maría de toledo

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MARÍA DE TOLEDO La primera Virreina de las Indias.

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FERNANDO TOLA DE

HABICH

MARÍA DE TOLEDO La primera Virreina

de las Indias

Factoría Ediciones

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©Fernando Tola de Habich [email protected] web: hablandoconlosfantasmas.com ©Factoría Ediciones S. de R.L.

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PRÓLOGO No sé si serán cosas de la edad o si siempre he sido igual, pero

lo cierto es que de pronto me sorprendo leyendo e interesándo-me por personajes y temas de los que jamás hubiera considerado posible ocuparme.

Cuando comienzan a llegar a casa y al correo paquetes llenos de libros sobre un mismo tema y mi esposa y mi hijo me pregun-tan la causa de esa similitud temática, descubro que sí, que es verdad, que ya estoy metido en algo impensado como un trabajo para hacer en mi vida.

En el caso de la aquí presente, María de Toledo, el camino fue más retorcido.

Un día me llamó la atención, y me pareció divertida, la histo-ria personal de Luis Colón, el nieto de Cristóbal Colón, deste-rrado a Orán a los 45 años por bígamo, y donde 5 años después falleció.

Por herencia, le correspondía el cargo nobiliario de Almirante de las Indias y los menos significativos de Duque de Veragua, Duque de la Vega y Duque de Jamaica, entre otros títulos y car-gos que seguramente tuvo y no le sirvieron para evitar el destie-rro.

Después de leer sobre él, salté a su padre, Diego Colón, el legítimo hijo del descubridor y de una dama de la nobleza portu-guesa, Felipa Moñiz o Muñiz Perestrelo.

Lo que llamaré, con poca justicia, la patética vida de este se-ñor, me llevó a interesarme por su esposa y madre del tan traji-nado Luis.

Resultó evidente la curiosidad despertada en mi. Imaginemos a una muchacha de 18 años, sobrina directa de

los Reyes Católicos por la línea de Fernando de Aragón, sobrina igual de cercana del Duque de Alba (tan cercana que su padre y el Duque eran hermanos), que un día recibe la orden real, y la orden paterna, de casarse con el hijo del descubridor de América, hombre de cerca de 30 años, a quien tal vez ni conocía y con el que a lo más podría haberse cruzado algún día, sin prestarle atención, por los pasillos de la corte.

El matrimonio era ventajoso para ella: no era un viejo, no era

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terriblemente feo, y tenía entre sus manos la enorme posibilidad de heredar una de las mayores fortunas del mundo: el 10% de todo lo obtenido de oro, plata, perlas y del comercio provenien-tes de las Indias. Además de títulos nobiliarios y del nada despre-ciable cargo, que ya poseía y lucía, de Almirante de las Indias.

Para la casa Alba también resultaba provechoso incorporar a la familia a una persona con tanta influencia, poder y autoridad en los recién descubiertos territorios en medio del océano y que tanto habían hecho soñar en sus riquezas y bienes materiales.

Para el Rey, era una ingeniosa manera de neutralizar a un fas-tidioso heredero empeñado en que la corona reconociera e hicie-ra efectivos todos los descomunales arreglos económicos firma-dos con Cristóbal Colón por el descubrimiento de las Indias.

En realidad, ninguna de estas conveniencias dio resultado y nadie logró alguna ventaja notoria.

El Rey se encontró con un heredero que a pesar de haberse convertido en su “sobrino por matrimonio”, se empeñó en man-tener sus requerimientos iniciales y pleiteó durante 28 años con la corte por el reconocimiento de lo pactado económicamente con su padre. Al final, es cierto, la corona española salió triun-fante, pero ya no fue Fernando el Católico quien recibió la noti-cia del final de los juicios, sino su sucesor, Carlos V.

La Casa de Alba, con seguridad, no logró la más mínima ven-taja o provecho en las Indias gracias a alguna influencia de su nuevo miembro.

Al principio, pero solo al principio, Diego Colón, el hijo y heredero de Cristóbal Colón, pareció resultar favorecido con el matrimonio, al conseguir, por su insistencia y la influencia del Duque de Alba, que los Reyes de España lo nombraran Gober-nador de las Indias, colonia limitada en esos años a la isla Espa-ñola, con Santo Domingo como ciudad principal, a algunas islas por conquistar, más otros potenciales territorios llamados Tierra Firme, aún en plena exploración e intento de colonización. El resultado fue un calvario pues aparte de los adversarios y opo-nentes que encontró en Santo Domingo, Fernando el Católico y Carlos V lo destituyeron de su cargo, obligándolo a viajar a Es-paña para peregrinar tras los desplazamientos de la corte en bus-ca del reconocimiento de los derechos heredados.

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Para María de Toledo el matrimonio tampoco resultó la ma-ravilla imaginada y que la llevó a viajar con su marido a su go-bernación en las Indias, acompañada de un buen número de muchachas de su edad, seguramente con la cabeza tan llena de pajaritos como ella.

La llegada a Santo Domingo del Gobernador, su noble esposa y su comitiva femenina y masculina, fue el preámbulo de la vida que llevarían todos ellos en la isla.

Lo primero en descubrir fue la inexistencia de lugares donde alojarse y la obligación de improvisar su acomodo.

A fin de mes, a las tres semanas de su llegada, como bienve-nida atrasada, un huracán echó por los suelos la inmensa mayo–ría de casas de Santo Domingo, todas ellas de barro y paja, y hundió algunos de los barcos que estaban en el puerto con la mercadería sin descargar (entre ellos la nave capitana de Diego Colón y algunas otras naves de su flota).

En esos años la población de la capital de la Española estaba formada por indígenas de ambos sexos y españoles, fueran con-quistadores o colonizadores, de muy baja o muy mediana posi-ción social en España, y unas pocas mujeres, casadas o solteras, que se atrevieron a realizar la travesía.

En fin, toda la troupe femenina de María de Toledo tuvo que hacer de tripas corazón, aceptar de la mejor manera posible las primitivas costumbres y posibilidades sociales de la isla, y casarse con los patanes o funcionarios reales que las requirieron en ma-trimonio.

María de Toledo, por su parte, tuvo la fortuna de que su es-poso elevara para ellos una mansión, un palacete como el de su padre en España, y la dedicara a procrear hijas, no hijos varones, sino mujeres: cuatro seguidas, y la primera seguramente discapa-citada. La sociedad cortesana de la que la acusaron de haber tra-tado de crear en las Indias, no debió progresar mucho.

Nada resultó como con seguridad María de Toledo había su-puesto en España.

A los 5 años de estar en Santo Domingo, su marido debió via-jar a España donde el Rey Católico lo destituyó de su cargo. Mar-ía de Toledo permaneció en la isla con sus cuatro hijas hasta que Diego Colón regresó, nuevamente como Gobernador, seis años

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más tarde, luego de haber seguido la corte itinerante del nuevo rey de España, Carlos I, luego Carlos V1.

Tampoco fue muy larga esta convivencia, aunque no puede negarse que si resultó productiva para el matrimonio. Tres años después, Diego Colón debió regresar otra vez a España, llamado por Carlos V, para ser cesado de su gubernatura.

Quedó María Toledo en la isla, embarazada de un nuevo hijo y con dos nuevos chicos a su cuidado, aunque es verdad que su marido se llevó a la corte a dos de las hijas mayores (excepto la enferma) para encargarlas a un convento.

María de Toledo no volvería a ver a Diego Colón, pues su marido falleció en Toledo en 1526, agotado física y psíquicamen-te, mientras seguía el desplazamiento de la corte por diversos rincones españoles a fin de conseguir el reconocimiento real, y legal, de los derechos de los acuerdos firmados con su padre en abril de 1492.

En 1530, cuatro años después de la muerte de su esposo, María Toledo viaja a España, llevando a una de sus hijas, (Isabel, de 16 años) y al hijo menor (Diego de 6 años), dejando en Santo Domingo a la hija mayor (Felipa, de 20 años) y a los dos hijos varones de más edad, Luis (9 años), el tercer Almirante de las Indias, y Cristóbal (8 años). No los volverá a ver hasta 1544, ca-torce años más tarde, cuando regresa a Santo Domingo, donde fallecerá en 1549.

Durante su estadía en España, María de Toledo debe actuar en nombre de los Colón. Ella tiene en su manos los juicios para el reconocimiento de los firmado en 1492 si se llegaba a las In-dias atravesando el Mar tenebroso; el traslado de los restos de su suegro y su marido a la Española para ser sepultados definitiva-mente; y la herencia de la Biblioteca de Hernando Colón dada testamentariamente a su hijo Luis Colón y Toledo, tercer Almi-rante de las Indias, representado por ella debido a su minoría de edad.

De manera mayoritaria, María de Toledo tiene una buena prensa entre los historiadores y las feministas. Salvo algún breve ataque por su descuido con la biblioteca de Hernando Colón, la 1 A lo largo del libro, uso indistintamente Carlos I como Carlos V: son la mis-ma persona.

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más importante de su época a nivel particular, se la considera una mujer abnegada, fiel, laboriosa, sacrificada y luchadora tenaz por la reivindicación de los bienes e intereses colombinos ante la corte española.

En realidad es muy difícil formarse una opinión sobre un per-sonaje de la alta nobleza española, y más si es mujer, si es del siglo XVI, si está casada por obligación y, peor aún, si vive en un territorio tan lejano de su tierra natal y aún en pleno proceso de colonización. Además, deberá considerarse que durante los dos periodos de convivencia matrimonial con su marido (de 1509 a 1514 y de 1520 a 1523), tiene, en esos 8 o 9 años, como se quie-ra contar: 7 hijos, lo cual nos lleva a imaginarla permanentemen-te embarazada y recuperándose de los partos durante su vida cotidiana en Santo Domingo.

La María de Toledo histórica, la primera Virreina de América, realmente surge cuando viaja a España en 1530. Su etapa de Gobernadora tiene un cariz más formal que real. A pesar de ser muy probable que sus decisiones sobre los tres asuntos históricos de trascendencia para la familia Colón y para la historia de las Indias, estuvieran muy influidos por su padre y su hermano, sacerdote dominico, ella queda como responsable de las decisio-nes tomadas.

Obviamente, por mujer, no sabemos en realidad gran cosa de ella: ignoramos cuando nació, cuando se casó y hasta la fecha exacta del nacimiento de sus hijos. Su vida debe escribirse a base de reflejos y suposiciones apoyadas en documentos de la época. Solo sobre su muerte tenemos fecha y un documento definitivo: su testamento.

Para escribir esta biografía he seguido lo escrito sobre ella, agregando muchos datos surgidos de otros escritos de la época en los que se hacía referencia a algún acto de su vida o en el que aparece involucrada. Cuando he encontrado información con-tradictoria he recurrido a las notas a pie de página para consig-narla. Durante varios meses me he entretenido leyendo sobre su vida, la de su marido y la de sus hijos. Este es el resultado de depredar entre tanto libro y documento.

Mi hermana Marta Leticia Malca de Habich fue la primera en leer la biografía y hacerme observaciones; después mi esposa,

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Nonoi, y mi hijo Agustín, se ocuparon de leer la versión ya co-rregida y señalar nuevos errores y oscuridades. Mi hermano José Miguel, al igual que Marta Leticia, aportaron, como siempre, libros para mi lectura, y mi hermano Francisco se rió de verme en estos trajines colombinos. Es mi familia y saben de mi agrade-cimiento.

No quiero dejar de agradecer a la Biblioteca de Moià, Barce-lona, en especial a su directora, Immaculada Bover Fonts, que fue amable y paciente en ayudarme a conseguir los libros que continuamente le estuve pidiendo.

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MARÍA DE TOLEDO La primera Virreina de las Indias

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1. María de Toledo se hace presente en la historia de América al arribar a la ciudad de Santo Domingo, en la isla Española, el nueve de julio de 1509.

Llegó con su esposo, el segundo Almirante de las Indias, Diego Colón, primogénito, heredero del Mayorazgo y único hijo legíti-mo de Cristóbal Colón y de Felipa Moniz Perestrelo, nacido en

Porto Santo o en Lis- boa, Portugal, en 1479 o 1480. A pesar de la escasez en España de embarcacio-nes disponibles para el viaje, su esposo logró armar una flota de nue-ve naves2 para trasla-darse con ella y sus res-pectivos séquitos hasta la Española, a fin de asumir lo antes posible la máxima autoridad de las Indias desde la primera isla descubier-

ta, conquistada, poblada y gobernada por su padre. Durante cerca de un mes realizaron un plácido viaje a través del mar tenebroso, muy bien acompañados de hijosdalgo y de jóve-nes damas de la nobleza castellana.

2 Una de las nueve naves de Diego Colón, la Santa María, no continuó el viaje: regresó a Sevilla y luego descargó y fue barrenada en La Gomera por orden de su maestre. Algunas de las naves de la flota de Diego Colón fueron despachadas meses antes de Sevilla, pero la flota salió de Sanlúcar a comienzos de junio. Otte, Enrique: “Flota de Diego Colón. Españoles y genoveses en el Comercio trasatlántico de 1509”. Revista de Indias. Año XXIV, 97–98. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1965. Pág. 477. Hugh Thomas, leyendo mal el artículo de Otte, registra en El imperio español, pág. 339, el arribo de Diego Colón a Santo Domingo con veinte barcos.

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Según informa fray Bartolomé de Las Casas también viajaron con el nuevo Gobernador, su hermanastro Hernando Colón y sus tíos Bartolomé y Diego Colón3, hermanos de su padre y partícipes de las desgraciadas alteraciones vividas durante la pri-mitiva colonización y gobernación de la isla, a la cual venía ahora el sobrino a gobernar por orden del mismo monarca que bajo su reinado permitió de alguna manera sus aprisionamientos y el del primer Almirante de las Indias, Cristóbal Colón, para ser envia-dos, los tres, encadenados hasta el puerto de Cádiz4.

2. Formando corte a la joven esposa del nuevo Gobernador de las Indias, viajaron a la Española varias dueñas y doncellas hijas-dalgo, y todas, o las más de ellas, mujeres en plena juventud, se casaron en la ciudad de Santo Domingo, o en la isla, con perso-nas principales y hombres ricos. Era un hecho –dice Fernández de Oviedo–, la mucha falta de mujeres de Castilla para crear familias con los primeros conquis-tadores y colonizadores. Por esta razón, algunos cristianos se casaban con indias principales, pero eran muchos más quienes por ningún motivo las deseaban en matrimonio, por la incapaci-dad o fealdad de ellas5 –asevera Oviedo–, quien carecía de cual-

3 Las Casas, Bartolomé de: Obras escogidas de… I. Historia de las Indias. Estudio crítico preliminar y edición de Juan Pérez de Tudela Bueso. Texto fijado por Juan Pérez de Tudela y Emilio López Oto. Ediciones Atlas. Biblioteca de Auto-res Españoles... (continuación), 95–96. Madrid, reimpresión, 1992. Tomo II, pág. 121. Todas las citas de Las Casas serán de esta edición. 4 En mayo de 1499, los Reyes Católicos nombraron a Francisco de Bobadilla nuevo Gobernador de las Indias con el encargo de averiguar la veracidad de las quejas y la razón de las sublevaciones producidas en la isla Española contra el gobierno de Cristóbal Colón y sus hermanos. Bobadilla llegó a la isla en agosto de 1500 y dos meses después, en octubre, apresó y luego embarcó a los tres hermanos Colón con rumbo a Cádiz, con la orden de ser entregados, encade-nados, al obispo Fonseca (Las Casas. I. Pág. 482). En la práctica, fue el final práctico de los títulos de Gobernador y Virrey de las Indias, descubiertas y por descubrir, que le correspondían por derecho a Cristóbal Colón y a sus herede-ros; desde entonces fue el Rey quien asumió esos nombramientos. 5 Fernández de Oviedo, Gonzalo: Historia general y natural de las Indias. Edición y estudio preliminar de Juan Pérez de Tudela Bueso. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españoles... (continuación), 117. Madrid, reimpresión, 1992. Tomo

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quier tipo de simpatía por las indígenas y no entendía que se tuviera alguna atracción por ellas. Y así, con las mujeres de Castilla instaladas en la Española como acompañantes de María de Toledo, se ennobleció mucho la ciu-dad, y los descendientes de ellas y de los que con ellas se casaron, hijos y nietos, eran la mayor riqueza de Santo Domingo, y de lo más solariego, tanto por estos matrimonios, como porque otros hidalgos y ciudadanos principales trajeron a sus mujeres de Es-paña a vivir en la isla, concluye Oviedo.

3. Una idea del significado social y económico representado por la llegada de María de Toledo a Santo Domingo en 1509, lo puede dar el contenido de su equipaje y las fiestas celebradas en honor suyo y de su marido.

Además de las veinticinco arcas pertenecientes a Diego Colón, las naves transportaban otras veinticinco de María de Toledo y de sus acompañantes, con sus vestidos y atavíos; con las joyas de oro, de perlas y otras piedras que llevan sus señorías; además, plata de mesa y de servicio de casa; tapicería, paños y alfombras y guadamecíes, etc.; en fin, todos los otros aderezos de servicio de casa6. Al decir de Luis Arranz, con María de Toledo y Diego Colón arribó a la isla Española, además de muchachas de la nobleza e hijosdalgo, “una flota atiborrada de bastimentos, útiles domésti-cos y productos suntuarios de fácil mercado en la próspera Santo Domingo7”. I, pág. 89. Todas las citas de Fernández de Oviedo serán de esta edición y bajo el apellido Oviedo. 6 Otte, Enrique: “Flota de Diego Colón. Españoles y genoveses en el Comercio trasatlántico de 1509”. Revista de Indias. Año XXIV, Nros. 97–98. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1965. Págs. 475 a 503. Es de lamentar que en las listas publicadas por Otte no se registrase lo perteneciente a las acompañantes de María de Toledo, lo cual sí sucede con algunos de los hombres. 7 Arranz Márquez, Luis: Don Diego Colón. Tomo I. Consejo Superior de Investi-gaciones Científicas. Madrid, 1982. Pág. 108. Todas las citas de este libro serán

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Y desde el punto de vista social, según versifica Juan de Castella-nos, hubo grandes celebraciones, pletóricas de alegría, “ya fuese de veras o fingido”: “Mas don Diego Colón su vía mueve Con fausto principal flota bastante, Y los cargos que el Rey manda que lleve Que fueron de Virrey y de Almirante: Y en julio de quinientos y más nueve Entró por aquel puerto muy pujante Siendo con gran aplauso recibido, O ya fuese de veras o fingido. Desembarcóse con la compañía Que al cargo de Virrey era decente, Y su cabal mujer doña María De la gran casa de Alba descendiente: Grandes fiestas hicieron aquel día Y muchos juegos más en el siguiente, Demás de regocijos y alegrías Que duraron por más de veinte días. Sacaron todos invenciones bellas Manifestando prósperos caudales, Porque vinieron damas y doncellas Generosas, hermosas y cabales, Que por haber entonces falta dellas Se casaron con hombres principales. Hubo toros, sortijas, juegos, cañas, En que se daban todos buenas mañas. Ejercicios que saben bien usallos Por estos dichos puertos y fronteras de esta edición. Es difícil creer que los acompañantes de María de Toledo y Diego Colón llevaran “productos suntuarios de fácil mercado en la próspera Santo Domingo”. De haber abundado esos productos para comerciar, los por-tadores han de haber sido del cuerpo marino y los viajeros ajenos al círculo más próximo a Colón y su esposa, quienes sí llevaban, como se señala líneas antes, objetos suntuarios para su uso personal.

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Do tienen abundancia de caballos Diestros en regocijos y carreras…8.

4. Por claro consenso de los historiadores contemporáneos, María de Toledo9 suele ser considerada en el siglo de los descu-brimientos y la conquista española de América (siglo XVI), como la mujer de mayor alcurnia que vivió en estas tierras de las Indias; y podría extenderse esta apreciación a los siguientes siglos de colonización (estar emparentada de manera directa con los Reyes Católicos y pertenecer a la Casa de Alba, son atributos nobilia-rios difíciles de igualar). Además, también debe tenerse en cuenta que a María de Toledo le correspondió ser la primera mujer que tuvo el cargo de Virreina de las Indias y que debió ocupar el car-go de gobernadora en la Española cuando su marido se ausentó a España en 1515. A pesar de ignorarse el año de su nacimiento, se suele considerar 1490 como el más probable; su padre fue Fernando Álvarez de

Toledo y Enríquez, Co-mendador mayor de León y Halconero mayor del Rey, y su madre María de Rojas y Pereira, de los primeros Señores de Monzón, Val-despino y Cavia. Era sobrina en primer grado del segundo Duque de Al-ba, Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, herma-no de su padre, y sobrina, en segundo grado, del Rey de España, Fernando de

Aragón, el Católico, quien era primo hermano de su padre. 8 Castellanos, Juan de: Elegía de varones ilustres de Indias. Edición definitiva al cuidado de Gerardo Rivas Moreno. Prólogo Javier Ocampo López. Gerardo Rivas Moreno, Editor. Bogotá, Colombia, 1997. Pág. 97. 9 Aunque ella siempre se llamó María de Toledo, su nombre debía ser María Álvarez de Toledo y Rojas.

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El parentesco sanguíneo de los hermanos Toledo con el Rey Católico se fundamentaba en que ambas líneas familiares des-cendían de dos hermanastras, hijas del Almirante de Castilla, Fadrique Enríquez10.

5. Antes de partir para su cuarto viaje, en 1502, Cristóbal Colón ordenó postergar hasta su regreso cualquier arreglo prematrimo-nial de su hijo Diego con alguna mujer, joven o viuda, de la no-bleza española. Deseaba, como era natural, tener en sus manos la decisión de tan importante acontecimiento. La candidata preferida por el descubridor de América era Mencia de Guzmán, hija del Duque de Medina Sidonia, Enrique de Guzmán, considerado uno de los hombres más ricos de España, y a quien había propuesto varios años antes, recién llegado a España, financiar una navegación hacia las Indias atravesando el Atlántico: el Duque rechazó el proyecto del desconocido perso-naje por considerarlo a todas luces descabellado. De acuerdo a las costumbres de la época, el matrimonio de su hijo Diego debía realizarse con una dama perteneciente a alguna de las más encumbradas y nobles familias españolas, y los acuer-dos prematrimoniales debían ofrecer las máximas ventajas políti-cas y económicas para ambas partes. Sin embargo, algunos acuerdos debían de existir entre el descu-bridor y el Duque, pues este, en agosto de 1502 –tres meses des-pués de la salida de Cristóbal Colón para su cuarto viaje– solicitó al Rey su consentimiento para la boda de Diego Colón con su hija Mencia de Guzmán, lo cual no fue aceptado, tal vez por el

10 Fadrique Enríquez, segundo Almirante de Castilla, se casó con Marina Fernández de Córdoba y Ayala y tuvieron una hija, Juana Enríquez, que se casaría con Juan II de Aragón y fue madre de Fernando II de Aragón, el Rey Católico. Al quedar viudo, Fadrique Enríquez, tuvo un segundo matrimonio con Teresa Fernández de Quiñones, y tuvieron cuatro hijos y 5 hijas, una de ellas fue María Enríquez de Quiñones, quien se casaría con García Álvarez de Toledo y Carrillo de Toledo, primer Duque de Alba, y fueron padres del se-gundo Duque de Alba y de Fernando de Toledo, padre de María de Toledo.

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poder económico que dicho matrimonio supondría11 y la proba-ble injerencia del Duque en los asuntos de las Indias12. Tal vez como compensación a esa negativa, seis años más tarde, el mismo Rey de España eligió a su sobrina María de Toledo para casarla con Diego Colón13. Sin duda un matrimonio más venta-joso para el heredero del descubridor, pues la muchacha perte-necía a la Casa de Alba y podía considerarse que por su parentes-co con el Rey aportaba aún mayor influencia a su empeño de lograr el reconocimiento de la corona a los compromisos firma-dos con su padre en 1492 sobre el descubrimiento de las Indias. Se ignora el significado que tuvo para María de Toledo esta or-den real y familiar de casarse con Diego Colón, cortesano con quien tal vez no tuvo hasta entonces trato personal y con el que se podría haber cruzado por la corte sin prestarle especial aten-ción. Pero sean cuales fueran sus sentimientos, por las obligacio-nes impuestas a su clase social debía cumplir lo ordenado por el Rey, su padre y su tío, el Duque de Alba. Carecía de alternativas y seguramente aceptó el matrimonio con la mejor disposición. Sea como fuera, ella, sin duda, debió agradecer que no la casaran

11 Colón de Carvajal, Anunciada y Guadalupe Chocano: Cristóbal Colón. Incóg-nitas de su muerte 1506–1902. Primeros Almirantes de las Indias. Dos Tomos. Con-sejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1992. Pág. 31. Todas las citas de este libro serán de esta edición. 12 En realidad, el poder económico de la familia Colón dependía de la acepta-ción o rechazo del Rey de la décima parte de los beneficios económicos que se obtuvieran de las Indias. En 1502 esta situación estaba en entredicho y así se prolongó hasta 1536, cuando terminaron los juicios colombinos iniciados por Diego Colón en 1508 para lograr la aceptación de la corona de los compromi-sos firmados con su padre en abril de 1492; hasta entonces la posición financie-ra de la familia Colón fue poco boyante y debió recurrir a préstamos e incluso mercedes reales, debido en gran parte a las dificultades económicas para soste-ner los gastos originados por los famosos pleitos contra la corona española (representada por el Rey Católico y después por Carlos V). 13 Sorprende que aún no se haya publicado (ni encontrado, al parecer) algún documento concerniente a la boda de María de Toledo con Diego Colón a pesar de la importancia de los personajes involucrados, y por lo tanto se ignore el día, el mes y hasta el año de su realización (se supone 1508).

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con un viejo, viudo y enriquecido noble lleno de dolencias, sino con un señor de 30 años, capaz de llegar a ser uno de los hom-bres más ricos de Europa si el Rey le reconocía su derecho al décimo de todo lo obtenido de beneficio en las Indias14. María de Toledo también debió saber que con su boda permitía a la Casa de Alba situarse en una posición privilegiada para los negocios de las Indias, y, a la vez, le abría al Rey la posibilidad de lograr un entendimiento ventajoso con Diego Colón, apaciguan-do así la machacona e imparable insistencia del heredero de Cristóbal Colón para el reconocimiento de lo firmado con su padre en Santa Fe el 17 de abril de 1492.

6. Una clara muestra de los intereses presentes en los arreglos del matrimonio de María de Toledo con Diego Colón se revela en las instrucciones dadas por éste a Jerónimo de Agüero, entre abril y mayo de 1508, sobre lo que le debe decir en su nombre al Duque de Alba concerniente a sus negocios con el Rey y el reco-nocimiento de los acuerdos con su padre, el descubridor de América15. “Ítem. Decid más a su alteza, que no solamente me casé yo con la hija de don Fernando (de Toledo), sino de su señoría y con su casa, en la cual yo entré para siempre, ayuntando a ella tanta renta y señoríos de que todos los grandes de Castilla han harta envidia16, y no demandé otra dote con mi esposa sino que mi justicia me fuese guardada, como se guarda a cuantos la piden en este reino. “Y don Fernando (de Toledo), mi señor, me dijo muchas veces al 14 Este reconocimiento era tan importante para Diego Colón que hasta enton-ces todas sus reticencias para casarse se originaban por la espera de la obtención del décimo pues así sus opciones para un matrimonio ventajoso aumentaban de manera considerable (“casarse bien o mejor”, dice Las Casas. II. Pág. 120). 15 “Instrucción del Almirante don Diego Colón para Jerónimo de Agüero” en: Arranz, I. Pág. 175. Luis Arranz fija la fecha probable de la instrucción en abril–mayo de 1508. 16 Es difícil calibrar cuál era en 1508 las grandes rentas y señoríos que Diego Colón aportaba por su matrimonio a la Casa de Alba como para despertar harta envidia en todos los grandes de Castilla.

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tiempo de los contratos (matrimoniales), que él era parte no so-lamente para hacer con su alteza que me diesen lo mío, sino más aún para hacerlo dar a cualquier amigo o criado suyo que él qui-siere. “Y lo que más siento es que los que no desean la prosperidad de la Casa de su Señoría, se mofan de mí y de la privanza de don Fernando, mi señor, cuando con toda ella no puede alcanzar que se me haga justicia, siendo ya determinada por su Alteza con todo su real Consejo, y de cada día oído decir cosas de que tengo harta vergüenza”.

En los ítem finales, Diego Colón ordena a Jerónimo de Agüero realizar varias importantes peticiones epistolares a su señoría, el Duque de Alba: escribirle al Rey suplicándole le haga cumpli-mento de justicia; al Obispo de Palencia, Juan Rodríguez de Fon-seca, para que no sea contrario a sus peticiones de justicia; y al Presidente de la Orden de Santiago, Fernando de Vega, en-cargándole sus asuntos y pidiéndole los negocie como asuntos concernientes al mismo Duque de Alba17.

7. El 25 de mayo de 1508, desde Olmedilla, casi de inmediato de recibir las peticiones de Diego Colón a través de Jerónimo de Agüero, el Duque de Alba le escribe al Rey, al Obispo de Palen-cia y al Presidente de la Orden de Santiago, pidiendo justicia y

17 Arranz cree que los tratos para el matrimonio de María de Toledo con Diego Colón se iniciaron en marzo y abril de 1508 y supone las instrucciones de Diego Colón a Agüero entre abril y mayo de 1508. De ser correctas las fechas de Arranz, lo cual dudo, las negociaciones debieron ser muy breves y las subsi-guientes ceremonias matrimoniales casi inmediatas, pues, de acuerdo a la fecha de la carta del Duque de Alba al Rey, 25 de mayo, ya por ese tiempo debían llevar un buen tiempo casados para permitir al Duque protestar ante el Rey por postergaciones e incumplimientos de los derechos y mercedes propios de su nuevo sobrino; y en caso de ser las instrucciones de Diego Colón a Agüero de abril o mayo de 1508, el hijo del descubridor debía sentirse muy cómodo y seguro dentro de la Casa de Alba para protestar por sentirse avergonzado de las burlas sufridas en la corte por no alcanzar justicia a pesar de la importancia de su suegro y, además, reclamarle a él, airadamente, el cumplimiento de lo pre-sumido en las negociaciones matrimoniales: su influencia para obtener del Rey, incluso a favor de cualquier criado o amigo suyo, lo que quisiera le fuera otor-gado.

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consideraciones para el hijo de Cristóbal Colón, tanto por ser ahora su sobrino, al haberse casado con su sobrina María de Toledo –insiste–, como por las mercedes y respetos debidos a ser miembro de su Casa, y recordándole al Rey que fue él quien “le metió” a Diego Colón en su Casa al ordenar a su sobrina casarse con él.18 La carta al Rey Católico es una clara muestra del trato privilegia-do del Duque de Alba con su primo hermano, pues, según afir-ma Herrera, “de los grandes de Castilla, él era el que más en aquellos tiempos privaba con el Rey, y no pudo el Almirante llegarse a casa de grande del reino que tanto le conviniese, ya que su justicia no le valía; allende de que hubo por mujer una señora prudentísima y muy virtuosa19”. “Católico y Muy Alto y muy poderoso Rey y señor “Vuestra Alteza, por hacerme merced, metió al Almirante de las Indias, mi sobrino, en mi casa, casándole con María de Toledo, mi sobrina, la cual merced yo tuve por muy grande cuando V.A. lo mandó hacer, y así la tengo ahora, si por mi deudo, junto con sus servicios y méritos del Almirante, su padre, el recibe de V.A. las mercedes que yo espero que han de recibir todos los que a mi casa se allegan, y faltando esto, no era merced la que V.A. me hizo en casarle con mi sobrina, mas volverse ya en mucha ver-güenza mía y menoscabo de mi casa, y ahora no solamente me dicen que las mercedes del Almirante están suspensas, más que V.A. no es servido de mandarle guardar justicia en sus negocios de las Indias, y que estando vista y determinada su justicia por los de vuestro muy alto consejo, V.A. ha mandado suspender la sentencia que por él se ha de dar, y le ha mandado mover algu-nos partidos por inducimiento de algunas personas que no de-ben desear tanto vuestro servicio como yo. “Suplico a V. majestad que pues a mí me toca tanto y a mi casa

18 Las tres cartas están incluidas en el apéndice de: Arranz. I. Pág.177 a 180. 19 Herrera, Antonio de: Historia general de los hechos de los castellanos en las islas y Tierra Firme del Mar Océano. Tomo III. Con notas de Ángel de Altolaguirre y Duvale. Real Academia de la Historia. Madrid, España, 1935. Pág. 126. Todas la citas de Herrera serán de esta edición.

