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(ARTÍCULO EN PRENSA) POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LOS CATECISMOS POLÍTICOS AMERICANOS DURANTE LA INDEPENDENCIA, 1786–1825 Javier Sáenz del Castillo Caballero Universidad CEU San Pablo SUMARIO: I INTRODUCCIÓN Y ESTADO DE LA CUESTIÓN. II LOS CATECISMOS POLÍTICOS Y LA PEDAGOGÍA CATEQUÉTICA CIVIL EN LOS SIGLOS XVIII Y XIX. IIIPOLÍTICA Y RELIGIÓN EN LOS CATECISMOS POLÍTICOS AMERICANOS. 1 La Soberanía, fundamento de la relación entre política y religión. 2 La divinización de la política: entre la confesionalidad y el mimetismo. IV CONCLUSIONES. BIBLIOGRAFÍA I. INTRODUCCIÓN Y ESTADO DE LA CUESTIÓN. Los medios propagandísticos a través de los que se expresaron las distintas ideologías y corrientes de pensamiento durante la independencia hispanoamericana fueron muy diversos: proclamas, pasquines, folletos, discursos, sermones, prensa, libros, etc. Una de las formas más llamativas de esta publicística son los catecismos políticos, 1

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(ARTÍCULO EN PRENSA)

POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LOS CATECISMOS POLÍTICOS AMERICANOS

DURANTE LA INDEPENDENCIA, 1786–1825

Javier Sáenz del Castillo Caballero

Universidad CEU San Pablo

SUMARIO:

I INTRODUCCIÓN Y ESTADO DE LA CUESTIÓN.

II LOS CATECISMOS POLÍTICOS Y LA PEDAGOGÍA CATEQUÉTICA CIVIL EN LOS

SIGLOS XVIII Y XIX.

IIIPOLÍTICA Y RELIGIÓN EN LOS CATECISMOS POLÍTICOS AMERICANOS.

1 La Soberanía, fundamento de la relación entre política

y religión.

2 La divinización de la política: entre la

confesionalidad y el mimetismo.

IV CONCLUSIONES.

BIBLIOGRAFÍA

I. INTRODUCCIÓN Y ESTADO DE LA CUESTIÓN.

Los medios propagandísticos a través de los que se

expresaron las distintas ideologías y corrientes de

pensamiento durante la independencia hispanoamericana fueron

muy diversos: proclamas, pasquines, folletos, discursos,

sermones, prensa, libros, etc. Una de las formas más

llamativas de esta publicística son los catecismos políticos,

1

un tipo de texto que apareció en las últimas décadas del siglo

XVIII en Europa y que se generalizó a uno y otro lado del

Atlántico a lo lago del siglo XIX. Dichos catecismos se

revelaron como uno de los instrumentos más eficaces en la

difusión de las nuevas ideas y en su inculcación entre las

gentes, especialmente cuando se usaba como herramienta de

instrucción, como ocurrió en la misma América con más

intensidad tras la independencia, al establecerse los sistemas

de escolarización desde los nuevos Estados republicanos.

Estos escritos han sido objeto de una atención creciente

por parte de los historiadores desde que en 1943 apareció el

primer trabajo que abordaba el tema, el libro de Ricardo DONOSO

titulado El Catecismo Político Cristiano. En esta obra se analizaba el

texto que, con dicho título, fue publicado en Santiago de

Chile en 1810. Aunque Donoso hacía referencias a otros dos

catecismos publicados en fechas cercanas, el Catecismo de los

Neófitos y el Catecismo o Despertador Patriótico, Cristiano y Político —ambos

editados en Argentina en 1811, en Buenos aires y Salta

respectivamente—, lo hacía desde la consideración de que estos

eran un mero eco o efecto de la publicación del chileno de

1810 en el que él se centraba, por lo que no cabe considerar

la obra de Donoso como un estudio genérico sino como el

análisis de un título específico.

Una década después, el prestigioso historiador y jesuita

2

argentino Guillermo FURLONG CARDIFF publicó un artículo en el

que abordaba uno de los primeros catecismos políticos

americanos, titulado Lázaro de Ribera y su Breve Cartilla Real. En este

caso se trataba del estudio de un texto con dos peculiaridades

decisivas: es un escrito muy anterior a los movimientos de

independencia, y doctrinalmente se situaba en las antípodas de

los que había publicado Donoso, pues era una obra regalista y

no un texto independentista. Quedaban así a la vista desde las

primeras investigaciones dos aspectos que son fundamentales a

la hora de acercarse al estudio de este tipo de literatura en

América: primero, que su aparición en el Nuevo Mundo es

anterior al proceso de emancipación y paralela en el tiempo a

la difusión de este género en Europa; y segundo, que esta

literatura no se asocia a una ideología o pensamiento

específico, sino que es un recurso publicístico propio de la

época utilizado por las diferentes corrientes existentes por

entonces.

En el siguiente decenio apareció otro trabajo dedicado al

tema: en 1964 Pedro GRASÉS publicó en Caracas El catecismo religioso

y político del doctor Juan Germán Roscio, un opúsculo dedicado a un

catecismo neogranadino del que no nos han llegado ejemplares

pero del que tenemos noticias coetáneas. Grasés analiza aquí

tanto el catecismo en cuestión como el autor, siguiendo la

estela de Donoso. Con este estudio quedaba claro que el

fenómeno de los catecismos iba más allá de una región

3

americana y se encontraba presente en lugares tan distantes

como eran el Cono Sur y la Nueva Granada. Y ya en 1970,

encontramos la última de estas obras pioneras1, caracterizadas

todas ellas por estar dedicadas a un solo título; se trata de

la obra de Walter HANISCH ESPÍNDOLA El Catecismo Político Cristiano: las

ideas y la época, 1810, editada en Santiago de Chile.

Poco a poco, estas publicaciones despertaron el interés

por un tipo de documentos de los que, pese a ser casi

desconocidos hasta entonces por la historiografía, se percibía

una importancia testimonial de primer orden. En ese sentido,

estos primeros trabajos mostraban tales catecismos como una

fuente inmejorable para el estudio de la Historia de las

Ideas, pues por su formato didáctico y por su carácter

expositivo ofrecen una expresión directa de las doctrinas y

las estrategias que motivaban su aparición. No es de extrañar

que poco después empezasen a publicarse ediciones facsimilares

o recreaciones de algunos de estos textos, como el facsímil

del Catecismo o Instrucción Popular de 1814, del colombiano Juan

Fernández de Sotomayor, editado en Bogotá en 1976, o el

estudio sobre los catecismos españoles que publicó en Granada

en 1978 Alfonso CAPITÁN DÍAZ, en el que reproducía varios de

ellos.

1 De todas estas obras, así como de los catecismos que aparecenmencionados en el texto, se da la cita correspondiente en la bibliografíaque acompaña a este trabajo.

4

En este contexto aparece una figura que ha sido clave en

el estudio de estos documentos: el historiador colombiano

Javier OCAMPO LÓPEZ, quien hizo una primera aproximación al

tema en su trabajo de 1980 El proceso ideológico de la emancipación,

retomado posteriormente en 1988 con Los catecismos políticos en la

independencia de América: de la Monarquía a la República. Con estas obras

Ocampo estableció un antes y un después en el análisis de este

tipo de literatura, pues era el primer intento de estudio

genérico de la misma y sentó las bases del análisis

comparativo de los catecismos desde el punto de vista de la

Historia de las Ideas.

