Memoria y Narración - UiO

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Memoria y Narración Revista de estudios sobre el pasado conflictivo de sociedades y culturas contemporáneas Número 1, 2018

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Memoria y

Narración Revista de estudios

sobre el pasado

conflictivo de

sociedades y culturas

contemporáneas

Núm

ero

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Memoria y Narración. Revista de estudios sobre el pasado conflictivo

de sociedades y culturas contemporáneas

ISSN: 2535-597X

Dirección electrónica: https://www.journals.uio.no/index.php/MyN

Web: https://www.journals.uio.no/index.php/MyN

Contacto: [email protected]

Número 1 (2018)

Número monográfico:

Estudios de memoria desde una perspectiva transnacional y transatlántica:

potenciales y desafíos de una mirada comparativa

Ed. Juan Carlos Cruz Suárez, José María Izquierdo y Claudia Jünke

Nota de los editores …………………………………………………………………… …1

LUISA GARCÍA-MANSO:

Justicia transicional y producción cultural: una cala en la transgresión literaria

de los discursos institucionales de Argentina, Chile y España ………………………….. …3

SILVANA MANDOLESSI:

Anacronismos históricos, potenciales políticos: la memoria transnacional

de la desaparición en Latinoamérica …………………………………………………… ..14

PATRICK ESER:

Los ‘años de plomo’ en perspectiva transnacional. ¿Idas y vueltas de conceptos

políticos-históricos, figuraciones y narrativas culturales? (España – Argentina) ……….... ..31

MANUEL SÁNCHEZ-MORENO: Memorias y justicia a través del océano. Argentina y España frente a sus

últimas dictaduras …………………………………………………………………….... ..52

RIKE BOLTE:

Ante la cámara lúcida de la memoria. Divisiones y uniones fotográficas entre

descendientes de víctimas y victimarios de la Guerra de España —y su amplio

marco medial y transcultural ………………………………………………………….... ..76

PATRICIA CIFRE WIBROW:

Tradiciones críticas encontradas en torno a la literatura testimonial del Holocausto

y a la literatura del testimonio ………………………………………………………….. 114

ELIDE PITTARELLO:

Memorias conflictivas en El desierto de Carlos Franz ……………………………………134

HANS LAUGE HANSEN:

Modos de representación literaria de la zona gris. Una lectura de dos novelas chilenas .... 150

PABLO SÁNCHEZ LEÓN:

“Esa tranquilidad terrible”. La identidad del perpetrador en el ‘giro’ victimario ………... 167

ULRICH WINTER:

Memoria histórica e imaginación jurídica: políticas estéticas de la memoria,

desde la justicia poética al forensic turn …………………………………………………... 184

Informaciones sobre los autores ………………………………………………………..198

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Nota de los editores La red de investigación y aprendizaje Memoria y Narración tiene como objeto de estudio la memoria cultural de sociedades con pasado conflictivo (guerras civiles, dictaduras, terrorismo, violación de derechos humanos) en el mundo hispánico a partir de 1940. El primer número de la revista Memoria y Narración, fundada en el marco de esta red y vinculada a ella, presenta enfoques actuales en los estudios de la memoria histórica del mundo hispanófono, haciendo hincapié particularmente en la perspectiva transnacio-nal y transatlántica y en los desafíos metodológicos y teóricos que emergen de una mirada comparativa. El número reúne diez contribuciones dedicadas a la memoria cul-tural transnacional de pasados traumáticos tal como la Guerra Civil española, las dic-taduras de Argentina y Chile o la actual ola de violencia en México, pero también —superando los límites del mundo hispánico— el Holocausto. Los autores y las autoras estudian un amplio abanico de productos y prácticas culturales —desde la literatura y el teatro pasando por el testimonio hasta el film, la fotografía y los nuevos medios— y toman en consideración nuevos planteamientos en los estudios de memoria en el ám-bito hispánico e internacional tal como el ‘giro victimario’ o el ‘giro forense’.

El número empieza con una serie de artículos que investigan desde una óptica comparativa las relaciones dinámicas de la memoria histórica entre diferentes países hispánicos a ambos lados del atlántico. Enfocándose en el tema de la justicia transicio-nal y basándose en un corpus de obras narrativas, teatrales y fílmicas de Argentina, Chile y España, LUISA GARCÍA-MANSO (Universidad Utrecht) muestra como los arte-factos denuncian los huecos dejados por la norma estatal y transgreden los discursos institucionales sobre memoria y justicia. SILVANA MANDOLESSI (Universidad Católica de Leuven) examina el concepto de ‘memoria transnacional’ y explora su pertinencia para el análisis del fenómeno de la desaparición en Argentina, México y España, dis-cutiendo asimismo la legitimidad de la apropiación de la figura del desaparecido en otros contextos diferentes del original. Desde una perspectiva transnacional y compa-rativa PATRICK ESER (Universidad de Kassel) explora la violencia de los llamados ‘años de plomo’ en España y en Argentina, analizando una serie de relatos periodísticos, cinematográficos y literarios para evaluar los diferentes modos de representar el pasado violento. MANUEL SÁNCHEZ-MORENO propone una revisión de las relaciones entre Argentina y España durante las Juntas Militares y el Franquismo, así como sus procesos de justicia transicional, señalando los procesos socioeconómicos que han unificado unos marcos de pensamiento y cultura común en torno a la memoria histórica. Inves-tigando los contextos argentino y español RIKE BOLTE (Universidad del Norte, Ba-rranquilla) dedica su estudio a la fotografía y a los nuevos medios para indagar en las posibilidades que tienen estas formas de expresión a la hora de participar de una narra-tive que busque hacer visibles ciertos aspectos inéditos de la memoria histórica entre España y Argentina.

Abriendo la perspectiva hacia la memoria del Holocausto, Patricia CIFRE WIBROW (Universidad de Salamanca) conecta el ámbito hispanoamericano con la memoria de la Shoah en Europa, analizado tres testimonios controvertidos que provocaron un escán-dalo: los de Rigoberta Menchú, Enric Marco y Binjamin Wilkomirski. Muestra que las

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diferentes reacciones críticas a los escándalos están determinadas por la memoria cul-tural de cada país y por la distinta función social que se le asigna a la figura del testigo. Los dos artículos siguientes se dedican a memorias literarias del contexto chileno y sus dimensiones transculturales. ELIDE PITTARELLO (Universidad Ca’ Foscari, Venecia) analiza la novela El desierto de Carlos Franz, un texto que tematiza la dictadura chilena y la transición. Señala que Franz, mediante el recurso al modelo de la tragedia griega, representa el trauma chileno como una cuestión universal con un enfoque transnacio-nal y cosmopolita. HANS LAUGE HANSEN (Universidad de Aarhus) compara El desierto con otra novela chilena, La vida doble de Arturo Fontaine. Analiza los dos textos narra-tivos en el marco de un ‘giro victimario’ dentro de los estudios de memoria y muestra como las dos novelas aplican la perspectiva del victimario —pero de forma muy dis-tinta.

Las reflexiones acerca del ‘giro victimario’ nos llevan a la última sección del nú-mero y al artículo de PABLO SÁNCHEZ LEÓN (Universidade Nova de Lisboa) quien plantea que la tarea de conocer acerca la identidad del perpetrador perfila un terreno para el intercambio entre la reflexión y la imaginación: el esbozo interdisciplinar de una antropología del verdugo. Tomando como ejemplo Las benévolas de Jonathan Littell, muestra cómo la literatura de ficción ofrece un marco para reflexionar acerca de las motivaciones de los perpetradores a partir de su actitud ante el testimonio. Finalmente, ULRICH WINTER (Universidad de Marburg) indaga en las políticas estéticas de la me-moria, más precisamente en el interdiscurso de la Historia, del Derecho y de la Cultura. Analiza hasta qué punto la judicialización de la política corresponde a una judicializa-ción del discurso estético o cultural —un proceso que forma parte del llamado ‘giro forense’ en los estudios de memoria.

Juan Carlos Cruz Suárez (Universidad de Estocolmo) José María Izquierdo (Universidad de Oslo)

Claudia Jünke (Universidad de Innsbruck)

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Justicia transicional y producción cultural: una cala en la transgresión literaria de los discursos institucionales de Argentina, Chile y España

Luisa García-Manso Universidad de Utrecht

Resumen: El término ‘justicia transicional’ fue adoptado en los años 90 en las Ciencias Sociales y Jurídicas para hacer referencia al conjunto de medidas emprendidas en distintos países para lidiar con legados estatales de violaciones de los derechos humanos: juicios penales, comisiones de ver-dad, medidas de reparación de las víctimas, políticas de memoria y diferentes formas de re-forma institucional, entre otros (Greiff 18). Dichas medidas, que beben de una tradición jurí-dica internacional, se están efectuando de manera diferente en los diversos países implicados en la confrontación con el pasado. En este ensayo tomo como ejemplo una selección de pro-ducciones culturales argentinas, chilenas y españolas de diverso tipo —narrativa, teatro y cine documental— en las que se problematizan los vacíos dejados por las reformas políticas y lega-les y por la perpetuación —especialmente en los casos español y chileno— de leyes de amnistía que dilatan la impunidad de los responsables de crímenes de lesa humanidad, reconocidos por la ONU como delitos imprescriptibles. Las producciones seleccionadas para el análisis tienen como denominador común su habilidad para denunciar los huecos dejados por la norma a través de recursos formales y expresivos con los que se transgreden los discursos instituciona-les —e institucionalizados— sobre memoria y justicia en los tres países. Palabras clave: memoria, derechos humanos, narrativa, teatro, cine documental Abstract: The term ‘transitional justice’ is first used in the 90s in the field of Social and Legal Sciences. It “refers to the set of measures implemented in various countries to deal with the legacies of massive human rights abuses”, such as “criminal prosecutions, truth-telling, reparations, and different forms of institutional reform” (Greiff 18). In the diverse countries dealing with the past, these measures, which stem from an international legal tradition, are put into practice differently. In this essay, I examine how a selection of Argentinean, Chilean and Spanish cultural productions question the gaps in the political and legal reforms. Especially in the Spanish and the Chilean cases they criticise the perpetuation of amnesty laws that grant impunity to the people responsible for crimes against humanity. From the UN perspective, those crimes are not subject to statutory limitations. The chosen cultural productions belong to different genres: narrative, theatre and documentary film. They have in common the ability to denounce the legal vacuum through formal and expressive resources that transgress the institutional —and institutionalised— discourses on memory and justice of the three countries. Keywords: memory, human rights, narrative, theatre, documentary film

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El término ‘justicia transicional’ fue adoptado en los años 90 en las Ciencias Sociales y Jurídicas para hacer referencia al conjunto de medidas políticas y legales que se em-prenden en un país para lidiar con legados estatales de violaciones de los derechos humanos. Entre sus finalidades se hallan el reconocimiento de las víctimas, la promo-ción de la paz y la reconciliación y la consolidación democrática (International Center for Transitional Justice 1). Las medidas que habitualmente se reconocen dentro del ámbito de la justicia transicional comprenden juicios penales, comisiones de verdad, programas de reparación de las víctimas, diferentes formas de reforma institucional y políticas de memoria. No obstante, según qué autor o autora se consulte, puede haber ciertas divergencias, por ejemplo, a la hora de nombrar las políticas de memoria como parte integrante de la justicia transicional.1 El International Center for Transitional Jus-tice señala, en todo caso, que la justicia transicional no se trata de una lista cerrada de medidas, pues cada país va incorporando nuevas fórmulas en su tratamiento político y legal de los crímenes (1).

Un aspecto clave que ha de ser considerado en relación con la justicia transicional es que no solo comprende las eventuales medidas tomadas durante los procesos de transición política hacia la democracia, sino también las medidas implementadas déca-das después de la comisión de los crímenes, tras la consolidación democrática. De he-cho, algunos investigadores, como Elster, afirman que la justicia transicional tiene lugar después de los períodos de transición política hacia la democracia y no durante los mis-mos.2 Durante las transiciones, los partidarios de la democracia han de lidiar con las autoridades del régimen dictatorial previo, que siguen contando con gran poder. La toma de medidas puede poner en peligro la emergente democracia, por lo que en mu-chos países, sobre todo en aquellos que responden a un tipo de transición ‘pactada’, se suelen promulgar leyes de amnistía que bloquean toda tentativa de perseguir penal-mente los crímenes. Es el caso de los tres países en torno a los que voy a tratar en este artículo. Tanto España, como Argentina y Chile, cuentan en la actualidad o contaron en su momento con leyes que han impedido la investigación de los crímenes contra la humanidad cometidos en las pasadas dictaduras.

Por otra parte, la justicia transicional no puede entenderse sin tener en cuenta la experiencia histórica y transnacional de distintas formas y modelos de justicia postcon-flicto. Se trata de un campo de estudio eminentemente práctico, que se ha conformado a partir de experiencias históricas como las de los tribunales de Núremberg y Tokio después de la II Guerra Mundial, las transiciones hacia la democracia en el Sur y el Este de Europa y en Latinoamérica —estas últimas adscritas a lo que Huntington denominó la ‘tercera ola’ de democratización—, los tribunales para la antigua Yugoslavia o Ruanda y la Comisión de Verdad y Reconciliación de Sudáfrica (Buckley-Zistel et al. 1). No es infrecuente, en consecuencia, encontrar titulares de prensa en los que se hace referencia a los asesores y actores internacionales que participan en negociaciones

1 En los últimos años se observa una tendencia a incluirlas. No se puede negar el valor pedagógico

de estas políticas y su papel a la hora de mediar frente a la sociedad y prepararla para comprender y aceptar otro tipo de medidas, desde las compensatorias hasta las penales. El hecho de que muchos estudios no las mencionen se debe, probablemente, a las tradiciones disciplinares que se han ocupado de abordarlas. Así lo entiende, por ejemplo, Barahona de Brito (359–60).

2 “Transitional justice is made up of the processes of trials, purges, and reparations that take place after the transition from one political regime to another” (Elster 1, el énfasis es mío).

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como las de la firma de la paz de Colombia (Lafuente). Los procesos de justicia tran-sicional beben de experiencias transnacionales y del derecho comparativo e internacio-nal. Todo esto hace inevitable la presencia de un enfoque transnacional en lo que se refiere a su estudio. Los manuales y estudios aparecen a menudo estructurados en forma de compendios y recuentos de las medidas tomadas en diversos países (Kritz; Greiff, Handbook), en ocasiones adoptando una perspectiva comparativa (Nino; Roni-ger y Sznajder; Barahona de Brito, González Enríquez y Aguilar), en la que se suelen apoyar los argumentos que apuntan hacia la idoneidad de desarrollar unas u otras me-didas en países en los que los procesos están aún abiertos.

En un artículo de 2010, Barahona de Brito llamaba la atención sobre las relaciones entre los estudios sobre justicia transicional y los Estudios de la Memoria y señalaba que, a pesar de la confluencia de intereses de ambas áreas, apenas existen trabajos que las conectaran (Barahona de Brito 359). En los dos ámbitos el foco de atención recae en la forma en la que la sociedad se enfrenta a un pasado conflictivo, sin embargo, apenas hay estudios que integren ambas perspectivas, procedentes, la primera de ellas, de las ciencias políticas y el derecho, y la segunda, de la sociología, los estudios cultu-rales y la psicología (359). Menos convergencias aún se han producido entre la justicia transicional y los estudios culturales. Se han realizado, eso sí, trabajos dedicados a in-dagar en las intersecciones entre las políticas de memoria y determinadas obras que abordan o conmemoran acontecimientos del pasado (Wilde; Natzmer; Resina y Win-ter; Winter; Werth), o los análisis de ciertas representaciones culturales y su papel en la defensa de los derechos humanos (Becker, Hernández y Werth; Luckhurst y Morin). Pero, por lo general, no existen estudios que tengan en cuenta la incidencia de otras medidas de justicia transicional en el ámbito cultural y viceversa. A mi manera de ver, un análisis transnacional de las producciones culturales en su relación con los procesos de justicia transicional puede arrojar luz sobre cómo las sociedades lidian con legados de crímenes contra la Humanidad y con las tensiones que se producen en la vida de-mocrática ante la coexistencia de víctimas y victimarios, el papel jugado por la sociedad bajo la dictadura y la influencia, en definitiva, que el tratamiento legal y jurídico de los crímenes tiene sobre las sociedades actuales.

Como señalaba más arriba, la justicia transicional es un ámbito propicio para la transferencia de saberes y para compartir experiencias a nivel global. De hecho, los países latinoamericanos que en la actualidad se enfrentan a un legado de violaciones de los derechos humanos se apoyan en la experiencia tanto de los países vecinos, como de países al otro lado del océano. Tal y como señala Capdepón, “the public forms of dealing with a historical legacy of extreme violence and crimes have moved progres-sively into a global context and have created new forms of transatlantic entanglements, influences and alliances” (Capdepón citada en Assmann 555). Esta posibilidad de tras-ladar y compartir experiencias halla un desarrollo excepcional en el ámbito cultural y artístico. A través de paralelismos históricos y culturales, la literatura, el cine, el teatro y el arte, en general, dejan entrever el carácter supranacional de las experiencias de lucha por la justicia transicional. Pero, ¿qué papel desempeñan las producciones cultu-rales en los procesos de justicia transicional? ¿Qué tipos de relaciones, convergencias y divergencias se establecen entre dichas producciones y medidas? Parto de la hipótesis de que la implementación o elusión de medidas de justicia transicional se manifiesta sintomáticamente en las producciones culturales a través de relatos, imágenes y repre-

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sentaciones que reflexionan sobre las violaciones de los derechos humanos y la polari-zación social entre víctimas y victimarios y entre los antiguos colaboradores de las fuerzas represivas y los miembros de la oposición política. Así pues, es posible estudiar las producciones culturales como un reflejo de las demandas sociales y políticas a favor de la justicia transicional. Pero las producciones culturales también pueden ayudar a visibilizar y divulgar los motivos por los que es importante implementar ciertas medi-das legales y políticas (Greiff, “Invisible” 17). Por ello, los productos culturales también han sido utilizados como una herramienta de la justicia transicional, dada su capacidad para conmover al público y para modificar ideas preconcebidas y expectativas.3

Sin embargo, la influencia entre cultura y justicia transicional no es unidireccional, puesto que las producciones culturales también pueden interpelar a los agentes políti-cos y a la sociedad a realizar cambios, habiéndose dado ya casos en los que los testi-monios vertidos en un texto literario, teatral o audiovisual han sido utilizados en juicios penales como prueba.4 Por otra parte, incluso en aquellos países en los que se han tomado diversas medidas de justicia transicional, las producciones culturales pueden convertirse en una vía de reflexión que permita ir más allá de los discursos institucio-nalizados y señalen sus limitaciones, como ocurre en las obras que voy a tratar a con-tinuación. Para el análisis voy a referirme brevemente a tres obras de diversos géneros y países en los que se transgreden esos lenguajes institucionalizados: un documental chileno que puede describirse como experimento sociológico sobre la transmisión y recepción del pasado y la memoria —El astuto mono Pinochet contra la Moneda de los cerdos (2004), de Bettina Perut e Iván Osnovikoff—, un monólogo teatral grotesquizante de una autora española —“Un hueso de pollo” (2009), de Laila Ripoll—, y un diario au-toficcional de una autora argentina —Diario de una princesa montonera (2012), de Mariana Eva Perez—. A pesar de las diferencias enunciativas y discursivas de las tres obras, todas ellas coinciden en problematizar los vacíos dejados por la norma y por la perpe-tuación —especialmente en los casos español y chileno— de leyes de amnistía que dilatan la impunidad de los responsables de crímenes de lesa humanidad, reconocidos por la ONU como delitos imprescriptibles.

Una cala en la transgresión cultural de los discursos institucionalizados en torno a procesos abiertos de justicia transicional Comienzo, siguiendo un orden cronológico, por El astuto mono Pinochet contra la Moneda de los cerdos (2004), de Bettina Perut e Iván Osnovikoff, un documental chileno en el que se plantea el tema de la visión del pasado transmitida a las generaciones que nacie-ron después del golpe de Estado de Pinochet y que vivieron la dictadura como niños o que incluso nacieron ya en la democracia. El documental se propone así realizar un experimento social sirviéndose de los recursos de la ficción y la performance, con el fin de revelar qué imágenes del gobierno de Allende, del golpe de Estado y de la dicta-

3 Un ejemplo se halla en la Antígona de José Watanabe llevada a escena por el Grupo Cultural

Yuyachkani en Perú. Una de las finalidades del drama era animar a potenciales testigos a acudir a declarar a la Comisión de la Verdad y Reconciliación (Taylor; A’Ness; Lambright; Alonso; Robles-Moreno).

4 Así ocurre, por ejemplo, con el documental M (2007), del director argentino José Prividera, el cual fue presentado como prueba en las causas sobre el secuestro de su madre (Ciancio 508).

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dura de Pinochet prevalecen a la altura de 2004 en la conciencia de las jóvenes genera-ciones. Para ello utilizan una fórmula original y transgresora de los habituales medios del género, ya que en lugar de preguntarles qué saben de ese pasado y realizar un do-cumental de investigación, lo que les piden es que preparen una representación grupal o juego —a través de improvisaciones— al respecto. Como señala Ros, de esta manera lograron que estos expresaran las contradicciones, simplificaciones y distorsiones que rodean la memoria del conflicto (137). Así pues, en la película se documentan las fic-ciones creadas por grupos escolares y universitarios pertenecientes a distintos estratos sociales.5 La fecha de realización del documental es significativa, puesto que el inicio del proyecto, en 2003, coincidió con la conmemoración del trigésimo aniversario del golpe de Estado.

Se trata de un documental poco convencional, en el que las secuencias se fragmen-tan y yuxtaponen para evocar una gran diversidad de voces y puntos de vista sobre los hechos históricos. Participan un total de diez grupos con sus improvisaciones y esce-nificaciones, sobre los que los directores superponen música y sonidos como, por ejemplo, canciones que marcaron la época, ruido de bombas o las ya conocidas comu-nicaciones radiofónicas6 entre los golpistas que se conservan del 11 de septiembre de 1973. Al comienzo, en una secuencia en la que un grupo de niños busca un título para el documental, escuchamos cómo una niña se queja a un compañero y le dice: “ah, sólo porque tú eres de Pinochet…”. De manera inocente, los niños revelan un posi-cionamiento que por su corta edad no puede ser propio sino heredado, aprendido. En un tono lúdico que a veces se vuelve incómodo, cuando los participantes comienzan a enfrentar sus ideas reales sobre los hechos, vemos desencadenarse escenas que van desde la grabación de un cortometraje de factura melodramática hasta las discusiones en torno a las diferencias económicas y de oportunidades de dos compañeros de dis-tinta clase social.

El documental de Perut y Osnovikoff se aleja, por lo tanto, de los planteamientos habituales, más o menos institucionalizados, de la memoria, y evita también la pers-pectiva testimonial que en otro tipo de trabajos otorgan las víctimas, victimarios y tes-tigos de los hechos. Con una mirada irreverente, que se destaca ya en el título del do-cumental,7 los creadores buscan provocar una reacción en el público a través de la contemplación de los juegos aparentemente inocentes de los niños y jóvenes, que aca-ban desembocando casi en todos los casos en violencia e incluso en discusiones que se salen del ámbito de la ficción. En las distintas interpretaciones generadas por los estudiantes sobre la jornada del golpe de Estado se nos muestran hasta tres tipos de muertes diferentes del presidente Allende: en forma de suicidio; como parte de las bajas ocasionadas por el bombardeo de la Moneda; y en manos del propio Pinochet y

5 Los centros implicados fueron: la Escuela de Cine UNIACC, el Colegio La Maison de l’Enfant,

el Liceo Héroes de la Concepción, el Colegio El Encuentro, la Escuela de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado, el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, el Liceo Pablo de Rokha, el Colegio Sagrados Corazones de Providencia y la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile. A pesar de que trataron de incluir centros de tradición pinochetista, su proyecto no fue bienvenido allí.

6 La comunicación radiofónica que mantuvieron los jefes de las Fuerzas Armadas durante el 11 de septiembre de 1973 fueron grabadas por un radioaficionado y mantenidas ocultas hasta su publicación en CD junto con el libro y la investigación de Patricia Verdugo, Interferencia secreta (1998) (Pagni 17).

7 El título del documental fue diseñado por uno de los grupos escolares participantes de menor edad, durante una tormenta de ideas que se muestra en al comienzo de la película.

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sus secuaces, en una terrible secuencia en la que unos niños simulan torturas con des-cargas eléctricas.

En esas secuencias predomina la improvisación y espontaneidad de los niños, pero también se incluyen escenificaciones de carácter más profesional y que parten de un guion previo, como el cortometraje Llora pero no olvides, realizado por el alumnado de la Escuela de Cine, cuya grabación y ensayos se muestran parcialmente en un ejercicio metaficcional.8 En el corto vemos cómo se filman una serie de escenas que componen la historia de una familia chilena, en la que el padre es un militar que participa en la detención, tortura y desaparición de su propio hijo, ante la ignorancia de la madre, quien es incapaz de distinguir que la mancha de sangre del uniforme de su marido no es, como este explica, de su nariz, sino de otra persona. En la escena final vemos a la madre guardando fotos de su hijo en una bolsa negra que luego entierra en el jardín, dando a entender que son los únicos restos que puede honrar de su hijo desaparecido.

Recursos metaficcionales hallamos también en las secuencias de los estudiantes de la Escuela de Derecho de la Universidad jesuita Alberto Hurtado, cuya propuesta con-siste en representar opiniones diversas a través de un debate en torno a la cuestión “¿Fue legítima la intervención militar de 1973?” Algunos oradores esgrimen argumen-tos a favor, como, por ejemplo, que el golpe de Estado fue necesario para mejorar las condiciones de vida del pueblo o para evitar una guerra civil, ante lo que surge la pre-gunta de si el derramamiento de sangre fue preciso. En una de las secuencias, las fór-mulas retóricas que los estudiantes utilizan en sus intervenciones se deconstruyen me-diante rótulos que ponen en evidencia el carácter ficticio del debate y, a su vez, la base real que tienen las ideas expresadas en la sociedad chilena.

En definitiva, el documental de Perut y Osnovikoff resulta transgresor tanto en lo que respecta a la ruptura de las formas tradicionales del género documental, como en sus contenidos, que ofrecen una mirada del pasado y el presente de Chile a través de las interpretaciones más o menos libres, más o menos conscientes, de las jóvenes ge-neraciones.

Pasamos ahora a “Un hueso de pollo”, un monólogo dramático escrito por Laila Ripoll que forma parte de la creación colectiva Restos, firmada por José Ramón Fer-nández, Rodrigo García, Laila Ripoll y Emilio del Valle. Se estrenó en la Sala Triángulo de Madrid el 2 de abril de 2009, un año y cuatro meses después de la promulgación de la que en España se conoce como Ley de Memoria Histórica (Boletín Oficial del Es-tado). Esta ley dio pie desde el primer momento a controversias, y contó con la opo-sición del PP —que la creía innecesaria— y de IU —que la consideraba insuficiente, al igual que la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica, que vio en ella una oportunidad perdida para hacer justicia con respecto al pasado—.

El monólogo de Laila Ripoll denuncia la realidad de las fosas comunes a través de un discurso mordaz, teñido de humor negro, en el que el punto de vista se sitúa del lado de los victimarios para provocar un choque en el espectador y llamar la atención sobre la necesidad de llevar a cabo las exhumaciones y dar digna sepultura a las vícti-mas. A lo largo del monólogo se hace referencia a los desaparecidos como “pollos” y se da la receta para practicar la desaparición forzada de manera que las víctimas no puedan ser identificadas en el futuro. La oradora muestra orgullo patrio al haber sido

8 Véanse los trabajos publicados por Lauge Hansen y Cruz Suárez para una profundización en la

incidencia de la metaficción en las narrativas actuales sobre la memoria.

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España, según indica, pionera en estas prácticas, que posteriormente fueron exportadas a otros países, construyendo lo que ella denomina la “fosa global”: “Luego ya vendrán otros que mejorarán la idea: alemanes, chilenos, argentinos, guatemaltecos, camboya-nos, serbios, ruandeses. ¿No es hermoso? Todos los continentes, todos los países uni-dos en una maravillosa y emocionante fosa global” (Ripoll 126). Unas pocas frases bastan para conectar en el imaginario del público distintos contextos en los que se han cometido crímenes contra la Humanidad.

En tono de parodia, también, se critica la impunidad de los crímenes del fran-quismo mencionando los mismos argumentos que se esgrimieron en el parlamento y en la prensa detractora para criticar la Ley de Memoria Histórica: “No pretendan saber más de lo aconsejable, no sea que les motejen de guerracivilistas, o de rencorosos, o bien les acusen de abrir heridas o de pasarse por el forro de los cojones todo lo logrado con la transición” (127). El uso del humor negro, la ironía, el tono grotesco y paródico y el lenguaje soez suponen una vía para subvertir y criticar conceptos y discursos muy presentes en los medios de comunicación, que en ocasiones también se sirven de un lenguaje soez para desprestigiar las reclamaciones legítimas de los descendientes de las víctimas. También supone una crítica feroz y amarga la propuesta de las siguientes cuatro opciones, dirigidas a contrarrestar las tentativas de los familiares de hacer justicia y honrar a las víctimas:

La familia hace preguntas, la familia es molesta y la familia, de cara a la opinión pública, puede ser una malísima publicidad. Prescindamos pues, en la medida de lo posible, de la familia del pollo. Pero como esto suele resultar muy difícil, hay que buscar soluciones para el problema. Yo les propongo cuatro opciones: A) Negar los hechos con gallardía y tes-tarudez. ¿Un pollo? ¿Qué pollo? ¿Dónde había un pollo? Yo no sé nada de un pollo. Eso es propaganda, eso es mentira. B) Echarle la culpa de todo al pollo: se suicidó, se enterró solo, era un bárbaro el pollo. C) Hacer desaparecer también a la familia del pollo. Mucho más práctico pero también más arriesgado ya que siempre se nos puede escapar alguno y ahí sí que la hemos cagado pero bien. D) Llevarnos a la familia a nuestro terreno y con-vencerla de que el pollo está en el mejor sitio en el que podía estar y de que no toquen más los cojones con el dichoso temita.9 (Ripoll 127)

Esta última cita me sirve para enlazar con la tercera obra, pues Mariana Eva Perez se refiere también irónicamente en su Diario de una princesa montonera. –110% verdad– a las desapariciones forzadas a y la defensa de los derechos humanos como el “temita”, siendo estas realidades que, como hija de desaparecidos, le afectan de primera mano. El Diario, publicado en 2012, nace como un blog en el que la autora ficcionaliza su propia biografía sirviéndose de recursos auto- y metaficcionales y con predominio de un tono sarcástico y mordaz, con el que va deslizando críticas a los discursos institu-cionalizados de la justicia y la memoria en Argentina. De especial interés es la trans-gresión de dichos discursos a través de juegos del lenguaje —por ejemplo, la narradora se refiere a los hijos desaparecidos como hijis y a la militancia como militontismo—. Estos recursos han sido ya analizados en estudios previos (Blejmar; Arenillas 52–53), por lo que me voy a detener en otros dos aspectos que se hallan muy presentes en el texto: el uso de la ficción como medio para señalar los límites de ciertas medidas de

9 El énfasis es mío.

Luisa García-Manso

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justicia transicional y el enfoque trasnacional y global en lo que respecta a la defensa de los derechos humanos y la lucha por la justicia.

A lo largo del texto se van introduciendo críticas, tanto por parte de la narradora como de sus eventuales interlocutores, en torno a un tipo de medidas de justicia tran-sicional, las leyes reparatorias, “como las llama no sin violencia simbólica su órgano de ejecución” (Perez 49). En primer lugar, se alude a la Ley 25914, del año 2004. La na-rradora explica que “no es una ley para todos los hijis”, es decir, que no todos los hijos de desaparecidos están incluidos. En consecuencia, el Diario registra cómo los impli-cados comienzan a organizarse y reunirse ante la convicción de que “si es una ley de hijis tenemos que entrar todos” (30). Más adelante, la narradora explica que en esas reuniones analizan las leyes y leen “la poca literatura académica” (48) que encuentran al respecto, pero el problema para ella reside en el propio lenguaje, en las deficiencias que presentan las leyes a la hora de nombrar y de amparar a las personas, y cómo estas permean en otros discursos, hasta el punto de que los propios boletines de las asocia-ciones pueden convertirse en “caballitos de troya de la prosa institucional” (64). Así pues, en la entrada del Diario en la que la narradora se refiere al fallecimiento de Néstor Kirchner, revela los sentimientos encontrados que le sugiere el recuerdo de su go-bierno, y alude, entre otras medidas y gestos simbólicos, nuevamente a estas insufi-cientes leyes reparatorias, señalando que fueron “redactadas con el culo y nunca revi-sadas” (165).

Las críticas duras contra el anquilosamiento del lenguaje institucional y los límites de las medidas de justicia transicional adoptadas hasta el momento contrastan con el lenguaje utilizado para referirse a su trabajo en redes internacionales de solidaridad entre familiares de desaparecidos y a las experiencias de lucha contra la impunidad en otros países. Así pues, cuando viaja a Argelia en el marco de una red mundial de soli-daridad, se identifica con las experiencias de otras mujeres y destaca el carácter global de sus padecimientos y su lucha: “La latitud es un azar, la lengua es un azar, la historia es la misma” (120). Se trata de fragmentos en los que el tono paródico cede paso a un discurso más íntimo, con el que se refiere a experiencias de lucha de otros países que reconoce como propias. Ahí es donde el carácter transnacional de los esfuerzos por reclamar la implementación de medidas de justicia transicional se pone en evidencia:

Reté a una madre viejita. Después del enésimo relato idéntico, la patota que no se identi-fica, el auto sin chapa, el hijo que no aparece más, el maltrato en la comisaría, las amenazas en el tribunal, lo de siempre, no pude más y le dije que si todos nos ponemos a contar estas historias y a llorar, no aprovechamos esta ocasión para pensar juntos nuevas estra-tegias de lucha. Es cierto, pero no es toda la verdad: soy yo que no tolero otro testimonio más. (Perez 115–116)

Otro ejemplo del carácter transnacional de las experiencias de lucha por la justicia tran-sicional lo encontramos en el siguiente fragmento en el que se hace referencia a cómo las víctimas del franquismo comienzan a movilizarse imitando a las Madres de Plaza de Mayo: “Leo que después de la suspensión del juez Garzón, los familiares de las víctimas del franquismo comenzarán a manifestarse semanalmente emulando a —y no puedo seguir leyendo porque toda la congoja acumulada se me sube a la cabeza y tengo que sacarme los anteojos para taparme la cara y llorar a gritos […]” (87).

La misma emoción despiertan en ella las canciones que conectan experiencias si-milares a ambos lados del Atlántico:

Justicia transicional y producción cultural

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Lloré con León Gieco, en esa época todavía podía llorar con eso de ‘la memoria pincha hasta sangrar’ o whatever. Lloré más cuando Serrat cantó: para la libertad/sangro, lucho y pervivo, y de eso no me avergüenzo porque Serrat le gustaba a Jose, es algo entre él y yo, y además es de Miguel Hernández, palabras mayores en todo lo que es autoflagela-miento hijístico. (177)

Hasta aquí llega mi rápido repaso de la transgresión de los discursos institucionales en las tres obras seleccionadas. Como he ido aduciendo, en la mente de las creadoras las conexiones entre las experiencias de dictadura de los distintos países y la lucha por la justicia se halla muy presente. Pero también se producen paralelismos entre las obras en el nivel estético. Es el caso, por ejemplo, de la proliferación de ciertos recursos que le dan una vuelta de tuerca a las formas tradicionales de representación, como la auto-ficción, la metaficción y la docuficción, que se han extendido en estos y otros países hispánicos a la hora de narrar las experiencias dictatoriales, muy especialmente en las creaciones de las generaciones de hijos y nietos, en las que el trabajo de memoria suele producirse a través de una mediación del recuerdo o de reconstrucciones fragmenta-rias. También se percibe esto en la utilización de lenguajes transgresores y de la estética del grotesco para aludir a lo que no es inefable, pero precisa de lenguajes ajenos a esos discursos ya institucionalizados y aceptados, para ser contado. De esta manera, las pro-ducciones culturales que responden a las demandas de justicia transicional, abarcan realidades que van más allá de lo local y que crean vasos comunicantes entre las formas de expresión y los contenidos plasmados por creadores y creadoras situados a ambos lados del Atlántico.

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Anacronismos históricos, potenciales políticos: la memoria transnacional de la desaparición en Latinoamérica1

Silvana Mandolessi Universidad Católica de Lovaina

Resumen: Este artículo examina el concepto de ‘memoria transnacional’ y su relevancia para el estudio de la memoria colectiva en el ámbito hispánico. Primero, exploro los términos teóricos usados para referir a una dimensión transnacional de la memoria, tales como ‘travelling’, ‘multidirec-tional’, ‘cosmopolitan’ o ‘globital’ memory. Segundo, distingo entre diferentes modos de con-cebir lo transnacional: como ‘condición histórica’ o ‘perspectiva hermenéutica’, ‘circulación’ o ‘negociación’. Por último, luego de evaluar su pertinencia para el análisis del fenómeno de la desaparición en el ámbito hispánico, discuto el carácter legítimo de la apropiación de la figura del desaparecido en otros contextos diferentes del original. Palabras clave: memoria transnacional, memoria colectiva, desaparecido, Argentina, México, España Abstract: This article examines the concept of ‘transnational memory’ and its relevance for the study of collective memory in the Hispanic world. First, I explore the terms used to refer to a transna-tional dimension of memory, such as ‘travelling’, ‘multidirectional’, ‘cosmopolitan’ or ‘globital’. Second, I distinguish between different ways of conceiving of the transnational, as a ‘historical condition’ or ‘hermeneutic perspective’, as related to an imaginary of ‘circulation’ or ‘negotia-tion’. Finally, after assessing its relevance for the analysis of the phenomenon of disappearance in the Hispanic world, I discuss the legitimacy of the appropriation of the figure of the ‘disap-peared’ in contexts that differ from the original one. Keywords: transnational memory, collective memory, disappeared, Argentine, Mexico, Spain

En los últimos años, la memoria ha experimentado un ‘giro transnacional’. Esto es obvio no solo en el extendido uso del término ‘transnacional’, sino también en la pre-sencia de términos relacionados que exploran los modos en que la memoria circula entre y más allá de los bordes del estado-nación. Esta característica ha sido concebida como ‘multidirectional’ (Michael Rothberg), ‘global’ (Assmann y Conrad), ‘cosmopo-litan’ (Levy y Sznaider), ‘travelling’ (Astrid Erll) o ‘globital’ (Anna Reading), por nom-brar solo los más representativos. La proliferación de conceptos señala algo bastante obvio: más allá de una conceptualización amplia en la que estos términos coinciden, hay muchas maneras en que la transnacionalización de la memoria puede ser entendida.

1 Este proyecto ha recibido financiación del European Research Council, en el Programa Marco

de Investigación e Innovación de la Unión Europea Horizonte 2020 (“Digital Memories” Grant Agree-ment N° 677955).

Silvana Mandolessi

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En otras palabras, ‘transnacional’ denomina diversos enfoques, además de intersectarse con otras discusiones recientes tales como los debates en torno al impacto de los me-dios digitales sobre la memoria. En consecuencia, la memoria transnacional —definida como una entidad— o la transnacionalización de la memoria —definida como un pro-ceso, un estado de la cuestión o incluso una suerte de corrección a la estrechez teórica del foco en lo nacional— plantea preguntas no solo sobre conceptos, sino también, y para mí de crítica importancia, preguntas metodológicas, acerca de cómo transformar la categoría en una herramienta metodológica útil.

En lo que sigue quisiera discutir en primer lugar los problemas involucrados en la dimensión transnacional de la memoria, y en un segundo momento, esbozar su perti-nencia para el ámbito específico del mundo hispano.

Memoria transnacional: ‘condición histórica’ y ‘perspectiva hermenéutica’

En un sentido amplio y no restringido a la memoria, ‘transnacional’ se refiere a una condición histórica: la globalización. El escenario es bien conocido: desde los años 90 vivimos en una era de aceleración de la globalización (Appadurai) descripta por Ver-tovec como “the world spanning intensification of interconnectedness” (Vertovec 54). Esta interconexión es alimentada por la movilidad de sujetos, pero sobre todo por la revolución digital característica de nuestra sociedad post-industrial (Ezra y Rowden 1). Así, la globalización actúa como el entorno, el marco en que la transnacionalidad se desarrolla, aunque esto no implica que la definición y el alcance de lo que entendemos por globalización sea un asunto consensuado.

En los últimos veinte años la teoría de la globalización ha tendido a desarrollarse en ‘olas’. Característico de la década del 90 fue un discurso ‘hiperglobalista’ en el que la globalización aparecía como un fenómeno homogéneo o relativamente unitario a través del cual las diferencias locales eran erosionadas a favor de procesos culturales, sociales y económicos de alcance global. Más recientemente, la teoría de la globaliza-ción ha evitado esta visión totalizadora, concibiéndola de una manera mucho más ma-tizada y plural. La globalización no es un proceso único ni necesariamente homogenei-zador ni homogéneo; no se desarrolla sin negociaciones ni resistencias, es multidimen-sional y multidireccional. También es, hasta cierto punto, impredecible, lo que contra-rresta el determinismo que, sea desde una visión celebratoria o una apocalíptica, veía a la globalización como un fenómeno incontestable en su desarrollo. David Inglis ad-vierte contra el discurso hiperglobalista que se manifiesta en frases generalizadoras del tipo “vivimos en un mundo global”, o en “la era de la globalización”. De acuerdo a Inglis, cuando los estudios de memoria giraron su atención hacia lo transnacional, en muchos casos adoptaron acríticamente esas afirmaciones. Reproducir ese discurso lleva a descripciones superficiales y simplificadoras. Inglis señala:

When such glib phrases are used, they can encourage equally superficial understandings of contemporary culture’s memory-making capacities, where we all supposedly live in an ‘era of forgetting’ (Elshtain 2008) or conversely in an ‘epoch of remembering’ (Olick

La memoria transnacional de la desaparición

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2003). Such broad claims do not help us to understand more precisely the specific mech-anisms involved in the relationships between trans-national phenomena and memory phe-nomena. (Inglis 144)

Ese discurso hiperglobalista también supone que la globalización es un fenómeno to-talmente nuevo, sin precedentes. Esto también afecta a la manera en que concebimos lo transnacional, y particularmente en el caso de la memoria. Radicalizar las diferencias entre una era anterior —dominada por la nación— y la actual —transnacional— su-giere que antes no existían, o al menos que no eran tan importantes, los procesos, instituciones y estructuras que trascendían los límites de la nación. Dirigir la atención hacia esas fuerzas en lugar de concentrarse en los procesos de memoria que suceden en el marco de la nación nos lleva a un segundo modo de concebir la memoria trans-nacional.

Además de referir a un periodo o a una condición histórica, ‘transnacional’ indica una perspectiva hermenéutica, esto es, la pérdida de supremacía del estado-nación como el foco de análisis. Seigel lo resume en los siguientes términos:

Perhaps the core of transnational history is the challenge it poses to the hermeneutic preeminence of nations. Without losing sight of the “potent forces” nations have become, it understands them as ‘fragile, constructed, imagined’. Transnational history treats the nation as one among a range of social phenomena to be studied, rather than the frame of the study itself. (Seigel 63)

Esto es central para los estudios de memoria ya que, como es bien conocido, el área ha estado prioritariamente abocada al análisis de cómo funciona la memoria dentro del marco de la nación. Desde Sobre la memoria colectiva, de Halbwachs, a Cultural Memory, de Jan Ass-mann, pasando por Les Lieux de Mémoire de Pierre Nora, la memoria ha sido concebida como una propiedad del estado-nación, jugando un rol central en la creación y la pervi-vencia de una ‘comunidad imaginada’ (Anderson). En “Travelling Memory” (2011) Astrid Erll ve el foco privilegiado en la nación no solo como “somewhat ideologically suspect” sino también “epistemologically flawed” (8). “Ideologically suspect” porque se vincula a una noción de cultura reificada, que se equivoca al ver que las culturas no son mónadas sino redes. Y “epistemologically flawed” porque hay demasiados fenómenos que quedan fuera del campo de visión en la combinación de comunidad territorial, étnica y nacional que se promovió como el marco principal de la memoria cultural (Erll 8). En el análisis de Erll, la memoria aparece como un fenómeno intrínsecamente transcultural, que no sería por lo tanto un rasgo exclusivo de la globalización. La movilidad que James Clifford subrayó en la cultura, al afirmar que “cultures do not hold still for their portraits”, es igualmente válido para la memoria: “The same is true for memory: Memories do not hold still — on the contrary, they seem to be constituted first of all through movement” (11). Esta movilidad constitutiva de la memoria que se construye en base a la circulación trans-cultural de objetos, prácticas, estructuras y relatos, habría sido soslayada desde el inicio de los ‘memory studies’, en particular, por uno de sus padres fundadores, Maurice Halbwachs. El concepto de memoria colectiva que propone Halbwachs, al enfatizar el carácter auto-centrado de los grupos sociales, oblitera la dimensión transcultural que él mismo reconoce en cambio cuando analiza el nivel individual de la memoria. Este énfasis en la similitud y la homogeneidad es consolidado más tarde por el trabajo de Pierre Nora, que se sostiene sobre un isomorfismo entre territorio, formación social y memoria. En el extremo opuesto

Silvana Mandolessi

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a esta manera de concebir la memoria ligada a una cultura de bordes delimitados y precisos —‘clear-cut territories’— Erll sitúa a otro de los padres fundadores, a Aby Warburg, recu-perándolo para marcar precisamente que existe otra genealogía posible, una fundación al-ternativa del campo. Fue Warburg quien, en trabajos como la exhibición Mnemonsyne-Atlas o en la reconstrucción sobre la supervivencia de la antigüedad clásica en el arte europeo, eligió poner en primer plano la migración de símbolos a través del espacio y el tiempo, una migración afín, sino idéntica, a la incesante errancia de las prácticas, contenidos y formas que constituye la memoria transnacional. Un enfoque transnacional vendría entonces a corregir esa perspectiva reductiva que habría dominado al campo de estudios de memoria, investigando la transmisión, circulación, mediación y recepción de la memoria entre y más allá de los límites de la nación. Se trataría entonces de recuperar una perspectiva herme-néutica soslayada que siempre ha estado, sin embargo, presente, y que la globalización no haría sino acentuar y poner radicalmente de manifiesto.

Dicho esto, el rango de fenómenos que implica este enfoque es múltiple. ¿A qué nos referimos concretamente cuando hablamos de ‘memoria transnacional’? ¿En qué fenómenos mnemónicos nos focalizamos al abordar la memoria ‘transnacionalmente’?

Dos formas de concebir la memoria transnacional: ‘circulación’ y ‘negociación’ Desde mi punto de vista, hay dos formas principales de concebir la dimensión trans-nacional de la memoria. En la primera, el concepto clave es circulación. En un mundo globalizado, las memorias circulan, se mueven, viajan, entre y más allá de los bordes del estado-nación. Circulación implica que las memorias se forman a través de présta-mos y alianzas, a través de transferencias dinámicas, que los caminos que siguen no son rectos. Tienen una ‘vida social’ (Rigney), se mueven a través del espacio y a través del tiempo. En esa movilidad se transforman para adaptarse a nuevos contextos y para apoyar diferentes reclamos políticos. La idea de movilidad socava el supuesto vínculo indisoluble entre memoria e identidad cultural y en un sentido amplio, el de ‘propie-dad’.

Esta idea de circulación es central en muchos conceptos, tales como el de ‘travel-ling memory’ acuñado por Erll. Erll propone investigar los ‘viajes’ de la memoria en lugar de los ‘sitios’. La memoria puede ser estudiada a través de la reconstrucción de sus rutas: los caminos que ciertas historias, rituales e imágenes han seguido, y no tanto haciendo eco de lo que los grupos sociales definen como sus raíces: los supuestos orí-genes incontaminados de la memoria cultural (11). Un enfoque afín, aunque centrado en la dimensión temporal, es el propuesto por Ann Rigney en su estudio sobre la “so-cial (after)-life” de los textos literarios en la memoria cultural. Rigney indaga cómo los textos perviven en el tiempo adquiriendo nuevos sentidos según son recuperados en contextos distantes de su origen. A la manera de la ‘supervivencia’ de los objetos cul-turales estudiada por Warburg, los textos transgreden barreras temporales y espaciales para inscribirse como restos, huellas o ruinas productivas en memorias que adquieren siempre la forma de un palimpsesto. Un enfoque en el que también la idea de circula-ción es central es el propuesto por Michael Rothberg en su libro Multidirectional Memory (2009). Rothberg discute el supuesto de que diferentes grupos compiten por imponer su memoria en el espacio social, y que la lógica que domina esta competencia es de

La memoria transnacional de la desaparición

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‘suma-cero’, es decir, que si uno logra imponer su reclamo como válido eso siempre resulta en una pérdida del otro, cuya memoria aparecería entonces como menos válida de suscitar reconocimiento. En lugar de una lógica competitiva, Rothberg propone que la memoria de un grupo se crea en un diálogo con otras memorias, de grupos con diferentes experiencias históricas. Por ejemplo, las discusiones públicas sobre el Holo-causto pueden desencadenar debates de memoria sobre otros eventos trágicos, como la discusión en Francia sobre el legado de la Guerra de Argelia. Rothberg desmonta la relación íntima entre memoria e identidad. Escribe:

The model of multidirectional memory posits collective memory as partially disengaged from exclusive versions of cultural identity and acknowledges how remembrance both cuts and binds together diverse spatial temporal and cultural sites. (11)

La segunda manera de entender la memoria transnacional es no como circulación, sino como negociación. Esto se vuelve claro en el siguiente ejemplo: a mediados de los 90, Europa lanzó la idea de crear un ‘Museo de Europa’ que reflejaría las múltiples tradi-ciones culturales europeas e historias en un espacio común. El proceso de construir una historia transnacional de Europa resultó ser más complejo de lo que se esperaba, y solo en mayo de 2017, luego de ser muchas veces pospuesto, el museo —rebautizado como House of European History— fue finalmente inaugurado. La iniciativa busca cons-truir una historia transnacional de Europa, una capaz de abarcar todos los países. Pero este es el punto donde el proyecto enfrenta el proceso de conciliar memorias conflic-tivas de eventos claves, respecto a los cuales los países reclaman ‘verdades históricas’ diferentes, o incluso opuestas. En este caso, ‘memoria transnacional’ se refiere a una negociación para encontrar una visión común para memorias que exceden el marco del estado-nación. Una ‘memoria europea’ —si algo así es posible— sería un acuerdo común entre los países europeos que implica no solo superar disputas entre diversos países sino también resolver puntos críticos, tales como el lugar de la memoria del Estalinismo en relación a la memoria del Holocausto.

En otro sentido, es precisamente el Holocausto el ejemplo más notable de la crea-ción de una memoria transnacional, en tanto un símbolo supranacional de memoria en el que todos los europeos —pero no solo los europeos— pueden reconocerse. Levy y Sznaider han investigado la memoria del Holocausto en la era global acuñando el tér-mino ‘cosmopolitan memory’. Aunque la memoria cosmopolita que encarna el Holo-causto no es el resultado de una negociación entre países diferentes, constituye, sin embargo, un acuerdo, un suelo común sobre el que se funda el discurso de los Dere-chos Humanos, discurso que hoy tiene un alcance global.

Estas dos formas de concebir la memoria transnacional no son opuestas; de hecho, en muchos sentidos interactúan. Sin embargo, señalan imaginarios diferentes: la idea de circulación evoca un imaginario de dispersión, diseminación, desplazamiento, disolución. En contraposición, el proceso de negociación que subyace a las memorias supranacionales refiere a un imaginario de reunión, concentración, emplazamiento, consolidación.

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Memoria transnacional en el área iberoamericana

Una de las críticas frecuentes que se le hace al enfoque transnacional es que va del espacio acotado y definido del estado-nación al espacio difuso e inabarcable de lo glo-bal. En este movimiento, la memoria parece disolverse en una circulación que carece de todo anclaje.

Una respuesta posible: postular como unidad intermedia un área que exceda el territorio acotado de una nación particular pero que como conjunto vincule histórica, lingüística y culturalmente a los diversos países que la integran. En este caso me refiero al área iberoamericana2 como una unidad donde es posible observar fenómenos trans-nacionales sin que estos se disuelvan en el todo inasible de lo global. Focalizados en el estudio de la memoria: ¿qué relevancia tiene un enfoque transnacional para el área iberoamericana? Un enfoque transnacional permite analizar fenómenos que no serían inteligibles si solo observamos la intervención de los actores y la elección de determi-nadas estrategias en un marco exclusivamente nacional.

Lo que quiero plantear aquí como ejemplo es la relevancia de un estudio transna-cional de la desaparición en el área de Latinoamérica y España. ¿Por qué la desaparición como fenómeno y la figura del desaparecido como sujeto particular son relevantes en el área? En primer lugar, porque el fenómeno de la desaparición ha experimentado en Latinoamérica un uso extendido que abarca no solo los países del Cono Sur, sino tam-bién Perú, Guatemala, El Salvador, Colombia y México, por nombrar los más repre-sentativos. El fenómeno de la desaparición se ha dado en cada caso en contextos dife-rentes, que incluyen procesos dictatoriales, conflictos armados o ‘guerras internas no civiles’, como en el caso de México. Sin embargo, contra la diferencia y la especificidad de los contextos nacionales en los que la tecnología represiva de la desaparición tiene lugar, es posible observar cómo las prácticas, las representaciones y las estrategias na-cidas de los movimientos de resistencia contra esta práctica, viajan, se reproducen y se adaptan. Nuevas prácticas adquieren sentido a partir de la adopción de representacio-nes originadas en otros países y cobran sentidos nuevos que no pueden entenderse plenamente sin considerar las apropiaciones transnacionales que participan en su cons-titución. En este sentido, es posible rastrear préstamos y apropiaciones múltiples, que involucren uno o varios países latinoamericanos. Lo que presento a continuación es solo un ejemplo posible que incluye Argentina, España y México. El recorrido se esta-blece en torno a tres hitos: en primer lugar, Argentina, como país donde la figura del desaparecido es creada y también como el escenario de la ‘invención’ de prácticas, ins-tituciones y mecanismos centrales en torno a la desaparición. Argentina entonces como un punto inicial, un punto de partida. Esto no significa negar la importancia del fenó-meno en el resto de los países del Cono Sur (especialmente Uruguay y Chile) sino otorgar a Argentina, siguiendo la literatura existente, un rol destacado en ciertas estra-tegias de consolidación y difusión. El segundo hito se da en España, puntualmente, en relación al debate que se origina a comienzos del siglo XXI sobre una ‘re-lectura’ de las víctimas del Franquismo en términos de la figura del desaparecido. El debate, que

2 ‘Iberoamérica’ se refiere aquí al territorio conformado por los países latinoamericanos cuya lengua

mayoritaria es el español, sumando la inclusión de la Península Ibérica. Se trata de una definición operativa, en el intento de señalar un área común que incluye vínculos históricos, culturales y lingüísticos. Si bien no todas las definiciones de Iberoamérica incluyen la península Ibérica, la RAE la incluye en los usos del término.

La memoria transnacional de la desaparición

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ha sido objeto de excelentes investigaciones como las de Francisco Ferrándiz o Ulrike Capdepón, muestra las tensiones originadas en torno a la ‘traducción’ de la figura a un contexto muy diferente del original. El tercer hito es uno más reciente: el ingreso del término al debate público en México, que sigue al conflicto de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa el 26 de septiembre de 2014 y que se ubica nuevamente

en un marco alejado del de las dictaduras latinoamericanas de los años 70: el marco de la Guerra contra el Narco iniciada en 2006. Dado que, por una cuestión de espacio es imposible analizar producciones concretas, me limito a presentar los vínculos a fin de mostrar por qué es relevante considerar estos casos en conjunto. En el apartado final argumento por qué la ‘transnacionalización’ del desaparecido no debe ser pensada como ‘anacronismo histórico’ sino, en cambio, ser analizada en su potencial político.

Hacia una memoria transnacional de la desaparición en el área iberoamericana

Aunque la desaparición es un método de violencia política que tiene sus raíces en el régimen nazi y es una tecnología represiva ampliamente difundida a nivel mundial, en el área iberoamericana posee una historia particular. El área iberoamericana, confor-mada por naciones que comparten un lenguaje común y una historia de colonialismo, también compartió una red transnacional de terror en el siglo XX. Las dictaduras im-plementadas por los países del Cono Sur (Chile, Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia, y en menor medida Brasil) en los 70 y 80 fueron el resultado de una red transnacional de represión conocida como Plan Cóndor, cuidadosamente elaborada para coordinar las políticas represivas en estos países. La circulación transatlántica del terror fue garanti-zada por el gobierno de los EEUU para preservar su poder y sus intereses económicos: todas las dictaduras implementaron reformas para transformar la economía desde un modelo de acumulación capitalista, basado en la exportación de materia prima desde la periferia a los centros industriales, a una economía de libre mercado. Esta estrategia fue primero puesta en práctica en España antes del fin de la Segunda Guerra Mundial. El gobierno norteamericano toleró las credenciales fascistas de Franco porque España tenía una posición crucial en una de las estrategias globales de la Guerra Fría, princi-palmente, el componente social y político dirigido en contra de las organizaciones po-pulares con una orientación política nacional. La derrota de las masas populares fue vista como ventajosa para la inserción de España en los planes militares de EEUU. La aceptación de España en las Naciones Unidas en 1955 debería ser vista como la cul-minación de un largo proceso de negociación entre España y los EEUU, más que como el momento en que Franco ‘abandonó’ el fascismo. Durante la Guerra Fría, los EEUU aprendieron de España cómo usar a los dictadores fascistas para implementar reformas económicas y políticas impopulares sin tener que enfrentar la oposición de grupos militantes. Durante las décadas de los 70 y los 80, este modelo fue ‘perfeccio-nado’ en el Cono Sur, transformándolo en un sistema de represión transnacional (Mar-tín Cabrera).

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Argentina

La práctica de la desaparición forzada fue usada en todos los países del Cono Sur, pero fue en Argentina donde se implementó masiva y sistemáticamente. Es posible afirmar que la figura del desaparecido nació en Argentina, no solo porque los militares argen-tinos desarrollaron un sistema burocrático eficiente para hacer desaparecer un gran número de opositores, sino porque la gente que resistió el silencio del Estado pregun-tando dónde estaban los desaparecidos lograron crear un movimiento que originó es-trategias que serían luego ampliamente difundidas en todo el mundo. Algunas de estas innovaciones son:

- Madres de Plaza de Mayo, el grupo emblemático de resistencia durante la dicta-dura y el proceso de transición se volvería un modelo para grupos de madres en numerosos países. Junto al grupo de madres y abuelas, un amplio y diverso conjunto de organizaciones de Derechos Humanos se desarrollaron en Argen-tina, incluyendo organizaciones como la Asamblea Permanente por los Dere-chos Humanos, el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Servicio Paz y Justica (SERPAJ), y el Movimiento Ecuménico por los Derechos Humanos (Brysk).

- Estos grupos buscaron identificar y nombrar el fenómeno de la desaparición forzada. La palabra ‘desaparecido’ no existía en ese entonces en el vocabulario de los Derechos Humanos. Los líderes en Derechos Humanos en Argentina fueron responsables de identificar, nombrar y denunciar la práctica sistemática de la desaparición forzada, y jugarían un rol crucial, primero, en redactar las declaraciones contra este crimen, y, posteriormente, en las convenciones re-gionales e internacionales que culminarían con la “Convención Internacional para la protección de todas las personas contra las desapariciones forzadas” de las Naciones Unidas firmada en 2006 (Sikkink).

- Los activistas argentinos ayudaron a crear el Grupo de Trabajo sobre Desapa-riciones Forzadas o Involuntarias de la ONU en 1980, el primer mecanismo de este tipo. Este mecanismo se volvería un instrumento esencial en el acti-vismo por los Derechos Humanos en la ONU (Guest).

- Argentina inició la primera organización forense de Derechos Humanos en el mundo, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) que sería luego ins-trumental en el trabajo en otros países, así como en entrenar a otros expertos y grupos en la temática.

- Argentina ha sido pionera en la temática, iniciando tres de las cuatro corrientes actuales en Justicia Transicional (truth commissions, domestic trials, and for-eign trials) (Sikkink).

Basado en estos y otros elementos, Gabriel Gatti denomina a esta versión argentina el “desaparecido originario”. El “desaparecido originario” vendría entonces a indicar ese lugar de condensación en el que confluyen instituciones —organizaciones de Derechos Humanos, el EAAF—, representaciones —las fotos, las siluetas—, leyes y convencio-nes —no porque allí se originen sino porque de allí emanan como impulso primor-dial— y, naturalmente, el nombre mismo o su formulación —tan temprana que incluso

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le correspondió a los perpetradores, Videla en este caso, proporcionar una de las defi-niciones más precisas del desaparecido al afirmar que “no está ni vivo ni muerto, es una incógnita, no tiene entidad, está desaparecido”. España

La transición española estuvo marcada por la Ley de Amnistía de 1977, que prohibía cualquier acción legal contra los que hubieran cometido violaciones a los Derechos Humanos durante la Guerra Civil y el Franquismo. El reporte general de la Comisión Interministerial para el estudio de la situación de las víctimas de la Guerra Civil y el Franquismo (2006) estima la existencia de entre 30.000 y 40.000 desaparecidos como consecuencia de la Guerra Civil. En 2000, asociaciones civiles tales como la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) se dieron a localizar y exhumar fosas comunes con los restos de los republicanos ejecutados por el régimen franquista. Pero fue ciertamente el decreto del juez Baltasar Garzón del 16 de octubre de 2008, junto a la controversia mediática que suscitó, el que constituyó un punto de inflexión en la percepción del legado represivo del franquismo. En ese decreto, el juez Baltasar Garzón afirmaba que durante la Guerra Civil y el Franquismo se habían cometido gra-ves violaciones a los derechos humanos, y esas violaciones eran equiparables a la cate-goría de crímenes de lesa humanidad. También sostenía que el procedimiento de desa-parición forzada había sido utilizado sistemáticamente en España para ocultar la iden-tificación de las víctimas e impedir que se realizara justicia hasta hoy. La traducción de la ley siguió, metafóricamente, un dispositivo tecnológico. El concepto fue “downloa-ded” y luego “uploaded” nuevamente al contexto local (Ferrándiz) para reconfigurar la memoria del régimen franquista. Aunque luego la Corte Superior de Justicia invali-dara las demandas de Garzón, el debate público que se promovió alrededor de él trans-firió exitosamente el término al debate español por la memoria. Como afirma Ferrán-diz:

Beyond political to-ing and fro-ing, academic debates, legal blockages and media bulimia, the figure of forced disappearance has triumphed within the country’s imaginary as a new symbolic anchor for the fusilados or paseados who were victims of the troops raised by Franco’s dictatorship. (Ferrándiz 176)

Como lo muestra el caso de España, la figura del desaparecido se ha vuelto transnacional, un símbolo de la memoria transatlántica del terror, aun si las circunstancias históricas, políti-cas y sociales son diferentes en múltiples aspectos. Si la figura del desaparecido nació en Argentina, en España es posible observar como la figura fue —legal y simbólicamente— apropiada para renegociar el pasado franquista como una herramienta indispensable para apoyar las demandas políticas de las víctimas. México

Desde el inicio de la Guerra contra el Narco en 2006, México experimentó una espiral de violencia que generó una grave crisis de derechos humanos en el país. Se estima que entre

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diciembre de 2006 y finales de 2015, más de 150.000 personas fueron asesinadas intencio-nalmente (Open Society Foundations 12), alrededor de 37.000 personas han desaparecido3 y alrededor de 300.000 han sido internamente desplazadas (Comisión Mexicana de De-fensa y Promoción de los Derechos Humanos 2018). La estrategia principal del gobierno de incrementar la participación de las fuerzas armadas no tomó en cuenta las consecuen-cias que esto podía acarrear en la vulneración de los derechos humanos. Las violaciones a los derechos humanos —en particular el derecho a la integridad física— no fueron vistas como violaciones ‘reales’ de acuerdo a las normas de derechos humanos o capaces de atraer la atención internacional. De acuerdo a Anaya Muñoz México es un “hard case” para la globalización de los derechos humanos por dos razones. Primero, una gran pro-porción de las víctimas de la violencia están presuntamente involucradas en actividades criminales y por lo tanto difícilmente pueden ser percibidas como individuos vulnerables o inocentes, dignos de solidaridad y protección por parte de los actores internacionales. Segundo, el régimen de derechos humanos se basa en el principio de responsabilidad del Estado. En este caso los perpetradores directos son actores no estatales, concretamente, organizaciones criminales, o actores no estatales que actúan en colusión con el Estado. Este punto es particularmente problemático porque debe argumentarse de manera con-vincente que los brutales abusos cometidos por el crimen organizado implican una trans-gresión a los derechos humanos que involucra al Estado, lo que Hessbruegge (cit. en Anaya Muñoz 185) llama “diagonal obligations”, es decir, la obligación del Estado de proteger a los ciudadanos de los actos perpetrados por actores no estatales. El supuesto involucra-miento de las víctimas en actividades criminales (1) y la falta de pruebas de la participación directa del Estado como perpetrador (2) son las principales causas que dificultan enmarcar los asesinatos y desapariciones en México como efectivas violaciones a los derechos hu-manos. Las violaciones perpetradas por los cárteles son expuestas, abiertas: ejecuciones precedidas de tortura con los cadáveres expuestos en las calles. Aunque las desapariciones tienen lugar en un gran número, no son el único ni el principal método utilizado. Las desa-pariciones son juzgadas, en este sentido, como el resultado de un fallo de seguridad (“se-curity failure” en palabras de Kenny y Serrano) y como la consecuencia del fracaso del Estado para investigar los crímenes. Los datos respecto a la impunidad revelan que entre principios del 2007 hasta 2012 solo se produjeron condenas en uno de cada diez casos de homicidio. Respecto a desapariciones forzadas, a febrero de 2015 solo se habían producido 313 investigaciones federales y solo 13 condenas (Open Society Foundations 12-13).

