Razón, verdad y consolación en el seno de la filosofía
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Razón, verdad y consolación en el seno de la filosofía
Monografía para optar al título de Filósofo
Directora:Catalina González Quintero
Presentada por:Cristian Felipe Soler Reyes
Cód. 200520918
Soler Reyes 2
Departamento de Ciencias SocialesFacultad de Filosofía
Universidad de Los AndesMayo de 2011
TABLA DE CONTENIDOS
INTRODUCCIÓN……………………………………………………………………………4
CAPÍTULO I
RAZÓN, VERDAD Y CONSOLACIÓN EN EL SENO DE LA FILOSOFÍA…………………………….7
1. Cicerón: consolación a través de la
razón………………………………………...7
2. Séneca: razón y virtud por encima de las
pasiones……………………………...10
3. Agustín de Hipona: sólo si hay verdad habrá
consolación………………………12
4. Boecio: razón, verdad y consolación en la
Filosofía…………………………….14
CAPÍTULO II
DE LOS BIENES FALACES AL BIEN SUPREMO…………………………………………………19
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1. Acerca de los bienes de la
fortuna……………………………………………….19
2. Acerca del bien supremo: Aristóteles y el
Estoicismo…………………………..23
3. El bien supremo para la Filosofía de
Boecio…………………………………….25
CAPÍTULO III
PROBLEMAS EN LA CONSOLACIÓN: SOBRE EL MAL, LA PROVIDENCIA Y EL LIBRE
ALBEDRÍO…………………………………………………………………………………...29
1. Si Dios es bueno, ¿por qué existe el
mal?.........................................................
....29
2. Providencia divina y voluntad humana: el problema de
problemas……………..36
3. Conclusión: ¿condujo la razón a la verdad y a la
consolación?............................39
OBRAS CITADAS…………………………………………………………………………….43
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Nelle pagine che seguono non vorrò indulgere a descrizioni di persone -se nonquando l'espressione di un volto, o un gesto, non appariranno come segni di un
muto ma eloquente linguaggio- perché, come dice Boezio, nulla è più fugace dellaforma esteriore, che appassisce e muta come i fiori di campo all'apparire
dell'autunno.
UMBERTO ECO, Il nome della rosa.
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INTRODUCCIÓN
En el presente trabajo, realizo un análisis de La consolación de
la filosofía de Boecio a través de tres ejes temáticos: la razón,
la felicidad o el bien humano y la consolación misma. Esto
con el propósito de mostrar una visión de la filosofía propia
de la Antigüedad pero que con el correr de los años se fue
perdiendo, en la que la actividad filosófica no era
simplemente un ejercicio teórico sino también práctico, y el
filósofo realizaba la investigación pero también se convertía
en objeto de ella, pues sus indagaciones partían de y
regresaban a sí mismo.
Si bien Boecio (ca. 475–7 - 526 d.C.) es hoy en día un autor
que no se estudia exhaustivamente en la academia y su obra
está en su mayoría olvidada, el estudio de este libro, que
escribió en la cárcel poco antes de que se cumpliera su pena
de muerte, resulta de gran importancia y utilidad para los
propósitos de la filosofía, ya que en él se puede ver cómo en
la Antigüedad se concebía que la finalidad de ésta debía ser
ante todo práctica. Por medio de la razón, que es guiada por
la filosofía, el hombre adquiere un conjunto de verdades que
lo distancian de las situaciones adversas en las que se
encuentra y le permiten encontrar una consolación a sus
males; así, la filosofía se transforma en un ejercicio
terapéutico que le permite al sabio o a aquel que busca la
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sabiduría, adquirir la paz, temperar sus pasiones desmedidas
y vivir de acuerdo con su carácter racional.
Para desarrollar los objetivos planteados, este trabajo sigue
de cerca las argumentaciones que en la Consolación son
expuestas a Boecio por la Filosofía, la cual se encuentra
personificada como una mujer. Así, en el primer capítulo
comienzo por hacer un recuento de ciertos autores latinos
(Cicerón, Séneca y Agustín de Hipona), que desarrollaron, de
una u otra forma, el tema de la consolación, para luego
mostrar de qué manera Boecio se acerca o se aleja de sus
planteamientos. En este capítulo, me detengo en cómo la
Filosofía, desde el libro primero de la Consolación, le muestra
a Boecio que la única manera en la que él puede curar las
penas que lo aquejan y encontrar la consolación es mediante
un ejercicio de la razón que, bien dirigido, lo conduzca a la
verdad.
En el segundo capítulo expongo los primeros pasos de la
consolación, los cuales consisten en mostrarle a Boecio que
los bienes cuya pérdida lamenta son en realidad bienes
falaces y que le pertenecen a la fortuna. El honor, el
respeto, las comodidades y hasta la vida que Boecio pierde en
la cárcel son en realidad bienes perecederos, proclives a
perderse por diferentes circunstancias, y por esto es
necesario buscar un bien duradero, que lo sea en sí mismo.
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Así, paso del análisis de los bienes de la fortuna al bien
supremo, aquel que una vez alcanzado permanece en el hombre y
hace que éste no desee nada más. A través de un repaso por
los planteamientos de Aristóteles y los estoicos, muestro que
para Boecio el bien supremo se identifica a un mismo tiempo
con la felicidad, con la virtud y con Dios, quien es el
principio de todas las cosas y en quien está reunido todo
aquello que para el hombre es deseable.
El tercer capítulo, el cual sigue de cerca los planteamientos
del libro cuarto y quinto de la Consolación, es el que resulta
de mayor dificultad filosófica ya que en él se indaga sobre
la naturaleza divina y se señalan ciertos problemas que la
argumentación de la Filosofía puede presentar. Si Dios es el
creador de todas las cosas y el bien supremo, ¿cómo es que
existe el mal? ¿Acaso Dios es el creador del mal? Por otra
parte, si Dios es omnisciente y omnipotente, ¿cómo es que el
hombre puede realizar acciones malas? ¿Actúa el hombre
obedeciendo a un mandato divino o lo hace por voluntad
propia? Estas cuestiones, que obligan a la Filosofía a elevar
su razón humana a los asuntos divinos, hacen patente la
originalidad argumentativa de Boecio y muestran
planteamientos que van más allá de la simple reelaboración de
modelos anteriores como Platón, Aristóteles o los filósofos
de la escuela neoplatónica.
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En el siglo XIX el crítico francés, Désiré Nisard, clasificó
a la literatura latina que surgió a partir del siglo II d.C.
con el nombre de “Decadencia”. Para él, los autores de esta
época se caracterizaban por un exceso de erudición que los
alejaba de los modelos clásicos como Ovidio o Virgilio y los
convertía en sinónimo de mal gusto. Con este estudio de La
consolación de la filosofía, pretendo entonces detenerme por un
instante en una época que tanto históricamente como
filosóficamente y literariamente se suele pasar
injustificadamente por alto. Además, en él busco revalorizar
a un libro y a una forma de hacer filosofía que en gran parte
se ha olvidado y que no se limita a establecer complejos
sistemas teóricos sin finalidad práctica alguna, sino que,
por el contrario, hace de la experiencia cotidiana del hombre
el centro de su preocupación y se relaciona estrechamente con
otras áreas de la cultura y expresión humanas como la
literatura y la poesía.
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I. RAZÓN, VERDAD Y CONSOLACIÓN EN EL SENO DE LA FILOSOFÍA
No es poco el tiempo que ha empleado V. md. en estas ciencias curiosas; pase ya, como el gran
Boecio, a las provechosas, juntando a las sutilezas de la natural, la utilidad de una filosofía moral.
Carta de SOR FILOTEA DE LA CRUZ a Sor Juana Inés de la Cruz.
¿Cómo superar la muerte de un ser querido? ¿Cómo perder el
miedo a la idea de que algún día nosotros también vamos a
morir? ¿Cómo superar los reveses de la fortuna? ¿De qué forma
afrontar aquellas cosas que nos causan dolor como la
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tristeza, la soledad o el exilio? Estas son cuestiones a las
que todo hombre en algún momento de su vida se tiene que
enfrentar y a las que tampoco han sido ajenos filósofos de la
Antigüedad tardía como Cicerón, Séneca el Joven, Agustín de
Hipona o Boecio, quienes, ya sea por infortunios propios o
por aquellos que aquejan a un ser cercano, han tenido que
reflexionar acerca de estos asuntos. El tema que atañe al
presente trabajo es el de la consolación (consolatio), un
género principalmente literario y retórico pero que también
ha sido usado para ofrecer una reflexión filosófica.
En este género, la filosofía pasa de ser una actividad
meramente teórica a ser un ejercicio relacionado con aspectos
prácticos de la vida, ésta no es simplemente un modo de
conocer sino que es también una manera en la que se pueden
curar las penas que el alma padece: “La filosofía (para los
antiguos griegos y los romanos) consistía en un método de
progresión espiritual que exigía una completa conversión, una
transformación radical de la forma de ser. La filosofía
consistía, pues, una forma de vida, y su tarea y práctica iba
encaminada a alcanzar la sabiduría, aunque ya lo era en su
objetivo, sabiduría en sí misma” (Hadot, 236). En este
capítulo inicial, hago un recorrido por algunos antecedentes
de Boecio, para observar rasgos comunes al género de la
consolación. Me refiero entonces a Cicerón, Séneca y San
Agustín quienes, de una manera u otra, desarrollaron el
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género, para así culminar con Boecio, en quien se centrará
este trabajo, y ver de qué manera él se acerca o se distancia
de sus anteriores modelos.
1. Cicerón: consolación a través de la razón
Luego de la muerte de su hija Tulia y apartado de Roma por
las fuertes crisis políticas que se daban en el lugar,
Cicerón (106 a. C. – 43 a. C.) escribe en su villa en
Tusculum algunos libros con que trata de remediar su pena;
uno de ellos es su Consolatio, del cual hoy sólo quedan escasos
fragmentos, otro es Cuestiones Tusculanas, una serie de cinco
libros desarrollados en forma de diálogo en los que trata
sobre la muerte, el dolor y la manera de sobrellevarlos. Las
Cuestiones inician con la pregunta acerca de si la muerte es un
mal, tema de gran importancia para las consolaciones ya que
ésta es considerada como una de las mayores fuentes de dolor,
y que pronto se extiende a la pregunta por sobre quién recae
este mal, si sobre los vivos o sobre los muertos.
En su disertación, Cicerón argumenta que quien muere tiene
dos posibilidades: una de ellas es la expuesta por la
doctrina epicureísta, según la cual, el alma muere con el
cuerpo. La tesis central de esta doctrina es que el alma ya
no existe y puesto que aquel que no existe no puede ser algo,
los muertos no pueden ser infelices y la muerte no es un mal
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para ellos: “La razón probará que la muerte no es un mal, o,
por mejor decir, que es un bien. Si el alma es el corazón, o
la sangre, o el cerebro, como es cuerpo morirá con el resto
del cuerpo; si es espíritu, quizá se disipará; si es fuego se
apagará; si es la armonía de Aristóxenes, se disolverá”
(Cicerón, CT, 372). La muerte, tanto para los vivos como para
los muertos, podría en este caso llegar a ser un bien ya que
con ella las almas dejarían de sentir las angustias,
desgracias e infortunios que se padecen a lo largo de la
vida.
La otra posibilidad, tomada de la doctrina platónica, que
aparece en el diálogo Fedón, es aquella por la que Cicerón
más se inclina, aquella que dice que el alma es inmortal.
