Las rutas de intercambio marítimas y el surgimiento de las ciudades del Posclásico en la Costa...

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ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA INAH SEP LAS RUTAS DE INTERCAMBIO MARÍTIMAS Y EL SURGIMIENTO DE LAS CIUDADES DEL POSCLÁSICO EN LA COSTA ORIENTAL DE QUINTANA ROO: LA OBSIDIANA. TESIS QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE: MAESTRO EN ARQUEOLOGÍA PRESENTA: DANIEL LOZANO BRIONES DIRECTOR DE TESIS: Dr. ERNESTO GONZÁLEZ LICÓN. MÉXICO, D.F. 2012

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ESCUELA NACIONAL DE ANTROPOLOGÍA E HISTORIA

INAH SEP

LAS RUTAS DE INTERCAMBIO MARÍTIMAS Y EL SURGIMIENTO DE LAS CIUDADES DEL POSCLÁSICO EN LA COSTA ORIENTAL

DE QUINTANA ROO: LA OBSIDIANA.

TESIS

QUE PARA OPTAR POR EL GRADO DE:

MAESTRO EN ARQUEOLOGÍA

PRESENTA:

DANIEL LOZANO BRIONES

DIRECTOR DE TESIS: Dr. ERNESTO GONZÁLEZ LICÓN.

MÉXICO, D.F. 2012

i

A la familia

ii

Tabla de contenido

TABLA DE FIGURAS. ....................................................................................................................... IV

INTRODUCCIÓN. ............................................................................................................................... 1

CAPÍTULO 1. CARACTERÍSTICAS GEOLÓGICAS DEL ÁREA MAYA. ......................................... 4

A) FORMACIÓN DE LAS TIERRAS ALTAS. 4

B) FORMACIÓN DE LA PENÍNSULA DE YUCATÁN. 4

Clima. 5

Flora. 6

Fauna. 8

La obsidiana. 8

CAPÍTULO 2. EL PROBLEMA EN SU FASE INICIAL. ................................................................... 10

A) INTERCAMBIO. 10

B) CHICHÉN ITZÁ Y SU PAPEL EN EL DESARROLLO DEL INTERCAMBIO. 11

C) LA COSTA ORIENTAL COMO REGIÓN CULTURAL. 14

CAPÍTULO 3. POSICIÓN TEÓRICA. .............................................................................................. 17

A) EVOLUCIÓN Y EVOLUCIONISMO SOCIAL. 17

CAPÍTULO 4. CONSIDERACIONES TEÓRICAS Y METODOLOGÍA. .......................................... 22

A) HIPÓTESIS Y OBJETIVOS. 22

Objetivos. 24

B) CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS. 25

El análisis de la obsidiana. 27

El análisis de las relaciones de intercambio a través de la obsidiana. 31

CAPÍTULO 5. DESARROLLO DE LAS TEORÍAS DEL INTERCAMBIO. ...................................... 39

CAPÍTULO 6. RELACIÓN ENTRE EL INTERCAMBIO Y LA ORGANIZACIÓN POLÍTICA. ......... 46

CAPÍTULO 7. LA OBSIDIANA EN EL ÁREA MAYA. ...................................................................... 53

A) LA OBSIDIANA Y EL INTERCAMBIO. 55

B) LA OBSIDIANA A LO LARGO DEL TIEMPO EN EL ÁREA MAYA. 60

iii

CAPÍTULO 8. DISCUSIÓN. ............................................................................................................. 66

A) TIPOS DE INTERACCIÓN. 66

B) LAS RUTAS DE INTERCAMBIO. 68

CAPÍTULO 9. CONSIDERACIONES PRELIMINARES. ................................................................. 70

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS ................................................................................................ 73

iv

Tabla de Figuras.

Figura 1. Vegetación del Área Maya. Dibujo en el Museo Nacional de Antropología (Tomado de Ruz

1992). 7

Figura 2. Orden de cristalización o Serie de Reacciones de Bowen (Tomado de Leet y Judson

1968:77). 9

Figura 3. Vista aérea de Isla Cerritos. Atrás y a la izquierda se nota la barrera submarina como una

línea curva. Foto: Anthony P. Andrews. 13

Figura 4. Mapa general de las subáreas en que se divide el Área Maya. Original en Gendrop.

Tomado de Villalobos (2007:134). 14

Figura 5. Conformación de la sociedad concreta (Tomado de Bate 1998a:57). 20

Figura 6. Vista microscópica de la obsidiana de El Chayal (Tomado de Pastrana 1987:24). 27

Figura 7. Vista microscópica de la obsidiana del Pico de Orizaba (Tomado de Pastrana 1987:18). 28

Figura 8. Los triángulos señalan las fuentes de obsidiana en el área maya (Modificado de Sidrys

1976:452). 53

Figura 9. Derrame de obsidiana sobre un estrato de piedra pómez en la Sierra de las Navajas,

Hidalgo. Foto: Daniel Lozano, 2011. 54

Figura 10. Fuentes de obsidiana en Mesoamérica, incluyendo el Centro de México (Tomado de

<http://utaspring2009mesoamerica.blogspot.mx/2009/05/mayan-trade-and-economy.html>). 55

Figura 11. Mapa de las rutas terrestres y marítimas de intercambio en el área maya. (Tomado de

<http://utaspring2009mesoamerica.blogspot.mx/2009/05/mayan-trade-and-economy.html>). 57

Figura 12. Derrame de obsidiana en la fuente de El Chayal, Guatemala © Museo de Arqueología y

Etnología Universidad de Simon Faser. 61

Figura 13. Volcán Ixtepeque, Guatemala. © Lee Siebert, Smithsonian Institution. 62

v

Agradecimientos.

A mis padres, Enrique Lozano Álvarez y Patricia Briones Fourzán, así como a mi

hermana Vania Lozano Briones, agradezco siempre su compañía, educación y

amor, y sobre todo el apoyo en toda empresa a que me he abocado a lo largo de

mi vida.

Agradezco especialmente a mi director de tesis, Ernesto González Licón,

cuya dirección ha sido siempre puntual y acertada, crítica y en busca de la

producción de un buen trabajo de investigación.

A los miembros sinodales de mi jurado: Walburga Maria Wiesheu Forster,

Luis Alberto Martos López, Alejandro Pastrana Cruz y Rubén Manzanilla López,

muchas gracias por sus comentarios, correcciones y revisiones, que han permitido

llevar esta investigación por buenos términos y presentarla en su forma final. De

igual manera, a Juan Carlos Rizo Martínez, por su apoyo tanto académico como

personal y por su especial colaboración en este proceso de titulación.

Esta investigación no habría podido realizarse sin el constante apoyo de la

Escuela Nacional de Antropología e Historia a través de sus varios departamentos,

con una mención especial para María de Guadalupe Suárez Castro, jefa del

Posgrado en Arqueología, por su pronta disposición en la realización de trámites

tanto administrativos como académicos. De igual forma, esta investigación no

habría podido llevarse a cabo sin el apoyo del Consejo Nacional de Ciencia y

Tecnología, a través de la beca de maestría (Beca No. 371204).

Quiero agradecer también a Juan Christian Rodríguez Bobadilla, Fernanda

Briones Medina, Gerardo Alarcón Zamora, Manuel Gándara Vázquez, Silvia

Domínguez, John E. Clark y Robert M. Rosenswig, con quienes en múltiples

ocasiones tuve oportunidad de platicar y discutir el tema de esta investigación.

Asimismo, un agradecimiento a todos los compañeros de la generación del

posgrado y a todos los profesores con quienes he tenido oportunidad de tomar

clases, quienes siempre mostraron disposición para compartir su experiencia, y a

todos aquéllos que de una u otra manera han participado en la producción de esta

tesis.

1

Las rutas de intercambio marítimas y el surgimiento de las ciudades del Posclásico en la Costa Oriental de

Quintana Roo: la obsidiana.

Daniel Lozano Briones

Introducción.

El presente trabajo se ha ido desarrollando a partir de un anteproyecto entregado

originalmente con vistas a integrarse en un proyecto general de investigación que

implicaba trabajo de campo en la sección conocida como “Chichén Viejo”, cuyo

objetivo era la investigación de una etapa en el desarrollo de la zona arqueológica

de Chichén Itzá que ha recibido poca atención cuando se compara con su fase

transitoria entre el Clásico Terminal y el Posclásico.

Así surgió un interés genuino que se adapta perfectamente a dos temáticas

que el autor de este trabajo consideró como línea de investigación desde que

cursaba la licenciatura: intercambio/comercio en la sociedad maya y la interacción

de esta última con otras sociedades mesoamericanas coetáneas, y durante la

investigación que culminó con la tesis para dicho grado (Lozano Briones y Rizo

Martínez 2009): la arquitectura de la Costa Oriental y la modificación del patrón de

asentamiento a gran escala entre el Posclásico Temprano y el Tardío, aunado a la

adopción de estilos pictóricos diferentes a los de épocas anteriores y la súbita

desaparición de inscripciones jeroglíficas.

Al hacer una primera revisión de la bibliografía relacionada con estos dos

problemas de investigación, se concluyó que un buen tema a desarrollar podría

ser cómo cambió el patrón de asentamiento y qué relación tenía esto con un

cambio social evidente en una modificación en la distribución de los materiales

arqueológicos asociados a distintos contextos (entendidos éstos como

modificaciones en la frecuencia estadística de las materias primas presentes, y de

los bienes presentes en las distintas fases de sus procesos productivos).

2

La primera propuesta para confrontar el problema se enfocaba en torno al

estudio de las rutas de intercambio a partir de la frecuencia de obsidiana de

distintas fuentes geológicas conocidas tanto en el periodo Clásico Temprano como

en el periodo Posclásico en los distintos nodos de las diferentes rutas, en especial

en los puertos de intercambio o sitios en donde, por su cercanía a la costa,

pudiera haberse llevado a cabo el intercambio, aunque no necesariamente

formaran parte de dicha categoría de asentamiento como, por ejemplo: Xelhá,

Xcaret, y Tankah, en el Clásico, y Tulum, El Meco, El Rey y Punta Sur en el

Posclásico, y todos los sitios centrales que los controlaban, partiendo de una

concepción del intercambio con base en la clasificación de Polanyi (1971) y de

acuerdo con la propuesta evolutiva de la Arqueología Social Latinoamericana

(Bate 1984, 1998a; Lumbreras 1981).

Sin embargo, conforme avanzaba la recolección de fuentes bibliográficas,

comenzó a ser evidente que la distribución de materias primas por sí sola no podía

dar cuenta de un problema que se iba complejizando al considerar publicaciones

surgidas de posiciones teóricas distintas a la antes mencionada, que proponen

que los tipos de intercambio van más allá de la reciprocidad, redistribución y

mercado desarrollados por Polanyi (1971) y autores afines (Carrasco 1978, 1985,

1999; Chapman 1976) y se dividen en muchos tipos diferentes aplicables a

sociedades con características distintas (Renfrew 1975).

El presente trabajo está dividido de la siguiente forma, entrelazando a lo largo del

texto sus dos temas principales: el intercambio y la obsidiana.

El primer capítulo hace referencia a las características geológicas,

florísticas, faunísticas y climatológicas del área maya, a manera de una

introducción general al medio en que se desarrolló dicha sociedad.

En el Capítulo 2 se plantea el problema de investigación y se hace una

primera reflexión sobre el papel de Chichén Itzá en el desarrollo del intercambio,

así como una descripción de la Costa Oriental como región cultural.

Los capítulos 3 y 4 tratan acerca de la posición teórica desde la que parte la

investigación y sus implicaciones en el estudio de la evolución social, de donde

3

surgen las primeras consideraciones teóricas, hipótesis y objetivos. Además se

plantea la metodología a utilizar durante esta investigación y se describen los

pasos para el análisis de las colecciones de obsidiana.

En el Capítulo 5 se presenta una revisión básica de cómo se ha

desarrollado, a partir de la segunda mitad del Siglo XX, la concepción del

intercambio: las dos grandes ópticas (formalista y substantivista) y las visiones

recientes que hacen énfasis no sólo en el papel económico del intercambio, sino

también en sus aspectos sociales y políticos. En estrecha relación está el Capítulo

6, en donde se vinculan diferentes aproximaciones a la organización política en la

sociedad maya con las implicaciones que éstas tendrían en cuanto a la forma del

intercambio.

El Capítulo 7 está dedicado a la exposición de los tipos de obsidiana

presentes en el área maya, tanto sus fuentes como su distribución a lo largo del

tiempo, así como su relación con el intercambio. También se destacan las fuentes

de obsidiana externas al área maya y su presencia en ésta.

Por último, en los capítulos 8 y 9 se discuten las diversas posiciones acerca

del intercambio y la obsidiana y las inferencias que el estudio de las rutas y el

comportamiento de las relaciones de intercambio podrían tener en cuanto al

acceso o a la presencia de distintas obsidianas en contextos tanto suntuarios

como domésticos y sus usos rituales o utilitarios, para concluir con algunas

consideraciones preliminares producto de dicha discusión.

4

CAPÍTULO 1.

Características geológicas del Área Maya.

a) Formación de las Tierras Altas.

El Área Maya se encuentra ubicada en la parte sudoriental de Mesoamérica. Sus

límites aproximados son los estado de Chiapas y Tabasco, en México, al oeste, y

Nicaragua, al este. Al norte y noroeste limita con el Golfo de México; al noreste

con el Mar Caribe y al sur con el Océano Pacífico. Se trata de un área cultural

establecida en una parte del continente que no presenta demasiada variabilidad

climática (cfr. Rzedowski 1994:33-56), aunque sí se puede decir que se conforma

de al menos dos grandes regiones geográficas: las Tierras Altas y las Tierras

Bajas.

Las Tierras Altas se ubican por encima de los 300 msnm, a lo largo de una

cadena montañosa de tipo volcánico que baja desde Chiapas hacia el sur de

Centroamérica. Esta cadena montañosa está formada principalmente de piedra

pómez y ceniza volcánica cuyo origen se remonta al Terciario y el Pleistoceno

(Coe 2005). La capa de suelo no tiene mucha profundidad, pero debido a su

origen volcánico y a la densa vegetación, es bastante fértil. La erosión eólica y

fluvial ha generado una serie de valles y cañadas profundos, sobre todo en la

parte más alta.

En la parte más baja de las Tierras Altas, la formación geológica tuvo un

origen distinto. En este caso se trata de una zona de calizas del Terciario y el

Cretácico, cuya formación se extendió hacia el norte y es la continuación de lo que

hoy es la Península de Yucatán.

b) Formación de la Península de Yucatán.

La Península de Yucatán surgió lentamente del mar hace aproximadamente 30

millones de años. Es una placa calcárea del Cretácico cuyo surgimiento del mar

fue lento y diferencial: la parte sur surgió primero, por lo que está a más altura

sobre el nivel del mar que el resto de la península, y ha dado forma a una serie de

colinas kársticas (Coe 2005). Los límites norte y occidental de la placa aún están

5

sumergidos, creando un área de baja profundidad conocida como los Bancos de

Campeche (Folan 1983).

La parte norte de la península también presenta características kársticas; es

decir, existe una gran filtración de agua y erosión interna, lo que permite la

existencia de cenotes, mismos que se presentan en dos formas básicas: de cielo

abierto y en cuevas (Lozano Briones y Rizo Martínez 2009). La poca presencia de

agua en la parte superficial del suelo impide la formación de una capa húmica

profunda, por lo que la vegetación de la zona no llega a ser de selva alta.

En el sur de la península la filtración del suelo es menor, por lo que se han

formado algunos ríos, aunque su número no es grande (Río Hondo, en la frontera

entre México y Belice; Río Champotón, en Campeche). En Belice y el resto de las

Tierras Bajas el número de ríos es mayor.

La costa oriental de la península está compuesta en su mayoría por

formaciones coralinas calcáreas, en las que la erosión producto del oleaje y las

corrientes marinas ha producido porciones semicirculares de playas con arena

blanca y fina, flanqueadas por sectores rocosos que se introducen en el mar,

denominados “puntas” (Lozano Briones y Rizo Martínez 2009). Además, a todo lo

largo de la costa existe una barrera coralina o arrecife que protege la zona costera

de los oleajes grandes, por lo que las corrientes en la sección de mar entre la

costa y el arrecife (la laguna arrecifal) son bastante tranquilas.

En cuanto a las aguas interiores, además de los cenotes existen algunos

lagos alargados, como Chichancanab, Yaxha, Petén, Macanxoc y Cobá, entre

otros. Según Folan (1983:32), la forma alargada de los lagos en esta región se

debe a que se formaron por el hundimiento de cenotes consecutivos. También hay

aguadas, que son estanques poco profundos creados en depresiones cubiertas de

arcilla, lo que las impermeabiliza.

Clima.

La Península de Yucatán y el norte de las Tierras Bajas, incluido el Petén, están

comprendidos en una amplia región con clima tropical subhúmedo. Según la

clasificación de Koëppen (Figura 7 en Rzedowski 1994:35), estaría clasificado

6

dentro de la categoría Aw, que corresponde al clima más húmedo de los

subhúmedos, con un promedio anual de precipitación pluvial de 1300 mm y una

temperatura media de 26° C, aunque existe un gradiente de aumento de sequedad

en dirección sureste-noroeste (Rzedowski 1994).

