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ALFONSO REYES Y EL SUR
Cada uno mira el mundo desde su ventana.
La mía es la literatura.
Alfonso Reyes
El propósito de todo ensayo es difícil de percibir en el
momento en que nos planteamos el tema. Algo se oculta allí
que debe aparecer en el discurrir de la escritura. Así,
sólo acumulando datos e impresiones surgidas de los mismos,
es como pudimos advertir que dialogar con la obra que
genera el gran escritor Alfonso Reyes durante su estadía en
el Sur era poner nuestra atención en instancias no
previstas. Al recorrer someramente la escritura de Reyes
surgida allí, advertimos de inmediato que no es lo mismo el
sur argentino que el sur brasileño aun cuando ambas
regiones pertenezcan a la misma área y formen parte de la
misma América e incluso con sociedades semejantes,
sesgadas por la misma impronta europea en la primera parte
del siglo xx. Y ello se perfila cuando al dejar las
orillas del Plata Don Alfonso se zambulle literalmente en
la vida y pasión del Brasil. Es este salto y los contrastes
que van de uno a otro lado lo que por fin sentimos que
debíamos tratar.
Sin embargo antes debemos pensar a Alfonso Reyes en esa
transición de los servicios diplomáticos en Europa a su
integración en el panorama latinoamericano e imaginarlo con
sus alforjas repletas de esperanzas. En su Diario revela el
estado de ánimo de los últimos días de su gestión europea.
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“Estoy resuelto a huir de tanta vanidad, de tanto baile,
tanta recepción en que traen al cuerpo diplomático
hispanoamericano en París. Se ve que lo usan como miserable
ornato de toda fiesta. Es espantoso. No me harán perder más
tiempo. Harto he tenido ya. Tengo mucho que escribir. Y,
además, quedarme en casa es ahorrar dinero, que buena falta
me ha hecho. El año de París ha sido despilfarro.” París, 17
de febrero de 1926 (I, 125)
Entonces “Nuestra América” se yergue para él como una
realidad tangible y compacta. La posibilidad de estrechar
lazos, crear nuevos vínculos, proponerse utopías de las
cuales darán cuenta su voluminosa tarea editorial, las
conferencias en el afán de acercar México a ese mundo del
hemisferio sur, sus innumerables encuentros con toda laya
de intelectuales afines y no tanto, su largueza en hacer de
su embajada en Buenos Aires y luego en Río de Janeiro, el
espacio propicio de encuentros sabrosos y plenos de
chispeante fraternidad latinoamericana.
Serán 12 años de voluntad insobornable para hacer de
nuestro continente una cartografía de encuentros cuyos
itinerarios se forjan al calor del ejercicio intelectual y
humanista de una conciencia que halla en la tarea su
compromiso. De 1927 a 1938 inclusive, Alfonso Reyes hace
del sur, entiéndase Argentina y Brasil, con descomunal
energía, el ámbito propicio para reunir y conjugar el
espíritu signado por Martí con la expresión “Nuestra
América” y luego aprehendido por el mismo Reyes a la luz de
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la clarividencia de quien fuera su amigo y primer maestro
Pedro Henríquez Ureña, quien junto con él, multiplicará en
ese sur todavía desprovisto de una clara elección
latinoamericanista, los ideales arielistas. Es decir,
pensar la América Latina con valores estéticos y
espirituales de la misma dimensión que los europeos,
encarnando hispanismo y americanismo sin jerarquías.
Y para comprender el volumen, los caminos y los atajos de
su trabajo literario, es imprescindible en primer término
echar una mirada a la atmósfera en que ha de discurrir su
tarea diplomática.
Cuando en aquel invierno de Argentina de 1927 aborda las
costas del Río de la Plata sabe que su tarea no será fácil.
Viene como primer embajador de América a las tierras
sureñas. Antes hombres mexicanos de la talla de Amado Nervo
o Luis G. Urbina habían abierto brecha para que los
porteños admiraran la dimensión intelectual de su pueblo.
No había sido elegido en vano. De puertas para afuera, si
la Revolución Mexicana hubo de asombrar al mundo culto de
la Europa centralista por puro pintoresquismo romántico, se
veían de otra manera por aquellos pagos los alcances
logrados con la primera revolución latinoamericana que
igualaba pueblos: indios y mestizos, criollos y gachupines.
Había que ser muy fino, muy sutil y cuidadoso de manera que
la sociedad argentina abriera sus puertas al recién
llegado. Alfonso Reyes era el indicado. Prestigioso y
prestigiado por sus éxitos en Francia y España, por los
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intelectuales europeos que se decían sus amigos y colegas,
no gratuitamente, sino a causa de una pluma imparable, a
cuyo efecto, a través de artículos, libros, publicaciones
culturales y literarias con acucioso nivel crítico,
traducciones y tarea editorial que llevaba y traía su
nombre de una metrópoli a otra, la apolínea Buenos Aires
debía rendirse.