Prueba de ello sería esa sed de inmortalidad que hay en
nosotros o el hecho de que las obras de la naturaleza tarden
tanto en darse: ¿qué sentido tendría hoy plantar un árbol que
tardará casi un siglo en crecer si no hubiera en nosotros la
conciencia de que el futuro se extiende más allá de nuestra
muerte? El alma es algo que no podemos experimentar a través
de nuestros sentidos, no sabemos qué es exactamente o dónde
queda, pero la razón parece darnos ciertos indicios de su
naturaleza: “nada hay en el alma mezclado, nada concreto,
nada compuesto, nada aglomerado, nada doble. Siendo esto así,
es evidente que el alma no puede separarse, ni dividirse, ni
disgregarse, ni morir por consiguiente” (Cicerón, CT 391). El
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alma es eterna, pues al ser un principio indivisible, que no
está compuesto de distintas partes, no puede separarse o
desintegrarse, y no tiene un fin; de ahí que la muerte en
este caso también sea un bien para el alma ya que, separada
del cuerpo y de sus necesidades mundanas, puede llegar a
percibir más claramente aquello que en vida sólo son
tinieblas.
Una vez desterrada la idea de la muerte como mal, ésta
dejaría de ser fuente de dolor; sin embargo quedan otras
causas de dolor humano, como la enfermedad o los infortunios,
que Cicerón trata en sus Cuestiones Tusculanas. El dolor, en
general, trae consigo tristeza y amargura, sin embargo es
necesario que el sabio aprenda a no huirle, y a guiarse por
la paciencia y la virtud. Por ello Cicerón postula, siguiendo
a los estoicos, que para soportar el dolor es necesario que
el sabio deje de lado ciertas actitudes “afemeninadas” y
adquiera esa fortaleza y vigor que son propias de los hombres
libres: “Llámase virtud de viro porque es propia del varón la
fortaleza, cuyos dones son principalmente dos: el desprecio
de la muerte y del dolor” (Cicerón, CT, 433). Esta virtud, la
fortaleza, se alcanza cuando el hombre se guía por la parte
racional del alma, pues es ella la que le demuestra que el
dolor tiene menor importancia que la que le atribuye en un
principio, que no hay dolor que no sea pasajero.
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El ejercicio de lo que es mejor en el hombre, la razón,
persuade al sabio no sólo de que el dolor que en el presente
siente es algo que en algún momento pasará, sino también de
que éste lo preparará para los dolores futuros, para que no
sienta miedo de ellos ni lo tomen por sorpresa cuando
lleguen. Son diversas las formas en las que el sabio puede
aprender a sobrellevar su dolor: una es la costumbre de
padecerlos, que pronto lo lleva a aprender a convivir con
ellos; pero la principal es descubrir que el dolor no es un mal en
sí mismo sino que es sólo nuestra opinión la que hace que lo
veamos como tal, pues para algunas personas ciertas cosas son
una desgracia, para otros no lo son ésas sino otras, pero
para el sabio nada debe ser considerado una desgracia.
En esta caracterización que Cicerón hace del hombre sabio se
puede ver cómo éste es un hombre que domina sus pasiones,
esto es, no se deja cegar por la envidia, la avaricia o el
temor sino que se guía por la razón, la cual lo ayuda a pasar
por encima de toda fuente de dolor, miedo o tristeza. ¿Se
puede decir entonces que, sin importar nada más, el sabio es
una persona feliz gracias al ejercicio mismo de la
filosofía?, o ¿puede acaso la fortuna arruinar la felicidad
de un hombre sabio? Para Cicerón, basta con cultivar una
razón que esté bien encaminada y que se conduzca siempre por
la virtud para adquirir el sumo bien, o, el único bien
verdadero, la felicidad, ya que éste no depende de nadie más
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sino de uno mismo: “El hombre que tema perder alguno de los
bienes que posea, de ninguna manera puede ser dichoso. Quiero
que el hombre a quien yo declare feliz esté seguro,
inexpugnable, fortificado por todas partes, y libre no ya de
un mal pequeño, sino de todo mal” (Cicerón, CT, 535). Los
bienes de la fortuna son bienes pasajeros, de ahí que la
felicidad no pueda depender de ellos; por otra parte, la
virtud y con ella la sabiduría, si son cultivadas
correctamente, no se perderán jamás; de ahí que un hombre
sabio sea siempre feliz ya que sin importar las adversidades,
siempre podrá soportarlas.
Como él mismo lo confiesa, la doctrina que Cicerón expone en
Cuestiones Tusculanas, se encuentra estrechamente relacionada con
la de los estoicos, lo cual resulta curioso para un filósofo
que en diversos momentos se declara como seguidor de la
Academia Platónica de Carnéades, la cual se oponía de manera
férrea al Estoicismo. Mientras la escuela Académica era
moderadamente escéptica, y se guiaba por la opinión más
probable y verosímil, el Estoicismo sólo seguía aquello que
consideraba verdadero y que aseguraba ya haber encontrado con
certeza. ¿Por qué razón se adhiere entonces Cicerón en este
punto al Estoicismo? Como él mismo lo afirma, al guiarse en
todo momento por lo que le parece más probable, debe aceptar
la doctrina estoica de la sabiduría, pues ésta es la más
probable para él; sin embargo, no niega que haya otras formas
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de abordar estos problemas: “En cuanto a los demás filósofos,
ellos verán cómo puede encontrarse en su doctrina medicina
para estos males. A mí me agrada el que todos unánimes
reconozcan que hay en el sabio facultad de vivir
perfectamente dichoso” (Cicerón, CT, 564). La filosofía es
pues, para Cicerón, una actividad terapéutica del alma y cada
doctrina, más que una forma de llegar a la verdad y al
conocimiento de las causas primeras, es una manera de
encontrar remedios para el alma y sabiduría.
2. Séneca: razón y virtud por encima de las pasiones
En su Consolaciones a Marcia, la hija de un escritor de su
tiempo, Cremucio Cordo, escrita a raíz de la muerte de su
hijo Metilio, Lucio Anneo Séneca (1 a. C. – 65 d. C.) exhorta
a Marcia a seguir el modelo de mujeres que, para él, han
superado el comportamiento habitual de las personas de su
sexo. Para ello, pone el ejemplo de dos mujeres que han
padecido el mismo mal, la muerte de un hijo, pero de forma
opuesta. Así, le da la posibilidad de elegir a cuál de ellas
dos se quiere parecer. La primera de ellas, Octavia, tras la
muerte de su hijo Marcelo se volcó en un dolor del que no
volvió a salir en su vida y rechazó todo intento de
consolación. La otra mujer, Livia, tras la muerte de Druso,
su hijo, sintió dolor pero aún así fue capaz de aceptar su
muerte y de depositarlo honrosamente en su tumba. Para
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Séneca, el ejemplo que Marcia debe seguir es el segundo, ya
que: “no es natural el quedar quebrantado por los duelos, la
misma pérdida hiere más a las mujeres que a los hombres, más
a los bárbaros que a los hombres pertenecientes a pueblos
civilizados y cultos, más a los ineducados que a los
educados” (Séneca, Consolación a Marcia, 189). Una persona
educada, que emplee su razón, siente con mesura la pena por
la muerte de otro, porque sabe, o bien que su llanto no puede
aliviar la situación, o que sólo el tiempo puede sanar esta
herida, o que la muerte no es un mal.
Tanto Cicerón como Séneca reconocen que la muerte de un ser
querido o los reveses de la fortuna producen pena y dolor;
sin embargo, para ellos es necesario que el sabio no se suma
profundamente en la tristeza; él debe, por medio de la razón,
aliviar su situación y controlar las pasiones que podrían
dominarlo:
Se impondrá suficientemente la razón, si recorta al dolor
únicamente lo que le sobra, lo que le excede. Nadie debe
confiar ni desear que pueda no existir en absoluto. Es
preferible que se mantenga dentro de unos límites que no
imiten la frialdad ni la locura, y que nos conserve la
apariencia que es típica de un carácter piadoso pero no
fanático; que fluyan las lágrimas, pero que cesen por sí
mismas; que salgan gemidos de lo más profundo del pecho, pero
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que tengan un fin por sí mismos. (Séneca, Consolación a
Polibio, 375).
Séneca reconoce que es natural en el hombre sentir dolor, y
que las pasiones sean afectadas; sin embargo, el sabio no
puede dejarse arrastrar por ellas sino que debe hacer siempre
uso de su razón para ser valeroso e imponerse a sí mismo una
medida, esto es, para moderar sus pasiones. La razón le
demuestra al sabio que la fortuna está en constante cambio y
que así como puede ser favorable también puede ser adversa,
es por ello que éste debe estar preparado para cualquier
eventualidad, debe tener confianza en sí mismo y saber que,
mientras conserve su virtud, cualquier obstáculo puede ser
superable.
3. Agustín de Hipona: sólo si hay verdad habrá consolación
En su diálogo Contra académicos, como su nombre lo indica,
Agustín de Hipona (354 – 430) se propone realizar un ataque
en contra de la escuela Académica, más específicamente de la
que él identifica como la Segunda Academia o Academia Nueva y
que tiene como exponentes a Carnéades y, también, a Cicerón.
Si bien el objetivo central de este texto es realizar una
crítica de esta escuela filosófica, en él también se hace
presente el tema de la consolación. Agustín comienza Contra
académicos con una dedicatoria dirigida a un hombre llamado
Romaniano. De él sabemos que es un gran amigo de Agustín, que
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cuando Agustín era joven fue su protector y que su hijo
Licencio ahora es alumno de éste. Por último, nos enteramos
de que en el momento en que Agustín escribe este libro,
Romaniano ha caído en desgracia.
La dedicatoria comienza entonces con una discusión acerca de
la fortuna y su carácter mudable, mostrando que no es
Romaniano el primero en padecer dificultades y que no son
pocos los hombres que han caído en desgracias: “Tú no
necesitas ser convencido con ejemplos de otras personas sobre
cómo son de efímeras y llenas de infortunios todas las cosas
mortales que los hombres ven como bienes ya que ahora tú lo
has experimentado y, como resultado, ahora podremos convencer
a otros por tu caso” (Agustín, CA, 3)1. ¿Por qué razón es la
fortuna algo mudable? Esto es difícil de determinar ya que es
muy poco lo que nuestra alma atada al cuerpo puede conocer;
sin embargo, como lo señala Agustín, es posible que detrás de
la fortuna se oculte una razón y una causa: por ello
Romaniano debería aceptar la suerte que le tocó y llevarla
con dignidad. Es en estos casos en los que la filosofía puede
servir como sostén y puede hacer que el mal de Romaniano sea
más llevadero, por ello este texto está dirigido a él.
De esta forma se introduce el tema con el que comienza el
diálogo y en el que se indaga sobre la relación entre saber y
1 Traducción del inglés mía, al igual que todas las otras citas extraídas de este libro.
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felicidad. En el inicio de éste, Agustín cuestiona a dos de
sus alumnos, Licencio y Trigestio, acerca de si es posible
ser feliz sin necesidad de conocer la verdad. Mientras el
primero afirma que sí es posible, el segundo afirma que no.
La posición que toma Licencio es cercana a la de la escuela
Académica, la cual señala que ya que no es posible para el
hombre conocer con absoluta certeza algo y la verdad es algo
que el hombre siempre buscará pero a lo que nunca llegará
plenamente, entonces no es necesario poseer la verdad para
ser feliz, sino que basta con buscarla. Trigestio, por su
parte, opina que para que el hombre sea feliz debe haber
ejercitado aquello que hay de más importante en él, la razón,
y esto sólo se cumple plenamente una vez se ha alcanzado la
verdad.
