Perspectivismo lingüístico y otredad en Corsarios de Levante

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AlA TRISTE lA SOMBRA DEl HÉROE

Coordinación

José Belmonte y J. M. López de Abiada

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© 2009, José Belmonte Serrano y José Manuel López de Abiada (Eds.)

© De los artículos: sus autores © De esta edición:

2009, Santillana Ediciones Generales, S. L. Tor~guna, 60. 28043 Madrid 'fetéfon&91 744 90 60 Telefax 91 744 92 24 www.alfaguara.santillana.es

ISBN' 978-84-204-2280-0 Depósito legal: M.l4.730-2009 Impreso en España- Printed in Spain

Diseño: Proyecto de Enrie Satué

© Imagen de cubierta: Joan Mundet

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Índice

Prólogo

Juan Marsé y Arturo Pérez-Reverte, dos narradores aparte SAMUEL AMELL

Configuración y características de Diego Alatriste, personaje memorable. Una introducción }OSÉ BELMONTE SERRANO

y }OSÉ MANuEL LóPEZ DE AlliADA

Las armas y las letras: el mundo de la cultura en Las aventuras tkl capitán Alatriste JUAN CANO BALLESTA

Leer Alatriste, leer el Barroco PEDRO CÉSAR CERRILLO

Alarriste, capa y espada LUIS ALBERTO DE CUENCA

Los juegos de la reescritura en El oro tkl rey MARIE-THÉRESE GARCIA

Alatriste en las aulas. ¿La más difícil aventura? JAIME GARCIA PADRINO

Alatriste y la aventura de la infancia recuperada ALEXISGROHMANN

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Las coordenadas espacio-temporales del soldado en la época de Alatriste FRANCISCO JAVIER GUILLAMÚN .ÁLVAREZ

Acerca de la traducción alemana de los Alatristes: comentarios, problemas y soluciones ULRICH KUNZMANN

Personajes singulares de El capitán Alatriste JOSÉ LUIS MARTfN NOGALES

Perspectivismo lingüístico y otredad en Corsarios de Levante ALBERTO MONTANER FRUTOS

Alatriste: diario de una aventura gráfica JOANMUNDET

De Ernest Renan a Homi Bhabha. Macrohistoria y ficción en Arturo Pérez-Reverte GoNZALO NAVAJAS 292

Alatriste en el corral de comedias CÉSARÜLIVA 321

El compromiso ineludible del capitán Alatriste: reivindicación filológica y literaria de la saga JuANCARLOSPAREDES 342

Lenguaje corporal en El capitán Alatriste ANTHONYPERCNAL 361

Marco histórico e invención imaginaria en Corsarios de Levante JOSÉ PERONA 373

Perspectivismo lingi.!ístico y otredad en Corsarios de Levante

ALBERTO MONTANER FRUTOS

lmtituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo {Cortes de Aragón-Universidad de Zaragoza-CSIC)

El referente cervantino forma parte de manera evidente del trasfondo conjunto de todas Las aventuras del capitán Alatriste (y aun de otras novelas de Pérez-Reverte), pero sin duda aquella en la que resulta más patente e informa de modo más neto su argumen­to y estilo es la sexta y, a dia de hoy, última entrega de la serie, Cor­sarios de Levante (en adelante CL, que cito por capítulo y página). Las conexiones de esta novela con las diversas obras en que Cervan­tes se basa de un modo u otro en sus andanzas por el Mediterráneo y en sus padecimientos y peripecias como cautivo en Argel resultan bastante aparentes y, aunque podrían ser objeto de comentario par­ticular, creo más interesante centrarme en un aspecto algo menos obvio, pero al mismo tiempo más profundo y más revelador del tipo de influjo ejercido por la obra del genial alcalaíno sobre el no­velista cartagenero y del intertexto que éste pretende crear con los relatos y dramas de aquél. Me refiero al uso que hace Pérez-Revene de varias de las lenguas mediterráneas del siglo XVII, y aun de otras variedades hispánicas, en la caracterización de los personajes que intervienen en su narración y en la conformación de las situaciones en que los mismos intervienen. Se trata de un procedimiento espe­cialmente desarrollado en esta novela, pero al mismo tiempo carac­terístico de la narrativa revertiana, en la cual «rhere is painstaking atention ro the character's language, which creares lively dialogues anda powerful sense oforality» (Azevedo 2007: 453).

Para determinar la función de dicho recurso en la no­vela, resulta necesario empezar por el censo de las lenguas utili­zadas (dejando a un lado, claro está, la española estándar, por ser aquella en que está redactado el cuerpo de la obra y estable­cer el «grado cero» respecto del que destacan las restantes), así

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como el de las expresiones correspondientes a las mismas {con el comentario filológico de rigor en cada caso). A partir de ahí, sabiendo qué personajes las usan y en qué contextos, se podrá establecer el alcance de este empleo.

Sin embargo, en CL se utiliza un número demasiado elevado de lenguas distintas del español estándar, incluidas las variedades específicas del mismo, como para realizar dicha la­bor fuera de una edición anotada. En la primera categoría en­tran, de occidente a oriente, el vascuence (particularmente el dialecto guipuzcoano), el árabe magrebí, el bereber, el italiano y el turco, más la lingua franca y el latín eclesiástico. A la se­gunda pertenece la germanía, como sociolecto particular de la gente del hampa y también, en muy buena parte, de la solda­desca, no siempre fácil de distinguir de aquélla (véase abajo el § 1.1); pero también la jerga marinera, de la que aquí, dadas las circunstancias, se hace abundante uso, o incluso ciertos ele­mentos dialectales, como algún aragonesismo puesto en boca de Sebastián Copons, o el castellano con sintaxis vizcaína ha­blado por Machín de Gorostiola*. De este mosaico lingüístico, algunas de las teselas más interesantes, por proceder en buena

• Respecto de este personaje, téngase en cuenta que Machín (en grafla euskera moderna Matxin) es d hipocorístico vascuence de Martín (cf Michdena 1973: 126-127). Su figura puede compararse con la histórica dd capirán Machín de Monguía, quien, embarcado al mando de una compañía de doscientos arcabuceros, participó activamente en las campañas de Levante y fue uno de los defensores de Castilnovo ante los turcos en 1539, siendo dogia­do por Alonso de Santa Cruz: Crónica del nnpmuior Carioi V. vol. III, pp. 527-528, y por Sandoval: Hisroria de Carior V. XXIV, XIJ-xm (vol. m, pp. 78b-81a), quien refiere su muerte en d último capírulo y página de los citados: «Rogó [Barbarroja] a Machín de MonguJa que se tornase rurco, loándole mucho lo de la Previsa, y porque no lo quiso hacer y le respondió como valeroso vizcaíno, le mandó luego degollar en d espolón de su galerv. Lo de la Previsa lo refiere así Santa Cruz.: • Y como Barbarroja viese que la noche era tan obscura y que de los tru.enos podía hacer alguna fortuna[= "tormenta"] en la mar, mandó disparar una pieza de artillería en su galera y encender lumbre en la linterna para que toda la flora le siguiese. Y así se fue camino de la Prevesa, donde recogió toda su armada. Y como las naves hiciesen su viaje toda la noche y d otro día hasta llegar al puerto dd Golfo, donde hallaron las galeras dd Papa y venecianos, no siendo venido d Príncipe con sus galeras, d cual vino dende a tres

días. Y la nao de Machín de MonguJa, que se tenía por perdida, vino a cabo de cinco a vista del Golfo y no podía entrar en él por carecer de vdas y gobernalle. Y como fue vista de los de la guardia dd castillo dd Golfo lo hicieron saber al Príncipe, d cual mandó salir ocho galeras de las suyas y que fuesen a ver qué nave era, y como las galeras fueron y conocieron que era la de Machín de Monguía, fueron a ella muy gowsos y la tornaron y metieron en el puerto entre las orras galeras. Y fue tenido en mucho en toda la flora lo que este capirán y su gente y marineros hicieron en salvarse con tanto daño de los enemigos• {vol. 111, p. 528).

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parte de fuentes de época, a menudo no censadas por los lexi­cógrafos, y ofrecer, por lo tanto, material prácticamente inédi­to, son las relativas a la costa islámica del Mediterráneo, es de­cir, los arabismos, turquismos y berberismos (por orden cuantitativo del caudal léxico aporrado), voces cuyo estudio, además de clarificar muchos pasajes no sólo de la novela, sino de sus propias fuentes áureas, permite plantearse cuestiones que van más allá del terreno estilístico y que, como queda re­gistrado en el título de la presente contribución, tienen que ver con el enfoque ideológico e incluso ético de la narración. Por tales razones las páginas que siguen se centrarán en dichos ma­teriales, dejando para futura ocasión los restantes.

l. LAS LENGUAS DEL MEDITERRÁNEO MERIDIONAL,

DE PUNTA A PUNTA

Aunque la Pax Romana impuso el latín como lengua co­mún de la administración y, en parte, de los negocios en toda la cuenca del Mediterráneo, la escisión de iure del Imperio Romano de Oriente en 395 no hiw sino devolver al plano político la que de Jacto era la situación lingüística de la wna, caracterizada por un re­parto desigual entre las áreas de dominio latino y griego, con fron­teras en el norte de la península Balcánica (Dalrnacia e Iliria frente a Tracia y Macedonia) y entre el Egipto fuertemente helenizado y los territorios líbicos a su oeste, donde se hablaba el bereber en situa­ción de diglosia con el latín. Este statu quo cambió drásticamente con la fulminante expansión árabo-islárnica de los siglos VD-VIII, a partir de la cual toda la wna sudoccidental del Mediterráneo, desde Siria a Marruecos y la península Ibérica, se convirtió en arabófona, si bien en su extremo occidental se conservaron el romance andalusí, extinguido a lo largo del siglo XII (Corriente 2008: 97-104; cf Vicente 2006: 31a-32a), y el bereber, que ha llegado hasta la actualidad, aunque enormemente fragmentado (véase el mapa ad­junto), mientras que en su centro el capto quedaba reducido paula­tinamente a lengua litúrgica cristiana en Egipto, lo mismo que más al este sucedía con el arameo, si bien dialectos de esta lengua se han

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seguido hablando hasta hoy, de forma cada ve:z más minoritaria, en diversas ro nas del Oriente Medio y Asia Menor. A estas lenguas se sumó en el siglo X el turco, que fue creciendo en importancia geo­gráfica y sobre todo política hasta alcanzar su culminación a partir del establecimiento de la capital del imperio otomano en Esram­bul, la perdida Constantinopla del desaparecido imperio bizantino, en 1453*. Por otro lado, aunque la unidad lingüística del mundo árabe quedaba garantizada por el empleo del árabe clásico como lengua de cultura, aquél se hallaba, entonces como ahora, en situa­ción de diglosia**, siendo las variedades realmente habladas los dia­lectos neoárabes, que en el ámbito que nos ocupa (las poblaciones sedentarias costeras del sur del Mediterráneo) se reparten en tres grandes grupos, los dialectos levantinos, egipcios y occidentales (Vicente 2008: 36-41 y 55-58).

Así pues, durante el Siglo de Oro la orilla meridional del Mediterráneo comprendía una zona continua de dialectos árabes desde la costa atlántica, con importantes islotes berberó­fonos en el extremo occidental (véase el mapa adjunto), hasta aproximadamente la cordillera del Tauro, a partir de la cual se extendía la zona de preponderancia del turco. Es en este con­texto sociocultural y lingüístico en el que se produce «la enri­quecedora y fascinante ósmosis léxica que caracterizó el Medi­terráneo de la época» (Pérez-Reverre 2008: 11).

De las lenguas y variedades mencionadas, las que más influyeron en el castellano, aunque no siempre por vía directa (pues en bastantes casos actuó como intermediaria la lingua

• Para más detalles véanse en Dalby ( 1998) y Dd Moral (2002) las entradas atingemes a las diversas lenguas mencionadas, en las que se podrá completar d somero panorama aquí crazado. Para los dialectos árabes, véase en conjunto Corrieme y Vicente (2008).

** En realidad, seria más adecuado describir la siruación en términos de po/iglosia, pues no se trata de la existencia de dos polos, sino de dos extremos de un continuo lin­gülsrico, lo que permite todo un espectro de registros intermedios, •puesto que [ ... ) el hablante no elige entre dos modalidades o variedades de lengua, sino que puede, en principio, moverse a lo largo de todo un condnuum de variedades en una escala de múldples peldaños [ ... ].Claro está que las posibilidades aumentarán a medida que el hablante sea capaz de dominar los registros más próximos al clásico, mientras que se­rán más reducidos en el caso de una persona sin culrura, que diflcilmenre podrá supe­rar los registros medios disponibles» (Ferrando 2001: 135; véanse en general las pp. 135-145 y 159-165, así como Vicente 2008: 30-33).

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franca*), fueron el árabe magrebí, sobre todo en sus dialectos marroquí y argelino, y el turco, que sirvió además de puente a voces neogriegas (aunque algunas de ellas, en especial términos náuticos, penetraron directamente desde la lingua franca) , ára­bes y sobre todo persas (véase abajo el § 1.3). En principio, a tal reparto cabría adscribir lo que, retomando términos de épo­ca, podría denominarse voces de Berbería y voces de Levante**, lo que, si en términos gentilicios se corresponde básicam ente con la distinción áurea entre moros («musulmanes occidenta­les») y turcos («musulmanes orientales»), no es sin embargo equivalente a una división lingillstica entre árabe y turco. Suce­de así porque en el caso de la Berbería, como queda dicho, los dialectos árabes magrebíes convivían con el bereber, sin contar con que determinadas voces turcas penetraron desde Argel (cf bajá), mientras que el término «Levante», como expljca Behns­tedt (2008: 151), «Se utilizaba antes para todos los países me­diterráneos al este de Italia, también se usa para Siria, Palestina, el Líbano y Cilicia. La segunda definición corresponde aproxi­madamente al árabe biliid aJ-Jiim», de modo que:

El «Levante» es una denominación geográfica no siempre precisa, el Levante árabe, sin embargo, es un espacio cultu­ral bien determinado. Eso se ve, por ejemplo, en su arqui­tectura tradicional, en su cocina, la vestimenta autóctona,

*Para una caracterización general de la misma, véase Dalby (1998: 5 12a-514b). Cer­vantes la define como una «lengua que en toda la Berberia y aun en Constantinopla se halla entre cautivos y moros, que ni es morisca ni castellana ni de otra nación alguna, sino una mezcla de todas las lenguas, con la cual todos nos entendemos» (Quijo u, II, XLI, ( 244v).

