Post on 24-Jan-2023
TIEMPO DE VOLVER:
EL RETORNO AL PASADO EN LA PREFERENCIA DE LOS LECTORES
ARGENTINOS
Prof. Silvia GiraudoLic. Patricia ArenasInstituto de ArqueologíaFacultad de Ciencias Naturales e I.M.L. U.N.T.griegolibros@arnet.com.arparenas30@hotmail.com
“Dicho en términos sencillos, en estemomento el pasado vende mejor que el futuro”.
Andreas Huyssen
INTRODUCCION
Más allá de profecías apocalípticas y de agoreros
análisis sobre la incidencia de la televisión, Internet y
demás medios de comunicación en la difusión del libro como
objeto de consumo masivo, lo cierto es que hoy, en nuestro
país, se lee más que veinte años atrás. No sólo pareciera cada
vez más claro para el gran público que el libro continúa
siendo irremplazable, sino que desde el Estado nacional se
vienen implementando políticas (siempre insuficientes, para
nuestras aspiraciones) destinadas a activar este consumo
cultural.
Alguna vez se dijo que lo que se vende en las librerías
es “un signo de los tiempos”. La afirmación de carácter cuantitativo
que hiciéramos en el párrafo anterior trae aparejada, también,
1
una marcada diferencia en cuanto a los géneros de mayor
preferencia: hoy se lee más, pero no lo mismo que hace veinte años.
A partir de la experiencia como librera de una de las
autoras y de las estadísticas de venta, hemos podido observar
que, desde hace unos diez años, en las librerías argentinas –
en las que la afirmación del ensayista alemán que tomamos como
epígrafe de este ensayo puede aplicarse literalmente-, hay una
marcada predilección por la novela histórica en general y por la
argentina en particular.
Los grados de ficcionalidad dentro de este orden
narrativo varían desde el relato biográfico o la biografía
novelada (Irigoyen de Félix Luna o Alexandros de Valerio Maximo
Manfredi), hasta las narraciones donde los personajes son
creados por el autor pero ubicados en un contexto histórico
“real”, en el sentido de existencia histórica, más o menos
documentada (La Tierra del Fuego de Silvia Iparraguirre o Indias
blancas, de Florencia Bonelli).
.
A ellas se suman los ensayos de corte historicista sobre
el pasado, no tanto académicos como de divulgación, para un
público amplio: nos referimos a libros como Mitos de la historia
argentina, de Felipe Pigna, Simón de José Ignacio García
Hamilton o Argentinos, de Jorge Lanata. Se trata, en general,
de textos que buscan develar aspectos de la vida del país o de
sus figuras más reconocidas que habían quedado ocultos,
inadvertidamente o a propósito, porque no eran considerados
relevantes, porque no respondían al proyecto político vigente
2
o porque no resultaban convenientes para el poder político de
turno.
Por otra parte, y como dato de contraste, la ciencia
ficción ha quedado relegada a algún anaquel olvidado, que
visitan sólo nostálgicos o viejos cultores del género.
(Eventualmente, un profesor de literatura pide a sus alumnos
como texto de lectura un Fahrenheit 451, de Ray Bradbury o un
Sueños de robot de Isaac Asimov, pero el caso escolar hace tan
poco a nuestro análisis como el Poema del Mio Cid o Facundo).
Populares colecciones que alcanzaron un merecido prestigio en
los años sesenta y setenta, como Minotauro o Nebulae,
prácticamente han desaparecido.
Podemos por lo tanto afirmar –y ésta es la hipótesis
fundamental de nuestro ensayo - que la mirada de los lectores
argentinos hacia el futuro ha quedado clausurada: han dejado
de indagar sobre el mañana y se han vuelto –casi se diría que
obsesivamente- hacia el ayer1.
Este fenómeno, que no es privativo de nuestro país sino
que, de hecho, ha sido observado en casi todos los países
occidentales, ha llevado a muchas editoriales a crear o a
reforzar colecciones destinadas a la temática histórico-
biográfica. Por ejemplo, el Grupo Editorial Sudamericana, bajo
el sello Sudamericana edita la colección “Narrativas
1 Indagado al respecto el gerente general de Sudamericana –hoy uno de losgrupos editoriales más importantes en lengua hispana-, el señor FranciscoLafalse, respondió enfáticamente que, en efecto, salvo el caso de IsaacAsimov, no tendría él mayor interés en editar novelas de ciencia-ficción,“que han dejado de tener salida en el mercado”.
3
Históricas” y bajo el sello Grijalbo, la colección “Novela
Histórica”. La primera tiene la mayor parte del catálogo
dedicada a la historia argentina (con excepciones como Las
memorias de Adriano de Yourcenar y Las cuatro estaciones de Manuela de
Víctor von Hagen). Los textos, en términos temporales, se
refieren a la época de la Colonia y de la Independencia, con
algunas singularidades contextualizadas a inicios del siglo
XX, como es el caso de Confesiones de un Dandy de Danilo Albero.
