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INGURUAK. 51.2012 95 Huelgas y crisis económica (y del intercambio político) David Luque (Universidad de Oviedo) Introducción La actividad huelguística se ha reducido drásticamente en Europa occidental durante las últimas tres décadas. Entre 1970 y 1979 el promedio anual de jornadas no trabajadas por huel- gas cada 1000 asalariados fue de 420, para el periodo 2000-04 se redujo a 51 (Scheuer, 2006: 144). Este hecho está ampliamente contrastado en la literatura internacional (Shalev, 1992; Edwards y Hyman, 1994; Bordogna y Cella, 2002; Piazza, 2005; Scheuer, 2006; van der Velden et al. 2007; Perry y Wilson, 2008). No obstante, trabajos recientes sacan a la luz un hecho que estaba pasando desapercibido: si bien las huelgas contra las empresas han declinado sustancial- mente desde 1980s, la frecuencia de las huelgas generales contra las políticas gubernamentales han aumentado (Kelly y Hamann, 2009). Así, entre 1980 y 1989 se produjeron 18 huelgas generales contra los gobiernos [nacionales] en 16 países de Europa occidental (UE 15 más Noruega), este número se incrementó hasta 26 en al siguiente década y hasta 28 en los siete años comprendidos entre 2000 y 2006 (Kelly, Hamann y Johnston, 2011: 1). Por tanto, al de- clive de las huelgas «económicas» le ha acompañado un aumento de las huelgas «políticas». De forma previa a los trabajos de Kelly y Hamann (2009) y de Kelly, Hamann y Johns- ton (2011), Gall y Allsop (2007) ya señalan que la naturaleza dominante de la actividad huel- guística se ha vuelto cada vez más hacía movilizaciones demostrativas en la arena política que en la industrial. De igual modo, ya se llegan algunos años escribiendo sobre la acción política como estrategia de revitalización de los sindicatos (Baccaro et al., 2003; Frege y Kelly, 2003, Hamann y Martínez Lucio, 2003; Molina, 2006). En consonancia con la expuesto, y aprovechando la actual coyuntura económica y polí- tica, en este trabajo se profundiza sobre el planteamiento -desarrollado previamente (Luque, 2010 y Luque, 2012)- que la óptica política es más adecuada que la económica para explicar la evolución de la actividad huelguística en España. Para ello el trabajo se estructura de la siguiente forma. Tras este apartado de introducción, se presenta el marco teórico de la inves- tigación del que se derivan las hipótesis de trabajo. A continuación se describe brevemente la principal fuente de información sobre las huelgas en España. En el cuarto apartado, tras realizar un breve panorama de las etapas por las que ha trascurrido la actividad huelguística en España desde la transición hasta 2008, se profundiza en el análisis de la nueva etapa que se ha iniciado tras el brusco cambio de ciclo registrado a finales de 2007. Al tratarse de un tra- bajo en curso, se finaliza con un breve apartado de conclusiones. Marco análitico de la investigación En la amplia literatura internacional sobre los determinantes de la actividad huelguís- tica se pueden diferenciar dos corrientes principales: el enfoque económico y el político/

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Huelgas y crisis económica (y del intercambio político)

David Luque (Universidad de Oviedo)

Introducción

La actividad huelguística se ha reducido drásticamente en Europa occidental durante las últimas tres décadas. Entre 1970 y 1979 el promedio anual de jornadas no trabajadas por huel-gas cada 1000 asalariados fue de 420, para el periodo 2000-04 se redujo a 51 (Scheuer, 2006: 144). Este hecho está ampliamente contrastado en la literatura internacional (Shalev, 1992; Edwards y Hyman, 1994; Bordogna y Cella, 2002; Piazza, 2005; Scheuer, 2006; van der Velden et al. 2007; Perry y Wilson, 2008). No obstante, trabajos recientes sacan a la luz un hecho que estaba pasando desapercibido: si bien las huelgas contra las empresas han declinado sustancial-mente desde 1980s, la frecuencia de las huelgas generales contra las políticas gubernamentales han aumentado (Kelly y Hamann, 2009). Así, entre 1980 y 1989 se produjeron 18 huelgas generales contra los gobiernos [nacionales] en 16 países de Europa occidental (UE 15 más Noruega), este número se incrementó hasta 26 en al siguiente década y hasta 28 en los siete años comprendidos entre 2000 y 2006 (Kelly, Hamann y Johnston, 2011: 1). Por tanto, al de-clive de las huelgas «económicas» le ha acompañado un aumento de las huelgas «políticas».

De forma previa a los trabajos de Kelly y Hamann (2009) y de Kelly, Hamann y Johns-ton (2011), Gall y Allsop (2007) ya señalan que la naturaleza dominante de la actividad huel-guística se ha vuelto cada vez más hacía movilizaciones demostrativas en la arena política que en la industrial. De igual modo, ya se llegan algunos años escribiendo sobre la acción política como estrategia de revitalización de los sindicatos (Baccaro et al., 2003; Frege y Kelly, 2003, Hamann y Martínez Lucio, 2003; Molina, 2006).

En consonancia con la expuesto, y aprovechando la actual coyuntura económica y polí-tica, en este trabajo se profundiza sobre el planteamiento -desarrollado previamente (Luque, 2010 y Luque, 2012)- que la óptica política es más adecuada que la económica para explicar la evolución de la actividad huelguística en España. Para ello el trabajo se estructura de la siguiente forma. Tras este apartado de introducción, se presenta el marco teórico de la inves-tigación del que se derivan las hipótesis de trabajo. A continuación se describe brevemente la principal fuente de información sobre las huelgas en España. En el cuarto apartado, tras realizar un breve panorama de las etapas por las que ha trascurrido la actividad huelguística en España desde la transición hasta 2008, se profundiza en el análisis de la nueva etapa que se ha iniciado tras el brusco cambio de ciclo registrado a finales de 2007. Al tratarse de un tra-bajo en curso, se finaliza con un breve apartado de conclusiones.

