"“Este viaje ha fracasado por el aceite español”. Victor Klemperer, el mundo ibérico y la...

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61 “Este viaje ha fracasado por el aceite español”. Victor Klemperer, el mundo ibérico y la estrechez de la Modernidad 1* Bernd Hausberger Centro de Estudios Hisitóricos, El Colegio de México, México Introducción L a publicación de los diarios del profesor de literatura románica, Victor Klemperer, escritos durante su vida bajo el régimen nacionalsocialista, fue la sensación del mercado alemán del libro en 1995. 2 Klemperer, luterano, de origen judío, describía en ellos el avance del terror nazi desde sus principios hasta llegar, ya en los años de guerra, a la deportación y el Holocausto de los judíos, del cual Klemperer se salvó, primero, gracias a su matrimonio con Eva, mujer aria, y, finalmente, gracias al ataque aéreo británico a Dresde, el 13 de febrero de 1945. Al escapar del infierno de las llamas, su esposa le arrancó la estrella de David de su abrigo y lograron así sobrevivir el fin de la guerra con nombres falsos en Baviera. Después de la capitulación alemana, los Klemperer regresaron a su casa en las afueras de Dresde, que los nazis les habían confiscado. De esta suerte, quedaron en la zona de ocupación soviética y Klemperer hizo todavía una carrera universi- taria bajo el régimen comunista, hasta que murió en 1960. El éxito de los diarios de la época nacionalsocialista motivó a la editorial Aufbau a lanzar al mercado la autobiografía de Klemperer, que abarca desde su juventud hasta el final de la Pri- mera Guerra Mundial, escrita entre 1939 y 1945; así como sus diarios de los años comprendidos entre 1918 y la llegada de Hitler al poder en 1933, y finalmente pu- blicó sus cuadernos de los años posteriores a la guerra, su vida en la desaparecida República Democrática Alemana. 3 1 * Traducción de Isabel Galaor 2 Victor Klemperer, Ich will Zeugnis ablegen bis zum letzten. Tagebücher 1933-1945, 2 vols., ed. Walter Nowojski, Berlin, Aufbau, 1995. 3 Victor Klemperer, Curriculum vitae. Erinnerungen 1881-1918, 2 vols., ed. Walter Nowojski, Aufbau, Berlin, 1996; idem, Leben sammeln, nicht fragen wozu und warum. Tagebücher 1918-1932, 2 vols., ed. Walter Nowojski, Aufbau, Berlin, 1996; idem, So sitze ich denn zwischen allen Stühlen. Tagebücher 1945-1959, 2 vols., ed. por Walter Nowojski, Aufbau, Berlin, 1999. Los diarios no están publicados de forma íntegra, pero el editor afirma que sólo ha dejado fuera cosas repetitivas. El editor contó con las colaboraciones, tanto de Hadwig Klemperer (en 1995), como de Christian Löser (en las obras publicadas en 1996 y 1999 específicamente).

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Pasajes de la historia latinoamericana en una perspectiva global.

“Este viaje ha fracasado por el aceite español”.Victor Klemperer, el mundo ibérico y la estrechez de la Modernidad1*

Bernd HausbergerCentro de Estudios Hisitóricos, El Colegio de México, México

Introducción

La publicación de los diarios del profesor de literatura románica, Victor Klemperer, escritos durante su vida bajo el régimen nacionalsocialista,

fue la sensación del mercado alemán del libro en 1995.2 Klemperer, luterano, de origen judío, describía en ellos el avance del terror nazi desde sus principios hasta llegar, ya en los años de guerra, a la deportación y el Holocausto de los judíos, del cual Klemperer se salvó, primero, gracias a su matrimonio con Eva, mujer aria, y, finalmente, gracias al ataque aéreo británico a Dresde, el 13 de febrero de 1945. Al escapar del infierno de las llamas, su esposa le arrancó la estrella de David de su abrigo y lograron así sobrevivir el fin de la guerra con nombres falsos en Baviera. Después de la capitulación alemana, los Klemperer regresaron a su casa en las afueras de Dresde, que los nazis les habían confiscado. De esta suerte, quedaron en la zona de ocupación soviética y Klemperer hizo todavía una carrera universi-taria bajo el régimen comunista, hasta que murió en 1960. El éxito de los diarios de la época nacionalsocialista motivó a la editorial Aufbau a lanzar al mercado la autobiografía de Klemperer, que abarca desde su juventud hasta el final de la Pri-mera Guerra Mundial, escrita entre 1939 y 1945; así como sus diarios de los años comprendidos entre 1918 y la llegada de Hitler al poder en 1933, y finalmente pu-blicó sus cuadernos de los años posteriores a la guerra, su vida en la desaparecida República Democrática Alemana.3

1 * Traducción de Isabel Galaor2 Victor Klemperer, Ich will Zeugnis ablegen bis zum letzten. Tagebücher 1933-1945, 2 vols., ed. Walter Nowojski, Berlin, Aufbau, 1995.3 Victor Klemperer, Curriculum vitae. Erinnerungen 1881-1918, 2 vols., ed. Walter Nowojski, Aufbau, Berlin, 1996; idem, Leben sammeln, nicht fragen wozu und warum. Tagebücher 1918-1932, 2 vols., ed. Walter Nowojski, Aufbau, Berlin, 1996; idem, So sitze ich denn zwischen allen Stühlen. Tagebücher 1945-1959, 2 vols., ed. por Walter Nowojski, Aufbau, Berlin, 1999. Los diarios no están publicados de forma íntegra, pero el editor afirma que sólo ha dejado fuera cosas repetitivas. El editor contó con las colaboraciones, tanto de Hadwig Klemperer (en 1995), como de Christian Löser (en las obras publicadas en 1996 y 1999 específicamente).

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Victor Klemperer nació en 1881 en Landsberg an der Warthe, en Prusia, como hijo de un rabino procedente de Bohemia. Su padre no fue ortodoxo y en 1890 se trasladó con su familia a Berlín, donde se ocupó de la comunidad de judíos “refor-mados” que desde 1840 intentaba integrar una versión liberalizada de la religión judía en la cultura alemana. Klemperer estudió literatura en Berlín, París, Gine-bra y Múnich, donde, en 1914, adquirió la habilitación docente bajo la supervisión de Karl Vossler,4 con un trabajo relativo a Montesquieu. De 1914 a 1915 fue lector de alemán en la universidad de Nápoles, donde conoció a Benedetto Croce. Sirvió en la Primera Guerra Mundial y en 1920 obtuvo una cátedra en la Universidad Técnica de Dresde, de la que tuvo que renunciar en 1935, como consecuencia de la legislación racial nazi. El resto de su vida ya ha sido referido.

El testimonio de Klemperer se ha intentado utilizar sobre todo para buscar ex-plicaciones sobre el racismo, el antisemitismo y el ascenso del nacional socialismo en Alemania.5 El tema del presente capítulo, sin embargo, son los diarios de viaje de Klemperer a Sudamérica y España, en los años de 1925 y 1926.6 No son tanto las ob-servaciones de Klemperer en sí (determinadas en gran parte por sus prejuicios), las que aquí resultan de interés, sino el indagar porqué dicho profesor llegó a tener jui-cios tan mordaces sobre el mundo ibérico y latinoamericano. Para ello, en la primera parte, presentaremos de forma breve sus viajes. Después se abordarán algunos ele-mentos esenciales de la construcción identitaria de Klemperer, ya que considero que en ella pueden determinarse las claves para descifrar su pecular visión del mundo.