Junto a él hay otro autor que ha resultado decisivo en

señalar la metodología para el tratamiento de estos textos:

Rafael SAGREDO BAEZA, con su artículo de 1996 titulado Actores

políticos en los catecismos patriotas y republicanos americanos, 1810–1827.

Recientemente, apenas publicada en 2009 en el contexto de las

conmemoraciones de los bicentenarios, debemos a este mismo

autor la recopilación de catecismos americanos de este periodo

más importante hasta la fecha, Los catecismos políticos americanos,

1811–1827, en la que se recogen diez de estos escritos tanto

de la América española como portuguesa. Mientras que Ocampo ha

basado sus análisis fundamentalmente en el estudio de las

corrientes ideológicas en que se insertan cada uno de estos

textos, Sagredo se ha centrado en las ideas y conceptos que

aparecen en ellos. Se trata, pues, de dos enfoques que se

5

complementan a la perfección, resultando de ello el esquema

metodológico más adecuado para el análisis de estos

documentos. Siguiendo la estela de Ocampo y Sagredo han ido

realizándose diferentes trabajos sobre este tema –la mayoría

centrados en aspectos regionales–, en los últimos quince años,

de los que se recogen los más importantes en la bibliografía

que acompaña a estas páginas.

Esta comunicación sigue los pasos señalados por estos dos

investigadores, analizando uno de esos conceptos, la relación

entre política y religión a través de la fundamentación última

de la Soberanía, y esto en función de cuál sea la corriente

doctrinal o ideológica en que podemos situar los distintos

documentos que aquí se analizan. Pero, en cualquier caso, no

hay que olvidar que esta peculiar literatura es por encima de

todo una adaptación de una metodología de enseñanza propia de

la Iglesia, por lo que, al margen de las obras y autores que

se dedican específicamente a tratar de los catecismos

políticos, hay que tener en cuenta las obras que se dedican al

estudio de la catequesis religiosa. En este sentido, hay que

destacar la voluminosa obra de Luis RESINES (1996) La catequesis en

España. Historia y textos, quien no sólo proporciona una amplia

bibliografía general sobre el tema –especialmente útil en lo

que se refiere a la metodología catequética–, sino que dedica

un epígrafe específico titulado «la catequesis y la política»

al género aquí tratado, en el estudiar el siglo XIX, con

6

referencias expresas al caso de América2.

II. LOS CATECISMOS POLÍTICOS Y LA PEDAGOGÍA CATEQUÉTICA CIVIL EN LOS

SIGLOS XVIII Y XIX.

Sobre la aparición y difusión de este tipo de textos y su

importancia se ha escrito en casi todos los trabajos que

abordan este tema, hasta el punto de que, en la práctica,

parece obligado dedicar al menos un párrafo introductorio para

referirse a ello. Sin embargo, fuera de recoger una serie de

aspectos ―generalmente pocos― las más de las veces obvios,

apenas se profundiza en esta cuestión; como trabajo genérico

sobre el origen y propagación de estos catecismos en Europa,

se puede citar el artículo de María Ángeles SOTÉS ELIZALDE y

poco más3. Básicamente podemos reducir lo que se afirma en

estos estudios a dos aspectos: establecer un marco cronológico

para su aparición y difusión, cuestión que viene dada por la

simple tarea recopilatoria de los documentos utilizados en la

investigación correspondiente, y señalar la simplicidad del

método catequístico como un factor decisivo en el éxito de su

intención instructiva o divulgativa. Sobre este segundo punto

la mayoría de los trabajos se limitan a consignar o

parafrasear las palabras con que Javier Ocampo se expresa en

2 Luis RESINES, La catequesis en España. Historia y textos, Madrid, BAC, 1997, pp. 505–514.3 María Ángeles SOTÉS ELIZALDE, «Catecismos políticos e instrucción políticay moral de los ciudadanos (siglos XVIII y XIX) en Francia y España»,Educación XXI, Revista de la Facultad de Educación, nº 12, 2009, pp. 201–218.

7

el primer epígrafe de su trabajo de 19884.

Sin embargo, creo que en la mayoría de estos estudios se

ha dejado de lado uno de los aspectos más importantes en el

análisis de estos escritos: la importancia intrínseca del

método catequístico, en la sociedad de la época, como clave

para la valoración de este tipo de literatura. Y es que estos

catecismos son un instrumento, instructivo y propagandístico

al mismo tiempo, que utiliza un formato al que la sociedad de

la época estaba acostumbrada, y un formato, además, que

presenta unas características que lo hacían especialmente útil

para la finalidad que se perseguía con esos escritos, y sobre

todo en el caso de los catecismos políticos5. Efectivamente,

en una sociedad sacralizada como es la occidental hasta la

4 Javier OCAMPO LÓPEZ, Los catecismos políticos en la independencia de América: de laMonarquía a la República, Tunja (Colombia), Universidad Pedagógica yTecnológica de Colombia, 1988, pp. 11–13. Así, por ejemplo, Jorge CONDECALDERÓN, «Representaciones y catecismos políticos en el origen de lapedagogía de la nación », en Ensayos de Historia, Educación y Cultura, Barramquilla(Colombia), Universidad del Atlántico, 2000, pp. 41–56, o Nydia RUIZ. «Loscatecismos políticos en España y América (1793–1814)», en GARCÍA JORDÁN, P.(coord.): Memoria, creación e historia: luchar contra el olvido, Barcelona, Universidadde Barcelona, 1994, pp. 211–227, o el propio Rafael SAGREDO en las obras yacitadas.5 De hecho, antes de la aparición de este peculiar género que son loscatecismos políticos, ya habían aparecido a lo largo del siglo XVIII otrosque aplicaban esta metodología didáctica a la instrucción de diferentessaberes, aprovechando la eficacia pedagógica de este tipo de texto. Así,en la Biblioteca Nacional de Madrid, por ejemplo, hay ejemplares de unaGramática militar de táctica para la Cavallería, o Instrucción abreviada, en preguntas y respuestas,que facilita la inteligencia de su manejo y puede servir de Catecismo teórico para el examen de losoficiales y soldados, obra del Marqués de Arellano publicada en Madrid en 1767;de un Catechetischer Unterricht vor Bienen (Catecismo instructivo del aficionado alas abejas), de M.H. VON LÜTTICHAW, editado en Dresde en 1782, o un Catecismosobre las muertes aparentes, llamadas asfixias, traducción aparecida en Madrid en1784 del original francés escrito por Jacques Joseph DE GARDANNE.

8

“Era de las Revoluciones”6, el protagonismo que tiene la

religión se manifiesta, entre otras cosas, en la enseñanza de

la misma, ámbito en el que la catequesis es el procedimiento

más extendido y que alcanza a más amplias capas de población.

Al trasladar este recurso didáctico a la formación política,

el nuevo mensaje, esta vez temporal en vez de espiritual, se

reviste por analogía y mimetismo con su original de una

autoridad más allá de lo que son opiniones humanas sobre

cuestiones temporales, pues la gente se encuentra acostumbrada

a que a través de esta pedagogía se expongan de manera

irrefutable cuestiones dogmáticas de carácter sobrenatural y

avaladas por la autoridad de una institución como es la

Iglesia. Esta analogía la podemos observar incluso

directamente en el lenguaje de muchos de estos textos, pero

probablemente el ejemplo más extremo sea el anónimo catecismo

novohispano de 1820 titulado Cartilla o catecismo del ciudadano

constitucional, publicado ese año en la Ciudad de México.