Pero el 26 de septiembre de 2014 se produjo un caso que representaría un punto de inflexión respecto a la situación de desapariciones en México: la desaparición de los 43 normalistas de Ayotzinapa. El 26 de septiembre de 2014, 43 estudiantes de la escuela Normal Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, en México, desaparecieron. Habían viajado a Iguala para realizar un ‘boteo’ en preparación a la marcha por la masacre de Tlate-lolco, cuando fueron interceptados por la policía. Policías de las tres fuerzas —muni-cipales, estatales y federales— persiguieron a los estudiantes por horas, en diversos sitios, amenazándolos, disparándoles con armas de fuego, asesinando al menos a 9 personas, hiriendo a 40 y llevándose a 43 estudiantes, que aún permanecen desapare-cidos. La desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa ocasionó la crisis política más

3 Número obtenido del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas.

Disponible en https://rnped.segob.gob.mx, consultado el 24 de julio de 2018.

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aguda de la última década en México. A diferencia de la relativa indiferencia de la co-munidad internacional ante la situación del país, este caso resonó muy fuerte en la arena global e hizo que el término ‘desaparición forzada’ y ‘desaparecidos’ se impusiera en el discurso público. Las desapariciones de los estudiantes permitían iluminar, al mismo tiempo, la situación negada por la “niebla de la guerra” (Schedler).

Los 43 normalistas de Ayotzinapa son hoy un icono cuando se piensa en los desaparecidos en México, y lo son porque lo que lamentablemente les ocurrió refleja con claridad lo que miles de personas más han vivido desde que, en 2006, se declaró la guerra en contra del crimen organizado. (Franco Miguez 8)

Las desapariciones de los estudiantes de Ayotzinapa invirtieron la situación de desapari-ción forzada en el marco de la Guerra contra las Drogas que se imponía hasta el mo-mento. Este caso puede ser efectivamente enmarcado como una violación de derechos humanos focalizándose en el tipo de violación, las víctimas y los perpetradores, y la im-punidad: el tipo de violación implica la integridad física en la figura del desaparecido, las víctimas son estudiantes jóvenes no relacionados con actividades criminales, y por lo tanto individuos inocentes y vulnerables, y la responsabilidad del Estado está probada. Este encuadramiento del evento en el marco de las normas de derechos humanos per-mitió generar un proceso de presión internacional sobre México. Los procesos de acti-vismo transnacional deben estar basados en evidencia, pero al mismo tiempo es crucial que los “hechos fríos” puedan ser traducidos en “shocking human histories” (Keck y Sikkink).

Tipificada como ‘desaparición forzada’, la desaparición de los 43 estudiantes activó una memoria transnacional de la desaparición propia de Latinoamérica, un repertorio de consignas, representaciones, narrativas y prácticas de resistencia en torno a la figura del desaparecido que contribuyó a proveer de inteligibilidad y sentido al fenómeno soslayado en el país. Al situar el caso de los 43 normalistas de Ayotzinapa en esta red de imágenes, representaciones, afectos y prácticas, las violaciones a los derechos hu-manos obtuvieron un marco claro, en el que el rol de los cárteles como perpetradores fue relegado a un segundo lugar mientras que el Estado era efectivamente señalado como el responsable principal de las violaciones.

La recuperación del ‘tipo ideal’ del desaparecido implica la activación de lo que Gabriel Gatti lista como dimensiones estéticas, psicoclínicas y político-sociales que incluyen el uso de las mismas consignas —“Vivos se los llevaron, vivos los queremos”—; los mismos tópicos psicoclínicos —“duelo inacabado”, “ruptura de las cadenas filiatorias”, “quiebra de la novela familiar”—; la movilización orientada al reclamo por la memoria y a la restitución de los cuerpos —el lema “¿Dónde están?”—; el fuerte componente familista de la movilización congregada en torno a padres, madres y familiares de las víctimas; entre otros. Como ejemplo de la dimensión estética del ‘desaparecido ideal’ Gatti menciona el uso extendido de las fotos como representación del desaparecido, algo que permite seguir un recorrido que atraviesa los tres contextos y que permite observar cómo la representación mantiene sus rasgos originales al tiempo que cambia también en la traducción a otros espacios.

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Argentina popularizó las fotos de las víctimas como modo de representar los cuerpos ausentes. Estas fotos fueron tomadas de los documentos de identidad, reproducidas en pancartas que eran portadas por los familiares en las protestas. Las fotos han sido usadas sin modificaciones hasta hoy como un símbolo: el original en su versión blanco y negro es respetado, manteniendo el sentido extendido de la fotografía como ‘prueba’ o ‘documento’ de lo real.

El fotógrafo español Gervasio Sánchez exhibió en 2011 “Desaparecidos”. La muestra sobre desaparición forzada fue presentada simultáneamente en tres ciudades de Es-paña. La exhibición, que retrata el fenómeno de la desaparición en 10 países (Guate-mala, Chile, Argentina, Colombia, Iraq, El Salvador, Perú, Bosnia-Herzegovina y Es-paña) compartía la misma estructura narrativa y bloques temáticos y concluía con un significativo epílogo sobre la búsqueda y exhumación de los restos de víctimas de la Guerra Civil y el régimen franquista. Estas fotos estaban enraizadas en el símbolo ar-

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gentino pero la carga de la fotografía como ‘documento’ era reemplazada por el carác-ter ‘estético’, la dimensión artística de la pose y la estilización del dolor. La exhibición tuvo lugar en museos (Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona) y fue presen-tada como una colección claramente transnacional.

En México, las fotos de los estudiantes son también un recurso omnipresente para representar la desaparición. Pero en una de las representaciones más extendidas, la de “Ilustradores con Ayotzinapa”, las fotos son transformadas en dibujos con la incorpo-ración de la consigna “Yo… quiero saber dónde está…” y ‘exhibidas’ en la web. Por lo tanto, no solo el escenario se transfiere desde la calle al museo, y del museo al espacio global, sino que las fotos son menos usadas como documentos de lo real que como objetos manipulados que construyen un sentido personal del evento para quienes lo dibujaron.

Conclusión. Sobre la exactitud histórica o el uso político del término ‘desaparecido’ Que el término ‘desaparecido’ fue utilizado en España y en México aplicado a contex-tos muy diferentes del argentino en el que se originó es un hecho. Lo que queda por debatir, o lo que se debate actualmente, es si ese uso es legítimo o no, adecuado o no, cuando se aplica a otras situaciones históricas caracterizadas por diferentes formas de ejercer la violencia. En un artículo reciente Elisabeth Anstett advierte, o mejor dicho, amonesta contra la transnacionalización del término, afirmando que

asimilar las víctimas de las juntas militares del Cono Sur con los muertos de la guerra civil española o del conflicto armado guatemalteco, y confundir la suerte de los detenidos-desaparecidos con el destino de las víctimas del franquismo o de los narcotraficantes me-xicanos constituye […] no solo un anacronismo histórico, sino también una confusión que perjudica el reconocimiento de la naturaleza particular de cada contexto. (Anstett 436–437)

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Anstett señala las numerosas divergencias entre los rasgos que caracterizaron a la vio-lencia en Argentina en los 70 y cuyo resultado está inscripto en la matriz de la desapa-rición forzada, y el tipo de violencia que se ejerció en España y se ejerce en México. La desaparición en Argentina se llevó a cabo selectivamente, es decir, el objetivo a reprimir y aniquilar fue elegido, y lo prueba, por ejemplo, el número relativamente pequeño de víctimas en relación a la totalidad de población. En España y México, en cambio, la violencia tuvo —y tiene— un carácter indiscriminado. En ambos casos los números en relación a la población total vuelven a ser la prueba. Otra diferencia fundamental atañe al tratamiento que los cadáveres reciben: mientras en Argentina la norma fue el cuidadoso ocultamiento, al punto que aún hoy, y tras los numerosos esfuerzos de bús-queda solo se ha logrado encontrar un número muy reducido de restos, en México y en España no primó el objetivo de ocultarlos, sino que fueron tratados como restos, deshechos que se enterraban en fosas comunes sin ningún cuidado, fosas que pueden ser localizadas con relativa facilidad. Al carácter clandestino de la represión argentina se opone, además, el carácter

público, notorio, incluso a veces espectacular de los crímenes cometidos por los militares, los paramilitares, los policías o sus esbirros […] la obscenidad de la violencia en las socie-dades guatemalteca, mexicana o española, constituye incluso una herramienta de la acción guerrera, manejada de manera totalmente deliberada, que se inscribe en un registro antro-pológico propio de la búsqueda de trofeos (Anstett 528–532).

Luego de enumerar las diferencias radicales entre ambos contextos, Anstett concluye:

En definitiva, consideramos que esas exportaciones terminológicas —y las transferencias de capital simbólico que contienen— contribuyen a la lamentable instrumentalización de la voz de las víctimas, como señalaba Castillejo-Cuéllar (2005) en el contexto sudafricano, porque los muertos se han convertido realmente en bienes, en una red transnacional de prestigio. […] Y si bien el intento de “consolarse con palabras”, según la expresión de Flaubert, y hacer un uso amplio de la comparación con el caso de los desaparecidos lati-noamericanos podría entenderse en el discurso militante, no puede, en cambio, ser válido en ciencias sociales, porque contribuye a sembrar confusión y a oscurecer, más que a aclarar, la situación, y porque es fruto de un abuso de lenguaje perjudicial para la cons-trucción de una reflexión crítica. Es aún más grave: esta confusión puede convertirse en la base de futuros negacionismos, en el Cono Sur o en otras partes. En efecto —así lo ha demostrado la historiografía del Holocausto—, los intentos de falsear la historia se ali-mentan siempre de confusiones, omisiones e información parcial (Anstett 655–664).

Anstett cuestiona entonces que esta transnacionalización de la figura por parte de las Ciencias Sociales peca no sólo de inexactitud, lo que es decir, de ignorancia respecto a lo que se pretende estudiar, sino incluso de irresponsabilidad, al suponer que un tal uso podría conducir a algo tan grave como ‘futuros negacionismos’. La comparación po-dría entenderse, concede, “en el discurso militante” pero resulta inadmisible en cambio en el discurso académico. Los argumentos de Anstett son exactos y convincentes cuando enumera cuidadosamente las divergencias entre el contexto mexicano de la Guerra contra el Narco y las dictaduras del Cono Sur. Sin embargo, hay un supuesto en su argumento que me parece discutible y es el hecho de que analizar la transnacio-

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nalización del término implique equiparar situaciones socio-políticas diferentes, apla-narlas por así decir, ignorar las divergencias. En algún punto este argumento asume que son los científicos sociales —sociólogos, politólogos, críticos literarios— quienes ‘transnacionalizan’ la aplicación cuando lo que en realidad hacen —o intentan hacer— es constatar esos usos y conjeturar un sentido. Si el uso del término ‘desaparecido’ apa-rece primero en el ‘discurso militante’ el fenómeno adquiere realmente relevancia cuando éste se expande y se propaga en el discurso social, abarcando un espectro que excede el marco de organizaciones de víctimas o de ONGs de derechos humanos, un espectro relativamente acotado. Aunque esto también depende de dónde trazamos el límite entre un discurso militante y uno que no lo es. En movimientos sociales con un alcance global como Ayotzinapa, todos los actores involucrados, desde las protestas tradicionales en el espacio público hasta la debatida participación política en la red, tienen un discurso militante. Cuando el término alcanza este nivel de propagación y penetración social, la pregunta por la especificidad histórica —¿cuán exacto es el tér-mino?— da lugar a una pregunta por el sentido político —¿por qué se lo usa y con qué sentido? Además, tampoco hace falta que aparezca la palabra como tal, sino que la figura del desaparecido se encarna, como decíamos, en todo un espectro de prácticas, narrativas y representaciones que la refieren sin nombrarla y en las que la transferencia de capital simbólico es aún mayor.

En el caso de México, las desapariciones de los 43 estudiantes de Ayotzinapa sí responden a la desaparición forzada tal como es definida legalmente en la Convención. A partir de este evento y a través de él, sin embargo, ‘desaparición’ y ‘desaparecidos’ se instalaron en el discurso social para reclamar por las víctimas soslayadas de la Guerra contra el Narco. La disputa no nació con Ayotzinapa. La desaparición forzada en Mé-xico se remonta a la ‘Guerra Sucia’ iniciada en los 60 —desapariciones que pertenecen con pleno derecho a la categoría original— y se incrementan dramáticamente a partir del 2006, aunque el contexto de la Guerra contra el Narco sea otro, el de la “niebla de la guerra”, como analiza Schedler en su libro. La disputa ya instalada antes de que sucediera Ayotzinapa, y que tuvo hitos tan importantes como el “Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad” liderado por Javier Sicilia en 2011, era por el reconoci-miento de las víctimas. En este sentido, puede afirmarse que Ayotzinapa fue un punto crítico en ese largo reclamo, que dio a la disputa por las víctimas un argumento claro: el responsable es el Estado. La transnacionalización de la consigna “Vivos se los lleva-ron, vivos los queremos”, que se originó en Argentina para contestar el intento de los militares de clausurar el conflicto dando por muertos a los desaparecidos, no es en México un simple anacronismo histórico, sino que reactiva —y da fuerza— al mismo reclamo. Se trata de demandar al Estado la información que no provee y la justicia que no brinda. De contestar el discurso de minimización patente en los ‘daños colaterales’ o en la ‘verdad histórica’ acerca de lo que sucedió en Ayotzinapa. Quienes lo esgrimen, lejos del peligro de incurrir en un futuro negacionismo, buscan, al contrario, impugnar un negacionismo presente, el del propio Estado.

En este sentido, la memoria transnacional como objeto de investigación puede brindarnos herramientas que iluminen —en lugar de oscurecer— la construcción de la memoria en el contexto contemporáneo que excede el marco del estado-nación sin dejar de ser éste la arena donde se libran las luchas.

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Los ‘años de plomo’ en perspectiva transnacional. ¿Idas y vueltas de

conceptos políticos-históricos, figuraciones y narrativas culturales?

(España – Argentina)

Patrick Eser

Universidad de Kassel

Resumen: El artículo explora el campo semántico de la violencia política y en concreto de los ‘años de plomo’ en la España y en la Argentina de los años 70/80. Partiendo de perspectivas transna-cionales se investigan diferentes relatos periodísticos, cinematográficos y literarios sobre los ‘años de plomo’ para evaluar y comparar los diferentes modos de representar y problematizar el pasado violento de ambos países. Palabras clave: narrativas y conceptos históricos, ‘años de plomo’, terrorismo de Estado, vio-lencia política, memorias transnacionales, Argentina, España Abstract: The essay explores the semantic field of political violence and of the ‘years of lead’ in Spain and Argentine of the 70s/80s. Starting form transnational perspectives the article investigates journalist, filmic and literary narratives about the ‘years of lead’ in order to evaluate and com-pare the different modes in the representation of the violent past of both countries. Keywords: historical narratives and concepts, ‘years of lead’, state terrorism, political violence, transnational memory, Argentine, Spain

Lenguaje político, narrativas históricas e imaginario del pasado

Comenzamos el abordaje sobre las representaciones de los ‘años de plomo’ en pers-pectiva transnacional y comparativa con dos recientes anécdotas que muestran la rele-vancia del planteamiento a desarrollar. Menos de dos semanas antes de las elecciones al parlamento vasco en otoño de 2016, la televisión vasca ETB invitó a políticos a un debate público para presentar sus respectivos proyectos. Estuvieron presentes, entre otros, Pili Zabala, candidata a lehendakari de Elkarrekin-Podemos, y Alfonso Alonso, candidato del Partido Popular (PP). Cuando llegó el momento de hablar sobre la pers-pectiva de paz y convivencia después de la larga época del conflicto armado, Pili Zabala —hermana de Joxi Zabala quien había sido secuestrado, torturado y asesinado en 1983 por los GAL, un grupo paramilitar que cometió atentados contra militantes del en-torno de ETA— preguntó a Alonso si la consideraba “víctima de terrorismo”. Alonso, quien acababa de explicar las reglas de la “ley de las víctimas del terrorismo” según la cual Zabala no encaja en la definición de víctima, concretiza su negación: “Con arreglo a la ley, tal como está redactada, no... del terrorismo no, pero usted es víctima de… sí

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claro… de un exceso, de un abuso... en fin, de una actuación ... ehh ... por parte de funcionarios de Estado completamente execrable y condenable.“ Después de balbu-cear algunas variedades léxicas para describir la violencia que tuvo que sufrir su her-mano, Pili Zabala miró fijamente a los ojos de Alonso durante un largo tiempo, hasta que el moderador cortó el silencio insoportable y siguió adelante (Albin, “Alfonso Alonso”). La escena muestra la dificultad de encontrar palabras aptas para describir crímenes y actos de lesa humanidad que causaron y siguen causando sufrimiento a las víctimas y sus entornos familiares. También muestra el intento de evitar denominar o evocar explícitamente estos actos y finalmente, de banalizar la actuación violenta y terrorista de las fuerzas del estado español durante los ‘años de plomo’. Esta negación de Alonso de ‘llamar las cosas con su nombre’, su balbuceo y sus palabras fueron mo-tivo de un debate vehemente en los medios y redes sociales, un día más tarde Alonso se disculpaba por sus palabras y declaraba mediante Twitter que: “@pili_zabala: Tu hermano fue asesinado por el terrorismo del GAL. Ayer me impresionó tu dolor, que comparto” (Ferreras).

Unas semanas antes, en agosto de 2016, el presidente de la República Argentina, Mauricio Macri, dio una entrevista al portal norteamericano BuzzFeed en el que desig-naba los crímenes de la última dictadura cívico-militar como “guerra sucia”: “La horri-ble tragedia que fue esa guerra sucia” era su enunciado concreto. Esta declaración, realizada no sólo por un político importante sino por el presidente de la nación, pro-vocó una oleada de fuertes críticas por parte de los organismos de DD.HH. y por políticos de la oposición. Muchos intelectuales, entre otros el Premio Nobel de Paz argentino Adolfo Pérez Esquivel, expresaron su indignación ante las declaraciones del presidente. ‘Guerra sucia’ era el lema que dieron los protagonistas a su política de ex-terminio del enemigo político, eje del “Proceso de Reorganización Nacional” (Fin-chelstein). Estas acciones de ‘contrainsurgencia’ consistían en el masivo secuestro, la tortura, el asesinato y la desaparición de los que consideraron como enemigos políticos. El uso de esta fórmula inventada por los militares para describir este período negro de la reciente historia argentina resulta provocador porque se distingue esencialmente de los términos comunes y de consenso para referirse al Proceso en el discurso sobre el pasado: ‘terrorismo de Estado’ o ‘genocidio’. No pocos observadores vieron en el uso público de este término inusual por parte del presidente de la nación el anuncio de una revisión en la política de la memoria que tiende a desactivar las leyes e instrumentos jurídicos para condenar a los actores y partícipes del Proceso. La organización H.I.J.O.S. opina al respecto: “Macri sostuvo que hubo ‘una guerra sucia’, así como el 24 de marzo pasado, a 40 años de la última dictadura cívico-militar, dijo que fue ‘vio-lencia política’ la que hubo en la década de los años 70 en la Argentina. De este modo, pretende minimizar un consenso social profundo que ya le puso nombre a ese horror: dictadura cívico-militar” (Ginzberg).

Ambas anécdotas muestran que la designación de contextos históricos complejos, caracterizados por el uso sistemático de violencia política y la producción de numero-sos sufrimientos puede ser fácilmente polémica. Esto remite al problema epistemoló-gico, ético-jurídico e historiográfico, en general, de acuñar términos como herramien-tas con las que se pretende comprender, simbolizar y definir la representación de la realidad histórica (Ricœur), lo que es de gran relevancia sobre todo si se trata de épocas violentas con numerosos victimarios y víctimas o de acontecimientos singulares con-

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siderados como importantes. El problema de designar la experiencia singular del ge-nocidio contra los judíos europeos, de encontrar un término adecuado que también corresponda a la gravedad de los hechos y las sensibilidades de los sobrevivientes, es lo que Giorgio Agamben refleja en su libro Lo que queda de Auschwitz (Agamben 25ss.), en el que problematiza el término ‘Holocausto’ por sus connotaciones religiosas y apuesta finalmente por el concepto más adecuado de la ‘Shoah’. Por otro lado, si uno designa al atentado contra Luis Carrero Blanco —el sucesor ideado del dictador Franco— en 1973 como ‘tiranicidio’, presentándolo como un acto de resistencia legí-tima, o si se lo designa como ‘acto terrorista’ y lo presenta como uno de los primeros en una larga historia de la violencia terrorista del nacionalismo vasco radical, marca una diferencia sustancial. Ambos términos evocan muy distintos registros semánticos, aso-ciaciones y valoraciones (Eser, “Asesinato” 140ss.).

Las anécdotas citadas sobre los enunciados de Alonso y Macri muestran la posible polemicidad del lenguaje político y del uso de la terminología histórico-política por personajes públicos. En ambos casos estaba en juego la minimización de represiones por fuerzas del Estado que otros llaman ‘terrorismo de Estado’. Se trata del uso de un lenguaje que se refiere a períodos históricos cuya designación ya es objetivo de disputas y para la que es difícil encontrar un término ‘neutro’, ‘objetivo’ y ‘analítico’. La disputa por los modos de denominar el pasado es al mismo tiempo una lucha por la clasifica-ción y calificación de estas experiencias históricas. Distintos discursos y narrativas se oponen, luchando por la hegemonía sobre la representación del pasado. El hablar so-bre las épocas violentas se convierte en una “guerra de representaciones” (Castells Ar-teche 220ss.) que intentan influenciar la interpretación del pasado a nivel del lenguaje político. Estas batallas semánticas sobre la significación del pasado no se reducen al léxico y sus contenidos, sino que operan también a nivel de los relatos históricos, sea en géneros factuales o ficcionales. El análisis del lenguaje político implica el análisis de las narraciones culturales sobre el pasado que corresponden al léxico histórico-político y debería ser encuadrado en una “teoría del relato” (“théorie du récit”) (Faye).

Si en el caso argentino, la diferencia entre ‘guerra sucia’ y ‘terrorismo de Estado’ ha suscitado la polémica, en el caso vasco la diferencia es entre ‘errores o excesos de la policía’ y ‘terrorismo de Estado’. Términos que implican una banalización o minimi-zación, están confrontados con otros que tienen una acepción denunciadora y que muchos consideran más adecuada para designar el pasado violento y el sufrimiento impuesto. Ambas disputas giran en torno de fenómenos que podrían ser designados con el denominador común ‘años de plomo’, un concepto metafórico que refiere a tiempos en los que el uso de violencia es un recurso frecuente en la contienda política.

Los ‘años de plomo’ de los años 70 y 80 en Argentina y España constituyen el objeto de estudio del siguiente ensayo. Analizaremos desde una perspectiva compara-tiva los diferentes modos de concebir y narrar estas épocas de violencia política y de lesa humanidad, ejercida por partes del Estado. ¿Qué narrativas y representaciones se crean en los diferentes medios que tienen una influencia socialmente muy relevante en tematizar, representar y figurar el pasado? Sea a nivel de la ficción (novelas y la cine-matografía) o discursos factuales como el periodismo, estas narrativas históricas mo-delan, figuran y estructuran tanto el material histórico como la percepción histórica. ¿Qué narrativas críticas y qué ofertas de racionalización y de identificación crean estos relatos sobre los ‘años de plomo’?; ¿cómo se relacionan con los conceptos y metáforas

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político-históricas, qué asociaciones y valoraciones conllevan? ¿Se pueden incluso ob-servar ante la comparación de las narrativas españolas y argentinas cruces e influencias internacionales en un supuesto espacio comunicativo de memoria transnacional?

La mirada comparativa, que construye una comparación de los dos casos de ‘años de plomo’, requiere una justificación, ya que compara representaciones de un sistema dictatorial (la Argentina del Proceso) y un sistema formalmente democrático (la España de la Transición). El próximo capítulo se dedica a la construcción de esta perspectiva comparativa bajo el aspecto de los ‘años de plomo’ y tematiza términos histórico-po-líticos vecinos y las distintas narrativas que pueden implicar. En el tercer capítulo in-vestigaremos textos periodísticos, literarios y audiovisuales de ambos países con el fin de identificar los distintos discursos, narrativas y estéticas, que hacen visibles y com-prensibles (facetas y aspectos de) las complejas constelaciones históricas mediante na-rraciones y la estructuración del tiempo. Investigaremos cómo estas narrativas, sobre todo las ficcionales, constituyen espacios de reflexión que permiten figurar las expe-riencias históricas individuales y colectivas.

‘Años de plomo’ — perspectivas transnacionales

El término ‘años de plomo’ es una expresión metafórica que se usa para referirse a épocas violentas en la historia nacional de un de país o una región que son caracteriza-dos por el uso masivo de violencia política, tanto por grupos insurgentes y rebeldes que se oponen y luchan contra el Estado, como la violencia de las fuerzas de orden y de represión del Estado. Se refiere a conflictos violentos de una virulencia constante pero que, sin embargo, no llegan a adquirir la intensidad de una guerra civil como enfrentamiento abierto, duradero y violento en que diferentes partes de una nación luchan por la supremacía político-militar en un territorio. El término proviene del título de la película alemana Die bleierne Zeit (Margarete von Trotta) de 1981, que trata sobre la radicalización política de ámbitos revolucionarios y su entrada en la fase de la ‘lucha armada’ en los años 70 en Alemania. El título y su traducción se convirtió en una metáfora popular para describir épocas en que se reproducían conflictos violentos, por ejemplo los violentos años setenta de Italia, los así llamados ‘anni di piombo’, los 70 y 80 en Alemania —el conflicto entre la RAF y el Estado—, la época del tardofran-quismo y la Transición en el País Vasco (‘los años del plomo en Euskadi’) y la época de la dictadura en Argentina entre 1976 y 1983 y los años previos al Proceso, también caracterizados por el uso masivo de violencia política.

El término ‘años de plomo’ es una metáfora, que evoca con el significante ‘plomo’ imágenes como balas y tiroteos. Como los ejemplos citados muestran, se usa para re-ferirse a diferentes épocas violentas y contextos de enfrentamiento entre movimientos políticos que apuestan por la estrategia de la ‘lucha armada’ y la represión violenta de las fuerzas del Estado. En este sentido, esta formulación nos permite construir una base conceptual que sirve para analizar los casos de violencia estatal en Argentina y España de los años 70 y 80 en perspectiva comparativa. En ninguno de los casos men-cionados hay gran disenso en cuanto al uso de este término metafórico para designar diferentes contextos conflictivos en diferentes países, porque no conlleva asociaciones polémicas. Esto es fundamentalmente diferente en el caso de otro léxico usado para

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los mismos fenómenos como ‘terrorismo de Estado’, ‘genocidio’, ‘guerra sucia’ que sirven como categorías de denuncia o como términos jurídico-delictivos.

‘Años de plomo’ sirve como un concepto general en el que diferentes términos político-históricos (‘violencia política’, ‘transición’, ‘lucha armada’, ‘terrorismo de Es-tado’, ‘genocidio’, ‘guerra sucia’) encuentran su uso, también en los distintos espacios de memoria que comparten un mismo idioma como es el caso en las memorias histó-ricas argentina y española. Al mismo tiempo, el término refiere a un contexto histórico transnacional como ya implica la traducción del título del filme Die bleierne Zeit y su aplicación a otros casos ‘nacionales’. Tanto los países de América Latina como los europeos occidentales tienen sus narrativas de los ‘años de plomo’ que exploran los años 60 y 70, épocas en que surgieron movimientos revolucionarios que se inclinaron por la estrategia de ‘lucha armada’ y fueron inspirados por la Revolución cubana y más tarde por el mayo francés de 1968. Estos movimientos cambiaron el rumbo político y constituyeron, en distintos grados en los diferentes países, desafíos para el poder polí-tico establecido. Constituyen, como constata Eric J. Hobsbawm, la primera de “tres fases principales de violencia y contra-violencia política” desde los años 60, un tal “nuevo blanquismo” de grupos terroristas que intentaron desestabilizar el orden pú-blico mediante atentados de trascendencia mediática (Hobsbawm 129). En la misma época, entre los años 60 y 1985, Occidente vio surgir las actividades de torturadores, sistemáticamente formados, y la “ola sin precedentes” de dictadura militares en Amé-rica Latina y en el Mediterráneo, que llevaron a cabo “guerras sucias” contra sus ciu-dadanos (Hobsbawm 128). Las respuestas de los estados en la represión de estos mo-vimientos han sido distintas: o el uso puntual y estratégico de violencia terrorista (Cor-dobazo en 1969, el grupo paramilitar de los ‘Triple A’ en Argentina entre 1973 y 1976) o la instalación de dictaduras militares, dirigidas contra el avance de los movimientos de izquierda como en Chile (1973) o en Argentina (1976).

Lo que estuvo al inicio de las espirales de violencia que luego se intensificaron es objeto de disputa (Hilb) pero hay buenos argumentos de que la reacción represiva por parte de las fuerzas del Estado contra los movimientos emancipatorios iniciaba estos ciclos de violencia. Sobre todo en América Latina las dictaduras parecen ser una con-secuencia típica de los años 60 y 70, “‘los ‘años de plomo’ que seguían al surgimiento” (Huffschmid 17s.). Si el mayo de 1968 es el símbolo transnacional de estos movimien-tos de liberación —y puede ser descrito como un “movimiento transnacional de cam-bio”, lo que lo transforma en un objeto de estudio destacado para el paradigma de una historiografía global (Kastner y Mayer 11)—, también lo es la metáfora ‘años de plomo’ para describir los conflictos violentos que surgían como reacción al desafío político transnacional. Las respuestas represivas fueron coordinadas a nivel transnacional, el Plan Cóndor es la expresión más notoria de este fenómeno, siendo una estrategia pro-movida por los EEUU y coordinada con las diferentes dictaduras militares para instalar dispositivos transnacionales de contra-insurgencia. Estas redes transnacionales de con-tra-insurgencia incluían también cooperaciones de los servicios de seguridad, intercam-bios de mercenarios y visitas oficiales y ayudas mutuas entre las dictaduras latinoame-ricanas, sobre todo la argentina, y el Estado español, incluso durante la Transición española y en la época posdictatorial (Woodworth 53; Albin, “Torturadores”; Albin, “España”). Hechos históricos que motivaron a voces a relacionar la ‘guerra sucia’ en el País Vasco posdictatorial con la “ampliación de la Operación Cóndor […] a Europa y, en concreto, a Euskadi” (Ángel Amigo cit. en Casanova 196).

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También las reacciones a estas contraofensivas represivas fueron internacionales y trascendieron las fronteras nacionales, como muestran las movilizaciones contra las dictaduras militares latinoamericanas en Europa:

En Paris, en las barricadas, en las manifestaciones, en el diálogo [...] nos hemos encontrado y nos hemos reconocido: chilenos y españoles, argentinos y mexicanos, brasileños y pe-ruanos, portugueses. (Carlos Fuentes cit. en Huffschmid 101)

La historia de la confluencia de diferentes medios político-culturales nacionales y del intercambio entre estos es reflejada en numerosos testimonios y relatos autobiográfi-cos (como el caso de Mika Etchebehere, argentina que vivía desde 1946 en París y quien organizaba la primera manifestación contra la dictadura argentina en París; Eser, “Compromiso”). La cuestión por la emergencia supuesta de un espacio compartido y transnacional de memoria debería tener en cuenta las consecuencias culturales y expe-riencias interculturales de estos intercambios, viajes, exilios transnacionales.

El acercamiento epistemológico que implica el uso del denominador común de los ‘años de plomo’ para los años 70 y 80 argentinos y españoles puede resultar polémico ya que se trata de una comparación de regímenes políticos formalmente democráticos y dictatoriales. Comparar y equiparar las actuaciones represivas por parte de ambos Estados significa colocar las prácticas terroristas del Estado argentino —que en parte empiezan ya en 1974 hasta finales de la dictadura militar (1983) (Feierstein)— al lado de la época del tardofranquismo y la transición democrática española. La labor de ana-lizar estas épocas en perspectiva comparada refiere a una contra-experiencia histórica que incomoda. En ambos casos encontramos fenómenos parecidos de violencia polí-tica que pueden ser designados con un léxico político parecido aunque formalmente los contextos políticos difieren sustancialmente: una democracia (la España de la Tran-sición) y una dictadura (la Argentina del Proceso). Mientras la desaparición forzada era un instrumento masivo del terrorismo de Estado de la dictadura argentina y la figura del desaparecido se desarrolló durante la transición democrática en un icono de la lucha de las organizaciones de DD.HH., en la Transición española la desaparición forzada de activistas de la oposición aparecía puntualmente como práctica represiva de las fuer-zas de orden del nuevo régimen. Lejos de realizar una equiparación en términos éticos o jurídicos, el concepto transnacional de los ‘años de plomo’ construye un espacio epistemológico que trata los singulares fenómenos de conflictos violentos no como casos aislados, sino como instrumento para hacer visible y comprensible la confluencia de diferentes desarrollos políticos y culturales. En ese sentido, lo que nos interesa prin-cipalmente son las prácticas represivas de los regímenes políticos evocados por el tér-mino ‘años de plomo’, sin valorarlo de antemano. La relación de las experiencias his-tóricas simultáneas y sus respectivas simbolizaciones en los discursos culturales de am-bos países bajo el concepto ‘años del plomo’ nos permite analizar las narrativas de esos años de ambos casos y en diferentes medios: la narrativa ficcional, el periodismo y el cine.

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Relatos, narraciones, imágenes sobre los ‘años de plomo’

El trauma de la desaparición: Los planetas (1999) (Argentina)

Los planetas (1999) es una novela cuyo tema central es la reflexión sobre el caso de la desaparición de M, amigo de infancia del narrador homodiegético S. En un trenzado de diferentes ramas y subramas, la narración gira en torno al vacío y las consecuencias que había dejado la desaparición de M. La novela es situada en un tiempo en que “Bue-nos Aires se llenaba de muertos” (Chejfec 183) y habla del silencio con que la sociedad reaccionó a las represiones del Proceso: “advirtieron tarde cómo la avalancha de se-cuestros, torturas y muertes renovaba sin atenuantes su condena a la frivolidad y la barbarie; y ante ello optaron por el olvido a perpetuidad” (Chejfec 44).

El relato gira en torno a la desaparición ominosa de M y desarrolla muchas refle-xiones sobre la pérdida inesperada del amigo, el duelo y las consecuencias de esta, que afecta también la más íntima identidad personal del yo narrador y provoca en él, entre otras cosas, cavilaciones sobre su identidad judía. Los recuerdos de M tienen una in-fluencia fantasmal sobre el presente del narrador. Al mismo tiempo, se oponen al ol-vido colectivo de los crímenes masivos que se realizaron durante la dictadura y también con respecto a la desaparición de M: “el motivo de nuestro silencio radicaba en que la desaparición de M era un hecho excesivo […] las personas callan ante lo excesivo; es el silencio de exceso” (Chejfec 125s.).

La desaparición de M es algo innombrable, los intentos de simbolizarla fracasan. Al mismo tiempo, S siempre vuele a intentarlo narrando relatos de experiencias com-partidas a los que les presta, a través de estos recuerdos, cierta presencia. Los giros sobre los huecos de la representación se manifiestan en los múltiples recuerdos que aluden a los límites de la representación y en las reflexiones sobre la relación entre memoria y olvido, sobre los soportes mediáticos, lingüísticos o fotográficos del re-cuerdo —S guarda una foto de M— ante el peligro de perder las huellas de M en el mundo: “Ha sido inevitable ir perdiéndole el rastro a las huellas de M. Cada vez hay menos señales que remiten a él” (Chejfec 92). Los huecos de la representación se ex-presan también a nivel de la narración que renuncia a la evocación de contextos deta-llados o referencias históricas concretas. No se relata ni la tortura o el sufrimiento físico de M ni hay informaciones sobre el contexto político en que se movía.

El vínculo fuerte de la relación entre S y M se expresa en metáforas e influencias invisibles e incluso misteriosas (gravitación etc.), para las que el título del libro es em-blemático. A S solo le queda la opción de explorar la presencia de M en su ausencia mediante sus efectos, las señales y las cosas que remiten a la existencia del desapare-cido. Andrew C. Rajca interpreta los acrónimos “S” y “M” como abreviaciones de ‘sobreviviente’ y ‘muerto’ y relaciona esta idea con las reflexiones de Agamben en Lo que queda de Auschwitz donde problematiza la función, el sentido y la (im-)posibilidad del testimonio de los sobrevivientes (Rajca 13ss.). Las fronteras de la posibilidad de relatar lo vivido y de dar testimonio de los sufrimientos, que se refleja en los testimo-nios de los sobrevivientes de los campos de concentración, lo encontramos en los in-tentos de reconstruir lo que pasó exactamente con M o de restituir la voz del desapa-recido o de evocar su presencia mediante el relato. La relación entre S(-obreviviente) y M(-uerto) es figurada a través del emprendimiento de narrar el duelo, el trauma y los

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recuerdos. Su base es la retórica de la prosopopeia que sirve para “prestar o dar voz a los sin voz” (Winter), o sea dar voz al desaparecido cuya historia ha quedado indocu-mentada, desconocida o no valorizada. Incluso el narrador asume el rol de reemplazo de M mencionando que “de haber continuado con vida, él habría sido el escritor, el novelista” (Chejfec 104).

Los huecos de la representación se manifiestan también en la especulación acerca de los motivos de la desaparición de M. Su compromiso político queda en el aire. No encontramos respuestas simples, ni figuras de fácil identificación como un desapare-cido heroico sino una reflexión compleja de los aspectos individuales y colectivos del duelo, de la memoria y sus conflictos (Pfeiffer 97). El rechazo a construir figuras con un alto potencial de identificación corresponde con la incertidumbre en cuanto a la identidad personal del yo narrador. Los efectos del final abrupto de las relación entre S y M se reflejan también a nivel formal en la macro-estructura de la novela, cuyo discurso termina de manera abrupta: el comienzo de la novela abarca seis capítulos en más de 200 páginas y es seguido por el final y el capítulo 7 que solo tiene tres páginas.

Los planetas es un relato sobre las consecuencias dolorosas y traumáticas de la pér-dida de un ser querido, causada por una desaparición forzada sin causas evidentes. La exploración del sufrimiento a nivel individual gira en torno al olvido, a los intentos obsesivos de recordar el pasado, lo perdido y darles expresiones, símbolos, imágenes. El relato manifiesta diferentes modalidades e intentos que fracasan en simbolizar y darle algún sentido a la pérdida, a la desaparición. A pesar de prevalecer la perspectiva subjetiva, se problematizan los marcos sociales de los recuerdos y de la memoria trau-matizada. Los ‘años de plomo’ no son explorados en los detalles históricos y sus acto-res principales, sino como tragedia individual que al mismo tiempo es generacional: el caso afecta a todo un entorno social, familiar y amistoso, y también una generación que divaga entre sufrimiento individual, la represión de los recuerdos y el silencio co-lectivo. Los ‘años de plomo’ representan en Chejfec una época que quiere ser olvidada pero que es al mismo tiempo omnipresente, no obstante sólo en sus consecuencias psicológicas y culturales traumáticas y no a nivel de alguna concreción historiográfica.

… aparecen los desaparecidos: periodismo iconoclasta contra la Transición

(España)

La Cultura de la Transición (Acevedo et al.), entendida como un paradigma cultural y relato oficial de la España posdictatorial, se ha convertido en objeto de críticas duras en la España contemporánea. En la época posdictatorial hasta la primera década del siglo XXI, este paradigma cultural lograba con éxito pacificar y homogeneizar la con-ciencia política bajo la imagen de una España democrática y reformada pacíficamente durante la transición consensuada (Jérez). Central en esta narrativa y mito fundacional de la España democrática ha sido la negación y el silencio sobre los conflictos violentos que sí han permanecido en la época transicional, como herencia de las represiones del (tardo-)franquismo. Un fenómeno que contrasta fuertemente con este relato de la tran-sición pacífica es la existencia de un terrorismo de Estado que ha sido relacionado más (los GAL) o menos (Batallón Vasco-Español) con la política del Estado (Woodworth).

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Las intervenciones periodísticas del filósofo e intelectual Gabriel Albiac son un ejemplo de la contra-narrativa a este mito fundacional de la Transición. Cuando se hicieron públicas las informaciones sobre el caso de Lasa y Zabala en 1995, Albiac lanzó críticas feroces que tenían como blanco toda la transición democrática española. José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala eran dos miembros de ETA, que vivían en clandestinidad en Francia, donde fueron secuestrados en 1983 por policías españoles, torturados durante semanas en el País Vasco español y luego trasladados a la localidad alicantina de Busot, donde fueron asesinados y enterrados. Después de que los restos de sus cuerpos fueron identificados en 1995 y las investigaciones evidenciaron que habían sido víctimas de una violencia realizada por fuerzas de orden del Estado, se desató una ola masiva de críticas entre la que destacan las intervenciones de Albiac,

quien describe los hechos en retrospectiva: Enterrados en cal viva once años y medio atrás. Previamente torturados, durante un plazo que los forenses juzgan pudo ser de semanas. Sabemos ahora que habían sido hallados por azar en 1985 y ‘archivados’ sin identificar en el abandono silencioso en una cámara frigorífica del juzgado de Alicante. Sólo diez años más tarde sabremos que esos restos son los de Jose Antonio Lasa e Ignacio Zabala. Y el ciudadano español habrá de enfrentarse con los primeros ‘desaparecidos’ de la democracia española (Albiac, “Corrupción” 23).

Las comillas que llevan los desaparecidos marcan el uso de un vocabulario no tan con-vencional al que Albiac pone énfasis. La mención de los “primeros ‘desaparecidos’” introduce un escenario siniestro del presente en que no sería impensable la aparición de otros. Un escenario que se plasma mediante la evocación de la figura del desapare-cido, notorio por las recientes historias criminales de las dictaduras latinoamericanas. El relato de los sucesos en el auto judicial, publicado en 1995, muestra la brutalidad incomprensible de los crímenes. Frente a este relato “los serial-killers de las novelas de Ellroy son tristes aprendices” (Albiac, “Corrupción” 22). La confrontación con los hechos, ahora publicados y durante más de 10 años escondidos, motiva a Albiac diag-nosticar el carácter violento de la Transición española —sin llamarla así—, partiendo de reflexiones generales acerca de la violencia del Estado en general, concebido como una máquina de represión.

La explicación genealógica del carácter violento del Estado español apunta a la herencia del Estado franquista. La España bajo el mandato de Felipe González se apo-deró sistemáticamente del aparato de violencia política heredado del franquismo, como afirma Albiac: “A finales del 83, con el consenso del viejo aparato represivo garanti-zado y consolidada la nueva jerarquía de mando, el PSOE podía dar por cerrada la apropiación del Estado franquista […] Sic transit” (Albiac, “Corrupción” 23). La con-tinuidad parcial del Estado franquista es el fundamento histórico del joven Estado es-pañol cuyo funcionamiento Albiac explica mediante el lema romano Salus populi suprema lex que designa el “doble funcionamiento” que hace posible combinar sabiamente la retórica de la bondad y el pragmatismo con el “terrorismo de Estado” (Albiac, “Intro-ducción” 15). La lógica de Salus populi suprema lex se manifiesta en la “pragmática bon-dad antiterrorista” (Albiac, “Corrupción” 24) del estado:

no se puede reivindicar la dignidad del trabajo quirúrgico en los ‘desagües’ y sótanos del Estado sin darle justificación en una legendaria supremacía salvífica, que sea condición trascendente —y, como tal, fundante— de toda ley […] [L]a referencia a un sacral ‘interés

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general’ […] es condición que permite a un Estado violar cualquier norma sin violar jamás ninguna, puesto que él mismo posee la condición constituyente de norma. (Albiac, “Co-rrupción” 24s.)

La simultaneidad necesaria de violencia y ley se encuentra desdibujada bajo la lógica de la ‘razón de Estado’ que explica la necesidad del uso de la violencia y confirma el rol del Estado como secretor de legitimidad que “se constituye a sí mismo como modelo de legitimidad” (Albiac, “Corrupción” 25). Al mismo tiempo es importante comunicar a sus (potenciales) enemigos políticos el terror e intimidarlos. Así el Estado “hace de toda la política una sublimación metafísica del arte de la guerra”, lo que se muestra también en la estrategia de invisibilizar ciertas realidades y actuaciones. Se inventan zonas de “Secretos de Estado” cuando sea necesario y estrategias en las que “los que saben” están invitados a realizar su juego de apariencias con “cara de póker” (Albiac, “Corrupción” 26).

La fenomenología del terrorismo de Estado español sigue a la ‘lógica de guerra’, induce sistemáticamente el terror como instrumento político empleado por el Estado e inventa falsas apariencias y explicaciones. El diagnóstico radical de Albiac presenta al Estado como actor, quien mientras ejerce la represión de sus enemigos políticos, se presenta simultáneamente como representante del bien común. Partiendo del caso de Lasa y Zabala, o sea de los ‘primeros desaparecidos’ del Estado español en democracia, elabora una explicación de las funciones fundamentales del Estado en la transición que confronta esencialmente las bases del mito de la transición pacífica. Propone una nueva lectura de la Transición poniendo de relieve las diferentes estrategias en la lucha con-secuente contra el enemigo político, una lucha que se lleva a cabo simultáneamente con la auto-imagen de legitimidad, en el nombre del salus populi: una “violencia defini-tivamente triunfadora […] El etiquetador socialista que inventó los GAL está conven-cido de haber hecho una obra filantrópica” (Albiac, “Corrupción” 26).

Frente al programa narrativo hegemónico de la transición pacífica Albiac traza una contra-imagen bélica que enfatiza la violencia política que es virulenta bajo la superficie engañadora de la transición democrática. En su rol de ‘destructor de mitos’, Albiac relata los hechos atroces y los explica en un análisis cargado de filosofía política. Inte-rrumpe el juego de apariencias/engaños de la política española y devela la máscara del espanto de la realidad histórica que, como constata más de una vez, supera las novelas de género negro. Con una retórica de develamiento muestra lo contrafáctico del mito fundacional nacional que invisibiliza la violencia fundacional que se usó para para im-poner la nueva estructura estatal.

El crimen ante el juez/la justicia: Lasa eta Zabala y los ‘otros desaparecidos

vascos’ (España)

En otro contexto y en otro medio el caso de Lasa y Zabala vuelve a adquirir visibilidad: Lasa y Zabala, película estrenada en 2014 en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián, relata la historia desde el secuestro de las víctimas hasta el sumario y condena de los victimarios. La película es una mezcla de cine policial, judicial y negro. El per-sonaje principal es el abogado Iñigo Iruin quien se ocupa del caso desde el primer momento, cuando se sabe de la desaparición de ambos jóvenes, y mantiene toda la

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película contacto con los familiares de las víctimas, a quienes representa jurídicamente. Tiene un rol protagonista en la película, sobre todo en las partes en las que se narran las investigaciones sobre el caso y luego los procesos en el juzgado.

La narración cinematográfica de los hechos verídicos pretende ser ‘auténtica’, como explica el aviso inicial —“Todos los hechos descritos en esta película en relación con el sumario y el juicio, así como los personajes que en ellos son acusados y conde-nados, se basan en la realidad”—. Los personajes ficticios de la narración corresponden con personas reales, no sólo las víctimas, sino también los victimarios y los implicados en la investigación, tanto el abogado Iñigo Iruin como el antropólogo forense, Paco Etxeberria.

Mediante la ficción de la autenticidad de la historia la película se hace cargo explí-citamente de una estética realista para provocar un efecto de realidad. El director Pablo Malo aclara que con la fidelidad a los hechos quería satisfacer los sentimientos y las necesidades de los familiares de las víctimas quienes le pidieron lo siguiente: “Contad lo que pasó por favor, aunque nosotros no lo podamos ver, hacedlo” (cit. en El País (25 septiembre 2014)). El sufrimiento de los familiares tiene, no sólo como implica esta cita, sino como evidencia la película, un estatus privilegiado en la narración cine-matográfica: las perspectivas de las víctimas y de sus familiares son visibles y muestran sus sufrimientos. Primero los últimos sufren la incerteza inmediata sobre el paradero de sus parientes desaparecidos en los días después del secuestro, un estado que perdu-rará durante el período largo de 12 años. Mientras esta fase del sufrimiento largo y lento no figura extensivamente en la narración, sí que se relatan en detalle las reacciones a la noticia del hallazgo de los restos mortales, el proceso posterior a la identificación de los huesos, y, además, se muestra cómo la policía vasca intenta imposibilitar la ce-remonia del entierro de las víctimas. La culminación de la presencia del sufrimiento de los familiares sucede durante el transcurso del proceso judicial, en el que se interrogan a los victimarios y otros participantes del crimen. En flash-backs se introduce el deta-llado relato de los testigos sobre las torturas y el asesinato; imágenes audiovisuales sir-ven para plasmar los testimonios en el juzgado y muestran directamente el ejercicio de un exceso de crueldad en la violencia. Estas imágenes son cortadas y combinadas con las imágenes que muestran las reacciones inmediatas de los familiares a estos relatos. La presencia de los familiares en los juicios cierra la larga historia de su sufrimiento, vulnerabilidad e impotencia en el transcurso de la historia contada.

La combinación de las drásticas imágenes de la violencia sufrida por Lasa y Zabala con la puesta en escena del sufrimiento de los familiares está enmarcada en el proceso jurídico-forense de la investigación y de la reconstrucción del caso criminal. El perso-naje de Iruin representa a nivel jurídico los derechos de los familiares a la justicia, la memoria y al conocimiento de la verdad. Iruin lucha por la verdad desde fuera del sistema judicial que él mismo representa en su rol de abogado. Esta constelación de figuras invierte la del clásico género policial y acusa a los representantes ‘oficiales’ de la ley para lograr al final la justicia y la condena de los culpables. El proceso judicial es un acto teatral que se escenifica como proceso ‘forense’ en su sentido etimológico, es decir como espacio público: tanto la cultura de memoria como la justicia constituyen dos prácticas forenses —forense en su significado etimológico de fórum o ágora—, “dos foros por la justicia”, o sea un espacio colectivo y comunicativo para la puesta en dis-curso de cuestiones de justicia (véase Winter en este número).

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En tal acto público de comunicación que realizan los procesos judiciales ante el juzgado participan como observadores el público presente en la sala del juzgado y los espectadores de la película. Los últimos son “entronizados” como jurado por el dispo-sitivo del “juzgado cine” (Vismann 218) lo que subrayan tanto la primera como la última secuencia: la primera muestra a las dos hermanas de los desaparecidos Joxi y Joxean en un estudio de radio dando una entrevista. Preguntado por el moderador por lo que desean, el personaje de Pili Zabala responde con la mirada firme y seca puesta en la cámara: “Que esto no vuelve a suceder nunca más” (00:01:24–00:01:26). En la última secuencia vemos cómo el abogado visita la tumba de su ayudante —quien murió durante las investigaciones del caso por un atentado— y escuchamos la voz en off de Iruin que constata en un tono desilusionado que muchos de los condenados habían sido indultados. En estas dos secuencias, la mirada firme de Pili Zabala y la voz de Iruin, el proceso forense y ético trasciende el espacio del juzgado e implica una evalua-ción general del caso. El observador está invitado a transformarse en el juez y a tomar una decisión.

La retórica de denuncia que le es inherente al filme corresponde a la estética realista que pretende ‘documentar’ la historia, mostrar lo que pasó y cuán cruel fue. Lasa eta Zabala es un filme sobre la historia del sufrimiento tanto de las víctimas inmediatas como de los familiares que son las víctimas mediatas; el estatus oficial de estas “otras víctimas” del terrorismo (Aizpeolea) todavía no queda claro, como evidencia la escena con Pili Zabala, mencionada en la introducción, a quien se le niega el reconocimiento de ser una ‘víctima de terrorismo’. La película trata un capítulo del pasado reciente no tan presente en la cultura de memoria, visualiza el pasado y crea elementos para ima-ginar la desaparición forzada y el asesinato de ambos jóvenes. Habla de los ‘años de plomo’ que son figurados en el sufrimiento de las ‘otras víctimas’ del conflicto. Apa-recen los victimarios, que son oficiales del Estado, pero el contexto histórico concreto en que sucedieron los hechos es desdibujado: “Se trata de un filme político, que acierta al denunciar un crimen execrable […], pero no tanto al hurtar al espectador el contexto en que se produjo, hasta al punto de que ETA sólo se menciona, casi por casualidad, ya muy avanzada la película” (de Pablo). El montaje de las imágenes audiovisuales de ficción y el documentalismo estético plasman un capítulo negro del pasado reciente. El director Malo entiende como su misión cinematográfica e historiográfica la de acla-rar lo que sucedió, y enmarca este proyecto en la evidente contra-experiencia histórica en perspectiva transnacional: “Creo que es bueno contarlo para que se sepa qué ocurría y cómo nos acercamos a las dictaduras de Chile y Argentina cuando aquí estábamos ya en una democracia” (Público (25 septiembre 2014)).

¿Infancia clandestina y la militancia salvada? (Argentina)

Infancia clandestina (2011) es una película sobre los ‘años de plomo’ en Argentina. Relata la historia de Juan, un chico de 12 años quien vuelve con sus padres del exilio en Cuba a la Argentina en el año 1979, es decir en plena dictadura militar. Sus padres son mili-tantes de Montoneros, organización de lucha armada, cuya dirección ha decidido re-forzar la lucha contra la dictadura. La historia es perspectivizada por el personaje de Juan quien, socializado en Cuba, tiene que adaptarse para integrarse a la vida cotidiana

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de un niño en Argentina. La casa en la que la familia entra, sirve de base de operación de los Montoneros que más tarde será descubierta. Los militantes son ejecutados mien-tras el personaje de Juan sobrevive. La película tiene rasgos autobiográficos del director quien, con 7 años, regreso con su mamá y el novio de ésta a la Argentina desde Cuba. Su mamá fue asesinada en el mismo año del regreso.

La película trata el medio político de los Montoneros, focalizado por Juan quien mantiene relaciones cálidas con los miembros de la célula, con los que convive en la casa. El ‘afuera’ de la casa es dibujado en una atmósfera fría y amenazante —con la salvedad de la relación amorosa que Juan desarrolla con una compañera de la escuela—, mientras que la casa es el lugar de la comunicación e intimidad. Allí Juan mantiene charlas privadas con su tío, allí se realiza la fiesta de su cumpleaños, allí hay reuniones de asado y música, un lugar de sociabilidad agradable, en el que también hay disputas políticas muy controvertidas. Los militantes son personajes simpáticos, interpretados por actores con un alto grado de identificación. Como militantes jóvenes, idealistas y, sin olvidar, también atractivos, están dispuestos a sacrificar su vida por la lucha contra la dictadura militar y por un mundo mejor. Esta imagen se produce de manera emble-mática en la secuencia en la que se ve a los militantes reunidos en el patio de la casa, entre el consumo de vino y el manejo de temas políticos, en un ambiente agradable en la que la bella madre de Juan toca la guitarra y canta el tango Sueño de juventud (00:19:21–00:22:33). El título de esta canción entonada de manera encantadora es significativo.

Los militantes son mostrados no sólo en su vida privada sino también como suje-tos políticos que actúan en reuniones, disputas y acciones. Se los presenta a través del activismo e idealismo político que los motiva a continuar la lucha, pero que muestra cada vez más rasgos de desesperación. El terror ante la amenaza de las represiones y de los militares se nota considerablemente y determina en el transcurso de la historia narrada la atmósfera entre los militantes. Se los muestra en su estatus de seres vulne-rables en su clandestinidad que están trágicamente anticipando la persecución que al final de la película de hecho sucede. Al mismo tiempo, prevalece la imagen de la figura del guerrillero/de la guerrillera: el partisano/la partisana que, una vez emprendida la lucha, vive como combatiente, mata y toma el riesgo de ser matado. Un mártir en el sentido clásico de la palabra porque está dispuesto a dar su vida en la lucha y por el objetivo de la lucha. En este sentido la lucha de la figura del partisano/de la partisana tiene un significado existencial y en esta lógica son presentados también los integrantes de la célula de Montoneros.

La intención declarada del director de construir una perspectiva humana de las condiciones de vida de los guerrilleros en la clandestinidad (Ávila, “Entrevista”) es-tructura la presentación de los ‘años de plomo’. Los militantes de Montoneros son plasmados en su idealismo, en sus profundas convicciones políticas pero también en sus dudas, y, sobre todo, como seres humanos respetables y heroicos. El heroísmo y la afectividad en la figuración de los guerrilleros son los rasgos principales de la repre-sentación del entorno social en que se mueve y vive el protagonista Juan. Es justamente esta perspectiva generacional un motivo central del filme, lo que ya anuncia su título: Infancia clandestina. El afecto en las relaciones generacionales, plasmado en la narración cinematográfica y constelación de figuras, corresponde con la perspectiva específica de (partes de) la generación de los hijos e hijas que perdieron a sus padres y que fueron por los crímenes de la dictadura también víctimas. Se manifiesta fuertemente un rasgo autobiográfico en la película. Los recuerdos de la propia infancia clandestina de Ávila

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son un motivo central de la narración fílmica que realiza el intento de recuperar o de dar una imagen adecuada de la cotidianeidad de la militancia clandestina y mostrar la vida detrás de esa lucha:

[…] Intenté dar una visión más humana y realista de cómo fueron las cosas, como yo las recordaba, no sumándome a esa construcción que se hizo después según la cual podría parecer que las 24 horas reinaban la violencia y el pánico (Ávila, “Entrevista”).

La violencia enloquecida en la previa de la época posdictatorial: Balada triste

de trompeta (España)

El medio de la ficción audiovisual concretiza y (re-)crea los recuerdos y los figura en imágenes visuales. Esta plasmación visual dispone de una fuerza muy sugestiva para representar y evocar el pasado. La posibilidad mediática de mostrar e imaginar el sufri-miento en el contexto de la desaparición forzada o de otros actos de terrorismo de Estado, dota a los medios de la ficción, el visual y el textual, de una importante poten-cia. Sirven de correctivo ante los silencios, ocultamientos y (no-)memorias del discurso oficial. La audiovisión como la literatura pueden crear a través de la ficción contra-imágenes, que divergen de los patrones hegemónicos de la historia. El cine puede ade-más crear imágenes abstractas y desarrollar relatos fantásticos sobre períodos violentos cuya representación, narrativización y puesta en imagen directa no parece adecuada o incluso imposible. La película El laberinto del fauno (2006) del director mexicano Gui-llermo de Toro es en su narración cinematográfica medio fantástica, medio histórica, y cuenta una historia alegórica y misteriosa que explora al mismo tiempo la impotente resistencia de los maquis después de la victoria de los franquistas en la Guerra Civil española. Balada triste de trompeta (2010) del director bilbaíno Álex de la Iglesia puede ser leído también como una parábola ficcional y un relato irrealizado que establece sin embargo un vínculo con la historia violenta española del siglo XX. En contraste con las narrativas culturales sobre los ‘años de plomo’ hasta ahora analizadas, esta película es, como veremos, menos una exploración directa de los ‘años de plomo’, sino más bien una genealogía de la violencia a partir de la cual se presenta la locura del presente principal de la película, que es la España del año 1973.

La película narra la historia de dos payasos, padre e hijo, situada en la historia violenta española desde la Guerra Civil. La película comienza en la guerra misma, a la que el padre de Javier, quien trabaja de payaso en un circo, es forzado a participar y luchar en el bando republicano. El padre sobrevive a la lucha pero es captado por las tropas fascistas y es luego condenado a realizar trabajos forzados en la construcción del Valle de los Caídos. En algún día de la época de la posguerra, Javier visita a su padre, encerrado en las obras, y le cuenta que también quiere ser payaso de profesión. Su padre le replica que nunca podrá ser un payaso alegre porque ya había sufrido de-masiado y que su única opción consiste en ser un payaso triste. Cuando los guardias se llevan al padre para terminar la visita, éste le grita a su hijo que su vocación debería ser tomar venganza: “Venganza, alivia tu dolor con venganza, venganza, venganza”

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(00:13:17). En la próxima escena Javier intenta colocar explosivos en las obras del só-tano del monumento del Valle de los Caídos para liberar a su padre; este intento fracasa y el padre de Javier muere finalmente en el tumulto provocado por la explosión.

Gran parte de la narración fílmica tiene lugar en el año 1973. Vemos a Javier pre-sentarse en una entrevista con el jefe de un circo para trabajar como payaso. Puede empezar a trabajar en este circo, un empleo que se convertirá en una catástrofe ya que Javier se enamora de Natalia, la pareja de Sergio, el jefe sádico del circo. La rivalidad entre ambos hombres desemboca en un conflicto violento que escala cada vez más y que finaliza en un show down que tiene lugar en el pico del monumento del Valle de los Caídos, polémico emblema arquitectónico de la memoria oficial de la Guerra Civil. A diferentes niveles, que no pueden ser comentados aquí, la narración construye asocia-ciones y alude a símbolos del pasado conflictivo español. En su camino hacia el lugar del venidero show down, el personaje de Javier, quien se ha convertido en una figura grotesca entre animal y hombre —expulsado del circo, se retira de la civilización hu-mana para vivir en la naturaleza—, entre un loco y un payaso, es testigo de una explo-sión enorme. Las imágenes antes y después de la explosión sugieren que se trata de la explosión del atentado contra Carrero Blanco, realizada el 20 de diciembre de 1973, una referencia que no se hace explícita en la narración. Javier choca, andando desorien-tado por la detonación, por las calles madrileñas devastadas, con un coche ocupado con jóvenes, los miembros del comando de la ETA responsables del atentado, quienes quieren darse a la fuga. Antes de que el coche arranque, Javier pregunta a los militantes quienes miran al payaso grotesco con extrañez: “¿Y vosotros? ¿De qué circo sois?” (01:23:08–01:23:11)

El payaso, enloquecido por la violencia e injusticia sufrida, construye una asocia-ción entre el comando y el mundo circense, los trata de payasos. Esta inversión sim-bólica, justo antes del show down —durante el cual Natalia muere mientras los compe-tidores sobreviven entristecidos—, puede ser referida a toda la historia de violencia que narra la película. La narración cinematográfica juega a diferentes niveles con el mundo simbólico vinculado con este pasado violento, la Guerra Civil, la brutalidad de las tropas franquistas, la explotación y la humillación en la época de posguerra y final-mente la contra-violencia del grupo armado ETA que en el tardofranquismo se desa-rrollará en un factor importante de la oposición política y al mismo tiempo en un pro-tagonista de violencia política en España.

La historia trágica y triste del personaje del payaso Javier refleja, mediado por las numerosas referencias a la historia y los símbolos político-históricos, el pasado violento asociado con el franquismo. La historia española, subcutáneamente presente en la na-rración fílmica, se presenta en el reflejo de la vida de Javier como la historia de una violencia enloquecida que termina después de un largo tiempo de opresión en el co-mienzo de la contra-violencia. Como Javier, quien había sufrido toda su vida y quien empieza a responder a la larga historia de su sufrimiento con violencia hacia otros, toma su venganza de forma impetuosa, se podría interpretar la presencia de los etarras al final de la película como resultado de una historia violenta y de opresión que produce a partir de cierto momento sus efectos de locura (Eser, “Asesinato” 153 ss.). Balada triste de trompeta es una mezcla de película de circo, de terror y de comedia negra, en cuyo fondo se encuentra la historia violenta española del siglo XX. Los ‘años de plomo’ encuentran en la narración cinematográfica su anticipación y comienzo. La violencia aumenta su dinamismo y se está reforzando en bucles reiterativos. La violencia y la

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locura parecen coextendidas, ocupan de forma expansiva el lugar de la narración —y el plomo se instala en la historia.

Conclusión: los ‘años de plomo’ y sus narrativas (supra-)nacionales

Las narraciones de los ‘años de plomo’ recién analizadas exploran el pasado conflictivo desde diferentes ángulos, medios y narrativas. El discurso sobre este periodo histórico y sus conflictos, las situaciones políticas tensas de los años 70 y 80 en Argentina y España, representa y figura, como muestran los ejemplos, los acontecimientos enmar-cados en muy diferentes perspectivas y programas narrativas. ‘Años de plomo’ es un denominador común bajo el que encontramos muchas maneras de plasmar y perspec-tivizar el pasado violento. Ya la mera representación de las organizaciones de ‘lucha armada’ difiere sustancialmente en los casos analizados. En la representación de ETA en Lasa eta Zabala y en los textos ensayísticos-periodísticos de Albiac no se evoca a ETA como organización política sino principalmente y sólo en el marco del signifi-cante de los ‘desaparecidos’ y el crimen de la desaparición; también en Los planetas la vinculación política de M no es de especial interés. Se explora más bien las consecuen-cias individuales y colectivas de la desaparición para los ‘sobrevivientes’.

En las narraciones sobre los ‘años de plomo’ encontramos distintos relatos y en-foques. Los planetas trata como novela de memoria de los intentos desesperados por construir recuerdos del ser querido perdido. Expone y explora el interior del personaje S, el yo-narrador principal del relato, que es un yo traumatizado y dañado por la desa-parición inexplicable de M. La novela es una meta-reflexión sobre el intento —que necesariamente fracasa— de construir una memoria de M y de transformar (o domes-ticar) las dudas y el dolor en un relato que ordena las experiencias perturbadoras vivi-das. Los efectos del terror se hacen evidentes en la incerteza, en una atmósfera de inseguridad, tanto a nivel colectivo como individual-subjetivo. Infancia clandestina ex-plora también una perspectiva subjetiva, la de Juan, hijo y compañero de casa de un comando de Montoneros. Desde su perspectiva frágil de niño se plasma el micro-cosmo de su familia en un amplio sentido, que incluye a sus padres, su tío y los otros militantes. Mediante este entorno familiar se construye una imagen cálida de los lucha-dores que viven en un estado de alerta, amenazados por la violencia terrorista estatal, que finalmente los mata. La escenificación del conflicto violento desde la mirada in-fantil que crea una atmósfera de intimidad y relaciones humanas es un homenaje cine-matográfico a este mundo perdido de los activistas y luchadores.

A estas perspectivizaciones de lo subjetivo de los personajes que sufren los efectos horrorosos de los ‘años de plomo’ argentinos, se puede añadir el relato fílmico de Lasa eta Zabala que muestra en primer plano y de ‘manera directa’ el sufrimiento de las víc-timas: tanto el de los jóvenes durante el secuestro, las torturas y el asesinato como el de los familiares durante el largo periodo de la incerteza dolorosa y en la confrontación con los hechos verídicos. La presentación de este sufrimiento se realiza a través de una estética de la inmediatez que pone en escena las torturas y las reacciones inmediatas de los familiares a nuevas informaciones en primer plano, pero sin entrar en la exploración de los reflejos internos y ecos subjetivos en las víctimas. Su presentación se reduce a la imagen de víctimas pasivas que sufren diferentes tipos de la violencia. Las modalidades

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y profundidades de la exploración del dolor y de la subjetividad de las víctimas de actividades terroristas del Estado son en estos tres casos diferentes como la es también la presentación del estatus político de las víctimas.

