SOBRE EL INDIO ECUATORIANO

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MOISÉS SAENZ wmbro de 1» Comisión de Investigaciones Indias de la Secretaria de Educación Pübliea SOBRE EL INDIO ECUATORIANO Y SU INCORPORACIÓN AL MEDIO NACIONAL PUBLICACIONES DE LA SECRETARIA DE EDUCACIÓN PUBLICA MÉXICO 1 9 3 3

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M O I S É S S A E N Z wmbro de 1» Comisión de Investigaciones Indias de la Secretaria de Educación Pübliea

SOBRE EL I N D I O

E C U A T O R I A N O

Y SU INCORPORACIÓN AL MEDIO NACIONAL

PUBLICACIONES DE LA SECRETARIA DE EDUCACIÓN PUBLICA

M É X I C O 1 9 3 3

SOBRE EL INDIO ECUATORIANO Y SU INCORPORACIÓN

AL MEDIO NACIONAL

M O I S É S S A E N Z Miembro de la Comisión de Investigaciones Indias de la Secretaría de Educación Pública

SOBRE EL I N D I O

E C U A T O R I A N O

Y SU INCORPORACIÓN AL MEDIO NACIONAL

PUBLICACIONES D E LA SECRETARIA DE EDUCACIÓN PUBLICA

M É X I C O

1 9 3 3

980 Sa15s

N D I C E

Págs.

NOTA PRELIMINAR. X I I I

I. GENERALIDADES Y ANTECEDENTES HISTÓRI­

COS 7

Geografía, Física y Económica 7

Las t res regiones na tura les , 8.—La Costa, 8.—La Sie­

r ra , 9.—El Oriente, 12.—El Ecuador, país agrícola, 13.

Geografía Humana 16

Tipos de población de las t r e s regiones, 16.—Pobla­

ción: datos censales y caracterización, 18.

La .Prehistoria Ecuatoriana y Algunos Antecedentes

Históricos . . . . 23

Los Caras , 23.—Desarrollo cul tural de los pr imeros po­

bladores, 24.—La Conquista Incaica, 25.—La Conquis­

ta Española , 27.

I L CARACTERIZACIÓN DEL INDIO ACTUAL 29

Descripción de los indígenas de las t res zonas, 29.—

Los indios de Oriente, 29.—El indio de la s ierra , 30.—

Las "parc ia l idades" indígenas, 31.—Aspecto físico, 34.—

Tipos de casas, 40.—Indumentar ia , 43.—Alimentación,

4 6 — L a chicha, 48.—Ocupaciones, 50.—Indio jornalero,

54.—Industr ia casera text i l , 57.—Cordeles y es teras ,

62.—Sombrerer ía , 64.—Cuantía y calidad de los a r t e ­

factos indígenas , 68.—Comercio: fer ias y mercados,

71.—Las " f e r i a s " son acontecimientos sociales, 73 .—

Id ioma: el quechua y el castel lano, 74.—Religión, 76.—

Música y danza, 79.—Embriaguez, 82.—Rasgos del in­

dio borracho, 87.—El monopolio de alcoholes y agua r ­

dientes , 87.—Vida famil iar , 89.—Prácticas mat r imonia­

les, 89.—Descripción de costumbres , hecha por Ceva-

llos, 92.—Costumbres comunales, 95.—Terreno de co­

munidad, 97.—Las mingas , 97.

E l lat ifundio en el Ecuador , 101.—El caso concreto de

latifundio en Carchi, 103.—Las servidumbres del indio

campes ino: el concertaje, 105.—La forma ac tua l del

concertaje , 108.—Otra clase de peones, 110.—Servi­

dumbre de las comunidades indígenas, 111.—Formas

agudas de gamonal i smo, 111.—Feudalismo, 113.—Ex­

tensión de la parce la indígena, 113 .—¿Hay t i e r r a su­

ficiente en el E c u a d o r ? , 115.—La act i tud del indio ha­

cia la t i e r r a , 116.—El indio se rebela en contra de los

blancos, 118.—El p rob lema del suelo va adquiriendo

aspectos violentos, 119.—Situación legal re la t iva a la

t i e r r a , 121.—Un proyecto de reforma, 122.—Sugestiones

p a r a la colonización, 124.—Conclusiones sobre el p ro­

b lema de la t i e r r a en relación con el indio, 125,

Legislación p ro tec to ra del indio, 128.—El indio explo­

tado po r las au tor idades locales, 129.—Organización po­

lít ica, 130.—Efectos de la consolidación política local,

133.—La si tuación jurídico-legal, 134.—Legislación re -

I I I . EL PROBLEMA DEL INDIO 101

La Tierra, 101

El Indio y el Estado 128

Fág3.

publicaría de indios, 136.—La lucha de los ju r i s t a s en

contra del "concertaje ," 139.—Legislación reciente so­

bre el indio, 140.

El Indio y la Escuela 143

Descripción somera del s i s tema escolar, 143.—El indio

apenas es afectado por la escuela, 144.—Observaciones

en a lgunas escuelas, 146.—Caracterización de la escue­

la p r imar i a en el Ecuador , 150.—La escuela de la ac ­

ción, 150.—Reforma de la escuela ru ra l , 151.

El Indio y la Iglesia 154

El clero y el indio, 154.—Los "ca rgos" y las f iestas,

155.—Un rela to sobre las Misiones de Oriente, 156.—

Preocupación social del clero ecuatoriano, 160.—El Con­

greso Catequístico de 1916, 160.

IV. ASPECTOS GENERALES DEL PROBLEMA DEL i k -

DIO; CRITICA DE SOLUCIONES PROPUESTAS.

CONCLUSIONES 163

Acti tudes sociales, 163.—Las clases directoras , 164.—

Act i tud del indio, 165.—Ideas genera les sobre la reso­

lución del problema indio, 166.—Resoluciones del Con­

greso Catequístico, 168.

Modalidades del Proceso de Incorporación 171

Mestizaje étnico y mestizaje cul tural , 171.—Definicio­

nes de grupos de población, 173.—Mestizaje en La Cos­

ta , 178.—Influencia de las haciendas en el mestizaje,

179.—El servicio doméstico y el mest izaje, 180 .—¿Está

el indio p repa rado p a r a la incorporación?, 180.

Crítica de Soluciones Propuestas al Problema Indígena. 181

La solución legal is ta , 18L—La solulción pedagógica,

182,—La solución eclesiástica. 184.—La solución econó­mica, 185.

CONCLUSIONES . . •. , . . • • • 1 8 G

BIBLIOGRAFÍA 193 ' Lista de Obras Consultadas 193

A PIÓ JARAMILLO ALVARADO, PORTAVOZ DE LOS QUE LLEVA­

RON LA CAUSA DEL INDIO ECUATORIANO ANTE LOS TRIBUNA­

LES DE LA NACIÓN, Y A FERNANDO CHAVES, REPRESENTATIVO

DE QUIENES HAN DE LABRARLE SU DERECHO EN LOS DUROS

CAMPOS DE LA LUCHA

MOISÉS SAENZ.

NOTA PRELIMINAR A mediados de 1931 fui comisionado por la Secretaría de Edu­

cación Pública de México para visitar algunos países de Centro y Sudamérica, con el objeto de recabar datos de primera mano sobre la situación de las masas indígenas, dentro del conglomerado nacional, sobre los aspectos problemáticos de la vida del indio y sobre las me­didas resolutivas que estuvieren operando. Visité Guatemala, el Ecuador, Perú y Bolivia. Mi estancia en cada país fué breve, dema­siado breve; unas seis semanas únicamente. Juzgúese el apunte que ahora publica la Secretaría de Educación Pública con este dato a la vista.

Por otra parte, desde hace mucho me vengo ocupando de cues­tiones indígenas. En mi país he visto el problema del indio y me ha cabido en suerte ta oportunidad de hacer alguna aportación al pro­grama que el Gobierno se ha trazado frente a la cuestión. Formo parte de la generación que reconoce al indio como elemento vivo de la nacionalidad, apocado, opacado e mexpreso, por desgracia, pero no por eso negligible; soy de los que han repudiado el apotegma de que el mejor indio es el indio muerto; soy, además, del grupo de los que creen que no se puede matar al indio, que no es posible matar a ninguna raza, así se la aniquile materialmente y se ahogue su cultura; pero también formo parte de ese otro grupo, menos nume­roso, pero por fortuna en aumento, que reconoce en la tradición y la actualidad del indio, cualidades valiosas para la composición del perfil nacional, indispensables para la determinación del genio de nuestros países. Mi experiencia con la cuestión indígena es larga, que sirva esto para explicar lo que de otra manera sería arrogante presunción al pretender hacer un apunte, así sea modesto, sobre la situación de los indios en cualquiera de los países visitados.

El método de este estudio fué directo, personal y sencillo. En cada país llegué primero a la capital (todas ellas, menos Lima, están en plena zona indígena), para informarme de las ideas directivas sobre asuntos indígenas, poniéndome en relación con los individuos y con las instituciones que se ocupan del indio o que tienen ingeren­cia en los movimientos que lo afectan. Fui desp>ués a los asientos de

los naturales, no para hacer etnografía, sino para, adquirir ambiente, para hacerme del punto de vista local, para ver Ja cuestión de abajo para arriba, de la periferia hacia el centro, por decirlo así. Me do­cumenté un poco, pero, sobre el terreno, quise ver las cosas directa­mente, sin el estorbo del dato impreso, que en estu clase de cuestio­nes no sirve, las más de las veces, sino para embotar la curiosidad. Además, no he pretendido hacer etnografía; lie querido que este apunte sea más bien un documento humano. En consecuencia, he recorrido los países que me cupo en suerte visitar) un poco en ca<-lidad de artista, en actitud de artista, en lo que ésta tiene de visión de conjunto, esencial, inexperta, en el sentido de no especializada o profesional. Mi estudio es un reportazgo, un relato de primera mano. Ha de tener muy ¡JOCO de original, aparte de lo que de sin­gular tiene la visión de cada individuo a través de su propia perso­nalidad. Quizá el método sea un tanto original, no porque no so­bren hasta el fastidio los libros de viajes; sino porque éstos, por lo común, no han visto al indio en la luz en que yo he deseado verlo. Tantos hay que miran al indio pintoresco, tantos otros que lo pin­tan sencillamente miserable, sin hacer cuenta de Tos que lo deni­gran y deturpan, escandalizándose al descubrirle i'asgos que en el blanco nunca les han parecido ni extraordinarios ni reprobables..

Junto a este carácter francamente personal de mi procedí-miento, va otro que le es, en cierto modo, opuesto y hasta contra­dictorio. Me refiero a mi deseo de presentar imparcialmente las situaciones. Cuando hablo de lo que el Estado o la Iglesia están haciendo o han hecho por el indio, o cuando describo Jas actitudes de los grupos sociales, he deseado a puntar objetiva mente, registrar. Esto quiere decir, una vez más, que este libro no es sino un apunte. No pretende tratar la cuestión del indio como tal, mucho menos re­solverla o prescribir recetas para el alivio de sus males; he deseado sencillamente describir fenómenos. Los describo un poco al modo como el pintor apunta un paisaje, poniendo ya en el boceto algo de su personalidad, porque yo no oculto mi punto de vista sobre el indio ni disimulo mi actitud. Ni soy un turista que anota lo pin­toresco y superficial, ni mi sabio alemán que diseca hasta la mio­pía; fui por tierras indoamericauas para sentir con el indio, para ver por el indio, para hablar por el indio. Los antropólogos, quizá hasta los sociólogos repudiarán este boceto; que lo dejen a un lado, les ahorro trabajo con esta nota al declararles que he querido es­cribir un documento humano, no un libro de ciencia.

El plan que he seguido no tiene complicaciones. Primero he deseado colocar al indio en su contexto histórico y tradicional: el indio de ayer es antecedente indispensable para entender al de hoy; después describo la vida de los naturales, tal como se desenvuelve en la actualidad y según yo mismo pude sentirla, reticente y me­drosa, hosca y agresiva por necesidad de defensa, con el ritmo sin-

copado que le dan dos culturas distintas, que no pueden sincroni­zarse ni han tenido ocasión propicia para fundirse. La descripción del problema del indio forma la tercera parte; considero al natu­ral frente a la tierra, en su carácter de ciudadano, en relación con la escuela y como objeto de la accióji eclesiástica. El último capí­tulo se refiere a los intentos de resolución de la cuestión indígena, a los diversos aspectos del problema de amalgamación étnica y so­cial, para acabar, por fin, con algunos juicios sobre los fenóme­nos observados.

Quien se haya asomado siquiera a los tres países de Sudamé-rica que visité, no podrá menos que sorprenderse ante la inquietud que reina en torno de las cuestiones relativas al indio; se dará cuenta, ademéis, de que estos tres países, para no hablar sino de los que ahora considero, están en pleno devenir, en estado de flujo y conmoción, plasmándose dentro de las circunstancias y bajo las as~ piraciones de un día nuevo. El indio no se quedará sin represen­tantes en esta crisis. La juventud actual del Ecuador, vanguardia de una generación que transformará al pais, sabe del indio; hablará por él, cuidará de que en la asamblea tormentosa donde hayan de definirse los destinos del ¡jais, no se quede olvidado ni su derecho ni su promesa. La generación reformista del Perú, ya en lucha abierta, sabe que su campo y su responsabilidad estein en la Sie­rra, con los indios; y en cuanto a Bolivia, país que ha avanzado menos que sus hermanos por el camino de la transformación na­cional, está más dispuesta que nadie, y también más obligada a hacer surgir al indio.

En México, el indio, problema recalcitrante de hace veinticinco años, va fundiéndose en el crisol social al calor del fuego revolu­cionario y convirtiéndose, de cuestión especial que era, meramente en un fenómeno de crecimiento y consolidación nacionales. El pro­grama de incorporación del indio, con miras a la integración na­cional, que México ha seguido, podrá ser útil para los otros países indo-americanos que van entrando a la etapa de mestización que ya hemos alcanzado nosotros. Ojalá que les sirva para adoptar una política meis pareja, más coherente y miás completa que la que nos­otros hemos tenido. Porque, a pesar de nuestra palabrería y de las indiscutibles ventajas sociales que la revolución nos ha traído, el hecho triste es que el indio, quitado el beneficio escolar que sí ha recibido, se ha quedado, en gran parte, al margen de la conquista revolucionaria. El indio va haciéndose mexicano, es cierto, y el torbellino revolucionario ha acelerado el proceso, pero siempre cie­gamente, como en fuga: seguimos siendo víctimas del fatalismo his­tórico; aun no podemos ser arquitectos de nuestro destino nacio-

nal, Yo he asistido en los países indo-americanos cjue recorrí, al planteamiento del problema del indio propuesto con una claridad meridiana; que vengan nuestros amigos del Sur a ver en México un intento de resolución lleno de enseñanzas tanto en stis aciertos cuanto en sus errores y en sus deficiencias.

MOISÉS SAENZ.

México, enero de 1933.

SOBRE EL INDIO ECUATORIANO

SOBRE EL INDIO ECUATORIANO Y SU INCORPORACIÓN

AL MEDIO NACIONAL

CAPITULO I

GENERALIDADES Y ANTECEDENTES HISTÓRICOS

GEOGRAFÍA FÍSICA Y ECONÓMICA

La República del Ecuador está situada al Noroeste de la Amé­rica del Sur; la línea equinoccial atraviesa el país por la parte del Norte. El área a que el Ecuador sostiene tener derecho es un poco más de setecientos mil kilómetros cuadrados. Los límites con Colombia, la vecina del Norte, quedaron ya definidos por tratados recientes; no así los del Perú, país con el que se mantiene todavía el litigio por la cuestión de fronteras. El territorio en disputa constituye prácticamente toda la extensa región que queda al Orien­te de los Andes, en la amplia hoya del Amazonas. Parte de este territorio está de hecho ocupado por el Perú. El Ecuador pre­tende extender sus límites por el Sur hasta el río Marañón, con lo cual tendrá una salida navegable hasta el Atlántico. De entre­garse al Perú todo lo que este país alega, el área del Ecuador quedaría reducida a menos de la mitad ele la cifra que arriba se ha señalado.

El Ecuador está atravesado, en su tercio occidental, por el es­pinazo clel continente sudamericano, la cordillera de los Andes. De este fenómeno dependen todas sus condiciones, orográficas, hidro­gráficas, climatológicas, etnográficas y aun políticas. En efecto, los sistemas fluviales, las zonas vegetales y el clima derivan de ese hecho; el mismo determinó también el desarrollo de las cul-

Casa, gen te y plant ío típico de La Costa.

turas primitivas que fue muy distinto en la parte occidental que en la oriental, y que alcanza su desenvolvimiento máximo en las regiones altas y montañosas.

L A S T R E S R E G I O N E S N A T U R A L E S

Los Andes dividen al Ecuador en tres regiones, perfectamente distintas, tanto en lo físico cuanto en lo político y civil: 1.—El Ecuador Occidental —"La Costa,"' en la terminología vulgar, "Los Llanos"' de los antiguos cronistas—, comprende los países bajos, entre el litoral del Pacífico y la rama occidental de la Cordillera de los Andes; 2.—El Ecuador Central o alto —"La Sierra"' del lenguaje usual— se compone de las provincias andinas situadas so­bre las cordilleras y sus flancos exteriores de ambos lados; 3.—El Ecuador Oriental se extiende de las faldas inferiores de la rama oriental de la cordillera de los Andes sobre las bajas regiones de la hoya amazónica.

LA COSTA \

La región baja occidental, o Costa, es una zona estrecha por el Sur del país donde la cordillera de los Andes casi llega hasta

el mar, pero se amplía desde la latitud ele Guayaquil adquiriendo un promedio de anchura de unas treinta leguas. No toda esta re­gión es plana: algunas estribaciones de los Andes se introducen en ella y ocasionalmente hay lomeríos aislados que también le dan relieve; en lo general, sin embargo, la región queda bien definida con el nombre que le dieron los españoles de "Los Llanos." La costa ecuatoriana está dominada por dos grandes sistemas fluvia­les : el del magnífico río Guayas que corre de Noreste a Sureste y comprende un vaso ele unos treinta y cinco mil kilómetros cua­drados, llegando al océano por Guayaquil, y el del Esmeraldas, en la región del Norte. En la parte septentrional, al Sur de Guaya­quil, la región costanera tiene el mismo carácter árido y desierto que el de la costa peruana, pero al Norte del citado puerto la pre­cipitación fluvial abundante restituye a la región su carácter tro­pical y fértil. En lo general esta sección del país puede dividirse en cuatro zonas: la de los manglares, junto al mar y los esteros sa­lados; la de las sabanas o tembladeras, de unos cinco kilómetros de ancho, baja y plana, cubierta de gramíneas, que se inunda du­rante la temporada de aguas y que no es propicia para la agricul­tura, aunque sí es excelente para la cría del ganado; la zona de cultivos que se extiende desde la orilla de las sabanas hasta las faldas de la cordillera, suelo de aluvión, libre por lo común de inun­daciones, magnífico para el cultivo del cacao, que se da silvestre en muchas partes, de la. caña» ele azúcar, del banano, del arroz, ele las pifias y ele muchos otros cultivos tropicales, y por último la zona llamaela "La Montaña," que se extiende por las laderas de las cordilleras hasta unos mil metros ele altura, región de selvas vírgenes, de ríos estrepitosos cuyas vegas y bancos se prestan ael-mirablemente para la agricultura tropical y subtropical.

L A S I E R R A

La parte alta y montañosa recibe el nombre de región interan­dina por el hecho de que, aproximadamente donde la cordillera de los Andes entra a terreno ecuatoriano, por el Sur, se bifurca en dos bien marcados sistemas que recorren más o menos paralelamente el país hacia el Noroeste, El sistema de fondo o principal queda al Oriente y el otro, siguiendo el litoral, al Poniente. Estas dos cor-elilleras, la oriental y la occidental, elejan entre sí una zoíia alta

Paisaje típico de La Sierra.

e irregular a la que Humboldt, con cierta impropiedad, denominó altiplanicie. La región interandina es un gran valle longitutinal en-tre las dos cordilleras; no es continua, está por el contrario divi­dida en extensas hoyas formadas por los nudos que conectan a las dos cadenas montañosas en varios puntos, algunos de los cuales se levantan a considerable altura sobre los valles. La altura media de los Andes en el Ecuador es de unos tres mil quinientos metros mientras que la altura media del valle interandino es alrededor de dos mil quinientos. Las hoyas de la zona interandina constitu­yen la región de los cereales y presentan las condiciones más favo­rables y propicias para la vida. Cada una aloja a una provincia y cuenta cuando menos con un centro de población de importancia. La primera por el Sur tiene la ciudad de Loja; las provincias del Azuay cuentan con dos capitales: Cuenca y Azogues. Importan­tísima es la boya de Eiobamba, como a la mitad del valle longitu­dinal, albergue de la provincia del Chimborazo, que tiene por capi­tal a la ciudad de Eiobamba; la tercera del Ecuador, provincia donde se asienta una densa población indígena. La hoya de Ambato sigue por el Norte y, traspasando el nudo del Tiupuyo, se baja a la hoya de Quito donde está situada la capital; por último, ya hacia los límites con Colombia, la hoya de Ibarra, que aloja la ciudad de este nombre, cierra la serie. En estas hoyas o valles andinos tienen nacimiento ríos importantes que se abren paso por las cor­dilleras hacia el Este o el Oeste, por entre abras empinadas o por

El Illinlzar.

El Chimborazo.

estrechas quebradas. En todo su trayecto por el Ecuador las dos cordilleras levantan estupendas cumbres nevadas que forman la famosa "Avenida de Volcanes," uno de los más imponentes paisa­jes del mundo entero. El Chimborazo, el Cotopaxi y el Cayambe cuyas nieves desafían los rayos ardientes del sol bajo la propia línea equinoccial; el Illinízar, el Altar y el Antisana, no son sino algunas de las más importantes de esas cumbres. La región interandi­na es bella, de fuerte y variado colorido y de gran feracidad en las partes más bajas; su clima, dentro de la general clasificación de templado, es muy variado, desde el tropical del fondo estrecho de la quebrada hasta el frío y destemplado de los páramos.

E L O R I E N T E

La región oriental participa de muchas de las características de la occidental aunque es menos montañosa. Está atravesada por caudalosos ríos que, bajando de los Andes, atraviesan la inmensa planicie para ir formando los grandes tributarios del Harañón que

El pá ramo .

será después el Amazonas. Estos ríos enormes y las selvas vírgenes que cubren cual un océano toda esa región le imprimen su carácter singular, majestuoso, sombrío y melancólico. Durante buena parte del año el suelo está cubierto por agua; geológicamente parte de esta región está apenas en construcción y es todavía impropia para la vida humana.

E L E C U A D O R . P A Í S AGRÍCOLA

El Ecuador es un país eminentemente agrícola. El cacao en la costa ha constituido un importantísimo renglón de exportación, si bien ha decaído en los últimos años a causa de dos terribles pla­gas que asolan los plantíos. La sierra produce cereales y patatas. La ganadería es de las dos regiones, pero se desarrolla en ma­yor escala en la última. El doctor Pío Jaramillo Alvarado (*) no está de acuerdo con quienes afirman que el Ecuador es esencial­mente agrícola. Dice qué no lo es porque no se cultiva lo sufi-

(*) Revista de la Sociedad Jur íd ico-Li terar ia , número 126, enero-ju­nio de 1929, p . 147.

cíente, porque no todas sus tierras son fértiles en la parte poblada de su serranía y porque la misma exuberancia mata a la agricultura costeña. "La agricultura ecuatoriana es actualmente miserable,'' dice. Respalda su aserto con las cifras de exportación correspon­dientes a 1922, año en que el total de productos y manufacturas de La Sierra y de La Costa exportados fue de cerca de 84 millones de sucres, de cuya cifra corresponden 33 millones a los artículos de La Costa y el resto a los de La Sierra. Los artículos de La Costa, aclara Jaramillo, cacao, café y tagua, son de producción casi es­pontánea. En oposición a la aseveración de Jaramillo puede afir­marse que el Ecuador es, en efecto, esencialmente agrícola, tanto porque no es industrial, ni minero, ni comercial, como porque la gente vive preponderantemente de los productos del suelo y se de­dica al cultivo de la tierra. Después de todo, si las exportaciones son indicio inequívoco de la riqueza industrial de un país y de su estatura económica internacional, no debe ser un criterio para juzgar de la calidad de ¡su economía. Por otra parte, desde el punto de vista social y humano es tan importante, quizá más importante, saber lo que un pueblo consume como lo que vende o atesora.

Montubios sombrereros .

El l lamado sombrero de P a n a m á es una manufac tu ra ecuator iana .

El cultivo del suelo constituye la ocupación tradicional y pre­dilecta del ecuatoriano; la población del país es esencialmente ru­ral. Lo son desde luego los indios, y el cholo se apega a la tierra con tanto cariño como los naturales. Hay en el Ecuador una im­portante y generalizada industria casera. Gada pequeño pueblo de mestizos en La Sierra es un obrador. En la parroquia de Espejo, provincia de Imbabura, por el Norte, hay unas sesenta familias de mestizos y cuenta justamente con cuarenta y dos establecimientos de industria o comercio en pequeño: prácticamente cada hogar es un táller. Los productos ele esta actividad industrial son consumi­dos dentro del país, no constituyen un capítulo de exportación sino los sombreros de palma toquilla, conocidos en todo el mundo coa el nombre de sombreros de Panamá, y algunos tejidos y otras ma­nufacturas que van a Colombia.

La.vida es extremadamente barata en el Ecuador. Sigue una lista ele precios corrientes en los mercados de Otavalo y Eiobamba expresados en centavos ele sucre y en su equivalente, .en centavos cíe dólar. Para fines comparativos se dan los precios ele los artículos en la plaza ele Taxco, Gro. (México), y en la ciudad ele México, en pesos y en dólares.

PRECIOS DE ALGUNOS ARTÍCULOS DE PRIMERA NECESIDAD

1 PRECIOS EN EL ECUADOR PRECIOS EN MÉXICO

ARTICULO Cantidad Otavalo Riobamba Taxco México, D. F. ARTICULO Cantidad

Sucres Dls. Sucres Dls. Pesos Dls. Pesos Dls.

Patatas arroba 0.60 0.12 1.00 0.20 3.30 1.10 2.87 .96 Maíz arroba 0.40 0.8 0.44 0.15 .92 .31 Cebada arroba 0.50 0.10 0.45 0.9*

0.44 .80 .27

Leche litro... 0.10 0.2 0.12 0.025 0.28 0.9" .22 .7 Arroz libra... 0.20 0.4 0.28 0.9 ,10 .3 Arroz de cebada. libra... 0.08 0.016 0.05 o.oí

0.28 0.9 ,10 .3

Carne de res libra... 0.20 0.04 0.25 0.05 0.40 0.13 ".28 ".9" Carne de puerco. libra... 0.15 0.03 0.30 0.06 0.30 0.10 .38 .12 Huevos uno... . 0.05 0.01 0.05 0.01 0.04 0.1 .04 .1 Frijol libra... 0.05 0.01 0.08 0.016 0.06 0.2 .9 .3 Manteca .... libra... 0.35 0.07 0.50 0.10 0.40 0.13 .42 .14 Piloncillo libra... 0.10 0.02 0.12 0.025 0.09 0.3 .7 .2 Sal libra... 0.20 0.04 0.20 0.04 0.05 0.3 .4 .1

Indios Colorados, Río Pupuzá , Ecuador .

Si se calcula el dólar a tres por un peso mexicano se verá que todos los artículos, excepción hecha de la sal (monopolio del go­bierno), son considerablemente más baratos en el Ecuador que en México. Creo que, en general, el costo de la vida allá sea de tres a cuatro veces más bajo que en nuestro país.

El vivir de las gentes en el Ecuador se desenvuelve dentro de una mesura y un ajuste en cuanto al orden y a la economía en los gastos que parecen europeos. El estado participa de esta misma característica; no es dispendioso ni inflado de presupuesto. Tanto en lo público como en lo privado, se cuidan los fondos y se llevan cuentas exactas.

GEOGRAFÍA HUMANA

T I P O S D E P O B L A C I Ó N D E L A S T R E S R E G I O N E S

Las tres regiones naturales señaladas, La Costa, La Sierra y El Oriente, están habitadas por •tres tipos inconfundibles de pobla-

ción. Los de La Costa son mestizos en su mayoría, se les da el nom­bre de "Montubios." Por el Norte de esta misma zona en la región de Esmeraldas, el elemento negro es evidente y existen todavía, como veremos después, algunos pequeños grupos indígenas. El indio por regla general se hace mestizo en La Costa y por lo tanto en esta zona no hay indios, si en esta determinación hemos de com­prender aquellos de traje exótico y lengua no española. El mestizo de La Costa, por lo general más blanco que el de la altiplanicie mexicana, acusa no obstante las corrientes de sangre negra e india que lleva en las venas. El castellano es la lengua imperante, y el tono, inflexión y cantidad del hablar de las gentes, menos "cerrado" que el de los de La Sierra, es muy semejante al de la generalidad de los mexicanos. La gente de La Costa es viva y alzada. La eco­nomía rural gira en torno de las grandes negociaciones agrícolas: los ingenios de azúcar y fincas de cacao. Guayaquil es la capital de la región y por su posición geográfica de puerto al mar, tiene aspectos de comercio internacional que Quito no conoce.

En la región interandina vive la mayor parte de los indios, pero tiene su asiento también la población blanca dirigente que se reconcentra en las principales ciudades de la zona: Loja y Cuenca por el Sur, refinadas y li terarias; Eiobamba y Ambato, de riqueza agrícola y comercial; Quito, el centro político y cultural del país; Otavalo e Ibarra, cerca de la frontera colombiana, asiento de mes­tizos inteligentes e industriosos. Pero los indios son los más nu­merosos. Habitan toda La Sierra desde el Sur y por el centro y hasta el Norte. Con ellos viven también los cholos que son mestizos. Los indios llevan una vida rural, ya como pequeños propietarios libres, ya como peones de hacienda. Los mestizos desarrollan ac­tividades industriales caseras y se ocupan también de la agricul­tura. "Serranos" se llama a todos los que habitan esa región alta e irregular, serranos en oposición a costeños o montubios.

La Costa y La Sierra son expresiones de una especie de duali­dad en que se desdobla el Ecuador. Guayaquil es capital de la pri­mera, Quito de la segunda. La dualidad es económica, por la diver­sidad de productos de una y de otra región, destinados a la expor­tación, en gran parte los tropicales: al consumo doméstico los de la parte alta, pero más que todo por la diferente economía de los costeños mestizos y de los serranos indios. El dualismo es político

17

El Indio E c u a t o r i a n o . — 2

con ribetes de separatismo de parte de Guayaquil, de envidia y de rencor hacia los gobiernos ele la altiplanicie, hacia el Quito absor­bente, según dicen los del litoral. Dualismo del suelo por la división longitudinal del país que los Andes han hecho, con la consiguien­te dificultad para las comunicaciones transversales de La Sierra hacia La Costa.

En Oriente viven todavía en el ciclo primitivo de cultura no-mádica y bárbara, tribus y pueblos; Yumbos, Jíbaros, Záparos, que no han constituido jamás una "nación" ni en el sentido indio del término y que apenáis han logrado un bosquejo rudimentario de gobierno. Estos elementos no constituyen al presente factores importantes de población en el Ecuador. El país apenas parece tener conciencia de estas gentes; el interés que por ellos se tiene queda circunscrito al de los etnólogos y al de algunos misioneros. El territorio en que viven es justamente el que se han venido dis­putando desde hace largos años el Ecuador y el Perú. Debido a esta pugna el "Oriente Ecuatoriano" es un término de connotación política y geográfica, su significado social es todavía muy débil.

POBLACIÓN: DATOS CENSALES Y CARACTERIZACIÓN

No existe un censo de población en el Ecuador; los números que se anotan son cómputos parciales y cálculos estimativos. La cifra dada oficialmente por la Dirección General de Estadística señala dos millones y medio como la población calculada del Ecua­dor (*). De éstos un millón y medio, aproximadamente, correspon­den a La Sierra, un cuarto de millón a la región oriental, señalán­dose unos 700,000 como el número de pobladores de La Costa. La densidad de la población que la misma oficina ha calculado es de 3.49 habitantes por kilómetro cuadrado en todo el país, promedio bajo porque incluye la región oriental y el archipiélago de Colón, que cuentan con una población muy escasa. Si se exceptúan estas regiones la densidad de la población es considerablemente mayor, yendo desde diez habitantes por kilómetro cuadrado en La Costa hasta unos veinticinco por término medio en La Sierra.

(*) Noticia estadíst ica suminis t rada al au tor por la oficina mencio­nada .

En 1822 al incorporarse el Ecuador a la antigua Colombia se computó en unos 880,000 la población del país, cifra confirmada cuatro años después en los padrones por medio de los cuales se co­braba el impuesto a los indios. El historiador y geógrafo P. F , Cevallos. (*) hizo un cómputo de la población ecuatoriana toman­do como base la cifra de 1826 y examinando todas las memorias que los ministros presentaban a los congresos desde 1830 hasta 1887. Este historiador llega a estimar en 1.271,861 la población del país. Ei mismo señala como en 80,000 la probable población del Oriente ecuatoriano, de los cuales, añade, "debe entenderse que apenas habrá a vuelta de 10,000 que pertenezcan a la comunión católica, los demás andan camino de la idolatría."

Según el geógrafo Teodoro Wolf, autor ele la más importante geografía del Ecuaelor (*"), las razas o grupos étnicos más carac­terizados del país son: blancos o sean los élescenclientes de euro­peos, indios puros, negros puros, mestizos (mezcla de blancos e inelios), cholos (mezcla de mestizos e inelios), mulatos (mezcla de blancos y negros) y zambos (mezcla de inelios y negros).

Bolívar elijo que América más que europea o americana era "un compuesto ele África y América. . . pues la España misma ele ja de ser europea por su sangre africana, por sus instituciones y por su carácter." Cuantos han citaelo estas palabras de Bolívar disienten ele su aseveración creyendo que él se expresó así más por la pasión política que elominaba a su tiempo que por la realidad ele los hechos mismos. Cevallos dice que los cholos constituyen tres clases: "la alta, la media y la baja, que pasan sucesivamente de padres a hijos, entendiéndose cuando la alta mantiene su riqueza y cuando la baja no la adquiere. De otro modo al andar de dos gene­raciones la primera se desmejora y se confunde con la baja y ésta se ennoblece. El poder de las riquezas, ele encanto mágico, es el supremo poder, el poder por excelencia y las censuras y murmura­ciones procedentes ele muchas distinciones desaparecen al sonido del oro y de la plata" (***). Queda apuntada en esta apreciación de Cevallos el doble carácter del mestizaje, el étnico propiamente dicho y el económico, distinción que es importante conservar, en la

(*) P . F . Cevallos, Geografía Política, 1887, pp. 31, 33. (**) Teodoro Wolf, Geografía y Geología del Ecuador, 1892. (***) Cevallos, op. cit. p . 83.

Tipo de Otavalo.

memoria, pnes constituye un importante aspecto del fenómeno de asimilación que se observa hasta nuestros días. Los cholos, que son en lo general los mestizos, tanto del primer cruce del europeo con el indio como de los subsecuentes entre los mestizos y los indíge­nas, son todavía en el Ecuador mestizos de color bastante blanco, ocupan un término medio entre los europeos y los indios, concep-

Tipos de Otavalo.

tuándose inferiores a los primeros y superiores a los segundos, se­gún el mismo Cevallos.

La caracterización que el autor que vengo citando hace del indio es la siguiente: color cobrizo, pelo lacio largo y lustroso, nin­guna o muy escasa barba, ojos negros, pequeños, rasgados, nariz bien formada, dientes blancos y parejos, labios más bien gruesos, anchos los pechos y espaldas, bajos de cuerpo, pie pequeño! Tem­peramento flemático, pamposado, melancólico y desconfiado. Son fuertes y vigorosos de cuerpo, pusilánimes de espíritu. Cuando es­tán ebrios es otra cosa, pues se hacen habladores y valientes y an­tes se resignarían a morir que a <-eder lo que no quieren (*).

Los negros desaparecen rápidamente, sólo en Esmeraldas se conservan algunos puros. Probablemente la proporción de este grupo en toda la población ecuatoriana no llega al 0 . 1 % .

Muy inciertas son las opiniones sobre la proporción de pobla­ción que puede conceptuarse como indígena, mestiza y blanca. Wolf cree que los indios constituyen como una mitad de la pobla­ción total, otros autores antes que él pretenden que la misma se divide más o menos igualmente en tercios: indios, mestizos y blan-

(*) Cevallos, op. cit. p . 86.

eos. Es del todo aventurado hacer una afirmación, relativa a este pinito. En La Sierra la proporción de indios parace exceder m mu­chísimo a la de los blancos y mestizos y tal vez no estaría muy lejos de la verdad afirmar que en esta región tres cuartas partes del total de habitantes son indios puros o en un estado de pureza cultural tal que permite caracterizarlos como indígenas, corres­pondiendo el cuarto restante a los blancos y mestizos. En la re­gión de La Costa, se dijo ya, prácticamente todos son mestizos.. En el Oriente los indios puros constituyen casi el 100% ele la po­blación.

No obstante la carencia de cifras exactas en cuanto a la cla­sificación de la población, se puede asegurar que la proporción de indígenas es elevada, que los cholos son, como clase, mestizos en los que la corriente de sangre blanca es fuerte, si es criterio para juzgar el color de la piel, y que los blancos que si bien no pueden reputarse como grupo étnicamente puro distinto de manera abso­luta de los cholos o mestizos, forman de todos modos una clase suficientemente caracterizada, en lo general más blanca de color que la que se encuentra en el Perú, en Guatemala y en México. Como hay un dualismo económico, político y geográfico entre La Costa y La Sierra, existe otro bien marcado entre el indio y el blanco. De hecho el Ecuador es un país regido por los blancos', es un país de blancos. Es raro encontrar en un puesto de importancia en las oficinas públicas a una persona obscura de piel. Los hombres de letras, los intelectuales, en general, son, como clase, bien blancos. No existe, naturalmente, una conciencia blanca, ni por lo común se hacen distinciones en contra de quien tiene la piel obscura, ni en el gobierno, ni en la calle, ni en las escuelas. El hecho es, sin em­bargo, que la clase dirigente, determinante de la vida política, eco­nómica y cultural del país está integrada por gentes de piel clara, de ojos azules algunos. El indio ecuatoriano de La Sierra, si bien es de color cobrizo, como Cevallos anota, es, relativamente hablan­do, algo claro de piel, más desteñido que el indio de Guatemala o el de México. Esto podrá explicar, hasta cierto punto, el aspecto blanquizco del mestizo ecuatoriano, aunque la explicación más completa del fenómeno es, por supuesto, la preponderancia, de la sangre blanca, o, en otras palabras, el grado incipiente de la mez­cla de blancos y de indios.

LA PREHISTORIA ECUATORIANA Y ALGUNOS ANTECE­DENTES HISTÓRICOS

Ei Ecuador prehistórico estaba poblado por un gran número de tribus, ninguna de las cuales llegó a un desarrollo cultural so­bresaliente; algunas como las de los Quitus tuvieron cierta impor­tancia por su número, pero no por su huella histórica. En general las tribus del centro de la región alta fueron un tanto más adelan­tadas que las otras, sus costumbres eran más suaves "y refinadas. Las tribus de La Costa eran aguerridas y bárbaras, mientras que las del Ecuador Oriental, meros grupos nómadas, fueron las más atrasadas de todas, casi salvajes.

LOS GARAS

Velasco, el historiador y geógrafo principal del reino de Quito, da una nota de las naciones y tribus primitivas en la que se enu­meran 43 de las primeras y 130 de las segundas, y todavía, si se cuentan todas las pequeñas variantes que el mismo historiador se­ñala, se puede hacer un cómputo de 100 con sus correspondientes idiomas constituidos por unas 430 tribus, "un verdadero caos et­nológico y lingüístico" como ha exclamado con razón Wolf. Suje­tos los datos de Yelasco a un examen riguroso y descontando cuan­to se quiera por repeticiones, inexactitudes y fantaseos, puede afir­marse que durante el largo período de la prehistoria ecuatoriana es el país un verdadero mosaico de tribus y de pequeñas culturas lo­cales primitivas y arcaicas.

Relata Velasco que como por los años 700 u 800 A. D. la re­gión costeña llegó a ser el asiento de una tribu más fuerte que las otras, la de los Caras, que habían llegado por agua en tiempos an­teriores. El jefe de esta tribu se llamaba Caran y llevaba el epíteto de Scyri, que significa señor. Como por el siglo IX esta tribu em­pezó a movilizarse hacia el interior del país, remontando el Es­meraldas, probablemente, y llegando finalmente al territorio de los Quitus como por el año 1000 A. D.

Hasta el siglo X ninguna de las naciones que habitaban aque­llas tierras había llegado a desempeñar papel de importancia en la historia del país, pero la invasión de los Caras, parece haber sido el estímulo para la formación de una nación que desarrolló una

cultura más elevada y que constituyó un reino cuyo poderío llegó a abarcar prácticamente todo lo que ahora comprende el territorio del Ecuador. Los Caran Scyris fundaron una dinastía y afianzaron til dominio en Quitu y en la región del Norte. El séptimo soberano emperné la conquista de la región del Sur, dominando a los de Lata-cunga y entablando una lucha con los de Puruhá, en el centro del país, que duró muchos años y que no terminó sino con una alianza por matrimonio que trajo por resultado la dinastía Scyri Duchi-cela que dominó el reino desde el año 1300 hasta 1450 cuando tuvo lugar la invasión de los incas, la que culminó con el establecimiento de los imperialistas del Cuzco en el reino de Quitu.