•• Covarrubias, Supkmmto, ( 75r, s. v. &rverla, define la primera como« Toda la costa de África desde el estrecho de Gibraltar hasta donde entra en el mar el Nilo. Llamose antiguamente Barbaria et Mauritania»; pero no concreta más, en ( 523r, s. v. Levante: •Es lo mesmo que oriente, porque de allí se levanta el sol cuando nace•. Autorit:úuús, vol. IV, p. 392b-393a, que no incluye la primera voz., define así la segunda: «l..a parte del horizonte por donde nace el Sol, que también se Llama Oriente. De aquí viene decirse partes de Levante aquellas provincias q ue respecto de nosotros están situadas hacia Oriente, como Italia, el Archipiélago [="el mar Egeo y sus islas"], etcétera». Terreros, Diccionario, vol. II, p. 722a, señala que •en el estilo del comercio se dice Comercio del Orimu al que se hace en la Asia Oriental [ = Extremo Oriente] por el Océano, y Comer­cio de Levanual que se hace en la Asia Occidental [=Oriente Próximo] por el Mediterrá­neo». Ésta es la definición geográfica más ajustada al uso que del término se hada en el Siglo de Oro.

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sus usos y costumbres, y por supuesto en sus dialectos ára­bes de tipo sedentario. [ ... ] Entre sus rasgos comunes hay que destacar un importante sustrato arameo en la fonología, la morfología y el léxico. Sus hablantes se entienden fácil­mente entre sí, de manera que quien habla un dialecto sirio tiene pocos problemas para entender a un libanés o a un palestino, y viceversa.

En consecuencia, una voz berberisca lo era por proce­der del Norte de África, ya se tomase del árabe, del bereber o del turco (en estos dos casos, habitualmente por intermedio de la primera lengua) , mientras que una voz levantisca o le­vantina lato sensu, igualmente calificable de turquesca, podía tratarse tanto de un grecismo tomado del neogriego como de un turquismo o un arabismo procedente de los dialectos le­vantinos propiamente dichos o de los egipcios. Habida cuenta de que además muchas de estas voces se interpenetraron y fue­ron vehiculadas por la lingua franca (compárense, para CL, los casos de bajd, nogala o rexa para las voces berberiscas y corba­cho, efendi, falúa ..- feluca, mahona o morlaco para las levantis­cas, amén de la dudosa cequ{), está claro que para los hispano­hablantes coetáneos las concretas distinciones de procedencia quedaban muy borrosas y eran, por lo tanto, escasamente per­tinentes. Todavía hoy resulta a menudo imposible determinar la vía exacta por la que un término llegó al castellano, aunque por lo menos el étimo último se suele poder establecer. Esta problemática exigiría un glosario detallado que no es posible presentar aquí*, de modo que en el resto del presente apartado me limitaré a comentar los aspectos generales de los tres gran­des bloques lingüísticos de los que se toman préstamos en CL, yendo de occidente a oriente: el árabe, el bereber y el turco.

* Me propongo abordar estos aspectos con más detalle en un libro en preparación, La baba m~ditmdn(a m (/Siglo tÚ Oro: Arabismos y palabras afin(s, formas tÚ otr~dad y p~rrputivismo lingüútico m c~anus y su m tomo (del« Vzaj~ tk Turqula» a •Corsarios d~ Lroanu») destinado a la serie de Estudios Árabes e Islámicos del Instituw de Eswdios Islámicos y del Oriente Próximo.

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1.1. El drabe

El caso de los arabismos es bastante peculiar, porque el número de voces de dicha procedencia incorporado al caudal léxi­co del español es relativamente alto, al menos en proporción con otros préstamos (cf Corriente 2004: 203-204 ~ 2.008: 8~-84), Y muchas de ellas no sólo están completamente astmiladas, smo que se han desligado de su ámbito de origen y no cumplen, a efecros estilísticos, la misma misión que otros en los que esto no sucede. En efecto, un arabismo puede aparecer en contextos que no res­ponden en absoluto al deseo de reflejar su cultura de origen, como ocurre, por ejemplo, con alférez, término procedente del árabe an­dalusí alfiiris y éste del clásico alfjris («el jinete»), cu~a docu_menta­ción más antigua en textos cristianos (en latín medieval prtmero Y en romance después) presenta el sentido de «abanderado (de la caballería)» (cf Gago-Jover 2002: 29) y que en el Siglo de Oro de­signaba al «cabo u oficial que tiene a su cargo llevar la bandera en su compañía, ya sea de infantería o caballería, y marcha en el cen­tro de ella»*. Así aparece a lo largo del texto, a partir de la mención del alférez Muelas en CL, I, 25, como tal designación de un oficial de las tropas españolas. Por el contrario, determinadas voces nunca han perdido su conexión con el ámbito del.q~e proceden, en espe­cial, como es lógico, las vinculadas a la reltg¡ón, con casos en CL como mezquita, morabito o zalá («oración islámica>>).

Obviamente, la mera aparición de préstamos de la segunda especie permite remitir al mundo árabo-islámico;

* Autoridadu, vol. I, p. I98a, s. v. Según la expli~ción ~~ Covarrubias, ~1 alférez poseía funciones similares a las del teniente (en su senado ongmal de lu~eme?te del capitán): •Compeda al capitán traer la bandera, mas porque ha de ac~d1r a d1versos ministerios, sustituye al que Llamamos alférez, el cual ha de estar subordmado ~ él.y n.o moverse sin orden y mandato suyo; y los demás que militan debajo ~e a.quella ms1gma la han de seguir• (Tesoro, f. 44r, s. v.). Lo mismo se deduce de la des~r~pc1ón de Co~rre-

Vi L II y¡ pp 132-33: .Cobrome voluntad, aunque ten fa nonaa de mf, y df¡ome ras, aa. • • . 1 D .. ¡ si queda ser alférez de una de las compa.fifas que se habfan de levantar uego. •¡e que~ y al otro dfa me dijo que fuese a besar las manos al capitán don Pedro Jaraba del Caso­Lio, por la merced que me habfa hecho de d::,rme su ba~dera .. [ .. ) Recebf d.os tambor~, hice una honrada bandera, compré cajas[= tambores ] y m• cap1tán me dio dos des~ • chos y poder para que arbolase la bandera en la ciudad de Écija y marque~ado de Plie­go». De ahf pasa al sentido actual, que el f!RAE. s. v., define como •ofic1al de menor graduación, inmediatamente inferior al cemente•.

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pero, independientemente de que pertenezcan a una u otra categoría, la densidad de los arabismos (y frecuentemente también su rareza de uso) aumenta sensiblemente cuando se trata de evocar, mediante el léxico apropiado, dicho ambien­te. Se trata de un recurso de viejo cuño estilístico de la litera­tura.española, muy explotado, por ejemplo, en el romancero monsco:

vido un moro de a caballo haciendo gran algazara, con vestido turquesado y almalafa plateada; el alfanje trae desnudo, la barba toda mesada, con el tocado deshecho y sin lanza y sin adarga*.

Sale, pues, el foerte moro, sobre un caballo overo

que a Guadalquivir el agua le bebió, y le pació el heno, con un hermoso jaez, rica labor de Marruecos, las piezas, de filigrana, la mochila de oro y negro; [. . .] Sobre una marlota negra un blanco albornoz se ha puesto, por vestirse las colores de su inocencia y su duelo. [...}

Bonete lleva, turqui, derribado alfado izquierdo,

• «Romance del sentimiento que hizo por Vmdarraja el rey moro de Granada., w. 19-26. En Lucas Rodríguez: RomAncm historiado (1582), pp. 154b-155a (subrayo). Menos turquaa­do, todas las palabras subrayadas aparecen en CL.

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y sobre él tres plumas, presas de un precioso camafeo: [. . .}

No lleva mds de un alfanje, que le dio el rey de Toledo, porque para un enemigo él le basta, y su derecho.

De esta suerte sale el moro con animoso denuedo,

en medio de dos alcaides, de Arjona y del Marmolejo*.

No obstante, la forma en que dicho recurso se emplea en CL responde especialmente al modelo cervantino, a tenor del cual se logra dar sabor local e incrementar la sensación de veracidad de lo narrado mediante la inclusión de diversos tér­minos, algunos neológicos, procedentes del turco o del árabe norteafricano, junto a oaos viejos arabismos de origen andalu­sf enteramente asimilados (según advirtió ya Sola-Solé 1974), como en el siguiente pasaje del Quijote, JI, LXIII, f. 245r (subra­yo), que ha dado algún problema a sus anotadores:

el arrdez quisiera que dejaran los remos y se entregaran, por no irritar a enojo al capitán que nuestras galeras regía. Pero la suerte, que de otra manera lo guiaba, ordenó que ya que la capitana llegaba tan cerca que podían los del bajel oír las voces que desde ella les decían que se rindiesen, dos tora­qufs, que es como decir dos turcos, borrachos, que en el ber­gantín venían con otros doce, dispararon dos escopetas, con que dieron muerte a dos soldados que sobre nuestras arruen­hadas venían.

* Góngora: Potmas, n.0 49, w. 36-44, 49-52, 57-60 y 65-73, pp. 58-59 (subrayo); sólo dos de esros seis términos (jaa. y turqul) están ausentes de CL.

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Aquí vemos unirse dos sustantivos bien conocidos, arráez y turcos, con un neologismo, toraquís*, etimológica­mente conectado con el anterior y al que, según un procedi­miento usual en estos casos, sirve de explicación. No obstante, más característica de esta actitud es la inclusión en estilo di­recto de segmentos completos, más o menos extensos, en la lengua de un interlocutor dado (Quijote, I, xxxvu, f. 225r, subrayo):

Preguntó don Fernando al captivo cómo se llamaba la mora, el cual respondió que Lela Zoraida; y así como esto oyó, ella entendió lo que le habían preguntado al cristiano y dijo con mucha priesa, llena de congoja y donaire:

-¡No, no Zoraida: María, María! -dando a entender que se llamaba María y no Zoraida.

Estas palabras, el grande afecto con que la mora las dijo hicieron derramar más de una lágrima a algunos de los que la escucharon, especialmente a las mujeres, que de su natura­leza son tiernas y compasivas. Abrazola Luscinda con mucho amor, diciéndole:

-Sí, sí, María, María. A lo cual respondió la mora: - ¡Sí, sí, María; Zoraida macange! --que quiere decir no.

Ahora bien, incluso este procedimiento, que puede pa­recer técnicamente tan moderno, posee numerosos anteceden­tes medievales, como puede apreciarse, por citar sólo alguno de los ejemplos más notorios, en el Libro de buen amor, El conde

* Es voz que no han resuelto los comentaristas del Quijou, cf Rico tt al. (2004: 1, 1256, n. 34): «No está daro qué significa la palabra torat¡uis (como quiera que se acen­túe), ni por qué C. la traduce como turcos bo"achoS», mientras que Rico (2007) ni si­quiera la anota. El término se explica formalmente por la adición romance del sufijo gentilicio y singulativo -/ (tomado del árabe andalusl, como en el turqul visto en la nora precedente; Corriente 2004: 197) al árabe egipcio tar kwa o, más bien, al magrebf tr~ k (Corriente 1999: 462a; cf para el primero Hinds y Badawi 1986: 126b, y para el se­gundo, Prémare tt aL 1993-1999: II, 48). Nótese, por otro lado, que Cervantes segura­mente no explica torat¡uís por «turcos borrachos•, sino sólo por «turcos•, habiendo de cerrarse el inciso (como he hecho en la cita) antes del adjetivo, según indica el «otros doce•, que no se refiere a otros tantos ebrios, sino a otros tantos turcos.

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Lucanor de don Juan Manuel o el Poema de Alfonso Onceno (véase Corriente 2006).

No obstante, junto a los arabismos crudos utilizados sólo de modo ocasional se encuentran otras voces de introduc­ción coetánea que sí se aclimataron en español, con los co­rrespondientes ajustes morfofonérnicos. A ellos se han de añ~­dir, en el caso de CL, que a fin de cuentas establece su propto compromiso entre el estadio lingüístico del Siglo de Oro y el actual, otras voces de dicha procedencia e incorporación re­ciente, vinculadas en buena parte con el intervencionismo afri­canista español desde fines del siglo XIX (así harka o j aique) , aunque no sólo, pues otras se han incorporado desde el voca­bulario historiográfico (por ejemplo, muslime).