Sin embargo Buenos Aires lo decepciona. No alcanzan las
amistades que entreteje, ni sus carísimos ejercicios de
ocio para estar “a tono”, no alcanza que sus mejores amigos
se codeen con el presidente Alvear como Victoria Ocampo, ni
que aquel mismo con todo su cuerpo diplomático inaugure la
embajada el 15 de septiembre de 1927. Los tres años en la
capital de Argentina es hacer de equilibrista entre grupos
que se detestan como los de Florida y Boedo, como Maréchal
y Borges, epígonos de aquellos, y donde atraer a mexicanos
y argentinos al bien común de la participación solidaria en
publicaciones del norte y del sur resulta una tarea
ciclópea porque siempre hay alguien que no se conforma,
alguien que se dice sobrar o faltar.
No obstante Reyes se empecina y se lanza a la tarea
editorial de Los cuadernos del Plata desde el primer momento aun
cuando hallen la luz sólo en 1929. Lo mismo hará con Libra,
esa revista soñada cuyo único número dio la pauta de la
importancia de integrar a los jóvenes creadores, de
apoyarlos y promoverlos. Así Ricardo Molinari Francisco
Luis Bernárdez, Ulises Petit de Murat, Eduardo González
Lanuza, Eduardo Mallea, Oliverio Girondo, encontrarán en el
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maestro mexicano, el reconocimiento que se merecían
haciendo luego lamentar a Bernárdez su partida: “Desde que
Vd. se fue Buenos Aires es insoportable. No sólo para mí.
Para todos los muchachos. Estamos desalentados, aburridos,
en el aire. No sé. ¿Para qué escribir? –me decía ayer el
amigo Molinari-, si ya se fue Don Alfonso? Es cierto. La
sola presencia de Vd era un estímulo. Ahora, Buenos Aires
vuelve a ser el Buenos Aires de siempre. Hostil. Receloso.
Duro.” (9 de abril, Bs As) www.iifl.unam.mx/html. El
testimonio vale por lo que revela: lo mismo sintió Don
Alfonso al llegar a la “reina del plata” y con esa
impresión partió para el Brasil. Una ciudad hostil,
recelosa, dura, que puso en cuestión al gobierno que
representaba, que juzgó duramente al estado mexicano sin
tener la menor idea de las carcterísticas de la guerra
cristera, que atacó su Embajada para repudiar el ejercicio
político interno de México en el último año de su estadía.
Y lo que es peor en el campo de la ética profesional de su
propia clase ilustrada, último reducto en donde confiaba
impulsar acciones para crear, ampliar y robustecer lazos
entre las juventudes de México y Argentina, fue testigo de
inercia y mala voluntad motivo más de mezquindades
personales que de visiones críticas y responsables.
También un país demasiado ajeno que lo llevaba a partir su
vida en dos, como si se tratara de dos Alfonso Reyes: por
un lado el hombre del ocio excesivo, según las convocantes
musas, Tandil con Nieves de Rinaldini, Mar del Plata con
Victoria Ocampo, y las fiestas de la alta burguesía donde
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era necesario estar presente para no perder huella, en
medio de prácticas y agasajos en el Golf Club y el Tennis
Club, el Club de rotarios y el Jockey Club, también
imprescindibles para sostener su perfil de intelectual y
gentleman. Y por el otro, el que se queja en secreto, el
que no se conforma con apariencias, ruido y éxitos sociales
y se lanza a escribir, publicar, editar, ejercer proclamas
de solidaridad literaria contra viento y marea, sin dejar
un solo resquicio en el intento de revitalizar la presencia
de México, empecinándose en el auspicio a los jóvenes a
quienes recibía los domingos en su Embajada y que
seguramente eran los que le provocaron mayores
expectativas.
“Entre pereza y falta de tiempo, se me van muriendo adentro
todos los temas que se me ocurren, en verso y en prosa. El
otro día pensé cómo podía empezar mi soñada Depuración de
América con un capítulo que sería “Examen de profecías”.
