LA MÁQUINA DE DESTRUIR GENTE

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LA MÁQUINA DE DESTRUIR

GENTE

David Cilia Olmos

La Máquina de Destruir Gente

Editorial Huasipungo Tierra RojaEditorial Huasipungo Tierra RojaCerrajería 13, Colonia Azteca,México D. F. Código Postal [email protected]://agora.ya.com/ed_huasipungo/

Cuarta edición abril de 2009.

D.R. © 2002 Derechos Reservados por el autor.

Diseño de Portada: Héctor T. García ChávezDibujo de portada: Pintura “Acaso no soy yo el guardián de mi hermano” de Manuel Salazar Cabriales, ciudadano estadounidense de origen mexicano condenado a muerte en Estados Unidos, liberado en noviembre de 1996 gracias a la lucha de la Red Binacional Contra la Pena de Muerte y especialmente por la intervención de la abogada Marlene Kamish.

Impreso y hecho en México.

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Dime pinche carcelero:¿Entre tus llaves hay

alguna para abrir flores?Agustín Hernández

Reclusorio Norte, 1976

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PRÓLOGO

La cárcel es una de esas cosas que hasta que se vive se comprende.

Gracias al esfuerzo mancomunado de jueces, policías, ministerios públicos y abogados, este infierno afecta a decenas de miles de ciudadanos mexicanos que en los hechos son considerados culpables hasta que demuestren lo contrario... o le lleguen al precio a la “justicia” mexicana.

La ruin y perversa red llamada “justicia” que persigue como principal objeto el lucro y que tiene en las cárceles su principal fuente de poder y chantaje, debe terminar.

Bastaría con un día que pasaran los jueces como presos comunes y corrientes en Ingreso1 y COC2 de cualquier penal, para que supieran realmente lo que están haciendo, los daños que causan a la vida, a la dignidad humana y a la sociedad.

Meter a las cárceles mexicanas unas cuantas semanas a ministerios públicos y abogados defensores, nada más para que las conozcan, darle de comer durante un sólo día a asambleístas, diputados y funcionarios de la CNDH, el rancho que habitualmente comen los presos, meter a las mismas cárceles a los agentes judiciales que han arrancado en base a torturas “confesiones”, sería muy benéfico para

1 Área de la prisión en la que el detenido es llevado durante sus primeros días. Aunque se supone debe permanecer no más de 72 horas, su estancia ahí puede durar meses y aún años.2 Centro de Observación y Clasificación, segundo lugar al que el detenido es llevado para que se le realicen estudios de personalidad, para supuestamente ubicarlo en el dormitorio más idóneo para su rehabilitación.

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poder sentar las bases de un debate objetivo sobre la situación en que se encuentra la justicia en México y las posibles soluciones a las aberraciones que contiene.

Estas reflexiones fueron escritas en la cárcel, en el Reclusorio Norte a finales de 1991 y principios de 1992. De no haber sido por Don Luis Cantón, director del semanario cómo, quién lo publicó por primera vez, estas reflexiones estarían sometidas todavía a la crítica destructora de los ratones. Don Luis fue el primer director de un medio impreso que se atrevió a brindarnos espacio cuando estaba de moda mantener en el silencio a los presos y particularmente a los presos políticos no arrepentidos de sus concepciones teóricas.

No hubo mejor suerte con otras revistas o periodistas “de izquierda”. Se repitió ese fenómeno tan común en los demócratas sensatos que alguna vez militaron en la izquierda, casi me dijeron: “puedo no estar de acuerdo con lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo... por tus propios medios”.

Pero ni hablar, un país tan “democrático” como el nuestro tiene a los periodistas “valientes”, “democráticos” y “honestos” que merece, más aún cuando, como me decían, traía yo la marca de mi militancia política en la Liga Comunista 23 de Septiembre, que en este país para algunos modernos hombres de Estado y para los pusilánimes, aún era un delito.

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La gente valora la libertad y particularmente su libertad, hasta que la ve perdida. Así como nadie se preocupa del aire hasta que le falta, nadie nota su libertad sino hasta que cae preso. Pero hay necesidad de preguntarse: ¿Para qué

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sirve realmente la cárcel a la sociedad? ¿Para qué sirve a los individuos que en ella se ven inmersos?

Roque Reyes García, combatiente revolucionario actualmente desaparecido, después de estudiar por décadas y sufrir en carne propia la función de las cárceles, llegó a la siguiente conclusión: La cárcel es una máquina sofisticada que tiene como función principal destruir a los hombres.

Sin embargo es común suponer que la cárcel tiene como finalidad la readaptación de los presos a la comunidad libre y socialmente productiva, pero una cosa es lo que se supone y otra la realidad.

¿Se pretende con las cárceles acabar con el crimen?, ¿castigar a los que delinquen para que no vuelvan a hacerlo?, ¿mantener el orden social establecido?, ¿re-encausar a los que se han salido de las normas sociales?, ¿ejecutar una venganza social contra quienes han afectado a la población?, ¿al Estado?, ¿al orden establecido?

En la ciudad de México anualmente cinco familias de cada mil sufren en algunos de sus miembros la experiencia de la prisión, esto nos indica que no es del todo un problema intranscendente. Que anualmente por lo menos 50 mil familias en la capital tomen un curso intensivo de infierno social no es un problema pequeño.

Porque todo lo que se ha dicho de la prisión no tiene nada que ver con su funcionamiento real como maquinaria en la que ha de triturarse la personalidad y los valores del individuo y con esto, la personalidad y los valores de la sociedad.

Porque la cárcel no acaba con el crimen, sino que lo reproduce, lo perfecciona, lo retroalimenta, lo profundiza. Porque la cárcel no sanciona al delincuente sino al que no lo

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es aún, porque no impide la repetición del delito, sino que lo instrumenta, porque no re-encausa a nadie por ella misma y los que no pierden su estabilidad social en ésta, no es gracias a la cárcel y sus mecanismos, sino a pesar de ellos.

Si la destrucción del individuo aislado fuera motivado por un deseo, por un interés de venganza contra quienes han afectado al orden, a la sociedad o al Estado, sería un gran absurdo, puesto que se obtiene exactamente lo contrario, la cárcel tal cual es, reproduce las lesiones contra la sociedad necesariamente, aumenta el desorden social e incrementa el desprestigio del Estado.

La prisión sí readapta a los individuos a la sociedad, pero no a la que se supone debería ser, sino a la que es en realidad. La cárcel es una terapia intensiva para que las personas que pasen por ella se adapten rápidamente al desorden social existente, que sepan cohechar, sobornar, ya que ésta y no otra es la forma sana de relacionarse con un aparato de Estado putrefacto.Que la gente aprenda rápidamente que no debe ser solidaria con sus semejantes, que aprendan que no pueden confiar en nadie, porque esta es la forma “sana” en que se relacionan los individuos entre sí en la sociedad decadente.

Que aprendan a delinquir sin romper el orden, sin llamar la atención. Que aprendan a despreciar las leyes, normas y reglamentos, pero respeten y le hagan llegar su parte a los funcionarios encargados de medrar con ellas.

Que mientan, tergiversen, se dejen humillar por el poderoso y humillen al débil, que se dejen golpear por los prepotentes y golpeen al que no puede defenderse, que se dejen manipular como objetos sin protestar, con una sonrisa servil a flor de labios.

La cárcel no resana sino que destruye a los individuos, los hace abandonar un proyecto de sociedad inculcado por los

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padres, por la comunidad de la que proviene y por los mejores ideales de la humanidad y en cambio hace compenetrarse en calidad de cómplices al desorden social existente, putrefacto y criminal que no es más que la superestructura del modo de producción capitalista.

