Análisis de un mercado laboral regional desde el punto de vista de la sociología económica

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1 Análisis de un mercado laboral regional desde el punto de vista de la sociología económica Eje temático: Espacios laborales Autor: Sergio Lorenzo Sandoval Aragón Memorias del 5o Congreso Internacional de Sociología "Espacios Contestatarios", Universidad de Baja California, Ensenada, B.C. del 25 al 28 de septiembre de 2012. ISBN: 978-607-607-115-1. Resumen La presente comunicación parte de la tesis según la cual en la actualidad resulta necesaria la reunificación de la sociología y la economía, dado que históricamente se ha dado un distanciamiento entre éstas, circunstancia que se traduce en dos aspectos aparentemente irreductibles entre sí, uno epistemológico y otro político. Se propone una perspectiva relacional-reflexiva como alternativa para lograr aquella reunificación. Enseguida se argumenta que en América Latina la sociología económica se ha cultivado principalmente bajo la forma de una sociología del trabajo, con todas las determinaciones, tanto locales como internacionales, que han pesado sobre ella. Por esta razón, es que el programa de investigación de largo plazo que he adoptado toma como punto de partida precisamente el tema del trabajo a partir de la sociología económica, para de ahí, arribar la postulación del paradigma relacional-reflexivo antes descrito. En la última parte se exponen algunos resultados de investigación empírica que pretenden ilustrar la potencialidad explicativa de semejante perspectiva teórica. Palabras clave: Sociología económica, mercado laboral, estructuras sociales.

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Análisis de un mercado laboral regional desde el punto de vista de la sociología económica

Eje temático: Espacios laborales

Autor: Sergio Lorenzo Sandoval Aragón

Memorias del 5o Congreso Internacional de Sociología "Espacios Contestatarios", Universidad de Baja California, Ensenada, B.C. del 25 al 28 de septiembre de 2012.

ISBN: 978-607-607-115-1.

Resumen

La presente comunicación parte de la tesis según la cual en la actualidad resulta necesaria la

reunificación de la sociología y la economía, dado que históricamente se ha dado un

distanciamiento entre éstas, circunstancia que se traduce en dos aspectos aparentemente

irreductibles entre sí, uno epistemológico y otro político. Se propone una perspectiva

relacional-reflexiva como alternativa para lograr aquella reunificación. Enseguida se

argumenta que en América Latina la sociología económica se ha cultivado principalmente

bajo la forma de una sociología del trabajo, con todas las determinaciones, tanto locales

como internacionales, que han pesado sobre ella. Por esta razón, es que el programa de

investigación de largo plazo que he adoptado toma como punto de partida precisamente el

tema del trabajo a partir de la sociología económica, para de ahí, arribar la postulación del

paradigma relacional-reflexivo antes descrito. En la última parte se exponen algunos

resultados de investigación empírica que pretenden ilustrar la potencialidad explicativa de

semejante perspectiva teórica.

Palabras clave: Sociología económica, mercado laboral, estructuras sociales.

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1. La perspectiva de la sociología económica.

La presente comunicación parte de la tesis de según la cual en la actualidad resulta

necesaria la reunificación de la sociología y la economía, dado que históricamente se ha

dado un distanciamiento entre éstas1. Según esa tesis, en algún momento del proceso

histórico de institucionalización y autonomización de estas ciencias, se habría experimentado

también un distanciamiento entre ambas que acabaría, no sólo por oponerlas, sino también

por limitar su potencial explicativo. Se ha argumentado que semejante distanciamiento tiene

su origen y explicación en sus respectivas bases ontológicas y antropológicas, esto es, la

forma como la economía y la sociología conciben a los seres humanos: una esencialmente

individualista, la otra de naturaleza relacional (Tilly, 2000:29 y ss.). En este orden de ideas, la

llamada sociología económica toma un lugar relevante, como se puede constatar a través del

Handbook of Economic Sociology (Smelser y Swedberg, 2005). Asimismo, las innumerables

críticas contemporáneas a la teoría económica dominante (neoclásica) por parte de la World

Economics Association (WEA), suelen poner de manifiesto este acercamiento con las otras

ciencias sociales para poder superar las limitaciones de aquella2.

La ciencia de la economía ha sido particularmente (y erróneamente) identificada, tout court,

con una perspectiva individualista, mientras que la sociología ha sido identificada con una

perspectiva relacional, pero ciertamente no se debe olvidar que ni toda la economía ha sido

individualista, ni toda la sociología relacional. Sería más adecuado representarse el campo

de las ciencias sociales de manera análoga a un continuum entre las perspectivas

individualista y relacional, y en el que se pueden fijar posiciones más o menos tendientes a

una u otra perspectiva, de manera relativamente independiente de asociaciones previas

entre nombres propios de científicos, escuelas, teorías e, incluso (o quizá principalmente)

disciplinas enteras (como son los casos de la economía y la sociología). Al respecto se ha

advertido que, de manera sorprendente, suele obviarse el hecho de que, lógicamente, lo que

representaría la antítesis del individualismo no es la perspectiva relacional, sino el

colectivismo, particularmente bajo la forma de una teoría de sistemas; visto así, el problema

no se dirime sólo entre individualismo y colectivismo, sino entre una perspectiva

1 Esta tesis la he desarrollado ampliamente en un ensayo que he titulado “El economista y el sociólogo: Pensamiento relacional como paradigma” (actualmente en dictaminación por la revista Economía. Teoría y Práctica, de la UAM-Iztapalapa). 2 Consultar su sitio http://www.worldeconomicsassociation.org/

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substancialista y una relacional (Tilly, 2000: 31)3. Esta forma de ver las cosas puede explicar

porqué algunas teorías pueden pasar por relacionales cuando en último análisis no lo son4.