Todo eso de “la hora de América”, y las ideas de
Vasconcelos y Frank que flotan en el ambiente de nuestra
época, y de la decadencia de aquello y el nacimiento de lo
otro. Y si sí se puede hablar –en el estado actual de
intercomunicación humana y de nivelación geográfica– de la
posibilidad de una “cultura americana” futura diferente y
específica, que siempre he creído absurdo.” Buenos Aires, 30 de
noviembre de 1929. (Diario II, 161)
Sería excesivo transcribir la cantidad de veces en que
Reyes dirigiéndose a su gordo del alma, Genaro Estrada,
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encargado de Relaciones Exteriores y por lo tanto su jefe,
o a sus amigos más íntimos, señala su decepción en el rol
que le cupo en Argentina tanto como promotor, funcionario o
creador, aunque en todos los casos se haya esmerado al
punto de gastar de su propio bolsillo sumas considerables
para estar a la altura de las circunstancias. Esto es, ser
merecedor de pertenecer a la élite formada por los
terratenientes, dueños de la tierra, por aquellos que,
formados en la cultura europea más sofisticada, residían
una estación en París y otra en Buenos Aires, y por
supuesto nunca en sus estancias, salvo para exhibirlas
frente a los visitantes extranjeros. Y asimismo ser el
parteaguas entre una indiferencia continental respecto de
los vínculos en las letras y las culturas latinoamericanas
y sus protagonistas, y una toma de conciencia con
responsabilidad ejercitada en actos solidarios que nos
acercarían los unos a los otros.
De modo que al término de su gestión y ya en su nueva
condición de embajador en Brasil, le escribe a Gabriela
Mistral desde Río de Janeiro el 8 de octubre de 1930: “Mi
vida en Buenos Aires fue una crisis perpetua, y hay que
perdonarme. Aquella tierra, donde tengo y dejo afectos
ciertos y duraderos, tiene en el aire no sé qué elementos
irrespirables para el hombre que hacen de él otra especie,
cruel y altiva, sin plasticidad ni profundidad. (…) Creo
que aquel es el sitio más RARO, más EXTRAÑO (sic) del
mundo. Le confieso que no acierto definir bien lo que
siento. Y sin embargo, envidio para nuestros pueblos una
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que otra cualidad metálica, afirmativa, aunque grosera, de
esas que allí corren las calles.” (Tan de Usted, epistolario
Mistral/Reyes, 63)
La cita también vale para subrayar la sagacidad de Don
Alfonso al reconocer esa prepotencia que caracteriza a un
pueblo que como él mismo dice busca ser futuro todo el
tiempo y que por lo mismo avanza con éxito en busca de más
y más logros sin reparar en lo que pierde de humanidad y
templanza.
En este contexto acaso sería lógico presuponer que no es la
metrópoli porteña la que engalana la creatividad de Reyes
durante su estadía allí sino más bien en los primeros
tiempos su optimismo por el alcance de su tarea y junto con
él, su contacto con la mítica pampa y de la pampa los
albures propios de la gente de campo, el nombre de cierta
fauna como el teru-teru, la gracia del truco, ese juego de
naipes lleno de guiños y picardía donde cada jugada tiene
un verso, un dicho, una rima chusca que el mexicano
festeja. La otra lengua que se vuelve el Otro, el que
nombra las cosas de modo tan diverso que parecen enigmas. Y
así sin querer viene a dar con los versos de Mariano Brull*
que de alguna manera le revelan lo que él ya sabía: el
hablar del pueblo que es hablar poético, que es metáfora
viva y juego de ecos y resonancias y de cuyas vertientes
nace la poesía, poderosa, deslumbrante, sin razones sino
con el espíritu de la mayor de las fantasías, tan ociosa
como para que las palabras no necesiten servir a nada ni a
nadie, y se pongan a jugar, audaces, sueltas, misteriosas,
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desafiantes. Toca a Reyes poner nombre a estos juegos y
legitimar su costumbre. Nacen así las jitanjáforas, esas
endiabladas criaturas que se burlan de las buenas
costumbres, las buenas conciencias, el buen burgués, y como
las vanguardias históricas de Europa que habían sabido
popular y alegremente desvestirse de toda pompa, se apartan
de los museos y las convenciones para recrear la vida. Del
mismo modo que para crear y recrearlas, Alfonso Reyes debía
apartarse de una sociedad que no iba con su temple. De modo
que encuentra en las jitanjáforas la medida de su placer
literario, al mismo tiempo que suma a la acción estética el
desafío a las convenciones. Su estudio sobre ellas se
publica en el invierno de 1929 en el único número de su
revista Libra.
Sin embargo es en Buenos Aires quizás por la soledad
afectiva en la que se halla, quizás sencillamente porque
llega febrero y él languidece de nostalgias del terruño
tan lejos en distancia y tiempo, o porque ya ha pasado un
gran lapso y hay que saldar cuentas, o acaso a su sino le
falta la médula de su costado oculto y es necesario
alcanzar el desahogo de la última lágrima, es allí, es esa
tierra hostil, inhóspita, la que le permite el brote de su
más íntima piel, la Oración del 9 de febrero.
