ALFONSO REYES Y EL SUR

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1 ALFONSO REYES Y EL SUR Cada uno mira el mundo desde su ventana. La mía es la literatura. Alfonso Reyes El propósito de todo ensayo es difícil de percibir en el momento en que nos planteamos el tema. Algo se oculta allí que debe aparecer en el discurrir de la escritura. Así, sólo acumulando datos e impresiones surgidas de los mismos, es como pudimos advertir que dialogar con la obra que genera el gran escritor Alfonso Reyes durante su estadía en el Sur era poner nuestra atención en instancias no previstas. Al recorrer someramente la escritura de Reyes surgida allí, advertimos de inmediato que no es lo mismo el sur argentino que el sur brasileño aun cuando ambas regiones pertenezcan a la misma área y formen parte de la misma América e incluso con sociedades semejantes, sesgadas por la misma impronta europea en la primera parte del siglo xx. Y ello se perfila cuando al dejar las orillas del Plata Don Alfonso se zambulle literalmente en la vida y pasión del Brasil. Es este salto y los contrastes que van de uno a otro lado lo que por fin sentimos que debíamos tratar. Sin embargo antes debemos pensar a Alfonso Reyes en esa transición de los servicios diplomáticos en Europa a su integración en el panorama latinoamericano e imaginarlo con sus alforjas repletas de esperanzas. En su Diario revela el estado de ánimo de los últimos días de su gestión europea.

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ALFONSO REYES Y EL SUR

Cada uno mira el mundo desde su ventana.

La mía es la literatura.

Alfonso Reyes

El propósito de todo ensayo es difícil de percibir en el

momento en que nos planteamos el tema. Algo se oculta allí

que debe aparecer en el discurrir de la escritura. Así,

sólo acumulando datos e impresiones surgidas de los mismos,

es como pudimos advertir que dialogar con la obra que

genera el gran escritor Alfonso Reyes durante su estadía en

el Sur era poner nuestra atención en instancias no

previstas. Al recorrer someramente la escritura de Reyes

surgida allí, advertimos de inmediato que no es lo mismo el

sur argentino que el sur brasileño aun cuando ambas

regiones pertenezcan a la misma área y formen parte de la

misma América e incluso con sociedades semejantes,

sesgadas por la misma impronta europea en la primera parte

del siglo xx. Y ello se perfila cuando al dejar las

orillas del Plata Don Alfonso se zambulle literalmente en

la vida y pasión del Brasil. Es este salto y los contrastes

que van de uno a otro lado lo que por fin sentimos que

debíamos tratar.

Sin embargo antes debemos pensar a Alfonso Reyes en esa

transición de los servicios diplomáticos en Europa a su

integración en el panorama latinoamericano e imaginarlo con

sus alforjas repletas de esperanzas. En su Diario revela el

estado de ánimo de los últimos días de su gestión europea.

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“Estoy resuelto a huir de tanta vanidad, de tanto baile,

tanta recepción en que traen al cuerpo diplomático

hispanoamericano en París. Se ve que lo usan como miserable

ornato de toda fiesta. Es espantoso. No me harán perder más

tiempo. Harto he tenido ya. Tengo mucho que escribir. Y,

además, quedarme en casa es ahorrar dinero, que buena falta

me ha hecho. El año de París ha sido despilfarro.” París, 17

de febrero de 1926 (I, 125)

Entonces “Nuestra América” se yergue para él como una

realidad tangible y compacta. La posibilidad de estrechar

lazos, crear nuevos vínculos, proponerse utopías de las

cuales darán cuenta su voluminosa tarea editorial, las

conferencias en el afán de acercar México a ese mundo del

hemisferio sur, sus innumerables encuentros con toda laya

de intelectuales afines y no tanto, su largueza en hacer de

su embajada en Buenos Aires y luego en Río de Janeiro, el

espacio propicio de encuentros sabrosos y plenos de

chispeante fraternidad latinoamericana.

Serán 12 años de voluntad insobornable para hacer de

nuestro continente una cartografía de encuentros cuyos

itinerarios se forjan al calor del ejercicio intelectual y

humanista de una conciencia que halla en la tarea su

compromiso. De 1927 a 1938 inclusive, Alfonso Reyes hace

del sur, entiéndase Argentina y Brasil, con descomunal

energía, el ámbito propicio para reunir y conjugar el

espíritu signado por Martí con la expresión “Nuestra

América” y luego aprehendido por el mismo Reyes a la luz de

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la clarividencia de quien fuera su amigo y primer maestro

Pedro Henríquez Ureña, quien junto con él, multiplicará en

ese sur todavía desprovisto de una clara elección

latinoamericanista, los ideales arielistas. Es decir,

pensar la América Latina con valores estéticos y

espirituales de la misma dimensión que los europeos,

encarnando hispanismo y americanismo sin jerarquías.