A prisión llegan personas de todo tipo, pero no importando su nivel económico, ni su preparación o ideología, la máquina trabajará día y noche por su destrucción, por convertirlos en materia prima del desorden social. En términos generales aquí llegan dos tipos de personas: las que tienen un modo de vivir donde el delito es parte de su cotidianidad y los que, por el contrario, fueron inculpados por un delito circunstancial, por mala fe siendo inocentes, o que han delinquido por primera vez.

Esta gran división implica que hay un grupo, el primero, que está consciente de su accionar delictivo y acepta la cárcel como un riesgo de trabajo, como un accidente dentro de su accionar. Al igual que la mayoría de los delincuentes, no están al margen del sistema, sino que son parte de él, no son antagónicos a la autoridad sino que cuentan con su complicidad y contubernio.

Conocen las cárceles porque ya han caído en ellas o porque es algo muy conocido en el medio en que se desenvuelven. La afinidad profesional forma y reproduce círculos en donde, entre otras cosas, se da el intercambio de este tipo de experiencias.

La cárcel es algo que si bien les desagrada, no los espanta ni mantiene en la incertidumbre, al llegar a ella encontrarán un amigo, tal vez un familiar, o bien ellos mismos ya la conocen por dentro. Saben que con todas sus incomodidades, es un lugar donde se puede sobrevivir y finalmente salir.

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Sus concepciones de la vida, principios, dignidad, estabilidad emocional y social ya han sido destruidos desde antes y su estancia en la cárcel es sólo un recordatorio del sistema, un aviso, pero al fin y al cabo, algo provisional.

En el otro grupo, los que aún no son delincuentes propiamente hablando, llegan a un lugar desconocido, se sienten ajenos al medio que los rodea, a la población que ya se encontraba ahí antes que ellos llegaran. Y sin embargo este grupo es la mayoría dentro de cualquier prisión preventiva, es gente en la misma situación que ellos los que componen el hábitat.Algunos, los que finalmente más sufrirán y mas los destruirá la cárcel, se niegan a la realidad como si esta fuera una pesadilla de la que basta que despierten para que todo se desvanezca como pompa de jabón. Se vuelven retraídos, se encierran en sí mismos. Las únicas referencias que esta gente tiene de las cárceles, es lo que han visto o leído en películas y novelas, por tanto cuando la enfrentan, no la reconocen tal cual es, sino que la interpretan a través del filtro de sus ideas preformadas.

Intentan a toda costa que sus familiares, amigos y conocidos no se enteren de la situación en que se encuentran y en especial esperan que particularmente sus hijos, de la edad que sean, jamás se enteren de lo que está pasando. Creen que de esta manera están manteniendo el castillo ideal que han construido en torno a sus hijos, pero en realidad están defendiendo el castillo ideal construido en torno a ellos mismos.

Los que piensan así ven a todos los internos como el enemigo, como alguien que de un momento a otro los va a atacar y, generalmente lo único que logran es que esta hostilidad expresada a los demás les regrese a ellos mismos como efecto boomerang, como una verdadera -no ficticia- hostilidad de los demás. En cambio creen que las autoridades del penal, que los custodios, forman parte de un

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aparato que los defenderá, que está para cuidarlos y no para destruirlos.

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LA DESTRUCCIÓN DE LOS CONCEPTOS

Así, lo primero que la cárcel va a destruir en el individuo es su concepción de sociedad, legalidad y justicia. Aquí se aprende rápidamente que la legalidad es un accesorio que se compra y se vende, y sólo se cumple cuando se cohecha a los encargados de las leyes.

No sé si haya en la ciudad de México algún automovilista que jamás haya dado mordida a la policía de transito por haber cometido alguna infracción, pero en las cárceles mexicanas, no hay nadie, -inocente o culpable, con o sin educación cívica, con dinero o sin él, que no haya violado la ley cohechando para poder hacer una llamada telefónica, para ver a su familia, para que no lo golpeen, para no tener que regresar a la época de la esclavitud haciendo la fajina, para tener una celda en la prisión, o hasta para pasar la lista3.

Desde el primer momento de la estancia en prisión, desde que se le pide al custodio que se le permita hacer una llamada telefónica, que oficialmente es gratuita, se tiene que cohechar. Para pasar la lista se tiene que cohechar, para ¡estar preso! hay que cohechar. Cuando esto sucede, el individuo tiene que modificar radicalmente su concepción acerca de la ley y el orden.

Cuando un automovilista da una mordida, por lo general, aunque no en todos los casos, se debe a que cometió una infracción, o pareció que la cometía, o la iba a cometer. En este caso el soborno, el cohecho, la mordida, es un parche que se pone a un agujero que sin querer, o queriendo, se ha cometido en el deber ser.

3 Pago en efectivo que hace a los celadores cada uno de los presos en las cárceles mexicanas, tres veces al día durante el pase de lista.

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Pero en la cárcel no es necesario cometer ninguna infracción para tener que cohechar a las autoridades a cualquier nivel. Basta estar preso para entrar a ese sistema de extorsión permanente en que el hombre deja de ser hombre y se convierte en un rehén que a toda costa trata de congraciarse con su verdugo-celador.

De hecho, el pago de la llamada lista es la más simple y pura expresión del carácter delincuencial del sistema carcelario. El pago de la lista es la forma en que las autoridades venden protección. Es un tributo que se paga a las autoridades no para que pasen por alto alguna infracción al reglamento, ni tampoco para obtener algún favor, sino simplemente para que no ataquen permanentemente al reo ni hostilicen a su familia, para que no abusen de más, para que le den un trato normal, para que tengan el derecho de ser maltratados como presos y no como bestias. Para lograr esto, el preso tiene que pagar todos los días y refrendar constantemente su subordinación a los delincuentes oficiales.

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LAS BASES ECONÓMICAS DE LA CRUELDAD

La crueldad en las cárceles, el trato bestial contra los internos, es un mecanismo de la maquinaria y no necesariamente un fin en sí mismo. Es una necesidad de un sistema para que por experiencia negativa, por contraste, los presos detecten los “magníficos beneficios” del cohecho y la extorsión.

Más que para mantener limpia la institución, los internos más pobres sirven a las autoridades al hacer la fajina como ejemplo negativo para lograr la extorsión de los demás presos.

Por este motivo, los presos que pueden pagar la fajina, se equivocan por completo cuando no son sensibles ni se compadecen del maltrato que se le da a los internos pobres, a los erizos.

Se equivocan en primer lugar, porque esta insensibilidad, esta falta de solidaridad con sus semejantes, es una parte del proceso de destrucción de todos sus sentimientos y valores. Por lo regular, luego de unos días de terapia intensiva, o sea, de cárcel, el ver a una persona lavando pasillos en el frío de la madrugada o saberlo durmiendo junto a excremento en los lugares destinados para ellos, no causa ningún sentimiento de solidaridad o misericordia, ningún gesto de humanismo. Estas escenas -y otras peores- sólo provocan cuando mucho un suspiro de alivio y un “qué bueno que no estoy igual”.Y se equivocan en segundo lugar, porque pese a que quienes sufren esa crueldad son los presos más pobres, el objetivo económico de esta barbaridad está encaminado a aligerar la cartera de los que no lo son tanto. No es porque cabos de fajina y coordinadores sean o no, psicópatas, ni por un exagerado sentido de pulcritud de las autoridades

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que se trata como esclavos a los fajineros, sino porque esta crueldad es el instrumento clave para la extorsión general.

Por eso, en todas las cárceles el trato tiene que ser brutal en ingreso y en los primeros escalones de la institución. Se trata de dar lecciones rápidas y profundas, no de disciplina, no de orden y obediencia, sino de la necesidad de cohechar y entrarle a formar parte del sistema de extorsión para sobrevivir en este lugar.