Si bien cada uno de los personajes del diálogo da una serie
de argumentos a favor de su perspectiva, Agustín pronto
interviene para demostrar que, a diferencia de lo que piensan
los filósofos académicos, sí es posible para el hombre
conocer algo con absoluta certeza. Los académicos sostienen
que sabio es aquel que no conoce la verdad pero la investiga,
así este sabio sería un sabio sin saber, pero, ¿es esto
posible? Una de las razones por las que el sabio académico
cree que no es posible conocer es que el entendimiento humano
no es capaz de distinguir claramente lo falso de lo
verdadero, así al asentir a algo es posible que se equivoque
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en su juicio y, por ello, decide suspenderlo. Pero Agustín
demuestra que el sabio académico sí sabe algo: sabe que uno
no puede conocer falsedades, por lo tanto todo conocimiento
es necesariamente de verdades.
De igual manera, para Agustín, se pueden realizar una serie
de afirmaciones en las que no hay riesgo alguno de caer en un
error: “Estoy seguro que el mundo es uno (en número) o no, y
si no hay solamente un mundo, el número de mundos es finito o
infinito” (Agustín, CA, 73). Al ser estas afirmaciones
disyunciones, no importa si uno de los elementos es falso,
eso hace que necesariamente el otro sea verdadero y que la
afirmación en su totalidad sea también verdadera. Por otra
parte, también hay verdades que no dependen de los sentidos y
que no dan lugar a otras posibilidades: tres por tres es
nueve y no hay forma de que esto sea diferente, de ahí que
suspender el juicio en este caso resulte absurdo (Agustín,
CA, 73). En cuanto a los juicios que dependen de los
sentidos, puede que estos sean errados, pero aún así se
pueden realizar con ellos ciertas afirmaciones de las cuales
no se puede dudar; por ejemplo, si yo veo que el cielo es
azul, aún cuando en realidad éste no sea azul, yo puedo estar
seguro al menos de que lo veo de este color (Agustín, CA,
74).
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Agustín emplea estos ejemplos para demostrar que es posible
encontrar la verdad, la cual nos es dada no sólo por medio de
la fe sino también del entendimiento. El método que, según
él, podría conducir al hombre a ella sería el del platonismo,
aquel que se remonta a la Academia Antigua. En esta visión de
la filosofía, la felicidad se adquiere una vez se ha
ejercitado la razón y se ha llegado a ser sabio. Pero este
ejercicio de la razón no puede limitarse a buscar la verdad,
sino que tiene que conducirnos a descubrirla, lo cual, para
Agustín, sí es posible.
4. Boecio: razón, verdad y consolación en la Filosofía
Cerca del año 524 d.C., encerrado en una prisión en el exilio
y condenado a muerte por un crimen que al parecer no cometió,
en el que se le acusaba de haber traicionado al rey Teodorico
el Grande, Boecio escribió un texto en el que comienza por
cuestionarse acerca de su propia desgracia y luego reflexiona
sobre otros temas como la naturaleza mudable de las cosas, el
bien supremo o el porqué de la existencia del mal. La
consolación de la filosofía es un libro desarrollado a manera de
diálogo entre Boecio y la Filosofía, quien tiene una
apariencia femenina y quien empieza a administrarle al autor
una serie de remedios que poco a poco irán consolándole y
calmando cada una de sus penas.
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El libro comienza con un poema en el que Boecio lamenta su
suerte:
Yo, que, en otro tiempo, con juvenil ardor
compuse inspirados versos
me veo ahora, ¡ay de mí!, obligado a entonar tristes
canciones. (Boecio, 33).
En este instante, Boecio asume el papel de poeta, quien
rodeado de varias figuras femeninas, sus Musas, se encuentra
dando rienda suelta a su pena. Pronto, una mujer se aparece
sobre la cabeza de Boecio y se dirige con violencia a las
Musas: “¿Quién –dijo– ha permitido que estas rameras
histéricas lleguen hasta la cama de este enfermo?” (Boecio,
35). Su queja es que ellas no curan el dolor sino que, por el
contrario, lo incentivan y alejan a la razón de ese mismo
hombre que se ha alimentado toda su vida de los saberes de
las escuelas eleáticas y académicas. Luego de expulsar a las
Musas, la mujer se sienta junto al lecho de Boecio y,
entonando un canto, lamenta la aflicción de un hombre que en
otro tiempo buscaba ansiosamente la verdad (filósofo) y que
ahora se encuentra enceguecido por su pena. La mujer pronto
revela ser la Filosofía, aquella que por años fue como la
nodriza de Boecio, que lo cuidó desde su juventud y que, como
ya había señalado Agustín, lo acogió en su pecho para
alimentarlo con su saber.
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Esta primera escena de La consolación de la Filosofía plantea una
serie de interrogantes como: ¿por qué la Filosofía ahuyenta a
las Musas del lecho de Boecio? ¿Es cierto que los versos que
ellas le dictan no alivian su pena sino que la incentivan?
¿Puede la Filosofía aliviar las penas de una persona por
medio de la razón? Para responder estas preguntas es
necesario retomar los aspectos ya señalados en Cicerón,
Séneca y San Agustín.
Cuando la Filosofía expulsa a las Musas del lecho de Boecio,
lo hace porque los versos que ellas le dictan solamente le
permiten expresar sus pasiones, las cuales, como señaló
Séneca, disponen al hombre a un estado irracional, propio de
una persona incivilizada y poco viril; estos versos,
entonces, lo hunden en su dolor pero no le dan solución, por
ello es necesario que llegue la razón, para que comprenda su
malestar y su naturaleza pasajera. “¿Por qué lloras? ¿Y cuál
es la causa de tus abundantes lágrimas? Habla y no lo
escondas dentro de ti. Si buscas la ayuda del médico, será
menester que descubras la herida” (Boecio, 41). En su
discusión, la Filosofía hace constantemente uso de la poesía
y le pide a Boecio que exprese su pena pero, a diferencia de
las Musas, ella realiza estas acciones para dotar a Boecio de
ciertas medicinas que gradualmente van haciendo más
llevaderas las enfermedades de su alma, las cuales sólo se
pueden curar apelando a aquello que es mejor en el hombre, la
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razón, y no dando rienda suelta a lo que en él es inferior,
las pasiones.
Cuando Boecio descubre su herida y relata su pena a la
Filosofía, se muestra como un filósofo, un hombre que se guía
por los principios de la sabiduría y la virtud, que ingresó a
la vida pública y política siguiendo tales principios, ya
proclamados por Platón (República, Libro V), según los cuales
son los filósofos quienes deben dirigir las repúblicas para
buscar el bien común. Boecio califica su condena de injusta
ya que quiso evitar que el senado se resquebrajara y por ello
se le acusó de: “haber impedido que un informador presentase
ciertos documentos con los que pretendía demostrar que el
senado era reo de traición” (Boecio, 44). Con ello se empieza
a hacer patente que la pena de Boecio nace de su
incomprensión de la injusticia humana y de los males que
aquejan a los inocentes; en otras palabras, se duele de ver
que la fortuna se ha tornado en contra suya sin que él haya
hecho nada para merecerlo. La razón, como señaló Cicerón en
Cuestiones Tusculanas, puede demostrarle a Boecio que sus penas
son en realidad pasajeras, ¿pero puede ella demostrarle la
causa que se oculta detrás de los cambios adversos de la
fortuna?
La consolación de Boecio, se mueve entonces entre dos
planteamientos (como lo señala la Filosofía, cuando habla de
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las escuelas de las que él bebió en su infancia): entre una
razón como la de los académicos, que permanece suspendida,
que no afirma con absoluta certeza encontrar una verdad sino
que simplemente se guía por aquello que cree ser más
plausible; y una razón como la de los estoicos o los
eleáticos, que confía plenamente en que es posible encontrar
la verdad y que es deber del hombre alcanzarla para poder ser
así un individuo completamente realizado. La diferencia
primordial, como ya lo ha planteado Agustín, es que mientras
en la primera alternativa no es necesario que la razón
conduzca a la verdad para que se pueda alcanzar la felicidad
y la tranquilidad mental, en la segunda sí, y es esta última
postura por la que Boecio se inclina (Boecio, 55).
Boecio, al igual que Romaniano, se lamenta de que la fortuna
le ha sido adversa, pero ¿qué pasa si detrás de aquello que
parece tan azaroso se oculta una razón que todo lo gobierna?
Y si existe esa mente que todo lo sabe y que se supone es
bondadosa, esto es, si existe la providencia divina, ¿por qué
permite que un hombre bueno caiga en desgracia? Por último,
¿pueden los hombres elegir su destino o están predeterminados
desde el principio por aquella razón que ordena el universo?
La consolación de Boecio requiere así de un esfuerzo mayor,
no se limita a ver su mal como algo pasajero sino que, por su
condición misma de filósofo, lo obliga a indagar acerca de la
Soler Reyes 27
naturaleza de las cosas y a encontrar la verdad que se oculta
en ellas.
El primer remedio de la Filosofía consiste en indagar acerca
del principio de todas las cosas, ya sea que se trate de
meras fuerzas del azar o de un ser racional que lo organiza
todo. Boecio reconoce que tal ser racional existe, ya que la
regularidad que se puede ver en la naturaleza no sería
posible si no existiera un Dios que la hubiera creado y
estructurado; sin embargo, el hombre es el único ser que
escapa a esa voluntad divina. En este punto, la Filosofía le
hace ver que si bien aquello que él dice es correcto, el
principio del universo es también su fin y hacia él se deben
encaminar todas las cosas. Por ello, la investigación que
Boecio realice se debe encaminar a ese principio y ese fin
que organiza todas las cosas, debe disipar las pasiones que
nublan su mente y le impiden contemplar la verdad:
De la misma manera, si tú quieres
penetrar en la verdad límpida
y caminar por la senda recta,
aleja de ti el bullicio,
ahuyenta el temor,
desecha la esperanza
y desaparecerá el dolor. (Boecio, 55)
Soler Reyes 28
Es a partir de este instante que se inicia un lento ejercicio
filosófico, que, de la mano de la razón, busca conducir paso
a paso a Boecio, al filósofo, a la verdad y a la consolación.
Pero, ¿es posible para la filosofía llegar a conocer el
principio y fin de todas las cosas? ¿Puede ella conocer las
razones que se ocultan detrás de los cambios de la fortuna?
Y, ¿de qué forma una actividad que se desarrolla de forma
teórica puede llegar a tener influencia práctica?
Estas preguntas, que indagan sobre la naturaleza del universo
y que más adelante se relacionarán con problemas morales,
serán desarrolladas por Boecio a lo largo de la Consolación.
Caber resaltar, por último, que desde el libro primero de la
Consolación se presenta un rasgo de la filosofía que es común a
los autores vistos en este capítulo: la filosofía es
personificada como una mujer que, semejante a una madre o a
una amante, ampara al hombre que se acerca a ella a través de
la razón. Cicerón se refiere a ella de la siguiente manera:
“¡Oh filosofía, señora de la vida!, ¡oh filosofía, indagadora
de la virtud y ahuyentadora de los vicios!” (CT, 520).
Agustín de Hipona, a su vez, concibe a la filosofía como una
mujer que acoge en su seno a los hombres y los alimenta de
saber (CA, 5). En Boecio, esta imagen permanece y es más
evidente cuando la filosofía se convierte en un personaje de
su obra, con quien el autor sostiene un diálogo que lo lleva
por los caminos de la consolación (38). Séneca, en la carta
Soler Reyes 29
de consolación a Marcia, si bien no invoca a una Filosofía
que fuera una madre consoladora, aconseja a Marcia que deje a
un lado el comportamiento habitual de las mujeres y adquiera
el carácter fuerte y racional de los hombres, esto es, el
comportamiento de quien realiza la filosofía (Consolación a
Marcia, 189). Así, comienza a hacerse evidente cómo en el
género de la consolación, la actividad filosófica es una
actividad eminentemente masculina, y la filosofía es la mujer
que acoge en su seno al varón, ya que es él quien puede
nutrirse mejor de ella y alcanzar ese saber y virtud que
tanto anhela.
