tengo miedo.

INES [encogiéndola da kombMo¿) Eso es cosa suya. [Pansa.) ¿Y de vez en cuando sale a dar una vuelta afuera?

GARCIN La puerta está cerrada con l lave .

INES

Paciencia.

GARCIN

Comprendo muy bien que mi presencia la importune. Y per-sonalmente p re fe r i r í a quedarme solo; tengo que poner mi vida en orden y necesito concentrarme. Pero estoy seguro de que podremos adaptarnos el uno al o t ro : no hablo, no me muevo y hago poco ruido. Sólo que, si puedo permi t i r -

me un consejo, tendremos que mantener entre nosotros una extremada cortesía. Será nuestra mejor defensa.

mes

Na ¿c^. eprtés.

6ARCIN Entonces lo seré yo por los dos.

[Silencio. 6ARCIN esU sentado en el canapé. INES ¿e pasca de un extremo al otro del aposento.)

INES imitándolo) La boca.

GARCIN - [saliendo de su ensueño) ¿Cómo dice?

INES Es lo que le reprocho. (Tic de GARCIN.) ¡Otra vez! Pre sume de cortés y no controla su cara. No esta usted so-lo y no t iene el derecho de i n f l i g i rme el espectáculo de su miedo.

(GARCIN se levanta y se le acética.)

GARCIN ¿Usted no t iene miedo?

INES ¿Para qué? El miedo era oportuno antes, cuando aún con servábamos esperanza.

GARCIN [dulcemente) Ya no hay más esperanza, pero todavía somos antes. No -hemos empezado a padecer, señori ta.

INES

Lo sé Pausa.) Entonces, ¿qué va a pasar?

GARCIN No lo sé. Estoy esperando.

[SilencAX). GARCIN se sienta. INES reanuda la marcha. Apatiece el tic en la boca de GARCIN; luego, ttias de echar -¡una minada a INES, hunde la cara en las manos. Entran ESTELLE y Et CAMARERO.)

ESCENA IV

INES - GARCIN - ESTELLE - EL CAMARERO

(ESTELLE mera a GARCIN que no ha levantado la cabeza.)

ESTELLE (a GARCIN) ¡No! No, no, no levantes la cabeza. Sé lo que ocultas con las manos, sé que ya no tienes ros t ro . (GARCIN reti-ra las manos ¡Ah! [Una pausa. Con sorpresa.) No lo~ conozco.

GARCIN No soy el verdugo, señora.

ESTELLE

No lo tomaba por el verdugo. Yo.. . Creí que alguien que-ría gastarme una broma. (Al CAMARERO.) ¿A quién espe-ran ustedes todavía?

EL CAMARERO

No vendrá nadie más.

ESTELLE [aliviada) fAhí ' ¿Entonces ríos quedaremos solos, eV señor, la seño-

. . ; ra y yo? ,

,. (Se e¿ha a kzXa, )

GARCIN (¿eco/nenie)

No hay razón para reírse.

ESÍELLE {¿impía ¡tiendo) Es que esos sofás son tan feos. Y miren cómo los han dis ouesto- me parece que es el día de Año Nuevo y que estoy de v is i ta en casa de mi t fa Marie. Cada uno tiene el su-yo/supongo., ¿Este es el mío? (AV; CAMARERO ) Nunca-podré sentarme en é l , es una catástrofe: voy de azul cía ro y es verde espinaca.

INES

¿Quiere usted el mío?

ESTELLE ¿El sofá granate? Es usted muy amable, pero no resulta-r ía mejor. No, ¿qué quiere usted? Cada uno tiene su suer te: me tocó el verde, y me quedo con é l . [Una pauta.) Si acaso, el único que i r ía bien es el del señor. [Süenclo.)

INES ¿Lo oye ested, Garcin?

GARCIN [¿obie¿altdndo¿e..) ¡El sofá! ¡Oh! Perdón. (Se levanta.) Es suyo, señora.

ESTELLE Gracias. (Se quita el abUgo y lo aAAoja ¿oble, el cana-pé. Una pauta.) Presentémonos, ya que hemos de vivir jun tos. Soy Estelle Rigault.

92

(GARCIN ¿e Inclina y va a dan. ¿u nombie, peAo INES ¡>c ¿a delante, de. a.)

INES

Inés Serrano. Encantadísima.

(GARCIN ¿e. Inclina de nuevo.)

GARCIN Joseph Garcin.

EL CAMARERO ¿Me necesita usted todavía?

ESTELLE No, váyase. Ya le llamaré.

(EL CAMARERO ¿z inclina y ¿ale.)

ESCENA V

INES - GARCIN - ESTELLE

INES Es usted muy hermosa. Quisiera tener flores para darle la bienvenida.

ESTELLE ¿Flores? Sí. He gustaban mucho las f l o res . Se marchita rían aquí: hacç demasiado ca lor . ¡Bah! Lo esencial es conservar el buen humor, ¿verdad? Usted ha. . .

INES Sí, la semana pasada. ¿Y usted?

93

además, ¿qué quiere decir esto? Quizá nunca hayamos es-tado tan vivos. Si no hay más remedio que nombrar este., estado de cosas, propongo que nos llamemos ausenté», se rá más correcto. ¿Hace mucho que está usted ausente?

GARCIN Un mes más o menos.

ESTELLE ¿De dónde es usted?

GARCIN De Río.

ESTELLE

Yo de París. ¿Todavía le queda alguien allá?

GARCIN Mi mujer. (El mismo juzgo quz ESTELLE.) Ha ido al cuar te! como todos los días; no la han dejado entrar. Mira entre los barrotes de la verja. Todavía no sabe que es toy ausente, pero se lo sospecha. Ahora se marcha. Estf toda de negro. Mejor, no tendrá necesidad de cambiarse. No l lora , no lloraba nunca. Hace un lindo sol y el la -está toda de negro en la calle desierta, con sus gran-des ojos de víctima. ¡Ah! Me i r r i t a .

[ Silencio. GARCIN va a ¿zn¿aAAz zn zí canapé dzl czn— Pío y apoya la cabzza zwüiz la* manos.)

INES

¡Este!le!

ESTELLE i Señor, señor Garcin!

G/ÉCIN * ¿Qué ocurre?

ESTELLE Se ha sentado usted en mi canapé.

GARCIN Perdón.

(Se levanta.)

ESTELLE Parecía tan absorto.

GARCIN Estoy poniendo mi vida en orden. (INES ae echa a /ieX*.!l Los que se ríen harían bien en imitarme.

INES Mi vida está en orden. Completamente en orden. Se ha or denado por sí misma, a l l á , y no necesito preocuparme.

GARCIN ¿De veras7 ¡Y usted cree que es tan sencillo! (Se pa¿ la mano pon la {lente.) ¡Qué calor! ¿Me permiten?

(Ila a quitante la chaqueta.

ESTELLE ¡Oh, no! (Con suav-tdad. i No. Me horrorizan los hombres en mangas de camisa

GARCIN [porufndoàe de nueve t.< -na^u-M Esta bien Uno vn me oasaba ¡as norhes ^r- 'a' salas de .-edacuón Memo" na- íd .m ru.m I

t ' '

horno r.s de noche.

ESTELLE

Vaya, s í , es de noche ya. Olga está desnudándose. ¡Qué rápido pasa el tiempo en la T ier ra !

INES

Es de noche. Han precintado la puerta de mi cuarto. Y el cuarto está vacío en la oscuridad.

GARCIN

Han dejado las chaquetas en el respaldo de las s i l l a s y se han arremangado la camisa por encima del codo. Hue le a hombre y a c igarro. (Si lencio.) Me gustaba v i v i r " entre hombres en mangas de camisa.

ESTELLE [tecamente) Bueno, no tenemos los mismos gustos, está v i s t o . ( A -INES.) ¿A usted le gustan los hombres en camisa?

INES En camisa o no, no me gustan mucho los hombres.

ESTELLE [mina a los dot con estupon) Pero ¿por qué, pon qué nos hari reunido?

INES (con un ettallido toncado) ¿Qué dice usted?

ESTELLE Los miro a los dos y pienso que vamos a estar j un tos . . . Me esperaba encontrar amigos, fami l ia res .

INES

Un pxceipnte amiao ron un agujero en medio de la cara.

ESTELLE A ése también. Bailaba el tango como un profesional. Pe ro a nosotros, ¿por qué nos han reunido?

GARCIN Bueno, es el azar. Acomodan a la gente donde pueden, por orden de llegada. (A INES.) ¿Por qué se ríe?

INES Porque me div ierte usted con su azar. ¿Tiene tanta nece si'dad de tranquilizarse? No dejan nada al azar.

ESTELLE [t(midamente) Pero ¿acaso nos hemos encontrado antes?

INES Nunca. No me hubiera olvidado de usted.

ESTELLE [tímidamente) Entonces, ¿tenemos relaciones comunes? ¿No conoce u s -ted a los Dubois-Seymour?

INES Me extrañaría mucho.

ESTELLE Reciben a todo el mundo.

INES ¿Qué es lo que hacen?

ESTELLE [sorprendida) No hacen nada. Tienen una casa de campo en Correze y . .

Yo era empleada de Correos.

ESTELLE [disimulando un gesto de desagrado) ¿Eh? ¿Entonces, en efecto?.. . (Una pausa.) ¿Y usted, señor Garcin?

GARCIN Yo nunca sal í de Río.

ESTELLE En ese caso tiene usted perfecta razón: es el azar lo -que nos ha reunido.

INES El azar. Así que estos muebles están aquí por c a s u a l i -dad. Por casualidad el sofá de la derecha es verde es-pinaca y el de la.izquierda granate. Una casualidad, -¿no? Bueno traten de cambiarlos de lugar y ya me dirán que pasa. ¿Y la estatua es también una casualidad? ¿Y este calor? [Silencio.) Les digo que lo han dispuesto todo. Hasta los menores detal les, con amor. Este cua£ to nos esperaba.

ESTELLE Pero ¿cómo puede decir eso? Todo es tan feo aquí, tan duro, tan anguloso. Yo detestaba los ángulos.

INES [encogiéndose de hombros) ¿Cree usted que yo vivía en un salón Segundo Imperio?

[Una pausa.)

ESTELLE

¿Entonces todo está previsto?

INES Todo. Y hacemos juego.

ESTELLE ¿No está usted frente a mi por azar? (Una pausa..) ¿Qué esperan?

INES

No lo sé. Pero esperan.

ESTELLE No puedo soportar que se espere algo de mf. En seguida me dan ganas de hacer lo contrario.

INES i Bueno, hágalo! ¡Hágalo! No sabe siquiera lo que quie-ren.

ESTELLE (golpeando con al pie) Es insoportable. ¿Y ha de sucederme por intermedio de • ustedes dos? (Los mina.) Por ustedes. Había caras que me hablaban en seguida. Y las suyas no me dicen nada.

GARCIN [bruscamente a INES) Bueno, ¿por qué estamos juntos? Ha dicho usted ya dema-siado; llegue hasta el f i n a l .

INES [asombrada) Pero si no sé absolutamente nada.

GARCIN

Es preciso saberlo.

[Reflexiona un momento.)

Si por lo menos cada uno de nosotros tuviera el valor de dec i r . . .

GARCIN ¿Qué?

INES ¡Estelle!

ESTELLE ¿Qué?

INES ¿Qué hizo usted* ¿Por qué la han mandado aqjjf?

ESTELLE [vivamente) Pero si no sé, no sé absolutamente nada. Hasta me pre-gunto si no será un error. (A INES.) No sonría. Pien-se en la cantidad de gente que... que se ausenta cada día. Vienen aquí por millares y sólo tratan con sub-alternos, con empleados sin instrucción. ¿Cómo quiere usted que no haya errores? Pero no sonría. (A GARCIN ) Y usted, diga algo. Si se han equivocado en mi caso, también pudieron equivocarse en el suyo. (A INES ) Y -en el suyo también. ¿No es preferible creer que"esta-mos aquí por equivocación?

INES

¿Es todo lo que tiene que decirnos?

ESTELLE ¿QuéumfS ^ u i e r e sat ,er? No tengo nada que ocultar. Yo -era huérfana y pobre; criaba a mi hermano menor. Un vie jo amigo de mi padre pidió mi mano. Era rico y bueno- ~ acepté. ¿Qué hubiera hecho usted en mi lugar? Mi herma no estaba enfermo y su salud exigía los mayores cu ida-dos. Viví seis años con mi marido sin una nube. Hace -dos anos encontré al que debía amar. Nos reconocimos en seguida; él quería que nos fuéramos juntos y yo me n e -gué. Después de esto tuve la neumonía. Eso es todo Quizá podrá reprochárseme, en nombre de ciertos princi-pios, que haya/ sacrificado mi juventud a un anciano -

(A GARCIN.) ¿Cree usted que eso es una falta?

GARCIN Por supuesto que no. (Una Pau¿a.) ¿Y a usted leparece que es una fa l ta v iv i r según los propios principios?

ESTELLE ¿Quién podría reprochárselo?

GARCIN / Yb dir ig ía un periódico pacif ista. Estalla la guerra ¿Oué hacer? Todos tenían los ojos clavados en mí. ¿Se atreverá? Bueno, me atreví . Me crucé de brazos y me -fusilaron. ¿Dónde está la falta? ¿Dónde está la f a l -ta?

ESTELLE [apoya ta mano en el bnazo de. ¿i) No hay f a l t a . Usted es . . .

INES (concluye. Inóyilcamente) Un héroe. ¿Y su mujer, Garcin?

GARCIN Bueno, ¿y qué? La saqué del arroyo.

ESTELLE (a INES) ¿Ve? ¿Ve?

I N E S Ya veo. (Una pauta.) ¿Para quién representan ustedes la comedia? Estamos entre nosotros.

ESTELLE (con Intolencla) ¿Entre nosotros?

INES Entre asesinos. Estamos en el i n f i e r n o , neni ta; aquí nunca hay error y nunca se condena a la gente por na-da.

ESTELLE

Cállese.

INES

íEn el i n f i e rno ! ¡Condenados! ¡Condenados!

ESTELLE Cállese. ¿Quiere cal larse? le prohibo que emplee pala-bras groseras.

INES Condenada, la san t i ta . Condenado, el héroe sin reproche. Tuvimos nuestra hora de placer, ¿no es c ier to? Hubo -gentes que sufr ieron por nosotros hasta la muerte y eso nos d i ve r t í a mucho. Ahora hay que pagar.

GARCIN (con ¿a mano levantada) ¿Se ca l la rá usted?

INES (lo mina tln miedo, peno con una Inmenta ton.pn.eta) ¡Ah! (Una pauta.) ¡Espere! ¡He comprendido; ya sé por qué nos metieron juntos!

GARCIN Tenga cuidado con lo que va a dec i r .

INES

Ya verán qué ton te r ía . ¡Una verdadera ton te r ía ! No hay tor tura f í s i c a , ¿verdad? Y sin embargo estamos en el in f ie rno . Y no ha de venir nadie. Nadie. Nos quedaremos -hasta el f i n solos y juntos. ¿No es así? En suma, a l -guien f a l t a aquí: el verdugo.

GARCIN [a media, voz) Ya lo sé.

INES r Bueno - pues han hecho una reducción de personal. IEso es todo Los mismos clientes se ocupan del serv ido , como en los comedores de empresa.

ESTELLE ¿Qué quiere usted decir?

INES .

El verdugo es cada uno de nosotros para los otros dos.

[Una paa¿a. Vigilen la noticia.)

fiARCIN (con voz suave) No seré su verdugo. No les deseo ningún mal y no tengo nada que ver con ustedes. Nada Es sena 11simo Será así: cada uno en su rincón; es la farsa. Usted ahí usted ahí y yo aquí. Y silencio. Ni una palabra, no es d i f í c i l ! ¿no es cierto?: cada uno de nosotros t ie -ne bastante que hacer consigo mismo. Creo que podría quedarme diez mil años sin hablar.

ESTELLE ¿Tengo que callarme?

GARCIN Sí Y nos... nos salvaremos. Callarse. Mirar en uno mis mo', no levantar nunca la cabeza. ¿De acuerdo?

INES De acuerdo.

ESTELLE [despu¿s de una vacilación)

De acuerdo.

GARCIN Entonces, ¡adiós!

(Se dlAlge a su so{¡d y apoya la cabeza en leu manes. Silencio. INES se pone a cantar para si:)

Dans la rue des Blancs-Manteaux I ls ont élevé des tréteaux Et mis du son dans un seau Et c 'é ta i t un échafaud Dans la rue des Blancs-Manteaux.

Dans la rue des Blancs-Mjjnteaux Le bourreau s'est levé tôt C'est qu' i l avait du boulot Faut qu' i l coupe des Généraux Des Evequês, des Amiraux Dans la rue des Blancs-Manteaux.

Dans la rue des Blancs-Manteaux. Sont v'nues des dames comme i l faut Avec des beaux affutiaux Mais la tète leur f ' s a i t défaut Elle avait roulé de son haut La tête avec le chapeau Dans le ruisseau des Blancs-Manteaux1.

1 En la calle des Blancs-Manteaux /levantaron un tabla-do / y llenaron un balde de salvado/y era un cadalso/en la -calle des Blancs-Manteaux.

En la calle des Blancs-Manteaux/el verdugo madrugo/por-que tenía trabajo:/decapitar generales,/obispos,almirantes,/ en la calle des Blancs-Manteaux.

A la calle des Blancs-Manteaux/llegaron señoritas dis— tinguidas/con lindas baratijas/pero les faltaba la cabeza/ había rodado/la cabeza y el sombrero/en la calle des Blancs-Manteaux .

[EntActanto, ESTELLE ¿e mpolva ia cana y ta pinta lo* labio*. Butca un empajo a tu alAcdadoi, .^V^tmT* ' HuAga an ¿u bolto y luego ta vuelva kacA.a GARCIN.J

ESTELLE Señor," ¿tiene usted un espejo? (GARCIN no MMponda.) Un espejo, un espejito de bolsi l lo, cualquier cosa. (GAR-CIN no Auponda.) Ya que me deja sola, por lo menos -consígame un espejo.

(QARCIN tigue con la cabeza entAa íat manot, tin Aetpon-dcA.)

INES (toUcÁXa) Yo tengo un espejo en mi bolso. [Buten. en al bolso. Con demedio.) Ya no lo tengo. Me lo habrán quitado en el registro.

ESTELLE ¡Qué fastidio!

[Una pauta. CieAAa lot ojot y vacila. INES ta pAaclpi-ta y la tottiana.)

INES ¿Qué le pasa?

ESTELLE [vuelva a abfviA lot ojot y tonAia)

Me siento rara. (Se palpa.) ¿A usted no le hace ese efecto? Cuando no me veo, es inúti l que me palpe; me pregunto si existo de verdad. • - nv :'• i O -•{ \ob¡:-vlr.ñ B.J • * -Nsg

INES Tiene usted suerte. Yo me siento siempre desde el inte-r i o r .

ESTELLE Ah, s í , desde el i n t e r i o r . . . Todo lo que sucede en las cabezas es tan Vago, que me hace dormir. [Una pauta.')-

Hay seis grandes espejos en mi dormitor io. Los veo Los veo. Pero e l los no me ven. Reflejan el confidente, h -alfombra, la ventana... Qué vacío uri espejo donde no es toy. Al hablar, me las arreglaba para que hubiera uno -donde pudiera mirarme. Hablaba, me veía hablar. Me ve-ía como los demás me veían, así me mantenía despierta. (Con datcspeAación.) ¡El carmín! Estoy segura que me he pintado mal. Pero no puedo quedarme sin espejo toda la eternidad.

INES ¿Quiere que le sirva de espejo? Venga, la inv i to a mi casa. Siéntese en mi canapé.

ESTELLE [indica a GARCIN) Pero...

INES

No nos ocupemos de é l .

ESTELLE Nos haremos daño: usted misma lo d i j o .

INES ¿Es que tengo cara de querer perjudicarla?

ESTELLE Nunca se sabe...

INES Tú eres quien va a hacerme daño. Pero qué importa eso. Si hay que s u f r i r , lo mismo da que sea por t i . Siénta-te. Acércate. Un poco más. Mírame a los ojos: ¿te ves en ellos?

ESTELLE Me veo muy ch i qu i t i t a . Me veo muy mal.

Yo te veo. Toda entera. Pregúntame. No hay un espejo más f i e l que yo.

(ESTELLE, molesta, ¿e vuelve hacui GARCIN como paAa peda le ayuda.)

ESTELLE

i Señor! iSeñor! ¿No lo molestamos con nuestra charla?

(GARCIN no responde.)

INES Déjalo; ya no interesa; estamos solas. Pregúntame.

ESTELLE •

¿Me he pintado bien los labios?

INES

Déjame ver. No muy bien.

ESTELLE Me lo sospechaba. Afortunadamente [echando una ojeada a GARCIN nadie me ha v i s to . Voy a pintarme otra vez.

INES Está mejor. No. Sigue el dibujo de los lab ios; te guian Así, así . Está bien.

ESTELLE ¿Tan bien como hace ra to , cuando entré?

INES

Mejor; más pesado, más cruel . Tu boca in fe rna l .

ESTELLE iHum! ¿Y está bien? i Qué i r r i t a n t e ! , no puedo ya juzgar

por mí misma. ¿Me jura que está bien?

INES ¿No quieres que nos tuteemos?

ESTELLE ¿Me juras que estás bien?

INES

Eres muy guapa.

ESTELLE ¿Pero t iene usted gusto? ¿Tiene mi gusto? ¡Qué i r r i -tante, que i r r i t a n t e !

INES Tengo tu gusto, puesto que me gustas. Mírame bien. Son-ríeme. Yo tampoco soy fea. ¿No valgo más que un espe-jo?

ESTELLE No sé. Usted me int imida. Mi imagen en los espejos es-taba domesticada. La conocía tan b ien . . . Voy a sonreír mi sonrisa i r á hasta el fondo de sus pupilas y sabe - -Dios en qué se convert i rá.

INES ¿Y qué te impide domesticarme? (Se miran. ESTELLE son ríe, un poco fascinada.) ¿Decididamente no quieres t u -tearme?

ESTELLE Me cuesta trabajo tutear a las mujeres.

INES

Y especialmente a las empleadas de Correos, supongo. ¿Qué tienes ahí abajo, en la mej i l la? ¿Una mancha ro-ja?

ESTELLE (sobresaltándose) i Una mancha r o j a , qué horror! ¿Dónde?

INES íBueno, bueno! Soy el espejuelo; pequeña alondra mía, estás en mis manos. No hay ninguna mancha. Ni una piz-ca. ¿Eh? ¿Y si el espejo se pusiera a mentir? 0 s i yo cerrara los o jos , s i me negara a mi ra r te , ¿que harías de toda esa belleza? No te asustes; tengo que mirarte, mis ojos permanecerán muy abier tos. Y sere amable, -muy amable. Pero me d i rás : tú .

[Una pausa.)

ESTELLE ¿ ^ gusto?

INES iMucho!

(Una pausa.)

ESTELLE (señalando a GARCIN con la cabeza) Quisiera que él también me mirara.

INES iAh' Porque es un hombre. (A GARCIN.) Ha ganado us-ted (GARCIN no responde.) Pero mírela. (GARCIN no M ponde.) No haga comedia; no ha perdido palabra de lo que decíamos.

GARCIN [levantando bruscamente la cabeza) Usted puede d e c i r l o , ni una palabra; era i n ú t i l que me hundiera los dedos en las ore jas, charlaban dentro de -mi cabeza. ¿Ahora me dejarán? No me importan ustedes.

INES ¿Y la c h i q u i t a , - l e importa? He v is to su manejo: para -

interesar la se da esos grandes a i res .

GARCIN Le digo que me deje. Alguien habla de mí en el perió-dico y quis iera escuchar. Me importa muy poco la chica, si eso puede t r a n q u i l i z a r l a .

ESTELLE Gracias.

GARCIN No quería ser grosero. . .

ESTELLE

¡Bruto!

(Una pausa. Están de pie, unos ¿rente a otros.)

GARCIN

Ya está. (Una pauia.) Les había suplicado que se ca l la ran.

ESTELLE Ella fue la que empezó. Vino a ofrecerme su espejo sin que yo le pid iera nada.

INES

Nada. Sólo que te frotabas contra él y le hacías guiños para que te mirara. i

ESTELLE ¿Y qué?

GARCIN

¿Están locas? Entonces no ven a dónde vamos. ¡Pero cá-l lense! (Una pausa.) Nos sentaremos de nuevo t ranqui la-mente, cerraremos los ojos y cada uno t ra ta rá de o l v i -dar la presencia de los demás.

(Una pauta, te tienta de nuevo. Ulat siegietan a tus -tiUot con pato vacilante. INES ¿e vue£ve tacamente.)

INES ¡Ah. o l v ida r ! iQué ch iqu i l lada! Lo siento a usted -hasta en los huesos. S u \ i l e n c i o me g r i t a en las o r e -jas . Puede coserse la boca, puede cortarse la lengua, ¿eso le impedirá e x i s t i r ? ¿Detendrá su pensamiento? Lo o igo, hace t i c t ac , como un despertador y sé que us ted oye el mío. Es i n ú t i l que se arrincone en su s o f l , está usted en todas partes; los sonidos me l legan man-chados porque usted los ha oído al pasar. Hasta e i -rost ro me ha robado: usted lo conoce y yo no o conoz co ¿Y e l l a ? , ¿ella? Usted me la ha robado; si e s t u -p r a m o s solas, ¿cree que se atrevería atratarmecomo me t rata? No, no: quítese las manos de la cara, no lo dejaré, sería demasiado cómodo. Aunque se quedara -ah í , insens ib le , metido en sí mismo como un buda, y aun que yo tuv iera los ojos cerrados s e n t i n a que e l l a le -dedica todos los ruidos de su v ida, hasta los cruj idos de su t r a j e , y que le envía sonrisas que usted no ve... iNada de esoLQutero e leg i r mi i n f i e rno ; quiero m i r a r -los con todos mis ojos y luchar a cara descubierta.

GARCIN Está bien. Supongo que había que l legar a esto; nos -han manejado como si fuéramos niños. Si hubiesen -alojado con hombres... Los hombres saben ca l l a r Pero no hay que pedir demasiado. (Se aceAca a ESTELLt t/ le toma el mentón.) Entonces, ch iqu i ta , ¿te gusto.' -¿Parece que me guiñabas el ojo?

ESTELLE No me toque.

GARCIN ¡Bah' Pongámonos cómodos. Me gustaban mucho Jas muje--res '¿sabes? Y e l las me querían mucho. Asi que ponte cómoda, ya no tenemos nada más que perder. Cortesía, -¿para qué? Ceremonias, ¿para qué? ¡Entre nosotros!

Dentro de un rato estaremos desnudos como gusanos.

ESTELLE ¡Déjeme!

GARCIN ¡Como gusanos! ¡Ah! Yo les había avisado. No les pe-día nada, tan sólo paz y un poco de s i l enc io . Me había tapado los oídos con los dedos. Gómez hablaba, de pie entre las mesas; todos los compañeros del periódico es-cuchaban. En mangas de camisa. Yo quería comprender lo que decían, era d i f í c i l : los acontecimientos de la Tie-rra pasan tan rápidos. ¿No podían ca l larse ustedes? Ahora se acabó, no habla ya; lo que piensa de mí ha - -vuelto a su cabeza. Bueno, tendremos que l legar hasta el f i n . Desnudos como gusanos: quiero saber con quién tengo que habérmelas.

INES Usted lo sabe. Ahora lo sabe.

GARCIN

Mientras cada uno de nosotros no haya confesado por qut lo han condenado, no sabremos nada. Tú, rub ia , empieza. ¿Por qué? Dinos por qué: tu franqueza puede ev i ta r c a -tás t ro fes ; cuando conozcamos nuestros monstruos... Va-mos, ¿por qué?

ESTELLE Le aseguro que lo ignoro. No han querido decírmelo.

GARCIN

Lo sé. A mí tampoco han querido contestarme. Pero me co nozco. ¿Tienes miedo de hablar primero? Muy bien. Voy a empezar. (Silencio.) No soy muy presentable.

INES

Vamos.Ya se sabe que ha desertado.

fe

B, I i

fciMfffl I •• '«^«.iJíj,

GARCIN Deje. No hable nunca de eso. Estoy aquí porque he tor turado a mi mujer. Eso es todo. Durante cinco años Por supuesto, todavía sufre. Ahí está; en cuanto hablo de e l l a , la veo. Gómez es el que me interesa y a el la es a quien veo. ¿Dónde está Gómez? Durante cinco años, Mi r e , 1 le han entregado mis efectos; está sentada cerca de la ventana y ha puesto m1 chaqueta sobre sus rodi-u-l i a s . La chaqueta de los doce agujeros. La sangre pare ce herrumbre. Los bordes de los agujeros están chamusca dos. íAhí Es una pieza de museo, una chaqueta hlstór i ci. iY yo la he l levado! ¿Llorarás? ¿Acabarás por -l l o r a r ? ' Yo volvía borracho como un cerdo, oliendo a vi no y a mujer. E l la me había esperado toda la noche; no l lo raba. Ni una palabra de reproche, naturalmente. Só-lo sus o jos. Sus grandes ojos. No me arrepiento de nada, Pagaré, pero no me arrepiento de nada. Nieva fuera. ¿Pe rb - l lorarás? Es una mujer que t iene vocación de m á r -t i r .

INES [ca¿¿ dutcejnejtte.} ¿Por qué la hizo s u f r i r ?

GARCIN Porque era f á c i l . Bastaba una palabra para hacerla cam b ia r de co lo r ; era una sens i t iva . ¡Ah! ¡Ni un reproche! Soy muy terco. Esperaba, esperaba siempre. Pero no, ni una lágrima, ni un reproche. La había sacado del arroyo, ¿comprenden? Pasa la mano por la chaqueta, s in mirarla, Sus dedos buscan los agujeros a ciegas. ¿Qué aguardas? ¿Qué esperas? Te digo que no me arrepiento de nada. En f i n , es así : me admiraba demasiado: ¿lo comprenden?

INES No. nadie me admiró nunca.

GARCIN

Mejor. Mejor para usted. Todo esto debe de parecerle abstracto. Bueno, le voy a contar una anécdota: había t ra ído a mi casa a una mulata. ¡Qué noches! Mi mujer

dormía a r r iba , debía de oírnos. Se levantaba la [.rmérd y como se nos pegaban las sábanas, nos llevaba el desa-yuno a la cama.

INES

¡Canalla!

GARCIN Sí , s í , el canalla bienamado. (Padece c i i s tnaldo . ) No, nada. Es Gómez; pero no habla de mí. ¿Un canalla de-cía usted? Diablos; si no, ¿qué haría aquí? ¿Y usted?

INES Bueno, yo era lo que llaman, a l l á , una mujer condenada. Condenada ya, ¿verdad? Pero eso no fue gran sorpresa.

GARCIN Eso es todo.

INES

No, está también el asunto con Florence. Pero es una h is to r ia de muertos. Tres muertos. El primero, después e l l a y yo. Ya no queda nadie a l l á , estoy t ranqu i la ; la habitación, simplemente. Veo la habitación de vez en cuando. Vacía, con los postigos cerrados. ¡Ah! ¡Ah! Han terminado por qu i tar los precintos. Se a l q u i l a . . . Se a lqu i l a . Hay un car te l en la puerta. Es. . . i r r i s o -r i o .

GARCIN

Tres. ¿Ha dicho usted tres?

INES

Tres.

GARCIN

¿Un hombre y dos mujeres?

Sí.

GARCIN Vaya.' {Silencio.) ¿El se mató?

INES ¿El? Era Incapaz de eso. Sin embargo, no es porque no hubiera su f r ido . No: lo aplastó un t ranvía. iVaya b r o -ma 1 Yo v i v ía en su casa, era primo mío.

GARCIN. ¿Florence era rubia?

INES ¿Rubia? (HOiando a. ESTELLE.) ¿Sabe?, no me arrepiento de nada. Pero no me d i v i e r t e mucho contarles esa histo

r i a .

GARCIN ¡Vamos, vamosI ¿Estaba usted harta de él?

INES Poco a poco. Una palabra aquí, otra a l l á . Por ejemplo, hacía ruido al beber; soplaba por la nariz en e v a s o . Naderías. ¡Ohl Era un pobre t i p o , vulnerable. ¿Por que se sonríe?

GARCIN Porque yo no soy vulnerable.

INES Habrá que ver lo . Me desl icé en Florence, e l l a lo v io -por mis o j o s . . . En resumen, que e l l a cayo en mis brazos Alquilamos una habitación en el otro extremo de la ciu-dad.

GARCIN ¿Y entonces?

INES Entonces fue lo del t ranvía. Yo le decía todos los días bueno, neni ta, lo hemos matado. [Silencio.) Soy mala.

GARCIN

Sí. Yo también.

INES No, usted no es malo. Es otra cosa.

GARCIN

¿Qué?

INES

Se lo d i ré más adelante. Yo soy mala; eso quiere decir que necesito el sufr imiento de los demás para e x i s t i r . Una antorcha. Una antorcha en los corazones. Cuando es-toy ^completamente sola, me apago. Durante seis meses ^ ardí en su corazón; lo abrasé todo. El la se levantó una noche; fue a ab r i r la l lave del gas sin que yo me diera cuenta, y después vo lv ió a acostarse junto a mí. Así -fue.

GARCIN

¡Hum!

INES

¿Qué?

GARCIN

Nada. No es un asunto l impio.

INES

Bueno, no; no es l impio. ¿Y qué?

GARCIN

¡Oh! Tiene usted razón. ( ESTELLE.) Ahora tú . ¿Qué. es lo que h ic is te?

ESTELLE

Ya le d i j e que no sabía nada. Inúti lmente me pregunto..,.

GARCIN Está bien, te ayudaremos. Ese t ipo de la cara destroza-da, ¿quién es?

ESTELLE

¿Qué t ipo?

INES . Lo'sabes muy bien. Ese a quien le tenías miedo cuando entraste.

ESTELLE

Es un amigo.

GARCIN

¿Por qué le tenías miedo?

ESTELLE Ustedes no t ienen derecho a interrogarme.

INES ¿Se mató por t i ?

ESTELLE No, está loca.

GARCIN Entonces ¿por qué le tenías miedo? Se disparó un t i ro de f u s i l en la cara, ¿eh? ¿Eso es lo que le l impió la cabeza?

ESTELLE ¡Cállese! ¡Cállese!

GARCIN

¡Por t i ! ¡Por tu culpa!

INES

Un t i r o de f u s i l por t i .

ESTELLE Déjenme t ranqu i la . Me asustan. ¡Quiero irme! ¡Quiero i rme!

(Se precipita hacia ¿a puerta y ¿a sacude.)

GARCIN

Vete. Por mí, estupendo. Sólo que la puerta está cerra-da por fuera.

(ESTELLE oprime el timbrey -ta campantLta no suena. INES y GARCIN se rXen. ESTELLE se vueíve hacia etíos, apoyada en la puerta.)

ESTELLE (con voz ronca y lenta)

Son ustedes asquerosos.

INES

Absolutamente asquerosos. ¿Y? Así que el t ipo se mató por t i . ¿Era tu amante?

GARCIN

Por supuesto que era su amante. Y quiso tenerla para -él solo. ¿No es c ier to?

INES

Bailaba el tango como un profesional , pero era pobre, -me lo imagino.

(Un &UwUo. )

GARCIN Te preguntan s1 era pobre.

ESTELLE Sí , era pobre.

GARCIN Y además, tenías que cuidar tu reputación. Un día fue, te supl icó y tú te re i s te .

INES

¿Eh? ¿Eh? ¿Te re is te? ¿Por eso se mató?

ESTELLE ¿Con esos ojos mirabas a Florence?

INES Sí.

(Una pansa. ESTELLE sz zcha a nzVi.)

ESTELLE Se equivocan. (Se endereza y los mina slwpuz apoyada en la pavita. En tono ¿eco y provocativo:) Quería hacer me un h i j o . ¿Ya están contentos?

GARCIN

Y tú no querías.

ESTELLE No Pero el niño vino de todos modos. Me f u i a pasear cinco meses a Suiza. Nadie supo nada. Era una nina. Roger estaba a mi lado cuando nació. Le d i ve r t í a tener una h i j a . A mí» n o -

GARCIN ¿Y después?

ESTELLE Había un balcón sobre un lago. Llevé una piedra grande. El g r i taba: "Es te l le , te l o ruego, te lo sup l i co . " Yo lo detestaba. Lo v io todo. Se i nc l i nó sobre e l bal -cón y pudo ver los c í rcu los en el lago.

GARCIN ¿Y después?

ESTELLE Eso es todo. Volví a París. El hizo su voluntad.

GARCIN

¿Se sal tó la tapa de los sesos?

ESTELLE Bueno, s í . No va l ía la pena; mi marido jamás sospechó nada. (Una pausa.) Los odio a ustedes.

(Tizno, una cxlsls de sollozos sacos.)

GARCIN

Es i n ú t i l . Las lágrimas no corren aquí.

ESTELLE ¡Soy cobarde! ¡Soy cobarde! (Una pausa.) Si supieran ustedes cómo los odio.

INES (tomándola en sus brazos.)

¡Pobrecita mía! (A GARCIN:) El in te r rogator io ha ter minado. No vale la pena seguir con esa facha de verdu-go.

GARCIN , . , De verdugo.. . [Hita a ¿u Mtdoi.) Dar a cualquier cosa por verme en un espejo. (lina P ^ a . ) W f f o r -hace! (Se qu¿ta m^cúnaímzntí U dfuujueía.) lOh! Per

dón. [M a pon&uela. de. nutvo.)

ESTELLE

Puede usted quedarse en mangas de camisa. Ahora.. .

taÁRClN

Sf . (AMoja la chaqueta aob/te el *><*.) No debe de guar darme rencor, Es te l le . ESTELLE. No le guardo rencor.

INES ¿Y a mí? ¿Me guardas rencor?

ESTELLE

Sí.

(lln ¿límelo.)

INES ¿Y qué, Garcin? Ya estamos desnudos como gusanos; ¿ve usted más claro ahora?

GARCIN No sé Quizá un poco mas c la ro . (Tímidamente.) ¿No po-dríamos in tentar ayudarnos unos a otros?

INES

Yo no necesito ayuda.

GARCIN Inés, e l los han embrollado todos los h i l os . Si hace

usted el menor gesto, si levanta la mano para abanicar-se, Estelle y yo sentimos la sacudida. Ninguno de noso-tros puede salvarse solo; tenemos que perder juntos o -sal ir juntos del apuro. Elija. (Una paiua.) ¿Qué pasa?

INES

Lo han aniqui lado. Las ventanas están abiertas de par -en par, hay un hombre sentado en mi caina. i Lo han a l -qui lado! i Lo han a lqui lado! Entre, en t re , no se moles^ te . Es una mujer. Se l e acerca y l e pone las manos s o -bre los hombros. ¿Qué esperan para encender la luz?, -ya no se ve nada; ¿van a besarse? ¡Ese cuarto es mío! ¡Es mío! ¿Por qué no encienden la luz? Ya no puedo -ver los. ¿Qué cuchichean? ¿La acar ic iará sobre mi — cama? El la le dice que es mediodía y que hay mucho so l . Entonces me estoy volviendo ciega. [Una paa&a.) Se ac^ bó. Nada más: ya no veo, ya no oigo. Bueno, supongo -que ya he terminado con la T ie r ra . No más coartadas. -(Se e&fiemece.) Me siento vacía. Ahora estoy muerta del todo. Aquí por entero. (Una pau¿a.) ¿Decía usted? Hablaba de ayudarme, creo.

GARCIN Sí.

INES

¿A qué?

GARCIN A desbaratar las artimañas de e l l o s .

INES

¿Y yo, en cambio?

GARCIN Usted me ayudará. Se necesitaría poca cosa, Inés: exac-tamente un poco de buena voluntad.

Buena vo lun tad. . . ¿De dónde quiere que la saque? Estoy podrida.

GARCIN ¿Y yo? (Una pausa.) ¿Y s i probáramos, a pesar de todo]

INES Estoy seca. No puedo r e c i b i r ni dar; ¿cómo quiere que le'ayude? Una rama seca para el fuego. (Una pausa; m na a ESTELLE que estÁ con la cabeza entAe las manos.]

Florence era rubia.

GÁRCIN ¿Sabe usted que esta ch iqu i ta será su verdugo?

INES

Ya me lo había f igurado.

GARCIN Por e l l a la cogerán. En lo que me concierne, y o . . . yo., no le presto ninguna atención. Si por su p a r t e . . .

INES

¿Qué?

GARCIN Es una trampa. La están acechando para ver si cae en -e l l a .

INES Lo sé. Y usted es una trampa. ¿Cree que no han previs to sus palabras? ¿Y qué no hay otras trampas ocultas -que no podamos ver? Todo son trampas. ¿Pero qué me porta? También yo soy una trampa. Una trampa para ella. Quizá sea yo quien la atrape.

GARCIN Usted no atrapará absolutamente nada. Corremos unos -tras otros como caba l l i tos de t í o v i vo , s in alcanzarnos nunca: convénzase de que lo han planeado todo. Olvíde-se, Inés. Abra las manos, déje lo. Si no, causará la des gracia de los t res .

INES ¿Tengo yo pinta de dejar lo? Sé lo que me espera. Voy a arder, ardo y sé que no habrá f i n ; lo sé todo: ¿cree -que voy a dejar lo? Caerá en mis manos, e l l a lo verá a usted por mis o jos , como Florence veía al o t ro . ¿Qué -viene a hablarme de su desgracia? Le digo que lo sé to do y ni s iquiera puedo tener compasión de mí. Una tram-pa, iah ! , una trampa, c laro que he caído en la trampa. ¿Y qué? Mejor s i e l los están contentos.

GARCIN [tomándola pon el hombio)

Yo puedo tener compasión de usted. Míreme: estamos des-nudos. Desnudos hasta los huesos, y la conozco hasta el corazón. Es un vínculo: ¿cree usted que querría hacer-le daño? No lamento nada, no me quejo; también yo e s -toy seco. Pero de usted puedo tener compasión.

INES (que se ha abandonado mlenXAas GARCIN hablaba, se sa-cude)

No me, toque. Detesto que me toquen. Y guárdese su com-pasión. iVamos! Garcin, también hay muchos lazos ten-didos para usted en este cuarto. Para usted. Preparados para usted. Haría mejor en ocuparse de sus asuntos. (Una pausa.) Si nos deja bien t ranqu i las , a la pequeña y a mí, me cuidaré de no per jud icar lo .

GARCIN (la rruAa un momento, luego se encoge de hombros)

Está bien.

ESTELLE (alzando la cabeza)

Socorro, Garcin.

GARCIN ¿Qué quiere usted de mí?

ESTELLE Ue.van¿ándo¿e. y aceAddndoieZe.)

A mí sí puede ayudarme.

GARCIN Dir í jase a e l l a .

( i k s ¿<L h a aproximado y ¿e ¿iMa my ceA.e.a de. ESTELLE,

g v B r <Í5£: . « S " : *oe la mina Un kabloJi, Abonda reamente, a tote, como ¿üeAa ¿l qa¿e.n la InteAAogaAa. ) ESTELLE

iSe lo rueqo, usted lo había prometido; Garcin, usted- j l o h a b í a prometido! Pronto, pronto, no quiero quedarme sola. Olga lo ha l levado al ba i l e .

INES ¿A quién ha llevado? ^

ESTELLE A Pierre. Bailan juntos.

INES

¿Quién es Pierre?

ESTELLE Un t o n t i t o . Me llamaba su aguaviva. Me quería. Ella-lo ha llevado al ba i le .

INES ¿Le quieres?

ESTELLE Vuelven a sentarse. Está sofocada. ¿Por qué baila? LO mo no sea para adelgazar. Claro que no. Claro que no le quería: t iene dieciocho años, no soy una comeniños

INES Entonces déjalos. ¿Qué puede importarte?

ESTELLE Era mío.

INES Ya no hay nada tuyo en la T ie r ra .

ESTELLE El era mío.

INES

Si eAa... Trata de tomarlo, t r a ta de tocar lo . Olqa sí puede tocar lo . ¿No es c ier to? ¿No es c ier to? Puede cogerle las manos, rozar le las r o d i l l a s .

ESTELLE

Empuja contra él su pecho enorme, le respira en la ca-ra. Pulgarc i to , pobre Pulgarc i to , ¿qué esperas para so l ta r le una carcajada en las narices? ¡Ah! Me hubie ra bastado una mirada, nunca se hubiera atrevido e l l a . . . ¿De veras, es que ya no soy nada?

INES

Nada. Ya no hay nada tuyo en la T ier ra : todo lo que te pertenece está aquí. ¿Quieres el cortapapeles? ¿La -estatua de bronce? El sofá azul es tuyo. Y yo, chiqué ta mía, yo soy tuya para siempre.

ESTELLE

¿Eh? ¿Mía? Bueno, ¿y quién de los dos se atrevería a llamarme su aquaviva? A ustedes no es posible enqaña*

los- saben que soy una basura. Piensa en mí, Pierre, -p i e n s a sfilo en mí, defiéndeme; mientras pienses: mi agua Pv va m querida ¿guaviva, estoy aquí sólo a medias so, culpable sfilo a medias, soy aguaviva a l i a , junto a t . Está colorada como un tomate. Vamos, es imposible: cien v e c e s nos hemos reído de e l l a juntos. ¿Que es e a tona-da oue me qustaba tanto? ¡Ah! Es Scunt Lou¿¿ Blue¿... Bueno! bailad bai lad. Garcin, se d i v e r t i r í a usted pudiera ver la Nunca sabrá que la veo. Te ueo, te veo, con el peinado deshecho, la cara extasiad», veo que le • D Í S B S los pies. ¡Es para morirse de r i sa ! .Vamos! litas rápido' ¡Más rápido! Ti ra de e l l a , la empuja Es inde-cente ¡Más rápido! Pierre que me decía: usted es tan-1iqera ¡ V a m o s , vamos! (Baila mierUuu habla ) Te di

que te veo. Á e l l a le da lo mismo, bai la a través de mi mirada ¡Nuestra querida Este l le ! ¡Vamos, nuestra-querida Este l le ! ¡Ah! Cál late. Ni siquiera derra«-te una láqrima en los funerales. El la le ha dicho - • " n u e s t r a querida Este l le " . Tiene el valor de hablar le-de mí ¡Vamos1 Al compás. No es de las pueden habí í ba ia r a la ;ez. Pero qué.. . ¡No! ¡No! ¡No se lo dv gas! Te ?o dejo, l l éva te lo , guárdatelo haz o que qJ ras con é l , pero no le d igas . . . (Veja de bculaA.) Bu no Ahora puedes quedártelo. Se lo ha contado todo a, c in : lo de Roger, el v ia je a Suiza lo del nino se 1.• ha contado todo. "Nuestra querida IEstelle no e ra . . . No no en efecto, yo no e ra . . . El menea la cabeza co a i re t r i s t e ! pero no puede decirse que la not ic iadlo ha-ya trastornado. Quédatelo ahora.. No te disputare sus • largas pestañas ni su a i re de mujer. lAh! Me llamaba aauaviva su c r i s t a l . Bueno, el c r i s t a l se ha hecho a] eos "Nuestra querida Es te l le . " ¡Ba i lad , bai lad, vamos Al compás. Uno,dos. (Baila.). Lo daría todo en é \ m do para volver a la Tierra un instante, un solo insta y ba i l a r . {Baila; una pau¿a.) Ya no oigo muy^b en H apagado las luces como para w tango; .por que tocan co. sordina? ¡Más fuer te! ¡Qué lejos esta! Ya Ya no oigo absolutamente nada. I V e j a de bculaA.) Nunca más. La Tierra me ha abandonado. Garcin, mírame, cógeme en tus brazos..

(INES hace a GARCIN u n a ieña pafia que ie apafite, a p a t ó c w de ESTELLE.)

INES (impervio lamente] ¡Garcin!

GARCIN (fi.etAoe.ede un paio y diee a. ESTELLE señalando a INES) Dir í jase a e l l a .

ESTELLE [¿o agaAAaj

i No se vaya! ¿Es usted un hombre? Entonces míreme, no aparte los o jos; ¿es algo tan penoso? Tengo cabellos -de oro, y después de todo, alguien se ha matado por mí. Se lo supl ico, usted no t iene más remedio que mirar a l -go. Si no es a mí, será la estatua, la mesa o los cana-pés. Al f i n de cuentas yo soy más agradable de ver. Es-cucha: caí de sus corazones como un pa ja r i to cae del r\i_ do. Recógeme, llévame en tu corazón, ya verás qué ama-ble seré.

GARCIN [ticckazándola con cs^ue/izo)

Le digo que se d i r i j a a e l l a .

ESTELLE ¿A el la? Pero e l la no cuenta; es una mujer.

INES

¿Yo no cuento? Pero pa ja r i t o , pequeña alondra, hace mu cho que estás al abrigo en mi corazón. No tengas miedo, te miraré sin descanso, sin parpadear. Vivirás en mi -mirada como una lentejuela en un rayo de sol .

ESTELLE

¿Un rayo de sol? ¡Ah! Déjeme en paz. Ya hizo usted la prueba hace un rato y bien vio su fracaso.

¡Este l le ! Mi aguaviva, mi c r i s t a l .

ESTELLE

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INES

>su vúAtal' Es grotesco. ¿A quién piensa engañar? Va-m o s , T d ¿ e mundo sabe que t i r é al chico por la venta-na El c r i s t a l está hecho añicos en el suelo y me impor ta"un bledo. No soy más que un p e l l e j o , y im pel le jo -no es para usted.

¡Ven« Serás lo que quieras: aguaviva, agua sucia, te -encontrarás en el fondo de mis ojos t a l como te deseas.

ESTELLE ¡Suélteme! Usted no t iene ojos. ¿Pero qué tengo que • hacer para que me sueltes? ¡Toma!

(La encape en la cara.)

(INES la Auel-ta b/ia&camele. )

(Una pansa. GARCIN ¿e encoge cíe hombro* y va hacÁa

ESTELLE.)

GARCIN

¿Así que quieres un hombre?

ESTELLE

Un hombre, no. A t i .

I ¡J u j ( " •

GARCIN Déjate de cuentos. Cualquiera s e m n . ^ encuentro aquí, soy yo. Bueno. (La toma de lo¿ hombAo¿.) No te go nada para agradarte, ya lo sabes: no soy un tontito y no ba i lo el tango.

ESTELLE

Te tomaré como eres. Quizá te cambie.

GARCIN Lo dudo. Estaré . . . d is t ra ído . Tengo otros asuntos en la cabeza.

ESTELLE

¿Qué asuntos?

GARCIN No te interesarían.

ESTELLE

Me sentaré en tu sofá. Esperaré a que te ocupes de mí.

INES [lanzando ana carcajada)

¡Ah, perra! ¡Al suelo! ¡Revuélcate por el suelo! ¡Y ni s iquiera es guapo!

ESTELLE (a GARCIN) No la escuches. No t iene o jos, no t iene orejas. No cuen-ta.

GARCIN

Te daré lo que pueda. No es mucho. No te amaré: te c o -nozco demasiado.

ESTELLE

¿Me deseas?

GARCIN

Sí.

ESTELLE Es todo lo que quiero.

GARCIN Entonces . . . (Se ¿ncUna ¿oble ella.)

INES ¡Este l le ! iGarcinl ¿Han perdido el j u i c i o? »Yo estoy aqui!

SARCIN Ya l o veo, ¿y qué?

INES

¿Delante de mí? iNo. . . no pueden!

E$T£LLE ¿Por qué? Yo me desvestía delante de nn doncella.

INES {a^eMÁndose a GARCIN) i Déjela! iDéjela! ¡No la toque con esas sucias manos de hombre!

GARCIN {rechazándola violentamente) Vamos: no soy un a r i s tóc ra ta , no me asustaría zurrar una mujer.

INES ¡Usted me lo había prometido, Garcin, Garcin usted je lo había prometido! ¡Se lo sup l ico , me lo había pro®

do!

GARCIN Usted fue quien rompió el pacto.

(INES ¿e desprende y retrocede ha¿ta el iondo de ti

habitación.)

Hagan lo que quieran, son los más fuer tes . Pero recue

den, estoy aquí y los miro. No les qui taré los ojos de -encima, Garcin; tendrá que besarla bajo mi mirada. ¡Cómo los odio a los dos! ¡Amense, ámense! Estamos en el in-f ie rno y ya me l legará el turno.

{Durante la escena que sigue, los mirará sin decir una palabra.1

GARCIN {vuelve hacia ESTELLE y la toma pon. los hombros)

Dame tu boca.

(Lina pausa. Se inclina sobsle ella y bruscamente se ende teza. ~~

ESTELLE (con un gesto de despecho)

¡Ah ! . . . (Una pausa.) Te digo que no le prestes a t e n -ción.

GARCIN No se t ra ta de e l l a . (Una pausa.) Gómez está en el p e -r iód ico . Han cerrado las ventanas; entonces es invierno. Seis meses que me han.. . ¿Te previne que a veces me d is -t raer ía? T i r i t a n , se han dejado las chaquetas... Es gra cioso que tengan tanto f r í o a l l á , y yo tanto ca lor . És-ta vez habla de mí.

ESTELLE

¿Durará mucho? (Una pausa.) Por lo menos cuéntame lo -que dice.

GARCIN

Nada. No cuenta nada. Es un cerdo, eso es todo. (Presta atención.) Un cabrón. ¡Bah! (Vuelve a acercarse a ES-TELLE.) ¿Volvemos a nosotros? ¿Me querrás?

ESTELLE (sonriendo) ¿Quién lo sabe?

GARCIN

¿Tendrás confianza en mí?

ESTELLE Valiente pregunta: estarás constantemente bajo mis -o j o s j n o es con Inés con quien podrás engañarme.

GARCIN Evidentemente . [Um. paiua. SueUa homt*o¿ dlJLSU-

" LLÉ ) Hablaba de otra confianza. (Ucucha. I lAnda, an-da! Di lo que quieras: no estoy ahí para defenderme

f (A ESTELLE ) E s t e l l e , tcena, que entregarme tu con-f ianza.

ESTELLE ¡Cuántas complicaciones! Pero t ienes mi boca, nns bra-zos mi cuerpo entero, y todo podría ser tan senci l lo. . . ¿Si'confianza? Pero si yo no tengo confianza que entre gar- me perturbas horriblemente. iAh! Habrás hecho -una * b u e n a barrabasada para reclamar de ese modo mi con-f ianza.

GARCIN |

Me fus i l a ron .

ESTELLE

Lo sé: te habrás negado a p a r t i r . ¿Y qué?

GARCIN Yo . Yo no me había negado en absoluto. (A -UIVAM-bÚA.) Habla bien, reprueba como es debido, pero no • ce lo que había que hacer. ¿Iba yo a entrar en el desp cho del general para dec i r l e : "Mi general, yo no voy. ; ¡Qué ton ter ía ! Me hubiera metido en chirona i Yo que r ía ser una prueba, un test imonio! No quena que sof ran mi voz. (A ESTELLE.) Tomé... tomé el t ren . Me pe! carón en la f rontera .

ESTELLE ¿A dónde querías i r?

GARCIN

A México. Pensaba abr i r un d ia r io pac i f i s t a . (Un MZcn-(Uo.) Bueno, di algo.

ESTELLE

¿Qué quieres que te diga? Has hecho bien, ya que no -querías luchar. (Ge¿to ¿votado da GARCIN.) Ah, quer i -do, no puedo adivinar lo que tengo que responderte.

INES Mi tesoro, t ienes que dec i r le que huyó como un león. Por que tu querido huyó. Es lo que lo mor t i f i ca .

GARCIN

Fuga, par t ida ; l lámelo como quiera.

ESTELLE

Claro que tenías que hu i r . De haberte quedado, te h u -bieran puesto l a mano encima.

