Encuentros entre cine y música
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ENCUENTROS ENTRE CINE Y MÚSICA
DR. GUSTAVO CELEDÓN B. UNIVERSIDAD DE VALPARAÍSO
Artículo publicado en Revista El Resplandor. Edición Especial: Imágenes, Fracturas, Memorias. Escuela de Cine, Carrera de Pedagogía en Filosofía y Centro de Investigación y
Desarrollo en Filosofía de la Universidad de Valparaíso. Págs. 93-104. Diciembre 2013.
Resumen
El presente trabajo comprende la operación de montaje
cinematográfico bajo la idea de distancia. Se entiende el cine desde una
relación múltiple de técnicas que no se deja sintetizar por un
procedimiento técnico en particular, otorgando a la creación –en este
caso, a la junción entre cine y música– la posibilidad de operar a
distancia y producir sus profundidades. Así, imagen y sonido actúan
como paradigmas para un conjunto de relaciones que se desarrollan
separadamente dentro de la experiencia cinematográfica, trasladando
al montaje incluso a la actividad del espectador y oponiendo a la
mediación, un montaje que no cesa.
Palabras clave: distancia – sonido – imagen – profundidad – montaje
La distancia no es un mal a abolir, es la condición de toda comunicación
Jacques Rancière
I
Convocados a pensar el cine en tanto es él una técnica o un montaje de aparatos y
conjunto ensamblado de técnicas, nos preguntaremos por la independencia de
ideas y pensamientos que en él circulan y también lo constituyen. Ideas y
emociones que dependiendo formal y materialmente de las prácticas y dispositivos
técnicos, no dejan sin embargo de tener vida propia y, con ello, de incentivar la
construcción de pensamiento y la elaboración continua del sentir.
Para el caso, abrimos a modo de introducción con unas palabras dedicadas al
compositor japonés Toru Takemitsu, quien, de hecho, dedicó gran parte de su
trabajo a la composición de música para filmes. Su disposición era profundizante:
el cine le permitía comprender la vida interior de las personas de aquellos lugares
en donde su idioma japonés le impedía relacionarse e intercambiar palabras. El
movimiento de una cortina por el viento, visto en un determinado film, le mostró
todo un universo que él desconocía: no ciertamente la existencia de las cortinas,
sino la existencia de un hecho infinitamente común para nosotros, occidentales, e
infinitamente inexistente para él, oriental1 ―y podríamos perfectamente decir que
se trata de un hecho desconocido tanto para uno como para el otro, como si la
música fuese con Takemitsu un arma de invención del conocimiento, la
sensibilidad constructiva de lo no conocido, la posibilidad de crear, encontrando, el
vínculo.
Esta capacidad cinematográfica de mostrar la distancia es, así, lo que permite a
Takemitsu conocer lo que le es por ubicación y destino, azaroso e incognoscible
(93).
Dice Takemitsu a Masahiro Shinoda —una vez que este último le describe la
realización de un film como la experiencia de tener un sueño y le comenta, algo
asombrado, sobre el necesario cambio que introduce en el montaje el acto de
vincular las imágenes de acuerdo al sonido y al ritmo, esto es, lo dice también, bajo
exigencias musicales, obteniendo resultados ciertamente distanciados de cualquier
retórica o semántica establecida:
“Por supuesto, mi trabajo es la música, pero la razón por la que amo las
películas [movies], usted lo ha dicho, es que las experimento como música.
Cuando viajo al extranjero, aunque no entienda el idioma, suelo ir al cine. Mis
amigos siempre me dicen ¿por qué viajas tan lejos para ver películas? Pero,
viendo películas, percibo algo de la gente de ahí… usted lo ha dicho muy bien
hablando sobre los sueños. En las películas, puedo ver sus vidas reales y
percibir sus vidas interiores. Así cuando miro las imágenes en la pantalla
1 Leaving Home n˚ 3, series de TV presentadas por Simon Rattle y dirigidas por Barrie Gavin, UK, 1996.
incluso sin lenguaje, siento que puedo entenderlos. Una manera musical de
comprensión”2.