II. DE LOS BIENES FALACES AL BIEN SUPREMO
Welcome to the Wheel of Fortune. There it is, the wheel… that throughout the centuries hasbeen used as a symbol for the vicissitudes of life. Boethius himself, in his great work The
Consolation of Philosophy, compares history to a great wheel, hoisting us up, thendropping us down again. “Inconsistency is my very essence”, says the wheel “raise yourself
Soler Reyes 30
up on my spokes if you wish but don`t complain when you’re plunged back down”… Let'sspin the wheel.
MICHAEL WINTERBOTTOM, 24 hour party people, Channel Four Films, 2002.
Or se tu l’occhio de la mente tranidi luce in luce dietro a le mie lode,
già de l’ottava con sete rimani. Per vedere ogne ben dentro vi gode
l’anima santa che ’l mondo fallacefa manifesto a chi di lei ben ode.
Lo corpo ond’ ella fu cacciata giacegiuso in Cieldauro; ed essa da martiro
e da essilio venne a questa pace.
DANTE ALIGHIERI, Divina Commedia, Paradiso, Canto X.
Cuando Boecio le descubre su herida a la Filosofía se puede
ver que su mal radica en el hecho de que aquellos bienes que
poseía los perdió una vez fue encarcelado y condenado a la
pena de muerte; de ahí que el diagnóstico que ella le hace
sea que lo que le duele a Boecio es: “el apego y el deseo de
tu estado anterior. Su pérdida, tal como te lo hace ver tu
imaginación, está socavando tu espíritu” (Boecio, 57). El mal
de Boecio es que la fortuna que antes le fue favorable luego
se torna adversa y que los bienes que ella le había dado lo
sumen en la desolación y la tristeza una vez se apartan de su
lado. Así, la consolación que hace la Filosofía debe partir
de mostrar cómo los bienes que la fortuna otorga son siempre
bienes pasajeros y por qué el hombre no puede depender de
ellos sino de algo que sea un bien en sí mismo.
Soler Reyes 31
1. Acerca de los bienes de la fortuna
Tal como lo había planteado la Filosofía en el primer libro,
el remedio consiste en conducir a Boecio de las pasiones
violentas que lo embargan a la calma y serenidad que sólo se
desarrolla con la razón, para que pueda salir de la conmoción
en la que su alma se encuentra. Por ello, debe persuadir a
Boecio de que la naturaleza de la fortuna es el cambio, y por
tanto, la pérdida de sus bienes es algo normal. En este punto
se introduce la imagen de la rueda de la fortuna, una imagen
que tiene sus orígenes en la antigua Roma pero que a través
de Boecio se vuelve tema recurrente en la literatura medieval
y del renacimiento, pues es utilizada por autores como
Francesco Petrarca, Jorge Manrique o Alonso de Ercilla.
La fortuna es como una rueda que nunca se detiene, de ahí que
lo único constante en ella sea su inconstancia. Arrebatar los
bienes a quien se los ha concedido es algo que ella no sólo
le hace a Boecio sino a todos los seres humanos que padecen
su continuo cambio, es por eso que cuando la Filosofía habla
como la fortuna dice:
La inconstancia es mi misma esencia. Éste es mi juego
incesante, mientras hago girar veloz mi rueda, contenta de
ver cómo sube lo que estaba abajo y baja lo que estaba
arriba. Súbete a mi rueda, si quieres, pero no consideres una
Soler Reyes 32
injusticia que te haga bajar, si así lo piden las leyes del
juego. (Boecio, 61).
Mediante sus palabras, la Filosofía le muestra a Boecio cómo
la fortuna es capaz de sumir a un hombre bueno en la
desventura, pero de igual forma puede elevar a un hombre malo
a una mejor posición, y aún cuando se pudiera mantener
constante con alguien, de todas formas esa persona no podrá
escapar a que sus bienes le sean arrebatados por la muerte;
así, es ella la que da y quita los bienes que Boecio lamenta
haber perdido. ¿Se podría decir entonces que estos bienes le
pertenecían a la fortuna y no a Boecio?
Los bienes que Boecio creía ser suyos pronto se descubre ser
ajenos, mediante las razones que la Filosofía expone. Cuando
Boecio nació (pero en general cuando cualquier hombre nace),
llegó desnudo al mundo, sin algo que pudiera llamar suyo. Fue
la fortuna la que lo vistió y alimentó desde el principio,
pero también le otorgó bienes que iban más allá de lo
simplemente necesario: le dio una buena educación y crianza,
le dio grandes honores y le permitió ver que sus hijos
alcanzaban importantes cargos. El que Boecio haya perdido
tales bienes con su arresto simplemente lo devuelve a ese
estado de desnudez inicial en el que se encontraba cuando
nació. Por otra parte, si aquellos bienes, de cuya pérdida
Boecio se lamenta, realmente le pertenecieran, no podrían
haber sido arrebatados por ningún infortunio.
Soler Reyes 33
Sin embargo, estas palabras de la Filosofía no logran
convencer a Boecio, para quien el dolor sólo puede ser
comprendido por la persona que lo está padeciendo, y la
consolación resulta vana, ya que una vez se dejan de escuchar
las palabras de aliento, vuelve nuevamente la pesadumbre. La
respuesta de la Filosofía a esto es que Boecio no se puede
considerar como desdichado dado que, aún cuando haya perdido
sus bienes, no puede decir que nunca los hubiera tenido: “Y
deja de pensar que eres un desgraciado. ¿Te has olvidado,
acaso, de los muchos y variados momentos de tu felicidad?”
(Boecio, 63). Antes de su encarcelamiento, Boecio había
gozado de grandes dones: tras la muerte de su padre fue
recibido bajo la tutela de una de las familias más
importantes de su tiempo, se casó con una mujer honrada que
le dio dos hijos que gozaron de gran virtud y llegaron a ser
cónsules. Por ello, los infortunios de los que Boecio se
lamenta ahora no deberían opacar la felicidad que ya disfrutó
en el pasado.
Es propio del hombre la insatisfacción, el no contentarse con
lo que se tiene o se ha tenido; es así que, aún cuando
obtiene aquellas cosas que desea, su felicidad no es completa
ya que siempre espera tener algo más. Poseer un bien,
entonces, tampoco es garantía de que se pueda ser feliz. Un
ejemplo de ello sería la riqueza: casi todos los hombres la
Soler Reyes 34
buscan, creyendo que con ella podrán ser felices, pero nadie
puede tener a un mismo tiempo todas las riquezas, por eso
siempre permanecerá insatisfecho. Por otra parte, aquel que
acumula gran cantidad de bienes materiales, se apropia de los
bienes que otras personas podrían tener también; así, la
felicidad que le proporciona a alguien la riqueza no es
absoluta pues también puede proporcionar pobreza y tristeza a
quienes lo rodean. Además, estos bienes siempre corren el
riesgo de perderse de diferentes maneras; por ello, más que
felicidad lo que la riqueza proporciona es temor a quien la
posee.
Otro bien que los hombres apetecen es el poder y la dignidad,
los cuales para la Filosofía no son realmente bienes ya que,
al igual que las riquezas, siempre corren el riesgo de
perderse y, además, por lo general caen en manos de personas
corruptas y malvadas. Queda entonces un bien de la fortuna,
al cual aspiran algunos hombres de espíritu más elevado pero
que aún no han alcanzado la perfección: la gloria y la fama
que se derivan de haber servido bien a la propia república.
Como Boecio lo había señalado en el libro primero, si él
comenzó a desempeñar cargos públicos lo hizo siguiendo las
indicaciones de Platón en La República, para quien eran los
filósofos los encargados de gobernar y lo debían hacer por el
bien común. De ahí que el político aspire naturalmente a que
sus actos nobles sean reconocidos por sus conciudadanos.
Soler Reyes 35
Pero esta fama y esta gloria no es para la Filosofía un bien
tan magno y loable como a primera vista parece ser. Por una
parte esta fama tiene sus límites dentro de un espacio muy
limitado: la propia república. La fama que se pueda granjear
un político no se extiende mucho más allá de los confines del
territorio donde habita. Por otra parte, la fama no dura
mucho tiempo, “vosotros creéis asegurar vuestra inmortalidad
cuando soñáis en vuestra gloria venidera. Pero si se compara
la duración del tiempo con la eternidad infinita, ¿qué
sentido tiene gloriarse de la perennidad del propio nombre?”
(Boecio, 79). Incluso este bien de la fortuna, que parece más
digno que los otros, no resiste al paso del tiempo, el buen
nombre que alguien se pueda hacer entre sus conciudadanos
pronto se olvida tras la muerte. Así, como lo señala
Aristóteles en Ética a Nicómaco (1095b), este bien reside más en
quienes lo otorgan que en quienes lo reciben, por ello no es
un bien propio. Con todo esto, se hace patente que los bienes
de la fortuna son bienes engañosos, y por ello, la fortuna
adversa es, para la Filosofía, mejor que la fortuna
favorable, ya que le muestra al hombre su verdadera
naturaleza, su inconstancia:
Si tan rara es la faz del mundo,
y si tantos cambios experimenta
¡cómo confiar en las fortunas caducas de los hombres
o en sus bienes fugaces!
Soler Reyes 36
Consta, y así está decretado por ley eterna,
que nada engendrado es duradero. (Boecio, 65).
La felicidad que depende de los bienes de la fortuna es
entonces una felicidad débil, dura mientras duren estos
bienes, pero una vez estos se van ésta también se desvanece,
e incluso si estos bienes nunca se desvanecieran ella no es
completa ya que siempre se puede querer tener algo más. Así,
el hombre que se deja llevar por la felicidad de la fortuna,
si lo hace por ignorancia no puede ser feliz ya que vive
ciego, pero si lo hace a sabiendas de que ella es mudable
entonces tampoco puede ser feliz, ya que vive en el constante
temor de perderla: “¿Por qué pues, oh mortales, buscáis fuera
una felicidad que está dentro de vosotros? El error y la
ignorancia os confunden” (Boecio, 68). Es necesario encontrar
una felicidad que no dependa de bienes externos sino que sea
un bien en sí misma.
2. Acerca del bien supremo: Aristóteles y el Estoicismo
En el primer libro de Ética a Nicómaco, Aristóteles distingue
entre unos bienes que reciben tal denominación porque son
útiles por una u otra razón y otro que se llama así porque es
un bien en sí mismo (1096b). Cada bien apunta a distintas
finalidades: en la medicina la salud es el bien, pero no se
puede decir que este bien sea el mismo que le corresponde a
otra disciplina como la estrategia, para la cual
Soler Reyes 37
correspondería de mejor manera la victoria. Por otra parte, la
riqueza, la fama y la gloria son bienes, pero no se puede decir que
en todos los casos lo sean (un tirano puede poseer fama pero
no por ello se podría decir que en él ésta es un bien), ni
que sean suficientes (una persona puede encontrarse un gran
tesoro en una playa pero de nada le sirve si está en una isla
desierta y no tiene nadie con quien compartirlo ni nada en
qué gastarlo). Estos bienes, enumerados por Aristóteles, son
los bienes externos que le mostró la Filosofía a Boecio como
provenientes de la fortuna, ¿pero entonces qué es un bien en
sí mismo?