Esta colección hace centro en las reconstrucciones
biográficas: el énfasis está puesto en la vida cotidiana de
los personajes y en sus relaciones personales, con una nota
intimista. En buena parte del catálogo, los personajes
biografiados son mujeres (Felicitas Guerrero, Ana María Cabrera, la
Perricholi, Las cuatro estaciones de Manuela, Inés Suárez).
La otra colección, “Novela Histórica”, no apunta a
personajes argentinos sino de la historia europea, en el
contexto de la construcción de Occidente como espacio
histórico e identitario: tal es el caso de El médico del Sultán de
César Vidal (biografia de Maimónides) o Hiram. El arquitecto de
Reyes de Bernard Lentéric.
La serie “Memoria Argentina”, de Emecé (una de las
editoriales pioneras del país, fundada por Bonifacio del
Carril y hoy integrante del Grupo Editorial Planeta), está más
cerca del ensayo que de la ficción. En este caso, lo que se
edita son antiguos textos que estuvieron durante muchos años
ausentes de las librerías, como Un viaje al país de los matreros de
4
Fray Mocho o La Representación de los Hacendados de Mariano Moreno,
como así también relatos de memorias y de viajes como Viajes por
América Meridional de Alcide d`Orbigny.
Por su parte, Tusquets Editores cuenta con la colección
“El Elefante Blanco”, que hace eje en relatos de viajeros,
diarios de viaje y crónicas: Diario de viaje de un naturalista alrededor
del mundo de Charles Darwin, Días de ocio en la Patagonia de William
Hudson, Viaje a la Patagonia Austral de Francisco Perito Moreno, son
sólo algunos ejemplos. Los textos de esta serie, en general,
aportan imágenes socioculturales y de paisaje al momento de
construcción de la nación argentina.
La temática de los inmigrantes aparece también en la
narrativa histórica: se trata de relatos que giran en torno a
la vida de los inmigrantes en nuestro país, sobre todo de
aquellos que llegaron en las grandes oleadas de fines del
siglo XIX y principios del XX. Los lectores –marcados aún por
aquel lugar común tan discutible de que “los argentinos descendemos
de los barcos”- suelen reconocer en éstas las historias de sus
abuelos y bisabuelos, es decir, los recorridos de biografías
familiares. El subgénero fue iniciado magistralmente por El
Santo Oficio de la memoria, de Mempo Giardinelli y continuado luego
por otras, como Las ingratas, de Guadalupe Henestrosa e Historias
de la inmigración, de Lucía Gálvez, o relatos de tipo biográfico
como Mamá, de Jorge Fernández Díaz. También han aparecido
investigaciones académicas sobre el tema, como Los vascos en la
5
Argentina, de la Fundación Vasco Argentina Juan de Garay e
Historia de los italianos en Argentina, de Fernando Devoto.
Párrafo aparte merecen los textos de carácter
testimonial y los que pertenecen al así llamado “periodismo de
investigación”, que también han alcanzado en los últimos años
una notable difusión: al primer grupo corresponden, por
ejemplo, Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso, Cristo
revolucionario, de Lucas Lanusse y Mujeres guerrilleras, de Marta
Diana. Al segundo, Civiles y militares, de Horacio Verbitsky, La
Voluntad, de Martín Caparrós y Eduardo Anguita y El presidente que
no fue, de Miguel Bonasso. Este subgénero, que a nuestro juicio
forma parte también de la narrativa histórica, si bien se
trata de una historia más reciente, tiene sus propias
características, tanto desde el punto de vista textual cuanto
de su recepción y de las razones de su difusión.
ALGUNAS CONSIDERACIONES TEÓRICAS SOBRE LA NARRATIVA
HISTÓRICA:
No es nuestra intención problematizar sobre este género,
que ha tenido una gran incidencia en la historia de la
literatura latinoamericana2, sino apuntar algunas
consideraciones de índole teórica, a fin de consolidar las
bases para responder al interrogante fundamental de este
ensayo, que es: ¿Por qué un porcentaje tan elevado de lectores2 Según Noé Jitrik (1995), es a partir de los años 60 que va a
ocupar un lugar fundamental en el florecimiento y actualización de lanarrativa en el continente.
6
argentinos se han inclinado en los últimos años por él, en
detrimento de otras escrituras, como la ciencia ficción?
Desde siempre, se entendió que la novela histórica
pone en relación materiales, voces y sentidos devenidos de
distintos orígenes y tradiciones: el acceso al pasado tiene
muchas rutas y no es sólo monopolio de la historia.
Varios críticos han trabajado en estos últimos años en
la idea de que la novela histórica necesita una
reconsideración teórica. El eje de las discusiones se centra
en la relación que establece la narrativa con la historia.