Marco análitico de la investigación

En la amplia literatura internacional sobre los determinantes de la actividad huelguís-tica se pueden diferenciar dos corrientes principales: el enfoque económico y el político/

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organizativo. La primera aproximación, predominante en la escasa literatura nacional (Marco, Esteve y Rochina 2007; Jiménez-Martín 2006; Marco y Tamborero 2001; Marco 2000; Jiménez-Martín 1999; Jiménez-Martín, Labeaga y Marco 1996), inserta el problema en el ámbito los modelos de negociación, concibe la huelga como una decisión racional por parte de los actores implicados en el conflicto, decisión influenciada por la situación del ciclo económico (Ashenfelter y Johnson 1969). La segunda perspectiva, considera la huelga como una forma de acción colectiva que no puede reducirse por completo a objeto de cál-culo económico, en su origen se privilegian los factores causales político/organizativos (Shorter y Tilly 1974).

En esta investigación se ha optado por aproximarse al estudio de las huelgas como una forma de acción política —no se debe confundir con la tradicional distinción entre las huelgas económicas y políticas, basada en los objetivos de las reivindicaciones, sino que se basa en la lógica de acción que guía a las huelgas. La otra lógica de acción o enfoque para aproximarse a las huelgas sería la económica basada en modelos de negociación—. Por consiguiente, la óptica político/organizativa será la que oriente el análisis.

La teoría del intercambio político

El «resurgimiento del conflicto de clase» a finales de la década de los sesenta mostró por la fuerza de los hechos que los argumentos unitaristas —centrados en el interés común entre trabajadores y empleadores, considerando las huelgas como antinaturales e innecesarias, consecuencia de impulsos irracionales ante el proceso de industrialización o resultado de un déficit de integración en el sistema industrial— eran erróneos. En consecuencia, se desarro-llaron nuevas argumentaciones para tratar de explicar la tendencia a largo plazo de las huelgas. Entre ellas cabe resaltar la denominada como «teoría del intercambio político». Teoría que alcanzó notoriedad en los setenta y que relaciona los niveles de conflictividad en el medio y largo plazo con la orientación ideológica del gobierno y la incorporación del movimiento obrero a la esfera política/gubernamental.

Entre otros autores, Cameron (1984), Korpi y Shalev (1979), Hibbs (1978), Pizzorno (1978) y Shorter y Tilly (1971; 1974) señalan que, contrariamente a lo sostenido por la co-rriente pluralista —según la cual el conflicto se da dentro del proceso de negociación colec-tiva—, también es importante el uso de los «recursos de poder» en el esfera de la política. De este modo, los partidos socialdemócratas son considerados uno de los principales «recursos de poder» con los que cuentan los trabajadores para alterar los resultados del mercado a tra-vés de la política (Korpi 1983).

Desde esta perspectiva analítica, las huelgas son vistas como «un instrumento de acción colectiva de la clase trabajadora» y, por lo tanto, la actividad huelguística se considera «una manifestación de la lucha en curso por el poder entre clases sociales sobre la distribución de los recursos, principalmente —aunque no de forma exclusiva— la renta nacional» (Hibbs 1978: 165). De este modo, las alteraciones en la intensidad de la actividad huelguística a medio y largo plazo pueden ser atribuidas a cambios en la localización de la lucha por la distribución de la esfera de la producción a la esfera de la política.

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En esencia, el argumento que plantean estos autores es que el afianzamiento de los par-tidos de orientación socialdemócrata en algunos gobiernos nacionales —caso paradigmático de Suecia a mediados de la década de los treinta— abrió nuevos ámbitos de acción al movi-miento obrero. De esta forma, parte de las reivindicaciones tradicionalmente canalizadas a través de la huelga se integraron en los programas políticos de los partidos socialdemócratas reduciéndose los niveles de conflictividad laboral al alcanzar estos partidos el gobierno. Así, se produce un «intercambio» entre los trabajadores y el Estado, que compensa —o al menos, promete compensar— a los trabajadores por los sacrificios que realizan en el mercado de trabajo, ya sea en forma de un salario social más alto o cambios en el tipo impositivo sobre los ingresos de los trabajadores (Lange 1984). Así, los sindicatos tuvieron acceso a una alter-nativa política relativamente eficiente a las huelgas, que pudieron usar para «lograr metas importantes, fundamentalmente a través de cambios en las políticas de empleo, fiscales y sociales» (Korpi 1978: 99, citado en Bean 1985: 143).

De este modo, en países como Suecia, Noruega y Austria donde los partidos socialde-mócratas habían sido los partidos dominantes en el gobierno, los niveles de conflictividad experimentaron un declive a largo plazo, reflejo de que el conflicto por la distribución de la renta paso del mercado de trabajo a la esfera política. En el extremo opuesto, en países como Irlanda, Estados Unidos y Canadá donde la clase obrera nunca ha jugado un papel determi-nante en la política nacional, no se produjo tal declive (Korpi 2002; Korpi y Shalev 1979). Además, es algo más que una coincidencia que después de la exclusión de los socialdemócra-tas suecos del gobierno a mediados los setenta hubiera un resurgimiento del conflicto indus-trial (Bean 1985).

Como en toda situación de intercambio, en el intercambio en el ámbito político los ac-tores toman en consideración no solamente su interés inmediato a corto plazo, sino también sus objetivos futuros. De este modo, los sindicatos renuncian a la obtención de mejoras a corto plazo en la esfera de la producción a través del recurso a la huelga, por llevar a cabo de forma más efectiva sus intereses a largo plazo en la esfera política.

Para que este proceso de intercambio tenga lugar de forma exitosa son necesarias una serie de condiciones. En primer lugar, la fuerza del «trabajo» dentro del gobierno debe de ser estable y con perspectivas de ser perdurable, «no sólo para que los sindicatos se convenzan de los beneficios de una política de menor militancia, sino también para persuadir a los em-presarios a alcanzar un alojamiento duradero con ellos» (Bean 1985: 143). Asimismo, la ex-periencia pasada es un elemento importante, en la medida en que se haya llevada a cabo este tipo de intercambio previamente con éxito (1984). De igual modo, para cumplir con su parte del acuerdo «el movimiento obrero requiere un importante grado de unidad organizacional entre y dentro de sus alas industrial y política junto con control interno y disciplina sobre sus componentes» (Bean 1985: 144).