Estas representaciones ficcionales de los ‘años de plomo’ se distinguen necesaria-mente del relato de Albiac; pero las diferencias no se reducen a lo mediático sino em-barcan también el argumento de los textos ensayísticos-periodísticos de Albiac. Éstos, de los que analizamos sólo dos1, tematizan los ‘años de plomo’ a partir de teoremas de la filosofía política que giran en torno a la relación violencia-Estado. Albiac disecciona esta relación esencialmente problemática y la ejemplifica con el caso de la Transición española que presenta como una historia violenta cuyo inicio se encuentra en la heren-cia de los aparatos represivos del franquismo. Albiac deconstruye la narrativa bélica que es la base y lógica de la violencia política detrás de la apariencia de bondad del Estado.

Esta retórica de desvelamiento del modus operandi de la violencia política y del te-rrorismo del estado tiene su homólogo historiográfico en la película La balada triste de trompeta que leemos como genealogía histórica y altamente simbolizada de la violencia política en España desde la Guerra Civil. La clave narrativa de la película es la relación entre violencia y contra-violencia o violencia y locura. Recorriendo el bucle [violencia]-[sufrimiento]-[contra-violencia/locura], el protagonista Javier se convierte en un ser grotesco, un payaso, plasmado con alusiones al mundo animal, que se vuelve loco. La situación del enloquecimiento dinámico crea una metáfora para la época tardofran-quista en la que se establece ETA como actor de oposición político. El show down trá-gico de la película en el Valle de los Caídos y la referencia a ETA cuyo comando acaba de realizar uno de sus atentados más conocidos constituyen una imagen fuerte que puede ser interpretado como preludio de la violencia política y los ‘años de plomo’ de la Transición. La parábola de violencia política crea un panorama social que está trági-camente caracterizado por las consecuencias del uso de (diferentes tipos) de violencia. Las víctimas no son presentadas como seres pasivos que solo sufren la violencia, sino como actores que prolongan el uso de violencia. Se evoca así una imagen compleja de la época tardofranquista y de la previa de los ‘años de plomo’ que vienen.

El conjunto de las diferentes narrativas analizadas sobre los ‘años de plomo’ tienen como punto neurálgico la tematización de la violencia política. En diferentes aspectos se pueden detectar también referencias internacionales, por lo menos en el caso de las narraciones españolas sobre la violencia política. Estas construyen asociaciones al con-texto de América Latina: o mediante el uso directo de palabras claves y figuras retóri-cas, comentarios intradiegéticos o a nivel de la recepción. Albiac establece en sus es-critos directamente un vínculo al fenómeno del terrorismo de Estado en América La-tina, sobre todo con el enunciado sobre los “primeros desaparecidos de la democracia española”. Esta referencia al mundo de las dictaduras latinoamericanas sirve para de-nunciar la situación política de la joven democracia española. Como queda bien docu-mentado en recientes investigaciones, estas referencias polémicas al cosmos latinoa-mericano y sobre todo a la figura del desaparecido se hizo popular en los debates sobre la memoria de los pasados violentos en España (Elsemann 2012), y también en cuanto a las otras víctimas en la cultura memorialística vasca (Eser, “Desaparecidos vascos”). El personaje ficticio de Pili Zabala en Lasa eta Zabala cita en su afirmación antepuesta

1 Véase también Eser, “Desaparecidos vascos”.

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a la película —que ya mencionamos más arriba—: “Que esto no vuelve a suceder nunca más” el lema central de los organismos de DD.HH. argentinos y el título del muy conocido informe final de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de personas: ‘Nunca más’. A esta cita intradiegética se puede añadir la asociación que la Pili Zabala no-ficticia estableció en una entrevista, cuando comparó su propio sufrimiento por la desaparición de su hermano con el de las familias del Cono Sur:

Una desaparición forzada, esto solamente ocurre en las dictaduras. Yo recuerdo […] como eran galardonados los programas y los reportajes respecto de las víctimas de la tortura de las dictaduras de Chile y Argentina. Y yo siempre he pensado cuántas cosas en común tengo yo con estas personas de Chile y Argentina y qué pocas con la gente de mi edad (EiTB, 00:03:13–00:03:44).

El director, Malo, relaciona el argumento de su filme con las coincidencias históricas incómodas en las que se encuadra y que consiste en el acercamiento “a las dictaduras de Chile y Argentina cuando aquí estábamos ya en una democracia” (Público (25 sep-tiembre 2014)). La violencia es el motivo central de las diferentes narraciones analiza-das. Los casos argentinos sobre los ‘años de plomo’ no enmarcan su argumento o partes de la narración en un contexto transnacional. Construyen más bien su relato en el ámbito simbólico nacional. La importación y adaptación de otras influencias ‘nacio-nales’ es más bien notorio en el caso de los relatos españoles, donde la referencia al mundo político y simbólico de las dictaduras latinoamericanas y su memoria sirve para reforzar la crítica formulada (‘desaparecidos’, ‘nunca más’).

El corpus analizado y el análisis comparativo no permiten constatar la emergencia de un espacio de memoria transnacional en que las experiencias históricas nacionales y sus simbolizaciones en imágenes, conceptos y narrativas sean transferidas, adaptadas y apropiadas mutuamente, circulando sin fronteras ni barreras de recepción hasta au-tonomizarse en íconos globales o universales. Sin embargo, la figura del desaparecido ha logrado una visibilidad que va en la dirección de una iconización simbólica, como muestran parcialmente las narrativas españolas. Aunque si las experiencias tematizadas y exploradas en las representaciones no recurren todos a un mismo conjunto de metá-foras, símbolos y léxico, la cadena de significantes introducidos más arriba y vinculados con el término general ‘años de plomo’ —‘violencia política’, ‘desaparecidos’, ‘guerra sucia’, ‘terrorismo de estado’— puede servir de base conceptual para las exploraciones ficcionales y fácticas acerca del problema de la violencia política terrorista estatal. La sensibilización y diferenciación del uso del lenguaje político, cuya necesidad evidencian las anécdotas mencionadas en la introducción, no corresponden con el lenguaje esté-tico de las representaciones analizadas. En el caso de las representaciones del caso de Lasa y Zabala, ambos términos ‘guerra sucia’ y ‘terrorismo de Estado’, son aplicables como concepto definitorio de las narrativas. Ambos comunican la idea de que el Es-tado español actuó ilegítimamente y vulneró sistemáticamente los derechos y las vidas de dos de sus ciudadanos mediante una economía de sufrimiento planificada. La his-toria del concepto ‘guerra sucia’, acuñado por los actores e ideólogos argentinos de la lucha contrasubversiva, no tiene la misma importancia en España como la tiene en Argentina. Mientras en España el concepto funciona como término descriptivo que tiene además una fuerte acepción denunciadora —y funciona casi como sinónima de ‘terrorismo de Estado’—, en Argentina, a donde fue importado el ‘método francés’ de

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la contrainsurgencia (infiltración, tortura y asesinatos) mediante la instrucción por mi-litares franceses, las asociaciones difieren considerablemente. El uso del lenguaje polí-tico debería respetar esa especifica “importancia de las palabras” (Feierstein).

La circulación y comunicación transnacional del léxico político tiene sus límites, como evidencia la terminología comentada, incluso en un espacio comunicativo trans-nacional como lo es el hispánico. Las figuraciones condensadas de sentido político-histórico, como la figura del desaparecido, sí que pueden obtener una movilidad con-siderable y ser recibidos en diferentes espacios comunicativos memorialísticos, como también las narrativas, ficcionales o facticos, sobre la violencia política pueden lograr similitudes impresionantes. La representación de los militantes como víctimas de los ataques terroristas-estratégicos del Estado es también un modo de representación que trasciende las fronteras nacionales, como podíamos ver en la representación de los Montoneros y de Lasa y Zabala, que ambos evocan los militantes como sujetos simpá-ticos, humanos e inocentes. Los efectos de identidad que surgen desde esta humaniza-ción de los ‘años del plomo’ y del pasado violento es, sin duda, muy diferente: mientras Lasa y Zabala no son apostrofados como militantes políticos —su pertenencia de ETA es casi invisible— el estatus político de las víctimas del terrorismo de Estado es en el caso de Infancia clandestina mucho más evidente. Muestra a los militantes como partisa-nos y luchadores por la libertad y contra la injusticia que afirman la necesidad del sa-crificio existencial de su vida. Esta figuración corresponde con la intención del director de retratar en la ficción el medio político de los partisanos desde una perspectiva hu-manizante para rescatar la memoria de aquella generación de idealistas, que sacrificaron su vida a la ‘lucha revolucionaria’.

La narrativa estética y ficcional sobre los ‘años de plomo’ está vinculada implícita y explícitamente con los discursos jurídicos e historiográficos que se encuentran igual-mente en la tensión entre interpretación e imaginación. Los discursos estéticos pueden hacer visibles realidades antes ocultados e intervenir así en el régimen de visibilidad y sensibilidad para cambiar los patrones de percepción y evaluación. Una parte de los ejemplos analizados forman parte de estos proyectos que funcionan como “herramien-tas reparadoras” que intentan hacer una “justicia reparativa” (Winter 4), sea la visibili-zación del sufrimiento de las ‘otras víctimas’ en el conflicto de violencia en Euskadi o la otra, humana, cara de la lucha realizada por los Montoneros. Otros relatos sobre los ‘años de plomo’ realizan más bien reflexiones sobre las consecuencias trágicas y los daños psicológicos del uso de violencia (política) y crean imágenes simbólicas de estas situaciones: los bucles infinitos de violencia y sufrimiento/contra-violencia o los pla-netas que están rotando los unos alrededor de los otros sin pausa y sin que sea necesaria la presencia fáctica. La reflexión sobre los procesos transnacionales de adaptación, tra-ducción y circulación de las imágenes, narrativas y figuraciones estéticas sobre la vio-lencia política es un proyecto para realizar y profundizar en futuras investigaciones.

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Memorias y justicia a través del océano.

Argentina y España frente a sus últimas dictaduras

Manuel Sánchez-Moreno

Universidad de Córdoba

Resumen: El artículo propone una revisión de las relaciones formales e informales, institucionales y mi-gratorias entre Argentina y España durante las Juntas Militares y el Franquismo, respectiva-mente, así como sus procesos de justicia transicional. Las migraciones cíclicas entre ambos países motivadas por cuestiones políticas y económicas han hecho que desde el siglo XIX existiese un interés mutuo que ha unificado unos marcos de pensamiento y cultura común en torno a la memoria comparada. Palabras clave: memoria histórica, justicia transicional, Argentina, España, género, derechos humanos Abstract: The article proposes a revision of the formal and informal, institutional and migratory relations between Argentina and Spain during the Military Boards and the Franco regime, respectively, as well as their transitional justice processes. Cyclical migrations between the two countries base on political and economic issues have meant that since the nineteenth century there was a mutual interest that has unified some frameworks of thought and common culture around comparative memory. Keywords: historical memory, transitional justice, Argentina, Spain, gender, human rights

A menudo circunscribimos la memoria a un elemento de identidad nacional, enlazado con una cultura, etnia, territorio o cosmovisiones propias. Es como si la memoria se ciñese a unas fronteras que tradicionalmente se han asociado a los Estados-nación y a sus divisiones internas en forma de provincias o de minorías nacionales. Sin embargo, esta configuración de la memoria peca de un enfoque colonial y simplista al no consi-derar la movilidad humana como factor fundamental que rompe las fronteras.

Ambas cuestiones, colonialidad y migraciones están presentes en la historia, pero sobre todo en la memoria compartida de Argentina y España. Como se podría aplicar con cualquier colonia, las relaciones con la metrópolis se pueden articular entorno a los estudios de memoria en una serie de momentos: la época precolonial, la época colonial, la independencia, y las nuevas relaciones entre países independientes. Noso-tros nos centraremos en este último y concretamente en la memoria traumática vincu-lada a las últimas dictaduras, cuando a menudo la migración se transforma en exilio:

Manuel Sánchez-Moreno

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toda la historia cultural de la hispanidad es una serie continuada de censuras, supresiones y desplazamientos (fundamentalmente de la voz de los exiliados, de la historia no oficial), ocultos detrás de una mítica identidad carente de fisuras que, desde la engañosa exaltación de los “héroes” de la Conquista, ha englobado bajo la confusa y ambigua palabra “civili-zación”, una herencia (la lengua y la religión) tan útil como destructiva en su intento de homogeneización. (Aznar y Wechsler 16)

Estamos ante un juego de memorias en un régimen binario que fue colonizado para no recuperar su estatus original y siguió en un régimen migratorio que tergiversó aún más la madeja. Lo binario se caracteriza por la confrontación de dos formas opuestas y desconectadas que conservan un sistema de valores y características propias. Este distanciamiento binario de las memorias pertenecientes a dos espacios diferenciados se basa en la memoria colectiva.

Marco teórico

Halbwachs hace una primera distinción entre memoria individual y memoria colectiva. Asegura que son las personas las que recuerdan porque pertenecen a un grupo social, se ubican en un tiempo y espacio concretos. La memoria colectiva está fragmentada en sí misma por varios sesgos, uno de ellos es la intervención de una memoria oficial sostenida por el Estado que se puede imponer de manera más o menos violenta y por lo tanto reprimir las memorias colectivas. Otros sesgos pueden ser la etnia, el género o la diversidad afectivo-sexual.

En cualquier caso, la memoria colectiva, pese al discurso oficial y las transversales como el de género, se sostiene “mientras la adscripción al grupo pertenece” (Aguilar 38). Pero si no se han podido constituir grupos, si las memorias no se han podido expresar o han permanecido recluidas en el ámbito de lo privado, estamos ante memo-rias autobiográficas que han tendido a “desteñirse con el tiempo, a menos que sea periódicamente reforzada a través del contacto con personas con quienes se comparten las experiencias del pasado” (Coser 24). En definitiva, recordar “es reforzar el vínculo social, por el que el olvido se explica como escisión del grupo de referencia. Mientras se mantiene el contacto con un grupo y la identificación con él […] el pasado de cada uno tiene referentes comunes que perviven por la manera de continuidad del grupo” (Aguilar 42).

La pluralidad de memorias colectivas como pluralidad de grupos de referencia, implica que el problema de la memoria es también un problema de poder social (Hut-ton 69). En este sentido hay unos usos intencionados del pasado, cuyo objetivo es marcar una identidad social que se define por exclusión de los tipos sociales alternos, es decir de la ‘otredad’. Un binarismo marcado por la separación —y abismo— entre lo público y lo privado, que no tiene derecho a pasar a la historia oficial y en el que se encuentran subsumidas las memorias de las personas empobrecidas, vencidas, las mu-jeres, las excluidas, la sexualidad no normativa... Se crea una memoria oficial excluyente que fija los acontecimientos en la historia (Olick y Robbins 126–127).

La emergencia de las nuevas corrientes excluidas de la memoria oficial da cabida a una diversidad antes silenciada. Emergen memorias antes dominadas reivindicando

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para sí un pasado ocupado o colonizado por voces que no eran las suyas. Los feminis-mos y otras reivindicaciones sociales se basan en un principio ético-discursivo común: “el derecho fundamental de los grupos humanos no-representados o desfigurados a hablar y representarse en dominios definidos política e intelectualmente de los que suele excluírseles, usurpando sus funciones significadoras y representativas y anulando su realidad histórica” (Said 215). El derecho a narrar entendido como la propagación de ideas e ideales, permite mostrar sin censuras la vida que llevamos, aquello que so-mos, el momento donde estamos, de dónde venimos y cuestionar las costumbres que heredamos y los conflictos circundantes (Bhabha 180). En definitiva, el derecho a la memoria de las personas a las que se les negó esta posibilidad. También el derecho a la memoria se torna deber de memoria, como constancia de lo recordado a las personas que vienen después (Castilla del Pino 16), usando las experiencias como fuente resi-liente de construcción del futuro. Esto se asienta en la fuerte relación entre memoria e identidad: “la memoria es la condición necesaria para el logro de nuestra identidad […]. Somos, pues, porque tenemos memoria; es más, somos nuestra memoria.” (Castilla del Pino 19)

Esta memoria como lucha por el reconocimiento de una identidad y experiencias ha sido planteada por Foucault en varias ocasiones. Una primera aproximación la hace con el concepto de ‘saberes subyugados’, aquellos ocultos en el conocimiento histórico y aquellos “que han sido descalificados como inadecuados para su tarea o insuficien-temente elaborados: saberes ingenuos, ubicados bastante abajo en la jerarquía, por de-bajo del nivel requerido de conocimiento o cientificidad.” (Foucault, Power/Knowledge 82) Es decir aquellos conocimientos realizados por voces no autorizadas. Este tipo de saberes no reconocidos son cruciales para comprender el pasado. En este sentido habla de la memoria como fuerza política: “en tanto la memoria es verdaderamente un factor muy importante en la lucha (en realidad, las luchas se desarrollan de hecho en una suerte de movimiento consciente de la historia hacia delante), si se controla la memoria de la gente, se controla su dinamismo” (Foucault, “Film” 123–124).

Conceptualizando lo anterior, Foucault introduce el término ‘contra-memoria’ para aludir a aquellas ‘historias’ que revisan la historia oficial mediante el suministro de nuevas perspectivas sobre el pasado (Foucault, Language 160). Actúan como una resis-tencia y desunión respecto a la continuidad histórica mediante la heterogeneidad y la discontinuidad (Foucault, Society 69–70). En la primera lo que se ve como leyes, dere-chos u obligaciones desde el punto de vista del poder, es un abuso de poder, violencia e imposición. En la segunda, el poder actúa dividiendo el cuerpo social entre lo ilumi-nado y lo que permanece en la sombra de manera petrificada para que exista un orden.

Esta tensión frente a las versiones oficiales de la continuidad histórica puede estar ligada a una represión sostenida en el tiempo y a acontecimientos traumáticos de la historia que, para LaCapra, preparan su regreso atrasado como discurso de la memoria (Klein 140). En este lugar ubicamos los movimientos sociales que, desde la justicia histórica y los derechos humanos, reivindican las experiencias, identidades y memorias mutiladas desde el último tercio del siglo XX.

Estos movimientos no sólo traen la contramemoria, como contrapoder, sino que son portadores de una postmemoria. Es decir, no es necesario que hayan vivido los hechos para traerlos al presente y reivindicarlos. Las personas portadoras de esta post-memoria pueden ser familiares que han recibido una tradición oral o movimientos so-ciales que, al ser herederos de una identidad, reelaboran una memoria colectiva antaño

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fragmentada —y silenciada— para “contrarrestar la tendencia de la historia a oficializar un cierto estado de la memoria, una memoria ideológica” (Lavabre 40). El concepto de postmemoria, de gran importancia para las reivindicaciones políticas y jurídicas, se debe a Marianne Hirsch, que define así una conexión mediata con el pasado, general-mente traumático (Hirsch 22), trasformado ahora en postraumático (LaCapra 149), al transmitir una victimización.

Esta memoria y postmemoria colectiva propia de un territorio, en confrontación con otro del que antaño formó parte, se convierte en diálogo en torno a tres cuestiones fundamentales: la movilidad humana, las relaciones gubernamentales y la reivindica-ción de la memoria que en el caso concreto de España y Argentina se recorre en cuatro momentos: 1. Los procesos migratorios de España a Argentina a finales del siglo XIX y principios del XX para ocupar nuevas tierras. 2. El exilio republicano español durante la Guerra Civil y la postguerra franquista. 3. El exilio argentino a España durante la dictadura de las Juntas Militares. Y 4. La migración argentina a España durante la crisis económica del corralito.

Dos memorias, dos identidades nacionales que son antónimas en su régimen bi-nario, pero que, como algunos antónimos, son sinónimos en su raíz. La distancia entre lo antónimo y lo sinónimo, lo tonal y lo atonal, la memoria y el olvido, lo conocido y lo siniestro es un espacio abismal de intercambios que lejos de estar en confrontación, se dejan al desordenado juego de los diálogos y las afinidades electivas. Algo que sólo es posible desde la diferencia.

Podríamos llamar a esto los ‘antónimos dialécticos’. Se ejemplifica muy bien en el concepto de ‘Madre Patria’. Bajo un enfoque de género, la patria, la identidad nacional, es del patriarcado, quien posee la tierra. Pero necesita la ‘excelencia’ reproductiva de la madre aunando en un término los estereotipos masculinos y femeninos, como residuo cultural y amable de la colonización. Del mismo modo, el olvido y la memoria entran en este juego de antónimos dialécticos. El primero responde a una razón amnética, la segunda a una razón anamnética. Y de esta nace una justicia anamnética que se encarga de la reparación a las víctimas contra la amnistía y la impunidad (Metz 77).

Ambas configuran lo que representan en torno a las ausencias, las presencias y las intermitencias de su discurso, aquello que aparece y desaparece para volver a aparecer como trauma o reivindicación política, estética y jurídica del pasado. Dicho de otra manera, si la memoria almacena, codifica y recupera; el olvido disipa, destruye y pierde. De este modo, en el abismo que va de una al otro en el juego de los antónimos dialéc-ticos se responde a qué se almacena o disipa, cómo se codifica o destruye y cuándo se recupera o se pierde.

Memoria política

La memoria política contiene las relaciones diplomáticas y formales entre Argentina y España. Es decir, aquello que merece la pena ser registrado y archivado en la memoria y en la historia. Se podría decir que a un nivel macro constituye la historia de los ven-cedores y la necesidad de que existan vencidos sin capacidad de réplica. Los vencidos adquieren una entidad de subcultura o cultura accesoria sin dimensión política, es decir sin voz ni participación plena. Son sólo imagen, ilustración que justifica la victoria de los vencedores sobre cuya barbarie se asienta un presente amnético.

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La Guerra Civil Española

Las relaciones institucionales entre España y Argentina desde la Guerra Civil y en la postguerra estuvieron marcadas por una solidaridad bajo dos formas de ideología: el apoyo antifascista a la II República ante el golpe de Estado franquista y el apoyo anti-comunista a la dictadura de Franco.

Durante la II República española, la polarización de la migración española frente al nuevo sistema de gobierno también estaba presente en el país rioplatense. Del lado franquista encontramos sociedad civil organizada en torno al Club Español de la calle Bernardo de Irigoyen de Buenos Aires, el Centro de Acción Española o la Agrupación Monárquica Española (Quijada 107–108). Del otro lado, encontramos múltiples Cen-tros Republicanos y los centros regionales de inmigrantes como el gallego o el astu-riano, que constituían sectores populares e intelectuales opuestos al fascismo. Junto con todas estas instituciones también apoyarían los Centros Socialistas y se crea ad hoc el grupo Amigos de la República, luego llamado Solidaridad y confraternidad española (Bins 34).

Cuando se produjo el golpe de estado militar en 1936 que puso en jaque al go-bierno republicano en España, el presidente de Argentina era el conservador Agustín Pedro Justo (1932–1938). Justo mantuvo una postura ambigua y en consonancia con la política internacional de no intervenir en la contienda española, reflejándose en el propio gobierno posturas simpatizantes con la república y otras de tendencia fascista (Muchnik 170). Por su lado, los golpistas españoles liderados ya por Franco e inten-tando reorganizarse como gobierno en plena contienda, intentaron abrir puentes di-plomáticos con Argentina, sin que fuesen apoyados de manera oficial, aunque sí ofi-ciosa por parte de determinados sectores del gobierno y la sociedad argentina, espe-cialmente la oligarquía agraria e industrial perteneciente a la Sociedad Rural Argentina (Quijada 31).

En plena contienda, el apoyo tácito al golpe se concretó en el derecho al asilo, sirviendo la Embajada de Argentina en Madrid como refugio de simpatizantes golpis-tas, que no cedió a entregar a las autoridades republicanas a muchas personas refugia-das entre sus muros (Quijada 39–47). Entre agosto de 1936 y mayo de 1937, el torpe-dero Tucumán y el crucero 25 de Mayo evacuaron a 1526 personas, de las que 553 eran argentinas, 651 españolas y el resto de otras nacionalidades (Figallo 133). El caso con-trario, lo tenemos en el buque español Cabo San Antonio que arribó en el puerto de Buenos Aires el 28 de octubre de 1936, llevando a personas afines a la república que fueron detenidas, juzgadas y deportadas (Quijada 47–52).

Esto se debió al fuerte sentimiento anticomunista que se vivía en Argentina, exis-tiendo una ley de represión de actividades comunistas desde 1936 (Carnaqui), y a la ficción que había hecho creer el franquismo de librar una batalla contra el marxismo y los ‘rojos’ estereotipados en la forma de gobierno republicana. A esto hay que sumar el apoyo del ejército argentino y la Iglesia católica al golpe de Estado, viendo en Franco al mejor representante del estado confesional y nacionalcatólico propuesto como antí-tesis del modelo laico republicano (Trifone y Svarzman 59). A Justo le sucedería entre 1938 y 1940 el presidente Roberto Marcelino Ortiz que siguió la misma línea.

El fin de la guerra con el triunfo de los militares golpistas y la instauración del franquismo, supuso un importante exilio republicano hacia Argentina. Desde 1880, el

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país rioplatense había recibido a millones de inmigrantes europeos para poblar su ex-tenso territorio hasta que cerró sus puertas en 1930 (Sánchez Alonso; Yáñez). En 1936, con el inicio de la guerra, los inmigrantes republicanos —exiliados— serían asociados al comunismo en un momento de fuerte repulsión hacia esta tendencia política. Polí-ticamente, el gobierno argentino hacía una distinción entre migración y refugio polí-tico, que veían como algo nocivo (Senkman).

Desde el inicio de la guerra y especialmente desde 1938 se trabó el acceso al país desde los consulados de Argentina, rechazando solicitudes de ingreso (Schwarzstein, “La llegada”). Con la derrota republicana en 1939 hubo un exilio masivo a diversos destinos de Latinoamérica, algo que continuó durante el periodo de postguerra (Schwarzstein, Franco y Perón 94).

Perón y el franquismo

Establecido el régimen dictatorial y en plena miseria de postguerra, España se encon-traba aislada internacionalmente (Payne 155–167). La ONU condenó al franquismo e impidió entrar a España en la organización en 1946, retirando a sus embajadores. Me-diante la Resolución 39(I), la recién creada ONU reconoce que “en origen, naturaleza, estructura y conducta general, el régimen de Franco es un régimen de carácter fascista, establecido en gran parte gracias a la ayuda recibida de la Alemania nazi de Hitler y de la Italia fascista de Mussolini.”

Ese mismo año, el militar Juan Domingo Perón iniciaba el primero de sus dos gobiernos consecutivos en Argentina (1946–1952 y 1952–1955). Perón establecerá una serie de relaciones con Franco basadas en una afinidad ideológica: la ‘tercera posición’ entre el capitalismo y el comunismo, la cultura e historia compartida de la hispanidad, la oposición a la intelectualidad y partidos políticos, así como el apoyo de la derecha, y cuestiones económicas, donde se enmarcan los acuerdos comerciales y migratorios (Rein 27). Por su lado, el peronismo generó un gran rechazo entre las españolas y españoles exiliados en Argentina, ya que percibían su gobierno como una dictadura de origen militar y con simpatías hacia el franquismo y el fascismo (Schwarzstein, Franco y Perón 173).

La hispanidad se torna como una efectiva diplomacia blanda de corte cultural. Esto enlazaba con el propio nacionalcatolicismo que, en la península y los territorios de ultramar emanaba de Castilla, Isabel la Católica y la eliminación del pluralismo reli-gioso, algo teorizado por Ramiro de Maeztu en su obra de 1934, Defensa de la Hispani-dad. En su obra se concibe la colonización como un proceso solidario, católico y civi-lizatorio alejado de la idea de dominio. No era explotación sino expansión cultural para crear una gran unidad familiar. En este sentido la conquista de América y la expulsión de judíos y musulmanes de España se torna como el eje fundamental histórico del que parte el régimen franquista y sus relaciones con la América hispana (Di Febo 77; Pe-charromán 82–83).

En este contexto se establecen en 1946 los primeros acuerdos sobre inmigración entre Franco y Perón. Argentina volvía a abrir las puertas a la inmigración española, pero intentando eliminar la entrada de exiliados de izquierda. Algo sólo posible si po-dían rastrear su pasado, estaban estigmatizados como ‘rojos’ por el régimen franquista

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o si la corrupción de los agentes de aduanas permitía la entrada al país (Devoto 404–405). Según Palazón (303), en el periodo que va de 1946 a 1958 Argentina se convertiría en el principal receptor de inmigración española.

Este nuevo restablecimiento migratorio, concretamente entre ambos países go-zaba de un marco normativo e institucional denso. En 1946 se firma el Convenio Co-mercial y de Pagos, donde se aseguraba el buen trato por parte de las autoridades ar-gentinas a las personas migrantes españolas que se comprometían no poner trabas y la exportación de productos que aliviaran en parte el hambre en España. Se crea la Dele-gación Argentina de Inmigración en Europa (DAIE) y la Comisión de Recepción y Encauzamiento de Inmigrantes (CREI) (República Argentina 703–729). Todas estas condiciones se mejorarían en el protocolo Franco-Perón de 1948 (Memoria del Minis-terio de Relaciones Exteriores y Culto 895–898). Por su lado, España restablecía la Ley de Emigración de 1924 regulada por el Instituto Español de Emigración dentro del Ministerio de Trabajo. En 1948 se ratificaría el Convenio de Emigración entre España y Argentina que regularía los tipos de emigración y mostraría internacionalmente que España no estaba sola (Calvo et al.).

En este contexto se produce la visita a España de la esposa de Perón, Eva María Duarte ‘Evita’, dentro de una gira por Europa. La primera dama argentina se convertirá en el icono de la hispanidad. Aunque su imagen en España no será publicitada como en Argentina. Si en su país natal era la luchadora política de los descamisados obreros, aquí se presenta como una elegante dama embajadora de Perón, una imagen de femi-nidad más acorde con la del franquismo (Pelta 182). Este ideal estaba asociado a la tradición católica y a un discurso de la ‘excelencia’ de la mujer respecto al varón. Es decir, la excelencia moral de las mujeres se origina en aquellos espacios que realmente la subordinan: lo doméstico, la maternidad, la defensa y transmisión de la tradición (Cobo 251). Se podría decir que ellas son la ‘madre patria’ una “heterodesignación patriarcal” (Amorós 175).

Tras este momento, y motivado por una serie de incumplimientos en los acuerdos comerciales, la crisis económica e inflación argentina y el cambio de foco español hacia EEUU se produciría un enfriamiento en las relaciones con Perón, que ya en 1954 cam-biaría el concepto de hispanidad por el de latinidad (Delgado 177).

En todas estas idas y venidas, se configuró una memoria española en Argentina diferenciada por una identidad nacional y a la vez transida por la clase, el género, la ideología política, etc. (Alted 391; Schwarzstein, Franco y Perón 199). Unas nuevas iden-tidades españolas que se constituyen en nuevas comunidades diferenciadas dentro de Argentina, esta vez marcadas por la guerra y por el exilio que no compartían con las comunidades españolas que se establecieron en torno al cambio del siglo XIX al XX. La distancia y la cercanía respecto a sus paisanas y paisanos y otras comunidades, así como la memoria y el olvido respecto a sus raíces en España marcarán las generaciones posteriores en un fuerte antifranquismo (Schwarzstein, Franco y Perón 200).

De la última dictadura argentina a la transición española

Tras el derrocamiento de Perón, Argentina sería una sucesión de gobiernos democrá-ticos y golpes de Estado militares, y España seguiría en la inmutabilidad franquista. En

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1969, bajo la dictadura del comandante Onganía (1966–1970) se suscribiría un conve-nio de doble nacionalidad entre ambos países que rige hasta la fecha (Lozano).

Este periodo argentino, una sucesión de militares al frente del gobierno se llamaría ‘Revolución Argentina’ y finalizaría en 1973 con la vuelta del peronismo y de la figura de Juan Domingo Perón. El presidente ya viudo, estaría en un largo exilio que le llevó a Paraguay, Nicaragua, Panamá (donde conoció a María Estela Martínez ‘Isabelita’), Venezuela, República Dominicana y finalmente España donde se estableció en 1960 casándose con Isabelita y manteniendo una relación meramente formal con Franco hasta que en 1973 partiera de nuevo hacia una Argentina más amigable gracias al mo-vimiento del neoperonismo (Algañaraz).

Argentina se preparaba para elegir por tercera vez al militar como presidente de la nación que, al morir en 1974 sería sustituido por su esposa y vicepresidenta Martínez de Perón. La inestabilidad política de la década de los 1970 hace que se formen grupos armados como el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y Montoneros y grupos parapoliciales como la ‘Triple A’ (Alianza Anticomunista Argentina), que se manifies-tan en contra de las medidas del gobierno de Martínez de Perón y de las acciones represivas de las Fuerzas Armadas en el comienzo del terrorismo de Estado (Tapia).

Ya en septiembre de 1974 los detenidos políticos eran considerados ‘delincuentes terroristas’, sancionándose la ley 20.840 de Seguridad Nacional, que prescribía penas para quien atentase contra el “orden económico, político y social de la Nación, por vías no establecidas en la legislación vigente”, privilegiando el arresto sobre una sen-tencia e incrementando las personas en prisión. En 1975 vendrían los “decretos de aniquilamiento” que permiten actuar a las Fuerzas Armadas, estableciéndose los pri-meros centros clandestinos de detención (Slatman 465). Sería el comienzo de la lucha contra la denominada ‘subversión’.

De este modo, antes del golpe de Estado militar que se estaba preparando, ya estaban los cimientos legales e instrumentales de la represión, basada en la lucha contra posturas cercanas al comunismo en un momento de fuerte polarización mundial. Con-tando con la complicidad de países como España, Francia y Estados Unidos, el nuevo gobierno peronista, que siempre había sido anticomunista encuentra su apoyo en el ejército (Robin). La Iglesia Católica supuso el sustento espiritual y psicológico para las acciones militares (Verbitsky 373). El arzobispo de Tucumán, Aramburu, llegó a en-salzar en 1975 a Franco durante el funeral que se ofreció en la catedral de Buenos Aires, alabando su catolicismo y el modelo que representaba para los militares argenti-nos (Clarín, “Funeral”).

El golpe se autodenominó ‘Proceso de Reorganización Nacional’ (1976–1983) co-mandado por cuatro Juntas Militares sucesivas conformadas por los tres ejércitos y cuyo primer presidente fue Videla. La jerarquía católica estuvo en su toma de posesión (Obregón 58). Y el Vaticano celebró la reputación moral de Videla y la vocación cris-tiana del nuevo gobierno (Obregón 61–62).

La eliminación de todo pluralismo político, la vinculación e identificación con los valores de la Iglesia Católica y el carácter militar de la dictadura tendía puentes con el franquismo en España, que pervivía en la transición española. Un neofascismo que tomaba como referencia los fascismos históricos generados en el periodo de entregue-rras, especialmente el español de la ‘Madre Patria’ basado en la idea de ‘hispanidad’. La última dictadura argentina hay que enmarcarla en el ‘Plan Cóndor’, una suerte de coor-dinación regional entre las policías secretas y servicios de inteligencia militar de países

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de la región con el fin de compartir información y técnicas represivas frente a las disi-dencias que pudieran encontrar, mediante una elaborada tecnología terrorista domi-nada por el asesinato, la tortura, la violencia sexual, el secuestro de menores, la deten-ción y la desaparición forzada (Nilson).

España, que vivía los estertores de un dictador que murió fusilando y condenando a muerte, colaboró activamente con las cuatro juntas militares. Las relaciones entre la dictadura argentina y una España en transición política son complejas: colaboración económica entre ambos países más allá del conocimiento de violaciones de derechos humanos u ocultación de los archivos de la represión argentina en España, marcaron unas relaciones de conveniencia en las que Argentina necesitaba apoyo político y Es-paña expandir sus relaciones en el periodo transicional, en forma de convenios comer-ciales y económicos, o de colaboraciones técnicas (véanse los artículos de Albin). Así, durante el proceso judicial que el juez Garzón abre en España sobre la dictadura ar-gentina, que veremos seguidamente, se demostró que militares españoles viajaron a Argentina entre 1979 y 1983 para impartir talleres, conociendo la situación represiva (ABC).

El impacto sobre la ciudadanía fue excepcional. La importancia de las personas republicanas exiliadas y sus descendientes en Argentina marcó que muchas de las per-sonas detenidas-desaparecidas y muertas durante la dictadura cívico-militar tuviesen la nacionalidad española por nacimiento o por descendencia. Personas exiliadas de iz-quierda que siguieron manteniendo esta ideología y fueron considerados elementos “subversivos” por discrepar respecto a los militares golpistas. En 1997, la diputada de Izquierda Unida María Ángeles Maestro Martín hace un pedido al Ministerio de Asun-tos Exteriores español para conocer a las personas desaparecidas durante la dictadura argentina entre 1976 y 1983. El resultado es un informe (MAE) que parte de un dicta-men de la Comisión Especial de Investigación sobre Desaparición de Súbditos Espa-ñoles en Países de América, creada ad hoc en 1983 por el Senado español (Senado), donde se recopilan testimonios y nombres de personas desaparecidas durante procesos dictatoriales latinoamericanos con nacionalidad española.

El informe de 1997 se hace eco de la falta de datos aportados por el gobierno argentino encabezado por Menem y de la actividad diplomática para localizar a varias personas españolas, algunas de las cuales fueron liberadas. La acción diplomática espa-ñola en Argentina estableció las arbitrarias cifras de 28 personas españolas de naci-miento y 209 con la nacionalidad (Pérez). El Registro Unificado de Víctimas del Te-rrorismo de Estado (RUVTE) de la Secretaría de Derechos Humanos argentina ofrece datos más recientes de víctimas en su último informe de diciembre de 2015. La ascen-dencia de las víctimas por nacionalidad, es decir argentinas y argentinos con padres y/o abuelos extranjeros es mayoritariamente española (24,5%). Entre las víctimas ex-tranjeras, incluyendo aquellas naturalizadas argentinas, es decir con doble nacionalidad se encuentran 61 españolas/es (RUVTE).

La prensa española se hizo eco de la intervención diplomática en la liberación de algunas personas detenidas desaparecidas españolas. Un ejemplo es el del inmigrante vasco Jesús María Cabanas que huyó junto con sus padres de la mísera postguerra de Zarauz, para encontrarse años después una represión y violencia del mismo perfil. Su testimonio habla de un ‘holocausto argentino’:

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Sin saber por qué, el 8 de octubre de 1976 fui secuestrado en plena calle. Me trasladaron a una cuadra militar. Y allí, maniatado y encapuchado, estuve tres meses. Y puedo contarlo gracias a la intervención del embajador español. Porque éramos cuarenta y sólo diez lle-gamos a la cárcel. […] El pabellón once es como una ruleta de la esperanza. Allí nadie sabe nada. Si te toca, te tocó. Una noche cualquiera te sacan, suenan un par de disparos, y se acabó. Horas más tarde viene un helicóptero, recoge los cadáveres, y con un bloque de hormigón atado a los pies, arrojan tu cuerpo al río de la Plata. En la estadística serás un desaparecido más. […] De Sierra Chica, donde estuve dos años, me ‘secuestran’ y encapuchado nuevamente me llevan a Bahía Blanca. Mis familiares se enteran y vuelve a intervenir la embajada. Me llevan a la cárcel. Se plantea un recurso de amparo. El juez decreta mi libertad. Pero no se cumple. Me trasladan a la prisión de Rawson, a un cala-bozo, incomunicado; el embajador se entrevista con el ministro del Interior, y después de treinta días me recoge un helicóptero y me traslada al aeropuerto de Eceiza. Escoltado por soldados se me mete en un avión de Iberia y así, con un pantalón y dos camisas, recupero mi libertad en España. (El País)

Por su lado, en el marco de la querella argentina sobre crímenes del franquismo que veremos más adelante, la jueza instructora María Servini documentó a 28 argentinos fusilados por el régimen (Irigaray). Entre ellos se encuentran los 197 de brigadistas argentinos que, durante la guerra civil, lucharon junto a la república (Clarín, “Guerra Civil”). Avanzando el tiempo, la persecución a la ‘subversión’ de la última dictadura cívico-militar traspasaría las fronteras para llegar a España, aprovechando las renova-das relaciones con el país. Una de sus víctimas fue Noemí Gianetti, Madre de Plaza de Mayo que, en 1980, fue asesinada en Madrid mientras buscaba ayuda internacional para encontrar a su hija y yerno detenidos-desaparecidos (véanse los artículos de Albin).

La compleja situación de violencia y crisis económica del país rioplatense motivó que, volviendo a sus raíces, parte de la ciudadanía argentina emigrase a España. Los saldos migratorios son más elevados en el periodo 1975–1984, sólo superado por la crisis del corralito en 2000 (Actis y Esteban 211–212; Mira). Se confirma de esta ma-nera el ‘sistema migratorio’ entre Argentina y España que fortaleció el entrecruza-miento de memorias transitadas por dos periodos dictatoriales. Una de las migrantes fue la propia Estela Martínez de Perón que, tras estar presa entre 1976 y 1981, volverá a Madrid, donde reside actualmente (Galiacho). Amparada por la justicia española ante las peticiones argentinas de extradición por diversos crímenes cometidos durante su gobierno, que España considera prescritos (La Nación, “Isabel Perón”). Si la memoria política se escribe sobre renglones amnéticos, primando los intereses de toda índole antes que los derechos humanos, la memoria democrática luchará por revertir esta ten-dencia desde una razón anamnética.

Memoria democrática

El concepto de memoria histórica es definido por Paloma Aguilar como “la ‘memoria prestada’ de acontecimientos del pasado que el sujeto no ha experimentado personal-mente” (Aguilar 41). Cuando este pasado alude a la revisión de conflictos armados que desestabilizan o interrumpen una democracia, o a regímenes no democráticos que de-rrocan gobiernos legítimos, hablamos más específicamente de ‘memoria democrática’. Este concepto nos obliga a repensar los antónimos dialécticos y decir con Yerushalmi

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(117): “Is it possible that the antonym of ‘forgetting’ is not ‘remembering’, but justice?”. Podemos decir que la memoria es un elemento de la justicia, a través de la cual se conoce la verdad de los hechos, convirtiéndose en un deber y un derecho que tras-ciende lo individual para ser colectivo, y en esta instancia convertirse en un elemento político y reclamado desde una teoría crítica de los derechos humanos.

Este derecho a la memoria se concreta en el Informe Joinet de 1997, a través del derecho a la verdad, a la justicia, a la reparación y a la no repetición, en un modelo de justicia transicional anamnético centrado en las ofensas a las víctimas y en la lucha contra la impunidad e imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad que bajo el artículo 7 del Estatuto de la Corte Penal Internacional (1998) “supone un ataque generalizado o sistemático contra una población civil, y con conocimiento de dicho ataque”. Esta tipificación ha sido aplicada tanto a los crímenes del franquismo como a los crímenes de la dictadura de las Juntas Militares. Un derecho que es un deber de memoria para los Estados que, según Mate significa hacer “presente el pasado ausente que es fundamentalmente el pasado de una injusticia” (Zamora y Mate 204).

Justicia e impunidad en Argentina y España

En Argentina, hay un intento del primer gobierno democrático, liderado por Raúl Al-fonsín en 1983 de ocuparse del pasado a través de la creación de la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) (Decreto 187 de diciembre de 1983) y el Decreto 158/83 para procesar judicialmente a las Juntas militares. Este último y la aplicación de justicia sería finiquitado a través de la Ley 23.492 de Punto Final (1986) extinguiendo la acción penal, y la Ley 23.521 de Obediencia Debida (1987), mediante la que se absolvía a militares de rango intermedio e inferior de toda responsabilidad penal. Unas Leyes de Amnistía e impunidad que se completarían en el gobierno de Carlos Menem con una serie de indultos entre 1989 y 1990.

Ante esta situación, desde 1998 se crearon los ‘juicios por la verdad’, para esclare-cer el paradero de las personas desaparecidas. Fue una propuesta de las organizaciones de derechos humanos y los familiares de las víctimas que, basándose en fallos de la Corte Interamericana de Derechos Humanos e informes de la Comisión Interameri-cana de Derechos Humanos sobre el derecho a la verdad, pidieron a los tribunales argentinos la reanudación de las investigaciones a fin de conocer la verdad, aun cuando el castigo no fuera posible (Méndez).

En 1998, los diputados argentinos Cafiero y Bravo proponen la derogación de la Ley de Punto Final y la Ley de Obediencia Debida, lográndose mediante la Ley 24.952 de 1998. En 2001, en plena crisis económica en Argentina, el presidente de la Rua (1999–2001) cursa el Decreto 1581 en 2001 que rechaza todos los pedidos de extradi-ción contra los represores argentinos. Este decreto sería derogado por el presidente Kirchner mediante el Decreto 420 de 2003 de Cooperación Internacional en Materia Penal, que coincide con la petición del Juez Garzón de extradición de 46 argentinos implicados en la dictadura. Con la apertura de los juicios en Argentina, en 2003, los juzgados españoles pasaron a colaborar con los argentinos, como veremos seguida-mente.

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Junto con esto, varios juzgados federales empiezan a declarar inconstitucionales las Leyes de Punto Final, Obediencia Debida y los indultos de Menem. En 2003, la Ley 25.779 declara estas leyes “insanablemente nulas”. Este fue el precedente que per-mitió iniciar los juicios penales contra crímenes de la dictadura en Argentina. Algo que quedó confirmado en la declaración de inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida en el Caso Simón (2005) de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en base a que el alcance nacional de las leyes no estaba por encima del alcance internacional de la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad.

De este modo comienzan los juicios contra crímenes de lesa humanidad cometidos durante la última dictadura en Argentina. Esto fue posible por el momento de oportu-nidad histórica que se estaba celebrando en Argentina en base a los siguientes factores: descapitalización de los actores represores (ejército) y los poderes fácticos (Iglesia ca-tólica), llaves internas de las leyes de impunidad que permitían su derogación, el avance jurídico de la apropiación de niños y niñas durante la dictadura, la lucha de movimien-tos de derechos humanos y memorialistas, la acción internacional de organismos como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos o Amnistía Internacional, inter-pretación de las leyes nacionales centrada en la supremacía del derecho internacional y en el interés de las víctimas, o la acción política receptiva a las demandas sociales.

En España, no se daría ni tan siquiera una primera oportunidad a la verdad y a la justicia. En plena transición política, el gobierno de Adolfo Suárez decreta una primera amnistía parcial en 1976, y un año después llegaría la amnistía general. Estas leyes han sido usadas por diversos fallos de la Audiencia Nacional o el Tribunal Constitucional para negar la investigación de personas condenadas, asesinadas o desaparecidas du-rante la guerra civil y el franquismo (Escudero).

Tan sólo la Ley de Memoria Histórica de 2007 intenta recuperar parte de ese pa-sado, pero sin verdad, justicia y sin presupuesto desde 2013 (Público). Si la acción polí-tica iba de una visión atemperada de la memoria a la nada misma, la circunscripción jurídica de la Audiencia Nacional se vería interrumpida por sí misma. La insatisfacción ante la Ley de Memoria Histórica provocó que una reorganizada sociedad civil memo-rialista denunciase en sede jurídica la desaparición de sus familiares. Ante estas denun-cias el juez Baltasar Garzón se consideró competente para investigar a los responsables de los hechos mediante el Auto de 16 de octubre de 2008, Diligencias Previas-Proce-dimiento Abreviado 399/2006 V, del Juzgado Central de Instrucción Nº 5 de la Au-diencia Nacional. El Ministerio Fiscal se había manifestado meses antes no admitiendo a trámite las denuncias presentadas ya que los hechos no son constitutivos de crímenes de lesa humanidad o genocidio, que estaban bajo la Ley de Amnistía de 1977 y que la competencia en todo caso era del juez territorial del lugar donde los hechos hubieran ocurrido.

Garzón sería apartado y acusado por prevaricación. La Sentencia de la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo, de 27 de febrero de 2012, absuelve a Baltasar Garzón del delito de prevaricación por este tema y declara la imposibilidad legal de investigar en los tribunales españoles los crímenes de la guerra civil y la dictadura franquista. Entre los fundamentos, el hecho de ser un proceso indagatorio y no penal, en analogía con los Juicios de la Verdad argentinos que escapa a las competencias del sistema penal español (Maculan).

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Estos impedimentos en España para investigar los crímenes del franquismo han sido severamente criticados por diversos órganos de tratados y mecanismos de dere-chos humanos de la ONU (Comité de Derechos Humanos de la ONU, Comité de la ONU contra la Tortura, Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas y Rela-tor Especial sobre la promoción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición). La respuesta del Estado español ante estos informes es coincidente con la jurídica, al ampararse en la Ley de Amnistía, la falta de ratificación de convenios internacionales en el momento del cometimiento de los hechos y el consenso de la transición: “la transición española constituye un caso único de reconciliación nacional sin justicia penal, por decisión deliberada y consensuada por la inmensa mayoría de las fuerzas políticas parlamentarias de evitar la justicia transicional. El equilibrio entre los distintos intereses, paz y democracia, justicia y reconciliación, se encontró en España a costa de renunciar a la justicia penal.” (Informe del Relator Especial sobre la promo-ción de la verdad, la justicia, la reparación y las garantías de no repetición).

Una transición que ignoró en gran parte la lucha de los movimientos sociales du-rante el último franquismo (Sartorius). Una transición que no dialogó en horizontalidad con la izquierda política y pidió poner distancia respecto al sistema ilegítimamente de-rrocado, la II República, a cambio de renunciar presuntamente al franquismo, en el que hundió sus cimientos mediante pactos de ‘consenso’ que generaron una democra-cia de baja intensidad (Monedero 105–107). Esta otra cara estuvo llena de amenazas (no consensos), de miedos y presión (no libertad) y un pacto de silencio (no recupera-ción de las identidades oprimidas), del que surge la amnistía como una losa sobre la memoria, el olvido de las personas desaparecidas y la transmisión institucional del ré-gimen anterior con la falsa imagen de haberlo derrotado: “la derrota del antifranquismo en la transición ha condicionado la pervivencia de vicios autoritarios en la realidad española” (Ruiz-Huerta 367).

La justicia universal de España en Argentina

Frente a la memoria política y oficial que mediante amnistías y amnesias pretenden establecer una razón amnética de sus violencias recientes, los movimientos memoria-listas y la justicia defienden una razón anamnética capaz de recuperar y reivindicar la contramemoria de las víctimas y sus supervivientes. Esto se hace traspasando los lími-tes territoriales gracias al principio de justicia universal, en base al deber de los Estados a investigar y a amparar jurídicamente a las víctimas. Jurídicamente, es un concepto basado en el derecho internacional que se establece en el Tribunal de Núremberg (1954–1946) y consagrado en los estatutos de los Tribunales Penales para la ex Yugos-lavia (1993) y Ruanda (1994), así como en el Estatuto de Roma de la Corte Penal In-ternacional (1998).

Hay que destacar la incidencia política de organismos de derechos humanos frente a las Juntas Militares (Forni 556). Estos movimientos apoyaban a familiares de perso-nas desaparecidas, que se organizaron ad hoc como Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, apoyando recursos de habeas corpus y actuando de altavoz en el exterior o el CELS (Centro de Estudios Legales y Sociales) que desarrollarían una importante labor en el plano jurídico. Ante la impunidad nacional, estos movimientos se ampararían en el marco de la justicia universal para abrir procesos en el extranjero por ciudadanas y

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ciudadanos de otras nacionalidades asesinados y desaparecidos en Argentina durante la última dictadura.

En España, el proceso comenzó el 28 de marzo de 1996 mediante la Denuncia de la Asociación Progresista de Fiscales de España ante las personas desaparecidas en Argentina. En los fundamentos de derecho afirman que los crímenes tienen un carácter internacional e imprescriptible y que las leyes de Punto Final y Obediencia Debida no tienen validez en España en base al principio de soberanía nacional. La denuncia fue asignada al Juzgado de Instrucción número 5 de la Audiencia Nacional española con el magistrado Baltasar Garzón. Durante el mes de abril de 1996 se amplió con una acusación popular y se concretó con nombres de víctimas y victimarios. En el auto de conclusión de sumario en 2003, Garzón dicta auto de procesamiento por delitos de terrorismo y genocidio contra el capitán de la armada Adolfo Scilingo, el capitan de la armada Ricardo Miguel Carballo y 97 personas más implicadas en el centro clandestino de detención de la ESMA. Fue contra Scilingo el único juicio que prosperó en España, coincidiendo con la derogación de las leyes de impunidad en Argentina, lo que permitió seguir a la justicia argentina su propio rumbo (Gil).

Garzón pudo desarrollar el juicio ya que se acogió al principio de la justicia uni-versal, consagrado en el artículo 23 de la Ley Orgánica 1/2009, de 3 de noviembre, de reforma de la legislación procesal, que amplía las competencias de la jurisdicción espa-ñola al incorporar tipos de delitos que no estaban incluidos y cuya persecución viene amparada en los convenios y costumbre del Derecho Internacional, como son los de lesa humanidad, genocidio y crímenes de guerra cometidos por españoles o extranjeros fuera del territorio nacional. Esta reforma vuelve a ser reformada mediante la Ley Or-gánica 1/2014, de 13 de marzo, relativa a la justicia universal, limitando la acción penal española en el exterior cuando víctimas o victimarios sean de nacionalidad española.

La justicia universal de Argentina en España

Si la impunidad legal no fue impedimento en Argentina para revisar su pasado violento, en España no hay voluntad jurídica y política de enfrentarse a los crímenes del fran-quismo. Pese a ello, la acción solidaria de los organismos de derechos humanos creados ad hoc durante la última dictadura argentina y la cantidad de españolas/es y descendien-tes, en parte exiliadas y exiliados, establecieron puentes con asociaciones memorialistas españolas.

Durante los años 1990 y 2000 se había reorganizado un importante movimiento memorialista con motivo de los aniversarios de la II República y la Guerra Civil, recla-mando el derecho a la memoria en materia de justicia o de exhumaciones. Desde 2000 es la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) o la Federa-ción Estatal de Foros por la Memoria creada en 2004. El momento de estabilidad de-mocrática, los aniversarios de la guerra civil y la capacidad de las víctimas para poder hablar sin miedo hace que se cree una sociedad civil organizada y reactiva que hace incidencia en grupos políticos tradicionalmente opuestos y represaliados por el fran-quismo como el PSOE o Izquierda Unida, de modo que, bajo el desarrollo normativo de Naciones Unidas sobre la impunidad y la memoria se retome el tema en España y se cuestione la Ley de Amnistía de 1977.

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El precedente de justicia universal de Garzón y los lazos migrantes entre España y Argentina hizo que, ante el desamparo político y jurídico nacional y el incumpli-miento de las obligaciones internacionales, los organismos recurran a la justicia univer-sal en Argentina. En este país, el principio de justicia universal está consagrado jurídi-camente en el artículo 18 de su Constitución. Y más específicamente en el artículo 5 de la Ley 26.200 de 13 de noviembre de 2006. A esto hay que sumar el Tratado de Extradición y Asistencia Judicial en Materia Penal entre La República Argentina y el Reino de España (1987) y la Resolución AG-2010-RES-10 de Interpol sobre coopera-ción en materia de crímenes contra la humanidad, genocidio y crímenes de guerra.

En este marco legal el 14 de abril de 2010 se interpuso una querella en el Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nº 1, de Buenos Aires, a cargo de la jueza María Servini, con el objetivo de investigar los crímenes cometidos por integran-tes de la dictadura franquista, identificar y sancionar penalmente a los responsables. La Querella 4591/2010, nominada “N.N. por genocidio y/o crímenes de lesa humanidad cometidos en España por la dictadura franquista entre el 17 de julio de 1936, comienzo del golpe cívico militar, y el 15 de junio de 1977, fecha de celebración de las primeras elecciones democráticas”, fue presentada por familiares de personas asesinadas y des-aparecidas durante la dictadura y diversas asociaciones españolas y argentinas, repre-sentadas por los abogados argentinos Carlos Slepoy (fallecido en 2017), Ana Messuti y Máximo Castex bajo el paraguas de la Coordinadora estatal de apoyo a la Querella Argentina contra crímenes del franquismo (CEAQUA).

En realidad, la ‘querella argentina’ agrupa a más de 300 querellas y más de un cen-tenar de denuncias presentadas ante el Consulado de Argentina en Madrid, un proceso que sigue vigente. Las personas querellantes o denunciantes pueden ser desde las víc-timas directas hasta sus descendientes en un gran cruce intergeneracional de memoria y postmemoria, de lo vivido, recordado y relatado y considerando que la culpa no se transmite, pero sí la victimización. La cooperación entre el juzgado argentino y los españoles ha estado llena de desencuentros y tensiones. Frente a los argumentos de justicia universal e imprescriptibilidad estaban los de amnistía y prescriptibilidad.

Ante la falta de cooperación de los juzgados españoles, en marzo 2012, Servini acuerda tomar declaraciones durante los meses de junio-julio en Madrid, visita que finalmente no se produjo, de modo que las declaraciones a las víctimas se tuvieron que programar por videoconferencia en el Consulado de Argentina en Madrid en mayo de 2013, hecho que fue suspendido ante el malestar expresado mediante nota verbal por el Ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación. Tras esto, se acordó un pedido internacional de captura que impidiera a los acusados salir del país (Chientaroli). Servini tras un nuevo exhorto finalmente viajó a España en mayo de 2014 con el objetivo de reunirse con instituciones del Estado, recabar información en archivos y tomar decla-ración a víctimas y querellantes en tribunales territoriales (Guenaga; Baquero y Gue-naga).

En 2015 CEAQUA pretende implicar más a la política en la querella, buscando apoyos de partidos políticos y de ayuntamientos para que se querellen en nombre de su ciudadanía, creándose la Red de Ciudades por la Justicia y la Memoria. Ya se han querellado los ayuntamientos de Pamplona, Vitoria y Tarragona; se han aprobado la presentación de querellas en Barcelona, Zaragoza, Coruña, Cádiz, Leganés, Miranda del Ebro, Aranda del Duero, Puerto Real, Lagrea, Rivas, Guernica, Durango u Ochan-diano. Se han solicitado Valencia, Bilbao, Santander y Madrid.

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En marzo de 2016, Servini pide interrogar en España a 19 imputados entre los que se encuentran los exministros franquistas y expolícias torturadores, petición que sería derivada a los juzgados territoriales (Baquero, “Justicia”; Agencia EFE). Pero, en oc-tubre de ese año, Consuelo Madrigal como Fiscal General del Estado manda una cir-cular a los juzgados territoriales pidiendo suspender la declaración que querellantes y víctimas estaban prestando desde 2015 así como cualquier solicitud de cooperación formulada por la justicia argentina, alegando que los hechos investigados están cubier-tos por la Ley de Amnistía de 1977, que no se puede cuestionar la transición y que ya existe la Ley de Memoria Histórica, con argumentos más políticos que jurídicos (Águeda y Precedo).

La querella también está siendo importante por que incorpora por primera vez elementos de género. Así, en marzo de 2016, la organización Women’s Link Wordwide presenta ante la jueza Servini una querella para solicitar la investigación de los crímenes de género cometidos durante el franquismo (Women’s Link Worldwide). Finalmente debemos destacar un gran logro de los múltiples exhortos de Servini a juzgados espa-ñoles. Nos referimos a la búsqueda y exhumación de Timoteo Mendieta, reclamado por su hija Ascensión. Mendieta fue fusilado en 1939 en el pueblo guadalajareño de Sacedón por su filiación sindical en UGT. Finalmente, el juzgado de instrucción nº 1 de Guadalajara ordenó la exhumación de dos fosas comunes en el cementerio de la ciudad, y tras identificar su cuerpo en 2017 pudo ser enterrado (Bachiller y Sánchez).

En este punto se encuentra la querella argentina que ha conseguido rasgar el duro telón de impunidad en España y sigue buscando nuevos cauces a base de una imagi-nación política radical, con el apoyo de Naciones Unidas y despertando susceptibilida-des en una sociedad que se mueve entre la amnesia y la fragmentación que la Transición pretendió ocultar.

Conclusiones

Comparar crea incertidumbre y la incertidumbre conocimiento. No tenemos por qué enfrentarnos a nuestra propia esfinge en soledad. Cuando comparamos, miramos y este ejercicio abre un abismo dialéctico entre aquello que vemos y lo que nos mira: “para saber, hay pues que colocarse en dos espacios y en dos temporalidades a la vez. Hay que implicarse.” (Didi-Huberman 17) Es la dicotomía entre ‘uno’ y ‘otro’. Etimo-lógicamente ‘otro’ viene del latín alter, y este del indoeuropeo ‘al-‘ (otro) y ‘-ter’ (sufijo que marca contraste u oposición). En realidad, el ‘uno’ y el ‘otro’ conforman el ‘nos-otros’, donde está la dimensión ética y solidaria de la comparación. Donde nos impli-camos.

Efectivamente a lo largo de este artículo, nos hemos colocado en dos espacios (España y Argentina) y dos temporalidades (franquismo y dictadura de las Juntas Mili-tares), con el objeto de implicarnos en ir más allá de nuestra memoria e historia, para retomarla desde una razón anamnética centrada en la dignidad de las víctimas. El ejem-plo de Argentina, centrado en el derecho a la memoria toca a la puerta del deber de olvido español para afirmar que no hay fronteras en la justicia universal. Y más allá, que no hay excusas ante una historia compartida desde la colonialidad, la hispanidad,

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las migraciones y los exilios como torrentes bajo las relaciones políticas de ambos paí-ses. Una memoria, en definitiva, que se reclama mutuamente como propia, en una distancia, la de los antónimos dialécticos que parece no tener fin.

Pero la comparación no es sólo ‘entre’ sino ‘desde’. Es decir, desde qué materias o documentos comparamos. Si no tiene mucho sentido el análisis cerrado de una me-moria sin ver las fluctuaciones ‘entre’ otras memorias, ¿qué sentido puede tener com-parar sólo ‘desde’ una materia, ‘desde’ un tipo de documento? Recordemos un mo-mento a Walter Benjamin: “jamás se da un documento de cultura sin que lo sea a la vez de barbarie” (Benjamin 18). Con esto nos advierte que las fuentes, como la jurídica que hemos usado están insertas en un contexto específico y que toda interpretación aislada de la misma supone una alienación (Balkin y Levinson). Por esto se deben leer desde la interdisciplinariedad de las humanidades y desde la razón de las víctimas. Es esta comparativa la que delimita la consecución del derecho a la memoria. La que va de una interpretación abstracta de la ley a una humana.

El pasado compartido entre España y Argentina y un presente que se enfrenta a unos hechos violentos y traumáticos difiere en los modos con los que se lidian. Cada país rescata y archiva de manera diferente los mismos hechos de su memoria colectiva constreñida en una memoria oficial: memoria y olvido, prescripción e imprescriptibili-dad, retroactibilidad e irretroactibilidad, consenso y disenso, impunidad y dignidad de las víctimas, razón amnética y razón anamnética, derecho a la memoria y deber de olvido. Demostrando así que las llaves de nuestra propia identidad pueden encontrarse más allá del océano… en una relación fluctuante y coincidente al afirmar que memoria y justicia son sinónimos.

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Ante la cámara lúcida de la memoria. Divisiones y uniones fotográficas entre descendientes de víctimas y victimarios de la guerra de España

—y su amplio marco medial y transcultural

Rike Bolte Universidad del Norte, Barranquilla

Resumen: Este artículo propone una mirada sobre el extenso y a la vez denso entramado de trabajos por la memoria postdictatorial articulada entre Argentina y España. Partiendo de sus implicaciones conflictivas más estudiadas, vuelca su mirada sobre los novísimos aportes tanto en términos generacionales como mediales, y en distintas cohortes descendientes de víctimas y victimarios. El interés por la transferibilidad de los esfuerzos mnemónicos de las sociedades postdictato-riales lleva a un objeto medial específico: la fotografía. La pregunta que orienta entonces el ensayo es cuáles serían las posibilidades de este arte (lúcido) de participar de un narrative que busque hacer visibles aspectos de una memoria a la que se la han inscrito anatomías de la división ideológica. Así, se analiza un encuentro entre descendientes de víctimas y victimarios de la guerra de España y su registro fotográfico realizado por José Aymá, y se verifica si este trabajo puede ser comparado con una obra genuinamente transcultural del argentino Gustavo Germano. Esta puesta en relación de dos trabajos fotográficos que enfocan los estatus de unión/separación, se verá enmarcada por una serie de reflexiones referidas a las (meto-)mne-mografías transculturales que se expresan en el espacio de los nuevos medios. Palabras clave: memoria histórica transcultural, Argentina, España, víctimas y victimarios, José Aymá, Gustavo Germano, nuevas generaciones mnemónicas Abstract: The present essay proposes a perspective on the very complex network of post-dictatorial ‘memory work’ articulated between Argentina and Spain, including not only the most conflic-tive zones —that have been widely studied— but primarily the newest contributions, both with regard to generational patterns and to media communication strategies. The essay’s focus lies on photography, seeing this form of expression as a ‘lucid art’ and as an important element when it comes to creating a narrative that helps to make visible certain aspects of a memory that has been ideologically divided. In the light of this, the essay analyses an encounter between descendants of victims and victimizers of the Spanish war, portrayed by José Aymá. The in-tention is to determine if the work of this Spanish photographer could be compared with another, genuinely transcultural work by the argentine photographer Gustavo Germano. Be-yond this ‘dialogue’ of photographic portraits that focus the status of union versus separation, the essay suggests a number of reflections on the transcultural meta-mnemographies that are to be found in the new media space. Keywords: transcultural historical memory, Argentine, Spain, victims and perpetrators, José Aymá, Gustavo Germano, new mnemonic generations

Rike Bolte

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En los estudios de la memoria —alentados por trabajos icónicos como las de Walter Benjamin y nutridos por los planteamientos teóricos de las ciencias culturales y los estudios postcoloniales— solemos prestar especial atención a las memorias menores, no verificadas y por lo tanto tampoco estilizadas por la historiografía y la memoria hegemónica. Sin embargo, como lo demuestra el texto de Lauge Hansen en esta pu-blicación, a lo largo de la diversificación de este campo de estudios se ha empezado a tomar en consideración la memoria de los representantes de una “zona grigia” (Primo Levi)1: la de los perpetradores o Mitläufer, simpatizantes. En el presente ensayo nos interesaremos por el enfrentamiento mnemónico y mnémico2 entre los descendientes de los victimarios y los de sus víctimas. Es decir, descendientes de ambos bandos, quienes en el presente pueden a su vez ser, o no, representantes de los bandos ideoló-gicos opuestos de sus antecesores. Continuando con la metáfora de los colores, que-daría por definir qué zona cromática le correspondería a este encuentro; sin embargo, nos abstendremos de ahondar en esta parte de las metáforas visuales.

