Patria, plebe y política en la España isabelina: la Guerra de África en Cataluña (1859-1860)...

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1 Patria, plebe y política en la España isabelina: la guerra de África en Cataluña (1859-1860) Albert Garcia Balaña (Universitat Pompeu Fabra) Al poco de que España declarara la guerra al Imperio de Marruecos, el 22 de octubre de 1859, el presidente del Consejo de Ministros y fu- turo general enjefe del Ejército de África, Leopoldo O'Donnell, habló en las Cortes para explicar lo que el gobierno esperaba de la campaña militar más allá del estrecho. Sus palabras, por retóricas, delataron los pobres objetivos territoriales y los poco confesables propósitos que al- bergaba la dirección de la recién estrenada Unión Liberal: No vamos a África animados de un espíritu de conquista, no. El Dios de los ejércitos bendecirá nuestras armas, y el valor de nuestro ejército y de nuestra armada harán ver a los marroquíes que no se insulta impunemente a la naci6n española, y que iremos a sus hogares, si es preciso, a buscar la satisfacci6n. [...] No nos lleva un espíritu de conquista; vamos a lavar nues- honra, a exigir garantías para lo futuro.' La «honra» española, según la esgrimían O'Donnell y sus unionis- tas, se demostró entonces extremadamente sensible, pues había sido manchada, apenas en sus símbolos, por algunos grupos de kabileños a la entrada del Campo de Ceuta, y ningún crédito se concedió al gobier- no marroquí y a su explícita predisposición para negociar mayores con- troles en las zonas de frontera. En otras palabras: las prisas de O'Don- nel1 por declarar la guerra a Marruecos deben leerse a la luz de la certeza del gobierno español, ya en octubre de 1859, de que la expedi- ción militar iba a rendir en cualquier caso mínimos resultados territo- riales, pues Londres había advertido a Madrid de que no iba a tolerar «ningún cambio de posesión sobre las costas moriscas del estrecho». De ahí que el muy numeroso Ejército de África español renunciase de buen principio a la muy atractiva Tánger y buscase la menos estratégi- ca Tetuán. Y de ahí, también, que la conquista española de esta última (6 de febrero de 1860) se aceptase como temporal, evidencia de una 13

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tregados a juicio del lector forman ya una conjunto que deberá ser to­mado en cuenta. Esta compilación de trabajos, recogidos por iniciativa del doctor Eloy Martín Corrales, dan fe de la vitalidad del grupo y de la pertinencia y calidad de su trabajo.

Josep M. Fradera i Barceló

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1 Patria, plebe y política en la España isabelina: la guerra de África en Cataluña (1859-1860)

Albert Garcia Balaña (Universitat Pompeu Fabra)

Al poco de que España declarara la guerra al Imperio de Marruecos, el 22 de octubre de 1859, el presidente del Consejo de Ministros y fu­turo general enjefe del Ejército de África, Leopoldo O'Donnell, habló en las Cortes para explicar lo que el gobierno esperaba de la campaña militar más allá del estrecho. Sus palabras, por retóricas, delataron los pobres objetivos territoriales y los poco confesables propósitos que al­bergaba la dirección de la recién estrenada Unión Liberal:

No vamos a África animados de un espíritu de conquista, no. El Dios de los ejércitos bendecirá nuestras armas, y el valor de nuestro ejército y de nuestra armada harán ver a los marroquíes que no se insulta impunemente a la naci6n española, y que iremos a sus hogares, si es preciso, a buscar la satisfacci6n. [... ] No nos lleva un espíritu de conquista; vamos a lavar nues­tr~ honra, a exigir garantías para lo futuro.'

La «honra» española, según la esgrimían O'Donnell y sus unionis­tas, se demostró entonces extremadamente sensible, pues había sido manchada, apenas en sus símbolos, por algunos grupos de kabileños a la entrada del Campo de Ceuta, y ningún crédito se concedió al gobier­no marroquí y a su explícita predisposición para negociar mayores con­troles en las zonas de frontera. En otras palabras: las prisas de O'Don­nel1 por declarar la guerra a Marruecos deben leerse a la luz de la certeza del gobierno español, ya en octubre de 1859, de que la expedi­ción militar iba a rendir en cualquier caso mínimos resultados territo­riales, pues Londres había advertido a Madrid de que no iba a tolerar «ningún cambio de posesión sobre las costas moriscas del estrecho». De ahí que el muy numeroso Ejército de África español renunciase de buen principio a la muy atractiva Tánger y buscase la menos estratégi­ca Tetuán. Y de ahí, también, que la conquista española de esta última (6 de febrero de 1860) se aceptase como temporal, evidencia de una

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Colección dirigida por

ELOY MARTíN CORRALES

VICENTE MaGA ROMERO

Roclo VALRIBERAS ACEVEDO

Eloy Martín Corrales, (ed.)

Marruecos. y el colonialismo español (1859-1912).

" De la guerra de Africa a la «penetración pacífica»

edicions bellaterra

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Índice

Los trabajos contenidos en este volumen se enmarcan dentro del proyecto colecti vo de investigación BXX2000-0986, financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Diseño de la cubierta: Joaquín Monclús

© Edicions Bellaterra, S.L., 2002 Navas de Tolosa. 289 bis

08026 Barcelona

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ISBN: 84-7290-181-5 Depósito Legal: B. 9.415-2002

Impreso en Hurope, S.L.. Lima, 3 bis. 08030 Barcelona

Prólogo: La formación de un espacio colonial repensada. . . Josep M. Fradera i Barceló

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1. Patria, plebe y política en la España isabelina: la guerrade África en Cataluña (1859-1860) . , , .. , , , . , , . . Albert Garcia Balañil

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2. La intervención española de las aduanas marroquíes (1862-1885) , , , , , , ., Ornar Rodríguez Esteller

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3. Una avanzadilla española en África: el grupo empresarial Comillas , .. ,.............................. Martín Rodrigo y Alharilla

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4. El nacionalismo catalán y la expansión colonial españolaen Marruecos: de la guerra de África a la entrada en vi­gor del Protectorado (1860-1912) , ... , . . . . . . . . . . . . . . . Eloy Martín Corrales

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«paz chica» (mayo de 1860) tutelada en todo momento por Gran Bre­taña (y que resultaría «chica» sobre todo en términos territoriales, pe­ro menos respecto de las obligaciones financieras marroquíes para con España).2 Benito Pérez Gald6s, en su Episodio Nacional sobre la toma de Tetuán, pondría negro sobre blanco las razones de la aparente para­doja de una guerra de trazo neoimperial que no habría podido, en nin­gún caso, acrecentar significativamente el territorio español en la cos­ta sur del Estrecho:

Fueron los españoles a la guerra porque necesitaban gallear un poquito ante Europa y dar al sentimiento público, en el interior, un alimento sano y reconstituyente. Demostró el general O'Donnell gran sagacidad política in­ventando aquel ingenioso saneamiento de la psicología española. Imitador de Napoleón lll, buscaba en la gloria militar un medio de integración de la nacionalidad, un dogmatismo patrio que disciplinara las almas. [...] Francia nos daba las modas del vestir... ; de Francia trajimos también una remesa de imperialismo casero y modestito que refrescó nuestro ambiente y limpió nuestra sangre viciada por las facciones. J

En verdad lo que O'Donnell importó de la Francia del Segundo Im­perio fue, con mayor precisi6n, el despliegue simbólico-político de una renovada ret6rica patri6tica alimentada por la guerra exterior; estrate­gia de legitimaci6n y consenso interior que los liberales británicos ya habían ensayado con notables resultados de la mano de un imperialis­mo tan poco «casero y modestito» como el que les había llevado a Cri­mea (1854-1856).

La llamada «guerra de África» que enfrent6 a la España de Leopol­do O'Donnell contra el Marruecos de Sidi Mohamed (1859-1860) ha sido objeto de distintas aproximaciones historiográficas, algunas de ellas en la estela de la supuesta contribuci6n del episodio a lo que José María Jover ha dado en llamar «los caracteres del nacionalismo espa­ñol» de mediados del siglo XIX. Para Jover la guerra de África habría sido el primer eslab6n -y el más exitoso- de una cadena de «expedi­ciones militares» promovidas por la gobernante Uni6n Liberal-en la Cochinchina ambicionada por Francia (1858-1863), en la República Dominicana (1861), en el México de Maximiliano (1861-1862) y en el Pacífico chileno y peruano (1863-1866)- cuya finalidad no podía ser entonces «imperialista» en el sentido de «territorialista». Tampoco po­día aspirar a una mayor y mejor presencia de los intereses españoles en tales regiones desde el momento en que se fue a Indochina bajo la di­recci6n de Francia, a México como apéndice de una empresa política francobritánica y a Marruecos bajo la estrecha vigilancia de Londres. Para Jover, siguiendo el diagn6stico de Pérez Gald6s -a su vez inspi­rado por las pocas voces que habían criticado la guerra en la España de 1860-,4 «estamos ante unas acciones militares cuya doble motivaci6n

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salta a la vista: un incremento del prestigio exterior [de la España isa­belina] y, principalmente, un intento -logrado- de liberar y compensar tensiones de orden interno.» Sobre la naturaleza de tales «tensiones de orden interno», y sobre de qué manera pudo «liberarlas» y «compen­sarlas» dicha política de «expediciones militares», resulta menos explí­cito el argumento de Jover, pues apenas esgrime «el cálido consenso de una exaltaci6n nacionalista» que la guerra de África «cre6 en torno al gobierno de O'Donnell», la «brillante coartada nacionalista ante los militares y ante la sociedad española en su conjunto a favor de una oli­garquía que, en la España de Isabel n, tendi6 a manifestarse más bien poco sensible ante este orden de estímulos». En un ejercicio de mayor concreci6n, Jover escribe que «esta participaci6n emocional» de la «sociedad española en su conjunto» en la «ret6rica de la acci6n signi­ficada por una política exterior de tal carácter, parecía destinada a anestesiar, entre las clases medias, la falta de una efectiva participaci6n política, que estaba en los mismos fundamentos doctrinarios del régi­men». En consecuencia, la «ret6rica de la acci6n» nacional en Marrue­cos ,bastaría para explicar el aparente apoyo «mesocrático» a la guerra de Africa, pues incluso la geografía de las «expediciones» (el norte de África, América o «las misiones orientales») contribuía a revivir «las gloriosas tradiciones de antaño» (de la España colombina y de la de los Austrias mayores) que al parecer resultaron suficientes para satisfacer temporal y ritualmente (<<anestesiar») las expectativas de participaci6n política de unas imprecisas «clases medias» españolas.5 El patriotismo sentimental-historicista -mezcla de emotividad populista y de escapis­mo político- del Diario de un testigo de la Guerra de África, de Pedro Antonio de Alarc6n (1860), o del Romancero de la Guerra de África (1860), sería, para Jover y otros, el catalizador al tiempo que la evi­dencia de aquel apoyo «mesocrático», el anzuelo y la presa de un na­cionalismo tutelar de amplio espectro social que habría cuajado en la España de 1860 (contribuyendo, incluso, a retrasar la agonía del siste­ma isabelino).6

Siguiendo a José María Jover, José Álvarez Junco ha matizado en par­te los discursos identitarios y nacionalistas que tomaron forma en la Es­paña de la guerra de África. Según Álvarez Junco, la guerra de África habría propiciado la confluencia excepcional y pasajera de dos discursos sobre la naturaleza y las potencialidades de la nueva naci6n española, nacidos ambos de la Revoluci6n liberal y que se alejarían irremediable­mente después de 1860 (síntoma del fracaso autóctono de una «naciona­lizaci6n» a la francesa): por una parte el discurso «nacional-cat6lico» que con la guerra habría intentado por primera vez «una cierta moviliza­ci6n de la opini6n pública» sirviéndose de medios y auditorios alejados de su tradicional elitismo; por otra, el discurso «liberal-progresista», vacío de connotaciones revolucionarias y cargado de «misi6n civiliza­

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dora», es decir, de autolegitimación «liberal» proporcionada por la vic­toria militar sobre el «bárbaro» imperio marroquí y por la analogía con los restantes liberalismos europeos activamentt imperialistas. Nadie como el joven Emilio Castelar (1832-1899), quien acababa de saltar a la arena política «democrática» y no obstante celebraría de principio a fin la guerra contra Marruecos, puede simbolizar mejor las complici­dades bélicas de este «nacionalismo genuinamente liberal», la función en gran parte autorreferencial de las más trabajadas reelaboraciones africanistas en la España de 1859-1860.1 Sin embargo, tampoco Álva­rez Junco responde (en verdad ni tan siquiera se plantea) la pregunta que inevitablemente sugiere su argumento al hilo del de Jover. A saber: ¿qué factores históricamente concretos hicieron que la guerra de África diera lugar «a la mayor floración de retórica patriótica registrada en Es­paña entre 1814 y l 898»?8 0, volviendo a Jover: ¿por qué razones am­plios sectores de «la sociedad española en su conjunto» sucumbieron a los cantos nacionalistas (y españolistas) y bélicos en 1859-1860, fuese su letra «neocatólica» o «liberal-progresista», al punto que la guerra de África «logro» proyectar la imagen de una sociedad cohesionada -a pe­sar de su complejidad- detrás de un objetivo compartido y común?

Lo que ambas preguntas exigen, inicialmente, es confirmar su perti­nencia. Es decir, corroborar, con nuevas y más convincentes evidencias que la publicística del Romancero, de Alarcón o del propio Castelar, que la guerra de África dio lugar a numerosas -por socialmente varia­das y significativas- «retóricas patrióticas» en la España de 1859­1860, y que el «logro» de una sociedad transitoriamente «liberada» de «sus tensiones de orden interno» resultó algo más que la ficción fabri­cada por el redoble de la actividad propagandística y editorial. A pro­pósito de este primer ejercicio, la Cataluña de 1859-1860 se adivina un territorio social particularmente interesante. Fue el malogrado Carlos Serrano uno de los primeros en llamar la atención sobre la fertilidad historiográfica de una memoria colectiva y mítica de largo recorrido que en Cataluña nació con la guerra de África: la de los voluntarios ci­viles que lucharon bajo el mando de Prim en Marruecos, protagonistas de una mítica plebeya aún muy viva en la Barcelona de finales del XIX, en la ciudad de los teatros y los espacios populares.9 A su vez no han sido pocos los historiadores catalanes que se han dado de bruces con indiscutibles y variadas manifestaciones españolistas en la Barcelona de 1859-1860, particularmente visibles y entusiastas las más estrecha­mente vinculadas a la ciudad plebeya y popular, siempre con la guerra de África como telón de fondo. Manifestaciones de exaltación patrió­tica y, sin embargo, a menudo alejadas de las formas y los motivos de los patriotismos probélicos de tipología patricia, también de los des­plegados entonces en Cataluña con su carga de reivindicación «pro­vincialista». Por mucho que el desvelamiento de un protocatalanismo

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popular de horizonte nacionalista -escondidísimo en algún rincón de tale~ celebraciones explícitamente españolistas- haya situado la guerra de Africa en la agenda de la historiografía «del catalanismo»,1O lo que hoy sabemos sobre el patriotismo (retórico y/o socialmente moviliza­dor) alimentado por la guerra en Cataluña es muy poco. Josep Fontana ha reunido algunos ejemplos de aquel patriotismo de protagonistas y motivos plebeyos, subrayando fundamentalmente aquellas particulari­dades que apuntan hacia un referente patriótico alternativo al «espa­ñol».1l En el primer apartado de este trabajo (<<Guerra en Marruecos y entusiasmo plebeyo en Cataluña») parto de algunos de aquellos ejem­plos para profundizar en la dimensión plebeya o generosamente inter­clasista de muchas de las principales celebraciones patrióticas que la guerra de África produjo en Cataluña; para discutir con cierto detalle la imbricación de tal patriotismo en los relatos que lo narraron y en el mapa sociológico y político catalán de la época. En otras palabras: pa­ra referenciar aquellas exaltaciones públicas a la patria combatiente en Marruecos según fuese la posición en el tablero de las «tensiones in­ternas» catalanas (y españolas) de los hombres que las protagonizaron o las reivindicaron como propias.

El segundo apartado (<<Los Voluntarios Catalanes: usos políticos de la tradición miliciana en la Cataluña de 1860») constituye un intento de reconstruir las motivaciones políticas que desembocaron en la crea­ción del cuerpo de voluntarios civiles con destino a Marruecos o Vo­luntarios de Cataluña, cuerpo que capitalizó una mayor porción de la sentimentalidad patriótica (ante todo «españolista») desplegada en la Ca­taluña de la guerra de África. «Motivaciones políticas» que ya identifi­qué parcialmente y expuse en otro trabajo, y que aquí presento como mucho más heterogéneas -incluso enfrentadas- de lo que sugiere la imagen tradicional elaborada por determinada publicística patricia y asumida alegremente por los historiado~es que han escrito sobre ello (mi caso hace unos añoS).12 Trabajada con algún detalle la documenta­ción original sobre la formación del cuerpo de Voluntarios de Cataluña y sobre sus «actuaciones» en Marruecos y en Cataluña, la duda que me­rece ser investigada aparece con toda claridad: ¿por qué razón los Vo­luntarios de Cataluña polarizaron gran parte de las celebraciones y de los entusiasmos populares (o plebeyos) que en Cataluña se produjeron durante la guerra de África?, ¿por las mismas razones argumentales -estratégicas y emotivas- que esgrimieron en elogio de los Voluntarios sus glosadores genuinamente patricios y explícitamente «provincialis­tas»?13 Dado que los Voluntarios Catalanes de 1859-1860 han tenido menos suerte con los historiadores que la que tuvieron en Tetuán en fe­brero de 1860,14 he regresado a las fuentes originales para obtener aque­llas informaciones sobre dicha milicia que más reveladoramente podían cruzarse con algunos datos fundamentales de la política y la sociedad

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catalanas de los últimos años cincuenta, y en particular de sus mundos más interclasistas o mayormente plebeyos.

Finalmente, el último apartado del trabajo (<<Patria y libertad: razo­nes plebeyas para la guerra contra una «raza de esclavos»») propone una lectura nuevamente contextualizada y cruzada de los más visibles motivos del patriotismo probélico con protagonismo popular en la Ca­taluña de la guerra de África. Motivos presentados en los dos primeros apartados y que aquí se interpretan no s610 a la luz de las «tensiones in­ternas» catalanas y españolas sino también, y sobre todo, en funci6n de los atributos simb6licos que dicho patriotismo de expresi6n plebeya asign6 al enemigo en el campo de batalla, a un «enemigo marroquí» en el que parecían cristalizar no pocas de las maldades políticas de ene­migos mucho más cercanos. Leer las manifestaciones plebeyas del pa­triotismo «antimarroquí» tomando en cuenta la clave que ha servido para leer, por ejemplo, el patriotismo de los Radicales británicos surgi­do de la guerra de Crimea -a saber: detectando las estrategias de trans­ferencia simb6lica hacia un «enemigo lejano y bárbaro» (la Rusia de Nicolás 1en Crimea) de imágenes políticas fabricadas en el interior y a prop6sito de las propias sociedades embarcadas en la guerra exterior-15

me parece, a estas alturas, una elemental exigencia historiográfica. En este sentido las imá$enes del «moro» que se renuevan y difunden cuando la guerra de Africa (imágenes vivísimas y constantes en la Ca­taluña plebeya de 1860) obligan a un ejercicio interpretativo a tres ban­das. Un ejercicio que tenga en cuenta los antecedentes hist6ricos de ta­les imágenes, sus referentes contemporáneos más generales (con toda la mítica orientalista a la cabeza) y, no menos importante, las analogías explícitas o potenciales con otras imágenes desacreditadoras y negati­vas, imágenes evocadoras de realidades aut6ctonas y mucho más pr6­ximas a la experiencia del conflicto social y político, y por ello más comprometedoras para los que las usaran y las hiciesen circular.

Guerra en Marruecos y entusiasmo plebeyo en Cataluña

Si en verdad uno de los objetivos de O'Donnell y la camarilla unio­nista al declarar la guerra a Marruecos era, en palabras del francotirador y «coronel retirado» Victori?l d' Ametller, «ahogar la política interior inutilizando las pretensiones legítimas de los partidos, distrayéndolos [sic] de las necesidades interiores y de las reformas que [los ministros]

. ofrecieron al subir al poder y que no han cumplido»;6 púede decirse que la campaña se resolvi6 mejor en la península que en el norte de Africa. Ciertamente, y aunque por un plazo que apenas excedi6 el de la campaña misma, unanimidades ins6litas hasta entonces parecieron desdibujar temporalmente muchas de las divisorias políticas y sociales

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más indiscutibles de la España de 1859. En muchos sentidos lo que se visibiliz6 durante los primeros meses de 1860 fue ese «llevar fuera de las fronteras el interés y las miradas de los españoles de todas opinio­nes políticas, haciendo necesaria la uni6n y el común esfuerzo» que un desengañado y escéptico Ametller reprocharía sin dilaci6n al gabinete ü'Donnell. 17 Porque la guerra de África fue una guerra abiertamente popular, durante su desarrollo y aun después. Fue una guerra popular en la medida en que la campaña militar, sus motivos y sus variadas le­gitimaciones llegaron con rapidez y profusi6n a muchos sectores de la poblaci6n española, al punto de echar raíces en algunos lenguajes po­pulares y en otras formas de experiencia social mayormente plebeyas. y fue asimismo una guerra popular porque esta reverberaci6n social de la aventura militar, esta colaboraci6n a menudo entusiasta por parte de grupos sociales arrojados a los márgenes de la política formal o ex­cluidos sin más no se redujo a la mera transmisi6n de consignas patri­cias a auditorios discretamente mesocráticos o indiscutiblamente ple­beyos. En otras palabras: hombres que pueden tomarse como genuinos representantes de tales grupos sociales, contribuyeron activa y eficaz­mente a la construcci6n mítica de la guerra de Africa, aportando para ello referentes de legitimaci6n de la guerra y de orgullo patri6tico más cercanos a las aspiraciones de las clases populares que a las certezas que defendían las diversas elites del país. Mi argumento aquí es que es­te proceso de construcci6n mítica (y también política) de la guerra re­sulta inexplicable si no se atiende a su dimensi6n activamente inter­clasista, a la fluidez, reciprocidad e incluso competencia social entre distintas lealtades probélicas que, alimentadas por conveniencias dife­rentes pero coyunturalmente entrecruzadas, dispararon la celebraci6n social de la expedici6n a Marruecos. O al menos la dispararon en la ciudad de Barcelona y en importantes zonas de Cataluña.

Algunos de los testimonios más explícitos sobre el impacto de la guerra en la vida barcelonesa son conocidos por repetidamente citados. Es el caso del que dej6 escrito en su vejez Conrad Roure (1841-1928), joven estudiante de leyes en 1859, hijo de un comerciante de tejidos con cargo de capitán en la Milicia Nacional del trienio esparterista, y entonces aprendiz de activista dem6crata. El Roure abogado y publi­cista republicano en la Barcelona de entre siglos, tras juzgar retrospec­tivamente su patriotismo bélico de juventud tachándolo de ingenuo a la luz de lo ocurrido entre 1895 y 1923, recordaría a propósito de c6mo Barcelona había vivido en 1860 el envío de un cuerpo de Voluntarios Catalanes a la guerra marroquí:

La ciudAd en pleno acudió a despedir triunfalmente a aquellos héroes que, para correr tras la gloria de su patria, abandonaban sus lares. [...] la muchedumbre, que quería exteriorizar su entusiasmo a aquellos valientes,

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desde las primeras horas de la mañana se estacionó a lo largo de la Muralla de Mar, Plaza de Palacio y Andén del Puerto, manera segura para que los Voluntarios no pudieran embarcar sin recibir el adiós de sus hermanos ad­miradores. La mayor parte de las fábricas, talleres y despachos habían ce­rrado, y obreros y empleados acudían al lugar de despedida. Los estudiantes abandonamos las clases y con banderas que nos prestaron en la guardarropía del teatro del Liceo nos dirigimos a los glacis de la Ciudadela en espera de que aparecieran los Voluntarios, entre los que iban algunos compañeros nuestros. Y a cada noticia victoriosa, que lo eran todas las que de África -¡entonces, ay!- nos llegaban, los estudiantes dejábamos las clases y acudí­amos a los almacenes del teatro del Liceo y, provistos de las banderas y es­tandartes que nos prestaban, recorríamos las calles de nuestra ciudad y, se­guidos por todo el pueblo, llegábamos a la plaza de la Constitución [ ] Pero aquellos entusiasmos populares no eran entonces simples manifestaciones callejeras, no eran momentáneos, irreflexivos e inconscientes, sino que eran entusiasmos sinceros que arraigaban en lo profundo del alma de todas las clases sociales, que desbordaban de patriotismo. 18

En esta misma direcci6n apuntan los menos conocidos cuadernos manuscritos de Rossend Arús i Arderiu (1845-1891), entonces un pers­picaz adolescente de buena y muy liberal familia, quien pronto com­partiría con Conrad Roure y otros la primera fila del activismo cívico y cultural barcelonés en pro de los ideales de democracia y República (claro está, también desde el secretismo mas6nico). Lo interesante de los,diarios personales del Arús preadulto es el retrato que nos propor­cionan de un cierto mundo social barcelonés de mediados de siglo, un mundo nada estático en sus jerarquías sociales y por ello genuinamen­te interclasista (o generosamente mesocrático, en el sentido de que no era ni abundantemente patricio ni arrolladoramente plebeyo), un mun­do de comerciantes recientemente enriquecidos (caso del padre de Arús) y de artesanos con tienda y prestigio públicos, de estudiantes a menudo emparentados con oficiales y mancebos, un mundo todavía de fabricantes que trabajan a pie de telar y de tejedores especializados que siguen tratándoles de tú. Es, entre otros, el mundo del barrio de La Ri­bera, a la sombra de Santa Maria del Mar, y más concretamente el mundo que a pequeña escala reproduce la llamada Societat del Born (o Sociedad del Borne), una mezcla de sociedad recreativa y tertulia po­lítica que, capitaneada por un popular alpargatero de simpatías repu­blicanas, Sebastia Junyent, aprovechará la relajaci6n institucional y policial posterior a 1858 para echar raíces en la vida pública del barrio y de la ciudad entera. En otro lugar he explicado el éxito inmediato con que Junyent y su Societat del Born recuperaron, reformándolo, el mo­ribundo y desprestigiado -por desenfrenadamente plebeyo-- Carnaval popular barcelonés (Carnestoltes), operaci6n que precisamente se pu­so en marcha en febrero de 1859. Junyent cont6 para ello con la cola­

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boraci6n activa de reputados dem6cratas con indiscutible ascendiente entre muchos trabajadores manuáles de la ciudad (caso de Josep An­selm Clavé, tornero mecánico reciclado en promotor de las primeras sociedades corales «para obreros»), con la aquiescencia nada desdeña­ble de influyentes progresistas sentados en el ayuntamiento, y con la joie de vivre adolescente de j6venes acomodados educados en un cier­to radicalismo político (caso de Rossend Arús, quien desde muy joven ejerci6 de secretario de aquella sociedad). 19 En sus diarios manuscritos de 1860, Arús describe con todo detalle de qué manera el completo Carnaval ciudadano organizado por Sebastia Junyent y su gente ese año bebi6 de la guerra de Marruecos, y aliment6 un patriotismo probé­lico de matriz popular; patriotismo y guerra de África que a su vez con­tribuyeron a la aceptaci6n patricia de una iniciativa ambiciosamente interclasista como lo era la Societat del Born en la Barcelona posterior a 1856. También escribe Arús a prop6sito del regreso de los Volunta­rios Catalanes en mayo de 1860, de la numerosa cuadrilla de «j6venes de toda condici6n» reunida por la citada sociedad para participar en el recibimiento multitudinario, de la tela «encarnada y amarilla» aportada por un tal «Galard» que fue cosida como bandera «por la hermana de Eduardo» (otro integrante de la comparsa patri6tica), y de la falta de fondos para «contratar la música», lo que según Arús se disimu16 con algún que otro alarde estrafalario en el vestuario.20 En otras palabras: la Societat del Born celebr6 la campaña militar, y particularmente la par­ticipaci6n en ésta de civiles catalanes, como si del renacido Carnaval popular se tratase, a saber, movilizando con rapidez a su particular clientela interclasista y supliendo con imaginaci6n la escasez de recur­sos. Una clientela, cabe recordar, reclutada mediante complicidades personales, vecinales y sociales nada inocentes políticamente hablando.