Y para comprender el volumen, los caminos y los atajos de

su trabajo literario, es imprescindible en primer término

echar una mirada a la atmósfera en que ha de discurrir su

tarea diplomática.

Cuando en aquel invierno de Argentina de 1927 aborda las

costas del Río de la Plata sabe que su tarea no será fácil.

Viene como primer embajador de América a las tierras

sureñas. Antes hombres mexicanos de la talla de Amado Nervo

o Luis G. Urbina habían abierto brecha para que los

porteños admiraran la dimensión intelectual de su pueblo.

No había sido elegido en vano. De puertas para afuera, si

la Revolución Mexicana hubo de asombrar al mundo culto de

la Europa centralista por puro pintoresquismo romántico, se

veían de otra manera por aquellos pagos los alcances

logrados con la primera revolución latinoamericana que

igualaba pueblos: indios y mestizos, criollos y gachupines.

Había que ser muy fino, muy sutil y cuidadoso de manera que

la sociedad argentina abriera sus puertas al recién

llegado. Alfonso Reyes era el indicado. Prestigioso y

prestigiado por sus éxitos en Francia y España, por los

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intelectuales europeos que se decían sus amigos y colegas,

no gratuitamente, sino a causa de una pluma imparable, a

cuyo efecto, a través de artículos, libros, publicaciones

culturales y literarias con acucioso nivel crítico,

traducciones y tarea editorial que llevaba y traía su

nombre de una metrópoli a otra, la apolínea Buenos Aires

debía rendirse.

Sin embargo Buenos Aires lo decepciona. No alcanzan las

amistades que entreteje, ni sus carísimos ejercicios de

ocio para estar “a tono”, no alcanza que sus mejores amigos

se codeen con el presidente Alvear como Victoria Ocampo, ni

que aquel mismo con todo su cuerpo diplomático inaugure la

embajada el 15 de septiembre de 1927. Los tres años en la

capital de Argentina es hacer de equilibrista entre grupos

que se detestan como los de Florida y Boedo, como Maréchal

y Borges, epígonos de aquellos, y donde atraer a mexicanos

y argentinos al bien común de la participación solidaria en

publicaciones del norte y del sur resulta una tarea

ciclópea porque siempre hay alguien que no se conforma,

alguien que se dice sobrar o faltar.

No obstante Reyes se empecina y se lanza a la tarea

editorial de Los cuadernos del Plata desde el primer momento aun

cuando hallen la luz sólo en 1929. Lo mismo hará con Libra,

esa revista soñada cuyo único número dio la pauta de la

importancia de integrar a los jóvenes creadores, de

apoyarlos y promoverlos. Así Ricardo Molinari Francisco

Luis Bernárdez, Ulises Petit de Murat, Eduardo González

Lanuza, Eduardo Mallea, Oliverio Girondo, encontrarán en el

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maestro mexicano, el reconocimiento que se merecían

haciendo luego lamentar a Bernárdez su partida: “Desde que

Vd. se fue Buenos Aires es insoportable. No sólo para mí.

Para todos los muchachos. Estamos desalentados, aburridos,

en el aire. No sé. ¿Para qué escribir? –me decía ayer el

amigo Molinari-, si ya se fue Don Alfonso? Es cierto. La

sola presencia de Vd era un estímulo. Ahora, Buenos Aires

vuelve a ser el Buenos Aires de siempre. Hostil. Receloso.

Duro.” (9 de abril, Bs As) www.iifl.unam.mx/html. El

testimonio vale por lo que revela: lo mismo sintió Don

Alfonso al llegar a la “reina del plata” y con esa

impresión partió para el Brasil. Una ciudad hostil,

recelosa, dura, que puso en cuestión al gobierno que

representaba, que juzgó duramente al estado mexicano sin

tener la menor idea de las carcterísticas de la guerra

cristera, que atacó su Embajada para repudiar el ejercicio

político interno de México en el último año de su estadía.

Y lo que es peor en el campo de la ética profesional de su

propia clase ilustrada, último reducto en donde confiaba

impulsar acciones para crear, ampliar y robustecer lazos

entre las juventudes de México y Argentina, fue testigo de

inercia y mala voluntad motivo más de mezquindades

personales que de visiones críticas y responsables.

También un país demasiado ajeno que lo llevaba a partir su

vida en dos, como si se tratara de dos Alfonso Reyes: por

un lado el hombre del ocio excesivo, según las convocantes

musas, Tandil con Nieves de Rinaldini, Mar del Plata con

Victoria Ocampo, y las fiestas de la alta burguesía donde

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era necesario estar presente para no perder huella, en

medio de prácticas y agasajos en el Golf Club y el Tennis

Club, el Club de rotarios y el Jockey Club, también

imprescindibles para sostener su perfil de intelectual y

gentleman. Y por el otro, el que se queja en secreto, el

que no se conforma con apariencias, ruido y éxitos sociales

y se lanza a escribir, publicar, editar, ejercer proclamas

de solidaridad literaria contra viento y marea, sin dejar

un solo resquicio en el intento de revitalizar la presencia

de México, empecinándose en el auspicio a los jóvenes a

quienes recibía los domingos en su Embajada y que

seguramente eran los que le provocaron mayores

expectativas.