Y por eso el trato es bestial con la gente de más bajos recursos y despótico y denigrante para casi todos. Para que esta lección entre al subconsciente y se afirme en él y el individuo responda en otros niveles de la cárcel de la misma manera, aún cuando la violencia y brutalidad ya no sea evidente.

Sería tonto que al fin del siglo XX a grandes grupos humanos se les maltratara para establecer o reproducir viejos modelos de rehabilitación. Sería absurda la existencia de la esclavitud sólo para mantener limpios los pasillos y baños de una cárcel, de una institución destinada a presuntos infractores de la ley.

El verdadero sentido de la violencia, maltrato y vejación simplemente es dejar ver a los demás la suerte que corren los que no pagan. Estamos ante un sistema basado en el terror, cuyos verdaderos destinatarios no son en el fondo los que sufren la violencia, sino los que tienen dinero para no sufrirla. Es un sistema en el que la amenaza se cumple en otros. Esto es lo más ignominioso de la crueldad, que se realiza contra los más pobres sólo para servir de amenaza, advertencia y escarmiento a los demás.

Y a tal grado llegan estas lecciones al subconsciente del individuo, que después de 15 días de estancia en Ingreso y dos meses en el Centro de Observación y Clasificación, cuando el preso, a las 8 de la noche, escucha la palabra

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lista, automáticamente saca una moneda de mil pesos o un billete de dos mil.

El fenómeno extorsión-cohecho-amenazas cumplidas modifica las concepciones de los presos, al grado que cuando unos piden dinero a otros, las más de las veces dicen: “préstame para mi lista”. El “préstame para la lista” es el argumento más usado dentro de la prisión, porque no requiere de ninguna otra justificación moral. Al mismo tiempo “sólo tengo para mi lista” es el argumento más esgrimido para denegar una petición de dinero. Se esgrime el pago de la lista como si esta fuera algo sagrado o incuestionable, como si el dar para ella fuera la obra más misericordiosa que se puede hacer por el interno que pide.

Así, el pago de la lista es una de las primeras prácticas de la delincuencia oficial carcelaria en la que el no-delincuente, o el delincuente circunstancial tiene que meterse para sobrevivir en prisión. Y cuando digo sobrevivir, no lo digo en sentido figurado.

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LA READAPTACIÓN DEL INDIVIDUO AL DESORDEN SOCIAL

Hay quienes sostienen que la cárcel tiene por objeto readaptar al individuo a la sociedad, pero se quejan de que aún cuando tiene este noble objetivo se logra lo contrario. A primera vista esto es así, pero en realidad las cárceles sí sirven para readaptar al individuo al modelo de sociedad que el sistema putrefacto requiere para mantener el modo de producción capitalista.

Porque cuando hablamos de la sociedad en nuestros días, en realidad no estamos hablando de una, sino dos sociedades distintas, la que supone y desea la gente común y corriente y la que por otro lado impone el régimen de explotación capitalista.

Cuando la gente bien intencionada dice que la prisión no readapta sino des adapta, que no habilita sino deshabilita, está hablando de la sociedad que según su muy particular punto de vista debería ser.

Cuando uno llega a la cárcel y se encuentra que para ser preso tiene que pagar, de momento cree que algo anda mal, que las cosas están de cabeza. La impunidad con que operan hasta el último de los funcionarios del sistema carcelario, lo convencen en poco tiempo de que no es el mundo el que está invertido, sino uno mismo, que no se había dado cuenta de que las cosas son lo contrario de lo que deberían de ser. Se da cuenta -como el chiste del chofer borracho del periférico- que no es un loco el que va manejando en sentido contrario, sino un montón de locos, vale decir, todos.

La cárcel adapta al individuo para que acepte como natural la corrupción imperante, para que lo impropio parezca

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propio y lo incorrecto parezca correcto, para que el individuo adopte la vil componenda por encima de los principios de legalidad, equilibrio, justicia y honradez.

Pero aquí en la cárcel es donde uno aprende a que por ejemplo la mordida, el cohecho, no es una desviación sino la forma operativa en que puede mantenerse este orden de ficción.

La cárcel abre la ventana de la realidad social, de la que es y no de la que creíamos que era. Si el individuo no se pone de cabeza para estar a tono con el resto de la sociedad, corre el riesgo de perecer. Esta ventana permite ver con toda la claridad que se requiera, cuales son los verdaderos mecanismos que protegen y regulan la existencia del sistema social.

Con esto no sólo destruye las concepciones formadas por la familia del individuo, quiero decir la identidad social, sino también los conceptos morales. Descubre que todos los principios aprendidos son obsoletos en la cárcel y no sólo obsoletos, sino contrarios a la propia sobre vivencia.

Este cinismo moral que la cárcel inyecta al individuo, es la base ideológica firme mediante la cual la sociedad puede seguir existiendo con su cobertura de ficción que, pretende ocultar el nivel de putrefacción de las relaciones sociales existentes.

La cárcel además destruye todos los conceptos primarios de legalidad y justicia. Lo más común aquí es que los delincuentes profesionales, los que tienen como forma de vida el delinquir, sólo vengan de visita y en cambio los delincuentes circunstanciales o los inocentes, se queden en un largo proceso.

Uno se espanta de la manera tan fácil con la que salen los individuos que aún dentro de la cárcel delinquen, trafican,

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extorsionan, golpean o violan, mientras que la gente inocente o la arrepentida se queda.

Esto por supuesto no es una casualidad, no es el azar. Lo que determina la pronta libertad de unos y la lenta de los otros, es que los delincuentes habituales ya son parte del sistema, conocen de antemano su funcionamiento, han usado antes sus mecanismos reales, ya se han adaptado a él. No es extraño entonces que la visita a la cárcel sólo sea una contrariedad, un accidente dentro de su actividad.

Pero donde más se observa que legalidad y justicia es exactamente lo contrario, no es en los que caen y salen, sino en los que nunca caen. Cuando alguien se pregunta donde puede encontrar a los delincuentes que más violan los derechos de la sociedad, los que secuestran, golpean, roban, todo junto varias veces al día, se contesta necesariamente que los puede encontrar trabajando como agentes judiciales, ministerios públicos (el defensor de la sociedad) o funcionarios en cualquier procuraduría.

Si buscamos a los más comprometidos en el tráfico de drogas, los encontraremos precisamente entre los funcionarios de la división de la policía encargada de la lucha contra el narcotráfico.

Y lo mismo sucede si preguntamos ¿quiénes meten más contrabando al país? La respuesta será siempre que son los propios agentes y funcionarios aduanales, es decir, los que en teoría están para impedirlo.

Y sin embargo, sólo por excepción algunos de los verdaderos y conocidos delincuentes de este tipo caen en prisión. Los que delinquen al mayoreo, en grande, los que verdaderamente son nocivos a la sociedad, son los que la sociedad capitalista tiene de ejemplo para los demás.

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A la cárcel sólo llegan los pagadores que han de hacer parecer que en este sistema se persigue y se castiga el delito, cuando en realidad sucede lo contrario.

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LA DESTRUCCIÓN MATERIAL DEL INDIVIDUO

Hasta aquí hemos visto como la cárcel destruye al individuo en el mundo de las ideas, de los conceptos. En este caso la destrucción de una idea va a la par de sus sustitución por otra, pero lo que vamos a ver más adelante es una destrucción del individuo sin que quede nada a cambio, ni malo, ni bueno, ni peor.

Lo primero que en este sentido la cárcel viene a destruir es el vínculo familiar. Aún el juez no ha dado su veredicto final, cuando una parte de la familia y algunos amigos ya hacen claros intentos por deslindarse del preso, no importa tanto si es inocente o culpable, sino que lo que importa es que es preso.