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las cosas del Almirante, que a V. A. plega mandarle guardar su justicia y desembarazarle su hacienda y oficios, que él con tanto servicio vuestro y provecho de vuestros reinos, y con tanto traba-jo de su padre, tan justamente adquirió para sí, cuanto más con-curriendo ser la persona del Almirante tal y con tantas calidades para ser cierto a vuestro servicio, que debería ser elegido para esto, a que teniendo tan justa sucesión, se le pone tan agraviado impedimento. “Otra vez torno a besar los pies y las manos de V.A. porque le plega breve y enteramente mandarle dar su justicia, en lo cual yo recibiré muy mayor merced que él, y en la dilación mucha mayor vergüenza que él puede recibir perdida, por grande que sea. Nuestro Señor la muy excelente persona y real estado de V.A. guarde y siempre prospere.” Ha de creerse que esta carta más los constantes ruegos personales de los hermanos Toledo al Rey sobre el mismo tema, originó la Real Cédula del 9 de agosto de 1508 encargándole a Diego Colón la gobernación de las Indias.20 Otra demostración de la importancia dada por el Duque de Alba a las gestiones referentes al esposo de su sobrina María de Toledo ante la corte española, es que ese mismo día, 25 de mayo de 1508, aparte de las cartas escritas al Rey y a otros distinguidos personajes, le da instrucciones por escrito a su fator Juan de Peña –quien será el representante legal de Diego Colón en la corte cuando él se halle de Gobernador en la Española–, sobre la nece-sidad de hablar con el Rey y con cuanta persona fuera necesaria, a fin de promover lo solicitado por su nuevo sobrino por justicia y por merced del Rey Católico21:“Yo escribo al Rey, nuestro Se-ñor, sobre los negocios del Señor Almirante de las Indias, mi 20 Es clara la presión ejercida sobre el Rey Católico y la poca preferencia y agra-do con el que otorgó este nombramiento a Diego Colón. Tal como señala Las Casas, Tomo II, pág. 121, el Rey no dio al nuevo Gobernador ni más poder ni más salario que el fijado para los dos anteriores, Bobadilla y Ovando, lo cual era también otra forma de indicarle que el nombramiento era gracia real y no derecho heredado del descubridor. 21 “Carta del Duque de Alba para Peña, su fator del Duque”, en: Arranz. I. Pág. 181. (Mantengo “fator”, como sinónimo de factor).

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sobrino, los cuales yo tengo en lugar de propios míos, y me pare-ce que del no solamente no recibir mercedes del Rey, nuestro Señor, mas aun no alcanzar complimiento de justicia, yo recibiría muy gran agravio, por tener, como tengo, al Almirante en lugar de propio hijo, y por haberse metido y estar de la manera que está en mi casa. “Por tanto, habla de mi parte al Rey, nuestro Señor, todo lo que el señor Almirante te mandara, y asimismo a todas las personas que más cumpla, y haz todas las diligencias que convenga haber en sus negocios del Almirante, de la manera que en los propios míos, porque por tales tengo los suyos”.

8. Por su matrimonio, María de Toledo debió enterarse de que su esposo no solo reclamaba de forma verbal herencias honorifi-cas, económicas y gobernativas de las Indias, sino que había en-tablado un pleito a la corona para su cumplimiento y, además, estaba empeñado en viajar a las Indias, en concreto a la isla Es-pañola, para asumir la gobernación de las tierras descubiertas, conquistadas y colonizadas por su padre, tal como estaba acorda-do y firmado por los Reyes Católicos. Pero si tales asuntos sorprendieron a María de Toledo, no menos debió sorprenderle enterarse, así fuera de manera indirecta, del nacimiento de dos infantes hijos de su marido, en dos distintas mujeres, en junio o julio y octubre de 1508, tal como después afirmaría Diego Colón en Sevilla, el 16 de marzo de 1509, du-rante el dictado de su testamento antes del el viaje a las Indias.

9. La primera mujer con quien declara Diego Colón haber teni-do un hijo, se llama Constanza Rosa, vecina de Burgos en la calle Tenebregosa, y declara y ordena: “por cuanto se ha dicho que esta dicha Constanza parió un hijo o hija de mi, mando que si se hallaré ser verdad, que mi heredero reciba la tal criatura, y la mande criar y proveer en todo y por todo como conviene a mi a mi honra y estado; y por saber verdad de esto, doy por aviso a mis albaceas y a mi heredero que, considerando el tiempo que yo hube este mujer y el tiempo cuando la deje, que esta tal criatura

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pudo nacer por el mes de junio o de julio de 1508, como podrán haber información de García de Lerma, vecino de Burgos, a San-ta María la mayor”22. La segunda mujer con quien declara haber tenido otro hijo, es Isabel Samba, mujer que fue de Petisalazan, vecina de Bilbao o de Garnica, a quien se le deben dar por espacio de dos años 200 ducados para sus necesidades: “y por cuanto ella parió un hijo, mando que fenecido el pleito que injustamente y contra verdad me movió, este tal hijo sea por mi heredero recibido y criado e (como) de tratándose de mi honra y estado conviene; el cual hijo, según parece, parió por el mes de octubre de 1508, y en cuanto a lo de los dichos 200 ducados no le serán dados cosa alguna per-diendo el dicho pleito”23. Los dos hijos fuera de matrimonio de Diego Colón fueron reco-nocidos por él y estuvieron presentes en su testamento y al me-nos uno de ellos, Francisco, en el testamento de María de Tole-do.

10. La instalación de María de Toledo y su esposo Diego Colón en Santo Domingo, produjo desde el 9 de julio de 1509 una situación chabacana prolongada durante casi un año. La supuesta ciudad a donde venían a vivir no debió corresponder a lo imaginado. Santo Domingo era un pequeño poblado de precarias casas de paja y barro y quizá un par de piedra, en donde vivía la reducida población hispana y la mayoritaria indígena.

22 Arranz. I. Pág. 195, supone que debe ser el “Cristóbal Colón, mi hijo natural que está en Castilla” como dice en su testamento de 1523. 23 Arranz. I. Pág. 195, supone que puede tratarse de Francisco Colón, a quien María de Toledo deja en su testamento, a él o a su esposa Violante, 30 mil maravedís. Este hijo bastardo de Diego Colón murió en Nombre de Dios en 1547, integrando la tropa enviada por su hermanastro Luis Colón a Veragua, bajo el mando del capitán Cristóbal de Peña. (Oviedo. III. Pág. 362). En 1548 la noticia aún no llegaba a la Española. La madre de Francisco Colón, según Arranz, pág. 195, Isabel Samba o Gamboa, debió “pertenecer a una posición social elevada; de ahí el pleito que le mueve ante Roma al segundo Almirante”, motivo por el cual debió viajar dos veces a Roma “Hernando Colón, (1513–13 y 1515–16) en representación y defensa de su hermano”.

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El exgobernador Nicolás de Ovando no tenía preparado algún alojamiento donde acomodar al nuevo Gobernador, a su esposa y a los numerosos acompañantes que viajaron con ellos. Peor aún, cuando Diego Colón desembarca en Santo Domingo, las principales autoridades de la isla estaban ausentes. Ovando se encontraba en la villa de Santiago, a 40 leguas de distancia, y su sobrino, el alcaide de la fortaleza, Diego López de Salcedo, estaba pasando unos días en una estancia suya cercana a la ciudad. Ignoro dónde podría estar el tesorero Miguel de Pasamonte, pues no desempeña papel alguno en las historias referentes al día del arribo de la flota en que viaja el nuevo Gobernador. Lo cierto es que al desembarcar, Diego Colón ya ha decidido alojarse en la fortaleza de Santo Domingo con su esposa y algu-nos de sus acompañantes, y nadie se lo impide ni le da consejo adverso al respecto; al fin y al cabo era la única edificación de la isla donde podía instalarse con relativa comodidad24. Los españoles que se acercaron a darle la bienvenida, no se atre-vieron a poner límites a los deseos ocupacionales de la nueva y máxima autoridad de las Indias y, más bien, debieron ofrecerse a alojar a las damas25 e hijosdalgo carentes de la posibilidad de instalarse en las no tan numerosas habitaciones de la fortaleza. Ovando, al enterarse de la situación grotesca que se había origi-nado, monta en cólera y regaña con aspereza a su sobrino, pero

24 En Arranz I, pág. 252, en el “Memorial por el Almirante, (Finales de 1509)” figura la anotación XV: “El Almirante, como llegó, el alcalde Maldonado le entregó la fortaleza, y él se aposentó en ella como en casa de su Alteza, no te-niendo otra parte a donde ir”. 25 Teresa Piossek Prebisch, en su estudio Las conquistadoras, registra que las acompañantes femeninas de la Gobernadora María de Toledo fueron alojadas en una calle reservada para ellas, llamada con “el agraciado nombre de Calles de las Damas”. Ignoro la fuente de donde procede el dato, pero si para el Gober-nador y su esposa no estaba reservado algún alojamiento, menos aún, supongo, estarían preparadas las casas de una calle para alojar a las acompañantes de la Virreina.

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su única alternativa es acudir a presentar sus respetos al nuevo Gobernador y a su séquito, mostrando alegría por su llegada, y sin insinuar un posible desalojo de la fortaleza en donde vivía Diego López de Salcedo, el alcaide, su sobrino, por el derecho que le daba su cargo26. Doña María y el Almirante le hicieron grande y gracioso recibi-miento y él no menor reverencia al conocerlos, refiere Las Casas, que trata con detalle este encuentro. Como ya se contó, hubo numerosas fiestas y representaciones con la asistencia de la gente importante y enriquecida de Santo Domingo, más muchos caballeros y lucida gente de las otras pro-vincias de la isla que acudieron a presentar sus respetos al Go-bernador y a su noble esposa. Pocos días después, Francisco de Tapia, hermano del veedor Cristóbal de Tapia, criados ambos del obispo Juan Rodríguez Fonseca y pasajeros a Santo Domingo en las naves de Diego Colón, presentó la provisión real de su nombramiento de alcaide de la fortaleza y solicitó su entrega. Ovando quien ya había tenido problemas con Cristóbal de Tapia sobre la posesión de la fortaleza y lo envió preso a España, de-moró la entrega para no perjudicar a su sobrino, y Diego Colón también ignoró la orden real bajo la idea de que le correspondía a él confeccionar una terna de candidatos para que el Rey eligiese a uno de ellos para alcaide, tal como debía procederse en el nombramiento de otros cargos importantes de su gobernación. En agria respuesta a estas negativas y dilaciones, Francisco de Tapia escribió al Rey y al obispo Fonseca informándole sobre la usurpación de la fortaleza por Diego Colón, y quejándose de que

26 También en Arranz I, pág. 253, en el “Memorial por el Almirante, (Finales de 1509)”, figura la anotación XVII con el título: “El Comendador subió a pedir la fortaleza al Almirante con gran enojo”. Ovando se presentó a saludar a Diego Colón doce días después de la llegada del nuevo Gobernador a Santo Domin-go. La petición de la fortaleza debe haber ocurrido días más tarde.

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ni él ni Ovando quisieron cumplir la provisión real de su nom-bramiento como alcaide de ella y menos aún desocupar la forta-leza que por derecho le correspondia, incluso como residencia. De inmediato, teniendo en cuenta el tiempo de la demora en ir y volver la correspondencia entre la corte española y Santo Do-mingo, se recibieron cartas reales ordenando entregar la fortaleza de Santo Domingo a Pasamonte (Carta del 14–8–1509) o a Francisco de Tapia (Real Cédula del 12–11–1509). El Rey acepta y le parece bien que Diego Colón haya tomado posesión de la fortaleza pues Ovando no había cumplido sus órdenes de entregársela a Francisco de Tapia, y luego, en una Real Cédula del 15 de junio de 1510 (al año de su venida a la isla), aprueba la entrega de la fortaleza de Santo Domingo por Diego Colón al tesorero Pasamonte conforme a las cartas envia-das por él. De esta manera concluyó el forzado alojamiento de Diego Colón, su esposa María de Toledo y algunos de sus criados, en la fortale-za de Santo Domingo27. Le correspondió a Francisco de Garay, antiguo criado de Cristó-bal Colón y propietario de la primera vivienda de piedra cons-truida en la isla, ofrecer su casa al nuevo Gobernador mientras procedía a la construcción de un palacete en el cual alojarse.

11. Pero no fue solo la incomodidad y lo improvisación del alo- jamiento lo que debió enfrentar María de Toledo en la isla con

27 El Rey, en las cartas y cédulas que he leído sobre el tema, siempre le habla en tercera persona a Diego Colón sobre la entrega de la Fortaleza a Pasamonte o a Francisco de Tapia; es más, en la Real Cédula del 12 de noviembre de 1509 le dice: “y por esta mi carta le mando al dicho tesorero o a otra cualquier persona o personas en cuyo poder estuviere la dicha fortaleza que luego la dé y entregue al dicho Francisco de Tapia” (la cursiva es mía). Es obvio que el Rey sabía con exactitud quienes se alojaban y tenían en su poder la fortaleza desde su desem-barcó en Santo Domingo: Diego Colón y su esposa María de Toledo.

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su nueva familia: ni bien acababa de desembarcar, cuando le tocó compartir con los Colón los nervios, las angustias, las preocupa-ciones de los juicios contra la corona y, además, de paso, enterar-se de los importantes gastos económicos originados para contra-rrestar los evidentes deseos reales de disminuir e incluso desco-nocer de forma legal los acuerdos firmados por él y la reina cató-lica con Cristóbal Colón en 1492.

El encuentro del nuevo Gobernador con las naves de Pinzón y Solís en Santo Domingo, luego de sus expediciones por los mis-mos lugares recorridos por Cristóbal Colón en 1502–1504 en busca del estrecho que permitiera el paso al Oriente, trajo nuevas inseguridades sobre el resultado del proceso judicial contra la corona por los malentendidos que podrían aportar estos dos capitanes sobre los descubrimientos realizados por su padre en su cuarto viaje. Los dos marinos afirmaban que sus recorridos no tenían la me-nor relación con lo navegado por Colón 5 años antes y se atribu-ían el descubrimiento de nuevas regiones de las Indias compren-didas en las costas entre Veragua y Tierra Firme. Esto, sin duda alguna, afectaba el contenido de los juicios co-lombinos y mermaba el prestigio de los descubrimientos de Cristóbal Colón. Sin pensárselo dos veces, Diego Colón ordenó a su hermanastro Hernando Colón regresar a España para ocuparse de manera directa de la marcha de los juicios y tratar de negociar con el Rey en busca de soluciones favorables para lo alegado ante la justicia. Y así, el 17 de setiembre de 1509, a los dos meses de haber des-embarcado en la Española, Hernando Colón emprendió el regre-so a España al mando simbólico de la flota en la que viajaba asi-mismo el exgobernador Ovando.

12. Los dos tíos de Diego Colón, Bartolomé y Diego Colón, que llegaron con él a Santo Domingo en 1509, permanecieron pocos años en las tierras que con su hermano Cristóbal Colón habían

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gobernado hasta la llegada de Francisco de Bobadilla en 1500, cuando fueron enviados los tres a España presos y encadenados.

Esta vez, Bartolomé Colón, poco tiempo después de su llegada, por orden del Rey Católico regresó a la corte, donde se le enco-mendaría la colonización de Castilla del Oro, incluyendo la zona del Darién. Sin embargo, luego de varias negociaciones cor-tesanas, se decidió dejar esos territorios en manos de Alonso de Ojeda y de Diego de Nicuensa, como Gobernadores de Nueva Andalucía y de Castilla del Oro respectivamente; en compensación, el Rey ordenó abonarle a Bartolomé Colón los sueldos de contino, a pesar de haber estado ausente en las Indias; le dio en propiedad de por vida la isla de la Mona, la cual ya le había otorgado su hermano como repartimiento; le otorgo 200 indios para su servi-cio y le agregó la superintendencia de las minas de la isla de Cu-ba, lo cual lo situaba en ventajosa situación económica. A su regreso a Santo Domingo, donde falleció el 14 de agosto de 1514, trajo los numerosos reproches del Rey a su sobrino Diego, aconsejándole por último no tomar ninguna decisión importante sin consultar con el Rey, limitar el número de indígenas ocupa-dos en su atención personal y en sus negocios, prestar especial atención a su conducta con los empleados reales, y vigilar de cerca a los alcaldes mayores para evitar excesos en sus cargos28. De esta manera, con la ausencia de su hermanastro Hernando Colón y el viaje a España de su tío Bartolomé Colón llamado por 28 Sigo en lo referente a Bartolomé Colón a: Valle, José María del: Bartolomé Colón. Primer adelantado de Indias. Editorial Gran Capitán. Milicia de España. Madrid, 1946. Pág. 171 a 176.

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el Rey, el segundo Almirante y Gobernador de las Indias perdió los principales consejeros que tenía a su lado, debiendo enfrentar sin el apoyo familiar directo sus nuevas funciones en la isla que tantas esperanzas despertó en su padre y que ahora él debía de– sempeñar teniendo en su contra al rey de España. Su otro tío, Diego Colón, hermano del descubridor, que aún permanecía en la isla, y representaba la parte más débil de la familia, debió regresar en 1514 a España para ocuparse de los asuntos legales y testamentarios originados por la muerte de su hermano Bartolomé29; ya no volvió a las Indias: falleció en Sevilla el 21 de febrero de 1515.

13. En 1510, al año siguiente de su arribo a Santo Domingo, los esposos Colón–Toledo inician la construcción de su vivienda en los terrenos cedidos por el Rey de España y confirmados por una Cédula Real del año siguiente30.

El costo de la obra, como se indica en los testamentos de María de Toledo y de Diego Colón, fue a medias entre ambos, por lo cual siempre se refieren a la propiedad del palacete como una pertenencia parcial.

Es una obra realizada con toda la solidez y el lujo permitido por el medio. Se construye en piedra bajo la dirección de canteros españoles traídos a la isla Española y teniendo como modelo el palacio de Mancera, cabeza del señorío de las 5 Villas, propiedad del padre de María de Toledo. Es tal el deseo de rapidez de la construcción del palacio –lo llamarán “El alcázar” o “La Casa 29 Arranz señala que la razón por la que Diego Colón, el hermano del descubri-dor, regresó a España fue por orden del Rey. Arranz Márquez, Luis: Repartimien-tos y encomiendas en la Isla española (El Repartimiento de Alburquerque de 1514). Ediciones Fundación García Arévalo. Madrid, 1991. Pág. 214. 30 Por Real Cédula del 24 de mayo de 1511, el Rey otorgó a Diego Colón, y a sus herederos y sucesores, el solar donde se iba a construir la Casa de Fundición de Santo Domingo con todas las paredes y cimientos ya construidos, para hacer en él una casa como su morada. El proyecto y la construcción de la Casa de Fundición fueron abandonados por los oficiales reales al comprobar la imposi-bilidad de edificar allí como convenía a sus intereses.

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morada”– que se distraen de las obras públicas y de la extracción de oro de las minas a 320 indígenas31. Si algún concepto presidió el deseo arquitectónico de la obra de los Colón–Toledo, este fue, sin duda alguna, el de la majestuosi-dad y el lujo. Cada detalle fue diseñado con cuidado extremo. En el interior destacaba el esplendor de la capilla familiar, la extrema elegancia y amplitud de los dormitorios, el imponente aspecto señorial del despacho del Gobernador de las Indias, el lujo admi-rable del salón de recepciones y del comedor de las grandes fies-tas, la distinción de las habitaciones destinadas a los invitados y familiares32.

Es de suponer que la totalidad del decorado interior fue elegido y supervisado por María de Toledo con absoluta libertad. No solo los pequeños detalles, sino también los tapices, los paños, las alfombras, los adornos de las diversas habitaciones del palacete que iban a construir, así como las camas, las mesas, las sillas, los objetos de plata para el adorno de la casa y el servicio; todo debió elegirlo de manera personal y seguramente la mayoría viajó con ella o se le envió de España a petición suya. No faltaron las críticas a María de Toledo y a su esposo Diego

31 A pesar de la indicación de que van a construir iglesias en la Española, los ocho canteros que viajan el 5 de junio de 1510 a las Indias, sin duda debían estar destinados a intervenir en la construcción del palacio de Diego Colón y María de Toledo. Bermúdez Plata, Cristóbal: Catálogo de pasajeros a Indias. Volumen I (1509–1534). Consejo Superior de Investigaciones científicas, Sevi-lla, 1940. Ficha 78. 32 El palacio de Santo Domingo es la única construcción conocida pertenecien-te a la familia Colón, quien la habitó hasta 1577, quedando después abando-nado y siendo motivo de litigio familiar por su posesión durante dos siglos. Cuando el pirata inglés Drake, atacó en 1586 la Española, destruyó y se llevó objetos de valor que aún estaban en el edificio. El palacio de los Colón en Santo Domingo fue la primera construcción de este tipo realizada en las Indias. Era de estilo gótico mudéjar con algunas pinceladas isabelinas; tenía 55 habitaciones y 72 puertas y ventanas. A fines del siglo XVIII estaba completa-mente en ruinas y se utilizaba para guardar animales. A mitad del siglo XX el gobierno asumió su reedificación y en la actualidad es uno de los monumentos históricos y turísticos de la isla.

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Colón, por el lujo y las pretensiones de corte creadas en torno suyo en Santo Domingo, una colonia aún en formación, la pri-mera en Indias, con muy pocas casas de piedra y aún sin repo-nerse del huracán que la asoló a los pocos días de su arribo33. También llegaron a la corte española rumores de la intención de Diego Colón de apropiarse de la integridad de lo descubierto por su padre, desconociendo a la corona española, y no faltó quien comparó ante el Rey la residencia del Gobernador con una forta-leza desde donde era posible rechazar cualquier ataque marítimo y terrestre a la capital del Virreinato de las Indias.

Reconstrucción actual del Alcázar de Colón o La Casa morada

Tanta fue la preocupación del viejo Rey Católico por los rumores alarmantes sobre las ambiciones de Diego Colón, que en 1513 encargó a un hijo de Sancho de Lares informarle sobre si la casa construida era en realidad una fortaleza; la respuesta fue contun-dente: era un palacio “todo aventanado”, como lo requería el clima de la isla, y se burló de quienes informaron al Rey de ma-nera distinta, pues resultaba obvio, de una simple mirada, ver que fortaleza no tenia aspiración alguna. 33 Antes de concluir el mes de julio de 1509, un terrible huracán destruyó las viviendas de paja y barro de Santo Domingo y hundió muchas de las naves fondeadas en el puerto, entre ellas la capitana, en la que viajó María de Toledo con su esposo. De algunas de ellas aún no se había desembarcado equipajes y mercaderías de sus bodegas.

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Muchos años después, en el Sumario de la natural historia de las Indias, publicado en 1526, Oviedo hace una referencia elogiosa del palacio de los Colón, residencia de la Virreina María de To-ledo y de sus hijos: “Los vecinos que en esta ciudad puede haber, serán en número de setecientos, y de casas tales como he dicho34, y algunas de particulares tan buenas, que cualquiera de los gran-des de Castilla se podrían muy bien aposentar en ellas, y señala-damente la que el Almirante don Diego Colón, visorrey de vues-tra majestad, allí tiene, es tal, que ninguna sé yo en España de un cuarto que tal le tenga, atentas las calidades de ella, así el asiento, que es sobre el dicho puerto, como en ser toda de piedra, y muy buenas piezas y muchas, y de la más hermosa vista de mar y tierra que ser puede; y para los otros cuartos que están por labrar de esta casa35, tiene la disposición conforme a lo que está acabado, que es tanto, que, como he dicho, vuestra majestad podría estar tan bien aposentado como en una de las más cumplidas casas de Castilla”36.

14. Es muy probable que como consecuencia de las nuevas cos-tumbres impuestas en Santo Domingo por María de Toledo y sus jóvenes acompañantes, “fuese el Rey informado de los grandes excesos que pasaban en la Española en los vestidos, y deseando poner remedio en tanta corrupción, acordó de hacer pragmáti-ca”, para frenar el gasto desmesurado en lujos, sobre todo de las mujeres, sus hijos y el personal que tenían a su servicio37.

34 “Todas las casas de Santo Domingo son de piedra, como las de Barcelona, por la mayor parte, o de tan hermosas tapias y tan fuertes, que es muy singular argamasa, y el asiento muy mejor que el de Barcelona…”. Oviedo, Sumario de la natural historia de las Indias. Edición de Manuel Ballesteros. Historia 16, 21. Madrid, 1986. Pág. 56. 35 Es curiosa esta observación de Fernández de Oviedo sobre los cuartos que aún estaban por labrar en el palacio de los Colón en Santo Domingo, quince años después de haberse iniciado la construcción. 36 Fernández de Oviedo, Gonzalo: Sumario de la natural historia de las Indias. Edición de Manuel Ballesteros. Historia 16, 21. Madrid, 1986. Pág. 57. 37 Citó integra la pragmática, tal como la reproduce Herrera, porque no es posible leerla sin dejar de asombrarse del minucioso detalle de las ordenanzas reales concernientes a la vida de los españoles en las Indias. Es también obvio, como sucedía con una buena cantidad de estas ordenanzas, que aunque los

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La detallada pragmática ordenaba con sumo detalle lo siguiente: “Que por el amor que tenía a los pobladores de las Islas, y por el deseo que se aumentasen, pues iban a ellas para aprovecharse, y porque gastasen lo que ganaban en cosas que más le conviniesen, ordenó por vía de ley y sanción que no se pudiese traer ropa alguna de brocado, seda, ni chamelote de seda, ni cendalí de seda, ni tafetán, ni botines, ni correas de espada en cinchas, ni en sillas, ni en alcorques, ni el otra cosa alguna; ni que se trajesen bordados de oro, ni seda, ni chapados de oro, ni plata de marti-llo, ni hilado, ni tejido, ni de otra cualquier manera. “Pero que las personas que tuviesen en las Indias bienes muebles o raíces hasta en cantidad de mil castellanos, ellos y los hijos que tuviesen de hasta edad de catorce años pudiesen traer jubones, caperuzas, bolsas y ribetes y pestañas de seda, de cualquier color que quisiesen, con tanto que en una ropa no trajesen más que un ribete y que las dichas pestañas y ribetes no tuviesen más an-chura de un dedo pulgar y que no se trajesen en los ruedos de las ropas y que pudiesen traer becas de terzuel y tafetán, papahígos de camino aforrados en el mismo terzuel y tafetán; y que pudie-sen traer de seda las corazas y guarnecer las faldas gocetes y capa-cetes y se pudiesen traer cojines de seda en la silla de jineta. “Y que las mujeres de las tales personas que tuviesen la cuantía de los mil castellanos, y sus hijas, siendo doncellas, pudiesen traer gorras y corsés y fajas de dos varas de largo, de seda, y cabes-trillo y mudarla cuando quisiesen que fuese monjil, faldilla y cota o hábito o otra cualquier ropa común, y que juntamente no pu-diesen vestir más de tina, ni les pusiesen trepas ni tiras de seda ni de brocado ni de oro tirado ni tejido ni hilado, ni en las ropas de palio pusiesen cortapisas, lisonjas, trepas ni otra guarnición algu-na de seda ni brocado, salvo que pudiesen traer un ribete o pes-taña de seda, de anchura de un dedo pulgar, así en las ropas de seda como en las de paño, y que no trajesen seda en las guarni-ciones de las mulas, ni en sillas, ni en otra cosa alguna, y que no pudiesen traer mantillas de seda ni aforradas en seda38".

funcionarios se las pusieran sobre la cabeza en señal de acatamiento, se tomarán bajo la consigna de “leída pero no cumplida”. 38 Herrera. III. Pág. 166 y 167.

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El mismo Herrera, páginas más adelante39, registra que el Rey otorgó “licencia para que doña María de Toledo, mujer del Almi-rante, pudiese vestir sedas y brocados, y usar tales cosas sin que la pragmática se entendiese con ella”; con lo cual, el lujo y los pro-tocolos cortesanos de Castilla conservaron en la Española, y en especial en Santo Domingo, parte del esplendor de las costum-bres aristocráticas de la Virreina.

15. Entre setiembre y octubre de 1510, mientras María de Tole-do y su esposo estaban de visita en Concepción de la Vega, pro-vincia de la isla de la Española, les llegó un sábado de visita fray Pedro de Córdoba, quien acompañado de otros dos sacerdotes (fray Antón de Montesinos y fray Bernardo de Santo Domingo) y un fraile lego había llegado a la isla en el mes de agosto.

Fray Pedro de Córdoba era un joven sacerdote de 28 años de edad, nombrado desde España como vicario del primer grupo de dominicos enviado a las Indias. Fueron alojados en Santo Domingo por Pedro de Lumbreras en el corral de su casa, y alimentándose con cazabi, pocos huevos y algún pescadillo –cuenta Las Casas–, fray Pedro no quiso demo-rar su visita al Gobernador e inicio su caminata de treinta leguas hasta Concepción de la Vega, “comiendo pan de raíces y bebien-do agua fría de los arroyos que hay hartos, y durmiendo en el campo y montes en el suelo con su capa a cuestas”. Diego Colón y su esposa María de Toledo lo recibieron “con gran benignidad y devoción –sigue contando Las Casas–, y le hicieron reverencia, porque el venerable y reverendo acatamiento sosiego y mortificación de su persona, aunque de 28 años, daba a entender a cualquiera, que de nuevo lo viese, su merecimiento”. Al día siguiente de su llegada, “que acaeció ser entre las octavas de Todos los Santos, predicó un sermón de la gloria del Paraíso que tiene Dios para sus escogidos, con gran fervor y celo; sermón

39 Herrera. III. Pág. 420.

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alto y divino, y yo se lo oí, y por oírselo me tuve por feliz”, conti-nua contando Las Casas, quien agrega que en ese mismo año y en esos mismo días, “había cantado misa nueva un clérigo llama-do Bartolomé de las Casas, natural de Sevilla, de los antiguos de esta isla, la cual fue la primera que se cantó nueva en todas estas Indias; y por ser la primera fue muy celebrada y festejada por el Almirante y todos los que se hallaron en la ciudad de la Vega”. Durante su sermón, fray Pedro de Córdoba “amonestó a todos los vecinos para que, en acabando de comer, enviasen a la iglesia cada uno los indios que tenía en casa, de que se servía. Enviaron a todos, hombres y mujeres, grandes y chicos; y él, asentado en un banco y en la mano un crucifijo y con algunas lenguas o intérpretes, les comenzó a predicar desde la creación del mundo, discurriendo hasta que Cristo, Hijo de Dios, se puso en la cruz”. “Fue sermón dignísimo de oír y de notar, de gran provecho, no sólo para los indios (los cuales nunca oyeron hasta entonces otro tal ni aun otro, porque aquél fue el primero que a aquéllos y a los de toda la isla se les predicó a cabo de tantos años, antes to-dos murieron sin haber oído palabra de Dios), pero los españoles pudieran de él sacar mucho fruto. “Y si muchos de los tales se les hubieran predicado, algún más fruto se hubiera hecho en ellos que se hizo, y más hubiera sido Dios conocido y adorado y mucho menos ofendido. “Finalmente, habiendo dado parte al Almirante de lo que había que darle, y negociado en breves días, se tornó a esta ciudad, dejando a todos los que lo habían visto y oído presos de su amor y devoción.”40 Meses más tarde, habiendo llegado a Santo Domingo nuevos sacerdotes dominicos, hasta juntarse doce o quince –calcula Las Casas–, fray Pedro de Córdoba encargó a uno de sus sacerdotes,

40 Toda la información de este apartado está extraída de Las Casas. III. Págs. 133 a 136. Es obvio que la celebración de la primera misa nueva cantada en las Indias fue realizada por el mismo narrador del acontecimiento religioso.