“Entre pereza y falta de tiempo, se me van muriendo adentro

todos los temas que se me ocurren, en verso y en prosa. El

otro día pensé cómo podía empezar mi soñada Depuración de

América con un capítulo que sería “Examen de profecías”.

Todo eso de “la hora de América”, y las ideas de

Vasconcelos y Frank que flotan en el ambiente de nuestra

época, y de la decadencia de aquello y el nacimiento de lo

otro. Y si sí se puede hablar –en el estado actual de

intercomunicación humana y de nivelación geográfica– de la

posibilidad de una “cultura americana” futura diferente y

específica, que siempre he creído absurdo.” Buenos Aires, 30 de

noviembre de 1929. (Diario II, 161)

Sería excesivo transcribir la cantidad de veces en que

Reyes dirigiéndose a su gordo del alma, Genaro Estrada,

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encargado de Relaciones Exteriores y por lo tanto su jefe,

o a sus amigos más íntimos, señala su decepción en el rol

que le cupo en Argentina tanto como promotor, funcionario o

creador, aunque en todos los casos se haya esmerado al

punto de gastar de su propio bolsillo sumas considerables

para estar a la altura de las circunstancias. Esto es, ser

merecedor de pertenecer a la élite formada por los

terratenientes, dueños de la tierra, por aquellos que,

formados en la cultura europea más sofisticada, residían

una estación en París y otra en Buenos Aires, y por

supuesto nunca en sus estancias, salvo para exhibirlas

frente a los visitantes extranjeros. Y asimismo ser el

parteaguas entre una indiferencia continental respecto de

los vínculos en las letras y las culturas latinoamericanas

y sus protagonistas, y una toma de conciencia con

responsabilidad ejercitada en actos solidarios que nos

acercarían los unos a los otros.

De modo que al término de su gestión y ya en su nueva

condición de embajador en Brasil, le escribe a Gabriela

Mistral desde Río de Janeiro el 8 de octubre de 1930: “Mi

vida en Buenos Aires fue una crisis perpetua, y hay que

perdonarme. Aquella tierra, donde tengo y dejo afectos

ciertos y duraderos, tiene en el aire no sé qué elementos

irrespirables para el hombre que hacen de él otra especie,

cruel y altiva, sin plasticidad ni profundidad. (…) Creo

que aquel es el sitio más RARO, más EXTRAÑO (sic) del

mundo. Le confieso que no acierto definir bien lo que

siento. Y sin embargo, envidio para nuestros pueblos una

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que otra cualidad metálica, afirmativa, aunque grosera, de

esas que allí corren las calles.” (Tan de Usted, epistolario

Mistral/Reyes, 63)

La cita también vale para subrayar la sagacidad de Don

Alfonso al reconocer esa prepotencia que caracteriza a un

pueblo que como él mismo dice busca ser futuro todo el

tiempo y que por lo mismo avanza con éxito en busca de más

y más logros sin reparar en lo que pierde de humanidad y

templanza.

En este contexto acaso sería lógico presuponer que no es la

metrópoli porteña la que engalana la creatividad de Reyes

durante su estadía allí sino más bien en los primeros

tiempos su optimismo por el alcance de su tarea y junto con

él, su contacto con la mítica pampa y de la pampa los

albures propios de la gente de campo, el nombre de cierta

fauna como el teru-teru, la gracia del truco, ese juego de

naipes lleno de guiños y picardía donde cada jugada tiene

un verso, un dicho, una rima chusca que el mexicano

festeja. La otra lengua que se vuelve el Otro, el que

nombra las cosas de modo tan diverso que parecen enigmas. Y

así sin querer viene a dar con los versos de Mariano Brull*

que de alguna manera le revelan lo que él ya sabía: el

hablar del pueblo que es hablar poético, que es metáfora

viva y juego de ecos y resonancias y de cuyas vertientes

nace la poesía, poderosa, deslumbrante, sin razones sino

con el espíritu de la mayor de las fantasías, tan ociosa

como para que las palabras no necesiten servir a nada ni a

nadie, y se pongan a jugar, audaces, sueltas, misteriosas,

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desafiantes. Toca a Reyes poner nombre a estos juegos y

legitimar su costumbre. Nacen así las jitanjáforas, esas

endiabladas criaturas que se burlan de las buenas

costumbres, las buenas conciencias, el buen burgués, y como

las vanguardias históricas de Europa que habían sabido

popular y alegremente desvestirse de toda pompa, se apartan

de los museos y las convenciones para recrear la vida. Del

mismo modo que para crear y recrearlas, Alfonso Reyes debía

apartarse de una sociedad que no iba con su temple. De modo

que encuentra en las jitanjáforas la medida de su placer

literario, al mismo tiempo que suma a la acción estética el

desafío a las convenciones. Su estudio sobre ellas se

publica en el invierno de 1929 en el único número de su

revista Libra.