Partiendo del mismo criterio, hay otra parte de familiares o amigos “más benignos” que “perdonan” y le brindan a cuenta gotas su magnánimo apoyo al preso, las más de las veces moral, a cambio de estar recriminándole constantemente sobre la magnífica lección que la cárcel supuestamente significa.

Naturalmente existe un tercer sector de familiares y amigos que instintivamente se ponen resueltamente del lado del preso mientras éste es rescatable de la máquina de destruir gente.

Así, los buenos amigos y la familia unida se rompen de momento para el prisionero, lo que en primer lugar afecta directamente su existencia material y en segundo lugar enciende hogueras de odio y rencor entre los familiares que ya nunca se van a borrar.Una madre puede perdonar o entender (aunque no justificar) algún delito cometido contra otros por su hijo, pero por lo regular, jamás perdonará ni comprenderá que un

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familiar cercano le niegue su ayuda, la que fuera, cuando se encuentra en esos casos.

Por tanto, se destruye el vínculo del individuo con la familia y el vínculo de la familia entre sí; y lo mismo sucede con las amistades. Los grandes amigos de antaño se convierten en traidores a los ojos del preso, cuando no encuentran respuesta solidaria en ellos. El recuerdo se vuelve rencor, el interno no sólo pierde amigos, sino que gana convertirlos en enemigos reales o figurados, pero enemigos al fin y al cabo.

Pero donde más destruido es el individuo, es en su relación de pareja, en su matrimonio, en su vida sexual. La separación física entre el interno y su pareja se convierte en un catalizador en dos sentidos: sirve para refrendar el compromiso marital o sirve para de una vez acabarlo.

Como la cárcel invierte al menos en los primeros momentos los roles matrimoniales establecidos por la tradición, el hombre preso se convierte en dependiente y la mujer tiene que jugar el papel más activo, el principal respecto al sostén de la casa y el sustento familiar, lo que le otorga de manera natural una mayor independencia.

Este fenómeno, que no es en sí mismo negativo, se convierte en destructivo del vínculo matrimonial conforme el tiempo pasa. El sentimiento de amor de la pareja está basado ante todo en la vivencia, si la pareja tiene una vivencia, el amor tiene perspectivas, si la vivencia se diluye, el amor paulatinamente se extingue.Pero la cárcel impide esta vivencia, las parejas han de encontrarse no cuando sus sentimientos -o sus hormonas- coinciden, sino en los momentos y lugares establecidos por el reglamento y el departamento de Trabajo Social.

La vivencia de la pareja como tal, está en razón inversa del nuevo rol que la mujer ha de jugar y que ante la incapacidad del esposo deberá hacerse cargo de una buena parte del

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aprovisionamiento económico. Si cumple con este rol y además se hace cargo de la casa y la familia, poco tiempo y de muy mala calidad le quedará para cubrir su relación marital.

Esto, en las condiciones de dependencia, sobre todo afectiva, que daña al prisionero, es interpretado como un enfriamiento de la relación por parte del preso, quien siente que merece más atención de la que se le da, la exige y fuerza con esto a una situación que por ese camino terminará en conflictiva. De aquí al síndrome de celos sólo hay un paso. Los conflictos producto de reclamos justos o injustos enferman la relación aún más, y a no ser que la pareja esté constituida por personas maduras y equilibradas, esto puede liquidar la relación y en un buen porcentaje este es el resultado final, o uno de los resultados. Por otro lado, aún en el aspecto puramente sexual, la tensión a la que ambos se someten, impide una relación placentera. Nada de erótico puede haber en tener relación coital luego de una revisión vaginal en aduana y la incertidumbre del lugar en que se realiza.

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LA DESTRUCCIÓN DE LAS CAPACIDADES Y HABILIDADES

No hay nada más destructor para el cerebro y para el estado emocional de un preso que el tiempo de espera, el no tener nada que hacer. Así como las celdas de castigo han llegado a cobrar vidas por la prolongada soledad y silencio, así la cárcel en su conjunto, por amplia y “libre” que pueda parecer se convierte en una celda de castigo más amplia en la que la impotencia e incomunicación destruyen lentamente al prisionero.

Porque aunque la cárcel posibilita una inter-relación humana, esta se encuentra enferma desde el principio. La comunicación interpersonal se vicia por fijaciones mentales, el individuo vive obsesionado en torno a dos o tres puntos de la realidad: ¿cuando me iré?, ¿cómo seguirá la familia? ¿qué voy a comer? Es difícil que en las condiciones de tensión que se viven haya otros temas de conversación. Los códigos y símbolos se repiten constantemente en la comunicación en un proceso que podría parodiarse con la caricatura del perro que quiere morder su propia cola.

De aquí proviene la necesidad constante de fuga que puede llegar a convertir a la gente en psicóticos (o en más psicóticos de lo que estaban) o en dependientes de todo tipo de drogas, desde el clásico cigarro y alcohol, hasta los derivados de heroína o cocaína. A su vez estos caminos de fuga retroalimentan el proceso de destrucción del espíritu de iniciativa y de su integridad emocional, agregándose ahora un proceso de destrucción de su propia salud corporal y cerebral.Quien en la cárcel no cae en el camino de las drogas, no necesariamente está salvado, por lo regular lo logra a costa de sustituirlas por otras, tal vez a primera vista menos nocivas pero, al mismo tiempo destructoras de la voluntad y el espíritu de iniciativa. Así la gente se aferra a manías,

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religiones, sexo o televisión. Esto viene a ser un sucedáneo a la actividad productiva, por lo que al paso del tiempo la persona ha atrofiado sus habilidades y capacidades y se ha acostumbrado a rutinas y actitudes destructoras de su propia personalidad.

Todo este proceso no es perceptible para los individuos que la sufren. Poco a poco el tiempo de inactividad va derrotando al individuo, pero éste, al igual que los envenenados con gas, no alcanza a ver el proceso aunque lo intuya.

Y la base material de este proceso de destrucción, es la habilidad de las autoridades para obstaculizar toda posibilidad sana y productiva de ocupación.

Al llegar a la cárcel el individuo tiene dos opciones, o paga la fajina -con lo que no tendrá otra cosa que hacer y se encontrará en un ocio terrible y degradante y lleno de preocupaciones, o no paga la fajina y vive un trabajo terrible, degradante y lleno de incertidumbre. Como se ve, son dos platos de la misma sopa.

Incluso “oficialmente” ha quedado establecido que los internos en los primeros escalones de la cárcel, Ingreso y C.O.C. no tengan ninguna actividad, violando no sólo las garantías individuales sino los más elementales derechos humanos.La gente que logra tener una actividad productiva y positiva en este nivel de la prisión, por lo regular no es gracias a los esfuerzos de las autoridades, sino a pesar de las mil y una trabas que las autoridades le han puesto en contra.

Cuando después de este proceso, que puede durar un promedio de dos meses, los internos llegan al área de Dormitorios, tienen más oportunidades de ocupación siempre y cuando ya hayan pagado su fajina de dormitorio o ya se hayan esclavizado en esta durante por lo menos 15

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días. Por lo regular las actividades que puede realizar el interno son marginales, casi en un 100% basándose en su propia iniciativa, entender y con sus propios medios. De hecho el interno no recibe ningún apoyo real de la autoridad, salvo el “favor” de darle al interno un memorándum donde le reconocen que tiene tal o cual ocupación. Claro que el interno también puede comisionarse como auxiliar de oficina, como estafeta o personal de limpieza, etc., a cambio de lo cual recibirá de la autoridad en pago un memorándum donde le reconocen sus servicios, pero nada más.