Ciertamente, los testimonios de Conrad Roure y Rossend Arús so­bre la dimensi6n popular y plebeya del patriotismo probélico en la ciu­dad de Barcelona deben leerse con prudencia, por parciales e interesa­dos, no en vano ambos iniciaban hacia 1860 carreras relativamente públicas (en tanto que «escritores públicos» creadores de opini6n «de­mocrática») que tendrían mucho que ver con su capacidad para inter­mediar entre el nuevo patriciado liberal y el renovado mundo de pe­queños menestrales y trabajadores manuales asalariados que nutría las filas del radicalismo revolucionario.21 De alguna manera, la imitaci6n plebeya de su patriotismo juvenil-radical y sin embargo acomodado siempre podría contabilizarse a beneficio de inventario, como funda­cional prueba de autoridad de su apuesta política democrática-republi­cana y de su trabajado ascendiente público. Algo parecido puede de­cirse de cr6nicas como la publicada al poco de acabar la campaña marroquí por Víctor Balaguer i Cirera (1824-1901), entonces el publi­cista más prolífico y audaz del progresismo barcelonés, quien subraya­

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ría con insistencia el protagonismo de la ciudad plebeya en la celebra­ción de la guerra (en su caso, como demostración de las posibilidades políticas de un progresismo más atento a estrategias populistas de nue­vo cuño, por supuesto con Prim a la cabeza):

Barcelona toda estaba ya vestida de fiesta, lujosamente engalanada. Gra­cias a haberse estado trabajando durante toda la noche, casi todas las calles y plazas presentaban brillantes decoraciones, distinguiéndose los arrabales en los que la clase obrera demostró, a pesar de la escasez de sus recursos, cuánto pudiese esperarse del entusiasmo del pueblo animado por una pa­triótica idea.22

Tales reservas a propósito de las narraciones que del patriotismo plebeyo hicieron Roure, Arús y Balaguer no equivalen, sin embargo, a discutir la existencia y originalidad de éste. Para confirmarlo basta con echar una mirada a otros testimonios más apegados a las experiencias del bajo pueblo urbano, y, precisamente por eso, menos visibles a pri­mera vista.

Es el caso de lo que sobre la guerra de África contó en sus memorias Francesc Rispa i Perpiña, conspirador republicano a pie de obra desde· los primeros años cincuenta. Rispa i Perpiña nació en 1837 en la co­marca del Campo de Tarragona (campo de batalla entre cristinos y car­listas, y por ello región milicianamente liberal) y ya en 1853 ejercía co­mo correo eventual entre una semiclandestina Junta Revolucionaria de Progresistas Avanzados y Demócratas Republicanos de Barcelona y las partidas de republicanos armados que hostigaban al gobierno mo­derado, contactos que se producían dentro y fuera de la ciudad. Fue en este contexto donde el joven Rispa trabó larga amistad con algunos de los tipos más populares del republicanismo insurreccional catalán (el Xic de les Barraquetes, el Noi SardO del Clot, Joanet Rajolé...), lo que le valió un súbito prestigio entre aquellos sectores de la Barcelona ple­beya atentos a la situación política, al punto de merecer un inmediato reconocimiento en 1855 con su elección como teniente de la recupera­da y entonces muy plebeya Milicia Nacional ciudadana. Este destacar en las filas menestrales y obreras que alimentaban el liberalismo radi­cal, sin alejarse sin embargo de ellas, llamó la atención de ia dirección del Partido Demócrata (Agustf Reverter lo reclutó para su correspon­salía barcelonesa de La Discusión, el periódico fundado por Nicolás María Rivero y la plana mayor demócrata) y, por supuesto, de la auto­ridad militar tras la debacle revolucionaria del verano de 1856 (lo que llevó a Rispa al exilio francés),23 Todos estos antecedentes no impidie­ron, antes al contrario, que el civil Rispa i PerpiftA se sumergiese en el entusiasmo africanista de 1859-1860: «Yo acepté la correspondencia de La Corona de Aragón en África y senté plaza de voluntario en el ba­

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tallón de Cazadores de Baza número 12» (obviamente lo segundo no era imprescindible para lo primero, como bien demuestra la tardía y te­atral manera con que «sentó plaza de voluntario» Pedro Antonio de Alarcón). En sus memorias de la guerra de África, Rispa i Perpiña alar­dea de su propio arrojo (<< ... después de haber recibido siete balazos en­cima, salvándome de milagro de uno que me dio en pleno pulmón de­recho...»), de la «independencia» de sus crónicas con respecto a la publicística del Estado Mayor y, sobre todo, de lo decisiva que resultó la guerra para que, tras la paz de 1860, decidiera no abandonar el ejér­cito ni renunciar a su activismo prorrepublicano y pronto nuevamente conspirador. Su reconstrucción épico-patriótica de la irrupción en la campaña de los Voluntarios Catalanes sugiere también alguna pista so­bre el potencial político que alguien con la biografía de Rispa i Perpiña pudo entrever en una aventura militar como aquélla, pista sobre la que

volveré:

He de indicar la bravura heroica de los Voluntarios, mis paisanos, que tan pródigamente y sin regateos dieron la sangre en holocausto de la patria es­paiiola. [...] En ambas batallas [4 de febrero y 23 de marzo de 1860] dejaron sobre el campo del honor la mitad de sus fuerzas. Atacaron con heroico de­nuedo, con el ímpetu de sus gloriosos antepasados los Almogávares, que tan alto colocaron su nombre y su valor en el mundo civilizado, pareciéndoles que la carabina era un instrumento de estorbo, se la echaron al hombro, y se lanzaron sobre el enemigo cuchillo en mano, para herir con más prontitud y seguridad. As( murieron aquellos patricios que en nuestros d(as [alrededor de 1903] se han de o(r motejados de separatistas por las voces de insana pa­si6n hip6crita de una patria que glorificaron con su sangre.:l4

La biografía africanista del todavía republicano de a pie Francesc Rispa i Perpiña encaja mejor que peor con otras imágenes que conser­vamos de la adhesión popular a la guerra en la Cataluña urbana de tra­dición liberal-radical. Véase, por ejemplo, la masiva movilización con la que la ciudad de Reus recibió en mayo de 1860 al batallón de caza­dores Alba de Tormes (que Prim había mandado en África) y a una re­presentación de los Voluntarios Catalanes. Reus, entonces la segunda ciudad de Cataluiía en número de habitantes, resultaba un referente in­separable de la consolidación política del liberalismo de aspiración de­mocrática (y republicana) y mayoría plebeya, consolidación a la que había contribuido -y aún contribuía- desde su doble condición de ciu­dad-baluarte del anticarlismo miliciano y comunidad comercial-arte­sana antes que turbadoramente fabril. Disponemos, a propósito de Reus y la guerra de África, de dos testimonios contemporáneos doble­mente relevantes, por tratarse de testigos muy cercanos a la ciudad de los menestrales y los trabajadores especializados por cuenta ajena. y por las coincidencias entre ambos relatos, más significativas si tene­

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mos en cuenta los antagonismos políticos que separaban a los relato­res. Josep Güell i Mercader (1839-1905), paradigma del propagandis­ta republicano siempre fiel a Castelar, quien tras un breve paso por las Cortes republicanas se instalaría en Madrid, recordará los dies de glO­ria que paralizaron la ciudad en 1860, las complicidades entre una ciu­dadanía interclasista y la tropa llegada a Reus (al punto que soldados y voluntarios fueron acogidos y alojados durante tres semanas por parti­culares de toda condici6n), y el rol organizador Que en todo ello de­sempeñ6 el por él y otros recién creado Centre de Lectura (1859), pla­taforma-refugio de los demócratas locales y lugar de encuentro «de las clases obrera y media».2.5 El mismo Centre de Lectura aparece también en la entrada sobre la guerra de África que un tal Francesc Tomé i Ba­rrera, menestral desclasado de simpatías carlistas heredadas, redact6 para su dietario personal. En un torpe manuscrito trufado de visitas ar­zobispales y excursiones expiatorias a los templos de la comarca, Tor­né no pudo evitar citar al muy laico Centre de Lectura a propósito de las celebraciones patri6ticas de 1860, ni dejar de señalarlo como artífi­ce de la masiva movilizaci6n popular que hizo del 4 de mayo en Reus «un día de fiesta grande porque todo el mundo ces6 sus trabajos».26 Por otra parte, el protagonismo menestral y artesano-radical durante la ex­plosi6n patri6tica de Reus no parece ser un dato ins6lito ni particular. En otras ciudades catalanas que entonces se asemejaban sociol6gica­mente a la ciudad natal de Prim, la celebraci6n de la guerra se adivina cortada por el mismo patr6n. A saber, bajo el liderazgo visible de pa­tricios menores preferentemente progresistas e incluso demócratas, un amplio abanico de casinos, peñas y sociedades, a menudo muy repre­sentativas de los renovados mundos interclasistas y plebeyos de la ciu:­dad liberal, protagonizó activamente las movilizaciones probélicas y las demostraciones de patriotismo. Véase, a modo de ejemplo, la n6­mina de sociedades de tal naturaleza que colaboraron en la gira triun­fal que Prim y algunos Voluntarios Catalanes hicieron por la Cataluña urbana en septiembre de 1860, con un retraso de meses respecto al fin de la guerra nada accidental: el «humilde Casino Artístico» en Figue­res, el «Casino de Artesanos» en Girona, los coros obreros de Clavé en Matar6, «parroquias y gremios, y una música tocando el popular him­no de Riego» en Tortosa...27

Con todo, la prueba más contundente e indiscutible de cierta compli­cidad popular con el potencial patri6tico desvelado por la guerra de África, al menos en Cataluña, procede de un testimonio que tenía no po­cos motivos para desconfiar de la campaña militar en Marruecos y de su repercusi6n en la política española. Entre 1859 y 1860, con pocos me­ses de diferencia, la librería barcelonesa de Salvador Manero con sede en la rambla de Santa M6nica edit6 dos títulos firmados por un desco­nocido Evaristo Ventosa. El primer título, Españoles y marroquíes. His­

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roria de la Guerra de Africa (1859-1860), apenas se distingue de la undante publicística para lectores mesocráticos generada por la gue­a, a no ser por el significativo espacio que concede a elementos ge­inamente populares, eso sí, sin desatender en ningún caso las exigen­

de gravedad heroico-militar y sentimentalidad folletinesca del nero. El segundo, La regeneración de España (1860), resulta ser un

taque en toda regla, desde posiciones abiertamente demócratas y pro­. ., . .. ­ - ""Oonnell y a sus apoyos unionistas y pro­

'esistas, y reveladoramente la guerra de Africa aparece ahora bajo una lUZ política mucho menos condescendiente y diplomática.28 En La rege­neración de España el tal Evaristo Ventosa dedic6 un capítulo entero a anas «Consideraciones sobre la guerra de África», y en éstas no call6 ninguna de las críticas que, por razones de estrategia editorial, había omitido en Españoles y marroquíes: censur6 la precipitaci6n y el opor­tunismo gubernamentales en el arranque de la campaña, la estrategia militar fundada en la improvisaci6n y en un reclutamiento -y un núme­ro de bajas- masivo, calific6 de raquítica e indigna de una armada eu­ropea a la marina de guerra española, de irresponsable y entreguista al gabinete O'Oonnell en la cuesti6n de Tetuán, y arremeti6 contra la ge­nérica indefinici6n gubernamental sobre los intereses de España en Ma­rruecos, lo que equivalía a hacerlo contra las razones mismas de la gue­rra.29 Ninguno de estos reproches, que delataban una clara imputaci6n de guerra exterior al servicio partidista de unionistas e incluso progre­sistas, alej6 sin embargo a Ventosa de reconocer que el gran éxito de la empresa había radicado en su popularidad interior, al extremo que en este punto no dud6 en arrimar el ascua a su sardina:

En nuestro concepto, la guerra pudo y debió evitarse. Una vez emprendi­da, preciso era terminarla lo mejor posible. [...] Los poderes públicos debe­rían, obrando lógica y prudentemente. tener en cuenta los efectos que la gue­rra ha producido en la opinión pública. La clase media y sobre todo las clases proletarias son las que han manifestado en esta ocasión mayor patrio­tismo, las que han hecho mayores y más espontáneos sacrificios. Las clases opulentas y aristocráticas no han dado en general muestras de entusiasmo; y si han contribuido con su óbolo a los gastos de la guerra parece que más ha sido por compromiso, por no hacer un papel desairado y ridículo, que por patriotismo. Los neocatólicos, que han hecho cuanto ha estado de su parte para dar a la guerra un carácter religioso, procurando despertar entre las ma­sas el odio que a los infieles profesaban en otros tiempos, se retiraron a sus tiendas en cuanto vieron que el pueblo y el ejircito respondlan a sus exhor­taciones con el himno de Riego. slmbolo de la libertad y por consecuencia de la libertad religiosa. Cuando creían que la guerra contra los mahometanos reavivaría el muerto fanatismo, las antiguas tradiciones históricas que supo­nían favorables para sus proyectos, los absolutistas modernos se han encon­trado con el esplritu liberal tan lntimamente ligado al sentimiento del pa­

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triotismo, que no han podido menos que convencerse de que, y de hoy [en adelante] más. patria y libertad son sinónimos.30

Ciertamente, Ventosa mezcló aquí deseo y realidad, pero, como mos­traré, sólo hasta cierto punto. Lo interesante es que un propagandista de la «regeneración» democrática y republicana no desacreditara sin más la campaña de O'Donnell en Marruecos, sabedor quizá de que esto hu­biera sido tanto como repudiar a parte de su potencial clientela plebeya, la cual seguía alimentando la euforia africanista. Ventosa podía, eso sí, leer este patriotismo probélico plebeyo en clave de propia conveniencia política, de la misma forma que en Españoles y marroqufes había echa­do mucha luz sobre las manifestaciones de cierto patriotismo popular barcelonés (el de la Societat del Born, Josep Anselm Clavé y sus coros obreros y, cómo no, el de los Voluntarios Catalanes) y alguna que otra sombra sobre la entonces canonizada figura de Prim,31

Todo lo anterior resulta doblemente interesante porque Evaristo Ventosa no era Evaristo Ventosa. «Evaristo Ventosa» fue el seudónimo con el que Fernando Garrido (1821-1883) firmó algunas de sus publi­caciones barcelonesas del bienio 1859-1860. Dicho de otro modo: uno de los líderes demócratas con mayor proyección pública, más radicales y beligerantes con el gobierno O'DonneIl, tampoco pudo escapar a la épica popular de la guerra de África y, desde su experiencia barcelone­sa, no dudó en explotar aquel patriotismo plebeyo de nuevo cuño del que era testigo para un· provecho personal y político nada cómodo. Sa­bemos que Fernando Garrido llegó a Barcelona tras el fracaso de la conspiración republicana de julio de 1859, en la que colaboro desde Cádiz y en la que resultó muerto su colega Sixto Cámara. Culminaba así un trienio de cárcel y exilio (Gibraltar, Lisboa, un destierro no cum­plido en Estados Unidos) que la amistad del editor y librero barcelonés Salvador Manero contribuyó a interrumpir. Garrido firmó contrato con Manero y se estableció en Barcelona, precisamente en el momento en el que los demócratas catalanes (y con ellos amplios sectores del mun­do popular urbano) recuperaban cierta presencia pública tras la dura represión simbolizada por la figura del capitán general de Cataluña Juan Zapatero (1855-1858). Garrido vivió personalmente la recons­trucción del republicanismo barcelonés después de 1858 (de la mano de su amigo Ceferí Tresserra y de la de algunos líderes obreros de la ciudad), al tiempo que aumentaba su obra editorial basculando entre razones alimentarias (Españoles y marroqufes) y doctrinarias (La re­generación de España).32 Todos estos antecedentes dan un valor aña­dido a su testimonio sobre el patriotismo popular durante la guerra de África. Para el enemigo público número uno de O'Donnell y su coali­ción de moderados «oportunistas» y progresistas «resellados», para «el infatigable Garrido [que] repartía entonces su vida entre la tribuna po­

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pular y las cárceles», la mayor operación de prestigio y distracción in­terior ejecutada por la Unión Liberal merecía un juicio poliédrico, pa­ra nada unívoco. En 1860 éste era un juicio que no ahorraba críticas a . las motivaciones y tácticas gubernamentales, pero que a su vez no po­día «menos que reconocer los buenos efectos que, bajo cierto punto de vista, ha producido la guerra de África», destacando entre éstos «una enérgica manifestación del sentimiento de nacionalidad» fundamental­mente entre las clases medias y bajas. De manera muy significativa, Fernando Garrido alteraría su memoria de la contienda durante la dé­cada siguiente, y tras la Revolución de Septiembre de 1868 recordaría todas las incompetencias y mezquindades de O'DonneIl y compañía y apenas ninguna de las muchas celebraciones plebeyas de la guerra que les habían allanado el camino.33

Los Voluntarios Catalanes: usos polfticos de la tradici6n miliciana en la Cataluila de 1860

El 24 de diciembre de 1859, mientras la avanzadilla del Ejército deÁfrica seguía abriendo el camino hacia Tetuán, el Ministerio de la Guerra dió al capitán general de Catalufia la orden por la que se man­daba la formación de un cuerpo llamado de «Voluntarios de Catalufia» con destino al citado ejército. Las cuatro compafiías que debían llenar­se con voluntarios tenían un aire indiscutiblemente civil, por mú que su reclutamiento y tutela se reservasen a la administración militar: po­dían sentar plaza de voluntario «los naturales del Principado que lo so­liciten», hombres de entre veinte y treinta y cinco años de edad que cumpliesen los reguisitos físicos militares, y el voluntariado duraría lo que la guerra de África y no eximiría de prestar «la suerte de soldado» si así lo quisiese la quinta. Únicamente los mandos de las cuatro com­pañías se reservaban para «los retirados y licenciados del ejército que lo soliciten», aunque en ausencia de éstos podían cubrirse con «oficia­les de la procedencia de paisano», preferentemente con «los que de­muestren aptitud para el mando y hayan descmpefiado destinos análo­gos en otras carreras, o bien en defecto con los que hubiesen cursado en las universidades dos o más años de estudios mayores».34 Las labo­res de reclutamiento empezaron de inmediato, y entre el 29 de diciem­bre de 1859 y el 25 de enero de 1860 se alistaron los casi quinientos voluntarios que establecía la real orden: 466 voluntarios «de la clase de tropa» entre sargentos, cabos y soldados, y 19 mandos «de oficiales» entre capitanes, tenientes y subtenientes. El 26 de enero de 1860 los Voluntarios Catalanes embarcaron en Barcelona rumbo al campamen­to español de Guad El Jelu, en las afueras de Tetuán, donde entraron en combate en la famosa batalla del 4 de febrero que supuso la conquista

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española de la ciudad. En las apenas seis semanas que iba a durar la guerra desde su llegada, «los Catalanes» tuvieron 41 muertos y 170 he­ridos.3~

¿De dónde salió la idea de armar un cuerpo de voluntarios civiles, específica y explícitamente «catalán», con destino al Ejército de Áfri­ca? ¿Qué personas o instituciones imaginaron las cuatro compañías «de la procedencia de paisano», las solicitaron al gobierno Q'Donnell y cuidaron en lo esencial de su organización? La respuesta fabricada por algunos contemporáneos, y asumida alegremente por la literatura historiográfica, no admite matices: los Voluntarios habrían sido una creación de la Diputación provincial de Barcelona, es decir, del cora­zón de la clase política catalana, por entonces una particular suma de moderados y progresistas, versión distintiva del pactismo entre secto­res de ambas tradiciones partidistas simbolizado por Q'Donnell y su Unión LiberaP6 Ciertamente, las evidencias que atan a la Diputación Provincial con el cuerpo de Voluntarios Catalanes no son pocas ni me­nores. La Diputación financió con unos doscientos mil reales gran parte del «vestuario y equipo a la usanza catalana» asignado a los Vo­luntarios; tomó la iniciativa institucional (conjuntamente con el ayun­tamiento barcelonés) en la organización de celebraciones con motivo de la marcha y regreso de las compañías; incluso tramitó indemniza­ciones y pensiones varias y algunas colocaciones laborales para vete­ranos del voluntariado en Marruecos. 37 Además, la Diputación desem­peñó un papel relevante en la construcción de una poderosa imagen pública de los Voluntarios y de sus jefes, inspirada en motivos tan ge­néricamente atractivos como el valor físico o el patriotismo de trazo grueso: ahí están las telas marroquíes que Maria Fortuny pintó por en­cargo de la Diputación barcelonesa, con el general Prim como estrella del reparto y los inconfundibles Voluntarios Catalanes como acompa­ñantes necesarios; o el telegrama que el diputado Antoni Barrau mandó a la rilisma institución el 25 de enero de 1860, la víspera del embarque de los Voluntarios: «Mandar pronto a Laureano Figuerola, diputado [en Madrid], figurines de Voluntarios bien hechos. Interesa provincia.»38

Sin embargo, resulta más discutible el que los Voluntarios Catalanes fuesen una creación de la Diputación de Barcelona, es decir, una idea política debida al patriciado unionista, que en Cataluña tenía mucho que ver con lo que Borja de Riquer ha dado en llamar «conservaduris­mo catalán». De entrada, todas les gestiones que culminaron en el re­clutamiento de las cuatro compañías correspondieron al capitán gene­ral de Cataluña, Domingo Dulce, quien ciertamente acabó por dar cancha a la Diputación, aunque ya después de la promulgación de la real orden de 24 de diciembre y para un tema aparentemente menor. Dulce recurrió a la Diputación para solventar la cuestión del vestuario de los Voluntarios, pues los doscientos reales por cabeza asignados por el go­

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biemo en concepto de «primera puesta» no alcanzaban para el equipa­miento específico que se pretendía. Mientras duró la guerra en Ma­rruecos, la Diputación sólo se hizo cargo de los gastos por «vestuario y equipo» -y llegó a protestar ante mayores exigencias-, asumiendo el Ministerio de la Guerra los haberes del medio millar de Voluntarios Catalanes.39 El protagonismo de Domingo Dulce y la relativa pasividad inicial del unionismo catalán casan bien con una segunda evidencia: la cronología que desembocó en el reclutamiento de los Voluntarios coin­cidió, con sospechosa exactitud, con la cronología que catapultó a loan Prim, llegado a Marruecos como actor secundario, a la jefatura del se­gundo cuerpo del Ejército de África. Prim desembarcó en Ceuta, en noviembre de 1859, al mando de una división de reserva, todo lo que su insistencia pudo arrancar a un Q'Donnell receloso del militar cata­lán. Sin embargo, Prim aprovechó con su natural perspicacia las pri­meras semanas de la guerra, valiéndose de su posición en vanguardia -teóricamente para abrir un camino transitable hacia Tetuán- para lan­zarse a escaramuzas de dudoso mérito. Hábilmente publicitadas, éstas y el cólera que no perdonó al general Zabala, titular del segundo cuer­po, lo colocaron a las puertas del ascenso a finales de diciembre, del que nadie dudó tras su actuación en la batalla de Los Castillejos (l de enero de 1860). Cuando el 7 de enero apareció por primera vez al fren­te del segundo cuerpo del Ejército de Africa, Prim sabía ya que iba a mandar a los aún por llegar Voluntarios Catalanes: según la real orden fechada pocos días antes, los Voluntarios de Cataluña combatirían en Marruecos «bajo la inmediata dirección del general en jefe del segun­do ejército y distrito» (artículo 1.0), y al mismo correspondía «el resol­ver cuantas dificultades se opongan a la más pronta organización y traslación de dichas compañías» (artículo 12.°).40 La impresión es que Dulce y Prim actuaron a este respecto más o menos coordinadamente, y que forzaron la máquina a propósito de los Voluntarios cuando estu­vieron claras las opciones de mando del segundo sobre el campo de ba­talla. Por supuesto, el proyecto de los Voluntarios no fue una iniciativa estrictamente personal de Domingo Dulce y loan Prim. Partió, de ma­nera más amplia, de las filas de un renovado progresismo barcelonés, institucionalmente arrinconado desde 1856 (también en la Diputación), un progresismo que apostaba por Prim como esperanza política y que veía en Dulce a un potencial aliado tan discreto como provechoso.

Finalmente, un último y muy significativo dato avala la hipótesis de que los Voluntarios Catalanes fueron concebidos alrededor del tándem Dulce-Prim, y que a ellos y a sus hombres de confianza se debió el pri­mer impulso. Cómo mostraré, Dulce y Prim compartían en 1859, por razones en parte distintas, un creciente interés por restablecer canales de trato e influencia entre ciertos liderazgos progresistas y el mundo del radicalismo plebeyo catalán, canales que habían resultado muy da­

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ñados por los violentos enfrentamientos de 1856 y por la posterior re­presión gubernamental. Únicamente considerando este supuesto resul­ta comprensible la elección del que fue jefe militar de los Voluntarios Catalanes, y el primero de sus mártires caídos en la batalla de Tetuán. Para el puesto de comandante del medio millar de voluntarios civiles, todo sugiere que Prim y Dulce pactaron el nombre de Victoria Sugra­nyes i Hernández (1807-1860), licenciado del ejército en 1844 y hom­bre conocido y apreciado en detenninados ambientes de la Barcelona menestral y obrera.