Cuando estas condiciones no se dan, es probable que la relación entre gobiernos de orientación de izquierda y reducción de la conflictividad, de igual modo, tampoco se dé. Incluso puede que el nivel de conflictividad aumente (Paldam y Pedersen 1982).

La teoría del intercambio político incorpora una perspectiva dinámica en el análisis de la actividad huelguística, en el sentido de que contempla que se puedan dar situaciones de des-estabilización y conflicto cuando los sindicatos no pueden o no están dispuestos a intercam-

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biar moderación reivindicativa en el corto plazo por poder político (Pizzorno, 1991). Esto puede ocurrir, principal pero no únicamente, cuando se produce algún cambio en las posicio-nes del gobierno desfavorable a las reivindicaciones de los sindicatos y de los trabajadores, impidiéndoles aspirar a beneficios futuros a cambio de moderación en ese momento. En consecuencia, «o los propios sindicatos, o a la base, considerarán oportuno adoptar una pos-tura agresiva» (Pizzorno 1978: 401), perdiendo sentido no sólo la moderación sino también la acción coordinada.

En comparación con otros esquemas teóricos utilizados en el estudio de las huelgas, el marco general del intercambio político presenta al menos dos ventajas principales. Por un lado, a partir de este esquema se puede derivar la aparición de periodos de desestabilización y conflicto, confiriéndole una perspectiva dinámica al marco analítico. De este modo, es compatible con la evolución discontinua de la actividad huelguística, lo que le otorga una mayor capacidad explicativa que aquellos esquemas teóricos más estáticos centrados en las instituciones. Por otro lado, la consideración de dos vías principales de acción: la política y la contractual o de mercado, supone una ventaja respecto a otros esquemas teóricos que pre-dicen asimismo fluctuaciones en la intensidad de la actividad huelguística, como el modelo de los ciclos económicos, pero cuyo enfoque es más restringido al no considerar la importancia de factores políticos.

Además, este enfoque resulta especialmente útil en el estudio del caso español en la me-dida en que el marco institucional de las relaciones laborales —en el que el Estado ha desa-rrollado el papel principal en materia de regulación y la naturaleza de clase de los sindicatos mayoritarios y su debilidad organizativa a nivel de empresa— hace de la acción política la estrategia de acción más factible para lograr mejoras o defender conquistas en el mercado de trabajo. La evidencia así lo demuestra, las relaciones laborales en España durante las últimas tres décadas han estado marcadas en buena parte por una pauta discontinua de concertación social: iniciada a finales de los setenta, interrumpida temporalmente a mediados de los ochen-ta y que resurge mediados los noventa.

De este modo, el marco analítico que se propone trata de aprovechar la amplia literatura sobre el neocorporatismo, entendido éste como un proceso de elaboración de políticas —neocorporatismo 2 en los términos de Schmitter (1982)—, conectándola con la escasa pro-ducción nacional sobre huelgas. No en vano, concertación y huelgas son las caras opuestas de las relaciones entre sindicatos, empleadores y Estado. Así, el término «intercambio polí-tico» es utilizado tanto en la literatura sobre la concertación (Lehmbruch 1991; Regini 1991; más recientemente: Molina y Rhodes 2002; Molina 2006) como en la de huelgas (Hibbs 1978; Pizzorno 1978; Korpi y Shalev 1979; Cameron 1984). En la primera enfatizando su papel como «un medio para alcanzar el consenso en la formulación de políticas» (Molina y Rhodes 2002: 321), en la segunda como forma de resolver el conflicto básico por la distribución de la renta en la esfera política.

Destacar por último, que en el análisis no sólo se tendrán en cuenta los factores contex-tuales (entorno económico, cambios institucionales, clima político…) esto es, el por qué; sino también, y de forma principal, las decisiones estratégicas de las partes implicadas, es decir, el cómo. Por lo tanto, se adopta un enfoque que enfatiza la importancia de la estrategia de los actores, principalmente uno de ellos: los sindicatos, lo cual implica la posibilidad de adapta-

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ción, de una evolución en la naturaleza del «intercambio político» en función de las condi-ciones internas y de las presiones externas.

Hipótesis de trabajo y pregunta de investigación

Esta investigación parte de la hipótesis básica de que las huelgas en España responden principalmente a una lógica de acción política más que a una lógica de acción meramente económica y, por lo tanto, en el análisis de su evolución se privilegiarán las relaciones de los actores de las relaciones laborales en el ámbito político.

Así, en lo que respecta a la evolución de las huelgas en España, si realmente las huelgas se aproximan en mayor medida a una lógica de acción política, cabría esperar que las fluctua-ciones en la actividad huelguística no viniesen determinadas, al menos principalmente, por el ciclo económico. De este modo, en la medida en que el conflicto básico por la distribución de la renta se desplaza del mercado de trabajo al ámbito político, el poder relativo de nego-ciación de los trabajadores —que depende del grado de ajuste en que se encuentra el mercado de trabajo: la tasa de desempleo— no determinaría la frecuencia de las huelgas. Las mayores inflexiones en la intensidad de la actividad huelguística vendrían determinadas por las distin-tas fases por las que ha discurrido la concertación social durante el periodo democrático. Así, cabría esperar una reducción de la frecuencia de las huelgas en aquellos periodos en los que el diálogo social ha sido fructífero, al desplazar de forma efectiva el conflicto distributivo al ámbito político. Por otra parte, la ruptura de la dinámica de concertación y, por lo tanto, del intercambio político subyacente, se debería reflejar de modo inmediato en el tamaño de las huelgas, que aumentaría notablemente ante la concurrencia de huelgas generales: expresión de rechazo a posturas contrarias a los intereses generales de los trabajadores. Este tipo de huelga refleja un «intercambio político negativo» y suelen ser frecuentes, de igual modo, cuando los intereses de los trabajadores no están representados —o sus representantes están excluidos— del ámbito de decisión política, actuando, así, como forma de presión extrapar-lamentaria en busca de desarrollos legislativos favorables.

En definitiva, en este trabajo se trata de dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿las huelgas en España responde a una lógica de acción político?

