Participar en la mirada de Jesús. El conocimiento de fe en la Encíclica Lumen Fidei

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Facies Domini 6 (2014), 29-52 Participar en la mirada de Jesús. El conocimiento de fe en la encíclica Lumen Fidei Francisco Conesa Enviado: marzo de 2014 Versión definitiva: mayo de 2014 RESUMEN: El año de la fe ha culminado con la publicación de la Carta Encíclica Lumen Fi- dei, cuyo centro no es tanto la naturaleza o estructura del acto de creer, cuanto la consideración de los aspectos cognoscitivos de la fe. Aunque incide en numerosos aspectos prácticos, se puede decir que la preocupación dominante de la Encíclica es epistemológica. Su tema principal es cómo situar la fe en el ámbito del conocimiento, o lo que es lo mismo: la relación entre creer y conocer. La tesis central que sostiene el escrito pontificio se podría resumir en estas palabras: creer es participar en la mirada de Jesús. Y esa mirada da una luz que ilumina todo el camino del hombre. El presente trabajo comienza analizando la metáfora de la luz que proporciona el título y el hilo conductor al documento pontificio. Partiendo de la definición de la fe como «mirar con los ojos de otro», se muestra el calado antropológico de esta afirmación para mostrar después que ese «Otro» es Jesucristo. Creer es, desde esta perspectiva, mirar a Cristo y mirar desde Cristo. El acto de fe incluye por igual el conocimiento y la volun- tad, o lo que es lo mismo, el amor y verdad. Por último se destacan las implicaciones prácticas y eclesiales de la fe, para desembocar en su relación con la escatología: por la fe, la vida eterna se hace presente en el día a día del hombre. PALABRAS CLAVE: Epistemología teológica, Acto de fe, Luz, Conocimiento de fe Participating in Jesus’ gaze. The knowledge of faith in the encyclical Lumen Fidei ABSTRACT: The Year of Faith has ended with the publication of the Encyclical Letter Lumen Fidei, the centre of which is not so much the nature or the structure of the act of belie- ving, but a consideration regarding the cognitive aspects of faith. It can be maintained that the main concern of the encyclical is epistemological, despite its insistence on numerous practical aspects. Its main topic is how to place faith in the area of knowled- ge, or in other words: the relationship between believing and knowing. The central

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Participar en la mirada de Jesús.El conocimiento de fe

en la encíclica Lumen Fidei

Francisco Conesa

Enviado: marzo de 2014Versión definitiva: mayo de 2014

Resumen: El año de la fe ha culminado con la publicación de la Carta Encíclica Lumen Fi-dei, cuyo centro no es tanto la naturaleza o estructura del acto de creer, cuanto la consideración de los aspectos cognoscitivos de la fe. Aunque incide en numerosos aspectos prácticos, se puede decir que la preocupación dominante de la Encíclica es epistemológica. Su tema principal es cómo situar la fe en el ámbito del conocimiento, o lo que es lo mismo: la relación entre creer y conocer. La tesis central que sostiene el escrito pontificio se podría resumir en estas palabras: creer es participar en la mirada de Jesús. Y esa mirada da una luz que ilumina todo el camino del hombre. El presente trabajo comienza analizando la metáfora de la luz que proporciona el título y el hilo conductor al documento pontificio. Partiendo de la definición de la fe como «mirar con los ojos de otro», se muestra el calado antropológico de esta afirmación para mostrar después que ese «Otro» es Jesucristo. Creer es, desde esta perspectiva, mirar a Cristo y mirar desde Cristo. El acto de fe incluye por igual el conocimiento y la volun-tad, o lo que es lo mismo, el amor y verdad. Por último se destacan las implicaciones prácticas y eclesiales de la fe, para desembocar en su relación con la escatología: por la fe, la vida eterna se hace presente en el día a día del hombre.

PalabRas clave: Epistemología teológica, Acto de fe, Luz, Conocimiento de fe

Participating in Jesus’ gaze. The knowledge of faith in the encyclical Lumen Fidei

abstRact: The Year of Faith has ended with the publication of the Encyclical Letter Lumen Fidei, the centre of which is not so much the nature or the structure of the act of belie-ving, but a consideration regarding the cognitive aspects of faith. It can be maintained that the main concern of the encyclical is epistemological, despite its insistence on numerous practical aspects. Its main topic is how to place faith in the area of knowled-ge, or in other words: the relationship between believing and knowing. The central

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thesis supported in the pontifical document can be summarised as follows: believing is participating in Jesus’s gaze, and this gaze sheds light on the whole of man’s path. The present work begins by analysing the metaphor of light provided by the title and which is the thread that runs through the entire pontifical document. It starts with a definition of faith as «looking with someone else’s eyes» to show then the anthropolo-gical depth of this statement.

KeywoRds: Theological Epistemology, Act of Faith, Light, Knowledge of Faith

El año de la fe ha culminado, en cierta manera, con la publicación de la Carta Encíclica Lumen Fidei, escrita principalmente por Benedicto XVI y asumida ejemplarmente por el Papa Francisco1. La Encíclica centra su reflexión en el conocimiento de fe. En efecto, su tema principal no es tanto la naturaleza o estructura del acto de creer, cuanto la consideración de los aspectos cognoscitivos de la fe. Aunque incide en numerosos aspectos prácticos, se puede decir que la preocupación dominante de la Encíclica es epistemológica: cómo situar la fe en el ámbito del conocimiento, cómo se relacionan el creer y el conocer. La tesis central que sostiene el escrito pon-tificio se podría resumir en estas palabras: creer es participar en la mirada de Jesús. Y esa mirada da una luz que ilumina todo el camino del hombre.

En las páginas siguientes intentaré desentrañar el profundo significa-do de estas afirmaciones contenidas en una Encíclica densa en contenido y rica en sugerencias.

1. La metáfora de la luz

Comencemos fijándonos en la metáfora de la luz, que domina todo el escrito pontificio, desde su mismo título. Ciertamente la imagen del mirar y de la luz tiene fuertes raíces bíblicas, aunque no es la única que usa la Sagrada Escritura para referirse al conocimiento de fe. Junto a la imagen de la luz, también está presente en la Escritura la del «oír», es decir, la presenta-ción de la fe como escucha. De alguna manera en la Exhortación Apostólica Verbum Domini (nn. 22-28) se privilegiaba esta categoría, presentando la fe como escucha de la Palabra que conduce a abrazar la verdad y entregarse

1 Francisco, Enc. Lumen Fidei (29/6/2013). En adelante LF. «Él ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta Encíclica sobre la fe» (n. 7). El origen del presente escrito es la presentación de la Encíclica realizada en el ISCR San Pablo y el Teologado Diocesano el 7 de noviembre de 2013.

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a Cristo2. Lumen Fidei ofrece una perspectiva complementaria al insistir en que la fe es luz.

Por otra parte, la Encíclica advierte que no hay que entender como opuestos el «ver» y el «escuchar». Es casi un tópico teológico sostener que la metáfora del «ver» es propia especialmente del mundo griego, que desea principalmente contemplar (theorein), mientras que la imagen de la «escu-cha» (shemá) es propia del mundo bíblico3. La Encíclica discute esta posi-ción en los nn. 29-31 explicando que «no se corresponde con el dato bíbli-co» (LF 29), sino a esquemas preconcebidos, puesto que la escucha de la Palabra va unida siempre al deseo de ver un rostro. Además, en el Nuevo Testamento y, sobre todo, en el IV Evangelio, se conjugan perfectamente ambas imágenes. Finalmente, en la persona de Jesús comprendemos que ver y oír no se oponen, ya que Él es la Palabra que al encarnarse irradia luz.