El primer rasgo que Aristóteles da a ese tipo de bien, es que
tiene su fin en sí mismo y en nada más, al contrario de la
riqueza o la fama que buscan distintos fines o que son medios
para otros fines. Por otra parte este bien es autosuficiente,
con ello se entiende que es “aquello que, por sí solo, hace
la vida preferible y sin que carezca de nada” (1097b). De
igual forma, una vez se dejan de lado los bienes externos,
quedan los que se relacionan con el cuerpo y el alma; pero
este bien, que es un bien en sí mismo, se debe relacionar
sobretodo con aquello que en el hombre resulta ser lo mejor,
es decir, el alma. Sin embargo, no cualquier tipo de alma
puede gozar de este bien, sino sólo aquella que es buena, que
vive conforme a la virtud.
Soler Reyes 38
En suma, aquello que para Aristóteles el hombre busca por sí
mismo y no por otra cosa es la felicidad y es a ella a donde
apuntan todas nuestras acciones. La felicidad, entonces,
cumpliría con esa serie de condiciones que debe tener el bien
supremo: por una parte, el hombre no la busca con miras a una
finalidad que le sea externa, sino por ella misma. Por otra
parte, la felicidad hace la vida preferible y elogiable. Y
por último, está acorde con la mejor parte del hombre, el
alma, ya que sólo un hombre que es bueno y virtuoso puede
realmente llamarse feliz. ¿Pero cree Aristóteles que basta
con la virtud para ser feliz?
Mientras los bienes externos son proclives a perderse con los
avatares de la fortuna, la virtud se caracteriza por ser
mucho más estable, ya que reside en el alma de la persona.
Aún así no basta con la sola virtud para ser feliz.
Aristóteles afirma que, “no puede ser feliz del todo quien es
muy feo de aspecto o es de familia innoble o es un solitario
o carece de hijos” (1099b). La virtud sola no es suficiente
para ser feliz, se requieren también ciertos bienes externos
para que alguien pueda serlo, pero aún si estos por alguna
razón llegaran a faltar, el hombre virtuoso no podría
llamarse tampoco desdichado. Si algo le enseña la virtud al
hombre es a sobrellevar dignamente y a sacar provecho, en lo
posible, de los golpes de la fortuna sin importar lo fuertes
o duraderos que sean.
Soler Reyes 39
Existen, sin embargo, otras concepciones del bien supremo y
su relación con los bienes de la fortuna. Para los estoicos,
por ejemplo, el bien supremo es la virtud y es ella la que
nos puede procurar una vida feliz. Según ellos, lo que está
acorde con la naturaleza debe ser adoptado por sí mismo y lo
que va en contra debe ser, por el contrario, rechazado. Por
eso, como lo señala Cicerón en Del supremo bien y del supremo mal,
el fin al que deben apuntar todas las acciones humanas es el
vivir acorde y en armonía con la naturaleza, para lo cual se
requiere de la sabiduría que conduce a la virtud y a la
felicidad: “Sólo de la vida feliz puede uno gloriarse. De
donde se concluye que la vida feliz es, por decirlo así,
digna de que uno se gloríe de ella, lo que no puede acontecer
con justicia más que a una vida moral” (Cicerón, SB, 193).
¿Es suficiente entonces con ser bueno para ser feliz? Para
los estoicos el bien no admite gradaciones, aquello que es
bueno no se puede llamar más o menos bueno, por eso aquello
que puede constituir al bien supremo son las acciones
virtuosas y la amistad con alguien virtuoso.
El bien supremo de los estoicos, sin embargo, puede ser
también objeto de crítica. El hombre es un ser compuesto de
cuerpo y alma, y la virtud es un bien que se relaciona con
ésta última. Por ello, decir que basta con ser moralmente
bueno para ser feliz es dejar de lado un aspecto importante
Soler Reyes 40
de la naturaleza humana, a saber, el cuerpo. ¿Puede un hombre
que padece de hambre y sed mantenerse feliz por su simple
virtud? Muy seguramente no. Aún así los estoicos no incluyen
entre los bienes a la salud o la riqueza sino que, como lo
hace Zenón, los denominan proêgmena, es decir que son cosas
que deben ser preferidas para vivir una vida acorde con la
naturaleza si bien son indiferentes a los ojos del sabio. La
crítica de Cicerón a los estoicos culmina mostrando que si
bien ellos dicen haber tomado distancia de los peripatéticos,
es decir de los seguidores de Aristóteles, quienes consideran
que los bienes externos o corporales son componentes
necesarios de una vida feliz, al aceptar tales “cosas
preferibles”, en el fondo los estoicos no se alejan de sus
planteamientos sino que simplemente dicen lo mismo con otras
palabras: “¿No ves, pues, que tu Zenón está de acuerdo con
Aristón en las palabras y difiere en el pensamiento, mientras
que piensa como Aristóteles y los suyos, pero discrepa en las
palabras?” (Cicerón, SB, 265). Veamos ahora qué aspectos de
estas diferentes doctrinas sobre el bien supremo comparte
Boecio.
3. El bien supremo para la Filosofía de Boecio
Cuando la Filosofía, quiere conducir a Boecio en su
consolación de los bienes de la fortuna a los bienes
verdaderos, parece estar siguiendo de cerca los
Soler Reyes 41
planteamientos de Aristóteles. En efecto, ella también
presenta a la felicidad como el fin único, un fin al cual
apuntan todos los otros bienes. Si el ser humano desea tener
riquezas, gloria o fama es porque cree plenamente en que
estos bienes le pueden ayudar a obtener la felicidad, es
decir, son medios para la felicidad. Por otra parte, cuando
el ser humano realmente alcanza la felicidad ya no desea
tener otra cosa: ella es autosuficiente y se da cuando hay un
estado de absoluta satisfacción. Así, la felicidad es un bien
que es la suma de todos los otros bienes y para que ella se
dé debe contenerlos a todos y no faltarle nada que pueda ser
objeto de deseo, ya que de no ser así no podría ser el bien
supremo.
¿Cuál es entonces la vía que, según la Filosofía, nos puede
llevar al bien supremo? En principio se podría pensar que es
a través de esos bienes externos que se analizaron en el
libro segundo de La consolación de la filosofía, como las riquezas,
los honores o la fama. Pero un análisis de estos bienes
demuestra fácilmente que no es así. Una de las condiciones
del bien supremo es que no haya algo que se desee más allá de
él: bienes como la riqueza, por ejemplo, no pueden constituir
esta vía, ya que quien los posee siempre desea tener más, con
ellos nunca podrá salir de un estado de permanente apetencia.
Los honores tampoco pueden ser, ya que las amistades que una
persona con dignidades logra hacer están sujetas a sus
Soler Reyes 42
títulos, y si por alguna razón se los pierde, con ellos
también se pierde la amistad. Igualmente, aquel que posee
poder corre siempre el riesgo de que por envidia u otras
razones se atente contra su vida, de ahí que deba vivir
rodeado de guardaespaldas y se convierta en esclavo de sus
propios sirvientes. Finalmente, la nobleza tampoco puede
conducir al bien supremo, ya que si ésta se da por títulos
heredados, ese bien es algo que realmente no le pertenece a
la persona que los detenta.
El camino al bien supremo, entonces, se debe buscar en algo
que se encuentre más allá de los bienes de la fortuna, en
algo que sea verdadero y un principio sólido de todas las
cosas, en algo que no esté sujeto al cambio:
“¡Levantad vuestra mirada a la bóveda del cielo y contemplad
la majestad y la rapidez de sus movimientos, y dejad ya de
admirar las cosas viles que os deslumbran! Pero, más
maravilloso aún que el cielo y sus movimientos, es el que los
mueve” (Boecio, 101).
En este punto se da cierta distancia entre la Filosofía y lo
que Aristóteles plantea en el libro primero de Ética a Nicómaco
y pareciera que Boecio se acercara más bien a los estoicos.
En efecto, contrario a lo que Aristóteles plantea, la
Filosofía piensa que aquello que no puede hacer feliz por sí
mismo a nadie, tampoco puede conducir a la felicidad ni
Soler Reyes 43
constituirla, pues ésta sólo se encuentra en algo fijo y no
en cosas móviles. Así, la riqueza, los honores, la fama y
todas aquellas cosas que deslumbran a los hombres vulgares,
al no aportar en nada a la felicidad, tampoco tienen por qué
disminuirla.
Los bienes materiales pueden hacerle creer al hombre que ha
alcanzado la felicidad, o que se dirige a ella, pero estos
bienes sólo pueden producir una felicidad engañosa; la
verdadera felicidad, por otra parte, hace al hombre a un
mismo tiempo suficiente, poderoso, honorable, digno de
respeto, célebre y dichoso, porque la verdadera felicidad es
el ejercicio de la razón, esto es, la virtud.
Sin embargo, Boecio también se distancia de los estoicos. En
primer lugar, porque reconoce que hay otros bienes, aparte de
la virtud, que el hombre puede desear. Y, en segundo lugar,
porque considera que, puesto que los bienes verdaderos no se
encuentran en las cosas materiales y perecederas, se deben
encontrar en un principio eterno e inmutable que los congrega
a un mismo tiempo a todos. Aquel en quien se encontrarían
todos los bienes reunidos sería el Padre de todas las cosas,
el cual es no sólo el origen de todo, sino también el camino
y el fin:
Tú, de igual manera, haces brotar las almas y
Soler Reyes 44
las vidas de naturaleza inferior
y las elevas en carros ligeros que las sembrarán
por el cielo y por la tierra.
Y por la ley benigna que las guía retornarán
después a Ti,
gracias al fuego que las devuelve a su casa. (Boecio, 108).
Este bien, que conduce a la verdadera felicidad, no sólo es
el bien supremo sino que también es perfecto, no hay nada en
él que haga falta. ¿Pero es posible que algo así exista? La
primera parte de la consolación de la Filosofía se encargó de
mostrarle a Boecio que aquellos bienes cuya pérdida él
lamentaba eran bienes imperfectos, se encontraban de forma
aislada y por una u otra razón todos ellos carecían de algo;
sin embargo, no es posible definir lo imperfecto si no se
tiene de entrada una idea clara de lo que es la perfección.
Así, es necesario que, como existen bienes imperfectos,
exista también un bien que sea perfecto, que reúna en sí
mismo todo aquello que pueda llegar a ser deseable para el
hombre, ya que el mundo y las cosas parten de lo completo e
intacto y de ahí van poco a poco degenerando en lo incompleto
y deficiente.
Para demostrar que Dios es ese bien supremo y perfecto, la
Filosofía apela al consentimiento general: “La razón nos
demuestra que Dios es Bueno, y nos convence también de que Él
es Sumo Bien. De no ser así, Dios no podría ser el Creador de
Soler Reyes 45
todos los seres” (Boecio, 110). Todo aquel que encamina su
razón de manera correcta, encuentra que existe un Dios que es
el ser primero, que es el creador de todas las cosas y que es
perfecto, por ello este Dios es bueno y es, en últimas, el
bien supremo que todo hombre debería buscar; de su carácter
unitario es de donde se genera la multiplicidad de todas las
otras cosas. Pero anteriormente la Filosofía había dicho que
el bien supremo era la felicidad verdadera, así, la felicidad
verdadera no puede residir en otra parte que no sea en Dios,
el cual no es sólo el origen de esta felicidad sino que es
también la felicidad misma. Por ello cuando alguien es
verdaderamente feliz, se eleva de las cosas materiales y
participa de la divinidad misma: todos los bienes se
encuentran en ese momento en aquella persona de forma
completamente unitaria.