Para corroborar esta impresión valgan los dichos del mismo
Reyes el 30 de diciembre de 1929 a su amigo Genaro Estrada
en la correspondencia que cursaron entrambos:
Genaro: cuando volvamos a darnos un abrazo, bajo aquel
cielo incomparable, no me diga nada: desentendido de los
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estragos del tiempo. El Río de la Plata ha sido para mí
fuente de hondas y graves experiencias, y me figuro que
entre estos dolores he aprendido –por primera vez- a ser
hombre. ¿Estaré ya maduro para trabajar por la conquista de
mi libertad con letras? (265)
Sin duda estaba maduro y su libertad íntima y creativa
llega con la Oración donde se yergue por fin despojado de
toda retórica y sofisticación en el centro de su dolor
filial y de su humana condición de fragilidad a la
intemperie.
La caída, narración escrita antes, en 1928, es también
coincidente con el espíritu de Don Alfonso que aletea y
vibra en una ciudad neblinosa para el alma. Allí opera una
suerte de profecía respecto de sí mismo. Si la inercia
lleva al desbaratamiento, si el peso desnutrido de vuelos
obliga a caer irremisiblemente, si el escritor mexicano
agoniza poco a poco y tantos impetuosos planes se
desmoronan día con día, la caída es inevitable. De allí a
hundirse en la memoria del Padre y su infinita pérdida, y
escribir su más entrañable texto donde el mal, la caída, el
abismo, se desmenuzan en imágenes conmovedoras y terribles,
un sólo paso. No obstante en ella se halla una suerte de
redención.
De la pesantez hasta el precipicio y luego el aire, el
nuevo aire que se pondrá en movimiento, que zumbará y ha de
quebrar la condena del propio peso deshecho. No lo percibe
en el primer momento, no advierte que Brasil es un mundo
diverso. Sin embargo como ave fénix, Alfonso Reyes ha de
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renacer en el viaje que lo lleva del Río de la Plata hasta
las costas del país carioca. Del peso al paso del color y
las formas altas del Amazonas. De la caída al vuelo. De
Apolo a Dyonisos. Su verdadera índole.
Las lejanías nos curan de las cercanías. La contemplación del rumbo da
seguridad a nuestros pasos. Nos dice Reyes en Atenea Política escrita
precisamente en Brasil en 1932.
Si su gestión en Argentina dura tres años, permanecerá como
embajador de Brasil más de seis, desde abril de 1930 hasta
junio de 1936, cumpliendo un segundo mandato por
instrucciones del presidente Lázaro Cárdenas entre 1938 y
1939. Durante el año anterior vuelve a Buenos Aires por el
mismo período.
Con la casa que se le da en la calle de Laranjeiras en Río
de Janeiro le sucede lo mismo que con el caserón de la
ciudad porteña. Renegando de ella en el primer momento se
adecua y la hace vivible como sólo él puede hacerlo,
llenándola de estantes, libros, artesanía mexicana y
cubriendo necesidades de su propio bolsillo.
Dos grandes eventos en este su primer año. Por un lado el
conocimiento del gran escritor brasileño José Pereira da
Graca Arahna quien morirá poco tiempo después, y con el que
establece una amistad literaria de gran profundidad, y la
decisión ya tomada en Buenos Aires frente a la soledad en
que se encontraba, de realizar por fin su sueño de
vincularse a sus amigos a través de una publicación tan
artesanal como el Correo de Monterrey que verá la luz por
primera vez en Río Janeiro en el mes de junio de 1930. El
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propósito anunciado en el primer número da cuenta del amor
de su autor por las letras, los libros, las revistas y
finalmente por este periódico cultural que él inventa
aunque hubiera antecedentes, para concretar una plataforma
de encuentros más allá de su desaforada tarea diaria de
reunir a los escritores de todas las layas y todos los
rincones. Son 14 números que van de 1930 a 1937 y cuyo
último número ha de publicarse cuando realiza su última
gestión de embajador, en Argentina.
Por otro lado, pasado el primer momento de desánimo: “Aún
no saco mis libros y papeles, por lo que tardan en arreglar
mis estantes. Quiere decir que no vivo si no a media
respiración, y la conciencia se me llena de venenos, como
siempre que interrumpo mi trabajo literario.” 23 de abril de
1930 (Diario, 3, 6), demasiados eventos de naturaleza
política y social lo envuelven de inmediato llevándolo a
restablecer una vez más esa vorágine de ejercicios de toda
índole que siempre lo caracterizaron. Entre las visitas de
notables e intelectuales, amigos, colegas y conocidos, a
quienes recibe con igual entusiasmo se suma en este primer
período el golpe de Getulio Vargas acaecido el 24 de
octubre y que lleva a Don Alfonso a un ejercicio
diplomático de la mayor intensidad recibiendo como
exiliados a los opositores. La Embajada de México se vuelve
una suerte de punto de encuentro para quienes han decidido
salir del país.