Más bien se tratará de situar el encuentro mnemónico y mnémico en cuestión, que tuvo lugar en ocasión del 80 aniversario de un capítulo conflictivo por antonomasia de la ‘memoria histórica’3 española: la guerra de España y la consiguiente dictadura de

1 Véase al respecto la entrada en página del Centro Internazionale di Studi Primo Levi:

http://www.primolevi.it/Web/Italiano/Contenuti/Auschwitz/105_Sulla_%22zona_grigia%22 (2 ju-lio 2018).

2 El término ‘mnémico’ se refiere aquí a los aspectos de una memoria ‘orgánica’, sin soporte ‘mne-mónico’, es decir sin recursos directos relacionados con la mnemotecnia o las políticas de la memoria.

3 Nos parece pertinente indicar la observación de Abril Trigo de que la noción de ‘memoria histó-rica’ merece ser usada con cierto cuidado, ya que se trataría, en el fondo, de un “oxímoron” (Trigo 403). La tensión del concepto reside en la identificación de la memoria –proceso y capacidad (vis y ars) de una cultura vital– con la historia, que según Maurice Halbwachs, a quien Trigo se refiere, comienza allí donde la memoria colectiva empieza a desmoronarse. Por supuesto, estas observaciones deben ir acompañadas por un número de aclaraciones acerca de cómo definir ‘historia’, así como paralelamente deben cali-brarse las nociones de la memoria colectiva y de la política de la memoria (politics of memory) o política de la historia (Geschichtspolitik) –más otros conceptos confluyentes. Las formulaciones y definiciones pue-den ser muy distintas, como la planteada por Halbwachs en su obra póstuma La memoire collective (1950), en donde esta es definida como la memoria de acontecimientos no vividos directamente, sino transmi-tidos por otros medios; a saber, como un registro intermedio entre la memoria viva y las esquematiza-ciones de la disciplina histórica. Las adjetivaciones de la memoria se refieren, entre otras cosas, al grado de evolución de la sociedad (o comunidad) en cuestión. Abril Trigo subraya que la comunidad se carac-teriza por la memoria colectiva (de carácter oral), siendo la memoria histórica una característica de la sociedad. En este ensayo, por motivos de espacio, los términos que identifican los distintos grados y formas de una memoria colectiva relacionada a la elaboración de un pasado histórico, marcado por la violencia, se usarán de forma implícita. El término ‘memoria histórica’ será utilizado porque dejarlo de lado significaría establecer una distancia terminológica artificiosa frente al objeto de estudio. De todas formas valga anotar que en España, la noción de ‘memoria histórica’ es un concepto historiográfico, de relevancia para los estudios de la memoria, por supuesto, pero ante todo está impregnado de significado político, e ideológico. Más allá de estos aspectos, sobre los cuales este ensayo volverá más adelante, en España se ha debatido el término-concepto, por ejemplo por parte de Santos Juliá o Francisco Ayala; entre los cuales el primero no solamente ha puesto en duda que un individuo sea capaz de recordar algo, más allá de la propia experiencia (Ruiz Torres 68), sino además ha expresado la sospecha que la imple-mentación de una “memoria histórica” podría implicar el dominio de un “imperio de la memoria” (Juliá). También Ruiz Torres se expresa de forma escéptica sobre el concepto-término (68, 72). Cf. además Mercedes Yusta Rodrigo, Bernecker y Pichler respectivamente, quienes serán citados más adelante. Como última observación: Es altamente significativa la entrada sobre la ‘memoria histórica’ en la página hispanohablante de Wikipedia. El rubro “Memoria histórica por país” reúne tres casos, que prima facie

Divisiones y uniones fotográficas

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Franco, desde un encuadre medial claramente acotado, a saber: un registro basado en los dispositivos de visualización y visibilización que brinda la fotografía.

La fotografía será considerada como una de las ramas mediales del vasto entra-mado de trabajos (y luchas) de y por la ‘memoria histórica’ articulada entre Argentina y España. Esta ‘cooperación de memorias’, que puede ser llamada transcultural, ha sido estudiada desde las ciencias sociales por Cuesta Bustillo y Elsemann.

De modo que ciertos procedimientos mnemotécnicos y meta-mnémicos, así como también meta-mediales específicos, que verificamos en la fotografía argentina consa-grada a la historia de la violencia y la desaparición forzada bajo la última dictadura cívico-militar iniciada en 1976 (Bolte, Gegen(-)Abwesenheiten; Bolte, “Imágenes”; Bolte, “Memoria”), serán transferidos a otro dispositivo estético, en el cual los/las descen-dientes de los generales que estuvieran enfrentados en las trincheras de la guerra de España, son invitados a ocupar su puesto en una escena medial.

En el marco de este contexto comparativo, nuestro ensayo prestará atención ade-más a un nuevo capítulo de la memoria en Argentina: la aparición de descendientes de victimarios, que alzan la voz logrando un eco medial bastante nutrido. Teniendo en cuenta que entendemos al trabajo de la memoria como un ejercicio determinado por múltiples coyunturas (transgeneracionales, transculturales y transmediales), nos pre-guntamos si este novísimo aporte a las memorias postdictatoriales argentinas poseerá cualidades transferibles al caso español que nos interesa.

Ante el campo interferencial que supone el escenario de un encuentro de memo-rias paradigmáticamente antagónicas (colectivas en parte, individuales en otra) como el que focalizaremos, se revela el valor multiplicador de las interacciones, contamina-ciones y compenetraciones transculturales y transmediales que se manifiestan en la lu-cha mnemónica, que se sigue manteniendo viva en España. Incontables son los actos de traducción de saberes empíricos, teóricos y simbólicos sobre el pasado entre este país y otros, en los cuales también se sigue combatiendo por la memoria —por ejem-plo, Argentina—.

La obra del fotógrafo argentino Gustavo Germano, a la cual recurriremos para preparar y además ampliar la ‘lectura’ de los retratos fotográficos de los y las descen-dientes de los generales de la guerra de España, realizados por José Aymá, da fe de esta dimensión, como también lo hace, por ejemplo, un capítulo literario-forense compar-tido entre España y Argentina: el traslado de la causa (Federico García) Lorca a Argen-tina.

Tras la autorización de parte del juez (fiscal) español Baltasar Garzón4 para la ex-humación de las fosas comunes a las que habrían ido a parar las víctimas de los enfren-tamientos durante la Guerra Civil y la sublevación franquista en 1936, el proyecto de ubicar los restos del poeta andaluz, termina en un infructuoso “peinado” del terreno en cuestión (Martín-Arroyo). La prensa opinó en su momento que la historia de Lorca

parecerían estar ordenados por orden alfabético, Argentina figurando en primer lugar. Sin embargo este caso es seguido por el de España; y el tercero y último es Colombia.

4 Baltasar Garzón se ha manifestado últimamente acerca del reciente y ‘rectualizador’ caso de desa-parición forzada en Argentina (el de Santiago Maldonado). Además, Garzón ha creado una fundación dedicada a promover los derechos humanos y la lucha contra la impunidad. La noción de ‘justicia uni-versal’ es sustancial para esta iniciativa –en el caso de la fosa de Lorca, la ARMH (Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica) recurrirá justamente a ella. Cf. http://baltasargarzon.org/balta-sar-garzon-en-curso-ucm/en-otros-paises/argentina/ (2 julio 2018).

Rike Bolte

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se ‘re-escribiría’ en aras de la polémica por la ‘memoria histórica’ y que los resultados arqueológicos, es decir científicos, de 2009 podrían figurar como un punto cero de esa historia (El País 2009).5

El intento de un reajuste del relato de la muerte de Lorca sirve como ejemplo de las implicancias narrativistas de la historiografía y de los comunicados que la prensa emite en su nombre. Pero también da cuenta de un ‘embrollo jurídico’. Pues en España, “los jueces no quieren encargarse de las fosas del franquismo —como en cambio sí hacen los jueces argentinos con las víctimas de la dictadura—, y menos aún, después de ver al único juez que quiso hacerlo [Garzón, R.B.] sentado en un banquillo por ello.” (Junquera) En este contexto, la causa Lorca es desplazada a Argentina, haciendo patente entonces el fenómeno del sustancial ir y venir de los saberes (tanto empíricos como teóricos), que se da en el trabajo de las memorias postdictatoriales.

Elsemann por ejemplo entiende a la causa Lorca como ejemplo de la falta de de-finición jurídica y simbólica respecto a las víctimas del franquismo, porque las voces de quienes en España acusaban a Garzón de alterador, se habían conjurado en que Lorca no habría sido ejecutado, sino que habría simplemente desaparecido. Como sub-raya la autora, estos agentes de (o contra) la ‘memoria histórica’ española desdibujan el carácter sistemático de la praxis violenta y aniquiladora que representa la desaparición forzada y revelan, además, su relación con una estrategia aplicada también en Argentina en el marco del Terrorismo de Estado, sólo que en Argentina esta estrategia habría sido definida jurídicamente con más rigor y elaborada de forma modélica (Elsemann 218–219).6 Ya en este aspecto negador de la causa Lorca se encuentra —ex negativo— un eslabón que enlaza la lucha por la memoria histórica española con la cultura de la memoria y la elaboración del pasado reciente de la violencia en Argentina. Pero todavía habrá de darse un paso decisivo en el camino de las alianzas entre activistas de la me-moria de ambos países, cuando en primavera del año 2016, la Asociación para la Re-cuperación de la Memoria Histórica (ARMH) en España toma la decisión de poner el caso en manos de la juez argentina María Servini7 —hasta que en otoño de 2016 el caso retorna a España, donde ahora continúa su curso—.

Con esto, el presente ensayo abre su recorrido hacia varios apartados consagrados a los aspectos mediales y generacionales de la transmisión de los trabajos por la me-moria entre Argentina y España. Los actores y las actoras sobre las que será puesta la mirada, no son sincronizables en términos generacionales, con lo cual tampoco com-parten la misma experiencia ideológica. Y sin embargo en ambos casos se trata de descendientes de una generación que experimentó y respectivamente, en caso de los victimarios, alentó y agendó la historia de las ideologías.

5 Véase https://elpais.com/cultura/2009/12/18/actualidad/1261090811_850215.html (2 julio

2018). 6 No podemos incurrir en el complejo cuadro de la definición jurídica de la desaparición forzada

que, por supuesto, se sitúa en un marco de jurisprudencia internacional (cf. Elsemann; Bolte, Gegen(-) Abwesenheiten).

7 Véase http://memoriahistorica.org.es/tag/garcia-lorca/ (2 julio 2018).

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Transmisiones y spotlights en la arena pública: arrojando luz sobre los soportes mediales de la ‘memoria histórica’

Desde Argentina, Hugo Vezzetti pregunta: “¿Cuánto dura una determinada formación de la memoria colectiva? Algunas sin duda permanecen por mucho tiempo [...]; sólo una cosa puede decirse: su duración depende de la persistencia de las condiciones que en esa memoria quedan simbolizadas [...]” (Vezzetti 191ss.). De todas formas, la actua-lización de la visión (o las visiones) del pasado no puede realizarse sin el proceso de la transmisión, donde ésta —más allá de representar un proceso de continuación— in-cluye interferencias, rupturas y cortes, tanto internos (intersubjetivos e inter-comuni-tarios) como externos (gubernamentales, extra-nacionales), además puede sufrir trans-mutaciones abruptas, forzadas. Por otro lado, Vezzetti advierte que en las formaciones narrativas y simbólicas del pasado suelen entretejerse destellos míticos, es decir mo-mentos de estilización y simplificación. Más aún: sin estos momentos de estilización, no sería posible su entrada al espacio público, siendo “la dimensión pública de la me-moria” el lugar del cual se extrajeran “las lecciones del pasado” (192) y a través de la cual se tomaran medidas para evitar que se repita una época determinada por la violación de la soberanía cívica. La proyección sobre esta arena puede además conllevar luchas por la memoria (justa, correcta), que hagan uso de diferentes recursos —materiales e inmateriales—:

1. narrativos y literarios en el sentido más amplio (incl. textos y dispositivos documentales),

2. performativos (gestuales, escénicos, ‘callejeros’/manifestivos) y 3. biológicos, o más bien bio-políticos (que ideologizan los cuerpos de los ciu-

dadanos y las ciudadanas involucrados en la elaboración del pasado).

Las luchas por la memoria se enlazan con los intereses emergentes del presente, que para organizar su presentificación necesitan de un fundus simbólico, inclusive ficcional. Paul Ricœur ha reflexionado sobre la tensión del trabajo historiográfico que resulta del pulso de reconstruir o hacer presente el pasado y la subjetividad de quien sea motivado por este intento, desdoblándose en ‘yo investidagor’ (“moi de recherche”) y ‘yo emo-cional’ (“moi pathétique”) (Ricœur 23–43; Dosse). Hay algo, en el trabajo de una re-flexión sobre el pasado, que es afectado por este mismo pasado, comparable con lo que ocurre en el trabajo historiográfico. Según Ricœur, se trata de un ejercicio metódi-camente disociador: el de asumir la distancia ante lo sucedido en el pasado, además de la tarea de ‘traducirlo’ según los criterios vigentes para un entendimiento contemporá-neo. A la vez, poniendo foco en las reflexiones de Vezzetti, este ejercicio tiende a ser completado en vistas del espacio público y sus estrategias de presentación y difusión, o spotlights que iluminen el pasado (¿a modo benjaminiano?).

El pasado de la guerra de España y subsiguiente dictadura de Franco, no es re-moto, al contrario, es reciente, en algunos casos inclusive, inmediato aún. Sin embargo, el trabajo de investigarlo —de sondear en las heridas sociales y políticas y las escasas huellas de los desaparecidos españoles (Torres)— demanda en muchos casos una labor que se adecúe, con objetividad, a los datos que puedan brindar, por ejemplo, la arqueo-logía y antropología forense. El estudio de este pasado requiere, a la par, de una ima-ginación histórica. Ello se entrecruza con la necesidad y el deseo de trabajo medial, en

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tanto que ciertas aplicaciones y estrategias de los medios están expresamente concebi-das para crear y transmitir imágenes, pero también para (re-)configurarlas, es decir ‘imaginar’ en el sentido más literal.

Una pregunta crucial en este contexto es ¿cuáles podrían ser las posibilidades de la fotografía de des-velar, a su manera medial, narrativas inéditas de la ‘memoria histó-rica’ y sus implicancias, tanto objetivas como subjetivas? Otra pregunta, ¿puede la fo-tografía dar registro de la anatomía ideológica responsable de la división de España, del diagnóstico de las ‘Dos Españas’ que recibió su fórmula proverbial de la pluma de Antonio Machado y sigue vigente hoy día? Recordemos en esta ocasión que la guerra de España fue una de las primeras guerras mediáticas8; y que en Argentina la lucha contra el olvido, a su vez, se inició apoyándose en soportes fotográficos. Además, por entre los modos, los medios y los materiales que componen la matriz de las múltiples estrategias para sustentar las ‘memorias históricas’, la fotografía conjuga aspectos na-rrativos —y por lo tanto mnemónicos— y aspectos de ‘instantaneización’, es decir de puntual presentificación.

Facebook: Medios transmisionales de la ‘memoria histórica’ en Argentina, de la des-cendencia de las víctimas a la descendencia de los victimarios En el contexto de la memoria en Argentina los modos, los medios y los materiales que sustenten un trabajo mnemónico crítico, se han ido aplicando de forma crecientemente innovadora debido a ciertas posturas que Naomi Klein asociara con una ‘explosiva’ generación filial aparecida en el escenario después de la crisis que azotó al país sud-americano en 2001/02 (Klein). Efectivamente, alrededor de esta fecha comienzan a articularse actores y actoras de una nueva memoria: hijos e hijas de desaparecidos que se veían enfrentados con el desafío de elaborar la propia historia familiar afectada por el terror de Estado, y que por otro estaban decididos a poner en práctica una interven-ción social, política y simbólica contra la crisis nacional del presente (y la posible exis-tencia de nuevos desaparecidos, esta vez sociales: Svampa; Bruzzone9). También, em-pezaron a analizar de forma crítica el ‘testamento político’ de sus padres (Amado 145, 151; Bolte, Gegen(-)Abwesenheiten 275). Resumiendo, el trabajo de la memoria articulado en Argentina por este grupo conforma un cluster dinámico, basado en un intercambio

8 Ya en la Primera Guerra Mundial jugará la fotografía un rol cardinal; así como también en la

Guerra de Secesión de los E.E.U.U., que coincide con el nacimiento de la fotografía. No obstante, en la Guerra de España, la ‘fotografía bélica’ se inicia como medio paradigmático (y como dispositivo), anunciando el tipo de configuración que la caracterizará hasta nuestros días. La Guerra de España fue objeto de un interés medial inédito; fue marcada por la presencia de cámaras portables (como las armas), que captaron los combates en imágenes fotográficas, y transmitieron un código visual de la guerra. A la vez, la fotografía se convirtió en objeto de manipulación, censura y otros abusos. Las tomas de Robert Capa, Chim, y Gerta Taro, por ejemplo, fueron difundidas en el mundo entero, y además cayeron en manos de la propaganda nazi. Para ver más cf. Paul; Claas. Lamentablemente, no podemos, en el marco de este artículo, ahondar más en la historia ni en la teoría de la fotografía.

9 Más allá del estudio de la socióloga Svampa en el que se debate el fenómeno de la nueva ‘desapa-rición’, la novela de ‘memoria travesti’ de Félix Bruzzone, Los topos, habla de los “neodesaparecidos” o “postdesaparecidos” (Bruzzone 80).

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transgeneracional y a la vez intrageneracional, auto-crítico. Sus métodos fueron y si-guen siendo experimentales; algunos transmediales; casi todos meta-mediales —y siempre meta-mnémicos/mnemónicos—. Como lo expresara Albertina Carri en su paradigmática docu-ficción Los rubios, se trataba de “exponer a la memoria en su propio mecanismo” (Carri 00:11:47), incluyendo el factor omisivo del proceso mnémico (el olvido). Otro aspecto que caracteriza a esta generación argentina es su participación de una cultura del espectáculo social/político por la memoria postictatorial: los “escra-ches” (manifestaciones denunciatorias frente a los domicilios de ex­represores).

En este cuadro de estrategias se han inscrito algunos aspectos biopolíticos, tra-zando linajes de una memoria que está al cuidado de unas de las primeras activistas contra el olvido, Abuelas de Plaza de Mayo. Cual “detectives” científicos con acceso simbólico a un banco de datos duros (moleculares) sobre el pasado (Amado 137–153), estas se encargan de promover la identificación genética de los hijos de desaparecidos, apropiados en cautiverio.10 Tal saber informático entra en el proceso de transmisión postdictatorial y se inmiscuye en las producciones de los descendientes; quienes, em-pero, contrarrestan el peso simbólico de los mismos mediante estrategias humorísticas (Sosa), porque la memoria cientificista, o ‘memoria molecular’ (que también formaría parte del sondeo tras los restos de Lorca en España) parece en el fondo inadecuada ante el verdadero escándalo que constituye la ausencia provocada por violencia de Es-tado y la consiguiente “catástrofe de la identidad” (Gatti, Detenido).

La inscripción más reciente en el campo de la post-memoria argentina, no obs-tante, se presenta con la aparición de voces hijos e hijas de victimarios (Catela), entre quienes se encuentra Liliana Furió, directora del documental Tango queerido. La docu-mentalista es hija del ex Jefe de la División de Inteligencia (G2) de la VIII Brigada de Infanteria de Mendoza Paulino Furió, quién al ser condenado a prisión perpetua e inhabilitación absoluta y perpetua, cobraría notoriedad con la afirmación: “No estoy arrepentido; volvería a hacerlo” (Furió en Calivares). O Erika Lederer, abogada incli-nada a la filosofía y al psicoanálisis —dos campos del saber especialmente reprimidos por el régimen de 1976— quien declara que su padre fue “el obstetra de la maternidad clandestina de Campo de Mayo11 y no lo perdono”. Ricardo Lederer optó por el suici-dio en 2012, antes de ser condenado; en tanto que Erika Lederer ha iniciado una con-vocatoria por facebook dirigida a hijos e hijas de represores12, bajo la consigna de “aportar datos” y “contar historias” que les sean útiles a la comunidad de los dañados, “porque no hay noción de los daños que aún se siguen produciendo” (Lederer en Li-pis).

A casi dos décadas de la aparición en público de las descendientes de las víctimas, los pronunciamientos de estas hijas de los victimarios (hasta el momento son ante todo mujeres; excepto tres hombres, por ejemplo, el abogado Pablo Verna) representan un nuevo eslabón en el proceso de la memoria argentina. Su papel intenta no ser ambiguo

10 Tras el hallazgo del registro de nacimientos de Hospital Militar de Campo de Mayo de los años

1974 a 1978 estas detectives dieron con una explosiva biografía colectiva. 11 Sobre Campo de Mayo véase nota anterior. El padre de Erika Lederer estuvo además involu-

crado en los Vuelos de la Muerte (véase Lipis), práctica de exterminio en la que los detenidos-desapare-cidos eran arrojados al mar desde un avión. Nota bene: fue Baltasar Garzón ante quien se hicieron las primeras declaraciones en lo relativo a esta práctica (cf. el caso de Adolfo Scilingo, ex Capitán de Cor-beta).

12 Véase: https://de-de.facebook.com/historiasdesobedientes (2 julio 2018).

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pero es inevitablemente doble: las nuevas descendientes se rebelan, actual y retrospec-tivamente, contra el mandato paterno con una postura ostensivamente antipatriarcal, dirigida explícitamente contra los lados machistas y misóginos que dominaron las prá-xis de la represión (Lederer en El Comercial). A la vez, esta sublevación filial es conflic-tiva en tanto que existe un innegable vínculo emocional de las acusadoras hacia sus padres. Pese a la carga emocional que implica su coming out, la nueva posición se quiere inamovible, como declara Lederer (2017): “Pienso en voz alta: Los hijos de genocidas que no avalamos jamás sus delitos, esos que gritamos en sus caras la palabra asesino y Memoria, Verdad y Justicia, por pocos que seamos, podríamos juntarnos, para aportar datos que hagan a la construcción de la memoria colectiva.”

Simultáneamente, no hay pretensión ninguna de ponerse “en pie de igualdad con los hijos de desaparecidos”; y Lederer agrega: “En todo caso estamos al servicio, pero no nos sentimos con voz.” (Lederer en Lipis) De una consciente ambivalencia afectiva parecería surgir ambigüedad a la hora de auto afirmar el deber del testimonio y poner en duda el derecho a la voz.

Entre estas nuevas narraciones de ‘la memoria filial’ argentina se pueden observar fórmulas afectivas y de iniciación que suelen caracterizar a la formación de un grupo de afectados. Pues la página Facebook iniciada por Erika Lederer, representa un tal grupo de afectados,13 que con toda razón exhorta a “rellenar” los vacíos que aún con-tiene ‘la memoria argentina’, para lograr “historias habitables”. Este nuevo discurso se encuentra con ciertos conceptos expresados por los hijos y las hijas de desaparecidos, condensados en las reflexiones de Gabriel Gatti, quien como “hijo”, opta por ‘sentirse en casa’ entre “las cosas inconformes” que rodean a los “post-huerfanitos paródicos” (Detenido 136, 156).

Otro aspecto específico que constituyera el relato de las hijas de los represores, se halla en el hecho de que estas pasan revista de una infancia en la que, en algún mo-mento, descubrían que el propio padre, en nombre del Estado, estaba metido en algo que no tenía nombre. Esta faceta conforma la contracara de lo que descubrían (o no), los descendientes de los desaparecidos, algunos de los cuales, antes de ser secuestrados y asesinados, habían pasado a la clandestinidad.14 No obstante, contar la memoria filial siendo hija de un represor parecería ser un ejercicio ‘menor’ en comparación con la significancia simbólica de la historia de las víctimas, salidas a la luz mucho antes. Las nuevas testigos, empero, denuncian la historia de un sistema que fue construido por sus padres, sobre cuyas criminales mayúsculas comenzó a estructurarse la socialización temprana de ellas como niñas (víctimas a su vez). Asumiendo la probabilidad de equí-vocos en confrontación con los discursos consensuados de las víctimas directas, las mujeres en cuestión han nombrado su página de Facebook “Historias Desobedientes y con Faltas de Ortografía”. También cuentan con una reacción de violencia familiar (micro-representativa del ex-régimen) y un quantum de fragmentarización (que las fa-

13 Mariana Eva Perez, con su bitácora web Diario de una princesa montonera. –110% verdad–, trasladó

la escritura sobre la desaparición forzada al mundo de los nuevos medios, y a la vez rompió con todo estereotipo testimonial (Bolte, “Estrategias”).

14 Laura Alcoba por ejemplo en Manèges (2007) cuenta la historia de una infancia en la clandestini-dad y sus aspectos lingüísticos: la necesidad de tener que entender los códigos mediante los cuales los adultos se comunicaban para no ser delatados.

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milias de los desaparecidos tuvieron que pagar de forma mucho más atroz), al expul-sarse de un linaje social que aportó un dispositivo paradójico a la compleja memoria colectiva: el silenciamiento.

El silenciamiento lleva a la esfera de lo no-verbal, que es de especial interés res-pecto a los procedimientos de articulación medial de las memorias. En todas las docu-mentaciones sobre actores y actoras sobresalientes de la construcción de la memoria histórica en Argentina, aparece la fotografía como soporte medial. Fueron las Madres de Plaza de Mayo quienes establecieron la ‘memoria fotográfica’. Los retratos que estas ‘Antígonas’ argentinas utilizaron desde el primer día para hacer visible la ausencia de sus hijos e hijas, fueron el elemento inicial en la cadena transferencial de la memoria visual. Más adelante, los hijos y las hijas (los y las nietas de las Madres) continuarían con el deseo de encontrar formatos de (re)presentación de la ausencia de los desapa-recidos, sus padres. Según Julio Pantoja, estos actores culturales de la postdictadura argentina poseen un especial “vínculo con la imagen” (Pantoja). Y Diana Taylor acota: “The Grandmothers, the Mothers, the disappeared, and the children establish a chain in and through presentation and representation.” (Taylor, Archive 175)

El trabajo de fotografía filial más estudiado es sin duda “Arqueología de la ausen-cia” de Lucila Quieto [1999–2001] (2011). Esta obra nació tras una convocatoria en el entorno de la agrupación H.I.J.O.S., siendo resultado de un método experimental, he-terocrónico y además corporal: Quieto trasladó los cuerpos de los hijos, cual ‘tatuajes’, a fotografías de los padres desaparecidos y logró que de ahí nacieran collages, entre documentales y utópicos, digitales y análogos (Longoni; Bolte Gegen(-)Abwesenheiten 396–407). Además, existen obras de una generación intermedia, representada por He-len Zout, por ejemplo, o Gustavo Germano.

Las preguntas que guían los estudios de estas producciones son: ¿Qué posibilidades tiene la fotografía de des-velar, en un curso paralelo o coadyuvante, las nuevas narrativas de la memoria histórica, el escándalo de la ausencia? ¿Hablando, pero sin palabras, de la ausentación en sí y la ausentación violenta? Dichos estudios han encontrado importantes respuestas analíticas a estas preguntas. ¿Cuáles son, empero, las diferencias entre estas producciones —muchas de ellas docu-narrativas y centradas en la (des-)figuración de distintas ‘categorías’ de víctimas— y las representaciones fotográficas que se publican en distintos medios y formatos, de los victimarios argentinos? Veamos aquí la fotografía de Erika Lederer y su padre, publicada en The Guardian.15 ¿Cómo leer esta imagen al lado de imágenes como las que realizó Lucila Quieto, por más que los dos medios no tengan relación sincrónica, ya que una es contemporánea a la dictadura argentina —y nunca hubiera podido ser objeto del ‘secuestro’ medial16—, la otra post-dictatorial?

15 Véase: https://www.theguardian.com/world/2017/jun/13/argentina-daughters-military-dicta-

torship-father#img-3 y http://www.me.gov.ar/a30delgolpe/fotogaleria/lucila_quieto/. (2 julio 2018) 16 Volveremos sobre esto más adelante.

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La imagen n° 1 es una instantánea intimista que reporta la relación de un padre y una hija, que estuvo impregnada de violencia (microsocial y metonímica). Esta información entra en la lectura de la fotografía ya que en The Guardian va acompañada por algunos de los datos mencionados. La imagen pierde toda inocencia; recibe un surplus inscrip-cional negativo en términos sociales, políticos y morales. ¿Se colará, sin embargo, un momento de piedad por el padre muerto? Una incógnita hermenéutica. Quizás se en-tremezclen en la ‘lectura’ de la fotografía —más allá de las informaciones pragmáticas de la imagen (las signaturas de le época: cromaticidad, vestimenta, etc.)— huellas de la anatomía ideológica de la Argentina de los años setenta. Imposible de fundamentar esta interpretación con una prueba icónica: resta aceptar el conocimiento previo (Vor-wissen), adquirido por la lectura de The Guardian, y que esta produzca cierto enturbia-miento icónico (Bildrauschen).

Tras este preview de varios capítulos de la ‘memoria fotográfica’ argentina, en lo que sigue se realizará una introducción a la problemática de la memoria histórica en Es-paña; para que más adelante puedan ser verificados los puntos de contacto y/o com-paración entre la obra fotográfica de manos de Gustavo Germano y la de José Aymá; sus aspectos narrativos y de presentificación.

Imagen 1: Erika Lederer y su padre

Imagen 2: Lucila Quieto ante

una fotografía de su padre

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Transferencias y discursos de la(s) memoria(s) en España: las nuevas cohortes y la ‘memoria prótesis’ Como es sabido, en España, las reclamaciones por una memoria histórica —crítica y analítica— respecto a los acontecimientos que llevaron a la guerra española y a la dic-tadura franquista desembocan en la fundación de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) y la subsiguiente Ley de Memoria Histórica. Ambas instituciones son un ejemplo sin par de una ‘lucha’ por la memoria. El nacimiento de la ARMH, empujado por la iniciativa personal de Emilio Silva, crítico de la ambigua conducta de la sociedad española frente a la historia de los terrorismos de Estado, fue un verdadero hito. Lo que parecería interesante, es que el periodista y sociólogo haya impregnado su iniciativa con una tajante nota autobiográfica: “Soy nieto de un desa-parecido” (Silva, “Mi abuelo”). Efectivamente este enunciado se presta como correlato intercultural de la declaración “Soy hija de desaparecidos, qué hago con eso” (Panizza), suscripta por los y las descendientes de las víctimas del terror de Estado en Argentina, de quienes hablamos más arriba, y entre las cuales se inscriben, grosso modo, estrategias de separación y/o unión, antes las cuales cabe preguntarse si podrían tener utilidad para una traducción al caso español, aunque se trate de distintas generaciones: de hijos por un lado, de nietos por otro.

Respecto a los distintos grados de elaboración de la ‘memoria histórica’ entre Es-paña y Argentina, vale también la pena una mirada a la mencionada ‘memoria molecu-lar’, pues en España se presentan desafíos con los cuales en Argentina existe ya cierta experiencia. Tras haber salido a la luz la espeluznante verdad sobre los “niños robados” en el país ibérico (Duva y Junquera), se ha entablado una perspectiva transcultural so-bre el fenómeno de la apropiación de niños (Álvarez Taboada). Así, desde la bioética, por ejemplo desde la Universitat de Barcelona, se han realizado investigaciones sobre el ADN como instrumento de búsqueda de familiares (Marfany).

No obstante estas iniciativas, Laura Soler Azorín es de la opinión que entre Ar-gentina y España existen “políticas de Estado opuestas respecto a la recuperación de la identidad” en este campo, es decir un décalage entre una “política activa” argentina, y la de España (471). A pesar de los distintos contextos sociales e históricos de esta praxis de apropiación de niños (que de todas formas equivaldría a una adaptación de métodos nazis (Soler Azorín 468)) en España y en Argentina, las vías de difusión frente a un público masivo que necesitaba ser informado para poder colaborar en la búsqueda de quienes fueron secuestrados cuando niños, son comparables. En Argentina se trató de los hijos y las hijas de los desaparecidos, en España de los y las ciudadano/as que nacieron bajo el Franquismo. En ambos países se eligieron estrategias mediales simila-res como, entre otros, el formato de la serie televisiva (la producción Niños robados en España, Televisión por la Identidad en Argentina)17 para hablar de estos crímenes de Es-tado, en los que colaboraron instituciones como hospitales y la Iglesia.

17 Véase por ejemplo la primera parte de la serie española: http://www.telecinco.es/tvmovies/ni-

nosrobados/parte-1/Ninos-robados-Parte_2_1685280148.html; y la serie argentina en la página de Abuelas de Plaza de Mayo: https://www.abuelas.org.ar/video-galeria/television-x-la-identidad-tatiana-13 (2 julio 2018). Soler Azorín equipara estas dos series.

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Más marcada en España, sin embargo, es la dimensión generacional de la ‘memoria histórica’, dada la circunstancia que el Franquismo abarcó un período de tiempo extre-madamente largo. De ahí que una compilación de Julio Aróstegui Sánchez y Sergio Gálvez Biesca, intentando formular un “balance de los movimientos por la memoria”, hable de “tres generaciones” mnémonicas (o memorialísticas) de España, como reza el título de la obra (cf. también Aróstegui). Este planteamiento quizás encuentre su eco en Walter Bernecker quien, desde Alemania, rehúsa hablar de una memoria histórica española en singular, prefiriendo el plural: memorias (Bernecker 88). En uno de los ensayos de la mencionada compilación a cargo de Aróstegui Sánchez y Gálvez Biesca, Pedro Ruiz Torres habla de una nueva “cohorte” de la memoria española: “los nietos de la guerra”. En este contexto, en el que se remite a Santos Juliá, Ruiz Torres, empero, se muestra además escéptico acerca de “una ‘realidad’, un ‘sujeto’, una ‘cosa’ que pu-diéramos llamar ‘memoria colectiva’ o ‘memoria generacional’” (Ruiz Torres 68).

Esta posición es sintomática ya que toda una línea de posicionamientos, críticos y analíticos, dan registro del movimiento por la memoria en España, y entre ellos un considerable número de estudios han intentado trazar y analizar la respectiva “polé-mica ‘recuperación de la memoria histórica’” (Yusta Rodrigo; además Juliá, Ruiz y Es-pinosa; Pichler, a la par de los estudios ya citados), desglosando las etapas de la confu-sión existente respecto al ‘relato oficial’ de la guerra y de lo que vino después. Algunos se han cuestionado acerca de sus ‘historias menores’; y parte de ellos nos advierte que la ‘memoria histórica’ se encuentra en continuo peligro.

Valga retornar a Ruiz Torres: este autor hace una serie de anotaciones pertinentes respecto a las paradojas de las sociedades que se consagraron al ‘credo’ de una memoria en auge, y sostiene así el rehusamiento terminológico (y conceptual) de la misma, men-cionado más arriba. Ruiz Torres parte del hecho de que a la memoria histórica le sería atribuida el desiderátum de una “continuidad ininterrumpida”, y que esta contrastaría con el dinamismo de la memoria emitida por los nuevos medios. Estando sin embargo tan involucrados en las nuevas memorias, estos proporcionarían una disminución de la memoria individual. El resultado: una “memoria prótesis” de ademán presentifica-dor y una carencia de interés historiográfico (72 ss.).

Ante estas advertencias, parecería que el movimiento por la memoria en España hubiera no solamente incitado a la derecha a una abierta estrategia de denigración del prolongado terror causado por la guerra de España y la dictadura franquista, sino tam-bién suscitado una perspicaz atención desde los que la estudian, quienes se apresuran a tocar la alarma suponiendo que el proyecto podría resultar contaminado por una hermenéutica de amateur (Aróstegui y Gálvez Biesca 11).

Tal oficiosidad científica es indudablemente necesaria; por otro lado también puede ser considerada un bienvenido filón para la argumentación desde aquel bando, obstaculizador, de la sociedad española que vivió “perfectamente instalada dentro de las estructuras de la dictadura franquista” y que por lo tanto temió (y teme) “el desper-tar de la bestia” memorialística y el hecho de que se airéen los testimonios de las vícti-mas (Aróstegui 92).

En términos generales, los estudios de la memoria emiten los resultados de sus propios acercamientos, sistemáticos, pero también analizan expresiones de y sobre la memoria, formulados desde distintos niveles de erudición (y posición ideológica). Dan registro de cómo estos distintos niveles de enunciación entran en circulación. Uno de los campos de mayor competencia frente a este proceso dinámico e intercomunicativo,

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es el de la terminología. Esto puede apreciarse cuando expertos, desde afuera, intentan encontrar términos para la descripción del caso español. Por ejemplo, Christian von Tschilschke hace uso de la imagen ‘cambio de mareas’ (Gezeitenwechsel, en alemán), al datar la partida paradigmática en campos de la cultura de la memoria en España a más de veinte años de la muerte de Franco. Es evidente que el autor utiliza este término para poder introducir su objeto de estudio con mayor precisión, el ‘cambio mediático’ (Medienwechsel) de la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas (2001) al cine, por Da-vid Trueba (2003).18 Con el primer vocablo (Gezeitenwechsel), Tschilschke trae a colación un término acuñado por el historiador Norbert Frei, estudioso consagrado a la memo-ria histórica alemana (von Tschilschke 269). El término alemán es semánticamente más rico, ya que contiene el lexema ‘-zeiten’ (tiempos) —y quizás por ello ilustre adecuada-mente el valor del intercambio transcultural de los estudios de la memoria—: estos asimismo implican momentos de traducción, trasvasamiento, así como también asu-men y trabajan con el surplus que nace de lo intraducible.19

En el preámbulo de su estudio, von Tschilschke se refiere además a la creciente desaparición biológica de los testigos directos de la guerra española, para a la vez re-marcar la aparición —o irrupción— cultural de una generación sucesora que carece de una relación mnémica directa con la historia de la dictadura franquista. Es decir que von Tschilschke coincide en su observación con Pedro Ruiz Torres y otros autores españoles. Además, von Tschilschke llama la atención sobre una ‘cohorte’ con poderes de interpretación e importante inserción discursiva, que en relación a la elaboración del pasado histórico en España califica como un deber moral, pero que simultánea-mente no se abstiene de aprovechar los aspectos y usufructos comerciales que el in-greso de la memoria a la esfera en términos del divertimento conlleva. Este autor alemán señala también que tal actitud generacional sería más permisiva frente a los recursos mnemónicos y los modos de la conmemoración en el nuevo siglo —con lo cual co-rrespondería con aquel grupo que Erice Sebares identifica como “no hipotecado por los recuerdos personales” (105)—. Se trataría entonces de la generación que abre el camino hacia un campo de crítica más distanciado frente a las secuelas afectivas del pasado histórico, iniciado con la guerra de España. Von Tschilschke a la vez observa, que en la elaboración de la memoria histórica española, las estrategias de Bewältigung (término psicoanalítico para el acto de procesar o elaborar) se entrecruzan con otras, de Bewahrung (conservación) del pasado. Esto, siguiendo a Tschilschke, ocurre justa-mente en el pase intergeneracional; pase que en Alemania, en cambio, al menos en términos oficiales, no habría ocurrido (von Tschilschke 270).

18 Entre los estudios alemanes, véanse al respecto además: Wildner; Jünke 74–99. 19 El intercambio acerca de las memorias históricas en España y Alemania fue objeto de un sim-

posio llevado a cabo en el Instituto Cervantes de Berlín, en mayo de 2005. Véase la respectiva publica-ción (Keilholz-Rühle y Olmos). Con respecto a las memorias –así como también los procesos de tran-sición e identidad– entre Europa (España y Alemania) y América Latina (Argentina), véase además la reciente publicación de Piovani, Ruvituso y Werz. Esta compilación de estudios reúne miradas teóricas y metodológicas provenientes desde las Ciencias Sociales sobre los puntos de contacto así como también sobre las diferencias en la elaboración del pasado dictatorial y los procesos de democratización en los países mencionados.

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“Conoce a los nietos de Franco”/“Quién sabe si los hijos de JRV viven?” Perfiles de descendientes españoles y argentinos en la prensa y los foros

Las persistencias ideológicas que legitiman la continuada vigencia del narrative de las ‘Dos Españas’ (Manganas), se ponen de manifiesto en continuaciones monumentales, por ejemplo el Valle de los Caídos (Elsemann 146s.);20 por otro lado se muestran de forma más sutil, y a la vez mediática. Sobre el horizonte de los medios masivos en España, pueden hallarse reportajes dirigidos hacia una audiencia masiva, que parece-rían entablar de una forma bastante natural los vínculos familiares con el legado de la época dictatorial, al informar sobre la vida de los nietos y las nietas de Francisco Franco.

Tal es el caso de un reportaje en El Mundo de noviembre 2015, donde se lee acerca de los descendientes de Francisco Franco: “Carmen es la más mediática; Mariola corrió delante de los grises; Arancha salió mucho tiempo con su primo; Merry es la más hippie del clan; Francis es el ‘heredero’ de su abuelo; Jaime, el más alocado y Cristóbal dejó el ejército y se casó con una conocida presentadora. Conoce a los nietos de Franco.”21 La invitación a “conocer” a los nietos de Francisco Franco, identificando entre ellos a su heredero simbólico y tuteando a la audiencia, da fe de la (frívola) desenvoltura con la cual parecería reafirmarse, bajo el spotlight del mundo mediático y como si de una revelación en ‘la dimensión pública del olvido’ se tratase (para invertir las palabras de Vezzetti), la legitimidad de la estirpe de un ex “Jefe de Estado”, “y punto” (Constenla).22

Para retomar la comparación del estado de las memorias históricas en España y Argentina, cabe observar que, en el país del Cono Sur, durante la dictadura se realiza-ban reportajes de la índole del citado con el fin de dar a las familias de los militares una imagen honorable. Como señala Celeste Vazquez en un artículo sobre el papel estra-tégico que jugó la prensa durante la dictadura de 1976, diarios y revistas funcionaron prácticamente como “voceros de las Fuerzas Armadas en el poder”, promulgando la ideología y también el lenguaje de estos. Concertando una verdadera “campaña de pro-paganda”, de la cual participaron prominentemente las revistas Somos, Gente y Para Ti, que mezclaban “farándula con política”, al general Jorge Videla se lo introdujo a la sociedad ya antes del golpe de 1976 (Vázquez; además Schindel 84, passim). Durante la dictadura, entretanto, la prensa sería el soporte de un sistema del “given-to-be-invisi-ble” y el “given-to-be-seen” (Taylor, Disappearing 119): es decir que reproducía, a nivel medial, la praxis de exiliación de los perseguidos por el régimen que, además de ser

20 Para más detalles sobre el debate más reciente, a saber, el pedido por una reconstitución del Valle

de los Caídos acorde a las recomendaciones del Comité contra la Tortura y al Grupo de Trabajo sobre las Desapariciones Forzadas de la ONU; y las observaciones de Pablo de Greiff al respecto, véase http://www.diariodejerez.es/espana/ONU-Espana-franquismo-Guerra-Civil_0_1137486967.html (2 julio 2018).

21 Véase http://www.elmundo.es/album/loc/2015/11/13/56463bfd268e3e7f0d8b4605_4.html. (2 de julio 2018)

22 Valga recordar un episodio crítico ocurrido en 2011, cuando se debatió el hecho de que en el Diccionario Biográfico Español el historiador Luis Suárez denegaba el título de ‘dictador’ para hablar de Francisco Franco (Kunz 224; Elsemann 175 et al.). Véase también Constenla.

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víctimas físicas de crímenes de lesa humanidad, fueron objetos de un “disembodi-ment” (4) y un “percepticidio”.23 Por otro lado, los medios se hicieron cargo de la hipervisibilización de los dictadores. Si Pantoja subraya el fuerte lazo que mantienen los hijos y las hijas de los desaparecidos en Argentina con los medios visuales, se debe entre otras cosas a esta experiencia histórica socio-medial en cuyo contexto fueron desaparecidos sus propios padres (actos de allanamiento en los que a menudo también resultaban ‘secuestradas’ las fotografías familiares, como mencionamos brevemente más arriba).

Resumiendo: la prensa argentina rezaba la ideología patria y colaboraba en la cons-trucción de una imagen ideológica y visual inmaculada, de los responsables del terro-rismo de Estado. Como anotara Vazquez, en Gente se publicó una nota que incluía una presentación de los integrantes del gobierno instaurado en marzo de 1976, “con una foto y un pequeño Curriculum Vitae de cada uno” —formato que recuerda al reportaje aparecido en El Mundo—.

23 El término “percepticidio” remite a Juan Carlos Kusnetzoff (Bolte, Gegen(-)Abwesenheiten 32, 83–

92).

Imagen 3: Jorge Videla en familia, retratado

por la revista Para ti (1979) (Vázquez)

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Tras la redemocratización, sin embargo, una presentación halagüeña de los ex partici-pantes del terrorismo de Estado en Argentina, es difícilmente imaginable; o al menos no se encuentra tan fácilmente como en el caso español. Aunque El Mundo no retrate victimarios, sino a los descendientes de un dictador, el tono parecería sintomático en referencia a la sospecha de que las ‘Dos Españas’ pudiesen seguir existiendo.

En Argentina, la prensa con ocasión de la muerte de Jorge Videla (ocurrida en 2013) más bien observó la vida de los y las descendientes del ex dictador de una forma perspicaz, como demuestra un artículo en Perfil, donde dice: “Es hija de Videla y tiene un simbólico Falcón verde” (Straccia). El comentario se refiere a la hija de Jorge Videla, María Cristina Videla, que estaría reivindicando a su padre fallecido “con un homenaje que hiela la sangre”: haciendo uso de un Ford Falcon, vehículo vuelto símbolo de los secuestros cometidos bajo el régimen. El artículo identifica y nombra el número de matrícula del coche y brinda otras informaciones más. Va acompañado por una serie de fotos que dan fe del ademán investigativo de la prensa, que su vez va mezclado con una retórica sarcástica (“Ahora se compró un 0 km, pero no se desprende del Ford.”). Las fotos (imágenes 5 y 6)24 muestran, en calidad de toma de paparazzo, al objeto en discusión, el automóvil, y a su dueña.

24 Véase: http://www.perfil.com/elobservador/es-hija-de-videla-y-tiene-un-simbolico-falcon-

verde-0906-0146.phtml (2 julio 2018)

Imagen 4: El nieto de Francisco Franco

retratado por El Mundo (2015)

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El artículo es ácido; y señala que San Luís, lugar de residencia de la descendiente de Videla, sería una ciudad “Videla-friendly”. De repente, se hace entrever un décalage de las políticas de la memoria histórica a nivel intranacional, entre la cuales Buenos Aires ocuparía probablemente el papel más progresista. Se presenta una categoría analítica que podría ser transferida a los estudios de la memoria histórica en España (en forma de una cartografía de la ‘memoria nacional’).

Otro lugar de información consagrado a la inquietud acerca de la herencia genética y simbólica de Jorge Videla se encuentra por ejemplo en un foro de preguntas y res-puestas (en Yahoo).25 Aquí, se manifiestan posturas interrogativas y al mismo tiempo opiniones “Videla-friendly”:

25 Véase: https://ar.answers.yahoo.com/question/index?qid=20130520112748AA8UxSO (2 julio

2018).

Imagen 5: Ford Falcon de

María Cristina Videla

Imagen 6: María Cristina Videla

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Los foros representan una parte de las comunidades comunicacionales con reglas pro-pias, en las que no podemos ahondar, aunque sí podemos advertir que en ellos la ‘me-moria histórica’ es reasociada a los mecanismos de una praxis mnemónica colectiva, social y comunitiva, —de características (para-)orales— que adquiere una dimensión oximórica nutrida justamente de un déficit de consenso oficial.26 A la vez, tanto res-pecto al artículo publicado en Perfil como respecto a las entradas en el foro citado, se debería verificar si la cultura de los escraches encuentran un cierto eco.

Por último, cabe recordar la ya comentada fotografía de Erika Lederer y su padre (imagen n° 1), también publicada en la esfera de la prensa y puesta en circulación en el marco de un debate crítico a primera vista consensuado en Argentina. Independiente-mente de que los reportajes sobre las descendientes de los victimarios en Argentina distan formal y éticamente de la representación que se hace en España de la estirpe de los Franco, tal como se entrelee en el reportaje de El Mundo, el aporte de Lederer inaugura algo eminentemente incomparable: aquí se trata de descendientes que han decidido hablar enfrentándose críticamente con el pasado.

Ante este panorama y a modo de resumen, valga apuntar que entre los recursos mnemónicos que las sociedades postdictatoriales tienen a disposición, se inscriben las estrategias orales y a la vez, existen los paradigmas de una memoria “condensada” (Assmann 117ss.), apareciendo entre ellos los suplementos (hiper-)tecnológicos de la memoria orgánica (cerebral, corporal, ritual). Entendemos que estos suplementos de la memoria orgánica, además de las formas mnemónicas y mnémicas más abiertas y dinámicas, como las estrategias aplicadas por la generaciones de la postmemoria, to-mando el término de Marianne Hirsch, y los debates en la prensa y otros medios ma-sivos, inclusive los que implican los comentarios prosumer; las formas narrativas (inclu-sive literarias) y las performativas (gestuales, ‘callejeras’), así como sus implicaciones bio-políticas (desglosadas más arriba), construyen el complejo de una cultura de la me-moria (en plural) que reúne cualidades de almacenamiento y opciones para la ‘descarga’, la apertura e inclusive la ‘iluminación’ (Assmann, ibid.). Por lo tanto debemos asumir que en la dialéctica o tensión medial de todos estos formatos, así como también en los recorridos mnemónicos/mnémicos extra-mediales, se inscriben los conflictivos aspec-tos que conlleva la cuestión del pasado histórico: la pregunta acerca de a quién le per-tenece el pasado.

Esta negociación toca la cuestión de las pertenencias a nivel político y social, sim-bólico y medial y, también, comercial. Por ejemplo, una obra como Soldados de Salamina,

26 Véase nuevamente nota 1.

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escrita por un autor que critica y la vez saca provecho de la cultura de la memoria en España, se acerca a una figura del bando de los vencedores y victimarios de la guerra de España (el escritor falangista Sánchez Mazas). Por el otro lado, una serie televisiva ilustrativa como Niños robados demuestra la envergadura de los medios de masas para con un objetivo social y político, a través de “una nueva perspectiva que se abre camino en la ficción de compromiso con la realidad imperante” (Soler Azorín 470). Ambos acercamientos conforman partes lícitas de un proyecto en construcción de envergadura transgeneracional y transcultural.

Ahora, la pregunta es si en el campo de la fotografía de arte —ejemplificada en este artículo por la obra de José Aymá—, se encuentran otras perspectivas mediales que puedan ser consideradas iluminadoras respecto a este proyecto, y cuáles serían sus aspectos específicos en términos de estética, además de sus enlaces transculturales (con la obra de Gustavo Germano). Antes de aproximar esta cuestión, un preámbulo ex-pondrá el contexto medial de la obra fotográfica de Aymá.

¿“Los hijos de la reconciliación”? Imágenes light de un encuentro entre descendientes de generales enfrentados en la guerra de España En junio de 2016, tiene lugar un encuentro entre hijos y nietos de generales que se enfrentaron en las trincheras de la guerra de España; entre ellos el ya mencionado Francis Franco. Además participan José Andrés Rojo, hijo del general republicano Vi-cente Rojo; José Luis, nieto de José Moscardó, que encabezó la sublevación del frente nacional en Toledo; María Eugenia Yagüe, hija del general Juan Yagüe, para nombrar los más prominentes. Este encuentro será documentado por el fotógrafo José Aymá27 quien tomará determinadas medidas estéticas para realizar los retratos, y será transcrito en un artículo periodístico (Landaluce y Ortiz) publicado en El Mundo, con el título: “Los hijos de la reconciliación”. La reunión será también registrada por un vídeo de Javier Nadales, llamado “Un encuentro histórico”.28

Lo primero que llama la atención es que este film lleva adelante una sinopsis de la confrontación de los dos grupos de descendientes mediante ciertos recursos suavizan-tes, por ejemplo la cámara lenta; o el uso de una música de fondo notoriamente har-moniosa. A través de estas estrategias estéticas se transmite claramente la idea de una “imagen de la concordia” (Francis Franco en Landaluce y Ortiz) que al parecer habría reinado sobre la reunión que se realizó en ocasión del 80° aniversario del inicio de la guerra de España. Valga mencionar, en este contexto, que con ocasión de los 80 años del inicio de la guerra de España se realizaron una serie de documentales televisivos, inspirados en algunas series europeas sobre la Segunda Guerra Mundial, y sus modos de presentación de materiales visuales, entre ellos España: Ensayo de una guerra, produ-cida por el canal Historia29, o la miniserie documental España dividida: La Guerra Civil en color, emitida por Discovery MAX y realizada en colaboración con la Filmoteca Es-pañola. Las imágenes históricas —muchas de ellas inéditas hasta ahora —usadas en

27 Para más información véase: http://efti.es/staff/jose-ayma (2 julio 2018). 28 El vídeo tiene una duración de 6:34 minutos. Véase http://www.elmundo.es/cro-

nica/2016/07/17/57890937468aeb592b8b45ff.html (2 julio 2018). 29 Véase: http://canalhistoria.es/programas/espana-ensayo-de-una-guerra/ (2 julio 2018)

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estas producciones provienen desde ambos bandos del conflicto, con el fin de que se logre “no una visión, sino una visualización” de lo que fue la guerra de España—. La intención fue entonces la de “lanzar una mirada moderna y plural”, carente de “tópicos, maniqueísmos y juicios de valor” (Sanz Esquerro).

El motor de este intento de modernización de la narración del conflicto español consiste en nivelar la “carga narrativa” de la guerra de España de implicancias emocio-nales (Ángel Bahamonde en Sanz Esquerro). Un añadido es el uso de recursos info-gráficos e icono-tecnológicos altamente modernos que siguen la estética del vídeojuego o del 3D; otro recurso cardinal es el de los reenactments de batallas realizados en zonas reales de combate.30

La obra de Nadales compagina recortes de la conversación llevada a cabo entre los descendientes de quienes participaron de los combates de España; el tenor es el de un intercambio de cortesías, en el cual se entremezclan algunos momentos mnémicos expresados por uno/a que otro participante. Por ejemplo, el testimonio de Francis Franco quien comparte el recuerdo de su abuelo —Francisco Franco— llorando el último día de la guerra. Como si se tratase de un encuentro en privado con el ex dicta-dor; un benévolo recuerdo de uno de los dictadores más longevos de Europa. A la par, queda por completo oculta una dimensión factual; no se nombran cifras (que hablen de los muertos y de los desaparecidos), ni fechas; y mucho menos se evidencia lo que (en términos de muertos y desaparecidos) vendría después de la guerra. De tal modo, se impone la impresión de que el encuentro se hubiese realizado bajo un mandato apaciguador cual intercambio de fórmulas que confirman la buena voluntad post-con-flictiva de todos los involucrados. A diferencia de los y las descendientes de las víctimas y los victimarios del tiempo de terror en Argentina, no se hace mención de aspectos ideológicos, y mucho menos se analizan. Tampoco se hace uso de términos como ‘jus-ticia’ o ‘elaboración’; ni de conceptos como, justamente, ‘memoria histórica’. Un leit-motiv, empero, es la confirmación, archiconocida en el contexto de la ‘memoria espa-ñola’, de no ‘abrir las trincheras’ nuevamente.

¿Cómo se posiciona el vídeo, en tanto que soporte registrador, ante este escenario? Destaca, más allá de los efectos suavizantes ya mencionados, un truco fílmico en el retrato de la reunión que podríamos llamar tableau vivant, porque efectivamente pare-cería tratarse de pacíficas estatuas vivientes que reiteran, en una versión light y son-riente, las posturas de antaño. Llama además la atención el uso del plano picado en algunas secuencias. Esta técnica de angulación es la opuesta al plano contrapicado, usado con frecuencia a su vez en la propaganda fascista. La cámara registra en varias tomas los pies de lo/as participantes; esto ocurre ante todo al principio, en tomas a cámara rápida (como si estas quisieran retratar el paso del tiempo del pasado histórico hacia el presente del encuentro). En la mitad de la película, en cambio, se extrapolan los pies de Francis Franco, que se mueven mecánicamente, nerviosos (2:27–2:29).

Ahora, para ensamblar las distintas categorías de imágenes, es decir las que están en movimiento, como las televisivas y las de vídeo —las de Nadales, por ejemplo—, con las imágenes estáticas de la fotografía, como elementos de un intento de visualizar

30 Véase: http://es.dplay.com/dmax/espana-dividida-la-guerra-civil-en-color/ (2 julio 2018).

Véase además, y retomando las observaciones respecto a los intercambios transculturales en el campo de los estudios de la memoria, también la serie alemana, en el canal público ZDF: Die Wahrheit über Franco: Spaniens vergessene Diktatur: https://presseportal.zdf.de/pm/die-wahrheit-ueber-franco-spaniens-vergessene-diktatur/ (2 julio 2018).

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las narraciones de la guerra de España: ¿qué decisiones toma Aymá para sus retratos fotográficos? Y, ¿ hay efectos ‘colaterales’ que podrían ser interesantes, más allá de un análisis semiótico de la imagen?

A la sesión fotográfica de Aymá en el sentido estricto, le precede un acto ‘coreo-gráfico’ interesante, según la descripción del reportaje en El Mundo: el fotógrafo desea que lo/as participantes se unan, y después decide dividirlos en dos equipos que repro-duzcan los bandos ideológicos de los padres o abuelos. Pero los retratados se niegan; el nieto del dictador pronuncia: “¿[…] nos vamos a colocar unos en un lado y otros en otro? A mí no me parece bien.” (Francis Franco en Landaluce y Ortiz) De tal manera se desarma la formación pensada por el fotógrafo. El artículo periodístico describe como toma cuerpo este ‘desarme’, por ejemplo cuando María Eugenia Yagüe, hija del general responsable de la matanza de Badajoz (agosto de 1936), explica: “Y yo me cambio a este lado”, mientras que el hijo de un protagonista republicano asiente; y el texto de prensa transcribe: “[…] se oye a uno de los representantes del ala republicana dirigiendo sus pasos a la zona nacional.” (El Mundo) Como si se tratase de un reenactment, pero reformulado bajo los signos de una post-memoria post-ideológica. Ante este tras-fondo, nacen fotografías que a continuación serán puestas en correlación y en contraste con el método de trabajo del fotógrafo argentino Gustavo Germano.

Las uniones/separaciones fotosensibles de José Aymá y los dípticos fo-tográficos de Gustavo Germano

La producción de Germano más conocida es “Ausencias” de 2006.31 Esta reúne ca-torce fotografías familiares históricas tomadas en Argentina en los años setenta y otras catorce tomas correspondientes, realizadas varias décadas después, siempre en el mismo lugar donde fuera realizada la toma original, y reproduciendo el setting de esta. Germano opta por un formato específico, el díptico. Las duplas de “Ausencias”, unidas tras una (invisible) bisagra meta- o heterocrónica, dan testimonio ex negativo de la desa-parición forzada de al menos una de las personas presentes en la toma original, como en este caso que muestra al fotógrafo mismo y a sus hermanos:32

31 La publicación en forma de libro data de 2007. Germano además ha realizado variantes de este

proyecto, que tienen como objeto la desaparición forzada en Brasil, Uruguay y Colombia (2012-2106). Cf. la página web del fotógrafo www.gustavogermano.com (2 julio 2018).

32 Véase: http://www.gustavogermano.com/ Imagen 11 de 15. Se trata de una fotografía en la cual aparece Gustavo Germano con sus hermanos. Eduardo Germano fue desaparecido en diciembre de 1976. Al respecto: http://www.desaparecidos.org/arg/victimas/g/germano/ (2 julio 2018).

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El díptico se remonta a una tradición eclesiástica, en la que éste representaba un so-porte para la inscripción de los nombres de personas beneméritas o mártires; o también de los difuntos que se recordaban durante el acto litúrgico. Tales dípticos coexistían con los dípticos de vivos, y esta tradición, en uso hasta el medioevo tardío en Occi-dente, desembocó en distintos formatos de sistematización cronológica: entre ellos los calendarios y las necrologías, es decir dispositivos de registro de actividades y sucesos, las efemérides. Obviamente, en el momento de analizar la serie de dípticos seculares de Germano, viene también a la mente esta tradición del tríptico piadoso, de formato portátil y de función devocional y oracional. Pero Germano introduce, además, recur-sos estilísticos recursivos, anafóricos como elementos narrativos. En una toma de los años setenta por ejemplo se ve la misma mesa que en la fotografía tomada décadas después,33 señalando que el objeto perduró todo ese tiempo, a diferencia de tres de las personas retratadas ya que estas fueron desaparecidas. La imaginaria bisagra entre las dos tomas representa, en el fondo, un gap —elemento estructural del arte secuencial— que condensa lo inenarrable.

Para resumir el gesto deíctico de “Ausencias” valga diferenciar que las tomas que datan de la década de los setenta visualizan un número de constelaciones y escenas familiares, cumpliendo justamente con las convenciones de género del retrato familiar, mientras que sus contracaras postdictatoriales narran las historias de la supervivencia, mostrando quién sobrevivió la dictadura argentina del 1976 y quién no. La presencia de quienes sobrevivieron resalta a la luz de la ausencia de quienes ya no son más visi-bilizables, por haber sido asesinados y sus restos mortales haber sido desplazados.34 O como dijera Gabriel Gatti:

33 Véase imagen 3 de 15: http://www.gustavogermano.com/ (2 julio 2018). 34 Germano aplica otra técnica más, apostrófica y la vez criptográfica: el uso del asterisco (cf. Bolte,

“Estrategias”). En las fotografías en la cuales las víctimas de la desaparición causada por la última dic-tadura argentina están visiblemente ausentes, el respectivo nombre de la persona forzosamente de-pre-sentada, pero, en contraste, aún presente y nombrada en la fotografía original, es substituida por este glifo.

Imagen 7: Gustavo Germano: “Ausencias”

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Todas las fotos contienen una falta, y esa ausencia es tremendamente contundente. Hay algo ahí que no se ve pero que llena. Y que oprime y sobrecoge: mirar una foto es sopor-table, y dos y tres…Pero la serie completa produce un efecto terriblemente turbador, el de descubrir que el vacío, perdón, que ese vacío, está lleno (Gatti, Detenido 120).

Los retratos de José Aymá, en su organización formal hacen pensar en la obra de Ger-mano; pero ante todo en otro trabajo de este fotógrafo argentino, a su vez serial: “Dis-tancias” (2006–2009).35 En esta obra, Germano sigue desarrollando el “punto de par-tida” de “Ausencias”, trabajando sobre “los conceptos de temporalidad” y la puesta en paralelo de las imágenes (Berger36). En “Distancias” las fotografías se expresan sobre el exilio republicano español, sobre el “destierro” de aquellos de los cuales muchos nunca volverán.

Al igual que en “Ausencias”, Germano elige el ‘des-tiempo’ para esta obra: la des-temporalización, como concepto, y el arreglo heterocrónico como técnica. Hace uso de material de archivo —fotos de testigos directos cuando eran niños— para compa-ginarlos con tomas actuales de estos testigos que, a causa de su avanzada edad pronto no podrán más contar su historia. De tal forma, hace patente y visible el paso del tiempo y la(s) historia(s) que se han inscrito en él, como engramas que trazan el reco-rrido de incontables desplazamientos violentos, de los cuales algunos se vuelven ejem-plares gracias al lúcido dispositivo de la fotografía. A ambos lados de la bisagra se encuentran dos retratos separados por siete décadas: una imagen reflejada en la otra a través de un re-escenificación de lo que muestra la fotografía de partida.37

35 Véase http://www.gustavogermano.com/gallery/distencias/ (2 julio 2018). 36 El comentario se encuentra en el blog de Germano y data de 2013: gustavogermano.com/blog/

(2 julio 2018). 37 Imagen 4 y 15 de 15. Véase http://www.gustavogermano.com/#distancias (2 julio 2018).

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La transmisión del pasado congelado en este medio, la toma de los años 1930, que no es tanto un pre-medio, ya que dialoga de una forma equilibrada con la toma actual, sucede a través de un salto en el tiempo. De ahí que podríamos hablar de una serie metaléptica, que reúne imágenes profanas u oficiales (p. ej. fotografías de documentos de identidad) y las transciende hacia un plano de significancia mnemónica en el con-texto de la(s) ‘memoria(s) histórica(s)’ del mundo hispánico (además de Francia, mu-cho/as de los exiliados retratados se encuentran en México). En este marco, las imá-genes dan fe de la permanencia de los traumas causados: las “heridas invisibles” (Ber-ger) del trauma cobran relieve en el formato del díptico que abarca elementos del re-enactment: en el presente se vislumbran trazos del pasado.

¿Qué tienen que ver estas fotografías de Germano con aquellas de Aymá, que re-tratan a los descendientes de generales republicanos y nacionales en las trincheras de la guerra, guerra que conllevó un flujo de refugiados, algunos de los cuales serían re-tratados por Germano en imágenes separadas y al mismo tiempo unidas, del pre- y post-desplazamiento?

Dice John Berger: “Una fotografía es un punto, un instante detenido en el tiempo. Dos fotografías son dos puntos, dos instantes detenidos en el tiempo que de-terminan la línea que los une, reconstruyen la historia, revelan y denuncian la violencia imprescriptible del exilio. Dos puntos, dos lugares, dos momentos unidos en un gesto de memoria.” Más allá del paréntesis historiográfico —el registro del evento histórico de la guerra española— en el caso de la obra de Germano se trata de una observación de la diferencia; de las diferencias efectuadas por el paso del tiempo, como factor ob-jetivo por un lado, y por otro de las diferencias (traumáticas) causadas por la sustrac-ción de la identidad cultural y nacional tras el exilio.