En consecuencia, desde un punto de vista diacr6nico, es necesario distinguir al menos tres grandes categorías: ara­bismos medievales tomados fundamentalmente del dialecto andalusí (como aijamla, algarabla, aduana, algazara, arráez, zaragüelles)*; arabismos modernos, es decir, de los siglos XVI y xvu, oriundos de los dialectos magrebíes (como garrama, ga­zúa, zoco), aunque en ocasiones tomados de la lingua franca o del italiano (como parece haber sucedido con bagarino), lo que permite la incorporación de algunos térmi~os orientales (que posiblemente es el caso de falúa o cequí y sm duda el de mahona), y arabismos contemporáneos, también de proceden­cia norteafricana, pero con un tratamiento fonético distinto, debido a las diferencias de pronunciación que cuajan en la «re­volución fonológica» del Siglo de Oro, como se aprecia neta­mente en jaique < htayk, pues el grafema <j> representa bá­sicamente /S/ desde el segundo tercio del siglo XV1 hasta mediados del siguiente, cuando se generaliza la pronunciación

velar /x/ .

* Dentro de éstos es preciso diferenciar a su vez los primitivos, inrrodu~dos por los mozárabes, de un grupo posterior, procedente dc:l contacto con los mudé¡ares (luego moriscos), asf como los que, en paralelo a esros segundos, se imr.oducen a rrav~ de las traducciones latinas o romances de obras árabes o, en menor medida en este penodo, de los contactos comerciales, diplomáticos o bélicos con el Norte de África y Oriente Me­dio (Corriente 2004: 188). A ellos hay que añadir, sobre todo en los siglos XIV y XV, los procedentes del judeo-árabe andalusl (Montanee 2005a).

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Por lo que hace al grado de asimilación, la mayoría de los arabismos más antiguos lo están por completo, habiéndose perdido a veces totalmente la conciencia de su origen (cf Co­rriente 2004: 202-204); respecto de los modernos hay que dis­tinguir entre los que pasan a la lengua común y los que se que­dan como términos de relación*, mientras que dentro de los contemporáneos hay que separar los locales, aclimatados sólo en las propias plazas norreafricanas (como parece haber sucedi­do originalmente con cabila) o entre los africanistas, y los ge­nerales, de número bastante restringido, dentro de los cuales hay que diferenciar los tecnicismos historiográficos tomados con mejor o peor fortuna del árabe clásico y las voces norteafri­canas presentes en la prensa y en la literatura de la época, las cuales, como muchos de los arabismos postmedievales, han caído finalmente en desuso, salvo, como en este caso, con fines de ambientación lingüística o, en ocasiones, también como parte de la terminología historiográfica. A todos ellos hay que añadir las voces árabes mantenidas exóticamente como tales a lo largo de toda la historia de la literatura española y no asimi­ladas en grado alguno (en CL, entre otras, ma o saad), incluso en casos como guald («pardiez»), del árabe andalusf walLd(h), del clásico walúih («¡por Dios!»), el cual, aunque documenta­do una docena de veces en el CORDE y el corpus de Davies (2007), «no parece haber estado nunca realmente integrado al rom., sino meramente puesto en boca de arabófonos por pro­pósito literario, en cambio de código directivo» (Corriente 1999: 336b).

Mientras que estos últimos casos pretenden reflejar la pronunciación original (siempre desde el filtro que impone la percepción categórica a través de la fonología de la lengua receptora), los restantes suelen esr.ar totalmente asimilados a la morfonología romance. En el caso de los arabismos modernos, esto implica normalmente, además de las diversas equiva-

* La expresión, procedente de Terreros, Diccionario, vol. 1, p. 1 b, se refiere a las voces extranjeras empleadas en las r~IAcion~s o relatos circunHanciados (hoy hablaríamos de reportajes) de los sucesos, en especial bélicos, enviados a la Corte desde los diversos teatros de operaciones (Flandes, Italia, Levante y Berberfa).

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lencias acústicas de los fonemas árabes carentes de corresponden­cia en castellano, el desarrollo de la anaptixis en la secuencia {CCv-} tan habitual en los dialectos magrebfes, que pasa a {CvCv-}, siendo usualmente la vocal epentética igual a la si­guiente, aunque a veces el entorno faringal puede producir al­teraciones de timbre o abertura. En el caso del grupo taurosilá­bico final {-vCC#}, de las dos soluciones adoptadas en los préstamos del andalusí, la vocal epentética {-vCvC} o la para­gógica {-vCCe}, sólo pervive la primera, aunque ocasionalmen­te se añade 1 -o/ para evitar la aparición de determinadas conso­nantes en posición final, como ocurre en zoco. De igual modo, se incorporan los morfemas de género o número romances, siendo el femenino normalmente el reflejo de una /-al final en árabe, fuese o no en dicha lengua el morfema de tal género. A veces se da una modificación de sufijos, como en falúa > fo­luga,.. feluga > foluca,.. feluca. También se producen derivados léxicos intrarromances, como el verbo garramar sobre garrama. Frente a lo usual en los arabismos castellanos del andalusí, los tomados posteriormente del norteafricano suelen carecer del artículo aglutinado. Esto, más las diferencias de tratamiento fonético, da lugar a dobletes como los medievales azoque ,.. azo­gue y alcavera ,.. alcabela frente a los modernos zoco y cabila ,.. cdbila (la segunda forma con atracción acentual de otro arabis­mo, cdjila) .

En cuanto a los campos léxicos, los arabismos modernos abarcan menos que los medievales. Sin embargo, esto no afecta es­pecialmente al recurso estilístico aquí analizado, toda vez que éste permite, justamente, unir de forma pancrónica arabismos de dis­tinta fecha, no sólo porque los antiguos seguían en buena parte en vigor, sino porque, como queda dicho, era la densidad y funciona­lidad de los mismos en un pasaje dado, y no su procedencia en tér­minos diacrónicos o diatópicos, lo que resultaba pertinente. En el caso concreto de CL, los ámbitos afectados se corresponden de cer­ca con los de sus modelos literarios, como Cervantes o Contreras.

Ame todo hay que mencionar el campo de la indumenta­ria, que es, como se ha visto en las citas romandsticas, una de las áreas clásicas de aplicación del recurso, con voces como albornoz,

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aljuba, almaizar, alquicel, babucha, marlota, rexa, jaique o zara­güelles. En relación con este campo semántico está la designación de tejidos, como el damasco o el tafetdn, voz que además se usa en el sentido translaticio de «bandera», lo que enlaza con el impor­tante conjunto de términos vinculados a la milicia y a la guerra. La designación de armas ofensivas afecta sobre todo a las blancas, así alfanje, cimitarra, gumia, moharra, o a su efecto, como el jife­razo, voz con resonancias germanescas, al igual que otros arabis­mos del texto, como se verá luego. Además de estas armas, se menciona la alcanda de foego y, en relación con ella, el alquitrán. Al mismo ámbito pertenecen los términos relativos a las tropas -harka, mogataz- y a sus actividades -algazara, almogavaria, gazúa, rebato--, así como a sus resultados materiales, en forma de botín, galima, que en ocasiones es objeto de posterior almoneda, o del cobro de tributos, como la garrama. Otras voces relaciona­das con los impuestos son alcabala y, en CL con sentido figurado, aduana y almojarifazgo. A ellos puede sumarse, por cierta proxi­midad semántica, la designación de la moneda cequl.

La parte de la acción que transcurre en el Oranesado tiene como marco la plaza fuerce de Orán y la actividad desa­rrollada en campaña, lo que se traduce en vocabulario referido al medio urbano (alcazaba, medina, mezquita, zoco) y al rural, tanto en cuanto a los núcleos de población {aduar, nogala) y su ajuar (alfombras) como en lo relativo al paisaje y su vegeta­ción (rambla, algarrobo, arracafe por arrafafe). También en re­lación con los sucesos que ocurren en tierra está la mención de las monturas y sus arreos (acémila, albarda). Ahora bien, los arabismos son más importantes, respecto de los medios de loco­moción, en la narración de las peripecias marítimas, donde comparecen los nombres de diversas embarcaciones: falúa y su variante a la italiana feluca, jabeque, mahona y posiblemente saetia, pero es de étimo inseguro (cf Corriente 1999: 430a). También las gurapas, pero esta voz de germanía se refiere más a las galeras como lugar de condena de galeotes que propia­mente como nave. Además de sus designaciones, los arabismos de este ámbito se refieren a su tripulación, el arrdez y los baga­rinos, y a su lugar de construcción y reparación, el tarazanal.

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En un plano de mayor abstracción se sitúan varias se­ries de términos que tienen que ver con la caracterización cul­tural y social del mundo árabo-islámico. Esto afecta a las len­guas habladas, con voces como algarabía y aljamla (vinculadas a otras que expresan el uso cultural del grito, como alarido y algazara)*; a la adscripción étnica o tribal, así alarbe ,.. alárabe, azuago, cábila, mudéjar, tagarino o turco, y por supuesto a la religión, con voces como Alcorán, mezquita, morabito, muslime y zalá, además de otras no asimiladas como kafir («infiel») e incluso una versión haplológica de la profesión de fe islámica Lá, ilah-la, wa Muhamad rasul Alá.

Finalmente, puede sefialarse la especial adscripción de determinados arabismos al particular sociolecto de la ger­manía, cuya presencia en CL deriva de la convivencia de la soldadesca y la gente de la jábega ya en tierra**, pero especial­mente en las gurapas. Al uso del corbacho en las mismas se debe el jubón de amapolas; a la prostitución portuaria se li­gan aduana, daifa y jarifa, y a las pendencias de taberna el jiferazo.

1.2. El bereber

De occidente a oriente, la segunda lengua en aparecer es el bereber, aunque por número de préstamos ocupe el ter­cer lugar, muy por detrás del turco. En rigor, no hay berberis­mos asimilados en CL, pues las voces citadas son presentadas directamente como bereber y no tienen, frente a la mayoría de los términos pertenecientes a los otros dos grupos lingüísticos, el

* A este respecto, seiiala MaHio ( 1983: 182) que •Como ya se ha obse.rvado, muchas de las palabras que en castdlano hacen referencia a manifesraciones ruidosas, a menudo de alegria, son arabismos {v.gr. albórbola, alborozo, alarido, etcétera)•.

** Para la frecuente identidad de ambos grupos, compárese el siguiente pasaje de Contreras, Vida, Il, XII, p. 201 : •estos soldados de este presidio y Boras son los rufianes del Andaluda madrigados[= "experimentados"]. [ ... ]los soldados, como todos eran forzados y dejaban las amigas de tantos afios, y eran los oficiales de la muerte [ = "mato­nes, sicarios"] de la Andaluda, casi hadan burla de m!, porque diciendo: "¡Ea, sefiores! ¡Abajo, que es ya noche!", respondfan: "¿Somos gallinas que nos hemos de acostar con dla? ¡Acuéstese su ánima!"•.

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respaldo directo de fuentes áureas, sino que proceden de la experiencia personal del autor. No obstante, esto no significa que el español del Siglo de Oro carezca de préstamos berebe­res, aunque sólo sea como términos de relación, pues es más que probable que un expurgo sistemático de los materiales re­cogidos por Bauer y Landauer (1922-1923) y en especial el vol. 1 (consagrado a Ceuta y Melilla) arroje voces de dicha procedencia. Si aun en el caso de la Edad Media es éste un te­rreno sólo parcialmente explorado, pese a la importancia del componente bereber en Alandalús (Corriente 1999: 58-62; 2004: 200; 2008: 9-10, n. 3; cf Vicente 2006: 32a-34a) y a que entre los propios cristianos se tenía ya conciencia de la existencia de una lengua berberisca distinta del árabe*, los po­sibles berberismos áureos han de considerarse directamente te"a ignota.

Los términos de época recogidos en CL que se vincu­lan de un modo u otro al bereber se han incorporado a través del árabe magrebí (azuago; cf nogala y rexa) . Esto no ha de extrañar, toda vez que las mismas palabras bereberes citadas proceden a su vez en buena parte del árabe: barra, elkhadar, imyahad, zarrumía o zienaashin, aunque adaptadas morfoló­gicamente al bereber y en ocasiones con desplazamiento se­mántico. De hecho, de los términos que aparecen en CL tan sólo los adverbios tidt, uah y uar, así como el verbo estativo assen, son patrimonialmente bereberes. En cuanto a su ads­cripción dialectal, es básicamente rifeña, salvo tidt < tid{a)t que es netamente cabilio (t.irbt en rifeño, lo que sería *zidet en la grafía adoptada por el autor, basada en la ortografía castellana y, por ello, similar en buena parte a la de Sarrio­nandía, 1925). Con todo, algunas voces se encuentran en otros dialectos además del rifeño: imyahad = amiahad se ha­lla en cabilio, mientras que barra ..- barra y uar = war{a) se dan tanto en cabilio como en tasal+it. En cuanto a los cam-

* Como parece por la siguiente explicación inserta en la versión sanchina de la Es­toria tÚ España alfonsí: •E ellos eran . VI. linages, e por aquellos linages dizién los moros alcaveras en so arábigo e berberÍ» (ed. Menéndez Pidal 1955: Il, 460b).

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pos léxicos, salvo la oposición uah/uar («sí! no»), el resto de las voces se dispersa, aunque desde el punto de vista de su enunciador intranarrativo, el moro Gurriato, los términos assen («sabio>>, propiamente «[el que] sabe»), elkhadar («el destino») e imyahad («guerrero») presentan íntimas conexio­nes, si bien tales asociaciones pertenecen más bien al ámbito ético e ideológico de la novela que a su base propiamente lingüística.

