Eurasia en 10 comics
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Eurasia en 10 comics
09/01/2015
Por Nicolás de Pedro y Rubén Ruiz Ramas
Tebeos, cómics, o más pomposamente, novelas gráficas para adentrarse en Eurasia,
eso ofrece este artículo. Nada más y nada menos. Algunos, quizás, descubrirán alguna
joya ignota; otros, simplemente, criticarán las inevitables ausencias. Pero,
probablemente, nadie objetará que los siguientes títulos merecen figurar en una lista de
grandes tebeos ambientados en ese espacio eurasiático de límites imprecisos, pero en el
que Rusia, en sí un imperio, sea cual sea la época a tratar–la zarista, soviética o la
Rusia actual–, ocupa un lugar central.
La Emperatriz Roja (1999) de Dufaux y
Adamov
Epopeya retrofuturista ambientada en la Rusia eterna y mítica que transcurre en algún
momento entre los siglos XVII y XXIII. Zares, popes, cosacos, revolucionarios,
mafiosos y androides se enfrentan en una Rusia post-atómica, post-soviética, imperial,
ultraconservadora y brutal. El enfrentamiento entre la emperatriz Catalina y el zar
Pedro desencadena una trama absorbente en un entorno apocalíptico y ciberpunk.
Fascinante tanto para rusófilos como para antiguos lectores del Víbora. En la primera
edición española de Glenat la saga se dividía en cuatro tomos: 1,La Sangre de San
Bothrace, 2.Corazones de acero, 3.Impuros, 4. Las grandes catacumbas. Sin embargo,
en 2013 esta misma editorial saco un único volumen con una versión reducida del
conjunto de la obra a la cual se le unió un epílogo.
La conspiración (2005) de Will Eisner
Will Eisner se propone desentrañar el mito de la conspiración judía mundial y
desenmascarar la fabricación de los infames Protocolos de los Sabios de Sión. Así que
no se trata de una obra centrada específicamente en Rusia, pero aborda un aspecto
fundamental de las intrigas políticas en la corte del zar Nicolás II. Los Protocolos son
una falsificación obra de Mathieu Golovinski, un gris, pero hábil funcionario de la
pequeña aristocracia de Simbirsk, que creó una de las armas más usadas para alimentar
el antisemitismo en Rusia y el resto del mundo. Golovinski fue un precursor de
técnicas modernas de propaganda y desinformación que, a buen seguro, hubiera sido
muy activo en Twitter estos días y hubiera contado con una ingente masa de trolls
como fervientes seguidores. Más que una novela gráfica se trata de un ensayo que se lee
como un cómic, en el que Eisner repasa la trayectoria de la fabricación del texto
original, su relevancia en la Rusia pre-revolucionaria (“En Rusia, religión y política
son lo mismo” exclama uno de los personajes), su difusión internacional y el proceso
por el que fue constada su falsedad y establecida la verdadera autoría. El álbum cuenta
con una perfecta y sintética introducción de Umberto Eco, reconocido lector de cómics.
Will Eisner, por cierto, murió apenas un mes después de la publicación de La
Conspiración.
Corto Maltés, de Hugo Pratt. “Corto en
Siberia” (1974) y “La casa dorada de
Samarkanda” (1980)
Icono de la historieta europea, Corto Maltés es, ante todo, un romántico. Un pirata
batido por el ansia de aventura para quien el tesoro es un medio y no un fin. Un
introvertido idealista sin cortafuegos ideológicos. Impedido para la militancia
disciplinada pero resuelto a arriesgar su vida por una causa justa. Incapaz de someter al
prójimo o de aprovechar su sometimiento, no abandonará el lugar sin luchar contra esa
ignominia. Corto es un libertario con duende: libre, nómada y supersticioso. Sin
fronteras. Sin banderas. Las hazañas de este capitán sin barco creado por Hugo Pratt
están ambientadas entre 1905 y 1925, si bien tanto su padre, Pratt, como su amigo
Cush, en Los Escorpiones del Desierto, le sitúan como brigadista internacional en la
Guerra Civil Española, donde al parecer habría fallecido fusilado por fascistas
italianos tras la toma de Málaga en 1937. Antes, Corto visitó nuestro espacio de
referencia en dos de sus obras más celebradas y extensas.