Si consignamos la naturaleza híbrida de su origen, tal
vez podamos explorar en plenitud todas las manifestaciones
discursivas que construyen sus relatos. Una perspectiva
rígida en cuanto a las definiciones de historia y literatura
sólo podría empobrecer el análisis; por ello, parece
necesario pensar ambos campos en su propio devenir: para poder
echar luz sobre la inmensa producción de los últimos años en
este género, es preciso revisar la evolución y las
transformaciones de la escritura de la historia y de la
narración histórica, es decir, tener en cuenta la tradición
que precede y orienta a ambas manifestaciones (Carrillo
P.2004). Así, es posible que pueda considerarse a la novela
histórica no como una concurrencia fallida entre las dos
perspectivas, sino como un cruce fructífero entre discursos
diferentes, en el espacio de su propio género. Paul Ricoeur
y Hayden White, entre otros, no dudan de la fertilidad del
encuentro.
7
Sin embargo, no podemos dejar de señalar una dificultad
que se ha suscitado, sobre todo para el lector común o poco
avisado, en esta conjunción de géneros, cual es el carácter
equívoco del pacto de lectura: se trata, en palabras de
Andreas Huyssen, de “una inestable negociación entre el hecho y la ficción”
(2007: 18). Tradicionalmente, resultaba más o menos claro el
límite entre ficción y no ficción y el receptor sabía bien de
qué lado debía pararse. Hoy, el límite se ha desdibujado y con
frecuencia sucede que el que lee una novela histórica termine
confundido con respecto a cuánto debe creer y cuánto en ella
es pura imaginación del autor. Un caso paradigmático, en este
sentido, es Santa Evita, de Tomás Eloy Martínez3.
Estas novelas pueden ser entendidas también como una
reelaboración o cuestionamiento de la historia; como un género
capaz de “reinventar la historia”; apta, asimismo, para ofrecer una
idea más autentica del pasado y para renovar los discursos
sobre ese pasado. Además, el género ha tenido un papel crítico
al dar voz a los silenciados de la historia y contestar con la
verdad a las mentiras de la historia oficial.
La narrativa histórica se permite revisar y reinterpretar
los momentos vedados y velados por la escritura canonizada y
exponer ciertas lagunas historiográficas con el fin de
despertar actitudes polémicas. Se trataría de una suerte de3 Mucho más notable aún, como ejemplo de lo que señalamos y por lasreacciones que se sucedieron en todo el mundo, fue el caso de El Código DaVinci. Si bien no puede ser catalogada como novela histórica, sino,eventualmente, como novela de suspenso, toma datos históricos que recrea yreelabora según la conveniencia de la trama ficcional. Para muchos lectorescorrientes, fue muy difícil entender que Dan Brown nunca se propusoargumentar una tesis, sino, como él mismo manifestó en una entrevista,simplemente escribir un best seller exitoso.
8
“conciencia histórica” que se revela en ella, una historia
problematizada cuya naturaleza metahistórica quedaría en
evidencia.
Este tipo de narrativa puede considerarse como un intento
del género novela de ofrecer alternativas a las necesidades de
transformación de los ámbitos discursivos que la sustentan.
Su auge es parte de un proceso mayor que restaura los centros
urbanos, la museografía, muchos aspectos de la cultura; que
produce procesos constantes de patrimonialización, que hace
del retro una moda, que escribe memorias, testimonios y
biografía y que produce innumerables documentales históricos
en televisión, incluyendo un canal estadounidense enteramente
dedicado a la temática, el History Channel. Asistimos a una
constante “museización”, una manía preservacionista donde
la novela histórica se hace presente, contribuyendo a lo que
Charles Maier denomina la “era de auto-arqueologización”.
¿POR QUÉ SE LEE HOY NOVELAS HISTÓRICAS?
El marketing del pasado es un fenómeno a nivel mundial,
como ya dijimos: todas las editoriales occidentales han
consignado el incremento en la demanda de novelas históricas;
sin embargo, es también, como toda práctica de la memoria, una
práctica política y, en tanto tal, su ámbito es nacional,
porque está ligada a las historias de naciones y estados
específicos. En consecuencia, creemos que la pregunta sobre la
causa debe ser respondida en ese marco. Nos preguntamos,
entonces, qué representaciones del imaginario colectivo
9
argentino subyacen a la preferencia de los lectores por
autores como Felipe Pigna, María Rosa Lojo, Valerio Manfredi y
tantos otros.
Habitualmente, un lector de novelas busca en el libro el
placer de un relato bien contado, satisfacer su curiosidad por
cómo son o cómo pudieron haber sido las vidas ajenas,
identificarse con el o los personajes y, de esa manera,
ensanchar su horizonte de vidas posibles o hacer catarsis o,
más sencillamente, pasar un rato agradable. En general, varias
de estas razones confluyen en una misma persona.
¿Es éste el caso, o algunos de ellos, en lo que concierne
a la novela histórica?