Pudiera pensarse entonces que Reyes volverá a sus escritos
poco a poco. Sin embargo el país tropical, los colores de
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su flora, los ecos de su fauna, tantos sonidos y texturas
seductores sacuden la sensibilidad de Don Alfonso. Lo
estremecen. Hay un acopio de novedades sensoriales, un
arcoíris de nuevos cantos.
“Triunfó hasta hoy de todos, y de todo seguirá triunfando
en Río de Janeiro la virtud terrestre, la Deidad Ctónica,
haciendo entre el árbol, la piedra y el hombre una
mescolanza generosa” As Laranjeiras, 9, 472.
“Dos palmeras reales revestidas de viciosa parásita hacen
guardia frente a mis ventanas y me llega el canto
tembloroso del ireré” Ibidid 474
“Por la lente de cada ventana se acercan, enfocadas y
nítidas las cumbres verdes, azules y negras del contorno”
Ibidid 476
Frenéticamente como no dándose tiempo incluso para
pensarlo comenzará a comunicarlo desde el primer día. Así
aparece Mitología de las cobras en mayo de 1930.
Y poco después Historia Natural das Laranjeiras, donde la
recurrencia a un país que lo deslumbra se manifiesta en la
obra citada más arriba y que forma parte de este volumen, y
Ubérrima Urbe, As Laranjeriras, Fragmentos de Río de Janeiro, Aguja de las
playas escritos entre 1931 y 1932, salvo el último que data
de 1936.
“En el Río, (sic) aún es lícito –moderando ambiciones-
buscar esas muestras de la naturaleza dentro del propio
recinto urbano, en las calles y en las casas: hasta donde
se descuelgan, asomándose por todas partes, las fuerzas de
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la montaña y del campo, del mar y el cielo”. (En Historia
Natural das Laranjeiras, Tomo 9, 474)
Una mención aparte merecen los poemas surgidos en el
período entre Buenos Aires y Río de Janeiro cuya
comparación nos resulta imprescindible al abordar el paso
de una temperatura escritural a otra.
Y aprendió a cebar la paciencia esperando que la pava hierva
y el antiguo comunismo agrario en la comunión del mate y la yerba.
Cuadernos del Plata, Buenos Aires 1929
Quieren esconder la enagua
Tajándola en pantalón
¡Déjate, Copacabana,
Que te van a dar masaje!
¡Déjate, Copacabana!
Río de Janeiro 1931Y
Se tiene la impresión que regresa la traviesa imaginación
de la que habíamos disfrutado en su obra de Madrid
especialmente. Y por otra parte el mestizaje, los colores
del cobre y del ébano en la piel, la gracia y rotundez de
los rojos y azules en la ropa, los amarillos y naranjas en
los muros, la multiplicidad y metamorfosis de los verdes en
los árboles y los senderos, y el sol tropical, incendio de
cada día, lo llevan esta vez de regreso, no al dolor de las
pérdidas sino al placer de la memoria en el reencuentro con
aquella Monterrey de su infancia. Así en 1932 escribe Sol de
Monterrey y más tarde Infancia.
“(…) al punto que yo, en mis paseos por esa región, me
olvido a veces de que ando lejos de mi patria, siento que
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estoy en México sin dejar de estar en el Brasil, y me digo
a mí mismo que, en esta tierra de la bondad y la cortesía,
no sólo la voluntad, no sólo el corazón, sino también la
ciencia y el pensamiento encuentran el modo de ser
hospitalarios” Norte y Sur 9, 90.
Sin embargo en las mismas remembranzas hay excepcionales
notas graves como 9 de febrero de 1913 poema que data del mismo
año que Sol…
Por otra parte es fácil advertir dos grandes líneas
creativas una de narrativa y otra de poesía que forman
parte del corazón de estos años tumultuosos. Y sin duda si
acaso pudiéramos dialogar con Don Alfonso, nos diría que
son el resultado del esplendor de la naturaleza y la bondad
del pueblo. No obstante esa temperatura del Brasil, ese
humor de su gente, ese derroche de vida que se da en el
ritmo, los sonidos y la gama de matices visuales es aquello
que pareciera sacudirlo más. Es entonces cuando surge (o
resurge) un Reyes dionisíaco, profundamente erótico, puro
organismo goloso. Y sus cuentos vienen a dar cuenta de
ello.
“Cada clima y cada época – por un mimetismo inherente a la
humana naturaleza – determinan en mi modo de ser alguna
variante” señala Reyes a través de la voz narrativa de El
Samurai, precisamente uno de los cuentos que nos ocupan
ahora.
La mayoría de ellos se alojan en Quince presencias publicados
en el tomo ix de sus OC pero el nombrado junto con otros de
la misma época se agrupan en Vida y Ficción en el tomo xxiii.