Corto en Siberia se desarrolla entre 1919 y 1920 en el caótico frente siberiano de la
Guerra Civil Rusa. Allí, la soberanía del joven estado soviético, que apenas controlaba
territorios al este de los Urales, fue desafiada por distintos actores enfrentados a su vez
entre sí. La fuerza contrarrevolucionaria más relevante fue el Ejército Blanco del
Almirante Kolchak, quien estableció una dictadura militar y fue nombrado Verjovny
Pravítel (Gobernante Supremo) de Rusia con apoyo occidental. Kolchak no logró
mantener la cadena de mando sobre el conjunto de las milicias contrarrevolucionarias y
pronto surgieron señores de la guerra con los que lidiar por los escasos recursos, el
control de infraestructuras, especialmente las vías férreas, y rutas de aprovisionamiento.
Entre ellos cabe destacar a dos de los protagonistas del comic, el atamán Grigori
Semiónov, quien estableció el Gobierno Provisional de Transbaikalia en Chita, y
uno de los personajes más estrambóticos, megalómanos y, por otra parte, desconocidos
del siglo XX: el barón von Ungern – Sternberg. Ambos apoyados por Japón, en
origen el segundo era lugarteniente del primero, para progresivamente emanciparse sin
nunca romper relaciones. Von Ungern-Sternberg, místico apasionado del budismo y
de la figura de Gengis Kan, pretendía emular a aquel fundando un nuevo imperio
euroasiático basado en la reencarnación de la Horda de oro. No lo consiguió, pero llegó
a conquistar la capital de Mongolia, estableciendo una dictadura entre marzo y agosto
de 1921. Sus andanzas fueron recogidas por Ferdynand Ossendowski en Bestias,
Hombres, Dioses.
Entre tan ilustres personajes, Corto, o Cortushka, como le bautiza la Duquesa Marina
Seminova, se verá inmersa en una trepidante trama en la que todos aquellos con alguna
ambición entre el Baikal y Manchuria (americanos, japoneses, revolucionarios chinos y
mongoles, buscavidas, mafias y sociedades secretas) se dan cita en Transbaikalia para
disputarse un tren con el oro de la familia Romanov, supuestamente bajo custodia de
Kolchak.
Dos años más tarde aproximadamente tiene lugar la acción de La Casa Dorada de
Samarkanda, una cárcel en la antigua capital de Tamerlán en la que se encuentra preso
Rasputín, el mejor amigo de Corto. También llamado Raspa en este episodio, es la
antítesis de su camarada. En una de las escenas interpela así al principal personaje
histórico del episodio, Ismail Enver Pachá: “Sí, nací en Rusia, pero mi nacionalidad es
la del dinero. Todo lo demás no cuenta. Mientras me pagues… lucharé por ti”. Corto, en
su particular road movie hacia Samarkanda, donde nunca llegará, atraviesa los
territorios en desintegración de lo que fue el Imperio Turco, hasta alcanzar los límites de
la República Soviética del Turquestán con Kafiristán y el norte de Afganistán; esto
es, los territorios colchón que durante el Gran Juego del siglo XIX habían separado a los
imperios ruso y británico. Tras mil peripecias y apuros, como cuando a punto de ser
fusilado por un destacamento soviético llega a pedir ayuda por teléfono al mismo Stalin
con quien había coincidido en 1907 en Ancona, Corto da con Rasputín y Enver Pachá.
Ismail Enver fue uno de los tres pachás que establecieron la dictadura de los jóvenes
turcos en 1913, llegando a ser el único dictador de facto del Imperio Otomano iniciada
la Primera Guerra Mundial. Tras una serie de derrotas militares y ejecutar el conocido
como Genocidio Armenio, en 1918 Enver se ve forzado a dimitir y abandonar Turquía.