El distanciamiento teorético de la sociología y la economía se debería, pues a un complejo

error categorial (en el sentido que lo decía Gilbert Ryle, 2005). Ahora bien, semejante error

categorial se debe en parte a la deficiente práctica de una actitud reflexiva.

En efecto, quizás la propiedad más relevante del pensamiento relacional es su reflexividad, la

cual puede ser definida como la “necesidad de orientar continuamente los instrumentos de

las ciencias sociales hacia el investigador, en un esfuerzo por controlar mejor las distorsiones

introducidas en la construcción del objeto” (Ghasarian, 2008:252).5 Esto significa que una

parte importante de la tarea de las ciencias sociales consiste en tomarse a sí mismas como

objeto6. El ejercicio de la reflexividad puede adoptar innumerables formas, pero sin lugar a

dudas una de las más dramáticas es cuando su aplicación permite al mismo razonamiento

relacional demostrar su superioridad explicativa frente a otras perspectivas teóricas, como se

trata de mostrar más adelante con el análisis de un caso práctico.7 De aquí que en lo

subsiguiente, en este trabajo, se prefiera la expresión compuesta “relacional-reflexiva” para

hacer referencia a la perspectiva que se propone como alternativa a la individualista-

substancialista.

Empero, por útil que parezca este esquema, no explica por sí solo por qué la sociología y la

economía llegaron a estar tan polarizadas y por qué eventualmente algunos teóricos, en

ambas disciplinas, se han acercado más que otros a una u otra perspectiva. Semejante

explicación tendría que provenir necesariamente del análisis histórico de las ciencias, aunque

bajo una perspectiva determinada. Como ha señalado Fritz K. Ringer, al hablar de la historia

3 Si bien Tilly destaca el aspecto esencialista del individualismo, esto se debe al énfasis que hace en las “desigualdades categoriales”. Hay que recordar que la esencia traduce, en el concepto, a la substancia. 4 Tal puede ser el caso de la teoría de F. A. von Hayek sobre el “falso” y el “verdadero” individualismo (1958: 6 y ss.). Otro ejemplo son las teorías del “capital social”, que han gozado de cierto auge y que han servido para legitimar políticas de estado, y que aunque parecen reconocer su importancia, en realidad implican una imagen muy deformada y parcializada de las estructuras sociales (Marrero, 2006). 5 Conviene advertir que esta concepción de la reflexividad no tiene nada que ver con la que ha popularizado George Soros (1999) en su discurso autolegitimador. 6 El significado prístino del término “teoría” (θεωρειν) es “punto de vista”, perspectiva, enfoque. Así, una de las formas como ha sido expresado el pensamiento relacional-reflexivo es como análisis del “sistema de los puntos de vista” (Bourdieu, 1999b:9). Como advierte Ghasarian: “La idea nietzscheana de una conciencia ‘perspectivista’, de acuerdo con la cual los ‘hechos’ son interpretaciones constituidas y todos los puntos de vista son subjetivos, tiene muchos puntos en común con la reflexividad crítica en las ciencias sociales” (Ghasarian, 2008:251). 7 Otra forma, no menos dramática, es la que podría ensayar cualquier científico social al tomarse a sí mismo como objeto, tal y como hizo Pierre Bourdieu en su Esquisse pour une auto-analyse (Bourdieu, 2007).

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social del conocimiento hay que desconfiar de la perspectiva “que sostiene que las ideas son

causas incausadas” para adoptar, en cambio, una perspectiva relacional y reflexiva que tome

en cuenta, no la influencia per se entre ideas o pensadores, sino el conjunto de posiciones y

trayectorias de los productores de ideas en el campo intelectual o científico, así como sus

luchas (simbólicas) por imponer unas determinadas ideas, y la inmersión del campo

intelectual o científico en una sociedad y una cultura dadas, además del grado de autonomía

de dicho campo en relación con otros ámbitos, particularmente el del poder político (Ringer,

2010: 197-200). De este modo, se estará en condiciones de señalar, si no el único, sí el más

importante factor no científico de polarización en las ciencias sociales. Así pues, el primer

continuum “individualista )-relacional” habría que combinarlo con otro definido por su mayor o

menor autonomía en relación con la política (Lebaron, 1997).

En este trabajo partimos de dos supuestos, el primero de los cuales es que dicho factor no

científico es de naturaleza estrictamente política, es decir: la adopción de una perspectiva

más individualista o una perspectiva más relacional ha sido, al mismo tiempo, una opción

epistemológica y política; sólo de esta manera se pueden explicar las divergencias teóricas

en las ciencias sociales, particularmente en la sociología y la economía, no obstante que

desde hace mucho los historiadores han advertido que el poder político ha representado una

fuerza heterónoma frente a la cual estas ciencias han tenido que ir construyéndose

trabajosamente su autonomía teórica (Deane, 1993).8

La historia de la política y de la filosofía moral (Schneewind, 2009, Held, 2001) nos enseña

que hay dos fuerzas antagónicas en cuya tensión se engendran las diferentes realizaciones

del Estado como máxima institución social y que no sería posible circunscribir a ningún par

de etiquetas o nombres9. Lo que sí se puede decir, es que corresponden a dos tendencias

que difieren en su respuesta la pregunta esencial sobre cuál debería ser la función del

Estado respecto de la distribución de los bienes entre los individuos. En este pregunta

leemos, entre líneas, conceptos como “derechos”, “justicia”, “igualdad” y “democracia”; el 8 Lo cual no descarta la eventual coincidencia, nunca perfecta, de teóricos de inspiración relacional con posturas políticas que en última instancia fundan su legitimación en una visión poco relacional de la realidad económica y social. Es el caso de la tesis de la “tercera vía” cuyo autor, el sociólogo inglés Anthony Giddens, recibió de Pierre Bourdieu una de las más ásperas críticas: “consejero de comunicación del príncipe” lo llamó el sociólogo francés, “tránsfuga del mundo universitario al servicio de los dominantes, cuya misión es poner en términos académicos los proyectos políticos de la nueva nobleza del Estado y de la empresa.” (Bourdieu, 2000). 9 En la historia se les ha dado varios nombres: conservadurismo y progresismo, derecha e izquierda, Antiguo Régimen y Nuevo Régimen, liberalismo y regulacionismo, dictadura y democracia, capitalismo y socialismo, pero al final todas estas etiquetas siempre han resultado ambiguas o imprecisas.