Aymá también sondea la categoría de la diferencia a través de la yuxtaposición en formato de díptico; sin embargo sus fotografías son sincrónicas. Muestran respectiva-mente a dos sujetos sobrevivientes, descendientes de un tiempo ideológico que causó muchos miles de muertos y desaparecidos; crímenes que tuvieron sus responsables. La primera toma de la serie es quizás la más impactante porque en ella parecería que las

Imágenes 8 y 9: Gustavo Germano: “Distancias”

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diferencias entre el nieto del dictador Franco y Enrique Líster, hijo del general repu-blicano Enrique Líster, tendrían una correspondencia con ciertos clichés fisiognómi-cos:38

Esta impresión se debe, sin embargo, a ciertos recursos fotográficos empleados. Desde ya, ambos retratados visten una camisa clara, sin corbata, cuyo botón superior está abierto. Ambos retratados llevan anteojos. Sin embargo la faz de Francis Franco se muestra notablemente más lisa; el chiaroscuro que domina las fotos modela la expresión de suficiencia de Franco; y la de suspicacia en la cara de Líster. En cierto modo, en este último caso, también podría hablarse de una cara más marcada. El cristal izquierdo de los anteojos de Líster parece ahumado, o reflejar algo —un efecto óptico metafórico (que conlleva un cierto Bildrauschen)—. El ángulo elegido por el fotógrafo corresponde a un contrapicado, que logra un escorzo que distorsiona los rasgos al punto tal de aproximarlos. Por ejemplo, la curvatura de las bocas es casi idéntica a pesar de que la de Franco insinúa abiertamente una sonrisa, mientras la de Líster todo lo contrario. El fondo —¿una superficie arañada, un mármol de textura inquieta?— no está iluminado de la misma forma; el fondo del retrato de Francis Franco es más oscuro; la cara del retratado en consecuencia resulta más iluminada, su piel más clara.

En vez de recurrir, fotográficamente, a la categoría del enfrentamiento (histórico) de los dos sujetos fotografiados, Aymá opta por la yuxtaposición de los dos retratados, volviéndolos dupla a pesar del relato factual del binarismo ideológico que enfrentó a sus antecesores. Un verdadero enfrentamiento en el dispositivo fotográfico se hubiera podido realizar, por ejemplo, mediante una toma de perfiles en formato face to face. Sin embargo, esto no se habría correspondido con la idea de la reconciliación. Aunque quizás sí con la idea de un encuentro ‘en igualdad de condiciones’, un cara a cara.

La estrategia de Aymá pese a dar la impresión de superación de un viejo conflicto ya pasado, parecería haber sido entonces la de equiparar la imagen del nieto de Fran-cisco Franco y la del hijo de Líster, fundador de la PCOE, sobre una línea, en un ‘horizonte facial’ que sugiere un estatus de unión. De la misma manera, Aymá retrata a María Eugenia Yagüe y a José Luis Escobar (nieto de Antonio Escobar, quién rindió

38 Véase: http://www.elmundo.es/cronica/2016/07/17/57890937468aeb592b8b45ff.html (2 ju-

lio 2018).

Imágenes 10 y 11: Francis Franco y

Enrique Líster, por José Aymá

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sus tropas ante Yagüe). Este estatus podría sustentar el intento de re-acentuar el relato de la reconciliación entre las ‘Dos Españas’ en ocasión del 80° aniversario de la guerra.

En la unión que sugiere la dupla fotográfica en cuestión, empero, se intercala el ademán de una división que parecería trazar las huellas de una histórica anatomía ideo-lógica, así como también las sombras presénticas de un campo de batalla, del cual re-sultaron vencedores o vencidos. En todo caso, la lectura de esta dupla de imágenes estará siempre influenciada por el Vorwissen de que en el caso de Líster, se trata del hijo de un general republicano, y en el de Franco del nieto de un vencedor. Lo cual lleva a leer en la imagen n°11 la marca facial del vencido; y una expresión complementaria en la imagen n° 10.

¿Es comparable este arreglo fotográfico elegido por Aymá con las variadas estra-tegias aplicadas en la obra de Gustavo Germano, que expusimos?

Sin duda, el efecto logrado en las obras de Germano se vuelve problemático en la producción de Aymá, porque en Germano no se trata de ‘imaginar’ la historia de una rivalidad en un salto transgeneracional, sino de captar el paso del tiempo de un trayecto biográfico determinado por la experiencia de la violencia histórica y de trazar las con-tinuidades identificatorias que, no obstante la tragedia histórica vivida, siguen siendo visibles en un sujeto, o son logradas por ciertos arreglos de decorado, etc.

Otras preguntas: ¿Son comparables las constelaciones (Aufstellungen, en el sentido psicoanalítico) mnémico-generacionales que ocurren bajo la dirección de Aymá con las que ocurrirían en Argentina, de forma explícita en la obra post- y biodramática Mi vida después de Lola Arias, donde la dramaturga argentina reúne a hijos e hijas de víctimas y victimarios? (Arias; cf. Bolte, Gegen(-)Abwesenheiten 495–519) ¿Los y las retratadas por Aymá, se preguntan qué hacer con su estatus filial, descendiente? ¿Retumba en su en-cuentro la fórmula de Emilio Silva “soy nieto de un desaparecido”? ¿Existe entre ellos una noción de ‘catástrofe’ y/o un ademán paródico, como el que Gabriel Gatti reclama para su camada? ¿O sería más conveniente aplicar la noción de lo anastrófico? ¿Existe expresión alguna acerca de los ideales por los cuales lucharon los padres o abuelos? ¿O se trata ante todo de apostar por la reconciliación? ¿Credo que sustentaría, a posteriori, el narrative de la guerra de España como un mito (para-universal)? (Jünke 48–61; 98)

Esta cascada de preguntas tiene, por supuesto, la siguiente función: demostrar, por un lado, y reiteradamente, que los casos no son comparables y que por lo tanto la transferencia de varias de las preguntas no es lícita. Desde ya, porque los retratados no tienen el estatus de actores culturales o artísticos, como lo tienen muchos de los des-cendientes de víctimas y victimarios en Argentina. De modo que correspondería pre-guntar, además: ¿Cuál es la filiación de Aymá?

Por otro lado, las preguntas hechas más arriba dan fe de que el intento de un traslado de cuestionamientos prima facie, intransferibles, representa el gesto de curiosi-dad necesaria para que un sondeo tenga lugar.

El sondeo de la(s) ‘memoria(s) histórica(s)’ no es posible sin el soporte y las estra-tegias de los medios, estos ‘almacenadores y generadores de información’ (Jünke 63), que tal como observa von Tschilschke, se debaten entre la colaboración y la compe-tencia —al igual que los/as actore/as que los suministran—. Vezzetti subraya que el espacio público en el cual se pugna por la memoria (y su la visión más lícita, o más urgente, etc.) “se alimenta de la contradicción, incluso de la división” (Vezzetti 193). De tal modo, este se convierte en un campo que dice mucho sobre el presente, sobre

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los intereses y la proveniencia de sus actores (gubernamentales, institucionales, singu-lares, pero organizados en agrupamientos cívicos de derechos humanos o de académi-cos; y otros, no reconocidos oficial- o socialmente, apartados, marginados).

Los aspectos elucubrados en este ensayo son parte de una inquietud sobre el es-pacio medial y actoral de la memoria histórica social, incluidos los mecanismos apa-rentemente paradójicos: los mecanismos de separación que necesita la construcción del complejo y dinámico entramado que representa la memoria en colectivo, además de la entrada de esta en las memorias transculturales.

Nina Elsemann, en su valioso estudio, ha recorrido los caminos de un intercambio ejemplar tocante a los saberes del hacer memoria entre Argentina y España, que expe-rimentan luchas locales de la memoria, y a la vez se se sitúan en marco de las dinámicas del transfer entre distintas comunidades. Estas comunidades pueden ser descritas con la categoría de lo nacional (‘la memoria española’ y ‘la memoria argentina’), como es el caso en este ensayo; no obstante, y más aún teniendo en cuenta los nuevos aconteci-mientos en Argentina, cabría relativizar la idea de una política de la memoria impulsada por un gobierno (que suele ser limitado en el tiempo, limitándose con ello también el alcance de sus iniciativas, intervenciones o inversiones respecto a la elaboración del pasado histórico).

A la vez, urge enfocar las posibilidades de los medios: las opciones de la fotografía, por ejemplo, para visibilizar lo invisibilizado. Con todas sus implicancias de instanta-neidad por un lado, y de registro fantasmagórico por otro lado; enfocando su papel registrador de ‘obra de cámara’ como lo es el retratado encuentro entre lo/as descen-dientes de los generales españoles; su papel público, su difusión, su entrada a los me-dios masivos.

Igualmente cabe anotar que por más que se hable de la desaparición de la corpo-ralidad en los medios, estos son capaces de registrar y transmitir o transmutar a los aspectos bio-políticos; la presencia de unos u otros cuerpos, o su ausencia.

Las obras fotográficas que analizamos en este ensayo ponen a la vista el cuerpo de varias ‘series’ de sujetos, involucrados de distintas formas en la experiencia de un pa-sado (en plural), que hoy es el objeto de memorias históricas fuertemente debatidas o divididas. Las obras de Aymá y Germano muestran las distintas caras de un tiempo oscuro que solamente puede ser iluminado en sus divisiones, recurriendo a las estrate-gias mediales más diversas. Lo sorprendente es que en las dos obras se registra un ademán narrativo —ante todo en Germano, ya que el gesto de Amyá sin dejar de ‘con-tar’ algo, resulta más preséntico— pese a que los medios visuales, como anotara Jünke (66), no poseen un tiempo (gramatical) para el pasado.

Cierre: ¿“Industria del guerracivilismo” desde Argentina? O del on- y el offline de la ‘memoria histórica’

Para cerrar, se presenta una idea de otro campo de intercambio transcultural de me-morias entre Argentina y España: el literario. Cabe mencionar el caso de una joven escritora argentina que se inscribe en la narrativa sobre la guerra de España, que obligó a sus abuelos a exiliarse en Sudamérica. Con ello, participa de la mnemografía literaria dedicada a la historia del terror y la violencia acaecidos en el mundo hispánico. Andrea

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Stefanoni (nacida en 1976, cuando se instala el régimen de Videla) lanza en 2015 una novela titulada La abuela civil española. En este texto, la autora hace memoria sobre la trayectoria de sus parientes.

Bajo sospecha de ser partícipe literaria de una “industria del guerracivilismo” —etiqueta aparecida en España tras el debate iniciado por Javier Cercas39—, Stefanoni insiste en que los acontecimientos del pasado vivido por sus abuelos actúan aún en el presente.

Este aserto se sobreentiende si partimos de ciertos axiomas anticipados no sola-mente por Walter Benjamin sino, finalmente, más que aprobados por los estudios de la memoria. Sin embargo, el ejemplo de esta novela argentina pone de manifiesto una postura filial, descendiente, que nos interesa. Aunque basada en parte en el gesto entre patético y banal de afirmar que la propia escritura y por lo tanto autoría (sobre la his-toria narrada) no hubiera sido posible si los abuelos no hubiesen huído de la guerra, la obra de Stefanoni nos parece relevante como ejemplo de cómo la lucha en torno a la memoria histórica en España puede encontrar ecos transfronterizos desde Latinoamé-rica y de la pluma de la generación más joven (recordando que este intercambio, en el fondo, tiene una larga tradición en la historia de los exilios).40 Por otro lado, si partimos de la suposición de una cultura global —coyuntural— de la memoria, así como tam-bién de un auge de una literatura explícita de la memoria, debemos reconocer que esta literatura conlleva su respectivo ‘mercado’. Este mercado encuentra su representación y resonancia (más instantánea, horizontal o descarada, en fin: micromediática) en in-ternet. Y en este contexto, la obra de Stefanoni no es solamente producto de una cul-tura de la transferencia entre España y Argentina, sino además objeto de la transferen-cia de la mnemografía y la meto-mnemografía al espacio de los nuevos medios. Es decir: al igual que el foro, mencionado más arriba, consagrado a la descendencia de Jorge Videla, en la página del diario que reseña el libro de Stefanoni aparecen comen-tarios de usuarios. Estos son agrios y reflejan posiciones entre revanchistas, sabiondas, ominosas y puramente escépticas frente al campo de la producción cultural consagrada a la memoria histórica:41

39 Según esta lógica el término/concepto de ‘Memoria Histórica’ sería el teaser de una estrategia de

marketing. 40 Véase al respecto el evento “América Latina y el mundo ante la guerra civil española”, llevado a

cabo en Bogotá en los días 4-9 de abril de 2011. Https://bifea.revues.org/1700 (2 julio 2018). 41 Https://www.elconfidencial.com/cultura/2015-07-18/guerra-civil-memoria-historica-andrea-

stefanoni_932459/ (2 julio 2018).

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Valdría la pena realizar una exégesis detenida de estos comentarios y muchos otros más, que servirían como ejemplo de ciertas fórmulas típicas entre las comunidades que se expresan en la Web. El marco de este artículo nos impide profundizar el análisis de estos comentarios en los que, como estudiamos en otra ocasión, ya mencionada (Bolte, “Estrategias”), juegan un rol importante las fórmulas mnemónicas que comparten un trabajo de la memoria virtual, aunque estas siempre están conectadas con los discursos offline, es decir: una mixed memory por antonomasia.

Paralelos a estos foros dinámicos, pensados para que el público comente ofertas comerciales dedicadas a la memoria histórica (en este caso la novela de Stefanoni), corren los proyectos de las asociaciones civiles entregadas al trabajo mnemónico em-pírico (y muchas veces: ‘afectado’). En los sitios virtuales de asociaciones o agrupacio-nes como Proyecto Desaparecidos (Bolte, Gegen(-)Abwesenheiten 135)42 o de la ARMH, que en parte brindan acceso al mundo de los archivos (digitalizados), no caben (aunque los hay) comentarios como los citados. Tanto más necesario sería su análisis.

Llama la atención que se comente de forma negativa el hecho que Stefanoni sea argentina; este dato identitario conduce a la sospecha de que la autora habría inventado la historia que narra (para vender su libro). No se menciona el concepto de una me-moria transcultural. Tampoco se postean comentarios meta-literarios (aunque sí paró-dicos (cf. #49)); además los comentarios no se interconectan realmente entre sí; no se realiza ni una super- ni una intra-visión.

Tanto más destaca un post que parecería remitir a alguien de amplio conocimiento histórico, especialmente de la historia de los vencidos en Europa, aunque este aporte resulte demasiado proliferante y un tanto desubicado. La crítica de este comentarista, que se identifica como “nieto y sobrino de un fusilado por los vencedores de la guerra civil” trabaja en base a la fotografía, como un medio de la verificación.

42 Véase nota 35 donde se cita una entrada en este proyecto.

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Dicho comentario recibirá más likes (23) que aquellos que mostramos más arriba. Sin embargo, las intervenciones que más likes recibieron son dos (# 42 y #43), uno de los cuales es posteado por un familiar (“a mi abuela le mataron dos hijos”). Ambos coinciden en que no se legitimaría “avivar” el horror (que según #43, nieto de aquella mujer que perdió un hijo por parte del bando fascista, otro por el republicano, habría sido olvidado con buena razón); #42 queda “emocionado” con el posteo de #43 y aprovecha la ocasión para disertar sobre la extendida historia de las batallas sobre suelo ibérico, concluyendo que: “[…][en] esta península nos hemos dado estopa durante si-glos, por lo que en estos tiempos que estamos viviendo la temporada de paz más larga de nuestra historia lo que conviene es hacer énfasis en lo que nos une y postergar lo que nos divide (no olvidarlo) porque si no por culpa de los rencorosos esto va a ser el cuento de nunca acabar.” Este comentario recibe la mayor cantidad de likes. ¿Cómo evaluar el resultado de esta contabilidad?

Los prosumers que accedieron a este sitio en internet encuentran una pseudónima unidad en el post que opina que la acción narrativa frente al horror histórico sería da-ñina, por interminable; y que esta infinitud (del relato de la división) se cristalizaría en forma de una continuada división. El comentario de este “lector influyente” equivale a una petición en favor de un momento narrativo cero; o de una censura de la actitud narrativa que Ricœur indicó como fundamental para nuestra relación con la historia.

¿Qué dice la autora del libro en cuestión? La autora no aparece en estos foros. Parecería no tener necesidad de intervenir, o el mercado (la editorial) no le otorgó la función de intervenir. Ante la ausencia de un meta-comentario autoral, recurrimos al inicio de la página en cuestión: aquí se encuentra una entrada no-verbal, la reproduc-ción de una toma fotográfica realizada por Robert Capa en 1939, que muestra una corriente de exiliados republicanos en Francia.43

43 Https://www.elconfidencial.com/cultura/2015-07-18/guerra-civil-memoria-historica-andrea-

stefanoni_932459/ (2 julio 2018).

Imagen 12: Robert Capa

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Hay, otra vez bajando al sitio dedicado a la novela de Stefanoni, un primer comentario que comenta esta imagen: “Refugiados republicanos españoles camino del campo de concentración de Argelés” (#50). Aquí nadie cliqueó ningún button; ni like, ni dislike. La toma “original” de Capa circula bajo la representación de la agencia de fotografía Mag-num Photos y se encuentra en internet con la siguiente información divergente: “FRANCE. Le Barcarès. March, 1939. Exiled Republicans being marched on the beach from one internment camp to another area by a French policeman (Negative from the “Mexican Suitcase”).44

Nadie parece haber verificado los datos de #50; el mismo comentarista tampoco remite a la fuente de su epígrafe. Pero aquí no se trata de controlar la cientificidad de las entradas realizadas por una comunidad de prosumers, sino de trazar el recorrido de estas; el estado emocional infeccioso que comparten algunas de ellas y su falta de in-tertextualidad con respecto a los meta-textos sobre la memoria histórica, a saber los discursos oficiales o de publicidad offline, por más controvertidos que sean. También es interesante el encabezado fotográfico del artículo sobre la novela de Stefanoni, por-que el medio de la fotografía no solamente cumple un papel fundacional en la historia de la guerras modernas, al registrar los acontecimientos durante la guerra de España (como antesala de la II Guerra Mundial)45, sino igualmente porque siguiendo a los planteamientos de las ciencias de la imagen este medio/arte, tan sustancialmente tem-poral —pasado y preséntico a la vez (Knaller 93)—, sería un correlato mnemónico consustancial al modo narrativo, en tanto que según Ricœur (y Didi-Huberman,46 entre otros) le brinda a la imaginación una función imaginativa en el sentido literal, comple-mentando la ‘legibilidad’ del pasado, con la ‘visibilidad’ (Stoellger 195).

La obra de Gustavo Germano, que se ha destacado como una obra significativa en la labor de reflexionar la historia de la desaparición forzada en Argentina, da indu-dablemente fe de esto. En España, la fotografía referida a la memoria histórica que fuese experimental, o conceptual al menos, aún está por formarse. Tanto más, los re-tratos de Aymá, su modo de visualizar aspectos de unión y de separación entre los y las descendientes de los generales de la guerra de España, son relevantes; y una prueba del papel tan eminente que juega la fotografía en el arte de la transmisión de saberes sobre el pasado. La breve ‘lectura fotográfica’ del encuentro entre descendientes de los dos bandos enfrentados en la guerra de España que brindó este ensayo, es solamente un inicio. Reiterando que de ninguna manera pretendemos comparar los casos de la memoria histórica y colectiva de Argentina y España en términos políticos; ni en tér-minos de las metáforas políticas (como las de las ‘Dos Españas’ y los ‘Dos demonios’), subrayamos el valor de las observaciones semióticas, siempre que se sitúen en el cuadro más general de las reflexiones sobre la transmisión de memorias competitivas y el papel específico que juegan en ella los soportes mediales.

Por lo tanto mencionamos otro capítulo de la muy consecuente obra de Gustavo Germano, que a su vez pone énfasis en los aspectos sinergéticos de la memoria trans-cultural: el proyecto “Búsquedas”47, dedicado al caso de los ‘niños robados’ en España.

44 Http://pro.magnumphotos.com/image/NYC106145.html (2 julio 2018). 45 Véase otra vez nota 8. 46 Entre las reflexiones de Didi-Huberman, en parte contestatarias a las de Ricœur, se encuentran

el concepto de la “survivance” y la ‘temporalidad anacrónica’ de las imágenes (Didi-Huberman; Stoellger 194s.).

47 Http://www.gustavogermano.com/#busquedas (2 julio 2018).

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Como aclara justamente Gabriel Gatti, esta práctica criminal desemboca en un “relato común” que atraviesa “la historia reciente de España, desde el fin de la Guerra Civil, en 1939, hasta bien entrados los años 90 del siglo XX”. Germano se hace cargo de traducir facetas de este relato al medio visual —y a la vez lo compagina con la historia de la búsqueda de un instrumentario, llevada a cabo por Abuelas de Plaza de Mayo, su lucha contra el olvido (argentino), mediante los métodos de la identificación molecu-lar—:48

Germano retrata algunos resultados de esta búsqueda, con la intención expresa de que contribuyan como medios de anticipación a quienes en España recién están organi-zando una tarea de eminente importancia para la sociedad española. En la imagen n°13, inundada de un significante blanco, una mujer que busca a su hermana nacida en 1964; en la imagen n°14, dos hermanos argentinos de los cuales uno, que fue dado en adop-ción ilegal tras el asesinato de su madre (ocurrido junto a otro asesinato que tocó una familia retratada en la serie “Ausencias”), recuperó su identidad genética en 1995.49

48 Véase http://www.gustavogermano.com/#busquedas (2 julio 2018). 49 Imagen 10 de 23; imagen 22 de 23. Véase http://www.gustavogermano.com/#busquedas (2

julio 2018).

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La serie de Gustavo Germano, por lo tanto, representa una cámara lúcida contra la zona gris de una historia, llevada a la luz de la España postdictatorial a muy avanzada hora, y que aún está sin resolver. Las fotografías finales de esta serie estatúan un mo-delo transatlántico esperanzador y participan de la construcción de un nuevo mito: el de la búsqueda post-dictatorial y sus finales abiertos.

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Tradiciones críticas encontradas en torno a la literatura testimonial del Holocausto y a la literatura del testimonio1

Patricia Cifre Wibrow Universidad de Salamanca

Resumen: En el presente ensayo se analiza el posicionamiento adoptado por parte de la crítica literaria a ambos lados del Atlántico frente al testimonio en tanto que instrumento de denuncia de injus-ticias perpetradas en contextos históricos traumáticos. Ello se lleva a cabo a través del análisis de los escándalos por los que se vieron rodeados los testimonios de Rigoberta Menchú (acti-vista guatemalteca que obtuvo el Premio Nobel de la paz en 1992), Enric Marco (Presidente de la Sociedad Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo de España) y Binjamin Wilkomirski (famoso por una autobiografía en la que describía sus supuestas expe-riencias en los campos de exterminio nazis). Las reacciones suscitadas por dichos escándalos ilustran el distinto papel atribuido a la categoría de la autenticidad testimonial y autobiográfica por parte de la tradición crítica surgida en torno a la Shoah y por parte de la que se ha desa-rrollado a partir de la literatura del testimonio latinoamericano. Lo que se pretende mostrar aquí es que las diferencias observables en cuanto a las delimitaciones trazadas entre los géneros ficcionales y los no ficcionales se ven fuertemente determinadas por la memoria cultural de cada país y por la distinta función social que se le asigna a la figura del testigo, función que depende esencialmente del posicionamiento adoptado frente a los acontecimientos más trau-máticos del propio pasado nacional. Palabras clave: autobiografía, testimonio, literatura del Holocausto, literatura del testimonio latinoamericano, memoria cultural, Rigoberta Menchú, Enric Marco, Binjamin Wilkomirski Abstract: This essay examines the critical reactions to the scandals associated with the testimonies of Rigoberta Menchú, Binjamin Wilkomirski and Enric Marco in order to undermine the differ-ent comprehension and reception of Holocaust testimonial literature and Latin American ‘li-teratura del testimonio’. The critical responses to Rigoberta Menchú’s autobiographical dis-honesties as representative of the suffering of Guatemala’s indigenous people and to Binjamin Wilkomirski’s and Enric Marco’s false testimonies as Holocaust survivors show that the com-prehension of the testimonial genre depends in great part of the understanding of the limits between fictional and non-fictional genres, understanding which is strongly determinated by the different national memory cultures. The aim of this article is to critically challenge the role played by these different cultural memories in the reception of testimonial literature. Keywords: autobiography, testimony, Holocaust literature, Latin American ‘literatura del tes-timonio’, cultural memory, Rigoberta Menchú, Enric Marco, Binjamin Wilkomirski

1 Esta investigación ha sido llevada a cabo en el marco del Proyecto de investigación Topografías del

recuerdo. Espacio y memoria en la narrativa alemana actual (FFI2015-68550-P) financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación y el Fondo Europeo de Desarrollo Regional (FEDER).

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Debido al extraordinario prestigio del que gozan hoy en día los testimonios de memo-rias de traumas sociales se ha hablado de nuestra era como de una “era del testigo” (Wieviorka). Esta sensibilidad frente a la cultura testimonial se desarrolló sobre todo a partir del Holocausto, que ha llegado a ser percibido como paradigmático en este sen-tido. ‘Auschwitz’ se ha convertido en un símbolo, en la cifra misma del mal. Ello ha dado lugar a un proceso de universalización que a veces induce a olvidar que todo testimonio está rodeado de una trama de interpretaciones que son las que determinan su impacto social, impacto que varía de unos países a otros dependiendo de la memoria cultural vigente. Se hace necesario, por tanto, estudiar el testimonio también como práctica social, cuyo significado depende no ya solo del testigo y de lo que relata, sino también del destinatario individual o colectivo que lo acoge.

Entender la literatura del testimonio como praxis social permite explicar las llama-tivas diferencias que cabe observar en el manejo de los criterios éticos y estéticos me-diante los cuales se determina su valor. En el presente ensayo se analizarán algunas diferencias entre el posicionamiento adoptado por parte de la crítica a ambos lados del Atlántico, en países como España, Alemania, Suiza, Guatemala y otros países de Amé-rica Latina, así como en EEUU, frente al testimonio. Ello se llevará a cabo a través del análisis de los escándalos por los que se vieron rodeados los testimonios de la activista guatemalteca Rigoberta Menchú, que obtuvo el Premio Nobel de la paz en 1992; de Enric Marco, que fue presidente de la Sociedad Amical de Mauthausen y otros campos y de todas las víctimas del nazismo de España; y del suizo Bruno Dössekker, conocido como Binjamin Wilkomirski, famoso por una autobiografía en la que describía sus presuntas experiencias en los campos de exterminio nazis. Las reacciones críticas suscitadas por dichos testimonios ilustran el distinto papel atribuido en diversas culturas de la memo-ria a la categoría de la autenticidad. En este contexto se revelan asimismo las diferencias existentes entre la crítica literaria surgida en torno a la Shoah y la que se ha desarrollado en relación con la literatura del testimonio latinoamericano. Tales diferencias se derivan en último término de la distinta función que cada cultura atribuye al testimonio en tanto que instrumento de denuncia de injusticias perpetradas en contextos históricos traumáticos.

El caso Wilkomirski El escritor suizo Binjamin Wilkomirski alcanzó un gran prestigio literario a raíz de la publicación de su autobiografía Bruchstücke. Aus einer Kindheit 1939–1948 (1995), en donde narraba sus experiencias infantiles en los campos de concentración nazis (Wil-komirski). El texto, traducido tan solo dos años más tarde al castellano bajo el título de Fragmentos. De una infancia en tiempos de guerra, obtuvo numerosos premios literarios como el “National Jewish Book Award”, concedido en Nueva York, el “Jewish Qua-terly Literary Prize”, obtenido en Londres, o el “Prix Mémoire de la Shoa” en Paris. El escándalo estalló dos años después de su publicación, cuando el escritor Daniel Ganz-fried, hijo de supervivientes del Holocausto, demostró que Binjamin Wilkomirski se llamaba en realidad Bruno Dössekker, había nacido en Suiza, y nunca había estado en un campo de concentración a no ser como turista. El nombre de Binjamin Wilkomirski

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lo había adoptado ya de adulto a raíz del encuentro con un superviviente del Holo-causto que creyó reconocer en él a un familiar. Para el historiador Stefan Mächler, Bruno Dössekker, alias Wilkomirski, no actuó de mala fe, sino bajo la influencia de un tratamiento psicoanalítico en el transcurso del cual descontextualizó los recuerdos in-fantiles previos a su adopción por parte del matrimonio Dössekker (Mächler). La sus-ceptibilidad e incluso agresividad con la que Wilkomirski reaccionó frente a las pre-guntas que le fueron planteadas por Daniel Ganzfried convencieron a este de todo lo contrario; en su opinión, el autor no era víctima de falsos recuerdos, sino que mintió de forma consciente y deliberada. El complejo proceso de investigación acometido por Ganzfried para desenmascarar la impostura de Wilkomirski aparece documentado en su libro …alias Wilkomirski. Die Holocaust-Travestie. Enthüllung und Dokumentation eines literarischen Skandals —„…alias Wilkomirski. La parodia del Holocausto. Revelación y documentación de un escándalo literario”—, en donde describe las presiones que hubo de soportar durante dicho proceso de investigación, en el transcurso del cual fue acu-sado de actuar movido por la envidia. En su libro aparecen recogidas, asimismo, las reflexiones formuladas por personalidades como Imré Kertéz, Ruth Klüger (“Kitsch”) o Claude Lanzmann una vez que se consideró probada la impostura gracias a la locali-zación por parte de Ganzfried de la partida de nacimiento y los documentos de adop-ción de Dössekker. Aun así transcurrieron meses hasta que la editorial Suhrkamp to-mara finalmente la decisión de retirar el libro del mercado, cosa que sucedió unos días antes de la emisión de un documental en la cadena de televisión suiza 3Sat y ante la inminente aparición de un artículo de Daniel Ganzfried en el semanario suizo Die Weltwo-che titulado “Deutscher Verlag hält mit Hilfe von Schweizer Agentur an Holocaust-Lüge fest” (Ganzfried 151–152) —“Editorial alemana y agencia literaria suiza siguen avalando falsificación sobre el Holocausto”—.

Lo interesante del caso es que una vez que estalló el escándalo no solo se produjo una condena moral del autor, sino también una radical descalificación de su obra en términos literarios. A partir de ese momento el carácter altamente fragmentario de Bruchstücke, interpretado hasta este momento como síntoma de una memoria trabajo-samente recuperada, pasó a ser entendido como parte integrante de una falsa retórica de la autenticidad. Lo mismo sucedió con la nitidez casi fotográfica de sus imágenes, que fueron reinterpretadas como reveladoras de la dependencia del autor de los docu-mentos fílmicos y fotográficos en los que se apoyó a fin de suplir lo no vivido. Nadie invocó el argumento de que toda reconstrucción autobiográfica entraña un cierto grado de narrativización, y por tanto de falsedad, sino que se habló directamente de falsificación y de mentira. De nada le valieron a Wilkomirski sus aseveraciones de que todo cuanto había relatado tenía una base documental, pues se consideró que en vista del uso fraudulento que había hecho de las marcas de autenticidad esto ya no era rele-vante.

Las alabanzas que inicialmente contribuyeron al éxito mediático de Wilkomirski se convirtieron en una fuente de desprestigio para las personas e instituciones involucra-das. En su descargo, estas señalaron que habían leído el texto como un testimonio, esto es, como un acto comunicativo encaminado a poner en conocimiento de la comunidad una injusticia padecida por el propio autor. Ello los habría inducido a dejar de lado las consideraciones de tipo estético o relacionadas con la verificabilidad de lo narrado para concentrarse en el relato de la experiencia. Dicho argumento fue ampliamente acep-tado, también por parte de Elsbeth Pulver que no se había ocupado anteriormente del

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caso, pero que ahora señalaba que también a ella le hubiera resultado indecente y hasta inhumano desconfiar de un autor que se sometía a un proceso rememorativo tan trau-mático (Pulver 158). Elie Wiesel, escritor y superviviente de los campos de concentra-ción, galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1986, decía haber pasado por una experiencia similar en relación con la supuesta autobiografía de Jerzy Kosinski El pájaro pintado (1965), pues cuando Kosinski le comentó que se trataba de un texto autobio-gráfico, Wiesel rompió la recensión que ya tenía redactada y escribió otra nueva, mucho más elogiosa (Mächler 230), solo para enterarse unos años más tarde, en 1982, de que se trataba de un falso testimonio. En este contexto, no deja de resultar significativa la predilección que sentía Wilkomirski por este libro en particular, con el que su obra presenta, según Mächler, marcadas coincidencias (Mächler 230).

Especialmente sensible a la función apelativa de los textos testimoniales se muestra la crítica en países como Alemania, Israel o EEUU, en donde se ha gestado una cultura de la memoria fuertemente orientada a mantener vivo el vínculo con el pasado, poten-ciando la identificación con las víctimas. Los testimonios de los supervivientes son valorados en este tipo de comunidades rememorativas como un medio a través del cual establecer un lazo entre presente y pasado, entre las víctimas y la sociedad actual de-seosa de ofrecerles una reparación, aunque tardía y puramente simbólica. De ahí la emotividad casi automática con la que se responde a la literatura testimonial del Holo-causto. En cuanto se descubre, sin embargo, que el testimoniante ha abusado de la con-fianza que los lectores depositan en la referencialidad y veracidad de este tipo de textos, la especial empatía con la que son acogidos se torna en indignación.

Dentro del campo de la crítica literaria, esta cultura rememorativa se traduce en un tratamiento sumamente diferenciado de la literatura testimonial del Holocausto, a la que se aplican criterios de valoración distintos a los manejados en relación con las autobiografías comunes y corrientes, a las que se permite un cierto grado de libertad en relación con las fronteras existentes entre lo recordado y lo reinterpretado. No así en relación con la literatura testimonial, puesto que se entiende que los supervivientes del Holocausto no solo hablan por sí mismos, sino también en nombre de todos aque-llos que no pudieron contar sus sufrimientos. El uso del “nosotros” por parte de tantos testimonialistas indica que también ellos se sienten dolorosamente conscientes de la responsabilidad que asumen en tanto que portavoces de un destino colectivo. Claude Lanzmann comenta en este sentido que desde un primer momento le irritó el carácter tan marcadamente egocéntrico del testimonio de Wilmomirski, pues al leer tenía la impresión de que ese “yo”, “yo”, “yo” nada tenía que ver con el “nosotros” utilizado habitualmente por parte de los supervivientes del Holocausto (Lanzmann 204).

Mientras que las autobiografías comunes y corrientes, no ligadas al Holocausto, son interpretadas ante todo como reflejo de una psicología individual y enjuiciadas principalmente en función de su calidad estética, a la literatura testimonial del Holo-causto se la sitúa en los países germanoparlantes mucho más cerca del discurso histó-rico y documental, subrayando su compromiso con la verdad histórica. Las categorías estéticas más enfatizadas en relación con este tipo de literatura son las de la autentici-dad (relativa a la vinculación del texto con un referente verificable) y la veracidad (re-ferida al papel asumido por el narrador en tanto que testigo de los hechos relatados y garante de su verdad). Consecuentemente, cualquier apartamiento de la verdad y toda confusión consciente de las fronteras que separan lo ficcional de lo no ficcional es sancionada como una traición a la memoria de las víctimas y una vulneración del pacto

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autobiográfico y testimonial. Así lo ponen de manifiesto las reacciones críticas de los autores recogidos en la recopilación llevada a cabo por Daniel Ganzfried así como los análisis llevados a cabo por críticos como Sigrid Weigel, Willi Huntemann, Ruth Klüger (“Kitsch”) o Aleida Assmann. En su libro Der lange Schatten der Vergangenheit. Erinne-rungskultur und Geschichtspolitik —„La larga sombra del pasado. Cultura de la memoria y política de la historia”—, Assmann argumenta que el género testimonial adoptado por Wilkomirski no solo le exige al autor respetar la verdad fáctica, relativa a los he-chos, sino también la verdad autobiográfica, relativa a la categoría de la autenticidad. Apoyándose en una cita de Sigrid Weigel, que parte de la misma base, Assmann cons-tata que en relación con la literatura testimonial no cabe hablar de un “testimonio fic-ticio”, sino únicamente de un “testimonio simulado”:

El género del testimonio impone una obligación moral al autor en tanto que “testigo mo-ral” en relación con la veracidad de lo fáctico (¿qué es lo que exactamente he vivido?) y también con relación con la veracidad autobiográfica (¿se trata realmente de vivencias mías?). Por esto no puede haber, como señala Sigrid Weigel, un testimonio “ficticio”, sino tan solo un testimonio “simulado”. (Assmann 163; traducción propia)

La especificidad de esta recepción crítica y sus implicaciones para el caso Wilkomirski ha sido muy bien descrita por Ruth Klüger, una reconocida germanista que goza ade-más de un extraordinario prestigio en tanto que autora de una autobiografía sobre su internamiento en el campo de concentración de Theresienstadt (Klüger, Weiter leben). Para ella no cabe duda de que la autobiografía de Wilkomirski pierde todo su valor en vista de la falsificación identitaria perpetrada. Semejante impostura no puede ser pa-liada, en su opinión, a través de un re-etiquetado del texto como ficción, pues, implica una violación de la frontera que determina la realidad ontológica del texto. Desde su punto de vista, el escándalo suscitado por la autobiografía de Binjamin Wilkomirski demuestra que las fronteras genéricas entre los géneros ficcionales y no ficcionales tienen una base ontológica fundamental:

El motivo por el cual muchos lectores que se sintieron impresionados por Fragmentos du-dan ahora de su juicio crítico es que, de forma completamente justificada, leemos de otra manera un libro que interpretamos como historia que otro que nos es presentado como ficción. Nos las tenemos que ver con un texto que ha cambiado, porque ha pasado de un género a otro. Ello nos ofrece un buen ejemplo de cómo varía el valor estético del texto a raíz de este cambio. (Klüger, Weiter leben 227; traducción propia)

Willi Huntemann expresa esta misma convicción en su artículo “Zwischen Dokument und Fiktion. Zur Erzählpoetik von Holocaust-Texten” —“Entre documento y ficción. Sobre la poética narrativa de la literatura del Holocausto”— publicado en la revista Arcadia. Internationale Zeitschrift für Literaturwissenschaft, en donde remarca la importancia de la categoría de la autenticidad como piedra de toque del reconocimiento concedido a los supervivientes del Holocausto en tanto que autores de testimonios:

Lo que tiene en común la literatura del Holocausto con la autobiografía es su carácter literario y la importancia concedida a la autenticidad, pero se diferencia en cuanto a su contenido en la medida en que no está centrada en un destino individual, sino colectivo. Ello acerca este tipo de textos al testimonio, radicalizando la exigencia de autenticidad

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hasta convertirla en la prohibición de ficcionalizar sus materiales. (Huntemann 23; traduc-ción propia)

El caso Enric Marco La impostura de Enric Marco se originó en 1976, en un momento en que a raíz de la muerte del dictador Francisco Franco muchas personas en España estaban reacomo-dando su relato autobiográfico a las nuevas circunstancias políticas y sociales. El falso testimonio de Enric Marco apareció recogido ya en la primera recopilación que se pu-blicó en 1978 de los testimonios de los supervivientes españoles de los campos de concentración nazis en el libro de Eduardo Pons Prades y Mariano Costante Campo, Los cerdos del comandante (1978), y más adelante en la recopilación de David Bassa y Jordi Ribó Memòria de l´infern. Els supervivents catalans dels camps nazis (2002). La habilidad de Enric Marco a la hora de sacarle partido a esta identidad impostada se puso de mani-fiesto cuando fue elegido en 1977 Secretario General de la Federación catalana de la CNT y un año más tarde Secretario General de la CNT a nivel nacional, siendo expul-sado de la misma en 1980. Su oportunismo quedó nuevamente demostrado cuando en el año 2000 inició su aproximación a las asociaciones españolas de las víctimas de los campos de concentración nazis, justamente en el momento en que se estaba iniciando en España el así llamado boom de la memoria. Meses más tarde se produjo su elección como presidente de la sociedad Amical de Mauthausen y otros campos, momento a partir del cual se convirtió en la cabeza visible de la organización, divulgando su falso testi-monio a través de cientos de charlas y conferencias en escuelas, institutos, universida-des y otros foros culturales. En 2005 hasta llegó a hablar en el Congreso de los Dipu-tados en nombre de los casi nueve mil republicanos españoles deportados a los campos de concentración y exterminio del Tercer Reich.

El descubrimiento de su impostura se produjo en el año 2005 gracias al historiador Benito Bermejo, especializado en la investigación de las víctimas españolas de los cam-pos. Hacía años que este había detectado contradicciones en el relato de Enric Marco y tenía noticias de lo reacio que se mostraba el presidente de la Amical a compartir sus recuerdos con otros supervivientes. Por otra parte, miembros de la CNT le habían comentado que el nombre de Marco no figuraba en las listas de afiliados durante el Franquismo, circunstancia que este justificaba aludiendo al carácter clandestino de sus actividades. Las sospechas que todo ello levantaba no se vieron confirmadas hasta que Benito Bermejo logró localizar en los archivos del Ministerio de Asuntos Exteriores un documento acreditativo de la incorporación voluntaria de Enric Marco a un con-tingente de trabajadores enviados a Alemania en 1941. Confrontado con dicha eviden-cia, Marco reconoció que al final de la guerra no cruzó la frontera con Francia para unirse a la resistencia francesa ni nunca estuvo en un campo de concentración ni formó parte de la resistencia antifranquista como siempre había afirmado. Insistía, no obs-tante, en que fue detenido por la Gestapo cuando trabajaba en unos astilleros de Kiel e internado en una cárcel común. A su entender, ello había entrañado un sufrimiento similar al de los supervivientes del Holocausto:

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Soy un embustero, sí, pero no un farsante, ni un falsario. Lo mío fue una simple distorsión de mi propia historia. Me convertí en la voz y el brazo de los deportados porque yo tam-bién sufrí cárcel en Alemania. Que me digan qué diferencia hay entre la cárcel y el campo de concentración. No solo fui esclavo de los nazis, también resistente. (Reportaje sobre Enric Marco: “Soy un embustero, pero no un falsario”, El País (27 junio 2011))

La opinión pública se mostró indignada ante semejante impostura y los argumentos esgrimidos en artículos de opinión y las editoriales de los principales diarios fueron muy similares a los que aparecieron publicados en los medios suizos y alemanes a raíz del caso Wilkomirski. También en España se consideró que al presentarse falsamente como superviviente del Holocausto y miembro de la resistencia antifranquista, Enric Marco había profanado la memoria de las víctimas, tanto más cuanto que se había apropiado de su relato por motivos manifiestamente egoístas: “El inmenso respeto que cualquier bien nacido siente ante un superviviente de los campos de concentración nazis, ante uno de los republicanos españoles que allí murieron,” escribía Joan Maria Tomás en La Vanguardia, “es intransferible”. Y Gregorio Morán señalaba en el mismo diario que “Hay cosas con las que no se puede jugar, aquellas en las que cualquier frivolidad es crimen. Los campos de concentración nazis son una de ellas”. De forma similar, en el editorial de El País del 27 de junio de 2005 se planteaba la pregunta de “¿Cómo se puede hollar con la mentira el territorio sagrado de la memoria europea donde reposan el sufrimiento y la desolación suprema, la degradación mecánica, indus-trial, del individuo, el ejercicio de la máxima ignominia y barbarie humana?”

Entre tantas reacciones indignadas hubo, sin embargo, algunas que, aun coinci-diendo con las restantes en su rechazo moral del personaje, remarcaban el talento na-rrativo de Enric Marco. Una semana después de que estallara el escándalo aparecía publicado un artículo de Mario Vargas Llosa en El País en el que, al propio tiempo que manifestaba su repulsa moral ante la impostura de Enric Marco, le reconocía un extra-ordinario talento fabulador:

Sin embargo, a la par que mi repugnancia moral y política por el personaje, confieso mi admiración de novelista por su prodigiosa destreza fabuladora y su poder de persuasión, a la altura de los más grandes fantaseadores de la historia de la literatura. Éstos fraguaron y escribieron la historia del Quijote, de Moby Dick, de Los hermanos Karamazov. Enric Marco vivió e hizo vivir a cientos de miles de personas la terrible ficción que se inventó. (Vargas Llosa)

El novelista Juan José Millás declaraba en un programa radiofónico emitido por la Cadena Ser el 21 de noviembre de 2005 que “a través de la mentira [Enric Marco] ha contado aquello mejor que muchos que lo vivieron”, opinión compartida por Javier Cercas que convirtió a Enric Marco en el protagonista de una de sus “docu-ficciones” titulada El impostor (2014), en donde reflexiona sobre la ficción como una forma de imaginación que se alimenta de las experiencias realmente vividas. Las largas y frecuen-tes entrevistas mantenidas con Enric Marco favorecieron seguramente la adopción de una posición un tanto ambivalente por parte de Cercas, que describe en su libro el feroz interrogatorio al que sometió a Enric Marco a fin de inducirle a confesar sus mentiras, pero al propio tiempo lo disculpa aludiendo a las miserables condiciones de vida que le llevaron a buscar refugio en una ficción compensadora. En cualquier caso

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Cercas coincide con Vargas Llosa a la hora de remarcar el extraordinario talento narra-tivo de Enric Marco, aunque al propio tiempo señala que el suyo era un relato particu-larmente kitsch, dado que escondía la verdad en lugar de revelarla como hacen los gran-des narradores (Cercas 185).

Lo que parecen insinuar estos autores es que el testimonio de Enric Marco puede conservar su valor si es concebido como una ficción. Con ello dan carta de naturaleza al re-etiquetado que los críticos germanoparlantes descartaban tan categóricamente, y es que a su entender el caso de Enric Marco saca a relucir el carácter borroso de los límites entre los géneros documentales y ficcionales, recordándonos que el memoria-lista transita, igual que el novelista, por un espacio hecho de ausencias y de lagunas, motivo por el cual tiene que echar mano de la imaginación para dar cuerpo a sus re-cuerdos y urdir la trama de su relato. Esta relativización de las diferencias epistemoló-gicas y ontológicas en las que se basa la frontera establecida entre los géneros ficticios y documentales contrasta fuertemente con la interpretación que se hizo en Suiza o Alemania del caso Wilkomirski en tanto que ejemplificación que validaba la existencia de dicha frontera. La cuestión que a mi juicio no cabe pasar por alto al posicionarse frente a cualquier desdibujamiento crítico de las fronteras entre una autobiografía co-mún y corriente y la literatura testimonial es que semejante relativización de la diferen-cia entre la literatura del testimonio y otras manifestaciones literarias debilita la denun-cia que este tipo de literatura hace de una determinada violación de los derechos hu-manos, porque la efectividad de su denuncia depende en última instancia de su valor documental. La relativización del papel del autor-narrador como testigo reduce la cre-dibilidad de su testimonio en tanto que documento de una injusticia.

El caso Rigoberta Menchú

Coincidiendo con el quinto centenario de la llegada de Colón a América y con la de-claración de 1993 como Año Internacional de los Pueblos Indios, en 1992 se concedió el Premio Nobel de la Paz a la activista guatemalteca Rigoberta Menchú en reconoci-miento a su lucha por la justicia social y por el respeto a los derechos de los indígenas en Guatemala. Su fama provenía en gran parte del libro testimonial Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia (1985), surgido de una entrevista realizada en 1982 en París con la antropóloga de origen venezolano Elizabeth Burgos-Debrais. Dicho tes-timonio debe ser considerado, por tanto, como un “discurso testimonial mediato” (Sklodowska 109), producto de la colaboración establecida entre una testimoniante de veintidós años, que no estaba hablando en su lengua materna, el quiché, sino en espa-ñol, y una académica que contaba con la formación y los contactos necesarios para que el libro apareciera publicado en la prestigiosa editorial Gallimard. La forma discursiva adoptada borra las huellas de la intervención de Burgos-Debrais, que figura como au-tora del libro, de tal forma que la voz que se oye es, según se nos asegura en el prólogo, la de la testimoniante. En la pormenorizada descripción que se ofrece en el prólogo del tratamiento al que fueron sometidos las materiales recopilados durante la semana de intensa convivencia en que tuvieron lugar las entrevistas, la autora insiste en que su intervención estuvo orientada a preservar la autenticidad del testimonio, limitándose a

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organizar los materiales recogidos en cintas magnetofónicas, agrupándolos temática-mente.2 Un dato fundamental para la valoración de la intencionalidad a la que obedece dicho testimonio por parte de la joven activista es que esta había sido enviada a París como representante del Comité de Unidad Campesina (CUC), integrado por aquel en-tonces en el Ejército Guerrillero de los pobres (EGP), a fin de dar a conocer al mundo el genocidio que se estaba perpetrando en Guatemala contra la población maya y mes-tiza. Gracias a la proyección nacional e internacional obtenida a raíz de la publicación de su testimonio, Rigoberta Menchú pudo configurarse en los años siguientes como una figura políticamente significativa en Guatemala, usando el prestigio obtenido en apoyo del proceso democrático de su país, todo lo cual la convirtió en un verdadero símbolo para América Latina.

Su prestigio se vio, sin embargo, cuestionado por la publicación de la investigación llevada a cabo por parte del antropólogo estadounidense David Stoll quien durante diez años se dedicó a reunir documentación relativa a los hechos relatados en el testi-monio de Menchú, pretendiendo demostrar a través de 123 entrevistas con personas de su entorno que esta se había atribuido experiencias ajenas y había ocultado o fal-seado datos autobiográficos significativos (Stoll, Two Armies; Stoll, Rigoberta Menchú). Cierto es que tales acusaciones nunca hubieran alcanzado la difusión internacional que llegaron a tener de no ser por un artículo publicado en la primera página del New York Times el domingo 15 de diciembre de 1998, en donde Larry Rohter se hacía eco de las tesis de Stoll. En respuesta a las acusaciones vertidas contra ella, Menchú reconoció que efectivamente se había atribuido algunas vivencias ajenas, aunque al propio tiempo remarcaba que su intención nunca fue la de ofrecer un testimonio autobiográfico, sino la de narrar una experiencia colectiva, algo que ya había subrayado en su testimonio: “… no soy la única”, remarcaba al comienzo del mismo, “pues ha vivido mucha gente y [lo que voy a contar] es la vida de todos.” (Burgos 21)

Lo primero que se preguntaron los comentaristas latinoamericanos al reaccionar frente al artículo del New York Times fue por qué entre todas las noticias posibles sobre Guatemala se destacaban las investigaciones de un antropólogo prácticamente desco-nocido, empeñado en desacreditar el testimonio de una mujer que simbolizaba el re-conocimiento internacional del genocidio perpetrado contra la población indígena de Guatemala. Desde su punto de vista, tanto el artículo de Rohter como la investigación de Stoll obedecían a una motivación ideológica orientada a empañar no ya solo la cre-dibilidad de Rigoberta Menchú, sino la del movimiento de resistencia indígena, debili-tándolo políticamente en un momento especialmente sensible en el que se estaban dirimiendo en Guatemala las pasadas responsabilidades del gobierno dictatorial y su ejército. Para articulistas como la escritora y catedrática guatemalteca Carolina Escobar Sarti (127), la escritora y periodista Margarita Carrera, también de Guatemala (139), o el escritor uruguayo Eduardo Galeano (99), así como muchos otros recogidos en el libro editado por Arturo Arias bajo el título The Rigoberta Menchú Controversy, no cabía duda de que este ataque mediático estaba enfocado a desviar la atención desde el te-rrorismo de estado hacia la responsabilidad de la guerrilla. Lo que se estaba tratando de hacer, en palabras de Eduardo Galeano, era “sentar a las víctimas en el banquillo de los acusados” (102).

2 El complejo proceso de edición del texto también es comentado de forma muy interesante por

Marina Martínez Andrade y por Gustavo V. García (207 y ss.).

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Pero no solo en Latinoamérica se procesaron las tesis de Rohter y Stoll como una injerencia de los EEUU en el proceso democratizador guatemalteco; también en EEUU fueron numerosos los académicos procedentes de disciplinas como la antro-pología, los estudios culturales y literarios que salieron en defensa de Rigoberta Men-chú. Muchos habían incorporado su testimonio a sus programas lectivos, motivo por el cual se sintieron a su vez cuestionados por las críticas que ahora se dirigían contra ella. Todo ello hizo que la controversia muy pronto derivara hacia un debate entre los defensores del así llamado “canon occidental” y aquellos otros sectores que propug-naban la incorporación al canon de textos capaces de reflejar la otredad y la diferencia cultural, racial, de género y /o clase: “At one level, then, what is at stake in the United States is neither Menchú nor Guatemala, but academic authority” observaba Mary Louise Pratt (38). El propio Stoll salió al paso de las acusaciones vertidas contra él asegurando que no comenzó su investigación con la intención de desacreditar a Rigo-berta Menchú, pero que, una vez descubiertas sus tergiversaciones, consideró que no podían ser pasadas por alto, puesto que infringían uno de los principios fundamentales de la literatura testimonial, que es el de dar fe de algo vivido personalmente, visto con los propios ojos: “What matters is that Menchú was not the eyewitness that she claimes to be” sentenciaba (Stoll, Rigoberta Menchú 120). Para Larry Rohter la raíz del problema estribaba en la pretensión de Rigoberta Menchú de recoger el sufrimiento de todo un pueblo: “By presenting herself as a everywoman, she has tried to be all things, to all people in a way no individual can be” (Rohter 65).

A estas primeras reacciones se fueron sumando estudios académicos como los de Duncan Earle o Daphne Patai, que llegaban a la conclusión de que, a fin de crear la ficción de un frente indígena sin fisuras, Menchú había ocultado las divisiones internas entre los indígenas que apoyaban a la guerrilla y los que la acusaban de atraer la repre-sión del ejército sobre ellos. Su deseo de aumentar su propia representatividad en tanto que miembro del colectivo maya la habría inducido a ajustar su identidad a las expec-tativas asociadas a la literatura del testimonio latinoamericano en tanto que reflejo de una conciencia marginada, periférica, subalterna, exagerando su enraizamiento dentro de la cultura maya así como su papel en tanto que representante de una alteridad cul-tural. Esto la habría llevado a ocultar la formación recibida en un internado de monjas belga, presentándose como una analfabeta, minimizando sus conocimientos del caste-llano y omitiendo sus labores como catequista. Este tipo de omisiones estaban orien-tadas a disimular el proceso de ‘ladinización’ y aculturación, o transculturación, que tuvo que experimentar a fin de estar en condiciones de dar a conocer su testimonio. Por otra parte, en su relato Rigoberta Menchú se atribuye experiencias que son comu-nes al colectivo maya, pero que ella no ha vivido. Así, por ejemplo, cuando describe las durísimas condiciones de vida que tuvo que soportar cuando comenzó a trabajar a los ocho años junto con su madre y sus hermanos en una plantación de café, a pesar de que ella nunca trabajó en una finca (Burgos 55), o cuando relata cómo durante este periodo presenció la muerte de uno de sus hermanos por inanición. Especialmente impactante es la escena en la que describe cómo su hermano Petrocinio y otros guerri-lleros fueron quemados públicamente ante sus propios ojos: “Le habían rasurado sus partes. No tenía la punta de uno de sus pechos y el otro lo tenía cortado. Mostraba mordidas de dientes en diferentes partes del cuerpo. Estaba toda mordida la compa-ñera. No tenía orejas. Todos no llevaban parte de la lengua o tenían partida la lengua

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en partes. Para mí no era posible concentrarme, de ver que pasaba eso.” (203) Su her-mano y su madre efectivamente fueron secuestrados, torturados y asesinados por el ejército, pero parece que no ocurrió en su presencia ni sucedió tal y como ella lo des-cribe. En respuesta a las acusaciones vertidas por David Stoll, la propia Menchú argu-mentó que silenció determinados episodios de su vida a fin de proteger la identidad de personas con las que convivió.

Todo ello parece indicar que Menchú efectivamente antepuso en muchos momen-tos el mensaje ideológico a la verdad de los hechos. Sus defensores tienden a restar importancia a estas distorsiones de la verdad, argumentando que lo que se dirime en el debate suscitado en torno a su testimonio es sobre todo la cuestión de quién cuenta con la autoridad necesaria para narrar (García 12, 205; Peris 199–205; Beverley 81). Así, John Beverley se muestra convencido de que lo que Stoll no le perdona a Menchú es el hecho de contar con una agenda propia en lugar de limitarse al papel de “infor-mante nativa”. Y sin embargo el propio Stoll también tiene, según Beverley, una agenda oculta, pues, lejos de limitarse a verificar “hechos ciertos”, como afirma, hace todo lo posible por rebatir la tesis central de Menchú encaminada a demostrar que el conflicto armado surgió a consecuencia de la brutal represión a la que se veía sometida la pobla-ción maya. Frente a esto, Stoll trata de demostrar que la guerrilla siempre fue parte del problema, puesto que forzó a muchas poblaciones a colaborar en su lucha contra el ejército, lo cual dio lugar a que los pobladores quedaran atrapados entre dos frentes.

Apoyándose en la tradición crítica surgida en torno a la literatura del testimonio en Latinoamérica, muy influenciada a su vez por la antropología y la historia oral, los defensores de Menchú argumentan que las distorsiones autobiográficas detectadas en su testimonio resultan de su pretensión de prestar voz a los sin voz a pesar de tener ya superada dicha condición subalterna. Esta es una contradicción que a su modo de ver está presente en buena parte de la literatura del testimonio, puesto que para representar la subalternidad hay que contar con capacidades discursivas que en realidad no son propias de dicho colectivo (García 12). Por esto, entienden que el sujeto indígena que finalmente aparece representado en la mayoría de los testimonios es casi siempre hasta cierto punto una construcción artificial. De ahí la necesidad que ven de relativizar la importancia de la categoría de la autenticidad en relación con estas manifestaciones testimoniales. En lugar de hacer depender sus valoraciones críticas de la autenticidad autobiográfica, estos investigadores ponen el acento en la función pragmática del tes-timonio como herramienta de emancipación política. Aplicado al caso de Rigoberta Menchú, ello les lleva a argumentar que lo más destacable de su testimonio es el papel que desempeña en tanto que discurso de lucha capaz de ofrecer una imagen narrativi-zada de una experiencia colectiva.

Esta comprensión de la literatura testimonial como reflejo de un colectivo se ve reforzada por la circunstancia de que la cultura maya apenas si ha dado lugar a textos autobiográficos, dado que la memoria tiene en ella una dimensión ante todo colectiva. Tal y como señalan Marc Zimmermann, Luis Aceituno, Jorge Skinner-Klee o George Lovell y Christopher Lutz, dentro de esta tradición rememorativa apenas si se diferen-cia entre experiencias propias y ajenas, pues los relatos heredados de los padres o de otros miembros de la comunidad son procesados como si formaran parte de la propia experiencia personal. “Lo que Stoll realmente no entiende”, observa Arturo Taracena, que en su día organizó y asistió a parte de la entrevista entre Rigoberta Menchú y Eli-

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sabeth Burgos, colaborando posteriormente con la edición del libro, “es que un indí-gena a la hora de contar su historia se apoya tanto en el contexto individual como en el colectivo, interconectándolos” (Taracena cit. en Aceituno 91). Entender la literatura del testimonio como expresión de una experiencia comunitaria lleva a estos investiga-dores a restar importancia a las tergiversaciones autobiográficas de Menchú y a argu-mentar que lo relevante no es saber si su hermano efectivamente fue quemado vivo por el ejército en su presencia, como relata Menchú, o si fue muerto de un disparo después de ser secuestrado por el ejército, como pretende Stoll, sino que se trató de un asesinato político en medio de una atmósfera de terror como la que evoca Menchú en su testimonio:

Does it matter whether the Guatemalan army shot Menchu’s brother or torched him alive? […] Does it matter that one source of information says one thing and another something slightly different? Is not the most pertinent piece of information the incontest-able fact that murder took place for political reasons in an atmosphere of terror that all parties not only agree upon [...]. (Lovell y Lutz 177)

Recordemos que la propia Rigoberta Menchú también insiste desde las primeras pági-nas de su testimonio en la dimensión colectiva de la experiencia narrada, remarcando su intención de hablar como “portavoz de su gente”:

Me llamo Rigoberta Menchú. Tengo veintitrés años. Quisiera dar este testimonio vivo que no he aprendido en ningún libro y que tampoco he aprendido sola ya que todo esto lo he aprendido con mi pueblo y es algo que yo quisiera enfocar. […] Quiero hacer un enfoque [en] que no soy la única, pues ha vivido mucha gente y es la vida de todos. La vida de todos los guatemaltecos pobres y trataré de dar un poco mi historia. Mi situación personal engloba toda la realidad de un pueblo. (Burgos 21)

Así y con todo, es importante observar que en esta cita tan significativa Menchú invoca categorías consideradas incompatibles, pues según la comprensión tradicional de las fronteras entre los géneros ficcionales y autobiográficos, a la hora de narrar una expe-riencia se hace necesario elegir entre la opción autobiográfica (que permite contar la propia historia individual abarcando una experiencia limitada) y la opción de contar una historia colectiva (para lo cual se hace necesario amalgamar voces e historias dife-rentes, ya sea a través de la ficción o a través del recurso a materiales documentales). Desde el momento en que Rigoberta Menchú pretende hacer las dos cosas a la vez, su testimonio contraviene estas nociones genéricas, circunstancia que desde mi punto de vista resulta clave para entender el debate suscitado entre sus críticos. Y es que, si se analizan los argumentos esgrimidos por unos y otros, se comprueba que se apoyan en dos tradiciones críticas encontradas. Quienes desarrollan su comprensión del testimo-nio a partir de la literatura testimonial sobre el Holocausto tienden a concebir la litera-tura testimonial ante todo como manifestación de la memoria individual, remarcando la importancia de las categorías de veracidad y autenticidad autobiográficas, lo cual les lleva a mostrarse bastante más críticos con el testimonio de Menchú. Aquellos otros que se apoyan más en la tradición crítica derivada de la literatura del testimonio lati-noamericano tienden a entender el testimonio ante todo como manifestación de una identidad colectiva con una clara vocación de denuncia, motivo por el cual relativizan hasta cierto punto la categoría de la autenticidad, restando importancia al hecho de que

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el testimonio de Menchú incorpore experiencias no protagonizadas por ella misma. Ambas tradiciones críticas tienden a situar la literatura del testimonio más cerca del discurso histórico que del literario, pero desarrollan otra comprensión del concepto de referencialidad. De hecho, si se compara el debate surgido en torno a Rigoberta Men-chú con los casos de Binjamin Wilkomirski y Enric Marco, se observa que los sectores más críticos con Menchú tienden a juzgar su testimonio en base a los mismos criterios que fueron aplicados a los casos de Binjamin Wilkomirski y Enric Marco, enfatizando el vínculo establecido con un referente individual, mientras que para los defensores de Menchú el texto va referido a una identidad colectiva, lo cual les lleva a entender de otra manera las categorías de autenticidad y veracidad.

Correspondencias entre los tres casos La cuestión que se plantea al comparar estos tres casos es la de si hay que juzgarlos en función de los mismos criterios o si es posible rechazar como fraudulentos los testi-monios de Binjamin Wilkomirski y Enric Marco y no hacer lo propio con el de Rigo-berta Menchú. En este sentido, considero importante resaltar el hecho de que hay una diferencia fundamental entre ellos, dado que en el texto de Rigoberta Menchú las des-viaciones de la verdad autobiográfica tienen un carácter más puntual, mientras que los otros dos testimonios están basados en la asunción de una falsa identidad, motivo por el cual resultan completamente fraudulentos. Aun así resulta innegable que todo desvío de la verdad repercute negativamente en la credibilidad de un relato testimonial, algo que apenas si ha sido reconocido por parte de los defensores de Rigoberta Menchú, que prefieren arremeter contra las investigaciones de David Stoll antes que enfrentarse a las contradicciones presentes en el testimonio. De hecho, entre los defensores de la Premio Nobel, y en la media en la que me ha sido dado comprobarlo, únicamente Marc Zimmermann parece dispuesto a admitir que las investigaciones del antropólogo nor-teamericano marcaron un antes y un después en su lectura del testimonio de Menchú, puesto que sacaron a relucir una serie de contradicciones que no pueden ser pasadas por alto independientemente de la opinión que merezca el posicionamiento ideológico de Stoll. Marc Zimmermann acierta, en mi opinión, al insistir en su libro Literatura y testimonio en Centroamérica: proposiciones postinsurgentes en la necesidad de llevar a cabo una relectura crítica del testimonio de Menchú, una relectura capaz de poner en valor la aportación del mismo sin por ello cerrar los ojos ante el impacto que tienen sus desvíos de la verdad testimonial:

Muchos desearíamos que ella no hubiera distorsionado o aumentado mucho, desearíamos que su narrativa hubiera expresado más extensamente las dimensiones contradictorias de las políticas indígenas, etc. Quedamos desconcertados con respecto a los asuntos que son importantes para nosotros. Sin embargo, no podemos deshacernos del problema simple-mente rechazando a Stoll automáticamente o expresando nuestra frustración por su in-vestigación o su calculada presentación. […] Tengo la esperanza de que todos nosotros podamos usar el testimonio de Rigoberta Menchú y su más reciente libro […] más críti-camente y lo exploraremos yendo más allá de los usos simplistas de tiempos anteriores. (Zimmerman 209)

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Lo que no tiene sentido es tratar de relativizar la diferencia fundamental que existe entre sufrir un dolor en carne propia o ser testigo del dolor ajeno. No es lo mismo haber trabajado desde los ocho años de sol a sol en una plantación de café o relatar las experiencias de quienes sí han sufrido semejante destino. Presenciar un acto de tortura —ver como queman vivo a un hermano— es una experiencia traumática completa-mente diferente a los traumas asociados a la incertidumbre que rodea la figura de los desaparecidos. El argumento de que para la cultura indígena no sea relevante la dife-rencia entre las experiencias vividas en carne propia y las escuchadas o heredadas a través de los relatos de otros no resulta convincente en relación con una literatura centrada en experiencias tan traumáticas. Tanto más cuanto que el fuerte impacto ejer-cido por el libro de Burgos-Debrais en sus lectores se debe en gran parte a la impresión de inmediatez que produce un relato que desde el prólogo se presenta como la trans-cripción de la voz de una indígena de veintidós años dando fe de las desgracias pade-cidas por ella y su familia. Una vez que se rompe el pacto autobiográfico y testimonial así establecido, cambia inevitablemente la percepción que los lectores tienen del mismo, pues a partir de ese momento surge la pregunta por la intencionalidad ideoló-gica o propagandística a la que obedecen tales tergiversaciones, lo cual da lugar a una actitud mucho más crítica y menos empática por parte de los lectores.