Hasta el momento, el discurso de la Filosofía ha llevado, de
la mano de la razón, a Boecio desde el apego a los bienes
falsos a la contemplación intelectual (actividad suprema del
alma, como apunta Aristóteles) del bien único y verdadero,
¿será ello suficiente para alcanzar la consolación o, por el
contrario, es necesario continuar la investigación e indagar
más acerca de la naturaleza de ese bien supremo? Esto lo
sabremos en el siguiente capítulo.
Soler Reyes 46
III. PROBLEMAS EN LA CONSOLACIÓN: SOBRE EL MAL, LA PROVIDENCIA Y ELLIBRE ALBEDRIO
“…you must begin a reading program immediately so that you may understand the crisesof our age,” Ignatius said solemnly. “Begin with the late Romans, including Boethius, of
course. Then you should dip rather extensively into early Medieval. You may skip theRenaissance and the Enlightenment. That is mostly dangerous propaganda. Now that I
think of it, you had better skip the Romantics and the Victorians, too. For thecontemporary period, you should study some selected comic books… I recommend
Batman especially, for he tends to transcend the abysmal society in which he’s foundhimself. His morality is rather rigid, also”.
JOHN KENNEDY TOOLE, A Confederacy of Dunces.
Why that creative act leaves room for their free will is the problem of problems, thesecret behind the Enemy's nonsense about "Love". How it does so is no problem atall; for the Enemy does not foresee the humans making their free contributions ina future, but sees them doing so in His unbounded Now. And obviously to watch
a man doing something is not to make him do it.
It may be replied that some meddlesome human writers, notably Boethius, have letthis secret out. But in the intellectual climate which we have at last succeeded inproducing throughout Western Europe, you needn't bother about that. Only the
learned read old books and we have now so dealt with the learned that they are ofall men the least likely to acquire wisdom by doing so.
Soler Reyes 47
C. S. LEWIS, The Screwtape Letters.
En su camino hacia la consolación, la Filosofía ha conducido
a Boecio del apego a los bienes materiales, a la
contemplación del bien supremo: aquel en quien se encuentran
todos los bienes no de forma separada sino como una unidad,
Dios. Sin embargo, la consolación no culmina en este punto,
ya que una vez la Filosofía conduce a Boecio hacia Dios se
generan una serie de problemas, siendo algunos de ellos los
siguientes: ¿si Dios es el bien supremo por qué existe el
mal? ¿Acaso Dios, creador de todas las cosas, creó también el
mal? ¿Los hombres que realizan acciones malvadas lo hacen por
voluntad propia o por voluntad divina? ¿Cómo pueden entrar en
concordancia el libre actuar humano con la omnipotencia y
clarividencia divina? Es a partir de este punto que la
Filosofía tiene que realizar un mayor esfuerzo racional e
investigar asuntos que van más allá de su esfera y que se
relacionan con problemas teológicos y concernientes a la
naturaleza divina.
1. Si Dios es bueno, ¿por qué existe el mal?
Finalizando el libro III de la Consolación, la Filosofía le
muestra a Boecio que el bien supremo es Dios y que sólo en Él
se puede encontrar una felicidad perfecta, la cual no depende
de bienes caducos y que se encuentran en el mundo de forma
Soler Reyes 48
aislada, sino que congrega de forma unitaria todas aquellas
cosas que el hombre puede llegar a desear. Su argumentación
hasta el momento apunta al hecho de que si los hombres buscan
los bienes es por la felicidad que ellos le pueden reportar,
y por ello se puede decir que el bien y la felicidad son una
misma cosa: un hombre que desea algo lo hace porque cree que
aquello que él desea le puede reportar algún bien.
…el bien es la esencia, el fundamento y el motivo de todos
nuestros deseos… la felicidad es el motor, según hemos dicho,
de todo deseo. Ella es, por consiguiente, lo único apetecible
cuando deseamos una cosa. Es evidente, pues, que el bien y la
felicidad son una y misma cosa. (Boecio, 114).
Pero no sólo el alma que desea se encamina hacia el bien,
también los diferentes entes que componen el universo se
dirigen hacia él, aún cuando no posean voluntad. Las acciones
que realizan los animales están encaminadas a preservar su
propia vida, de igual manera las plantas y los árboles crecen
en aquellas partes en donde pueden asegurar su subsistencia,
e incluso algunos elementos que parecen inanimados como el
fuego o la tierra realizan movimientos ascendentes o
descendentes (respectivamente) que los sitúa en posiciones en
las que se pueden adaptar de mejor manera. Este deseo de
subsistencia es entonces un impulso que no proviene del
interior del alma sino que procede de algo distinto a ella,
la Providencia, la cual asegura que todos los seres
Soler Reyes 49
permanezcan en su estado unitario y sus partes no sean
disgregadas, perdiendo así su existencia. Al bien se dirigen,
entonces, todas las cosas en cuanto propenden por su propia
subsistencia y es Dios, el creador y gobernante del universo,
quien permite que esto sea así.
Pero esta argumentación de la Filosofía genera un grave
problema, ya que si todo se rige por el bien y se encamina al
bien, ¿de dónde surge el mal? La primera respuesta de la
Filosofía es la siguiente: la razón nos persuade de que Dios
es un ser omnipotente, no hay nada que Él no pueda realizar;
de igual forma la razón nos muestra que Dios es perfecto, es
decir que Él es bueno y sólo puede hacer el bien, la
conclusión que se sigue es entonces que “el mal no existe, ya
que el Todopoderoso no puede hacerlo” (Boecio, 123). Si Dios
es omnipotente pero no puede hacer el mal, entonces resulta
imposible que exista ese algo que Él no puede hacer. Esta
conclusión no deja del todo satisfecho a Boecio, para quien
los hechos de la realidad desmienten completamente la
argumentación de la Filosofía.
Hasta el momento Boecio ha aceptado los razonamientos de la
Filosofía acerca de que existe un Dios, creador de todas las
cosas y que conduce el universo con benevolencia; sin
embargo, el problema que encuentra en estos argumentos es que
en el mundo se pueden hallar innumerables casos en los que
Soler Reyes 50
las personas virtuosas son castigadas y las malvadas son
premiadas: “Pero mi mayor tristeza se cifra precisamente en
que a pesar de existir un Ser supremo, lleno de bondad, que
todo lo gobierna, siga existiendo el mal y pueda quedar
impune en el mundo” (Boecio, 127). El mal, para Boecio, debe
existir ya que los hombres lo realizan una y otra vez y, lo
que es peor aún, pocas veces es castigado.
Esta duda y esta congoja que se encuentra presente en Boecio
es la misma que Cicerón expone en el libro de De Natura Deorum,
por boca de Cota, un personaje de la escuela académica.
Para Cota existe una gran contradicción entre el mal humano y
la existencia de un Dios benévolo (De Natura Deorum, III, xxx).
Señala que si Dios (o los dioses) fuera bueno o se preocupara
por los hombres los habría hecho a todos buenos o se habría
encargado de que los buenos prosperaran y los malos no. Por
otra parte, si bien se puede decir que los hombres son
quienes hacen el mal y no Dios, de todas formas los hombres
hacen el mal precisamente porque tienen una facultad,
otorgada por el Creador, que les permite hacerlo. Es la razón
la que le permite al hombre planear las acciones que puede
realizar y cómo las puede realizar. En algunos casos la razón
inclina al hombre directamente a hacer el mal y se convierte
en malicia, artimaña y crimen; en otros casos el hombre puede
querer actuar bien pero la razón lo lleva a tomar una
Soler Reyes 51
decisión cuyas consecuencias conllevan el mal; en ambos, Dios
sería el responsable del mal ya que de no haberles dado a los
hombres la facultad para planear y decidir sus acciones ellos
no habrían hecho el mal ¿Cómo encara la Filosofía estas
contradicciones?
En Boecio, la solución que la Filosofía plantea a estas
contradicciones comienza haciendo una contraposición de los
dos términos que están en disputa: el bien y el mal: “El bien
y el mal son cosas contrarias. Si probamos lo débil del mal,
demostraremos la fuerza del bien. Y si se prueba que el bien
es fuerte, queda demostrada la debilidad del mal” (Boecio,
127). Al ser bien y mal cosas diametralmente contrarias, la
Filosofía debe demostrar en su argumentación la debilidad de
una para llegar así a la fortaleza de la otra. Para ello debe
partir de hacer un análisis de las acciones humanas, ya que
son ellas las causantes del bien o del mal. Los actos humanos
están compuestos de dos elementos: la voluntad y el poder. La
primera es aquello que hace que el hombre desee o quiera
algo, lo segundo es la capacidad que tiene el hombre para
alcanzar aquello que desea. En dado caso que alguna de estas
dos cosas haga falta, ninguna acción es posible.
Como la Filosofía le había mostrado a Boecio anteriormente,
todos los seres tienden a su propia conservación, y en el
caso de los humanos, a la felicidad: es decir que todo en el
Soler Reyes 52
universo se conduce hacia el bien. Así, incluso los hombres
malos buscan el bien. ¿De dónde surge entonces el mal? El mal
no está, para la Filosofía, en las metas que los hombres
buscan con sus acciones, ya que ellas coinciden con el bien
supremo, sino en los medios que emplean para llegar a ellas.
Mientras los hombres buenos buscan el bien de una manera
natural, mediante el ejercicio de las virtudes, los hombres
malos se apartan de la razón y se dejan llevar por sus
pasiones, usando medios que van en contra de la naturaleza
humana. Así, se puede ver que el hombre bueno es más fuerte
que el malo y, en cuanto llega a sus fines y satisface sus
deseos empleando el único medio que resulta apropiado para
ello, la razón, y no hace uso de artimañas, se puede decir
también que es el más capaz.
Si volvemos a lo que la Filosofía había planteado finalizando
el libro III, esto es, que el mal no existe ya que Dios no
puede hacerlo, vemos ahora que a este hecho se le agrega que,
aún cuando los hombres hagan el mal, éste sigue sin existir:
A alguien le puede parecer extraño afirmar que los malvados
no existen, cuando en realidad son los más numerosos y, sin
embargo, la realidad es así. No trato de negar que los
malvados son lo que son, malvados. Simple y llanamente niego
que existan… Una cosa existe sólo en tanto guarda y respeta
el orden de la naturaleza. (Boecio, 133).
Soler Reyes 53
Además de la existencia del mal, la Filosofía también niega
que los malvados tengan poder. Mientras que Dios, quien hace
el bien, es todopoderoso; los hombres, aún cuando puedan
hacer el mal, serán siempre menos poderosos que Él. Como el
poder que no conduce al bien no es poder alguno, ya que no es
apetecible; el mal, entonces, al no satisfacer completamente
los deseos, no puede conducir jamás a la felicidad y no puede
ser tampoco algo deseable, por ello, tampoco se le puede
considerar como un poder. ¿Pero cómo se podría explicar el
hecho de que los malos tienden a prosperar más que los
buenos? ¿Qué recompensa puede tener una persona buena que no
pueda esperar una mala?
Aparte de la existencia del mal, otra cosa que ponía en
conflicto a Boecio era el hecho de que, por lo general, los
malos tienen mayores recompensas que los buenos, siendo él
mismo un ejemplo de esto, pues aunque siempre trató de
conducir su vida de forma correcta, al final se vio condenado
al exilio, a la cárcel y a la pena de muerte por una causa
injusta. Como ya lo ha señalado antes la Filosofía, el mal no
es algo apetecible, no conduce a la felicidad: aquel que roba
desea en todo momento los bienes ajenos y su condición rapaz
lo asemeja a un lobo. El cobarde, por otra parte, al vivir en
todo momento sumido en el miedo, se asemeja al ciervo y así
sucesivamente, todo aquel que se deja llevar por algún vicio
desciende de su condición humana y se asemeja a un animal,
Soler Reyes 54
como los glotones cuya condición es similar a la de los
cerdos.