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problema es que cada uno de estos términos ha tenido un significado diferente en una u otra

postura o fuerza antagónica, pero ambas los esgrimen constantemente. Como sea, se

acepta que históricamente la ciencia económica se ha diferenciado y autonomizado de la

economía política, lo mismo que la sociología de las “ciencias políticas” (Deane, 1993: 152).

En realidad, la discusión de las relaciones entre los fines puramente cognoscitivos de las

ciencias sociales y los fines puramente prácticos, cuya formulación más elocuente fue dada

por Max Weber en los textos que componen El político y el científico, de 1910 (el título del

presente trabajo es una paráfrasis del mismo), es un tema que está muy lejos de haber sido

resuelto.10

El segundo supuesto puede ser mucho más polémico que el primero, ya que consiste en la

idea de que la perspectiva relacional no sólo es epistemológicamente superior a la

individualista, sino que también es políticamente superior. 11 De hecho, no deberían

sorprender las ventajas explicativas, e incluso políticas, de dicha perspectiva relacional por

dos simples razones, ambas de orden histórico y epistemológico: primero, porque la noción

misma de ciencia social, sobre todo cuando pensamos en sociología, implica lógicamente no

sólo a los individuos sino a las estructuras de las relaciones entre ellos, por lo tanto tiende a

una visión más comprehensiva de toda la sociedad y, por ende, más afín a una concepción

de lo político. Segundo, porque ya desde inicios del siglo XX al menos los historiadores y

filósofos de la ciencia (destacan Ernst Cassirer en Alemania y Gaston Bachelard en Francia)

habían advertido que, en su evolución histórica, las ciencias en general progresivamente y

en lo fundamental tienden a superar una fase substancialista y esencialista para adoptar

formas relacionales.12

Pero ¿en qué se funda esta “superioridad política”? Las ciencias sociales tienen por fin último

elaborar una verdad científica acerca del mundo social, mientras que las ciencias políticas y

la política misma constituyen un espacio de luchas también por la verdad sobre el mundo

social, pero en constante tensión con una lucha por el poder, particularmente sobre el Estado

y su capacidad de controlar la acumulación y redistribución de recursos de todo tipo. Es por

10 Así, por ejemplo, a pesar de las muchas afinidades (y amistad) entre J-C Passeron y Pierre Bourdieu, ellos siempre discreparon en este respecto (véase Passeron, 2003: 34-35). 11 Aunque no se comparte la tesis como tal, parece que en este sentido iría la intuición de Hayek respecto de la relación entre lo que él llamó el “verdadero individualismo” y su concepto de “socialismo” (Hayek, 1958). 12 Intución que confirmarían, entre otros, Jean Piaget, Thomas S. Kuhn y Michel Foucault, cada uno a su manera.

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esto que las ciencias sociales están constantemente influenciadas por las fuerzas políticas a

través de innumerables mecanismos de poder temporal (por ejemplo: el condicionamiento del

financiamiento de la investigación a determinadas temáticas impuestas como “prioritarias”).

Empero, es posible que conocimientos elaborados por las ciencias sociales funcionen como

“ideas reguladoras” que orienten la práctica política: dada su construcción metódica, racional

y factual (Bourdieu, 2002: 9-10). Ya Weber había advertido esta coincidencia entre ciencia

social y política, así como la necesidad de diferenciar entre buscar el conocimiento y la

emisión de juicios sobre lo social (De L’Estoile, 2003:138). Ergo, se puede postular que la

perspectiva relacional-reflexiva puede orientar mejor la práctica política porque explica mejor

el mundo social.

Este esquema es del todo legítimo y de ninguna manera nos instala en una concepción

hegeliana de la historia de las ideas, ni en un positivismo histórico radical, aunque

ciertamente es de naturaleza estrictamente histórico. No se pretende entonces desarrollar

una teoría epistemológica vacía de hechos históricos (esto es, deshistorizada) y aislada de

las estructuras sociales, aunque tampoco parece fructífero reducirlo todo a las “condiciones

históricas” obviando la especificidad los procesos de producción científica. Cabe precisar que

no se pretende llevar a cabo una minuciosa reconstrucción histórica de la génesis y

evolución de la economía y la sociología, de hecho ni siquiera se ensaya un bosquejo, sino

solamente se destacan algunos puntos clave de esa historia (con el auxilio de algunos

autores) que permiten llegar a algunos planteamientos útiles. Por otro lado, es sabido que la

historia social de las mismas ciencias sociales no se ha escrito completamente, por lo que se

tiene que partir de lo que la historia y la sociología del conocimiento han logrado con tanto

esfuerzo.

La sociología del trabajo en América Latina.

En otra parte (Sandoval, 2010) he realizado un estudio acerca de los atributos característicos

de la sociología del trabajo en la región latinoamericana (en la medida que atenerse a esa

delimitación geopolítica de la teoría social es posible). Primeramente, he observado, con

otros sociólogos, que la sociología latinoamericana en general, a diferencia de la

norteamericana o la europea, está marcada por la necesidad y la urgencia; necesidad de

aportar conocimientos científicamente validados acerca de sus sociedades y urgencia por

contribuir a la superación de las desigualdades e injusticias, así como el anhelo de una

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sociedad democrática. Por ello, la sociología latinoamericana suele ser una sociología

política, más activista o militante.