1.1. La presentación teológica de la fe como luz

Siguiendo al Nuevo testamento, también la tradición teológica ha presentado la fe como una luz4. Los padres de la Iglesia ven unidos la fe y el bautismo, al que denominan «iluminación», de manera que creer es ser arrancados de la ignorancia y del error para entrar en la luz. Los alejan-drinos, influidos por la metafísica neoplatónica de la luz, presentaron la fe como una iluminación de la inteligencia, que permite contemplar, si bien de modo velado, los bienes divinos. Por eso la fe conduce a una «sabiduría espi-ritual», a una «contemplación por la gracia» que abre los «ojos del alma» y restituye la visión que el hombre había perdido por el pecado de Adán. El cristianismo, según Clemente de Alejandría, es «una luz especial que se enciende en el alma por la obediencia a los mandamientos»; y añade: «lo que es el ojo en el ciego, eso mismo es la gnosis en la mente»5.

Esta comprensión de la fe como luz se extendió también a la teología latina. San Agustín, especialmente en el Tractatus in Ioannem, presenta la

2 Cf. BeneDicTo XVi, Ex. Ap. Verbum Domini (30/9/2010), 25.3 En esta línea, M. Buber sostenía en 1950 que hay dos formas de fe: la grecolatina y la

judía; la primera consiste en tener por verdaderas unas proposiciones y la segunda en una relación de confianza con Dios en cuanto persona (M. BuBer, Dos modos de fe, Caparrós, Madrid 1995).

4 Cf. F. conesa, Creer y conocer. El valor cognoscitivo de la fe en la filosofía analítica, Eunsa, Pamplona 1994, 289-291; r. auBerT, Le probleme de l’acte de foi, Warny, Louvain 1945, 16 ss.

5 cleMenTe De alejanDría, Stromata, III, 5, 44,2. Para Clemente «no existe la gnosis sin fe ni la fe sin gnosis» (Stromata, V, 1, 1,3).

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fe como una iluminación de la inteligencia, que hace capaz de aceptar el mensaje revelado. La fe posee sus propios ojos para conocer la verdad6. Los escolásticos de la Edad Media se inspiraron en esta enseñanza de San Agus-tín para subrayar el carácter iluminador de la gracia de la fe. Según Gui-llermo de Auxerre, el «lumen fidei» es una luz intelectual que entraña una adhesión inmediata e inquebrantable a las verdades divinas. «Fides –dice- est illuminatio mentis a prima luce ad videndum bona spiritualia et bona aeterna»7. Por su parte, Sto. Tomás designa con el término «lumen fidei» la acción de la gracia en el sujeto, que le permite reconocer un contenido como revelado por Dios (cf. I, q. 12, a. 2). En su opúsculo sobre el De Trinitate de Boecio incide especialmente en este tema, considerando la luz de la fe como un hábito infundido por Dios que hace que asintamos voluntariamente a lo que proviene de la predicación8.

Sin embargo, con la disolución de la armonía entre razón y fe, acon-tecida en el siglo XIV, se acentuará que la fe consiste en aceptar dócilmente verdades no evidentes. Autores como Suárez o Lugo pusieron el énfasis en el carácter oscuro de la fe, ya que Dios es misterio, de modo que la autori-dad de Dios no es fuente de comprensión, sino sólo de certeza ante las cosas no comprensibles. Más tarde, la teología del barroco tendió a subrayar los aspectos oscuros de la fe: creer es aceptar lo que no vemos. Precisamente en el momento en que la razón humana se autocalificaba como luz, la fe apare-cía como oscuridad. Un símbolo elocuente de ello son las representaciones de la fe como una mujer con los ojos tapados, tan difundidas en el barroco español: creer es no ver, quedar en la oscuridad.

Por su parte, la teología del siglo XX se ha esforzado por recuperar el carácter luminoso de la fe, influida en gran medida por el teólogo jesuita P. Rousselot (1878-1915), quien, a comienzos del siglo XX escribió un impor-tante ensayo teológico titulado Los ojos de la fe9. En esta obra reivindica la importancia de volver a hablar del lumen fidei, es decir, no sólo de lo que se debe creer sino de aquello que inclina al asentimiento. Esta luz o gracia interior alcanza tanto a lo que hay que creer como al acto mismo de creer.

6 «Habet namque fides oculos suos» aGusTín De hiPona, Ep. 120, 2.8 (PL 33, 458).7 GuillerMo De auXerre, Suma Aurea, III, trac 3, c. 2, a. 1. Este autor es el primero que

aplica explícitamente la doctrina de la iluminación para hablar de la fe (cf. e. GössMann, Fe y conocimiento de Dios en la Edad Media, BAC, Madrid 1975, 57).

8 ToMás De aquino, In Boethium de Trinitate q. 3, a. 1, ad 4. El tema de la luz de la fe también se encuentra desarrollado en De veritate, q. 14, a. 2.

9 P. rousseloT, Los ojos de la fe, Encuentro, Madrid 1994.

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Von Balthasar dará un paso más, al destacar la unidad de la luz interior de los «ojos de la fe» con la luz exterior que resplandece en Jesucristo, de la luz que brilla en nuestros corazones y la percepción de Cristo como epifanía de Dios10.

1.2. Recuperar el carácter luminoso de la fe

La Encíclica se sitúa en esta tradición teológica para reivindicar el carácter luminoso de la fe. Al comienzo de la misma se declara de un modo rotundo: «es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe» (LF 4).

Pero, ¿por qué esta urgencia de la Encíclica en el ver y en la luz? ¿qué ha motivado esta insistencia en la luz de la fe? En mi opinión, lo que está en el trasfondo es la confrontación de la fe cristiana con la ilustración. Este movimiento intelectual, iniciado en el siglo XVII, entiende que sólo la razón es luz y que creer es sumirse en la oscuridad. La tarea del hombre moderno consistiría, entonces, en dejar las tinieblas de la ignorancia para abrirse a la luz del saber. En el n. 2 de la Encíclica se describe esta posición diciendo que el hombre adulto no necesita la luz ilusoria de la fe. Como dijo Voltaire con su fina ironía «Sólo tenemos una pequeña luz para orientarnos, la razón. Viene el teólogo, dice que alumbra poco y la apaga».

En los comienzos del cristianismo también existió otro movimiento que se presentó como la luz: la gnosis11. De alguna manera el IV Evangelio se hace eco de este conflicto y por ello presenta a Jesucristo como la Palabra y la Luz verdadera (cf. Jn 1, 8). El cristianismo responderá a la gnosis con un doble movimiento. En el terreno del culto, desarrollando la celebración de Jesucristo y, sobre todo de su resurrección, como luz (especialmente en el Domingo y la Pascua, aunque también en Navidad y Epifanía). En el terreno doctrinal, el cristianismo desarrollará una concepción de la revelación y de la fe como luz.

La Ilustración, por su parte, ha reivindicado para sí ser la verdadera iluminación de la vida del hombre. La fe ya no era válida «para el hombre adulto, ufano de su razón, ávido de explorar el futuro de una nueva forma» (LF 2). Frente a esta posición, la Encíclica reivindica la fe como una luz

10 De la luz de la fe se ocupa sobre todo en h. u. Von BalThasar, Gloria. Una estética teológica 1, Encuentro, Madrid 1985, 119-179.