Sin embargo es en Buenos Aires quizás por la soledad

afectiva en la que se halla, quizás sencillamente porque

llega febrero y él languidece de nostalgias del terruño

tan lejos en distancia y tiempo, o porque ya ha pasado un

gran lapso y hay que saldar cuentas, o acaso a su sino le

falta la médula de su costado oculto y es necesario

alcanzar el desahogo de la última lágrima, es allí, es esa

tierra hostil, inhóspita, la que le permite el brote de su

más íntima piel, la Oración del 9 de febrero.

Para corroborar esta impresión valgan los dichos del mismo

Reyes el 30 de diciembre de 1929 a su amigo Genaro Estrada

en la correspondencia que cursaron entrambos:

Genaro: cuando volvamos a darnos un abrazo, bajo aquel

cielo incomparable, no me diga nada: desentendido de los

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estragos del tiempo. El Río de la Plata ha sido para mí

fuente de hondas y graves experiencias, y me figuro que

entre estos dolores he aprendido –por primera vez- a ser

hombre. ¿Estaré ya maduro para trabajar por la conquista de

mi libertad con letras? (265)

Sin duda estaba maduro y su libertad íntima y creativa

llega con la Oración donde se yergue por fin despojado de

toda retórica y sofisticación en el centro de su dolor

filial y de su humana condición de fragilidad a la

intemperie.

La caída, narración escrita antes, en 1928, es también

coincidente con el espíritu de Don Alfonso que aletea y

vibra en una ciudad neblinosa para el alma. Allí opera una

suerte de profecía respecto de sí mismo. Si la inercia

lleva al desbaratamiento, si el peso desnutrido de vuelos

obliga a caer irremisiblemente, si el escritor mexicano

agoniza poco a poco y tantos impetuosos planes se

desmoronan día con día, la caída es inevitable. De allí a

hundirse en la memoria del Padre y su infinita pérdida, y

escribir su más entrañable texto donde el mal, la caída, el

abismo, se desmenuzan en imágenes conmovedoras y terribles,

un sólo paso. No obstante en ella se halla una suerte de

redención.

De la pesantez hasta el precipicio y luego el aire, el

nuevo aire que se pondrá en movimiento, que zumbará y ha de

quebrar la condena del propio peso deshecho. No lo percibe

en el primer momento, no advierte que Brasil es un mundo

diverso. Sin embargo como ave fénix, Alfonso Reyes ha de

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renacer en el viaje que lo lleva del Río de la Plata hasta

las costas del país carioca. Del peso al paso del color y

las formas altas del Amazonas. De la caída al vuelo. De

Apolo a Dyonisos. Su verdadera índole.

Las lejanías nos curan de las cercanías. La contemplación del rumbo da

seguridad a nuestros pasos. Nos dice Reyes en Atenea Política escrita

precisamente en Brasil en 1932.

Si su gestión en Argentina dura tres años, permanecerá como

embajador de Brasil más de seis, desde abril de 1930 hasta

junio de 1936, cumpliendo un segundo mandato por

instrucciones del presidente Lázaro Cárdenas entre 1938 y

1939. Durante el año anterior vuelve a Buenos Aires por el

mismo período.

Con la casa que se le da en la calle de Laranjeiras en Río

de Janeiro le sucede lo mismo que con el caserón de la

ciudad porteña. Renegando de ella en el primer momento se

adecua y la hace vivible como sólo él puede hacerlo,

llenándola de estantes, libros, artesanía mexicana y

cubriendo necesidades de su propio bolsillo.

Dos grandes eventos en este su primer año. Por un lado el

conocimiento del gran escritor brasileño José Pereira da

Graca Arahna quien morirá poco tiempo después, y con el que

establece una amistad literaria de gran profundidad, y la

decisión ya tomada en Buenos Aires frente a la soledad en

que se encontraba, de realizar por fin su sueño de

vincularse a sus amigos a través de una publicación tan

artesanal como el Correo de Monterrey que verá la luz por

primera vez en Río Janeiro en el mes de junio de 1930. El

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propósito anunciado en el primer número da cuenta del amor

de su autor por las letras, los libros, las revistas y

finalmente por este periódico cultural que él inventa

aunque hubiera antecedentes, para concretar una plataforma

de encuentros más allá de su desaforada tarea diaria de

reunir a los escritores de todas las layas y todos los

rincones. Son 14 números que van de 1930 a 1937 y cuyo

último número ha de publicarse cuando realiza su última

gestión de embajador, en Argentina.