En tensión con esta tendencia, comprensible, se ha advertido que las sociología

latinoamericana ha sido “promovida por organismos internacionales, por el Estado o por

grupos académico-intelectuales e intervino en discusiones relevantes en la vida pública”, lo

cual ha permitido que la sociología se desarrolle como profesión, pero en el mismo proceso

su autonomía se ha visto vulnerada (Rubinich, en: Lahire, 2006: 13-14). En otras palabras, el

campo científico latinoamericano ha sufrido una fuerte heteronomía. Aunada a esta

heteronomía, dentro del propio campo internacional de producción científica se puede

apreciar una creciente dependencia de la ciencia social producida en los países dominantes,

predominantemente los Estados Unidos de Norteamérica13.

Empero, y en contra de lo que podría creerse, se debe advertir que esta heteronomía

también ha estado presente en los países desde los cuales históricamente se nos ha dictado

la teoría social, específicamente Francia, Alemania, Inglaterra y los Estados Unidos de

Norteamérica (Gingras y Mosbah-Natanson, 2010). Aquí, como allá, el problema de la

autonomía de la sociología se ha planteado más de una vez. Lo que cambia son las formas

que esa heteronomía adopta, así como el grado en que fuerzas e intereses ajenos ejercen

alguna influencia en el campo de las ciencias sociales, manifestando características propias

ya sea en Europa14, Estados Unidos15 o América Latina16.

Así pues, en América Latina la sociología económica se ha cultivado principalmente bajo la

forma de una sociología del trabajo, con todas las determinaciones, tanto locales como

internacionales, que han pesado sobre ella. Por esta razón, es que programa de 13 “We can conclude that (…) the globalization and internationalization of research have essentially favoured Europe and North America, the regions that were already dominant. Furthermore, the autonomy of the other regions has diminished and their dependence on central actors, as measured by citations, has increased over the past twenty years.” (Gingras y Mosbah-Natanson, 2010:152-153). 14 The reform of research funding in different European countries led to tension between traditional academic research, based on a long-term vision, secured status and relative autonomy, and the project-based and outputdriven model characterized by short-term objectives and more external constraints, including reporting requirements and the proprietary status of results.” (van Langenhove, 2010:84). 15 La existencia de una gran cantidad de científicos sociales en un país como los Estados Unidos genera una forma de heteronomía específica marcada por un pragmatismo social: “North American social science is increasingly oriented outward and focused on pressing public problems.” (Calhoun, 2010:58). Al respecto, ¿hace falta recordar aquí la diferencia epistemológica básica entre “problema social” (esto es, “público”) y “problema sociológico” (esto es, científico) y cómo confundirlos engendra un obstáculo epistemológico? (cfr. Bourdieu, Passeron y Chamboredon, 1979). 16 La vinculación racional y crítica de las ciencias sociales con la problemática social, empero, no es imposible y es incluso necesaria, como se pretende en el caso de América Latina (Cimadamore, 2010b:108-109).

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investigación de largo plazo que he adoptado toma como punto de partida precisamente el

tema del trabajo a partir de la sociología económica, para de ahí, arribar la postulación del

paradigma relacional-reflexivo antes descrito.

Caso Práctico: El valor trabajo en una región de México.

Ahora reseñaré los resultados de una reciente investigación que llevé a cabo en una región

de México, bajo los principios de la sociología relacional reflexiva. Consideramos que esa

investigación da indicios de la manera cómo es posible analizar la actividad laboral desde su

significado como práctica social vinculada a las estructuras sociales (y económicas) totales.

Esto es, cómo la estructura y dinámica del mercado laboral local, en tanto campo social,

traduce las relaciones de fuerzas y la distribución de los capitales del espacio social en el

cual está inscrito, pero bajo su propia lógica, esto es, la económica17.

En ese trabajo se enunció la hipótesis de que en las economías actuales, una situación

normal sería aquella en la que el individuo puede sostener un equilibrio entre dos formas de

valoración del trabajo (lo que se ha denominado “la doble verdad del trabajo”) y sepa

“negociar” con ambas: una valoración objetiva del trabajo (función económica), al mismo

tiempo que una valoración subjetiva del trabajo (función social o moral). En relación con el

tema del trabajo, lejos de concebirlo como un bien más, existente en un “mercado perfecto”,

esto es, un conjunto unificado de transacciones libres entre oferentes y demandantes, se

entiende como una actividad con un sentido social, además de meramente económico, por lo

tanto, sujeto a innumerables mediaciones institucionales, sociales y culturales.

La investigación realizada ha permitido mostrar cómo la restructuración del trabajo en esta

región (en breve, siguiendo la tendencia global hacia la terciarización) no se ha dado al

17 La línea de investigación en la que se inscribe este trabajo está fuertemente (aunque no exclusivamente) inspirada en la sociología de Pierre Bourdieu, sobre todo en su vertiente económica (v. Lebaron, 2007 y 2010), así como en las teorías económicas congruentes con las ciencias históricas, es decir, las teorías de la economía institucionalista (Gandlgruber, 2010) y, entre éstas, particularmente la regulacionista francesa (Boyer, 2003) y los análisis de Granovetter (1994); sobre la afinidad entre Bourdieu y Granovetter, ver el artículo de Rodríguez (2001). Debe precisarse, empero, que tampoco una exposición prolongada y sistemática a la racionalidad económica, garantiza que los agentes actúen totalmente de acuerdo a ella, como lo dejan entender numerosos estudios históricos, empíricos y experimentales (Viale, 2009).

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margen de su sistema de valores tradicionales, sino de acuerdo a una tensión entre ambos18.

El viejo sistema de valores (ya trastocado parcialmente por la fallida política agraria) en su

encrucijada con la actividad laboral tal como es determinada por el sistema económico actual,

se ve expresado principalmente, pero entre otras cosas (representación social del trabajo,

cultura laboral, creencias, etc.) por las transformaciones en la división sexual del trabajo,

transformaciones que están estrechamente vinculadas a las variaciones en el capital escolar

y el capital económico.