La temporada seca abarca los meses de diciembre a abril, y la temporada

de lluvias de junio a octubre, aproximadamente. Los vientos predominantes son

los alisios y existe una mayor probabilidad de huracanes en los meses de junio a

noviembre (Con 1991).

El clima en el resto de las Tierras Bajas está clasificado como del tipo Am

según la misma clasificación; esto es, que es un clima subúmedo con temporada

seca menos marcada, que abarca también de diciembre a abril, pero con una

precipitación anual promedio más voluminosa, de entre 1525 y 2540 mm.

Por último, en las partes más altas de la cadena montañosa prevalece un

clima del tipo Cf, templado y húmedo con lluvias todo el año.

Flora.

La vegetación tanto de la Península de Yucatán como de la mayor parte del Área

Maya corresponde a la región Caribea del reino Neotropical, de acuerdo con

Rzedowski (1994). En los altos de Guatemala y El Salvador hay bosques de pinos,

pero sólo en una franja delgada que corresponde a la región Mesoamericana de

Montaña.

La región florística Caribea está formada principalmente por bosques

tropicales caducifolios, subcaducifolios y perennifolios que se presentan de

noroeste a sureste (Figura 1). También está caracterizada por un gran número de

especies endémicas de los géneros Asemnanthe, Beltrania, Goldmanella, Harleya

y Plagiolophus (Rzedowski 1994:110).

7

Figura 1. Vegetación del Área Maya. Dibujo en el Museo Nacional de Antropología (Tomado de Ruz 1992).

Alrededor de las costas hay presencia de vegetación de duna y una serie

constante de zonas de mangle, sobre todo en la costa atlántica. Las especies

florísticas útiles más abundantes son (cfr. Con 1991; Lozano Briones y Rizo

Martínez 2009; Sistema Nacional de Información Forestal 2008) el chicozapote

(Manilkara zapota), el chacah (Bursera simaruba), el cedro (Cedrella odorata), la

caoba (Swietania macrophylla), el ramón (Brosimum alicastrum); el chit (Thrinax

radiata), el huano (Sabal yapa), el nakax (Coccothrynax readdi); la ceiba (Ceiba

8

obtusifolia); el mangle (Rizophora mangle) y el guanacaste (Enterolobium

cyclocarpum).

Fauna.

Se pueden mencionar como especies principales las siguientes (Lozano Briones y

Rizo Martínez 2009): faisán (Crax rubra y Penelope purpurascens), codorniz

(Colinus nigrogularis), pavo de monte (Crax fasciolata y Meleagris ocellata), tucán

(Ramphastos sulfuratus), guacamaya roja (Ara macao) y verde (Ara militari), loro

(Amazonas xantolora y A. albifrons), chachalaca (Ortalis vetula y O. poliocephala)

y diversas especies de patos silvestres; tortugas (al menos cinco especies de

tortugas terrestres), jaguar (Panthera onca), puma (Puma concolor), jaguarundi

(Puma yagouaroundi), tapir (Tapirus bairtii) y manatí (Trichecus manatus); también

abundan diversas especies de insectos y arácnidos, así como de serpientes y

víboras, entre las que destacan las nahuyacas (Bothrops spp.) y las de cascabel

(Crotalus spp.) (cfr. Con 1991:71-72). Además es abundante la presencia de

monos de distintas especies, y en el sur del Área Maya predominan los monos

aulladores (Alouatta spp.)

La obsidiana.

Para la formación de obsidiana es necesario que el magma consista en al menos

70% de sílice y aluminio (que se agrupa molecularmente en la matriz vítrea como

6SiO22Al2O3), y que éste sea eyectado repentinamente y su enfriamiento sea lo

suficientemente rápido para que el proceso de cristalización de minerales no

pueda llevarse a cabo o se vea interrumpido en los primeros momentos (Alejandro

Pastrana, comunicación personal 2011). El producto del enfriamiento rápido es un

vidrio, que es un fluido sólido en el que los iones no están dispuestos de forma

ordenada, sino que aparecen desordenados, como los de un líquido, pero que

“han sido ‘congelados’ en el lugar por el cambio rápido de temperatura” (Leet y

Judson 1968:78-79). Esto permite la identificación originaria de diversas muestras

de obsidiana, pues el momento en que se detuvo la cristalización provoca que el

tipo, forma y tamaño de los cristales en su interior sean específicos a cada evento

9

eruptivo (de igual forma, se puede saber si una obsidiana no se originó en un lugar

particular).

Lo anterior se basa también en la serie de reacciones de Bowen. La

composición química del magma determina el tipo de cristales que se forman, y el

orden de cristalización es siempre el mismo en el caso de los silicatos (pues éste

depende de la temperatura del magma): con la formación de los primeros cristales

la composición química del magma sobrante cambia, por lo que los elementos

disponibles para una nueva cristalización son otros (Figura 2).

Figura 2. Orden de cristalización o Serie de Reacciones de Bowen (Tomado de Leet y Judson 1968:77).

Ya que la composición química y los periodos de enfriamiento son únicos

para cada evento eruptivo, la obsidiana de fuentes distintas presenta

características químicas distintas; por ejemplo, la obsidiana de Pachuca tiene poca

o nula cristalización, por lo que es la más vítrea; la de El Chayal tiene poca

cristalización de feldespatos pero presenta cristales grandes de biotita; la del Pico

de Orizaba incluye mucha magnetita, etcétera.

En el área maya, la obsidiana sólo se originó en los altos, pues es la única

zona volcánica en su interior.

10

CAPÍTULO 2.

El problema en su fase inicial.

a) Intercambio.

El intercambio, también llamado simplemente cambio, forma parte de la actividad

de toda sociedad humana en los ciclos de producción-consumo (Bate 1998b; Marx

1959b), puesto que ninguna sociedad está aislada (cfr. Schortman 1989). Se trata

del mecanismo principal para acceder a bienes que no se producen o no existen

en el espacio de acción de una comunidad; pero también puede ser espacio de

interacciones que trascienden las meramente económicas, como el intercambio de

ideas o de símbolos de estatus a partir de interacciones políticas (Schortman

1989).

Ahora bien, las relaciones de intercambio no sólo se dan como parte de las

interacciones frente a frente, sino que están inmersas en el tipo de relaciones de

producción y políticas que, a fin de cuentas, les dan sus características

particulares a cada población. La sociedad maya, por lo tanto, estuvo permeada

por relaciones de intercambio dentro del conjunto mayor de relaciones sociales.

La cultura maya del Posclásico Tardío en Quintana Roo no fue la excepción,

y también formó parte del desarrollo social maya en su conjunto, y continuó con la

tradición portuaria que disminuyó en las costas norte y occidental de la Península

de Yucatán a finales del Posclásico Temprano, con la excepción de las zonas

productoras de sal, en Emal, Ría Lagartos e Isla Cerritos, que proveían a los

diferentes asentamientos localizados al sur de la península, como Oxtankah y

Moho Cay, cuando las áreas salineras de Belice dejaron de ser productivas a fines

del Clásico (Andrews 1984; Andrews y Mock 2002; McKillop 1996).

Las estrategias de las transacciones y las rutas comerciales utilizadas

durante el Posclásico por la sociedad de la Costa Oriental debieron originarse en

el intercambio a corta y larga distancia que ya existía pero se intensificó y

especializó con el poderío de Chichén Itzá.

A partir de lo anterior se propone llevar a cabo un estudio amplio, a largo

plazo, cuyo objetivo es conocer cómo se dio la transición desde un comercio

11

marítimo con poca infraestructura y alcance medio (cfr. Nelson y Clark 1998) hasta

las rutas largas y la construcción de espacios urbanísticos portuarios que incluían

actividades que ganaron tierra al mar (v.gr. Gallareta Negrón et al. 1989:328, fig.

323), tomando en cuenta antes que nada las implicaciones que dicha modificación

tuvo en un cambio de modo de vida o de formación social (Bate 1998b), de ser el

caso. Un estudio que pudiera responder a estas preguntas naturalmente tendría

que ser a largo plazo y considerar otros aspectos sociales más allá del

intercambio. Este proyecto sería el inicio de dicho estudio.

Al hacer referencia a los distintos periodos mencionados en este trabajo, se

considera la cronología de Andrews V (en Andrews 1978:77), con la terminología

más tradicional:

Preclásico Tardío 300 aC. – 250 dC.

Clásico Temprano 250 – 600 dC.

Clásico Tardío 600 – 770/830 dC.

Clásico Terminal 770/830 – 900/1000 dC.

Posclásico Temprano 900/1000 – 1200 dC.

Posclásico Tardío 1200 – 1540 dC.

b) Chichén Itzá y su papel en el desarrollo del intercambio.

Dentro del área maya, uno de los sitios arqueológicos más conocidos en términos

académicos es el de Chichén Itzá (Andrews 1978; Andrews y Robles 1985; Cobos

1997; Euan Canul 2004; Euan Canul et al. 2005; Freidel 1992; Guida Navarro

2008, 2009; Jiménez Álvarez et al. 2006; Kurjack 1992; Martinez de Luna 2005;

Osorio 2004; Piña Chan 1980; Schmidt 2006; Schmidt y González de la Mata

2007; Thompson 1984, 1986). Sin embargo, si bien se conoce mucho de las

etapas de auge de esta ciudad y poder regional, se sabe poco de los momentos

de crecimiento en el Clásico Tardío (Euan Canul 2004; Osorio 2004; Osorio León

2006; Schmidt 2006; Schmidt y González de la Mata 2007).

El final del Clásico y el inicio del Posclásico en el norte del área maya,

incluyendo el actual estado de Yucatán y parte de los estados de Campeche y

12

Quintana Roo, estuvo marcado por la inclusión de grupos putunes (Andrews y

Robles 1985; Coe 2005; Farriss y Miller 1977; Fox et al. 1992), quienes

introdujeron algunos elementos toltecas supuestamente provenientes del altiplano

central (Rivera Dorado 2001; Thompson 1984).

Las primeras incursiones de estos grupos entre los siglos VIII y X

coincidieron con el abandono progresivo de los centros urbanos importantes en el

interior de la Península de Yucatán, concentrándose el poder en ciudades que

controlaban un territorio más amplio ocasionando, entre otras cosas, el

surgimiento o auge de sitios costeros, algunos de ellos vinculados con Chichén

Itzá (Andrews 1978; Andrews y Gallareta Negrón 1986; cfr. Cobos 1997; cfr.

Vargas Pacheco 1978).

Entre dichos puertos destaca el de Isla Cerritos (Figura 3), ubicado en la

costa norte de Yucatán, y asociado, en su periodo de auge (Gallareta Negrón, et

al. 1989), al desarrollo de la fase Sotuta (900 – 1200 dC.) de Chichén Itzá. Sus

características arquitectónicas y la cerámica local nos indican una relación

estrecha con Chichén Itzá a partir del Posclásico Temprano (Andrews et al. 1986;

Gallareta Negrón et al. 1989), pero es posible que existiera una relación desde

antes, ya que, si bien la arquitectura predominante no corresponde a épocas

anteriores al 900 dC. (Andrews 1978; Andrews, et al. 1986; Gallareta Negrón et al.

1989), sí hay presencia de cerámica Cehpech, más relacionada con la región

Puuc que con los sitios predominantes al oriente de la Península de Yucatán

(Gallareta Negrón et al. 1989:315-316).

Con la caída de Chichén Itzá alrededor del 1200 dC. se inició un mayor

poblamiento de la Costa Oriental, dándose el surgimiento o auge de sitios como

Tulum, El Meco, Xamanhá, Tankah, El Rey (Vargas Pacheco 1978), entre otros,

que probablemente se convirtieron en el punto de partida del intercambio marítimo

con otras regiones, aprovechando las rutas costeras previamente establecidas y

generando rutas nuevas (Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Healy et al.

1984; McKillop 1996; Nelson y Clark 1998). En Chac-Mool se dio un cambio en el

tipo de asentamiento, y pasó a ser un sitio costero como los demás en la Costa

Oriental (González Licón y Cobos 2006).

13

Figura 3. Vista aérea de Isla Cerritos. Atrás y a la izquierda se nota la barrera submarina como una línea curva. Foto: Anthony P. Andrews.

Como consecuencia de esto, también se dio el abandono repentino de Isla

Cerritos (Andrews 1978; Andrews y Gallareta Negrón 1986; Gallareta Negrón et al.

1989); sin embargo, los productos marinos no dejaron de ser utilizados por las

poblaciones fijas o temporales a lo largo de la costa oriental de la Península de

Yucatán y, si bien muchos de los sitios costeros cayeron durante el surgimiento del

poder de Mayapán, en la Costa Oriental no sólo permanecieron los que ya

existían, sino que surgieron otros, algunos de ellos de tamaño considerable, como

Tulum (Andrews 1978; Andrews y Andrews 1975; Lothrop 1924).

Durante el auge de Chichén Itzá aumentó considerablemente la presencia

de obsidiana de la Sierra de las Navajas, conocida también como obsidiana de

Pachuca, en el área maya en general, pero sobre todo en las Tierras Bajas del

norte (Gallareta Negrón et al. 1989; Nelson y Clark 1998).

Hasta cierto punto, este incremento se podría explicar como resultado de la

importación de la obsidiana de Pachuca por el pueblo Itzá, pero su aumento en

otras partes del área maya implica necesariamente una distribución que abarcó

más allá del área de control directo de dicha ciudad y, por consecuencia, la

existencia de redes de intercambio que fueron afectadas directamente por

Chichén Itzá. El descenso en la frecuencia de dicha obsidiana después de su

caída no parece ser una casualidad.

14

c) La Costa Oriental como región cultural.

Además de formar parte del Área Maya, en la Costa Oriental se presentan

características culturales propias que la diferencian de otras regiones dentro de la

misma área.

Como región cultural, lo que hoy conocemos como Costa Oriental colindaba

al oeste con las regiones Puuc, Chenes, Yucatán Central y Río Bec, mientras que

al sur y suroeste con el Petén o Área Central (Figura 4).

Figura 4. Mapa general de las subáreas en que se divide el Área Maya. Original en Gendrop. Tomado de Villalobos (2007:134).

15

Por otro lado, esta misma área de estudio ha sido delimitada

temporalmente. Aunque en esta región ha habido presencia de grupos humanos

por mucho tiempo, hubo un periodo de florecimiento rápido entre el fin del Clásico

y el inicio del Posclásico, entre los años 900 y 1200 dC, aproximadamente, que se

aceleró, como se mencionó anteriormente, en el Posclásico Tardío.

Los itzaes se situaron en Cozumel y entraron a la península a través de

Polé, según Thompson (1984). Asimismo, los putunes (una rama de los itzaes)

navegaron por toda la costa desde Tabasco hasta Honduras (Thompson 1984).

Posiblemente a partir de esta nueva visión del intercambio, influenciada por

grupos de origen foráneo, que comenzó un cambio en el control sobre las rutas

que se tradujo en una modificación del tipo de intercambio marítimo.

Algunos motivos iconográficos tanto en Chichén Itzá como en Tulum se

pueden relacionar con esta influencia foránea y con características de las culturas

del Centro de México en el Posclásico Temprano, como son los chorros de sangre

que se transforman en serpientes al brotar de cuerpos decapitados y la serpiente

emplumada que se relaciona con Kukulkán (Lombardo 1982; Lozano Briones y

Rizo Martínez 2009).

Por otro lado, durante el apogeo de Chichén Itzá surgieron puertos

importantes en la costa norte y oriente de Quintana Roo, como Vista Alegre

(Andrews y Mock 2002; Glover y Rissolo 2006) y El Meco (Andrews y Robles

1986), que se sumaron a los puertos ya existentes como Xelhá y Xcaret (Andrews

y Andrews 1975; Con 1991; cfr. Inurreta Díaz y Cobos 2003).

El sitio costero de Chac-Mool, en la zona de las bahías en Quintana Roo,

pudo haber servido como estación de trasbordo bajo el control de Chichén Itzá

(González Licón y Cobos 2006).

Durante el Posclásico Tardío, tras la caída de Mayapán, la Costa Oriental

quedó comprendida en las provincias de Ecab, Uaymil y Chetumal.

Las actividades principales en esta región fueron la explotación de la sal, la

pesca, y el intercambio, pero también la producción de miel y la explotación de

madera. En este periodo el asentamiento de El Meco alcanzó su auge constructivo

(Andrews y Robles 1986), al igual que El Rey (Vargas Pacheco 1978).

16

En el centro de la Costa Oriental, el sitio de Playa del Carmen (Xamanhá)

también se desarrolló fuertemente. Tancah y Tulum fueron los sitios más grandes

de la costa central, y quizá de toda la Costa Oriental (Lombardo 1982). En la barra

costera ubicada entre Tulum y Punta Allen sólo hay sitios posteriores al 1200 dC.;

es decir, que corresponden al Posclásico Tardío. Entre estos sitios hay varios que

consisten sólo en un templo aislado sin pertenecer a un conjunto arquitectónico.

Como ejemplo de esto se pueden mencionar el sitio de Xlabpak, la Estructura 59

de Tulum o el Templo Perdido de Vista Alegre (Glover y Rissolo 2006). También

parece ser una característica de las poblaciones costeras en el Posclásico la

construcción de altares o templos pequeños sobre estructuras de etapas

anteriores (Amador y Glover 2005).