Por otro lado, pasado el primer momento de desánimo: “Aún

no saco mis libros y papeles, por lo que tardan en arreglar

mis estantes. Quiere decir que no vivo si no a media

respiración, y la conciencia se me llena de venenos, como

siempre que interrumpo mi trabajo literario.” 23 de abril de

1930 (Diario, 3, 6), demasiados eventos de naturaleza

política y social lo envuelven de inmediato llevándolo a

restablecer una vez más esa vorágine de ejercicios de toda

índole que siempre lo caracterizaron. Entre las visitas de

notables e intelectuales, amigos, colegas y conocidos, a

quienes recibe con igual entusiasmo se suma en este primer

período el golpe de Getulio Vargas acaecido el 24 de

octubre y que lleva a Don Alfonso a un ejercicio

diplomático de la mayor intensidad recibiendo como

exiliados a los opositores. La Embajada de México se vuelve

una suerte de punto de encuentro para quienes han decidido

salir del país.

Pudiera pensarse entonces que Reyes volverá a sus escritos

poco a poco. Sin embargo el país tropical, los colores de

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su flora, los ecos de su fauna, tantos sonidos y texturas

seductores sacuden la sensibilidad de Don Alfonso. Lo

estremecen. Hay un acopio de novedades sensoriales, un

arcoíris de nuevos cantos.

“Triunfó hasta hoy de todos, y de todo seguirá triunfando

en Río de Janeiro la virtud terrestre, la Deidad Ctónica,

haciendo entre el árbol, la piedra y el hombre una

mescolanza generosa” As Laranjeiras, 9, 472.

“Dos palmeras reales revestidas de viciosa parásita hacen

guardia frente a mis ventanas y me llega el canto

tembloroso del ireré” Ibidid 474

“Por la lente de cada ventana se acercan, enfocadas y

nítidas las cumbres verdes, azules y negras del contorno”

Ibidid 476

Frenéticamente como no dándose tiempo incluso para

pensarlo comenzará a comunicarlo desde el primer día. Así

aparece Mitología de las cobras en mayo de 1930.

Y poco después Historia Natural das Laranjeiras, donde la

recurrencia a un país que lo deslumbra se manifiesta en la

obra citada más arriba y que forma parte de este volumen, y

Ubérrima Urbe, As Laranjeriras, Fragmentos de Río de Janeiro, Aguja de las

playas escritos entre 1931 y 1932, salvo el último que data

de 1936.

“En el Río, (sic) aún es lícito –moderando ambiciones-

buscar esas muestras de la naturaleza dentro del propio

recinto urbano, en las calles y en las casas: hasta donde

se descuelgan, asomándose por todas partes, las fuerzas de

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la montaña y del campo, del mar y el cielo”. (En Historia

Natural das Laranjeiras, Tomo 9, 474)

Una mención aparte merecen los poemas surgidos en el

período entre Buenos Aires y Río de Janeiro cuya

comparación nos resulta imprescindible al abordar el paso

de una temperatura escritural a otra.

Y aprendió a cebar la paciencia esperando que la pava hierva

y el antiguo comunismo agrario en la comunión del mate y la yerba.

Cuadernos del Plata, Buenos Aires 1929

Quieren esconder la enagua

Tajándola en pantalón

¡Déjate, Copacabana,

Que te van a dar masaje!

¡Déjate, Copacabana!

Río de Janeiro 1931Y

Se tiene la impresión que regresa la traviesa imaginación

de la que habíamos disfrutado en su obra de Madrid

especialmente. Y por otra parte el mestizaje, los colores

del cobre y del ébano en la piel, la gracia y rotundez de

los rojos y azules en la ropa, los amarillos y naranjas en

los muros, la multiplicidad y metamorfosis de los verdes en

los árboles y los senderos, y el sol tropical, incendio de

cada día, lo llevan esta vez de regreso, no al dolor de las

pérdidas sino al placer de la memoria en el reencuentro con

aquella Monterrey de su infancia. Así en 1932 escribe Sol de

Monterrey y más tarde Infancia.

“(…) al punto que yo, en mis paseos por esa región, me

olvido a veces de que ando lejos de mi patria, siento que

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estoy en México sin dejar de estar en el Brasil, y me digo

a mí mismo que, en esta tierra de la bondad y la cortesía,

no sólo la voluntad, no sólo el corazón, sino también la

ciencia y el pensamiento encuentran el modo de ser

hospitalarios” Norte y Sur 9, 90.

Sin embargo en las mismas remembranzas hay excepcionales

notas graves como 9 de febrero de 1913 poema que data del mismo

año que Sol…

Por otra parte es fácil advertir dos grandes líneas

creativas una de narrativa y otra de poesía que forman

parte del corazón de estos años tumultuosos. Y sin duda si

acaso pudiéramos dialogar con Don Alfonso, nos diría que

son el resultado del esplendor de la naturaleza y la bondad

del pueblo. No obstante esa temperatura del Brasil, ese

humor de su gente, ese derroche de vida que se da en el

ritmo, los sonidos y la gama de matices visuales es aquello

que pareciera sacudirlo más. Es entonces cuando surge (o

resurge) un Reyes dionisíaco, profundamente erótico, puro

organismo goloso. Y sus cuentos vienen a dar cuenta de

ello.