Más detalladamente: La reestructuración económica, y por lo tanto la reestructuración del

campo del trabajo, marcada esencialmente por la apertura al sistema global, la liberalización

y flexibilización, aunado a la ausencia de una política agraria eficaz, así como al relativo

fracaso del proyecto de industrialización de la región, enfrenta a la población contra sí misma

y la divide: los segmentos con menos capital económico, cultural y social, tradicionalmente

dedicados a las actividades primarias, se ven en una doble disyuntiva (seguramente más o

menos decisiva según, precisamente el volumen y estructura de sus capitales):

primeramente, emigrar o permanecer en la región. Aquí, observamos que la principal

motivación para emigrar no se puede reducir sólo al factor económico, expresado como un

mayor ingreso, sino que interviene el sistema de valores según el cual se le asigna al varón

exclusivamente la responsabilidad de proveer al hogar.

De este modo, quienes permanecen viven una segunda disyuntiva: de permanecer en la

región y ser condenados a la exclusión y la pobreza, o bien a permanecer y adaptarse a las

nuevas condiciones (básicamente la terciarización del trabajo). En el primer caso, eso

significa aferrarse al viejo sistema de valores (expresado, pero no reducido, a la forma de

división sexual del trabajo y consustancial con otros tipos y jerarquías de valores,

principalmente morales y religiosos mismos que, eventualmente, se presentan como

sucedáneos de un criterio propiamente político).

En el segundo caso, quedarse en la región significa abandonar o, más precisamente,

reinterpretar el viejo sistema de valores, flexibilizándolo y relativizándolo. Un factor decisivo

es el grado de escolarización (que además es correlativo al grado de urbanización) que, 18 El presente estudio específico se basa en una batería de reactivos (de los cuales algunos fueron de tipo Likert) que se incluyó en un cuestionario aplicado a una muestra de 101 pobladores de diecisiete (17) localidades que en su mayoría conforman la región de Jalisco conocida como la Ciénega. Los aspectos metodológicos, un encuadramiento teórico más amplio, así como el análisis de resultados preliminares de la encuesta han sido publicados en otras partes (Sandoval, 2010a, 2010b y 2010c).

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como espada de doble filo, por un lado abre la posibilidad o al menos la promesa de una

mejor vida, pero por otro lado prepara y predispone a las personas para adaptarse y

conformarse a las nuevas condiciones del campo económico y laboral y, por lo tanto, para

modificar (cuando no a despreciar) el antiguo sistema de valores y en ese mismo grado, las

estructuras sociales que le son consustanciales. Recordamos las palabras de Pierre

Bourdieu: “La unificación del mercado de los bienes económicos y simbólicos tiene como

primer efecto el de hacer desaparecer las condiciones de existencia de valores campesinos

capaces de plantearse frente a valores dominantes en tanto que antagonistas, al menos

subjetivamente, y no sólo en tanto que otros (…) La dependencia limitada y velada va dando

progresivamente paso a una dependencia profunda y vislumbrada, incluso reconocida”

(Bourdieu, 2004: 222-223).19 Abordaré para ilustrar esto, sólo algunos aspectos destacados

de la investigación realizada20.

Transformación en los roles sexo-económicos.

Muy ilustrativos de este fenómeno son los resultados obtenidos al preguntar quién

consideran los encuestados que “debe llevar los ingresos al hogar”. Agregando los datos por

sectores, se observó que al pasar del Sector Primario al Terciario, la asignación exclusiva al

esposo del rol de proveedor de ingresos va disminuyendo, conforme aumenta la asignación

de esta responsabilidad a ambos cónyuges prácticamente en una proporción inversa.

Similar tendencia se aprecia también al ir ascendiendo en la escolaridad de los encuestados,

apreciándose que el punto en el que se origina la inversión (de señalar al esposo, a señalar

la ambos cónyuges) se opera en aquellos que tienen educación secundaria (es decir, la

media nacional, y local, de alrededor de los 8 años de escolaridad). Pero también se observa

que en la medida que los ingresos se consideran superiores, aumenta la opinión de que

ambos miembros de la pareja deben contribuir y, a la inversa, conforme se consideran

inferiores aumenta la tendencia a atribuir esa responsabilidad al esposo, lo cual seguramente

refleja más que una mera opinión, una situación de hecho: la participación de ambos

miembros eleva los ingresos al mismo tiempo que aleja a la población del antiguo sistema de

valores, pues al parecer quienes permanecen más apegados a ese sistema de valores están 19 En otra parte he mostrado cómo este enfoque teórico es útil para explicar no sólo la destrucción del sistema de producción agrícola tradicional, sino también para explicar cómo el capital transnacional, representado por emporios empresariales, encontró puntos de enclave en lugares remotos, generando las condiciones de la actual economía mundial (Sandoval, 2010d). 20 Esta parte de la investigación puede consultarse en: Sandoval, Ruíz y Ramírez (2012).

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condenados a tener menos ingresos y, por lo tanto, a vivir en condiciones también inferiores.

Así, el argumento típico de los que afirman que ambos deben contribuir al ingreso familiar, es

que los tiempos que corren (percibidos como de penuria económica y laboral) así lo exigen

(Sandoval, 2010a).

No obstante la evidente inserción laboral dentro del Sector Terciario, hay que advertir que

también está fuertemente determinada por otros factores de orden social, primariamente por

la clase social de origen, donde juega un papel importante la estructura de los capitales

económico y cultural de la familia, y secundariamente la pertenencia de los individuos a los

grupos de género sexual, grupos étnicos, religión, gremios y sindicatos. Igualmente sucederá

con su representación del trabajo y todos los conceptos relacionados con el mismo (criterios

para obtenerlo, para fijar su precio o salario, su relación con el grado de instrucción, su

concepción jurídica, la relevancia o forma de su relación con aspectos de seguridad social –

salud y previsión del retiro, fundamentalmente-, es decir, su grado de formalidad).