Tal es el relato que hace el padre Juan de Velasco, S. J . (*), historiador principal de la antigüedad ecuatoriana y cuya validez y veracidad, por lo que a los Caras respecta, han puesto en duda a los principios de este siglo buen número de los críticos e historia­dores. Los intelectuales del Ecuador se han dividido en dos ban­dos: uno es el de los impugnadores de Velasco, el otro el de los que aceptando sus relatos sostienen la realidad de esa prehistoria ecuatoriana y basan en ella toda una tradición nacionalista. Va de suyo que mucho de lo que Velasco dice de los Caran Scyris es puro fantaseo e imaginación pueril: ¿no es eso acaso mucho de lo que otros relatores de la prehistoria y tantos cronistas han escrito también sobre otros pueblos? Pero no todo lo que Velasco dice es pura leyenda o invención. Un historiador extranjero, tan serio como el americano Means, se inclina a aceptar en mucho lo que el padre jesuíta escribió y no encuentra desvío fundamental en su his­toria (**).

D E S A R R O L L O C U L T U R A L D E LOS P R I M E R O S P O B L A D O R E S

Desde el punto de vista cultural parece seguro que existieron antiguamente en la costa del Ecuador culturas o series de .culturas que, arrancando de un nivel arcaico, se desarrollaron p'aulatina-

(*) Velasco, pad re J u a n de (1789), His tor ia del Reino de Quito en la América Meridional. Ed i t ada por D. Agus t ín Yerovi, 1841-1844, Quito, 3 tomos.

(**) Means, Philip Ainsworth , Ancient Civilizations of the Andes, 1931, pp. 147, 154, 167, 168.

mente hasta llegar a parecerse al tipo cultural que se conoce como del Tiahuanaco I I que floreció en el Perú, no siendo remoto que dichas culturas costeñas ecuatorianas hayan recibido influencias del Sur. Means (*) cree que es muy probable que tales grupos sean precisamente los Caras del abate Velasco. Al mismo tiempo, en las tierras altas ecuatorianas existían culturas que, como las de la costa, llegan a revestir las características del Tiahuanaco I I y que pueden haber sido afectadas como aquéllas, por corrientes perua­nas. Means y Uhle, y con ellos otros arqueólogos e historiadores modernos, aseguran que el Ecuador recibió también en tiempos re­motos influencias de carácter arcaico procedentes de Centroamé-rica, mayas con toda probabilidad.

Según Velasco, los Caras enterraban a sus muertos en tolas, especies de montículos; adoraban al Sol y a la Luna, a cuyas dei­dades edificaron templos; eran notables tejedores ele telas de al­godón y de lana; eran excelentes talladores de piedra y consumados en el manejo ele la honda. Los Caras no desarrollaron ninguna es­pecie de escritura y no supieron contar ni siquiera con algo seme­jante al quipu ele los Incas. Eran aguerridos y llegaron a consoli­dar el reino dándole un gobierno dinástico y una organización po­lítica avanzada.

L A C O N Q U I S T A I N C A I C A

Hacia el año de 1452 comenzaron las expediciones de los im­perialistas del Cuzco a territorio Scyri. Fué fácil para los invaso­res del Sur entenderse con la nación Cañaris que defeccionó del reino Scyri y estableció ahí su imperio; pero el dominio del te­rritorio del Norte había de ser disputado palmo a palmo, y si es cierto que el Inca al fin resultó victorioso, no lo es menos que los Scyris castigaron a los invasores en más de una ocasión. Los Incas hicieron su aparición por el Sur mandados por Tupac-Yupanqui, cloceavo de la dinastía o serie de su país y una de sus figuras más salientes. Los pueblos meridionales fueron los primeros sometidos ; algunos años después el mismo caudillo pudo llegar a Quito. Uno ele sus hijos, quien a su tiempo llegó a ser Huayna Cápac, el más famoso de los Incas, consumó al fin la conquista y añadió el reino

(*) Means, op. cit. p . 167.

de los Caran Scyris Duchicelas a su ya extensísimo y poderoso imperio.

Las conquistas del Inca en suelo ecuatoriano se extendieron especialmente en la región de la sierra, su influencia sólo llegó a la costa por Manabi. Huayna Cápac fijó su residencia en Quito durante unos treinta años y adornó la ciudad con hermosos edi­ficios hasta que llegó a ser una segunda capital del Imperio. Para asegurar mejor la conquista, el Inca tomó por esposa a una prin­cesa de Quito de cuya unión nació el famoso Atahualpa. En el propio Quito murió Huayna Cápac después de cincuenta años de mando; antes de morir dividió el vasto imperio que dominaba des­de el Agasmayo, en Colombia, hasta el Maule, en Chile, entre sus dos hijos, dando lo que es ahora el Perú a uno, al otro el antiguo reino ele Quito. Muerto Huayna Cápac los dos hermanos sucesores emprendieron la guerra civil en cuya empresa destructiva fueron sorprendidos por los españoles.

Al extender su imperio a tierras ecuatorianas, los Incas im­plantaron su cultura, como lo habían hecho en todas partes. La organización política admirable; la. difusión del idioma, la implan­tación del culto del Sol y la organización eclesiástica relativa; la organización colectiva del trabajo; el reparto de tierras, para el Inca, para el Sol y para el imeblo, adjudicando las últimas a la gente cada año según el tamaño de las familias; la organización de las comunidades para fines militares, el traslado de pueblos o mitimaes cuando necesario fuera y todas las otras modalidades de que trato con más amplitud en el estudio relativo al Perú (*). La estadía de los cuzqueños en el Ecuador no fue muy larga, sin em­bargo —más o menos cincuenta años después de la sumisión to­tal—, y la implantación cultural tuvo que haber sido incompleta y débil, pero tal fue el vigor de los conquistadores que el sello incaico perdura en el Ecuador indígena hasta nuestros días. El quechua es el idioma de toda. La Sierra, aunque su difusión se debe tanto a la conquista incaica cuanto al empeño que pusieron los españoles en generalizar su uso entre los naturales. La costumbre del trabajo colectivo es también una supervivencia incaica eviden­te. Los Incas dieron al reino de Quito una. unidad que no había

(*) Sáenz, Moisés, Sobre el indio peruano y su incorporación al medio nacional. México. 1933.

conocido, ni bajo' el gobierno ele los Scyris. El imperio era fuerte. La estupenda carretera que comunicaba a Quito y al Cuzco, una de las grandes empresas de la antigüedad, constituía un lazo de unión entre los conquistadores y los conquistados y el cariño que Huayna Cápac tuvo por Quito, restañó la herida de la conquista y se tra­dujo en obra de engrandecimiento para la capital ecuatoriana.

LA CONQUISTA ESPAÑOLA

Los verdaderos conquistadores españoles del Ecuador son Diego de Almagro y Sebastián de Benalcázar, quienes jior orden de Francisco Pizarro penetraron al país por el Sur en 1524, llegando hasta Quito y librando sangrientas batallas con los indios. En las postrimerías de este año fue fundada la capital en el asiento del antiguo reino de los Scyris. La lucha por la conquista del Ecuador duró unos diez años, lucha no tanto del blanco extranjero contra el indio cuanto entre los capitanes mismos que se disputaban el botín. Al varado se vino desde México y Guatemala tratando de arrebatar el territorio a los enviados de Pizarro; éste, desde el Perú, empieza a sentir desconfianza de sus propios comisionados y envía a su mismo hermano Gonzalo como Gobernador General del reino de Quito. Gonzalo, incitado por fantásticas conquistas de oro en el Oriente, emprende una expedición epopéyica hasta aque­llas tierras en las que murieron miles de indios. Los diez años de la conquista quedan marcados también con el esfuerzo de los pri­meros misioneros para establecer conventos y escuelas; sobre todo con la obra del preclaro varón Bartolomé las Casas que aquí, como en Guatemala y México, deja su huella a favor del indio. El gobierno virreynal principia propiamente por el año de 1544 y des­pués queda el Ecuador, como casi tocio el territorio sudamericano, bajo el mando del virrey del Perú, condición que conserva hasta 1717, ano en el que se crea el virreinato del Nuevo Reino de Gra­nada, con capital en Santa Fe, hoy Bogotá. Esta nueva entidad, suprimida cinco años después, por breve tiempo, fue definitiva­mente constituida en 1739. La presidencia de Quito perteneció en lo político a Santa Fe, aunque en lo eclesiástico seguía recibiendo órdenes de Lima.

El 10 de agosto de 1809 estalló una revolución de independen­cia en Quito que no llegó a tener éxito. Guayaquil, sin embargo,

obtuvo su independencia en 1820 y dos años después, librada la batalla de Pichincha por Antonio José de Sucre, la presidencia de Quito, es decir, el Ecuador, quedó definitivamente separada de España. El Ecuador pasó a formar parte de la gran Colombia, la república bolivariana que al fin se desató y de la que el país se separó proclamando su independencia el 24 de mayo de 1830, fecha en la que se inicia propiamente la República.

CAPITULO II

CARACTERIZACIÓN DEL INDIO ACTUAL

D E S C R I P C I Ó N G E N E R A L D E LOS I N D Í G E N A S D E L A S T R E S Z O N A S

Se ha dicho que los indios de la sierra forman el grupo de naturales más caracterizado en el Ecuador, pero no hay que olvi­dar que hay pequeños núcleos de indígenas por la costa, en el Occidente, y que los hay en números considerables en el Oriente. Los Cayapas constituyen el grupo más importante de La Costa, y han sido descritos prolijamente por Wolf. En la antigüedad fue­ron los indios de esta región más civilizados que los de otras par­tes del Ecuador, no habiendo sido afectados ni por las influen­cias incas ni por las españolas. Comprendían, por 1890, unas dos mil cabezas. La fisonomía de estos indios, nos dice Wolf, no es desagradable, y son buenos con quien no los t ra ta mal. Se pintan el cuerpo de listas rojas, azules y negras, utilizando para la colo­ración bermeja el achiote. Viven de la caza y de la pesca, su agri­cultura se reduce al cultivo de platanales y yucales, que crecen casi espontáneamente, y a la cría de animales: cerdos y gallinas. Sus utensilios domésticos son primitivos; son antisociales, no se reúnen en poblados, sino una o dos veces al año; tienen sus pro­pias autoridades, con un cacique a la cabeza, a quien ellos llaman gobernador, son cristianos a su manera y tienen su propio idioma.

LOS I N D I O S D E O R I E N T E

Los indios de la región oriental, según los datos de la mayor parte de los autores, son muy distintos de los de los Altos. Los Incas no extendieron hasta ellos su influencia; los españoles lo­graron fundar algunas ciudades populosas en el territorio de los Jíbaros, pero en 1599, los indios, irritados por la acción de los

blancos, se echaron sobre ellas y las arrasaron. Muchas de las naciones de Oriente fueron catequizadas por los misioneros en los siglos XVII y XVI í I, y de éstos aprendieron el idioma quechua y algunos el castellano. El indio oriental no llegó a ser jamás una nación propiamente dicha; las tribus estuvieron siempre disper­sas. Se distinguen variedades de tipos aborígenes: el Yumbo, el Jíbaro y el Záparo son las principales.. El primero no difiere mu­cho del indígena de la. sierra, es bastante domestieable, propicio a la servidumbre; el Jíbaro es el verdadero señor de las montañas; nunca ha sido sometido; ha adquirido del blanco cuantas armas ha podido, con las que se defiende; sus conocimientos son primiti­vos, su agricultura es ocasional y rudimentaria; es polígamo y aguerrido; acepta la amistad del blanco, pero no se considera infe­rior a él; es vigoroso e inteligente. ^El Záparo tiene rasgos mon­gólicos, es risueño, afable y servicial, habla un dialecto monosi­lábico y gutural. El l rumbo es el menos nómada, sin tener del tocio residencia fija. La influencia cristiana apenas ha tocado a estas razas, no obstante los esfuerzos de los misioneros durante las pri­meras épocas de la Colonia.

EL INDIO DE LA SIERRA

Los indios de la sierra constituyen, como ya se dijo, el grupo más importante de población autóctona. Del millón y medio de pobladores ele esta región del país podría afirmarse que ellos for­man las dos terceras partes. Xo es difícil desconocer ciertos ras­gos'característicos de fisonomía y de cultura que ditinguen a los indígenas de las diversas partes de la sierra, pero, por otro lado, más cierto es que hay semejanzas entre todos ellos, que impri­men un aspecto común y que dan a esta importante masa humana una verdadera homogeneidad. Actualmente todos hablan el que­chua ; las variantes locales son insignificantes. Tanto como una imposición del dominador Inca fué la ele este idioma una impo­sición de los españoles. Pocos años después de la conquista ibera, se había perdido casi por completo la influencia peruana en el reino de Quito, en cuanto al idioma, dicen algunos escritores. El primer sínodo diocesano (Quito 1583), dispuso que se compu­sieran catecismos en lenguas maternas para los indios que no en­tendían el castellano. Poco a poco el idioma que habían traído los

Incas fué generalizándose de nuevo, gracias al esfuerzo de los mi­sioneros y a la insistencia de los colonizadores. En la actualidad, toda la región interandina emplea el tantas veces mencionado idioma, no quedando de las lenguas originales más que huellas en algunos de los nombres geográficos.

El diseño de cultura general es igual también para toda la región y las clases de habitaciones son las mismas en el Norte, en el centro y en el Sur. Las variaciones que se observan en este sen­tido no son regionales, dependen más bien del estado económico de los habitantes y de variantes locales de situación, según que se trate de parcialidades situadas cerca del páramo o de poblacio­nes radicadas en un ambiente más templado. La estructura eco­nómica es también idéntica: cultivo asiduo y minucioso de la tierra, industrias caseras de tejido y algunas pequeñas manufac­turas, comercio regional en las ferias o mercados de los centros de población. Las variantes de la alimentación son, como las de las casas, locales más bien que regionales, siendo ocasionadas por la condición económica individual y por los productos preponde­rantes del suelo. En las zonas más altas donde el clima es impro­pio para la producción del maíz, las gentes se alimentan básica­mente de cebada, en cambio, en los valles de la altiplanicie, el maíz y el frijol son artículos importantes de la dieta alimenticia. El consumo de la chicha está perfectamente generalizado. La situa­ción política, modelada por el blanco, es, naturalmente, uniforme, como lo es la condición religiosa. Las variaciones son mucho me­nos importantes y significativas que las semejanzas. El grupo indígena del interior presenta, en consecuencia, • rasgos que per­miten caracterizarlo como un todo, sin que debamos pensar, por otra parte, que la población es perfectamente homogénea, pues no hay que olvidar que el localismo y el regionalismo restringido, es, en todas partes, un rasgo bien indígena. Si en este aspecto se compara al indio del Ecuador, con el de México y Guatemala, resulta que el de aquí es bastante menos variable que el de aque­llos países.

LAS "PARCIALIDADES", INDÍGENAS

La población indígena de la sierra no ha formado pueblos propiamente hablando; vive en parcialidades o anexos de las pa-

Una parcialidad indígena de la provincia del Chimborazo.

rroquias rurales, extendiendo sus moradas sobre una superficie más o menos extensa, que contiene las parcelas de tierra cultiva­ble, dentro de cada una de las cuales se ha edificado la pequeña casa-habitación. Políticamente, el Ecuador está dividido, en pro­vincias, éstas en cantones y los cantones en parroquias. La parro­quia puede ser urbana o rural. Las parroquias de la segunda cla­se, están formadas, por regla general, por un pequeño caserío de población mestiza, al que se da el nombre de la parroquia y donde radica el Teniente Político, que es la autoridad. Este núcleo de ca­sas está rodeado- por las parcialidades o anejos, especies de ba­rrios, donde viven los indios. Cada parcialidad tiene su nombre propio, y, como diremos en su oportunidad, en cada una radica uno o más alcaldes indígenas, nombrados por el teniente político o por el cura. La parroquia fué, en otro tiempo, una unidad ecle­siástica; actualmente es una entidad política, pero todavía se re­conoce de hecho, en muchos respectos, la jefatura del cura y de la iglesia parroquial. La mayor parte de las parroquias rurales, y, desde luego, todas las urbanas, cuentan con una iglesia edificada en el centro, es decir, dentro del pueblo mestizo. Sólo por excep­ción hay iglesia construida en alguna de las parcialidades; los indígenas ocurren a la iglesia central. Las parcialidades indíge-

nas, se agrupan en torno de la parroquia rural, es decir, de la po­blación mestiza, pero no quedan cerca, necesariamente, pues la dispersión de las parcelas implica, desde luego, alejamiento del centro y el número de anejos de algunas parroquias es considera­ble, lo que da por resultado, que ellas queden a regular distan­cia del casco de la población. La parcialidad está formada, ya se lia dicho, por el agregado de las parcelas; éstas son, típica­mente, de pequeña extensión: una o dos cuadras, a lo sumo, y, como se verá en su lugar, la tierra que corresponde a determinada familia, no está siempre junta, sino queda a veces fraccionada en diversos solares y cortijos. De todas maneras, en el cortijo

Otavaleña.

33

El Indio E c u a t o r i a n o . — 3

Tipos de Otavalo.

principal, separado de los vecinos por linderos que apenas se dis tinguen, el indígena erige su casa-choza, jacal de adobe o habi­tación de teja. El aspecto de un pueblo indígena es, en conse­cuencia, el de un mosaico de bien cuidadas y geométricas parcelas que se extienden sobre el valle o sobre las laderas suaves de l o s cerros, conteniendo cada fracción familiar la inorada de los due­ños.

ASPECTO FÍSICO

La descripción de Velasco, ya citada, es exacta; desde un punto de vista más general, puede decirse que el indio del interior

ecuatoriano, especialmente el del Norte y el del Sur, es de fac­ciones agradables; algunas de las mujeres son realmente bellas; los indígenas de Otavalo tienen fama en todo el país, por su por­te esbelto y por la belleza de las mujeres. La piel no es demasia­do oscura y, por lo común, es de aspecto sano. El pelo es caracte­rísticamente lacio, aunque no es raro encontrar algunos indivi­duos de cabello ondulado. En muchas regiones del país, sobre to­do en el Norte, tanto los hombres, como las mujeres, usan el pelo largo y trenzado. Las mujeres se hacen una sola trenza que suje-

India de Otavalo.

Indios de Otavalo.

tan aj)retadamente en su arranque, con una cinta ele color que forma una especie de anillo de diez o quince centímetros de an­chura. Los hombres llevan el pelo tejido, por lo común, en dos trenzas, y se hacen un partido por el centro de la cabeza. Hombres y mujeres se cortan dos cadejos de pelo en la región temporal y los dejan caer a los lados de la cara, por delante de las orejas, parece que trajeran el pelo cortado "a la bob;" el aspecto es de un modernismo desconcertante.

Los indios de la región del Norte de Pichincha, los de Otavalo, así como los del extremo Sur, en Loja, tienen reputación de ser extremadamente limpios; los del eenfro, en cambio, son astrosos y desaseados. El aspecto de un grupo de indígenas de Otavalo, ya sea cuando vienen a la feria o tianguis, o en sus propias par­cialidades, entregados a las faenas diarias, no solamente es el de gentes aseadas y pulcras, sino el de individuos robustos y vigo-

Tipos de ca sa : provincia de Chimborazo.

Casas de la provincia del Chimborazo.

rosos, y con frecuencia bellos. Sus facciones son regulares, afilada la nariz, grandes los ojos, el labio no demasiado grueso, la piel tersa, blanquísimos los dientes, la sonrisa va adornada muchas ve­ces con hoyuelos en las mejillas. • Una bonita muchacha otava-leña llenaría muchos de los requisitos convencionales de los con­cursos occidentales de belleza.

Los indios de estas regiones son de constitución fuerte. Son fornidos los del Norte: poco menos altos, pero anchos de espaldas y robustos, los de todas partes. No tengo datos precisos sobre enfermedades y nosología: sí me parecieron raros los casos de bocio, de úlceras, llagas y deformidades en general. Se me dijo que los males más comunes son los cólicos, lo que se explicaría, quizá, por la cantidad excesiva de féculas y granos secos que con­sume el indio. La estadística de enfermedades y mortalidad en el Ecuador no es abundante ni completa. La Dirección General del ramo, sin embargo, ha publicado este año un boletín sobre esta materia, en el cual se dan cifras generales para toda la po­blación del país, tanto indios como mestizos y blancos. En 1929

Casas del t ipo medio. Provincia del Chimborazo.

se registraron 52,814 defunciones; la cifra de 1930, fué de unos 8,000 casos menos. La mortalidad infantil (menores de un año), fué en 1929 de 16,697 o sea 315.10 por mil y en 1930 de 13,891, o sea 312.89 por mil sobre el total de defunciones (*), no puedo referir ni estos ni otros datos semejantes a la población1 indígena, porque la estadística no hace al respecto clasificación racial. Mi observación general y los informes verbales que recibí, me hacen pensar que la mortalidad infantil entre los indios es alta, pues el número de nacimientos es crecido, y, sin embargo, la familia indígena, rara vez tiene más de tres niños.

T I P O S D E C A S A S

Las casas son de tres tipos: de adobe y techo de teja, las de los más acomodados; de adobe y techo de zacate, las de las gentes de comodidad media, y chozas de zacate, las de los más pobres. Las casas de los dos primeros tipos tienen, por lo común, una pieza más o menos amplia y un pequeño y abrigado portal o corredor; la cocina forma una pequeña estructura aparte, pero a veces el portal mismo sirve de cocina. Excepcionalmente, en las casas de los indios más acomodados se ve alguna ventana. Como la tierra es escasa, no se la desperdicia de ninguna manera. El sembradío llega a las mismas puertas de la habitación. Si la parcela es un poco más extensa que la generalidad de ellas, la casa se dará el lujo de formar un patio diminuto, separado del terreno de culti­vo por unas cuantas plantas, y tendrá, además, algún capulín o más raramente, algún otro árbol frutal. Los muros de las casas se construyen por secciones, haciendo formas con tablas, como las que se emplearían para construir con cemento vaciado. Las for­mas se rellenan con tierra húmeda, que se pisa con los pies y con pisones de madera. Terminada una sección, se quitan las tablas y se forma la siguiente, amarrando una y otra por medio de palos. El muro construido de esta manera, tiene una perfección de lí­nea qué no se alcanza jamás cuando la construcción és de adobe, propiamente hablando. La superficie es perfectamente tersa, y, por lo común, no se le en jaiba ni pinta, aunque en las casas de gentes de mayores recursos sí reciben tal tratamiento. La teja de los te­chos es hecha por los mismos indígenas y se coloca sobre un ar-

(*) Boletín General de Estadís t ica , mayo, 1931, p. 31.

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mazón de morillos y viguetas amarradas con pita y con bejucos. En las construcciones de mayor imporancia, no propiamente en las casas habitaciones, se construye el cielo raso haciendo un enrejado de carrizo, en el que se sujetan esteras o petates gruesos y resistentes, los que se cubren con una capa de lodo batido con estiércol, que constituye una especie de estuco o enyesado de larga duración y excelente calidad.

Parcial idad de Aga to , Otavalo. La "p ied ra" p a r a moler g ranos .

Ponchos.

(Nótese la diferencia en t re los ponchos de los dos indígenas y el del cholo (centro, sombrero n e g r o ) .

Los muebles y utensilios del indígena son bien pocos. El fogón de la casa está instalado, por lo común, a raíz del suelo con tinaniaxtles de piedra. El comal para el tostado de granos y de maíz y el metate ("piedra"), para el molido de los mismos, son utensilios que nunca faltan: tampoco faltan las ollas grandes para guardar la chicha y algunas más pequeñas, así como cazuelas y mates para servirla y para tomar los atoles y coladas, elementos «pie nunca faltan en la alimentación del indio ecuatoriano. Algu­nas esteras y la piel de algún animal tendida sobre el suelo, cerca del fogón, sirven de camas, por lo común; las tarimas de tablas se ven muy raramente. El indio usa candelas o velas de sebo para alumbrarse. El problema del combustible para los hogares, es agudo en toda la región de La Sierra, pues prácticamente no hay bosques en el valle interandino, sino los formados por plantíos artificiales de eucaliptus. Hay regiones donde el indígena hace lumbre únicamente con la paja de la cebada o con los espinos y cactus, escasos todos, por cierto.

Las gallinas y los puercos ("chanchos") no faltan en la casa del indio, como tampoco los cuyes; los conejos de Castilla son menos comunes que éstos, pero también son frecuentes. Llama la atención la escasez de árboles frutales y de plantas de ornato en las casas de los indios. Entre los primeros, el capulín (traído de México, en tiempos coloniales), es típico, siendo, i>or cierto, ca­si el fínico frutal que tiene el indio.

I N D U M E N T A R I A

La nota más llamativa del vestido masculino, es el poncho, especie de sarape cuadrado, con abertura para introducir la cabe­za, que se coloca sobre los hombres y que cubre el cuerpo hasta los muslos. Estas cobijas son siempre de lana gruesa, como con­viene al clima casi frío de la sierra. Los habitantes de las dife­rentes parcialidades o regiones se distinguen por el color del pon­cho o por la anchura y disposición de ]as franjas. LTn sombrero de fieltro liso y duro, de copa bombeada y baja y de falda de muy variables dimensiones, según la región, de un solo color, por lo común brillante, constituye otra de las prendas características de la indumentaria de los hombres. Las otras partes del vestido, son la camisa y el calzoncillo de manta, de tipo más o menos con­vencional, sin tejido ni adorno. Los indios no usan zapatos de ninguna especie, excepción hecha de contados grupos que llevan los pies calzados con alpargatas blancas. (Los cholos, por regla general, usan alpargatas.) Los hombres de los páramos se cu­bren las piernas con especies de calzoneras o chaparreras hechas con zalea de oveja o de llama. Las mujeres llevan sobre la parte superior del cuerpo una manta de jerga de lana que les cae desde los hombros hasta abajo de las rodillas. En Otavalo, la camisa es de manta blanca y es confeccionada ad hoc, más o menos a la manera de camisón. En el pecho, y por la espalda, lleva la camisa una franja de rosas o figuras estilizadas, bordadas, que es, prácticamente, la única ornamentación del vestido de la indí­gena ecuatoriana. La parte inferior del cuerpo se cubre con una manta ele jerga de lana, que se sujeta a la cintura por medio" de una ancha faja bordada; se forma de este modo una especie de enagua, que se llama anaco. Por encima de estas ropas, sobre los hombros, usan las indias algunas mantas o pañolones, de lana oscura, por lo común. Las mujeres del Norte se ponen encima de

este pañolón o fachalina, como ahí se llama, otro de tela de al­godón de color claro, y todavía, como mero adorno, por encima de todo ésto, cuando se visten de gala, se echan una manta de franela afelpada y suave de color vivísimo. La india se adorna con una gran cantidad de collares de cuentas rojas, medallas y cruces de plata y con orejeras, que son soguillas largas de cueii-tas de vidrio doradas, que se suspenden de las orejas y les caen

Vestidos de Otavalo.

hasta cerca cíe los hombros por cada lado. Usan también muchos anillos y tumbagas de cobre, que compran por unos cuantos cen­tavos en los mercados. Los pañolones o mantas se sujetan con al­fileres grandes que rematan en discos de plata labrada. Algunas indias del Norte llevan también sobre el pecho un titpu, gran disco de plata de 10 a 15 centímetros de diámetro, con figuras labradas y una piedra de color en el centro, reminiscente de los discos de metal con que se adornaban los Incas de la antigüedad. Las mu­jeres se cubren la cabeza con sombreros iguales a los de los hom­bres.

El indio se aferra a su manera de vestir, que significa para él una distinción de raza, de condición y de pueblo, todo lo cual me parece, sin embargo, menos arraigado y peculiar que lo que se observa entre los naturales de Guatemala, porque aquí el traje indígena responde a un tipo más generalizado y va de acuerdo justamente con el carácter uniforme de toda la población indí­gena de la sierra ecuatoriana.

Las prendas características del traj.e indígena, el poncho y el sombrero, persisten entre los cholos. El cholo se pondrá panta­lones, zapatos y chaqueta, según su condición, pero seguirá usando diariamente el poncho sobre los hombros, parecido en color y en diseño al de sus primos indígenas. La chola dejará el anaco y se pondrá una enagua, pollera, ancha y plegada, pero sobre los hom­bros llevará una fachalina de confección menos cruda que la del ancestro indígena, pero verdaderamente reminiscente de la manta con que aquella se cubre. Cholos y cholas seguirán usando el sombrero, pero no será ya el de brillantes colores y desmesurado tamaño del indígena, el eje ellos es más como el del europeo, pero igual siempre para el hombre y para la mujer. Las prendas de vestir del indio son sobrias en diseño y textura, el color es la única nota brillante, vivísimo casi siempre, chillón y altisonante. El indio del Ecuador no matiza el color de sus ropas ni se entre­tiene con bordados y figuras minuciosas. Los ponchos no tienen más diseño que el de algunas franjas ocasionales, las mantas y los anacos de las mujeres son lisas y de un solo tinte. Los indios del Norte, más prósperos y alegres que los del centro, llenan el paisaje con enormes manchas ele color rojo y morado, solferino y azul; son mucho más sobrios los del centro, que no usan sino ne­gros, cafés y grises.

Las féculas y los g ranos son la base de la al imentación.

Casi todas las prendas de vestir son tejidas y confeccionadas en casa, solamente en algunas regiones se compra la manta par;', hacer las camisas y los calzones de los hombres. Las telas de lana se hilan y tejen invariablemente en los hogares; casi siempre por las mismas personas que habrán de usarlas, pero aquí y allá asoman tendencias a la especialización, cuando algunas gentes que ya no tejen en casa, mandan hacer o comprar sus telas de otras. Los sombreros, fabricados siempre por los mismos indios, no son producto de cada familia; la especialización en este ramo es la regla: en ciertos pueblos hay sombrereros de oficio, indígenas y cholos, y todavía más, hay algunos pueblos que se dedican, de manera especial, a su fabricación, llevándolos a vender a los mer­cados.

A L I M E N T A C I Ó N

La primera cosa que llama la atención del viajero observa­dor, es la abundancia de las féculas en el régimen alimenticio del indígena; la segunda es el hecho de que la mayor parte de los ali­mentos se toman en seco y en forma de granos y de harina. La patata, producto nativo del Ecuador y de toda la sierra andina, según parece, es uno de los elementos más importantes de la dieta del ecuatoriano; para muchos de los indios, sin embargo, el tn-

bérculo es un manjar de íujo, del que sólo disfrutan en las fiestas o el día en que van al mercado; los que gozan de una situación económica más holgada, lo consumen diariamente. A más de las papas, el maíz, la cebada y el frijol, son elementos fundamentales de la dieta, como lo son también las habas, la col, los chilacayotes y calabazas, la cebolla, las ocas y los mellocos.

En las localidades más elevadas de la región del centro,

La col y la cebolla son ar t ículos comunes en la dieta de muchos indígenas .

donde el maíz y el trigo apenas producen a causa de la altura, el cultivo de la cebada ocupa el primer término, y este grano llega a ser la base de la alimentación. Se le toma cómo harina tos­tada (la mashca y máshica), o bien resquebrajado, a lo que se llama arroz de cebada. La harina se come seca por regla gene­ral, a veces con un poco de agua, como pinole; el arroz de cebada se emplea en sopa y en atoles o "coladas." La generalidad de los indios de la provincia del Chimborazo se alimenta casi exclusi­vamente de cebada, pero los de Imbabura, y los de las regiones de mayor prosperidad, apenas la usan, sustituyéndola por el maíz como base, al que se añade el frijol y una variedad de harinas y pinoles. El maíz no se toma en tortilla como en Guatemala y en México, sino tostado, en forma de esquite, y cocido y mezclado con frijoles sin guisar. En el Norte, la col hervida y un caldo claro de cebollas son alimentos comunes. El indio casi nunca come carne; el café le es prácticamente desconocido; la leche, aunque la tenga en casa, casi nunca la toma; el azúcar o el piloncillo encuentran pequeñísima aplicación en la dieta del indio, de cuando en cuando emplea el aguamiel del maguey —el chaguarmizque— para en­dulzar; aun la sal es artículo que consume parcamente. Hay una gran variedad de harinas en uso corriente: a más de la de cebada, se emplean la de maíz, de habas o de alverjas, comiéndolas secas como pinole, o en atoles, salados por lo común más bien que dul­ces y condimentados con un poco de chile, especie de chileatole. La mazamorra es justamente uno de ésos, ele los más comunes. Está hecha a base de harina de maíz, cocida en agua con un poco de chile, de sal y ele manteca. Es un atole aguado que se toma en gran­des cantidades en todas las fiestas y cada vez que se bebe la chicha en las chicherías o en los días de holgorio en casa.

LA CHICHA

La chicha es un artículo ele consumo diario y generalizado; sirve ele agua, ele alimento y ele estimulante. Es una bebida ele aspecto semejante al elel tepache mexicano, y, cuando es dulce, se le parece mucho en sabor. La más conocida y estimada es la ele jora, que se prepara con la harina ele maíz germinado echada a hervir en agua con piloncillo y dejada fermentar. Se puede ha­cer chicha con cualquier clase ele maíz (el ele jora es una varie­dad preferida). Se pone el grano a germinar, cubriéndosele con

esteras y con paja; cuando la germinación llega a un determinado punto, bien conocido por los chicheros, se descubre el grano y se expone al sol y al aire libre, por un breve rato, con lo que se suspende la germinación. Se guarda después en receptáculos (ollas, toneles o depósitos en el suelo), donde fermenta; cuando

el proceso llega a cierto grado, se saca el granó al sol hasta secar perfectamente. Ya en estas condiciones, puede guardarse el maíz, indefinidamente, para molerse, con pellejo y todo, en el momento en que se desea hacer la chicha. La bebida se produce haciendo hervir la harina preparada como acaba de indicarse, con agua suficiente y panela, 3 dejando todo a fermentar por un tiempo más o menos largo. La "chicha agria," es la bebida en la que la fermentación llega al mayor grado, probablemente contiene de 6 a 8% de alcohol; hay chichas más suaves, llamadas dulces, que tienen una proporción alcohólica menor. El indígena ingiere la chicha en grande escala: la hace en casa, la obtiene como parte de su ración alimenticia del patrón, y la compra en el pueblo en los días de feria, que terminan siempre con la visita a la chichería, donde se ahita de beber, consumiendo a la vez la correspondiente porción de mazamorra.

La dieta alimenticia del indio es indudablemente deficiente, sobre todo cuando la situación económica ele la familia es mala, y siempre muy poco variada. £¡n lo general, sin embargo, (fleo que los indígenas de la sierra ecuatoriana se alimentan mejor que los de Guatemala o los de México, que comen más y en mayor abun­dancia. El doctor Fassio (*) afirma que el trigo, la cebada, el maíz, el morocho (una variedad del maíz), la qninua (un peque­ño grano que sirve para hacer atole), las lentejas y los frijoles que constituyen artículos comunes en la alimentación del indio, que contienen, a más de los hidratos ele carbono, albúminas vegetales y algo ele grasa, "proporcionan al indígena suficiente número ele calorías para mantener el equilibrio de su energética." Esto se­ría a condición, naturalmente, de que ingiriese una cantidad su­ficiente ele tales alimentos, lo que sucede ele manera general en las regiones clónele el indígena goza de mayor prosperidad (co­mo Imbabura y Loja), pero lo que no acontece, por desgracia, en

(*.) Fass io Gustavo A. Conferencia sobre dietética y regímenes ali­menticios. Revista de la Univers idad de Guayaquil , abril-junio, 1930. p p . 153, 171.

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El Indio E c u a t o r i a n o . — 4

regiones tales como la provincia del Chimborazo. El indio no está libre de pelagra y de raquitismo, a causa de la deficiencia de fósforo en su dieta, ni del bocio, que denuncia, según los mé­dicos, deficiencia en yodo y en sales minerales. Ya se ha dicho en otro lugar, que las enfermedades por cólicos, son muy fre­cuentes entre los indígenas, lo que se atribuye, según parece, a la excesiva cantidad de granos y de harinas secas que se comen.

O C U P A C I O N E S

El indio es esencialmente agricultor. Xo hay quien no posea una parcela, aunque sea ele insignificante extensión, como por desgracia lo es en muchos casos, pues el cortijo raramente abarca más de dos cuadras. En Imbabura, región próspera, desde ese punto de vista, la posesión de los naturales por regla general podría calcularse como en dos cuadras (aproximadamente hectá­rea y media), es un poco menor el predio típico en Pichincha y más pequeño todavía en las mejores regiones de la provincia del Chimborazo. Cuando, como acontece con frecuencia, la parciali­dad indígena está remontada en las partes altas de los cerros cul­tivables, acercándose .hacia la zona misma de los páramos, la po­sesión es mayor, pero por la situación y la calidad de la tierra, el rendimiento es inferior. Cuando el indio muere y deja tierra, la reparte entre sus herederos proporcionalmente y cada uno de éstos conserva el cortijo en el lugar que le corresponde, no im­porta cuan pequeño sea. Se da el caso de que no se reciban sino dos o tres surcos de sembradío de la parcela paterna, pero así se conservarán, sin traspaso o traslado. Xo es práctica frecuente la de la consolidación de la parcela indígena; en consecuencia, los naturales poseerán fracciones pequeñas en diferentes lugares de la parcialidad, todo lo cual tiende a la atomización de la tierra.

El indio edifica su choza en el solar de mayor extensión; los pueblos, ya se ha dicho, no existen propiamente; la parcialidad es dispersa. Los terrenos de un propietario quedan separados de los del vecino por líneas bien reconocidas, pero poco marcadas; no se desperdicia la tierra con cercos, con bardas o con atajos diviso­rios; a lo más habrá una delgada y tenue hilera de magueyes pe­queños o se colocarán como señales de linderos aquí y allá man-choncitos de zacate, pencas secas de maguey o alguna piedra: cam­biar estos linderos o moverlos en cualquier forma es considerado

como un verdadero crimen. En aquellas secciones del país, donde el latifundio no ha extendido mucho sus garras, las parcialidades indígenas existen en los valles y en las hoyas disponibles y se ex­tienden también sobre las laderas de los cerros hasta el límite de cultivo; pero en aquellas otras partes donde la hacienda se lia adueñado de las tierras de fondo, el aborigen ha tenido que irse a las partes más altas del terreno, trepándose hasta alturas increí­bles, sin otro límite que el de la capacidad misma del clima para producir simiente.

La tierra varía según la situación de la parcela, es, por lo común, de excelente calidad, en el fondo de las hoyas; en la parte más alta el suelo se hace duro, es, propiamente, tierra de adobe: la "cangahua," que tiene que abrirse a punta de pico y dejarse meteorizar por lo menos un año, a fin de que pueda producir ce­bada o trigo. El valor de la parcela varía con la región y con la situación. En la parte Sur de la provincia del Chimborazo, por la parroquia de Flores, la tierra de segunda calidad, cangahuosa, casi en el límite en el que maduran el maíz y el trigo, se vende a unos 500 sucres (cien dólares) la cuadra (100 varas por lado), y ahí mismo, en lugares un poco más bajos, donde la tierra es de más cuerpo y la producción más segura por el clima más abrigado.

Cerros cultivados (cerca de Col ta ) .

Arado típico de los indígenas del Nor te .

la misma extensión no se conseguiría por menos de 1,000 a 1,506 sucres. Los precios son típicos para la región del Chimborazo, y apenas más elevados de los que privan en Imbabura o en Loja.

La clase de cultivo depende de la altura de la parcela. Re­cuérdese que el valle interandino tiene una elevación media de 2,500 metros y que muchísimas de las parcialidades de los indios están situadas, no en el fondo de los valles, sino en las laderas de los cerros, sobre el lomerío de los nudos, junto al páramo. En esta situación, la altura típica es de 3,000 metros, y aunque se está bajo el equinoccio, las plantas se resienten de esa elevación. El maíz y el frijol se producen franca y lozanamente en el fondo

de los valles; son magníficos en toda la región de Imbabura, pero en las parcialidades indígenas de la hoya de Eiobamba hay ma­chos lugares donde no maduran ya ni el trigo ni el maíz, y donde el único producto seguro es la cebada. En términos generales, puede decirse que los cultivos típicos del indígena, son, en el orden de su cuantía: cebada, patatas, maíz, habas, frijol, trigo, quínua, chícharo, coles, cebollas, ocas, mellocos, chilacayotes y calabazas.

El indio es un consumado agricultor; sus parcelas son eras de surquería geométrica, bien acabada y meticulosa. Hay más que

Llamas .

el afán de economizar la tierra en la agricultura del indio; hay amor al suelo y un sentido devocional y artístico para trabajarla. La parcialidad indígena, con la pequeña choza nítida y bien cui­dada en un extremo, con las parvas de heno a la puerta, cual enor­mes panales de abejas, con la tierra limpia como harina y los sur­cos dibujados, modelados casi, dan la impresión de una campiña de Bélgica o de Normandía. Las herramientas que emplea el indio, son primitivas y escasas: el arado egipcio, con una reja de acero forjado en casa, tirado por bueyes; el zapapico, el azadón y la barra. El indio, artista para trabajar la tierra, es todavía un agricultor primitivo. Abona cuanto puede, utilizando el estiércol de sus animales y toda la ceniza de sus fogones; el abono químico comercial le es desconocido. Sabe el secreto de la rotación de cul­tivos y lo practica hasta donde la penuria de tierra se lo per­mite.