De ahí que la interioridad de las personas que dice conocer por el cine, no se da a él
a través de la puesta en pantalla del comportamiento directo de los personajes ni
menos de los diálogos: se da, aparentemente, por acontecimientos o movimientos
que se disponen en pantalla, en un segundo, tercer, cuarto, quinto plano —incluso
sin plano, como una suerte de elemento que no pertenece a una etapa (o capa)
determinada del montaje o, dicho inversamente, que puede pertenecer, en un
momento preciso, a cualquiera de ellas.
“Cuando veo las pruebas de un nuevo film, cuando sólo hay diálogo y ningún
otro sonido, si es realmente un buen film incluso no habiendo ningún sonido
en él, siento a veces que puedo efectivamente oír la música”3.
Con Takemitsu pareciera todo tratarse de distancias, como si ésta, la distancia,
fuese una suerte de condición necesaria para producir encuentros o
desencuentros, formas en las que, lo veremos, comprendemos la operación de
montaje ―en tanto, también, la aparición del espectador es un continuum de dicha
operación. Distancias que no sólo se resumen en la lejanía que solicita Takemitsu
para hallar su conocimiento que opera musicalmente, sino también la distancia que
se ha de ejercer frente a los referentes que, sin ocupar un plano determinado de la
escena, están operando en todo momento. Así, por ejemplo, el movimiento de la
cortina es descentrado de su referencia occidental y (94) desplazado por un
conocimiento activo que, musicalmente, Takemitsu inserta en su experiencia
vinculante o en su experiencia con el vínculo.
Asimismo, nos cuenta Hiroshi Teshigahara:
“En todos los filmes que he hecho con Takemitsu, nunca le pedí que escribiera
un cierto tipo de música para un film. Frecuentemente los directores hacen un
montón de demandas: ‘En esta escena quiero una música que los haga llorar’.
La mayoría de los compositores aceptan. Pero con Takemitsu, esto está
simplemente fuera de cuestión. Él mira mis filmes y rebota sus ideas musicales
2 Toru Takemistsu: Music for the movies, dir. Charlotte Zwerin, USA, 1994.
3 Ibíd.
fuera de éste. De esta manera, la música puede mejorar completamente la
escena aunque, también, su colocación de la música da vida a las cosas más
allá de lo expresado únicamente por imágenes. A través de esta colisión entre
pintura y música el filme se desarrolla en un reino superior. Esas son mis
expectativas”4.
Aquí el conocimiento –producción y recepción– deja de ser una incógnita a
descubrir o descifrar, sino más bien una relación a la estructura erótica –sensible–
que da vida a la actividad de montaje (entre la articulación móvil de las prácticas
técnicas se juega siempre la profundidad y la seriedad de la aplicación: tal amor
depende no obstante de los movimientos técnicos, pero la decisión de sumergirse o
no en una profundidad –de aventurarse– en el montaje no está garantizada por un
punto determinable de ellos). Hay una técnica en continua construcción de la cual
al menos uno de sus ángulos no podría remitir certeramente a una técnica
determinada: genialidad, profundidad, talento, inspiración, trabajo, dedicación
corresponden más bien a un punto de indeterminación técnica en donde ella no
podría dar cuenta de sí misma ―y la profundidad no entendida como una
dimensión textual de la escena, como la mera aplicación de una técnica efectiva de
perspectiva, sino más bien con la calidad de la obra, con el cambio de temporalidad
que puede introducir en la máquina activa de todos los montajes que operan sin
cesar.
