Influencia y proyección del republicanismo de Nicolás Salmerón en la Argentina

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Influencia y proyección del republicanismo de Nicolás Salmerón en la Argentina * por Marcela García Sebastiani Abstract. – The different currents of Spanish republicanism between the end of the nine- teenth and the beginning of the twentieth century met with a new climate of dialogue, dense relations, and cultural approach between Spain and Argentina that involved poli- tical and intellectual elites, and groups of Spanish migrants. Among the three most repre- sentative tendencies of Spanish republicanism, in this paper we study the influence in Argentina of the position represented by Nicolás Salmerón, distinguished as liberal-pro- gressive and reformist. The focus is on the perceptions of his political activity among the Argentine elites with special interest in the reactivation of his political thoughts by one of his followers who had migrated to Argentina in the last decade of the nineteenth century: Antonio Atienza y Medrano. Also, we investigate Salmerón’s influence during the politicization of the Spanish collective in Argentina under the slogan of republican union, in the beginning of the twentieth century. LAS CORRIENTES DEL REPUBLICANISMO ESPANOL Referente para muchos individuos y colectivos sociales, las ideas republicanas configuraron culturas políticas, así como visiones del mundo y de un orden político-social sin las cuales es difícil comprender en toda su complejidad las diversas historias contemporáneas nacio- nales; entre ellas, claro está, la de España y la de los diferentes países latinoamericanos. Para la de estas últimas, liberalismo y republica- nismo constituyeron el basamento normativo, y los valores políticos y sociales a ellos asociados dieron forma y consolidaron a los diferentes Estados nacionales. Para la de España, tanto las experiencias republi- * Este trabajo se enmarca en el Proyecto UCM No. 1/06-14431-A. Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 43 © Böhlau Verlag Köln/Weimar/Wien 2006 Unauthenticated

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Influencia y proyección del republicanismode Nicolás Salmerón en la Argentina*

por Marcela García Sebastiani

Abstract. – The different currents of Spanish republicanism between the end of the nine-teenth and the beginning of the twentieth century met with a new climate of dialogue,dense relations, and cultural approach between Spain and Argentina that involved poli-tical and intellectual elites, and groups of Spanish migrants. Among the three most repre-sentative tendencies of Spanish republicanism, in this paper we study the influence inArgentina of the position represented by Nicolás Salmerón, distinguished as liberal-pro-gressive and reformist. The focus is on the perceptions of his political activity among theArgentine elites with special interest in the reactivation of his political thoughts by oneof his followers who had migrated to Argentina in the last decade of the nineteenth century: Antonio Atienza y Medrano. Also, we investigate Salmerón’s influence duringthe politicization of the Spanish collective in Argentina under the slogan of republicanunion, in the beginning of the twentieth century.

LAS CORRIENTES DEL REPUBLICANISMO ESPANOL

Referente para muchos individuos y colectivos sociales, las ideasrepublicanas configuraron culturas políticas, así como visiones delmundo y de un orden político-social sin las cuales es difícil comprenderen toda su complejidad las diversas historias contemporáneas nacio-nales; entre ellas, claro está, la de España y la de los diferentes paíseslatinoamericanos. Para la de estas últimas, liberalismo y republica-nismo constituyeron el basamento normativo, y los valores políticos ysociales a ellos asociados dieron forma y consolidaron a los diferentesEstados nacionales. Para la de España, tanto las experiencias republi-

* Este trabajo se enmarca en el Proyecto UCM No. 1/06-14431-A.

Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 43© Böhlau Verlag Köln/Weimar/Wien 2006

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canas de gobierno en 1873 y del periodo 1931–1936 como los proyec-tos políticos y los movimientos cívicos en nombre de un republica-nismo como ideal posible para organizar una nación y un Estado con-formaron un conjunto de prácticas, discursos e intenciones que facilitalos razonamientos en torno a su desalineado pasado y más calmo pre-sente democrático.

Hacia finales del siglo XIX y en los comienzos del XX, el republi -canismo en España se fundía en nociones tales como moralismo, lai -cismo, asociacionismo, democratización, interclasismo y racionaliza-ción de la vida política e intelectual. En su conjunto, era un lenguajepolítico dúctil para conformar lecturas de los diferentes individuos quecreían en él, y que, a su vez, ayudaba a la coexistencia de distintas ver-siones de democracia y libertad como corrientes diversas en el senodel republicanismo; opciones de concebir a unas ideas republicanasque, sin embargo, estaban más bien asociadas al alto grado de per-sonalismo de sus dirigentes más sobresalientes – la mayoría ex presi-dentes del primer ensayo republicano en España. Difícil es, por tanto,historiar al republicanismo como una única línea de pensamiento,de movimiento, de organización, de cultura política y de proyectonacional.1

Con todo, existe cierto consenso entre los historiadores del republi-canismo español en señalar tres tendencias o corrientes en su seno, nosiempre nítidas y estables. Por un lado, la del “posibilismo” – repre-sentada hasta su muerte, en 1899, por Emilio Castelar – ofrecía unaalternativa de orden para la consecución de la república y la demo-cracia. A medio camino entre el liberalismo y la democracia, el idealrepublicano a él asociado apostaba por una reforma a favor de losderechos cívicos de un ciudadano al que había que formar para res-ponsabilizarlo en los asuntos nacionales. Así, valores asociados a larepresentación ciudadana, la nación y la moderación sostuvieron al

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1 Para la compleja naturaleza del republicanismo español, ver Andrés de BlasGuerrero, Tradición republicana y nacionalismo español, 1876–1930 (Madrid 1991);Nigel Townson (ed.), El republicanismo en España, 1830–1977 (Madrid 1994); José A.Piqueras/Manuel Chust (comps.), Republicanos y repúblicas en España (Madrid 1996);Ángel Duarte, “La esperanza republicana”: Rafael Cruz/Manuel Pérez Ledesma(comps.), Cultura y movilización en la España contemporánea (Madrid 1997); ManuelSuárez Cortina, El gorro frigio. Liberalismo, Democracia y Republicanismo en laRestauración (Madrid 2000); y Ángeles Egido León/Mirta Núñez Díaz-Balart (eds.), Elrepublicanismo español. Raíces históricas y perspectivas de futuro (Madrid 2001).

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“republicanismo de orden”. Por otro lado, la corriente del “jacobi-nismo” o radicalismo democrático popular, de raíz “rousseauniana” y romántica, fusionaba los republicanos unitarios más cercanos a una izquierda progresista – a cuyo frente estaba Ruiz Zorrilla – y los republicanos federalistas – encabezados por Pi y Margall. Ambas op -ciones manifestaban su antagonismo con el poder monárquico. Unoshacían uso de la mística y del entramado insurreccional y/o milita-rista, y esgrimían programas socializantes; otros oscilaban entre lainhibición y la participación electoral, y trasmitían tibias propuestas dereformas sociales. Finalmente, había una última corriente intermedia,la del “liberalismo progresista”, para algunos, o “institucionismo”,para otros, representada por Nicolás Salmerón y el Partido Republi-cano Centralista que él mismo había fundado.

Entre 1892 y 1906 Salmerón conseguía convertirse en una de lasfiguras centrales para buena parte de los republicanos. Su fracaso enunir a las diferentes tendencias del republicanismo, por un lado, y elproyecto populista, radical, republicano y españolista de AlejandroLerroux, por el otro, acabaron disipando el protagonismo y el ideariopolítico de uno de los patriarcas del republicanismo en el tramo finalde su vida, que se apagó en 1908. La corriente del republicanismo querepresentaba Salmerón fue la que mejor supo acomodarse a las nuevascircunstancias de la Restauración monárquica. Cabeza y voz del cen-tro republicano, Salmerón encauzó al republicanismo en la vida par-lamentaria y reformista, lo que le llevó a defender los principios de lalibertad individual, la opción constitucionalista, la incorporación delas masas a la vida política, la reforma social y educativa, la separa-ción de la Iglesia y el Estado, y la convivencia pacífica en una nacióncon representantes para un Estado liberal y democrático. Y es que esacorriente del republicanismo representada por Salmerón y sus segui-dores (Gumersindo de Azcárate, Rafael María de Labra, Adolfo Posada,Melquíades Álvarez, entre otros) desplegó las dimensiones políticas ylas proyecciones sociales que podía ofrecer una doctrina krausista quetanto había calado entre los intelectuales y políticos liberales en laEspaña de finales del siglo XIX. Estos republicanos moderados recha-zaban el liberalismo doctrinario y la democracia directa, pero acep-taban la representativa; defendían la secularización sin ser ateos; apos-taban por la armonía entre los sectores sociales sin renunciar a pensary ensayar reformas; creían en la legalidad de un estado de derecho, enla unidad nacional, y en un proyecto cívico y político en el que la cien-