17

CAPÍTULO 3.

Posición teórica.

Partimos de una posición realista (Gándara Vázquez 2008; Trigger 1998) bajo el

entendido ontológico de que la existencia de la realidad es independiente de su

observación o conocimiento (Bate 1978, 1998a, b; Feinman y Price 2001a, b;

Gándara Vázquez 1993; cfr. Hodder 2001b; Popper 1962; Trigger 1992, 1998).

Empezamos con esta postura porque la ontología; es decir, cómo se

considera la realidad (su naturaleza, su forma, su existencia), es la primera guía y

la que determina la manera en que se propondrán las preguntas de investigación,

la justificación de un tema específico, la selección de ciertas herramientas teóricas

y metodológicas y no otras, etcétera.

Dentro de esta ontología realista hemos adoptado una posición materialista

histórica, desde la cual se considera que la realidad es externa al individuo o a su

concepción y que los elementos que permiten o generan el cambio en la realidad

están dentro de la realidad misma (Althusser 1969; Engels 1891, 1975; Marx

1959a, 1967, 1989; Resnick y Wolff 1982), y no son producto de agentes externos

inmateriales.

A partir de esta la línea general, consideramos que el materialismo histórico

provee herramientas teóricas que permiten aproximarnos, al menos, a la

explicación de regularidades en la línea histórica del cambio social.

a) Evolución y evolucionismo social.

Cuando se habla de evolución se habla de cambio. Modelos de cambio social se

han dado en casi toda posición teórica (Bate 1998a, b; Cioffi-Revilla y Landman

1999; Covey 2008; Chase et al. 2010; Childe 1954, 1972; Earle 1987; Engels

1891; Leonard 2001; Marcus 2008; Marcus y Flannery 1996; Mithen 2001; Trigger

1998, entre otros).

La mayoría de los modelos vigentes rechazan la unilinealidad de la

evolución, proponiendo esquemas multilineales particulares a cada sociedad. En

lo que estos modelos coinciden es en que, en términos generales, la evolución se

18

ha dado de lo menos complejo a lo más complejo (el registro arqueológico da

cuenta del cambio tecnológico y organizativo); en lo que difieren es en el tipo de

indicadores para cada estadio evolutivo, en la definición de los estadios y en las

causas que provocan el paso de un estadio a otro.

La mayoría de los modelos multilineales afirman, también, que los procesos

evolutivos se dan a distintas velocidades en diferentes sociedades, y que en

muchos casos pueden existir “involuciones” o permanencias indefinidas en un

estadio dado.

Si se adopta un modelo marxista que considera las leyes de la dialéctica

como fundamento ontológico, cabe perfectamente la idea de la coexistencia de

aparentes formaciones sociales distintas (Bate 1998b; cfr. Marx 1959a)1, pues

cada nueva formación social es la negación de la formación social anterior, pero

esta negación no elimina en su totalidad las contradicciones, sino que genera

contradicciones nuevas cualitativamente diferentes, quitando a las anteriores su

carácter de fundamentales (Bate 1978, 1998b; Marx 1959a; Resnick y Wolff 1982):

en todo momento existe una gran variedad de formas en que se presenta la

formación social. Éstas son las denominadas culturas, y se presentan en relación

dialéctica con los contenidos esenciales de la formación social, pero son también

esencia en relación con ellas mismas y con todos sus aspectos componentes

(Bate 1977, 1978, 1998a).

La cultura es la singularidad de la que la formación social es la generalidad;

es el fenómeno observable. En términos generales, quiere decir que la forma de la

producción en cualquier cultura contiene como condición la esencia del modo de

producción, y es ahí en donde se genera todo cambio social.

De lo anterior se desprende que los aspectos ideológicos o políticos,

institucionales y religiosos de una cultura, englobados en la categoría de

superestructura, no son un mero reflejo de los procesos productivos y las

relaciones sociales de la estructura, sino que se configuran en relaciones

1 “Junto a las miserias modernas, nos agobia toda una serie de miserias heredadas, fruto de la supervivencia

de tipos de producción antiquísimos y ya caducos, con todo su séquito de relaciones políticas y sociales

anacrónicas. No sólo nos atormentan los vivos, sino también los muertos” (Marx 1959:xiv).

19

contradictorias a su interior, relacionadas dialécticamente a la vez entre sí y con la

estructura (Engels 1891, 1975), pero que además contienen la esencia no

únicamente de la superestructura en términos generales, sino de la estructura

misma (Bate 1978). Lo mismo ocurre con la estructura que, al existir en relación

dialéctica con la superestructura, es influenciada por sus contradicciones.

En la realidad, estructura y superestructura existen en unidad, al igual que

lo hacen la formación social y la cultura; es decir, componen la totalidad social.

Son categorías analíticas epistemológicas, y no quiere decir que sean entes

físicos que estén a disposición de los seres humanos que componen una sociedad

concreta.

Haciendo una síntesis de los puntos tratados anteriormente, se ha llegado a las

siguientes premisas: primero, que la sociedad, en tanto es la forma de

organización del ser humano, sigue en sus contenidos generales esenciales a su

vez una línea evolutiva, pero que la forma en que esta sociedad se presenta es

múltiple, e incluye elementos de las formaciones sociales precedentes.

Segundo, que todos los aspectos de una sociedad (incluida la variabilidad

cultural) existen en relación dialéctica, lo que complejiza la relación entre ellos en

los diferentes grados de particularidad, pero que a su vez la contradicción

fundamental se materializa en las relaciones sociales de producción a través del

grado de desarrollo de las fuerzas productivas.

Tercero, que toda cultura es expresión y esencia de la sociedad, por lo que

el estudio de cualquier cultura puede y debe considerar no sólo el modo de

producción si pretende explicarla. Otros aspectos “estructurales” deben ser

tomados en consideración, como los sistemas de distribución, consumo, desecho,

o el modo de reproducción (Bate 1998a; Engels 1891; Marx 1959a), pero también

los aspectos superestructurales políticos, religiosos, y de identidad (cfr. Bate

1998a; Lumbreras 1981:145 y ss.)

En lo sucesivo, cuando se hace referencia a la sociedad maya, se entiende que se

trata de una sociedad concreta (Figura 5); es decir, es una categoría que engloba

20

los contenidos generales esenciales de la formación social, los distintos niveles de

particularidad entendidos como modos de vida, y las formas singulares

fenoménicas en que se presenta la cultura (Bate 1998a, b). Es por eso que por lo

general no se hacen referencias a la “cultura maya”, sino que se habla

fundamentalmente de la sociedad. En contadas ocasiones nos referimos a las

distintas culturas mayas cuando se busca especificar uno de los grupos

singulares, como la cultura de la Costa Oriental o la del Norte de Yucatán.

Figura 5. Conformación de la sociedad concreta (Tomado de Bate 1998a:57).

En concordancia con la posición teórica, y en general con el trasfondo

dialéctico del intercambio, en lo sucesivo hablaremos de la forma y los contenidos

del intercambio, siendo la forma el tipo de relación social de cambio, mientras que

los bienes intercambiados hacen referencia al contenido del intercambio que,

como señalamos más adelante, no sólo son bienes materiales.

21

Por lo tanto, en búsqueda de una explicación del cambio en el tema de esta

investigación, es menester abarcar tanto la forma de las relaciones de intercambio

como sus implicaciones políticas, buscar explicar los procesos reales que se

llevaron a cabo, pero también la concepción que la sociedad maya pudo tener de

estas relaciones y cómo afectaban éstas el devenir de dicha sociedad.

22

CAPÍTULO 4.

Consideraciones teóricas y metodología.

Si se toma en cuenta que una de las consecuencias observables del cambio entre

el Clásico y el Posclásico en el área maya en general, pero sobre todo en las

Tierras Bajas del norte, fue el mayor poblamiento de la Costa Oriental, es

importante realizar estudios que amplíen el conocimiento actual sobre el

intercambio en dicha zona, no sólo con otras zonas dentro de las Tierras Bajas

(pues se sabe que la zona costera norte y occidental dejó de ser ocupada en el

Posclásico Tardío cuando se compara con el Clásico Tardío y el Posclásico

Temprano), sino dentro de sus propios límites diacrónicos y sincrónicos; asimismo,

y en el otro extremo, resulta de gran interés conocer cómo se originó una

estrategia que nació con el desarrollo de Chichén Itzá y se extendió mucho más

allá de los límites temporales de la sociedad que le dio auge.

Al estar trabajando sobre rutas de intercambio, que implican por su

extensión un intercambio interregional a larga distancia y con modificaciones a

través del tiempo, se propone que existió un cambio en las estrategias del

intercambio, así como en las rutas seguidas por ciertos bienes, aprovechando la

red existente de rutas, entre el Clásico y el Posclásico.

Lo anterior podría reflejar un cambio en la estructura social que influyó tanto

en el contenido como en la forma del intercambio. Lo que interesa, en un proyecto

a largo plazo, es entender en qué consistió ese cambio y cómo se llevó a cabo,

por lo que resulta necesario conocer sus características antes, durante y después

del cambio, al igual que la relación de los procesos de cambio con otros procesos

de la estructura social.

a) Hipótesis y objetivos.

Si bien se puede comprender que los productos locales en la Costa Oriental

durante el Posclásico Tardío pudieron no ser los mismos que los de la costa norte

de Yucatán durante el Clásico Temprano y, en el mismo tenor, que los productos

de Chichén Itzá no fueron necesariamente iguales durante el Clásico Tardío y el

23

Posclásico Temprano, las rutas de intercambio debieron ser esencialmente las

mismas, aunque pudieron complejizarse con el tiempo.

La obsidiana fue uno de los contenidos del intercambio que se transportó en

rutas a larga distancia antes, durante y después de la temporalidad considerada

en esta investigación, lo que nos permite comparar su distribución en los distintos

periodos y hacer inferencias acerca de los mecanismos que operaron en cada uno

de ellos.

A lo largo de esta investigación se consideran como hipótesis de trabajo las

siguientes:

1. Conocer la fuente de la obsidiana permite saber la distancia recorrida desde

ésta hasta su último lugar de uso.

2. Tomando en consideración los sitios intermedios con evidencia de material

de la misma fuente y su frecuencia estadística en un periodo dado, se

puede definir una o más rutas posibles desde la fuente hasta el usuario

final.

Y como hipótesis general, que al ser la obsidiana una materia prima externa a las

Tierras Bajas en general, tuvo que llegar mediante intercambio, pero que la

distribución posterior a éste se modificó de la siguiente manera:

Los sitios en donde se llevaba a cabo el intercambio durante el Clásico eran

puertos de intercambio relacionados con centros rectores, por lo que la

distribución estadística de los objetos suntuarios y utilitarios, rituales y domésticos

debe ser no significativa. En el Posclásico, los sitios en donde se realizaba el

intercambio eran a su vez los usuarios finales, por lo que la distribución estadística

de los objetos de las categorías mencionadas debe ser significativa.

Una distribución significativa es aquélla en la cual los datos correspondientes a

una de las categorías se destacan en proporción a los de otra dentro de una

muestra o población. Está basada en porcentajes esperados para cada valor a

24

partir de la muestra total. En el inciso b) de este capítulo se hace una descripción

más detallada de este estadístico. Las categorías se definen a continuación:

Entendemos por bienes suntuarios aquéllos que tienen un valor de cambio

alto, ya sea porque son bienes producidos por artesanos especializados o porque

la producción misma es especializada (cfr. Flad y Hruby 2007:3-6); o porque se

trata de una materia prima que no se consigue en el ámbito local (D'Altroy y Earle

1985:188).

Los bienes utilitarios, en contraposición, son aquéllos con un valor de

cambio bajo, dado fundamentalmente por su utilidad. El uso de los artefactos que

caben en esta categoría es, en principio, el de las actividades productivas de

subsistencia (D'Altroy y Earle 1985). Sin embargo, consideramos que ambos tipos

de bienes pueden dividirse de forma general en aquéllos con un uso ritual y uno

doméstico.

El uso ritual se refiere a aquellas actividades que se repiten metódicamente

con una función de tipo ceremonial. Como tal, es restringido espacio-

temporalmente y requiere de una secuencia. El uso doméstico, por el contrario, se

refiere a la utilización de artefactos para actividades cotidianas.

En el caso de la presente investigación, se buscará definir, mediante un análisis de

proveniencia y distribución estadística de la obsidiana en las cuatro categorías

mencionadas anteriormente, la naturaleza del cambio en las estrategias de

intercambio (Drennan 1998, 2009; Nelson y Clark 1998; Pastrana 1987), como se

especifica en el inciso b) de este capítulo.

Objetivos.

1. Revisar los catálogos de los materiales diagnósticos de sitios costeros o

que hayan tenido una relación con la costa, con ocupación en el Clásico y

Posclásico, en la Costa Oriental.

2. Complementar el enfoque en la Costa Oriental con información básica del

poniente y norte de la Península de Yucatán, así como Belice y Guatemala.

25

3. Hacer un análisis formal de las variantes que presenta cada elemento en

las distintas zonas en que haya sido encontrado, dividiendo los objetos en

suntuarios y utilitarios, por una parte, y en rituales y domésticos, por otra.

4. Llevar a cabo un análisis estadístico para establecer categorías que

permitan definir esferas de presencia/distribución.

5. Formular una propuesta de las rutas comerciales existentes antes y durante

el Clásico Tardío, su relación con “Chichén Viejo”, el desarrollo a través del

Clásico Terminal y Postclásico Temprano y su impacto en la costa oriental

desde el Postclásico Temprano hasta el Tardío, y compararlas con las ya

conocidas o propuestas.

b) Consideraciones metodológicas.

Una forma de abordar el tema, que por sus objetivos abarca un área geográfica

grande y un periodo extenso, implica una revisión bibliográfica acerca de las zonas

costeras entre la región suroccidental del estado de Campeche y la costa norte de

Honduras y Costa Rica, concentrándose en la distribución de obsidiana en cada

sitio, considerando su fuente y el tipo de uso que pudo haber tenido en términos

utilitarios y suntuarios y la viabilidad de existencia, de no haber datos concretos,

de áreas portuarias, además de notar los orígenes de la obsidiana de cada lugar

con el objetivo de presentar, al menos, las rutas de distribución desde la fuente

(cfr. Nelson y Clark 1998).

Considerando la mayor cobertura del proyecto, que se plantea extender

hasta los estudios de doctorado, puesto que un objetivo es investigar el auge de

los puertos desde el nacimiento del Chichén Itzá clásico, una parte del trabajo

debe enfocarse hasta dónde Chichén Viejo – que representa la sección más

antigua del sitio arqueológico – tuvo contacto con los puertos más cercanos,

fundamentalmente Isla Cerritos, y los utilizó para actividades de intercambio.

Se conoce que Isla Cerritos, Uaymil y otros puertos fueron ocupados desde

etapas anteriores, incluso desde el Preclásico (Andrews 1978; Andrews y

Gallareta Negrón 1986; Andrews et al. 1986; Gallareta Negrón et al. 1989) y

continuaron su uso hasta el Posclásico. Si la forma del intercambio sufrió

26

modificaciones significativas que implicaron cambios en las rutas marítimas o en

sus conexiones tierra adentro, es importante contar con datos de la costa norte de

la Península de Yucatán, ya que el objetivo general no sólo es esquematizar los

cambios de las rutas sino buscar, a través de generar inferencias y basándonos en

dichas modificaciones, cómo cambió la estructura social en su conjunto, llámese

formación social, economía u organización política.

Hasta el avance actual de la investigación se ha documentado, a través de

artículos en revistas científicas y de difusión académica, investigaciones previas

sobre el intercambio y la obsidiana en las Tierras Bajas, principalmente en el norte

de Yucatán (Andrews 1984; Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Farriss y

Miller 1977; Glover y Rissolo 2006; Inurreta Díaz y Cobos 2003; Martinez de Luna

2005; Moholy-Nagy 2003; Nazaroff et al. 2010; Nelson y Clark 1998; Sidrys 1976;

Voorhies 1973) y en Belice (Brown et al. 2004; Healy et al. 1984; McAnany 1989;

McKillop 1996, 2010; Santone 1997), pero también en Guatemala (Aoyama 2007,

2011; Aoyama y Munson 2012; Inomata et al. 2002; Moholy-Nagy 1999) y

Honduras (Aoyama 2011).

Más adelante, como paso previo al análisis de material y las subsiguientes

pruebas estadísticas, se requiere la revisión de colecciones de obsidiana

proveniente de sitios relevantes a la investigación para generar un catálogo amplio

no sólo de la presencia de distintas obsidianas a lo largo de las rutas, sino su

fuente de procedencia y su distribución total, así como la distribución en elementos

suntuarios y utilitarios (cfr. D'Altroy y Earle 1985).

Por el momento se cuenta con acceso a colecciones de Cobá, Xcaret y

Rancho Ina (CALICA) en Quintana Roo, además de una pequeña muestra de

Chac-Mool, y probablemente se cuente con colecciones del sur de Quintana Roo y

Belice a corto plazo. No se pretende que ésta sea la colección total de muestras,

sino que continuará la búsqueda por obtener acceso a otras colecciones y material

tanto de excavación arqueológica como de superficie.

27

El análisis de la obsidiana.