Conviene advertir que lo que se trata aquí no es solamente un tema “de género”, es decir,

aquellas transformaciones en la división sexual del trabajo se corresponden al mismo tiempo

con las transformaciones en el trabajo y con las transformaciones en las estructuras sociales.

Estudiar el estado que presenta la división sexual del trabajo es una forma, entre otras

posibles, de estudiar las estructuras sociales del trabajo (en sentido general). Esto debido a

que, a diferencia de un abordaje habitual entre muchos estudios “de género”, en esta

investigación se toma en cuenta que las formas de las relaciones entre los sexos no existen

nunca totalmente separadas de la estructura de las relaciones en el espacio social (a través

de las homologías), lo cual explica, entre otros aspectos, la fuerza con la que se imponen

objetiva y subjetivamente. Así, las transformaciones en el plano de las relaciones entre los

sexos siempre son correlativas a, o incluso causadas por, transformaciones en otros planos

(como el económico, el cultural y el demográfico), y viceversa (Bourdieu, 2000b:103-136).21

Terciarización y morfología social.

Hablar de terciarización del trabajo se ha vuelto actualmente un “lugar común”, pero eso no

quiere decir que se conozca todo acerca de este fenómeno. En un sentido amplio, se refiere

21 El papel del factor de género o sexual en la morfología de la población económicamente activa no es un tema menor: basta con apreciar, por ejemplo, el lugar central que ocupan en teorías como la de los Mercados Transicionales de Trabajo las transformaciones morfológicas de género en la población trabajadora (Schmid, 2009).

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a una tendencia mundial de concentrar la fuerza de trabajo en el sector económico Terciario.

En este sentido, se puede ver como algo natural que la población económicamente activa de

mayor escolarización (particularmente de nivel superior) se concentre en ese sector. En este

último razonamiento generalmente se asume que los egresados de la educación superior

encuentran, como decíamos, un nicho casi natural en ese sector debido a su perfil y

competencias más bien intelectuales. Sin embargo, análisis más detallados pueden

demostrar que en un país la absorción de ocupados con mayor educación en realidad no

tiene por qué ser tan uniforme, sino que puede tener una distribución más compleja

diferenciando, por ejemplo, quienes están graduados, quienes aun estudian y ya trabajan, o

quienes poseen educación superior incompleta porque han abandonado los estudios,

mostrando cómo cada subgrupo se distribuye en diferentes subsectores no sólo dentro del

Sector Terciario, sino de los otros dos sectores, distinguiendo así niveles de actividad

económica de bajo, medio y alto nivel educativo22.

Por otro lado, es preciso tomar en cuenta que la terciarización no determina en buena

medida sólo la inserción laboral, sino que determina la formación misma de los jóvenes que

se insertan laboralmente en ese sector, es decir, ya opera desde antes del ingreso de los

jóvenes a la Universidad: en otra parte, hace una década, se ha sostenido que la elección de

carrera y las expectativos laborales, económicas y sociales (es decir la búsqueda de

capitales económico, social y simbólico) de los jóvenes está de hecho orientada por los

mercados laborales de la actividad económica terciaria con anterioridad incluso a su

“elección” de carrera (Sandoval, 2000).

La distribución final (real) de los egresados (y “desertores”, o mejor dicho, expulsados) dentro

del Sector Terciario, así como en los otros sectores, estará también fuertemente determinada

por otros factores de orden social, primariamente por la clase social de origen, donde juega

un papel importante la estructura de los capitales económico y cultural de la familia, y

secundariamente la pertenencia de género sexual, grupo étnico, religión, etcétera23.

Salario

Mientras que el criterio básico en el mercado del trabajo para calcular un sueldo suele ser el

sueldo promedio, los entrevistados consideran criterios más importantes, en este orden, “el

22 Tal es caso de los estudios realizados en Argentina por Riquelme (2006: 306 y ss.). 23 Desde nuestra perspectiva, según el modelo teórico expuesto por Pierre Bourdieu (1998).

13

esfuerzo invertido”, las horas dedicadas y la experiencia; mientras que la capacitación o

formación que se posea no parece ser un criterio básico (sólo el 12% refirió “el salario

promedio”).

Si bien el “salario o sueldo promedio” no es más que una forma, muy general, de fijar el

precio del trabajo (hay otros factores que se pueden considerar, fundamentalmente los

costos y las características específicas y diferenciales de cada empleo, así como maneras

alternativas o complementarias de fijarlo, por ejemplo por cálculos marginales), desde una

perspectiva neoclásica (modelo de “competencia perfecta”) es un método válido equivalente,

teóricamente, al punto de equilibrio (para cada mercado de trabajo). Sin embargo, es bien

sabido que generalmente en el proceso de fijación de salarios intervienen un sinnúmero de

factores de orden institucional, es decir, factores sociales, particularmente las negociaciones,

lo que desde la teoría económica neoclásica suele denominarse “fallas de mercado”. Es decir,

que las teorías económicas no ortodoxas (institucionalistas) obtienen otra (ciertamente muy

modesta) confirmación con este resultado.

El trabajo como moral.

Ante una situación de desempleo, se buscará mantener la dignidad manteniéndose

ocupados en algo, lo que sea, antes que exhibir su condición de desempleados, así la

función netamente social del trabajo se mostrará en toda su expresión, es decir, como algo

moral (Bourdieu, 2006:103-104), mientras que el aspecto económico será obviado: se trata

de enviar el mensaje al círculo social inmediato, y de convencerse a sí mismo (a la manera

en que lo describiera E. Goffman), de que no se está desempleado por pereza o

incompetencia, pues uno se puede mantener “ocupado”, aunque objetivamente no se esté

contribuyendo económicamente.