GARCIN

Por supuesto. (Una pauta.) ESTELLE, ¿soy un cobarde?

ESTELLE

Pero no sé nada, amor mío, no estoy en tu pe l le jo . Tií eres el que debe dec id i r .

GARCIN (c.on un getto de. cantado) Yo no decido.

ESTELLE

En f i n , has de recordarlo; deberías de tener razones pa-ra obrar como lo h i c i s te .

GARCIN Sí .

ESTELLE ¿Y?

GARCIN :> ¿pero son ésas l a s verdaderas razones?

ESTELLE {dtepe-ctoda.) iQué complicado eres!

GARCIN Yo quería tes t imon ia r , hab ía . . . habla ref lexionado du--rante micho t iempo. . . ¿Son ésas las verdaderas razones?

. ¡Ah! Ahí está la pregunta. / S o n ésas ^ s verdaderas -razones? Razonabas, no querías comprometerte a l a Uge ra Pero el miedo, él odio y todas las suciedades que -uno ocul ta son t m b l í n razones. Vamos, busca, in ter r f

gate.

GARCIN ¡Cal la! ¿Crees que esperaba tus consejos? Caminaba -por mi celda noche y día. De la ventana a l a p u e r t a e l a puerta a la ventana. Me espíe. Me seguí el rastro. Me parece que pasé una vida entera Í J ^ J ^ 0 - , ^ , qué el acto estaba a l l í . Había. . . Había tomado.e eso era lo seguro. ¿Pero por qué? ¿Por que? Al fina | pensé: mi muerte es l o Que dec id i rá : s i muero limpiamen t e , habré probado que no soy muy cobarde. . .

GARCIN

Mal. (INES lanza una carcajada)

INES ¿Y cómo mor is te , Garcin?

¡Oh' Fue un simple desfa l lec imiento corpora l . No me da vergüenza. Sólo que todo quedó en suspenso para siem -pre. ( ESTELLE.) Ven aquí, t ú . Mírame. Necesito c¡ue alguien me mire mientras hablan de mí en la T ie r ra . Me gustan los ojos verdes.

INES ¿Los ojos verdes? ¡Vean qué cosa! ¿Y a t i , Es te l l e , te gustan los cobardes?

ESTELLE

Si supieras lo poco que a mí me importa eso. Cobarde o no, con t a l que bese bien.

GARCIN

Cabecean mientras chupan los c iga r ros ; se aburren. Pien san: Garcin es un cobarde. Blandamente, débilmente. Cuestión de pensar aunque sea en algo. ¡Garcin es un -cobarde! Eso es lo que han decidido mis compañeros. -Dentro de seis meses d i rán : cobarde como Garcin. Las dos t ienen suer te; nadie piensa ya en ustedes en la Tie r ra . Mi vida es más dura. ~

INES

¿Y su mujer, Garcin?

GARCIN

Bueno, qué, mi mujer. Ha muerto.

INES

¿Ha muerto?

GARCIN

Me habré olvidado de dec i r l o . Acaba de mor i r . Hace a i re dedor de dos meses.

INES

¿De pena?

GARCIN Naturalmente, de pena. ¿De qué quiere usted que haya -muerto? Vamos, todo va bien: la guerra ha terminado, mi mujer ha muerto y yo he entrado en la h i s t o r i a .

(Lanza un tollozo teco y te pata la mano pon. la cana. ESTELLE te cuelga de. ¿I.)

ESTELLE IQuerido, querido mío! ¡Mírame, querido! Tócame, tó-came. [La toma la mano y la pone. en tu pecho. ) Pon tu mano en mi pecho. (GARCIN hace un movimiento pana du prenderse.) Deja l a mano; dé ja la , no te muevas. Morirán uno por uno; qué importa lo que piensen. Olvídalos. So l o quedo yo.

GARCIN (detpn.encU.cndo la mano) El los no me o lv idan. Morirán, pero vendrán ot ros que re cogerán la consigna: les he dejado mi vida entre las ma nos.

ESTELLE

¡Ah, piensas demasiado!

GARCIN .

¿Que hacer, s i no? En otros tiempos obraba. . . ¡Ah! Volver un solo día entre e l l o s . . . , ¡qué mentís! Pero estoy fuera de juego; hacen el balance s in ocuparse de mí, y t ienen razón, ya que estoy muerto. Atrapado como una ra ta . (Ríe.) He caído en el dominio públ ico.

(lina pauta.)

ESTELLE [tuav mente.)

¡Garcin!

GARCIN 4

¿Estás ahí? Bueno, escucha, vas a hacerme un favor. No, no retrocedas. Ya lo sé: te parece raro que puedan

pedi r te ayuda, no estás acostumbrada, Pero si quis ieras si h ic ie ras un esfuerzo, podríamos quizá querernos de verdad. Mira: mil rep i ten que soy un cobarde. ¿Pero qué son mil? íSi hubiera un alma, una so la , que afirma ra con todas sus fuerzas que no he huido, que no pue.do haber huido, que tengo cora je , que soy decente, e s -t o y . . . estoy seguro de que me sa lvar ía ! ¿Quieres creer en mí? Te querr ía más que a mí mismo.

ESTELLE ( r i e n d o )

¡ Id io ta ! ¡Querido i d i o t a ! ¿Piensas que podría querer a un cobarde?

GARCIN

Pero dec ías . . .

ESTELLE

Me burlaba de t i . Me gustan los hombres, Garcín, los -hombres de verdad, de p ie l ruda, de manos fuer tes . No -t ienes mentón de cobarde, no t ienes la boca de un cobar de, no t ienes la voz de un cobarde, tu pelo no es el de un cobarde. Y por tu boca, por tu voz, por tu pelo, es por lo que te quiero.

GARCIN

¿Es c ie r to? ¿Es c i e r t o de veras?

ESTELLE

¿Quieres que te lo jure?

GARCIN

Entonces los desafío a todos, a los de a l l á y a los de aquí, E s t e l l e , saldremos juntos del i n f i e r n o . (INES lan za una carcajada. El te. Interrumpe y la mina.) ¿Qué hay?

INES [riendo)

Pero s i e l l a no cree una palabra de lo que d ice. ¿Cómo puedes ser tan ingenuo? "Es te l l e , ¿soy un cobarde?" ¡Si supieras lo poco que le importa!

ESTELLE i Inés! (A GARCIN.) No la escuches. Si quieres mi con f ianza t ienes que empezar por entregarme la tuya.

INES ¡Pero s í , s í ! Confía en e l l a . Necesita un hombre, pue-des c reer lo , un brazo de hombre alrededor de su talle, un olor de hombre, un deseo de hombre en ojos de hombre

¿En cuanto a lo demás... IAh! El la te d i r í a que eres -, Dios f)adre s i eso pudiera agradarte.

GARCIN

¡Este l le ! ¿Es c ier to? Responde: ¿es c ier to?

ESTELLE ¿Qué quieres que te diga? No comprendo nada de todas • estas h i s to r i as . [Golpea, el meló con el pie.) ¡Qué i r r i t a n t e es todo esto! ¡Aunque fueras un cobarde te-querr ía, vamos! ¿No te basta?

GARCIN [a las dos mujeres} ¡Ustedes me dan asco! •

(Se dlAÁge hacia la puerta.)

ESTELLE ¿Qué haces?

GARCIN

Me voy.

INES (rápido) No i rás l e j os : la puerta está cerrada.

GARCIN Tendrán que a b r i r .

(Opilme el botón del timbre. El timbre no funciona.)

ESTELLE

¡Garcin!

INES (a ESTELLE)

No te inquietes; el timbre está descompuesto.

GARCIN

Les digo que abr i rán. (Golpea la pucAta.) No puedo so-

n« fpmáS' I10 Pü?d° más' (ESTELLE cow hada GAR ¿ 2 < í rechaza.) iVete! Me das más asco que e l l a " todavía. No quiero empantanarme en tus ojos. ¡Eres -húmeda! ¡Eres blanda!. Eres un pulpo, eres una m a r i s -ma. (Golpea en la puerta.) ¿Van a abr i r?

tSTELLE

Garcin, te lo supl ico, no te vayas, no te hablaré más, te dejaré completamente t ranqu i lo , pero no te vayas Inés ha sacado las uñas, no quiero ya quedarme sola ' con e l l a .

GARCIN

Arréglate las. No te pedí que v in ieras .

ESTELLE

¡Cobarde! ¡Cobarde! ¡Oh! ¡Es muy c ie r to que eres co-Darae!

INES (acercándose a ESTELLE)

Bueno, alondra mía, ¿no estás contenta? Me escupiste en la cara para agradarle y nos hemos peleado a causa de e l . Pero se va, el aguafiestas; nos dejará entre mu jeres. —

ESTELLE

Tú no ganarás nada; s i esa puerta se abre, me escapo.

INES

¿Adonde?

ESTELLE

A cualquier parte. Lo más le jos de t i que pueda.

(GARCIN no ha dejado de daA golpe;.s en la puerta.)

GARCIN i Abran! ¡Abran; pues! Lo acepto todo: los borceguíes, el plomo der re t ido , las tenazas, el garrote, todo lo que quema, todo lo que desgarra; quiero s u f r i r de veras. An-tes cien mordiscos, antes el l á t i g o , el v i t r i o l o , que es te padecimiento mental, este fantasma del sufrimiento -que roza, que acar ic ia y nunca hace bastante daño (Aga-IUL el picaporte y lo ¿acude.) ¿Abrirán? (La puer^u abre bruscamente y GARCIN e¿U a punto de caer.) lAh!

(Largo ¿tiendo.)

INES ¿Y qué, Garcin? Váyase.

GARCIN (lentamente) Me pregunto por qué se abrió la puerta.

INES

¿Qué espera? ¡Vaya, vaya pronto!

GARCIN ¿Y tu (ESTELLE no ¿e mueve; INES lanza una carcajada.) ¿Cuál? ¿Cuál de los tres? Hay vía l i b r e , ¿quien nos -retiene? ¡Ah! ¡Es para morirse de r i sa ! Somos insepa-rables.

(ESTELLE ¿alia ¿obre ella.)

ESTELLE ¿Inseparables? ¡Garcin! Ayúdame, ayúdame pronto La arrastraremos afuera y cerraremos la puerta; ya vera.

INES (debatiendo¿e) ¡Este l le ! iEs te l le ! Te lo supl ico, protégeme. iAl co-rredor no, no me arrojes al corredor!

GARCIN

Suéltala.

ESTELLE

Estás loco, e l l a te odia.

GARCIN Por e l l a me he quedado.

(ESTELLE ¿uelto. a INES u ín'ra a GARCIN con estupor.)

INES

¿Por mí? (una pauta.) Sueno, c ie r ra la puerta. Hace -diez veces más calor desde que está ab ier ta . (GARCIN " va hacia le pueMa y la cierna.) ¿Por mí?

GARCIN Sí. Tú S3K'_S lo que es un cobarda.

INES

Sí, lo Sée

GARCIN

Tú sabes lo que es el mal» la vergüenza, el miedo. Hubo días en que te v is te hasta el corazón, y eso te dejaba destrozada Y al día s ig í len te ya r.o sabías que pen-3v, no llegabas y* « desc i f rar la revelación de la .'íspe»... S i , t ' í conoces el precio -'el mal. Y :A dices soy un cobarde, es con conocimiento de ce t a , ¿eh?

INES

GARCIN

A t i es a quien debo convencer: eres de mi raza. ¿Te imaginabas que me i r í a? No podfa dejar te aquí, triunfa t e , con todos esos pensamientos en la cabeza; todos esos pensamientos que me conciernen.

INES

¿Quieres de veras convencerme?

GARCIN Ya no quiero ot ra cosa. Ya no los oigo, ¿sabes? Sin duda porque han terminado conmigo. Se acabó; el asunto está -c l as i f i cado , ya no soy nadie en la T ie r ra , ni siquiera-un cobarde. Inés, estamos solos; sólo quedan ustedes . dos para pensar en mí. El la no cuenta. Pero t ú , tú que me odias, s i me crees, me salvas.

INES

No será f á c i l . Mírame: tengo la cabeza dura.

GARCIN Emplearé todo el tiempo necesario.

INES

¡Oh! Tienes todo el tiempo. Todo el tiempo.

GARCIN [tomándola de. los hombros)

Escucha, cada uno t iene su ob je t i vo , ¿no es c ier to? Yo-me reía del d inero, del amor. Quería ser un hombre. Un-va l ien te . Lo aposté todo al mismo cabal lo. ¿Es posible ser un cobarde cuando se han escogido los caminos más pe l igrosos? ¿Puede juzgarse una vida por un solo acto?

INES

¿Por qué no? Soñaste t r e i n ta años que tenías coraje y te perdonabas mil pequeñas debil idades porque todo está permitido al héroe. ¡Qué cómoda era! Y después, a la -hora del pe l ig ro , te pusieron entre la espada y la pared

144

V- tomaste el tren para México

GARCIN

No soñé ese heroísmo.LO escogí Se es lo q u e se quiere f W

INES

a a í ' i s r s . t g «&»>• - — • ¡ I GARCIN '.<3

ejecutar°m¿ímaactos. P r 0 n t ° N° ^ d Í e ™ ^ -

INES

Se muere siempre demasiado pronto - o dematiarin Y sin embargo la vida está ahí, L r m L ^ razada l a " l inea, hay que hacer la suma. No eres "nada m a ^ q t iu -

GARCIN

¡Víbora! Tienes respuesta para todo.

INES

¡Vamos! ¡Vamos! No pierdas coraje. Ha de serte f á c i l

ras* ¿ r . 7 c ? v & r •

¡ y r s - s i r i s ^ r i , •s™. grandes manos de hombre se abren. ¿Pero qué Roerás? Los

a l te rnat iva^ " e V * ^ ^ C ° n 1aS s ^ s o a l te rna t i va , es preciso convencerme. Te tengo.

ESTELLE

¡Garcin!

145

GARt'N

¿Qué?

ESTELLE Véngate.

GARCIN ¿Cómo?

ESTELLE Bésame, la oirás r u g i r .

GARCIN

Y es c i e r t o , Inés. Me t ienes, pero yo también te tengo.

(Se Platina ¿obre ESTELLE. INES tanza un grito.)

INES ¡Ah! i Cobarde! ¡Cobarde! ¡Anda! ¡Anda a que te con-suelen las mujeres!

ESTELLE ¡Canta, Inés, canta!

INES ¡Qué hermosa pareja! Si vieras su gruesa pata aplastada sobre tu espalda, rozando la carne y la t e l a . Tiene «as-manos mojadas; t ransp i ra . Dejará una marca azul en tu ve; t i do .

ESTELLE ¡Canta! ¡Canta! Estréchame más fuer te contra t i , Garcifl reventará.

INES ¡Sí , hombre, estréchala bien fue r te , estréchala! Mezcla« vuestros calores Es bueno el amor, ¿eh, Garcin7 Ls

m i r ! ° c t cizir°-pero yo te impedi>é d°r-ESTELLE

No la escuches; bésame, soy toda tuya.

INES

Bueno ¿a qué esperas? Haz lo que te dicen- Garcin el cobarde, t iene en sus brazos'a Estel e? ía in ía ? i c i S i S0saveroen n f a p u e s t a s ' 1

¿ G a ^ i n el cobarde ? e aT tud Garcin' U ? S ° y U n a m u l t i t u d > l a ^ t l bardpi U ¿1a 0yes? (^^ando.) ¡Co-~

51 s s u r ¿ - a- Í

GARCIN

¿Pero nunca será de noche?

INES

Nunca.

GARCIN ¿Me verás siempre?

INES

Siempre.

Qabandona a

0 «TELLE y da uno¿ pa¿o¿ por la -nabttación. Se acerca a la estatua.)

GARCIN

La estatua (La acaricia.) íPues bien! Este es el -momento. La estatua está ahf , la contemplo y comprendo

v is to L K ? e l l n f e : n o - 0 3 d i g 0 q u e t o d o "tabaP pre-v is to . Habían previsto que me quedaría delante de esta

chimenea, oprimiendo el bronce con la mano, con todas -esas miradas sobre mí. Todas esas miradas que me devo-ran . . . [Se vuelve bruscamente.) ¡Ah! ¿No sois mas que dos? Os creía mucho más numerosas. (Ríe.) Así que esto es el i n f i e rno . Nunca lo hubiera c re ído . . . ¿Recordáis?: el azufre, la hoguera, la p a r r i l l a . . . ¡Ah! Qué broma. No hay necesidad de p a r r i l l a s ; el in f ie rno son los - -o t ros.

ESTELLE ¡Amor mío!

GARCIN [rechazándola) Déjame. El la está entre nosotros. No puedo amarte -mientras me ve.

(ESTELLE ¡Ah! Pues bien, no nos verá más.

(Toma el conlapapel.es de. la mesa, se precipita sobre. -INES y le. asenta varios golpea.)

INES [debatiéndose, y riéndose.)

¿Qué haces, qué haces, estás loca? Bien sabes que estoy muerta.

ESTELLE ¿Muerta?

[Veja caer el cuchillo. Una pausa. INES recoge el cu-chillo y se golpea con rabia.)

INES ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Muerta! Ni el cuch i l l o , ni el vene no, ni la cuerda. Va está hecho, ¿comprendes? Y esta-mos juntos para siempre.

(Ríe.)

ESTELLE ( lanzando una carcajada)

¡Para siempre, Dios mío, que d iver t ido ! ¡Para siempre!

GARCIN (ríe mirando a las dos) ¡Para siempre!

. JCa^ ¿untados, cada uno en su sofá. Largo silencio. Ve jan de rejji y se miran. GARCIN ¿e levanta.)

GARCIN Pues bien, continuemos.

TELON

IONESCO, EUGÈNE.

nía) d P9 Z ¿ T S C ° n a C 1 ° e " 1 9 1 2 e n S a l t i n a (Ruma • í l e m ? d r e francesa y padre rumano, abandonó en

938 u pa t r ia para establecerse def ini t ivamente en M-ancia, cuyo idioma emplea en una ser ie de obras vanguardistas y subversivas que a part r de 1950 le han ido situando al f rente del nuevo teatro- entre e las, t ^a jT tan te_ca lya , La lecc ión, Las s l i as

oer* e t c . , son las máTlobresal ier. tesT" —

11 Bi l l

OBRA EN ACTO

D E C O R A D O .

Interior de una ca&a Inglesa. Amblente buAguto. Sillona, de entilo ¿hc¡Z£¿. Tarde Inglesa. En un ¿IMÓn, el SEÑOR SMÍTH, en zapatillas Ingluas, cerca de una chimenea Inglesa, fuma A U pipa Ingle&a y lee un pe- -nlódíco lngl¿s. El SEÑOR SMITH tiene un bi-gote pequeño Inglls y lleva ga¿as Inglesen, A ¿u. lado, en otro ¿UULón Inglte, la SEÑORA SMITH, quien está. remendando unos calcetíneJS Ingles e¿.

Hay un látigo ¿líenclo Ingles.

Un /celoj lnglé¿ da diez y ¿lete campana daó Inglesas. ~~

SENORA SMITH.- Ya son las nueve. Hemos comido sopa, pescado patatas con tocino y ensalada inglesa. Los niños han bebido agua inglesa. Esta noche la cena ha sido perfec-ta. Y es porque vivimos en los alrededores de Londres y porque nos apellidamos Smith. (El SEÑOR SMITH está le-yendo el periódico y ¡naciendo ruido¿ con la lengua.) Las patatas con tocino estuvieron exquisi tas y no estaba rancio el aceite de la ensalada inglesa. El aceite del tendero de la esquina es mucho mejor que el de enfrente, y superior a l que venden al otro lado. Pero no quiero decir que el aceite de éstos sea malo. (El SEÑOR SMITH Ugue leyendo el periódico y haciendo ruido6 de satis^ac &con con la lengua.) Sin embargo, el acei te de la t ien~

da de la esquina es el mejor. (Mcómo juzgo del SEÑOR SMITH.) Hoy, Mary ha cocinado muy bien las patatas. La vez an te r io r , no. A mí, las patatas solamente me gustan cuando han cocido mucho. [El SEÑOR SMITH continúa leyu do y haciendo tuxldo¿ con la lengua*} El pescado estaba f resco. Me he chupado los dedos. Repetí dos veces. No, t res . Aunque se que eso me suelta el v ien t re . Tú también lo h i c i s te hasta en tres ocasiones; no obstante, en la últ ima te has servido menos. Yo, en cambio, me l lené el p la to. Esta noche he comido mejor que tú. ¿Có mo es posible? Por lo regular tú comes más. ¿Es que no tienes apeti to? (El SEÑOR SMITH mvpite lo¿ Huido* con la. lengua.) La sopa la encontré un poco salada. La mía tenía más sal que la tuya. También había demasiados pue rros y poca cebol la. Siento mucho no haber aconsejado a Mary q.ue le añadiese un poco de anís escarchado. En la próxima ocasión procuraré no olvidarme. (El SEÑOR SMITH continúa leyendo el penitidico y haciendo luido 6 con la lengua.) A nuestro h i j o , el pequeño, le hubiese gustado beber cerveza, hasta colmarse la panza, se parece a t i . ¿Viste cómo miraba a la botel la? Pero yo le l lené su vaso con agua. Y como tenía sedase la tomó de un trago. He!ene, en cambio, se parece a mí: es buena ama de casa, ordenada, toca el piano. Jamás pide cerveza inglesa. Es igual a nuestra n ie ta , que tan sólo bebe leche y su úni-ca comida es la pap i l l a . En seguida se ve que aún no t iene dos años. Se llama Peggy. La ta r ta de membrillos y habichuelas estaba formidable. Deberíamos haber toma-do con el postre un vasito de "bourgogne" austral iano. Pero no lo puse en la mesa para no dar a los niños el mal ejemplo de la g lotonería. Hay que enseñarles a ser sobrios y mesurados. (El SEÑOR SMITH ¿Igue con ¿a lecXix na y ¿u& mido¿.) La señora Parker conoce a un tendero rumano, llamado Popesco Rosenfeld, que acaba de l legar de Óonstantinopla. Un gran especia l is ta en "yogourt". Es diplomado de la escuela de fabricantes de "yogourt", de Andrinópol is. Mañana i r é a comprar un tar ro grande de "yogourt" rumano f o l k l ó r i c o . No es muy frecuente que tengamos cosas como esas en los alrededores de Londres. (E£ SEÑOR SMITH ¿Igue haciendo lo m¿ómo.) El "yogourt1' es excelente para el estómago, los r iñones, la apendici-

t i s y la apoteósis. Me lo ha dicho el doctor Mackenzie-King. Es quien cuida a los h i jos de nuestros vecinos, los Johns. Un buen médico. Se puede conf iar en é l . Ja más receta otros medicamentos que aquellos que ha experi_ mentado personalmente. Antes de operar del hígado al se ñor Parker, él mismo, s in estar enfermo, se dejó operar del hígado para tener experiencia.

SEÑOR SMITH.- ¿Y cómo es que el doctor está vivo y Parker ha muerto?

SEÑORA SMITH.- Porque la operación del doctor sa l ló bien y la otra no.

SEÑOR SMITH.- Eso praeba que Mackenzie-King no es buen médico. La intervención qui rúrg ica tenía que haber sido f a v o r a -ble para ambos» o de lo contrar io los dos debieron sucum b l r .

SEÑORA SMITH.- ¿Por fué?

SEÑOR SMITH.- Un médico con' conciencia profesional debe morir con el enfermo, s i es que no se pueden curar juntos. El capitán de un barco perece entre las olas con su nave. No la sobrevive.

SEÑORA SMITH.- No podemos comparar un enfermo con un barco.

SEÑOR SMITH.- ¿Cuál es la razón? El barco también t iene sus enfermedades. Por otra parte, tu doctor está tan sano como un navio. He aquí por qué debía haber perecido al mismo tiempo que el enfermo, como el doctor y su barco.

SEÑORA SMITH.- IAh! No había pensado en eso. . . Puede que sea jus to . Y . . . ¿cuál es tu conclusión?

SEÑOR SMITH.- Que todos los médicos no son más que unos char-latanes. Y también los enfermos. La Marina es lo único honesto que hay en Ing la ter ra . *

SEÑORA SMITH.- Pero no los marinos.

SEÑOR SMITH.- Naturalmente. (Pausa. Continua con elperió-dcco.) Hay una cosa que no me expl ico: ¿por qué siem-pre en los per iódicos, se pone la edad de las personas fa l lec idas y jamás aparece la de los recién nacidos? Es algo que no t iene sentido.

SEÑORA SMITH.- Nunca me lo he preguntado. [Pausa. El lato da siete campanadas. Silencio. Suena tAeí> ve.ces el tt loj. Silencio.)

SEÑOR SMITH.- (Sin leen el periódico.) Mira, aquí está es-c r i t o que Bobby Watson se ha muerto.

SEÑORA SMITH.- ¡Dios mío! ¡Pobreci l lo! ¿Y cuándo murió?

SEÑOR SMITH.- ¿Por qué adoptas ese aire de asombro? Tu sa-bes perfectamente que f a l l e c i ó hará dos años. ¿No r e -cuerdas que estuvimos en su ent ier ro hace año y medio?

SEÑORA SMITH.- Claro que me acuerdo. En seguida recordé. Lo que no comprendo es por qué te has extrañado tanto al leer lo en el per iódico.

SEÑOR SMITH.- No está en el per iódico. Hace ya tres años que hablaron de su- muerte. Me ha venido a la memoria por una asociación de ideas.

SEÑORA SMITH.- ¡Qué lást ima! Estaba muy bien conservado.

SEÑOR SMITH.- ¡Era el cadáver más bel lo de la Gran Bretaña! No representaba su edad. iPobre Bobby, hacía cuatro años que había muerto y aún estaba ca l iente! Un verda-dero cadáver con vida. ¡Y que d iver t ido era!

SEÑORA SMITH.- ¡La pobre Bobby!

SEÑOR SMITH.- Tu quieres decir "e l " pobre Bobby.

SEÑORA SMITH.- No, porque es en su mujer en quien pienso. Se llamaba también Bobby, Bobby Watson. Como teman el mismo nombre no se les podía d i s t i ngu i r cuando estaban

juntos. Solamente hasta depués de su muerte lograrnos saber quien era el uno y el o t ro . Y aún ahora, todavía, hay muchas personas que la confunden con el muerto y le dan el pésame. Tu, ¿la conoces? ' '

fÑOR SMITH.- Tan sólo la he v is to una vez, por casualidad, en el ent ier ro de Bobby.

>I-ÑORA S M I T H . - Yo nunca la he v is to . ¿Es bonita?

ÑOR SMITH.- Tiene rasgos correctos y sin embargo no se pue de decir que sea bonita. Es demasiado a l ta y muy robus ta. Sus rasgos no son correctos y s in embargo se puede aecir que es bonita. Es un poco pequeña y muy delgada Es pro fesora de canto. (El reloj da cinco campanadas. PauAa -íarga.)

SEÑORA SMITH.- ¿Y cuándo piensan casarse?

SEÑOR SMITH.- En la primavera próxima, a más tardar.

SEÑORA SMITH.- Seguramente habrá que i r a la boda.

SEÑOR SMITH.- Tendremos que hacerles un regalo. Pero ¿qué les vamos a regalar?

SEÑORA SMITH.- Por qué no les regalarnos una de las s ie te bandejas de plata que nos obsequiaron con motivo de nuestro matrimonio, y que jamás s i rv ieron para nada. [Pausa.) ¡Tiene que ser t r i s t e para e l l a el haberse que dado viuda tan joven!

SEÑOR SMITH.- Afortunadamente no han tenido h i j os .

SEÑORA SMITH.- ¡No les fa l taba más que eso! ¡Hi jos! ¡Qué Hubiese hecho la pobre!

SEÑOR SMITH.- Aún es joven. Puede volver a casarse ¡Le sienta tan bien el lu to !

SEÑORA SMITH.- ¿Más, quién cuidar* de los hi jos? Ya sabes

que tienen una niña y un niño. ¿Cómo se llaman?

SEÑOR SMITH.- Bobby y Bobby, como sus padres. El t í o de Bobby Watson, el v ie jo Bobby Watson, es muy r ico y quie-re mucho al niño. Puede perfectamente encargarse de la educación de Bobby.

SEÑORA SMITH.- Sería lógico. Y la t í a de Bobby Watson la v ie ja Bobby Watson, podría, a su vez, encargarse de la educación de Bobby Watson, la h i ja de Bobby Watson. Y así Bobby, la mamá de Bobby Watson, podría volver a ca-sarse. ¿Sabes si t iene algún pretendiente?

SEÑOR SMITH.- Sí , su primo Bobby Watson.

SEÑORA SMITH.- ¿Quien? ¿Bobby Watson?

SEÑOR SMITH.- ¿De cuál Bobby Watson hablas?

SEÑORA SMITH.- De Bobby Watson, el h i j o del v ie jo Bobby Wat-son, el otro t í o de Bobby Watson, el muerto.

SEÑOR SMITH.- No, no es ése. Es otro. Se t ra ta de Bobby Watson, el h i j o de la v ie ja Bobby Watson, la t í a ae Bobby Watson, el muerto.

SEÑORA SMITH.- ¿Quieres decir., Bobby Watson, el viajante?

SEÑOR SMITH.- Todos los Bobby Watson son viajantes.

SEÑORA SMITH.- iQué profesión tan dura! Sin embargo se hacer! buenos negocios.

SEÑOR SMITH.- Sí , cuando no hay competencia.

SEÑORA SMITH.- ¿Y cuándo no hay competencia?

SEÑOR SMITH.- Los martes, los jueves y los martes.

SEÑORA SMITH.- ¡Ahí Tres días a la semana. ¿Y qué hace Bobby Watson durante ese tiempo?

SEÑOR SMITH.- Descansa, duerme.

SEÑORA SMITH - Y si no tiene competencia en esos tres días ¿por que no trabaja? *

®RSMITH Yo no puedo saberlo todo. Ni tampoco puedo contestar a todas tus preguntas i d io tas .

SEÑORA SMITH.- (Oéendída.) ¿Dices eso para humillarme?

S a b 6 S m ü y b Í 6 n q u e n ° t e n 9 ° e s a

SEÑORA SMITH.- Todos los hombres son iguales. Se pasan el día en ,a casa con el c i g a r r i l l o en la boca, o empolvan-do sin parar 6 ^ ^ 6 5 q U e n ° ^

SEÑOR SMITH.- ¿Y qué d i r ías s i vieras a los hombres hacer lo ^ J a w U i G K e S : f T T constantemente, darse polvos, pin tarse los labios y beber whisky? "

SEÑORA SMITH.- Pues yo me r ío de todo eso. Pero s i lo dices por molestarme a mí no me agrada ese t ipo de bramas y- lo sabes... (Tina lo¿ calceXlnei y ¿e levanta.)

SEÑOR SMITH.~ [Levantándote.. Se acerca a MOL. Tícente) iüh p ichonato mío, por que te pones echa un bas i l i s -

w J l « l m y b í e r \ q u e í e 1 0 digo en broma. ( L a toma pon la antuca y la búa.) iQué r id i cu la pareja de vie jos enamorados hacemos! Vamonos, apaguemos, y a dormif

Enüia MAR'/ .

^ . S 0 V a . c H a d a ' He p a s a d 0 u n a t a r d e muy agradable ' r n n m i ° i n n ?°n U? h 0 m b r e y h e v i s t 0 película

con mujeres. A la salida fuimos a beber aguardiente y 'ecne....Y despues hemos leído el periódico

i 163

SEÑORA SMITH.- Espero que habrá pasado una tarde muy agrada-ble. Que habrá ido al cine con un hombre y que habrán bebido aguardiente y leche.

SEÑOR SMITH.- ¡Y el periódico!

MARY - Los señores, Mart in, sus inv i tados, están en la puer ta. Me esperaban. No osaban entrar solos. Venían a ce-nar con ustedes ésta noche.

SEÑORA SMITH.- iAh! s í , les aguardábamos. Y teníamos ham-bre Como no llegaban ya íbamos a cenar s in el los. No hemos comido nada en todo el día. Usted no debió haber nos dejado solos.

MARY.- Fue usted quien me autor izó para que sal iese.

SEÑORA SMITH.- ¡No lo hice adrede!

MARY.- (Grande carcajada*. Vespués llora. Luego ¿otvUz.I Me he comprado un o r i na l .

SEÑOR SMITH.- Querida Mary, ¿quiere abr i r la puerta y quepa sen los señores Martin? Por favor. Nosotros vamos a cambiarnos de ropa.

LOÓ señoreó SMITH salen por la derecha. MAR.y abra la puerta de la Izquierda, por donde entran los señores MARTIN.

MARY.- (Virlgiíndose a Mos.) ¿Por qué han venido tan tar-de? Son ustedes poco corteses. Hay que l legar puntual mente. ¿Comprenden? No obstante, siéntense y esperen. (Hace mutis.)

Los señores MARTIN se sientan, uno en- -¿rente del otro. No se hablan, solamente se sonríen con timidez.

El diálogo que sigue debe ser dicho en voz baja, monótona, un poco cantando y sin matizar.

SEÑOR MARTIN.- Perdón, señora, pero me parece, s i no me equl voco, que ya la he v is to en alguna parte.

SEÑORA MARTIN.- A mi también, señor, me parece que hemos coincidido en algún lugar.

SEÑOR MARTIN.- Señora, por casualidad, ¿no habrá sido en Man chester? ~

SEÑORA MARTIN.- Es muy posible. Yo son natural de Manches— ter . Más no me acuerdo muy bien, y no podría dec i r le si le v i o no a l l í .

SEÑOR MARTIN.- ¡Dios mío, qué curioso! Señora: también yo soy de Manchester.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso!

SEÑOR MARTIN.- ¡Es curioso! Solamente que yo, señora, he sa l ido de Manchester hace aproximadamente cinco semanas.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! ¡Qué rara coincidencia! Pues yo, señor, también hace aproximadamente cinco semanas que sa l í de Manchester.

SEÑOR MARTIN.- Señora: yo tomé el tren media hora después de las ocho de la mañana, el que l lega a Londres un cuarto de hora antes de las cinco de la tarde.

SEÑORA M A R T I N . - ¡Qué curioso! ¡Qué rara coincidencia! T a m -bién yo, señor, tomé ese t ren.

SEÑOR MARTIN.- ¡Dios mío, qué curioso! Tal vez, señora, la he v is to en el t ren.

SEÑORA MARTIN.- Es muy posible, no está descartado... Puede ser . . . Y, después de todo, ¿por qué no? Mas yo, señor

no recuerdo nada.

SEÑOR MARTIN.- Señora: yo viajaba en un vagón de segunda cía se. No hay segunda clase en Ing la te r ra , mas, a pesar de eso, yo viajaba en segunda.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! ¡Qué rara coincidencia! Tam-bién yo viajaba en segunda clase, mi querido señor.

SEÑOR MARTIN.- ¡Es curioso! Quizá, mi querida señora, nos hayamos encontrado en ese vagón de segunda clase.

SEÑORA MARTIN.- Es muy posible y no está descartado... Pero no me acuerdo muy bien, mi querido señor.

SEÑOR MARTIN.- Mi asiento, señora, estaba en el vagón número ocho, compartimiento sexto.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! Mi asiento, querido señor, también estaba en el vagón número ocho, compartimiento sexto.

SEÑOR MARTIN.- ¡Es curioso! ¡Qué rara coincidencia! Tal vez, mi querida señora, nos hayamos encontrado en el compartimiento sexto.

SEÑORA MARTIN.- Es muy posible. Pero yo, mi querido señor, no me acuerdo.

SEÑOR MARTIN,- A decir verdad, mi querida señora, tampoco yo me acuerdo, más ta l vez, fue a l l í donde nos hayamos v i s to . Y pensándolo bien, el hecho me parece posible.

SEÑORA MARTIN.- ¡Oh! Seguramente, señor, seguramente.

SEÑOR MARTIN.- ¡Es curioso! Yo, mi querida señora, tenía el asiento número t res , cerca de la ven tan i l l a .

SEÑORA MARTIN.- ¡Oh, Dios mío! ¡Qué curioso y querido señor, tenía el asiento numero se is , cerca ae la ven tan i l l a , enfrente de usted.

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh, Dios mío! ¡Qué coincidencia tan c u r i o -sa! Nosotros estábamos el uno frente al o t ro , querida señora. Tal vez fue a l l í donde nos hayamos v i s to .

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! Es muy posib le, señor; pero yo no me acuerdo.

SEÑOR MARTIN.- A decir verdad, mi querida señora, tampoco yo lo recuerdo. Sin embargo, ta l vez nos hayamos v is to en esa ocasión.

SEÑORA MARTIN.- Es posib le, más no estoy completamente segu-ra, señor.

SEÑOR MARTIN.- ¿No fue usted, querida señora, la dama que me rogo que colocara su maleta en la r e j i l l a , que después me dio las gracias y me permit ió que fumase?

SEÑORA MARTIN.- S i . Seguramente f u i yo. ¡Qué curioso v aué coincidencia! J M

SEÑOR MARTIN.- ¡Es curioso! ¡Qué rara coincidencia! Pues bien, señora, t a l vez fue en ese momento cuando nos co-nocimos.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso y qué coincidencia! Es muy po-s ib le , mi querido, señor. Sin embargo, no creo r e c o r -darlo.

SEÑOR MARTIN.- Yo tampoco, señora. (Un b>leve sUenclo. El reloj da las dos y medía.) Desde que llegué a Londres mi querida señora, vivo en la ca l l e de Bromfield.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso y qué raro! También yo, quer i -do señor, desde mi llegada a Londres vivo en la ca l le de Bromfield.

SEÑOR MARTIN.- ¡Es curioso! Entonces, querida señora, t a l vez nos hayamos encontrado en la ca l le de Bromfield.

SEÑORA MARTIN.- ¡Qué curioso! Es muy posib le, querido señor,

pero yo no me acuerdo.

SEÑOR MARTIN.- Yo vivo en el número diez y nueve, querida se ñora.

SEÑORA MARTIN.-iQué curioso! También yo, querido señor, vi-vo en el número diez y nueve.

SEÑOR MARTIN.- ¡Ah!, entonces. . . , entonces. . . , entonces..., nosotros, querida señora, t a l vez, nos hayamos visto en esa casa.

SEÑORA MARTIN.- Es muy posible, pero yo, querido señor, no me acuerdo.

SEÑOR MARTIN.- Querida señora: mi departamento está en el quinto piso. Es el número ocho.

SEÑORA MARTIN.- ÍDios mío, qué curioso! ¡Qué rara coincide^ c ia ! También yo, querido señor, vivo en el quinto piso, en el número ocho.

SEÑOR MARTIN.- [Pensativo.) iEs curioso! iQué rara coinci-dencia! En mi alcoba hay una cama. La cama esta c u -b ier ta con un edredón color verde. Esta alcoba, queri-da señora, con la cama y el edredón, se encuentra al fw do del p a s i l l o , entre el water y la b ib l i o teca .

SEÑORA MARTIN.- iDios mío, qué coincidencia. En mi alcoba, querido señor, también hay una cama con un edredón ver-de, y se encuentra al f i na l del p a s i l l o , entre el water y la b ib l i o teca .

SEÑOR MARTIN.- iQué raro, curioso y extraño! E n t o n c e s , seño ra, nosotros vivimos en el mismo departamento y dora-mos en la misma cama. A l l í es donde ta l vez nos hemos encontrado.

SEÑORA MARTIN.- iQué curioso y qué coincidencial Es muy pO' s i ble que a l l í nos hayamos encontrado, y acaso pueae ber sido anoche. Pero yo, querido señor, no me acuero.

SEÑOR MARTIN.- Yo, mi querida señora, tenao una h i j i t a que vi-ve conmigo. Tiene dos años. Es rubia. Tiene un -ojo blanco y otro ro jo . Es muy bonita. Se llama A l ice .

SEÑORA MARTIN.- iQué rara coincidencia! También yos mi que-rido señor, tengo una h i j a pequeña. Tiene dos años. Un ojo blanco y otro ro jo . Es muy bonita y también se l l a -ma A11 ce.

SEÑOR MARTIN.- [Con la misma voz, baja y monótona.) iEs c u -r ioso! iQué rara coincidencia! Querida señora: t a l vez es la misma.

SEÑORA MARTIN.- iQué curioso! Es muy posib le, querido señor.

Silencio prolongado. El reloj da veintinueve campanadas.

SENOR MARTIN.- (Ve¿pu¿s de reflexlonar largamente, se levan-ta, y, Un pnlsa, te düilge hacia la SEÑORA MARTIN, la cual, sorprendida por el gesto y ademanes solemnes de su marido, también se levanta muy despacio. El tiene la misma voz, rara, monótona y ligeramente, cantarína.) Entonces, querida señora, creo que no hay duda. Noso- -tros ya nos hemos v i s t o . . . y usted es mi esposa... i E l i -zabeth, te vuelvo a encontrar!

SEÑORA MARTIN.- (Se acvica lentamente al SEÑOR MARTIN. Ambos ¿e besan sin expresión. La campanada del reloj tiene que seA tan fuente que haga sobresaltar a los expectado-nes. Ellos dos no oyen nada.) Donald, ¡eres t ú , dar - -l ing!

' S e sientan en el mismo sillón. Se. abra-zan y se quedan dormidos. El reloj da varias campanadas.

Entra MARV. Anda de puntillas. Se pone un dedo en los labios pana pedir silencio.

MARY.- [VirlgUndose al público.} El izabeth y Donald son ahora demasiado fe l i ces para que puedan oírme. Voy a revelar un secreto: El izabeth no es El izabeth y Donald no es Donald. He aquí la prueba: la niña de que habla Donald no es h i j a de El izabeth. No es la misma niña. La h i j i t a de Donald t iene un ojo blanco y o t ro ro jo , igual que la de El izabeth. Pero mientras que la hi ja de Donald t iene el ojo blanco a la derecha y el ro jo a la izqu ierda, la de El izabeth t iene el ojo ro jo a la de recha y el blanco a la izquierda. Por lo t an to , todo el sistema de razonamiento de Donald se viene abajo al chocar con este úl t imo obstáculo, que an iqu i la toda su teo r ía . Donald y E l izabeth , a pesar de las coinciden-cias ext raord inar ias que parecen pruebas tan d e f i n i t i -vas, al no ser los padres de la misma n iña, no son Do-nald y El izabeth. El se f igu ra que es Donald y e l la se cree que es El izabeth. El cree que e l l a es Elizabeth, y e l l a se f i gu ra que él es Donald. Pues b ien, se equi-vocan amargamente. Más, ¿quién es el verdadero Donald? ¿Quién la verdadera Elizabeth? Por consiguiente, ¿quién t iene interés en prolongar esta confusión? Yo no sé nada. No tratemos de saberlo. Dejemos las cosas como están. (Va algunos pasos hacia IR puerta. Se dt-tlene. VUUgUndose al público.) Mi verdadero nombre es Sherlock Holmes. (Hace mutis.)

El fíeloj suena sin interrupción. Ves-pu¿s de algunos Instantes, los señora MAR-TI W se separan y vuelven a los lugares que ocuparon al principio de la escena.

SEÑOR MARTIN.- Olvidemos todo lo que ha pasado entre noso-

t ros , y ahora que nos hemos vuel to a encontrar procure-mos no perdernos de nuevo y vivamos como antes.

SEÑORA MARTIN.- S i , da r l i ng .

Los señores SMITH entran por la dejie-cka. No se han cambiado de ropa.

SEÑORA SMITH.- Buenas noches, queridos amigos. Excúsenos por haberles hecho esperar tanto tiempo. Mas creímos que debíamos rend i r les los honores que ustedes se mere-cen. Y desde que supimos que deseaban proporcionarnos el placer de venir a nuestra casa. Sin anunciar su v i -s i t a , nos hemos apresurado a ponernos nuestros t ra jes de gala.

SEÑOR SMITH.- [furioso.) No hemos comido nada en todo el día. Hace cuatro horas que los estamos esperando. ¿Por qué se han retrasado?

Los señores SMJTH se sientan enfrente de sus visitantes.

La campana del reloj subraya las repli-cas con más o menos fuerza según el caso.

Los señores MARTIN, sobre todo ella, tienen una acliXud embarazosa y tímida. Por este motivo la conversación se desarrolla di

/{¡Icllmente, y las palabras, al principio, se • pronuncian con escuerzo. Silencio prolonga-

do, molesto. Vespués otros silencios y mono_ sílabos de todos los presentes.

SEÑOR SMITH. - Hum. (SiX-encA.o.)

SEÑORA SMITH.- Hum, hum .SUencic.

SEÑORA MARTIN.- Hum, hum, hum. [Silencio.)

SEÑOR MARTIN.- Hum, hum, hum, hum. {Seténelo.

SEÑORA MARTIN.- iOh!, decididamente. [Silencio.)

SEÑOR MARTIN.- Estamos muy resfr iados. (S i l enc io . )

SEÑOR SMITH.- Sin embargo no hace f r í o . (S i l enc io . !

SEÑORA SMITH.- No hay corrientes de a i re . (Si lencio.)

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh!, afortunadamente. [S i l enc io . )

SEÑORA SMITH.- iAh! Ah, ay, ay. (S i l enc io . )

SEÑOR MARTIN.- ¿Está usted disgustado? (Silencio.)

SEÑORA SMITH.- No, se aburre. [Silencio.)

SEÑORA MARTIN.- iOh, señor! a su edad, no debería. ¡Sclencíc,

SEÑOR SMITH.- El corazón no tiene edad. (Silencio.)

SEÑOR MARTIN.- Es c ie r to . [Silencio.)

SEÑORA SMITH.- Eso dicen. (Silencio.)

SEÑORA MARTIN.- También se dice lo contrar io. (Silencio.)

SEÑOR SMITH.- La verdad está entre las dos opiniones. (Silencio.)

SEÑOR MARTIN.- Exacto. (Silencio.)

SEÑORA SMITH.- [VlnlgUndose a los señores MARTIN.) Ustedes que han viajado tanto deberían tener cosas interesantes

que contarnos.

SEÑOR MARTIN.- (A su mujan., Di, querida, ¿qué has v is to hoy?

SEÑORA MARTIN.- No merece la pena, no me creerían.

SEÑOR SMITH.- Nosotros no vamos a poner en duda sus palabras.

SEÑORA SMITH.- Sólo el pensarlo nos ofende.

SEÑOR MARTIN.- (A su mujer.) Les ofenderías, querida si-lo pensaras.

SEÑORA MARTIN.- [Gnaclosa.) Pues bien, hoy he presenciado una cosa extraordinar ia. Algo increíb le.

SEÑOR MARTIN.- Dilo pronto, querida.

SEÑOR SMITH.- Nos vamos a d i v e r t i r .

SEÑORA SMITH.- ¡Por f i n !

SEÑORA MARTIN.-Pues bien, hoy, al i r al mercado para comprar legumbres, que cada día están más caras.

SEÑORA SMITH.- No se sabe a dónde iremos a parar.

SEÑOR SMITH.- No hay que interrumpir querida.

SEÑORA MARTIN.- He v is to , en la ca l le , al lado de un café, a un hombre, aparentemente bien vestido, de unos cincuen-ta años de edad. . . , qu ien. . .

SEÑOR SMITH.- ¿Quién?

SEÑORA S M I T H . - ¿Qué?

SENOR SMITH.- (A su mujer.) No interrumpas, querida. Eres insoportable.

SEÑORA SMITH.- Pero querido ST eres tú quien ha interrumpido primero. Bruto.

SEÑOR MARTIN.- Chitón. (A su mujer.) ¿Qué hacía ese hombre?

SEÑORA MARTIN.- Van a decir que lo i n v e n t o . . . . Tenía una ro-d i l l a en t i e r r a y estaba agachado.

SEÑOR MARTIN.- (A un tiempo los tres.) ¡Oh!

SEÑOR SMITH.- ¡Oh!

SEÑORA SMITH.- ¡Oh!

SEÑORA MARTIN.- S í , agachado.

SEÑORA SMITH.- Imposible.

M i

m i i l

SEÑORA MARTIN.- Sí , agachado. Me acerqué a él para ver lo que estaba haciendo.

F*J i SEÑOR SMITH.- ¿Y qué?

SEÑORA MARTIN.- Se ataba los cordones de su zapato que se le habían a f lo jado .

SEÑOR MARTIN.- {A un tiempo los tres.) ¡Fantást ico!

SEÑOR SMITH.- ¡Fantást ico!

SEÑORA SMITH.- ¡Fantást ico!

SEÑOR SMITH.- Si no fuese porque usted lo d ice , no lo c reer ía .

SEÑOR'MARTIN.- ¿Por qué? Se ven cosas aün más extraordina r i as cuando se anda por la c a l l e . Por ejemplo, hoy rn mo, he v i s to en el Metro un hombre sentado en una ban queta que le ía tranquilamente el per iód ico.

SEÑORA SMITH.- ¡Qué o r i g i n a l !

SEÑOR SMITH.- Tal vez era el mismo.

Suena la campanilla de la puerta exterior de la casa.

SEÑOR SMITH.- Caramba, han llamado.

SEÑORA SMITH - Será alguien. Voy a ver. (Abre y reqresa.) Nadie. [Se sienta en su lagar.)

SEÑOR MARTIN.- [Quien se ha ollvldado de lo que ataba di-ciendo.) ¿Eh.. .?

SEÑORA MARTIN.- Estabas diciendo que ibas a contar ot ro caso.

SEÑOR MARTIN.- ¡Ah!, s i . . .

Suena la campanilla de la puerta exterior de la casa.

¿EÑOR SMITH.- Caramba, han llamado.

SEÑORA SMITH.- Ya no abro más.

SEÑOR SMITH.- Debe ser alguien.

SEÑORA SMITH.- La primera vez no había nadie. La segunda tampoco. ¿Por qué crees que ahora debe de haber a l -guien?

SEÑOR. S M I T H . - Porque han llamado.

SEÑORA MARTIN.- Esa no es una razón.

SEÑOR MARTIN.- ¿Cómo? Cuando llaman en la puerta es que hay alguien a la puerta, que llama para que le abran la puerta.

SEÑORA MARTIN.- No siempre, ya acaban de ver lo .

SEÑOR MARTIN.- La mayoría de las veces, s í .

SEÑOR SMITH.- Yo cuando voy a cualquier casa llamo para en-t r a r . Y pienso que todo el mundo hace lo mismo, y que cada vez que llaman es que hay alguien,

SEÑORA SMITH.- Eso es verdad en teo r ía , pero en la realidad las cosas suceden de ot ra manera, lo acabas de ver.

SEÑORA MARTIN.- Su mujer t iene razón.

SEÑOR MARTIN.- iOh! ustedes, las mujeres, siempre se defien-den las unas a las o t ras .

SEÑORA SMITH.- Bien, no obstante, i r é a ver. No quiero que digas que soy testaruda, pero ya verás como no hay nadie (Abre la puetáa y la cierra.) ¿Te convences? No hay nadie. (Se sienta en ta logan.) ¡Ahí éstos hombres que siempre quieren tener razón y que siempre se equivocan.

Llaman otra vez en la puerta.

SEÑOR SMITH.- Caramba, han llamado. Debe ser alguien.

SEÑORA SMITH.-(Colírica.) No abr i ré la puerta. Ya has viste que es i n ú t i l . La experiencia nos enseña que siempre que llaman en la puerta jamás hay alguien.

SEÑORA MARTIN.- Jamás.

SEÑOR MARTIN.- Eso no es seguro.

SEÑOR SMITH.- Es inc luso, fa lso . La mayor parte de las vece* cuando llaman en la puerta es que hay alguien.

SEÑORA SMITH.- No quieres dar tu brazo a to rce r .

SEÑORA MARTIN.- Mi marido también es así de terco.

SEÑOR SMITH.- Hay alguien.

SEÑOR MARTIN.- No es imposible.

SEÑORA SMITH.- (A su marido.) No.

SEÑOR SMITH.- Sí.

SEÑORA SMITH.- Te digo que no. Pero de todas formas no vas a molestarme s in motivo. Y s i quieres saber lo que ocurre ve tú mismo a ver lo .

SEÑOR SMITH.- I r é . {La SEÑORA SMITH se encoje, de hombros y la SEÑORA MARTIN mueve la cabeza. El SEÑOR SMITH va y abre.) ¡Ah! how do you d o . . . {Mira a la SEÑORA SMITH y a los señores MARTIN, quienes están sorprendidos.) i El capitán de bomberos!

BOMBERO.- (Con un enorme casco brillante y de uniforme.) Bue-nos días, señoras y señores. (Los presentes están toda-vía algo asombrados. La SEÑORA SMITH, enfadada, vuelve la cabeza y no contesta el saludo.) Buenos días, señora Smith. Tiene usted aspecto de estar enfadada.

SEÑORA SMITH.- ¡Oh!

SEÑOR SMITH.- Es que mi mujer . . . se siente un poco humillada por no haber tenido razón.

SEñOR MARTIN.- Ha habido, señor capitán de bomberos, una con-troversia entre los señores Smith.

SEÑORA SMITH.- [Al SEÑOR MARTIN.) Eso a usted no le importa. (A su marido.) Te ruego que no mezcles a los extraños en nuestras querellas fami l ia res .

SEÑOR SMITH.- ¡Oh!, querida, eso no t iene importancia. El capitán es un antiguo amigo de la casa. Su madre me hi zo la cor te , y conocí a su padre, el cual me pid ió la mano de mi h i j a para casarse con e l l a , cuando yo tuvie-se una. Y se murió esperando.

SEÑOR MARTIN.- De eso ninguno de los dos t iene culpa.

BOMBERO.- Veamos, ¿de qué se t rata?

SEÑORA SMITH.- Mi marido pretendía.

SEÑOR SMITH.- No, eras tú quien pretendía.

SEÑOR MARTIN.- Sí , era e l l a .

SEÑORA MARTIN.- No, era é l .

BOMBERO.- No se pongan nerviosos. Hable, señora Smith.

SEÑORA SMITH.- Pues bien, se lo contaré. Me disgusta mucho hablar le francamente, pero un bombero es también un con-fesor.

BOMBERO.- Continúe.

SEÑORA SMITH.- Discutíamos porque mi marido decía que cuando llaman en la puerta es que siempre hay alguien a la puer ta .

SEÑOR MARTIN.- Lo cual es p lausib le.

SEÑORA SMITH.- Y yo decía que cada vez que llaman es que no hay nadie.

SEÑORA MARTIN.- La cosa puede parecer extraña.

SEÑORA SMITH.- Mas está comprobado, no por demostraciones teór icas, sino por los hechos.

SEROR SMITH.- Es fa lso , puesto que el bombero se encuentra aquí. Llamó, abrí y estaba a la puerta.

SEÑORA MARTIN.- ¿Cuándo?

SEÑOR MARTIN.- Hace un instante.

SEÑORA SMITH.- Sí , pero hasta después de haberse oído la l i e mada por cuarta vez fue cuando encontramos a alguien. Y la cuarta vez no cuenta.

SEÑORA MARTIN.- Naturalmente. Sólo cuentan las t res p r ime-ras.

SEÑOR SMITH.- Señor capitán, permítame que también yo le ha-ga algunas preguntas.

BOMBERO.- De acuerdo, comience.

SEÑOR SMITH.- Cuando abrí y le v i , ¿era usted quien había 11 mado?

BOMBERO.- Sí , era yo.

SEÑOR MARTIN.- ¿Estaba a la puerta? ¿Llamaba para entrar?

BOMBERO.- No lo niego.

SEÑOR SMITH.- (A su mujer, con acento victorioso.) ¿Lo ves? Yo tenía razón. Cuando se oye llamar en la puerta es que alguien llama. Y tu no puedes decir que el capitán no es alguien.

SEÑORA SMITH.- Indiscutiblemente. Pero te rep i to que hablo tan sólo de las tres primeras llamadas, puesto que la cuarta no cuenta.

