La orientación semiótica de C.S. Peirce (De la interpretación a la lectura, cap. III)

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DE LA INTERPRETACION A LA LECTURA

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@ 1994 Wenceslao Castañares Burcio

@ Para todas las ediciones. Iberediciones, S.L.

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Prohibida la reproducción total o parcialsin autorización previa por escrito del Editor.Primera edición: Marzo 1994

l. S. B. N.: 84-7916-022-5D. L: M-8.091-1.994

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CAPITULO 3

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Hablar de semiótica en general, no deja de ser una sim-plificación que, corno sucede en otros muchos casos,puede dar lugar a numerosos y graves malentendidos.

Vista desde dentro, la semiótica no es un ámbito coherente oun territorio homogéneo que pueda ser transitado sin grandessobresaltos. Ocurre más bien lo contrario: disensiones dediversa índole prevalecen muchas veces sobre la coincidenciao el acuerdo. Las razones de esta heterogeneidad son numero-sas, pero a modo de ejemplo basten las siguien~s. En primerlugar no se puede obviar el hecho de la existencia de semióti-cas que difieren en su grado de generalidad. Tendríamos quedistinguir corno hace Eco (1990:9s.) al menos una semióticageneral, que habría que entender corno una teoría filosófica detoda semiosis posible, unas semióticas especificas, entendidascorno teorías de sistemas de signos particulares, y unas semió-ticas aplicadas que se refieren a las prácticas concretas de des-cripción e interpretación de textos. Están además las conse-cuencias derivadas de la evolución histórica de la disciplina,que ha dado lugar a un desplazamiento de los problemas y delas formas de abordado. Y, por último, no resulta,menos deter-minante la existencia entre los semiólogos de comunidades tri-

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bales que se adscriben a tradiciones muy diferentes que noresultan fácilmente conciliables.

Todo ello no ha podido evitar que, desde una posición másdistanciada, se pueda hablar de la semiótica como de una disci-plina que es posible caracterizar tanto por el tipo de problemasque aborda como por su forma de abordarlos. Su preocupacióninicial por los procesos de significación, ha terminado pordesembocar en una problemática mucho más compleja que tex-tualiza los procesos de comunicación, sin que este hecho-superados ya los lejanos momentos de una polémica pocosubstantiva- haya supuesto contradicciones o cambios bruscosde orientación. La perspectiva semiótica ha contribuido a supe-rar una concepción de la comunicación excesivamente simplis-ta a la hora de concebir los elementos más importantes del pro-ceso. Si bien, por una parte su atención se focalizaba en elmensaje, entendido ahora como texto o discurso, su insistenciaen contemplarlo no tanto como el efecto de una acción sinocomo práctica él mismo, suponía una modificación profundatanto de la noción de código como de la acción de los sujetosque se ven involucrados en las prácticas comunicativas. Deesta manera el receptor pierde el carácter pasivo que la mismadenominación trataba de mostrar, y se convierte en un intérpre-te cuya actividad resulta tan necesaria como la del productormIsmo.

Con esta actitud el enfoque semiótico se coloca frente a lasconcepciones substancialistas del significado y por tanto enposiciones cercanas a las de la hermenéutica y la estética de larecepción(l).Sin embargo resulta sorprendente el que, a pesarde esta proximidad, apenas haya existido el diálogo entre estaslíneas de investigación. Desde las posiciones de la hermenéuti-ca y la estética de la recepción, se ha podido acusar a la semió-

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1.- Tanto es así que algunos filólogos como Lázaro Carreter (1984), acusan a lasemiólogos -un tanto excesivamente- de minimizar el papel del autor.

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tica de falta de sentido histórico y de una tendencia -especial-mente apreciable en ciertas orientaciones- a la inmanencia deltexto, al desprecio de toda realidad extratextual. Por su parte lasemiótica ha criticado de las orientaciones hermenéuticas el nohaber acertado a colocar la interpretación en el contexto de losprocesos comunicativos. Bien es cierto que en determinadosmomentos se reconoce ese carácter a la literatura, pero la prác-tica desatención de las condiciones enunciativas convierte esereconocimiento en una mera declaración de principios sinrepercusiones analíticas.

Aunque no siempre haya sido reconocido de forma práctica,resulta difícil negar en el nivel teórico que todo proceso comu-nicativo sólo es posible sobre la base de un sistema significati-vo. Un reconocimiento práctico de este principio implicaría lanecesidad de construir una semiótica general que dé razón deellos. Ese fue el objetivo inicial de la semiótica. Sin embargo,si nos atenemos a los resultados, no cabe duda de que lasemióticano ha ofrecido una respuesta unitaria a ese problema.La razón fundamental ha estado en el, fracaso que una de susprincipales corrientes, la estructuralista -que es tanto comodecir gran parte de la semiótica realizada en Europa durantelos años sesenta y setenta-, tuvo que asumir tras constatar ladebilidaddel fundamento sobre el que había tratado de susten-tarse: la noción de signo lingüístico elaborada por Saussure. Elfracaso de la concepción estructuralista del signo tuvo impor-tantes consecuencias teóricas. Entre otras, la aceptación más omenosexplícita de la imposibilidad de construir una teoría uni-taria de los signos. Otra no menos importante ha sido la necesi-dadde sustituir lo que había venido constituyendo hasta enton-ces la unidad de análisis, el signo, por otra que debía satisfacerlas exigencias de un análisis riguroso de los procesos comuni-cativos. La elección recayó sobre el texto, noción que a pesarde que planteaba no poco problemas de definición, se presentóen muchos momentos corno enfrentada a la de signo.

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TSin embargo otras corrientes semióticas han interpretado

ese fracaso como la consecuencia a la que condujo la elecciónde un camino equivocado. Este error no había de interpretarsecomo la imposibilidad de elaborar una teoría de la significa-ción, sino como la necesidad de cambiar de perspectiva. Unateoría de la significación seguía siendo tan necesaria comoantes y, desde luego, esa teoría no podía sustentarse en elenfrentamiento, por otra parte bastante artificial, entre el signoy el texto. Por lo demás una teoría de la significación, por serde carácter más básico, ha de tener importantes repercusionessobre una teoría que pretenda explicar tanto los procesos decomunicación en general como, de forma más concreta, la acti-vidad interpretativa del receptor o destinatario.

En términos generales puede decirse que tanto desde laperspectiva del desarrollo histórico de la semiótica como desdelas exigencias de carácter teórico que acabamos de constatar, lateoría lógico-semiótica de Ch.S. Peirce ofrece alternativas quehay que tener en cuenta. Este interés aumenta si cabe desde elpunto de vista que aquí hemos adoptado. La teoría semióticade Peirce no es una teoría de la interpretación en el sentido res-tringido en que aquí hemos venido dando a hl expresión. Sinembargo, puede ser considerada como tal, tanto en cuanto pre-tende ser una teoría que afecta a la significación en general,como en cuanto reserva un lugar de privilegio a la actividadinterpretativa. Por esta razón algunos de sus principios básicosno sólo están próximos a otras teorías que explícitamente sesitúan en la perspectiva de la interpretación como las quehemos visto, sino que pueden servir de fundamento a otras quemás tarde examinaremos.

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3.1 LA TEORÍA SEMIÓTICA DE CH.S. PEIRCE

En la revisión crítica a que fue sometida la noción estructu-ralista de signo, una de las razones de mayor peso aducidaspara justificar su sustitución por la de texto, fue el que elsigno aparecía como una unidad excesivamente atómica queresultaba demasiado inadecuada para el análisis de procesoscomunicativos ~omplejos. Esta situación era consecuencia deuna tradición que había terminado por identificar el signo lin-güístico con la palabra y, por otra parte, de una teoría semióti-ca que había hecho del signo lingüístico el paradigma de todosigno(2).La lingüística y la semiótica estructuralista, se basa-ron en estos principios, por lo que la crítica del signo que lle-varon a cabo autores post-estructuralistas, estaba en parte jus-tificada(J).Sin embargo ella misma desconocía o no tenía encuenta que su crítica no alcanzaba más que a esa concepcióndel signo.

2.- Ambas concepciones tienen su justificación en la teoría unificada del signo lle-vada a cabo por San Agustin. De los beneficios derivados de este hecho no noscorresponde hablar ahora. Sin embargo su conocimiento puede evitar caer enciertos errores. En primer lugar, hay que recordar que la semiótica tiene una his-toria que no comienza con la aportación de Saussure o Peirce. Y en segundo, queesa misma historia nos enseña que ha habido otras concepciones del signo distin-tas a la que aquí comentamos. Ambas cosas fueron ignoradas u olvidadas por losautores estructuralistas. Bien es cierto que esa historia estaba aún por escribir ensu mayor parte. La situación actual es distinta; prueba de ello son obras como lade G. Manetti (1987). (Sobre el contenido de esta obra y lo que significa desde elpunto de vista de la situación creada por la critica post-estructuralista véase Cas-tañares, 1990a). U. Eco ha abordado el tema en reiteradas ocasiones (por ejem-plo en 1990: 40ss) y C. Ginzburg (1989) también recoge datos sobre el uso yconcepción de los signos en la antigüedad que pueden completar estas referen-cias.