11 Este tema lo desarrolla j. raTzinGer, «Luz», en H. Fries (ed.), Conceptos fundamentales de teología 2, Cristiandad, Madrid 1966, 561-572.

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que no apaga la búsqueda de la razón. Esta motivación se hace patente con claridad en la carta que el Papa Francisco dirigió a Scalfari, en respuesta a algunas críticas que este político y periodista le había dirigido: «A lo largo de los siglos de la modernidad, se produjo una paradoja: la fe cristiana, cuya novedad e incidencia sobre la vida del hombre desde el principio han sido expresados precisamente a través del símbolo de la luz, a menudo ha sido calificada como la oscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, por una parte, y la cultura moderna de carácter iluminista, por la otra, se ha llegado a la incomunicación. Ahora ha llegado el momento, y el Vaticano II ha inaugura-do justamente la estación, de un diálogo abierto y sin prejuicios que vuelva a abrir las puertas para un serio y fructífero encuentro»12.

La insistencia en la luz procede, por tanto, del deseo de confrontar la fe con la modernidad y de abrir el camino al diálogo con la misma. La Encí-clica quiere hacer ver que, cuando la razón se cierra a la fe, la verdad queda reducida a lo tecnológico o se convierte en mera autenticidad subjetiva (cf. LF 25). Por su parte, cuando la fe se sitúa allí donde la razón no puede lle-gar, entonces se presenta como oscuridad y como salto en el vacío, con el riesgo de perder su carácter universal (cf. LF 3).

Por cierto, además de la metáfora del ver y del oír, la Encíclica se atreve también a referirse a la del tocar. Para ello, remite a uno de los iconos agustinianos de la fe, la mujer que sufría hemorragias (Lc 8, 45-46), a la cual Agustín se refiere en varios sermones13, poniendo de manifiesto la gran diferencia entre tocar a Cristo sin fe, por mera costumbre, y tocarle con fe, como hizo aquella mujer. En el n. 31 se dice que la fe es tocar y se recoge esta hermosa frase de San Agustín: «Tocar con el corazón, esto es creer»14. Y se explica: «Con su encarnación, con su venida entre nosotros, Jesús nos ha tocado y, a través de los sacramentos, también hoy nos toca… con la fe podemos tocarlo, y recibir la fuerza con su gracia».

12 Francisco, Carta al periodista italiano Eugenio Scalfari del periódico «La Repubblica» (11/9/13).

13 aGusTín De hiPona, Sermones 243, 2; 244, 3; 245, 3 y otros.14 aGusTín De hiPona, Sermón 229/L.

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2. El fundamento antropológico: creer es mirar con los ojos de otro

La Encíclica no desarrolla sistemáticamente una antropología del «creer», pero apela en diversas ocasiones al sentido natural del término y su base antropológica. Destacamos tres apuntes sobre la «fe natural» que se contienen en el texto y nos permiten comprender adecuadamente la fe en Dios.

El primero se refiere a una comprensión de la fe humana como rela-ción interpersonal. A lo largo del texto se va explicitando una visión per-sonalista de la fe: «La persona vive siempre en relación. Proviene de otros, pertenece a otros, su vida se ensancha en el encuentro con otros» (LF 38). Frente al individualismo, que no entiende que una persona pueda confiar en otra y apoyarse en ella, hemos de afirmar que la persona se realiza en relación, para lo cual es indispensable la fe.

Esta visión personalista de la fe enlaza con la mejor teología del siglo XX. Desde Blondel a Fries, pasando por Mouroux, Pieper, Guardini o Zubiri, el conocimiento de fe ha sido explicado en términos personales15. En esta perspectiva la fe es entendida como un encuentro que abre al conocimiento de la persona y, desde ella, al conocimiento de otras realidades.

Lumen Fidei se sitúa en continuidad con este pensamiento. Los tér-minos con los que se describe la fe son encuentro, llamada, amor, futuro, promesa y camino. En su aspecto epistemológico se subraya el hecho de que creer es «ver la realidad con los ojos del otro» (LF 47); creer es apoyarse en otro para ver, participar en la visión de otro (cf. LF 14). Y se explica que «en muchos ámbitos de la vida confiamos en otras personas que conocen las cosas mejor que nosotros. Tenemos confianza en el arquitecto que nos construye la casa, en el farmacéutico que nos da medicina para curarnos, en el abogado que nos defiende en el tribunal» (LF 18). Las personas vivimos en un entramado de creencias, fiándonos de los demás. «Con esta fe –escri-bía Ratzinger- tenemos parte en el saber de otros»16. La fe humana consiste, pues, en confiar en alguien que conoce mejor, que nos hace ver más allá. La confianza en los demás abre el camino para que participemos de su cono-cimiento.

15 Una exposición en F. conesa, «Conocer a Dios por la fe. Apuntes para una epistemología de la fe cristiana», Scripta Fulgentina 22 (2012) 14-17.

16 j. raTzinGer, Mirar a Cristo. Ejercicios de fe, esperanza y amor, Edicep, Valencia 20052, 14. Este texto presenta una concepción de la fe muy similar a la desarrollada en la Encíclica.

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El segundo apunte que realiza la Encíclica se refiere al carácter social del conocimiento. No se trata sólo de que la persona viva siempre en rela-ción, sino de que el mismo conocimiento es también relacional. Por eso se rechaza toda concepción individualista y limitada del conocimiento (cf. LF 14). Incluso el conocimiento de sí mismo, que a primera vista pudiera parecer posible sin la referencia a los otros, es imposible sin los demás. No nos conocemos a nosotros mismos si no es a través de los otros: «Incluso el conocimiento de sí, la misma autoconciencia, es relacional y está vinculada a otros que nos han precedido (…) El conocimiento de uno mismo sólo es posible cuando participamos en una memoria más grande. Lo mismo sucede con la fe, que lleva a su plenitud el modo humano de comprender» (LF 38). 

Un indicio de este carácter social del conocimiento, se apunta en este mismo texto, está en el lenguaje, que siempre nos llega a través de otros. En efecto, el lenguaje, que es medio indispensable para la comprensión de nosotros mismos y del mundo, tiene un carácter intrínsecamente social. No existe un lenguaje privado. Todo lenguaje está ligado a una comunidad lin-güística, que es la que habla ese lenguaje y en cuyo contexto resulta signifi-cativo17.

Una tercera observación antropológica se contiene en el último capí-tulo, donde se explica que los seres humanos necesitamos confiar unos en otros para vivir y construir una ciudad habitable. El fundamento de la convi-vencia social sólo puede ser el amor, un «amor fiable». La utilidad o el miedo no pueden ser fundamento permanente de la sociedad. Se requiere confiar unos en otros y amar. «Sin un amor fiable (credibilis amor), nada podría mantener verdaderamente unidos a los hombres. La unidad entre ellos se podría concebir sólo como fundada en la utilidad, en la suma de intereses, en el miedo, pero no en la bondad de vivir juntos, ni en la alegría que la sola presencia del otro puede suscitar» (LF 51). Se destaca que la fe es indispen-sable para la vida social. No puede existir una sociedad sin confianza, como ya habían hecho notar, entre otros, S. Agustín y Santo Tomás18.

17 Cf. F. conesa – j. nuBiola, Filosofía del lenguaje, Herder, Barcelona 20022, 88.18 aGusTín De hiPona, De utilitate credendi, c. XII, 26 (PL 42, 84); ToMás De aquino,

Summa Theologiae, II-II, q. 10, a. 1, ad 1.