SEÑORA MARTIN.- Y cuando llamaron la primera vez, ¿era usted!

BOMBERO.- No, no era yo.

SEÑORA MARTIN.- Lo ven ustedes. Llamaban y no había nadie.

SEÑOR MARTIN.- Pudo haber sido otro.

SEÑORA SMITH.- ¿Cuánto tiempo hacía que estaba usted a la puerta?

BOMBERO.- Tres cuartos de hora.

SEÑOR SMITH.- ¿Y no vio a nadie?

BOMBERO.- A nadie, puedo asegurarlo.

SEÑORA MARTIN.- ¿Oyó usted la segunda llamada?

BOMBERO.- Sí, y tampoco fu i yo. Y, además, no había nadie.

SEÑORA SMITH.- ¡V ic tor ia ! Yo llevaba razón.

SEÑOR SMITH.- (A ¿u mujer.) No vayas tan aprisa. {Ai BOMBE-RO) ¿V qué hacía usted a la puerta?

BOMBERO.- Nada. Estaba a l l í . Pensaba en muchas cosas...

SEÑOR MARTIN.- (Ai BOMBERO.) Pero la tercera vez. . . ¿No fue usted quien llamó?

BOMBERO.- Sí.

SEÑOR SMITH.- Pero al abr i r no le vimos.

BOMBERO.- Me había escondido.. . , para reírme.

SEÑOR SMITH.- No se r í a , señor capitán. El asunto es demasi do t r i s t e .

SEÑORA SMITH.- Nunca hay nadie.

SEÑOR SMITH.- Siempre hay alouien

SEÑOR MARTIN.- Eso me parece lógico.

SEÑORA MARTIN.- También a mí.

TSTS beso?°SaS ^ ^ —

SEÑORA SMITH.- Ya nos hemos besado antes.

SEÑOR MARTIN.- Se besarán mañana. Tienen tiempo de sobra.

S E S 0 R a c l a í I r - í n d f ° r , C a P U á n ' y a q i ¡ e u s t e d ayudado a siéntese un momento^°n9aSe ^ ^ e l y 9

BOMBERODispénseme, pero no puedo estarme mucho rato De buena gana me qui tar ía el casco, más no tengo lempo pa-ra a t a r m e . (5e ¿ ^ a Un qwUcLUe el CMCo ) T e s con fieso que he ven do a su casa por un motivo d t i n t o 5 toy aquí en misión de serv ic io.

SEÑORA SMITH V nosotros también a su serv ic io. ¿V en qué podemos serv i r le? e f l

BOMBERO.- Les ruego que disculpen mi ind iscrec ión. . . [Cohibi-do. Señala con et dedo a los señora MARTIN.) ¿puedo"

¿delante de e l l o s . . . ? ¿pueuo.

^ m MARTIN.- No se cohiba usted.

SEÑOR MARTIN.- Somos viejos amigos. Nos cuentan todo.

SEÑOR SMITH.- Hable.

BOMBERO.- Pues bien, ¿hay fuego en su casa?

SEÑORA SMITH.- ¿Por qué nos lo pregunta?

BOMBERO.- Porque... , perdóneme, tengo orden de ext inguir to-dos los incendios de la ciudad.

sboRA MARTIN.- ¿Todos?

fiOMBERO.- Sí , todos.

SEÑORA SMITH.- [Confusa.) No s é . . . , creo que no. ¿Quiere usted que vaya a cerciorarme?

SEÑOR SMITH.- {Resoplando.) No debe de haber. No huele a chamusquina.

BOMBERO.- [Vesolado.) Nada. ¿No tienen un incendio pequeño, en la chimenea; algo que se queme en el desván o en la bodega? Aunque sea un conato de incendio.

SEÑORA SMITH.- Escúcheme; no quiero causarle ningún disgusto, pero creo que por el momento no hay ninguno en nuestra casa. Le prometo avisar le en cuanto haya algo.

BOMBERO.- No se le o lv ide, me hará un gran favor.

SEÑORA SMITH.- Prometido.

BOMBERO.-(A loó señores MARTIN.) ¿Y en su casa, tampoco, se quema nada?

SEÑORA MARTIN.- Desgraciadamente, no.

SEÑOR MARTIN.- {Al BOMBERO.) En este momento todos los negó-* cios van bastante mal.

BOMBERO.- Muy mal. No hay casi ninguno. Algún petardo, una chimenea una granja. Cosas sin importancia. No se ga-na nada. Y como no hay rendimiento, la prima de la pro ducción es muy baja. ~

SEÑOR SMITH.- Todo marcha mal. En todas partes es igual . Este año, el comercio y la agr icul tura están casi peor que los fuegos.

SEÑOR MARTIN.- Nada de t r i g o , nada de fuego.

BOMBERO.- Ni inundaciones.

SEÑORA SMITH.- Pero hay azúcar.

SEÑOR SMITH.- Porque la traen del extranjero.

SEÑORA SMITH.- Para los incendios es más d i f í c i l , hay dema-siados impuestos.

BOMBERO.- De cualquier forma, aunque muy raramente, tenemos uno o dos asfixiados con gas. La semana pasada se a s -f i x i ó una mujer joven. Dejó abierto el gas.

SEÑORA MARTIN.- ¿Se olvidó cerrar la l lave?

BOMBERO.- No, pero creyó que era su peine.

SEÑOR SMITH.- Estas confusiones son siempre peligrosas.

SEÑORA SMITH.- ¿Ya ha ido usted a ver a los fabricantes de cer i l las?

BOMBERO.- tío hay nada que hacer. Están asegurados contra in cendios. -

SEÑOR M A R T Í N . . Vaya usted a ver, de mi parte, al v icar io de Wakef-ield.

BOMBERO.- Yo no tengo derecho para ext inguir el fuego en ca-sa de los sacerdotes. El Obispo se enfadaría. Ellos

mismos apagan su fuego o hacen que lo extingan las ves-ta les.

SEÑOR SMITH.- Intente ver si hay algo en casa del señor Durand.

BOMBERO.- Tampoco puedo. No es inglés. Solamente está natu ra l izado. Y los naturalizados tienen derecho de poseer casas, pero no de que se las apaguen si se incendian.

SEÑORA SMITH.- Sin embargo cuando hubo fuego el año pasado bien que lo apagaron.

BOMBERO.- Lo hizo él solo. Clandestinamente. Y no seré yo quien lo denuncie.

SEÑOR SMITH.- Ni yo.

SEÑORA SMITH.- Señor capitán, como no t iene pr isa quédese un ra to . Nos agradaría mucho.

BOMBERO.- ¿Quieren ustedes que les cuente anécdotas?

SEÑORA SMITH.- Naturalmente. Es usted encantador. (Le bm.\

SEÑOR SMITH, SEÑORA Y SEÑOR MARTIN.- Sí , s í , anécdotas. ¡Bravo! (Aplauden.)

SEÑOR SMITH.- Y lo que es más interesante en las historias* los bomberos es que todas son verdaderas, vividas.

BOMBERO.- Yo hablo de cosas que he experimentado personalmen-te. La naturaleza, tan sólo la naturaleza, nada de li-bros.

SEÑOR MARTIN.- Exacto. La verdad jamás se encuentra en los l i b ros , si no en la vida.

SEÑORA SMITH.- Empiece.

SEÑOR MARTIN.- Empiece.

SEÑORA MARTIN.- Si lencio. Empieza.

BOMBERO.- (Tose varias veces.) Discúlpenme. No me miren de ese modo. Me cohiben. Ya saben que soy t ímido.

SEÑORA SMITH.- Es encantador. (Le besa.,

BOMBERO.-.No obstante, voy a t ra ta r de comenzar. Mas promé-tanme no escuchar.

SEÑORA MARTIN.- Pero si no escuchamos no le oiremos.

BOMBERO.- No lo había pensado.

SEÑORA SMITH.- Ya les había dicho: es un niño.

SEÑOR MARTIN y SEÑOR SMITH.- ¡Oh, querido niño! (La besan.)

SEÑORA MARTIN.- Valor.

BOMBERO.- A l l á voy. (Tose una vez mas. Vespu¿s comienza con voz que la emoción hace temblar.} "El per ro y el buey", fábula experimental. Una vez otro buey pregunta ba a otro perro "¿por qué te has tragado tu trompa?" ~ "Perdón, contestó el perro, fue porque creí oue era un e lefante" .

SEÑORA MARTIN.- ¿Cuál es la moraleja?

BOMBERO.- A ustedes corresponde el encontrarla.

SEÑOR SMITH.- Lleva razón.

SEÑORA SMITH.- (furiosa.) Otra.

BOMBERO.- Un becerr i to que había comido v id r io molido tuvo que pa r i r . Y t r a j o al mundo una vaca. Sin embargo, co como el becerro era macho, la vaquita no podía l lamarle "mamá", tampoco podía dec i r le "papá", porque el ta l be-cerro era muy pequeño. El becerro fué obligado a casar se con una persona, y la Alcaldía tomo las medidas de--

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ti 5 §

1 Iti hi

cretadas por las circunstancias y cosas por el est i lo

SEÑOR SMITH.- Al e s t i l o de Caen.

SEÑOR MARTIN.- Como los ca l los .

BOMBERO.- ¿Ya la conocían?

SEÑORA SMITH.- Está en todos los periódicos.

SEÑOR MARTIN.- Eso ocurr ió no muy le jos de nuestra casa.

BOMBERO.- Quiero decir les o t ra . "El ga l l o " . Una vez un ga-l l o pretendió hacer de un perro, más no tuvo suerte, pues se le reconocía en seguida.

SEÑORA SMITH.- Por el cont rar io , el perro que quiso hacer de gal lo jamás fue reconocido.

SEÑOR SMITH.- Cuando llegue mi turno d i ré una. "La serpien-te y la zorra". Cierta vez, una serpiente, acercándose a una zorra, le d i j o : "me parece que la conozco". La zorra contestó: "también yo" . "Entonces, repl ico la serpiente, deme usted dinero". "Una zorra nunca da di-nero", respondió el astuto animal, el cual para escapar se sa l tó a un va l le profundo l leno de fresales y miel de ga l l i na . La serpiente ya la esperaba riéndose mefis tofél icamente. La zorra sacó su cuch i l l o , aul lo un te voy a enseñar a v i v i r " , y luego huyó, volviendo la es-palda. No tuvo suerte. La serpiente, fue más viva. Con un puñetazo, muy bien d i r i g i d o , golpeó a la zorra en plena cara, rompiéndosela en mil pedazos. Al mismo tiempo g r i t ó : "no, no. Cuatro veces no. Yo no soy tu

/ h i j a " .

SEÑORA MARTIN.- Es interesante.

SEÑORA SMITH.- No está mal.

SEÑOR MARTIN.- (E¿trochando la mano al SEÑOR SMITH.) Mis fe

l i c i tac iones .

BOMBERO.- ICeZo&o.) No es muy buena. Además, yo ya la cono cía. -

SEÑOR SMITH.- Es t e r r i b l e .

SEÑORA SMITH.- Pero eso no ha ocurr ido.

SEÑORA MARTIN.- Sí , desgraciadamente.

SEÑOR MARTIN.- (A la SEÑORA SMITH. j Ahora le toca a usted.

SEÑORA SMITH.- Yo sólo se una. Voy a dec i r la . Se t i t u l a "El rami l l e te " .

SEÑOR SMITH.- Mi mujer siempre ha sido romántica.

SEÑOR MARTIN.- Es una verdadera inglesa.

SEÑORA SMITH.- En una ocasión, un novio había llevado un ra-m i l l e te de f lo res a su novia, quien le d i j o "gracias" pero antes que e l l a le hubiese dicho "grac ias" , él s in pronunciar una sola palabra, cogió las f l o r e s , que le había entregado para darle una lección, y diciendo " las vuelvo a coger", le d i j o "adiós" al tomarlas, y se ale-jo por aquí, por a l l á .

SEÑOR MARTIN.- ¡Oh!, es encantador. (Beóa o no a la SEÑORA SMITH.)

SEÑORA MARTIN.- Señor Smith, usted t iene una mujer de la que todo el mundo está celoso.

SEÑOR SMITH.- Cierto. Mi mujer es la in te l igenc ia misma. Incluso más que yo. De cualquier forma, es más femeni-na. Todos lo dicen. ~

SEÑORA SMITH.- [Al BOMBERO.) Otras más, capitán.

BOMBERO.- ¡Oh, no! , es muy tarde.

SEÑOR SMITH.- No importa, dígala.

BOMBERO.- Estoy muy cansado.

SEÑOR SMITH.- Háganos ese serv ic io .

SEÑOR MARTIN.- Se lo ruego.

BOMBERO.- No.

SEÑOR MARTIN.- Tiene usted un corazón de h ie lo . Y nosotros estamos sobre ascuas.

SEÑORA SMIIH.- (Cae o no de rodillas, delante del BOMBERO, sollozando.) Yo se lo supl ico.

BOMBERO.- Sea.

SEÑOR SMITH.- [Al oido de la SEÑORA MARTIN.) Acepta. Va a continuar fastidiándonos.

SEÑORA MARTIN.- Chist.

SEÑORA SMITH.- Mala suerte, se lo pedí con demasiada educa-ción. . .

BOMBERO.- "El catarro" . Mi cuñado tenía, por el lado pater-no, un primo hermano, cuyo t í o materno tenía un suegro, cuyo abuelo paterno se había casado en segundas nupcias con una joven indígena, cuyo hermano había encontrado en uno de sus viajes a una muchacha de la que se enamo-ró y con la cual tuvo un h i j o que se casó con una fam céutica in t rép ida , la cual no era sino la sobrina de un desconocido contra-maestre de la Marina br i ta mea, cuyo padre adoptivo tenía una t í a que hablaba con facilidad el español y que seguramente era una de las nietas de un ingeniero, muerto muy joven, nieto a su vez de un pro p ie ta r io de viñedos que daban un vino bastante mediocre, pero que tenía un primo segundo, de costumbres caseras y brigada del E jé r c i t o , cuyo h i j o se había casado con una muchacha muy joven y bonita que era divorciada.

yo primer marido era h i j o de un sincero pa t r io ta que ha-bía sabido educar, con el deseo de hacer for tuna, a una de sus h i jas que estuvo a punto de casarse con un "boto-nes" que había conocido a Rothschild, cuyo hermano, des-pues de haber cambiado muchas veces de o f i c i o , se casó y tuvo una niña, cuyo bisabuelo, que era un ser enfermi-zo y que usaba unas gafas que le había dado un primo su-yo, cunado de un portugués, h i j o natural de un molinero no muy pobre, cuyo hermano de leche e l i g i ó por esposa a la h i j a de un antiguo médico r u r a l , a su vez hermano de leche del h i j o de un lechero, también h i j o natural de otro medico r u r a l , casado tres veces consecutivas, cuya tercera mujer . . .

SEÑOR SMITH.- Si no me equivoco yo he conocido a esa tercera mujer. Comía po l lo en un avispero.

BOMBERO.- No es la misma.

SEÑORA SMITH.- Chist .

BOMBERO.- D igo . . . , que la tercera mujer era h i j a de la mejor comadrona de la región, y que viuda, todavía joven . . .

SEÑOR SMITH.- Como mi mujer.

BOMBERO.- Se volv ió a casar con un v i d r i e ro , hombre entusias ta que le hizo un niño a la h i j a de un Jefe de Estación cuyo niño, que supo abr irse camino en la v ida, se casó con una verdulera del mercado, cuyo padre tenía un her-mano, alcalde de un pueblecito y que estaba casado con una i n s t i t u t r i z rubia, cuyo primo, un pescador de caña, se había casado con otra i n s t i t u t r i z rub ia , que también se llamaba Marie, cuyo hermano se había casado con otra Marie, que también era i n s t i t u t r i z y r u b i a . . .

SEÑOR SMITH.- Siendo rubia no puede ser otra que Marie.

BOMBERO.- Cuyo padre fue educado en el Canadá por una v ie ja que era sobrina de un cura, cuya abuela, algunas veces en invierno agarraba un catarro como todo el mundo.

SEÑORA SMITH.- H is tor ia muy curiosa. Casi inc re íb le .

SEÑOR MARTIN.- Cuando nos acatarramos, hay que abrigarse.

SEÑOR SMITH.- Es una procupación i n ú t i l , pero absolutamente necesaria.

SEÑORA MARTIN.- Perdóneme, señor capitán, más no he entendido muy bien esa h i s t o r i a . Al f i n a l , cuando l lega a la abue la del cura, está un poco enredada.

SEÑOR SMITH.- Siempre se enreda uno entre las patas del cura,

SEÑORA SMITH.- iOh, s í ! Vuelva a empezar. Todos se lo pedi-mos.

BOMBERO.- No se si podré. Estoy en misión de serv ic io . De-pende de la hora que sea.

SEÑORA SMITH.- En ésta casa no tenemos hora.

BOMBERO.- ¿Y ese re lo j?

SEÑOR SMITH.- Marcha mal. Tiene esp í r i t u de contradicción. Siempre indica la hora cont rar ia .

Entra MARV.

MARY.- Señora. . . , Señor...

SEÑORA SMITH.- ¿Qué quiere usted?

SEÑOR SMITH.- ¿A qué viene?

MARY.- Que la señora y el señor me perdonden..., y también éstas damas y caba l le ros . . . Qu is ie ra . . . qu is ie ra . . . a mi vez . . . contarles una anécdota...

SEÑORA MARTIN.- ¿Qué está usted diciendo?

SEÑOR MARTIN - Creo que la criada de nuestros amigos se ha vuelto l oca . . . iTambién quiere contar una anécdota!

BOMBERO.- ¿Pero quien se ha creído que es? (La mira.) ¡Oh

SEÑORA SMITH.- ¿Por que se mete en lo que no le importa?

SEÑOR SMITH.- Mary, este no es su lugar.

BOMBERO.- ¡Oh! ¡Pero si es e l l a ! ¡Imposible!

SEÑOR SMITH.- Y usted.

MARY.- ¡No es posible! ¿Aquí?

SEÑORA SMITH.- ¿Qué quiere decir todo esto?

SEÑOR SMITH.- ¿Son ustedes amigos?

BOMBERO.- i Y de que modo! (MARV <se abraza al auMo del BOMBERO.)

MARY.- Soy f e l i z al verle de nuevo. ¡Por f i n !

SEÑORA Y SEÑOR SMITH.- ¡Oh!

SEÑOR SMITH.- Esto es muy grave, aquí, en nuestra casa, en los alrededores de Londres.

SEÑORA SMITH.- No es correcto.

BOMBERO.- Fué e l l a quien ext inguió mis primeros fuegos.

MARY.- Soy su chor r i to de agua.

SEÑOR MARTIN.- Si es así , queridos amigos, estos sentimien tos son expl icables, humanos, honorables.

PEÑORA MARTIN.- Todo lo que es humano es honorable.

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SEÑORA SMITH.- De todas formas, no me gusta ver la aquí, en-t re nosotros. . .

SEÑOR SMITH.- No posee la educación apropiada.

BOMBERO.- ¡Oh!, Ustedes tienen demasiados p re ju i c ios .

SEÑORA MARTIN.- Yo creo, aunque esto no me atañe que en resu midas cuentas una cr iada, no es más que una criada.

SEÑOR MARTIN.- Aunque e l l a , algunas veces, puede hacer un ex-celente detect ive.

BOMBERO.- lAMARV.) Suéltame.

MARY.- No se preocupe... No son tan malos como aparentan.

SEÑOR SMITH.- ¡Hum! Son ustedes enternecedores, pero tambiér un poco . . . , un poco...

SEÑOR MARTIN.- Sí , esa es la palabra.

SEÑOR SMITH.- Un poco. . . , demasiado atrevidos.

SEÑOR MARTIN.- E x i s t e , excúseme una vez más por precisar mi pensamiento, un pudor b r i t án i co , incomprendido por los extranjeros, aún los especia l is tas, gracias al cual," expresarlo en alguna forma.. . En f i n , no lo digo por

tedes. . .

MARY.- Yo quería con ta r les . . .

SEÑOR SMITH.- No cuente usted nada.

MARY.- ¡Oh!, s í .

SEÑORA SMITH.- Querida Mary, sea g e n t i l , y váyase a la cocí' y lea sus poemas delante del espejo. . .

SEÑOR MARTIN.- Eso no t iene ningún méri to. También yo, s in ser cr iada, leo poemas delante del espejo.

SEÑORA MARTIN.- Esta mañana, al mirarte al espejo, no te has v i s to .

SEÑOR MARTIN.- Fué porque todavía yo no estaba a l l í .

MARY.- Pero a pesar de todo, podría rec i ta r les un poemita.

SEÑOR SMITH.- Mi querida Mary, es usted asombrosamente testa-ruda.

MARY.- Entonces, les voy a rec i ta r un poema. ¿De acuerdo? Es un poema que, en honor al capitán, se t i t u l a "El fue go".

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i d *.MIT8AM . 610 f i s b G Í IS I J :

, n t • i • A Í . S J T S A J K S '

Una piedra se incendió El c a s t i l l o se incendió El bosque se incendió Los hombres se incendiaron Las mujeres se incendiaron Las aves se incendiaron Los peces se incendiaron El agua se incendió La ceniza se incendió El humo se incendió El fuego se incendió Todo se incendió Se incendió, se incendió.

MARY toAmlnci de necÁXan el poema empujada pon. los senon.es SMITH, quienes iognan sacarla de la escena.

SEÑORA MARTIN.- Al o í r l a he sentido escalof r íos.

SEÑOR MARTIN.- Sin embargo hay un c ie r to calor en esos ver-sos.

t •' ' • y'' • O • o í ; • • • ' BOMBERO.- A mí me han parecido maravil losos.

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SEÑORA SMITH.- No es para tanto.

SEÑOR SMITH.- Ustedes exageran.

BOMBERO.- Ciertamente... Todo ésto es muy sub je t ivo , pero ese es mi concepto del mundo. Mi sueño. Mi i dea l . . . , y , además, me recuerda que debo marcharme. Como uste-des no tienen hora . . . Yo, dentro de tres cuartos de hora y diez y seis minutos exactamente, tengo un incen-d io , al otro lado de la ciudad. Debo darme pr isa. Aun que no es gran cosa.

SEÑORA SMITH.- ¿Qué será? ¿Un incendio pequeño de chimenea?

BOMBERO.- iOh!, ni eso. Humo de pajas y un leve ardor de es-tómago.

SEÑOR SMITH.- Sentimos que se marche.

SEÑORA SMITH.- Nos ha d iver t ido mucho.

SEÑORA MARTIN.- Gracias a usted hemos pasado un verdadero cuarto de hora cartesiano.

BOMBERO.- (Se dtntge hada la puenta de la. casa, después ¿e detiene..) A propósito: ¿y la cantante calva?

Stíencto genexal y mblesto.

SEÑOR SMITH.- Continua peinándose de la misma forma.

BOMBERQ.- ¡Ahí Entonces, adiós, señoras y señores.

SEÑOR MARTIN.- Suerte y buen fuego.

BONBERO.- Asi lo espero. Hasta la v i s ta .

El BOMBERO InÁoJjx el mutis. Todos le acompañan hasta la pueAta, y después vuelven y ocupan suí> lugan.es.

SEÑORA MARTIN.- Yo puedo comprar una navaja para mi hermano, pero ustedes no pueden comprar Ir landa a su abuelo.

SEÑOR SMITH.-Se camina con los pies, más nos calentamos con la e lec t r i c idad o con carbón.

SEÑOR MARTIN.- Aquél que hoy vende un buey, mañana tendrá un huevo.

SEÑORA SMITH.- En la vida hay que mirar por la ventana.

SEÑORA MARTIN.- Podemos sentarnos en una s i l l a aunque no esté la s i l l a .

SEÑOR SMITH.- Siempre es necesario pensar en todo.

SEÑOR MARTIN.- El techo está arr iba y el suelo está abajo.

SEÑOR SMITH.- Cuando digo s í , es una manera de hablar.

SEÑORA MARTIN.- Cada uno con su dest ino.

SEÑOR SMITH.- Tomad un c í r cu lo , a c a r i c i a r l e , y se convert i rá en v ic ioso.

SEÑORA SMITH.- El maestro de la escuela enseña a leer a los niños, pero la gata amamanta a sus crías cuando son pe-queños.

SEÑORA MARTIN.- Mientras que la vaca nos da sus rabos.

SEÑOR SMITH.- Cuando estoy en el campo, me gustan la soledad y la calma.

SEÑOR MARTIN.- No es usted tan v ie jo para eso.

SEÑOR SMITH.- Benjamín Franklin tenía razón, pero usted es

menos t ranqui lo que é l .

SEÑORA MARTIN.- ¿Cuáles son los s ie te días de la semana?

SEÑOR SMITH.- Monday, tuesday, wednesday, thursday, fr iday, saturday, sunday.

SEÑOR MARTIN.- Edward is a c le rck ; his s i s te r Nancy is a t y p i s t , and his brohter Wil l iam a shop-assistant.

SEÑORA SMITH.- iQué fami l ia tan d iver t ida !

SEÑORA MARTINMe gusta más un pájaro en el campo que un calcet ín en una c a r r e t i l l a .

SEÑOR SMITH.- Es mejor comer un f i l e t e en un chalet que be-ber leche-en un palacio.

SEÑOR MARTIN.- La casa de un inglés siempre es su verdadero palacio.

SEÑORA SMITH.- Yo no sé el su f ic iente español para hacerme entender.

SEÑORA MARTIN.- Yo te daré las pantunflas de mi suegra si tú me das el ataúd de tu marido.

SEÑOR SMITH.- Yo busco un sacerdote monofisita para casarlo con nuestra cr iada.

SEÑOR MARTIN.- La bacia es para l l enar la de agua caliente pero está vacía porque el peluquero no echa agua para l lenar ésta bacia.

SEÑORA SMITH.- Mi t í o vive en el campo, más eso no le impor a la comadrona.

SEÑOR MARTIN.- El papel es para e s c r i b i r , el gato es parala rata y el queso es para echarle las unas.

SEÑORA SMIiH. - El automñvn 1 prepara mejor los p í a t o s m U y d ™ a > Pero la cocinera

SEÑOR SMITH.- No seáis fonfnc pirador. * t 0 n t ° S > ó b r a z a d ™tes que nada al cons

SEÑOR MARTIN.- Charity begins at homme.

SEÑORA SMITH.- Yo espero O.IP oí ,, molino. P ° q U S e l d C u e d "Cto venga a verme al

SEÑOR MARTIN.- Se nuerip n m h ^ ^ jo r con azúcar " q ü e e l P r ° 9 r e s o s o c i a l es me~

SEÑOR SMITH.- ¡Abajo el betún!

W f **Ía a i t i m i ict StUTH, lc¿ otAoi peonajes se Quc

dan un momento estupefacto*. Se note L

aoJL 1ZL.OJ ion aun mU enztvartfc\ /„* Puesta ,ue U g u m d í b m ¿^J™ ^

s s t c m - " ^ noir.íUdad ij ni nMvxoi.dmc Uenm oue en aumento. Ai frncut. <fe Taina ¿1

Í K : "UnzMie —

b S ' ü e g V o 0 5 6 h a " n b n ' l l a r frotándolas con

SEfíORA SMITH cí nue se quiera. " " d l ' n 6 r ° 5 6 p u e d e todo lo

W T I N . - Me gusta más matar un conejo que canta r en el

f g l í d í n .

SEÉ>8 f« IT f í - Cacatúa, cacatúa, cacatúa, cacatúa, cacatúa, " cacatúa, cacatúa, cacatúa, cacatúa, cacatúa, cacatúa.

SEÑORA SMITH.- Que cagada, que cagada, que cagada, que caga-da, que cagada, que cagada, que cagada, que cagada, que cagada.

SEÑOR MARTIN.- Que cascada de cagadas, que cascada de caga-das, que cascada de cagadas, que cascada de cagadas, que cascada de cagadas, que cascada de cagadas, que cas

i de cagadas, que cascada de cagadas que cascdüd ue 1-ayouoD, cada de cagadas, que cascada

SEÑOR SMITH.- Los perros tienen pulgas, los perros tienen pulgas.

SEÑORA MARTIN.- ¡Cactus!, ¡Coxis!, ¡Cocos!, ¡Condecorados! ¡Cochinos!

SEÑORA SMITH.- Embarrilador de arenques, nos embarri las.

SEÑOR MARTIN.- Me gusta más poner un huevo que robar un

¡Ah, buey.

SEÑORA MARTIN.- [Abitando damauAadamanta la boca. ¡Oh! ¡Ah! ¡Oh! Dejádme rechinar los dientes.

SEÑOR SMITH.- ¡Caimán!

SEÑOR MARTIN.- Abofeteemos a Ul ises.

SEÑOR SMITH.- Me voy a v i v i r a la casa que tengo en mis cacao tales*.

SEÑORA MARTIN.- ¡Los cacaoteros del cacaotal no dan cacahu tes , dan cacao! ¡Los cacaoteros del cacaotal no dan cahuetes, dan cacao! ¡Los cacaoteros del cacaotal no dan cacahuetes, dan cacao!

S E f i 0 R ™ ; - L 0 S r a t 0 n e s t i e n e n C e J a s ^ « j a s no tienen

SEÑORA MARTIN.- No se acerque a mi oca.

SEÑOR MARTIN.- No espante a la oca.

SEÑOR SMITH.- Avisa a la oca que está volando la miloca.

SEÑORA MARTIN. La oca mueve su boca.

SEÑORA SMITH.- Se mueve la boca de la oca.

SEÑOR MARTIN.- Es que la oca nos hace una caroca.

SEÑORA MARTIN.- Doña Juana, la Loca.

SEÑORA SMITH.- Santa Carioca.

SESOR MARTIN.- Tiene una aroca.

SMITH.- Para taparse la cara al cruzar la zoca.

»RA MARTIN.- Santa Carioca mi copa toca.

B 0 R t a l T ; - ¡ c a ° ^ t 0 q U e q U e 6 S t S r ° t a < « * c r i s -

ESOR MARTIN.- ¡Sul ly :

®R SMITH.- ¡Prudhomme:

: m MARTIN Y SEÑOR SMITH.- Francois.

W» SMITH Y SEÑOR MARTIN.- Coppée.

MARTIN Y SEÑOR SMITH.- ¡Coplee Sully1

SEÑORA SMITH y SEÑOR MARTIN.- Prodhomme Francois.

SEÑORA MARTIN.- Cloqueadores, cloqueadores, cloqueadores.

SEÑOR MARTIN.- ¡Mariet te, culo de marmita!

SEÑORA SMITH.- ¡Khrishnarnurti! ¡Khrishnamurti! ¡ Khrishnamurti!

SEÑOR SMITH.- i El Papa derrapa! El Papa no se escapa. Se le escapa al Papa.

SEÑORA MARTIN.- iBazars &alzar, Bazaine!

SEÑOR MARTIN.- i Bárbaro, Bellas Artes, Besos!

SEÑOR SMITH.- ¡A, e, i , o, u, a, e, i , o, u, a, e, i , o, u,i!

SEÑORA MARTIN.- ¡6, c , d, f , g, i , m, n, p, r , s, t , v, w, x, z!

SEÑOR MARTIN.- üel coro al caño, dei caño al coro.

SEÑORA SMITH.- (Imitando el huido del tren.) Tac, tac, taca-t a , tac, tacata, tac, t aca ta . . . Tac, taca ta . . . Tac...

SEÑOR SMITH.- i Es!

SEÑORA MARTIN,- ¡No!

SEÑOR MARTIN.- i Por!

SEÑORA SMITH.- ¡ A l l í !

SEÑOR SMITH.- iEs!

SEÑORA MARTIN.- ¡Por!

SEÑOR MARTIN.- ¡ A . . . !

SEÑORA SMITH.- ¡Aquí! \

Todos, al mismo tiempo, en el colmo de. la ¿uhAM., se. tiran de. las orejas los unos a los otros. Se apaga la luz. En la oscuri-dad se oyen las voca de los cuatro persona J es. —

No p« nn 11"'" ( C 0" m ^ ^ "£pld0.) No es por a l l í , es por aquí, n o es por a l l í , es por aquí; no es por a l l í , es por aquí; no es por a l l í e

" P ° r a l l Í ! 6 5 P 0 r e s Por a!? co jjur aquí.

Cesan bruscamente loó palabras. Se en emende la luz. Los señora SMITH y los se~ ñora MARTIN aparecen sentados en los mis-mos lugara que ataban cuando comenzó la aceña. Esta vuelve a empezar. Los seño-ra MARTIN dicen exactamente las mismas re-plicas que dijeron los señora SMITH en la aceña primera, y va cayendo lentamente el telón.

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F I N.

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KAFKA, FRANZ.

Franz Kafka (1883-1924), nació en Praqa (Checos ovaquia) de una fami l ia judía de la clase media y r

¡levo una vida oscura y melancólica, siempre alejado

tcilrñ n e n a ^ ° S l l t e r a r i o s - Enfermo de tuberculos is , ordeno que todos sus manuscritos fuesen quemados; gra Vuf U L t l ° 6 S U - f 1 9 0 M a x B r o d s e han sal vado l os T suf ic ientes para s i tuar a Kafka en uno de los puestos cia e n ^ J V * l i t e r a t u r a del s ig lo XX. Su i n f l en-de mis l L T G n e S

r f c n t o r e s es patente. Sus obras a? 1 -^-Proceso, U m e t a m o r ^ Carta al_£adre, A m e r i c a , ! ^ c o ñ ^ , " T T n i t r n ^ 7 T t c ~ ^

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LITERATURA DE CONTENIDO PSICOLOGICO.

LA M E T A M O R F O S I S . i l

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FRANZ KAFKA.

— ¿Qué me estará ocurriendo?

trario de paño que u? í?zahan S e 1 1 ! ' ^'seminado, el mues^

«güi to .en el que'se perdía su a n L b r a z T ^ m l r a b a ' U " a n C h °

« t a n a T e ' l ^ ^ í o e s t l b f l í ^ 0 y S " V Í S t a s e d e t ™ ^ -jutas dé 1 uv a sobre ?os r . L ? 0 ' Y S f ° í a e l g o l P e a r d e l a *

Se-di j ¿qué ede ^ i V . V f ^ T g r a n t r i s

«tito más y me olvidara f í l y°, c o n t l n " a r a durmiendo uñ «cera imons hi» I ^ t o d a s e s t a s insensateces?" Pero -lado derecho cosa n i " G r e 9 ° r i o . a « s t u m b r a b a dormir sobre el ^os m o d o Í n t e n ? a q t a c l r l n n í í ? n f a n ° 1 e p e r m 1 t í a " ^ Jfesaba a sy ñ T y ° t r a v e z ' P e r o s i e m P r e r e -fejar de M r n i ^ J ^ 5 - " Y C e r r a b a l o s para -

que un d o W i l l n fin® t m a n SUS p a t i t a s " A s f e ^ u v o -a o l o r c i 1 ' ° l igero y punzante, como nunca antes -

s o b r e s a l t a s S ' ^ t a m ^ V " ^ d e S P " é S d e » pugnante bicho. Estaba a y^ o's^b e s ™ S a T d T ^ 0 en

h r e "

te

^ s s s E . ^ s » ^ K í

s i n t i e r a , le acometió en el costado.

¡Ay, Dios mío! —se d i j o — . ¡Qué agotadora me resulta-la profesión que e legí ! Todos los días v ia jes . Este trabajo es más i r r i t a n t e y complicado que l levar el negocio práctico del almacén. Y no se diga de las molestias que dan los via-jes continuos: preocuparse de la combinación perfecta de -t renes, dormir y comer fuera de horas, y entablar conocimien to con personas tan di ferentes y en un t ra to siempre tan su-p e r f i c i a l que nunca los sentimientos de amistad logran tener cabida. ¡Basta ya de todo esto!

Su v ient re le picaba. Como pudo se alargó hacia la cabe cera para lograr enderezarse un poco y ver qué le ocurría." Lo único que noto fue unos punt i tos blancos. Se tocó con una pierna para rascarse; pero no logró sino sent i r escalofríos. Volvió a su postura an te r io r .

— Estas madrugadas —pensó para sí— le atontan a uno -completamente. El ser humano necesita dormir lo que corres-ponde. Hay otros vendedores que viven como príncipes. Suce-de que a media mañana, cuando regreso al hotel para anotar-los pedidos, los encuentro desayunándose tranquilamente. Yo no lo podría hacer; con el j e fe que me tocó me despediría en el acto. Y nadie me aseguraría que no fuera lo mejor que pu diera ocurrirme. De no estar por medio mis padres hace mu-cho que me habría largado. Mi gran sat is facción sería decir le en su cara lo que pienso de é l . ¡Se cae del buró! Poique el suyo es un modo muy raro de comportarse. Figúrense que -se sienta arr iba de un buró, y desde a l l í en lo a l to habla -con aspereza a sus empleados, los que por añadidura, como el je fe es medio sordo t ienen que ponerse muy cerca de é l . Pe-ro todavía abrigo esperanzas. Apenas logre yo juntar el diñe ro suf ic iente para cancelar la deuda de mis padres —cosa de cinco o seis años más— ¡ lo haré con toda mi alma! Bien pe-ro de momento lo que debo hacer es levantarme, pues el tren parte a las cinco.

Miró el despertador, que estaba sobre el baúl, y escu-chó su t i c - t a c .

— ¡Cielos! —se d i j o .

culando calladamente- ya pasaban ri"13?61' ^ i n u a b a n d r -ías siete menos cuarto ¿No h a b r i " " ^ í CaS1' m a r c a b a " ' Desde la cama se podía 'perc ib í r oue « E í 6 1 d e sPe r tador? mente en las 4- de manea n,,» t q - S t a b a p u e s t o aPropiada~ ¿cómo pudo seguir durmiendo imnasihlpUe ^ ?° n a d ° - P e r a > que todo lo estremecía? Es c ie r to L T " qui lo, pero aparentemente d u r m i ó SU S U e™ n o f u e t r a < i " hacer ahora? El p r S t 1 , ! . p i e ™ a s u e 1 t a - podría lo habría q u e c l t 7 S % U a b l ^ t ? m a r -muestrario y además él se « n t f , f a | t a b a envolver el - -«dos, aunque lo caza r a " o e v U a r í a ^ D<3 t 0 d ° S

pr inc ipa l , pues el mo7o HpÍ »?mf - l a l a reP r™enda del -perando para" i n é e 1 r n ^ T * h a b n ' a e s t a d o es-haber informado, en seguida a T j e f e 1 ¡ l " ? ! ™ d e

era una copia f i e l del or inc ina l ! t a " E s e m o z o

si se reportara como e n ? e ™ P úe^oc ? r l l ' V

sa, aparte de avergonzarlo - P e r o e s a e x c " -r io, durante los cfnco años n u P ^ T ? u d a s ' G r e 9 ° ~ ca estuvo enfermo Lo m a ? „ 1 3 t r a b a J a n d o a H í > nun-

t ra je ra al me'dico de M e 6 r L ^ - ^ 1 ' 0 P n ' n C 1 ' -la conducta del h i j o haragán y r e c a l a r í a ® S"S P a d r e S

yandose en el diaqnf ist i rn rfói t o a a e*CIJSa> aPo--empleados se en^ulntran s i ™ L f C ° ' £ a r a e l c u a l t o d ° s los sólo le t ienen miedo al t rabain e n

Yp e r

Hf e c t o e s t a d ° de salud y

ocasión el médico no estaría e v e r d a d - e n e s t a -

de sueño, por demás excusado L V ? " A p 3 r t e d e u n P o c o " dormir, ¿regorio e sentía m¿v b l n ' 1 " 1 6 " * 6 ' ?6Spue 'S d e

naria. a m u y b l e n ' c o n un hambre ext raord i -

c o n f u s a / s l n ^ o ^ ^ d t ^ i > cavilaba en forma -^ momento en c u ¿] » „ 1 Í a n ° ? a r I a «ma , y justo en

« • » - s s r s v ; ? » ; » - -

--"fciJ.GTA.'S 2 K V 2 S T 5 T S í £ "

al comienzo c la ras , se volvían confusas, resonando de ta l ma-nera que no se podía estar seguro de haberlas escuchado. Gre-gor io hubiera deseado responder ampliamente, ac la ra r lo todo; pero dadas las c i rcunstancias sólo respondió:

—Sí , s í . Gracias madre. Ahora mismo me levanto.

Seguramente que el cambio de voz de Gregorio no se notó t ras la gruesa puerta, ya que la madre se s i n t i ó t ranqui la -con la contestación y se marchó. Mas esta breve conversación demostró al resto de la f a m i l i a , que Gregorio, contra lo que era de esperar, todavía estaba en casa. Se acercó también -el padre, y tocando suavemente en una hoja de la puerta, di-j o : ¡Gregorio! ¡Gregorio! ¿Qué sucede? Esperó un poco e i n s i s t i ó , levantando ligeramente la voz: ¡Gregor io ! , ¡Grego r i o ! Entre tan to , la hermana detrás de la o t ra hoja de la -puerta, preguntaba angustiosamente, ¿estás bien?; ¿Necesi-tas algo? "Ya es toy" , contestó Gregorio a los dos a un -t iempo, esforzándose en pronunciar lentamente cada sonido, a f i n de que ese atroz t imbre de voz no se notara tan to . El -padre se regresó para seguir con su desayuno, pero la herma-na quedó a l l í i ns i s t i endo : "Te ruego, Gregorio, que abras". Sin embargo Gregorio no estaba dispuesto a complacerla, y se sentía muy contento de haberse encerrado en su habitación, -durante la noche, prudente hábito adquir ido en sus tantos -v i a j e s , y que ya no dejaba de observar ni en su propio hogar.

Lo más importante era s a l i r de su lecho con calma, ves-t i r s e s in que nadie lo importunara y , sobre todo, desayunar. Sólo después de cumplido todo esto consideraría lo que h a -br ía de 'hacer,pues tenía comprobado que en la cama no logra-ba que sus meditaciones le l levaran a ninguna conclusión. Re cordaba que bastante a menudo, cuando estaba acostado, s i n -t i ó algún d o l o r c i l l o que quizá se debiera a lo incómodo de -la postura, pero ese dolor desaparecía por completo al levan ta rse , a l extremo de pensar que sólo era imaginar io: y esta ba ansioso por ver cómo se desvanecían gradualmente, todas -las alucinaciones que le surgieron por la mañana. También -estaba seguro de que el cambio de su voz sólo obedecía a sin tomas de un gran res f r i ado , padecimiento habitual en todos -los v ia jantes de comercio.

h abombarse in poco"" fi S i c t a ' s S t í T " 1 - 0 - ' f 0

toa cons t i tu ía la S d T . f d ? ^ ^ E T mcorporarse podría haberse va l ido de brazos y manos pero en vez de estos, ahora sólo tenía i n c o n t a h W P ' " agitaban constantemente y no o " " mane° r ' n V s o V s * ' que el deseaba incorporarse SP ™ - R " le dominar „ „ , a , s . r S Í S ; p £ 0 3 e * Í S £ " ? . " ; M ' n * ' " ! !

... ir;; jr,?5 kk t sw: sr«s.T! S™ i F

s s i i p s avance e n i / 6 a i r e ' S 1 n t l ° m i e d o de cont inuar el

f» 'a posisción antPrínr ? suspiros, se encontró nuevamente * que' artes todavía• se percató I T L ^ P * U S ' ma'S a 9 i t a -«en a tamaño abturrfñ t p e r c a t o 1 u e n o l e era posible poner »» en el lecho v oup ' ln „ - n u e v 0 P5n s d ^ no debía c o n t i -

aunque ya no abriaaha s f a C e r t a d ° e r a a r r i « 9 * r s e del to Pronto recordó n „ f c 9 l n ° u n a p e q u e ñ a esperanza. Mas dS k ( , e ° " e s l e m P r e era mucho mejor pensar con se rené ^ h c i las v e : ? ^ ^ 1 1 " " ' 6 1 ] 3 ' 3 3 - SUS «"iraron « n fe esa mañana n » • j - ' P G r ° ' desgraciadamente, la neblina

la caUe í e q i n f Z - a P ° r C T p l e t ° v e r l a a « r a « i le , le i n f u n d i r í a , sm duda, menos esperanzas y án i -

mo: "Son ya las s ie te " , se d i j o al escuchar otra vez el des pertador. "iLas s ie te , y aún hay n ieb la ! " Durante unos in$ tantes todavía se quedó echado, sin moverse, y apenas respC rando, como si en el s i lencio esperara regresar a su estado normal.

Pero luego, pensó: "Debo estar levantado antes de las-siete y cuarto. Aparte, de que, mientras tanto, con seguri-dad que alguien del almacén vendrá a ver qué me pasa, ya que a l l í abren antes de las s ie te. Y resolvió dejar la cama, ba lanceándose a todo su largo. Al dejarse caer, su cabeza, T que quería conservar totalmente erguida, posiblemente sa l -dría i lesa de la prueba. La espalda parecía muy resistente: no le ocur r i r ía nada cuando diera con e l l a contra la alfom-bra. Lo único que le preocupaba y atemorizaba era el miedo al ruido que ocasionaría, y que quizá causara, detrás de ca-da puerta, sino un susto, cuando menos int ranqui l idad. Pero no tenía otra a l te rna t iva .

Gregorio ya estaba fuera de la cama, a medias (la nueva fórmula parecía más bien un juego que un t rabajo, ya que só-lo necesitaba balancearse siempre hacia a t rás ) , cuando pensó que todo se f a c i l i t a r í a si pidiera ayuda a alguien. Con dos personas macizas bastaría (pensaba en su padre y en la cria-da). Bastaría con que le abrazaran su abultada espalda, le extrajeran del lecho, y , acercándose al piso con la carga, -le dejaran tenderse a todo lo largo en el suelo, donde, sin duda, las patas cumplirían su función. Además, aparte de -que las puertas estaban cerradas, ¿le sería realmente prove-choso s o l i c i t a r ayuda? No obstante lo c r í t i c o de su estado, no pudo dejar de sonreírse.

Ya había avanzado tanto, que sería suf ic iente un balan-ceo con más impulso que los precedentes para hacerle perder casi completamente el equ i l i b r i o . Por otra parte, no tarda-ría en verse obligado a tomar una resolución, ya que falta-ban sólo cinco minutos para que dieran las siete y cuarto.

De repente se s in t ieron unos golpes en la puerta de la casa. "Seguramente vienen del almacén" —di jo Gregorio, que dándose en suspenso, mientras sus patas seguían moviéndose-vertiginosamente. Por un momento, todo quedó en silencio. "No abren", —pensó, aferrándose a esa i lus ión descabellada.

pasos r ^ t ^ r w ^ : r r n i * s -que llegaba d i je ra la primera M r , ' 3 ' B a S t 0 q u e e l

S W j S53 I 5 " • ^ « - ¿ i r g z r

trabajo matutino, y que por'este E * ™ P 3 r d e h o r a s

miento ta l que le impidiera " llenase de remordí hubiera bastado con env ar a un m ^ f 6 1 l e c h o ? ¿ A c a s o r

puesto de que t u v ? e r a í zfi„ de s e a ' í a T d e " ' " 6 1 S U ~ no que tenía que presentare»¡ i „ ! • ® a í a n d e averiguar, si dar a entender a ?amií " T * 1 ?? P ? r S 0 R a p a r a r

ficado para t ra ta r de i n v e s H n ^ ] q u e S o l ° e l e s t a b a

S 2 T 1 « S r r f s s i r ÜK cer con la cabeza í o S P f 2 Se 0 , v 1 d o ' d e Permane-'<* 'e hizo

'a pieza^de ía* i z q u ^ r d a ^ ^ r e c o H , ~ c 0 ™ ^ Principal en ^ Pudiera c ^ l m Í 9 l n ? r q U e a l 9 ú n

hov a ¿i . . ^ 'ncipai lo mismo que le ocurría

51 pr inc ipal . " —"ya in cahía" pregono, aquí, esta Pero no se atrevió a L n t I í - r e s P ° n d l ° Gregorio para s í . «na alcanzara a escucharle U V°Z d e t a l m a " e r a q u e s u

c ^ t o ~ d G e e ? a r L ° q ^ L h a b l < 5r

P O r f Í n p a d r e p ° r otro -

— ¡Buenos días, señor Samsai —di jo en ese momento, muy amable, el pr inc ipa l — . "No se siente b ien" , —d i jo la ma-dre a éste mientras el padre seguía habiéndole cerca de la -puerta, —No se encuentra bien, créame usted señor. De otra manera ¿cómo Gregorio iba a perder el tren? Si este niño no t iene otra preocupación más que el almacén. ¡Sí hasta me -contraría ver que no sale de noche! Ahora, sin i r más lejos, ha permanecido aquí ocho días; ¡y de casa no se ha movido ni s iquiera una noche! Se sienta junto a nosotros en la mesa, lee el d ia r io en s i lenc io o estudia i t i n e r a r i o s . No tiene -otra d is t racc ión que no sea hacer algo de carp in te r ía . En -dos o t res tardes ha hecho un pequeño marco para cuadro. - -Cuando usted lo vea, se asombrará: Es muy bonito. Está col-gado a l l í en el dormi tor io , lo verá inmediatamente, en cuan-to abra Gregorio. Por lo demás, me alegro de ve r le , señor -p r i n c i p a l , ya que nosotros, por nuestra par te, jamás hubiera mos podido convencer a Gregorio para que abriera esa puerta. ¡Es muy tozudo! Ciertamente no se siente bien, a pesar de-que d i j o lo cont rar io .

— ¡Ya voy! —exclamó lenta y prudentemente Gregorio, -s in moverse para no perder nada de la conversación. —De — otra manera, no podría expl icármelo, señora — contestó el -pr inc ipa l — . Esperemos que no sea nada ser io . Pero, como-quiera, no puedo dejar de decir que nosotros, los comercian-tes , afortunada o desgraciadamente debemos saber soportar -muy a menudo algunos malestares, anteponiendo a todo los ne-gocios. Bien —inqu i r i ó el padre, ya impaciente y volviendo a tocar la puerta: —¿Puede ya pasar el señor pr incipal? —No —contestó Gregorio. Un s i lenc io de gran t r i s teza se -apoderó de la habitación contigua de la izquierda, mientras en la de la derecha sollozaba su hermana.

Mas, ¿por qué razón no i r í a e l l a donde estaban los - -otros? Claro es que hacía poco se había levantado y que aún no se empezaba a v e s t i r . Pero, ¿por qué l l o ra r ía? ¿quizá -porque el hermano no se levantaba y no dejaba pasar al prin c i p a ! ; porque le peligraba el empleo y porque el pr incipal -comenzaría a atormentar a sus padres de nuevo, con las anti-guas deudas? Sin embargo, ahora no venía al caso preocupar-se de estas cosas. Gregorio permanecía aún a l l í , y no tenía la','menor intención de alejarse de los suyos. En ese instan-te se encontraba t i rado en la alfombra y ninguna persona que

lo 5 6 h a \ l a b a h a b r í a P a -pero, esta ins ign i f i can te d ™ ? a l a "abítacit fn. momento le daría cumplida sat is facción n n » ? - q ü e e n s u

causa como para despedirle s í " £ "más™ T e r e d ^ o t n" recio que ahora era meior nup in A^AI 1 Pregono le pa vinieran a p e r t u r b ^ c o V ^ 7 S í , S S ' t '

conducta C ° n f u n d í a 3 t 0 d ° 5 ' «•« ¿ C d T j u s ' f i ^ ü

tono autor i ta r io— i J K . I . S F l P n ' n C 1 ' P a 1 ' a h o ™ "

otras cosas increíbles no cumple en ñ a d 6 m a S ' e n t r e

S / d Y ^ e í e a b l a n f M « en S r e T ^ inmediato. Estoy 'asombrado•1 vo q U e a c l a r e e s t ° <*e tabre responsable y correcto v na rpr U S t * í U " C O n C e p t o d e

w Para jus? i f?car s i ausencia T n ^ q U S e S t 0 f u e s e m o t l ' -cinamiento, he perdido el 3 y a ' e n v 1 s t a d e s u emPe .el almacén es bastante i e table T U S t S d ; ^ S Í t U a c 1 o ' n e n

cosas en privado pero i Y° p e n " b a d e c i > l e estas -«er el tiempo í d 5 6 c o m P l a c e en hacerme per-

cios se paral icen p ^ n ^ f ^ ^ e n ^ " S -

fetod~o^°Cdñri™edría^GrL9?ri'0'1deSeSperad0' oxidándose

¡estar ,,ñ inmediato, salgo al momento. Un l igero ma

»«tía tan bíen Fs r i l t C°S a S A y e r p o r l a t a r d ® ^ -

presentimiento- ¿Por qué no me lo notarían? Y ¿por qué no-lo comentaría yo en el almacén? Uno siempre piensa que puede pasar en pie la enfermedad sin tener que quedarse en casa: iSeñor p r i n c i p a l , sea considerado con mis padres! No se jus-t i f i c a n todas las censuras de que me ha hecho ob je to , jamas me habían dicho algo semejante. Creo que usted no ha sabido de los últ imos pedidos que he tomado. Y además, me i ré en-el t ren de las ocho. Estas dos horas de descanso me v in ie -ron muy b ien, me he recuperado. No se retarde usted más, se ñor. De inmediato estoy en el almacén. Aclare a l l í ustedes t o , y por favor , discúlpeme con el j e f e .

Y mientras so l taba, atropel lándose, este discurso sin -darse casi cuenta de lo que decía, Gregorio, gracias a la -práct ica de movimientos lograda en la cama, se acercó con fa c i l i d a d al baúl y procuró enderezarse afirmándose en é l . De-seaba, en e fec to , a b r i r la puerta, que lo v ie ra el principal, y conversar con é l . Tenía cur iosidad por saber qué dirían -cuando le mirasen los que con tanta ins is tenc ia le llamaban. Si se espantaban, Gregorio se encontraría l i b r e de toda res-ponsabil idad y no tendría nada que temer. En caso contrario, si se quedaban tan t r anqu i l os , tampoco tendría por qué alar-marse, y podría, apurándose, alcanzar a estar a las ocho en la estación. Repetidas veces se resbaló contra las paredes l i sas del baúl ; pero, f ina lmente, un úl t imo sa l to le puso-en p ie . De los dolores de v i e n t r e , aunque muy fue r tes , no -se preocupaba. Se dejó caer contra el respaldo de una s i l la que tenía cerca, a cuyos bordes se agarró firmemente con sus patas. Consrguió al mismo tiempo recobrar el dominio de sí -mismo, y ca l l ó para escuchar lo que hablaba el p r i nc ipa l .

— ¿Entendieron ustedes algo de lo que d i j o? —pregunta-ba éste a sus padres—. ¿No se estará haciendo el loco? — ¡Por Dios! — d i j o la madre,sol lozando—. Quizá se encuen-t ra muy mal y nosotros lo estamos atormentando. Y de inmedia to g r i t ó : —¡Grete! IGrete! —¿Qué ocurre, madre? —res-pondió la hermana por el o t ro lado del dormi tor io de Grego-r i o , a través del cual hablaban. —Debes i r ahora m ismo en busca del médico, Gregorio está enfermo. Date pr isa ¿Te has dado cuenta cómo habla ahora Gregorio? —Tiene voz de animal —agregó el p r inc ipa l que conversaba en voz sumamente baja, comparada con los g r i t os de la mamá. —¡Ana! ¡Ana! —gritó el padre, mirando a la cocina a través del rec ib idor y gol--

A

peando las manos- . Salga de inmediato a buscar un cerra jero

'ue^art ían corr?pnr¡U1 * l 3 S f a , d a S d e l a s dos muchach s ' 1 f " " 0 r l e n d 0 ^ o r n o s e v e s t i r í a tan rápido la her-T e 'n iso I T " 3 6 0 1 3 a b r í a n e n f 0 ™ b> u « a la puer-ta del Piso. Mas no se oyó ningún portazo. Seguramente h a -brían dejado la puerta s in ce r ra r , como a vece^ocurre en las casas donde está sucediendo una desgracia.