Los esfuerzos de las autoridades por hacer que la cárcel no sea “un castigo sino un medio para que el delincuente tenga la posibilidad de reestructurar su personalidad dañada para vivir en sociedad y no sólo no vuelva a causar daño, sino que además haga bien y sea productivo”1, se observan con claridad en las siguientes cifras recabadas en el Reclusorio Norte de la Ciudad de México durante Diciembre de 1991:

Por cada interno inscrito en los talleres de la institución, hay 40 que no lo están. Uno de cada 13 presos continúan con sus estudios truncados de primaria, secundaria, preparatoria o se alfabetizan. Uno de cada 17 presos se capacitan para el trabajo en el Centro Escolar, uno de cada 47 estudian idiomas. Uno de cada 16 presos asiste a los llamados tratamientos auxiliares (congregaciones religiosas y Alcohólicos Anónimos).

Si tomamos en cuenta que hay una gran proporción de personas que asisten a varias de estas actividades, la pregunta obligada es: Fuera de los comisionados, ¿qué están haciendo los demás? Necesariamente están realizando una actividad marginal, o están capacitándose por ellos mismos a pesar de las autoridades o están aprendiendo -o confirmando sus- conocimientos delictivos.

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En estas condiciones, la readaptación del individuo a la Sociedad tan pregonada es una utopía de la gente de buena voluntad y una grotesca tomadura de pelo de las autoridades que deberían llevarla a cabo. Todas las habilidades productivas que el individuo ya tenía al momento de ser capturado se ven atrofiadas por el abandono, las que el individuo puede en la realidad aprender dentro de la cárcel son marginales en el mejor de los casos y delictivas en el peor. Si alguien aprendió a ser ratero dentro de la cárcel puede serlo afuera, pero no es esa capacitación la que requiere. Tampoco le sirve de mucho a la sociedad que la gente se capacite en años de cárcel como fajinero, o como estafeta, como dependiente de lonchería, y no se qué tan productivo pueda ser para la sociedad que a fin de siglo XX miles de personas se capaciten para hacer artesanías que necesariamente vendrán a incrementar el mercado marginal y difícilmente se venderán fuera del ámbito familiar.

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CONCLUSIONES

Si bien el objeto real de la cárcel es destruir al individuo y transformarlo en un virus más del cáncer llamado “orden social” o en su defecto destruirlo mental o físicamente, esto no siempre se logra. Existe de manera natural en los reclusos una resistencia constante al proceso de destrucción.

Sin embargo, no debe extraerse como conclusión que la cárcel debe “perfeccionarse”, esto por un lado es imposible y por otro lado, la más perfecta de las cárceles no es esencialmente menos destructiva que las demás.

Las ilusiones de los demócratas reformistas por hacer de la cárcel un castillo de la pureza, igualitaria y democrática son, en medio de la sociedad tan corrupta y desigual, sólo eso: ilusiones. La cárcel sólo es una radiografía de las aberraciones, injusticias y nivel de putrefacción de la sociedad que la requiere.

Una isla de legalidad, justicia y honestidad en medio del océano de putrefacción capitalista no tiene ninguna perspectiva.

Más tardan en despedir a los directivos de un penal, cuando ya los funcionarios que los relevan están haciendo sus transas. Todas las mejorías y correcciones al sistema carcelario que se logran a costa de sacrificios y a veces la vida de algún interno a los pocos días de ser instauradas, se ven revertidas. Las cárceles en México regresan de manera natural al redil de la perdición básicamente porque forman parte de una sociedad perdida.Para lavar los establos de Augias de poco sirven las servilletas perfumadas y los periodicazos, al paso del tiempo las autoridades se van acostumbrando y toman las cosas con más cinismo. Siendo la corrupción y degeneración un

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producto intrínseco de la sociedad capitalista, la solución real al problema de las cárceles viene aparejado con la transformación de toda la sociedad.

En cuanto esto sucede, no podemos negar que las dos tendencias de la sociedad también se enfrentan en las cárceles y que la resistencia individual u organizada al proyecto Sociedad-cloaca, cárcel-cloaca tiene en los últimos meses constantes victorias y en periodos ha llegado a sostener verdaderos espacios de limpieza y respeto a la dignidad humana de los presos lo que en cierta medida enfrenta el carácter destructivo de la cárcel.

Es cierto que el Estado en la situación actual requiere de cárceles “modernas” en las que el dinero quede en sus manos y no en las manos de los distintos funcionarios corruptos en lo particular. La corrupción es una excreción purulenta de las relaciones de producción que rigen, es una forma de premiar a los hombres del sistema por su complicidad y fidelidad a este, pero la corrupción no es la base de su poder y además le resta eficiencia.

Sobre todo en los últimos años la modernización del aparato penitenciario en cierta medida es, si no inducida abiertamente, si muy tolerada. El Estado pretende limpiar los establos de Augias, pero no con sus propias manos sino con las manos de los presos. Si algo sale mal, los funcionarios interesados tendrán las manos limpias y los que pagaran los platos rotos serán los presos. Si las cosas salen bien, los funcionarios interesados habrán cumplido con su cometido. A esto se llama “sacar las castañas del fuego con la mano del gato”.

Pero no obstante estos peligros, ya que en la cárcel se enfrenta el proyecto social-capitalista contra los intereses de la mayoría de la población, la lucha se tiene que dar.

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Y lo primero que debemos aprender es que la cárcel con todo lo cruel, dura, inhumana y nefasta que sea, es algo que se puede sobrevivir. Debemos entender también que pese a los incondicionales de la autoridad, los presos que están interesados en defender aún en la cárcel su propia dignidad somos la mayoría y la verdadera fuerza de la prisión.

Hasta la fecha, y así ha sido históricamente en la mayoría de las cárceles, los presos caemos en el garlito de las nuevas premisas morales que nos quieren imponer: “no hay amigos”, “los testículos los dejas allá afuera”, “no te importe la injusticia mientras no te toque a ti y si te toca aguántate”. Todos estos anti-valores los debemos desechar para que no terminen destruyéndonos.

En una lucha de muchos años que ha costado vidas, los presos, y particularmente los presos políticos provenientes de las distintas organizaciones revolucionarias de los 60´s para acá, han venido ganando espacios de libertad y dignidad humana dentro de las cárceles. En cambio, las autoridades carcelarias parecen no haber aprendido nada, en cuanto escuchan que los detenidos a su cargo hablan de derechos humanos contestan mañosamente: “ si, si, que les quiten los celulares, que les quiten las televisiones a los que las tengan, que ya no salgan a la visita sin pase”, dentro de su pobreza mental y sus deformaciones no alcanzan a concebir que esta actitud chantajista sólo puede engañar a los presos más torpes y que sólo la pueden esgrimir a los verdaderamente comprometidos con la corrupción.

Los que han estado presos antes que nosotros, han venido demostrando que en la cárcel se puede encontrar a amigos verdaderos, que puede haber y que hay solidaridad. Han enseñado que el camino es no perder la capacidad de indignarnos ante la injusticia y que siempre se puede hacer algo, puesto que sólo estamos presos, no mancos.

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Todas las películas, pláticas, artículos y libros que nos pintan la cárcel como un infierno se equivocan, la cárcel es peor que eso, pero como ya dije antes, se puede sobrevivir, se puede salir dignamente de esta.

Podemos y debemos hacer de su engranaje triturador de gente un lugar de reflexión, no de elucubraciones. Un lugar de preparación, no de atrofiamiento de nuestras facultades; un lugar de superación, no de degradación personal; un lugar en que se aquilate la amistad, el amor, la familia y las personas se reencuentren y luchen.

En resumen, impidiendo la destrucción de nuestra dignidad por esa maquinaria, debemos salir para ayudar a la sociedad civil a acabar lo que de abominable tiene.

Se termino de escribir el 7 de enero de 1992, en el Reclusorio Norte de la Ciudad

de México.