6 Debemos emplear con preferencia la expresión “Era de las Revoluciones”frente a la de “Crisis del Antiguo Régimen”, aunque ésta sea más habitualen el ámbito de la historiografía continental e iberoamericana, no sóloporque la significación de la primera se corresponde mucho mejor a larealidad de los acontecimiento que engloba ―los conflictos políticos eideológicos que afectaron a todo occidente desde el último cuarto delsiglo XVIII hasta mediados del siglo XIX cuando menos―, sino porque laexpresión “Crisis del Antiguo Régimen, generalizada a partir de la obra deTocqueville El Antiguo Régimen y la Revolución, de 1856, lleva implícita en susemántica la propia concepción y explicación revolucionaria de eseproceso. Véase sobre ello lo que expongo en mi artículo: Javier SÁENZ DELCASTILLO CABALLERO, «Una época de cambios: revisión del conceptohistoriográfico “Crisis del Antiguo Régimen”», Altar Mayor, nº 128, 2009,pp. 899–910.

9

Además, en una sociedad con un alto porcentaje de

analfabetismo y en la que una gran parte de la población

ilustrada apenas alcanza el grado de lo que se denominan

“primeras letras”, para un amplio sector popular esta

enseñanza era el más importante, si no el único, medio de

acceso a algún tipo de conocimiento reglado y de actividad más

o menos especulativa; esto fortalece aún más la autoridad del

mensaje por asociarlo con un formato que, mayoritariamente, se

identifica como un instrumento objetivamente valioso por el

que se transmite un beneficio (la instrucción más elemental) a

la sociedad.

Por otro lado, la metodología mayéutica (el “arte de

Sócrates”, como ha sido denominado7) que sigue la catequesis

permite planificar una gradación en la exposición de las ideas

y en la demostración y profundización de las mismas para

conseguir el mayor éxito posible en los fines propagandísticos

e instructivos que se persiguen. El resultado es un tipo

textual que no sólo sirve para la expresión y difusión de las

ideas propias como forma de propaganda y proselitismo, sino

que es también un eficaz instrumento, mediante el método de7 «El método del arte mayéutica (…) consiste en llevar al interlocutor aldescubrimiento de la verdad mediante una serie de preguntas y respuestas(y la exposición de las perplejidades a que van dando origen lasrespuestas). El interlocutor llega, por fin, a engendrar la verdad,descubriéndola por sí mismo y en sí (como en el muy citado ejemplo delMenón, el esclavo descubre que sabía geometría). En la idea de lamayéutica se halla implicada la idea de reminiscencia, la cual semanifiesta en el reconocimiento de la verdad cuando es presentada alalma.» José FERRATER MORA, Diccionario de Filosofía, Barcelona, RBA, 2005; voz«mayéutica», tomo III, p. 2339.

10

explicación/contestación/refutación a través de preguntas,

para demostrar su validez y para criticar las ideas ajenas o

contrarias.

III. POLÍTICA Y RELIGIÓN EN LOS CATECISMOS POLÍTICOS AMERICANOS.

Volviendo a los catecismos políticos, es necesario

señalar que hay importantes diferencias entre unos y otros,

tanto desde el punto de vista político como religioso y

filosófico, no sólo por las diferencias de ideas y doctrinas

allí expuestas, sino por la diferencia en la fundamentación de

esas mismas ideas ―aun cuando éstas puedan resultar

coincidentes―, o en las consecuencias que se pretenden extraer

de tales planteamientos, o las diferentes posturas que se

proponen frente a aspectos específicos de la política como son

las formas de gobierno o los conceptos fundamentales de la res

publica8. Todo esto hace que no podamos agrupar estos

catecismos en una única división en función de su supuesta

adscripción ideológica, sino en varias, según las diferentes

cuestiones concretas que queramos estudiar en cada caso. Y es

que los catecismos políticos recogen ideas ilustradas, pero

también tesis eclesiásticas o de la tradición del Derecho y la

Filosofía política hispano–indiana, de raíz escolástica, como

son los jesuitas Juan de Mariana y Francisco Suárez o el

8 Véase Rafael SAGREDO BAEZA, «Actores políticos en los catecismos patriotasy republicanos americanos, 1810–1827», Historia Mexicana, vol. XLV nº 3, 1996,pp. 501–537.

11

dominico Francisco de Vitoria9. En definitiva, en los

catecismos nos encontramos toda la variedad de influencias

doctrinales, a veces contradictorias y paradójicas, que

sustentan la independencia y que estudió en su momento Carlos

STOETZER en una obra clásica e imprescindible, El pensamiento

político en la América española durante el periodo de la emancipación (1789–

1825).

Según Luis Resines10 en su obra citada, hallamos tres

posturas sobre la relación entre política y religión en estos

catecismos:

1- Los que recurren a la religión para legitimar la

postura concreta de una autoridad política; este es el

modelo generalizado en España en los primeros momentos

de la lucha contra la Francia napoleónica, en

catecismos editados en la península y que serán

profusamente difundidos en los territorios americanos,

y en los que aparecen expresiones como “triunfo del

cristianismo” y “triunfo de la verdadera

civilización”, que luego encontrarán eco en algunos de

los ejemplares americanos. Pero este modelo arranca ya

de los primeros catecismos políticos, especialmente en

los del XVIII, que defienden posturas regalistas, o en

9 Véase Walter HANISCH ESPÍNDOLA, El catecismo político cristiano: las ideas y la época, 1810,Santiago de Chile, Imprenta Andrés Bello, 1970, pp. 50–91, y Javier OCAMPOLÓPEZ, op.cit., p. 9, este último sobre el catecismo de Sotomayor y lasdoctrinas de Vitoria.10 Luis RESINES, op.cit., pp. 505–514.

12

el francés de Napoleón Catéchisme à l’usage dans toutes les

Eglises de l’Empire français, del año 1806 y que en España fue

editado en 1807 en Madrid.

2- En segundo lugar, los catecismos que siguen el camino

contrario, es decir deslegitimar expresamente una

opción política, a la que se presenta como “enemigos

de la iglesia”. El ejemplo español característico de

primera hora es el Catecismo civil y breve compendio de las

obligaciones del Español, conocimiento de su libertad y explicación de su

género, útil en las actuales circunstancias, puesto en forma de diálogo,

del año 1808, que recoge expresiones ya famosas como

ésta: «―¿De quién procede Napoleón? ―Del infierno y

del pecado (…) ―¿Quiénes son los franceses? ―Antiguos

cristianos y herejes nuevos». Encontraremos luego

ejemplos parecidos en América.

3- Y un tercero los que se denominan globalmente

“catecismos constitucionales”, cuya finalidad

principal es la exposición del Nuevo Régimen y sus

instituciones, pero que, en consonancia con el primer

tipo recogen razones religiosas o laicas para

justificar el nuevo orden constitucional; este es el

tipo que marca fundamentalmente la catequesis cívica

del siglo XIX, tanto en España como en América,

articulada fundamentalmente a través de los sistemas

de escolarización estatales. Este tipo es el que

entronca con los primeros catecismos franceses durante

13

la revolución, como el catecismo revolucionario, y

luego en España con los doceañistas, y en América

posterior.