Tras un breve paso por Alemania, se dirige a Moscú para ofrecer sus servicios al
gobierno bolchevique como pacificador en el Turquestán soviético. Sin embargo una
vez allí, Enver, dio un giro de 180º y reaviva sus sueños nacionalistas de establecer un
único estado pantúrquico que una Asia Central y el Cáucaso declarando la Guerra
Santa contra el Ejército Rojo. Gracias a Hugo Pratt hoy sabemos que fue con Corto y
Rasputín con quien compartió sus últimas palabras antes de inmolarse a merced de las
ametralladoras soviéticas.
Noche en Blanco (2009) de Yann y
Neuray
La historia arranca, nada menos, el 16 de julio de 1918 en Yekaterimburgo unas horas
antes de la ejecución del Zar y su familia. A lo largo de cinco volúmenes Noche en
Blanco narra las aventuras de Sacha Kalitzin, un oficial leal a los Romanov que
combate con las fuerzas del Almirante Kolchak. En buena medida, este comic resulta
complementario a esa obra maestra que es Corto Maltés en Siberia previamente
presentada. Los tres primeros volúmenes transcurren entre los Urales y Vladivostok y
relatan el derrumbamiento del mundo de un Kalitzin rodeado de grandes personajes –
algunos memorables, otros miserables– mientras discurre una intensa historia de amor
consumida por la fuerza de los acontecimientos históricos. La presencia de un hermano
de Kalitzin como oficial bolchevique es, probablemente, el único elemento que resta
verosimilitud a una historia con un guión y unos diálogos excelentes. El dibujo, de línea
clara, es simplemente espectacular. Los dos últimos tomos, ambientados en el Shanghái
colonial al borde de la invasión japonesa y en el París previo a la ocupación alemana,
profundizan en un Kalitzin, menos crepuscular y romántico que en los volúmenes
previos y, sin duda, más vitalista y descreído. No desmerecen a una serie fantástica,
pero resulta inevitable no añorar los paisajes y personajes siberianos.
Tintín en el País de los Soviets (1929) de
Hergé
Si Hergé hubiera firmado únicamente éste o algún otro de sus primeros álbumes –
particularmente Tintín en el Congo– nuestro recuerdo sería bien distinto.
Probablemente, consideraríamos Tintín en el País de los Soviets como un novedoso
instrumento de propaganda y un buen reflejo del terror que sentían las clases burguesas
europeas en los años 20 ante el auge del comunismo en Europa occidental espoleado e
inspirado por la triunfante revolución soviética en Rusia. Pero no la consideraríamos
una obra seminal y precursora. Resulta imposible, no obstante, acercarse a ésta, o
cualquier otra obra de Hergé, obviando que se trata de uno de los grandes del cómic del
siglo XX y el autor de obras maestras intemporales como El Loto Azul (1936) o Tintín
en el Tíbet (1960).
Tintín en el País de los Soviets se publicó por entregas semanales de dos páginas en Le
Petit Vingtième el suplemento infantil de la revista Le Vingtiëme Siëcle de inspiración
católica y filofascista, dirigida por el sacerdote Norbert Wallez, quien ejerció una
poderosa influencia sobre Hergé. En su descargo puede aducirse que en esta época más
que un artista, Hergé era un artesano que seguía las directrices de su patrón y no hacía
sino reflejar el clima imperante a su alrededor. La ausencia de una clara trama central y
la primacía del mensaje y los fines “pedagógicos” sobre los narrativos lastran un álbum,
en el que, no obstante, ya se atisba el extraordinario dominio del ritmo de Hergé.