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EN RENO CON LAS BESTIAS

Bienvenida: 9:30 horas. Llegamos a una puerta de metal enorme, varios efectivos del cuerpo policiaco de Los Zorros abrieron la puerta y empezó una gran pesadilla.

—¡Bájense pronto! —fueron las palabras de bienvenida.

—¡Péguense a la pared!

—¡Abran las piernas!

Dos o tres zorros nos registran mientras los demás nos apuntan con sus armas no se exactamente para qué. Nos pasaron a la aduana.

—¡Quítense la ropa! —ordena un tipo mal encarado— ¡toda!

Después de una minuciosa revisión en los bolsillos y en los dobladillos de la ropa nos ordenan:

—Póngansela de nuevo.

Los que traían reloj o chamarras buenas ahí fueron despojados.

Minutos después llegamos a Ingreso, nos llevan a tocar piano, es decir, toma de huellas dactilares. Todo ese día fue estar parados junto a la pared como niños castigados. Pensé que al llegar la noche dormiría un poco, pero no sabía lo que empezaba a pasar: En una celda de 2.5 por 3 metros dormimos —si así se le puede decir— 27 personas completamente apretujadas. Hubo quien se peleara por estar cerca de las rejas porque el olor era insoportable. Sudor, pies terriblemente sucios. Sujetos con más de una semana incomunicados en los separos de la PJDF y por tanto sin bañarse, ponían sus pies sucios sobre mi cara y la de otros. Hubo quien durmió

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sentados en el baño y muchos lo hicieron de pie. Uno de mis compañeros de celda de esa noche se amarró a las rejas, de pie, con sus mismas ropas atado a la cintura. Así transcurrió una semana.

Cuando ya me había acostumbrado a algunas personas, me avisan que esa noche sería cambiado al Centro de Observación y Clasificación (C.O.C.). Ahí, unos pedazos de cartón y dos pantalones encimados, fueron mi colchón y mis cobijas por varios días.

Alguien había comentado en Ingreso que C.O.C. era un mucho mejor lugar. Yo nunca encontré lo bueno de ese lugar.

Fueron varios días de vagar por los pasillos. Cuando llegaba el rancho debería uno correr para formarse. De las visitas anteriores, de la basura tirada en el suelo o en los botes de basura, uno encontraba platos desechables tirados, o vasos de unicel, todo esto era la vajilla más valiosa que se podía tener, se tenía que cuidar como el más valioso tesoro. No lo podías prestar, porque si lo hacías, cuando llegara el próximo rancho, en lo que conseguías un desechable en pasillos y jardines, te quedabas sin comer.

Pasó el tiempo, no sé como conseguí un vaso y un plato de plástico que me duró mucho tiempo, pero como aquí nunca falta quien aproveche la ocasión, alguien me lo robó y volví a conseguir vaso desechable para seguir comiendo esa basura.

Así pasaron tres meses durmiendo en los baños o en los pasillos donde cada que se les ocurría iban a cobrar por dormir en los baños con más de 60 personas, algunas con varias semanas sin bañarse.

La vida en los baños de C.O.C. es como de novela. Las paredes están forradas de recortes de mujeres desnudas

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que se alternan con imágenes religiosas muy rotas o muy tiznadas por el humo de las veladoras. Nunca falta una veladora encendida. Alguien tiene un radio a todo volumen con un sonido horrible llamado salsa. No falta en ese caso alguien que le reclame, pero lo único que saca es una golpiza del dueño del radio. Pero eso es muy común dentro del ambiente carcelario, o que te rompan un brazo o una pierna, pero nadie sabe nada, porque aquí el que se da cuenta o sabe, se muere y por eso nadie se entera de nada, para que nada le pase.

¿Qué es esto que llaman prisión?, ¿para qué sirve? —No sé, pero creo que el funcionamiento en cada persona es distinto. A unos los convierte en robots, a otros en ladrones, homicidas potenciales, suicidas, homosexuales; a unos los deja económicamente en la miseria, pero también los ayuda a pensar... para bien o para mal.

A la mayoría los inclina hacia lo malo o en el mejor de los casos a buscar compasión de la demás gente, lo que ya de por sí es bastante negativo. ¿Será posible pensar aquí en otra cosa que no sea la cárcel?, ¿habrá aquí algo que valga realmente la pena?Esos tres meses que pasé en C.O.C. nunca los voy a olvidar. Solo pasé hambre, frío humillaciones. Las más horribles de las soledades juntas, no se podrán comparar con la soledad que yo sentía entonces. A todo se acostumbra el cuerpo, la mente, el alma, pero nunca a los tres primeros meses.

Caminando por los pasillos del Reclusorio se podía ver gente semidesnuda, con la ropa hecha trizas, pidiendo una moneda para su lista o para sus cigarros o para cualquier vicio. Gente con los ojos vidriosos, con cicatrices en el rostro o en el cuerpo, con alguna mutilación en el cuerpo o sin ella, con los cabellos apelmazados de sucios, cargando tambos de basura, o haciendo mandados por mil pesos.

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Convivir con esa compañía tan rara era convertirnos a la realidad que se estaba viviendo. No es la cárcel el lugar donde se readapta a la gente, al contrario. Aquí los que no se desadaptan son los que se aferran a los principios que les enseñaron sus padres, los que piensan que no deben tener una imagen, un carácter diferente al que se forjaron antes. Solo ellos subsisten como personas, pero nunca gracias a la cárcel, sino a pesar de ella.

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7 de noviembre de 1991 Reclusorio Norte

Son las 9 de la noche, los internos del anexo de C.O.C. llevan mucho tiempo parados en la explanada en medio del frío formados esperando que pase la lista. En un determinado momento por encima de los murmullos se escucha al custodio exclamar enojado dirigiéndose a un interno de la fila.

—¿Cómo que 500 pesos?, ¡ya saben que es de a mil!

Por la expresión del custodio tal pareciera que de la diferencia, de los 500 pesos faltantes dependiera su propia vida. Su actitud no sería comprensible en otras situaciones que no fueran la cárcel. Su cacharro, una ollita metálica, ya estaba rebosante de monedas de a mil y de billetes de dos mil pesos, el cacharro ya debía contener cerca de 150 mil pesos producto de la lista recolectada de los demás internos. Pero su actitud hacía pensar que por esos 500 pesos su familia no iba a comer.

Entre apenado y preocupado el interno contesta inclinando la cara y con la mirada fija en ningún lado:

—Si mi jefe, pero solo eso tengo.

Al oír eso, el custodio se retuerce de coraje en su cuerpo achaparrado y ordena a los demás internos que le hagan malla, un juego sádico en que el castigado el golpeado a patadas y puñetazos por la multitud formada en fila. Lo más moderno en invenciones custodieriles.

El interno, mucho más preocupado se dirige al custodio que también ya se ve más enojado. Le dice suplicante:

—Pero si es todo lo que tengo, ahí para la otra ¿no?

—¡Ni madres pendejo! -dice el custodio- ahora es doble.

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—Así no le doy nada -se atreve a contestar el interno en un destello de dignidad.

—¡Cómo vergas no!

El custodio acompaña su respuesta con un movimiento horizontal del puño cerrado que le revienta la boca al interno. Un hilillo de sangre empieza a escurrir de los labios temblorosos, el golpe sorpresivo lo derriba y en el suelo es pateado con toda saña por el custodio.

Ningún interno se mueve de su lugar. Momentos después cunde la advertencia: “El que se queje se lo va a llevar su pinche madre”.

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CENTRO DE OBSERVACIÓN Y CLASIFICACIÓN

JULIO-SEPTIEMBRE DE 1990En el edificio del Centro de Observación y Clasificación conocido por sus iniciales C.O.C., es visible el deterioro en la mayoría de los cubículos destinados a la realización de estudios de personalidad. Hay filtraciones de agua, pero solo en contadas ocasiones las inundaciones obstaculizan el trabajo cotidiano del área técnica. Los intentos de solucionar el problema con capas de impermebilizantes y chapopote fracasan; ahora junto con las filtraciones de agua se forman las estalactitas de chapopote colgando de los techos.