De este modo, en la encuesta realizada para este estudio, el 86% estuvieron en total acuerdo

en que, cuando una persona se enfrenta al desempleo, debe aprovechar el tiempo realizando

una actividad en su domicilio aunque no sea remunerada y nunca abandonarse al ocio.

Como suele ocurrir en sociología, reactivos como éste, y sus respuestas, adolecen de una

interpretación aparentemente trivial. Si bien es cierto que sólo la observación y las

entrevistas más sistemáticas, junto con el análisis de factores contextuales, deben conducir a

conclusiones más sólidas (tarea para la que este estudio proporciona algunas bases), no es

exigir demasiado a un instrumento considerar todas sus implicaciones. Así, el hecho que el

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común de las personas (en este caso el 86% de la muestra) considere que una persona

desempleada debe realizar alguna actividad en su hogar, aun no siendo una actividad

económicamente productiva y retribuida, antes que abandonarse al ocio, pone de manifiesto

una arraigada valoración moral del trabajo.

Lo anterior resulta confirmado, y la vez matizado, por el hecho de que únicamente la tercera

parte (33%) de los encuestados considera que “sólo se puede llamar trabajo al que reporta

una ganancia en dinero” y el 23% está de acuerdo pero con reservas, mientras que el

restante 45% dicen estar en total desacuerdo con esa afirmación. Es decir, predomina la

opinión de que hay actividades que deben ser consideradas como auténticos trabajos, aun

cuando no se reciba ninguna remuneración por su realización.

Desagregando los datos, se observa que es entre los que trabajan en el Sector Terciario

(54%) donde es menos aceptada. También es rechazada conforme aumenta la escolaridad

(hasta llegar al 58% entre los que tienen educación superior) y, a la inversa, es más

aceptada conforme disminuye la escolaridad (con un 50% entre quienes tienen hasta

primaria). Quienes no contribuyen al sostenimiento de otros tienden a rechazar también esta

afirmación (80% de los que están en esa condición) mientras que tiende a ser más

homogénea la postura de los que sí sostienen a otros, aunque aún entre éstos son la

mayoría los que la rechazan (en total acuerdo el 35%, de acuerdo con reservas el 27%, en

total desacuerdo, 38%).

En otras palabras, si bien en general existe esta concepción del trabajo más cercana a la

función social (moral), se aprecia que ella está en función principalmente del nivel de

instrucción, lo cual es correlativo del sector económico y la condición de proveedores de

hogares (y, a través de ello, del sexo de los encuestados). Aunque éstas son apenas

tendencias, se puede decir que son congruentes con las teorías sociológicas del trabajo

vigentes, en tanto que nuestros análisis muestran que a mayor escolaridad o instrucción y a

mayor distancia de los trabajos más físicos, mayor es la tendencia a considerar al trabajo

como una actividad entre otras igual de importantes, como una realización humana (en todas

sus versiones), y más como un derecho que una obligación, es decir, los individuos tienen

una visión más escolástica del trabajo, constituyendo una versión práctica del concepto de

trabajo defendido por la misma Méda (1998) como Bildung a partir de idealismo alemán.

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El 46% piensa que el trabajo es una actividad igual de importante que otras actividades

humanas y el 43% que es la más importante de las actividades humanas; el 7% opina que es

una actividad totalmente diferente a otras actividades humanas y que no tiene sentido

compararlo con ellas. Pero, al desagregar los datos por nivel de escolaridad, vemos que

conforme ésta aumenta, aumente la tendencia a considerarlo una actividad humana entre

otras y, a la inversa, conforme disminuye la escolaridad aumenta la tendencia a considerar el

trabajo la más importante de las actividades humanas.

La situación escolástica –del griego skolé – es señalada por Bourdieu como aquella ya

caracterizada por Aristóteles y Platón como “ocio productivo”, situación privilegiada de

liberación de los urgencias cotidianas, toma de distancia de la doxa u opinión vulgar, primera

ruptura epistemológica que posibilita la actividad reflexiva pero que, eventualmente, puede

institucionalizarse y favorecer un “olvido” de esa ruptura, lo que se convierte la base de los

“errores escolásticos”, de los cuales destaca el error del “epistemocentrismo”. La forma

esencial de este tipo de errores consiste en proyectar o universalizar de algún modo la propia

condición; el prototipo está representado por la famosa afirmación de Descartes en El

Discurso del método: “El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo (“Le bon sens

est la chose du monde la mieux partagée.”). De hecho, la teorías económicas dominantes

actualmente están fundadas sobre un error de este tipo (cfr. Sandoval, 2010a). Dicho con

otras palabras, las cosas se idealizan. Pero, ¿qué sentido puede tener esta idealización del

trabajo, en el caso concreto de nuestra encuesta?

Esta tendencia es más clara al observar que el hecho de no enfrentar la responsabilidad de

sostener a otras personas (relacionada con la edad –más jóvenes-, el sexo –alta

representación femenina- y la escolaridad –predominio de educación posbásica-) influye en

la concepción del trabajo como una actividad social o disociada de su función económica;

precisamente las características más marcadas de la fuerza de trabajo en el Sector Terciario.

Llegados a este punto, es forzoso preguntarse si estos resultados no están relacionados con

la llamada “flexibilización del trabajo”, que suele asociarse a la terciarización y la

liberalización del trabajo, pues al parecer la educación posbásica, de hecho ya la secundaria,

a diferencia de los que poseen un perfil más bajo, provee a los individuos de un conjunto de

competencias que posibilita su inserción en el Sector Terciario, y es más claro en aquellos

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que lo hacen por cuenta propia, disimulando la realidad objetiva del subempleo en muchos

casos.