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cia y la educación tenían un papel fundamental en clave de regenera-ción de la España de entre siglos; y contribuyeron a forjar, desde ámbi-tos de la esfera pública y desde la tribuna parlamentaria, una tradiciónque sellaría identidad al reformismo republicano y a un primer partidode intelectuales que continuaría como intelligentsia liberal-demócrataen el Partido Reformista, formado en España en la primera década delsiglo XX.2

Como lo ha señalado oportunamente Carlos Dardé, no existe nin-gún intento serio de hacer una biografía sobre Nicolás Salmerón paraconocer mejor sus líneas de pensamiento, debido, en parte, a su escasaproducción teórica sobre la política por ser hombre fundamentalmentede oratoria y discurso político.3 Fue un experto en la vida parlamen-taria y dispersó sus ideas y principios siendo profesor de Metafísica enla Universidad Central de Madrid – cuando pudo – y en la InstituciónLibre de Enseñanza, siendo esta última un ensayo de educación laicaque acabaría proyectándose en las ideas y en las prácticas políticas deliberales y reformistas en los tiempos de la Restauración. Además,ejerció la abogacía, como necesidad, tanto en el exilio como en España,cuando tuvo que contener su vocación política. Al día de hoy se dis-pone de un mejor conocimiento de ese grupo de institucionistas y deesa cultura política republicana reformista gracias a los estudios deManuel Suárez Cortina.4 También se cuenta con un corto pero actuali-zado trabajo de corte biográfico sobre Nicolás Salmerón que perfilabastante bien las aristas de su pensamiento.5

Sin embargo, salvo unas pocas excepciones, es muy escaso lo quese conoce acerca del influjo que tuvieron en las modernas nacioneslatinoamericanas todas aquellas corrientes del republicanismo español

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2 Sobre el Partido Reformista, ver Manuel Suárez Cortina, El reformismo en España.Republicanos y reformistas bajo la monarquía de Alfonso XIII (Madrid 1986).

3 Como primeras aproximaciones para una biografía de Nicolás Salmerón, verUrbano González Serrano, Nicolás Salmerón. Estudio crítico-biográfico (Madrid 1903);y A. Llopis Pérez, Historia política y parlamentaria de D. Nicolás Salmerón y Alonso(Madrid 1915). Como pequeña contribución a tal empresa pendiente, ver Carlos Dardé,“Biografía política de Nicolás Salmerón, 1860–1890”: Piqueras/Chust, Republicanos yrepúblicas (nota 1), pp. 136–161.

4 Suárez Cortina, El gorro frigio (nota 1).5 Fernando Martínez López, “Nicolás Salmerón y Alonso, ‘Entre la revolución y la

política’”: Javier Moreno Luzón (ed.), Progresistas. Biografías de reformistas españo-les, 1808–1939 (Madrid 2005), pp. 129–160.

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del último cuarto del siglo XIX y de principios del XX.6 Cierto es quepor aquellos tiempos las repúblicas latinoamericanas tenían ya conso-lidadas sus instituciones, y sus élites políticas indagaban en posiblesfórmulas correctoras de las relaciones entre el Estado y la sociedadcivil. Pero, también, aquellos tiempos fueron testigos de un nuevoclima de diálogo, de densidad de relaciones y de acercamiento a dife-rentes niveles que implicaría a élites políticas e intelectuales de uno yotro lado del Atlántico, que no merece ser despachado tan fácilmente.De hecho, por entonces algunas jóvenes repúblicas, y entre ellas laArgentina, se convirtieron en el espacio elegido por un conjunto deindividuos que, entre el exilio político y la emigración, contribuyó aproyectar en suelo americano las ideas del republicanismo español.7

Escapa al objetivo de este artículo desentrañar todas las facetas ymuestras de aquel influjo; la abultada y a su vez comprimida informa-ción de esta introducción muestra claramente la complejidad de estatarea: de ahí que hayamos optado centrar la atención en la proyecciónque tuvo en la Argentina aquella corriente del republicanismo españolde “raíz salmeroniana”.8

En este sentido, y sin ánimo de simplificar problemas, aconteci-mientos y personajes, las páginas que siguen procurarán dar algunarespuesta a preguntas tales como: ¿Es posible definir alguna influen-cia de Nicolás Salmerón en las ideas y en la política latinoamericana?,¿cuál fue su real dimensión?, ¿qué atractivo pudo haber tenido entrelos intelectuales y políticos argentinos, y entre la élite de emigrantesespañoles en la Argentina?, ¿qué lugar le cupo a Salmerón en el reco-nocimiento por parte de las élites y la gente culta de la Argentina de las

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6 Como excepción, ver Carmen McEvoy, La utopía republicana. Ideales y realida-des en la formación de la cultura política peruana, 1871–1919 (Lima 1997); y José An-tonio Aguilar Rivera/Gabriel Negretto, El republicanismo en Hispanoamérica. Ensayosde historia intelectual y política (México, D.F. 2002).

7 Para una perspectiva general sobre las emigraciones políticas de republicanos enla Argentina, ver Daniel Rivadulla/Jesús Raúl Navarro/María Teresa Berruezo, El exilioespañol en América en el siglo XIX (Madrid 1992). Para la movilización política delcolectivo emigratorio español en la Argentina en torno a las ideas y consignas republi-canas, ver Ángel Duarte, La república del emigrante. La cultura política de los españo-les en la Argentina, 1875–1910 (Lleida 1998).

8 Como aproximación al tema, ver Marcela García Sebastiani, “Algunas notassobre la proyección de Nicolás Salmerón en la Argentina”: Fernando Martínez López(coord.), Congreso Nicolás Salmerón y Alonso. A propósito del centenario de la UniónRepublicana de 1903 (Almería 2003), pp. 239–250.

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ideas y acciones políticas del republicanismo español? y ¿cómo im -pactaron sus ideas y su actuación política?

Para ello, primero, se trazará un cuadro sobre qué, cómo, y a travésde qué canales se conocía al republicanismo español en la Argentinapara colocar, luego, el lugar que tenían las ideas y acciones de los polí-ticos más representativos de las diferentes corrientes del pensamientoen el imaginario político de las élites argentinas. Los rastros deinfluencia de las ideas de Nicolás Salmerón invitan, por fin, a desple-gar el análisis en torno a la labor intelectual y política de AntonioAtienza y Medrano, antiguo compañero de fatigas y andanzas deSalmerón y, en definitiva, discípulo en ideas y pensamiento. Sin lugardentro de las filas del republicanismo español, y ante las expectativasde promoción social que auguraba un territorio con registros culturalescercanos al otro lado del Atlántico, Atienza acabó emigrando a laArgentina y desplegando allí en acciones y proyectos varios de las for-mulaciones del republicanismo reformista.

EL REPUBLICANISMO ESPANOL EN EL IMAGINARIO

DE LAS ELITES POLITICAS ARGENTINAS

Por lo menos hasta su muerte, Emilio Castelar eclipsó la proyecciónde cualquier otra corriente de pensamiento republicano español en laArgentina. De todos los republicanos españoles fue Castelar el másfamoso por aquellas tierras. Sus postulados a favor de la extensión delsufragio y su defensa de las libertades y del individualismo se corres-pondieron con los del liberalismo que defendían y propiciaban las éli-tes políticas argentinas de finales del siglo XIX. No tendría Salmerónni el alcance internacional ni el renombre de los que gozaba Castelaren las modernas naciones de América Latina en los albores del sigloXX. Hacia 1903, y ya desparecido aquél, Salmerón comenzó a ser másconocido en la Argentina. Y es que entonces, bajo su estímulo, habíahecho surgir en España la Unión Republicana en aras de aunar todaslas fuerzas y corrientes del republicanismo, y los emigrantes republi-canos en la Argentina se habían hecho eco de esa propuesta moviliza-dora de gentes y recursos.