3.-Esta crítica, que realizan personas nucleadas en torno a la revista TeZ QueZyentre las que destacan R. Barthes, 1. Kristeva y J. Derrida, no sólo se refiere acuestiones metodológicas sino también a otros aspectos que podríamos conside-rar filosóficos. Más adelante aludiremos a alguna de estas críticas cuando abor-demosla teoría deconstruccionista de J. Derrida.

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La consecuencia fue que el signo concebido a la manera deSaussure -es decir como la unión del significante y del signifi-cado-, dejaba de ser considerado como una noción teórica yprácticamente aceptable. Pero no por ello el signo había muer-to. Simplemente se dejaba libre el camino para que su lugarfuera ocupado por otras concepciones. La alternativa más sóli-da provenía del autor que, junto a Saussure, había contribuidodecisivamente a que la semiótica contemporánea alcanzara suautonomía: Charles S. Peirce.

La primera diferencia notable entre la semiótica de Peirce yde Saussure, afecta al desarrollo mismo de la noción desemiótica. Hay que tener en cuenta que la aportación de Saus-sure se limita a unos breves párrafos -unas quince alusionesen total- en su Curso de lingüística general, en los que serefiere a la necesidad de "una ciencia que estudie la vida delos signos en el seno de la vida social" (1969:33), que forma-ría parte de psicología social y dentro de la cual habría quesituar la lingüística. Esa ciencia, "todavía no existente" segúnSaussure, debería llamarse semiología. .

La teoría semiótica de Peirce, por el contrario, constituyeuna compleja elaboración que incluye miles de páginas, y esta-ba mucho más arraigada en la tradición filosófica antigua quela de Saussure. La semiótica peirceana no tiene conexiones conla psicología -cuestión que le horrorizaba- sino con la lógica,de la que la semiótica no es sino otra cara(4\y después con elresto de las disciplinas filosóficas entre las que habría que des-tacar sin duda la fenomenología o -como él prefería llamarla-faneroscopia. En otros términos: la semiótica de Peirce está

4.- Dice Peirce: "La lógica. en su sentido general, es. [...] sólo otro nombre de lasemiótica «TI1I1€tOYttK1'1),la doctrina cuasi-necesaria. o formal. de los signos"(Collected Papers, 2.227, cf. también 1.444. Seguimos aquí la norma habitual decitar esta obra de Peirce: la primera cifra se refiere al volumen, las siguientesprecedidas de un punto, al párrafo correspondiente).

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integradaen un contexto filosófico que tampoco puede aislarsede una concepción sistemática de todas las ciencias (SantaellaBraga 1992).Este carácter abierto de los problemas semióticosha dado una cierta impronta a la semiótica peirceana que con-trasta con las tendencias inmanentista que pueden observarseen la semiótica que directa o indirectamente se emparenta conla saussureana. Pero además, la semiótica de Peirce se definecomo una ciencia que se ocupa de "las variedades fundamenta-les de la semiosis posible" (5.488), es decir, de lo que otros lla-marían la 'significación'. Desde esta perspectiva, como sepodrá ver más adelante, no es posible la confrontación entresigno y texto: ambas expresiones no serían más que variacio-nes que resultan más o menos adecuadas según los contextos.

La amplísima obra de Peirce comprende una multitud deaspectos que en absoluto pueden abarcarse aquí (Castañares1992). Nos limitaremos, pues, a aludir a aquellas cuestionesque pueden hacer más comprensible su concepción de lasemiosis así como a aquellas otras que por su relación con esta,pueden considerarse básicas para una teoría de la interpreta-ción que tenga como referencia su teoría semiótica.

3.2 EL SIGNO Y LA SEMIOSIS

3.2.1 Las categoríasfaneroscópicas

Fundador con otros destacados autores(S)del pragmatismoamericano, Peirce poseía una sólida formación científica que,

5.- Habría que citar a Chauncey Wright que ejerció la función de auténtico inspira-dor en cuestiones básicas que los demás desarrollarían después. a Peirce y a suíntimo amigo Wiliam James, y a otros como Nicholas St.-John Green, Oliver W.Holmes, John Fiske. Francis E. Abot y Joseph Wamer (Castañares 1987:125s.,Deledalle, 1991:356-357).

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lejos de ser un obstáculo, constituyó un acicate para enfrentar-se a los grandes problemas filosóficos. En cuanto a su forma-ción filosófica, adquirida durante su juventud, era, por lo quesabemos, más sólida que la que poseían los demás miembrosdel grupo. El pragmatismo, tal como él lo entendía, era, antesque nada, un método científico, experimentalista y 'de labora-torio'. Pero de este método podían hacerse diversas interpreta-ciones, y así mientras la interpretación de su amigo WiliamJames se inclinó decididamente hacia la psicología, Peirce lohizo hacia la lógica, ciencia que desde que era un niño le entu-siasmó y le obsesionó.

Fue esta interpretación lógica del pragmatismo lo que leliberó del nominalismo al que, por la clara orientación empiris-ta de la corriente, parecía estar destinado. Peirce terminaríasiendo realista (Deledalle 1991). Desde una posición de estric-ta observancia empiricsta-como ya había mostrado Hume- larealidad no podía ser concebida al margen de sus representa-ciones o -lo que es lo mismo- de los 'fenómenos' mentales, ypor tanto cualquier análisis debía partir de ellos. También paraPeirce la realidad no puede concebirse al margen de las repre-sentaciones mentales; pero esto no podía constituir una excusapara hacer una interpretación 'mentalista' de lo real, como ya .les había ocurrido a otros empiristas, empezando por J. Locke.El remedio para evitar el mentalismo estaba en la lógica y,;)hacia esa dirección enfoca Peirce el problema. )

Para evitar el mentalismo Peirce pensó que a los contenidos.,mentales no les convenía el nombre de 'ideas' -como había pro-,~ipuesto el mismo Locke-, sino más bien el de 'fenómenos' como.;~quisieron Hume y Kant. Consecuentemente, la ciencia de la

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descripción de los fenómenos debía de ser llamada -al menos {en principio, como veremos- 'Fenomenología'. A esta ciencia ,i;.

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cripción de los fenómenos, tarea que no era desde luego nadafácil. Por ello ya desde el principio de su carrera intelectual sedio cuenta de la importancia fundamental de esa ciencia; de ahíque le dedicara varios ensayos(6)en los que se va perfilandouna teoría que con el tiempo constituiría, como ha dicho L.Santaella Braga (1992:73) el "verdadero sistema nervioso cen-tral de toda su obra".

Peirce estaba muy orgulloso de haber realizado un trabajodifícil cuyo resultado era una teoría sobre las categorías en lamisma línea -aunque a su modo de ver con mejores resultados-que el realizado por Aristóteles y Kant. Su 'fenomenología'era,pues, bastante diferente de la de Hegel y también de la de Hus-ser!. Con este último podían advertirse sin duda algunas simili-tudes, pero también diferencias decisivas (Castañares,1987:133s,). De ahí que para evitar cualquier confusión coninterpretaciones cercanas a las de Kant, Hegel o Husserl, Peir-ce terminara por cambiar el nombre del objeto y de la discipli-na: utilizando también raíces griegas 'fenómeno' podía llamar-se 'fanerón', y consecuentemente la 'fenomenología', podíaadoptar el nombre de 'faneroscopia'.

Aunque con el tiempo su teoría fuera evolucionando enalgunos detalles, ya desde el principio Peirce cree realizar undescubrimiento fundamental: para describir los fenómenos ocontenidos mentales -y por tanto cualquier realidad- no sonnecesarias ni diez -como proponía Aristóteles- ni doce catego-rías -como pretendía Kant- sino sólo tres. Por lo demás su des-cubrimiento no se debía ni a una 'deducción metafísica' ni auna 'deducción trascendental' como había hecho Kant, sino auna operación de carácter experimental: se trataba de ir exami-

6.- La primera publicación que Peirce dedicó a la lógica la realizó en 1866y estabadedicado al silogismo aristotélico. Ese mismo año escribe otro ensayo que \levael título de "Un método para la búsqueda de las categorías" y. un año más tarde,otro que resultaría fundamental: "Una nueva lista de categorías",

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nando atentamente el modo en que son experimentados los dis-tintos fenómenos. Este examen revelaba que existen muydiversas formas de experimentar los fenómenos, pero en últi-mo término podían reducirse a tres categorías universales. Porotra parte Peirce terminaría encontrando otro argumento quevenía a ratificar su hallazgo: el desarrollo que hizo de la lógicade relaciones le llevó a la conclusión de que cualquier númerosuperior a tres se puede reducir a este número, en cambio unatriada nunca es explicable por medio de relaciones entre pares(1.363).

Como en muchas otras ocasiones a lo largo de su obra, Peir-ce tuvo dificultades para dar un nombre a sus categorías; asíque aunque en un primer momento no le gustara mucho, lepareció que, puesto que había una relación de sucesión entreellas, podían denominarse categoría de lo primero o priméri-dad (Firstness), de lo segundo o segundidad (Secondness) y delo tercero o terceridad (Thirdness). Con el tiempo terminópareciéndole apropiada una terminología que, si bien resultabaextraña, tenía la ventaja de facilitar una concepción formal ymatemática que le parecía esencial.