Klemperer y el mundo ibéricoLa relación de Klemperer con la cultura española inició mal desde un prin-

cipio, según comentaría retrospectivamente en su autobiografía. Cuando em-pezó sus primeros estudios universitarios en Berlín aprendía,

con el máximo placer italiano, y […] con mucho menos placer espa-ñol. […] Tengo tanta debilidad por el modo de pensar italiano y tan poca por el ingenio español; he fundamentado este parecer objetivamente, y con la conciencia más limpia me he dicho que tiene su origen en el estu-dio y la reflexión, pero si ahora recuerdo mis inicios berlineses, entonces sé que mi inclinación y aversión se dieron inmediatamente, con las pri-meras frases que aprendí a leer en estos idiomas.”7

4 Karl Vossler (1872- 1949), fue profesor romanista alemán.5 Para la recepción, véase Denise Rüttinger, Schreiben ein Leben lang. Die Tagebücher des Victor Klemperer. Transcript, Bielefeld, 2011, pp. 51-71.6 El único trabajo sobre el tema que ha podido ser documentado es un breve artículo de Hans-Jörg Neuschäfer (“Klemperers Spanienreise. Zum Tagebuch von 1926 – oder: Über die Relativität kultureller Erfahrungen”, en ed. Christoph Rodiek, Dresden und Spanien, Vervuert, Frankfurt a. M., 2000, pp. 147-158), cuya interpretación, aunque en algunos aspectos semejante a la que se ofrece en este capítulo, no aborda el problema identidario de Klemperer, con la importancia que aquí se le otorga.7 Klemperer, Curriculum, vol. 1, pp. 357-358.

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De esta suerte, Klemperer se dedicaba al estudio de la literatura italiana y francesa, hasta que después de la derrota de 1918, en las universidades alemanas se ejerció una abierta presión política a favor de la cultura española. Fue en parte una forma de revancha contra Francia e Italia, los enemigos de guerra, y en parte se debió también a la esperanza de poder incrementar el comercio con Améri-ca Latina.8 Así, Klemperer empezó con todo el disgusto del mundo a intentar introducirse en la materia.9 No obstante, manifestaba su oposición. En 1922, en una jornada germano-española, Klemperer insistió que no había que promover la marginalización del francés por el español por motivos políticos.10 En el mismo año, publicó un artículo corto en el que subrayó de forma decidida que España culturalmente estaba por debajo de Francia e Italia y criticó la revalorización del español por razones económicas y de rencores con Francia.11 Pero la corriente dominante era adversa, como se expresa en un apunte de noviembre de 1924:

Pfandl me ha enviado un libro ostentoso e hiperreaccionario: Spa-nische Kultur im 16. u. 17. Jh., en el que me ataca porque subestimo a los españoles. Vossler […] ahora ha descubierto al español como el idioma romance “más útil” y celebra a España como el conservador del orden en la era individualista del Renacimiento. Por parte del Ministerio de Asuntos Exteriores se envía un escrito a las escuelas superiores, para que tomen en cuenta el español.12

Al estar bajo presión profesional y al sentir una antipatía visceral, así como la insuficiencia por no dominar el español, Klemperer reaccionó con toda una gama de actitudes. Se le nota la satisfacción con que leía en 1924 el cuento Las tentaciones de Pescara del suizo Conrad Ferdinand Meyer, porque le confirmaba “la crueldad y el fúnebre monacato de los españoles”.13 Con amigos judíos hispanófilos, Klemperer discutía acerca de las corridas de to-ros.14 Al mismo tiempo, sin embargo, empezó a planear un viaje a España,15 y

8 Tomas Bräutigam, Hispanistik im Dritten Reich. Eine wissenschaftliche Studie. Vervuert, Frankfurt a. M., 1997, pp. 15-70; Dietrich Briesemeister, “El auge del hispanismo alemán (1918-1933)”, en Las influencias de las culturas académicas alema-na y española desde 1898 hasta 1936, edits. Jaime Salas, Dietrich Briesemeister, Frankfurt a. M., Vervuert, 2000, pp. 267-285.9 Klemperer, Leben, vol. 1, p. 493.10 Ibid., pp. 546-548. En esta reunión, el geográfo e historiador alemán Otto Quelle (1879-1959), que en ese momento ocupaba una cátedra en Colonia y Bon, pidió que el tema no se llevara a la prensa para que los alemanes en las zonas ocupadas no sufrieran.11 Klemperer,“Die Weltstellung der spanischen Sprache und Literatur”, Bücherei und Bildungspflege, 1922, 2, pp. 118-122.12 Klemperer, Leben, vol. 1, p. 888. Ludwig Pfandl (1881-1942), fue un romanista alemán. Klemperer se refiere a Spa-nische Kultur und Sitte des 16. u. 17. Jahrhunderts. Eine Einführung in die Blütezeit der spanischen Literatur und Kunst (1924); que salió traducido al español en 1929, bajo el título: Cultura y costumbres del pueblo español de los siglos XVI y XVII: introducción al estudio del Siglo de Oro. Araluce, Barcelona, 1929.13 Klemperer, Leben, vol. 1, p. 771-722. Se hace referencia anteriormente a Die Versuchung der Pescara, novela de Conrad Ferdinand Meyer (1825-1898), escritor suizo.14 Ibid., vol. 2, p. 60.15 Ibid., vol. 1, pp. 843-844.

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en 1925 estableció su primer contacto directo con el mundo ibérico, cuando entre el 11 de julio y el 15 de septiembre los Klemperer viajaron en barco desde Hamburgo a América del Sur.

El viaje a Argentina y BrasilEn los apuntes sobre el viaje que le llevó a Vigo, Lisboa, Rio de Janeiro,

Santos, Montevideo, Buenos Aires, La Plata y Bahía, se muestran algunos de los rasgos típicos de la forma de vivir y registrar sus experiencias.

El proyecto de Klemperer era profundizar sus conocimientos del es-pañol. Pero no avanzó mucho. Obviamente le faltaban las ganas. Aunque empezó a leer La guerra de Granada de Diego Hurtado de Mendoza,16 sus anotaciones parecen comprobar que después leía sólo libros franceses y alemanes. Klemperer, sin duda, intentaba ampliar sus conocimientos. El 21 de agosto vio con agrado, en el Teatro Ateneo de Buenos Aires, Los caminos del mundo de F. Defilippis Novoa, aunque apenas la entendió, y le gustó la actuación de la actriz Camila Quiroga.17 Tales experiencias nunca le hicieron cambiar sus opiniones. Así le fue más importante la visita, en la tarde del 8 de agosto de 1925, del Teatro Porteño, para ver una revue a estilo francés, con la actuación de Maurice Chevalier. Lo “esencial” para Klemperer fue “el hecho de la pobre copia de París.18

Típico en Klemperer eran sus recelos clasistas, los que al combinarse con sus prejuicios culturales le provocaban enunciaciones chocantes. Así en la tra-vesía del Atlántico se indignó sobre la presencia de pasajeros españoles que iban en tercera clase para trabajar la temporada en América:

Aquí a bordo no se percibe nada de la hispanofilia de la patria. Los españoles se desprecian por guarros inferiores que ensucian las mesas y los baños: se cuentan horrores de su suciedad. Se les tiene a bordo para ganar dinero y recuperarse económicamente. Más en adelante, dicen los camareros y oficiales, cuando ya no se les necesite, el proletariado espa-ñol ha de ser eliminado.19

Entre los pasajeros alemanes registró a hombres con “asquerosas fachas de los tipos de la suástica y del Simplicissimus”, pero además había “buenas caras

16 Ibid., vol. 2, p. 78. La guerra de Granada, publicado póstumamente, fue de autoría de Diego Hurtado de Mendoza (1503-1575), a quien también se atribuye la novela Lazarillo de Tormes; también p. 87.17 Ibid., p. 124. Francisco Defilippis Novoa (1889-1930), fue dramaturgo y escritor argentino; Camila Quiroga (1893-1948), una actriz argentina.18 Ibid., p. 108-109. Maurice Chevalier (1888-1972), cantante, bailarín y actor francés, quien llegó a realizar una destacada carrera en Hollywood.19 Ibid., p. 87-88. En el viaje de regreso, consigna Klemperer, volvieron a abordar obreros españoles con sus “olores horribles”; vid, p. 132.