A primera vista, Victoria Sugranyes no parecía un hombre cómodo ni deseable para el patriciado político y social catalán; no para el vin­culado al partido progresista, y menos, por supuesto, para aquellos que llenaban las escasas filas que discurrían-entre el unionismo de O'Oon­nell y el moderantismo estricto. Sugranyes había desempeñado un pa­pel importante en el levantamiento civil que había estallado en Barce­lona tras la Vicalvarada del verano de 1854, fonnando en el reducido pero muy activo «grupo de paisanos» que había acudido en apoyo de los «pronunciados» del cuartel de Sant Pau. En palabras del también sublevado Rispa i Perpiña, este grupo de civiles se dedicó en los pri­meros momentos a marchar por las populosas calles del Raval barce­lonés dando vivas al comandante rebelde de Sant Pau, a la libertad ya la revolución, «y ahogando en el pecho el [grito] que más encendía nuestros entusiasmos y mejor hubiera respondido al estado de nuestra conciencia política, el de ¡Viva la República!». Y en esta partida de agitadores de espíritu republicano se hallaba «nuestro amigo Sugrañes, [quien] fue a cumplir una misión importante dando los mismas vivas que nosotros y sin cuidarse de policías y otra clase de gente pareci­da».41 Hasta qué punto Sugranyes era un hombre comprometido con la izquierda demócrata barcelonesa, y con su tradición de forzada cons­piración, se demostró en enero de 1855. Entonces la alcaldía progre­sista de la ciudad le abrió diligencias por la posesión de un panfleto anónimo y clandestino en el que se acusaba a algunos líderes del pro­gresismo barcelonés en la nueva situación de connivencia con influ­yentes moderados y de corrupción, por supuesto e~ detrimento «de la causa de la libertad y del pueblo, y de la clase proletaria en particular». Aunque no conocemos el desenlace de tales diligencias, lo cierto es que incluso el gobernador civil llegó a intervenir en el caso, en parte por la gravedad de las acusaciones lanzadas en el libelo contra perso­nas concretas del progresismo local, imputadas de haber colaborado con la extinta policía política de la Década Moderada barcelonesa (la impune y odiada Ronda d'en Tarrés), y de mezclarse en 1854 con rele­vantes moderados en una supuesta sociedad secreta «que tiene por idea combatir, abatir y perseguir a la clase proletaria, y hacer imposible un sistema liberal en el Principado, repartiéndose los destinos y tomando

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a su cargo la parte lucrativa de todas las corporaciones».42 Fuese por convicciones políticas o por expectativas personales frustradas (o por am­bas cosas a la vez), lo cieno es que Victoria Sugranyes transitó por el Bienio Progresista de la mano del liberalismo más radical e intercla­sista, ecléctico conglomerado político que presionó, con poca suene, para «forzar la revolución». Simultáneamente, Sugranyes no cesó de frecuentar el mundo social de los trabajadores barceloneses, entre otras cosas porque residía en la muy plebeya parte baja de la calle del Car­men, entre fábricas algodoneras, talleres y tabernas.43

Las complicidades de Victoria Sugranyes con el radicalismo políti­co de la Barcelona plebeya no parecen terminar aquí. Más allá de su activismo revolucionario en clave demócrata e incluso republicana, al­gunos datos penniten vincular a Sugranyes con una de las instituciones que con mayor contundencia expresó las aspiraciones públicas y polf­ticas de muchos trabajadores cualificados de variada condición y de no pocos jornaleros de fábrica: la Milicia Nacional barcelonesa de los años 1854-1856. A pesar de carecer de un estudio ponnenorizado so­bre la restablecida Milicia Nacional de la ciudad durante el Bienio Pro­gresista, al estilo del de Juan Sisinio Pérez Garzón para Madrid, algo sabemos sobre la institución y los hombres que la capitalizaron. Sabe­mos que la promesa de refundar la Milicia, asumida por O'Donnell en su Manifiesto de Manzanares (7 de julio de 1854) por razones funda­mentalmente estratégicas, fue uno de los motores que movió a miles de barceloneses a lanzarse a las calles, en apoyo del pronunciamiento, du­rante los días siguientes.44 Sabemos, asimismo, que la constitución de los primeros batallones milicianos se produjo con inusitada rapidez, ya en agosto de 1854, consecuencia de la constante presión de algunos progresistas y muchos demócratas, lo que comportó una abundante presencia de plebeyos y radicales entre sus mandos y filas; baste el tes­timonio del entonces cónsul francés en Barcelona:

Les élections des officiers pour le premier batallon de la Garde Nationa­le ont porté tout entieres sur des personnes de la moralité la plus suspecte, connues par des antécédents les plus facheux, et professant les doctrines les plus anarchiques, les plus démagogiques. Le chef de bataillon est un révo­lutionnaire des plus dangereux.

Aunque a partir de septiembre de 1854, Gobierno Civil, Diputación Provincial y Ayuntamiento -todas ellas instituciones en manos del pro­gresismo más genuinamente patricio- intentaron poner coto a una si­tuación que percibían fuera de control, al punto de revocar algunas de las elecciones a mandos celebradas hasta entonces, no consiguieron di­luir la fuerza miliciana acumulada por demócratas y otros representan­tes del liberalismo más ambiciosamente interclasista (desde progresis­

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tas valientemente refonnistas como Ildefons Cerda hasta líderes sindi­cales del mundo algodonero como Josep Barceló, Ramon Maseras oÁngel Jofresa).45 Ello explicaría la para algunos insólita negativa de la mayoría de batallones de la Milicia Nacional cuando la orden de repri­mir a los miles de trabajadores que enjulio de 1855 declararon la huel·o

ga general en Barcelona, acción que paralizó durante días la industria de la capital y la de gran parte de Cataluña. Y explicaría, a su vez, la se­lectiva depuración que sobre tales batallones inició, a raíz de este últi­mo episodio, el recién llegado Juan Zapatero, nuevo capitán general de Cataluña. Su primera víctima fue el coronel Francesc Bellera, subins­pector de la Milicia barcelonesa desde noviembre de 1854 Yhombre muy vinculado al insurreccionalismo de tradición esparterista-radical, quien rehusó colaborar con la depuración ordenada por la autoridad mi­litar.46 El tal Bellera nos lleva al reencuentro con Sugranyes.

Francesc Bellera, militar de carrera nombrado por el gabinete Espar­tero al frente de la Milicia Nacional barcelonesa, encarnaba en muchos sentidos a un tipo sociológico y político genuinamente catalán: el del joven civil de origen mayonnente urbano y no barcelonés que había in­gresado en el ejército a través del voluntariado anticarlista, saltando de éste a tropas regulares y promocionando en el escalafón durante los años 1835-1843, y por todo ello frecuentemente comprometido con cierta fracción del primer progresismo catalán, de tradición meritocrá­tica y composición interclasista. Bellera parece, efectivamente, haber desempeñado un nada despreciable papel, en los años cincuenta, como intennediario entre las distintas familias de la izquierda catalana surgi­das de las crisis de 1842-1843 y 1848-1849. Semanas antes de su nom­bramiento, en octubre de 1854, había presidido el comité encargado de negociar una candidatura conjunta de progresistas y demócratas para las elecciones a Cortes Constituyentes (en la que confluirían, entre otros nombres, Laurea Figuerola, Francesc Pi i Margall, Antoni Ribot i Font­sere y Rafael Degollada). Su posición cuando la crisis final del Bienio Progresista, en el verano de 1856, iba a resultar aún más tajante: desde su particular purgatorio como gobemadór militar del castillo de Mon­zón participó en la resistencia al golpe antiesparterista y conservador de O'Donnell, ante todo dando cobertura a la partida de medio millar de republicanos catalanes que, liderados por el carismático Vicen~ Martí i Torres (1830-1867), el Noi de les Barraquetes, huía de su derrota bar­celonesa para sumarse a los sublevados zaragozanos en defensa de Es­partero y de la muy amenazada Milicia Nacional. Al parecer, Bellera, al igual que algunos progresistas y muchos demócratas y republicanos ca­talanes, tomó entonces el camino de Francia.47 Ciertamente, el prestigio y la lealtad política de Bellera, su «popularidad e influencia entre los obreros de Barcelona», debían mucho a su paso por la Milicia Nacional en 1854-1855. Pero existía, a su vez, una fuente previa en la que se ha­

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bía fundado aquella legitimidad política a ojos de cierta Barcelona ple­beya y radical: su aureola de héroe miliciano durante la primera guerra carlista, las numerosas lealtades ganadas al frente de una muy activa compañía de Francos que combatió a la facción en la región de Tarra­gona entre 1835 y 1838. En otras palabras: sus años de jefe de una mi­licia irregular en lucha pennanente, formalmente politizada y en la que se acostumbraron a trabar duraderas alianzas personales y colectivas (a menudo por razones nada ejemplares).48 Fueron los Francos, entonces, una de las modalidades de milicia aparentemente voluntaria y mayor­mente civil, a la manera de las Milicias Provinciales, todas ellas muy vinculadas a las filas de la Milicia urbana en la defensa común de la causa constitucionalista. En Cataluña, Francos y Provinciales heredaron el apelativo popular de miquelets (<<migueletes»), nombre común de las milicias especiales de guerra en el Principado desde el siglo XVII. Fran­cese Bellera había acumulado buena parte de su capital político y de su prestigio público en este primer mundo miliciano; capital y prestigio que, al menos ante las clientelas plebeyas, recibirían renovados impul­sos con su participación en la insurrección centralista de 1843 (lao

Janulncia barcelonesa) y con su levantamiento armado de abril de 1848 al grito de «¡Viva la República! ¡Libertad, Igualdad, Fraternidad!» en la Cataluña de los Matiners.49 Sin ir demasiado lejos, el republicanismo del ya citado Francesc Rispa i PerpiñA se forjó en aquel mundo: adoles­cente en el Campo de Tarragona, Rispa creció entre veteranos de las mi­licias de Francos masivamente desplazados o marginados por la reac­ción moderada de 1844, sospechosos políticamente por sus orígenes sociológicos y sus antecedentes de autonomía miliciana, hombres que en no pocos casos engrosaron las filas de la insurrección antimoderada durante los últimos años cuarenta y primeros cincuenta, a la manera de Bellera. Hombres como los guerrilleros republicanos loanet Rajolé (de El Vendrell) y un tal Varnell (de La Riba), o el «coronel [Joan] Marten», ex de Francos y futuro alcalde progresista radical de Reús (1854-1856), para quienes Rispa i PerpiñA ejerció de correo en 1853 y 1854, prefe­rentemente con la Junta Revolucionaria de Progresistas Avanzados y Demócratas Republicanos de Barcelona.~ Precisamente de este mismo mundo, era hijo, literalmente, VictoriA Sugranyes i Hernández, revolu­cionario con perfiles republicanos en la Barcelona de 1854.

De lo poco que conocemos de Victoritl Sugranyes antes de 1859, destaca su hoja militar de servicios. Según ésta, Sugranyes nació en Reus en 1807, Ycon apenas trece años «entró a servir voluntariamen­te» en la Milicia Nacional de su ciudad (10 de junio de 1820). Durante el Trienio Liberal, en una coyuntura de fuerte presión realista sobre Reus y su hinterland, Sugranyes ascendió, al poco de cumplir los quin­ce años, a la condición de «Sargento Segundo de Francos de menor edad». En marzo de 1823, a raíz de la restauración femandina, regresó

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yoritaria derrota en 1843: en enero de 1855, a ¡os diez aftos largos de a la condición de «Paisano». Tras el estallido liberal del verano de su paso a la vida civil, Sugranyes se presentó ante las autoridades pro­1835, particularmente vivido y sufrido en Reus y su comarca, Sugran­gresistas que le abrieron diligencias por la posesión de propaganda yes retomó a las armas, siempre vinculado a unas milicias voluntariás «radical» anónima e injuriosa, declarándose «Capitán de Cuerpos que en absoluto resultaron estrictamente complementarias de las tropas Francos», un gesto que debe leerse como la orgullosa proclamación de regulares en un teatro de la guerra civil -la Cataluña meridional- que una filiación sociocorporativa y política antes que como un escueto y ardió ininterrumpida y violentamente. En agosto de 1835, subteniente plausible informe de ocupación profesional (pues las distintas milicias de Francos; en agosto de 1838, teniente de Milicias Provinciales «por provinciales habían dejado de existir, como tales, en 1846-1849, y Su­méritos de guerra»; en junio de 1839, capitán de Milicias Provinciales granyes se había licenciado en marzo de 1844 con el grado no revoca­también por méritos de guerra; yen abril de 1840, capitán de Francos,

asimismo por lo ganado en el combate. El último nombramiento que do de comandante de tropas regulares).'3 Resulta muy difícil no imaginar a VictoriA Sugranyes enrolado en la aparece en su hoja de servicios reza «Grado de Comandante por gracia

Milicia Nacional barcelonesa de 1854-1855, particularmente a la vista general», y está fechado el21 de agosto de 1843,'· lo que significa que del expediente reseftado. Mando miquelet muy activo en el Campo de le fue concedido durante las primeras semanas del gobierno militar de Tarragona de los últimos años treinta, capitán de Francos promociona­Joan Prim en Barcelona, días antes de que estallara, con toda la vio­do bajo el breve paraguas juntista-centralista de 1843, agitador revolu­lencia de la Jamancia y de su asedio militar, el enfrentamiento entre la cionario alejado de los salones y los cuartos de banderas en la Barce­Junta Central barcelonesa y un Prim cómplice de la restauración preto­lona del verano de 1854 y aun después, Sugranyes acumulaba todos los riana de los Serrano, González Bravo, Narváez y compañía. Aunque no méritos para encabezar alguno de los batallones de la renacida y radi­he hallado noticia que vincule explícitamente a Sugranyes con el cen­cal Milicia ciudadana. Una Milicia comandada por un viejo compafte­tralismo radical-democrático catalán de 1843, no parece un dato menor ro de armas y de luchas entre facciones liberales (Francesc Bellera), y el que su último ascenso se produjese, por el procedimiento de «gracia en la que colegas de la última «conspiración republicana», que no le general», durante las dos escasas semanas en las que la Junta Central aventajaban ni en reputación ni en experiencia, ocupaban, por elección de Barcelona y Prim llegaron a frágiles tratos políticos, tratos que se popular, cargos de responsabilidad (el «teniente» Francesc Rispa i Per­ciñeron al reconocimiento coyuntural de instituciones y personas rela­pift~). Sugranyes pudo, si así lo quiso, recuperar su condición de jefe cionadas con el centralismo juntista. A su vez, no hay que olvidar el miliciano en agosto de 1854, entonces al mando de una fuerza civil ur­protagonismo insurreccional que en septiembre de 1843 tuvieron los bana abundantemente interclasista y desafiadoramente liberal. No pa­batallones de Francos catalanes, en los cuales había servido Sugranyes rece un dato menor, en este sentido, el que el libelo por el cual se le durante los últimos años: desde su destino en Lleida, los viejos cono­instruyó al menos un procedimiento de información denunciase los su­cidos Ametller y Martell mandaron sus tropas Francas hacia Barcelo­puestos manejos de una «camarilla soez», mezcla de progresistas y na en apoyo de los sublevados centralistas del día 2 de septiembre, su­moderados, para capitalizar las principales instituciones «revoluciona­blevación que justamente se había iniciado con «la entrada en la ciudad rias», y que tal denuncia tuviese lugar al poco de que las nuevas auto­del batallón Franco titulado Tercero de Voluntarios de Catalufta; mien­ridades barcelonesas hubiesen tomado cartas en el asunto de la muy li­tras tanto, otro viejo conocido, Francesc Bellera, coronel al frente de bremente repuesta Milicia Nacional. El libelo hallado a Sugranyes «una división Centralista de la provincia de Gerona», marchaba tam­parecía expresar así la suerte torcida del farmacéutico Jaume Bofill i bién a Barcelona «decidido a sostener a todo trance la bandera de la Li­Bassas, un estimado demócrata elegido capitán del primer batallón de la bertad y la Junta Central».'2 Milicia barcelonesa en agosto de 1854 y pronto desposeído del cargo Todos los datos presentados hasta aquí sugieren que la trayectoria por orden de la Diputación Provincial, quien simultáneamente enfermó de VictoriA Sugranyes pudo resultar como la de tantos otros liberales mortalmente mientras atendía a las víctimas del cólera barcelonés de plebeyos catalanes formados políticamente en las luchas militares y ci­aquel afto.54 VictoriA Sugranyes pudo estar o no entre los muchos mili­viles de los aftos 1835-1843, gente acostumbrada al espíritu ideologi­cianos radicales del verano de 1854, pero con certeza compartió en­zado de la facción partidista y a las lealtades políticas labradas en es­tonces sus mismas expectativas, algunas de las cuales se cumplieron pacios milicianos de patronazgo, clientela y obligaciones recíprocas. mientras otras se frustraron dada la intervención institueional de fina­Su «republicanismo» de 1854·1855. podía obedecer a convicciones les de septiembre. Donde no estuvo Sugranyes, ni durante el Bienio personales de mayor o menor calado, pero con toda seguridad arranca­Progresista ni antes de 1859, fue en el ejército: al hacerse cargo de la ba del vivo entramado plebeyo-miliciano que he descrito y de su ma­

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jefatura de los Voluntarios Catalanes destinados a Marruecos se hizo constar su condición de «retirado», y tomó el grado de comandante, el mismo con el que se había licenciado en l844.~~ Los méritos militares y políticos del nombrado jefe de Voluntarios no procedían pues de cu­rrículum alguno en filas «regulares», ni en las castrenses ni en las del bipartidismo isabelino.

Así las cosas, ¿cuál era el atractivo de un tipo como Victori~ Su­granyes, en 1859, a ojos de hombres como Domingo Dulce y Joan Prim? Fundamentalmente, su potencial condición de intermediario efi­caz con el mundo plebeyo barcelonés que nutría al radicalismo políti­co, un mundo al que la represión moderada posterior a 1856 había amordazado y golpeado con dureza, razón que hacía más temible su muy reciente despertar de la mano de la parcial liberalización política aceptada por el nuevo gabinete O'Donnell Gunio de 1858). Sugranyes reunía, a un tiempo, el expediente militar de un fiel servidor de la re­gencia y la libertad en 1835-1843, y el prestigio radical de un revolu­cionario temprano y tenaz en 1854-1855, aunque, eso sí, desde una dis­creta y no siempre unívoca segunda fila. En otras palabras: Sugranyes acreditaba antecedentes y redes de amistad lo suficientemente radica­les para mover a simpatía y complicidad a muchas gentes de aquella Barcelona plebeyamente interclasista; a su vez, este radicalismo podía ser convenientemente matizado, esgrimiendo la esporádica visibilidad política de Sugranyes y su intachable hoja de servicios militar (trunca­da nada menos que por la primera «dictadura» de Narváez), al objeto de no ofender a un patriciado local que en seguida vio en los Volunta­rios Catalanes una de las empresas más rentables que podía ofrecerle la guerra de África.56 En este doble perfil residía el valor político del Su­granyes jefe de los Voluntarios, un valor que Dulce y Prim podían apreciar por igual, por razones semejantes aunque particulares.

Para Domingo Dulce, nombrado capitán general por O'Donnell «con la obsesión de una Cataluña segura» (1 de julio de 1858), lo fun­damental era el despliegue de la legislación y de la relativa permisivi­dad unionistas en un contexto social y político como el catalán, aún traumatizado y escindido por los tres años largos de «terrorífica dicta­dura» y estados de sitio del general Juan Zapatero, su antecesor. Dulce regresaba a Barcelona con un notable conocimiento de los puntos de fricción de la sociedad catalana, muy atento a soluciones de mayor complejidad que las policiales. Regresaba con el bagaje de haber ne­gociado en su día el rearme de la ya desaparecida Milicia Nacional bar­celonesa (septiembre de 1854), de haber rendido a los sublevados es­parteristas de Zaragoza y con ellos a la numerosa partida republicana del Noi de les Barraquetes y, sin embargo, haber intercedido por la amnistía política de unos y otros (agosto de 1856), y de haber purgado dos años «de cuartel» en parte por tal condescendencia con los derro­

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tados del verano de 1856. A todo ello añadió unas prontas y fluidas re­laciones con el patriciado barcelonés más perspicaz, impulsadas por su talante netamente «político», por su boda barcelonesa de finales de 1858, y por la contundencia de algunas apelaciones patricias a romper con el arbitrismo militarista de Zapatero y a tratar con mayor imagina­ción política y moral el magma del radicalismo catalán.~7 Para un Dul­ce receptivo a esta última opción estratégica, el proyecto de unos Vo­luntarios Catalanes comandados por Victori~ Sugranyes simbolizaba una prudente pero indiscutible mano tendida al mundo sociológico Y político que Zapatero había reducido a prisión o destierro, una mano que obviamente ofrecía a demócratas, republicanos y probables clien­telas una recobrada y tutelada presencia pública en aras de una cierta tranquilidad política. Los gestos de Dulce en esta misma dirección no se agotarían con el episodio de los Voluntarios, y casi sin interrupción lograría sumar a conocidos demócratas a los fastos de la visita de Isa­bel II a Cataluña (septiembre de 1860), apoyaría públicamente las in­vestigaciones científicas del conocido republicano Narcís Monturiol (1861-1862), y sería objeto de una multitudinaria e insólita -en Catalu­ña- despedida al abandonar el cargo, multitudinaria también por la va­riedad de familias políticas que participaron en ella (agosto de l862).~8

Las motivaciones de Dulce para recomponer algún tipo de puente entre la autoridad institucional Yel liberalismo radical catalán, por mo­desto que tal intermediario se adivinase en el caso de Sugranyes, no eran muy distintas de las que podía albergar el general Joan Prim. Con el añadido notable, en el caso de Prim, de que éste acumulaba, ya en 1859, ambiciones personales y políticas de mayor calado que las de Dulce, y que éstas le exigían algún golpe de efecto que restituyera su discutida imagen pública en la Cataluña liberal, sin duda su trampolín para una estrategia política enteramente española. Josep M. Fradera ha explicado recientemente hasta qué punto el Prim de 1856-1858 seguía siendo un personaje estigmatizado en la Cataluña urbana y radical-in­cluso progresista a secas-, alimentado el recuerdo de su lejano ataque a la Barcelona centralista (1843) por su probada lealtad al golpe con­servador de O'Donnell (1856) Ypor el malicioso rumor de que enton­ces había asesorado al general zapatero a propósito de la represión mi­litar contra los milicianos barceloneses.~9 Prim era, en vísperas de la guerra de África, un militar de meteórica carrera, tomado en cuenta ya por algunos sectores de la dirección progresista. huérfanos de Esparte­ro; también, un hombre de la corte acostumbrado a una calculada am­bigüedad en su fidelidad hacia cualquier gobierno que no le considera­se, al tiempo que a sacar todo el jugo político de. sus veleidades conspirativas (sin ir más lejos, Narváez había mandado encerrarlo en 1857); y, last but not least, un «político» curtido por los años y los errores, cargado de recursos propios y ajenos para detectar la dirección

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de los vientos, y dispuesto entonces a no desaprovechar las ansias opo­sitoras de los progresistas llamados «puros» y la selectiva pero cre­ciente decepción mesocrática y plebeya por lo limitado del viraje unio­nista, decepción sobre la que Cámara, Garrido y compañía imaginaron su aventura insurreccional del verano de 1859.60 La superposición de la memoria de la reciente represión moderada, de las tímidas pero reales libertades toleradas por la Unión Liberal y de la negativa gubernamen­tal a abrir el juego polftico-institucional hacia la izquierda progresista y demócrata no presagiaba precisamente tranquilidad en la Cataluña urbana de 1859-1860. Dulce y Prim lo sabían, pero era el segundo quien aspiraba a sacar mayor tajada de tal expectativa. De ahí los rue­gos de Prim para no verse descolgado de la guerra en Marruecos, gue­rra que si podía servir al prestigio interior de Q'Donnell también podía servir a la reconstrucción de cierta imagen pública del militar catalán. De ahí, también, su no resignada aceptación del mando de la modesta división de reserva, y sus repetidas «gestas» para ganarse el derecho a reemplazar al enfermo general zabala al frente del segundo cuerpo del Ejército de África, y la ya reseñada «coincidencia» entre este ascenso y la formación del cuerpo de Voluntarios Catalanes. De ahí, en fin, la muy detallada y planificada campaña de exaltación pública del Prim vencedor en Marruecos, para la cual los Voluntarios resultaron ser unos secundarios imprescindibles: innumerables romances de hoja suelta, editados por el entourage progresista barcelonés, dando cuenta de las sucesivas batallas; biografías por entregas del militar, también debidas a «profesionales» en la órbita del progresismo; las publicitadas giras de Prim y los Voluntarios por Cataluña al finalizar la guerra, am­bas conducidas por el hábil Víctor Balaguer, particularmente populis­ta la del general, incluso en su timing; Prim y los Voluntarios en las te­las de Maria Fortuny, en los libretos teatrales y zarzueleros...61 En otras palabras: Prim y su cohorte de progresistas «puros» con expectativas, catalanes y no catalanes,62 ensayando algo parecido a una prudente «polftica de masas» con fines caudillistas, preñada ciertamente de re­tórica militar explfcitamente jerarquizadora, pero a su vez nada des­preocupada de algunas formas y motivos verdaderamente populares. Entre otros, el nombramiento de Victoria Sugranyes al frente de los Voluntarios Catalanes y, con ello, la evidente convocación de su pasa­do miquelet y miliciano.

En este último punto reside una de las claves que permite explicar el interés de Prim por Sugranyes y, por extensión, su idea de lo que debe­rían parecer los Voluntarios. Joan Prim i Prats, nacido en la ciudad de Reus -como Sugranyes- en 1814, había iniciado su carrera militar en 1834 como «voluntario» del batallón Franco de TIradores de Isabel II -como Sugranyes-, y había ascendido en el escalafón de cuerpos Fran­cos durante la guerra de los siete años -también como Sugranyes-,

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hasta alcanzar el grado de capitán del batallón de Voluntarios de Cata­ r luña en el verano de 1838.63 Es decir: Prim había sido un miquelet, co­ ~

omo Sugranyes, Bellera o Martell, nacido a la política exactamente en el , mismo mundo miliciano del que éstos procedían. Sabemos, cuando menos, que el joven Prim llegó a servir bajo las órdenes directas de

1\Francesc Bellera, compartiendo batallón de Francos con el ya citado Joan Martell. «Siempre se le conoció que había sido un miquelet», co­ 1,',1I~mentará de Prim, retrospectivamente, Joan Mañé i Flaquer, el eterno

i ~

director del Diario de Barcelona, argumento de tono despectivo que da t

por sobreentendidas las variadas implicaciones de los orígenes plebe­yos y milicianos del general de Reus.64 Un miquelet traspasado a la in­fantería regular en 1838, quien, sin embargo, nunca olvidarla el presti­gio caudillista que podía cuajar de una determinada mezcla de arrojo guerrero, espíritu miliciano y dominio de la propaganda. Josep M. Fra­dera ha mostrado cómo, sobre estas bases, construiría Prim su primera

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escalada en las filas del progresismo de alcance catalán, escalada inte­rrumpida por su «error» de 1843 que le valdría la amarga maldición de esparteristas y radicales. y sobre bases semejantes, al menos en lo apa­rente, parece pretender el Prim de 1859 lavar aquella mancha, seducir a una cierta Cataluña de profesionales, menestrales y trabajadores ma­nuales que entronca directamente con la Cataluña liberal-radical de 1843. De ahí la importancia, para Prim y sus asesores de imagen, de la elección de Victoria Sugranyes, hombre asociado a la mítica en la que se entretejen la tradición de la milicia liberal catalana y el radicalismo político que se escora hacia el democratismo republicano.65 y todo ello sin menospreciar lo muy probable de un antiguo trato personal entre Prim y Sugranyes, forjado en sus años de miquelets en la Cataluña me­ridional, un trato, casi un esprit de corps, que, enfriado por las luchas políticas de 1842-1843 y 1854-1856, pudo retomarse después porque a ambos convenía, obviamente por razones muy distintas. Valga como aval de esta hipótesis la tardía correspondencia cruzada entre Joan Prim y Joan Martell ~l reusense oficial de Francos en 1838, jamancio centralista en 1843 y alcalde «esparterista» de su ciudad en 1856-, co­rrespondencia que resulta ser toda una demostración de los compromi­sos y favores pequeñoclientelares que pudieron mantenerse por debajo de trayectorias políticas alejadas e incluso enfrentadas.