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En los dos casos, los hay de diversos caracteres y
paisajes, pero es notable la abundancia entre ellos, de las
marcas cariocas. De la primera recopilación hay dos
claramente de acervo mexicano como Donde Indalecio aparece y
desaparece (1932) y De Cuitzeo ni sombra (1938). El resto tiene
una fuerte clave sensual con marcadas referencias al país
que habita en ese momento, y que sin duda lo deslumbra día
a día no sólo en su psiquis sino también en su organismo.
Ellos son La fea, (1935), Pasión y muerte de Doña Engracadinha
(1938), Fábula de la muchacha y la elefanta (1938), La cicatriz (1938)
Los estudios y los juegos (1938). Común a todos, una suerte de
dejarse ser sin pretensiones, un juego permanente de
observaciones a veces chuscas a veces acuciosas donde lo
que prevalece es la sagacidad de la risa, que oculta o
encubre, nos parece, un sabroso Eros en pleno ejercicio.
Los otros dos cuentos, parte de la segunda recopilación y
cuya factura se vincula a estos, son El samurái ya citado, y
por último Análisis de una pasión. Sin embargo no podemos dejar
de lado en la mirada a esta especie de antología
heterogénea, un texto, en realidad una carta que data de
julio de 1930 en Río, cuyo título Calidad metálica, y
contenido, son sumamente sugerentes. El grado de intimidad
erótica que manifiesta el material, el desafío de hacer
aparecer un texto del cual no podemos dejar de evocar
circunstancias reales, el tratamiento de un tiempo que es a
todas luces inmediato, nos presupone un Reyes ahíto de
latencia sexual por un lado, y por el otro un hombre que ha
sido conmovido en su universo temperamental, ya sea por la
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literalidad de lo real o por la imaginación desde lo
material y dinámico, diría Bachelard, al plano de la
ficción.
“Ello es que te has apoderado de mis nervios, de mi cuerpo,
de mis deseos, de mis imaginaciones, de mis ensueños, de mi
sensualidad, de mi idea de la vida…yo creo que empieza para
mí una nueva era, y todo procede de ti.” Op.cit. 44. Este
no es el escritor derrumbado y pesimista que dejó Buenos
Aires apenas tres meses antes.
En el caso de los dos cuentos señalados más arriba, El
samurái cuya urdimbre se organiza en forma de carta a un
amigo, relata los avatares de un amante en el intento de
doblegar a su objeto amoroso, Graciela, presa en la amistad
equívoca de un grupo de muchachos “indefinidos”, “de
apetito desorientado”. El discurrir de sus argumentos y las
sensaciones e impresiones que vierte el narrador son
graciosas y certeras. Lo más importante resulta, teniendo
en cuenta que de la rica prosa alfonsina no hay la menor
duda, el tema del erotismo, la conquista, los equívocos, el
deseo que se gesta frente al sortilegio de lo raro o
prohibido, las estratagemas de los roles sexuales y sus
alcances. He aquí que nos encontramos con un Alfonso Reyes
totalmente lanzado a la exploración discursiva de la
sensualidad.
También en Análisis de una pasión, cuyo relato se conforma a
manera de diario que va del 10 de junio al 30 de agosto en
ocho entregas, nos encontramos con la misma dimensión
erótica. En este caso la historia con tintes de ensayo
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sobre la seducción femenina y la conquista masculina, no
impide a su autor discurrir sobre los caracteres de los
pueblos del sur, comparando la manera de ser del argentino
con el carioca, señalando aquí y acullá cómo las cuestiones
étnicas se manifiestan en el modo de mirar, de qué manera
el mestizaje propone acaso “impulsos ingratos” pero
poderosos donde predomina de modo evidente, el clima, la
playa que invita a exponer la carne teniendo como resultado
el rediseño de la mirada que se vuelve el eje de los
intentos amorosos. Y la aparición de Cecilia, muchacha con
un perfil de tal fuerza que parece presentarse directamente
a nuestra propia mirada. Y, a lo largo del trabajo, hacerme la ilusión de que, por
transparencia y evocadas
“La visualidad se organiza en sistema defensivo de la
intimidad” dice el narrador del diario, dándole a esta
Cecilia el carácter de temperamento visual que se ejerce en
la corporalidad. El cuerpo dice y distrae, “toda conducta
se resuelve en el cuerpo”. Finalmente es tan acuciosa la
descripción de Cecilia en palabras y comportamientos, tan
nítidas “sus trivialidades” y contradicciones, además de
una rara virtud para el distanciamiento oportuno, que el
lector se ve invadido por ella. Sinopsis perfecta de una
Cecilia que su amante no puede aprehender pero cuyo perfil
queda preciso y rotundo para nosotros.