La primeridad puede definirse como,¡".

el modo de ser de aquello que es tal como es, de manera posi-tiva y sin referencia a ninguna otra cosa (Carta a LadyWelby, 12de octubre de 1904).

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La primeridad es quizá la categoría más difícil de entender apesar de ser la más simple porque en sentido estricto no puede'ser pensada como un hecho real sino como simple posibilidad.Es aplicable a fenómenos relacionados con el sentimientoespontáneo, inmediato y sin analizar. Por eso las ideas típicasde la primeridad tienen que ver con los sentimientos o emocio-nes, las cualidades y las apariencias. Son ejemplos de primeri-dad un dolor agudo, "la emoción de quien contempla una her-mosa demostración matemática", "la cualidad del enamora-

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miento" (1.304), el estremecimiento producido por un placerfísico, la sensación producida por un sonido estridente inespe-rado o por un olor fuerte, la sensación del color de un objeto,etc.

La segundidad es ya una categoría para fenómenos máscomplejos. En la línea argumenta! utilizada para la primeridadpuede ser definida como

el modo de ser de aquello que es tal como es, con respecto auna segunda cosa. pero con exclusión de toda tercera (Ibid.).

La segundidad es la categoría de la ocuITencia,del hecho,de las cosas reales. De ahí que, como ejemplo, Peirce propon-ga la experiencia del esfuerzo, prescindiendo de su intenciona-lidad: el esfuerzo implica siempre una segunda fuerza queopone resistencia. Por eso es también un buen ejemplo pegar yser pegado. Como se desprende de la definición, en generalpertenecen a esta categoría todo lo que implica polaridad:acción-reacción. causa-efecto, cambio y resistencia al cambio.En la citada carta a Lady Welby,Peirce pone este ejemplo:

Imagínese que usted está sola. sentada en la canastilla de unglobo aerostática. a gran altura sobre la tierra. disfrutandoserenamente de la absoluta calma y quietud de la noche. Depronto irrumpe el penetrante chillido de una sirena y se man-tiene durante un buen rato. La impresión de calma y sereni-dad era una idea de primeridad. una cualidad sentida. El soni-do penetrante de la sirena no le pennite hacer otra cosa quesoportado. Eso también es la absoluta simplicidad: otra pri-meridad. Pero la ruptura del silencio por el sonido era unaexperiencia (lbid.).

Esta experiencia es ya una idea de segundidad. Frente a laprimeridad, que se refiere a la idea del momento presente yatemporal, la segundidad se refiere a algo que se da hic etnunc, pero al mismo tiempo está en relación con la experienciapasada. Eso es precisamente lo que ocurre en la ruptura de la~,I!~¡,

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calma en el sugerente ejemplo de Peirce. La segundidad es lacategoría propia de los hechos reales.

Por último, Peirce entiende la terceridad como

el modo de ser de aquello que es tal como es, al relacionaruna segunda y una tercera cosa entre sí. ([bid.)

Como hemos dicho, una triada no puede reducirse a lasrelaciones entre pares, pero supone ya la segundidad, es decirla relación entre un primero y un segundo. Por ello son ejem-plos de terceridad una carretera entre dos ciudades, un mensa-jero, el ténnino medio de un silogismo. La terceridad es ade-más de mediación, como sugieren estos ejemplos, síntesis,hábito, necesidad y ley. Si la segundidad era el hecho bruto,cuando aparece una razón o una ley que lo explica aparece laterceridad. Así por ejemplo, la caída de una piedra es un hechobruto, un caso de experiencia, el modo de ser de lo que reac-ciona ante otras cosas. Pero hay una ley que explica e introdu-ce la inteligibilidad tanto en el hecho concreto de la caída deesta piedra como en el de otros hechos futuros de la mismanaturaleza (5.93). Esta leyes una terceridad que introduce laracionalidad y, en ténnino más generales, la actividad intelec-tual. Por lo que se refiere a la temporalidad, resulta fácil inferirque es la idea que introduce el futuro.

Las definiciones de las tres categorías dejan suficientementeclaro que entre ellas existe una continuidad que hace posibleuna distinción de niveles que los ejemplos pueden enmascararen ocasiones. Si tomamos como ejemplo un color, como puedeser el escarlata, considerado independientemente de que algúnobjeto lo posea, es una mera cualidad y por tanto, una primeri-dad. Pero el hecho de que las libreas de ciertos sirvientes de lacasa real británica sean escarlatas, es un hecho, es decir, unasegundidad. Por último, el que el color escarlata pueda ser con-siderado el símbolo de una clase funcionarial es ya una ley oterceridad. De la misma manera habría que decir que, dada la

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máxima generalidad de las categorías, estas pueden ser aplica-das a otras de carácter menos general. Así cuando los fenóme-nos se refieren a objetos las categorías pueden llamarse: cuali-dad, realidad y ley; cuando se refieren a sujetos: sensibilidad,esfuerzo, hábito; cuando se aplican a entidades semióticas,como veremos: representamen, objeto e interpretante. Estaaplicación es extensible a los distintos campos científicos. Elmismo Peirce hace aplicaciones referidas a campos como el dela lógica, la metafísica, la física, la biología, la fisiología y lapsicología (Gorlée 1992:27-28).

3.2.2 La interpretación ilimitada de los signos

Como ya hemos dicho, la lógica tiene para Peirce una carasemiótica y desde esta cara, el problema fenomenológicopuede ser planteado en estos términos: todos nuestros conteni-dos mentales son signos porque no podemos pensar si no espor medio de signos y, por tanto, los procesos mentales sonprocesos de semiosis.

Cuando Peirce tiene que definir la semiosis se refiere a ellacomo

la acción, o influencia, que es, o implica, una cooperación detres sujetos, a saber un signo, su objeto y su interpretante(5.484).

Pero hay que reconocer que, en esta como en otras ocasio-nes, el peculiar estilo de Peirce y el uso de una terminologíatan poco corriente, hacen a sus definiciones poco inteligibles.En este caso por 'acción o influencia' habría que entender másbien 'relación'. De hecho, deberíamos situar esta definición enel contexto de la lógica de relaciones si quisiéramos explicadaen su sentido más genuino. No es sin embargo algo absoluta-mente necesario o imprescindible para nuestros propósitos.

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Pero además, tampoco nos sería suficiente esa perspectiva, yaque. en cualquier caso, habría que tratar de definir o describirlos tres relatos que están implicados en esa relación: signo,objeto e interpretante. En esta descripción es posible encontrarelementos de inteligibilidad que nos permiten acceder al verda-dero sentido de la definición de semiosis que acabamos decitar. Ello es debido a que esos tres 'sujetos' hay que entender-los más bien como funciones que como 'realidades substanti-vas'. De ahí que al mismo tiempo que nos describe lo queentiende por cada uno de esos 'sujetos', nos es dado compren-der las relaciones que mantienen entre sí.

Al contrario de lo que a veces pueda parecer, definir lasemiosis no es algo que a Peirce le resultara fácil(7):son dema-siados los matices y las perspectivas que la acción de los sig-nos presenta para poder encerrados en una sola definición. Dehecho se han contabilizado setenta y seis textos en los que dealguna manera se refiere a la acción de los signos (Marty,1990:367-384). Aunque esas definiciones tratan de mostraraspectos diversos que él advertía en los procesos de semiosis,se refieren en general a esos tres sujetos a los que hemos aludi-do y las relaciones que mantienen entre sí. Con todo, una dife-rencia destacable reside en el mayor o menor grado de formali-dad de estas definiciones. Así, cuando quiere mostrar qué tipode relaciones cabe establecer entre los tres elementos de lasemiosis, Peirce recurre a definiciones como la siguiente:

Un signo. o representamen. es un primero que está en talrelación triádica genuina con un segundo. llamado objeto.como para ser capaz de determinar a un tercero. llamado suinterpretante, a asumir con su objeto la misma relación triá-dica en la que él está con el mismo objeto (2.274).

'.;'7.- El mismo Peirce dice: "Es difícil definir el signo. Sus caracteres esenciales son.

sin duda, que debe tener un objeto y un interpretante. o signo que lo interpreta.pero convertir esta afirmación en una definición no es tan fácil" (Ms. 284[1905D.

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Se trata de una definición bastante abstracta que, a pesar delo obtusa que pueda parecer a los lectores no familiarizadoscon las categorías, encierra uno de los aspectos que a Peirce leinteresaban más: el lógico-formal. Poresta razón suelen citarseotras definiciones menos formales o más intuitivas. Entre lasmás conocidas se encuentra la siguiente:

Un signo o representamen. es algo que, para alguien, repre-senta o se refiere a algo en algún aspecto o carácter. Se dirigea alguien, esto es, crea en la mente de esa persona un signoequivalente, o, tal vez, un signo aún más desarrollado. Estesigno creado es lo que yo llamo interpretante del primersigno. El signo está en lugar de algo, su objeto. Está en lugarde ese objeto, no en todos los aspectos, sino sólo con referen-cia a una suerte de idea que a veces he llamado el fundamen-to del representamen (2.228).

