JiménezKaiser. M. Norma. "La Malinche: figura femenina controversial en la vida y obra de Octavio...

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1 La Malinche: una figura femenina controversial en la vida y obra de Octavio Paz M. Norma Jiménez Kaiser University of Ottawa Resumen Es manifiesta la pasión de Octavio Paz por la figura de una mujer controversial que tiene una presencia fundamental en El laberinto de la soledad: La Malinche. Sus conceptos sobre ella atraen miradas ambiguas al trabajo del escritor. ¿Cómo se relaciona Paz con esta musa intelectual? ¿Cómo adquiere Malintzin ese lugar tan importante en la Historia? Como traductor y diplomático, se siente atraído a esa mujer dueña de la lengua, encargada de traducir a propios y extraños el lenguaje “nuevo” al lenguaje “viejo” y viceversa. Paz lo hace cuando “traduce” un mundo en prosa a verso: el ser del mexicano. ¿Qué tiene esta figura en común con Paz? Es “metida”, como dice Margo Glantz; es dueña de la palabra hablada. Marina es interlocutora de líderes en la Conquista. Es su herramienta para transformarse y transformar su mundo, y Paz lo comparte. Mediante su trabajo intelectual y la revisión de esta figura emblemáticas de la cultura mexicana, Paz se vuelve intérprete de la cosmovisión de sus compatriotas y “entrega” su pueblo al extranjero al “abrir” la

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La Malinche: una figura femenina controversial en la vida

y obra de Octavio Paz

M. Norma Jiménez Kaiser

University of Ottawa

Resumen

Es manifiesta la pasión de Octavio Paz por la figura de una

mujer controversial que tiene una presencia fundamental en El

laberinto de la soledad: “La Malinche”. Sus conceptos sobre ella

atraen miradas ambiguas al trabajo del escritor. ¿Cómo se

relaciona Paz con esta musa intelectual? ¿Cómo adquiere

Malintzin ese lugar tan importante en la Historia? Como traductor

y diplomático, se siente atraído a esa mujer dueña de la lengua,

encargada de traducir a propios y extraños el lenguaje “nuevo” al

lenguaje “viejo” y viceversa. Paz lo hace cuando “traduce” un

mundo en prosa a verso: el ser del mexicano. ¿Qué tiene esta

figura en común con Paz? Es “metida”, como dice Margo Glantz;

es dueña de la palabra hablada. Marina es interlocutora de líderes

en la Conquista. Es su herramienta para transformarse y

transformar su mundo, y Paz lo comparte. Mediante su trabajo

intelectual y la revisión de esta figura emblemáticas de la cultura

mexicana, Paz se vuelve intérprete de la cosmovisión de sus

compatriotas y “entrega” su pueblo al extranjero al “abrir” la

2

hasta entonces impenetrabilidad del ser del mexicano al mundo,

donde tienen cabida su musa inquieta. Al “traducir” al mexicano

y su lenguaje secreto y ambiguo, Paz lo exhibe desnudo al mundo,

y esto le otorga un poder, al igual que a Malintzin, por medio de

la palabra.

Palabras clave: La Malinche, Malintzin, Octavio Paz,

traducción, Conquista, Sor Juana Inés de la Cruz.

Punto de partida

Las declaraciones y ensayos de Octavio Paz han servido y

sirven aún como base para reafirmar o entrar en controversia,

entre otros temas, el de la condición intelectual femenina en

México. En el primer caso, en el capítulo IV de su obra

ensayística El laberinto de la soledad, Paz se ocupa de un

elemento central: la figura de “La Malinche”.

Existen dos puntos coincidentes entre Paz y Marina, como

también es llamada. Él, como traductor, como diplomático, se

ocupa de esa mujer dueña de la lengua, encargada de traducir a

propios y extraños el lenguaje “nuevo” al lenguaje “viejo” y

viceversa. Esto lo hace Paz cuando “traduce” un mundo en prosa

a verso en sus reflexiones sobre el ser del mexicano. La

3

problemática que planteo es: ¿Esta “traducción” es una

“traición”? ¿Cómo adquiere Malintzin un lugar tan importante en

la Conquista, dentro de la propia Historia de México y dentro de

las consideraciones intelectuales de Paz? Sus ideas sobre ella

atraen miradas ambiguas al trabajo del escritor.