La propuesta metodológica para el análisis de la obsidiana es la siguiente: como

primer paso, para cada colección se debe determinar la fuente de las distintas

obsidianas que la compongan y hacer una clasificación por materia prima; primero,

mediante una separación visual macroscópica, considerando el color y la textura,

la densidad (peso en relación con la masa) y su homogeneidad, características

físicas de la sección vítrea y la ausencia o presencia de cristalización secundaria

(cfr. Ordóñez 1892:38-43), y presencia o no de córtex.

Después se buscará corroborar microscópicamente que la clasificación

anterior sea correcta. Esto es importante porque a simple vista hay algunas

obsidianas que son bastante similares. Un ejemplo de esto es la similitud entre las

obsidianas provenientes de El Chayal (Figura 6) y de las fuentes del Pico de

Orizaba (Figura 7): ambas son grises, traslúcidas y más o menos transparentes,

con vetas de color gris oscuro o negro. Sin embargo, en un análisis microscópico

hay diferencias notables en cuanto al tipo de cristales dentro de la matriz vítrea, su

número, orientación y composición (Pastrana 1987).

Figura 6. Vista microscópica de la obsidiana de El Chayal (Tomado de Pastrana 1987:24).

28

Figura 7. Vista microscópica de la obsidiana del Pico de Orizaba (Tomado de Pastrana 1987:18).

Para que el análisis microscópico sea lo más preciso posible, se

considerará el tipo de matriz vítrea, la relación vidrio-cristales, el tipo de cristales y

su orientación, los tamaños relativos entre cristales del mismo tipo y de tipo

distinto, y su distribución. Además, debe considerarse los cristales secundarios o

impurezas.

Es importante llevar a cabo la clasificación anterior como un primer paso, antes de

hacer una separación por tipo de artefacto, ya que la separación por materia prima

nos permite hacer un intento por reconstruir los procesos tecnológicos de la

producción, lo que puede señalarnos en qué punto del proceso de producción de

artefactos llegó a un sitio determinado una muestra particular de obsidiana: no es

igual que la obsidiana llegara como nódulos, núcleos, preformas o artefactos

terminados.

Cada uno de estos pasos del proceso productivo tiene implicaciones tanto

en el tipo de intercambio (el transporte de nódulos o núcleos, si bien implica mayor

peso por artefacto terminado – pues en la talla de artefactos se pierde masa,

29

protege más eficientemente la materia prima: el transporte de navajas terminadas,

por ejemplo, implicaría tener un cuidado extremo para impedir que se rompieran o

desgastaran por fricción) como en el control de la producción en sí misma o del

conocimiento de los procesos productivos en diferentes sectores de las rutas.

Por lo general se ha considerado que la obsidiana del Centro de México

llegaba a la zona maya como objetos terminados o preformas avanzadas (Moholy-

Nagy 1999:304; cfr. Nelson y Clark 1998:321), pero su transportación en rutas

largas no sería eficiente por el cuidado que habría que tener.

Es posible que la producción fuera escalonada, lo que significa que los

primeros pasos en la creación de artefactos líticos podrían haber sido parte de un

conocimiento especializado, pero que su mantenimiento pudiera ser realizado por

los mismos usuarios o por algún grupo dentro de cada asentamiento.

Este tipo de producción escalonada sería visible en el registro de las

colecciones, ya que en los sitios de producción primaria de artefactos2 habría una

mayor proporción de núcleos agotados, desecho de talla de producción y errores

de talla que de artefactos terminados, en comparación con sitios que no fueran

productores primarios (cfr. McAnany 1989:341-342). No obstante, hay que

considerar siempre la posibilidad de reutilización del desecho de talla de

momentos previos en el proceso tecnológico (Hirth 2008)3.

Cuando la información esté disponible, se utilizará el contexto en que fue

hallada cada muestra para una primera separación entre artefactos con carácter

suntuario y utilitario, y de uso ritual y doméstico, aunque en todos los casos se

deberá llevar a cabo una revisión de huellas de uso para así definir, en la medida

de lo posible, si un artefacto tuvo uno o varios usos (reutilizaciones) antes de

2 Es necesaria la aclaración porque, en realidad, los primeros pasos de los procesos tecnológicos se llevaban a

cabo en el lugar mismo de aprovisionamiento de la obsidiana. Estos abarcan desde la selección de los nódulos

o los bloques hasta el dar una forma básica a los núcleos para facilitar su transporte y posterior trabajo. Así, la

presencia de córtex, por ejemplo, puede implicar una producción primaria en el mismo sitio, dependiendo de

su tipo y la frecuencia con que se encuentra. 3 Hay que tener cuidado, sin embargo, al hacer este tipo de aseveraciones. El tipo de desecho de talla es

diferente de acuerdo con los objetos terminados que se tengan en mente al trabajar un núcleo. No es igual el

desecho generado durante la producción de un núcleo prismático para la creación de navajas que el de la

preparación de un núcleo para raspadores (Alejandro Pastrana, comunicación personal, 2011). En la

producción de bifaciales, por ejemplo, se puede contar con lascas de desecho grandes que sí podrían ser

usadas para hacer algunos artefactos, pero no siempre se podría garantizar que la forma y tamaño de éstas

fueran suficientes para ello.

30

llegar a formar parte del contexto arqueológico. El cuidado en el análisis del uso

puede ayudar a determinar el alcance y forma de una economía ritual y una de

subsistencia.

También en este aspecto del análisis es importante una revisión

microscópica del material, pues muchas huellas de uso pueden confundirse a

simple vista con desgaste natural, y la manipulación del material puede llegar a

generar desprendimientos de microlascas en los filos de algunos artefactos, dando

la impresión de que hay huellas de uso. Una forma de determinar la diferencia

está en la frescura de la fractura. Por regla general, una obsidiana con huellas

prehispánicas no tendrá fracturas recientes. De existir, lo más probable es que se

trate de fracturas nuevas producto de la fricción o golpes minúsculos.

Una vez realizadas las clasificaciones anteriores, resulta de gran interés ampliar la

propuesta presentada por McKillop (1996) en relación con el tipo de intercambio

de material procedente de distintas fuentes de obsidiana. Como se desarrolla más

adelante en el capítulo ocho, se ha considerado que por lo general la obsidiana de

El Chayal seguía una ruta de intercambio terrestre, mientras que la de Ixtepeque

seguía la ruta fluvial y costera (Nelson y Clark 1998); sin embargo, con base en

sus observaciones en Wild Cane Cay, McKillop concluye que ambas fueron

transportadas por vía marítima en los casos en que la obsidiana de ambas fuentes

está asociada al intercambio en el Posclásico.

Durante dicho periodo las rutas terrestres debieron ser mínimas si se

considera, a partir del patrón de asentamiento a escala regional, que se

abandonaron los sitios tierra adentro (McKillop 1996:59).

De corroborarse esta posibilidad, esto podría tener implicaciones en el

intercambio de obsidiana hacia la Península de Yucatán en cuanto a la forma de

transportación del material intercambiado y el acceso de diferentes sitios a la

obsidiana de El Chayal.

Relacionado con lo anterior, sería también importante ampliar el estudio

para establecer, en la medida de lo posible, si la obsidiana de una misma fuente

pudo haber seguido más de una ruta de manera cotidiana, en lugar de hacer la

31

separación más o menos tajante entre la de El Chayal por vía terrestre y la de

Ixtepeque por vía fluvial-marítima (Nelson y Clark 1998:318) para los periodos que

abarca este trabajo.

El análisis de las relaciones de intercambio a través de la obsidiana.

En cuanto al estudio de la forma del intercambio, se requiere un análisis que

permita establecer la distribución estadística de los objetos de obsidiana. La forma

de analizar los datos para dicho fin sería a través de tablas de contingencia con χ2

(chi cuadrada o ji cuadrada).

Se parte de la premisa de que los sitios dedicados fundamentalmente al

intercambio presentan una distribución de elementos suntuarios y utilitarios que no

es significativa en términos estadísticos puesto que, al no ser el sitio el lugar final

de uso de los artefactos, no hay una tendencia a hacer esa separación de acuerdo

con las distintas áreas a su interior.

Por el contrario, en los sitios que son principalmente usuarios finales de los

bienes intercambiados, la distribución debería ser, de corroborarse la hipótesis,

significativa: un área cívico-administrativa tendría que presentar una mayor

distribución estadística de elementos suntuarios que un área habitacional o de

actividades productivas, en donde se esperaría que hubiera una mayor

distribución de objetos utilitarios. Este tipo de análisis puede llevarse, cuando la

cantidad de material lo permita, a áreas de actividad más pequeñas.

Una distribución no significativa quiere decir que se considera un intervalo,

dependiente del universo total de piezas y de una muestra seleccionada de forma

aleatoria. El intervalo se calcula mediante tablas de contingencia con chi

cuadrada, que compara cada muestra con el total de piezas de la misma categoría

y con las muestras y el total de las demás categorías a estudiarse. Este tipo de

análisis permite saber si la distribución de las categorías confrontadas es

significativa o no.

Es pertinente hacer este tipo de análisis por dos razones principales:

primero, que es un análisis estadístico sencillo que permite hacer muchas tablas

de contingencia, tantas cuantas sean necesarias, sin implicar demasiados

32

cálculos, por lo que el tiempo invertido al análisis de cada colección, en este caso,

no sea tal que alargue demasiado el trabajo, lo que permitirá analizar un mayor

número de colecciones.

Segundo, que por lo general el número de piezas de carácter suntuario y

utilitario para cada contexto puede ser muy dispar, por lo que una simple

distribución nominal de la muestra puede no reflejar la distribución total del

universo de piezas.

La prueba de chi cuadrada se basa en qué tanto un valor se acerca o aleja

del promedio esperado para dicho valor. Esto se logra construyendo una tabla de

valores esperados que luego se compara con la tabla de valores observados. La

tabla de valores esperados se basa en los totales marginales, que son el total de

cada renglón y columna (ver más adelante en este mismo inciso).

Para calcular los valores esperados, se multiplica el total del renglón

correspondiente a una celda en particular por el total de la columna en que se

encuentra dicha celda, y el número resultante se divide entre el total general de la

tabla. La tabla de valores esperados es la base de este estadístico (Drennan

2009:182-184; Spiegel 1970).

Las tablas de contingencia para esta investigación se harán de la siguiente

manera:

Los valores reales de la muestra (nominales) se colocarán en dos columnas y dos

renglones, para considerar todas las variantes. En este caso, contamos con cuatro

categorías: suntuario, utilitario, ritual y doméstico, con dos contraposiciones

básicas: suntuario – utilitario y ritual – doméstico. Sin embargo, para estas cuatro

categorías las combinaciones posibles son: suntuario-ritual, utilitario-ritual,

suntuario-doméstico y utilitario-doméstico. Esto se expresa en una tabla de la

siguiente forma, colocando los valores observados:

33

Suntuario Utilitario Total

Ritual

Doméstico

Total

De acuerdo con el número de objetos de la muestra que cumpla con la

condición de cada celda (los valores observados), se llena la tabla, sumando

totales por renglón, por columna y un total general. Ejemplo (los datos aquí

presentados fueron aleatorios y no corresponden a ningún caso real):

Suntuario Utilitario Total

Ritual 45 28 73

Doméstico 97 135 232

Total 142 163 305

A partir de los valores de la tabla, se obtiene la tabla de valores esperados,

usando la siguiente fórmula:

�� = ����� × ����

en donde En = valor esperado para la celda n; TCn = total de la columna

correspondiente a la celda n; TRn = total del renglón de la celda n; TG = total

general de la tabla. El ejemplo de la primera celda sería:

�� = �142 × 73305 = 10366305 = 33.99

en donde Esr = esperado para suntuario-ritual. Una vez hechos los cálculos para

las demás celdas, la tabla de valores esperados sería:

34

V. ESPERADOS Suntuario Utilitario Total

Ritual 33.99 39.01 73

Doméstico 108.01 123.99 232

Total 142 163 305

Nótese que el total de los renglones y columnas es el mismo en las dos tablas.

Esto puede ser útil para detectar si existe algún error en los cálculos.

Por último, se aplica la fórmula de chi cuadrada, que mide qué tanto se

desvían los valores observados de los esperados:

�� =�(�� − ��)���

en donde

On = valor observado de la celda n; En = valor esperado para la celda n. Así:

�� = (45 − 33.99)�33.99 + (28 − 39.01)

39.01 + (97 − 108.01)�

108.01 + (135 − 123.99)�

123.99

�����������= 3.5663 + 3.1074 + 1.1223 + 0.9777

�����������= 8.7737

El último paso antes de comparar el valor obtenido para chi cuadrada con la tabla

de distribución, es determinar el número de grados de libertad que, en el caso de

chi cuadrada, es el número de renglones menos uno multiplicado por el número de

columnas menos uno (Drennan 2009:185). Como las tablas propuestas son de

dos renglones y dos columnas, el grado de libertad para estas tablas es 1.

Finalmente, de acuerdo con el grado de libertad y el valor obtenido para chi

cuadrada, se hace referencia a la tabla de distribución para chi cuadrada, en

donde vemos que, para un grado de libertad, el valor 8.7737 cae entre los valores

6.635 y 10.827, que corresponden a significancias de .01 y .001 (ver Tabla 1, en la

página 36). Esto se expresa de la siguiente manera:

35

χ2 = 8.7737, .01 > p > .001.

Lo que indican estos niveles de significancia es que hay una muy baja

probabilidad de que la hipótesis nula (h0) sea cierta. Como la hipótesis nula es lo

opuesto a la hipótesis (en este caso la hipótesis es que hay una diferencia

significativa en la distribución; por lo tanto, la hipótesis nula es que NO hay una

diferencia significativa en la distribución), la baja probabilidad de que h0 sea cierta

implica que la hipótesis tiene una alta probabilidad de ser cierta. Esto se expresa

en la Tabla 1 en el renglón superior, que muestra el grado de confianza de la

hipótesis. En este caso, el grado de confianza está entre 99% y 99.9% (valores de

.99 y .999 de probabilidad). Por lo tanto, la distribución estadística de la muestra

ejemplificada es altamente significativa.

Lo anterior ha de realizarse para el material de todos los sitios que abarque el

estudio y en todas las temporalidades posibles dentro de los límites establecidos,

con el objetivo de entender en lo posible la proporción de artefactos de obsidiana

de todas las categorías de forma sincrónica y diacrónica.

36

Tabla 1. Tabla de distribución para χ2

Confianza 50% 80% 90% 95% 98% 99% 99.90%

0.5 0.8 0.9 0.95 0.98 0.99 0.999

Significancia 50% 20% 10% 5% 2% 1% 0.10%

0.5 0.2 0.1 0.05 0.02 0.01 0.001

Grados de libertad

1 0.455 1.642 2.706 3.841 5.412 6.635 10.827

2 1.386 3.219 4.605 5.991 7.824 9.21 13.815

3 2.366 4.642 6.251 7.815 9.837 11.341 16.268

4 3.357 5.989 7.779 9.488 11.668 13.277 18.465

5 4.351 7.289 9.236 11.07 13.388 15.086 20.517

6 5.348 8.558 10.645 12.592 15.033 16.812 22.457

7 6.346 9.803 12.017 14.067 16.622 18.475 24.322

8 7.344 11.03 13.362 15.507 18.168 20.09 26.125

9 8.343 12.242 14.684 16.919 19.679 21.666 27.877

10 9.342 13.442 15.987 18.307 21.161 23.209 29.588

11 10.341 14.631 17.275 19.675 22.618 24.725 31.264

12 11.34 15.812 18.549 21.026 24.054 26.217 32.909

13 12.34 16.985 19.812 22.362 25.472 27.688 34.528

14 13.339 18.151 21.064 23.685 26.873 29.141 36.123

15 14.339 19.311 22.307 24.996 28.259 30.578 37.697

16 15.338 20.465 23.542 26.296 29.633 32 39.252

17 16.338 21.615 24.769 27.587 30.995 33.409 40.79

18 17.338 22.76 25.989 28.869 32.346 34.805 42.312

19 18.338 23.9 27.204 30.144 33.687 36.191 43.82

20 19.337 25.038 28.412 31.41 35.02 37.566 45.315

21 20.337 26.171 29.615 32.671 36.343 38.932 46.797

22 21.337 27.301 30.813 33.924 37.659 40.289 48.268

23 22.337 28.429 32.007 35.172 38.968 41.638 49.728

24 23.337 29.553 33.196 36.415 40.27 42.98 51.179

25 24.337 30.675 34.382 37.652 41.566 44.314 52.62

26 25.336 31.795 35.563 38.885 42.856 45.642 54.052

27 26.336 32.912 36.741 40.113 44.14 46.963 55.476

28 27.336 34.027 37.916 41.337 45.419 48.278 56.893

29 28.336 35.139 39.087 42.557 46.693 49.588 58.302

30 29.336 36.25 40.256 43.773 47.962 50.892 59.703

Adaptada de la Tabla 14.4 en Statistics for Archaeologists: A Commonsense Approach, de Robert D. Drennan

(2009:185).

37

Ejemplos de este tipo de estadístico aplicado en investigaciones arqueológicas

basadas en la distribución de obsidiana pueden revisarse en Brown et al. (2004) y

en McKillop (1996). McAnany (1989), si bien no basa su investigación en la

obsidiana, hace un análisis de distribución de calcedonia y pedernal en Pulltrouser

Swamp, Belice.