1.3. El turco

La situación del turco se asemeja a la del árabe más que la del bereber, aunque con una proporción de términos mucho menor y con otras diferencias debidas a causas históricas. Así, no hay (hasta donde me consta) ningún turquismo medieval, salvo el propio gentilicio, en sus variantes llana turco ..- turque y aguda torqul ... turqul, tomadas por vía indirecta del árabe an-dalusí túrki ... turquí, del clásico turkt- y éste del turco Türk, cuyo significado prístino es «fuerte» (Corriente 1999: 462a). Será el auge del imperio otomano el que pondrá en circulación determinados turquismos por todo el Mediterráneo, desde fi­nales del siglo XV. Muchos de ellos han entrado por vía indirec­ta, algunos posiblemente a través de la lingua franca (así segu­ramente levente y chacal), si bien en otros casos está claro que han actuado de intermediarios el árabe (bajd, posiblemente corbacho), el italiano (se"allo, jenlzaro, posiblemente a"aquln y bardaje) y quizá el francés (cf efendi), casos en los que no siempre es posible determinar si la voz ha pasado por tres esta­dios, turco > lengua intermedia > español, o por cuatro, ni si entonces lo han hecho en el orden turco > lengua intermedia > lingua franca > español o en este otro: turco > lingua franca >

lengua intermedia > español, y lo mismo puede decirse de las voces árabes levantinas (cf Corriente 2004: 190). Por otra par­te, hay que hacer constar que una parte de las tomadas del tur­co remiten a su vez a un étimo en otra lengua: neogriego ( efen­di), árabe (bardaje, quizá kajiry mahona, aunque podrían muy

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bien ser arabismos directos) o, sobre todo, persa (bazar, chacal, levente, serrallo, turbante)*.

Por otro lado, está claro que son muy pocos los tur­quismos que han entrado de forma directa, inicialmente como términos de relación y habitualmente sin llegar a asimilarse. En el caso de CL, además de las relaciones de Los turcos en el Medi­terráneo (recogidas en los volúmenes V y VI de Bauer y Lan­dauer, 1922-1923), de las autobiografías de Pasamonte y Con­treras y de las obras de Cervantes, resulta esencial el Viaje de Turqula, del que provienen la mayoría de los turquismos no asimilados, como Ala'iche, bir mum, guidi imansiz o sagdic. Ci­fra el doble guifio a dicho diálogo y a la prosa cervantina la fi­gura del capitán de la Mulata, «don Manuel Urdemalas» (Pé­rez-Reverte 2006: 12 et pass.), cuyo apellido remite al nombre del protagonista del Viaje, Pedro de Urdemalas, que lo es tam­bién de la comedia homónima de Cervantes (en Comedias y entremeses, vol. 111, pp. 117 -228), y que de suyo era el nombre de un personaje folclórico de origen medieval, al que consagró también Salas Barbadillo su novela picaresca El sutil cordobés Pedro de Urdemalas (1620)**.

Las diferentes vías de llegada han dejado su marca en los turquismos, que ofrecen mayor dispersión de soluciones morfofonémicas que los arabismos, debido a la existencia de los varios filtros intermedios ya sefialados (cf. Corriente 2004: 190). Por otro lado, las voces y frases no asimiladas que intro­ducen en sus textos Pasamonte y Contreras son citadas de me­moria muchos afios después de pronunciadas, y aunque el pri-

• Esra situación arranca del imperio selyúcida (siglos XI-XII): · The fim Anarolian dynasry ofTurlcic o rigin was mar of me Seljuks. T hey had previously rulc:d in Iran and absorbed me lslamic rc:ligion and Persian culture - which were inhc:rired from mem by the Turkish-speaking Onomans, who succeeded ro power in m e: 1 3<~> cc:ntury. Thus Turlcish is more pervasively influenced by Persian (and mrough Persian by Arabic) man are rhe omc:r Turlcic languages• (Dalby 1998: 65 1a-b). Es, no obstante, muy inexacta la caracterización de Garcés (2002: 145) cuando señala que «the official language of m e regency [of Algiers) was Osmanli Turlcish, irself a fusion of Arabic, Persian, and Turkish words•, comparándola así i.ndebidamenre con la lingua franca.

•• Para la evolución de este personaje desde las t radiciones folcló ricas medievales hasta la literatura áurea, en especial en El viaje de Turqula y en Cervantes, véanse Gard a Salinero (1 981) y Esrévez Molinero (1995).

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mero, tras dieciocho afios como galeote del turco, debía tener cierro conocimiento de esa lengua (aunque al parecer no el su­ficiente para comunicarse con fluidez, véase abajo el § 2.1), la asimilación acústica desde la fonética castellana y la distancia del recuerdo mediatizan la precisión de sus transcripciones. La situación no mejora en los turquismos de transmisión escrita, como es el caso de una buena parte de los incluidos en el Viaje de Turqula, al menos los segmentos extensos (c.f. Garda Saline­ro 1980: 28-29 y 36-42), pues a los iniciales problemas de la transmisión oral se suman los derivados de la incomprensión de los sucesivos transmisores (copistas o cajistas), lo que provo­ca problemas de interpretación, a veces bastante severos.

En cuanto a los campos semánticos abarcados, se trata mayoritariamente de voces náuticas, sobre todo entre los tur­quismos asimilados, referidas a vientos: meltemi, a embarcacio­nes: caramuzal y mahona (aunque la segunda puede ser arabis­mo), a utillaje específico de las mismas, como el corbacho (voz además incorporada a la germanía), a las tripulaciones: chacal (c.f. también morlaco, aunque no es propiamente voz turca) o a las tropas de la armada: jenízaros y leventes, por más que varias de las mismas actuasen tanto por mar como por tierra, y, en fin, a su indumentaria característica: dulimán, turbante. Otro grupo aparentemente disperso (formado especialmente por los tur­quismos no asimilados) se vincula a este mismo ámbito debido a las circunstancias del combate naval, en forma de gritos de guerra (Alautalah, baxá kes) e insultos {bardaje, bir mum, guidi imansiz, kajir) proferidos en el ímpetu del asalto o bien de fór­mulas de cortesía al pedir clemencia en la derrota {Ala'iche, efen­di, sagdic). Excepcionalmente se alejan de este ámbito lamen­ción del serrallo, del licor arraquin y del «pan de bazar».

2. MULTILINGÜ1SMO, OTREDAD Y MIRADA FRONTERIZA

Aunque en los apartados anteriores se ha hecho espe­cial hincapié en los aspectos socioculturales y lingüísticos del trasvase léxico efectuado desde las lenguas de la orilla islámica

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del Mediterráneo, también se ha apuntado la trascendencia li­teraria del fenómeno, en la medida en la que constituye uno de los rasgos definitorios de diversos géneros, ya sean historiográ­ficos, como autobiografías de soldados, relaciones, memoriales e historias particulares; ya geográficos, como los libros de viajes y las corografías relativas a la Berberfa o al Levante; ya repre­sentativos de los diversos cauces literarios* del morisquismo (maurófilo o maurófobo) y de la turquerfa, sea en forma narra­tiva, poética (normalmente en fórmula épico-lírica) o dramáti­ca, varios de los cuales no sólo están en el trasfondo literario del que se nutre estilística y temáticamente CL, sino que se vinculan a él generando un intertexto, y casi cabría decir un hipertexto, merced a las frecuentes citas (particularmente del caudal léxico y fraseológico aquí estudiado u otros afines), alu­siones y ocasionales paráfrasis, además de la expresa presencia como personaje dentro de la novela del capitán Alonso de Con­treras, cuya Vida constituye uno de los ejemplos más celebra­dos de la autobiografía militar del Siglo de Oro.

Ahora bien, el valor literario del recurso a tales neologis­mos y a su combinación con arabismos de viejo cuño trasciende lo estilístico, en el sentido de que va más allá de su utilización para dar «color local» o proporcionar un componente de exóti­co pintoresquismo. Con no ser esto en absoluto desdeñable, pues afecta a la textura misma de la obra literaria y produce un estímulo muy específico en el momento de su recepción, ha de añadirse que el empleo de tales materiales léxicos posee un valor documental que incide directamente en la credibilidad de lo representado, actuando por tanto como un importante factor de verosimilitud (lo que en casos como la presunta autobiogra­fía de Urdemalas en el Viaje de Turqula resulta absolutamente fundamental, como detallaré luego) , pero además sirve como

* Empleo aquí cauct en el sentido supragenérico que le otorga Claudio Guillén ( 1985: 163- 164) cuando habla de los «caucts tÚ pmrotación (término correspondiente a las formes du discour.re de Jolles y a los radicals ofpmrotation de Northrop Frye), o de comunicación• de la literatu.ra, de los que señala básicamente cuatro, aunque dejando abierta la nómina, los cuales serían los tradicionales de prosa (en especial la narrativa) , poesía (en particular la lírica) y teatro, más la oratoria.

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elemento esencial de la caracterización del «Otro», de tal manera que el modo en que dicho recurso se emplee en cada caso ten­drá obvias repercusiones en la imagen que del mismo se está construyendo y proyectando. Aunque abordar este aspecto en toda su profundidad desborda los objetivos del presente trabajo, la caracterización de conjunto del fenómeno estudiado exige realizar al menos unas consideraciones generales que puedan desbrozar la vía hacia análisis más detallados.

2.1. Presencia y formas del multilingüismo

La conciencia del pluralismo lingüístico es tan antigua como la literatura castellana. Ya el Cantar de mio Cid reflejará justamente la situación de bilingüismo propia, al menos hasta cierto punto, del ámbito fronterizo entre los reinos cristianos peninsulares y Alandalús (vv. 2666-2670, subrayo):

Cuando esta falsedad dizién los de Carrión, un moro latinado bien ge lo entendió, non tiene paridad, dixolo a Avengalvón: -Alcdyaz, cúriate d'éstos, ca eres mio señor. Tu muert of consejar a los ifantes de Ca"ión.

Aunque en el mismo poema un almorávide como Bu­car dialoga sin problemas en castellano con el Cid (vv. 2409-2417), por una licencia literaria perfectamente establecida*, esta temprana presencia literaria de las barreras lingüísticas, pero también de los puentes que las salvan, establece uno de los rasgos característicos del recurso en sus sucesivas utilizacio­nes. De ahí la presencia, no sólo del arabófono expresándose en su lengua (en los casos estudiados por Corriente 2006, a los que ya he aludido en el§ 1.1), sino de las figuras del cris­tiano algarabiado o del moro latinado, ladino o aljamiado.

* Para el episodio de Bucar, véase Gornall (1996: 50-51); para los dos comentados, véase Montanee (1993, ed. rev. 2007: 612-613).

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Esta doble perspectiva obliga a tener presentes las formas en las que, a lo largo de CL y en su corpus de referencia, se hace alusión o, más aún, se toma conciencia de la pluralidad lin­güística, así como a la figura del políglota, que en un momen­to dado podrá actuar de trujamán, permitiendo así trascender las fronteras impuestas por la lengua, como, de otro modo, se lograba mediante la lingua franca, como se ha visto.

En general, el mero hecho de que se intente caracteri­zar lingüísticamente a un personaje implica el tácito reconoci­miento de un factor diferencial, del que la heteroglosia es, cir­cularmente, causa y efecto. Es su causa por cuanto constituye uno de los factores que establece y marca la diferencia. Es su efecto en cuanto que la apelación a la misma permite el inme­diato reconocimiento del diferente. En ambos casos, la caracte­rización externa (identificación) suele implicar una interna (identidad). Como señala Argente ( 1997):

Los miembros de una comunidad [bilingüe] deben hacer frente cotidianamente al problema de la heteroglosia y lo ha­cen mediante la gestión de los varios códigos y voces produci­dos por los individuos y por los grupos sociales. Tales códigos y voces, construidos a partir de los recursos verbales disponi­bles y mediante las prácticas comunicativas locales, expresan identidades y posiciones sociales determinadas, a la vez que re­flejan las adscripciones y exclusiones sociales de los hablantes, sus seguridades y sus conflictos, sus creencias e ideologías.

Por ello, en términos narrativos, la heteroglosia, tal y como la concibió originalmente Baxdn, tiene que ver con «la pluralidad de voces y conciencias independientes e inconfun­dibles, la auténtica polifonía de voces autónomas» dentro de la novela (1963, trad. esp. 1986: 16), si bien la presencia literaria de la misma, bajo las diferentes formas de lenguaje asociadas con los distintos grupos sociales y los diversos puntos de vista de los mismos, aunque contribuye a la individuación del per­sonaje, no garantiza su autonomía, que depende además de

otros factores.

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La caracterización en términos de heteroglosia puede lograrse de forma diegética y meramente indirecta, es decir, mediante una descripción de la lengua del personaje por boca del narrador, o bien (y de modo más efectivo*) de forma mi­mética y directa, modelando el habla de un personaje de mane­ra específica. A su vez, esto puede hacerse desde una perspecti­va interna o externa, según se trate de variedades de un mismo idioma o de idiomas distintos. La primera modalidad atiende a rasgos definitorios de los registros de una lengua dada diastráti­ca o diatópicarnente marcados, como en el Siglo de Oro eran, por un lado, la germanía y, por otro, las variantes dialectales más o menos literaturizadas, como el sayagués o el habla vizcaí­na, la primera y la última de las cuales comparecen, junto a al­gunos aragonesismos, en CL, según he indicado arriba. La otra modalidad consiste en emplear lenguas diferentes de aquella en que se expresan el narrador y el conjunto de los persona­jes, bien se trate del francés macarrónico de Pitas Payas y su mu­jer, bien del árabe andalusí de la mora abordada por Trotaconven­tos, por poner dos ejemplos tempranos tomados del Libro de buen amor ( 47 4-48 5 y 1508-1512, respectivamente). Este re­curso se traduce en CL sobre todo en el empleo de los arabis­mos, turquismos y berberismos no asimilados de los que me he ocupado en el apartado anterior, así como en las intervenciones en italiano o en vascuence a las que me he referido al inicio de estas páginas, o el uso del inglés por los piratas de Scruton (Pé­rez-Reverte 2006: 156).