El planteamiento de Takemitsu habla de la necesaria función de espectador que
tiene desde ya el realizador, como si la actividad del montaje fílmico no acabase en
la edición final que sella la orden última para el posterior estreno. Por el contrario,
la producción de montaje continúa –y he aquí también una posibilidad de
comprensión para las ideas de Rancière sobre el espectador, emancipado:
necesariamente la expectación ha de ser también un ensamble de técnicas que
permiten y procesan, pero también desarticulan o rearticulan, la aparente unidad
del montaje —y asimismo, un ensamble de técnicas de expectación (95) y, también,
4 Hiroshi Teshigahara en Toru Takemitsu: Music for the movies, op. cit.
de observación, no logran desvincularse de otros procesos que, al menos a un nivel
inmediato, parecieran no tener nada en común5.
Es decir: no se podría aislar completamente, ni siquiera por una decisión
metodológica, un procedimiento técnico determinado, por ejemplo, el cine.
Siempre ha de haber al menos una técnica que se atraviesa, que deja de ser, en este
caso, exclusivamente cinematográfica, iniciando un proceso sin fin de relaciones y
vínculos. Es más, esta experiencia vinculante entre dos experiencias distantes, cine
y música o, microscópicamente, imagen y sonido, que parte del silencio que entre
ambas se cruza, silencio que es también un pestañeo, una escena sin saber, se
constituye como el laboratorio y el núcleo de la música de concierto de Takemitsu:
“…sin embargo, quizás el aspecto más importante de esta parte de la carrera
de Takemitsu es la relación entre esta ‘música incidental’ y sus obras de
concierto, más ‘serias’. En algunos casos /…/ esto toma la forma simple de la
cita directa o la reelaboración. De más profundo significado para sus obras de
concierto, sin embargo, fue la oportunidad de una práctica experimental con la
cual abordó el medio de la música para cine durante sus primeros años,
brindándole algunos de los frutos que tendrán repercusiones duraderas en su
música de concierto…”6.
Ahora bien, importante es remarcar que esta manera de conocer Takemitsu la
define como una manera musical: aquel movimiento de cortina no sólo inspira un
sonido o una música (siendo ésta, para el compositor japonés, un modo de
aprehensión y a la vez de construcción (96) de acontecimientos), sino que se
transpone o se transforma él mismo en un sonido sin que por ello queden
5 Las ideas que Rancière expone en Le spectateur emancipé refieren a un espectador que no se somete a
las exigencias que se dan, por un lado, desde una obra que se crea en el horizonte de la explicación,
embruteciendo al que asiste a ella y, por otro, desde la obra que demanda a este asistente hacer algo:
construir conocimiento, instalar la comprensión, ser personaje activo. Por el contrario, bajo la consigna de
la emancipación, el espectador se encuentra frente a la posibilidad de, sin ningún encargo anterior, es
decir, más allá de las exigencias, operar –lo decimos nosotros– por montaje, es decir, seguir, a partir de su
experiencia, con la operación de montaje: “Es en este poder de asociar y de disociar donde reside la
emancipación del espectador, es decir la emancipación de cada uno de nosotros como espectador. Ser
espectador no es la condición pasiva que sería necesario convertir en actividad. Es nuestra situación
normal. Aprendemos y enseñamos, actuamos y conocemos también como espectadores que vinculan en
todo instante lo que ven a lo que han visto y dicho, hecho y soñado” (Rancière, Jacques, Le spectateur
emancipé, La Fabrique, Paris, 2008, p. 23. Edición en español: El espectador emancipado, Manantial,
Buenos Aires, 2010, p. 23). 6 Burt, Peter The music of Toru Takemitsu : influences, confluences and status. Tesis Doctoral, Durham
University, 1998, p. 36. Disponile en E-These online: http://etheses.dur.ac.uk/984/
ensamblados, bajo el estigma de la necesidad, el uno con el otro. Se trata más bien
de una operación de alquimia.