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A partir de todo lo expuesto hasta aquí debe leerse la escenografía miliciana, particularmente propicia como símbolo de una patria radical con protagonismo plebeyo, que rodeó la marcha y el regreso de los Vo­luntarios Catalanes que lucharon en Marruecos. Podrá discutirse, cier­tamente, sobre la relativa pluralidad de los significados políticos a los que se prestaban tales motivos emblemáticos, pero no sobre su poten­cialidad evocadora de «la revoluciÓn» en la Cataluña (yen la Espai\a)

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de 1860. Véase, por ejemplo, la insistencia con la que los Voluntarios aparecen asociados a las notas y letras del Himno de Riego en muchas de las celebraciones civiles que sirvieron para despedirles y recibirles, en contraste con la exclusividad absoluta de la Marcha Real en las fi­las del Ejército de África de O'Donnell (exclusividad cuyo significado político no escapó siquiera al corresponsal de guerra del Times británi­CO).67 °la calculada exhibición que se hizo en Barcelona, al recibir a los Voluntarios, de algunos «milicianos veteranos del 23, esos defenso­res de las instituciones liberales», exhibición que su promotor, Víctor Balaguer, pudo concebir como un «i Aquí estoy!» progresista ante la re­ciente intentona carlista de Sant Caries de la Rapita (abril de 1860), pe­ro que a su vez pudo convocar imágenes de otra suerte de combates entre los nostálgicos de la Milicia ciudadana liquidada en 1856.68 Imágenes, estas últimas, cercanas a las que podrían haber inspirado el proyecto de una comisión de «catalanes residentes en Madrid» para recabar fondos populares «con el objeto de perpetuar por medio de un monumento [en Barcelona] la parte que han tomado los Tercios Catalanes en la batalla de Tetuán». Al frente de dicha comisión se hallaban Domingo Maria Vila y Pere Mata i Fontanet (1811-1877), dos de los más conspicuos progresistas catalanes de los años de la regencia esparterista, luego «exiliados» en Madrid por la radicalidad de su compromiso centralista en 1843. Aun basculando hacia una mayor moderación política, hom­bres como el médico reusense Mata i Fontanet habían mantenido viva en Madrid la llama de la Milicia Nacional catalana repetidamente de­rrotada, al punto de editar en la capital del reino, en 1855, un emotivo homenaje a la Milicia de Reus vencida en 1837 y 1843, Y frágilmente restablecida en 1854. Algo de esta mítica miliciana parece todavía vi­vo en el proyecto de la comisión «madrileña», proyecto más interesa­do en la exaltación del cuerpo de Voluntarios que en la celebración pú­blica de la figura de Prim.69

Quizá sea en clave miliciana, también, que deba leerse el muy pu­blicitado episodio del recibimiento que Prim dispensó a las compañías de Voluntarios Catalanes el3 de febrero de 1860, cuando éstas desem­barcaron en las playas de Tetuán la víspera de la batalla. Me refiero a la solemne arenga en catalán que Prim lanzó a los Voluntarios, en pre­sencia de la plana mayor del Ejército de África, arenga recogida por to­dos los cronistas y que muy pronto llegó a la opinión pública catalana en una operación mediática avant la lettre hábilmente dispuesta por el propio Prim y Víctor Balaguer.7o Ciertamente, tal momento y tal dis­curso sugieren algunas imágenes atractivas por fundacionales: lo insó­lito de una ceremonia castrense de alto rango hablada en lengua cata­

. lana, o la puesta de largo de una determinada versión del «lenguaje del doble patriotismo» rastreado por Fradera, ésta muy interesada en la ne­cesaria contribución de las «glorias catalanas» (presentes y pasadas) a

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la formación de una cultura política y emotiva genuinamente liberal y española.71 Sin embargo, para los testigos directos menos informados de las interioridades catalanas, la performance de Prim resultó, ante to­do, la rememoración de una situación muy familiar en la España de la primera mitad del siglo XIX: aquella en la que un jefe militar, muy a menudo de una fuerza irregular, convocaba a su clientela particular por medios también particulares, tejiendo con ello una trama de complici­dades en la que se fundaba mucha de la capacidad estratégica y políti­ca de la citada fuerza. 0, en palabras del cronista desplazado a Tetuán Juan Pérez Calvo: «Prim, que tanto partido ha sabido sacar de soldados a quienes no conocía, ni le conocían a él, ¿qué no hará con la gente cu­yas costumbres conoce, cuyo lenguaje habla, y de quien tiene en su po­der el movimiento, la voluntad y la fuerza1».72 Ni que decir tiene que el grado de verdad de esta última observación no es aquí lo que impor­ta, sino la recreación de una cierta atmósfera de proximidad y camara­dería milicianas, en parte buscada por Prim, a lo que podía contribuir sobremanera el uso de la lengua catalana en un contexto arrolladora­mente castellanizador como lo era el ejército expedicionario español. Así las cosas, no debieron de ser pocos los Voluntarios -y los catala­nes- que prestaran mayor atención al hecho de que el discurso de Prim fuera en catalán que a su contenido cargadamente historicista, Yque dieran a tal evidencia el único significado entonces socialmente dispo­nible y relevante para el mundo plebeyo del Principado: en la Catalu­ña de 1860, el catalán seguía siendo la lengua de los desaparecidos mi­quelets y de la añorada Milicia Nacional, algo que no podía decirse del ejército regular estacionado en el paíS.73 (Al parecer, las situaciones po­lisémicas acompañaron a los Voluntarios Catalanes desde su llegada a Marruecos: el pobre Frederick Hardman, mandado desde Londres pa­ra cubrir la guerra, no supo ver en la barretina encamada que vestían

4 los Voluntarios otra cosa que ¡un vulgar gorro frigio!r

La guerra de África apareció a los ojos de Prim y a los de su tropa de consejeros políticos como la ocasión perfecta para poner en escena una ficción de tema miliciano y orgullo plebeyo, una ficción que contribu­yese a borrar los antiguos pecados políticos del general y los menos an­tiguos del progresismo patricio catalán; es decir, una ficción que per­mitiera al renovado y opositor Partido Progresista recuperar parte de las audiencias perdidas en Cataluña en 1843 y 1856. Por supuesto, tra­tándose de una empresa en la que lo simbólico ocultaba la aceptación progresista de mucho de lo ocurrido, por ejemplo, en 1856, lo funda­mental para Prim y los suyos estribaba en pertrecharse de emblemas mm~ianos y plebeyos lo suficientemente llenos en el significante y lo bastante huecos o dóciles en el significado. A saber: Victoria Sugran­yes gozaba de un cierto prestigio en la Barcelona popular y democrati­zadora, pero su expediente de miquelet y militar arrinconado puesto al

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frente de los Voluntarios podía servir asimismo a la legitimación de las ambiciones caudillistas de un Prim que retomaba las coartadas vaga­mente interclasistas. Por un procedimiento semejante, el Himno de Riego o el voluntariado liberal de los años veinte y treinta se hallaba lo suficientemente cerca en la experiencia y memoria populares para ser tenidos por patrimonios plebeyos, y lo bastante alejados en los avata­res políticos para ser esgrimidos, a un tiempo, por distintas filiaciones partidistas. Esta flexibilidad en las lecturas políticas cristalizó en el amplísimo entusiasmo social por las vicisitudes de los Voluntarios Ca­talanes en Marruecos. Sin embargo, ¿cuáles pudieron ser las razones concretas que empujaron a los Voluntarios a enrolarse? ¿Pueden seña­larse algunas conexiones significativas entre dichas razones y los mo­tivos y argumentos del patriotismo plebeyo en Cataluña, tal cual éste se volcó sobre los mismos Voluntarios y sobre la guerra africana?

La cuestión de las razones que animaron al voluntariado con desti­no a Marruecos resulta tan compleja como inseparable de la cuestión, previa o paralela, de quiénes fueron los Voluntarios. Y a propósito de ambas preguntas existen sólo datos parciales y algunas pistas, no res­puestas irrefutables. De entrada, parece muy discutible que el cálculo mercenario fuese el único factor que empujase al alistamiento volunta­rio: los haberes asignados por el Ministerio de la Guerra a oficiales y tropa de Voluntarios seguían, por debajo y a cierta distancia, la escala salarial de la infantería regular y, según ha demostrado Núria Sales, en­tonces el porcentaje de quintos redimidos y sustituidos en la provincia de Barcelona rondó el habitual 50 por ciento largo (sin que aumentasen los sustitutos aut6ctonos).75 Ciertamente, las condiciones del servicio no eran exactamente las mismas en uno y otro caso, en particular con respecto a la duración, que para los Voluntarios iba a ceñirse «al tiem­po que dure la guerra de África». Pero no parece muy convincente atri­buir a esta sola ventaja -ante el riesgo físico muy real que implicaba una guerra en el exterior, particularmente para la tropa de a pie-, ni a la disposición última de la real orden de 24 de diciembre que prometía a los futuros Voluntarios «la oportuna recomendación [allicenciarseJ para que en los destinos dependientes de las municipalidades, diputa­ciones provinciales y oficinas del Estado se les dé colocación», todo el porqué del revelador contraste entre unas compañías de Voluntarios que se llenaron con rapidez y un ejército regular sistemáticamente de­sabastecido de catalanes.76 En el contexto sociológico de la Cataluña urbana de 1860, la espectacular unanimidad que rodeó la formación de los Voluntarios Catalanes pudo desatar un particular efecto reclamo, basado en expectativas de prestigio comunitario e incluso de recom­pensas materiales futuras. En este sentido, el singularizar a los Volun­tarios respecto de la tropa regular (en la indumentaria, en la celebra­ción de la partida y el regreso, en la lengua y otros gestos públicos...)

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resultó fundamental, y no únicamente para propósitos que puedan lla­marse ya «regionalistas». Tal singularidad admitía varias lecturas, y a la vista del mundo plebeyo urbano que coparía las compañías podía to­marse como expresión de una más cercana, concreta y deseada idea de autonomía: autonomía del pueblo llano frente al propio ejército regu­lar, motor de la odiada quinta e instrumento de la represión interior y de la reciente muerte de la Milicia, y autonomía también popular fren­te a la esfera pública institucionalizada, exclusivizada por patricios y burgueses desde 1856. Así, la que un testigo patricio del embarque de los Voluntarios calificó, en privado, de triste e indigna milicia.. por el as­pecto y aparente procedencia de la mayoría de sus miembros, resultó ser la misma que un culto menestral de simpatías republicanas recordaría con una mezcla de desapego y familiaridad, pues si los Voluntarios le parecieron «arreplegats entre lo més pinxesc de tot Catalunya» [«reu­nidos entre lo más chulesco de toda Cataluña»J, conocía sin embargo por sus alias a todos aquellos que se alistaron en su ciudad (Sabadell), jóvenes tan bravucones como habituales -incluso emblemáticos- de los ambientes plebeyos de una emergente villa industrial. 77 Esta última y más compleja imagen, la del Voluntario hosco y primario pero nada ajeno a la vida pública de las clases bajas urbanas, echa una mejor luz sobre la leyenda que Tomás García Figueras recogió en su libro de «re­cuerdos» sobre la guerra de África: la leyenda de que loan Marú i Torres (1834-1909), alias Xic de les Barraquetes, hermano menor del ya cita­do Noi de les Barraquetes y como éste activísimo guerrillero republi­cano antes y sobre todo después de 1860, aprendió algunas de sus ha­bilidades milicianas con los Voluntarios Catalanes en Marruecos.78

No existe rastro alguno de ningún loan Martí i Torres, o semejante, en la nómina completa de Voluntarios Catalanes que la Diputación de Barcelona elaboró al acabar la guerra.79 Y, no obstante, resulta difícil imaginar alguna razón por la que García Figueras decidiese presentar como rumor popular de largo recorrido lo que en realidad no pasaba de absurda fantasía personal. Por el contrario, las evidencias de una dis­creta pero ininterrumpida tradición, memorialística y política, que vin­cularía las compañías de Voluntarios Catalanes «africanos» con el mun­do del republicanismo más o menos organizado siguen apareciendo aquí y allá, dispersas pero recurrentes. Y otros datos, aparentemente irrelevantes, pueden tomar un nuevo sentido a la luz de tales eviden­cias, algunas ya presentadas aquí.

Es el caso de la información sobre el lugar de residencia de los Vo­luntarios al alistarse, el único dato sociológico y sistemático (junto con el lugar de nacimiento) del que disponemos para todos los que mar­charon a Marruecos bajo el mando de Sugranyes, información que de­be leerse, también, considerando los antecedentes públicos del citado comandante de Voluntarios o lo aquí contado sobre la Barcelona ple­

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beya y radical de los años cincuenta. La primera impresión que arroja el vaciado de las declaraciones de empadronamiento al sentar plaza de Voluntario es la de una milicia arrolladoramente urbana y fundamen­talmente barcelonesa: de un total de 466 Voluntarios de tropa (sargen­tos, cabos, cornetas y soldados), 312 (o el 67%) residían en 1859 en el partido judicial de Barcelona (la ciudad de Barcelona y la media doce­na larga de municipios de su llano, o lo que pasaría a ser la Gran Bar­celona de finales de siglo) y, de éstos, 30510 hacían en municipios que alcanzaban los 5.000 habitantes en 1860. Otros 74 Voluntarios (el 16% del total) residían en el resto de la provincia de Barcelona, aunque ma­yoritariamente en los partidos judiciales más urbanos y en sus mayores ciudades: 20 vivían en el partido judicial de Manresa (y 15 de ellos en la capital), 16 en el de Terrassa (y 12 en sus capitales gemelas, Saba­den y Terrassa), 9 en el de Granollers... Finalmente, las otras tres pro­vincias catalanas aportaron contingentes muy menores de residentes Voluntarios (sumaron 56, o el 12% del total), aunque con la apreciable diferencia de que, compartiendo todas idénticos volúmenes de pobla­ción, la provincia de Tarragona mandó el doble de Voluntarios (31) que la de Girona (15) y el triple que la de Lleida (10).80

Lo interesante a propósito de la geografía residencial de los Volun­tarios Catalanes resulta, sin embargo, de una lectura más detallada de algunos de tales porcentajes, y en concreto de una lectura que tome en cuenta ciertos datos absolutos de población. Por ejemplo, si cruzamos el porcentaje de todos los Voluntarios que aportó cada municipio en 1859-1860 con el porcentaje de la población masculina catalana de en­tre veinte y cuarenta afios que correspondía a ese mismo municipio en 1860, dispondremos de un valor o índice que permita comparar, en tér­minos apropiados, la contribución de los distintos municipios (y regio­nes catalanas) a la formación de las compañías de Voluntarios. Así, el municipio de Barcelona aportó de entre sus residentes el 53,4 por cien­to de todos los Voluntarios (249 de 466), mientras que en 1860 conta­ba con el 14,4 por ciento de toda la población masculina catalana de entre veinte y cuarenta afios (41.627 hombres de un total de 289.015); en consecuencia, Barcelona multiplicó por más de 3 (3,7) su participa­ción en la geografía de procedencia de los Voluntarios con respecto a su participación en la geografía catalana de la población masculina de entre veinte y cuarenta años (53,4/14,4).81 Apenas tres o cuatro muni­cipios de aquellos que enrolaron un mínimo de tres residentes se acer­caron a un índice tal de sobrerrepresentación y, muy significativamen­te, un único municipio superó holgadamente el índice barcelonés, siendo con ello el que mayor presencia relativa tuvo en las filas de los Voluntarios Catalanes que marcharon a Marruecos. El municipio de Gracia, entonces una villa industrial vecina a Barcelona que rozaba los 20.000 habitantes, sumó el 8,2 por ciento de todos los Voluntarios (38

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de 466) cuando acumulaba tan sólo el 1,2 por ciento de la población masculina catalana de entre veinte y cuarenta años (3.445 de 289.015), de manera que el primer porcentaje multiplicó por 6,8 el segundo. Se podrá aducir, para explicar el liderazgo graciense, que Gracia era, por situación, un municipio tan barcelonés como la misma Barcelona, y, sin embargo, más homogéneamente plebeyo dada su historia reciente de suburbio industrial en rápida expansión. Argumento que, efectiva­mente, puede valer para dar cuenta del mayor índice de reclutamiento relativo en la proletaria Gracia que en la más compleja suma socioló­gica que era la Barcelona de 1860, pero que, por la misma razón, no sirve para explicar el enorme diferencial entre el índice graciense y los índices de otros municipios del llano barcelonés, demográfica y socio­lógicamente muy similares a la villa que daba nombre al primero de los paseos ultramurallas. Así, municipios aún más jóvenes que GdI.cia y como éste alimentados por el impulso industrializador del capital capi­talino vivieron con mucha menor intensidad y capacidad de moviliza­ción la llamada de África: Sant Andreu de Palomar (11.055 habitantes en 1860 y 9 Voluntarios residentes) presentó un índice de 2,7 (el 1,9% de todos los Voluntarios y el 0,7% de toda la población masculina ca­talana de entre 20 y 40 años); Sant Martí de Proven~als (9.333 habitan­tes y 3 Voluntarios), un índice de 1,0; Sants (7.984 habitantes y 3 Vo­luntarios), un índice de 1,2... Ante tal estado de cosas, ¿qué otro factor, que no fuese el estricto peso sociológico de una población masivamen­te trabajadora e inmigrada, podría explicar la muy llamativa aportación graciense de Voluntarios, su condición de municipio más «africanista» de entre todos los del partido judicial de Barcelona, a su vez el más «africanista» de todos los partidos judiciales catalanes?82

La villa de Gracia era, a mediados del siglo XIX, una imitación a pe­queña escala de la Barcelona variadamente plebeya y más activamente liberal-radical. De aquellos barrios barceloneses donde clubes y socie­dades de toda laya tocados de republicanismo arraigaron con fuerza durante el Bienio Progresista, y donde los batallones de la Milicia Na­cional, en 1854, se llenaron de civiles que la concebían cómo la pri­mera piedra de la revolución en marcha. En Gracia coexistían, aún, nu­merosos talleres de menestrales y pequeños productores, más o menos amenazados por la proletarización, con las nuevas fábricas mayormen­te algodoneras, lo que se traducía en un tejido social plebeyo bastante gradualista, también en lo tocante a la sociabilidad política, pues el en­tramado institucional-radical de raíces menestrales proporcionaba un referente ya dado y atractivo a la creciente población de jornaleros fa­briles, en buena parte llegada de otros puntos de Cataluña. En este sen­tido la sociología política graciense se hallaba más próxima a la de al­gunos distritos heterogéneamente plebeyos de la vieja Barcelona que a los perfiles comunitarios de otros municipios del hinterland barcelonés

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que, como Sant Martí de Proven~als o Sants, eran creaciones cuasi ex­clusivas de la gran fábrica y del relativo desarraigo de la inmigración jornalera.83 Dispuso pues Gracia, aunque siempre vinculada a la diná­mica política barcelonesa, de su propia tradición asociativa y movili­zadora, fundada en razones endógenas de particular solidez. Así se de­mostró en julio de 1856: Gracia se reveló el mejor baluarte en defensa de la Milicia Nacional levantada contra O'Donnell y asediada por el ejército de Zapatero, al punto que, en palabras de un testigo foráneo, «toute la ville est en guerre civile au coté de la Milice». Fue la Milicia Nacional graciense y su multitudinario entourage popular los que ma­yor tiempo resistieron el ataque de las tropas regulares, los que más sensibles bajas les causaron y los que mayores castigos públicos mere­cieron de Zapatero tras la capitulación miliciana del 22 de julio de 1856. De una Milicia que entonces logró alzar en armas a más de 4.000 hombres adultos (en un municipio cuya población total aún no supera­ba los 18.000 habitantes)1l410 único que cabe decir es que constituía, con toda seguridad, un poderoso factor de sociabilidad popular y auto­organización y, asimismo, de legitimación plebeya de toda solución política que la tuviese en cuenta. Su esforzada derrota en 1856 pudo dar paso a un ambivalente paisaje ciudadano, en el que se mezclaran, en parecida proporción, el desánimo y el resentimiento por lo perdido y la durabilidad de los lazos personales y comunitarios forjados en los batallones y barricadas milicianas, motor de una nostalgia que podía mantener muy viva la idea de aquel mundo «revolucionario». Esta.úl­tima imagen es la que se desprende, por ejemplo, de una larga serie de interrogatorios judiciales que se practicaron en 1861 y 1862, en el cur­so de un caso criminal de gran repercusión en Barcelona, a un nutrido grupo de trabajadores manuales del barrio de la Barceloneta, cuyo co­nocimiento del encausado se remontaba a la experiencia compartida en las barricadas de 1856, experiencia miliciana que en muchos casos ha­bía dado mayor vigor a tratos interpersonales y relaciones comunita­rias ya existentes."

Mi hipótesis aquí es que esta suerte de lazos sociales, comunitarios pero cargados de connotaciones políticas (incluso si éstas eran ignora­das por los propios protagonistas), contribuyeron a su manera al reclu­tamiento de Voluntarios Catalanes cuando la guerra de África: bien di­fundiendo la llamada al alistamiento en clave de cierta camaradería de aire miliciano (10 que debía de hacerla más atractiva), bien traspasan­do una muy particular -por plebeya- noción de prestigio a un cuerpo expedicionario que mandaba un tipo como Sugranyes y que, por inte­reses cruzados, no iba a confundirse en ningún caso con el ejército de quintos y reenganchados. En la villa de Gracia, al igual que en deter­minados barrios barceloneses que~la nómina de Voluntarios no discri­mina (caso de la Barceloneta), estas redes de complicidades y motivos

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comunes apuntaladas por la Milicia del Bienio apenas se difuminaron en 1857, en parte por su mucha vitalidad hasta la fecha, en parte por su imbricación con otras redes de trato y jerarquía propias de las clases ple­beyas urbanas. No afIrmo que la mayoría de los Voluntarios fueron cons­cientes y convencidos defensores de las virtudes políticas de la Milicia Nacional, suerte de garantía armada de la democratización del Estado li­beral. Digo, en cambio, que la Milicia de 1854-1856 no pudo no estar en la mente de muchos durante la formación del cuerpo de Voluntarios: en la mente prudentemente populista de sus promotores; en la mente de los muchos Voluntarios residentes en ciudades quienes con probabili­dad habían conocido las luchas milicianas de 1854 y 1856 (y la per­cepción plebeya de pérdida colectiva, nada sofIsticada políticamente, que había seguido a la derrota definitiva); y, también, en la mente de ideólogos y activistas del liberalismo radical, quienes pudieron adivi­nar en la fachada y en la composición del citado cuerpo ciertas poten­cialidades para la reaparición pública de sus argumentos y emblemas (con la IDÍtica miliciana a la cabeza), potencialidades modestas pero a la vez insólitas en la Cataluña de los últimos años cincuenta.

Los antecedentes combativamente milicianos de la villa de Gracia pudieron predisponer a algunos de sus habitantes a suponer que la op­ción de enrolarse como Voluntario no resultaba una elección mercena­ria sin más. Podía incorporar, a ojos de aquéllos y a los de sus vecinos, algo del orgullo plebeyo aplastado en 1856, algo del reconocimiento comunitario que emanaba aquella Milicia que había dejado de existir. Que tal transferencia de valores e imaginarios se pusiese en marcha, y con más fuerza que menos, habría de depender, ciertamente, de la apa­riencia que se diese a las comp~ías de Voluntarios Catalanes, pero también del grado de impacto en el mundo popular de la experiencia de 1854-1856 y de la capacidad de ésta para seguir viva, rehaciéndose en cultura comunitaria, después de 1856. y con respecto a esto último,lu­gares como Gracia, o como ciertos barrios barceloneses matizadamen­te interclasistas, se llevaban sin duda la palma. A partir de esta hipóte­sis puede explicarse una evidencia que encaja mal con la lógica exclusivamente mercenaria: la presencia, entre los residentes en el par­tido judicial de Barcelona, de Voluntarios muy probablemente empa­rentados entre sí, así como de Voluntarios con un origen geográfIco co­mún y un lugar de residencia -distinto de aquél- también compartido; evidencia que induce a pensar que, en algunos casos, influyeron en el alistamiento, tanto o más que las urgencias mercenarias (que difícil­mente hubieran empujado, por sí solas, a distintos miembros de una misma familia, y menos en una coyuntura de recuperación económica), las redes plebeyas de cooperación y estrategias mancomunadas, siste­ma nervioso de la vida y valores comunitarios.- Esta compleja trama de incentivos materiales, sociológicos y culturales (incluso políticos,

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en un sentido muy amplio), fue la réplica que Gracia y otros lugares dieron a la demanda de Voluntarios Catalanes y, con toda certeza, el punto de partida de historias ya reseñadas como la del voluntariado del Xic de les Barraquetes, o de imágenes repetidas como la de los Volun­tarios que, sin formaci6n milita( alguna, echaron mano en Tetuán de sus «hábitos guerrilleros».1J7 Y con toda probabilidad inspir6 una de las ideas políticas que Fernando Garrido alumbr6 en la Barcelona de los días siguientes a la paz con Marruecos.