Los animales de labranza son los bueyes, de los que el indí­gena tiene casi un monopolio, pues el cholo propietario de parcela, en la época de las siembras, tiene que alquilar las yuntas y los arados de los mismos indígenas. El indio tiene muías por rare­za, con mayor frecuencia posee algún asno y en las regiones más frías, por el centro, llamas también, que utiliza para la carga. La posesión del caballo es todavía más rara. Casi todos los indios tienen algunas cabezas de ganado menor —ovejas—, y los más prósperos, una o dos vacas. El pastoreo de estos animales es uno de los problemas del indígena. Algunas parcialidades cuen­tan con terrenos comunales para pasteo en la parte más alta de su territorio, cerca del páramo, otras muchas, sobre todo las del centro del país, no cuentan con tales facilidades y deben obte­nerlas de la hacienda, compensando el beneficio con servicios per­sonales.

INDIO JORNALERO

El indio jornalero es por regla general peón en las hacien­das; se t ra tará de él al hablar del latifundio y del problema de la tierra. Digamos aquí, anticipadamente, que hay tres clases de jornaleros rústicos, el "concierto," que es el peón radicado en una hacienda, comprometido con ella por deudas que se ha echado en­cima él mismo, o que tal vez heredó de sus antepasados: virtualmen-te un siervo y un esclavo. "Los indios sueltos," son peones ocasio­nales de la hacienda, y los "ayudas," son gentes que reconocen

servidumbre eu la hacienda por beneficios que de ella reciben, tales como uso de potreros para el pasteo de animales, agua pa­ra el uso de bestias y gentes, o tránsito por los terrenos del la tifundio. El "concierto" reside, por lo común, en el huasipongo, un pequeño cortijo que la hacienda le asigna dentro de sus mis­mos terrenos, parcela de una o dos cuadras, en la que se construye la choza, y cuyo terreno se cultiva por el trabajador para su pro pió beneficio, mediante refacción de semillas o de implementos que el hacendado le concede. El jornalero está obligado a trabajar dos o tres días a la semana, en la hacienda, a trueque del benefi­cio de la parcela, y, además, a pagar, con trabajo, por las semi­llas o implementos que la hacienda le hubiese proporcionado pa­ra trabajar el huasipongo. Tiene también la obligación de prestar servicios generales de pastoreo, cuida de bestias, cargas, etc. El peón "ocasional" o "indio suelto," es un jornalero que se alquila por un salario determinado, y por el tiempo que también le aco­mode. Los trabajadores del tercer grupo, "los ayudas,'' están obligados a dar a la hacienda tantos más cuantos días de trabajo en pago de los 'beneficios que de ella reciben, y que se han men­cionado ya : potreros, agua y tránsito. El número de días de ser­vicio es muy variable; en partes, es uno a la semana, pero hay

Se compra lana en el mercado.

Se carda y se hila en casa.

lugares donde es mayor y otros donde la servidumbre es menos fre­cuente.

Los jornales varían con la región; en Pichincha y en el Norte llegan en este año hasta un sucre (20 centavos de dólar), pero en muchos lugares del Centro y del Sur, el jornal no pasa de un real o sean diez centavos de sucre, que son, exactamente, dos centavos de dólar. En este año de 1931, juagando aproximadamente, creo que el promedio de jornal del peón será como de 50 centavos de sucre, o sean 10 centavos de dólar, cantidad que, tomando en cuen­ta el costo relativo de la vida, podría estimarse en México como en 30 centavos. A más del jornal en efectivo, en algunas partes se da al trabajador el almuerzo, es decir, la comida del mediodía, con­sistente en la dieta usual de la región, más una liberal porción de chicha. La práctica de proporcionar el almuerzo, no es abso­luta ; muchas haciendas no la observan, pero sí es común que los cholos que emplean indios jornaleros para los trabajos de cam­po den esa comida a más del pago en efectivo del jornal estipu­lado. Muchos peones conciertos no perciben pago ninguno por el trabajo que desempeñan en las haciendas.

INDUSTRIA CASERA TEXTIL

Xa más común es la de tejidos. El indígena teje en casa las pren­das de vestir. Obtiene la lana de sus propias ovejas, o la compra en los mercados cuando mT tiene la. suficiente, la lava y la carda, la hila y la tiñe y teje sus jergas, mantas y ponchos en telares primi­tivos. Dentro de cada familia hay una cierta especialización: el hombre teje, la mujer hila. La india hila en todas partes: cuando va al mercado, por los caminos, cargando sobre la espalda su mer-

La india hila cons tan temente .

Haciendo el hilo largo.

cadería, lleva en un brazo el montón de lana y con el otro hila ni ¡en­tras camina: en la plaza, sentada en su puesto o descansando en cualquier lugar del mercado, hilará también; en la casa no está des­ocupada un momento, pues si la tarea a que se entrega le deja las manos libres, hilará. En la comunidad que forma una parcialidad, se notarán también indicios de especialización. Hay algunas fami­lias que ya no tejen, sino que mandan hacer su tela con el vecino, o bien habrá algunos individuos que hilan preferentemente y otros que únicamente tejen, y, en consecuencia, estos últimos encargarán a los hilanderos la preparación de .la hilaza. Va formándose ya en la población indígena el grupo de los que tejen profesio nalmente, ya sea sobre orden para los vecinos o para la confec­ción de artículos que se llevan a la venta en los mercados. En las parroquias, donde viven indios y mestizos, las cholas hilan todavía, pero mandan tejer con los indios.

Los artículos que se manufacturan son las telas y las pren­das de la indumentaria indígena : sargas, mantas y jergas de lana para los anacos; las camisas y los pañolones, en ciertas regiones del país: bayetas para las fachalinas o rebozos y ponchos para los hombres. Esto, por lo que respecta a las prendas de uso; para el

comercio se hacen ponchos que usan, como ya se ha dicho, no solamente los indios, sino toda la población rural ecuatoriana, chales o cobijas de mujer, bayetas de diferentes clases con las que hacen las cholas sus enaguas y blusas, frazadas y mantas gruesas, tapetes y rodapiés. Xo toda la industria de los tejidos está en manos de los indígenas. Hay poblaciones de mestizos, co­mo la de Guano, cerca de Eiobamba, donde la industria textil pre­domina y está toda en manos de cholos, pero hay, por otra parte, par­cialidades indígenas, la de Human, cerca de Otavalo, es una de ellas, donde también la industria textil es característica y es toda

Tipo de telar .

Otro tipo de te lar .

de indios. Se observa aquí el misino fenómeno que se ve en Gua­temala: por regla general, cuando la actividad textil adquiere ciertas proporciones comerciales, y se generaliza, deja de ser una industria indígena y se convierte en una industria de mestizos. Tengo razones para suponer que tal fenómeno se deba no exclusi-yamente a que el mestizo elimina al indio de las actividades su­periores, sino también a que cuando el indio llega a esos niveles más elevados, mejora su condición económica, y, por ese hecho mismo, se convierte en mestizo.

La manufactura del indio es de un acabado perfecto, los pon­chos y las telas que se fabrican en Human, para el comercio, son tan bien acabados como pudieran serlo los cobertores y fraza­das de una buena fábrica moderna. Si no fuera porque ve uno salir las telas de las manos del indio, y porque son confeccionadas ante la propia vista, sería defícil creer que aquellos ponchos, ab­solutamente simétricos y parejos, de colorido perfecto, tersos al tacto como finísimo cheviot, hubieran sido confeccionados en los telares precolombinos del indio.

Hay dos tipos de telares, el más primitivo, que consiste en un palo transversal que se sujeta por sus dos extremos a un poste

o a im árbol, en* el cual se coloca la trama, sobre la que se irá fa­bricando la urdimbre valiéndose de un buso, que no es más que una gran lanzadera de madera, en uno de cuyos extremos va ama­rrado él hilo, y el otro es ligeramente más complicado, semejante al aparato que usan las gentes de México para la manufactura de sarapes. Los dos tipos de telar son idénticos a los que se usan en Guatemala y en México. Los ponchos se fabrican especial­mente en el telar más primitivo, las sargas y jergas se hacen en los otros. En todo el país tienen fama los ponchos de Otavalo, es decir, los manufacturados en aquella región del Norte.

Un poncho de la dimensión regular requiere una media arro­ba de lana, que el indio compra en el mercado a ocho sucres y me­dio, y anilinas por valor de dos sucres; representa un gasto para hilar de unos cuatro sucres, en total, 14 sucres, 50 centavos. Para tejer, teñir" y acabar el poncho, se necesitan tres días. Esta cobija se vende en el mercado por unos 18 sucres, de modo que la ganan­cia que el operario obtiene por sus tres días de trabajo, es más o menos de tres y medio sucres. LTn solo hombre que se encargase de todo el proceso, desde hilar la lana, hasta acabar el poncho, emplearía más o menos nueve días; para hilar, tres días; para tor­cer, dos días; para pintar, un día; para tejer, peinar y coser los dos lienzos, tres días. Vendiendo el mismo poncho en 18 sucres, y descontando de esa cantidad los gastos de tintas y para la com­pra de la lana, le quedaría recompensado su trabajo de nueve días por nueve y medio sucres. El hecho es que el operario de la región de Otavalo obtiene un jornal de un sucre diario, aproximadamente, por su industria. Hay que recordar, sin embargo, que este ope­rario emplea tiempo en la compra de la lana, en su lavado y car­da, y en la venta del producto, que tendrá que llevar él mismo al mercado. Si se toman en cuenta también otros pequeños tra­bajos incidentales, que desempeñan las mujeres o los niños de la casa, bien se puede afirmar que el empleo dé tejedor le produce a un individuo un salario de 50 centavos de sucre, o sean unos 10 centavos de dólar.

CORDELES Y E S T E R A S

De la fibra de la cabuya, especie de maguey, hacen los in­dios cordeles y redes de gran variedad, que llevan a vender a los mercados. Hay dos especies de cabuya, la blanca y la negra, la

segunda es muy semejante al maguey no pulquero de México. Así como las mujeres hilan eternamente la lana de las ovejas, los hombres marchan por los caminos y entretienen sus descansos enredando la fibra del maguey, haciendo cordeles. En las pocas regiones lacustres del valle interandino, donde se produce el tule, (pie aquí se llama totora, se fabrican petares y esteras muy seme­jantes a los que se hacen en México y en Guatemala, aunque mucho menos finos. Una estera tejida con un tule especial que casi parece carrizo, burda y tiesa, se emplea en las construccio­nes para alma del muro y del cielo raso, cubriéndola con lodo. La confección de canastos de carrizo también es industria indí­gena, pero es completamente rudimentaria, y ni por asomo al­canza las proporciones de cuantía y perfección que tiene en Mé­xico. En algunas de las parcialidades indígenas de Otavalo, los naturales confeccionan cestitos delgados de fino petatillo colo­reado.

Tejedores de somüreros en S. Pablo. ( Imbabura . )

SOMBRERERÍA

La industria de los sombreros es importante en el Ecuador. ,1'or Manabí, en la costa, y en muchos otros lugares, se tejen,

como es bien sabido, los sombreros de palma toquilla, los fa-

mosos sombreros de Panamá, conocidos en todo el mundo; la industria es de montubios y de cholos, casi nunca de indígenas, aunque en San Pablo, parroquia de la región de Imbabura, a las orillas de la laguna de ese nombre, muchos indios son, como los cholos, tejedores de sombreros. El sombrero de palma toquilla es artículo de uso común en el Ecuador, entre los cholos y los cha­gras; el indio raramente se lo pone. Los naturales prefieren el sombrero de fieltro; lo usan, como ya se ha dicho, tanto los

La mujer usa sombrero como el hombre .

65 El Indio E c u a t o r i a n o . — 5

La sombrerería es una indust r ia casera impor tan te entre los indios ecuator ianos.

hombres como las mujeres. Son sombreros de fieltro burdo, com­pacto y tieso, de copa redondeada y baja, aunque, por excepción, en algunas parcialidades la copa es cónica, parecida a la de los sombreros de algunos pueblos de la sierra oaxaqueña, por más que la falda es siempre diferente, pues, en general, la de estas partes es bastante cóncava con la curvatura ya hacia abajo ya hacia arriba. Los sombreros son de un solo color intenso, pecu-

liar para cada región, y a veces para cada parcialidad: rojo, mo­rado, azul o negro.

La sombrerería es preponderantemente industria de cholos (mes­tizos). En la cabecera de la parroquia de Human hay unos 900 habi­tantes, de los cuales son indígenas 650 y cholos los restantes 250. Hay como 40 talleres de sombreros, con unos 60 operarios; esto querrá decir que, prácticamente, en cada casa de mestizos hay un

Barqui to de " to to ra" ( t u l e ) ; la única embarcación que emplea el indio ecuator iano de la Sier ra .

tallercito. Unos cuantos indios también se dedican a la manufac­tura de sombreros, que lian aprendido de los cholos. Como los te­jedores, el sombrerero se hace cargo de todo el proceso de manufac­tura y venta, desde la compra de la lana, su cardado y la confec­ción del fieltro, hasta la fabricación y acabado del sombrero y su venta en los mercados. La industria produce no únicamente los sombreros para los indios, sino también los que usan los cho­los y los mestizos de las ciudades. La industria es importante, por­que el Ecuador, como Perú y Bolivia, son de los países más en-sombrerados del mundo. Para el indio el sombrero es casi un objeto sagrado; quitárselo, como a veces se lo arrebata el blanco, es despojarlo del signo de su dignidad de hombre y privarlo de una prenda, para cuya recuperación estará dispuesto a hacer cualquier sacrificio y a someterse a cualquier servidumbre; la india, como su compañero, lleva siempre tocada la cabeza, y ]os cholos y las cholas, en poblados y en ciudades la llevan tam­bién cubierta con sombreros de estilos convencionales.

La alfarería es apenas una ocupación de indios, sólo por ex­cepción se encuentra alguna parcialidad donde se fabrican, del modo más primitivo, grandes ollas para la chicha; por lo común, la fabricación de la cerámica es trabajo de mestizos.

CUANTÍA Y CALIDAD DE LOS ARTEFACTOS INDÍGENAS •

Si se compara al indio ecuatoriano con el mexicano o con el guatemalteco, en lo que respecta a sus manufacturas, se le en­cuentra inferior, tanto por la variedad y cuantía de lo que hace, como por la calidad artística del producto. Los tejidos, ya se ha dicho, son pobrísimos en diseño; realmente, aparte de las fran­jas en los ponchos, no tienen ninguno, pues el bordado del buche de las camisas de las indias otavaleñas, es confección de mestizos. El poncho ecuatoriano tiene valor, es cierto, si se le considera como un artículo comercial, o juzgándosele desde el punto de vis­ta de la consistencia, uniformidad del tejido, ele la regularidad del tamaño y del color, de lo parejo del peinado, y de lo bien cortado de los flecos. Es un producto armónico y homogéneo, y tiene también cierta belleza de colorido, pero tan regular es y tan "patronizado , ? dentro de cierto canon primitivo, que no se ocurre considerarlo'•'como una expresión emotiva y creadora del indio, como sucede con los sarapes que fabrica el mexicano, o con los tzutes y pañolones del guatemalteco. Por lo que respecta

a otros artefactos, a las esteras y cestería, a la alfarería y a la carpintería, son tan rudimentarios, que apenas si se ocurre juzgarles con requisitos estéticos. Esto no quiere decir, sin em­bargo, que la industria casera ecuatoriana indígena y campesina, no sea importante; lo es de sobra por su generalización y por el monto de su producto. En la pequeña parroquia rural de Espejo, que cuenta con unas sesenta familias de blancos, mejor dicho, de cholos y mestizos campesinos, hay los siguientes pequeños talleres domésticos y establecimienios comerciales:

Guitarrerías Tejedores de sombrero toquilla Herrerías. . Zapaterías. . Alfarerías. . Sombrererías Platerías. . Sastrerías. . Peluquerías. Tiendecitas comerciales. . . S Cantinas (chichas, refrescos y aguardiente) 5

Llegando al mercado.

En Human, que cuenta con 250 cholos ele población, y que tiene probablemente unas 60 familias como Espejo, existen 40 talleres de sombrerería, como ya se dijo y, además, 6 alpargate­rías, 4 carpinterías, 5 cantinas, 3 chicherías y 3 tiendas.

COMERCIO: F E R I A S Y MERCADOS

Ya se han mencionado algunas de las actividades comercia­les del indio al hablar de la venta de sus manufacturas. El indio del Ecuador, como el de México y el de Guatemala, se congrega semanariamente en el pueblo céntrico para la plaza, mercado o tianguis, que en este país se llama feria. La concentración es ma­yor aquí, es decir, las ferias se celebran en un menor número de pueblos, los más grandes ele la región, y por lo mismo se ven con­curridos por gran número de indígenas que tienen que recorrer distancias más largas que en los países con que comparo. En la provincia ele Imbabura la feria más importante es la ele Otavalo, que se celebra los sábaelos, sienelo la segunda en Cotocachi, los do­mingos. En la plaza ele Otavalo se congregan quizá unos 3,000 in­dios cada semana. La más famosa del centro es la ele Ambato, que tiene lugar los lunes y en la que se reúnen, según se me informó, ele cinco a seis mil indígenas. Los sábados es día ele mercado en Eio­bamba, ciuelad en la que se reúnen probablemente de cuatro a cin­co mil almas cada semana.

Desde el viernes en la noche, víspera de la feria, principian a llegar a Otavalo y a acantonarse en la plaza los inelios y los cholos de toda la provincia ele Imbabura, cíesele las parcialidades del páramo hasta las del cálido valle del Chota. Para las ocho ele la mañana del sábado el mercado está en apogeo, y es un her­videro ele gentes ataviadas con sus trajes ele gala, salpicados con las manchas brillantes ele los sombreros y las chalinas y con los chorros de luz de collares y orejeras. Los comerciantes, indios y cholos, se arreglan en hileras según las parcialidades y el giro. ü!na hilera de largo ele toda la plaza, amplísima, es para legum­bres, coles, cebollas, zanahorias; otra para la venta de la carne de puerco, chicharrones y carnitas; la que sigue es la elel maíz, el frijol, la papa y varias leguminosas que se venden todas ya co­cidas; otra es para el trigo, la cebada, el arroz ele cebada, el arroz de Castilla y las harinas ele tocias clases; la hilera que sigue es ele las frutas: plátanos, pinas, naranjilla, ciruelas del país, alma-

Mercado o "üer ia" de Ambato . (Lunes.)

cates y naranjas. Sigue después la sección de telas, mantas y cali-cots, productos de fábricas; la hilera que sigue es la de las telas de algodón y de lana, manufacturadas por los indios: sarga negra para los anacos, jergas grises y blancas para las camisas, hermosí­simas mantas de algodón, fajas para la cintura, cordeles. Hay una sección especial para la venta de ponchos de lana y de hilaza y otra para la loza, comales y canastos. La mayor parte de los comercian­tes, tanto de los que venden como de los que compran, son indíge­nas, aunque hay ciertos giros que parecen exclusivamente de cho­los, las frutas por ejemplo, las telas de fábrica y la ropa hecha.

En Eiobamba hay cinco plazas; desde muy de madrugada los caminos que conducen a la capital de la provincia del Chimbo-razo, son como ríos humanos; la caravana es interminable y pin­toresca: hombres, mujeres y niños que caminan con paso rítmi­co, llevando en la mano, rara vez sobre los hombros, la mercan­cía que venderán, pero con más frecuencia arreando a la llama o al asno que la conduce. En una de las plazas se venden exclu­sivamente legumbres, frutas y carnes; la otra es para granos.

patatas y harinas; la tercera está destinada al mercado de ropa; la cuarta es para animales domésticos de todas clases, desde una llama hasta un puerco; la última es para gallinas y para alfalfa. Probablemente el 80% ele los traficantes son indígenas.

LAS "FERIAS" SON ACONTECIMIENTOS SOCIALES

Las ferias son, a más de una actividad comercial regulariza­da y convencional, eventos sociales de importancia; marcan un ritmo a la vida indígena, son desahogo para el instinto gregario comunal, ofrecen distracción para la cotidiana rutina gris. El viaje al pueblo, que pudiera parecer largo y penoso, es el evento más importante de lá semana. El indio lleva la mercancía, tan­to por una necesidad comercial, cuanto por un afán inexpreso de sociabilidad; no venderá su mercancía en el camino, así se la soliciten a buen precio, pues si lo hiciera no tendría por qué ir al mercado, que es, justamente, lo que en verdad desea. El día de feria es día de festín para toda la familia: no bien llegando al mercado, se comen las primeras raciones, pinoles y granos, descansando a las orillas de la plaza, o apenas instalados en sus puestos; para media mañana se hace el almuerzo en serio: pla­tos colmados de Jocro —potaje de patatas en caldo—, algún guiso de carne, sopa de harina de cebada, tostado de maíz, mote, que son granos sueltos de maíz y de frijol cocidos. Después de la feria, desde el mediodía y las primeras horas de la tarde hasta el oscure­cer, se hace la visita a las cantinas y chicherías, donde se ingiere chicha a reventar y enormes cantidades de mazamorra caliente. El indio regresa a su parcialidad bien caída la tarde, alumbrado por el aguardiente y la chicha; toca, canta y conversa como nun­ca en su vida; llega a su pueblo entrada la noche. El siguiente día, domingo o lunes, continuará en tono menor dentro de la intimidad de la cantina parroquial o en su propia casa, su lenta borrachera. La rutina del trabajo no se reanuda sino hasta el tercer día.

Las otras ocupaciones del indio son más incidentales y me­nos características. Los indígenas encuentran trabajo en las ciu­dades como sirvientes domésticos, "empleados," se les llama. Ha­cen también de cargadores. La profesión del arriero es más india que chola; los mozos de cuadra en los cuarteles, indios

Ent ie r ro , Otavalo.

también, forman tina clase conocida; los barrenderos municipales de Quito, Eiobamba y otras capitales, son también indígenas.

I D I O M A : E L Q U E C H U A Y E L C A S T E L L A N O

En toda la sierra el quechua es el idioma de los indios, se entienden unos a otros sin dificultad, así sean del Norte, del Centro o del Sur. Ya se dijo que aunque el'quechua fué una in­troducción incaica, la generalización de la lengua la terminaron

más tarde los misioneros y las gentes de la colonia. No tengo da­tos para determinar hasta qué punto el castellano es empleado y conocido. El quechua es el idioma familiar de los indios en todas partes, pero cierta proporción de ellos entienden el castellano y lo hablan suficientemente para comunicarse con el blanco. Hay parcialidades indígenas donde sería necesario el intérprete para la comunicación del blanco con los naturales; pero tengo la im­presión de que esos casos son raros y que en la mayor parte de los anejos y pueblos, siempre se podría encontrar algún individuo con quien entenderse en español.

El castellano del Ecuador es puro y fluido; aun los cholos campesinos manejan el idioma con especial soltura. La influencia del dialecto que trajeron los incas es obvia, tanto por los que­chuismos con que se salpica el hablar popular, como por ciertos giros de sintaxis (la tendencia a colocar el verbo después del atri­buto -—"bonito es," en vez de "es bonito"—) y, sobre todo, la in­flexión. En la sierra se ha conservado la pronunciación castella­na de la 11; por otra parte, se ha caído en el vicio de hacer sibi­lante, como en francés, la s, colocada entre dos vocales (rosa, los amos), lo que confiere al hablar de las gentes una caracterís-

Después de la misa del "Cargo , " r eg re san a la parcia l idad p a r a el fest ín.

tica pronunciación zumbona y hasta un poco nasal: "cerrada," se le dice en el Ecuador. Estas peculiaridades del modo de ha­blar de los blancos han sido adquiridas por el indio también. El indígena que habla castellano confunde constantemente los sonidos de la o y la u, y de la e y la i; dirá, por lo tanto, ripóblica por república y amu por amo. El indígena no parece tener repul­sión hacia el castellano, ni creo que tenga un apego tradicional al quechua que, después ele todo, es un idioma extranjero tam­bién.

RELIGIÓN

La supervivencia de los ritos, creencias y tradiciones indí­genas, en materia religiosa, parece más débil que en México o Gua­temala; en consecuencia, el rito católico y los conceptos del cato­licismo son más claros y arraigados entre los indios ecuatorianos. La influencia de la iglesia es más coherente y sistemática; el clero católico está mucho más cerca del indio en este país que en los otros que menciono.

En la parroquia, entidad política que, como se ha dicho, es­tá constituida por un pequeño pueblo y varias parcialidades o anejos que en la sierra son siempre indios, hay en cada caso una iglesia y un cura, cuando menos; los indios de la región recono­cen a esta iglesia como su centro religioso y al cura, en gran parte, como su jefe y director. Las parcialidades no quedan, por regla general, muy alejadas de la iglesia y, de todos modos, las ligas del pueblo con ella son estrechas y efectivas. Los indígenas asisten a la misa regularmente cada semana, o bien ocurren para la enseñanza de la doctrina bajo la inspección del párroco y del hacendado.

Las fiestas, "cargos" y "priostazgos" están ligados con la iglesia. Principian con una misa especial y se desarrollan des­pués con música y cohetes, frente al edificio, para finalizar más tarde en la parcialidad misma, en la casa de los naturales. Los matrimonios y los bautizos son también eventos frecuentes de ritual en los que interviene el cura. Un sacerdote me decía que, por lo común, el "cargo" es una obligación voluntaria que se echa encima el indio, para decir una misa y hacer las celebraciones del santo patrono del pueblo. Parece, sin embargo, ser caso más general el que la comunidad, dirigida por los párrocos, designe a las personas que deben hacerse cargo de estas festividades. Sea

esto como fuese, una vez que el individuo ha decidido o ha sido designado para el "cargo," principiará a hacer sus preparati­vos; espera casi siempre la época de las cosechas (julio a octu­bre), y llegado el día, previo el permiso del Ayuntamiento para "reventar pólvora" (echar cohetes), se vendrán él y las gentes de la parcialidad hacia el pueblo, cabecera de la parroquia, pa> ra asistir a la misa que se ha mandado celebrar. Durante el acto religioso, la banda tocará frente a la iglesia y habrá muchos co­hetes, camarazos y aun fuegos de artificio, no obstante ser de día. Terminado el acto, se pasará la mayor parte del día en estancos y chicherías, emborrachándose, y por la tarde regresarán todos a la parcialidad, para el convite, la comilitona y más borrachera. El dueño del "cargo" recibe la visita de las gentes de la parciali­dad que le traen toda clase de obsequios: gallinas, frutas, comes­tibles, aguardiente y aun dinero en efectivo. El anfitrión corres­ponde dándoles de comer y de beber, y haciéndoles la fiesta. El fandango dura tres o más días, siempre con banqueteo, música, baile y embriaguez. Los obsequios que recibe el dueño del "car­go,** son, como se ve, una especie de contribución de la comuni­dad ; quien los recibe queda tácitamente obligado a corresponder a sus vecinos, cuando a su vez les toca hacerse cargo de la fiesta.

Era costumbre perfectamente establecida hace algunos años,

En la parcial idad la f iesta dura has ta t r e s días.

Pinguyo .

la designación para el "cargo" que hacía el alcalde, de acuerdo con el cura; tal escogimiento todavía tiene lugar en muchas partes, pero también es cierto, sin duda, lo que un cura me dijo, que en algunas ocasiones los mismos indígenas se ofrecen para tomar el "cargo." De hecho se considera una verdadera vergüenza no haber tenido el "cargo;" es una señal de incapacidad económica y social

y una falta de solidaridad comunal. El insulto más grande que puede hacerse a un indio es decirle: "Mana cargo yalishca," esto es, "no has pasado el cargo."

M Ú S I C A Y D A N Z A

El indio de la sierra ecuatoriana todavía hace música, y de cuando en cuando, muy sobre todo si está ligeramente alumbrado

Flau t a . No hay mercado sin su puesto de "música ."

Tocando el rondador.

por la chicha, canta; se le ve también reír ocasionalmente y con­versar con cierta animación; rasgos, estos dos, casi únicos, pues ya se sabe cómo son de taciturnos y poco comunicativos los in­dios de otras partes. En todos los mercados hay puestos de ins­trumentos musicales nativos; en las tardes del día de plaza se oye el rasguido de la guitarra en todas las chicherías del lugar,

y, por la noche, cuando el indio regresa a su parcialidad, el doliente son de sus flautas se percibe por todas partes. Los instrumentos más frecuentes son el pinguyo, una especie de pi­cólo de caña de tunda, que es como un carrizo de los páramos; es común que se toquen dos pitos a la vez, por el mismo indivi­duo, produciéndose muy originales modulaciones; la flauta, un tubo de tunda perfectamente cilindrica, como de tres centímetros de diámetro y de unos treinta de longitud, con una membrana hacia el extremo superior, cerca del orificio para el aliento; en el otro extremo tiene seis perforaciones, con las que se obtienen los tonos; el rondador, instrumento formado por una serie de tubos de carrizo de diferentes tamaños, sujetados por la parte

Orquesta de un solo músico.

81

El Indio E c u a t o r i a n o . — 6

superior con dos tiras de carrizo, parece una pequeña serie de tu­bos de órgano; la quena, que es una flauta de bambú, y a veces, ya muy raramente, hecha con la tibia de algún animal; el bombo o tamborón, y el tambor pequeño. Hay también arpas, guitarras y violines muy parecidos a los que se usan en algunos pueblos ele México. Es muy frecuente oír música deliciosa, como ele flau­tas suaves, producida con una hoja ele capulín, que se coloca el indio sobre los labios y hace vibrar con su aliento. Para llamar al ganado en los páramos, se emplea la bocina, que es un cuerno con una caña larga, que produce un sonido aflautado ele larguí­simo alcance. El churo es el cuerno mismo; sirve de trompa para la comunicación y para llamar de un pueblo a otro a través ele quebradas y barrancas. La música de todos estos instrumentos, excepción hecha del último, es doliente y de calidad menor; tan triste es la del rondador, que en algunas partes llega a prohibír­sela. Ignoro si hay género musical de composición peculiar al indígena de esta t ierra; me imagino que existe; lo que sí es indudable es que hay un estilo ele música indígena, perfectamente caracterizado. El pasillo es un tipo musical ecuatoriano, con mucho de español, pero donde el resabio indígena no ha desapa­recido por completo. Los san Juanes y yarabíes expresan mucho más distintamente la nota vernácula.

Como las ele otros pueblos primitivos, las danzas elel indio ecuatoriano forman parte ele la celebración religiosa. Se ejecu­tan al compás del bombo o tamborón, y del pinguyo o la flauta. Generalmente un mismo individuo toca los dos instrumentos.

Para las danzas, los indios, se atavían con disfraces recubier­tos de monedas, se ponen sobre la cabeza penachos de pluma y se la adornan también con graneles plumeros de colores, exacta­mente iguales a los que sirven de sacudidores en las casas; se pintan la cara fantásticamente, o se la cubren con máscaras angulosas de hoja de lata. El "San Juan," especie de jarabe, es baile popular empleado por los indios, no únicamente en relación con sus fiestas religiosas, sino también en las celebraciones do­mésticas, continuación ele los actos religiosos.

E M B R I A G U E Z

La borrachera es el vicio que más se le echa en cara al indio; no hay gente con la que se hable sobre los indígenas, que no sa­que a colación la tendencia inveterada al alcoholismo. Estoy se-

Músicos y danzantes

(Chimborazo) .

Arpero Otavaleño.

guio que se exagera, a más de estar convencido de que aquí, co­mo en Guatemala y en México, el alcohol ofrece al pobre indio el único paliativo a sus deficiencias, la única evasión de su condi ción reprimida, una de las pocas distracciones de su vida mono tona, y hasta un medio de suplir aparentemente la pobreza de la alimentación.

Ya se dijo que la chicha es parte obligada de la dieta diaria del indio, es como el pulque para el pueblo de la altiplanicie me­xicana. Si se da ración de comida como parte del jornal, ésta incluye siempre una liberal suministración del rubio líquido al

eoholizado. En la mayor parte de los hogares indígenas se pro­duce la chicha, sobre todo en estos tiempos que el aguardiente se ha encarecido, o bien se la. compra a precio insignificante, en las chicherías de la parroquia o en el pueblo en día de feria. Los caminos que dan acceso.a la población están bien salpicados de chicherías. El indio se emborradla también con aguardiente en los estancos o cantinas. El consumo del aguardiente, mayor an­tes que ahora, a causa de la carestía que prevalece, es siempre

Danzante . Otavalo.

menos frecuente que el de la chicha, y se reserva para las ocasio­nes especiales: los días de feria o las fechas de las fiestas.

La chichería, más que las cantinas de otras partes, es un lugar apropiado para hacer un poco de vida social; es una especie de com­binación de fonda y cantina; ya se dijo que siempre que el indio bebe chicha come mazamorra. La chichería es una pieza espaciosa, realmente una cocina, con el fogón donde hierven las pailas de mazamorra y las enormes ollas de barro, los pondos, donde se guarda la chicha, cerca del fuego, porque a diferencia de nuestro tepache o pulque, la chicha ecuatoriana se toma tibia. Una familia de cholos regentea el establecimiento; las mujeres junto al fogón sirven el atole en grandes jicaras, y el hombre va y viene llevando a los parroquianos la chicha en jicaras grandes o en lebrillos de peltre, rebosantes de líquido, sobre el que flota como diminuto barquillo, un mate o jicara pequeña que sirve de vaso. El parro quiano recibe de manos del cantinero su lebrillo de chicha y la jicara de mazamorra; el atole pasa a la mujer y a los niños que lo acompañan, quienes, sentados en el suelo, lo beberán con de­lei te; los hombres, en grupos de dos o tres, toman la chicha, un jicarazo cada quien; de cuando en cuando se da un sorbo a las mujeres y a los pequeños. Mientras se bebe se conversa animada­mente, se hace vida familiar y amistosa. En un rincón de la pieza algún indio toca la guitarra, se oye un canturreo y de cuando en cuando una risotada: hay viveza y animación en el ambiente. El consumo es barato, un litro de chicha vale diez centavos de ;sucre (2 centavos de dólar). Con cada litro se sirven dos platazos de mazamorra. Con diez centavos del país se hace una comida.

El indio borracho se torna lengua-suelta, alegrón, pendencie­ro ; sólo borrachos se pelean los indios unos con otros a puño limpio, ferozmente. La acometen contra ellos entre sí, casi nunca contra el blanco. También la emprenden contra la mujer, y ; ay! del in­truso que se meta a defenderla, tendría que vérselas no solamen­te con el marido, sino con la mujer misma, que se tornaría en contra de su defensor, alegando que su hombre, derecho de sobra tiene para golpearla. El indio, chispo, de regreso a su parcialidad, camina ligeramente en grupo con sus amigos, cantando a coro antifónico dichos de su invención: "no hay nadie mejor que nos-otros; somos los más fuertes de la t ierra; mi chacra es la mejor de todas; no hay campos como los nuestros; somos poderosos,

somos muy ricos, podemos más que n a d i e . . . " Si se ha empinado el codo demasiado, el indio llega a la inconsciencia, caerá sobre el camino y su mujer se sentará junto a él horas y horas, hasta que se despierte, pasará la noche ahí mismo si el sopor durase tanto; abandonarlo es una deslealtad criminal. En raras oca­siones la mujer es la borracha, y entonces el marido hace la vela.

RASGOS D E L I N D I O B O R R A C H O

Tres cosas me llamaron la atención del indio borracho: la alegría y sociabilidad de la chichería: reunión familiar y amis­tosa, sabrosa comida, música, conversaciones y risas; la feroci­dad del indio borracho, su amor al pleito y a la pendencia y a golpearse de puños hasta que la sangre corra a torrentes, y, por último, el despertamiento de la propia importancia, el tono de quieta jactancia que asume y el recital de sus propios méritos que canta.

E L MONOPOLIO D E A L C O H O L E S Y A G U A R D I E N T E S

El Estado mantiene el monopolio de alcoholes y aguardien­tes, sin incluir la chicha, como mantiene también el monopolio de la sal y de los fósforos. La chicha "agria," más fermentada y, por lo mismo, más alcoholizada que la dulce, causa impuesto que paga el cantinero o dueño del expendio: ocho sucres al mes. Pe­ro la bebida se fabrica realmente en todas las casas y hay algu­nas parroquias, como la de San Luis, cerca de Eiobamba, donde la manufactura casera no es propiamente para el consumo fa­miliar, sino para la venta a las chicherías de toda la región y a las haciendas; a pesar de todo, esa producción, que es propia­mente comercial, no está gravada con impuesto alguno, como no lo está la meramente casera. El Estado mantiene estancos para alcoholes y aguardientes en las principales poblaciones; allí se recibe la producción de las fábricas y se expende a las cantinas. En este año (noviembre de 1931), el Estanco compra el aguardien­te a los fabricantes a 42 centavos el litro (8 centavos de dólar y fracción), y los vende a 2 sucres y medio (50 centavos ele dólar). Se puede calcular un gasto ele administración de 40 centavos por litro, que sumados a los 42 que se pagan al fabricante, representan un costo ele 82 centavos que hay que descontar de los dos y medio sucres a que se vende; el Estado percibe, por lo tanto, como 1 sucre 68 centavos de ganancia; de ella se dan 50 centavos al

Municipio, ingresando el resto al Fisco. En el año de 1930, se­gún los datos de la Dirección General de Estadística (*), se produjeron como seis y medio millones de litros de aguardiente, aleonóles y refinados que representan un valor de casi tres mi­llones de sucres. Ese mismo año se consumieron un poco más de 6 millones de litros de bebidas espirituosas, con un valor para el consumidor, de poco más de trece millones de sucres. En el mis­mo año ingresaron ai Estanco poco más de seis millones de li­tros de aguardiente, que le representaron un valor de un poco más de dos millones de sucres, y el Estanco vendió cinco millones ochocientos mil litros de la bebida, por ios que se percibieron como doce millones trescientos mil sucres, aproximadamente.

Es claro que el Estanco de Alcoholes constituye un excelente negocio para, el Estado. Las recaudaciones son uno de los impor­tantes capítulos de ingresos para el Tesoro Nacional. En su pa­pel de comerciante, el Estado ha de preocuparse porque aumente el consumo de su mercancía, máxime cuando le es preciso per­cibir cierta suma de impuestos, que tiene calculada en su presu­puesto, para hacer frente a ios compromisos del gobierno. Si el consumo decrece, el Estado-comerciante se preocupa y envía circu­lares a los estanqueros, para que impulsen y fomenten el ne­gocio. Si por un lado el gobierno, entidad ética, combate el alco­holismo, por otro el gobierno, alcoholero, lo fomenta. El negocio ha decaído en este año de 1931. La provincia del Chimborazo rin­dió al Estado el año pasado, corno utilidad líquida, por el estan­co de alcohol, muy cerca de un millón de sucres; este año proba­blemente no rendirá ni la tercera parte de esta cantidad, según me aseguraron personas bien enteradas. La baja obedece a la mala situación general y, en particular, a que el indio, que es el principal consumidor, no puede comprar; su capacidad adqui­sitiva está muy disminuida, pues el año pasado el indio vendía su cebada, a diez sucres el quintal y este año el precio apenas llegaba a i,80 sucre. El maíz, en cambio, base de la fabricación de la chicha, también ha bajado y puede adquirirse con mayores facilidades. Con un quintal, que vale tres sucres, el indio fabrica tres barriles do chicha. El hecho es que este año se está consu­miendo menos aguardiente y más chicha. Me imagino que, de to-

(*) Boletín General de Estadís t ica , ob. cit. pp. 41-45.

das maneras, la situación por lo que a la embriaguez concierne, es mejor, pues la chicha es menos perjudicial que el aguardiente.

V I D A F A M I L I A R

La familia indígena es una unidad donde el aspecto econó­mico oscurece casi por completo el ambiente emotivo. La mu­jer trabaja tanto como el hombre: en los pueblos sirve de peón haciendo adobes, mezclando el lodo, cavando zanjas; en el cam­po desempeña las mismas faenas que el hombre, y en el merca­do, transportando la carga y vendiéndola, trabaja probablemente más que el marido. Los niños, desde muy temprana edad, tra­bajan también: desde pequeñitos tienen que cuidar el ganado, y cuando los padres se van a la feria, asumen ellos la responsabi­lidad de todo el ranchito, siendo caso frecuente encontrar a una criatura de ocho años, como la única encargada.

P R A C T I C A S M A T R I M O N I A L E S

El matrimonio se verifica desde la adolescencia, pero supe de casos frecuentes de uniones más tempranas. Un sacerdote bien enterado, me dijo que en Imbabura los padres de los jóve-

Una familia, par roquia de Flores .

Otavaleña trabajando.

nes son quienes conciertan el matrimonio, que los contrayentes ni siquiera se conocen muchas veces. El casamiento, concertado por los mayores, obedece, por lo común, a razones económicas. En este rumbo y en casi toda la sierra, si los jóvenes toman al­guna participación en el convenio, el matrimonio se inicia con el cortejo juguetón que hace el mancebo a la muchacha: eu la fe­ria arrebatará el joven el rebozo de la doncella, si ésta no se da

por entendida ni hace esfuerzo alguna para rescatarlo, señal es de que no tiene interés en el casamiento. Si sucede lo contrario, la unión queda, de hecho, apalabrada. En los campos, el mancebo arrojará hacia la muchacha alguna patata escogida, un pedruzco o algún otro pequeño objeto, y se iniciarán de esta manera, en caso de asentimiento de la mujer, retozos juguetones, que son la señal de que el matrimonio va en marcha. Llegadas las cosas a este punto, el alcalde o autoridad indígena de la parcialidad ce­lebrará la ceremonia de la imposición del rosario, lo que cons­tituye, propiamente, los esponsales, y con los que queda formali­zada la promesa de matrimonio. Según un sacerdote que me dio informes, en esa misma región del Norte es corriente que los no­vios hagau vida familiar una vez que la imposición del rosario ha tenido lugar, pero la ceremonia del matrimonio civil y religio­so se pospone casi siempre hasta la época de las cosechas. Durante esta espera, los novios conviven en la casa de los padres de alguno de ellos, se t ratan y se conocen, dan testimonio de su habilidad para ganarse la vida, y se da el caso, al parecer insó­lito, pero de cuya veracidad está seguro el sacerdote que ine in­formaba, de que los novios se acuestan en el mismo lecho, sin que se llegue, sin embargo, a consumar el matrimonio, sino has-

Una boda.

ta cuando la ceremonia civil y religiosa haya tenido lugar. Efec­tuado el matrimonio eclesiástico, los novios son encerrados en una pieza, y por fuera, el "naupaclor," especie de trovador-conse­jero, acompañándose al arpa, canta durante la noche a la puerta en lengua quechua, dando consejos a los desposados. Al otro día en la mañana, él mismo abrirá la puerta, y en reunión con lo-j familiares y con los amigos, tendrán lugar el baño de claveles, que consiste en una ablución de cara, manos y pies, y en una frotación superficial del rostro, con pétalos de clavel. A veces el novio va a vivir a casa de la novia, otras veces acontece lo contrario. Al empezar a haber familia, el matrimonio establecerá casa por su cuenta.