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a fray Antón de Montesinos, un sermón bajo el lema de “hablando en el desierto”. Este sermón, más el siguiente, originó furibundos ataques a los dominicos, puso en entredicho la autoridad de Diego Colón en la isla, y en sus reverberaciones motivó una enconada polémica en la corte española concluida con la modificación formal del trato dado a los indígenas, causa de la que el padre Las Casas sería el principal abanderado a lo largo de su vida.

16. A pesar de calificarse el gobierno del esposo de María Tole– do, Diego Colón, de poco eficiente y de haber desarrollado un evidente nepotismo en perjuicio de viejos conquistadores y per-sonas favorecidas por el gobierno de Ovando, lo cierto es que durante su mandato se llevó a cabo la conquista y colonización de las islas de Cuba, Puerto Rico y Jamaica, lo cual representó un significativo engrandecimiento de las posesiones españolas en las Indias y un aumento visible del aporte de riquezas para la corte española desde el Nuevo Mundo. También fue muy criticado, y le ganó las enemistades más enco-nadas, el nuevo repartimiento de indios realizado a su llegada, pues para favorecer a la gente que había viajado con él, quitó encomendados a viejos colonos y conquistadores, e incluso se denunció ante Rey la particular reserva de parte del Gobernador de una cantidad importante de naborías para su servicio familiar y para los negocios que comenzó a organizar en la Española; aparte, claro, de los indios asignados a María de Toledo, a sus dos tíos y a su hermanastro. Debe además tenerse en cuenta que a fin de recortar el poder del nuevo Gobernador de las Indias, el Rey de España creo en Santo Domingo una Real Audiencia para resolver los juicios y diferen-cias legales y administrativas que se presentaran en la isla, oca-sionado con eso un continuo enfrentamiento entre Diego Colón y los jueces encabezados por Miguel de Pasamonte, creándose así dos bandos: uno representada por los Colones y otro por los realis-tas de Pasamonte, quien agrupó a su lado a los antiguos conquis-

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tadores, a los funcionarios coloniales de los gobiernos anteriores y a los encomenderos despojados de sus indios por el nuevo Go-bernador. Toda esta gente opuesta al Gobernador, supo manejar las in-fluencias necesarias en la corte de España y crear continuas difi-cultades al gobierno local de Diego Colón en cada una de sus decisiones. Este enfrentamiento quitó cualquier brillantez gober-nativa al hijo del descubridor de América.

17. Ante el descontento y las continuas quejas originadas de manera mayoritaria por el repartimiento de los indios de la isla, se temió en la corte un despoblamiento de la Española por los colonos, los primitivos conquistadores y los funcionarios reales.

El Rey, a fin de paliar tal peligro, ordenó, bajo el pretexto de las nuevas ordenanzas favorecedoras en apariencia a los indígenas, que se realizara un nuevo reparto de indios, caciques y naborías, bajo la dirección de Rodrigo de Alburquerque (nombrado repar-tidor de caciques e indios por sus Altezas41), y tutelado por Mi-guel de Pasamonte, Tesorero general de la isla y Tierra Firme por el Rey. Este nuevo reparto, iniciado el 26 de noviembre de 1514, man-tuvo la entrega de nativos a los principales colaboradores residen-tes en España del Rey Católico, favoreció a la clase social más poderosa y quejumbrosa de la isla, pero mantuvo entre los privi-legiados a Diego Colón, María de Toledo, a sus familiares y a algunos de sus principales colaboradores. 41 En un memorial anónimo de 1517 se hace referencia al motivo de haber enviado el Rey Católico de España a Rodrigo de Alburquerque a realizar un nuevo repartimiento en la Española: “Este (Diego Colón) fue luego a las Indias y luego que fue recibido por Gobernador, quitó a muchos los indios y los dio a sus criados y a los que eran de su opinión, de donde se siguieron muchos daños y discordias, y a esta causa enviaron los jueces de apelación y regidores y escri-banos de por vida; y además de esto acordaron de enviar a un Rodrigo de Al-burquerque a que repartiese los indios junto con Pasamonte, tesorero de su alteza”. Esta opinión se ve reflejada en muchas cartas oficiales y particulares de esos años.

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A María de Toledo, por ejemplo, como esposa del Almirante Diego Colón, le correspondió el cacique Cafarraya con 159 per-sonas de servicio, que son las 7 allegadas al dicho cacique, más 9 niños y 4 viejos que no son de servicio, encomendadas en el di-cho cacique. También 31 naborías de casa con dos allegadas que registró, más 10 naborías de las registradas por Diego Colón, 5 de casa y 5 allegadas. A Diego Colón, su esposo, el segundo Almirante y Gobernador de la las Indias, en el reparto de indios, cacique y naborías de la Ciudad de Santo Domingo, llevado a cabo el 9 de diciembre de 1514, le correspondió el cacique Gonzalo Fernández de Cayarva, con 300 personas de servicio, y se le encomendó en este cacique, 61 niños y 36 viejos que no son de servicio. A Diego Colón, tío de su esposo y hermano del primer Almiran-te, le correspondió el cacique Diego Leal de Aramaña con 166 personas de servicio, y se le encomendó en dicho cacique 41 niños y 34 viejos que no son de servicio. También se le dio el cacique Gonzalo Fernández de Gayacoa con 8 personas de servi-cio, y 26 naborías de casa, registradas por su sobrino. A Hernando Colón, hermano de su esposo e hijo ilegitimo de Cristóbal Colón, que se encontraba en España desde 1509, en el reparto de la Villa San Juan de la Maguana, llevado a cabo el 28 de diciembre de 1514, le correspondió el cacique Baltasar de Higuamuco, con 30 personas de servicio, más 30 niños y 18 vie-jos que no son de servicio; también el cacique Martín de Baruco, con 30 personas de servicio, más 1 niño y 8 viejos que no son de servicio; y el cacique Maybona, sacado del repartimiento de Aca-ya con 40 personas de servicio y los niños y viejos del dicho caci-que que no son de servicio42.

42 “Repartimiento de la Isla Española”, 9 de enero de 1515. Colección de Docu-mentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del Reino y muy especialmente del de Indias. Tomo I. Imprenta de Manuel B. Quirós. Madrid, 1864. Pág. 50 a 236. Todas las citas son de las dos series de esta Colección de documentos. (Véase también: Arranz Márquez, Luis: Repartimientos y encomien-

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18. Realizado el nuevo reparto de indios en la Española, Diego Colón decidió viajar a España, ya sea por una orden real que lo obligaba a presentarse en la corte para dar explicaciones de su tan conflictivo gobierno, o por su deseo de informar al Rey de las dificultades y problemas que causaba en la isla la división de poderes y el conflicto de autoridades.

19. A mediados de 1515, María Toledo se encontraba en la isla Española, sola, con cuatro hijas, con el nombramiento de Go-bernadora sustituta de las Indias, dado por su esposo, y con ple-na conciencia de que se hallaba ante a una dificilísima situación política y social para el ejercicio del cargo43. Por lo pronto, debe señalarse que a poco de viajar Diego Colón a España, llegó a la Española el licenciado Juan Ibáñez de Ibarra a tomar residencia a Marcos de Aguilar, alcalde mayor, y a sus ofi-ciales, nombrados todos ellos por el Almirante; sin embargo, el fallecimiento de Ibáñez de Ibarra y de su secretario Zavala, por esos sorpresivos males que acosaban a los españoles en su viaje y desembarco en las Indias, el Rey debió nombrar y enviar un nue-vo juez de residencia, el licenciado Cristóbal Lebrón, el cual ejer-ció con máxima dureza sus funciones, destituyendo de inmediato a los tenientes y aguaciles nombrados por Diego Colón y dando licencias a otros funcionarios para irse de las Indias44. En lo concerniente a la gobernación de las Indias, que algunos historiadores suponen que ejerció María de Toledo por nom-

das en la Isla española (El Repartimiento de Alburquerque de 1514). Ediciones Fun-dación García Arévalo. Madrid, 1991. 640 págs.) 43 Debe tenerse en cuenta que con la política de Fernando el Católico de dis-minuir las funciones y el probable poder de Diego Colón en las Indias, su gobierno fue perdiendo funciones, absorbidas estas por el tesorero Miguel de Pasamonte y por jueces de la Audiencia Real. La llegada de los jueces de resi-dencia al poco tiempo de viajar Diego Colón a España, recortó aún más cual-quier función que aún le hubiese podido quedar por ejercer a María de Toledo, quien, además, no fue reconocida como Gobernadora por los jueces de la Real Audiencia. 44 Oviedo. I. Pág. 91.

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bramiento de su marido, Diego Colón, debe aclararse que éste lo hizo de acuerdo a los privilegios reales dados por los Reyes Cató-licos a su padre, Cristóbal Colón, en 1492, 1493 y 1497. Pero para el ejercicio de estos poderes delegados por su esposo, María de Toledo nombró Teniente General a Gerónimo de Agüero45, criado del Rey, pero este nombramiento no fue ni aceptado ni reconocido por los jueces de la Audiencia ni por los sucesivos jueces de residencia, con lo cual nunca fue obedecido ni lo deja-ron ejercer el cargo. En lo referente a María de Toledo, poseedora inicial de la auto-ridad máxima de las Indias, por delegación de su marido, los jueces de la Audiencia alegaron no estar obligados a aceptar tal nombramiento y por lo tanto no le consintieron ejercerlo46, que-dando así la misma audiencia y el juez de residencia como las máximas autoridades de hecho de las Indias.

20. Aquí es necesario destacar un hecho para explicar la situa-ción de María de Toledo como Gobernadora sin funciones y sin reconocimiento de las Indias47. El Rey Católico a partir del desbarajuste producido por los her-manos Colón en la Española en 1493–1500, se sintió obligado a desconocer los acuerdos que hacían a Cristóbal Colón y a sus descendientes no solo Almirante de las Indias, sino también Gobernador y Virrey ad eternun de ellas. Esto, sin lugar a dudas, restringía la autoridad real en los nuevos territorios descubiertos.

45 Por lo dicho en una carta de los licenciados Villalobos y Ayllón al Rey, que se leerá pocas páginas más adelante, Diego Colón pudo dejar poderes repartidos entre su esposa y Gerónimo de Agüero. 46 Colección de Documentos. 2ª Serie. Tomo VIII. II De los Pleitos de Colón. 1894. Pág. 282. 47 Para la cronología sobre si María de Toledo fue la primera Gobernadora de América a pesar de no haber sido aceptado el nombramiento dado por su esposo por los representantes legales en La Española, ha de decirse que Diego Colón poseía legalmente el derecho para poder nombrarla de acuerdo a los acuerdos de Santa Fe de 1492 y siguientes, por lo que debe concluirse que formalmente fue la primera Gobernadora que hubo en América, aunque en realidad no pudiera ejercer el mandato.

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Por eso, el hecho de que el Rey asumiera de manera directa en 1499 el nombramiento de Francisco de Bobadilla como Gober-nador de las Indias, quitaba cualquier autoridad e independencia a la familia Colón, y prácticamente limitaba los acuerdos al reco-nocimiento del título, con mucho de carácter honorifico, de Almirante de las Indias. Por otra parte, los juicios iniciados en 1508 por Diego Colón contra la corona para el reconocimiento de los acuerdos firmados en 1492 entre sus padre y los Reyes Católicos sobre el descubri-miento de América, permitieron al Rey captar la dimensión exorbitante de poder concedido a la familia Colón por los privi-legios que iban desde el nombramiento de los principales y los menores funcionarios administrativos y judiciales, hasta el dere-cho de recibir el 10% de todo lo recaudado en las Indias, sea por el reino o por particulares, más el derecho a participar en cual-quier aventura oceánica de otros navegantes con el octavo de lo logrado, aportado el octavo del costo. Todo esto, era de hecho, un engorro para el Rey Católico, y de ahí la dureza de los juicios, de los alegatos y de la voluntad de limitar las pretensiones políticas, legales, administrativas y económicas de los Colón, comenzando por el ejercicio de la gu-bernatura de las Indias por Diego Colón, que tanto demoró y se opuso a nombrar. La claridad del exceso de las concesiones acordadas en 1492 con Cristóbal Colón, se convirtió en razón de Estado, pues después de la muerte del Rey Católico, durante el reinado de Carlos I, los juicios continuaron con los mismos fines y la misma dureza de 1512–151548, fundamentándose el alegato de defensa de la coro-na en negar el derecho de los Colón a lo acordado en 1492, pues, con el apoyo de testigos, se pretendía probar que el verda-dero descubridor de América había sido Martín Alonso Pinzón, y se agregaba que los nuevos territorios descubiertos desde 1499

48 Como puede comprobarse en las probanzas del fiscal (1512–1515) en tomo IV de los Pleitos Colombinos, Sevilla, 1989.

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habían sido hallados y recorridos por otros navegantes españoles sin participación ni conocimiento de Cristóbal Colón49.

21. Al poco tiempo de haber abandonado la isla el Almirante Diego Colón, el 2 de agosto de 1515 los jueces de apelación de las Indias escribieron al Rey quejándose de la falta de controles en la salida de navíos y en el registro de ellos tanto como los que salen y llegan a España como los que salen y llegan a las Indias, pues tal deficiencia permite el viaje de gente sin declararse, lo cual permite a “muchos malhechores venir, y a muchos que tie-nen deudas también”, y dan como ejemplo que “cuando el Almi-rante se vino, vinieron con él algunos malhechores y deudores”. Pero la razón de la queja era enviar carta de justicia a los Oficia-les de Sevilla para solicitarles prender y remitir a Santo Domingo a “un Francisco de la Fuente, que fue tenedor de los bienes de difuntos y de los diezmos y renta de la sal, sin dar cuenta a Vues-tra Alteza, y debía muchas deudas. “Y se cree que doña María, mujer del Almirante, le mandó irse, y le pidió al maestre Diego de Soria llevarlo en secreto a España en su navío.” Acusaciones destinadas a afectar el gobierno de Diego Colón y que involucra-ban a la virreina. También piden a su alteza mandar detener y remitir a la Españo-la a dos criados del Almirante que se fueron escondidos siendo culpables “uno por quitar siete pesos y el otro porque dijo „viva el Almirante, que él y su justicia es la que ha de permanecer en esta tierra50‟”. Como reflejo del encono contra los Colón existente en la isla, seis días más tarde, el 8 de agosto de 1515, Miguel de Pasamonte,

49 Por los llamados “viajes menores”, realizados cuando los Reyes autorizaron a otros navegantes recorrer América para concluir así el monopolio acordado con Colón. Fueron los viajes de Alonso de Ojeda, Vicente Yáñez Pinzón, Diego de Lepe, Cristóbal Guerra, y en los que participaron Américo Vespucio y Juan de la Cosa. 50 Relación de una carta de los Xueces de apelación de las Indias. Agosto 2 de 1515.” Colección de Documentos. 1ª serie. Tomo XXXVI. 1881. Pág. 372–373.

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el permanente enemigo del Diego Colón, envía una nota quejándose contra los oficiales nombrados por el Almirante, involucrando en ella a su esposa, María de Toledo. En el para mí críptico mensaje, dice: “Aprueba la ida del licenciado Lebrón y la cordura de él, y dice del deseo que tiene al servicio de Vuestra Alteza, y que los requerimientos que hicieron al dicho licenciado los oficiales del Almirante que tenían las varas de la justicia, que no le parecieron bien; y que doña María reinó con ellos; porque le entregaron del Consejo del licenciado Aguilar, que destruye y quema la isla51”. Y un par de meses más tarde, los licenciados Villalobos y Ayllón escriben quejándose a su alteza52: “Dicen que el Almirante dejó poder a doña María, su mujer, y a Gerónimo de Agüero, para usar la gobernación por él, y que presentaron el poder y no fue-ron recibidos. De manera que en la isla no hay quien tenga po-der del Almirante. Y en toda la isla se administra la justicia por el licenciado Lebrón y sus oficiales, y que piensan que el Almirante enviará poder a otras personas, y porque tienen duda que lo pueda hacer, suplican a Vuestra Alteza les envíe a mandar lo que fuere su servicio.” En otro punto de su breve carta, los licenciados Villalobos y Ayllón agregan otra queja contra María de Toledo en su condi-ción de Gobernadora de las Indias, a pesar de estar obstaculizada y desautorizada por el licenciado Lebrón y sus oficiales para ejer-cer el cargo que le otorgó su marido: “Dicen que en la villa del Salvador no hay hasta ahora proveído escribano por Vuestra Alteza, y conforme con lo que antes se hacía, el Consejo eligió dos personas de las cuales nombrase una el Gobernador. Y en-viaron el nombramiento a Doña María como Gobernadora, la cual no embargante lo que estaba declarado, mandó traer ante sí las dichas dos personas para examinarlas, y como lo supieron,

51 “Relación de una carta a Su Alteza, de Pasamonte. Agosto 8 de 1515”. Colec-ción de Documentos Inéditos. 1ª serie. Tomo XXXVI. 1881. Pág. 402. 52 “Relación de una carta a su Alteza, de los licenciados Villalobos y Ayllón. Octubre 6 de 1515”. Colección de Documentos. 1ª serie. Tomo XL. 1881. Pág. 428.

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hicieron traer el dicho nombramiento, y de las dos personas nombradas pusieron a una”53.

22. Sobre la verdadera situación de María de Toledo en Santo Domingo, Las Casas da una clara descripción: desde la partida de Diego Colón para España, “quedaron a su placer los jueces y oficiales, mandando y gozando de la isla y no dejaron de hacer algunas molestias y desvergüenzas a la casa del Almirante, no teniendo miramiento en muchas cosas a la dignidad de la perso-na y linaje de la dicha señora María de Toledo”54.

En lo concerniente a su familia, María de Toledo, como fruto de sus 5 años de convivencia marital con Diego Colón, tuvo cuatro hijas, todas nacidas en Santo Domingo: Felipa, la mayor, “en-ferma y santa persona”, en clasificación de Oviedo; María, Juana e Isabel. De manera convencional se fijan los años de 1510, 1511, 1512 y 1513 como los del nacimiento de cada una de las hijas, pero no descarto la posibilidad de que María de Toledo hiciera el viaje ya embarazada y Felipa naciera en 1509, pocos meses después de desembarcar en Santo Domingo, y que Isabel, la menor, naciera en 1514, pero ni yo ni nadie, por ahora puede probar o rebatir estas fechas.

23. Desde cualquier punto de vista y por sus consecuencias, el viaje de Diego Colón a España resultó bastante desafortunado y se alargó hasta alcanzar los 5 años de ausencia del hogar conyugal y de la isla. A los pocos meses de haber llegado a la corte, y antes de poder lograr cualquier arreglo sobre su autoridad como Gobernador de la Española, falleció Fernando de Aragón, el Católico Rey de España y tío de María de Toledo (23 de enero de 1516); de in-mediato asumió el poder como Regente del reino, el cardenal

53 Colección de Documentos. 1ª serie. Tomo XL. 1881. Págs. 429–430. 54 Las Casas. II. Pág. 354. Herrera, IV. Pág. 37, más parco, dice: “no se dejaron de hacer algunas befas a doña María de Toledo, su mujer, y darle muchos dis-gustos”.

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Jiménez de Cisneros, quien en una de sus primeras disposiciones, nombró a tres sacerdotes jerónimos como Gobernadores de las Indias, quienes arribarían a Santo Domingo el 22 de diciembre de 1516 a ejercer sus cargos, anulando así cualquier esperanza de Diego Colón de ser ratificado en su gubernatura por la corona, tal como esperaba y creía que era su derecho legalmente55. Destituido de su gobernación, Diego Colón permaneció en Es-paña a la espera de la llegada del nuevo Rey, Carlos I, con el convencimiento de que le serían reconocidos sus derechos como Gobernador y Virrey de las Indias y, reafirmado en su autoridad y en sus cargos, regresar a la Española para reunirse con su fami-lia. Durante esos cinco años de ausencia, Diego Colón se dedicó a supervisar las demandas contra la corona exigiendo el cumpli-miento de los acuerdos firmados con su padre; Carlos I, no prestó especial atención a esas demandas desde que en 1517 asumió de manera personal el reinado, y más bien pareció des-atender las peticiones del esposo de su tía María de Toledo. En opinión de Oviedo, aquellos años fueron para Diego Colón un tiempo “en el cual negoció poco y gastó mucho”, lo cual pare-ce el colofón adecuado del largo viaje.56

24. Se ignora qué razones o qué influencias se movieron para lograr que el 17 de mayo de 1520 Carlos I, a pesar de todas las quejas y censuras que existian contra él y su gobierno, nombrase otra vez a Diego Colón como Gobernador de las Indias.

De acuerdo a Oviedo, poco tiempo antes el Rey y el hijo del des-cubridor coincidieron en Barcelona, donde Carlos I se enteró que había sido “elegido Rey de los romanos y futuro emperador”,

55 Y también de que el desautorizado nombramiento de María de Toledo como Gobernadora de las Indias pudiera seguir teniendo alguna validez formal luego de la abierta oposición mostrada contra su persona por las nuevas autoridades de facto de la Española. 56 Oviedo. I. Pág. 91.

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y Diego Colón atendía sus negocios y litigaba “con el fiscal real sobre sus preeminencias y privilegios.” Y sin causa alguna, sin que los juicios contra la corona por sus derechos avanzaran algo –“sin decidirse la causa”, aclara Ovie-do57–, Carlos I, en la Coruña, días antes de embarcarse rumbo a Flandes, en “una flota de cien naves” –especifica Las Casas–, se dio tiempo para dar licencia a Diego Colón para volver a la Es-pañola como Gobernador de las Indias, donde los padres jeró-nimos concluían su gobernación y navegaban rumbo a España meses antes del arribo a Santo Domingo del restituido Goberna-dor para reunirse con su familia.

Sobre este aspecto de la resti-tución del cargo a Diego Colón, que Oviedo y Las Casas tratan sumariamente, Herrera expone más amplia-mente razones del nombra-miento: “Se señalaron, por las muchas importunaciones de los negociantes, los siete post-reros días, y precedentes, a la partida del rey, para despa-char los negocios concernien-tes a las Indias. “Fue el primero el Almirante

don Diego Colón, porque movido el rey de los servicios del Al-mirante su padre, y pareciendo menores los excesos de que el Almirante don Diego era acusado, de lo que sus émulos los enca-recían; para lo cual ayudaba lo mal que se entendía que se go-bernaba el licenciado Figuero. “Y hallando que lo que escribía Miguel de Pasamonte, y los de su bando, contra el Almirante, eran notorias calumnias, aunque el pleito con el Fiscal no estaba determinado, mando el rey que volviese a servir su cargo, y que se escribiese a Pasamonte, que 57 Oviedo. I. Pág. 96, trata en pocas líneas el tema del regreso de Diego Colón a la Española.

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olvidando las pasiones pasadas, tuviese con él toda buena corres-pondencia, pues iba encargado de hacer lo mismo, aunque no lo cumplió, porque de mala gana sufría que hubiese personaje a quien respetar58.

25. El regreso de Diego Colón a la Española, nuevamente con el cargo de Gobernador y Virrey de las Indias, alegró a sus dismi-nuidos y a la vez destituidos partidarios, pero renovó el encono, los chismes, las quejas al Rey y al Consejo de Indias sobre cada acto de su gobierno. Para María de Toledo la llegada de su marido a Santo Domingo debió representar una segura tranquilidad y, a la vez, la renova-ción de su permanente estado matrimonial: vivir entre embarazos y recuperación de los partos. Si se toma en cuenta que desde junio 1509 a mitades de 1514, primer tiempo de su convivencia matrimonial con Diego Colón en Santo Domingo, tuvo cuatro hijas; ahora de 1520 a 1523 tendrá dos hijos, quedando a vísperas el nacimiento del tercero, Diego, cuando su marido vuelve a viajar a España requerido por Carlos V para resolver las reiteradas quejas sobre su gobierno.

26. En realidad, poco sabemos de la vida de María de Toledo durante su permanencia en Santo Domingo como esposa de Diego Colón; a ella, como a todas las mujeres de su tiempo, le correspondió un papel secundario en la narración y los registros de la historia por más influencia, gravitación e incluso decisión que tuvieran sobre acontecimientos en verdad importantes. Por eso, muchos historiadores se sienten obligados a fantasear o a deducir hechos –al menos tal cosa debe creerse cuando no citan fuentes– y afirmar entre bromas y veras que María de Tole-do, por ejemplo, “en Santo Domingo, en vida de su marido,

58 Herrera, Antonio: Historia general de los hechos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano. Con notas del académico Antonio Ballesteros Beretta. Academia de la Historia. Madrid, 1936. Tomo V. Págs. 310–311.

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reunía en su casa una brillante corte de clientes, amigos y fami-liares; sin duda la primera de esas cortes ibéricas del Nuevo Mundo que imprimieron su sello a toda una civilización. Man-daba traer libros y sostenía un colegio para sacerdotes y monjes. Cuando se quedó sola, esta gran señora, perteneciente a la más alta aristocracia castellana, a quien el pueblo y los cronistas siem-pre llamaron la Virreina…59” Más amplia aún es la fantasía o deducción de una historiadora que la imagina dedicada a una permanente actividad social60: “Entre tanto afán explorador, María de Toledo se ocupaba, junto con otras linajudas e hidalgas, de trasplantar la sociedad española a la isleña. Fundaron escuelas para niñas mestizas e indígenas, ayudaban en los hospitales y fomentaron los telares y talleres de costura en donde las indígenas y mestizas aprendían el oficio.”

27. A principios de 1522, ya nacido el heredero varón de Diego Colón, Luis Colón y Toledo, a quien correspondería el título de tercer Almirante de las Indias al fallecimiento de su padre, tuvo María de Toledo la experiencia de vivir la tenebrosa primera sublevación de esclavos negros en las Indias. En el ingenio azucarero propiedad de su esposo, Diego Colón, en las proximidades de Santo Domingo, se sublevaron hasta 20 negros, la mayoría de la lengua de los Jolofes, y se juntaron con otros tantos, mataron a algunos cristianos dispersos por el cam-po, y enrumbaron hacia la Villa de Azua, con la finalidad de apoderarse de ella, matar a los españoles e ir aumentando su hueste por el camino. El licenciado Cristóbal Lebrón que estaba en su ingenio, avisó de inmediato al gobierno, y Diego Colón, sin perder tiempo, salió tras ellos con muy pocos de a caballo y de a pie. Pero gracias a su

59 Heers, Jacques: Cristóbal Colón. Traducción de José Esteban Calderón y Ortiz Monasterio. Fondo de Cultura Económica. México, 1992. 466–467. 60 Gómez–Lucena, Eloísa: Españolas del Nuevo Mundo. Ensayos biográficos, siglos XVI–XVII. Cátedra. Madrid, 2013. Pág. 69.

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diligencia y a la de la Audiencia Real, fueron a reunirse con él otros caballeros e hidalgos poseedores de caballo. Al segundo día de la persecución de los esclavos sublevados, al llegar a la ribera del río de Nizao, tuvieron noticia de que los negros habían pasado por donde estaba un hato de vacas, pro-piedad de Melchor de Castro, escribano mayor de minas, y ha–bían matado a un cristiano, albañil, que estaba allí labrando, y luego de tomar un esclavo negro y doce indios, robaron la casa e hicieron el máximo daño posible. Los esclavos sublevados, llevando ya en su cuenta nueve españo-les asesinados, fueron a situarse a una legua de Ocoa, donde se hallaba un poderoso ingenio del licenciado Zuazo, exoidor de la Audiencia Real, con la idea de asaltarlo al amanecer, matar a otros ocho o diez cristianos y agregar de los ciento veinte esclavos negros del ingenio, más gente a su hueste. De ahí, según el plan trazado, debían seguir camino hasta la villa de Azúa, pasar a los españoles a cuchillo, apoderarse de la tierra e incorporar más esclavos en su bando. Diego Colón, al llegar a la ribera del río Nizao, decidió hacer un alto para descansar a su gente y también para ser alcanzados por quienes venían en su apoyo. Pero en la noche, sin avisar a nadie, Melchor de Castro, con dos de a caballo, decidió ir a ver lo sucedido en su ingenio, y luego de revisar su casa saqueada, enterró al cristiano asesinado. Desde ahí envió a informar al Almirante que se iba con tres de a caballo a perseguir a los esclavos sublevados y le pedía enviar algún apoyo para entretener a los negros mientras él llegaba con mayor apoyo. Diego Colón de inmediato le envió nueve de a caballo y siete peones, “que llegaron donde se hallaban los negros cuando salía el lucero del alba sobre el horizonte”. Situados frente a frente, los esclavos, con gran grita, esperaron la embestida de los doce cristianos de a caballo, quienes los ataca-ron dos veces seguidas, rompiéndolos y dejando muertos y heri-

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dos en cada entrada. Al realizarse el tercer ataque, los esclavos huyeron y dejaron seis negros muertos y muchos otros heridos. Melchor de Castro, a consecuencia de estos enfrentamientos, resultó mal herido al atravesarle el brazo izquierdo una vara. Como no había esclarecido lo suficiente para ver hacia dónde huían los esclavos, el grupo de jinetes se encaminó al ingenio del licenciado Zuazo a reposar y esperar a Diego Colón y sus acom-pañantes, quienes llegaron casi a la hora de vísperas, es decir, ya en el atardecer. Diego Colón decidió perseguir a los negros rebeldes que habían escapado de la batalla, y en 5 o seis días ejecutaron a una buena cantidad de ellos, dejándolos colgados en horcas por el camino. Pero como por haberse escondido algunos de ellos en zonas áspe-ras, fue necesario perseguirlos a pie, y se envió al capitán Pedro Ortiz de Matienzo a buscarlos y ejecutarlos. Terminado este cas-tigo ejemplar, quedaron los negros espantados y sabiendo con seguridad las consecuencias de intentar volver a sublevarse. Es probable que María de Toledo estuviera informada día a día de los sucesos y tuviera el temor normal por la suerte de su espo-so, pero que confiara en la justicia divina y en el apoyo de San-tiago apóstol para la obtención de un resultado favorable en el enfrentamiento con los esclavos sublevados. Después, cumplida en la ciudad la recepción de los españoles victoriosos, sin duda le correspondió a la Virreina encabezar la procesión de los vecinos de Santo Domingo para agradecer a Dios por tan justo castigo.