El lector corriente del género hoy prefiere una trama
bien desarrollada y una lectura amena y ágil, pero no suele
ser un exquisito en materia formal. Es posible, incluso, que
a un seguidor de Lucía Gálvez o de Valerio Manfredi las obras
de un Alejo Carpentier le resulten pesadas, difíciles,
farragosas. Ha leído lo suficiente como para no admitir una
sintaxis confusa, diálogos poco creíbles o descripciones
carentes de brillo; pero no pretende mucho más que eso.
Claramente, busca satisfacer una curiosidad de índole
intelectual; este lector, si pide la ayuda del librero, suele
indicar: “Quiero un libro que me deje algo, que me enseñe algo”. Con
frecuencia, se trata de alguien que siente que leer relatos de
ficción es “perder el tiempo, porque son cosas irreales”. La
identificación con los personajes varía; depende sobre todo de
cómo el lector construye la distancia entre aquéllos y su
10
persona. En algunos casos, percibe el tiempo y la distancia
que lo separa de los hechos narrados como una barrera que lo
deja en un plano absolutamente ajeno; en otros, tiene la
sensación de que la condición humana es siempre la misma, sin
importar cuáles sean los ropajes espaciotemporales.
De una u otra manera, este lector lee sobre todo como una
forma de entretenimiento: no es su intención profundizar
demasiado o continuar luego con una ulterior investigación;
terminada la lectura de La última legión, de Manfredi, o de Cómo
vivido cien veces, de Cristina Bajo, el saldo ventajoso es el de
haber pasado un rato agradable y de haber, de paso,
incorporado un nuevo conocimiento. En este sentido, creemos
probable que uno de los factores que abonan la difusión del
género sea que se trata de textos que no demandan del lector
una enciclopedia demasiado vasta, ni un esfuerzo cooperativo
mayor.
Con lo antedicho, no intentamos banalizar el hecho que
estamos describiendo ni acotarlo a un análisis de mercado; en
realidad, creemos que las “modas”, en tanto fenómeno social,
son un emergente de las estrategias con que un colectivo
construye su imaginario, con todas las implicancias
ideológicas que ello trae aparejado. En todo Occidente,
resulta evidente que los hechos acaecidos a lo largo del siglo
pasado fueron de una envergadura tal, que marcaron fuertemente
las representaciones sociales. El trauma del Holocausto -que
enseñó que para el hombre no es posible vivir en paz en la
diferencia- y los otros Holocaustos de fines del siglo XX:
11
Ruanda, Kosovo, Bosnia, Irak, ponen en tela de juicio el
futuro de la Humanidad y la ya agotada idea de progreso en el
marco del proyecto iluminista, motor de la modernidad. Esos
escenarios, sumados a otras experiencias igualmente
traumáticas vividas en distintas regiones del planeta (las
guerras de descolonización, los “apartheids”, el hambre y la
pobreza que operan verdaderos genocidios en varios países del
así llamado Tercer Mundo), dan por tierra con lo que Huyssen
(2007: 13) llama los “futuros presentes”, sobre todo ante la
evidencia de la ilimitada capacidad de destrucción (de sus
semejantes y del planeta) de la especie humana.
Si mirar hacia delante sólo puede producir pavor,
entonces es preciso desviar los ojos y mirar hacia atrás:
“Desde la década de 1980, el foco parecería haber pasado de los futuros presentes
a los pretéritos presentes, desplazamiento en la experiencia y en la percepción del
tiempo que debe ser explicada en términos históricos y fenomenológicos”, dice
Huyssen (2007: 13)4.
El futuro, pues, ha dejado de existir; al menos, en la
romántica versión del “sueño por un mundo mejor”. El presente, por
su parte, tampoco existe: la obsolescencia programada de la
sociedad de consumo y la vertiginosa velocidad de los
adelantos tecnológicos reduce de manera alarmante el ciclo
vital de los objetos que nos rodean, tanto como la depredación
humana parece haberlo hecho con el medio ambiente. Al mismo
4 Huyssen añade, en una nota al pie que nos parece altamente significativay reproducimos aquí: “Naturalmente, la noción enfática de “futuros presentes” sigueoperando en la imaginería neoliberal sobre la globalización financiera y electrónica, una versión delparadigma modernizador anterior tan desacreditado, actualizado para el mundo pos-Guerra Fría”.
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tiempo, paradójicamente, se alarga la vida de hombres y
mujeres.
El énfasis temporal de la imaginación utópica pasó así de
la anticipación a la rememoración. El pasado aparece como un
lugar de anclaje más seguro, más cierto, más sólido. El pasado
y la muerte se configuran como las únicas certezas del hombre
contemporáneo.
Este mismo fenómeno, que acabamos de describir a una
escala global, sucede asimismo en nuestro país, donde se
añaden ingredientes locales: Argentina ha vivido, hace aún
pocos años (pocos en tanto medida histórica), su propio
Holocausto: nos referimos al período de la última dictadura
militar, cuyo saldo, que aún no termina de evaluarse, va
todavía más allá de treinta mil desaparecidos: es la
construcción misma de la nación como representación
identitaria colectiva lo que ha sido puesto en juego. Se ha
hecho necesario, entonces, revisar toda nuestra historia;
preguntarnos una vez más sobre qué cimientos estamos parados;
quiénes somos y de dónde venimos; cuál es el relato en el que
nos reconocemos mayoritariamente.