La práctica de los matrimonios tiernos se observa todavía en muchas partes. En Human visité la casa de un indígena, te­jedor de oficio; su mujer, jovencita y guapa, daba el pecho a su primer criatura; el hombre tendría 28 años. El matrimonio se verificó hace unos cuatro años, la desposada tenía apenas doce, años de edad. Ahora ella tiene unos dieciséis. Los esposos viven felices con su tierno retoño en la casa de la suegra.

La moralidad matrimonial de los indígenas parece ser es­tricta. Un sacerdote me decía, convencidamente, que es altísima entre los indios de Otavalo. En las parcialidades de Flores y de Licto, por Eiobamba, todos son bien casados; se me asegura que las familias están en regla; no hay inmoralidad. Los jóve­nes se casan de los 15 años en adelante. Un director escolar me aseguró que todavía se acostumbra en algunas de estas par­cialidades que, concertado el matrimonio, se dé cuenta al cura y se envíe a la longa al curato por un mes para que aprenda a servir. En opinión de mi informante, esta práctica es un vesti­gio del antiguo derecho de pernada.

DESCRIPCIÓN DE COSTUMBRES, HECHA POR CEVALLOS

El historiador y geógrafo Pedro Fermín Cevallos, a quien hemos ya citado, hace para su tiempo, 1887, un relato sobre la vida, doméstica del indio, que es en gran parte justo, hasta para el presente, y que transcribo a continuación como resumen del cuadro de costumbres que he procurado describir: "En el alumbramiento, dice, la india se acuesta casi a ras del suelo, al salir el niño corta ella misma el cordón umbilical, lavando la

criatura, y la envuelve en cualquier manta tosca, prosiguiendo las más veces, sus trabajos domésticos, que apenas si se han in­terrumpido por el parto. Tres días es el período más largo de dieta o reposo, pero durante el mismo no hay ni cuidados ni alimentación especiales. El indiezuelo crece materialmente so­bre la espalda de la madre, al sol y al aire, aunque por lo co­mún demasiado envuelto y liado. Desde muy pequeño se le encargan trabajos domésticos. Desde los 3 hasta los 18 años, el longuito debe concurrir ciertas noches y mañanas a la hacienda para aprender la doctrina cristiana enseñada por algún otro lon­go mayor. La enseñanza no es gratuita, el longo paga por ella haciendo faena durante dos o tres cuartos de hora. Mientras du­ra el estado de longo, el joven indígena no se pone jamás cal­zones, usan la cuzma, gabán de lana, o sencillamente un camisón y el poncho. (Esta manera de vestir va desapareciendo, aunque todavía persiste en Human; los longuitos de ocho, diez y hasta más años vienen a la escuela de camisón, pues los padres,se re­sisten a ponerles calzones, creyendo que de hacerlo se apresu­ra la adolescencia y el niño entrará en ganas de casarse.) Desde los dieciocho hasta los cincuenta años, sigue diciendo Cevallos, los indios tienen la obligación de pagar el tributo, una de las for­mas más odiosas de la especulación humana que se ha constituido, pero que, por .fortuna, fué al fin abolida después de una verdadera lucha, en 1857. A pesar de este gran paso para la liberación del indio, éste queda sujeto a la esclavitud del concertaje en el que, a trueque de un anticipo que no pasa de 40 sucres, "quedan los brazos indios empeñados para siempre." Lo que el indio recibe de "socorro" o anticipo apenas le ba^ta para comprar un poncho, algún gabán, el anaco para la mujer, esto cuando no se le emplea para gastos de priostazgos, alcaldías o cargos. El indio que si­quiera posee 4 ó 6 hectáreas de terreno jamás se concierta. (Sobre el desarrollo del concertaje y sobre la condición de esta servidumbre en nuestros días, véase más adelante.)

Las indias, desde longuitas (jóvenes), visten anaco, que es un pedazo de bayeta azul o negra, envuelta alrededor del cuer­po, desde los pechos, hasta algo más abajo de las rodillas, sos­tenida por una ancha faja tejida por ellas mismas; portan tam­bién otro pedazo de bayeta llamado fachalina o tupelina, aga­rrada al pecho con un tupu (aguja grande de cobre u otro

metal), para cubrir las espaldas, cayendo por los codos. En algunos lugares del Sur visten "polleras" (enaguas de bayeta, muy anchas y plegadas) en lugar de anacos, y las indias del campo, en las serranías, no conocen camisa en su cuerpo.

Los indios gustan de los colores vivos, especialmente el púr­pura y, tal vez, procede de este gusto propio de nuestra tierra que los mestizos y las cholas de las provincias subalternas de la sierra tengan asimismo una preferente afición a las telas de co­lor bien encendido.

Los indios comen o lamizcan/cuantoi pueden, a cualquier hora del día o de la noche, pero también resisten el hambre por largas horas. Duermen al suelo raso, se acuestan muy tempra­no. No aceptan médicos ni drogas y "antes se dejarían matar que resolverse a que les echen lavativas." Cuando las enferme­dades los dominan, recurren al curandero, quien con brebajes y palabras de agorería los cura. El indio no padece ni de sífilis ni de obesidad.

Los indígenas casi no tienen noción del bien y del mal. Se casan, más que por amor, por conveniencia para el trabajo. No saben resistir las vejaciones y abusos de los blancos. Aun los muchachos blancos pueden abusar de ellos, impunemente. Para el tránsito o marcha de las tropas sirven los indios como bes­tias de carga, se les considera como "bagajes menores," a dife­rencia de los animales ele carga, propiamente dichos, a quienes se cuenta como "bagajes mayores."

La alimentación está constituida particularmente por pa­pas cocidas o asadas, por cebada y por maíz, los "zambos" (chila-cayotes) son uno de los más comunes artículos de dieta; las habas, las ocas, los mellocos y las coles son también artículos comunes. Earas veces comen carne, el maíz lo toman casi siem-pre tostado; una cosa nunca les falta: la chicha.

Los conciertos mayores ele dieciocho años tienen la obliga­ción ele concurrir, por clos días a la semana, a la enseñanza de la eloctrina, con sus mujeres, si son casados. El mayordomo di­rige la enseñanza, que principia a las cuatro de la mañana y que no es otra cosa que la repetición ele las palabras del rezo. En los días ele doctrina los conciertos tienen que pagar por ella, haciendo faena. Los indios sueltos, es decir, los libres no con-certaelos, asisten a la enseñanza ele la eloctrina los domingos en la iglesia ele la parroquia, una hora antes ele la celebración

de la misa. Cuando él indio no aprende fácilmente o es renuente para asistir, se le dan latigazos. Después de recibir los azotes, lc>s indios deben levantarse y dar el alabado a quien los azota. Los azotadores son los maestros de capilla o el alcalde de la doctri­na, indígenas.

Se ha enseñado a los indios a saludar a los blancos, mes­tizos, cholos y aun a los negros, recitando el Alabado. El indio dice: "alabado sea el Santísimo Sacramento," o parte de esta fórmula; el saludado deberá contestarle "alabado, hijo." (Pero casi nunca contesta.)

Todos los gustos y los goces de estos miserables, sigue di­ciendo Cevallos, están reducidos a tener que beber y a celebrar sus fiestas con danzas, músicas, cohetes y procesiones. La obli­gación de hacer de danzantes implica grandes gastos para los que la sufren: alquiler de vestidos, bebida, música. A más de es­tas diversiones, juegan los indios más acomodados, al palmo, ha­ciendo rociar bolas chicas de barro o de cuerno sobre un suelo bien planeado; también de ordinario, en la muerte de alguno de ellos, juegan al huairo, sirviéndose de un hueso de figura có­nica, pero trunca, que tiran hacia arriba y dejan caer. Las ca­ras del hueso están pintadas, y una de ellas indica el que gana o pierde. A la muerte la ven sin inquietud ni susto. "Si ven algo en la muerte, es el recelo de que el párroco trate de privar a los hijos del par de bueyes que testan, por los derechos del entierro. Así, el primer pecado de que se acusan cuando se ven ya de muer­te, es que no dejan bienes ningunos "

La independencia que ha sido en alguna forma benéfica pa­ra el blanco, mestizo, cholo, mulato y negro, afirma Cevallos, ha dejado al indio al margen de toda ventaja. "Si hubiera en el mundo alguna causa capaz de justificar la repetición de las Vis-peras Sicilianas, tal vez no se hallaría otra más amplia que la causa de los indios." (*) '

C O S T U M B R E S C O M U N A L E S

Por tocios lados se ven indicios del carácter comunista o colectivista del indio que se atribuye a vestigios de la influencia incaica, pero que, incuestionablemente, tiene raigambre también

(*) P. F . Cevallos, ob. cit. p p . 139-179.

en la manera de ser de los indios ecuatorianos anterior a la con­quista de los del Sur. El comunismo de la tierra es el rasgo más aparente; las mingas o costumbres de trabajo colectivo, son también aspectos obvios.

Sabido es que en la época de los incas los pueblos del ex­tenso imperio vivían en un régimen que se designa como "co­munista." Las tierras pertenecían al Estado, al Inca, quien las dividía en tres porciones; para el Sol, destinadas al sostenimien­to de la religión, de las vírgenes, los sacerdotes y los templos; para el soberano o Inca, y para el pueblo. Las tierras del pueblo se adjudicaban a las familias, año por año, según el número de sus miembros. Cada jefe de casa recibía un lote de terreno que debía ser cultivado con sus propias manos, y el que se aumentaba con parcelas iguales por cada hijo varón y de mitad de la exten­sión más, por cada hembra. Las tierras del Sol y las del Inca eran trabajadas por. el pueblo, en turnos, perfectamente esta­blecidos. El soberano repartía la semilla y vigilaba el trabajo, que constituía una ley universal, sus graneros se abrían al pueblo en las épocas de carestía. En el tomo I de su . importante his­toria, González Suárez (.*') hace la siguiente descripción sobre el régimen del trabajo impuesto por los incas. "El Inca, dice, exige apretadamente de sus subditos el tributo del trabajo per­sonal. . . Todo individuo estaba obligado a emplear una parte del tiempo trabajando para el soberano, cada uno se ocupaba en hacer obras de su arte y oficio determinado. El alfarero, objetos de barro; el platero, la vajilla de oro y plata, los ídolos, los va­sos y demás utensilios destinados tanto para el servicio del In­ca como para el adorno de los palacios y el ministerio del culto religioso en los templos; los tejedores trabajaban la ropa. . . , y así, todos los demás artificios de armas, de escudos, de yel­mos y de calzado. Pero mientras un indio se ocupaba en trabajos para el servicio del Estado, era alimentado de la hacienda del So­berano y no de la suya propia. Asimismo se exigía el trabajo personal para la construcción de los templos del Sol, de los pala­cios del Inca, de los tambos y depósitos comunes, y para la aper­tura de caminos y formación de acequias y canales. En este tra­bajo, lo mismo que en las labores de las minas y extracción de

(*) Federico González Suárez, His tor ia General de la República del Ecuador, tomo I, p . 221.

los metales, se alternaban por compañías más o menos nume­rosas, los indios de todas las provincias, según el tiempo que de­bía de darse a la ocupación de cada parcialidad."

I E R R E N O D E C O M U N I D A D

En la actualidad se encuentran muchas parcialidades indí­genas, con algunos terrenos comunales, que se destinan al pasto­reo del ganado. Estas tierras están, por regla, general, en las partes elevadas de la cordillera, hacia el páramo, impropio para la agricultura misma. Las márgenes pastosas de las lagunas de San Pablo, por el Norte, y de Colta, por el Sur, constituyen te-' rrenos comuneros. Pero el terreno de agricultura, propiamente dicho, que posee el indio, es de propiedad personal, habiéndose llegado a esta condición por una lenta evolución del concepto de propiedad que, partiendo de las tierras comunales que se adjudicaron en su origen a los individuos para su usufructo, temporalmente al principio y por vida después, ha llegado a con­siderar al individuo conlo propietario de derecho pleno.

L A S MINGAS

Las mingas son reuniones ele amigos, vecinos y parientes, para la ejecución de las labores de alguno de los miembros del grupo. Cuando uno de los indígenas - requiere la colaboración de sus amigos para ejecutar tal o cual trabajo en su campo o para hacer una casa, da la voz a sus allegados, quienes se reúnen para colaborar en la tarea. El día de la minga, el beneficiado pro­porciona el almuerzo y una abundante cantidad de chicha; no hay paga ninguna por la tarea, pero se tiene la obligación moral de participar en labores semejantes, cuando algún otro miembro del grupo lo solicite. Como resultado de este procedimiento, un buen número de obras y de labores agrícolas se desempeñan por grupos de vecinos, que van en turno de una parcela a otra. La hacienda ha aprovechado esta costumbre indígena para pedir también la colaboración del vecindario en la ejecución de las la­bores que requieran prontitud en su desempeño y un gran nú­mero de jornaleros. Si se trata de sacar las patatas, por ejemplo, de hacer la siembra o cavar alguna zanja, el hacendado enviará a su mayordomo, o de alguna otra manera hará correr la voz

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El Indio Ecuatoriano.—7

Haciendo " m i n g a " en una hacienda.

entre los indígenas de la parcialidad, que vendrán el día y hora determinados para ejecutar la labor, recibiendo de la hacienda el mismo beneficio de almuerzo y chicha. A veces la invitación se hace por medio de un trago de aguardiente, si el indio lo acepta de manos del mayordomo* que lo visita para el efecto, queda com­prometido a la minga.

Si una persona construye su casa, irá edificando lentamente las paredes, con la ayuda de sus familiares o de algún vecino, y una vez que está en soleras, llamará a todos los del vecindario, hombres y mujeres, quienes vendrán trayendo cada quien su apor­tación para la casa: carrizo, morillos, zacate, heno, pita, etc., y poniéndose todos a la obra, entre pláticas, risas, dichos y abun­dantes libaciones de chicha, terminarán la vivienda en un dos por tres. El dueño tiene la obligación únicamente de dar el al­muerzo y la chicha. Los hombres, por lo general, son los únicos que trabajan en la edificación, pues las mujeres, que también con­curren, se encargan de servir la chicha o se la pasan sentadas bebiendo y tejiendo en alguna casa vecina. -Quien recibe la coo­peración de sus amigos de esta manera, queda, por supuesto,

obligado a corresponder en igual forma, cuando sea para el caso solicitado. .

El indio ecuatoriano no sufre del localismo reconcentrado en su pueblo, que se observa en Guatemala y en el Sur de México; primero, porque el pueblo, como tal propiamente no existe, pues los asientos de la población quedan dispersos en la parcialidad aparcelada, y segundo, por los remanentes de comunismo, cu­yas manifestaciones más patentes acaban de describirse. Se lia hecho ya mención de que el idioma de los naturales de toda la sierra es el mismo, y de que las variaciones externas de in­dumentaria y costumbre, están menos marcadas que en otros países, todo lo cual no sirve sino para acentuar el carácter ho­mogéneo de la población indígena del Ecuador.

CAPITULO III

EL PROBLEMA DEL INDIO

L A T I E R R A

La cuestión de la tierra está estrechamente vinculada con el indio; es una fase del problema del indio. Me propongo en este capítulo t ratar de la feudalidad y de sus dos manifestaciones más comunes, latifundismo y servidumbre; de la realidad agrícola del Ecuador, en cuanto a la extensión de la tierra disponible y a la ca­pacidad del suelo para mantener a la población indígena, de la lu­cha iniciada y sostenida por los ideólogos reformadores para des­truir los abusos del gamonalismo y establecer una situación jurídica favorable al jornalero rural y de los intentos generales de resolu­ción del problema de la tierra.

E L L A T I F U N D I O E N E L E C U A D O R

El latifundio existe en el Ecuador, viene desde la Colonia, cuan­do la Corona hizo concesiones liberales, imprecisas y cuantiosas a los principales de la época. Por fortuna el país no ha tenido que sufrir, como fué el caso en México, bajo los Científicos, una nueva onda de expoliación del suelo durante los años de vicia inde­pendiente, aunque sí ha visto durante el siglo republicano la consolidación del latifundio que creara la Colonia y su gradual acrecentamiento, gracias a la maña y codicia del terrateniente que paulatinamente ha ido privando a la comunidad indígena de sus pertenencias ancestrales.

El latifundismo del Ecuador debe entenderse dentro de la re­latividad geográfica del país. El valle interandino no es en reali­dad muy extenso; éste y la zona costeña juntos no soportarían, a causa ele su pequeña extensión, el establecimiento de los enormes

La casa de una hacienda pequeña.

latifundios que se formaron en el centro y en el Norte de México. Pero dentro de esa relatividad, el latifundio existe: una hacienda de quinientas o de mil hectáreas, constituye una desmesurada pro­piedad agrícola, si se la compara con las insignificantes parcelas de los indios. La situación no es uniforme en el país. En el extre­mo Norte, en la provincia del Carchi, el latifundismo es agudo, por el mismo rumbo, en la vecina provincia de Imbabura, la propiedad está bien dividida y puede afirmarse que casi no existe la hacienda descomunal. Hay latifundio en Cayambe, y en menor escala, en Pichincha y en las otras provincias del centro hasta que se llega a la de Chimborazo donde el vicio feudal asume proporciones seve­ras. Loja, en el extremo Sur, según afirma Jaramillo Alvarado, está casi libre de la garra del terrateniente y la propiedad, como por Ibarra, queda bien distribuida. La región oriental, y más aún la del litoral, sufren el latifundismo de la Sierra, pues buen nú­mero de las haciendas arrancan desde las hoyas andinas y se extien­den,por la montaña hasta la costa.

El latifundismo no es sino una de las expresiones del feuda­lismo agrícola; otras "son la servidumbre en toda su multiplicidad de formas, la administración absenteísta y el aprovechamiento in­completo de los terrenos de la hacienda. En todos estos respectos

la situación es severa. La servidumbre que el terrateniente lia establecido es horrible; toda la literatura con vistas a los proble­mas sociales del Ecuador y a la reforma de las condiciones rei­nantes, es un relato de las vejaciones que sufre el campesino a manos de los gamonales y una protesta. Con el concertaje, legal o de facto, la hacienda ha establecido una verdadera esclavitud; el dominio del terrateniente sobre la población indígena vecina a sus pertenencias, es tiránico y lesivo; está amparado por la ley y la costumbre; goza de la tácita complicidad de las autori­dades y del asentimiento del blanco y recibe la colaboración del clero, amigo natural y eficaz de los gamonales, que mantiene al indio en sujeción espiritual, sosteniendo y justificando las prácti­cas de los opresores, adormeciendo las conciencias de los oprimi­dos y ofreciéndoles compensaciones extramunclanas por las penas del presente.

E L CASO CONCRETO DE LATIFUNDIO E N CARCHI

En el Boletín de la Dirección General de Estadística ya cita­do (páginas 67^77) se publican datos relativos a los predios rús­ticos de la provincia del Carchi, con expresión del avalúo de la superficie en hectáreas que comprenden, de la extensión cultivada en cada predio y de la extensión sin cultivar. La provincia es una de las menos extensas del Ecuador (3,872 kilómetros cuadrados), y también una de las menos pobladas de la sierra (60,000 habitantes) aunque la densidad de su población es considerable, pues existen como dieciséis habitantes por kilómetro cuadrado. Como ya se ha dicho, en esta provincia el problema del latifundio se considera agudo. Los datos que se consignan en el Boletín de Estadística pueden ser, por lo mismo, ilustrativos del latifundismo ecuato­riano.

La superficie total de hectáreas que comprenden todos los pre­dios rústicos de la provincia del Carchi, es de 134,328. 75. Sólo unas cincuenta mal hectáreas de éstas estaban cultivadas en 1930, que­dando 85,000, aproximadamente, sin cultivar. El avalúo total de los predios llega casi a dieciséis millones de sucres y los impuestos que el fisco percibe por contribución predial son de unos 74,000 sucres. El Ángel es una de las parroquias que forma parte de la provincia del Carchi, y el documento que analizo hace una especificación de

los datos sobre esta entidad en la que se ve que el número total de propietarios de predios rústicos en dicha parroquia es de 367, de los cuales 333 poseen predios cuya extensión no es sino desde me­dia hectárea hasta diez hectáreas. Veinticinco son propietarios de terrenos que van desde las diez hasta las cien hectáreas, y cuatro propietarios tienen todavía extensiones mayores: uno de ellos tiene una hacienda de 2,940 hectáreas, otro 3,100, otro de 4,700, y el dueño de la más grande posee 7.074. El total de la pertenencia de estos cuatro individuos es de 17,814, o sea el 81% de toda la superficie de predios rústicos en la parroquia.

Si se suman las pertenencias de los nueve individuos que tienen más tierra, y de los otros 25 cuyas parcelas son mayores de 10 hectáreas, se obtiene la suma de 20,464 hectáreas, que constituyen más de nueve décimas partes de la extensión total de los predios rústicos. Los 333 propietarios restantes tienen apenas en total, entre todos ellos, 1,313 hectáreas, que es apenas el 7% de la exten­sión total de los predios rústicos de la parroquia. Por otra parte, estos mismos propietarios desarrollan cultivos que ocupan el 27% de toda la extensión, bajo cultivo en 1930, mientras que los otros propietarios que son dueños, como ya se dijo, del 93% del suelo, apenas son responsables por el 73% del área cultivada. Estas mis­mas proporciones pueden expresarse de manera aproximada, pero más clara, del siguiente modo: en la parroquia del Ángel, cantón de Tuleán, provincia del Carchi, cuatro propietarios poseen 4/5 partes de toda l¿t tierra arable; nueve individuos son dueños de nueve décimas partes de la misma, y 34 propietarios poseen 93%) de toda la tierra, mientras que 333 individuos apenas son dueños en conjunto de 7/100 de la tierra arable de aquella región: en cambio, más de la cuarta parte de toda la tierra cubierta por cul­tivos corresponde a los predios de estos mismos 333 individuos que no poseen sino una fracción mínima del suelo y los propieta­rios del 93% de la tierra únicamente son responsables por el 73% de la superficie cultivada. Las cifras anteriores deben tomarse en relación con un dato más que coloca al latifundista en una luz un poco menos desfavorable, y este es el hecho de que de las 17,814 hectáreas que poseen los cuatro latifundistas, 10,500 están clasifica­das en la Estadística, como potreros y páramos abiertos, que no solí propiamente propicios a la producción agrícola, no siendo ca­paces, a lo sumo, sino para el pastoreo del ganado.

Eepito que la condición que las cifras de Carchi revelan es extrema, pero conviene recordar también que se refiere justamente a una región del país donde se sabe existe el latifundismo, y por lo mismo, las cifras pintan, típicamente, la condición de latifun­dismo, que es la que trato de caracterizar.

Extremo y todo, el caso de Carchi es bastante típico en de­terminados aspectos: primero, por lo que se refiere a la pequeña extensión de las parcelas de la mayor parte de la gente. Las de la parroquia del Ángel tienen un promedio de tres hectáreas, pero todavía si se analizaran lín poco más los datos relativos a las par­celas de los 333 pequeños terratenientes, se vería que cincuenta de ellos tienen predios mayores de cinco hectáreas, lo que significa que la modalidad de la extensión de la parcela típica en este rumbo no es mayor de unas dos hectáreas de tierra. Las cifras son también típicas, por revelar el hecho de que, en proporción, el pe­queño agricultor produce mucho más que el grande agricultor. De cada diez individuos que en conjunto poseyeran 1,000 hectáreas de la tierra arable de la parroquia del Ángel, uno sólo sería dueño de 930, y no quedarían más que setenta para repartir entre los res­tantes nueve hombres. No obstante que este individuo privilegiado posee trece veces más tierra que los otros nueve juntos, apenas tie­ne cultivada una extensión de tierra dos y inedia veces mayor que ellos.

Los defensores del latifundismo podrán alegar, para aliviar el cargo de estas cifras, que la hacienda no solamente produce artícu­los del suelo, sino que también se dedica a la cría del ganado. En efecto, los ocho propietarios rústicos de mayor extensión en el dis­trito a que me vengo refiriendo, tienen en su abono 6,850 cabezas de ganado vacuno y 824 de ganado lanar, pero aunque los datos que tengo a la vista no consignan las cifras, estoy seguro de que los pequeños terratenientes indígenas de toda la sierra ecuatoriana son dueños en total de un número de cabezas de ganado lanar mu­chas veces mayor al que pueden tener todos los hacendados juntos, aunque en cuanto al ganado vacuno sí es seguro que el latifundista posee mayor número de animales que los pequeños agricultores.

L A S S E R V I D U M B R E S D E L INDIO C A M P E S I N O : E L CONCERTAJE

El segundo aspecto de la feudalidad ecuatoriana, el de la ser­vidumbre del jornalero, ha quedado lastimosamente expresado a

través de toda la historia del país, desde la Colonia,, por la ins­titución de lo que se ha llamado "el concertaje." El concertaje es el peonaje en su forma más aguda y vergonzosa; se inicia con el anticipo, habilitación o enganche que el hacendado concede al indio y con el cual queda vendido por vida, pues ni podrá pagar ja­más, ni siquiera se desea que pague. Por otra parte, la ley que estuvo en vigencia hasta 1918 establecía la prisión por deuda, poniendo de esta suerte en manos del gamonal una cadena con la que podía atar irremisiblemente a sus siervos.

Los latifundistas y conservadores aseguran que no ha exis­tido el concertaje en el Ecuador, que los reformadores, valiéndose de una convención del lenguaje vulgar, el vocablo concierto, han pretendido crear un estado social que atacan con virulencia, pe­ro que de hecho ni existe ni ha existido. El doctor Luis F. Borja, rebatiendo el libro de Pío Jaramillo Alvarado "El Indio Ecua­toriano,' 7 dijo en 1923: "El llamado concertaje, es como si dijé­ramos una ilusión óptica que abulta desmesuradamente el contrato de arrendamiento ele servicios admitido por el Código Civil Ecua­toriano para toda clase de trabajadores, sea cual fuere la raza a que pertenecen, para convertirlo falsamente en algo así como la servidumbre y en la peor de las formas" (*). Ante todo, es pre­ciso reconocer, sigue diciendo el doctor Borja, "que, en realidad, de verdad no existe el concertaje. Hemos inventado el nombre para una institución que no existe, y este error en la apreciación nos conduce a otros mayores en el terreno de los hechos.'' Jara-millo, y con él todos los reformadores, han refutado esta nega­ción con sobra cíe hechos, testimonios y razones. Han recordado la Legislación Española de Indias, en cuyo Libro VI, Título XI I ele la Ley I, se dice al t ra tar del servicio personal: "Ordenamos y mandamos que los repartimientos como antes se hacían de indios o indias, para labor de los campos, edificios, guarda de ganado, servicios de las casas y otras cualesquiera cesen" ordenándose sin

(*) Luis F . Borja, citado por Pío Jarami l lo Alvarado en "Réplica al estudio crítico del señor Dr. Luis Fel ipe Borja." Revista de la Sociedad Jur ídico-Li terar ia . Enero-junio, 1929. p . 129.

embargo, a continuación, que los indios fuesen conducidos a las plazas y lugares públicos para que los patrones "los concierten y cojan ahí por días o por semanas, y por el tiempo que les pareciera sin que nadie los pueda llevar y detener contra su voluntad " Se lian citado las descripciones precisas de Cevallos que afirma una y otra vez que el indio está sujeto a la esclavitud del concertaje por lo que a trueque de un insignificante anticipo "quedan los brazos de los indios empeñados para siempre." El vibrante ensayo de Abelardo Moncayo y las exposiciones posteriores de Luis Mar­tínez, Agustín Cueva y Belisario Quevedo que denunciaron y anali­zaron las características del concertaje, demostrando que es una servidumbre en la peor ele las formas, también lian servido para contestar a los latifundistas que se lian empeñado en eliminar de la realidad ecuatoriana, con meras negaciones rotundas, el hecho de la esclavitud rural del concertaje. Estos mismos defensores del indio citan también la pastoral del arzobispo ele Quito, Monseñor Polit, ele 1913, que dice: "el concertaje existe siempre con carac­teres ele una prisión perpetua en los latifundios y cuando el peón se resiste a la servidumbre, en la ciudad y en los pueblos, la com­plicidad oficial tiene abierta la cárcel para sepultar al indio/" Por último, estos mismos reformadores citan el artículo ele la constitución de 1900, que contiene esta declaración: "Los poderes públicos deben protección a la raza india en orden a su mejora­miento en la vida social y tomarán especialmente las medidas más eficaces y conducentes para impedir los abusos clel concertaje."

El concertaje ha existido efectivamente en el Ecuador. La ley, si no lo instituía, sí lo determinaba, permitiendo el apremio per­sonal para el trabajo y la coacción del jornalero. En efecto, el Có­digo Civil Ecuatoriano ele 1857 establecía "que si el deudor que hubiese contraído obligación ele trabajar no cumpliese, el acreedor, junto con la indemnización, podría a elección suya pedir cualquiera de las tres cosas siguientes: l 9 Que se apremie al deudor para la ejecución de su compromiso. 2 9 Que se autorice al acreedor para ejecutar la obra a expensas del deudor, y 3 9 Que el deudor le indem­nice de los perjuicios resultantes ele la infracción elel contrato/' Tal disposición legal subsistió en los códigos ecuatorianos hasta 1918, y hasta esa fecha toda la legislación del país concordaba con tan ab­surdo como injusto estatuto. El artículo 564 elel Código ele Enjui­ciamientos Civiles decía: "Habrá lugar a prisión por deudas pro-

cedentes de contratos civiles y mercant i les . . . . si la deuda provie­n e . . . . de obra o de servicio personal.". De igual manera el artículo 110 del Código de Policía vigente disponía que "el jornalero que sin justo motivo o sin licencia de su patrón faltara al trabajo o aban­donase a su patrón, sería reducido a prisión." Decretada la supre­sión de la prisión por deudas provenientes de servicios persona­les, el 20 de octubre de 1918, la base jurídica para el concertaje dejó de existir, esto no obstante el abuso persiste aún en el país revistiendo algunas de sus odiosas formas tradicionales, si bien hay una tendencia decidida hacia su desaparición.

L A FORMA A C T U A L D E L CONCERTAJE

La forma actual del concertaje se desprende de lo que ya se ha dicho anteriormente. En pocas palabras, la servidumbre com­prende: el enganche que se hace a un indio mediante un anticipo por lo común de poca monta; el compromiso que éste ha contraído para trabajar de pie en la hacienda, viviendo en ella con su fami­lia en una pequeña parcela designada con el nombre de huasipungo, en la cual edifica su choza y cuya tierra cultiva para su propio pro­vecho, recibiendo de la hacienda semilla e implementos para los cultivos, refacciones que tiene que desquitar con trabajo personal en la finca; en la obligación que tiene el concierto ele desempeñar las comisiones de carácter general, relacionadas con las tareas de la finca, cuidado ele animales y otras. Al concertar al indio, queda estipulada su obligación para trabajar como jornalero ele la hacien­da, tantos más cuantos días a la semana, mediante el pago ele un jornal que no se especifica. Este pago, sin embargo, no es una regla general; hay muchas haciendas que no pagan un solo centavo a sus conciertos, exigiéndoles, eso sí, cierto número ele elías ele traba­jo obligatorio, a más ele los trabajos generales a que se ha hecho alusión. El jornal que se paga al concierto, cuando se le paga, es por lo común menor que el que se paga a los otros trabajadores ele la hacienda. En la opinión ele muchos, el huasipungo es una parcela miserable, ele extensión insuficiente y ele tierras ele segun­da calidad. En algunas haciendas, sin embargo, la paréela del peón concierto es de tierra buena, y, si no de tamaño suficientemente grande, puede reputársele como no menor que la extensión que tí­picamente poseen los indios libres. La donación del huasipungo cía derecho al patrón para toda clase de abusos para no pagar jor-

nal. para rebajarlos, si los paga, para aumentar la tarea, para exigir todas las mañanas una faena extraordinaria —la faina o fainita, que dice el indio—, y para señalar toda clase de tareas extraordina­rias que pudieran presentarse. Si el indio concierto, por alguna circunstancia de enfermedad o compromiso con otra hacienda, por deudas que allá también pueda haber contraído, no pudiese des quitar su obligación, algún miembro de su familia está obligado a desempeñarla por él. Era costumbre corriente en otros tiempos que la deuda del concierto se trasmitiese de padres a hijos, de tal manera que el concertaje no era tan sólo una esclavitud personal sino una servidumbre perpetua para el peón y su descendencia. A más del beneficio del huasipungo, el indio concierto recibe de pai­te del hacendado permiso de pasturaje y pastoreo de los pocos ani­males que pueda poseer y otros favores personales que la benevolen­cia paternalista del patrón quiera concederle.

Hay una costumbre relacionada con el peón concierto que no se ha señalado todavía, la huasicamíq, o sea la obligación que tiene el concierto y su familia de desempeñar servicios persona­les, como mozos, cocineros, sirvientes en general, en la casa de la hacienda y en la casa urbana del hacendado. Los conciertos y sus

Huas icamas en la casa del amo.

familias se turnan en este servicio, en períodos de variable duración y frecuencia, según' el número de los peones. El huasicama está obligado a radicar con su familia en la casa-hacienda, o en la casa urbana del propietario, durante el período de su turno. Las mu­jeres de la familia hacen los servicios adaptados a su sexo, los va­rones al de ellos. La familia recibirá alimentación durante el tiem­po de su servicio, alimentación que no varía mucho de la que el indio acostumbra en su propia casa. Los patrones se han dado en pensar que tal servicio de huasicamía es un verdadero beneficio para el indio, y hasta un elemento de civilización, por el contacto que implica con los amos y con las usanzas de los blancos.

o t r a c l a s e d e p e o n e s

Ya se ha dicho que la hacienda no únicamente cuenta con peo­nes de pie o conciertos; tiene además los ganadores o peones suel­tos, indios libres que se alquilan por un jornal estipulado, y que son libres para servir o no. El salario de estos trabajadores varía con la región y con las épocas; sus obligaciones son las de la tarea diaria, sin estar obligados al servicio de huasicamía o a ningún otro, a menos de gozar el jornal correspondiente. Mientras que el indio concierto "pertenece a la hacienda, firma papel y tiene huasipungo, el peón jornalero no está sujeto a ninguna de esas obligaciones, gana sencillamente el jornal que se estipula.

Hay otra variante de jornalero indígena rural, la de los "guac-chus" que disfrutan de huasipungo, pero que no están endeudados por anticipo y tienen mejor derecho que los conciertos para recla­mar un jornal. El guacchu representa el paso intermedio entre el concierto y el peón propiamente dicho, está menos castellaniza­do que éste, y también más pobre, pero en general disfruta de una situación un poco menos mala que la del concierto. Hay toda­vía otra variante del peón concierto, el aparciero o partidario que se compromete a sembrar a medias con el patrón, recibiendo de éste la semilla y ejecutando él todos los trabajos, desde la siem­bra hasta la pisca. El producto se divide por mitad, pero de la parte del indio se saca el diezmo y la primicia que se debe pagar a la parroquia. El mediero o partidario tiene además la obliga­ción de dar el "mediano," que es una especie ele comilitona para el patrón; además, a los amigos que le han ayudado, habrá ele darles

su. ración y las gu aullas o sean las patatas más bien logradas de toda la cosecha.

SERVIDUMBRES DE LAS COMUNIDADES INDÍGENAS

Hay algunas, parcialidades de indígenas que están obligadas hacia la hacienda y tienen que rendirle servicio de uno o más días a la semana, la ya napa, en pago de beneficios de potrero para el pastoreo de los anímales, de leña, en los casos raros en que la hacienda pueda, tener bosque disponible, de agua para abrevar las bestias y para el consumo de las mismas gentes o de tránsito a tra­vés de los terrenos de la hacienda. Estas gentes forman la clase que la hacienda llama "ayudas,'- constituyen una población casi libertada de la. hacienda, pero con la cual cuenta el terrateniente de manera segura, porque la obligación que ha contraído el indio —la yanapa— como todas las que los naturales aceptan, consti­tuyen verdaderos compromisos morales que acatan religiosa­mente. '

Como ya se ha dicho en otra parte, la hacienda aprovecha la costumbre de las mingas, y aunque el servicio que dentro de esta costumbre dan los indios parece voluntario, casos hay en que llega a ser una forzosa obligación. Cuando el patrón necesita el ser­vicio colectivo de la gente, enviará al mayordomo con botellas de aguardiente y dinero suelto, por las casas de los indios. Se ofrece al indio una copa, si la acepta, es señal de que queda comprome­tido y vendrá a la minga sin falta. A veces el indio se resiste, y si el mayordomo quiere constreñirlo, lo obligará a recibir un medio real (cinco centavos ecuatorianos, un centavo de dólar), con lo cual el indio queda enteramente comprometido a concurrir a la minga.

FORMAS AGUDAS DE GAMONALISMO

Recogí el testimonio de algunos hacendados modestos de la provincia del Chimborazo, y ellos mismos me dijeron que por el Sur, en la región de Guamote y Tixan, el abuso que el terratenien­te hace del indígena, es atroz. Las haciendas no pagan ningún jornal a los trabajadores, a quienes se considera obligados a dar sus servicios por los supuestos favores, beneficios y facilidades que la hacienda les concede: potreros, agua, leña, tránsito y huasi-

pungo, si de conciertos se trata. El indio trabaja para la hacienda seis días de la semana, y muchos de ellos todos los siete, sin per­cibir un centavo de jornal, ni un poco de alimentación, si acaso, de vez en cuando, algo de chicha. Es caso frecuente que los indios de la jurisdicción de esas haciendas, dueños todos de algunas ovejas, sean obligados a pastear sus ganados, que en conjunto constituyen varios miles, en determinado terreno que señala el amo, o bien a encerrarlos de noche en tales y cuales .sitios, con objeto de que dejen allí el estiércol. La obligación está reglamentada por seis meses del año, tiempo suficiente para que la tierra reciba todo el abono necesario. Mis informantes me dijeron, que el valor de este abono representa para la hacienda un beneficio muchas veces mayor que el que ésta le proporciona al indio. Cuando el hacendado de estos rumbos necesita mandar carga a Eiobamba, el mayordomo or­denará a algún indio de la jurisdicción que se presente para transportar tantos más cuantos quintales de ésto o de lo otro; el indio tiene la obligación ele presentarse en la hacienda con el sufi­ciente número ele bestias para el transporte, todo costeado por él; la hacienda nada le pagará por este servicio, si acaso le dará al indio medio para su chicha. Es también una práctica conocida que el patrón mande al mayordomo a los apriscos ele los inelios a recoger determinado número ele ovejas, pagando por ellas un precio que fija a su capricho el haceiielaclo mismo (veinte centavos por cabeza, o sean cuatro centavos ele dólar, es un precio usual). No se consulta al indio si quiere vender, ni mucho menos si le con­viene el precio; se t rata ele un despojo puro y simple. El hacen­dado vende sus ovejas, las elel despojo, según las tarifas comercia­les. Se me dijo que durante la Guerra Europea, cuando había gran demanda de ganado, hubo hacendados que hicieron enormes operaciones de venta ele ovejas obtenidas de los indios en la forma que acabo ele describir.

Un teniente político me hizo un relato ele la enseñanza ele la doctrina en las haciendas, que coincide en casi tocios los detalles con lo que Cevallos apunta en su libro del 1887 y que transcribí en el capítulo anterior. En las haciendas de este rumbo, me decía mi entrevistado, se congrega a los conciertos, a los peones y a los indios sueltos, todos los viernes a las cuatro de la mañana, para la enseñanza de la doctrina. Los maestros son por lo común los mayorales (especies ele capataces indígenas, ayudantes del

mayordomo, que es cholo o blanco), o por los alcaldes de doctrina. La enseñanza consiste en rezos y en una especie de relato evan­gélico, en la lengua quechua, que se canta en concierto. Si los in­dios no concurren a la doctrina, se les da de azotes. Todos los asistentes deben pagar a la hacienda esta enseñanza, haciendo fae­na (nuyari) que dura como una hora, el mismo día viernes. Por otra parte tuve informes de que tal práctica de enseñanza de la doctrina va siendo cada día más rara en las haciendas del centro del Ecuador.