Sin embargo, la representación directa de la pluralidad lingüística posiblemente implique un grado menor de concien­cia sobre sus implicaciones que otras formas de referirse a ella, incluso si no viene acompañada del uso efectivo de otros idio­mas, por más que este recurso siempre enfatice toda forma de presentar el multilingüismo. En esta gradación, el siguiente ni­vello ocupa la explicitación de hallarse en un medio plurilin-

* Conforme a la acertada observación de Horad o, De artt poetica, 179-1 82, <<Aut agitur res in scenis aut acta referrur. 1 Segnius irritam animos demissa per aurem, 1 Quam qure sunt oculis subiecra fidel ibus, et quz 1 Ipse sibi tradir specrator».

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güe, lo que en CL se evidencia mediante recursos como el he­cho de presentar a Scruton colgado de la torre de Lampedusa «con un cartel a los pies -escrito en castellano y turco- con las palabras: inglés, ladrón y pirata» (Pérez-Reverre 2006: 160), las referencias expresas al empleo de la lingua franca (Pérez-Rever­te 2006: 164 y 169-170), la presentación del italiano chapu­rreado por españoles (Pérez-Reverre 2006: 194 y 209), la des­cripción del deje agermanado, pronunciando «las ges como haches y las haches como jotas -señal inequívoca de valentía a más no pedir-» (Pérez-Reverre 2006: 212) o, en fin, los insul­tos proferidos en combare «en cuanta lengua castellana, vas­congada, griega, turquesca o franca acudía a la boca» (Pérez­Reverre 2006: 316).

El máximo de esta escala de concienciación lo ocupan aquellos casos en los que la diferencia lingüística es sentida y presentada como una barrera, con la consiguiente importancia que tiene su superación o la falta de la misma para el desarrollo de la trama narrativa, pero sobre todo para la realización de los personajes que en ella actúan, como ocurre en la historia del cautivo en la primera parte del Quijote. En ese sentido, no por ser esencialmente auxiliar, posee menor importancia la figura del intérprete, ya lo sea de oficio o ejerza sus habilidades de modo coyuntural, incluso aunque sólo se mencione de pasada, como en la siguiente y dramática escena de un relato aljamiado morisco, el Recontamiento del Almidjd y Almayjfa, ff. 166v-167v (subrayo):

Dixo Ibnu 'Abbas; que cuando se certeficó Almiqdad que el plazo era conplido y el rey de Alquduciya no le daba lo prometido ni le daba licencia en su partida, un día entró so­bre el rey, y hallolo asentado, y un trujamdn delante d'é4 que aquél declaraba ad Almiqdjd lo que dezla el rey. Y púsose Al­miqdad delante d' él, y díxole:

-Ya el rey, áme llegado al cora¡yón el amor de aquella que su fermosura clarea la escuredad; en mi cora¡yón está asentada y deviédamela el corrimiento del tienpo, y no podré cunplir; que su padre me casó con ella, y fue contento y pagado si lo

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que me puso en condición le cunplía, y soy obligado de cun­plir aquello. Si tú, señor, me ayudas a lo que yo soy tuvido, tú serás ell apleganre entre rn1 y él, y yo te lo agradeceré sienpre. Y tú, señor, sey ayudante a mí menester y a mi demanda, y serás tú el tirador de todas mis tristezas, y esto, señor, no aya falta, porque no puede ser menos.

La ora dixo el rey: -Ya Almiqdad, tú as bien copleado y cunplído bien tu

dictado, y as hablado con mucha umildat. 1 mandó el rey que le diesen todo aquello que abía puesto

en condición con su suegro Jabír.

En el caso de CL, desempeña este papel de forma ofi­cial «el lengua de Orán, de nombre Arón Cansino» (Pérez-Re­verte 2006: 77)*, cuya onomástica, a la par que constituye re­ferencia auténtica a una importante familia judía oranesa, como en 1656 atestigua Barrionuevo, Avisos, vol. II, p. 383: «Un judío de Orán, llamado Cansino, viene a Madrid en nom­bre de los demás, y se dice presta al Rey 800.000 ducados de plata con sus intereses, que es una grande ayuda de costa. Es muy aficionado a España y hombre poderosísimo de dinero», representa un implícito homenaje al literato vanguardista y fe­cundo traductor Rafael Cansinos-Asséns, entre cuyas versiones de lenguas orientales pueden citarse las del Cordn y Las mil y una noches, una antología del Talmud y otra de poetas persas, ésta publicada póstumamente**. De las habilidades de Arón Cansino da cuenta la novela más adelante: «entre la veintena de familias que habitaban la judería, los Cansino eran intérpre­tes de confianza desde mediados del siglo viejo [ ... ].Eso toca­ba al dominio hablado y escrito de la algarabía mora, la parla hebrea y la turquesca, y también el espionaje, pues rodas las comunidades israelitas de Berbería se relacionaban entre sí» (Pérez-Reverte 2006: 78). Pese a tan sugerente caracterización,

* Lmgua •se coma asimismo por incérprere, que sirve para declarar una lengua con orra, imerviniendo dos de diferences idiomas» (Autoridarús, vol. IV, p. 382a).

** Sobre la obra de Cansinos-Asséns, aunque con pocos deralles sobre su labor como traductor, véase Boner (1995: 136b-137 b) .

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que podría basar la intriga de una novela entera, el personaje posee en CL una función limitada, por razones de puro equili­brio narrativo. En este sentido, no deja de resultar curiosa no sólo la relativa rareza literaria del políglota, sino su habitual condición ancilar. Sin duda, esta situación se relaciona con su carácter de auxiliar del héroe, en tanto que éste se ve confron­tado de forma inesperada a una situación que, de conocer va­rias lenguas, carecería de fuerza dramática, pero que en estas circunstancias lo obliga bien a renunciar a su empeño, bien a buscar la ayuda de alguien que le haga de trujamán.

Como es lógico, la primera opción no es la más fre­cuente, porque el motivo es insuficiente para fundamentar una tragedia, mientras que, por otro lado, aborta el conflicto dra­mático, de modo que más bien se ha usado como forma de clausura de una determinada vía argumental, según sucede en El mercader de Venecia, cuando Porcia señala la imposibilidad de desarrollar una relación con Falconbridge, pese a resultarle atractivo:

NERJSSA: What say you then to Falconbridge, the young ba­ron of England?

PORTIA: You know 1 say nothing to him, for he understand not me, nor 1 him: he hath neither Latín, French or Ita­lían, and you will come into the court and swear that 1 have a poor pennyworth in the English. He is a proper man's picrure, but alas, who can converse with a dumb show?*

Frente a este irónico reconocimiento de impotencia, la funcionalidad del recurso estriba preferentemente en la habili­dad del protagonista para encontrar el auxiliar idóneo y, con ello, superar el obstáculo. Así opera Cervantes en dos puntos cruciales del Quijote, aunque ninguno de ellos vinculado direc­tamente a las andanzas del hidalgo manchego. La primera oca-

* Shakespeare: Th~ Machant of Vmice, 1, Il, lín. 44-48. (En Compl~u works, p. 423.)

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sión es aquella en que el autor implícito se topa con los manus­critos de Cicle Hamete Benengeli que le permiten proseguir la historia de su héroe (I, IX, f. 32r-v):

Estando yo un día en el Alcaná de Toledo, llegó un mu­chacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sede­ro; y como yo soy aficionado a leer aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía y vile con ca­racteres que conocí ser arábigos. Y puesto que, aunque los conocía, no los sabía leer, anduve mirando si parecía por allí algún morisco aljamiado que los leyese, y no fue muy difi­cultoso hallar intérprete semejante, pues aunque le buscara de otra mejor y más antigua lengua, le hallara. En 6n, la suerte me deparó uno que, diciéndole mi deseo y poniéndo­le el libro en las manos, le abrió por medio y, leyendo un poco en él, se comenzó a refr. Preguntele yo que de qué se refa, y respondiome que de una cosa que tenía aquel libro escrita en el margen por anotación. Díjele que me la dijese, y él, sin dejar la risa, dijo:

-Está, como he dicho, aquí en el margen escrito esto: «Esta Dulcinea del Toboso, tantas veces en esta historia refe­rida, dicen que tuvo la mejor mano para salar puercos que otra mujer de toda la Mancha».

Cuando yo oí decir «Dulcinea del Toboso», quedé atóni­to y suspenso, porque luego se me representó que aquellos cartapacios contenían la historia de don Quijote. Con esta imaginación, le di priesa que leyese el principio, y haciéndo­lo ansí, volviendo de improviso el arábigo en castellano, dijo que decía: Historia de don Quijote de la Mancha, escrita por Cide Hamete Benengeli, historiador ardbigo.

La segunda ocurre en la historia del capitán cautivo, cuando Ruy Pérez de Viedma, igualmente incapaz de com­prender la carta de Zoraida, ha de buscar auxilio para leerla (II, XL, f. 239r):

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Quedamos todos confusos y alegres con lo sucedido, y como ninguno de nosotros no entendía el arábigo, era grande el deseo que teníamos de entender lo que el papel contenía, y mayor la dificultad de buscar quien lo leyese. En fin, yo me determiné de fiarme de un renegado, natural de Murcia, que se había dado por grande amigo mío, y puesro prendas entre los dos que le obligaban a guardar el secreto que le encargase [ ... ]. Supe que sabía muy bien arábigo, y no solamente ha­blarlo, sino escribirlo.

Curiosamente, la carta incluye a su vez una advertencia sobre los intérpretes (I, XL, f. 240r), prevención natural en su redactora, aunque un tanto inoperante, al menos de antemano,

desde la perspectiva de su receptor, que sólo puede acceder a la admonición a posteriori y, por lo mismo, quizá demasiado tar­de, aunque la prudencia, propia de un capitán de la milicia moderna, con la que opera Pérez de Viedma y que algunos crí­ticos han tomado inadvertidamente por pusilanimidad, ya le había llevado a prever, como se ha visto en la cita antecedente (Quijote, I, XL, f. 240r):

Yo escribí esto, mira a quién lo das a leer; no te fíes de ningún moro, porque son todos marfuces. Desto tengo mu­cha pena, que quisiera que no te descubrieras a nadie, por­que si mi padre lo sabe, me echará luego en un pozo y me cubrirá de piedras. En la caña pondré un hilo: ata allí la res­puesta; y si no tienes quien te escriba arábigo, dímelo por señas, que Lela Marién hará que te entienda. Ella y Alá te guarden, y esa cruz que yo beso muchas veces, que así me lo mandó la cautiva.

Menos místicos que Zoraida, los personajes literarios, y más si son el trasunto de personas reales (en especial en las auto­biografías de soldados), suelen buscar medios más inmediatos para resolver estas situaciones, lo que, sin embargo, no determi­na por sí solo el aprecio hacia las personas capaces de resolver su situación. Es más, éstas a veces pueden contarse más bien entre

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los adversarios del protagonista que entre sus auxiliares, como refleja el siguiente pasaje de Pasamonte, Vida, XXIII, p. 22b, que reúne varios de los elementos característicos de la presenta­ción lit~raria del multilingüismo, pues además del intérprete, presenta expresiones directamente en turco, el grecismo papaz incorporado a la lingua franca y comentarios expresos sobre las capacidades lingüísticas de los diversos intervinientes:

Y en verdad que creo no alcancé quinientos palos, cuan­do el bajá dijo: «Llevad mano»; y llamó al Chauz Baxí, que era el renegado, para hablar, y le dijo: «Di a este cristiano que yo lo tengo por un xehec (que quiere decir «hombre de Dios», y esto dicen porque los que ven con libros en las ma­nos los tienen por buenos cristianos), que él se me alzó con la galeota en Bicerta y me murieron muchos cristianos y mu­chos heridos, y que agora ha dos años que él trazó aquellas catorce manillas para alzarme la galera, y agora se ha hallado en aquesta bellaquería sin haberle yo cortado orejas ni nariz ni aun le ha hecho mal». El Chaus repitió lo que yo había bien entendido, e hizo me soltasen las manos para hablar. ¡Extraño caso!, que con una prontitud y voz alegre dije en alta voz, que él lo oyese: «Señor, es verdad que en Malta y Mesina y toda la cristiandad, de las naves que aquí vienen de mercancía suena gran fama de ti; pero tú, señor, nos matas de hambre y nos traes desnudos; y si el negrillo Murgán nos saca un ojo, está bien sacado. Y mira, señor, que estos pájaros que tienes en estas jaulas, con mucho regalo buscan su liber­tad. Y más, sefi.or, con una galera cinco a cinco te vas con vein­te bardajas, como si nosotros no fuésemos hombres». Y callé. Habiéndome oído el patrón, volvió la cara hacia dentro la ventana y dio una gran risada. Los turcos y moros, que eran gran multitud abajo, que vieron al patrón reír, todos a una voz gritaron, alzando el pulgar de la mano derecha (que es su uso), y dijeron: «¡Choc axaes taur!, ¡choc axaes taur!», que quiere decir: «¡Buen viaje hagas, cristiano!». El bajá, que oyó esta gri­ta, dijo al guardián: «Déjalo ir». El guardián, que tenía orden a cortar una oreja, me asió della para cortármela, y ya me

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ponía la navaja encima, cuando el bajá, que lo vio, gritó en su lengua y dijo: «Bellaco moro, ¿no te he dicho que le dejes ir?». Y el moro dejó caer la navaja en tierra y dijo: «Va con Dios, papaz, que yo te he defendido esta noche».