Es importante aclarar que el concepto de “malinchista” no es

exclusivo de Paz, ya que él mismo lo señala como de uso popular

a mediados del siglo pasado, cuando escribe El laberinto. Y allí

lo deja por sentado. Son los tiempos de la llamada “Generación

Arielista”, llamada así en referencia a los pensadores mexicanos

influenciados por las ideas del ensayo Ariel, del escritor uruguayo

José Enrique Rodó. Para entonces, los mexicanos están buscando

afirmarse nacionalmente, pero ante un fenómeno migratorio

considerado como una “fuga laboral” de multitud de trabajadores

mexicanos, estos son llamados por sus connacionales en forma

derogativa “braceros” o “espaldas mojadas” (wetbacks), ya que

parten a Estados Unidos –legal o ilegalmente– para paliar la

escasez de mano de obra del vecino país durante y tras la Segunda

Guerra Mundial. Es entonces cuando se populariza el término

“malinchismo” para nombrar una forma de abandono o de “dar la

espalda” a los graves problemas nacionales por parte de dichos

trabajadores migrantes, a cambio de ofrecer en el extranjero su

mano de obra. Es considerada de algún modo, en el sentir popular,

4

una “traición a la Patria”, de entreguismo, por parte de quienes

permanecen en ella. De allí que la inicial circunstancia, pero

sucesiva vigencia del término, esté presente en las

preocupaciones intelectuales de Paz; lo inspira. Para Sigmund

Freud, la inspiración está situada en la propia psique del

individuo, y la define como un brote de creatividad irracional e

inconsciente.1

Margo Glantz indica que, en el principio, el malinchismo

tiene connotaciones exclusivamente políticas, en un contexto

donde debe tenerse presente que el nacionalismo, cultural y

económico, ya sólido en los posrevolucionarios años 30 del siglo

pasado, cobra aún más fuerza en los años 40, tras el impacto

sociopolítico de sucesos trascendentales en México, como la

expropiación petrolera: “popular en el periodismo de izquierda de

la década de los 40 [...] hace su aparición después de la

Revolución y se aplica a la burguesía desnacionalizada surgida en

ese período; para la izquierda, era entonces el signo de

antipatriotismo.” (2006 b: 4). Es natural que una figura con

distintas facetas de representación y símbolo, de equivalencia y

1 Arce, Martina Flor. “¿Dónde está la inspiración?”.

Emprendedores UNL. Internet: 20 de febrero de 2014.

5

de ambivalencia, provoque el interés de un poeta y descifrador de

símbolos históricos como lo es Paz.

Es importante entonces analizar las apreciaciones de Paz

sobre la labor intelectual de esta mujer intérprete durante el

proceso de la Conquista de México por los españoles; una labor

que a su vez coadyuva en forma clave a la construcción del

discurso crítico del propio Paz como intelectual. Por mi parte, lo

llevo a cabo mediante la revisión de trabajos de Glantz, Rosa

María Grillo y otros, y agrego la visión de los estudios de género

de Sandra Messinger Cypess y de Rubén Medina. Pongo en una

tensión discursiva, sobre todo El laberinto de la soledad, con

diversos textos analíticos y ensayísticos, para explicar y

contextualizar las ideas del Nobel Mexicano de Literatura 1990

sobre esta figura femenina emblemática, Malintzin o Marina,

popularmente conocida como “La Malinche”.

Cuando el autor, además de teorizar, poetiza sobre su objeto

de estudio, se reconoce la imposibilidad de definir dicho objeto

de análisis dentro de una explicación estandarizada. Esta

complejidad es la que producen los continuos trabajos que ha

generado la obra de Paz, pues al igual que para sus figuras

femeninas nodales en sus estudios, y que menciono en seguida,

no basta “una” explicación. Por otro lado, se observa nítidamente

6

su pasión por esta gran figura femenina, “La Malinche”. Para

Alfonso Reyes, Paz se consolida como poeta con Libertad bajo

palabra (1949), y como ensayista con El laberinto de la soledad.