En 1876 apareci6 en Madrid, publicada por la Imprenta de la Calle del Pez, la segunda edici6n de José Mazzini. Ensayo histórico sobre el movimiento político en Italia, texto del republicano extremeño Nicolás Dfaz Pérez (1841-7) con un pr610go de Francesc Pi i Margall. Entre otras cosas, el libro es la cr6nica de una breve relaci6n epistolar, la que mantuvieron Díaz Pérez y Giuseppe Mazzini entre 1859 y 1861.88 El joven Nicolás Díaz, «hijo de una familia de honradísimos industriales grandemente apreciada en Badajoz», fue uno de los damnificados del fracasado levantamiento republicano de julio de 1859: colaborador de Sixto Cámara, tuvo, sin embargo, mejor suerte que éste, y acabó por refugiarse en Lisboa, donde «continu6 las relaciones que Cámara man­tenfa con Mazzini al objeto de formar una expedici6n armada, con el título de Legi6n Ibérica, para libertar a Italia de la tiranía»." La pe­queña historia de la llamada Legi6n Ibérica -a imitaci6n de otras mili­cías demócratas extranjeras que combatieron en Italia- es la que Díaz Pérez cuenta en su José Mazzini. En mayo de 1860, al poco de termi­nar la guerra de África y con Mazzini urgiendo los brigadistas prome­tidos por Cámara, Díaz Pérez pudo hacer un primer ofrecimiento al go­bierno de Cavour:

Fernando Garrido había pasado a Barcelona; en Zaragoza estaban Ruiz Pons y Soler; en Madrid se contaba con Beltrán. Se había licenciado a los cuerpos de Voluntarios Catalanes que habían vuelto de África, y mú de 1.600 de éstos pactaron con Garrido ir a Italia a proteger el movimiento de Garibaldi. En Lisboa, centro de los emigrados demócratas espailoles, se b.. bían preparado otros 1.600 voluntarios españoles y portugueses, de rml

que al primer aviso hubiesen embarcado en los puertos de Barcelona y boa unos 3.200 voluntarios muy bien organizados.90

La cr6nica de Díaz Pérez resulta ser una desconcertante evidencias muy detalladas y de datos alegremente improbables: . tán. literales, algunas cartas de Mazzini, del secretario RusuelJo; coronel Vuchj, o la muy concreta n6mina de mandos asignada a la.. gi6n Ibérica (encabezada por Romualdo Lafuente, muy vinculado plana mayor del Partido Demócrata), junto con cifras imposibles los 1.600 Voluntarios Catalanes regresados de Marruecos y disp

a embarcarse para Italia.9\ Sin embargo, y aunque la obra de Nicolás Díaz parece haber informado a las posteriores que han tratado de la Le­gi6n Ibérica (y del compromiso con ésta de algunos Voluntarios Cata­lanes),92 existen fuentes anteriores a aquella que sugieren que, efecti­vamente, el proyecto de la brigada «italiana» tuvo algo que ver con la Barcelona de la inmediata posguerra marroquí. Es el caso de una bio­grafía «parlamentaria» de Fernando Garrido (1869), que refiere sus tratos con un agente italiano en Barcelona y su posterior viaje, en sep­tiembre de 1860, a Nápoles, donde se habría entrevistado con un Gari­baldi lanzado hacia Roma.9J 0, aún más precisa, la nota que public6 La Discusión de Madrid en noviembre de 1860, informaci6n mandada por un tal M. Giménez, corresponsal en Italia del sevillano El Porvenir: «El día 18 del propio mes de septiembre [de 1860], el primer contin­gente catalán, de alrededor de ciento veinticinco individuos, se embar­c6 en Génova para enrolarse en las filas de Garibaldi».~

No se trata aquí, por supuesto, de averiguar cuántos fueron los cata­lanes regresados de Marruecos -y cuántos los que habían servido co­mo Voluntarios- los que negociaron con Fernando Garrido para ir a Italia; cuántos los que en verdad embarcaron para Génova; cuáles los motivos que les empujaron a ello; ni siquiera de resolver si alguna Le­gi6n Ibérica lleg6 a combatir alIado de Garibaldi. Parece suficiente, por relevante, el que la empresa demócrata-republicana de reclutar una milicia con destino a las guerras italianas aparezca asociada, en fuen­tes distintas y distantes, a catalanes que venían de combatir en Ma­rruecos, y particularmente a los Voluntarios Catalanes de esta última guerra. Ciertamente, puede argumentarse que Italia podía ser un desti­no como cualquier otro para aquellos licenciados de Marruecos de cos­tumbres mercenarias, en especial si la promesa de paga resultaba ge­nerosa y las garantías razonabl~s. y argumentar que las gestiones de la

'iputaci6n barcelonesa al acabar la guerra, encaminadas a hallar co­.ci6n para algunos voluntarios, avalan la hip6tesis del reenganche enario antes que la del compromiso ideol6gico.95 Sin embargo, lo

amente significativo estriba en la decisi6n demócrata (con Fer­ido a la cabeza) de acudir, precisamente, en busca de aque­

ciales ~voluntarios», aparcando tantas otras redes posibles ,rento mercenario. Garrido debía de ser muy consciente del

fstico que encerraba la idea de la Legi6n Ibérica en ilítica interior española, así como de las múltiples ana­

'nas a las que se prestaban el borbonismo napolitano y ambiciones pontificias. Para que tales imágenes poJíti­

.n automáticamente obvias a los ojos de las potenciales la izquierda demócrata, nada mejor que annar una mili­

'os «italianos» con hombres procedentes de otra mi­'a celebrada y sentida como propia en no pocos rincones

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de la Cataluña de tradici6n radical. 0, cuando menos, así pretenderlo y . afirmarlo.

El sentido y la eficacia de este tipo de identificaciones se demostra­ron con claridad en septiembre de 1860, cuando la ciudad de Matar6 recibi6 a Prim y a una dotaci6n de Voluntarios Catalanes. Entonces el Ayuntamiento de la ciudad agasaj6 a los regresados de Marruecos con una cena multitudinaria, en la que entre otros hab16 Hermenegild Coll de Valldemia (1810-1876), sacerdote catalán y activísimo propagan­dista cat6lico, quien pocas semanas después oficiaría ante Isabel 11 con motivo de la visita real al monasterio de Montserrat. En Matar6, Coll de Valldemia «dijo que el conde de Reus [Prim] había dado muy buen ejemplo a su regreso de África, rindiendo el justo tributo al principio de autoridad, y se extendi6 con este motivo en alusiones políticas que los concurrentes entendieron iban dirigidas a los sucesos que a la saz6n tenían lugar en Italia». Siguiendo al mismo cronista, Prim, en un alar­de de liberalismo ret6rico de indiscutible perfume populista, aprove­ch6 la crítica cat6lica a la revoluci6n italiana para responder con fir­meza «liberal», desmarcándose con rotundidad del monarquismo confesional de coloraci6n moderada, en lo que se adivina un guiño ex­piatorio hacia un auditorio en el que no faltaban los herederos de una potente tradici6n radical local (a la que Prim se había enfrentado con las armas en 1843):

Yo creía -respondió Prim a Coll de Valldemia- que aquí sólo hablaría­mos de la guerra de África, pero, puesto que no ha sido así, puesto que tam­bién se ha tocado la política, debo decir que yo he sido liberal, soy liberal y seré liberal hasta que muera. Me repugna que nadie pueda dudar de mí, y quiero que todo el mundo sepa cuáles son mis ideas y mis convicciones. Pa­ra mí la Reina, la Patria y la Libertad se hallan tan unidas que ninguna de ellas puede separarse sin que pierda su verdadera razón de ser. Estos tres símbolos forman, señores, la Trinidad de mi credo político.96

El tono calculadamente genérico y equívoco del patriotismo liberal de Prim no podía sorprender a nadie, y menos aún a los progresistas y demócratas que no habían olvidado al Prim de 1843. Pero su réplica contundente a Coll de Valldemia -y con ella al liberalismo más teme­roso- no resultaba un gesto menor en la España de 1860, particular­mente para aquellos que aspiraban a mucho más que a la muy pruden­te apertura política y social simbolizada por la Uni6n Liberal. Basta con echar una ojeada al mercado editorial barcelonés de 1859-1860 pa­ra darse cuenta de hasta qué punto la «cuesti6n italiana» se convirti6 en un campo de batalla virtual sobre el que moderados y cat6licos en un bando, y algunos progresistas y muchos demócratas en otro, pro­yectaron sus pulsos y combates autóctonos.97

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Patria y Libertad: razones plebeyas para la guerrtl contra una «raza de esclavos»

La potencial complejidad y ductilidad del patriotismo de masas ali­mentado por una guerra exterior, y particularmente por una guerra li­brada en los confines de la Europa liberal, no resultaba, en ningún ca­so, un fen6meno político específicamente español. Ahí estaba la muy reciente guerra de Crimea (1854-1856), cuyos ecos patri6ticos y polí­ticos aún no se habían acallado en el interior de la sociedad británica. En 1855 el primer ministro Henry John Palmerston había relanzado la guerra contra la Rusia de Nicolás I con el objetivo de asegurar el con­trol británico sobre la frontera norteasiática del moribundo imperio tur­co y, con ello, sobre la ruta terrestre hacia la India (ambicionadas am­bas por el imperio zarista). No ignoraba Palmerston entonces el escaso crédito que sus liberales con raíces whigs habían acumulado ante el mundo popular heredero del cartismo, un mundo en frágil recomposi­ci6n y, sin embargo, nada desedeñable políticamente, tanto para la tranquilidad en la retaguardia de una campaña militar de considerables proporciones como para la suerte interior de un gobierno que aspiraba a no revivir los conflictivos años cuarenta. Consciente de las posibilida­des de la «retórica exterior» en un contexto de renacionalizaci6n de la política británica, Palmerston apost6 por presentar la guerra en Crimea como una «excitante aventura militar», es decir, a manera de lucha ina­plazable entre dos mundos política y moralmente antitéticos y exclu­yentes: el liberalismo de horizonte democrático encamado por Gran Bretaña frente a la Rusia autocrática, retratada como «la fuerza motora que guiaba al Leviatán del despotismo continental». Se trataba, por su­puesto, de legitimar con verdades mayores lo que en realidad era una operaci6n crudamente imperialista. Pero Palmerston y el muy pruden­te reformismo liberal pretendían algo más: mostrarse, por oposici6n al absolutismo zarista y a la todavía viva servidumbre campesina rusa, como depositarios de una supuesta tradici6n patricia muy atenta a las aspiraciones populares; una «tradici6n» tras la que palpitaba la volun­tad liberal de absorber, desde una posici6n de fuerza, muchos de los impulsos del radicalismo político británico, para neutralizarlos o me­tabolizarlos según el caso.9S El juego de espejos e imágenes políticas que se desencaden6 en la Gran Bretaña de la guerra de Crimea naci6 de una estrategia indiscutiblemente gubernamental, cargada de razones y formas netamente patricias. No obstante, en la medida que dicho juego interpelaba a sectores plebeyos que, por ejemplo, seguían aspirando a ser admitidos en el sistema político británico, pronto se convirti6 en un potencial camino de ida y vuelta, en un nada costoso recurso para el simbolismo político manejado también por actores y público más o menos populares. La patria «liberal» de Palmerston, la que merecía la

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sangre en Crimea y la unanimidad en las islas, le sería devuelta seme­jante pero diferente, como puede regresar un boomerang, con mayor fuerza y dirección distinta.

Cuando Palmerston y el Partido Liberal regresaron al gobierno en el verano de 1859, su patriotismo retóricamente liberal alumbrado a raíz de Crimea había cristalizado ya en un variado abanico de discursos pa­trióticos, discursos que seguían pretextando situaciones exteriores pa­ra formular imaginarios patrióticos -es decir, políticos- fundamental­mente interiores. Por una parte, si la guerra en Crimea había dispuesto de un insólito apoyo entre las clases medias y trabajadoras urbanas, las entonces más que discutibles prestaciones del ejército británico, meta­forizadas en episodios como la batalla de Balaklava y la famosa Carga de la Brigada Ligera (25 de octubre de 1854), acabarían dando alas a un discurso patriótico-radical que cuestionaba muy seriamente la con­tinuidad de la organización fundamentalmente «aristocrática» del ejér­cito y del Civil Service británicos. Con este patriotismo regenerador y democratizador emergerían figuras políticas como el radical John Bright, crítico de la «ineficacia parasitaria» del Regular Army y abo­gado de una reforma que «britanizara», abriéndolas socialmente, las administraciones civil y militar.99 A caballo entre el vértice más inter­clasista del Partido Liberal y 10 que Eugenio F. Biagini ha dado en lla­mar «radicalismo popular reorganizado», tomaron cuerpo en la Gran Bretaña de los últimos años cincuenta y primeros sesenta algunas ini­ciativas «patrióticas» que bebían de la experiencia de Crimea y de sus múltiples impactos en los debates políticos interiores. Así, el proyecto de reorganización y consolidación de la Volunteer Force (o fuerza vo­luntaria de defensa civil) entre 1856 y 1859, en una coyuntura de cier­ta desmoralización por las dificultades militares habidas con los rusos y de temor ante el expansionismo aventurero de Luis Napoleón Bona­parte, tuvo bastante de intento de «militarización popular» patrocinado por los radicales, de reivindicación de instituciones que sirvieran a la defensa nacional precisamente por sus cualidades ni aristocráticas ni rígidamente clasistas. 100 A pesar de sus mínimas repercusiones prácti­cas, el citado proyecto animó otras causas pronto enarboladas por este patriotismo liberal-radical, causas que, como la independencia polaca o las luchas del liberalismo italiano, podían resultar perfectas y respe­tables justificaciones patrióticas (por «británicas») de soluciones polí­ticas cuyo destino era la propia sociedad isleña. Biagini sugiere que sin atender a la capacidad de movilización y emoción popular que demos­traron campañas como la favorable a la intervención en Italia, o la de apoyo activo al federalismo norteño durante la guerra civil norteame­ricana, ambas protagonizadas por una izquierda radical que incomoda­ba a las elites tradicionales del Partido Liberal, no se comprende el «estado de agitación» que propició la presión pro reforma política en

la Gran Bretaña de 1856-1865. La Ley de Reforma Electoral de 1867 o el viraje populista que Gladstone imprimió al Partido Liberal fueron algunas de las réplicas patricias al avance de un reformismo político que bebía de muchas fuentes, sociales y culturales, pero al que una de­terminada experiencia de la movilización patriótica había dotado de cohesión y de nuevas formas de acción. Si de la Legión Ibérica apenas disponemos de cuatro pistas, de la British Legion que con certeza com­batió en el sur de Italia con Garibaldi sabemos mucho más: conocemos a sus patrocinadores radicales, las simpatías que suscitó entre clubs ar­tesanos y sindicatos londinenses, su masiva capacidad de convocatoria en Hyde Park cuando el famoso episodio de Aspromonte (1862), o los centenares de miles de ingleses y escoceses que sacó a la calle cuando la gira de Garibaldi por la isla (1864) y, cómo no, su feroz denuncia de la nada sorprendente complicidad de Palmerston con los Saboya y su pacto romano. IOl Lo interesante es que estas manifestaciones de patrio­tismo radical, interclasista aunque abundantemente plebeyo, conserva­ban a su manera algunos de los principales argumentos del patriotismo patricio forjado durante la guerra de Crimea, y en particular la idea de que las libertades políticas eran un rasgo constitutivo de la identidad británica. Una idea que para los radicales equivalía a exigir a toda po­lítica que se llamase «nacional» el tener por brújula tales libertades, es decir, su extensión a una amplísima proporción de la ciudadanía mas­culina británica y su defensa. En Italia, como en Crimea, no cabían .du­das, y la causa de la libertad política era, para aquéllos, la de Mazzini y Garibaldi. Apostar por Víctor Manuel y transigir con el papado era, pues, una forma de antipatriotismo, a saber, también un negro presagio sobre 10 que Palmerston y sus whigs podían tener en mente para la so­ciedad y la política británicas. La patria que Palmerston y los radicales podían compartir en Sebastopol se convertía, en Londres o en Roma, en un auténtico campo de batalla.

La complejidad de las relaciones entre culturas patrióticas y cultu­ras políticas en la Gran Bretaña de 1855-1865 parece un referente útil, a pesar de los muchos matices particulares, para leer el estaJlido pa­triótico que recorrió la España urbana durante la guerra de Africa de 1859-1860. En tres aspectos muy concretos la guerra de Crimea, y su herencia a manera de legitimaciones patrióticas de algunas actuaciones en el exterior, puede tomarse como ilustrativa de una emergente cultu­ra pública transeuropea en la que se mezclaban patria y política. En primer lugar, Crimea simbolizaba la consagración de la legitimidad «liberal» para cualquier episodio de expansionismo exterior, con inde­pendencia de sus mayores o menores implicaciones imperialistas. Pal­merston explotó todos los rasgos «despóticos», «bárbaros» incluso, de Nicolás I y su nobleza parasitaria, para presentar la guerra como un en­frentamiento entre patrias irremediablemente opuestas, entre modelos

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de civilización que se negaban mutuamente. También Luis Napoleón Bonaparte jugó inicialmente esta carta, en Crimea y en el Piamonte pretendido por los Habsburgo. Nada inventó Leopoldo O'Donnell al tratar de fabricar su más atractiva imagen «liberal» por comparaci6n con el estereotipo autocrático que se adjudic6 al sultán marroquí Sidi Mohamed. En consecuencia, si las guerras exteriores se sirvieron de la autoridad moral que podía desprenderse de la tradici6n liberal, también las identidades liberales, y ante todo los gobernantes que las convoca­ban para maquillar sus políticas de rectificación conservadora, se sir­vieron de las guerras exteriores y de sus potenciales imágenes de exal­taci6n de una muy genérica cultura de la libertad. Precisamente por tratarse de una patria liberal deliberadamente retórica e imprecisa, cu­ya única certeza era su supuesta lejanía respecto de las instituciones ar­bitrarias y estamentales de sus enemigas «orientales», contó aquélla con numerosas y heterogéneas adhesiones iniciales, muchas de las cuales no tardaron en cargar de mayores contenidos su patriotismo despertado por la guerra. Lo cual constituye una segunda constante del patriotismo re­formulado con Crimea: discurso imaginado en las cancillerías occideq­tales o en sus aledaños, dicho patriotismo probélico pronto se llen6 de matices más o menos explícitos, al punto de pluralizarse en distintas y distantes nociones de patria, confirmaci6n de que sus apenas cuatro verdades fundacionales le conferían un alto grado de maleabilidad po­lítica y social. En sociedades inmersas en una conflictiva transforma­ción de sus relaciones de poder, como lo estaban a mediados de siglo la británica, ·la francesa o parte de la española, esta última capacidad resultaba indiscutiblemente atractiva, así para los intereses propagan­dísticos de los gobiernos como para las aspiraciones de presencia y crí­tica pública de las diferentes oposiciones recientemente silenciadas o derrotadas. La patria «liberal» de Palmerston resultaba un útil punto de partida para la crítica política de radicales y poscartistas pues, evitan­do la confrontación directa, daba pie a un discurso patriótico que, pro­fundizando en el argumento de las libertades políticas, tendía a desen­mascarar las constricciones y precauciones ante éstas del gobierno whig. El que tal patriotismo cómplice de la guerra exterior y, sin em­bargo, opositor se despegase más o menos del patriotismo guberna­mental iba a depender de los futuros objetivos expansionistas de éste tanto como de la correlación de fuerzas políticas en el interior: así el republicanismo francés, que no pudo sino apuntarse a su manera a la guerra contra Rusia (1855-1856) Ya la inicial intervención bonapartis­ta en el norte de Italia (1859), se desmarcó luego tajante y públicamen­te de las operaciones en Roma (1862-1864) y en México (1861-1864), por abiertamente restauracionistas y también porque su propia capaci­dad de maniobra organizativa y política mejoró mucho durante la se­gunda década del Segundo Imperio. 102 De lo que sigue un tercer rasgo

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compartido por todas estas manifestaciones de fidelidad a la patria. Las campañas patri6ticas alimentadas por guerras en las fronteras de la Eu­ropa liberal contribuyeron, todas ellas, a una significativa renovación de las formas de propaganda y agitación política, en el sentido de irrupci6n de una incipiente cultura de masas, y ello no únicamente de­bido a la simultánea consolidaci6n de especializaciones profesionales y medios técnicos de nuevo cuño. Movidos des del primer momento por cierto afán populista, el patriotismo de inspiración gubernamental y el genéricamente patricio no dudaron en echar mano de formas de expresión y de cultura pública sin duda familiares para amplios secto­res de la población. La estrategia, directa e indirectamente, dio nuevos bríos políticos a mecanismos culturales interc1asistas o genuinamente plebeyos que, como el teatro, la «literatura» de hoja suelta, la canci6n popular o las celebraciones en lugares públicos, habían merecido poca atenci6n por parte de las minorías políticamente organizadas. Allí don­de las libertades políticas eran más precarias ~aso de España-, fue en esta clase de espacios y prácticas donde las diferencias y similitudes entre las diversas lecturas patri6ticas se hicieron más visibles, donde los patriotismos patricios y plebeyos estuvieron a la vez más cerca y más lejos. En adelante, ni los radicales ingleses ni los republicanos franceses y españoles desecharían el valor político y propagandístico, movilizador incluso, de tales mecanismos. 103

Muchos progresistas y no pocos demócratas se sumaron a la guerra de África celebrando el protagonismo internacional de la España libe­ral, su supuesta capacidad para imponer la civilización política allí donde -decían- ésta no era más que una sombra perversa. Basta con echar una ojeada a los muchos escritos que firmó Emilio Castelar, a menudo editorializados por el periódico demócrata La Discusión, para darse cuenta del fervor liberal, exorcismo en parte de la propia debili­dad, que ciertas elites opositoras proyectaron sobre la campaña militar en Marruecos:

Concluyamos nuestra obra, despertemos en el corazón de los hijos del desierto el sentimiento borrado de su propia libertad, infundiéndole el espí­ritu de nuestro siglo, salvemos, salvemos al África, como hemos salvado de la barbarie a la Europa. Ésta es una obra de titanes, pero digna de la gran­deza de nuestra historia y del generoso aliento de nuestro pueblo.

Más allá de las especulaciones tácticas que pudieran subyacer a la posici6n «africanista» de, por ejemplo, la dirección del Partido Demó­crata, lo cierto es que fueron numerosos los intelectuales y propagan­distas de la izquierda liberal que proporcionaron argumentos ambicio­samente legitimadores de la guerra. 104

En Barcelona este tipo de discurso patriótico tuvo tanto o más eco

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que en Madrid, y fluyó insistentemente a través de las páginas de El Cañón Rayado (Periódico metralla de la Guerra de Africa), empresa editorial en la que trabajaron progresistas y algunos demócratas cata­lanes. El Cañón Rayado, semanario de tono satírico cuya cronología cubrió casi toda la guerra de África, fue la iniciativa de una breve re­dacción de escritores vinculados al progresismo barcelonés (Víctor Ba­laguer, Antoni Altadill y Manuel Angelón) ~n la que «colaboraron» hombres próximos a otras filiaciones políticas, entre ellos los demócra­tas Josep Anselm Clavé (cotitular de la imprenta editora) y Fernando Garrido. lo, Por sus formas y contenidos, no cabe duda de que se trató de un producto destinado a un público generosamente alfabetizado, acostumbrado al doble lenguaje de cierta sátira política al tiempo que a la lírica con pretensiones, un público más o menos informado sobre las implicaciones internacionales y diplomáticas de la guerra, y por to­do ello en la órbita social de lo que podríamos llamar una suerte de me­socracia ilustrada. Sabedores del tipo de lector que convenía a la em­presa, los redactores de El Cañón Rayado completaron la inexcusable y muy afectada épica guerrera con una recurrente exaltación españo­lista en doble clave: España, patria liberal y por ello legitimada para desembarazarse de la tutela británica en el norte de África, y España, patria liberal y por ello legitimada para someter a las tropas «bárbaras» de un gobernante ejemplarmente «oriental». Leída con detalle, en la sátira antibritánica se adivina, sobre todo, la expresión de una saluda­ble forma de envidia, evidencia de la profunda anglofilia de aquellos burgueses y profesionales ambiciosamente liberales, un patriciado con muy vivos antecedentes menestrales que en la Cataluña de 1859 aspi­raba a ganar influencia sobre los asuntos regionales y del que Víctor Balaguer aparecía ya como polifacético portavoz. 106 También la sátira antimarroquí está al servicio de una explícita reivindicación de las cul­turas liberales de representación, aunque en este caso el racismo des­humanizador va mucho más allá de los chistes discretamente anglófo­bos, ensañándose con «los moros de color feo y achatadas facciones» o con un ejército marroquí litografiado como una falange de simios y monos. La función patriótica-liberal de este imaginario racista y des­humanizador se intuye con claridad en algunas de las «cartas» que un ulema invocado por los redactores dirige al Profeta, cartas en las que el lector reconoce argumentos que en 1859 cualquier espíritu militante­mente liberal hubiera puesto en boca de un arquetípico rival, carlista o neocatólico:

Sin lección, sin instrucción y sin civilización nos lo pasábamos por aquí grandemente. El excelso emperador devolvía generosa y pródigamente en soberbias palizas lo que el pueblo le daba en dinero: todos trabajando has­ta reventar para que engordáramos unos cuantos. ¿Qué más podíamos ape­

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tecer? Un pueblo embrutecido y un emperador más tonto que su pueblo. Fi­gúrese vuesa merced que por acá nos iba todo a pedir de boca, y en particu­lar con el ganado femenino. 107

A medida que uno se aleja de la modesta sofisticación de El Cañón Rayado y se fija en publicaciones barcelonesas para audiencias más plebeyas, el tema del descrédito racista de lo marroquí gana más y más peso, hasta convertirse en el único referente explícito del discurso pa­triótico. Para los lectores, menos informados, de El Café (Semanario pintoresco de Barcelona) -suerte de almanaque pobremente enciclo­pédico que se volcó en la guerra durante el medio año que ésta dur6-, parece que bastaron la inevitable lírica épica de sus jóvenes redactores y, sobre todo, dos apartados que solían alternarse en sus páginas: «Ma­rruecos: Noticias estractadas de las relaciones de diversos viajeros» y «Marruecos: Usos, costumbres y civilización». lOS Estas expresiones de lo que cabría calificar de orientalismo grosero y populista, muy dado a la recreación exótica de los propios fantasmas culturales, a menudo empleando las formas y los gustos del mundo popular, fluyeron abun­dantemente en la Barcelona de 1859-1860. El 27 de noviembre de 1859 apareció en la ciudad, editada por la imprenta de Bonaventura Bassas, la primera entrega de Guerra al Moro (Crónica de la misma, o Lecturas semanales para el pueblo), al precio de tres cuartos el ejem­plar (El Cañón Rayado se despachaba por ocho cuartos). Ni las cir­cunstancias de la guerra ni sus repercusiones en la política española ha­llaron espacio en sus cuatro páginas que, por el contrario, se regodearon en detallar «noticias y curiosidades» de la vida marroquí: «berberiscos embusteros, pérfidos y ladrones, dados a la pereza, ignorancia y su­perstición»; «castigos que horrorizan, porque allí es uso aserrar a un hombre al través y a lo largo, empalarlo o quemarlo vivo»; muchachos criados «en el odio a los cristianos, pues jamás hablan de ellos sin aña­dir alguna imprecación como «perro cristiano»»; rumores sobre «el te­soro que tiene en Mequinez el emperador de Marruecos»... ; todo ello aliñado con historias como «la de un catalán que se fingió moro para apoderarse de Marruecos», fantasiosa biografía -si cabe- del agente godoyista Domingo Badia i Leblich (1767-1822).11)9 Aún más baratos y menos exigentes que Guerra al Moro resultaban los numerosísimos ro­mances que inundaron entonces los quioscos y librerías de la ciudad, breves narraciones versificadas, siempre ilustradas y editadas en hoja suelta. A la vista de los muchos que se han conservado, sus temas y motivos -con la guerra como telón de fondo- fueron muy variados, desde la crónica de las sucesivas batallas hasta,el muy tradicional «diá­logo entre el moro y el cristiano», desde cantar las glorias de los Vo­luntarios Catalanes (y las virtudes de sus muy citadas cantineras) has­ta ironizar sobre los y las tetuaníes que ü'Donnell «liberó» en febrero

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de 1860. Sin embargo, un rasgo común subyace a la mayoría de los ro­mances, con independencia de lo que cuentan: la convicción de que lo marroquí y los marroquíes no merecen otra suerte que la guerra y la eliminaci6n o el sometimiento, pues «su naturaleza» no les ha prepa­rado para otra cosa. 110

Se alimentó este último argumento, sin duda, de una remota tradi­ci6n discursiva, que hundía sus raíces en la España de los Austrias, pa­ra la que el «moro» era un sujeto doblemente estigmatizado, pues los estereotipos negativos -fundamental aunque no exclusivamente reli­giosos- no habían dejado de circular entre los espacios de alta y baja cultura, y en ambas direcciones. 111 A su vez, parece indiscutible que la guerra de África dio nueva vida a algunos de tales estereotipos, conse­cuencia de elecciones tomadas por propagandistas y escritores de sen­sibilidad patricia, quienes si insistían en la imagen del «infiel» religio­so apuntaban a sus propias posiciones «cat6licas» en el seno de la sociedad española, mientras que si enfatizaban la. naturaleza autocráti­ca del poder de Sidi Mohamed y su camariJJa JJamaban quizá a no bajar la guardia interior tras la enésima retirada de Narváez. Con todo, resul­ta muy significativo que el mayor grado de contundencia y ferocidad antimarroquí se alcanzase en discursos y productos destinados a públi­cos mayormente plebeyos y, en no pocos casos, en discursos y produc­tos nacidos de ambientes plebeyos. Fue en estos ambientes donde la burla y la humillaci6n simb6lica del adversario bélico alcanz6, al me­nos en Barcelona, cotas más altas, habitualmente por la vía de negarle al marroquí la potencialidad de ser un hombre «igual» al español.