Gregorio, s in embargo, estaba ya mucho más t ranqu i lo Fs - ¡ ' I , L q ^ « p a l a b r a s seguían siendo enigmas, aunque í , 6 ™ r S ¿ m a S ; m 3 S ^ l a r a S q u e a n t e s > d e seguro, porque -e iba acostumbrando a oírse as í . Pero lo importante era que los demás ya se habían dado cuenta de que algo r a r o M estaba ocurriendo y se aprestaban a dar le ayuda. La resolución y «erza con que se tomaron las primeras providencias" e r e c o n fortaron. Se s i n t i ó otra vez inc lu ido entre los se¿e huma " «os y espero . tanto del doctor como del ce r ra j e ro ! i n d i s t i n t a «en e, operaciones ext raord inar ias y portentosas. Y c o n o b j e T

an esqd1álnnncZ I " 6 5 0 " 3 ™ 1 0 " 'a s c lara posible en los i m p e r -antes d alogos ahora inminentes, carraspeó un poco, tratando fe hacerlo con suavidad, por miedo a que este ru ido pareciera M í e n no provenir de un ser humano, cosa que y l l e r e s S L a i f i c i l d s t i n g u i r . Entre tan to , en la habitación vecina -bia gran s i l e n c i o . Quizá los padres, sentados a ?a m i s i ó n 1 principal cuchicheaban con éste, o posiblemente estaban ?o

ios escuchando jun to a su puerta. ¡"" 'emente estaban to

Gregorio desl izó el s i l l ó n hacia la puerta; al l l egar de

s a - ° Y " T r r ° 3 l a P u e r t a ' p e 9 a d o a e l l a Po" la "

!o hprhn n S - S E a t a s - ' y a S 1 d «cansó un momento del esfuer ho Despues t r a t o con la boca de dar vuel ta a la l l a v e 1

E d w J cerradura. Desafortunadamente, al parecer no te -

sd ; l a

¿ C o n T c o g e r í a p u e s l a l l a v e ? Bueno, tenía -« mandíbulas muy f i rmes, y con e l l as pudo mover la l lave -

restar atención al p e r j u i c i o que se hacía, ya que un l í -do hacr? l e , b r 0 t ° d e b 0 C a ' chorreando por la l l ave y -

oyendo hasta el p iso. - O i g a n ustedes -comentó el p r i n c i - -, en el cuarto c o n t i g u o - ¡está girando la l l ave ! Estas pa

L I T " a l r t 0 a G r e 3 ° r i ° - Pero todos: el pa ' -, a madre, deberían haberle gr i tado - ¡ A d e l a n t e , Grego—

1 ¿ e r r ^ r v 3 6 r l e Í ! r i ' í a d 0 : i S Í e m p r e p l a n t e ! ¡Duro con siQiíionH í sospechando la ansiedad con que todos iban h iendo sus esfuerzos, mordió con todas sus fuerzas la 11a-

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ve medio extenuado. Y, conforme ésta giraba en la cerradu-ra él se sujetaba, balanceándose en el a i r e , colgando de la boca y , según le era necesario se agarraba a la l lave o la empujaba hacia abajo volcando en el esfuerzo todo el peso de su cuerpo. El ruido del metal de la cerradura, que al fin -cedía le vo lv ió en s í totalmente. - B i e n -pensó con un sus p i ro de a l i v i o - ; ya no fue necesario que v in ie ra el cerraje ro —y pegó al p e s t i l l o consu cabeza para terminar lo de a b r i r .

Tal forma de ab r i r la puerta motivó que aun estando -franca la entrada no se h ic ie ra todavía v i s i b l e . Tuvo que darse vuel ta con cuidado contra una de las hojas de la puer t a , con mucha l e n t i t u d , para no caer. Y aun estaba concen-trado realizando tan d i f í c i l movimiento, s in tiempo para -preocuparse de ot ra cosa, cuando escuchó un "¡Oh!" del pnn c i p a l , que se esparció como una ráfaga de v i e n t o , y vio a es te señor, e l que estaba más cercano a la puer ta , como se ta-paba la boca con la mano y retrocedía lentamente, como si • una fuerza i n v i s i b l e lo empujara.

La madre —que, a pesar de estar con el p r inc ipa l esta-ba despeinada, con el pelo r e v u e l t o - juntando sus manos mi-ró al Dadre, dio luego dos pasos hacia Gregorio y cayo al --suelo en medio de sus faldas esparcidas en torno suyo, con-el ros t ro ocul to en sus senos. El padre cerro el puno con-ademán h o s t i l , como si deseara echar a Gregorio hacia atrás, adentro de su cuar to; luego se v o l v i ó , caminando con paso • vac i lan te hacia el r e c i b i d o r , y a l l í , tapandose el rostro con las manos, e s t a l l ó en l l a n t o , estremeciéndose por entero.

Greciorio, pues, no l legó a ent rar al r e c i b i d o r ; estaba dentro de su cuar to , apoyado contra la ho ja , sólidamente ce r rada, de la puerta, de manera que sólo mostraba la parte per io r del cuerpo, con la cabeza semincl inada, y desee an observaba a quienes le rodeaban. A todo es to , ya había cla-reado, y en la o t ra acera se d i s t i ngu ía nítidamente una p ; te defenorme y negruzco e d i f i c i o de enf rente. Era el no t a l , de fachada monótona, con ventanas simétr icas como um» adorno. Todavía no cesaba la l l u v i a , pero ahora caía esw ciadamente. Sobre la mesa se veía la abundante v a j i l l a « desayuno, porque para el padre, el desayuno era la princ •comida del d ía , y acostumbraba a la rgar lo leyendo ios disn

tos per iódi eos. Sobre el l ienzo de la pared que se hallaba — precisamente f ren te a Gregorio, colgaba un re t ra to de és te , -de los tiempos de su serv ic io m i l i t a r , representándolo con el uniforme de ten ien te , con la mano en el pomo de la espada, -sonriendo despreocupadamente y con un a i re que ex ig ía , al pa-recer, respeto para su uniforme y ga l la rd ía m i l i t a r . Aquella habitación daba al rec ib imiento; por la puerta ab ie r t a , se -veía la del p iso , que asimismo permanecía ab ie r ta . También -se podía ver el descansi l lo de la escalera y el i n i c i o de és-ta últ ima, que l levaba a los pisos de abajo.

—Bien —d i j o Gregorio convenidís imo de ser el único -que continuaba sereno—. Bien, me v i s to en seguida, tomo el -muestrario y parto de v i a j e . ¿Me dejaré is que salga de v i a j e , no es c ie r to? Observe, señor p r i n c i p a l , que yo no soy ningún porfiado y que t rabajo con p lacer . Los v ia jes son cansados; -mas yo no podría v i v i r s in v i a j a r . ¿Hacia dónde va usted, se ñor pr inc ipa l? ¿Al almacén? ¿Sí? ¿Les re la ta rá todo t a l y corno ocurr ió? Cualquiera puede pasar por un breve periodo de incapacidad para el t r aba jo , pero es justamente en ese momen-to cuando los je fes deben recordar lo ú t i l que uno ha s ido , y confiar en que, saliendo de la incapacidad, volverá a r e a n u -dar las labores con mayor energía y empeño. Yo, como usted sa be bien, estoy muy comprometido a se rv i r con lea l tad al j e feT Por otro lado, debo atender también a mis padres y hermana. Es verdad que hoy me hal lo en un d i f í c i l ap r ie to . Pero es for -zándome lograré superar lo. Señor: No me d i f i c u l t e más la cosa ae lo que ya está. Defiéndame en el almacén. Sé bien que al viajante no se le quiere a l l í . Todos piensan que recibe diñe ro a manos l l enas , y que vive a cuerpo de rey. También es -verdad que no ex is te razón p a r t i c u l a r alguna para hacer desa-parecer este p r e j u i c i o . Pero usted señor p r i n c i p a l , es más -comprensivo y está más al tanto de las cosas, que el resto del Personal, i nc l us i ve , dicho en conf ianza, que el mismo j e f e , -uien en su categoría de amo muchas veces se equivoca con reía ion a un empleado. Usted sabe muy bien que el v i a j an te , como

1:1 ™ e r a d? 13 o f i c i n a casi todo el año, es un sujeto f á c i l --nte expuesto a in fo r tun ios y a ser objeto de chismes y q u e -

jas sin fundamento alguno, contra todo lo cual poco puede d e -enaerse, ya que por lo general no l lega ni a enterarse, y só-l í . V ? c e ? a 1 v o ' v e r a g° t a do de un v i a j e , comienza a notar com jwramlentos extraños cuyas causas ni sospechaba. Señor pr incT j«1» no se marche usted s in decirme algo que me haga sen t i r ~

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que al menos me da usted la razón en parte. Mas desde el comienzo de las palabras de Gregorio, el .

pr inc ipal se había dado media vuel ta , y lo miraba por encima del hombro crispado mostrando un gesto de asco en los labios. Mientras Gregorio hablaba, estaba muy in t ranqu i lo . Retrocedió hasta la puerta s in dejar de mi ra r le , pero con gran lentitud, como si algo oculto no le permit iera dejar aquella habitación, Finalmente l leqó al rec ib ido r , y , al ver la l igereza conque levantaba los pies del suelo, d i r íase que le quemaban as sue las de los zapatos. Est i ró su brazo hacia la barandil la de• la escalera, como si de milagro esperara encontrar a l l í la li bertad.

Gregorio entendió que de ninguna manera podía dejar irse al pr inc ipa l en t a l estado de ánimo, de otro modo su puesto-en el almacén correr ía serio pe l igro . No lo entendían sus pa-dres de la misma manera, ya que a través de los anos se ha-bían for jado la i l us ión de que la permanencia de Gregorio en aquella casa comercial duraría de por v ida; aparte de eso.es taban tan preocupados con los sinsabores del momento, que to-da perspicacia les había abandonado. Gregorio, en cambio, te nía una ac t i tud muy d i s t i n t a . Había que detener al principa, apaciguarlo, convencerlo y , f inalmente, ganárselo .De eso de pendería el fu turo de Gregorio y de su fami l ia iSi por lo-menos se encontrara a l l í su hermana! Era in te l i gen te ; con-zó a l l o r a r mientras Gregorio estaba todavía muy tranquilo • echado sobre la espalda. Y no hay duda de que el .P™c i ¡ j , tan afecto al be l lo sexo, se habría dejado conducir por a donde e l l a hubiera deseado; e l l a hubiera cerrado la puerta del Piso y en el mismo vestíbulo le habría disuadido de su-horror. Pero la hermana no estaba y Gregorio tema que m jar la s i tuación por sí mismo. Y sin acordarse de que aun» sabía hasta dónde alcanzaban sus posibi l idades de movimie ni tampoco que lo más verosími l , lo mas seguro seria que® palabras resultaran de nuevo i m n t e l i g i b l es , dejo la hoja« la puerta en la que se apoyaba y paso a través de la hoja-que estaba ab ie r ta , comenzando a caminar hacia e Pn<Kip que continuaba asido ridiculamente a la barandi l la del re» no Pero de inmediato, al f a l t a r l e el sosten cayo al suelo sobre sus pequeñas y numerosas pa t i t as , dejando escapar l igero lamento. Al punto s in t i óse , por primera vez en aque l i a mañana, l leno de un verdadero bienestar; sus pa t i tas , I sadas en el suelo, le obedecían perfectamente, cosa adv i r t i ó con a legr ía ; v io que se esforzaban en llevar-

en la dirección que él deseaba, y se inc l inó a creer que t e -nia ai alcance de la mano el f i n de sus sufr imientos. Pero, -

í f í ^ n . í ] l n s t a n t e e n W Gregorio se encontraba en el sue-lo balanceándose con reprimida ansiedad, al f rente y cerca de

s t f ' qu e P r e c i a estar completamente trastornada, t e K*»a a ? r u s S°J 3 1 m i s m o t i e m P ° s e P u s o a g r i t a r con los brazos y los dedos extendidos: "¡Socorro!" "¡Dios mío!" ibocorro! Agachaba la cabeza como para mirar mejor a Grego r io; mas de repente, como para desmentir lo que veía, cayóse"

n u P r i f ^ n ^ S O b r e i i l a m ? s a ' y. o l v i d a n d ° ^ e aun estaba puesta, quedó sentada en e l l a , inmóvi l , s in percatarse de que el café chorreaba de la cafetera que se había volcado y se estaba de-rramando, hasta la alfombra. ^ t a u a ue

-¡Mamá! ¡Mamá!-murmuró Gregorio, mirándola de arr iba abajo. Por un momento o lv idó la presencia del p r i nc ipa l : y -al ver el cafe derramado abrió y cerró repetidas veces sus -mandíbulas en el vacío. Se oyó otro g r i t o de la madre, que -apartandose de la mesa se lanzó a los brazos del padre que — acudía a su encuentro. Pero Gregorio no tenía ahora tiempo -de preocuparse de sus padres, pues el pr inc ipa l estaba ya en la escalera, con la ba rb i l l a apoyada en la baranda, mirando -aquel espectáculo por últ ima vez. Gregorio tomó impulso con nimo de alcanzarle; el pr inc ipa l debió adiv inar su intención,

porque bajo de un sal to varios escalones y desapareció, mien-tras todavía sus alar idos resonaban por toda la escalera. Des graciadamente, la espantada del pr inc ipa l pareció haber t ras-tornado completamente al padre, que hasta ese momento se - -

conservado mas o menos en sus cabales; porque en vez de

n n ^ V r a S e l q u e s a l i ó d i sParado, o al menos dejar que Gre-gorio fuera en su persecución, agarró con la mano derecha el bastón que el pr inc ipa l había dejado abandonado en una s i l l a unto con el sombrero y el abr igo, y , tomando de la mesa, con

<a otra mano, un gran per iódico, comenzó a patear fuertemente e suelo, blandiendo el papel y el bastón para l l evar a Grego no nuevamente a su cuarto. No le s i rv ie ron a éste sus s ú p l l cas ni s iquiera le entendían; y por más que bajaba sumiso la caoeza, el padre seguía con su pataleo, cada vez más v io lento ^ madre, por otro lado, aunque el tiempo era f r í o , abrió una ventana y reclinada hacia el ex ter io r se cubría la cara con -'as manos. Entre la ventana abierta y la escalera se formó una muerte corr iente de a i re ; las cort inas se abombaron, los perió «icos se agitaban sobre la mesa y algunas hojas cayeron al sue

11

lo El padre, inexorable, apuraba la re t i rada con salvajes s i l b idos . Mas Gregorio aún no tenía mucha práct ica en cami-nar hacia atrás y la maniobra iba muy lenta. Si al menos -hubiera podido darse vue l ta , hubiera llegado rápido a su -cuarto. Pero no se atrevía a hacerlo, por no v io lentar más a su padre con la l en t i t ud de t a l ro tac ión; y en cualquier -momento el bastón, en manos de su padre, podría golpearle fa talmente la espalda o la cabeza. Pero, al f i n no le quedo -otra cosa que hacer que volverse, al darse cuenta con horror, que caminando hacia atrás no podía contro lar su dirección De manera que, aunque no dejó de mirar angustiado a su padre, comenzó a dar vue l ta , lo más vert ig inoso que pudo, que fue -muy lento. Parece que el padre notó sus buenas intenciones,

- pues no lo siguió acosando, e incluso le d i r i g i ó desde lejos la maniobra con la punta del bastón. iSi al menos pudiera -haber dejado él de s i l ba r de ese modo tan t e r r i b l e ! Eso era lo que más desesperaba a Gregorio. Al terminar casi ya, de dar la vue l ta , el s i l b ido lo desconcertó, haciendo que de -nuevo equivocara un tanto la d i rección. Finalmente, su cabe za se encontró f rente a la puerta. Mas en ese momento, se -dio cuenta que su cuerpo era demasiado ancho para poder pa-sarlo sin d i f i cu l tades . Al padre, como era de esperar dado su estado de ánimo, tampoco se le ocurr ió abr i r la otra hoja de la puerta para que Gregorio tuv iera espacio para pasar. Cínicamente le obsesionaba la idea de hacer que Gregorio en-t rara a su habitación lo más rápidamente posible. Tampoco -

| i í r¿ j habría soportado él jamás los minuciosos preparativos que -

Gregorio precisaba para incorporarse y poder asi , quiza, pa-sar por la puerta. Probablemente ahora estaba haciendo mas -ruido que nunca urgiendo a Gregorio para que avanzara, como si para e l l o no ex is t ie ra ningún impedimento.

* Gregorio escuchaba tras sí una voz que parecía i n c r e í -ble fuera la de su progenitor. La cosa no era para bromas. Gregorio —arriesgándolo todo— se metió como pudo en la -puerta. Se levantó de medio lado; ahora estaba reclinado en un ángulo del umbral con el costado totalmente destrozado. En la n i t idez de la puerta, se pegaron unas manchas asquero-sas. A l l í quedó Gregorio atrapado, totalmente impedido de -moverse por sí mismo en lo más mínimo. Las pat i tas de uno ae los lados colgaban temblorosas en el a i r e , mientras las del -otro quedaron dolorosamente prensadas contra el s u e l o . ^ E n t o ^ ees su padre le dio por detrás un fuerte y a la vez saivador

Pi l i

empujón, que lo lanzo dentro de la habi tación, al mismo tiem po que sangraba abundantemente. En seguida la puerta fue ce rrada de un bastonazo y finalmente todo vo lv ió a la calma

2

Hasta que l legó el crepúsculo no despertó Gregorio de -aquel profundo sueño, parecido más bien a un desmayo. No -habría demorado mucho en despertarse por sí mismo, porque se sentía muy descansado; pero le despertó la sensación de oír -el rumor de pasos misteriosos y el ruido de la puerta del reci b idor , que era cerrada con s i g i l o . El alumbrado eléctr ico de la ca l le lanzaba un pálido resplandor aquí y a l l á en el techo de su cuarto y en la parte a l ta de los muebles; pero abajo, -donde Gregorio estaba, sólo había oscuridad. Lentamente y con c ie r ta torpeza, tanteando con sus tentáculos cuyo valor comen zaba a aprec iar , se l legó hasta la puerta para ver qué es lo que había pasado a l l í . Su lado izquierdo era sólo una prolon gada y repelente l laga. Cojeaba al andar sobre cada una de su doble h i le ra de patas. Una de éstas, que resul tara herida en el accidente de la mañana —¡milagrosamente las otras no su-f r ie ron daño!— era arrastrada ya sin vida.

Al acercarse a la puerta, se dio cuenta que lo que le hi-zo i r a l l á era el o lor de comida. Encontró un tazón lleno -de leche f resca, en el que f lotaban pedacitos de pan blanco. Casi rompe a re í r de a legr ía , pues ahora tenía más hambre to-davía que por la mañana. Inmediatamente metió la cabeza en la leche, casi hasta los o jos , pero rápido la sacó de a l l í , muy desilusionado, pues no sólo le molestaba el dolor de su costa-do izquierdo, que apenas le permitía comer —y para hacerlo, -tenía que mover todo el cuerpo—, sino que además, la l e c h e no le gustó en lo más mínimo, y eso que fue siempre su bebida pre fe r ida ; por lo que sabiéndolo tal vez se la había dejado ain su hermana. Se separó casi con asco del tazón, y se fue a r r a s trando nuevamente hacia el medio del cuarto.

A través de la rendi ja de la puerta v io que el gas esta-ba prendido en el vest íbulo. Mas al revés de lo que a c o n t e c í a

bre que siempre le N e n i a b a B U e n ° ' q u l z a e s a c o s t u m

en rartac xX ™ T c o m e n t a b a s u hermana en conversaciones v~

era s i lenc io^ a°p s a ^ d e ' Se^ rñ ^ V SU ^ e d o r ' o d o gente. - ¡Qué apacible vida C e r t 6 Z a ' e " l a c a s a h a b í a

dijo Gregorio r 3 V 1 " ' " 5 f a m Í 1 Í a ! ~ s e "

numbra, se s i n t i ó o A h k S e d l n 9 f a " a la pe~ sus padres y hermana tan t ° d e h f e r l o 9 r a d ° Proporcionar a miento tan bon to Pe o s?1 a p a r t a " bienestary aquella » í \ i 1 tranqU11,dad, aquel

wsrs-2 s aMaw ÍÜ?,1"?: tta«': ; ffl: Quién SP t r t ü indeciso v i s i t a n t e , o al menos ver de

I S - S E ^

tendría V • l a m a n a n a n a d i e entrar ía a verlo Greaorin ido ^nhC l e n 6 t l e m p 0 p a r a m e d l t a r ' ^ miedo ¿ s e r ™ -

• o t'an 1 - c o m o o rdenaría su v id , en el fu turo. Pero ese ees e e r s u e l o a l í ° ^ í e C h ° - d 0 r ' d f ' t G n í a e s t a r

im T ! u. e l ° ' 1 0 amedrentó sin saber el poraué va n„e

£ « c : i a c n 0d ^ e

u i r í 8 c 1 n e o Con un movimiento metió debaio'de! J f x U n a , l l f r a sensación de vergüenza, se o apretado v ni r°/' e? d ° n ? e a p e s a r d e encontrarse un po % ™ S y i a p? a l z a r l a c a b 0 ? a - s e s i n t i ó de pronto V 3 gusto, lamentando sólo no pode™ meter a l l í p 0 r com--

pleto debido a su enorme corpulencia.

A l l í estuvo toda la noche, parte en dormevela, de la que le despertaba sobresaltado el hambre, y parte, también lleno de preocupaciones y esperanzas confusas, que siempre concluí-an en la necesidad, de momento, de conservar la calma y te-ner paciencia, y de hacer lo imposible, al mismo tiempo, para que su fami l ia pudiera soportar todas las molestias que en su estado actual tendría que ocasionar.

Muy temprano, casi al amanecer, tuvo Gregorio ocasión de comprobar lo importante de sus recientes resoluciones. Su her mana, ya casi arreglada, abrió la puerta que daba al r e c i b i -miento y at isbo al i n t e r i o r . De momento no lo v i o ; pero luego, al encontrarlo debajo del sofá —¡en alguna parte había de es t a r , no iba a haber volado!, ¿verdad?— se asustó de ta l mo-do que, s in lograr dominarse, cerró nuevamente la puerta. Pe-ro s in duda que luego se ar rep in t ió de su conducta, porque -volv ió a abr i r de inmediato y entró de p u n t i l l a s , t a l como si estuviera de v i s i t a en la habitación de un enfermo grave o en la de un desconocido. Gregorio, que casi sacó la cabeza de -debajo del sofá, la observaba. ¿Advert ir ía que no había pro-bado la leche y , entendiendo que no sería por f a l t a dehambre, le t raer ía de comer otra cosa más de su gusto? Pero si el la no lo hacía espontáneamente, él p re fe r i r í a morirse de hambre antes de l lamarle la atención sobre el pa r t i cu l a r , a pesar de tener inmensos deseos de s a l i r de debajo del sofá, arrojarse a sus pies e implorarle le t ra jese algo de comer. Pero la herma na notó al momento, con sorpresa, que el tazón estaba todavía l l eno , y que sólo se había caído un poco de leche afuera. La recogió de inmediato, claro que no con la simple mano, sino -valiéndose de un t rapo, y se la l levó. Gregorio sentía una -gran curiosidad por ver lo que le t raer ía a cambio, y sobre -e l l o hizo varias conjeturas. Pero, jamás hubiera supuesto lo que la bondad de la hermana le reservaba. Para ver lo que -era de su gusto, le t r a j o una variedad completa de alimentos que extendió sobre un periódico v i e j o . A l l í había vegetales pasados", medio podridos: huesos de la cena de la n o c h e ante-r i o r , con salsa blanca, que se había cuajado; pasas y a'1™;11"" dras; un trozo de queso que, dos días antes, Gregorio había -encontrado ya incomible; un paneci l lo duro; o t ro , untado con mantequi l la, y otro con mantequilla y sa l . Junto a todo esto le puso de nuevo el tazón, que aparentemente quedaba destina-

d f n * A! e x c l u s i y ° u s o d e Gregorio, pero que ahora lo l l e -no el la de agua Y por delicadeza -.sabiendo que Greqor o -no comería estando e l l a p resente- se fue lo más rápido que pudo e incluso dio vuelta a la l l a ve , para que Gregorio com-Pr6cp r ^ r P ° d í a P ° n e r S e t a n c d m o d o como gustara A? Er i -girse Gregorio a comer, todas sus patas zumbaron. Además T as heridas seguramente habían sanado totalmente v u no le molestaban; lo cual le sorprendió, pues re ordó^que hacía

E L Hnc T SG í a b í a h e r i d 0 c o n u n cuch i l lo en un dedo y -asta dos días antes todavía le dol ía mucho. -¿Acaso t e n -re yo ahora menos sensib i l idad que antes? - s e d i j o mien-tras comenzaba a chupar con glotonería el queso! q ^ fue lo primero y que con más fuerza le a t ra jo . Velozmente con os ojos húmedos de lágrimas de a legr ía , devoro en primer luoar

í s q a W n t Z 9 0 * 1 0 5 v e g e t ? l e s y 1 3 s a l s a - ° t r o lado" -llltl17 eS,C0S n 0 l e a 9 r a d a b * n , no soportaba su o l o r ,

hasta el extremo de ar rast rar lejos las cosas que deseaba co

r a t 0 ?u e había terminado. Se encontraba perezo ar la T I L P V cuando su hermana c S

a girar la l lave con l e n t i t u d , s in duda para darle aviso de jue debía re t i r a rse . Aunque estaba adormilado, Gregor o se

to y co rno a ocultarse de nuevo debajo d¿l sofá. Pero

a to p V o ^ U 6 h f U e r a m i 6 2 t r a S l a h e r m a n a e s t u v o en el -cuarto, le costo ahora un esfuerzo enorme de voluntad- o o r -ue debido a la abundante comida inger ida, su cuerpo había

r o d L U n -He V 0 ^ u m e n y a p e n a s P ° d l a A s p i r a r e e~ cío tan reducido. Con un 1 igero ahogo observaba, con los ueniP o í ° d ? S o r

Kb i t a d o s > a ^ hermana, totalmente ajen

ue le ocur r ía , barrer con una escoba, no sólo los restos comida sino también los alimentos que Gregor?o ni

a siquiera tocado, como si éstos ya no pudiesen ser de -od e n ^ n ^ h 1 ' 6 - A d e m á? V Í ° ' CÓ™ ^ s u r a d a m e n t e t ra-do en un cubo que cerro con una tapa de madera, l leván-

Z n ' n J ^ S e m a r c h ( 5 s u hermana, Gregorio sa l ió de -a j 0 del sofá, se es t i ró y respi ró.

vez por l f L L ° d 0 T 1 b 1 6 G r e 9 0 r i 0 3 d l ' a n ' ° s u c o m i d a ' ' la cZrtl TT*' í e m p r ? n o ' "Centras dormían los padres y -

' y o t r a > despues del almuerzo, en tanto los padres

¿ ecadn / 3 V a C n ' a d a S a l í a 8 u n o W* ~ recado, a que la mandaba la hermana. Naturalmente que

e l los tampoco deseaban que Gregorio se muriese de hambre; pe-ro quizá no hubieran logrado soportar la escena de sus comi-das, y era mejor conocerla de oídas por las referencias de la hermana. Probablemente también quería ésta ev i ta r les una pena más, aparte de las que estaban sufr iendo.

A Gregorio le fue imposible saber con qué pretextos -habían despedido aquella mañana al médico y al cerrajero. Co-mo no podía hacerse comprender de nadie, a nadie se le o c u -r r i d , ni siquiera a la hermana, que él pudiese entender lo -que e l los le decían. De modo que hubo de conformarse, cuando la hermana entraba a su cuarto, con o í r l a gemir, y en ocasio-nes escuchar sus invocaciones a todos los santos. Tiempo des-pués, cuando e l l a se hizo un poco a la idea de este nuevo es-tado de cosas —aunque, como es lóg ico, nunca l legar ía a acos tumbrarse por completo—, pudo Gregorio notar en e l l a algún -ademán amable, o, al menos, algo que así podía interpretarse. — Hoy si le gustó la comida —comentaba cuando Gregorio había comido opíparamente; mientras que en el caso cont ra r io , lo -que gradualmente pasaba más y más a menudo, acostumbraba a de c i r t r istemente: —¡Caray!, tampoco hoy ha tocado los alimen tos.

Pero, a pesar de que Gregorio no podía indagar directa-mente ninguna nueva, puso atención a lo que ocurría en las ha bitaciones vecinas, y apenas sentía voces corr ía hacia la -puerta que daba al lado de donde provenían y pegaba todo su -cuerpo a e l l a . Sobre todo en los primeros tiempos, todas las conversaciones eran sobre é l , aunque fuera indirectamente. Du rante dos días, en todas las comidas hubo discusiones en la -fami l ia referentes a la conducta que correspondería observar en el fu turo . Pero además, fuera de esas horas se conversaba del mismo tema, ya que como ningún miembro de la fami l ia que-r ía quedarse solo en casa —y ni que pensar en s a l i r todos y dejar la abandonada—, siempre había a l l í por lo menos dos per sonas para char lar . Ya el primer d ía , la cr iada, que aún no se sabía a ciencia c ie r ta en qué medida era conocedora de lo acaecido, había pedido de rod i l l as a la madre que la echara -inmediatamente, y al p a r t i r , un cuarto de hora después, lo -agradeció con lágrimas en los o jos , como si hubiera recibido el mayor de los favores, y sin que nadie se lo sug i r ie ra , se comprometió con juramentos solemnes a no contar a nadie ni una sola palabra de lo sucedido.

La hermana tuvo que ayudar en la cocina a su madre, lo que realmente no s igni f icaba gran t raba jo , ya que apenas si -comían. Gregorio los escuchaba a cada instante incitándose -en vano unos a otros para comer, y se respondían i n v a r i a b l e -mente con un "gracias, tengo lo su f i c i en te " , u otra frase pa-recida. Tampoco bebían gran cosa. A menudo preguntaba la -hermana al padre si deseaba cerveza, ofreciéndose bondadosa-mente a i r e l l a misma a buscarla, y cuando guardaba s i lenc io el padre, e l l a sugería pedir al portero que fuera a conseguid la, si es que no quería que e l l a se molestara; mas el padre -contestaba por f i n con un "no" rotundo y no se hablaba más -del asunto.

Ya el primer día expl icó el padre a la madre y a la her liana la real s i tuación económica de la fami l ia y las perspec-tivas que se presentaban. A veces se incorporaba de la mesa para buscar en su pequeña caja de caudales —librada de la -quiebra de sus negocios cinco años antes— algún documento o libro de apuntes. Se podía o í r cuando abría la complicada ce? rradura, y el c r u j i r de los papeles que sacaban, y luego, de nuevo, el ruido cuando cerraba. Estas explicaciones dadas -por su padre, fueron la primera not ic ia agradable que escuchó Gregorio desde su encierro. Siempre había pensado que su pa-dre no pudo salvar ni un centavo de su f a l l i d o negocio. El viejo nunca le d i jo nada que le dejara entrever lo cont ra r io , y por otra parte, a él no se le ocurr ió hacerle ninguna p r e -gunta directa sobre el pa r t i cu la r . En aquellos días, Grego-rio solamente se había preocupado en ayudar a la fami l ia a su perar, lo más pronto posib le, la quiebra que les hundió el ne 90c i o y les sumiera a todos en la más t e r r i b l e desesperación, tso lo había impulsado a t rabajar con ta l tesón, que no tardó en pasar de ser simple dependiente, a la categoría de todo un señor viajante de comercio, con muchas mayores posibi l idades lie obtener dinero, y cuyos éxitos en el trabajo se palpaban -inmediatamente bajo la forma de continuas comisiones en - -efectivo, puestas sobre la mesa fami l ia r ante el asombro y el contento de su f e l i z f am i l i a . Aquellos fueron tiempos hermo-sos en verdad. Pero no se habían repet ido, por lo menos con igual b r i l l an tez , pues aunque Gregorio logró después ganar lo suficiente para mantener por sí solo la casa, la costumbre, tanto en la f am i l i a , que recibía agradecida el dinero de Gre-gorio, como en éste, que lo entregaba con gusto, hizo que las Tuestras de sorpresa y alegría no volviesen a reproducirse -

cón el -mismo sentimiento de entusiasmo. Sólo la hermana -siempre estuvo muy unida a Gregorio, y como, al revés de es-t é , era muy aficionada a la música y tocaba el v i o l f n con -gfan ta lento , Gregorio alimentaba la secreta i lus ión de po-derla enviar, para el año próximo, al Conservatorio, sin im-portar le los gastos que esto le acarrearía seguramente y de los cuales ya se resarc i r ía de algún modo. Durante las cor-tas estancias de Gregorio en casa junto a la fami l i a , a menú do, en las charlas con la hermana, se hablaba del Conservato r i o , pero siempre como un sueño i r r ea l i zab le , como de una -simple i lus ión en la que no cabía pensar se hiciera realidad, A los padres, esta clase de proyectos no les agradaba mucho; mas Gregorio pensaba muy en serio en e l l os , y tenía resuelto comunicar solemnemente su decisión el día de Navidad.

Todos estos propósitos, dado su estado actual resulta-ban totalmente i nú t i l es ya; se morían en su mente, mientras é l , pegado a la puerta, oía lo que se hablaba al lado. Algu-na que otra vez la fa t iga le impedía poner atención, y deja-ba caer con cansancio la cabeza contra la puerta. Pero, en seguida volvía a levantar la, porque incluso el pequeño ruido que este gesto suyo ocasionaba, era sentido en el cuarto ve-cino, haciéndoles enmudecer a todos.

— Pero, ¿qué estará haciendo ahora? —comentaba el pa-dre, al poco ra to , mirando sin duda hacia su puerta.

la . Y luego, gradualmente continuaban la interrumpida char-

En esta forma se enteró Gregorio ahora, con mucha ale-gría —el padre repetía una y otra vez sus explicaciones: -primero porque hacía tiempo que él mismo no se había preocu-pado de aquellos problemas, y en parte también porque la ma-dre tardaba en comprenderlos— que, a pesar del infortunio, todavía les quedaba de su arruinado negocio algún dinero; es c ier to que muy poco, pero que algo se fue incrementando des-de entonces debido a los intereses, que no se habían tocado. Por otro lado, el dinero que entregaba cada mes Gregorio -—él guardaba para sí sólo una pequeña cantidad— no se gas-taba por completo, y ahora esos ahorros formaban un pequeño capital.. A través de la puerta, Gregorio aprobaba con la cabe za, f e l i z d e tan inesperado ahorro e insospechada p r e v i s i ó n .

¡ s r . r « s ^ r . r a s - j - í A í a ^

f ^ K ^ ^ - " « s s a i a r

S í s H ^ " ^ ™ " W - í B r :

mm^^mm ¡«taca ¿ ! P e l a l f e l z a >"> se quedaba de pie en la

to ° V Í d H 0 S ' sin duda el se « se a l l v e n L n a q U V V t r ? S t Í - m P ° S 1 6 P W l ¿ n a b a -»cana^p L H í : Realmente, dfa a día aun las cosas -> C cu a v s t a a t a a n ^ n C ] í J r 1 d a d - E 1 "osp i ía de ¡i; y, dé no haber saMHn ^ m a l d l J e r a > "o lo d iv isa-sis ¡ I '

se confundían hasta el punto de no poderse® d is t i ngu i r

231

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uno del o t ro .

Solamente en dos oportunidades adv i r t ió la hermana, -siempre v i g i l an te , que la butaca estaba junto a la ventana. Y entonces, al arreglar le su cuarto, acercaba e l l a misma la bu-taca. Más todavía, dejaba abiertas las contraventanas.

Si Gregorio hubiera podido al menos charlar con su her-mana; si hubiera podido agradecerle todo lo que por él hacía, habría sobrellevado mejor el tener que ocasionarle a e l la - -esos trabajos; pero no era as í , y se sentía deprimido. Cierta mente la hermana hacía lo imposible por borrar lo desagrada-ble de su tarea y , a medida que pasaba el tiempo, iba lográn-dolo mejor, como es natural . Mas también a Gregorio, el paso de los días le t raían mayor c lar idad. Ahora, la entrada de la hermana era motivo de angustia para é l . En cuanto entraba y sin cuidarse ni de cerrar antes las puertas, como era su cos-tumbre, para ocultar a todos la v is ta del cuarto, corría apre suradamente hacia la ventana y la abría en seguida, como si -temiera as f ix ia rse; y hasta cuando hacía intenso f r í o se que-daba a l l í algún tiempo, respirando profundamente. Esas pred pitaciones ruidosas turbaban a Gregorio dos veces al día. Gre gor io, aunque sabía que e l l a le hubiera evitado con agrado -esas molestias, si hubiera podido permanecer con las ventanas cerradas en la habitación, quedaba t i r i t ando debajo del sofá, mientras duraba la v i s i t a .

En una ocasión, luego de un mes de que se produjera la metamorfosis, y cuando por consiguiente no había razón espe-c ia l para que la hermana se asustara del aspecto de Gregorio, e l l a entró algo más temprano que lo que acostumbraba^ se en-contró a éste mirando por la ventana, totalmente inmóvil,en postura ta l que parecía un fantasma. No le hubiera extrañado nada a Gregorio que su hermana se abstuviera de ent rar , porque no podía abr i r inmediatamente la ventana mientras él estuviera a l l í . Mas, no solamente no pasó, sino que retrocedió, cerran-do la puerta; un extraño hubiese pensado que Gregorio la ace-chaba p3ra morderla. Claro es que Gregorio se escondió en se-guida debajo del sofá, pero hubo de aguardar hasta el mediodía antes de que e l l a regresara, más intranqui la que de costumbre. Esto le hizo comprobar cuán repulsiva resultaba todavía su presencia a los ojos de su hermana, que lo iba a seguir sien-do, y que ésta habría de hacer un gran esfuerzo de voluntad -

ella mismo de seguro la habría r e t i r a n Hoi V Í - ' " fácil de entender que para GreaoHo « í * PU6S e r a

presentaba ninguna'como'dídad 9 e 0 ó " S ^ l ^ ^ estaba, e incluso Gregorio, al levan a c d dolamente con°

esa nueva - -«na mirada de agradecimiento. a "

^ , - ^ - D U r a n t e ] ° S p r 1 m e r o s 9 " 1 ' " « días no pudi decidirse a entrar a su cuarto. E l , a menudo Siar los trabajos de la hermana, cuando hasta' bien solían regañarla, pues pensaban que era a »»hi ja i n ú t i l . Pero, frecuentemente ambos ¡ l r l a 9 T d a í a n f u e r a d e l c u a r t 0 de Gregorio m e ordenaba; y tan pronto salía tenía que

al ie, como estaban las cosas en el cuarto comido, cómo se había conducido esta vez

nmentaba alguna mejoría.

eron sus padres les oía e l o —

esa fecha más -Igo así como -el padre y la mientras la her

contarles con -lo que Gregorio » y si no expe-

m e r ^ ^ T t ? ^ 1 * ' S \ m ó r / c o m e n *ó relativamente pronto a í^vHxizSrS:-> N io"erfDésiac?ando° M i n ™ ^ ^ e j a d m e p a - a -I» estar'con él?" f rpnnHn m l ° \ ¿N° c o m P™déis que necesi •rotuna V ^ « « ^ " J ^ '

HirseE1 Durantedee? rdeír10 d e V e r - 2 SU m a d r e n o t a r d á cum-Hería ac a ' p o r consideración a sus padres no

o d n ^ Y 13 V e f a ü a ' P e r 0 p o c o p o d f a arrastrarse en d 0 s m e t r o s ^adrados de suelo de que disponía. Le r e

1

, ' í

I l¡p

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E I H W L

súltaba ya d i f í c i l el descansar t ranqui lo durante la noche. Perdió el interés que.le causaran los alimentos, y asi fue ad quir iendo, a modo de d is t racc ión, el hábito de trepar zigza-gueando por las paredes y el techo. En especial , gozaba col qándose suspendido del techo; era mucho mejor que estar echa do en el suelo, y a l l í se respiraba más libremente y el cuer po se bamboleaba y mecía con l igereza. Mas ocurr ió que Grego r i o , en el casi f e l i z ensimismamiento a que le " l l evó la sus-pensión, y para su gran sorpresa, se desprendió del techo y -fue a est re l la rse contra el suelo. Pero ahora el tenia mucho m a y o r control sobre su cuerpo que anteriormente, y a pesar -del ímpetu del golpe no se lastimo.

La hermana notó de inmediato la nueva distracción de -Greqorio -seguramente que él dejaba al t repar , aca y alia, -rastros de b a b i l l a - , y se le ocurr ió la idea de proporcionar le un campo lo más amplio posible para que trepara, a cuyo -efecto pensó en r e t i r a r los muebles que estorbaban, y , sobre todo, el baúl y el esc r i t o r i o . Pero esto no lo podía hacer -e l l a sola; tampoco se atrevía a pedir al padre que la ayudara; y con respecto a la cr iada, una joven de dieciseis anos que-había tenido el valor de quedarse luego de que se marcho la-cocinera, no se podía contar con e l l a , porque había solicita-do como especial favor , que se le permit iera tener siempre« rrada la puerta de la cocina y no ab r i r l a sino cuando la lla-masen. Por consiguiente, sólo quedaba recu r r i r a la madrea las horas en que el padre estaba ausente. La anciana señora acudió gritando de contenta. Pero enmudeció en la misma pue£ ta del cuarto. Como es lóg ico, primero se s e g u r ó la hermana de que todo estaba en orden, y sólo entonces la dejo entrar. Gregorio se había apurado en bajar la sabana mas que lo acos-tumbrado, de modo que formara abundantes pl iegues, y daba i sensación de haber sido t i rada a l l í accidentalmente. Esta» no quiso at isbar por debajo del sofá; renuncio al p l a c e r ce ver a su madre en esta ocasión, y se puso muy contento solo porque és ta , ' a l f i n , hubiera venido.

-Pasa , que no se le ve —di jo la hermana, que era obvi que llevaba a la madre de la mano.

Y Gregorio s in t ió cómo las dos f rág i les mujeres¡ se esfoj zaban por mover de su lugar el v ie jo y muy pesado baúl, y. su hermana, siempre animosa, tomaba sobre si la mayor pane

del t rabajo, sin escuchar las advertencias de la madre aue -temía que se fa t igara más de la cuenta. La operación l levó -mucho tiempo; después de un cuarto de hora, la madre objeíó -que seria mejor dejar el baúl donde estaba en primer término porque era muy pesado y no terminarían antes de que el S e

¡ r a ! ? o k T ' ' ^ P 0 ^ q u e e s t a n d 0 e l en medio de la ha-bitación, obstacul izaría el paso a Gregorio, y , en segundo lu gar Porque no había seguridad de que moviendo los muebles s i

S ? r e 9 0 r Í 0 - E l l a i n c l i n a b a a Pensar que -debía de ser todo lo contrar io. La v is ta de las paredes des-nudas le oprimía su propio corazón. ¿Por qué no podría s e n -ir Gregorio lo mismo, desde el momento que tuvo siempre cos-

tumbre de ver los muebles de su cuarto? ¿Quién podría asequ-cío? n ° S e 5 COm° d e s a m P a r a d o en ese dormitor io va-

_ - ¿ Y no daría la impresión entonces -conc luyó en voz aja, casi en susurro, como de hecho habló todo el ti lmpo co

V- 2 u l s i e ¡ ; a ev i ta r a Gregorio, que no sabía el luqar oíecT so onde se hallaba, hasta oí r el sonido de su voz porqSe e? taba creída de que no comprendía las p a l a b r a s - , n¿ parecía r T L T t l 3 1 S3Ca, r 1 o ? . m u e b l es , indicáramos que nos negábamos üe ? YPo rn?pn,oena l l i Í O ^ ^ 1 0 d e j á b a m o " d o n a d o a su suerte i Yo pienso que lo mejor sería dejar el cuarto ta l v como estaba, con el f i n de que Gregorio cuando regrese en--e nosotros, lo hal le todo como siempre y ésto le f a c i l i t e -

el olvido de este paréntesis tan doloroso. 6

euP piA Inehah?ha r é S t ? dG SU m a d r e s e d i 0 c u e n t a Gregorio de u el no hablar con la gente durante esos dos meses sumado 1 monotonía de la existencia que llevaba entre los uyos

o od°?a9Ivn ° U n a C O n f u s 1 ? n d e i d e a s ' p u e s> d e ° t ra mane vacía de muebles! C a r S e p o r «u e e l P ^ e r f a ver su habitación

confortaMTI ? q U e r U q u e s u c a l 1 d a habitación, -n s f n ^ J J eglada con antiguos muebles de fam i l i a , se -

an formara en un desierto en el cual hubiera podido, sin du ; trepar en todas las direcciones sin ningún impedimento, 7 o nesgo de caer, simultáneamente, en el olvido de su pa

wa condicion humana? -

Éfewi.,

I i

i liíri

Y él se encontraba ahora tan cerca de l legar a ese olvi do que sólo la voz de la madre, no escuchada desde hacía ya tanto tiempo, lo había evitado. No, era mejor no sacar nada del cuarto; todo debía quedar donde estaba, no era posible -prescindir de la bienhechora inf luencia que los muebles ejer-cían sobre su estado de ánimo, incluso aunque le impidieran-i r de un lado a otro libremente; esto no era un inconveniente sino más bien una ventaja.

Por desdicha, la hermana no pensaba lo mismo, y , como -se- había acostumbrado - y no sin razón - a considerarse más -conocedora que sus padres de todo lo que a su hermano compe-t í a , bastó que escuchara el consejo de la madre para que ahora i n s i s t i e r a , y agregara, además, que no sólo debían retirarse-de a l l í el baúl y la mesa, en los que únicamente había pensado en un p r inc ip io , sino también todos los otros muebles, con--excepción, claro está, del sofá que era a l l í indispensable.

Este empeño, naturalmente, no era sólo producto de su re ca lc i t rante tozudez i n f a n t i l y de aquella confianza en sí mis-ma que recientemente había adquirido tan de improviso y a tal costo: es que también había notado que Gregorio, aparte de pre cisar gran espacio para arrastrarse y t repar , no usaba los mué bles para nada. Otro factor que quizá la impulsara, fuera ese entusiasmo propio de las muchachas de su edad, ansioso siempre de una ocasión que le permitiese e je rc i ta rse , que la hizo de-jarse l levar por el deseo de exagerar lo horroroso de la sitúa ción de Gregorio, a f i n de poderlo ayudar en forma aún más amplia que hasta ahora. Y es que en un cuarto en que el h( no apareciese totalmente sólo entre las cuatro paredes desnu-das, seguramente que nadie sino e l l a se atrevería a ponerlos pies.

En f i n , no pudo la madre hacerla des is t i r de sus propó-s i t os , y como ésta se sentía muy incómoda en la habitación nc tardó en cal larse y en ayudar a Grete, con todas sus fuerzas, a sacar el baúl. Ahora bien, de ser necesario, Gregorio po-día prescindir del arca, pero el esc r i to r io tenían que de jar le

a l l í . Tan pronto como las dos mujeres salieron del cuarto lie vándose el baúl, al que empujaban entre gemidos, sacó Gregor io

la cabeza de debajo del sofá para ver cómo podría intervemr-con el máximo de provecho y tomando todas las precauciones P

as 2 sa¡ asa»; sv vks&'ss diera enfermarse al contemplarlo; alarmado por eso! Gregorio' retrocedió a toda velocidad hasta el otro extremo del sof í sin embargo no pudo ev i ta r que la sábana que le escondí fe c?áneSe la" ffi f "S f f Í C

(1 e n t e p a r a 1 w T t - -

cion ae la madre. Esta se detuvo bruscamente, quedó un i n s -tante en suspenso, y regresó donde Grete.

A pesar de que Gegorio se tranqui l izaba diciéndose oue no ocurría nada anormal y que sólo se cambiaban de C a r al gunos muebles, pronto tuvo que admit ir que todo a q u e M r y -venir de las mujeres, las exclamaciones que hacían el ravar de los muebles en el piso, le causaban el e f e c t ú e que en -torno suyo reinaba una gran conmoción; y encogiendo lo más -que pudo la cabeza y las piernas y aplastando el v?en?re con ra el suelo, se vio obligado a confesar que no podría sopo?

tarlo por mucho tiempo más. K P -

o u e r í a - ^ f l f h l - 1 c ^ r t V a c i ° . le quitaban todo lo que él quena, ya le habían llevado el baúl donde quardaba la s i e -rra y las otras herramientas; ya movían el esc r i t o r io tan sólidamente empotrado en el suelo; era el e s c r n o H ¿ en el "

S 3 ^ a d e m i f Y T l e - ^ a b a T c u a n I L L ^ - l l B C o m e r c i ° y cuando cursaba Humanidades.

í ones q u e p e r d e r s°P«ando las buenas inten n a h í ? S m u J e r e s > cuya existencia casi había olvida o s ó f n ^ r n / 6 " ? 1 ' 9 5 Hde cansancio, trabajaban en s i l i -

cio, y solo se oía el pesado arrast rar de sus pasos.

iprec l e ? ! ! ' ' 6 ' 1 5 e prec ip i tó fuera de su escondite - l a s mu-erns?a l n c e n T ^ 5 0 Í n S t a n t e e n l a habitación cont i -

a l i f r ! S ? b r e e l esc r i to r io dándose un r e s p i r o - y -sabía rpai t

c u ah

t r o . v e « s 1 a dirección de su marcha, pues no b a realmente hacia dónde acudir primero. En esto 1P Ha-la atención, en la pared ya desmantelada, el re t ra to de -

e r r f i L e n i p 1 e l e s ' T r e p 6 rápidamente hasta a l l í , y erróse al c r i s t a l , que tenía una buena superf ic ie para -

,rse y que ca,mó el ardor de su v ientre. Por lo menos este que él tapaba ahora totalmente no lo movería nadie

Y g i ró su cabeza en d i recc ión a la puerta de la sala de espe-ra , para poder a t isbar a las mujeres en cuanto éstas regresa-ran.

Lo c i e r t o es que éstas no se permit ieron mucho descanso, y ya venían de nuevo. Grete rodeando a la madre con el brazo, casi sosteniéndola.

— Bien, ¿qué nos llevamos ahora? — d i j o Grete mirando -a su alrededor. En es to , sus miradas se encontraron con las de Gregorio, pegado a la pared. Grete logró dominarse, presu miblemente en consideración a su madre; inc l inóse hacia ésta para e v i t a r que v iera lo que había alrededor suyo, y en seguí da con voz a l te rada, le d i j o :

— Ven, ¿no crees que sería mejor que regresáramos por un momento a la estancia? Gregorio adivinaba perfectamente las intenciones de Grete: quería poner a salvo a la madre, y , -después, echarlo abajo de la pared. Bien, i qué t ra ta ra de -hacerlo! *E1 seguía asido de su cuadro y rio cedería. Prefería s a l t a r l e a Grete a la cara. Pero las palabras de ésta sólo -habían conseguido inqu ie tar a la madre. Esta se hizo a un la do, perc ib ió aquella mancha oscura sobre el rameado papel de la pared, y antes de poder percatarse de que aquello que veía era Gregorio, g r i t ó con voz bronca, estentórea:

— ¡Ay, Dios mío! ¡Ay, Dios mío! —Y cayó en el sofá', con los brazos ab ie r tos , como si r i nd ie ra el ú l t imo suspiro, quedando inmóvi l .

— íCuidado, Gregorio! —le g r i t ó la hermana con el puño en a l t o y mirada enérgica.

Estas eran las primeras palabras que e l l a le d i r ig ía di-rectamente después de su metamorfosis. Corrió al cuarto veci-no, en busca de alguna esencia aromática con la que reanimar a la madre de su desvanecimiento. Gregorio hubiera deseado-ayydarla —para salvar la l i t o g r a f í a aún quedaba tiempo—, Pi-ro se encontraba pegado al c r i s t a l , y tuvo que desprenderse -de él violentamente. Después de ésto co r r i ó t ras de su herma na a la habitación cont igua, como s i pudiese aconsejarla, -igual que lo hacía en o t ro tiempo. Pero tuvo que contentarse con quedarse quieto detrás de e l l a .

q u i to r ; e a í a d n ars 'e G v r ue1 ta U S a C f v ae ra í e

hU n S Í n n Ú m e r ° d e

le cayó al suelo „ n T í i n a l h e r m a n ° se asustó y se dr io h i r i ' a Grego o en acaT L Y ^ ' 5 ün pedazo de " do cor ros ivo. Pero Grete s i n S í s a , ? , c a n d ° s e l a de un l íquT dos los frascos que Dudo'l lpí/ar " " m 0 m e n t 0 ' «»gltf t » donde estaba ?a madre « r r l n d o l l l T ? S U n 5 COn e l l o s a r

Gregorio se e n c o n t r é a h n r f t J T " 5 1 l a p u e r t a c o n e 1 Pie. la cua l , por cSloa sma ^ u w r i l i V ' ' 1 ' < ~ a d o de su madre, te. ¡Y él no se at revía 1 - M ^ " 3 ^ e n t r a n c e "Hier-' ahuyentar de a l í a su emana a p n ^ í - P ° r t e m 0 r d e " " a su madre1• no hahf» ' 2 l e n d e b l a Permanecer junto ^ s iiS&lfiaF* -reo y todo le daba v u p l t a c L T• - j ' ' c u a n d t> se ma-gran mesa. »«el tas, se t i r o desesperado encima de la so al r ededo^ todo^ ra ^ e n

buen auourio E n t o n ^ S o í l q m z a e r a 1 n d 1 c i " ° costumbre í estaba encerrada en s^coc ína y 0 « ^ ^ ' f

C 0 ' n 0

abr i r la puerta. Era el padre. * t U V ° q u e "

cara tetíteVeTbfó eloHca°r t„°H ^ T T P a l a b r a s " L a ' - t r o en el p e ^ t ? S l ^ e W » S ¿ 7

duvo s u e l t o / 6 d e S m a y á ' P e r ° a h 0 r a e s t a " Gregorio an-

s t a r v , f S * " s s k s b w f V c t l t r a h a b ' ^ e r n p u j a t - 1 0 adentro, sino g u e r r a '

E f i c i e n t e con a b r i r l e la puerta para que desapareciera en -

A

seguida.

Sin embargo el padre no estaba en condición de advertir tan f inas sut i lezas.

— iAyi —gr i t ó a l en t ra r , con voz entre furibunda y al-borozado. Gregorio r e t i r ó su cabeza de la puerta y la levan tó para mirar a su padre.

Realmente éste no era el padre que él se había imagina-do. Claro que últimamente había estado demasiado absorbido en su nueva d is t racc ión de trepar por el techo para poderse tomar el interés de antes en lo que pasara en algún lugar -del suelo y , en verdad, debía prepararse para perc ib i r algu-nos cambios. Y no obstante, ¿era ese señor verdaderamente -su progenitor? ¿Era éste el mismo hombre que en otros tiem-pos, cuando Gregorio emprendía un v ia je de negocios, solía -quedar, fa t igado, en la cama? ¿Era ese el mismo hombre que al volver a casa le rec ibía en bata, arrel lanado en su buta ca, y que al no poder levantarse levantaba los brazos a modo de saludo? ¿Ese mismo hombre que, en las raras ocasiones en que sal ía con su f a m i l i a , uno o dos domingos al año o en las grandes fest iv idades, paseaba entre Gregorio y la madre; el hombre de paso ya lento pero que en aquellas oportunidades -acortábase aún más; que iba enfundado en su v ie jo gabán, -

.afirmándose con cuidado en su bastón, y que acostumbraba de-tenerse cada vez que deseaba decir a lgo, obligándonos a to -dos los que le acompañábamos a rodearlo?