Esta clasificación de Resines, siendo útil, responde más

bien al uso externo que se hace de la religión, considerando a

ésta como un simple apoyo para fortalecer las posturas que

contienen esos catecismos, más que a la relación intrínseca entre

la religión y las ideas defendidas o expuestas en los mismos,

considerando en este caso a la fe no tanto como un apoyo

cuanto como la causa fundamental y última ―o no― de esas

posturas. De forma quizá excesivamente simplificada, creo que

se puede afirmar que la relación entre política y religión en

los catecismos políticos americanos de este periodo

―incluyendo la etapa precedente al movimiento de

independencia― gira alrededor de dos puntos esenciales: la

fundamentación de la Soberanía y la sacralización de la

política.

Antes de entrar en materia respecto al objeto de este

trabajo, empezaré por describir la fuente documental en la que

me he basado para realizar este estudio. He conseguido

localizar 23 catecismos políticos aparecidos o distribuidos

con certeza en América en la época que nos ocupa. Estos 23

documentos abarcan el periodo que va desde 1786, fecha de la

publicación del primero de ellos, hasta 1825, año que por

14

convención se toma como referencia para el final de la

independencia hispanoamericana, tras la derrota realista en

Ayacucho y la capitulación del virrey La Serna. Es decir, todo

el proceso de la independencia y su etapa precedente,

caracterizada por el auge de las ideas ilustradas, en vísperas

de la Revolución francesa, y la inquietud creciente en la

América española, por la difusión de esas mismas nuevas ideas

y por los efectos de las reformas borbónicas en lo que se ha

dado en llamar a “segunda conquista” de América11, caldo de

cultivo para el descontento sobre el que arraigan las ideas

que se enfrentan durante las luchas del periodo 1810–1825. En

orden cronológico, estos 23 textos son los siguientes:

1. SAN ALBERTO, José Antonio de (Arzobispo de Charcas) (1786).

Catecismo Real, en que por preguntas y respuestas se enseña

catequísticamente en veinte lecciones las obligaciones que un vasallo debe a su

Rey y Señor. Madrid, Imprenta de José Doblado. Editado

también en Lima en 1818.

2. VILLANUEVA Y ASTENGO, Joaquín Lorenzo (1793). Catecismo del

Estado según los principios de la Religión. Madrid, Imprenta Real.

Editado también en Cádiz en 1812.

3. RIBERA ESPINOSA DE LOS MONTEROS, Lázaro de (1796). Breve

11 Sobre el significado y alcance de esta “segunda conquista”, cfr. la obraclásica de John LYNCH Las revoluciones hispanoamericanas 1808–1826, Barcelona,Ariel, 1985, pp. 9–35.

15

Cartilla Real. Asunción de Paraguay, s.n.

4. ANÓNIMO (1808). Catecismo civil, o breve compendio de las obligaciones del

español, conocimiento práctico de su libertad, y explicación de su enemigo,

muy útil en las actuales circunstancias, puesto en forma de diálogo. S.l.,

s.n. Editado también en México en 1808, y en Lima en 1809.

5. ANÓNIMO (1810). Catecismo Político para instrucción del Pueblo Español.

Cádiz, Imprenta Real. Editado también en México en 1811.

6. JOSÉ AMOR DE LA PATRIA (seudónimo de Jaime ZUDÁNEZ, según

Ricardo Donoso) (1810). Catecismo Político Cristiano para la instrucción

de la juventud de los pueblos libres de la América Meridional. Santiago de

Chile, s.n.

7. ANÓNIMO (1811). Catecismo Público para Instrucción de los Neófitos o

recién convertidos al Gremio de la Sociedad Patriótica. Buenos Aires,

Imprenta de los Niños Expósitos.

8. ANÓNIMO (1811). Catecismo o Despertador Patriótico, Cristiano y Político

que se ha formado en Diálogo para el conocimiento de la sagrada causa que la

América del Sur se propone en recuperar su Soberanía, su Imperio, su

Independencia, su Gobierno, su Libertad y sus Derechos, que se dedica a los

Paisanos y Militares voluntarios de las Provincias de Salta, que se llaman

Gauchos. Salta (Argentina), s.n.

16

9. CAÑETE Y DOMINGUEZ, Pedro Vicente (1811). Catecismo para la

firmeza de los verdaderos patriotas y fieles vasallos del Señor Don Fernando

VII, contra las seductivas máximas que contiene el pseudocatecismo impreso en

Buenos Aires. Lima, Real imprenta de los Huérfanos.

10. D.J.C. (José Caro Sureda, según Miguel Ángel Ruiz de

Azúa) (1812). Catecismo Político, arreglado a la Constitución de la

Monarquía Española. Cádiz, Imprenta de Lema, y Palma de

Mallorca, Imprenta de Miguel Domingo. Editado también en

Lima en 1813, y en Puebla (México) en 1820.

11. HENRÍQUEZ, Camilo (1813). Catecismo de los Patriotas. Santiago

de Chile, El Monitor Araucano.

12. FERNÁNDEZ DE SOTOMAYOR, Juan (1814). Catecismo o Instrucción

Popular. Cartagena de Indias, Imprenta del Gobierno. Editado

también en Bogotá en 1820.

13. ANÓNIMO (1816). Catecismo político sentencioso o Doctrina del buen

ciudadano amante de su Religión, de su Patria y de su Rey, promulgado por

la Inquisición de México (impreso por la de España) en

1816.

14. DELGADO MORENO, Mateo (1816). Instrucción pastoral de las

obligaciones del vasallo para con su rey. Badajoz, Imprenta de la

Capitanía General.

17

15. REYES, Judas Tadeo de (1816). Elementos de moral y política, en

forma de catecismo filosófico christiano, para enseñanza del pueblo y de los

niños de las escuelas de Santiago de Chile. Lima, Imprenta de Tadeo

López.

16. ROSCIO, Juan Germán (1818). Catecismo Religioso Político contra el

Real Catecismo de Fernando VII. Maracaibo, s.n.

18

17. ANÓNIMO (1820). Cartilla o catecismo del ciudadano constitucional o El

Padre Nuestro Constitucional. México, Imprenta de Mariano

Ontiveros.

18. LATO MONTE, Ludovico de (seudónimo de Luis de Mendizábal)

(1821). Catecismo de la Independencia en Siete declaraciones. México,

Imprenta de Mariano Ontiveros.

19. SANTOS LOMBARDO Y ALVARADO, José (1822). Catecismo político

dedicado al pueblo. San José de Costa Rica, s.n.

20. ROA, Victoriano (1823). Catecismo político e instructivo de las

obligaciones del ciudadano. Para uso de los habitantes del estado libre de

Xalisco. Guadalajara (México), Imprenta del Ciudadano Urbano

San Román.

21. GRAU, José (1824). Catecismo político arreglado a la Constitución de

la República de Colombia. Para uso de las escuelas de primeras letras del

departamento de Orinoco. Bogotá, Imprenta de la República.

22. GONZÁLEZ, Antonio (1825). Catecismo político para la primera

enseñanza de las escuelas de la República del Perú. Arequipa, Imprenta

del Gobierno.