La oratoria de Castelar, elocuente, verbosa y elegante, había con-quistado el imaginario de los políticos latinoamericanos, que le imi-taban en las cámaras y en las conferencias, que le visitaban, que le

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escuchaban en las Cortes, y que le leían tanto en reproducciones de susobras por las casas editoriales como en la prensa de las grandes ciuda-des de América Latina. Sabida es su colaboración a periódicos de lacolectividad española en Buenos Aires, como El Correo Español, y alrenombrado formador de la opinión pública porteña, La Nación. Lasbien pagadas corresponsalías sobre el devenir de la vida política euro-pea y la reproducción de sus escritos para el prestigioso diario deBartolomé Mitre le habían permitido a Castelar solventar sus estanciasde exilio parisino. Asistió su pluma a perfilar lugares comunes para lacoincidencia ideológica de las distintas corrientes de pensamiento queen la capital argentina se informaban y pensaban en torno a las idas yvueltas de la política en el mundo. Sus notas y comentarios en la prensaargentina contribuían a crear una opinión entusiasta con el republica-nismo y con unas ideas anticlericales que impregnaban, con cautelapero también con cierta asiduidad, el discurso periodístico y que aten-dían a las preferencias lectoras de un público cada vez más amplio deitalianos y españoles, y de las crecientes clases medias.9

Aún antes de ocupar Castelar la presidencia de la primera Repúblicaespañola – pues tan bien fue acogida por los latinoamericanos la pre-sencia de un liberal no tan radical en el gobierno de España –, se veníaganando la vida como periodista, completando un sueldo de catedráticode “Historia Crítica y Filosofía de España” en la Universidad deMadrid, que había obtenido en 1857 pero que, por avatares de la vidapolítica, no siempre ejercía. Quincenalmente aparecían sus comenta-rios sobre la vida política e intelectual española y europea, no sólo enlos periódicos de Buenos Aires, sino también en los de Lima (ElNacional) y Ciudad de México (El Monitor Republicano),10 y tambiénen publicaciones de Nueva York como La Revista Ilustrada y elHerald.11 Se podría enmarcar a Castelar entre las primeras voces libe-rales españolas que más tarde bregarían y disputarían proyectos a

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9 Tulio Halperín Donghi, José Hernández y sus mundos (Buenos Aires 1985),pp. 73–75 y 201.

10 Para las colaboraciones de Castelar en la prensa mexicana y, en general, para elinflujo del republicano español en las ideas políticas de los intelectuales mexicanos en lasegunda mitad del siglo XIX, ver Charles Hale, The Transformation of Liberalism in LateNineteenth-Century Mexico (Princeton 1989), cap. 2.

11 Charles Hale, “Ideas políticas y sociales en América Latina, 1870–1930”: LeslieBethell (ed.), Historia de América Latina, tomo 8: Cultura y sociedad, 1830–1930 (Bar-celona 1991), pp. 1–63, aquí: p. 4.

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favor de una comunidad cultural como principal rasgo de una identi-dad colectiva compartida, trasnacional y trasatlántica, de una raza latinaen tiempos en que el concepto de raza y de exclusión a la diferenciatraspasaría el lenguaje científico para acoplarse a lecturas políticas eintelectuales asociadas con la idea de decadencia y la necesidad desuperación de varias naciones occidentales frente al esplendor y lamodernidad de otras de tradiciones y culturas anglosajonas.12

Sin haber viajado a América, Castelar fue un precoz conocedor deella y de su gente dentro de los ambientes liberal-democráticos espa-ñoles. Informó de noticias culturales sobre América, mantuvo un epis-tolario más o menos regular con escritores latinoamericanos y tratócon los viajeros expertos en las tareas de estado que visitaban Españaen la última mitad del siglo XIX. A muchos de ellos les había conocidoen sus estancias de exilio parisino, como, por ejemplo, a Domingo F.Sarmiento, por quien brindó apoyando su candidatura a presidente dela República Argentina cuando la hizo pública en un viaje a París en1867 y alardeando por la “fusión de las almas de España y América”en nombre de la democracia y la libertad.13

Aún retirado de la vida política, a Castelar le visitaban diplomá-ticos, corresponsales de periódicos, estadistas, hombres de letras ypolíticos argentinos que pasaban por Madrid. Ramón Cárcamo, porejemplo, le visitó en su viaje que hiciera a Madrid en 1891. Años antesCastelar había atendido las recomendaciones de “amigos políticosamericanos” como Juárez Celman, presidente depuesto por la Revolu-ción de 1890, o de otros como María Guerrero, Rafael Calvo y Héctor

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12 Sobre las iniciativas de Castelar a favor de una unión latina, ver Carlos Rama,Historia de las relaciones culturales entre España y América Latina: siglo XIX (Madrid1982), p. 95. Sobre la dimensión adquirida por el concepto de raza en contextos de cri-sis a finales del siglo XIX, ver Edmundo Demolins, En qué consiste la superioridad delos anglosajones (Madrid 1899); Giuseppe Sergi, La decadencia de las naciones latinas(Barcelona 1901); y Rafael Altamira, Cuestiones hispanoamericanas: Las universidadesespañolas y la cultura americana, nuestra política americanista, latinos y anglosajones,el castellano en América, etc. (Madrid 1910). Como análisis, ver Lily Litvak, Latinos yanglosajones: orígenes de una polémica (Barcelona 1980), especialmente: pp. 39–80;también Isidro Sepúlveda Muñoz, Comunidad cultural e hispano-americanismo,1885–1936 (Madrid 1994), pp. 272–274; y Oscar Terán, Vida intelectual en el BuenosAires de fin de siglo. Derivas de una cultura científica (Buenos Aires 2000), p. 74. Parauna teoría sobre el concepto de raza, ver Etienne Balibar/Immanuel Wallerstein, Race,nation, class: ambiguous identities (Londres 1991).

13 Hale, “Ideas políticas” (nota 11), p. 4.

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Varela.14 También había considerado las cartas de Dardo Rocha, quienhabía sido gobernador de la provincia de Buenos Aires y manteníaexcelentes vínculos con la élite de emigrantes españoles simpatizantescon las ideas republicanas en la Península, entre ellos Rafael Calzada,el más descollante.15 Hasta tal punto Castelar atraía la atención en loscírculos de la élite porteña que parte de sus libros fue a parar a la en-comiable biblioteca del Jockey Club, ámbito exclusivo de sociabilidadpolítica de los sectores dirigentes de la ciudad de Buenos Aires.16

La visibilidad y el peso que parece haber tenido Castelar para loshacedores de la vida política argentina no significan, sin embargo, queel resto de tendencias del republicanismo español haya estado ausentedel imaginario de las élites políticas de aquella joven nación latino-americana. Las fórmulas de pensar y de hacer política por parte de loshombres de aquel republicanismo centrista, legalista y reformistarepresentado por Nicolás Salmerón también interesaron a los políticose intelectuales argentinos que buscaban modelos, experiencias y solu-ciones en las prácticas y formulaciones diseñadas en las nacioneseuropeas; también en España.

La visita a las Cortes de Madrid formaba parte del recorrido por lasinstituciones y personajes públicos que realizaban las élites políticasde los países hispanoamericanos en sus viajes, escalas o estancias porEspaña. Diplomáticos, hombres en la preparación de las tareas de estado,visitantes de paso, periodistas e, incluso, intelectuales registraban sunombre en la lista de peticiones para la concesión de permisos y pasestemporales de entrada al Palacio del Congreso en los tiempos de laRestauración. Las Cortes tenían, acaso, un atractivo que sugería a los

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14 Varela pertenecía al entorno de Bartolomé Mitre y del círculo de La Tribuna.Como cónsul general de la Argentina en España se mantuvo cercano a los liberales y repu-blicanos españoles y se convirtió en uno de los animadores de un socorrido “diálogo hispanoamericano” pronunciado por las élites intelectuales y políticas. Sobre Varela, ver Leoncio López-Ocón, Biografía de ‘La América’. Una crónica hispano-americanista delliberalismo democrático español, 1857–1886 (Madrid 1987), pp. 157–159 y 173. Para elresto, ver Ramón Cárcano, Mis primeros ochenta años (Buenos Aires 1965), pp. 195–197.

15 Dardo Rocha visitaría también al federalista republicano Pi y Margall. Ver MartínDedeu, Nuestros hombres de la Argentina: Dr. Rafael Calzada (Buenos Aires 1913).Sobre D. Rocha y R. Calzada, ver Caras y Caretas 449, 11 de julio de 1907.

16 Sobre la influencia de Castelar en Hispanoamérica, ver Eduardo Posada Carbó,“Emilio Castelar: República, liberalismo y poder de la oratoria”: Carlos Malamud(comp.), La influencia española y británica en las ideas y políticas latinoamericanas(Madrid 2000), pp. 79–94.