Ciertamente, esa vuelta al pasado no está exenta de
conflictos: el caso de los textos sobre José de San Martín en
el marco de los 150 años de su muerte es paradigmático del
campo de disputa por el relato histórico y los distintos
géneros del abordaje. La publicación de Hugo Chumbita, El secreto
de Yapeyú (2001), Don José de García Hamilton (2000), Seamos
Libres de Norberto Galasso (2000), y la publicación de la tesis
13
de doctorado de Patricia Pasquali, San Martín (2000), son
algunos de los muchos textos –incluidos artículos
periodísticos- aparecidos en sólo doce meses. La discusión -
reflejada en los medios de comunicación- hizo centro en el
posible origen indígena de la madre del prócer. En este campo
se confrontaron la investigación académica, el ensayo y la
biografía y una parte del gran público se involucró en ello
con entusiasmo.
LA RELACION ENTRE RELATO HISTÒRICO Y MEMORIA
En contextos de “modernidad líquida“5 -fragilidad, inseguridad,
volatilidad y precariedad-, se buscan asideros para poder
pensar estos cambios vertiginosos que redimensionan el
espacio-tiempo. Las conmemoraciones, los textos y la
instalación de marcas territoriales de memoria tornan al
sistema recuerdo-olvido en un tema crucial, al dar cuenta de
experiencias traumáticas tales como la de la represión. En
esos territorios, proliferan textos, documentales,
exposiciones, museos, libros testimoniales, novelas
históricas, monumentos, resignificación de espacios
públicos, .recuperaciones de lo silenciado, revisiones e
invenciones. Es en este proceso de inscripción de la memoria
en diversos soportes -también dentro de los medios académicos-5 Cf. Baumann, Z. (2002). La era de la modernidad sólida ha llegado a sufin. Los sólidos, a diferencia de los líquidos, conservan su forma ypersisten en el tiempo, en cambio, los líquidos son informes y setransforman constantemente: fluyen. Por eso la metáfora de la liquidez esla adecuada para aprehender la naturaleza de la fase actual de lamodernidad. Es el momento de la desregulación, de la flexibilización, dela liberalización de todos los mercados. No hay pautas estables nipredeterminadas en esta nueva versión de la modernidad.
14
donde la memoria, siempre selectiva y fragmentaria, pasó a
ser útil y necesaria, instalándose en un discurso histórico
que discute desde otras posiciones su estatuto de verdad
objetiva y neutralidad académica, y planteando una interesante
reflexión sobre la memoria y la historia. La historia no
siempre puede creerle a la memoria, y la memoria desconfía
de una reconstrucción que no ponga el centro los derechos del
recuerdo, dice Beatriz Sarlo (2005: 86).
No existe una sola memoria sino interpretaciones varias,
diversas, simultáneas y, a veces, contradictorias, de la misma
manera que no hay “una verdad” histórica o, mucho menos, una
memoria colectiva que aglutine los recuerdos de toda una
sociedad. Siempre alguna de estas memorias tiene pretensiones
de ser hegemónica. Allí es donde se dan las batallas. Sin
duda, estas experiencias habilitan a la reflexión y
contribuyen a instalar el tema en la circulación social de las
ideas. Pero, qué tipo de memoria(s) se legitiman, qué
huellas materiales se preservan, qué historias se relatan,
qué nuevos sujetos se constituyen?
Estas memorias producen imágenes y saberes en el campo
social, logrando amigos y enemigos, detractores e
indiferentes. Tras el borramiento de las fuentes tradicionales
de identidad y autoridad –instituciones sociales, ritos, la
figura del padre (en tanto función paterna), se fortalecen
movimientos individualistas que operan produciendo un sujeto
creador de su propia identidad. Las memorias, puestas en
15
circulación a partir del entrecruzamiento de narraciones
individuales y sociales, participan en tanto crean imágenes de
la construcción de procesos identitarios de los colectivos.
La novela histórica, en todas sus formas, constituye para
ello un aporte. Es conveniente tener en cuenta el papel del
arte en este sentido: cuando se trata de registrar
acontecimientos, el arte adquiere –al igual que la Historia-
una dimensión mnémica, es decir, la capacidad de preservar el
recuerdo de hechos que forman parte del pasado de un grupo y
que lo han marcado identitariamente. El arte viene así a
completar la tarea de la memoria, siempre parcial, siempre
frágil, siempre huidiza, siempre subjetiva y, de ese modo, a
cumplir un papel pedagógico en el seno de la vida social.