23. LANDER, Tomás (1825). Manual del colombiano o explicación de la Ley

Natural. Caracas, Imprenta de Tomás Antero.

19

Para el trabajo realizado, he dejado fuera de este

análisis seis de estos catecismos, los últimos de esta lista,

aparecidos todos ellos en la última fase de la independencia,

entre 1820 y 1825. La razón para excluir estos textos ha sido

que, aunque cronológicamente parezcan estar insertos en el

proceso emancipador, en realidad no es del todo así: estos

catecismos vieron la luz en regiones en las que, en el momento

de su publicación, la independencia ya era un hecho, y por

ello las ideas que en ellos se recogen no se expresan en

términos de contraposición entre la independencia y la

integridad de la Monarquía española, sino como exposición de

las nuevas ideas que se proponen para la fundación e

institucionalización de las nuevas repúblicas ya emancipadas.

Se trata, cronológicamente, del mexicano Catecismo de la

Independencia en Siete declaraciones, de Ludovico Lato Monte, (1821),

del centroamericano Catecismo político dedicado al pueblo, de José

Santos Lombardo (1822), del también mexicano Catecismo político e

instructivo de las obligaciones del ciudadano, de Victoriano Roa (1823),

de los colombianos Catecismo político arreglado a la Constitución de la

República de Colombia, de José Grau (1824) y Manual del colombiano o

explicación de la Ley Natural, de Tomás Lander (1825), y del peruano

Catecismo político para la primera enseñanza de las escuelas de la República del

Perú, de Antonio González (1825).

De los 17 catecismos restantes, he podido consultar 13 de

20

ellos, pues no he conseguido localizar ejemplares ni

reproducciones del catecismo de la Inquisición mexicana de

1816, el Catecismo político sentencioso o Doctrina del buen ciudadano amante

de su Religión, de su Patria y de su Rey, del publicado el mismo año por

quien fuera obispo de Badajoz, Mateo Delgado Moreno, bajo el

nombre de Instrucción pastoral de las obligaciones del vasallo para con su rey,

ni del catecismo limeño de Tadeo Reyes titulado Elementos de

moral y política, en forma de catecismo filosófico christiano, para enseñanza del

pueblo y de los niños de las escuelas de Santiago de Chile. Hay que hacer una

salvedad respecto al venezolano Catecismo religioso político contra el

Real Catecismo de Fernando VII, de Juan Germán Roscio (1819), y es

que hasta donde he comprobado por la bibliografía y en las

diferentes bibliotecas consultadas, nadie ha encontrado

ejemplar ninguno de este texto; la única información directa

del contenido del mismo es la noticia que el mismo Roscio

publicó en el periódico El Correo del Orinoco,12, y de la que sólo

se puede sacar en claro que rebatía el catecismo del obispo de

Badajoz también mencionado.

A pesar de la ausencia de estos cuatro textos, la cifra

de los catecismos consultados nos da un registro lo

suficientemente amplio de la documentación (porcentualmente

algo más del 80% del material conocido) como para poder

extraer conclusiones fiables. De todas formas, creo

12 El opúsculo citado de Pedro Grasés de 1964 se centra en la persona delautor, y respecto al contenido del catecismo se fundamenta en esa noticiade El Correo del Orinoco y en otros testimonios del propio Roscio, pero sin queesas referencias le permitan describirlo con el detalle deseable.

21

conveniente llamar la atención sobre este punto, pues para

otro tipo de estudios que tengan por objeto esta literatura

atendiendo a los bandos políticos enfrentados durante las

revoluciones de independencia hispanoamericanas, será muy

importante localizar estos ejemplares que aquí no he podido

consultar, pues como se puede suponer por el autor, título,

lugar y fecha de su publicación, la mayoría de ellos se

corresponden con la postura monárquica tradicional, que es la

menos presente en el conjunto de toda esta literatura.

1. La Soberanía, fundamento de la relación entre política

y religión.

En cuanto a este primer aspecto, la clave de esa relación

está en si se entiende la Soberanía como algo procedente de

Dios, y por tanto fundamentado teológicamente, o como algo

independiente o ajeno a la divinidad y por consiguiente

fundamentado de forma laicista, en términos exclusivamente

temporales o sociales. Se trata de comprobar hasta qué punto

estaba avanzado el proceso de secularización13 en el ámbito de

la política, lo que es el pilar fundamental de la nueva

filosofía política que se extiende con la Ilustración14. Y es13 Sobre la secularización como rasgo principal de la Modernidad y susignificado en la esfera de lo político, posiblemente la mejor obra dereferencia sea la de Carlos VALVERDE MUCIENTES, Génesis, estructura y crisis de laModernidad, Madrid, BAC, 2003.14 El estudio de Carlos STOETZER citado al principio de este epígrafe siguesiendo la obra de referencia sobre las bases ideológicas de laindependencia. Cfr. José ANDRÉS GALLEGO, «La pluralidad de referenciaspolíticas», en François–Xavier Guerra, (dir.), Revoluciones Hispánicas:independencias americanas y liberalismo español, Madrid, Universidad Complutense,1995, pp. 127–142, y Antonio ANNINO/François–Xavier GUERRA (coords.),

22

que no podemos olvidar que, por encima de todo, las

independencias hispanoamericanas son ante todo revoluciones

políticas de cariz ilustrado, las primeras en la estela de la

francesa de 1789 y la norteamericana de 1776, y que abren el

ciclo de las llamadas “revoluciones liberales” de la primera

mitad del siglo XIX que implica el cambio al mundo

contemporáneo, tal y como hoy lo conocemos.

En definitiva, estamos ante un asunto que, más que

político, es metapolítico, y por tanto previo a la elaboración

de una propuesta de sistema o régimen: ¿estamos ante una idea

sacralizada o secularizada de la res publica? Esta cuestión era

un tema candente en el ambiente intelectual de la época, hasta

el punto de que ya había aparecido planteada en un texto

publicado en Madrid en 1788, el Catecismo de los Filósofos o Sistema de

la Felicidad, conforme a las máximas del Espíritu de Dios y a los preceptos de la

filosofía sensata, un texto en trece lecciones que denuncia la

Filosofía Moderna por fiarse sólo de la Razón y abandonar a

Dios, pretendiendo un camino en la búsqueda de la felicidad

que resulta imposible. Estas dos posturas se nos van a mostrar

de forma antagónica en estos catecismos, quedando

representados en los siguientes ejemplos:

Inventando la nación. Iberoamérica. Siglo XIX, México, FCE, 2003. Aunque estosautores insisten, acertadamente, en la variedad de referencias ideológicasy en el peso de la tradición pactista de la escolástica hispánica (vid.Nota 9), sería un error pensar que estas influencias concurren con igualimportancia: el peso de la filosofía ilustrada es decisivo desde el primermomento, y terminará imponiéndose no sólo por el “tenor de los tiempos”,por así decirlo, sino por su predominio desde el arranque de laemancipación.

23

«CAPÍTULO X – Reverencia debida a la potestad secular.

Origen de esa potestad. Doctrina de la Iglesia acerca

de esto.

»P.– ¿Por qué decís que los vasallos no deben mirar tanto en los

Príncipes el ser como el grado en que Dios los ha puesto? ¿Pues qué

Dios es el autor de la Soberanía?