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políticos hispanoamericanos no obviar la visita a uno de los centrospor excelencia del debate político español. Cuando las élites argenti-nas viajaban a las capitales de otros países europeos, visitaban tambiénlos parlamentos de Londres o París para observar la dinámica en lascámaras o escuchar los discursos de los políticos de moda al tiempoque acudían a los teatros y museos, contemplaban los progresos de laurbanidad de la época, y estaban atentos a la vida cultural europea y alos elementos que definían la identidad nacional diferenciada.17 Todoservía para establecer contrastes y paralelismos con otros escenariosoccidentales, incluidos los Estados Unidos, que no faltaban en las rutasde introspección de los entonces viajantes argentinos.18 Miguel Cané,por ejemplo, en su segundo viaje a Europa tras ser diputado nacional, seinstaló en París y por las tardes asistía a los debates de las cámaras paraescuchar los discursos parlamentarios que más le impresionaban: aqué-llos pronunciados por quienes estaban más a la izquierda del liberalismofrancés, como Jules Ferry, León Gambetta o Georges Clemenceau.19

Pero no bastaba con leer las arengas de los parlamentarios demayor renombre en la prensa, tampoco con escuchar los contenidos delos discursos en el recinto, sino también había que verlos decir. Notodos los políticos argentinos que pasaron por Madrid entre finales delsiglo XIX y comienzos del XX dejaron constancia de sus impresionessobre las visitas hechas al Parlamento español. Quienes sí lo hicieronreconocían en Salmerón a un político que merecía ser visto y oído enlas Cortes. El propio Miguel Cané, cuando se desempeñó como minis-tro plenipotenciario argentino en España durante los años ochenta delsiglo XIX, si bien apenas prolongaba sus estancias en Madrid, asistíaa las Cortes con alguna regularidad y prefería las visitas al recinto par-lamentario a las recepciones diplomáticas.20 Con el tiempo diría, sinembargo, que “las piezas hojarascas de los oradores” de un parlamento

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17 Para la atracción que ejercía París para el mundo intelectual, ver Jacques Dugast,La vida cultural de Europa entre los siglos XIX y XX (Barcelona 2003), pp. 81–86.

18 Como muestra del interés por conocer el funcionamiento del poder legislativo enlos países europeos y de los Estados Unidos, ver Eduardo Wilde, Obras Completas.Viajes y observaciones, segunda parte, vol. XIII (Buenos Aires 1939), pp. 115–124.

19 Jimena Sáez, “Argentinos en Europa”: Felix Luna, Lo mejor de Todo es Historia,vol. 3 (Buenos Aires 2002), pp. 317–345, especialmente: p. 333.

20 Sobre el comportamiento de Cané en Madrid, ver la carta al encargado de la lega-ción española en Buenos Aires del 23 de mayo de 1888: Archivo del Ministerio de Asun-tos Exteriores de España, Correspondencia con Embajadas y Legaciones, Argentina,Histórico (H) 2314.

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“enfermo de retórica y desencanto” le habían desanimado a continuarpresenciando los debates en las Cortes, excepto las respuestas al dis-curso de la Corona. Creía que

“[...] el espectáculo que ofrecen las Cortes españolas, si bien pueden halagar el oídode los que aman ante todo los arabescos de la palabra y la gallardía de la lengua cas-tellana bien manejada, entristece forzosamente la inanidad de esos torneos oratoriosque consumen un tiempo precioso, absorbiéndolo en perjuicio de las graves cuestio-nes de interés nacional”.21

Por entonces en el Parlamento español se hablaba en exceso y poco sediscutía, los diputados leían o decían discursos sin muchas limitacio-nes en el uso de palabra e intervenían por alusiones sin más.22 Peroaquellos dictámenes de Cané se entremezclaban con su visión de unaEspaña antimoderna y atrasada, que había sido construida en la modernanación americana desde los tiempos de la independencia y que comen-zaría a cambiar recién a las puertas del nuevo siglo.23 Con todo, Canévaloró la habilidad oratoria y parlamentaria de políticos dentro de laamplia franja del liberalismo, como Práxedes M. Sagasta, Cristino Mar-tos, Segismundo Moret, Emilio Castelar, Antonio Cánovas del Cas-tillo – y de Nicolás Salmerón.24 Castelar no le había sorprendido espe-cialmente, porque “[...] jamás el famoso orador se ha lanzado a losazares de la improvisación”. Tenía poca réplica y le parecía poca habi-lidad del elocuente parlamentario el no contestar hasta veinticuatrohoras más tarde. Salmerón, en cambio, era un político “correcto, sinbrillo, y monótono como un pastor protestante”. De todos, el que másle había entusiasmado a Miguel Cané era Cánovas del Castillo, polí-tico de “oratoria colosal”, de discursos magistralmente pensados ydichos que no había oído decir ni siquiera en los parlamentos de Ingla-terra, Francia o de los países americanos. Otros visitantes ni aun esti-maron que la oratoria de Salmerón fuese digna de atención para uncomentario sobre la impresión causada de la visita a las Cortes. Era elcaso de Ramón Cárcamo, hombre vinculado al roquismo, quien re-cordó en sus memorias su paso por las Cortes de Madrid y la oratoria

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21 Raúl Sáenz Hayes, Miguel Cané y su tiempo (Buenos Aires 1955), p. 355.22 Mercedes Cabrera, “Vida parlamentaria”: eadem (dir.), Con luz y taquígrafos. El

Parlamento de la Restauración, 1913–1923 (Madrid 1998), pp. 201–202.23 Sirva como ejemplo la transformación de las impresiones de Eduardo Wilde en

sus sucesivos viajes a España entre 1880 y 1910. Wilde, Obras completas (nota 18),pp. 320–348.

24 Sáenz Hayes, Miguel Cané (nota 21), pp. 354–455.

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parlamentaria de Cánovas del Castillo, de Segismundo Moret, de Sil-vela, de Castelar o de Práxedes M. Sagasta – pero no la de Salmerón.25

Ese relativo desinterés por el discurso parlamentario de Salmerónno dejaba, sin embargo, de producir lugares oportunos para las refe-rencias en torno a los políticos españoles construidas por los formado-res de la opinión pública en la Argentina. Manuel López Weigel, porejemplo, periodista parlamentario y autor de breves y satíricas cróni-cas sobre los debates y personajes del Congreso argentino, conocíabastante sobre los detalles que hacían de Salmerón uno de los políticosmás elocuentes y con ademanes singulares en el arte de la retórica parlamentaria. Y en caso de no haberle visto decir en las Cortes deMadrid, bastaba con mantenerse informado de los avatares y las opi-niones sobre la vida política española desde las páginas de la prensa dela colectividad de los emigrantes que vivían en Buenos Aires. En ElCorreo Español, hasta 1905, y en El Diario Español, desde entonces,se transcribían los discursos más vibrantes que los políticos peninsu-lares pronunciaban en la calle, en las tribunas parlamentarias y en losámbitos académicos. De hecho, aquel periodista utilizó la opinión quese tenía del político Salmerón para definir los perfiles de la actuaciónparlamentaria de Estanislao Zeballos, publicista, profesor universi-tario, formador de la opinión pública como director de La Prensa,miembro vinculado a distintos esfuerzos asociativos de la élite espa-ñola de Buenos Aires, ministro de Relaciones Exteriores y, finalmente,diputado desde 1912. Diría López de él que era

“[...] uno de los hombres más verbosos que ha pasado por el Congreso y que tiene lafacultad que se le atribuye a aquel orador español del siglo pasado, Salmerón, quien,interrumpido en medio de un discurso, dejaba el párrafo trunco, contestaba con al-guna extensión al interruptor y luego, para admiración de los oyentes, continuaba lafrase en la palabra en que la había suspendido”.26

REPUBLICANISMO Y REFORMISMO EN LA EMIGRACION:ANTONIO ATIENZA Y MEDRANO

Uno de los rastros de la proyección del pensamiento de Nicolás Sal-merón en la Argentina se reconoce por la labor intelectual y política

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25 Cárcano, Mis primeros ochenta años (nota 14), pp. 200–201.26 Ramón Columba, El Congreso que yo he visto (Buenos Aires 1948), p. 68.