Así las cosas, aunque la poliglotía tenga en sí algo de admirable, en las circunstancias descritas, se requieren otras prendas para que el trujamán supere su mentado carácter anci­lar y, como en el caso del renegado en la historia del capitán cautivo, adquiera mayor relieve narrativo (cf Spitzer, 1955: 209-210). En CL es esa dimensión la que establece la diferen­cia entre Arón Cansino y el moro Gurriato*, feliz incorpora­ción al grupo de leales a Alatriste, encabezado por Sebastián Copons y el propio Íñigo, aunque éste, en plena crisis de creci­miento, tenga al respecto en CL sus más y sus menos. En cuan­to a las habilidades lingüísticas de Gurriato, quien, como azua­go que era, tenía como lengua materna el bereber, «además de hablar la lengua castellana y la algarabía moruna, se desenvol­vía en la parla turquesca -la había aprendido, supimos más tarde, de los jenízaros de Argel- y en la lengua franca, hecha un poco de todo, que se hablaba de punta a punta del Medite­rráneo» (Pérez-Reverte 2006: 133). Pero, como queda dicho, lo que realmente establece el interés del personaje, desde los presupuestos internos de la narración, es su peculiar talante, del que da cuenta el siguiente pasaje, donde se advierte hasta qué punto su poliglotismo resulta a este respecto tangencial, aunque a la vez digno de encomio (Pérez-Reverte 2006: 256):

La vida escribe en cada cosa y cada palabra, le of decir en cierta ocasión; y hombre de provecho es quien procura leer y escuchar en silencio. Extraña conclusión o filosofía en al­guien como él, que no sabía leer ni escribir pese a conocer la

* La denominación es una hispanización de su parronfmico, Ben Gurriar, que puede atribuirse tácitamente a Copons, aunque nada diga la novda al respecto, dado que gu­rriato es voz aragonesa, cuyo sentido prístino es ccpoUo de gorrión» (única acepción que recoge el DRAE, sin nota regional), pero que por extensión significa •pillo, pájaro de cuenca»¡ compárese gurrión zurdo (•persona astuta, pícaro») (Andolz 1984: 157 b) .

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lengua castellana, la turquesca y la algarabía moruna, amén de la lengua franca mediterránea, y a quien habían bastado unas semanas en Nápoles para iniciarse de modo razonable en la parla italiana.

2.2. Cambio de código, verosimilitud y autenticidad

Toda formulación literaria del multilingüismo queda reforzada, según se ha visto, por su representación directa, me­diante el empleo de palabras o expresiones foráneas. No debe, por tanto, extrañar, que se integre también en las formas más elaboradas de su presentación, la que recurre a personajes im­portantes en la acción que son, además, portadores en sí de un conflicto dramático. Resulta, por tanto, lógico que el moro Gurriato comparta con la Zoraida cervantina y con otros per­sonajes similares en este aspecto el code-switching o cambio de código directivo a lo largo de la conversación, llegando a mez­clar segmentos de dos o más idiomas (el bereber en aquél, el árabe argelino en ésta). El fenómeno en el habla real es usual­mente inconsciente y está sujeto a unas reglas específicas, como explican Heredia y Brown (en prensa):

Speakers of more than one language (e. g., bilinguals) are known for their ability to code-switch or mix their languages during communication. This phenomenon occurs when bi­linguals substitute a word or phrase from one language with a phrase or word from another language. To illustrate, consi­der the sentence, (1) I want a motorcycle VERDE. In this sen­tence, the English word «green» is replaced with its Spanish equivalent. A noteworthy aspect of sentence (1) above is that the Spanish adjective «verde» follows a grammatical rule that is observed by most bilingual speakers that code-switch. Thus, according to the specific grammatical rule-governing sentence (1) above, sentence (2) I want a VERDE motorcycle would be incorrect because language switching can occur between an adjective and a noun, only if the adjective is pla-

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ced according ro the rules of the language of the adjective. In this case, the adjective is in Spanish; therefore, the adjective must follow the Spanish grammatical rule that states thar the noun must precede the adjecrive.

En su uso litera.t;io, el code-switching se revela, por el contrario, como un mecanismo deliberado, no por parte del personaje, claro está, sino de su creador, que tiene como finali­dad la caracterización del mismo mediante su lengua*, si bien ésta se halla, a su vez, sujeta a las limitaciones que el autor ten­ga en su conocimiento de la lengua que pretende reproducir. Además, esta caracterización lingüística trae normalmente apa­rejada una determinada identidad sociocultural del personaje en cuestión. Lo ejemplifica bien el parlamento de Salee en La gran sultana, jor. I (en Comedias y entremeses, vol. Il, p. 114, líns. 20-23), en el que explica a Roberto determinadas costum­bres musulmanas, en este caso con la conveniente glosa:

Cuando sale a la zalá sale con este decoro; y es el día del xumd, que así al viernes Llama el moro.

En virtud de la antedicha finalidad, lo más usual es que sean los personajes no hispanófonos quienes usan el cambio de código, aunque hay notorias excepciones. Así, el Pedro de Ur­demalas del Viaje de Turquía se expresa varias veces en turco y lo mismo hace Pasamonte en el siguiente pasaje de su Vida, XXIII, p. 22a: «Pero yo no hablé palabra hasta acabar mi salmo rezado. Y luego comencé a gritar en turquesco: "¡Alahix, Alahix", que quiere decir: "¡Por amor de Dios sea!", y no me salió otra palabra», lo que no sucede ni con Contreras ni, en general, con los personajes de Cervantes (en lo que hace al ára-

• Como señala Azevedo (2007: 454), «A device for indicaring rhar a characrer is speaking in a language o rher rhan rhar of rhe narracive consisrs of inserting [foreign) words or phrases inro his speech», lo que constituye «Essentially a variery of lirerary code-swirching».

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be y al turco) , si bien hay alguna excepción, como el momento en que Pérez de Viedma comunica en árabe a Zoraida la fecha de su partida, a fin de estar seguro de que la mora lo enciende: «el primero jumd me aguarda, y no te sobresaltes cuando nos veas, que sin duda alguna iremos a tierra de cristianos» (Quijote, I, XL, f. 246v), aprovechando además Cervantes que en el mismo capítulo ya había explicado el término, que aparecía en uno de los mensajes de Zoraida: «un papel donde decía que el primer jumd, que es el viernes, se iba al jardín de su padre» (f. 242v).

En CL el recurso se usa básicamente de la misma ma­nera, es decir, en boca de hablantes nativos de una lengua distinta del español, aunque en un par de ocasiones el propio Alatriste emplea voces árabes: «Ma. Beber agua. Ma» (Pérez­Reverte 2006: 84); « «Saad': murmuró el capitán, en algarabía común» (Pérez-Reverte 2006: 115). Este recurso constituye la contrapartida del anterior y también tiene su importancia en el papel que en este tipo de relatos desempeña el code-switching. En efecto, el cambio de código por parte del extranjero da lu­gar primariamente a un extrañamiento, como expone Azevedo (2007: 453 y 460):

Literary dialects functions as a stylistic device for repre­senting rhe speech of a multinacional casr of characters, crearing energeric dialogues that push the action forward. lt also functions as a defamiliarization device that foregrounds those language varieties by setting up contrast with the narraror's homogeneous standard language. Formally, lite­rary dialect hinges on systematic combinations of a few sa­lient features that evoke the language variety represented, addressing the reader's mental ear, as it were, and orchestra­ting a diversity of voices to promote a heteroglossic effect [ ... ] that mimics orality [ ... ] manipulation of nonstandard language features creares a persistenrly alíen accent that rumbles throughour the text, producing an ostinato effect that keep readers aware of rhe Other embodied by speakers of a variety of languages.

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Si el heteroglossic ejfect resulta en defomiliarization, el empleo del cambio de código por parte de un «no extranjero» tiende a producir, por el contrario, un efecto de familiaridad, pues revela la existencia de una relación recíproca, no unidirec­cional (del «ellos» al «nosotros»), lo que puede significar un aumento de la complicidad o incluso de la empatía con el «OtrO», aunque desde luego nunca borre la diferencia, dado que el mero hecho de usar una lengua extraña la deja bien patente. Es más, ni siquiera garantiza que anule la distancia generada por la heteroglosia. A fin de cuentas, los cristianos también in­sultan a los curcos en su propio idioma, según se advierte en el pasaje citado arriba de Pérez-Reverre (2006: 316), y aún más en su continuación: «tratándolos de perros e hideputas a más no poder, y de bardajes, que es bujarrón en su parla». Este últi­mo ejemplo revela que el alcance último del code-switching en su uso literario depende mucho del contexto y del tono en que se aplique. A este respecto, es necesario distinguir entre el em­pleo humorístico del procedimiento y su utilización en un re­gistro serio e incluso, por así decir, «comprometido», que pue­de ponerse en relación con su valor testimonial, al que aludiré luego. Por volver al modelo cervantino, no es lo mismo el uso paródico del habla vizcaína puesta en boca de Sancho de Azpe­cia que el valor expresivo de las voces árabes que se insertan en los parlamentos de Zoraida. A este respecto Spitzer (1955: 186) advierte que

Incluso cuando los personajes inciden en una lengua ex­tranjera, hay una diferencia conforme a su posición social. En tiempo de Cervantes la «lengua elegante» era el italiano. Don Quijote, como humanista español, debe conocer el ita­liano: expresamente confiesa (11, 62) que sabe «algún tanto» de toscano y se precia de poder cantar algunas estancias de Ariosto [ ... ].También tropezamos en nuestra novela con italianismos empleados en la conversación de los estratos más bajos de la sociedad, donde parecen sugerir un lenguaje de la jovialidad. El ventero dice de Maese Pedro (11, 25): «es hombre galante (como dicen en Italia) y bon compafio»;

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[ ... ] no se trata aquí del italiano humanístico, sino del len­guaje del vulgo en sus momentos de desbordante alegría.

En el caso de Pérez-Reverte, el code-switchinges un ele­mento habitual de su narrativa, en tanto que mecanismo de la parodia idiomática, estudiado por Azevedo (2007) para La sombra del dguila y Cabo Trafolgar, las cuales ofrecen «[a] re­markably rich depiction of regional Spanish and several foreign languages -French, English, Russian, ltalian, Provens;al and Galician-». Como señala dicho autor, en esas novelas, «By mimetically evoking speech that contrast with the standard language, such techniques develop a cognirive strategy tocha­llenge reader's complacency and induce them to heed the highlighted alien voices, which parodically creare an undercu­rrent of dark humor and satire in the service of social criticism» (453-454). El resultado es que en ellas «The devices employed impart consisrency to the literary dialect as a whole and provi­de a model of the aural perception of those languages by Spa­nish speakers, while contributing ro an armosphere in which parody and satire underscore the hopeless situation of men at arms desperately struggling against forces they cannot overco­me» (460). Este mismo componente paródico, no exento de humor negro, se advierte, en el caso de CL, respecto de la ger­manía, del italiano y, en parte, del habla vizcaína y del turco, los cuales, sin embargo, comparten en otras ocasiones con el vas­cuence (y más particularmente el dialecto guipuzcoano), el ára­be y el bereber un empleo del que están ausentes (salvo quizá a veces, pero de forma muy matizada) tales connotaciones burles­cas, si bien el resto de los rasgos señalados por Azevedo en rela­ción con el code-switching sigue siendo válido.

Esta actitud tiene que ver con el papel testimonial que desempeña el cambio de código referido a dichas lenguas, que se relaciona además con su rareza, en el caso de las habladas en la orilla meridional del Mediterráneo. Precisamente, pese al ca­rácter secundario del trujamán, la escasez de políglotas hace que ramo Pasamonte como Contreras muestren cierto orgullo de connaisseur al usar el turco, actitud que además tiene su par-

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te de fruición estética, en lo que, parafraseando a Spitzer, po­dría denominarse las delicias del desciframiento, y es que, como señala dicho autor, en referencia a los episodios cervanti­nos de la traducción del manuscrito de Cicle Hamete y de las cartas de Zoraida, «El poliglotismo constituye un placer de múltiples perspectivas» (Spitzer 1955: 184). Bien es verdad que Pasamonte adquirió esa competencia muy a su costa, pues pasó dieciocho años de cautiverio, no siendo de extrañar que subra­ye, en el pasaje antes citado, que «El Chaus repitió» en español, italiano o lingua franca, «lo que yo había bien entendido» en turco, es decir, las palabras del bajá. Respecto del segundo, pa­rece que tenía predilección por el episodio de su encuentro ju­venil con el abanderado turco, cuya frase recordaba más mal que bien, pues además de referirla en su Vida, I, III, p. 86: «Embosqueme en el pinar y topé con un turco como un filis­teo, con una pica en la mano y en ella enarbolada una bandera naranjada y blanca. Llamando a los demás, yo enderecé con él y le dije: "Sentabajo, perro". El turco me miró y rió diciéndo­me: "Bremaneur casaca cocomiz", que quiere decir: "Putillo, que te hiede el culo como un perro muerto"», Lope de Vega se hace eco de la misma, aunque ennobleciéndola, en la dedicato­ria de su comedia El rey sin reino: «después de tantos hechos, le cupo a V m. aquel valeroso turco que, terciada la pica y en ella una bandera anaranjada, con palabras bárbaras llamaba a sin­gular desafío a las naciones» (apud Estruch 1982: 182). Algo similar le pasa a Cervantes cuando revela sus conocimientos del árabe, según he comentado en otra ocasión (Montaner 2006: 277):

el valor obvio de la mención de la cala de la Cava Rumía [en Quijote, I, XLI] radica en justificar por las creencias de los marineros argelinos el hecho, de otro modo inverosímil, de que puedan refugiarse en dicho lugar sin ser descubiertos por los lugareños, lo que habría arruinado su fuga. Secunda­riamente, el pasaje contribuye a crear la sensación de verosi­militud lingüística que Cervantes busca en todo este relato, a la par que le permite realzar su voz narrativa, a través de la

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del cautivo, mostrándose conocedor de primera mano y ade­más algarabiado.