Una vez analizadas las diferencias entre estos tres casos, se hace necesario pregun-tarse por el porqué de la fuerte resistencia demostrada sobre todo por parte de la crítica latinoamericana a aplicarle al testimonio de Menchú los criterios de valor manejados en relación con los casos de Binjamin Wilkomirski y Enric Marco. El factor más im-portante fue sin duda el hecho de que el testimonio de Rigoberta Menchú iba referido a una memoria aún en construcción, una memoria que estaba denunciando el genoci-dio que se estaba perpetrando en esos momentos en Guatemala, mientras que los tex-tos de Enric Marco y Binjamin Wilkomirski volvían sobre crímenes mucho más aleja-dos en el tiempo, que ya contaban con un reconocimiento indiscutible. Al denunciar el carácter fraudulento de los falsos testimonios de Enric Marco o Binjamin Wil-komirski, los críticos suizos, alemanes o españoles estaban saliendo en defensa de una memoria oficial firmemente asentada en sus respectivos países. Por este motivo apenas si hubo disenso entre ellos a la hora de censurar lo que fue percibido como un atentado contra un lugar de memoria firmemente anclado en la memoria cultural. El testimonio de Rigoberta Menchú iba referido, en cambio, a una memoria que aún era objeto de debate social y político, motivo por el cual hubo mucho más lugar para el disenso. Y por otra parte resulta fundamental no olvidar que los crímenes denunciados por ella tenían un carácter mucho más urgente: el testimonio de Menchú desvelaba ante el mundo una tragedia que estaba alcanzando su punto álgido en el momento mismo en que apareció publicado el texto, y es que el genocidio maya se produjo específicamente entre 1981 y 1983; al mismo tiempo que la entrevista entre Rigoberta Menchú y Elisa-beth de Burgos que tuvo lugar en 1982. Dos años antes, en 1980, había muerto el padre de Rigoberta Menchú, quemado junto a otras treinta y ocho personas en la Embajada de España en Ciudad de Guatemala; su madre y su hermano Petrocinio habían sido secuestrados, torturados y asesinatos por fuerzas del gobierno entre 1979 y 1980, y unos años más tarde, en 1984, se produciría el asesinato de otro hermano suyo.

Este es el marco en el que se inserta el debate desencadenado por las investigacio-nes de David Stoll, un marco que hay que tener muy presente a la hora de comprender la resistencia demostrada por buena parte de la crítica a cuestionar la legitimidad del

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testimonio de Rigoberta Menchú. Entre sus defensores se percibe la influencia de la tradición crítica desarrollada a partir de la así llamada literatura del testimonio latinoa-mericano, que en su caso tiene más peso que la tradición surgida en el entorno de la Shoah. A esta percepción del testimonio como un instrumento de lucha se une la con-vicción de que el propio posicionamiento crítico puede contribuir a modificar el lugar ocupado por Rigoberta Menchú dentro de la memoria cultural, de modo que para la mayor parte de los críticos lo más importante no es el testimonio de Menchú, sino la propia Rigoberta Menchú y su función social en tanto que lugar de memoria capaz de simbolizar la solidaridad para con las poblaciones indígenas y mestizas en Latinoamé-rica. Los propios críticos reconocen abiertamente que para ellos poner en duda la cre-dibilidad del testimonio de Rigoberta Menchú equivale a atacarla a ella, lo cual a su vez supone debilitar la causa que representa. Mientras que con respecto a los casos Wil-komirski y Marco sucede justamente al contrario, atacándolos a ellos se refuerza el lugar de memoria que sus falsos testimonios amenazaban con empañar.

Conclusiones Por un lado, las reacciones críticas aquí estudiadas ponen de manifiesto el carácter normativo del propio concepto de género literario, así como las dificultades inherentes a todo intento de delimitación. En “la loi du genre” (1980) —“La ley del género”— Jacques Derrida observa con la lucidez que le caracteriza que el concepto de género no solo implica la presencia de una norma y de un límite, sino que siempre alude tam-bién a algo que amenaza con confundirse con lo que se pretende delimitar. El límite trazado en defensa de la pureza del género pone de manifiesto la presencia de aquello que desde fuera amenaza con hibridizarlo. Las discusiones críticas aquí analizadas ofre-cen un ejemplo casi paradigmático de esta dialéctica del límite, pues, como se ha visto, las disensiones entre los críticos provienen de la diferente concepción que tienen del límite que separa el género testimonial del género autobiográfico, y también del límite que establecen entre la literatura y la historia. En efecto, dependiendo del lugar en el que es situada la literatura del testimonio con respecto a la literatura, por un lado, y a la historia, por otro, varía la importancia concedida a las categorías de veracidad y au-tenticidad. En Centroeuropa, en donde la literatura testimonial es situada muy cerca de la historia, se enfatizan especialmente las categorías de autenticidad y veracidad que vinculan el texto a su referente, aunque hay diferencias entre países como España, en donde se pone más énfasis en el hecho de que también el relato testimonial tiene una componente literaria significativa, y en Alemania, en donde se enfatiza la diferencia ontológica entre los géneros de ficción y no ficción. Frente a ello, la tradición crítica surgida en relación con la literatura del testimonio latinoamericano subraya sobre todo la función pragmática del testimonio en tanto que literatura de resistencia, a resultas de lo cual su posicionamiento con respecto a la historia o la literatura resulta más variable. Lo que se ha tratado de mostrar aquí es que tales diferencias no obedecen a motivos arbitrarios, sino que responden a los diferentes modelos de memoria cultural estable-cidos en dichos países.

Es decir que las reacciones críticas aquí estudiadas no solo ponen de manifiesto el carácter normativo del propio concepto de género literario, sino que ante todo mues-

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tran el papel ejercido por la memoria cultural de cada país en relación con los posicio-namientos crítico-literarios frente a la literatura del testimonio. Como se ha visto, en el caso de Alemania y Suiza el establecimiento de fronteras tan rígidas entre los textos testimoniales sobre el Holocausto y otros textos literarios se ve propiciado por el pro-ceso de sacralización experimentado por la Shoah, sacralización que tiene el efecto de hacer más empática la lectura de los textos producidos por los supervivientes de los campos, pero que también contribuye a acentuar la indignación frente a todo abuso del especial respeto con el que son acogidos los testimonios en tanto que relatos auto-biográficos absolutamente auténticos y veraces. Quiere esto decir que la conceptuali-zación de la literatura de la Shoah como un ‘caso aparte’, que no goza de las mismas libertades concedidas a una autobiografía común y corriente, se debe en último término al extraordinario valor concedido a los testimonios de los supervivientes.

En España el tratamiento crítico de la literatura testimonial del Holocausto parece verse influido por la recepción dispensada a la literatura sobre la guerra civil y el fran-quismo. La marcada obsesión demostrada por buena parte de esta literatura por pro-piciar una reconciliación de las memorias divididas explica el frecuente recurso a la ficcionalización de la memoria, dado que dentro del terreno de la ficción resulta más fácil realizar los ajustes requeridos a fin de establecer un precario equilibrio entre ven-cedores y vencidos (Cifre Wibrow). Ello ha contribuido, a mi juicio, a propiciar la fle-xibilización de las fronteras entre la ficción y la no ficción en relación con los relatos sobre las experiencias vividas durante la guerra civil y el franquismo, acostumbrando a la crítica a todo tipo de hibridaciones, e induciéndola a conceder menos importancia que en otros países como Alemania o Suiza al hecho de que tales hibridaciones restan fuerza a la denuncia que actúa como eje central de la literatura testimonial.

La recepción crítica de la literatura del testimonio latinoamericano tiende por ende a destacar ante todo el papel desempeñado por la literatura testimonial en tanto que elemento de anclaje del movimiento de resistencia indígena. Este es el principal re-clamo con el que la literatura del testimonio latinoamericano atrae a sus lectores, invi-tándoles a solidarizarse a través de ella con un colectivo oprimido. El destino individual narrado aparece en ella como la encarnación de un destino colectivo. Al definir la lite-ratura testimonial en base a la denuncia que hace de una injusticia, la crítica en realidad no hace más que hacerse eco de estas pautas de recepción. Por otra parte, la actualidad y la urgencia de los conflictos aludidos contribuyen a reforzar la importancia de su mensaje ideológico. Así lo ponen de manifiesto las airadas reacciones con las que los críticos latinoamericanos salieron mayoritariamente en defensa de Rigoberta Menchú. Para ellos no se trataba tan solo de defender a la activista, sino ante todo de proteger lo que ella simbolizaba, aunque ello entrañara la relativización de una serie de categorías éticas y estéticas como la veracidad o la autenticidad que en otros contextos sin duda hubieran destacado.

En último término los casos aquí analizados no solo ilustran las diferencias exis-tentes entre las dos tradiciones críticas formadas a partir de la literatura del testimonio latinoamericano, por un lado, y la literatura testimonial del Holocausto, ya sea esta alemana, suiza o española, por otro, sino que además enfatizan el papel desempeñado por la cultura de la memoria de cada país. Lo que se ha podido observar aquí es que a la hora de regular la visibilidad, el significado y el impacto social de la literatura testi-monial, la crítica se ve profundamente influída por la función social que la cultura de la memoria dominante en cada país atribuye a la figura del testigo, función que depende

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esencialmente de la disposición con la que cada sociedad se enfrenta a los aconteci-mientos más traumáticos de su pasado.

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Memorias conflictivas en El desierto de Carlos Franz

Elide Pittarello Universidad Ca’ Foscari, Venecia

Resumen: Los acontecimientos históricos de la novela El desierto de Carlos Franz cubren la dictadura chilena y la transición entre 1973 y 2005. En este trabajo se analiza la manera de tratar los temas de la memoria histórica siguiendo el modelo de tragedia griega, especialmente la interacción entre lo apolíneo y lo dionisíaco elaborados por Friedrich Nietzsche. Tomando como punto de partida el proceso de la memoria histórica alemana, el autor representa el trauma chileno como una cuestión universal con un enfoque transnacional y cosmopolita. Desde el punto de vista trágico, integrado con los conceptos de la biopolítica, el análisis de El desierto cuestiona los problemas de la culpa, de la responsabilidad individual y colectiva, de la práctica de la violencia y la justicia. Sin embargo, no es posible dar con una solución racional. El estilo narrativo de la novela juega un papel fundamental en la presentación de la libertad humana como enigma. La estructura discontinua de la trama, basada en escenas simbólicas y elipsis referenciales entre otras técnicas literarias, concluye con un final circular, nihilista. Se subraya así el origen oscuro del mal y su resistencia fatal contra la esperanza de que pueda haber una civilización habitable. Palabras clave: Carlos Franz, El desierto, memoria transnacional, tragedia griega Abstract: The historical events of the novel El desierto by Carlos Franz concern the Chilean dictatorship and the transition between 1973 and 2005. In this paper we discuss how the topics of historical memory are dealt with following the model of Greek tragedy. It is especially based on the interaction between the Apollonian and the Dionysian principles elaborated by Friedrich Nietzsche. Starting with the process of German historical memory, the author represents the Chilean trauma as a universal question with both a transnational and a cosmopolitan approach. From the tragic point of view, integrated with the concepts of biopolitics, the analysis of El desierto questions the issues of guilt, of individual and collective responsibility, of the practice of violence and justice. However, no rational solution can ultimately be found. The novel’s narrative style plays a fundamental role in the presentation of human freedom as an enigma. The discontinuous structure of the plot, based on symbolic scenes and referential ellipses among other literary techniques, concludes with a circular, nihilistic ending. It underlines the obscure origin of evil and its fatal endurance beyond hope for any livable civilization. Keywords: Carlos Franz, El desierto, transnational memory, greek tragedy

Antecedentes históricos En Chile, el triunfo del NO en el plebiscito de octubre de 1988 y la sucesiva elección a la presidencia del país de Patricio Aylwyn, representante de la Concertación de Par-tidos por la Democracia, ‘acaban’ con la dictadura de Augusto Pinochet. Sin embargo,

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el general derrotado mantiene el cargo de comandante en jefe del ejército hasta marzo de 1998 y, a continuación, es nombrado senador vitalicio. De esta manera se le asegura la inmunidad judicial. Es sabido que ya en 1996 el abogado español Joan Garcés había recurrido ante la Audiencia Nacional por la muerte de ciudadanos españoles en Chile, a raíz del golpe militar. Es un ejemplo del proceso que pusieron en marcha los Juicios de Madrid con su haz de memorias multidireccionales (García Gutiérrez 313–316). La Audiencia acepta el pleito y en octubre de 1998 Pinochet es sometido a los arrestos domiciliarios en una clínica de Londres. Allí, en diciembre, el juez español Baltasar Garzón lo procesa por los delitos de genocidio, terrorismo y torturas. Pide además que sea extraditado a España. La extradición es concedida en octubre de 1999 y luego ne-gada en enero del 2000, por las condiciones de salud del acusado. A instancia del pre-sidente Eduardo Frei, que reivindica la soberanía de su país, en marzo del 2000 Pino-chet regresa a Chile, donde le esperan juicios ulteriores por violación de los derechos humanos. Todos acabarían en nada. Pinochet muere impune en diciembre de 2006, un año después de terminar oficialmente la transición (Kornbluh 291–304).

No es difícil imaginar con cuántos aprietos se restablece la democracia en Chile. Para compararla con lo que pasó en España remito al dossier de la revista Ayer de la Asociación de Historia Contemporánea. Ambos países, se lee en la introducción, “comparten las condiciones globales de las transiciones llamadas institucionales, cuyo desarrollo se abre con reglas y procedimientos establecidos por los gobiernos autori-tarios” (González Martínez and Nicolás Marín 13–14). Pero en Chile la ruptura no fue pactada como en España, ni en España hubo una democracia protegida como en Chile, cuya Constitución de 1980 había convertido las fuerzas armadas en garantes del orden institucional. En la primera década de la transición, los retoques a la Constitución son más que prudentes, la vigilancia militar perdura. Además, entre 1988 y 1994, luchan en armas tres organizaciones político-militares revolucionarias (MIR, FPMR y MAPU-Lautaro) que se oponen a la continuidad del modelo económico neoliberal impulsado por la dictadura (Goicovich Donoso 59–86).

Destaca el compromiso impávido de las asociaciones que reúnen a las víctimas del régimen y a los defensores de los derechos humanos. Sin embargo, la puesta en marcha del proceso de la memoria histórica por parte del Estado está subordinada al poder judicial. Este, aunque hubo excepciones, se seguía amparando en la Ley de Amnistía de 1978, la que extingue la responsabilidad por crímenes cometidos en los cinco años anteriores. Es el recurso legal para no averiguar lo que había ocurrido, sin contar con las intervenciones ulteriores de la Justicia Militar. Estas fueron muy eficientes hasta la detención de Pinochet en Londres, hecho que determinó un avance en la construcción político-social de la memoria histórica (Garcés 147–69). El largo proceso había empe-zado en 1990 con la institución de la Comisión Nacional de Verdad y Reconciliación por parte del presidente Aylwin, inmediatamente después de la victoria electoral. A partir del informe de esta comisión, se instituye en 1992 la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación. Pero habrá que esperar el 2003 para que el presidente Ricardo Lagos constituya la Comisión Nacional sobre Prisión Política y Tortura. Al hacer público el informe relativo en noviembre de 2004, el presidente Lagos dijo: “¿Cómo explicar tanto horror? ¿Qué pudo provocar conductas humanas como las que allí aparecen? No tengo respuesta para ello.” (Lagos).

En septiembre de 2005 se promulga el texto refundido de la Constitución. Elimi-nados los aportes autoritarios de 1980, oficialmente la transición ha terminado. El 5 de

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agosto de ese mismo año Carlos Franz había escrito en El País un artículo titulado “El ‘fin’ de la transición chilena”. Tras examinar las distintas fases del proceso de demo-cratización de su país, donde valoraba especialmente la capacidad de morigerar los enfrentamientos maniqueos, este era su auspicio final:

La muerte legal de la transición chilena ha sido acordada por el Parlamento. Es un avance importante. Sin embargo, también hay razones que aconsejan desearle larga vida a la tran-sición en su sentido más amplio, cívico. Porque ni la memoria ni la historia las fijan los honorables senadores, las nuevas generaciones —como fue en Alemania y va siendo en España— preguntarán más. Querrán saber más. Muchos ya lo están haciendo. No bastará con ‘consentir’ en ese cuestionamiento, declarándolo esfera propia de la sociedad civil. O con reducir el asunto a la necesaria prosecución de los juicios criminales pendientes. De-bería ser responsabilidad y conveniencia del Estado —como en Alemania— estimular y desarrollar un debate cada vez más complejo y profundo sobre esa memoria. (Franz, “Transición chilena”)

Carlos Franz participaba en ese proceso con la novela El desierto, que acababa de pu-blicar. Estaba viviendo en Europa desde hacía cinco años y tardaría siete más en volver a Chile. Su planteamiento volvía aún más espinosos los interrogantes políticos, éticos y estéticos abiertos por la transición.

Novelar el trauma

Carlos Franz llega a Berlín como escritor residente en el 2000 y es allí donde empieza El desierto. La obra es aún inédita pero acabada cuando, en octubre del 2004, el autor es entrevistado, junto con otros escritores de su país, en Babelia. El reportaje encabeza el suplemento literario de El País con este titular: El renacer de las letras chilenas. De las tres preguntas que forman la encuesta Mapa literario de Chile, la primera interesa espe-cialmente el tema que nos ocupa: ¿Cómo se ha reflejado la historia reciente de Chile en la literatura de su país? Al entrevistador Carlos Franz contesta lo siguiente:

Un proceso afín al alemán de posguerra, o al español, pero más rápido; ya que la transición chilena lo ha sido. Primero fue una avalancha de literatura testimonial, o periodística. Se-guida por una narrativa que interpretó en clave —casi en secreto— la experiencia histórica que no tuvo la distancia para relatar directamente. Pero que produjo obras preferibles a la deficiente literatura de denuncia. Creo que estamos llegando a la etapa en que sea posible la instancia superior de este proceso: la interpretación simbólica, que traduce el trauma local a claves universales. Se oye redoblar nuestro “tambor de hojalata” en el horizonte. (Rodríguez Marcos 4)

Cinco meses después, El desierto gana en Argentina el Premio Novela de La Nación-Sudamericana. Es en esta editorial donde sale la primera edición del libro, en 2005. Una periodista de La Nación le pregunta al autor por qué había elegido el tema de la dictadura chilena y esta es su respuesta:

Para los que vivimos la dictadura de Pinochet dentro de Chile aquél fue un drama per-sonal. Yo sentí la necesidad de hacer una novela que fuera fiel a la historia, pero a su vez, que fuera universal. Hay novelas que se pierden al contar la historia de la dictadura

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en forma mimética. Yo quería que mi novela fuera alegórica, simbólica, siguiendo el modelo de las tragedias griegas. (Reinoso)

Días después, otra periodista de La Nación le pregunta al escritor si el hecho de vivir lejos de Chile le había ayudado en la creación de la obra. Confirmando el resultado fértil de esa múltiple toma de distancia, Carlos Franz aclara cuál fue el borroso móvil inicial de su proyecto narrativo y cómo consiguió llevarlo a cabo:

Sí, aunque yo no sabía claramente que eso era lo que estaba buscando cuando me fui. Me encontraba luchando con el embrión de la historia, quería abordar las “esencias” de nues-tro conflicto histórico reciente. Y por cierto, me faltaba perspectiva. Fue en Berlín y sobre todo viviendo en Londres, que logré cierto distanciamiento creativo que solucionaba poco a poco algunos nudos ciegos del argumento. Otros siguen ahí, ciegos. Son lo que en la novela se llama “lo indecible”. (Castro)

Para acometer la narración novelada de su vivencia de la dictadura y la transición, Car-los Franz cambia de continente, escribe en español en países donde se hablan otras lenguas. En Europa, y especialmente en Alemania, donde la cultura de la memoria histórica es una práctica en devenir, el autor comprende que su ajuste de cuentas lite-rario con el reciente pasado chileno no es abordable ni por la vía dogmática de la ideo-logía, ni con la episteme de la novela histórica tradicional. Así ensaya su propia vía experimental. En Chile lo habían precedido otros artistas que refutaban los discursos post-totalitarios “para trabajar sobre lo no-dicho (lo reprimido-censurado) del contrato social e interrogar las fronteras de máxima turbulencia de la representación simbólica” (Richard 244). Carlos Franz elige contar el trauma de su país a partir de un género literario legado por la tradición helénica, es decir ahondar en el mal cual principio inex-tinguible de la crueldad y el aniquilamiento con un planteamiento cosmopolita, trans-nacional. Y para eso el orden del discurso mimético, anclado al conocimiento racional, es inadecuado. El arte literario tiene una finalidad, pero no cuenta con cálculos resolu-tivos porque su perfeccionamiento es el mismo proceso artístico, el hacer que no con-cierne la utilidad, como por ejemplo sucede con los objetos de la técnica. La finalidad de la obra de arte es su propia existencia ya que lo que pone en juego no es el provecho, sino la experiencia misma en su verdad (Donà 92–112).

En una obra de arte los vínculos son cada vez diferentes, las formas no se definen de antemano ni son predecibles los desenlaces. El resultado no responde necesaria-mente a la intención o a la esperanza del sujeto creador. Innumerables veces los escri-tores han admitido la eventualidad de que sus propios personajes acaben por cobrar una autonomía desconcertante. De hecho, Carlos Franz admite no haber representado cabalmente lo que se proponía. Es una de las consecuencias del modelo literario ele-gido, la tragedia griega y, en particular, la Orestiada de Esquilo, según me dijo personal-mente el autor. El género de la tragedia se funda en el conflicto inconciliable y diná-mico como consecuencia de un gran error cometido por los protagonistas. Debido a la hybris de su índole pasional y ambiciosa, son ellos quienes perpetran acciones funes-tas que aceleran la devastación tanto individual como colectiva. En ese ámbito origi-nariamente antagónico la exploración del tema de la culpa, la responsabilidad y la jus-ticia tropieza con escollos argumentales de todo tipo, porque el ethos que tendría que reglamentar racionalmente la conducta humana se trueca en su contrario por efecto de alguna pasión aciaga. Así los referentes reales de la dictadura chilena se expresan en El

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desierto por medio de figuras duales que rompen la coherencia de la explicación fundada en los principios de identidad y de causa/efecto. Habrá pues un haz de sustituciones ficticias en tensión dialéctica con las circunstancias documentadas, análogamente al reciente cambio de paradigma que caracteriza las novelas que vierten sobre la memoria histórica española.

Una vez que la transición haya finalizado y mientras la historiografía y la política no dejen de desempeñar su cometido de reparación, es la literatura la que proporciona el “conocimiento insustituible de la verdad moral” (Gracia 11). Hace falta subrayar, sin embargo, que se trata aquí de una verdad trágica, impracticable por el desencanto de la modernidad, aporética y sin esperanza de catarsis (Givone 88–105). Hay críticos que, a propósito de El desierto, han realzado el nuevo paradigma de la novela de la memoria, el que “siguiendo una intencionalidad totalizante, observa y critica el modelo de transición impuesto en el país, atendiendo, en esa dirección, a una reflexión profunda de los conceptos de culpabilidad, responsabilidad y justicia con respecto a los hechos acontecidos” (Cruz Suárez 269). Pero, a este propósito, ¿cómo actúa el modelo literario elegido por el autor si sus rasgos típicos son el dilema originario, la contradicción radical, la “ontología del gozne o de la bisagra (/) que une y escinde pensar y ser” (Trías 445)? El marco trágico entreabre la dimensión de lo impensado, lo inconcebible que tiene analogías con lo indecible de Carlos Franz. La imposibilidad de decir es en sí misma un acto testimonial del que hay casos sintomáticos en la memoria chilena sobre el trauma (Lazzara 91–97), pero el modelo literario de la tragedia implica de antemano el saber con límites de personajes fronterizos, desgarrados entre la ley de la polis y la ley de la sangre. Tanto los conceptos como los juicios y, en términos generales, la episteme “comparecen, pues, marcados por la escisión irremediable, remitidos a algo en falta que no puede ser suturado: herida abierta que el logos debe acoger como grieta, como falla, como limitación y precariedad” (Trías 456). Así enmarcados, los hechos históricos de la dictadura chilena adquieren una dimensión trascendente, alcanzando la universalidad en el sentido kantiano de ser válidos para cualquier sujeto. Esta es por lo menos la idea de universalidad propia del pensamiento occidental. No por azar el epígrafe de la novela es ese tipo de paratexto explícito que comenta la obra encaminando al lector hacia una interpretación correcta (Genette 147). Se trata de una cita sacada de El nacimiento de la tragedia de Nietzsche: “Desde hoy, en cada alegría exuberante se oirá un trasfondo de terror” (Franz 9). Esta cita no se encuentra en la versión española de la obra. Amablemente el autor me ha aclarado que la tradujo de la edición inglesa —“For now in every exuberant joy there is heard an undertone of terror” (Nietzsche 27)— cuando estaba escribiendo la novela en Londres.

He aquí anunciada la estructura fronteriza de El desierto, donde no hay circunstancia que no esté fundada en una escisión o límite entre lo evidente y su inaccesible o hermético más allá. O bien, puesto que la circunstancia atañe al ser humano, no hay en el texto un personaje que no experimente alguna forma de conflicto ético y emocional. Es el desconocimiento de uno mismo que lleva al error y perturba hasta la parálisis. Si falla el raciocinio que apunta al dominio de las circunstancias, falla también el discurso consecuencial basado en una enciclopedia compartida. La diferencia que excede el orden de la verdad vertebra toda la novela a partir del título, que es temático y a la vez ambiguo (Genette 80), referencial y metafórico, dado que encierra varias acepciones de límite. Con respecto a la vida orgánica y cultural, el desierto es el lugar que se opone a todo lo que hace habitable el mundo, desde la

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biología hasta la política. La antinomia es radical. Ninguna huella orgánica, ningún vestigio historiable resiste en el desierto: es este el referente natural que polariza lo trágico de la novela, formando uno de sus términos irreductibles. El desierto materializa la physis ajena a las vicisitudes humanas. Su tiempo geológico reduce a escarceos efímeros cualquier peripecia individual y colectiva. El desajuste es inmensurable y reiterado, siendo constitutiva de lo trágico la repetición de un antagonismo que se soluciona destruyendo uno o ambos términos del conflicto (Natoli 36–64). En el marco de El nacimiento de la tragedia de Nietzsche, lo que el planteamiento trágico de El desierto configura es la consistencia aterradora de la physis, su energía insondable y perenne que reduce a la nada la historia de la humanidad.

Lo apolíneo y lo dionisíaco

El tema y el discurso de la novela ya han sido examinados con detenimiento por la crítica. Me gustaría mencionar aquí algún ejemplo de ese planteamiento trágico que, a mi modo de ver, merece alguna reflexión adicional, con respecto a la lectura nietzsceana de Grínor Rojo (141–160). El desierto al que se refiere la obra es el de Atacama, definido en el primer capítulo “el yermo más seco del planeta que tenía una sola estación: el sol” (Franz 18). Con la aridez milenaria de sus salares, este desierto perjudica el cuerpo y la mente de los personajes, concreta la falacia de aquella racionalización y secularización de la cultura occidental que desemboca en el weberiano desencantamiento del mundo. Lo trágico contemporáneo es también un efecto de este jaque, ya que la técnica occidental ni consigue dominar del todo la naturaleza, ni refrena la formación de nuevos mitos, creencias, supersticiones. Rodeada o sitiada por el desierto de Atacama, la ciudad de Pampa Hundida —un topónimo ficticio y emblemático— materializa la diferencia entre la vida posible y la destrucción cierta. En una hondonada próxima a la ciudad hay “un oasis preñado de viñedos y frutales” (Franz 17), un caso de explotación globalizada donde la tecnología ha sustituido casi por completo el trabajo del hombre y cuyos productos nadie sabe adónde van, ni quiénes los consume. Se ejemplifica así el capitalismo promocionado por la dictadura y globalizado durante la transición. Desde el enfoque trágico, este negocio está destinado a agotarse al igual que había sucedido antiguamente con la explotación del salitre, cuyos vestigios quedan a poca distancia pero ya en la pampa. Los sitios en ruinas activan el relato, ya que “se transforman en superficies maleables para la inscripción de diversos significados” (Lazzara 207). El desierto recuerda que en la salitrera hubo una violación de derechos humanos jamás sometida a juicio. Allí queda un estremecedor, nefando lieu de mémoire (Nora 23–43), por mucho que los habitantes de Pampa Hundida se empeñen en olvidarlo:

Y junto a Pampa Hundida, a unos pocos kilómetros hacia el norte de su linde urbana, pero ya sobre el despoblado, sobre la pampa rasa, es decir, como en otro mundo, las ruinas. El pueblo fantasma de la salitrera que después fue campamento de prisioneros y que luego volvió a ser ruina, replicando a la ciudad viva como un espejismo seco o una advertencia. O, todavía, como una premonición: su perímetro alambrado, sus casamatas radiales, destechadas, podridas de soledad, el teatro abandonado, la carcasa prehistórica de la planta de vapor con sus hierros rojizos hirviendo de óxido, la altísima chimenea agujereada que sirvió más tarde de torre de vigilancia (ese hueso hueco donde el viento

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toca la flauta en las noches, inquietándonos, llamando a los ciudadanos insomnes de Pampa Hundida con sus lamentos de animal agonizante: tuuuut…). (Franz 17)

Inevitable pensar en la ex Oficina Salitrera de Chacabuco, convertida en el campo de prisioneros políticos más grande de Chile. Pero el de la novela es un trasunto literario a pequeña escala. Fijémonos en los lexemas ‘advertencia’ y ‘premonición’, típicos de la tragedia: aquí presagian que lo que pasó puede volver a pasar. El mal sigue al acecho en las conciencias fariseas de Pampa Hundida, las mismas que ya están ensayando una nueva forma de negocio. Se trata de aprovechar la religiosidad ferviente del pueblo, sincrética y espectacular, en tiempos de prosperidad económica y conciliación política reciente. Es este el desafío empresarial del futuro próximo, la organización de los servicios para un turismo devoto y masivo es el nuevo recurso del capitalismo avanzado (Franz 164–166). En efecto, Pampa Hundida es ahora una ciudad santuario donde acude una muchedumbre de peregrinos que han atravesado el desierto para celebrar fiestas y bailes indígenas. La más importante es la Diablada, una procesión arcaica que deriva hacia el sacrificio y que ha sido interpretada con acierto como una forma de carnavalización (De Toro 136–142). Es una representación alegórica del culto a la Virgen de Guadalupe que celebra el pueblo chileno de La Tirana, donde en la religión católica se injertan rituales indígenas anteriores a la llegada de los españoles. El tiempo histórico se disgrega ante la práctica de devociones inmemoriales. Se entretejen aquí, en un intento de coexistencia destinado al fracaso, lo apolíneo y lo dionisíaco que, según Nietzsche, no dejan de actuar en una relación siempre discorde y reiterada.

Lo encarna el mestizo Boris Mamani, que fue alcalde de Pampa Hundida durante diecisiete años. Nombrado al comienzo de la dictadura, sigue siendo una figura política y empresarial muy influyente en la época de la transición. Este personaje híbrido que reúne en sí lo dionisíaco, lo apolíneo y el cruce de razas y culturas (De Toro 140), es quien, con más sutileza y ambigüedad, orquesta el paso de la tanatopolítica que admi-nistraba la muerte al biopoder que politiza la vida de la comunidad en tiempos de de-mocracia (Esposito 25). Es ejemplar, en este sentido, un episodio de la Alcaldía donde está reunido el consejo a puertas cerradas. Sucede ante el estupor de los concejales —antiguos sostenedores del régimen que ahora exaltan la paz, el progreso, la libertad y la esperanza— y la perplejidad de Laura Larco, la jueza que vuelve a ejercer su cargo en Pampa Hundida tras veinte años de exilio voluntario en Alemania. Boris Mamani se levanta y mira por la ventana el bullicio polícromo de los fieles, mostrando conocer a fondo sus intenciones dionisiacas: “Bailar. El pueblo quiere bailar hasta el éxtasis y el trance, bailar hasta caer al suelo. Para expresar su agradecimiento…” (Franz 148). Ese pueblo es una masa indistinta que excluye la individualidad, pues lo disciplina el dispositivo del control biopolítico de los cuerpos socialmente productivos: hasta el culto de la Diablada es funcional al proyecto de gobierno local. No es local, sin em-bargo, el pensamiento que hoy en día clasifica fenómenos de este tipo. La constelación de la biopolítica es difusa y planetaria. Interviene cada vez que “la política se ocupa de problemas relacionados con la vida, cuando en la política deviene central el cuerpo de aquellos que tienen poder y de aquellos otros que lo padecen” (Bazzicalupo 41).

El aporte magistral de la novela consiste en el hecho de que el propio Boris Ma-mani participa en la fiesta dionisiaca, desempeñando el papel antagónico del dominante

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y el sometido. El medio que Carlos Franz elige para representarlo es metafórico y sim-bólico, pues consiste en la meticulosa descripción del suntuoso traje de demonio de su disfraz. En discurso indirecto, un recurso que atempera el patetismo de la revelación, el narrador omnisciente sustituye la voz de Mamani para decir que ese era “el traje original de los curacas, en su condición ceremonial de chamanes” (Franz 299). No es un objeto, sino una cosa, cuya etimología latina es el lexema causa, es decir lo que in-volucra material y emocionalmente al viviente en el haz de relaciones que implica su hábitat (Bodei 12–13). La cosa poseída enseña el lado más íntimo del sujeto que la guarda para sí. Es una relación afectiva, ajena a la voluntad de poder y de dominio (Bodei 22). Heredada de generación en generación, esa prenda de muchas capas que incluye una máscara espantosa, concreta en sus telas antiguas y atavíos idolátricos vi-cisitudes ancestrales que no figuran en ningún documento escrito. Fuera de la histo-riografía, ese traje es la memoria material de un pueblo indígena que ha sobrevivido a través de cambios y ocultamientos. No es casual que Mamani le pida a Laura Larco que lo mire mientras se pone el traje con un moroso ceremonial. En su papel forense ella encarna lo apolíneo, el nomos de los blancos llegados de un mundo ajeno:

Antes de la república y el reino; antes de los primeros conquistadores y los incas que colonizaron esas tierras y sometieron a vasallaje a sus tribus; ante que todos ellos, los Mamani eran caciques en esos pozos del desierto. Desde la noche misma de la historia, antes incluso del reinado del sol, en el tiempo de los ídolos, mucho antes que el hombre blanco llegara con su dios único, ellos ya estaban allí y bailaban sus danzas y se vestían con trajes similares a este que se pondría ahora. Este traje, le decía el Curaca, no era solo un vestido sino una historia, un registro, un archivo viviente de los hechos de su estirpe, de sus dioses muertos y renacidos al enmascararse en otros dioses. Una historia que él, Mamani, había oído de sus antepasados y a su vez había investigado y completado, cuando se dio cuenta que en la otra historia, la blanca, en la mitad blanca de su sangre mestiza no tendría un lugar nunca, como si nunca hubiera existido. (Franz 299)

El relato pone al descubierto el conflicto trágico que atañe a la vida del mestizo. Boris Mamani no consiguió destacar en la escuela ni terminar la carrera de arquitectura, si bien había sido un alumno brillante. Debido a su raza Mamani hubiera podido ser el objeto de la tánatopolitica que produce una fractura en el continuum biológico del ser humano, como había pasado con el Holocausto en Alemania (Esposito 115). Pero fue en el desierto de Pampa Hundida donde él tuvo su oportunidad. Al regresar allí apro-vechó la dictadura para integrarse en la sociedad chilena, sin dejar de experimentar a diario la paradoja en su propia carne, pues “su sangre blanca negaba a su sangre india y a la vez la sangre blanca se había condenado al mezclarse con la india. Era el más insidioso de los castigos” (Franz 300). Un castigo trágico por el conflicto irreductible.

Es una vivencia que caracteriza a los personajes decisivos de El desierto, especial-mente a Laura Larco, la protagonista. Vayamos al comienzo de la historia. Estamos en la primavera de 1993, la época de la presidencia de Aylwin vigilada por Pinochet. En Chile ha empezado ese proceso de revisión del pasado que en Alemania es ya muy avanzado, ya que en 1993 Berlín es la capital de la Alemania reunificada tras la caída del Muro. En aquella ciudad Laura Larco se había establecido desde hacía un par de décadas, cuando había decidido erradicar todo vínculo con su país de origen. Es el tipo de superviviente que cree resolver el trauma denegándolo. A sus 44 años, es una reco-nocida catedrática de filosofía en la Freie Universität de Berlín y no cambiaría su vida

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si, desde la ciudad de Pampa Hundida, su hija Claudia no le hubiera escrito una carta que la obliga a poner en marcha un penoso examen personal que es a la vez una re-trospectiva histórica, política y cultural. Sólo cuando lo da por concluido abandona Alemania y regresa a la remota ciudad chilena para incorporarse a su antigua profesión de jueza civil y criminal. La protagonista de El desierto reúne así los roles del juez, del testigo y del historiador de forma intercambiable, una confluencia peligrosa para el fin de una efectiva reparación (Brossat 124). Es la hybris que caracteriza a Laura Larco desde el íncipit narrativo que fija el momento de su llegada. Se cuenta en tercera per-sona, pero desde el punto de vista perturbado del personaje. La fuerza emocional de las imágenes, que hablan sobre todo del sujeto que está mirando, da lugar a una pro-sopopeya agresiva:

Lo primero que Laura reconoció, al adentrarse en la vasta llanura desértica que rodeaba al oasis de Pampa Hundida, fue el horizonte de aire líquido. La muralla del espejismo tem-blaba en el horizonte del desierto, atravesando la autopista: una catarata de aire hirviente manando del cielo quemado por el reflejo de los salares, cayendo sobre el lecho del mar que se había ausentado un millón de años antes. Por un instante, tras ese muro de calor que palpitaba como un cristal recién fraguado, Laura creyó ver enormes rostros, siluetas humanas gigantescas, bocas distorsionadas que gritaban en su dirección, que apelaban a ella pidiéndole o arrostrándole algo inaudible, el dolor de una deserción tan larga como el millón de años transcurrido desde que el mar se evaporó de esas pampas. Era como si el propio paredón del horizonte líquido le aullara. (Franz 11)

Destaca un sentimiento de culpabilidad, que no es sinónimo de culpa. Remite a la con-ciencia de cargar con un peso moral, interiorizando el castigo por adelantado (Ricoeur 258). El móvil de la vuelta, lejos de ceñirse al áspero conflicto materno-filial, incluye interrogantes políticos y privados ineludibles. Claudia, que había nacido y vivido en Berlín, a sus 18 años decide trasladarse a Santiago de Chile, matricularse en la facultad de derecho, viajar a Pampa Hundida y encontrar por primera vez al que cree ser su padre. Allí la hija, preguntando y averiguando lo que había pasado durante la dictadura, le espeta a la madre la carta donde le pide cuenta de su conducta al comienzo de la dictadura, una conducta silenciada durante veinte años: “¿Dónde estabas tú, mamá, cuando todas esas cosas horribles ocurrieron en tu ciudad?” (Franz 12) Este tipo de compromiso, es decir el restablecimiento del nomos después de la barbarie, corresponde al momento apolíneo de la novela, un velo ilusorio que también será desgarrado. La pregunta de Claudia es el Leitmotiv que también figura en el artículo ya citado que Carlos Franz publicó en El País. Comentando la especificidad de la transición chilena, el autor anotaba: “Gradualmente, la discusión sobre las responsabilidades en nuestra historia ha ido llegando a la mesa de la cena para competir con el telediario. En muchas familias chilenas se ha oído la pregunta alemana de los sesenta: ¿dónde estabas tú, papá —o mamá—, cuando todas esas violencias ocurrieron?” (Franz, “Transición chilena”).

El planteamiento trágico del saber con límites o del interrogante que no contempla respuestas exhaustivas queda inscrito a nivel formal en la doble instancia enunciativa de El desierto, enfatizada visualmente por un carácter tipográfico diferente. En capítulos impares y letra redonda, una voz omnisciente abarca los cronotopos de todos los per-sonajes. Representan en su mayoría la resistencia a rememorar, a reconocer sus res-ponsabilidades. Individual y colectivamente tratan de convencer a Laura Larco a que no acoja la querella que le presenta el joven abogado Tomás Martínez Roth, amigo de

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Claudia. En El desierto son especialmente los jóvenes los que piden que se averigüe la verdad y que triunfe la justicia al empezar la transición. Tras cuatro intentos fracasados, ahora el crimen (o más bien el pretexto) que sustenta la querella es la estafa llevada a cabo con la imagen sagrada de la Patrona, una estatuilla de la Virgen traída por los conquistadores españoles en el XVI. Es un símbolo de dominio que el Mayor Cáceres destruyó en su día como muestra de la omnipotencia del régimen que él encarnaba (Franz 62). Sustituida en secreto por una copia, desde entonces la estatua sigue siendo el objeto de culto de los peregrinos manipulados por quienes hacen negocio con su religiosidad. Son los mismos individuos que fueron conniventes durante la dictadura y que ahora, en la transición, consideran al Mayor Cáceres el único culpable, pidiendo que sea juzgado y encarcelado. Un caso típico de transformismo.

Cuando colapsa el sistema judiciario, es el militar quien cumple con la función del chivo expiatorio. Pasa del papel del ex verdugo al papel de la víctima sacrificial que tendría que aplacar la comunidad y restablecer el nuevo orden del consenso. Tal es la función del sacrificio que polariza en la víctima múltiples conflictos y temporánea-mente los disipa (Girard 22). Son sintomáticos, a este propósito, personajes como el padre Penna, el sacerdote que prefiere ignorar lo que les ocurría entonces a los prisio-neros del campamento; el mestizo Boris Mamani del que ya se ha hablado; el nuevo alcalde de Pampa Hundida, es decir el médico Félix Ordoñez que servía la dictadura constatando y legitimando la muerte de los prisioneros ajusticiados: otra aplicación de la tanatopolítica (Esposito 150), que bajo la transición se niega. Ha llegado el tiempo de lo apolíneo, el restablecimiento del orden democrático sin que el pasado ominoso esté cerrado, como muestra la estructura misma de la novela. La reconstrucción de lo ocurrido no es ordenada cronológicamente, surge de manera esporádica en los capítu-los narrados por la voz omnisciente que incluye anomalías. Esa voz que corresponde en principio a una no persona (Benveniste 176–177), se expresa a veces con un “nosotros [que] anexa al ‘yo’ una globalidad indistinta de otras personas” (Benveniste 171). En estas rupturas del nivel narrativo, relampaguean intrusiones homodiegéticas, metalep-sis indescifrables porque no es dado saber de qué sujeto partícipe proceden. Es otro elemento del planteamiento trágico de la novela que incluye incontables variantes del enigma.

En cambio, en los capítulos pares y en letra cursiva, no hay duda de que sea la voz de Laura la que contesta a la carta de su hija. Tanto el ‘yo’ que enuncia como el ‘tú’ al que se dirige son sujetos únicos, enlazados por la situación del discurso (Benveniste 173). La carta es un descargo de conciencia cuya redacción dura tres meses. Para el superviviente, procesar el trauma implica “construir un locus de enunciación y optar por un modo narrativo que pueda ofrecer una posibilidad de comunicación adecuada a esa profunda experiencia de dolor” (Lazzara 111). Sin embargo, una vez terminada la carta, Laura no la envía, la pone en un sobre y se la lleva en el viaje de regreso a Pampa Hundida porque, como dice la voz omnisciente del capítulo inaugural, “hay preguntas que solo se responden con la vida” (Franz 12). Y en efecto así será. Esa carta nunca será leída por la destinataria. Sus hojas se las llevará un viento huracanado en medio de la dionisiaca celebración de la Diablada, pero es crucial para Laura al recordar impúdica y dolorosamente lo que reprimió en su fuero interno durante tanto tiempo. El episodio fundamental atañe a la tortura que le infligió el Mayor Cáceres la noche que fue a verle a su casa. Es así cómo Laura empieza a conocerse a sí misma y a recu-perar la noción de límite, la mesura apolínea. Al comienzo de la dictadura, en Pampa

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Hundida el militar era la autoridad que dirigía todas las operaciones represivas, usur-pando el poder judicial. Laura Larco era la jueza joven que lo desafiaba, confiando aún en el poder de la institución que representaba. Pero nada irá según sus planes, como anuncia el premonitorio comentario de la acogida: “‘Tantos han gritado aquí’, me dijo Cáceres” (Franz 219). Muy pronto también ella gritará. Los pasajes de la agresión física son pormenorizados hasta la escena de la tortura. Después de agarrarle el sexo para inmovilizarla, el militar le azota las nalgas desnudas con el borde metálico de una regla de ingeniero:

El silencio era perfecto, solo cortado por el silbido de la regla que caía, el chasquido del azote, y mi aullido (mi rugido, mi bufido; pero tantos habían gritado ahí). Los azotes caían del cielo a un ritmo exacto, inflexible. Y entre ellos el temblor exasperante de mi cuerpo los esperaba, el movimiento reflejo de mis músculos que se anticipaban a vibrar un se-gundo antes de que la madera fileteada de metal los tocase. Lo que sé, Claudia, es que mi cuerpo llegó a creer que duraría para siempre, que jamás se detendría, que el tiempo nunca volvería a tener otra medida sino la que cronometraban mis espasmos. Y entonces entendí que haría cualquier cosa para que se detuviera, que pagaría cualquier precio para no quedar atrapada en ese tiempo. Y grité, lo confesé, repetí varias veces dónde estaba el fugitivo. (Franz 221)

En la huella de Esquilo, cuyos personajes se definen no por los análisis de tipo introspectivo sino por las acciones que cometen, Carlos Franz abre el escenario trágico que protagoniza esta pareja, enemiga y aliada a la vez. Con alevosía el Mayor Cáceres se dispone a violar a la jueza, que no opone resistencia sólo con pensar en la tortura recién padecida. Petrificada, la mujer no acaba de entender ese suplemento de tortura, dado que ya ha confesado. Pero aquí no hay otro fin que el de deshumanizar a la víctima, infligirle heridas que socavan de forma indeleble la valoración de una misma: en este caso la confianza en su poder de funcionaria de la justicia en un Estado de derecho. Es la física del horror que no apunta a la muerte, ya que está sería poca cosa con respecto a su objetivo prioritario, es decir el de demoler la personalidad del individuo ensañándose contra su cuerpo vulnerable (Cavarero 15). Al contrario del terror que sacude el cuerpo e impulsa a la huida en busca de salvación (Cavarero 11–12), el horror infligido paraliza a la víctima y la vuelve pasiva o, peor todavía, partícipe. La inerme Laura no se rebela cuando su verdugo se desabrocha lentamente el pantalón. Ante su propia sorpresa goza a su pesar del enlace sexual. La carne —su carne— le descubre el mal que ella misma alberga sin sospecharlo. Destapa un lado oscuro de su índole. Luego, al preguntarle al verdugo la razón de ese epílogo sorprendente, este le contesta: “Por qué no, mi Patroncita. Si ya has entregado a un hombre a su muerte. ¿Ahora qué importancia tiene que te entregues a mí?” (Franz 222) El derrumbe de lo apolíneo empieza con la constatación de que uno no se conoce a sí mismo (Nietzsche 70). Tampoco para la jueza no hay principio ético que no se pueda quebrantar.

En la carta que redacta para su hija, Laura recupera la parte más vergonzosa e injustificable de su pasado. Hay varios episodios que merecerían un comentario puntual. Me limito a recordar el pacto que sellaron ella y el militar a partir de ese momento. Cada vez que la jueza se entregara sexualmente al comandante cuando a él le apeteciera, éste dejaría libre a un prisionero del campamento. La representante de la justicia transgrede la ley, actuando en parte (solo en parte) por una causa justa. En realidad, pone en marcha la hýbris que la llevará a dejar su cargo y abandonar el país. El

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paso decisivo de lo apolíneo a lo dionisiaco acontece al caer de la noche en un salar, cuando el Mayor Cáceres le revela a la jueza que su sometimiento sexual había sido vano, que el pacto había sido un engaño. Todos los prisioneros que ella creía haber salvado con su conducta turbia fueron asesinados precisamente en la pampa. Destruidos con la dinamita, sus cuerpos no dejaron rastro, ya eran parte del desierto. Al descubrir que se había perdido a sí misma sin haber salvado ninguna víctima, la metamorfosis de Laura es instantánea y pavorosa. Es el efecto de la ira, la más desenfrenada y tenebrosa de las pasiones, el brote de “la locura breve” (Seneca). Invirtiendo los roles, es Laura ahora la que humilla sexualmente al Mayor Cáceres. Le azota con saña la cara, intentando quitarle la vista —un acto simbólico de gran transcendencia— tras haberle bajado previamente el pantalón y dejarlo tumbado en el salar. Es su turno de experimentar el horror. Se lo inflige la antigua víctima convertida en verdugo. Lo dionisíaco en la acepción demoniaca y salvaje que destruye “el estado de individuación como la fuente y razón primordial de todo sufrimiento” (Nietzsche 116), llega al acmé cuando Laura se apodera del pura sangre del militar, el caballo con el cual el hombre formaba una simbiosis inquietante. A la vez que termina de desautorizar a su dueño, con ese gesto Laura lo sustituye en la práctica del mal. Descrito una y otra vez con imágenes que remiten al mundo ínfero, el caballo atrae ahora a la jueza en la esfera de su naturaleza primordial. En un arrebato vengativo, la mujer se lanza de noche al desierto emprendiendo una carrera desbocada cuyo fin es la aniquilación mutua, suya y del animal:

Hasta tuve tiempo de ver cómo Cáceres se debatía enredado en sus propios pantalones, tratando de incorporarse, y quedaba de rodillas con la mano enguantada sobre un ojo, de rodillas sobre la llanura de sal que cada vez refulgía más, antes de que yo azotara al potro con todas mis fuerzas, en el cuello y en las orejas, tratando también de alcanzarlo en los ojos. Aunque creo que no habría sido necesario, Claudia, porque el caballo que rezongaba de impaciencia se espantó de inmediato, y plantó la carrera, lanzándose de cabeza en la oscuridad, llevándome aferrada al cacho de la silla y a sus crines. Aferrada al deseo de esa bestia que era más que correr sobre la llanura fosforescente de sal, más que galopar hasta empaparse de nuevo, más que venerar a su amo. Su deseo que era comerse el freno, y desbocarse hasta reventar la voluntad que lo habría azuzado y contenido, hasta reventarse el corazón mordido, y rodar sobre la pampa, y allí sí, por fin, ser el potro de pura sangre. (Franz 294)

La narración se interrumpe. Una elipsis de cuarenta y cuatro días es un ejemplo de lo indecible de Carlos Franz. Durante ese tiempo Laura permanece inconsciente y nadie sabe lo que pasó. Cuando se recupera le cuentan lo que estaba a la vista: el caballo apareció muerto, ella vagó un día y medio por el desierto, el Mayor Cáceres había sido hospitalizado en la capital tras el incendio de su casa que haría de él un desvalido. Por vías insondables, la experiencia dionisiaca no reconcilia aún a Laura con la ética pero le trasmite una sabiduría que no atañe a la razón. No es posible comentar aquí cómo, al descubrirse embarazada, Laura decide abortar con la ayuda de una arcaica figura femenina en la que confluyen las “Madres del ser” (Nietzsche 160) y las Moiras griegas. Pero cuando está a punto de deshacerse del fruto de su relación con el militar, súbitamente Laura toma la decisión contraria. Elige custodiar la vida, amoldarse al acontecimiento que riñe con la razón porque pertenece a la esfera de lo sagrado. Entonces deja el puesto de jueza y se marcha a Berlín sin comunicar a nadie su secreto.

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Y en Berlín nace y crece Claudia, la joven que va a Pampa Hundida en busca de la verdad política y en cambio descubre la identidad execrable de su verdadero padre. Ingenua e ignara, tras la anagnórisis también ella deja de ser inocente, tiene que cargar con la culpa del origen: “Era la tragedia absoluta, el mal irreparable, la sentencia de la Moira” (Franz 410). Pero con la ayuda de la madre que va recuperando la mesura apolínea, la hija también aprende de golpe a respetar el límite de la ley de la sangre y no solo renuncia a matar al superviviente que fue un día el despiadado Mayor Cáceres, sino hasta a llevarlo a juicio. Faltando la contaminación de la violencia no hay catarsis. Faltando la intervención de la justicia no hay reparación. Es uno de los nudos ciegos de la novela al que se refiere Carlos Franz. Laura y Claudia abandonan Chile y vivirán en Europa. Posiblemente la venganza caiga sobre el Mayor Cáceres por mano de los diablos de Boris Mamani durante la fase orgiástica de la fiesta o bien acabe “medio comido por perros salvajes, o zorros o ratas” (Franz 424). Tras la profanación, lo que queda del cuerpo es irreconocible. Bajo el signo de Dionisio todo vuelve a ser indistinto y nunca se sabrá cómo han ido las cosas.

Fisuras

Como se ha visto, El desierto está diseminado de elipsis. Fragmentados, repetidos y distribuidos con variantes y enfoques diversos entre una y otra enunciación, el mundo representado a lo largo de 35 capítulos queda descoyuntado. La mayor fractura es dada por el Epílogo, donde otro epígrafe precede la última etapa del trayecto narrativo. Pro-cede del Fausto de Goethe: “Lo indecible, aquí se ha realizado”, versos que aparecen en la estrofa final de la monumental tragedia. Los pronuncia el CHORUS MISTICUS (“Das Unbeschreibliche,/Hier ist’s getan”) (Goethe 1056) mientras el alma de Fausto está a salvo en los cielos. Adaptada a El desierto, ese epígrafe anuncia que quienes están a salvo, pero en la tierra, son Laura y Claudia. Habían abandonado juntas Pampa Hun-dida diecisiete años antes, dejando en suspenso los móviles políticos y morales que las habían llevado allí. En un pasaje de la carta que su hija nunca leyó, Laura reconocía que ella, jueza del legítimo gobierno Allende, y los golpistas de Pinochet tenían mucho en común, ya que “no hay orden sin órdenes, disciplina sin violencia, ninguna norma sin coerción. Esos militares y yo éramos parientes consanguíneos en la familia de la ley y la fuerza” (Franz 120). Y esa implicación —la naturaleza violenta del poder, el len-guaje de la ley— es otro nudo gordiano de la novela, donde la práctica de la memoria es un saber mutilado. En el planteamiento trágico el acceso a la verdad es cruel y des-tructivo, como muestra el Epílogo. Lo redacta el hombre que estuvo casado con Laura, el padre putativo de Claudia, el novelista frustrado que es también un periodista al-cohólico. Pasando de personaje esquinado a autor de la novela de Pampa Hundida, pilla por sorpresa al lector con un relato donde nada es cierto, ni la cronología de los hechos, ni la identidad de quien los refiere:

Digamos que me llamo Mario. Y que han pasado un par de décadas, quizá hasta un cuarto de siglo, por señalar una cifra cualquiera, un minuto astronómico, un escrúpulo en el arco de la bóveda celeste. La sal ha cubierto la Plaza de la Matriz con una sábana movediza que el viento arrastra un día en un sentido, otro en el contrario. Descubriendo o inventando rostros, imágenes, como mi mano descubre o inventa en el papel en blanco, el rostro de su dueño. (Franz 420)

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Se resuelve así el enigma de ese nosotros coral que de vez en cuando aflora en los capítulos impares. Este personaje fue un testigo de la dictadura y de la transición y ahora que Pampa Hundida es puro destrozo, una ciudad casi deshabitada donde ya no se celebra la cita anual con la Diablada, cumple con la función simbólica de la Vox clamantis in deserto según el Evangelio de Juan. El desierto lo borra todo, incluida la memoria de las vicisitudes humanas, cómplice el silencio de quienes prefirieron irse y olvidar. En esta novela el desierto corresponde simbólicamente a la “vida eterna más allá de toda apariencia y a pesar de toda aniquilación” (Nietzsche 166). De lo que pasó en Pampa Hundida, el narrador superviviente afirma que “solo quedará esta ficción de nuestra existencia. En vez de historia quedará esta ficción de una historia, una máscara hueca hablando y hablando en el desierto” (Franz 421). No cabe ni la verdad del arte. El narrador marginado e incompetente que quizá se llame Mario confiesa haber recuperado y ordenado fragmentos de la carta dispersa de Laura, intentando armar con su propia memoria y su sospecha el que solo será “el mosaico imposible de un relato (Franz 420). Le queda por escribir la parte enorme e indecible” (Franz 429) de la historia, que coincide simbólicamente con las primeras palabras del íncipit. Aparecen ahora entre comillas, la señal del narrador fantasmal: “Lo primero que Laura reconoció, al adentrarse en la vasta llanura desértica que rodeaba al oasis de Pampa Hundida...” (Franz 429). Puesto que el símbolo no puede suturar el lado visible y el lado hermético de lo que une (Trías 446), este cierre circular vuelve aún más sombría la cuestión del origen del mal y el alcance efectivo de la libertad humana.

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Modos de representación literaria de la zona gris. Una lectura de dos novelas chilenas

Hans Lauge Hansen Universidad de Aarhus

Resumen: Este artículo realiza una lectura de dos novelas chilenas, El desierto de Carlos Franz (2005) y La vida doble de Arturo Fontaine (2010). Ambas novelas aplican la perspectiva del victimario en la represión violenta de la izquierda política después del golpe de estado de Augusto Pinochet en 1973, pero de forma muy diferente. El artículo contextualiza las dos novelas en relación a un ‘giro victimario’ internacional y la subsiguiente desconstrucción de los patrones narrativos uti-lizados para representar un pasado violento, y propone un enfoque modal en el análisis com-parativo de las dos novelas. El concepto de la “banalidad del mal” de Hannah Arendt y las dos diferentes versiones descritas por Maria Torgovnick, “Eichmann está en todos nosotros” y “todos podríamos ser Eichmann”, se aplicarán para describir las diferentes formas con que las novelas conceptualizan y contextualizan las categorías morales. Palabras clave: memoria cultural, Chile, zona gris, victimarios, deconstrucción narrativa, me-moria agonista Abstract: This article engages with a comparative reading of two contemporary Chilean novels, El desierto by Carlos Franz (The desert, 2005) and La vida doble by Arturo Fontaine (The double life, 2010). Both novels include the perspective of a perpetrator in the violent suppression of the political Left following Augusto Pinochet’s coup d’etat in 1973, but they do so in very different ways. The article contextualizes the novels in relation to a broader, international ‘perpetrator turn’ and the subsequent deconstruction of hegemonic narrative templates used in the representa-tion of the conflicts of the past, and proposes to apply a modal approach to the analysis of the differences between the novels. Hannah Arendt’s concept of the “banality of evil” and Maria Torgovnick’s interpretation of its different possible applications, “Eichmann is in all of us” and “Anyone could be Eichmann”, are used to describe the different ways in which the two novels engage with moral categories and social contextualization of ‘evil’. Keywords: cultural memory, Chile, grey zone, perpetrators, narrative deconstruction, agonis-tic memory

Introducción Desde el cambio de milenio se puede registrar en buena parte del mundo occidental (Europa y los EEUU) un crecimiento en la cantidad de productos culturales que foca-lizan la memoria de un pasado violento ya no desde el punto de vista exclusiva de la víctima, sino también desde el del victimario y de personajes pertenecientes a esta zona oscura entre víctimas y victimarios que Primo Levi llamaba la zona gris: colaboradores, delatores, traidores y cómplices (Crownshaw; Eaglestone). No se trata de aplicar una

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perspectiva exclusiva a la historia del pasado violento, ni una perspectiva solidaria que excusara o legitimara las atrocidades cometidas, sino una perspectiva críticamente per-filada a través de otros enfoques, sea el de un narrador implícito en novelas, la voz en off en documentales, o mediante una focalización multiperspectivista que hace contras-tar esta perspectiva con la de las víctimas. Ejemplos podrían ser la novela Las benévolas (Les Bienveillantes, 2006) de Jonathan Littell, la serie televisiva alemana Unsere Mütter, unsere Väter, el documental Das radikal Böse, o la obra biográfica de Åsne Seierstandt sobre el asesino noruego Breivik, Uno entre nosotros (2015). Estos ejemplos son todos sacados de un contexto europeo, y es importante notar que la perspectiva del victima-rio parece ser mucho menos extendida en las obras artísticas que encontramos dentro del contexto de las culturas hispanohablantes. Tanto en España como en América La-tina sigue predominando la perspectiva de la víctima en los discursos sobre el pasado. Se pueden, desde luego, registrar importantes excepciones como, por ejemplo Nocturno de Chile de Roberto Bolaño (2000) en Chile, Fin de la historia de Liliana Heker (1996) en Argentina y El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura (2009). En España sólo se han publicado unas pocas novelas como La noche del diablo de Miguel Dalmau (2008) y Twist de Harkaitz Kano (2013) antes del 2016, pero en 2017 salieron en la misma vena El monarca de las sombras (Javier Cercas), Banderas en la niebla (Javier Reverte) y Perros que duermen (Juan Madrid). En otras palabras, hay indicios de que la tendencia en boga en Europa Central y los EEUU también empieza a tener un impacto en las culturas hispanohablantes.

Lo que une a estas obras es el interés por comprender lo que pueda llevar a una persona a convertirse en lo que en una época posterior se considera como el culpable de crímenes de lesa humanidad. No se trata de excusar ni legitimar, sino de compren-der. Como dice Primo Levi a los alemanes que sobrevivieron la segunda guerra mun-dial: “Necesito comprenderte para poder juzgarte” (Levi 174, traducción mía). Pero el modo ético-político con que estas obras se acercan al pasado y explican el proceso de conversión de un ser humano a lo contrario de lo que era antes, puede variar, y nos hacen falta criterios teóricos para analizar. En este artículo propongo entender este fenómeno transnacional como un cambio de paradigma narrativo y quiero proponer un modelo teórico de análisis para comprobarlo, basándome en la lectura de dos no-velas chilenas. Como tal, el artículo no ofrece en sí un análisis comparativo transatlán-tico, sino presenta algunas reflexiones sobre cómo abordar el análisis de este fenómeno literario transnacional. Presupuestos teóricos

Es un presupuesto teórico del artículo que existen patrones narrativos transnacionales sobre los conflictos del pasado que informan los relatos locales en el sentido de que combinan determinadas formas de narrar con determinados modos ético-políticos de distinguir entre lo malo y lo bueno y de distribuir las relaciones entre crimen y justicia, entre culpa y perdón. Las narraciones de la alta modernidad contrapusieron de un modo antagonístico la figura del héroe, personaje a menudo joven, guapo y tan bueno como el pan, al villano malintencionado y de carácter inmoral. La violencia cometida

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por el héroe se considera buena o al menos perdonable porque está hecha para delimi-tar el mal que representa el villano. Un ejemplo a mencionar podría ser Por quién doblan las campanas de Hemingway.

Este patrón narrativo fue paulatinamente sustituido durante los años ochenta y noventa por otro patrón narrativo que, con una expresión de Daniel Levy y Natan Sznaider, podemos llamar el modo cosmopolita de hacer memoria (Levy y Sznaider, “Memory Unbound”; Levy y Sznaider, The Holocaust and Memory). El patrón narrativo de la memoria cosmopolita encuentra su fundamento en las narraciones de la memoria del Holocausto, desarrolladas en diálogo con las teorías postestructuralistas en boga por aquella época. La memoria del Holocausto tomó como punto de vista el sufri-miento de las víctimas de la violencia y la represión. El elemento digamos ‘invisible’ en el conflicto entre los actores del patrón antagonístico, el protagonista, o el héroe, y el antagonista, o el villano, es la figura de la víctima no beligerante e inocente. La invisi-bilidad de la figura de la víctima en el modo antagonístico nos permite interpretar el interés prestado por el sufrimiento de la víctima en los discursos de la memoria del Holocausto como una deconstrucción, al transponer la tensión dramática entre héroe (agente activo valorado de forma positiva como ‘bueno’) y villano (también agente activo, pero valorado de forma negativa como ‘malo’) a la relación entre la víctima (agente valorado de forma positiva) y la figura que emerge como figura de trasfondo: el victimario o perpetrador (agente activo valorado de forma negativa).

Figura 1:

La sustitución del modo antagonístico por el modo cosmopolita no ha sido ni exhaus-tiva ni total, porque en discursos políticos del neo-nacionalismo y en la cultura popular todavía podemos notar una presencia importante del modo antagonístico de hacer me-moria, e incluso un aumento. Pero entre las obras con ambición artística sí podemos notar un desarrollo significante desde un paradigma a otro. Contrastando los dos mo-dos podemos notar que los conceptos morales (lo bueno y lo malo), se aplican de forma diferente según los dos patrones narrativos. Si en el modo antagonístico las no-ciones morales se aplican directamente a los actantes (protagonista, antagonista, ayu-dante y opositor), y a través de ellos a los personajes que desempeñan estas funciones (este personaje actúa como actúa porque es malo), las categorías morales se aplican según el modo cosmopolita a entidades abstractas como regímenes totalitarios o siste-mas democráticos. Eso nos permite reconocer a un personaje como siendo en princi-pio bueno, pero forzado a hacer ‘cosas malas’ porque pertenece a un sistema que se sostiene en la opresión y la violencia. Un ejemplo podría ser el protagonista en la pelí-cula Das Leben der Anderen (2006). El resultado de esta primera deconstrucción del pa-trón narrativo resulta ser la aplicación de una perspectiva individual y despolitizada (Cento Bull y Hansen), que contribuye a la universalización de los valores de los dere-chos humanos que a su vez fomentó al cosmopolitismo político (Levy y Sznaider).

Héroe (activo/bueno) transposición deconstructiva Víctima (pasiva/inocente)

Villano (activo/malo) Victimario (activo/culpable)

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La segunda hipótesis teórica de este artículo es que la perspectiva del victimario o de personas pertenecientes a esta ambigua zona que Primo Levi llamaba “la zona gris” (Levi 42) se puede entender como una deconstrucción de segundo grado del patrón narrativo en el sentido de que es una deconstrucción de la primera deconstrucción hecha por la perspectiva narrativa del patrón de la memoria cosmopolita. El actante invisible en el conflicto entre víctimas y victimarios consiste de gente de esa zona gris, donde las víctimas también son victimarios, y donde la distinción entre las categorías morales se complican y se deconstruyen. Esta deconstrucción de segundo grado puede realizarse por una transposición de la perspectiva narrativa de la víctima al actante in-visible o por una simple inversión de la perspectiva en la relación entre víctimas y victimarios.

Figura 2:

Este modelo no es, desde luego, exacto, porque oculta que la deconstrucción de se-gundo grado tiende a borrar el sentido diferenciador entre las mismas nociones de la víctima inocente y el verdugo culpable, y busca en cambio indagar en las condiciones que permiten el desarrollo violento sin aplicar categorías morales (inocente/culpable, bueno/malo).