El hombre bueno, por otra parte, al aspirar encaminarse hacia
el sumo bien se eleva de su condición humana y participa de
la divinidad. De esta forma, mientras el malvado busca el
premio a sus actos en cosas exteriores, el bueno lo encuentra
en sí mismo: “el bien es como el premio o recompensa común de
toda actividad humana”. Aquel que actúa bien tiene en su
propio acto la recompensa, pero a esto Boecio agrega lo
siguiente: “si el premio de los buenos es su misma bondad, el
castigo de los malvados es su propia maldad” (Boecio, 137).
Si bien a simple vista puede parecer que un tirano que se
impone mediante la violencia y que logra mantener de por vida
su régimen opresivo ha logrado una gran recompensa, un
análisis más cuidadoso de este hecho podría mostrar que en
realidad esta persona se encuentra sumida en la miseria.
Aquel que desea un mal, puede hacerlo y de hecho puede
también llevarlo a cabo impunemente; pero es desgraciado en
cuanto no hay en su vida ningún elemento de justicia. Como
señala Platón en su diálogo Gorgias, cuando alguien malvado
padece un castigo, esa persona recibe un bien ya que sobre él
recae la justicia, la cual todos aceptan que es algo bueno;
por otra parte, cuando alguien malvado no recibe jamás un
castigo por sus actos, se mantiene en todo momento en la
Soler Reyes 55
injusticia, lo cual es algo malo, ya que se sume cada vez más
en su miseria: “el castigo vuelve sensato, obliga a ser más
justo y es la medicina del alma” (Platón, Gorgias, 478d). El
malvado entonces es visto como una víctima, alguien que
padece una enfermedad en el alma y que sólo podría sanarse si
recibe un castigo; así, aquel que permanece impune se
corrompe cada vez más y, aún cuando piense que es dichoso, en
realidad es alguien digno de lástima.
En este punto, Boecio reconoce que el bien del bueno se
encuentra en su misma bondad y que el mal del malo en su
maldad; sin embargo, sigue sin entender las razones por las
que Dios, el gobernante del mundo, hace que en varias
ocasiones castigos como el exilio, la cárcel o la pena de
muerte recaigan sobre los buenos. En estos casos, en efecto,
resulta difícil comprender el sentido de la justicia que
aplica Dios sobre las personas. Aún así, esto tiene una razón
de ser: “aunque ignores el plan del mundo, no has de dudar de
que un rector bueno dirige el universo y que todo sucede de
acuerdo con un orden” (Boecio, 146). Las causas por las que
los hombres buenos padecen infortunios pueden ser
desconocidas para el ser humano, sin embargo esto no quiere
decir que detrás de ese infortunio no se encuentre un plan
trazado por un ser que es en todo momento bondadoso.
Soler Reyes 56
La Filosofía reconoce que este es un tema difícil de tratar
pero aún así lo intenta, ya que forma parte del tratamiento
terapéutico que le está aplicando a Boecio. Así, ella
comienza por hacer una distinción entre providencia y
destino. La primera es el plan simple trazado por la
divinidad, lo segundo es la realización de ese plan en las
diferentes cosas que se encuentran sujetas a cambios. En
cuanto la providencia es el plan original y el destino su
aplicación, los hombres tienen conocimiento de esto último,
pues lo padecen, pero aquello que se acerca más a la esfera
divina les es por completo desconocido: “vosotros, los
hombres, no sólo no estáis en disposición de contemplar este
plan divino, sino que además veis todas las cosas confusas y
alteradas” (Boecio, 151). Si bien este plan le es desconocido
al hombre, no puede dudar de que el fin de todas las cosas es
el bien; ya que todo está dirigido por y hacia Dios, el bien
supremo, cada cosa que pasa en el mundo no tiene otra causa y
otro fin que el bien.
Este desvío que hace la Filosofía en su argumentación tiene
como objetivo probar una cosa: que toda fortuna es siempre
buena. Cuando una persona malvada padece una fortuna
desfavorable, ésta está encaminada a corregirlo, cuando
padece una fortuna favorable, ésta está encaminada a
castigarlo, ya que nunca saldrá de su estado de injusticia.
En el caso de las personas buenas, si éstas jamás sufren un
Soler Reyes 57
infortunio se debe a que son premiadas, pero cuando padecen
un infortunio no se puede decir que hayan sufrido un mal,
sino todo lo contrario, pues éste es una prueba que los debe
reafirmar en el camino del bien. Aquí la Filosofía hace eco
de un argumento estoico ya planteado por Séneca en De la
Providencia. En este tratado, el problema que Séneca desarrolla
es el mismo que Boecio está tratando de resolver: ¿Por qué
Dios permite que un hombre bueno caiga en la desgracia y el
infortunio? La forma en la que resuelve este asunto es
mostrando que una persona buena debe aprender a sufrir las
adversidades ya que esto le permite aprender a superar los
obstáculos sin apartarse jamás del camino del bien.
Así, Dios endurece, prueba y persigue a aquello que él estima
y que ama; aquellos, que al contrario, parece que él esta
mimando y cuidando, él les reserva males por venir como una
presa sin defensa. Porque tú estás errado si crees que hay
inmunidades: aquel que fue por largo tiempo feliz tendrá su
turno; el que parezca libre no es más que está siendo
postergado. (Séneca, DP, 21)2.
El infortunio que le llega al hombre bueno no es más que una
prueba que tiene como finalidad fortalecerlo, perfeccionarlo
y afianzarlo en el camino del bien. Con esto, la Filosofía le
muestra a Boecio que Dios, en su simplicidad y en su plan
trazado desde el inicio, no hace nunca el mal, sino que por
2 Traducción del francés mía.
Soler Reyes 58
el contrario, encamina a todos los seres, de una u otra
forma, hacia el bien, ya sea mediante pruebas, premios o
castigos. Por otra parte, como Dios no hace el mal y en su
infinita bondad no puede hacerlo, la Filosofía también
demuestra que, en efecto, el mal no existe, ya que si Dios es
todopoderoso cualquier cosa que él no pueda hacer no puede
existir.
2. Providencia divina y voluntad humana: el problema de
problemas
En la discusión entre Boecio y la Filosofía sobre el mal se
planteó en varios momentos una cuestión que aún no ha sido
resuelta: por una parte la Filosofía le muestra a Boecio que
existe un Dios, creador de todas las cosas y que ha trazado
un plan divino mediante el cual organiza y determina los
seres del universo; por otra parte, la Filosofía en su
análisis de la acción humana encontró que para que el hombre
actúe debe tener poder y voluntad. ¿Cómo se puede compaginar
el hecho de que Dios haya creado un plan que abarca todas las
cosas y que al mismo tiempo el hombre cuente con una voluntad
que le permite actuar libremente? ¿No estaría la voluntad
humana determinada por ese plan divino?
En la contradicción planteada por Cicerón, en De Natura Deorum,
ya se había señalado el hecho de que si Dios se preocupara
Soler Reyes 59
por los hombres los habría hecho a todos buenos. ¿Por qué
razón les da Él la posibilidad de elegir sus acciones? La
respuesta que da la Filosofía a este problema es que si bien
Dios es el gobernante de todas las cosas y las encamina hacia
el bien, Él es ante todo un gobernante bueno, es decir, que
no impone su ley sobre los seres que ha creado: “un gobierno
que se convirtiera en yugo impuesto y no en salvación
libremente aceptada, ya no sería feliz” (Boecio, 122). Si
Dios impusiera su ley sobre los hombres, si los hiciera a
todos buenos y sólo les diera la posibilidad de actuar bien,
entonces los hombres no serían felices, ya que se
encontrarían sujetos por la ley divina y no podrían ser jamás
libres. Es necesario, entonces, que el hombre pueda tomar
decisiones y pueda elegir sus acciones voluntariamente para
que sea feliz.
Para que los hombres puedan tomar decisiones y puedan ejercer
su libre albedrío, Dios ha dotado su naturaleza con la razón,
es ésta la que les permite juzgar y discernir las cosas para
que así puedan tomar decisiones. Pero si bien todos los
hombres están dotados de razón, no todos son igualmente
libres. Aquellos que se alejan de su naturaleza racional y
descienden hacia las cosas materiales, se encuentran atados a
ellas por sus pasiones, pero se encuentran aún más
esclavizados si se dejan encadenar por los vicios. Por otra
parte, los hombres que se conducen en todo momento por la
Soler Reyes 60
razón y que se dedican a la búsqueda y la contemplación de
Dios son más libres, ya que no se ven engañados ni atados por
su propia ignorancia ni por las cosas terrenas.
Pero inmediatamente se plantea un problema: el primer
atributo que la razón muestra de Dios es que Él es el creador
de todas las cosas y que de Él se deriva todo lo que hay. De
esta manera, Él debe ser perfecto ya que las diferentes cosas
imperfectas deben provenir de algo que sea perfecto y las
congregue. Por su perfección se puede saber entonces que Dios
es bueno y que es omnipotente, pero también se puede saber
que es omnisciente, es decir que todo lo sabe de antemano:
Lo que es, lo que fue y lo que será,
todo lo ve en una sola mirada de su inteligencia.
Es el único que ve todas las cosas.
¡Sólo a Él puedes tener por verdadero Sol! (Boecio, 167).
¿Cómo puede compaginarse esto con el hecho de que el hombre
es libre y puede tomar sus propias decisiones? En efecto, si
desde el principio de los tiempos Dios sabe que una persona
va a realizar, a pensar o desear un acto malvado, y Él no
puede equivocarse, entonces no hay nada que se pueda hacer
para que esto suceda de otra manera. Así, fácilmente se puede
llegar a pensar que lo que una persona haga no se da por su
propia voluntad sino por un designio divino.
Soler Reyes 61
Este mismo problema había sido ya planteado por Agustín en su
diálogo De libero arbitrio donde es consciente de que debe
demostrar que estas dos proposiciones no son contradictorias
entre sí: 1) Dios tiene conocimiento de todo en el futuro, y
2) pecamos por nuestra voluntad y no por necesidad. Si el
hombre peca por necesidad y no por voluntad, se generan
varios problemas: por una parte, se podría volver a pensar
que Dios es el creador del mal, ya que Él es el causante de
que el hombre haya obrado de forma incorrecta; por otra
parte, el hombre que peca no puede ser juzgado, ya que sus
acciones corresponden a un plan que había sido trazado por
Dios y por ello él no puede ser responsable de lo que hace.
Para Agustín, Dios puede prever algo y no por ello elimina la
voluntad humana: “Sólo porque Dios conozca de antemano tu
futura felicidad, y que nada pueda pasar sin que Dios lo
conozca de antemano (porque de lo contrario no sería
presciencia), no se sigue que tú vayas a ser feliz contra tu
voluntad” (Agustín, LA, 76)3. El que Dios pueda conocer de
antemano la voluntad del hombre no quiere decir que ésta deje
de estar en su poder, ya que es constitutiva de su ser y un
don de Dios.
La solución que la Filosofía le da a Boecio para este
problema es semejante a la de Agustín ya que también se
esfuerza por mostrar que las dos proposiciones planteadas por
él no son contradictorias; sin embargo, su solución se3 Traducción del inglés mía.