Mas ahora se mostraba ga l la rdo, vestido de riguroso uni-forme azul con botones dorados, semejante a los que usan los Ordenanzas de los bancos. Sobre el cuel lo de su l e v i t a , rí-gido a l t o , caía la papada; bajo las espesas cejas, sus ojos negros, despedían una mirada clara y f resca, y el cale! lo -blanco, antes despeinado siempre, ahora b r i l l aba con su raya en medio, cuidadosamente trazada.

Tiró la gorra que mostraba unas i n i c i a l es d o r a d a s —se-guramente el d i s t i n t i v o de algún Banco— y la gorra, dibujan do un c í r cu lo , cruzó la habitación y le fue a caer sobre el sofá; y con los faldones de la l ev i t a hacia atrás y las ma-nos en los bo l s i l l o s del pantalón, avanzó hacia Gregorio con

l l ¡ V Z r ¡ b » L ° hfS P r ° b a b l e e s « u e ^ mismo sabía qué -

vendad para t ra ía? a s i h?to C o r r i ó ? P ° C a 1 a raayor s e '

verse De « t e S Í ' S r S S M c e ^ S f f i cion, sin que ocurriera nada decisivo v es mis M „ 5

r P e r £ u ^ r Por "V"* , a * r °

, S® bamboleo, tratando de concentrar todas sus eneraías h u l d a > manteniendo con gran esfuerzo los ojos abiertos-

era" 1 ^ ° ' S e , e o c u r r f a o t ™ forma de salva? e que no s

d L r r i r W ' y y a C a s i h a b í a °ívidado que -u í l L A p a i ? ? e s l l b r e s . aunque en este cuarto se veían

í oro p o r l u 6 L C 0 ? m U C h°S t a l , a d o s q u e Presentaban " r i o pengro por sus ángulos y sus picos.

S i m n L P H ! n ! 0 , . a 1 ? 0 que voló con l igereza cayó tras él y -

Las apetitosas y sonrosadas manzanitas daban por el sue o. como '¡nmantadas, haciendo carambola entre sí Una de ~

m nzanas, arrojada con mejor puntería, pero s in mucha I e laP r Ü / Ü T ! a - e s p a ' d a d e Gregorio, mis resbaló so-

i , n h a c e r l e d a " ° - pero, la que siguió de inmediato

hizo un blanco perfecto, y , a pesar de que Gregorio quiso es-capar, como si al cambiar de lugar el t e r r i b l e dolor pudiera aplacársele, no pudo, pues se sentía clavado en el lugar, y . ahí quedó, desbaratado, sin conciencia de nada.

Su última mirada consciente vio abrirse la puerta de su habitación, y a su madre corriendo en camisa —pues Grete la había desvestido para hacerla volver de su desmayo- delante de la hermana y gri tando; y vio que luego la madre, abalanzó dose hacia el padre, dejaba en el camino, una tras o t ra , esas prendas íntimas de las mujeres, que llevaba sueltas; y que -por ú l t imo, luego de tropezar con éstas, llegaba junto al pa-dre, y se abrazaba con fuerza a é l . . . —aquí la v is ta de Gre-gorio comenzaba a f a l l a r l e — , y cruzándole con sus manos la -nuca le rogaba que perdonara la vida al h i j o .

3

La peligrosa herida, que tardó más de un mes en sanar Z T W r a v e n t u r a i - ° " a m o v e r l a , la manzana i g u i H n c r u s tada en su cuerpo en recuerdo v i s i b le de lo acaecido- pare-1

cií rememorar, incluso al padre, que Gregorio a pesar de su -Z t n d e ?? r a c

1i a d 0 y repulsivo, continuaba siendo -

«íembro de la fami l ia al que no correspondía t ra ta r como a un M i g o sino que por el cont rar io , era primordial deber de " ,

í a u n l a d ° I a repulsión y tener paciencia No -

cabía más que resignarse.

„ J V " 3 ^ 0 . « . S r e g o r i o , a causa de la herida había pe rd i -i , quizá de f in i t i vamen te , la f a c i l i d a d de movimiento y no -

' v V r n n ^ " e c e s i t a b a ' «*no " " anciano inva" ?do! mu-ta y largos minutos para atravesar su cuarto - y ni soñar -

subirse por las paredes- se vio suficientemente ¿ompensa-

1 P S T 6 ? 0 / 6 S u por el hecho de que --anochecer se abría la puerta de la sala de estar - l a que -UmdP

ramnHn m l > a r d eK

h ; i t e e n h i t o d e s d e u " a ° d°s "ora an r i f a r e nara f í ^ ^ ^ h a b i t a c i ( 3 n ' en la oscuridad,

roara J r l n i f a m i l a - P o d l a ver a todos a la luz de la -«pare, a l r ededor de la mesa, y oía su char la que e v i d e n t e -

" puerta t o " ° d i f e r e n t e a cuanto escuchaba detrás -M e ?? v e r d a d e r a n " i remotamente parecidas te to prhírhA rf empos; aquellas tan alegres y animadas que -S hospe^r ía l Z H G r e S O r í ° - S í l a s p e q u e ñ a s habitaciones de t4e . a r Z l , ? f a ¿° j a b a > V añoraba siempre al me fe m r i ! e n t r e a s h í i m e d a s sát)anas de la cama extraña"" s cenar -cp S 1 » < l a s . I f l a d a s « l i a d a s . Acabando * la madrp v h d ° ™ l d ü e ! p a d r e 6 n 1a b u t a c a - e n tanto t la macre y la hermana se aconsejaban una a la otra s i len-¡ c 9 H H , f l r e ' e n c o r v a d a de la luz , cosía ropa blanca «tal,dad para una t ienda, y la hermana, que había entrado -

de dependienta, aprovechaba para estudiar en la noche taqui-grafía y francés, con vistas a conseguir un puesto mejor que el que tenía. De vez en cuando, se despertaba el padre y, . como si no se diera cuenta de que había estado durmiendo le comentaba a la madre: "¡Hoy estás cosiendo mucho!", y de -nuevo caía dormido, mientras las dos mujeres intercambiaban una fatigada sonrisa.

Con una terquedad de muía, el padre se empecinaba en -no quitarse el uniforme de ordenanza, ni siquiera en su casa. Y en tanto que su bata, ya inserv ib le , colgaba de la percha, dormitaba a l l í sentado, vestido con el uniforme completo, co mo si estuviera siempre l i s t o a prestar se rv ic io , o esperara escuchar hasta en su casa la voz de uno de sus je fes . Con -lo que el uniforme, que lo rec ib id siendo ya usado, comenzó a verse sucio, no obstante los amorosos cuidados de la madre y de la hermana para mantenerlo l impio. Y Gregorio, muy se-guido, se pasaba horas enteras contemplando ese t r a j e lustro so, l leno de lamparones, mas con los botones dorados siempre b r i l l a n t e s , con el cual el v ie jo se dormía, aunque con inco-modidad, muy pacíficamente.

Tan pronto como el r e l o j daba las d iez, la madre trata-ba de despertar al padre, persuadiéndole con cariñosas pala-bras para que se marchase a la cama, porque dormir a l l í sen-tado no era dormir como es debido, y a él le hacía fa l ta un-buen descanso ya que a las seis debía acudir a su obligación. Pero el padre, con lo obstinado que se había vuelto desde que trabajaba de ordenanza de Banco, i ns i s t í a en quedarse más ra-to a la mesa, aunque por lo regular caía de nuevo dormido, y sólo después de muchas morti f icaciones se decidía a cambiar-la butaca por la cama. Y no obstante todos los esfuerzos de la madre y la hermana, él continuaba a l l í con los ojos cerra dos, cabeceando cada cuarto de hora, pero no se ponía de pie. La madre le movía la manga, susurrándole cariños al oído, y la hermana dejaba su tareas para ayudarla. Mas todo era inú-t i l , ya que el padre se arrellanaba más hondo en su butaca,y no habría los ojos hasta que las dos mujeres le tomaban por • debajo de los brazos. Entonces sus miradas iban de una a -o t ra , habitualmente con la observación:

— i Qué vida ésta! «Vaya paz y t ranqui l idad las de mis últimos años! —Y apoyándose ert las dos mujeres se l e v a n t a b a

penosamente y como si para él mismo fuera esto una caraa HP sada consentía que de ta l guisa le acompañaran ha ta la' pSe'r ' ta; a l l í con la mano les hacía ademán de que se fueran v rZ inuaba solo su camino, en tanto que la madre L i aba su íabo?

desayudarle. ^ V " 8 ^ ^ e r ¿ral

¿Qué miembro de'esa fami1ia, sobrecargada de trabaio re ventada de cansancio, hubiese podido preocuparse deGregoñ'o" r r , « V 6 1 T absortamente necesario? Los gastesde -

0 na aes?sten a C l d 0 S m á S - y m á S ' Se d e s P i d i á a cr iada; que ?e c rcundabanU í f 9 i 9 3 n t e ' ^ e S u d a ' d e c a b e l l ° s blan os que le circundaban la cabeza, venía una horas ñor la ma~

P ° r 3 t 3 r d e ' 9 h a c e r l a s tareas más pecadas; te dos los demás quehaceres quedaban a cargo de la madre a os fie se anadian las grandes pi las de costura. Fue necésar o ademas, deshacerse de varias joyas con las que l ! mfdre v la hermana se engalanaban, orgul losas, en sus f i e s l a s y reunio--

prec o a oupV?n9 U° S<"e90r1° U n a n o c h e ' a l o í r l a s comentar 1 precio a que las vendieron. Pero de lo que más se lamenta an era de que no pudieran dejar el piso - q u e ya en las actfa es circunstancias resultaba demasiado grande^porque no ve "

f o r ™ ^ trasladar a Gregorio. Pero Gregorio sabía WJ bien que esa no era la verdadera razón que les ?mptd era" «larse, puesto que para trasladar le a e'l bastaría senci la S o l ó l e " ^ d?S ° n ' f 1 C Í 0 S q u e l e Permi t i eran respi rar" o, lo que les detenía para cambiarse de piso era su Droóia «operación, porque el cambio hacía rea i dad a c eenc la eñ

estaban de verse señalados por una desgracia ta l comi ia «ís les sucedió a ninguno de sus parientes y am?gos. J

«iQe L T Í L T l oh

i n d e c ] ' b l e ' soportando lo que el mundo -m le d i l t os del Re : 6 1 f a d r e , i b a a t raer el desayuno para

r - e l 5 a n C 0 ; l a m a d r e ' tenía que rendir sus -oa nnp rn ^^onando ropa in te r io r para extraños; la herma

, que correr de un lado a otro tras el mostrador, a t e n d i ó aTmáfdI 0® ^Tentes Pero por más que se esforza -

, V e , s l - Y l a h e n d a e n l a espalda de Gregorio co " o tar en H C U a ^ ° l a m a d r e * l a hermana,®? o " par sentad P [ e 9 r e s a b a n d e n u e v 0 * dejaban el trabajo

sentarse muy juntas una de la o t ra , casi me j i l l a con me-a- La madre apuntaba hacia la habitación de Gregorio y

I i

—Grete, c ier ra esa puerta ahora. —Y Gregorio quedaba nuevamente inmerso en la oscuridad, en tanto que, en el cuar to vecino, las dos mujeres confundían sus lágrimas, o, corf los ojos secos, miraban fi jamente a la mesa.

Las noches y los días de Gregorio transcurrían sin casi conc i l ia r el sueño. En ocasiones, le obsesionaba la idea de-que a no tardar l legar ía el día en que se abr i r ía la puerta -de la habitación, y que como en otros tiempos se haría cargo de nuevo de los asuntos de la fami l i a . Recordó, después de-este largo periodo, a su je fe y al p r inc ipa l , a los agentes-viajeros y a los aprendices; al ordenanza, que era tan estúpi do; a dos o tres amigos que tenía en otros comercios; a laca marera de una hospedería de provincia, y un recuerdo románti-co y pasajero: el de la cajera de una sombrerería, a quien -había pretendido en ser io , pero sin forzar el paso.

Estas personas desfilaban en su mente confundidas con otras desconocidas o con gentes a las que tenía completamen-te olvidadas; pero en lugar de ayudarle a él y a los suyos, todas y cada una de e l las se tornaban inasequibles, y se sen t í a contento cuando su recuerdo se desvanecía. Otras veces no tenía ta lante para preocuparse por su f am i l i a , y sólo sen t ía rabia por la negligencia con que le atendían. No pensa-ba en ningún manjar que se le antojara, pero hacía planes pa ra entrar en la despensa y sacar, aunque no tuviera hambre, los alimentos, que después de todo eran suyos. La hermana -ya no se afanaba en t raer le lo que en especial podía gustar-le comer; antes de i rse al t raba jo , en la mañana y en la tar ide, empujaba con el pie cualquier vianda hacia el interior -del cuarto, y después, cuando regresaba de la t ienda, sin -preocuparse por el hecho de que Gregorio apenas probara boca do —que así solía suceder— o que ni siquiera tocara la co-mida, sacaba lo que quedaba de un escobazo. El acomodo del cuarto, que ahora e l l a siempre hacía por la noche, no podía ser más rápido. A lo largo de las paredes abundaba la mugre; y aquí y a l l á se veían montoncitos de basura.

En un comienzo, cuando entraba la hermana, Gregorio • acostumbraba colocarse en una esquina particularmente sucia, lo que no dejaba de ser un a modo de reproche a e l l a . Pero, podría estar a l l í semanas enteras y ni aun así lograba que -la hermana se esmerara un poco más; e l l a veía la p o r q u e r í a

tan bien como é pero al parecer no pensaba sacarla fon una suscept ibi l idad totalmente nueva en e l l a , y que de a?aún modo había contagiado a toda la fam i l i a , se ^ese^vaba ce osa mente la tarea de l impiar ese cuarto L „» i « -2 celosa dre se resolvió a hacer ía l im L gene a n l ^ u a r o Se" Gregorio lo que sólo pudo efectuar llevando var os ?ubos de agua - t o d a esta humedad le afectó mucho a Gregorio que mientras tanto yacía quieto y apesadumbrado debajo del s o f á l f n J V a f T t a r d 0 ' m u c h 0 ' E" la hermana reare" f P° r I a tarde y apercibió el nuevo aspecto q u e o f r e c í a l a

habitación, se ofendió, corr ió encolerizada a l l saía de es tar, y pese a las súplicas de la madre, estalló en lanfo

o' d e i e s i m n S a l t 0 ' 8 ] °S ? 3 d r e S ~ n a tura lmente el padre br iñ cS del s i l l ó n - que al p r inc ip io la observaban totalmente " L 0 H r o n d l d ? S V F Í n a l m e n t e l o s Padres entraron en acción e l "

I ' a a d iestra de la madre, le amonestaba por no háblr jado a l a hermana que e l l a sólo l impiara la pieza de Greao Ü r f , m a " a , a 1 3 i z ^ i e r d a , aseguraba, gr i tando, que ya9°

0 podría seguir encarga'ndose de aquella tarea A todo esto 1 madre intentaba l levarse a su alcoba al padre que estaba

m e s a ^ o n ^ 1 3 - T a n a ' a h o 9 a d a P°r el l l a n t o , ' olpea a a mesa con sus puní tos cerrados mientras Greqorio pateaba

f u r i a , pues nadie se preocupó de cerrar L® puerta L i áñ l a a m a rgura de aquella escena y aquel escándalo "

h a h í / r l n é J 1 ] a h e ™ a n a ' exhausta por su trabajo d iar io se había cansado de cuidar a Gregorio como antes, no había ñece d e que in te rv in ie ra la madre, ni Greqorio tenía r . í 1

c l a n ^ - T a b a n d o n a d ° ' P^que había una'as te Esta -c ana v uda a quien probablemente su fornida y huesuda -

ds nf permit ió sobreviviera a lo peor que la vida pue e ofrecer, no sentía por Gregorio ninguna repuís ón Un d í f

a e T ¿ a K - r c u r ° S Í d a d ' s e ^ ocur r ió abr ' l a p e ¿ V " y 3 ü 6 r 3 G r e 9 0 r i 0 sorprendido1

omenzo a correr de un lado a o t ro , aunque nadie iba a su ca m- a S T l e m e n t e 1 « manos cruzadas sobrl la " Mouítn n eníonces> mañana y tarde siempre entreabría

r p u e r t a ; por un momento, y echaba una ojeada a tal vp7 rr,ncMUn = o m i e n z o ' h a s t a lo llamaba con palabras que j "iM?ren , T b a a m l * t o s a s > como: "¡Acércate, escaraba--

o nn' in ? escarabaj i to! ' A tales alocuciones Grego-no solamente no contestaba, sino que permanecía quieto -

en su lugar , como si la puerta no hubiera sido abier ta. ¡Cuan to más valdr ía que enlugar de permi t i r a esta s i rv ienta que -le molestara con sus insensateces cada vez que le venía en ga na, le ordenaran que l impiara el cuarto diariamente!

Una mañana a primera hora —la l l u v i a , que quizá anun-ciaba el l legar de la-primavera, azotaba con fuerza los cris-tales de las ventanas— la asistenta empezó nuevamente a im-portunar le, y Gregorio se exasperó a t a l grado que, aunque -bastante lenta y débilmente, cor r ió hacia e l l a como si fuera a atacar la. Pero en lugar de asustarse, e l l a se l im i t ó a le-vantar en a l to una s i l l a que encontró junto a la puerta, y en esa ac t i tud quedó, con la boca ab ie r ta , dispuesta claramente a no cer rar la hasta no descargar sobre el espinazo de Grego-r i o la s i l l a que enarbolaba.

— ¿Así es que lo pensaste mejor? —di jo al ver que Gre gorio empezaba a retroceder. Y con calma volv ió a poner la -s i l l a en el r incón.

Ahora era raro que Gregorio comiera. Al pasar cerca de los alimentos que le ponían, se metía algo en la boca a modo de d is t racc ión ; a l l í lo mantenía durante algún tiempo, y por lo general terminaba escupiéndolo. Primero creyó que su fal-ta de apet i to se debía a la melancolía causada por el estado en que aparecía su habitación; sin embargo no tardó en acos-tumbrarse al nuevo aspecto que ofrecían los cambios. La fann l i a se habituó a dejar a l l í todo lo que le estorbaba en otro lado; que ahora era mucho,porque uno de los cuartos de la ca-sa había sido alqui lado a tres huéspedes. Estos tres señores, muy serios —los tres con barba, según observó Gregorio una -vez a través de la rendi ja de la puerta—, tenían una gran pa sión por el orden, que gustaba reinara no sólo dentro de su -propia habitación, sino en toda la casa —puesto que ahora -formaban parte de e l la— y en todo lo que concernía al hogar y en forma muy especial en la cocina. Ellos no soportaban -t rastos inservibles y no digamos cosas sucias. Además traje-ron consigo casi todo el mobi l ia r io que necesitaban. Por es-ta razón sobraban muchas cosas que resultaban d i f í c i l e s de -vender, pero que por otra parte no se podían t i r a r . Y todas éstas iban a recalar al cuarto de Gregorio, lo mismo que el cajón de cenizas y el bote de la basura. Cualquier cosa que

(

por el momento no se necesitara era lanzada, sin pérdida de -tiempo, por la as is tenta, al cuarto de Gregorio. Afortunada-siente, Gregorio no sol ía ver más que el objeto que llegaba y la mano que lo arrojaba. Probablemente la asistenta pensara en regresar por esas cosas cuando se le ofreciera la oportuni^ ¡jad o tuviera tiempo; o v in iera a sacarlas de una vez. Lo -cierto es que estaban ^11 í t a l como las arrojaran desde el co mienzo, excepto cuando Gregorio se revolvía contra el t ras to y lo empujaba, obligado al p r inc ip io por la necesidad, porque ya no tenía bastante cuarto para ar ras t rarse, y más tarde con creciente p lacer , a pesar de que luego de esos t ro tes quedaba terriblemente t r i s t e y extenuado, sin ánimo de moverse en va-rias horas.

Los huéspedes, a veces, cenaban en casa, en la sala de estar, común para todos, y muchas noches la puerta que daba a esa habitación quedaba cerrada; pero, a Gregorio, resignado, no le importaba ya, e incluso en ocasiones en que la puerta -lermanecía abierta no aprovechaba la oportunidad sino que se retiraba a la esquina más oscura de su cuarto, totalmente inád vertido de la fam i l i a . Pero sucedió que un día la s i rv ienta dejó entreabierta la puerta que daba a la sala de es ta r , y en tal guisa estaba cuando los huéspedes l legaron en la noche y prendieron la luz. Se sentaron a la mesa en los lugares que en otros tiempos ocuparan para comer sus alimentos, Gregorio, el padre y la madre; desdoblaron las se rv i l l e tas y se dispu-sieron a cenar, cuch i l lo y tenedor en mano. En seguida, por la otra puerta, apareció la madre con una fuente de carne, y detrás la hermana que t ra ía a su vez una fuente repleta de pa tatas. De la comida se desprendía una nube de humo. Los hues pedes se incl inaron sobre las fuentes que les habían puesto -Dor delante, como si quisieran escudriñarlas antes de comer; y, efectivamente, el que estaba sentado en el medio, y p a r e -cía gozar de autoridad sobre los otros dos, cortó un pedazo -de carne en la fuente misma, obviamente para comprobar si es-aba bastante t i e rna , o si se hacía necesario devolverla a la cocina. Mostróse sat isfecho, y la madre y la hermana, que le observaba con ansiedad, respiraron libremente y comenzaron a sonreír.

Mientras tanto la fami l ia cenaba en la cocina. No obs-tante lo cual , el padre entraba en la sala de estar antes de ira la cocina, y con gran reverencia, gorra en mano, daba la

vuelta a la mesa. Los huéspedes se alzaban de sus asientos y murmuraban algo para sus barbas. Luego, cuando quedaban so los , comían calladamente. °

A Gregorio le parecía notable que entre los diversos ruidos que provenían de la mesa dist inguiera siempre el soni-do del masticar de dientes; era como si quisieran demostrara Gregorio que para comer uno necesita dientes, y que aun la más bel la mandíbula, si está huérfana de dientes, de nada le sirve a uno.

--Tengo bastante apet i to —se d i jo Gregorio, cariacon-tecido—. Pero no de esas cosas. ¡Qué manera de comer estos señores! ¡Mientras, yo, muriéndome de hambre!

Aquella misma noche oyó el sonido del v i o l í n , —Grego-r io no se acordaba de haberlo escuchado en todo aquel tiem-po— que tocaban en la cocina. Ya habían terminado los hues-pedes su cena. El que se encontraba en medio había traído un períodico y le daba una hoja a cada uno de los otros dos, y -ahora los t res , cómodamente recostados hacia at rás, leían y -fumaban. Cuando el v i o l í n comenzó a tocar , prestaron aten-c ión, se pusieron en p ie , y en punt i l las l legaron hasta la -puerta del rec ib idor , quedándose a l l í muy quietos y juntos -uno contra o t ro . Sus movimientos se debieron escuchar en la cocina, ya que el padre inqu i r i ó :

— ¿Les molesta que toquen el v i o l í n , caballeros? -Y -agregó—: Si es as í , puede suspenderse al punto.

—Todo lo contrar io —repuso el señor "que se sentaba -en medio"—. ¿No quisiera venir la señorita y tocar en este-cuarto, a nuestro lado, donde sería mucho más propio y confor table? ..

— ¡Con mucho gusto, no hay inconveniente!; —contestó-el padre, como si él fuera el v i o l i n i s t a .

Los huéspedes regresaron al i n te r i o r del recibidor, y-aguardaron. Inmediatamente l legó el padre con el a t r i l , en-seguida la madre con las par t i tu ras , y por último la hermana con el v i o l í n . La hermana dispuso todo en orden, con calma, para comenzar a ejecutar. En tanto que los padres, que jamas

habían tenido habitaciones alqui ladas, y que por e l lo e x t r e -maban la cortesía debida a los huéspedes, no se aven?uraban a sentarse en sus propias butacas. El padre se apoyó contra a puerta,1a mano derecha metida entre dos botones de su l i -rea abrochada; mientras, uno de los huéspedes le ofreció a -

la madre una butaca, y e l l a se sentó a un lado en un rincón ya que no se atrevió a cambiar el asiento del lugar en que -aquel señor se lo ofreciera y al hacerlo lo dejara casualmen-

Empezó a tocar la hermana, y el padre y la madre, desde su lugar, miraban de hi to en hi to los movimientos de sus ma-"n ; o , n r T r I 0 , ^ U b y U g a d 0 p o r l a m ú s i c a > s e a n i m ° 3 avanzar -un poco, hasta legar a tener la cabeza realmente dentro del recibidor Casi no se sorprendía del poco miramiento que -últimamente^tema para con los demás, a pesar de que antes -esa condicion suya era algo de lo que más se preciaba. Pero precisamente en esta ocasión tenía sobradas razones para e s -conderse, ya que la gran cantidad de polvo, que en qruesas ca pas reposaba en la habitación, se levantaba en oleadasal má! igero movimiento. El mismo estaba cubierto de polvo y l leva

tro o^Wp P° rM a e S ? a l d a y 1 0 5 C 0 s t a d 0 s > P e l u s a s > cabe! los r l T L l ° m i d a - l u i n d i f e ^ n c i a para todo era demasiado rande para que se echara sobre su espalda y se limpiara res-regandose contra la alfombra, como en un tiempo J h a c í a v a -

encontraha * 1 * 1 * ' - V ^ ' 5° ° b s t a n t e e l e s t a d o e n ^ se contraba, no tema la mas mínima veraüenza de seguir avan-

zando un poco por la superf ic ie b r i l l an te del recib idor.

- Es c ier to que nadie se preocupaba de é l . La fami l ia es enteramenteabsorta por el v i o l í n ; sin embargo, los h u í

des que al pr inc ip io estaban juntos, manos en los b o l s i - -dn ? ^ d s i a d 0 c ? r c a d e l - t a n t o como para poder i r le

ndo las notas lo que debió molestar a la hermana-, pronto d < ? r ? ? - a 13 V 6 n t a n a c u c h i cheando con las cabezas i n c l i -

nas y a l l í permanecieron mientras el padre volvía ansiosa-. ^ o j o s hacia e l los . Era obvio que estaban desi lusio-

aos, el os esperaban gozar de un buen concierto de v i o l í n , L J i 0 n ° - q U e h a b í a n e s c u chado ya tenían bastante, y sólo -Z ecJucacion se resignaban a ser molestados y a que se les -terrumpiera su sagrada paz. Del modo en que echaban humo -

^ la boca o la nar iz , se adivinaba su i r r i t a c i ó n

Y, sin embargo, i qué belleza de ejecución, la de la her mana! Con el rostro ladeado, sus ojos seguían con atención y t r i s t e z a , las notas del pentagrama. Gregorio se arrastró un poco más hacia adelante, y bajó más su cabeza hacia el suelo, tratando de encontrar con su mirada la de la hermana.

¿Acaso sería élyuna f i e r a , cuando la música le había -impresionado tanto?

Sin t ió como si ante él se abriera un camino hacia el an helado y desconocido sustento. Se determinó a seguir avanzan do, l legar hasta su hermana, t i ronear le la falda y hacerle eñ tender de esa forma que v in iera a su cuarto con el v io l ín , -porque nadie apreciaba aquí su música como él lo haría. En -lo sucesivo, ya no la dejaría s a l i r de aquel cuarto, al menos mientras él v iv iese. Por primera vez, su t e r r i b l e forma le -sería de alguna u t i l i d a d . V ig i l a r ía todas las puertas de su cuarto, a un mismo tiempo, l i s t o para sa l tar encima de los in trusos. Mas era necesario que la hermana estuviera junto a-é l , no por imposición, sino por propia voluntad; e l l a debía -sentarse a su lado en el sofá, y acercar su oído a él de modo que él pudiera conf ia r le que siempre tuvo la f irme intención de enviar la al Conservatorio, y que si no hubiera llegado su desgracia, en estas Navidades pasadas —porque ya habían pasa do, ¿no?—, así se lo habría dicho a todos, y no hubiera per mit ido ni una simple objeción. Y, al escuchar todo eso, su hermana se conmovería, echándose a l l o r a r , y Gregorio se alza r ía hasta sus hombros y la besaría en el cue l lo , que desde -que iba a su trabajo no adornaban con c inta ni c o l l a r .

— ¡Señor Samsa! —gr i tó el huésped que parecía tener -más autoridad. Y, s in más palabras, señaló al padre —estiran do el índice en aquella dirección— a Gregorio, que avanzaba lentamente. El v i o l í n enmudeció, y el señor de más autoridad sonrió a sus amigos, moviendo la cabeza, y luego volv ió a mi-rar a Gregorio.

En vez de sacar de a l l í a Gregorio, le pareció al padre que lo más conveniente era t ranqu i l i za r a sus huéspedes, aun-que estos no daban señales de estar inquietos; por lo contra-r i o , daba la impresión que se d iver t ían más con la aparición de Gregorio que con el v i o l í n . Se echó sobre e l l o s , y exten-diendo los brazos intentó apresurarlos a regresar a su cuarto,

al mismo tiempo que trataba con su gesto de ev i ta r que vieran a Gregorio. Los señores comenzaban ahora a dar muestras de -sentirse realmente un poco molestos, aunque no se sabía si su enojo lo provocaba la conducta del padre o es que en aquel -instante venían a darse cuenta de que habían tenido por vecino de habitación a un t ipo como Gregorio.

Pidieron explicaciones al padre, agitando los brazos; -se t ironearon la barba con desasosiego, y sólo con renuencia volvieron hacia su habitación.

Entre tanto , la hermana, que ya se había repuesto del aturdimiento que suf r iera al verse interrumpida de aquel mo-do, se quedo unos minutos con los brazos caídos, sosteniendo indolentemente el arco y el v i o l í n , y con la mirada aún f i j a en la pa r t i t u ra . Pero de repente lanzó el instrumento a los brazos de su madre, que continuaba sentada en su butaca respi rando con d i f i c u l t a d a causa del asma, y corriendo metióse eñ el cuarto de los huéspedes, quienes estaban siendo pas to rea-dos hacia a l l á por el padre, con más rapidez que antes, s i ca be. Y zarandeadas por las ági les manos de la hermana se v ie-ron volar por el a i re mantas y almohadas, y todo quedó en or-den, las camas preparadas. Y antes de que entraran los seño-res a su dormi tor io , Grete había desaparecido.

El padre se sentía tan dominado por su terquedad que ol vidaba todo el respeto obligado hacia los huéspedes, y seguía empujándolos y empujándolos, hasta que ya, en el umbral, el -huesped que siempre llevaba la voz cantante entre sus compañe ros, dio una patada en el suelo marcándole así el a l t o .

—Comunico a ustedes —d i jo levantando una mano y t a m -bién dir ig iendo su mirada a la madre y a la hermana —que da-das las repugnantes circunstancias que prevalecen en esta ca-sa y fami l ia —llegando a este punto escupió con energía en -el suelo— en el acto me despido. Naturalmente que no pagaré ni un centavo por los días que aquí he v i v ido ; por lo contra-no, consideraré la conveniencia de entablar una acción c o n -tra ustedes exigiendo una indemnización, demanda que, creánme, sería f á c i l de j u s t i f i c a r .

Al terminar quedó con la v is ta f i j a al f r en te , como es-perando algo. Y en e fec to , también sus dos amigos corrobora-ron de inmediato sus palabras, agregando además:

—Nosotros nos marcharemos igualmente al momento.

Despues de lo cua l , el que parecía tener autoridad so-bre los dos tomó el picaporte y cerró la puerta de golpe. El padre, a t i en tas , tambaleándose, se encaminó hacia su butaca, y dejóse caer en e l l a . Parecía como si fuera a echar su acos tumbrado sueñecil lo vespert ino, pero la exagerada inclinación de su cabeza, caída como sin consistencia, indicaba que esta-ba le jos dq dormir.

En todo este tiempo, Gregorio había estado silencioso, sin moverse del lugar donde lo sorprendieran los huéspedes. La desi lusión provocada por el fracaso de su plan, y también quizá la debi l idad derivada de su mucha hambre, le impedían efectuar el menor movimiento. Temía, con sobrada razón, que muy pronto la tensión general descargaría sobre é l , y espera ba. Incluso no reaccionó al es t rép i to que hizo el v i o l í n — cuando resbaló de los temblorosos dedos de la madre, dejando o í r el gemido de una nota resonante.

—Queridos padres —di jo la hermana dando un manotazo -sobre la mesa, a modo de introducción—. Las cosas no pueden seguir as í . Quizá ustedes no lo entiendan, pero yo s í . En -presencia de este monstruo no quiero ni p ro fe r i r el nombre de mi hermano; de manera que sólo d i ré que debemos t r a t a r de --'deshacernos de é l . Hicimos todo lo humanamente posible por -cuidar le y sopor tar le , y estoy segura que nadie se atrevería a hacernos el más mínimo reproche. "El la t iene toda la r a -zón" —di jo el padre para s í—. La madre, que se hallaba aún sofocada porque le fa l taba el a i r e , empezó a toser sordamente, tapándose la boca con la mano, y con los ojos desorbitados co mo una loca.

La hermana se prec ip i tó hacia e l l a y le sostuvo la fren te . Al padre, las palabras de la hermana le estaban inducien "do a concretar algo más sus ideas. Se había levantado de la butaca y agarrado su gorra de ordenanza, que estaba entre los platos que aún quedaban en la mesa, de la comida de los hués-

pedes, y de vez en cuando echaba una mirada a la inmóvil f i -gura de Gregorio.

- Debemos t r a ta r de deshacernos de él - i n s i s t i ó ahora

S ^ S T S S ? ; h e r ü a n a ; a l p a d r e ' p u e s 1a ^ d r e con tan CP 0 l r n ñ d a ~ - E s t 0 terminará por matarlos a -

ustedes dos. Lo veo ven i r . Cuando uno t iene que t rabajar -tanto como nosotros, todos, trabajamos, no se puede s u f r i r -además en casa, este continuo tormento. Yo, al menos no pue-do aguantar mas. - Y rompió a l l o r a r con t a l desesperación y sollozos que sus lágrimas cayeron sobre el rostro dp la madre quien se las l impió maquinalmente con la mano.

--Querida niña - d i j o entonces el padre compasivo y con evidente comprensión-. ¿Pero qué podemos hacer? - L a herma-na se l im i t o a encogerse de hombros como para ex te r io r i za r el sentimiento de impotencia que se había adueñado de e l l a mien-

L T h i c ^ r a ' g a í a ? " 6 C O n t r a s t a b a c o n l a seguridad de que a n -

- rS i él pudiera comprendernos - d i j o el padre en tono -un tanto equivoco.

U0homJllS l d h?™a n a> s i ,n d eJ 'a r de so l lozar , hizo un ademán -

mente descartado m a n ° ' ° 3 e n t e n d e r q u e e s o e s t a b a t o t a l -

-Si pudiera comprendernos... - r e p i t i ó el padrp, c e -rrando los ojos como para ref lex ionar sobre la convicción de

ete en cuanto a l o imposible de ta l supos i c i ón - , entonces iza podríamos l legar a un acuerdo con é l . Pero dadas las -

Circunstancias...

--¡Debe i rse ! -exclamó la hermana-. Es la única solu on Quítese usted la idea de que se t ra ta de Gregorio El -e lo hayamos creído todo este tiempo ha dado origen a todos estro* sinsabores. ¿Es que esto puede ser mi hermano? Si-to fuera Gregorio ya hace mucho que hubiera entendido que -

seres humanos no pueden v i v i r con semejantes animales Y mismo habría resuelto marcharse. Entonces habríamos perdi

j a bregón o, pero nosotros seguiríamos viviendo y enalte-— -'endo su memoria. En tanto que as í , este animal nos pers i -

gue, ahuyenta a los huéspedes, y es obvio que quiere adueñar se de toda la casa y arrojarnos al arroyo. ¡Mira papá —grT tó de repente— ya comienza de nuevo! Y, en un acceso de pí nico que a Gregorio le pareció i n j u s t i f i c a d o , la hermana apartó de sí con v io lencia el s i l l ó n y hasta dejó a la madre, como si optara por s a c r i f i c a r l a antes de estar cerca de su -hermano, y co r r ió a esconderse detrás del padre, quien des-concertado, al ver la tan sobresaltada, se puso en pie e hizo ademán de extender los brazos para proteger la.

Sin embargo, Gregorio no tenía la menor intención de -asustar a nadie, y mucho menos a su hermana. Lo que hacía no era sino t r a t a r de dar vuelta para regresar, arrastrándose, a su habitación; operación sin duda sobrecogedora, porque da da su impotente condición no podía ejecutar el d i f í c i l movi-miento de darse vuelta a no ser que levantara la cabeza y -luego la apuntalara en el suelo repetidamente. Se paró, mi-rando a su alrededor. Parece que habían comprendido su bue-na intención: la alarma fue sólo momentánea. Ahora todos le observaban en melancólico s i lenc io . La madre yacía en su bu-taca, con las piernas estiradas y muy jun tas , y los ojos ca-r si cerrados por repentina fa t i ga . El padre y la hermana se habían sentado uno al lado del o t ro , y la hermana rodeaba -con su brazo el cuel lo del v i e j o .

—Ahora quizá pueda seguir dándome la vuelta —pensó -Gregorio, in ic iando de nuevo su tarea. No lograba contener sus resopl idos, y de vez en cuando se detenía para recobrar a l ien to . Pero nadie le apremiaba; se le había dejado en com pleta l i be r tad . Cuando terminó de dar la vue l ta , comenzó in mediatamente la marcha atrás en línea recta. Le asombró la -distancia que le separaba de su habitación, y no podía enten der cómo en su actual estado de debi l idad había logrado, un rato antes, hacer ese mismo v ia je casi sin darse cuenta. -Preocupado en avanzar lo más rápido posib le, apenas si se -percató de que ningún miembro de la fami l ia le azuzaba con -palabras o g r i t os . Sólo al l legar al umbral de la puerta -vo lv ió su cabeza; y no completamente, porque los músculos -del cuel lo los sentía un poco r íg idos , pero sí lo suficiente para ver que a sus espaldas nada había cambiado, a no ser ye su hermana se había puesto en pie. Y su últ ima mirada la di-r i g i ó a su madre, que ahora estaba dormida.

i , " ! a n e n t r o a s u habitación cerraron apresuradamen-te la puerta, pusieron el p e s t i l l o y echaron la l lave El es-trepitoso ruido que con este motivo oyó a sus espaldas, le -asusto en ta l forma que se le doblaron las patas La hermana

£ 1 n r ^ n T t a r a p U r 0 ' De p i e > e s t a ^ 1 i s ta en esfera de a ocasión de poder precip i tarse a encerrar lo. Gregorio -m la oyo acercarse. - y

- ¡ P o r f i n ! -exclamó e l l a mirando a sus padres, al -tiempo que le cerraba con l lave .

- ¿ Y ahora? —se d i j o Gregorio mirando a su alrededor en la oscuridad. Rápidamente se convenció de que estaba t o -talmente imposibi l i tado de moverse. Cosa que no le s o r p r e n -dió; mas bien hubiera encontrado realmente extraño que le fue ra posible hacerlo con sus débiles pa t i tas . Por otra parte -se sentía relativamente a gusto. En verdad que tenía do lo r i -do todo e cuerpo; pero le pareció que estas dolencias iban -en gradual disminución y creía que, f inalmente, acabarían par desaparecer La manzana podrida, incrustada en su espalda, y a inf lamación, que se veía blanquecina por el polvo, le mod-estaban un poco. Pensaba en su f am i l i a , con ternura y amor.

I V n L ^ l A U t r - t e : S i C a b e ' q u e e n s u hermana, el convenci miento de que debía desaparecer.

Y en ese estado de ociosa y dulce meditación siguió has ta que en el r e l o j de la to r re de la ig les ia dieron las t r e s -de la madrugada. En la ventana vo lv ió a ver la luz del alba que clareaba al mundo ex te r io r . Después, contra su voluntad su cabeza se hundió totalmente, y su hocico despidió un débil y ultimo a l ien to .

En la mañana temprano, cuando entró la asistenta - q u e con su fuerza e impaciencia daba tales golpes en las puertas que desde que llegaba nadie en la casa podía seguir gozando -ae descanso, con todo y con que se le rogó que no se comporta ra asi— para hacer su acostumbrada v i s i t a a Gregorio, no ad-v i r t ió nada extraño en el cuarto. Creyó que Gregorio yacía in ¡"Ovil a propósi to, para demostrar su enojo, pues le encontra-ba capaz de razonar perfectamente. Ya que llevaba en la mano una escoba de mango largo, se le antojó hacerle cosqui l las a Gregorio desde la puerta.

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Pero viendo que con esto no reaccionaba, se s in t i ó de$a f iada , y empezó a aguijonearle un poco más f ue r t e , y sólo lúe go de empujarle por el suelo sin ha l la r oposición alguna, lo miró con detenimiento, no tardando mucho en percatarse de lo ocurr ido; abrió desmesuradamente los o jos , y se le escapó un gemido. Pero no perdió mucho tiempo, y abriendo con brusque-dad la puerta de la alcoba de Samsa, g r i t ó a todo pulmón, en la oscuridad:

—¡Vengan a ver esto: está muerto! bien muerto!

¡Ahí está, muerto y

El señor y la señora Samsa se incorporaron en su lecho matr imonial, y antes de que se dieran cuenta de lo que la sir vienta les estaba anunciando, tuvieron mucha d i f i c u l t a d para recobrarse del sobresalto. Pero luego se bajaron en seguida de la cama, cada quien por su lado. El señor Samsa se echó -una manta sobre los hombros y la señora Samsa llevaba sólo su camisón de dormir; y en estas fachas entraron a la habitación de Gregorio. Entre tanto también se abrió la puerta de la sa la de es ta r , donde dormía Grete desde que l legaron los huéspe des. Grete estaba vestida completamente, como si no se hubie ra acostado, cosa que también hacía suponer la intensa pa l i -dez de su ros t ro .

— ¿Muerto? —exclamó la señora Samsa, mirando en forma in ter rogat iva a la as is tenta , aunque podía comprobarlo por -s í misma; y el hecho era bastante obvio para que precisara de averiguación.

—Yo d i r í a que s í —respondió la as is tenta, empujando -un buen espacio con el escobón el cuerpo iner te de Gregorio, y haciéndolo a un lado como probando lo que decía. La seño-ra Samsa hizo ademán de detenerla, pero se contuvo.

_B ien —di jo el señor Samsa —ahora demos gracias a -Dios — .„ Se santiguó y las t res mujeres hic ieron lo mismo. Grete, que no dejaba de mirar el cadáver, señaló:

—Miren lo f laco que estaba. Claro que hacía tiempo -que ni comía nada. Ni tocaba los alimentos. —Indudablemen-te que el cuerpo de Gregorio estaba todo plano y seco. Solo

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en este momento se daban cuenta del por qué ya no le s o s t e -nían sus pa t i t as , y nadie apartaba de él la v i s ta .

—Grete, ven un momentito con nosotros —di jo la seño-ra Samsa sonriendo tr istemente. —Y Grete, no s in mirar -hacia atrás al cadáver, siguió a sus padres al dormitor io La asistenta cerró la puerta y abrió la ventana de par en -par. Es c ie r to que aún era muy de mañana, pero se percibía cierta t ib ieza en el a i re fresco. Después de todo ya era fi-nes de marzo. -

Los t res huéspedes sal ieron de su alcoba y se sorpren-dieron al no ver su desayuno. Nadie se había acordado de — ellos.

— ¿Dónde está nuestro desayuno? —preguntó impaciente a la asistenta el señor que parecía tener"más autoridad de -los t res .

La mujer se puso el dedo sobre los lab ios , y s in hablar palabra-, sólo por señas, les acució para que entraran a la -habitación de Gregorio, ahora inundada de c lar idad. Y así lo hicieron, permaneciendo a l l í , alrededor del cuerpo de Grego-rio, con las manos metidas en los b o l s i l l o s de sus ya raídas levitas. En esto se abrió la puerta de la alcoba y apareció el señor Samsa, de uniforme, llevando de un brazo a su mujer y del otro a su h i j a . A todos se les notaba haber l lorado -algo, y Grete escondía de vez en cuando el rostro en el brazo de su padre.

—Salgan ustedes en seguida de mi casa —di jo el señor « a , indicando la puerta, pero sin so l ta r a las mujeres.

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— ¿Qué quiere usted darnos a entender con esto? pre guntóle el huésped de más autor idad, un poco desconcertado," y con tímida sonrisa. Los otros dos permanecían con sus ma-jos entrelazadas a la espalda, frotándoselas, como si espera an Jubilosos una disputa de la que saldrían ganadores.

—Quiero darles a entender exactamente lo que digo —re Puso e l señor Samsa, avanzando con sus dos acompañantes de ~ »rente hacia el huésped. Este se quedó un momento s i lenc ioso,

mirando al suelo, como si su mente fuera ordenando sus pensa-mientos .

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—Si es as í , nos marchamos —di jo al f i n , dirigiendo la mirada al señor Samsa como si en un repentino acceso de humil dad estuviera esperando autorización incluso para esto.

>j El señor Samsa se l im i tó a abr i r mucho los ojos y afir-

mar, inclinando una y otra vez su cabeza.

En seguida, el huésped se d i r i g i ó a grandes pasos al re c ib idor ; sus dos compañetos, que estuvieron escuchando y que momentos antes habían dejado de restregarse las manos, salie-ron pisándole los talones y dando saltos, como si temieran que el señor Samsa entrara al vestíbulo antes que e l l o s , separán-doles de su l í de r . Una vez en el recib idor los t res agarra-ron del perchero sus respectivos sombreros, tomaron sus basto nes del paragüero, hicieron una reverencia, si lenciosa y aban donaron la casa.

Con una desconfianza totalmente infundada, como luego -se demostró, el señor Samsa y las dos mujeres salieron al des cansi1 l o , y reclinados sobre la barandi l la observaron cómo -esos tres señores, lenta y continuadamente iban bajando la -larga escalera, perdiéndose de v is ta al l legar a la vuelta -que daba ésta, en cada piso, y reapareciendo a los pocos mo-mentos .

Conforme iban bajando, disminuía el interés que hacia el los tuviera la fami l ia Samsa. Y cuando el muchacho de la-carnicer ía, que llevaba con orgul lo su cesto en la cabeza,-se cruzó con el los para continuar subiendo, el señor Samsa y las mujeres dejaron la barandi l la , y como sintiéndose alivia dos de un verdadero peso, se entraron en su departamento.

Decidieron dedicar ese día para descansar y sa l i r a -dar un paseo; no sólo porque merecían mucho tomarse un respl ro en el t raba jo , sino porque les era absolutamente indispen sable. Se sentaron pues a la mesa, y se pusieron a escri-b i r tres cartas de disculpa. El señor Samsa a su principal, la señora Samsa al dueño de la t ienda, y Grete a su patrón. Estaban absortos en la escr i tu ra , cuando entró la asistenta

Zl mañana? 1 , í £ ' SflOlX^W* ^ afirmativamente la pr inc ip io se l imi taron a mover -... srsa s í s . - i y s s ' t . ' x . ' s í a , - - .

-¿Qué ocurre? - i n q u i r i ó el señor Samsa

É ü í i ü a p 1

todas direcciones. b e r v i C 1 0 ' s e bamboleaba alegremente en

c - - s - f t j s r t a s r ™ s s ^ r ^ s

otra habitación. Ya quedó todo dispuesto l a "

sus c a ^ e T L S a m S S y G r e í e s e ^ ^ ' " a r o n de nuevo sobre -or \ P r e ° ? a a s e n 1 0 e s t a ban haciendo; y el s e -

ñor Samsa, barruntando las intenciones de la s i rv ienta h=

U" si ? e l d ° d ? t a l l a d a m e n t e ' 13 con un gesto enérgico acordó de qué " ^ ^ " I s t o r l . 9 ^ "

— iQueden con Dios, todos! - d i j o muy o fend ida- mn ^ í m p e t u dio media vuelta y dejó l2 casi S t t «

ni - E s t a . n o c h e l a despediré - d i j o el señor Samsa. Pero «su mujer ni su h i ja le contestaron, ya que la asistenta oarP

l n ? p e í n V U e i t 0 a Perturbar aquella t ranqui l idad ian recien-" mente lograda. La madre y la h i ja se incorporaron y se -

eñornsaam a l i í ^ f ' Á ™ ' 0 9 l a C U a l s e abrazadas, señor Samsa giró su butaca para mirar las, y las estuvo - -

observando por un momento, calmadamente. Luego las llamó:

—Bueno, vengan para acá —d i j o—. Ahora, p e l i l l o s a la mar, y tengan un poco de consideración también conmigo.

Las dos mujeres se apresuraron a obedecerle, fueron ha-cia é l , l e acar ic iaron, y terminaron de esc r i b i r sus cartas.

Después sal ieron los t res jun tos , lo que no hicieron -desde hacía meses, y agarraron un tranvía para i r a tomar « a i re puro a las afueras de la ciudad. El t ranv ía , del que -eran los únicos v ia je ros , estaba inundado de la cál ida luz -del so l . Muy a gusto recostados en sus asientos, cambiaron -ideas sobre las perspectivas para el f u tu ro , y l legaron a la conclusión de que bien miradas las cosas el porvenir no se -presentaba tan mal, ya que sus colocaciones —sobre las que-aún no se habían informado detenidamente entre sí— eran estu pendas, y probablemente mejorarían en lo sucesivo. Lo que de momento más les convenía era cambiarse de casa, y esto sería una mejoría. Querían un departamento más pequeño y más econo mico y , también, mejor ubicado y más práct ico que el actual, que fue escogido por Gregorio.

Y, mientras así conversaban, el señor y la señora Samsa se dieron cuenta, casi al mismo tiempo, de la creciente viva-c idad de su h i j a , la que a pesar de todos los sinsabores dé-los últimos tiempos, que hic ieron palidecer su semblante, era ahora una l inda muchacha lozana, l lena de v ida. Tranquiliza-dos, y casi sin darse cuenta, intercambiaron miradas de enten

- dimiento, coincidentes en la conclusión de que ya era tiempo de buscarle un buen esposo.

Y cuando, al l legar al f i na l del v ia je la h i j a se puso en pie la primera y es t i r ó su cuerpo j u v e n i l , pareció como si v in iera a conf i rmar, as í , los nuevos sueños y excelentes in-

tenc iones de sus padres.

HEMINGWAY, ERNEST.

Ernest Hemingway (1898-1961), nació en Oak Park

su I f în lpç ' E S t a d 0 S ? n i d 0 s ) ' h i j 0 d e médico, pasó -su adolescencia en los bosques de Michigan, m entras colaboraba en los periódicos intermitentemente VoîSn t a ñ o en las f i l a s i ta l ianas durante la Primera Gue-rra mundial resul tó herido. Corresponsal ^ E u r o p a -durante mucho tiempo, fue t í p i co representante de la "generación perdida". Viajó por A f r i c a , as is t îo a a guerra c i v i l española, y terminó su vida en Cuba al d ^ H PK r r ' C Í d Í ° - D e j ó t r a s s í «"a f igura legen-mo A d k h 0 m b i e V Í t a l 1 S t a y V a r i a s o b r a s Maestras co ro. Adios__a las armas. Más a l l á del r í o , Tener o -

quinta columna, etc. — * —

observando por un momento, calmadamente. Luego las llamó:

—Bueno, vengan para acá —d i j o—. Ahora, p e l i l l o s a la mar, y tengan un poco de consideración también conmigo.

Las dos mujeres se apresuraron a obedecerle, fueron ha-cia é l , l e acar ic iaron, y terminaron de esc r i b i r sus cartas.

Después sal ieron los t res jun tos , lo que no hicieron -desde hacía meses, y agarraron un tranvía para i r a tomar « a i re puro a las afueras de la ciudad. El t ranv ía , del que -eran los únicos v ia je ros , estaba inundado de la cál ida luz -del so l . Muy a gusto recostados en sus asientos, cambiaron -ideas sobre las perspectivas para el f u tu ro , y l legaron a la conclusión de que bien miradas las cosas el porvenir no se -presentaba tan mal, ya que sus colocaciones —sobre las que-aún no se habían informado detenidamente entre sí— eran estu pendas, y probablemente mejorarían en lo sucesivo. Lo que de momento más les convenía era cambiarse de casa, y esto sería una mejoría. Querían un departamento más pequeño y más econo mico y , también, mejor ubicado y más práct ico que el actual, que fue escogido por Gregorio.

Y, mientras así conversaban, el señor y la señora Samsa se dieron cuenta, casi al mismo tiempo, de la creciente viva-c idad de su h i j a , la que a pesar de todos los sinsabores dé-los últimos tiempos, que hic ieron palidecer su semblante, era ahora una l inda muchacha lozana, l lena de v ida. Tranquiliza-dos, y casi sin darse cuenta, intercambiaron miradas de enten

- dimiento, coincidentes en la conclusión de que ya era tiempo de buscarle un buen esposo.

Y cuando, al l legar al f i na l del v ia je la h i j a se puso en pie la primera y es t i r ó su cuerpo j u v e n i l , pareció como si v in iera a conf i rmar, as í , los nuevos sueños y excelentes in-

tenc iones de sus padres.

HEMINGWAY, ERNEST.

Ernest Hemingway (1898-1961), nació en Oak Park

su I f în lpç ' E S t a d 0 S ? n i d 0 s ) ' h i j 0 d e médico, pasó -su adolescencia en los bosques de Michigan, m entras colaboraba en los periódicos intermitentemente VoîSn t a ñ o en las f i l a s i ta l ianas durante la Primera Gue-rra mundial resul tó herido. Corresponsal ^ E u r o p a -durante mucho tiempo, fue t í p i co representante de la "generación perdida". Viajó por A f r i c a , as is t îo a a guerra c i v i l española, y terminó su vida en Cuba al d ^ H PK r r ' C Í d Í ° - D e j ó t r a s s í «"a f igura legen-mo A d k h 0 m b i e V Í t a l 1 S t a y V a r i a s o b r a s maestras co ro. Adios__a las armas. Más a l l á del r í o , Tener o -

quinta columna, etc. — * —

«:i

En el Gulf Stream en un bote, hacia ochenta y cuatro días que un v ie jo pescador s o l i t a r i o no recogía un solo pez.

En los primeros cuarenta días, había tenido consigo un ayudante. Pero después de ese tiempo, los padres del mucha-cho, le habían dicho que el v ie jo estaba def ini t ivamente salao,* lo cual era la peor forma de la mala suerte. Por or-den de sus padres el muchacho había sal ido en ot ro bote, que en la primera semana cogió t res buenos peces.

Entr is tecía al muchacho ver al v ie jo regresar todos los .días con su bote vacío. Siempre bajaba a ayudarle, a carqar los ro l los de sedal, el b ichero,* el arpón y la vela a r ro l l a da al mást i l . La vela remendada con sacos de harina, parecía una bandera en permanente derrota.

El v ie jo era f laco y desgarbado, con arruqas profundas en la parte poster ior del cuel lo . Las manchas~pardas del be-nigno cáncer en la piel -que el sol produce con sus re f le jos en el mar Caribe- estaban en sus me j i l l as .

Estas pecas corrían por los lados de su cara hasta b a s -tante abajo y sus manos tenían las hondas c ica t r i ces que cau-sa la manipulación de las cuerdas cuando sujetan los grandes

*SALAO: desgraciado, infortunado (en Cuba). *BICHER0S: asta larga con punta y gancho, para atracar y de—

satracar.

peces. Pero ninguna de estas era reciente. Eran tan viejas como las erosiones de un desierto despoblado.

Todo en él era v i e j o , salvo sus o jos ; y estos tenían el color mismo del mar, eran alegres e inofensivos.

—Santiago —le d i j o el muchacho trepando por la or i l la desde donde quedaba el bote—. Yo podría volver con usted. Hemos hecho algún dinero.

El v ie jo había enseñado al muchacho a pescar y éste le tenía car iño.