»R.– Sí. Dios, que según hemos dicho, restableció en el

humano linaje el orden político destruido por el

pecado, es autor de la Soberanía y de la potestad

secular con que este orden se conserva. Para

sujetarnos a la justicia de esta constitución,

debe bastarnos que Dios lo haya ordenado así.

»P.– ¿Pende la autoridad pública de algún contrato que hagan los

inferiores con los superiores?

»R.– No. La soberana autoridad de los Príncipes no

pende de contrato ninguno que hagan los que la

ejercitan con sus súbditos, sino de la voluntad y

providencia de Dios. Obra es de la divina

sabiduría que haya Principados en la sociedad

civil, que haya superiores e inferiores, quien

mande y quien obedezca. Por este medio pretende

Dios evitar la confusión, la perturbación y el

desorden en que caen los pueblos sin subordinación

y sin disciplina. No hay Principado ni potestad en

el cielo o en la tierra que no nazca de aquel que

tiene en su mano las potestades de la tierra y del

24

cielo, y el establecimiento y la ruina de los

Imperios, del cual reciben las criaturas no sólo

el ser, sino también el orden que tienen entre

sí.»

VILLANUEVA Y ASTENGO, Joaquín Lorenzo.

Catecismo del Estado según los principios de la

Religión. 1793. Pp. 88–89.

«P.– ¿Pues que los Reyes no tienen de Dios su autoridad?

»R.– Dios gobierna el Universo y concurre o permite

todas las cosas que acontecen entre los mortales,

obrando como causa universal y primera; y en este

sentido se debe decir y se ha dicho que todas las

cosas sublunares dimanan de providencias del

altísimo. Pero todos los efectos naturales tienen

causas segundas inmediatas y naturales de que

proceden, y esto es lo mismo que sucede con la

autoridad de los Reyes y de los demás potentados

que mandan a los hombres.

»Dios, justo y misericordioso, no ha podido

conceder a Bonaparte la autoridad usurpada con la

fuerza en todos los Reinos de Europa, pero la ha

permitido como causa universal y primera, y como a

sus altos juicios permite otras cosas malas.

Bonaparte tiene su autoridad en los Reinos que ha

robado, oprimido y usurpado, no de Dios que la

25

permite: la tiene de la fuerza de la usurpación y

del crimen; la tiene de los viles esclavos que lo

han ayudado a emprender y consumar sus delitos; la

tiene en fin de los mismos Pueblos que de grado o

fuerza han convenido en que los mande y oprima.

Pues de la misma fuente dimana, de los mismos

principios procede la autoridad de los demás

Reyes.

»Cuando los Pueblos libremente y sin coacción

se formaron un gobierno, prefirieron casi siempre

el Republicano, y entonces sus Representantes y

mandatarios tienen del Pueblo toda su autoridad.

Si alguna vez, lo que es muy raro, por influjo de

los poderosos o por opiniones y circunstancias

particulares, prefirieron el Monárquico y se

dieron un Rey, el Pueblo que lo eligió, que lo

instituyó y nombró, le dio la autoridad para

mandar, formó la constitución y extendió o limitó

sus facultades y prerrogativas, para que después

no abusase de ellas. La Historia de todos los

tiempos es el mejor comprobante de esta verdad.

Los Reyes tienen pues su autoridad del Pueblo que

los hizo reyes, o que consintió en que lo fuesen

después de usurpado el mando.»

AMOR DE LA PATRIA, José. Catecismo Político

Cristiano para la instrucción de la juventud de los

26

pueblos libres de la América Meridional. Santiago

de Chile, 1810.

Así, una vez examinados los catecismos nos encontramos

con que sólo en tres de ellos nos encontramos con esa

fundamentación divina de la Soberanía de manera expresa15.

Precisamente los tres primeros, los de José Antonio de San

Alberto, Joaquín Lorenzo Villanueva y Lázaro de Ribera, todos

ellos de finales del siglo XVIII y anteriores a la gran crisis

de 1808, y que forman un grupo doctrinalmente bastante

homogéneo frente al resto. En este sentido se puede decir que

mantienen una postura tradicional, o si se quiere, monárquico–

tradicionalista, en la línea de lo que en España se denomina

como un “regalismo moderado” (excepto el de Lázaro de Ribera,

fuertemente absolutista) y que era la postura oficial de la

Monarquía en el momento de su publicación. Los otros diez

catecismos consultados, aparecidos ya tras la invasión

napoleónica de 1808, eluden la afirmación religiosa sobre la

Soberanía, independientemente de que sean realistas o

independentistas, lo cual resulta una aparente paradoja. Digo

aparente, pues incluso los catecismos realistas, pese a

defender la soberanía de los monarcas ―y por tanto la

integridad de la monarquía española―, la hacen derivar de la

soberanía popular, algunos en línea con el pactismo

15 La cuestión de la soberanía en los catecismos americanos apenas ha sidoabordada expresamente por Javier OCAMPO LÓPEZ, op.cit., pp. 38–48, y RafaelSAGREDO BAEZA, Actores políticos…, pp. 517–519.

27

suareciano, pero aun así, la fundamentación de esa soberanía

nacional se da en todos ellos como algo que se supone por sí

mismo, sin necesidad de remitirse a Dios.

Para valorar adecuadamente hasta qué punto había avanzado

la secularización en ese momento, debo destacar que la mayoría

de esos diez catecismos, seis, son precisamente realistas,

independientemente de que lo sean desde planteamientos

distintos: los dos anónimos de 1808 y 1810, el Catecismo de los

neófitos de 1811, el Catecismo Real Patriótico de Cañete de 1811, el

doceañista Catecismo arreglado a la Constitución firmado por D.J.C. en

1812, y el anónimo doceañista Cartilla del ciudadano constitucional de

México de 1820, mientras que sólo cuatro de ellos son

abiertamente independentistas: el de José Amor de la Patria de

1810, el Despertador Patriótico de 1811, el Catecismo de los Patriotas de

Camilo Henríquez de 1813, y la Instrucción popular de Fernández de

Sotomayor de 1814. De los cuatro catecismos no consultados hay

dos que presumiblemente siguen la postura regalista, según se

infiere de su título, autor y año de publicación (durante el

sexenio absolutista tras la restauración de Fernando VII en

1814): el anónimo Catecismo político sentencioso publicado por la

Inquisición de México en 1816 y la Instrucción pastoral del obispo

Mateo Delgado del mismo año, mientras que del catecismo de

Roscio de 1818 se puede suponer justo lo contrario, y de los

Elementos de Moral de Tadeo Reyes de 1816 no hay datos que

permitan aventurar ninguna hipótesis. Con todo, incluyendo

28

estas suposiciones vemos un claro peso de los textos

secularizados y una rápida desaparición (sólo ralentizada por

el repunte absolutista de 1816) de los que sostienen una

Soberanía radicada en la religión.

2. La divinización de la política: entre la

confesionalidad y el mimetismo.