La dirección del reclusorio establece la línea a seguir: que los presos fajineros saquen el agua que va escurriendo.

Durante tres meses esta situación formó parte de la cotidianeidad laboral. Ni en el área técnica se le dá importancia.

OCTUBRE-NOVIEMBRE DE 1990El agua que escurre ya ha cambiado de color: se oscurece, los fajineros de COC diagnostican: “es que ahí están los apandos y ahí se tienen que bañar. Como no hay tubería el agua cae directamente para acá”. Las inundaciones son más constantes. Los presos opinan: “Las tuberías y el drenaje están en situación lamentable. La mayoría de las estancias (celdas) tienen ese problema; no es solamente el área técnica la que se inunda”.

DICIEMBRE DE 1990.Ahora son aguas negras las que caen lentamente por algunos de los cubículos. El olor de las mismas empieza a ser característico del área técnica. Algunos prisioneros ya presentan cuadros de enfermedades intestinales.

ENERO-MAYO DE 1991

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La situación se agrava. Parece que se trabaja ya en una fosa séptica gigante. El ritmo de las filtraciones ya rebaza el ritmo de trabajo de los fajineros. Los pasillos ya están permanentemente inundados. El olor penetrante, asqueroso, provoca náuseas e indignación. Cínicamente algunos funcionarios culpan a la población presa, ya que según ellos: “Son unos puercos. No entienden que esa área no está destinada para realizar sus necesidades vitales”.

Sin embargo, es conocido el hacinamiento en que viven los internos de COC. Es exagerada la sobrepoblación como consecuencia de la pésima planeación y de la corrupción interna.

¿A quién le puede importar que en una celda diseñada para tres personas cohabiten 15? ¿A quién le puede importar que para más de 600 reclusos de población flotante en COC, no haya una sola regadera disponible? ¿A quién le importa que 60 personas duerman apiñadas a un lado de los excrementos humanos en el área que debería ser para regaderas?

COCCon una población flotante de unas 600 personas, el Centro de Observación y Clasificación es el área más sobre-poblada del reclusorio. Si esta población se distribuyera en las 96 celdas que existen, diseñada para dos presos, cada una estaría ocupada por 6 internos. Pero la corrupción ha establecido otra absurda realidad. Mientras 60 celdas de un total de 96 (62.5% del espacio disponible) están ocupadas por menos de 50 personas que las “compraron” en cantidades millonarias, en las zonas uno, cinco, seis, siete y ocho; 36 celdas (35.5 por ciento del espacio total), de las zonas dos, tres y cuatro deben contener a mas de 550 presos, es decir en cada celda deberán hacinarse 15 personas en promedio, cuando están diseñadas para 2 personas.

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Como esto es materialmente imposible, la corrupción institucionalizada ha encontrado una “solución”: las 12 celdas de la zona dos y las 12 de la zona tres serán ocupadas cada una por 8 personas quienes pagarán al “Tío Mafias” 25 mil pesos semanales por cabeza, para tener el privilegio de no cohabitar con 15 personas. Así ambas zonas están ocupadas por un promedio de 192 personas. Quedan flotando más de 360 internos.

Con 10 celdas disponibles, ya que dos (eventualmente 3) están ocupadas permanentemente por el apando o celda de castigo, la zona cuatro contiene alrededor de 150 presos, 15 por cada celda, cada uno de los cuales paga al Tío Mafias entre 10 y 15 mil pesos semanales. Quedan más de 200 presos flotando.

El resto de los internos de COC se reparten en cuatro baños y deberán pagar cada uno semanalmente al susodicho Tío Mafias 5 mil pesos por el derecho a dormir en los baños entre heces humanas.

Como los baños se usan como dormitorios, mas de 550 internos no tienen donde bañarse, por lo tanto lo hacen a jicarazos en sus celdas. Pero las dificultades para bañarse, sobre todo de la población más pobre, los erizos, mas de 200, puesto que ni celda tienen, provoca un desaseo permanente que los convierte en portadores de piojos, chinches, pulgas o “laicos”.

Por este motivo, todos los días que no hay visita, las 96 celdas de COC se inundan con cubetadas de agua y jabón para prevenir la proliferación de estos insectos. Así todos los lunes, miércoles y viernes las celdas se anegan porque no tienen ningún drenaje para este tipo de limpieza.

Y para terminar el cuadro, en las 60 celdas “compradas” por padrinos se han instalado lujosas tinas de baño cuyo desagüe va a dar no a una tubería, como debería de ser,

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sino simplemente a los “ductos” localizados en los techos del área técnica, que tampoco tienen ninguna salida.

Privilegios, canonjías, corrupción, extorsión, ineptitud, son la causa verdadera y directa de que lo que debería ser un lugar donde se estudie la personalidad, sea el lugar en el que la personalidad se pierde.

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VIENE DE BAJADA

Algunos aquí llegan a fumar su primer cigarro de marihuana, o llegan a hacerse adictos a los inhalantes, pasan de ser gente común en la calle a ser piltrafas que arrastran su humanidad por los pasillos del reclusorio, disgustos a hacer lo que sea para obtener un poco de dinero para la dosis diaria.

Pero no solo mediante la droga se destruye. Aquí se empieza por hacer sentir a la gente que no es gente sino objeto, que custodios y cabos de fajina pueden hacer lo que quieran sin ninguna cortapisa.

José Velasco es un ejemplo típico de este proceso, llegó en los mismos días que yo llegué en octubre, lo conocí a la hora de la lista en ingreso, donde nos tenían parados estúpidamente 3 ó 4 horas en el patio. Desde ahí era golpeado pues es deficiente mental.

Por lo regular a la hora de la lista el custodio grita el nombre y el primer apellido y el preso debe contestar fuerte su segundo apellido y cambiar de una formación a otra. José Velazco siempre se equivocaba, a veces contestaba “presente”, a veces no escuchaba o no reconocía su nombre, otras veces dudaba y preguntaba “¿soy yo?” como si hubiera muchos otros con su mismo nombre.

Cada error significaba un golpe en la cabeza, patadas, garrotazos.

Después de muchos golpes optó por pasarse de una fila a otra sin decir nada, pues nunca termino de comprender exactamente que es lo que quería el custodio, ni porque todo tenía que ser como él decía. El resultado consecuente fue: más golpes.

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El custodio le pegaba, los cabos de fajina le pegaban y la población lo agarraba de bajada, no solo se burlaban de él, sino que constantemente lo zarandeaban.

Su paso por C.O.C. no fue menos cruel, en la formación para la lista de los erizos constantemente le tocaban manguerazos de los custodios o golpes de los cabos de fajina. Su escasa cultura, su ingenuidad y candidez, su voz completamente achilangada, su lentitud, su cara siempre con una sonrisa en la boca lo convertían en un blanco de todos los proyectiles, de todas las burlas y de todos los empujones.

Un día un cabo de fajina, un ayudante del Tío Mafias, golpeo a un grupo de internos con una tabla en las nalgas, al grado que les dejo marcada la tabla en el cuerpo por un buen tiempo. Sólo José Velazco se quejó con el custodio y a partir de ahí la saña de cabos de fajina se incrementó en su contra, difundieron que era chiva con todo lo este epíteto implica dentro de la cárcel. Un chiva tiene una vida de muy alto riesgo dentro de prisión.

De ahí su vida ha sido dura, muy dura, su fajina que ya debería haber terminado se ha prolongado indefinidamente. Me tocó ver como el entonces jefe de vigilancia Oliver, lo pateaba salvajemente por haberlo encontrado cerca de un grupo que estaba fumando marihuana.