28. En setiembre de 1523, el esposo de María de Toledo, Diego Colón, por orden de Carlos V se vio obligado a viajar a España para defenderse y aclarar otra vez las muchas acusaciones llegadas a la corte en contra suya. Acompañado de dos de sus hijas, María y Juana, la nave en que viajaban arribó a Sanlúcar de Barrameda el 5 de noviembre, des-de donde escribió al Rey de inmediato, informándole haber ve-

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nido a España en la misma nave en que llegó la carta ordenándo-le presentarte ante él, y le cuenta los apuros originados por lo inesperado del viaje: “el que más pena me ha dado ha sido dejar a la Virreina, mi mujer, en el mes del parto, y no poder estar con ella y darle valor en semejante trabajo, que fuera más razón que no acrecentarle el gran dolor y pena, como lo fue mi partida, y cualquier dilación que en mi venida hubiera…”61. Luego de otros comentarios y lamentar lo sorprendente de la orden de su majestad para su traslado a España, dejando de lado los trabajos de su cargo, agrega otra información personal: “Yo me daré toda la prisa posible en ir a besar sus reales pies y manos, puesto que yo quisiera antes ir por las postas, mas no lo podré hacer así, por el trabajo de la mar haberme fatigado tanto, como por llevar en mi compañía y no dejarlas, a dos hijas mías que traigo, que por ser niñas y nacidas en tierras tan extrañas de esta, no es razón de que yo las desabrigue ni deje hasta ponerlas a donde estén, para que desde allí vuestra majestad determine de ellas lo que más fuere servido, pues no tienen otro señor ni padre que las haya de honrar y hacer mercedes que vuestra majestad. Mi viaje será por el camino de la Playa, y en Sevilla no me de-tendré…”. Diego Colón dejó a sus dos hijas en un convento de Sevilla y de ahí atravesó la Península pues el Rey y su corte se hallaban en esas fechas en Vitoria62. Posiblemente logró refutar las acusaciones existentes contra él, pero Carlos V quizá no quedó muy convencido por los argumen-

61 “Carta del Almirante y Virrey de las Indias, don Diego Colón…en que da cuenta a Su Majestad de su llegada a Sanlúcar de Barrameda…”, 5 de noviembre de 1523. Documentos Inéditos. Primera serie. Tomo XL. 1883. Pág. 150. 62 Como curiosidad no registrada en otros libros, Diego Colón, en su viaje de Santo Domingo a España en 1523, le llevó de regalo a Carlos V un tigre ameri-cano que al poco tiempo murió de muerte natural, “o le ayudaron a morir”, agrega Fernández de Oviedo, quien cuenta esta historia en el Sumario de la natural Historia de las Indias, pág. 93, como algo visto por él en Toledo, donde se hallaba la corte; trata este hecho con mayor amplitud en la Historia general y natural de las Indias.

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tos de su Gobernador de las Indias. Por eso, Diego Colón debió sumarse a la corte real y viajar con el Rey a Toledo, dispuesto a seguirlo a donde los negocios reales lo llevaran.

29. Durante poco más de dos años, Diego Colón siguió a la corte de Carlos I por España. Era su último viaje; en él encontra-ría la muerte. Gonzalo Fernández de Oviedo, el cronista, amigo desde la infan-cia del primogénito de Cristóbal Colón, cuando eran pajes en la corte de Isabel la Católica, siguió sus pasos desde su llegada a Vitoria a presentarse ante el Rey, y fue testigo de sus últimos días de vida. En su Historia general y natural de las Indias realiza una detallada descripción de la estada de Diego Colón en España desde su llegada hasta su fallecimiento el 23 de febrero de 1526 mientras seguía los pasos de Carlos I: “Dicho se ha cómo el Almirante segundo, don Diego Colom63, fue por mandado de la Cesárea Majestad a España y llegó a la corte en el mes de enero del año de mil quinientos veinte y cua-tro, estando el Emperador nuestro señor en la ciudad de Vitoria. “Y allí entendió luego en sus negocios y pleitos con el fiscal real (que de tiempo atrás pendían), todo el tiempo que Su Majestad e su Consejo Real de Indias estuvieron en aquella ciudad; y des-pués en la de Burgos, y después en Valladolid, y después en Ma-drid, y últimamente en la ciudad de Toledo, hasta el año de mil e quinientos e veinte y seis, que Su Majestad se partió de allí para Sevilla. “En la cual sazón, el Almirante había adolecido y estaba ya en-fermo y flaco. “Y con todo su trabajo e indisposición, partido Su Majestad, se quiso ir tras él, y acordó de hacer su camino por Nuestra Señora de Guadalupe.

63 He mantenido en la cita la curiosa costumbre de Oviedo de escribir “Colom” y no Colón. Esto dicho de paso, es un argumento para fijar la catalanidad de los Colom.

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“Y dos días antes de su partida, le dije que me parecía que no acertaba en ponerse en tan largo camino estando tal como esta-ba; y así se lo dijeron otros sus amigos y servidores, aconsejándole que, estando en Toledo, donde no faltaban médicos singulares ni medicinas, y las otras cosas que conviniesen para curarse, que no se fuese en manera alguna porque su mal no se aumentase; y que se estuviese quedó hasta que convaleciese y tuviese salud. “Respondió que se sentía mejor, y que en pensar que iba hacia las Indias, donde estaban su mujer e hijos, y en ir a Sevilla la corte, le parecía que estaba ya sano; y que él se quería ir por nuestra Señora Santa María de Guadalupe, porque esperaba que ella le daría esfuerzo para tal jornada; y que en su bendita casa quería tener novenas, y desde ella irse tras el Emperador nuestro señor. “Y aunque le fue replicado estorbándole su partida, no apro-vechó, porque había de ser su fin donde Dios lo tenía ordenado. “Y así continuando su voluntad, determinó de hacer su camino, y partió de Toledo un miércoles, veinte y uno de febrero de aquel año de mil quinientos y veintiséis, y en una litera o andas, llegó aquel día a una villa de don Alonso Téllez Pacheco, que se llama la Puebla de Montalbán, que es a seis leguas de Toledo. “Y allí le aquejó luego el mal de tal manera, que el jueves siguien-te, ordenó su ánima como Católico cristiano el cual se había confesado y comulgado el día antes, que fue el mismo que de Toledo partió. “Y el viernes que se contaron veintitrés de febrero, a las nueve horas de la noche, expiró con mucha contrición y acuerdo, dan-do gracias a Dios Nuestro Señor y con grandísima paciencia y atención encomendándose al Redentor y a su gloriosa Madre, dio el espíritu a Dios. “Y así se debe creer que su ánima fue a la celestial gloria. “Y quiso Nuestro Señor que para su consolación y ayudarle a bien morir, se hallasen cuatro religiosos de la Orden de San Francisco con él, porque de esta religión era muy devoto; y éstos estuvieron allí, acordándole lo que a su salvación convenía, hasta la última hora en punto. “Así cómo expiró, sus criados tomaron su cuerpo y 1leváronle a Sevilla al monasterio de las Cuevas, de la Orden de Cartuja, y le

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pusieron allí en depósito, junto al cuerpo de su padre, el Almi-rante primero don Cristóbal Colom. “De esta manera que es dicho, acabó el Almirante don Diego Colom esta miserable vida. Y sucedió su Casa y título su hijo mayor, don Luis Colom, tercero Almirante…64”.

30. El mismo Fernández de Oviedo cuenta, acto seguido, que “así como la Visorreina doña María de Toledo supo la muerte de su marido, el Almirante don Diego Colom, y le hubo mucho llorado y hecho el sentimiento y obsequios semejantes a tales personas porque en la verdad esta señora ha sido en esta tierra tenida por muy honesta y de grande ejemplo su persona y bon-dad, y ha mostrado bien la generosidad de su sangre, determinó de ir a España a seguir el pleito que su marido tenía sobre las cosas de su estado con el fiscal real”.65 La decisión de viajar a España se postergó cuatro años (hasta 1530), pues es de suponer que cosas de mayor importantes requi-rieron la atención de María de Toledo, aparte, supongamos de buena fe, la poca edad de sus tres hijos varones, pues de las hijas ya solo quedaban en Santo Domingo la mayor y la menor. Lo más inmediato de sus nuevas responsabilidades radicó en la lectura del testamento cerrado, entregado por Diego Colón el 8 de setiembre de 1523 al escribano público y del Consejo de la ciudad de Santo Domingo, Fernando de Berrio, como acto pre-vio a su viaje a España por orden del Carlos V66, en el cual se contenían varias cláusulas importantes concernientes de forma directa a su esposa, María de Toledo, tanto en lo personal como en lo referente a los hijos de ambos67:

64 Oviedo. I. Pág. 102–103. 65 Oviedo. I. Pág. 104. 66 “Presentación del Testamento presentado por don Diego Colón, en Santo Domingo, a 8 de setiembre de 1523, ante escribano público, Fernando de Berrio”. Documentos Inéditos. Primera serie. Tomo XL. 1883. Pág. 181 a 231. 67 Aunque encomillo lo que me han parecido más resaltantes para los intereses de María Toledo, estos párrafos no están copiados de manera literal. Como bien se dice, al lector común le basta esta síntesis, el especialista, por necesidad, recurre para citar a las fuentes originales.

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“Para cumplir y pagar este mi testamento, mandas, obsequios, y cláusulas que de él contenidas dejo, nombro e instituyo por mis testamentarios y albaceas, a la Virreina María de Toledo, mi mu-jer, y a Juan de Villoría, vecino de la Vega, y a fray Domingo de Betanzos, religioso de la Orden del Señor Santo Domingo. “A los cuales y a cada uno de ellos juntamente, y a cada uno por si ynsolidum, doy y otorgo todo mi poder cumplido y bastante, para que entiendan mis bienes y tomen de los mejores y mejor parado de ellos, sin licencia de juez ni autoridad, ni licencia de otra persona alguna, tantos cuantos fueren menester para cum-plimiento de este dicho mi testamento; y los hagan vender y ven-dan en pública almoneda o fuera de ella, como a ellos mejor visto les fuere, y cumplan y paguen en todo y por todo, todo lo cumplido en este mi testamento. “Mando que si al tiempo de mi muerte se hubiere recibido el dote que me fue mandado con la Virreina María de Toledo, mi mujer, el cual hasta el día de la fecha de este mi testamento, no se me ha pagado ni yo lo he recibido, si fuere recibido, se le vuel-va por entero; y allende del dote, se le den los dos mil ducados de oro que yo le mandé en arras, lo cual todo le sea luego de mis bienes pagado; y más, mando, que quiero y es mi voluntad, que haya y le sean dados allende de lo sobredicho, todas las joyas de oro, plata, piedras y perlas, y atavíos de su persona que le he dado, así festi-vales como continuos, de los cuales desde ahora le hago acción de ellos, y mando que le sean entregados y dejados libremente, sin ponerle en ello impedimento ni embargo alguno. “(A Luis Colón), al cual, si necesario es, la adjudico y mando que las haya y lleve para sí y para sus sucesores en las dichas casas (de mi morada, con todos los solares de ellas que son en esta ciudad) al dicho Luis Colón, mi heredero en el dicho Mayorazgo, y ruego y pido por merced a la Virreina María de Toledo, mi mujer, que la parte que ella tiene o pareciere tener o pertenecer-

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le, haya por bien de dejar después de sus días al dicho Luis, o al heredero en estas casas, con el mismo vínculo y firmeza que yo la dejo y declaro. “El remanente de mis bienes lo han de heredar por partes igua-les, el dicho Luis Colón y Cristóbal Colón, y Felipa Colón y María Colón, y Juana Colón y Isabel Colón, y lo que la Virreina María de Toledo, mi legítima mujer, madre de los dichos mis hijos, tiene en el vientre; de los cuales dichos mis hijos e hijas señalo y nombro por Tutora y Curadora de todos y de cada uno de ellos, a la Virreina María de Toledo, mi mujer, para que mien-tras no se casaren, haya y tenga las personas y bienes de los di-chos mis hijos e hijas, y como tal Tutora y Curadora, rija y administre sus personas y bienes, y la persona y Mayorazgo del dicho Luis Colón mi hijo, con todo lo perteneciente a sus oficios, rentas y haciendas, po-niendo y quitando en ellos las pasiones que convengan para que por su mando y gobernación, sea guardada y administrada la persona y oficios del dicho Luis Colón, y de cada uno de los dichos mis hijos, guardando en todo el servicio de Dios, nuestro Señor, y del Emperador y Reina, Nuestros Señores, y de los suce-sores que de ellos fuesen, y del bien y población de esta Tierra, a la cual encargo, ruego y pido por merced que de la conversión y amparo de los naturales de ella (se ocupe); y del bien y aumento de los dichos mis hijos y suyos, tenga mucho cuidado como yo tengo de ella, que lo hará; “y mando al dicho Luis Colón mi hijo, y a todos mis hijos e hijas, que siempre la obedezcan y la sirvan y honren, pues que tienen tanta obligación y razón para ello; Y como conclusión y final de su trestamento, con la finalidad de conservar la integridad y pureza del mayorazgo, dice: y si por caso la Virreina, mi mujer, se casare, nombro y señalo por curadores de la persona y bienes y oficios del dicho Luis Colón, mi hijo, y de las personas y bienes de todos los otros mis hijos e hijas, y

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cada uno de ellos, a Fernando Colón, mi hermano, y a Juan de Villoria, vecino de la Ciudad de La Concepción de la Vega.”

31. María de Toledo, en compañía de su esposo Diego Colón, crearon y edificaron uno de los mejores ingenios azucareros de la isla La Española, en la llamada Isabela Nueva, a la ribera del río Nigua, donde ya existían otros ingenios. Tiempo después, ya viuda, la Virreina María de Toledo lo pasó a mejor asiento, más cercano a la ciudad, desde donde, en tres o cuatro horas, río abajo, llevaban el azúcar en barcas para meterla en naos con destino a España: se consideró una medida de gran calidad por darle ventaja sobre otros ingenios de la región. La explotación acertada de un ingenio azucarero, superando las muchas dificultades y trabajos implícitos, era de grandísima utili-dad y riqueza para sus dueños68.

32. Tras el fallecimiento de su marido, y mientras permaneció en Santo Domingo, quedó bajo custodia de María de Toledo toda la documentación concerniente a la familia Colón deposi-tada en la casa familiar, en especial los papeles y documentos oficiales escritos por su suegro o referentes a él, pues todo ello formaba parte de la herencia de su hijo, el nuevo Almirante, Luis Colón y Toledo.

Tal vez, algunos de estos documentos familiares fueron llevados por Diego Colón cuando viajó a España, pues podrían ser nece-sarios en los pleitos con la corona o se enviarían años antes, en original o copia, a Hernando Colón con idéntica finalidad.

Como dice Alejandro Cioranescu en su estudio de la Historia del Almirante, escrita por Hernando Colón y que él atribuye a Barto-lomé Colón, “conocemos muy mal la vida de la nuera y de los nietos del primer Almirante en la isla por él descubierta, en me-dio de una sociedad bulliciosa y apenas formada, oliendo aun a 68 Oviedo. I, Pág. 108.

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aventura y a inseguridad, y en donde quizá no gozaban los Colón de demasiada simpatía”. Sin embargo, o quizá por ese desconocimiento de la vida de la familia Colón en Santo Domingo, Cioranescu aventura una hipótesis no descabellada sobre las relaciones de María de Toledo y el padre Las Casas: “Posiblemente doña María habrá recurrido alguna vez al fraile dominico, en quien debía de tener confianza, por conocer sus antiguas relaciones, bastante estrechas, con don Diego Colón, y también por hallarse segura de su desinterés”. Del probable conocimiento y relación del sacerdote con María Toledo, Cioranescu extrae otra hipótesis para explicar la gran cantidad de documentos que poseía Bartolomé de las Casas so-bre Cristóbal Colón, su relación con la corte española y el descu-brimiento de América: “Es una simple suposición; pero lo cierto es que, en los años siguientes, Las Casas se hallaba en posesión de un verdadero archivo colombino, formado por numerosos autógrafos de Cristóbal Colón y de sus hermanos y que no podía haber obtenido más que de la viuda del segundo Almirante69.” Y de esta hipótesis realiza una elaboración ya centrada en el sa-cerdote dominico y los respaldos que tuvo para escribir la Historia de las Indias y, en su opinión, también la Historia del Almirante atribuida a Hernando Colón: “Puede ser que, al ocuparse el dominico de alguno de sus nume-rosos asuntos económicos o de gobierno, o al ordenar los papeles de los interminables pleitos de don Diego, Las Casas haya llegado a compulsar el archivo de los Colón en Santo Domingo. Al en-contrar allí todos aquellos papeles, curiosísimos para la historia, pero que no tenían ningún interés legal, es posible que Las Casas haya llegado a un acuerdo con doña María, para quedarse con

69 También es posible creer –como aceptan algunos historiadores– que fue durante este tiempo cuando Las Casas copió, resumiendo, el Diario del descu-brimiento de América, libro en el archivo de Diego Colón como heredero de su padre y cabeza del mayorazgo; que esto aconteciera durante la viudez de María de Toledo, y con su autorización, no puede descartarse.

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aquellos papeles de su archivo, que no perseguían fines materia-les y que no servían más que para satisfacer la curiosidad del historiador. “Doña María poco interés debía de tener en conservar los mapas dibujados por su suegro, o las minutas de sus cartas al Comen-dador, por ejemplo. Lo que le importaba conservar en el archivo de su familia eran los privilegios, los títulos, las reales cédulas y, en general, todos los documentos de interés material, justificado-res de derecho o de obligaciones satisfechas70.” A pesar de este supuesto desinterés de María de Toledo por la documentación colombina que no importara para el juicio con-tra la corona, ella estaba enterada de pormenores, y sin duda de hechos esenciales sobre el descubrimiento der América y los via-jes de su suegro. El mismo Las Casas cuenta sobre una conversa-ción con ella acerca del descubrimiento de América: al pregun-tarle por los 10 mil maravedís de juro otorgados a su suegro por haber sido el primero en ver tierra durante el primer viaje, le respondió: se habían “librado en las carnicerías de la ciudad de Sevilla, donde siempre se los pagaron71”.

33. A los 5 meses de la muerte de su esposo, en setiembre de 1526, María de Toledo, desde Santo Domingo, da poderes a su cuñado Hernando Colón, para que la represente, en nombre de su menor hijo, el nuevo Almirante Luis Colón, de 4 años, en los juicios contra la corona española. El 16 de enero de 1527, también desde Santo Domingo, María de Toledo extiende poderes para ser representados, ella y a su hijo, el Almirante Luis Colón, en los juicios contra la corona, por su padre, Hernando de Toledo, su hermano, Fray Antonio de Toledo, y también renueva los poderes de su cuñado Hernan-do Colón.

70 Alejandro Cioranescu, Primera biografía de Cristóbal Colón. Fernando Colón y Bartolomé de las Casas. Aula de Cultura de Tenerife. Tenerife, 1960. Págs. 227 a 228. 71 Las Casas. I. Pág. 140. En realidad fue sobre las carnicerías de Córdoba.

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El 18 de febrero de 1527, el vicario provincial de España en la Orden de Santo Domingo, autoriza a fray Antonio de Toledo, hermano de la Virreina de las Indias, a aceptar los poderes y representarla en los pleitos. Sin embargo, al día siguiente, Fray Antonio nombra en sustitución suya a Alonso de Ara, quien al día siguiente pide la terminación y sentencia del pleito, a lo cual el fiscal responde el 23 que el poder presentado por Ara no es bastante para realizar su petición. El 10 de abril de 1527, “Don Hernando de Toledo, comendador mayor de León, en nombre de doña María, su hija, y de sus nie-tos, dice, que no habiendo sido admitidos los poderes a varias personas, él los tiene cuan bastante se quiera, y pide que se sen-tencie el pleito”; y presenta el poder otorgado por su hija. El 27 de mayo de 1527, Hernando de Toledo, en nombre de su hija y de sus nietos, presenta testimonio en prueba de derecho al décimo de almojarifazgo, a lo cual, el fiscal, el 2 de junio, dice que la escritura presentada por Hernando de Toledo no se debe recibir porque no es alegada por parte ni en tiempo72. Esta es una ligera muestra de los movimientos judiciales de ocho meses entre la corona española y los herederos de Cristóbal Colón en los casi veinte años que llevaban pleiteando ante los tribunales por sus derechos. La parte más dura del enfrentamiento de María de Toledo con la corona española, en representación de su hijo, el tercer Almiran-te Luis Colón, y que conduce al desenlace final, surgirá cuando el fiscal Juan de Villalobos, en nombre del Rey de España, pre-sente el 9 de agosto de 1535, un escrito negando la exclusividad del descubrimiento de las Indias por Cristóbal Colón y, por lo tanto, buscando demostrar que ni él ni su herederos tuvieron y tienen derecho para el goce de las mercedes concedidas por tal motivo.

72 Documentos Inéditos. Segunda Serie. Tomo VIII–II De los Pleitos de Colón. 1894. Pág. 428 a 430

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34. En los registros de la isla Fernandina figura que a María de Toledo, entre el 25 de abril de 1526 y el 25 de agosto de 1530, se le encomendaron en la Villa cubana de San Salvador, por orden del Gobernador nombrado por ella, Gonzalo de Guzmán, el cacique e indios del pueblo de Guerayo, Cuba, con la indicación de dar una naboría a Francisco Solís73.

35. En 1527, al año siguiente del fallecimiento de su esposo, Diego Colón, el Rey de España conservaba a María de Toledo en la lista o relación de los personajes allegados a su corte a los que debía comunicarse noticias personales o, en este caso, de interés público.

(Lo importante del documento es que a pesar de su condición de viuda y del entramado de los juicios por los derechos de la fami-lia Colón, ella sigue recibiendo tratamiento de “Virreina de la Isla Española y de las otras islas” descubiertas por su suegro, títu-lo que conservaría hasta el fin de su vida).

“Doña María de Toledo, Virreina de la Isla Española y de las otras islas que fueron descubiertas por el Almirante don Cristó-bal Colón, vuestro suegro, y por su industria, porque sé el placer que habréis, os hago saber cómo ha placido a nuestro señor de alumbrar a la emperatriz y reina, mi muy cara y muy amada mu-

73 Documentos inéditos. Segunda Serie. Tomo IV. 1888. Pág. 117.

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jer, que en veintiuno de este presente mes parió un hijo, espero en Nuestro Señor que será para servicio suyo y bien de nuestros Reinos pues para este fin lo he yo tanto deseado74. “Fecha: en Valladolid a treintaiún días del mes de mayo de mil quinientos veintisiete años. “Yo el Rey. “Por mandado de su majestad: Francisco de los Cobos”75.

36. Si el rey conservó a María de Toledo en su lista de personas importantes a quien comunicar acontecimientos de la corte, es evidente que en lo relacionado a la correspondencia personal las cosas, como siempre se indica, “en palacio van despacio”. Si se recuerda que Diego de Colón falleció en Puebla de Mon-talbán el 23 de febrero de 1526, ha de saberse que recién 20 de julio de 1527, diecisiete meses más tarde, el Rey aprovecha la contestación a una carta de María de Toledo del 27 de noviem-bre de 1526, en la que le informa de una sublevación de esclavos e indígenas, y le daba quejas sobre el trato que recibían de Rodri-go del Castillo, para darle el pésame por la muerte de su marido: “Doña María de Toledo, virreina de la isla Española y de las otras islas e tierra firme que fueron descubiertas por el Almirante don Cristóbal Colón, vuestro suegro, y por su industria. “Vi vuestra letra de veintisiete de noviembre del pasado y podéis creer que del fallecimiento del Almirante, vuestro marido, me desplugó mucho, así por ser él tan buen servidor mío como por vuestro desconsuelo y pérdida de vuestra casa y, pues Nuestro Señor fue de ello servido, lo mejor es darle gracias por ello y así lo debéis vos hacer teniendo por cierto que mandaré mirar vues-

74 Carlos I de España estaba casado con su prima Isabel de Portugal, nieta de los Reyes Católicos y hermana de Juan III de Portugal, quien a la vez estaba casado con la hermana de Carlos I, Catalina de Austria. El hijo, nacido el 21 de mayo de 1527, reinaría con el nombre de Felipe II de España (1556–1598). 75 “Cedula en que se da aviso a las Indias del nacimiento del Rey don Felipe. (Esta cédula se hizo extensiva a todas las Indias)”, en: Documentos Inéditos. Se-gunda Serie. Tomo IX– II De los Documentos legislativos. 1895. Pág. 284.

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tras cosas y renovarlas como es razón y los servicios de esa casa lo merecen. “En lo que toca a los negocios y pleitos que el dicho Almirante dejó comentados, yo he mandado entender en ellos y brevemente se despacharán en que vos será guardada muy cumplidamente vuestra justicia y de vuestros hijos con toda la gratificación que hubiere lugar habiendo respecto a los servicios del dicho Almi-rante y sus pasados y sus servicios. “Tengo el cuidado que tenéis de avisarme de lo acaecido en el levantamiento de los negros y de los indios y de lo que conviene proveer para el remedio de ello y bien de esa isla; yo mandaré brevemente proveer lo que más convenga a nuestro servicio y bien de esa isla y pacificación y sosiego de ella; vos por mi servi-cio ayudad y favoreced en todo lo que convenga. “Cuanto a lo del oficio del fiel ejecutor de la ciudad de Santo Domingo que lleva Rodrigo del Castillo, en que decís que se hace agravio al Almirante, vuestro hijo, yo lo he mandado ver en mi Consejo de las Indias y hacer en ello Justicia, y así se hará que vuestro procurador entienda. “En la villa de Valladolid, a veinte días del mes de julio de mil e quinientos e veinte e siete años. “Yo el Rey. “Refrendada del secretario Francisco de los Cobos; señalada del Obispo de Osma y Canaria, Beltrán y Ciudad Rodrigo y Ma-nuel”76.

37. El 2 de noviembre de 1528, a raíz de la pérdida de su co-rrespondencia, Gaspar de Astudillo debe volver a escribirle al Rey informándole “de lo pasado y presente” de Santo Domingo desde su cargo de veedor del Rey en la isla.

Entre los muchos cargos y quejas de su carta, hay un pleito con

76 “Carta del rey a doña María de Toledo manifestando su pesar por el falleci-miento de don Diego Colón y asegurando el reconocimiento de sus servicios. Valladolid, 20 de julio de 1527”, en Anunciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombi-nos (1492–1541.) Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1112.

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María de Toledo, detalladamente descrito, quien sin duda seguía actuando como Virreina de las Indias y ejercía diversas funciones correspondientes a la familia Colón, representada por ella, por ser su hijo Luis, de 6 años, el heredero de los títulos, cargos y privilegios acordados con su abuelo Cristóbal Colón en 1492, aunque se encontraran en discusión ante la justicia española desde 1508. La acusación de Astudillo es, en principio, grave: “Este mes de abril pasado, supe de cierto, que doña María de Toledo, mujer del Almirante, los oficios de escribanía de juzgados de sus alcal-des mayores y alguacilazgos, los arrendaba”. Con esta certidumbre, el representante del Rey se dirigió a casa de la Virreina para decirle en nombre del Rey que no era posible hacer por ir contra las leyes reales y por originar problemas como molestar a “los vecinos y moradores de esta isla; porque teniendo los dichos oficios arrendados, siempre buscaban molestias y plei-tos contra los vecinos y habitantes para pagar los dichos arren-damientos y para mantenerse y ganar dineros con ello”. Doña María le respondió con diversos argumentos pero se centró en “que ella lo podía muy bien hacer y dar a renta, porque los dichos oficios los tenía dados, la escribanía a su hijo don Cristó-bal, y los alguacilazgos a su hijo don Diego, y que ellos no los habían de usar, y que de necesidad los habían de arrendar, por-que ella lo podía hacer, pues se hacía en tierra del Duque de Alba” y lo mismo podía ella hacer en Santo Domingo. Ante esta respuesta, Astudillo, apegado a las leyes, aferrado a su advertencia de “no poder hacerse”, le aclaró a la Virreina que las tierras donde estaban eran del Rey y no suyas, y por lo tanto le requirió quitar los arriendos para darles los cargos a personas sin cobrarles, y le advirtió que de no hacerlo, ordenaría el regreso de los cargos a su alteza por vacantes. Dicho esto se despidió de María de Toledo. Poco después, hizo pedimentos y requerimientos a la Audiencia Real, informando el arrendamiento de dichos oficios y pidiendo

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fueran declarados vacos y regresaran al Rey para hacer lo que se creyera mejor para su servicio. Astudillo también informa al Rey que se ha propalando la petición de María de Toledo de recibir merced real para que sus hijos puedan arrendar esos cargos. Después de argumentar sobre las razones legales y prácticas para impedir el arrendamiento de esos oficios y decir que los poblado-res de la isla se han ido y se siguen yendo por los abusos de estos funcionarios, quienes incluso llegan a ordenar prisión a quienes no cumplen las sentencias económicas que se les impone, Astudi-llo realiza una acusación directa contra María de Toledo: se me ha dicho que después de lo sucedido “la dicha Doña María de Toledo y todos sus oficiales y criados, me han cobrado tanta enemistad, que entre ellos se ha publicado, y a mí me lo han hecho saber amigos míos, que de cierto me han de matar; y como esto no se les hace tan a mano, han procurado y procuran todo el daño que me pueden hacer así en público como en secreto.” Y acto seguido, Astudillo ejemplifica la acusación con lo que supone una trampa contra su cuñado por una barra de oro de 12 quilates que es manipulada para crearle problemas legales, agra-vados por la intervención de Lope Verdece, criado de María de Toledo y Alcalde Mayor, quien encarcela al cuñado de Astudillo enviando gente armada a su casa, y a pesar de encontrarlo enfer-mo con fiebres, lo “llevaron preso a la cárcel pública de esta ciu-dad y le echaron unos grillos con todas sus calenturas”: de ahí lo liberaron los oidores, dándole su casa y luego la ciudad por pri-sión, y solo 50 días más tarde fue declarado inocente después de haber “sido preso y fatigado y afrentado, y publicado indebida-mente por malhechor no siendo verdad”77.

38. Según Fernández de Oviedo, al viajar María de Toledo a

77 “Carta que dirige a su majestad Gaspar de Astudillo, describiendo el carácter fuerte del oidor licenciado Espinosa, que está mal visto; y sobre cosas pertene-cientes al gobierno y real hacienda de la Isla española, como haber preso al Teniente de Almirante, al mismo Astudillo y a su cuñado; y pide licencia para venir a España. Noviembre 2 de 1528”. Documentos Inéditos. Primera serie. Tomo XXXVII. 1882. Pág. 435 a 438.

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España, en 1530, ya viuda, dejó en Santo Domingo a su hija mayor, Felipa, enferma “y santa persona”78, y a sus hijos, Luis, el mayor de los hijos varones y por lo tanto, el nuevo Almirante, y a Cristóbal, harto niños79. Siguiendo al mismo Oviedo, María de Toledo llevó a España a su hija menor, Isabel, y al menor de sus hijos, Diego, a quienes con rapidez situó en la corte: a Isabel la casó con Jorge de Portugal, conde de Gelves y alcaide de los alcázares de Sevilla80; a su hijo Diego lo hizo aceptar de paje del príncipe Felipe. También obtu-vo para su hijo mayor, Luis, el nuevo Almirante, 500 ducados de ayuda anual, de las rentas reales de la isla La Española. Esta contabilidad de Oviedo sobre los hijos de Diego Colón y María de Toledo, ha llevado a creer a algunos estudiosos que solo fueron 5 los descendientes del matrimonio o, para quienes cuen-tan siete hijos, que dos de las muchachas mayores se quedaron viviendo en la isla. Lo olvidado de registrar es que dos de las hijas del matrimonio, María y Juana Colón y Toledo, estaban viviendo en España pues su padre, Diego Colón, las llevó consigo a fines de 1523, cuando acudió a la corte al ser llamado por Carlos V81.