Cuadernos Ucranianos (2010) de Igort
En 2008, el dibujante italiano Igort emprendió un viaje que se alargó dos años y alteró
por completo los objetivos artísticos iniciales. Lo que iba a ser un álbum inspirado en la
trayectoria vital de Chéjov se convirtió en un retrato descarnado de Ucrania y Rusia en
dos volúmenes independientes. En palabras del propio autor “durante mi estancia por
las antiguas repúblicas soviéticas y Rusia empecé a darme cuenta de que el ‘sueño
comunista’ no había sido tal sueño, ni mucho menos, sino más bien una pesadilla. No es
necesario ser una persona muy sensible para llegar a esta conclusión.”
En los Cuadernos Ucranianos ciudadanos anónimos relatan sus recuerdos de algunos
de los episodios más trágicos de la cruenta historia de Ucrania en el siglo XX. El
Holodomor o la gran hambruna de 1932-33 castigo colectivo contra Ucrania inducido
por Stalin que se saldó con varios millones de muertos y se tradujo en un periodo
particularmente terrible y duro en el que se extendió la práctica del canibalismo; la
deskulakización o la destrucción sistemática de los pequeños propietarios agrícolas; la
industrialización forzosa; la ocupación nazi; o el accidente de Chernóbil son algunos de
los episodios reflejados en este álbum. Cuadernos Ucranianos no cubre el conflicto
actual, pero es un buen preámbulo para comprender alguno de sus aspectos. De forma,
quizás premonitoria, en sus primeras páginas, que reflejan la estancia de Igort en
Dnipropetrovsk en el verano de 2008, Vania, un joven que vive en Moscú, exclama
“Putin invadirá pronto Ucrania”.
Superman: RED SON. Mark Millar
(2003).
No podía faltar entre las recomendaciones para un original “amigo invisible” un cómic
de superhéroes. Los superhéroes no pueden existir sin supervillanos, y en la
caracterización de éstos, especialmente en EEUU, la propaganda anticomunista tuvo
constante presencia a lo largo del siglo XX desde la Revolución Rusa de 1917. Como
analiza Ignacio Fernández en su excelente “Miedo Rojo! Las tensiones entre el cómic
estadounidense y el comunismo”, solo durante el breve periodo de alianza entre la
URSS y EEUU en la Segunda Guerra Mundial, el tebeo yanqui moderó su crítica hacia
los principios del comunismo. Ya antes del inicio de la Guerra Fría, Superman aparecía
luchando al mismo tiempo contra nazis y comunistas, adelantándose así a Hannah
Arendt en Los orígenes del totalitarismo. De los años cincuenta en adelante las
colaboraciones de superhéroes de Marvel y DC se volvieron un ritual. Incluso se
produjo una progresiva incorporación de superhéroes rusos al Universo Marvel, siendo
varios de ellos disidentes conscientes frente al comunismo. Destacan Piotr Nikolaievitch
Rasputin, más conocido como Coloso, nacido en una granja colectiva siberiana pero
enrolado en los X-Men, y la Viuda Negra, espía soviética que se pasó al enemigo donde
se integrará en distintos grupos como SHIELD o los Vengadores. Conforme las
relaciones entre EEUU y la URSS/Rusia se fueron encauzando a partir de la perestroika,
la caída del muro y la desintegración de la propia URSS, Marvel permitió incluso la
incorporación a su universo de supergrupos soviéticos como los Soviet Super Soldiers o
la Winter Guard, ambas mímesis de los Vengadores en el mundo libre capitalista.
Ambas imagenes tomadas de Ignacio Fernández
Como último giro a la relación entre superhéroes, la Unión Soviética y la propaganda
anticomunista, aparece esta ucronía, Superman: Red Son, aprovechando una de esas
colecciones contrafactuales que en el Universo Marvel se titulan What if..? (¿Qué
hubiera pasado si…?) y en DC se publican bajo el sello de Elseworlds (Otros Mundos).