Los autores del primer artículo analizaron la presencia de obsidiana de las

fuentes de San Martín Jilotepeque, El Chayal e Ixtepeque en el sitio de Colhá

(Belice) durante el Preclásico en tres tipos de contexto diferentes: basureros,

talleres y depósitos arquitectónicos.

Sus resultados (Brown et al. 2004:235-237) indican, a partir del uso de

tablas de contingencia con chi cuadrada, que la obsidiana de San Martín

Jilotepeque era predominante en los basureros, la de El Chayal en depósitos

arquitectónicos y la de Ixtepeque en los talleres, con algunas observaciones

menores referentes a la temporalidad de algunos de los contextos mencionados.

Esto podría significar una preferencia de obsidiana de fuentes distintas en

contextos diferentes durante el Preclásico.

El trabajo de Heather McKillop (1996) se basa en un análisis de distribución

de obsidiana de las mismas tres fuentes4 en el sitio beliceño de Wild Cane Cay y

su entorno inmediato desde el Clásico hasta el Posclásico, y de la cantidad de

navajas comparadas con el número de núcleos agotados hallados.

A través del uso de tablas de contingencia con chi cuadrada, pudo concluir

que la distribución de obsidiana de Ixtepeque y El Chayal no era significativa, lo

que implica que no parece existir una diferencia en las rutas de transportación

desde esas dos fuentes (cfr. Nelson y Clark 1998), pues Wild Cane Cay se

encuentra ubicado en el Golfo de Honduras, punto de partida de la ruta marítima

hacia el norte, y no forma parte de ninguna de las rutas tierra adentro (McKillop

1996:59).

Patricia McAnany también utilizó una prueba de chi cuadrada para

caracterizar la distribución entre múltiples categorías de desecho de talla de

pedernal y calcedonia en Pulltrouser Swamp, Belice.

4 En el artículo de McKillop la fuente de San Martín Jilotepeque es llamada Río Pixcaya.

38

Su análisis de distribución le permitió concluir que la calcedonia fue utilizada

fundamentalmente para la creación de artefactos a partir de lascas obtenidas de

nódulos (sic), mientras que el pedernal aparentemente llegaba al sitio como

bifaciales ya terminados, que únicamente eran retocados para su uso continuo en

el sitio (McAnany 1989:338-340).

39

CAPÍTULO 5.

Desarrollo de las teorías del intercambio.

El intercambio, en tanto es el mecanismo principal para acceder a bienes que no

se producen o no existen en el espacio de acción de una comunidad, está imbuido

en la estructura socioeconómica de la sociedad (Summerhayes 2008) y surge de

la división social del trabajo (Bate 1977; cfr. Bate 1998a), por lo que es

característica de cualquier sociedad, y un elemento a considerar en la forma en

que se presenta la evolución social (Oka y Kusimba 2008).

Cuando los bienes intercambiados recorren distancias largas desde su

fuente o sitio de producción primario se generan rutas, a través de las cuales los

bienes llegan a lugares lejanos, ya sea directamente o mediante la intervención de

puertos de intercambio (Chapman 1976; Polanyi 1971) relacionados o no a

centros rectores, como se explica más adelante. En la Península de Yucatán se

podrían mencionar Uaymil, relacionado con Uxmal, e Isla Cerritos, con Chichén

Itzá (Andrews et al. 1986; Gallareta Negrón et al. 1989; Inurreta Díaz y Cobos

2003).

En torno a la forma en que se presenta el intercambio existen dos

posiciones básicas: por un lado la formalista, que considera que en todo tipo de

relaciones de intercambio existe un sistema de mercado; por otro lado, la

substantivista, que trata al intercambio como subsumido en las relaciones

sociales, políticas o económicas de una sociedad (Carrasco 1978, 1985, 1999;

Chapman 1976; cfr. Oka y Kusimba 2008; Polanyi 1971; Summerhayes 2008).

Dentro de una posición formalista, la naturaleza del intercambio se da a

partir de la oferta y la demanda de acuerdo con las leyes del mercado moderno; es

decir, con el objetivo de una obtención de ganancias para los individuos o grupos

sociales que participan de la relación de intercambio.

La forma fundamental de las relaciones de intercambio que considera esta

posición es una de tipo comercial (Braswell y Glascock 2007; Halperin et al. 2009;

Hirth 1996), en la cual todos los participantes tienen acceso a todas las

interacciones, y no existen restricciones por cuestiones de clase social o estatus

40

(Hirth 1998). En general, las posturas formalistas se basan en suposiciones sobre

la mejor forma de actuar para lograr el mejor desempeño económico (Shelach

2002:34).

Por el contrario, desde una posición substantivista el intercambio sólo

presenta una forma comercial en un sistema capitalista o de mercado, en donde

se busca un equilibrio positivo de costo-beneficio, mientras que en otras

formaciones sociales la naturaleza de estas relaciones cambia de acuerdo con el

tipo de organización social, política o económica de la que forma parte (Bate 1978,

1984, 1986, 1998a; Chapman 1976; Polanyi 1971; cfr. Saitta 2005), dependiendo

de la posición teórica de que se parta. Por lo tanto, desde la óptica substantivista,

es imposible comprender el intercambio en sociedades no capitalistas sin tomar en

cuenta las relaciones sociales en ámbitos ajenos al económico (Shelach 2002).

Algunos autores consideran que, a lo largo de la historia, en realidad existió

en cierta medida una combinación de distintos tipos de intercambio en todo

momento. Unos como mecanismos alternativos dentro de distintas escalas en las

que se lleva a cabo el intercambio (Carrasco 1978; Chapman 1976; Polanyi 1971;

cfr. Saitta 2005); otros, a partir de las identidades sociales o del tipo de economía

llevada a cabo en la interacción (Aoyama 2007; Blanton y Fargher 2008; D'Altroy y

Earle 1985; Earle 1997; Rosenswig 2010; Schortman 1989; Shelach 2002; Trigger

1998).

En un principio, el modelo para esta investigación partía de la división que Polanyi

(1971) planteó en cuanto a las formas del intercambio, por lo que es un buen

punto de partida para su caracterización. Él propuso que a lo largo del desarrollo

social de la humanidad, el intercambio se ha ido modificando de acuerdo con la

estructura sociopolítica, pues lo define como un conjunto de relaciones

institucionalizadas que adquiere características distintivas del contenido de la

organización política y la propiedad. A estas relaciones de tipo forma-contenido

entre intercambio y organización de la propiedad las llamó formas de integración.

De manera general, en las sociedades igualitarias la forma dominante de

integración era la reciprocidad; en las sociedades jerarquizadas, la redistribución y,

41

en los estados modernos, el mercado. No obstante, cabe destacar que cada una

de estas formas podría estar presente en todos los tipos de sociedad en distintas

escalas de integración: siguiendo una lógica materialista histórica, su importancia

recaería en el carácter de fundamental para cada organización social (Polanyi

1971:249-263); es decir, dada la coexistencia de formas de integración diferentes

en un momento dado, una de ellas sería necesariamente dominante, mientras que

las demás existirían sólo en condiciones específicas o en interacciones

momentáneas (Shelach 2002).

En cuanto al área o lugar de mercado en las sociedades mesoamericanas,

Polanyi propuso la existencia de puertos de intercambio (Ports of Trade), una

categoría que definió como “pueblos o ciudades cuya función específica era servir

de lugar de encuentro a los mercaderes de larga distancia” (Chapman 1976:75), y

al que consideró el órgano central del intercambio a larga distancia en las

sociedades redistributivas.

Pedro Carrasco (1985, 1999) retomó las ideas de Polanyi y las sumó a su

posición marxista, caracterizando a las sociedades mesoamericanas como regidas

por un Modo de Producción Asiático5, en el que la clase gobernante era propietaria

de la tierra y del trabajo, de cuyo excedente se apropiaba mediante el tributo. En

este sentido, el espacio físico del mercado era en donde se llevaban a cabo

acciones de intercambio mediadas por mecanismos estatales centrales a través

de la redistribución (Chapman 1976; Polanyi 1971; Sidrys 1976).

Más adelante, Kenneth G. Hirth (1978) tomó el concepto de “puerta de

entrada” (Gateway community) de Burghard (1971) y lo aplicó al estudio de

Chalcatzingo, Morelos, interpretando la evidencia arqueológica como más

tendiente a la existencia de redes de intercambio dendríticas (cfr. Hirth 1978:37 y

ss.), lo que flexibilizaba su modelo. No negaba la existencia de los centros

rectores, pero el control de la redistribución era transferido a dichas puertas de

5 En este punto diferimos del marxismo clásico y del uso que tuvo en las décadas de 1960-1980 en México,

que utilizó el concepto de Modo de Producción Asiático como una de las formas en que se organizaron las

sociedades antiguas. Este modelo fue planteado por Marx en busca de explicar la organización de los pueblos

asiáticos, en especial el chino; sin embargo, se desvía del concepto mismo de Modo de Producción, ya que

sólo considera los contenidos de las relaciones de producción (el control hidráulico) como característica

distintiva, mientras que la forma de dichas relaciones son iguales a su contraparte feudal. En este caso, aquí

haríamos una distinción entre dos Modos de Vida distintos.

42

entrada, que eran asentamientos ubicados en puntos nodales de las rutas de

intercambio que adquirían su estatus y poder mediante la concentración de bienes

foráneos, que después intercambiaban hacia comunidades ubicadas a mayor

distancia, que a su vez se convertían en centros redistributivos hacia poblaciones

más pequeñas.

Otro modelo basado en el centro rector fue expuesto por Colin Renfrew (cfr.

Kosso y Kosso 1995; Oka y Kusimba 2008; Renfrew 1975), el cual implicaba la

existencia de esferas de poder a partir de un centro rector o, más bien, medía la

influencia de un sitio contra otro de acuerdo con la función entre su tamaño y la

distancia al otro sitio.

En este modelo, los asentamientos más alejados del centro rector (tanto en

tamaño como en distancia) estarían supeditados a su control efectivo cuando su

influencia propia fuera menor que la del centro (Kosso y Kosso 1995:589-590); es

decir, tendrían una menor libertad en la organización de sus propias redes de

poder económico. Ésta tendría que ser limitada pues de lo contrario el lugar

central perdería el control económico sobre los asentamientos menores.

A la par de los trabajos mencionados anteriormente surgió un interés

específico en el estudio del intercambio como factor importante en la evolución

social6 (Oka y Kusimba 2008). Así, surgieron trabajos que veían al intercambio, en

especial el llevado a cabo a larga distancia, ya no sólo como un desarrollo local o

únicamente como la forma de acceder a bienes suntuarios dentro de un sistema

mayoritariamente redistributivo, sino como resultado de la interacción entre grupos

humanos que permitía el acceso a bienes tanto suntuarios como de subsistencia

que formaban parte de los cargamentos entre los mercaderes a lo largo de las

rutas (Andrews 1984; Arnauld 1990; Hirth 1992; Lamberg-Karlovsky 1972; Pires-

Ferreira 1976a, b; Pires-Ferreira y Flannery 1976; Voorhies 1973).

La combinación de bienes de intercambio de los dos tipos de economía

mencionados en manos de un mismo grupo de mercaderes, podría traer como

6 Con un papel incluso determinante en la evolución social, y no sólo visto como un resultado lineal de otros

procesos.

43

resultado una alta participación del sector comerciante en la toma de decisiones,

independiente de su pertenencia o no a la clase dominante.

Incluso, como señala Arnauld (1990:361-362), lo anterior podría generar

competencia entre diferentes sectores, rutas o centros urbanos bajo cuyo control

estuvieran los lugares de producción o los puntos de acceso a las rutas (cfr. Hirth

1978); o bien, la modificación en el tiempo del carácter suntuario a utilitario – o

viceversa – de algunos bienes intercambiados (Halperin et al. 2009; Halperin y

Foias 2010; Pires-Ferreira 1976a; Pires-Ferreira y Flannery 1976), dependiendo

de las necesidades propias del grupo que adquiría esos bienes en la relación de

intercambio.

En las últimas décadas la investigación acerca del intercambio ha intentado tomar

una visión holística con respecto a su función, tanto regional como interregional

(Rosenswig 2010; Schortman 1989; Shelach 2002).

La interacción interregional considera que el intercambio es sólo una de

muchas formas de interacción entre sociedades y que, como otros aspectos de la

sociedad, se basa en la identidad y en la capacidad de estas mismas relaciones

de interacción de generar una cierta unificación entre las identidades generales de

los grupos que dan lugar a la interacción. Desde esta teoría se considera

importante tomar en cuenta que el contenido del intercambio no sólo es de tipo

económico, sino que existe intercambio de distintas índoles, e incluso de ideas

(Schortman 1989:34).

En una visión similar, o retomando algunos de los postulados de la

interacción interregional, puede proponerse que no sólo los bienes suntuarios

formaban parte de los cargamentos, sino también algunos bienes de subsistencia

escasos en diversos sectores de las rutas (Andrews 1984; Andrews y Gallareta

Negrón 1986; Andrews y Robles 1985; Braswell y Glascock 2007; Halperin et al.

2009; Martinez de Luna 2005; McAnany 1989; McKillop 1996, 2010; Nelson y

Clark 1998; Oka y Kusimba 2008) o con carácter de lujo a pesar de ser bienes

utilitarios, como la sal del norte de Yucatán (Andrews y Mock 2002; Martinez de

Luna 2005).

44

Yucatán fue el más grande productor de sal en Mesoamérica. Las salinas

se extendían desde Campeche hasta las lagunas del norte (Ría Lagartos y Emal)

y hasta la parte oriental de Isla Mujeres (Coe 2005). Esta sal fue de gran valor

económico y se distribuyó hasta lugares tan lejanos como Honduras y Tamaulipas.

Existe la posibilidad de que cuando las mismas rutas fueron utilizadas para

el transporte de bienes de subsistencia, éste se hubiera dado no necesariamente

en la totalidad de cada ruta, sino en algunos trayectos específicos. De esta forma,

las rutas tendrían una doble traza: una en el ámbito regional para el intercambio

de bienes locales; y otra en el interregional, dedicada al intercambio de bienes

foráneos. En ocasiones, la traza podría ser distinta, pero quizás en muchos casos

se aprovechaban los trayectos ya establecidos en la ruta interregional.

Además es necesario considerar los diferentes tipos de procesos de intercambio

llevados a cabo en las rutas a larga distancia. Lamberg-Karlovsky (1972) señala al

menos tres fundamentales: 1) por contacto directo, en el cual el intercambio de

bienes se realiza entre dos lugares sin mediación de algún tercero; 2) por

intercambio libre, en donde las transacciones no están sujetas a una organización

explícita y el valor de cambio de los bienes es variable, y 3) a través de un lugar

central que tiene control sobre productos necesarios para otros pero que queda

fuera de sus áreas de influencia. Éste canaliza la distribución pero mantiene

control de la producción. En este caso, el lugar central es siempre culturalmente

distinto al consumidor (Lamberg-Karlovsky 1972:222).

Por otro lado, con la propuesta hecha por D’Altroy y Earle sobre la

existencia de dos tipos de economía en las sociedades antiguas, ritual y de

subsistencia (D'Altroy y Earle 1985; Goldstein 2000; Hirth 1992; McAnany 1989;

Nelson y Clark 1998; Oka y Kusimba 2008; Santone 1997), se presenta el reto de

determinar en cada caso estudiado si existió dicha dicotomía y, de existir,

considerar la posibilidad de que el intercambio de bienes de cada tipo siguió rutas

distintas o mecanismos diferentes en su integración a la sociedad.

Desgraciadamente, aunque existen trabajos acerca del intercambio de bienes

perecederos (Andrews y Mock 2002; McKillop 1996, 2004, 2010; Staller y

45

Carrasco 2010), es difícil por su naturaleza establecer hasta qué punto siguieron

las rutas a larga distancia, lo que podría aclarar en gran manera la forma general

del intercambio.

Por último, a partir de investigaciones surgidas desde las teorías de la

estructuración (Bourdieu 2007) y la agencia (Giddens 1984) aplicadas a la

arqueología (Barrett 2001; Dornan 2002; Gillespie 2001), se ha propuesto que, al

menos en ciertas ocasiones, el grupo doméstico mismo participaba del

intercambio mediante la aportación de bienes normalmente considerados utilitarios

a contextos rituales a través del intercambio mercantil de bienes materiales en

festividades y eventos ceremoniales (Halperin et al. 2009; Halperin y Foias 2010);

o que las élites de sitios no centrales participaban en el control de toma de

decisiones sobre algunos aspectos del intercambio tanto material como de ideas

(Goldstein 2000; Schortman 1989; Widmer 1996).

46

CAPÍTULO 6.

Relación entre el intercambio y la organización política.

En un esfuerzo por describir y comprender las formas y los contenidos del

intercambio en el contexto del cambio social que derivó en la modificación del

estilo de vida entre el Clásico Temprano y el Posclásico, se vuelve necesario

entender el intercambio no sólo en su funcionamiento interno como parte

fundamental de los ciclos de producción-consumo, sino también como parte de

una serie de interacciones más general llevada a cabo desde otros ámbitos del ser

social, como las relaciones al interior y exterior de cada comunidad tanto en un

sentido económico como de identidad (Schortman 1989); o bien, su papel en la

permanencia de un sistema económico o su cambio por otro.