En este grupo de ensayos publicados por primera vez en 1950 las

incluye, pero no primicialmente, sino tras una síntesis ensayística

previa. Como él mismo dice: “al esculpirlas, se esculpe”,

circunstancialmente (29). Sin embargo, sus reflexiones sobre esta

mujer controversial atraen miradas ambiguas, igualmente

controversiales, a la vigencia de los postulados del trabajo crítico

de este escritor, a más de medio siglo de la elaboración de su

discurso ensayístico. Estas posturas radicales han hecho de Paz el

blanco crítico de investigadores, escritores y feministas que

difieren tanto de sus declaraciones sobre su imagen de “La

Malinche”. Cabe insertar aquí el concepto Edward Said (1995) de

que “una de las tareas del intelectual consiste en el esfuerzo por

romper los estereotipos y las categorías reduccionistas que tan

claramente limitan el pensamiento y la comunicación humanos”

(13). El interés del Nobel mexicano con esta mujer me lleva a

preguntarme: ¿Cómo se relaciona el escritor con ella? Porque la

identificación, dentro del contexto psicoanalítico, hace referencia

a un proceso psicológico mediante el cual un sujeto asimila un

aspecto, una propiedad, un atributo de otro y se transforma, total

7

o parcialmente, sobre el modelo de este. La personalidad se

constituye y se diferencia mediante una serie de identificaciones.

En El laberinto, Paz hace uso del término popular

“malinchista” para explicar la personalidad del mexicano

hermético, hijo de una madre violada que “traiciona” a su propio

pueblo, a sí misma y al conquistador, posicionándose como “el

símbolo de la entrega”, puesto que ella “se da voluntariamente” a

Hernán Cortés. Es posible ver en la apreciación de Paz sobre

Marina una contradicción en sí misma, pues mientras el poeta

reconoce la violación de la indígena, asume una entrega

voluntaria. Sin profundizar en estudios de género, puede

distinguirse un discurso parcial que está asumiendo un consenso

en la violación misma. Aunque es importante destacar también la

insistente bibliografía que demuestra la solidaridad de Marina con

Cortés, donde las opiniones se dividen al tratar de explicar el

porqué de la conducta de la mujer. Paz sienta el precedente sobre

esta condición femenina en particular, la del contacto

intercultural:

Sin duda en nuestra concepción del recato femenino

interviene la vanidad masculina del señor –que hemos

heredado de indios y españoles. Como casi todos los

pueblos, los mexicanos consideran a la mujer como un

8

instrumento, ya de los deseos del hombre, ya de los fines que

le asignan la ley, la sociedad o la moral. Fines, hay que

decirlo, sobre los que nunca se le ha pedido su

consentimiento y en cuya realización participa sólo

pasivamente, en tanto que “depositaria” de ciertos valores

(12).

Grillo indica que solo con la obra de Paz, a “La Malinche”

se le añade, en definitiva, el atributo sexual: “Se vuelve símbolo

de la tierra americana, la Madre-Tierra, ya que toda la Conquista

de América ‘fue escenario de violación de mujeres e historia de

estupros’. Pero estas mismas mujeres permitieron el nacimiento

del mundo mestizo” (22).

Mención aparte de esta lamentable y adversa condición

femenina en el violento proceso de la Conquista ¿qué hace tan

importante a esta indígena? Según Paz, ella es la madre simbólica

del mestizo, contrapuesta a la Virgen Morena, la de Guadalupe;

madre también simbólica, pero que es española. Puede aducirse

que Guadalupe es la madre que reciben los indígenas a cambio de

sus mujeres reales; ambas están incluidas en un triángulo: entre el

padre o conquistador, la madre violada o virgen. El hijo mestizo

es para Marina y el hijo indígena para Guadalupe, quien por cierto

se revela convenientemente ante el indígena Juan Diego. Se

9

subraya así una imagen de amparo, de cura de la orfandad, como

una forma común de identificación entre los recién conversos.

Volviendo a Paz, no es fortuito que páginas adelante se ocupe del

apelativo de una figura derogada, pero de muy dicotómica

significación respecto de deidades y entidades reales: como

contraposición a Guadalupe, que es la Madre virgen, La Chingada

es la Madre violentada, avasallada por el sometedor, al igual que

“La Malinche”: los Hijos de la Chingada también son Los Hijos

de “La Malinche”. No es tampoco fortuito que así intitule Paz el

cuarto de los capítulos de El laberinto. Por extensión, este

calificativo equivaldría también a una doble imagen del

mexicano: hijo huérfano o desamparado e hijo de una madre

violada.