Esta serie dividida en tres capítulos transcurre entre 1950 y el 2000, contando con un
epílogo final futurista. El What if planteado sitúa el aterrizaje de Superman en la Tierra
en una granja colectiva de Ucrania y no en Kansas. Este hecho cambiará radicalmente
el curso de la Guerra Fría sustituyéndose la carrera de armas nucleares o espacial por
una carrera entre las dos superpotencias por desarrollar superseres. La historieta está
llena de requiebros históricos y llamativas caracterizaciones de los personajes del
universo DC. Inicialmente, el mayor aliado de Superman es Stalin, hasta que muere
envenado por su hijo ilegitimo, director del NKVD (después KGB), mientras el
antagonista de Superman sigue siendo Lex Luthor, quien con la colaboración de la CIA
intentará clonar a Superman. Stalingrado es encogida e introducida en una botella por
Brainiac y Luthor. Batman es el líder de un movimiento terrorista anarquista que
combatirá la opresión del totalitarismo omnipotente perfeccionado por Superman, en el
que él tiene el rol de un orwelliano gran hermano. Y es que en Red Son, el socialismo
desarrollado vuelve a ser caracterizado como la típica estampa anticomunista donde el
sistema soviético es sumamente tecnificado y deshumanizado. No existen el crimen, la
pobreza, el desempleo ni la libertad. La operación cerebral es el castigo aplicado a los
disidentes. El epilogo es más delirante si cabe que el resto de la serie: Superman es
desterrado del planeta, la URSS desaparece y Luthor consigue gobernar el globo… ¡por
2.000 años!!
Partida de Caza (1981), de Bilal y
Christin.
A este lado del muro la traslación del bloque comunista fue en exceso dependiente de
sendos tipos de propaganda, la comunista y la anticomunista, lo cual coadyuvó a la
reproducción de clichés distorsionadores de la realidad. En Partida de Caza no hay
rastro de los tópicos anticomunistas. De hecho, varios anclajes de ese tipo de
propaganda son contundentemente contestados. En cuanto a los dirigentes comunistas,
no son la encarnación del mal en la tierra: psicópatas carentes de empatía y sedientos de
sangre, élites que disponen de las masas fría y arbitrariamente, burócratas
automatizados sin individualidad ni conciencia social. En cuanto al sistema, no
corresponde con un modelo tecnificado, deshumanizado, planificado milimétricamente,
ni el bloque comunista es homogéneo o monolítico, ni el Estado concuerda con la
imagen de un sofisticado totalitarismo capaz programar, controlar, ejercer autoridad y
coerción en la cada rincón bajo su soberanía.
En Partida de Caza se encarna el desencanto de una generación de viejos jóvenes
idealistas con el sistema que ayudaron a levantar, manchándose en ocasiones las manos
de sangre para ello. Delaciones, torturas, órdenes tomadas o ejecutadas que, lejos de ser
banal y fácilmente interiorizadas, pesan sobre sus conciencias, impidiéndoles conciliar
el sueño durante décadas. Un sentimiento de culpa agravado al confirmar con los años
que sus actos no sirvieron a un interés superior, esto es, al comprobar la degeneración
de la utopía. La gerontocracia de Bilal y Christin además de advertir su fracaso,
apercibe que su creación no es reformable ni puede ser derrocada por una sociedad
disociada de todo lo político. Deben ser ellos mismos los que posibiliten las condiciones
de una transición de rumbo incierto pero liberada del yugo de Moscú. Operando con sus
reglas, la intriga, el pacto secreto, la lealtad y la traición. Y lo hacen en silencio, sin
otorgarse medallas, pues los pecados acumulados les impiden imprimir boato o
dignificar su gesto. Saben que hagan lo que hagan los primeros siempre pesarán más.
Tras el acto solo hay descanso, no calma, pues es un descanso impuesto, no queda nada
por hacer, lo harán otros, solo elegir el destino de retirada.
Soviet Zig-Zag (1986) de Barcelo y Tripp.