Es esta alquimia la que, no logrando determinar los límites precisos entre imagen y
sonido, devuelve vida a la supuesta frialdad del cálculo propio del montaje. Pues, en
efecto, entre imagen y música se tratará no de otra cosa que de operaciones de
montaje. Y superar el mero cálculo significaría operar revolviendo o sublevando
las bibliotecas audiovisuales, es decir, la correspondencia casi legalizada entre
ciertos sonidos y ciertas imágenes en el horizonte de un comportamiento y una
emoción determinados. Por el contrario, son estos comportamientos y estas
emociones, que Takemitsu comprende como vida interior de las personas, las que
van y se van construyendo, en esta época de muchas imágenes y de muchos
sonidos, a través de ciertas técnicas como el montaje.
Takemitsu escucha un sonido a través de una imagen: ese sonido no está en el
montaje final del filme: es un sonido fantasma, un sonido que no está, que arriba
inesperadamente tras (por el costado, por abajo…) los sonidos destinados –no sólo
una forma de evitar el consumo– sino de planos o capas –decimos esto
metodológicamente sólo para hacernos una imagen.
La introducción del sonido viene o vendría a anexar una suerte de comprensión y
expectación diferente a la construcción de imágenes.
II
Sin embargo, más que de música y cine, el presente trabajo se concentra en sus
elementos respectivos: sonido e imagen. No hablamos por tanto de bandas
sonoras, ni de filmes dedicados a la música. Tampoco hablamos de los grandes
compositores de la historia del cine, como el mismo Takemitsu, o Nino Rota, entre
otros. Las palabras sobre el compositor japonés abren la deriva a la que ahora nos
confrontamos. Principalmente, se ha tratado de una forma de introducir una idea
de la distancia que se involucra en todas las relaciones y que ahora, si bien ya lo
hemos puesto en escena, se concentrará en aquella distancia sin imagen y sin
sonido que, entre ambos, se cruza para provocar la construcción de montaje a
partir de la profundidad que recorriendo y trabajando con perillas, el realizador (el
cineasta, el músico y también el espectador) pondrá o no pondrá en marcha.
Reflexionamos desde cierta condición de las operaciones de montaje entre sonido
e imagen. Y al respecto, la historia nos habla de dos procedimientos, separados,
cuya juntura tiene a la vez su propia historia (97). En este sentido, el cine, o aquello
que se llama la historia del cine, se constituye de más de una historia y de más de
un procedimiento.
Si queremos ir bien atrás, ya en el mito de la caverna de Platón las imágenes se
encontraban espacialmente separadas de los sonidos (Platón, La República, Libro
VII). No obstante, es la comprensión de la realidad lo que viene a unirlas: una
imagen parece no mostrar toda su potencia real: requeriría del sonido ―y desde
Platón a Heidegger, e incluso, al parecer, al mismo Derrida, el sonido es
particularmente voz7.
Si pensamos por ejemplo en los estructuralistas del principio de siglo XX –Saussure
y también Lacan–, ahí donde el signo, en su faz significante, queda definido como
imagen acústica, comprendemos que los trámites significativos, hermenéuticos,
comunicativos e incluso inconscientes, en una tradición occidental de larga data,
encuentran su átomo o su núcleo en el ensamble imagen-sonido.
La historia del cine podría refutar esto dado que sus comienzos mudos
constituyeron y constituyen todavía un espectáculo único cuya experiencia es
siempre singular. Dicho de otro modo, el cine habitó sin sonido. Pero habría que
pensar hasta qué punto la experiencia del cine mudo es una experiencia de
símbolos, signos y referencias, en definitiva, hasta qué punto es una experiencia
universal de lenguaje. No obstante:
7 Nos permitimos omitir un análisis sobre estas cuestiones, sólo decir que un posterior estudio habría de
iniciarse necesariamente sobre la phoné como material de la voz. Es decir: el sonido no es sonido sino
porque se constituye según esta voz, como deshacimiento de una voz ancestral, el logos, que es necesario
sintetizar de acuerdo a la reconstitución de ese logos –lo que en Platón se llama anamnesis, ejercicio
fundamentalmente vinculado al ver (Cfr. Fedro, Platón, 248b). como si, finalmente, el sonido viniese a
ajustar la Idea o la significación de la realidad que la vista tiene incrustada en su retina.