78 Lo más probable es que esta hija de María de Toledo y Diego Colón fuera deficiente mental o, como se dice ahora, discapacitada, pues tal es lo que en-tiendo de la referencia “santa persona” dada por Oviedo y por el trato que se le da en los movimientos de herencia (la de Diego Colón, hermano del descubri-dor, por ejemplo) y en las negociaciones en la corte, en las que se la ignora de hecho. 79 Oviedo. I. Pág. 104. 80 El conde de Gelves era un viudo entrado en años, a quien se prometió como dote de la jovencísima Isabel Colón, la inusual suma de seis cuentos (millones) de maravedís, aunque la Virreina, en su testamento dice: “monta el dote que se le ha dado más de doce cuentos”. 81 Dado que este punto ha sido descuidado por quienes se han referido al matrimonio Colón–Toledo y su descendencia, repito la referencia integra de la carta de Diego Colón del 5 de noviembre de 1523 a Carlos V: después de informar al Rey su imposibilidad de ir a besar sus reales manos tan rápido como quisiera, por haber llegado a cansado por los trabajos del mar, “como por llevar en mi compañía y no dejarlas, a dos hijas mías que traigo, que por ser niñas y nacidas en tierras tan extrañas de esta, no es razón de que yo las desabrigue ni deje hasta ponerlas a donde estén, para que desde allí vuestra majestad deter-mine de ellas lo que más fuere servido, pues no tienen otro señor ni padre que

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Pero si Oviedo se equivocó, también se equivocó Las Casas y reafirmó el error seguido por algunos estudiosos. Cuando se refiere al primer viaje de Diego Colón a España desde Santo Domingo, dice que a fines de 1514 o principios de 1515, obede-ciendo el mandado del Rey, aparejo su partida y salida de La Española, “dejando a su mujer María de Toledo, matrona de gran merecimiento, con dos hijas en esta isla”82. A fines de 1514 o principios del 15, Diego Colón y su esposa tenían 4 hijas muje-res y ningún varón; éstos, 3 niños, nacieron después del regreso del segundo Almirante a la isla en 1520, dejando incluso al me-nor de ellos por nacer cuando partió por segunda y última vez para España en 1523.

39. Sobre este punto del destino y reparto de los hijos de María de Toledo y Diego Colón, resulta bastante sorprendente la acti-tud asumida con ellos, sobre todo si se tiene en cuenta el destino de los dos hijos mayores, quienes se quedarán en la isla Española a vivir sin alguno de sus padres durante su infancia y juventud.

Como ya se indicó, en 1523 el padre lleva a España a dos de sus hijas, María y Juana, de 13 y 12 años, y deja en Santo Domingo a Felipa, de 14 años, a quien supongo discapacitada, y a la menor, Isabel, de 9 años; también quedan en la isla sus dos hijos nacidos hacía poco, Luis de 2 años y Cristóbal de 1, y deja a su esposa, María de Toledo, embarazada de Diego. Apenas llega a Sevilla se las encarga epistolarmente al Rey, pero en realidad las recluye en un convento donde permanecerán internadas y sin casarse. Cuatro años después de la muerte de Diego Colón, en 1530, María de Toledo, la Virreina de las Indias, decide dejar Santo Domingo y marcharse a España con dos de sus hijos, Isabel, la menor de las niñas, y Diego, el menor de los niños, en principio para arreglar lo concerniente a la herencia de su marido, conti-nuar los juicios sobre los derechos y privilegios de su hijo Luis, el

las haya de honrar y hacer mercedes que vuestra majestad”. Documentos Inéditos. Tomo XL. 1882. Pág. 151. 82 Las Casas. I. Pág. 354.

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tercer Almirante de la familia Colón, y ocuparse del matrimonio de tres de sus hijas. En realidad, apenas llegó a España, colocó a sus dos hijos: casó a Isabel, de 16 años, y situó en la corte a Diego, de 6 años, como paje del príncipe heredero. A Felipa, la hija mayor, de 21 años, nunca más se la menciona, y para las otras dos hijas, María y Juana Colón y Toledo, solteras y recluidas en el convento, les consigue en 1536, 12 años después de llegar a España con su padre, una renta de por vida de 500 mil maravedís “para su ca-samiento” (tienen ya 26 y 27 años), los cuales se efectuaron años después con el Almirante de Aragón, Sancho de Cardona, y con Luis de la Cueva, hermano del Duque de Alburquerque, capitán de la guarda del emperador. Lo incomprensible de este asunto, es que María de Toledo deja en Santo Domingo, al cuidado de amigos y apoderados, a Felipa, la enferma, y a sus dos hijos mayores, Luis y Cristóbal, de 8 y 7 años, es decir, al nuevo Almirante, Virrey y Gobernador de las Indias, y al sucesor en caso de fallecer su hermano mayor. Estos tres niños son abandonados a la buena de Dios en la isla durante 14 años, hasta 1544, en que la madre decide regresar a Santo Domingo a pasar el resto de su vida: Luis ya tiene 21 años y Cristóbal 20; al Almirante es un tarambana y Cristóbal un personaje sin mayor relevancia: la hija mayor, Felipa, se supone muerta al año siguiente de la partida a España de su madre. Cualquier persona, pensando en el prestigio, las dignidades y los honores en pleito por la familia Colón contra los Reyes de Espa-ña, hubiera imaginado que la atención central de la madre y de la familia estaría enfocada en la educación y el cuidado físico y moral del heredero principal de Cristóbal Colón y de su hijo Diego, el tercer Almirante, Luis Colón y Toledo; él, sin embargo, durante 14 años vive sin su padre, ausente de la isla cuando tenía 2 años de edad y fallecido 3 años más tarde, y sin su madre, radi-cada en Madrid desde que él tenía 8 años, dedicada a atender asuntos concluidos en sus líneas principales en 1536, aunque es

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verdad que continúa supervisando y pleiteando por los interese-ses de sus hijos frente a la corona y por concretar los matrimo-nios aun pendientes de sus hijas María y Juana83.

40. Resumiendo esta primera y la larga etapa matrimonial de María de Toledo con Diego Colón en Santo Domingo, de 1509 a 1530, con seis años como viuda del Gobernador, debe concluirse que en dos ocasiones quedó sola en La Española por ausencia de su marido, el Gobernador Diego Colón.

La primera fue de 1514, cuando su esposo viajó a España por llamado del Rey Católico, y permaneció en la corte, destituido de su cargo de Gobernador, hasta 152084, en que recibió la autoriza-ción de Carlos V para regresar como Gobernador de las Indias; la segunda vez fue desde el 16 de setiembre de 1523, en que su recibida por Luis Colón esposo fue nuevamente llamado a la corte por Carlos V, hasta 1530, en el que luego de encargar sus hijos y sus negocios a personas de confianza, viajó a España a ocuparse de los asuntos judiciales que se habían complicado por la muerte de su marido cuatro años antes, el 23 de febrero de 1526, en Puebla de Montalbán. Si se hacen las cuentas, resulta que María de Toledo estuvo, en esta etapa de su vida, 21 años en Santo Domingo, de los cuales

83 A pesar de mi asombro crítico, debe tenerse presente que la relación padres e hijos en el siglo XVI no tenía semejanza con la que se acostumbra en el XX y el XXI. La sorpresa de mi parte por el abandono de los dos hijos mayores de Diego Colón y María de Toledo en Santo Domingo, se origina en la idea de que la educación e instrucción recibida por Luis Colón, no corresponde a la que debía impartirse durante la niñez y juventud de quien era ya el tercer Almi-rante de las Indias, y por el que se peleaba judicialmente para que también pudiera desempeñar los cargos de Virrey y Gobernador de las nuevas tierras descubiertas por su abuelo. El abandono de la hija mayor, Felipa, puede tener otras explicaciones. 84 Hugh Thomas, en su diccionario Quién es quién de los conquistadores, en la entrada referente a María Toledo y Rojas, registra que la esposa de Diego Colón regresó a España en 1518 con el obispo Quevedo y dio a luz una niña, María, bautizada en San Salvador, en Sevilla, el 26 de noviembre de 1519. Queda esto como tema pendiente para algún curioso investigador, aunque lo más probable es que sea este otro de los errores del diccionario de Thomas.

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once los pasó sin su marido, ocupándose de su casa, de sus hijos, de los negocios familiares y manteniendo el tipo como Virreina y primero como esposa y luego como madre del Almirante de las Indias.

41. En una recopilación de documentos titulados “Sentencia definitiva dada en Dueñas a 27 de agosto de 1534, y documentos de apelación de ambas partes”, compuesto por 75 fojas, se halla entre ellos un escrito de María de Toledo, viuda de Diego Colón, en que firma “La desdichada Virreina de las Indias”. Ignoramos a cuál de sus muchas desdichas procesales y económi-cas hace referencia la Virreina al estampar su firma, la que obliga a recordar a otra Gobernadora, viuda del conquistador Pedro de Alvarado, quien, pocos años después, en 1541, al ser nombrada Gobernadora de Guatemala, firmó: “la sin ventura Beatriz de la Cueva85”, aunque en ella, como se sabe, las desgracias fueron por la muerte de su marido en un enfrentamiento contra indígenas en México.

42. No está muy definida la actividad diaria a la que se dedicó María de Toledo desde su llegada a la corte española en 1530, hasta su regreso a Santo Domingo en 1544 a vivir los últimos años de su existencia. Sin embargo es posible destacar algunos actos importantes en los que intervino, fuera de manera directa o bajo la influencia de su padre y de su hermano. Por ejemplo, resulta bastante natural que en todo lo relacionado con los juicios contra la corona, fuera representada por su padre, Fernando de Toledo, por su hermano, fray Antonio de Toledo, y también, aunque puede suponerse de manera más secundaria, por su cuñado Hernando Colón, quienes además, ya venían

85 Fuentes y Guzmán, Francisco Antonio: Obras Históricas de… Edición y estu-dio de Carmelo Sáenz de Santa María. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españoles... (continuación), 230. Madrid, 1969. Tomo I, Pág. 138.

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ocupándose de los asuntos judiciales desde 1527, cuando les otorgó los poderes para ser representada por ellos. Supongamos de buena fe que le correspondió a ella aprobar las conclusiones finales de los llamados juicios colombinos en 1536, sin duda luego de largas y continuas deliberaciones con su padre y con su hermano y, sin duda, por el cansancio de tantos años de pendencia y reconociendo la inutilidad de emplear tanto dinero, tiempo y energía en enfrentarse a la corona por unos privilegios ya perdidos y unos beneficios económicos que jamás serían con-cedidos. Sabemos también que María de Toledo debió ocuparse del cum-plimiento de las órdenes del testamento de su suegro y de su esposo en lo referente al destino final de sus restos humanos: depositarse en Santo Domingo, aunque debiendo olvidarse, por su alto costo, construir una monumental capilla o un monasterio donde enterrarlos. Y una tercera tarea surgió por el fallecimiento de su cuñado Hernando Colón en 1539 y la herencia testamentaria otorgada a su hijo Luis, a quien ella representaba por su minoría de edad: la amplia y complicada biblioteca de cerca de 15 mil volúmenes, más grabados, archivos, documentos y sistema de registro, depo-sitados en un edificio construido de manera especial para alojarla en la ciudad de Sevilla. Además debió atender las exigencias sobre Veragua planteadas por Carlos V, intervenir en los acuerdos matrimoniales de sus tres hijas, en mantener la soltería de su hijo Diego, y preocuparse de los desatinos amorosos de su hijo Luis en Santo Domingo; se sabe también que aparte del tiempo pasado en la corte, estuvo varias temporadas viviendo con su hija y su esposo en Sevilla, pero se ignora su cotidiano hacer en estos lugares. De sus complicaciones económicas y de sus deudas monetarias también quedaron testimonios notariales y testamentarios.

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43. De manera especial se destaca que María de Toledo fue acogida de forma preferente por la reina, la esposa de Carlos V, Isabel de Portugal, nieta de los Reyes Católicos y, por lo tanto, también pariente de la Virreina; ella la apoyó socialmente y en todo lo posible ante su marido. Un historiador, Juan Francisco Maura, publica una carta manus-crita de María de Toledo a la reina de España, señalando “su pulcritud moral y belleza estética”, y advierte en sus trazos “la dulzura y al mismo tiempo la firmeza de tan singular mujer”86, lo cual sin duda es un juicio algo aventurado de tan escasa muestra.

“S.ce.ca.M.

Aunque me da pasión el destierro de mi casa y las fatigas de mi pleito, siéntome por otra parte tan consolada con el favor y mer-ced que de Vuestra Majestad siempre recibo y especialmente con pensar que estoy donde pueda emplearme en su Real servicio

que ya no tengo pena sino en ver que me quieren apartar de los aposentadores con no querer jamás darme posada y así no pue-do hacer menos de dar a Vuestra Majestad sobre ello inoportunidad pues que ni a mí ni a don Her-nando Colón, mi hermano, nin-guna nos han querido dar dicien-do que expresamente se lo tiene Vuestra Majestad de mandar por-que según mi dicho no parece que les satisface habérselo yo tantas

veces mandado que aunque no volviese con otras mercedes a mi casa puedo tener mi venida a estos reinos por muy bien emplea-da y tengo que rogar a nuestro señor que la muy alta y católica

86 Maura, Juan Francisco: Españolas de ultramar en la Historia y en la Literatura. Universidad de Valencia. Valencia, 2005. Págs. 44–45. Sigo la transcripción de la carta con alteraciones mías.

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persona de Vuestra Majestad por largos días y con acrecenta-miento de reinos y señoríos a su servicio prospere.87”

La carta no está fechada, pero puede suponerse de un tiempo muy próximo a su llegada a España, pues hace referencia a su añoranza a Santo Domingo y a los pleitos en los que se halla comprometida.

44. María de Toledo a pesar del afecto de la reina y de los hon-res que merecía por sus títulos y parentescos, no disfrutaba de una situación económica desahogada. Ya en 1531 había hecho una petición de ayuda a la corte, de la que existe testimonio pro-cedente del Consejo de Indias a la que se sometió a consulta:

“Doña María de Toledo, mujer del Almirante de las Indias, dice que ha venido a Castilla a solicitar que se vea y sentencie el pleito que su marido trajo tanto tiempo, suplica a vuestra Majestad mande que luego sin más dilación haga que se vea y determine el dicho pleito sin alzar la mano hasta que se acabe. “Parece que se le debe dar cédula de ello para los jueces de comi-sión que allá residen que lo vean y determinen y cédula para que el presidente que los haga juntar para ello y para la Emperatriz que se lo mande. “Yten, suplica que, por cuanto vuestra Majestad hacía merced cada año al Almirante, su marido, de mil ducados para ayuda a sus gastos que hacía con el dicho cargo, haga la misma merced al Almirante su hijo. “Parece que se debe escribir al Consejo de las Indias que envíen razón de cómo esto pasaba y de lo que les parece88”. 87 Ver también: Anunciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombinos (1492–1541.) Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1347. Este trabajo de Colón de Carvajal contiene amplia información sobre María de Toledo y en especial sobre la correspondencia originada por los juicios colombinos tanto de parte de ella, como de sus abogados, sus representantes legales y el rey y funcionarios de la corte mientras representaba a su hijo Luis Colón, tercer Almirante de las Indias. Es un trabajo excelente que habrá que leer y revisar con detenimiento. 88 “Consulta al Consejo de Indias contestando la petición de doña María de Toledo al Rey de una decisión rápida y final del contencioso (c. 1531)”. Anun-

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45. La actitud de María de Toledo en lo referente a los juicios colombinos es la necesidad de concluirlos lo antes posible. Desde su viudez, existe correspondencia al rey solicitando la definición concluyente de los juicios que no solo representaba un gasto enorme en abogados y en el contorno propio de los procesos judiciales, sino también significaba una tremenda tensión nervio-sa, un gasto enorme de tiempo y una continua amargura por la agresividad de los fiscales contra los intereses de la familia Colón y contra el honor y prestigio del descubridor, a quien incluso se le quería privar del descubrimiento de las Indias para atribuirselo a Martín Alonso Pinzón. Una muestra de este deseo de María de Toledo de que se proce-da lo antes posible a la sentencia definitiva de los juicios colom-

binos, se ve reflejado en la peti-ción que le hace al Rey y que este deriva hacia su esposa: “Serenísima, muy alta y muy poderosa Emperatriz y Reyna, mi muy chara e muy amada mujer. “Ya debe saber el pleito que se trata entre nuestro fiscal y doña María de Toledo, mujer del Al-mirante de las Indias, ya difunto, y sus hijos, y cómo por nos está cometida la causa a ciertas per-

sonas y porque por parte de la dicha doña María me ha sido hecha relación que en la determinación de él hay dilación, de que ella y sus hijos reciben mucho daño, suplicándome lo man-dase luego determinar. “Le ruego Señora que mande que se junten los jueces a quien tenemos cometida esta causa y la vean y determinen brevemente, conforme a Justicia, que en ello me hará mucho placer.

ciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección docu-mental de los mal llamados pleitos colombinos (1492–1541.) Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1333.

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“Serenísima, muy alta y muy poderosa Emperatriz y Reyna, mi muy chara y muy amada mujer, la Santísima Trinidad os haya en su especial guarda y recomienda. “De Bruselas, a XV de octubre de MDXXXI años. “Yo el Rey. “Cobos89.”

46. Se supone que a finales de 1534 o principios de 1535, Car-los V comienza a presionar a María de Toledo para que en nom-bre de su hijo Luis, el joven Almirante aún bajo su tutoría, ini-ciara la conquista y población de Veragua, descubierta por su abuelo Cristóbal Colón y catalogada de buena y rica tierra. Si-tuada al medio de territorios ya conquistados, resultaba inexpli-cable la tardanza para incorporarla a la corona española y cristia-nizar a sus indios. Su ubicación correspondía a las costas caribe-ñas recorridas por Colón en 1503, durante su cuarto viaje90.

María de Toledo, en esos años, y tampoco antes, disponía de los medios humanos y económicos para aventurarse en la conquista y población de tierras. Veragua le resultaba un imposible. Sin embargo, no le faltaron ofrecimientos de personas dispuestas a participar e invertir en la conquista de tan codiciados territorios. Entre ellos destacó un clérigo, Juan de Sosa, extraño y codicioso personaje, beneficiado en el reparto del tesoro de Atahualpa sin estar en Cajamarca –quedó en San Miguel por orden de Pizarro y con el acuerdo de recibir parte de los tesoros que se obtuvieran– y fue de los primeros en regresar a España gracias a negociar con Pedro Sancho la venta de su supuesta riqueza en una cantidad inferior a su verdadero valor. El clérigo Sosa era persona muy rica y supo lucirla en la corte, empeñado en obtener alguna autoriza-

89 “Carta del Emperador a la Reina pidiéndole mande a los Jueces de Comisión que determinen brevemente el pleito contra el Almirante de las indias. Bruse-las, 15 de octubre de 1531”. Anunciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombinos (1492–1541.) Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1333–1534. 90 En la actualidad corresponde el recorrido a tierras de Nicaragua, Costa Rica y Panamá, y era el nombre indígena de toda la zona. El ducado de Veragua crea-do en 1537 es hoy territorio panameño.

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ción del Rey para emprender alguna conquista en las Indias. Para él, María de Toledo resultaba la persona ideal para llevar a cabo sus ambiciones. Pero los clérigos no podían ser Gobernadores, adelantados o capitanes y, por lo tanto, era necesario encontrar quien encabeza-ra militar y políticamente la expedición. Se eligió a un joven cor-tesano, Felipe Gutiérrez, hijo del tesorero Alonso Gutiérrez, hombre, al decir de Oviedo, asaz rico y honrado. María Toledo autorizó todo lo ofrecido por el clérigo, y el Rey y el Real Conse-jo estuvieron de acuerdo.

Y así, depositando en esta aventura la esperanza de au-mentar su riqueza y la de su hijo, María Toledo supo a me-diados de 1536 la partida de España de dos naves y un galeón con más de 400 hombres que, poco más tarde, en

setiembre de 1536 –siguiendo como siempre a Oviedo– volvie-ron a partir, ahora de Santo Domingo, a poblar y enriquecerse conquistando la sin par Veragua.

El resultado fue desastroso. El clérigo Sosa actuaba siguiendo sus caprichos, pues era el personaje con más experiencia e inteligen-cia. El Gobernador Felipe Gutiérrez, mostró a cada instante su juventud e inexperiencia en aventuras como ésta; el capitán ge-neral, Pedro de Encinasola, antiguo ventero en Nombre de Dios, Panamá, impartía órdenes incomprendidas por sus subordina-dos; y el piloto mayor, Liaño, se pasó en más de 80 leguas las costas de Veragua en las que debían desembarcar.

Oviedo concluye la larga y trágica crónica de esta jornada a Vera-

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gua diciendo: “Y el primer día que se comenzó este camino para tornarse, mataron los indios un cristiano de los que quedaban postreros , y un río se llevo otros dos; y pocos a pocos llegaron los que quedaron vivos de esta entrada inútil y vergonzosa jornada o viaje”.91 Sin duda, Veragua no estaba hecha para las nuevas generaciones de los Colón92.

47. Después de más de 28 años de exigir de manera constante, judicial y cortesana, al Rey Católico y a su sucesor para que res-petaran los títulos, privilegios y derechos otorgados a Cristóbal Colón por el descubrimiento de las Indias, María de Toledo, en representación legal de su hijo Luis, el tercer Almirante, firmó el 28 de junio de 1536 un acuerdo–renuncia con Carlos V, cuyos términos principales fueron los siguientes: 1.– que a Luis Colón y a sus sucesores les quede el título de Al-mirante de las Indias, islas y tierra firme del mar océano descu-biertas y por descubrir, en la demarcación de Castilla, tal como lo usa en la Española, con los derechos que le tocaren conforme a sus privilegios. 2.– Renuncia a la décima de los provechos concedidos al Almi-rante Cristóbal Colón por sus servicios y en recompensa, que pretende gozar en todas las Indias como heredero, más del salario que tiene y de lo demás que por su capitulación pretende, a cambio de que se le sitúen 10 mil ducados de renta en las In–dias, donde la Virreina escogiere y señalare por juro de heredad.

91 Oviedo, III, pág. 194. 92 Diez años más tarde, el 20 de febrero de 1546, el Almirante Luis Colón envió otra expedición de conquista y poblamiento de Veragua al mando del capitán Cristóbal de Peña, “hombre de valor y experiencia”, con 130 hombres, bien proveído de armas y bastimentos. Poco meses después, por carta del entonces suegro de Luis Colón, Juan Mosquera, Oviedo se enteró en la corte española que hacía poco había llegado al puerto de Nombre de Dios, el capitán Peña, perdido y desbaratado, y con solo un resto de 15 o 20 hombres de los 130 que habían salido con él de Santo Domingo. Entre los muertos se encontraba Fran-cisco Colón, uno de los dos hijos bastardos de Diego Colón y, por lo tanto, medio hermano del tercer Almirante Luis Colón y Toledo.

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3.– que por renunciar a su pretensión de ser Virrey de las Indias y nombrar los oficios de ellas y otras preeminencias, se le dé la isla de Jamaica, llamada Santiago, con el título de Duque o mar-qués, y con todos los derechos y provechos de cualquier calidad que sean, quedando el Rey como supremo poder y sin poder hacer fortaleza sin licencia del Rey. 4.– que se le den 25 leguas en cuadro, en Veragua, con jurisdic-ción civil y criminal, alta y baja, mero mixto imperio, perpetua-mente, quedado el Rey como supremo poder. (Si se quiere de aquí el título de Duque o marqués, y no el de Jamaica, que se le dé). 5.– que se le haga merced perpetua del oficio de Aguacil Mayor de Santo Domingo y de su Audiencia Real, y que sirva por sí y sus tenientes con voz y voto de Regidor cuando el mismo Almi-rante sirviera. 6.– que si él o sus sucesores poblaren en la Española, donde tie-nen un ingenio de azúcar, algún pueblo, se le dará la jurisdicción de él, que no sea puerto. 7.– que se le confirmen las tierras, labranzas y pastos que tiene el Almirante y sus hermanos en la Española. 8.– que a María y Juana Colón, hermanas del actual Almirante, se les sitúen a cada una, en renta de por vida, 500 mil maravedís para su casamiento93. 9.– Con estos acuerdos, don Luis se aparta de cualquier derecho que le competa, y lo renuncia. Al año siguiente, al ser confirmados estos acuerdos, se le dio el título de marqués de la Vega, correspondiente a Jamaica, y el de Duque de Veragua, correspondiente a las 25 leguas en cuadra que se había convenido en ese territorio. También se le hizo merced de la capilla mayor de la Iglesia Me-tropolitana, que entonces era la Catedral de Santo Domingo. Se agregó como mercedes reales, 4 mil ducados para la Virreina,

93 Es de notar que a sus hermanas Felipa e Isabel, ésta ya casada, y a sus herma-nos Cristóbal y Diego, no se les tomó en cuenta para darles algún beneficio nobiliario o económico en los acuerdos con la corona española de 1536.

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en 4 partes, pagados en la Española, para ayuda de los gastos hechos para venir a sus pleitos. También se le daba la merced de mil ducados de oro por su vida, pagados en la Española. Aunque de esta forma se arreglaron las líneas principales del juicio del mayorazgo de los Colón contra la corona española, a lo largo de los años siguientes aún se promovieron otros juicios, y se obtuvieron diversos acuerdos legales por derechos, deberes, im-puestos, permisos, reglamentaciones que de una u otra manera involucraban a los ya débiles privilegios adquiridos por la familia de Cristóbal Colón por el descubrimiento de las Indias. A pesar de considerarse como un acuerdo conveniente e incluso ventajoso para la familia lo firmado por María de Toledo en nombre de su hijo y de la familia Colón con Carlos V, lo cierto es que la renuncia por 10 mil ducados anuales del porcentaje correspondiente a la riqueza obtenida y por obtener en las Indias –porcentaje por el que de forma especial habían pleiteado con la corte Diego Colón y su hermano Hernando, representándolo–era renunciar a la parte más importante y más valiosa económi-camente de todos los acuerdos firmados antes del descubrimien-to de América. La renuncia a los títulos de Virrey y Gobernador de las tierras descubiertas y por descubrir, y a los privilegios económicos y burocráticos concedidos por los Reyes Católicos a Cristóbal Colón, significó también, más allá de una renuncia con especial trascendencia, el retiro casi completo de la familia Colón de cualquier participación personal o delegada en la marcha políti-ca, económica y social del continente encontrado en 1492 por al fundador del mayorazgo.94 94 Pero estas no fueron todas las renuncias de la familia Colón a los acuerdos firmados con los Reyes. El 4 de julio de 1556, justo a veinte años de las renun-cias aceptadas por María de Toledo, y a siete años de la muerte de ella, su hijo, el tercer Almirante, Luis Colón, luego de tratar de poblar las 25 leguas que tenía en Veragua y comprobar las dificultades y costo que esto le causaba, más los embarazos que se le ponían al oficio de Almirante y su ejercicio, decidió renunciar a cuanto tenía en las Indias, a cambio de determinadas recompensas. 1.– Traspaso al Rey el ducado, tierras y estado de Veragua, con todo lo que toca

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No he encontrado la opinión de Hernando Colón sobre el acuerdo de María de Toledo y Carlos V, pero lo más probable es que considerase que en él, a cambio de retribuciones insignifi-cantes, se traicionaban los principios económicos por los que habían luchado su padre, su medio hermano Diego Colón e incluso él, como representante de Diego, contra la corte españo-la. Al menos esa es mi opinión sobre este tema y muy probable-mente también lo fuera de Hernando Colón95. allí. 2.– Renuncia a los alguacilazgos mayores y menores que tiene en la Española, sin que le quede más que entrar en el cabildo y tener voto de regidor, como lo ha hecho siempre. 3.– Renuncia a los derechos que le tocan por Almirante para que el Rey haga con ellos lo que quiera, y que solo le quede el título de Almirante para él y sus sucesores en su casa y mayorazgo. A cambio de estas renuncias, se le daría: 1.– 7 mil ducados de renta cada año, situados en la Española o en otra parte, para siempre jamás, en la forma que tienen los 10 mil ducados. 2.–Que se le han de dar las vacas que el Rey tiene en la española, en la ribera del Coco, que no pasen de 20 mil vacas, cuyo precio pague el Almirante en 10 años, y que este dinero se ponga en renta perpetua en estos reinos y se subrogue en el mayorazgo del Almirante. Y que se le den con las vacas, las estancias en que están, con los bohíos, pajares, corrales, apero, sementeras, esclavos y todo lo anejo, pagando al Rey lo que valiera y rebajándolo de los 10 mil ducados que cobra en la Española. 3.– Que se le dé el título de Duque de la Vega (ya tenía el del marqués de la Vega), que es un lugar de Jamaica. 4.– Que además de lo dicho que se ha de incorporar todo al mayorazgo, le ha de dar el Rey 500 licencias de esclavos para pagar sus deudas. 95 Y es difícil no concordar sobre esto con Luis Arranz: “El acuerdo se había logrado a espaldas de Hernando, que en junio de 1536 llegaba a Barcelona y de agosto a octubre estaba en Valladolid, y de ninguna manera podía ser de su agrado. Para el paladín de intransigencia colombina, la Sentencia de Valladolid era una claudicación que en modo alguno podía aprobar, mas tampoco modifi-car ya. Solo le quedaba la protesta personal y solitaria de hombre que coge la pluma con el fin de desahogar comezones internas y una infinita sensación de fracaso (comienza a escribir la biografía de su padre).” Prólogo a la Historia del Almirante. Pág. 25–26. Ya en 1932, Serrano y Sanz, en su edición de la Historia del Almirante, pág. XLV, señala que desde la muerte de su hermano, Diego Colón, dejó de preocuparse con igual celo por defender los intereses y prerroga-tivas familiares en el pleito con la corona, quizá, por “su convicción de un éxito desfavorable y a que sus relaciones con doña María de Toledo no fuesen muy cordiales. El hecho es que, si bien ésta le dio su representación en tan prolon-gado litigio, D. Hernando nombró un sustituto, y aún después que en 1530

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Sin embargo, y es un dato a tomar en cuenta aunque puedan alegarse argumentos sobre la debilidad de la exposición, Anun-ciada Colón de Carvajal, sostiene que el distanciamiento que se señala entre María de Toledo y Hernando Colón a causa de la aceptación del laudo de 1536, no existió pues cuando en abril de 1537 necesitó de su apoyo en el enfrentamiento con el antiguo letrado del proceso, Antonio Buendía, él estuvo ahí para respal-darla, e igual estima que el hecho de dejar sus bienes y su biblio-teca al tercer Almirante, Luis Colón, prueba que deseaba que su patrimonio estuviera unido al mayorazgo familiar.

48. De acuerdo al Catálogo de los Fondos Americanos del Archivo de Protocolos de Sevilla, correspondientes al siglo XVI, María de Tole-do, Virreina de las Indias del mar océano, mujer del ilustre señor don Diego Colón, Almirante mayor de las dichas Indias, que en gloria sea, por mutuo propio y en nombre de sus hijos, figura con una profusa actividad ante el escribano Alonso de Cazalla en el año que va de 1537 y 1538 cumpliendo una amplia labor de poner en orden sus ingresos y, sobre todo, egresos. El 17 de setiembre de 1537 paga 11,250 maravedís a Juanes de Lastola, maestre de la nave “Cuerpo santo”, por el pasaje y man-tenimiento de su criado Álvaro de Morales y dos pajes para que viajen a Santo Domingo96, siendo posible –aunque esbozo otra posibilidad– que tuviera como fin servir a sus tres hijos –la hija enferma, Luis, el Almirante, y Cristóbal–, quienes desde hacía 7 años vivían en la isla alejados del resto de su familia. El 6 de octubre de 1537 autoriza a Luis de Ricasoli y a Juan Bau-

vino a España la virreina, él se dedicó a largos viajes por Italia, Suiza y los Países Bajos; pocos años después, estando en Aviñón, por mayo de 1536, supo que se concertaba un arreglo (con la corona) en el que no se le reconocía derecho alguno… omisión injusta pues D. Cristóbal había dejado a éste una buena participación en las rentas del Almirante y también a título de Mayorazgo”. 96 He aventurado en una nota anterior la posibilidad de que Álvaro de Morales y los dos pajes transportaran a Santo Domingo los restos de Cristóbal Colón y su hijo Diego, bajo la idea de María de Toledo de regresar poco después a la Española, lo cual no sucedió, pero no invalida la sugerencia.