En su análisis del proceso contra Eichmann, Hannah Arendt demostró que Eich-mann no era un monstruo, sino una persona “terriblemente normal” y un producto de su tiempo y del régimen que le tocó vivir. Arendt acuñó —basándose en este hecho— su concepto de la banalidad del mal. En su libro War Complex: World War II in Our Time María Torgovnick afirma que este concepto en muchas ocasiones ha sido malinterpre-tado, y propone distinguir entre dos diferentes modalidades en la interpretación del mismo concepto (Torgovnick 63–69): “Eichmann está dentro de todos nosotros” por un lado, y “Todos podríamos ser Eichmann” por otro. Según la primera modalidad tenemos como seres humanos disposiciones ético-morales hacia la bondad y hacia el mal como fuerzas opuestas interiores, con lo cual la relación entre lo bueno y lo malo queda universalizada y relegada a una cuestión existencialmente moral e individual. Según “Todos podríamos ser Eichmann”, en cambio, son principalmente las circuns-tancias políticas y sociales de una sociedad particular las que determinan si personas mentalmente sanas y normales quedan enrolladas como responsables en la ejecución de atrocidades de escala mayor.

Para vincular esta distinción entre dos maneras de representar a los victimarios y personajes de la zona gris a una teoría de envergadura más amplia, propongo tomar en cuenta la manera en que Cento Bull y Hansen describen las diferencias entre tres mo-dos ético-políticos básicos que podemos encontrar en los discursos de memoria de un pasado violento (Cento Bull y Lauge Hansen). Según esta teoría se puede distinguir entre el modo antagonista, el modo cosmopolita y el modo agonista de hacer memoria. El modo antagonista defiende una versión de la historia frente a otra y se corresponde con el tipo de narración que distribuye los conceptos morales, lo bueno y lo malo,

Víctima (pasiva/inocente) inversión deconstructiva Victimario

Victimario (activo/culpable) Víctima

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directamente entre los actantes de una trama en la que el antagonista se representa como moralmente inferior. Es una modalidad ético-política que está ideológicamente comprometida con una posición determinada y que no puede incluir diferentes voces o puntos de vista, ni ninguna forma de auto-reflexión. En cambio, tanto el modo cos-mopolita como el modo agonista son modalidades más reflexivas y auto-reflexivas que permiten incluir múltiples perspectivas, pero se diferencian entre sí por el uso de las categorías morales y por la inclusión de las voces y perspectivas. El modo cosmopolita se caracteriza por elevar la perspectiva de la víctima al centro de atención para despertar compasión, y tiende a vincular los conceptos morales con sistemas abstractos como regímenes autoritarios y sistemas democráticos. Esta finalidad o afán de despertar compasión a través de una condena moral afecta a la diversidad de las voces incluidas, ya que normalmente sólo se incluyen las voces de las víctimas y sus simpatizantes, y repercute en la medida en que el discurso memorialista indaga en los conflictos políti-cos que en un primer momento despertó la violencia (Gómez López-Quiñones). Fi-nalmente, el modo agonista de hacer memoria resiste la aplicación de las categorías morales e insiste en comprender las motivaciones de los sujetos para actuar como ac-tuaron. No se trata de disculpar ni de legitimar la represión ni la violencia, sino de comprender los procesos que llevan a personas normales a cometer atrocidades. El modo agonista insiste por lo tanto en la descripción de los conflictos sociales y políti-cos del pasado que en un primer momento engendraron la violencia y, a través de ella, en la repolitización de la relación entre el presente y aquel pasado. Debido al afán de comprensión de los motivos tanto de uno como de otro lado del conflicto, el modo agonista incluye en la absoluta mayoría de los casos las voces de los victimarios.

Tomando como punto de partida esta división teórica de los modos ético-políti-cos, insistimos en que la modalidad “Eichmann está dentro de todos nosotros” se co-rresponde con el modo cosmopolita por sus efectos moralistas y despolitizantes; es la forma en que el modo cosmopolita puede incluir la perspectiva del victimario. En cambio la modalidad “Todos podríamos ser Eichmann” se integra en el modo agonista debido al énfasis que pone en la comprensión de las condiciones políticas y sociales que en gran medida determinan los actos de los personajes. A continuación vamos a ver cómo dos novelas chilenas, El desierto de Carlos Franz y La doble vida de Arturo Fontaine, describen los procesos que llevan a gente normal a ser o sentirse culpables de crímenes de lesa humanidad. Asimismo, examinaremos cómo podemos usar las distinciones propuestas por Torgovnick y Cento Bull/Hansen para interpretar el modo ético-político con que cada una de las dos novelas se acerca al pasado violento.

Carlos Franz: El desierto (2005)

La novela El desierto de Carlos Franz ha sido denominada como la gran novela total de la dictadura chilena (Lillo 120), pero es también una novela auténticamente transnacio-nal. Según el propio autor la novela está inspirada en la cultura de memoria autocrítica y auto-reflexiva que se estaba desarrollando en Alemania durante los años 1990, país donde el autor estaba viviendo en ese momento (Cruz Suárez 261), y este hecho se tematiza también directamente en el texto a través de la ciudanía e identidad transna-cional de la protagonista, Laura, refugiada chilena en Berlín. Laura desempeñaba a la hora del golpe de estado en 1973 la función de jueza en una ciudad ficticia, Pampa

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Hundida, en el medio del desierto de Atacama en Chile. Simpatizaba con el gobierno de Allende, pero como representante del sistema jurídico se vio involucrada en un proceso sumario del régimen (Franz 149–54), y se sintió en parte responsable por la ejecución de 15 presos, ejecuciones injustas pero legales según las leyes vigentes du-rante la situación de emergencia después del golpe; y además sentía que compartía esta culpabilidad con el médico de la ciudad a quién los militares obligaron a certificar las defunciones y con el cura a quién obligaron a absolver a los convictos.

Poco después de haber llegado a la ciudad, el mayor Cáceres, máxima autoridad del poder militar local, toma en secuestro la figura de la patrona de Pampa Hundida, que, aparte de ser un símbolo religioso también es la fuente más importante de ingresos debido a la cantidad de feligreses y penitentes que cada año peregrinan a la ciudad. Representantes de las autoridades civiles acuden a la joven jueza para pedirle al mayor soltar su “preso” y dejar las ejecuciones, pero el mayor se niega y se impone físicamente a Laura, y le propone un “pacto”. El pacto consiste en la promesa de dejar en libertad a uno de los condenados a muerte cada vez que Laura se presente en su casa y se deje someter al acoso sexual del mayor. Laura acepta el pacto, pero cuando al final se da cuenta de que Cáceres no ha cumplido con su parte del acuerdo y ha seguido matando, Laura se enfrenta con él una noche en medio del desierto. Sale profundamente herida y traumatizada.

Después de padecer un período largo de recuperación psíquica Laura emigra a Alemania con la intención de dejarlo todo atrás, pero cuando su hija, el resultado la relación sexual con el mayor —y crecida en Alemania—, veinte años después le pre-gunta por escrito “¿dónde estuviste tú, mamá, cuando todo esto pasó en la ciudad de tu jurisdicción?” (Franz 12), tiene que volver sobre el pasado. Y lo hace a través de la escritura primero. Escribe una larga carta a su hija, y la misma escritura tiene, según Mario Lillo, la función de un ejercicio traumático (Franz 131) que le permite re-engan-char el pasado con el presente. A través de la escritura se da cuenta de los límites de las letras —como catedrática de filosofía también se ha escondido detrás de las letras durante los 20 años de exiliada— y toma la decisión de volver a Pampa Hundida.

Temáticamente la novela trata de la culpa de esta mujer que en contra su convic-ción política se ve involucrada en crímenes contra la humanidad, llevada por una atrac-ción oscura. Desde el principio cuando los militares entraron en la ciudad, Laura se sintió atraída y fascinada por el poderoso mayor Cáceres, y su sentido de culpabilidad está relacionado con esta atracción que deconstruye toda distinción fácil entre víctima y victimario y su homologación con las categorías morales del bien y del mal. Laura es a la vez víctima y verdugo, y el paisaje que rodea a Pampa Hundida, el desierto de Atacama, llega a simbolizar la relación seca y estéril de la sociedad chilena con su propia historia, causada por el veneno de este sentimiento de culpabilidad colectiva.

La carta que escribe a su hija es a la vez escritura terapéutica y un acto de pedir perdón que se dirige tanto a la hija como a la opinión pública a través del lector. Según su propia auto-diagnosis Laura ha padecido del síndrome de Estocolmo (Franz 378), y leída según este marco de interpretación la novela puede entenderse como formando parte del paradigma del discurso de la memoria cosmopolita del Holocausto. Y efecti-vamente, la pregunta de la hija Claudia, ¿Dónde estuviste tú, mama?, se produce como una consecuencia combinada de dos viajes que hace Claudia, el primero al campo de concentración Sachsenhausen en los alrededores de Berlín (Franz 49) y la segunda a

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Pampa Hundida en Chile donde su madre 20 años antes estaba viviendo su propio ‘Holocausto’.

La novela invita a lecturas como por ejemplo la historia sobre los efectos traumá-ticos de la violencia, tal como propone Mario Lillo, o como una novela cosmopolita de retorno del exilio tal como lo hacen Gutiérrez Mouat o Fernando Rosenberg (Gu-tiérrez Mouat 30; Rosenberg). Según estas últimas lecturas lo interesante de la novela radica en la recuperación de la memoria y la verdad por parte de las víctimas, que saben aplicar los valores democráticos y los derechos humanos aprendidos durante el exilio a las experiencias nacionales del pasado, mientras la “maldad” y la violencia del poder queda relegada a la tradición ancestral. Y esta lectura parece tener fundamento en el texto, que en largos pasajes contribuye a la mistificación del miedo y de la maldad:

Ese silencio de la ciudad santuaria ante la muerte no sólo sonaba a aplauso […] sino tam-bién a algo más que empecé a sospechar […]. Ese silencio también sonaba al receso de una oración, a la expectativa de un sacrificio, a la muda señal de respeto ante un ritual antiguo que estuvo en las mismas fundaciones de la ciudad santuario y que jamás se había ido del todo, sino que sólo se había “retirado”: a las sierras de la cordillera, a las cimas barrida por el viento helado en las cuales dormían su sueño de siglos otros dioses, los de párpados momificados bajo los altares abandonados. Los dioses de antes, devueltos al seno de la diosa originaria (Ishtar, Cibeles, Pachamama) que los había engendrado y de-vorado a todos. (Franz 84)

En este párrafo el miedo, el silencio y la muerte se vinculan tanto con el paisaje y los elementos naturales como con los comienzos históricos de las civilizaciones globales en una mitificación de la maldad como una fuerza mística. Aquí no se trata de buscar, desvelar o explicar los mecanismos políticos y sociales que llevan a personas normales a torturar e incluso a matar como una actividad trivial y cotidiana. Pero en otro capítulo sí aparece este tipo de reflexiones. En el capítulo donde Laura se encuentra con un joven abogado que quiere denunciar al mayor Cáceres, aparece lo siguiente:

Laura concordaba: el muchacho se había acertado, sus hechos particulares calzaban y, sin embargo, el dibujo general era otra máscara, no era el rostro del pasado que ella conoció. ¿Por qué? Quizás porque la voluntad y la sed de verdad del joven justiciero lo deformaban. La voluntad de saber lo que no puede saberse, de explicarse lo inexplicable. Saber y explicarse, por ejemplo, la normalidad que rodeó a lo per-verso. No que lo perverso se haya vuelto normal, eso sería mala memoria o mala literatura. Sino explicarse y saber que las vidas normales siguieron sus cursos normales, mientras lo extraordinario ocurría. (Franz 94)1

Aquí conviene un comentario sobre la estructura narrativa de la novela. El discurso cambia de forma regular entre capítulos que reproducen la carta que Laura escribe a su hija en respuesta a su pregunta anteriormente citada (primera cita) y capítulos narrados por un narrador —por lo visto extradiegético— que Mario Lillo considera un repre-sentante de la comunidad local chilena (Lillo 122). En el epílogo este narrador se revela como el antiguo marido de Laura, llamado Mario. Eso quiere decir que la primera cita refleja la manera en que Laura antes del viaje de regreso está pensando sobre el pasado, transmitida a través de su propia letra, mientras la segunda cita es estilo indirecto libre de los pensamientos de Laura cuando está escuchando al joven abogado justo después

1 La letra en cursiva indica que el texto forma parte de la carta que Laura escribió a su hija.

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de su llegada a Pampa Hundida, traducidos a través del discurso literario del narra-dor/autor Mario. Pero no sólo eso. La segunda cita también contiene una reflexión meta-literaria y meta-teórica que hace pensar que es la voz del autor empírico, Carlos Franz, que se mezcla en el discurso, aunque el ex marido Mario en su juventud tuviera ambiciones literarias y sea el presunto narrador de la novela.

Esta distinción entre una mitificación del mal que pertenece al momento anterior del viaje de regreso y el interés por la banalización del mal en sentido sociológico que emerge como resultado de la vuelta al lugar del crimen y la memoria, queda desde luego desmentida por la repetición de la referencia a los dioses ancestrales —Ishtar, Cibeles, Pachamama— dentro del discurso novelesco de Mario narrador (Franz 121, 125).

En las primeras páginas de la carta que Laura escribe a su hija, intenta explicar la atracción erótica-corporal que sintió por el comandante Cáceres desde el primer mo-mento que lo vio. El comandante tuvo a su caballo encerrado en un remolque de un jeep cuando los militares vinieron a Pampa Hundida en 1973 (Franz 50), y el poder del comandante, que emanaba de su persona a través de la forma en que logró dominar el caballo que pateaba y bufaba, ansiando salir del remolque, fascinó a Laura. Ella, por su parte, se identificó con el caballo que se rebelaba como “otra cosa dentro de mí misma” (Franz 128). Laura era consciente de la ambigüedad que sentía frente al comandante, una tensión entre atracción erótica y repulsión política, que, por extensión sinecdó-quica, se puede aplicar al sistema político. Dice Laura:

El afecto del rehén por su captor, el amor de la víctima por su verdugo […] [L]a justicia que ama y necesita el poder, a pesar de que éste la viola constantemente — la viola porque está en su naturaleza hacerlo. El amor social, es deseo del bien para las sociedades, signado por esa fatalidad originaria […]: no es posible hacer justicia sin tener poder y una vez que se tiene poder éste tiende naturalmente a la injusticia, como el caballo a mascar el freno y desbocarse, o el amor a llamar al que no puede mencionarse… (Franz 378)

En este párrafo el plano mítico-erótico penetra el plano socio-político y convierte la transformación política de la sociedad chilena de Pinochet en una tragedia inevitable. Las tensiones entre razón y deseo, entre ley y poder, quedan subsumidas debajo de la relación entre el principio platónico y el principio dionisíaco como principios ances-trales y míticos. De esa forma quedan despolitizados los procesos sociales y políticos particulares que el ejército empleó para aplastar cualquier resistencia u oposición al régimen político después del golpe. Debido a esta mitificación y universalización del mal consideramos que El desierto pertenece a la modalidad “Eichmann está dentro de todos nosotros” de Torgovnick.

Arturo Fontaine: La vida doble (2010)

La novela La vida doble de Arturo Fontaine narra el testimonio de una mujer chilena también refugiada en Europa después de haber colaborado con los militares después del golpe en 1973. En el momento de contar la mujer se está muriendo de un cáncer en Estocolmo mientras le cuenta su historia a un escritor anónimo que se parece mu-cho al autor real, Arturo Fontaine. La mujer, que pide al escritor que la llame Lorena, es de descendencia de la clase media acomodada, estudió de joven literatura francesa y vivía de dar clases de francés en Santiago de Chile. Desde su adolescencia se rebeló

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contra los negocios de su padre, y llegó a militar en un grupo de la izquierda radical (ficticio) llamado ‘Hacha roja’, que a partir de 1973 participaba en la lucha armada contra el régimen de Pinochet. En esta época su nombre de guerra fue Irene. Durante una acción armada contra una oficina de cambio fue capturada y sometida a tortura, pero supo aguantar las necesarias cinco horas antes de que delató a los de su grupo2. Después de unos meses fue puesta en libertad, pero cuando la inteligencia descubrió que tenía a una hija viviendo en la casa de su madre, volvieron a detenerla y amenaza-ron con secuestrarle a la niña. Sus compañeros de ‘Hacha roja’ ya le habían ordenado mandar a la hija a vivir en un asilo de niños refugiados en Cuba como precaución, pero Irene se había resistido por razones sentimentales. En este momento, cuando los ver-dugos le amenazaron con la niña, no sólo delató a sus compañeros, sino que pasó al otro lado de forma activa. Se convirtió en traidora. Muchos años después dice al escri-tor en Estocolmo:

Fue una traición, pero una traición sincera. Quiero decirte: mi traición provenía de la verdad. Pienso ahora que, en el fondo, ya no quería seguir con esa vida de combatiente clandestina, no quería seguir viviendo a salto de mata siempre a punto de ser descubierta, no tenía esperanza porque había perdido la fe en el pueblo, en su corazón revolucionario. (Fontaine 130)

Que la traición fuera una traición sincera implicaba que la Irene de la ‘Hacha roja’ se convirtiera en La Cubanita, y que no sólo delatara a sus excompañeros y sus refugios, sino que se enrolara en el cuerpo policial, lo que en la realidad equivaldría a la DINA, y participara en las captaciones, interrogatorios y sesiones de tortura de los mismos. La tortura que sufrió como Irene fue demoledora e incomparable tanto en intensidad como en duración —como las violaciones que sufrió Laura en El desierto—, y es pro-bable que una amenaza a su hijo o hija podría romper las últimas gotas de resistencia a cualquier persona. Pero cuando no sólo se deja vencer en sentido físico, sino que se enamora del agente policial llamado El Flaco, parece que volvamos al mismo registro de fuerzas opuestas que podíamos observar en El Desierto, es decir, la tensión entre repugnancia moral y atracción sexual como fuerzas individuales y existenciales. La di-ferencia es que, aunque Laura en El Desierto reconozca el contraste en su interior entre deseo y razón, se mantiene fiel a su postura política y sus ideales éticos y morales hasta el final. En cambio, Irene se deja transformar en La Cubanita:

[El Flaco] me regaló un montón de cosas. Yo despreciaba estas ropas […] No calzaban con el espíritu acerado que exigía nuestra lucha. Pero ahora quería verme bonita […] Nunca en mis años de combatiente clandestina me habría puesto ropa así. Toda esa aus-teridad nuestra, te digo, la mandé al carajo. ¿Me estaría volviendo medio puta? ¿Yo? ¿La niña tímida educada por las monjas? (Fontaine 148)

En la vida civil Irene sigue siendo la Irene de siempre que mantiene sus contactos en los círculos subversivos, pero encarnando la figura de La Cubanita llega a ser una mujer promiscua, que goza del alcohol y de las drogas, e incluso se deja prostituir de forma voluntaria al servicio de los amigos de El Flaco. Este cambio de personalidad y de

2 Cuando una persona era detenida por la policía era necesario que resistiera la tortura durante un

mínimo de cinco horas antes de delatar a otros para que sus compañeros pudieran escaparse.

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postura sorprendente e incluso provocador para el lector está, no obstante, basado en hechos reales. Se conocen como mínimo tres casos diferentes de mujeres pertenecien-tes a la oposición política que no sólo no sabían resistir la tortura y delataron a sus compañeros, sino que llegaron en una fase posterior a colaborar directamente con la DINA como agentes contratadas. Arturo Fontaine escribe en un apartado al final so-bre sus fuentes lo siguiente: “Aunque los personajes y episodios de esta novela son ficticios, el autor tomó como punto de partida hechos e historias reales. Aparte de conversar con diversos protagonistas y testigos de la época, hizo uso de la siguiente bibliografía documental”, y sigue una larga lista de nombres y títulos.

La más famosa de sus modelos es probablemente Marcia Alejandra Merino, diri-gente del MIR con la tapa La Flaca Alejandra, que fue detenida el primero de mayo de 1974. Sostuvo al principio la tortura y la soltaron, pero volvieron a detenerla y tortu-rarla, y fue esta segunda vez cuando se rindió, igual que la Irene de la novela. Y como Irene colaboró en la identificación de sus excompañeros y se dejó enrolar como agente en DINA. Después de la transición a la democracia en 1990 se arrepintió, colaboró como testigo en la comisión Rettig (Testimonio) y publicó el libro Mi verdad… Más allá del horror; yo acuso (1993), libro que figura en la lista de fuentes de Fontaine. La Flaca también participó en el documental con su propio nombre, rodado por Carmen Cas-tillo, que también figura en la lista (Castillo). Otro caso real sería Luz Arce, una mujer joven y militante del partido socialista, a la que también detuvieron y torturaron dos veces. La segunda vez torturaron también a su hermano ante de sus ojos y amenazaron con secuestrarle a su hijo, con lo cual se quebró. Luz Arce no sólo delató a sus com-pañeros, sino cambió de lado y asistió a sesiones de tortura, e incluso llegó a ser jefe de sección de la DINA (posteriormente CNI) y profesora titular de la Escuela Nacional de Inteligencia. Igual que Irene en la novela se enamora de su adversario, el general Rolf Wenderoth, para quién trabaja como secretaria y con el que vive una relación amorosa. A partir de la transición se arrepiente igual que La Flaca, colabora como testigo en la comisión Rettig y publica el libro El infierno en 1993, un texto autobiográ-fico y confesional. En una re-lectura de este libro, María Eugenia Escobar destaca, basándose teóricamente en Michel Foucault, cómo la amalgama de discursos del texto, entre ellos el discurso religioso-confesional, revela la débil posición del yo, o incluso la aniquilación de la propia subjetividad:

En nuestro acercamiento a este texto nos hemos encontrado con un tramado de unidades discursivas, que muchas veces se cruzan, aparecen de modo solapado o, bien son, por el contrario, absolutamente premeditadas y explícitas […] Todos estos discursos van mos-trando una forma específica de mostrar ciertos poderes, los que mediante un denso tra-mado, van conduciendo inexorablemente a la anulación del “yo”. (Escobar)

Esta posición débil del yo en el texto será importante a la hora de interpretar la forma a través de la cual Lorena cuenta su propia historia.

La tercera mujer real que queda detrás de la figura ficticia de la protagonista es María Alicia Uribe con el nombre de guerra Carola. Carola fue también dirigente del MIR como La Flaca, traicionó también a sus compañeros e ingresó en la DINA como agente, pero en contraste con La Flaca y Luz Arce no se arrepintió nunca y se negó a colaborar con las fuerzas de la justicia transicional. En la página web de La memoria viva ponen: “Su historia es la más desconocida y desconcertante sobre el tema de la delación en el gobierno militar y, por ese motivo, estuvo entre las fuentes de inspiración para

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construir a Irene, el personaje principal de la novela La Vida Doble, de Arturo Fon-taine” (Memoria viva sobre Carola). Carola fue en 2014 acusada de forma jurídica por ser la responsable de la muerte de dos dirigentes del MIR, Carrasco Vásquez y de Humberto Menenteau Aceituno. Fue sometido a proceso en 2015, y en el momento de la redacción de este texto todavía no se conoce el resultado del juicio.

Fontaine crea la voz de su personaje como una amalgama de estas tres mujeres reales, pero añade a través de la ficción también su propia interpretación de la figura. En un estudio de la relación entre realidad y ficción de esta novela Peris Blanes se sirve del concepto del “pacto ambiguo”, elaborado por Manuel Alberca dentro del campo del estudio de la autoficción. El pacto ambiguo ubica lo narrado en el ámbito de la ficción, a la vez que se tiñe de la autenticidad de los testimonios de los supervivientes reales (Peris Blanes 54). En la novela las coincidencias concretas entre frases del testi-monio de Luz Arce y algunas descripciones de tortura encontradas en la novela dan este tipo de autenticidad, y hay además coincidencias visibles entre los sucesos vividos e imaginados. Como Carola, Lorena no es una mujer arrepentida, y sólo acepta la en-trevista del escritor a cambio de una compensación de 30.000 dólares en efectivo que quiere dejar como una herencia a su hija. Y como Luz Arce es una mujer con una sensación débil de su propio yo. El discurso de memoria está lleno de citas literarias y de canciones populares como un mosaico detrás del cual se esconde el sujeto narrativo, siendo la cita más simbólica y significativa la de Rimbaud: ‘Je est un autre’ (“Soy otra”, Fontaine 84). Además, Lorena insiste una y otra vez en el hecho de que su discurso no sea uniforme y coherente, y en la última mitad del libro, después de que haya contado su rendición, dice a menudo: “me contradigo”, haciendo referencia a las dos identida-des y las dos visiones del mundo que se desprenden de ellas (Fontaine 158, 166). Y como una forma de resumen de esta posición partida y vaciada de su propio sujeto, dice en la última página de la novela al escritor:

Te llevas tu bloc bien lleno… ¿Para mis citas? ¡Ja, ja! Mi yo es un hoyo lleno de puras citas… ¡Ja, ja! Lo que te cuento, insisto, no te sirve. Para tu novela, digo. Olvida esta Lorena. Una buena novela deja entreabierta la esperanza. Yo no. ¿Sabes quién es la mujer que te habla? Soy una pregunta para ti. Soy tu Lorena, nada más. (Fontaine 300)

La trama de la novela ofrece como mínimo tres marcos diferentes de interpretación que pueden explicar este desarrollo de la protagonista, y será a través de la examinación de estos marcos que podemos juzgar el modo ético-político que informa la narración. El primer marco de interpretación podría basarse en el argumento del síndrome de Estocolmo que, según el propio Carlos Franz en una reseña de la novela, sería una explicación demasiado simple y obvia. De acuerdo con la teoría de este síndrome, las víctimas de un agravio como un secuestro pueden llegar a simpatizar con la causa de los victimarios, y según testimonios de víctimas de tortura, los verdugos aparecen como más grandes, más poderosos e incluso más bellos de lo que en realidad son (Testimonio de La Flaca Alejandra ante la Comisión Rettig). Esta interpretación se mantiene dentro de un marco que considera a Lorena básicamente como víctima, y el hecho de que Lorena se muera en Estocolmo simboliza que el personaje no logró nunca salir del trance de este síndrome.

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Factores socio-políticos

El segundo marco de interpretación pondría su énfasis en los factores socio-políticos. Dice Peris Blanes sobre el uso de tortura en la estrategia del régimen militar:

En el interior de los centros de tortura, uno de los objetivos básicos había sido quebrar las identidades sociales, aislando a los individuos y volviendo a los militantes contra sus propios compañeros, quebrando todo tipo de solidaridad posible. Ese no era, desde luego, un aspecto secundario de la violencia extrema, sino una de sus aspiraciones fundamenta-les. (Peris Blanes 50)

En la novela, narrada de forma autobiográfica por una narradora no arrepentida, no podemos como lectores esperar un análisis explícito de esta estrategia. Sería romper la lógica narrativa —sería mala literatura—. En cambio, tenemos como lectores que ana-lizar los hechos narrados como síntomas que revelan la estrategia militar que queda detrás. Para lograr el objetivo de quebrar la identidad social de la clase obrera y el movimiento socialista en Chile, fue necesario destruir toda esperanza en una revolu-ción socialista. Y para lograr el objetivo de destruir la integridad personal e individual de sus opositores, el régimen abrió unos marcos espacio-temporales de excepción que permitían el uso ilimitado de la violencia y la tortura. Vamos a ver cómo Lorena explica este proceso desde su experiencia subjetiva. En primer lugar es la falta de esperanza en la conquista de una sociedad justa y sin desigualdad social, la que le permite a Irene cambiar el sentimiento de solidaridad que tuvo con sus excompañeros con desprecio y hasta odio. Dice Lorena:

Esa sociedad de iguales en la que creíamos, no existiría nunca. El país de antes había muerto. Lo mataron […] Era cosa de ver a los obreros. Antes alegres y apiñados adentro de los camiones, levantando el puño […] Ahora saliendo del Mall, los puños abajo, car-gando de bolsas y frustraciones de vuelta a casa. (Fontaine 130)

El golpe militar y la destrucción posterior de cualquier organización legítima obrera o sindical cambió de un día a otro el panorama político, y este cambio tuvo un afecto directo e inmediato en la manera en que la izquierda militante podría identificarse a sí misma. Dice Lorena:

En lugar de ser héroes estábamos destinados a ser unos extremistas desubicados y medio inventados por los militares, unos ingenuos que dan lástima. La vanguardia de combatien-tes que inaugura un mundo nuevo se convertiría en un rebaño de víctimas, la punta de lanza de guerrilleros y héroes pasaría a ser un hato de corderos sacrificados. (Fontaine 123)

El cambio en la relación de fuerzas sociales producido por el golpe militar establece el discurso de la derecha política como hegemónico, lo cual tiende a cambiar la perspec-tiva con la que la oposición se contempla a sí misma. El cambio en la relación de fuerzas sociales significa que Irene aplica la visión del ‘otro’ a su propio grupo, y lo que ve no es un grupo de héroes sino un lamentable grupo de “tontos útiles” (Fontaine 133). En palabras del sociólogo británico Richard Jenkins la categorización negativa

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exterior vence a la auto-interpretación positiva como resultado de un cambio signifi-cativo entre las fuerzas políticas de la sociedad en cuestión (Jenkins).

Una vez que se haya puesto en cuestión la identidad social del grupo al cual perte-nece el sujeto, hace falta preparar el cambio de personalidad, lo cual se consigue a través de la tortura. Lorena cuenta en el segundo capítulo la experiencia de la tortura la primera vez que fue capturada:

El amo logrará ir doblegándome como si llegase a ser un animalito suyo. El rostro que no puedes ver empieza a ser un todopoderoso, mi aterrador deus absconditus, mi dios escondido […] Uno se puede morir ahí adentro de puro agotamiento, de puro desaliento, de pura soledad. Es una vida moribunda la que vivo. No hace falta que te maten. Tú te vas alejando hasta dejarte a ti misma, y eso es morir. (Fontaine 16)

La tortura no se describe con visión exterior, sino a través de la reproducción de una visión interior de pensamientos y sentimientos que revelan este estado de “nuda vida” en sentido de Giorgio Agamben. Es la aniquilación de todos los aspectos de la vida humana aparte de la vida biológica, o sea la vida tratada como materia (Agamben). Como es bien sabido, el lugar paradigmático para la reducción al ser humano a esta forma de nuda vida es para Agamben el estado de excepción del campo de exterminio nazi (4), y Lorena en La vida doble también da testimonio de que son unas condiciones sociales y políticas parecidas las que son necesarias para poder desatar esa violencia ilimitada sobre un ser humano:

Establecido el lugar de la impunidad delimitada […] se desata en el buen padre, en la hija de familia ese monstruo que llevamos dentro, esa fiera que se ceba con la carne humana. Pero para que eso ocurra tiene que haber una orden que tú acatas y te vuelve inocente. La pertenencia a la institución […] la disciplina, es lo que permite ese traslado de la culpa al de arriba, al superior en la jerarquía. (Fontaine 140)

En esta cita la narradora tiende hacia una explicación del mal que busca su razón de ser en los sistemas totalitarios, es decir, en sistemas que favorecen la disciplina y la obediencia en consonancia con el análisis de “la banalidad del mal” que hizo Hannah Arendt del caso de Eichmann. Pero aunque mencione la inclinación hacia el mal como una disposición interior en el ser humano, “ese monstruo que llevamos dentro”, no universaliza el mal como una adoración del poder de la especie humana como en la novela de Franz, sino busca las precondiciones de las atrocidades del pasado en los factores socio-culturales del contexto histórico. En este sentido podemos afirmar que la novela representa la versión “Cualquier de nosotros podríamos ser Eichmann” de Torgovnick.

Mitificación intertextual

El tercer marco de interpretación que ofrece la novela para explicar la conversión no sólo de postura y filiación, sino también el cambio de personalidad que sufre Irene en el proceso de conversión a Lorena, lo podemos buscar al nivel mitológico a través de algunas referencias intertextuales. Cuando Lorena cuenta la experiencia que tuvo como Irene de delatar, dice que fue un “pacto fáustico”:

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Hay un vértigo en la delación. Literalmente uno se da la vuelta. Y confiesa y llora y cuenta y llora nombres, fechas, lugares marchitos […] Ha sido un pacto fáustico. Y todavía no sospechas lo que significa esa expresión, “haber vendido tu alma al diablo”. Un deus abs-conditus se quedó con todo lo que podrás ser, un Mefistófeles celoso, cuyo deseo es vio-lento y total. Hay algo mañosamente atractivo en esa muerte. Debo nacer de nuevo para el Flaco, para el Gato, soy una mujer nueva, “la Cubanita”… (Fontaine 155)

De acuerdo con esta referencia, al delatar a sus compañeros, Irene también vende a su alma. Y como Lorena se refiere repetidas veces al significado de la traición según el sentido que le da Dante, la novela nos invita a interpretar el pacto fáustico en este contexto. Cuando Lorena, por ejemplo, con desprecio explica que el libro que el escri-tor pretende crear nunca logrará comunicar la esencia de la experiencia vivida, dice: “Es inútil. Quedará la fábula edificante con su moraleja, quedará la cáscara de los he-chos […] Pero lo que les dio un sentido, lo que los hizo humanos, muere con nosotros” (Fontaine 39). Y la razón por la cual el “alma bella”3 del escritor no llegará nunca a entender, es porque la traición, según Dante, es el pecado máximo, vinculado con el último escalón del infierno:

Fíjate que cuando Dante llega al fondo del Infierno encuentra al Demonio llorando. No por eso deja de ser el Demonio, no por eso se arrepiente. Si lo hubiera hecho, estaría en el Purgatorio, tendría esperanza. El demonio no se arrepiente y sin embargo llora, llora sin esperanza […] Castiga a los que inspiró y han seguido sus pasos, los castiga día y noche mientras es castigado. Es el traidor insuperable (Fontaine 40)

Según Dante, el traidor ha pecado de una forma tan fundamental que ha perdido toda esperanza, con lo cual ni siquiera se puede arrepentir. Dice el propio Fontaine en una entrevista publicada en septiembre de 2010:

Para Dante, la traición era peor y estaba asociada con el propio demonio: quién traicionaba perdía su alma, que viajaba al infierno y era derechamente el diablo quien se apoderaba de su cuerpo mientras el traidor vivía en tierra. (Vásquez)

Pero en nuestro caso es importante destacar la relación que la novela establece entre esta visión mitológica de la traición en Dante y la falta de toda esperanza política y social que, como acabamos de ver, está directamente vinculada con la implantación de un nuevo régimen ideológico, hegemónico a partir del golpe en 1973. Dice Lorena: “En la puerta del Infierno de Dante está escrito: Deja toda esperanza tú que entras. Yo vivía así. Había perdido toda esperanza y todavía no moría. En este estado de abati-miento vería yo a muchos” (Fontaine 152). La figura del hombre reducido a la nuda vida, el muerto vivo sin alma, llega a ser una metáfora para Lorena, que, a través de las referencias a Dante y del contraste con el alma bella de Goethe, se llena con un signi-ficado mitológico que no contradice sino que complementa la contextualización polí-

3 Trazando la historia del concepto de la “alma bella” desde Platón y Plotino, pasando por Schiller

y Goethe a Hegel, Mario Lillo hace una interpretación de su uso aquí como una metonimia de la sociedad chilena que en la actualidad intenta elaborar la tragedia post 1973, manteniéndola a una distancia con-fortable (Lillo 180–82).

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tico y social de la banalidad del mal. Si para Carlos Franz los mitos sirvieron para uni-versalizar el mal como una disposición humana y ahistórica, para Arturo Fontaine el significado mitológico se añade al marco socio-político de interpretación y aporta otra perspectiva más profunda de forma complementaria.

Conclusión Ambas novelas focalizan la narración desde la perspectiva de personajes que pertene-cen a la zona gris y pueden leerse como dos intentos diferentes de abordar los límites impuestos por la perspectiva más extendida en las novelas memorialistas en español, la de la víctima. En El desierto las tensiones entre razón y deseo, entre ley y poder, quedan subsumidas bajo la relación entre el principio platónico y el principio dionisíaco como principios ancestrales y míticos, y las fuerzas del mal quedan interiorizadas y universalizadas como disposiciones humanas. En este sentido es coherente la interpre-tación que hace la novela de las reacciones del ser humano frente a las cuestiones éticas de máxima importancia con la modalidad que María Torgovnick llama “Eichmann está en todos nosotros”. En cambio, La doble vida, según la lectura que se ha hecho en este artículo, puede interpretarse como ejemplo del modo “todos podemos ser Eichmann”. Peris Blanes no estaría de acuerdo porque considera que el hecho de que Fontaine desvincule el tema de la violencia de la implantación del sistema económico del neoli-beralismo en Chile produce una despolitización de la violencia sistemática del régimen, con lo cual la conversión de Irene en Lorena también en este caso se explica acudiendo a causas psicológicas e individuales. Según la lectura aquí propuesta la novela efectiva-mente ofrece todos los elementos necesarios para comprender el uso estratégico de la violencia del régimen, pero los motivos de dicha violencia se describen de forma sub-jetiva en función de cómo son padecidos por la narradora. Es decir, la focalización radical en la perspectiva de la traidora obliga al lector a leer el discurso monológico como un síntoma de lo padecido por la estrategia del régimen. Resultaría artificial, según esta lectura, que la misma narradora explicase de forma clara y crítica la finalidad de esta estrategia estatal, si ella misma era y sigue siendo afectada, o sea, victimizada por ella.

Podemos por lo tanto concluir que El desierto, a pesar de sus meta-reflexiones y multiperspectivismo, no contribuye al análisis y comprensión de los procesos sociales y políticos que convierten a personas normales en criminales responsables de crímenes de lesa humanidad. Contribuye, en cambio, a la despolitización de los procesos sociales y políticos particulares que el ejército empleó para aplastar la oposición al régimen después del golpe. La transformación autoritaria de la sociedad chilena se convierte por lo tanto en una tragedia inevitable y, en este sentido, la novela se inscribe en el modo ético-político cosmopolita. En cambio, La otra vida permite al lector, a través de la focalización subjetiva de Lorena, no sólo reconstruir los procesos sociales y políticos que impuso el régimen, sino también comprender los mecanismos psicosociales que llevaron a esta mujer a convertirse en perpetradora. Y al insistir en la búsqueda del ‘mal’ mediante el entendimiento de las condiciones y procesos socio-políticos, la no-vela no sólo reabre la discusión política sobre el pasado, sino que plantea también de forma agonista la relación entre este pasado y la sociedad chilena actual.

Hans Lauge Hansen

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“Esa tranquilidad terrible”. La identidad del perpetrador en el ‘giro’ victimario

Pablo Sánchez León Universidade Nova de Lisboa

Resumen: En los últimos años se está produciendo un creciente interés por el estudio de los victimarios. A diferencia de la víctima, el verdugo no suele testimoniar por voluntad propia, y si lo hace normalmente es para exonerarse de responsabilidad. Esta actitud plantea el problema de la voz enunciativa del victimario. Este artículo propone que la tarea de conocer acerca la identidad del perpetrador perfila un terreno para el intercambio entre la reflexión y la imaginación: el esbozo interdisciplinar de una antropología del verdugo. A través del tratamiento de este asunto en Las benévolas de Jonathan Littell, el texto muestra un ejemplo de cómo la literatura de ficción ofrece un marco para reflexionar acerca de las motivaciones de los perpetradores a partir de su actitud ante el testimonio. El objetivo último del artículo es no obstante señalar las dificultades que rodean la comprensión de los victimarios en el caso concreto de la guerra española de 1936–39 y sus secuelas. La reflexión sobre este asunto lleva a concluir que los problemas de conocimiento del perpetrador están menos en el objeto de estudio que en el propio observador. Palabras clave: victimarios, víctimas, epistemología, valoración moral, teoría de la identidad, reconocimiento, Guerra Civil española, represión, Jonathan Littell, Léon Degrelle, Ernesto Giménez Caballero Abstract: There is a growing interest in the study of perpetrators. As opposed to victims, victimizers tend not to be willing to testify, and when they do they exonerate themselves from responsi-bility. This attitude poses the issue of the voice of the perpetrator. This article claims that the task of knowing about the identity of the victimizer offers a terrain for exchanges between reflection and imagination: the interdisciplinary outline of an anthropology of the perpetrator. Through the approach to this issue in The Kindly Ones by Jonathan Littell, the text shows an example of how fiction offers a framework for reflecting on the rationale of perpetrators by focusing on their attitude towards testimony. The final goal of the article is nevertheless to point out the difficulties surrounding the understanding of the victimizers in the case of the Spanish 1936–39 war and its sequels. Reflection on this issue leads to conclude that problems in the knowledge about the perpetrator are less in the object of study and rather more in the observer. Keywords: victimizers, victims, epistemology, moral evaluation, identity theory, recognition, Spanish Civil War, repression, Jonathan Littell, Léon Degrelle, Ernesto Giménez Caballero

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Vivo, hago lo que es factible, eso es lo que hace todo el mundo, soy un hombre como los demás, soy un hombre como vosotros. ¡Venga, si os digo que soy como vosotros! (Littell, Benévolas 26)

Sin reconocimiento no es posible asegurarse una identidad (Pizzorno 36–41), y sin ella tampoco dotarse de un “espacio moral” (Taylor 49–86) con el que dar sentido a la vida y compartirla en colectividad. Una máxima tan sencilla como esta tiene enormes con-secuencias para los humanos, que vivimos en comunidad. Para todos: también para los perpetradores de crímenes contra la humanidad, que no dejan de ser humanos, por mucho que sus actos produzcan a una inmensa mayoría una mezcla de repugnancia y extrañeza. Los victimarios, el conocimiento de sus actos, y la relevancia que para esto tienen las reacciones que provocan, son el centro de atención de este artículo, que no aspira a ofrecer sino una primera aproximación a un tema de enorme complejidad y que seguramente va a suscitar atención en los próximos años dentro y fuera del mundo académico. Hablo de la cuestión de la racionalidad subyacente a los actos de los per-petradores de masacres contra población inerme: qué motiva a los victimarios y cómo hacer sus motivaciones comprensibles es una cuestión que desborda las posibilidades de estas páginas; aquí se propone abordar el asunto desde el punto de vista de la iden-tidad, la del perpetrador, pero asimismo necesariamente también la de su observador.

En los últimos años se ha producido un creciente interés por el estudio de los victimarios. La tendencia parece relacionarse, de un lado, con la convención que pro-clama que, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, nos encontramos en un contexto político definible como postotalitario (Linz y Stepan 293), algo que en principio favo-rece un distanciamiento respecto de los sistemas que se asume que han fomentado formas de exclusión exterminista —a pesar de que el estudio socio-histórico compa-rado más completo sobre masacres de civiles en estados nacionales en construcción lo que ha establecido es ante todo una relación estrecha entre limpieza étnica y auge de la democracia (Mann 2–5)—; y del otro lado tiene que ver con la dinámica interna de los estudios sobre violencia, especialmente los llamados Genocide Studies, los cuales han ido acusando una saturación del paradigma de la víctima/testigo que se busca compensar con un renovado énfasis en la figura del perpetrador. Con este ‘giro’ hacia el victimario llegan sin embargo nuevos desafíos teóricos y epistemológicos.

A diferencia de la víctima, y a menudo en franco contraste con ella, el verdugo no suele testimoniar por voluntad propia, y cuando lo hace normalmente es para exone-rarse de responsabilidad en los sucesos que se le imputan. Su postura habitual es esen-cialmente negacionista: aquello no sucedió, o no sucedió como se viene relatando, y además el supuesto victimario no tuvo una implicación en los hechos más que indi-recta, delegada o pasiva. Esta actitud no solo acarrea problemas de carácter metodoló-gico, pues obliga a desplegar una hermenéutica sofisticada —para identificar contra-dicciones internas en su discurso, incongruencias entre este y las evidencias, e incluso atribuir significado a sus silencios—, sino que deja planteada la cuestión de la voz enunciativa misma. En el caso de que testifique, ¿desde dónde, en términos morales, habla el perpetrador, y a qué conjunto de referentes y valores se puede adscribir su discurso? En el caso de que opte por el silencio, ¿cómo ponerle voz, y qué voz poner a quien se niega a hablar?

Lo que este artículo plantea es que la tarea de conocer acerca la identidad del per-petrador compete a la teoría social y la historia pero asimismo a la literatura, perfilando

La identidad del perpetrador en el ‘giro’ victimario

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un terreno para el intercambio fructífero entre la reflexión y la imaginación: en todos estos géneros y disciplinas el observador se enfrenta a la necesidad de construir una voz con capacidad enunciativa, y en suma de delinear una antropología del verdugo. A través del tratamiento de este asunto en una obra de ficción —Las benévolas de Jonathan Littell—, que relata en primera persona el exterminio perpetrado en Europa del Este por los nazis durante la invasión de la Unión Soviética, muestro un ejemplo de cómo la literatura de ficción ofrece un marco para reflexionar acerca de las motivaciones de los perpetradores a partir de su actitud ante el testimonio. Como plantearé, detrás del silencio o la negación del victimario late una tensión por testimoniar como única vía para recuperar la sensación de pertenencia a la comunidad de los humanos, y este di-lema identitario permite fundar una hermenéutica valiosa para un programa de inves-tigación constructivista acerca de la identidad del perpetrador.

El objetivo último del texto es señalar las dificultades que rodean la comprensión de los victimarios en el caso concreto de la Guerra española de 1936–39 y sus secuelas. Para los perpetradores del bando franquista el dilema entre testimoniar o no hacerlo no refleja una tensión moral comparable a la de otros casos de grandes victimarios de crímenes contra la humanidad. A través de dos testimonios producidos, uno durante la dictadura y el otro durante la transición a la democracia, planteo que este tipo de perpetradores no expresa que su identidad esté en riesgo al testimoniar, y trato de dar una explicación a este fenómeno que ilustra cómo los literatos o intelectuales funcio-nan en la cultura española moderna como una comunidad auto-referencial que viene desde la transición reproduciendo las condiciones semánticas para la impunidad de los crímenes del franquismo. Finalmente concluyo con unas reflexiones acerca de cómo los problemas de conocimiento del perpetrador están menos en el objeto de estudio que en el propio observador.

El ‘giro’ victimario, entre la teoría social y la experimentación literaria sobre los modos enunciativos del perpetrador

[A] decir verdad, el suicido no me tienta gran cosa […] Y en tal caso, como forma de emplear los ratos perdidos, escribir es una ocupación tan buena como otra cualquiera. (Littell, Benévolas 10)

2017 seguramente pasará a la historia de la historiografía como el año de la puesta de largo de lo que se conoce ya como el ‘giro’ victimario. El fenómeno tiene de momento por epicentro una red de investigadores coordinada desde la Universidad de Utrecht cuya página web centraliza proyectos, conferencias y publicaciones, además de víncu-los con otras actividades relacionadas con los Genocide Studies (https://perpetratorstu-dies.sites.uu.nl/). Cuenta no obstante con avales de relevancia: este mismo año ha visto la luz un estudio con el título expreso de Perpetrators, cuyo autor plantea que solo “a full account of the horrors and cruelties” de la Shoah “enables us to address the issue of individual participation” (Lewy ix), ampliando así enormemente los objetivos y exi-gencias de un campo de investigación en ciernes; y para fines de este mismo 2017 se anuncia la publicación de un promisorio Journal of Perpetrators Studies. Por su parte desde Francia se está reclamando también una nueva historia cultural del nazismo que, más allá de la reconstrucción de “la logistique” que ha presidido hasta el momento el estudio

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de su maquinaria exterminista, se adentre en la comprensión de “la logique des criminels, cet univers mental si particulier” del que procedían los presupuestos, los planes y las relaciones que hicieron posible el Lager concentracionario (Chapoutot 19).

No puede decirse que con este ‘giro’ hacia el victimario estemos ante una novedad o una originalidad; de hecho su pretensión es tan antigua como la conciencia misma del genocidio. La apuesta por hacer comprensible la racionalidad del verdugo como vía hacia el conocimiento del mal exterminista está ya insinuada por Primo Levi en un pasaje de su crónica de 1947 sobre su paso por Auschwitz durante la guerra mundial (Chapoutot 11–13). En ella Levi, que había conseguido preservar la vida en el campo de concentración gracias a sus conocimientos de química orgánica, se enfrenta en una ocasión a un examen que, de no pasarlo satisfactoriamente, puede llevarle a la cámara de gas. El examinador —profesor Pannwitz— por mucho que tenga que reconocer su valía, trata al examinando como si no fuese un humano: según el prisionero, cuando se cruzan sus miradas, aquel tipo bien vestido, “alto, delgado, rubio” y con plena con-ciencia de ario seguramente estaba pensando que “[e]sto que hay ante mí pertenece a un género al que es obviamente indicado suprimir” (Levi, Si esto es un hombre 112). La anécdota quedó grabada en la memoria de Levi, quien dice haberse preguntado muchas veces después “cuál sería su funcionamiento íntimo de hombre”; y, asumiendo que “aquella mirada no se cruzó entre dos hombres”, declara:

si yo supiese explicar a fondo la naturaleza de aquella mirada, intercambiada como a través de la pared de vidrio de un acuario entre dos seres que viven en medios diferentes, habría explicado también la esencia de la gran locura de la tercera Alemania. (Levi, Si esto es un hombre 113)

En la práctica, no obstante, los estudios sobre la figura del perpetrador han estado fundados en una prevención moral que solo aconseja ahondar en la racionalidad del victimario en la medida en que contribuya a dignificar a las víctimas. Entre las aproxi-maciones disponibles quizá la más seminal es la noción de “banalidad del mal”, acu-ñada por Hannah Arendt tras su seguimiento del juicio sumario contra Adolf Eich-mann, un alto oficial de las SS directamente encargado de hacer ejecutar la ‘Solución Final’. La reflexión de Arendt ha dado lugar a una desbordante literatura reflexiva desde la filosofía moral —especialmente sobre la posibilidad de instituir hasta la ruti-nización un mal absoluto—, pero asimismo a aplicaciones en la historiografía (Brow-ning; Goldhagen; Welzer) y la sociología (Sémelin) en estudios que subrayan cómo ‘hombres normales’ sin patologías psicológicas reseñables pueden terminar converti-dos en activos verdugos. Con todo, y pese a esta aparente utilidad, Arendt estaba in-teresada en la evaluación moral del perpetrador y no en profundizar en la racionalidad de sus actos —que en su enfoque son calificados de producto de una perversión del ideal kantiano del imperativo categórico— o en su discurso, que resumió como un “conjunto de frases hechas y clichés autoinventados” referidos a un “lenguaje buro-crático” (Arendt 136). Su perfil de Eichmann, por sugerente que haya sido conside-rado, queda cuando menos incompleto, en parte además porque no asistió a todo el proceso judicial: no estuvo presente durante el testimonio que el acusado aportó como defensa (Cesarani 197), lo cual ayuda a entender que perfilase un retrato que no subraya la profunda identidad antisemita de Eichmann, constatable por otras evidencias, de-jando además sin abordar la relación entre el testimonio y la identidad del victimario.

La identidad del perpetrador en el ‘giro’ victimario

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Su principal alternativa ha sido la noción de “zona gris”, originariamente planteada por Primo Levi como un espacio “de contornos mal definidos” que “separa y une al mismo tiempo” a “patrones y siervos”, los dos sujetos que configuran el orden con-centracionario (Levi, Hundidos 18). Según Levi la ‘zona gris’, al desdibujar las figuras del amigo y el enemigo, deja en suspenso en quién depositar la confianza para estable-cer lazos de alianza y fraternidad, dificultando a la víctima orientarse en el Lager. Las dimensiones moral y de conocimiento aparecen así solapadas en este enfoque, que dibuja además un escenario cuya “estructura interna” resulta “extremadamente com-plicada”, pues la maquinaria del exterminio no aspira solo a la destrucción física de los condenados sino ante todo a hacerles perder la dignidad a través de una perversa prác-tica que culpabiliza a la víctima y fomenta en ella el olvido por haber participado de “la implicación de las víctimas en su propia destrucción” (Galcerà i Padilla 7).

La categoría de ‘zona gris’ ha servido para hacer comprensible que la racionalidad de la víctima puede ponerse al servicio de la lógica exterminista del victimario (Bauman 171), desdibujando las fronteras entre una y otro y favoreciendo la impotentia iudicandi. Ahora bien, como superviviente a Levi lo que le interesa del conocimiento que puede aportar esta categoría —acuñada para abordar el problema del colaboracionismo entre las víctimas— es contribuir a la memoria del campo de concentración frente al olvido que buscan el revisionismo y el negacionismo. Es esto lo que le mueve a tratar de arrojar luz sobre un fenómeno al que “no le falta ningún elemento para dificultar el juicio”, pero ante todo con objeto de “separar el bien del mal” (Levi, Hundidos 18).

En resumen, tanto Arendt como Levi dejaron planteada la cuestión central del ‘giro’ victimario —¿cuál es la racionalidad subyacente al perpetrador, capaz de poner en marcha el exterminio y la perversa zona gris?—, pero con sus opciones han contri-buido también a poner límites al conocimiento, transmitiendo a los observadores del presente el temor a que la aspiración a dar respuesta a esta cuestión entre en conflicto con la postura moral innegociable de rechazo a los verdugos. Esta tensión sigue mar-cando los primeros pasos del ‘giro’ victimario, cuya hoja de ruta, partiendo del reco-nocimiento del declive de la figura de la víctima como encarnación incuestionable de la memoria, plantea tratar de navegar entre la Escila de “the desire and need to un-derstand the motivations behind these people’s actions” y el Caribdis de “the ethical imperative not to try to understand, because understanding might imply forgiveness” (https://perpetratorstudies.sites.uu.nl/). Ante una disyuntiva tan radical, las proclamas a favor de la interdisciplinariedad —la nueva línea convoca a expertos en historia, cri-minología, derecho, estudios forenses, estudios culturales, sociología, antropología, fi-losofía, estudios sobre memoria, psicología, ciencia política, literatura y educación— se muestran de escasa utilidad.

Para asegurar el éxito de esa invocación a la concurrencia de disciplinas, antes debe reducirse la distancia o el disenso entre lo moral y lo epistemológico. Una manera de avanzar en esa dirección es a través del intercambio entre imaginación y reflexión teó-rica, es decir, poniendo a colaborar a la literatura con la teoría social y la historia. La opción es epistemológicamente legítima, pues de un lado toda reconstrucción de la lógica del victimario ha de adoptar por necesidad la forma de una narración en la que este justifique de alguna manera su relación con los hechos que se le atribuyen. Y de otro, en tanto que narrador, el verdugo ha de dirigirse a una audiencia para validar su discurso. De cara al estudio del testimonio del victimario, la dimensión literaria y la sociológica conforman en suma el marco en el que se manifiesta la tensión entre lo

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valorativo y lo cognoscitivo, lo que permite tratar de someterla a un cierto control analítico, indispensable para dar pie a una investigación histórica.

En efecto, en última instancia el narrador debe con su discurso referir a algún “círculo de reconocimiento” del que depende su identidad en el tiempo (Pizzorno 36–42); por su parte, para hacer la narración compresible, victimario y círculo han de com-partir los significados esenciales de las palabras y conceptos empleados. Sobre esta base, si el victimario ofrece una narración acorde con los valores de un círculo de re-conocimiento postexterminista, con su discurso estará expresando que abjura de sus actos criminales: el formato que adoptará su discurso será entonces alguna forma de confesión o arrepentimiento, solicitando del público un juicio absolvedor, aunque a escala narrativa el precio será deformar el sentido originario de sus actos. Si no con-fiesa, en cambio, es porque considera que su identidad está sustentada por otro círculo de reconocimiento, vinculado este a valores propios del contexto de perpetración de los crímenes pero que sigue constituyendo su comunidad referencial. En suma, el vic-timario tiende a no testimoniar cuando mantiene un vínculo identitario con un círculo de reconocimiento propio del contexto de los hechos; es solo que, dado que este carece ya de legitimidad, no se puede dirigir a él públicamente. El compromiso moral con dicha comunidad se expresa así en un silencio con medio del cual, por otro lado, aspira a preservar el significado originario de sus motivaciones. Ahora bien, en un contexto postexterminista, no es solo que dicho círculo haya perdido la posición hegemónica sino que además sus miembros pueden entretanto haber desaparecido (en términos biológicos o identitarios), y esto abre la posibilidad de la anomia, es decir, la pérdida de referentes para el victimario, cuya salida extrema podría llegar a ser el suicidio. Lo habitual, no obstante, es que los círculos heredados experimenten cambios más bien progresivos que drásticos en sus referentes morales, y que por su parte el perpetrador se beneficie de su implicación en varios círculos, viejos y nuevos (y reales o imagina-rios), lo que le permitirá combinar distintos discursos —que suelen ir del recuerdo activo en privado a la negación en público— sin menoscabo de su sensación de perte-nencia e identidad.

Podemos denominar todo este escenario el ‘dilema del perpetrador’, el cual tiene que ver, según planteo, con una tensión entre círculos de reconocimiento, y que a su vez también argumento que regula el formato del discurso perpetrador y en conjunto la posibilidad y la factura de la voz enunciadora. Es en este punto donde, para visibilizar dicha tensión y ofrecer un mapa de las opciones discursivas que se abren al victimario, la literatura puede venir en apoyo de la teoría social y la investigación histórica, si bien a cambio de ello la construcción pasa entonces a primar sobre la reconstrucción. Esta opción es de hecho la que parece haber fundado la estrategia narrativa de Jonathan Littell en su premiada novela Las benévolas de 2006.

Littel sorprendió al público y se ganó el reconocimiento de la crítica con una no-vela en la que pone en boca de un alto oficial de las SS inventado —Maximilian Aue— las atrocidades cometidas por los nazis durante la Operación Barbarroja sobre Ucrania y en dirección a Stalingrado. La obra suscitó desde temprano reacciones totalmente contrarias, desde el ensalzamiento por parte de Jorge Semprún —que anticipó en ella la referencia futura sobre el exterminio judío— a la censura abierta de Julia Kristeva, quien se esforzó por presentarla como peligrosamente orientada a “restitue l’univers d’un criminel” (Clement 2). Esta última postura es en sí misma señal de la virtual au-

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sencia en la esfera pública de testimonios sobre masacres y crímenes contra la huma-nidad del lado de los victimarios, y ello vuelve ya de por sí relevante la obra de Littell como posible contribución al conocimiento sobre las motivaciones de los victimarios. Las polémicas que desde su publicación acompañaron el libro se centraron en discutir si el testigo ideal o deseable del Holocausto debía ser el perpetrador, y en cuestionar que la novela fuese otra cosa que una obra de ficción sin valor histórico (Devarrieux y Levisallies). Ahora bien, nadie ha puesto en duda el rigor de Littell en el conocimiento detallado del funcionamiento de las instituciones exterministas, los conflictos jurisdic-cionales entre organizaciones y los planes para los Untermenschen: en definitiva, su co-nocimiento sobre la cultura de los verdugos de los judíos centroeuropeos y otras mi-norías. Por tanto, y al margen de que la trama de la novela contenga también notables licencias como es esperable en una obra de ficción, la voz enunciativa que adopta el autor merece ser tomada en consideración dentro del ‘giro’ hacia el perpetrador.

La voz de Aue protagoniza la introducción del libro, en la que el autor presenta el testimonio elaborado por un protagonista que declara sin ambages: “No estoy arre-pentido de nada; hice el trabajo que tenía que hacer, y ya está” (Littell, Benévolas 12). Esta postura de Aue aleja su voz en primera persona de la de un sujeto cuya identidad depende del reconocimiento de un círculo fundamentado en los derechos humanos. Aue subraya aún más su posición: “gracias a Dios, nunca he necesitado, como mis ex colegas, escribir mis memorias para justificarme, porque no tengo nada que justificar”. De paso despeja otros posibles orígenes espurios para el testimonio extendidos entre antiguos nazis, como la necesidad económica: “tampoco tengo intenciones lucrativas, porque me gano la vida bastante bien con lo que hago”.

Desde la teoría de la identidad como reconocimiento, la postura de Aue expresaría en principio un típico dilema del perpetrador: si se niega a testificar por lealtad a unos valores que le vinculan con un círculo de reconocimiento propio de la experiencia ex-terminista corre el riesgo de caer en la pérdida de referentes y la anomia, pues por su manera de exponer que carece de remordimientos o necesidades deja claro que ha roto los vínculos con sus antiguos correligionarios nazis. Sin embargo, el protagonista de Las benévolas tampoco contempla el suicidio, según aclara en el textual que abre este epígrafe. En principio solo le quedaría entonces como opción un testimonio negacio-nista; pero esto es justamente lo que no ofrece: al contrario, lo que Aue hace a conti-nuación es conducir al lector por los horrores de las matanzas de judíos en los que se vio implicado de manera activa, aunque lo haga desde una opinión contraria al exter-minio y a favor de la esclavización de los Untermenschen, por la que no obstante tampoco lucha activamente.

¿A qué racionalidad responde, en suma, el testimonio de este perpetrador? Es en este punto donde la ficción y sus reglas permiten ir más allá de los límites que impone el afán reconstructivo de las ciencias sociales y humanas, aportando toda una dimen-sión que, aunque originada en la imaginación, deviene valiosa para el conocimiento. Pues en la medida en que el autor necesita diseñar un protagonista dispuesto a testi-moniar —única forma de elaborar una novela en primera persona—, se ve obligado a reflexionar sobre alguna justificación que pueda quedar para el victimario que ni se arrepiente ni está dispuesto a callar. La que plantea Jonathan Littell es por referencia a una estética: el placer de transmitir una historia bien contada, lo que viene a reflejar el valor dado a la literatura en una sociedad moderna.

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Podría parecer que en el mejor de los casos esta justificación aleja la estrategia de Littell de toda dimensión de conocimiento, por no hablar de que sería de nulo interés para la teoría social o la filosofía moral. En realidad la apariencia engaña, pues con esa justificación aparentemente diletante y esteticista el protagonista no deja de apelar a un público, sin duda a uno algo diferente del círculo de reconocimiento fundamentado en los derechos humanos, pero por ser más amplio y universal: el público lector en su totalidad. Desde ese momento, al igual que a cualquier otro sujeto respecto a su círculo, a la voz enunciativa de la novela le es aplicable la teoría de la identidad como recono-cimiento.

En efecto, al enunciar su justificación literaria aparentemente ociosa e irresponsa-ble, Aue se está dirigiendo a un destinatario; y además no de modo desinteresado como en principio reclamaría el lema áureo de la literatura como ‘arte por el arte’: pues a continuación la voz del protagonista intenta seducir al lector, arguyendo que el relato que puede ofrecer “no es algo ajeno a vosotros” los lectores universales (Littell, Bené-volas 7). Sin duda pretende así presentar sus actos criminales como potencialmente pro-pios de cualquier ser humano. Sabemos, no obstante, que nadie puede garantizar una estrategia maximizadora en cuestiones de identidad, ya que esta depende en última instancia del reconocimiento que se reciba de otros. Visto así, es en realidad Aue quien, al ofrecer su relato, pasa a depender de la valoración que de sus actos pasados haga esa comunidad compuesta por los lectores actuales. Pero hay más, porque el hecho mismo de ofrecer una narración es expresión de una búsqueda de reconocimiento, sin el cual elaborar aquella carecería de sentido. Detrás de la justificación estética hay en fin una apelación moral a una comunidad, lo que compromete al narrador: el testimonio de Aue, por mucho que venga racionalizado desde la estética, no deja de estar sujeto a la lógica de la “responsabilidad ante el otro” que configura todo relato autobiográfico mínimamente introspectivo, máxime en el caso de un superviviente —algo que el vic-timario no deja formalmente de ser— el cual, cuando testifica, lo hace en última ins-tancia por todos aquellos que no sobrevivieron (Loureiro, Huellas 19–41).

La novela se abre por eso con una sentencia cargada de significación: “Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió” (Littell, Benévolas 7). Ese pasaje inicial y otras reiteraciones del estilo en la introducción de Las benévolas han sido objeto de tratamiento desde la teoría literaria, encontrando en ella resonancias propias de la tra-gedia clásica (Trubetzkoy); se ha dicho también que el autor no hace sino parodiar el formato enunciativo de los testimonios de supervivientes, que también suelen incluir invocaciones a la humanidad entera (Murat). Ahora bien, la apelación fraternal de Aue, por falsa y oportunista que pueda sonar, expresa la aceptación por el victimario de los referentes valorativos de la modernidad civil, precisamente aquella que el nazismo trató de subvertir en nombre de una ideología de la desigualdad entre humanos. El verdugo viene así a conceder una derrota que no es ya política sino también moral, identitaria.

Más allá de esto, para poner voz a un perpetrador a la vez impenitente y locuaz, Littell está sintetizando todo el repertorio de opciones que definen el dilema del per-petrador. Permite así comprobar que la única alternativa al riesgo de anomia es para cualquier sujeto la búsqueda de reconocimiento en alguna comunidad de referentes morales, sea esta nueva o heredada, circunscrita o universal, pues solo ella asegura una identidad; también al perpetrador. Y esto a su vez ayuda a delimitar sociológica e his-tóricamente la disyuntiva entre lo epistemológico y lo moral: independientemente del

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juicio que merezcan sus actos, detrás de la actitud del victimario hay una tensión entre círculos de reconocimiento que le garanticen un espacio moral.

La democracia posfranquista y el (re)conocimiento del perpetrador

Sería totalmente incapaz de salir de esa tranquilidad terrible, aunque lo quisiera. (Littell, Benévolas 9)

Hasta aquí he abordado la cuestión de cómo contribuir al conocimiento de la identidad de los verdugos de crímenes contra la humanidad a través de una combinación de reconstrucción y construcción de la voz del perpetrador; y para ello he escogido un ejemplo que da voz a un victimario a la vez sin remordimiento y locuaz, pero tomado de la ficción. Sin embargo, estos sujetos, aunque en principio escasean, se encuentran en la realidad histórica y a nuestro alrededor. El propio Littell ha trabajado uno de ellos, lo que nos permite de paso acercarnos a España.