“En los años 1910 en París, el Palacio Gaumont con sus 3400 puestos, porteros
en capa azul y sombrero, su gran orquesta, sus numerosos films, programas de
series y documentales, marcadas por interludios, intermedios musicales y
atracciones, propone un gran espectáculo de calidad que contrasta con los
eventos locales en las salas de las pequeñas ciudades de provincia en donde
toda la familia del explotador es solicitada para “sonorizar” el film.
Prisioneros de su atención puesta en los productores, los historiadores han
fuertemente subestimado esta maleabilidad del cine mudo y su adaptación a
las características de los clientes locales. El cine podía así, en ciertas
situaciones, estar más cerca del “espectáculo vivo” que de la imagen
contemporánea que tenemos acerca de él. Numerosas monografías, estudios
locales y regionales, la valorización de ciertos archivos (98) fílmicos nos
confirman la dimensión sonora del cine ‘mudo’: un presentador daba a veces
el sentido de las escenas, un doblador frecuente ‘hacía’ la voz, alguien se
encargaba de los ruidos, y ‘artistas’ locales improvisaban sistemáticamente
una música de ocasión”8.
Si bien este párrafo aquí citado hace un guiño a cierta defensa que hacemos a la
participación del espectador en los asuntos del montaje, en clara diferenciación
con una oficialidad de la historia del cine y particularmente de la historia del
sonido en el cine, historia, por lo demás, de grandes nombres como el de León
Gaumont (recomendamos aquí leer alguna monografía dedicada a su persona)
quien, obstinadamente, crea y recrea modos que finalizarán con la instalación del
cine sonoro, nos importará subrayar más bien lo siguiente: que el cine mudo es
visto, y no precisamente desde la perspectiva de nuestras orejas, a partir de una
falta de sentido que es necesario complementar con los sonidos.
Sin embargo, si hacemos la inversión, lo fascinante de todo esto, aquello que este
trabajo quiere remarcar, es la separación de los procedimientos. La imagen y el
sonido son separados y hasta el día de hoy entran por canales cuya decodificación
es diferente. No obstante, en el cine, incluso cuando los altoparlantes están tras y al
costado nuestro, se nos convoca la mayoría de las veces a asumir que son juntos,
8 Montebello, Fabrice, “Des films muets aux films parlants. Naissance de la qualité cinématographique”
en Politix, Vol. 16, N°61, Paris, 2003, p. 54.
que constituyen una unidad. Las siguientes palabras de Gerard Blanchard pueden
resumir esto:
“El cine es desmistificado. No es sino una ficción, un registro. Nos es necesario
decir que el sonido /…/ es completamente irrealista, fabricado, compuesto
según las reglas estrictas que se impone el director ayudado por todos sus
técnicos, incluido el músico. Es esta banda sonora la que propone diversos
lugares o decoros sonoros en los cuales las imágenes adquieren sentido. Lo
que es importante en la imagen, es el sonido”9.
Punto clave: la técnica que constituye en esencia al cine no es sinónimo, para
nosotros, de su desmitificación. Sobre todo sí, lo vimos con Takemitsu, el músico se
distancia de los requerimientos del director, solicitado más bien por la posibilidad
de producir un encuentro y no el cumplimiento de un deseo unilateral que
correspondería más bien al deseo de una biblioteca de referentes –una música, por
ejemplo, para hacerlos llorar (99).
Sea quizás el concepto deleuziano de síntesis disyuntiva –aquella “que reparte las
series divergentes, las conecta, las conjunta, las disyunta”10– el concepto que pueda
explicar cómo dos procedimientos separados pueden constituir una célula
referencial. No obstante, un concepto como el de síntesis obliga siempre a elegir su
extremo: o nos concentramos en la síntesis o nos concentramos en la disyunción.