Las estadísticas de huelgas en España

La principal fuente de información disponible a nivel nacional es la Estadística de Huel-gas y Cierres Patronales (EHCP) que elabora el Ministerio de Trabajo e Inmigración (MTIN) y que proporciona información, tanto a nivel nacional como autonómico, sobre el número de huelgas, centros afectados, trabajadores convocados, participantes y jornadas no trabajadas. Todo ello clasificado según sector de actividad, ámbito territorial y funcional de repercusión de la huelga, duración, organización convocante, forma de finalización, así como otras carac-terísticas relevantes del conflicto. Para la elaboración de esta estadística no se tiene en consi-deración los efectos indirectos ocasionados en otros centros que no están implicados en el

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conflicto pero cuyos trabajadores no han podido desarrollar con normalidad sus labores debido, por ejemplo, a la escasez de materiales servidos por la empresa en huelga.

La EHCP es una estadística de registro administrativo que se publica anualmente de forma ininterrumpida desde 1986. Los promotores de una huelga tienen la obligación legal de comunicar a la autoridad laboral competente la convocatoria de la misma. A partir de esta comunicación la autoridad laboral realiza el seguimiento de la huelga. Este seguimiento se realiza principalmente a nivel regional y mensualmente se cumplimenta un cuestionario sobre las huelgas acontecidas durante el mes que se remite posteriormente a la Subdirección Gene-ral de Estadísticas del MTIN, encargada de elaborar con periodicidad anual la EHCP.

Para el periodo previo a 1986 se ha recurrido al Anuario de Estadísticas del Trabajo elaborado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), tras contrastar con las fuen-tes nacionales la información en él publicada. Durante el periodo 1976-1979, la información publicada en el Anuario de la OIT coincide con la que Maluquer y Llonch (2005) atribuyen al Ministerio de Trabajo, con la única excepción de las jornadas no trabajadas en el año 1976 (13.593.100 según los autores citados y 12.593.100 según el Anuario, esta última cifra es la que reproducen Martínez-Alier y Roca (1988) pero sin hacer referencia a la fuente de información empleada). De igual forma, estos datos coinciden con los utilizados por Alonso (1991) para los años 1977 a 1979 cuya fuente es «Ministerio de Economía y Hacienda, La negociación colectiva en 1985, a partir de datos del Ministerio de Trabajo».

Para las anualidades comprendidas entre los años 1980 a 1985, la información publicada en el Anuario de la OIT ha sido comparada con la proporcionada por el Boletín de Estadís-ticas Laborales del Ministerio de Trabajo. Durante este periodo no se incluyen datos sobre las jornadas no trabajadas en Cataluña, y no se incluye ningún dato sobre Cataluña entre los años 1983 a 1985. Estas omisiones se han tenido en cuenta a la hora de confeccionar los índi-ces de conflictividad, excluyendo los asalariados de Cataluña cuando así procede. Asimismo, durante el intervalo 1986-89 no se dispone de información sobre el País Vasco. Destacar que en el año 2010 se produce la ruptura de la serie iniciada en 1986 en la medida en que «no se proporciona información sobre las huelgas del Sector Administración Pública y Sector interi-nos docentes de enseñanza no universitaria de 8 de junio, ni de la Huelga General de 29 de septiembre del mismo año, dado que no se dispone de información para el total nacional, al no haberse recibido la información correspondiente de todas las comunidades autónomas» (EHCP, 2010).

Evolución de la actividad huelguística en España

En este apartado se analiza la evolución de la actividad huelguística en España desde la transición al régimen democrático. Las series de huelgas, participantes y jornadas no trabajas se puede dividir a grandes rasgos en cinco etapas en función de la intensidad de la actividad huel-guística. Cambios de intensidad que se reflejan en la forma de las huelgas (Shorter y Tilly, 1971).

La primera etapa comprende el periodo de transición al régimen democrático en el que se legalizan las huelgas tras casi cuatro décadas de represión y se caracteriza por registrar un grado de movilización desconocido desde entonces. La segunda etapa (1980-86) se identifica

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en el terreno de las relaciones laborales por tratarse de un periodo de concertación social y de despolitización del conflicto industrial que se circunscribe al ámbito de la empresa en pleno proceso de reconversión industrial. La tercera etapa se prolonga desde finales de los ochenta hasta mediados los noventa, periodo que se caracteriza por repolitización del conflicto que se refleja en la convocatoria de tres huelgas generales de ámbito nacional. La cuarta etapa, desde la segunda mitad de los noventa hasta el año 2008, es la del declive y posterior estabi-lización del número de huelgas, se caracteriza por un crecimiento económico continuado y el resurgimiento de la concertación social. Por último, la quinta etapa comienza en 2009, primer año desde 1993 en que se registran más de 1.000 huelgas, esta etapa viene marcada por una aguda crisis económica y la ruptura transitoria del intercambio político llevado a cabo en la etapa anterior que se refleja en la convocatoria de la huelga general de ámbito nacional de 29 de septiembre de 2010.

En la medida en que el periodo 1976-2008 ha sido analizado en anteriores trabajos (Lu-que, 2010; Luque, 2012), en este apartado se profundiza en el análisis de la nueva etapa abier-ta a partir de 2008. No obstante, para contextualizar el periodo actual y comprender la lógica del intercambio político, el análisis arranca en la etapa anterior.

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2008

2009

2010

*20

11

Jorn

das

no tr

abaj

adas

(mile

s)

Nota: La línea punteada no incluye las cuatro huelgas generales de ámbito nacional acontecidas durante el periodo de análisis: 14 de diciembre 1988, 28 de mayo de 1992, 27 de enero de 1994 y 20 junio de 2002.* En el año 2010 no se dispone de información sobre los participantes y jornadas no trabajadas sobre las huelgas del Sector

Administración Pública y Sector interinos docentes de enseñanza no universitaria de 8 de junio, ni de la Huelga General de 29 de septiembre.

Fuente: Anuario de Estadísticas del Trabajo (OIT) y Estadística de Huelgas y Cierres Patronales (MTIN).