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3. La fe cristiana: mirar a Cristo y mirar desde Cristo

Desde estas coordenadas antropológicas podemos avanzar para entender mejor lo que es la fe cristiana. La Encíclica subraya que lo caracte-rístico del creer cristiano es que tiene su centro en Cristo: «la nueva lógica de la fe está centrada en Cristo» (LF 20). Jesucristo, que es el revelador y la revelación del Padre, «lleva a plenitud la revelación y la confirma con testi-monio divino» (DV 4).

Se podría decir que la fe es «cristiana» porque tiene a Cristo como objeto y fin19. Así lo expresó San Agustín con una sugerente fórmula: cre-dere Christum, credere Christo, credere in Christum20. La fe es reconocer a Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios (credere Christum), pero también creerle, es decir, aceptar su testimonio (credere Christo) y confiar en Él, aco-giéndole personalmente en nuestra vida (credere in Christum) (Cf. LF 18). La Encíclica insiste: «La fe cristiana está centrada en Cristo» (LF 15), que es quien la lleva también a plenitud (Cf. LF 17)

Si humanamente el creer puede ser descrito como mirar con los ojos de otro, en la perspectiva teologal creer es mirar es mirar a Cristo y mirar desde Cristo, con sus ojos. Pero lo primero es el encuentro.

3.1. Lo primero es el encuentro

En el origen de la fe está el encuentro con Dios: «La fe nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida» (LF 4)21. Es éste un tema central en el magisterio de Benedicto XVI y que aparecía en las primeras líneas de Deus Caritas est: ser cristiano no es adherirse a unas proposiciones ni a una ética sino a una persona; su origen es «el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»22.

19 Cf. j. MourouX, Creo en ti. La estructura personal del acto de fe, Flors, Barcelona 1964, 10.20 aGusTín De hiPona, In Ioannis Evangelium Tractatus 29, 6 (PL 35, 1651); Sermo 144,

2, 2 (PL 38, 788).21 En la carta a Scalfari dice: «La fe, para mí, nace de un encuentro con Jesús. Un encuentro

personal, que ha tocado mi corazón y ha dado una dirección y un nuevo sentido a mi existencia» (Francisco, Carta al periodista italiano Eugenio Scalfari).

22 BeneDicTo XVi, Enc. Deus Caritas Est (25/12/2005), 1. Es significativo también BeneDicTo XVi, Mensaje para la Cuaresma 2013, n. 1.

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El modelo de comprensión de la fe que aquí se dibuja es claramente personalista. Lejos de concebir la fe como aceptación de verdades basadas en la autoridad, aquí se delinea una concepción personal del acto de fe y de la revelación. La fe –dirá a propósito de Abraham- es respuesta «a un Tú que nos llama por nuestro nombre» (LF 8). El Dios que se acerca al hombre no es un desconocido, sino el Creador, la fuente de la vida, el origen de todo (Cf. LF 11).

Es importante subrayar que el encuentro con Dios abarca al hombre entero. En la línea de Dei Verbum, 5 la fe es concebida de un modo totali-zador. La fe es entrega del hombre «entero» a Dios y abarca tanto sus senti-mientos como su voluntad y su razón. La fe es «una luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca a la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad» (LF 40; cf. n. 26). Todas las dimensiones del ser humano intervienen en la fe, cada una a su modo. La fe supone potenciar todas y cada una de las dimensiones del hombre, pues tiene al Misterio de Dios trino como límite23.

Del encuentro nace una nueva capacidad de ver: la fe nos transforma. Somos transformados por el amor, que nos da nueva capacidad y nuevos ojos (cf. LF 4). Algún autor ha hecho notar que el término «transformar» (mutare, commutare, immutare) se usa más de veinte veces en la Encícli-ca24. «La fe –se dice- transforma a la persona entera» (LF 26). En verdad, se puede considerar que una de las claves de la Encíclica es la capacidad transformadora del amor. En el n. 21 se expone magistralmente esto cuando se dice: «El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo». Y, sigue diciendo, que el «yo» del creyente se ensancha «para ser habitado por Otro»: la experiencia del amor de Dios contiene una reve-lación; el encuentro con el Misterio nos transforma y produce una mirada nueva, dándonos ojos para descubrir que Dios nos ha amado desde siem-pre25. La fe procede, pues, de un encuentro amoroso que nos transforma

23 Cf. P. roDríGuez Panizo, «La fe, una luz por redescubrir», Razón y fe n. 1382 (diciembre 2013) 434-437.

24 Cf. M. P. GallaGher, «Shining a light on Lumen fidei», en Thinking Faith. The Online Journal of British Jesuits (http://www.thinkingfaith.org/articles/20130913_1.htm: consultado 10/03/14)

25 Es un tema subrayado de diversas maneras en la Encíclica: «Si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría» (LF 7)

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por completo y nos da la capacidad de ver: «quien ha sido transformado de este modo adquiere una nueva forma de ver, la fe se convierte en luz para sus ojos» (LF 22).

3.2. Mirar a Cristo, centro de la fe

Ahora bien, al primero que hay que dirigir la mirada es a Cristo. La fe es cristiana en cuando que se dirige a Cristo. Creer es mirar a Cristo, que está en el centro de la fe. «La verdad que la fe nos desvela está centrada en el encuentro con Cristo, en la contemplación de su vida, en la percepción de su presencia» (LF 30). La fe es «encuentro con el Dios vivo manifestado en Cristo» (LF 5). Responder a la revelación de Dios es situarnos ante la per-sona de Cristo, cuya «historia única y singular – se decía en Verbum Domini 11- es la palabra definitiva de Dios».

En la Encíclica se habla por tres veces de la «vida luminosa» de Jesús (LF 30, 34, 35). Creer es mirar a quien es el Hijo, que está radicado en el amor absoluto del Padre (LF 17), luz de luz, presencia encarnada de la luz originaria. «Toda la luz de Dios se ha concentrado en Él, en su vida lumino-sa» (LF 35). Esta vida luminosa aparece como creíble, como fiable porque es manifestación del amor del Padre y del Hijo.

Pero conviene advertir que la mirada a Cristo no puede ser neutra. Para verle necesitamos la gracia de la fe. «Una luz tan potente no puede pro-venir de nosotros mismos; ha de venir de una fuente más primordial, tiene que venir, en definitiva, de Dios» (LF 4). Sólo «cuando estamos configura-dos con Jesús, recibimos ojos adecuados para verlo» (LF 31).

Por eso hay que estar atentos, porque se puede mirar a Cristo o mirar a Dios como se mira a un ídolo «cuyo rostro se puede mirar, cuyo origen es conocido, porque lo hemos hecho nosotros» (LF 13). La idolatría, en realidad, es un pretexto para ponernos a nosotros mismos como centro de la realidad. No comprender que la fe es luz, pero también es oscuridad. La idolatría rechaza el misterio y pretende tener sólo luz. Podemos hacer nuestra imagen de Cristo, un Dios a nuestra imagen. Tenemos la tentación de la incredulidad, de no soportar «el misterio del rostro oculto de Dios» y no aguantar «el tiempo de espera». Hay que tener la valentía de mantener la mirada dirigida a Cristo. Como ha señalado un comentarista, en la pers-pectiva de Lumen Fidei lo opuesto a la fe no es el ateísmo o el agnosticismo,

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sino la idolatría, que no busca la luz porque pretende poseerla ya26. El ídolo ocupa el lugar de Dios. Por eso creer significa convertirse, volver constante-mente la mirada hacia Cristo para ponerlo en el centro de la vida.