En definitiva, en estos autores el cambio de código en relación con las lenguas del Mediterráneo actúa a la vez como reflejo y como garantía de su experiencia vital. En efecto, su conocimiento directo y no libresco de aquéllas se debe al con­tacto personal con sus hablantes en las distintas y a menudo duras situaciones narradas en sus obras. Pero al mismo tiempo que derivan de ella, la atestiguan, puesto que justamente prue­ban que quien refiere tales sucesos realmente ha participado en ellos, o en otros muy semejantes, y que tiene un conocimiento de primera mano de las circunstancias que narra. En conse­cuencia, la aparición de voces árabes y turcas posee un valor testimonial que refrenda, ante el lector, la autenticidad, si no siempre factual, sí vital, de lo que está leyendo. Dicho en tér­minos más precisos, aunque el code-switching no proporcione fiabilidad, es decir, no garantice la historicidad de los sucesos narrados (lo que es de especial aplicación a las ficciones narrati­vas cervantinas), sí otorga confiabilidad al relato, en la medida en la que el receptor tiene una prueba visible de que el autor (en el que se funden, a estos efectos, el implícito y el material) sabe de lo que habla.

De este modo, el recurso, además de desempeñar las funciones ligadas a la plasmación de la heteroglosia, actúa como fuente de credibilidad y, por lo tanto, de verosimilitud, puesto que, como ya dejó sentado el Estagirita, por una parte «lo posible es convincente» (Poética, 1451 b: 16), si bien por otra «Se debe preferir lo imposible verosímil a lo posible increí­ble» (60a: 26-27). En este sentido, el cambio de código actúa en ambos niveles, pues remite al ámbito de lo posible (lo vivi­do) y por ello mismo actúa como fuente de verosimilitud. Esta capacidad puede relacionarse con la frase, de apariencia para­dójica, de Sartre: «Menos trata la historia de ser verídica, que de resultar auténtica» (apud Carpentier 1980: 35). En efecto, aunque el lector no pueda tener la absoluta certeza de la exacti­tud (fidelidad, veracidad) de los sucesos referidos en las obras

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que emplean el code-switching, al menos en conjunto puede confiar en la autenticidad, en términos de experiencia de vida, de los episodios en que aparece. Esta «prestación de verosimili­tud» inherente al recurso es fundamental en todos los textos que recurren a él, puesto que en todos ellos actúa como prue­ba de convicción, pero todavía más en una obra cuya propor­ción de vivencia y ficción resulta tan problemática como el Viaje de Turquia, cuyo narrador confía claramente en la eficacia del mismo a la hora de hacer creíble su relato.

En cuanto a CL, la situación es algo más compleja. En su caso, el empleo de dichas voces remite primariamente al in­tertexto generado por la novela en relación con las obras del Siglo de Oro que emplean el recurso, constituyendo así en bue­na parre una marca de reconocimiento o un santo y seña que franquea la entrada a ese territorio común de la experiencia lectora y permite adentrarse en la novela actual con la compli­cidad de quien conoce a sus clásicos. No obstante, el recurso actúa además como cifra de «autenticidad», en el sentido ante­dicho, desde dos planos complementarios. Uno es el de la do­cumentación: es del dominio público la minuciosidad con la que Pérez-Reverte prepara y fundamenta sus novelas, en parti­cular el componente histórico*, lo que en el caso del cambio de código en CL queda patente en la recuperación de un buen

* Pueden verse al respecto Perona (1997: 269 y 283) y Montaner (2000). Como se­ñala Sanz Villanueva ( 1995: 17 y 2004: 79-80), Pérez-Reverte ce Nunca hace ostentación de los daros, ni quiere atraer la atención sobre ellos mismos. [ ... ) Al contrario, funcio­nan como un material, interesante y aun novelesco, sobre el que descansa la verosimili­rud histórica, en su caso, y que contribuye a dotar de plasticidad a un espacio .argumen­tal o a crear un ambiente de época vivenciado y real•. En d plano léxico, se trata de un recurso consustancial a toda la serie ~alatristesca• : ~such accumularion of antiquated vocabulary invites us ro visualize a scene thar contr.asts strikingly with our own time, when h.ardly anyone w.ashes his hands in a jofaina, houses are not lit with veúmes de sebo, and men neither wear calzas nor go about carrying dagas, espadas, or cuchillas tÚ matarife. Likewise, in the following p.assage outdated milir.ary terminology effecrivd y evokes p.ast times, since nowadays troops .are not summoned ro batcle sr.ations by cajas and plfonos, the a u toma tic rifle has long replaced tbe arcabuz, center-fire c.aruidges ob­viare the need ro carry a provisión tÚ pólvora y balas, and only the papal Swiss Guards use picas, mo" iones, and cosekuso; pero también lo es en el sintáctico: •Diachronic dis­tance is reinforced by syntactic constructions no longer current in spontaneous speech or informal wriring, such .as enclisis of unstressed pronouns after an inflected verb form• (Azevedo 2007).

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puñado de arabismos y turquismos de época, básicamente tér­minos de relación, no censados por los lexicógrafos. Otro es, según sucedía en el mismo Siglo de Oro, el de la propia expe­riencia, puesto que algunos arabismos y todos los berberismos proceden de los conocimientos adquiridos personalmente por el autor en el curso de sus viajes por el Norte de África y el Oriente Próximo. Todo ello consigue, entre otros fines, crear un clima de autenticidad en el momento de retratar a unos personajes insertos en un medio culturalmente abigarrado y multilingüe como, según se ha visto, era el de los puertos del Mediterráneo en los siglos XVI y XVII.

2.3. Perspectivismo lingülstico y otredad

Es bien sabido que la búsqueda de verosimilitud es una de las claves de la poética cervantina. En el caso más influyente en CL, la historia del cautivo inserta en el Quijote, se cumple una premisa básica de su actitud literaria, de modo que tanto el Cervantes cautivo como el marinero se ponen al servicio del Cervantes novelista*. Como ya notó Clemencín, «Cervantes, como había navegado tanto, usaba con frecuencia y con pro­piedad de las voces náuticas de su tiempo, muchas de las cuales se conservan todavía»**. Pero no se trata únicamente de la bús­queda de proprietas o decoro estiliscico, sino de algo más pro­fundo, puesto que de este modo la experiencia vivida se destila en un relato capaz, no sólo de suspender y cautivar, sino de ser creído. Ya se ha advertido el intento de transmitir una impre­sión de autenticidad mediante este recurso, al que Spitzer de­nominó «perspectivismo lingüístico», que en este caso se mani­fiesta en que «el Cautivo [ ... ] adorna su narración (en lengua

• Cj González López (1972), Allen (1976), McCrory (1994: 129 y 133), Garcés (2002: 182-183) y Bandera (2005: 356-357), .as( como, en referencia a la comedia de rema similar, Canavaggío (1983: 29-30).

·"* Clemendn (1833- 1839: lll, 242; nota 60 a U, XLI, en ed. 1894-19 17: IV, 38, y ed. 1947: 1373b). Corrobora largamente esta apreciación Pérez-Reverte (2005); véase también Monraner (2005b).

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española) con palabras turcas y árabes, ofreciendo un mosaico que contribuye a dar color local a la historia» y en «la alusión a los "hábiros políglotas" entre los protagonistas de este episo­dio», si bien al mismo tiempo es ineludible marca de alteridad y de individuación: «pues, además de las expresiones extranje­ras que pudieran servir simplemente para dar color local, tene­mos que habérnoslas evidentemente con un interés expreso por cada lengua individual en cuanto tal, hasta el punto que siem­pre se nos dice en qué lengua estaban redactados un discurso, una carta o hablado en un diálogo»*.

Este perspectivismo se vincula por un lado a cierto relati­vismo cervantino, «con la finalidad de revelar la multivalencia de que están dotadas las palabras para las distintas mentes humanas» (Spitzer 1955: 178-179), y con él al reconocimiento de la ocre­dad, aunque no, justamente, como algo irreductible (p. 206):

En mi opinión, Cervantes quiso recalcar que las diferen­cias de lenguaje no deben, teóricamente, estorbar la opera­ción de la Gracia divina; bien es verdad que establece entre las distintas lenguas una gradación según su permeabilidad a las ideas cristianas: el turco aparece en un grado más bajo que el árabe, que tan fácilmente se presta a la transposición de conceptos cristianos.

Aunque los referentes ideológicos últimos sean bastan­te dispares, el planteamiento de CL está en líneas generales bas­tante cerca del cervantino. Sin duda, en esta novela, al igual que en las obras de Cervantes, la heteroglosia se vincula, más allá de la obtención de «color local», con la éT€QÓT1'lc; (la con­dición de éT€QOc;, «otro»), por retomar el concepto de Platón en Sofista, 257 a-258c, en lo que tiene de concepción relacional y de aceptación de lo diferente, por más que allí se refiera sólo a la otredad o diferencia ontológica: «Según parece, cuando ha-

* Spirrer (1955: 204-205); sobre este aspecto de la historia del cautivo, véanse en general las pp. 202-213 y sobre las formas del •<perspecrivismo llngü!srico• en Cervan­tes, las pp. 160-225, as! como Casalduero (1949: 163), Percas de Ponseti (1975: 1, 226-227, 230, 236-238, 24 1-242, 245-246 y 248) y Pascual (2005: 538-539).

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blamos de lo que no es, no hablamos de algo contrario a lo que es, sino sólo de algo diferente» (257b, p. 436). De este modo, la heteroglosia se liga a un particular relativismo que opera so­bre todo en tanto que anula o al menos permeabiliza las fronte­ras de razas, lenguas y creencias, aunque el revertiano es de ín­dole más radicalmente escéptica y pesimista que el cervantino y en él no cabe un garante del orden cósmico que supere las aparentes contradicciones de una realidad baciyélmica, ni la comunicabilidad queda garantizada por la igualdad trascen­dente de las personas, sino justamente por la empatía surgida desde su singularidad inmanente*. Pese a ello, tanto en Cer­vantes como en Pérez-Reverte hereroglosia y empatía no se im­plican mutuamente ni establecen una relación biunívoca.

En efecto, al igual que sucede con todo reconocimiento del otro como sujeto, la plasmación de la heteroglosia es condi­ción necesaria, pero no suficiente de la asunción de la otredad. A este respecto, Percas de Ponseti (1975: I, 238) ha visto bas­tante bien que en Cervantes «El no saber una misma lengua no impide la comunicación en un nivel práctico. El hablar la mis­ma lengua no contribuye, necesariamente, a comprenderse me­jor, ni a conocerse más en un nivel racial e íntimo». Y si bien Garcés (2002: 146) exagera al indicar que «These examples of rhe lingua franca of Algiers transcend what Leo Spitzer called "linguistic perspectivism" to reveal a sinister underside», sí es cierto que no hay una correlación directa entre la capacidad de comunicación verbal y la comunión anímica.

• Quizá resuhe algo chocante calificar de relativista a un autor tan firme en sus pos­curas como Pérez-Reverte, quien, como se.ñala San1. Villanueva (2004: 93), •muestra su predilección por un mundo de valores y principios y manifiesta como una añoranu de tiempos en que estos valores eran considerados•. Sin embargo, se ~rata de una falsa no,s­talgia, pues en toda época, al menos de las retratadas por el novehs~a, ~os ~alares estan ya en crisis, o mejor dicho son el bastión (esos(, cada va más mmomano~ al que se acogen unos pocos irreductibles. Pero lo fundamental no es tanto la creencia en unos princ.ipios como su radical individualismo (teñido de un roque de misantropía). Como señala el mismo estudioso: «Uno esperaría el triunfo del héroe positivo. Sin embargo, no ocurre as!. Los libros de Péra-Reverre mati1.an mucho, no se apuntan a soluciones tajantes y maximalistas. Hasta se desenvuelven en una enriquecedora ambigüedad• (p. 9 1). Esto no impide que la inaccesibilidad de •un añorado ideario propio de la edad áurea>> produ7.Ca un intenso «sentimiento elegiaco» (p. 90), que, a mi juicio, es uno de los logros literarios del novelista.

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A este respecto, en CL se establece una primera distin­ción en virtud de que la heteroglosia presente un sesgo humorís­tico o no. En el primer supuesto, más bien tiende a reforzar la diferencia que a aminorarla, como sucede en bastantes ocasiones con el italiano, aunque en otras dicho uso revele más bien cierta ironía cómplice, según sucede con el habla vizcaína. En cuanto a las lenguas de la orilla islámica, se establece una gradación de simpatía similar a la de Cervantes: en cabeza el bereber, después el árabe y a la zaga el turco. Tal situación refleja la mayor hostili­dad histórica del periodo, la que enfrentaba a la corona hispánica con el imperio otomano, y a la pésima fama de impiedad y salva­jismo que entonces tenían los turcos, no exenta, con todo, de admiración por su arrojo y valentía, de lo que también se hace eco CL (véase el elogio de los jenízaros en XI, 314-315), como no podía ser menos, dado que son dos de los puntales de la ética personal de Alatriste y de los demás «héroes cansados» de Pérez­Reverte*. En esta escala, el árabe ocupa una posición intermedia, propia de una lengua de vecindad, que tan notable impronta ha dejado en la española, con la secuela de nueve siglos de coexis­tencia tormentosa, primero a ambos lados de la frontera y luego dentro de la misma, en forma de comunidades mudéjares y, más tarde, moriscas. Por último, el bereber adquiere connotaciones positivas, como en cierto modo ocurre con la germanía, por ser la lengua de un grupo marginado, pero aguerrido, los azuagos. Dentro del mismo, constituye un caso aún más especial el ya comentado del moro Gurriato, berberófono nativo, políglota y participe de una visión del mundo que, en lo esencial, sintoniza con la del propio Alatriste, que Azevedo (2007) sintetiza así:

In the opening sentence Alatriste is defined in terms of valor: «No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente» (C4, 11). Although he undis­guisedly makes a living as a sword-for-hire, «alquilándose

*Sobre la genealogla literaria de los reverrianos «héroes cansados» (la expresión es de Lucas Corso en El club Dumas) tiene agudos apuntes Perona (1997: 278-279); para su caracterización de conjunto véanse además Belmonre (1995) y Sanz Villanue­va (2004: 88-91).