Figura 1. Evolución de la forma de las huelgas por etapas

2,1

13,8

26,7

603,3

2,4

5,8

15,1

156,9

3,4

19,1 10,4

656,9

4,2

24,7

21,8

1.709,5

Volumen

Duración

Tamaño (centenas)

Frecuencia

Oleada de huelgas (1976-79)

Notas:Frecuencia: Jornadas no trabajadas cada 100.000 asalariados; Tamaño: Participantes/Huelgas (centenas); Duración:Jornadas no trabajabas/Participantes; Volumen: FrecuenciaxTamaño (centenas)xDuración=Jornadas no trabajadas cada 1.000 asalariados.* No se reproduce la forma de las huelgas en la etapa actual (2009-2011) debido a que la no disponibilidad de los datos de las huelgas

del Sector Administración Pública y Sector interinos docentes de enseñanza no universitaria de 8 de junio y de la Huelga General de 29 de septiembre de 2010, distorsiona la configuración de las huelgas.

Para más detalle sobre la «forma de las huelgas» véase Shorter y Tilly (1971).

Huelgas y crisis económica (y del intercambio político)

INGURUAK. 51.2012 103

Declive y estabilización de las huelgas (1995-2008)

La cuarta etapa en la evolución del grado de intensidad de la actividad huelguística en España durante el periodo democrático, la del declive y posterior estabilización del número de huelgas, se inició a mediados de los noventa. De este modo, el año 1995 fue el primero del régimen democrático en el que el número de jornadas no trabajadas debido a huelgas no supera los dos millones. Respecto al número de conflictos, el descenso comienza en 1992 para estabilizarse desde la segunda mitad de los noventa en torno a una media de 700 huelgas al año cuando previamente sobrepasaba ampliamente las mil. De igual modo, disminuye el tamaño medio de las huelgas. Lo que denota una separación del conflicto político del con-tractual. Como resultado el volumen de huelgas se reduce a la cuarta parte respecto a la etapa previa.

No obstante, se aprecian ciertos repuntes, todos ellos debido a conflictos localizados y no a una conflictividad generalizada, el de mayor magnitud como consecuencia de la huelga general de 20 de junio de 2002, ante un nuevo «decretazo» de reforma del despido y del sis-tema de protección por desempleo.

Esta etapa se afronta con importantes cambios organizativos y estratégicos en los sindi-catos más representativos de ámbito nacional. Tras la crisis interna y la renovación de la eje-cutiva de UGT en los años 1994 y 1995, en el año 1996 CCOO celebró su VI Congreso en el que el sector antagonista fue separado de todas las tareas ejecutivas y quedó en abierta mino-ría formando el autodenominado «sector crítico». Por tanto, en ambos casos los líderes ca-rismáticos, Nicolás Redondo y Marcelino Camacho, abandonan definitivamente sus puestos en la dirección de los sindicatos.

Un contexto de alto desempleo y elevada temporalidad, de cambio profundo en la es-tructura ocupacional, y segmentación e individualización de las relaciones laborales, hace que los sindicatos vuelvan a examinar su estrategia. Como resultado del «proceso de apren-dizaje institucional» de la etapa anterior, los líderes sindicales llegaron a la conclusión de que la estrategia de confrontación tuvo resultados contraproducentes para sus intereses, al ero-sionar tanto su influencia política –no pudieron evitar las reformas orientadas a liberalizar el mercado de trabajo- como el apoyo de su electorado –malos resultados en las elecciones sindicales de 1994-95-, amenazando su propia supervivencia (Royo 2006). De esta forma, se produce una reorientación estratégica en los sindicatos más representativos a nivel nacional con el fin de retomar la iniciativa y la influencia a nivel político, acelerada por los cambios internos llevados a cabo. A lo que se suma, por un lado, la incapacidad de los empresarios para controlar los salarios, y, por el otro, la incapacidad del Gobierno en reducir la inflación, con el fin de cumplir con los criterios de convergencia establecidos en el proceso de creación de la Unión Económica y Monetaria, en ausencia de una marco de negociación centralizado (Pérez 2000).

Como resultado se retoma la política de concertación, paradójicamente, de forma más intensa tras el cambio de gobierno en las elecciones generales 1996 ganadas por el Partido Popular (PP). Esta forma de operar del gobierno de Aznar, no aplicando una agenda neoli-beral ortodoxa, negociando las reformas —al menos durante la primera legislatura— lleva a Hamann (2005) a presentar el gobierno del PP como una «tercera vía conservadora». Por otro

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lado, la estrategia de establecer mesas de negociación independientes -de forma que el des-acuerdo en una no afecte al proceso de negociación en el resto- y de iniciar las negociaciones por las materias en las que el consenso entre los agentes sociales era elevado, facilitó el éxito del proceso negociador. Con la vuelta al gobierno del PSOE en 2004, el diálogo social tomó un nuevo impulso tras el retroceso sufrido en la segunda legislatura del PP –esta vez con mayoría absoluta–, con huelga general de ámbito nacional incluida el 20 de Junio de 2002, que supuso un paréntesis en la política de concertación, y, como consecuencia, ante un cambio de posición del gobierno no favorable a los intereses de los trabajadores el intercambio se volvió negativo de manera puntual.

En 2005, en un contexto de entendimiento y buenas relaciones entre el gobierno y los agentes sociales —particularmente con los sindicatos—, se registra el menor número de par-ticipantes (331,3 miles) y de jornadas no trabajadas (758,9 miles) del periodo democrático. Durante este quinquenio (2004-2008) la configuración de las huelgas, reducido tamaño y baja frecuencia, es el resultado de una elección estratégica: con un partido político «hermano» en el gobierno, los sindicatos «renuncian a utilizar plenamente su poder de negociación sobre reivindicaciones inmediatas (esencialmente salariales), a cambio de las satisfacción de reivin-dicaciones «estructurales» a más largo plazo» (Rehfeldt, 1990: 8).

En 2008, después de que el PSOE ganará de nuevo las elecciones sin mayoría absolu-ta, en una situación en la que la recesión económica era notoriamente palpable, el 29 de julio el gobierno, CEOE y CEPYME, por parte empresarial, y CCOO y UGT, por parte sindical, suscribieron la Declaración para el impulso de la economía, el empleo, la competi-tividad y el progreso social, documento propuesto por el gobierno como «hoja de ruta» para el diálogo social en su segunda legislatura. El diálogo social de esta legislatura, a dife-rencia de la anterior, se desarrollará en un entorno de crisis económica y un importante aumento del paro.