Esta contraposición expuesta por Paz reclama un trabajo

exhaustivo, crítico y seguramente mucho más controversial, que

podría explicar con mayor amplitud la relación entre la identidad

de un pueblo, la iglesia y el conquistador. Pero en este caso es

Malintzin quien me ocupa. ¿Cómo adquiere ese lugar tan

importante en la Historia? Recordemos que, como anota Grillo,

hay varios nombres para esta mujer mito, y que dependiendo del

nombre que se use y quien lo use, ya se está tomando partido

respecto de su figura. Grillo defiende la idea de que, si el autor la

llama con su nombre indígena, será una Malintzin no

10

culpabilizada y admirada por los indígenas. Si se le llama Doña

Marina, aparece como una princesa indígena respetada en el

mundo español. Y si se le llama “La Malinche”, nombra a una

traidora repudiada por la nación, a la cual “entregó” aún antes de

existir como tal.

En México, durante los años 30 del siglo pasado, el retrato

de “La Malinche” alcanza una estatura nacional. Lo curioso

resulta que es tanto en su aspecto positivo, de heroína nacional,

de Madre de la Patria, de mestiza mexicana, como en el negativo,

dando origen al término ‘malinchismo’, ‘malinchista’, y sus

derivados, y reemplazando el antiguo discurso sobre si “La

Malinche” había o no traicionado a su pueblo.

Por otro lado, pero siempre respecto de esta figura femenina

que subyuga intelectualmente a Paz, Glantz puntualiza sobre las

Cartas de Relación que a las intérpretes les llaman “lengua”; un

nombre fragmentario que se da a los traductores de su época. En

sus esfuerzos de minimizar su dependencia de Marina, Cortés

sólo la menciona una vez, en 1526, en su quinta carta a Carlos V,

mucho tiempo después de usar sus servicios. Malintzin, “La

Malinche” censurada, disimulada en la historia española y

posteriormente satanizada en la historia mexicana, es una

contradicción en sí misma. En cuanto al concepto de “lengua”,

11

Glantz ha esclarecido la definición de este término. Explica cómo

esta habilidad del lenguaje le da a Marina “la libertad” y el “don”.

Es también esta misma habilidad la que la obliga a llevar el peso

completo de la Conquista sobre sus enaguas. Siendo indígena, y

mujer además “de buen parecer y entremetida y desenvuelta”,

según la descripción de Bernal Díaz del Castillo, ocupa el puesto

de “faraute y secretaria.”2 (51) Asimismo, es definida

contemporáneamente por Glantz como lanzadera, intérprete,

espía, modeladora de la trama, entremetida, bulliciosa habladora,

comunicadora de lo que otros dicen, mensajera, ventrílocuo,3

entre otras. Es decir que, al ser bilingüe, “La Malinche” se

convierte en la intérprete entre indígenas y colonizadores, y

adquiere una innegable fuerza política y por así decirlo,

2 “Faraute (derivado del francés "héraut" o heraldo)”. Jean

Franco. “La Malinche: del don al contrato sexual”. Debate

Feminista, Año 6. Vol. 11. Columbia, NY, enero de 2005, 256.

3 “Si refino estas asociaciones, podría decir que además de tener

que prescindir de su cuerpo -por la metaforización que sufren sus

personas al ser tomados en cuenta sólo por una parte de su cuerpo-

actúan como los ventrílocuos, como si su voz no fuese su propia

voz, como si estuvieran separados o tajados de su propio cuerpo”.

(Glantz)

12

intelectual, digna de ser estudiada, aun cuando el concepto

intelectual no sea estrictamente en el sentido contemporáneo.

Considero que, en su labor esencial de intérprete, por sobre la de

concubina, “La Malinche” requiere insertar preceptos e ideas

propias o equivalentes, en el momento en que la literalidad resulta

insuficiente para redefinir y/o nombrar las nuevas cosas de la

tierra también nueva para hacerlas inteligibles a Cortés y a sus

hombres. Y viceversa: volverlas inteligibles también para los

interlocutores aztecas.