El 60% está de acuerdo, y un 35% de acuerdo pero con reservas, en que “una persona sin

empleo debe autoemplearse comercializando algún producto o prestando un servicio aunque

sea informal”. Además, el 55% le hubiera gustado dedicarse a otro trabajo diferente al que

tienen, dentro de los que desarrollan una actividad en el Sector Terciario piensan así el 55%.

No obstante, como ya se dijo antes, esta forma idealizada de concebir del trabajo está

presente, en diferentes proporciones, en todos los encuestados. ¿A qué se puede atribuir

esto? Una hipótesis de trabajo que se impone con mucha fuerza, apunta hacia la vida

religiosa de la región, es decir, puede deberse a una representación de base religiosa

(católica) que, como sabemos, tiene una interpretación esencialmente moral del trabajo.

De nuevo, podemos tomar a la Ciudad de Ocotlán como caso paradigmático de la región. Allí

observamos que la fiesta religiosa mayor constituye el evento central de la vida social,

económica y cultural de la ciudad: la fiestas en honor del Señor de la Misericordia entre

septiembre y octubre, que se inician con la así llamada “entrada de los gremios” al templo,

consiste en que cada una de las actividades económicas del municipio es representada por

contingentes compuestos exclusivamente por varones que ingresan al templo para renovar

su “juramento” de lealtad al Señor de la Misericordia (durante este ritual sólo estos varones

tienen acceso al templo). Al respecto se ha señalado el papel central del gremio de los

agricultores en esta celebración ritual (Hernández, 2007).

Todo esto contrasta con los datos objetivos respecto de la actual estructura de las familias, el

estado de la jefatura de las mismas en la región y las transformaciones recientes en el

sistema de valores, que tiende a sustituir los criterios tradicionales para atribuir ese papel,

por un criterio puramente económico y sobre todo respecto del estado de la agricultura (en

general el Sector Primario) prácticamente irrelevante en la actualidad en esta región

(Sandoval, 2010a). Es decir, ¡el mencionado ritual destaca en el plano simbólico

exactamente aquellos aspectos del viejo sistema axiológico-social que el estado actual del

trabajo y la economía local, en el plano de lo concreto, han desdibujado y relegado cada vez

más!

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Conclusión.

En cuanto al objeto abordado, “el valor trabajo”, no se ignora que ese exactamente es el

nombre con el que se conoce la teoría económica clásica que va de Smith, pasando por

Ricardo y concluyendo con Marx y todas las corrientes derivadas del marxismo y que, desde

el aggiornamiento de la economía neoclásica hasta la actualidad, se ha relativizado o incluso

minimizado (desde “el fin del trabajo” de J. Rifkin hasta el “valor en extinción” de D. Méda).

En efecto, como recordara alguna vez el economista norteamericano Kenneth E. Boulding

(1970), Adam Smith fue un profesor de filosofía moral, y en esa fragua fue hecha la

economía, de ahí que Smith la considerara la más moral de las ciencias. Históricamente, el

aspecto “moral” del trabajo fue paulatinamente relegado por la economía mientras que era

profundizado por la sociología; así pasamos de la división social del trabajo (Marx), a la

división del trabajo social (Durkheim), pasando por la exaltación de la economía como ciencia

wertfrei (libre de valores) weberiana, con la consecuente delegación (errónea) del estudio de

los “problemas sociales” a la sociología (Boulding, 1970; Lenoir, 1993:57-58; Collins,

1996:32).

No se está, empero, proponiendo un retroceso: como ha dicho Pierre Bourdieu, con lo

mejores sentimientos se hace la peor sociología, es decir, el trabajo científico implica el

control de las valoraciones para lograr la mayor objetividad, lo que no significa, como también

estableciera Max Weber, que la subjetividad no pueda ser, a su vez, objeto de análisis; ni

tampoco que en un momento dado los resultados de la ciencia no puedan ponerse al servicio

de la sociedad.

Como ha sucedido con otros aspectos de la ciencia económica, hace falta revisitar las teorías

clásicas para constatar que hubo ahí muchas intuiciones que fueron luego olvidadas o

relegadas. Se ha advertido en este sentido, el papel de los marcos institucionales

(particularmente el referido al Estado) que ya había sido advertido por los clásicos (Marengo

y Pasquali, en: Viale, 2009:79; Gandlgruber, 2010:16) pero que ha permanecido como una

forma de análisis menor marginado de las grandes corrientes. Suerte similar ha sufrido el

tema del trabajo, que ha llegado a quedar reducido al problema de la estimación de su precio

(el salario) en relación con los costos de producción, todo esto dentro del marco abstracto

neoclásico del “mercado perfecto” (Tilly, 2000:31,42 y 44).

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En contraste, habría que recordar una definición de mercado de trabajo construida a partir de

un análisis históricos y empíricos concretos, como la definición “estructural” que ofreció el

economista estadounidense O. W. Phelps a mediados del siglo XX (Pillai, 2010: 2): después

de observar que no hay un mercado del trabajo único, sino mercados de trabajo con

estructuras propias, caracteriza a éstas como “el conjunto de los mecanismos que rigen de

manera permanente la cuestión de las diferentes funciones del empleo –reclutamiento,

selección, afectación, remuneración- y que, originadas ya sea en la ley, el contrato, la

costumbre o la política nacional, tienen como función principal la de determinar los derechos

y los privilegios de los empleados e introducir cierta regularidad y previsibilidad en la

administración del personal y en todo lo que se refiere al trabajo” (Phelps, citado por

Bourdieu, 1990: 265).

En conclusión, la clave para entender, tanto económica como sociológicamente el trabajo y

los mercados de trabajo, es de orden estructural o relacional. Eso significa no perder de vista

nunca que sin las estructuras sociales que lo sustentan y dan sentido, el trabajo sería

simplemente incomprensible: la división social del trabajo es al mismo tiempo una división del

trabajo social, y viceversa.

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