En esta definición subyace sin duda la conocida fórmulalatina mediante la cual se definió el signo de forma breve yconcisa: aliquid stat pro aliquo. Pero inmediatamente aparecenotros elementos que la enriquecen considerablemente. Peirceprefiere en ocasiones utilizar la expresión 'representamen' parareferirse al signo. Esta preferencia se debe a que, a pesar de loque parece indicarse al principio de la definición, 'signo' y'representamen' no son siempre sinónimos. 'Signo' es para Peir-ce todo aquello que comunica "una noción definida de un obje-to", mientras que 'representamen' es "todo aquello a lo que seaplica el análisis cuando quiere descubrirse lo que es esencial-mente un signo" (1.540). En otros términos, 'signo' es un tér-mino más concreto, que es aplicable a lo que realmente actúacomo desencadenan te de la acción semiósica, mientras que'representamen' es aplicable a todo lo que posiblemente puedeser signo, por lo que expresa mejor el carácter de primeridadque posee el signo.

El signo es para Peirce algo perceptible o imaginable(2.230) que se convierte en signo precisamente porque 'repre-

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-senta' a otra cosa que es su objeto. El signo representa a suobjeto en el sentido que está en su lugar o en tal relación con élque, para ciertos propósitos, es tratado por ciertas mentescomo si fuera ese otro. Ahora bien, un objeto que se convierteen signo de otro puede poseer numerosas características o pro-piedades, pero sólo en función de alguna de eUas se convierteen signo. Este aspecto o propiedad por lo que algo se convierteen signo es elfundamento. Si alguien pretende comprar pinturade una tonalidad determinada, puede presentar al dependientede la droguería una muestra. Esa muestra de color es signo dela pintura que desea comprar. Tal muestra puede tener variadasformas, ser de distintos materiales, etc. Pero ninguna de esaspropiedades es pertinente; sólo su color sirve para hacer que lamuestra sea signo de la pintura. En este caso, el color es el fun-damento del signo.

El objeto es lo representado por un signo. Dentro de estacategoría cabe, pues, cualquier cosa:

Los objetos -dado que un signo puede tener cualquier númerode objetos- pueden ser una cosa singular conocida existente,o que se cree que haya existido, o que se espera que exista, oun conjunto de tales cosas, o una cualidad o relación ohechos conocidos, de los cuales cada objeto singular puedeser un conjunto o reunión de partes, o puede tener algún otromodo de ser, como, por ejemplo, un acto permitido cuyo serno impide que la negación del acto sea igualmente permitida;o algo de naturaleza general, deseado, requerido, o invaria-blemente encontrado en ciertas circunstancias generales(2.232).

Con esta definición Peirce parece querer aludir a que puedeser objeto de un signo cualquier cosa perceptible, imaginable.e, incluso, inimaginable en algún sentido (2.230). Un signosiempre tendrá, pues, un objeto. Ahora bien, el mismo Peirceintroduce algunas precisiones cuando distingue dos tipos deobjeto: el objeto inmediato y el objeto dinámico. El inmediato

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es el objeto tal como es representado por el signo, de tal maneraque en parte depende de esta representación.El dinámico -tam-bién llamado 'dinamoide' o 'mediato'- es el objeto 'fuera delsigno'; esa realidad que desborda una relación semiósica concre-ta y que de alguna manera determina al signo. Ahora bien, esnecesario precisarque ésta no es más que una cierta perspectiva,porque desde otra, el objeto dinámico queda fuera de un actoconcreto de semiosis pero no de la semiosis general, es decir,del conjunto de todos los actos posibles de semiosis{S).El actosemiósico concreto es un producto de anteriores acontecimien-tos semiósicos-pues todo acto de conocimientolo es. en los quese han obtenido diversos aspectos, llamadosobjetos inmediatos,de un mismo objeto real o dinámico. La constitución de unobjeto no es un hecho cerrado, sino que se trata de un procesoabierto en el que se pueden ir adquiriendo nuevos aspectos enacontecimientos semiósicos sucesivos. Es decir, en último tér-mino no hayobjeto -y por tanto realidad- sin semiosis.

8.- Como ya hemos dicho, Peirce sostiene que no podemos pensar si no es pormedio de signos. por tanto. cualquier consideración de la realidad es ya unarepresentación. Se podría. pues. afirmar que lo real depende del pensamiento engeneral. La experiencia perceptiva consiste precisamenteen integrar lo conocidoempíricamente en la red semiósica que constituye el pensamiento. Consecuente-mente para él no tiene sentido decir que lo incognoscible existe. Pero. por otraparte, lo real está por encima de lo que de arbitrario y accidental tiene el pensa-miento particular de cada sujeto. ya que el pensamiento es determinado por loreal. Lo 'externo' es' aquello que se concibe como independiente del fenómenoinmediatamente presente, es decir, de cómo podemos pensarlo cada uno de noso-tros. Esa determinación que lo real ejerce sobre el pensamiento en lo que permitedistinguido de lo ficticio y lo que hace que podamos llegar a acuerdos sobre loque percibimos como real. Un juicio verdadero es aquel que forma parte delacuerdo al que llegará la comunidad de científicos con tal que la investigación seprolongue lo suficiente. La concepción que de lo real tiene Peirce es expuestacon claridad en "How to malee our ideas clear" (5.248-271). Sobre la cuestióndel conocimiento sensible pueden consultarse las conferencias pronunciadas enel Lowelllnstitute en 1903. recogidas en los Collected Papers, volumen 5. fun-damentalmente la VI y la VII (5.151-212). Un resumen de esta problemática yalgunas otras consideraciones pueden encontrarse en Castañares 1989.

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Esta distinción que hace Peirce puede entenderse mejor sise tiene en cuenta que la existencia de los signos -que no olvi-demos pertenecen a la categoría de la primeridad- es posibleporque existe algo fáctico, real -que es ya una segundidad- quelo 'causa' o 'determina'.

La cosa que es causa de un signo en cuanto tal es llamadoobjeto (en el lenguaje ordinario, objeto 'rea!', pero más exac-tamente objeto existente) representado por el signo: el signoes detenninado por cierta especie de correspondencia con elobjeto (5.473).

Por eso no hay signo sin objeto, y por eso el objeto debe serconocido de alguna manera para que un signo pueda represen-tarlo. Un signo por sí solo no puede dar conocimiento o reco-nocimiento del objeto: hay que conocer un objeto para que elsigno pueda proveer la información adicional sobre él. Elmismo Peirce era consciente de que su afirmación es algo sor-prendente, sobre todo si se considera que es un principio apli-cable tanto a la producción como a la interpretación de los sig-nos. Por eso llega a decir:

No dudamos que habrá lectores que digan que no puedencomprender esto. Pensarán que un signo no necesita estarrelacionado con algo ya conocido de otra manera y creeránque no tiene ni pies ni cabeza afinnar que todo signo deberelacionarse con un objeto conocido. Pero si existiera 'algo'que transmitiera información y, sin embargo, no tuviera nin-guna relación ni referencia respecto de alguna otra cosa acer-ca de la cual la persona a quien llega esa infonnación carecie-ra del menor conocimiento, directo o indirecto -y por ciertoque sería una muy extraña clase de infonnación- no será lla-mado, en este trabajo, un signo (2.231).

El objeto que es causa del signo es, pues, el objeto dinámico.Ahora bien, como el signo sólo puede representarlo en algunade sus facetas, es necesario considerar ese 'otro' objeto que Peir-ce llama 'inmediato' y que es ya la representación de un signo.

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Pero todas estas matizaciones no adquieren su verdaderosignificado hasta que no entra en juego la noción de interpre-tante. En la citada definición de signo aparecen ya los dosaspectos fundamentales del interpretante: efecto producido enuna mente y signo equivalente o más desarrollado. La primerade estas características nos permite advertir que no puede serconfundido con el intérprete de un signo -equívoco producidocon frecuencia-: el interpretante es el efecto de una acción. Sinembargo la expresión utilizada por Peirce en esta ocasión tieneel inconveniente de subrayar un aspecto que puede llevar ahacer una interpretación excesivamente psicologista o menta-lista, posibilidad que le irritaba(9J.El carácter más definitorio detoda acción semiósica reside en su condición de 'relación triá-dica genuina', es decir, irreductible a una relación entre paresde relatos. Pues bien, lo que en último término hace posible ycompleta esa relación es el interpretante. Ningún representa-men o signo funciona como tal si no llega a determinar a uninterpretante. Considerar al interpretante como un efecto men-tal es COITecto,pero es necesario superar esa concepción. Encuanto efecto o resultado de un signo el interpretante no ha detener necesariamente naturaleza mental (5.473). El hechomismo de que sean comunicables intersubjetivamente, y portanto, en algún sentido verificables, pone de manifiesto que nodependen exclusivamente de que sean una representación men-tal de un individuo. De ahí que la ejecución que los soldadoshacen de la orden de un oficial o la interpretación de una parti-tura, puedan ser consideradas como interpretantes.