Ahora bien, ¿no le compete a la Historia esta
preservación de la memoria? ¿No es éste su papel evidente,
aquel para el cual ha sido creada? Coincidimos al respecto con
Daniel Bauer, quien destaca:
“…nos encontramos hoy en una situación análoga a la del punto de
vista de Aristóteles6, pero no porque se considere que la Historia no
dispone de un entramado conceptual adecuado para tipificar la acción
humana, sino todo lo contrario, porque mediante su discurso convierte en
normales situaciones que por su naturaleza deberían romper el marco
teórico en el que son inscriptas. Al contrario del discurso histórico, es en
6 El autor se refiere al pasaje de la Poética donde el Estagirita apunta quetanto el arte como la Historia tienen por tema la acción humana en comunidad,aunque en el primero el énfasis estaría puesto en lo típico y permanente, yen la segunda en lo anecdótico. “De acuerdo con esta concepción canónica –diceBauer- la Historia se ocuparía de lo particular y azaroso mientras que el arte de lo universal eineludible”.
16
el ámbito de la representación artística no convencional que el pasado se
haría accesible de un modo más auténtico.”
(En Lorenzano y Buchenhorst 2007: 265)
La novela histórica, como el relato testimonial, tienen
la capacidad de narrar los sucesos de manera más vívida; de
dotar a los personajes de una carnadura de la cual el discurso
histórico con frecuencia los despoja; de involucrar los
sentimientos y comprometer la voluntad del lector como no
puede hacerlo aquél. Mientras el discurso histórico intenta
convencer, alegando argumentos racionales, la narrativa, al
poner en escena pasiones y afectos, tiene una eficacia
persuasiva innegable.
LA VOZ DE LOS QUE NO TIENEN VOZ
A partir de la década de 1960, los procesos de
descolonización y las luchas de liberación en distintas partes
del mundo abren el camino a cambios de perspectiva
estrechamente relacionados entre sí, en tres campos
distintos: aparecen nuevos movimientos sociales de corte
popular, generalmente de izquierda, emerge la necesidad de
historiografías alternativas y revisionistas y, en la
literatura, aparece el personaje subalternizado con carácter
de protagonista. Lo que estas tres modificaciones tienen en
común es la apremiante exigencia de dar voz a los que no
tenían voz.
17
Desde Los condenados de la tierra (1967), de Franz Fanon –de
reciente reedición- se plantea entonces en los textos
literarios una cuestión tan vigente en la antropología
contemporánea, cual es la construcción del Otro: ¿cómo aparece
ese sujeto que siempre ocupaba papeles secundarios,
sometido, dominado, sojuzgado? ¿De qué manera creíble un
pobre, una mujer, un negro, un esclavo, un indígena, un
rebelde al orden establecido, pueden ser delineados como
capaces de tomar las riendas de su propio destino? En este
sentido, cabe asimismo preguntarse si victimizarlo no sigue
siendo un modo de sometimiento; si, colocada en ese espacio,
esa narrativa no se convierte en una literatura de derrota.
En estos últimos años, abundan en las librerías
argentinas las novelas y biografías que giran en torno a estos
caracteres tradicionalmente marginados: en los relatos
históricos, Castelli -redescubierto como “la voz de la
Revolución”-, Moreno, el General Paz. El indígena como
protagonista de un hecho histórico y de la novela que lo narra
aparece, por ejemplo, en La Tierra del Fuego, de Sylvia
Iparraguirre, o en La vuelta del ranquel (segunda parte de Indias
blancas) de Florencia Bonelli.
Resulta llamativo, desde el punto de vista de los
estudios de género, que todavía muchas mujeres son
biografiadas en términos de relaciones de parentesco, a partir
de sus vínculos sociales con una figura masculina reconocida:
señora de…, amante de…, hija de… Tal es el caso de La Condoresa.
Inés Suárez, amante de Don Pedro de Valdivia de Josefina Cruz de Caprile
18
y Lupe de Silvia Miguens, que biografía a María Guadalupe
Cuenca, la esposa de Mariano Moreno.
UN CASO SINGULAR: EL GÉNERO TESTIMONIAL
El género testimonial es, a criterio de muchos estudiosos
del tema, netamente latinoamericano y tiene su origen en la
década del 60 en Cuba: la institución del premio Casa de Las
Américas a la novela testimonial en 1970 es tomada como fecha
de nacimiento para un tipo de escritura cuyo carácter
permanece aún en disputa: para algunos se trata,
efectivamente, de un género propiamente dicho; para otros, de
un rasgo o, en todo caso, de un subgénero dentro de la novela
histórica.
Las bases del concurso de la Casa especificaban la
importancia de la documentación directa y del conocimiento de
los hechos por parte del autor. Es decir, en el testimonio
debe primar la descripción de la realidad, con un sentido
profundamente histórico: en esta característica radica la
razón del parentesco entre el testimonio y el periodismo, la
investigación y la entrevista antropológica: todas estas
textualidades tienen en común el hecho de que se suponen
transcripciones “fieles” de sucesos reales. Sin embargo, la
posibilidad de adscribirles un carácter de “verdadero” es
harto discutible, precisamente porque se trata de
construcciones discursivas.