EI17 de mayo de 1860 las sociedades corales obreras dirigidas por Jo­sep Anselm Clavé estrenaron en los Jardines de Euterpe de Barcelona el «rigod6n bélico catalán» «Los néts deIs Almogavers» (Los nietos de los Almogávares), una de las piezas que con motivo de la guerra de África compuso Clavé, influyente activista cultural surgido del mundo menestral barcelonés y demócrata militante desde los años del Trienio Esparterista. La canci6n, dedicada a los Voluntarios Catalanes, fue uno de los grandes hits de la temporada de 1860 (cargada de temas «africanistas»), así en los notablemente interclasistas Jardines de Euterpe capitalinos como entre las docenas de sociedades claverianas repartidas por toda Cataluña, for­madas básicamente por trabajadores manuales urbanos de variada condi­ci6n. La letra y estribillos de «Los néts deis A1mogavers» ilustran con fi­delidad el tipo de trato que cierto discurso patri6tico de raíces plebeyas dispens6, en Cataluña, a la imagen del mundo marroquí. Tratándose de Josep Anselm Clavé, un hombre que había conocido las siniestras cárce­les barcelonesas de la Década Moderada por su lucha contra la quinta, que había merecido la condena del destierro tras las luchas del verano de 1856, el mismo hombre que haría de «La Marsellesa» un himno republi­cano catalán y que merecería cargos públicos durante la Primera Repú­

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blica, uno no puede menos que preguntarse por las razones de tanta bilis racista y tanta exaltaci6n de la guerra desigual. Dicen sus Voluntarios, he­rederos de los Almogávares del siglo XIV, en uno de los estribillos:

Lo extermini jurem De eixa rassa d'esclaus Que humillar volgué un jorn Nostre orgull nacional! Sens pietat, viva Déu, Raije a dolls sa vil sanch! Sens pietat férs sembrem De cadtJvers llur camp!*1I2

Sin negarles toda influencia, parece muy discutible que los porqués de este lenguaje deban buscarse en las documentadas complicidades de Clavé con el patriotismo barcelonés de factura.patricia (del que no co­nozco exhortaci6n alguna de semejante estilo) ni, por supuesto, en las exigencias de la métrica catalana coreada. Entre otras cosas, porque es­ta suerte de patriotismo probélico que deshumanizaba -sobre todo po­líticamente- al marroquí para luego llamar a los Voluntarios Catalanes a la carga despiadada contra él tiñ6 muchas de las manifestaciones ge­nuinamente plebeyas en las que se celebr6 la guerra de África, aun an­tes de que Clavé compusiera sus canciones «africanistas».

Véase si no en qué consisti6 el ya mencionado Carnaval barcelonés de febrero de 1860, recién conquistada Tetuán. Carnaval popular há­bilmente organizado por la heterogénea Societat del Boro y muy pu­blicitado por el radicalismo local, que crey6 ver en su tutelada recupe­ración una sutil estrategia de proyecci6n pública. Según la cr6nica del también promotor carnavalesco Josep Maria Torres, líder republicano­federal en 1868 y buen amigo de Clavé, Su Majestad el Carnavallleg6 a Barcelona, procedente de Mataró, de manera muy acorde con el si­glo, a pesar de los «escrupulillos» de algunos:

'" el silbato del conductor anunciaba la proximidad de la locomotora que a los pocos momentos hacia su entrada triunfal arrastrando un tren especial, completamente empavesada con banderas nacionales y orlada de cabezas de marroquíes. Es necesario advertir de que no faltó zángano que se atrevió a censurarlo, so pretesto de que no es muy humanitario; pero esto son peli­llos en que uno no debe pararse en gracia al agradable aspecto que presen­tan unas cuantas cabecitas cortadas. iQuiá! son escrupulillos impropios del siglo en el que felizmente vivimos.

* El exterminio juramos' De aquelJa raza de esclavos' Que un día quiso humillar , Nuestro orgullo nacional! , Sin piedad. vive Dios.' Mane a borbotones su vil sangre! , Sin piedad, feroces sembramos' De cadáveres su campo!

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A juzgar por la detalladísima crónica de Torres -en la que no se adi­vina ninguna clase de rubor-, tales episodios de degradación simbóli­ca -no de personas concretas o de una casta gobernante, sino de una «raza de esclavos»- resultaron una constante durante aquel Carnaval, y particularmente en la muy plebeya rua que recorrió la ciudad varias veces: una legión de gigantes «en traje de jóvenes labradores del país» y «varias comparsas de enanos de todas fonnas, trajes, sexos y dimen­siones como diminutos marroquíes»; «una especie de guardia negra, llevando como triunfo un monigote de moro, subseguida de un escua­drón de caballería marroquí, con bacalaos por espadas»; «un estandar­te con un monigote y a s~ pie la siguiente inscripción, que no carece de deliciosa originalidad: "Ultimo habitante de Tetuán"», y, por supuesto, «el espíritu de provincialismo también representado por una pintores­ca patuleia de Tercios Catalanes, con su comandante a la cabeza». 113

La antítesis de esta «raza de esclavos» la simbolizaban los Voluntarios Catalanes. Así resultó en la rua, donde los Tercios Catalanes aparecieron «pintorescos» y semejando, en el peor de los casos, una patuleia (pala­bra catalana que en origen designaba precisamente a los batallones de irregulares de la primera guerra carlista). Así se visibilizó, también, durante la velada que organizó el Teatro del Circo Barcelonés a bene­ficio de los voluntarios y heridos de África, velada de aire plebeyo en la que se tomó la licencia carnavalesca de «transportar a Marruecos el lugar de la escena del disparate cómico-lírico» (¡uPor seguir a una mujer!!!) con el propósito de que los asistentes «tuvieran la satisfac­ción de ver de cerca a los moritos sin grave detrimento de su perso­na». 114 En pocas palabras, contrastan el desprecio y la crueldad con las que se representó a los marroquíes (ciertamente, con antecedentes en el imaginario popular) con la relativa solemnidad, libre de toda sátira, que se reservó para los Voluntarios Catalanes. Solemnidad como la que demostró la elogiada comparsa de la Sociedad Coral de Euterpe -eu­yos «cuarenta jóvenes pertenecían en su mayor parte a la clase obre­ra»- que el Martes de Carnaval recorrió de punta a cabo la ciudad «en cuestación a favor de las familias de los Voluntarios Catalanes que han sucumbido heroicamente en África», y que según la crónica del vene­rable Diario de Barcelona descolló entre la vulgaridad de tantas otras comparsas, marchando sus integrantes «unifonnemente vestidos», re­partiendo «sentidas poesías», y acompañados «de un carro bien deco­rado en el que iba una matrona simbolizando a Cataluñ.a». m En un to­no de parecida gravedad irrumpieron los «Voluntarios Catalanes» en el entierro del Carnaval, pues cerró el cortejo, «en un gigantesco carro­mato», «una elevadísima torre-fuerte figurando la Alcazaba de Tetuán en cuyas almenas se veía a los Voluntarios de Cataluñ.a izando repeti­das veces el pabellón [español] que flotaba en el asta de la almena más elevada y saludándole de vez en cuando con algunos disparos.»1I6 So­

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bran, en las crónicas del Carnaval barcelonés de 1860, los relatos de este estilo a propósito del trato que recibieron los Voluntarios, en las antípodas de la humillación racista dedicada a rifeñ.os y marroquíes y asimismo ajeno a la más mínima ironía o maledicencia que sí escapó, muy significativamente, contra algunos espadones de la política y el ejército españoles.

Reseñ.ó Josep Maria Torres, por ejemplo, el éxito que tuvo una de las comparsas «figurando una buñ.olería», ante todo por «el originalí­simo prospecto que repartían con profusión». El tal prospecto publici­taba «La Buñ.olería Universal», la cual esgrimía no haber cesado de manufacturar en las últimas décadas, «pues aquellos buñ.uelos [en 1814, 1823, 1843, 1852 en Francia...] salieron de nuestras sartenes, fueron amasados por poderosas manos, condimentados por consejeros de alto copete, amoldados acaso por ministros con cartera, y fritos por corchetes, esbirros y ejércitos enteros». Contaba el prospecto que «es­ta cronología buñ.olera está anotada y comentada en un libro de cocina llamado HISTORIA», y que aunque «en [18]54 cesaron los pedidos de nuestros más honrados parroquianos [...] recientemente suministramos la desaforada cantidad de 130.000 cargos a una acreditada cuadrilla, y eso que eran amasados con liga espesa». Las alusiones a ü'Donnell y a su corte de progresistas «resellados» no podían ser más discretamen­te claras, como tampoco la imputación de connivencia con la tradición autocrática y militarizadora de Narváez y sus moderados. Además, la empresa se jactaba de abastecer al emperador de Marruecos desde an­tiguo, «cual lo acredita el constante favor con que nos ha distinguido Muley-Abbas y otros miembros de la imperial familia». De tal manera que en la junta directiva de la metáforica expendedora de buñ.uelos coincidían, entre otros, el presidente «Excmo. Sr. Bravucón de la Man­cha, duque de Palencia» [por Ramón María Narváez] y un secretario de nombre "Alí-Fafa-Met".117 El déspota marroquí no era sino una répli­ca, lejana y exótica, de un déspota autóctono más recurrente y peligro­so. Su imagen especular. Resultaba inconcebible luchar contra el pri­mero en Marruecos sin que ello contribuyera, a su vez, a minar las fuerzas y los apoyos del segundo en España.

Lo importante no estriba en medir el grado de realismo político de un argumento patriótico de tal naturaleza, sino en esclarecer los puntos de contacto entre un patriotismo elaboradamente «democrático» como el que transpira el ejemplo anterior y las expectativas de protagonismo público (perdido) de amplios sectores de la Barcelona plebeya. A tales efectos, estos particulares episodios patrióticos, en los que se entrete­jen la iniciativa de ciertos líderes del radicalismo político local y la participación masiva de la ciudad popular, se adivinan los más útiles. Con todas las limitaciones impuestas por la ley y las autoridades unio­nistas, en ellos tendía a expresarse, a menudo de manera casi automá­

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tica, lo que la patria y su defensa significaban esencialmente para una heterogénea constelación de trabajadores manuales de la gran ciudad. Como muestra, un botón. Los Voluntarios Catalanes que combatieron en Marruecos polarizaron las celebraciones probélicas en la Barcelona de 1860, y particularmente las numerosas que protagonizaron Josep Anselm Clavé y sus sociedades cQrales obreras. Clavé cantó sus gestas, organizó colectas públicas para auxiliar a los voluntarios y a sus fami­lias, editó romances exaltatorios en su imprenta, y movilizó a sus co­ros plebeyos para un recibimiento que no se dispensó a ninguna unidad regular del Ejército de África.1I8 Ciertamente, hasta aquí la actitud de Clavé y los suyos no resultó muy diferente de la celebración que de los voluntarios hicieron los ideólogos patricios (matices apologéticos al margen), celebración que incluyó a menudo a los primeros. Pero si­multáneamente Clavé no quiso, o no pudo, evitar que las sociedades corales siguieran actuando públicamente con miras a objetivos que ha­bían persegudido desde su fundación, durante la última década, objeti­vos que podían levantar sospechas a ojos de los muchos abogados de la guerra, caudillos, propagandistas y oportunistas varios. Así, desde el otoño de 1859 el portavoz del movimiento coral catalán, Eco de Eu­terpe, no dejó de anunciar los acostumbrados conciertos para reunir fondos con el objeto de redimir a un corista «agraciado» con la quinta, a la que este patriotismo plebeyo continuó presentando como una mal­dición política. No debe sorprender pues la insistencia de dicho patrio­tismo en glorificar a los voluntarios, motejados explícitamente de «Mi­gueletes», y, en cambio, su mucho más frío entusiasmo con respecto a las tropas regulares, vacías de quintos catalanes. 119

El desprecio hacia el marroquí y la crítica del poder oligárquico sin mayor legitimación (incluidas sus instituciones, como podía serlo el ejército) formaban parte de una genérica cultura plebeya urbana desde décadas atrás. En la Barcelona de 1859-1860 ambas tradiciones popu­lares se conjugaron con las emergentes expectativas del recobrado ra­dicalismo político (líderes y clientelas), y con el cuadro político más general, dando lugar a una respuesta sociológicamente particular al es­tallido y desenlace de la guerra de África. El éxito popular de los Vo­luntarios Catalanes tuvo mucho que ver con su potencialidad simbóli­ca en tal contexto, y su posibilidad de ser emblema de un determinado orgullo plebeyo se alimentó de la oposición a la imagen del humillado marroquí y también, aunque más elípticamente, de las distancias fijadas con respecto a un ejército regular que había servido a la causa de la ex­clusión política y pública del interclasismo popular desde 1856. A pro­pósito del gusto de activistas y propagandistas plebeyos por el discurso racista y violentamente antimarroquí, no creo que quepan muchas du­das sobre su porqué, más allá de sus indiscutibles raíces populares y de la segura interacción con los discursos patricios justificadores de la

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guerra. La «raza de esclavos» que Clavé quiso ver en los marroquíes, la legión de enanos con rasgos oscuros que desfiló a la sombra de los gigantes «del país» durante el Carnaval popular, simbolizaban precisa­mente el mayor miedo que aún albergaban los ideólogos y organizado­res de la ciudad plebeya: la consolidacién en España de un Estado y una política ferozmente oligárquicos, que excluyeran sin más a aqué­llos y a sus clientelas naturales, reconvirtiendo en súbditos a los que ya habían ejercido como ciudadanos. Al combatir a una «raza de escla­vos», es decir, a unas gentes que traían la exclusión política y civil ins­crita en el código genético, los Voluntarios Catalanes combatían contra los peores fantasmas de cierta Cataluña interclasista y radical, la mis­ma que había sido derrotada en 1856 y enterrada viva en los dos años siguientes. El rifeño que corría tras las armas de su emperador, ciego servidor de burócratas y cortesanos imperiales, constituía la transfe­rencia de una distopía interior experimentada por demócratas y repu­blicanos al menos entre 1856 y 1858, cuando Narváez, Nocedal, y Za­patero en Cataluña, habían campado a sus anchas.

Reveladoramente, la imagen del marroquí bárbaro y despreciable por ser inevitable instrumento del déspota ya no desaparecería de la cultura política catalana y, tras mezclarse con nuevas y más complejas imágenes, reaparecería bajo otras formas, hasta culminar en el estigma «moro» que la izquierda adjudicaría de inmediato a las tropas colonia­les levantadas contra la República en julio de 1936. 120

Notas

l. Citado en Emilio Castelar, Francisco de P. Canalejas, G. Cruzada Víllaamil y Mi­guel Morayta, Crónica de la Guerra de África, seguida de la Crónica del Ejército y Ar· mada de Africa, Madrid, Imprenta de V. Matute y B. Compagni, 1859, vol. 11, p. 241.

2. Sobre las presiones tutelares de Londres sobre Madrid a propósito de hasta dón­de podía llegar España en Marruecos en 1859 véase Emilio Castelar, Francisco de P. Ca· nalejas, G. Cruzada Villaamil y Miguel Morayta, Crónica de lo Guerra de África..., vol. 1, pp. 58 Yss. (reproduce los despachos diplomáticos entre Londres y Madrid); sobre el in­terés británico por seguir de cerca el ataque español contra Marruecos, Frederick Hard­man [corresponsal de guerra de The TImesJ, The Spanish campaign in Morocco, Edim­burgo y Londres, William Blackwood and Sons, 1860. Para una síntesis manejable de la formación del Ejército de África y de la guerra en Marruecos desde una interesante pers­pectiva «higienista», véase Joan Serrallonga Urquidi, «La guerra de África y el cólera (1859-1860)>>, Hispania, LVIII/l, 198 (1998), pp. 233-260.

3. Benito Pérez Galdós, «Aita Tettauen», en Episodios Nacionales, Obras Comple­tas, Madrid, Aguilar, 19668 (el episodio fue escrito por Pérez Galdós en 1904-1905), se­rie 4:. T. I1I, pp. 242-243. Tomo la cita y otros datos sobre «Aíta Tettauen» de M. C. Lé­cuyer y C. Serrano, La Guerre d'Afrique et ses répercussions en Espagne, 1859-1904, París. Presses Universitaíres de France, 1976, pp. 293-356, particularmente pp. 341-342.

4. Sin ninguna duda, la más explícita y lúcida había sido la de Victoriano de Ame· ller en Juicio critico de la Guerra de África, o apuntes para la historia contemporánea, Madrid, Francisco Abienzo impresor, 1861. Victoriano de Ameller (o VictoriA d' Amet­

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lIer), «coronel retirado» en 1861. había desempeñado un papel decisivo en los levanta­mientos antimoderados y republicanos en la Cataluña de finales de los años cuarenta: véase loan Camps Giró, La Guerra deis Matiners i el catalanisme polEtic (1846-1849), Barcelona, Curial, 1978, pp. 203 Yss.

5. Las citas literales proceden de José María Jover Zamora, «Caraceteres del nacio­nalismo español, 1854-1874», Zona Abierta, 31 (1984), pp. 1-22. p. 15; José María Jo­ver Zamora. «Prólogo», en José María Jover Zamora (dir.), La era isabelina y el Sexe­nio Democrático (1834-1874) en Historia de España/Menéndez PidaVTomo XXXIV. Madrid, Espasa-Calpe, 1991, pp. XI-CLVII. p. CXLVIII. Nuevo énfasis en el hecho de que «sólo la expedición de Marruecos [de todas las «expediciones o intervenciones mi­litares» del periodo 1858-1863] contó con una auténtica asistencia nacional y reportó una utilidad política interior»: José María Jover Zamora. España en la polftica interna­cional. Siglos XV/lI-XIX. Madrid y Barcelona, Marcial Pons. 1999. pp. 143-144.

6. He consultado Pedro Antonio de Alarcón. Diario de un testigo de la Guerra de África por D. --, Soldado Voluntario durante la Campaña. Madrid. Sucesores de Rí­vadeneyra. 19238 (tienen interés las razones de Alarcón para «sentar plaza» de volunta­rio en el Ejército de África, razones estratégico-emotivas que deben leerse como fun­cionales a la empresa editorial que lo llevó a Marruecos: véanse las pp. 11 Y ss.); Romancero de la Guerra de África. presentado a la Reina Da. Isabel 11... por el Mar­qués de Molins, Madrid. Imp. de M. Rivadeneyra, 1860. Lecturas del «impacto social» de la guerra de África privilegiando tales testimonios, en José María Jover Zamora, «Prólogo» en La era isabelina, p. CXLIX; M. C. Lécuyer y C. Serrano, La Guerre d·Afrique...• jJp. 181-209 y 135-164.

7. José Alvarez Junco. «El nacionalismo español como mito movilizador. Cuatro guerras», en Rafael Cruz y Manuel Pérez Ledesma (eds.), Cultura y movilización en la España contemporánea. Madrid. Alianza, 1997, pp. 35-67. particularmente pp. 46-51; José Álvarez Junco, «La nación en duda», en luan Pan-Montojo (coord.). Más se perdió en Cuba. España, 1898 y la crisis de fin de siglo, Madrid. Alianza. 1998, pp. 405-475, particulannente pp. 430-437 (con referencias al propagandismo probélico de Castelar). Sobre los primeros «libros políticos» de Castelar (1858-1859): Antonio Eiras Roel, El Partido Demócrata español (1849-1868), Madrid. Rialp, 1961, pp. 244-249; sobre Cas­telar y la guerra de África: M. C. Lécuyer y C. Serrano, La Guerre d'Afrique... , pp. 55­59 Y 101-102 y. sobre todo. Emilio Castelar, Francisco de P. Canalejas, G. Cruzada Vi­lIaamil y Mijluel Morayta, Crónica de la Guerra de África...

8. José Alvarez Junco. «El nacionalismo español como mito...», p. 47. 9. Véase Carlos Serrano, El nacimiento de Carmen. Sfmbolos. mitos y nación, Ma­

drid, Taurus, 1999, pp. 134-135 (Prim y los Voluntarios Catalanes de la guerra de Áfri­ca en las zarzuelas barcelonesas de finales del XIX).

10. Un caso paradigmático, por su tenacidad en revelar lo oculto y su capacidad pa_ ra sacar petróleo de un puñado de «fuentes» halladas al tuntún: Pere Anguera, Els pre­cedents del catalanisme. Catalanitat i anticentralisme, 1808-1868, Barcelona, Empú­ries.2000.

11. Josep Fontana. «L'altra Renaixen\;a: 1860 i la represa d'una cultura nacional ca­talana». en Historia de la cultura catalana. Vol. V: Naturalisme. positivisme i catala­nisme, 1860-1890, Barcelona. Edicions 62.1994, pp. 15-33.

12. Véase Albert Garcia Balañ~, «Tradició liberal i política colonial a Catalunya. Mig segle de temptatives i limitacions, 1822-1872», en Catalunya i Ultramar. Poder i negoci a les colOnies espanyoles (1750-1914) (bajo la dirección de losep M. Fradera). Barcelona. Consorci de les Drassanes de Barcelona / Ámbit Serveis Editorials, 1995, pp. 77-106. particularmente pp. 87-91.

13. Un ejemplo paradigmático de «elogio patricio y provincialista» de los Volunta­rios Catalanes. contemporáneo de la guerra de Africa, lo presenté y expliqué en el artícu­lo citado en la nota anterior: los textos que Estanislau Reynals y Rabassa, «intelectual orgánico» del conservadurismo catalán de raíz moderada, les dedicó en el Diario de

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Barcelona (mayo de 1860) (véase Albert Garcia Balañ~, «Tradicióliberal y política co­lonia!...». pp. 89-90 Y104).

14. Me refiero a los trabajos pobremente positivistas de Luis Justo Navarro Mira­lles, Voluntarios Catalanes en la Guerra de África. 1859-1860, tesis de licenciatura iné­dita. Universidad de Barcelona. 1972. y de Mercedes Braunstein Franco, «BIs volunta- . ris catalans a la Guerra d'África (1859-1860)>>, L'Avellf. 237 (1999). pp. 76-79.

15. Para los detalles y la bibliografía sobre el patriotismo británico de factura Radi­ i cal-plebeya nacido con la guerra de Crirnea. véase el apartado 3 de este trabajo. f:

t t16. Victoriano de Ameller. Juicio critico de la Guerra de África... , p. 28; sobre los }

antecedentes militares y políticos de Victori~ d'Ametller antes de 1860, véase la nota 4 Ide este trabajo. 17. Victoriano de Ameller. Juicio critico de la Guerra de África... , p. 28. 18. Conrado Roure. Recuerdos de mi larga vida. Costumbres, anécdotas, aconteci­ J

mientos y sucesos acaecidos en la ciudad de Barcelona desde el 1850 hasta el 1900, f Barcelona, Biblioteca de «El Diluvio». 1925, vol. 1, pp. 144 Y146-147 (el subrayado es mío). Datos biográficos sobre el autor: vol. l. pp. 9-11 Y121·124. Su juicio retrospecti­ •~ vo del patriotismo de juventud. juicio sin duda condicionado por su lealtad republicana "

J~

en la España de la agonía de la Restauración, del Desastre de Annual (1921) Y del gol­pe de estado de Primo de Rivera (1923): «¡Dichosos tiempos en que los veinte años nos ,cubrían con una venda rosada los ojos y nos enardecíamos con las acciones del presen­te, sin meditar en las consecuencias del futuro! iDichosos tiempos y dichosa edad! ¡Hoy .la venda de la juventud y la inexperiencia ha caído y aquella consecuencia que debía­mos haber previsto. porque era justa, se nos muestra con toda su crudeza! ¡Hoy, cuando ya es tarde para refrenar nuestros entusiasmos y no podemos deshacer lo hecho sin des­doro!...» (vol. I, p. 143). El testimonio de Roure a propósito del entusiasmo barcelonés durante la guerra de África ha sido utilizado por Josep Fontana, «L'altra Rena¡'~en\;a: 1860...». p. 25.

19. Sobre Rossend Aros i Arderiu, periodista, escritor y mecenas republicano y ma­són, Conrado Roure. Recuerdos de mi larga vida...• vol. l. pp. 259-263 Y135-141 (Arús. secretario de la Societat del Born y animador del Carnaval «africanista» de 1860). So­bre la Societat del Born, Sebastil lunyent y el trasfondo sociológico y político de su apropiación y refonna del viejo Carnaval barcelonés. vúse Albert Garcia Balañ~. «Or­dre industrial i transfonnació cultural a la Catalunya de mitjan segle XIX: a propllsit de Josep Anselm Clavé i l'associacionisme coral», Recerques. 33 (1996), pp. 103-134. par­ticularmente pp. 115-119. Para una crónica detalladfsima del Carnaval «africanista» de 1860. J. A. Clavé y J. M. Torres. El Carnaval de Barcelona en 1860. Barcelona. libre­ría Española. 1860; véase también el último apartado de este trabajo.

20. Las referencias a los cuadernos manuscritos de Rossend Arús i Arderiu: Biblio­teca Arús (Barcelona), fondos manuscritos: Aros I-Cl/14: «6. Carnaval de 1860»; Arús I-CI1l5: «7. Entrada de los Voluntarios Catalanes en 3 de Máyo 1860»; asimismo tiene algón interés Arús IV-Cl/59: «Los Voluntaris Catalans», poema manuscrito en catalán por el propio Arús. sin fechar. ejemplo de patriotismo provincial nada original y de po­brísima factura literaria (lo que induce a pensar que se trata de una pieza de juventud, escrita cuando la guerra). Más noticias sobre el protagonismo de la Societat del Bom en las celebraciones al regreso de los Voluntarios Catalanes: Vfctor Balaguer. Reseña de los festejos celebrados en Barcelona en los primeros dúJs de Mayo de 1860 con motivo del regreso de los VoluntQrios de Cataluña y tropas del Ejb'Cito de África. Madrid y Barcelona, Librería Española. I. López Bernagosi. 1860. pp. 73·76.

21. De Conrad Roure debe destacarse su trayectoria periodístico-publicista (dirigió La Campana de GrlJcia y El Federalista. tribunas del primer republicanismo federal barcelonés). y su contribución a la recuperación de un teatro popular en lengua catala­na, de claras connotaciones políticas en sus inicios (finnó su teatro bajo el seudónimo «Pau Bunyegas»). De Rossend Arús puede verse su mediocre pero revelador teatro po­lítico (May més Monarquia! [1873], Lo primer any republicll [1873] o La advocació

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deis tres Reys [1876]) y. sobre todo, la magnífica biblioteca que legó testamentariamen­te a la ciudad de Barcelona (1895). 25.000 volúmenes de la mejor literatura moderna so­bre política democrática y republicana. y cultura laica y racionalista.