España es un caso extraño dentro del mapa de los crímenes contra la humani-dad: no figura en el ranking de los genocidios del siglo XX, pero el uso de este término se encuentra cada vez más naturalizado cuando se hace referencia a la dimensión re-presiva de la guerra de 1936–39; incluso ha dejado de ser un tabú entre los historiado-res, y empieza a ser empleado como categoría heurística para dar significado a las ma-tanzas de civiles perpetradas por los seguidores de Franco (Míguez Macho 23–26). Por otro lado, desde comienzos del siglo XXI España ha asistido al igual que tantos otros países al auge del paradigma de la víctima, lo que ha dado lugar ya a voces críticas que señalan que convertir la memoria en “el repositorio de la verdad” no hace sino poner sobre la mesa la cuestión de acerca de quién o para quién es dicha verdad (Loureiro, “Pathetic Arguments” 226), o que sugieren que una víctima que empieza a estar “en todas partes” (Gatti y Martínez 8) amenaza con solaparse con la que en origen era su figura antagónica, el ciudadano. Tal vez por eso también en España avanza el para-digma victimario, para empezar en la literatura (Lauge Hansen), pero incluso ya en algunos estudios académicos que se interesan por analizar las dificultades de lograr que los verdugos de la represión franquista ofrezcan testimonios en lugar de mantenerse en el silencio o la negación. En efecto, tal y como Payne y Aguilar constatan, también en España las voces de los verdugos son en general “few, fleeting, and fugitive” (Payne y Aguilar 43). Pero esto no quiere decir que la antropología del victimario sea en el caso español equiparable a la de cualquier otra encrucijada exterminista.

De cara a señalar analogías y diferencias, de nuevo aquí la sinergia entre literatura, ciencias sociales e investigación histórica es garantía de un mejor abordaje. Al hilo de la redacción de su novela y como parte del cuidado trabajo previo de documentación y reflexión, Jonathan Littell elaboró un ensayo que a su vez se inspira en el pionero estudio de Klaus Theweleit sobre la mentalidad de los miembros de las Freikorps ale-manas, tropas de voluntarios excombatientes que se dedicaron a la represión de los movimientos políticos revolucionarios al término de la Primera Guerra Mundial y du-rante los primeros años de la República de Weimar. Theweleit planteó cómo la pro-ducción de deseo puede consistir en “death production” (Ehrenreich xiii), al punto que la masacre de civiles no constituya un medio para otros fines sino un fin en sí mismo, por medio del cual el criminal “is doing what he wants to do” (xi). A partir de

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cartas y otros testimonios de estos machos-soldados y basándose en Guattari y De-leuze, Theweleit sitúa la conformación de esta identidad exterminista en un estadio pre-edípico de odio-temor a la alteridad de género —y a las mujeres de manera muy concreta— como posible amenaza de disolución de la identidad propia, que a su vez el autor extiende al comunismo emancipatorio y a la clase obrera con conciencia, en lo que no es tanto un paso de lo micro a lo macro cuanto un mecanismo que reúne desde lo libidinal a lo ideológico en nombre de la conservación del ego como pulsión expe-rimentada a vida o muerte. La metaforología desentrañada por Theweleit —que ima-gina la temible fuerza de lo femenino como una suerte de marea que lo engulle y di-suelve todo a su paso— sirve a Littell de guía para abordar una dimensión ulterior de esa fantasía ero-exterminista en la necesidad de los nazis de luchar “[c]ontra todo cuanto fluye”, frente a lo cual han de “instaurar todo cuanto esté erecto” (Littell, Lo seco 35), en una guerra sin cuartel que se revela en última instancia inútil, pues lo fluido resulta imparable y desbordante.

Es bastante razonable pensar que el personaje de Maximilian Aue —cuyas fanta-sías sexuales y pesadillas sobre lo viscoso atraviesan la novela— está inspirado en el estudio que Littell lleva a cabo en Lo seco y lo húmedo. Pero el interés por este ensayo en estas páginas no se debe a su abordaje del fascismo desde una metaforología comple-mentaria que ilumina otros referentes de la identidad del perpetrador. La obra es in-teresante también de una manera muy directa y específica al contexto español de la posguerra, contemporáneo de la experiencia de conquista y destrucción nazi en el Este de Europa. Pues Littell centra su ensayo en la producción de un perpetrador que pudo desarrollar una escritura autobiográfica gracias a la cobertura que le proporcionó el régimen de Franco una vez destruido el III Reich. Se trata de Léon Degrelle, el líder de la organización fascista de Bélgica Christus Rex durante los años treinta y que, tras presentarse voluntario para la campaña alemana en Rusia en 1941 e integrarse en la llamada ‘Legión Valonia’ reservada a extranjeros, fue escalando posiciones en las Waf-fen SS y recibiendo reconocimientos y galardones, el último de ellos entregado por el propio Führer Adolf Hitler en los días finales de la guerra (Bruyne y Rikmenspooel 12–28). La peripecia de Degrelle ante la debacle nazi en 1945 terminó con una huida de-sesperada desde Noruega en un avión que, falto de combustible, logró hacer un aterri-zaje de emergencia en la bahía de San Sebastián. Desde entonces y con el visto bueno de las autoridades franquistas residió en España —primero como fugitivo, después como desaparecido oficial y finalmente como español nacionalizado— donde se de-dicó a escribir obras de exaltación mitificadora sobre su implicación en la Operación Barbarroja, empezando por La campaña de Rusia (1949) en cuyo lenguaje se centra el ensayo de Littell.

A diferencia de tantos otros nazis supervivientes, Degrelle sí testimonió, y de modo voluntario. Para ello tuvo necesariamente que contar con un contexto en el que el lenguaje disponible no se hallaba en discontinuidad semántica con el que había jus-tificado su implicación en la salvaje represión que acompañó la apertura por los alema-nes del frente ruso. Si Degrelle pudo verbalizar su testimonio no fue en fin solo porque contase con el amparo institucional del régimen franquista, sino porque además existía una audiencia potencial que avalaba su relato impenitente, sobre todo dentro de Es-paña aunque con el tiempo también fuera —entre viejos nazis y fascistas sobrevividos, y con el tiempo nuevos públicos de extrema derecha— de manera que podía mantener la factura originaria de su discurso sin resultar incomprensible. No se enfrentó pues al

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dilema del perpetrador, al contar con un círculo de reconocimiento que no había va-riado drásticamente sus referentes identitarios anteriores a 1939–45 ni soportaba valo-res crecientemente contrarios a los del orden que diseñó y ejecutó los planes extermi-nistas de los que Degrelle, en tanto que mando de las SS, indirectamente participó.

Esta interpretación sobre la función del franquismo, no en cuanto régimen político sino como contexto socio-cultural amparador del testimonio de un victimario tiene un límite, no obstante: pues al fin y al cabo Degrelle no participó en la guerra de 1936–1939 en cuyo escenario se fraguó el lenguaje referencial de su público potencial. Se trata además de un extranjero que escribió sus libros en francés, los cuales solo con el tiempo fueron traducidos al castellano —sus Memorias de un fascista son de 1975 y tienen por título original Hitler pour mille ans (1969)—, de manera que no puede ser el tipo de testigo clave para ilustrar el argumento de que en la España de Franco proliferasen testimonios a la vez impenitentes y locuaces como el que Littell propone a través del personaje de Aue.

Pero los hay. Uno de ellos puede ser visto en acción en una entrevista concedida al diario El País en 1979 con motivo de la publicación de su autobiografía Memorias de un dictador. Ernesto Giménez Caballero, el que fuera ideólogo de la extrema derecha durante la República e impulsor del aparato de propaganda del bando franquista en los primeros meses de la guerra, no muestra en ella una brizna, no ya de contrición sino siquiera de pesadumbre por los efectos que sus ambiciones ideológicas comportaron para los derrotados en la contienda: “Yo no me arrepiento de nada”, espeta (Marín). Hace esta afirmación además a continuación de distanciarse abiertamente de sus anti-guos correligionarios, los “intelectuales del Movimiento”, quienes en su parecer “al llegar la democracia, procuraron borrar su pasado, en lugar de justificarlo honesta-mente”.

Ya solo por esta postura, la elección de Giménez Caballero resulta adecuada como ejemplo de testimonio de un perpetrador no arrepentido ni mudo. Además de por esto, su más notoria obra —Genio de España (1935)— en la que anticipa la llegada de un caudillo que acabe con la postración espiritual de la nación imperial española, contiene elementos del tipo de pulsión originado en el temor a la “castración desmembradora” identificada por Theweleit y Littell en sus ensayos sobre el imaginario exterminista (Labanyi 381). Pero sobre todo, la manera en que Giménez Caballero se autoexculpa emparenta de modo directo con la opción imaginada para el protagonista de Las bené-volas: se exonera de toda responsabilidad presentándose como un esteta, un escritor y pensador solo interesado en el arte y su potencialidad de regeneración cultural y espi-ritual. Se explicaría así además su capacidad de ofrecer un discurso careciendo como parece a la altura de finales de los años setenta de un círculo de reconocimiento here-dado aunque a la vez enajenándose respecto del que se iba volviendo hegemónico con la transición a la democracia, lo cual convierte la apuesta imaginativa de Littell en una verdadera hipótesis teórica susceptible de comprobación empírica en casos reales. De la construcción volvemos así a la reconstrucción.

Hay no obstante una diferencia crucial entre la manera en que Littell experimenta con la justificación estética en su personaje de ficción y el modo en que parece haberla vivido Ernesto Giménez Caballero. Pues con su testimonio formalmente artístico Max Aue busca abiertamente el reconocimiento de una comunidad de lectores potenciales identificable con la humanidad entera, mientras que Giménez Caballero, pese a toda su dedicación a la creación literaria y sus fuertes convicciones católicas formalmente

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universalistas, no se dirige en su obra a ningún público amplio esperando su juicio absolvedor: mantiene su discurso en unas coordenadas trascendentalistas que no inter-pelan a los seres humanos sino que dicen interpretar designios metahistóricos de origen divino.

La otra diferencia con Aue es que, aunque se inscribió voluntario en el ejército franquista como alférez provisional, Giménez Caballero no consta que fuera un exter-minista activo. Puede pensarse entonces que la suya fue una implicación con la repre-sión por medio del discurso, y que este al fin y al cabo son solo palabras. Pero lo que anima el ensayo de Littell es justamente el lenguaje (Littell, Lo seco 24–35), que se con-sidera dotado de una capacidad mayor que la de los sistemas políticos o económicos de constituir “a specific form of production of reality” (Theweleit 349). Vista así, la suya es una responsabilidad probablemente sin parangón en la construcción del nuevo Estado franquista y en la destrucción colectiva que este acarreó.

Y sin embargo, Giménez Caballero no figura en absoluto así en los anales. No es solo que las facetas que han sido estudiadas de su trayectoria sean la estética y la ideo-lógica, en “aparente dicotomía” (Hernández Cano 261) y dejando de lado su implica-ción activa en la maquinaria de deshumanización del enemigo como parte de su lealtad incondicional al régimen de Franco: es también que desde la transición postfranquista aparece caracterizado como un personaje entre políticamente excéntrico e ideológica-mente inofensivo, según epitomiza la definición que de él dio Francisco Umbral como “el Groucho Marx del nuevo Estado” franquista (Umbral 60). Esto puede haber sido así a la altura de mediados de los años setenta, pero no en los años cruciales en los que en inspiración de su discurso se cometieron crímenes contra la humanidad.

Si atendemos a la teoría de la identidad aquí expuesta, el reconocimiento estricta-mente como autor literario que ha recibido Giménez Caballero desde la muerte de Franco pone en evidencia los valores que dominan en el círculo que en la práctica le ha servido de referente, y único al que el autor se dirigió en su autobiografía. Esta no es, como hemos visto, una comunidad de lectores tanto como de literatos, y que ahora queda retratada también como grupo que funciona de espaldas al público y que viene desplegando una particular manera de banalización del mal. La conclusión, bastante desoladora es, por resumirlo, que personajes como Giménez Caballero no figuran en la esfera pública de la democracia posfranquista en tanto que victimarios, y ello se debe a la naturalización de que han sido objeto los vencedores de la guerra de 1936 por parte de la comunidad cultural hegemónica surgida de la transición, la cual como sabemos constituye una potente maquinaria de inclusión y exclusión (Martínez 17–21).

Las Benévolas ha sido criticada por la efectista frialdad del protagonista, pero en realidad ello es parte de la estrategia con que el autor busca dar coherencia a la antro-pología del verdugo. Lo que Littell plantea, en consonancia con la teoría de la identidad como reconocimiento, es que estas personas no pueden salir del estado de frialdad que acompaña la deshumanización activa que hacen de sus víctimas. Al igual que Aue, Gi-ménez Caballero figura entre los perpetradores que no pueden superar “esa tranquili-dad terrible” porque no sienten ninguna culpa pero a la vez están atrapados en los efectos morales de esa actitud. Y es que hay una moral detrás de la estética: la hay en Aue, la hay en Degrelle, la hay en Giménez Caballero. Una moral exterminista, por cierto, cuyo efecto es la deshumanización, pero no solo del otro sino también del yo que deshumaniza al otro.

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Este retrato moral no vale para todos los perpetradores, no obstante; solo para los impenitentes y locuaces. Una manera final de remachar esta perspectiva es ofreciendo una comparación entre la actitud de sujetos como Giménez Caballero y la de otros implicados de manera directa o indirecta en masacres de civiles durante la guerra de 1936 que pueden aspirar a figurar como crímenes contra la humanidad. Un ejemplo bien reseñado durante la transición en el campo de la literatura —más concretamente en un género en el que se entrecruzan la ficción, la memoria y la historia— es el de Dolores Ibárruri en el magistral recuento de Jorge Semprún a su llegada del exilio:

Pasionaria, sin duda, morirá sin decir nada. No ha vuelto a España para hablar, para decir las verdades sangrientas y miserables del pasado. (Semprún 122)

El silencio de personajes como Pasionaria permite aventurar que en la democracia pos-franquista hay heredadas de la transición dos posturas diferentes entre victimarios, de-pendiendo de si son del lado de los vencedores o de los vencidos: solo la segunda adopta en general el silencio como postura ante los reclamos de testimoniar, lo cual señala una vinculación moral con un círculo de reconocimiento heredado o virtual que se considera aún valioso para el testigo, y que remite al contexto en el que se produje-ron los hechos.

Ahora bien, en este caso de los victimarios de la izquierda estamos topando con la paradoja de un sujeto que calla habiendo obtenido reconocimiento, como es el caso de exiliados que retornaron como Dolores Ibárruri entre otros: su postura ante el testi-monio solo es posible si el reconocimiento que se recibe es precisamente por practicar y favorecer el olvido, y esto a su vez indica que existe una audiencia que da valor a este tipo de referentes.

Pero la encrucijada de los primeros es más aterradora. No se caracteriza por el silencio sino por la articulación de un discurso que tampoco es negacionista sino que se mantiene leal al contexto de origen de los actos, solo que su actitud es presentada en un lenguaje estético que, como hemos visto, funciona como un mecanismo de exo-neración de responsabilidad, y en última instancia de impunidad. De esa doble armazón de silencios fomentados y locuacidades irresponsables está hecha la matriz cultural de la democracia que continúa hoy en España.

Conclusión: victimarios, identidad y los límites morales del observador

Hermanos hombres, dejadme que os cuente cómo ocurrió. No somos hermanos tuyos, me replicaréis, y nos importa un bledo [lo que nos quieres contar]. (Littell, Benévolas 7)

No está claro que exista una condición humana, menos un parámetro de medida de ‘lo humano’, pero lo que es cierto es que la cultura moderna asume que la humanidad existe y merece el derecho a la vida. El reconocimiento de crímenes contra la humani-dad perpetrados por otros humanos es una dura prueba para ese supuesto. Puesto que lo habitual es que el perpetrador, o bien se niegue a ofrecer un testimonio o bien lo haga en unos términos no avalados por la información disponible por documentos u otros testimonios, el conocimiento de las condiciones subjetivas de la participación en

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masacres sobre civiles en situaciones de estado de excepción plantea desafíos al obser-vador.

En este texto he tratado de mostrar que los problemas a los que se enfrenta el literato, el científico social y el historiador son en una cierta medida análogos: en todos los casos, y más allá de ofrecer un relato verosímil y coherente sea a partir de la docu-mentación disponible o desde la imaginación, el observador necesita dotarse de una imagen de la personalidad del perpetrador, es decir, necesita encarar la cuestión de la identidad del victimario. Al abordar conjuntamente en la figura del verdugo los pro-blemas de observación y de valoración moral, la agenda del literato de ficción se aden-tra necesariamente en el terreno de la del biógrafo, el historiador, el teórico de la iden-tidad y el filósofo moral, pues todos necesitan plantearse qué es lo que se puede legíti-mamente reclamar a un relato que adopte la mirada del perpetrador; y viceversa, la de estos se aproxima a la del literato, ya que al silencio del perpetrador solo se puede poner voz construyéndola con aportes procedentes de la imaginación. De ahí que hablemos de sinergia entre disciplinas y saberes.

En la medida en que se trata de un asunto que afecta a su identidad, el por qué los victimarios en general no testifican tiene que ver con el reconocimiento que pueden recibir por parte de un orden de valores que repudia y aberra de sus actos. Pero el caso español es específico en este extremo, pues por avatares de su historia contemporánea ha producido un tipo de testigo capaz de no asumir los valores de la cultura de los derechos humanos y a la vez de no mantenerse en silencio, aunque sea para ofrecer un testimonio muy singular cuyas matrices de significado le hacen irresponsable en virtud del aval que recibe de la comunidad a la que siente pertenecer, formada por literatos e intelectuales, unos hombres de letras cuya auto-referencialidad moral en la práctica reproduce la impunidad.

De un modo más general, los tipos antropológico que han sido aquí abordados en relación con España evidencian que no todo lo que no es hegemónico es subalterno. En relación con el discurso dominante, la diferencia entre un subalterno y un victima-rio es que el primero no puede decir quién es aunque quiera, mientras que el segundo no quiere decir quién es aunque pueda. Se trata de dos situaciones diametralmente contrarias si bien ambas se sitúan en la exterioridad del discurso hegemónico. La pers-pectiva poscolonial no puede hacerse cargo de ninguno de los dos tipos de discurso que han aparecido en estas páginas: el del victimario que pudiendo hablar se calla, y el del que ofrece una modalidad de relato que, sin ser hegemónica, elude toda referencia-lidad a su posible responsabilidad moral.

Pero la principal conclusión de este texto no tiene que ver con los victimarios sino con los que los estudian o imaginan. Frente a la pregunta sobre si los subalternos ha-blan, que es una pregunta sobre el objeto de estudio, la del perpetrador acaba siendo una pregunta dirigida al observador: ¿es posible hablar del perpetrador? En la medida en que en ese juego de tensiones y sinergias entre conocimiento y valoración la última palabra la tiene la dimensión moral, la identidad que está en juego en esta cuestión no es solo la del perpetrador objeto de estudio sino también la de su observador, el histo-riador, el científico social, el filósofo o el literato.

Chaputot nos recuerda que penetrar en la manera de ver el mundo del perpetrador es, en comparación con hacerlo con la de la víctima, “intellectuellement plus déstabili-sant, humainement plus troublant et, à vrai dire, psychologiquement plus périlleux” (Chapoutot 19). Lo que se nos está diciendo es que, si uno quiere llegar a conocer

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acerca de los victimarios, la tarea que le espera no es solo ni en primer lugar acumular información y elaborar interpretaciones: se necesita de una postura moral que permita al observador sobreponerse a la desestabilización psicológica que el objetivo puede acarrear. Pero por ese mismo motivo su estudio no puede justificarse solo, como asume Chapoutot, “[p]our faire l’histoire, tout simplement”. No. Para sobreponerse al conocimiento del mal ha de haber un motivo algo más acuciante para el observador, algo que ponga en juego su propia identidad, no como observador sino como sujeto que necesita también asegurarse un espacio moral para dar sentido a sus actos y a su vida en comunidad. Todo un aviso para los investigadores que en los próximos tiem-pos se adentrarán en esta temática en auge.

Hay además una recomendación especial que hacer a los que se acerquen al uni-verso de los victimarios españoles. En una sociedad tan obsesionada con la cultura como lo ha sido la española a lo largo del siglo XX, es hasta cierto punto comprensible que los literatos, intelectuales y académicos en general se hayan convertido en un grupo irresponsable ante el público y los ciudadanos. Pero por ello mismo, señalar en los fascistas de primera hora su implicación con una maquinaria que produjo crímenes contra la humanidad deja de ser un ejercicio de simple conocimiento y pasa a serlo de reconocimiento, aunque en sentido negativo, es decir, como precondición del distan-ciamiento crítico respecto de los miembros de la particular ‘República de las letras’ posfranquista, una comunidad de miembros que en general se han obstinado en man-tener a los ciudadanos atrapados en una película de amnesia instituida. En conclusión, necesitamos investigar acerca de los verdugos de los años treinta y cuarenta, y ello sin duda por motivos de conocimiento, pero muy especialmente también para liberarnos de los velos que, de cara al reconocimiento del mal, han venido estableciendo los inte-lectuales y académicos posfranquistas al exonerar a los autores clave de los crímenes contra la humanidad cometidos en el pasado predemocrático.

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de la memoria, desde la justicia poética al forensic turn

Ulrich Winter Universidad de Marburg

Resumen: El propósito de este ensayo es indagar en las interrelaciones entre los distintos discursos narrativos de elaboración del pasado dictatorial, particularmente entre los no-fácticos —estético, literario, cultural, etc.— y los fáctico-disciplinarios —el jurídico-legal y el historiográfico—. La hipótesis de este ensayo es que los lenguajes de la historia, del derecho y de la cultura conforman una formación discursiva (Foucault) o interdiscurso de la memoria histórica, esto es, un modelo discursivo de segundo grado, basado en la conjunción de distintos discursos particulares y en base a una serie de analogías e interrelaciones. El ensayo analizará hasta qué punto la judicialización de la política corresponde a un proceso paralelo que podría llamarse judicialización del discurso estético o cultural. Este proceso forma parte del así llamado ‘forensic turn’ o ‘giro forense’. En un sentido amplio, lo forense apunta al hecho de que todos los discursos reivindicativos sobre el pasado constituyen prácticas ‘forenses’, en la medida en que constituyen ‘foros’ de la justicia. Es también en este sentido que puede hablarse de un interdiscurso de la memoria. Se darán algunas pautas para analizar las analogías y transferencias entre discursos fácticos y discursos estéticos. En un primer paso se recuentan algunas interrelaciones entre los tres discursos sobre el pasado. Estas interrelaciones se explican por una serie de analogías intrínsecas o rasgos compartidos, entre otros, su carácter representativo (o epidíctico), narrativo, epistémico, demostrativo y reivindicativo. En contextos de justicia histórica, estas características son inseparables de su función ético-social-restitutiva, retributiva y/o reparadora. En un tercer paso analizaremos algunos axiomas del giro forense, particularmente sus asunciones materialistas y poshumanas y su repercusión en el campo cultural. Palabras clave: España, memoria histórica, giro forense, materialismo, cultura, literatura, his-toriografía Abstract: The paper deals with how factual (historiographical and legal) and nonfactual (aesthetic, liter-ary, cultural, etc.) discourses on the past intertwine. It starts from the hypothesis that the lan-guages of history, law and culture form a discursive formation (Foucault). In the first part, the essay analyzes to which point the judicialization of politics is paralleled by an analogous process of judicialization of cultural and aesthetic discourses. These processes seem to be related to a more general turn in cultural studies, referred to as forensic turn. In the second part, the paper proposes a conceptualization of the interrelations between factual and non-factual narratives of the past. In the third part, the essay discusses some ideological presuppositions of the fo-rensic turn, mainly its materialist and post-human assumptions, as well as its influence on the cultural field. Keywords: Spain, historical memory, forensic turn, materialism, culture, literature, historio-graphy

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Introducción: La judicialización de las políticas estéticas de la memoria El propósito de este ensayo es indagar en las interrelaciones entre los distintos discur-sos narrativos de elaboración del pasado dictatorial, particularmente entre los no-fác-ticos —estético, literario, cultural, etc.— y los fáctico-disciplinarios —el jurídico-legal y el historiográfico—. La hipótesis de este ensayo es que los lenguajes de la historia, del derecho y de la cultura conforman una formación discursiva (Foucault 1969) o interdiscurso de la memoria histórica, esto es, un modelo discursivo de segundo grado, basado en la conjunción de distintos discursos particulares y en base a una serie de analogías e interrelaciones. ¿Cómo se efectúa la interrelación entre ellos? En contextos de pos-dictadura, como en España y el Cono Sur, es natural que los discursos fácticos sobre el pasado asuman una posición hegemónica, ya que se trata de la recuperación de una verdad histórica en el marco del proyecto de justicia transicional. En cambio, los discursos no fácticos de reivindicación de la justicia histórica, constituyen algo como la parte cultural de aquel proceso de elaboración del pasado violento. La litera-tura y el cine están igualmente comprometidos con los imperativos jurídico-historio-gráfico-éticos de recuperación de las verdades históricas, sin disponer por eso de la fuerza normativa propia de la justicia (y, en menor grado, de la historiografía). Desde luego, literatura y cine persiguen objetivos distintos. En la medida en que gestionan el imaginario del pasado representan una forma de imaginación jurídica y/o histórica. Los discursos fácticos, a su vez, se vuelven marcos epistemológicos para las produc-ciones estéticas de la memoria, esto es, horizontes orientativos y directores. Es más, influyen en cuanto sistema argumentativo o productor de imágenes sugerentes —de forma consciente o inconsciente, directa o indirecta— en las producciones estéticas. Dicho de otra forma: Para cumplir con los imperativos de memoria histórica y formar parte del conjunto de los distintos lenguajes de elaboración del pasado, tal como que-dan definidos por los valores ético-jurídicos de verdad y justicia, los relatos estéticos llevan a cabo una traducción o transferencia del sistema discursivo científico al sistema discursivo cultural o estético. Representan un proyecto de política estética destinado a producir otras “formas de verdad” (Martínez Rubio), en este caso literarias. La estra-tegia estética consiste a menudo en una operación que podría llamarse mimetismo o simulacro del lenguaje jurídico y/o historiográfico, sus procedimientos, sistemas argu-mentativos, estilos, etc. Un ejemplo es el uso de materiales documentales y hechos históricos como supuesta prueba o evidencia de la facticidad de lo narrado, de una “rhetoric of fact” (Young 140–180) o “retórica de la antiliterariedad” (Gómez López Quiñones 50–75; Winter, “Memoria recuperada”) en literatura y cine, tal como sucede en la novela Soldados de Salamina (2001). El prestigio de los discursos fácticos sobre los estéticos lleva a la plausibilización de estos esquemas de argumentación en el relato de ficción.1 Como luego veremos, la necesidad de vincularse con verdades éticas y la afi-liación al objetivo político de recuperar estas verdades, por ejemplo la justicia histórica, lleva a su vez a un cambio del concepto de lo estético. Lo estético, tradicionalmente relacionado con las artes y su contemplación, ya no se define tanto según esta línea de idealismo kantiano sino desde axiomas materialistas. Actualmente, el discurso jurídico-legal asume entre los discursos fácticos una función particular. En dos sentidos: (1) Si

1 Por supuesto, esto vale también para relatos subversivos que cuestionan la versión oficial del

pasado.

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bien es verdad que la transición democrática es un proceso en primer lugar de trans-formación política (y en segundo lugar social, cívico y cultural), la elaboración del pa-sado y la reivindicación de la verdad histórica la asumen cada vez más las instituciones jurídicas, nacionales e internacionales, en el sentido de una “judicialización de la polí-tica” (Sieder, Schjolden y Angell). Esto vale en cierto modo para la justicia transicional en las pos-dictaduras hispanoamericanas, sin embargo en el Estado español las institu-ciones jurídicas rehúsan llevar a cabo esta labor.2 (2) La reciente proclamación de un giro forense o forensic turn (Braidotti) es la prueba más evidente de la hegemonización del discurso jurídico. En un sentido específico, el forensic turn se refiere al papel primor-dial, dentro de la lucha por la memoria, de las ciencias forenses implicadas en la exhu-mación de fosas comunes de la Guerra Civil y de la dictadura (Ferrándiz, Robben y Wilson). Pero como pasa muchas veces, las realidades y prácticas relacionadas con una determinada constelación histórico-cultural tienen al mismo tiempo valor metafórico o sintomático. La exhumación de las fosas es, a su vez, consecuencia de la evolución transnacional de la justicia transicional y, al mismo tiempo, práctica emblemática de la hegemonización del discurso forense-jurídico en cuanto dispositivo de verdad histó-rica.

En una acepción más amplia, el término ‘forense’ incluye también los relatos cul-turales, estéticos, comprometidos con la verdad histórica, tanto más cuanto se orientan hacia los discursos fácticos. En este sentido amplio, lo forense apunta al hecho de que todos los discursos reivindicativos sobre el pasado constituyen prácticas ‘forenses’, en la medida en que constituyen ‘foros’ de la justicia, según el sentido etimológico de la palabra forum o ágora (Weizman 9). Es también en este sentido que puede hablarse de un interdiscurso de la memoria. El propósito de este ensayo es analizar hasta qué punto la judicialización de la política corresponde a un proceso paralelo que podría llamarse judicialización del discurso estético o cultural. En lo que sigue, se darán algunas pautas para analizar las analogías y transferencias entre discursos fácticos y discursos estéticos. Dada la predominancia del discurso jurídico me centraré más en este. En un primer paso se recuentan algunas interrelaciones entre los tres discursos sobre el pasado. Estas interrelaciones se explican por una serie de analogías intrínsecas o rasgos compartidos, entre otros, su carácter representativo (o epidíctico), narrativo, epistémico, demostra-tivo y reivindicativo. En contextos de justicia histórica, estas características son inse-parables de su función ético-social-restitutiva, retributiva y/o reparadora. En un tercer paso analizaremos algunos axiomas del giro forense, particularmente sus asunciones materialistas y poshumanas y su repercusión en el campo cultural. Como el objetivo principal del ensayo son los discursos estéticos y no los fácticos en sí, abordaremos los encuentros aproximativos entre ambos, ya de por sí encuentros interdisciplinares, desde una perspectiva cultural. No se trata, pues, de analizar la historiografía o la juris-prudencia como ciencia y sistema ni de sus gestiones institucionales o académicas, sino como un conjunto de formas y figuras, estilos, prácticas simbólicas, recursos, valores y objetivos que tienen impactos en el campo cultural.

2 No obstante, Santos Juliá se lamenta de una “judicialización” de la historia (15), en el caso español.

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Interrelaciones y puntos en común Justicia poética/justicia histórica

Históricamente, la interrelación entre literatura y derecho se condensa en el topos ilus-trado de la poetic justice. Aunque esta noción data tan solo del siglo XVIII, se refiere a una interrelación endémica y elemental entre ambos discursos. Contar historias implica hacer juicios éticos sobre los actos realizados. Toda narración implica necesariamente posturas éticas (Ricoeur 142). La justicia poética se presenta en primer lugar como una configuración narrativa: acto o crimen cometido, investigación/averiguación, cas-tigo/juicio/reparación. En cuanto tal, cuenta con un característico régimen temporal que vincula pasado y presente de forma no puramente cronológica. La temporalidad de la justicia poética se caracteriza por la paradoja de corregir y por lo tanto cambiar algo que en un principio es inalterable e intangible: el pasado (Kertzer). No es por casualidad que una de las modalidades más difundidas de la novela de la memoria es la trama de indagación en el pasado, ya sea por parte de una persona interesada que ex-plora la historia familiar, un periodista, un detective privado, etc. La incursión en el pasado y la averiguación de actos perpetrados corresponde, paso por paso, a una repe-tición intelectual del pasado, a su corrección. El ejercicio de la justicia (por ejemplo, mediante un castigo o el simple acto de hacer público un crimen al contarlo, etc.) se calca sobre la configuración temporal propia de la justicia poética. Se trata, eso sí, en el caso de la trama de la investigación, de una repetición y corrección imaginaria o simbólica del pasado, pero de ninguna manera irreal. En contextos de justicia transi-cional, la justicia poética es demanda de justicia histórica. La correción consiste preci-samente en el hecho de hacer pública una historia no narrada, de presentarla al foro, lo que corresponde al sentido amplio de lo forense. Este modelo narrativo se encuentra en producciones tan distintas como las novelas de memoria de Antonio Muñoz Molina (Beatus ille, 1986, El jinete polaco, 1991), de Javier Cercas (Soldados de Salamina, 2001), de Isaac Rosa (El vano ayer, 2004) o, en Hispanoamérica, las novelas neopoliciales de Díaz Eterovich.3

La estructura temporal del relato de investigación no solo reproduce la temporali-dad de la justicia poética, como hemos visto, sino que ambos corresponden también al marco temporal inherente a un determinado concepto de historia o de justicia his-tórica. Hasta cierto punto, la justicia poética y la justicia histórica comparten el mismo régimen temporal. La razón es que también la demanda de justicia histórica implica la idea de una corrección del pasado, una repetición que, al igual que en el caso de la justicia poética, no debería limitarse a lo simbólico. O se limitaría a lo simbólico si se adaptase el punto de vista de lo que Walter Benjamin llama, en sus “Tesis sobre el concepto de Historia”, el “historicismo” (Benjamin, Gesammelte Schriften 1, 695).4 Segun el historicismo, el pasado es pasado, porque uno no puede deshacer lo hecho. Pero de ser así, la reivindicación de la justicia histórica no tendría sentido. Desde el punto de vista del “materialismo histórico” (695), en cambio, el hacer memoria o justicia supone

3 Para un análisis de la novela negra chilena, comprometida en la elaboración del pasado desde esta

perspectiva del forensic turn, véase Winter, “Corpus delicti”. 4 Para una traducción de las “Tesis” en castellano, véase Mate.

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una inversión temporal. Es entonces cuando el presente se “ilumina” desde el pasado y se produce una “imagen dialéctica”: “lo que ha sido se une como un relámpago al ahora en una constelación” (Benjamin, Pasajes 465). La repetición correctiva (o retri-butiva) del pasado consiste en una relectura de la Historia bajo el signo de la Justicia.5 “La Historia universal es el juicio universal”

No solo la Literatura está desde siempre estrechamente enlazada con el derecho, tam-bién lo están, de forma histórica, sistemática e ideológica, el derecho y la historia, las productoras disciplinarias de relatos sobre el pasado más potentes y dotadas de más fuerza normativa. Como apuntó Carlo Ginzburg (1991), la principal labor tanto del historiador como del juez consiste en atribuir/imputar determinados actos a determi-nados sujetos. Ambos se valen de procedimientos y métodos argumentativos y retóri-cos parecidos. Históricamente, ambos oficios se han valido de dos operaciones discur-sivas idénticas, explicar y comprender. La emergencia más o menos simultánea de la historiografía y jurisdicción modernas en el siglo XIX se basa en parte en una parcial identificación mutua, en cuanto instancias que pretenden explicar —y asentar— el curso de la historia, o su sentido, respectivamente, según el famoso dicho de Schiller, luego retomado por Hegel en su Filosofía del Derecho, de que “la Historia universal es el Juicio universal” (“Die Weltgeschichte ist das Weltgericht”). En el siglo XX, la histo-riografía experimentó varios giros paradigmáticos orientándose cada vez más a la com-prensión, y menos a la explicación, incluida la reflexión de sus propios quehaceres. En vez de limitarse a los actos y los acontecimientos se orienta hacia los contextos e ima-ginarios que han posibilitado los actos. De ahí también resulta el estatus, muy distinto en ambos, del error y de lo probable (pero todavía no demostrado o no susceptible de demostración alguna), y, por lo tanto, el estatus de la imaginación, en cuanto operación productiva. Mientras que el Derecho precisa de pruebas, documentación, y fracasa cuando se equivoca, para la historiografía, el error y lo probable (o sea, lo verosímil pero no demostrado) puede resultar productivo, hasta cierto punto, y esto tanto más cuanto prescinde de la pretensión decimonónica del universalismo y del poder hege-mónico de explicación (Izquierdo Martín y Sánchez León). En cambio, lo que ambas disciplinas comparten es el hecho de que cada una produce su relato sobre el pasado mediante la co-producción de las fuentes a las cuales luego recurre: el levantar pruebas, recolectar fuentes y otras formas de establecer un archivo que luego sirve de base para los discursos factuales sobre el pasado.

5 En el sentido clásico, esta segunda lectura del pasado representa una lectura idealizada de la reali-

dad histórica que remite a la diferencia entre poesía e historia tal como queda establecida por Aristoteles en su Ars poetica. Según el filósofo griego, no corresponde al poeta decir lo que (supuestamente) ha sucedido, sino lo que podría suceder, esto es, lo posible según las leyes de la verosimilitud o la necesidad. La diferencia entre el historiador y el poeta está en que el primero dice lo que ha sucedido, y el segundo, lo que podría suceder. En el sentido benjaminiano, esta relectura sería una lectura utópica o hasta pro-fética, lo que la distingue de la temporalidad circular del trauma. Por supuesto, la corrección del pasado no puede ser una reparación material, pero, eso sí, una corrección proporcional en el sentido de la justicia retributiva.

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El juez, el historiador y el ciudadano

¿Cómo entran los relatos estéticos en este esquema?, ¿y cuál sería su contribución? En su libro La mémoire, l’histoire, l’oubli, Paul Ricœur (2000) reexamina las relaciones entre derecho e historia y llega a la conclusión, entre otras, de que en materia de memoria hay que añadir, al lado del juez y el historiador, una tercera instancia: el ciudadano implicado en la lucha por la memoria, ya sea de forma militante o como escritor o intelectual. Desde esta función social la primera tarea del escritor-ciudadano sería la de gestionar el imaginario del pasado. Entre los distintos discursos, ciencias y dispositivos sociales destinados a la elaboración del pasado, las producciones culturales asumen, en cuanto políticas estéticas, la labor de encarar el pasado y sus sombras en el presente desde lo afectivo, íntimo y privado, y son predilectas para el registro de lo traumático. En cuanto narrativa, los relatos desarrollan funciones terapéuticas (para las víctimas y los victimarios), pedagógicas (el conocimiento del pasado), testimoniales y políticas; a estas funciones se añade, en el contexto de la justicia poética y el giro forense, el com-promiso ético. Por otra parte, en democracia cumplen un papel particular de punto de intersección entre las disciplinas, asumiendo el impulso o complementando la labor de la historiografía, de las ciencias sociales o incluso la jurisdicción. Derecho, historia y literatura como discursos narrativos, epistémicos y demos-trativos

¿Cómo se explica la relación estrecha entre Derecho, Historia y Literatura? La posibi-lidad de transferencias entre discurso jurídico, historiográfico y literario se debe, en primer lugar, a una serie de analogías. Los tres representan, antes que nada, distintos tipos de relato; sus propuestas discursivas sobre el pasado se montan sobre figuras y tropos retóricos (J.B. White; H. White; Weisberg; Ward). Como es bien sabido, tam-poco el discurso legal está exento de imaginación jurídica, y en las salas de audiencia de las instituciones legales no faltan puestas en escena estéticas.6 No solo la novela y el cine son relatos de la memoria, también lo son la historiografía y la jurisdicción. No es por casualidad que la retórica antigua distinguiera (y por tanto relacionara) las modali-dades representativo-epidíctica y demostrativo-forense como dos tipos fundamentales de discurso (Quintiliano y Aristóteles). Así que, en un sentido muy fundamental, po-dríamos decir que la figura retórica de la prosopopeia, o sea, el prestar o dar voz a los sin voz, el arte de hacer hablar a los muertos, dándoles una voz,7 esta figura de discurso constituye tal vez el gesto compartido más profundo y universal de los discursos his-toriográfico, forense y estético sobre el pasado. Ya sean los muertos y las víctimas cuyas historias hayan quedado indocumentadas, desconocidas o no valorizadas, ya sean los sin voz en sentido tan solo aparentemente metafórico, los restos materiales de actos de violencia, que se presentan al tribunal o se conjuran en las obras de ficción. Las interferencias entre los tres discursos se explican por su condición narrativa, epistemo-

6 Véase, por ejemplo, el documental Nazi Concentration Camps, cuyas imágenes luego se utilizaron

como testimonio y pruebas en los procesos de Nuremberg contra el nazismo (Baer) o la construcción de las imágenes difundidas de los juicios contra la dictadura argentina (Feld).

7 Weizman propone esta figura como impulso original para su proyecto de forensic arquitecture.

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lógica y, en contextos de deuda histórica para con el pasado, ético-restitutiva. Es pre-cisamente el gesto reivindicativo frente a un pasado silenciado y la consiguiente bús-queda de evidencia de injusticias que convierte la justicia legal y las producciones cul-turales en discursos epistémicos y demostrativos sobre el pasado.

El discurso literario de la memoria es una práctica ético-performativa en la medida en que constituye un gesto de reivindicación, de recuperación, de reconciliación, de perdón o de resistencia; y es una práctica simbólica en cuanto representación imagina-ria del pasado. Lo fáctico (los discursos fácticos) representan su doble horizonte de referencia: en cuanto representación imaginaria del pasado, la literatura de la memoria apunta a la verdad histórica absoluta, y en cuanto acto ético, los discursos estéticos apuntan a la justicia absoluta. Verdad histórica y justicia —he aquí el grado cero y virtualmente inalcanzable de veracidad de la novela de la memoria—. Hasta cierto punto, la cultura de la memoria constituye una arena para la puesta en escena perma-nente del encuentro aproximativo entre estos horizontes de veridicción (o parrhesia, en el sentido de Foucault, Discours). Aquí cabe recordar otra vez el concepto de historia de Walter Benjamin, al cual se aludió antes. Para el filósofo alemán, ambas realidades del pasado, la fáctica (historia) y la ética (justicia), no son más que una sola: la cuestión de la justicia —y de su falta, la injusticia— más que una faceta, es una dimensión inte-grante, ontológica, del pasado.8 Según el materialismo histórico benjaminiano, la his-toriografía es un discurso cuasi-jurídico, de reconocimiento y restitución. Y la cultura de la memoria alcanza su plena razón de ser al convertirse en jurisdicción e historio-grafía imaginaria. En este sentido, literatura, historia y derecho forman, pues, un trián-gulo de discursos, un interdiscurso, que hay que tener en cuenta a la hora de dilucidar el posible sentido de la ‘justicia histórica’ en textos estéticos. La literatura como imaginación jurídica e histórica

De ahí se explica el mimetismo, mencionado al principio de este ensayo, de los discur-sos hegemónicos sobre el pasado por parte de los relatos estéticos, por ejemplo, la “retórica de la antiliterariedad”. Dada la hegemonía discursiva de los relatos fácticos sobre el pasado, este mimetismo se efectúa en muchos casos, aunque no exclusiva-mente, en esta dirección y no en la otra. Sus formas son múltiples. Los distintos géne-ros estéticos de la memoria representan en este sentido distintas configuraciones para

8 En las Tesis sobre la filosofía de la historia, Benjamin distingue entre la idea de historia como tradición

de lo escrito y la idea de historia como pasado silenciado por esta tradición (i.e. la historiografía oficial); entre lo que ha sido porque se conservó en el relato y lo que pudo ser pero no se plasmó en ningún relato o no llegó a incorporarse a la historiografía oficial, pero, precisamente por eso, cuestiona la legi-timidad de lo que se considera como fáctico. Es en base a esta diferencia que Benjamin distingue entre historicismo y materialismo histórico. Como ya señalé, el historicismo busca conocer el pasado “como verdaderamente ha sido” (“wie es denn eigentlich gewesen ist”) (Benjamin, Gesammelte Schriften 1, 695), en palabras del fundador del historicismo, Leopold von Ranke. Concibe la relación entre pasado y pre-sente como un continuum de historia, y de historias, esto es, de modo fundamentalmente narrativo y temporal. Frente a este concepto del pasado como pasado, el materialismo histórico, en cambio, es producto de la “recordación” (Mate 121) (“Eingedenken”) (Benjamin, Gesammelte Schriften 1, 701–702) La “recor-dación” del pasado es al mismo tiempo la recordación de esta tensión temporal. Injusticia y olvido, el olvido como injusticia historiográfica, convierten el propio pasado en un caso pendiente, dotándole de una carga de futuro, de una fuerza mesiánica para su retorno en el presente. Por tanto, la diferencia entre pasado y justicia queda prácticamente anulada.

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determinadas políticas estéticas. Por ejemplo, el documental, que al valerse de recursos tanto estéticos como historiográficos, se acerca al máximo a la verdad histórica ha-ciendo al mismo tiempo mimetismo de discursos jurídicos (en caso de falta de juris-dicción, como veremos en el caso de Montse Armengou, véase abajo), o novelas como La voz dormida de Dulce Chacón que, al acercarse al máximo al documental, abogan por el derecho de los colectivos de víctimas. En otros casos, la repercusión de lo jurí-dico e historiográfico en textos estéticos ocurre de forma mucho más indirecta y abs-tracta: por ejemplo, cuando la trama se monta sobre la investigación de casos o enigmas históricos, de verdades históricas silenciadas como en la novela Les Veus del Pamano (2004), de Jaume Cabré. Dada la pretensión ético-reivindicativa, por un lado, y el mi-metismo de discursos fácticos, por otro, virtualmente todas las estructuras narrativas de los relatos estéticos se prestan a una lectura no solo como imaginación histórica sino también como imaginación jurídica, esto es, son susceptibles de traducirse en con-figuraciones o propuestas jurídicas más o menos implícitas o explícitas: desde la es-tructura de la trama hasta la perspectiva narrativa y la consiguiente construcción del lector implícito, al cual puede asignarse un papel más o menos comprometido, de tes-tigo, de colaborador, de oyente empático, de juez, de historiador o de recolector de testimonios, de jurado, que a lo largo de la novela o el filme, se forma su idea del caso en cuestión.

Derecho, historia y cultura de la memoria como discursos sociales A pesar de la hegemonía del discurso jurídico, la interrelación entre los discursos fác-tico-disciplinarios y los no-fáctico-estéticos no es una calle de sentido único. Esto se ve cuando miramos el triángulo de discursos sobre el pasado desde un punto de vista no tanto sistemático, filosófico o teórico, sino como dispositivo social, y en contextos concretos. No solo influye la historiografía y la jurisidicción en prácticas estéticas, sino también al revés. En vez de monolítico, el discurso legal es:

intersection of private memory and public history, a site of recurring and converging per-sonal and collective trauma. Law lives in images that saturate our culture and have a power of their own as the moving image provides a domain in which legal power operates inde-pendently of law’s formal institutions. (Kamir 38)

Lo que dice la jurista israelí-americana sobre las imágenes del cine es aplicable también al relato. Esto implica la posibilidad de una lectura cultural del derecho o de la gestión judicial como interacción cultural, social y política, por parte de los mismos actores de la Justicia. El caso más emblemático, a este respecto, es tal vez el de Baltasar Garzón. Para el ex juez instructor de la Audiencia Nacional española, la jurisdicción no es un discurso monológico limitado a la ejecución de la ley, sino que forma parte de toda una estrategia político-social. Según Rothenberg (2001), el derecho para Garzón es, antes que nada, un arma contra la violencia política y tan solo indirectamente contra la injus-ticia en sí. El juez se deja guiar no tanto por los conceptos abstractos de justicia jurídica, sino por las necesidades políticas del momento, lo que permite la interpretación diná-mica y flexible de conceptos en general estáticos y bien definidos como por ejemplo el de ‘genocidio’, en cuanto conceptos ‘vivos’ y por lo tanto aplicables a una gama más

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amplia de casos de violencia del Estado. Esta lectura eminentemente cultural y abierta de la gestión jurídica corresponde a la naturaleza inestable y social de la propia memoria y por lo tanto es susceptible de integrar los demás discursos sociales de memoria. Cine y literatura como jurisdicción alternativa y anticipativa

En épocas de justicia transicional, cine y literatura pueden actuar de jurisdicción alter-nativa o incluso anticipativa. Es el propio estatus de ficción el que convierte literatura y cine de la memoria en un ejercicio de “training audiences in judgement while exami-nig legal norms and critiquing legal systems by exposing its underlying value systems”. (Kamir 28) Al margen de su valor estético o de divertimiento, constituyen un ejercicio de renegociación implícita o explícita de discursos éticos y legales, de cuestionamiento de la validez social de las normas jurídicas, o sea, de lo que se ha dado en llamar “the social life of rights” (Wilson y Mitchell). Esto vale también para la relación entre his-toria y literatura. En épocas de justicia transicional, esto es, de falta (provisional o a largo plazo) de un sistema jurídico eficaz, la literatura y el cine llegan a ser no solo un discurso que influye sobre la Justicia, o sea, “laboratorio y campo de entrenamiento de valores jurídicos” (véase cita arriba) sino jurisdicción faute de mieux. Que un documental o una novela se vuelva en jurisdicción suplementaria, o de Ersatz, depende del grado de funcionamiento o de disfunción del sistema legal, y, por lo tanto, del mismo mo-mento histórico. Por lo tanto, para analizar cómo la hegemonización del discurso jurí-dico estructura también distintas políticas estéticas de la memoria hay que tener en cuenta los márgenes de maniobra y el prestigio de las instituciones legales en los esta-dos pos-dictatoriales. La agencia de la política y de la justicia en tiempos de justicia transicional difiere en distintos ámbitos pos-dictatoriales. Es probable, por lo tanto, que la relación entre lo jurídico y lo estético difiera también en los distintos espacios culturales. En el Estado español, la relación Derecho/Memoria está altamente politi-zada y polemizada, si miramos los intentos fracasados y cuestionables de reglamentar la memoria colectiva por ley, como en el caso de la Ley de Amnistía de 1977, la Ley de Memoria Histórica de 2007 o el juicio y la sentencia del juez Baltasar Garzón a finales de 2011, y, al mismo tiempo, la ausencia, hasta el día de hoy, de una comisión de ver-dad. En el ámbito cultural, por lo tanto, los relatos no-fácticos reclaman de una forma u otra la justicia histórica, y ejercen, a su vez, justicia faute de mieux, adoptando al mismo tiempo una interpretación cuasi-legal de la realidad. Montse Armengou, periodista ca-talana especializada en documentales de investigación, considera sus documentales so-bre crímenes del franquismo como herramientas reparadoras “ya que no hemos tenido la justicia de los tribunales” (Herrmann 220). Cabe señalar que estos intentos informa-les de reivindicación de justicia reparadora valen la pena incluso cuando finalmente no desembocan en autos de procesamiento, en justicia retributiva, sentencia y legislación. La condena moral es un valor en sí y puede ser un objetivo válido tanto para las polí-ticas estéticas como para los propios actores jurídicos. En relación a la actuación de la Audiencia Nacional española en el caso de los crímenes contra la humanidad cometi-dos en Argentina y Chile, el jurista Casteos Abad afirma que en los primeros años de posdictadura

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moral condemnation has long been a central and often successful strategy of advocates. Not even the complainants imagined that the case would lead to material justice through the Spanish state […] But a judicial ruling would constitute a genuine victory […] in its high symbolic value, in its significance as a moral judgement. (cit. en Rothenberg 930)

Es entonces cuando la literatura y el cine adquieren su plena dimensión forense, que es, en un sentido etimológico y fundamental, el ‘hacer público’, o llevarlo al forum. O en palabras de Montse Armengou, cuyos documentales “han sido el espacio donde por primera vez […] muchas víctimas han podido explicar ante un auditorio amplio —los hechos que [les] sucedieron” (Armengou 61).

La reivindicación informal —estética— de justicia reparadora no se limita, por supuesto, a las transiciones democráticas. En la época franquista, la poesía social se consideraba “un arma cargada de futuro”(Celaya) —fórmula que no carece de signifi-cado jurídico (es una apelación camuflada al derecho al tiranicidio)—. Los neorrealis-tas, según Juan Goytisolo, se veían a sí mismos como cámaras de vigilancia —y por lo tanto herramienta historiográfica y demostrativa en sentido jurídico— que captan y registran, por su parte, la verdadera realidad de la represión en la vida cotidiana, más allá de las deformaciones propagandísticas del estado policial franquista. En la transi-ción democrática fueron los periódicos los que primero asumieron este papel, y luego la historiografía, la novela y el cine. Mientras que una parte de estas producciones cul-turales —supuestamente los que más se prestan a las leyes de mercado y los objetivos económicos de las editoriales— se limitan a reivindicar una vaga idea de justicia poé-tica, otros, por su capacidad aglutinadora, son capaces de provocar lo que Sebastiaan Faber llama “actos afiliativos” por parte de sus lectores, esto es, la capacidad de leer discursos estéticos como propuestas forenses. Las producciones culturales de la me-moria, al margen de compensar los defectos y deficits del sistema legal, pueden llegar a convertirse en un dispositivo de reflexión y elemento correctivo de valores y normas jurídicos, de actitudes y creencias vigentes sobre lo que es justicia, lo que a la larga puede tener efectos sobre el propio sistema jurídico.

El forensic turn y la estética materialista En España, el escenario más emblemático —diríase la escena primaria— para el inter-discurso de la memoria bajo el signo de lo forense son las prácticas y relatos alrededor de la exhumación de las fosas comunes de la Guerra Civil y la Dictadura. Que la reapa-rición de los restos humanos en las fosas se haya convertido no solo en realidad nece-saria y doliente sino también en uno de los símbolos más potentes de las atrocidades del pasado se debe precisamente a esta razón. El antropólogo Francisco Ferrándiz in-siste precisamente en este hecho interdisciplinario:

The mass graves make available concrete data while providing an emerging context for the telling of narratives of defeat, which elicit many different types of discourse and per-formances, ranging from on-site technical accounts by forensic scientists to emotionally explosive gestures on the part of the relatives. (Ferrándiz 5–6)

La exhumación reúne forenses, profesionales, juristas y artistas alrededor de los restos materiales de la guerra y la represión. Los especialistas y profesionales se dedican al

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trabajo común de esclarecimiento de las atrocidades de la guerra, valiéndose cada uno de sus métodos. Desde una perspectiva cultural, este trabajo transdisciplinar, así como el discurso que se genera alrededor de la memoria, cuentan implícitamente con toda una serie de teoremas culturales —entre otras, la Actor-Network-Theory latouriana (La-tour) y los ideologemas del llamado material o post-human turn en las Humanidades (Brai-dotti)— de las cuales se derivan una serie de premisas: la primera es que no son tanto (o no solo) las víctimas humanas (vivas) las que hablan del pasado, sino también —y en primer lugar— los restos materiales de los actos atroces que es preciso ‘hacer ha-blar’. Segundo, que estos restos humanos no se consideran simplemente como objetos representables del pasado violento, sino que los restos mismos constituyen co-agentes en la cadena de interpretación del pasado. Por un lado, porque no se limitan a ser desencadenantes pasivos de los relatos; en la cita de Ferrándiz, la fosa parece disponer de agencia propia, se representa como actor activo que impulsa y provoca la produc-ción de relatos e imágenes. Los huesos y los objetos encontrados en las fosas consti-tuyen no solo sismogramas de los hechos, sino que son registro y sujeto estético en sí. Estético en un sentido materialista, y menos idealista.9 Por esta razón, el trabajo forense de la memoria requiere además de forenses y antropólogos, también cineastas, fotó-grafos, dramaturgos y demás profesionales artísticos especializados en la percepción de la dimensión estética del testimonio de los restos materiales. Un ejemplo es el libro Oscura es la habitación donde dormimos, del fotógrafo Francesc Torres. El libro es una pro-puesta de documentación de la exhumación de los restos humanos de una fosa común en Villamayor de los Montes en 2004. Parte del concepto estético-político del libro es la conjunción de documentos arqueológicos, jurídicos y estéticos, de historia del arte y de testimonios. El libro en su conjunto es la plataforma de una propuesta interdiscipli-naria y forense, en este sentido amplio. No solo la fotografía, sino también la literatura ha ido asumiendo el papel de traductor de las realidades de las fosas en narrativas, relatos, lugares de la memoria y sugerentes imágenes poéticas o “dialécticas” (Benja-min, Gesammelte Schriften V.1, 576). Cabe señalar que la producción de las correspon-dientes imágenes poéticas en literatura parte de una susceptibilidad estética estrecha-mente ligada con el material turn. En la novela On dormen les estrelles (2005) de Joan Garí, por ejemplo, el protagonista, antiguo combatiente republicano, ya anciano, catedrático y poeta renombrado, deja convencerse por un grupo de jóvenes para comprometerse con una asociación organizada por ellos para la recuperación de la memoria histórica en Valencia, inspirado y relacionado estrechamente con el conflicto del cementerio general en relación a las exhumaciones de restos óseos. Pero el giro materialista no se limita a repercusiones temáticas. En El vano ayer (2004) de Isaac Rosa es la bala encon-trada en estas fosas la que constituye la “imagen dialéctica” benjaminiana en la medida en que representa, o mejor dicho, cosifica, la idea de la transversalidad temporal de las imágenes dialécticas:

[...] cientos de hombres fueron encajados [...] en una fosa común que cubrieron con cal y en la que después de tantos años se habrá desintegrado la carne y sólo quedarán las balas, los proyectiles abandonados, eso pedazo de plomo que permanece caliente, fijo en su trayectoria, entre la cal solidificada. (Rosa 248)

9 Muy parecido a lo que Whitehead (18) llama “prehension” o conciencia/registro no-sensual.

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La bala es el resto histórico, al cual la novela ‘forense’ hace hablar, convirtiéndola en testigo material. Por cierto, este mismo simbolismo-materialismo de la bala se encuen-tra en muchas de las fotografías de Francesc Torres, reproducidos en el libro mencio-nado. Lo que indica las asunciones del giro materialista en estas representaciones es el hecho de que lo primordial no es el simbolismo en sí de los restos del pasado, esto es, el hecho de que los huesos humanos o la bala ‘representen’ el acontecimiento trágico en cuestión o se convierten en sus símbolos poéticos, sino la forma en la que los ob-jetos encarnan la carga de actualización del pasado.

Como se ha visto —y con esto volvemos a las tesis expuestas al principio de este ensayo— la división de trabajo entre sistema legal, literatura y historiografía respecto a la objetivación de la memoria, es decir, a su transformación en historia y su integración en la imagen que tenemos del pasado, y a la larga, a la restitución de la justicia, consti-tuye ya en sí un caso de interdisciplinariedad social, de interdisciplinariedad constitutiva para cualquier trabajo sobre la memoria. Por lo tanto, la emergencia de nuevos para-digmas como el giro forense afecta al interdiscurso de la memoria a varios niveles, y tanto más cuanto este giro proviene del discurso hegemónico, el jurídico, y repercute en el campo más susceptible de asumir estos impulsos, el discurso cultural.

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Sobre los autores

RIKE BOLTE es doctorada por la Universidad Humboldt de Berlín con una tesis sobre la ‘contra(-)representación’ y la desaparición forzada en Argentina. Es profesora de literaturas hispánicas, francófonas y germanófonas en la Universidad del Norte, Barranquilla. En este momento, está realizando su Habilitation sobre viajes en el tiempo y otras disfunciones temporales en la poesía francófona del tardío siglo XIX. Más allá de los estudios de la memoria y la teoría de le representación, así como un enfoque en la poesía francófona e hispanófona, sus líneas de investigación son la eco-crítica, los gender studies y los estudios visuales (comic, fotografía, cine).

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PATRICIA CIFRE WIBROW es profesora titular de la Universidad de Salamanca y especialista en literatura comparada. Ha colaborado en diversos proyectos de investigación sobre literatura y memoria. Su principal línea de investigación incide en la obra literaria como medio de articulación de la memoria cultural, atendiendo muy particularmente a las relaciones de complementariedad y competencia entre memoria comunicativa y memoria cultural, así como las formas de articulación y transmisión de la memoria transgeneracional. Otra línea de investigación se centra en la teoría estética moderna y posmoderna. Publicaciones: “Conflicto entre memorias y entre generaciones: La muchacha de las bragas de oro de Juan Marsé y Stille Zeile sechs de Monika Maron” (Iberoamericana XI.41, 2011); “Configuración de la memoria en Soldados de Salamina” (Tropelías. Revista de Teoría de la Literatura o Literatura Comparada 18, 2012); “Memoria y postmemoria en la narrativa de Rafael Chirbes” (Etudes Romanes 62, 2015).

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PATRICK ESER es profesor asistente de literaturas y estudios culturales hispánicas en la Universidad de Kassel y en este momento investigador en la Universidad Nacional de La Plata (Argentina) con la beca Feodor Lynen para Investigadores avanzados de la Fundación Alexander von Humboldt. Se doctoró con una investigación sobre los nacionalismos vasco y catalán en el contexto de la globalización y integración europea por la que obtuvo el premio Werner Krauss de la Asociación alemana de hispanistas (DHV). Sus áreas de investigación son ficciones urbanas en América Latina, estudios de memoria y las relaciones entre literatura y culturas políticas (nacionalismo, populismo) en el espacio hispánico transnacional. Recientes publicaciones: Transiciones democráticas y memoria en el mundo hispánico. Miradas transatlánticas: historia, cultura, sociedad. Frankfurt/New York (en prensa, ed. con Angela Schrott y Ulrich Winter, 2018), El atentado contra Carrero Blanco como lugar de (no-)memoria. Narraciones históricas y representaciones culturales (Ed. con Stefan Peters, 2016) y Memoria – Postmemoria. Die argentinische Militärdiktatur (1976–1983) im Kontext der Erinnerungskultur (Ed. con Jan-Henrik Witthaus, 2016).

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LUISA GARCÍA-MANSO es profesora asistente de literatura hispánica contemporánea en la Universidad de Utrecht. Obtuvo el doctorado en filología hispánica en la Universidad de Oviedo con Premio Extraordinario de Doctorado. Su tesis ha sido publicada con el título Género, identidad y drama histórico escrito por mujeres en España (1975–2010) (2013). Entre 2014 y 2016 disfrutó de una beca postdoctoral Alexander von Humboldt en la Universidad de Passau. Llevó a cabo su investigación predoctoral en el Centro de Ciencias Humanas y Sociales del CSIC, en Madrid. Anteriormente, completó el máster universitario en estudios para la igualdad de género en ciencias humanas, sociales y jurídicas (UIMP-CSIC) y la licenciatura en filología hispánica (Universidad de Oviedo).

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HANS LAUGE HANSEN es catedrático de literatura y cultura hispánicas en la Universidad de Aarhus. Ha sido director del proyecto La memoria novelada (2011–2014) sobre la novela de la guerra civil española y la dictadura franquista y es vice-director del proyecto Unsettling Remembering and Social Cohesion in Transnational Europe (UNREST, Horizon 2020). Publicaciones recientes: La memoria novelada III: Memoria transnacional y anhelos de justicia (Ed. con Juan Carlos Cruz Suárez y Antolín Sánchez Cuervo, 2014); “Modes of Remembering in the Spanish Memory Novel” (Orbis Litterarum 71.3, 2016); “On Agonistic Memory” (Memory Studies 9:4, 2015) y “Memoria agonista en El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura (2009)” (Diálogos Latinoamericanos 26, 2017).

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SILVANA MANDOLESSI es profesora de estudios culturales en la Universidad Católica de Leuven. Ha sido co-directora del proyecto “Transit: Transnationality at Large. The Transnational Dimension of Hispanic Culture in the XXth and XXIth Centuries”, financiado por la Comisión Europea. Actualmente dirige el proyecto ERC Starting Grant “Todos somos Ayotzinapa: el rol de los medios digitales en la formación de memorias transnacionales sobre la desaparición”, financiado por el European Research Council. Es autora de Una literatura abyecta. Gombrowicz en la tradición argentina (2012) y de numerosos articulos en revistas internacionales. Ha co-editado los números especiales “Transnational memory in the Hispanic World” (European Review, 2014) y “Sujetos, territorios y culturas en tránsito: Dimensiones de lo transnacional en la cultura hispánica contemporánea” (Nuevo Texto Crítico, 2017) así como los volúmenes Estudios sobre memoria. Perspectivas actuales y nuevos escenarios (Ed. con Maximiliano Alonso, 2015) y El pasado inasequible. Desaparecidos, hijos y combatientes en el arte y la literatura del nuevo milenio (Ed. con Jordana Blejmar y Mariana Eva Perez, 2018). Ha sido profesora visitante en la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA) e investigadora visitante en la UNAM (Mexico) y en la UNC (Argentina). Recientemente ha sido elegida como miembro de la Jonge Academie.

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ELIDE PITTARELLO es catedrática de Literatura Española en la Università Ca’ Foscari de Venecia. Es especialista de literatura española contemporánea con trabajos sobre novela, poesía de la generación del 27, de la de los años 50 y de los Novísimos. También ha estudiado casos de la autobiografía del exilio y de la novela hispano-americana. Su planteamiento metodológico es interdisciplinario, con especial atención a la relación entre la literatura y las artes visuales (pintura, escultura, fotografía, collage).

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PABLO SÁNCHEZ LEÓN es investigador en el Centro de Humanidades CHAM — Universidade Nova de Lisboa. Ha trabajado sobre historia de los movimientos sociales, historia de la ciudadanía e historia conceptual de la modernidad en España. Interesado en la construcción colectiva e historiográfica del pasado, ha publicado, en relación con temas de memoria, entre otros textos La guerra que nos han contado y la que no. Memoria e historia de 1936 para el siglo XXI (con Jesús Izquierdo, 2018) y “Past Jihads, Citizenship and Regimes of Memory in Modern Spain” (European Review 24/4, 2016). En la misma revista tiene actualmente en prensa el artículo “Civil War, Genocide, and Beyond: How to Refound the Narrative Framework on the Spanish Civil War”.

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MANUEL SÁNCHEZ-MORENO es licenciado en Historia del Arte y Doctor Internacional en Ciencias Jurídicas por la Universidad de Córdoba. Máster en Cooperación al Desarrollo y Gestión de ONGD (Loyola Leadership School) y Máster en Derechos Humanos y Democratización (Universidad de San Martin/EIUC). Actualmente es profesor consultor en la Universidad Oberta de Catalunya, colaborador honorario en la Universidad de Córdoba e investigador en el Instituto de Estudios de Género de la Universidad Carlos III de Madrid. Ha realizado varias estancias de investigación y ejercido como profesor visitante en universidades colombianas y argentinas. Combina el trabajo en cooperación internacional con la docencia y la investigación en género, memoria histórica, producción cultural y religión.

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ULRICH WINTER se doctoró en la Universidad de Heidelberg y trabaja desde 2003 como catedrático de literaturas hispánicas, francesa y comparada en la Philipps-Universität Marburg. Sus áreas de investigación son, entre otras, los estudios de memoria, la teoría de la cultura, las literaturas europeas, la historia intelectual, la cultura de la península ibérica del siglo XX y las relaciones transatlánticas. Ha publicado, entre otros: Casa encantada: Lugares de memoria en la España constitucional (1978–2004) (Ed. con Joan Ramon Resina, 2005, reedición 2017); Cruzar la línea roja. Hacia una arqueología del imaginario comunista ibérico (1930–2016) (Ed. con Antonio Gómez-López Quiñones, 2017).

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