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de uno de sus discípulos que emigró a la Argentina en momentos pre-vios a la gran inmigración masiva: Antonio Atienza y Medrano. Esterepublicano nació en la provincia de Almería en 1852 y recaló enMadrid para estudiar las carreras de Humanidades y de Derecho; laprimera no la completó y se graduó en 1873 de Derecho Civil y Canó-nico por la Universidad Central, en tiempos en que el pronunciamientoa favor de la Revolución de Septiembre había exaltado el ánimo de lajuventud republicana.27 Desde su etapa de estudiante universitarioestuvo vinculado a Salmerón, quien lo introdujo en el mundo docente.Enseñó Latín en el Colegio Internacional, que fue dirigido por el pro-pio Salmerón cuando corrían malos tiempos para la enseñanza de prin-cipios liberales en la Universidad Central de Madrid, haciendo deaquella institución uno de los precedentes de la Institución Libre deEnseñanza.28 Allí, Atienza se identificó con las ideas krausistas quepropiciaban un desarrollo armónico de la actividad humana; y ya,como institucionista, fue profesor de Lengua y Literatura españolas.En 1877 publicó en su boletín una nota sobre las relaciones entremoral, derecho y religión. Como hombre de confianza de los patriar-cas del republicanismo, en los tiempos de la primera República ocu-paba cargos en la escala de jerarquías del Ministerio de Ultramar. Conla restauración de la monarquía borbónica emigró, como lo harían Sal-merón, Pi y Margall, Castelar y muchos otros republicanos, a Francia.De regreso a España, trabajó en el bufete de Salmerón, fue nombradosecretario del Partido Centralista – fundado por aquél y sus seguidores –y fue candidato a las Cortes en 1885, aunque no logró su escaño. Poresas fechas publicó un libro que reunía comentarios a detractores de lafilosofía krausista.29

Por entonces la prensa republicana había logrado reconstruirse delas limitaciones a la libre expresión que había impuesto Cánovas enlos primeros tiempos de la Restauración, por un lado, y de las dificul-tades derivadas del proceso de fragmentación y de enfrentamiento de

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27 Para una primera aproximación de biografía intelectual sobre Atienza y Medrano,ver H. Biagini, “Atienza y Medrano, vindicador krausista”: Redescubriendo un conti-nente. La inteligencia española en el París americano en las postrimerías del siglo XIX(Sevilla 1993), pp. 281–291. Para más datos biográficos sobre él, ver El Diario Español,17 de julio de 1906.

28 Vicente Cacho Viú, La Institución Libre de Enseñanza (Madrid 1962), pp. 134–179.

29 Antonio Atienza y Medrano, Estudios políticos (Madrid 1883).

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las distintas corrientes que poco facilitaban la formación de periódicosrepublicanos, por el otro. En Madrid, capitales de provincia y ennúcleos de población con base social republicana, la prensa ocupó unlugar relevante para desvelar las orientaciones de cada tendencia delrepublicanismo. Atienza colaboró con La República, que defendió lospostulados federalistas de Pi y Margall, al tiempo que asistió con supluma a otros periódicos republicanos como La Propaganda, ElDemócrata y El Liberal. Sin embargo, por su proximidad con los pos-tulados de Salmerón, acabó aceptando, en 1889, la dirección ofrecidapara La Justicia, desde donde se defendió la vía legal del procedi-miento electoral para alcanzar una democracia republicana. Allí escri-bieron los intelectuales vinculados a ese grupo republicano que seríael germen del institucionismo español: Urbano González Serrano,Alfredo Calderón y Gumersindo Azcárate – los “krausoinstitucionis-tas” que propiciaron la vía legalista, democrática y parlamentaria de laacción política republicana.30

Limitadas sus expectativas de promoción social dentro de lasfraccionadas filas del republicanismo en la Península, poco despuésemigró a Buenos Aires con toda su prole. Se encontró allí con otroscompatriotas, como Rafael Calzada, Serafín Álvarez, Carlos Mala-garriga o Justo López de Gomara. Todos ellos habían sido en su juventudalumnos de Derecho, hombres cercanos o colaboradores de despachode los primates del republicanismo español y habían relegado el retornoinmediato ante las oportunidades de movilidad social que ofrecía eldesarrollo económico argentino en el último tramo del siglo XIX. Elhecho de haber llegado en momentos previos a la inmigración masivacon un sólido patrimonio en materia de ideas le había facilitado,además, formar parte de la numerosa y rica élite de españoles en laArgentina. Ésta gestionaba los símbolos y los recursos para el conjuntodel colectivo y de cara a la integración, y el reconocimiento en lanueva sociedad a partir del control de las instituciones benéficas, desocorro mutuo, entidades financieras y de ahorro, y sociedades recreati -vas, patrióticas, instructivas y editoriales de la colectividad. Junto aotros emigrados españoles en la Argentina, Atienza participó en lasempresas de reelaboración cultural sobre el pasado y el legado hispano,de las que también formaban parte intelectuales y políticos argentinos.

288 Marcela García Sebastiani

30 Sobre la prensa republicana, ver Manuel Súarez Cortina, “Libertad de prensa,elites republicanas y periodismo”: El gorro frigio (nota 1), pp. 61–89.

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Estas empresas, además, desde las últimas dos décadas del sigo XIXharían transformar la hispanofobia construida desde los tiempos de laindependencia en una hispanofilia que daría lugar a unas reaccionesculturales y políticas hasta entrada la primera década del siglo XX queno siempre hay que leer como reflejo de una mutua aversión hacia laspretensiones hegemónicas de los Estados Unidos sobre “naciones lati-nas”;31 lecturas y mensajes de unos y otros que darían lugar a accionescon alto valor simbólico, que contribuirían a un cambio de visión deEspaña en la Argentina y que acabarían afectando al imaginario colec-tivo. Así, por ejemplo, en los inicios del siglo XX, y tras años de polé-mica sobre “un tema delicadísimo”, la élite dirigente argentina decidiósuprimir las estrofas despreciativas hacia España en un himno pen-sado décadas pasadas para alabar las luchas por la independencia.32

Asimismo, en nombre de una amorfa idea de comunión cultural entrenaciones de una misma lengua y raza, afloraron otros debates en tornoal idioma nacional y a los métodos de la enseñanza del “castellano” antela “contaminación” resultante del proceso de inmigración masiva.33

Atienza y Medrano se introdujo con relativa facilidad en las distin-tas esferas de sociabilidad pública que ofrecía la sociedad porteña deentonces. Sus primeros pasos los dio en el periodismo, y desde allídirigió la Ilustración Española y Americana, para la cual escribían – o reproducían los trabajos inicialmente aparecidos en la prensa es-pañola – las mejores plumas del krausismo hispano. Su estilo y supalabra lo habían hecho merecedor de calificativos tales como “escri-tor castizo”, “periodista distinguido” y “brillante orador”. A los pocosmeses de llegar se desempeñó como docente en el prestigioso ColegioNacional de Buenos Aires, donde se formaban las élites porteñas antes

289Republicanismo de Nicolás Salmerón en la Argentina

31 Para el paso de la hispanofobia a la hispanofilia, ver José C. Moya, Cousins andStrangers. Spanish Immigrants in Buenos Aires, 1850–1930 (Berkeley 1998), cap. 7.

32 Rafael Calzada, Cincuenta años en América. Notas autobiográficas, vol. 2 (Bue-nos Aires 1927), p. 13; Ignacio Garcia, “‘... Y a sus plantas rendido un León’: Xenofo-bia antiespañola en la Argentina”: Estudios Migratorios Latinoamericanos 39 (BuenosAires 1998), pp. 195–221; y Lilia Bertoni, Patriotas, cosmopolitas y nacionalistas. Laconstrucción de la nacionalidad argentina a fines del siglo XIX (Buenos Aires 2001),pp. 180–184.

33 Sobre la polémica por el idioma nacional, ver Ernesto Quesada, El problema delidioma nacional (Buenos Aires 1900); y Caras y Caretas, mayo de 1900; Carl Solberg,Immigration and Nationalism in Argentina and Chile, 1890–1914 (Austin 1970), pp. 139–140. El tema es recogido también por Fernando Devoto, Nacionalismo, fascismo y tradi-cionalismo en la Argentina moderna. Una historia (Buenos Aires 2002), pp. 23–26.

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de entrar en las facultades de Derecho o Medicina. Al igual que RicardoMonner Sanz, un catalán monárquico, fue allí profesor de cursos sobrelengua y literatura españolas sin necesidad de “naturalizarse argen-tino”, ya que un decreto del Ministerio de Educación argentino de1899 permitía a los españoles impartir docencia en centros públicos deenseñanza.34 Atienza enseñó en esa institución hasta que sería relegadodos años más tarde a raíz de un cambio ministerial.