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alemanas a bordo. [...] dos niñas rubias con faldas largas, etc. Esto contrasta tan agradablemente con los españoles”.20

Sus opiniones podían ser reforzadas por un rígido moralismo, mostrado en muchas ocasiones. Un joven neurólogo alemán cautivó a Klemperer con la des-cripción de la vida cotidiana porteña:

Poderosa sexualidad. Burdel en todos los grados. Se puede pregun-tar en algunos bazares de moda qué dama de buena sociedad tiene una cuenta abierta. También secretarias, etc., cuando necesitan algo, se re-gistran por un tiempo en la lista de un proveedor de muchachas. Enfer-medades venéreas son algo común, nada deshonrosas. Una madre pre-senta a su hijo de 12 años que acaba de contagiarse con gonorrea. Le dice al médico llena de orgullo: ¡¿No es ya un buen gaucho?! A hombres jóvenes, invitados a un baile, les gusta ir antes al burdel, para asegurar su buen comportamiento en las próximas horas. La muchacha joven carece de fondo intelectual y es orientada exclusivamente hacia el hombre. Una vez casada, puede hacer todo.21

Vale la pena aquí referir una visita a un baile en el Hotel Eden en Berlín, en septiembre de 1926, sobre el que Klemperer hablaba en un tono similar. Se escandalizó por la “desvergüenza salvaje” y el “coito público” de los jóvenes berlineses, tanto que deseó se les metiera a los jóvenes a un asilo de trabajo.22 Se presenta aquí el coqueteo de Klemperer con políticas autoritarias para esta-blecer un orden conforme a sus preferencias y valores. “En todas partes se oye de cien peligros y mil corrupciones, de revoluciones que se repiten cada año”, había escrito antes de llegar a Argentina,23 y así le fascinó conocer durante una excursión a la pampa a “un hombre joven en uniforme con fusta; un alemán, Nickel, desde hace muchos años comisario de la policía argentina. Se cuenta que ha acabado sangrientamente con los criminales.”24 Cabe mencionar que en Buenos Aires los Klemperer, desconfiando de los hoteles locales, decidieron quedarse hospedados en el barco y sólo bajar a tierra durante el día. El profe-sor portaba consigo un revolver, mas “llevarlo está prohibido, no obstante de que se dice que la ciudad es muy insegura, pero sólo el apache puede tener armas”.25 Así, aunque a Klemperer le desagradaba el derechismo de las colonias

20 Ibid., vol. 2, p. 89. Simplicissimus era un semanal satírico alemán, publicado entre 1896 y 1944, célebre entre otras cosas por sus caricaturas e ilustraciones.21 Por ejemplo, ibid., p. 119.22 Ibid., pp. 297-298. 23 Ibid., p. 104; también p. 107.24 Klemperer, Leben, vol. 2, p. 121. Se trataba posiblemente de Egard Nickel, registrado en 1911 como subcomisario en la gobernación de Chubut; Registro nacional de la República Argentina, parte 1, Buenos Aires, Talleres Gráficos de la Penitenciaría Nacional, 1911, p. 616.25 Ibid., p. 106.

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alemanas en Sudamérica y España, mostró comprensión a su actitud: “Ahora entiendo tales cosas mejor. Quién sabe cómo yo hubiera elegido viviendo aquí fuera”.26 Klemperer siempre fue un hombre a favor del orden; en febrero de 1920 se había alegrado por el regreso del ejército regular a Múnich, después de los disturbios de la República de los consejos de Baviera, y en 1926 le impresio-nó el orden que de repente notó en Italia bajo el régimen de Mussolini.27

De las instituciones estatales sudamericanas ya se había formado el con-cepto de que las regía “una extraña mezcla de rigidez y total laxitud o corrup-tibilidad o voluntariedad. En el papel hay miles de cosas y el tonto o el pobre o el sin recomendación tiene que pagar el pato”.28 No representaban, por lo tanto, ningún orden respetable. Por consiguiente, a Klemperer le molestaron sobremanera las formalidades para entrar en Argentina, ante todo las reglas de vacunación a las que no quiso someterse. Finalmente, el 6 de agosto frente a la rigidez del médico de inmigración tuvieron que dejarse vacunar por el médico del barco (de éste se confiaba más). No obstante se sentía como víctima:

¡Qué amargura siento por la impotencia alemana! El capitán me lo había dicho ya con anticipación, el camarero superior acaba de decír-melo de nuevo: los administrativos aquí se sienten como Dios padre, son francófilos y ofenden a los alemanes, siempre y dónde se les presta una ocasión. [...] Desde hace mucho no he sentido una furia tan ensañada, tanto anhelo por volver a ver Alemania fuerte como antes de la guerra.29

Así Klemperer odiaba a los argentinos antes de pisar tierra y en sus apuntes vuelve a manifestar su elitismo: “El trato fue en contra de mi dignidad. La culpa tiene ante todo la Hamburg Süd. Ella debería precaver que a sus pasajeros es-tudiados no se les trate como emigrantes y proletarios.”30 Su indignación se vio fortalecida cuando sus conocidos alemanes le contaron que no obstante el bají-simo nivel de educación en el país a los médicos formados en Alemania “se les exige un nuevo examen, en los que se les reprueba con regularidad. Lo mismo se acostumbra en Brasil. A mi Argentina me disgusta considerablemente más que Brasil. Pues, en Brasil todo parece ser más inocuo.”31

Ahora, no todo le disgustaba al profesor. Cuando el 30 y 31 de julio visitó Rio de Janeiro, saboreó el café excelente y le fascinó la naturaleza tropical, cuya descripción, sin embargo, revela sus ideas sobre una América relegada, en los rezagos de la civilización. Al observar los buitres encima de la ciudad, comentó: 26 Ibid., p. 105; también pp. 112, 193.27 Ibid., vol. 1, p. 234; vol. 2, p. 267.28 Ibid., vol. 2, p. 104; también p. 107.29 Ibid., p. 105.30 Ibid., p. 107.31 Ibid., p. 117. Sobre las ciencias en Argentina, vid: pp. 113, 115 y 116.

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“putrefacción sobre vida opulenta, naturaleza a la potencia”.32 Al final de su via-je describió Bahía con su población negra con bastante simpatía, pero uno tiene la impresión que Klemperer se calmaba porque Bahía correspondía a la reali-dad que se había esperado de un país tropical.33 Donde lo visto no correspondía con sus ideas, le entraba la duda de que todo fuera un engaño, un disfraz de la primitividad. La Avenida Branco en Rio de Janeiro le pareció “ciertamente muy elegante, limpia y rica y todo el habitus de la ciudad considerablemente mejor que el del miserable, desmantelado y depredador Lisboa. Pero tuve la impre-sión estar ante una fachada”.34 Klemperer no quería aceptar una modernidad donde él suponía que no existía. Las observaciones de Klemperer se suceden con frecuencia como en un círculo vicioso de desprecio sin salida: les exige a los países visitados originalidad y modernidad, pero desprecia su originalidad por atrasado, y su modernidad por no auténtica, y así su originalidad equivale a la falta de modernidad y su modernidad a falta de originalidad. Más tarde mostraría la misma actitud en su viaje por España,35 de lo que tampoco le sal-vó su permanente búsqueda de objetividad. Yuxtaponía a veces observaciones contradictorias y muchas veces informaciones que recibía de otros, sobre todo de alemanes que conocía en el camino.

La aldea de negros. Un lomo de una colina y sin orden subiendo entre el verdor (palmas, plátanos): chozas y palapas abiertas, en lo que están fijados con clavos cobertizos de hojalata vieja, a veces al-gún revoque con mortero de cal. [...] En muchas hondonadas de las montañas tales aldeas, inmediatas a las construcciones lujosas del centro de la ciudad. Y en toda esta primitividad, que se compone de los desperdicios de la civilización, automóviles, muy pomposos y pri-mitivos, pero automóviles. […] Hay gran limpieza en todos lados. Y la cortesía de la gente en las calles y en las tiendas. El más grande contraste con el degradado Lisboa. ¿Es todo esto realmente sólo una fachada? Después de haber tenido una buena impresión similar en Santos, y según la información del ingeniero alemán, quien se nos reúne mucho desde hoy, titubeo sobre esta opinión peyorativa.36

Al final Klemperer se quedó con la imagen del primitivismo. Con frecuen-cia, buscaba formulaciones llamativas que resumieran sus ideas, pero que ter-minaron con estructurarlas y determinarlas. Una de ellas era la siguiente:

32 Ibid., p. 100.33 Ibid., pp. 134-135.34 Ibid., p. 98.35 Por ejemplo, ibid., pp. 188, 194, 199.36 Ibid., pp. 99-100.

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Quiero usar esta imagen: los ranchos con techos de carrizo y los ran-chos forrados de lámina. Dos tipos de primitividad: primitivo por la cer-canía a la naturaleza. Y primitivo con los desperdicios de la civilización sin cultura.37

Como preámbulo a su viaje a España puede servir lo que Klemperer en el viaje de regreso escribió cuando en Lisboa se subió al barco una señora von Hopfgarten, “una añeja y tontina, pero además bonachona periodista”, la que contaba sobre Portugal:

La terrible depauperación del país. Lepra. En Lisboa más de 1000 en-fermos. Leprosos de Brasil vienen a Portugal, porque en Brasil son in-ternados, mientras que en Portugal pueden moverse con toda libertad. Analfabetismo. El no aprovechar las tierras más fértiles. […] En suma tuve la impresión de que Portugal era desconsoladamente depravado, como si frente a él incluso España fuera un país de cultura, como si nos colgára-mos una vez más de un cuello sucio (cf. Turquía, Bulgaria, España), como si la ciencia volviera a ser arrastrada por una política mezquina.38

El viaje a EspañaA menos de un año los Klemperer emprendieron su viaje a España, que los

llevaría a Málaga, Córdoba, Sevilla, Cádiz, Algeciras, Granada, Madrid, Toledo, Santander, León, Burgos, Bilbao, San Sebastián, Fuenterrabía, Pamplona, Bar-celona y Montserrat. Partieron en la noche del 13 de marzo de 1926 de Hambur-go en barco con destino a Málaga. Esta vez Klemperer quería aprovechar el via-je para conocer mejor la literatura española, apurado por la obligación de tener que presentar un curso sobre la materia en el otoño. Había leído con agrado un poco antes una traducción de La vida es sueño, de Calderón de la Barca, y ahora leía La devoción de la cruz, del mismo autor, “enormemente interesante, infantil, vivo, pero ningún drama europeo ni moderno”.39 A su llegada a Málaga, el 22 de marzo, en la pensión alemana, donde se hospedaban, Klemperer tomaba clases de español con la hija de la casa.40

Desde el principio, los Klemperer manifestaron pocas ganas de abandonar su refugio en la pensión alemana. Durante la Semana Santa se quedaron en Málaga, después de que se les había dicho que Sevilla en estos días estaba lleno de gente y muy cara.41 Cuando finalmente se pusieron en camino para una gira en la An-dalucía occidental, fue “escéptico al extremo”. Y de regreso a Málaga sintieron el 37 Ibid., p. 123.38 Ibid., pp. 146-147.39 Ibid., pp. 179-180 y184.40 Ibid., pp. 187-188.41 Ibid., p. 190.

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viaje a Madrid como amenaza: “Mucho nos deprime el inminente viaje a Madrid. Temo grandes fatigas para Eva, y ambos estamos cansados de España.”42

Por lo general, el tono de su diario fue hasta más hostil que durante su viaje americano. Klemperer apuntaba todo lo negativo que sus conocidos alemanes le contaban o lo que él mismo observaba de España, por ejemplo sobre las es-cuelas malas, la mala ortografía, la suciedad, la falta de higiene, la brutalidad de la corrida de toros, lo ruidoso de los cines donde todos fumaban aunque estaba prohibido. Al no conseguir un boleto de primera clase para el tren a Córdoba, se molestó sobremanera. “En todo caso hemos sentido que estamos en España y no en Europa, que no hay seguridad de poder usar un cierto tren, que hay que tener paciencia.”43 Su antipatía hacia el país encontró incluso una expresión física en la fobia que los Klemperer desarrollaban contra la cocina española. Sobre todo el uso del aceite les amargó la existencia. En Madrid apuntó “que en ninguna parte se come un desayuno decente y en todos los cafés se sirve un café miserable,” y el 3 de mayo, en Santander, concluyó: “Este viaje ha fracasado por el aceite español”.44

Ahora, el afán de criticar todo se debía también a una reacción a la visión romántica que muchos hispanófilos en Alemania defendían y a la que opuso un programa de viaje alternativo:

Y quiero ver España vigorosamente no en términos de la historia del arte. La historia del arte oscurece y nos obstruye el ser español. El Grado elemental45 me es más importante que una docena de Grecos y Murillos. Y quiero ver España de forma no romántica”.46

Lo que quería conocer era la España real y moderna (o habría que decir, lo que quería era confirmar que el país no era moderno). En Andalucía se obsti-naba con la idea de la España árabe. “El Sur de España me enseña que la cul-tura española es cultura árabe que fue destrozada por el catolicismo.”47 Ya en la primera visita al centro de Málaga creían descubrir rasgos esenciales de lo español, en la arquitectura de las casas tradicionales, las que a Eva le recorda-ban a un serrallo. Conforme a esta imagen, su maestra de español les contó del aislamiento y de la falta de cultura de las mujeres, lo que provocó a Klemperer a enunciar un credo emancipador:

42 Ibid., pp. 202-203, 223.43 Ibid., pp. 190-191, 195-196, 201-203, 215, 223 y 228-229.44 Ibid., pp. 208, 211, 213, 225 y 237.45 Libro de texto de 1916.46 Klemperer, Leben, vol. 2, p. 202-203. No obstante de que los Klemperer visitaban los museos con gusto, consignó el siguiente comentario: “estas cosas las puedo tener en Dresde de la misma manera” , vol. 2, p. 208; también en el mismo volumen, pp. 227 y 229-230.47 Klemperer, Leben, vol. 2, p. 221.

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No creo en el progreso cultural de un pueblo, cuyas mujeres son cria-turas de harén. Las prisiones de vidrio de las mujeres, esas son el toque especial del Sur de España.48

La visita a la mezquita de Córdoba lo confirmó en su opinión. “Tal vez este sea el mejor símbolo, por lo menos del sur de España: el cristianismo plena-mente anidado en un islam violado, y aun así domina el mundo cultural de Arabia.” Después de un concierto en el Salón Royal de Málaga comentó sobre el “canto moro”: “Es Arabia, es mezquita y sinagoga, está separada por todo un mundo de Europa, de la canción popular latina, no es ninguna canción, sino una secuencia de unos pocos tonos”.49 Y al irse de Andalucía resumió:

No es Europa, todo tiene sólo el más ligero barnizado de Europa, y justamente este barnizado permite reconocer el oriente más profundo. ‘Protestar no vale’ es el dicho más característico que he oído en el cami-no. [...] Pero me tengo que cuidar de enjuiciar toda España sólo por el Sur y cuidar de enjuiciarlo por la enfermedad de Eva y de mi cansancio. En todo caso, estoy también frente al Norte más que escéptico.50

Debe reconocérsele a Klemperer que sus juicios se tornaban más complejos conforme avanzaba su viaje fuera de Andalucía (aunque terminaría por regre-sar a sus convicciones negativas). Después de que Granada le había dado “la impresión de máxima depravación”,51 los Klemperer llegaron a Madrid. Allí su insatisfacción no nació del supuesto carácter árabe del país, sino justamente del europeísmo de la ciudad.

Madrid es la ciudad más hueca y más anodina que en mi vida he encontrado, y de esta suerte el día de ayer ha sido el más deprimido de nuestro viaje. Todo el tiempo corrimos durante horas por calles y bulevares y parques, y nada, absolutamente nada, se nos quedó, nos llenó, nos alegró o ni siquiera nos enfadó. [...] Esta es una ciudad pro-vinciana francesa o europea, hay toques de París o de Bruselas o de Europa, esto es nada. Bulevares muy amplios, medio Barroco, me-dio Renacimiento, medio nada, como se han puesto en los últimos 75 años en todas partes, ministerios, bancos, muchos, muchos bancos, etc. [...] bastante limpio, un poco cutre y provincial [...] y todo esto absolutamente sin ninguna idiosincrasia arquitectónica.”52

48 Ibid., p. 189 (se respeta la letra cursiva del original).49 Ibid., pp. 206, 218-219.50 Ibid., pp. 215-216.51 Ibid., p. 220.52 Ibid., pp. 224-225.