3.3. Mirar desde Cristo, con sus ojos

Pero creer es también mirar desde Cristo, con sus ojos. Se trata de «ver con los ojos de Cristo» (LF 46), «participar en la misma mirada de Cris-to» (LF 46 y 19). Cristo es verdaderamente el que «inició y completa nuestra fe» (Heb 12, 2) porque ha compartido nuestro camino y en su mirada nos da la luz de Dios (cf. LF 57).

Cristo –dice el comienzo del n. 18- no es sólo aquel a quien creemos, sino «aquel con quien nos unimos para poder creer» («quocum coniungi-mur ut credamus»). En la vida humana –como hemos visto- necesitamos apoyarnos en otras personas para ver. La fe se refiere siempre a alguien que conoce; presupone el conocimiento de personas cualificadas y en quienes nos apoyamos porque son dignas de confianza. Al creer, participamos en la experiencia de esas personas. Pues bien, los seres humanos –se explica en el n. 18- necesitamos también a alguien que sea experto en las cosas de Dios y en quien podamos confiar. Cristo aparece como el que explica a Dios a través de su modo de conocer al Padre y de relacionarse con él. Él es «el gran vidente», que conoce de primera mano al Padre. Por eso se dice: «la luz de la fe es la de un Rostro en el que se ve al Padre» (LF 30).

Creer es unirse a Cristo, participando de su mirada. La fe «mira desde el punto de vista de Jesús, de sus ojos: es una participación en su modo de ver» (LF 18). El Cardenal Ratzinger ya había escrito que «el acto de fe… es participación en la visión de Jesús, un apoyarse en Jesús»27. A través de lo que ha visto el Hijo eterno hecho hombre, podemos nosotros entrar a ver lo que ha revelado. «La fe cristiana es, en su esencia, participación en la visión de Jesús, mediada por su palabra, que es la expresión auténtica de su visión. La visión de Jesús es el punto de referencia de nuestra fe, su anclaje más concreto»28. La fe es un encuentro con el testigo del Padre, para participar en su modo de ver.

26 Cf. comentario de a. Mariani, Credere ed agire. Riflessi teológico-morali dalla «Lumen fidei», IF Press, Roma 2013, 71.

27 j. raTzinGer, Mirar a Cristo, 41.28 j. raTzinGer, Mirar a Cristo, 36.

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Unidos a Cristo, recibimos la luz. En el número 57 se dice: «En Cris-to, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz». Para explicarlo, la Encíclica recurre a una cono-cida expresión de Tomás de Aquino y habla de «oculata fides», la fe que ve (LF 30)29. Según Santo Tomás los apóstoles vieron a Cristo después de la resurrección no con los ojos corporales, sino «oculata fides», con los ojos de la fe. Apoyados en Cristo, vemos: «Quien cree ve; ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino» (LF 1). La fe ilumina y educa nuestro corazón y nuestra mirada para ver el mundo y para ver a los otros como los ve Dios, como los ve y comprende Cristo.

Conviene subrayar dos ideas más. La primera es que sólo podemos participar en la mirada de Jesús, ver a través de sus ojos, por la acción del Espíritu Santo. Es Jesús quien nos hace partícipes de su Amor, que es el que nos transforma y abre nuestro ser para que seamos capaces de mirar con sus ojos. «En ese Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús» (LF 21). La iniciativa no es sólo del ser humano: es precisa la acción de Dios.

La segunda observación es que estamos ante un proceso dinámico, que no se da de una vez por todas. En el n. 30 habla de que los ojos se tienen que acostumbrar a ver y en el n. 29 se explica que «es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento». También en el n. 35 se habla de habituarse al esplendor de Dios.

A lo largo de su vida cristiana, el fiel va aprendiendo a mirar con los ojos de Cristo. Por ejemplo, al rezar el Padre Nuestro, «el cristiano aprende a compartir la misma experiencia espiritual de Cristo y comienza a ver con los ojos de Cristo» (LF 46). Hacia el final de la Encíclica se hace referencia al sufrimiento y se dice que el creyente aprende también a participar en la misma mirada de Cristo en esas circunstancias (cf. LF 57).

4. El amor hace posible la mirada de fe

La clave para comprender la fe como luz reside en el amor, porque es el amor el que hace posible nuestra unión a Cristo: «la fe conoce por estar vinculada al amor» (LF 26). La tradición teológica ha tenido en cuenta esta vinculación entre la fe y el amor. San Agustín puso el acento en el amor

29 Cf. ToMás De aquino, Summa Theologiae, III, q. 55, a. 2, ad 1. Esta expresión se encuentra también en Catena Aurea in Lucam, c. 9, lect. 6; c. 24, lect. 9; Summa Theologiae, III, q. 44, a. 2, ad 2 y Responsio ad Bernardum.

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como origen de la fe: «Es el amor el que pregunta, es el amor el que busca, es el amor el que llama y es el amor el que hace adherirse a la revelación y el que mantiene la adhesión a lo revelado»30. También Tomás de Aquino dirá que «el inicio de la fe está en el afecto»31. En efecto, en último término, no es la inteligencia sino el amor el que nos mueve a aceptar la verdad de lo que creemos. Newman lo resumió en esta frase: «creemos porque amamos»32. También Lonergan consideraba la fe como «conocimiento nacido del amor religioso»33. En la fe no estamos ante un conocimiento fáctico ni objetivo, que surge de verificar hipótesis, sino que brota del enamoramiento. En Por-ta Fidei 14, el Papa Benedicto había escrito: «La fe y el amor se necesitan mutuamente».

Lumen Fidei desarrolla esta epistemología de la fe especialmente en nn. 26-28, donde presenta al amor como la clave. El conocimiento de fe es el conocimiento propio del amor. Con el fin de subrayar la vinculación entre amor y verdad, la Encíclica se apoya en Romanos 10,10: «es el corazón con el que se cree». El corazón nos abre a la verdad y al amor. Los labios y el corazón van unidos: la confesión de los labios (fides quae) proviene del corazón que cree (fides qua).

En el origen de la fe ya se sitúa el amor, porque es la gracia de Dios la que abre el corazón del hombre para que acepte la palabra (Cf. Hech 16, 14). El amor nos precede y transforma desde dentro, «obra en nosotros y con nosotros» (LF 20). El amor transforma y nos da «los ojos de Jesús» (LF 21). En este sentido, el texto clave de la Encíclica es este: «El mismo amor trae una luz. La comprensión de la fe es la que nace cuando recibimos el gran amor de Dios que nos transforma interiormente y nos da ojos nuevos para ver la realidad» (L F26).

La fe es conocimiento, pero conocimiento amoroso, porque es el amor el que abre nuestros ojos. El conocimiento que procede de la fe no es sólo intelectual, sino vital. Benedicto XVI, en una de sus Catequesis sobre la fe explicaba: «Es el conocimiento de Dios-Amor, gracias a su mismo amor. El amor de Dios además hace ver, abre los ojos, permite conocer toda la realidad, más allá de las estrechas perspectivas del individualismo y del sub-

30 S. aGusTin, De moribus Ecclesiae, L. I, c. 17, n. 31.31 ToMás De aquino, De veritate, q. 14, a. 2, ad 10. «En el conocimiento de fe la voluntad

es lo más importante» (Contra Gentes, 3, 49). Sigue y comenta este pensamiento j. PiePer, La fe, Rialp, Madrid 1971, 38-49.