22. Víctor Balaguer. Reseña de los festejos celebrados en Barcelona...• p. 12; véase también la p. 46.

·23. Francisco Rispa y Perpiílá, Cincuenta años de conspirador (Memorias politicas revolueionarias. 1853-1903). Barcelona, Colección Balagué. Librería VilelIa, 1932; pp. 7-10 (clandestinidad demócrata antes de julio de 1854). 17 (teniente de la Milicia Na­cional) y 27-29 (corresponsalía para Lo Discusi6n y exilio en Francia). Sobre el prota­gonismo plebeyo y obrero en la Milicia Nacional barcelonesa de 1854-1856. véase el si­guiente apartado de este trabajo. así como Josep Benet i Casimir Martí. Barcelona a "'iljan segle XIX. El movi",ent obrer durant el Bienni Progressista (1854-1856). Barce­lona. Curial. 1976.2 vals.• vol. l. pp. 519-525.

24. Todas las citas literales y referencias proceden de Francisco Rispa y Perpiftá. Cincuenta años de conspirador. ..• pp. 39-50 (<<Capítulo V. África 1859-60. Los Volun­tarios Catalanes»); la cita sobre los voluntarios, pp. 48-49 (el subrayado es mío); heri­das de guerra y talento bélico de Rispa, pp. 44-45 Y47-48 (<<Allí. a mi lado. y a un paso de distancia. hirieron en la pata al célebre perro Palomo... Después del general Prim, el perro Palomo fué el "personaje" de moda."); sobre sus crónicas para Lo Corona de Ara­g6n. pp. 40-42; su decisión de permanecer en el ejército y sus actividades conspirativas entre 1860 y 1868. pp. 51 Yss. Pedro Antonio de Alarcón. cronista civil en el Ejército de África y al poco voluntario (por obvias razones de marketing editorial): Pedro Anto­nio de Alarcón, Diario de "" testigo de la Guerra de África.... vol. l. pp. 11-16.

25. Sobre el testimonio de GfielI i Mercader véase Josep GUe)) i Mercader, Coses de Reus (Records d'"" jove que ja no ho és), Reus. Asociación de Estudios Reusenses. 1965, pp. 79-82 (sobre el manuscrito original. véase la p. 115); detalles sobre el aloja­miento civil de soldados y voluntarios (práctica de funesta tradición entre los sectores populares catalanes). con particular énfasis en la participación de familias artesanas y obreras. p. 81; sobre el Centre de Lectura, del que GUelI i Mercader fue uno de los fun­dadores. pp. 89-98 Y69 (citación literal que traduzco). Mis sobre el Centre de Lectura y su condición de aglutinador del republicanismo reusense. y sobre el protagonismo de ciertos líderes obreros locales en su gestión en Pere Anguera, El Centre de Lectura de Reus. una instituci6 ciutadana. Barcelona, Edicions 62. 1917; Albert Arnavat, Movi­ments socials a Reus. 1808·1874. Deis motins populars al sindicalisme obrero Reus. As. sociaci6 d'Estu1fis Reusencs. 1992. pp. 69-71. Según el censo de población de 1860, la ciudad de Reus alcanzaba entonces los 27.257 habitantes.

26. Francesc Tomé i Barrera, Uibrela per recor de algunas cosas misnot()rlas (Reus 1838-1883). Tarragona. Quaderns d'Histbria Contempodnia, Departament d'Histbria ContemporAnia, 1981. pp. 36-41; la referencia al Centre de Lectura y la cita literal (que traduzco del catalán). pp. 36 Y38. Sobre los antecedentes familiares. sociales y políti­cos de Francesc Tomé i Barrera, véase Pere Anguera, Dé,., rei i frun. El primer carlisme a Catal""ya. Barcelona. Publicaeions de l'Abadía de Montserrat, 1995. pp. 283-284. así como el prólogo del mismo Pece Anguera a la edici6n del manuscrito de Torné i Barre­ra (pp. 5-7).

27. Todas las citas y referencias sobre la muy planificada gira de Prim por Catalufta al regreso de Marruecos en Francisco Giménez y Guited. Historia ",ililar y polltica del general Don Juan Primo Marqués de los Castillejos... enÚllada con la particular de la guerra civil en Cataluña y con la de África. Barcelona, Madrid, La Habana, Librería del Plus Ultra. Librería de D. Emilio Font. Librería La Enciclopedia, 1860. vol. n. pp. 367­373 (Figueres). 373-377 (Girona). 377-380 (Mataró) y 431-437 (Tortosa).

28. Evaristo Ventosa, Españoles y marroqu/es. Historia de la Guerra de África. Barcelona, Librería de Salvador Manero. 1859-1860. 2 vols.); Evaristo Ventosa, Lo re. generaci6n de España. Barcelona. Librería de Salvador Manero, 1860.

29. Evaristo Ventosa. Lo regeneraci6n de España. pp. 119-130 (capítulo X).

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30. lbid. (los subrayados son míos). 'i':31. Evaristo Ventosa, Españoles y marroqu(es.... vol. n. pp. 1.113-1.119 (la Socie­tat del Born y Clavé y sus coros al regreso de los Voluntarios). y vol. l. pp. 566-571

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(despedida multitudinaria de los voluntarios); a propósito de las «sombras» del Prim vencedor en África, basten estas líneas de la entonces inexcusable «Biografía de D. Juan Prim. Conde de Reus» (capítulo XXXIX): «... y contra lo que no podía esperarse de un hombre de corazón audaz y arrojado como él [PrimJ. aquella indecisión [ante la Junta Central barcelonesa de 1843J duró muchos días. tomando al fin el partido del gobierno. acto que le valió la animadversión de sus amigos Ydel Partido Democrático. que tam­bién apoyó al movimiento de Junta Central. de tal modo que. a6n hoy mismo. a pesar de las glorias y renombre que ha sabido conquistarse en África, a pesar de un manifiesto en que declaró durante los once dos que en 1843 había cometido un error. el Partido De­mocrático no le ha perdonado ni le perdonará jamás lo que llama "la más inicua de las traiciones"» (vol.n. p. 631).

32. La identidad real de «Evaristo Ventosa» y las razones de la etapa barcelonesa de Fernando Garrido en E. Rodríguez-Solís. Historia del Partido Republicano español. Madrid. Imprenta de Fernando Cao y Domingo de Val. 1892-1893, vol. n, pp. 544-S45; también en Jordi Maluquer de Motes. «Presentaci6n». en Fernando Garrido. LA federa­ci6n y el socialismo. Barcelona, Labor. 1975. pp. 7-42. particularmente pp. 18-23. Otros ejemplos de propaganda doctrinal publicada por Garrido bajo el paraguas de Salvador Manero en Fernando Garrido. Lindezas del despotismo, Barcelona. Librería de Salvador Manero. 1860. y el también «catecismo democrático» Lo democracio y sus adversarios, Barcelona. Librería de Salvador Manero. 1860. Fernando Garrido y el fracasado levan­tamiento republicano del verano de 1859 en Antonio Eiras Roel, El Partido Demócra­ta.... p. 250; Demetrio Castro AIffn, «Unidos en la adversidad. unidos en la discordia: el Partido Demócrata, 1849·1868». en Nigel Townson (ed.). El republicanisMO en Espaif4 (1830-1977). Madrid. Alianza, 1994. pp. 59-85, p. 71.

33. La cita literal sobre la actividad de Garrido durante estos aílos corresponde a E. Vera y González (1886). y la tomo de Jordi Maloquer de Motes, «Presentaeión». en Fer­nando Garrido.LAfederaci6n.... p. 20. Las dos citas literales sobre las bondades de la guerra de África proceden de Evaristo Ventosa, LA regeneracúJn de Espa/fll. p. 121. So­bre los cambios en la presentación de la guerra africana por pertc de Garrido. compá­rense sus títulos de 1859-1860 con Fernando Garrido. Historia del reinado del altilno Borbón de Espaif4. Barcelona, Salvador Manero Editor. 1869. vol. m, pp. 397-432, cu­yo énfasis en el tratamiento de la guerra de África como iutrumento político espdreo (10 que Garrido llama «egoísmo de la Unión Liberal») es arrollador.

34. Véase la transcripción de la real orden de 24 de diciembre de 1859 en Evaristo Ventosa. Españoles y marroqufes.... vol. l. pp. 563-565; tambi6n en Víctor Balaguer. JorntJdas de gloria o los espaJfoles en África, Madrid. Barcelona, La Habana, Librería EspaBola. l. López Bernagosi.Librería La Enciclopedia, 1860, pp. 334-336. Sobre la presencia de mandos sin experiencia castrense entre los suboficiales de Voluntarios Ca­talanes: ÁlbUM de la Guerra de África (Fo1'11WJJD con presencio de d4tos oficioks y pu­blicado por el periddico dAS Novedades»). Madrid, Imprenta de «Las Novedades». 186O•.p.29.

35. Todas las cifras y fechas sobre la formación del cuerpo de Voluntarios CataIanes proceden del vaciado de Arxiu Histbric de la Diputació de Barcelona [en adelante AHDBJ. legajo 1.004. expediente «Listas de los individuos que componían el cuerpo de Voluntarios Catalanes» (1860): «Voluntarios de Catalufta. Relaci6n nominal de los in­dividuos que han pertenecido y pertenecen al expresado Cuerpo»; también: «Relación nominal de los SS. Jefes y Oficiales e individuos de tropas que han muerto o han sido heridos durante la campaBa de África pertenecientes a las Compallías de Voluntarios de Cataluftalo (12 de noviembre de 1860).

36. Sobre las particularidades del unionismo en Catalufta, véase Borja de Riquer. «El conservadorisme polític catalA: del fracAs del moderantisme al descncís de la Res­

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tauraci6», Recerques, Il (1981), pp. 29-80, particularmente pp. 35-37. Este mismo unionismo en la Diputaci6n Provincial de Barcelona (1860) en 10sep M. Fradera, «En­tre Progressistes i Moderats: la Diputaci6 de 1840 a 1868», en Borja de Riquer (dir.),

-Historia de la Diputació de Barcelona, Barcelona, Diputaci6 de Barcelona, 1987, vol. 1, pp. 104-141, particularmente pp. 110-111.

37. AHDB, legajo 1.004, expediente «guerra de África. Gastos del uniforme y equi­po de los Voluntarios de Cataluña» (1860): "Estado demostrativo de las prendas de ves­tuario y equipo que se construyeron y entregaron para los Voluntarios de Cataluña» (29 de marzo de 1860), «Vestuario y equipo para los Voluntarios de Cataluña» (1860), y so­licitud de 10sep L10pis i Agustín (24 de mayo de 1860); expediente «Sobre demostra­ciones por parte de la Provincia con motivo de la guerra de África» (1860); expediente «Indemnizaciones a los lefes y Oficiales de los Voluntarios Catalanes» (1860); también legajo 1.007, expediente «Festejos por la toma de Tetuán» (1860).

38. Un interesante catálogo de los trabajos «marroquíes» de MariA Fortuny en 10rdi A. Carbonell, Maria Fortuny i la descoberta d'A¡rica: els dibuixos de la guerra hispa­nOMQrroquina, 1859-1860, Barcelona, Columna, 1999; otros casos de pintura de tema marroquí pensionada por la Diputación (Francesc Sans i Cabot, Eduardo Rosales), en losé Luis Díaz, lA pintura de historia del siglo XIX en España, Madrid, Ministerio de Cultura, Museo del Prado, 1992. El telegrama de Barrau, fecbado en Madrid y destina­do a Bonaventura Palau en la Diputación, se halla en AHDB. legajo 1.004, expediente «guerra de África. Gastos del uniforme y equipo...» (1860).

39. Sobre unionismo y «conservadurismo catalán», véase Borja de Riquer, «El con­servadorisme polític catalA: del fracAs...», pp. 35-37. Detalles sobre el protagonismo de Dulce en la creaci6n de los Voluntarios, la tard(a incorporación de una comisión de di­putados provinciales (Rafael Maria de Duran y Íosep Antoni de Ros), y la cuesti6n del vestuario en Víctor Balaguer, Jornadas de gloria o..., pp. 334-337; Evaristo Ventosa. Españoles y MQrroqu(es.... vol. 1, p. 566. Las obligaciones financieras que inicialmente asumió la diputaci6n: AHDB, legajo] .004, expediente «guerra de África. Gastos del uniforme y equipo...» (1860); distinta cosa fueron las indemnizaciones y pensiones de posguerra, no prefijadas por la real orden de 24 de diciembre y que la Diputación no re­serv6 únicamente para los voluntarios: véase AHDB, legajo 1.004, expediente «Sobre demostraciones por parte de la Provincia...» (1860) (que incluye algunas negativas de la Diputación fundadas en lo limitado de su compromiso presupuestario).

40. Las referencias a la real orden en Víctor Balaguer. Jornadas de gloria o.... pp. 334-336. Sobre Prim y su cronología marroquí en 1859-1860 véase Francisco 1. Orella­na, Historia del General Primo Barcelona. Emp. Ed. La Ilustración, 1872, vol. 11, pp. ]2]-259, Yparticularmente los capítulos IV, V YVI; asimismo resulta muy útil sobre Prim y el sentido político de todas sus acciones militares, por insignificantes que pudie­ran parecer: Frederick Hardman. The Spanish campaign... , por ejemplo pp. 42, 51-54. 62,75, 101-106 Y125-130...

41. Francisco Rispa y Perpiñá. Cincuenta años de conspirador.... pp. 12-14 (con re­ferencias explícitas al futuro «africanista» de Sugranyes). También: Santiago Luis Du­puy, Barcelona desde l. e de Julio hasta 20 de Septiembre de 1854, Barcelona, Impren­ta de Narciso Ramírez, 1854, pp. 3-4.

42. El expediente de diligencias que la alcaldía barcelonesa abri6 a Sugranyes en ]855 se presenta en Josep Benet i Casimir Martí. Barcelona a mitjan segle XIX... , vol. 1, pp. 323 (nota 77). El libelo anónimo y sin pie editorial que se halló en poder de Su­granyes llevaba por título Vig(a de la Provincia. y he podido consultarlo en Arxiu Histbric de la Ciutat de Barcelona [en adelante AHCB]. Biblioteca: A 9 8.e op. 86. So­bre los miembros de la Ronda d'en Ta"is. perseguidos -y asesinados algunos- por la multitud durante las jornadas de julio de 1854, véase Francisco Rispa y' Perpiñá, Cin­cuenta años de conspirador... , pp. 20-21; Conrado Roure, Recuerdos de mi larga vi­da.... vol. 1, pp. 53-56; 10sep Benet i Casimir Marti, Barcelona a mitjan segle XiX... ,

vol. 1, pp. 314-328.

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43. Joan Amades, Histories i l/egendes de Barcelona. Passejada pels carrers de la ciutat vella, Barcelona, Edicions 62. 1984. vol. l. pp. 51 1-512; Victorill. Sugranyes y los voluntarios. iconos habituales en la decoraci6n de cafés y tabernas de la Barcelona vie­ja tras la guerra de África en vol. 11, p. 128.

:S'

44. Léase lo que escribió en sus Idcidas memorias 10aquim Maria Sanromll.. en 1854 todavía un joven licenciado en leyes pero ya un progresista catalán notablemente hete­rodoxo: «No se me olvidará el estrépito que armaron, con sus aplausos, los concurrentes al Café Nuevo de la Rambla cuando. a las barbas de la policía. se ley6 el último párrafo 1 del Manifiesto [de Manzanares] con la promesa de la Milicia Nacional. Bienaventura­dos aquellos patrioteros, porque de ellos era el reino de los tontos. Un higu(. la Milicia. • y abrían la boca. [...] Como en el Evangelio, creían en la posibilidad de un pueblo ar­ 1mado por D. Leopoldo O·Donnen. ¡Tan confiados siempre y tan bonachones! No veían lo que veíamos otros asiduos al Café. con sólo fijarnos en el sitio y en la redacción del párrafo famoso. Puesto allá al final como un pegote, como diciendo ¡ah! se me olvida­ba: cuatro palabras secas. frías. incoloras. sin ningún comentario. ni siquiera alguno de aquellos epítetos lisonjeros que revelan el gusto del ofrecimiento y excitan la gratitud del favorecido». (loaquín María Sanromá. Mis memorias. Tomo 11: 1852-1868. Madrid. Tipografía de los Hijos de M. G. Hernández. 1894, pp. 274-275). El ya clásico yejem­plar estudio de Pérez Garzón sobre la Milicia madrileña en luan Sisinio Pérez Garzón. Milicia Nacional y revolución burguesa: el prototipo madrileño (1808-1874). Madrid. Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1978. I45. 10sep Benet i Casimir Martí. Barcelona a mitjansegle XiX.... vol. l. pp. 519·525; la corresPondencia del cónsul francés en Barcelona se reproduce en las pp. 519-520. Un lamento militar cercano a O'Oonnell por la «tardanza» de las autoridades civiles barce­lonesas en «poner orden» en la renacida Milicia Nacional: Santiago Luis Dupuy. Bar­celona desde l. e de Julio... •pp. 16-17.

46. 10sep Benet i Casimir Martí. Barcelona a mitjan segle XiX.... vol. 11, pp. 26-31 (los mandos de la Milicia Nacional barcelonesa se niegan a obedecer las órdenes del ca­pitán general Zapatero de reprimir a los huelguistas); vol. 11. pp. 208-222 (depuraci6n parcial de la Milicia Nacional y del coronel Bellera).

47. 10sep Benet i Casimir Martí, Barcelona a mi/jan segle XiX.... vol. l. pp. 524 (y nota 36) y 532 (Bellera y la candidatura a Cortes llamada Unió Liberal); vol. n. pp. 210­21 I y 507-509 (Bellera al mando de la guarnici6n de Monz6n. julio de 1855. y su con­tribución a la resistencia contra O·Oonnell. agosto de 1856).

48. La cita literal sobre el ascendiente de Bellera entre la población obrera barcelo­nesa en 10sep Benet i Casimir Martí. Barcelona a mitjan segle XIX.... vol. 11, p. 211 (no­ta 82). a partir de una crónica del Journal de Madrid (13 de agosto de1855. p. 3). BeUe­ra, jefe de Francos en la región de Tarragona-Reus durante la primera guerra carlista en Pere Anguera. Déu, ni Uam. ... pp. 139. 159-166 Y171-172; lealtades interpersonales nacidas en el seno de las compaiiías milicianas, a menudo fundadas en complicidades colectivas asociadas a la represión indiscriminada del enemigo y al saqueo de los pue­blos (del que la compaiUa de Bellera hizo buena gala) en pp. 371-373.

49. Josep M. Ollé Romeu. «Bellera. Francesc», en Diccionari d'Historia de Cata­lunya, Barcelona. Edicions 62. 1992. p.1l4 (Bellera y la Jamancia de 1843); loan Camps Giró. lA Guerra deis Matiners... , pp. 72.196 Y232-233 (protagonismo de Be­llera en el levantamiento republicano catalán de 1848-1849).

50. Francisco Rispa y Perpiñá, Cincuenta años de conspirador.... pp. 7-10 y 16 bis. Sobre loan Martell y su aprendizaje político también al frente de los Francos reusenses: Pere Anguera. Diu, rei ifam.... pp. 372 Y377.

5 l. La hoja de servicios militar de VictoriA Sugranyes i Hernández (Archivo Gene­ral Militar. Segovia) se reproduce en su totalidad en lesl1s PortaveIla, Diccionari no­menelator de les vies púbJiques de Barcelona. 1996. Barcelona. Ajuntament de Barce­lona. 1996, pp. 465 y reproducción fotográfica, de donde tomo todos los datos. Existe un muy detallado estudio sobre la Milicia Nacional de Reus. en la que Sugranyes hizo

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sus primeras armas: Robert Vallverd¡j i Martí. El supon de la Milicia Nacional a la re­volllCió burgesa a Reus (J793-J876J, Reus. Associació d'Estudis Reusencs. 1989. par­ticularmente el vol. l. pp. 88 Yss. (para el Trienio Liberal); sobre las partidas realistas de la «comarca» de Reus. y los esfuerzos que ~stas exigieron al bando liberal (1820­1823), v~ase Jaime Torras. Liberalismo y rebeld{a campesina. J820-J823. Barcelona. Ariel, 1976. pp. 68-71 Y104-113.

52. Víctor Balaguer. Primo Vida militar y po/(tica de este general. Barcelona, l. Ló­pez Bemagosi. 1860. pp. 25-27 (cronología de las negociaciones entre Primo coman­dante general de la provincia de Barcelona. y la Junta Central de la capital. 13 de agos­t0-3 de septiembre de 1843). y pp. 27-31 (citas literales e informaciones sobre el apoyo de cuerpos Francos a los sublevados centralistas ojamancios).

53. Josep Benet i Casimir Marti. Barcelona a mitjrm segle XiX.... vol. l. p. 323 (nota 77); Jesús Portavella. Diccionari nomenclt?ltor. ..• p. 465. «Un sistema de regimientos de reserva artificioso y complicado vino a sustituir en 1846 y 1849 a las milicias provin­ciales, que volvieron a aparecer en 1856. aunque sólo en el nombre.;.» (Enciclopedia Universal.... vol. MIL, p. 254).

54. Vig{a de la Provincia, p. l. El caso Bofill i Bassas en Acta de la reunión celebra­da por el Panido Democrático el dio 8 de octubre de J854 en el Salón de Ciento de las Casas Consistoriales de Barcelona. Barcelona. Imprenta de Narciso Ramírez. 1854. p. 28 (y nota 1); Josep Benet i Casimir Marti. Barcelona a mujan segle XiX.... vol. l. p.472.

55. AHDB. legajo 1.004, expediente «Listas de los individuos que componían...»: «Voluntarios de Catalui'la. Relación nominaL»; tambi~n Álbum de la Guerra de Áfri­ca... , p. 29 (incl uye los antecedentes del resto de mandos de las cuatro compailías de Vo­luntarios. algunos retirados del ejército como establecía el articulo 4.° de la real orden).

56. Las razones de tal rentabilidad. muy ligadas a la potencialidad de los Volunta­rios como emblema de una «paz social» patemalista y «provincial» restablecida tras la pesadilla que para muchos sectores del patriciado catalán había supuesto la etapa 1854­1856. en Estanislao Reynals y Rabasa. «Catalui'la y la guerra». Diario de Barcelona. 3 de mayo de 1860. pp. 4.121-4.123 (véase la presentación muy detallada de esta fuente en Albert Garcia Balai'i~. «Tradició liberal y poICtica coloniaL». pp. 89-90 Y 104).

57. Marqués de Castell-Florite. Domingo Dulce. general isabelino (Vida y ipocaJ. Barcelona. Planeta, 1962, pp. 343-345 (segundo nombramiento para la Capitanía Gene­ral de Cataluña). 308 (<<colaboración» con la Milicia Nacional barcelonesa durante su primer paso por la Capitanía General de Cataluila). 327-329 (misión en Zaragoza. 1856, y posterior «marginación política») y 346-353 (boda barcelonesa con Albina Tresserra i Thompson). Un juicio muy positivo. y republicano. de la actitud de Dulce ante los es­parteristas y republicanos desarmados en Zaragoza en agosto de 1856: Alberto Colum­brí. Memorias de un presidiario polftico (J857J. Barcelona, Librería Espafiola de I. Ló­pez, 1864. pp. 174 Yss.. El más inteligente ejemplo de crítica patricia y «conservadora» de la política militarizadora de la sociedad catalana simbolizada por Zapatero se halla en la serie de articulos «Cataluña» que Joan Mai'l~ i Flaquer, director del Diario de Bar­celona. publicó en El Criterio de Madrid (1856) (Juan Mai'l~ y Flaquer. Colección de ar­t{culos. Barcelona. Antonio Brusi. 1856, pp. 418-454).

58. El protagonismo de Dulce. y de influyentes Demócratas barceloneses como Jo­sep Anselm Clav~. durante la visita de Isabel 11 a Cataluila (1860) en Antonio Fajas y Ferrer. Reseña de los festejos tributados a S. M. la Reina Doña Isabel JI en su visita a Barcelona en Setiembre de J860. precedidos de los que se dedicaron al valiente Gene­ral Prim a su entrada triunfal en la misma. Dedicada al E. S. D. Domingo Dulce, Capi· tán General de Cataluña.... Barcelona. Librería del Plus Ultra, 1861. Los tratos de Dul­ce con Monturiol a propósito de su proyecto de nave submarina: Marqués de Castell-Florite. Domingo Dulce•...• pp. 380-383. La despedida catalana a Dulce al mar­char para la Capitanía General de Cuba (1862): AHCB. fondo «Cerimonial•• legajo 1.862: «Despedida a Domingo Dulce al cesar en la Capitanía General de Cataluña»; también Marqués de Castell-Florite. Domingo Dulce..... pp. 384-387.

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59. Josep M. Fradera. «Juan Prim y Prats (1814-1870): Prim conspirador o la peda­gogía del sable». en Isabel Burdiel y Manuel Pérez Ledesma (coords.). liberales. agita­dores y conspiradores. Biografías heterodoxas del siglo XJX. Madrid. Espasa Calpe. 2000. pp. 239-266. pp. 249-253. El «pecado original» de Prim -como ha llamado Josep M. Fra­dera al episodio de 1843-. utilizado en contra de su candidatura progresista, a principios de los años cincuenta. por «Unos Catalanes»: Biografta del Escmo. Sr. D. Juan Prim, Conde de Reus. Dedicada a los catalanes (sin pie de imprenta ni ailo de edición).

60. Sobre el clima político en la Espai'la del verano de 1859. Nelson Duran. lA Unión Liberal y la modernización de la España isabelina. Una convivencia frustra­da. Madrid. Akal. 1979; Antonio Eiras Roel. El Panido DeMÓcrata.... pp. 242-251.

61. Una magnífica colección de romances de hoja suelta de tema africanista, ma­yormente consagrados a Prim y a los Voluntarios Catalanes (lA furia española I El sa­ble de Primo Triunfal entrada de los aguerridos Voluntarios Catalanes en Tetudn...): AHCB. sección «GrMics»: «Roman~os s. XIX! Barcelona». Algunas de las muy publi­citadas biografías de Prim. que inundaron el mercado en 1860: Francisco Giménez y Guited, Historia militar y política del general Don Juan Prim... (incluye una extensísi­ma crónica de la toumie de Prim por Cataluña al volver de Marruecos: vol. 11. pp. 360­437); Víctor Balaguer. Primo Vida militar y política... Víctor Balaguer. cerebro del reci­bimiento institucional a Prim y a los Voluntarios: Víctor Balaguer. Reseña de los festejos...

62. Véase. a modo de ejemplo de las expectativas que cierto progresismo no catalán pudo depositar en la figura del Prim regresado de Marruecos. Javier de Mendaz&, Cosas que serdn. Madrid. Establ. Tipográfico de J. Casas y Díaz. 1860. apología que funde' las supuestas virtudes militares y «liberales» de Prim para proclamarlo genuino portavoz de un programa poiCtico «auténticamente reformista».

63. Tomo los datos de la breve biografía de Joan Prim publicada en El Álbum de las Familias (Barcelona). tomo 11. n¡jm. 13 (5 de febrero de 1860). p. 104. Sobre los ai'los milicianos de Prim. véase Josep M. Fradera. «Juan Prim y Prats...». p. 243.

64. Prim y Martell en el batallón Franco de Bellera: Josep Güell i Mercader. Coses de Reus... , p. 102. Las palabras de Mallé i Flaquer. de una entrevista que le hizo Joan Maragall. las tomo de Josep M. Fradera, «Juan Prim y Prats...». p. 257.