F E U D A L I S M O

Nada más habría que anotarse para que quedase plenamente demostrado que en el Ecuador existe el latifundismo feudal con todas sus formas: grandes extensiones de tierra poseídas por unos cuantos propietarios, servidumbre esclavizante en la hacienda, uti­lización en muy corta escala de las tierras de la hacienda, que­dando la mayor parte de las mismas ociosas, relaciones feudales establecidas de costumbre entre los siervos y el señor y alianza efectiva de las prácticas religiosas, que vienen a constituir parte del sistema y de la rutina establecida por la hacienda. Cuando el amo regresa de un viaje y penetra al territorio de su hacienda, lanza­rá un gran grito, en quechua, que quiere decir, "el amo llega." En las haciendas mejor establecidas, será uno ele los siervos el que, pen­diente de la llegada del amo, dé el aviso a los cuatro vientos; los siervos quedan de este modo enterados de que ha llegado el señor y, según les corresponda, deberán aprontarse a rendirle servicio.

E X T E N S I Ó N D E L A P A R C E L A I N D Í G E N A

Se ha hablado en detalle sobre la extensión de la parcela del indio, aunque por desgracia la carencia de datos estadísticos de conjunto nos inmpideii hacer una estimación precisa y comprensiva sobre la materia. Los cortijos del indio son por lo general de ex­tensión insuficiente para sostener a una familia, aun dentro de las circunstancias de pobreza en que los indígenas viven. No es aven­turado decir que el promedio de extensión de la parcela del indio por Otavalo, que es donde los indígenas están mejor situados, no ha de pasar de hectárea y media, cuando se trate de tierras de pri-

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El Indio E c u a t o r i a n o . — 8

F a l t a t i e r r a pa ra e! indio en la provincia de Chimborazo.

mera clase. Las parcelas de los naturales en la provincia de Chim­borazo son probablemente de menor extensión que las del Norte. En algunas parcialidades, por las inmediaciones ele la laguna de Colta, de esa misma provincia, la parcela típica no es ni siquiera de un tercio de hectárea. En tóelos estos lugares, si la parciali­dad está situada en las regiones más altas y posee terrenos de inferior calidad, las parcelas también se hacen de una extensión un poco mayor.

¿ H A Y T I E R R A S U F I C I E N T E E N E L E C U A D O R ?

Si el indio de la sierra no tiene tierra suficiente, cabe preguntar si existe terreno disponible en la región. Sin tener datos precisos, la impresión que se recibe, observando el valle interandino, es que toda la tierra arable está ya poseída, en otras palabras, que no hay, propiamente hablando, tierra disponible. El fondo de las hoyas no solamente está ocupado, está utilizado —sobre todo si es de los indios— hasta su iiltimo recurso. No hay desperdicio ninguno y las parcelas comprenden las tierras del fonelo, ocupan las orillas ele las hondonadas y se levantan hasta alturas increí­bles, sobre las laderas ele los cerros empinaelos y aparentemente estériles. El espectáculo de estas montañas cafés, dominadas por el agricultor andino, es verdaderamente emocionante, tanto como expresión del tesón y del esfuerzo del hombre, como por revelar la necesidad ele la tierra, el hambre de tierra, que atormenta a es­tas gentes. Es cierto que la hacienda no utiliza todas las tierras que tiene, pero tampoco hay que abultar demasiado esta aseveración, pues buena parte de la empresa de la hacienda es la ganadería, y los terrenos que se ven aparentemente desocupados, son propia­mente terrenos de pastoreo. Además, el dato que arroja la esta­dística elel Carchi, ya conocido, puede ser bien típico. De las 17,814 hectáreas que comprenden la extensión total ele las cuatro haciendas mayores de esa región, 10,500 están clasificadas por la estadística, como potreros y páramos abiertos, impropios para los cultivos. Me imagino que si fuera posible un fraccionamiento total de las propiedades mayores, y un aparcelamiento equitativo entre todos los habitantes rurales del valle interandino, indios y mesti­zos, la extensión que a cada individuo le correspondería de tierras adecuadas para la agricultura no habría de ser demasiado gran-

de. Estoy seguro de que en la provincia misma del Chimborazo donde el latifundio existe y donde por otra parte la población indígena es extraordinariamente densa, si se repartiese toda la tierra arable de primera y de segunda clase entre los indios, ape­nas si se obtendrían parcelas de extensión suficiente para el muy modesto sostenimiento de una familia. En otras palabras, mis observaciones me hacen llegar a la conclusión de que en el valle interandino la tierra disponible, aun suponiéndosela bien repar­tida (que es por supuesto una suposición enteramente alejada de la realidad), ya va siendo apenas suficiente para la población. La deficiencia de tierra no implica naturalmente una situación an­gustiosa a condición de que la distribución del suelo fuese más equitativa de lo que es, de que se utilizara de manera más com­pleta la superficie disponible y de que se modificasen los sistemas de cultivo para aumentar el rendimiento.

Muy diferente es la situación de la costa, por lo que a la tierra se refiere. Cuando se baja de la montaña y se atraviesa la magní­fica tabla de terrenos planos que median entre los contrafuertes de la sierra y el mar, se obtiene una impresión de amplitud y lar­gueza, en cuanto a las posibilidades del suelo, que nunca pudo ob­tenerse en la sierra. En esta región privilegiada, reputada por al­gunos observadores como una de las mejores del mundo para la agricultura, existen, es cierto, haciendas y fincas; algunas de ellas constituyen verdaderas negociaciones agrícola-industriales y han dado origen a poblaciones mestizas —montubios— de considera­bles números, pero hay de todas maneras graneles extensiones del suelo en disponibilidad. Las haciendas tienen tierras de sobra, el fraccionamiento aquí no las mutilaría, y hay aelemás terrenos libres que servirían admirablemente para la empresa agrícola.

LA A C T I T U D D E L INDIO HACIA LA TIERRA

El amor del indio a la tierra es tradicional y un hecho de­masiado conocido para que necesite recalcarse. La tierra es para el indígena símbolo de su derecho a la vida, el enlazamiento de la vida material con la misma existencia divina. El pedazo de tierra que el indio posee está amparado con el título de su posesión cen­tenaria y de su amor acendrado. Es casi imposible para el blanco

comprarle tierras al indio; cuando éste llega a adquirirlas lia me­diado por lo común un despojo. Si el indio puede, por el contrario, compra tierra, ésta es su única pasión. Es conocido el caso de Ota­valo, cuando se puso a la venta una hacienda de considerable ex­tensión, en pequeñas 23arcelas: en el breve lapso de cuarenta y ocho horas, los indígenas habían comprado hasta el último palmo de aquella tierra. El indio litigará eternamente por unas cuantas va­ras de terreno. Más del 60% de las necesidades de orden judicial y controversias de los indios de Imbabura versan generalmente so­bre la propiedad y sus derivaciones jurídicas, dice Garcés ("). A pesar de todo, la hacienda ha ido paulatinamente ganando terreno y consolidándose. El caso de la parroquia de Flores me padece típico; era esta entidad una parcialidad indígena (Lanlan), depen­diente de la parroquia de Punín; hace doce años fué erigida en pa­rroquia, estableciéndose ahí la correspondiente autoridad; actual­mente cuenta con doce anexos, que comprenden en total unos 11,500 indios, siendo los blancos en número de 500. La entrada del blanco marca el principio de sus esfuerzos para adquirir tierras. No hay todavía una hacienda constituida, y quizás no se establezca, porque la región es alta, cercana al páramo, y no cuenta con grandes exten­siones de terreno arable, pero de todos modos, ya hay un mestizo pudiente que tiene bien fincada la única casa de tejado que existe y que va adquiriendo todo el aspecto de una pequeña hacienda. Este hombre y sus amigos, conforme el tiempo pasa, van com­prando tierra y la van acaparando en una forma o en otra. Me dijeron ellos "que sí se puede comprar tierra en Flores." Cuando se recuerda la actitud del indio hacia la tierra, y su resistencia a venderla, bien puede uno interpretar esa afirmación de los mes­tizos de Flores en el sentido de que se puede comprar tierra cuan­do se es suficientemente terco, mañoso y poderoso. El caso de Flo­res, repito, demuestra la manera cómo, no obstante todas las resis­tencias y preocupaciones de los naturales, y a pesar de que no está desarrollándose bajo el amparo de las autoridades una política de expoliación propiamente dicha, la hacienda ha venido paulatina­mente constituyéndose y consolidándose. El caso contrario también

(*) Víctor Gabriel Garcés. Condiciones psíquicosociales del indio, en la provincia de Imbabura . E l indio, factor de nues t ra nacionalidad. Tesis doctoral p resen tada a la facul tad de Jur isprudencia de la Universidad de Quito, 1931.

tiene sus ejemplos pues el fraccionamiento voluntario de la ha­cienda de Otavalo no es absolutamente único. El hecho general es que el gamonal despoja al indio con argucias y triquiñuelas legales, que se aprovecha de su ignorancia para hacerlo firmar lesivamente, y que, como están las cosas, la evolución económica del país va tra­duciéndose en un lento pero seguro despojo del indio.

EL INDIO SE REBELA EN CONTRA DE LOS BLANCOS

El indio no es del todo pasivo ante la vejación y la acción arrolladora del blanco. Un diario de Quito, del 18 de noviembre de 1931, contiene este reportazgo: "Noticias procedentes de Turan­do informan que el gobernador de policía ha tomado las providen­cias del caso para garantizar el orden y la paz en las comunida­des de la región de Caiseiche, las cuales parece que pretenden su­blevarse nuevamente contra los propietarios blancos de esa región."

Hace como un año, tres agentes fiscales visitaron la parciali­dad de Agato, por la región de Otavalo, para hacer una nueva valuación catastral que conforme a la ley debe efectuarse cada dos anos. Los indios, creyendo que esto significaría aumento de contri­buciones, arremetieron contra los agentes y los dejaron medio muertos. Se estableció un sumario, habiendo cogido a unos cua­renta indios como presuntos responsables; no se logró localizar la culpa, y no hubo sentencia, entretanto, en Otavalo había gran alar­ma, temiéndose un ataque general de los indios; se pidieron auxi­lios al gobernador de la provincia, quien envió fuerzas, éstas se acer­caron a los indígenas sublevados, recibiendo sus desafíos e insultos; se parlamentó y se tranquilizó a los indios.

A principios del año se trató de organizar un congreso de cam­pesinos en Cayambe, provincia de Pichincha. Debían asistir miles de indios. La organización estaba dirigida por un grupo de jó­venes de ideas avanzadas a quienes, en términos generales, se desig­nó con el nombre de comunistas (en el Ecuador se considera co­munista a todo aquel que de manera más o menos radical disiente de lo establecido). El gobierno pensó que se trataba de un proyecto comunista organizado, mandó fuerzas para intimidar a los indios, suspendió el congreso y apresó a algunos de los indígenas. Todavía

se recogen ecos de protesta por la supresión, tanto de parte de los grupos vanguardistas como de parte de los mismos indígenas.

Hace unos dos años los empleados de una hacienda de Colüm-be (lugar cercano a Guamote, provincia del Chimborazo) incen­diaron unas casas de los indios. Los naturales agarraron a los auto­res del atropello y amarrados los trajeron ante las autoridades de Eiobamba; no obtuvieron justicia, y regresando a su pueblo se levantaron, es decir, se alzaron, adoptando una actitud amenazante. Los indios de Colta, región cercana, se unieron a los de Columbe; la revuelta tomaba proporciones, aunque no hubo acometida de par te de los indígenas. El gobierno mandó tropas, que con ametra­lladoras barrieron materialmente a los indios. Se hace subir el número de muertos hasta 3,000, ai gimas personas me aseguraron que esta cifra está muy exagerada, pero de todos modos, el hecho del levantamiento y la represión brutal es innegable.

Los casos citados son de los más recientes; ni con mucho ago­tan el catálogo de los levantamientos de los indios. Algunos ecua­torianos me aseguran que el número de insurrecciones y protestas violentas por parre de los naturales va en aumento. Todos recono­cen como origen la vejación que recibe el indio, su palpitación por la tierra y son el resultado del despertamiento natural y ade­más de cierta labor de agitación por parte de los líderes de avan­zada.

EL PROBLEMA DEL SUELO VA ADQUIRIENDO ASPECTOS VIOLENTOS

El problema ele la tierra va tornándose violento en el Ecuador. Es agudo por la mala distribución ele la tierra y por la insuficien­cia ele las áreas ele suelo aprovechable en relación con la población, agudo también por las condiciones feudales en que se desenvuelve la*agricultura. Se tiene el convencimiento ele que no se podrá resol­ver la situación elel indio si antes no se resuelve el problema ele la tierra, aseveración que se repite en mil formas, con el reconoci­miento, ele parte ele todos, ele que el asunto ele la tierra, que cons­tituye el aspecto más importante ele la vicia económica del indígena, tendrá que ser visto de verdad, atacado y resuelto antes ele que se pueda esperar un mejoramiento ele las masas indígenas. Los refor­madores y elefensores del indio citan a cada paso el caso de Mé­xico, y cómo fué necesario en nuestro país atacar resueltamente

la cuestión del suelo, ir contra el latifundio, fraccionar las tierras, restituirlos o donarlas a los pueblos y establecer una política cons­tructiva de ayuda al campesino. Estos mismos defensores del na­tural, entre los cuales ocupa lugar prominente en la actualidad el doctor Pío Jaramillo Alvarado, toman el caso de México como dechado para lo que debiera intentarse en el Ecuador. La voz de los conservadores también se ha dejado oír. El doctor Borja, en su impugnación al libro de Jaramillo Alvarado, dice en alguna parte "hay latifundios, si cabe la palabra, en los terrenos baldíos que pertenecen al E s t a d o . . . , que ahí se haga el reparto (que pro­ponen los reformistas), que ahí se adopten, que ahí se ensayen las ilusorias teorías comunistas de los Obregones, los. Villas y los Zapatas, de los estadistas ilustrados en la escuela de las revolu­ciones y matanzas, de las traiciones y asesinatos alevosos. . E s ­tos ataques violentos de los latifundistas ecuatorianos no indican sino la energía con que los reformadores han presentado la solu­ción mexicana como uno de los caminos viables para la resolución de la tierra en el Ecuador.

No es este el único camino que se propone por cierto; se ha­bla también de vigorizar y hacer efectiva una legislación que ga­rantice al indio en su persona y bienes contra las exacciones de los explotadores, o bien que se implante un socialismo de Estado en cuanto al régimen de tierras. Junto a estas posibles soluciones, se presenta, repito, la de México, y se pide, para estar de acuerdo con ella, "que el pueblo delibere con el fusil en la mano, los progra­mas medio y máximo del reparto de las tierras, y resuelva en la re­volución la cuestión social." (*)

De las tres soluciones posibles al problema de la tierra que señala Jaramillo Alvarado, la legislativa y jurídica, la comunis­ta y la mexicana, es la primera la que ha conquistado terreno en la práctica, no tanto en la realización efectiva, cuanto en ideología y en formulación de estatutos. La solución comunista no está ni siquiera formulada, existe dentro de una vaga teoría avanzada que no ha tenido todavía ocasión de precisarse. Se habla de volver

(*) Pío Jarami l lo Alvarado, El Indio Ecuator iano, 2^ edición, Quito, 1925, p . 328.

al régimen comunista incaico, y de aprovechar la tradición comu­nista en cuanto al control de la tierra, o de la socialización de la propiedad o de fórmulas como ésta, hechas o importadas, pero no definidas dentro de la realidad ecuatoriana. La solución mexicana, tendiente a la formación de la pequeña propiedad, es la que tácita y explícitamente aceptan la mayoría de los ecuatorianos que se preocupan del problema.

SITUACIÓN LEGAL RELATIVA A LA TIERRA

La situación legal relacionada con la tierra, reconoce como base de sustentación los artículos de la Constitución vigente (*). El artículo 144 de la Carta Fundamental dice, refiriéndose 1a los indígenas de la región Oriental: "La propiedad de éstos, si tu­vieran establecimientos fijos, o se agruparan en poblaciones, será especialmente respetada." El artículo 151, que se refiere a las garantías fundamentales, consigna en su fracción segunda esta importante declaración: "La igualdad ante la ley. No habrá en el Ecuador esclavitud ni apremio personal, a título de servidumbre o concertaje." Más importante es todavía la fracción 14 de este mis­mo artículo, que reconoce como una de las garantías fundamen­tales el derecho de propiedad de la siguiente manera: "El derecho de propiedad, con las restricciones que exigen las necesidades y el progreso sociales.. . Los pueblos o caseríos que carezcan de tie­rras o aguas, o sólo dispongan en cantidad insuficiente para satis­facer las primordiales necesidades domésticas e higiénicas, ten­drán derecho a que se les dote de ellas, tomándolas de las propie­dades inmediatas, armonizando los muchos intereses de la pobla­ción y de los propietarios."

"La privación de todo o parte de los bienes, no podrá verifi­carse sino en virtud de fallo judicial definitivo o de expropia­ción con la indemnización que corresponda en los términos y con los trámites que establezca la l e y . . . " "El Estado favorecerá el desarrollo de la pequeña propiedad."

La fracción 18 del mismo artículo, consigna la protección del trabajo y su libertad: "Los artesanos y jornaleros no serán obli-

(*) Constitución Política de la República del Ecuador , dictada por la Asamblea Nacional Const i tuyente de 1928-1929.

gados, en ningún caso, a trabajar sino en virtud de cont ra to . . . El Estado protegerá especialmente al obrero y al campesino."

Como se ve, la Carta Fundamental de la República contiene provisiones suficientes para el desarrollo de un programa de frac cionamiento de tierras, si el Estado lo juzgase necesario. La ten­dencia de los ideólogos sobre la cuestión, es inequívoca y se abroga francamente por la política del fraccionamiento del latifundio y del reparto consiguiente de tierras. Tales proposiciones no vienen única­mente de los teorizantes, son expresados tanto por los pensadores que juzgan acertadamente de la realidad económica del país, como de personas caracterizadas en los asuntos políticos de la nación. Modesto Larrea Jijón, candidato a la presidencia de la República, en una reciente lucha electoral, terrateniente, propietario de alguna hacienda en el Norte del país, declara terminantemente que se impone el fraccionamiento del latifundio y el reparto de tierras.

Desde el l 9 de enero de 1929 entraron en vigencia algunas le­yes sustantivas, relacionadas con los trabajadores, que codifican algunas de las disposiciones de la Carta Fundamental. Esta legis­lación se refiere de manera preferente al obrero de las fciudades, y tiene grandes vacíos en cuanto al obrero agrícola, que es por cier­to la base misma de la clase trabajadora. La ley no excluye expresa­mente a los trabajadores del campo, los supone comprendidos en los estatutos, aunque sí se les ha excluido expresamente en el más fundamental de ellos, en la ley del contrato individual del trabajo. Los juristas y reformadores siguen propugnando por una legislación de obreros del campo que les garantice de manera más completa y precisa, y proponen la necesaria diferenciación entre las disposiciones que rigen al trabajador rural de la sierra y las que se. aplican al ele la costa, diferenciación que se impone por la diferencia de condiciones en que trabajan los campesinos de una y de otra región, y hasta por razones de orden étnico, tradicional y económico.

UN PROYECTO DE REFORMA

En el campo de los proyectos de reforma jurídica, que es el más rico en sugestiones, ya que los juristas son los que a la fecha más se han preocupado por la solución del problema indígena, de-

be estudiarse el proyecto que presentó al entonces presidente de la República, doctor Isidro Ayora, no un jurista por cierto, sino un médico cirujano, el doctor Gallegos (*). Son diversos los as-pectos de la reforma que propone el doctor Gallegos, de algunos nos ocuparemos otra vez al referirnos a la condición política del indio ecuatoriano; apunto en este lugar únicamente su proposi­ción relacionada con el huasipungo y con el problema de la ha­bitación rural. Se propone que el Banco Hipotecario establezca un sistema mediante el cual los indígenas que residen en huasipun­go (los peones conciertos de las haciendas), puedan adquirirlos en propiedad. Se propone en seguida la fundación de compañías constructoras de casas con la ayuda del mismo Banco, para edifi­car una habitación adecuada para el indio, en el mismo sitio del huasipungo. La compra del huasipungo equivaldría de hecho a una repartición de tierras a expensas de la hacienda, pero el pro­yecto propone no que se done el huasipungo al indio, sino que establezca la compra dándole facilidades de préstamos. El présta­mo para el pago del huasipungo, se haría con garantía hipotecaria de la misma propiedad, el indígena debería reembolsar al Banco una tercera parte del valor, en un tiempo determinado, y el resto en abonos anuales, con el 6% de interés.

Aunque el proyecto de Gallegos parece un tanto teórico e idealista, y da origen a la cuestión de sí el huasipungo constituye un patrimonio suficientemente extenso para el sustento del indio a más de dejar en pie la cuestión de si el Banco Hipotecario tendría fondos suficientes para la operación, creo que ofrece una manera viable para procurar la solución del problema de la tie­rra que tendría la ventaja de favorecer al grupo de indígenas más angustiosamente afectados por la actual situación, el de los peones conciertos.

En el terreno de las realizaciones, debe mencionarse el frac­cionamiento que hizo el municipio de Loja, de una extensa pro­piedad que constituía el ejido del que se había adueñado el muni­cipio, y que los indios reclamaban- por considerarse con derecho a

(*) Dr. Octavio P . Gallegos, Proyecto de ley sobre el servicio ele se­guro, de enfermedad, invalidez y otros servicios sociales y sobre la incor­poración política y el mejoramiento económico del indio ecuatoriano. Qui­to, 1929.

ella. La cuestión se decidió cuando el municipio fué autorizado para vender "directamente, mediante escritura pública, a los colo­nos de raza india, las parcelas de terreno que actualmente ocupan como arrendatarios de los ejidos de dicha ciudad." Las compras podían hacerse a plazo, con pagos anuales que no bajaran de la décima parte del precio total de la venta; si el pago se hacía al contado, se concedía un descuento del 12 al 15%, según la propor­ción de lo que se pagase. Según Jaramillo Alvarado ("), el pro­yecto se realizó con magníficos resultados: ios indígenas tienen sus tierras, y el municipio ha asegurado una entrada que le dé facilidades para obras de utilidad pública. El valor de la venta asciende a más de 200,000 sucres.

SUGESTIONES PARA LA COLONIZACIÓN

Dentro del campo netamente teórico, la solución del problema para llegar a la pequeña propiedad, ha incluido también proyec­tos de colonización y traslado de indígenas de alguna región con gestionada a otra de suelo más libre y extenso. Se recuerda, al efec­to, la costumbre incaica de trasladar pueblos enteros asentándolos con fines de dominio o para la mejor explotación del suelo, en re­giones alejadas y bien diferentes de las de origen. Se menciona también el precedente reciente de la comunidad de Angochagua (provincia de Imbabura), que sintiéndose congestionada, decidió trasladarse en parte a territorio más propicio, y se fué a fundar la que es hoy floreciente parroquia de Mariano Acosta, distante de la comunidad madre tres o cuatro horas de camino. Se habla a este respecto, de dos posibilidades, la de trasladar comunidades in­dígenas del centro hacia las laderas orientales de la cordillera, mi­rando hacia la hoya del Amazonas, pero en terrenos suficientemen­te altos para gozar de clima salubre, o bien la colonización hacia la costa, aunque se comprende que llevar masas de indígenas de la sierra a la costa, sería empresa casi imposible por la resistencia del hombre de los Altos a sentarse en los climas cálidos del litoraL A propósito de tales argumentos, contrarios al proyecto de coloni­zación hacia la costa, es pertinente recordar el hecho de que pau-

(*) Pío Ja rami l lo Alvarado, ob. cit. Revista de la Sociedad Jurídico-

Li te rar ia , p . 175.

latinamente cierta parte de la población indígena de la sierra ha ido escurriéndose y asentándose en las haciendas del litoral, per­diendo con esa migración los rasgos de la exterioridad indígena.

CONCLUSIONES SOBRE EL PROBLEMA DE LA TIERRA EN RELACIÓN

CON EL INDIO

Las observaciones hechas, los informes recogidos, los datos que se han acumulado, y la consideración general del problema de la tierra, en sus relaciones con el indio ecuatoriano, pueden resumirse en y dan margen a las siguientes conclusiones:

1. El latifundio existe en el Ecuador, debiéndosele considerar, sin embargo, dentro de la relatividad de la extensión del terri­torio.

2. La feudalidad existe todavía, siendo sus manifestaciones el latifundio, por un lado, y las obligadas servidumbres de los tra­bajadores braceros, por otro.

3. El absenteísmo no es tan exagerado como ha sido en Mé­xico, pues por lo común el hacendado del Ecuador conserva una relación personal y directa con sus pertenencias.

4. La hacienda no aprovecha toda la tierra que está a su dis­posición. En las haciendas de la costa hay enormes extensiones de tierras arables de primera calidad que están ociosas. En las de la sierra, el suelo adecuado para los cultivos, propiamente di­chos, se utiliza de mejor manera, tanto en los sembradíos como para el pastoreo ele ganados;. además, una considerable proporción de las tierras que forman el fundo del hacendado son de páramo que no puede ser cultivado, no pucliendo ser utilizado a lo más sino como potreros.

5. El latifundio no es parejo en el Ecuador; hay provincias, como la elel Chimborazo, donde es agudo; otras regiones, como las ele Ibarra y Loja, en el Norte y en el Sur, no han sido muy afec­tadas.

6. El concertaje, que es el nombre que recibe la condición a que la hacienda tiene sometido a sus peones residentes, ha existi­do y existe en el Ecuador, amparado antes por la ley del apremio personal y la prisión por deudas (hasta 1918) y como residuo de prácticas viciosas hasta la fecha. El concertaje tiende a des-

aparecer bajo la presión de la opinión pública, y por el cambio paulatino de la estructuración social ecuatoriana.

7. La vejación que sufren los indígenas a manos del hacen­dado, de los terratenientes y del blanco, en lo general es se­vera,

8. El huasipungo, que es la pequeña parcela que la hacienda concede al peón residente, para su usufructo, si bien insuficiente en extensión, y ele mala calidad de tierra, las más de las veces co­loca al peón indígena ecuatoriano en una situación más ventajosa que la que sufre a manos del latifundista el peón acasillado ele las haciendas de ¡México, por lo que respecta a poder disponer de un pequeño solar para sus usos y cultivos.

9. Los jornales de los trabajadores del campo son demasiado bajos; en Pichincha alcanzan su grado máximo, son como de un sucre al día (20 centavos ele dólar). Más al Norte, la media es como de 75 centavos de sucre. En la costa los jornales del campe­sino son cuando menos el doble de los de la sierra. En el centro y el Sur, la paga es menor. El promedio de jornal, en este año ele 1931, puede calcularse como de 30 centavos de sucre, o sean 6 cen­tavos de dólar por una jornada, que aunque estipulada por la ley de 8 horas, es por lo común bastante mayor. (Este jornal debe de estimarse en relación con el costo de la vida. Ver página 15.)

10. Es opinión corriente, entre los patrones, que los indios de Pichincha y del Norte, epie ganan más, también rinden más.

11. El indio ecuatoriano siente un gran apego por el suelo y hace lo indecible por poseer, conservar y aumentar su parcela.

12. En Otavalo, por el Norte, y en Lojia, por el Sur, los indios han podido conservar sus parcelas de extensión y calidad sufi­cientes para proporcionarse una base adecuada para su economía. Los indígenas de otras regiones de la sierra no son tan afortuna­dos ; en la provincia del Chimborazo muchos de ellos no poseen sino ana fracción mezquina de unos cuantos metros cuadrados.

13. En general, la parcela del indio es de extensión insufi­ciente y, salvo contadas excepciones, su tierra es ele segunda o tercera calidad.

14. El indio es un habilísimo agricultor, pero carece de los conocimientos modernos de agricultura para aumentar el rendi­miento del suelo mediante métodos científicos de cultivo intenso.

El indio, por lo común, posee algunos contadas cabezas de ganado menor —ovejas—, pero se ve obligado casi siempre a comprar lana para completar la que le rinden sus animales para hacer las telas con que se viste.

15. Prácticamente toda la tierra disponible para la agricul­tura, en la sierra, es de propiedad particular; el Estado posee muy poca tierra en esa región,

ir;. En la región de la costa, especialmente al Norte, por Es­meraldas y Manabí, hay enormes extensiones de terrenos baldíos propicios para la agricultura. En esta misma zona, más hacia el centro y hacia el Sur, por la magnífica provincia de Guayas, existen todavía terrenos baldíos, y además graneles extensiones de tierras ociosas, pertenecientes a las haciendas.

17. Hasta 1918, la legislación ecuatoriana instituía el apre­mio personal y la prisión por deudas, y conceptuaba al trabajador del campo como una cosa que se arrendaba. En esa fecha culminó la campaña ele los reformadores, que dio por resultado concreto la abolición ele tal estatuto, y desde entonces, hasta el presente, se ha venido formulando una legislación liberal favorable a los tra­bajadores.

18. El jornalero del campo está menos protegido que el de las fábricas por la legislación.

19. La Constitución se declara a favor del pequeño propie­tario e instituye, dentro de las vías jurídicas, dotación de tierras para las comunidades que lo necesiten.

20. La solución legal ha sido insuficiente para componer el problema de la tierra, tanto por la deficiencia de los estatutos, como por la falta de aplicación de los que existen.

21. El indio se ha rebelado muchas veces en contra ele las vejaciones, ele que ha sido objeto por parte de los amos del suelo y, en los últimos tiempos, va dando señales de inquietud y de rebe­lión cada vez más patentes.

22. Los ideólogos del país están todos acordes en la denun­ciación del problema ele la tierra, en la declaración de que el mismo constituye la base del problema indígena, y de. que el in­dio no podrá ser emancipado hasta tanto no se arregle la cues­tión elel suelo.

23. Existe en lo general cierta agitación comunista en el Ecuador, que se abulta por el temor que abrigan los conservadores, entre los cuales forman en primera fila los latifundistas, por todo aquello que pueda implicar un cambio en el orden establecido. De hecho, el comunismo no es otra cosa que el deseo y la ideación de los grupos que propugnan por una reforma social en el país. Las ideas y los métodos de estos grupos de avanzada no son toda­vía precisos, y lo son menos.por lo que al problema de la tierra res­pecta.

24. La solución que México ha intentado al problema de la tierra y, en general, la Revolución social mexicana, se presenta como un ideal en el Ecuador y como un dechado que el país pudie­ra seguir para lograr su propia reforma. De modo más particular, la actitud y el programa de la Revolución mexicana, en cuanto ai indio, son considerados como altamente deseables para resolver el propio problema en el Ecuador.

EL INDIO Y EL ESTADO

LEGISLACIÓN PROTECTORA DEL INDIO

Se es ciudadano en el Ecuador, cuando se tiene 21 años de edad y se sabe leer y escribir. El requisito de ilustración deja fuera de la ciudadanía a la inmensa mayoría de los indios. En la parroquia de Human, hay, sin contar los anejos o parcialidades que están habitadas únicamente por indios, 250 blancos y 650 in­dígenas, y en total se cuentan 180 votantes, de los cuales 100 son blancos y 80 son indios. Los indios constituyen, pues, un 72% de la población, pero únicamente un 44% de los votantes. En la parro­quia de Flores hay 11,500 indios y 500 blancos; los votantes son 133, de los cuales solamente hay indios como una docena, Aquí apenas el 1% de los indios son ciudadanos. En Espejo hay como 250 blancos y como 3,700 indígenas. Los votantes son 98, de los cuales 50 son indios. Sólo 14% de los indios llenan los requisitos de ciudadanía. Aunque la Constitución declara la igualdad civil, de hecho los indios están en condición desventajosa respecto al resto de la población. Monseñor Polit, en una carta pastoral dirigida a los feligreses de Azuay, en 1913, dijo: "Cierto que nuestra Cons­titución y nuestras leyes han declarado la igualdad civil de todos

los 'ecuatorianos, inclusive los indios; pero no nos hagamos ilu­sión; esto, por lo general, no pasa de ser una hermosa utopia en cuanto a ellos."

La Ley no sólo determina la igualdad del indio con el resto de los ecuatorianos, va más allá, y declara una protección específica para los naturales. El artículo 33 de la Carta Fundamental que establece la composición del Senado por representaciones de gru­pos funcionales (hay 15 senadores funcionales, representantes ele las universidades, el magisterio, el periodismo, la agricultura, co­mercio, industria, obrerismo, los campesinos, etc.), ordena especí­ficamente que uno de dichos senadores funcionales representará a las masas indígenas, siendo "para la tutela y defensa de la raza india." En el artícelo 144, se dice que la ley relativa al régimen de la región oriental (habitada por indígenas en su inmensa mayo­r ía) , "determinará en lo posible la manera de hacer efectivas para sus habitantes indígenas las garantías constitucionales." El artícu­lo 151, al declarar la igualdad ante la ley, de todos los ecuatorianos, afirma "que no habrá en el Ecuador esclavitud ni apremio a pri­sión a título de servidumbre o concertaje," lo cual tiende a prote­ger de manera especial a los indígenas, puesto que han sido ellos los sujetos a tales servidumbres. Por último, el artículo 167 ya citado, declara terminantemente, "los poderes públicos deben pro­tección a la raza india, en orden a su mejoramiento en la vida so­cial, muy especialmente a lo relativo a su educación y condición económica."

E L INDIO E X P L O T A D O POR L A S A U T O R I D A D E S L O C A L E S

A pesar de las protecciones legales, el indio es un ser vejado políticamente. Está sujeto, por una parte, de manera sistemática, a los servicios obligatorios que ordenan las autoridades, trabajos municipales de obras públicas, trabajos en carreteras y aun fae­nas para el beneficio personal ele los funcionarios. El teniente po­lítico ele Punín me elijo que cada vez que se necesita gente para obras públicas (caminos, composturas ele calles, etc.), se ordena a los alcaldes indígenas de las diversas parcialidades o anejos de la, parroquia, por turno, que traigan el número suficiente ele in­dígenas de sus respectivas dependencias. Los alcaldes indígenas tienen la obligación de presentar esta gente, dándoles la chicha a su propia costa. El Gobierno no paga un centavo a los trabaja-

129 El Indio E c u a t o r i a n o . — 9

clores, ni siquiera les proporciona la ración alimenticia en el día que trabajan. Esta parroquia de Punín ocupa diariamente, en ser­vicios de esta naturaleza, y durante todo el año, a unos 50 indíge­nas. El caso ele Punín es perfectamente típico y revela la condición característica ele tocia la sierra. A más de esta explotación siste­mática y oficial, que sufre el indio por parte de las autoridades, es víctima de la vejación diaria de tocios los que tienen, alguna pe­queña autoridad o ventaja social sobre él. "El indio es explotado por tocios, no únicamente por el clero, como se afirma constante­mente," me decía un sacerdote, "es la víctima de las autoridades como lo es de sus mismos jefecillos y de los mestizos y blancos, en cuanta ocasión se les presenta." "Se abusa obstinadamente de la ignorancia del indio," dice Garcés en su tesis sobre las condiciones psíquico-sociales del indio, en la provincia de Imbabura ya citada. "; Cómo no será de productiva su ignorancia, que el cargo público de teniente político, por ejemplo, es ampliamente disputado tenien­do un miserable sueldo mensual!"

ORGANIZACIÓN POLÍTICA

La organización política del Ecuador divide al país en pro­vincias que están bajo la jefatura de un gobernador nombrado por el Ejecutivo; las provincias se separan en cantones y éstos en pa­rroquias. El cantón está regido por un prefecto político, y las pa­rroquias por tenientes políticos. Las parroquias pueden ser urba­nas o rurales, según su ubicación y carácter, u n a parroquia rural queda constituida por un numero variable de anejos o parcialida­des que en la sierra, como ya se lia dicho, son, por regla general, de indios. Por lo común, estas parroquias comprenden un pequeño núcleo de población mestiza, que se asienta dentro del caserío que lleva el nombre ele la parroquia. En los alrededores, a distancias variables, quedan situadas las parcialidades indígenas en caseríos más o menos dispersos, como almacigos, ele casas y parcelas. El teniente político es responsable directo ante el prefecto político, como éste lo es ante el gobernador. Los otras autoridades de la parroquia son dos jueces y un celador o policía.

El teniente político gana 30 sucres mensuales, tiene autoridad para imponer multas, hasta por 30 sucres, y arrestos hasta de 6 días. Los jueces pueden imponer multas hasta por 200 sucres y

arrestos por 6 meses. Los jueces reciben costas en los juicios y, además, emolumentos fijos en tarifa por varias diligencias paga­das por los interesados. Por una firma, deben ele pagarse 20 cen­tavos, por cada kilómetro que se recorre en alguna diligencia, el juez tiene que recibir por parte del que la promueve, 40 centa­vos, etc. Otro miembro del gobierno parroquial, es el secretario, que gana 20 sucres mensuales (4 dólares), y que es a la vez el encargado del Registro Civil. En cada parcialidad hay uno o más alcaldes, indígenas siempre, puesto que se trata de congregaciones de indios. Estos alcaldes son nombrados ya por el teniente político, ya por el cura parroquial. A veces la propuesta para el nombra­miento parte de los mismos indígenas. Los alcaldes desempeñan las comisiones que les confiere el teniente, hacen notificaciones, llevan a los indígenas ante las autoridades cuando éstas lo requie­ren, son los vigilantes que el teniente político tiene en el vecinda­rio; por lo común, no son sino instrumentos de la autoridad para el dominio del indio, y no representan jefatura moral de ninguna especie entre sus congéneres. El teniente político es siempre un mestizo bien blanco. No supe sino de un solo caso, el de la parro­quia de Andochagua, donde el teniente político fuese indio. En esta parroquia no se ha establecido todavía un núcleo de mestizos» En la parroquia ele Flores y en todas las demás, a pesar ele que el número ele indios es muchas veces mayor que el ele mestizos, el te­niente político es siempre mestizo.

Si se compara la situación política del indio del Ecuador, por lo que respecta al gobierno local, con la prevalente en Guate­mala y en muchas partes ele México, se nota a primera vista que en el país sudamericano los indígenas no tienen realmente auto­ridades locales propias. Recuérdese los pueblos indígenas ele Gua­temala, con sus presidentes municipales, alcaldes, síndicos, regi­dores, alguaciles, ministriles, secretarios, jueces y comandantes ele armas; con sus elecciones más o menos democráticas, más o menos verdaderas en cada una; con la doble autoridad compuesta de in­dígenas y de blancos, en los pueblos de población mixta. Compá­rese todo eso, con la sencillez, con la casi ausencia de funcionarios en la parcialidad ecuatoriana. En algunas regiones, el indio con­serva todavía resabios ele su organización política original; los alcaldes son caciques y gobernadores, jefes reales del indio; los naupadores asumen un papel importante. Estos rasgos no pasan

de ser meros vestigios que sólo una observación minuciosa por parte del folklorista puede percibir. El hecho es que los indios del Ecuador no son regidos por otras autoridades que las correspon­dientes a la organización general del país. Precisa anotar ensegui­da que tal organización general, por lo que se refiere a las pa­rroquias y demás lugares habitados, pequeños, es sencillísima. Re­cuérdese una vez más el engranaje y composición de las autorida­des pueblerinas de México y compáreseles con el gobierno local de una parroquia ecuatoriana. Allá hay un municipio libre, un cuer­po judicial y una maquinaria administrativa complicada y nume­rosa, aquí un teniente político, dos jueces y un secretario, y todo ello sin oficinas, sin burocracia, sin administración. En efecto, en la mayor parte de las parroquias que visité no encontré oficina de Gobierno ninguna; la tenencia política estaba alojada en la casa habitación del teniente, que es un vecino como cualquier otro; los jueces y el secretario desarrollan sus labores cuando ocasional­mente son solicitados, tampoco tienen oficinas ni administración.

A la sencillez, en la maquinaria política, corresponde una igual sencillez en el sistema de tributación que por lo que respec­ta a las pequeñas parroquias rurales casi no existe. El ecuatoriano de las regiones rurales, inclusive el indígena, está muy libre ele im­puestos y gravámenes. Un predio rústico cuyo valor no pasa ele los 1,000 sucres, queda exento ele eontribuciemes; si vale más de esa suma, pagará impuestos a razón de tres sucres al millar. Los pre­dios urbanos, valorizados en menos ele la misma cifra, 1,000 su­cres, están igualmente exentos ele pago. En la parroquia de Es­pejo hay 00 familias de blancos; ni una sola paga contribución predial urbana. La inmensa mayoría ele los predios rústicos de los indígenas no están tampoco sujetos, dentro de su valor catastral, •a pago de contribuciones. Tampoco se paga por los pequeños giros comerciales e industriales ele estos pueblos. De los cuarenta y tantos talleres y tienelecitas establecidos tanto en Human, como en Espejo, no se paga impuesto ni por uno solo, excepción hecha del impuesto por la chicha fermentada, de ocho sucres mensuales, y el ele aguardiente, que tienen que pagar los cantineros. El indio no tiene más cargas financieras en relación con el gobierno, que las multas, que son innumerables por cierto, y que se le aplican

por cualquier pretexto. La multa es el filón que explotan, no tanto el gobierno nacional, cuanto los pequeños funcionarios locales.

La sencillez del gobierno y de la administración pública de los pueblos del Ecuador, cuando se le compara con la sobrada comple­jidad de iguales organismos en México, colocan a las comunidades campesinas en una situación ventajosa, librando al habitante del campo de cargas y obligaciones financieras y libertando a los pue­blos de organizaciones superfinas y dispendiosas. Pero esa misma condición de sobrada simplicidad, crea una condición de absten­ción política de los campesinos ecuatorianos, y muy particularmen­te de los indígenas, que es indudablemente perjudicial, por cuanto los incapacita para la función cívica misma, y les impide formarse un sentido de obligación ciudadana y de solidarización pública. El gobierno centralizado y centralizante del Ecuador, priva al pueblo de la ocasión y de la oportunidad para la práctica de la función gubernamental democrática.