La relación entre un sistema dado de intercambio y el sistema económico-

político del que forma parte implica el estudio de la organización política de la

sociedad en cuestión, pues debe existir una relación dialéctica en ambos extremos

para que el intercambio sea funcional, partiendo desde una postura substantivista

y realista (Bate 1998a; Clayton 2005; Gándara Vázquez 2008; Smith 2004; cfr.

Trigger 1998).

Si se considera que el sistema político entre los mayas del Clásico

Temprano fue uno de tipo segmentario en el sentido más estricto (Southall 2004)

con poca cohesión entre linajes y una monarquía funcionando como fuerza

centrípeta en conflicto con la presión ejercida desde varios linajes, podría ser

contradictorio pensar en la existencia de un sistema de intercambio controlado

exclusivamente por el Estado. Lo mismo ocurriría en la ceremonialidad de un

estado teatral (Aoyama 2011; Geertz 1973:131 y ss.; Inomata 2006) o las

periferias débiles de un estado galáctico (Tambiah 1977).

El caso particular de la sociedad maya se destaca en el debate sobre las

formas prehispánicas del Estado. Por ejemplo, durante mucho tiempo se

consideró que los mayas eran una sociedad teocrática con centros ceremoniales

cuya función básica era la realización de ceremonias masivas que aglomeraban a

la población, que en lo cotidiano estaba más o menos dispersa (Thompson 1984),

47

aunque en cierta forma organizada como una serie no continua de ciudades-

estado (cfr. Webster 1997:135-136) más o menos correspondientes a la polis

griega o a las ciudades romanas. Como este término no parecía explicar de forma

global a la sociedad maya (Marcus 1992, 2003; Pyburn 1997; cfr. Webster 1992;

Webster 1997) es que se han hecho intentos por adaptar modelos de tipo

segmentario y galáctico (Southall 2004; Tambiah 1977).

La misma caracterización de la sociedad maya como una de tipo teocrático

impidió en cierta medida la detección temprana de las características de las clases

sociales que la compusieron. A raíz de los avances en el conocimiento de la

epigrafía maya a partir de la década de 1990 (Chase 2004; Fash 1994; Houston et

al. 2000; Jackson 2005; Marcus 1992; Martin y Grube 2008), hoy se sabe que por

lo menos la élite no se representaba a sí misma como un segmento social

pacífico, sino que representaba y escribía eventos relacionados con guerras y

tributaciones con signos de deferencia: era una sociedad clasista con un fuerte

poder político en manos de una élite hereditaria (Coe 2005).

Simon Martin y Nikolai Grube (cfr. 2008:17-21) desarrollaron un modelo

estatal ubicado más o menos entre un imperio y un estado balcánico (Coe

2005:238), basado en la epigrafía y en el hecho de que en las inscripciones

existen algunos términos que relacionan posesivamente a personajes con cargos

políticos (Martin y Grube 2008:19-20), como yahaw (y-Ahaw: “el Señor de”) y

usajal (u-sajal: “el noble de”), y que señalan acciones de dichos señores, como

ukab’jiiy (“(fue) la supervisión de”), lo que pareciera señalar que existían algunas

entidades políticas con poder sobre otras, a pesar de que en muchos aspectos

sociales se comportaban como entes independientes.

En sí, estos “superestados” no ejercían el control político mediante una

expansión territorial, sino que lo hacían a través de redes de control de las élites

de los estados menores a través del matrimonio o la guerra.

Este tipo de organización política permitía la creación de dichos

superestados sin un territorio continuo bajo su control (cfr. Marcus 2003): las

alianzas matrimoniales o el control efectivo de las élites locales en diversas

48

entidades menores aseguraban el vasallaje de los reinos menores por periodos

más o menos largos y estables.

También a partir de las inscripciones jeroglíficas se conocen algunos títulos de la

clase gobernante, como Ahaw, B’akab’ y Kalo’mte’7 y se puede inferir que a partir

del Clásico por lo menos el gobernante tenía un nombramiento divino: K’uhul

Ahaw “Señor Divino de\” (Jackson 2005; Martin y Grube 2008).

La dificultad que persiste para poder definir con mayor precisión la

organización política desde la epigrafía recae entonces en dos problemas:

primero, qué tanto la organización política real se correspondía con su expresión

epigráfica (Chase 2004). Segundo, que no se conocen referencias a la clase

dominada ni, en general, a las instituciones, o al hecho de que frases idénticas

pueden tener significados diferentes de acuerdo con el contexto (Chase et al.

2010).

Otra dificultad en la definición de la organización política en la sociedad

maya es que ésta pudo cambiar a lo largo del tiempo en forma cuantitativa

(González Licón 2006; cfr. González Licón 2009:18) y no necesariamente

cualitativa8, lo que se percibe en el registro arqueológico como una mayor riqueza

distribuida en un sector más pequeño de la población (González Licón 2006;

González Licón y Cobos 2006:40).

De acuerdo con Landa (2003), existían cerca de 250 grupos de parentesco

patrilineal en Yucatán en la época de la conquista, además de linajes matrilineales

(Peniche Rivero 1990). Eran grupos exógamos y constituían facciones en donde

los miembros se protegían entre sí por obligación.

Estos grupos faccionales no eran de carácter igualitario, sino que estaban

estratificados en clases sociales bien marcadas, según señala Michael Coe

7 Por supuesto, éstos son términos con los que los mayas de la élite se nombraban a sí mismos. Esto no

necesariamente quiere decir que la organización real fuera así, aunque sí su representación institucional. 8 “Traduciendo” esto desde la posición teórica adoptada en el Capítulo 3, se podría decir que hubo una

polarización en la ganancia económica obtenida de la enajenación de la producción, evidente en un

distanciamiento de las clases sociales fundamentales en términos de riqueza, sin llegar a existir una negación

del sistema como tal. Esta polarización fue tal que quedó registro de ella en los datos arqueológicos

(cuantitativa), pero no llegó al punto en que cambiara la formación social (cualitativa). Por lo tanto, se podría

decir que el cambio se llevó a cabo en algún nivel de particularidad de los modos de vida.

49

(2005:208): los nobles, propietarios de la tierra y ubicados en los puestos más

altos de la organización política y religiosa; los comunes, trabajadores libres con

posesión de tierra propiedad del estado, y los esclavos. La propiedad de la tierra

en manos de la clase dominante aseguraba el tributo de la clase dominada, en el

aspecto político social, y de las comunidades menores al centro rector, en el

patrón de asentamiento estratificado (Peniche Rivero 1990). Al menos así es como

se leyó la división social en un primer momento (cfr. Marcus 1992).

Otros autores (Chase 1992; González Licón 2006; González Licón y Cobos

2006) mencionan que, de acuerdo con las inferencias a partir del material

arqueológico, pudieron existir tres o más sectores o estratos en términos de

riqueza y acceso a los bienes.

De esta manera se vuelve necesario hacer una propuesta del modelo

estatal que mejor describa la organización política a lo largo del tiempo que abarca

este estudio, ya que mucho de lo que se pueda decir acerca de objetos suntuarios

y utilitarios, rituales y domésticos, está relacionado con la forma en que se

presenta la economía: la suntuaria y la de subsistencia (D'Altroy y Earle 1985) y

los elementos que las componen serán definidas por la relación entre los procesos

de intercambio y la importancia política de los objetos tanto a nivel estatal como

doméstico.

Considerando los elementos mencionados antes, hacemos la propuesta de

que el tipo de cambio social, desde una posición teórica de la Arqueología Social,

se dio en la particularidad del modo de vida (Bate 1998b) y no en la formación

social. El problema a dilucidar es en qué nivel(es) de particularidad se llevó a cabo

y, en última instancia, en qué consistió.

Una posible manera en que se diera un cambio en la particularidad del

modo de vida a raíz del control putun en Chichén Itzá es que dicho grupo haya

modificado la forma de la dominación de clase y no su contenido esencial, como

señala Peniche Rivero, requiriendo ahora tributo en especie y ya no en trabajo,

justificándolo a través de un incremento institucional de las relaciones de

intercambio a larga distancia y su consiguiente esfuerzo en el desarrollo de la

50

navegación, y manteniendo la necesidad de tributación a través del culto a las

fuentes de agua y la militarización (Peniche Rivero 1990:57-62).

De ser correcta la apreciación anterior, se podría hablar de que la sociedad

maya en general formaría parte de la categoría analítica de la Sociedad Clasista

Inicial en los contenidos esenciales de la formación social (Bate 1984) tanto en el

Clásico como en el Posclásico, pero que hubo diferencias tanto en la organización

económica como en las instituciones políticas particulares en distintas partes del

Área Maya (cfr. Aoyama 2011), y que en el periodo de transición al Posclásico el

cambio fue más marcado, al punto que un sector (el comerciante) que

posiblemente había formado parte de la clase dominante en épocas anteriores,

pasó a ser una clase social propia que, si bien tenía un carácter no fundamental

en términos dialécticos, sí llegó a tener un poder económico y político

considerable.

Con la caída de Chichén Itzá y, posteriormente, de Mayapán, la

organización política territorial en la Península de Yucatán cambió de haber tenido

una estructura institucional similar a una monarquía, a la relativa independencia de

territorios más pequeños, que los españoles llamaron señoríos por el tipo de

organización que conocían en Europa. Para el siglo XVI se había dejado de usar

el título K’uhul Ahaw, o “Señor Divino de\” como título del gobernante, y se había

remplazado por el de Halach winik, que significa “hombre verdadero”.

No obstante, tomando en consideración los múltiples puntos de vista con

que se observa actualmente la organización política entre los mayas, la respuesta

a si existió o no un cambio en ésta entre el Clásico Temprano y el Posclásico está

íntimamente relacionada a la existencia de una modificación en la forma del

intercambio (y quizás en sus contenidos), no necesariamente por un cambio

cualitativo en el modo de producción, sino quizás por el control del intercambio

desde sus aspectos jurídicos.

El tema es muy complejo y requiere de analizar con mayor profundidad los

tipos de relaciones ejercidas en los procesos del intercambio, por lo que por ahora

dejaremos este tema, a ser tratado junto con el análisis del material en un futuro

cercano.

51

Regresando a la perspectiva de los estados teocráticos, en lo que se refiere a la

producción agrícola se consideraba que la poca profundidad del suelo fértil en la

mayor parte de los sectores del territorio ocupado por la sociedad maya provocó

que se pensara que la única forma en la que los pueblos locales pudieron

desarrollar la agricultura fue mediante la técnica de tumba, roza y quema, lo que

implica que la producción debía hacerse de manera rotativa entre distintas áreas

para permitir al suelo nuevo crecer y recuperar nutrientes (Coe 2005; Fedick y

Morrison 2004; Fedick et al. 2000). Esta técnica agrícola se sigue utilizando, pero

tiene como consecuencia que el área dedicada a la producción debe ser muy

grande, pues cada pedazo de tierra que pasa por una serie de ciclos debe dejarse

“descansar” para recuperar nutrientes y ser nuevamente funcional.

En el caso de que la sociedad maya hubiera sido un estado teocrático (o

una serie de ellos), con centros ceremoniales normalmente desprovistos de

población y donde ésta viviera más o menos dispersa en su cotidianeidad y en

números más o menos bajos, este tipo de agricultura no presentaría un problema

logístico al corto plazo. El aumento de la población generaría una crisis alimentaria

o medioambiental: en el primer caso, por la poca productividad por área trabajada;

en el segundo, porque se hubiera llegado a un momento en que la tierra en

descanso no habría tenido suficiente tiempo para recuperar los nutrientes

necesarios para sostener el incremento en la producción.

Ahora bien, aparentemente coexistieron otras formas de producción

agrícola que permitían controlar la pérdida de agua y nutrientes del suelo,

mediante campos levantados y terraceo, sobre todo en el norte de Belice y en la

región de Río Bec (Coe 2005).

Asimismo, las investigaciones realizadas por Fedick y otros investigadores

en la región de Yalahau, en el norte del estado de Quintana Roo, apuntan a la

creación de canales de encauzamiento de agua en las partes bajas e inundables,

incluso con diques o represas para un control más efectivo (Fedick y Morrison

2004; Fedick et al. 2000).

52

Esto, como señala Michael D. Coe, implica que la cantidad de población y

su densidad en general sería mayor que la normalmente calculada, pues la

cantidad de fuerza de trabajo requerida en obras de este tipo sería también mayor.

Esto se ve reforzado por el patrón de asentamiento a escala regional, que parece

indicar una ocupación espacial continua hacia el Clásico Tardío al menos en la

Península de Yucatán (Coe 2005:22).

El patrón de albarradas del Posclásico en Quintana Roo, que delimitan

terrenos similares a lo que hoy en día se conoce como solares, en donde

coexisten espacios habitacionales y huertos de producción frutal, también parece

haber sido continuo, por lo que quizás la cantidad de población para ese periodo

no fue mucho menor a la de épocas anteriores, sino que se encontraba distribuida

en áreas mayores y de manera distinta, con los centros urbanos ubicados en el

área costera y las áreas de producción agrícola y habitacionales entrelazadas en

un área mayor tierra adentro, en donde la menor salinidad del suelo permitiría una

mejor producción.

Un modelo mixto plausible es el presentado por Netting (1989) como de

huerto y parcela, en donde la producción hortícola basada en tubérculos y frutas

pudo fácilmente complementar la producción de maíz y otros productos de milpa,

además de que no es perjudicial a la fertilidad del suelo, y se adapta a la escasez

de tierras producto de la presión demográfica y al patrón de asentamiento

arquitectónico (Netting 1989:328, 337, 361-364), así como a la coparticipación de

hombres y mujeres en distintas tareas tanto de producción de bienes de

subsistencia como de actividades artísticas y recreativas (Aoyama 2011; Inomata

2007), al reducir el tiempo dedicado al traslado.

Puede esperarse, a raíz de las pruebas de intensificación agrícola y el

patrón de asentamiento continuo tanto en el Clásico como en el Posclásico que la

organización política corresponda en mayor medida a un estado más bien

tendiente a la centralización que a una entidad débil, y que el intercambio haya

jugado un papel fundamental en el aprovisionamiento tanto de bienes de consumo

domésticos como de aquéllos de tipo suntuario.

En el área maya existe una serie de fuentes de obsidiana conocidas

ubicada entre los altos de

Honduras (Aoyama 2011; Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Brown

2004; Nelson y Clark 1998; Sidrys 1976).

Figura 8. Los triángulos señalan las fu

En general, la obsidiana presente en las Tierras Bajas mayas proviene

principalmente de San Martín Jilotepeque, también llamada Río Pixcaya; de

Ixtepeque y de El Chayal, las tres fuentes

(Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Brown

McKillop 1996; Nazaroff et al.

Sin embargo, además de la obsidiana procedente de la prop

aparentemente se importaba obsidiana desde lugares lejanos ya desde el

53

CAPÍTULO 7.

La obsidiana en el área maya.

En el área maya existe una serie de fuentes de obsidiana conocidas

da entre los altos de Guatemala, El Salvador, y al menos tres

(Aoyama 2011; Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Brown

2004; Nelson y Clark 1998; Sidrys 1976).

. Los triángulos señalan las fuentes de obsidiana en el área maya (Sidrys 1976:452).

En general, la obsidiana presente en las Tierras Bajas mayas proviene

principalmente de San Martín Jilotepeque, también llamada Río Pixcaya; de

Ixtepeque y de El Chayal, las tres fuentes principales de los altos de Guatemala

(Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Brown et al. 2004; Healy

et al. 2010; Nelson y Clark 1998; Pires-Ferreira 1976a)

Sin embargo, además de la obsidiana procedente de la prop

aparentemente se importaba obsidiana desde lugares lejanos ya desde el

En el área maya existe una serie de fuentes de obsidiana conocidas (Figura 8)

al menos tres fuentes en

(Aoyama 2011; Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Brown et al.

entes de obsidiana en el área maya (Modificado de

En general, la obsidiana presente en las Tierras Bajas mayas proviene

principalmente de San Martín Jilotepeque, también llamada Río Pixcaya; de

principales de los altos de Guatemala

2004; Healy et al. 1984;

Ferreira 1976a).

Sin embargo, además de la obsidiana procedente de la propia área maya,

aparentemente se importaba obsidiana desde lugares lejanos ya desde el

Preclásico (Braswell y Glascock 2007). En algunos sitios del occidente de la

Península de Yucatán hay material de Ucareo, Michoacán,

Navajas, Hidalgo (Figura

del Centro de México existente en el área maya, sí son las más importantes

(Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Brown

Moholy-Nagy 1999, 2003; Nelson y Clark 1998).

Figura 9. Derrame de obsidiana sobre un estrato de piedra pómez en la Sierra de las Navajas, Hidalgo.

Se ha hallado obsidiana de otras fuentes

que destacan Zaragoza y Zinapécuaro

de Orizaba, aunque en un porcentaje muy bajo y en una temporalidad que

corresponde con el descenso en presencia de

Navajas (Nelson y Clark 1998:280

54

Preclásico (Braswell y Glascock 2007). En algunos sitios del occidente de la

Yucatán hay material de Ucareo, Michoacán, y Sierra de las

Figura 9) que, aunque no son las únicas fuentes de la obsidiana

del Centro de México existente en el área maya, sí son las más importantes

(Arnauld 1990; Braswell y Glascock 2007; Brown et al. 2004; McKillop 1996;

Nagy 1999, 2003; Nelson y Clark 1998).