32 j. h. neWMan, Parochial and Plain Sermons, IV, 309.33 B. lonerGan, Método en teología, Sígueme, Salamanca 1988, 116.

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jetivismo que desorientan las conciencias»34. Dice Testaferri comentando la Encíclica: «La fe conoce en cuanto que está ligada al amor y su conoci-miento es, por ello un conocimiento amoroso. Es más, se podría decir que la fe conoce el amor, que es la verdad. Nada sabe de la física del universo o de los secretos recónditos de la biología o de la genética. Nada sabe… o quizás todo lo sabe, en el sentido de que, habiendo escuchado al amor que da vida, ha comprendido todo aquello que es verdaderamente necesario comprender»35.

Hay realidades que pueden ser conocidas sin el compromiso de la libertad. Mediante el conocimiento experimental y la investigación científica se puede alcanzar a conocer un importante segmento del mundo. Pero hay realidades que no se pueden conocer sin un acto previo de entrega personal. No basta ver; hay que mirar, lo cual supone un ejercicio de nuestra libertad. Esto es lo que sucede en el ámbito de las relaciones interpersonales, donde no hay conocimiento sin amor previo. Y también acontece de modo singular ante la revelación de Dios, que es revelación del Amor. La fe es una luz que nace del amor. Tiene su origen en el amor de Dios, que se autocomunica al hombre. Y hace capaces de mirar. Esa mirada que procede del amor tiene una profundidad especial y nos da a conocer la verdad de Dios.

El creyente descubre «el amor como fuente de conocimiento» (LF 28). Este es el significado del conocido dictum de S. Gregorio Magno: «Amor ipse notitia est»36. El amor es fuente de conocimiento, «lleva a una lógica nueva» (LF 27). El amor permite al hombre entrar en contacto con la verdad, porque conduce al encuentro y al reconocimiento del otro. Es un conocimiento en el que la persona y su libertad están implicadas.

Ricardo de San Víctor escribió: «Ubi amor, ibi oculus»: donde está el amor, allí está el ojo37. El amor contempla y conoce de un modo especial. «De algún modo –explica Pérez Soba- el amor crea sus propios ojos para,

34 BeneDicTo XVi, Audiencia general (21/11/12). La vinculación entre fe y caridad fue el tema del Mensaje para la cuaresma 2013.

35 F. TesTaFerri, «Una fede “diferente”. Un nuovo paradigma di confronto con Lumen fidei», Urbaniana University Journal 66 (2013) 83.

36 GreGorio MaGno, Hom. In Evangelia II, 27, 4 (PL 76, 1207). S. Bernardo convertirá estas palabras en guía de la vida contemplativa, sobre todo en De diligendo Deo y en los Sermones sobre el Cantar de los Cantares. Los teólogos monásticos como Guillermo de Saint Thierry incidirán en la misma fórmula. Sobre el conocimiento que brota del amor se puede ver j. j. Pérez soBa, Creer en el amor. Un modo de conocimiento teológico, BAC, Madrid 2014, 121-206.

37 r. De san VicTor, Benjamin minor, c. 13.

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mediante ellos, poder acabar en la contemplación del amado»38. El amor dota de la capacidad de ver de un modo nuevo. Hace que abramos los ojos, y otorga luz a nuestra mirada. «Quien ama comprende que el amor es expe-riencia de verdad, que él mismo abre nuestros ojos para ver toda la realidad de modo nuevo, en unión con la persona amada» (LF 27). Aquí se nos da la clave: es el amor el que nos hacer ver la realidad en unión con Jesucristo, a quien amamos. 

Es más, resulta que desde esta luz que procede del amor de Jesucristo comprendemos que en todo amor humano hay «ya un tenue reflejo de aque-lla luz y percibimos cuál es su meta última» (LF 32), que no es otra sino Cristo. Y, al mismo tiempo, el hecho de que en el amor humano haya una luz «nos ayuda a ver el camino del amor hasta la donación plena y total del Hijo de Dios por nosotros» (LF 32).

5. La fe, luz y verdad

En nosotros puede surgir la duda ante esta mirada que recibimos: ¿no será un espejismo, un refugio para los que huyen de la crudeza y fugacidad de la vida? ¿realmente es una luz que procede de Dios? ¿no vendrá de mí mismo? La Encíclica subraya que esa mirada que ofrece una luz para el hombre no es una ilusión ni un mero sentimiento, sino la verdad. Sobre todo el capítulo segundo incide en la inevitable cuestión de la verdad.

5.1. La conexión de la fe con la verdad

Una primera idea importante es que «la fe, sin verdad, no salva» (LF 24). Si prescindimos de la verdad, la fe queda en una bella fábula, en una proyección del hombre o en un mero sentimiento. «Gracias a su unión intrínseca con la verdad, la fe es capaz de ofrecer una luz nueva» (LF 24). Resulta esclarecedor el modo en que se reclama la «conexión de la fe con la verdad» en un tiempo dominado por la «crisis de la verdad». Esta crisis se manifiesta principalmente de dos modos principales. El primero es la reducción de la verdad a la verdad tecnológica, a lo que funciona. Otra manera de olvidar la verdad es interpretarla en términos de autenticidad, convirtiéndola en algo puramente subjetivo. Se alude con esto al panorama «postmoderno», que contempla las grandes verdades como sospechosas de

38 j. j. Pérez soBa, El amor: introducción a un misterio, BAC, Madrid 2011, 5.

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totalitarismo y promueve un relativismo. En el fondo estamos ante un gran olvido. El hombre ha olvidado que hay algo que le precede. Pero el creyen-te no puede renunciar a la verdad de su fe, si quiere que sea luz y que sea salvadora.

5.2. Apoyados en la fiabilidad de Dios

La Encíclica vincula también la credibilidad con el amor. Dios es creí-ble, fiable (cf. LF 23), de manera que «es razonable tener fe en Él, cimentar la propia seguridad sobre su palabra» (LF 23). Lo primero que experimen-tamos es el amor de Dios, el cual se muestra como creíble. Al creer nos apo-yamos en la fidelidad de Dios: la verdad y la fidelidad proceden ambas de Dios (cf. LF 28). El tema de la fiabilidad de Dios es una clave de lectura de Lumen Fidei. La fe no es un «salto en el vacío» o un «sentimiento ciego» (LF 3) sino que está firmemente apoyada en la fiabilidad y credibilidad de Dios, manifestada a lo largo de la historia. Nos podemos fiar del amor de Dios que se nos ha mostrado especialmente en la vida de Jesús; toda la historia de Jesús es la intervención definitiva de Dios (cf. LF 4, 15). Ahora bien, la mayor prueba de la fiabilidad («fiducia») del amor de Cristo se encuentra en su muerte por los hombres (LF 16). Esta fiabilidad se muestra totalmente en la resurrección (LF 17). Nos podemos fiar también de Jesús que es testigo fiable, digno de fe; es fiable y experto en las cosas de Dios, porque es el Hijo de Dios (cf. LF 17, 18). Esta confianza en Él nos abre a una participación en su mirada y se verifica después en nuestra experiencia.

En el trasfondo de este pensamiento podemos descubrir la perspecti-va de von Balthasar: «sólo el amor es digno de fe», expresión que se contiene casi literalmente en el n. 53: «la fe nos da seguridad de que el amor es digno de fe». En efecto, de acuerdo con el teólogo suizo, «creíble es sólo el amor, y no tiene que ser creída ni debe ser creída otra cosa que el amor»39.