—No —d i j o el v ie jo—. Tú sales en un bote que tiene buena suerte. Sigue con e l l o s .

—Pero recuerde que una vez llevábamos ochenta y siete días sin pescar nada y luego por t res semanas cogimos peces grandes todos los días.

—Lo recuerdo. Y sé que no me dejaste porque hubieras perdido la esperanza.

—Fue papá quien me obl iqó. Soy un c h i q u i l l o y tengo que obedecerlo.

—Lo sé. Es completamente normal.

—Papá no t iene mucha fe en todo esto.

—No. Pero nosotros, s í , ¿verdad?

—Sí —di jo el muchacho—. ¿Me permite convidarle una cerveza en la terraza? Luego llevaremos las cosas a casa.

— ¿Por qué no? —di jo el v ie jo—. Entre pescadores.

Se sentaron en la terraza. Muchos de los pescadores se reían del v i e j o , pero él no se molestaba. Otros, entre más v ie jos , lo miraban y se ponían t r i s t e s . Pero no lo manifesta ban y se refer ían cortésmente a la corr iente y a las hondona-

das donde habían tendido sus sedales, al continuo buen tiempo y a lo que habían v is to . Los pescadores que aquel día habían tenido éx i to habían llegado y después de l impiar sus agujas* las llevaban tendidas sobre dos tab las, a la pescadería, don-de esperaban a que el camión del h ie lo las l levara al mercado en La Habana. Los que habían pescado tiburones los habían llevado a la fac to r ía , al otro lado de la ensenada, donde eran izados en aparejos de polea; les sacaban los hígados, les cortaban las aletas y los desollaban y cortaban su carne en trozos para sa lar la .

^Cuando el viento soplaba del Este el hedor se extendía a través del puerto, procedente de la fábr ica de t iburones; pe-ro hoy no se notaba más que un débil tu fo porque el viento ha bía vuelto al Norte y luego había dejado de soplar. Era aqra dable estar a l l í , al so l , en la Terraza.

— Santiago —di jo el muchacho.

— Qué —di jo el v ie jo . Con el vaso en la mano pensaba en las cosas de hacia muchos años.

— ¿Puedo i r a buscarle sardinas para mañana?

— No. Ve a jugar al "béisbol" . Todavía puedo remar y Rogelio t i r a r á la atarraya.*

—Me gustaría i r . Si no puedo pescar con usted me gusta na se rv i r l o de alguna manera.

—Me has pagado una cerveza —di jo el v ie jo—. Ya eres un hombre.

AGUJAS: peces espada. ATARRAYA: especie de red

— ¿Qué edad tenia cuando me l levó por primera vez en un bote?

—Cinco años. Y por poco pierdes la vida cuando subí aquel pez demasiado vivo que estuvo a punto de destrozar el bote. ¿Te acuerdas?

—Recuerdo como brincaba y pegaba coletazos, como el ban co se rompía y el ruido de los garrotazos. Usted me arrojó a la proa, donde estaban los sedales mojados y enrollados. To-do el bote se estremecía, recuerdo el es t rép i to que usted ar-maba dándole garrotazos, como si ta lara un árbo l , y el pegajo so olor a sangre que me envolvía.

— ¿Lo recuerdas realmente o es que yo te lo he contado?

— Lo recuerdo todo, desde la primera vez que salimos jun tos.

El v ie jo lo miró con sus amorosos y confiados ojos quema 'dos por el so l .

—Si fueras h i j o mío me arr iesaaría a l l eva r te - d i j o - . Pero tú eres de tu padre y de tu madre y trabajas en un bote que t iene suerte.

—¿Puedo i r a buscarle las sardinas? También sé donde conseguir cuatro carnadas.

—Tengo las mías, que me han sobrado de hoy. Las puse con sal en la caja. »

— Déjeme t rae r le cuatro cebos frescos.

— Uno —di jo el v i e j o . Su fe y su esperanza no le ha--bían fa l lado nunca. Pero ahora empezaban a revigorizarse co-mo cuando se levanta la br isa .

—Dos —di jo el muchacho.

— Dos —aceptó el v ie jo—. ¿No los has robado?

- L o hubiera hecho - d i j o el muchacho-. Pero estos los compre.

Gracias - d i j o el v ie jo . Era demasiado simple para pre-guntarse cuando había alcanzado la humildad. Pero sabía que la había alcanzado y sabía que no era vergonzoso y que no sio nificaba perdida del orgul lo verdadero.

— Con esta brisa l i ge ra , mañana va a hacer buen día —di jo.

— ¿Adonde piensa i r? —le preguntó el muchacho.

— Saldré le jos para regresar cuando cambie el viento Quiero estar fuera antes que sea de día.

— Voy a pedir a mi patrón que salga lejos a t raba jar . Si usted engancha algo realmente grande podremos ayudarle.

—A tu patrón no le gusta s a l i r demasiado le jos .

, —No —d i j o el muchacho—. Pero veré algo que él no po-dra ver: un ave trabajando, por ejemplo. Así haré que salqa siguiendo a los dorados.

— ¿Tan mala t iene la vista?

— Está casi ciego.

— Es extraño —di jo el v ie jo—. Jamás ha ido a la pesca de tortugas. Eso es lo que más perjudica a los ojos.

— Pero usted ha ido a la pesca de tortuga durante varios anos, por la costa de los Mosquitos y t iene buena v is ta .

— Yo soy un v ie jo muy extraño.

— Pero ¿ahora se siente bastante fuerte como para un pez talmente grande7

— Creo que s í . Y hay muchos trucos

— Vamos a l levar las cosas a casa —di jo el muchacho—. Luego recogeré la atarraya y me i ré a buscar las sardinas.

Recoaieron el aparejo del bote. El v ie jo se echó el más t i l al hombro y el muchacho carao la caja de madera, de los" enrollados sedales pardos de apretada malla, el bichero y el arpón con su manao. La caja de las carnadas estaba bajo la popa, junto a la porra que usaba para rematar a los peces Grandes cuando los arrimaba al bote. Nadie seria capaz de ro barle nada al v i e j o , pero era mejor l l evar a casa la v e l a y " los sedales gruesos puesto que el rocío los dañaba, y aunque estaba seguro de que ninguno de la local idad le robaría nada, el v ie jo pensaba que el arpón y el bichero eran tentaciones y que no había por qué dejar los en el bote.

Marcharon juntos camino arr iba hasta la cabaña del viejo y entraron; la puerta estaba abier ta. El v ie jo inc l inó el mástil con su vela arro l lada contra la pared y el muchacho pu so la caja y el resto del aparejo junto a é l . El mástil era casi tan largo como el cuarto único de la choza. Esta estaba hecha de las recias pencas de la palma real que llaman guano, y había una cama, una mesa, una s i l l a y un lugar en el piso de t i e r r a para cocinar con carbón. En las paredes, de pardas, aplastadas y superpuestas hojas de guano de resistente fibra, había una imagen en colores del Sagrado Corazón de Jesús y otra de la Virnen del Cobre. Estas eran re l iqu ias de su espo sa. En otro tiempo había habido una desvaída foto de su espo sa en la pared, pero la había quitado porque le hacía sentir-se demasiado solo el ver la , y ahora estaba en el estante del r incón, bajo su camisa l impia.

— ¿Qué t iene para comer? —preguntó el muchacho.

— Una cazuela de arroz amari l lo con pescado. ¿Quieres un poco?

—No. Comeré en casa. ¿Quiere que le encienda la lum-bre?

—No. Yo la encenderé lueqo. 0 quizás coma el arroz f r í o .

— ¿Puedo llevarme la atarraya?

— Desde luego.

« í j s r r : s r r » « ^ ^ r s ^ a i -K SÍ: ;y:r"ueU ae - «" ' ™

_ - E l ochenta y cinco es un número de suerte —di io el

l leí°~\ *¿Que t e parece s i me vieras volver con un pez que en canal,* pesara mas de mil l ib ras? M

n,_ ~^oy a *;ec?9er I a atarraya y s a l i r a pescar las s a r d i -nas. ¿Se quedara sentado al so l , a la puerta?

partidos^de^béisboK ^ P e P l 6 d 1 C ° d e ^ y V ° y 9 l e e r l o s

El muchacho se preguntó si el periódico de ayer no sería amblen una f i cc ión . Pero el v ie jo lo sacó de debajo de U

cama.

— Perico me lo dio en la bodega —expl icó.

c1

u a n d 0 . h a y a c o ? i d o las sardinas. Guardaré las uyas junto con las mías en el hielo y por la mañana nos las

repartiremos. Cuando vuelva me contará lo del béisbol.

— Los Yankees no pueden perder.

- P e r o yo les tengo miedo a los Indios de Cleveland.

- T e n fe en los Yankees, h i j o . Piensa en el gran UiMaggio.

*EN CANAL: abierto y limpio de entrañas.

—Les tengo miedo a los Tigres de Detroit y a los Indios de Cleveland.

—Ten cuidado, no vayas a tenerles miedo también a los Rojos de Cincinnati y a los White Sox de Chicago.

— Usted estudia eso y me lo cuenta cuando vuelva.

— ¿Crees que debiéramos comprar unos b i l l e tes de la lote r ía que terminen en ochenta y cinco? Mañana es el día ochen-ta y cinco.

—Podemos hacerlo —di jo el muchacho—. Pero ¿qué me en ce de su gran record, el ochenta y siete?

—No podría suceder dos veces. ¿Crees que puedas encon-t ra r un ochenta y cinco?

—Puedo pedi r lo .

— Un b i l l e t e entero. Eso hace dos pesos y medio. ¿Quién nos lo podría prestar?

—Eso es f á c i l . Yo siempre encuentro quien me preste dos pesos y medio.

—Creo que yo también. Pero t ra to de no pedir prestado. Primero pides prestado; luego pides limosna.

—Abrigúese, v ie jo —di jo el muchacho—. Recuerde que estamos en septiembre.

— El mes en que vienen los qrandes peces —di jo el vie-j o . En mayo cualquiera es pescador.

—Ahora voy por las sardinas —di jo el muchacho.

Cuando vo lv ió , el v ie jo estaba dormido en la s i l l a . El sol se estaba poniendo. El muchacho alcanzó la frazada del v ie jo de la cama y se la echó sobre los hombros. Eran unos hombros extraños, todavía poderosos, aunque muy v ie jos , y el

í a ^ ° c u ar n H n ^ i b Í é n f ü G r t e t 0 d a v í a ' y l a s b r u n a s no se veían

cia adelante d o n J i d o > c o n l a c a b e z a derribada hacia adelante Su camisa remendada tantas veces era como la

lo s 7 U ca ebeL n dd°Pld e S C O l r1 d°S P ° r e l S o 1 ^e var i s í ; , c o í e l P e s c a d o r s in embargo, muy v ie i a y

con sus ojos cerrados no había vida en su r o s t r o El periódi-co yacía sobre sus r o d i l l a s y el peso de sus brazos o ^ u e t l oa a l l í contra la b r i s a del a t a r d e c e r . Estaba descalzo ~

ba toda v i adormido0 ^ a 1 " ' y C u a n d o V ° 1 V Í Ó ' e l esta

una de~s"Proea rniasV:'ej° " d Í J ' ° 6 1 m u c h a c h ° - * PUS° m a n o e n

gresara ^ ' K í l V i S « T ^ * * ^ $ Í ^

— ¿Qué traes? —preguntó.

- L a comida - d i j o el muchacho-. Vamos a comer.

— No tengo mucha hambre.

— Vamos, venga a comer. No puede pescar sin comer.

niPnH7ofbrá 9 ^ . h a c e ri1 ° " d i j o el v ie jo , levantándose y c o -

giendo el periodico. Luego empezó a doblar la frazada.

- N o se quite la frazada - d i j o el muchacho-. Mientras yo viva no saldra a pescar sin comer.

^ --Entonces vive mucho tiempo y cuídate - d i j o el v i e i o -¿vue vamos a comer?

— F r i j o l e s neqros con a r roz , p lá tanos f r i t o s y un poco asado.

t i muchacho lo había t ra ído de la Terraza en una canti-na.* Traía en el b o l s i l l o dos juegos de cubiertos de cubier-tos , cada uno envuelto en una se rv i l lera de papel.

—¿Ouién te ha dado esto?

—Martín. El dueño.

—Tengo que dar le las gracias.

— Ya yo se las he dado —d i jo el muchacho—. No tiene por qué dárselas.

—Le daré la ventrecha* de un gran pescado —d i j o el v i e j o—. ¿Ha hecho esto por nosotros más de una vez?

—Creo que s í .

— Entonces tendré que darle más que la ventrecha. Es muy considerado con nosotros.

—Mandó dos cervezas.

—Me gusta más l a cerveza en l a t a .

—Lo sé. Pero ésta es en bo te l l a . Cerveza Hatuey. De-volveré las bo te l las .

—Muy amable de tu parte —d i jo el v i e j o—. ¿Comemos?

— Es lo que yo proponía —le d i j o el muchacho—. No he querido ab r i r la cantina hasta que estuviera usted l i s t o .

—Ya estoy l i s t o . Sólo necesito tiempo para lavarme. ¿Dónde se lavaba?, pensó el muchacho. El pozo del pueblo es-taba a dos cuadras de d is tanc ia , camino abajo. Debí de haber le t ra ído aqua, pensó el muchacho; y jabón y una buena toalla.

*CANTINA: caja dividida en varios compartimientos que sirve para llevar comida.

*VENTRECHA: vientre de los pescados.

¿Por qué seré tan desconsiderado? Tengo que consequir le

W ^ y ' l t ^ S f l * * P a r a 6 1 >

—Tu asado es excelente - d i j o el v i e j o .

— Hábleme de béisbol - l e p id ió el muchacho.

el v ie jo "muy ¿ X n ^ 1 " " ' ' ^ t e ^ l 0 S Y a n k e e s

—Hoy perdieron.

lo q u i e r a . ™ S i g n 1 f i c a n a d a ' E1 9 r a n DiMaggio vuelve a ser

—Tienen otros hombres en el equipo.

-Natura lmente . Pero con él la cosa es d i fe rente En a otra l i g a , entre el Brooklyn y el F i l a d e l f i a , tengo'que

quedarme con el Brooklyn. Pero lueqo pienso en Dick S is le r y en aquellos l ineazos suyos en el v ie jo parque. Y

"Nunca hubo nada como e l l o s . Jamás he v is to a nadie mandar la pelota tan l e j os .

—¿Recuerdas cuando venía a la Terraza? Yo quería l l e v a r p LS? S C a !> P e r ° e r ? d e m a s i a d 0 t ímido para decírselo. Luego

do t imi do q U e 3 6 p r o p u s i e r a s y t ü eras también demasia-

p1 a ~ L V é ' f Uu " n - 9 r a n e r ro r . haber ido con nosotros, el recuerdo nos habría quedado para toda la vida.

- M e hubiera gustado l l e va r a pescar-al gran DiMaqnio d i j o el v i e j o - . Dicen que su padre era pescador. Quizás

ruese tan pobre como nosotros y comprendiese.

- E l padre del gran S is le r no fue nunca pobre, y iunó en las grandes l igas cuando tenía mi edad.

—Cuando yo tenía tu edad me hallaba de marinero en un velero de a l tura que iba al Afr ica y he v is to leones en las playas al atardecer.

—Lo sé. Usted me lo ha dicho.

— ¿Hablamos de Afr ica o de béisbol?

—Mejor de béisbol —di jo el muchacho—. Habíame del gran John J. McGraw.

—A veces, en los v iejos tiempos, sol ía venir también a la Terraza. Pero era rudo, boca sucia y d i f í c i l cuando esta-ba bebido. No sólo pensaba en la pelota, sino también en los cabal los. Por lo menos llevaba l i s t a s de caballos constante-mente en el b o l s i l l o y con frecuencia pronunciaba sus nombres por te léfono.

— Era un qran manaqer —di jo el muchacho—. Mi padre cree que era el más grande.

— ¿Quién es realmente el mejor manaqer, Luque o Mike Gon zález?

—Creo que son iguales.

— El mejor pescador es usted.

—No. Conozco otros mejores.

—Qué va —di jo el muchacho—. Hay muy buenos pescado-res y algunos grandes pescadores. Pero como usted, ninguno.

—Gracias. Me haces f e l i z . Ojalá no se presente un pez .tan grande que nos haqa quedar mal.

— No existe ta l pez, si está usted tan fuerte como dice.

—Quizás no esté tan fuer te como creo —di jo el viejo—-Pero conozco muchos trucos y tengo voluntad.

1, m a ^ a ° r a n p w 1 e ' a ¡ r a a c c \ s t a r s e estar descansado por la mañana. Llevare otra vez las cosas a la Terraza.

-Entonces buenas noches. Te despertaré por la mañana.

- U s t e d es mi despertador - d i j o el muchacho.

— La edad es mi despertador —d i jo el v ie jo .

- ¿ P o r qué los v iejos despertarán tan temprano? ¿Será para tener un día más largo?

- N o lo sé —di jo el muchacho-. Lo único que sé es que los jovencitos duermen profundamente y hasta tarde, a veces

- D e acuerdo - d i j o el v i e j o - . Te despertaré temprana

s i n t i er a ° i nfe r i o r ? ^ * P a t r 6 " ^ d e S p 1 e r t e - Es C0m0 s i me

— Comprendo.

—Que duerma bien, v ie jo .

_ El muchacho sa l ió . Habían comido sin luz en la mesa el nejo se qui to los pantalones y se fue a la cama a oscuras.

riS nfn?ai Ü l0n?iS P a r a h a c e r u n a a l m ° h ada, poniendo el pe [ T r l i n t I " 0 dG e 12?' S e e n v o l v i ó e n l a f r a z a d a y durmió obre los otros periódicos viejos que cubrían los muelles de

cama.

r3 S e 9 u e d ó dormido enseguida y soñó con A f r i ca , en la épo-en que era muchacho, con las largas playas doradas y blan-! a n ? l a n c a s <Jue lastimaban los o jos, y los al tos promon-

torios y las grandes montañas pardas. Vivía entonces todas s noches a o largo de aquella costa y en sus sueños sentía rugido de as olas contra la rompiente y veía venir a t r a -

H f e e l las los botes de los nat ivos. Sentía el o lor a brea /estopa de la cubierta mientras dormía y el o lor de Afr ica We la br isa de t i e r r a t ra ía por la mañana.

Generalmente, cuando o l í a la br isa de t i e r r a despertaba, se vestía y se iba a despertar al muchacho. Pero esta noche el o lo r de la br isa de t i e r r a vino muy temprano y él sabía que era demasiado temprano en su sueño y s igu ió soñando para ver los blancos picos de las is las que se levantaban del mar y luego soñaba con los d i ferentes puertos y fondeaderos de las Is las Canarias.

No soñaba ya con tormentas ni con mujeres ni con grandes peces ni con peleas ni competencias de fuerza ni con su espo-sa. Sólo soñaba con lugares y con leones en la playa. Juga-ban como gat i tos a la luz del crepúsculo y él les tenía cari-ño lo mismo que al muchacho. No soñaba jamás con el muchacho. Simplemente despertaba, miraba por la puerta abier ta a la lu-na y desenrollaba sus pantalones y se los ponía. Orinaba jun to a la choza y luego subía al camino a despertar lo. Tembla-ba del f r í o de la mañana. Pero sabía que temblando se calen-ta r ía y que pronto estar ía remando.

La puerta de la casa donde v iv ía el muchacho no estaba cerrada con l l a v e ; la abr ió calladamente y entró descalzo. El muchacho estaba dormido en un catre en el primer cuarto y el v ie jo podía ver lo claramente a la luz de la luna moribun-da. Le cogió suavemente un pie y lo apretó hasta que el mu-chacho despertó, se vo lv ió y lo miró. El v ie jo le hizo una seña con la cabeza y el muchacho cogió sus pantalones de la s i l l a junto a la cama y , sentándose, en e l l a , se los puso.

El v ie jo sa l ió afuera y el muchacho t ras é l . Estaba so-ño l ien to , el v ie jo l e echó el brazo sobre los hombros y dijo:

—Lo s iento.

—Qué va —d i j o el muchacho—. Es lo que debe hacer un hombre.

Marcharon camino abajo hasta la cabana del v ie jo . Todo a lo largo del camino, en la oscuridad, se veían hombres des-calzos portando los másti les de sus botes.

los m l l o f H p ffiY 3 C h ° Z a d e l V i e j 0 ' e 1 m u c h a c h 0 cogió los ro os de sedal de la cesta, el arpón y el bichero y el

viejo l l evo el mást i l con la vela ar ro l lada al hombro

-¿Qu ie re usted café? - p r e g u n t ó el muchacho.

poco.~P° n d r e m O S 6 1 d p a r e j 0 6 n e l b 0 t e y 1 uego tomaremos un

Tomaron café en latas de leche condensada en un puesto que abría temprano y servía a los pescadores.

-¿Qué ta l ha dormido, v ie jo? - p r e g u n t ó el muchacho.

dejarAsu rsueñoaba d e S p e r t a n d o a u ^ u e t o d a v ^ ^ era d i f í c i l

confiado^ b Í e n ' ^ ^ ~ d Í J ' ° G l v i e j ° - - HoV ^ s iento

- L o mismo yo - d i j o el muchacho-. Ahora voy a buscar us sardinas, las mías y sus carnadas frescas. El dueño trae

el mismo nuestro aparejo. No quiere que nadie lo l l eve .

nr d i f e r ^ n t e s r d l ' i ° e l v i e j o - . Yo te dejaba l l e -var las cosas cuando tenías cinco años.

otrn 7**1 S é A ~ d Í í ° e l m u c h ? c h ° - - Vuelvo en seguida. Tome otro cafe. Aquí tenemos c réd i to .

rinn. S a 1 Í Ó ^ d e s c a l z o ' P° r ^ rocas de coral hasta la nevero aonde guardaban las carnadas.

rí El v ie jo tomó lentamente su café. Era lo único que toma a en todo el día y sabia que debía tomarlo. Hacía mucho ~ empo que le mort i f icaba comer y jamás l levaba un almuerzo,

lema una bote l la de agua en la proa del bote y eso era lo un ico que necesitaba para todo el día.

El muchacho estaba de vuelta con las sardinas y las dos "•ornadas envueltas en un periódico y bajaron por la vereda

hasta el bote, sintiendo la arena con piedreci tas debajo de los pies. Levantaron el bote y le empujaron al agua.

—Buena suerte, Santiago.

—Buena suerte —di jo el v i e j o . Ajustó las amarras de los remos a los to le tes y echándose adelante contra los remos empezó a remar, saliendo del puerto en la oscuridad. Había otros botes de otras playas que salían a la mar y el viejo sentía sumergirse las palas y empujar aunque no podía verlos ahora que la luna se había ocultado detrás de las lomas.

A veces alguien hablaba en un bote. Pero en su mayoría los botes iban en s i l enc io , salvo por el rumor de los remos. Se desplegaron después de haber sal ido de la boca del puerto y cada uno se d i r i g i ó hacia aquella parte del océano donde es peraba encontrar peces. El v ie jo sabía que se a le ja r ía mucho de la costa y dejó atrás el o lor a t i e r r a y entró remando en el l impio o lor matinal del océano. Vio la fosforescencia de los sarqazos en el aqua mientras remaba sobre aquella parte del océano que los pescadores llaman el gran hoyo porque se

"producía una súbita hondonada de setecientas brazas, donde se conqregaba toda suerte de peces debido al remolino que ha-cía la corr iente contra las escabrosas paredes del lecho del océano. Había aquí concentraciones de camarones y peces de carnada y a veces manadas de calamares en los hoyos más pro-fundos y de noche se elevaban a la super f ic ie donde los peces merodeadores se cebaban en e l l os .

En la oscuridad el v ie jo podía sent i r venir la mañana y ^mientras remaba oía el tembloroso rumor de los peces volado-res que sal ían del aqua y el siseo que sus rígidas alas ha--cían surcando el a i re en la oscuridad. Sentía una gran atrae ción por los peces voladores que eran sus pr incipales amigos en el océano. Sentía compasión por las aves, especialmente las pequeñas, delicadas y oscuras golondrinas de mar que anda ban siempre volando, buscando y casi nunca encontraban, y pe£

:só: las aves l levan una vida más dura que nosotros, salvo las de rapiña, las qrandes y fuer tes. ¿Por qué habrán hecho pájaros tan delicados y tan f inos como esas golondrinas de mar cuando el océano es capaz de tanta crueldad? El mar es

dulce y hermoso. Pero puede ser cruel, y se encoleriza tan <ñ

su^tristes^oceci 1 ?as3r0S T ^ P ^ T S d o ? o " 1 1 sus t r i s t es vocec i l las , son demasiado delicados para la mar.

Decía siempre la mar. Así es como le dicen en español

eíla D ero q i n e h r r - A - V e c e S l 0 S q u e l a hablan m e I W 2 hacen siempre como si fuera una mujer. Algunos de los pescadores más jóvenes, los que usaban boyas y f otado

ios h ^ a d o f d r H b 6 5 ^ t e n í - b 0K

t e s "lotor comprLos^uandf los hígados de t buron se cotizaban a l tos , empleaban el a r t í -culo mascu ino, le llamaban el mar. Hablaban del mar como de un contendiente o un lugar, o de un enemigo. Pero el ™ejo nmn0^ l a S 1 G m p r e P e r e c i e n t e al género femenino y orno algo que concedía o negaba grandes favores, y si hacía osas perversas y te r r i b les era porque no podía remediarlo

La luna, pensaba, le afectaba lo mismo quePa una mujer

p v r p c ^ n 3 f l > m e y se9uidamente Y no le costaba un esfuerzo er? Hp P ^ q u e . S e m a n t e n a en 1 imite de velocidad y la su no I r 3 " 0 R 1 ? " ? ' S a l V 0 P 0 r 1 0 5 ocasionales remo

n 1 corr iente. Dejaba que la corr iente h ic iera un ~ tercio de su trabajo y cuando empezó a clarear vio que se ha-llaba ya mas le jos de lo que había esperado estar a esa"hora.

-hnnw D u ™ n t e u n a semana, pensó he trabajado en las profundas

las manrha^ í "h h ? H ° y t r d b a j a r é a l l á d o " d e están de con e l los $ Y a l b a c o r a s * * a c a s o h a ^ a ^ Pez gran-

Antes de que se h ic iera realmente de día había sacado us carnadas y estaba derivando con la corr iente. Un cebo legaba a una profundidad de cuarenta brazas. El segundo a esenta^y cinco y el tercero y el cuarto descendían a l l á has-a e l a 9 u a azul a cien o ciento ve in t ic inco brazas.

C a d \ C e b 0 P e n d í a c a b e z a a b a J ° c o n e l a s t * o t a l l o del an d e n t r o d e 1 Pescado que servía de carnada, sólidamente ~~

"ALBACORAS: pez comestible, de carne mis blanca que el boni-to.

cosido y amarrado. Toda la parte sal iente del anzuelo, la curva y el ga r f i o , estaba recubierto de sardinas frescas. Ca da sardina había sido empalada por los o jos, de modo que ha-cían una semiguirnalda en el acero sa l ien te . No había ningu-na parte del anzuelo que pudiera dar a un gran pez la impre-sión de que no era algo sabroso y de olor apetecible.

El muchacho le había dado dos pequeños bonitos frescos, que colgaban de los sedales más profundos como plomadas, y en los otros tenía una abultada albacora y un atún* que habían sido usados antes, pero estaban en buen estado y las excelen-tes sardinas les prestaban aroma y atracción. Cada sedal, del espesor de un lápiz grande, iba enroscado a una vari l la verdosa, de modo que cualquier t i r ón o picada al cebo haría sumergir la v a r i l l a ; y cada sedal tenía dos adujas* o rollos de cuarenta brazas que podían empatarse a los ro l los de re- -puesto, de modo que, s i era necesario, un pez podía llevarse más de trescientas brazas.

El hombre vio ahora descender las tres v a r i l l a s sobre la borda del bote y remó suavemente para mantener los sedales es t i rados y a su debida profundidad. Era día pleno y el sol po día s a l i r en cualquier momento.

El sol se levantó tenuamente del mar y el v ie jo pudo ver los otros botes, ba j i tos en el agua, o bien hacia la costa, desplegados a través de la cor r ien te . El sol se tornó más b r i l l a n t e y su resplandor cayó sobre el agua; luego, al levan tarse más en el c i e l o , el plano mar lo hizo rebotar contra los ojos del v i e j o , hasta causarle daño; y s iguió remando sin mirar lo . Miraba al agua y v ig i laba los sedales que se sumer-gían verticalmente en la t i n ieb la del agua. Los mantenía más rectos que nadie, de manera que hubiera un cebo esperando a cualquier pez que pasara por a l l í . Otros los dejaban correr a la deriva con la corr iente y a veces estaban a sesenta bra-zas cuando los pescadores creían que estaban a cien.

*ATÚN: pez de 2 a 3 metros de largo cuya carne es de gusto agradable.

*ADUJAS: cada una de las vueltas circulares de cualquier ca-bo que se recoge en tal forma.

Pero, pensó el v i e j o , yo los mantengo con precisión Lo que pasa es que ya no tengo suerte. Pero ¿quién sa^e^ Ácaso hoy. Cada día es un nuevo día. Es mejor tener suerte Pero

11 dispuesto?61" e X a C t 0 ' L u e 9 0 ' ^ venga la ¡ Z l e , e s t l -

El sol estaba ahora a dos horas de a l tura y no le hacía tanto daño a los ojos mirar al Este. Ahora sólo hab a t re botes a la v is ta y lucían muy bajo y muy lejos hacia la o r i -

Toda mi vida me ha hecho daño en los oios el sol nacien-te pensó. Sin embargo, todavía están fuertes Al atardecer puedo mirar lo de frente sin deslumhrarme. Y por la tarde t i e ne mas fuerza. Pero por la mañana es doloroso "

(ta f r ü n í ? « n t e e n t o n ? e s v i 0 u n a d e e s *s aves marinas l l a m a -b r e é l H Í T SUS 3 r f S 3 l d S n e g r a S g i r a n d 0 e n e l c i e l o e

t H i Hz u n a r a p ] d a Pecada, ladeándose abajo, con sus

alas tendidas hacia at ras, y luego siguió girando nuevamente.

está mirando?1^0 3 1 9 0 ~~ d 1 j ° V°Z a l t a e l v 1 e * > - N o s ó l °

Remó lentamente y con firmeza hacia donde estaba P1 ave C 1 D C U l ° u \ S e a p u r ó y m a n t u v o l o s seda les v e r t i -

calmente. Pero había forzado un poco la marcha a favor de la comente de modo que todavía estaba pescando con corrección, pero mas le jos de lo que hubiera pescado si no t ra tara de guiarse por el ave.

^ El ave se elevó más en el a i re y volv ió a g i ra r sus alas inmóviles. Luego picó de súbito y el v ie jo vio una part ida ae peces voladores que brotaban del agua y navegaban desespe-radamente sobre la super f ic ie .

des ~~ D o r a d o s ~ d l J ° e n voz a l ta el v ie jo—. Dorados gran--

Montó los remos y sacó un pequeño sedal debajo de la Proa. Tenía un alambre y un anzuelo de tamaño mediano y lo

La extraña uz que el sol hacía en el agua, ahora que es taba mas a l t o , signif icaba buen tiempo, lo mismo que la forml de las nubes sobre la t i e r r a . Pero el ave estaba ahora casi fuera del alcance de la v is ta y en la superf ic ie del Igua ™ aparecía mas que algunos parches de amari l lo sargazo r ~ a -o por e sol y la redondeada, i r i d i scen te , gelatinosa y b o -

lacea vejiga de una medusa flotando a co r tad is tanc ia del bo

m . r t ? f ] ^ a ^ - ? l e 9 r ! m e r i t e C0m0 u n a b u r b u J a c o n sus largos y una yarda! f l l a m e n t o s P u<WÍnos a remolque por espacio de

—Agua mala — d i j o el hombre—. Puta.

ió l , ° ! ? c L d h n d e s en

b a 1 a n « a b a suavemente contra sus remos ba o la v is ta hacia el agua y vio los diminutos peces que te- -

v bain * ^ l a r g ° S f Í , a m e n t o s * "«latan entre el los l a r S O m b r a q u e h a c 1 a 1 a b u r b u ^ a e n s u movimiento a la de r iva . Eran inmunes a su veneno. Pero el hombre no Cuanao algunos de los filamentos se enredaban en el cordel ¿

B l l t ' V Í S C 0 S 0 S y l á c e o s mientras el v ie jo labo raba por levantar un pez, sufr ía verdugones y escoriaciones ° en ¡os brazos y manos como los que producen el guao* y la hiedra venenosa. Pero estos envenenamientos por el agua mala aetuaban rápidamente y como lat igazos.

sa m S = a L c U r ! ¡ U f S i r i d l ' scen tes eran bel las. Pero eran la co sa mas falsa del mar y el v iejo gozaba viendo cómo se las co-man las tortugas marinas. Las tortugas las veían, se les cercaban por delante, luego cerraban los ojos, de modo que,

C0ü_su caparacho,estaban completamente proteqidas, y se las omian con fllamentos y todo. El v ie jo gustaba de ver a la

tortuga comiéndoselas y gustaba de caminar sobre el las en la Playa, despues de una tormenta, y oír las reventar cuando les Ponía encima sus piez callosos.

*GUAO: arbusto de México, Cuba y Ecuador.

Le encantaban las tortugas verdes y los careyes con su elegancia, velocidad y su gran valor y sentía un amistoso des den por las estúpidas tortugas llamadas Caguamas, amarillosa? en su caparacho,extrañas en sus copulaciones, y comiendo muy contentas las aguas malas con sus ojos cerrados.

No sentía ningún misticismo acerca de las tortugas, aun-que había navegado muchos años en barcos tortugueros. Les te nía lást ima; lástima hasta a los grandes baúles, que eran tan largos como el bote y pesaban una tonelada. Por lo general, la gente no t iene piedad de las tortugas porque el corazón de una tortuga sigue lat iendo varias horas después que han sido muertas. Pero el v ie jo pensó: también yo tengo un corazón así y mis pies y mis manos son como los suyos. Se comía sus blancos huevos para darse fuerza. Los comía.todo el mes de mayo para estar fuer te en septiembre y s a l i r en busca de los peces verdaderamente grandes.

También tomaba diariamente una taza de aceite de hígado de t iburón sacándolo del tanque que había en la barraca donde muchos de los pescadores guardaban su aparejo. Estaba a l l í , para todos los pescadores que lo quis ieran. La mayoría de los pescadores detestaban su sabor. Pero no era peor que le-vantarse a las horas en que se levantaban y era muy bueno con t ra todos los catarros y gripes y era bueno para sus ojos.

Ahora el v ie jo alzó la v ista y v io que el ave estaba gi-rando de nuevo en el a i re .

—Ha encontrado peces —di jo en voz a l t a . Ningún pez vo lador rompía la superfice y no había desparrame de carnada. Pero mientras miraba el anciano, un pequeño bonito se levantó en el a i r e , g i ró y cayó de cabeza en el agua. El bonito emi-t i ó unos destel los de plata al sol y después que hubo vuelto al agua, otro y otro más se levantaron brincando en todas las direcciones, batiendo el agua y dando largos saltos detrás de sus presas, cercándolas, espantándolas.

Si no van demasiado rápidos los alcanzaré, pensó el vie-j o , y vio la mancha batiendo el agua, de modo que era blanca la espuma, y ahora el ave picaba y buceaba en busca de los pe

ees, forzados a subir a la super f ic ie por el pánico.

3 V e 6 2 u n a 9 r a n a ^ u d a ~ d i J O el v ie jo . Entonces el O ^ l l t P°P a 11 ^ n S Ó b a j 0 s u p i e > e n e l P ^ t o donde había guardado un r o l l o de sedal, y so l tó los remos, lo tanteó para ver que fuerza tenían los t i rones del pequeño boni to ; "y sSje tando firmemente el sedal, empezó a levantar lo. El retemblor iba en aumento segur, t i raba y pudo ver en el agua el negro azul del pez y el oro de sus costados, antes de levantarlo

s'ol r n l r f t y e C h a r I ° e n 6 1 b o t e - 0 u e d ó tendido a pop ! l i u r l n , i » P * C t ° y * n . f o r m a d e b a l a , sus grandes ojos sin n-

r a z n n m ^ n h n t f l J a m e ? t e m í e ? t r a s d e j a b a s u v 1 d a contra u caU n 1 C°n °S 1 p 1 d 0 S ^ temblorosos golpes de

síjfHpnHn , i l e P e g ° e n l a c a b e 2 a P a r a W no siguiera sombra d T p o ^ " " ^ ^ ^ *

Debe despesar d l e z ^ i b r a s " " l t a - ü n a 1 ¡ n d a C a ™ d a '

No recordaba cuánto tiempo hacía que había empezado a ha blar solo en voz a l ta cuando no tenía nadie con quien hablar"" tn ios v iejos tiempos, cuando estaba solo, cantaba; a veces de noche, cuando hacía su guardia al timón de las chalupas y os tortugueros. Probablemente había empezado a hablar en

voz a l ta cuando se había ido el muchacho. Pero no recordaba Cuando el y el muchacho pescaban juntos, generalmente h a b l a -ban únicamente cuando era necesario. Hablaban de noche o cuando ¡os cogía el mal tiempo. Se consideraba una v i r tud no nablar innecesariamente en el mar y el v ie jo siempre lo había considerado asi y lo respetaba. Pero ahora expresaba sus oen samien>;os en voz a l ta muchas veces, puesto que no había nadie a quien pudiera mo r t i f i ca r .

— Si los otros me oyeran hablar en voz. a l ta creerían que estoy loco - d i j o en voz a l t a - . Pero puesto que no estoy lo co no me importa. Los r icos tienen radios que les hablan en"" sus embarcaciones y les dan not ic ias del béisbol.

"Esta no es hora de pensar en el béisbol. Ahora hay que Pensar en una sola cosa. Aquella para la que he nacido. Pu-

diera haber un pez grande en torno a esta mancha, pensó, só-lo he cogido un bonito extraviado de los que estaban comiendo. Pero están trabajando rápidamente y a lo le jos . Todo lo que asoma hoy a la superf ic ie v ia ja muy rápidamente y hacia el Nordeste. ¿Será la hora? ¿0 será alguna señal del tiempo que yo no conozco?"

Ahora no podía ver el verdor de la costa; sólo las cimas de las verdes colinas que asomaban blancas como si estuvieran coronadas de nieve y las nubes parecían al tas montañas de nie ve sobre e l las . El mar estaba muy oscuro y la luz hacía pri? mas en el agua. Y las miríadas de lunares del plancton eran anuladas ahora por el a l to sol y el v ie jo sólo veía los gran-des y profundos prismas en el agua azul que tenía una milla de profundidad y en la que sus largos sedales descendían ver-t í cal mente.

Los pescadores llamaban bonitos a todos los peces de esa especie y sólo dist inguían entre e l los por sus nombres p r o -pios cuando venían a cambiarlos por carnadas. Los bonitos es taban de nuevo abajo. El sol calentaba fuerte y el viejo lo sentía en la parte de atrás del cue l lo , y sentía el sudor que le corr ía por la espalda mientras remaba.

"Pudiera dejarme i r a la der iva, pensó, y dormir o echar un lazo al dedo gordo del pie para despertar si pican. Pero hoy hace ochenta y cinco días y tengo que aprovechar el tiem-po."

Mientras v ig i laba los sedales, vio que una de las vari-l l as se sumergía vivamente.

—Sí —di jo—. Sí —y montó los remos sin golpear el bote.

Cogió el sedal y lo sujetó suavemente entre el índice y el pulgar de la derecha. No s i n t i ó tensión ni peso y aguanto ligeramente. Luego volvió a sen t i r l o . Esta vez fue un tirón de tanteo, ni sól ido ni fuer te , y el v ie jo se dio cuenta, exactamente, de lo que era. A cien brazas más abajo una agu-ja estaba comiendo las sardinas que cubrían la punta y el ca-

bo del anzuelo en el punto donde el anzuelo, for jado a mano sobresalía de la cabeza del pequeño bonito.

El v ie jo sujeto delicada y blandamente el sedal y con la mano izquierda lo sol tó del pa l i to verde. Ahora podía dejar" . ^co r re r entre sus dedos sin que el pez s in t ie ra ninguna ten

"A esta distancia de la costa, en este mes, debe de ser enorme, pensó el v ie jo . Cómelas, pez. Cómelas. Por favor oles en"el anf« ^ f r G S C a S ' * t ú > a h í > seiscientos ' p es en e, agua f r í a y a oscuras. Da otra vuelta en la oscu-ridad y vuelve a comértelas."

Sentía el leve y delicado t i r a r y luego un t i rón más fuerte cuando la cabeza de una sardina debfa de habe? sido mas d i f í c i l de arrancar del anzuelo. Luego, nada

—Vamos, ven —di jo el v ie jo en voz alta— Da otra vuelta. Da otra vuelta. Ven a olerías. Verdad que son sa-brosas? Cómetelas ahora, y luego tendrás un bonito Duro fno y sabroso. No seas tímido, pez. Cómetelas.

_ Espero con el sedal entre el índice y el pulgar, v iq i lán Qlo y vigi lando los otros al mismo tiempo, pues el pez pud i i

suave f racc ión? ° ^ ^ V°1V1 '6 » l a ^

de a coger lo? 6^ ~ d 1 j ° 6 1 v 1 e j o e n V0Z a l t a ~ - D i o s l o W -

naca más!° C ° 9 Í 6 , S Í " e m b a r g o ' S e f u e * e l v ie jo no s i n t i ó

irin i d ° ¡No se puede haber n L ™ 1 l t 0 j ^ S t a d a n d 0 u n a v u e l t a - posible que haya si fJo enganchado alguna otra vez y que recuerde algo de eso 2

^ Luego s i n t i ó un suave contacto con el sedal y se s in t i ó

—No fue más que una vuelta —di jo—. Lo cogerá.

Era f e l i z sintiendo t i r a r suavemente y luego tuvo sensa-ción de algo duro e increíblemente pesado. Era el peso del pez y dejó que el sedal se deslizara abajo, abajo, abajo, lie vándose los dos primeros ro l los de reserva. Según descendíaT deslizándose suavemente entre los dedos del v ie jo , todavía él podía sent i r el gran peso, aunque la presión de su índice y de su pulgar era casi imperceptible.

— ¡Qué pez! —di jo—. Lo l leva atravesado en la. boca y se está yendo con é l .

"Luego virará y se lo t ragará," pensó. No d i j o esto porque sabía que cuando dice uno una buena/cosa, posiblemente no suceda. Sabía que éste era un pez enorme y se lo imaginó alejándose en la t i n i eb la con el bonito atravesado en la boca. En ese momento s i n t i ó que había dejado de moverse, pero el pe so pers is t ía todavía. Luego el peso fue en aumento, y el vie j o le dio más sedal. Acentuó la presión del índice y el pul-gar por un momento y el peso fue en aumento. El sedal deseen día verticalmente.

—Lo ha cogido —di jo—. Ahora dejaré que se lo coma a su gusto.

Dejó que el sedal se deslizara entre sus dedos mientras bajaba la mano izquierda y amarraba el extremo suelto al otro sedal. Ahora estaba l i s t o . Tenía tres ro l los de cuarenta brazas de sedal en reserva, además del que estaba usando.

—Come un poquito más —di jo—. Come bien.

"Cómetelo de modo que la punta del anzuelo penetre en tu corazón y te mate, pensó. Sube sin cuidado y déjame clavarte el arpón. Bueno. ¿Estás l i s t o? ¿Llevas suf ic iente tiempo a la mesa?"

— ¡Ahora! —di joen voz a l ta y t i r ó fuerte con ambas ma-nos; ganó un metro de sedal; luego t i r ó de nuevo, y de nuevo, balanceando cada brazo alternativamente y girando sobre sí mi smo.

. « t , ! « f l ? I ' ¿ ' 0 > ; • » > « « , , alejándose « 1 e r , fuerte í ™ r S í 1 0 p " ' " d s - s " hecho W r a pee« n e s . l , „ , ' » " u e , ° ' d e e s t e ~ Pee estaba 5 5 " K ' V s S u E " ' " » zó a hacer „ , « . " S S l U e 3 ° " P í

el acuate? h n t f f 1 S o n t r a . 5 u e sPa lda y observó su sesgo en el Noroeste. 9 " l a m o V l e n d o s e ininterrumpidamente hacia

Darlr""StpeI.n ü ' a t r á ' u P 6 n s 5 6 1 v i e j 0 " Alguna vez tendrá que evand0 e i h n í P

d 6 S p u é s ' e l p e z s e 9 u í a t i rando! S e \ f nr»5n remolque, y el v iejo estaba todavía s ó l i -

aamente afincado, con el sedal atravesado a la espalda.

t n r i a „ r E r a V \ S d 0 C e d e l d , a c u a n d 0 1 0 enganché - d i j o - y todavía no lo he v isto una sola vez. '

r,L ^ había calado fuertemente el sombrero de paja en la cabeza antes de enganchar el pez; ahora el sombre™ le corta-

T ^ a ? e d ; Se a r rod i l l ó y", cuidando de no sa-cudir el seda , es t i ro el brazo cuanto pudo por debajo de la

oa y cogí o la botel la de agua. La abrió y bebió un poco Luego reposo contra la proa. Descansó sentado en la vela y

el palo que había quitado de la carl inga y t ra tó de no pensar-solo aguantar.

Luego miró hacia atrás y vio que no había t i e r r a alguna a la v i s ta . "Eso no importa, pensó. Siempre podré orientarme por el resplandor de La Habana. Todavía quedan dos horas de luz y posiblemente suba antes de la puesta del so l . Si no, acaso suba al venir la luna. Si no hace eso, puede que suba a la salida del so l . No tengo calambres y me siento fuerte. ^E1 es quien tiene el anzuelo en la boca. Pero para t i r a r así , t iene que ser un pez de marca mayor. Debe de lle-var la boca fuertemente cerrada contra el alambre. Me gusta-r ía verlo. Me gustaría verlo aunque sólo fuera una vez, para saber con quién tengo que vérmelas."

El pez no varió su curso ni dirección en toda la noche; al menos hasta donde el hombre podía juzgar guiado por las es treTlas. Después de la puesta del sol hacía f r í o y el sudor" se había secado en su espalda, sus brazos y sus piernas. De día había cogido el saco que cubría la caja de las carnadas y lo había tendido^a secar al so l . Después de la puesta del sol se lo enrol ló al cuel lo de modo que le caía sobre la es-palda. Se lo deslizó con cuidado por debajo del sedal, que ahora le cruzaba los hombros. El saco mullía el sedal y el hombre había encontrado la manera de incl inarse hacia adelan-te contra la proa en una postura que casi le resulta conforta ble. La postura era, en real idad, tan sólo un poco menos in-to lerab le , pero la concibió como casi confortable.

"No puedo hacer nada con é l , y él no puede hacer nada conmigo, pensó. Al menos mientras siga este juego."

Una vez se enderezó y orinó por sobre la borda, miró a las est re l las y ve r i f i có el rumbo. El sedal lucía como una l i s t a fosforescente en el agua, que se extendía, recta, par-tiendo de sus hombros. Ahora iban más lentamente y el fulgor de La Habana no era tan fuer te . Esto le indicaba que la co-r r iente debía de estar arrastrándolo hacia el Este. "Si pier do el resplandor de La Habana, será que estamos yendo más ha-cia el Este," pensó. ^

^ e s t a r c i e n d o . No hagas ninguna e s t u p i d e z ' " U e g o ^ o

ra qué~viera tilo.™™ ^ 6 1 m U C h a C h °" P a r a a ^ ™ e y pa-

"Nadie debiera estar solo en su vejez, pensó Pero

i " " 3 í¡e a^perde^a d e c a ¿ ? ^ b o n U o de r „ L a perder- a f i n de conservar las fuerzas. Recuer-na.' Recuerda^se^dijo6n^aS ^ C O m e r l ° ^

Durante la noche acudieron delf ines en torno al bote sentía rolando y resoplando. Podía perc ib i r la di?eren

de 1 "hembra.S°nlCl0 ^ S ° P l ° d e l m a c h ° ' s u s p l r a ^ T o ^

-Son buena gente - d i j o — . Juegan y bromean v se harPn el amor. Son nuestros hemanos, como los peces voladores

E n t o n « 5 e m P e z ° a sent i r lástima por el qran pez que ha-a enganchado. Es maravilloso y extraño, y auién sabe que'

o í t a r ^ p e n s á ' J a f S h e c ° 9 i d ° pez'tan fuerte nt q e Prudente Da ra sThi? ° í * " e X t r ? ñ ° ' P u e d e s e a demasiado -ruaente para subir a la superficie.Brincando y precipitándo-e locamente pudiera acabar conmigo.Pero es posible oue hava

ñera d T o e í e a f T T ^ V T S y S 6 p a W s t I W S -«mtrS í i n? ; l J e ? e u a b e r q u e n o h a * ma's u n hombre I t ? l ' , " \ q U e - 6 S t e h o m b r e e s u n anciano. Pero ¡que pez -

buena r b l e " 10 P a g a r á n e n 6 1 m e r c a d ° si su ca'rne „ 7 ' h a T i c a r n a d a c o m o u n m a c h 0 y ^ ma-

tendrá ai ^ P? 1 C 0 e n SU m a n e r a d e P e l e a r - Me pregunto si -tendrá algún plan o si e s t a r á , como yo, en la desesperac ión ."

Recordó aquel la vez en que había enganchado una de las

hPmhJ q U S l b a n e n p a r e j a " E1 m a c h ° dejaba siempre que 'a hembra comiera primero, y el pez enganchado, la hembra

presentó una pelea f i e r a , desesperada y l lena de pánico que no tardó en agotarla. Durante todo ese tiempo el macho perma necio con e l l a , cruzando el sedal y girando con e l l a en la su pe r f i c i e . Había permanecido tan cerca, que el v ie jo había te mido que cortara el sedal con la cola, que era af i lada como " una guadaña y casi de la misma forma y tamaño. Cuando el vie jo la había enganchado con el bichero, la había golpeado suje tando su mandíbula en forma de espada y de áspero borde, y ~ golpeado en la cabeza hasta que su color se había tornado co-mo el de la parte de atrás de los espejos; y luego cuando, con ayuda del muchacho, la había izado a bordo, el macho ha-bía permanecido junto al bote. Después, mientras el viejo le vantaba los sedales y preparaba el arpón, el macho dio un brinco en el a i re junto al bote para ver dónde estaba la hem-bra. Y luego se había sumergido en la profundidad con sus alas azu l - ro j i zas , que eran sus aletas pectorales, desplega-das ampliamente y mostrando todas sus franjas del mismo color. Era hermoso, recordaba el v ie jo . V se había quedado junto a su hembra.

"Es lo más t r i s t e que he v is to jamás en e l l o s , pensó. El muchacho había sentido también t r i s t e z a , y le pedimos perdón a la hembra y le abrimos el v ientre prontamente."

—Ojalá estuviera aquí el muchacho —d i jo en voz alta y se acomodó contra las redondeadas tablas de la proa y sintió la fuerza del gran pez en el sedal que sujetaba contra sus hombros, moviéndose sin cesar hacia no sabía dónde: adonde el pez hubiese elegido.

"Por mi t r a i c i ón ha tenido que tomar una decis ión," pen-só el v ie jo .

"Su decisión había sido permanecer en aguas profundas y tenebrosas, le jos de todas las trampas y cebos y traiciones. Mi decisión fue i r a l l á a buscarlo, más a l l á de toda gente. Más a l lá de toda gente en el mundo. Ahora estamos solos uno para el otro y así ha sido desde mediodía. Y nadie que venga a valemos, ni a él ni a mí".

"Tal vez yo no debiera ser pescador, pensó. Pero para eso he nacido. Tengo que recordar sin f a l t a comerme el boni-to tan pronto como sea de d ía . "

. .A j9? antes del amanecer cogió uno de los sedales que te-nia detras. Sint ió que el pa l i t o se rompía y que el sedal em pezaba a correr precipitadamente sobre la regala del bote ~ En la oscuridad sacó el cuch i l lo de la funda y , echando toda la presión del pez sobre el hombro izquierdo, se inc l inó h a -cia acras y corto el sedal contra la madera de la regala Luego corto el otro sedal más próximo y en la oscuridad Suje-to los extremos sueltos délos ro l los de reserva. Trabajó diestramente con una sola mano y puso su pie sobre los ro l los para sujetar los mientras apretaba los nudos. Ahora tenía seis ro l los de reserva. Había dos de cada carnada, que había cortado, y los dos del cebo que había cogido el pez Y todos estaban enlazados.

"Tan pronto como sea de día, pensó, me l legaré hasta el cebo de cuarenta brazas y lo cortaré también y enlazaré los rollos de reserva. Habré perdido doscientos brazas del buen cordel catalan y los alambres. Eso puede ser reemplazado Pe ro este pez, ¿quién lo reemplaza? Si engancho otros peces ~ pudiera sol tarse. Me pregunto qué peces habrán sido los que acaban de picar. Pudiera ser una aguja, o un emperador o un tiburón. No llegue a tomarle el peso. Tuve que deshacerme de el demasiado pronto."

En voz a l ta d i j o :

—Me gustaría que el muchacho estuviera aquí.

"Pero el muchacho no está conmigo," pensó.

"No cuentas más que contigo mismo, y harías bien en l l e -garte hasta el últ imo sedal, aunque sea en la oscuridad, y em palmar los dos ro l los de reserva."

Fue lo que hizo. Fue d i f í c i l en la oscuridad. El pez dio un t i r ón que lo lanzó de bruces y le causó una herida ba-jo el ojo. La sangre le cor r ió un poco por la me j i l l a . Pero

se coaguló y secó antes de l l egar a su ba rb i l l a y el hombre volv ió a la proa y se apoyó contra la madera. Ajustó el saco y manipuló cuidadosamente el sedal de modo que pasara por otra parte de sus hombros y , sujetándolo en éstos, tanteó con cuidado la tracción del pez y luego metió la mano en el agua para sen t i r la velocidad del bote.

"Me pregunto por qué habrá dado ese nuevo impulso, pensó. El alambre debe de haber resbalado sobre la comba de su lomo. Con seguridad, su lomo no puede doler le tanto como me duele el mío. Pero no puede seguir t i rando eternamente de este bo-te , por grande que sea. Ahora todo lo que pudiera estorbar está despejado y tengo una gran reserva de sedal: no hay más que ped i r . "

—Pez —di jo dulcemente en voz a l t a — , seguiré hasta la muerte.

"Y él seguirá también conmigo, me f i gu ro , " pensó el vie-j o , y se puso a esperar a que fuera de día. Ahora, a esta ho ra próxima al amanecer, hacía f r í o y se apretó contra la made ra en busca de ca lo r . " Voy a aguantar tanto como é l , " pensó. Y con la primera luz el sedal se extendió a lo le jos y hacia abajo en el agua. El bote se movía sin cesar y cuando se le-vantó el primer f i l o de sol fue a posarse sobre el hombro de-recho del v ie jo .

—Se ha d i r i g i do hacia el Norte —di jo el v ie jo . La co-r r ien te nos habrá desviado mucho al Este, pensó. Ojalá vira-ra con la cor r iente . Eso ind icar ía que se está cansando.

Cuando el sol se hubo levantado más el viejo^se dio cuen ta de que el pez no se estaba cansando. Sólo había una señaT favorable. El sesgo del sedal indicaba que nadaba a menos profundidad. Eso no s ign i f i caba , necesariamente, que fuera a br incar a la super f ic ie . Pero pudiera hacerlo.