Por lo demás, en tanto procedimientos técnicos, sonido e imagen se conciben bajo
el reino de la síntesis, disyuntiva o no, en tanto el lenguaje informático –digital– de
hoy en día es un lenguaje cuyo objeto es la síntesis que logra el archivo y su
transmisión: el formato es sintético.
Ahora bien, si queremos encontrar otro destino para las técnicas y sus aparatos
más allá o, más bien, a pesar de la síntesis de todo lo que viene a escena, nos
apoyaremos en otra noción, esta vez de otro francés, Alain Badiou: la palabra
encuentro.
9 Blanchard, Gérard, “Images de la musique de cinéma” en Communication et langages. N°60, segundo
trimestre, Paris, 1984, p. 76. 10
Deleuze, Gilles, Logique du sens, Les Editions de Minuit, Paris, 1969, p. 204.
Y un encuentro acontece, nos dice, en el horizonte de lo incalculable: depende no
de otra cosa que del azar o, más bien, por vía negativa, no depende directamente
de la prescripción de una referencia anterior ni de la labor de crear referencia. Un
encuentro no es simplemente sintetizable y, por lo tanto, archivable: un encuentro
se procesa y ese proceso no sella su destino, por lo tanto no se acaba, por lo tanto,
no termina por sintetizarse. Y, cosa mayor, el encuentro no es comprendido sino
bajo el signo del eros: un encuentro siempre tiene que ver con el amor, esto es, con
la ruptura necesaria de la temporalidad y la espacialidad de dos que se procesan en
conjunto11.
De ahí que la condición separada de los procedimientos sonoros y visuales no
puede todavía legalizar una suerte de tabla periódica de sus significaciones y sus
emociones. La condición del archivo no debería (100) comprenderse en la
linealidad de su futuro, sino ser también retroactiva, venir a sublevar el depósito
que lo cobija.
Impera hoy en día en el lenguaje de cierta filosofía musical la afirmación de la
música como un pensamiento cuya finalidad es la construcción del símbolo:
ensamble entre un querer decir, un sonido y una emoción12. Y en el lenguaje
cinematográfico, las tesis del francés Michel Chion dan por sentado que la
comunión imagen y sonido, lo que él llama La Audiovisión, no es otra cosa que una
comunión simbólica, en el mismo sentido que recién lo definíamos13.
Esto no deja de ser discutible pues si bien el cine posee y transmite símbolos,
emociones e ideas, no puede simplemente comprenderse su totalidad en ello. Por
11
De las reflexiones de Alain Badiou sobre el amor, Cfr. Badiou, Alain, ¿Qué es el amor? en
Condiciones, Ediciones Siglo XXI, México, 2002, pp. 241-259. Leemos ahí, en todo caso: “Es preciso,
puesto que la situación no basta, que ella sea suplementada. No por una tercera posición estructural, sino
por un acontecimiento singular. Tal acontecimiento es lo que inicia el proceso amoroso y se convendrá en
denominarlo encuentro” (Ibíd., p. 245). Podemos sugerir, aunque vagamente pues no es el tema, que la
filosofía del cine de Alain Badiou, centrada en la cuestión de la idea o, como él la llama, “la visitación de
la idea” (Badiou, Alain, Imágenes y palabras. Escritos sobre cine y teatro, Manantial, Buenos Aires,
2005, p. 20), podría ser potenciada por la comprensión del montaje en tanto proceso y, con precisión, en
tanto proceso amoroso en donde el encuentro, por ejemplo, el encuentro de un sonido y una imagen en el
vacio del no-conocimiento, procede a montar su existencia, a ponerla en escena, a hacer la escena. El
montaje es también una indagación, una aplicación a través de las técnicas disponibles, como si la idea
que se produce desde los procedimientos técnicos volviese en todo momento a visitarlos. 12
Así el Español Eugenio Trías: “Ese logos musical es de naturaleza simbólica. El símbolo es, en música,
la mediación entre el sonido, la emoción y el sentido” (Trías, Eugenio, El canto de las sirenas.