Definir el papel de Malintzin en la Conquista es un tema

controvertido también. Hay quienes escriben sobre los posibles

motivos de Marina para “aliarse” con los españoles y “traicionar”

a los indígenas. Tal es el caso del periodista e impresor del

Porfiriato, Ireneo Paz, que fantasea sobre el amor incondicional

de Marina a Cortés.4 Es un argumento que es seguido entre otros

autores por su nieto Octavio Paz, quien enfatiza la rendición de

Malintzin y su sometimiento sexual. Es el caso también de

escritores como Glantz, que defiende su “no decir” en la escena

de la Conquista, entre otros muchos que debaten sobre su papel

de víctima o victimaria. En particular, me interesa destacar el

factor de “agradecimiento”, como la posibilidad de que Marina se

4 Doña Marina (1883).

13

sienta protegida y valorada después de una larga esclavitud que

se demuestra en la misma habilidad lingüística, o incluso,

extrapolando lo que actualmente se denomina como “síndrome de

Estocolmo”.5 Aun cuando este término se acuña en 1973, aplica

a la indígena, esclava, mujer, violada, con historia previa de

abuso, quien de alguna manera pudo desarrollarlo. Y entonces

podría acuñarse el “síndrome Malinche” que describiría una

patología y no una “maldición” (El laberinto 36). La condición

del malinchismo, de la entrega entre mustia y violenta, o por

pasividad cultural, pero sobre todo por una malentendida

ambigüedad entre traición y apertura, entre sumisión y

ofrecimiento, ha dado lugar a consecuentes malinterpretaciones,

a veces desde la perspectiva de los estudios de género, a veces

desde el chauvinismo más rabioso, y se condensa en este párrafo

clave de Paz en El laberinto sobre este particular:

el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los

que se “abren” son cobardes. Para nosotros, contrariamente

5 “Síndrome de Estocolmo”. El término lo acuña el profesor de

medicina Nils Bejerot (1921-1988) para referirse a aquellos

rehenes que se sienten identificados con sus captores, que

desarrollan una relación de complicidad con ellos y un fuerte

vínculo afectivo.

14

a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es una debilidad o

una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse,

“agacharse”, pero no “rajarse”, esto es, permitir que el

mundo exterior penetre en su intimidad. El “rajado” es de

poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que

cuenta los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como

se debe. Las mujeres son seres inferiores porque, al

entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y

radica en su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza

(El laberinto 10).

Las últimas frases de este párrafo, evidentemente escritas

con un sutil dejo de ironía sobre la tradición opresora del

pensamiento masculinista mexicano, más que como una

convicción personal de género, han desatado una lluvia de críticas

a esta presunta postura “machista” de Paz, no siempre bien leída

por causa misma del empleo no anunciado de la ironía, sobre la

condición femenina basada exclusivamente en la fisiología.

También Paz reformula la pasividad femenina de la entrega

mustia al sometedor –otra significación del malinchismo– pero

junto con el lirismo de los conceptos y las severas consideraciones

al respecto, el dilema no se resuelve. Por ello, en El laberinto, Paz

no interrumpe sus planteamientos sobre la mujer como un ser

15

inescrutable. Para él, “la mujer, otro de los seres que viven aparte,

también es figura enigmática.6 Mejor dicho, es el Enigma”. (28)

Sin embargo, ¿es posible ver entonces a esta mujer con un

fuerte perfil de abuso justificando al perpetrador como más

humano que sus congéneres? Tal vez Cortés no es el primer

violador en la vida de una esclava “de buen parecer”. Y aún si lo

es, el hecho mismo de humanizarla con un nombre, una religión

de la cual se convierte en portavoz, y el poder de ser intérprete

entre dos pueblos, sea suficiente causa para obtener fidelidad y

apoyo de cualquier esclavo, no importando su género. Paz, en

efecto, no expresa su idea de la mujer, sino que emprende una

crítica de la mentalidad del mexicano en relación con la mujer;

asunto que retoma en el anexo a El laberinto, “Posdata”, en 1970.

6 En El Laberinto, Paz echa mano del afamado poeta nicaragüense

modernista para dilucidar sobre este enigma que representa la

mujer: “Para Rubén Darío, como para todos los grandes poetas,

la mujer no es solamente un instrumento de conocimiento, sino el

conocimiento mismo. El conocimiento que no poseeremos nunca,

la suma de nuestra definitiva ignorancia: el misterio supremo. “El

misterio es una fuerza o una virtud oculta, que no nos obedece y

que no sabemos a qué hora y cómo va a manifestarse.” (29)

16

Considero lo que dice Ana Freud cuando concluye sobre este

tipo de comportamiento en el que se observa “el resultado de una

inversión de los papeles: el agredido se convierte en agresor”

(Laplanche, citado por Freud, Ana 188). Marina definitivamente

es una mujer agredida, y su presunta traición puede ser una

respuesta defensiva a experiencias pasadas, desde la ventajosa

situación que le proporcionó su labor de lengua. La lucha de

Malintzin es en defensa del agravio de los suyos, y una lucha

racial, la lucha de género compone sólo parte de su problemática,

pues el ser mujer la coloca en esa época, en la posición de ser un

objeto “regalable”. Esto se agrava por ser indígena, pues las

mujeres españolas de la misma época no son regaladas a nadie.