—Dios quiera que suba —di jo el v ie jo—. Tengo su f i - -ciente sedal para manejarlo.

curia c V- a U m e n t ° í n p o q u i t o 1 a t e n s i 5 n ^ duela y surja a la super f i c ie , pensó. Ahora que es de día conviene que salga para que l lene de aire los sacos a lo largo de u espinazo y no pueda luego descender a morir a las p?ofund?da-

Trató de aumentar la tensión, pero el sedal había sido

pez v a f i n r i ? 1 0 qUH d a b a d e 5 d e h a b í a enganchado eí cuerda v sP d i o r S e h f \ a a t r á 5 ' S i n t i ó l a d " " a t e n s i ó n de i c y dio cuenta de que no podía aumentarla. "Tengo

ancha la he'riH,0 ^ h° S a c " d l > 1 ° ' P e ^ ó . Cada sacudida e n -sa ta r l e^ h 1 i ^ 6 1 a n Z U e l ° y ' S i b r i n c a > P ^ e ™ sol tar lo. De todos modos me siento mejor al venir el sol v por esta vez no tengo que mirar lo de f ren te . " Y

Había algas amari l las en el sedal pero el v ie jo sabía que eso no hacia más que aumentar la resistencia del bote y

v ie jo se alegro. Eran las algas amari l las del gol fo el sargazo- las que habían producido tanta fosforescencia de no

ro * r 7 ¿ í l ^ q U Í e r 0 y t e r e s P e t 0 muchísimo. Pe ro acabare con tu vida antes de que termine este día.

"Ojalá, pensó."

NnrJJ n P a j a r i t 0 v 1 n o>volando hacia el bote, procedente del

el aaúa E r a L ^ a e s P & c ^ . d e curruca que volaba muy bajo sobre el agua. El v ie jo se dio cuenta de que estaba muy cansado.

El pájaro l legó hasta la popa del bote y descansó a l l í sedl? HnnH t 0n i? u l a . c a b e z a del v ie jo y fue a posarse en ei sedal, donde estaba mas cómodo.

-¿Qué edad tienes? -p regun tó el v ie jo al p á j a r o -¿Es este tu Drimer viaje?

r.nc Ü1 P a j a r ° 1 0 m i r ó a l o í r l ° h a b l a r - E s t a b a demasiado ansado siquiera para examinar el sedal y se balanceó asiéndo

^ fuertemente a el con sus delicadas patas.

—Estás f i rme —le d i j o el v i e j o . Demasiado f i rme. Oes pues de una noche s in v iento no debieras estar tan cansado. ¿A qué vienen los pájaros?

"Los gavi lanes, pensó, salen al mar a esperarlos, "pe+o no le d i j o nada de esto al p a j a r i t o que de todos raodos m po-día entenderlo y que ya tendría tiempo de conocer a Jos gavi-lanes.

— Descansa, p a j a r i t o , descansa — d i j o — . Luego/e a co-r re r fortuna como cualquier hombre o pájaro o pez.

Lo estimulaba a hablar porque su espalda se había endure cido de noche y ahora le dol ía realmente.

—Quédate en mi casa si quieres, p a j a r i t o — d i j o — . Siento que no pueda i za r la vela y l l e v a r t e a c i e r r a , con la suave br isa que se está levantando. Pero estás con un amigo.

Entonces el pez dio una súbita sacudida; el v i e j o fue a dar contra la proa y hubiera caído por la borda s i no se hu-biera aferrado y soltado un poco de sedal.

El pájaro levantó vuelo cuando el sedal se sacudió y el v ie jo ni s iquiera lo había v is to i r se . Palpó cuidadosamente el sedal con la mano derecha y notó que su mano sangraba.

—Algo la ha lastimado — d i j o en voz a l ta y t i r ó del se-dal para ver s i podía v i r a r e l pez. Pero cuando llegaba a su máxima tensión sujetó f i rme y se echó para atrás para formar contrapeso.

—Ahora lo estás s in t iendo, pez —d i j o—. Y bien sabe Dios que también yo lo s iento.

Miró en derredor a ver si veía al pájaro porque le hubie ra gustado tener lo de compañero. El pájaro se había ido.

"No te has quedado mucho tiempo, pensó el v i e j o . Pero adonde vas va a ser más d i f í c i l , hasta que l legues a la costa. ¿Cómo me habré dejado cor tar por esa rápida sacudida del pez?

Me debo de estar volviendo Pc-f-r.n-íH^ n • -mirando al pájaro y Pasando enP¿? a, q " 1 Z a S S e a q u e e s t a b a

" ^ « ¡ - s r p . f r s r t . ' i s i

»1 - M í V l o T i u l " y » p o c o d ,

contra su mano al moveíse el b i t e d e l agua

-Ahora va mucho más lentamente - d i j o .

¡ } y s g 1= ZSS£ f

«¿re s f,1 ? a sss • P . Í X ' S ? Í S ? X M M S ?

un.to por la cola y lo t i r o por sobre la borda.

—No creo que pueda comerme un entero — d i j o , y cortó por la mitad una de las t i r a s . Sentía la f irme tensión del sedal y su mano izquierda tenía calambre. La cor r ió hacia arr iba sobre el duro sedal y la miró con disgusto.

—¿Qué clase de mano es ésta? — d i j o — . Puedes coger calambre, s i quieres. Puedes convertirme en una gorra. De nada te va a se r v i r .

"Vamos, pensó, y miró al agua oscura y al sesgo del se-d a l . " Cómetelo ahora y le dará fuerza a la mano. No es cul-pa de la mano, y l levas muchas horas con el pez. Pero puedes quedarte siempre con é l . Cómete ahora el boni to . "

Cogió un pedazo y se lo l levó a la boca y lo masticó len tamente. No era desagradable.

"Mastícalo bien, pensó, y no pierdas ningún jugo. Con un poco de limón o lima o con sal no estar ía mal."

—¿Cómo te s ientes, mano? —preguntó a la que tenía ca-lambre, y que estaba casi r íg ida como un cadáver—. Ahora co meré un poco para t i .

Comió la otra parte del pedazo que había cortado en dos. La masticó con cuidado y luego escupió el pe l l e jo .

—¿Cómo va eso, mano? ¿0 es demasiado pronto para saber lo?

Cogió otro pedazo entero y lo masticó.

"Es un pez fuerte y de cal i dad, pensó. Tuve suerte de en gancharlo a é l , en vez de un dorado. El dorado es demasiado dulce. Este no es nada dulce y guarda toda la fuerza."

Sin embargo, hay que ser práct icos, pensó. Otra cosa no t iene sentido. Ojalá tuv iera un poco de sal . Y no sé si el sol secará o pudrirá lo que me queda. Por tanto será mejor que me lo coma todo aunque no tengo hambre. El pez sigue t i -rando firme y tranquilamente. Me comeré todo el bonito y en-

tonces estaré preparado.

- T e n paciencia, mano - d i j o - . Esto lo hago por t i .

"Me gustaría dar de comer al Pez, pensó. Es mi hermano eL°l eK"g°,qUe m a t a r l ° y ^ o b r a r f u e r z a s P^a hacerlo." Tenta

deí pescado?"*6 3 6 C 0 B l 6 t 0 d a s l 3 S t i r * s e n f o r m a d e c u ñ a

Se enderezó, limpiándose la mano en el pantalón.

—Ahora - d i j o - , mano, puedes so l ta r el sedal Yo su-jetare el pez con el brazo hasta que se te pase esa bobera

J m i a n tP ^ P i e izquierdo sobre e l pesado sedal que había

n a eco i d f í 0 ^ ^ y S e e c h ó h a c i a atrás Vara 1 evar con la espalda la presión.

m,p n 7 ? Í ° S 9Uue r? s e me qui te el calambre - d i j o - Por que no se que hará el pez. * -

"Pero parece t ranqu i lo , pensó, y sigue su plan Pero í ™ su plan? ¿Y cuál es el mío? El mío tendré que im

ovisarlo de acuerdo con el suyo porque es muy grande * Si™ r nca podre matarlo. Pero no acaba de s a l i r de a l l á abaio

entonces, seguiré con él a l l á abajo." J

Oche^LanHn0 1"" '3 ' - ^ ^ d e t 0 d ° ™ V e »noche cuando era necesario so l ta r y empatar los varios se-

* encontraba ^ ' V a h ° r a 5 6 d i ° c u e n t a d e cuín solo oscura l í ; Pero veía los prismas en el agua profunda y la calma f * d a l ^ S t 1 r a d o a d e l a n t e * e ^ r a ñ a ondulación de

calma. Las nubes se estaban acumulando ahora para la b r i -

sa y miró adelante y v io una bandada de patos salvajes que se proyectaban contra el c ie lo sobre el agua, luego formaban un borrón y volvían a destacarse como un aguafuerte; y se dio cuenta de que nadie está jamás solo en el mar.

Recordó cómo algunos hombres temían hal larse fuera de la v i s ta de t i e r r a en un bo tec i to ; y en los mares de súbito mal tiempo, tenían razón. Pero ahora era el tiempo de los ciclo-nes, y cuando no hay c i c lón es el mejor tiempo del año.

"Si hay c i c l ó n , siempre puede uno ver las señales va- -r ios días antes en el mar. En t i e r r a no las ven porque no sa ben reconocerlas, pensó. En t i e r r a debe notarse también por la forma de las nubes. Pero ahora no hay c ic lón a la v is ta. "

Miró al c i e l o y v io la formación de los blancos cúmulos, como sabrosas p i l as de mantecado, y más ar r iba se veían las tenues plumas de los c i r r us contra el a l t o de septiembre.

—Brisa l i ge ra — d i j o — . Mejor tiempo para mí que para t i , pez.

Su mano izquierda estaba todavía presa del calambre, pe-ro la iba soltando poco a poco.

"Detesto e l calambre, pensó. Es una t r a i c i ó n del propio cuerpo. Es humil lante ante los demás tener d iar rea producida por envenenamiento de tomainas* o vomitar por lo mismo. Pe-ro el calambre lo humil la a uno, especialmente cuando se está so lo . "

"Si e l muchacho estuviera aquí, podría frotarme la mano y s o l t a r l a , desde el antebrazo, pensó. Pero ya se sol tará. '

Luego palpó con la mano derecha para conocer la diferen-c ia de tensión en el sedal; después v io que e l sesgo cambiaba

*TOMAÍNAS: nombre con que se designa una serie de sustancias originadas en los cadáveres er; putrefacción.

n n i n l ^ T * J * ^ * ™ * " * * * al i nc l i na rse contra e l sedal v f u e

1r t e . c o n l a izquierda contra e l muslo v o que

cobraba un lento sesgo ascendente. ' q u e

- E s t á subiendo - d i j o - . Vamos, mano. Ven, te lo pido.

El sedal se alzaba lenta y continuadamente Lueao la c.. perf ic ie del mar se combó delante del bote y s S l i ó e l v e z ~

í a T a l 1 " s ' o l T f 1 ' e n r t e y f n a b a a * u a S sus Estados Br i J I y -U C 5 b e z a y l o m o e r a n d e un purpura oscuro v

al sol las f ran jas de sus costados lucían anchas v di Z t /

s s r s : s a s . - t r a s r ; j / s a - H -S z V ^ f S * , ^ " " « í « d a l ' í o -

F1 t o I , i E s d 05 p i e s m a s l a r 9 ° que el bote.' - d i j o e l v i e i o ten a l i ñ a r a p ? ° m e n d 0 V e l 0 2 p e r o Sradualmente y el pez ño

Íia ^ ¿ a ^ r s r s . i : ¿ e f ss

permit i r ! f f iamás m¿ c ^ Q U e c o n v e " « r l o , pensó. No debo mli - T J q u e s e d e cuenta de su fuerza ni de l n n,«, podrí a hacer s i rompiera a cor re r . Si yo fuera él echarla

o" ° t V a c i a s y i ^ 9 U 1 > 1 a h a S t a « « ^ o" " V o S e " . ,os - íos matamos^'aunque son S . T o b S J ' f f i » ' ^

s í^S? ; na?* er e n

ts u , v i d a ' nunca solo. Ahora aislado y

íue había v i s to i a m 5 q t l e - r a ' e S 5 a b a S l i j e t o a l gra de pez I a ™ , 0 jamas, mas grande que cuantos conocía de Jairas ' c S X r í í r t0davía"tan «="»

"Pero ya se so l ta rá , pensó. Con seguridad que se me qui tara el calambre para que pueda ayudar a la mano derecha. Tres cosas se pueden considerar hermanas: el pez y mis dos ma nos. Tiene que quitárseme el calambre." £1 pez había demora do de nuevo su velocidad y seguía a su ritmo habi tual .

"Me pregunto por qué habrá sal ido a la super f i c ie , pensó el v ie jo . Brincó para mostrarme lo grande que era. Ahora ya lo sé, pensó. Me gustaría demostrarle qué clase de hombre soy. Que piense que soy más hombre de lo que soy, y lo seré. Quisiera ser el pez, pensó, con todo lo que t iene frente a mi voluntad y mi in te l igenc ia solamente."

Se acomodó confortablemente contra la madera y aceptó sin protestar su sufr imiento. El pez seguía nadando sin ce-sar y el bote se movía lentamente sobre el agua oscura. Se estaba levantando un poco de oleaje con el viento que venia del Este y a mediodía la mano izquierda del v ie jo estaba l i -bre del calambre.

- —Malas not ic ias para t i , pez — d i j o , y movió el sedal sobre los sacos que cubrían sus hombros.

Estaba cómodo, pero su f r í a , aunque era incapaz de confe-sar su sufr imiento.

—No soy re l ig ioso —d i jo—. Pero rezaría diez Padre- -nuestros y diez Avemarias por pescar este pez y prometo hacer una peregrinación a la Virgen del Cobre si lo pesco. Lo pro-meto.

Comenzó a decir sus oraciones mecánicamente. A veces se sentía tan cansado que no recordaba la oración, pero luego las decía rápidamente, para que sal ieran automáticamente. "Las Avemarias son más fác i les de decir que los Padrenues— t r o s , " pensó.

— "Dios te salve, María, l lena eres de grac ia, el Señor es cont igo, bendita tu eres entre todas las mujeres y bendito es el f r u to de tu v ien t re , -Jesús. Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de n u e s t r a

muerte, Amén."

Luego añadió:

— "Virgen bendita, ruega por la muerte de este pez " Aunque es tan maravi l loso. '

Dichas sus oraciones y sintiéndose mejor, pero sufriendo igualmente, y acaso un poco más, se inc l inó centra la madera izquierda.e m P e Z° * a ° t 1 v a r n i e c a n i c a m e n t e dedos de su mano

do l i g e r a l t ^ r b r ? s a f U e r t e a ü n q u e G S t a b a l e v a n t ^

H ^ - 7 S e r a c m e j ? r q u e v u e l v a a p o n e r c e b 0 a l sedal de popa -Ü1JO- . Si el pez oecide quedarse otra noche necesitaré co mer de nuevo y queda poca agua en la bo te l la . No creo que pueda conseguir aquí más que un dorado. Pero si lo como bas-

ta n n r h f 0 n ° S e r a1

m a l 0 ' Me gustaría que v in iera a Sordo Nn no7 i T p e z v o 1 a d o r - Pero no tengo luz para a t raer lo

pez volador es excelente para comerlo crudo y no tendría ' qje i implar lo. Tengo que ahorrar ahora toda mi fuerza.

— ¡Cristo! i No sabía que fuera tan grande!

su gra^dSÍzaenibar90 ™ U r é ~ d Í j 0 - C o n t o d a fliorla y

DuPHp"h^ f e \ i n ¿ u s t 0 ' Pensó. Pero le demostraré lo que puede hacer un hombre y lo que es capaz de aguantar."

, H , r Y a 1 L d l j e a \ m u c h a c h 0 que yo era un hombre extraño d i jo—. Ahora es la hora de demostrarlo.

ba nada ^ l l n í ^ i v e ( * s q u e h a b t a Amostrado no s ign i f i ca -a nada. Ahora lo estaba probando de nuevo. Cada vez era

pasado C 1 r C ü n S t á n c i a y c u a " d 0 lo hacía no pensaba jamás en

Ahora que lo había v i s to una vez, podía paginárselo na-dando en el agua con sus purpurinas aletas pectorales d ple-gadas como alas y la gran cola e r e c t a tajando la t in ieb la "Me pregunto como podrá ver a esa profundidad, pensó, bus nios son enormes, y un cabal lo , con mucho menos o jo , puede ver en 1 a oscuri dad. En otro tiempo yo v e í a perfectamente en la oscuridad. No en la t i n i e b l a completa. Pero casi como

los gatos."

El sol y el continuo movimiento de sus dedos había libra do completamente de calambre la mano izquierda y empezó a pa-sar más presión a esta mano contrayendo los musculos de su es pal da para r e p a r t i r un poco el escozor del sedal.

- S i no estás cansado, pez - d i j o en voz a l t a - , debes de ser muy extraño.

Se sentía ahora muy cansado y sabía q u e pronto v e n d r í a

la noche y t ra tó de pensar en otras cosas. Pensó en las Grandes Ligas. Sabía que los Yankees de-New York estaban J» gando contra los Tigres de Det ro i t .

do de " los 6 juegos ^ T A T me 6 n t e r ° d e l r e s u l t a -

del mar." q u e e s t a a l 1 a a b a J ° en la t i n ieb la

Si - e ^ - ^ s ^ i o r s ^ ^ r ^ T ^ r -

te • » v « -

Z llULt'TrT ¿le £ , í r > S . Í K L e S0?1,H Q ü r - 0 ' e dolería demasiado la espuela de hue-

- N o sé - d i j o en voz a l t a - , la de hueso. Nunca he tenido una espue

viejo'recordfaq'uelía" m ^ r ? * ' a ^ ? a r 5 6 m á s c o n f i a n z a el

? r ; S&svs-SSÍ =»"'Vi-ta d. E S agarradas, c .d . „ „ „ V a t ,

«.'tan ¡ S ® =

jaban las sombras de los pulseadores contra e l l as . La sombra del negro era enorme y se movía contra la pared según la bri-sa que hacia osc i la r las lámparas.

Los logros siguieron subiendo y bajando toda la noche, y al negro le daban ron y le encendían c i g a r r i l l o s en la boca. Luego, después del ron, el negro hacia un tremendo esfuerzo y una vez había tenido al v i e j o , que entonces no era v i e j o , si no Santiago El Campeón, cerca de tres pulgadas fuera de la v e r t i c a l . Pero el v ie jo había levantado de nuevo la mano y la había puesto a n i ve l . Entonces tuvo la seguridad de que tenía derrotado al negro, que era un hombre magnífico y un gran a t l e t a . Y al venir el d ía , cuando los apostadores esta-ban pidiendo que se declarara tab las, había aplicado todo su esfuerzo y forzado la mano del negro hacia abajo, más y más, hasta hacerle tocar la madera. La competencia había empezado el domingo por la mañana y terminado el lunes por la mañana. Muchos de los apostadores habían pedido un empate porque t e -nían que i rse a t rabajar a los muelles, a cargar sacos de azú car , o a la Havana Coal Company. De no ser por eso todo el mundo hubiera querido que continuara hasta el f i n . Pero él la había terminado de todos modos antes de la hora en que la gente tenía que i r a t raba ja r .

Después de esto, y por mucho tiempo, todo el mundo le ha bía llamado El Campeón y había habido un encuentro de desqui-te en la primavera. Pero no se había apostado mucho dinero y él había ganado fáci lmente, puesto que en el primer match ha-bía roto la confianza del negro de Cienfuegos. Después había pulseado unas cuantas veces más y luego había dejado de hacer lo . Decidió que podía derrotar a cualquiera si lo quería de veras, pero pensó que perjudicaba su mano derecha para pescar. Algunas veces había practicado con la izquierda. Pera su ma-no izquierda había sido siempre una t ra idora y no hacía lo que le pedía, no confiaba en e l l a .

"El sol la tostará bien ahora, pensó. No debe volver a agarrotárseme, salvo que haga demasiado f r í o de noche. Me pregunto qué rne traerá esta noche."

el vieUjoavioPco?mo° s u l J T " V U SU v i a j e h a c i a "lamí y voladores " $ ° m b r a e s P a n t a b a a las manchas de peces

jo y l ^ c K r i ? e C t S - V 0 l a d 0 r e s ' d e b e d e h a b e r dorados - d i í ? £ l í Qanar alguna venta ja^obre 2 K S n T l \ l ^ f

c P r a e í r r o ? u r a S d I f f i t e m b l°H r de agua q u f re-ouió ron 11 j E b o t e a v a n zaba lentamente y el v ie jo s i -guio con la mirada al aeroplano hasta que lo perdió de v?sta.

pregunto^cómo l u í i T e r ^ ^ e ^ e ^ s r ^ ? ^ 1 ^ ^ ' " ^ T * demasiado a l to podrían ver l o s Z r l l ¿ \ n ° y o l a r a n

manchas violáceas y se ve tndn f? ¡ T SUS f r a n j ' a s * s u s

todos los peces voladores íe a " C 0 b u c e a n d o - ¿P°r qué violáceos y e a „ f corr iente oscura tienen lomos

sal i r?" ° l e r a 0 l a m * ° r velocidad lo que las hace

una a r a n l o f L 3 ^ 6 5 d e l a n o c h e c e r , cuando pasaban junto a co e 3 e 1

l e j e c9omo° s T e l ' a í 2 a b a y b a j a b a * ^ ^ b a amor co alau « T - ° C e a " ° e s t u v i e ^ haciendo el prendió en su sedal peaueñneSaF?a l i a amari l ia un dorado se

IB,ni ='r" s'ss F - á: í leqó a l o n a V ^ 1 qUG i b a g a n a n d o ' Cuando el

clinñ t n L l ? p a ' d Q n d? C 0 r t e s y zambuí 1 idas, el v i ^ io se in-clino sobre la popa y levantó el bruñido pez'de oro~de pinias

violáceas. Sus mandíbulas actuaban convulsivamente en rápi-das mordidas contra el anzuelo y bat ió el fondo del 'bote con su largo cuerpo plano, su cola y su cabeza hasta que el viejo le pegó en la b r i l l a n t e cabeza dorada. Entonces se estreme--ció y se quedó quieto.

El v ie jo desenganchó el pez, vo lv ió a cebar el sedal con otra sardina y lo arro jó al agua. Después volv ió lentamente a la proa. Se lavó la mano izquierda y se la secó en el pan-ta lón. Luego pasó el grueso sedal de la mano derecha a la ma no izquierda y lavó la mano derecha en el mar mientras clava" ba la mirada en el sol que se hundía en el océano, y en el sesgo del sedal grande.

—No ha cambiado en absoluto —di jo . Pero observando el movimiento del agua contra su mano notó que era percept ib le-mente más lento.

—Voy a amarrar los dos remos uno contra otro y colocar-los de través detrás de la popa: eso retardará de noche su velocidad —di jo—. Si el pez se defiende bien de noche, yo también.

"Sería mejor l impiar el dorado un poco después para que la sangre se quedara en la carne, pensó. Puedo hacer eso un poco más tarde y amarrar los remos para hacer un remolque al mismo tiempo. Será mejor dejar t ranqui lo al pez por ahora y no perturbarlo demasiado a la puesta del so l . La puesta del sol es un momento d i f í c i l para todos los peces."

Dejó secar su mano en el a i r e , luego cogió el sedal con e l l a y se acomodó lo mejor posible y se dejó t i r a r adelante contra la madera para que el bote aguantara la presión tanto o más que é l .

"Estoy aprendiendo a hacerlo, pensó. Por lo menos esta parte. Y luego, recuerda que el pez no ha comido desde que cogió la carnada que es enorme y necesita mucha comida. Ya me he comido un bonito entero. Mañana me comeré el dorado. Quizás me coma un poco cuando lo l impie. Será más d i f í c i l de comer que el bonito. Pero después de todo nada es f á c i l . "

rápidarnenteedespués°deefaPpuesta d T S f V * n 0 c h e

.adera gastada Se la ^ f reposo" lodo io si£ e°

Sil- ra 1 » - - -que cenoria consigo todas sus amigas lejanas.

, ~~E1. Pez e s también mi amigo - d i j o en voz a l ta

w w w 5

la l u n l T n s T T a w ^ t U V l e r a U n 0 t r a t a r de matar

ae comerselo, a juzgar por su comportamiento.11

Basta™" ^ " A S Í " ' E Í A " . ías"estre l las Basta con v l v , r del mar y matar a nuestros verdaderos hermi-^

"Ahora, pensó, tengo que pensar en el remolque para demo rar la velocidad. Tiene sus peligros y sus méritos. Pudiera perder tanto sedal que pierda el pez s i hace su esfuerzo y si el remolque de remos está en su lugar y el bote pierde toda su l igereza. Su l igereza prolonga el sufrimiento de nosotros dos, pero es mi seguridad, puesto que el pez tiene una gran velocidad que no ha empleado todavía. Pase lo que pase tengo que l impiar el dorado a f i n de que no se eche a perder y co-mer una parte de él para estar fue r te . "

"Ahora descansaré una hora más y veré si continúa firme y sin al teración antes de volver a la popa y hacer el trabajo y tomar una decisión. En tanto veré cómo se porta y si pre-senta algún cambio. Los remos son un buen truco, pero ha lle-gado el momento de actuar sobre seguro. Todavía es mucho pez y he v is to que el anzuelo estaba en el canto de su boca y la ha mantenido herméticamente cerrada. El castigo del anzuelo no es nada. El castigo del hambre y el que se hal le frente a una cosa que no comprende lo es todo. Descansa ahora, vie-j o , y déjalo t rabajar hasta que llegue tu turno."

Descansó durante lo que creyó serían dos horas. La luna no se levantaba ahora hasta tarde y no tenía modo de calcular el tiempo. Y no descansaba realmente, salvo por comparación. Todavía llevaba con los hombros la presión del sedal, pero pu so la mano izquierda en la regala de proa y fue confiando ca-da vez más resistencia al propio bote.

"Qué simple sería si pudiera amarrar el sedal, pensó. Pero con una brusca sacudida podría romperlo. Tengo que amor t iguar la tensión del sedal con mi cuerpo y estar dispuesto en todo momento a so l tar sedal con ambas manos."

—Pero todavía no has dormido, v ie jo —di jo en voz alta-. Ha pasado medio día y una noche y ahora otro día y no has dor-mido. Tienes que idear algo para poder dormir un poco si el pez sigue t irando tranqui la y seguidamente. Si no duermes pu diera nublársete Va cabeza.

"Ahora tengo la cabeza despejada, pensó. Demasiado des-pejada. Estoy tan claro como las est re l las que son mis herma

sol" también°duérmen° e l ^ c l * l a l u n a * ^ c i e r t a Híac ^V' ^ y , s t a e l océano duerme a veces pn chicha?" ' C U a n d ° n ° h a * ^ ^ y se product una calma

venta^X'odrsImírrse írde JSS* <\tacerl° 6 Ahora vuelve alia' y n r e n a r f ^ L d e a t e n d e r a los sedales. so armar los remos en ?o rL n i ES d e m a s i a d o Peligro-remos en torma de remolque y dormirse."

do pe l ig roso ' " 3 3 ™ 6 ^ d 0 r m i r ' Se d i J ° " ^ r o sería demasia-

con manos^y r o d e l a ? S a n d n T ™ ^ l a p°p a> a 9 « « -

iSr -. i J x v s e u r f ' é f c ú c f t f ; : 5 r , ! " n t r » • ' » tajo de 1. pow ™ Ó ™ ü t « " í " ' ? 10 ! " 6 a e

iW-rsy Irsj! üvsí iLE a las aguas por sobre la nona y a r r 0 J 0 l a s t r i p a s la de fosforescencia en el aPaüa f Í H n r T " d ^ n d ° u n a e s t e

i era de un leDrnsn 9 f ° r a d o e s t a b a a h o r a frío 2 : ^ Í S A t e i K .

luz de su lento descenso. Se volv ió entonces y puso los dos peces voladores dentro de los f i l e t e s de pescado y , volviendo el cuch i l lo a la funda, regresó lentamente a la proa. Su es-palda era doblada por la presión del sedal que corr ía sobre e l l a mientras él avanzaba con el pescado en la mano derecha.

De vuelta en la proa puso los dos f i l e t e s de pescado en la madera y los peces voladores junto a e l l os . Después de es to afirmó el sedal a través de sus hombros y en un lugar dis-t i n t o y lo sujetó de nuevo con la mano izquierda apoyada en la regala. Luego se inc l inó sobre la borda y lavó los peces voladores en el agua notando la velocidad del agua contra su mano. Su mano estaba fosforescente por haber pelado el pesca do y observó el f l u j o del agua contra e l l a . El f l u j o era me-nos fuerte y al f r o t a r el canto de su mano contra la tablazón del bote sal ieron f lotando part ículas de fósforo y derivaron lentamente hacia popa.

—Se está cansando o descansando —d i jo el v ie jo—. Aho ra déjame comer este dorado y tomar algún descanso y dormir un poco.

Bajo las es t re l las en la noche, que se iba tornando cada vez más f r í a , se comió la mitad de uno de los f i l e t e s de dora do y uno de los peces voladores l impio de t r i pa y sin cabeza.

—Qué excelente pescado es el dorado para comerlo cocina do —di jo—. Y qué pescado más malo es crudo. Jamás volve-ré a s a l i r en un bote sin sal o limones.

"Si hubiera tenido cerebro habría echado agua sobre la popa todo el día. Al secarse habría hecho sa l , pensó. Pero el hecho es que no enganché el dorado hasta cerca de la pues-ta del sol . Sin embargo, fue una f a l t a de previs ión. Pero lo he masticado bien y no siento náuseas."

El c ie lo se estaba nublando sobre el Este y una tras otra las es t re l las que conocía fueron desapareciendo. Ahora parecía como si estuvieran entrando en un gran desfiladero de nubes y el viento había amainado.

-Den t ro de tres o cuatro días habrá mal tiemno. -H i - i n Pero no esta noche ni mañana. Apareja ahora p a r H o r m i r un '

seguido 6 1 PGZ e S t á y sigue t i rando

_ Sujetó firmemente el sedal en su mano derecha lueao Pm

V ^ l ó Z d f s o p o r t T ' ^ 1 0 « ° - "

D e n s ó " " 1 ^ PU6?e s u J ' e t a r l ° Cent ras tenga soporte, tTJs r l S f \ a f l ° J a e n e l ^eño , mi mano izquierda me desper tara cuando el sedal empiece a correr . Es duro oara la m^nn1

erecha. Pero está acostumbrada al castigo Aun cuando sá?o duerma vemte minutos o media hora me hara? bien "Se inc l inó adelante, alanzándose contra el sedal con todo su cuerno echando todo su peso sobre la mano de recha ,Tse q u e T d ^ i -

f u , H¡ !0m

S 0 ñ 5 c o n 1 0 5 l e o " e s marinos. Soñó con una vasta man-as q u e s V * í e n d 1 a por espacio de ocho a diez mi

rauv á l t n pn o? 6 r a 6 n , e B o c a d e s u apareamiento y brincaba^ muy a l t o en el a l r e y volvían al mismo hoyo que habían abier to en el agua al br incar fuera de e l l a .

ce r f o^ob re^na almohad^ 6 " a - d f h ^

Después empezó a soñar con la larga playa amari l la v »in 1 primero de los leones que descendían a ' í aTa o hecer

v ^ r r ^ r ^ ? - t i e r r a y esperando a ver s i

spm, í ! ;V U n - SÜ h a b í ? l e v a n t a d 0 hacía mucho tiempo, pero él seguía durmiendo y el pez seguía t i rando seguidamente del bo te y este entraba en un túneí de nubes 9u«aamente del bo-

Lo despertó la sacudida de su puño derecho contra su ca-ra y el escozor del sedal pasando por su mano derecha. No te nía sensación en su mano izquierda, pero frenó todo lo que pu do con la derecha y el sedal seguía corriendo precipitadamen-te . Por f i n su mano izquierda ha l ló el sedal y ahora le que-maba la espalda y la mano izquierda estaba aguantando toda la t racción y se estaba desollando malamente. Volvió la v is ta a los ro l l os de sedal y v io que se estaban desenrollando suave-mente. Justamente entonces el pez irrumpió en la superf ic ie haciendo un gran desgarrón en el océano y cayendo pesadamente luego. Luego vo lv ió a i r rump i r , brincando una y otra vez, y el bote iba velozmente aunque el sedal seguía corriendo y el v ie jo estaba llevando la tensión hasta su máximo de resisten-c ia , repetidamente, una y o t ra vez. El pez había t i rado de él contra la proa y su cara estaba contra la tajada suelta de dorado y no podía moverse.

"Esto es lo que esperábamos, pensó. Así, pues, vamos a aguantarlo."

"Que tenga que pagar por el sedal, pensó. Que tenga que pagarlo bien."

No podía ver los brincos del pez sobre el agua: sólo sen t í a la rotura del océano y el pesado golpe contra e l agua al caer.

La velocidad del sedal desollaba sus manos, pero nunca había ignorado que esto sucediera y t ra tó de mantener e l roce sobre sus partes callosas y no dejar escapar el sedal a la |>alma y ev i ta r que le desollara los dedos.

"Si el muchacho estuviera aquí mojaría los ro l l os de se-da l , pensó. Sí. Si el muchacho estuviera aquí. Si e l mucha cho estuviera aquí."

El sedal se iba más y más, pero ahora más lentamente, y el v ie jo estaba obligando al pez a ganar con t rabajo cada pul gada de sedal. Ahora levantó la cabeza de lajnadera y la sa-có de la tajada de pescado que su me j i l l a había aplastado. Luego se puso de rod i l l as y seguidamente se puso lentamente

de pie. Estaba cediendo sedal, pero mas lentamente cada vez Logro volver adonde podía sent i r con el pie los ro l los de se-dal que^no veía. Quedaba todavía suf ic iente sedal y ahora el pez tenia que vencer la f r i c c i ón de todo aquel nuevo sedal a través del agua.

"Sí , pensó. Y ahora ha sal ido más de una docena de v e -ces fuera del agua y ha llenado de a i re las bolsas a lo largo del lomo y no puede descender a morir a las profundidades de donde yo no pueda levantar lo. Pronto empezará a dar vueltas

S Í S T í e n K r - q u e e m p e z a r a b a j a r l o . Me pregunto qué le habra hecho br incar tan de repente fuera del agua ¿Habrá s i do e hombre, l levándolo a la desesperación o habrá sido algo T Q ¿ ° a o U S t 0 6 n l a n o c h e ? Q u i z á s h a y* tenido miedo de r e -pente. Pero era un pez t ranqu i lo , tan fue r te , y parecía tan valeroso y confiado. Es extraño."

—Mejor que tG mismo no tengas miedo y que tengas con— nupHoc' V l e j 0 L o e s t á s s u M a n d o de nuevo? pero no

derredor?0 0 9 6" ^ P r ° n t ° t G n d r á q u e e m p e z a r a e n

rnn M s u j e t a b a a h o r a al P ^ con su mano izquierda y con sus hombros, y se inc l inó y cogió agua en el hueco de la too derecha para quitarse de la cara 1? carne aplastada d¿l

fuerzas S d ^ L l * ?1er? 2 á u ? e a s y v o m i t a r a y P e r d 1 e r a

de a p a r i c i 6 n de ia p H i U s« pSS

está " Ü c ! ! s i d e r e c h 0 a l E s t e > P e n s ó - E s o quiere decir que raí q u e S l g - e l a c o r r i e n t e - Pronto tendrá que gi-rar. Entonces empezara nuestro verdadero t raba jo . "

Después de considerar que su mano derecha llevaba s u f i -ciente tiempo en el agua la sacó y la miró.

porta~"N° 6 S t á m a l " d i j 0 ~ " - P a r a u n h o m b r e e l d o lor no im~

Sujetó el sedal con cuidado, de forma que no se ajustara a ninguna de las recientes rozaduras, y lo corrió de modo que pudiera poner su mano izquierda en el mar por sobre el otro costado del bote.

—Lo has hecho bastante bien y no en balde —d i jo a su mano izquierda—. Pero hubo un momento en que no podía encon t r a r t e .

"¿Por qué no habré nacido con dos buenas manos?, pensó. Quizás yo haya tenido la culpa, por no entrenar ésta debida-mente. Pero bien sabe Dios que ha tenido bastantes ocasiones de aprender. No l o ha hecho tan mal esta noche, después de todo, y solo ha suf r ido calambre una vez. Si le vuelve a dar, deja que el sedal le arranque la p i e l . "

Cuando le pareció que se le estaba nublando un poco la cabeza pensó que debía comer un poco más de dorado. "Pero no puedo, se d i j o . Es mejor tener la mente un poco nublada que perder fuerzas por la náusea. Y yo sé que no podré guardar la carne s i me la como después de haberme embarrado la cara con e l l a . La dejaré para un caso de apuro hasta que se ponga mala. Pero es demasiado tarde para t r a t a r de ganar fuerzas por medio de la alimentación. Eres estúpido, se d i j o . Cóme-te el o t ro pez volador."

Estaba a l l í , l impio y l i s t o , y l o recogió con la mano iz quierda y se lo comió, masticando cuidadosamente los huesos, comiéndoselo todo, hasta la cola.

"Era más a l iment ic io que casi cualquier otro pez, pensó. Por l o menos el t ipo de fuerza que necesito. Ahora he hecho lo que podía, pensó. Que empiece a t razar círculos y venga la pelea."

El sol estaba saliendo por tercera vez desde que se ha-bía hecho a la mar, cuando el pez empezó a dar vueltas.

El v ie jo no podía ver por el sesgo del sedal que^el pez estaba girando. Era demasiado pronto para eso. Sentía s im-plemente un débil af lojamiento de la presión del sedal y co—

! Z r c? r a r d e e l , s u a v e m e n t e con la mano derecha. Se tensó como siempre, pero justamente cuando l legó al punto én que se hubiera ro to , e l sedal empezó a ceder El v ie jo sacó con cuidado la cabeza y los hombros de debajo del seda? y empezó a recogerlo suave y seguidamente. Usó las dos manos sucesiva mente, ba anceándose y tratando de efectuar la t racción lo ~ ? ! * 0 r b l e con el cuerpo y con las piernas. Sus viejas pier obl igab^ía01racción" ^ d * contoneo l qu

- E s un ancho c í rcu lo - d i j o - . Pero está girando.

Luego el sedal cesó de ceder y el v ie jo lo sujetó hasta que vio que empezaba a so l ta r las gotas al so l . Luego empezó

e c a n ^ i i t " V 1 ? j ° ** d r r ° d i 1 1 0 y l o nuevamente 'a regañadientes, al agua oscura.

H ñ i 7 A h ° r n K S t á h a c i e n d 0 l a P a r t e Nás lejana del c í rcu lo - d i j o - . Debo aguantar todo lo posible, pensó La t i rantez - H r 3 s u

hc ^ c u l o cada vez más/ Es posible que o vea Sen-

tro de una hora. Ahora debo convencerlo y luego debo matarlo.

Pero el pez seguía girando lentamente y el v ie io estaba mpapado en sudor^y fat igado hasta la médula, dos horas d e - -

pues. Pero los c i rcu ios eran mucho más cortos y por la forma

i L ! h ! e d a S e s e s g a b a p o d í a a p r e c i a ^ que e oez había ido subiendo mientras giraba.

_ Durante una hora el v ie jo había estado viendo puntos ñe-ros ante los ojos, y el sudor salaba sus ojos y salaba a he os n ^ n e J e n i r 6 n SU C e í 3 y e n SU f r e n t e ' No ^mía a los puñ p1 S n E r a " n o r m a l e s a l a tensión a que estaba t i rando" areos i ' p , n ° i V e C G S ' S1Ü e m b a r9°> había sentido vahidos y mareos, y eso le preocupaba.

r N o puedo fal larme a mí mismo y morir frente a un pez A h ° r ? qVe 1 0 e s t ° y cercando tan l inda-

r á - £U d e 3 r e s l s t l r - Rezaré c ien Padrenuestros y cien Avemarias. Pero no puedo rezarlos ahora. "Considéralos rezados, pensó. Los rezaré más tarde."

Justamente entonces s i n t i ó de súbito una serie de t i r o -nes y sacudidas en el sedal que sujetaba con ambas manos. Era una sensación v iva, dura y pesada.

"Esta golpeando el alambre con su pico, pensó. Tenia que suceder. Tenía que hacer eso. Sin embargo, puede que lo haga brincar fuera del agua, y yo p re fe r i r ía que ahora siguie ra dando vueltas. Los brincos fuera del agua le eran necesa-r ios para tomar a i re . Pero después de eso, cada uno puede en sanchar la herida del anzuelo, y pudiera l legar a so l tar el " anzuelo."

—No brinques, pez —di jo—. No brinques.

El pez golpeó el alambre varias veces más, y cada vez que sacudía la cabeza, el v ie jo cedía un poco más de sedal.

"Tengo que ev i tar que aumente su dolor , pensó. El mío no importa. Yo puedo cont ro lar lo . Pero su dolor pudiera exasperarlo."

Después de un rato el pez dejó de golpear el alambre y empezó a g i rar de nuevo lentamente. Ahora el v ie jo estaba ga nando sedal gradualmente. Pero de nuevo s in t i ó un vahído.^Co gió un poco de agua del mar con la mano izquierda y se mojó^ la cabeza. Luego cogió más agua y se f ro tó la parte de atrás del cuel lo.

—No tengo calambres —di jo—. El pez estará pronto arr iba y tengo que r e s i s t i r . Tienes que r e s i s t i r . De eso, ni hablar.

Se a r rod i l l ó contra la proa y , por un momento, deslizó de nuevo el sedal sobre su espalda. Ahora descansaré mien- -tras él sale a trazar su c í rcu lo , y luego, cuando venga, me pondré de pie y lo t rabajaré, decidió.

Era una gran tentación descansar en la proa y dejar que el pez trazara un círculo por sí mismo sin recoger^sedal algu no. Pero cuando la t i rantez indicó que el pez había virado para venir hacia el bote, el v ie jo se puso de pie y empezó a

t i ra r en ese movimiento g i ra to r io y de contoneo, hasta r e c o -ger todo el sedal ganado al pez.

"Jamas me he sentido tan cansado, pensó, y ahora se está evantando la br isa. Pero eso me ayudará a l l evar lo a t i e r ra

Lo necesito mucho."

-Descansaré en la próxima vuelta que salga a dar - d i i o -Me siento mucho mejor. Luego, en dos o tres vueltas más, lo ' tendre en nn poder. '

Su sombrero de paja estaba a l l á en la parte de atrás de a cabeza El v ie jo s i n t i ó g i ra r de nuevo el pez, y un fuer-

te t i rón del sedal lo hundió contra la proa. ,!Pez, ahora tú estas trabajando, pensó. A la vuelta te

pescare.

El mar estaba bastante más agitado. Pero era una brisa de buen tiempo y el v ie jo la necesitaba para volver a t i e r r a .

-Pondré, simplemente, proa al Sur y al Oeste - d i j o -to hombre no se pierde nunca en el mar. Y la is la es larga!

; Fue en la tercera vuelta cuando primero v io el pez Lo vio primero como una sombra oscura que tardó tiempo en pasar Dajo el bote que el v ie jo no podía creer su longitud.

—No —di jo—. No puede ser tan grande.

Pero era tan grande, y al cabo de su vuelta sa l ió a la S^nf¡C¿Mpr? S i t re in ta yardas de distancia y el hombre vio

su cola fuera del agua. Era más a l ta que una gran hoja de

ra anna L , " V ? 1 ? - a 2 U l° S° r° j Í Z° P á l Í d° ^ OSCU L T + k i V 0 l V 1 0 J h u n d l r s e y mientras el pez nadaba ju? ámente bajo la super f ic ie , el v ie jo pudo ver su enorme bulto

y las franjas purpurinas que lo ceñían. Su aleta dorsal esta qu d b 7 SUS e n 0 r m e s P e c t o r a l e s desplegados a todo lo ~

En ese c i r cu lo pudo el v ie jo ver e l ojo del pez- y las dos remoras grises que nadaban en torno a é l . A veces se adherían a é l . A veces salían disparadas. A veces nadaban tranquilamente a su sombra. Cada una tenía más de tres pies de largo, y cuando nadaban rápidamente meneaban todo su cuer-po cpmo anguilas.

El v ie jo estaba ahora sudando. Pero por algo más que por el so l . En cada vuelta que daba plácida y tranquilamente el pez, el v ie jo iba ganando sedal y estaba seguro de que en dos vueltas más tendría ocasión de c lavar le e l arpón.

"Pero tengo que acercar lo, acercar lo, acercar lo, pensó. No debo apuntar a la cabeza. Tengo que metérselo en el cora-zón."

—Calma y fuerza, v i e j o —d i jo .

En la vuelta siguiente el lomo del pez sa l ió del agua, pero estaba demasiado le jos del bote. En la siguiente estaba todavía l e j o s , pero sobresalía más del agua y el v ie jo estaba seguro de que cobrando un poco más de sedal habría podido arr imar lo al bote.

Había preparado su arpón mucho antes y su r o l l o de cabo l igero estaba en una cesta redonda, y el extremo estaba ama-rrado a la b i ta en la proa.

Ahora el pez se estaba acercando, be l lo y t r a n q u i l ó l a la mirada y s in mover más que su gran cola. El v ie jo t i r ó de él todo lo que pudo para acercarlo más. Por un instante el pez se v i ró un poco sobre un costado. Luego se enderezó y em prendió otra vuel ta.

—Lo moví —d i jo el v ie jo—. Esta vez lo moví.

s i n t i ó nuevamente un vahído, pero s iguió aplicando toda la presión de que era capaz al gran pez." "Lo he movido, pen-só. Quizás esta vez pueda v i r a r l o . Ti rad, manos, pensó. Aguantad f i rmes, piernas. No me f a l l e s , cabeza. No me f á c -i l e s . Nunca te has dejado l l eva r . Esta vez voy a v i r a r l o . "

bastante distancia antes d* " o u e l ? $U e m e e 2 a " d ° * del bote y t i rando cSn odas^us fue ' rza f 3 1 0

Parte y l u e g o se enderezó y s l V e T ó ™ ^ 2 " V l r 5 e n

todos "modos. ~¿Tienes q U S m ° H r d e

ba seca° ^ r f h a b W 9 V r ^ h P e " S S ' " S " b ° c a e s t a ' el agua. "Esta vez^ tengoJue 'a rHmarn^n " 0 a , c a n z a r

ra muchas vueltas más « ^ ' P n S 0 " N o e s t ° y Pa-tas para eso y mucho más "" ° n ° ' S e d 1 j ° a s í Es-

de nuevo'el Spez 'se^enderezfi V l T i ñ * T ^ d f ^ r o encerezo y sa l ió nadando lentamente.

recho"^Hermano!"3jamás ' e ^ m i ffi' « . „ , de-más hermosa, n i 'ma-Hranqui a n? m i nnh ° C°S a ' i1 5 S M n d e

a matarme. No me i S a ' q ^ i e T m a t ^

mantener°tu c a b l z f d e s p ^ T a ^ r * ' ^ " « « <»« bre. 0 cano un pez pensó P * S " f r i r c o r n o

o i r—"^Despé ja te . C a b e Z 3 ~ d Í j ° u n a aPenas podía

Dos veces más ocurr ió lo mismo en las vueltas.

t» de"desfal lecer° a

meneando en el a i re s^ gran ?ola. n u e v o l e r ' t a m ^ t e , s»; BrsA^rass-

/

/

Probó de nuevo y fue lo mismo. "Vaya, pensó',' y se s i n -t i ó desfal lecer antes de empezar, "voy a probar otra vez."

Cogió todo su dolor y lo que quedaba de su fuerza y del orgul lo que había perdido hacía mucho tiempo y lo enfrentó a la agonía del pez. Y éste se v i ró sobre su costado y nadó suavemente de costado, tocando casi con el pico la tablazón del bote y empezó a pasarlo: largo, espeso, ancho, plateado y l i s tado de purpura e interminable en el agua.

El v ie jo so l tó el sedal y puso su pie sobre él y levantó el arpón tan a l to como pudo y lo lanzó hacia abajo con toda su fuerza, y más fuerza que acababa de crear, al costado del pez, justamente detrás de la gran aleta pectoral que se eleva ba en el a i re , a la a l tura del pecho de un hombre. S in t ió que el h ierro penetraba en el pez y se inc l i nó sobre él y lo forzó a penetrar más, y luego le echó encima todo su peso.

Luego, el pez cobró v ida, con la muerte en la entraña, y se levantó del agua, mostrando toda su gran longi tud y anchu-ra y todo su poder y su bel leza. Pareció f l o t a r en el aire sobre el v ie jo que estaba en el bote. Luego cayó en el agua con un estampido que arro jó un reguero de agua sobre el viejo y sobre todo el bote.

El v ie jo se sentía desfal lecer y estaba mareado y no veía bien. Pero so l tó el sedal del arpón y lo dejó correr lentamente entre sus manos en carne v iva, y cuando pudo ver. vio que el pez estaba de espalda, con su plateado vientre ha-cia a r r iba . El mando del arpón se proyectaba en ángulo desde el hombro del pez y el mar se estaba tiñendo'de la sangre ro-j a de su corazón. Primero era oscura como up bajío en el agua azul que tenía más de una m i l l a de profundidad. Luego se distendió como una nube. El pez era plateado y estaba quieto y f lo taba movido por las olas.

* I El v ie jo miró con atención en el in terva lo de v is ta que

tenía. Luego dio dos vueltas con el sedal del arpón a la bi-ta de la proa y se sujetó la cabeza con las manos.

T r t ?aeenate " " * « « ^ J _ _

«r™So°l,1oTu£? S ' ^ c S ? Ia

ramos e bote para cargar e i pe y / U 6 r a ? d o s * anega no podría jamás con él i l „ í achicáramos luego el bote-arrimarlo y abarrar lo b i e n T e n c q a l ^ r f 1

P a r ? r l ° 1t 0 d 0 -v l u e 90

de regreso." y encajar e l mást i l y largar vela

do. deEmmodZ0° q u ^ pudiera p^sar'un ffi'Sní 5 ° ' a r 9 ° d e l c o s t a

'o por la boca y amarrar su c a b e - f f ? P T f a l l a s , saca? y tocar lo , y palpar lo. Creo que sentí<*Pi +<'e p r o a > « T razón, pensó. Cuando empuje" e fmandnr i f C O n í a c t o c o n co-ez. Acercarlo ahora y « r » ! ? r p 6 n l a se9"nda

'a y ot ro por el centré y T g a r ] 0 ' a í S ^ í 6 1 3 2 0 3 , a C° -

0 " e ñ o l e O a g u a l t r a H aa f I ¡ ' £ e j

f ° Tomó un trago muy pe-lea ha terminado. * U C h a f a e n a h a « r ahora que í f p e .

tendió hacia su oez. 'Odia, p e „ s ó. y 1a J f f 0

f i Jo debe ser mucho más de me-

» r i í s r i SU. p s s w r s w w s -

•a e l . ' y e í v l e J o l levo el bote has

: t roCrnnod 0p^o t UcV°eearSqur^rí ^ ^ ^ « n t r a

hta la soga del a»'oón la n L l ? ü n d e ' P e r o s o ' t ó de la * f por sus mandíbulas.'"o H i H u U a ^ V * 1 p e z F 3

luego la pasó a través de a i í í i í r • 3 l a e s p a d a

P ce y anudó la doblP cuerda f - D l ° o t r a vuelta e n t 0 " c e s ^ V se fue í l l a l l i

pez se había vuelto plateado (originalmente era violáceo y plateado) y las franjas eran del mismo color violáceo pálido de su cola. Eran más anchas que la mano de un hombre con los dedos abiertos y los ojos del pez parecían tan neutros como los espejos de un periscopio o un santo en una procesión.

—Era la única manera de matarlo —d i j o el v ie jo . Se es taba sint iendo mejor desde que había tomado el buche de agua~ y sabía que no desfal lecería y su cabeza estaba despejada." Tal como está, pesa mil quinientas l i b ras , pensó. Quizás más. ¿Si quedaran en l impio dos tercios de eso, a t re in ta centavos la l ib ra?"

— Para eso necesito un lápiz —di jo—. Mi cabeza no es ta tan clara como para eso. Pero creo que el gran DiMaggio" se hubiera sentido hoy orgulloso de mí. Yo no tenía espuelas de hueso. Pero las manos y la espalda duelen de veras."

"Me pregunto qué sería una espuela de hueso, pensó. Pue de que las tengamos sin saberlo."

Sujetó el pez a la proa y a la popa y al banco del media Era tan grande, que era como amarrar un bote mucho más grande al costado del suyo. Cortó un trozo de sedal y amarró la man díbula i n f e r i o r del pez contra su pico a f i n de que no se abriera su boca y que pudieran navegar lo más desembarazada-mente posible. Luego encajó el másti l en la car l inga, y con el palo que era su bichero y el botalón aparejados, la remen-dada vela cogió v iento, el bote empezó a moverse y , medio ten dido en la popa, el v ie jo puso proa al Suroeste.

No necesitaba brújula para saber dónde estaba el Suroes-te. No tenía más que sent i r la brisa y el t i r o de la vela. "Será mejor que eche un sedal con una cuchara al agua y trate de coger algo para comer y mojarlo con agua." Pero no encon-t ró ninguna cuchara y sus sardinas estaban podridas. Así que enganchó un parche de algas marinas con el bichero y al sacudirlo los pequeños camarones que había en él cayeron en el fondo del bote. Había más de una docena de e l los y brinca ban y pataleaban como pulgas de playa. El v ie jo les arrancó las cabezas con el índice y el pulgar y se los comió, masti—

« s tSMHtSr- - * y se tomó'ía°mi tad'de^no^despuesHe^abe " b ° t e ' l a

nes. El bote navegaba bien^ consider nHn , C C m - d ° l o s c a m a r ° -y el v ie jo gobernaba con la'cañ« h»? S ^ l n c o "ven ien tes , día ver el pez y no tenía L e t 1 m o n b a j o e 1 b r a zo . Po el contacto de su espada ron " " r a r 3 SUS i T 0 n o s * s e n t i d bía sucedido realmente y aue nn era'39 S3ber que e s t 0 ha" do se sentía ma l /hac ia el 2 T S U f ° ' U n a v e z ' que quizás fuera un sueño ,"PL 1 a f ^ - h a b í a Pensado el Pez del agua y p e r e c e r h 3 b a v i s t o sa l tar caer, tuvo la seguridad ^ L I \ C O n t r a e 1 c 1 e l ° an<*s de no podía c r e e r L 6 9 " ^ e l o ^ e ó T v e gm°a?ranAhnente e X t r 3 ñ ° * 90, había vuelto a ver como siempre ^ S 1 " e m b a r "

Ahor» sabía que el BPZ IHA „ „ Pal da no eran un sueño S L c y q U ^ S U S raanos * su es-las he desangrado per¿ e « , !™? tapidamente pensó, oscura del gol fo iefdadero e f l , ™ * ? ' 3 S C U r 3 r a " E1 a9ua único que t ingo que hacer e w 4 n c f J í " r a q:JS e x i s t e -Las manos han hecho su faena t ™ s e r v a r 1 a c lar idad mental, cerrada y s u cola v e r t í a ? n a ' l ^ 9 á m°S b l e n " C o n boca su cabeza empezóa n u b w L , 9 C°m° h e ™ a "0s . " Luego a mí o lo l íevaré yo a l p P«coy pensó: "¿Me l l e v a r f él no habría duda. Tampoco si e ' n e V a r a a é l 3 rem!>lq«e ninguna dignidad fcro naieoah^ V T * * ? . e l b o t e

costado, y el v ie io pensó -r» J U n t í ? » , 1 g a d o s c o s t a d o con r° sólo soy mejor que é f o o r ^ T e l l l e v e quiere. cerffe daño " q P ° r " " S a r t e s * é í ha querido ha-

ada ^trat^de^mantener K n ^ í r ^ ¡ K ? 61 • * » suf ic ientes c i r ros sobre r í l H a ?í a a l t o s cúmulo!

duraría toda la noche n t ] ! ? « f o r§ eso sabfa que ía brisa

y dispersado en el mar a una milla de profundidad. Había sur gido tan rápidamente y tan sin cuidado que rompió la superfir cié del agua azul y apareció al sol. Luego se hundió de nue-vo en el mar y captó el rastro y empezó a nadar siguiendo el curso del bote y el pez.