Antes podíamos platicar y en una ocasión le escribí una carta que para mi fue la joya de la inocencia, decía mas o menos así “Carmela: cuando vienes para ir a la intima, aquí estoy en la cárcel, salúdame a .....” Siempre me pedía un cigarro y yo siempre no tenía, era una buena persona y venía por un estúpido delito.

Ayer mismo lo encontré en el apando de ingreso. Ya no entiende lo que se le dice, no reconoce a las personas y está completamente abstraído de la realidad. Si no ha perdido

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completamente la razón, muy poco le falta. No se por qué esté apandado pero está golpeado, fuertemente golpeado en la cabeza, en la cara, y su mirada es a la vez de asombro e incomprensión, esquiva, como quien espera de un momento a otro un golpe del que no podrá defenderse.

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CAUSÓ BAJA

Era una tarde brumosa y en el laboratorio del centro escolar del reclusorio se encontró colgando sin vida el cuerpo de un compañero.

Mario Martínez Martínez llegó en agosto de 1990 al Reclusorio Preventivo Norte. Desde su llegada, su mundo cambio radicalmente y no pudo adaptarse a él.

Mario fue agredido desde el principio por un medio demasiado hostil para su carácter apacible; fue violado, golpeado, intimidado. Como presunto responsable de un fraude de mil millones de pesos era la víctima idónea para lo que dentro de la cárcel se conoce como “renteo”, o sea, el sistema de extorsión en el que si el preso no entrega regularmente una fuerte cantidad de dinero es asesinado.

Todo en él se prestaba para el renteo, no solo su carácter calmado -"no se metia con nadie" a decir de los que lo conocían- sino también su baja estatura y su complexión que más que musculosa tendía hacia la gordura; no realizaba ningún tipo de ejercicio físico, no tenía amigos pesados que lo pudieran defender y su familia lo fue abandonando paulatinamente a lo largo de los casi 10 meses que duró su reclusión.

Su situación económica no correspondía con la imagen que el quería dar de sí mismo; llegó fumando Benson y los últimos meses fumaba Delicados y Faritos, en las ultimas semanas llegó a comer rancho y a veces a no comer; era pretencioso, pero no podía ocultar su realidad.

No sé si en verdad haya realizado el fraude del que se le acusa, pero lo más seguro es que haya sido un pagador, es decir, el chivo expiatorio de un delito que cometieron otros, como la mayoría de la población de este reclusorio.

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Si en verdad lo hizo, seguramente no podía disponer de ese dinero, o lo disimulaba bastante bien. Es una práctica de algunos que no son defraudadores profesionales el pretender que viviendo en la miseria dentro de la cárcel pueden despistar al enemigo. Tarde o temprano se dan cuenta que aquí en la cárcel es mas importante sobrevivir que hacer teatro. Creo sinceramente que no disponía del dinero que se supone defraudo.

Ocho meses vivió en Ingreso, en protección, ante las constantes agresiones que recibía y por fin fue clasificado a dormitorios. Aquí nuevamente la máquina de destrucción de hombres se ensañó con él, esta vez por la parte institucional.

Por la presunta comisión del delito de fraude, su clasificación correcta era el dormitorio 4, pero esto solo en teoría, en la realidad la mayoría de las personas son clasificadas en dormitorios que nos les corresponde y el ambiente es duro, para que de ellos nazca ofrecer algún tipo de gratificación al encargado de la clasificación, el jefe de C.O.C., y así lo “reclasifiquen” en un dormitorio mas acorde con su perfil personal y con el delito que se le imputa.

Estar en el dormitorio 4 implica desembolsar de 2 a 18 millones de pesos. Quien los tiene, los paga, quien no los tiene se conforma y mas tarde se adapta... o vive en constante zozobra. Este último fue su caso.

Pocas semanas tenía Mario en el dormitorio 8, la mayor parte del tiempo se la había pasado -como ya dije- en Ingreso, pero pese a que el dormitorio 8 no es de los peores, no por eso fue más llevadera la situación para él. Unos días antes de su muerte fue duramente golpeado, en la autopsia deben aparecer las señales de los golpes, tanto en el abdomen como en la cabeza, aunque, claro, más conviene a las autoridades que estos golpes no se vean y todo quede en un típico “suicidio”.

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Una compañera decía hace muchos años que el suicidio es el crimen perfecto de la sociedad contra alguno de sus miembros. El medio social los asesina y no hay delito que perseguir, pero en el sistema carcelario este crimen perfecto se percibe como tal con toda su nitidez. En este coto cerrado se perciben las palancas y los engranajes de esta máquina de asesinar gente sin ningún tipo de camuflaje o cortina embellecedora.

A Mario lo mató particularmente el sistema de renteo y no importa si los mismos que lo renteaban (o pretendían rentearlo) lo asesinaron y presentaron su muerte como un suicidio, o si por lo contrario, él se suicido abrumado por las amenazas y golpizas de que era objeto. No hay efecto sin causa y la causa directa de su muerte sin lugar a dudas fue este salvaje mecanismo de extorsión típico de las cárceles mexicanas. Sí él ató la cuerda que le quitaría la vida o la ataron otros, es lo de menos, el efecto es el mismo.

No sé que tan brillante era como profesor de preparatoria en la materia de Análisis de Textos Literarios aquí en la cárcel, pero a sus 25 años de edad este tamaulipeco de nacimiento merecía otra perspectiva.

La Maquina de destruir hombres cumplió implacablemente su cometido para beneplácito de la sociedad decadente que en las cárceles realiza —como las culturas primitivas— los sacrificios humanos para exorcizarse de la corrupción y degeneración que ya no puede extirpar y que es al mismo tiempo uno de sus productos más típicos.

Es cierto, se puede afirmar que actualmente las cárceles no están para regenerar a nadie, sino para triturar a hombre y mujeres que han sido seleccionados como los “pagadores” del desorden social existente.

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Pues bien, ya pueden los jueces y policías, los funcionarios y demás miembros prominentes de la sociedad congratularse: un “pagador” más ha causado baja. Descanse en paz.

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EpílogoVarios años después de escrito y publicado por primera vez este libro, México sigue reconocido como un país donde la policía practica cotidianamente la tortura; donde los movimientos sociales siguen siendo un fuerte abastecedor de prisioneros para las cárceles. Donde las penas más altas de prisión se otorgan no a los peligrosos delincuentes, sino a destacados luchadores sociales como Ignacio del Valle y los demás miembros del Frente de Defensa de La Tierra de Atenco, y otras organizaciones sociales a quienes se les han impuesto condenas de mas de 115 años de prisión y otros prisioneros políticos, como Jacobo Silva Nogales y Gloria Arenas Agis llevan ya mas de 10 años privados ilegalmente de su libertad, por su militancia en el Ejército Revolucionario del Pueblo Insurgente (ERPI).

Mientras tanto los jueces y magistrados, han dado muestra de su cinismo patético luchando denodadamente en la defensa de… sus estratosféricos salarios. Las leyes mexicanas siguen siendo reformadas continuamente para mejorar las cáceles al tiempo que los más sangrientos motines, con sus respectivas masacres posteriores son sus únicos resultados visibles. Acaso esta lamentable vigencia y generalización de la inequidad, terror e injusticia de la cárcel es lo que ha permitido que este libro llegue a su cuarta edición, haya sido traducido y publicado en inglés y esté por publicarse en Francia. Si esto es así, esperamos que el re conocimiento de la realidad de las cárceles contribuya al cambio social tan necesario y con ello al fin de esta maquinaria de destrucción de seres humanos.

David Cilia Olmos/Abril del 2009.

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