Argumentos musicales, Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2006, p. 19) 13
Chion, Michel, L’Audiovision. Son et image au cinéma, Armand Collin, 2005.
otra parte, existe una clara voluntad por parte de Chion en establecer y crear una
topología, de carácter fenomenológico, entre sonidos e imágenes, como si a la cara
de un niño apenado le correspondiese un sonido A, o A1 si lo queremos ver más
apenado aún14.
Esta voluntad topologizante Chion la hereda de su maestro Pierre Schaeffer quien,
con los sonidos, pretendía exactamente lo mismo: clasificación y referencia15.
Este trabajo que, de hecho, resulta funcional y en ese sentido no descartamos de
plano, tiene no obstante una inclinación puramente conservadora: establecer. La
publicidad, por ejemplo, no funciona a no ser por criterios establecidos e
inmodificables: más vale no cambiar cierta comunión entre un sonido y una
imagen, por ejemplo, la de un niño triste con una música melancólica, pues ya está
probado, la gente entiende de inmediato y se acorta la distancia entre ésta y el
producto (101).
Precisamente es esa productividad la que vicia todo: se trata de crear objetos.
Objetos sonoros los llama Schaeffer. Extendido esto a imágenes y sonidos, al cine
sonoro, podríamos hablar de objetos audiovisuales. Al establecer un objeto
audiovisual, establecemos una referencia. Una emoción, un significado.
De ahí que el montaje, bajo esta perspectiva, sea más bien un trabajo de ilación de
objetos audiovisuales. Y de ahí también que el montaje entre imágenes y sonidos
no sea sino el montaje de un lenguaje determinado que habla desde su resolución
anterior e inmediata. Se recrea, por tanto, algo que ya está en la matriz o en la
corteza cerebral de un lenguaje o, en términos nucleares, en el corazón de una
imagen acústica.
14
Es la noción de “valor añadido” que Chion explicita ya al comienzo de L’audiovision: “…el valor
expresivo e informativo con el que un sonido enriquece una imagen dada, hasta hacer creer, en la
impresión inmediata que se tiene o en el recuerdo que se guarda, que esta información se desprende
‘naturalmente’ de lo que se ve, estando contenida ya en la sola imagen” (Ibíd., p. 8). 15
Comienza Schaeffer su célebre Tratado de los objetos musicales: “El Tratado aborda, según el ejemplo
de los grandes naturalistas, la clasificación de los objetos sonoros en su morfología y su tipología;
después, la de los objetos musicales y sus criterios…” (Schaeffer, Pierre, Tratado de los Objetos
musicales, Alianza editorial, Madrid, 2003, p. 7). Dejamos a un lado una discusión con Schaeffer, para el
cual, siendo el precursor de la llamada música electroacústica, no todo se reducía a procedimientos
técnicos (Ibíd. p. 25).
Por ello montar un filme parece tener a veces un carácter platónico: podría ser una
actividad dialéctica, una actividad rememorativa en donde todos los objetos,
visuales, sonoros y audiovisuales se anexan a un sentido que debería permanecer
intacto y protegido por el montaje mismo, reafirmando la vida y el establecimiento
de todos estos objetos y, labor mayor, reafirmando una narración o una
argumentación probada, que vuelve a aparecer.
No obstante, en tanto procedimiento, el montaje pareciera tener un carácter
totalmente diferente en la medida en que consideramos que sus elementos están,
de hecho, separados. Y por montaje entendemos, en primer lugar y dado nuestro
tema, el montaje entre imágenes y sonidos y, en segundo lugar, el montaje
propiamente tal, la actividad cinematográfica que definimos muy escuetamente en
tanto superposición de objetos, acontecimientos, escenas: creación de la cinta
cinematográfica, de la extensión fílmica, de la película.