Desde entonces, y hasta su temprana muerte en 1906, concentró suactividad intelectual para La Prensa, periódico para el que regular-mente había hecho contribuciones desde su llegada a la Argentina. Eraaquél uno de los sitios más acreditados de reclutamiento de plumaseficaces, útiles y pulcras que no exigían grandes remuneraciones ypodían satisfacer las aspiraciones truncadas de personalidades margi-nadas. En “el coloso de la prensa americana” encontraba Atienza elambiente que pudo parecerle idéntico al que le rodeaba en España.35

Allí, además, se hizo conocer entre los hombres más vistosos de lavida pública argentina. Fundado por el Dr. José C. Paz en octubre de1869, hacia comienzos del siglo XX La Prensa era el periódico porteñocon mayor circulación entre diferentes sectores sociales. Con una tiradacercana a los 100.000 ejemplares, gozaba de prestigio y popularidad,y era reconocido internacionalmente como una de las máximas expre-siones del periodismo moderno por sus servicios cablegráficos ycorresponsalías en todo el mundo.36

En 1898 La Prensa inauguró un soberbio y lujoso edificio princi-pesco en el corazón de Buenos Aires, donde las rotativas imprimíanlos ejemplares, los redactores escribían editoriales y noticias y, final-mente, se diseñaba el periódico. “La casa de la ciudad”, como enton-ces le llamaban a las instalaciones del matutino, ofrecía, además, unaserie de servicios gratuitos para el público que traducían gran parte delos ideales educativos y laicos de los reformadores krausistas. En elpiso que daba directamente a la calle funcionaban “consultorios”

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34 Carlos Escudé, El fracaso del proyecto argentino. Educación e ideología (BuenosAires 1990), p. 5.

35 El Diario Español, 17 de julio de 1906.36 Sobre el periodismo argentino de la época, ver Vicente Blasco Ibáñez, Argentina

y sus grandezas (Madrid 1911), pp. 408–414; Ema Cibotti, “Del habitante al ciudadano:la condición del ciudadano”: Mirta Z. Lobato (comp.), El progreso, la modernización ysus límites, 1880–1916 (Buenos Aires 2000), pp. 365–408; y Adolfo Prieto, El discursocriollista en la formación de la Argentina moderna (Buenos Aires 1988).

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médicos, jurídicos y químicos, talleres de escritura, lengua y literaturaespañolas, y una biblioteca que permanecía abierta hasta media noche,y en la que cualquier visitante podía consultar diccionarios y revis-tas de todo el mundo; a diario acudían al “edificio popular” perso-nas de todo tipo para conseguir informes, trabajo o “algún consejoútil”. Atienza y Medrano fue no sólo periodista para La Prensa, sinotambién el profesor responsable de impartir las clases de Gramática y Literatura españolas para las cátedras creadas para tal fin en el edifi-cio del periódico. Mediante esa experiencia laboral, Atienza acabóplasmando en Buenos Aires las iniciativas de extensión universita-ria, de formación de aulas de educación popular, así como de instruc-ción cultural al obrero, a la mujer y a los sectores sociales más des-protegidos; o sea, la proyección social de unas ideas que había apren-dido al lado de su maestro, Nicolás Salmerón, y del conjunto deintelectuales y políticos de las tendencias legalistas y reformistas delcentro republicano. Hombre de pensamiento krausista, Atienza creíaque los estímulos del conocimiento y de la educación para una pobla-ción no exclusiva mente universitaria eran elementos claves de rege-neración nacional y pasos previos para la emancipación social. Desdeesas cátedras creadas por el periódico al iniciarse el siglo XX, Atienzapuso en ejercicio todo el potencial de ideas reformadoras en materiaeducativa con las que republicanos como él se habían impregnado enla Institución Libre de Enseñanza. De la visita que Giner de los Ríos yun grupo de discípulos de aquella institución hicieran a Inglaterra en1886 llevarían las prácticas de la educación para amplios colectivossociales que funcionaban entonces, con bastante éxito, en las universi-dades de Oxford y Cambridge.37 Atienza puso en práctica en BuenosAires, por tanto, fórmulas de extensión universitaria que los institu-cionistas venían ensayando en Oviedo desde 1898 y que más tardeexperimentaría la Universidad de La Plata. En ese sentido, Atienza contribuyó a la difusión en la Argentina del pensamiento y de las ideasdiseñadas por los “krausoinstitucionistas” en la búsqueda de refor-mas políticas y sociales que por vías legales acercasen España a suentorno.

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37 Sobre la universidad inglesa como modelo de la “universidad ideal” para los ins-titucionistas españoles, ver Adolfo Posada, “Mi Universidad”: Para América desde Es-paña (París 1910), pp. 99–110, recogido por Francisco Laporta, Adolfo Posada: Polí-tica y sociología en la crisis del liberalismo español (Madrid 1974), p. 45.

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No habría que esperar, entonces, a los viajes a Buenos Aires deRafael Altamira, en 1909, y de Adolfo Posada, en 1910, y a la conocidaexperiencia de intercambio universitario de la Universidad de Oviedocon la Universidad Nacional de La Plata, creada en 1905 por JoaquínV. González, para encontrar registros del encuentro de las experienciasreformistas entre las élites políticas e intelectuales de España y laArgentina.38 Las huellas del diálogo reformista hay que buscarlas enmomentos previos a la explosión de formulaciones de políticos e inte-lectuales a favor de un reencuentro con símbolos y legados de Españaque se sucedieron en torno a las celebraciones del centenario de lasproclamaciones favorables a la independencia de las entonces provin-cias del Río de la Plata; y, sobre todo, hay que buscarlas en interlocu-tores marginales o en la sombra de un campo intelectual y de forma-ción de opinión en el que se fusionaban, recogían y se correspondíantradiciones de un pensamiento reformista llevado y actualizado por losrepublicanos emigrantes de la Argentina a finales del siglo XIX a par-tir del periodismo y otras empresas culturales que se ponían en fun-cionamiento en un contexto de hispanofilia. Los resultados de latrayectoria de Atienza y Medrano pueden servir para demostrarlo, loque no es tarea fácil, ya que, por un lado, su obra queda dispersa enuna serie de publicaciones y artículos periodísticos y, por el otro, pareceser que no era hombre de gran visibilidad pública, sino más bien“hombre de carácter austero”, de “vida retraída” y “reservado, intro-vertido y ajeno a mostrarse en las multitudes”, según las notas de con-dolencia escritas por Malagarriga en El Diario Español con motivo desu muerte. Con todo, entre sus obras figuran Lecciones del idioma castellano y La Escuela Argentina y su influencia social, ambas resul-tado de la experiencia docente de Atienza en Buenos Aires. Trabajossuyos también aparecieron en publicaciones que congregaban autoresy postulados a favor de un impulso cultural en clave de encuentroregenerador entre España y América, como La España Moderna y laRevista Contemporánea. Por último, fue colaborador de El DiarioEspañol, periódico del colectivo de inmigrantes españoles en laArgentina.

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38 Eduardo Zimmermann, “La proyección de los viajes de Adolfo Posada y RafaelAltamira en el reformismo liberal argentino”: Jorge Uría (coord.), Institucionismo yreforma social en España. El Grupo de Oviedo (Madrid 2000), pp. 66–78.

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Atienza, uno de los miembros más letrados de la comunidad deespañoles que habían logrado consolidarse socialmente en la modernanación latinoamericana, formó parte de las diferentes experienciasasociativas del colectivo en Buenos Aires. Fue miembro, y en momen-tos presidente, de la Asociación Patriótica Española, una organizaciónfundada en Buenos Aires por la élite de inmigrantes a raíz del conflictosobre Cuba desatado entre España y los Estados Unidos. Formar partede los puestos jerárquicos de asociaciones como aquélla significabaobtener capital político, oportunidades de negocio y relaciones de con-trol social hacia el resto del colectivo; resultados derivados de la posi-ción de unas élites que, en definitiva, contribuirían a interferir activa-mente en las cadenas de información, a consolidar posiciones dentrode la colectividad y a codificar símbolos, mitos, proyectos y mensajescomunes que hacían operar, a la distancia, una identidad nacional fueradel territorio de pertenencia.39 De hecho, bajo la égida de aquella insti-tución se pretendía representar a todos los intereses de la colonia espa-ñola en el exterior y aunar todas las empresas políticas y sociales quese hicieran en nombre del patriotismo español a la distancia: de ahí elempeño de los administradores de recursos materiales y simbólicos dela Asociación por mostrar iniciativas y logros de carácter asistencialpara el emigrante con penurias y de “auxilio patriótico” al Gobiernoespañol. Así quedó demostrado con la colecta hecha por la Asociaciónpara comprar el crucero Río de la Plata para la guerra de España endefensa de sus últimas colonias en América40 o con la asistencia paralos afectados de unas inundaciones o terremotos en Andalucía;41 accio-

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39 Alejandro Fernández, “Los españoles de Buenos Aires y sus asociaciones en laépoca de la inmigración masiva”: Hebe Clementi, Inmigración española en la Argentina(Buenos Aires 1991), pp. 58–83. Sobre el papel de las élites de un colectivo para la ela-boración de valores y referencias, ver Benedict Anderson, Imagined Communities(2a ed., Londres 1991).

40 Para detalles sobre la compra del crucero por la Asociación Patriótica, ver Archivodel Ministerio de Asuntos Exteriores de España, Correspondencia con Embajadas yLegaciones, Argentina, H 2314.