. Derrame de obsidiana sobre un estrato de piedra pómez en la Sierra de las Navajas, Hidalgo. Foto: Daniel Lozano, 2011.

Se ha hallado obsidiana de otras fuentes del Centro de Mé

que destacan Zaragoza y Zinapécuaro (Figura 10). También hay obsidiana del Pico

de Orizaba, aunque en un porcentaje muy bajo y en una temporalidad que

corresponde con el descenso en presencia de aquélla proveniente de Sierra de las

Navajas (Nelson y Clark 1998:280-284).

Preclásico (Braswell y Glascock 2007). En algunos sitios del occidente de la

y Sierra de las

que, aunque no son las únicas fuentes de la obsidiana

del Centro de México existente en el área maya, sí son las más importantes

2004; McKillop 1996;

. Derrame de obsidiana sobre un estrato de piedra pómez en la Sierra de las

del Centro de México, entre las

. También hay obsidiana del Pico

de Orizaba, aunque en un porcentaje muy bajo y en una temporalidad que

de Sierra de las

Figura 10. Fuentes de obsidiana en Mesoamérica, incluyendo el Centro de México (Tomado de <http://utaspring2009mesoamerica.blogspot.mx/2009/05/mayan

En el norte de la península y en los sitios hacia el interior y la Costa

Oriental, la presencia de obsidiana del Centro de México fue variable a lo largo del

desarrollo de la sociedad maya, con presencia más notable hacia el Preclásico,

Clásico Tardío y Posclásico, con un descenso durante el Clásico Temprano

(Braswell y Glascock 2007; Brown

presencia corresponde con el auge de Chichén Itzá y Uxmal y sus puertos

principales: Isla Cerritos y Uaym

Negrón 1986; Andrews

Gallareta Negrón et al.

(2007:19) incluso reportan una navaja de obsidiana provenient

Zacatecas, en el sitio de Xkipche, en Yucatán.

a) La obsidiana y el intercambio.

La obsidiana ha sido un material muy utilizado en trabajos sobre intercambio a

larga distancia, porque sus características físicas y químicas permiten determin

su procedencia con distintos niveles de precisión, desde la identificación visual por

color, textura, cristales secundarios, etcétera; pasando por el análisis microscópico

(cristalización, tipo y tamaño de cristales), hasta análisis por activación neutr

55

. Fuentes de obsidiana en Mesoamérica, incluyendo el Centro de México Tomado de <http://utaspring2009mesoamerica.blogspot.mx/2009/05/mayan

economy.html>).

En el norte de la península y en los sitios hacia el interior y la Costa

Oriental, la presencia de obsidiana del Centro de México fue variable a lo largo del

desarrollo de la sociedad maya, con presencia más notable hacia el Preclásico,

Clásico Tardío y Posclásico, con un descenso durante el Clásico Temprano

(Braswell y Glascock 2007; Brown et al. 2004; Moholy-Nagy 1999)

presencia corresponde con el auge de Chichén Itzá y Uxmal y sus puertos

principales: Isla Cerritos y Uaymil (Andrews 1978, 1984; Andrews y Gallareta

et al. 1986; Braswell y Glascock 2007; Cobos 1997;

1989; Inurreta Díaz y Cobos 2003). Braswell y Glascock

(2007:19) incluso reportan una navaja de obsidiana provenient

Zacatecas, en el sitio de Xkipche, en Yucatán.

) La obsidiana y el intercambio.

La obsidiana ha sido un material muy utilizado en trabajos sobre intercambio a

larga distancia, porque sus características físicas y químicas permiten determin

su procedencia con distintos niveles de precisión, desde la identificación visual por

color, textura, cristales secundarios, etcétera; pasando por el análisis microscópico

(cristalización, tipo y tamaño de cristales), hasta análisis por activación neutr

. Fuentes de obsidiana en Mesoamérica, incluyendo el Centro de México Tomado de <http://utaspring2009mesoamerica.blogspot.mx/2009/05/mayan-trade-and-

En el norte de la península y en los sitios hacia el interior y la Costa

Oriental, la presencia de obsidiana del Centro de México fue variable a lo largo del

desarrollo de la sociedad maya, con presencia más notable hacia el Preclásico,

Clásico Tardío y Posclásico, con un descenso durante el Clásico Temprano

Nagy 1999), y su máxima

presencia corresponde con el auge de Chichén Itzá y Uxmal y sus puertos

(Andrews 1978, 1984; Andrews y Gallareta

1986; Braswell y Glascock 2007; Cobos 1997;

. Braswell y Glascock

(2007:19) incluso reportan una navaja de obsidiana proveniente de Huitzila,

La obsidiana ha sido un material muy utilizado en trabajos sobre intercambio a

larga distancia, porque sus características físicas y químicas permiten determinar

su procedencia con distintos niveles de precisión, desde la identificación visual por

color, textura, cristales secundarios, etcétera; pasando por el análisis microscópico

(cristalización, tipo y tamaño de cristales), hasta análisis por activación neutrónica

56

o fluorescencia de rayos X (Braswell y Glascock 2007; Brown et al. 2004; Cobos

1997; Healy et al. 1984; Joyce et al. 1995; McKillop 1996; Moholy-Nagy 1999,

2003; Nazaroff et al. 2010; Ordóñez 1892; Pastrana 1987).

Conocer la ubicación de la fuente del material permite saber la distancia

que recorrió hasta su último lugar de uso. Asimismo, considerando los sitios

intermedios que presentan material del mismo lugar y su frecuencia en un periodo

determinado, se puede señalar una o más rutas posibles entre la fuente y el lugar

en que se utilizó por última vez.

En lo que respecta al intercambio hacia las Tierras Bajas de la obsidiana

originaria de los altos de Guatemala se han propuesto dos grandes rutas (Figura

11): una (en rojo) que partía de los altos a través de la Alta Verapaz siguiendo los

valles hacia el norte hasta Cancuén, Seibal o Altar de Sacrificios, desde donde se

dividía siguiendo el Río La Pasión hacia el Usumacinta y de ahí hasta el Golfo de

México; o bien, cruzando el Petén hacia Tikal para de ahí pasar a Belice y el sur

de Quintana Roo (Arnauld 1990; Healy et al. 1984; cfr. Moholy-Nagy 1999),

además de una segunda rama que conectaba el interior de la península con

Edzná y Santa Rita Corozal (Arnauld 1990) a través de Becán.

La segunda gran ruta (en azul) seguía el curso del Río Motagua desde las

fuentes para salir al Golfo de Honduras, subiendo por la costa hacia el norte,

rodeando la Península de Yucatán y culminando de nuevo en el Golfo de México,

con una posible conexión interna entre Xelhá y Cobá, en el oriente, y Uaymil-

Uxmal-Chichén Itzá en el occidente, aunque puede haber tenido algunos otros

ramales (cfr. Nelson y Clark 1998).

57

Figura 11. Mapa de las rutas terrestres y marítimas de intercambio en el área maya. (Tomado de <http://utaspring2009mesoamerica.blogspot.mx/2009/05/mayan-trade-and-

economy.html>).

58

Dichas rutas no fueron perennes, sino que sufrieron modificaciones a lo

largo del tiempo y se conectaban con rutas más grandes de intercambio hacia el

sureste hasta Honduras y Costa Rica, y hacia el oeste costeando el Golfo de

México. Estas rutas proveían de materiales externos como oro de Centroamérica y

diversos materiales del Centro de México y otras regiones intermedias (Braswell y

Glascock 2007; McKillop 1996; Moholy-Nagy 1999; Nelson y Clark 1998; Pires-

Ferreira 1976a), entre otras cosas.

En un trabajo reciente, Heather McKillop (2010:94; cfr. Rodríguez y Hofman

2009) propone también una red de intercambio con las islas del Caribe,

basándose en estudios sobre la navegación y en la similitud de algunos artefactos,

aunque dicha aseveración permanece como una hipótesis no corroborada. Sin

embargo, es notable la existencia de al menos dos referencias al uso de velas

entre los mayas en fuentes del siglo XVI. Si esto fuera cierto, quizá la distancia

que las canoas podían navegar en mar abierto era mayor, y no estarían

restringidas a la navegación costera.

Bernal Díaz del Castillo comenta acerca de un encuentro con gente maya

cerca de Cabo Catoche, al noreste de la península:

“\y una mañana, que fueron 4 de marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de indios naturales de aquella población, y venían a remo y vela. Son canoas hechas a manera de artesas, y son grandes, de maderos gruesos y cavadas por de dentro y está hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que caben en pie cuarenta y cincuenta indios.” (Díaz del Castillo 2003:66)9

La otra mención la hace el propio Hernán Cortés en la Carta de la Justicia y

Regimiento de la Rica Villa de la Vera Cruz a la Reina Doña Juana y al Emperador

Carlos V, su hijo, escrita en 1519 y con la que se ha dado por remplazar la hoy

perdida Primera Carta de Relación. Durante la descripción del primer encuentro

con Jerónimo de Aguilar en Cozumel, narra:

9 Ahora bien, en otra cita del mismo pasaje, mencionada por Piedad Peniche Rivero (1990:102), el número de

canoas mencionado por Díaz del Castillo es diez. Ignoramos cuál de estos números corresponde al pasaje

original, pero el dato de interés es la mención de que las canoas se impulsaban mediante remo y velas, y la

cantidad de personas que podían contener.

59

“\se levantó a deshora un viento contrario con unos aguaceros muy contrarios para salir, en tanta manera que los pilotos dijeron al capitán que no se embarcaran porque el tiempo era muy contrario para salir del puerto, y visto esto, el capitán mandó desembarcar toda la otra gente de la armada y al otro día a mediodía vieron venir una canoa a la vela hacia la dicha isla. Y llegada donde nosotros estábamos, vimos como venía en ella uno de los españoles cautivos que se llama Gerónimo de Aguilar\” (Cortés 2004:15)

Francisco López de Gómara (2003:64) también hace referencia10 a que

“Estando Cortés comiendo, le dijeron que una canoa a la vela atravesaba de

Yucatán para la isla\” Estas dos menciones son un poco menos claras que la

anterior, pues “una canoa a la vela” bien podría referirse a que se encaminaba

hacia la isla, y no necesariamente que se impulsara mediante velamen. No

obstante, la aclaración de que venían a “remo y vela” en la relación de Bernal Díaz

del Castillo deja poco lugar a dudas sobre a qué se refería.

Es necesario tomar en cuenta que el intercambio a lo largo de las rutas no debió

consistir únicamente en el traslado y cambio de obsidiana por bienes de

equivalencia única o para trueque, sino que probablemente las mismas rutas (y

quizá incluso los mismos mercaderes) servían para el intercambio de otros bienes

no presentes en el lugar central asociado a los puertos de intercambio o en el

espacio de acción de los puertos mismos, como la sal (Andrews 1978, 1984;

Andrews y Mock 2002; Healy et al. 1984; McKillop 2004), que fue uno de los

productos principales de las costas de Yucatán, llegando hasta Tamaulipas y

Honduras (Andrews 1978:86; Andrews y Mock 2002), y otros productos como

algodón, esclavos, copal, madera, basalto, sílex (cfr. McKillop 2004; Santone

1997) y algunos tipos de cerámica, entre otros (Andrews 1978, 1984; Peniche

Rivero 1990).

Bartolomé de las Casas relata que en una canoa proveniente de Yucatán

con hasta 25 hombres, en la costa de Honduras, se transportaba mantas de

algodón, huipiles y taparrabos, espadas de madera con filo de navajas de

10 No consideramos esta referencia como una distinta a la de Cortés, pues López de Gómara nació en 1511 y

no conoció a Cortés sino hasta la década de 1540, por lo que aquello que relata en La conquista de México

provino directamente del conquistador (cfr. López de Gómara 2003:6-8).

60

pedernal, hachuelas de cobre, cascabeles, crisoles y cacao, entre otras cosas

(Peniche Rivero 1990:103-104).

b) La obsidiana a lo largo del tiempo en el área maya.

De acuerdo con trabajos sobre la presencia de obsidiana en el área maya (Arnauld

1990; Braswell y Glascock 2007; Brown et al. 2004; Healy et al. 1984; Sidrys

1976), la fuente principal de esta materia prima para todas las Tierras Bajas

durante el Preclásico fue San Martín Jilotepeque (Río Pixcaya), siendo en

ocasiones hasta 100% (Nelson y Clark 1998), aunque cabe destacar que las

muestras de dicha temporalidad no son numerosas, por lo que podrían no reflejar

la distribución total (Braswell y Glascock 2007; cfr. Nelson y Clark 1998). Sin

embargo, en Belice aparentemente ya desde entonces había obsidiana de El

Chayal e Ixtepeque, aunque sólo en contextos suntuarios (cfr. Brown et al. 2004).

La ruta de la obsidiana hacia las Tierras Bajas en el Preclásico Medio partía

de las fuentes de Jilotepeque y El Chayal hacia el norte, bajando hacia Seibal y

Tikal, de donde se distribuía por una parte hacia Edzná, en el occidente de la

Península de Yucatán y, por otra, hacia Dzibilnocac y Dzibilchaltún, en el norte

(Nelson y Clark 1998:286-289). El Preclásico Tardío parece haber sido un periodo

de transición en el uso generalizado de la obsidiana de Jilotepeque y la de El

Chayal, con algunas regiones discontinuas prefiriendo el uso de una u otra fuente

en la península. En Palenque, por el contrario, sólo hay evidencia de obsidiana de

El Chayal para este momento (Nelson y Clark 1998)

A partir del Clásico Temprano, en la mayor parte de las Tierras Bajas del

norte la obsidiana más abundante fue la de El Chayal (Figura 12), complementada

por pequeños porcentajes de la de Ixtepeque y obsidiana de la Sierra de las

Navajas, mientras que la de Jilotepeque prácticamente dejó de distribuirse hacia

esta zona, llegando a un máximo de 2% en Belice (Nelson y Clark 1998; Sidrys

1976).

En la costa beliceña la presencia de obsidiana de Ixtepeque fue mayor que

en el resto de las Tierras Bajas, en una proporción aproximada de 40-60 con

respecto a la de El Chayal. Sin embargo, el material de Colhá (Brown et al. 2004)

61

y el de Moho Cay y Wild Cane Cay (Healy et al. 1984; McKillop 1996) parece

indicar que la diferencia en esa parte de la costa no era tan grande.

Figura 12. Derrame de obsidiana en la fuente de El Chayal, Guatemala © Museo de Arqueología y Etnología Universidad de Simon Faser.

En el Clásico Tardío y el Posclásico la situación cambió drásticamente. La

obsidiana de Ixtepeque (Figura 13) dominó con hasta un 95% de las muestras

tanto en las Tierras Bajas del Norte como en Belice (Arnauld 1990; Braswell y

Glascock 2007; Healy et al. 1984; McKillop 1996; Nelson y Clark 1998), además

de que la obsidiana del Centro de México, sobre todo la de Sierra de las Navajas y

la de Ucareo, se incrementó en grandes cantidades (Andrews 1978; Cobos 1997;

Gallareta Negrón et al. 1989; Inurreta Díaz y Cobos 2003) durante el apogeo de

Chichén Itzá, para después volver a descender en número. En Belice la muestra

para el Posclásico Tardío ni siquiera es representativa.

Figura 13. Volcán Ixtepeque, Guatemala.

Este aumento en la presencia de obsidiana de Ixtepeque coincide con el

desarrollo de las rutas marítimas de largo al

durante todo el Posclásico, inclusive. De acuerdo con el conocimiento actual de

las rutas a partir de las fuentes de obsidiana, se ha propuesto que la de El Chayal

seguía una ruta más apegada a la de periodos anteriore

mientras que la de Ixtepeque siguió una vía predominantemente fluvial y marítima

(pero véase McKillop 1996 para una propuesta distinta).

Este cambio de fuentes predominantes parece ser una característica de los

periodos de transición entre las grandes etapas de desarrollo en las Tierras Bajas,

y es más notable mientras más lejos de las fuentes están los sitios que importaron

la obsidiana. La fuente de Jilotepeque, que dominó por mucho durante el

Preclásico, prácticamente dejó de usars

obsidiana de El Chayal fue predominante en el Clásico, y la de Ixtepeque en el

Posclásico, como se deriva de lo mencionado anteriormente. Esto puede significar

que el control sobre las fuentes está relacionado co

62

. Volcán Ixtepeque, Guatemala. © Lee Siebert, Smithsonian Institution

Este aumento en la presencia de obsidiana de Ixtepeque coincide con el

desarrollo de las rutas marítimas de largo alcance a partir del Clásico Terminal y

durante todo el Posclásico, inclusive. De acuerdo con el conocimiento actual de

las rutas a partir de las fuentes de obsidiana, se ha propuesto que la de El Chayal

seguía una ruta más apegada a la de periodos anteriores, por vía terrestre,

mientras que la de Ixtepeque siguió una vía predominantemente fluvial y marítima

(pero véase McKillop 1996 para una propuesta distinta).