Por lo que respecta a la segunda cuestión, se trata de un

asunto directamente relacionada con el punto anterior: en la

primera de las hipótesis previas, si se entiende la Soberanía

como algo procedente de Dios, como lo hacía la tradición

cristiana occidental, la autoridad participa de la divinidad

en mayor o menor grado según los autores, y tiene por sí misma

un cierto carácter sobrenatural que implica una serie de

condiciones de tipo moral y teleológico. Por el contrario, en

una visión secularizada la tendencia natural es caer

progresivamente en el subjetivismo hasta llegar al relativismo

absoluto de las formas de gobierno ―como así ha ocurrido a lo

largo del proceso de secularización que es en definitiva la

Modernidad―; frente a esta inclinación, podemos encontrarnos

la propensión a divinizar o sacralizar la política por sí

misma, como sustitutivo de esa visión tradicional, como un

recurso para dar estabilidad a los nuevos planteamientos de la

política y garantizar así su permanencia. Se trata de buscar

la manera de darle a los fundamentos de la nueva política ―el

«novus ordo seclorum», como reza el lema masónico de los

29

billetes de dólar norteamericanos― un carácter superior que

garantice su aceptación de manera indiscutible por el

“consenso social”, de manera que se pueda sustraer al debate

consustancial a ese proceso de subjetivación inherente a la

secularización al que me acabo de referir. Con la

secularización no se abandona sin más la religión, sino que se

sustituye la religión “divina” por una nueva “religión

política”, como ha estudiado el británico Michael BURLEIGH16.

Al contrastar este punto con el texto de los catecismos

estudiados, se puede constatar la existencia de cuatro

posturas, algunas de ellas coincidentes con las que señalaba

Luis Resines y que ya he citado en este trabajo.

1. Los que hacen derivar directamente de la religión la

legitimidad de la postura concreta defendida. Es la

postura de los tres catecismos monárquicos

tradicionalistas de finales del siglo XVIII, los de

San Alberto, Villanueva y Ribera, y presumiblemente la

de los dos catecismos realistas de 1816 no

localizados. Se trata de una postura con plena

coherencia, pues al traer la Soberanía directa y

activamente de Dios, toda la fundamentación de la

política tiene pues un carácter religioso, y en

realidad es la única que responde a una concepción

confesional de la política.

16 BURLEIGH, Michael, Poder terrenal. Religión y política en Europa, de la Revolución Francesa ala Primera Guerra Mundial, Madrid, Taurus, 2005.

30

2. Los que recurren a la religión para legitimar una

postura política concreta, pero no fundamenta ésta en

raíces de carácter religioso sino que sólo la

presentan como algo acorde con la voluntad de Dios o

conveniente para los intereses de la religión. Es la

postura del Despertador Patriótico de 1811, que presenta la

independencia como acorde a la voluntad de Dios; el

Catecismo arreglado a la Constitución de D.J.C., que presenta

la declaración de confesionalidad de la Constitución

de 1812 como un bien público; la del Catecismo de los

Patriotas de Henríquez, de 1813, que presenta la forma

de gobierno republicana como la preferida por Dios; o

la de la Instrucción popular de Fernández de Sotomayor de

1814, que presenta la independencia como la situación

más favorable para la consolidación del cristianismo

en América.

3. Los que deslegitiman expresamente una opción política

presentándola como enemiga de la Iglesia o como

contraria a la voluntad de Dios, como recurso para

aproximarse más efectivamente al público a quien van

dirigidos, que forma parte de una sociedad religiosa

como la hispanoamericana de la época. Es la postura

del Catecismo Civil de 1808, que demoniza a la Francia

napoleónica y a sus dirigentes; la del Catecismo Político

31

Cristiano de José Amor de la Patria de 1810, que

presente al régimen monárquico como contrario a la

voluntad de Dios; y la del Catecismo Real de Cañete de

1811, que hace lo mismo respecto al movimiento de las

Juntas. También hay argumentaciones deslegitimadoras

de este tipo en algunos de los catecismos citados en

el punto anterior, como el de José Amor de la Patria y

el de Juan Fernández de Sotomayor.

4. Los que revisten a las nuevas formas e ideas políticas

de los atributos y formas de la religión cristiana, en

lo que es una auténtica divinización de ese «novus

ordo seclorum» comparando las cuestiones políticas con

la trinidad, la resurrección, las virtudes, los

sacramentos, el pecado, etc., de manera que se obtenga

una adhesión dogmática y fiduciaria al mismo con la

misma fuerza que la gente cree en Dios. Es lo que

encontramos en el Catecismo de los Neófitos de 1811 y en la

Cartilla del ciudadano constitucional de 1820.

5. Y uno que no se pronuncian en ningún sentido, el

anónimo Catecismo político para instrucción del pueblo, de 1810.

Como vemos, excepto en el caso de los catecismos

monárquicos tradicionalistas, la mayoría de estos catecismos

recurren a la religión como un mero recurso utilitario, y en

32

algunos casos (los dos del punto 4) incurren en un mimetismo

que roza con la irreverencia para sacralizar las nuevas

posturas políticas como la nueva religión civil y secular. El

ejemplo más extremo es el de la mexicana la Cartilla del ciudadano

constitucional de 1820, de la que creo conveniente extraer las

siguientes citas:

«Todo ciudadano está muy obligado a creer de todo

corazón en la Constitución, pues que ella nos ha de

redimir, y librarnos del enemigo malo. Por lo tanto se

ha de acostumbrar a santiguar haciendo lo siguiente:

una Cruz en la frente, porque nos libre Dios del

pensamiento de quebrantar el santo juramento. La

segunda en la boca, para no hablar lo que a la

Constitución pueda agraviar. La tercera en el pecho

para no obrar en su ofensa, y antes morir que no la

guardar. (p. 1)

»Confesión de todo ciudadano pecador contra la Constitución:

»Yo ciudadano español me confieso ante toda la Nación,

y a vos santo Código de la Constitución; y a los

bienaventurados héroes de la Patria, García Herreros,

Martínez de la Rosa y Cepero, que pequé gravemente con

el pensamiento, palabra y obra, por mi culpa, por mi

culpa, por mi grandísima culpa, contra la Constitución;

por tanto ruego a la madre Patria, a la sapientísima

Constitución, y a los bienaventurados defensores de

33

nuestros legítimos derechos, y a todos los buenos

ciudadanos, que me perdonen. (p. 4)»

Aparte de estas dos cuestiones de la Soberanía y la

divinización de la política, hay un tercer aspecto que

aparentemente afecta a esa relación entre religión y política,

y es el de las obligaciones morales de la política. En un

primer momento, podría parecer apropiado incluirlo en este

estudio, pues el referente moral que podemos encontrarnos en

esos catecismos es obviamente cristiano. Sin embargo, esa

supeditación al cristianismo es más aparente que real, pues

responde únicamente al hecho de que nos encontramos en una

sociedad que en su conjunto es radicalmente cristiana, e

incluso quienes aceptan y asumen los ideales de la Modernidad,

a pesar de lo paradójico que esto pueda resultar, mantienen

unas convicciones personales al menos en apariencia fieles a

la Iglesia. Pero a lo sumo de trata de trata de aceptar la

tesis de Bodino de las restricciones de la Soberanía, no de la

fundamentación de ésta. Estamos, pues, ante un “imperativo

sociológico”, parafraseando a Kant, y no ante una elaboración

intelectual que entronque directamente la teoría política con

la teología moral. Aún debían de pasar muchos años para que el

fenómeno de la secularización social arraigara en

Hispanoamérica, aunque, como veremos, ya se estaban

produciendo los primeros pasos de este proceso17. Del mismo

17 Para ver la lenta implantación de la nueva moral secularizada y“natural”, de raíz fundamentalmente kantiana, cfr. Carlos VALVERDE MUCIENTES,

34

modo, el reconocimiento que aparece en muchos de estos

catecismos de la religión católica no es, a pesar de las

apariencias, sino una variante de esa secularización si ese

reconocimiento se limita a señalar una preeminencia social de

la Iglesia, pero no una preeminencia política de la religión, cuando

las ideas religiosas no son el fundamento de la res publica,

sino que éstas, religión y política, forman dos ámbitos

distintos entre los que ese reconocimiento, precisamente, se

hace en última instancia desde una diferenciación que los

separa sustancialmente.