9.- La definición del interpretante es problema de la semiótica que es una cienciafundamentalmente lógica. Peirce mantenía que la lógicadebía ser el fundamentode la psicología y no a la inversa (5.485). Por eso le initaba cualquier considera-ción psicológica de esta cuestión. Ahora bien. no tuvo más remedio que recono-cer que la detinición del interpretante como efecto producido en la mente delintérprete por otro signo. resultaba mucho más comprensible que otras de carác-ter más fomlal(Carta a Lady We/by. 23 de septiembre de 1908).

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La definición que mejor conviene al interpretante es la designo producido por otro signo. El interpretante es un signoporque mantiene con el objeto del signo que lo ha producido elmismo tipo de relación. Pero además, es capaz de producir otrointerpretante, por ]0 que adquiere a su vez la categoría designo, es decir, la posibilidad de mantener la relación triádicaque define a todo signo. Pero por otra parte, la posibilidad delinterpretante de reenviar a otro interpretante-signo se convierteen una sucesión de posibilidades infinitas. La semisosis es unproceso que puede considerarse inacabado (endless) o ad infi-nitum. Esta propiedad del proceso de semiosis es tan importan-te para Peirce como para llevarle a decir que si un interpretanteno adquiere la condición de signo dando lugar a otro interpre-tante, es decir, si el proceso se detiene, estamos ante un signoimpeIfecto.

Por lo demás, que el signo sea un signo "equivalente o másdesarrollado" no es tampoco una cuestión sin importancia. Elinterpretante no es la reproducción exacta de un signo. Tiene elmismo valor, pero es más desaITollado porque lo probable esque represente al objeto bajo aspectos distintos. Así por ejem-plo, un interpretantc para el signo /Granada! puede ser 'capitalandaluza','ciudad lorquiana', pero también 'ciudad de laAlhambra', etc. Que el interpretante seleccionado sea uno uotro tiene una enorme importancia porque habrá de dar lugar aotros interpretantes. Así, si el interpretante seleccionado es'ciudad de la Alhambra', puede dar lugar a 'último reino musul-mán español', 'ciudad de Boabdil' etc.

Este aspecto de la semiosis nos lleva a otra de las propieda-des del interpretante a la que no hemos hecho mención: sucarácter mediador. Si el interpretante puede ser concebidocomo una representación, el hecho de estar incluido en unarelación triádica hace de él una 'representación mediadora'(1.553) entre el signo y su objeto. Peirce nos propone el ejem-plo siguiente: para un inglés que consulta en un diccionario

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francés la palabra 'homme', 'man' constituye su interpretante.De ahí se deriva otra de las cualidades que considera funda-mentales: el interpretante puede ser una ley, una regla de inter-pretación, aunque no siempre lo sea.

Esta distinción nos lleva a la necesidad de distinguir variostipos de interpretantes. Peirce abordó esta cuestión en variasocasiones, aunque probablemente no pretendiera agotarla. Enalgunas de ellas (por ejemplo en la carta a Lady Welby de 14de marzo de 1909 y en-4.536), siguiendo en cierta manera laterminología ya utilizada al referirse al objeto, distingue trestipos de interpretante: inmediato, dinámico yfinal.

El interpretante inmediato es el "efecto total, sin analizar,que se calcula que el signo ha de producir o se espera que pro-duzca" (/bid.). En realidad no puede ir más allá de la meraposibilidad, ya que viene a corresponderse con la primera cate-gona faneroscópica. De ahí que afirme que se trata del inter-pretante implícito en el hecho de que todo signo ha de tener lacualidad de ser interpretable antes de que un intérprete le asig-ne un interpretante determinado. Por ello este efecto no pasade ser una 'impresión' o algo 'sensitivo', producido en una pri-mera instancia y que no llega todavía a la categoría de lo refle-xionado o volitivo. Esta 'impresión' basta para que una personapueda decir si el signo es aplicable o no a algo que esa personaconozca suficientemente. El interpretante dinámico es, desdeel punto de vista del emisor, el efecto que se propone producirpor medio del signo, y, desde el punto de vista del intérprete, elefecto realmente producido. Al ser algo real y propio de cada.caso, puede distinguirse en cada individuo. Hay que tener encuenta que se corresponde con la segunda categoría. Por últi-mo el interpretante final es definido como el efecto que elsigno producida sobre cualquier mente a la que las circunstan-cias permitieran que el signo ejerciera su efecto pleno. Estostres interpretantes pueden entenderse, respectivamente, como

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'sentido' -interpretando este ténnino etimológicamente-, 'signi-ficado' y 'significación'.

Desde otro punto de vista, el intepretante puede clasificarsecomo afectivo, energético y lógico (5.475s.). El interpretanteafecti va, que podemos identificar con el interpretante inmedia-to, es el primer efecto de un signo, es decir, un 'sentimiento' o'emoción'. Este sentimiento es la prueba de que se comprendeel efecto propio del signo. En ocasiones es el único efecto queproduce un signo, como cuando se interpreta una pieza musicalque no comunica ninguna idea que el compositor haya queridocomunicar intencionalmente. En otras por el contrario, iráseguido de algún otro interpretante, como el energético. Estetipo de interpretante implica algún esfuerzo, ya sea de natura-leza física, ya sea de naturaleza mental. Así por ejemplo cuan-do los soldado cumplen la orden de un oficial que grita "¡Des-cansen annas!" realizan un esfuerzo muscular que es un inter-pretante energético. Ahora bien, también lo es el esfuerzo men-tal que tenemos que hacer para comprender o representamosalgo. De ahí que sea algo real, concreto y diferente en cadaindividuo y en unos casos respecto de otros. El interpretantelógico es el producido por el signo que representa algo denaturaleza general o intelectual como es un concepto. Si elsigno mismo es de naturaleza intelectual, su interpretante ha deser un interpretante lógico. El interpretante lógico puede serademás un interpretante último o final. Este tipo de interpre-tante implica un cambio de hábito, es decir, de las tendencias arealizar un detenninado tipo de acciones. Cuando esto sucedeel interpretante ya no es un signo.

Estas dos divisiones del interpretante que hace Peirce hansido entendidas de dos fonnas. Para unos se trata de divisionesparalelas que únicamente difieren en la terminología. Paraotros sin embargo la segunda división, en cuanto se refiere aefectos realmente producidos, es una clasificación de las for-mas en que puede presentarse el interpretante dinámico.

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3.2.3 La clasificación de los signos

Una de las partes de la semiótica de Peirce consideradacomo más original es su clasificación de los signos. Parte deella pasa por ser conocida, si nos atenemos a las veces que escitada, pero no siempre ha sido bien comprendida.

Uno de los aspectos que más llama la atención de esta clasi-ficación es que no obedece a los mismos criterios que otrasmuchas realizadas en la historia del problema. Estas clasifica-ciones son descriptivas ya posteriori: se observan signos real-mente existentes y a partir de aquí se trata de ordenados crean-do las distintas clases que pueden contenerlos. La clasificaciónde Peirce, por el contrario es formal, apriórica, analítica y nodescriptiva. De ahí que, como ocurría con las categorías, estaclasificación formal haya de ser sometida a verificación empí-rica para comprobar si los tipos de signos que se establecenresponden o no a signos realmente existentes.

Los criterios básicos a partir de los cuales Peirce realiza suclasificación son, por una parte, las tres categorías faneroscópi-cas y, por otra, las relaciones que pueden establecerse entre lostres relatos o sujetos que intervienen en la semiosis. Conse-cuentemente, las divisiones han de ser necesariamente tricotó-micas. En total, Peirce llegó a concebir sesenta y seis clases designos, aunque no estuviera muy seguro del contenido quehabría que asignar a cada una de estas clases. Aquí vamos alimitamos a las más elementales.

En un primer momento Peirce estableció tres tricotomías:las que resultan de considerar al signo en sí mismo, al signo enrelación con su objeto y al signo en relación con su interpre-tanteoLa primera sólo tiene en cuenta si un signo es una meracualidad o algo posible (primeridad), si es real (segundidad) osi es una ley (terceridad). Los nombres para las tres primerasclases son: cualisigno, sinsigno y legisigno.

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Lo característico del cualisigno es su posibilidad de actuarcomo signo, independientemente de que así ocurra realmente.Por ejemplo, el papel pintado de un determinado color que nossirve de muestra para comprar más pintura. El sínsígno es algoreal que tiene, por tanto, diversas cualidades que podrían serusadas como signos. Al ser algo real e individual depende delas circunstancias espacio-temporales. El disparo que sirvepara dar comienzo a una carrera es, por ejemplo, un sinsigno.Un legísígno es una ley que es un signo, por lo que ha de sernecesariamente convencional y general. Por ser general necesi-ta de los signos concretos e individuales que son, como hemosdichos. sinsignos. El signo concreto que actualiza una leyesllamado réplica del legisigno. El artículo castellano 'el' es unlegisigno del que podemos encontrar varias réplicas o sinsig-nos en una página escrita en esta lengua.