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A España, Klemperer le exigió algo distinto y eso distinto tenía que ser Áfri-ca. Pero luego se tranquilizó. Finalmente había mucha gente en las calles y trá-fico, estaba en una “Europa por antonomasia […] y que en estas calles amplias no huele a aceite, y que no se suda, y que (hasta ahora) no era polvoriento, se puede tomar como ganancia.” El 26 de abril reconoce: “Madrid gana, una vez que uno se ha resignado a su falta de fisonomía propia. [...] no le falta elegancia. ”53 Y dos días más tarde:

Estamos más contentos con Madrid de lo que al principio considera-mos posible. En fin hay un esfuerzo por Europa. Su prensa no me parece tan mal. Cada día hay un artículo serio en el Sol. Ahí se sabe lo que hace falta, también en la Voz hay autorreflexión. […] El Abc me gusta menos. Periódico oficial del gobierno del dictador Primo de Riveira [sic], el que se expresó públicamente en contra del parlamento, bajo el cual Europa está sufriendo.54

El corte de pelo Charlestón de las mujeres le gustaba como expresión de modernidad.55 Al leer un artículo de Américo Castro apuntó: “Los españoles aparentemente saben de su atraso.” Le gustó mucho un artículo en Voz con el título “Berlinesas. Alemanas de hoy” que describe a Mausi, una muchacha de clase media, que vive de manera libre, tiene sus propias llaves de la casa, traba-ja, se gana su dinero propio. “Mucha simpatía y un poco de envidia se percibe en este artículo. Algunos españoles saben a qué atenerse.”56

De Madrid a Santander, pronto regresaban al horror del aceite y a la de-presión. En la pensión donde finalmente se hospedaron, había pulgas. Apuntó tajantemente: “Aquí en Santander, nuestro viaje ha fracasado de manera defi-nitiva e irreparable. [...] Más profundo cansancio, depresión, antipatía contra España.” La Biblioteca Menéndez y Pelayo le interesa, pero se siente demasiado cansado. Como era usual con él, relativizó su juicio respecto a la gente. Sobre la dueña de la pensión apunta, “se esfuerza de forma conmovedora por nosotros, no es su culpa de que seamos europeos.”57

El viaje en tren de Oviedo a León le reanimó un poco, anotando: “este trozo de ferrocarril y las instalaciones industriales hay que abonar a la España euro-pea.” Y “Andalucía no es la España típica, la verdadera naturaleza de España es la meseta, la sierra, austera, fría […] la identificación de España con Andalucía es parte de la mentira española.”58 De dónde Klemperer obtuvo esta idea, co-53 Ibid., pp. 225, 228.54 Ibid., p. 228. Sobre el régimen de Primo de Rivera, véase también pp. 192, 200 y 243.55 Ibid., p. 228.56 Ibid., pp. 226 y 231. Este artículo, de Enrique Domínguez Rodiño, salío el 27 de abril de 1926.57 Ibid., pp. 235-238.58 Ibid., pp. 242-243.

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mún entre los intelectuales de la famosa generación del 98,59 no lo sé. Por lo menos no asienta haber leído a alguno de los autores de esta época. Pero en fin, Castilla no resultó para él ser nada gloriosa, aunque hasta en León descubrió rasgos de Europa: los cortes de pelo Charleston y caras maquilladas a la moda, las películas americanas en el cine.60

Toledo es decaimiento y pesadilla y muerte, pero está lleno de gente y muestra en todo su grandeza pasada. León por lo contrario, la ciudad real de antaño, es la más deprimente nulidad e insignificancia y no-existencia. Mirando desde esta ciudad uno se dice que una España tan decaída jamás podrá resurgir. […] Molido y cansado de España usque ad mortem. [...] Y aun así, tampoco León fue (gracias a Dios: ¡fue!) ningún día perdido, esta nulidad hay que haberla visto.61

Después vendrían experiencias más positivas, Burgos, Bilbao, San Sebas-tián; Fuenterrabía, que le pareció “la más sorprendente maravilla”, y Pamplona, donde cree registrar que “España y Francia se traslapan aquí sin separación natural rígida, y probablemente también sin separación fija de prosapia.” Fi-nalmente llega a Barcelona que en el primer momento le parece sobre todo parisino, para después corregir su apreciación: “[Barcelona] tiene una del todo rara peculiaridad, aparte del toque parisino.”62 Así empezó a especular sobre el verdadero carácter de España:

Juzgado a partir de los hombres, campos, fábricas: vascos y catalanes parecen ser los portadores de cultura de España. Pero ellos mismos no son españoles, e igualmente están dados al catolicismo y también a la corrida.63

Pero finalmente predominó una fórmula con la que en un momento relati-vamente temprano en su viaje Klemperer había englobado España: “la mentira española”; misma que describe en los siguientes términos:

Lo quiero llamar la mentira española, de la cual, sin embargo, la culpa a lo mejor la tiene Alemania (o Europa): cuando viajo a África, sé que es-toy haciendo una expedición ‘al mundo indígena’ y estoy equipado para una expedición. Pero si viajo a España, creo que estoy haciendo un viaje dentro de Europa y estoy perdido en lo africano. […] también respecto a la literatura española existe en Alemania la mentira española.64

59 Carlos Moreno Hernández, “Castilla, lugar común del 98”.60 Klemperer, Leben, vol. 2, p. 244.61 Ibid., pp. 243-244.62 Ibid., pp. 246-247, 249-251, 253 y 255, 260.63 Ibid., p. 263.64 Ibid., p. 216; se respeta la cursiva del original (14 de abril, al regreso de Sevilla en Málaga).

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Así, el 26 de mayo, todavía en Barcelona, se olvidó de todo lo que no había correspondido a este juicio, para declarar concluyentemente: “Mis impresiones más profundas y dominantes: la España muerta y la mentira española.”65 Sus avances en el español habían sido mínimos, y con la literatura no le iba me-jor.66 Y nunca progresaría. Cuando en enero de 1927 una comisión de científicos argentinos pasó por Dresde, Klemperer se disculpó, “porque no quiero tales asuntos, porque no quiero a Argentina (ni a nuestros estudiantes), y –sobre todo– porque no sé hablar español.”67

Klemperer, una obsesión identitariaEste apurado repaso por los diarios de viaje de Klemperer presenta al pro-

fesor como un hombre conservador, elitista y moralista, en quien se combinó arrogancia, pensamiento estereotipado, prejuicios, que a veces lindaban con el racismo, y un penetrante nacionalismo alemán. Ahora, es necesario resaltar que Klemperer se expresa en sus diarios casi siempre de forma espontánea y visceral y, por lo tanto, contradictoria. No es raro que en sus apuntes dé cabida a una lucha interna entre diferentes emociones y convicciones. Sobre todo en la autobiografía, hasta 1918, en que escribe ya bajo el impacto de la persecu-ción nazi, toma con frecuencia una posición distanciada frente a sus apuntes de antaño. “[…] me iba con estos hervores”, señala, “como a los rusos con sus sentimientos revolucionarios: cosas así están para momentos extraordinarios y no para la cotidianidad”.68

Para apreciar mejor las actitudes de Klemperer hacia el mundo ibérico, sirva mencionar que durante los años veinte fue igualmente hostil hacia otros países como Grecia, a donde viajó en 1929; en otra ocasión apuntó: “Nada me repugna tanto como los rusos. Toman, asesinan, pecan de la forma más vil, pero siempre desde una alma profunda y piadosa y convencidos de que su alma noble está cerca de Jesús.”69 Pero sus fobias alcanzan una importancia especial en el caso de España. Esto se explica en parte por la presión política y universitaria a fa-vor de este idioma. Quiero demostrar que la hispanofobia de Klemperer surge de un problema identitario específico, de un traspaso intencionado y conscien-te (pero no del todo completo) de una identidad a otra, o del choque de una identidad múltiple como la ha llamado Steve Aschheim (quien, sin embargo, no analiza el tema español).70

65 Ibid., p. 264.66 Ibid., pp. 194, 217 y 241.67 Ibid., p. 318.68 Klemperer, Curriculum, vol. 1, pp. 315-316.69 Klemperer, Leben, vol. 2, pp. 574, 597.70 Vid: Steven E. Aschheim, “Victor Klemperer and the Shock of Multiple Identities”, en idem, Scholem, Arendt, Klemperer: Intimate Chronicles in Turbulent Times, Indiana University Press, Bloomington, 2001, pp. 70-98.