A veces perdía el ras t ro . Pero lo captaba de nuevo, aun que sólo fuera por asomo, y se precipitaba rápidamente y f ie" ramente en su persecución. Era un t iburón Mako muy grande, hecho para nadar tan rápidamente como el más rápido pez en el mar y todo en él era hermoso, menos sus mandíbulas.

Su lomo era tan azul como el de un pez espada y su vien-t re era plateado y su pie l era suave y hermosa. Estaba hecho como un pez espada, salvo por sus enormes mandíbulas, que iban herméticamente cerradas mientras nadaba, justamente bajo la super f i c ie , su aleta dorsal cortando el agua sin osci lar. Dentro del cerrado doble lab io de sus mandíbulas sus ocho f i -las de dientes se inclinaban hacia dentro. No eran los ordi-narios dientes piramidales de la mayoría de los tiburones. Te nían la forma de los dedos de un hombre cuando se crispaban como garras. Eran casi tan largos como los dedos del viejo y tenían f i l o s como de navajas por ambos lados. Este era un pez hecho para alimentarse de todos los peces del mar que fue ran tan rápidos y fuertes y bien armados que no tuvieran otro enemigo. Ahora, al perc ib i r el aroma más f resco, su azul ale ta dorsal cortaba el agua más velozmente.

Cuando el v ie jo lo v io venir se dio cuenta de que era un t iburón que no tenía ningún miedo y que haría exactamente lo que quis iera. Preparó el arpón y sujetó el cabo mientras veía venir el t iburón. El cabo era cor to , pues le faltaba el trozo que él había cortado para amarrar el pez.

El v ie jo tenía ahora la cabeza despejada y en buen esta-do y estaba l leno de decisión, pero no abrigaba mucha esperan za. Era demasiado bueno para que durara pensó. Echó una mi-rada al gran pez mientras veía acercarse el t iburón. "Tal pa rece un sueño, pensó. No puedo impedir que me ataque, pero acaso pueda arponearlo. Dentuso, pensó. iMaldita sea tu ma-dre.'"

a i - J ¿ E \ U b * r 6 ? s? ^lozmente por ^ .popasv cuándo ataco a pez el v ie jo v io su boca a b i e r t a y ¡ T I t K « w y e l tajante c t e ^ u i d o de ; los dientes al e n t r a r i f a a

£.= s: sttmwí úBB i

S r s S Í ' S S p ^ S Í -

SSE ta ti n f - Í l n " . ? u a r e n t a " b r a s - d i j o e l v ie io en vo* al »i pez sangra ^ f f t f f i ^

do. Cu°andoaeS i r aSzah^í:1s r?d rD

aatP e Z /0 :q U e h a b í a s i d o

sido él mismo. ° a t a c a d o f u e c o m o s i hubiera

¿ S S S SXf- > S i ,

"Era demasiado bueno para durar, pensó. Ahora pienso que ojalá hubiera sido un sueño y que jamás hubiera pescado el pez y que me hallara solo en la cama sobre los periódicos.

—Pero el hombre no está hecho para la derrota —dijo—. Un hombre puede ser destruido pero no derrotado.

"Pero siento haber matado el pez, pensó. Ahora llega el mal momento y ni s iquiera tengo el arpón. El dentuso es cruel y capaz y fuer te e i n te l i gen te . Pero yo f u i más intel igente que é l . Quizás no, pensó. Acaso estuviera solamente mejor armado."

—No pienses, v ie jo —d i jo en voz a l t a—. Sigue tu rum-bo y dale el pecho a la cosa cuando venga.

"Pero tengo que pensar. Porque es lo único que me queda. Eso y el béisbol. Me pregunto qué le habría parecido al gran DiMaggio la forma en que le d i en e l cerebro. No fue gran co sa, pensó. Cualquier hombre habría podido hacerlo. Pero ¿cree usted que mis manos hayan sido un inconveniente tan grande como las espuelas de hueso? No puedo saberlo. Jamás he tenido nada mal en el ta lón , salvo aquella vez en que la raya me lo pinchó cuando la pisé nadando y me paral izó la par te i n f e r i o r de la pierna causando un dolor insoportable."

—Piensa en algo alegre, v ie jo —d i j o—. Ahora cada mi_ ñuto que pasa estás más cerca de la o r i l l a . Tras haber perdí do cuarenta l i b ras navegaba más y más l i ge ro .

Conocía perfectamente lo que pudiera suceder cuando l le-gara a la parte i n t e r i o r de la cor r iente . Pero ahora no ha-bía nada que hacer.

—Sí, cómo no —d i jo en voz a l ta—. Puedo amarrar el cuch i l lo al cabo de uno de los remos.

Lo hizo así con la caña del timón bajo el brazo y la es-cota de la vela bajo el p ie.

-Vaya - d i j o - . Soy un v ie jo . Pero no estoy desalado.

^ « S - T O empez69abrecÍbrar K t í

que es^un1 pecado?0 N o X s L ^ ^ c a T S problemas ahora sin a / p S

Quizás^haya o ^ e T p V * 6 1 ^ ^ mmmmmf E M r ^ - - - « - s u s s r

S S K ^ S í s l k s e pues. S, lo amas, no es pecado matarlo. ¿0 será más que pe-

-Piensas demasiado, v ie jo - d i j o en voz a l ta

v lo mlte9 b ien . 6 " ^ ^ P r ° P Í a ~ d Í J ' ° e l voz a l ta - .

"Además, todos matan a los demás en c ie r to mndn n car me mata a mí exactamente igual que TO da la v ida' n £ 1

chacho sostiene mi v ida, pensó' N o ^ r h a t r m e ' d e m a s i a d a s "

i l us iones . "

Se inc l i nó sobre la borda y arrancó un pedazo de la car-ne del pez donde lo había desgarrado el t iburón. La masticó y notó su buena calidad y su buen sabor. Era firme y jugosa como carne de res, pero no era ro ja . No tenía nervios y él sabía gue en el mercado se pagaría al más a l t o precio. Pero no había manera de impedir que su aroma se extendiera por el agua y el v ie jo sabía que se acercaban muy malos momentos.

La brisa era f i rme. Había retrocedido un poco hacia el Nordeste y el v ie jo sabía que eso s ign i f icaba que no decaería. El v ie jo miró adelante, Pero no se veía ninguna vela ni el casco ni el humo de ningún barco sólo los peces voladores que se levantaban de su proa abriéndose hacia los lados y los parches amari l los de los sargazos. Ni s iquiera se veía un pá j a ro .

Había navegado durante dos horas, descansando en la popa y a veces masticando un pedazo de carne cuando vio el prime-ro de los dos t iburones.

— iAy! —d i j o en voz a l t a . No hay equivalente para es-ta exclamación. Quizás sea tan solo un ru ido, como el que pueda emi t i r un hombre, involuntariamente, sint iendo los cla-vos atravesar sus manos y penetrar en la madera.

—Galanos —d i jo en voz a l t a . Había v is to ahora la se-gunda aleta que venía detrás de la primera y los había idend f icado como los tiburones de hocico en forma de pala por la parda aleta t r iangu lar y los amplios movimientos de cola. Ha bían captado el rastro y estaban excitados y en la estupidez de su voracidad estaban perdiendo y recobrando el aroma. Pe-ro se acercaban sin cesar.

El v ie jo amarró la escota y trancó la caña. Luego cogió el remo al que había l igado el cuch i l l o . Lo levantó lo más suavemente posible porque sus manos se rebelaban contra el do l o r . Luego las abrió y cerró suavemente para despegarlas del remo. Las cerró con firmeza para que ahora aguantaran el do-lo r y no cedieran y clavó la v is ta en los tiburones que se

taCeSeCan,aí; V \ r s u s a n c h a s ^ aplastadas cabezas de pun-ta de pala y sus anchas aletas pectorales de blanca n„ / ran unos tiburones odiosos, malol ientes, comedores Se Jarro

ñas, asi como asesinos, y cuando tenían hambre eran capaces de morder un remo o un timón de barco. Eran estos t i g r o n e s

J ? h a 2 ü 5 n í e r S e n a b a n i l a s p a t a s d e l a s t o r t u 9 a s cuando éstas na-H S H ™ ¡¡.sra:' ~ ¡ A y ! - d i j o el v i e j o - . Galanos. ¡Vengan, galanos.'

Vinieron. Pero no vinieron como había venido el Mako

bote el v ie io M ^ V \ S ^ Ka b ? J ° » > P - ^ s a c u d «tade°i

tirones n J ° 9 u e , e l . t l b u r S n acometía al pez y le daba t roñes El otro miro al v ie jo con sus hendidos ojos amari--

parda y mas atrás donde el cerebro se nía a b l ^ / ,

j s s v s m a s s s n r s , » » « o . abajo t r , „ „ a „ , „ q „ e h a | , , a c o g 1 d o „ ^ ¿ ^

& & T Í S X U t ^ s a s - s ü ' . R S ' g i s -s s s - 5 . « í s rsar. s s s r . n s . d ,

E ^ - j í i m - L a r . M s n s & r ti t iburón seguía prendido del pez. «¿quierao.

—¿No? —di jo el v i e j o , y le clavó la hoja entre las vértebras y el cerebro. Ahora fue un golpe f á c i l y el viejo s i n t i ó romperse el car t í lago. El v ie jo i n v i r t i ó el remo y me t i ó la pala entre las mandíbulas del t iburón para forzar lo a so l ta r . Hizo g i ra r la pala, y al so l ta r el t i burón , d i j o :

-Vamos, galano. Baja, déjate i r hasta una m i l l a de pro fundidad. Ve a ver a tu amigo. 0 quizás sea tu madre.

El v ie jo l impió la hoja de su cuch i l lo y so l tó el remo. Luego cogió la escota y la vela se l lenó de a i re y e l v ie jo puso el bote en su derrota.

— Deben de haberse llevado un cuarto del pez y de la me-j o r carne - d i j o en voz a l t a - . Ojalá fuera un sueño y que jamás lo hubiera pescado. Lo s iento, pez. Todo se ha echado a perder.

Se detuvo y ahora no quizo mirar al pez. Desangrando y a f l o r de agua parecía del color de la parte de atrás de los espejos, y todavía se veían sus f ran jas .

—No debí haberme alejado tanto de la costa, pez — d i -j o—. Ni por t i ni por mí. Lo s iento, pez.

"Ahora, se d i j o , mira la l igadura del cuch i l lo a ver si ha sido cortada. Luego pon tu mano en buen estado porque to-davía no se ha acabado esto. "

—Ojalá hubiera t ra ído una piedra para a f i l a r el cuchi -11o —di jo el v ie jo después de haber examinado la ligadura en el cabo del remo- . Debía haber t ra ído una piedra.

"Debiste haber t ra ído muchas cosas, pensó. Pero no las has t ra ído , v ie jo . Ahora no es el momento-de pensar en J o que no t ienes. Piensa en lo que puedes hacer con lo que nay.

—Me estás dando muchos buenos consejos —d i jo en voz ai ta—. Estoy cansado de eso.

agua M ^ ^ í ^ i r 1 6 ^ d ° S — 6 1

Pero aloD;aOSp^aberaSctt

m°eneoshabrS 1 , e w a d o 6 5 8 S l t i m °

No quería pensar en la mutilada parte i n f e r i o r del nez

tiburones un rast ro tan ancho como una carrete la a ?ravés del

D P n s ñ " E r L f 1 P " C - p a ? d e m a n t e n e r un hombre todo el invierno denpara ^e fender $ 1 o^ue^queda ^

Z an ° A S 1 " n a d a ' a h ° r a todo ese rastro erTél

dado' f * c f n? S a n ^ a n m u c h 0 - N o hay ninguna herida de cu quierda!"" ^ 1 m p e d 1 r q u e 1 6 d e c a l a m b r e a la i z r

w f i A T t ^ r ^ í i ^ : Oja l l^húbiera^s i° d¿rs¡ZVennJUeñ°' P e n S 6 " ¿ q U Í é " S a b e ? Hubfera po

hocico1de1paU lan tevinnUr5n ^ a p a r e C Í Ó V e n í a s o l ° * e r a ° f o nocico ae pala. Vino como un puerco a la artesa- s i hubiera un Puerco con una boca tan grande que cupiera en'e l a ía cabe

clavó p? V Í 6 j 0 d e j 5 a t a c a r a al pez Luego í f c l a v o e l cuch i l l o del remo en el cerebro. Pero el t iburón brinco hacia atrás mientras rolaba y la hoja del cuchi í ío se

El v ie jo se puso al timón. Ni siquiera quiso ver cómo

en todo su í ™ " e n G l a 9 " a< a M e c i e n d o pHme hahía L • s " j

t a m ? n 0 ; e 9° pequeño; luego diminuto. Eso le fascinado siempre. Pero ahora ni s iquiera miró.

de na7nAh°ípnnn e l b 1 c h e r ° Pero no servi rá de nada. Tengo los dos remos y la caña del timón y la porra.

"Ahora me han derrotado, pensó. Soy demasiado viejo pa-ra matar los tiburones a garrotazos. Pero lo intentaré mien-tras tenga los remos, la porra y la caña."

Puso de nuevo sus manos en el agua para empaparlas. La tarde estaba avanzando y todavía no veía más que el mar y el c ie lo . Había más viento en el c ie lo que antes y esperaba ver pronto t i e r r a .

—Estás cansado, v ie jo —d i j o—. ' Estás cansado por den t r o .

Los tiburones no le atacaron hasta justamente antes de la puesta del so l .

El v ie jo v io venir las pardas aletas a lo largo de la an cha estela que el pez debía de t razar en el agua. No venían siquiera siguiendo el ras t ro . Se d i r i g ían derecho al bote, nadando a la par.

Trancó la caña, amarró la escota y cogió la porra que te nía bajo la popa. Era un mango de remo ro to , serruchado a una longi tud de dos pies y medio. Sólo podía usarlo e f i c a z -mente con una mano, debido a la forma de la empuñadura, y lo cogió firmemente con la derecha, flexionando la mano mientras veía venir los t iburones. Ambos eran galanos.

Debo dejar que el primero agarre bien para pegarle en la punta del hocico o en medio de la cabeza, pensó.

Los tiburones se acercaron juntos y cuando vio al más cercano abr i r las mandíbulas y clavar las en el plateado costa do del pez, levantó el palo y lo dejó caer con gran fuerza y v io lencia sobre la ancha cabezota del t iburón. S in t ió la e lás t ica solidez de la cabeza al caer el palo sobre e l l a . Pe ro s i n t i ó también la r ig idez del hueso y otra vez pego dura-mente al t iburón sobre la punta del hocico al tiempo que se deslizaba hacia abajo separándose del pez.

El otro t iburón había estado entrando y saliendo y ahora volvía con las mandíbulas abier tas. El v ie jo podía ver peda-

manHíK d e J p e z c ayeüd o> Mancas. de los cantos de sus mandíbulas cuando acometió al pez y cerró las mandíbulas Le pego con el palo y dio sólo en la cabeza y el t iburón lo miró l i l Z T n 0 l a KE1 V i e j 0 l e p e9 ó d e nuevo con e? ¿alS a? densa e l as t i c i dad ! 1 2 3 ^ ^ * S 6 l ° d i ° l a *

—Vamos, galano —d i jo el v ie jo—. Vuelve otra vez.

El t iburón vo lv ió con f u r i a y el v ie jo le peqó en el ins de taene*ni?!f c e r r a b a . s u s ««d fbu las . Le ¿egó sordamente y ~

t i V C 0 m 0 ? a b l a p o d l d o C a n t a r el palo. Esta vez sin t ío el hueso, en la base del cráneo, y le pegó de nuevo en e l

y1 se°des 1 izabul la Ha a : r a n c a b a A j á m e n t e ¿ carn¿ y se deslizaba hacia abajo, separándose del pez.

El v ie jo esperó a que subiera de nuevo pero no apareció

círculos No Vio l i ^ f V 1 ; r e n l a ««perf lc le nadando en c i rcu ios. No vio la aleta del o t ro .

o„ m í ? K p 0 d í a ® s P e r a r a t a r l o , pensó. Pudiera haberlo hecho en . , buenos tiempos. Pero los he magullado bien a os dos y se deben de sent i r bastante mal. Si hubiera podido usar un bate con las dos manos habría podido matar el p E o , egura mente. Aun ahora, pensó." y -

sido destruida " V T £ b f a qUG l a m i t a d d e é l h a b í a

n l i l h ! ? 1 S o 1 s e h a b l a P u e s t 0 mientras el v ie jo peleaba con los t iburones.

ver —d i jo—. Entonces podré acaso al f<!o í ' i U H a b a n a ' S i ^ h a l l ° demasiado lejos al Este, vere las luces de una de las nuevas playas.

"Ahora no puedo estar demasiado l e j o s , pensó Espero

parse desde ^ S Ó 1° e l m ^ h a ¿ h o Pudier^ A u -parse desde luego.. Pero estoy seguro de que habrá tenido m c h l T n t J + S p e5 c a d 0^s^más viejos estarán preocupados. Y muchos otros también, pensó. Vivo en un buen pueblo."

Ya no le podía hablar al pez, porque éste estaba demasia

do destrozado. Entonces se le ocurrió una cosa.

—Medio pez —d i j o—. El pez que has sido. Siento ha-berme alejando tanto. Nos hemos arruinado los dos. Pero he-mos matado muchos t iburones, tú y yo, y hemos arruinado a mu-chos otros. ¿Cuántos has matado tú en tu v ida, v ie jo pez? Por algo debes de tener esa espada en la cabeza.

Le gustaba pensar en el pez y en lo que podría hacerle a un t iburón s i estuviera nadando libremente. "Debí de haberle cortado la espada para combatir con e l l a a los t iburones," pensó. Pero no tenía un hacha, y después se quedó sin cuchi-l l o .

"Pero si lo hubiera hecho y l igado la espada al cabo de un remo, iqué arma! Entonces los habríamos podido combatir juntos. ¿Qué vas a hacer ahora si vienen de noche? ¿Qué pue des hacer?"

— Pelear contra e l los —d i j o—. Pelearé contra ellos hasta la muerte.

Pero ahora en la oscuridad y s in que apareciera ningún resplandor y s in luces y sólo el v iento y sólo el firme t i ro de la vela s i n t i ó que quizás estaba ya muerto. Juntó las ma-nos y perc ib ió la sensación de las palmas. No estaban muer-tas y él podía causar el dolor de la vida sin más que a b r i r -las y cer rar las . Se echó hacia atrás contra la popa y sabía que no estaba muerto. Sus hombros se lo decían.

"Tengo que decir todas esas oraciones que prometí si pes caba el pez, pensó. Pero estoy demasiado cansado para rezar-las ahora. Mejor que coja el saco y me lo eche sobre los hombros."

Se echó sobre la popa y s iguió gobernando y mirando a ver s i aparecía el resplandor en el c i e l o . "Tengo la mitad del pez, pensó. Quizás tenga la suerte de l legar a t i e r ra con la mitad delantera. Debiera quedarme alguna suerte. No, d i j o . Has violado tu suerte cuando te a le jaste demasiado de la costa."

—No seas id io ta —d i jo en voz al ta— v ™ ^ Gobierna tu bote. Todavía puedes ?ener l c h a suerte' d U 6 r m a S '

parte~M e g U S t a r 1 a c o m p r a r a l 9 u n a s i 1« vendieran en alguna

"¿Con qué habría de comprarla?, se prequntó ¿Podría estropeadas?" " " ' r p 6 n P 6 r d i d ° * « c u c h í l l ^ r S , y ' d o s " L o s

n r h » n ^ P u d Í e r ! ~ d i J ° - - Has tratado de comprarla con de vendértela ° ^ 6 1 ^ Y " S Í e S t u v i e ™ apun?o

"No debo pensar en ton ter ías , pensó. La suerte es una

S?n X V 1 6 n e m u c - a s f o ™ a s ' ¿ ¿ V é n puede reconocerla7

Sin embargo, yo tomaría alguna en cualquier forma y paaaría' o que pidieran. Mucho me gustaría ver el restando? de as

luces pensó. Me gustarían muchas cosas. Pero eso « lo o,,P

bot°eravdnSe°-" d e P 0 n e r s e m S s c 6 m ° d ° Para ober a el bote y por su dolor se dio cuenta de que no estaba muerto

Vio el fu lgor ref le jado de las luces de la ciudad a esn de las diez de la noche. Al p r inc ip io eran perceptibles finí camente como J a luz en el c ie lo ante's de salir ía l ina Lue-

6 J S v e , l a f l " í e s a trave's del mar que ahora estaba pica do debido a la brisa creciente. Gobernó hacia™ centro ¿ e t corriente!" " ^ ^ a h ° r a ' p r 0 n t 0 1 1 e g a r í a a l borde de ]a

atacarAh°PPrna ^ ™ i n a d ° > Pe n s 5 - Probablemente me vuelvan a oscuridad y s in un arma?" ^ " " h 0 - , r e C ° n t r a e l l o S e n l a

partes^rastinaHac H l 9 Í d 0 y d 0 l ° r Í d ° y SUS h e r i d a s V todas las che "o ta ís 9 ™ ^ 6 SU C U 6 r ?° l e d o l í a n c o n e l f r í ° de la no ene. Ojala no tenga que volver a pelear, pensó. Ojalá oia la que no tenga que volver a pelear." - -

aue i ! e w Í ! ! C Í a l "? d ! ;?? c h e t u v o P e ' « r y esta vez sabía que la lucha era i n ú t i l . Los tiburones vinieron en manada y

sólo podía ver las líneas que trazaban sus aletas en el agua y su fosforescencia al arro jarse contra el pez. Les dio^con el palo en las cabezas y s i n t i ó el chasquido de sus mandíbu-las y el temblor del bote cada vez que debajo agarraban su presa. Golpeó desesperadamente contra lo que sólo podía sen-t i r y o í r y s i n t i ó que algo agarraba la porra y se la arreba-taba.

Arrancó la caña del timón y s iguió pegando con e l l a , co-qiéndola con ambas manos y dejándola caer con fuerza una y otra vez. Pero ahora llegaban hasta la proa y acometía uno tras otro y todos juntos , arrancando los pedazos de carne que emitían un fu lgor bajo el agua cuando e l los se volvían para regresar nuevamente.

Finalmente vino uno contra la propia cabeza^del pez y el v ie jo se dio cuenta de que había terminado. T i ro un golpe con la caña a la cabeza del t iburón donde las mandíbulas e s -taban prendidas a la resistente cabeza del pez, que no cedía. Ti ró uno o dos golpes más. S in t ió romperse la barra y arreme t i ó al t iburón con el cabo ro to . Lo s i n t i ó penetrar y sabien do que era agudo lo empujó de nuevo. El t iburón lo so l to y sa l ió rolando. Fue el últ imo t iburón de la manada que vino a comer. No quedaba ya nada más que comer.

Ahora el viejo apenas podía respi rar y sentía un extraño sabor en la boca. Era dulzón y como a cobre y por un momento tuvo miedo. Pero no era muy abundante.

Escupió en el mar y d i j o :

—Cómanse eso, galanos. Y sueñen con que han matado a un hombre.

Ahora sabía que estaba finalmente derrotado y s in reme-dio y vo lv ió a popa y ha l ló que el cabo roto de la c a ñ a enca-jaba bastante bien en la cabeza del timón para poder gobernar.

Se ajustó el saco a los hombros y puso el bote sobre su derrota. Navegó ahora livianamente y no tenía^pensamiento ni sentimientos de ninguna clase. Ahora estaba mas a l i a de t o a o

y gobernó el bote para l legar a puerto lo meior v más intan-gentemente posible. De noche los tiburones a l a s ñas como pudiera uno recoger migajas de una mesa n v ie io

SeVbot aC1SóínSn% ü° ¡ T Í * C a ' ° d e del gobierno a.1«. S'JiSJ: sw&Kx.rásí salvo'la caña.^0Ye|stanes"fáci 1 ^de s u s t i t u i r / " ^ ^

Podía perc ib i r que ahora dentro de la corr iente v veía as luces ae las colonias de la playa y a lo larqo de la o r i

f i cü l t ad 3 3 h 0 r a d 6 n d e 6 S t a b a * « u e K g ^

L á ^ - ^ l T S - J ? amigos y ^ r es lo one P e n S e 1 u e f u e r a t a " f á c i l . ¿Y qué es lo que te ha derrotado, v ie jo?" , pensó.

-Nada - d i j o en voz a l t a - . Me a le jé demasiado.

Cuando entró en el puerteci to las luces de la Terraza es

o L T " a V - 5 6 d i ° d e todo el mun o'esta a 1

ahora soñlaba 5 6 h a b l a . i d ° levantando gradualmente y fv s0Plaba con fuerza. Sin embargo, había t ranqui l idad en

sPUeNot0híb?aUSn°adPíea ^ J 3 d e 9 ™ ^ a Vo-" t r f i ' p l h n £ ! H que pudiera ayudarle, de modo que aden-

amarró a°una íoca°.10 P ° S l b l e 6 " l a se'bajó y lo

Quitó el másti l de la car l ina y enro l ló la vela v la ató

e 9cuanHoC 6 ^ P a l ° a l h o m b r o * a su r Fue t e paró un ~ C U e " t a - d ! l a P ™ ^ ^ de su cansancio

¿l ? a r o " " momento y miro hacia atrás y al r e f l e j o de la luz L HM K V 1 0 , a ' 9 r a n C O l a d e l Pez levantada detrás de a la oscura masa H ^ ? U ' * n e a d e S n u d a d e su espinazo y

, 2 a m a s a d e I a «beza con el sa l iente pico y toda la desnudez entre los extremos. '

Empezó a subir nuevamente y en la cima cayó y permaneció algún tiempo tendido, con el másti l atravesado sobre su hom-bro. Trató de levantarse. Pero era demasiado d i f í c i l y per-maneció a l l í sentado con el mást i l al hombro, mirando al cami_ no. Un gato pasó indiferentemente por el o t ro lado y el vie-jo lo s iguió con la mirada. Luego siguió mirando simplemente al camino.

Finalmente sol tó el másti l y se puso de pie. Recogió el másti l y se lo echó al hombro y par t ió camino ar r iba . Tuvo que sentarse cinco veces antes de l l egar a su cabana.

Dentro de la choza inc l i nó el másti l contra la pared. En la oscuridad hal ló una bote l la de agua y tomó un trago. Luego se acostó en la cama. Se echó la frazada sobre los hom bros y luego sobre la espalda y las piernas y durmió boca aba j o sobre los per iódicos, con los brazos por fuera, a lo largo del cuerpo, y las palmas hacia ar r iba .

Estaba dormido cuando el muchacho asomó a la puerta por la mañana. El v iento soplaba tan fue r te , que los botes del a l to no se harían a la mar y el muchacho había dormido hasta tarde Luego vino a la choza del v ie jo como había hecho t o -das las mañanas. El muchacho vio que el v ie jo respiraba y luego v io sus manos y empezó a l l o r a r . Salió muy calladamente a buscar un poco de café y no dejó de l l o r a r en todo el cami-no.

Muchos pescadores estaban en torno al bote mirando lo que t ra ía amarrado al costado, y uno estaba metido en el agua, con los pantalones remangados, midiendo el esqueleto con un tramo de sedal.

El muchacho no bajó a la o r i l l a . Ya había estado a l l í y uno de los pescadores cuidaba el bote en su lugar.

—¿Cómo está el v iejo? —gr i t ó uno de los pescadores.

— Durmiendo —respondió gri tando el muchacho. No le im portaba que lo vieran l l o r a r — . Que nadie moleste.

Pi n o ^ I Ü n í a d l e ? i o c h o p ies, de la nar iz a la cola - q r i t Ó el pescador que lo estaba midiendo. ' 9

dio u n l ^ a í r S e l a f i ? 8 1 m U C h a C h°- E " t r Ó e n l a T e r r a z a * Pl"

—Caliente y con bastante leche y azúcar.

—¿Algo más?

- N o . Después veré qué puede comer.

11 ora~nuevamente.C°n e l l 0 i S " d 1 J o e l m u c h a c h o * *

-¿Quieres un trago de algo? -p regun tó el dueño.

—No —d i jo el muchacho—. Dígales que no se Drenrunen por Santiago. Vuelvo en seguida. Preocupen

—Dile que lo siento mucho.

—Gracias —d i j o el muchacho.

El muchacho l levó la la ta de café cal iente a la choza del v e j o y se sentó junto a él hasta que despertó Una vez pareció que iba a despertarse. Pero había vuelto a cae en su sueno profundo y el muchacho había ido al otro lado del r , mino a buscar leña para calentar el café. -

Finalmente el v ie jo despertó.

- N o se levante - d i j o el muchacho-. Tómese esto - l e echo un poco de café en un vaso. -

El v ie jo cogió el vaso y bebió el café.

—Me derrotaron, Manolín —d i j o—. Me derrotaron de verdad',

—No. El no. El no lo derrotó. i

—No. Verdaderamente. Fue después.

—Perico está cuidando el bote y del aparejo. ¿Qué va a hacer con la cabeza?

—Que Perico la corte para usarla en las nasas.

—¿Y la espada?

—Puedes guardártela s i l a quieres.

—Sí, la quiero —di jo el muchacho—. Ahora tenemos que hacer planes para lo demás.

—¿Me han estado buscando?

—Desde luego. Con los guardacostas y con aeroplanos.

—El mar es muy grande y un bote es pequeño y d i f í c i l de v e r —d i j o el v i e j o . Notó lo agradable que era tener a l -guien con quien hablar en vez de hablar sólo consigo mismo y con el mar—. Te he echado de menos —d i jo—. ¿Qué han pes cado?

—Uno el primer día. Uno el segundo y dos el tercero.

—Muy bueno.

—Ahora pescaremos juntos otra vez.

—No. No tengo suerte. Yo ya no tengo suerte.

—Al diablo con la suerte —d i jo el muchacho—. Yo l i e varé la suerte conmigo.

—¿Qué va a decir tu fami l ia?

- N o me Importa. Ayer pesqué dos. Pero ahora pescare-mos juntos porque todavía tengo mucho que aprender.

—Tenemos que conseguir una buena lanza y l l e va r l a siem-pre a bordo. Puedes hacer la hoja con una hoja de muelle de un v ie jo Ford. Podemos a f i l a r l a s en Guanabacoa. Debe ser a f i l ada .y s in temple para que no se rompa. Mi cuch i l l o se rompió.

-Conseguiré otro cuch i l l o y mandare a a f i l a r la hoja de muelle. ¿Cuantos días de br isa fuer te nos quedan?

—Tal vez t res . Tal vez más.

—Lo tendrá todo en orden —d i jo e l muchacho—.

Cúrese sus manos, v i e j o .

—Yo sé cuidármelas. De noche escupí algo extraño y sen t i que algo se había roto en mi pecho. ~

-Cúrese también eso - d i j o el muchacho-. Acuéstese, v i e j o , y le traeré su camisa l impia. Y algo que comer.

—Tráeme algún periódico de cuando estuve ausente —di -jo el v ie jo .

—Tiene que ponerse bien pronto, pues tengo mucho que aprender y usted puede enseñármelo todo. ¿Ha suf r ido mucho?

—Bastante —d i j o el v ie jo .

- L e traeré la comida y los periódicos - d i j o e l mucha-c h o - . Descanse bien, v ie jo . Le t raeré la medicina de la farmacia para las manos.

^ —No te olvides de dec i r le a Perico que la cabeza es su-

—No. Se lo d i ré .

Al atravesar la puerta y descender por el camino tal lado por el uso en la roca de coral iba l lorando nuevamente.

Esa tarde había una part ida de tu r i s tas en la Terraza, y mirando hacia abajo, al agua, entre las latas de cerveza v a -cías y las barracudas muertas, una mujer v io un gran espinazo blanco con una inmensa cola que se alzaba y balanceaba con la marea mientras el v iento del Este levantaba un fuer te y conti^ nuo oleaje a la entrada del puerto.

—¿Qué es eso? —preguntó la mujer al camarero, y seña-ló al largo espinazo del gran pez, que ahora no era más que basura esperando a que se la l levara la marea.

—Tiburón —d i jo el camarero—. Un t iburón.

Quería exp l icar le l o que había sucedido.

—No sabía que los tiburones tuvieran colas tan hermosas, tan bellamente formadas.

—Ni yo tampoco —d i jo el hombre que la acompañaba.

Al lá a r r i ba , junto al camino, en su cabaña, el v ie jo dor mía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho esta-ba sentado a su lado contemplándolo. El v ie jo soñaba con los leones.

QUIROGA, HORACIO

Horacio Quiroga (1879-1937), nació en Salto -(Uruguay) de padre diplomático argentino, jamás qui-so abandonar la nacionalidad uruguaya pese a v i v i r " casi toda su vida en Buenos Aires. I n i c i ó varias em presas de explotación agrícola que fracasaron y de" sempeñó algunos cargos consulares. Su vida está mar cada por la adversidad: s iete personas de parentes-co intimo murieron en circunstancias t rág icas, por disparo o por su i c i d io , como él mismo que puso f i n a su vida con cianuro. De sus l ib ros de relatos los mas importantes son Los desterrados. Anaconda, Cuen-tos de amor, de locura y muerte, Cuentos"cie"Ta seT^ va, El des ier to , etc.

Al atravesar la puerta y descender por el caminp tal lado por el uso en la roca de coral iba l lorando nuevamente.

Esa tarde había una part ida de tu r i s tas en la Terraza, y mirando hacia abajo, al agua, entre las latas de cerveza v a -cías y las barracudas muertas, una mujer v io un gran espinazo blanco con una inmensa cola que se alzaba y balanceaba con la marea mientras el v iento del Este levantaba un fuer te y conti^ nuo oleaje a la entrada del puerto.

—¿Qué es eso? —preguntó la mujer al camarero, y seña-ló al largo espinazo del gran pez, que ahora no era más que basura esperando a que se la l levara la marea.

—Tiburón —d i jo el camarero—. Un t iburón.

Quería exp l icar le l o que había sucedido.

—No sabía que los tiburones tuvieran colas tan hermosas, tan bellamente formadas.

—Ni yo tampoco —d i jo el hombre que la acompañaba.

Al lá a r r i ba , junto al camino, en su cabana, el v ie jo dor mía nuevamente. Todavía dormía de bruces y el muchacho esta-ba sentado a su lado contemplándolo. El v ie jo soñaba con los leones.

QUIROGA, HORACIO

Horacio Quiroga (1879-1937), nació en Salto -(Uruguay) de padre diplomático argentino, jamás qui-so abandonar la nacionalidad uruguaya pese a v i v i r " casi toda su vida en Buenos Aires. I n i c i ó varias em presas de explotación agrícola que fracasaron y de" sempeñó algunos cargos consulares. Su vida está mar cada por la adversidad: s iete personas de parentes-co intimo murieron en circunstancias t rág icas, por disparo o por su i c i d io , como él mismo que puso f i n a su vida con cianuro. De sus l ib ros de relatos los mas importantes son Los desterrados. Anaconda, Cuen-tos de amor, de locura y muerte, Cuentos"cie"Ta seT^ va, El des ier to , etc.

Su luna de miel fue un largo esca lo f r ío . Rubia, angel i-cal y t ímida, el carácter duro de su marido heló sus soñadas niñerías de novia. El la lo quería mucho, sin embargo, a ve-ces con un l igero estremecimiento cuando volviendo de noche juntos por la c a l l e , echaba una f u r t i v a mirada a la a l ta es-tatura de Jordán, mudo desde hacía una hora. E l , por su par t e , la amaba profundamente, sin darlo a conocer.

Durante t res meses —se habían casado en ab r i l— v i v ie -ron una dicha especial.

Sin duda hubiera e l l a deseado menos severidad en ese r í gido c ie lo de amor, más expansiva e incauta ternura; pero eT impasible semblante de su marido la contenía siempre.

La casa en que vivían i n f l u í a no poco en sus estremeci-mientos. La blancura del patio si lencioso — f r i s o s , co lum-nas y estatuas de mármol— producía una otoñal impresión de palacio encantado. Dentro, el b r i l l o g lac ia l del estuco, -sin el más leve rasguño en las al tas paredes, afirmaba aque-l l a sensación de desapacible f r í o . Al cruzar de una pieza a o t ra , los pasos hallaban eco en toda la casa, como si un -largo abandono hubiera sensibi l izado su resonancia.

En ese extraño nido de amor, A l i c i a pasó todo el otoño. No obstante había concluido por echar un velo sobre sus an-tiguos sueños, y aún v iv ía dormida en la casa h o s t i l , sin -querer pensar en nada hasta que llegaba su marido.

No es raro que adelgazara. Tuvo un l igero ataque de in fluenza que se arrastró insidiosamente días y días; A l i c i a -no se reponía nunca. Al f i n una tarde pudo s a l i r al ja rd ín apoyada en el brazo de su marido. Miraba ind i ferente a uno y otro lado. De pronto Jordán, con honda ternura, le pasó -muy lento la mano por la cabeza, y A l i c i a rompió en seguida

en sol lozos, echándole los brazos al cue l lo . Lloró largamente todo su espanto ca l lado, redoblando el l l an to a la menor ten-ta t i va de ca r i c i a . Luego los sollozos fueron retardándose, y aSn quedó largo rato escondida en su cue l lo , s in moverse ni -pronunciar una palabra.

Fue ése el Último día en que A l i c i a estuvo levantada. Al día siguiente amaneció desvanecida El medico de Jordán la -

examinó con suma atención, ordenándole cama y descanso absolu-tos.

_ N o sé _ i e d i j o a Jordán en la puerta de ca l le con la voz todavía b a j a - . Tiene una gran debi l idad que no me e x p l i co. Y sin vómitos, nada... Si mañana se despierta como hoy, llámeme en seguida.

Al otro día A l i c i a seguía peor. Hubo consulta. Constató se una anemia de marcha agudísima, completamente ^ e x p l i c a b l e . A l i c i a no tuvo más desmayos, pero se iba v i s i b emente a l a -muerte. Todo el día el dormitor io estaba con las luces pren didas y en pleno s i l enc io . Pasábanse horas sin que se oyera -e menor ru ido. A l i c i a dormitaba. Jordán viv a en la sala, también con toda la luz encendida. P a s e á b a s e s in cesar de un extremo a o t ro , con incansable obstinación. La alfombra ahoga ba sus pasos A ratos entraba en el dormitor io y proseguía -

su mudo K n a lo largo de la cama, deteniéndose un instante en cada extremo a mirar a su mujer.

Pronto A l i c i a comenzó a tener alucinaciones, confusas y f lotantes al p r i nc i p i o , y que descendieronJ^go a ras del sui l o . La joven, con los ojos aesmesuradamente y e r t o s no hacía sino mirar la alfombra a uno y otro lado del respaldo de la cama. Una noche quedó de repente mirando f o m e n t e . Al rato abrió la boca para g r i t a r , y sus nances y labios se per laron de sudor.

- ¡ J o r d á n ! ¡Jordán! - c l a m ó , r íg ida de espanto, sin -dejar de mirar la alfombra.

Jordán cor r ió al dormi tor io , y al verlo aparecer A l i c ia lanzó un a lar ido de horror.

— iSoy yo, A l i c i a , soy yo!

A l i c i a lo miró con ext ravío, miró la alfombra, volv ió a m i ra r lo , y después de largo rato de estupefacta confrontación, se serenó. Sonrió y tomó entre las suyas la mano de su mari-do, acariciándola por media hora, temblando.

Entre sus alucinaciones más porf iadas, hubo un antropoi-de apoyado en la alfombra sobre los dedos, que tenía f i j o s en e l l a sus ojos.

Los médicos volvieron inút i lmente. Había a l l í delante -de e l los una vida que se acababa, desangrándose día a d ía , -hora a hora, sin saber absolutamente cómo. En la últ ima con-sulta A l i c i a yacía en estupor, mientras e l los pulsaban, pasáji dose de uno a otro la muñeca iner te . La observaron largo rato en s i l enc io , y siguieron al comedor.

—Pst . . . —se encogió de hombros desalentado su médico-Es un caso s e r i o . . . Poco hay que hacer.

— ¡Sólo eso me fa l taba!—resopló Jordán. Y tamborileó bruscamente sobre la mesa.

A l i c i a fue extinguiéndose en subdel i r io de anemia, agra vado de tarde, pero remitía siempre en las primeras horas. Durante el día no avanzaba su enfermedad, pero cada mañana -amanecía l í v i d a , en síncope casi . Parecía que únicamente de noche se le fuera la vida en nuevas oleadas de sangre. Tenía siempre al despertar la sensación de estar desplomada en l a -cama con un mi l lón de k i los encima. Desde el tercer día es-te hundimiento no la abandonó más. Apenas podía mover la ca beza. No quiso que le tocaran la cama, ni aun que le arregla ran el almohadón. Sus terrores crepusculares avanzaban ahora en forma de monstruos que se arrastraban hasta la cama, y t re paban dif icultosamente por la colcha.

Perdió luego el conocimiento. Los dos días f ina les d e l i -ró sin cesar a media voz. Las luces continuaban fúnebremente encendidas en el dormitor io y la sala. En el s i lenc io agóni-co de la casa, no se oía más que el d e l i r i o monótono que s a -l í a de la cama, y el sordo retumbo de los eternos pasos de -

Jordán.

A l i c i a murió, por f i n . La s i r v i e n t a , cuando entró des-pués de deshacer la cama, sola ya, miró un rato extrañada el almohadón.

— ¡Señor! —llamó a Jordán en voz baja—. En el almoha-dón hay manchas que parecen de sangre.

Jordán se acercó rápidamente y se dobló sobre aquél. -Efectivamente, sobre la funda, a ambos lados del hueco que -había dejado la cabeza de A l i c i a , se veían manchitas oscuras.

—Parecen picaduras —murmuró la s i rv ien ta después de un rato de inmóvil observación.

—Levántelo a la luz —le d i j o Jordán.

La s i rv ien ta lo levantó pero en seguida lo dejó caer y se quedó mirando a aquél, l í v i da y temblando. Sin saber por -qué, Jordán s i n t i ó que los cabellos se le erizaban.

— ¿Qué hay? —murmuró con voz ronca.

—Pesa mucho —ar t i cu ló la s i r v i e n t a , s in dejar de t em-b la r .

Jordán lo levantó; pesaba extraordinariamente. Salieron con é l , y sobre la mesa del comedor Jordán cortó funda y en-vol tura de un t a j o . Las plumas superiores volaron, y la s i r vienta dio un g r i t o de horror con toda la boca ab ie r ta , l l e -vándose las manos crispadas a los bandós. Sobre el fondo, en t r e las plumas, moviendo lentamente las patas vel ludas, había un animal monstruoso, una bola v iv iente y viscosa. Estaba tan hinchado que apenas se le pronunciaba la boca.

Noche a noche, desde que A l i c i a había caído en cama, — había aplicado sigilosamente su boca —su trompa, mejor d i -cho— a las sienes de aquélla chupándole la sangre. La picadu ra era casi imperceptible. La remoción d iar ia del almohadón -sin duda había impedido al p r inc ip io su desarro l lo ; pero des-de que la joven no pudo moverse la succión fue ver t ig inosa. En cinco días, en cinco noches, había vaciado a A l i c i a .

Estos parásitos de las aves, diminutos en el medio habi t ua l , l legan a adqui r i r en c ier tas condiciones proporciones enormes. La sangre humana parece serles particularmente favo rabie, y no es raro ha l l a r l o en los almohadones de plumas.

BRADBURY, RAY.

Nacido en 1920, Ray Bradbury se ha consagrado, —y ha consagrado— el género de la narrat iva de -c ienc ia - f i cc ión con novelas y relatos como Faren-he i t 431, Crónicas marcianas, El vino del es t ío , -Las doradas manzanas del so l , El hombre i l us t rado , e tc .

Aquélla era una buena casa y había sido construida por las gentes que debían v i v i r en e l l a en el año 1980.

La casa era como muchas de aquel tiempo; alimentaba y entretenía a sus habitantes, les daba reposo y les proporcio-naba una vida agradable. El marido, la esposa y sus dos h i -jos v ivían desahogadamente, v ivían fe l i ces incluso aquellos períodos en que temblaba el mundo. La casa contenía cuanto de refinado había en la v ida, las cosas amables, la música, la poesía, los l i b ros que hablaban, las camas que se calenta-ban y se hacían solas, el fuego de la chimenea que se encen-día por sí mismo al atardecer; en f i n , v i v i r a l l í era una con tinua de l i c i a .

Pasó el tiempo y un día el mundo se estremeció. Se oyó una explosión seguida de otras diez mil explosiones, el c ie lo se enrojec ió, cayó una l l u v i a de cenizas y radiactividad-que acabó con aquella época f e l i z .

La voz del r e l o j cantó en la sala: tia-taa, lcu> ¿>i<¿taf koia da IzvavtfaAAz, como temeroso de que nadie lo escuchara. La casa estaba desierta. El r e l o j prosiguió hablando en el vacío de la mañana.

Suspiró el horno en la cocina y de su cál ido i n te r i o r ex t r a j o ocho huevos con resplandores dorados, doce lonjas de ja món, dos tazas de café y dos vasos de leche t i b i a . L<u ¿Me y nueve, koía. doJt desayuno, ¿cu> ¿¿ete y nuzve..

—Hoy es 28 de ab r i l de 1985 —anunció la voz de un fono grafo desde el techo de la cocina—. Hoy es el cumpleaños de míster Featherstonej> Hoy es el día de pago de las cuentas de los seguros, el gas, la e lec t r ic idad y el agua.

En algún lugar de las paredes resonaron los golpes secos de transmisores y bajo los ojos e léct r icos se deslizaron c in-tas magnetofónicas. Hablaron voces grabadas, bajo las agujas de acero. «

363

—Las ocho y uno, t i c - t a c , a la escuela, al t rabajo, rá pido, rápido — t i c - tac - * - , las ocho y uno.

Pero las puertas no se cerraron de golpe, las alfombras no recib ieron las presurosas pisadas de los tacones de goma. Afuera l l o v í a .

En la puerta p r i nc i pa l , la voz del tiempo cantó l en ta - - i mente:

Llueve., Llueve, zapatos de goma, impermeables... Y l a l l u v i a repiqueteó sobre el te jado, estaban resecos. Un bra-zo de aluminio los ar ro jó a la p i l a y un remolino de agua ca l i en te los arrastró hacia una garganta metál ica, que los d i -r i g i ó expulsándolos al mar d is tante.

Las nueve y cuarto —cantó el r e l o j — , hora de la limpieza.

Los pequeños ratones mecánicos surgieron precipitadamen te de sus escondrijos incrustados en las paredes. I nvad ie -ron las habitaciones una mul t i tud de diminutos animales de goma y de metal. Aspiraron el polvo acumulado de todos luga res y regresaron a sus madrigueras.

Las cLíez. Después de la l l u v i a sa l ió el so l . La casa * se alzaba s o l i t a r i a en una ca l le l lena de escombros y c e n i -

zas. Por la noche, la destruida ciudad emitía un resplandor rad iact ivo v i s i b l e a muchos kilómetros de d is tancia.

Las diez y cuanto. El sur t idor del ja rd ín saturó la sua-ve brisa matutina de ráfagas doradas. El agua, roció con de-l icado murmullo, los carbonizados muros del oeste de la casa, desprovistos ya de p intura. Toda la fachada era negra, sal-vo en cinco s i t i o s . Aquí, la s i lueta (pintada de blanco), de un hombre segando el césped. A l l í , una mujer se incl inaba pa ra recoger f l o res . Un poco más a l l á , con sus imágenes graba-das sobre la madera en un instante t i t á n i c o , un niño con los brazos en a l t o . Más a r r i ba , la imagen de una pelota en el a i re y , enfrente a é l , una niña con las manos extendidas para atrapar una pelota que nunca cayó.

La una.

Al adver t i r el o lor casi imperceptible de la descomposj_ c ión, los regimientos de ratones sal ieron susurrando de las paredes, suaves como hojas caídas, con un fu lgor en sus ojos e léc t r i cos .

La una y cuanto.

El perro había desaparecido.

El incinerador del sótano resplandeció de pronto y un remolino de chispas se elevó por la chimenea.

Las tnes menos vetntictnco.

Mesas de bridge surgieron de las paredes del pat io. Vo-laron las barajas y sobre las mesas cayó un d i l uv io de c a r -tas. En un banco de roble aparecieron mar t in is .

Pero las mesas guardaron s i l enc io ; nadie tocó las c a r -tas.

A las cuatro y media volvieron las mesas a las paredes.

Las ctnco. Las bañeras se l lenaron de agua clara y t i -b ia . Una máquina de a fe i t a r cayó en un recip iente l i s t a pa-ra ser usada.

Las seis, las siete, las ocho, las nueve.

La cena fue preparada, servida, ignorada y re t i rada ; el serv ic io de mesa lavado; en el estudio la tabaquera s i r v i ó un cigarro con media pulgada de ceniza g r i s , humeante, espe-rando al fumador. Se animó el fuego del hogar, aunque i nü t i 1_ mente.

Las nueve. Las camas empezaron a encender sus ocultos c i rcu i tos pues la noche era fresca.

\

Quedaban en la pared aquellas cinco manchas de p intura: el hombre, la mujer, los niños, la pelota. El resto era una delgada capa de carbón.

La l l u v i a suave del sur t idor llenaba el j a rd ín con una luz en gotas.

Hasta aquel d ía , ¡qué pacíficamente había funcionado la casa'. Con qué cuidado inqu i r ía : "¿Quién esta ahí?", y como no obtenía respuesta de las l l u v i a s , de los zorros errantes y de los gatos plañideros, cerraba las ventanas y corr ía los yisi_ l íos Si un gorr ión rozaba los v id r ios las persianas cruj ían, i Sobresal tado, el pájaro se alejaba'. No, ni s iquiera un paja-ro podía tocar la casa.

Por dentro la casa era como un a l t a r con nueve mil servi_ c iales robots, grandes y pequeños, s o l í c i t o s , atentos, en co-ro , aunque los dioses habían desaparecido y el r i t u a l carecía de s ign i f icado.

Un perro au l l ó , estremeciéndose el porche.

La puerta pr inc ipal reconoció la voz del perro y se abrió El animal entró vac i lante , fa t igado, estaba en los huesos y cubierto de l lagas. Dejó huellas de lodo en la a l -fombra Tras él zumbaron los enojados robots mecánicos moles tos por recoger la suciedad y las hojarascas, que arrastraron a sus refugios para dejar las caer por el tubo que conducía a un incinerador, asentado en un rincón oscuro como un maligno Baal.

El perro cor r ió escaleras arr iba y ladró histéricamente al atravesar las puertas. Arañó con v io lencia la puerta de la cocina. Tras e l l a el horno preparaba pas te l i l l os cuyo aro ma se extendió por toda la casa.

El perro respiró anhelante girando, cor r ió s in rumbo f i -jo y , mordiéndose la cola, cayó muerto.

Durante unas horas permaneció tendido en la sala de e s -t a r .

Un discreto golpecito en la pared del estudio. Se oyó una voz por encima del hogar crepi tante.

-Señora Mac Cle l lan , ¿qué poema desea o í r esta noche?

La casa permaneció en s i lenc io .

Continuó la voz:

- Y a que no expresa preferencia, e l i g i r é un poema al azar.

Una suave música surgió como fondo de la voz.

—Sara Teasdale, su poema, f avo r i t o , me parece.. .

Vandtán UuvlaA *uave¿ y oloieA da lo. tíawia, U qolondUna* qua giAOAán con iuplo.ndccA.anta* ÜUJIO* . ^ y lona* qua an lo* QAtanquM canXoAán duionta la ñocha, - v y lo* cíAaelo* ¿ÍIVQAÜIQA da blancura, tambloio*a. y peXlnAojo* que. voAtíMn pluma* do. ¿uago ^ e y ¿UbaAdn *u* cancona* an lo* aUmbna* da la* caica*. ^ -y nadla ¿abiá que hay guamo, v> nacUa ¿a piaocupaAá dal {¿n da la guavio. _ \ A nadía la únpohXoJiói, vU. a lo* pdjaAo*, ru. a lo* áAbolu, f * l la humanidad anteAa da*apaJiaca. y cuando deApleAta ladeante la púnaveAa al amanacaA, ^ ^ apaña* *abiá que hamo* da*apaJiaQÁ.do.

La voz concluyó el poema. Las s i l l a s vacías se enfrenta ban entre las paredes si lenciosas y la música prosiguio.

A las diez la casa comenzó a mor i r .

Soplaba el v iento. La rama de un árbol desarraigado rom pió los c r i s ta les de la cocina. El frasco del detergente se es t re l l ó contra el horno.

i Fuego! —gr i taron unas voces—. ¡Fuego!

Las bombas dispararon chorros de agua desde los techos. Pero el disolvente se extendió por debajo de las puertas, in flamándose, mientras daban la alarma a coro.

El calor rompió las ventanas y el viento irrumpió en ayuda al fuego. Las escurr idizas ratas de agua, haciendo gi_ rar sus ruedas de cobre, chi l laban desde las paredes, dispa-raban su agua y corrían a buscar más.

¡Demasiado tarde! En algún lugar se paró una bomba. La l l u v i a del techo cesó de f l u i r . La reserva de agua se había agotado, t ras l lenar las bañeras y lavar las v a j i l l a s , duran te muchos días s i lenciosos.

El fuego crepi tó escaleras a r r iba , se nut r ió de cuadros colgados, se meció perezosamente en los lechos y devoro t o -das las habitaciones.

La casa se estremeció, revelando sus huesos de roble, con su esqueleto desnudo retorc ido por el fuego, sus a lam-bres v i s i b l es , como si un c i ru jano le hubiera arrancado la p ie l dejando al descubierto las palpitantes ar ter ias en el a i re escaldado. Unas voces gr i taban: "¿Socorro, socorro. ¡Fuego, corred'." Las ventanas se abrían y se cerraban v i o -lentamente, como bocas indecisas. ¡Fuego, corred. Las v o -ces emitían lamentos con una trágica cadencia de canción in -f a n t i l y el Cándido coro griego se desvaneció al sa l ta r los cables de la ins ta lac ión. Más de un centenar de voces d e s -gañotadas se apagaron, cuando las baterías de emergencia se fundieron.

En otros lugares de la casa, en el últ imo instante bajo el alud de fuego, unos coros anunciaban la hora, el tiempo, d i l i genc ias , mientras otros tocaban música, recitaban poemas en el ardiente estudio, mientras las puertas se abrían y se cerraban con brusquedad, y los paraguas aparecían y desapare-cían. Sucedieron mil cosas, como cuando en una re lo je r ía sue nan todos los re lo jes , a medianoche, como un carrusel c h i -r r i a n t e , susurrante, impetuoso... Todo se acabo cuando los ro l íos de pel ícu la se quemaron, los h i los se retorc ieron y los c i r cu i tos se consumieron.

En la cocina, momentos antes del colapso f i n a l , el horno se D U S O a s i lba r histéricamente, preparando desayunos en pro-porciones neuróticas: diez docenas de pasteles, seis docenas de hogazas en tostadas. . .

El derrumbre. El a l t i l l o aplastó la cocina y los restos cayeron al sótano, luego al subsótano. La nevera, s i l l ones , camas, magnetófonos, se derrumbaron en monton informe.

Humo y s i l enc io .

La aurora apuntó lánguidamente por el Este. Entre las ruinas se erguía una pared s o l i t a r i a . De su i n t e r i o r una voz repetía una y otra vez, mientras el sol se elevaba sobre el montón de escombras, humeantes.

-Hoy es 29 de abr i l de 1985. Hoy es 29 de ab r i l de 1985. Hoy e s . . .

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