IV. CONCLUSIONES

De todo lo expuesto anteriormente se extraen dos

conclusiones fundamentales.

La primera es que en estos catecismos encontramos un

retrato perfecto del fenómeno de secularización de la política

que caracteriza la Era de las Revoluciones ―época en la que

las independencias iberoamericanas son un hito fundamental― y

que va a marcar la pugna política en el conflictivo proceso de

implantación del orden sociopolítico de la Modernidad, que

arranca con esa misma Era de las Revoluciones y se extiende a

lo largo del siglo XIX18, y en algunos países incluso todavía

op. cit. (especialmente el capítulo VII, «La Ilustración», pp. 185–238) yJavier SÁENZ DEL CASTILLO CABALLERO, op. cit.18 Sobre este proceso de implantación de dicho orden de la Modernidad, hagoun breve sumario al final de Javier SÁENZ DEL CASTILLO CABALLERO, op. cit.,trabajo retocado en una versión más amplia, debidamente matizada yextendida en muchas de las afirmaciones y explicaciones allí contenidas,

35

hasta bien entrado el siglo XX19.

La segunda es que en estos catecismos observamos no un

abandono de los conceptos e ideas sobre la sociedad y la

política de raíz cristiana, sino una sustitución de los mismos

por otros de carácter laico, producto de los dogmas y

doctrinas de la Modernidad, pero a los que se pretende

revestir con el mismo carácter sacralizado que a los de la

religión, a veces incluso rozando la divinización de los

nuevos dogmas laicos, precisamente para permitir esa

sustitución de manera más efectiva.

aún pendiente de publicación a la hora de entregar estas páginas.19 En el caso de España, por ejemplo, puede entenderse la duración de esteconflicto al menos hasta la guerra civil de 1936; véase al respecto RafaelGAMBRA, La primera Guerra Civil de España (1821–1823), Madrid, Escelicer, 1972.

36

FUENTES

(ordenadas cronológicamente)

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Real, en que por preguntas y respuestas se enseña catequísticamente en veinte

lecciones las obligaciones que un vasallo debe a su Rey y Señor. Madrid,

Imprenta de José Doblado, 1786. Editado también en Lima en

1818.

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Sistema de la Felicidad, conforme a las máximas del Espíritu de Dios y a los

preceptos de la filosofía sensata. Madrid, Imprenta de Benito Cano,

1788. Editado también en Madrid en 1832.

3. VILLANUEVA Y ASTENGO, Joaquín Lorenzo. Catecismo del Estado según los

principios de la Religión. Madrid, Imprenta Real, 1793. Editado

también en Cádiz en 1812.

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Asunción de Paraguay, s.n., 1796.

5. ANÓNIMO. Catecismo civil, o breve compendio de las obligaciones del español,

conocimiento práctico de su libertad, y explicación de su enemigo, muy útil en

las actuales circunstancias, puesto en forma de diálogo. S.l., s.n.,

1808. Editado también en México en 1808, y en Lima en 1809.

37

6. ANÓNIMO. Catecismo Político para instrucción del Pueblo Español. Cádiz,

Imprenta Real, 1810. Editado también en México en 1811.

7. AMOR DE LA PATRIA, José (seudónimo de Jaime ZUDÁNEZ, según

Ricardo Donoso). Catecismo Político Cristiano para la instrucción de la

juventud de los pueblos libres de la América Meridional. Santiago de

Chile, s.n., 1810.

38

8. ANÓNIMO. Catecismo Público para Instrucción de los Neófitos o recién

convertidos al Gremio de la Sociedad Patriótica. Buenos Aires, Imprenta

de los Niños Expósitos, 1811.

9. ANÓNIMO. Catecismo o Despertador Patriótico, Cristiano y Político que se ha

formado en Diálogo para el conocimiento de la sagrada causa que la América

del Sur se propone en recuperar su Soberanía, su Imperio, su Independencia, su

Gobierno, su Libertad y sus Derechos, que se dedica a los Paisanos y Militares

voluntarios de las Provincias de Salta, que se llaman Gauchos. Salta

(Argentina), s.n., 1811.

10. CAÑETE Y DOMÍNGUEZ, Pedro Vicente. Catecismo para la firmeza de los

verdaderos patriotas y fieles vasallos del Señor Don Fernando VII, contra las

seductivas máximas que contiene el pseudocatecismo impreso en Buenos Aires.

Lima, Real imprenta de los Huérfanos, 1811.

11. D.J.C. (José Caro Sureda, según Miguel Ángel Ruiz de

Azúa). Catecismo Político, arreglado a la Constitución de la Monarquía

Española. Cádiz, Imprenta de Lema, y Palma de Mallorca,

Imprenta de Miguel Domingo, 1812. Editado también en Lima

en 1813, y en Puebla (México) en 1820.

12. HENRÍQUEZ, Camilo. Catecismo de los Patriotas. Santiago de Chile,

El Monitor Araucano, 1813.

13. FERNÁNDEZ DE SOTOMAYOR, Juan. Catecismo o Instrucción Popular.

39

Cartagena de Indias, Imprenta del Gobierno, 1814. Editado

también en Bogotá en 1820.

14. ANÓNIMO. Catecismo político sentencioso o Doctrina del buen ciudadano

amante de su Religión, de su Patria y de su Rey. Promulgado por la

Inquisición de México (impreso por la de España) en 1816.

40

15. DELGADO MORENO, Mateo. Instrucción pastoral de las obligaciones del

vasallo para con su rey. Badajoz, Imprenta de la Capitanía

General, 1816.

16. REYES, Judas Tadeo de. Elementos de moral y política, en forma de

catecismo filosófico christiano, para enseñanza del pueblo y de los niños de las

escuelas de Santiago de Chile. Lima, Imprenta de Tadeo López,

1816.

17. ROSCIO, Juan Germán. Catecismo Religioso Político contra el Real

Catecismo de Fernando VII. Maracaibo, s.n., 1818.

18. ANÓNIMO. Cartilla o catecismo del ciudadano constitucional o El Padre

Nuestro Constitucional. México, Imprenta de Mariano Ontiveros,

1820.

19. LATO MONTE, Ludovico DE (seudónimo de Luis DE MENDIZÁBAL).

Catecismo de la Independencia en Siete declaraciones. México, Imprenta

de Mariano Ontiveros, 1821.

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pueblo. San José de Costa Rica, s.n., 1822.

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ciudadano. Para uso de los habitantes del estado libre de Xalisco.

Guadalajara (México), Imprenta del Ciudadano Urbano San

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República de Colombia. Para uso de las escuelas de primeras letras del

departamento de Orinoco. Bogotá, Imprenta de la República,

1824.

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escuelas de la República del Perú. Arequipa, Imprenta del Gobierno,

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