En ese sentido, su represión deriva del hecho de ser mujer

indígena. Pero también hay esclavos hombres, aunque

únicamente se documenta un caso.

Es necesario hacer aquí un paréntesis. Pocos se han

preguntado acerca de la imagen y papel de la mujer en las

sociedades mesoamericanas: ¿Acaso no estaban sometidas?

¿Estarían exentas del ultraje y la violación en sociedades que

constantemente hacían la guerra o la padecían? Paz, en el

siguiente párrafo, se ocupa sintéticamente del rol de la mujer

como entidad de género y como deidad en las civilizaciones:

17

Prostituta, diosa, gran señora, amante, la mujer transmite o

conserva, pero no crea, los valores y energías que le confían

la naturaleza o la sociedad. En un mundo hecho a la imagen

de los hombres, la mujer es sólo un reflejo de la voluntad y

querer masculinos. Pasiva, se convierte en diosa, amada, ser

que encarna los elementos estables y antiguos del universo:

la tierra, madre y virgen; activa, es siempre función, medio,

canal. La feminidad nunca es un fin en sí mismo, como lo es

la hombría (13).

Cabe preguntarse si desde la perspectiva del feminismo, o

desde la de los estudios de género, ¿no se advierte que Paz

emprende aquí una crítica? Por otro lado, el ensayista declara que

“perder nuestro nombre es como perder nuestra sombra; ser sólo

nuestro nombre es reducirnos a ser sombra.” (Traducción 20).

Dentro y fuera de todos los roles y etiquetas sociales que los

estudiosos de su perfil han establecido, ¿es acaso Marina la

sombra de Malintzin? ¿Al perder su nombre perdió también su

identidad? Grillo también recalca el factor emocional del cambio

de nombre de Malintzin a Marina como una pérdida de identidad.

Cabe una disyuntiva: ¿No podría tratarse del abandono de una

identidad para adoptar otra? Ante este interesante acercamiento

me pregunto: ¿Es este cambio de nombre una forma de disfraz

para Malintzin? Por ejemplo, en algunos pasajes de las obras de

18

William Shakespeare, el individuo bajo la máscara actúa cosas

que en su “yo” original no haría. Al respecto, Paz anota la

siguiente reflexión en el capítulo II de El laberinto, “Máscaras

mexicanas”:

La simulación es una actividad parecida a la de los actores y

puede expresarse en tantas formas como personajes

fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su

personaje y lo encarna plenamente, aunque después,

terminada la representación, lo abandone como su piel la

serpiente. El simulador jamás se entrega y se olvida de sí,

pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen (15).

Es probable que la Malintzin bilingüe y la Marina trilingüe

sean dos personas distintas para ella misma. Una cristiana, la otra

idólatra; una abusiva, la otra abusada. Una reprimida y otra

rebelada. En este caso, Daniel Lagache sitúa la identificación con

el agresor “en el origen de la formación del yo ideal” (188). Es

posible que Doña Marina fuera el “yo” ideal de Malintzin,

identificada con las figuras de poder que la reprimieron

anteriormente. Considero que, debido a esta identificación de

Marina con Cortés, es aceptable la teoría de que Marina poderosa

estaba vengando a Malintzin por impotente de defenderse a sí

misma con anterioridad. Aclaro que el mismo hecho de ser

19

bilingüe, hablar náhuatl y maya, es probablemente una habilidad

aprendida en sus tiempos de esclavitud y no por su supuesta casta

noble, relatada muy posteriormente por Díaz del Castillo. Es una

referencia un tanto dudosa, según Jean Franco7 (256). Sobre este

aspecto cabe destacar que el aprincesamiento de Malintzin es una

agresión aún mayor, pues quizá sólo haya sido para justificar el

hecho de darle un título nobiliario al hijo bastardo y mestizo que

Cortés tiene con ella, así como por la gran deuda que España tiene

con una mujer indígena en el éxito de la Conquista. Pero se

7 Hay una ambigüedad al citar el trabajo de Stephen Greenblatt

Maravillosas posesiones: el asombro ante el Nuevo Mundo:

Greenblatt observa que “ya en 1492, en la introducción a su

Gramática, el primer gramático de una lengua europea moderna,

Antonio de Nebrija, escribió que la lengua siempre ha sido la

compañera del imperio, y sostuvo que Cortés encontró en Doña

Marina a su compañera” (Franco 254). En 1492 Malintzin aún no

había nacido. Cortés llega a América en 1519. La cita original del

libro de Greenblatt cita a Nebrija cuando dice: “la lengua siempre

ha sido la compañera del imperio”. Completa Greenblatt

diciendo que “Cortés había encontrado en Doña Marina a su

compañera” (Greenblatt 297).

20

requiere, sin embargo, ser de sangre noble; quizá de allí surge la

posterior versión presunto del origen estamental de Malintzin.

Si como dice Paz, “cada lengua es una visión del mundo,

cada civilización es un mundo” (Traducción 12), ¿a qué

civilización o mundo pertenece Malintzin? Es interesante analizar

cuál de las dos lenguas que habla es la de esclava y cuál es la de

la supuesta señora. Pero lo que resulta obvio es que el español es

la lengua del poder y de una presunta libertad para ella. En cuanto

a su intervención no sólo como traductora sino como ideóloga, el

propio Paz advierte, en referencia a la labor de Irving A. Leonard,

que “la traducción es una tarea en la que lo decisivo es la iniciativa

del traductor” (20). Ante una lengua nueva para ella misma, la

iniciativa lo es todo. Esta aprendiente–intérprete construye un

discurso desde su propio marco de referencia, sin el protocolo de

ética del traductor actual. En este caso no es posible el concepto

de ventrílocuo que supone Glantz, a pesar de que ese sea el deseo,

de uno u otro bando. Este es, en mi opinión, uno de los puntos de

congruencia entre Paz y su musa. Él, en su papel de traductor, de

diplomático, se siente atraído a esa mujer dueña de la lengua, la

encargada de traducir el lenguaje “nuevo” al lenguaje “viejo” y

viceversa. Esto es precisamente lo que hace Paz cuando en parte

de su obra nos “traduce” un mundo en prosa a verso, y un mundo

entrañable a un mundo comprensible: “cada traducción es, hasta

21

cierto punto, una invención y así constituye un texto único” (13).

Paz explica cómo la traducción puede darse aún en nuestra misma

lengua. Puede ser de un lenguaje a otro, como el de Marina, o

puede ser en la misma lengua, como hace una madre cuando

explica a un niño el significado de las cosas. Tal y como lo hace

Paz8: “cada texto es único y, simultáneamente, es la traducción de

otro texto. Ningún texto es enteramente original porque el

lenguaje mismo, en su esencia, es ya una traducción” (12). Para

Paz, “traducción y creación son operaciones gemelas” (26). Nos

traduce lo que ya teníamos concebido desde su mirada de poeta.

Crea conceptos nuevos, nos pone a pelear con nuestros fantasmas

y nos enfrenta a nuestras certezas.

Una inserción necesaria

Respecto de una segunda figura femenina, igualmente

protagónica en su obra ensayística, Paz declara en una entrevista

su pasión por Sor Juana Inés de la Cruz, y la incluye no solo en el

mismo libro que Marina, sino que además le dedica alrededor de

8 “Aprender a hablar es aprender a traducir; cuando el niño

pregunta a su madre por el significado de esta o aquella palabra,

lo que realmente le pide es que traduzca a su lenguaje el término

desconocido.” (Traducción 8)

22

50 años de estudio, reconociéndola como “intelectual”; un

concepto que en un mundo todavía heterosexual no logra

adjudicarse fácilmente a la mujer. Por ello declara el “tratar de

restituirla y a nosotros en su mundo” (Las Trampas 609). En

dicho libro, Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe

(1982) Paz agrupa una serie de ensayos sobre la vida y obra de la

monja escritora. Una vez más, su espíritu creativo se ve afectado

por la musa. Sor Juana lucha en un mundo de hombres en el que

el saber está vedado a la mujer. Su sociedad restringe a las

mujeres a “labores propias de su sexo”, pero ella desarrolla un

ansia de conocimiento, busca el saber espiritual y el saber secular,

ambos prohibidos incluso en la misma Biblia: “Callen las mujeres

en la Iglesia” (1ª Corintios 14:33-39). Es un argumento que ella

misma aplica y explica en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz

(1691).