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tista Redolfi, mercaderes florentinos, para que del oro y plata que llegasen consignados para ella de las Indias, tomen 310 ducados de oro que le habían prestado. El 10 de noviembre de 1537, en compañía de su hija María, otorga diversos poderes a Vitores Guiralte, vecino de Puerto Rico, para que cobre a los oficiales reales de San Juan:

a) 400 ducados concedidos por el Rey para ayuda de costas. b) Un millón (un cuento) de maravedís que anualmente se le

había de pagar en San Juan como curadora de sus hijas María Colón y Juana de Toledo (sic) en virtud de un privi-legio real.

c) Poder dado por María Colón, hija de Diego Colón y de ella, para cobrar 500 mil maravedís de un juro anual que por virtud de cedula real tenía concedido.

Además, ese mismo día, ante igual escribano, da poder a Melchor de Carrión y a Diego de Arana para llevar a las Indias 300 escla-vos negros que le han sido concedidos por virtud de cédula real. El 4 de diciembre de 1537, otorga poder a Fernán Sánchez Dal-vo, mercader, para llevar a las Indias 200 negros (la tercera parte hembras) que por virtud de cedula real tiene concedidos. Ese mismo día, se registra que María de Toledo recibe del mer-cader Sánchez Dalvo, 1.300 ducados por la licencia traspasada por ella para llevar 200 esclavos negros a las Indias97. El 14 de diciembre de 1537, Luis de Sosa, en nombre de su hijo de igual nombre, recibe de Melchor de Carrión, mil ducados en nombre de María de Toledo, quien se los debía a su hijo por virtud de un contrato público (Es posible suponer que Melchor

97 Se critica que María de Toledo negociara con la exportación a las Indias de esclavos negros; debe recordarse que, aunque en la actualidad lo censuremos, en el siglo XVI se consideraba un tráfico legal y contaba con la autorización del Rey y el consentimiento de la Iglesia y de la sociedad civil. Incluso Bartolomé de las Casas, gran defensor de los indios, era partidario del envío de esclavos ne-gros a las Indias para remplazar la mano de obra indígena.

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de Carrión paga en nombre de la Virreina por la deuda pendien-te con ella por la venta de la autorización para llevar esclavos negros a las Indias dada el 10 de noviembre). El 21 de febrero de 1538, doña María de Toledo y su hija María reinician el otorgamiento de poderes para diversas cobranzas a futuro o que quedaban pendientes:

a) María Colón, da poder a Alonso Gómez de la Serna para cobrar cobre a los jueces y oficiales de la isla de San Juan, 102.400 maravedís, último tercio correspondiente al año 1537 que vitaliciamente había de pagarle dicha isla.

b) María de Toledo, Diego de Arana, su secretario, y María Colón, su hija, se obligan a dar a Alonso Gómez de la Serna los 102.400 maravedís que para María Colón ha–bía de cobrar en San Juan el dicho Gómez de la Serna.

c) María Colón da poder a Diego de Arana para cobrar co-bre cuantas cantidades le adeudasen en las Indias.

d) María de Toledo, en nombre de su hijo Luis Colón, Al-mirante mayor de las Indias, otorga poder a Leonor de Rojas, a Lope de Bardeci y a Miguel Merino, residentes en la isla Española, para en su nombre cobrar a los ofi-ciales reales los 10 mil ducados que el Almirante tiene si-tuados en la isla anualmente, además de los mil ducados que correspondían a la Virreina y cuantas cantidades se les debiera.

e) María de Toledo, en nombre de su hijo Luis Colón, Al-mirante mayor de las Indias, otorga poder a Vitores Gui-ralte, para demandar la décima del oro que le pertenece.

f) María de Toledo, en nombre de su hijo Luis Colón, Al-mirante mayor de las Indias, otorga poder a Gonzalo de Guzmán para cobrar a los oficiales reales de la isla de Cuba la décima del oro que le pertenece en virtud de un privilegio real.

El 8 de mayo de 1538, María de Toledo, se obliga a pagar a Cristóbal Francesquín y a Diego Martínez, banqueros públi-cos, 700 mil maravedís que les debía.

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El 13 de junio de 1538, da poder a Alonso Caballero y a Melchor de Carrión para llevar a la isla Española 100 escla-vos negros que por permiso real tiene concedidos. El 1 de julio de 1538, da poder a su criado Luis de Villoldo y a Álvaro de Baena, procurador en la Casa de la Contrata-ción, para todos sus asuntos. El 3 de agosto de 1538, María de Toledo y su hija María Colón se obligan a pagar a Melchor de Carrión 285.291 ma-ravedís que por ellas pagó a varios acreedores. Dos días después, el 5 de agosto de 1538, en nombre de su hijo Cristóbal Colón, otorga poder a su criado Diego de Arana para que ante el Rey o el Consejo de Indias haga cuanto al derecho de su hijo conviene en razón de la pobla-ción y gobernación de la isla Guadalupe y de otras islas de las Indias. El 15 de octubre, como tutora de su hijo Luis Colón y en su nombre, se obliga al pago de todas las deudas que Diego Colón, padre de Luis, tenía pendientes con Bernardo Peri y, en representación de éste, con Andrea Perí, florentín.

Lo deducible de esta frecuente actividad de María de Toledo ante escribano es que junto a las altas cobranzas recibidas a conse-cuencia de privilegios reales y a las utilidades obtenidas por las ventas de importantes derechos de exportación de esclavos a las Indias, es la figura de una María Toledo seriamente endeudada de forma personal y familiar. Sin lugar a dudas, las renuncias en las capitulaciones del año anterior, significó grandes pérdidas a mediano y largo plazo, pero también fue el inmediato alivio económico a una situación que no debió ser nada grata para su posición social y sus costumbres como esposa del Almirante, Gobernador y Virrey de las Indias. Además debe tenerse en consideración que el coste de los juicios

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significaba una onerosa carga familiar, y tampoco podía dejarse de lado el peligro de la acumulación de testimonios negando la prioridad de Cristóbal Colón en el descubrimiento de América; sin duda los representantes legales del reino podrían llevar este argumento hasta límites inadmisibles para el honor y las ventajas

económicas pactadas con el primer Almirante en 1492, tal como ya se había visto en los juicios precedentes. Seguramente la familia Colón–Toledo prefirió un mal arreglo a un largo y buen juicio contra el Rey de España, el emperador Car-los V, el cual se había ini-ciado contra Fernando de

Aragón hacia 28 años y que poseía todas las trazas de poder alar-garse de manera indefinida sin lograr obtener el reconocimiento de los privilegios otorgados por las Suplicas o Capitulaciones de Santa Fe a Cristóbal Colón y a sus herederos.

49. Otro asunto delicado para enfrentar por María de Toledo en esos mismos años, fue la herencia de Hernando Colón, falle-cido el 25 de agosto de 1539, en que su único bien, la biblioteca de 15,344 ejemplares, de los cuales 1100 eran manuscritos, pasa-ba a su hijo Luis Colón, el nuevo Almirante y cabeza visible de la familia, con el compromiso de desembolsar 100 mil maravedís al año para el cuidado, limpieza y compra de libros para continuar enriqueciéndola. Hernando Colón estaba seguro de que después de su muerte, su sobrino, su familia, se ocuparían de su biblioteca y la seguirían ampliando. De acuerdo a los especialistas actuales, “El ingente esfuerzo intelectual invertido durante veinte años en la confec-ción de los múltiples ficheros y la inmensa fortuna gastada en la adquisición de unos 17.000 libros y su transporte a Sevilla, las encuadernaciones, los salarios a los colaboradores, habían con-

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vertido a la Colombina en el centro bibliotecario y también de incipiente documentación más importante y avanzado de la Eu-ropa de su tiempo. Verdadera biblioteca universal, atesoraba todo el saber de la Cristiandad a principios del siglo XVI y con-taba además con un maravilloso sis-tema de ficheros.”

Por otro lado, Her-nando Colón obli-gaba a su sobrino a entregar 100 mil maravedís anuales a la biblioteca, pero él la respaldaba después de muerto con un cuento (es decir, un millón de maravedís), más lo que aumentara esa cantidad lo obteni-do por la venta de su ajuar y de sus

otros bienes materiales; esto, más el alquiler de la huerta de la Puerta de Goles, colocado todo a plazo fijo en prestamistas próximos a la familia, daría una renta suficiente para el pago de los bibliotecarios y la compra de libros. La herencia le fue comunicada a Luis Colón, el nuevo Almirante de solo 17 años, mediante cartas formales es–critas a Santo Do-mingo, pero quien debía recibir la herencia y actuar de forma oficial en nombre de su hijo, era María de Tole–do, residente en España y encargada del manejo de todos los bienes de la familia Colón. Pero la Virreina, a pesar de disponer de todos los bienes materia-les de su cuñado Hernando Colón, se desentendió de manera absoluta de la biblioteca y de sus miles de ejemplares98. La prime- 98 Los estudiosos que han tratado de la Biblioteca de Hernando Colón han pasado por alto otro agravante en contra de la actitud de María de Toledo con

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ra consecuencia fue la perdida de la casa y de la huerta de los Goles por negarse María de Toledo a pagar la pequeña hipoteca existente sobre ella a favor del mercader Fernando de Illescas99. En vista de la falta de respuesta del Almirante Luis Colón y de su madre, la Virreina María de Toledo, el albacea Marcos Felipe dispuso que la familia Colón entrase en posesión de la biblioteca ante escribano público, con el inventario de los libros incluidos, pero convocó también al Cabildo de la catedral, como segundo beneficiario de tan valioso legado económico y cultural. Con el paso de los años, y no manifestando la familia el menor interés por el legado bibliográfico, pero dejando a la vez el asunto en el aire y sin manifestarse sobre la actitud que deseaban asumir sobre la herencia de Hernando Colón, el Cabildo de la catedral requirió en setiembre de 1540, a través de procuradores, que la familia Colón se pronunciara si aceptaba o renunciaba a la pose-sión y administración de la biblioteca. En 1544, María de Toledo, luego de 5 largos años de silencio, y cuando Luis Colón ya había cumplido 22 años, decidió ignorar el testamento de su cuñado y depositó los libros heredados en el monasterio sevillano de San Pablo, de la orden dominicana, misma a la que pertenecía su hermano y consejero fray Antonio de Toledo, y donde ella era patrona de algunas capillas. Con esta entrega, la Virreina declaraba de facto que la familia Colón se desatendía de la herencia de Hernando Colón y se saltaban a voluntad la orden de la herencia sobre las prioridades testamen-tarias.

respecto a la biblioteca, tal como ella confiesa en su testamento: después de muerto su cuñado, ella cobró 800 mil maravedís que se le debían a él, y los gastó en Castilla en los negocios de su hijo Luis. Es decir, dispuso de inmediato, como parte de la herencia de Hernando Colón, del dinero necesario para en-frentar los gastos que podría originar la posesión de la Biblioteca. 99 José Manuel Ruiz Asencio en su estudio sobre la biblioteca de Hernando Colón, dice que en 1549 los Colón perdieron la propiedad de Los Goles por no redimir la hipoteca existente sobre ella, ni pagar los intereses anuales; la casa y el terreno pasó a poder de los Lardo, banqueros italianos afincados en Sevilla, quienes a su vez la perdieron por deudas con la Corona, y así siguió cambiando de dueño hasta desaparecer por la construcción del ferrocarril de Sevilla.

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Al tener noticia de la entrega de los libros, el Cabildo de la cate-dral, que nunca dejó de mostrar interés por entrar en posesión de los libros a pesar de no contar ya con el respaldo financiero planeado por su creador, interpuso de inmediato un recurso ante la Real Cancillería de Granada; Obtenida una sentencia a su favor, entró en posesión de los libros en 1552, luego de hacer un depósito de 10 mil ducados como garantía del cumplimiento de las condiciones fijadas por Hernando Colón en su testamento. Habían transcurrido trece años, ni más ni menos desde la muerte de Hernando Colón, y 8 años desde de la entrega de los libros a los dominicos por María de Toledo. En 1563, Luis Colón renunció a cualquier derecho que le pudie-ra quedar sobre las construcciones y la huerta de las Goles, ya embargadas por deudas e impagos, a cambio de 600 ducados; de inmediato se procedió a la subasta de las propiedades de su tío: pasaron a poder de un tal Antonio Farfán y de ahí continuaron su propio derrotero hasta desaparecer completamente dos siglos más tarde ante nuevas edificaciones. La biblioteca de Hernando Colón sufrió desde la muerte de su creador todo tipo de saqueos: familiares, oficiales, religiosos, de sus empleados, sus directores y del público. De los 15,344 libros que existían en el inventario a la muerte del menor de los hijos de Cristóbal Colón en 1539, en la actualidad solo existen 636 manuscritos, 1.274 incunables, y 1.032 impresos del siglo XVI, lo cual hace un total de 2.942 libros y deja la pérdida en 12.402 ejemplares. La hermosa colección de grabados que también enri-quecía la biblioteca, ha desaparecido en su totalidad. Como sentencia José Manuel Ruiz Ascencio en su estudio sobre la biblioteca de Hernando Colón: “Doña María de Toledo, fue uno de los personajes más funestos en la historia de la biblioteca colombina100.”

100 Ruiz Asencio, José Manuel: La Biblioteca de Hernando Colón, una aventura bibliográfica del siglo XVI. Universidad de Valladolid. Valladolid, 2008. Pág. 26.

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50. Pero si la muerte de su cuñado, Hernando Colón, llevó a su manos un problema de herencia de la dimensión de una grandí-sima e importante biblioteca con sus archivos y sistemas de regis-tro, que además le costaría a su hijo el desembolso de 100 mil maravedís anuales, las instrucciones testamentarias referentes a los restos de su suegro, dadas en 1506, y sobre los de su esposo, desde su muerte en 1526, revolotearon en torno suyo de forma cada vez más apremiante desde que firmó los acuerdos de la fa-milia Colón con la corona española sobre los privilegios, honores y ventajas económicas concedidas por los Reyes Católicos en 1492 y 1493 a su suegro.

La muerte de su suegro sucedió dos años antes de su matrimo-nio, el 20 de mayo de 1506, en Valladolid (se cree que en el 2 de la Calla Ancha de la Magdalena). La noticia pasó desapercibida y se ignora si asistieron representantes de los Reyes. Sus exequias se llevaron a cabo en la iglesia de Santa María de la Antigua y fue enterrado en el convento vallisoletano de San Francisco. En su testamento y codicilo del 19 de mayo de 1506, la víspera de su muerte, pide el descubridor el traslado de sus restos a la isla Es-pañola, y se depositen en la Vega llamada de la Concepción. En 1507, mientras se espera la construcción de la capilla en la Española, el prior del monasterio de las Cuevas de Sevilla ordena la construcción de la capilla de Santa Ana al lado de la epístola, para recibir los restos del primer Almirante. En 1509, poco antes de partir a la Española como Gobernador de las Indias, Diego Colón dicta un testamento en el que ordena trasladar los restos de su padre de Valladolid a Sevilla, al monas-terio de las Cuevas, donde también se guardaba la documenta-ción familiar; la inhumación se realizó el 11 de abril de 1509 por medio de su mayordomo Juan Antonio Colón, quien tuvo a su cargo entregar los restos del primer Almirante; también ordena la construcción de la capilla en Santa María de la Concepción, en la Vega, en el mismo centro de la isla Española (aunque dejando abierta la posibilidad que sea en la ciudad de Santo Domingo); y termina esta parte de su testamento con un nostálgico “ahora yo

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no tengo asignado lugar cierto para la perpetua sepultura el cuer-po del Almirante, mi señor padre, santa gloria haya, ni del mío.” Diego Colón, el esposo de María de Toledo, antes de salir para España por segunda vez, el 8 de setiembre de 1523, dicta un nuevo testamento en el cual vuelve a ordenar que los restos mor-tales de su padre sean enterrados en la isla Española, pero si él muriese en Sevilla durante su estada en España, su cuerpo debe ser sepultado junto a su padre, en Las Cuevas. Igualmente ordena traer a la Española los restos de su madre, Felipa Muñiz, trasladándolos desde la capilla de La Piedad, en el monasterio del Carmen, de Lisboa, y también cambiar de lugar los de Bartolomé Colón, enterrado en el monasterio de San Francisco, en Santo Domingo. También indica que tanto sus restos como los de su tío Diego Colón, hermano de su padre, fallecido en Sevilla el 21 de febrero de 1515 –y cuyos restos fueron trasladados a Las Cuevas y ente-rrado junto a él en los primeros días de marzo de 1526–, se lle-ven al monasterio de monjas de Santa Clara, en la ciudad de Santo Domingo, en la isla Española, que se construiría para al-bergar todos los restos mortales de los fallecidos de la familia Colón (cambiando de esta manera la primitiva idea de ser ente-rrados en Santa María de la Concepción, en la Vega). Sin embargo, todo esto no pasa de ser un cúmulo de buenas intenciones y en 1536, cuando los pleitos de la familia Colón contra la corona han concluido en sus líneas principales, y se debe comenzar a poner orden en los referente a las ordenes tes-tamentarias dadas por el primer Almirante Cristóbal Colón en 1506, y por su esposo, el segundo Almirante de las Indias, Diego Colón, en 1523, sobre donde deben reposar sus restos mortales, María de Toledo recurre nuevamente al emperador para pedirle la gracia de la capilla mayor de la catedral de Santo Domingo, de la isla Española, como el lugar adecuado para el reposo de los restos del descubridor de las Indias y de toda su familia. Con esta petición, María de Toledo resolvía, gracias a su estada

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en España y a su frecuentación de la corte real, una situación complicada: modificaba de forma ventajosa, por imposibilidad económica, las órdenes de construir, tal como se decía en los testamentos, un monasterio en la Española donde situar los res-tos de la familia Colón. Como reconocería en su testamento en 1548: “digo y declaro que de la décima que el Almirante, mi señor, dejó situado, que en la décima de su Mayorazgo para el monasterio de Santa Clara que mandó hacer en la dicha ciudad de Santo Domingo, yo lo cobré después de su muerte hasta el tiempo que me pasé en España, y lo gasté.” Carlos V con la amable disposición de otorgar todos los reque-rimientos menores de su tía María de Toledo, una vez anulada la gravedad de lo firmado con Cristóbal Colón por los Reyes Cató-licos en el orden económico, gubernamental y administrativo de las Indias, concede el 2 de junio de 1537, a Luis Colón, tercer Almirante, la capilla mayor de la catedral de Santo Domingo, dándole “licencia y facultad para que pueda sepultar los dichos huesos del dicho Almirante don Cristóbal Colón, su abuelo, y se puedan sepultar los dichos sus padres y hermanos y sus herederos y sucesores en su casa y mayorazgo101”, y lo otorga, especifica, “acatando que el dicho Almirante don Cristóbal Colón fue el primero que descubrió y conquistó las dichas nuestras Indias102, de que tanto ennoblecimiento ha redundado y redunda a la Co-rona Real de estos nuestros reinos, y a los naturales de ellos.” Esta gracia real no implicaba una renuncia del emperador al patronato de la capilla mayor de la catedral de Santo Domingo, ni un traspaso de derechos sobre ella a la familia Colón, sino tan solo la autorización para ser enterrados en ella, lo cual queda

101 Curiosamente aquí se dice de manera implícita que los hermanos de Cristó-bal Colón, Bartolomé y Diego quedan excluidos y “nunca podrían ser enterra-dos en la capilla mayor de la catedral dominicana”, lo cual iba en contra lo ordenado en el testamento de Diego Colón sobre todas las personas que debe–rían sepultarse juntas, incluida su madre, cuyos restos debían traerse desde Portugal. 102 Esta es una frase con mucha significado por escribirse concluidos los juicios donde pocos meses antes el fiscal del Rey trató de probar que fue Martín Alon-so Pinzón el descubridor de América.

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explicitado en la provisión donde se permite a Luis Colón y a su familia a que puedan hacer y hagan en ella “todos o cualquier bultos que quisieran y por bien tuvieran, y poner y pongan en ellos y en cada uno de ellos sus armas, con tanto que no las pue-dan poner y pongan en lo alto de la dicha capilla, donde quere-mos y mandamos que se pongan nuestras armas reales.” En ese mismo 2 de junio de 1537, el emperador, a través de una real cédula, comunicaba al deán y al cabildo de la catedral de Santo Domingo la merced concedida al tercer Almirante, Luis Colón, quedando pendiente el compromiso por parte de la Vi-rreina, María de Toledo, de ocuparse de ampliar a su costa la capilla mayor de la catedral: “Porque soy informado, que la dicha capilla es pequeña… la Virreina… ha ofrecido que hará la dicha capilla mayor y le hará dotación, estaréis advertidos que antes que hagan sus enterramientos, concertéis con el dicho Almirante y con la dicha Virreina que hagan de nuevo la dicha capilla de manera que sea conforme el dicho cuerpo y avisarme debes de lo que en ello hicieres103”. De acuerdo con las órdenes dadas en esta real cédula, el cabildo de la catedral de Santo Domingo no debía aceptar el entierro de los restos del descubridor y de su hijo mientras la Virreina no ampliara la capilla mayor de la catedral. María de Toledo negó haber dado, en su nombre o en el de su hijo Luis Colón, tal ofrecimiento. El Rey, reconociéndolo, anuló esta obligación, pero comprometió a la familia Colón a donar, en un plazo de 15 años, ciertos ornamentos religiosos y construir una reja de hierro para la capilla mayor; se supone que la inclusión de esa obliga-ción, no ofrecida por María de Toledo, fue añadida por el empe-rador para no afectar su patrimonio con el costo por la amplia-ción de la capilla de la catedral, tal como le correspondía a él. Pero aparte de la ampliación de la capilla mayor, la catedral

103 En lo referente a los restos mortales del descubridor y a su sepultura, he seguido a Anunciada Colón de Carvajal y Guadalupe Chocano: Cristóbal Colón, Incógnitas de su muerte 1506–1902. Primeros Almirante de las Indias, Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1992. Tomo I. págs. 45 a 60.

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afrontaba también el problema de sus escasas dimensiones, más los altos costos de la construcción del coro, lugar donde debería situarse la cripta de los arzobispos de Santo Domingo; además, en la capilla mayor se encontraba enterrado el obispo Geraldino, iniciador de la obras de la catedral, a quien el cabildo se oponía a trasladar sus restos a otro lugar, aparte de haberse ya establecido como norma que junto a él podían enterrarse todos los prelados que lo solicitaran. Junto a estos problemas prácticos, resultaba evidente que las dimensiones de la capilla mayor impedían la construcción de bóvedas longitudinales donde colocar los bultos de los Almiran-tes “en honrado y suntuoso enterramiento”, por lo cual se volvía a requerir la necesaria e imprescindible ampliación en la que “el dicho Almirante pagase la mitad de todo lo que costase, porque así como ahora está no caben en toda ella a lo largo para poder bien asentar dos buenos bultos, dado que se llegue al altar, y que esto es lo que se podía hacer por cumplir lo que su Majestad manda en la dicha su real provisión.” Todo esto se discutía y negociaba a través de los representantes legales de María de Toledo y de su hijo Luis, el tercer Almirante de las Indias, quienes tenían a su cargo insistir ante el cabildo de la catedral el cumplimiento de lo ordenado por el Rey, quien debió dar dos provisiones más, el 22 de agosto de 1539 y el 5 de noviembre de 1540, exigiendo el cumplimiento de lo dicho en la cédula real de 1537. Sólo con la expedición de esta última orden real, en que se conminaba de manera fulminante al deán y al cabildo a obedecer e incluso se les amenazaba con la imposición de penas, concluyeron las dilaciones y trabas para aceptar dar sepultura a la familia Colón en la capilla mayor de la catedral de Santo Domingo, en la isla Española.

51. Solicitado de manera oficial al Rey, en 1536, el lugar donde reposarían los restos de los Almirantes de las Indias y de sus fa-miliares, María de Toledo debió enfrentar lo relacionado con la custodia de los restos físicos de su suegro y de su esposo deposi-tados en la capilla de Santa Ana en el monasterio de La Cueva.

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“Y en este año de (mil) quinientos treinta y seis se entregaron los (restos) de don Cristóbal y don Diego su hijo para trasladarlos a la isla de Santo Domingo en Indias104.” Información ampliada en el Becerrillo de Nuestra Señora Santa María de las Cuevas, hoy perdido, pero del que existe testimonio notarial de 1796: “siendo Prior de esta casa el Padre Prior don Diego Rodríguez, se sacaron los dichos cuerpos para llevarlos a la isla de Santo Domingo de las Indias por orden de la Virreina, mujer que fue del sobredicho Don Diego Colón.” Y a partir de lo testimoniado por estos documentos, se inicia la serie de malentendidos, hipótesis y rocambolescas situaciones que sobrepasan en siglos las responsabilidades de María de Tole-do sobre el lugar donde se encuentran depositados los restos de Cristóbal Colón y, por carambola, de sus descendientes inmedia-tos105. Sin embargo, en su mismo inicio, y mientras estuvieron a su cargo, la confusión, la incerteza y la duda se hicieron presentes como si marcaran un destino persistente hasta el presente. La primera objeción planteada por algunos historiadores sobre lo que registran los documentos pertenecientes al monasterio de la Cueva y a la capilla de Santa Ana donde reposaban los restos de Cristóbal Colón y su hijo Diego Colón –además de los de Diego Colón, el hermano del descubridor–, es si la fecha de entrega de los huesos a María de Toledo es correcta o es un amaño más de los muchos atribuidos a la familia Colón o, en este caso, a los

104 El texto reproducido por Anunciada Colón de Carvajal y Guadalupe Cho-cano continua con una extraña frase: “quedando solo en dicha capilla el de don Bartolomé, su hermano, hasta hoy”. Aceptando que sea un error y se diga Bartolomé donde debió decir Diego, es obligatorio preguntarse ¿por qué dejó María de Toledo los huesos del hermano de Cristóbal Colón en la capilla de Santa Ana y no se los llevó con los otros dos restos? Y, lógicamente: ¿qué fue de esos restos? Todo parece indicar que quedaron ahí olvidados y recién se descu-brieron en 1950 en nuevos estudios y calas en el lugar donde en 1930 se ubicó el lugar de la cripta de la capilla de Santa Ana. 105 En esta reseña me interesa el destino de los restos de la familia Colón, del descubridor y de su hijo Diego, mientras fueron responsabilidad directa de la Virreina María de Toledo. También sigo en esta parte los textos publicados y escritos por Anunciada Colón de Carvajal y Guadalupe Chocano en la obra citada.

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monjes para defender su patronato sobre la capilla de Santa Ana y el Monasterio. La base de esta discrepancia sobre lo registrado en los documen-tos se origina en la falta de correlación de las fechas entre la en-trega de los restos de los dos primeros Almirantes y el otorga-miento del emperador de la capilla mayor de la catedral de Santo Domingo como lugar de sepultura definitiva. La pregunta planteada es la siguiente: ¿por qué pidió la Virreina los restos de los Almirantes un año antes de su petición al Rey sobre el lugar donde depositarlos? Se dan dos respuestas: porque hizo el retiro de los huesos apenas logró el acuerdo con el Rey, aunque este aún no se formalizara por escrito, o, también, por-que la Virreina, dada su precaria situación económica, decidió ahorrarse los 10 mil maravedís anuales que debía pagar por la custodia de los restos familiares, aunque, según se quejaron los monjes, el impago de esta limosna o alquiler fue constante de parte de la familia Colón. A pesar de ser muy escasos los historiadores que niegan la salida de los huesos del descubridor y de su hijo de la capilla de Santa Ana, es decir, que siempre permanecieron en ella, otros historia-dores que aceptan esta duda sobre el año de de 1536 como el de la entrega de los restos, a lo más que llegan es a declarar como incierto ese año, pero aceptan el retiro de los huesos como algo efectuado por la Virreina. Estos historiadores dejan de lado lo contenido en los documentos pertenecientes al monasterio de las Cuevas, para apoyar sus dudas en que en la cedula real de 1537, el emperador, refiriéndose a la petición de María de Toledo, dice: “que el Almirante don Cristóbal Colón, su suegro y abuelo de dichos sus hijos… se mandó depositar en el Monasterio de las Cuevas, extramuros de la ciudad, donde al presente están”, sien-do este “donde al presente están” del documento de 1537 el fundamento de sus dudas (lo cual es rebatido diciendo que solo es una frase proveniente de la súplica de la Virreina en 1536, cuando aún seguían depositados en la capilla de Santa Ana del monasterio los restos de los dos Almirantes).

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Sea en 1536 o en 1537, o en algún año posterior, lo más acepta-do es que los restos del descubridor y de su esposo estuvieron en poder de María de Toledo por lo menos hasta 1544, año de su regreso a Santo Domingo, después de vivir 14 años en España, llevando consigo, se supone, los restos familiares para darles se-pultura definitiva en la capilla mayor de la catedral, tal como lo había ordenado el Rey al deán y al cabildo eclesiástico de la Es-pañola. Previó a este viaje de regreso de la Virreina a Santo Domingo, se sabe que Hernando Colón solicitó autorización para viajar a la isla Española a visitar “al Almirante, su sobrino y a otras cosas que le convenían”, y en respuesta a su petición, el Rey, el 7 de marzo de 1539, envió cedulas al presidente y oidores de la Canci-llería de la Española, ordenando fuera considerado Hernando Colón honoríficamente como capitán del navío en que viajase tanto en la ida como en el regreso. Pero Hernando Colón no llegó a cruzar el océano y cuatro meses después murió en Sevilla. Algún historiador ha supuesto que la finalidad del viaje era llevar los huesos de su padre y su hermano para depositarlos en la capi-lla mayor de la catedral de Santo Domingo. Otros historiadores especulan sobre años posteriores como los correctos para determinar el retiro de los restos de los fallecidos Almirantes de las Indias del monasterio de la Cueva por orden de María de Toledo, y suelen apoyarse en una frase del testamen-to de Hernando Colón en la cual dice: “sus cuerpos han estado mucho tiempo allí depositados”, para afirmar que en 1539 los restos de los dos Almirantes continuaban depositados en la capi-lla de Santa Ana (hipótesis rebatida diciendo que lo dicho por Hernando Colón no es en pasado sino una referencia al tiempo de su permanencia en custodia). Lo ignorado hasta ahora, y no existe documento o hipótesis acep-tada para aclarar el misterio, es el manejo dado por María de Toledo a las dos cajas, probablemente metálicas, conteniendo los huesos de su suegro y de su esposo desde el año de su retiro de Santa Ana (1536) hasta su viaje de regreso a Santo Domingo, si

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realmente fue en ese año (1544) cuando realizó el traslado hasta la catedral de la isla Española. La Virreina, sin duda la más indi-cada para resolver el tema, no hizo la menor referencia sobre el trato dado a los huesos durante los ocho años que los tuvo en su poder, ni siquiera lo hizo en su testamento donde se explaya sobre tantos asuntos. Hasta la actualidad lo único posible ha sido elaborar unas pocas hipótesis de muy diferente calibre y, como siempre, algunas de ellas bastante excéntricas. Veamos la más escueta. Anunciada Colón de Carvajal y Guadalupe Chocano proponen que durante los 8 años que los huesos colombinos estuvieron en poder de María de Toledo, estos se hallaron depositados en la capilla de los Reales Alcázares de Sevilla, de patronato real, don-de se conservaban también los del Rey Fernando III y de otros personajes de la nobleza española. La hipótesis se apoya en el hecho de que desde 1537, la Virreina pasó largas temporadas en Sevilla, alojada en la residencia de su hija Isabel Colón de Tole-do, casada con Jorge de Portugal, alcaide de los Alcázares, quie-nes, además se ocuparían de la custodia de los huesos durante su ausencia. Jorge de Portugal falleció en 1543, un año antes del viaje de María de Toledo a Santo Domingo, pero su esposa vivió en la residencia de los Alcázares por lo menos hasta 1546. Estas dos estudiosas también están convencidas de que los restos de Cristóbal Colón y de su hijo Diego viajaron con María de Toledo en su regreso a Santo Domingo en 1544. La inexistencia de documentos o testimonios acerca del embarque de los huesos en las relaciones sobre el viaje a Santo Domingo en 1544, radica en que estos no se hicieron, se perdieron o se silenciaron. Lo más probable, dicen, es que las cajas conteniendo los restos viajaran escondidas y camufladas entre el equipaje de las 51 per-sonas del sequito de la Virreina106.