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En los escritos de Klemperer hay varios indicios que van en este sentido, por ejemplo, una conversación sostenida en abril de 1920 con sus hermanos, todos convertidos al protestantismo y hombres económicamente exitosos:

Ayer hablamos mucho sobre el ghetto, sobre los Klemperer que están en la banca, que tienen la misma procedencia y han ido por el camino del dinero, de las posiciones que nosotros con mucho trabajo hemos ocupa-do. A nosotros el ghetto nos acosa hacia la temprana muerte. Lo quere-mos hacer olvidar, luchamos por el honor del nombre.71

Aunque este apunte sea un poco melodramático y marcado por cierta hi-pocondría (Klemperer temía desde los años veinte morir tempranamente por problemas cardíacos reales o imaginados), describe bien un punto clave de la mentalidad del profesor, la memoria de la reciente salida del gueto judío y la lucha por la integración en la sociedad alemana. Este contexto determinaba sus relaciones con el mundo de sus padres, por un lado, y con los alemanes, por el otro, y también con el resto del mundo.

Klemperer y los judíosEmpujado por su hermano mayor, Klemperer se hizo bautizar en 1903, no

porque hubiera creído en alguna religión, sino por que consideraba al cristia-nismo protestante como “la vestimenta del alemán”.72 Durante sus estudios en Múnich, inicialmente omitió su procedencia para después vivir temiendo las consecuencias que le sobrevendrían, en el momento que sus conocidos, sobre todo su profesor Karl Vossler, se enterara de “mi oculta estigma judía”.73 Más tarde, creía ver razones antisemitas en los problemas de su carrera universita-ria y dudaba a veces de su alemanidad adoptada. “Soy imposible y no tengo raí-ces en Alemania”, apuntó en septiembre de 1919; y en agosto de 1930 comentó a su colega Wilhelm Friedmann que estaba asqueado por el creciente racismo en Alemania y que consideraba una reconversión.74 Lo anterior sólo obedecía a un enojo momentáneo y nunca se volvió a identificar plenamente con el judaísmo.

En su postura frente a los judíos se pueden distinguir dos vertientes. Klemperer se reconoció como hombre de origen judío y consideraba que el destino de los ju-díos era desaparecer como tales e integrarse a la cultura alemana. Este afán creaba un espíritu de comunidad entre personajes que pensaban como él, y de esta suerte 71 Klemperer, Leben, vol. 1, pp. 282-283.72 Klemperer, Curriculum, vol. 1, pp. 350-352.73 Klemperer, Leben, vol. 1, pp. 143, 159 y 184. Es importante señalar que Vossler nunca fue antisemita y que siempre mantuvo una buena relación con Klemperer.74 Klemperer, Leben, vol. 1, p. 188; vol. 2, p. 643. Wilhelm Friedmann (1884-1942), romanista austriaco, luterano de origen judío, quien trabajó en Leipzig de 1920 a 1933. Emigró a Francia, y arinconado por la Gestapo se suicidó en diciembre de 1942.

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los amigos con que los Klemperer tenían trato en Dresde en gran parte eran gente de origen judío.75 Por otro lado, frente a los judíos que permanecían en sus tradicio-nes o que las reivindicaban, reforzaba a veces militantemente su “alemanidad”. En sus apuntes se encuentran hasta comentarios dignos de un auténtico antisemita. Por ejemplo, a un judío que en marzo de 1919 se expresaba negativamente sobre los alemanes, le adjudicó una “insolente y presumida cara judía de actor”.76 Cuando hacia finales de la Primera Guerra Mundial, en Vilna, en Lituania, un compañero, entusiasmado por haber encontrado un judaísmo auténtico, le llevaba a visitar una escuela de Talmud, Klemperer sintió casi un rechazo físico:

[...] no le pude decir que me parecía un fanatismo repugnante lo que él admiraba como fervor. [...] No, yo no pertenecía a esta gente, así se me comprobara cien veces el parentesco de sangre. No pertenecía a ellos […]. Yo pertenecía a Europa, a Alemania; yo fui nada más que alemán y agradecía a mi creador por ser alemán.77

Los judíos fieles de vez en cuando le regresaban, a él, el judío convertido, esta animosidad.78 Especialmente virulento se volvió el conflicto con el sionismo. Se-gún sus recuerdos, fue antes de la Primera Guerra Mundial en Praga cuando su identificación con los alemanes se convirtió en una pasión. Allí, por primera vez en su vida, no sólo se sintió en el extranjero, como en Francia o en Italia, sino en el extranjero hostil, y esto tanto por los checos como por los sionistas, con los que tuvo una agria discusión y les echó en cara, “que nosotros –ustedes y yo–, hemos crecido en lengua y cultura alemana, nuestro espíritu es alemán, no palestino.”79

Su rechazo al ideario sionista fue tal que en más de una ocasión Klemperer comparó a los sionistas con los nazis: “Su mente no es más amplia que la de los tipos de la suástica”, apuntó en 1923; y en el mismo año comentó sobre un sionista que le caía bien: “Como un asiático entre europeos, la misma estrechez interior que caracteriza también a los tipos de la suástica.” En 1935 tildó al sio-nismo como “traición” y “hitlerismo”; y todavía en 1942, se interesó en el para-lelismo entre los dos movimientos.80 Ya después de la guerra dedicó un capítulo de su trabajo sobre el lenguaje del Tercer Imperio al tema “sion”.81

75 Ibid., p. 537, también p. 661.76 Ibid., p. 85, también p. 308.77 Klemperer, Curriculum, vol. 2, p. 687.78 Por ejemplo, Klemperer, Leben, vol. 1, p. 94.79 Klemperer, Curriculum, vol. 1, pp. 523-524 y 549.80 Klemperer, Leben, vol. 1, pp. 706 y 723; vol. 2, p. 71, Klemperer, Ich will Zeugnis ablegen, vol. 1, p. 193; vol. 2, pp. 49, 55-56 y 146.81 Klemperer, LTI. Notizbuch eines Philologen, Reclam, Leipzig, 1946. Este capítulo, en el ambiente de la postguerra provocó cierta polémica; vid: Roderick H. Watt, “‘Ich triumphiere sozusagen’: The Publication History of Victor Klemperer‘s ‘Zion-Kapitel’ in LTI (1947–1957)”, en German Life and Letters, 56, 2 (2003), pp. 132-141. Para un análi-sis más amplio del antisionismo y el caso de Klemperer, consúltese: Steven E. Aschheim, At the Edges of Liberalism. Junctions of European, German, and Jewish History, Palgrave Macmillian, New York, 2012, pp. 87-104.

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Klemperer y los alemanesAunque Klemperer se sentía en primer lugar alemán, esta identificación siem-

pre fue conflictiva. Por un lado, muchos de sus connacionales no correspondían a la definición que él le daba a la nacionalidad y, por el otro, muchos de ellos no querían reconocerle como igual. Así resumió en agosto de 1927 su dilema:

[...] siempre ha sido para mí lo más supremo: pasarme a Alemania. [...] Y ahora todo en Alemania me repele hacia los judíos. Mas si me convir-tiera en sionista, me sentiría aún más ridículo, como si me volviera cató-lico. Estoy por encima de estas cosas y me contemplo a mí mismo como desde un avión. Esto, por cierto, es lo más judío en mí. Quizás también lo más alemán. Pero el alemán encuentra en algún lugar la coherencia de sus sentimientos. El judío permanece también por encima de su sen-timiento.82

Como su alemanidad era adoptada, Klemperer se construyó en este pro-ceso una imagen de lo alemán bien clara y muy estrecha. Su visión alemana era prusiana, protestante y, además, clasista: siempre se sentía superior a los proletarios y toda su identificación estaba con la burguesía formada humanís-ticamente. Los católicos alemanes eran un reto en su construcción de lo ale-mán, especialmente los bávaros, con su catolicismo, su dialecto, sus costumbres propias. Por su “modo teatral”, la religión católica le parecía no alemana [“un-deutsch”], y había pensado que tales cosas sólo podían verse en Italia o España, o como mucho en Austria.83 Así, en Múnich, Klemperer y Eva, su mujer, nunca se sintieron bien. “Esto se debía sobre todo a los muniqueses, con los que en cuanto más tiempo estábamos con ellos menos nos agradaban en la mayoría de sus expresiones de vida, en su forma de habitar, de comer y de beber, de vestirse y de lavarse, de trabajar y de festejar.”84 No le gustó Baviera como más tarde no le gustaría España. De forma similar vio a los austriacos.85 Parece que Klempe-rer, al describir en su autobiografía la visión del mundo de su padre, se estaba caracterizando a sí mismo.