Para el caso, un mítico filme: Je t’aime, je t’aime de Alain Resnais16.
Breve y muy concisamente, el filme trata sobre una máquina del tiempo que es
probada con un individuo. La operación consiste en regresarlo un año atrás.
Aparece en una playa, buceando, y el sonido característico del fondo del mar se
apodera de la escena. Como ésta, son muchas las escenas que aparecen, todas de
manera un tanto desordenadas, como si su viaje en el tiempo perdiese la
continuidad y todos los hechos se dejerarquizaran, obteniendo un mismo valor
temporal, vivencial, experencial. En definitiva, como si nuestra vida presente se
revelara como el montaje que nuestra memoria realiza siempre en acto ―lo que es
otra forma de decir que todo puede cambiar, pasado, presente, futuro (102).
El film es a la vez una reflexión sobre el recuerdo, sobre la vida misma a la vez que
sobre el montaje cinematográfico. En efecto, al ser un film marcado por la
repetición de las escenas y la discontinuidad, se experimenta en todo momento con
las posibilidades del montaje a la vez que se pregunta por sus condiciones. El
supuesto carácter objetual de las escenas se rompe definitivamente. Primero,
porque cada escena, cada vez, está cortada de manera diferente, tiene un tiempo
distinto como puede tener el mismo: viene sin necesidad de venir. Segundo, 16
Resnais, Alain, Je t’aime, je t’aime, Les Productions Fox Europa, Paris, 1969.
porque sus elementos empiezan a trasladarse hacia otras escenas, como si fuesen
partículas cuánticas que saltan durante toda la cinta, es decir, durante toda la
extensión fílmica, la película.
Señalamos aquí que efectivamente una escena deja de ser objeto y se transforma
más bien en una composición: varios elementos unidos no por la necesidad, sino
por el encuentro y, como tal, pudiendo desaparecer y volver a aparecer, como
fantasmas, como elementos que dejan más bien una traza a través del juego del
desposicionamiento, tal como la cortina que vio Takemitsu y que le permitió
encontrar un conocimiento de occidente.
Ahora bien: hay un momento en el film de Resnais en donde, tras varias
repeticiones de la escena del buceo y, también, tras varias repeticiones de una
escena en donde aparece una estufa al interior de una habitación –con su sonido de
fuego correspondiente–, aparece esta misma estufa, pero con el sonido del buceo.
Punto de desmontaje radical en donde se recuerda, ante todo, que los elementos
están separados. No hay sonidos atados a objetos, ni siquiera el del fondo del mar
al fondo del mar o el de una estufa a una estufa ―no hay tautología17.
En este sentido, es la separación lo que introduce ciertamente la posibilidad de
encantarse con la potencia pensante, emocionante, estética e insabida que puede
promover el cine y la actividad artística en general. Separación cuyo montaje o
superposición pasa por un encuentro, como si aquello que entra en interacción –
aquí sonidos e imágenes– permanecieran juntos no para sellar la presencia de una
necesidad, sino más bien para hacer algo interesante sobre el vacío eterno que los
acoge (103).
En cuanto a cine y música, para concluir, se podría tener siempre presente el hecho
de que no han de rememorar una imagen acústica que habrían de repetir en cada
una de sus operaciones, sino más bien remarcar el hecho de que son
procedimientos separados que cierta obstinación los junta bajo el karma de la
17
Bernard Stiegler se ha preocupado particularmente de otro film de Resnais, On connaît la chanson
(Paris, 1997), comprendiéndolo como una operación de montaje cuya diferencia es inédita y propia a
nuestra época. Cfr. Stiegler, Bernard, De la misère symbolique 1. Le décadence des démocraties
industrielles, Galilée, Paris, 2004.
referencialidad pero que, atendiendo a su propia historia, se constituyen como
procedimientos separados cuyo encuentro puede ser siempre más amplio que la
operación semántica y la repetición de un lenguaje simbólico que se prueba cada
vez.
Bibliografía
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