41 Sobre la trayectoria de esta asociación, ver Félix Ortiz y San Pelayo, Bocetohistórico de la Asociación Patriótica Española (Buenos Aires 1914); también, Alejan-dro Fernández, “Patria y cultura. Aspectos de la acción de la elite española en BuenosAires, 1890–1920”: Estudios Migratorios Latinoamericanos 6–7 (Buenos Aires 1987),pp. 291–307; y Rafael Escobar y Ramírez, Las fiestas del Centenario en la Argentina(Madrid 1912), p. 276.

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nes benefactoras para las que, además, contaban para su difusión en la Península con un republicano parlanchín e institucionista, RafaelMaría de Labra. En 1903 Atienza asumió la presidencia de la Asocia-ción Patriótica Española e impulsó una de las empresas culturales máscomprometidas por difundir las visiones positivas del reformismoespañol en las versiones de republicanos y liberales. Por entoncesfundó la revista semanal España como órgano de prensa de la Asocia-ción. Fue aquél un ámbito de convergencia de las iniciativas de reformasocial y política diseñadas por intelectuales americanos y españolesvinculados a aquellas tendencias del republicanismo legalista. Tam-bién, fue aquél un espacio para construir discursos y mensajes afirma-tivos de una identidad colectiva nacional y de un sentimiento patrióticolejos de España que, al tiempo que ayudaban a limar las diferenciaspolíticas en el seno de la colonia española en la Argentina que porentonces afloraron, nutrían con argumentos de modernidad y reformaa la hispanofilia argentina.42 Y es que entre los destinatarios de los dis-cursos y de las ideas difundidas desde España estaban las élites políti-cas e intelectuales argentinas. Unos pocos pero muy influyentes repre-sentantes de aquéllas integraban la junta consultiva de esa entidad. Erael caso, por ejemplo, de Estanislao Zeballos (sobre quien antes se hanhecho referencias) o, también, el de Joaquín V. González, reformistaconservador y conocido por el más elaborado – aunque frustrado en elParlamento – proyecto de reformas sociales para la Argentina y poruna reforma electoral que en 1902 precedió a la conocida ley SáenzPeña de 1912.43

La Asociación fue, pues, una organización que, bajo la presidenciade Atienza, se forjó como lugar de encuentro, de transferencias, deinteracción de tradiciones de pensamiento, de intereses comunes porpropuestas reformistas y de la propagación de un ideario republicanoútil para encauzar por vías legales la acción política y el reformismosocial. En definitiva, era uno de los ámbitos de sociabilidad entreéli tes para el entendimiento y la conjunción de aportes de hombres

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42 Ángel Duarte, “España en la Argentina. Una reflexión sobre el patriotismo espa-ñol en el tránsito del siglo XIX al XX”: Anuario IEHS 18 (2003), pp. 251–271.

43 Sobre González, ver Darío Roldán, Joaquín V. González, a propósito del pensa-miento político-liberal, 1880–1920 (Buenos Aires 1993).

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que, como Atienza, tenían algún tipo de vinculación con el institucio-nismo y republicanismo español.

Atienza, el discípulo de Salmerón en tierras argentinas, murió en1906 cuando, según sus amigos, estaba “en pleno vigor intelectual”.Fue precisamente Joaquín V. González el encargado de pronunciar eldiscurso de despedida en memoria de su “maestro y amigo” en la vela-da necrológica celebrada en su honor en la propia sede de la Asocia-ción Patriótica Española.44 Fueron aquellas páginas entrañables, dehondo afecto, de reconocimiento personal e intelectual para un “maes-tro del idioma”, “un clásico moderno, un liberal conservador, un orto-doxo reformista, un pulcro despreocupado”. Con él, González habíacompartido a diario lugares comunes de pensamiento, de ideas,momentos de trabajo, títulos para libros y la confianza de secretos ymurmullos sobre el excesivo conservadurismo de los corporativos dela Academia. Reconoció en Atienza a un hombre de pensamiento inno-vador y precursor, a “un sembrador de ideas [en suelo argentino]”, aquien se atrevió a ensayar las reformas en la educación mediante nue-vos métodos de la enseñanza del idioma, abandonando las rígidas yestéticas fórmulas de una gramática vetusta y adoptando los métodosque había ensayado en la Institución de Libre Enseñanza. González yAtienza se habían encontrado en maestros y libros. Diría González:“Queríamos ir juntos a derribar Pirineos intelectuales y económicos, ydejar entrar la lenta y prolífica invasión de las ideas extrañas”, y aña-dió: “Krause a través de Ahrens han sido su bautizo en la política fun-damental; Krause a través de Azcárate, Salmerón, Giner de los Ríos yotros nobles espíritus, han sido sus iniciadores”.45 Atienza y Gonzálezse habían encontrado, asimismo, en la convicción política del republi-canismo como forma de gobierno, aunque Atienza había persuadido aun convencido republicano federal de que no había por qué prescindirde las ventajas de otras fórmulas políticas liberales para alcanzar unademocracia.

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44 Más tarde, esas palabras se convirtieron en un folleto titulado “Escritor y maestro(Dr. Antonio Atienza y Medrano)”, que fue recogido en la recopilación de la totalidaddel trabajo de Joaquín V. González, Obras completas, vol. XIV (Buenos Aires 1935),pp. 359–371. La “velada necrológica” fue publicada en El Diario Español, 23 de marzode 1907.

45 González, “Escritor y maestro” (nota 44), p. 367.

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SALMERON Y LA MOVILIZACION POLITICA DE LOS

REPUBLICANOS ESPANOLES EN LA EMIGRACION

Atienza y Medrano, al igual que otros emigrantes de ideas republica-nas, como podían ser Rafael Calzada, Carlos Malagarriga, Justo Lópezde Gomara e Indalecio Cuadrado, participó del proceso de politizaciónde los españoles en la Argentina en nombre de un proyecto políticoregenerador del republicanismo en España. De hecho, al tiempo quedesde la Asociación Patriótica Española y el periodismo contribuyó aconstruir los repertorios de las versiones de modernidad y reforma delaquel presente de España, fue uno de los fundadores y miembros de lajunta directiva de la Liga Republicana Española que propiciaron losespañoles republicanos en la emigración.46 En 1903 la reorganizacióndel republicanismo en la Península, la unificación de las diferentestendencias en la Unión Republicana y la euforia por la consecución deuna representación sin precedentes en las Cortes de Madrid animarona los republicanos españoles en la Argentina a organizarse política-mente. Salmerón, ya viejo patriarca del republicanismo, impulsó laformación de la Liga Republicana Española en la Argentina. Tambiénlo hizo Alejandro Lerroux. Ellos eran los dos dirigentes más visiblesde aquel esfuerzo unificador del republicanismo español.

El despertar republicano en la Península había reencontrado a ciertogrupo de emigrados con la esperanza política que habían compartidoen España antes de emigrar; y además ofrecía la oportunidad de movi-lizar recursos y colectivos en la emigración en nombre de un republi-canismo regenerado políticamente vinculado al nombre de Salmerón.También, a la postre, contribuía al remozamiento de las visiones quese ofrecían en la Argentina de aquel presente de la vida política espa-ñola. Los momentos de mayor apogeo de la liga de los republicanosespañoles en la Argentina se produjeron entre 1904 y 1906, para mástarde languidecer. Los republicanos españoles en la Argentina acudie-ron al auxilio económico de los peninsulares con el fin de que salieseexitosa en términos políticos la experiencia de unidad de las diferentesfuerzas del republicanismo. Ocasión sin igual para demostrar que ladecisión por la emigración no había supuesto el abandono del senti-

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46 Duarte, La república (nota 7).