La segunda tricotomía puede ser considerada como funda-mental y es también la más conocida. El criterio de esta clasifi-cación se refiere a las relaciones que el signo mantiene con suobjeto. Desde este punto de vista los signos pueden ser íconos,índices y símbolos.

El icono es un signo que mantiene con su objeto una rela-ción de semejanza o similitud. De ahí que cualquier cosapueda ser considerada como un signo (posible) de cualquierotra cosa a la que encontremos un parecido. El hecho de quesea un primero y, por tanto, pura posibilidad, explicaría la faci-lidad sin límites que tiene el hombre para encontrar similitudesy parecidos. La similitud puede expresarse bajo distintas for-mas, por ello un icono puede ser una imagen, un diagrama ouna metáfora. La función que los iconos desempeñan en lacomunicación es muy importante: la única manera de comuni-car directamente una idea es mediante un icono. Un dibujo oun cuadro esquemático son ejemplos de iconos.

Los caracteres fundamentales del índice residen en su indi-vidualidad y en el hecho de remitimos a un objeto con en el

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que está en conexión dinámica. El índice se refiere a un objetopor el que está afectado. El agujero de una bala en la pared o eldedo apuntando a un objeto son índices. Tres son sus caracte-rísticas fundamentales: carecen de todo parecido significativocon el objeto, lo cual no obsta para que pueda contener algúnicono; se refiere a seres individuales o conjuntos unitarios, loque le hace apropiado para referirse a 10factual, y, por último,dirige la atención hacia los objetos por medio de lo que Peircellama una 'compulsión ciega', lo que pone de manifiesto supropia forma de ser: se trata de un hecho.

El símboLoes un regla que determina a un interpretante; enotros términos, representa a su objeto en virtud de una ley oconvención. De ahí que sea también un legisigno. Su carácterfundamental es el de la terceridad, por lo que necesita de répli-cas o sinsignos, que son los signos concretos e individuales,para poder significar y, además, su objeto es también algogeneral: un símbolo no denota un objeto particular sino unaclase. Por la misma razón se trata de signos artificiales o con-vencionales. Si se tienen en cuenta todas estas característicasse comprenderá por qué los símbolos presuponen los iconos ylos índices. Una palabra como 'mesa' es un símbolo. Contra-riamente a lo que solemos decir muchas veces, no representa aun objeto sino a una clase: la de todas las mesas reales o posi-bles. Por eso las frases que se refieren a objetos particularesdeben incluir signos indiciales o deícticos, es decir, palabrasque funcionan como índices: 'Esta mesa' o 'la mesa que seencuentra en medio de la sala'.

La tercera tricotomía está basada, como hemos dicho, en lasrelaciones del signo con su interpretante. Desde este punto devista el signos puede ser rema, signo dicente y argumento. Elrema es un signo que es interpretado como referido al objetode forma posible; es decir podría proporcionar alguna infonna-ción, pero no se interpreta que la proporcione. El rema ha deser desde los otros puntos de vista examinados un cualisigno y

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un icono. Un signo dicente es un signo de existencia real quetiene que poseer como parte de él un rema para poder referirseal hecho que se interpreta como indicado por este signo. Unaveleta es un signo dicente. Un argumento es un signo que, parasu interpretante es un signo de ley, es decir un legisigno. Con-secuentemente su objeto ha de ser también general, por lo queha de ser también un símbolo. En otros términos, el argumentoha de poseer los caracteres del símbolo y ellegisigno.

Las nociones de rema, signo dicente y argumento se corres-ponden en algún sentido con los conceptos tradicionales detémlino, proposición y argumento. De ahí que se pueda decirque un rema es un signo que, considerado por separado, no esverdadero ni falso. Estas cualidades son propias de la proposi-ción o signo dicente. Por su parte el argumento contiene unsigno dicente que son sus premisas.

Como cada una de estas tres tricotomías no se refieren másque a un aspecto del signo, una descripción que se refiera a lostres aspectos de la semiosis -la que se refiere al signo en símismo, al modo en que se relacionan signo y objeto y a la rela-ción entre el signo e interpretante- ha de contener tres términos,aunque en algunos casos no sea absolutamente necesario; porejemplo, si un signo es un argumento,ha de ser al mismo tiempoun legisigno y un símbolo. De ahí que por combinación de lastres tricotOIlÚaspuedan obtenerse diez clase de signos que pue-den de modo esquemático encontrarse en el cuadro siguiente:

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1:signoen sí nusmo 2: signo-objeto 3: signo-interpretante

10 cualisigno Icono rema

20 smslgno índice signo dicente

30 legisigno. símbolo argumento

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Para obtener esas diez clase hay que tener en cuenta lajerarquía existente entre las distintas categorías. Como dicePeirce, un signo de una categoría inferior no puede detenninara los de las superiores, aunque sí a la inversa. Es decir, un cua-lisigno, que es un signo de primeridad, por ejemplo, no puedeposeer las características de un índice, que es un signo que per-tenece a la categoría de la segundidad. Pero un sinsigno puedetener las características del icono y del rema. De esta maneraobtenemos las siguientes combinaciones válidas:

1:(1.1,2.1,3.1)II:(1.2,2.1,3.1)

III:( 1.2,2.2,3.1)

IV:( 1.2,2.2,3.2)V:(1.3,2.1,3.1)

V1:(1.3,2.2,3.1)VII:(1.3,2.2,3.2)

VIII:( 1.3,2.3,3.1)1)(:(1.3,2.3,3.2)

X:( 1.3,2.3,3.3)

cualisigno [icónico remático]sinsigno icónico [remático]sinsigno indicial remáticosinsigno [indicial] dicentelegisigno icónico [remático]legisigno indicial remáticolegisigno [indicial] dicente[legisigno] simbólico remático[legisigno] simbólico dicente[legisigno simbólico] argumental

De acuerdo con la jerarquía de las categorías las denomina-ciones que están entre corchetes podrían haberse suprimido yaque constituyen redundancias y, por tanto, no son estrictamenteneceSarIas.

3.3 SEMIOSIS E INFERENCIA

3.3.1 Lógica y semiótica

La concepción del significado como interpretante sugieremás que una estructura --imagenfundamentalmente espacial yestática-, el movimiento constante y, por tanto, el fluir tempo-

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ral; un movimiento que nos envía hacia atrás y hacia adelanteen un proceso del que nunca se acaba de ver el fin. No es éstesin embargo un movimiento caótico y sin reglas. Pero susreglas no podrán ser tampoco las reglas codificadas de laestructura, sino las del proceso inferencial. En otros términos,las reglas de la semiosis, como las de la inferencia, son objetode la lógica.

El término 'semiosis' -del griego semeiosis- lo tomó Peircede Filodemo de Gadara(lO),un lógico epicúreo del siglo 1 a. c.,que lo utiliza con el sentido de 'inferencia sígnica'. Pero ade-más, Peirce reitera en diversas ocasiones que su semiótica noes más que un aspecto de la lógica. Si en sentido estricto lalógica es "la ciencia de las condiciones necesarias de consecu-ción de la verdad", en sentido amplio, se ocupa de las leyesnecesarias del pensamiento; pero como este sólo es posible pormedio de signos, la lógica ha de ser una semiótica (1.444,2.227). Enlaza así con una tradición cuyas referencias másinmediatas pueden ser Locke y Lambert(ll), pero que recogetambién el espíritu de los estudios lógicos y lingüísticos de laescolástica medieval(l2).

10.- De este autor se halló en las ruinas de Herculano una obra titulada - según se haconjeturado- Peri semeíon kai semeioseon (Sobre el signo y su inferencia). Undiscípulo de Peirce. Allan Marquand hizo una tesis sobre ella, por lo que hayque suponer que Peirce la conocía bien. (Para más detalles sobre Filodemo y sutratado puede consultarse G. Manetti, 1987: 180-200. Para la relación con Peir-ceoG. Deledalle. ¡987).

11.- Locke, en el último capítulo del Ensayo sobre el entendimiento humano. realizala siguiente clasificación de las ciencias: Física (Filosofía natural). Práctica ySemiótica. Esta última, que se ocupa de los signos en general. tiene como partefundamental a la Lógica, que se ocupa de los signos lingüísticos. En cuanto a1.H. Lambert, utiliza un argumento muy semejante a este cuando en su NeuesOrganon (1764) se refiere a la semiótica.

12.- Por eso cuando tiene que dividir la semiótica escoge términos de claras conno-taciones medievales: gramática especulativa, lógica objetiva (o propiamentedicha) y retórica especulativa. Estas tres partes de la semiótica las convertiríaMorris. interpretando a Peirce. en sintáctica. semántica y pragmática.