¿Qué tienen estas emblemáticas figuras femeninas en común

con Paz? Son “metidas”, como ha referido Glantz; son dueñas de

la palabra: la una hablada, la otra escrita. Marina como

interlocutora de líderes en la Conquista y Juana de Asbaje, como

“interlocutora de virreyes” según Beatriz Mariscal Hay (1993)

¿Es esta característica la que las hace grandes? ¿O es acaso su

punto de atracción para el poder y al poder? Su fuerza radica en

la palabra, que usan como herramienta para transformarse y

23

transformar su mundo; palabra que Paz comparte. Él, al igual que

ellas, parte desde la desventaja de no poseer un título académico.

Paz, en particular, siempre bajo la sombra de un padre y un abuelo

que ejercen la presión simbólica de seguir la tradición familiar.

Es posible ver en la falla académica del escritor una similitud con

el mundo femenino, pues como debe recordarse, en México la

educación universitaria para mujeres empieza a surgir a fines del

siglo XIX y principios del XX. En esa adversidad de la condición

femenina de sus inspiradoras, al igual que ellas, lucha y se bate

para salir y liberarse por medio de la palabra. Malintzin deja de

ser esclava para convertirse en Doña Marina, y Juana de Asbaje

deja de ser una criolla bastarda para convertirse en Sor Juana Inés

de la Cruz.

Por su parte, Octavio Irineo Paz Lozano deja de ser el hijo y

nieto de sus predecesores y se convierte en Premio Nobel de

Literatura 1990. Parcializa su identificación masculina con su

estirpe para identificarse con la mujer, pero más allá de la guerra

de género como ser humano que se abre paso por medio de la

palabra que otorga un título a cada uno de ellos. Infiero entonces

que la identificación de Paz con estas dos mujeres puede estar

vinculada con su admiración y su falla al mismo tiempo. En la

teoría freudiana “el ideal del yo se forma por identificaciones con

los ideales culturales, que no siempre se hallan en armonía entre

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sí” (Laplanche 187). La grandeza de estas mujeres, al igual que la

del poeta, radica en su misma falla, y no de circunstancias

favorables, como se ha insistido en recalcar en los tres casos. Ni

fue favorable el ser esclava de los indígenas y españoles, ni el ser

bastarda, mujer y monja escritora en la Nueva España, ni el ser

hijo y nieto sin estudios de hombres destacados en la historia del

México del siglo XX, tan clasista como el resto de su historia. Los

tres personajes tienen aspectos represores que impulsan su “yo

ideal”: a mayor represión, mayor exposición y alcance del ideal.

Paz, mediante su trabajo intelectual y la revisión de estas dos

figuras emblemáticas de la cultura mexicana, se convierte en

intérprete de la cosmovisión de sus compatriotas y, de alguna

manera, “entrega” su pueblo al extranjero al “abrir” la hasta

entonces impenetrabilidad del ser del mexicano al mundo, por

medio de sus ensayos en El laberinto, donde desde luego tienen

cabida estas dos musas inquietas. Al “traducir” al mexicano y su

lenguaje secreto y ambiguo, Paz lo exhibe desnudo al mundo, y

esto le otorga un poder, al igual que Malintzin y Sor Juana, por

medio de la palabra. Lo escribe Sandra M. Cypess: “It seemed to

me that everyone –or perhaps almost everyone– dealing with

topic quoted Octavio Paz’s influential essay ‘Los hijos de la

Malinche’ to discuss the impact and relevance of that historical

figure for Mexican ethnic identity” (78).

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Conclusión

Investigadores en la búsqueda de reafirmar y refutar teorías,

han tenido y tendrán que seguir citando a Paz como punto de

referencia, ya sea a favor o en contra de sus ideas, cada vez que

sea necesario explicar al mexicano, a la mujer mexicana, a La

Malinche, a los malinchistas, a Sor Juana, a la literatura colonial,

a los intelectuales coloniales y postcoloniales, etc. Este carácter

omnipresente del poeta lo coloca no solo como punto de partida

en muchos de estos temas, sino incluso como parte de los

escritores que hay que leer para establecer las nuevas teorías de

cada generación durante los últimos 64 años. De la misma

manera, no se puede hablar de la Nueva España y su literatura sin

mencionar a Sor Juana, o estudiar el proceso de la Conquista, sin

“La Malinche”.

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