5.3. Una verdad que procede del encuentro

Es preciso afirmar la verdad, pero inmediatamente hay que añadir que estamos ante una verdad que procede del encuentro. «La verdad que la fe nos desvela está centrada en el encuentro con Cristo, en la contemplación de su vida, en la percepción de su presencia» (LF 30). La verdad es la «vida

39 h. u. Von BalThasar, Sólo el amor es digno de fe, Sígueme, Salamanca 1994, 95.

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humana» de Jesús. Como Mouroux escribió, «el objeto de la fe cristiana es esa Verdad que es una Persona en la que encontramos a Dios. Decir “la Verdad” es decir “el Hijo Encarnado”»40. En el cristianismo la verdad es una persona, Jesucristo, de manera que nuestro asentimiento lo otorgamos no a unas verdades abstractas sino al Hijo de Dios, revelador del Padre.

Esta verdad está, por ello, unida al amor. «Sin amor, la verdad se vuel-ve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca» (LF 27). Un obstáculo para comprender la vinculación de verdad y amor procede de entender el amor como un sentimiento pasajero, situándolo sólo en el ámbito de la subjetividad. Pero el amor busca perma-nencia y abarca a toda la persona (cf. LF 27). Cuando se entiende así, el amor es fuente de luz. Amor y verdad van unidos.

Una consecuencia de ello es «que la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro. El creyente no es arrogante; por el contrario, la verdad lo hace humilde, consciente de que, más que poseerla nosotros, es ella la que nos abraza y nos posee» (LF 34). En la mencionada carta a Scalfari, dice el Papa Francisco: «yo no hablaría, ni siquiera para quien cree, de una verdad «absoluta», en el sentido de que absoluto es aque-llo que está desatado, es decir, que sin ningún tipo de relación. Ahora, la verdad, según la fe cristiana, es el amor de Dios hacia nosotros en Cristo Jesús. Por lo tanto, ¡la verdad es una relación! A tal punto que cada uno de nosotros la toma, la verdad, y la expresa a partir de sí mismo: de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no quiere decir que la verdad es subjetiva y variable, ni mucho menos. Pero sí significa que se nos da siempre y únicamente como un camino y una vida. ¿No lo dijo acaso el mismo Jesús: «Yo soy el camino, la verdad y la vida»? En otras palabras, la verdad es en definitiva todo un uno con el amor, requiere la humildad y la apertura para ser encontrada, acogida y expresada. Por lo tanto, hay que entender bien las condiciones y, quizás, para salir de los confines de una contraposición... absoluta, replantear en profundidad el tema. Creo que esto es hoy una necesidad imperiosa para entablar aquel diálogo pacífico y cons-tructivo que deseaba desde el comienzo de esta mi opinión»41.

40 j. MourouX, Creo en ti, 32.41 Francisco, Carta al periodista italiano Eugenio Scalfari.

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5.4. Una luz que busca el diálogo

Se comprende que una luz como la de la fe, que procede del amor, esté abierta al diálogo: «en lugar de hacernos intolerantes, la seguridad de la fe nos pone en camino y hace posible el testimonio y el diálogo con todos» (LF 34). La fe nos pone en el camino del diálogo con la razón humana (cf. LF 32-34), con los seguidores de otras religiones y también con quienes no creen pero no dejan de buscar (cf. LF 35)42. Creer e indagar no se oponen: si la fe es verdadera, no teme investigar y conocer. Quien cree es un buscador y necesita interrogar a todos. «Fides quaerens intellectum»; la fe «busca la inteligencia más profunda de la autorrevelación de Dios» (LF 36). Por su parte, la razón también necesita de la fe. Si la fe se apaga, también la razón acaba languideciendo (cf. LF 4). La Encíclica habla del encuentro del men-saje evangélico con el pensamiento filosófico en la antigüedad (cf. LF 32) y, teniendo como punto de referencia la Encíclica Fides et Ratio (14/9/98), contempla de modo armónico la relación entre la fe y la razón.

6. Una luz para el camino

La Encíclica es insistente en un punto: la fe es luz para el camino. La fe pone en camino e ilumina ese camino. De hecho, la palabra «camino» (cursus, iter) aparece 81 veces en el texto. La fe «es un conocimiento que se aprende sólo en un camino de seguimiento» (LF 29). La fe es descrita, de esta manera, como éxodo, como salida y peregrinaje. El creyente es un itinerante, alguien que va haciendo camino.

6.1. Ilumina todo el camino del hombre

Desde el comienzo se subraya que la fe es una luz que, a diferencia del mundo pagano, alcanza «toda la existencia del hombre» (LF 1), incluida la muerte. Es un tema en el que se insiste varias veces. «La característica propia de la luz de la fe es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre» (LF 4); Cristo «nos da la luz que ilumina el origen y el final de la vida, el arco completo del camino humano» (LF 20); «el conocimiento de la fe ilumina no sólo el camino particular de un pueblo, sino el decurso com-pleto del mundo creado, desde su origen hasta su consumación» (LF 28).

42 Es digno de destacar que la Encíclica contempla al no creyente inquieto como alguien que está «en la senda hacia la fe» (LF 35) y que, al practicar el bien, se acerca a Dios.

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El Papa contrasta esta luz de la fe con la que ofrecía el paganismo, y que era incapaz de irradiar toda la existencia humana (LF 1) y con la luz de la «razón autónoma», que «no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al hombre con el miedo a lo desco-nocido» (LF 3). Por su parte, el pensamiento postmoderno supone renuncia a buscar una luz grande y se conforma «con pequeñas luces que alumbran el instante fugaz, pero que son incapaces de abrir el camino» (LF 3). En cambio, quien cree en Cristo «ve con una luz que ilumina todo el trayecto del camino» (LF 1); la cual es una «luz creativa» (LF 55). Ya había dicho Gaudium et Spes que «la fe todo lo ilumina con nueva luz» (n. 11).

Pero la Encíclica es realista y sabe que la luz va acompañada muchas veces por las sombras y las dudas. En un texto muy revelador dice: «la luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar» (LF 57). No todo es claro. Aunque desde el punto de vista objetivo, la fe consiste en ver, desde el punto de vista subjetivo siempre está acompañado por el deseo de ver más, por el anhelo de encontrar en plenitud a Dios. En la Introducción al cristianismo J. Ratzinger presentaba la incredulidad como amenaza cons-tante para el creyente y escribía que «el océano de la nada es el único lugar donde (el creyente) puede recibir su fe»43. La fe siempre supone ruptura, incertidumbre, porque aún no hemos alcanzado la meta. Mientras se está de camino, persiste la amenaza de la duda.

6.2. Pone en camino: las manos de la fe

Como hemos señalado, la fe se concibe de un modo dinámico y pro-gresivo. La fe no es nunca una mera adhesión teórica hecha de una vez por todas. Creer es ponerse en camino y comenzar a mirar al otro desde Cristo, con los ojos de Cristo. La luz de la fe es mirada de misericordia, de acogida, de perdón, de reconocimiento. Mirar al otro desde el misterio de Cristo es reconocerlo como hermano y abrirnos a la lógica del don y del amor.

En una ocasión la Encíclica deja de hablar de ojos de la fe y recu-rre a la expresión «manos de la fe» (fidei manus): «Las manos de la fe se alzan al cielo, pero a la vez edifican, en la caridad, una ciudad construida sobre relaciones, que tienen como fundamento el amor de Dios» (LF 51). La expresión «manos de la fe» procede de san Agustín, el cual, hablando

43 j. raTzinGer, Introducción al cristianismo, Sígueme, Salamanca 1996, 26.