“Cada clima y cada época – por un mimetismo inherente a la

humana naturaleza – determinan en mi modo de ser alguna

variante” señala Reyes a través de la voz narrativa de El

Samurai, precisamente uno de los cuentos que nos ocupan

ahora.

La mayoría de ellos se alojan en Quince presencias publicados

en el tomo ix de sus OC pero el nombrado junto con otros de

la misma época se agrupan en Vida y Ficción en el tomo xxiii.

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En los dos casos, los hay de diversos caracteres y

paisajes, pero es notable la abundancia entre ellos, de las

marcas cariocas. De la primera recopilación hay dos

claramente de acervo mexicano como Donde Indalecio aparece y

desaparece (1932) y De Cuitzeo ni sombra (1938). El resto tiene

una fuerte clave sensual con marcadas referencias al país

que habita en ese momento, y que sin duda lo deslumbra día

a día no sólo en su psiquis sino también en su organismo.

Ellos son La fea, (1935), Pasión y muerte de Doña Engracadinha

(1938), Fábula de la muchacha y la elefanta (1938), La cicatriz (1938)

Los estudios y los juegos (1938). Común a todos, una suerte de

dejarse ser sin pretensiones, un juego permanente de

observaciones a veces chuscas a veces acuciosas donde lo

que prevalece es la sagacidad de la risa, que oculta o

encubre, nos parece, un sabroso Eros en pleno ejercicio.

Los otros dos cuentos, parte de la segunda recopilación y

cuya factura se vincula a estos, son El samurái ya citado, y

por último Análisis de una pasión. Sin embargo no podemos dejar

de lado en la mirada a esta especie de antología

heterogénea, un texto, en realidad una carta que data de

julio de 1930 en Río, cuyo título Calidad metálica, y

contenido, son sumamente sugerentes. El grado de intimidad

erótica que manifiesta el material, el desafío de hacer

aparecer un texto del cual no podemos dejar de evocar

circunstancias reales, el tratamiento de un tiempo que es a

todas luces inmediato, nos presupone un Reyes ahíto de

latencia sexual por un lado, y por el otro un hombre que ha

sido conmovido en su universo temperamental, ya sea por la

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literalidad de lo real o por la imaginación desde lo

material y dinámico, diría Bachelard, al plano de la

ficción.

“Ello es que te has apoderado de mis nervios, de mi cuerpo,

de mis deseos, de mis imaginaciones, de mis ensueños, de mi

sensualidad, de mi idea de la vida…yo creo que empieza para

mí una nueva era, y todo procede de ti.” Op.cit. 44. Este

no es el escritor derrumbado y pesimista que dejó Buenos

Aires apenas tres meses antes.

En el caso de los dos cuentos señalados más arriba, El

samurái cuya urdimbre se organiza en forma de carta a un

amigo, relata los avatares de un amante en el intento de

doblegar a su objeto amoroso, Graciela, presa en la amistad

equívoca de un grupo de muchachos “indefinidos”, “de

apetito desorientado”. El discurrir de sus argumentos y las

sensaciones e impresiones que vierte el narrador son

graciosas y certeras. Lo más importante resulta, teniendo

en cuenta que de la rica prosa alfonsina no hay la menor

duda, el tema del erotismo, la conquista, los equívocos, el

deseo que se gesta frente al sortilegio de lo raro o

prohibido, las estratagemas de los roles sexuales y sus

alcances. He aquí que nos encontramos con un Alfonso Reyes

totalmente lanzado a la exploración discursiva de la

sensualidad.

También en Análisis de una pasión, cuyo relato se conforma a

manera de diario que va del 10 de junio al 30 de agosto en

ocho entregas, nos encontramos con la misma dimensión

erótica. En este caso la historia con tintes de ensayo

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sobre la seducción femenina y la conquista masculina, no

impide a su autor discurrir sobre los caracteres de los

pueblos del sur, comparando la manera de ser del argentino

con el carioca, señalando aquí y acullá cómo las cuestiones

étnicas se manifiestan en el modo de mirar, de qué manera

el mestizaje propone acaso “impulsos ingratos” pero

poderosos donde predomina de modo evidente, el clima, la

playa que invita a exponer la carne teniendo como resultado

el rediseño de la mirada que se vuelve el eje de los

intentos amorosos. Y la aparición de Cecilia, muchacha con

un perfil de tal fuerza que parece presentarse directamente

a nuestra propia mirada. Y, a lo largo del trabajo, hacerme la ilusión de que, por

transparencia y evocadas

“La visualidad se organiza en sistema defensivo de la

intimidad” dice el narrador del diario, dándole a esta

Cecilia el carácter de temperamento visual que se ejerce en

la corporalidad. El cuerpo dice y distrae, “toda conducta

se resuelve en el cuerpo”. Finalmente es tan acuciosa la

descripción de Cecilia en palabras y comportamientos, tan

nítidas “sus trivialidades” y contradicciones, además de

una rara virtud para el distanciamiento oportuno, que el

lector se ve invadido por ella. Sinopsis perfecta de una

Cecilia que su amante no puede aprehender pero cuyo perfil

queda preciso y rotundo para nosotros.