EFECTOS D E LA CONSOLIDACIÓN POLÍTICA LOCAL

La consolidación política del país, es decir, la creación de uni­dades políticas, parroquias, producida por el crecimiento de los anejos y parcialidades, y por la concentración de la población in­dígena o mestiza, es un proceso que afecta desventajosamente a la comunidad y a la personalidad del conglomerado indígena. El es­tablecimiento de una parroquia rural, en un territorio indígena, quiere decir que se ha fundado un centro de población mestiza dentro de ese territorio, que llegará a ser el núcleo gobernan­te y dirigente. Las autoridades que gobiernan a la nueva entidad, son mestizos, más aún, mestizos blancos. La nueva unidad polí­tica se funda en respuesta a las necesidades de la población mes­tiza que se ha concentrado lo suficiente para exigir una adminis­tración particular y una atención mediata. Las instituciones que se establecen como resultado de la nueva organización política, de la erección de la parroquia, son para el mestizo; lo es desde luego la escuela. Cuando la parcialidad de Lanlán se hizo parroquia, ha­ce unos doce años, la numerosa población indígena del rumbo tuvo que vérselas cara a cara con un pequeño grupo de mestizos, intrusos realmente, que se radicaron entre ellos. El establecimiento de la parroquia que a primera vista pudiera ser considerada como

un paso en la evolución político-social del conglomerado indígena, que es la parcialidad, significa en realidad un retroceso en cuanto a aquel organismo respecta, puesto que con la venida del blanco, con su asiento frente al indio, se enf atiza, la separación de los dos grupos. La escuela, si se funda, viene a ser tan sólo para los blancos, así se baya pretendido al principio que sirviera también a los lon-guitos. El indio resulta perjudicado, teniendo más cerca a gentes que no llegarán a ser otra cosa que sus amos y sus explotadores. El teniente político, ya se sabe, es un aliado del latifundista: lo ayudará a consolidar su hacienda, preferentemente impulsará los intereses de los mestizos, aun cuando sean contrarios a los del in­dio. No es de extrañar, por lo mismo, que cuando se constituyó la mencionada parroquia de Flores, en lo que antes fué la parcia­lidad de Lanlán, los indios se mostrasen resentidos, hostiles y des­confiados, y asumiesen una actitud casi amenazante. Desde el pun­to de vista de la socialización, la creación de nuevas entidades político-rurales resulta contraproducente, o cuando menos nega­tiva, pues con el enfrentamiento de indígenas y mestizos, los pre­juicios entre unos y otros se enf atizan, las actitudes se hacen más antagónicas, las ocasiones de fricción más frecuentes. Aparente­mente no hay influencias en el Ecuador que estén operando para contrarrestar tal corriente antisocial. La escuela y el maestro se­rían los más llamados a trabajar en este terreno, pero según vere­mos más adelante, no están ejerciendo a este respecto influencia apreciable.

LA SITUACIÓN JURIDICO-LEGAL

La situación jurídico-legal del indio ha sido impugnada ter­minantemente por los indigenistas: El indio es víctima de las auto­ridades pueblerinas, es víctima de los tinterillos y abogados que ex­plotan su ignorancia; víctima también de la complejidad de la ad­ministración de justicia. Los tenientes políticos, por conducto de sus cómplices y agentes, los alcaldes, molestan eternamente al in­dio con multas y amenazas, por pretextos fútiles y baladíes lo victimizan y lo atormentan. El indio, ignorante y timorato, recu­rre a los tinterillos que residen por lo común en la población más cercana a su parcialidad, gentes que han hecho una profesión de la defensa del indio, complicando IQS juicios, embrollando los proble­mas, abultando las gestiones, todo con el propósito de sacarle el

tr ibuto; un obsequio o un pago ele mayor cuantía en efectivo. Los tinterillos, quücas en quechua, son gentes vivas que se han consti­tuido en apoderados de los indios; son los intermediarios entre éstos y las autoridades civiles y eclesiásticas, para todas las cues­tiones menores. El indio no da un paso sin ellos, para el arreglo de cualquier dificultad, real o supuesta. Si quiere un bautizo, una misa, un responso o un matrimonio, ocurre en primer término al quilca o tinterillo, quien lo llevará personalmente ante el cura para el arreglo del asunto. Naturalmente que tratándose de necesida­des menos llanas, cuando el indio tiene efectivamente alguna di­ficultad con la autoridad, con sus vecinos o con los blancos, la función del tinterillo se hace más importante. Cuando el indio se presenta ante el tinterillo, aun para la exposición de su dificultad, traerá ya un regalo en adelanto del pago; el indio jamás recurre a pedir un favor, así sea el más sencillo, si no lleva el obsequio para hacer méritos. Los tinterillos o apoderados son casi siempre los mismos estanqueros o dueños de chicherías; el mero hecho de que un indio consulte á este individuo, le obliga a ser su parroquia­no. El tinterillo recibe, pues, un doble beneficio: el del pago por los servicios que presta y el de asegurar una clientela. Los abogados son también indispensables para el indio. Si la acción que éste promueve vale más de 500 sucres, tiene el indígena que presentar el respectivo reclamo de sus derechos, y entonces es el abogado y no el tinterillo el que entra en funciones. Los naupadores, conse­jeros de la comunidad, son los primeros individuos a quien el indio recurre; ellos le dirán si el asunto es de la jurisdicción del tinte­rillo o del abogado. Por todas las consultas, las preliminares y las definitivas, es preciso pagar. La situación no sería tan grave si el indio no fuere un litigante eterno; pero es una característica de los naturales el alegar y litigar constantemente. Sus cuestiones son, en gran parte, por asuntos de tierras y de propiedad; pero tam­bién se relacionan con todas las pequeñas y pueriles diferencias con sus vecinos, y con sus actos de desquite por los abusos de que es víctima. La administración de la justicia resulta para el indio cos­tosa, complicada e ineficaz. Los juristas reformadores la denuncian vigorosamente y proponen tanto la simplificación del trámite ju­dicial como el que dicho trámite llegue a ser efectivamente acor-dado para el indígena.

LEGISLACIÓN R E P U B L I C A N A D E INDIOS

Si la situación jurídico-legal de los indígenas del Ecuador es desventajosa, si sus relaciones con el Estado son defectuosas, si la ciudadanía del indígena es un mito, y su participación política es de hecho nula, eso no se debe, por cierto, a la falta de legislación. Si algo puede decirse a este respecto, es que el indio sufre de exce­siva legislación. No son leyes lo que hace falta. Es de justicia de­clarar que hasta la fecha han sido los juristas los que más se han preocupado por la solución del problema del indio; si no se ha llegado a una situación satisfactoria, culpa es del método mismo de resolución que se ha propuesto, y también del hecho de que la mayor parte de la legislación relativa al indio ha sido, sencilla­mente, letra muerta.

Las leyes de Indias contenían ya suficientes normas y dispo­siciones para haber convertido la Colonia en un Estado modelo. Algunos de los ordenamientos, como el de la jornada de ocho horas, eran ampliamente liberales para su tiempo; pero una cosa eran las leyes y otra su cumplimiento. Jorge, Juan y Antonio de Ulloa, en las Noticias Secretas de América, dicen en bien conocida cita, que "todas las pragmáticas que llegaban a las capitales de los virreina­tos, eran recibidas con la mayor indiferencia, y, por consiguiente, quedaban sepultadas en el olvido." "Si por acaso, añaden, llegaba alguna Orden Real expresa y terminante, así el virrey, como los oidores, la besaban después de leída, y poniéndosela sobre la ca­beza uno después de otro, iban repitiendo la fórmula de "obedezco, pero no ejecuto, porque tengo que representar acerca de ella."

Pocos días después de la anexión a Colombia, un fraile recoleto del Tejar, el padre P. Clavijo, lanzaba en un opúsculo que impre­sionó a Bolívar, una serie de cargos directos a los "republicanos y libertadores," por su absurda indiferencia por la suerte del indio, para el que no había siquiera exención de las nuevas cargas tribu­tarias de la República. La verdad es, dice Osear Efrén Reyes, que "para los hombres autóctonos de América las ventajas de la eman­cipación no aparecían por ninguna parte." (*) La Asamblea Na­cional en 1830, bajo la presidencia del general Juan José Flores, declaró vigente la recopilación Española de Leyes de Indias, con

(*) Osear Efrén Reyes, ob. cit. p . 33.

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la que se eslabonó desde este primer momento de la República, el nuevo régimen del antiguo feudalismo, que se pretendió destruir. Cuatro años antes, Simón Bolívar había restablecido en la Repú­blica ele la gran Colombia el tributo indígena. El mismo presidente Flores clió una circular, el 18 de noviembre ele 1831, para fomentar la industria y la agricultura con la que remachaba fatalmente la esclavitud elel indio, insistiendo en la práctica del concertaje. Un decreto del Ejecutivo, del 16 ele enero ele 1833, resolvió promover la eelucación ele los indígenas, proponiendo el establecimiento ele es­cuelas para ellos, cuando menos una en cada parroquia. Para su sostenimiento se asignaban a los sobrantes ele los resguardos y ele más bienes ele comunidad." Bajo el pretexto ele la instrucción se iba a elespojar a los indígenas ele las pocas tierras que usufructua­ban, observa con justicia Reyes. Los indios se levantaron, con tan alarmante furia, que el gobierno tuvo que suspender su proyecto, y el Congreso desautorizó al Ejecutivo. Este mismo Congreso es­clarecido dio después un decreto, autorizando la denuncia pública de abusos en contra ele los inelios.

El tributo ele inelios, una ele las cargas más horribles y ver­gonzosas, instituido por la Colonia, y restituido por la República, no pudo ser abolido sino hasta 1857. Según una estadística presen­tada al Congreso ecuatoriano en 1922, las rentas ele la presidencia ele Quito, en los últimos años que precedieron a la independencia, ascendían a 591,199 pesos, ele los cuales 213,089 procedían elel "tributo ele indios." La proporción elel presupuesto que quedaba cubierto con los productos elel tributo, era importante en el Ecua­dor; en Venezuela ese peculiar capítulo ele ingresos producía ape­nas 30,000 pesos, y en Nueva Granada, 47,000 (*). El Congreso ele 1833 dio una ley, recomendando métoelos benignos para el cobro elel tributo ele inelios, en lugar ele los vejatorios que se habían ve-nielo empleando.

Vicente Rocafuerte expidió un decreto en el año ele 1835, dis­poniendo que no se nombrase a los indios priostes, contra su volun­tad, ni se les obligase a hacer más de cuatro fiestas al año. Los deu­dos ele los indígenas no podrían, según este ordenamiento, ser obli­gados a pagar funerales costosos; los párrocos no deberían cobrar otros derechos que los que el Sínodo autorizaba; los rematadores de diezmo deberían limitarse a recoger del inelio únicamente el

(*) Osear Efrén Reyes, ob. cit.

diezmo. En otro decreto del mismo Rocafuerte, se determinaba en cuáles obras públicas podrían únicamente ser puestos a trabajar los indios.

Pasan casi veinte años en los que no registran los estatutos de la República legislación particular hacia el indígena, hasta la Constitución de 1852, en la que determinábase que para ser ciuda­dano fuese necesario tener propiedades raíces y trabajar sin suje­ción a otro, o tener una renta de 200 pesos, con todo lo cual se excluía al indígena, de manera efectiva, de la ciudadanía ecuato­riana. El "apremio personal," instituido en 1857, en el primer Código Civil Ecuatoriano (que fué una adopción del proyecto de don Andrés Bello para la República de Chile), vino a regularizar el concertaje que, como ya se ha repetido tantas veces, era la es­clavitud del obrero agrícola, principalmente del indio.

Ante estos hechos de opresión y de desconocimiento de las masas proletarias de la República que culminaron en el estableci­miento legal de jerarquías sociales y económicas para el ejercicio de la ciudadanía es raro, dice Efrén Reyes, el humanitarismo hacia los negros, pues en esta época, 1852, fué decretada la libertad (ma­numisión) de los negros, v se gastaron 400,000 pesos en ellos.

el año de 1861 el Estado creyó conveniente arbitrarse fon­dos mediante el establecimiento del estanco de aguardientes que ha constituido a través del largo período en que el monopolio ha venido funcionando una de las influencias más perjudiciales para la raza indígena,

El general Eloy Alfaro, considerado como el reformador libe­ral del Ecuador, que se ufanaba del título de defensor de la raza india, a la que pertenecía por herencia materna, dictó disposicio­nes que efectivamente favorecían a los naturales aunque no llegó como pudiera haberlo hecho a la abolición del concertaje sino que contribuyó más bien a su sanción legal y a su reglamentación den­tro de su propia naturaleza. La constitución expedida durante la administración de Alfaro, la de 1897, introdujo la declaración conservada en las subsiguientes de que los poderes públicos deben "protección a la raza indígena en cuanto atañe a su mejoramiento en la vida social." En 1899 Alfaro instituyó que "la estipulación del salario es libre, pero debe ser proporcionada al trabajo y en ningún caso bajará de 10 centavos por día." El Código de Policía de 1906

que incorporó casi todas las reglamentaciones que había dado Al-faro sobre el servicio de arrendamiento y concertaje desde 1899 estipuló también un jornal no menor de 20 centavos en el interior de la república y de 80- en la costa, disposición que naturalmente, sobre todo en la parte relativa a los trabajadores de la sierra, afectaba de manera especialísima al indígena. Este mismo código sancionado por Alfaro, sin embargo, contenía esta disposición fa­ta l : "El jornalero que sin justo motivo o sin licencia de su patrón faltase al trabajo o abandonase a su patrón, será reducido a pri­sión y no podrá ser excarcelado si no diera fianza a satisfacción del patrón o del juez de cumplir fielmente su contrato."

L A L U C H A D E LOS J U R I S T A S E N CONTRA D E L "CONCERTAJE"

Fue por esta época cuando se inició en el Ecuador una de las más notables campañas de los juristas reformadores y de los hom­bres de letras en general, en contra de la prisión por deudas. Tal campaña que concentraba su acción en el punto concreto de la abolición de tal ordenamiento tradicional e injusto, tuvo por fuer­za que referirse a la situación de los indígenas en lo general y de enfocar la atención pública en el problema del indio. En 1904 Luis A. Martínez presentó una conferencia ante la Sociedad Jurí-dico-literaria del Ecuador en la que con pasión y vehemencia de­nunciaba el concertaje y la situación miserable del indio. Un año después, en 1905, la misma sociedad abrió un concurso literario sobre el tema "Los proscritos de la civilización" y "Canto a la raza india." De este terreno meramente literario pasó la men­cionada sociedad al terreno propiamente jurídico. En 1913 Carlos M. Tovar y Borgoña leyó ante la ilustre agrupación una conferen­cia en la que ahondaba en el problema del indio, sobre todo del obrero indio, y Belisario Quevedo presentó un importante estudio sobre el concertaje. Para esa fecha el sentido y brillante estudio de Abelardo Moncayo sobre el concertaje había hecho ya ejecutoria en las conciencias; el terreno estaba listo para una reforma legis­lativa. Agustín Cueva en 1915 presentó a la misma Sociedad una inolvidable conferencia sobre "Nuestra organización social y la servidumbre," que remachó todos los argumentos en contra del concertaje y de la prisión por deudas, presentando también un pro­yecto de ley que reglamentaba los servicios personales de los jor­naleros y que determinada que el cumplimiento de estos servicios

no sería exigido mediante apremio personal. El proyecto llegó al Senado y fué discutido brillantemente aunque no hubo tiempo de erigírsele en ley. En 1917 se planteó de nuevo la cuestión, esta vez fué el licenciado Francisco Peres Borja quien hizo llegar al Se­nado el proyecto de ley aprobado ya en la Cámara, mediante el cual se suprimió la prisión por deudas. Aquel alto cuerpo aprobó tal proposición en octubre de ese año. "La libertad humana alcanza en ese día un espléndido triunfo," dice Jaramillo Alvarado, pero el acuerdo no es todavía una ley. Todos los pensadores reformistas se apresuraron a apoyarlo. "La Nación," periódico de la época, abrió una campaña que ha hecho historia. Por fin el 25 de octubre de 1918 el Presidente A. Baquerizo Moreno pone su firma en el acuerdo del Senado elevándolo a la categoría de una ley. La prisión por deudas estaba abolida, la base legal del concertaje había sido destruida; de este punto en adelante la desaparición de esta escla­vitud del indio, que en opinión de algunos es la más terrible de todas las que ha sufrido desde la Colonia, tendrá que ser meramente una cuestión de tiempo.

LEGISLACIÓN RECIENTE SOBRE EL INDIO

La legislación posterior ha afectado todavía a la masa indíge­na de manera apreciable. La primera ley de accidentes del trabajo, 1921, y la de previsión de accidentes, 1927, el establecimiento de un ministerio de previsión social y trabajo, 1925, la nueva Carta Fun­damental de la República, 1928, y una nueva ley del trabajo del mismo año han sido todos estatutos que en un aspecto o en otro se han acordado favorablemente del indio, pero que dejan todavía lagunas en lo que respecta al jornalero de los campos que sería necesario llenar.

En 1918 se expidió también un decreto prohibiendo los prios-tazgos, capitanías, etc., y el cinco de septiembre de 1921 otro por el cual se hace ilegal la venta de bebidas alcohólicas los días domin­gos. Estos ordenamientos como muchos otros relativos al bienes­tar del indígena son más o menos letra muerta. La legislatura de 1921 insinuó al Ejecutivo la formación en la capital de la repú­blica de una junta protectora de la raza india, encargada de pre­sentarle proyectos encaminados a civilizarla y a protegerla. La junta se organizó el 30 de enero de 1927, pero nunca llegó a funcio-

nar y no hizo sino recoger una encuesta sobre algunos aspectos de la situación de los indios en el país.

Este sumario de la legislación ecuatoriana de indios deja bien establecido el hecho de que no es legislación lo que ha faltado para resolver la cuestión del indio. Hay quienes creen, por el contrario, que ha habido demasiada legislación y muchos otros aseguran que si se pusiera en vigencia la que existe, así fuese en parte siquiera, muy otra sería la condición de los naturales. A pesar de ésto, to­davía hay personas que proponen más legislación para resolver el problema del, indio. Jaramillo Alvarado, no obstante sentirse un poco escéptico de la eficacia de la resolución jurídica, propone la expedición de una ley de indios que debería contener los siguien­tes puntos:

1. Derechos jurídicos del indio. Igualdad de derechos del obre­ro de los campos con el de fábricas e industrias, administración de justicia; representación legal de las comunidades de indios en los asuntos judiciales o extrajueliciales; reconocimiento del derecho de propiedad de los indígenas en las tierras de comunidades o bal­días por la sola posesión de cinco años; enajenación y división de los bienes de manos muertas o bienes interiiaturalizaclos y dere­cho preferente de los indígenas para su adquisición, prohibición de enajenación de las tierras que los indios adquiriesen; revisión y empadronamiento de los títulos de propiedad de los indígenas; de­claración de los derechos de propiedad de los indígenas en los te­rrenos llamados de resguardo; división de las tierras llamadas de comunidad a pedido de las indígenas, y 2. Derechos políticos y so­ciales. Formación de cuarteles de indígenas para instrucción mili­tar, cívica y escolar en las que no podrían permanecer los indígenas sino dos años; fundación de escuelas de agricultura práctica; pro­hibición de priostazgos y fiestas religiosas costeadas por indíge­nas; formación de la liga nacional protectora de indios; publicación de libros, periódicos y papeles relacionados con la vulgarización de los derechos y deberes políticos y civiles de los indios (*).

La tendencia de la legislación ecuatoriana existente y ele la que se propone es considerar al indio como persona objeto de pro­tección, lo que en cierto sentido es una reminiscencia de conside-

(*) P . Jaramil lo Alvarado, ob. cit. 1$ edición, 1922, p . 191.

rarlo como "persona miserable," que dijeran las leyes coloniales. Pero a pesar de todo, el indio ecuatoriano queda muy lejos de re­cibir los beneficios mínimos que las leyes le marcan; parece lógico pensar por lo mismo que su situación no mejorará con crear, senci­llamente, más legislación.

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Muy pocos niños indígenas en el Ecuador pueden ir a la escuela.

EL INDIO Y LA ESCUELA

D E C R I P C I O N SOMERA D E L SISTEMA ESCOLAR

El Ecuador cuenta con un bien desarrollado y coherente sis­tema escolar dirigido y controlado por un Ministerio de Educa­ción Pública y Bellas Artes. En cada una de las provincias hay un Director de Estudios (puesto semejante al de directores de Edu­cación Federal en México). El sistema comprende escuelas de todos los tipos, desde el kindergarten hasta la universidad y las escue­las especiales. Las escuelas primarias son de tres categorías, según la fuente de sostenimiento: las fiscales o de estado propiamente dichas: las municipales, sostenidas por los municipios; las priva­das. En la categoría ele escuelas privadas se incluyen las prediales que, según la ley, deben ser establecidas y pagadas en las hacien­das, para los niños de la jurisdicción.

En el año escolar de 1931 funcionaron en el país 2,081 escue­las primarias (*), de las cuales son fiscales 1,638, municipales 155, particulares 212 y prediales 76. El número de alumnos que en total asistió a estas escuelas fué de 149,065. (En el Ecuador hay proba­blemente unos 450,000 niños en edad escolar, o sea el 18% sobre una población calculada en dos millones y medio.) La población escolar se reparte así: 74% a las escuelas fiscales, 18% a las par­ticulares, 6% en las municipales y 1 1/3% en las prediales. Esta misma población escolar se clasifica según el sexo en 77.19% ni­ños y 42.85% niñas. El total de maestros que atiende a los esta­blecimientos que acaban de enumerarse es de 3,618, de los cuales 2,746 ejercen en escuelas oficiales, 800 en particulares y 72 en prediales. 1,308 de estos preceptores son hombres, siendo del sexo femenino 2,310. Según su preparación académica y profesional estos maestros quedan clasificados en 11.48% normalistas, 4.45% bachi­lleres, 34.68% con certificado de primera, segunda o tercera clase y 44.29% sin título. Es interesante anotar que en las escuelas fis­cales, aproximadamente dos terceras partes de los maestros son titulados, no siéndolo el tercio restante, en cambio en las escuelas municipales esta condición resulta a la inversa, pues un tercio de

(*) Es tos datos y los s iguientes de estadíst ica, han sido tomados del Informe del Ministerio de Educ. Púb . a la Nación, en 1931.

maestros es titulado y dos tercios no lo son. Las escuelas particu­lares prediales cuentan aproximadamente con un 71% de maestros titulados y con un 29% de no titulados.

Las escuelas particulares son todas, prácticamente, sostenidas o fomentadas por organizaciones eclesiásticas católico-romanas y por lo común funcionan en los centros más importantes de población. En Quito, por ejemplo, el número total de establecimientos de ense­ñanza primaria es de 42, de los cuales son oficiales justamente la mitad y particulares los otros. Cosa semejante se observa en Eio­bamba, la capital de la provincia del Chimborazo, donde hay aproxi­madamente 9 escuelas oficiales y 9 debidas a la iniciativa privada. En los centros de menor importancia y en los pueblos y lugares ru­rales en general las cosas no son así, pues allí prácticamente no existen escuelas particulares. Esto queda puesto en evidencia con las cifras para la provincia del Chimborazo que tiene 17 escuelas particulares en toda la provincia (aproximadamente 210,000 habi­tantes), estando localizadas 9 de ellas, como ya se dijo, en la capital, Eiobamba, que cuenta con una población aproximada de 40,000 personas.

EL INDIO APENAS ES AFECTADO POR LA ESCUELA

Por razones obvias, conocida la distribución de la población indígena del Ecuador, los naturales no pueden disfrutar sino de aquellas escuelas establecidas en los lugares de población menos importantes, en las parroquias rurales y en las parcialidades. La estadística oficial publicada, relativa a las escuelas del Ecuador, no contiene datos que nos permitan clasificar las escuelas según las poblaciones en que están ubicadas, ni tampoco existe la clasi­ficación entre escuelas primarias y escuelas rurales propiamente, 3ra que tal división, como se dice después, apenas se ha iniciado. Las observaciones que personalmente pude hacer me capacitan, sin embargo, para afirmar que las escuelas que actualmente funcio­nan en el Ecuador apenas si llegan ai indio: primero, porque la mayor parte de ellas están establecidas en las ciudades y en los pueblos grandes donde no viven los indios; segundo, porque en ese mismo caso, habiendo indios en la población, éstos por lo común no asisten a i a escuela, siendo el plantel de hecho únicamente para los mestizos y, tercero, porque en las parcialidades indígenas hay muy pocas escuelas.

No se observa en el Ecuador la resistencia del indio para en­viar a los niños a la escuela cuando también a ella concurren los mestizos, pero sí es un hecho que en aquellos pueblos o parroquias adonde podrían asistir niños de las dos razas, únicamente concu­rren los no indígenas. En la tantas veces mencionada parcialidad de Flores, que cuenta con 500 mestizos y está rodeada por una in­mediata y compacta población indígena de 11,500 almas, no con­curren sino 5 niños indígenas, "longos" como se les llama. En Hu­man, otra parroquia rural cercana a Otavalo, de población prepon-derantemente indígena, hay 2 escuelas, una de niñas y otra de niños; a la primera asisten 26 alumnas, todas mestizas, a la segunda con­curren 62 niños, de los cuales son blancos 20, siendo los 42 res­tantes, indígenas. El caso de Human ilustra otro hecho importante relacionado con la escolaridad de los indios, y es que éstos, por lo común, no envían a las niñas a la escuela. Con resistencia y todo, habiendo la oportunidad, permitirán que los longos asistan, pero por lo que toca a las longas, tenazmente evitan que concurran. El indio del Ecuador no muestra ni entusiasmo ni afición por la escuela, hasta donde yo pude darme cuenta. No supe de ninguna co­munidad de naturales que tuviese actitud alguna favorable a la instrucción de los pequeños.

Los indígenas de la región de Otavalo, provincia ele Imbabura, que, como ya se ha dicho, son de los más alertas y vigorosos, ma­nifiestan ele cuando en cuando el eleseo ele que sus hijos aprendan a leer y escribir para que puedan servir ele tinterillos. Recuérelese lo que se dice en otra parte sobre la importante función del tinte­rillo en la comunidad indígena, y véase cómo el indio siente la necesidad ele que alguna gente ele su confianza esté capacitada para entenderse con las autoridades y con los mestizos en general pa­ra el arreglo ele sus dificultades.

Las escuelas prediales que por su ubicación serían las que afectaran al importante sector de la población indígena que ra­dica en las haciendas, son tan pocas que apenas podría decirse que el indio, en lo general, se beneficia con ellas. Ya se ha elicho, por otra parte, que las escuelas particulares sostenidas o regen­teadas por los religiosos, tampoco han llegado al indígena. La conclusión general que puede derivarse ele estos hechos es la que ya se asienta arriba: el indio ecuatoriano no tiene escuela.

145 E l Indio Ecuator iano .—10

O B S E R V A C I O N E S E N A L G U N A S E S C U E L A S

Antes de entrar a una caracterización general de las escuelas del Ecuador y de indicar las tendencias que se manifiestan en cuanto al desarrollo educativo del país, estimo de interés relatar someramente algunos casos concretos observados; nada mejor que esto nos pondrá en el ambiente escolar ecuatoriano.

Otavalo es una ciudad mestiza del Norte, tiene como 8,000 habitantes, está rodeada por un gran número de parcialidades in­dígenas de los mejores tipos. La ciudad cuenta con dos escuelas fiscales superiores; asisten a la de varones unos 500 alumnos y a la de mujeres como 250, pues funciona en el mismo lugar una es­cuela católica para niñas. El cuerpo docente de ambas escuelas me parece sobresaliente. La escuela de niños tiene un huerto escolar como de media cuadra, bien atendido, y cuenta con profesores es­peciales de música y de: trabajos manuales. Se procura aprovechar­los diseños de las fajas y demás tejidos de los indios para trabajos de aplicación en dibujos, tapetes y diversos artículos de uso común. Las actividades musicales incluyen la enseñanza de canciones y bailes populares de recio sabor vernáculo. Aunque los maestros del lugar constituyen un grupo profesional respetable y se observa en todos ellos la inquietud por el progreso y, en muchos, su deseo de hacer labor pro-indígena, no pude darme cuenta de ninguna ac-ción concreta en este sentido. A las escuelas del centro no alisten sino por excepción algunos niños indígenas.

La escuela de niños de la pequeña parroquia rural de Human tiene 02 alumnos, distribuidos en cinco grados, atendidos por un solo maestro que lleva ya unos 8 años de servir en esta parroquia, es mestizo con una elevada proporción de sangre indígena. La es­cuela, clasificada como rural, según la nueva terminología, es de medio tiempo como tod^as las de esta categoría; dos grupos asisten en la mañana y los otros tres en la tarde. No hay más que una aula. Equipo: la mesa del maestro, bancas corridas con pupitres para los niños, un pizarrón y un mapa. La mayor parte de los pequeños no hablan el castellano cuando entran a la escuela; se hace un es­fuerzo especial para enseñárselos. Se hizo leer en mi presencia a los 12 niños del segundo año que estaban presentes, de los cuales úni­camente dos eran blancos; casi todos leyeron por palabras. Se nota el vicio típico del indígena que habla el quechua, de trasponer

los sonidos de la e y de la i, y los de la o y la u. Las criaturas son robustas y limpias; tanto los hombres como las mujeres tienen trenza. Los longuitos van vestidos de camisa y calzón, pero algunos de ellos portan un camisón de manta ceñido por la cintura con una faja; esta manera de vestir es el resultado de una creencia indígena, todavía viva, de que si se quita a los longuitos prematura­mente su ropa de niños, camisón, se apresura precozmente la ado­lescencia. Se desarrollan algunos pequeños trabajos manuales, al­gunos de modelado con lodo y un poco de dibujo. No hay prácticas agrícolas de ninguna especie. El programa escolar consiste de lectura, escritura, geografía e historia.

En la provincia de Pichincha ha empezado a funcionar la nueva escuela rural. Muchas de las escuelas del campo han estable­cido ya las prácticas agrícolas y tienen bonitos huertos escolares; en algunas los trabajos manuales son un reflejo de la vida regio­nal y cuando menos en una, cuyo nombre por desgracia lie extra­viado, el espíritu de la escuela activa socializada es marcadísimo. Esta escuela es una colmena, hay vida a reventar, libre y espon­tánea, pero regida por el espíritu de creación y por las fuerzas directrices de los maestros y de la misma personalidad del niño en desarrollo. La escuela canta, toca, pinta, proyecta y construye: crea.

Los niños indígenas aprenden desde muy t iernos las ocupaciones de sus mayores .

La escuelita de una par roqu ia ru ra l .

Es interesante observar el alumnado de la pequeña escuelita de la parroquia rural de Espejo, que como ya se ha dicho es de mestizos asentados en el casco y de una densa población indígena circundante. La escuela es mixta; hay 50 criaturas. La maestra es rubia, inteligente y activa. Estaban presentes 31 criaturas, de las cuales eran blancos 29 y longuitos (indios) 3. Este mismo grupo de alumnos quedaba dividido en 21 hombres y 10 mujeres. En cuanto al color había 13 niños de piel bien blanca, ocho de pelo cas­taño y 11 de ojos claros. De los 31 niños 10 traían zapatos. Es bueno llamar la atención, primero, a la preponderancia de los ni­ños mestizos en el alumnado, y, segundo, a que estos mismos niños son mestizos con una grande proporción de sangre blanca, condi­ción que como ya se ha dicho es típica del grupo mestizo ecua­toriano.

Visité algunas escuelas en el centro del país: las de los más importantes centros de población pueden ser caracterizadas como buenas escuelas del tipo herbartiano: la pedagogía es evidente por todos lados, casi raya en el vicio' del "pedagogismo." Las eras del jardín escolar tienen formas geométricas o están hechas para re­presentar mapas o regiones geográficas. Cuando se canta se obser-

va tina especie de desciplina militar: se da la voz de mando para comenzar, entre estrofa y estrofa el director ordena, también con el correspondiente formulismo y marcando los tiempos, breves pe­ríodos de descanso, y luego, a la voz de ¡firmes! se comienza la segunda estrofa. Esta "táctica" se observa no únicamente en los cantos sino también cuando se recita en coro. Visité 6 escuelas ru­rales en la región de la provincia del Chimborazo más densamente indígena: todas ellas son del consabido tipo de escuelas de "peor es nada," tan frecuente, por desgracia, en todos nuestros países. La más mala probablemente fué la de la muy importante parroquia de Flores, que ya he mencionado. No obstante los 12,000 habitantes del lugar (500 mestizos y 11,500 indios), en la escuela no hay más que 25 niños blancos, siendo longuitos 5 únicamente, ü n vecino del lugar ha donado un solar para la casa, pero ésta no ha podido ser todavía edificada. En la región de Punín hay $ anexos o parciali­dades que cuentan en total con una población de 15,000 indios, pero solamente en una única parcialidad existe escuela. En esta misma parte del país, en Colta, tienen los evangélicos una escuelita rural, lo que ha bastado para que el cura del lugar se haya sentido emulado para establecer también una. Visité esta última, está a cargo de una excelente y empeñosa anciana y ha sido establecida en un humilde jacalito semejante a los que habitan las gentes del lugar; es tan oscuro que en el interior casi no pueden distinguirse las caras de los niños. No obstante que el pueblo es preponderante-mente indígena, la mayor parte del escaso alumnado es de mestizos, aunque es significativo anotar que hay una sección de adultos, por las noches, para la enseñanza de la doctrina, a la que concurren unas 80 personas, todos indios. La enseñanza que se da a los niños en esta escuela puede juzgarse por la siguiente operación de sumar que puso la maestra a un Conguito de 10 años:

345 745 203 149 297 386 188 963

El indiecito hizo la suma en alta voz y conforme a aquel for­mulario de "escribir tanto y llevar tanto," etc., pero antes de prin­cipiar la tremenda suma se persignó.

Las observaciones que se han apuntado justifican, en mi con­cepto, la afirmación de que las pocas escuelas del campo a las que pueden asistir niños indígenas son anticuadas y deficientes y que si

es cierto, como quedará dicho en seguida, que la escuela ecuatoriana primaria en lo general es una institución bien organizada y de tendencias modernas, las escuelitas rurales de las parcialidades indígenas están abandonadas y no han recibido todavía ningún impulso renovador.

CARACTERIZACIÓN DE LA ESCUELA PRIMARIA DEL ECUADOR

Al caracterizar la escuela primaria del Ecuador es necesario tener presente la distinción a que acabo de aludir: las escuelas urbanas situadas en las ciudades y en los centros de población de más importancia, pertenecen a una categoría; en otra muy dis­tinta quedan los planteles de las parroquias rurales y muy particu­larmente aquellos de las parcialidades indígenas. Las escuelas del primer grupo, juzgando con un criterio técnico-pedagógico, merecen una alta calificación: son partes de un sistema ordenado y bien organizado; tienen programas bien orientados y bien hechos, están en manos de preceptores de muy aceptable preparación y a quienes las autoridades educativas se preocupan por mejorar profesional-mente. Estas escuelas revelan ese espíritu de orden y de mesura tan característico a toda la vida ecuatoriana, y además la dirección ilustrada de gentes que están al tanto de los progresos pedagógicos mundiales. Las escuelas se resienten de un cierto formulismo peda­gógico. Las misiones de maestros alemanes que dos veces fueron traídos al país, dejaron su marca: el espíritu de Herbart ha per-meado los establecimientos; los cinco pasos formales apuntan por todas partes.

LA ESCUELA DE LA ACCIÓN

Recientemente se vienen sintiendo en el Ecuador movimientos de reforma que es importante anotar. En primer término los rela­cionados con la escuela activa. Adolfo Ferriére visitó el país el año pasado y dio una serie de importantes conferencias sobre los prin­cipios y práctica de la escuela activa y de la educación funcional. Su visita apresuró el movimiento que ya los maestros directores de la educación en el Ecuador habían iniciado. La reforma hacia la educación activa se va implantando con cautela; hay agitación por tocios lados y una labor de propaganda y ele convencimiento ante los maestros, pero de hecho se ha ensayado la nueva manera sola-

mente en contadas escuelas de la Capital; la prueba reviste los ca­racteres de un verdadero experimento. Como los resultados de este ensayo han sido favorables, se hacen ya esfuerzos para extender las prácticas de la escuela activa por todo el país.

R E F O R M A D E LA E S C U E L A R U R A L

La situación en las escuelas de los pequeños lugares es muy de­ficiente, como ya se ha dicho, pero también en este campo se dejan sentir tendencias hacia la reforma. Hasta hace poco las escuelas urbanas y las rurales habían venido subsistiendo teóricamente en iguales condiciones y con planes y programas idénticos. El informe del Ministerio de Educación Pública correspondiente a 1931 di­ce sobre el respecto: "Esta organización que implicaba desconoci­miento de la realidad de las cosas, era absolutamente inconvenien­te, para no decir absurda, sobre todo si se toma en cuenta la hete­rogeneidad de nuestros elementos técnicos y el problema del indio. Así lo había comprobado la experiencia y, estimando inaplazable un cambio sustancial en la materia, el 30 de septiembre de 1930 se expidió el decreto número 11, por el cual se crea un tipo espe­cial de escuela rural que, como lo expresa el considerando, comparte el conocimiento de las condiciones y necesidades de nuestros cam­pesinos, para satisfacer las últimas en forma provechosa para ellos y para el país." (*) Se ha dado, pues, el primer paso para la re­forma de la escuela rural ; para la creación de una verdadera es­cuela rural, mejor dicho. El decreto que se ha mencionado ordena la creación de estas escuelas rurales como escuelas elementales que habrán de establecerse en poblaciones rurales o en hacien­das, que podrán ser mixtas o unisexuales y que podrán tener una o dos secciones, la inferior, que constará de tres grados, y la supe­rior, que se referirá a los restantes tres de la escuela primaria. El horario de estas escuelas será alternado, es decir, son planteles de los llamados ele "meelio tiempo." Se ordena el establecimiento ele la sección nocturna en estas escuelas. El artículo 5? elel decreto es de importancia, elice a la letra:

"Art. 5? La escuela elemental o rural es una institución esen­cialmente democrática y educativa que tiene por objeto atender

(*) Informe del Ministerio de Educación Pública, ob. cit. p . 77.

al mejoramiento ele la población campesina, incorporándola a la cultura nacional, en forma más eficiente. Sus finalidades serán, en consecuencia:

"1? Despertar y arraigar el amor por la t ierra; " 2 o Elevar el nivel económico y social del campesino, capaci­

tándole para el aprovechamiento racional de los recursos naturales que le ofrece el medio, mediante la instrucción de nuevas prácticas y la enseñanza de las pequeñas industrias rurales;

"39 Fomentar el espíritu de cooperación inteligente en la co­munidad y demostrar la eficacia de dicha cooperación;

"4? Dar las formas elementales de una organización social; " 5 9 Crear hábitos de trabajo, de higiene, de moral y de civismo; "6° Enseñar, haciendo las cosas, y "79 Tender a la transformación del hogar, para alcanzar un

bienestar mayor, en lo que se refiere a la alimentación, vestido, vivienda, distracciones, etc., modificando las costumbres viciosas y creando las necesidades propias de la vida civilizada." (*)

El plan de estudios de la sección inferior de estas escuelas que comprende, como ya se ha dicho, el primero, el segundo y el tercer grados, señala las siguientes asignaturas y actividades: Primer grado, lengua materna, conocimientos de lenguaje, lectura y es­critura, cálculo, conocimientos de la naturaleza, iniciación de las actividades agrícolas, actividades manuales, educación física, canto y actividades sociales. El segundo grado tiene los mismos títulos, añadiendo el de geografía local, y el tercer grado lleva asignadas, además, la historia, la moral y la educación cívica. El Ministerio de Educación expidió también los programas sintéticos para las nue­vas escuelas y dejó en libertad a los directores de Estudios de las provincias para la confección de los programas analíticos o deta­llados. La provincia de Pichincha expidió hace poco el programa analítico que le corresponde. Fija con minuciosidad las actividades que han de desarrollarse de semana a semana. Bajo el rubro "acti­vidades agrícolas del primer grado" se asignan, para comenzar, las siguientes: Primera y segunda semanas: Visita al campo agrícola; recolección de piedras, cascajos, etc., del terreno; conocimiento del suelo por sus componentes: arena, arcilla, piedra, lava, humus, etc., conocimiento de las herramientas más usadas en el campo. Terce-

(*) Informe, ob. cit. p . 244.

ra y cuarta semanas: conocimiento de las semillas, selección de éstas, cuidado de las herramientas, buenos hábitos del agricultor; denominación de algunas plantas y animales del lugar. Quinta se­mana : entierro de las basuras, hojas secas, ramas y desperdicios, etcétera, para utilizarlos como abono; preparación de almácigas y hortalizas; selección de semillas para el cultivo directo. (*)

Es claro que la reforma de la educación rural en el Ecuador se ha iniciado en el papel con todo detalle, con demasiado detalle sin duda, como queda en claro por la minuciosidad de las prescripcio­nes. Ya los programas sintéticos que se expiden para todo el país son suficientemente detallados, pero los provinciales llegan a una especificación artificiosa e inútil como puede verse por el ejem­plo del programa de prácticas agrícolas que se ha citado. No tiene importancia para mi objeto hacer una crítica del programa ideado para la escuela rural, sí deseo hacerla del método de reforma vque se ha seguido. La reforma, como se ve, es de gabinete, acusa una preocupación pedagógica más bien que una preocupación social; ol­vida que el factor maestro, importante siempre, lo es mucho más en el campo de la escuela rural. Juzgando por lo que vi, casi podría asegurar que cuando los promotores de la reforma se fijen en este punto van a proceder a transformar o preparar el cuerpo magiste­rial enseñándole más pedagogía y más técnica metodológica. El he­cho es que el Ecuador sufre de pedagogía y de normalismo, situa­ción que si ya para las escuelas organizadas de la ciudad puede, exagerándosela, resultar perjudicial, es sencillamente fatal cuando se trata de formular un programa de educación socializante para las masas campesinas. Es también significativo el hecho de que, a pesar del convencimiento expreso de las autoridades del Ministerio de Educación en el sentido de que la reforma de la educación pú­blica debe tener en cuenta el problema del indio, ni el plan de estu­dios que esta oficina expidió, ni los programas sintéticos, ni los detallados dicen media palabra sobre el indígena. La escuela rural que pretende implantarse, podrá llegar a ser una institución de edu­cación activa y quizá hasta funcional dentro del medio rural, pero

(*) Dirección -de Estudios , P r o g r a m a s analí t icos p a r a las escuelas rura les de la Provincia de Pichincha. Educación, números 59-61, octubre-diciembre, 1931, Quito, pp . 56-57.

dista mucho de obedecer a una preocupación de despertamiento y de organización de las masas campesinas e indígenas, de incorpora­ción del indio y de homogeneización nacional.