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de los judíos que querían prender a Cristo, observa: no lo aprehendieron porque no tenían las manos de la fe44. Explica Mouroux que las manos de la fe sirven para palpar a Alguien en la oscuridad. Aquí tiene otro sentido. Las manos de la fe no sólo quieren tocar a Dios, sino que deben ponerse a construir la ciudad de los hombres.

6.3. Conocimiento de Dios y praxis

En nuestro caminar vamos conociendo a Dios. La praxis no es ajena al conocimiento de Dios. La luz de la fe tiene que realizarse. A propósito de la experiencia de Abraham dice el Papa que «la fe “ve” en la medida en que camina» (LF 9). Abraham, el padre en la fe, camina escuchando al Señor, que le invita a seguir y a salir de sí. Acepta salir hacia lo inesperado, ponerse en camino, y en esa medida aprende a ver.

La fe se va verificando en la vida. Haciendo la verdad (Ef 4, 15), vemos más. Profesando la fe, celebrando los sacramentos y practicando la caridad somos capaces de ver mejor. Los samaritanos, después de entrar en contacto con Jesús, pueden decir que ya no creen por el testimonio de la mujer, sino que «nosotros mismos hemos oído, y sabemos que éste es el salvador del mundo, el Cristo» (Jn 4, 42).

7. Una mirada común, un saber compartido

La Encíclica insiste en diversas ocasiones en el carácter comunitario tanto de la fe como del conocimiento de fe. Miramos junto con otros. «En el encuentro con los demás, la mirada se extiende a una verdad más grande que nosotros mismos» (LF 14); «es posible tener una visión común» (LF 47).

Esta insistencia es coherente con el carácter eclesial del acto de fe y con el carácter social del conocimiento. El primer aspecto es intrínseco a la misma fe y se encuentra subrayado en la Encíclica. Quien dice «creo», dice al mismo tiempo «creemos». La comunidad no es algo secundario, sino el espacio vital de la fe. La fe posee una «configuración necesariamente eclesial, se confiesa dentro del cuerpo de Cristo, como comunión real de creyentes» (LF 22). La fe procede de la Iglesia, se confiesa en la Iglesia y se sostiene unido a la Iglesia.

44 aGusTín De hiPona, In Ioannem Tractatus, 48, 9-11 (PL 35, 1745): «Non cum aprehenderunt, quia manus fidei non habuerunt», Cf. j. MourouX, Creo en ti, 52.

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Además, la Encíclica da una profunda razón antropológica: creer es responder a una invitación, de manera que la fe implica siempre diálogo. Por eso sólo se puede creer cuando se forma parte de una gran comunión (cf. LF 39).

El segundo aspecto ha sido acentuado por la filosofía contemporánea: todo conocimiento tiene un carácter social45. La búsqueda de la verdad no es una tarea privada, que pueda ser llevada a cabo por una persona aisladamen-te, sino que requiere la actividad cooperativa de unos y otros. En consecuen-cia, también el conocimiento de fe tiene un carácter social. Creemos en Dios y conocemos «en» una comunidad o iglesia, que es espacio de comunicación, intercambio y también de control de nuestras creencias. El conocimiento de Dios tiene lugar en el interior de una comunidad histórica y actual, es decir, en una tradición y una Iglesia.

Esto implica –dice Lumen Fidei- el rechazo a toda concepción indi-vidualista del conocimiento, que olvida la mediación del otro. Creer es «participar en la visión del otro» y por ello, «saber compartido (scientia communicata), que es el saber propio del amor. La fe es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse, para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los hombres, la historia de la salvación» (LF 14).

El carácter social del conocimiento de fe tiene su razón de ser en que es un conocimiento que procede del amor. El conocimiento propio del amor es saber común y compartido. Es un saber que procede de habernos fiado de la palabra y del rostro del otro, de lo que otro nos ha transmitido. Dice la Encíclica que «en el amor es posible tener una visión común», «amando aprendemos a ver la realidad con los ojos del otro, y que eso no nos empo-brece, sino que enriquece nuestra mirada» (LF 47).

En el siguiente texto se condensa el carácter comunitario del cono-cimiento: «Confesando la misma fe, nos apoyamos sobre la misma roca, somos transformados por el mismo Espíritu de amor, irradiamos una única luz y tenemos una única mirada para penetrar la realidad» (LF 47). Es la Iglesia la que cree; a ella nos unimos, con ella apoyamos nuestra vida en Cristo, en ella recibimos el Espíritu y unidos a ella tenemos una mirada común.

45 Cf. F. conesa– j. nuBiola, Filosofía del lenguaje, 147-148.156-161; F. conesa «Conocer a Dios por la fe», 37-39.

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Aquí cobra importancia otra categoría epistemológica cen-tral en la Encíclica, la de memoria. Creer es acoger la memoria del Señor que la Iglesia conserva y transmite. El concepto «memoria» vin-cula la fe tanto con la historia como con una comunidad que la recuer-da y la narra. Tanto Israel como la Iglesia son comunidades que recuer-dan y transmiten las obras realizadas por Dios. Por eso, creer es par-ticipar en esa «memoria más grande» (LF 38). Fe y memoria van unidas (cf. LF 38).

8. Entrar por completo en la luz

Pero la Encíclica nos recuerda que la fe no mira sólo al pasado, por-que la fe es memoria futuri. En cuanto que se refiere al pasado, la fe es memoria de lo que Dios ha hecho en la historia de Israel, en la vida de Jesús (cf. LF 4) y en nuestra propia vida (cf. LF 12). Pero en cuanto que viene del futuro, la fe está unida a la esperanza en las promesas de Dios. La fe es memoria futuri porque es memoria de una promesa y, por ello, presencia abierta al futuro. La fe «abre la mirada al futuro» (LF 4) y «da alas a nuestra esperanza» (LF 7).

La carta a los Hebreos conecta la fe con el futuro, al presentarla como «fundamento de lo que se espera y garantía de lo que no se ve» (Heb 11, 1). La fe está orientada al futuro y sólo se adhiere a lo invisible; va siempre de la mano de la esperanza y por esto «nos proyecta hacia un futuro cierto» (LF 57), lo que nos ayuda a caminar con esperanza.

Cuando, en el bautismo de adultos, se pregunta al catecúmeno «¿qué te concede la fe?» la respuesta es «la vida eterna». La luz de la fe apunta a una plenitud que es motivo de esperanza. La fe nos da la convicción de que sólo el Amor vence al mal y a la muerte y, de esta manera, nos hace confiar en el triunfo final de Dios46.

En la perspectiva epistemológica, ese futuro será el momento en el que serán una misma cosa conocimiento y amor. La Encíclica lo describe así: «el deseo de la visión global, y no sólo de los fragmentos de la historia, sigue presente y se cumplirá al final, cuando el hombre, como dice el Santo de Hipona, verá y amará. Y esto, no porque sea capaz de tener toda la luz, que será siempre inabarcable, sino porque entrará por completo en la luz»

46 Cf. BeneDicTo XVi, Mensaje para la Cuaresma 2013, n. 4.

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Facies Domini 6 (2014), 29-52

F. Conesa

(LF 33). El creyente sabe que participa de la luz, que va desarrollándose y creciendo en su vida y apunta a una plenitud, el momento en el que tendrá «toda la luz» y entrará por completo en ella: «integer in lucem ingreditur».

Francisco conesa Seminario Diocesano (Orihuela-Alicante)

ISCR San Pablo (Alicante) Universidad de Navarra