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por cuatro maravedís en trabajos de poco lustre» (CA, 11) and is «tan hideputa como el que más», he is also «uno de esos hideputas que juegan según ciertas reglas» (LS, 151). Not unlike the classical Hemingway hero, Alatriste follows his own code of principies, and this attitude, which often sets him against both the law and the outlaws, includes con­siderations of personal courage, fidelity to a flag, and honor.

Este tipo de personaje que «Se mueve al margen de la ley, de cualquier ley, sólo responde a principios éticos persona­les, y es un ser asocial» impide toda generalización, a la par que bloquea toda tentativa de efusión filantrópica y desde luego excluye cualquier vía de redención:

los escritos revertianos desvelan, según antes sugerí, un auto­biografismo moral. Esta postura se decanta, a la postre, por un intenso individualismo. No hay, en toda su narrativa, de­cisiones colectivas. El testimonio queda claro, la vida es me­diocridad, decadencia, ferocidad, imposibilidad de ser au­ténticos. Las reacciones son individuales*.

En último término, en el mundo «alatristesco» (como en general en la narrativa revertiana) la otredad sólo se tras­ciende a título individual, no colectivo, por un vínculo, deriva­do de «a sense of personal dignity» (de nuevo en palabras de Azevedo 2007), que une personalmente a las mónadas radical­mente independientes encarnadas en sus «héroes cansados».

2.4. La mirada fronteriza

La linde y el multilingüismo son elementos a menudo correlativos; la otredad y la frontera lo son siempre, pues el li­mite de suyo aliena, en su sentido prístino de que hace ajeno y, por lo tanto, otro; especialmente en una época en que las fron-

*Ambas citas son de Sanz ViUanueva (2004: 86-87).

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teras no se trazaban arbitrariamente sobre un mapa con regla y cartabón, como tantas veces en el mundo colonial y postco­lonial, sino que respondían a la concurrencia real de factores históricos (incluyendo en ellos los policicos y los sociocultura­les) y geográficos. Una época en que la delimitación no corres­pondía por lo común a una delgada línea roja, representada en la realidad por hormigón o alambre de espino, sino que a me­nudo constituía un área: las marcas, comarcas extremadanas o zonas fronterizas . Ése es justamente el sentido de mediterra­neus, «que está en medio de la tierra apartado del mar. Y de aquí se dijo mar Mediterráneo, porque dista del mar Océano, y atraviesa por medio de la tierra, dividiendo la África de la Eu­ropa» (Covarrubias: Tesoro, f. 544r, s. v.) . En calidad de diviso­ria, es a la vez vía privilegiada de comunicación y así en CL, I, 30, se puede referir con justeza a «aquella turbulenta frontera mediterránea, encrucijada de razas, lenguas y viejos odios».

La estrecha relación del relato que recurre a la hetero­glosia con el ámbito fronterizo quedó ya señalada por Spitzer (1955: 204): «Cuando, después del discurso de Don Quijote, el Cautivo cuenta su historia desde el principio [ ... ], podemos lanzar una mirada al interior de la realidad histórica de aquel mundo híbrido de Mahometanos y Cristianos, que en tiempo de Cervantes era el equivalente del medio fronterizo de los ro­mances». En efecto, lo que en el siglo XV habían significado las fronteras de la Granada nazarí lo hadan ahora las aguas del Mediterráneo: «Háganse así cuenta vuestras mercedes del com­plicado mundo que era aquel mar interior, frontera de España al sur y al levante, agua de nadie y de todos, espacio ambiguo, móvil y peligroso donde las diversas razas nos mezclábamos, aliándonos o combatiendo según rodaban las brochas sobre el parche del tambor»*. Por ello, la vieja épica medieval de fronte-

* CL, Il, 43-44. La brocha, que aquf se toma por «dado» en general, es propiamente el «dado falso•, es decir, cargado, lo que se bada barrenando d cubo (que usualrneme era de hueso o marfil, aunque los habla de lujo, que podían ser incluso de azabache; cj Rojo, 1996: 169a) y poniendo en el agujero practicado una bolita de azogue o plomo -de ahf su nombre, del francés broche («botóm)-, lo que hada que el dado cayese preferente­mente por esa cara, por tener más peso, dejando a la vista la contraria (Chamorro 2002: 1 76b; Hernández y Sanz 2002: 95a; cj Corominas y Pascual 1980-1991: I, 672b).

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ra se actualiza, por intermedio del romancero y de las crónicas que prosificaban aquélla, en la nueva narrativa de aventuras mediterráneas, ya revista la forma de relación, ya la de autobio­grafía, ya la de novela.

El interés de esta vinculación, más allá de establecer una genealogía literaria, radica en el hecho de suponer una de­terminada actitud ante el otro, cuya alteridad, frente a lo que ocurre con la épica de cruzada y en general con la literatura apologética, no es motivo para su radical alienación. Por ello, en la literatura realmente fronteriza, la de las marcas árabo-bi­zantinas o la extremadura castellano-andalusí, así como la de otros lugares influida por éstas, la situación es bastante distinta: «Una característica compartida de la épica de frontera castella­na y bizantina es el conocimiento que los personajes parecen tener de los hábitos del otro, que puede llegar, incluso, hasta ser visto con simpatía» (Bádenas 2004: 50).

Una consecuencia de esta situación es que estas obras responden a menudo al llamado espfritu de frontera (cf Monta­nee 2004: 32-34), que implica una hostilidad no radical contra el otro e incluso permite una relación relativamente buena con el presunto enemigo, como muestra el caso del ya mentado Avengalvón en el Cantar de mio Cid. Aunque la épica fronteri­za estaba ya muy lejana del público del Siglo de Oro, el espíritu de frontera resultaba aún accesible a través del romancero, dado que las vicisitudes de la prolongada lucha con Granada, que se estanca desde finales del siglo XIV hasta el impulso fi­nal que lleva a la conquista de 1492, dan pie a una renovación de tales temas en el subgénero específico del romancero de frontera (sobre el cual, cf Díaz-Mas 2004), mientras que una floración tardía (a fines ya del siglo XVI) ofrecerá el romancero morisco (véase Garda Valdecasas 1987), que intenta reflejar la misma situación desde el punto de vista andalusí, pero con un tratamiento idealizado, más amoroso que épico y en un marco suntuario donde predominan las descripciones minuciosas para deleite de los sentidos (como queda ejemplificado en el § 1.1), aspectos que en parte se daban ya en los romances de frontera. Pese a su carácter más lírico y a su naturaleza artificio-

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sa, que lo alejan de la literatura propiamente heroica, este subgénero romanceril y su pariente en prosa, la novela morisca, heredan la falta de animadversión e incluso, en ocasiones, la admiración por el otro que suele darse en la épica de frontera (cf Carrasco Urgoiti 1958).

Cervantes, por una vía u otra, no era ajeno a este espíri­tu de frontera, probablemente como un cruce de su bagaje lite­rario con su experiencia vital. Así lo muestra el ponderado tra­tamiento de numerosos personajes musulmanes en varias de sus obras, particularmente en El gallardo español (vid. McCrory 1994: 58; Carrasco Urgoiti 1998 y Garcés 2002: 188-191). En el caso de la historia del capitán cautivo, esto es patente, entre otras cosas, en el amable retrato de Agimorato, que justifica la angustiosa escena de la separación de padre e hija, que tanto ha escandalizado a algunos cervantistas*.

De este modo, el talante heredado del espíritu fronteri­zo se pone al servicio de la humanidad de la que Cervantes quiere dotar a sus personajes, en la medida en que no está inte­resado en crear meros arquetipos de conducta, sino figuras ve­rosímiles y, por ello mismo, capaces de generar una verdadera empada. De ahí la exageración con que a menudo la crítica presenta el matizado perspectivismo o relativismo de Cervan­tes**, quien, en realidad y como ya he indicado, creía en valores absolutos y los defendía***. Lo que sucede es que, para el alcalaí­no, desde una perspectiva eminentemente barroca, las cosas no siempre son lo que parecen, lo que constituye la verdadera base

* Me ocupo con más detalle de este punto en Montaner (2005-2006 y 2006). ** Sin duda ciene razón Percas de Ponseci (1975: 1, 256) cuando sostiene que los

personajes de la historia del cautivo «No están concebidos para hablar de la superiori­dad moral del cristiano sobre la del infiel, del converso o del renegado. Están concebi­dos para hablar de la naturaleza humana•, pero ello no significa, como quiere dicha aurora, que Cervantes no mantenga una postura básicamente ortodoxa ni que adopte una postura anacrónicamente relativista, más allá del perspecrivismo indicado (cf Clase 2005: 245-249 y 257-258).

,... Como señala Casalduero (1949: 167), «El desúno del cristiano, como el de todo hombre que se mueve en la zona de lo absoluto, es inflexible. Firme en su dolor inmen­so, Zoraida dice: "Alá sabe bien que no pude hacer otra cosa que lo que he hecho [ ... ). según la prisa que me daba mi alma a poner por obra esta que a mi m( paree( tan buma, como tú, padre amado, la juzgas por mala". La seguridad del cristiano es inconmovible; la conducta, no obstante, es juzgada desde el punto desde el cual se la contempla..

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de su «perspectivismo» (Spitzer 1955: 179-180, 184-185 y 221-222), en especial porque, así como el bien siempre es absoluto, el mal a menudo es relativo (cf Moncaner 2006: 273-280), se­gún expresa de forma paradigmática el siguiente pasaje: «un pequeño promontorio o cabo que de los moros es llamado el de la Cava Rumía, que en nuestra lengua quiere decir "la mala mujer cristiana" [ ... ];puesto que[= "aunque"] para nosotros no fue abrigo de mala mujer, sino puerto seguro de nuestro reme­dio» (1, XLI, f. 251 v). Con tal actitud y el trasfondo de la lite­ratura de frontera, Cervantes podía aunar su fe sincera y orto­doxa, su comprensiva y afable visión de la humanidad y su concepción del arte literario como forma de eutrapelia u ho­nesta recreación basada en la verosimilitud posibilista sumada a una adecuada suspensión del lector, poética en la cual la hete­roglosia colabora a ambos fines, pues, según se ha visto, es tan­to soporte de la confiabilidad como causa de admiración.

Este análisis, que es en muy amplia medida aplicable a CL (aunque sobre fundamentos ideológicos bastante dispares) , no puede, sin embargo, generalizarse a las obras coetáneas que emplean dicho recurso, puesto que pocos autores (salvo quizá el del Viaje de Turquía) comparten realmente dicha perspecti­va. Ello se debe a que, como ya he indicado antes, la relación entre heteroglosia y alteridad no es homogénea ni necesaria­mente implica una visión positiva del otro. En ese sentido, ofrecería una simplificación radical de la situación si plantease las relaciones de frontera como una variante de la muy discuti­ble «convivencia» o «tolerancia» (términos usados a veces como equivalentes, pese a sus notables diferencias) supuesta para la «España de las tres culturas» por Américo Castro (1948 y 1954) y sus seguidores.

En efecto, el espíritu de frontera puede atenuar la dife­rencia, pero jamás la anula: «Estamos hablando, recordemos, de dos sociedades en pugna, aunque comercian entre sí más tiempo del que guerrean, pero que se dotan de una base litera­ria y folklórica de relatos apologéticos, para mantener intacta la creencia en su propia superioridad, e intercambiar fácilmente mercancías, pero no tan fácilmente ideas que puedan minar

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sus identidades» (Corriente 2002: 189-190). En definitiva, lo que el área fronteriza establece es una vecindad que tiene, como cualquier otra, su haz y su envés, su lado claro y su lado oscuro. Un ámbito donde la amistad alterna con el odio, la mano fra­terna con la asesina y la comunicación fluida (mediante la lin­gua franca o gracias a la poliglotía) con el aucismo individual o comunitario. La situación es bien explicada por Pérez-Reverte, quien no sólo conoce profundamente la literatura y la docu­mentación del Siglo de Oro relativa a este aspecto, además de los diversos pueblos y territorios ribereños del Mediterráneo, sino que ha cubierto como corresponsal de guerra las del Líba­no y los Balcanes, por citar sólo dos cuyo escenario se vincula estrechamente al de la novela:

era verdad que allí, en la incierta frontera de aquellas aguas levantinas, la crueldad humana -y nada es más humano que la crueldad- se dilataba en inquietantes posibilidades, y no sólo por parte turca. Había rencores difíciles de expli­car, enquistados en la memoúa: viejos odios, asuntos de fa­milia que aquella luz, sol y aguas azules mantenían calientes. [ ... ] turcos, españoles, berberiscos, franceses, moriscos, ju­díos, moros, venecianos, genoveses, A.orentines, griegos, dál­matas, albaneses, renegados, corsarios. Vecinos del mismo patio mestizo. Gente de idéntica casta, entre la que no era descabellado compartir un vaso de vino, una carcajada, un insulto rotundo y pintoresco, una broma macabra, antes de crucificarse o de intercambiar cabezas a cañonazos con ima­ginación y saña. Con buen, viejo y sólido odio mediterráneo. Pues nadie se degüella mejor y más a gusto que quien harto se conoce. (Pérez-Reverte 2006: 166)

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