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El estudio de los diferentes tipos de semiosis ha de condu-cimos, pues, en último término, a las diferentes clases de infe-rencías o modos mediante los cuales es posible sacar una con-clusión de unas premisas. Este mecanismo puede adoptar tresformas que, según Peirce, son las resultantes de combinar unaregla, un caso y un resultadoCI3).La primera de ellas es lo quese conoce como inferencia deductiva o, simplemente, deduc-ción, que consiste en aplicar una regla a un caso. La verdad dela conclusión o resultado, depende de la verdad de lo estableci-do en la regla y el caso. El siguiente ejemplo es del mismoPeirce (2.623):

Regla: Todas las judías de este saco son blancas

Caso: Estas judías son de este sacoResultado: Estas judías son blancas

La segunda es la inferencia inductiva. En la inducción parti-mos de que es verdad lo que apreciamos en uno o varios casosy a partir de ahí inferimos que también es verdad respecto de laclase o conjunto en el que incluimos esos casos. Es decir, con-siste en la inferencia de la regla partiendo del caso:

Caso: Estas judías son de este saco

Resultado: Estas judías son blancasRegla: Todas las judías de este saco son blancas

Frente a la deducción, que es una inferencia analítica y sólo

13.- Para realizar esta formulación Peirce parte del principio lógico que estableceque cualquier silogismo puede reducirse al modo de la primera figura que losmedievales llamaban Barbara (razonamiento en el que tanto las premisas comola conclusión son proposiciones universales y afirmativas). Este modo es elparadigma de razonamiento deductivo. que consiste en aplicar una regla a uncaso. Los razonamientos no deductivos contienen los mismos elementos. perodispuestos de forma diferente (2.620).

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pennite explicar nuestro conocimiento, la inducción es sintéticay permite ampliarlo. Pero existe además otro tipo de razona-miento sintético al que llama Peirce hipótesis o abducción. Estetipo de inferencias permite explicar un hecho que aparece comosorprendente al considerado, hipotéticamente, como el resulta-do de aplicar una regla a un caso. En el ejemplo de Peirce:

Regla: Todas las judías de este saco son blancasResultado: Estas judías son blancasCaso: Estas judías son de este saco

La inducción y la abducción son inferencias que con fre-cuencia habían sido confundidas, sin embargo para Peirce pue-den distinguirse sin dificultad:

La abducción arranca de los hechos, sin tener al principio,ninguna teoría particular a la vista, aunque está motivada porla sensación de que se necesita una teoría para explicar loshechos sorprendentes. La inducción arranca de una hipótesisque parece recomendarse a sí misma sin tener al inicio nin-gún hecho particular a la vista, aunque con la sensación denecesitar de hechos para sostener la teoría. La abducciónbusca una teoría. La inducción busca hechos. En la abduc-ción, la consideración de los hechos sugiere la hipótesis. Enla inducción, el estudio de la hipótesis sugiere los experimen-tos que sacan a la luz los hechos auténticos a que ha apuntadola hipótesis (7.218)

Que la inducción y la ~bducción son irreductibles a ladeducción es fácilmente comprensible. La diferencia funda-mental estriba en que las inferencias deductivas son lógica-mente necesarias, mientras que tanto la inducción como laabducción sólo pueden ser justificadas desde el punto de vistapráctico y no desde el punto de vista lógico. De ahí que una.lógica de lo necesario, -como es la formal- excluya la induc-ción y la abducción, que sólo pueden moverse dentro de loverosímil o probable. Ahora bien, para Peirce, un argumento

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no deja de ser lógico porque sea débil; dejará de ser lógico siaspira a tener una fuerza que no tiene (5.192). La lógica, apartede su interés por lo formal, ha de tener también un objetivopráctico: hacer claras nuestras ideas. Por eso a él le interesa nosólo por sus aspectos formales, sino en cuanto hace referenciaa los problemas prácticos que plantean los procesos de investi-gación y de significación. En estos procesos, deducción, induc-ción e hipótesis o abducción no son procesos incompatibles oaislables, sino que, necesariamente han de complementarse.Así cualquier proceso de investigación ha de comenzar por unainferencia abductiva de la que es necesario sacar deductiva-mente unas conclusiones que sólo la inducción puede contras-tar empíricamente.

El interés de Peirce por los procesos abductivos iba más alládel que se deriva de la teoría puramente lógica. Resultabanenormemente útiles para comprender mejor los procedimientosdel descubrimiento científico que necesitan de una gran dosisde creatividad. Por eso le fascinaban casos tan llamativoscomo el de Kepler. Sin embargo, su interés aumentó considera-blemente cuando empezó a entrever las aplicaciones que suteoría de la abducción tenía en la explicación de los fenómenossemióticos. Tanto es así que llegaría a decir que sólo se diocuenta de su verdadero alcance cuando se liberó de la rigidezque el tratamiento lógico le imponía. Peirce abría así un cami-no que otros posteriormente han continuado y que hoy resultaineludible en una teoría de la interpretación.

3.3.2 El modo abductivo

3.3.2.1 Lógica de Laabduccióni~

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Para referirse al segundo tipo de inferencia sintética Peirceutilizó expresiones como 'retroducción'. 'presunción'. 'hipóte-

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sis', 'abducción'. Cada una de ellas pretende subrayar algunasde las características de esta inferencia. El sujeto se encuentraante un hecho sorprendente o anomalía que reclama una reglaanterior -va pues del consecuente al antecedente (6.469)-; lasuposición de que ese hecho es el resultado de aplicar esaregla a un caso permite explicar lo que sería inexplicable deotro modo. Pero la hipótesis no es más que una explicaciónprovisional, por lo que reclama una comprobación. Su carácterprobatorio es, pues, aún más débil que el de la inducción, a laque tiene que recurrir para realizar la contrastación.

Si Peirce adoptó definitivamente el término 'abducción' sedebió a que era el término que mejor convenía a la expresióngriega apagoge -también traducida al castellano por "reduc-ción"- usada por Aristóteles (Primeros Analíticos, Lib II, 25[69a 20-36]) para referirse a un tipo de inferencia deductiva decarácter incierto porque el término medio utilizado no es muyadecuado. La similitud de la apagoge aristotélica con la abduc-ción peirceana no va más allá del hecho de que en ambos casosse trata de inferencias probables, sin embargo Peirce consideraque Aristóteles cuando menos anduvo buscando a tientas elmodo de inferencia abductivo(l4),

Comparando el tipo de conclusiones a que nos pennite lle-gar cada una de las tres inferencias dice Peirce:

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La deducción prueba que algo debe ser, la inducción muestraque algo es realmente operativo; la abducción se limita asugerir que algo puede ser (5.17\).

Pero el hecho de que la abducción sólo nos permita sacar

14.- En cualquier caso quizás no resulte ocioso recordar que apagoge es una expre-sión que tenía en griego un sentido jurídico; estaba relacionado con el derechoque tenía un ciudadano a detener a un delincuente cogido in fraganli. Ese senti-do lo conserva también de alguna manera el verbo inglés lo abduce que signifi-ca atrapar o raptar. Ambos significados podrían servimos en su sentido figura-do para aludir al modo en que se realiza una abducción en el sentido lógico.

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conclusiones probables o verosímiles se compensa, según Peir-ce, con una enorme ventaja: es la única manera que tenemos deintroducir nuevas ideas (5.171) y, por tanto, de avanzar en elconocimiento. Por eso en la lógica de la investigación el pri-mer paso consiste en formular una hipótesis o abducción. Lainnovación que introduce la abducción dependerá de cada casoy la creatividad del sujeto será decisiva. La creatividad exigidapor una abducción es inversamente proporcional al grado denecesidad que se da entre las premisas y la conclusión. O dichode otro modo, cuanto más alejada o insólita sea la relaciónentre la regla y el hecho observado, mayor será la creatividadexigida y también la originalidad de la explicación(IS).

3.3.2.2 Gnoseologíade la abducción

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La consideración de que la lógica ha de ocuparse tambiénde las inferencias no necesarias permitía su apertura y su cone-xión con otros problemas que normalmente no son considera-dos como estrictamente lógicos. La abducción, lógicamenteconsiderada, se ocupa de las relaciones posibles entre lo parti-cular y lo general. Pero este problema empieza a tener otrasperspectivas cuando es situado en el contexto de la explicaciónde cómo adquirimos nuevos conocimientos. En otros términos,una explicación de los fenómenos perceptivos nos lleva a plan-teamos preguntas entorno a la forma en que integramos losnuevos conocimientos en los que ya tenemos y, en definitiva,en cómo lo particular se convierte en universal o general.

15.-En sentido estricto Peirce no llegó a distinguir diferentes tipos de abducción.aunque del estudio de las diversas definiciones se podría llegar a diferenciar almenos dos clases distintas (Eco. 1989:275). Sin embargo. estudios posteriores(Bonfantini y Proni. 1989; Eco. 1979: 238ss; 1989: 275ss) han llegado a esta-blecer tipos diferentes de abducción basándose para ello en los distintos gradosde originalidad y creatividad exigidos a la hora de hallar la regla que actúa depremisa mayor en la inferencia abductiva.

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Peirce aborda este problema en distintos momentos, pero suposición la encontramos bastante sintetizada en la séptima delas conferencias pronunciadas en el Lowell Institute (5.180ss).Esta posición puede resumirse en lo siguiente:

1) Aceptación de la máxima aristotélica de que no hay nadaen la mente (intellectus) que no estuviera ya en los sentidos.Ahora bien, precisa, por 'intellectus' hay que entender 'signifi-cado de cualquier representación'.