Soler Reyes 62
encamina más a demostrar de qué manera conoce Dios las cosas
de antemano. Mientras para el hombre existe un pasado al cual
no puede regresar, un futuro que le es desconocido y un
presente en el que se encuentra pero que se escapa a cada
instante, Dios es eterno, es decir que su vida es
interminable. En esa vida interminable, para Dios no existe
el tiempo como en los hombres, sino que Él abarca a un mismo
tiempo todo lo que fue y lo que será como si fuera un
presente.
En consecuencia, si se quiere considerar la presciencia por
la que conoce todas las cosas, se habrá de concebir ésta no
como una especie de conocimiento del futuro, sino como una
ciencia de un presente interminable. Por ello, es mejor
llamarla providencia y no previdencia o presciencia. (Boecio,
184).
Dios no determina las acciones de los seres racionales, no
las hace necesarias, sino que las ve todas a un mismo tiempo
desde su eterno presente y por ello puede saber todo lo que
va a suceder. Puede saber todas las acciones que una persona
realice pero también puede conocer los cambios que se den en
su voluntad. Así, la Filosofía distingue entre dos tipos de
necesidad: una simple, como por ejemplo que si alguien es
hombre debe ser mortal, y otra condicionada, como cuando
alguien sabe que otra persona está robando, luego, esta
última debe ser un ladrón. Si Dios, en su infinito presente,
Soler Reyes 63
sabe cómo va a actuar una persona es por una necesidad
condicionada, porque está viendo a un mismo tiempo todas las
cosas, pero las acciones de esta persona no se dan por una
necesidad simple sino por su propia libertad.
Con esta solución que da la Filosofía a Boecio, el hombre
permanece con su libre albedrio, con la capacidad de decidir
sus acciones, mientras Dios también permanece con su
capacidad de conocer todo lo que sucede y está por suceder.
De esta manera, ese ser que todo lo ve y todo lo conoce
impone castigos justos a aquellos que se alejan del bien, ya
que quienes hacen esto cometen una falta por su propia
voluntad y no porque se vieran encaminados desde el principio
de los tiempos al mal. De ahí que la última lección de la
Filosofía sea la siguiente: “Tenéis sobre vosotros una gran
necesidad, si no queréis engañaros a vosotros mismos: la
necesidad de ser buenos, pues vivís bajo la mirada del juez
que todo lo ve” (Boecio, 188).
3. Conclusión: ¿condujo la razón a la verdad y a la
consolación?
La apuesta que desde el Libro Primero de la Consolación había
realizado la Filosofía era la de llevar a Boecio, de la mano
de la razón, a la verdad y con ésta última a la consolación.
¿Se dio efectivamente esto? A lo largo de su investigación
Soler Reyes 64
sobre los bienes, la Filosofía logró demostrarle a Boecio,
mediante la razón, que había un bien que no era efímero ni
material, que no estaba sujeto a los vaivenes de la fortuna
ni atado a las pasiones, sino que era un bien racional,
estable y completo, y por tanto no hacía falta al ser humano
desear ninguna otra cosa más, ya que este bien le procuraba
una felicidad absoluta. Este bien era la fuente primigenia de
todos los otros bienes, es decir, Dios, el creador de todas
las cosas.
Pero una vez se empieza a investigar la naturaleza de Dios,
surge una serie de problemas que van desde la existencia del
mal hasta la oposición entre libre albedrío y providencia
divina. Si bien la Filosofía intenta dar solución a estas
cuestiones, en varios momentos acepta las limitaciones que
presenta la razón para tratar estos asuntos. Cuando señala
que todas las cosas suceden por un plan divino y que los
males que los buenos padecen se deben a pruebas que Dios les
está poniendo, ella acepta que no le es posible conocer
exactamente cómo es este plan. Pero su mayor limitación se da
cuando trata el asunto que concierne a la presciencia divina
y señala que el entendimiento humano es: “incapaz de captar
directamente la presciencia divina” (Boecio, 173). En este
punto, la Filosofía está haciendo eco de una idea ya presente
en el neoplatonismo.
Soler Reyes 65
Para Plotino, uno de los representantes de la escuela
neoplatónica, el origen de todas las cosas es el Uno, el cual
es siempre estable e indivisible. Después del Uno viene la
Inteligencia, la cual constituye los seres reales mismos.
Esta Inteligencia sería equivalente a lo que en el platonismo
es el mundo de las ideas. Por último, se encuentran el Alma y
el mundo sensible, los cuales están siempre en movimiento y
se encuentran divididos. Mientras el Alma es una mera imagen
de la Inteligencia, ésta última lo sería del Uno, de ahí que
conocer aquello que se encuentra en un nivel superior
requiera ante todo alejarse del nivel en el que uno se
encuentra:
Del mismo modo que si queremos contemplar la naturaleza
inteligible no hemos de poseer ninguna imagen de las cosas
sensibles y dirigirnos en cambio a lo que se encuentra más
allá de lo sensible, de igual manera si queremos contemplar
lo que está más allá de lo inteligible, hemos de prescindir
de todo lo inteligible; porque (del Uno) se conoce su
existencia gracias a lo inteligible, pero para conocer lo que
Él es hemos de dejar a un lado lo inteligible. (Plotino,
Enéada V, 130)
De esto se deduce que el alma, mientras esté atada a su
cuerpo, podrá intuir lo inteligible, pero jamás podrá
conocerlo, ya que no le es posible separarse del todo de lo
sensible. Así mismo, si no le es posible conocer claramente
Soler Reyes 66
lo inteligible tampoco podrá ver al Uno en su totalidad. El
hombre que ejercita su razón podrá, entonces, acercarse a
aquello que se encuentra por encima de él, pero no podrá
contemplar claramente su forma y mucho menos podrá
comprenderlo.
Si bien Boecio no hace esta triple división de Plotino, sino
que incluye a la Inteligencia dentro de los atributos de
Dios, lo está siguiendo de cerca en este punto. En su
Consolación, la Filosofía le señala a Boecio que la razón es
una propiedad exclusiva de los seres humanos, pero la
inteligencia es un atributo de Dios. Esta inteligencia es
superior a cualquier otro conocimiento ya que ella no sólo se
comprende a sí misma sino que al mismo tiempo conoce los
objetos de otras formas de conocimiento. Por lo tanto, el
hombre podrá, mediante su razón, acercarse a Dios, pero no
podrá conocerlo en su totalidad, no podrá aprehender la
verdad: “Quien busca la verdad se mantiene en un estado
intermedio: / no sabe, pero no es ignorante del todo”
(Boecio, 172). ¿Quiere decir esto que al no poder alcanzarse
la verdad en su totalidad tampoco se podría alcanzar la
consolación? ¿Se aleja Boecio de Agustín, quien pensaba, como
vimos en el capítulo primero, que sólo el acceso a la verdad
podría consolar?
Soler Reyes 67
La Filosofía, como un modo de conocimiento humano apoyado en
la razón, reconoce sus limitaciones, sabe que no le es
posible conocer la profundidad de la naturaleza divina; sin
embargo, esto no quiere decir que no haya podido llegar a
producir cierto conocimiento. En efecto, la Filosofía en su
consolación le ha mostrado a Boecio una serie de verdades
que, si bien no son divinas, son de tipo práctico: por medio
de la razón, le demostró a Boecio, en el libro segundo de la
Consolación, que no puede apegarse a los bienes terrenales ya
que son efímeros y le demostró también que debe aspirar a
algo más elevado y estable. En los libros tercero y cuarto le
demostró que todos los seres por naturaleza buscan su
felicidad y, de una u otra forma, su propio bien y que lo
único que no depende de los vaivenes de la fortuna es la
virtud, la cual reside en el hombre. Por último, le demostró
que es el hombre quien determina sus acciones, quien decide
hacer el bien o el mal. Su consolación radica, entonces, en
seguir el consejo de la Filosofía: encaminarse siempre al
bien, incluso en las situaciones más adversas.
Así, se puede ver cómo la filosofía se concibe no como una
disciplina meramente teórica sino como una actividad con una
finalidad práctica, que plantea un camino de elevación
espiritual y una forma de vida. El ejercicio de la razón, que
Boecio emprende con la Filosofía, en primer lugar busca una
consolación (la cual sólo se puede dar a través de la
Soler Reyes 68
sabiduría, una vez se investigan las causas de los propios
padecimientos), apartando al filósofo de las pasiones que lo
atormentan y elevándolo a un estado de serenidad y calma. Y,
si bien la relación del filósofo con la verdad es
ambivalente, pues aunque él siempre la busca nunca la puede
comprender completamente, no por ello este camino deja de
brindarle frutos, ya que es gracias a esta investigación que
establece principios morales que puede aplicar en su propia
vida. Como señala Hadot (242), es ésta una visión de la
filosofía propia de la Antigüedad que se fue perdiendo,
primero con la Edad Media, cuando la filosofía se vio
sometida a ser un simple instrumento de la teología, y luego
con la Modernidad, cuando se convirtió en material de estudio
teórico en las universidades. Sin embargo, hoy en día, con
los medios masivos, que despejan a los individuos de su
identidad y los convierten en meras cifras, las sociedades de
consumo y el anonimato de las grandes ciudades, esta
filosofía le plantea al individuo un camino en el que lo
importante ya no es adquirir un cúmulo de conceptos teóricos,
sino descubrir un arte de buen vivir, el cual le permita ser
una mejor persona, que se pueda reconocer como parte de una
comunidad y que pueda integrarse a ella.
Soler Reyes 69
OBRAS CITADAS
Aristóteles. Ética a Nicómaco. Madrid: Alianza Editorial, 2008.Traducción de: José Luis Calvo Martínez.
Boecio. La consolación de la filosofía. Madrid: Alianza Editorial,2005. Traducción de: Pedro Rodríguez Santidrián.
Cicerón, Marco Tulio. “Cuestiones Tusculanas”. CT. ObrasEscogidas. Buenos Aires: Librería El Ateneo, 1951.Traducción de: M. Menéndez y Pelayo.
---. “De Natura Deorum”. De Natura Deorum: Academica. London:William Heinemann, 1951. Traducción de: H. Rackham.
---. Del supremo bien y del supremo mal. SB. Madrid: EditorialGredos, 1987. Traducción de: Víctor-José HerreroLlorente.
Soler Reyes 70
Hadot, Pierre. “La filosofía como forma de vida”. Ejerciciosespirituales y filosofía antigua. Madrid: Ediciones Siruela, 2006.Traducción de: Javier Palacio.
Hipona, Agustín de. “Against the Academicians”. CA. Against theAcademicians and The Teacher. Indianapolis: HackettPublishing, 1995. Traducción de: Peter King.
---. On Free Choice of the Will. LA. Indianapolis: HackettPublishing, 1993. Traducción de: Thomas Williams.
Marenbon, John. “Anicius Manlius Severinus Boethius”. StandfordEncyclopedia of Philosophy. Recuperado en Marzo de 2001 de:http://plato.stanford.edu/entries/boethius/
Platón. “Gorgias”. Diálogos: Gorgias, Fedón, El banquete. Madrid:Austral, 2007. Traducción de: Luis Roig de Lluis.
---. La República. Madrid: Alianza Editorial, 2003. Traducciónde: José Manuel Pabón y Manuel Fernández-Galiano.
Plotino. Enéada Quinta. Buenos Aires: Aguilar, 1975. Traducciónde: José Antonio Miguez.
Séneca, Lucio Anneo. “Consolación a Marcia”, “Consolación aPolibio”. Diálogos. Madrid: Tecnos, 1996. Traducción de:Carmen Codoñer.
---. “De la providence”. Dialogues. Paris: Société d’édition“Les belles-lettres”, 1961. Traducción de: A. Bourgery.