65. Josep M. Fradera, «Juan ~m y Prats...». pp. 243-247 Y 252-257. de donde to­mo el argumento de la guerra de Africa como episodio «absolutorio» para el Prim con· denado por la Cataluña radical y plebeya en 1843. Confirma absolutamente esta hipóte­sis Francisco Giménez y Guited, Historia militar y po[(tica del general Don Juan Prim.... vol. l. pp. 246-247 Y 259. escritor a sueldo del progresismo barcelonés pro Prim. quien. en su biografía motivada por la guerra de 1859-1860. elogió desmesurada­mente a los centralistas catalanes de 1843. los presentó como hermanos poiCticos del jo­ven Prim. y esgrimió que ~ste. al bombardearlos en Barcelona o en Figueres. no había hecho sino cumplir órdenes superiores. aunque con tanta «benignidad» como le había sido posible.

66. Arxiu Historic Comarcal de Reus. carpeta «Oocuments referents a D. Joan Mar­telI i la seva epoca» [91612 GJ. particularmente la correspondencia (1856) que trata so­bre un viejo p~stamo no devuelto por Prim a Martell y las apelaciones de éste a los ai'ios compartidos en el batallón Franco de Francesc Bellera; tambi~n tienen inte~s las cartas de Martell a De la Concha (1856) solicitando algún tipo de intercesión para poner fin a su encarcelamiento en Cádiz. decretado por Zapatero bajo la acusación de haber enca­bezado el levantamiento esparterista en Reus (verano de 1856).

67. Sobre los Voluntarios y el Himno de Riego véanse Víctor Balaguer. Reseña de losfestejos.... p. 16; Francisco Gim~nez y Guited, Historia militar y poUtica del gene­ral Don Juan Prim.... vol. 11, pp. 384 Y432; Francisco J. Orellana. Historia del General Primo vol. 11. p. 291. Escribió Frederick Hardman para el Times. en su crónica del 16 de diciembre de 1859: ,,0'1 °'Donnell's arrival the corps was drawn up to receive him, the bond playing tM Marcha Real (which has become the Spanish nationai air since thefollies

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01 togresista party disgusted people with Riego's hymn and other Liberal melo­dieFrederick Hardman, The Spanish campaign... , p. 53). A propósito del Himno de Riomo instrumento de movilización asociado a un cierto «nacionalismo plebeyo y patu», véase Carlos Serrano, El nacimiento de Cannen... , pp. 112-115.

{íctor Balaguer, Reseña de loslestejos... , p. 14. ¡obre la comisión «madrileila», véase Francisco 1. Orellana, Historia del Gene­

ral, vol. 11, pp. 231-232 (incluye una reveladora carta de la comisión a Prim, pre­sunmente leída por el general). Sobre el homenaje de Pere Mata a la Milicia de Retdro Mata, Gloria y martirio. Poema en tres cantos dedicado al Pueblo y Mili­ciaonal de Reus, Madrid. Manini Hermanos Editores, 1855; sobre la trayectoria pol~ institucional de Mata puede consultarse losep M. Fradera, «La polCtica liberal y e:ubrimiento de una identidad distintiva en Cataluila (1835-1865)>>, Hispania, LXim. 205 (mayo-agosto de 2000). pp. 673-702 Y686-688; sobre Domingo Maria Vihutado a Cortes activo y «radical» durante los ailos 1836-1843, véase Albert GlUalailh, «Tradició liberal i polCtica colonial...», pp. 80-83.

~I discurso de Prim a los Voluntarios se reproduce íntegramente y en versión bi­Iinp Víctor Balaguer. Jornadas de gloria o... , pp. 348-350, y en Francisco Gimé, ne21ited, Historia militar y polftica del general Don Juan Prim. .. , vol. 11, pp. 200­20: envío de Prim a Balaguer (quien probablemente inspiró el contenido) en Frao 1. Orellana, Historia del General Prim, vol. 11, p. 217 (nota 1); Prim y su co­rrelencia marroquí, escrita para ser publicitada, en Rafael Olivar Bertrand, El ca­baPrim, Barcelona, L. Miracle Editor, 1952, vol. 1, pp. 400 y ss. (particularmente la de Prim a su madre fechada en Tetuán el 6 de febrero de 1860).

véase losep M. Fradera, «La política catalana y el descubrimiento...». ruan Pérez Calvo, Siete dlas en el campamento de África aliado del General

Priadrid, Fortanet, 1860 (citado por Víctor Balaguer, Jornadas de gloria o... , p. :Transmite una impresión parecida, aunque falseada por el estilo. Pedro Antonio de 'ón, Diario de un testigo.... vol. 1, pp. 371-375.

Jn ejemplo del dominio absoluto del catalán como lengua de la Milicia Nacio­naelonesa en 1854-1856: Instrucció per lo servey deis individuos, cabos y sargen­tos~ Milicia Nacional. Barcelona. Imprenta de Francisco Granell, 1855.

~rederick Hardman, The Spanish campaign... , p. 2I6 (<< They are dressed in the prcal costume [...) with a long red cap olthelorm olthe cap 01 liberty.»). ~s salarios asignados a los Voluntarios Catalanes: artículo 6.° de la real orden

de: diciembre de 1859 (en Víctor Balaguer, Jornadas de gloria o... , p. 335). Los sUEsegún empleos del arma de infantería. más los pluses establecidos con motivo de ~rra de África en Fernando Fernández Bastarreche. El ejbdto español en el si­gltMadrid. Siglo XXI. 1978, pp. 85-86 y 89-90 (de tal suerte que la suma de sueldo y ptuaba los empleos de regulares siempre por encima de sus iguales de Volunta­rioudir la quinta en la provincia de Barcelona, en 1860: Nl1ria Sales. «Servei mili­tarietata l'Espanya del segle XIX». Recerques, I (1970). pp. 145-181.

rodas las citas literales proceden de la real orden de 24 de diciembre de 1859 (eoor Balaguer, Jomadm de gloria o.... pp. 334-336). Sobre lo limitado de la pro­menisterial de «recomendano a los Voluntarios, véanse las respuestas que recibió la lación de Barcelona: Mercedes Braunstein Franco, «Els voluntaris catalans...», pp.9. La escasez relativa de catalanes en el ejército espailol de 1860, en proporción a Iblación regional: Fernando Fernández Bastarreche, El ejircito español..., pp;178.

KGentil cohorte mandamos a las playas de África... ! Bravo empeilo el nuestro en for,us filas. cuando, aún así. ésto es la flor de los voluntarios que se han ofrecido!», ese un muy acomodado ciudadano de Mataró, Marcel de Palau i CatalA. a su ber­masidenteen Madrid (29 de enero de 1860) (citado en Antoni Martí i Coll. «Mata­r6 ,oluntaris de la Guerra d' África (1859-1860)>>. en XV Sessió d'Estudis Mataro­nir.ataró. Museu-Arxiu de Santa Maria, 1999, pp. 55-64, pp. 55-56; debo el

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conocimiento de este artículo a la amabilidad de losep M. Fradera). El testimonio del al­farero y «artista popular» sabadellense Marian Burgu~s (1841-1932), quien cita. «de los voluntarios que partieron de Sabadell. al'!Patata", al "Nyanya"...»: Marian Burgu~s. Sa­badell del meu record. Cinquanta anys d'histi>ria anecdi>tica local, Sabadell, loan Sa­llent impressor, 1929. p. 71.

78. «Se citó que entre los voluntarios figuraba el popular guerrillero conocido por el Xich de las Barraquetas.» (Tomás García Figueras, Recuerdos centenarios de una gue­rra romántica. La Guerra de África de nuestros abuelos (1859-60), Madrid, Instituto de Estudios Africanos, Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 1961, p. 94; Gar­cía Figueras no cita para el caso fuente alguna).

79. AHDB, legajo 1.004, expediente «Listas de los individuos que componían »: «Voluntarios de Cataluila. Relación nominal de los individuos que han pertenecido ».

80. Todos los datos sobre el lugar de residencia al alistarse de los Voluntarios pro­ceden del vaciado de AHDB, legajo 1.004, expediente «Listas de los individuos que componían »: «Voluntarios de Cataluila. Relación nominal de los individuos que han pertenecido ». Demarcación de los partidos judiciales y población de los municipios catalanes en 1860: Censo de la población de España, según el recuento verificado en 25 de Diciembre de 1860 por la Junta General de Estadistica, Madrid, Imprenta Nacional, 1863 (datos correspondientes a las cuatro provincias catalanas, cuyos volúmenes abso­lutos de población fueron: Barcelona, 726.267 habitantes; Girona. 311.158 habitantes; Lieida, 314.53 I habitantes; Tarragona. 321.886 habitantes). El 5 por ciento de Volunta­rios que falta por reseilar corresponde a residentes en provincias no catalanas y a algu­nos casos dudosos.

8l. La población masculina de entre veinte y cuarenta ailos en 1860: vaciado de Censo de la población de Espafla... (he escogido esta franja de edad pues la real orden restringía la edad de los futuros Voluntarios al tramo 20-35 ailos).

82. Para las fuentes, ver las dos notas anteriores. El índice medio del partido judi­cial de Barcelona (los 190.000 habitantes de la capital más los casi 75.000 de los «pue­blos del llano») fue de 3,5; lejos quedaron los siguientes partidos judiciales: Manresa (20 voluntarios y 9.499 hombres de entre 20 y 40 ailos), 1.3; Terrassa (16 voluntarios y 8.984 hombres ...). 1,1. .

83. Una muy utilizada fuente contemporánea que permite una rápida comparación entre la estructura económico-productiva de GrAcia y las de otros municipios «barcelo­neses» como Sant Martí de Proven~als y Sants: Francisco Giménez y Guited. Gulala­bril e industrial de España (Año 1862), Madrid I Barcelona. Librería Espaiiola, Librería del Plus Ultra, 1862, pp. 39-40 (GrAcia), 54-56 (Sant MartC de Proven~als) y 52-53 (Sants). Sobre Sant Martí de Proven~als: lordi Nadal i Xavier Tafunell, Sant Martl de Provellfals, pulmó industrial de Barcelona (/847-1992), Barcelona, Columna, 1992.

84. losep Benet i Casimir Maní. Barcelona a mitjan segle XIX.... vol. 11, pp. 470-471 (insurrección graciense de julio de 1856, incluida la cita literal en francés, las bajas cau­sadas por los milicianos a las tropas regulares y la estimación de unos 4.000 hombres ar­mados). 485-486 y 519-531 (ejecuciones pl1blicas ordenadas por zapateros de civiles que habían combatido con la Milicia de Gdcia). En 1857 la población empadronada en Gdcia alcanzaría los 18.147 habitantes.

85. La transcripción de los interrogatorios, en Esteban de Femter, Resumen del pro­ceso original sobre usurpación del estado civil de D. Claudio Fontanellas, por el abo­gado relator del mismo... , Madrid y Barcelona, Librería Espafiola y Librería del Plus Ultra. 1865. pp. 175 Yss. (debo el conocimiento de esta fuente a la amabilidad de Step­hen H. lacobson). Sobre el llamado «caso Fontanellas», que trascendió el estricto ám­bito judicial para desencadenar una auténtica b8talla política en la Barcelona de los pri­meros afios sesenta. Stepben H. lacobson ha detectado y está trabajando en las numerosas e interesantes implicaciones p4blicas de la causa criminal.

86. Los ejemplos de hermanos que se enrolaron como Voluntarios Catalanes, de los residentes en Gricia o Barcelona, no admiten discusión: losep y Ramon Carbonell Cor­

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tinas (Barcelona). Andreu y Francesc Monet Bralló (Barcelona). Isidre e Isidre Sitges Espel (Barcelona), Antoni y Jaume Tolosa Roig (Barcelona). Ramon y Josep Badal Gonfaus (Gr~cia). Más discutibles resultan aquellos casos en que dos o más Voluntarios comparten uno de los dos apellidos, aunque un lugar de nacimiento compartido o muy cercano geográficamente puede reforzar la hipótesis del parentesco, por ejemplo: Josep Fortuny RosseIl y Francesc Fortuny TorreIl (ambos nacidos en El Catllar y residentes en Barcelona). o Josep Freixas Montañeda y Pere Freixas Olet (nacidos en las vecinas Vi­lanova i la Geltrú y Sant Pere de Ribes, y residentes ambos en Gmcia). Sobre la posibi­lidad de que las redes de cooperación y trato entre inmigrantes procedentes de una mis­ma comarca alentaran lo que se daría en llamar «alistamientos colectivos». sirva el caso de Gracia. donde ocho de sus 38 residentes Voluntarios compartían orígenes geográfi­cos muy precisos (habían nacido en la comarca del Baix Camp y alrededores. en la pro­vincia de Tarragona). Todos los ejemplos proceden del vaciado de AHDB, legajo 1.004. expediente «Listas de los individuos que componían »: «Voluntarios de Cataluila. Re­lación nominal de los individuos que han pertenecido ».

A propósito de la coyuntura económica, cabe decir que la segunda mitad del año 1859 y todo el año 1860 resultaron una breve etapa de recuperación y expansión de la industria algodonera catalana. encajonada entre la puntual crisis financiera de 1857­1858 Y la más dilatada «hambre de algodón» de 1861-1865 (provocada por la guerra ci­vil norteamericana). Véase Jordi Nadal (dir.). Historia economica de la Catalunya con­temporania. Barcelona. Enciclo~ia Catalana, 1991-1994. vol. III. pp. 58-61.

87. Algunos infonnes militares de interés, que insisten en la «táctica guerrillera» de los Voluntarios en Tetuán. se reproducen en Luis Justo Navarro Miralles. Voluntarios catalanes... , vol. l. pp. 57-62. de donde tomo la expresión literal.

88. Nicolás Díaz y Pérez. José Mazzini. Ensayo histórico sobre el movimiento polí­tico en ltalía. Madrid. Imprenta Calle del Pez. 18762• pp. 160-166.

89. E. Rodríguez-Solfs. Historia del Panido Republicano...• vol. n. pp. 518-519. Sobre la insurrección republicana de julio de 1859. lanzada por Cámara desde Badajoz: Antonio Eiras Roel. El Panido Demócrata.... p. 250.

90. Nicolás Díaz y Pérez. José Mazzini. Ensayo histórico.... pp. 161-163. 91. lbid.• pp. 162-165 (correspondencia recibida desde Italia). 161-162 (nómina de

mandos de la Legión Ibérica) y 161 (Voluntarios Catalanes). Romualdo Lafuente, pro­pagandista demócrata: Antonio Eiras Roel. El Panido Demócrata. p. 227.

92. Véase E. Rodrfguez-Solfs, Historia del Panido Republicano vol.lI. pp. 519­520; Casimir Martí. ortgenes del anarquismo en Barcelona. Barcelona, Teide. 1959. pp. 76-77; Jordi Maluquer de Motes, «Presentación» en Fernando Garrido. La federa­ción..., pp. 21-23.

93. Los diputados pintados por sus hechos. Colección de estudios biográficos sobre los elegidos por el sufragio universal en las Constituyentes de 1869. Madrid. 1867­1870. vol. l. pp. 226-237. pp. 228-229.

94. La Discusión (Madrid) (30 de noviembre de 1860) (citado por Jordi Maluquer de Motes. El socialismo en Espalfa. 1833-1868. Barcelona. Crítica. 1977. p. 302 (y no­ta 101).

95. Sobre la financiación italiana de las «Legiones» extranjeras. incluida la Ibérica: Nicolás Dfaz y Pérez. José Mauini. Ensayo histórico.... pp. 158-159 Y 164-165. Ges­tiones de la Diputación Provincial para dar colocación laboral a algunos de los Volunta­rios tras la guerra en Mercedes Braunstein Franco. «Els voluntaris catalans...». p. 78.

96. La «crónica» del episodio, profusamente publicitado por los apologistas de Prim. en Francisco Giménez y Guited. Historia militar y polftica del general Don Juan Prim. ... vol. n. pp. 378-380; también: Francisco J. Drenana. Historia del General Primo vol. n. p. 288 (quien alude al peso de la tradición centralista-juntista en Mataró).

97. Ejemplos del «itaIiaiJismo» de la izquierda progresista y demócrata barcelonesa: Antonio AltadiIl. Garibaldi en Sicílía o la lUIídad italiana. Barcelona, Imprenta Hispana de V. Castailos. 1860; M. Leal y Madrigal. La guerra de ltalía. Barcelona. N. Ramírez,

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1859; Y la traducción castellana de Alejandro Dumas. Memorias de José Garibaldi. Barcelona. Imprenta de La Corona, 1860. La propaganda «romanista» en Eduardo Ma­ría Vilarrasa, La independencia y el triunfo del Pontificado. Conferencias predicadas en la iglesia de Santa Maria del Mar. Barcelona. Pablo Riera. 1860; Oración fúnebre en las exequias de los Voluntarios Católicos del Ejército Pontificio muertos en defensa de la Santa Sede.... Barcelona. Librería de José Subirana. 1860.

98. Palmerston y su patriotismo «liberal» y rusofóbico con motivo de la guerra de Crimea: Hugh Cunningham. «The language of patriotism». en Raphael Samuel (ed.). Patriotism: The MaJcing and Unmaking ofBritish National ldentity. Vol. 1: History and Politics. Londres y Nueva York. Roudedge, 1989, pp. 57-89. particularmente pp. 72-74; también, Eugenio F. Biagini, Uberty, Retrenchment and Reform. Popular Uberalism in the Age of Gladstone, 1860-1880. Cambridge. Cambridge University Press. 1992. pp. 371-372 (de donde tomo las citas literales).

99. Eugenio F. Biagini. Uberty. Retrenchment and Reform.... pp. 372 y 375-377. So­bre BalakIava.la amarga victoria británica que allí tuvo lugar. y la famosa -por suicida­Carga de la Brigada Ligera (debida a la ineficacia del sistema de mando británico): véase Christopher Hibbert. The Destruction ofLord Raglan. A Tragedy ofthe Crimean War, 1854-1855. Harmondsworth. Penguin Books. 1985 (1.. edición: Longmans. 1961); la mítica que a pesar de todo acompañó la memoria del episodio. ya desde 1855. se per­cibe ejemplarmente en The Charge ofthe Ught Brigade. película que Michael Curtiz ro­dóen 1936.

lOO. Anne Summers. «Edwardian militarism». en Raphael Samuel (ed.). Patrio­tism: The MaJcing and Unmaking... , vol. IlI. pp. 236-256. particularmente pp. 237-239 (con algunas observaciones de interés sobre la voluntad radical de diferenciar con clari­dad la VollUlteer Force del ejército regular); también: Hugh Cunningham. «The langua­ge of patriotism». pp. 72-73.

101. Eugenio F. Biagini. Uberty, Retrenchment and Reform.... pp. 371-377 (parti­cularmente sobre las campañas «italiana» y «norteamericana». encabezadas por radica­les como el cuáquero John Bright); Hugh Cunningham. «The language of patriotism». pp.72-74.

102. Sobre la Francia de Napoleón III y las posiciones republicanas con respecto al patriotismo fundado en su larga serie de «aventuras exteriores» véanse Brian Jen.kins. Nationalism in France. Class and Nation since 1789. Londres y Nueva York, Routled­ge. 1990. pp. 68-70; Sudhir Hazareesingh. From Subject to Citizen. The Second Empire and the Emergence of Modem French Democracy. Princeton. Princeton University Press. 1998. pp. 248-251. La bifurcación del patriotismo plebeyo británico nacido cuan­do Crimea. escindido entre un patriotismo radical de tono crecientemente «pacifista» y un patriotismo de agitación imperialista cobijado por el Partido Conservador (el llama­do Jingoism) en Hugh Cunningham, «The language of patriotism». pp. 73-82.

103. Eugenio F. Biagini. Uberty, Retrenchment and Reform.... pp. 41 Y ss. Y369 Y ss.; John M. Mackenzie (ed.). lmperialism and Popular Culture. Manchester. Manches­ter University Press. 1986; Patrick Joyce. Visions of the People. Industrial England and the question of class, 1848-1914. Cambridge. Cambridge University Press. 1991. pp. 213-328. Léo Hamon (ed.). Les républícains sous le Second Empire. París. ÉditioDS de la Maison des Sciences de I·Hornme. 1993.

104. La cita literal corresponde a La Discusión (26 de octubre de 1859) y la tomo de M. C. Lécuyer y C. Serrano, La Guerre d·Afríque...• p. 57 (yen general las pp. 54-61 pa­ra La Discusión y Castelar). Sobre Castelar y la guerra véanse también: Emilio Caste­lar. Francisco de P. Canalejas.... Crónica de la Guerra de África... ; José Álvarez Junco. «La nación en duda». pp. 434-436. Supuesto tacticismo de Nicolás M. Rivero y la di­rección demócrata en su apoyo a la guerra en Antonio Eiras Roel. El Panído Demócra­ta.... pp. 251-252.

105. El Cañón Rayado. Periódico metralla de la Guerra de África. Barcelona, Impr. de Euterpe de J. A. Clavé y A. Bosch. 1859-1860 (aparecieron 24 mlmeros. entre elll

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de diciembre de 1859 y el : mayo de 1860); redactores y colaboradores: núms. I (11 de diciembre de 1859) )'12 de febrero de 1860). Pueden consultarse: M. C. Lé­cuyer y C. Serrano. La Guelr4.frique...• pp. 84-88; Tomás García Figueras. Recuer­dos centenarios...• pp. 49-5 aboraci6n de Fernando Garrido).

106. Ejemplos de este tt sátira anglófoba en El Cañ6n Rayado: ..De Inglés a Gran Visir». por Antoni Alt(núm. 3. 18 de diciembre de 1859); ..Los nietos de los hombres de la Carta Magnar Víctor Balaguer (núm. 5. 28 de diciembre de 1859); «Juntas Inglesas de socorrm la guerra de Africa» (núm. 10.21 de enero de 1860); Lloren~ Pujol i Boada (núm 17 de febrero de 1860). La Discusi6n Demócrata. de angl6fila a angl6foba repentrl M. C. Lécuyer y C. Serrano. La Guerre d·Afrique...• pp. 94-?5. Un testigo intere8ie la propagandaantibritánica en la España de la gue­rra de Africa: Frederick HlllI. The Spanish campaign...

107. ..La provincia de T manda al emperador de Marruecos el contingente de guerra» y ..Carta redactada JI ulema». El Cañ6n Rayado. núm. 2 (15 de diciembre de 1859). pp. I Y3-4.

108. El Café. Semanaricoresco de Barcelona. Barcelona. Impr. La Publicidad de A. Flotats. 1859-1860. nú I (10 de noviembre de 1859) y 35 (10 de diciembre de 1859).

lOO. Guerra al Moro. Ca de la misma. o sea colecci6n de episodios. anicdo­tas... Lecturas semanales papueblo. Barcelona. Impr. El Porvenir de Bonaventura Bassas. 1859-? (no he podidfirmar la cronología de la publicaci6n). núm. I (27 de noviembre de 1859).

110. La más completa cc6n de romances de hoja suelta sobre la guerra de Áfri­ca. de los editados en Barcl y en Catalui\a. puede consultarse en AHCB. secci6 ..Gd.fics»...Roman~os seglcBarcelona». Ejemplos de los temas citados: ..Conver­si6n de un Africano. Diálogre un Marroquí y un Español sobre los mandamientos de la Ley de Dios» (Barcelomn de Palau y Soler. 1860); ..A los Voluntaris Catalans de África. Lo Districte Tercdarcelona» (Barcelona. Impr. de Euterpe. 1860); ..Me­morial que al E. S. D. Leopol'Oonnell han dirigido las Moras de Tetuán al hacer su presentaci6n en la tarde del ':1ebrero de 1860» (Barcelona. N. Ramfrez. 1860).

111. Véase. por ejemplquel Ángel de Bunes Ibarra. La imagen de los musul­manes y del Norte de Africa España de los siglos XVI y XVII: los caracteres de una hostilidad. Madrid. Consejorior de Investigaciones Científicas. 1989.

112. Sobre Josep Anselavé y sus sociedades corales: Albert Garcia Balaña• ..Ordre industrial i transform:ultural...». El estreno de ..Los néts deis Almogavers». y de muchas otras piezas insJlS en la guerra de África: ..¡Honra a los Bravos!» (Cla­vé)...A Tetuán» (Roig)...p(Balart)...Castillejos» (Jurch).... en Eco de Euterpe. Peri6dico dedicado a los se;concurrentes a los Jardines de esta musa. BlllIcelona. Impr. de Euterpe. 1860 (Tom La letra de «Los néts...»: J. A. Clavé. Flores de est(o. Poesfasde--puestas en :a por il mismo para cantarse.... Barcelona. Est. de N. Ramírez. 1876. l. pp. 113-I::tluye también su versi6n de «La Marsellesa»).

113. Todas las citas liteoroceden de la crónica del Carnaval que Josep Maria Torres public6 en J. A. Clav M. Torres. El Carnaval de Barcelona.... pp. 44-45 Y 46-49.

114. J. A. Clavé y J. M. ·s. El Carnaval de Barcelona...• pp. 62-63. 115. La crónica del DiarBarcelona se reproduce en J. A. Clavé y J. M. Torres.

El Carnaval de Barcelona... 152-153 (tienen mucho interés. por su tono concilia­doramente interclasista aunqsde la reivindicaci6n de cierto «orgullo plebeyo». al­gunas de las «poesías» que ri6 y utilizó como reclamo la comparsa de la Sociedad Coral de Euterpe).

116. J. A. Clavé y J. M. 's. El Carnaval de Barcelona.... pp. 171-172. 117. El prospecto se repJe en J. A. Clavé y J. M. Torres. El Carnaval de Barce­

lona.... pp. 166-169. de donmo todas las citas literales. 118. Un ejemplo de romsobre los Voluntarios editado por Clavé: A los Volun­

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taris Catalans de África. La Districte Tercer. ... Barcelona. Imprenta de Euterpe. 1860. Colectas en favor de los Voluntarios. al margen de la ya citada: J. A. Clavé y J. M. To­

. ~rres. El Carnaval de Barcelona.... pp. 62-63 Y 102-106. Clavé y sus coros en el recibi­miento a los Voluntarios Catalanes: Víctor Balaguer. Reseña de los festejos celebrados en Barcelona.... pp. 65. 70-74 Y80-81.

119. Conciertos para redimir la quinta: Eco de Euterpe. núm. 39 (octubre de 1859). p. 162; también Albert Garcia Balill...Ordre industrial i transformaci6 culturaL». pp. 126-127. «Vamos a ensei\ar a los marroquíes lo que son Migueletes!» (<<Voluntarios de Catalui\a». por Lloren~ Pujol i Boada en El Cañ6n Rayado. núm. 11. 27 de enero de 1860. p. 4). Quintos redimidos y sustituidos en Catalui\a durante la guerra de África: Núria Sales...Servei militar i societat...».

120. Una muy inteligente lectura de los usos políticos por parte del primer naciona­lismo catalán de distintas -incluso contradictorias- imágenes sociales a prop6sito de Marruecos y los marroquíes. incluida la imagen citada: Enric Ucelay da Cal...Els ene­mics deis meus enemics: les simpaties del nacionalisme catala pels «Moros». 1900­1936». L'Avellf. 28 (junio de 1980). pp. 29-40.

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