Este cambio de fuentes predominantes parece ser una característica de los

entre las grandes etapas de desarrollo en las Tierras Bajas,

y es más notable mientras más lejos de las fuentes están los sitios que importaron

la obsidiana. La fuente de Jilotepeque, que dominó por mucho durante el

Preclásico, prácticamente dejó de usarse en épocas posteriores. De igual forma, la

obsidiana de El Chayal fue predominante en el Clásico, y la de Ixtepeque en el

Posclásico, como se deriva de lo mencionado anteriormente. Esto puede significar

que el control sobre las fuentes está relacionado con los sitios o las culturas

© Lee Siebert, Smithsonian Institution.

Este aumento en la presencia de obsidiana de Ixtepeque coincide con el

cance a partir del Clásico Terminal y

durante todo el Posclásico, inclusive. De acuerdo con el conocimiento actual de

las rutas a partir de las fuentes de obsidiana, se ha propuesto que la de El Chayal

s, por vía terrestre,

mientras que la de Ixtepeque siguió una vía predominantemente fluvial y marítima

Este cambio de fuentes predominantes parece ser una característica de los

entre las grandes etapas de desarrollo en las Tierras Bajas,

y es más notable mientras más lejos de las fuentes están los sitios que importaron

la obsidiana. La fuente de Jilotepeque, que dominó por mucho durante el

e en épocas posteriores. De igual forma, la

obsidiana de El Chayal fue predominante en el Clásico, y la de Ixtepeque en el

Posclásico, como se deriva de lo mencionado anteriormente. Esto puede significar

n los sitios o las culturas

63

ubicados en las cercanías de las mismas, pues aparentemente este evento sólo

ocurrió hacia las Tierras Bajas y no hacia otras partes del Área Maya. En Chiapas

y el occidente de Guatemala la predominancia de una fuente sobre otra no es tan

clara (Nelson y Clark 1998).

El caso de Honduras es muy diferente. Al menos en el sitio de Copán y sus

alrededores, ubicados hacia el este de las fuentes de los altos, no se muestran las

variaciones temporales de presencia de obsidiana de distintas fuentes, ni un

marcado incremento en el uso de la obsidiana verde de Sierra de las Navajas

durante el Clásico Terminal – Posclásico.

Al respecto, resulta de gran interés un capítulo escrito por Kazuo Aoyama

(2011) acerca de las implicaciones socioeconómicas y políticas inferibles a partir

del estudio de la industria lítica, en donde compara las colecciones de obsidiana y

pedernal de Copán, por una parte, y de Aguateca, Guatemala, por otra, y que

ilustran tanto la diferencia mencionada en el párrafo anterior, como la posibilidad

de llevar a cabo análisis de la estructura social a partir de trabajos como la

presente investigación.

Una de las ventajas que presenta el trabajo mencionado es que es producto

de veinte años de análisis de lítica tallada proveniente de ambos sitios y sus

esferas de influencia, que además fue hallada en contextos diversos, por lo que

muestra una variedad analítica deseable en investigaciones como la presente.

Los trabajos en Aguateca (Aoyama 2007, 2011; Inomata et al. 2002) se han

visto beneficiados por el hecho de que el sitio fue abandonado súbitamente,

dejando in situ los artefactos y utensilios que se usaban para las distintas

actividades llevadas a cabo en él.

En lo que se refiere a la distribución de obsidiana en el tiempo, Aguateca

“respeta” la secuencia de fuentes para el resto de las Tierras Bajas, con una

marcada preferencia por El Chayal. Aquellas piezas cuya materia prima no

provenía de ahí se encontraron exclusivamente en contextos de élite, lo que

refuerza la postura de que las obsidianas escasas servían como bienes

suntuarios.

64

Puesto que el contexto en que se abandonó fue uno de conflicto, gran parte

de los artefactos líticos son puntas de lanza y de flechas, la mayoría fabricadas en

pedernal.

La primera diferencia notable entre la lítica de Copán y la de otras regiones del

Área Maya es la mayor presencia de obsidiana que de pedernal. Aunque según

Nelson y Clark (1998) la proporción de pedernal y obsidiana es menos polarizada

de lo que se piensa, en todos los casos que ellos mencionan el pedernal supera

por mucho a la obsidiana, por lo que se ve que el caso de Copán es anómalo en

este aspecto y está relacionado, sin duda, con las características geológicas del

área.

En lo que también diverge el caso de Copán del de otras partes es en que a

lo largo de toda su historia sólo utilizó una fuente principal, la de Ixtepeque.

Aunque Aoyama menciona siete fuentes distintas, incluyendo algunas del Centro

de México, el porcentaje de obsidiana de dicha fuente siempre fue mayor, quizás

porque dicho centro tuvo control sobre el yacimiento, que se encuentra a escasos

80 kilómetros.

La poca obsidiana importada de Sierra de las Navajas fue de uso

restringido a la élite, y parece haber tenido una mayor relevancia simbólica y

suntuaria que valor de cambio. En lo que Copán sí comparte rasgos con las

demás regiones del Área Maya es en el descenso de esta obsidiana en el Clásico

Tardío. De hecho, dejó de ser importada en su totalidad, y esto puede estar

relacionado con la caída de Teotihuacan.

Un dato interesante es que la producción de navajas parece haber estado

restringida al sitio de Copán, mientras que en los sitios vecinos menores se

usaban únicamente lascas de otros tipos. En el Clásico Terminal, curiosamente, la

presencia de obsidiana es menor que en otros periodos. Se puede inferir que el

aumento en el uso de la fuente de Ixtepeque en el resto de las Tierras Bajas

puede haber tenido un efecto negativo en el control o acceso de Copán a la que,

hasta entonces, había sido su sitio de producción primario, pero esta inferencia no

pasa de ser una hipótesis no confrontada.

65

Lo anterior parece indicar que, en este caso específico, el intercambio local

tuvo un mayor impacto en el desarrollo histórico que el intercambio interregional

(Aoyama 2011:43) y que el control de la obsidiana sí siguió un esquema

centralizado; pero, como se puede ver, este puede ser un caso anómalo y no

necesariamente la regla con la cual medir el resto del área maya.

66

CAPÍTULO 8.

Discusión.

a) Tipos de interacción.

Reflexionando sobre lo dicho en la sección referente al desarrollo de las teorías de

intercambio surgen dos posiciones fundamentales para estudiar dicha actividad: la

primera sería abordarla desde una lógica substantivista pura, considerando cada

momento del desarrollo histórico de una sociedad como una sección sincrónica,

determinado por las características únicas de dicha sociedad en ese momento.

Esto implicaría que cada sociedad tendría que ser cerrada, pues de lo

contrario habría factores externos en la forma que adquirirían las relaciones de

intercambio (sobre todo a larga distancia): éstas estarían sujetas únicamente a los

procesos internos de la sociedad en cuestión. No podría entablarse un intercambio

con contenidos amplios, ya que cada sociedad participaría de éste bajo sus

propias reglas.

Desde este punto de vista, las interacciones entre comunidades de la

misma sociedad o de ésta (la maya) con otras (zapoteca, tolteca, mexica,

etcétera) sólo se llevarían a cabo a través del intercambio de regalos entre las

clases dominantes, élites o gobernantes; o mediante una centralización de los

bienes adquiridos en el intercambio para su posterior redistribución a partir de la

decisión consciente de la clase dominante (Carrasco 1978, 1985, 1999; Chapman

1976; Polanyi 1971).

Si esto fuera cierto, la mayoría, si no es que la totalidad de los puertos con

una función “comercial”, serían puertos de intercambio en el sentido del término

Port-of-Trade de Polanyi: un lugar de encuentro de mercaderes no sujetos, en ese

lugar, a ninguna relación de tipo mercado.

La otra posición, antagónica, sería considerar el intercambio como una

interacción mercantil en todo momento, en la cual los individuos participantes

buscan en cada transacción una ganancia personal y un equilibrio positivo entre

costo-beneficio, y en la cual el intercambio se lleva a cabo de acuerdo con precios

determinados por la oferta y la demanda (Hirth 1996; cfr. Summerhayes 2008).

67

Estas dos posturas, planteadas así, como mutuamente excluyentes, no

parecen coincidir con datos que los análisis de algunas investigaciones han

arrojado (Drennan 1998; Goldstein 2000; Hirth 1998; McAnany 1989; McKillop

1996; Nelson y Clark 1998; Oka y Kusimba 2008; Santone 1997), por lo que

consideramos que una visión más amplia del intercambio puede ser útil, por lo

menos, para observar qué elementos de cada postura están presentes; o bien,

cuál es el grado de complejidad presente en todo el proceso de intercambio y no

sólo en el momento transaccional del mismo.

Aún partiendo de una posición teórica materialista y realista, y habiendo

hecho explícitos los postulados que consideramos que mejor definen tanto el

intercambio como las relaciones políticas en la sociedad maya, no se pretende

caracterizar la forma del intercambio de antemano mediante una definición

inmutable, ya que éste, en tanto proceso social, debió responder a las condiciones

estructurales de su momento y preferimos que el análisis del material a futuro nos

permita llegar a una conclusión sobre la organización social congruente con la

interpretación de su expresión formal.

Considerando lo anterior, una teoría intermediaria que puede proveer las

herramientas necesarias para comprender el intercambio desde una óptica más

global, sería la de interacción interregional, pues en ésta se consideran no sólo los

aspectos económicos del cambio, sino algunas de las relaciones consideradas

superestructurales desde el marxismo, como la identidad social y la singularidad

de cada transacción que, si bien están contempladas en una posición marxista, la

verdad es que son prácticamente nulos los intentos por abordarlas (cfr. Lumbreras

1981).

Nos referimos a una óptica más global puesto que, por una parte, a través

del estudio de las identidades sociales (de los individuos en la sociedad, pero

sobre todo de las sociedades como conjuntos más o menos independientes), se

puede comprender la serie de toma de decisiones en distintos niveles de la

organización política que permitieron a una sociedad concreta entablar relaciones

codependientes con otras, y que éstas fueran duraderas (Schortman 1989),

entendiendo que para que exista una interacción a largo plazo es necesaria la

68

existencia de comportamientos y normas compartidos que se reconocen por

ambas partes participantes y por los intermediarios (Schortman 1989; Shelach

2002), de existir en los casos concretos.

Por otro lado, aunque sus postulados ontológicos son distintos a los de una

posición teórica materialista histórica, en términos metodológicos no son

posiciones que necesariamente se excluyan una a la otra (cfr. Shelach 2002:9-45).

La interacción interregional considera que es a partir de la identidad social

compartida que se da forma a las interacciones (entre las que se incluye el

intercambio), sobre todo cuando la relación es entre sociedades distantes y

requiere de interacción a larga distancia.

Las posiciones materialistas históricas, por el contrario, aseveran que la

forma de las interacciones está determinada por el modo de producción, pero en la

institucionalidad y la psicología social, dentro de la superestructura ideológica,

cabe perfectamente hablar de identidad social, y esto permite partir en sentido

inverso y generar inferencias sobre el modo de producción. Un ejemplo del uso

simultáneo de ambas posiciones es el trabajo reciente de R. M. Rosenswig (2010,

2012).

b) Las rutas de intercambio.

Se propone el análisis de los cambios en las rutas porque existe un conocimiento

más o menos amplio de su distribución en diferentes periodos (Arnauld 1990;

Braswell y Glascock 2007; Brown et al. 2004; Cobos 1997; Healy et al. 1984;

McKillop 1996; Nazaroff et al. 2010; Nelson y Clark 1998; Pires-Ferreira 1976a;

Sidrys 1976) en cuanto a la materia prima; sin embargo, hay pocas

investigaciones al respecto que confronten esa información con el tipo de

artefactos y sus posibles usos en distintos contextos (cfr. Nelson y Clark 1998).

Sí hay estudios que correlacionan fuentes de obsidiana con contextos

específicos, pero no consideran que los artefactos mismos pudieron haber tenido

distintos usos antes de su deposición en contextos suntuarios como ofrendas o

ajuares funerarios. Por ejemplo, en una ponencia presentada en un congreso

reciente, Guillermo Acosta se refirió a ofrendas de hachas de piedra verde en el

69

Preclásico en la región circundante a La Venta, Tabasco, en las que en ocasiones

había una combinación de objetos sin uso previo, presuntamente destinados

específicamente a su deposición ritual, y algunos otros que presentaban huellas

de desgaste producto de su utilización previa en otros procesos de trabajo (Acosta

Ochoa 2012).

Partiendo de la hipótesis principal surgen las siguientes preguntas: ¿cómo

es la distribución de los utensilios de obsidiana en un puerto de intercambio?

¿Existe una distribución similar o disímil de utensilios con carácter utilitario y

suntuario? Y, dentro de estas dos categorías, ¿hay una distribución significativa o

no significativa entre los utensilios de uso ritual y doméstico? ¿Qué relación tienen

las respuestas a las preguntas anteriores con el tipo de organización social y

política? ¿Existió un cambio real en el tipo de intercambio entre el Clásico Tardío y

el Posclásico?

La idea central y el objeto de esta investigación es ir dando respuesta a

estas preguntas con cada paso en el proceso de análisis de material y la

generación de inferencias a partir de éste.

70

CAPÍTULO 9.

Consideraciones preliminares.

De existir cambios significativos entre el Clásico y el Posclásico observables a

partir de la distribución estadística, estos datos podrán utilizarse para medir, en

cierta forma, las variaciones entre los sitios estudiados y entre diferentes

temporalidades en cada sitio, suponiendo que el número de objetos de obsidiana

sea suficiente en la mayoría de los casos; esto es, que el universo total de piezas

o la muestra obtenida sean significativas, y que éstos provengan, en lo posible, de

contextos tanto suntuarios como domésticos.

La variabilidad presente en cada sitio y en sitios ubicados en distintas

locaciones a lo largo de las rutas debe permitirnos hacer una propuesta acerca de

si se modificó la forma del intercambio en los distintos puntos de la ruta y cómo se

dio este cambio en el caso de la obsidiana. Se propone, además, contrastar la

información con la existente para otros tipos de bienes intercambiados, lo que

permitirá establecer similitudes y diferencias en la forma del cambio con un mayor

nivel de generalidad, además del que se vaya estableciendo para cada uno de los

sitios estudiados.

Se espera que, de acuerdo con los resultados y con la información

bibliográfica, la proporción entre las categorías definidas sea distinta en el

Posclásico que en el Clásico, ya que existe un cambio en el patrón de

asentamiento y, de corroborarse la hipótesis, existiría también un cambio en el

patrón de uso de los artefactos con respecto a la distribución en diversas áreas de

actividad al interior de los sitios. Esto representaría un primer paso fundamental en

la caracterización del cambio social como categoría global a partir de uno de sus

elementos constitutivos: el intercambio como proceso, pero también como parte de

los procesos mayores de producción-consumo.

De igual manera, un cambio en el patrón de uso de artefactos de distinta

categoría podría indicar, a su vez, una modificación en la organización política o

institucional.

71

Una vez llevado a cabo el estudio de la obsidiana tanto en su análisis de

procedencia macro- y microscópico, y cuando se hayan realizado las pruebas

estadísticas, se podrá hacer una primera confrontación de la propuesta

metodológica que permita refinarla, de ser necesario; adoptarla, modificarla o, en

su caso, rechazarla.

Además, el observar directamente los tipos de artefactos de distintas

fuentes de obsidiana ayudará en una mayor precisión en la definición de las

categorías propuestas, lo que permitirá hacer una clasificación más precisa de los

objetos que abarca cada categoría, sobre todo en el caso de los artefactos

multifuncionales como las navajas o navajillas, ya que en un inicio pueden formar

parte de más de una de las categorías, lo que vuelve muy importante el análisis de

huellas de uso (cfr. Aoyama 2011:40) o las modificaciones intencionales a lo largo

del tiempo de uso del artefacto.

El análisis tecnológico podría también proveer herramientas teórico-

metodológicas para determinar, en medida de lo posible, los vínculos políticos y/o

culturales entre las distintas entidades mayas a lo largo del tiempo, así como para

definir si existió o no algún tipo de centralización-redistribución como forma de

integración fundamental en el Clásico o en el Posclásico y, a partir de eso, si los

puertos de intercambio considerados responden a la categoría de Port-of-Trade

como entidad más o menos independiente; a la de Gateway Community, más

relacionada a un lugar central pero con poder económico fluctuante; o a

estaciones de transbordo bajo el control directo de un centro político; o bien, si

serían mejor definidas mediante categorías nuevas relacionadas con detalles

específicos de su funcionamiento. Estas funciones no tienen porqué ser

mutuamente excluyentes para un mismo sitio a lo largo del tiempo.

El mismo análisis tecnológico permitirá establecer el nivel de

estandarización en la producción de distintos tipos de artefactos tanto por materia

prima como en los procesos productivos mismos.

El uso de obsidianas de diferentes fuentes en contextos distintos permitirá

establecer la importancia política de cada una de ellas en distintos tramos de las

rutas. Al menos durante el Preclásico en Colhá, Belice, la obsidiana de El Chayal

72

sólo ha sido hallada en contextos rituales y arquitectónicos (cfr. Brown et al. 2004).

Éste podría ser el caso en otros lugares, y habría que tomar esto en consideración

al definir las categorías para cada sitio. Aunado a lo anterior, determinar los

procesos tecnológicos permitirá definir si la obsidiana de fuentes específicas se

utilizaba para una sola categoría de artefactos o para varias.

73

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