106 María de Toledo firmó ante Melchor de Portes un contrato con Alonso de la Serna por 51 pasajes para Santo Domingo, actuando como fiador Melchor Carrión, apoderado suyo. Solo viajaron gratis la Virreina, su hijo Diego y su hermano fray Antonio de Toledo.

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Además, agregan, no existen documentos de esos años donde se registre el viaje de algún cadáver hacia España o hacia América, atribuyendo este hecho a la superstición marinera sobre el mal presagio o superstición de realizar el viaje en tal compañía, como se podría probar por la inexistencia de documentación durante esos tiempos del traslado de cadáveres de las Indias a España o viceversa.107 Quienes niegan que la Virreina llevara consigo los huesos de su suegro y de su marido, se apoyan en dos historiadores de la épo-ca, tan interesados en la vida de Cristóbal Colón y el gobierno de su hijo en la Española, como son Las Casas y Oviedo: ninguno de ellos escribió una sola línea sobre el traslado de los restos colombinos de Sevilla a Santo Domingo. En ambos casos el asunto reviste cierta gravedad pues el padre Las Casas viajó en la misma flota de María de Toledo, y resulta en exceso raro que no se hubiera dado alguna filtración revelan-do el traslado de los huesos de los dos primeros Almirantes de las Indias en uno de los veintisiete navíos de la flota. Resulta igual de extraño el silencio de Oviedo, alcaide de la forta-leza de Santo Domingo, siempre tan atento a este tipo de aconte-cimientos, y más por ser tan próximo a la familia Colón, tan fiel amigo de la Virreina y tan minucioso anotador de hechos tan trascendentes como la llegada a Santo Domingo de los restos del descubridor y de su hijo para ser depositados en la capilla mayor de la catedral. En oposición a este silencio de los dos importantes historiadores contemporáneos a los hechos, se cita lo escrito por Las Casas en 107 A este respecto es curioso e ilustrativo el pliego de instrucciones que en 1552 dio Francisco de Mendoza para el traslado a España de los huesos de su padre, el Virrey Antonio de Mendoza, fallecido en Lima ese mismo año. La supersti-ción de los marineros obliga a camuflar los huesos en una caja pequeña entre otras mayores para disimular el traslado, además de indicar todas las artimañas necesarias para sacarlos de la Iglesia mayor de Lima, cuidarlos en las escalas y situarlos debajo de las camas durante el viaje. Gil, Juan: “Traslados de restos, documentos y enigmas”, 1990, pág. 240.

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el sentido de que los restos de los dos Almirantes sí se “trajeron a esta ciudad de Santo Domingo y están en la capilla mayor de la Iglesia catedral enterrados108”. Y se defiende esta hipótesis, agregando que Esteban de Garibay, cronista de Felipe II y Felipe III, en su relación manuscrita La descendencia de Diego Colón, indica: “La dicha doña María de To-ledo, su mujer, traslado juntos a su suegro y marido en el año de 1544, a la dicha capilla mayor de la Iglesia catedral de Santo Domingo de la isla Española, donde yacen”; y líneas más adelan-te, lo reafirma: “La madre (de Luis Colón) volvió luego después a Santo Domingo en el dicho año de 1544 y murió en esta ciudad en el siguiente109, y fue enterrada en la capilla mayor de su iglesia catedral con los Almirantes su suegro y su marido, a los cuales había llevado consigo en su navío, cuando tornó a las Indias esta última vez110.

52. En 1542, María de Toledo enfrentó el primer problema amoroso de su hijo Luis Colón de Toledo, tercer Almirante de las Indias, que por esas fechas estaría a vísperas de cumplir o ya ha–bía cumplido los 21 años. Luis Colón conoció en Santo Domingo a una joven española que se hallaba de paso por Santo Domingo, María de Orozco, y de quien tuvo un sorpresivo enamoramiento, pero serio y muy apasionado, tanto que llegó a casarse con ella por “palabras de presente” en ese año de 1542. No sabemos a qué personas recurrió María de Toledo para solu-cionar el problema de un matrimonio apresurado y con una joven “no conveniente” para sus aspiraciones como madre y para la categoría del tercer Almirante de las Indias. Lo cierto es que no solo logró la nulidad del compromiso matrimonial de su hijo

108 Las Casas. Tomo II, pág. 94. 109 En realidad murió 5 años después, en 1549. 110 Colón de Carvajal y Chocano. Tomo I, pág. 59; y Tomo II, Documentos, pág. 89.

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Luis con la joven desposada de palabra, sino que María de Oroz-co continuara viaje y recalara en Honduras, donde se casó con el tesorero Francisco de Castellanos, a quien dio numerosa prole111. Se agrega para explicar el gran enfado de María de Toledo por este matrimonio de su hijo Luis, la circunstancia delicada de encontrarse ella negociando en la corte un doble matrimonio, el de Luis y el de su hija María con hijos del marqués de Mondéjar, de la casa de Mendoza. Las negociaciones se suspendieron y Ma–ría de Colón y Toledo se casó con Sancho de Cardona, Almiran-te de Aragón112. De este matrimonio primerizo de Luis Colón surgieron todos los problemas que arrastraría posteriormente en su vida amorosa y matrimonial. En 1546, el tercer Almirante, hombre de 25 años, contrajo en Santo Domingo matrimonio público, y apegado a todas las for-malidades de la ley, con María de Mosquera113, con quien tuvo dos hijas, María y Felipa Colón y Mosquera.114 111 Fernández Martín, Luis: El Almirante Luis Colón y su familia en Valladolid (1554–1611). Cuadernos Colombinos, 13. Universidad de Valladolid. Vallado-lid, 1986. Pág. 17. 112 Arranz, I, pág. 324. 113 Colón de Carvajal, en su artículo sobre Luis Colón, pág. 370, fija este ma-trimonio en 1546 a partir del Memorial del pleyto sobre la sucesión en posesión del Estado y Mayorazgo de Veragua…. Fernández Martín, en su libro sobre Luis Colón califica de fecha indeterminada este matrimonio y lo sitúa entre 1548 y 1549. De la fecha de 1546 para la boda, me extraña que María de Toledo no realice en su testamento alguna mención del matrimonio, la nuera y las posibles nietas, de las que es posible, al menos, que la mayor, María, naciera antes de su muerte si el matrimonio se realizó en ese año. 114 Un muy documentado y novedoso trabajo sobre Luis Colón es el de Anun-ciada Colón de Carvajal quien cuenta con sumo detalle el compromiso matri-monial con María de Orozco y luego, elegida por María de Toledo, su matri-monio con María de Mosquera en 1546. En su trabajo informa que Luis Colón, en 1541, a los 20 años, antes de su “boda” con María de Orozco, ya había tenido una hija, Juana Colón, quien sería compañera y confidente de su padre a lo largo de su vida, y “con quien trataba muchas cosas de importancia”. Colón de Carvajal, Anunciada: “El nieto del Almirante: Luis Colón, entre pleitos, mujeres y prisiones”, en: Martínez Shaw, Carlos y Celia Parcero Torre, (Dirs): Cristóbal Colón. Junta de Castilla y León. Madrid, 2006. Págs. 357 a 379.

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En 1551, a consecuencia del fallecimiento de su madre y para resolver diversos negocios de su casa, Luis Colón viajó a España. Allí conoció, y volvió a enamorar seria y muy apasionadamente de Ana de Castro, hija de los condes de Lemos. También se casó con ella en 1554 bajo el concepto de que habiendo estado casado con María de Orozco en 1541, su matrimonio con María de Mosquera era nulo. Esto no fue aceptado, y demandado por María de Mosquera, fue declarado bígamo en 1563 y condenado a diez años de exilio en Orán, los primeros 5 años de servicio militar con diez hombres de a caballo a su costa y los 5 restantes residiendo a 5 leguas de la ciudad. A pesar de las apelaciones, no logró salvarse del exilio y lo único obtenido en la sentencia de 1565 fue disminuir la cantidad de soldados a caballo a su costa: de diez a seis hombres. Pero Luis Colón no era hombre que es cuidara. Mientras se efec-tuaban los juicios de apelación, el tercer Almirante de las Indias se enamoró otra vez, seria y muy apasionadamente, de Luisa de Carvajal, doncella madrileña por quien recibió una noche, mien-tras entraba en casa de la amada, una buena cuchillada dada por caballeros sin duda celosos. Con ella se casó el 26 de mayo de 1565, teniendo un hijo, Cristóbal Colón, quien en su momento integraría la lista de los reclamantes de la herencia de su ilustre bisabuelo. Pero como Luis Colón y Toledo no tomaba muy en serio sus matrimonios, en 1566 otorgó dote a Luisa de Carvajal y la casó con Luis Buzón, de quien la supuesta ingenua doncella no tardó mucho en separarse.

53. María de Toledo regresó a Santo Domingo el 8 de agosto de 1544, después de vivir en España, durante algo más de 14 años.

Se embarcó en Sanlúcar, donde fue bien recibida por los tripu-lantes de las 27 naves, al decir de Remesal115, “porque su tardan- 115 Remesal, O.P., Fray Antonio de: Historia general de las Indias Occidentales y particular de la Gobernación de Chiapas y Guatemala. Tomo I. Estudio preliminar del P. Carmelo Sáenz de Santa María, S.J. Editorial Porrúa, S.A. México, 1988. Pág. 344. Sigo a Remesal en lo concerniente al viaje y la llegada a Santo Do-mingo.

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za retenía la flota”, la que finalmente pudo abandonar puerto el 10 de julio116. La Virreina, como se sabe por los pasajes comprados a su nom-bre, viajó acompañada de 51 personas, más su hijo Diego, tam-bién libre del costo del pasaje por orden del Rey. En otra de las naves de la flota, la llamada San Salvador, viajaba Bartolomé de las Casas, su compañero fray Rodrigo de Ladrada, y algunos clérigos que lo acompañaban a su obispado de Chia-pas; en la misma nave también iba el padre frey Tomás Casillas, hijo de San Esteban de Salamanca, vicario de 45 sacerdotes, diá-conos y hermanos legos. En otra nave se hallaba el prior del con-vento de Santo Domingo en la isla Española. Era, sin duda, una flota con bastante presencia sacerdotal y religiosa. A pesar de viajar la Virreina acompañada de su hermano, fray Antonio de Toledo, dominico, pidió al obispo y al vicario for-malmente, “con grandes ruegos y encarecimientos”, dos sacerdo-tes de la misma orden para su consuelo, y se los dieron, pasando a su nave desde la San Salvador, el padre fray Alonso de Cabrera y fray Alonso de Villasante117. El viaje hasta La Gomera estuvo lleno de inconvenientes para la flota por los problemas causados por la San Salvador desde su salida y porque durante la travesía otra de las naves perdió el 116 Fray Tomás de la Torre, pág. 55, que viaja en la flota de la virreina, también dice: “Vino también desde a poco la señora virreina de la isla de Santo Domin-go. Se decía haber sido alguna causa de la tardanza de su venida y los visitadores de los navíos; lo cual nos dio confianza que nuestra partida sería en breve”. Torre, O.P., Fray Tomás de la: Diario de viaje. De Salamanca a Chiapas. 1544–1545. Edición preparada sobre el texto de la Historia de fray Francisco Ximénez, O.P. Edición y prólogo de Fr. Cándido Aniz Iriarte O.P. Editorial Ope. Caleruega (Burgos, España), 1985. 164 págs. Las siguientes citas son de esta edición. 117 Fray Tomás de la Torre, pág. 60, califica de “importuna” la petición de dos sacerdotes por la virreina, especifica algo más sobre los dos que pasaron de la nave: “fray Juan Cabrera de Córdoba, que moraba al presente en Valladolid, y fray Alonso de Villasante, de Valladolid y vicario que era de aquella casa”. También anota que ambos “fueron muy regalados y servidos”.

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timón y se detuvo la flota a la espera de ser reparada para seguir navegando. De la estada en La Gomera, Remesal se entretiene en narrar todo los problemas del alojamiento en tierra de los muchos religiosos de la flota e informa, de pasada, que María de Toledo, y segura-mente su hijo Diego y algún principal de sus acompañantes, se alojasen en la casa de la condesa de la Gomera, María de Castilla, Gobernadora de la isla en ausencia de su marido. La condesa, como era costumbre de la época, trató de manera especial a los sacerdotes, les ofreció alojarlos en la fortaleza de la isla pero a ellos no les convino, pero aceptaron la sugerencia de acomodarse todos ellos en la iglesia de La Gomera, para gran molestia, regaño y quejas del cura encargado de ella. Durante los diez días que los religiosos estuvieron en la isla, la condesa les envió cada día dos carneros y el pan, vino y fruta necesarios para su alimentación118. Solo los pudo visitar en dos ocasiones “y fue-ran más, si al tener por huéspeda a la Virreina no le fuera de algún embarazo”. Antes de proseguir viaje, surgió un problema de difícil solución. Todos la tripulación estaba convencida de la veracidad del aserto de que las naves donde viajan frailes van expuestas a todo tipo de peligros y desgracias por la mala suerte atraída por los curas. Por otro lado, las varias decenas de sacerdotes no estaban dis-puestos a embarcarse otra vez en el San Salvador para evitar vol-ver a pasar las incomodidades y desgracias padecidas en el viaje hasta las Canarias. El general de la flota no sabía qué actitud asumir ante el requerimiento del piloto exigiendo a los sacerdo-tes volver a subir a su nave por lo concerniente al pago de flete si los curas se negaban a viajar en su nave.

118 La versión de Fray Tomás de la Torre, pag. 69, es diferente. Dice que “La virreyna nos enviaba cada día un carnero, y el señor obispo de Chiapas (Barto-lomé de las Casas), nos daba otro. La condesa estaba pobre y con todo eso también nos hizo limosna y nos envió uvas y conservas de batata, que es fruta de Indias, y otras cositas”.

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María de Toledo tomó partido en esta disyuntiva a favor de la curas y amenazó al general de la flota en volver a España y que-jarse al Rey si se obligaba a los religiosos a embarcarse en la mis-ma nave. Ante las exigencias del piloto, la Virreina considero primordial la salud y la vida de los curas, y asumió el pago del flete como una gran dama y dio cédula comprometiéndose a realizar el pago correspondiente119. Finalmente, “y después de muchas voces”, se concluyó que lo mejor era repartir a 19 sacerdotes por diversas naves de la flota y dejar al resto viajando en el San Salvador si los otros pilotos de la flota garantizaban, bajo juramento, la seguridad de la nave para realizar el viaje. Pero surgió otro inconveniente: ni los capitanes ni la marinería ni algunos viajeros querían a los curas en sus naves y nadie quería cambiar de nave para que su lugar lo ocupara un religioso mien-tras él debía trasladarse al San Salvador. Pero debieron aceptarse intercambios para poder continuar el viaje. El miércoles 30 de julio de 1544, la flota en que viajaba María de Toledo con su amplia comitiva, salió de La Gomera rumbo a la isla Española. Tuvieron algunas calmas pero ningún problema de consideración, y el 9 de setiembre entraron a puerto en Santo Domingo. La nave San Salvador, donde viajaba el obispo Las Casas y los clérigos acompañantes, después de ser lastrada en La Gomera, navegó mejor que todas las otras naves de la flota y solo al llegar cerca de la isla estuvo a punto de chocar contra una roca, pero se salvó gracias a una maniobra de gran fuerza de timón para des-viarse. Puede concluirse la narración del viaje de regreso a Santo Do-mingo de María de Toledo con un largo párrafo de Remesal donde revela el encuentro de la Virreina con su casa, su familia y su ambiente, y de paso recuerda la importancia personal de la 119 También lo cuenta fray Tomás de la Torre, pág. 70.

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recién llegada: “La Virreina doña María de Toledo tuvo harta necesidad de aprovecharse de su valor, cristiandad y cordura, en los sucesos que se le ofrecieron en entrando en su casa, porque la halló perdida, con su larga ausencia que había sido desde el mes de marzo de mil y quinientos y treinta, hasta aquel día que eran catorce años y medio. “Halló su hacienda robada, los hijos ausentes; y esto, y el ser viuda, fue causa que los vecinos no le hiciesen el acogimiento, ni la tuviesen el respeto que a ser quien era ella, sin ser Virreina, se le debía120: “Porque era hija de don Fernando de Toledo, co-mendador mayor de León, cazador mayor del Rey don Fernando, hermano de don Fadrique de Toledo, Duque de Alba, primos, hijos de hermanos del Rey Católico, que de los grandes de Casti-lla era el que más en aquellos tiempos privaba con el Rey, y pri-ma del cardenal don fray Juan de Toledo, arzobispo de Santiago, hijo del convento de San Esteban de Salamanca121.”

54. Pocas noticias o ninguna se tienen de la estada de María de Toledo en Santo Domingo durante los 5 años que corren de 1544 a 1549, año de su muerte. Ya no habían juicios en los cua-les pudiera intervenir como representante de su hijo, el tercer Almirante, y tampoco tenía figuración política en la Española. Una noticia, bastante insignificante, se halla en la carta que su hijo Luis le escribe al Rey 13 de mayo de 1547, sobre su buena voluntad de ir en ayuda del presidente La Gasca, enviado al Perú a reprimir la sublevación de Gonzalo Pizarro contra la corona española122.

120 Fray Tomás de la Torre, pág. 80, da una versión similar: “Al principio pen-samos que la virreina nos hiciera mucho bien: pero aunque había sido más que reina de aquella tierra y los mejores de ella eran sus criados, como ahora venía viuda y pobre, y sus hijos no estaban allí y su haciendo estaba perdida, halló grandes lacerías y trabajos y casi por amor a Dios la mantenían; pero ella era tan cristiana que lo sabía todo sufrir con bien rostro”. 121 Remesal. I, pág. 359. Es fácil deducir de esta situación y descubrimiento de sus bienes y del trato de bienvenida, la vida de los hijos de María de Toledo y Diego Colón durante los 14 años que vivieron solos en Santo Domingo. 122 De acuerdo a Oviedo, V, pág. 251: “De esta nuestra isla fue el ilustre Almi-rante Duque de Veragua, don Luis Colom, con una buena compañía de caba-

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Después de decir al Rey haberle escrito al enterarse de que los problemas del Perú iban todas en su contra y estaba determinado ir allá a reducirlas a su servicio, ahora, al recibir carta del presi-dente La Gasca pidiéndole ir en su ayuda, él, a fin de servirlo, y sin importarle las necesidad y ausencia de su casa, se halla dis-puesto a cumplir sus órdenes porque piensa que en eso no hay quien lo aventaje. Y seguramente como un gesto de cortesía, más a su madre que al rey, agrega: “La Virreina, mi madre, no se ha mostrado en esto nada perezosa para el servicio de vuestra majestad, aunque para esto no ha habido necesidad de que a mí me ponga nadie calor”. Luego informa llevar con él a su hermano Diego y dejar a su hermano Cristóbal en la isla para lo que fuese necesario al Rey123.

55. Siete meses antes de morir, el 12 de octubre de 1548, día en que seguramente aún no se celebraba el Descubrimiento de América, María de Toledo sintiéndose enferma y con el fin de “poner mi anima en la más clara y derecha carrera que le con-venga a su salvación”, firmó un amplio y detallado testamento para servir “a la salvación de mi ánima, como para el reposo de mi cuerpo y concordia de mis herederos y sucesores”. El testa-mento resultó un significativo documento sobre su vida, sus deu– das durante las negociaciones de los juicios colombinos y el costo de sus actividades como tutora de su hijo Luis124.

lleros y gente de pie y de caballo, muy lucidos y bien armados, con más de doscientos caballos y otras tantas acémilas para pasar las arnas y pertrechos y los carruajes desde el Nombre de Dios a Panamá…”. Los servicios solicitados por la Gasca fueron cancelados por lograr convenios con gente de Gonzalo Pizarro para pasarse a su bando. 123 “Carta a Su majestad del Almirante Duque acerca de asuntos concernientes al Perú”. Santo Domingo, Mayo 13, de 1547. Documentos Inéditos Tomo XLII. 1884. Pág. 423 a 424. 124 En principio sigo con fidelidad la mayoría de órdenes dadas por María de Toledo en su testamento, haciendo algunas modificaciones de palabras, bus-cando sintetizar y tratando de no cambiar el sentido. El testamento esta repro-ducido en Colón de Carvajal–Chocano, Tomo II, pág. 69 a 80.

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Después de pedir que la Virgen María y todos los santos y santas del corte celestial sean rogadores ante Jesucristo para su perdón y la lleve consigo a su santa Gloria y Reino celestial, ordena “que cuando nuestro Señor fuere servido de llevarme de esta presente vida, mi cuerpo sea enterrado con el hábito de Señor San Fran-cisco en la Capilla mayor de la Iglesia mayor de esta dicha Ciu-dad de Santo Domingo, donde están sepultados los Almirantes, mis Señores125, no en la misma sepultura del Almirante don Die-go Colón mi Señor, y mi marido, sino debajo de él, en el suelo de la dicha Capilla junto al presbiterio del Altar mayor, porque estemos juntos en la muerte, como nuestro Señor quiso que lo estuviésemos en la vida”. Acto seguido, como era costumbre en la época en la gente de su categoría, enumera una lista de misas, rezos, limosnas y obse-quios a iglesias, congregaciones, monasterios y sacerdotes, que deben pagarse de sus bienes, encargando a su hijo, el Almirante Luis Colón, el cumplimiento riguroso de todo lo ordenado, in-cluyendo en esta parte de los mandatos religiosos, misas por el alma de personas fallecidas, A continuación viene en el testamento una lista de órdenes para dar dinero y objetos personales a una veintena de personas de su contorno y servicio, señalándolo de manera individualizada y fijando los detalles de lo que ha de ser dado126. En primer lugar ordena se den 30 mil maravedís a Francisco Colón, ruega a su hijo, el Almirante, “mire por él y lo favorezca conforme a la obligación que para ello sabe que hay; y si Dios de él dispusiera, mando que se den a doña Violante, su mujer”127.

125 Para lo que pueda ilustrar, aquí María de Toledo declara de forma categórica sobre el lugar donde reposan los restos de su suegro y su esposo, y para los curiosos, y para la historia, hubiera resultado excelente el añadido de los años que llevaban ahí sepultados. 126 He separado en párrafos este resumen del testamento de Mará de Toledo para hacer más fácil la lectura. Su largueza se debe a que me ha parecido impor-tante citarlo en todos sus detalles como buen reflejo de su vida y mentalidad. Ruego se me excuse la prolijidad general de este apartado. 127 Francisco Colón murió en Nombre de Dios, formando parte de la tropa de 130 personas que fueron con el capitán Cristóbal de Peña a Veragua, enviados

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Para hacer bien y merced, ordena se den 100 pesos de oro a Luis de Villoldo, por sus servicios; 200 pesos de oro a Elena Ortiz, en casamiento; 100 pesos de oro a su capellán, Pedro Ruíz; 100 pesos de oro a Pedro de Arana128, por hacerle bien y merced; y 10 mil maravedís y el pago de sus salarios, a Antona Degrado. Para ayuda de su casamiento, ordena se den 200 mil maravedís si se casare después de sus días, a Lucía de Ludando, por sus servi-cios; 60 mil maravedís a María de Acevedo, su criada; 30 mil maravedís a Antonia de París; a Violanza y a María, hijas mayores de García de Aguilar, 50 mil maravedís a cada una por los bue-nos servicios recibidos de sus padres; y 20 pesos de oro a la hija de Juan de Vallemestiza, casada en Cotu, por los servicios recibi-dos de su padre. A Diego de Aguilar, hijo de García de Aguilar, manda darle 20 mil maravedís y un vestido muy bueno de paño y seda. A Isabel de Chaves 200 mil maravedís para ayuda de su casa-miento si se casare después de sus días, y como tiene a su cargo su cámara, puede quedarse con todo lo que en ella está, excepto lo otorgado específicamente a otras personas en el testamento. A Aldonza de Acevedo deja su cama y paños, alfombras negras y almohadas de estrado y su mula. A Catalina Enríquez, que dio leche a Diego Colón, su hijo, para quien ordena se le den, por cuanto fue ella quien la casó, 40 mil maravedís, de vivir y una cama, “como parecerá por una cédula que tiene en mi nombre firmada, no embargante que es ya viu-da”, y si quiere ella vivir en casa, le den de comer, y su hijo Luis la tenga por encomendada. Además ordena el pago de “las yeguas por el Almirante Luis Colón, a los que exterminaron los indios pudiendo solo salvarse 15 o 20 españoles. Oviedo dice que se enteró en 1547, estando en la corte, por Juan Mosquera, suegro del tercer Almirante, pero al parecer María de Toledo no tenía información cierta sobre la vida del hijo de su marido cuando hizo su testamento a fines les 1548 (Oviedo, III, pág. 362). 128 ¿Tendrá este Pedro de Arana algún parentesco con Beatriz de Arana, la madre de Hernando Colón, hermanastro de su esposo?

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que dice que se le deben conforme a lo que dijeren Pedro de Arana y Valderrama”. Asimismo, María de Toledo ordena que no se venda ninguno de sus vestidos de su persona sino sigan siendo de Catalina Enríquez, quien ya los tiene129. De los vestidos de María de Toledo en poder de Catalina Enrí-quez, ordena que se separen los mantos y hábitos de estameña leonada para dárselos a la madre del obispo Rodrigo Bastidas, “porque ella trae este dicho hábito”. “A María la del Alcaide, la cual quedó en mi poder, hora porque la del alcaide, su señora, la ahorró, le den 15 mil maravedís.” Y a Ana de Muñiz130, ama de sus hijos, que es muy buena y siem-pre ha estado a su lado, ordena le den la cantidad de mil ducados para ayuda en su casamiento, “como a parienta necesitada”. María de Toledo también ordena misas por las ánimas de Leonor de Rojas, Isabel de Burguillos, Isabel de Tapia, María Jimena, Juan de Valle, Ana de Villegas, y se den las limosnas acostum-bradas. Sin embargo, dice y declara que sea su hijo Luis quien pague de sus propios bienes la misa rezada de San Rafael mandada decir por ella, durante un año entero, en el Monasterio del Señor de Santo Domingo, cuando él se fue a Tierra Firme.

129 Alice B. Gould, pág. 106, supone que esta Catalina Enríquez de Arana podría ser la hija de Diego de Arana, el hermano de la madre de Diego Colón que murió en el fuerte de Navidad en 1493. Gould también esboza una supues-ta biografía de esta Catalina Enríquez de Arana a partir de 1489 como su fecha de nacimiento: que la Virreina la casó cuando tenía “veintitantos años”, que la siguió a las Indias en 1516 con dos hijos (según la lista de pasajeros a Indias), que tuvo un nuevo hijo en 1524 cuando nació Diego Colón y Toledo, y por eso pudo ser su ama de leche, y que en 1548 aún vivía en Santo Domingo, ya viuda, teniendo unos sesenta años. 130 Esta Ana de Muñiz debe ser pariente de la primera esposa de Cristóbal Colón y de su hijo Diego Colón.

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Todos estos pagos deberán pagarse del quinto de los bienes de María Toledo, pero en caso de no alcanzar, ordena a su hijo Cristóbal no gozar el primer año de la renta que le deja situada sobre el Ingenio de Montealegre, y si aún siguiese faltando dine-ro, ordena a su hijo Luis acabar de cumplir sus legados con su Mayorazgo, a fin de que no quede ninguna cosa por cumplir y pagar. La Virreina también manda a su hijo Luis que se paguen todos los salarios de sus criados y se les trate con benevolencia y amor. Hechas estas herencias póstumas, María de Toledo pasa a dar otras órdenes sobre sus deudas y deseos personales referentes a ella misma y a sus hijos e hijas: Envía a su hija Juana, cuatro esclavas negras –Madalenica, Anica, Catalina de Roca e Isabelica–, el pomito de oro de Nuestra Seño-ra, todas las imágenes y aderezos de su oratorio, todos los libros de rezar, las cuentas con las que ella reza, las imágenes de oro que ella lleva consigo, la arquita de cristal, un crucifijo de oro que era de la reina Isabel, su escritorio con todas sus labores, una guarni-ción de mula de brocado, con la clavazón de plata, un librito de oro de martillo y el cofrecito con sus reliquias. A su hija María, marquesa de Gudaleste, le autoriza a conservar la esmeralda que el duque, su señor, le dio, y que ella tiene en su poder, lo cual manda por lo mucho le debe y quiere. A sus hijos Luis y Cristóbal les deja el encargo de pagarle al cléri-go Pedro de Zeballos, vecino de Madrid, 25 mil maravedís cada año por todos los días de su vida. Esto lo tiene asentado en el Mayorazgo que hizo a su hijo Luis: y, sobre este tema, su hijo Cristóbal, a cargo del mayorazgo hecho para él, tiene la obliga-ción de pagarle esos 25 mil maravedís en una sola entrega en el mes de mayo, con una castigo de un peso de oro por cada día de atraso durante el mes de mayo. Al fallecimiento del clérigo, Cristóbal Colón y sus descendientes quedan libres de este pago.

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Al mayorazgo de su hijo Cristóbal le deja el encargo de que cada año, de manera perpetua, se alimente y se vista a 13 pobres. Con relación a sus deudas, dice deberle 8 pesos de oro, más cier-to salario durante el tiempo que la sirvió, a Pedro de Salcedo, fraile de San Francisco; 200 ducados a los hijos de Diego Méndez y 200 pesos por el tiempo conservados en su poder; 334 pesos de oro gastados por ella del dinero dejado por su esposo, Diego Colón, en la décima de su mayorazgo para el Monasterio de San-ta Clara mandado hacer en la ciudad de Santo Domingo, así como 15 marcos de perlas a 12 ducados el marco, tomados, ven-didos y gastados por ella, también incluidos en la décima para la construcción de ese monasterio. Para curarse en salud, ordena el pago de cualquier documento en que figure alguna deuda suya con su firma. Y, además, toda per-sona que venga reclamando alguna deuda, sin tener un docu-mento firmado, que se les pague si la cantidad no supera los 3 pesos de oro, siempre y cuando jurasen la veracidad de la deuda porque “no se querrán perjurar por tan poco precio”. Asimismo, declara haber cumplido las órdenes del testamento del Almirante, su señor, Diego Colón. Se han dicho todas las misas que pidió se dijesen, se han pagado todas las deudas pen-dientes en Castilla y solo se debe lo que su tío131 mandó a doña María Colón y está incluido en el Mayorazgo de Luis Colón. También declara deber 4 mil ducados a Pantaleón Negro, lo que está escriturizado, y ya se le han pagado mil ducados como consta en la escritura hecha en 1533. También señala que hay otra deuda escriturizada a favor de Andrés Peña, hermano de Bernardo Peña. Reconoce igualmente una deuda de 800 mil maravedís a Her-nando Colón, hermano de su esposo, cobrados por ella después de la muerte de su cuñado, y gastados en Castilla en los negocios

131 Debe referirse al legado testamentario, ordenado por Diego Colón, hermano del descubridor, a su sobrina, anteponiéndola como heredara a su hermana mayor, Felipa, ya desde entonces (1515) marginada de toda herencia y pago por su enfermedad.