19
Pese a ello, el pacto con el lector conlleva la
voluntaria aceptación, por parte de éste, de la veracidad de
las afirmaciones del testimonialista: esta credibilidad es
probablemente una de las marcas más importantes del género, y
al mismo tiempo produce una permanente tensión entre la
destrucción de la ilusión ficcional y la imposibilidad de
reflejar exactamente lo sucedido.
La relación entre testimonio y verdad nos lleva a
plantear otra: la que podría existir entre testimonio e
historia. A nuestro juicio, la mayor diferencia está en que la
historia constituye siempre una versión “oficial”, canonizada,
de los sucesos ocurridos; el testimonio es la “otra” historia,
la historia silenciada, marginada; por lo general, la historia
que los grupos de poder y las clases dominantes prefieren
ignorar. La “historia oficial” se pretende objetiva,
científica, aséptica; el testimonio está hecho, con
frecuencia, de la carne y la sangre de los que no tienen
cabida en aquélla. En este sentido, el testimonio pareciera
estar más cerca del los trabajos de memoria, lo que le permite
a Marcio Seligmann-Silva afirmar que
“Si el arte y la literatura contemporáneos tiene como centro degravedad el trabajo con la memoria, (o mejor dicho: el trabajo de lamemoria), la literatura de testimonio, a su vez, es la literatura parexcellence de la memoria. Pero no de simple rememoración, de“memorialismo”. Antes que nada, esa literatura trabaja en el campomás denso de la simultánea necesidad de recordar y de la imposibilidadde hacerlo”
(En Lorenzano y Buchenhorst 2007:278)
20
En el caso de la literatura testimonial que con mayor
frecuencia se vende en estos días, se trata siempre de aquella
que se refiere a los años de la represión en el marco de un
genocidio: demasiado próximos, demasiado conflictivos,
demasiado dolorosos aún para haber entrado de lleno en la
historia oficial, el recuerdo de los hechos acontecidos en la
década del 70 está, en su mayor parte, contenido en esos
textos casi siempre desgarradores, en los que el sujeto de la
enunciación suele ser un protagonista o un testigo directo7.
Es claro, a nuestro juicio, que el antecedente directo de
esta narrativa es la literatura del Holocausto, devenido, al
decir de Andreas Huyssen, en un “tropos” universal: “En el
movimiento transnacional de los discursos de la memoria, el Holocausto pierde su
calidad de índice del acontecimiento histórico específico y comienza a funcionar
como una metáfora de otras historias traumáticas y de su memoria” (2007:17).
Los lectores de textos testimoniales sobre la represión
en la Argentina pueden ser divididos en dos grandes grupos: el
primero y el mayor es el de hombres y mujeres de entre 45 y 60
años, que en aquellos años de la dictadura tenían por lo
menos edad para ser actores directos o indirectos. En este
caso, pareciera que de lo que se trata es de seguir sumando
piezas a un rompecabezas que permanece incompleto: tanto, que
eventualmente no se distingue aún con claridad de qué figura
7 Un dato a ser tenido en cuenta, para un análisis político, es que sonmuchos más los libros escritos por ex-montoneros que los escritos por exmilitantes del ERP.
21
se trata. Más que relatos, este colectivo busca explicaciones
sobre lo vivido y sobre el papel que le tocó desempeñar.
El segundo grupo, cuantitativamente menor, corresponde a
una franja de jóvenes de ambos sexos, de entre 20 y 35 años.
Ellos sí, antes de saber porqué, quieren saber qué pasó en ese
tiempo del que no tienen recuerdos pero del que han oído
hablar en sus entornos con tanto sentimiento. Están mucho
menos involucrados afectivamente y se permiten opinar con
mucha mayor libertad8.
Los lectores de ambos grupos, en general, suelen formar
parte de colectivos que hacen reclamos en la posdictadura: por
la verdad, es decir el destino de las víctimas; la demanda de
justicia por los delitos cometidos y su no prescripción y el
imperativo de la memoria o sea, la lucha por una memoria que
dé cuenta de lo acontecido.
Nos preguntamos por qué se lee este género hoy, más que
diez o quince años atrás. A nuestro juicio, son dos las
razones fundamentales: en primer lugar, porque los
protagonistas de los hechos sociales de la década en cuestión
necesitaron mucho tiempo para vencer el miedo, poder hacer a
un lado el dolor y ser capaces de relatar su versión de lo
sucedido, por su propia mano o a un letrado que la
transcribiera. En muchos casos, esos testimonios fueron dados
antes en el foro legal, con el objetivo de reclamar
justicia.
8 Nos parece interesante señalar que el 95 por ciento de los compradoresdel Nunca más, el informe de la CONADEP (Comisión Nacional sobre laDesaparición de Personas) pertenecen a esta franja etaria.