Se sentía como alemán, como alemán del imperio.86 […] a los alema-nes austríacos no los tomaba del todo en serio. […] No sentía ninguna enemistad con algún pueblo extranjero, pero su pueblo eran los alema-nes; con la cultura alemana no podía competir ninguna otra, y el ver-dadero portador de la alemanidad era el imperio y no la embrollada y

82 Klemperer, Leben, vol. 2, p. 361.83 Klemperer, Curriculum, vol. 1, p. 286.84 Ibid., vol. 2, p. 18. Sobre su aversión contra los bávaros, vid: Klemperer, Leben, vol. 1, pp. 60 y 211.85 Klemperer, Leben, vol. 2, p. 660.86 “Reichsdeutscher”, es decir, germano del imperio alemán, creado en 1871.

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abigarrada Austria. Quien vivía al otro lado [es decir, en Austria], vivía, pensaba y sentía no del todo como nosotros, no obstante de que eran nuestros consanguíneos. Pues, ¿qué era la sangre? Lo que importaba era la pertenencia espiritual, esto distinguía al hombre del animal.87

Su identidad adoptada requería una demarcación hacia fuera. Klemperer no sólo sentía un claro patriotismo, sino que en muchas ocasiones mostraba emociones bastante fuertes, como muchos alemanes de la primera posguerra. Soñaba con la grandeza de la Alemania anterior a la derrota de 1918 y expresaba agresivamente sus anhelos revanchistas contra Francia. En febrero de 1923, co-mentó respecto a la actitud francesa en el Ruhr: “No me puedo imaginar cuán-do y cómo vamos a hacer la guerra de liberación, pero seguramente la vamos a hacer, el asunto del Ruhr y toda la situación actual es demasiado abominable.”88. El junio de 1931, hasta se preguntaba si los políticos de la derecha podrían hacer algo para ablandar la situación. Y se resignó; “No se puede hacer nada. Indefen-so contra Francia, la que nunca cederá sin fuerza”.89

Pero Klemperer, quien con todo estaba por la democracia y el parlamen-tarismo, siempre tuvo claro que el radicalismo volvía a la derecha inadecuada como fuerza aliada. En abril 1921 reconoció: “La fragmentación de mi propio sentir en todo eso es: para mí el imperio es una bandera, anhelo el viejo poder alemán, quisiera con enorme gusto volver a luchar contra Francia. Pero, ¡en qué compañía tan asquerosa uno se encuentra entre los nacionalistas racistas alemanes [den Deutsch-Völkischen]! […] Y todo lo que estamos sintiendo aho-ra, finalmente los franceses lo han sentido con el mismo derecho después de [18]70”.90 En marzo de 1922 le alteró sobremanera una película sobre Federico el Grande, rey de Prusia: “También a mí me tocó la destruida grandeza alemana con mucho dolor. A veces apenas pude suprimir las lágrimas. Y aun así sabía: son los asquerosos tipos de la suástica, los elementos inmaduros, los peores alemanes, los que están aplaudiendo”.91

Klemperer y la ModernidadEn el nacionalismo alemán Klemperer se sentía cobijado, pero tuvo que en-

frentar la amenaza de que la ultraderecha excluyera, conforme a sus fantasías raciales, a gente como él de la nación, no obstante de que el profesor en otros puntos se inclinara por su ideario.92 Como consecuencia, Klemperer combinó 87 Klemperer, Curriculum, vol. 1, p. 17-19. La cuestión del papel de la sangre en la conformación de las identidades y nacionalidades le preocupó mucho a Klemperer; vid: Klemperer, Leben, vol. 2, pp. 256 y 660.88 Klemperer, Leben, vol. 1, p. 659; también pp. 410, 790 y vol. 2, pp. 54 y 429.89 Ibid., vol. 2, p. 717.90 Ibid., vol. 1, pp. 408 y 433.91 Ibid., pp. 564-565.92 Véase por ejemplo, ibid., p. 320.

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su nacionalismo con un concepto superior: la Modernidad, en la que –por su carácter racional y antiideológico–, se resolverían los problemas raciales, na-cionales y religiosos.

El nacionalismo, al fin y al cabo, no debería estar en el centro de la vida mo-derna, más bien habría que superarlo también:

En todas partes ahora este desmesurado nacionalismo, el que sobre todo se ha apoderado de la juventud. En Italia, Francia, Alemania. Lo siento como muy repulsivo. Justamente porque noto tan fuertemente las diferencias de raza y prosapia, veo lo propiamente humano y espiritual en la superación del nacionalismo. Y además: es tan sin sentido en la era del tráfico. [...] Cada uno y cada Estado y cada pueblo para sí es tan poco, tan insignificante. […] Cada lugar y cada ciudad debe vivir a su manera, pero no suplantarse mutuamente. En la imperfección humana todos se encuentran. [...] Habría que fundar una asociación de consumo general y toda la fanfarronada política e ideal hay que meterla en una caja con la etiqueta “Edad Media”.93

Donde veía realizado un mundo así era en Suiza, país sobre el cual reconocía haber tenido antes un concepto no muy favorable, el de ser un gran hotel:

Ahora me impresiona. En sus alrededores se está desencadenando un demente nacionalismo que sofoca la cultura: sales chemises en Italia, la gente de Hitler con nosotros (e Italia acaba de hacer una ley que con-mina la blasfemia con un castigo, ¡como en España! ¡Contrarreforma!), Suiza reúne tres nacionalidades en una pacifica empresa de negocios, y construye esta empresas de forma absolutamente moderna, confortable y civilizada, así que al extranjero hospedado le va igualmente bien como al hôtelier suizo. Sin ironía: el mundo debería avergonzarse de que Suiza presente en vano ya desde hace tanto tiempo el ejemplo de internaciona-lismo, de europeísmo, de modernidad.94

En el mundo moderno, a Klemperer le fascinaba el avance técnico, el tráfico de coches, los primeros aviones, el cine, cuando a sus alrededores académicos les parecía una diversión vulgar. Se expresa varias veces a favor de la emancipación de la mujer (aunque la relación con su primera esposa Eva era más bien compli-cada). Al mismo tiempo fue un típico Bildungsbürger del siglo XIX. Detestaba que la gente hablara dialecto, como los bávaros, los austriacos, y más tarde los líderes comunistas proletarios de la RDA (que hablaban con acentos sajones o berline-ses). Klemperer nunca fue un hombre de izquierda, las preguntas sociales no le 93 Ibid., vol. 2, pp. 269-270.94 Ibid., pp. 271-272.