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de su hijo Luis, pero que se le deben a ella como bienes propios. Y en esta deuda señala un matiz: “y digo que el concierto que con el Almirante hizo, yo le di en cuenta de los 8000 mil mara-vedís, otras 850 mil maravedís del cuento que a mí me debía de mi dote el señor don García, mi hermano, así que está pagado de los dichos 800 mil maravedís, lo cuales me debe el Almirante, mi hijo, pues que por él los pagué”. También declara deberse a Pantaleón Negro, por deuda del Al-mirante, su esposo, 250 mil maravedís, más lo aumentado con los cambios desde entonces acá, y lo demás que se debe es lo gastado por ella para comer, y el Almirante, su hijo, está obligado a pagar. Pero aún le quedan varios pendientes para aclarar y cumplir, lo cual detalla acto seguido: A Leonardo Lomeli le vendió 4 mil arrobas de azúcar a ducado y se le pago dicha cantidad, pero aún no le han sido entregada la mercancía. El dinero recibido los gastó en la corte “negociando los negocios” de su hijo. Además le debe a su hija Juana, 2 mil 873 ducados que le prestó para gastar en la corte “negociando los negocios” de su hijo. También explica que en el pleito de Juan de Aliende se dio una sentencia, y una ejecutoria, para la devolución de 511 mil mara-vedís recibidos de más de lo adeudado: la ejecutoria quedó en poder de Francisco de Artiaga, mercader del Príncipe, por 170 mil maravedís que ella le debía, como aparecerá por la obliga-ción, y no sabe si será más o menos. De su hija Felipa, pasada de esta presente vida, ella, como su madre, heredó la legítima proveniente de su padre, Diego Colón, y la declara como su herencia y pide se cumpla el testamento132.

132 Anunciada Colón de Carvajal, pág. 95, señala el fallecimiento de Felipa Colón de Toledo en 1531, al año siguiente del viaje de su madre a Castilla. En

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Su hija María, antes de casarse renunció a la herencia de su tío Diego Colón (hermano del descubridor) y a la legítima heredada de sus padres, y ahora ella, María de Toledo, le da a su hijo Luis la herencia del tío Diego Colón, renunciada por su hija, para pagarle a su hermana María lo faltante de su dote, que son dos cuentos y 750 mil maravedís como figura por escritura. De los tres cuentos que mandó al Almirante de Aragón en casa-miento con su hija María, este tiene recibido ciento y tantos mil maravedís que montan más de un cuento que habían de valer como parecerá por la escritura que el Almirante hizo de dote de joyas que llevó que ha recibido. A esta altura del testamento, la Virreina ruega a su hijo, el Almi-rante, Luis Colón, tener siempre mucho amor de su hermano Cristóbal, y a sus hermanas, y las mandé mirar por sus bienes y hacienda; y a sus hijos les manda ser muy obedientes a su her-mano, el Almirante, y le tengan como verdadero padre y señor. Cuando uno cree que con estas frases ya vendrán las formalida-des finales del testamento, María de Toledo reinicia enumera-ciones del origen del dinero para pagar sus órdenes y también otras deudas que tienen con ella o ella tiene con otras personas. Los bienes que tengo para cumplir este mi testamento –dice–, y todas las mandas, y misas y obras pías en él contenidas, fuera de lo que dejo en los mayorazgos, son los siguientes: La mitad del Iguamo, conviene a saber, de tierras, y del agua del águila y la mitad de toda la hacienda de conucos y labranza, y la mitad de los negros y la mitas de todas las vacas”. Además, su hijo Luis le debe 10 mil pesos de oro, con lo que había de rentar el Ingenio y de lo que solo se le ha dado lo de un año y se hizo el arreglo el año de 1546; en cuanto a esto se remite a las escrituras de lo que se le debía dar de sus arras y dote, y legitima de mis hijos y otras cosas que se me debían que me cupo la enumeración de sus herederos, María de Toledo ya no incluye a su hija Felipa y tampoco a su hijo Diego.

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de la mitad de los bienes que ella tenía cuando se hizo la parti-ción de la hacienda. De la Hacienda de Iguamo, de que es suya la mitad, esta toda valorada en 14 mil pesos de oro, y de estos son 7 mil de ella. Su voluntad es la venta de su parte en publica almoneda, sin bajarle el precio, sino más bien subírselo de la valoración de 7 mil pesos, y solo si su hijo Luis quiere quedarse con su parte, que pague el precio de 7 mil pesos de oro, pero pagándolo de inmediato, y si no lo paga, que se dé a quien más diera en la almoneda. También dice que de las joyas y ropas enviadas por el Almirante, su señor, se han vendido de ellas por la cantidad de 1500 duca-dos para pagar deudas de Diego Colón, su esposo, y también se gastó parte de ello en los pleitos de su hijo Luis. Conforme a la facultad dada por su majestad, decide hacer ma-yorazgo de la mitad de las casas principales de su morada en la Ciudad de Santo Domingo, y de la mitad del Ingenio llamado Montealegre, que asimismo tiene en la Isla, con la mitad de las herramientas y aparejos, y la mitad de los esclavos negros machos y hembras, y la mitad de las tierras pertenecientes al Ingenio, para que su hijo Luis entregue a su hermano Cristóbal 300 mil maravedís cada año de manera perpetua, con lo cual hace mayo-razgo en su hijo Cristóbal y que de ahí se le paguen los 25 mil maravedís que se le deben dar al clérigo Pedro de Zeballos. Si la Condesa de Gelves, su hija Isabel, quiere entrar en herencia, debe devolver el dote ya recibido al montón para que hereden todos igualmente, pues el dote que se le dado monta más de 12 cuentos. Declara que su hijo Luis le debe 2 mil ducados que le tomo de los 4 mil que el Rey le hizo merced en la isla de San Juan, y otros 2 mil ducados que le tomó de los que tenía en Santo Domingo, quedando de esta manera más aumentadas las deudas pendientes con ella del tarambana de su hijo Luis, el tercer Almirante.

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Para que se cumplan sus órdenes y pagar su testamento, y las mandas, legados y obras pías, nombra sus testamentarios y alba-ceas a su hijo Luis Colón, al obispo de San Juan, Rodrigo de Bastidas, y al prior del Monasterio de Santo Domingo. Pero acto seguido hace otros agregados: Su hijo Luis debe el diezmo que se ha de sacar para las limosnas y no se ha sacado 1601 pesos de oro y 10 gramos, y ocho marcos de perlas y 2 mar-cos de aljófar y pedrería, más 5 marcos de topos. Declara que debe al Almirante de Aragón 2 mil ducados, los cuales ha de pagar su hijo Luis porque se los dio para los nego-cios de él, para salir de Sevilla y venir a Santo Domingo. Además le debe a la condesa de Gelves 400 coronas, de los que tiene una cédula por 200 y no por las otras 200; manda que se les paguen pues 200 le prestó para comer y las otras 200 para pagar una deuda. Reafirma su voluntad y su orden de que su hijo Luis está obliga-do a pagar todas las deudas que ella tenga o haya hecho, porque ha estado 14 años en sus negocios, con muchos trabajos, en los reinos de Castilla. Dice que 125 mil maravedís que su hija María tenía en la Adua-na de Sevilla, de los que su Majestad le hizo merced de por vida, ella los empeñó por 2 mil ducados a Rodrigo de Portillo para sus gastos en la corte; manda que desempeñen y se los den a su hija. Y si son más de 2 mil ducados se remite a la obligación firmada. También señala que García de Lerma debe 300 ducados de una obligación cobrada en nombre del Almirante Diego Colón al marqués de Villafranca. Finalmente, María de Toledo dice: “cumplido y pagado este mi testamento y todas las mandas en él contenidas, asimismo que en él se contiene, dejo e instituyo por mis legítimos y universales herederos en todos mis bienes, sacados los Mayorazgos, al Almi-rante don Luis Colón, a don Cristóbal Colón, y a doña María

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Colón, marquesa de Guadaleste, y a doña Juana de Toledo, y a doña Isabel Colón, Condesa de Gelves, mis hijos legítimos, y del Almirante mi Señor. “Y digo que el Almirante y don Cristóbal mis hijos, se contenten con sus Mayorazgos, y no entren en partición en los otros bienes míos. “Y asimismo porque mando a la Marquesa mi hija la esmeralda que el Duque mi Señor me dio, y le di en mi vida los mil duca-dos que el Emperador me dio, quiero que no entre en partija, ni lleve parte de los demás bienes; y si quisiere entrar, que traiga a montón lo que ha recibido, y la esmeralda que ahora le dejo. “Y la Condesa de Gelves mi hija, porque ha habido grande dote que el Almirante mi hijo le ha dado; y lo que le pudiera pertene-cer de mi legitima, fuera de los Mayorazgos, yo lo doy al Almiran-te, que lo que meto en su Mayorazgo porque él está muy sentido de lo mucho que le ha dado, y lo que ahora le pudiera caber de mis bienes, sacados los Mayorazgo, es muy poco respecto de lo que ha recibido, mando que no entre en partija; y si quisiere entrar que traiga a montón lo que ha recibido. “Así que cumplido y pagado éste mi testamento y las mandas en él contenidas; dejo e instituyo por mi universal heredera en todos mis bienes, sacando los Mayorazgos, a la dicha Doña Juana mi hija por su legítima, y el tercio en que la mejoro; lo cual es mi voluntad que así se haga, porque ha recibido muy poco dote en comparación de sus hermanas. “Y esto quiero que se cumpla en la mejor forma que de derecho ha lugar, y mi conciencia quede salva; y si esto no se puede hacer, mando que todos los que quisieren entrar en partición traigan al montón todo lo que han recibido como dicho tengo; y yo asi-mismo mejoro, como está dicho, a la dicha Doña Juana en el Tercio de todos mis bienes, sacando los Mayorazgos. “Otrosí, ruego y mando que en ninguna manera, ni por alguna forma, ninguno de mis hijos, ni hijas, ni criados suyos, ni míos

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traigan luto por mí, porque esta es mi voluntad; y mando, so pena de mi bendición, que ninguno de mis hijos ponga capirote en la cabeza; y es mi voluntad, que mis criados no los pongan.” Pero tampoco concluye aquí el testamento que María de Toledo dictó el viernes 27 de setiembre de 1548 ante escribano público y testigos estando sana y en juicio natural, temiéndose de la muer-te, que es cosa natural”. María de Toledo agrega ahora referencias al Mayorazgo que insti-tuye para su hijo Cristóbal Colón y Toledo, señalando que en caso de que falleciera sin tener hijos, sea su hermana Juana de Toledo quien lo suceda en el mayorazgo, extendiéndose a partir de ahí en otros sucesores de la supuesta sucesora. Pero no solo ese punto lo organiza, también hace un agregado que de lo más revelador de la preocupación de María de Toledo por las tendencias amorosas de los dos hijos que crecieron solos en Santo Domingo: “quiero y mando y es mi voluntad que don Cristóbal Colón mi hijo, en quien yo hago el dicho Mayorazgo, se case con su igual si quiere tomar estado; y aunque no se case con hija de Señor de Título, al menos case con hija de hombre generoso y de sangre; y si casare con persona vil o de poca suerte, quiero y es mi voluntad, que pierda el dicho Mayorazgo, y que suceda la dicha Doña Juana, según y de la manera que está decla-rado en la cláusula antes de ésta.” Al margen de este comentario y como preámbulo a lo que María de Toledo ordenara sobre su fallecido hijo Diego, se debe recor-dar que este dictó testamento en Sevilla el 13 de junio de 1544, antes de partir para las Indias con su madre, y en él se declara casado con una tal Isabel Justiniana, preñada de cuatro meses más o menos, y deja al hijo por nacer, en caso que fuera vivo, como heredero de sus bienes. Tres días después, Diego Colón se retracta de lo dicho en su testamento sobre Isabel Justiniana, quien ya no aparece en el documento como su esposa sino como una doña cualquiera sin que medie explicación alguna (y los historiadores colombinos tampoco se han interesado en investi-

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gar y explicar este hecho tan sigular que representa todo un pecu-liar entramado de la familia Colón antes de viajar a la españo-la133).

A continuación la Virreina declara que ella es la heredera de su difunto hijo Diego Colón y Toledo y por lo tanto le correspon-den los dos mil pesos de oro de la legítima que le dejó su padre. Por lo tanto, ordena que se paguen las deudas que se le recla-men, y que ella sabe que se le deben 10 pesos de oro a Isabel Nieta y otros 10 a Porras, el carpintero (agrega que en el Monas-terio de San Francisco sabrán quién fue su heredero); y ordena la venta al precio justo de las dos mulas que tiene “para pagar mu-cho más de lo que valían cuando se casase, o se muriese”. E igual manda que se traigan los huesos de su hijo que están en Nombre de Dios134 y se entierren en la Capilla mayor junto a los restos de su abuelo y su padre, y se instituya una Capellanía en la Iglesia Mayor de Santo Domingo para que diese por su alma y la suya una misa diaria. Pero no acaban ahí las órdenes testamentarias de María de Tole-do antes de estampar su firma luego de las formalidades del caso. Aún dictará tres órdenes económicas más: dar a Hernando de Toledo, su sobrino, 150 pesos de oro, los cuales se podrán a tri-buto para que ganen hasta que sea de edad su sobrino, y le en-carga al Almirante que mire por él pues es su pariente; igualmen-te envía a doña Gerónima 100 pesos de oro por los servicios recibidos de ella y a Luisa de Saviñón 30 pesos de oro. Y firmó: La Virreina de las Indias.

133 Nota de Colón de Carvajal, en ob. cit. pág. 57, en que agrega que le parece el hecho una evidente influencia de la Virreina (supongo que en la vida, el matrimonio y la descendencia de su hijo Diego). 134 Ningún historiador se ha ocupado con detenimiento y certeza de la muerte de Diego Colón de Toledo. Aquí, en su testamento, su madre dice que sus restos se hallan en Nombre de Dios, donde, por lo que se dice, debían estar los de Francisco Colón, hijo bastardo prematrimonial de su esposo. Sobre la muer-te de Diego Colón, Anunciada Colón de Carvajal, pág. 97, dice, en nota, que su muerte fue comunicada en Santo Domingo el 10 de diciembre de 1549, y en texto, en cita doblemente errónea, dice que está enterrado en Panamá, adonde fue con su hermano Luis a socorrer a La Gasca (sabemos que en 1547).

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Pero aún quedan pendientes para María de Toledo; siete meses más tarde, el 10 de mayo de 1549, agrega un codicilo dando nuevas indicaciones sobre el mantenimiento y organización de su casa y ordenando pagar algunas deudas que especifica. Murió el 11 de mayo de 1549, al día siguiente de firmar el codici-lo con sus últimas voluntades. Posiblemente solo su hijo Cristó-bal Colón estaría con ella135. Se supone que la voluntad sobre su enterramiento, expresada en el inició del testamento, se cumplió a la letra, tal como se halla expresado.

56. Los historiadores solo han escrito y repetido alabanzas sobre ella. Para la posterioridad su figura queda reflejada en el concep-to expresado por dos de los más importantes historiadores de las Indias, quienes no solo la conocieron sino también frecuentaron su trato: LAS CASAS: María de Toledo, “señora prudentísima y muy vir-tuosa, y que en su tiempo, en especial en esta isla (la Española) y dondequiera que estuvo, fue matrona, ejemplo de ilustres muje-res”136. OVIEDO: Después de señalar “el mucho adeudo que con sus majestades tiene la ilustre Visorreina de las Indias, doña María de Toledo”, y las mercedes dadas por el Rey a ella y a su hijo Luis, tercer Almirante de las Indias, dice: “El lo cual (los pleitos colombinos) esta señora y su diligencia y prudencia fueron mu-cha causa, y me parece que sus hijos le deben tanto, o casi, como a su abuelo, porque no es menos loor o mérito conservar las haciendas y honores, que adquirirlos y ganarlos…”

135 En el codicilo de 1549, la Virreina dice claramente “que todo se pague de la hacienda mía, y del Almirante, hasta que dicho Almirante mi hijo venga y se encargue de ello”. Estando tres de las hijas en España, Felipa y Diego fallecidos, y Cristóbal dejado por su hermano en Luis a cargo de la isla, es lógico suponer que solo éste la acompañó en el momento de su muerte. 136 Las Casas II, pág. 120.

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“Y así digo de esta señora, la cual con la fuerza de su ingenio y sufrimiento, y no sin muchos gastos y trabajos de su persona en la mar y en la tierra, fue a España a seguir los pleitos que su ma-rido el Almirante don Diego tenía pendientes ante la Cesárea Majestad; y se dio tan buena maña en ellos. “Que por los respetos ya dicho y por los méritos de esta señora, hubieron fin y buen evento los debates y litigios, y su hijo queda gran señor, como es dicho, y mejorado en títulos de honor y de mucho estado y grandeza.”137

137 Oviedo, II, págs. 152–153.

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gar la Fortaleza de Santo Domingo a Pasamonte”. 15 de Junio de 1510. Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de las antiguas posesiones españolas de Amé-rica y Oceanía, sacados de los archivos del Reino y muy especialmente del de Indias. Tomo XXXI. Imprenta de Manuel G. Hernández. Madrid, 1879. Pág. 547 a 551. 15. “Real Cédula a Diego Colón…, dándole gracias de lo ejecu-tado en la toma de la Fortaleza de Santo Domingo y que se la dé a Francisco de Tapia”, 14 de noviembre de 1509. Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organi-zación de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sa-cados de los archivos del Reino y muy especialmente del de Indias. To-mo XXXI. Imprenta de Manuel G. Hernández. Madrid, 1879. Pág. 487 a 505. 16. “Real Cédula a Ovando para la entrega de la Fortaleza de Santo Domingo a Pasamonte…”, 14 de agosto de 1509. Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Orga-nización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del Reino y muy especialmente del de Indias. Tomo XXXI. Imprenta de Manuel G. Hernández. Madrid, 1879. Pág. 446 a 448. 17. “Repartimiento de la Isla Española”, 9 de enero de 1515. Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquis-ta y Organización de las antiguas posesiones españolas de América y Oceanía, sacados de los archivos del Reino y muy especialmente del de Indias. Tomo I. Imprenta de Manuel B. Quirós. Madrid, 1864. Pág. 50 a 236. 18. “Carta del rey a doña María de Toledo manifestando su pesar por el fallecimiento de don Diego Colón y asegurando el reconocimiento de sus servicios. Valladolid, 20 de julio de 1527”, en Anunciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos co-lombinos (1492–1541). Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1112 19. 1“Consulta al Consejo de Indias contestando la petición de doña María de Toledo al Rey de una decisión rápida y final del contencioso (c. 1531)”. Anunciada Colón de Carvajal: La heren-cia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal lla-

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mados pleitos colombinos (1492–1541.) Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1333. 20. Carta del Emperador a la Reina pidiéndole mande a los Jueces de Comisión que determinen brevemente el pleito contra el Almirante de las indias. Bruselas, 15 de octubre de 1531”. Anunciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombinos (1492–1541.) Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1333–1534. 21. “Carta de doña María de Toledo a la Emperatriz transmi-tiéndole que se encuentra desterrada de su casa, fatigada por el contencioso y que los aposentadores reales niegan alojamiento tanto a ella como a don Hernando Colón (s.d.; 1532)”, Anun-ciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombinos (1492–1541.) Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. Tomo III. Pág. 1347. 22. “Testamento y codicilo de doña María de Toledo, viuda del segundo Almirante Diego Colón Muñiz, otorgados ante Alonso Llerena. Santo Domingo, 12 de octubre de 1548 y 10 de mayo de 1549”, en: Colón de Carvajal, Anunciada y Guadalupe Chocano: Cristóbal Colón. Incógnitas de su muerte 1506–1902. Primeros Almi-rantes de las Indias. Dos Tomos. Consejo Superior de Investiga-ciones Científicas. Madrid, 1992. Tomo II (Apéndice Documen-tal), Pág. 69 a 80. 23. Catálogo de los Fondos Americanos del Archivo de Protocolos de Sevilla, correspondientes al siglo XVI, Tomo II. Siglo XVI. Editores: Antonio Muro Orejón y José Hernández Díaz. Co–lección de Documentos Inéditos para la Historia de Hispa–noamerica. Publicaciones del Instituto Hispano–Cubano de Historia de América. Sevilla. Madrid, 1930. 592 págs. 24. Colección de Documentos Inéditos relativos al Descubrimiento, Conquista y Organización de las antiguas posesiones españolas de Amé-rica y Oceanía, sacados de los archivos del Reino y muy especialmente del de Indias. 42 Tomos. Diversas imprentas. Madrid, 1864–18. HISTORIAS PRIMITIVAS 25. Castellanos, Juan de: Elegía de varones ilustres de Indias. Edi-ción definitiva al cuidado de Gerardo Rivas Moreno. Prólogo

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Javier Ocampo López. Gerardo Rivas Moreno, Editor. Bogotá, Colombia, 1997. Pág. 97. 26. Colón, Hernando: Historia del Almirante. Edición de Luis Arranz. Historia 16, 1. Madrid, segunda edición, 1984. 359 págs. 27. Fernández de Oviedo, Gonzalo: Historia general y natural de las Indias. 5 Tomos. Edición y estudio preliminar de Juan Pérez de Tudela Bueso. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españo-les... (continuación), 118. Madrid, reimpresión, 1992. CLXXV + 316 + 452 + 435 + 443 + 493 págs. + 15 láminas. 28. Fernández de Oviedo, Gonzalo: Sumario de la natural historia de las Indias. Edición de Manuel Ballesteros. Historia 16, 21. Madrid, 1986. 181 págs. 29. Fuentes y Guzmán, Francisco Antonio: Obras Históricas de… Edición y estudio de Carmelo Sáenz de Santa María. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españoles... (continuación), 230. Madrid, 1969. Tomo I. 417 págs. 30. Herrera, Antonio de: Historia general de los hechos de los caste-llanos en las islas y Tierra Firme del Mar Océano. Tomo, V y XI. Con notas de Miguel Gómez del Campillo. Real Academia de la His-toria. Madrid, España. Diferetes años y páginas. 31. Las Casas, Bartolomé de: Obras escogidas de Fray Barto-lomé de las Casas. I. Historia de las Indias. 2 Tomos. Estudio críti-co preliminar y edición de Juan Pérez de Tudela Bueso. Texto fijado por Juan Pérez de Tudela y Emilio López Oto. Ediciones Atlas. Biblioteca de Autores Españoles... (continuación), 95–96. Madrid, reimpresión, 1992. CLXXXVIII 502 + 617 págs. 32. López de Gómara, Francisco: Historia General de las Indias. Modernización del texto antiguo: Pilar Guibelalde. Primera Par-te. Ediciones Orbis, S.A. Barcelona, 1985. 319 págs. 33. Mártir de Anglería, Pedro: Décadas del Nuevo Mundo por..., primer cronista de Indias. Estudio y Apéndices por el Dr. Ed-mundo O'Gorman. Traducción del latín del Dr. Agustín Millares Carlo. José Porrúa e hijos, sucesores. Biblioteca José Porrúa Es-trada de Historia Mexicana. Primera serie. La conquista, VI. México, 1964. 792 págs. 34. Remesal, O.P., Fray Antonio de: Historia general de las Indias Occidentales y particular de la Gobernación de Chiapa y Guatemala. Tomo I. Estudio preliminar del P. Carmelo Sáenz de Santa Mar-

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ía, S.J. Editorial Porrúa, S.A. México, 1988. 578 págs. 35. Torre, O.P., Fray Tomás de la: Diario de viaje. De Salamanca a Chiapa. 1544–1545. Edición preparada sobre el texto de la Historia de fray Francisco Ximénez, O.P. Edición y prólogo de Fr. Cándido Aniz Iriarte O.P. Editorial Ope. Caleruega (Burgos, España), 1985. 164 págs. HISTORIAS CONTEMPORÁNEAS 36. Arranz, Luis: Don Diego Colón. Tomo I. Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Madrid, 1982. 392 págs. 37. Arranz Márquez, Luis: Repartimientos y encomiendas en la Isla española (El Repartimiento de Alburquerque de 1514). Ediciones Fundación García Arévalo. Madrid, 1991. 640 págs. 38. Arranz. “Introducción”, en: Colón, Hernando: Historia del Almirante. Edición de Luis Arranz. Historia 16, 1. Madrid, se-gunda edición, 1982, Págs. 7 a 37. 39. Benzo de Ferrer, Vilma: El linaje Colón–de Toledo – Alcázar de Colón. Breviarios de Historia I. Edición de la autora. Santo Do-mingo, 2002. 47 págs. 40. Bermúdez Plata, Cristóbal: Catálogo de pasajeros a Indias. Volumen I (1509–1534). Consejo Superior de Investigaciones científicas. Sevilla, 1940. XV + 518 págs. 41. Calvera, Leonor: Mujeres de dos mundos en la conquista españo-la. Nuevo Hacer. Buenos Aires, 2012. 156 págs. 42. Colón de Carvajal, Anunciada y Guadalupe Chocano: Cristóbal Colón. Incógnitas de su muerte 1506–1902. Primeros Almi-rantes de las Indias. Dos Tomos. Consejo Superior de Investiga-ciones Científicas. Madrid, 1992. X + 210 + 341 págs. 43. Anunciada Colón de Carvajal: La herencia de Cristóbal Colón. Estudio y colección documental de los mal llamados pleitos colombinos (1492–1541). Cuatro tomos. Mapfre–CSIC. Madrid, 2015. 752 + 2857 págs. 44. Delamarre, Catherine y Bertrand Sallard: Las mujeres en tiempos de la conquistadores. Traducción de Elena Hevia. Planeta. Barcelona, 1994. 380 págs. 45. Fernández Martín, Luis: El Almirante Luis Colón y su familia en Valladolid (1554–1611). Cuadernos Colombinos XIII. Casa

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Museo de Colón y Seminario Americanista de la Universidad. Valladolid, 1986–. 135 págs. 46. Gálvez, Lucía: Mujeres de la conquista. Planeta. Mujeres Ar-gentinas. Buenos Aires, 1990. 209 págs. 47. Gómez–Lucena, Eloísa: Españolas del Nuevo Mundo. Cátedra. Historia. Serie Mayor. Madrid, 2013. 462 págs. 48. González Ochoa, José María: Protagonistas desconocidos de la Conquista de América. Nowtilus. Madrid, 2015. 381 págs. 49. Heers, Jacques: Cristóbal Colón. Traducción de José Esteban Calderón y Ortiz Monasterio. Fondo de Cultura Económica. México, 1992. 466–467. 50. Hernández Garvi, José Luis: Adonde quiera que te lleve la suer-te. La apasionante aventura de las mujeres que descubrieron y coloniza-ron el Nuevo mundo. Edaf. Madrid, 2014. Págs. 341. 51. Langa Pizarro, Mar: Mujeres de armas tomar. De la aparente sumisión a la conquista paraguaya y rioplatense. ServiLibro. Colec-ción Kuña Reko. Ministerio de la Mujer. Asunción, Paraguay, 2013. 474 págs. 52. Langa Pizarro, Mar: La mujer en el mundo colonial americano. (Revista) América sin nombre, 15. Coordinado por… Universidad de Alicante. Alicante, diciembre de 2015.144 págs. 53. Maura, Juan Francisco: Españolas de ultramar en la historia y en la literatura. Aventureras, madres, soldados, Virreinas, Gober-nadoras, adelantadas, prostitutas, empresarias, monjas, escritoras, criadas y esclavas en la expansión ibérica ultramarina. (Siglo XV a XVII). Universitat de Valencia. Valencia, 2005. 297 págs. 54. Museo Naval: No fueron solos. Mujeres en la conquista y coloni-zación de América. Ministerio de Defensa. Madrid, 2012.125 págs. 55. O‟Sullivan–Beare, Nancy: Las mujeres de los conquistadores. La mujer española en los comienzos de la colonización americana. (Apor-taciones para el estudio de la transculturación). Compañía Bi-bliográfica Española. Madrid, S/a. 383 págs. 56. Pareja Ortiz, María del Carmen: Presencia de la mujer sevillana en Indias: vida cotidiana. Diputación Provincial de Sevilla. Sevilla, 1994. 287 págs. 57. Piossek Prebisch, Teresa: Las conquistadoras. Presencia de la mujer española en América durante el siglo XVI de. Edición de la

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autora. Tercer premio de ensayo histórico. La Nación, 1988. 37 págs. 58. Pumar Martínez, Carmen: Españolas en Indias. Mujeres–soldado, adelantadas y Gobernadoras. Anaya. Biblioteca Iberoa-mericana. Madrid, 1988. 125 págs. 59. Serrano y Sanz, Manuel: “Proemio. Vida y escritos de don Hernando Colón”, en Historia del Almirante don Cristóbal Colón por su hijo don Hernando. Librería general de Victoriano Suárez. Colección de libros raros y curiosos que tratan de América. Ma-drid, 1932. Págs. V a CLXI. 60. Stolke, Verona: Mujeres invadidas. La sangre de la conquista de América. Horas y Horas. La editorial feminista. Madrid, 1993. 199 págs. 61. Thomas, Hugh: Quién es quién de los conquistadores. Traduc-ción de María Dolores Udina, Berta Solé, Celia Filipetto, Lau-reano Domene, Revisión y corrección de Cesari Lleixà. Salvat. España, 2001. 491 págs. 62. Thomas, Hugh: El imperio español. De Colón a Magallanes. Traducción de Víctor Pozanco. Editorial Planeta. Barcelona, 2004. 840 págs. 63. Valle, José María del: Bartolomé Colón. Primer adelantado de Indias. Editorial Gran Capitán. Milicia de España. Madrid, 1946. 179 págs. 64. Vega, Ph.D. Carlos B.: Conquistadoras. Mujeres heroicas de la Conquista de América. Janaway Publishing, Inc. California, USA, 2012. 241 págs. ARTÍCULOS 65. Colón de Carvajal, Anunciada: “El nieto del Almirante: Luis Colón, entre pleitos, mujeres y prisiones”, en: Martínez Shaw, Carlos y Celia Parcero Torre, (Dirs): Cristóbal Colón. Junta de Castilla y León. Madrid, 2006. Págs. 357 a 379. 66. Gil, Juan: “Traslados de restos, documentos y enigmas”, en: Actas del primer encuentro internacional colombino. Edición a cargo de Consuelo Varela. Turner. Madrid, 1990. Pág. 223 a 244. 67. Otte, Enrique: “Flota de Diego Colón. Españoles y genove-ses en el Comercio trasatlántico de 1509”. Revista de Indias. Año XXIV, Nros. 97–98. Consejo Superior de Investigaciones Cientí-

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ficas. Madrid, 1965. Págs. 475 a 503. 68. Pérez–Prendes Muñoz–Arraco, José Manuel: “La „desdicha-da virreina‟”, en Díaz Sánchez, Pilar y Gloria Franco Rubio y María Jesús Fuente Pérez (Eds.): Impulsando la historia desde la Historia de las mujeres. Universidad de Huelva. Huelva, 2012. Pág. 429 a 438. 69. Villafañe Casal, María Teresa: “Doña María de Toledo, Virreina de las Antillas”. Separata de La Torre. Revista de la Uni-versidad de Puerto Rico, Setiembre–diciembre, 1965. Págs. 45 a 66.

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