En cuanto a la producción poética de Don Alfonso en Brasil

es copiosa y se opone notablemente a la de Buenos Aires que

salvo calidad tan sonora como la del Homenaje a Ricardo

Güiraldes no tiene el volumen y la dimensión estética y

vital de la primera. Sin embargo no podemos olvidar que es

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en ese sur donde escribe Yerbas del Tarahumara, o Norah jugando a

las estrellas, la Norah que le ilustra Fuga de Navidad en 1929,

hermana de Borges y esposa de Guillermo de Torre.

Colúmpiate, sonámbula, colúmpiate,

mientras tu sueño queda

mecido en el estambre de una estrella. (Bs As 1929)

Pudiera advertirse una síntesis de lo que nos sucede al

comparar la impronta del Brasil en su ritmo y sus timbres

con producciones del mismo tenor, como la citada arriba.

¡Ay Salambó, Salambona,

Ya probé de tu persona!

¿y sabes a lo que sabes?

Sabes a piña y a miel

sabes a vino de dátiles,

a naranja y a clavel

a canela y azafrán… (Río de Janeiro 1936)

Sí, Alfonso Reyes ya probó el furor del trópico, sus cantos

y desnudeces, y tanto su prosa como su verso dan cuenta de

ello.

Pronto ha de llegar cronológicamente hablando Romances del río

de enero escritos en 1932, obra que inaugura de algún modo

este eterno pensar Brasil, volver a Brasil, soñar Brasil,

desmenuzarlo como si fuera una castaña, de parte del

ciudadano, aquí poeta universal.

Así Río de olvido:

Río de enero, Río de enero,

Fuiste río y eres mar:

Lo que recibes con ímpetu

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Lo devuelves devagar.

Morena, con el sabor a fruta del paraíso:

Mirra y benjuí por los brazos,

Gusto de clavo el pezón:

Quien hace la ruta de Indias

Corta la especia mejor.

Desequilibrio, Berenquendén, Envío, El ruido y el eco, este último

luciendo el contraste entre México y Brasil.

Rondas de máscara y música

Posadas de Navidad:

México, su noche-buena,

Y Río, su carnaval.

Entre muchos más con su alarde de texturas y escalas, dan

cuenta de lo mejor de su verso.

Sin embargo en este devenir de la observación de su

producción estética desde Buenos Aires hasta Río de

Janeiro, en este andar del cuento al poema no es nuestra

intención hacer un análisis literario, o una crítica, sino

más bien como lo dijéramos antes una cartografía de cerros

y valles, de enramadas y ríos, como todo universo completo

que se gesta en los contrastes, los pasos, los retrocesos,

los meandros, que presupone toda creación artística. Al

mismo tiempo ¿por qué no?, nos regocija andar por el

corazón de Reyes que late y se conmueve de manera tan

diversa de Buenos Aires a Río de Janeiro.

Sin embargo estos años, los del Sur contienen un aspecto

que por no ser literario no nos gustaría dejar de lado

puesto que es en Brasil donde escribe su Atenea Política.

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Cabe destacar que durante su estadía en el cono sur

participó en la elaboración del Código de Paz quizás uno de

los documentos más importantes de la década de los treinta

y que fuera esbozado en 1933 en Montevideo en la Séptima

Conferencia Internacional Americana convocada a raíz de los

problemas sociales económicos y políticos del Nuevo Mundo.

En esta ocasión y gracias a México y a pesar de la

confrontación que sostuviera con Argentina, se logra

sancionar la no intervención de los Estados en los asuntos

internos de otro. Y el Código de Paz ya abunda en lo que

importaba más “no a la agresión por la fuerza de las armas”

cualquiera fueran las razones políticas. Es en esa ocasión

asimismo donde Reyes hace un discurso entrañable a

propósito de la guerra entre Bolivia y Paraguay, así como

la misma Conferencia logra detenerla en los días de su

realización.

En 1936 en la Conferencia Interamericana de Consolidación

de la Paz convocada en Buenos Aires y a expresa acentuación

de Alfonso Reyes en un documento de su autoría, se proponen

medidas para promover el fomento de las relaciones

intelectuales y culturales más estrechas entre las

repúblicas americanas. Y se agrega otro documento sobre

Hispanoamérica para la consolidación de la paz.