Se trata del segundo episodio de peripecias internacionales del periodista francés
Jaques Gallard, tras Perfume de África (1983), y único álbum de una serie de cuatro
que no transcurre en África. Por momentos este comic semeja ser un remake moderno
en homenaje al clásico, y primer álbum de su colección, “Tintín en el país de los
soviets”. Bien es cierto que Soviet Zig-Zag carece del marcado tono propagandístico
anticomunista de la obra que Hergé publicó en 1930. Barcelo y Tripp ofrecen una
sátira de la perestroika y los intentos de la jerarquía soviética por suavizar el tono de la
Guerra Fria con los EEUU, en lo que ésta considera es una estrategia global de
modernización de la Unión Soviética. Si bien con distinto enfoque al propuesto por
Bilal y Christin, en las andanzas de Gallard por Moscú se vuelve a rehuir de los clichés
occidentales más comunes sobre la nomenclatura y sistema soviéticos. Los
apparatchiks no son villanos programados para hacer funcionar una tecnocracia
automatizada. Por el contrario, los burócratas soviéticos aparecen retratados como
personas entrañables enrocados en una lucha voluntariosa, la de la modernización de un
sistema burocrático a todas luces inoperante, contra su propia naturaleza. De hecho,
ambientada la trama en el contexto de Guerra Fría, son los agentes estadounidenses los
que se llevan la peor parte al moverse por Moscú sin escrúpulos, sin empatías y con
extrema violencia contra quien osa desafiar sus planes.
El argumento del comic gira en torno a una partida de ajedrez que han de jugar en
Moscú a modo de evento de conciliación, el campeón soviético contra el campeón de
los EEUU. No obstante, en realidad éste último es igualmente de origen soviético, y tras
años compartiendo clases y amistad con el primero, habría abandonado la Unión
Soviética exiliándose a los EEUU. Su intención es utilizar el viaje a Moscú para
facilitar el mismo viaje de salida a su amigo. Aunque en la obra no se explicita, el
tratamiento de la relación entre los dos ajedrecistas hace intuir que en los años de
formación compartidos habría surgido algo más que admiración y amistad entre los dos
ajedrecistas. En particular en los sentimientos del ajedrecista exiliado hacia el todavía
moscovita. No cabe duda que la elección por parte de los autores de un dúo de
ajedrecistas soviéticos como protagonistas se inspira en la rivalidad que mantuvieron en
los ochenta el ortodoxo Karpov y el reformista Kasparov. Si bien en Soviet Zig-Zag
los contendientes en el tablero son amigos, algo que Karpov y Kasparov no llegaron a
ser hasta finalizadas sus carreras, conforme la historia se desarrolla se evidencia un
distanciamiento de posicionamiento frente al régimen comunista y su inserción en el
contexto de la Guerra Fría entre nuestros dos ajedrecistas de ficción.
Cuadernos Rusos (2010/2011) de Igort
Cuadernos Rusos está dedicado a la periodista Anna Politkóvskaya, asesinada en
Moscú el 7 de octubre de 2006. Igort aborda aquí los aspectos más duros de la muy
olvidada y poco conocida segunda guerra de Chechenia lanzada por el presidente
Putin al poco de alcanzar la cúspide del poder en Moscú. Cuadernos Rusos retrata sin
concesiones los abusos y crueldad contra la población civil chechena, pero sin caer en la
pornografía gráfica, sin olvidar la deshumanización que sufren los soldados rusos
enviados a Chechenia, ni tampoco la deriva terrorista de la militancia yihadista
chechena. Igort, en línea con el trabajo de la periodista asesinada, retrata también el
clima de impunidad imperante en la Rusia de Putin y la violencia contra aquellos que
se aventuran a denunciar los excesos cometidos en Chechenia. El dibujante italiano
llegó a Rusia el 19 de enero de 2009, día en el que fueron asesinados el abogado
Stanislav Markélov y la joven periodista Anastasia Babúrova, ambos vinculados con
la Nóvaya Gazeta, el periódico para el que escribía Politkóvskaya. El grafismo y el uso
del color resultan, simplemente, apabullantes y articula una atmósfera de la que resulta
difícil escapar. Igort crea un testimonio artístico de enorme fuerza que perdurará cuando
los informes de organismos internacionales, la literatura académica o los papers sobre el
tema se olviden.