Si se juzga comparativamente, es decir, si se pretende estable­cer comparación entre la situación del Ecuador con la de otros paí­ses indoamericanos, puede decirse que aquí los educadores han he­cho progresos apreciables en el sentido de crear un sistema educa­tivo bien organizado y bien orientado dentro de los cánones acep­tados de la pedagogía, pero todo con la finalidad de promover la educación de la minoría mestiza dirigente. La preocupación del in­dio, si bien ha llegado ya a los directores del movimiento educativo, no se traduce todavía en acción organizada.

EL INDIO Y LA IGLESIA

EL CLERO Y EL INDIO

El fanatismo del indio ecuatoriano es un hecho innegable. Lo son también la ingerencia directa y personal del cura en la vida del indio, la connivencia y acuerdo del cura y el hacendado, el concor­dato tácito entre el párroco y el teniente político para explotar o dominar al indio, la complacencia de los curas ante los males que sufren los naturales y la falta de sensibilidad social del clero como clase: estos son los factores más significativos del problema del in­dio en relación con la iglesia y con los cuerpos eclesiásticos en el Ecuador. Son fanáticos tanto el indio guatemalteco como el ecua­toriano y el peruano, pero en el país centroamericano se ha desarro­llado en menor escala que en los del Sur la explotación del fanatis­mo en manos del clero; allá el fanatismo corresponde a una emo­ción religiosa más espontánea y por lo mismo más justificable; aquí la religión es un sistema establecido por las clases eclesiásticas. El cura vive del indio. "El nos cía ele comer a tocios" —me decía un pá­rroco—, "a los abogados, a los tinterillos y a los curas." Los curas y los latifundistas se han entendido a maravilla. La enseñanza de la doctrina y otras prácticas religiosas han sido establecidas dentro de la hacienda y forman parte de la rutina de la negociación. Con la separación de la iglesia y del estado "la parroquia," jurisdicción eclesiástica, ha dejado ele tener ingerencia política, esto no obsta

para que la influencia ele dicha unidad eclesiástica, que tiene como representante al cura párroco y como institución central a la igle­sia correspondiente, sea todavía muy fuerte. El cura, el hacendado y el teniente político forman una trilogía tan bien conocida en el Ecuador como en otros países indoamericanos, triunvirato que se entiende a maravilla para perpetuar la explotación y la vejación del indio.

LOS "CARGOS" Y L A S F I E S T A S

El "cargo, 7 7 los priostazgos y mayordomías son formas de or­ganización inventadas por la iglesia para las celebraciones religio­sas, semejantes a las cofradías de Guatemala y de otros países. Di­chas organizaciones eclesiásticas, según se desprende de lo asentado al describir la vida religiosa de las comunidades actuales, no reve­lan la apretada coherencia y el sistema que tienen en Guatemala, por ejemplo; la organización va desintegrándose, sin dejar por esto de ser real. Esto no quiere decir, en mi opinión, que el fanatismo organizado del indio ecuatoriano sea menos fuerte que el del gua­temalteco, en cierto sentido lo es más. La más laxa organización que aquí observamos corresponde a una situación general de flojedad y desaliño en las comunidades todas, que son en el país ecuatoriano mucho menos vigorosas que en México o en Guatemala. Xo es fá­cil dar datos exactos sobre lo que gastan las comunidades indíge­nas en sus celebraciones religiosas, cofradías, etc. Puede asegu­rarse, sin embargo, que el indio ecuatoriano gasta tanto en su religión como sus hermanos en otros países. El "cargo" representa una verdadera carga para los indios a más de ser, por supuesto, una ocasión para la embriaguez. Se me ha dicho que muchos in­dividuos se quedan arruinados a consecuencia del gasto de la cele­bración religiosa. En el Norte, por la región de Otavalo, un hombre que hace el "cargo" tendrá que pagar por la misa 15 sucres; por la banda de música, 50; 25 por el permiso del Ayuntamiento para reventar pólvora, y encima de eso, todo lo que requieran el banquete y la orgía. Calculando unos 200 sucres de erogación total, puede decirse que equivalen a unos 400 días de trabajo.

El ilustre Federico González Suárez, siendo Obispo de Ibarra en 1901, ordenó a sus párrocos que suspendiesen la celebración de misas para los "cargos" y que "combatiesen esta organización para no dar ocasión a la embriaguez desenfrenada que con motivo de

ellas se hacía." La prohibición duró unos 14 años, pero los indios, a pesar de ella, celebraban sus fiestas. Como no podían venir a la iglesia misma en vista de la prohibición, principiaban la fiesta en la esquina, en plena calle, ahí quemaban los cohetes y tocaban la música y seguían después con el programa acostumbrado; en otras palabras, lo único que, según mi informante, se logró con la prohi­bición de González Suárez, fué la supresión de la misa, pero no se consiguió que los indios dejasen de verificar su celebración. Por su parte, los ayuntamientos han elevado la cuota de permiso para cohe-tería, también con el propósito de dificultar las fiestas. Tan arrai­gada está la costumbre entre los indígenas, que, a pesar de todos estos obstáculos, siguen haciendo sus fiestas religiosas en la forma tradicional, de modo que los esfuerzos que se han hecho para pro­hibirlas no han traído otro resultado que aumentar la carga misma que ha querido evitarse. Xo obstante tales resultados con­traproducentes me figuro que en el Ecuador, como en México, de algo ha servido la prohibición para liberar un poco al indio de sus dispendiosas tradiciones.

UN RELATO SOBRE LAS MISIONES DE ORIENTE

Antes de indicar un juicio sobre la influencia de la iglesia en el indio y sobre la responsabilidad del clero en lo que respecta a la emancipación, mejoramiento y elevación de las masas indígenas, es de justicia recordar la obra de los misioneros iniciada desde los primeros años de la Colonia y continuada con fervor y con celo a través de todo el período de la dominación española y aun hasta nuestros días. Pasada la primera etapa de evangelización que co­rresponde a la obra de frailes y misioneros representados por va­rones tan preclaros como fray Bartolomé Las Casas y que se desarrolló en la costa del Pacífico y muy especialmente en la sierra, donde la Colonia sentó sus reales e implantó su civilización, la obra de los misioneros entró al período de exploración, evangelización y civilización del Oriente ecuatoriano, la vasta región que compren­de la hoya amazónica y que constituye hasta nuestros días un mun­do apenas conocido y muy imperfectamente dominado.

La Compañía de Jesús desarrolló la obra más importan­te en el Oriente Ecuatoriano. Vicente Yáñez Pinzón había descu­bierto desde el año ele 1500 la desembocadura del Marañón en el Atlántico; medio siglo después, en 1541, Francisco Orellana descu-

brió y exploró las márgenes del mismo río en el interior del conti­nente, y pasado otro medio siglo, en 1602, los jesuítas de la provin­cia de Quito tomaron a su cargo la evangelización del vasto terri­torio regado por ese noble río. La obra de los misioneros jesuítas lia sido relatada minuciosamente por muchos historiadores. La na­rración más importante y completa es probablemente la ele José Chantre y Herrera en su libro "Historia de las Misiones de la Com­pañía en el Marañón Español," publicada en Madrid en 1901. No incumbe a la naturaleza del estudio que escribo, el relato de la obra de aquellos esforzados misioneros, ni un juicio de la labor que realizaron, todo esto está ya hecho y es cuestión ele historia; sí me parece pertinente decir elos palabras para recordar el espí­ritu de aquella gránele empresa, y quizá nada mejor para el objeto que referirme en concreto a la obra ele uno ele aquellos misione­ros (*), el P. Eaimundo ele Santa Cruz, natural ele Ibarra, descen­diente de una familia noble de España, que pereció ahogado en el río Bobonaza mientras viajaba en exploración relativa a su mi­sión salvadora. Por el año ele 1551 salía ele Quito un pequeño grupo de ocho misioneros encabezados por el P. Cujía. Se dirigían al Oriente, a Maynas, para proseguir la obra de evangelización que desde años atrás 7 'venían desarrollando los jesuítas. Formaba parte de este pequeño grupo ele misioneros el P. Eaimundo ele Santa Cruz, a quien se ordenó que acompañado ele otro misionero se fuese navegando por el Marañón a la región ele los Cocamas, reciente­mente descubierta. "Los Cocamas —escribe el P. Cassani, biógra­fo ele Santa Cruz—vivían en un sitio en la orilla elel río Huallaga, tan vecino a él y tan expuesto a sus avenidas, que era más cenegal que terreno: esta humedad, sobre ser enferma a la salud, era inco-moclísima al trato, y más con la plaga de mosquitos zancudos, de tábanos y ele todas aquellas sabandijas que criándose en la putre­facción, son tormentos vivos que pudren la sangre y la paciencia." En un meelio tan malsano, no es ele admirar que el misionero estu viera a punto de morir, a poco ele iniciadas sus labores; en efecto, pronto fué atacado ele fiebre que lo postró, "perdió —escribe su biógrafo— todo el pelo ele la cabeza, por señal ele donde había cargado más la enfermedad; cayó el pelo, porque era débil, pero no cayó ele ánimo porque era robusto: no hizo cama, porque no te-

(*) Tomo este re la to del estudio de J . Roberto Páez . Un ibar reño i lustre, publicado en la Gaceta Municipal, número 44, Quito, 1931.

nía cama que hacer; no se ayudó con medicinas, porque no tenía posibilidad de alguna con que ayudarse: enfermedad, medicina y salud fueron todos costeados y sustentados de la paciencia, de la pobreza y del sufrimiento."

Nos dice el mismo biógrafo que la lengua de los Cocamas era tan difícil y complicada que los misioneros tenían que predicar por medio de intérpretes. El P. Santa Cruz aprendió la lengua Cocaína y logró formar un diccionario. Aprendida la. lengua se propuso edu­car a los Cocamas en los rudimentos de la agricultura. Logró que se le enviaran de Quito semillas y herramientas y les enseñó a cul­tivar la tierra y a manejar el arado. Muy pronto se ganó la volun­tad de los naturales que veían en él a un maestro y a un director que procuraba su bienestar. El P. Santa Cruz venció la repugnan­cia de los indios y los persuadió a que mudaran el asiento ele su pueblo trasladándolo a un sitio menos húmedo y malsano. Su pri­mer anhelo fue cambiar la habitación de los indígenas, de chozas miserables en que vivían, a casas de adobe con techos de paja, ense­ñándoles él mismo a hacer los adobes y a construir la casa.

Civilizados los Cocamas pasó el P. Santa Cruz al territorio de los Agúanos y Barbados, pueblos que vivían en perpetua lucha en-tre sí, a quienes logró civilizar después de infinitos trabajos.

En aquellos tiempos el viaje a las misiones de Maynas, y en general a la región del Marañón, se hacía partiendo de Quito por la vía de Cuenca; en el Sur del país, y de allí al Oriente atravesando un vertiginoso río. El regreso no podía hacerse por la misma vía, pues las embarcaciones no podían bogar contra corriente y era pre­ciso hacer el retorno por el Perú, viaje largo y penoso. Otro misio­nero y explorador había ya descubierto la desembocadura del río Ñapo en el Amazonas, y el P. Santa Cruz se propuso hacer el reco­rrido del Ñapo desde su desembocadura en el gran río hasta su fuente, con el propósito de encontrar un camino de regreso para los misioneros de la región oriental hasta Quito. La expedición por el Amazonas hasta llegar a la desembocadura del Ñapo y la nave­gación por este río hasta su origen duró cerca de dos meses. Santa Cruz iba acompañado de dos españoles y de una centena de natura­les. La expedición fue tan penosa, que muchos de los indígenas per­dieron la vida. El P. Cassani describe así el término de aquella pe-ligrosa empresa: "Saltó el P. Raimundo a besar la tierra y mandó

saltar a tocia la gente, de la cual dejando en el puerto a uno ele los soldados españoles y algunos indios para guarda ele las canoas, partió con el otro soldado y cuarenta inelios en demanda ele Quito, naciendo el camino por tierra. Tres días tardaron en caminar por las montañas en busca ele Archidona, que encontraron; ya desde allí en camino trillado gastaron siete a Baeza, que está cuatro jor­nadas de Quito, a donde envió el P. Raimundo adelantado el aviso ele su llegada, y quedó para siempre abierta la puerta para las Mi­siones elel Marañón."

Preocupado siempre por el progreso de las misiones evangelL zadoras del Oriente y comprendiendo que era necesario encontrar vías más fáciles y directas ele la capital al territorio donde se des­arrollaban, el P. Santa Cruz preparó una expedición para remontar el río Pastaza, que nace en la sierra ecuatoriana más o meiios por el centro del país y que se derrumba entre abras estrepitosas hacia la cuenca del Amazonas. La expedición llegó a feliz término y San­ta Cruz logró establecer una de las más importantes vías ele comu­nicación entre el centro del Ecuador y el Oriente amazónico. El es-forzado misionero perdió al fin la vicia en su empresa: hacía por tercera vez el recorrido navegando río arriba por el Pastaza y por el Bobonaza, afluente ele aquel, y llegó a El Abra, quebrada espan­tosa de la cordillera andina que cía salida al Oriente. Hizo el mapa de aquella cañada y decidió por último bajar al río. En esta peli­grosa empresa perdió la vicia, navegando en una balsa sobre el to­rrente, chocó contra un árbol que lo atravesaba y pereció ahogado en la impetuosa corriente.

El episodio puede revivirnos la visión de la obra estupenda ele los misioneros, de descubrimiento y dominio del mundo físico y de acercamiento a los hombres de las regiones ignotas que explora-ban. No fue despreciable tampoco la obra civilizadora ele los misio­neros, si bien limitada siempre por la preocupación del proselitismo y por las alianzas con los intereses materiales. Las misiones jesuí­tas del Oriente fueron clausuradas por orden de Carlos I I I cuando se decretó la expulsión de la Compañía de tocios los dominios espa­ñoles. Con la salida de esos religiosos quedaron abandonados los pueblos y las tribus cuya civilización se había comenzado. Poste­riormente se implantaron nuevas misiones en el país, pero una vez más, en el 95, tocios los misioneros fueron expulsados o suspendi-

dos. En la actualidad se han vuelto a implantar algunos trabajos de poco empuje y de menos valor. Un prominente ecuatoriano, cuyo punto de vista no puede tacharse de animadversión en contra de los misioneros, hacía un juicio general sobre la obra de las misio­nes: "Nunca lograron un arraigo definitivo —me dijo—; el trabajo que hicieron desapareció rápidamente, apenas deja vestigio." En la actualidad los misioneros se interesan primordialmente por el pro-selitismo, apenas se desarrollan algunos trabajos de enseñanza y de civilización,

P R E O C U P A C I Ó N SOCIAL D E L CLERO E C U A T O R I A N O

El clero ecuatoriano rural no es una clase absenteísta, como su­cede en Guatemala y en México; está, por el contrario, muy cerca del indio, sea para bien, sea para mal, según quiera uno juzgar. El bajo clero ecuatoriano, el clero parroquial, es indio mayormente. El hecho es de significación, pues por sí mismo explicaría la actitud benévola de la clase clerical hacia el indígena. Sería presuntuoso de mi parte pronunciar juicio sobre la influencia concreta del clero entre los indígenas del Ecuador. En términos generales, me ima­gino que el clero ecuatoriano ha de ser responsable de las mismas culpas que carga en otros países indoamerieanos; no creo, sin em­bargo, que sea más responsable aquí que en otras partes; quizá lo sea menos. Una cosa es cierta: que los cuerpos eclesiásticos ecuato­rianos han dado expresión a una preocupación social que no he­mos oído en otros países. Es significativo en primer término que el más distinguido historiador del Ecuador, don Federico González Suárez, autor de la monumental Historia General de la República del Ecuador, arqueólogo de nota y hombre de ciencia distinguido, fuera durante largos años el arzobispo en el país. Ya se ha dicho cómo durante el período en que él fué obispo de Ibarra, dio dispo­siciones tendientes a la desfanatización del indio. Pocos escritores han visto con mayor claridad que González Suárez la condición del indio, y quizá también el fracaso de la Iglesia para resolverla satisfactoriamente.

E L CONGRESO CATEQUÍSTICO D E 1916

Se debe a la influencia de este eminente ecuatoriano la celebra­ción del primer Congreso Catequístico que tuvo lugar en Quito en

1916, para la consideración del problema indígena. P. Jaramillo Alvarado (*) asienta que el Congreso Catequístico ha dejado un insospechable documento de la condición del indio ecuatoriano en el siglo XX. Los temas principales que trató el Congreso fueron, según los apunta el mismo Jaramillo Alvarado, los siguientes:

"Manera de catequizar a los indios, niños y adultos. La ense­ñanza de la doctrina en las haciendas.

—¿Se debe dejar a los indios en completa libertad para que cumplan o no con sus deberes religiosos, o conviene tenerlos como a niños, bajo cierta tutela del párroco, para facilitarles el cum­plimiento de sus deberes cristianos,?

—¿Qué medidas conviene adoptar para que los indios, al cele­brar las fiestas religiosas, como priostes, no se den a la embria­guez ni gasten inconsideradamente?

—¿Será mejor que mientras no entren de lleno en la civiliza­ción cristiana, queden alejados de celebrar fiestas, como priostes?

—Medios para obtener que los indios concurran a las escuelas y c para vencer la repugnancia de sus padres o hacendados.

—¿Con qué condiciones convendría establecer escuelas de agronomía, para los indios, y escuelas profesionales para las in­dias? ¿Cómo se podría realizar este propósito?

—¿Conviene fomentar el acercamiento de los indios a los blan­cos, para que tomen su civilización, su vestido y su idioma?—En caso afirmativo ¿por qué medios?

•—¿Será eficaz la creación de Un Oratorio festivo para indios, en casa parroquial, para catequizarlos, educarlos y evitar la em­briaguez del día domingo? ¿Será conveniente y útil que indios y blancos concurran al mismo Oratorio festivo?

—¿Cómo se podrá obtener el mejoramiento ele los indios en su habitación, vestido y alimento?

—Medios para eliminar los abusos ele que suelen ser víctimas los indios.

—¿Qué leyes reclama la condición actual ele los inelios, en or­den a su libertad, a su trabajo, a los accidentes de éste y„ a otras circunstancias que los rodean?

—¿Qué instituciones económico-sociales serán adecuadas para los inelios?

(*) P . Jaramil lo Alvarado. ob. cit. pp . 298 y s iguientes .

161 El Indio Ecuatoriano.—11

—Manera de cumplir la Encíclica Laerymabili de su Santidad el Papa Pío X relativa a los indios. ¿Será posible la creación de una Liga Xacional protectora de los indios? ¿Cuáles serían su fin, objeto, medios y organización?

—Deberes mutuos ele los hacendados y ele los indios concer­tados o gañanes, según los principios ele la moral cristiana, rela­tivos al trato, asistencia, lugar, duración y materia elel trabajo, salario y descanso dominical.

—Las Misiones religiosas establecidas en las Provincias Orien­tales del Ecuador."

Las conclusiones a que llegó este importante Congreso son ele gran importancia; se anotarán en la sección que trate ele las medidas resolutivas elel problema indígena. Bástenos decir en este punto que las recomendaciones elel Congreso Catequístico formulan un programa ele acción que ele ponerse en práctica aliviaría consi­derablemente la situación elel indio. Lo importante para nuestro objeto en este lugar es señalar el hecho ele que los cuerpos eclesiás­ticos ecuatorianos se han encarado, aunque sea teóricamente con la cuestión elel indio; esto ya es un crédito valioso que debe abonárse­les. En este respecto, el clero elel Ecuador ocupa una situación dis­tinguida, pues en ningún otro país han visto los ministros con mayor claridad, ni expuesto con mayor franqueza el problema elel inelio y la correspondiente responsabilidad ele la Iglesia.

CAPITULO IV

ASPECTOS GENERALES DEL PROBLEMA DEL INDIO; CRITICA DE SOLUCIONES PROPUESTAS. CONCLUSIONES

A C T I T U D E S S O C I A L E S

Vistos los datos del problema del indio, examinemos somera­mente las actitudes de los grupos nacionales que intervienen o de­bieran intervenir en su resolución. El prejuicio racial de los blan­cos y mestizos no se articula, pero existe. Jaramillo Alvarado lo dice llanamente, "de chagra para arriba, nadie quiere llamarse indio." Muchas personas me dijeron que en el Ecuador, muy par­ticularmente en provincia, la piel cobriza en un hombre y una fisonomía indígena prominente son obstáculos para el matrimonio; las muchachas le harán el feo. Pocas gentes en el Ecuador tienen un interés efectivo en el indio. Los juristas se han adelantado a todos, ellos sí han promovido reformas legislativas de importan­cia. Los literatos han mostrado cierta preocupación favorable a las masas autóctonas, pero en lo general, la emoción dinámica en favor del indio es mezquina.

Poco o ningún aprecio existe por lo que ha dado en llamarse "valores-indígenas," ni la curiosidad folklórica es muy viva ni hay gran aprecio por los artefactos y manufacturas del indio. Mucho de lo que el indio produce, particularmente los tejidos, son en efecto empleados por la gente, pero tal uso no es apreciativo, es, propia­mente, una cuestión de necesidad. Claro que es preferible usar la producción indígena por razones de orden económico, que por moti­vos de sentimentalismo o de snobismo estético, pero puede imagi­narse una situación —sería la ideal— en que el consumo de artícu­los indígenas fuese tanto un fenómeno de la economía del país como un acto de voluntaria aceptación y estima. Los intelectuales de

vanguardia, los maestros y la juventud universitaria, están agitados por hondas y sinceras preocupaciones sociales, pero ellas son de orden general y sólo de manera incidental especifican al aborigen. Anoto; no critico. Me doy cuenta de que el estudio de los problemas fundamentales del país y de la nacionalidad, de que una transfor­mación social verdadera, tendrían forzosamente que llevar a las gentes a ver de frente y con valiente claridad la cuestión del indio. Por la vía de la reforma general llegarán los reformadores, no hay eluda, a la rehabilitación social, económica y moral del indí­gena, pero no deja de llamar la atención la aparente indiferencia de ios directores del movimiento vanguardista hacia uno de los más serios problemas del país. En el Peni los reformistas hablan es­pecíficamente del indio; en México, la Revolución escribió en sus banderas un programa de redención indígena; en Guatemala y Solivia, sin tener revolución a la puerta, el problema indígena queda destacado dentro del pensamiento avanzado. En el Ecuador, en cambio, excepción hecha de unos cuantos escritores que no han formado escuela, la cuestión indígena no figura en la plataforma reformista.

La actitud oficial corresponde a la actitud general. La Carta Fundamental de la República y los estatutos secundarios amparan al indio con preceptos generales que, de aplicarse, darían por resul­tado un cambio radical en la situación del indio; pero las leyes de esta naturaleza son, en el mejor de los casos, ideales nacionales, y a menos de estar empujados por la presión de la conciencia cívica y de una opinión pública exigente, no pasan ele mera literatura política En el campo escolar oficial abundan las ideas generales favorables al indio; no hay maestro a quien se consultó que no se mostrara bien elispuesto hacia el aborigen, pero el propio sistema escolar en operación y las finalidades que se marcan al movimiento de la educación popular, no determinan en verdad ningún programa concreto a su favor.

L A S C L A S E S D I R E C T O R A S

Las clases directoras del Ecuador están todavía actuando en el plano ele clase superior; creen que el bien social ha ele venir de arriba para abajo, que ha ele ser promovido benévolamente y con mesura por los encumbrados. El indio, según esto, se salvará por

medio de una legislación paternalista, con la ayuda de una educa­ción metódica que escurra de lo alto. Es el concepto aristocrático del gobierno. El gobierno ecuatoriano es todavía, en este sentido, colonial. Aun los pensadores de vanguardia, al t ra tar del indio, no escapan a las actitudes condescendientes del aristócrata; sin darse cuenta de ello hablan del indígena como de una criatura in­ferior. Se preocupan por saber si sus procesos mentales son tan buenos como los de los blancos, entran en indagaciones teóricas, verdaderas especulaciones verbalistas, sobre la imaginación del in­dio, sobre su sensibilidad; se preguntan si es capaz de amar a sus hijos, si siente agradecimiento, si es leal, etc. Esta es justamente la actitud que asumieron los buenos frailes y misioneros de la Co­lonia cuando discutían en congresos y concilios sobre si el indio era una criatura irracional o si tenía alma. En el mismo orden xle ideas, los que más quisieran acercarse al indio, los maestros, demos por caso, pretenden hacer un estudio de su mentalidad y de sus con­diciones psíquicas, a fin de poder recetar la fórmula educativa sal­vadora.

A C T I T U D D E L INDIO

La actitud del indio hacia el blanco se esconde en la reticen­cia natural de los aborígenes y en la actitud reprimida que se ha visto obligado a asumir como defensa durante estos 400 años de do­minio y vejación. Dice Garcés ( # ) : "Hay —por parte del indio— una odiosidad concentrada contra el blanco." Probablemente exis­te, pero sus manifestaciones son raras. Cuando el indio se embo­rracha y se le inflama la personalidad, busca pleitos y entabla lu­chas feroces con sus mismas gentes, nunca con el blanco. En el. trabajo diario el indio es amable y sumiso. En la hacienda saluda humildemente a sus superiores, en los caminos no llega ni al saludo siquiera, diferente en esto al indio mexicano. Pero los levantamien­tos en masa son más frecuentes en el Ecuador que en ninguno de los otros países de indoamérica. Hice relato de casos al hablar del problema del suelo; son casos típicos de toda una situación. En su novela "Plata y Bronce," Fernando Chaves pinta un cuadro toma­do de la realidad, de la venganza horrible que tres indígenas ejer­cieron en contra del señorito amo por violaciones a una longa. Va-

(*) Víctor Gabriel Garcés, obra ci tada, p . 23.

ría la actitud de los indios de diferentes regiones. Los otavalefíos y los lojanos, seguros de sí mismos, ven a los blancos de frente, sin desafío y sin odio, pero sin sumisión o vergüenza. Los de la pro­vincia del Chimborazo, aniquilados material y espiritualmente por los gamonales, adoptan ante el blanco la actitud de perros aporrea­dos. En términos generales, el indio del Ecuador ha conservado mejor su integridad que el indio guatemalteco. Sus mismos arres­tos de violencia, sus pleitos cuando se emborracha, los levanta­mientos en masa, sus actos de venganza personal o colectiva, re­velan que la raza no está aniquilada, que está, por el contrario, vi­va. El indio ecuatoriano es un buen leguleyo, pelea eternamente, su terquedad es medio infantil, pero de todos modos su tesón es un buen rasgo. Solamente en Bolivia entre los Aymarás se observa una característica semejante. Pero en el Ecuador el indio parece no esperar nada del blanco, aspira cuando más a que lo dejen en paz. No tiene ni la ansiedad ni el fervor de muchos indios mexica­nos, despiertos ya, pero tampoco, por otra parte, está envuelto en aquella apatía lastimera de los de Guatemala.

I D E A S G E N E R A L E S SOBRE LA R E S O L U C I Ó N D E L P R O B L E M A INDIO

En la sección relativa al problema de la tierra se anotaron los proyectos que se han expuesto por los teoristas y por los hombres de acción para resolver en la parte relativa el problema indio. Igual resena de los remedios jurídicos se hizo cuando se trató del indio y del Estado. No pudo hacerse relato de los proyectos de acción educativa correspondiente, porque, por desgracia, éstos no exis­ten, a más de la mera enunciación del problema y del deseo expreso, pero no especificado, de establecer institutos especiales para la educación del indio. Algunos escritores han formulado ideas o pla­nes de resolución integral que deseo reseñar en este lugar. Víc­tor Gabriel Garcés ve la cuestión globalmente en su tesis sobre el indio, ya citada. Las resoluciones del Congreso Catequístico Ar-quidiocesano Nacional celebrado en Quito en 1916, a que ya se hizo alusión también, contemplan el problema en casi todos sus aspec­tos. Pío Jaramillo Alvarado, a quien he citado frecuentemente en el curso de este estudio, se ha preocupado del problema indígena íntegro; su obra, "El Indio Ecuatoriano," t ra ta los diversos aspec­tos de la cuestión, el histórico, el de especulación sociológica y el

ele idealización nacionalista, y nadie mejor que él, hombre de lucha, ha sabido señalar derroteros para la resolución de tan importante asunto nacional. Si no hago en este punto una reseña de las ideas del doctor Jaramillo Alvarado, es porque ya me he ocupado de ellas en las diferentes secciones de esta monografía.

En su citada tesis dice Garcés que es "absurdo pretender re­solver el problema indígena haciendo tan sólo desaparecer las se­ñales exteriores del indio. La resolución total del problema signifi­caría la formación de una sociedad campesina rural, así como se ha creado una sociedad urbana." Entendemos esta idea del doctor Garcés en el sentido de que el problema del indio es en mucho un problema de socialización que, por otra parte, no podría quedar circunscrito a la sociedad campesina, sino que tendría que refe­rirse a la más amplia sociedad que se llama nación. En otras pala­bras, el problema del indio es un problema de nacionalización. Este autor cree que el cuartel no es conveniente para el indio, ni se le puede considerar como un buen factor de socialización, a menos mientras no se modifiquen las condiciones de la vida del cuartel. Los "capariches" (nombre que se da a los indígenas que ingresan al cuartel como soldados o asistentes), no son ni buenos indios, ni buenos soldados, ni buenos ciudadanos. El clero, si lo deseara, sigue diciendo Garcés, podría hacer una gran obra para la incor­poración del indio, revistiéndose del espíritu de los buenos misio­neros, descargando al indio de todo el fardo religioso y de ritual que le ha echado encima, ilustrándolo. Garcés proclama la nueva escuela rural como uno de los medios que pudieran ser más efi­caces para la incorporación del indio, y declara que la escuela ac­tual del Ecuador, aun la misma del campo, no está capacitada ni por su profesorado, ni por su programa, para ayudar a resolver el problema indígena. Considera que el decreto del 30 de septiem­bre de 1930 sobre escuelas rurales no es más que una bella utopia. Cree que, con las adaptaciones del caso, "sería conveniente copiar la sólida reforma social implantada, en México en beneficio del in­dio." Como hombre que ha visto con seriedad el problema que es­tudia, considera que el mestizaje, que en América hispana es fácil e inevitable, será uno de los mejores medios para resolver el estado del indígena. Es una lástima que el doctor Garcés no ahonde en la cuestión del mestizaje ecuatoriano, estudiando sus modalidades y

procesos. El, como Jaramillo Alvarado, como Fernando Chaves y otros pensadores de vanguardia, está convencido de que no podrá haber solución del problema del indio si antes no se resuelve el pro­blema del suelo. "Queremos revalidar moral y espiritualmente al indio —dice—, comencemos por darle tierras como premio anticipa­do." El jurista habla en seguida: "La organización adecuada de la propiedad es otra importantísima tarea legislativa y política," y luego, en la misma vena de reforma legalista, considera las trans­formaciones que es urgente hacer a las leyes de procedimientos, a la organización del poder judicial, etc. Impugna el monopolio de alco­holes, culpando al Estado de auspiciar el fomento del vicio mayor que posee el indio, el alcoholismo.

R E S O L U C I O N E S D E L CONGRESO CATEQUÍSTICO

Las resoluciones del Congreso Catequístico son de importan cia, tanto porque son una prueba de la preocupación eclesiástica en relación con el indio, como por referirse a algunos de los aspec­tos fundamentales de la cuestión. Dice Jaramillo Alvarado que, por desgracia, la obra del Congreso Catequístico fue meramente literaria, digna de elogio en el pensamiento generoso, pero que no ha sabido traducirse en una sola acción a favor del indio. A pesar de todo, como muestra de la ideología sobre la materia, las resolu­ciones del Congreso son importantes. Las transcribimos en seguida, tomándolas de la obra de Pío Jaramillo Alvarado (*).

"El Congreso cree conveniente que los niños indios sean ca­tequizados en castellano, tanto en la letra del texto corno en la ex­plicación; que los adultos aprendan la letra en castellano y oigan la explicación en quechua, si fuera posible dársela en este idioma. Se anhela porque los párrocos y hacendados contribuyan a la co­rrecta catequización de los indios, sin sujetarlos a trabajos suple­mentarios denominados faenas, y no les pongan otros gravámenes, con pretexto u ocasión ele la doctrina. Se reconoce la necesielad del tutela je de los párrocos y el abuso de los Alcaldes de Doctrina, que deben ser reemplazados por otros agentes.

El Congreso reconoce que el cargo de priostes acarrea a los

( * ) ' P í o Ja rami l lo Alvarado, obra citada, pp . 301-306.

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indios graves daños económicos y morales; y cree que, mientras no entren de lleno en la civilización cristiana, deben quedar alejados de celebrar las fiestas, como priostes, aun cuando espontáneamente se ofrezcan para ello. Mas no siendo la mente del Congreso impedir las fiestas que los indios quieran celebrar por propia devoción, su­plica a la autoridad eclesiástica y a los honorables párrocos, que permitan estas fiestas, con tal que las celebren con espíritu cris­tiano y sin el carácter de priostes.

En orden a la instrucción escolar de los indígenas, el Congre­so reclama el estricto cumplimiento de la Ley de enseñanza obli­gatoria; la fundación de escuelas normales para indios, bajo el régimen ele internado; la enseñanza deberá hacerse forzosamente en castellano.

Se anhela también por la instrucción preliminar agronómica elel indio en las escuelas y la creación de becas para los alumnos aprovechados, en los Institutos agronómicos de dentro o fuera elel país.

El Congreso declara la conveniencia del acercamiento de los inelios a los blancos, en las escuelas, oratorios festivos y sociedades económicas. Se pide intensificar los oratorios festivos para pro­porcionar elistracciones en los días clomingos y evitar la embria­guez. Se estimula el establecimiento ele deportes para indios.

Se hacen votos por ver mejoradas las habitaciones, vestidos y alimentos de los indios, introduciéndose la higiene en la vida cam­pesina.

El Congreso aprueba las siguientes conclusiones ele orden legal:

1? Hace votos por una atinada reforma legislativa, en el senti­do del régimen de libre contratación del arrendamiento de servicios personales, en la relativa a los accidentes del trabajo y al tiempo, lugar y forma del pago de salario.

29 Desea que se fije en un mes, para el indio criado o trabaja­dor asalariado, el tiempo que t ra ta el Código Civil (Art. 1980), como necesario para que haya de ser reemplazado, cuando no pue­de retirarse sin grave incomodidad o perjuicio de su patrón.

3 9 Desea, asimismo, que el desahucio pueda hacerse no sólo an­te la autoridad ele Policía, sino también ante los jueces parroquia­les y sin que el proceelimiento ante estos últimos cause derechos.

á° Considerando que la falta de oportuno otorgamiento de la escritura de legitimación de los niños, en nuestras poblaciones ru­rales, cuando se ha verificado el matrimonio de los padres, trae graves desórdenes en el hogar y perjuicios para los que no están legitimados; recomienda, tanto a la autoridad civil como a la eclesiástica, que adviertan a los contrayentes de matrimonio, antes de su celebración, el deber en que están de legitimar a los hijos comunes en la forma expresada por la ley.

5° Reconociendo la necesidad de proteger la pequeña propie­dad agrícola, encarece a las sociedades científicas, a los colegios de abogados y a los propietarios, que estudien sobre la conveniencia de que se declare incapaz de ser embargada una porción de la pro­piedad familiar inmueble, del campesino, que sea suficiente para asegurar su estabilidad e independencia; pero en condiciones tales, que no se dé lugar ni pretexto a perjuicio de tercero, ni a violación de la justicia.

6? Tomando en consideración: 1? Que muchos indios no tie­nen título de propiedad de los bienes raíces que poseen; 2 9 Que este vicio se nota principalmente en los bienes adquiridos en virtud de sucesión por causa de muerte; 3° Que las formalidades legales pa­ra las sucesiones son demasiado onerosas por el reducido patrimo­nio del indio; 4? Que es práctica ordinaria entre éstos dividir las herencias por medio de actas hechas por el juez parroquial, actas que no tienen valor alguno legal; o 9 Que por las causas anterior­mente expuestas, se les explota miserablemente, induciéndoles a li­tigios en los que sacrifican todos sus bienes; 6? Que la representa­ción por medio de tutores y curadores es impracticable entre los mismos, ya por el poco valor de sus patrimonios, ya también por la falta de personas hábiles para el ejercicio de estos cargos; Acuer­da : recomendar al estudio de la Academia de Abogados, de las so­ciedades jurídicas y al de Ta próxima Legislatura, los puntos si­guientes : l 9 La reducción del término de la prescripción ordinaria a diez o quince años, la de la ordinaria a cinco, y 2 9 Simplificación de los procedimientos judiciales relativos a la sucesión por causa de muerte.

FINALMENTE, el Congreso recomienda la institución de Ca­jas de Ahorro, Sociedades antialcohólicas y Funeraria Nacional, especialmente para indios; la organización de una "Liga nacional

ecuatoriana protectora de indios;" y la propaganda de las relacio­nes entre patrones y jornaleros, ensenando los deberes recíprocos; y hace votos por el éxito de las misiones en las provincias orien­tales."

MODALIDADES DEL PROCESO DE INCORPORACIÓN

El proceso de incorporación debe distinguirse del programa o la política de incorporación. LTno es el desarrollo natural forma­do por las circunstancias del ambiente social, el otro un movimien­to dirigido hacia un fin determinado con más o menos precisión y sujeto a un método bosquejado también con mayor o menor exac­titud. Proceso de incorporación quiere decir, para nuestro objeto, pura y sencillamente, proceso de mestizaje. Es una equivalencia obligada por la historia: el mestizo es el escape del indio, el ca­mino del indio.

MESTIZAJE ÉTNICO Y MESTIZAJE CULTURAL

Es bien sabido que hay dos clases de mestizaje, el que viene de sangre y el que es producto de la manera de vida del individuo; biológico el primero; económico, geográfico y social el segundo, cul­tural en el sentido antropológico del término, cuando cultural sig­nifica el modo de la vida y la costumbre de un grupo. No es preciso t ra tar ahora de los aspectos, modalidades, correlaciones y contra­posiciones de estos dos mestizajes; de cómo el cruce racial, mes­tizaje biológico, provoca, favorece y acelera el otro mestizaje; de cómo, otras veces, son tales las condiciones del ambiente social, que la mezcla de sangre no es suficiente para arrancar al individuo del medio indígena, y entonces, mestizos y todo, hombres de piel blanca, de ojos azules y barbados, seguirán siendo indios, cultural y psicológicamente hablando; de cómo el mestizaje es función de la nacionalidad, más exactamente, del proceso de nacionalización: de cómo en nuestros países incloamericanos existe una estrecha co­rrelación entre mestización y nacionalismo, y de cómo, en conse­cuencia, puede medirse el adelanto en el proceso de nacionalismo estimando sencillamente el desarrollo del mestizaje. No entraremos pues, en esos detalles, pero de todos modos el recuerdo de tales modalidades del proceso de mestizaje nos ayudará a interpretar el

fenómeno de cruce racial, de asimilación, de incorporación étnica y cultural que está teniendo lugar en el Ecuador.