2) En todo juicio perceptual hay, además del elemento sin-gular, otro de carácter general que nos permite llegar a realizarformulaciones de carácter universal.

3) El juicio perceptual es un caso extremo de abducción, detal manera que entre uno y otro no habría más diferencia que laimposibilidad de controlar conscientemente los procesosmediante los cuales hacemos juicios perceptivos.

Una explicación un poco más amplia de estos principiosvendría a mostrar que, para Peirce, en la base del conocimientoexperimental se encuentra la abducción. El acto de cogniciónempieza siempre con un perceptoC16)que conduce "medianteuna operación que (me) parece absolutamente incontrolable"(5.115), a un juicio perceptivo. A partir del momento, en quese produce el percepto, con enorme rapidez, se realiza unainferencia hipotética con elementos que existen con anteriori-dad en nuestra mente y que, al juntarse, nos permiten contem-plar una nueva sugerencia. El juicio es, pues, el acto de forma-ción de una proposición mental combinado con el acto deasentir a ella. En algunas ocasiones Peirce expone sus argu-mentos con elocuentes ejemplos y no poca pasión:

Al mirar por mi ventana esta hermosa mañana de primaveraveo una azalea en plena floración. ¡No. no! No es eso lo que

16.- A modo de definición Peirce dice que un percepto es "una imagen o proyecciónanimada u otra cualquier presentación" (5.115).

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veo; aunque sea la única manera en que puedo describir loque veo. Eso es una proposición, una frase, un hecho; pero loque yo percibo no es una proposición, ni frase, ni hecho, sinosólo una imagen. que hago inteligible en parte por medio deuna declaración de hecho. Esta declaración es abstracta;mientras que lo que yo veo es concreto. Realizo una abduc-ción cada vez que expreso en una frase lo que veo. Lo ciertoes que todo el tejido de nuestro conocimiento es un paño depuras hipótesis confinnadas y refinadas por la inducción. Nose puede realizar el menor avance en el conocimiento másallá de la fase de la mirada vacua, si no media una abducciónen cada pas (Ms. 692, cito Sebeok y Umiker-Sebeok1989:37).

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Podríamos concluir, pues, que si consideramos que la fór-mula "esto es x" -donde x puede ser sustituido por un concep-to- vale para cualquier juicio perceptivo, estaríamos ante laaplicación automática de una regla general -que en el juicioestaría representado por el concepto universal- a un caso. Yesque la razón última del parentesco entre percepción y abduc-ción la encuentra Peirce en que la percepción es una interpreta-ción (5.184), lo que se demostraría prácticamente por unaexperiencia cotidiana: la percepción selecciona entre una mul-titud de estímulos posibles aquellos que interesan o estamospredispuestos a captar.

Esta teoría de la percepción permite explicar, en primerlugar, cómo se produce la semiotización de nuestra experien-cia, pero además, pone de manifiesto algo que no podía apre-ciarse desde la perspectiva lógica: que la abducción, lejos deser un fenómeno infrecuente, es un modo inferencia! del quenuestra vida cotidiana está repleta. No sólo identificamos fenó-menos o comprendemos el sentido de los signos mediante pro-cesos abductivos, sino que frecuentemente adivinamos lo queha ocurrido o va a ocurrir, por el mismo procedimiento. Y esque en último término la abducción no es más que un intentode adivinación. En cualquier proceso heurístico, sea este la

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labor detectivesca de las interpretaciones de indicios o en la:!formulación de hipótesis científicas, encontraremos casos más';o menos sorprendentes de inferenciasabductivas. El mismo :1

Peirce se refiere una y otra vez al caso de Kepler. Pero ha sido '¡en el contexto de la semiótica actual en el que se han estudiado!detenidamente los procesos inferenciales característicos de lasinvestigacionesde SherlockHolmes,porejemplo(17).

3.3.2.3 Semiótica de la abducción

Fue, como hemos dicho, el aspecto semiótica el que termi-naría descubriendo a Peirce las posibilidades de la abducción.Las tres categorías fenomenológicas que estaban en la base desu lógica de relaciones pueden interpretarse bajo las formas deposibilidad, existencia y necesidad, y por otra parte se concre-tan en la clasificación de los signos en iconos, índices y símbo-los. Las tres clases de inferencia constituían de este modo elparalelo lógico de estas clasificaciones. La integración de estastres clasificaciones nos permite ver esas relaciones:

Las consecuencias que pueden extraerse de estas relaciones

17.- U.Eco y Th.A. Sebeok (eds.) 1989. Se trata de una recopilación de trabajos dediferentes autores que abordan distintos aspectos de la cuestión. En ellos nosólo pueden encontrarse análisis concretos sino aportaciones teóricas relevan-tes.

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1° Posibilidad Icono Abducción

2° Existencia Índice Inducción

3° Necesidad Símbolo Deducción

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son múltiples y muestran aspectos fundamentales de la filoso-fía de Peirce que ahora hemos de obviar para centramos en elcarácter icónico de la abducción y sus consecuencias semióti-caso

Más arriba nos hemos referido al icono como el signo quemantiene con su objeto una relación de semejanza. Ahora bien,esta semejanza ha de ser entendida de modo amplísimo(l8).Tanto es así que a la similitud en que se sustenta la iconicidadnada parece escapársele: se trata de la pura posibilidad, comopuede observarse en el cuadro. En ese ámbito se mueve esairrefrenable e infinita capacidad que tiene el hombre para esta-blecer relaciones entre los fenómenos que observa: siempre esposible ver algún tipo de semejanza -o diferencia, que no essino su negación-. Por eso mismo las posibilidades de laabducción son también infinitas. ,

Consecuentemente, el reino de la iconicidad es también elde la ambigüedad. Como Eco ha puesto reiteradamente demanifiesto, la iconicidad escapa a la función normativa de todocódigo. Los signos icónicos fuera de contexto, no tienen códi-go, lo que quiere decir que no deberían significar y, sin embar-go, significan. "AsÍ, pues, -concluye Eco- hay razones parapensar que un texto icónico, más que algo que dependa de uncódigo, es algo que instituye un código" (1977:358). El iconose constituye como tal por medio de una actividad representati-va que en absoluto puede ser entendida como la reproducciónde lo idéntico. El icono no es una copia; antes al contrario,exige ese tipo de actuación inferencial que implica siempre-aunque no en todos los casos en igual medida- la creatividadabductiva. La abducción, como operación sustentada por lasemiosis icónica, concede al sujeto un máximum de libertad

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18.-Prueba de ello es la clasificación que hace Peirce de los iconos en imágenes.diagramas y metáforas aunque el criterio de clasificación sigue siendo el de lascategorías faneroscópicas (2.277).

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para explicar verosímilmente lo inexplicable. Pero decir que 1sus límitesson los de la verosimilitudes tanto como decirque 1

no hay más límite que el de la imaginación, porque siempre es :!posibledecir: "Estoes aquello". .

Si eso es así, podríamos dudar de que en un universo en el:'que sólo existieran iconos puros fuera posible la comunica- .

ción. De la misma manera que la abducción es una inferenciaque necesita de la verificación y por tanto de la deducción y lainducción, los iconos necesitan de la relación con otros signosque, bien sea porque hacen referencia directa a lo real (índices)o porque se rigen por alguna regla (símbolos), ofrecen criteriosde interpretación. Los signos que hemos de interpretar no pue-den ser puros iconos. En realidad podría decirse que para Peir-ce el icono es una especie de unidad mínima del quantum de larelación de semejanza y posibilidad (Proni, 1981:43). Por esotodo índice, como signo más complejo, presupone un icono ytodo símbolo un índice.

Basándose en la teoría de Peirce, la investigación semióticaactual ha puesto de manifiesto que en los procesos de semiosispodemos encontrar casos de inferencias deductivas, comosería, por ejemplo, la sustitución de un signo del sistema .;

Morsepor la letra correspondientedel alfabeto.No obstantese -:,

trata de casos de rigidez inusual en los sistemas semióticos. La jinducción puede darse en los casos en los que se aprende el]significado de un signo por experiencias repetidas, fundamen-:~talmente de carácter ostensivo. Como cuando, se observa que .~

una determinada expresión de un idioma extranjero es usada .~para referirse a un objeto detenninado. Ahora bien, el procedi- jmiento más habitual es el de la abducción, que puede ir desde !~los casos de atribución automática de una regla a un caso, a .~¡

otros que exigen gran creatividad. Este hecho hace del meca- ~nismo abductivo un elemento fundamental para comprender i'los procesos comunicativos y en especial cómo se produce la tinterpretación. Desde este punto de vista la interpretación, i

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como en algún sentido han pretendido las teorías hennenéuti-case informacionales,en cuantopretenderecorrera la inversa-

el camino trazado por el autor de un mensaje -de un texto- esuna re-traducción.Pero esto mismo hace difícil que se trate deuna operación simétrica a la producción: los procesos abducti-vos introducen elementos nuevos difícilmente controlablesdesdela perspectiva del autor.

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