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La segunda razón radica, creemos, en aquello que apuntara
Fernando Reati: “La memoria se resignifica a diario subjetivamente y no se
recuerda aquello que se quiere sino aquello que socialmente se puede” (En
Lorenzano y Buchenhorst 2007:162), porque como dice Huyssen:
“La memoria de una sociedad es negociada en el seno de las creencias y los valores,
de los rituales y de las instituciones del cuerpo social” (2007: 144). Es decir,
la construcción de la memoria colectiva responde siempre a las
pautas políticas vigentes y forma parte de la disputa por el
poder.
Durante el gobierno inmediatamente posterior a la
dictadura, las heridas aún abiertas clamaban antes que nada
por justicia y, además, parecía necesario apaciguar los ánimos
y retomar, para la vida institucional y social, algún viso de
normalidad. Por otra parte, las estructuras económicas y
políticas del país y del extranjero que habían sostenido a la
dictadura militar no habían sido desmanteladas, y ejercían su
poder para que se hurgara lo menos posible en esas memorias.
El menemato, con las leyes de olvido (Punto Final y Obediencia
Debida), intentó clausurar los procesos sociales de memoria
dando por concluidas definitivamente las investigaciones.
Entre tanto, aparecieron los primeros textos testimoniales:
apenas unos pocos que no llegaban, todavía, a constituir una
masa fluida.
. Es recién en los últimos años, con una administración
política que comienza a hacerse cargo de las terribles
consecuencias del terrorismo de estado, que se genera un clima
colectivo propicio para pensar en revalorizar la memoria, en
juzgar a los culpables y en dar cuenta de todo lo vivido. Se
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reeditan relatos que estaban agotados, se escriben otros;
algunos, como Recuerdo de la muerte, de Miguel Bonasso, forman
parte de programas de literatura a nivel secundario o
universitario; la crítica literaria hace de ellos un objeto de
estudio.
ALGUNAS CONCLUSIONES:
Si bien el auge de la novela histórica resulta evidente,
ello no significa que deba ser trivializado como un mero
fenómeno de mercado. De hecho, en nuestras sociedades
capitalistas no existe un espacio puro, exterior a la cultura
de la mercancía. Como dijéramos al comenzar este ensayo, lo
que se vende en una librería es un signo de los tiempos, una
suerte de termómetro social que merece ser atendido.
Creemos que las causas por las cuales el lector argentino
se ha volcado al género son varias, que se entrelazan y
retroalimentan entre sí: en primer lugar y desde un punto de
vista global, los sucesos acaecidos a lo largo del siglo XX
han dado por tierra con el “mito del progreso” de la
Modernidad: el futuro ha desaparecido, al menos como espacio
de utopías. El presente, por su parte, se ha volatilizado en
manos de la aceleración de los cambios tecnológicos y la
depredación del planeta. Luego, sólo queda el pasado como
anclaje sobre el cual sea posible construir alguna certeza.
En segundo lugar, y remitiéndonos específicamente a
nuestro país, los años de la represión configuraron nuestro
propio trauma individual y colectivo, que aún debe ser
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elaborado, asumido, digerido. Tanto las víctimas como los
sobrevivientes y los hijos de ambos reclaman, además de
justicia, explicaciones, para lo cual eventualmente pareciera
ser necesario remontarse a los orígenes mismos de la nación.
En tercer lugar, la convergencia de los nuevos enfoques
historiográficos, la necesidad de un contradiscurso a la
“historia oficial” y la exigencia de dar la palabra a los
silenciados han estimulado el interés del público por los
relatos no canonizados por la academia.
Finalmente, la narrativa histórica cumple, en estas
circunstancias, dos funciones aparentemente contradictorias:
por una parte, constituye un texto de abordaje más sencillo
que el académico, por ejemplo, para un lector corriente, cuya
competencia no se ve sobreexigida; por la otra, los matices
más vívidos, más emocionales del relato, lo comprometen de
otra manera.
Para terminar, nos parecen adecuadas las palabras de
Andreas Huyssen:
“El recuerdo configura nuestros vínculos con el pasado; las
maneras en las que recordamos nos definen en el presente. Como
individuos y como sociedades, necesitamos del pasado para construir y
anclar nuestras identidades y para alimentar una visión del futuro.”
(Huyssen 2007: 143)
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BIBLIOGRAFIA
- BAUMANN, Zygmunt (2002): Modernidad líquida. Fondo de
Cultura Económica. Buenos Aires.
- CARRILLO P., Margot: La novela histórica. Las posibilidades de un
género.
- Conciencia activa. Nº6, octubre 2004.
- HUYSSEN, Andreas (2007): En busca del futuro perdido. Fondo
de Cultura Económica. Buenos Aires.
- LORENZANO, Sandra y Ralph Buchenhorst (2007): Políticas de
la memoria. Tensiones entre la palabra y la imagen. Gorla. Buenos
Aires.
- SARLO, Beatriz (2005): Tiempo pasado. Siglo XXI. Buenos
Aires.
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