En esta etapa la relación en el proceso de concertación centralizada y la disminución de la actividad huelguística es más clara que la acontecida en la etapa de los grandes pactos so-ciales, en la medida en que en los ochenta el efecto de los acuerdos centralizados fue contra-rrestado ampliamente por los conflictos de gran calado desencadenados por la restructuración del sector público empresarial. Por tanto, desde la óptica del «intercambio político» los sin-dicatos desde la segunda mitad de los noventa han considerado ventajoso —menos costoso— desplazar la lucha por la distribución desde el mercado de trabajo al ámbito político, lo que ha significado una reducción acusada de la actividad huelguística.

Además, desde mediados los noventa, también se ha desarrollado un intenso proceso de concertación a nivel regional que, partiendo de los pactos territoriales por el empleo, se ha extendido a otros ámbitos como inversiones en infraestructuras y mejora de los servicios sociales. Implicando, de este modo, cabe vez más a los agentes sociales en el diseño y la gestión de políticas públicas alejándolos progresivamente de la confrontación en las relacio-nes laborales.

En el ámbito económico, cabe destacar dos aspectos del proceso de convergencia nomi-nal y final integración de España en la UEM que parecen haber tenido efectos encontrados, aunque no simétricos, en la actividad huelguística. Por un lado, la reducción sustancial de la tasa de inflación se asocia con una reducción de las huelgas derivadas del proceso de negocia-

Huelgas y crisis económica (y del intercambio político)

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ción colectiva; y, por el otro, la reducción del déficit y de la deuda pública se relaciona con la convocatoria esporádica de huelgas motivadas por la privatización de las grandes empresas públicas y la congelación de los salarios de los funcionarios.

En el Gráfico 2 se aprecia como el incremento de los precios y el número de huelgas derivadas de la negociación colectiva muestran una evolución acompasada. Así, en la primera mitad de los noventa las huelgas derivadas de la negociación colectiva disminuyen a la par que el incremento de los precios se reduce. A finales de los noventa se registra el valor mínimo en ambas series. En contraste, con el cambio de década se acelera el incremento de los precios, aumente de igual forma el número de huelgas derivadas del proceso de negociación colectiva. Por último, ambas magnitudes se han estabilizado. Este último hecho se puede relacionar con la firma por parte de sindicatos y patronal de sucesivos Acuerdos Interconfederales sobre Negociación Colectiva desde el año 2002 hasta 2008.

Gráfico 2. Evolución del número de huelgas derivadas de la negociación colectiva y del Índice de Precios al Consumo*

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3

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IPC

(%)

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der

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neg

. col

ec.

Huelgas derivadas de la negociación colectiva Variación IPC

* La serie del IPC se ha introducido con un año de retardo, en el sentido planteado por Cramton y Tracy (2003) de que las huelgas pueden ser más frecuentes cuando en el periodo previo se ha producido un comportamiento descompensado de la tasa de inflación.

Fuente: Elaboración propia a partir de Estadística de Huelgas y Cierres Patronales (MTIN) y Índice de Precios de Consumo (INE).

Asimismo, cabe destacar como otra de las causas del descenso acusado de la actividad huelguística en esta etapa, la puesta en marcha, tanto a nivel nacional (Servicio Interconfe-deral de Mediación y Arbitraje) como regional, de procedimientos de solución extrajudicial de conflictos colectivos de trabajo mediante acuerdos interprofesionales sobre materias concretas. Con el paso de los años, estos procedimientos de mediación y, en su caso, arbi-traje se han convertido en verdaderos instrumentos dinamizadores de las relaciones labo-rales al fomentar la búsqueda de soluciones consensuadas sin necesidad de recurrir a actua-ciones de mayor contundencia. Además, prevén una mediación previa a la convocatoria de huelgas, lo que supone una reducción directa de la actividad huelguística en caso de acuer-do, sin perjuicio del descenso indirecta derivado del mejor entendimiento de las partes. Estos mecanismos han supuesto el cierre del círculo de la institucionalización del conflicto de trabajo.

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Crisis económica y ruptura del intercambio político (2009-2012)

Iniciada a finales de 2008, la economía española vivió una importante recesión en 2009, tras quince años de crecimiento consecutivo, inmersa en una profunda crisis con orígenes tanto internos, derivados de los desequilibrios acumulados durante la última fase expansiva, como externos, por la crisis económica y financiera internacional que estalló en 2008 (CES, 2010). El retroceso del PIB (-3,6 por ciento) fue menos intenso que en el conjunto de la Unión Europea (-4,2 porciento), debido, al menos en parte, al efecto sobre la demanda de los planes de estímulo económico puestos en marcha desde finales de 2008, esencialmente el Plan Espa-ñol para el Estímulo de la Economía y el Empleo (Plan E). Sin embargo, la tasa de desempleo se disparó al 18,8 por ciento en el último trimestre del año.

Tras el fuerte ajuste registrado por la economía española en 2009, el PIB cerró el cuarto trimestre de 2010 con una tasa de variación positiva, alcanzando en el conjunto del año un re-troceso del 0,1 por 100. No obstante, la actividad se mantuvo débil y estuvo marcada por diver-sos factores, entre los que cabe destacar el impacto sobre la demanda interna del cambio de orientación de la política económica hacia la consolidación fiscal, y los efectos de la crisis de deuda soberana sobre la prima de riesgo de la deuda española y, en consecuencia, sobre la dis-ponibilidad de financiación exterior; y todo ello en el contexto de los desequilibrios acumulados durante la última fase expansiva. La tasa de desempleo alcanzó el 20 por ciento (CES, 2011).

Lo que comenzó como una crisis financiera, que se traslado a la economía real a través de la restricción crediticia, culmina en una grave crisis fiscal. En el Gráfico 3 se reproduce la evolución del ingreso y gasto de las Administraciones Públicas durante la última década.

Debido la incremento del gasto (fundamentalmente, prestaciones y subsidios de desem-pleo) y la disminución de los ingresos (una caída sin precedentes el Impuesto de Sociedades y el Impuesto sobre el Valor Añadido) en dos años se pasó de un superávit del 2,0 del PIB (2007) a un déficit del 10,2 (2009). En 2010 se inicia la senda de recorte del gasto público y repuntan levemente los ingresos.