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interesaban mucho. Defendía su superioridad sobre las clases bajas, a las que des-preciaba por su falta de cultura. “Siento horror de la plebe, pero a los hitlerianos los odio aún mucho más”, apuntó en octubre de 1923.95 De esta suerte, en agosto de 1925, al visitar en Buenos Aires la “Fiesta constitucional de la Asociación Re-publicana”, a la que sólo asistían entre 90 y 100 de los 10 a 12 mil alemanes de la ciudad, Klemperer comentó con sarcasmo: “¡Pobre república alemana! 90 sastres y guanteros le son fieles y la dejan en el ridículo”.96

De esto nacía, a pesar de todas las riñas entre los dos países, su gran interés por Francia, sobre todo por el siglo XVIII francés. Su amor por Voltaire crecía mientras que el espíritu de su época le parecía dar la espalda a las ideas de la Ilustración.97 E Italia era el país del Renacimiento, la primera fase esencial de la modernidad europea.98 Justamente aquí surge el problema español. Para Klem-perer, España era la antítesis de la modernidad europea. Aunque deseaba la re-vancha con los franceses, les atribuía un lugar primordial en esta modernidad. Con los españoles el conflicto no era coyuntural causado por alguna guerra, sino era acerca de los fundamentos de su concepción del mundo. Vio Francia e Italia como países mundanos, a pesar del catolicismo, y España como un país teocrático y fúnebremente arcáico. “La política de España está dictada por el catolicismo, el catolicismo de Francia por la política.”99

Ahora, en mucho Klemperer reprodujo un imaginario antiespañol bien arraigado en la Alemania protestante desde siglos atrás; tampoco se olvide el antihispanismo de Montesquieu, el admirado personaje de su tesis de habilita-ción. Incluso muchos de sus juicios coincidían con el debate interno español sobre el atraso del país. Pero aquí no se trata de analizar de dónde Klemperer sacaba sus argumentos; se quiere demostrar que la idea que tenía de España casi le obligó en un acto de autodefensa a oponerse a la revalidación de la cul-tura española. Porque le debió parecer síntoma de un cambio que le amenazaba en su afán de asimilación a la sociedad alemana.

Pero parece también síntoma de miopía que sus juicios antihispánicos a ve-ces le llevaran incluso a cierta reconciliación con los nazis. En su viaje a Es-paña, en el barco había una señora de derecha, que pronto le cayó bien: “Un vieja señora fina. No hay que juzgar a nadie por la primera impresión y por el partido a que pertenece. Ama a Italia y es escéptica frente a España”. Y más tar-de se sigue solidarizando con sus compañeros de viaje nacionalistas mediante su antihispanismo: “La gente puede ser nacionalista [deutsch-national] y aria y no obstante agradable. Por ejemplo nuestros compañeros de viaje. […] Nadie 95 Ibid., vol. 1, p. 754.96 Ibid., vol. 2, p. 114.97 Klemperer, Curriculum, vol. 1, p. 316.98 Klemperer, Leben, vol. 2, pp. 266-267.99 Ibid., pp. 249 y 269.

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aquí tiene el usual entusiasmo por España, todos tienen duda y antipatía. Espe-cialmente la vieja señora Wilhelmsen. En esto nos encontramos”. Y de regreso de España, en Italia comenta: “Con todo y el fascismo, no obstante, Italia es un país de cultura, ha engendrado Europa y vive una vida europea, mientras que España tiene poco que ver con Europa y poco con la vida.” De forma análoga, le tomó a mal a su exprofesor Vossler que, si bien se opuso a la reacción en la universidad, se entusiasmara por España.100

A manera de epílogoEl edificio intelectual de Klemperer recibió un fuerte golpe con el régimen

de terror de los nazis. A partir de esta experiencia aniquiladora cuestionaría su nacionalismo, su forma de pensar la nación y las naciones. Señaló en 1933: “mi fe en el ser alemán, y más, en la posibilidad de determinar firmemente las ca-racterísticas nacionales, fue sacudida casi hasta su ruina”,101 y reconoció a su vez,

[...] el que durante toda mi vida he estrechado e idealizado el concepto de la alemanidad de modo tan simplista, a pesar de to-dos los conocimientos y experiencias acumulados, hoy me llena de vergüenza. Alemán y protestante eran para mí sinónimos; siempre tomé como protestante el pensamiento de Lessing,102 y donde el protestantismo se comportaba de forma más ortodoxa, me pareció deformado, y donde empezaba el catolicismo con sus dogmas y su pompa, allí empezaba para mí lo extranjero. Más tarde me apoyé en el teorema de algunos franceses nacionalistas católicos, con el que consentía: el protestantismo era en tal grado la forma de pen-sar alemán que hasta los alemanes católicos eran medio protestan-tes y herejes. [...] [En aquel entonces] me dije que [...] los bávaros no terminan por ser tan auténticos alemanes como los prusianos”.103

En su retiro forzado, hasta parece haber establecido un paralelismo entre su propia construcción identitaria y el sionismo (el que solía comparar con el nazismo), al caracterizar su convicción de antaño de que “los alemanes, éramos el pueblo verdaderamente elegido”.104 Todavía en 1926, Klemperer se llegó a enojar por una crítica que Hanns Heiß había publicado en el Literarischer Hand-weiser: “Supuestamente violo las cosas conforme mis opiniones prefabricadas,

100 Ibid., pp. 184-185 y 267, 278.101 Klemperer, Curriculum, vol. 1, pp. 286-87.102 Gotthold Ephraim Lessing (1729-1781), escritor alemán, que con su obra de teatro Nathan, el sabio, realizó un llamamiento a la tolerancia religiosa.103 Klemperer, Curriculum, vol. 1, pp. 286-287.104 Ibid., p. 315.

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Pasajes de la historia latinoamericana en una perspectiva global.

me dejo seducir a mí mismo de mis imágenes, ‘asombrosas fórmulas’, etc”.105 Ahora tenía que reconocer que Benedetto Croce, en un pequeño artículo, le había caracterizado atinadamente: “Alemán en el sentido más temerario de la palabra, esto significa incapaz para entender la psicología y la composición in-telectual de otros pueblos”.106

Una vez a salvo de los nazis, los apuntes de sus viajes en la posguerra, cuan-do fue a diferentes partes de Europa oriental y hasta a China, eran diferentes a los de los años veinte, y carecían en gran medida del tono agresivo y arrogante. Después de la muerte de Eva, en 1951, aceptó con sarcasmo pero sin repudio que su segunda mujer perteneciera a una familia de católicos practicantes. Pero su cambio tampoco fue completo. Defendió su pertenencia a la cultura alemana por el resto de su vida. Todavía en junio de 1942, en plena ejecución del Holo-causto, había escrito que “aunque odiara a Alemania, no me podría arrancar lo alemán”.107 No aceptaría nunca la culpa colectiva de los alemanes. Por lo tan-to, el lector alemán de hoy en día puede enfrentar la responsabilidad alemana del Holocausto e identificarse con su víctima, pues éste se identifica como ale-mán. Esto, probablemente, explica gran parte del éxito de sus diarios. Al mismo tiempo, a raíz de su incorruptible afán de asimilación, Klemperer después de la guerra no abandonó su antisionismo y sostuvo que el filosemitismo le resul-tó igualmente embarazoso que el antisemitismo.108 Su fe en la Modernidad la resignificó con su repentina adhesión al comunismo, tanto por sus rencores contra los nazis vencidos, mas aún presentes en Alemania, así como por un cierto oportunismo, para pertenecer al campo correcto, en favor de su bienes-tar personal y su carrera académica. Sustituyó la división entre alemanes, cris-tianos y judíos, entre modernos y premodernos por la división entre fascistas y antifascistas. Pero le costó mucho alinearse a las doctrinas oficiales, de las que más adelante volvió a distanciarse, definitivamente durante su viaje a China en 1958.109 Sus conflictos con España ante todos los trastornos que experimentó a partir de los años 30, sin embargo, se le olvidaron. Su esposa Eva, después de 1945 tuvo incluso una pequeña carrera de traductora de literatura hispanoame-ricana. Klemperer mismo había comentado en abril de 1933, cuando le llegó el rumor que España estaba ofreciendo una cátedra al famoso Albert Einstein: “Este es el chiste más notable de la Historia universal: Alemania establece la limpieza de sangre —España invita al judío alemán”.110

105 Klemperer, Leben, vol. 2, p. 284. Hanns Heiss (1877-1935), romanista alemán y antecesor de Klemperer en su cátedra en Dresde.106 Klemperer, Curriculum, vol. 1, p. 315. Vid: Benedetto Croce, Randbemerkungen eines Philosophen zum Weltkriege 1914-1920. Almathea-Verlag, Zürich / Leipzig / Viena, 1922, p. 34, n. 1.107 Klemperer, Ich will Zeugnis ablegen, vol. 2, p. 148.108 Klemperer, So sitze, vol. 2, p. 351.109 Ibid., p. 723. Véase las citas compilados por Aschheim en At the Edges of Liberalism, p. 98.110 Klemperer, Ich will Zeugnis ablegen, vol. 1, p. 23.

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Intercambios, actores, enfoques.