El Emperador Océano (2003) de Igor
Baranko
Distopía futurista y sátira de la ideología neoeurasianista con, digamos, final feliz.
Transcurre el año 2040 y en Rusia ha sido establecida una dictadura personalista
fundamentada en la defensa y expansión del Imperio Ruso. La ideología original del
nuevo dictador figura a caballo entre el nacional-bolchevismo (nazbol) de Eduard
Limonov y el neoeurasianismo de Alexander Dugin. De hecho, la caracterización del
dictador, Ivan Apelsinov (apelsin es naranja en ruso), no es sino una parodia del propio
Limonov. Ambos comparten no solo haber sido bautizados con un apellido cítrico, sino
también anatomía, estética y alma punk, trastornos psicopáticos y un pasado como
escritores de culto. Como en otros episodios históricos de acceso al poder de apologetas
del fascismo, Apelsinov es apoyado por los principales estamentos del anterior régimen
autoerigidos en guardianes de la esencia y grandeza del estado e imperio rusos. Las
fuerzas de seguridad (siloviki) y la Iglesia Ortodoxa Rusa, son personificadas en la
obra de Barenko por el General Volkov y el Patriarca Kirill.
Objetivo vital de Apelsinov es revivir la Horda de Oro del Imperio Mongol. Para ello
necesita ser la siguiente reencarnación de Gengis Kan, El Emperador Océano, gracia
que conseguirá aquel al que le sea transferido su souldé. “La divina sed de poder, la sed
de conquista”, el souldé, ha pasado desde Gengis por distintos dueños, siendo el último,
Jamratsyn Noïon, monje budista y comisario del pueblo soviético asesinado durante las
grandes purgas de los años treinta. En 2040, el souldé es disputado, de manera
consciente, por los silovikis a cargo de Apelsinov, y de manera inconsciente, por un
derviche checheno con indiferencia ante la vida propia en busca de la Ichkeria
Celeste*.Una batalla mística por equilibrar el ciclo eterno de la vida entre la avidez de
poder y la vida eterna frente a la aceptación del destino y la muerte.
En los tres tomos de El Emperador Océano, personajes de lo más variopinto
deambulan en constante movimiento por una Rusia convulsa y decadente.
Infraestructuras, viviendas y edificios institucionales en su 90% continúan siendo, como
hoy, herencia del periodo brezhneviano. Alrededor de éstos nos topamos con ovnis, a
Lenin abducido por uno de ellos, místicos chechenos, clones de personajes célebres
como Lincoln o Newton, monjes tántricos, policías con poderes telepáticos, cíborgs o
mutilados de guerra sin cabeza capaces de llevar una vida normal. La puesta en escena y
presentación de personajes en este cómic coral es excelente. Sin embargo, el tumulto de
actores que genera la confluencia de ciencia ficción y misticismo religioso neutraliza la
posibilidad de construir personalidades complejas. La mayor parte de ellas son
modulares, previsibles y estereotipadas. Tres figuras, no obstante, viven su misión como
un tortuoso camino de contradicciones que enriquece su andamiaje: el General Volkov,
el Patriarca Kirill y el propio Gengis Kan, atormentado por su sangriento paso por la
tierra.
En conclusión, un cómic muy recomendable, especialmente tras acabar un 2014 en el
que hemos conocido mejor las grietas del antiguo imperio ruso, los nacionalismos que
combaten su resurgimiento y las doctrinas políticas que acompañan a éste último. El
Emperador Océano cierra sus páginas bajo la estatua a la Madre Patria de 62m de alto
en Kiev. ¿Por qué Ucrania? “Porque Ucrania es una grieta entre dos mundos, una
grieta entre Rusia y Europa, entre Oriente y Occidente, entre los hemisferios izquierdo y
derecho del cerebro” (Shakti Noïon, El Emperador Océano, Tomo 2, página 48).
*Concepto teológico equivalente al paraíso creado por el autor. Ichkeria es una
denominación histórica para la actual Chechenia.