Gráfico 3. Evolución de los ingresos y gastos públicos de España

-3.709 -1.722 -2.899 -1.064

11.504 23.346 20.246

-48.870

-117.098-98.218 -91.420-200.000

-100.000

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Mill

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s

Ingresos-gastos Ingresos Gastos

Fuente: Elaboración propia a partir de Eurostat.

Huelgas y crisis económica (y del intercambio político)

INGURUAK. 51.2012 107

La recesión económica y sus efectos han tenido un fuerte impacto en la dinámica del diálogo social. Así, en 2009 los agentes sociales no llegaron a un acuerdo para firmar un nue-vo Acuerdo Interconfederal para la Negociación Colectiva. Rompiéndose, de este modo, la dinámica iniciada en 2002 e introduciendo una dinámica de mayor conflictividad en la nego-ciación de los convenios colectivos, fundamentalmente en relación a los incrementos salaria-les que tuvo reflejo en los conflictos planteados ante los órganos de solución extrajudicial de conflictos (CES, 2010). La situación se desbloqueo en noviembre con la firma del «Compro-miso de actuación entre CEOE y CEPYME y CCOO y UGT sobre la negociación colectiva pendiente de 2009». Posteriormente, el 9 de febrero de 2010 se firma -por los mismos prota-gonistas- el Acuerdo para el Empleo y la Negociación Colectiva 2010, 2011 y 2012 (AENC).

La situación de bloqueo de la negociación colectiva durante buena parte del año no tuvo reflejo en un incremento del número de huelga derivadas de la negociación colectiva, que se mantuvo en un orden de magnitud similar (239) al promedio anual del periodo en que estu-vieron vigentes los ANC (2002-2008) (246).

El aumento del número de huelgas durante los años 2009 y 2010 se debió al incremento de los conflictos no derivados de la negociación colectiva, especialmente de los motivados por impago de salarios y regulaciones de empleo (Gráfico 4).

Gráfico 4. Evolución del número de huelga según su motivación

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Hue

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Derivados de negociación colectiva. No derivados de negociación colectiva

Motivos no estrictamente laborales

Fuente: Elaboración propia a partir de Estadística de Huelgas y Cierres Patronales (MTIN)

Por otra parte, en julio de 2009 se dieron por concluidas sin acuerdo las negociaciones en materia de mercado de trabajo y empleo, debido a la negativa de los sindicatos y del go-bierno a aceptar las medidas propuestas por las organizaciones de empleadores: la reducción de las cotizaciones sociales en cinco puntos porcentuales y el establecimiento de un nuevo contrato de trabajo con una indemnización por despido de veinte días.

En febrero de 2010 se inicia un nuevo proceso negociador, de carácter tripartito, sobre la reforma del mercado de trabajo. El proceso se prolonga durante varios meses y tras un último

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intento los días 9 y 10 de junio, el Gobierno dio por concluido sin acuerdo el proceso de ne-gociación dado las diferencias de enfoque sobre la mayoría de las cuestiones planteadas. El Consejo de Ministros aprobó el Real Decreto-ley 10/2010, de 16 de junio, de medidas urgen-te para la reforma del mercado de trabajo1. Las centrales sindicales CCOO y UGT anunciaron la convocatoria de una huelga general que tendría lugar el 29 de septiembre de 20102.

Como ya se señaló en el apartado dedicado a las estadísticas de huelgas, no se dispone de información oficial sobre la participación en la huelga general del 29 de septiembre de 2010. No obstante, algunas estimaciones pueden aproximar la magnitud del seguimiento de la huelga, por ejemplo, el Barómetro de Octubre de 2010 del Centro de Investigaciones Socio-lógicas.

Según la estimación del CIS, el 14,0 por ciento de trabajadores participó en la huelga general de 2010, lo que equivaldría a unos 2,5 millones de participantes aproximadamente. Participación sustancialmente inferior a la de las huelgas generales de ámbito nacional con-vocadas con anterioridad (Tabla 1). Asimismo, el 70,5 por ciento de los entrevistados consi-deró que la huelga había sido «más bien un fracaso», frente al 7,5 por ciento que opinaba que fue «más bien un éxito».

Otro estimación, ésta indirecta, como la demanda eléctrica –indicador de la actividad a económica del país- también fue inferior a la de otras huelgas: una reducción del 14,3 por ciento en promedio a lo largo del día, frente a la caída medía del 20,5 por ciento registrado en la huelga general del 20 de Junio de 2002 (El País, 30/06/2010). Por tanto, a pesar de la inexis-tencia de datos oficiales, se podría decir que la huelga general del 27 de septiembre de 2010 fue la que menor seguimiento ha tenido de las acontecidas en las últimas tres décadas.

Tabla 1. Motivación, participantes y seguimiento de las huelgas generales de ámbito nacional de 1988, 1992, 1994 y 2002

Motivación (inmediata) Participantes (miles) Asalariados (miles) Seguimiento (%)

1988 Plan de Empleo Juvenil 4.797,7 8.721,7 55,0

1992 «Decretazo», recorte protección desempleo 3.491,0 9.463,1 36,9

1994 Reforma laboral 4.974,9 9.034,3 55,1

2002 «Decretazo», recorte protección desempleo 3.859,9 13.471,8 28,7

Fuente: Elaboración propia a partir de Estadística de Huelgas y Cierres Patronales (MTIN) y Encuesta de Población Activa (INE).

Independientemente de su seguimiento, desde la óptica del intercambio político, una vez más, ante un cambio de postura del Gobierno no favorable al interés general de los trabaja-dores, se interrumpe el intercambio político, se vuelve negativo. Los sindicatos utilizaron «el arma» de la huelga general con el fin de modificar la decisión adoptado por el Gobierno, en esta ocasión sin éxito.

1 Previamente, el Gobierno había aprobó el Real Decreto-ley 8/2010, de 20 de mayo, por el que se adoptan medidas extraordinarias para la reducción del déficit público, que provocó la convocatoria de una huelga por las centrales sindicales más representativas de la Función pública que se realizó el día 8 de junio de 2010.