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miento patriótico, los republicanos españoles de la Argentina organi-zaron banquetes, colectas y donaciones para contribuir al esperanzadotriunfo de los republicanos en España. Salmerón insistió sobre la prio-ridad de recaudar dinero para impulsar el proyecto de democraciarepublicana desde los cauces legales, pero no quería dejar las andan-zas de la vida política española para viajar a la Argentina y agradecerel apoyo a la causa republicana de los españoles en la emigración. Eldestino de los fondos económicos acabó provocando conflictos en elinterior de la Liga. Unos creían que le correspondía a Salmerón recibirel dinero recaudado; otros, en cambio, creyeron que Lerroux debía serel destinatario. De un lado estaba Atienza y Medrano, del otro RafaelCalzada, el presidente de la Liga. En el medio de ambos, había unaserie de oportunos intermediarios de la amplia familia republicana queconvencerían a la dirigencia de la Liga sobre la conveniencia de desti-nar los recursos a Lerroux, quien se perfilaba como uno de los líderesmás prometedores de la esperanza republicana.47

Como contrapartida al esfuerzo económico de los emigrados re-publicanos, se le ofreció a Rafael Calzada una candidatura para el Par-lamento por Madrid, que en 1905 no resultó airosa pero en 1907 acabótriunfando. Tal iniciativa no había partido de Salmerón, y para ellocontó con el apoyo de su viejo discípulo, Atienza y Medrano. Éstehabía impugnado la candidatura de Calzada desde el órgano de la Aso-ciación Patriótica, la Revista España.48 Atienza no traicionaba a sumaestro Salmerón y se reconocía en esa franja de republicanos “tran-quilos” que creían en las posibilidades de hacer viable las reformasdemocráticas y sociales del republicanismo en el marco de una monar-quía democrática, desestimando acciones revolucionarias. Otros repu-blicanos emigrados, en cambio, apoyaban o bien las posturas másradicales de líderes que por entonces despuntaban en la Península –como Alejandro Lerroux o Blasco Ibáñez –, o bien las fórmulas con-ciliatorias entre republicanismo y un nacionalismo periférico queacabó conjugándose con la formación de Solidaridad Catalana. Entrelos primeros estaba Rafael Calzada y entre los segundos Carlos Mala-

297Republicanismo de Nicolás Salmerón en la Argentina

47 José Álvarez Junco, El emperador del paralelo. Lerroux y la demagogia populista(Madrid 1990), p. 297; y Duarte, La República (nota 7), p. 167.

48 Carlos Malagarriga, Prosa muerta. Herbario de artículos políticos (Buenos Aires1908), p. 175; y Duarte, La República (nota 7), p. 175.

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garriga – ambos reconocidos abogados españoles en Buenos Aires.Fue en los momentos de máxima tensión en el interior de la Ligacuando se produjo la repentina muerte de Atienza y Medrano.

Con todo, las diferencias en el seno de la Liga Republicana Espa-ñola en la Argentina reprodujeron las mismas contradicciones, fisurase incompatibilidades por liderazgos y métodos que se sucedieron en elpropio seno de la Unión Republicana de la Península, dirigida por Sal-merón.49 Distintos núcleos de la familia republicana aparentementeunificada pugnaban por encontrar fórmulas que mejor se adaptaran alclima de regeneración política del que participaron todas las fuerzaspolíticas e intelectuales tras el Desastre del 98. El republicanismo histórico había hecho crisis. En 1905 ciertos sectores del partido estu-diaron la posibilidad de conformar acuerdos con los sectores más de mocráticos del régimen monárquico, como el Partido Liberal. Losrepublicanos más radicales en la Unión pretendían dar un golpe defuerza al régimen monárquico, para lo que interpretaban que Salmerónera un obstáculo. También apostaron por otro tipo de ofertas políticas,con una acción más directa de las masas en la vida política, para lo quelíderes como Alejandro Lerroux buscaron el apoyo de los obreros deBarcelona. En medio de ambos extremos de la Unión Republicana,Salmerón, como jefe político, se decantó en el apoyo a SolidaridadCatalana, un proyecto político que intentaba conjugar los principiosdemocráticos, legalistas y reformistas del centro republicano con aspiraciones de descentralización por parte del nacionalismo catalán.Salmerón vio en aquel proyecto político la expresión de un regenera-cionismo parlamentario que podía ser operativo no sólo para Cataluña,sino también para otras regiones históricas en aras de canalizar políti-camente demandas al poder central. La pugna estaba planteada en elseno de la Unión Republicana y acabaría mostrando claramente dosmodelos de partido.50

Salmerón y sus ideas para encauzar políticamente el republicanismoeran por entonces mejor conocidas en la Argentina. A ello habían con-tribuido los repertorios construidos por las élites de la emigración de

298 Marcela García Sebastiani

49 Sobre las disputas entre Salmerón y Lerroux en la asamblea republicana, ver laopinión de Francisco Grandmontagne para La Prensa, 25 de julio de 1907.

50 Manuel Suárez Cortina, “Solidaridad catalana y los orígenes del Partido Radical”:El gorro frigio (nota 1), pp. 270–299.

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origen republicano en la Argentina y los mensajes que hicieron visiblela politización de colectivos a favor de la causa republicana en laPenínsula. De ahí que la “fuerza nueva” que representaba Solidaridadpara la vida política no haya pasado inadvertida por la prensa argentinaa la hora de informar sobre los acontecimientos políticos en España.51

Entonces, Caras y Caretas presentó a Salmerón como “el políticoespañol moderado y de moda”, y en un amplio reportaje aclaró a loslectores de Buenos Aires que Solidaridad Catalana no representaba unpeligro para la política nacional española.52

Difícil era que los republicanos españoles en Buenos Aires evitasenpronunciarse por el encuentro del republicanismo centrista y reformistacon las posturas del nacionalismo catalán. Desaparecido Atienza yMedrano, fue Carlos Malagarriga quien se pronunció a favor de laapuesta por Solidaridad hecha por Salmerón. Si bien en los tiempos desu juventud Malagarriga no había demostrado especial afinidad conaquel líder del histórico republicanismo, en 1907 celebró públicamenteel proyecto político de Solidaridad Catalana del ya anciano Salme-rón.53 Pero para el lúcido abogado y periodista español en la Argentinano se trataba sólo de apoyar el proyecto de un viejo patriarca republi-cano, sino también de decantar la movilización de activos y recursosde las élites del colectivo de españoles en la Argentina que había gene-rado el republicanismo peninsular en nuevas empresas patrióticas dela colectividad. El empeño de Malagarriga fue, entonces, formar unadelegación argentina de Solidaridad Catalana. Para ello contaba con laadhesión de uno se los publicistas españoles mejor conocidos en laArgentina, Justo López de Gomara.

Sin embargo, el proyecto de Malagarriga no estaba encarrilado agestionar recursos, símbolos y fuerzas del colectivo de españoles enfunción de las derivas nacionalistas del republicanismo que en laPenínsula no acabaría de encontrar su cauce político, sino, más bien,en el emprendimiento de iniciativas en nombre del patriotismo espa-ñol que facilitaran tanto el reconocimiento del colectivo y de sus élitesen la sociedad de origen y en la de acogida como la asimilación en estaúltima; de ahí su idea de dotar de un ordenamiento legal a las diferen-

299Republicanismo de Nicolás Salmerón en la Argentina

51 Ver, por ejemplo, La Nación, editorial del 22 de julio de 1907.52 “Reportaje a Salmerón”: Caras y Caretas 459, año X, 20 de julio de 1907.53 Malagarriga, Prosa muerta (nota 48), pp. 211–213.

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tes asociaciones españolas (Sociedad de Socorros Mutuos, el HospitalEspañol, el Club Español, la Cámara de Comercio) reunidas en unaconfederación sostenida por una contribución económica de todos susmiembros a fin de lograr una protección legal a todos los emigrantes.Al frente de la gestión debía estar la Asociación Patriótica Española;asociación que desde los tiempos de su fundación – en 1896 – sabíadesarrollar, mejor que otras, iniciativas patrióticas en el seno de lacolectividad.54

Pero ni los intentos de explicar en qué se había decantado el re-publicanismo histórico de Nicolás Salmerón por parte de la opiniónpública argentina, ni las propuestas de Malagarriga para activar nue-vas empresas patrióticas de la colectividad española acabarían produ-ciendo reajustes a su favor en el seno del republicanismo español en ladiáspora. La ruptura entre los republicanos españoles en la Argentinafue tan inevitable como la de los republicanos en la Península. La sellóla llegada de Lerroux a Buenos Aires meses antes de la muerte de Sal-merón, en noviembre de 1908, la que, sin embargo, poco pudo hacerpara reactivar el republicanismo entre el colectivo de los emigrantes.Más bien, su fracaso dejó paso a otras iniciativas patrióticas, que tam-bién cohesionarían a las élites del colectivo de emigrantes españo-les, pero que desde entonces se harían en nombre de un liberalismomonárquico que encontraría sus apoyos en la Argentina entre los anti-guos republicanos. Las máximas expresiones de patriotismo español yde hispanofilia en la Argentina que generaría la visita de la infantaIsabel para las celebraciones del Centenario de 1910, y que avivaríanlos liberales monárquicos españoles, acabaron ensombreciendo la pro -yección de las ideas y la acción política en la Argentina del republicanoespañol conocido por sus posturas conciliatorias del reformismo polí-tico y social de finales del siglo XIX y comienzos del XX.

300 Marcela García Sebastiani

54 El Diario Español, 5 y 9 de junio de 1907.

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