En cuanto a la producción poética de Don Alfonso en Brasil
es copiosa y se opone notablemente a la de Buenos Aires que
salvo calidad tan sonora como la del Homenaje a Ricardo
Güiraldes no tiene el volumen y la dimensión estética y
vital de la primera. Sin embargo no podemos olvidar que es
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en ese sur donde escribe Yerbas del Tarahumara, o Norah jugando a
las estrellas, la Norah que le ilustra Fuga de Navidad en 1929,
hermana de Borges y esposa de Guillermo de Torre.
Colúmpiate, sonámbula, colúmpiate,
mientras tu sueño queda
mecido en el estambre de una estrella. (Bs As 1929)
Pudiera advertirse una síntesis de lo que nos sucede al
comparar la impronta del Brasil en su ritmo y sus timbres
con producciones del mismo tenor, como la citada arriba.
¡Ay Salambó, Salambona,
Ya probé de tu persona!
¿y sabes a lo que sabes?
Sabes a piña y a miel
sabes a vino de dátiles,
a naranja y a clavel
a canela y azafrán… (Río de Janeiro 1936)
Sí, Alfonso Reyes ya probó el furor del trópico, sus cantos
y desnudeces, y tanto su prosa como su verso dan cuenta de
ello.
Pronto ha de llegar cronológicamente hablando Romances del río
de enero escritos en 1932, obra que inaugura de algún modo
este eterno pensar Brasil, volver a Brasil, soñar Brasil,
desmenuzarlo como si fuera una castaña, de parte del
ciudadano, aquí poeta universal.
Así Río de olvido:
Río de enero, Río de enero,
Fuiste río y eres mar:
Lo que recibes con ímpetu
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Lo devuelves devagar.
Morena, con el sabor a fruta del paraíso:
Mirra y benjuí por los brazos,
Gusto de clavo el pezón:
Quien hace la ruta de Indias
Corta la especia mejor.
Desequilibrio, Berenquendén, Envío, El ruido y el eco, este último
luciendo el contraste entre México y Brasil.
Rondas de máscara y música
Posadas de Navidad:
México, su noche-buena,
Y Río, su carnaval.
Entre muchos más con su alarde de texturas y escalas, dan
cuenta de lo mejor de su verso.
Sin embargo en este devenir de la observación de su
producción estética desde Buenos Aires hasta Río de
Janeiro, en este andar del cuento al poema no es nuestra
intención hacer un análisis literario, o una crítica, sino
más bien como lo dijéramos antes una cartografía de cerros
y valles, de enramadas y ríos, como todo universo completo
que se gesta en los contrastes, los pasos, los retrocesos,
los meandros, que presupone toda creación artística. Al
mismo tiempo ¿por qué no?, nos regocija andar por el
corazón de Reyes que late y se conmueve de manera tan
diversa de Buenos Aires a Río de Janeiro.
Sin embargo estos años, los del Sur contienen un aspecto
que por no ser literario no nos gustaría dejar de lado
puesto que es en Brasil donde escribe su Atenea Política.
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Cabe destacar que durante su estadía en el cono sur
participó en la elaboración del Código de Paz quizás uno de
los documentos más importantes de la década de los treinta
y que fuera esbozado en 1933 en Montevideo en la Séptima
Conferencia Internacional Americana convocada a raíz de los
problemas sociales económicos y políticos del Nuevo Mundo.
En esta ocasión y gracias a México y a pesar de la
confrontación que sostuviera con Argentina, se logra
sancionar la no intervención de los Estados en los asuntos
internos de otro. Y el Código de Paz ya abunda en lo que
importaba más “no a la agresión por la fuerza de las armas”
cualquiera fueran las razones políticas. Es en esa ocasión
asimismo donde Reyes hace un discurso entrañable a
propósito de la guerra entre Bolivia y Paraguay, así como
la misma Conferencia logra detenerla en los días de su
realización.
En 1936 en la Conferencia Interamericana de Consolidación
de la Paz convocada en Buenos Aires y a expresa acentuación
de Alfonso Reyes en un documento de su autoría, se proponen
medidas para promover el fomento de las relaciones
intelectuales y culturales más estrechas entre las
repúblicas americanas. Y se agrega otro documento sobre
Hispanoamérica para la consolidación de la paz.
La delegación mexicana, bajo el gobierno de Lázaro
Cárdenas, alerta sobre la inclinación profascista de
ciertas políticas de las cuales México se aleja
ostensiblemente. Somos zurcidores de voluntades consagrados a suturar
roturas, amortiguar sobresaltos y crear continuidad, proclama Alfonso
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Reyes. Pero hay más, y lúcidamente reconoce que no se le
perdona estar apartado de las vendettas del odio. Y en otro
orden llega al enojo Nos va a pasar como a Cuba (…) mientras no
derramemos por todo el mundo nuestros intereses, más dependeremos de uno
solo.