En la sección de generalidades sobre la geografía humana del Ecuador, se habla de los principales grupos étnicos que comprende la población: los indios, los blancos, los negros y los individuos re­sultantes del cruce de estos dos grupos: de blanco e indio, el mes­tizo, de mestizo e indio, el cholo, y los zambos, del cruce de indio y negro. Es inútil pretender una estimación numérica de estos ele­mentos de la población: no se han hecho censos. Anotadas las opi­niones de estudiosos como Wolf y Cevallos, que han intentado el cálculo de la población ecuatoriana, procuremos hacer una estima­ción social de los grupos constituyentes, definiéndolos en términos de sus características objetivas apreciables y valorizados de acuer­do con el peso que actualmente tienen en la vida del país. Dentro de este orden de ideas asiento en primer término, que el Ecuador es un país de blancos. No me olvido que la proporción de blancos, es­trictamente hablando, es muy pequeña; en realidad uso el término "blanco," no en sentido cuantitativo sino cualitativo. Digo, por lo tanto, que la política del país, las influencias dirigentes y deter­minantes son blancas. El gobierno ecuatoriano, las clases intelec­tuales, los hombres de acción, son blancos, que vale decir criollos y coloniales a veces, aristócratas o aristocratizantes, otras. Si quisiera ser un poco más literal, todavía podría sostener mi aserto sobre el color del Ecuador: el gobierno de Quito es claro de piel: de ojos azules los guayaquileños; todos los tenientes políticos que conocí eran de epidermis desteñida y el hablar de todos tiene una flui­dez castiza, no obstante deslices del subjuntivo, que lo transporta a uno a tiempos de la Colonia. El ex presidente Ayora es bastante indio, y si sus enemigos querían insultarlo, no tenían sino echárselo* en c a r a . . . Desde este punto de vista, México y El Salvador, y, en un grado poco menor, el Perú, son ya países de mestizos, digamos más exactamente siguiendo la terminología sudamericana, de cho­los; Guatemala y el Ecuador, y probablemente también Bolivia r

lo son de blancos, o de mestizos blanquizcos. El mestizo ecuatoriano tiene la tez deslavada y los ojos claros;

eso revela lo leve que ha sido el cruce racial. La masa indígena, nu­merosa, está a un lado, los blancos —criollos y mestizos— por el otro, el proceso de periferación es leve; va efectuándose, a buen se­guro, pero lentamente. La población del Ecuador tiene mucho de

estática, regional, localista. Las hoyas andinas son tanto regiones naturales cuanto comarcas culturales; pequeños mundos aislados en gran parte unos de otros. Cada hoya tiene una capital: Ibarra, Quito; Ambato, Eiobamba; Cuenca, Loja. El país sufre de quietis­mo material: falta de comunicaciones, comunicaciones difíciles. Muchos ecuatorianos han establecido una compensación para ese quietismo y para ese aislamiento material: se han abierto caminos espirituales con el mundo a través de los mares, por sobre las cum­bres de los Andes; los que pueden leer, leen mucho y con buen provecho, miran a Europa y miran a América. Esta inquietud es­piritual, si bien augura movilizaciones internas en lo futuro, aun no las produce. La Costa es más movida y fluida; tiene también su capital, Guayaquil; pero el trópico ha amalgamado a la pobla­ción y los llanos facilitan el tránsito de las gentes. La homogeneiza-eión étnica ha avanzado más en el litoral que en la sierra, porque la mezcla humana como otra unión cualquiera, está supeditada a las posibilidades del contacto: el mestizo es producto de choques, de corrientes encontradas f de testereos; cuando la población es estática, el mestizaje tendrá que ser, como en el Ecuador, un proce­so débil, quieto y lento; subrepticio.

D E F I N I C I O N E S D E G R U P O S D E P O B L A C I Ó N

Siguen algunas definiciones de los grupos de la población ecua­toriana, definiciones sociales y culturales, que las propiamente an­tropológicas no vienen al caso en esta sección. Indios. Dice Gar­cés (*), que se es indio tanto por la morfología física, externa, como por la morfología moral e intelectual. "Indio es todo aquel que perteneciendo a la raza autóctona propia, vive en forma tal que participa de las tendencias y usos que a los demás les son co­munes."' "Él individuo que teniendo los rasgos físicos del indio ha logrado sistematizar su existencia de modo de producir mejora­miento, por obra de factores educativos que se le proporcionaron y se pusieron a su alcance, está en condiciones felices para cam­biarse, para transformarse y volverse igual en cultura a cualquier individuo de la especie humana, con quien tenga que parangonarse

C :) Víctor Gabriel Garcés. "Condición Psíquico Social del Indio en la Provincia de Imbabura . El indio factor de nues t ra nacionalidad." p . 85

Los cholos conservan mucho del indio.

y sufrir sus influencias." Osear Efrén Reyes, tratando del mosaico étnico del país, al iniciarse la República, da una definición des­criptiva de indios que es bastante justa aun en la actualidad. "Hay —dice— una indiada inmensa, parte esclavizada en poder de los grandes terratenientes y parte recluida en sus comunidades irreductibles, formando un estado dentro de otro estado; y otra parte, errabunda por las selvas, en estado salvaje todavía.*' (*),

Longo. En el lenguaje corriente actual, significa indio joven, más exactamente, los que no pasan de los 18 años. En el tiempo en que escribió Cevallos se llamaban longos también a los que no habían hecho todavía de alcaldes de doctrina, ni gastado como priostes en la celebración de algunas fiestas de iglesia. Longos eran, pues, los adolescentes que no habían entrado de lleno a las respon­sabilidades de la comunidad.

Cholos. El cholo es un mestizo, producto del cruce del indio con otro mestizo. El término tiene una connotación social, sutil pero muy perceptible, tanto en el Ecuador, como en Perú y en Bo-livia. El cholo apenas escapa de la condición de indio, vive por lo

(*) Osear Efrén Reyes, ob. cit. p . 311.

común en los territorios de los indios, es el mestizo de las parro­quias rurales y de los poblados y también el pueblo bajo de las ciu­dades. Su indumentaria campesina, distinta de la del indígena y carecterística, conserva no obstante obvias supervivencias. El ana­co de la india se lia convertido en una pollera, enagua de franela o de bayeta de un solo color encendido, ancha y muy plegada. La íaehalina es muy parecida, aunque de mejor clase que la que porta

Cholos de la par roquia de Plores . Apenas han salido de la condición de "indios."

Las comunicaciones en la provincia de Pichincha facil i tan la incorporación del indio.

la india. El poncho del cholo es idéntico al del.indio, pero en cuanto a color se observa un fenómeno inverso al del traje femenino. El anaco de la india, es sobrio de color, la enagua de la chola, en cam­bio, es chillona; por otra parte, el poncho del indio es de colorido más alegre que el del cholo. Los sombreros de los cholos y de las cholas son un poco menos llamativos qx\e los de los indios, más pequeños, de color más apagado. De todos modos, los cholos, hom­bres y mujeres, usan sombrero de idéntica forma y color, así como sucede con los indios y las indias. El parecido de ocupación y de postura no se ha perdido por completo. Las cholas de las pequeñas parroquias rurales, que viven en las casas del casco de la población, en pueblos a la española, hilan todavía como sus hermanas indias de las chozas de las parcialidades circundantes; pero la india teje en las chozas, en los caminos y en los mercados, la chola lo hace únicamente en la casa. Cuando se viene a la feria, cansada del aje­treo del día, con la carga leve a la espalda atada en fachalina o pañolón, tanto la india como la chola se sentarán quietamente en la banqueta en las orillas de la plaza. No obstante estas semejan­zas, la chola está removida de la india por muchos peldaños de

evolución social y espiritual. Garcés (*), que idealiza justamente al cholo en cuanto al papel que debe jugar en el proceso de na­cionalización, dice: "El cholo es el pueblo, la gran masa, clase media de la sociedad llamada a integrar los destinos del país."

Montubio, Chagra. El montubio es el mestizo campesino del li­toral ; el campesino del interior recibe por lo común el apelativo de chagra. Aunque los cholos pueden ser, y muchos son de hecho hom­bres del campo, también son "pueblo" en las ciudades. Montubio y chagra, en cambio, son términos que designan exclusivamente a gente del campo. Juan Montalvo ha descrito magistralmente al chagra. "Chagra es lo que el guajira en Cuba, lo que el sabanero en Bogotá. Hombre de zamarro si a caballo; de pantalón si a pie. Chagra sin poncho no lo hay; la funda del sombrero, cosa suya. El chagra es mayordomo rural de nacimiento: tiene muía, yegua; ca­ballo, rara vez. Si le obligan a sentarse en la mesa, pues hay cha­gras calzados y tocados, no sabe el infeliz qué hacer de la cara y de las manos. Cuando este humilde personaje deja la chagra, no su fémina, sino su mansión rústica, y empieza a sacar los pies de las alforjas, es personaje terrible: chagra con botas, presillas, ca­chucha y galones, abrenuncio."

Dice con exactitud Pío Jaramillo Alvarado (•**). "La diver­gencia de castas en el Ecuador es más acentuada que la de origen étnico, como lo evidencian: por una parte, la multiplicidad de las clases sociales, de graduaciones no bien definidas, pero caracteri­zadas por la persistencia de las más extrañas y funestas preocu­paciones de antaño, y, por otra parte, la profunda separación en que viven los habitantes de las ciudades y los pobladores del campo, tal como si se t ra tara de dos .nacionalidades d i s t in tas . . .

Tgero la gravedad de la farsa social está en que, de chagra para arriba, nadie quiere llamarse indio."

En la provincia de Pichincha, asiento de la capital de la Re­pública, la movilización de población, las intercomunicaciones en­tre pueblo y pueblo y la acción más vigorosa y sistemática del go­bierno, han ciado por resultado mayor adelanto en el proceso de

(*) Garcés, obra ci tada, p . 73. (**) P . Jaramil lo Alvarado, "Réplica al Estudio Crítico del señor Dr.

Luis Felipe Borja, sobre "E l Indio Ecua tor iano ," revis ta de la Sociedad Jurídico-Literar ia , enero-junio. 1929. pp . 178 y 179.

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El Indio E c u a t o r i a n o . — 1 2

homogeiieización y asimilación que en otras partes de La Sierra. El indio no lia desaparecido de Pichincha, se le ve por todos lados, pero el proceso de culturización avanza rápidamente. Los indíge­nas vienen a la Capital y se tranforman insensiblemente en cholos, en gentes de la clase baja, en sirvientes, en jornaleros, en modestos manufactureros y comerciantes. Las clases populares quiteñas, si bien reconcentradas y coloniales en muchos de sus usos, dejan ver la fuerte corriente indígena que en gran parte las constituye. En el campo, la población indígena va convirtiéndose sencillamente en una población campesina y rural en la que se pierden las caracte­rísticas exteriores del indio y aparecen las del ecuatoriano. El es­tándar de vida es más alto en esta provincia de Pichincha que en ninguna otra de las serranas; son también más elevados.los jorna­les del campesino. Conviene recalcar el punto que ya se estableció en la sección relativa a las haciendas, que conforme el jornalero indígena recibe mejor salario, en un medio superior también, como es el de Pichincha, su rendimiento es mayor y su calidad como tra­bajador mejora.

MESTIZAJE EN LA COSTA

Ya se ha dicho que, hablando en términos generales, en La Costa no hay indios. Tengo la seguridad de que si existieran censos en el Ecuador, podríamos observar un fenómeno semejante al que revelan las estadísticas guatemaltecas: que conforme pasa el tiempo va teniendo lugar un lento desplazamiento de la población serrana hacia el litoral. En La Costa no hay indios, no porque la población indígena quede absolutamente circunscrita a los altos, sino porque La Costa amestiza al indio. Ser indio, ya se ha dicho, pero es nece­sario repetirlo, no es únicamente una cuestión de sangre, de raza; es una cuestión de economía y de costumbre. Ser indio, en cierto sentido, es vivir en una pequeña parcela indígena, hacer agricultura primitiva e individual, familiar a lo sumo, cultivar únicamente los productos que se han de consumir, aprender la doctrina en la ha­cienda y pagar la enseñanza con una fainita, portar poncho y lle­var el pelo l a r g o . . . Cuando el individuo queda sometido a un ré­gimen agrícola diferente y cuando el clima obliga a cambiar la in­dumentaria, es como si se hubiera dejado de ser indio y se ingre­sara a un grupo étnico distinto. Este cambio circunstancial de­termina el derrumbe de los prejuicios y antagonismos sociales y

facilita, por lo mismo, la mezcla de los elementos de unos grupos étnicos con otros. Tengo el convencimiento de que los prejuicios sociales, digámoslo más claro, los raciales, si bien no muy francos en el Ecuador y en los otros países indoamericanos, son, a pesar de todo, suficientemente fuertes para impedir en gran parte el proce­so de asimilación y liomogeneización. Si la ocasión para tales pre­juicios deja de existir, como es el caso cuando el indio oculta su identidad por cambio de territorio o de indumentaria, la mezcla se hace fácil y el proceso se precipita. Todo ésto explica, sin duda, el hecho de que la costa ecuatoriana, como la guatemalteca, la pe­ruana y la mexicana, sea típicamente región de mestizos.

INFLUENCIA DE LAS HACIENDAS EN EL MESTIZAJE

La hacienda costeña es incuestionablemente una de las más importantes agencias determinantes del mestizaje, por las condi­ciones generales a que acaba de aludirse, por la mejoría de los sa­larios, por las oportunidades para la socialización mediante el con­tacto y el roce de unas gentes con otras, y por el vigor de la organización social obrera que se ha implantado ya en el litoral con el apoyo de una legislación favorable, que organiza a las ma­sas colocando al individuo dentro de un ambiente social que de­termina, a la par que su liomogeneización, su mejoramiento y ele­vación y la consiguiente singularización de su personalidad. El sindicalismo, la organización obrera en general, constituye, aunque a primera vista parezca paradójico, un ambiente social mucho más adecuado para la individualización, que el ambiente netamente in­dígena. La hacienda de La Sierra no es, ni con mucho, tan eficaz como la de La Costa para promover la transformación del indio, pues ésta subsiste como institución económica y social, está de hecho constituida, sobre la base de mantener al indio en una condición de dependencia y de sumisión feudales. Mientras que la hacienda costeña destruye al indio, pero lo pone en el camino de la ciudada­nía, gracias a la influencia de defensa social que la legislación y las organizaciones obreras determinan, la hacienda serrana aniqui­la al indio espiritualmente pero lo conserva intacto en lo exterior, haciendo de él un\siervo de la gleba.

E L SERVICIO DOMESTICO Y E L M E S T I Z A J E

Algunas personas creen que la costumbre ele los servicios do­mésticos que desempeñan los indígenas en las poblaciones de La Sierra constituye un medio no despreciable de culturización. Por lo que respecta al servicio de huasicamía que deben prestar los indios conciertos en las casas de los amos, estoy seguro que muy poco o nada ha de contribuir a dicho proceso de mejoramiento, a juzgar por la manera como estos pobres indios viven en las casas de sus patrones.

Es costumbre recibir a niños o jóvenes indígenas —hombres y mujeres —en las casas de los mestizos y de los blancos en cali­dad de sirvientes, con la obligación tácita o expresa por parte de quienes los reciben, de atender a su educación y mejoramiento. En muchos casos esto es una verdadera donación que los indios hacen de sus hijos a las familias de la ciudad. Los longuitos viven en su nueva casa desempeñando los trabajos que se les encomiendan, pero al mismo tiempo reciben cuidados y atenciones familiares, y en muchas ocasiones se les da escuela. Llegados a la mayor edad, los longuitos buscarán su vida como mejor puedan; las longas, cria­das de la casa propiamente, corren la suerte de esta clase de mu­jeres: serán víctimas de cualquier galán esquinero, se escaparán con el sirviente de alguna otra casa, o se juntarán con algún sol­dado. Unos y otras, longos y longas, ingresarán a la vida popular de la ciudad, llegarán a formar parte del "pueblo." Es claro que el fenómeno que se ha descrito es un medio de culturización del indio y de incorporación al medio ambiente social aunque muy dé­bil, pues por su misma naturaleza es muy limitado.

En el Ecuador no existe el servicio militar obligatorio. El ejér­cito se recluta entre las clases populares en las ciudades y en los pueblos más importantes, pero no necesariamente entre las clases netamente indígenas. Es indudable que aun en estas condiciones, el servicio militar contribuye en parte a la nacionalización del in­dio, pero no es, ni con mucho, el importante medio de incorporación que es en Guatemala o en Bolivia.

¿ E S T A E L INDIO P R E P A R A D O P A R A L A I N C O R P O R A C I Ó N ?

Cabe preguntar si el indio ecuatoriano está listo para la in­corporación. Los de Oriente, si se recuerda lo que se ha dicho sobre

sus condiciones culturales y se tienen en cuenta el alejamiento de la región y las dificultades de comunicación con el resto del país, están bien lejos de su incorporación al medio nacional. Los de La Sierra, que es donde viven casi todos los naturales, se encuentran en diferente grado de posibilidad y de capacidad para la incorpora­ción. Las posibilidades de incorporación en el centro, en las regio­nes que caen bajo el radio de influencia de las ciudades más impor­tantes y donde las comunicaciones son más fáciles, son muy gran­des. Hay zonas como las de Otavalo y las de Loja, donde el indígena ha podido conservar su vigor físico y su integridad espiritual, sustentándolos sobre una base económica más o menos suficiente. Estos indios no solamente están perfectamente capacitados para ingresar a la vida nacional, sino que serán elementos muy va­liosos para la nación.

CRITICA DE SOLUCIONES PROPUESTAS AL PROBLEMA INDÍGENA

Las ideas, proyectos y acciones tendientes a resolver el pro­blema indígena en el Ecuador pueden agruparse en cuatro capítu­los: la solución legal, la vía pedagógica, la acción eclesiástica y la solución económica.

L A S O L U C I Ó N L E G A L I S T A

En la sección de esta monografía que t rata del indio y el E s ­tado y en la parte relativa al problema de la tierra, se hizo una amplia exposición de la legislación ecuatoriana relacionada com los indígenas. Se dijo ahí que los estatutos y ordenamientos han sido abundantes, las más veces esclarecidos y siempre bien intencio­nados. Desde la Legislación de Indias, restaurada durante los pri­meros años de la República, hasta las más recientes expediciones legales, todos los estatutos han tendido a proteger al indio tanto de sí mismo como de la garra del explotador blanco y mestizo, preocu­pándose también por el mejoramiento económico y social de los naturales. Pero la legislación ha resultado ineficaz; con leyes y todo el indio ha sido despojado, vejado, explotado; su salvación no depende únicamente de medidas legislativas. Mucho hay que agradecer a los juristas ecuatorianos el interés por los naturales; ellos fueron los primeros en ver el predicamento del indio y la

necesidad de una resolución; la que intentaron lia sido ineficaz, pero no inútil ; ineficaz, porque el problema indígena tiene otros aspectos a* más del meramente legal, pero provechoso siempre, porque sin la base legislativa sería muy difícil intentar la acción por otras vías.

Pero no habría que insistir en la expedición de más reglamen­taciones;' la fundamental ya se tiene y es de sobra suficiente. Hace falta la formación de una conciencia cívica nacional sensitiva al problema indígena, y de una opinión pública que se imponga y exija el cumplimiento de las leyes, y también la creación de los instru­mentos de ejecución sin los cuales la legislación, pese a las de­mandas de una conciencia nacional o de una opinión pública inte­ligente, sería de todas maneras letra muerta. Bien dice Osear Efrén Reyes, el problema no es de "leyes, ante todo," sino también de hombres que sepan entenderlas y practicarlas, y yo digo además, de instituciones destinadas a traducir en acción social la mente del legislador y la voluntad del ciudadano.

LA S O L U C I Ó N PEDAGÓGICA

La solución pedagógica escolar ha sido, con la legislativa, la panacea para todos los problemas de las democracias americanas. El Ecuador no ha escapado a la regla y la receta que se ha dado para el mal del indio en particular ha sido siempre: escuelas. Dice el profesor Reyes, "El problema del indio merece, del conservador, como de muchos liberales ricos, un criterio netamente pedagogis-t a ; aunque reconociendo el peligro que entraña, para la existencia misma de la aristocracia territorial, la captación indefinida de indios y tierra" (*), pero no obstante que conservadores y libera­les republicanos de la primera época y socialistas de la de hoy, han recurrido, en teoría, a la prescripción escolar para el indio, el hecho es, como se dijo en la sección respectiva de este estudio, que el in­dio y la escuela no se han encontrado todavía en el Ecuador. El indio no concurre a. las pocas escuelas fundadas en aquellos luga­res donde hay población indígena. Es el mestizo, habitante del pe­queño núcleo de la parroquia, quien por lo común se aprovecha de ellas. Las niñas indígenas de ninguna manera concurren. El indio

(*) Osear Efrén Reyes, obra citada, p . 307.

adulto no tiene escuela y todavía hay grandes regiones del país en La Sierra y en La Costa, para no hablar del Oriente, a donde no ha llegado la escuela. No cabe hacer, pues, la crítica de un remedio que ni siquiera se ha usado; digamos, en cambio, dos palabras so­bre la prescripción misma.

Educar al indio, se dice. ¿Educarlo para qué? ¿Con qué ob­jeto? ¿De qué manera? Enseñarlo a escribir, a poner su nombre digamos, que es a lo más que llegan las escuelas mutiladas de los poblachos del Ecuador y de otros países; enseñarlo a firmar. Los indios de Guatemala no quieren aprender a firmar, porque saben que muchas veces, con maña, se les lleva a poner una firma que re­sulta después en contra de ellos. Algunos indios de Guatemala que han aprendido a firmar pretenden no saber hacerlo, como un acto de defensa. Los indios ecuatorianos, los leguleyos y muy vivos de Otavalo, si se les constriñe, dirán que en efecto desearían que sus hijos fuesen a la escuela para aprender a leer y a escribir y puedan ser tinterillos, y muchos indios de México quieren que sus hijos que van a la escuela aprendan a ser "secretarios." ¡ Triste finalidad la de la educación que queremos darles! No es por el camino de esa escuela del silabario, por donde hemos de llegar a la salvación del indio; no es por el camino de ninguna escuela como agencia pe­dagógica formal, por donde hemos de salvarlo. Se requiere una transformación no ya de programas y de métodos, sino del con­cepto mismo de la finalidad educativa y de la función escolar. Fernando Chaves, maestro ecuatoriano de vanguardia, ve ya muy hondo en el problema, "Al hombre del campo —dice— le interesa mucho más la vida de las plantas que el alfabeto." "Las escuelas para indígenas —añade— habrán de enseñar una historia tónica que exalte las virtudes de la raza y una cívica que exalte los dere­chos; una geografía con vista a la geografía comercial e industrial y que desarrolle el país. Además, en lo práctico, enseñanza agrícola y de pequeñas industrias, y con los adultos desanalfabetización e información sobre asuntos nacionales y mundiales," Es amplia la visión de Chaves, pero no suficientemente radical. Al indio, en efec­to, le interesa más la vida de las plantas que el alfabeto, pero más que todo, aunque no nos lo diga, le interesa su propia vida y, tanto como ella, la conservación de su parcela y su acrecentamiento; y, aunque tampoco lo diga, le ha de interesar, pese a los ingenuos que lo creen desprovisto hasta de amor a la prole, el bienestar de sus hijos. Estos son los campos básicos en los que la escuela tendrá

que laborar si va a ser una institución que resuelva, en parte si­quiera el problema del indio. Y tendrá que ser también una agencia socializante, de capacitación y de rehabilitación vecinal y der inte­gración nacional que reconstruya la vida de las comunidades y de los pueblos con estos dos compromisos a la vista: el de la leal­tad a la tradición vernácula y el de la sujeción a los ideales nacio­nales.

L A S O L U C I Ó N E C L E S I Á S T I C A

La solución eclesiástica ha tenido una experiencia de 400 años en el Ecuador. Primero, frailes y misioneros, con afán de aventura, con visión, fervorosos, que acompañaron a los capitanes de la Con­quista en los primeros días de la empresa y que los dejaron des­pués enriqueciéndose en las ciudades que establecieron, para in­ternarse ellos más y más lejos a las regiones a donde no llegaba la Colonia; después, una iglesia organizada y toda la maquinaria ecle­siástica que es parte del gobierno al principio, y en todo tiempo, hasta nuestros días, influencia decisiva en la vida del país. Más que en ninguna otra de las agencias sociales, la iglesia se ha avo­cado el problema del indio. El resultado del experimento está a la vista: Las misiones de Oriente nunca prendieron; el indio de la sierra abandonado o embrutecido; el clero aliado con los intereses de la' explotación; las instituciones educativas de la iglesia, desti­nadas a entrenar sacerdotes o a educar a los niños y a las niñas "bien" en los centros de población. En todo mi extenso recorrido en la sierra ecuatoriana, sólo vi como exponente de la acción esco­lar de la iglesia entre los indios, aquella escuelita lastimosa de una parcialidad de Colta, donde el indiecito hace sumas con trillones y se X3ersigna antes de emprender la operación. Y no es que el clero ecuatoriano sea insensible al problema del indio, dicho sea en su abono, ya que ni en México, ni en Guatemala, ni en el Perú, ni en Bolivia, como clase, muestran los sacerdotes tanto interés por los naturales como en el Ecuador. Prueba de su interés es el notable Congreso Catequístico que uno de los más ilustres de los sacerdotes de América, el ecuatoriano Federico González Suárez, convocara; pero prueba también de la futilidad de la solución eclesiástica es el mismo Congreso. Jaramillo Alvarado lo dice: "buenas resolucio­nes nada más." La solución del problema del indio requiere una vi­sión social, una emoción nacional y nacionalista que el clero, súb-

dito de Roma, no puede alentar. Sin hacer memoria de todos los crímenes sociales que pueden atribuírsele, se comprende fácilmente que la Iglesia, cuya finalidad es hacer ciudadanos del Cielo, no es la institución más adecuada para hacer ciudadanos del Ecuador, ni de ningún otro país.

LA SOLUCIÓN ECONÓMICA

La solución económica del problema del indio se anuncia, se esboza; no se ha intentado. Tocios los de esta generación que se han preocupado ele la cuestión tienen la seguridad ele que el problema de la tierra tendrá que resolverse antes de poder llegar a una solu­ción integral de la situación indígena. El arreglo del problema de la tierra en el Ecuador, implica cíesele luego la distribución o cuando menos el reajuste del latifundio. Por fortuna el Ecuador cuenta to­davía con muchos indios que han conservado su tierra así sea en extensión limitada; con éstos la obra de reconstrución económico-social no implicaría trastornos violentos en el régimen de la propie­dad capitalista; el camino está expedito para la implantación ele un programa de rehabilitación económica que tendrá que constituir en tocias partes un importante capítulo ele la resolución del proble­ma indígena. En otras regiones no queda más recurso que el frac­cionamiento del latifundio y la dotación ele tierras, así como la restitución ele todas las que ele derecho pertenecen a las comunida­des indígenas. Jaramillo Alvarado, en un arranque ele lógica des­esperada, presenta, hablando del problema ele la tierra, los dos ca­minos posibles para el Ecuador: "o que se proceda a plantear la cuestión agraria por el Estado dentro de un régimen socialista, o que el pueblo delibere con el fusil en la mano los programas me­dio y máximo del reparto ele las tierras y resuelva en la revolución la cuestión social" (*). Pero la solución económica no es única­mente un arreglo de la cuestión del suelo, si bien tratándose del indio dicho arreglo es fundamental y temdría que ser el primer paso que se diera en muchos casos. Otros aspectos ele dicha solución tie­nen que ver con la capacitación económica ele las comunidades in­dígenas, con el entrenamiento para una producción más eficaz y con la enseñanza de las prácticas de asociación y de cooperación, sin las cuales el pequeño agricultor en estos tiempos de grande empresa estaría condenado al fracaso.

(*) Pío Jaramil lo Alvarado, obra citada, 2^ edición, p . 328.

CONCLUSIONES

Los hechos, observaciones y reflexiones apuntados en esta mo­nografía pueden resumirse en las siguientes conclusiones:

1. La Costa, La Sierra y el Oriente constituyen tres regiones naturales del Ecuador, importantes por todos conceptos. Desde el punto de vista étnico, La Costa es preponderantemente mestiza, si bien la pequeña proporción de población negra tiene su asiento en esta región; La Sierra es indígena en primer término, por lo que a números respecta, pero es también el territorio donde habita la mayor parte de los mestizos y de los blancos; el Oriente ecuatoria­no, remoto y repelente, casi todo en disputa con el Perú, comprende unos cuantos núcleos de población mestiza y está habitado por tri­bus nómadas, migratorias y trashumantes de indígenas en un es­tado de cultura más o menos primitivo.

2. El regionalismo ecuatoriano, fenómeno determinado tanto por la influencia indígena vernácula como por el localismo defen­sivo de los asientos coloniales y por la dificultad de las comunica­ciones materiales, es un factor de peso en la vida del país y en particular en el problema de la incorporación del indio y de la liomogeneización nacional.

3. La población ecuatoriana es esencialmente rura l ; más de fres cuartas partes de la gente viven de la tierra y se ocupan en la tierra. Los indígenas serranos son típicamente agricultores en pe­queño, tan fuerte es el vínculo entre el indígena y su parcela, que cuando queda roto sobreviene una desintegración de las comunida­des y un cambio definitivo de la vida individual.

4. No se han levantado censos en el Ecuador. Se calcula la po­blación en unos dos y medio millones de habitantes. Se ha dicho que el país, sin contar el Oriente, podría fácilmente dar albergue a una población cinco veces mayor. La proporción ele indios, mesti­zos y blancos es variable según la región. En La Costa preponderan los de los dos últimos grupos mencionados; en La Sierra, en cambio, el indio aventaja grandemente en números a los otros. Pro­bablemente la población indígena serrana constituye de dos tercios a cuatro quintos de la total, el mestizo propiamente dicho se lleva como el 20% y el blanco no representa sino una pequeña fracción. De todos modos, el mestizo ecuatoriano es, en términos generales,

mi individuo más blanco que el mestizo peruano o mexicano, hecho revelador de la lentitud con que viene teniendo lugar el cruce racial.

5. En los tiempos muy antiguos, coincidiendo probablemente con los comienzos de la Era Cristiana, el territorio ecuatoriano es­taba poblado por un gran número de tribus y pequeñas naciones que no alcanzaron relieve cultural notable. Entre ellos sobresalie­ron los Caras, que subieron a la región alta como por el siglo IX y establecieron el reino de Quitu que extendió sus dominios por la comarca. Hay evidencia arqueológica que revela que en aquellos primeros tiempos el Ecuador recibió influencias mayas y también del Sur, probablemente correspondiendo a la época del Tiahuana­co. A mediados del siglo XV, los Incas del Cuzco llegaron a terri­torio ecuatoriano e implantaron el Imperio, haciendo de Quito una segunda capital. La influencia incaica que duró apenas unos cin­cuenta años, pues fue interrumpida por la conquista española, ha dejado, no obstante, huella, hasta nuestros días.

6. La población indígena de La Sierra forma un grupo bastan­te homogéneo, étnica y culturalmente hablando, mucho más que el mexicano y el guatemalteco; el quechua es prácticamente el idioma de toda esa población. Las manifestaciones culturales son muy se­mejantes. Esto no obstante, la población indígena serrana.muestra variaciones locales de alguna consideración.

7. Los indígenas de la sierra ecuatoriana no forman "pue­blos" como sucede típicamente en México y en Guatemala. Esto no quiere decir, sin embargo, que no se observe en muchas partes una cierta concentración de las casas, que llegan a constituir propia­mente un pueblo. Por regla general, la población está asentada en parcialidades formadas por las parcelas indígenas dentro de cada una de las cuales se levanta la casa del dueño. La población indíge­na está perfectamente fija pero es un poco dispersa. Como los pre­dios son por lo común pequeños, la dispersión no es excesiva, sin embargo. Las parcialidades constituyen anejos de una parroquia rural, unidad política en la que se ha localizado también un cen­tro de población chola ,y mestiza. Por lo común estos núcleos son pequeños, sobrepasándolos en mucho la población indígena de la circunscripción.

8. En todo el extenso valle interandino, que es La Sierra, pueden distinguirse tres tipos de habitación indígena: casas de ado­be techadas de teja, casas de adobe techadas de zacate y casas de

zacate. Estos tipos representan variaciones en la condición econó­mica de los dueños, más bien que en otras condiciones culturales. Los indígenas que habitan el páramo, las regiones altas de las ho­yas andinas, viven en chozas más humildes que aquéllas, de piedra y zacate, semienterradas bajo la superficie del suelo.

9. El indio ecuatoriano es fuerte físicamente, fornido y bien hecho; parece menos agobiado por las enfermedades que sus her­manos de otros países.

10. El vestido indígena muestra variaciones menores de re­gión a región. El indio usa por lo común tanto prendas de lana como de algodón, a diferencia del guatemalteco, que sólo se vis­te de algodón, y del peruano y boliviano, que usan casi exclusiva­mente telas de lana. La indumentaria de los varones tiene ya poco de característica: consiste de camisa y calzón de manta sin ornamentaciones de ninguna clase, excepción hecha de la faja te­jida y bordada que se lleva a la cintura; se usan ponchos de va­riados colores y sombrero de fieltro también de color. Las mujeres se visten con una enagua enredada, el anaco, que se sujetan a Ja cintura con una faja semejante a la que usan los hombres; se cu­bren el busto con camisa de manta o de lana, algunas, y todas con algún paño de color variable, de lana, franela o algodón. Todas las mujeres usan sombreros exactamente iguales a los de los hom­bres. La mayor parte de los indígenas ecuatorianos, hombres y mujeres, llevan el pelo largo. Todos andan descalzos.

11. Casi toda la indumentaria es manufacturada en las casas, desde el hilado hasta la confección. Se va generalizando ya la costumbre, sin embargo, de comprar la manta de fábrica para las camisas y los calzones de los hombres. Cada familia, por lo ge­neral, hace su propia ropa, pero también va siendo muy frecuente el caso de familias que ya no tejen las telas sino que las mandan tejer dando, para el efecto, lana, ya hilada, casi siempre. Los sombreros y los ponchos son generalmente un producto especiali­zado, es decir, hecho por determinados operarios en la comuni­dad y vendidos en el mismo vecindario o puestos a la venta en los mercados.

12. El indio ecuatoriano se alimenta de féculas en gran par­te, ya en forma de harinas, ya con los granos secos. Las papas constituyen la base de la alimentación en muchas regiones, en otras lo son el maíz o la cebada. La col y la cebolla son legumbres de

uso muy generalizado entre los indios y prácticamente las tínicas que consumen. El chile o ají se emplea muy poco; la tortilla es desco­nocida, se come el maíz como esquite tostado, hervido o como hari­na, en sopa y en mazamorra. Aunque la dieta del indio del Ecuador no es ni perfecta ni del todo suficiente, creo que se alimenta mejor que los naturales de otros países indoamericanos. El indio come con abundancia los días de plaza y también cada vez que se reúne en mingas para trabajar.

13. La chicha, especie de tepache fermentado que se hace con maíz, es la bebida más común entre los indios. Se la emplea dia­riamente, ingiriéndose en grandes cantidades en todas las fiestas.

14. El indio se emborracha con chicha y con aguardiente, el vicio de la embriaguez está muy generalizado. El indio borracho se hace altanero y pendenciero con sus mismos paisanos y entabla pleitos feroces. Cuando el marido se cae de borracho, la mujer vela junto a él. El estanco de aguardientes, monopolio del Estado, con­tribuye, según los mismos ecuatorianos, a la propagación y man­tenimiento del vicio del alcoholismo.

15. El indio es agricultor por afición; cultiva la parcela fami­liar, intensamente, con cariño y meticulosidad; ignora la técnica agrícola moderna y no sabe nada sobre la ciencia del cultivo inten­so. La mayor parte de los indígenas cuenta con algunas pocas cabezas de ganado ovejuno, por lo común.

16. La parcela indígena es pequeña, casi siempre insuficiente en extensión. La de los naturales del centro del país, más todavía que la de otras partes, es pequeña. La tierra es cara; vale de 50 a 300 dólares la cuadra de 100 varas por lado. El indio compra tierra cada vez que puede; esa es su pasión.

17. Existe entre los indígenas del Ecuador la propiedad in­dividual con derecho pleno. Algunas comunidades conservan toda­vía ciertas extensiones de terreno que se consideran de propiedad colectiva, empleándoselas para el pastoreo de los ganados.

18. El indio ecuatoriano, cuando no es propietario, trabaja -como peón y jornalero en las haciendas de La Sierra y, menos fre­cuentemente, durante las temporadas de los trabajos, como bracero en las haciendas del litoral. Muchos de los indígenas propietarios libres se alquilan ocasionalmente como jornaleros en las haciendas.

19. La industria casera es una actividad típica en el Ecuador;

entre los indios lia alcanzado un desarrollo apreciable. El indígena se dedica particularmente a los tejidos de telas y a la sombrerería, pero su habilidad manual se manifiesta y se expresa en toda clase de manufacturas cuando existe la oportunidad para ello.

20. Desde el punto de vista estético y cultural, las artes y manufacturas del indio del Ecuador son pobres, poco variadas y de escaso valor artístico. Sin embargo, es conveniente recordar (pie las artes populares en el Ecuador son de importancia y que Quito fue, durante la Colonia, un centro artístico notable. Es lógico su­poner que el indígena del Ecuador, a semejanza del de México, es en parte responsable por esa cualidad artística del país.

21. Los jornales del Ecuador son bajos en La Sierra; por la parte Norte fluctúan de 10 a 20 centavos de dólar; en el centro son todavía más bajos. Los salarios de La Costa han sido siempre más elevados que los de los altos. Los jornaleros indígenas que tra­bajan como operarios libres en sus propios tallercitos, perciben más o menos de 10 a 20 centavos de dólar de utilidad por cada día de trabajo. Estos jornales deben de estimarse en relación con el costo de la vida, que es sorprendentemente bajo en todo el país, pudiéndose calcular como de tres a cuatro veces menor que el usual en la Mesa Central Mexicana.

22. Las ferias y mercados son eventos de importancia en la vida del indio ecuatoriano; grandes multitudes de indígenas se reúnen semana a semana en los centros donde tienen lugar las fe­rias. Muy buena parte del comercio total de la Sierra, sobre todo el relacionado con artículos alimenticios y de uso corriente, tiene lugar en estos centros.

23. La lengua quechua está perfectamente generalizada en to­da La Sierra. La mayor parte de los indígenas no hablan el caste­llano.

21. Los vestigios religiosos del indígena son menos aparentes en el Ecuador que en Guatemala; el indio ecuatoriano está bas­tante catolizado.

25. La vida familiar se rige en buena parte por las necesida­des económicas; las mujeres y los niños traba.jan tanto como los hombres adultos. La ética familiar parece ser muy elevada.

2(3. En general, la vida comunal en el Ecuador es débil, ape­nas quedan vestigios dislocados de las tradiciones vernáculas. La

comunidad indígena conserva ya poquísimas de las formas de go­bierno, pero la tradición del trabajo colectivo y de las expresiones recreativas, es todavía fuerte.

27. El problema de la tierra es agudo. El latifundismo ecua­toriano no lia producido el acaparamiento de enormes extensiones de tierra en manos de unos cuantos propietarios en la escala en que sucedió en México, aunque en relación con el área del país, sí hay grandes latifundios; de todas maneras, la tierra está mal re­partida. La inmensa mayoría de la población rural del Ecuador dis­fruta de parcelas pequeñísimas, en cambio, hay propiedades y ha­ciendas enormes. El latifundismo conserva mucho del aspecto feu­dal que tuvo en el tiempo de la Colonia, y mantiene todavía a los trabajadores en condiciones de intolerable servidumbre. Después de la abolición de la prisión por deudas y el apremio para el traba­jo, el concertaje en las haciendas, que era una especie de esclavi­tud feudal, ha quedado sin base legal; en la práctica todavía subsiste aunque va desapareciendo poco a poco.

28. La hacienda no aprovecha debidamente la tierra que po­see. En proporción los pequeños propietarios producen más que la hacienda. El problema del suelo es angustioso porque hay regio­nes del país, en La Sierra, perfectamente congestionadas de indí­genas que no tienen suficiente terreno para producir lo que míni­mamente necesitarían para comer. Todo mundo se da cuenta en el Ecuador de que se impone el reparto de tierras.

29. La legislación ecuatoriana relativa al indio, para su pro­tección y para estímulo de su mejoramiento, es copiosa, pero en gran parte es letra muerta.

30. El indio es víctima de las autoridades civiles locales; se le obliga en todas partes a desempeñar trabajos sin remunera­ción, y los tenientes políticos han encontrado medios de explotarlo a espaldas de la ley.

31. La consolidación política del país, es decir, la formación de unidades políticas a que da lugar el crecimiento de los anexos y parcialidades y la concentración de la población indígena o mesti­za, es un proceso que afecta desventajosamente a la comunidad y que acrecienta la desconfianza del indio hacia el mestizo y el antagonismo entre los grupos raciales. No se está poniendo en juego acción ninguna para contrarrestar tan malos resultados.

32. El tinterillo y el abogado son explotadores profesionales del indígena. El complicado sistema jurídico, la poca voluntad de las autoridades para servir al indio y la tendencia de los naturales de pleitear eternamente, son causas que agudizan aquella explo­tación.

33. La escuela prácticamente no llega al indio. En las parro­quias rurales donde hay escuelas establecidas, éstas se ven concu­rridas especialmente por los mestizos del lugar. La mayor parte de las parcialidades indígenas, asi sean populosas, no cuentan con escuela. El indio se resiste a enviar a las niñas a la escuela. En general, el indígena del Ecuador muestra una perfecta indife­rencia hacia la escuela.

34. Se ha iniciado la reforma de la escuela rural ecuatoria­na, pero ésta no contiene adaptaciones especiales que pudieran hacerla más válida y beneficiosa para las clases indígenas.

35. La Iglesia Católica, o mejor dicho, el clero, ha sido un aliado del capitalismo y de los conservadores en contra del indio. Actualmente la Iglesia desarrolla muy poca o ninguna acción so­cial entre las masas campesinas, aunque el clero ecuatoriano mues­t ra preocupaciones favorables al indio.

36. El mestizaje es un proceso en marcha, pero sus avances son lentos; ésto se debe en gran parte al estatismo de la población ecuatoriana de La Sierra, causado por el localismo indígena, por la reserva colonial y por las malas comunicaciones. El cruce racial es muy lento.

37. La Costa absorbe al indígena, lo asimila y amestiza, pero el indio por lo general tiene horror a La Costa. El proceso de cultu­rización avanza con apreciable rapidez en el Norte de La Sierra, muy particularmente en la provincia de Pichincha.

38. Entre las medidas resolutivas del problema indígena que más se han ensayado, está la legislativa: la escolar y la económica, son más bien cuestión de proyecto.

39. El indio ecuatoriano representa una materia prima hu­mana de primer orden para la incorporación y muchos grupos de indígenas están perfectamente preparados para ingresar a la vida nacional, requiriendo tan sólo el estímulo ele una política favo­rable al efecto.

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