La delegación mexicana, bajo el gobierno de Lázaro

Cárdenas, alerta sobre la inclinación profascista de

ciertas políticas de las cuales México se aleja

ostensiblemente. Somos zurcidores de voluntades consagrados a suturar

roturas, amortiguar sobresaltos y crear continuidad, proclama Alfonso

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Reyes. Pero hay más, y lúcidamente reconoce que no se le

perdona estar apartado de las vendettas del odio. Y en otro

orden llega al enojo Nos va a pasar como a Cuba (…) mientras no

derramemos por todo el mundo nuestros intereses, más dependeremos de uno

solo.

Lo cual prueba que no es lo mismo enriquecerse del acervo

cultural europeo en su contacto directo y habitar el centro

del mundo que darse a la tarea de andar por el sur de

América Latina y con ello palpar la realidad flagrante de

los pueblos que van desde allá hasta los bordes del Río

Bravo. Es capital invaluable, este de Reyes, sumergirse en

la tumultuosa América e intentar descifrarla mientras

combate en ella la inercia, el solipsismo y el desinterés

por los pueblos hermanos, al mismo tiempo que la

dependencia económica y cultural del primer mundo.

Su Atenea Política gestada para los universitarios de la

Facultad de derecho en 1932 y un año después publicada en

Chile, tiene el vuelo de un manifiesto por el poder

argumentativo a favor de la continuidad de la cultura,

rechazando cabalmente toda actitud catastrófica que nos

hundiría en la fragmentación de nuestra propia humanidad.

Su alegato alcanza una vigorosa pasión americana:

“Tengo algún derecho a aconsejaros la vida de la cultura

como garantía de equilibrio en medio de las crisis morales.

Traigo bien provistas de experiencias mis alforjas de

caminante. No olvidéis que un universitario mexicano de mis

años sabe ya lo que es cruzar una ciudad asediada por el

bombardeo durante diez días seguidos, para acudir al deber

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de hijo y de hermano, y aún de esposo y padre, con el luto

en el corazón y el libro de escolar bajo el brazo. Nunca,

ni en medio de dolores que todavía no pueden contarse, nos

abandonó la Atenea Política”. (11, 202)

En Brasil así como antes en Argentina, Alfonso Reyes

despierta la fascinación de los jóvenes, sus tertulias en

la embajada los domingos proseguirán, el entusiasmo de las

nuevas generaciones y no tan nuevas alrededor de su verbo y

su pensamiento también. Si antes fueron Borges y Molinari

ahora son Carlos Lacerda y Cecilia Meireles entre los más

destacados, y de su generación Manuel Bandeiras cuyo acervo

de más de 21 obras de Reyes con efusivas dedicatorias fue

hallado después de su muerte en 1968. Sin embargo pudiera

decirse que fue Cecilia la que más lo admiró y vio en él,

el gran formador de la América nuestra, teniendo en cuenta

su intensa pasión por la educación. Su caracterización de

Don Alfonso es muy semejante a la de Gabriela Mistral quien

también viera en él y se lo hiciera notar con frecuencia,

el Maestro de las nuevas generaciones latinoamericanas.

A manera de conclusión, sabemos que existe una especie de

talante para definir dónde este mexicano excepcional fue

más feliz. Decíamos al principio que no fue feliz en Buenos

Aires, pudiera suponerse entonces que sí lo fue en Brasil

dada la poderosa vitalidad de su ejercicio literario. Las

voces de sus exégetas se contradicen hasta el día de hoy,

dando a uno u otro país las primicias de su contentura.

Cuesta al ser humano ser feliz, si es que tal estado

existe, cuesta más al pensador, al que todos los días de su

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vida reflexiona sobre nuestra condición y sus avatares,

cuya lucidez le revela su ser para la muerte al mismo

tiempo que sus infinitas contradicciones y la fragilidad

consuetudinaria que lo acompaña siempre. En este sentido

sólo podemos sostener que no hay país en el mundo adonde

Reyes regresara tantas veces en su imaginario. De saudades

cariocas están llenas sus alforjas. Y de haber percibido

por un instante el sabor del paraíso. Feliz o no, he aquí

la tierra que, después de México, hubo de colmarlo.

También Brasil, después de Buenos Aires, entre la

muchachada y los hombres de bien de la clase ilustrada,

casi del mismo modo, habría de sentir su partida. Porque en

prosa como los porteños o en verso como su gran admirador y

amigo Manuel Bandeiras no se pierde sin dolerse un hombre

de la talla de Alfonso Reyes.

Os cavalihnos correndo

E nós, cavalöes, comendo…

Alfonso Reyes partindo,

E tanta gente ficando…

Coral Aguirre

Dr. Alfonso Rangel Guerra

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BIBLIOGRAFÍA

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brasileño,(1930-1936) El Colegio Nacional México 2009

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