2 La cuarta que convocan conjuntamente UGT y CCOO contra un gobierno socialista tras las de 1988, 1992 y 1994. La quinta en el caso de CCOO, que convocó la de 1985. Así, a fecha de 16 de mayo de 2012, el PSOE ha gobernado el país durante el 63,7 por ciento del tiempo en democracia constitucional (desde el primer gobierno constitucional de Adolfo Suarez constituido el 02 de abril de 1979) y acumulando el 71,4 por ciento de las huelgas generales de ámbito nacional acontecidas hasta la fecha (5 de 7, se excluyen las huelgas generales de 2 horas de duración contra el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y contra la guerra de Iraq del 10 de abril de 2003). Por su parte, el Partido Popular ha gobernado durante el 25,2 por ciento del tiempo y acumula el 28,6 por ciento de las huelgas (2 de 7).

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A pesar de los conflictos surgidos por los planes gubernamentales de recorte del déficit público de Mayo de 2010 y la reforma del mercado de trabajo de Junio de 2010, el diálogo social se reconduce a principios de 2011, cuando se reabren las negociaciones entre los agen-tes sociales y el Gobierno sobre la reforma del sistema de pensiones. Dando lugar a la firma, por parte de CCOO, UGT, CEOE y CEPYME y el Gobierno, el 2 de febrero de 2011 del Acuerdo Social y Económico para el crecimiento, el empleo y la garantía de las pensiones.

En 2011, el número participantes y jornadas no trabajadas debido a huelga registran los valores más bajos de la democracia. Mientras que el número de huelgas vuelve a un nivel si-milar a la etapa previa a la crisis. De nuevo, el resurgimiento del diálogo social supone un descenso de la actividad huelguística.

Para finalizar este apartado, tan solo señalar la nueva ruptura del intercambio político que supuso la reciente reforma del mercado de trabajo en 2012, tras el cambio de Gobierno en las elecciones del 20 de Noviembre de 2011.

Aunque no se dispone aún de los registros oficiales, y puede que tampoco se disponga de ellos, el Barómetro de abril del CIS indica que la participación en la huelga general de ámbito nacional del 29 de Febrero de 2012 fue superior a la del 29 de Septiembre de 2010. Así, el 23,4 por ciento, de los entrevistados hicieron huelga ese día (lo que equivaldría aproxima-damente a 4,0 millones) frente al 14,0 por ciento de la huelga anterior (2,5 millones). Asimis-mo, el 21,0 por ciento de los entrevistas consideran que la huelga fue un éxito, frente al 7,5 por ciento de 2010.

Por tanto, en esta quinta etapa en cuanto a la intensidad de la actividad huelguística en el periodo democrático, de nuevo las variables políticas parece que encajan mejor que las económicas para resolver «el puzle de las huelgas» (Franzosi, 1995). Así, en una coyuntura económica adversa, en lugar de reducirse el número de huelgas -como predicen los modelos del ciclo económico desarrollados en el contexto norteamericano- en 2009 las huelgas se dispararon a niveles no registrados desde inicios de los noventa.

El incremento de las huelgas se concentró en motivos laborales distintos a la negociación colectiva, principalmente por impago de salarios y regulaciones de empleo. En 2010 al incremen-to de la actividad huelguística se reflejo en la convocatoria de huelga general del 29 de septiembre y en la huelga de la función pública. La connotación política de las huelgas no se manifiesta de forma exclusiva en estas grandes movilizaciones nacionales, sino que también en las huelgas de reducido tamaño (locales) los trabajadores, a través de manifestaciones públicas, tratan de llamar la atención del poder político en busca, asimismo, de una intervención favorable a sus intereses.

En esta etapa, a pesar de no contar con los datos para representarlo gráficamente, las huel-gas del sector público de junio y la huelga general de septiembre de 2010 –junto a la huelga general de 2012-, han modificado de nuevo la «forma de las huelgas»: huelgas de gran tamaño y corta duración, lo que les confiere una clara connotación política, de «intercambio negativo».

Conclusiones

La evolución reciente de la actividad huelguística (2009-2011) permite corroborar las observaciones realizadas en trabajos previos: la hipótesis «política» sobre las huelgas parece más adecuada para explicar el caso español durante el régimen democrático.

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De este modo, los sucesivos acuerdos de concertación social acontecidos tanto a nivel nacional como regional desde mediados de los noventa se pueden interpretar, desde la óptica del «intercambio político», como un cambio en la localización del conflicto por la distribución de la renta nacional que se desplaza del mercado —donde las huelgas son el principal mecanis-mo de presión—, a la esfera política donde operan mecanismos redistributivos a medio y largo plazo como la política social o el sistema fiscal (Cameron 1984; Korpi y Shalev 1979; Hibbs 1978; Pizzorno 1978). Disminuyendo, de este modo, la actividad huelguística en el medio y largo plazo. Sin embargo, lo anterior no implica una evolución lineal de las huelgas en la me-dida en que se pueden dar discrepancias en el intercambio y las partes se pueden desvincular del mismo y optar por una estrategia de confrontación, como acontece en la actual etapa.

El brusco cambio de ciclo económico vivido en 2008, que se prolonga por un periodo más largo del previsto inicialmente, forzó un giro igual de brusco en la política económica del gobierno en mayo de 2010. Ante un cambio de postura del Gobierno no favorable a los inte-reses de los trabajadores, pierde sentido la lógica del intercambio político: moderación rei-vindicativa en el mercado de trabajo a cambio de influencia política. Así, en el corto plazo los sindicatos reaccionan movilizando sus recursos para limitar la reforma laboral con la convo-catoria de huelga general del 29 de septiembre de 2010. No obstante, en el medio plazo a los sindicatos les sigue interesando participar en el diseño (reforma) de las políticas sociales y laborales, de ahí que se retome el diálogo social tripartito a principios de 2011, reduciéndose, de nuevo, los niveles de actividad huelguística.

No obstante, que las huelgas en España se aproximen más a una lógica de acción políti-ca no implica necesariamente que la actividad huelguística se desvincule totalmente de las condiciones económicas. Así, una variable económica como la inflación muestra una influen-cia relevante en la concurrencia de huelgas durante la negociación colectiva durante la última década. La reducción y posterior estabilización del incremento de los precios ha influido, asimismo, en la reducción de la concurrencia de huelgas durante el proceso de negociación colectiva.

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