Lo cual prueba que no es lo mismo enriquecerse del acervo
cultural europeo en su contacto directo y habitar el centro
del mundo que darse a la tarea de andar por el sur de
América Latina y con ello palpar la realidad flagrante de
los pueblos que van desde allá hasta los bordes del Río
Bravo. Es capital invaluable, este de Reyes, sumergirse en
la tumultuosa América e intentar descifrarla mientras
combate en ella la inercia, el solipsismo y el desinterés
por los pueblos hermanos, al mismo tiempo que la
dependencia económica y cultural del primer mundo.
Su Atenea Política gestada para los universitarios de la
Facultad de derecho en 1932 y un año después publicada en
Chile, tiene el vuelo de un manifiesto por el poder
argumentativo a favor de la continuidad de la cultura,
rechazando cabalmente toda actitud catastrófica que nos
hundiría en la fragmentación de nuestra propia humanidad.
Su alegato alcanza una vigorosa pasión americana:
“Tengo algún derecho a aconsejaros la vida de la cultura
como garantía de equilibrio en medio de las crisis morales.
Traigo bien provistas de experiencias mis alforjas de
caminante. No olvidéis que un universitario mexicano de mis
años sabe ya lo que es cruzar una ciudad asediada por el
bombardeo durante diez días seguidos, para acudir al deber
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de hijo y de hermano, y aún de esposo y padre, con el luto
en el corazón y el libro de escolar bajo el brazo. Nunca,
ni en medio de dolores que todavía no pueden contarse, nos
abandonó la Atenea Política”. (11, 202)
En Brasil así como antes en Argentina, Alfonso Reyes
despierta la fascinación de los jóvenes, sus tertulias en
la embajada los domingos proseguirán, el entusiasmo de las
nuevas generaciones y no tan nuevas alrededor de su verbo y
su pensamiento también. Si antes fueron Borges y Molinari
ahora son Carlos Lacerda y Cecilia Meireles entre los más
destacados, y de su generación Manuel Bandeiras cuyo acervo
de más de 21 obras de Reyes con efusivas dedicatorias fue
hallado después de su muerte en 1968. Sin embargo pudiera
decirse que fue Cecilia la que más lo admiró y vio en él,
el gran formador de la América nuestra, teniendo en cuenta
su intensa pasión por la educación. Su caracterización de
Don Alfonso es muy semejante a la de Gabriela Mistral quien
también viera en él y se lo hiciera notar con frecuencia,
el Maestro de las nuevas generaciones latinoamericanas.
A manera de conclusión, sabemos que existe una especie de
talante para definir dónde este mexicano excepcional fue
más feliz. Decíamos al principio que no fue feliz en Buenos
Aires, pudiera suponerse entonces que sí lo fue en Brasil
dada la poderosa vitalidad de su ejercicio literario. Las
voces de sus exégetas se contradicen hasta el día de hoy,
dando a uno u otro país las primicias de su contentura.
Cuesta al ser humano ser feliz, si es que tal estado
existe, cuesta más al pensador, al que todos los días de su
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vida reflexiona sobre nuestra condición y sus avatares,
cuya lucidez le revela su ser para la muerte al mismo
tiempo que sus infinitas contradicciones y la fragilidad
consuetudinaria que lo acompaña siempre. En este sentido
sólo podemos sostener que no hay país en el mundo adonde
Reyes regresara tantas veces en su imaginario. De saudades
cariocas están llenas sus alforjas. Y de haber percibido
por un instante el sabor del paraíso. Feliz o no, he aquí
la tierra que, después de México, hubo de colmarlo.
También Brasil, después de Buenos Aires, entre la
muchachada y los hombres de bien de la clase ilustrada,
casi del mismo modo, habría de sentir su partida. Porque en
prosa como los porteños o en verso como su gran admirador y
amigo Manuel Bandeiras no se pierde sin dolerse un hombre
de la talla de Alfonso Reyes.
Os cavalihnos correndo
E nós, cavalöes, comendo…
Alfonso Reyes partindo,
E tanta gente ficando…
Coral Aguirre
Dr. Alfonso Rangel Guerra
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BIBLIOGRAFÍA
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brasileño,(1930-1936) El Colegio Nacional México 2009
Rangel Guerra Alfonso, Palabras para Alfonso Reyes, Colegio de
México, Centro de Estudios Históricos, Colección
Testimonios, México 2013-12-25
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Sello Bermejo, Conaculta, México 2000
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México 2010
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xiii, xiv, xxiii
Zaïtzeff Serge I. (Ed) Con leal franqueza, Correspondencia entre
Alfonso Reyes y Genaro Estrada Compilación y Notas 2 (1927-1930) y 3 (1930-
1937) 1993, 1994 México, El Colegio de México.